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La experiencia de Dios en el B. Francisco Palan y Quer DANIEL DE PABLO MAROTO Universidad Pontificia de Salamanca Es tema central en la vida y doctrina del B. Francisco Palau, aunque todavía no estudiado por la urgencia de tratar otros aparentemente más importantes. Pero, como en todos los gran- des espirituales, el Dios de la fe es lo único que da sentido a su vida. Vale la pena ahondar en él. Lo trataré desde la dimensión de la «experiencia», porque me parece el modo más válido. Palau no es teólogo haciendo síntesis de los tratados dogmáticos, préstamos de autores malamente aprendidos en su juventud, sino hablando de su experiencia de Dios. Trataré, por tanto, de articular esa dimensión vitalista, existencial de la fe, 10 ver- daderamente original en él, es decir, las resonancias y las inci- dencias que en su vida tiene el Dios existente y trascendente, realidad fuera de sí, pero que da sentido a su vida. Me parece incorrecto decir que el tema central en la teología palautiana es la Iglesia. Es una verdad parcial, porque la Iglesia tiene sentido sólo desde la Trinidad, desde Dios Padre que la dibuja en la eternidad, Dios Hijo que la funda en la historia y de la que es Cabeza, y Dios Espíritu Santo que la anima. Todo lo que dice, 10 que ama, 10 que hace como servicio a la Iglesia, tiene sentido sólo desde una fe honda, simple, visceral en Dios. Otra cosa es la formulación literaria, a veces engañosa. Vamos a ensayar, por tanto, una teología de la experiencia de Dios, omnipresente en su pensar y quehacer 1. I Aunque acaban de aparecer las Obras selectas del P. Francisco Pa- lau, Burgos, El Monte Cal'melo, 1988, 918 pp., al no ser «completas» uti- REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 47 (1988), 427-456.

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La experiencia de Dios en el B. Francisco Palan y Quer DANIEL DE PABLO MAROTO

Universidad Pontificia de Salamanca

Es tema central en la vida y doctrina del B. Francisco Palau, aunque todavía no estudiado por la urgencia de tratar otros aparentemente más importantes. Pero, como en todos los gran­des espirituales, el Dios de la fe es lo único que da sentido a su vida. Vale la pena ahondar en él. Lo trataré desde la dimensión de la «experiencia», porque me parece el modo más válido. Palau no es teólogo haciendo síntesis de los tratados dogmáticos, préstamos de autores malamente aprendidos en su juventud, sino hablando de su experiencia de Dios. Trataré, por tanto, de articular esa dimensión vitalista, existencial de la fe, 10 ver­daderamente original en él, es decir, las resonancias y las inci­dencias que en su vida tiene el Dios existente y trascendente, realidad fuera de sí, pero que da sentido a su vida.

Me parece incorrecto decir que el tema central en la teología palautiana es la Iglesia. Es una verdad parcial, porque la Iglesia tiene sentido sólo desde la Trinidad, desde Dios Padre que la dibuja en la eternidad, Dios Hijo que la funda en la historia y de la que es Cabeza, y Dios Espíritu Santo que la anima. Todo lo que dice, 10 que ama, 10 que hace como servicio a la Iglesia, tiene sentido sólo desde una fe honda, simple, visceral en Dios. Otra cosa es la formulación literaria, a veces engañosa. Vamos a ensayar, por tanto, una teología de la experiencia de Dios, omnipresente en su pensar y quehacer 1.

I Aunque acaban de aparecer las Obras selectas del P. Francisco Pa­lau, Burgos, El Monte Cal'melo, 1988, 918 pp., al no ser «completas» uti-

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 47 (1988), 427-456.

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I. EL DIOS DE LA JUSTICIA y LA MISERICORDIA

Sería improcedente forzar el esquema completo de un trata­do sobre Dios en la obra de Palau. Ni él lo pretendió ni se encuentra en su teología, que podríamos llamar «funcional», es decir, creencia y afirmación de Dios -más que reflexión desde la fe- para dar sentido a una vida, a unos compromisos como hombre y como creyente 2.

Una de las dimensiones de Dios más desarrolladas es la de la justicia, muy del gusto de la época y muy en consonancia con su ministerio pastoral de «misionero», de predicador y mOl'ali­zador de la sociedad. Refleja también en sus reflexiones una experiencia personal amarga que le ha marcado inexorablemente. Es tributario de una cultura -o mejor, de una incultura teológi­ca- y de un siglo revolucionario generador de cambios y caos. Desde esa experiencia negativa y con una base bíblica insuficien­te y parcialmente utilizada lee los acontecimientos de su siglo

lizo las siguientes ediciones modernas (entre paréntesis el año de la edición original, si la tiene): Lucha del alma con Dios (1843, 1869), Roma, 1981. La vida solitaria, Roma, 1976. Catecismo de las virtudes (1852), Roma, 1977. La escuela de la virtud vindicada (1859), Roma, 1979. Mes de María, o Flores del mes de mayo (1862), Roma, 1981. La Iglesia de Dios figurada por el Espíritu Santo en los libros sagrados (1865), Roma, 1976 (edición fotostática). Mis relaciones con la Iglesia, Roma, 1977. Cartas, Roma, 1982. El Ermitaño (periódico semanal 1868-1873), Roma, 1981 (edición fotostática, 2 vols.). Las citamos así: Lucha, Vida, Catecismo, Escuela, Flores, Iglesia, Relaciones, Ermitaño, seguido de la página. En Cartas, número de la carta, destinatario, fecha y página.

2 En varias ocasiones expresó su fe en Dios en credos breves, urgido por las circunstancias o por razones pedagógicas o apologéticas. Cfr. en Catecismo, pp. 113-114. Escuela, pp. 127-128. Ermitaño, n. 28 (13-V-69), pp. 1-2 (respuesta a la «sesi6n de las blasfemias» en las Cortes españo­las). Otros credos (sobre la Iglesia, el demonio, el exorcistado) se en­cuentran en Relaciones y Ermitaño. En cuanto a su credo politico, '1'eafir­mado con frecuencia, es claramente carlista, antiliberal, pero se trata de una «política religiosa» o «política de Dios», como él dice. No milit6 en ningún partido, 1'espet6 todas las formas de gobierno, no quiso etiquetar de «cristiano» ningún partido, pero suspira por un gobierno cristiano que re cristianice España. Orientaciones sobre el tema: Escuela, pp. 127-137. Ermitaño, n. 10 (7-1-69), p. 2; n. 13 (28-1-69), p. 3; n. 15 (11-II-69), pp. 2-3; n. 18 (4-IlI-69), p. 3; n. 25 (22-IV-69), p. 3; n. 39 (29-VII-69), p. 4; n. 73 (24-IlI-70), pp. 2-4, etc. Palau pensaba que Carlos VII podría conseguir el trono en caso de ser «el elegido» por Dios para combatir al Anticristo. Ese es el punto más importante de su «política»: cfr. Ermi­taño, n. 10, citado, p. 2; n. 25, citado, p. 3; n. 36 (8-VII-69); n. 39 (29-VII-69), p. 4; n. 41 (12-VIII-69), pp. 1-2; n. 42 (19-VIII-69), p. 2; así continúa hasta la muerte, cfr., por ejemplo, n. 172 (22-Il-72), p. 4.

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y deduce tesis universales como aprendiz de teólogo de la histo­ria. No nos interesa ahora juzgar a Palan como tal ni como exegeta, sino seguirle en sus planteamientos teológicos sobre el Dios de la justicia, que termina siendo el Dios de la misericordia.

Joven todavía y víctima de dos graves injusticias -exclaus­tración violenta en 1835 y exilio en Francia a partir de 1840-, habiendo sufrido, además, en su carne los horrores de la guerra carlista (1833-1840), en la soledad de un improvisado «desierto» carmelitano no lejos de Montauban (Francia), se enfrascó en unas meditaciones sobre la situación y el porvenir de su patria, mate­rial y espiritualmente destruida. Fl'llto de aquellas reflexiones es el libro Lucha del alrna con Dios, obra en la que con vigor teo­lógico expresa ]a tesis del Dios justo y misericordioso, Juez que se transfigura en Padre.

1. El Dios juez que castiga los pecados de los hombres

Palau arranca de un hecho empírico: España, en el siglo XIX,

está sufriendo calamidades temporales y espirituales. Entre las «temporales» están «las sequías, las malas cosechas, los pedris­cos, la langosta, la peste, el hambre, la guerra ... Otros muchos hay, como los terremotos, fríos y calores excesivos, tempestades en el mar, inundaciones de ríos, etc.» 3. Entre las «espirituales» especifica, referidos a España, los desastres que han acontecido en su siglo. «y ahora -pregunta-, ¿cuántos de tus santuarios vemos desiertos, profanados y robados?; ¿cuántos se hallan COll­

vertidos en establos para los caballos, en teatros mundanos, en cuarteles para soldados y en habitación de mujeres públicas y abandonadas?; ¿cuántos han sido pasto de las llamas y tumba de sus santos moradores?; ¿cuántos otros ha arrasado el martillo destructor? .. Vemos desaparecer de tus caminos y de tus calles los innumerables monumentos que acreditaban tu piedad, y en su lugar se ha erigido el símbolo de la libertad impía, de la li­bertad de pecar, de la libertad de vivir entregado sin freno al desorden de sus pasiones y apartado de Dios» 4.

3 Lucha, p. 85. Comenta a continuaci6nque «apenas hacen caso las gentes. ni los miran como castigos, sino como efectos naturales; pero la verdad es que todos ellos son azotes de Dios». lb., p. 85.

4 Lucha, p. 90. Todo el tratamiento de los «males de España», pp. 84-93 Y 120·125. . ..

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Para Palau no cabe duda que todos estos hechos tienen una explicación bíblica y teológica: son ocasionados por los pecados del pueblo cristiano, como castigo de Dios, pecados que él des­cribe en una prosa apocalíptica sugestiva y evocadora: «La ini­quidad de España se me representa a veces como una montaña negra, hedionda, abominable, pestilencial y tan extensa que abra­za a toda la nación ... Otras veces, la iniquidad de España se me presenta a manera de un mar alborotado que rompiendo los di­ques inunda todo el territorio español y arrebata con furia a to­dos los españoles, a excepción de un corto número que ha podido salvarse en la navecilla de Pedro» 5.

Puesto el crimen, viene el castigo, según una inexorable ley de justicia humana aplicada antropomórfica mente a la divinidad. «Los espirituales son castigos de ira -escribe-, de indignación y de furor. Son los verdaderos efectos de la cólera de un Dios que aparta de sí al pecador obstinado» 6. «El cisma -escribe también- abraza todos los castigos que Dios puede enviar a una nación sobre la tierra» 7. «Usted ve -le dice a su discípula Teófila- cómo el pueblo ha pecado y peca ... ; ahí está, pues, la causa de los males que le oprimen y le oprimirán. Con sus pecados, como ya le hice observar, pierde el pueblo español el derecho a la gloria y a poseer la religión, que es el medio para obtenerla» a.

Pero hay más todavía: la justicia de Dios no es arbitraria, porque se rige por leyes que él mismo reveló, usó en el pasado, y que Palau recuerda, junto con ejemplos tomados de la Escri· tura y de la historia de la Iglesia 9.

5 Lucha, pp. 93-94. Allí mismo especificados los «pecados», y Lucha, pp. 255-263 Y 308-309.

6 Lucha, p. 86. 7 Lucha, p. 92. 8 Lucha, p. 95. «La nación peca y, por lo mismo, pierde los derechos

a poseer la religión». lb., p. 120. 9 Cfr. código penal citado del Lev 26; Dt 28 y 30, junto con otros

textos del Antiguo y Nuevo Testamento: pp. 97-126. Curiosa interpreta­ción de las iglesias africanas caídas bajo el Islam, y las griegas bajo el cisma. lb., pp. 117-119. Según él, el pueblo cristiano es más ingrato que el judío, mahometano, cismático e infieles: Vida, pp. 25 y 34. Todos los «castigos», por cierto, lista no completa, pero fiel: Lucha, pp. 119-125. El tema de los castigos divinos es frecuente en Ermitaño. Cfr. referencias citadas en nota 71 de este estudio. .

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2. El Dios que exige reparación

Pero si grandes son los males y castigos, mayor es la miseri­cordia, y el hombre que los provocó puede remediarlos con la ayuda divina. Por eso, almas escogidas, conscientes de los delitos del pueblo, tendrán que «luchar con Dios», contra su voluntad, que envía los castigos como medicina. Con sacrificio y oración procurará cambiar la voluntad justiciera de Dios en amor mise­ricordioso lO,

El libro Lucha del alma con Dios, que en su primera parte es una interpretación teológica de la historia de España, se trans­forma en un «método de oración» para salvada de la destnlc" ción. Sostiene el autol' repetida y cansinamente que «la oración, las plegarias o rogativas son el único remedio que queda a Es­paña en los males que llora» 11. Cmiosa empresa la de luchar con Dios para desarmar su mano vengadora, su ceño airado por las injurias de los hombres. No deja de admirar la capacidad creadora de Palan para escenificar la tesis teológica en una ver­dadera pieza de teatro, en un auto sacramental, especie de esca­tología anticipada. Ante el trono de Dios comparecerán el acu­sador, Satán, Jos abogados defensores, el alma orante y toda la constelación de la Iglesia triunfante en una manifestación de la comunión de los santos. La causa que se juzga es la salvación o la condenación de España. Nada nuevo, por supuesto, pero no le falta ingenio y soporte bíblico y teológico.

Palau sabe por experiencia que Dios no sólo ni principal­mente es Juez, sino Padre misericordioso. Por eso el alma O1'ante no debe desesperar por los pecados del pueblo, ni por las leyes penales ni por los supuestos castigos divinos. Tiene que abrirse a la esperanza 12. Dentro de esta dinámica de la confianza, apela a la oración como medio para volver a Dios propicio, ora­ción hecha «debidamente», oración vicaria, de carácter eclesial, hecha por el pequeño grupo en favor de la inmensa mayorí~ que no quiere o no puede hacerla. «Cuando un alma ora por la Iglesia -escribe-, ora en nombre de la Iglesia» 13. Pero el alma ora «debidamente» cuando es movida por la Santísima Trinidad:

10 Cfr. planteamiento en Lucha, pp. 28-36. 11 Lucha, p. 134 Y otros muchos lugares del libro. 12 Lucha, pp. 92 Y 126-127. 13 Lucha, p. 152.

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«Los médicos de la madre espiritual de usted -sentencia- no son otros que el Padre Eterno y su Unigénito Hijo, y su medi­cina, la oración en virtud del Espíritu Santo» 14. Cristo parece que duerme en la barca de la Iglesia, pero está esperando que le digamos: «¡Señor, sálvanos! » 15. Y el Espíritu Santo inspira la oración del orante para que ore «debidamente» dirigiéndola al Padre y al Hijo. Por eso es eficaz. De hecho, Lucha es un méto­do para que el alma ore como debe 16. Por otra parte, si el alma ora en nombre de la Iglesia, lo hace en nombre de Cristo, cabeza de la misma, y del Espíritu, su alma 17.

Para que todo esto tenga sentido, la oración cristiana tiene que ser un «trato íntimo, amigable y familiar que el hombre tiene con Dios», como la define Palau, en la más pl11'a tradición teresiana 18; oración de petición en la que el hombre reconoce a Dios «como autor de todos los bienes», en un verdadero ejer­cicio de teologalídad 19.

El tema de la oración vicaria está ampliamente desarrollado con el apoyo de la Escritura y de la historia de la Iglesia. Tiene un recuerdo especial para Santa Teresa de Jesús y su acción en beneficio de España con la reforma del Carmelo -estableciendo cierto paralelismo entre Lucha y Camino de perfección, sin pre­tenderlo-, lo que le da pie para soñar con una «asociación» de almas Ql'antes, primeros gérmenes de su futura congregación religiosa 20. El alma orante de Lucha., prototipo de todas las almas Ql'antes, de los pequeños grupos de oración y símbolo de la Iglesia orante, es la «esposa de Cristo», la «hija de la Iglesia», y como tal se atreverá a acceder al tribunal de Dios para inter­ceder por su madre, la Iglesia española 21.

Pero no «negociará» sola la salvación de España porque encontrará en la Iglesia triunfante colaboradores muy eficaces: la Virgen María, San José, todos los ángeles y santos 22. Y lo que es más importante, el alma-esposa culminará su oración de

14 Lucha, p. 55. 15 Lucha, pp. 41-42. 16 Lucha, pp. 51-53, 62. 65, 139, 148-149, 166, etc. 17 Lucha, pp. 243-244. !8 Catecismo, p. 65, 19 Catecismo, p. 65. 20 Lucha, pp. 134-158 Y 196-197. 21 Títulos frecuentes en las conferencias 4," y 5," Lucha, pp. 167-300. 2Z Lucha, pp. 187-198, 217-232, 251-255 Y 298-300.

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petición y misericordia ofreciendo al Padre la Ul11ca oblación válida: la de Cristo en la cruz, repetida en la celebración de la Eucaristía, El autor dedica páginas de antología en las que se combinan la clara afirmación dogmática de la Eucaristía como «sacrificio» de Cristo, principal oferente, la integración de la oración litúrgica en la oración personal, la oración individual y la eclesial, el seguimiento de la celebración eucarística con la memoria de los distintos «pasos» de la Pasión, con especialrefe­rencia al «caso» español C01110 Iglesia mártir, resultando una meditación desde España y para España, elementos todos muy significativos en una época en la que la vida litúrgica era cum­plimiento o rilo ininteligible y que allll ahora podrían recupe­rarse 23.

3. Dios, Padre misericordioso

El final de esta representación escénica es apoteósico y triun­fal. Dios Padre se muestra complacido con la ofrenda de su propio Hijo, con el sacrificio ofrecido por el pequeño gmpo ele Ol'antes en nombre de la Iglesia. Por eso el veredicto final es favorable a España: cesarán los castigos, los pecados quedan perdonados, la religión católica triunfará de nuevo en España. La oración ha sido eficaz 110 por virtud de los orantes-oferentes, sino por el valor infinito de los méritos de Cristo.

Pero el alma orante no se conformará con el triunfo de la religión, sino que seguirá intercediendo hasta conseguir la des­trucción del error, de las sectas impías, origen de los males en España, aunque azuzadas por el demonio, verdadero padre y protector como generador de las revoluciones. El ataque al mal está revestido de entrañas de misericordia porque no quiere que Dios destruya al pecador, sino sus e1'1'01'es, sus malas aecio-

23 Por tocar tangencialmente el tema que nos ocupa, no insisto; pero es aconsejable la lectura de estas páginas llenas de piedad y teología. Cfr. Lucha, pp. 232-300. Interesante referencia al caso español de las palabras de Cristo en la cruz, especialmente el «Perdónalos ... », haciéndole decir a Jesús: «La parte de mis ovejas que yo tengo en España es ya redimida con mi sangre en un abrazo de Cristo a su esposa la Iglesia. y el «Padre, en tus manos ... », que sugiere al autor el comentario: «Aho­ra mismo acaba de morir vuestro Hijo Jesús para salvar al pueblo espa­ñol. .. ». Cfr. toda la secuencia en Lucha, pp, 280-282, ¿No podrían ser éstos los «temas» del sermón de las siete palabras predicadas en Madrid en 1861?

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nes. Para ellos pide clemencia el alma orante, para que les alcance también la gracia de los méritos de Cristo, se conviertan y vuelvan a ser fieles católicos. Gesto estupendo, de exquisita sensibilidad humana y cristiana del autor, porque los considera víctimas más que agentes, movidos por el demonio con la per­misión de Dios para que ejecuten sus órdenes 24.

En conclusión, Palau, al exponer las ideas sobre la justicia y la misericordia de Dios, ha expresado una creencia y una ex­periencia del Dios trascendente, Señor universal de la historia, que domina enteramente al hombre capaz de rebelarse contra Dios aliándose a las fuerzas del mal. Reemprendido el camino de retorno mediante la petición de clemencia, el hombre cambia la justicia de Dios en misericordia, en una auténtica actitud teologal de fe, esperanza y amor.

La lectura de unos hechos históricos en clave de fe le acer­can a la Edad Media, a la tradición, fijada en una lectura dema­siado material de la Escritura, en el uso abundante del Antiguo Testamento, en una concepción primitiva de la religión como do uf des, del crimen y castigo, retransmitida a Occidente por los «bárbaros»; una visión justiciera del Dios trascendente que oprime al hombre más que salvarlo, que sobrevivió en Europa bajo la influencia de Calvino y el jansenismo. Pero al abrir al hombre a la esperanza de la salvación en Cristo, 10 sitúa en el centro de la espiritualidad cristiana fundada en el cristocentris­mo, en la teología de la cruz, en la pneumatología, todo ello vivido por él desde el eclesiocentrismo. La visión pesimista tra­dicional, llena de retórica, de «terrorismo espiritual», más propia del predicador que del teólogo, visión parcial del Dios provi­dente, se abre a la lectura de la historia más esperanzada, más centrada en Cristo. La dimensión trinitaria de la salvación está fuertemente reflejada en sus páginas. Dios Padre es Juez, pero al mismo tiempo es misericordia; Dios Hijo sigue ofreciéndose

24 Lucha, pp. 96-97 Y 301-315. La idea de «luchar con Dios» para salvar a España, a la Iglesia y a la sociedad del poder del demonio no le abandonará hasta la muerte, como 10 demuestran los escritos posterio­res. Como sacerdote, carmelita y ermitaño luchará con Dios en su trono celeste. Cfr. Vida, pp. 21-22, 28-29, 30 Y 32. En la oración ofrecemos al Padre a su Hijo: Catecismo, p. 68; Dios misericordioso: ib., pp. 125-127. Lucha contra el demonio para rescatar las almas o las naciones del poder del demonio: Relaciones, pp. 334-339, 419-426, 343-352, 262, etc. Ermi­taño, n. 8 (24-XII-68), pp. 2-4; n. 10 (7-1-69), p. 4; n. 11 (14-1-69), pp. 1-2.

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por la salvación del mundo; el Espíritu Santo sigue dinamizando la oración del creyente, que se convierte, por eso mismo, en el lugar donde la Trinidad se da culto a sí misma. Queda patenti­zada también la funcionalidad eclesial de los pequeños grupos Ol'antes y la dimensión mediadora de María y de la Iglesia triun­fante. Esta segunda parte del libro preai1ll11cia ya la novedad espiritual de una gran carmelita, Teresa de Lisieux (1873-1897), pregonera del «amor misericordioso», del «camino de infancia espiritual», de la espiritualidad de la confianza y de las «manos vacías». ¡Lástima que Pa1au no hubiese seguido en 10 sucesivo en esa línea aquí anunciada y se embarcase en meditaciones lú­gubres de los «últimos días», de un «pandemonismo»· omnipre tiente! ¡Hijo y víctima de su siglo al fin!

II. EL DIOS QUE DIRIGE EL DESTINO DEL HOMBRE

Donde verdaderamente Dios deja de ser para Francisco Pa­lau un tema, para convertirse en «experiencia», es cuando toma conciencia de su «misión» en la Iglesia y en la historia. La misión es para él una palabra grávida de significación. Llama la atención el énfasis que él da a la palabra «misión». Forma parte de su ser, de su existencia, excita su capacidad creadora. Tiene mucho de sacral, como una especie de rito litúrgico que se cumple como mandato divino. La «misión» supone un envío, llamada carismática que vive como misterio personal, como parte del misterio de Dios operante en su vida. .

Pa1au sabe que todo destino humano comienza siendo una llamada divina, llamada al ser, llamada al quehacer. Lo tiene muy claro y forma parte de sus seguridades existenciales. Doc­trina1mente, él ha iluminado el terreno hablando -en .sentido clásico, siguiendo las huella's de Santo Tomás- de los distintos «estados» de vida en el cuerpo social y eclesial. Como intuye la trascendencia social y personal de los «estados» y sabe que Dios dirige los destinos de los hombres -y esto es lo que nos inte­resa ahora-, a él se debe consultar sobre la propia vocación. «El es el solo que conoce -escribe- el lugar que le corl"espon­de en el cuerpo social y el 'oficio que debe ejercer en él. A Dios solo toca inspirar y dictar el estado y oficio que se ha de tomar». En un asunto tan importante nadie puede coartar la .

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libertad del individuo. Además, acertar en la elección es un combinado de racionalidad, de fe y de influencia divina 25.

Estas clarificaciones no obedecen a una erudición libresca, sino que reflejan una experiencia. Años antes, en el exilio fran­cés, tuvo que defender su «estado» de ermitaño, secuela de su ser carmelita descalzo. El breve y jugoso folleto Vida solitaria es un precioso testimonio autobiográfico, un clamor de libertad vocacional. Fascinado por la soledad, nostálgico de las raíces ermitañas de su orden carmelitana, Palau hace una apología de su vida solitaria, porque sabe que en la soledad y el silencio «rinde a la divinidad de la religión, sin ruido de palabras, un público testimonio 110 menos brillante que los predicadores del Evangelio» 26. Para él, la vida solitaria no sólo es un «estado», sino una teofanÍa, un lugar teológico, ámbito religioso más que lugar de reposo físico o psíquico 27.

Anécdotas aparte, Palau cree que Dios se revela en la histo­ria, que puede comunicarse con los hombres, de modo «natural» y de modo «sobrenatural», a través de la conciencia, mediante el Hijo, los Apóstoles, la Iglesia católica y, sobre todo, mediante los dones del Espíritu Santo, que habla por los santos y docto­res 28. Importante para el cumplimiento del destino humano es auscultar la voluntad de Dios de cualquier manera que sea. La biografía del P. Francisco Palau es enormemente significante en este punto. Vamos a seguir el rastro de su experiencia reli­giosa, su conciencia de ser llamado por la Providencia paré1 cumplir en la historia algunas «misiones» peculiares. Es su modo de vivir «la experiencia de Dios».

25 Catecismo, pp. 152-154. 26 Vida, p. 12. . 27 Fervorosa confesión de su vocaClOn «1'eligiosa» más que «sacel'­

dotah>, en Vida, p. 17, que tiene que leerse en el contexto posterior de su existencia, cuando se dé cuenta de que su «misión» no hubiera podido desarrollarse sin la ordenación sacerdotal. Sobre la funcionalidad del si­lencio y la soledad escribió páginas encendidas en Catecismo, pp. 147-149, Y en Relaciones, passim. En Mis relaciones llega a la conclusión de que vida religiosa y sacerdotal se pueden tntegrar: pp. 262-265. Su «matri­monio» con la Iglesia 10 sella con la profesión religiosa en la celebración eucarística.

28 Material abundante en Catecismo, pp. 32, 35, 107-110, 139-142; Flores, pp. 60-62; Iglesia, p. 26.

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1. La «misión» de fundador

Quizá sea la «obra» más importante del P. Palau, que toda­vía perdura. Veamos cómo se siente conducido por el Espíritu, además de llamado, hasta hacer que su obra sea «la obra ele Dios». El proceso cronológico es el más adecuado para segltir el ritmo del carisma fundacional en el que se entrecruzan fuerzas plurales -humanas y divinas- hasta que se decanta lo que el Espíritu quiere como respuesta a los signos de los tiempos.

Después de los primeros ensayos en tierras francesas de una «asociación» de Ql'antes para salvar a España, que permanecen en una auténtica nebulosa 29, la primera vez que 8p8rece una incipientc actividad fundacional es hada 1848, cuando el P. Pa­lau envía desde Livron (Francia) a Juana Gracias para realizar una «empresa» con un «plan» preconcebido. Como las cosas no están clarificadas, 10 deja todo a la prudencia de Juana y, sobre todo, a la inspiración del Espíritu Santo: «Obre con liber­tad -le dice- cuanto el Espíritu le inspire... Poco a poco Dios le hará conocer sus designios, que yo le desarrollaré pro­gresivamente» 30. Aquel proyecto cuajó en unas «c0111l1l1idades» instaladas en Lérida y Ay tona y el Padre vigila de cerca a sus «hijas», pero siempre siguiendo los impulsos del Espíritu: «En muchas cosas necesito consultar a Dios y meditar en su presencia lo que conviene» 31.

El proyecto acabó en naufragio y el Padre lo asume como ley de Providencia porque todavía cree que no había llegado su hora de fundador. Humildemente reconoce que «no er8 ésa su misión». «Dios no ha aprobado -escribe con realis111o- que

29 Testificado por Lucha, pp. 153-155. Como apoyo del tema del ca­risma puede leerse Daniel de Pablo Maroto, «El carisma de un funda­dar», en Misionero a la intemperie. Francisco palau i Quer, San Sebas­tián-Vitoria, La Obra Máxima-El Carmen, 1988, pp. 115-166.

30 Carta 4, a Juana Gracias (en lo sucesivo JG.) (junio 48), p. 17. Los subrayados de los textos palautianos generalmente son míos. No lo in­dicaré.

31 Carta 5, a las HH. de Lérida y Ay tona (17-V-51), p. 23. Fruto de esas «consultas» en la soledad del Montsant (Tarragona) fueron las pri­meras «Reglas» que conocemos de Palau legislador. Anunciadas en la citada Carta 5, p. 24, cumple el propósito en torno a la fiesta de la Virgen del Carmen de 1851. Cfr. Carta 6, a JG. (8 y 15-VII-51), p. 30. Dadas por perdidas, han sido recuperadas y publicadas: Las doncellas pobres. Sus reglas y constituciones, Roma, Carmelitas Misioneras Tere­sianas, 1987.

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salieran de mi espíritu comunidades religiosas. Conocida clara­mente su voluntad por las obras y hechos, desisto y renuncio a esta idea». Se somete humildemente a lo que Dios quiera de él. «Si no era la voluntad de Dios formar comunidades reli­giosas, démosle muchas gracias y alegrémonos en nuestra derrota y dispersión» 32. «Nosotros -continúa escribiendo como hombre de fe- proyectamos, hacemos y deshacemos planes como cria­turas que caminan en un mundo tenebroso, y Dios, que ve nuestros pensamientos, tal vez se ría de ellos, y en su sabiduría tiene dispuestos otros planes» 33.

El destierro de Ibiza, a partir de 1854, tras el hundimiento de la Escuela de la Virtud, momento de abatimiento y aparente frustración, le abre a la búsqueda de nuevo~ caminos fundacio­nales que está intuyendo de lejos. Juana Gracias será la piedra fundamental y con ella comparte las esperanzas, las ilusiones rotas, y prepara el modo de realizar un proyecto más completo. Mientras tanto, le aconseja paciencia porque «los derechos de Dios sobre las personas y su forma de vida se han de cumplir, mas a su tiempo, día y hora. Gran consuelo es para nosotros poder marchar por los caminos del Espíritu bajo forma estable y segura» 34; la anima a tener confianza ciega en la divina Providencia porqtle Dios irá abriendo caminos al compás del tiempo para realizarlos en el momento oportuno y convenien­te 35; a «instar» al Señor para que manifieste su voluntad porque sólo Dios conoce los caminos de los hombres 36.

Con la liberación del destierro en 1860 adquiere nuevos vue­los su fantasía creadora, su t11'gencia de materializar la obra fundacional. Se le abren nuevos caminos. «Veo delante de mí -comenta confiado- un nuevo orden de cosas y conjeturo que la Providencia nos p'roporcionará medios para salir de nuestra posición crítica ... Por 10 que toca a nuestra vocación, estando como estamos bien dispuestos a secundar los designios de Dios, no nos dejará sin luz ni dirección» 37. Vive la liberación del

32 Carta 19, a JG. (mayo 54), pp. 91-92. 33 lb., p. 93. La misma preocupaci6n por los hermanos, que hacían

una experiencia religiosa en las faldas del Tibidabo en Barcelona, trun­cada por su destierro a Ibiza en 1854. Cfr. Carta 18, a Pablo Bagué y Gabriel Brunet (8 y 9-V-54), pp. 83-87.

34 Carta 39, a JG. (24-VII-57), p. 164. 35 Cfr. Cartas a JG., 41 (17-Xl-57), p. 169; 42 (19-XI-57), p. 171. 36 Carta 46, a JG. (13-II-60), p. 187. 37 Carta 48, a JG. (26-VIl-60), p. 191. Leer toda la carta.

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destierro Como don de Dios, aumenta su confianza de que no le abandonará, se adensa en él la conciencia de que Dios le con­duce, que se le revela sin desvelar del todo su voluntad. Tiempo de luz y de tinieblas, de espera y esperanza. «Dios, como buen Padre, me conduce por la mano y me guía por donde El quiere. y de ahí es que iré adonde no sé y marcharé por allá donde no querré ... y porque conoce Dios en esto mi generosidad, no me abandonará, sino que me guiará por donde le plazca. Yo ando seguro, fiado en los cuidados de su paternal solicitud» 38.

Este compás de espera se rompe de modo carismático el día 12 de noviembre de 1860 en la catedral de Ciudadela (Menorca), hecho trascendental en su vida, al que él, en sucesivas, repetidas y coincidentes confesiones, dio una importancia única, de tal manera que divide su vida en un antes (<<entonces») y un después (<<ahora»). Pocos días después anuncia gozosamente el aconteci­miento como una verdadera «comunicación» divina, una revela­ción que marca su futuro. «En esta salida que he hecho de Ibiza -escribe- he buscado conocer mi misión. Para mí estos últimos días en Palma y Ciudadela son y serán memorables, porque el Señor se ha dignado fijarme de un modo más seguro el camino, mi marcha y mi misión. El Señor me ha concedido en la iglesia catedral de ésta 10 que catorce años había le pedía con muchas lágrimas, grandes instancias y con clamor de mi espíritu» 39.

En la primavera de 1861 inicia Juana Gracias en Ciudadela la primera experiencia comunitaria de una nueva institución religiosa bajo el impulso del P. Francisco Palau. que la juzga como «ordenación divina» 4D. Sin embargo, al director le rondan las dudas desde el principio. La considera simplemente una puerta abierta al futuro: «Hemos de entrar -le escribe a Jua­na- por la puerta que D;os abra, sea donde quiera» 41. Está convencido de que Dios manda «sin dar razón», pero al final da a conocer su voluntad cuando el creyente está en disposición de oírle. Además, Palau es un hombre de fe y por ella sólo se

3B Carta 56, a JG. (28-X-60), p. 206. Cfr. Cartas a JG., 49 (15-VIII-60), p. 193; 52 (septiembre 60), p. 196.

39 Carta 57, a Gabriel Brunet (19-XI-60), p. 209. 40 Cartas a JG., 71 (1-X-61), p. 256; 72 (15-X-61), p. 265. 41 Carta 60, a JG. (4-III-61), p. 218.

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guía. «Yo no quiero que Dios, cuando me ordena una cosa, me dé el porqué» 42.

La precariedad de la primera fundación iba a terminar en borrasca. El sabe que la obra iniciada es «obra suya» (de Dios), y por lo mismo «seguirá su carrera»; pero intuye que la expe­riencia contemplativa pura de Ciudadela no puede ser definiti­va. De ahí que, a los pocos meses de iniciada la fundación, se abre a la posibilidad de que Dios le inspire otros caminos: «Cuando El quiera y mande otra cosa, nos manifestará su santa voluntad y 110S conformaremos con ella» 43. Por esas mismas fechas le preocupa al fundador la idea de abril' la nueva con­gregación hacia el apostolado activo, el servicio a los hermanos (prójimos) en las escuelas y los hospitales y el mismo cuidado de enfermos a domicilio. Se inicia un largo proceso de fricciones entre el fundador y su principal colaboradora, Juana Gracias, que no interesa historial' aquí, y que demuestra la conciencia que el P. Palau va adquiriendo de que el cambio no es veleidad psicológica, sino impulso del Espíritu que él debe seguir.

En octubre de 1861, el fundador ha llegado a una clarifica­ción del carisma y se 10 propone abiertamente a su colaboradora bajo la clásica figuración de Marta y María, las dos hermanas de Lázaro: María, la contemplativa; Marta, la activa. Su con­gregación abrazará, integradas y armonizadas, las dos vocacio­nes: enraizamiento en la contemplación como fuente de servicio eclesial caritativo. Se atreve a presentar la trama histórica, los «signos de los tiempos», como un «misterio» que desvela a Jua­na. A pesar de valorar, como buen contemplativo, la preciosa función eclesial de María, porque con su vida de oración contem­plativa y amorosa «encadena a Dios y lo vuelve propicio y favo­rable, le desarma, le aplaca», sabe también que «conviene a los designios de Dios que María sea maltratada, despreciada y repro­bada por el espíritu de este siglo. Conviene que las quejas de Marta sean oídas por los hombres y que prevalezcan» 44.

El «misterio» está en que los tiempos, las leyes civiles, están en contra de los conventos de estricta vida contemplativa; que el Estado exige que las religiosas se dediql1en también al servicio social. En esta situación histórica, paradójica, aparentemente in-

42 Carta 62, a JG. (16-II1-61), pp. 225-226. 43 Carta 71, a JG. (1-X-61), p. 256. 44 Carta 73, a JG. (23-X-61), pp. 265-266.

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justa y anticristiana, ve Palau la voluntad de Dios. Dios se le revela en ella, en la «voluntad de los hombres», porque escribe derecho en renglones torcidos 45.

Amanece el año 1862 y sigue buscando, en sus profundas meditaciones, la voluntad de Dios sobre su congregación como «obra de Dios», esperando que él la conduzca a su fin 46. A últi­mos de 1862 llega a la conclusión de que Dios le ha revelado ~ ¡finalmente! - su voluntad definitiva y de ella no se moverá: « ¡cuán tarde he conocido mi misión! », exclama. «He procedido en mi conducta exterior -escribe- bajo la impresión de las circunstancias y he hecho recta y puramente lo que me ha inspi­rado la gloria de Dios)' de su Iglesia)) 47. Está convencido de haber actuado, en la configuración definitiva de su congrega­ción, bajo la inspiración de Dios: «Es voluntad de Dios que se forme una sociedad u orden religiosa que reúna en sí toda la perfección que encierran los Reglas dadas por Alberto de Jeru­salén al Cm'melo y reformadas por nuestra Santa Madre Teresa de Jesús». La «voluntad de Dios» pasa por la voluntad de los obispos, integrando carisma e institución; pero - ¡curiosamen­te! - pasa pOI' la «voluntad ele los hombres», en la que ve la

45 La apertura al carisma mixto -amor de Dios y amor al prójimo­ha sido desvelado a Juana Gracias bajo la fórmula de las «dos uniones» o explicando que la Iglesia es Dios-prójimos. Deben leerse las siguientes Cartas a JG: 6 (8 Y 15-VII-51), pp. 25-30; 19 (mayo 54), pp. 88-94; 31-41 (junio-noviembre 57), pp. 150-172; 75 (6-1-62), pp. 272-275; 77 (26-1-62), pp. 278-282; 80 (febrero-marzo 62), pp. 290-293; 81 (febrero­marzo 62), pp. 294-295; 89 (17-XI-62), pp. 313-316; 92-94 (7-VII, 15 y 29-VIII-63), pp. 323-331; 96 (13-IX-63), pp. 334-335; 97 (1-XI-63), pp. 336-339; 100 (15-XII-63), pp. 347-348. Y ,a las Marías de Ciudadela: Cartas, 88 (19-X-62), pp. 307-312); 99 (15-XII-63), pp. 342-346. Ha ilumi­nado el tema teóricamente, de modo velado, en Lucha, pp. 67 y 172; Y hablando de las «dos operaciones» de la caridad, en Catecismo, pp. 36-41; Iglesia, p. 40. Sobre el «amor de Dios y amor del prójimo», general­mente en relación con la Iglesia, ha escrito páginas brillantes en Cate­cismo, pp. 36-41; Flores, pp. 40-45 y 154; Relaciones, pp. 21-23, 114, 400, Y en los distintos «itinerarios» de su vida en relación con la Iglesia: pp. 21-23, 202-206, 302-306, 383-385, 495-499. Esta doctrina pasó también a las Reglas, por ejemplo, Las doncellas pobres, pp. 37-49, y Legislación, Roma, 1977, pp. 20-24, 56-60, 78-79, 103-106. Los «grados de caridad», como paradigma de la perfección cristiana y de los grados de gloria acci­dental en el cielo, 10 ha expuesto en Iglesia, pp. 37-42, con láminas 14, 15 Y 16.

46 Carta 75, a JG. (6-1-62), p. 273. Como obra de Dios «ha de fundarse sobre la protección de la Providencia», escribe también. Carta 76 (26-1-62), pp. 279-280. .

47 Carta 89, a JG. (17-XI-62), p. 315.

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voluntad de Dios, porque han prohibido los conventos de estric­ta vida contemplativa 48.

El proceso del carisma fundacional nos ha revelado que el fundador Palau es un hombre del Espíritu; que la obra funda­cional la ha dirigido Dios y su Espíritu. Así ha vivido él la injerencia de Dios en su vida: su obra es la obra de Dios.

Pero de otras muchas maneras se manifiesta la influencia divina o, al menos, así la percibe el fundador. Aconseja, por ejemplo, fiarse de Dios, tener confianza en él, abandonarse a la Providencia, etc. 49; o consulta a Dios, generalmente en El Vedrú, siempre en la oración solitaria, la dirección de Juana Gracias, también como obra de Dios, así como los problemas fundacio", nales, las Reglas que tiene que dar a las hermanas, la forma definitiva a dar a la congregación, etc. 50; o cree que es voluntad de Dios dedicar la congregación a la vida activa, además de contemplativa, para lo que tiene «misión» y encomienda de Dios, no para 10 contrario: fundar una congregación estricta­mente contemplativa 51. Y por ese motivo cree que no conviene que Juana Gracias figure oficialmente en nada, como expresión del querer de Dios 52. Finalmente, espera mucho de las oracio­nes de sus hijos e hijas, como inspiradas por Dios, para decidir sobre los destinos de la congregación 53, o comunica a sus hijas lo que Dios le inspira en la oración 54, etc.

2. La «misión» de catequista y predicador misionero

Su misión como fundador no agota su experiencia de Dios como guía de su existencia. No ha sido más que una cala en profundidad. El experimento puede repetirse en otros quehaceres

48 Cfr. todo el texto y contexto en Carta 92, a JG. (7-VII-63), p. 324. 49 Para no aumentar páginas, cito en ésta y en notas sucesivas de las

Cartas, casi todas a JG., solamente el número de la edición citada y la página. Cfr. Cartas 46, p. 187; 72, p. 260; 73, p. 267; 54, p. 203; 56, p. 207.

50 Cfr. Cartas 7, p. 34; 64, p. 232; 65, p. 235; 67, p. 242; 75, p. 273; 92, p. 324; 94, p. 329; 95, p. 332; 96 p. 334; 106, p. 361; 77, p. 279; 80, p. 291; 88, p. 307.

51 Cfr. Cartas 92, p. 324; 93, pp. 327-328; 81, p. 293; 94, p. 330. 52 Cfr. Cartas 100, pp. 347-348; 101, pp. 349-350. 53 Cfr. Cartas 75, p. 275; 77, p. 282. 54 Cfr. Cartas 79, p. 289; 86, p. 303.

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eclesiales con los mismos resultados. Ensayemos ahora el de predicador y catequista.

Para Francisco Palall, la predicación, bajo cualquiera de sus formas, no es un ejercicio retórico, sino anuncio de la salvación de Jesucristo; un oficio-ministerio que se realiza por encomien­da divina. «Lucha Dios en sus sacerdotes -escribe- con la espada de dos filos de su palabra; lucha en favor del salvaje, del incrédulo, del idólatra» 55. La fe es el comienzo de la obra de Dios en el hombre, pero hay que alimentarla con la predicación. Palau hace un bello panegírico del «misionero» como enviado de Dios, y de su «misión», como profeta de denuncias 56. El se cree investido de esa «misión» como sacerdote, delegado del Papa y los obispos '57. Se sentía cómodo con el título de «misio­nero» apostólico, que consiguió poco después de su ordenación sacerdotal y lo esgrimió como un derecho y un deber toda su vida.

Vuelto definitivamente a España en 1851, después del exilio, dejando atrás otros proyectos como «hombre del desierto» que había sido en Livron y Cantayrac, integrado en Barcelona, busca salida a sus afanes misioneros en la predicación, pidiendo antes a Dios conocer su voluntad 58. Poco después fundó la Escuela de la Virtud, considerada por él como la «cátedra del Espíritu Santo», como «ttna santa misión, aunque difícil y penosa», sola­mente «alentado por el amor a Dios y a su patria» 59; como una «misión dada pOI' Dios, por el ministerio de su Iglesia, a los oradores sagrados, en caso y épocas excepcionales» 60; como «el cumplimiento de una misión que de parte de Dios creíamos haber recibido para bien de la Iglesia española» 61.

Este sentimiento de ser un «enviado» 10 acompañó durante toda su vida. «Dios me llama a la predicación», escribe; «cómo, dónde y en qué forma ya 10 sabré» 62. «Siento que Dios me

ss Escuela, p. 23. 56 Escuela, pp. 23-36. Justificaba así la existencia de la escuela de la

virtud, que funcionó en Barcelona, como catequesis de adultos, los años 1851-1854.

57 Cfr. su defensa ante el obispo de Lérida. Carta 126, a don Manuel Va lIs (junio-julio 68), p. 412.

58 Carta 5, a las HH. de Lérida y Ay tona (17-V-51), p. 22. 59 Carta 36, a la Reina Isabel II (20-V-57), p. 148. 60 Escuela, p. 28. 61 Escuela, p. 40. Cf.r. pp. 66 Y 76. 62 Carta 51, a JG. (29-VIII-60), p. 197.

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llama a la predicación y me he de abandonar al Espíritu que me guía ... » 63. «He de cumplir la misión que Dios me ordena», dice también 64. El descubrimiento carismático de su misión en la Iglesia, del que hemos hablado más arriba, conforma unos pro­yectos existenciales entre los que se encuentra la «predicación» para «la salvación de las almas» 65. Poco después, sin clarificar el proyecto todavía, tiene seguridad de que Dios le llama y con­duce para desarrollar esa misión. «Yo tengo una misión y ésta se dirige a Madrid y Barcelona, como puntos que son el centro del mal y del bien en España ... Cómo y ele qué manera he de cumplír mi misión, no lo sé; Dios lo sabe ... Ahora consultaré a Dios» 66.

Lo admirable es que Palau tiene un sentido muy moderno de la funcionalidad de la «palabra de Dios» predicada como evangelización del pueblo. «Cuando Dios predica y habla en mí y por mí, yo soy el primero que recibo el don de la palabra divina, y la palabra de Dios me salvará y me confortará» 67. La «voz de Dios» habla en las misiones y los ejercicios espirituales, por eso considera «1.tn crimen de desacato contra la Majestad de Dios» no recibir a los predicadores 68. Finalmente, expone que la palabra predicada es la semilla que engendra la Iglesia; por eso el predicador es el padre de las almas, padre de la Iglesia 69.

3. La «misión» de exorcista

Para concluir este capítulo es necesario aludir a su «misión» de exorcista, «la más azarosa que haya tenido en mi vida», con­fiesa 70.

El tema demoníaco en Palal! es muy amplio y profundo, y abarca las posesiones diabólicas y una concepción teológica de

63 Carta 54, a JG. (27-X-60), p. 203. 64 Carta 106, a JG. (17-V-65), p. 361. 65 Carta 57, a Gabriel Brunet (19-XI-60), p. 209. Le resulta un encargo

penoso porque tiene que «pasar la vida en ferrocarriles, diligencias, fondas. ¡Dios mío, qué pena y horror! Pero no importa, Dios lo manda». lb., p. 210.

M Carla 63, a TG. (7-IV-61), p. 229. 67 Carta 54, a TG. (27-X-60), p. 203 . •• Escuela, p. 25. Conviene leer la parte 1, pp. 23-38. 69 Relaciones, pp. 173 Y 193. 70 Carta l1S/UI, al P. Pascual de Jesús María, OCD (agosto 66),

p. 388. Esta carta se conserva fragmentaria y en borradores.

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EXPERIENCIA DE DIOS EN F. PALAU 445

la historia del hombre dominado por Satán que podía ser un capítulo de un «pensamiento apocalíptico», una constante resi­dual y marginal a la historia. Palau es un testigo excepcional en el siglo XIX. No interesa aquí ninguno de los dos temas, pero los tenemos que sugerir para entender la conciencia que él tiene de ser un enviado por Dios para librar al mundo de la invasión de los demonios.

Por las razones que sean -lectura de la Escritura, especial­mente de los Evangelios y el Apocalipsis; experiencias dramáti­cas de su vida, como la exclaustración, el exilio, el destierro, la revolución y las persecuciones-, Palau llegó a convencerse de que el demonio dominaba los cuerpos de los hombres pose­yéndolos; más todavía, provocaba las enfermedades, ejecutaba las órdenes de Dios castigando a los hombres por sus pecados y había ocupado los tronos de todos los reyes de la tierra para luchar contra la Iglesia. De hecho, la Iglesia naciente luchó, con la fuerza de Cristo, hasta conquistar el Imperio romano, que había estado en manos de los demonios. Pero a partir del si­glo VII, Satanás volvió a hacer la guerra a la Iglesia arrebatán­dola poco a poco territorios y poderío. Primero fue el Islam, en el siglo VII; luego, el cisma de Oriente, en el siglo XI; después, la Reforma protestante, en el siglo XVI; finalmente, la Revolu­ción francesa en los siglos XVIII y XIX. Para colmo de desdichas, el vaso se colma con la ocupación de Roma por Víctor Manuel en 1870, despojando al Papa de su sede, consumándose la abo­minación. Sólo falta que venga Elías a debelar al Anticristo y poco después el final de los tiempos 71.

71 Este 'resumen está bien documentado en los escritos del P. Palau. Desde muy joven expuso sus creencias en los demonios como causantes del mal en el mundo y ejecutores de los castigos de Dios, en Lucha, pp. 44, 76-77, 161-162, 216-217, 256-265 y 301. Los demonios poseen los cuerpos de los energúmenos y los poderes de las' naciones: Relaciones, pp. 335-354, 361-372, 405-411, 416-426 y 441-453. Pero donde desarrolla su demonología, como teología de la historia, es en El Ermitaño, a partir del 5 de noviembre de 1868 hasta el momento de su muerte. Muchos de los artículos no están firmados, pero evidencian la mente del P. Palau, aunque sean anónimos o estén firmados por pseudónimos: La Sombra, El Ermitaño, Fray Onofre. Pueden leerse algunos números de la primera y de la última época: n. 6 (9-XII-68), pp. 2-4; n. 7 (17-XII-68), p. 2; n. 9 (31-XII-68), pp. 1-2; n. 11 (14-1-69), pp. 2-3; n. 13 (28-1-69), pp. 1-3; n. 14 (4-II-69), pp. 2-3; n. 22 (1-IV-69), pp. 2-4; n. 99 (29-IX-70), p. 3 (primer comentario después de la caída de Roma y el despojo del poder temporal del Papa); ib., p. 4 (después de la epidemia de tifus en Barce-

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En este contexto ideológico se enmarca su convicción perso­nal de que ha sido elegido por Dios para cumplir una misión de profeta, para luchar contra los demonios haciendo triunfar de nuevo a la Iglesia católica. Todo empezó en 1864 creyendo oír la voz de Dios que le llamaba mediante el ángel del Apoca­lipsis para revelarle «los destinos de la Orden», porque a él «está confiada la custodia del pendón del Cm·melo» 72. Palau no duda de la llamada divina: «La voz de Dios -escribe confi­dencialmente- es de tal carácter que no deja vacío alguno en el alma, la llena y no vacila» 73. El ángel, el intermediario de Dios, le urge, le conmina: «Cumple esta misión», «cumple tu deber, que consiste en delatar a la autoridad eclesiástica los demonios que, visibles en los cuerpos humanos, provocan a la lucha a los exorcistas»; «prepara para estos enfermos casas de asilo, cuida­das y dirigidas por el poder eclesiástico exorcista»; «lo que te manda Dios es que propongas el proyecto al obispo de Barcelona y a los superiores de la Orden»; «si a la vista de los signos de que yo te daré no obedeces, darás cuenta a tu Dios de las vícti­mas que perecen cada día entre las uñas del dragón infernal» 74.

Ante la llamada de Dios, Palau se resiste: «Yo preví de un solo golpe de vista todas las consecuencias del cumplimiento de esta misión y, a pesar de tener un corazón de bronce, mi alma vaciló y retrocedió ante las dificultades que traía en sí este encargo, y en mi debilidad y miseria contesté: no, yo no admito esta mi­sión ... Me dirán que soy un visionario y un delirante y que mi imaginación se exalta en los desiertos» 75.

El final es conocido. Como hombre de Iglesia, obediente a las leyes justas, expuso al obispo de Barcelona, Mons. Panta­león Montserrat, el proyecto de un exorcistado estable para luchar contra el demonio. Ante la negativa, acudió al General de la Orden en España, exclaustrado como él; al Papa Pío IX,

lona, causada, según él, por el demonio); n. 107 (24-XI-70), pp. 1-4 (im­presionante confesión de fe en sus ideas desde la cárcel de Barcelona); n. 109 (8-XII-70), pp. 1-4; n. 110 (15-XII-70), p. 3; n. 113 (5-I-71), pp. 3-4; n. 116 (26-1-71), pp. 3-4; n. 165 (4-1-72), p. 4; n. 175 (14-1II-72), p. 4 (el último trabajo que escribió en su vida). Y en otros muchos lugares del periódico en los que vertía sus obsesiones demoníacas.

72 Carta l15/1I1, al P. Pascual, p. 389. 73 Carta 115/11, al mismo, p. 385. 74 Carta 115, pp. 384 Y 386. 75 lb., 115/I1, pp. 385-386.

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en 1866; a los obispos reunidos en Roma para el Concilio Va­ticano 1, en 1870. Las respuestas que conocemos, procedentes de ambientes curiales eclesiásticos, son negativas a su causa. Hubo también silencios y comentarios negativos 76. Por defender esta causa sufrió también vejaciones de la prensa anticatólica, incomprensiones de casi todos y hasta la cárcel, acusado de ejercer la medicina ilegalmente; incluso la suspensión a divinis por parte del Vicario Capitular de Barcelona, en 1870. Fue el último aldabonazo, la última batalla contra la autoridad eclesiás­tica, precisamente por defender su misión como exorcista. Le respondió en tonos sumisos, pero defendiendo su derecho a arro­jar demonios como soldado de Cristo, como cristiano y como sacerdote, además por encargo explícito de Dios. Por eso le escri­be lleno de valentía: «Al ver yo confirmada con hechos esta misión, ese poder espiritual, esa facultad de curar, seguro de esa misión, no he temido ni vacilado presentarme en batalla contra un poder ateo ... Estoy seguro porque Dios me ha dado esa misión, la misión más horrorosa y amarga de sostener... Si Dios es quien me da esta tremenda misión, no se oponga VS, porque si es Dios y se opone, recibirá una tremenda lección ... Dios confundirá su soberbia e incredulidad» 77.

Confirma esta conciencia de elegido su pertenencia al Car­mela, fundado por EIías, según una leyenda mantenida por los carmelitas y que él acepta. Aunque los motivos para hacerse car­melita descalzo no están del todo clarificados, parece ser que hizo una novena a San Elías y «al último día quiso el cielo tran­quilizarlo dándole a comprender la Orden a que debía pertene­cer, pues el santo extendió su capa y le cobijó en ella» 7B. Es sintomático también que el 20 de julio de 1852 (fiesta de San EIías en el calendario carmelitano) predicase en la iglesia de las

76 Cfr. Carta 115/II, pp. 385-387; Carta 113, a don Pantaleón Mont­senat (9-VI-66), pp. 375-377; Carta 114, al mismo (11-VI-66), pp. 378-379; Carta 116, a Pío IX (17-XII-66), pp. 392-393; Relaciones, pp. 375-378, 419-426 Y 440-453. El folleto El Exorcistado lo publicó en Barcelona, 1870. En El Ermitaño fue vertiendo durante algunos números la misma doctrina que en el citado folleto.

77 Carta 148, a don Juan Palau y Soler (23-XI-70), pp. 463-465. 78 ALETO DE LA VIRGEN DEL CARMEN, Vida del P. Palau, Barcelona,

1933, p. 33. Sigue la biografía manuscrita, todavía conservada, de José Padró, compañero del P. Palau.

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carmelitas descalzas de Barcelona «sobre la misión del profeta Elías al final de los tiempos» 79.

Mucho más significativo es lo que comunica al P. Pascual en Roma: «El año 1864, habiéndome retirado a este monte, una voz grande que veinte años había me hablaba en los desiertos sobre los destinos de nuestra Orden ... » 80. «Diez años ha -le dice también- que en los veranos vengo a este monte a ... con­sultar los designios de su Providencia sobre la Orden a que per­tenezco» 81.

Son piezas sueltas que encajan en el rompecabezas que es su vida. Ya desde 1844, según estas confesiones, al menos, le ronda la idea eliana, y en 1856 se adensa más y más: «Elías, profeta grande -le dice el ángel apocalíptico-, y los hijos de la Orden sois, y en adelante seréis, mi dedo y el dedo de Dios, y mi brazo en las batallas contra los demonios y contra la revo­lución; y para que vuestra fe en el día de las batallas no falte, Dios me ha enviado a ti, que vives en los desiertos atento a mi voz, para instruirte acerca y sobre la materia y el objeto del exorcistado» 82.

También encaja en este rompecabezas su deseo de restaurar la Orden del Carmen en España (suprimida en 1836), quizá como orden de exorcistas 83.

Que Palau era consciente de ser de los elegidos para luchar con Elías en la conflagración final, y por lo mismo promotor de la «restauración», se deduce de las palabras que pone en boca del diablo, acusador ante el tribunal de Dios: «Presume ser -le dice Satán a Dios-Juez- Moisés, un Elías, un Ezequiel, uno

79 Anunciado en el periódico barcelonés El Ancora (17-VII-52). Cfr. en LUISA ORTEGA SÁNCHE'Z, Una catequesis de adultos: la escuela de la virtud, Madrid, EDE, 1988, apéndice, s. p.

80 Carta 115/III, p. 389. 81 lb., p. 388. B> Carta 115/III, p. 390. La misma idea en 115/1, pp. 383-384.

Cfr. Carta 77, a JG. (26-1-62), p. 280. 83 Algún apunte, además de la Carta 77, citada, a JG., p. 280; Rela­

ciones, pp. 177-178, 210-211, 278-281, 340, 368-371, 422, 469-470 Y 488. Más veladamente en El Ermitaño, en el ,sentido de que algunos lucharán con Elías como escogidos bajo su mando, como «una orden de apóstoles». Cfr. n. 6 (9-XII-68), p. 3; n. 22 (1-IV-69), pp. 1-2; n. 113 (5-1-71), pp. 3-4; n. 116 (26-1-71), pp. 3-4; n. 165 (4-1-72), p. 4; n. 174 (7-I1I-72), p. 4. Cfr. más referencias en nota 71 de este trabajo.

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de esos hombres que a ciertas épocas escogisteis, y esa misión es una presunción suya» 84.

Tan entrañada llevaba la conciencia de su misión, que la negativa del obispo, el silencio del Papa y de los superiores de la Orden constituyó para él un auténtico drama interior, una crisis de conciencia entre la obediencia a Dios que le llamaba y la sumisión al obispo. A pesar de confesar que la prohibición del obispo le ha quitado del alma «una carga y un peso enor­me»; no obstante confesar: «yo he cumplido mi misión y por ahora he terminado», «yo obedeceré a las órdenes de los supe­riores y haré lo que me manden» 85, era una quietud impuesta por su sentido de la obediencia quc siempre acató 86. Pero en el orden de las ideas perseveró hasta el momento de su muerte en su santa obsesión de que mientras el demonio ande suelto -y 10 estará si no se instaura el ministerio del exorcistado­no habrá redención posible, la Iglesia continuará perseguida y es señal de que estamos en los días finales de la historia. Acata la orden de la autoridad, pero le duele que le dejen solo luchando contra los demonios, y que ni siquiera le dejen tra­bajar. Un apunte íntimo, escrito antes de su consulta a Pío IX, es sumamente revelador. Nos lo sitúa ante la posible negativa del Papa, en cuyo caso «apelaría a Dios» 87.

El balance final de este capítulo es claro. Palau da por supuesta la teología sistemática sobre Dios para desaú'oIlar el Dios en nosotros, el Dios vivo y operante. La fe en ese Dios genera una experiencia como conductor de la vida. Da la im­presión de que no le cuesta aceptar a ese Dios trascendente, pero en realidad es fruto de una vida teologal intensa y le duele en el alma someterse a ese destino a veces trágico. Cumplir su «misión» es donarse del todo a la Iglesia: Dios y prójimos. Abierto a la trascendencia y a la inmanencia porque sabe que Dios teje su destino.

84 «El consistorio celeste», El Ermitaño, n. 10 (7-1-69), p. 4. 85 Carta 115/II, al P. Pascual, p. 387. 86 Cfr. las ejemplares confesiones a sus superiores con ocasión del

exorcista do , Cartas a don Pantaleón Montserl'at, 109 (3-VII-65), pp. 366-367; 113 Y 115 (9 Y 11-VI-66), pp. 375-381; 139 O-III-70), pp. 440-442; Carta 145, a don Juan Palau y Soler (septiembre 70), pp. 449-455; Carta 148, al mismo (23-XI-70), pp. 459-465.

87 Relaciones, p. 425. Disgusto por la negativa del obispo refleja en Relaciones, pp. 344 ss., passim.

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La experiencia de Dios analizada en este capítulo debería completarse con su doctrina sobre la obediencia a Dios, expe­riencia idéntica a lo ya analizado. Con razón ha escrito que «toda vuestra perfección consiste en querer 10 que Dios quiere y ejecutar sus ordenaciones» 88, y Dios no deja de manifestar 10 que él quiere 89. Cuando sintetice la experiencia en doctrina, ex­plicará que hay que obedecer a Dios por ser «el soberano, el Señor universal de todas las criaturas» 90.

111. EL DIOS QUE PLENIFICA UNA VIDA

En este estudio sistemático sobre la experiencia de Dios en Francisco Palau, el tema de Dios «consumador de una vida» cs importante por lo que supone de reflexión y de experiencia. Desgraciadamente, no hay espacio para desarrollarlo con la mínima amplitud. Por eso no hago más que sugerir sus líneas fundamentales.

1. Dios, origen y meta del hombre

No pretendió Palau hacer una teología sistemática sobre Dios creador del mundo y del hombre, aunque elementos dis­persos se pueden espigar en sus obras. No los considero de inte­rés en una síntesis apresurada. Quisiera, sin embargo, aludir a elementos más específicos y mejor desarrollados, más origina­les. Por ejemplo, 10 referido a la meta y destino del hombre, que tanto tiene que ver con la conciencia de la misión y la vocación.

Dios es la meta y destino del hombre y de la sociedad, «es el solo que puede saciar y satisfacer el corazón del hombre de un modo más sublime y perfecto de 10 que él puede desear, creer y esperar» 91. Dios es la perfección del hombre en el sen­tido de que la unión con él le perfecciona como principio de donde procede 92; perfección o santidad que admite grados, como

8& Carta 99, a las Marias de Ciudadela (15-XII-63), pp. 343-344. 89 Carta 62, a JG. (16-1II-61), p. 225. «Me salvaré -escribe también­

obedeciendo a Dios». Carta 63, a JG. (7-IV-61), p. 229. 90 Catecismo, pp. 77-78. Sigue diciendo a quién tienen que estar sujetos

los cristianos, los ciudadanos, los militares, los hijos y los religiosos. 91 Catecismo, p. 17. Cfr. pp. 29-30 Y 106. «Dios es para el hombre su

felicidad objetiva, y la virtud su felicidad formal», dice siguiendo a Santo Tomás de Aquino. Escuela, pp. 48 Y 57.

92 Catecismo, p. 37.

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la caridad sobre la que se sustenta, y que tiene dos objetos, Dios y los prójimos 93, y a la que corresponderán distintos grados de gloria accidental en el cielo, según la cercanía del bienaventura~ do al trono del Cordero 94. La unión con Dios mediante la fe, la esperanza y la caridad, genera la pureza, que no confunde con la castidad, sino con la santidad integral 95. El tiempo crono~ lógico, la duración de la vida, es tiempo de salvación en cuanto Dios nos lo concede para que el hombre consiga la perfección 96.

El Dios de la justicia final, o la vida perdurable como cul~

minación de la vida terrena, es lema recurrente en el pensa­miento palautiano. Injustamente tratado por los hombres -auto­ridades civiles y religiosas<-, Palal! suspira por la justicia del Juez supremo. Con IantásLÍl:a facilidad se eleva a ese tribunal de Dios, como veíamos en la primera parte, donde se dilucidan las causas de la Iglesia y de las naciones. El es el único Juez de los crímenes de los hombres, el que juzga si son verdaderas las acusaciones de Satanás y admite la defensa de los mediado­res. A veces, dejándose llevar de su celo, de su santa ira eliana contra los pecados de su pueblo, parece inclinar la balanza en favor de los que no pertenecen a la Iglesia católica (judíos, cismáticos, protestantes, mahometanos, infieles); pero se aban­dona al juicio definitivo del Dios de la justicia y la equidad 97.

Hay un momento en la vida de Palau en que experiment"a cómo el espíritu del mal urde una trama para tergiversar los hechos objetivos seduciendo a los jueces de este mundo, en su caso, el general Zapatero, empeñado en que Francisco Palau se había fugado del destierro de Ibiza para reanudar la Escuela de la Virtud en marzo de 1858. Es uno de los momentos más bajos de ilusión del Padre Palau. En este momento no le queda otra alternativa que apelar al «Dios de la verdad y la justi­cia» 98.

93 Catecismo, pp. 38-42. 94 Curiosa versión palautiana del progreso de la vida espiritual en la

tie1'l'a a la que corresponden grados de gloria. Cfr. Iglesia, pp. 15 Y 37-42. 95 Flores, p. 56. 96 Catecismo, p. 46. 97 Cfr. Vida, pp. 34 Y 25. Aparece rara vez en Relaciones el recuerdo

de los «disidentes»: judíos, musulmanes, protestantes, cismáticos e infie­les. Y con mucha frecuencia en El Ermitaño, como prueba que todos los tronos -en su tiempo- están en manos del demonio. Cfr. referencias en nota 71 de este estudio.

98 Escuela, pp. 162-163.

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También el Dios premiador de buenos y castigador de malos es una de las ideas queridas del Padre Palan. Lo veíamos con anterioridad en el planteamiento de Lucha, referido a los premios y castigos en esta vida. Pero la justicia de Dios se cumple inexorablemente en la otra vida. Dios castigó a los ángeles re­beldes por no haber aceptado la primacía de Cristo -Dios y hombre- adorándole como a su rey 99. Pero también castiga a los humanos al infierno por su pérdida de fe o no aceptar la fe en Cristo 100.

Como culminación de una vida atormentada, sueña él en reposar en los brazos de su amada esposa la Iglesia triunfante 101.

También ideal para culminar la vida sería morir solo, cumplien­do la voluntad divina 102.

2. Los caminos del encuentro

Caminos propios del encuentro con Dios son las virtudes na­turales y sobrenaturales, todas dones de Dios, aunque más caris­máticas las segundas que las primeras. Palau fundó la Escuela de la Virtud, institución catequética de adultos, pensando salvar a su amada España enseñando a los españoles el camino de la virtud, que tiene una incidencia social innegable. Las virtudes regeneran a las naciones 103, no sólo a los individuos.

99 Carta 115/III, al P. Pascual, p. 390. 100 Curioso recuento de condenados al infierno, limbo y purgatorio,

así como los salvados en el cielo, con la descripción de estos lugares. Sobre 1.100 miI10nes de habitantes que había en la tierra -según sus cálculos- mueren más de 100.000 al día; pues bien, de ellos, 70.000 van al infierno, 9.000 al purgatorio y 21.000 al limbo. Al cielo van 5.000 niños católicos, 9.000 que salen del purgatorio y otros 1.000 adultos. Cfr. El Ermitaño, n. 54 (11-XI-69), p. 2. Una «descripción del infierno», ¡b., n. 53 (4-XI-69), pp. 2-3. Ambos trabajos están firmados por El Ermitaño, pe1'O evidencian el estilo del P. Palau.

101 «i Cuán dulce, cuán agradable, cuán deleitable debe ser el reposo en los brazos de una Madre virgen y tan pura como es la Iglesia triun­fante», escribe. Iglesia, p. 4. Este deseo lo expresa 1'epetidamente en Relaciones.

102 Carta 117, a Gabriel Brunet (15-V-67), p. 397. Desde El Ved1'á. 103 Material abundante, en Catecismo, pp. 30-36. Especial énfasis da

a las virtudes «sobrenaturales», ¡b., pp. 45 Y 106-107; Y Flores, pp. 60-62; Y a los dones del Espíritu Santo, siguiendo a Santo Tomás. Catecismo, pp. 139-142. Brillantes páginas sobre el influjo de las «virtudes» en la construcción de la sociedad civil. Escuela, pp. 63-66 Y 132-133. La virtud, como forma e imagen de Dios grabada en el alma, ley impresa en el corazón, que conduce al hombre a su destino y pone orden en la civiliza­ción 'terrena: Escuela, pp. 51 y 57-60.

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Entre las virtudes sobresale la caridad, el amor a Dios y a los prójimos, síntesis de un camino, meta del mismo, que traduce su visión unitaria de la vida cristiana y explica la monocorde afirmación de su eclesiocentrismo. Si la Iglesia se define como «Dios y prójimos», la «cosa amada», es porque ella condensa en uno los dos objetos del precepto del amor: «Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo» 104. Es esa prioridad y esencialidad de la caridad-amor la que explica lo más original de su teología y experiencia religiosa: la eclesiología, la dimensión social del sacramento de la Eucaristía, el valor de la consagración religiosa, la apertura del carisma fundacional a formas de apostolado activo, la funcionalidad de la oración como servicio eclesial, especialmente el sacrificio de la cruz re­novado en la celebración eucarística, etc. 105.

Anchuroso camino de unión con Dios es la oración, de la que Palau es maestro como orante y expositor doctrinal 106.

3. La perfección cristiana como culminación del amor

Los «caminos del encuentro» con Dios ya nos han introdu­cido en el tema de la perfección cristiana que se desarrolla desde la gracia, las virtudes teologales y los dones del Espíritu Santo. Para completar esa visión, sin perder nunca de vista la centra­lidad del tema que 110S ocupa, la experiencia de Dios, debemos recordar un 6Itimo apunte palautiano: su eclesiocentrismo como despliegue de una experiencia de amor trinitario.

Que Palau trazó un camino cristiano desde la experiencia de la Iglesia es innegable. Fue su don carismático. En pocas palR­bras expresa la centralidad de su experiencia religiosa: «Todas las relaciones con el Hijo de Dios y con su Padre SO/1 siempre en relación con la Iglesia» 107. Su experiencia eclesial la ha des-

104 Mt 22,37-40; Dt 6,5. Esta intuici6n palautiana la repite muchas veces en Mis relaciones, Iglesia y en algunas páginas de El Ermitaño.

105 Cfr. referencias en nota 45 de este estudio. 106 Además de las páginas que dedica al tema en Catecismo, pp. 65-69,

Y en Lucha, al ser un «método de oraci6n» muy particular, según veía­mos, es impresionante sorprenderle como Ol'ante en la soledad y el silen­cio en Vida solitaria, El Ermitaño y Mis relaciones. El tema de la oracióll es tratado en este mismo número de la REVISTA, pp. 547-579.

107 Relaciones, p. 135. Interesante el contexto anterior: cuando co­mulga, se siente unido no s610 a Oristo, sino a todo su cuerpo, la Iglesia. Una idea muy repetida en su experiencia religiosa.

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crito en sucesivas confesiones como un «itinerario» de fe que tiene los siguientes pasos: ignorancia, búsqueda, inicial conoci­miento, mayor indagación, mejor conocimiento, descubrimiento, encuentro gozoso, unión, servicio 108.

Como no hay espacio para más, fijémonos en el final del proceso que él ha descrito, como otros místicos, con el símbolo del desposorio y del matrimonio espiritual, consumado no con Cristo ni con Dios, sino con la Iglesia. Esta es la novedad que aporta Palau a la historia de la espiritualidad. Las muchas des­cripciones que hace del fenómeno, el carácter confidencial y de confesión que tiene el escrito en que lo expone nos da pie para pensar que él la consideró como una gracia particular, carismá­tica. Los elementos que la configman son: su condición de sacerdote, la entrega mutua entre la amada y el amante (Iglesia­Palau), la confirmación del matrimonio espiritual en el sacra­mento de la Eucaristía y la fórmula de entrega, que es la misma de la profesión religiosa 109.

Palau sitúa este matrimonio espiritual, en el crecimiento de la vida espiritual, como el último grado del amor a la Iglesia, síntesis, como decíamos, del precepto del amor a Dios y a los prójimos. Con ello unifica el camino cristiano del que desapare­cen las clásicas antinomias: acción-contemplación, amor a Dios­amor a los hermanos, vida religiosa-vida sacerdotal, etc. «La caridad, por fin -escribe el autor-, dispuestas todas las fuer­zas del hombre, y ordenadas a la gloria de Dios y de los próji­mos, elevándole sobre sí mismo, le pone en posesión de amor con el objeto amado, fijado y marcado por la ley, que es Dios y los prójimos, y siendo estos dos objetos uno solo en la Iglesia, le une con ésta en fe, esperanza y amor, y este matrimonio espiritual entre la Iglesia y su amante es el complemento de todas las leyes, es el sacramento grande y admirable que encierra profundos misterios. A este acto último de la caridad pertenece el noveno y último grado de gloria en el coro y entre el orden de los serafines. De aquí resulta que el noveno grado de perfección en gloria enciel'1'a la perfección de todos los demás» 110.

108 Cfr. algunos de ellos en Relaciones, pp. 21-23, 202-206, 302-306, 383-385 Y 495-499.

10. Cfr. algunas descripciones en Relaciones, pp. 64-66, 79-83, 97-100, . 273-274 Y 503-507.

!lO Iglesia, p. 41.

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El matrimonio espiritual tendrá su consumación plena en la vida eterna, donde la Iglesia será la realidad escatológica total, como en la tierra fue el objeto único de amor, síntesis de todos los amores y servicios-quehaceres. En este sentido, la gloria será la consumación del ser y del quehacer. «Allí veremos -comenta Palau- de un golpe de vista el objeto de nuestro amor, que es Dios y los prójimos constituyendo en Jesucristo cabeza una sola cosa, que es su Iglesia. En la plaza de la ciudad no sólo veremos a Dios, sino a todos nuestros prójimos: veremos a éstos consti­tuyendo un solo cuerpo bajo Cristo, su cabeza ... ; comprendere­mos entonces lo que significa esta ley: amarás el Dios por ser él quien es, bondad infinita, y a tus prójimos como a ti mismo» 111,

No obstante estas formulaciones eclesiocéntricas, su expe­riencia religiosa va más allá, culmina en la experiencia (rin/taria, como las experiencias de todos los grandes místicos, De hecho, la visión que Palan tiene de la Iglesia en ningún momento se desvincula de la Trinidad, en cuanto ha sido concebida en la eternidad por la soberana inteligencia de Dios Padre; se realiza en la historia como obra del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Tiene relaciones propias con cada una de las tres Personas: es Hija de Dios Padre, Esposa del Verbo encamado, y el Espíritu Santo es el alma de la Iglesia, lazo de unión entre el amante y la amada 112. También la Iglesia escatológica se manifestará en su dimensión trinitaria. Entonces el creyente-amante descubrirá Jos vínculos que la mantienen unida con la Trinidad. Descubri­remos a la Iglesia como la gran familia de Dios 113,

Todavía en su estadio terrestre, y ml1cho más en su estadio escatológico, los justos, miembros de la Iglesia, son como un espejo en el que están reflejadas las perfecciones de Dios uno y trino. En este espejo del justo ve Dios reflejada su propia imagen. «Las perfecciones y atdbutos de Dios comunicados a toda la congregación de los santos del cielo y justos de la tierra, que es la Iglesia, forman en ellos la imagen viva de Dios trino y uno ... En cada uno de los predestinados está la imagen de Dios en esencia y alguna perfección accidental propia y espe-

111 Iglesia, p. 44. Este sentimiento de nostalgia por la fase escatológica de la Iglesia es frecuente en Relaciones; cfr. también Iglesia, p. 4.

112 Cfr. fórmulas muy completas en Relaciones, pp. 83, 103, 294-295, 314 y 500-501. Cfr. también Iglesia, passim.

113 Cfr. breve, pero sugerente descripción, en Iglesia, p. 44.

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cial que le singulariza e individualiza, pero en todo el cuerpo y cabeza de la Iglesia está con toda la perfección esencial y acci­dental, porque en ella solamente están todas las perfecciones divinas que constituyen dicha imagen. oo, y los dos, amante y ama­da, son el espejo donde mira Dios trino y uno su imagen y se complace en ella» 114. En María, «el dedo de Dios» gravó, como en un espejo, la imagen de la Iglesia 115. Esta explicación no es más que una transferencia, en clave eclesiológica, de lo que otros místicos dicen de la transformación en Dios en otras claves.

En esta tesitura de amor, de transformación en la Iglesia, que es lo mismo que transformación en Dios-Trinidad, se en­tienden las actitudes religiosas antes analizadas en la vida de Palau. Así como muchas de las afirmaciones que indican un profundo convencimiento de la soberanía de Dios, de su tras­cendencia. He aquí una breve antología de textos:

«Yo no tengo ningún interés, sino el de la gloria de Dios» 116,

«Yo estoy ligado a su voluntad y nunca miraré ni mis inte­reses propios espirituales o corporales ni los vuestros, sino los de Dios y los de su Iglesia, y por lo mismo caminaremos por donde El quiera» 117.

«Iré donde la gloria de Dios me llama» 118.

«Dios sobre todas las cosas» 119.

«No deseamos otra cosa que la gloria de Dios» 120.

Bello colofón éste como final de un análisis de la experiencia de Dios vivo y operante en la existencia del P. Francisco Palau. No ha querido ser una apología de su vida ni un tratado teoló­gico, sino una biografía .marcada por la experiencia de Dios que se hace acción. Desde la oferta que aquí se hace se podría cons­truir un «tratado» sobre Dios y de antropología teológica. Esto queda para otra ocasión.

114 Relaciones, pp. 509-510. El símil del espejo 10 usa con frecuencia, por ejemplo, pp. 460-462, 480-481 Y 505-508.

115 Relaciones, p. 109. 116 Carta 13, a JG. (3-XII-53), p. 60. 117 Carta 18, a Pablo Bagué y Gabriel Brunet (8 y 9-V-54), pp. 85-86. 118 Carta 39, a JG. (24-VII-57), p. 162. 119 Carta 166, a Dolores Rovira (14-II-72), p. 495. 120 Carta 122, a don Teodoro Alcover (29-XI-67), p. 404.