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COMISIÓN PARA LAS CAUSAS DE LOS SANTOS
Arquidiócesis de México Encuentro: Los procesos de canonización y los santos inspirados por la Eucaristía
22 de septiembre de 2004
La Eucaristía, fundamento e inspiración de los santos°
Pbro. Dr. Julián Arturo López Amozurrutia
«Todo compromiso de santidad, toda acción orientada a realizar la misión de la
Iglesia, toda puesta en práctica de planes pastorales, ha de sacar del Misterio eucarístico la
fuerza necesaria y se ha de ordenar a él como a su culmen. En la Eucaristía tenemos a
Jesús, tenemos su sacrificio redentor, tenemos su resurrección, tenemos el don del Espíritu
Santo, tenemos la adoración, la obediencia y el amor al Padre. Si descuidáramos la
Eucaristía, ¿cómo podríamos remediar nuestra indigencia?»1.
Estas palabras del Papa Juan Pablo II en su última Encíclica pueden servirnos de
marco y orientación para la presente participación. Nuestro objetivo es reflexionar sobre el
sacramento central de la Iglesia, la Eucaristía, y su vínculo con el fruto más noble de la vida
eclesial, los santos. Para reflexionar sobre la Eucaristía como fundamento e inspiración de
los santos, podríamos proceder a través de un método empírico, inductivo, evidenciando
desde ejemplos concretos la vivencia de la Eucaristía como algo central en su logro
cristiano. Este camino sería válido, pues la vida de los santos es verdaderamente un
testimonio privilegiado del río de gracia que constituye la Tradición de la Iglesia, y, en este
sentido, constituye un lugar teológico; por cierto, poco frecuentado. Sin embargo, y sin
prescindir del recurso a la fenomenología de la santidad en la Iglesia, quisiera proceder a
través del planteamiento de una tesis. Para demostrarla, es mi intención recordar algunos
principios de nuestra fe, tanto en lo que respecta a la Eucaristía como en lo que respecta a la
espiritualidad, y corroborarlos, entonces sí, con algún ejemplo.
Nuestra tesis puede enunciarse de la siguiente manera: La Eucaristía contiene en sí
la forma de la espiritualidad y, por ende, de la santidad en la Iglesia. Esta idea puede ser
° Publicado en G. SÁNCHEZ SÁNCHEZ (ed), La Eucaristía, inspiración de los Santos, México 2005, 11-33.1 JUAN PABLO II, Ecclesia de Eucharistia [=EcEu], 61.
La Eucaristía, fundamento e inspiración de los santos
desglozada haciendo ver que a cada una de las facetas del misterio eucarístico corresponde
un acento de santidad vivida o espiritualidad. Sugiero, para ello, proceder en dos
momentos: en primer lugar, destacando los principios generales de la comprensión de la
espiritualidad cristiana y de la Eucaristía al interno de la vida de la Iglesia; en segundo
lugar, desglozando una especie de tipología de la santidad, en referencia a las diversas
facetas del misterio eucarístico.
La vocación universal a la santidad, que el Concilio Vaticano II puso de relieve en
su Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium2 y que el Papa Juan Pablo II ha
identificado como el programa de la pastoral de la Iglesia del tercer milenio cristiano3, nos
permite visualizar una panorámica amplia de la santidad en la Iglesia, para entender, por
una parte, que no se trata de una nota peculiar de algunos privilegiados del Pueblo de Dios,
y para precisar, por otra, el papel específico de los santos canonizados en la dinámica
eclesial. Lo que vive un santo canonizado es lo que todo cristiano está llamado a vivir. En
este sentido, espiritualidad y santidad no sólo se relacionan, sino están llamadas a
identificarse.
La identidad de toda la Iglesia ha quedado perfilada en la misma Constitución: «La
Iglesia es en Cristo como un sacramento, es decir, un signo e instrumento de la íntima
unión con Dios y de la unidad de todo el género humano»4. Podríamos decir, de hecho, que
con estas palabras de define también la santidad, es decir, el cumplimiento de la vocación
de cada bautizado en la unión con Dios y la unión con los hombres. La identidad de la
Iglesia como sacramento de esta comunión y de la santidad en la Iglesia como la vivencia
de la misma, tiene evidentes resonancias eucarísticas. También Juan Pablo II lo ha
percibido: «La Iglesia, mientras peregrina aquí en la tierra, está llamada a mantener y
promover tanto la comunión con Dios trinitario como la comunión entre los fieles. Para
ello, cuenta con la Palabra y los Sacramentos, sobre todo la Eucaristía, de la cual “vive y se
desarrolla sin cesar”, y en la cual, al mismo tiempo, se expresa a sí misma. No es
casualidad que el término comunión se haya convertido en uno de los nombres específicos
de este sublime Sacramento»5.
2 Cf. LG V.3 JUAN PABLO II, Carta Apostólica «Novo millenio ineunte», 30-31.4 LG 1.5 EcEu 34.
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La Eucaristía, fundamento e inspiración de los santos
I – EUCARISTÍA Y SANTIDAD
a) Santidad y espiritualidad cristianaEl profeta Isaías, en una descripción de singular belleza, presenta una visión del
Señor sentado sobre un trono alto y sublime, en torno al cual serafines de seis alas repiten:
«Santo, Santo, Santo» (cf. Is 6,1-3). Santo es, en sentido estricto, sólo Dios. Para el pueblo
que ha sido incorporado a la Alianza con Dios, la Santidad divina se convierte en una
exigencia social, cultual y moral: el pueblo mismo debe ser santo, porque su Dios es Santo
(cf. Lv 11,45-46). Esta estructura veterotestamentaria, llegada la plenitud de los tiempos, se
focaliza totalmente en Jesús como el Santo de Dios (cf. Lc 1,35; Mc 1,24), único mediador
entre Dios y los hombres (Hb 9,15), a partir del cual se entenderá ahora toda participación
efectiva en la santidad de Dios. Esta es la razón por la cual, en tiempos neotestamentarios,
«santos» eran los hermanos que habían nacido a la vida nueva del Espíritu a través del
bautismo (cf., v.gr., Hch 9,13; Rm 1,7; 8,27; 1Co 1,2). La unión con Cristo es así, ahora,
condición para la incorporación salvífica – santificadora – en la vida de Dios.
La Iglesia primitiva acogió el hecho de que la Eucaristía era un lugar privilegiado
para el ejercicio de tal comunión. El apóstol san Pablo nos lo hace ver, delante de una
situación de escándalo, y lo plantea con firmeza: «La copa de bendición que bendecimos,
¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión
con el cuerpo de Cristo?» (1Co 10,16). La consecuencia natural de dicha constatación
implica la comunión eclesial: «Porque uno solo es el pan, aun siendo muchos, un solo
cuerpo somos, pues todos participamos del mismo pan» (1Co 10,17). La Eucaristía es, así
vista, ejercicio peculiar de la comunión con Cristo que genera al mismo tiempo la
comunión eclesial; lugar privilegiado para ejercitar la condición de «santo» como
pertenencia de Dios en Cristo.
Una vez vislumbrada esta concepción fundante de la santidad cristiana y su natural
vínculo con la comunión eucarística, es posible identificar que ella nos abre en general a la
vivencia espiritual, a la espiritualidad. «Espiritualidad» significa, por una parte, la
condición espiritual del hombre; es decir, un acercamiento antropológico a la espiritualidad
pone en evidencia las condiciones por las que el ser humano es dueño de sí mismo por su
conciencia y libertad, y se encuentra abierto a la trascendencia. Ahora bien, esta condición
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La Eucaristía, fundamento e inspiración de los santos
fundamental humana nos abre a un segundo significado del término «espiritualidad», en el
cual hablamos del modo específico como el hombre realiza su condición espiritual. Existe,
en este sentido, una espiritualidad budista, una espiritualidad judía, una espiritualidad
incluso atea. Dentro de este sentido, lo característico del cristiano es orientar su vida a
partir de Cristo, y, al interno del cristianismo, los diversos modelos de seguimiento de
Cristo. Evidentemente hay que constatar un estatuto peculiar en la espiritualidad cristiana,
en el que se reconoce el orden sobrenatural de la acción del Espíritu en el bautizado. Por
último, existe un tercer sentido de la palabra «espiritualidad», que indica el estudio
sistemático de la condición espiritual del hombre y de los modos concretos en que se
realiza la experiencia espiritual. Se trata del nivel científico de la espiritualidad, que en el
ámbito cristiano, reconociendo lo específico del seguimiento de Cristo y del orden de la
gracia, podemos llamar Teología espiritual.
En estos tres niveles de comprensión de la «espiritualidad», desde el acercamiento
específicamente cristiano, la «santidad» implica la realización de la propia constitución
espiritual bajo la acción del Espíritu Santo – santificador – en una configuración con Cristo
– el Santo – en la propia condición histórica, y ello en un grado de plenitud que cumple el
audaz planteamiento del Señor: «Ustedes, pues, sean perfectos, como es perfecto su Padre
celestial» (Mt 5,48). Esta vocación a la plenitud implica la activación de los dones recibidos
por el creyente hasta el punto de verificarse en grados de heroísmo dentro del propio
contexto histórico y cultural. Ello ocurre en quienes la Iglesia reconoce públicamente como
«santos» – aunque no sólo en ellos –, como realización, finalmente, de lo que todo cristiano
está invitado a vivir, la comunión con Cristo, el Señor.
b) En la Eucaristía está todo el tesoro de la IglesiaPara nutrir al cristiano en esta realización espiritual, cuenta de manera especial con
el sacramento de la Eucaristía. En ella, nos ha recordado el Papa recientemente, está todo el
tesoro de la Iglesia, porque en ella está Cristo. «La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene
todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida,
que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo»6.
6 EcEu 1, citando PO 5.
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La Eucaristía, fundamento e inspiración de los santos
Conviene insistir en el peso de esta afirmación. La Eucaristía condensa de manera
sencilla y a la vez cargada de sentido la dimensión cristológica, trinitaria, cósmica y eclesial
de nuestra redención. A lo largo de su última Encíclica, el Santo Padre va colocando el
conjunto de los misterios de la salvación ante nuestros ojos, evidenciando que todos ellos
están de alguna manera representados y actualizados en la celebración Eucarística: la
encarnación del Verbo de Dios, sus palabras y obras, su muerte sacrificial en la Cruz, su
Resurrección, el envío del Espíritu Santo y la configuración de la Iglesia, y finalmente su
conducción de la Iglesia hacia la plenitud escatológica. Si Cristo es el artífice y el contenido
mismo de la salvación, la dimensión cristológica de la Eucaristía emerge en cualquier
acercamiento que realicemos a ella. Así, la consagración y la consecuente presencia
sacramental de Cristo es prolongación de la Encarnación, y el carácter sacrificial del
sacramento es memorial del misterio pascual.
Desde la dimensión cristológica de la Eucaristía nos abrimos a su dimensión
trinitaria. Lo que se realiza en la Eucaristía se sintetiza en la gran doxología: Por Cristo,
con Cristo y en Cristo se da gloria al Padre omnipotente en la unidad del Espíritu Santo. La
salvación que el Padre nos entrega en Cristo se convierte circularmente en un acto de
alabanza. También el Papa nos abre a la contemplación de esta realidad. Lo que Cristo
realiza en la Eucaristía es ante todo un don al Padre. «Ciertamente es un don a favor
nuestro, más aún, de toda la humanidad, pero don ante todo al Padre: “sacrificio que el
Padre aceptó, correspondiendo a esta donación total de su Hijo que se hizo ‘obediente hasta
la muerte’ con su entrega paternal, es decir, con el don de la vida nueva e inmortal en la
resurrección»7. Y afirma de igual modo que «por la comunión de su cuerpo y de su sangre,
Cristo nos comunica también su Espíritu»8. La configuración trinitaria de la salvación y de
la Eucaristía trasluce, por otra parte, el alcance cósmico del don divino: «Verdaderamente,
éste es el mysterium fidei que se realiza en la Eucaristía: el mundo nacido de las manos de
Dios creador retorna a Él redimido por Cristo»9.
Este movimiento salvífico incorpora directamente la acción eclesial, configurándola
con una dinámica propia. El Concilio Vaticano II habló de la Liturgia en general y de la
7 EcEu 13.8 EcEu 17.9 EcEu 8.
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La Eucaristía, fundamento e inspiración de los santos
Eucaristía en particular como «fuente y culmen de la vida cristiana»10. «La Liturgia – nos
enseña – es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente
de donde mana toda su fuerza»11. Y nos especifica, hablando de todos los bautizados:
«Participando del sacrificio eucarístico, fuente y cima de toda vida cristiana, ofrecen a Dios
la Víctima divina y a sí mismos juntamente con ella; y así, tanto por la oblación como por
la sagrada comunión, todos toman parte activa en la acción litúrgica, no confusamente, sino
cada uno según su condición»12. El dinamismo eclesial a través del cual el cristiano recibe
el don de la salvación y eleva su vida como ofrenda a Dios se configura, así, de acuerdo con
la Eucaristía, como su fuente y su culmen, alimento y expresión, posibilidad y realización.
c) La Eucaristía, forma de la santidadYa desde este acercamiento general es posible evidenciar el sentido de nuestra tesis:
en la Eucaristía el cristiano se encuentra en el contexto privilegiado de realizar su vocación
a la santidad. En ella tiene acceso desde Cristo, en la Iglesia, al misterio del Dios Trino que
se le ofrece como realización de su propia vida, integrando al mismo tiempo la totalidad de
los dones vitales recibidos en un orden que a la vez santifica el cosmos y permite ofrecer la
propia existencia como alabanza al Padre. Si Cristo está presente en la Eucaristía – y con Él
la dinámica de nuestra salvación –, es posible reconocer el contenido y la dinámica
eucarística como forma de la espiritualidad y de la santidad en la Iglesia. Si la espiritualidad
cristiana se verifica como un seguimiento de Cristo, a quien el bautizado se incorpora y de
quien participa en comunión en la Eucaristía, y si la Eucaristía contiene todo el tesoro de la
Iglesia porque contiene a Cristo mismo, la Eucaristía es el don por excelencia y la práctica
eclesial por antonomasia en la que el cristiano se cristifica y cristifica su existencia. En ella
se incorporan los ritmos naturales de la vida humana, de modo que la celebración
eucarística es como la diástole, que dilata la fuerza salvífica hacia todos los ámbitos de
realización de la existencia cristiana, y a la vez la sístole, que reúne estos ámbitos en el
corazón eucarístico de Cristo, que atrae a todos hacia sí (cf. Jn 12,32). Es, pues, fuente y
culmen de la santidad cristiana.
10 Cf. LG 11.11 SC 10.12 LG 11.
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La Eucaristía, fundamento e inspiración de los santos
La vinculación entre la santidad y la Eucaristía puede quedar, además, subrayada a
partir del artículo de la profesión de fe del Símbolo Apostólico que dice: «Creo en la
comunión de los santos». En la explicación de este artículo, el Catecismo de la Iglesia
Católica nos dice que «la comunión de los santos es precisamente la Iglesia»13, y que
existen dos niveles de comprensión de la expresión: la comunión en las cosas santas y la
comunión entre las personas santas14. En todo caso, la raíz de ambos niveles de
comprensión depende de la comunión con Cristo: «Como todos los creyentes forman un
solo cuerpo, el bien de los unos se comunica a los otros... Es, pues, necesario creer que
existe una comunión de bienes en la Iglesia. Pero el miembro más importante es Cristo, ya
que El es la cabeza... Así, el bien de Cristo es comunicado a todos los miembros, y esta
comunicación se hace por los sacramentos de la Iglesia»15. Un lugar especial,
evidentemente, en esta comunión, lo ocupa entre las realidades santas el sacramento de la
Eucaristía16, y entre las personas santas, quienes gozan ya de la presencia de Dios en el
cielo17.
Esta doble faceta de la comunión de los santos tiene, por otra parte, una expresión
muy rica en la práctica celebrativa de la Iglesia. Se trata de un signo discreto, en muchas
ocasiones descuidado, pero de un rico contenido. Desde los orígenes mismos de la
Eucaristía la invocación del Espíritu Santo para la consagración de los dones ha ido
acompañada de una invocación del mismo Espíritu para la consagración de los fieles. Es
significativo que el mismo Espíritu que transforma la ofrende del pan y del vino en el
Cuerpo y la Sangre del Señor, sea invocado para la unificación de los fieles en Cristo. De la
13 CICat 946.14 Cf. CICat 946-962.15 CICat 947, citando S. TOMÁS DE AQUINO, De symb. 10.16 «El fruto de todos los Sacramentos pertenece a todos. Porque los Sacramentos, y sobre todo el Bautismo que es como la puerta por la que los hombres entran en la Iglesia, son otros tantos vínculos sagrados que unen a todos y los ligan a Jesucristo. La comunión de los santos es la comunión de los sacramentos... El nombre de comunión puede aplicarse a cada uno de ellos, porque cada uno de ellos nos une a Dios... Pero este nombre es más propio de la Eucaristía que de cualquier otro, porque ella es la que lleva esta comunión a su culminación». CICat 950, citando el Catecismo Romano 1, 10, 24.17 «Por el hecho de que los del cielo están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad...no dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra... Su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad». Y también: «No veneramos el recuerdo de los del cielo tan sólo como modelos nuestros, sino, sobre todo, para que la unión de toda la Iglesia en el Espíritu se vea reforzada por la práctica del amor fraterno. En efecto, así como la unión entre los cristianos todavía en camino nos lleva más cerca de Cristo, así la comunión con los santos nos une a Cristo, del que mana, como de Fuente y Cabeza, toda la gracia y la vida del Pueblo de Dios». CICat 956 y 957, citando LG 49 y 50.
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La Eucaristía, fundamento e inspiración de los santos
comunión sacramental brota la comunión eclesial, y ello por la acción del Espíritu de
Cristo. La transubstanciación y la conformación del cristiano con su Señor son dos
realizaciones concretas y vinculadas de la gracia del Espíritu18.
La santidad del cristiano, en síntesis, es la realización de su vocación bautismal, que
se verifica como la «forma eucarística» que su vida asume bajo la acción del Espíritu. Con
razón el Papa llama a los santos «intérpretes de la verdadera piedad eucarística»19.
II – TIPOLOGÍA EUCARÍSTICA DE LA SANTIDAD
En base a estas consideraciones globales, un acercamiento a los rasgos
fundamentales de la teología eucarística nos permite descubrir que las modalidades
tradicionales – y por otra parte, siempre frescas – de la espiritualidad cristiana son
connaturales al Sacramento. Dibujemos, en este sentido, una tipología eucarística de la
santidad. En todo momento hay que ser conscientes de que nunca encontraremos en la vida
concreta de un bautizado la realización pura de una modalidad exclusiva de santidad. En
todo caso, queremos referirnos a ciertos acentos que la vivencia de la comunión con Cristo
marca como rasgos específicos del seguimiento del Maestro. Distintas facetas del misterio
eucarístico se relacionan, así, con modos privilegiados de vivir la santidad en la Iglesia.
Podemos mencionar, en primer lugar, dos modalidades dominantes: la santidad
contemplativa y la santidad oblativa.
a) Santidad contemplativaUna de los temas característicos de la teología de la Eucaristía es la presencia real
de Cristo en el Sacramento. De alguna manera, este misterio es la prolongación sacramental
del misterio cristológico de la Encarnación. El Papa lo recuerda: «La representación
sacramental en la Santa Misa del sacrificio de Cristo, coronado por su resurrección, implica
una presencia muy especial que se llama “real” ... ya que por ella ciertamente se hace
18 «La acción conjunta e inseparable del Hijo y del Espíritu Santo, que está en el origen de la Iglesia, de su constitución y de su permanencia, continúa en la Eucaristía. Bien consciente de ello es el autor de la Liturgia de Santiago: en la epíclesis de la anáfora se ruega a Dios Padre que envíe el Espíritu Santo sobre los fieles y sobre los dones, para que el cuerpo y la sangre de Cristo “sirvan a todos los que participan en ellos [...] a la santificación de las almas y los cuerpos”. La Iglesia es reforzada por el divino Paráclito a través la santificación eucarística de los fieles». EcEu 23.19 EcEu 62.
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La Eucaristía, fundamento e inspiración de los santos
presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro»20. La temática hunde sus raíces en la
shekinah veterotestamentaria y se realiza con toda fuerza en el Emmanuel (cf. Mt 1,23;
28,20), en el Verbo que pone su morada en medio de los hombres (cf. Jn 1,14). Ella
constituye, en la práctica eucarística, una invitación al reconocimiento de dicha presencia
en la fe y la adoración. Así lo reconoce el mismo Papa: «“Adoro te devote, latens Deitas”,
seguiremos cantando...»21.
Así, al misterio de la presencia real de Cristo en la Eucaristía corresponde una
espiritualidad contemplativa. Es la vivencia de tantas familias religiosas fundadas sobre la
idea de vivir en adoración permanente, asumiendo simbólicamente el rol de María, la
hermana de Marta, en el pasaje evangélico (cf. Lc 10,38-42). En muchas ocasiones, en
efecto, espiritualidad contemplativa se ha identificado con adoración eucarística. Con
frecuencia, esta adoración implica la participación en la oblatividad propia de la oración
como intercesión por el mundo o por los sacerdotes. Tal vez en esta misma línea cabría
profundizar aún más la dimensión de la santidad implicada en la oración litúrgica como la
viven, por ejemplo, las comunidades benedictinas.
Pero como ejemplos más directos quisiera remitirme al período de oro de la mística
española, que constituye también la matriz de la identidad católica mexicana. Ignacio de
Loyola, por ejemplo, que en sus Ejercicios quiere ni más ni menos que llevar al hombre a
una decisión radical de vida por Jesucristo, y que tiene, por ende, como único programa, la
santidad del ejercitando, invita en su estilo de meditación a implicar todos los sentidos, la
imaginación, la fantasía, la memoria, y en una palabra todo recurso que esté a la mano del
ser humano, incluyendo la afectividad, para volcarse en adoración contemplativa ante los
misterios de Jesucristo. Ello se trasluce también en su famosa oración eucarística, por
demás contemplativa en lo concreto de los signos:
«Anima Christi, sancrifica me. Corpus Christi, salva me. Sanguis Christi, inebria
me. Aqua lateris Christi, lava me. Passio Christi, conforta me. O bone Jesu, exaudi me:
Intra tua vulnera absconde me: Ne permittas me separari a te: Ab hoste maligno defende
me, In hora mortis meæ voca me, Et jube me venire ad te, Ut cum Sanctis tuis laudem te, In
sæcula sæculorum. Amen»22.20 EcEu 15.21 EcEu 15.22 IGNACIO DE LOYOLA, Exercicios Spirituales, Madrid 1962, 8.
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La Eucaristía, fundamento e inspiración de los santos
En un tenor distinto, según su propia personalidad, también la fe en el ámbito
simbólico de la noche tiene en Juan de la Cruz un toque eucarístico. En su Cantar de la
alma que se huelga de conoscer a Dios por fe, cuyo estribillo repite: «Que bien sé yo la
fonte que mana y corre, aunque es de noche», dice en sus últimas estrofas: «Aquesta eterna
fonte está escondida en este vivo pan por darnos vida aunque es de noche. Aquí se está
llamando a las criaturas y de esta agua se hartan, aunque a oscuras aunque es de noche.
Aquesta viva fuente que deseo en este pan de vida yo la veo, aunque es de noche»23.
Es posible, pues, del misterio de la encarnación del Verbo, que se prolonga
sacramentalmente en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, derivar una espiritualidad
y, por consiguiente, un modelo de santidad contemplativa.
b) Santidad martirialUn segundo modelo básico de espiritualidad cristiana puede descubrirse como
derivación del otro polo del misterio cristológico, el misterio pascual, que la Eucaristía
actualiza en su dimensión de memorial del sacrificio de Cristo. Hablando con sus discípulos
en la institución de la Eucaristía, nos recuerda el Papa, el Salvador «no afirmó solamente
que lo que les daba de comer y beber era su cuerpo y su sangre, sino que manifestó su valor
sacrificial, haciendo presente de modo sacramental su sacrificio, que cumpliría después en
la cruz algunas horas más tarde, para la salvación de todos»24. De esta realidad se desprende
que la Iglesia «esté llamada a ofrecerse también a sí misma unida al sacrificio de Cristo»25,
y en ella cada bautizado. De hecho, en ello consiste, según Lumen gentium, el ejercicio del
sacerdocio bautismal: «Participando del sacrificio eucarístico, fuente y cima de toda vida
cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y a sí mismos juntamente con ella; y así, tanto
por la oblación como por la sagrada comunión, todos toman parte activa en la acción
litúrgica, no confusamente, sino cada uno según su condición. Pero una vez saciados con el
cuerpo de Cristo en la asamblea sagrada, manifiestan concretamente la unidad del pueblo
de Dios aptamente significada y maravillosamente producida por este augustísimo
23 S. JUAN DE LA CRUZ, Obras completas, Burgos 1998, 63-64.24 EcEu 12.25 EcEu 13.
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La Eucaristía, fundamento e inspiración de los santos
sacramento»26. Es posible, pues, reconocer una espiritualidad oblativa, que se convierte en
un modelo de santidad martirial.
Son muchos los ejemplos que han vinculado el martirio a la vivencia eucarística.
Uno de los más antiguos nos remite a uno de los más amados y famosos santos eucarísticos
de la antigüedad cristiana, San Tarcisio, para cuya tumba el Papa Dámaso escribió en el
cementerio de Calixto: «...Cuando insana muchedumbre oprimía al santo Tarsicio, portador
de los sacramentos de Cristo, para que los divulgase ante los profanos, él prefirió dar herido
[por las piedras] la vida antes que traicionar a favor de perros rabiosos los miembros
celestiales»27. Cabría también pensar, por poner otro ejemplo en esta misma línea, y
añadiéndole la perspectiva del sacerdocio ministerial como configuración con Cristo
ofrenda, en la actitud plenamente eucarística del P. Pro en su dinamismo apostólico ante la
persecusión y su conciencia eucarística ante el martirio. Sin embargo, quisiera reservar su
mención para más adelante. Un último ejemplo, que no terminó con el martirio de sangre
pero que sin duda tuvo la peculiaridad de la oblación vivida personalmente, es la vivencia
del cardenal Van Thuan en la prisión, quien pudo escribir: «Amadísimo Jesús, esta noche,
en el fondo de mi celda, sin luz, sin ventana, calientísima, pienso con intensa nostalgia en
mi vida pastoral. Ocho años de obispo, en esa residencia, a sólo dos kilómetros de mi celda
de prisión, en la misma calle, sobre la misma playa... Oigo las olas del Pacífico, las
campanas de la catedral. -Antes celebraba con patena y cáliz dorados, ahora tu sangre está
en la palma de mi mano. -Antes recorría el mundo dando conferencias y reuniones, ahora
estoy recluido en una celda estrecha, sin ventana. -Antes iba a visitarte al tabernáculo,
ahora te llevo conmigo, día y noche, en mi bolsillo. -Antes celebraba la misa ante millares
de fieles, ahora en la oscuridad de la noche, dando la comunión por debajo de los
mosquiteros. -Antes predicaba los ejercicios espirituales a los sacerdotes, a los religiosos, a
los laicos... ahora un sacerdote, también él prisionero, me predica los Ejercicios de san
Ignacio a través de las grietas de la madera. -Antes daba la bendición solemne con el
Santísimo en la catedral, ahora hago la adoración eucarística cada noche a las 21 horas, en
silencio, cantando en voz baja el Tantum Ergo, la Salve Regina, y concluyendo con esta
breve oración: “Señor, ahora soy feliz de aceptar todo de tus manos: todas las tristezas, los
26 LG 11.27 J. SOLANO, Textos Eucarísticos Primitivos I. Hasta finales del siglo IV, Madrid 19963, 322.
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sufrimientos, las angustias, hasta mi misma muerte. Amén”. Soy feliz aquí, en esta celda,
donde crecen hongos blancos sobre mi estera de paja enmohecida, porque Tú estás
conmigo, porque Tú quieres que viva contigo. He hablado mucho en mi vida, ahora ya no
hablo. Es tu turno, Jesús, para hablarme. Te escucho: ¿qué me has susurrado? ¿Es un
sueño? Tú no me hablas del pasado, sino del presente. No me hablas de mis sufrimientos,
angustias... Tú me hablas de tus proyectos de mi misión»28.
De hecho, la fuerza desde la cual el obispo logró escribir tales palabras durante su
aislamiento en la prisión de Phú Khánh, en la fiesta del Santo Rosario de 1976, depende de
una conciencia de identificación martirial con Cristo: «Ofrezco la Misa junto con el Señor:
cuando distribuyo la comunión me doy a mí mismo junto al Señor para hacerme alimento
para todos. Esto quiere decir que estoy siempre al servicio de los demás. Cada vez que
ofrezco la misa tengo la oportunidad de extender las manos y de clavarme en la Cruz de
Jesús, de beber con Él el cáliz amargo. Todos los días al recitar y escuchar las palabras de
la consagración, confirmo con todo mi corazón y con toda mi alma un nuevo pacto, un
pacto eterno entre Jesús y yo, mediante su sangre mezclada con la mía»29.
Las dos modalidades hasta aquí mencionadas concentran, sin duda, las dos actitudes
fundamentales de la santidad cristiana: el reconocimiento adorante de la presencia y el
ofrecimiento sacrificial de la propia existencia. Ambas constituyen los polos del misterio
cristológico y las dimensiones más destacadas de la teología eucarística. Ambas proyectan
los dos estilos característicos de la espiritualidad cristiana: el contemplativo y el activo.
Pero desde ellas es posible aún profundizar aspectos del seguimiento de Cristo que
configuran eucarísticamente la santidad cristiana. Hablemos ahora de una santidad
apostólica, de una santidad profética, de una santidad caritativa y de una santidad en la vida
cotidiana.
c) Santidad apostólica
28 F.X. NIGUYEN VAN THUAN, Cinco panes y dos peces. Un gozoso testimonio de fe desde el sufrimiento en la cárcel, México 1998, 46-48.29 Ibid, 42-43.
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La Eucaristía, fundamento e inspiración de los santos
Entre los temas característicos de la teología eucarística se encuentra el de la
«institución». La Eucaristía se remite a un acto consciente y fundacional del Señor Jesús,
realizado en la Última Cena. En ese momento, «los Apóstoles, aceptando la invitación de
Jesús en el Cenáculo: “Tomad, comed... Bebed de ella todos...”, entraron por vez primera
en comunión sacramental con Él. Desde aquel momento, y hasta al final de los siglos, la
Iglesia se edifica a través de la comunión sacramental con el Hijo de Dios inmolado por
nosotros: “Haced esto en recuerdo mío...”»30.
La celebración eucarística es obediencia a una institución, a un encargo, a una
misión. Las palabras consagratorias terminan siempre con esta mención: «Haced esto en
conmemoración mía». Por ello se reconoce en la Última Cena no sólo la institución de la
Eucaristía, sino la institución, sobre los Doce, del ministerio sacerdotal. Se trata de un
encargo al que la Iglesia ha de mantenerse fiel, encargo que se ha de propagar y es también,
en este sentido, misionero. De este rasgo de la Eucaristía es posible derivar una
espiritualidad apostólica, en el doble sentido de institución jerárquica y de mandato
misionero.
Pasemos a los ejemplos. Ya insinué antes que el P. Pro podría muy bien ser
estudiado desde su conciencia eucarística en el martirio. Esta conciencia depende, si lo
observamos detenidamente, de su honda identidad sacerdotal. Diversos testimonios sobre
su vida insisten en la estricta devoción que manifestaba al momento de celebrar la
Eucaristía, que contrastaba, además, con su talante naturalmente bromista y aparentemente
superficial. Su celo apostólico con rasgos eucarísticos, dependiente siempre de su
obediencia religiosa, puede ser descubierta en esta carta que escribe a su provincial:
«Después de la partida del P. Ambía se me recargó el trabajo, pues a medida de mis fuerzas
me quedé con la feligresía de la Sagrada Familia. Antes de que las cosas se extremaran
más, tenía mis centros eucarísticos a donde iba todos los días a llevar la sagrada comunión,
que fluctuaban entre 300 a 400 diarias. Los primeros viernes aumentaban casi al triple y en
los tres primeros viernes que pude llevarla fueron de 900 a 1300 y del 1500 el último. Ya se
imaginará Ud. Lo que esto significa para un pobre curita, sin experiencia de trabajo de
confesiones. Muy caballero en una bicicleta de mi hermano, andaba desbocado por esas
30 EcEu 21.
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La Eucaristía, fundamento e inspiración de los santos
calles de Dios, en peligro próximo de la vida, pues los camiones de aquí son muy
atrabancados»31.
Sobre esta misma línea, resulta interesante observar su petición de que le permitan
mantener el apostolado en la persecusión: «Es mejor la obediencia que los sacrificios y por
eso no me he movido de donde estoy; con todo permítame decirle una cosa sin pretender en
nada criticar ni murmurar. La situación es muy delicada aquí, hay peligro para todo y sé
que Dios dice que nos ayudemos para que él nos ayude. Sin embargo, la gente está muy
necesitada de auxilios espirituales; de diario me llegan noticias de que muere la gente sin
sacramentos; no hay sacerdotes que afronten la situación, pues por obediencia o por miedo
están recluídos. Contribuir yo con mi granito de arena sería expuesto, si lo hiciera como
antes; pero con discreción y medida no me parece temerario. D. Carlos tiene un miedo muy
grande y cree siempre entre dos cosas la más pesimista. Yo creo que entre la temeridad y el
miedo hay un medio y que entre la extrema prudencia y el arrojo también lo hay. Ya he
indicado esto a D. Carlos pero él teme por mi vida. ¿Mi vida? ¿Pero qué es ella? ¿No sería
ganarla, si la diera por mis hermanos? Cierto es que no hay que darla tontamente, pero
¿para cuándo son los hijos de Loyola, si al primer fogonazo vuelven grupas? Y esto lo digo
no en general, pues hay sujetos que servirán mucho el día de mañana y conviene que se
conserven y se cuiden, pero... ¿tipos como yo? No es, Padre, humildad ni deseo de aparecer
como muy valiente. Es sólo el convencimiento que tengo delante de Dios de lo inútil que
yo soy y de lo poco que puedo valer y de que sería animar mucho a infinidad de gente,
sacerdotes y no sacerdotes, si no abandonásemos a nuestros hermanos hoy que tanto
necesitan los auxilios de la Iglesia»32.
De sus estaciones eucarísticas habla, con menos gravedad, a un hermano de
religión: «Tengo lo que llamo estaciones eucarísticas, a donde voy cada día a dar la
comunión, burlando la vigilancia de los cuicos, unos días en un sitio y otros en otro,
teniendo un promedio de 300 comuniones diarias. Y el ‘Primer Viernes’ tuve yo solo 650
Comuniones; el segundo ‘Primer Viernes’, 800, ¡y el tercero, 910!» Podemos reconocer
fácilmente que este fervor apostólico está en perfecta consonancia con el ulterior
31 A. DRAGÓN, S.J., Vida íntima del Padre Pro, México 19883, 138.32 Ib., 139-140.
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La Eucaristía, fundamento e inspiración de los santos
ofrecimiento de su propia vida al ser fusilado, cuando tuvo la gracia de «sacarse la
Lotería».
Cabe también a este propósito indicar, al menos brevemente, la figura peculiar de
san Juan María Vianney, el cura de Ars, cuyo apostolado estuvo también anclado en la
contemplación eucarística. «La espiritualidad sin complicaciones del santo está ahí,
simplemente formulada. “Todo está ahí, hijos míos”. E indicaba su invariable orientación
cuando repetíá: “¿Qué hace nuestro Señor en el tabernáculo? Nos espera”»33.
d) Santidad proféticaLa Eucaristía es un misterio. «“¡Misterio de la fe!”. Cuando el sacerdote pronuncia
o canta estas palabras, los presentes aclaman: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu
resurrección, ¡ven Señor Jesús!”»34. Ahora bien, «la participación en los santos Misterios
“es una verdadera confesión y memoria de que el Señor ha muerto y ha vuelto a la vida por
nosotros y para beneficio nuestro”»35.
Como misterio, que nos remite finalmente al misterio de Cristo, Verbo hecho
hombre para nuestra salvación, llegamos a una realidad que ha de ser reconocida,
proclamada, explicada, profundizada y enseñada; finalmente, ha de ser objeto de profesión
de fe, asumiendo el carácter público de la homología en la que se juega la salvación (cf. Mt
10,32-33). En este sentido, el misterio eucarístico puede llevarnos a reconocer una
espiritualidad y un modelo de santidad profética, en el que públicamente se proclama la
obra de Dios en Cristo, y que continúa, de alguna manera, la misma labor de anuncio y
enseñanza del Maestro.
Aquí podemos mencionar dos ejemplos: el predicador de la Eucaristía, el Doctor
Eucharisticus, san Juan Crisóstomo, y el teólogo de la Eucaristía, santo Tomás de Aquino.
El amor a la Eucaristía y la convicción de su valor mueve conmovedoramente al
«Boca de Oro» en su labor homilética, que quiere contagiar su propia certeza. El gran
predicador es, ante todo, un predicador eucarístico. Lo escuchamos: «Debemos pensar,
desde luego, al llegar a esa mesa sagrada, que está en ella el Señor del mundo; este
pensamiento no podrá menos de hacernos conocer la intención con que nos debemos
33 S.E.M. FOURREY, El Cura de Ars, Barcelona 1956, 26.34 EcEu 5.35 EcEu 14.
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La Eucaristía, fundamento e inspiración de los santos
acercar a esa mesa, la santidad de que debe estar adornada nuestra alma, y lo distantes y
alejados que nos debemos hallar del vicio, de la inmundicia, de los pensamientos malos y
de las acciones infames»36. Y en otro lugar: «Pero ya es, por fin, hora de llegar a esta
tremenda mesa. Por tanto, lleguemos con la templanza y vigilancia convenientes. Que no
haya en adelante ningún Judas, ningún malo, ninguno infestado con veneno, o hablando
con la boca de otras cosas o reteniendo en la mente otros pensamientos. Cristo está
presente, y el mismo que preparó la mesa, ahora la adorna. Porque no es el hombre el que
hace que las ofrendas lleguen a ser el cuerpo y sangre de Cristo, sino el mismo Cristo,
crucificado por nosotros. El sacerdote asiste llenando la figura de Cristo, pronunciando
aquellas palabras; pero la virtud y la gracia es de Dios»37.
De otro orden y otro tiempo, pero de la misma intensidad y convicción, es el
testimonio del Doctor Angélico. Santo Tomás no sólo escribió, como es sabido, de manera
magnífica, sobre el misterio eucarístico a nivel teológico, sino que extendió su reflexión al
orden poético, que fue incorporado como el oficio litúrgico de la adoración eucarística. De
su síntesis teológica podemos leer: «El Hijo único de Dios, queriendo hacernos partícipes
de su divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que, hecho hombre, divinizase a los
hombres. Además, entregó por nuestra salvación todo cuanto tomó de nosotros. Porque, por
nuestra reconciliación, ofreció, sobre el altar de la cruz, su cuerpo como víctima a Dios, su
Padre, y derramó su sangre como precio de nuestra libertad y como baño sagrado que nos
lava, para que fuésemos liberados de una miserable esclavitud y purificados de todos
nuestros pecados. Pero, a fin de que guardásemos por siempre jamás en nosotros la
memoria de tan gran beneficio, dejó a los fieles, bajo la apariencia de pan y de vino, su
cuerpo, para que fuese nuestro alimento, y su sangre, para que fuese nuestra bebida. ¡Oh
banquete precioso y admirable, banquete saludable y lleno de toda suavidad! ¿Qué puede
haber, en efecto, de más precioso que este banquete en el cual no se nos ofrece, para comer,
la carne de becerros o de machos cabríos, como se hacía antiguamente, bajo la ley, sino al
mismo Cristo, verdadero Dios? No hay ningún sacramento más saludable que éste, pues por
él se borran los pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de
36 Homilía 6, n. 4, tomada de J. SOLANO, Textos eucarísticos primitivos, I. Hasta finales del siglo IV, Madrid 19963, 535.37 Homilía 1, n. 6, tomada de J. SOLANO, Textos eucarísticos primitivos, I. Hasta finales del siglo IV, Madrid 19963, 480-481.
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La Eucaristía, fundamento e inspiración de los santos
todos los dones espirituales. Se ofrece, en la Iglesia, por los vivos y por los difuntos, para
que a todos aproveche, ya que ha sido establecido para la salvación de todos. Finalmente,
nadie es capaz de expresar la suavidad de este sacramento, en el cual gustamos la suavidad
espiritual en su misma fuente y celebramos la memoria del inmenso y sublime amor que
Cristo mostró en su pasión. Por eso, para que la inmensidad de este amor se imprimiese
más profundamente en el corazón de los fieles, en la última cena, cuando después de
celebrar la Pascua con sus discípulos iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó
este sacramento como el memorial perenne de su pasión, como el cumplimiento de las
antiguas figuras y la más maravillosa de sus obras; y lo dejó a los suyos como singular
consuelo en las tristezas de su ausencia»38.
e) Santidad caritativaSi el modelo profético de santidad nos conecta con Cristo como Maestro, en cuanto
incorpora la propia expresividad para confirmar su palabra, un modelo complementario lo
podemos reconocer en la orientación derivada de la acción de Cristo. De hecho, palabra y
acción realizan el sacramento. Un gesto, también profético, acompañó según el evangelio
de San Juan el momento convivial que fue el preámbulo de la pasión del Señor: el lavatorio
de pies. «También por eso el Señor ha querido quedarse con nosotros en la Eucaristía,
grabando en esta presencia sacrificial y convival la promesa de una humanidad renovada
por su amor. Es significativo que el Evangelio de Juan, allí donde los Sinópticos narran la
institución de la Eucaristía, propone, ilustrando así su sentido profundo, el relato del
“lavatorio de los pies”, en el cual Jesús se hace maestro de comunión y servicio»39.
Si ritualmente este gesto se repite únicamente en la celebración del Jueves Santo, lo
cierto es que marca la clave de interpretación de toda la Eucaristía. La Tradición con san
Agustín ha repetido insistentemente que el sacramento es un vinculum charitatis40. Como
expresión efectiva de la oblatividad encontrada en la Eucaristía, el cristiano reconoce el
encargo que recibe de vivir el amor concreto por los hermanos. A este respecto, resulta
38 Op. 57. Este fragmento lo encontramos como Segunda Lectura del Oficio de Lectura de la Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo.39 EcEu 20.40 Cf. Comentario al Evangelio de San Juan, 26,13.
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La Eucaristía, fundamento e inspiración de los santos
interesante destacar que esta oblatividad de amor no se separa de la dimensión
contemplativa, sino que encuentra en ella su razón de ser.
Un ejemplo que para nosotros, «hombres modernos», resulta definitivo y arrollador
es el de la beata Teresa de Calcuta. Tal vez la muestra más notable de caridad en nuestro
tiempo, la pequeña y frágil hermana afirmó siempre haber tomado fuerzas para sus jornadas
imposibles precisamente de su insustituible hora de adoración del Santísimo Sacramento.
Dice, en efecto: «Cuando miramos al tabernáculo nos damos cuenta de todo lo que Jesús
nos ha amado a cada uno de nosotros. Sabemos que se convirtió en pan de vida para que
nos pudiésemos amar los unos a los otros. Cristo se convirtió en pan vivo para mostrarnos
ese amor y para brindarnos una ocasión de dar muestras del mismo amor, amándonos unos
a otros»41. Esta fuerza es, al mismo tiempo, de modo quasi-sacramental, la clave de
interpretación del propio servicio de amor. «Habéis visto en la misa – decía la madre a sus
religiosas – con qué delicadeza el sacerdote tocaba a Jesús bajo las apariencias de pan.
Haced también vosotras lo mismo con Jesús bajo el disfraz de los cuerpos rotos de los
Pobres». Y a su regreso, una religiosa recién llegada, sonriendo, aseguró que durante tres
horas había estado tocando el cuerpo de Cristo: «Nada más llegar nosotras, trajeron a un
hombre que había caído en una alcantarilla y que había permanecido allí durante algún
tiempo. Estaba cubierto de heridas, de suciedad y de parásitos. Me tocó limpiarlo. Fui
consciente de estar tocando el cuerpo de Cristo»42. Esta convicción se convierte en un
modelo de espiritualidad y de santidad, y en un programa de vida religiosa: «Para ser
capaces de hacer esto, para poder llevar a cabo una vida tal, toda Misionera de la Caridad
ha de tener una vida impregnada en la Eucaristía. En la Eucaristía vemos a Cristo bajo las
apariencias de pan, mientras en los pobres lo vemos bajo la semejanza dolorida de la
pobreza. La Eucaristía y el pobre no son más que un mismo amor. Para ser capaces de ver,
para ser capaces de amar, tenemos necesidad de una profunda unidad con Cristo, de una
oración intensa. Por eso las Hermanas empiezan su jornada con la misa, la Santa
Comunión, la meditación. Y la cerramos con una hora de adoración al Santísimo. Esta
unión eucarística constituye nuestra fuerza, nuestra alegría y nuestro amor»43.
41 MADRE TERESA DE CALCUTA, Ver Amar Servir a Cristo en los Pobres, Madrid 1991, 5242 Ibid., 170-171.43 MADRE TERESA DE CALCUTA, Seremos juzgados sobre el amor, Madrid 19843,, 42.
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La Eucaristía, fundamento e inspiración de los santos
f) Santidad en la vida cotidianaEl heroísmo de la santidad cristiana puede, en algunos casos, amedrentar al hombre
común. Grande es, en efecto, la vocación cristiana a la santidad. Sin embargo, en ningún
momento se ha pretendido que se trate de algo inalcanzable para la mayor parte de los seres
humanos. La grandeza del cristianismo consiste en su pretensión de dirigirse al hombre en
los espacios cotidianos de su realización personal.
A este propósito quisiera destacar una dimensión de la Eucaristía tal vez demasiado
simple para ser percibida en toda su belleza. La Eucaristía se nos presenta como alimento
cotidiano. Es «nuestro pan de cada día», por aplicarle la expresión del Padre nuestro. La
Eucaristía es un banquete, al mismo tiempo sencillo y festivo, cotidiano y extraordinario.
«La eficacia salvífica del sacrificio – nos recuerda el Papa – se realiza plenamente
cuando se comulga recibiendo el cuerpo y la sangre del Señor. Recordemos sus palabras:
“Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que
me coma vivirá por mí”»44. Así, «la Eucaristía es verdadero banquete, en el cual Cristo se
ofrece como alimento. Precisamente por eso, es conveniente cultivar en el ánimo el deseo
constante del Sacramento eucarístico»45.
Al asumir el dinamismo de un banquete en la institución de la Eucaristía, Cristo
retomó al mismo tiempo un elemento de su enseñanza – el Reino como un banquete – y de
su acción – el sentarse a la mesa con sus pecadores –. Alimentarse es uno de los elementos
más ordinarios y a la vez fundamentales de la existencia humana; hacerlo en común, uno de
los más nobles. La Eucaristía – y la espiritualidad y la santidad cristiana – se viven en las
coordenadas elementales de la vida humana. La Eucaristía como banquete común nos
conduce al necesario ritmo cotidiano de nutrición en el cual se juega la santidad cristiana.
De hecho, nuestro tiempo ha reconocido el valor singular de la santidad secular, de la
vivencia heróica de las virtudes cristianas en el contexto de la cotidianeidad. Esto no es, en
realidad, algo novedoso, sino lo más original de la pretensión cristiana.
Los ejemplos sobre este aspecto son innumerables, y en muchos casos
contemporáneos. Cabría pensar de manera peculiar en ejemplos de santidad laical, y en
tantos acercamientos al deseo y a la necesidad de comer el pan eucarístico, de nutrirse con
44 EcEu 16.45 EcEu 34.
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La Eucaristía, fundamento e inspiración de los santos
él y de hacerse uno con el Señor presente en el Sacramento. Preferiré, sin embargo, a este
propósito, remitirme a quien es considerado santo eucarístico de particular relevancia: San
Pascual Bailón46. Antes de su entrada como hermano franciscano ya era conocido como
pastor por su devoción a la Eucaristía y su emoción al escuchar las campanas que
anunciaban la celebración. Curiosamente, reconoce que por torpeza no fue mártir de la
Eucaristía: habiéndosele acercado un hereje a preguntarle dónde está Dios, él contestó que
en el cielo, y luego se lamentaba de no haber dicho que en la Eucaristía, para ser
martirizado. Lo cierto es que en las más humildes labores pudo mantener la Eucaristía
como su alimento. Síntesis de ello en su vida – más bien monótona, según sus biógrafos, si
se buscan peripecias o actos extraordinarios – fue el momento de su muerte, que coincidió,
según se narra, con el momento en que sonó la campana del templo a lo lejos indicando la
elevación. No hay mejor momento para la muerte de quien se ha alimentado en su vida
ordinaria del pan eucarístico.
Ahora bien, la vinculación de la Eucaristía a la vida cotidiana como alimento nos
remite aún a otro elemento: el cristiano vive una espiritualidad del Reino. El pan cotidiano
es, también, prenda de vida eterna. Todo santo es, finalmente, testigo del Reino anunciado
y realizado por Cristo. En este sentido, la vida presente es testimonio de una vida futura,
sobre la que se da testimonio y desde la cual se alimenta la esperanza cristiana. El cristiano
vive ambos elementos en una fecunda tensión. Por una parte, el cristiano es memoria viva
del futuro definitivo que se espera: «La Eucaristía es tensión hacia la meta, pregustar el
gozo pleno prometido por Cristo; es, en cierto sentido, anticipación del Paraíso y “prenda
de la gloria futura”»47. Ello no significa, sin embargo, enajenación, porque, precisamente
debido a dicha esperanza, la vida completa del cristiano queda orientada en razón de su fin:
«Una consecuencia significativa de la tensión escatológica propia de la Eucaristía es que da
impulso a nuestro camino histórico, poniendo una semilla de viva esperanza en la
dedicación cotidiana de cada uno a sus propias tareas. ... Eso no debilita, sino que más bien
estimula nuestro sentido de responsabilidad respecto a la tierra presente»48.
46 Cf. para lo siguiente J. ARRATÍBEL, «San Pascual Bailón», en Año Cristiano II, Madrid 1959, 400-406.47 EcEu 18.48 EcEu 20.
20
La Eucaristía, fundamento e inspiración de los santos
Este enfoque puede ser, a mi manera de ver, la orientación fundamental que tome el
programa de santidad que el Papa ha invitado a realizar en el nuevo milenio. Esperemos
que los ejemplos, cada vez más nutridos, de la vivencia eucarística, sean los que nos den los
santos que ahora se encuentran en proceso de canonización. Y con ello no me refiero a
aquellos cuyas causas han sido introducidas en la Iglesia, sino a los cristianos que viven aún
hoy y realizan, en su tiempo y espacio, la vocación de santidad que han recibido por su
bautismo y alimentan en la Eucaristía.
Que ellos puedan escuchar y vibrar, conscientes de su identidad y misión, con aquel
bello epitafio de la antigüedad cristiana, cuyo autor, en referencia a Cristo, el Pez salvífico,
se reconocía nutrido y conformado con la Eucaristía: «Raza divina del pez celeste, conserva
un corazón santo, habiendo recibido entre los mortales la fuente inmortal de aguas divinas.
Da vigor a tu alma, querido, con las aguas perennes de la enriquecedora sabiduría. Recibe
el alimento, dulce como la miel, del Salvador de los Santos, come con avidez, teniendo el
pez en tus manos. Que yo me sacie, pues, con el pez; lo deseo ardientemente, Señor
Salvador. Que descanse felizmente mi madre, te suplico, oh luz de los muertos. Ascandio,
padre carísimo de mi alma, con mi dulce madre y mis hermanos, en la paz del pez,
acuérdate de tu Pectorio»49.
CONCLUSIÓN: MARÍA, MUJER EUCARÍSTICA
Ha sorprendido a algunos y conmovido a muchos la reflexión que el Santo Padre
hizo sobre María como «mujer eucarística» al final de su Encíclica sobre la Eucaristía.
Personalmente, recuerdo que durante el Congreso de Mariología que tuvimos como
preparación a la Canonización de Juan Diego en la Arquidiócesis de México, me había
cautivado la idea de algunos conferencistas de reconocer en el Magnificat un canto
eucarístico50. Para sorpresa mía, la misma idea vino a aparecer en Ecclesia de Eucharistia.
En ese mismo período, una consagrada me comentó las dificultades que ha tenido su
movimiento para que se acepte la advocación mariana: «María Madre de la Eucaristía». La
49 «Epitafio de Pectorio», tomado de J. SOLANO, Textos Eucarísticos Primitivos I. Hasta finales del siglo IV, Madrid 19963, 84-87.50 Cf. María en la fe y en la vida del pueblo mexicano. Congreso Nacional de Mariología. Actas del Simposio celebrado con ocasión de la canonización del Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin, México 2002.
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La Eucaristía, fundamento e inspiración de los santos
discusión del problema lingüístico parece remitirnos al Concilio de Éfeso. Pero por encima
del problema terminológico, cabe en nuestro contexto mostrar la consonancia que aparece
en estas intuiciones con el planteamiento fundamental del Papa al señalar a María como
«mujer eucarística»51. Creo que con ello se confirma, como conclusión, la tesis fundamental
que hemos expuesto. Porque María es, de alguna manera, síntesis de los modelos de
santidad. Las virtudes cristianas parecen estar todas en ella, como lo ha pronunciado en más
de una ocasión la devoción cristiana y lo expresan también las letanías marianas.
Ahora bien, no está en discusión la santidad de María, sino su referencia a la
Eucaristía. El recurso histórico aquí resulta insuficiente. No es necesario entrar a la cuestión
del modo como María pudo estar presente en las primeras celebraciones de la fracción del
pan. El Papa alude a ello en su Encíclica52. Tampoco es necesario recordar aquí las
representaciones artísticas que han dibujado a María adorando al Santísimo Sacramento o
recibiendo el cuerpo del Señor en comunión.
En realidad, la vinculación de María, santa María, con la Eucaristía, se ha
encontrado en un nivel más profundo. La dinámica general de la espiritualidad y la santidad
cristiana, que hemos descrito en nuestros modelos, se concentra de modo eminente en la
santidad de María. La santidad es, ante todo, capacidad de acoger el don divino y ofrecer la
propia existencia en referencia al mismo don y configurándose con él. En su Encíclica, el
Papa nos invita a proclamar teológicamente que el cuerpo eucarístico es el cuerpo nacido de
María Virgen. Ello nos lleva a una conclusión admirable: reconocer que el fiat de María es
la síntesis de la santidad, que tiene forma eucarística – la del «Amén» del cristiano que
comulga – y explota como júbilo en el Magnificat. Si María como instrumento activo de la
encarnación es por excelencia santa, es lógico que la expresión de su santidad concuerde
con las características de la Eucaristía. «Puesto que el Magnificat expresa la espiritualidad
de María, nada nos ayuda a vivir mejor el Misterio eucarístico que esta espiritualidad. ¡La
Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como la de María, toda ella un
magnificat!»53.
Tal afirmación parece ser la última demostración de que la Eucaristía no sólo inspira
y alimenta al santo, sino que posee virtualmente la forma de la santidad, y que toda 51 EcEu cap. VI.52 EcEu 53.53 EcEu 58.
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La Eucaristía, fundamento e inspiración de los santos
espiritualidad cristiana nos remite a la Eucaristía. Por ello podemos concluir: «No hay
peligro en exagerar en la consideración de este misterio, porque “en este Sacramento se
resume todo el misterio de nuestra salvación”»54.
54 EcEu 61, citando a S. TOMÁS DE AQUINO, STh III, 83, 4.
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