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La fábula de los ratones mensajeros (O de cómo la bruja Herminia aprendió de una piedra)

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Xan López Domínguez

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o trans-formación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45).

© Xan López Domínguez, texto e ilustración, 2017

© Edición Cast.: Edebé, 2017Paseo de San Juan Bosco, 6208017 Barcelonawww.edebe.com

Atención al cliente: 902 44 44 [email protected]

Directora de Publicaciones: Reina DuarteEditora de Literatura Infantil: Elena ValenciaDiseño de colección: Book & Look

Primera edición, marzo 2017

ISBN: 978-84-683-2966-6Depósito legal: B. 347-2017Impreso en EspañaPrinted in SpainEGS - Rosario 2 - Barcelona

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Comienzo

Los animales siempre hicieron ruidos. Unos maúllan, otros ladran, otros ru-

gen, otros silban, otros pían...Lo hacen muy alto:—PÍO…, PÍO…O muy bajo:—PÍO…, PÍO…

Pero esos rugidos, superaullidos o re-quetemugidos…

—MUUUUUUUUUUUUUUUUUUU…

Desde muy pequeño, yo ayudaba en la cen-tralita de teléfonos que tenía mi abuela en su casa de Castroverde. Atendía llamadas, ponía conferencias, recibía telegramas y también los entregaba. A veces, me daban una propina. Sobre todo cuando los telegramas llevaban buenas noticias.

Una de esas veces el viejo Carreira me subió a un cerezo de su huerta y me dijo:

–Anda…, come hasta que te hartes.Era verano. Y el cerezo estaba lleno de ce-

rezas.–¡Hummmmmm! ¡Qué cosa más rica-

aaaaaaaa!Esa misma noche, cuando un cuervo me

contó esta fábula…

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… Esos cacareos, quiquiriquís, rebuz-nos, relinchos y demás acordes que, en las noches de invierno, resuenan en bos-ques y montañas se dispararon por todo lo alto no hace menos de cien lunas, a raíz de un desencuentro entre los topos y los demás animales.

De topos y fresas

A casi nadie le apetece comerse un topo.

Como dicen los depredadores: «Da un no sé qué...». Ese «no sé qué», así como el hecho de que transitaran por galerías subterráneas, hacía de los topos una es-pecie ideal para el oficio de Mensajeros del Mundo Animal.

La actividad de los Mensajeros del Mundo Animal consistía única y exclusi-vamente en llevar mensajes de unos ani-males a otros con rapidez y discreción.

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A cambio, los mensajeros obtenían ciertos beneficios, como el de ser into-cables para los demás animales, o el de poder establecer una tarifa por sus ser-vicios, un cobro que los animales paga-

ban a los topos con lo que tenían más a mano: una chapa, un caramelo chupado, una nuez… Eran cosas insignificantes para cualquiera, pero a ellos les suponía una forma de entrar en contacto con el mundo de la luz.

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Familias y grupos distanciados por múltiples peligros y dificultades, gracias a los topos, podían mantener una corres-pondencia regular, y así conocer amoríos, noticias, cotilleos, calamidades o golpes de suerte.

—Doña Matilde, que su niña ha tenido siete.

—Muchas gracias, señor topo.—No hay de qué, doña Matilde.Los topos son muy suyos. Se conocen

algo así como cinco tratados sobre sus manías. Pero el trabajo de mensajería lo realizaban con gran dedicación, y duran-te muchos años no hubo entre topos y animales más problemas que algún que otro malentendido.

Como dice la canción de los vencejos:Fiu… Fiu…Todo va bien.Todo va bien.Todo va bien.Todo va bien.Siempre es verano.Hace caloren Zimbabueo en Nueva York.Todo va bien.Todo va bien.Todo va bien.Todo va bien…

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… Todo iba bien, hasta que un día al-guien —unos dicen que fue una ardilla y otros, un camaleón—, el caso es que al-guien le pagó a un topo su servicio de mensajería con una fresa.

El topo, cuando probó la fresa, sintió una emoción desmedida.

—Hummm… ¡Qué cosa más ricaaa!...Acostumbrado a sabores tan tristes

como las raíces y algún fruto seco, el sa-bor de la fresa era…

—Hummmmm… Deliciosooooo…El topo se lo contó a otro topo. Y ese

topo, a otro, y a otro…—Dicen que las fresas saben como

una zanahoria jugosa, blandita, dulce y agria.

La noticia corrió de túnel en túnel y, a las pocas horas, todos los topos querían cobrar sus servicios con una fresa.

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Para los demás animales, la decisión de los topos no supuso ni el más insig-nificante problema. Era primavera, hacía calor, los campos estaban llenos de fre-sas y en el cielo cantaban los vencejos: «Todo va bien…».

Durante ese verano, el servicio de co-rrespondencia funcionó con absoluta normalidad.

Pasaron los meses, llegó el otoño y ya no quedaba ni una triste fresa con la que pagar a los topos.

Los animales les propusieron otras frutas: uvas, manzanas e incluso kiwis. Pero los topos, que no entendían de es-taciones, continuaron con la exigencia de cobrar una fresa por su servicio.

Los topos argumentaban, o más bien refunfuñaban:

—Queremos fresas. Si no hay fresas, no hay correos.

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Los animales se resignaron y pasaron el otoño, el invierno y el comienzo de la primavera sin saber de los suyos.

—¿Qué será de mi primo Nicolás? —se lamentaba un lobo subido a una roca.

Con los primeros calores, brotaron las primeras fresas.

Todos se lanzaron a por ellas con cier-ta temeridad. Y algo de imprudencia.

—Las verdes no les gustan —le decía, rebuscando en un zarzal, un águila a una liebre.

Unos y otros husmeaban por los rin-cones en busca de un punto rojo que les permitiera tener noticias de familiares y amigos.

A los pocos días, los campos se llena-ron de fresas.

Por todas partes se escuchaban los gritos de los animales:

—Vete a la madriguera de mi tía Felosía y cuéntale que este invierno un gato mal-vado acabó con la vida del primo Donato…

Los topos no daban abasto. Se multi-plicaban como podían para recuperar el trabajo que se les había acumulado du-rante el otoño y el invierno.

Encima, con tantas fresas, los topos empezaron a engordar. Ya no se podían cruzar dos en el mismo corredor, y el servicio de correos se hizo algo pesado y lento.

Aun así, continuaron entregando men-sajes hasta que aparecieron los primeros champiñones.

Entonces…, llegó de nuevo el silencio.Y empezaron a caer las hojas.—A esto de la incomunicación hay que

ponerle remedio —dijo un venado espa-bilado.

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Llegados a este punto, los Grandes Depredadores decidieron tomar cartas en el asunto.

Y para ello convocaron una reunión en el jardín de la bruja Dora Flata.

La reunión de los grandes Depredadores

Era de noche, una noche fresca de otoño en medio del jardín de la bruja

Dora Flata, un lugar donde los depreda-dores se reunían mucho antes de que el jardín estuviera ahí.

Los Grandes Depredadores se enten-dían a base de gruñidos, un hecho que provocaba una cierta tensión entre ellos.

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