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La filosofia trascendental de KantTRANSCRIPT
LA FILOSOFÍA TRASCENDENTAL DE KANT
Por
Alejandro Llano Cifuentes
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Índice
I. PARTE.......................................................................................................................5
1. Datos biográficos y contexto histórico.....................................................5
2. Primeros planteamientos kantianos.........................................................7
3. La Crítica de la Razón pura..........................................................................9
4. La Crítica de la Razón práctica.................................................................14
5. La Crítica del juicio........................................................................................16
6. Últimas obras....................................................................................................16
II. PARTE.....................................................................................................................19
1. Kant y la Modernidad....................................................................................19
2. La libertad como interés..............................................................................19
3. El método, la reflexión trascendental.....................................................20
4. El criticismo......................................................................................................21
5. La espontaneidad del sujeto.......................................................................21
6. Simetrización de metafísica y crítica......................................................22
7. Filosofías de la filosofía................................................................................23
8. La filosofía analítica, como lingüística trascendental......................24
9. La Fenomenología..........................................................................................25
10. La Hermenéutica..........................................................................................26
11. La Antropología pendiente.......................................................................27
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I. PARTE
1. Datos biográficos y contexto histórico
El más importante filósofo alemán de la Edad Moderna, nació en
Königsberg el 22 abril 1724. No han podido confirmarse las
afirmaciones de algunos biógrafos –y del propio Kant – respecto al
origen escocés de sus antepasados próximos; otro tanto cabe decir
de la grafía primitiva de su apellido: Cant. De 1732 a 1740 fue
alumno del Collegium Fridericianum, dirigido por F. A. Schultz, en
donde estudió humanidades clásicas. Se ha puesto mucho énfasis en
la influencia que sobre el joven Kant ejerció el pietismo, dominante
en dicho centro docente y en su ambiente familiar. Su reacción ante
esta concepción religiosa parece ser ambivalente: rechaza, por una
parte, su fanático rigorismo y adopta sus más puros ideales (primacía
de lo moral, sosiego, paz interior y comprensión). Estudia después en
la Universidad de su ciudad natal, donde ejerció sobre él una
especial influencia el profesor Martin Knutzen, espíritu abierto,
atento tanto a los problemas de la escolástica wolffiana como a la
Philosophia experimentalis de Newton.
Después de presentar en 1746 su disertación de grado –
Pensamientos sobre la verdadera apreciación de las fuerzas vivas en
la Naturaleza–, Kant se ve obligado, por motivos económicos, a
trabajar como preceptor en diversas familias nobles. Fueron años de
estudio y meditación que, según E. Cassirer, dejaron una huella
profunda en el espíritu del pensador. Fruto de la labor de esta época
es su sugestiva obra Historia general de la Naturaleza y teoría del
cielo, publicada en 1755. El mismo año se doctora en Filosofía con la
tesis De Igne, y obtiene la venia legendi por medio de su disertación
Principiorum primorum cognitionis metaphysicae nova dilucidatio.
Ejerce, a partir de entonces, como Privat-Dozent en Königsberg,
donde obtiene gran popularidad entre los alumnos y creciente
renombre. En 1769 rechazó el ofrecimiento de una cátedra en Jena y,
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por fin, en 1770 defiende en Königsberg la Dissertatio que llevaba
por título De mundi sensibilis atque intelligibilis forma et principiis,
con la que obtiene el nombramiento de profesor titular.
A partir de entonces, Kant se dedica, con orden y empeño, a la
construcción de su “edificio crítico”. La historia de su vida
permanece íntimamente ligada a la de su doctrina, a la elaboración
de la cual entrega sus mejores esfuerzos. Realiza, al mismo tiempo,
una amplia tarea docente, que no se limita a la Filosofía, sino que
abarca desde las Matemáticas a la Pedagogía, pasando por la Física,
el Derecho, la Geografía y la Antropología. Quedan para el
anecdotario de la vida del filósofo los detalles de su puntualidad,
buen humor y moralidad intachable. Junto a esta tranquilidad
externa, no estuvieron ausentes los trances dolorosos; pronto
surgieron fuertes críticas a sus obras, por parte de los wolffianos y
escépticos; y tergiversaciones de su doctrina, a cargo de discípulos y
“amigos hipercríticos”. Especiales dificultades le causó la
publicación de su obra La Religión dentro de los límites de la mera
razón, en 1793. Un año más tarde, el propio Federico de Prusia le
reprochaba el que de su filosofía “se había abusado para... rebajar
muchas doctrinas capitales de la Sagrada Escritura y del
Cristianismo”; prohibía la enseñanza de sus ideas, advirtiendo que
“en caso de resistencia, indefectiblemente habría de esperar
desagradables consecuencias”. No le quedó a Kant otro remedio que
plegarse externamente a estas medidas. En los últimos años de su
vida se vio aquejado por numerosas dolencias físicas; sus achaques y
molestias le impidieron concluir una obra postrera, en la que, sin
embargo, siguió trabajando hasta poco antes de su muerte, acaecida
en 1804. Los fragmentarios legajos del denominado Opus Postumum
recogen los últimos esfuerzos especulativos del filósofo débil y
enfermo, aunque todavía lúcido.
El contexto histórico en el que se desarrolla la evolución del
pensamiento kantiano es un momento de transición, en el que la
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filosofía alemana está obteniendo las últimas consecuencias de los
planteamientos propios de la Ilustración, mientras que comienza a
establecer los nuevos presupuestos que la conducirán al
Romanticismo. Asiste, pues, Kant al choque de estas dos épocas, y él
mismo se encuentra íntimamente afectado por las profundas
tensiones que lleva consigo tal viraje histórico. Como indica
Vleeschauwer, “estaba demasiado enraizado en el pasado para poder
abandonarlo sin pesar, pero demasiado comprometido con el futuro
para no comprenderlo”. Kant es precisamente el intérprete más
autorizado del “protestantismo liberal” y de la Ilustración,
cuyos lugares comunes critica, al tiempo que desarrolla su
más profunda aspiración: un humanismo racional, basado en
la autonomía del sujeto humano. Mas los mismos principios con
los que el “iluminismo” queda sistematizado en Kant anuncian las
principales tesis de la etapa romántica. Esta actitud motiva que, al
final de su vida, se encuentre en una difícil y paradójica situación
intelectual: ha de desempeñar el papel de defensor de una
Ilustración (Aufklärung) que había superado, frente a las exigencias
“hipercríticas” de los románticos, a los que también él había
proporcionado los fundamentos doctrinales. En cualquier caso, el
pensamiento kantiano es un completo resumen y una profunda
interpretación de las realidades, creencias y anhelos del momento
histórico que alumbraría la Europa contemporánea.
2. Primeros planteamientos kantianos
En términos generales, y sin poder entrar aquí en precisiones y
matices, se debe afirmar que Kant parte de un inicial planteamiento
que se encuentra en la línea del racionalismo wolffiano. Sin
embargo, en ningún momento se encuentra totalmente encuadrado
en la filosofía escolar vigente en las universidades alemanas, ante la
que –desde el principio– muestra su recelo. En los veinte años que
preceden a la publicación de la Crítica de la Razón pura
(1781), el pensamiento filosófico de Kant recorre un largo
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camino, cruzado por altibajos y oscilaciones, cuyas diversas
etapas e inflexiones se han esforzado los historiadores en
delimitar. Esta evolución lleva consigo un progresivo acercamiento
la filosofía de la experiencia de Newton, junto con una creciente
desconfianza en el método rigurosamente analítico de Leibniz y
Wolff, lo cual le conduce, en último término, a la toma de conciencia
del problema crítico. Pero es necesario insistir en que el motor de
este proceso es la constante búsqueda de un nuevo fundamento
metodológico para la Metafísica. Aunque esta búsqueda implicara,
como tarea previa, desmontar los “ilusorios” presupuestos de una
“metafísica dada”, la intención última de Kant no fue la destrucción
de la dogmática wolffiana, sino hallar el verdadero y definitivo
método filosófico, para elaborar –por medio de él– la metafísica
futura. Kant no es, en modo alguno, un “antimetafísico”.
Influido por la Erfahrungsphilosophie de Newton y la teoría del
conocimiento de C. A. Crusius, Kant establece ya en uno de sus
primeros escritos –la Nova Dilucidatio de 1755– una vigorosa
instancia a la objetividad empírica, al distinguir la ratio cognoscendi
–única admitida por los racionalistas– de la ratio essendi vel fiendi.
Apoyándose en esta distinción, critica el argumento ontológico
cartesiano, por considerar que carece de apoyo real, aunque él
mismo proponga una prueba de la existencia de Dios que, en
definitiva, también parte de un concepto. En 1763 publica su
importante obra La única posible prueba para una demostración de
la existencia de Dios. La prueba por los posibles –propuesta ya en la
Nova Dilucidatio– se vuelve a formular, pero con una interesante
referencia a lo objetivo-trascendental, que bien puede ser
considerada como una anticipación de la metodología crítica. El
creciente fenomenismo se traduce en la decisiva concepción de la
existencia allí formulada, y que Kant conservará –en lo esencial– a lo
largo del periodo crítico. Frente al conceptualismo de los
racionalistas, afirma Kant que el ser (Dasein) no es un
predicado o determinación de la cosa. Mientras que los
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predicados sólo se atribuyen de un modo relativo, el Dasein es
la posición absoluta de una cosa.
Dentro de este proceso, y en la misma línea de una temática
propedéutica, otro importante estudio del año siguiente –
Investigación sobre la claridad de los principios de la Teología
natural y de la moral– aborda el problema fundamental de establecer
una clara línea divisoria entre la Matemática y la Metafísica. En esta
obra, al mismo tiempo que adopta una postura más crítica ante la
doctrina wolffiana, reproduce Kant con toda precisión las ideas y
postulados de la investigación newtoniana de la naturaleza. El
“método auténtico de la Metafísica –afirma– coincide, en el fondo,
con el introducido por Newton en la ciencia de la naturaleza y que ha
dado, en ésta, resultados tan fecundos”. Siguiendo el paradigma
metódico de la Física, la Metafísica debe buscar por medio de una
segura experiencia interior, es decir, de una conciencia directa y
palmaria, aquellas características que se contienen con seguridad en
el concepto de una cualidad general cualquiera. Así como la Física
indaga las reglas de los acontecimientos fenoménicos en la
experiencia externa, la Metafísica debe de partir de la consideración
de la experiencia interna. Porque la Metafísica es “una filosofía
sobre los primeros fundamentos de nuestro conocimiento”. Ya
está claramente propuesta la tarea a llevar a cabo: encontrar los
fundamentos del conocimiento humano, a través de un análisis de la
experiencia. La Metafísica, en efecto, no tiene más contenido que el
que adquiere en la experiencia, en la que la razón halla unos límites
que no provienen de sí misma, sino de los propios fenómenos. En los
Sueños de un visionario explicados por sueños de la Metafísica
(1766), verifica una aguda crítica –penetrada de hiriente ironía– de la
Metafísica escolar de su tiempo. La primera necesidad de los
“metafísicos” –se advierte allí– estriba en examinar con atención si
su tarea está suficientemente determinada, habida cuenta de
nuestras posibilidades de conocimiento y qué relación tienen los
problemas planteados respecto a los conceptos de experiencia, sobre
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los cuales han de apoyarse, en todo caso, nuestros juicios. En esta
medida, la Metafísica es una ciencia de los límites de la razón
humana.
El proceso evolutivo de la filosofía kantiana en esta época es, sin
embargo, mucho más complejo. En estrecha conexión con los temas
indicados marcha el de la antinomia del continuo. De acuerdo con la
Monadología de Leibniz, sostendrá Kant que en el compuesto natural
las partes simples son anteriores al todo, e incluso tratará de
conciliar la constitución monadológica con la nueva física
newtoniana, dotando a las mónadas de una fuerza atractiva
dinámica. Corno ha indicado Gottfried Martin, es preciso tener en
cuenta que la filosofía de Kant parece proceder de una confrontación
con Leibniz; de una toma de distancia, en la que la adhesión y el
rechazo están indisolublemente ligados.
Como no es posible detallar aquí todos los hitos del decurso
problemático de este estadio que –un tanto convencionalmente– se
denomina “precrítico”, se considerará únicamente su resolución.
Preocupado durante estos años por el hallazgo de un método
riguroso para la Metafísica, confiesa que el año 1769 le trajo
una “gran luz”. Este “descubrimiento” no es otro que el
carácter ideal y a priori del espacio y el tiempo, con su
imprescindible corolario: una tajante y precisa distinción
entre sensibilidad y entendimiento. Esta cuestión constituye el
tema central de la mencionada Dissertatio de 1770. El panorama
abierto por esta obra ofrece una doble estructura, cuyas esferas son
el mundo sensible y el mundo inteligible. En oposición al
racionalismo, Kant funda la alteridad de los dos mundos en la
distinción genérica de las facultades correspondientes. La
diferenciación gradual oscuro-claro, propuesta por Leibniz, es
sustituida por la antítesis receptivo-espontánea: a la sensibilidad los
objetos le son dados; el entendimiento los piensa por su propia
actividad. En este punto reside la fundamental tesis recogida en la
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Dissertatio: las grandes discriminaciones de la realidad han de
basarse en el análisis de las actividades cognoscitivas
correspondientes. Sobre esta “gran luz” se apoyará la tarea crítica.
3. La Crítica de la Razón pura
En esta obra (1781; 2 ed. en 1787) ya ha alcanzado Kant
definitivamente el nivel metódico propio de la “filosofía crítica”. No
pretende ésta ofrecer un sistema de conceptos que refleje lo más
perfectamente posible la estructura del mundo real, sino que se
presenta como una “ciencia de las máximas supremas del uso de
nuestra razón”. El kantiano no es un sistema especulativo, sino
precisamente un sistema crítico, lo cual equivale a decir que tiene
fundamentalmente una “utilidad” metódica: quiere proporcionar los
criterios para la elección del camino que conduce a los verdaderos
fines de la razón. Para ello, Kant trata de describir rigurosamente el
funcionamiento de la actividad del espíritu humano “desde dentro”,
en las leyes inmutables que la presiden, y de las cuales cada una de
sus manifestaciones no es sino un caso particular. La Crítica es
ante todo una “reflexión trascendental”, un
“autoconocímíento de la razón” (Selbsterkenntnis der
Vernunft); porque la Crítica no lo es de sistemas ni de libros, sino
de la Razón pura misma (Kritik der reinen Vernunft, A XII; es usual
citar esta obra por la paginación de la edición original, a la que
preceden las letras A y B, correspondientes respectivamente a la
primera y segunda ed.). Y Kant parte del convencimiento de que tal
tarea es posible: la razón puede ser “razonable” y el pensamiento
“pensable”.
El punto de partida de la “reflexión trascendental” no puede ser
otro que la experiencia, por donde comienza todo nuestro
conocimiento (ib. A 155, B 194). Pero, si bien todo el conocimiento
humano comienza por la experiencia, no se puede sostener que en
ella concluya. Porque la experiencia es inicialmente singular,
contingente, y no puede ofrecernos la universalidad y
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necesidad que la ciencia comporta. No olvidemos que Kant
parte de un hecho histórico-cultural que considera
incuestionable: el rigor y la fecundidad de la físico-
matemática newtoniana, de cuyos principios es preciso dar
razón epistemológica. Para ello comienza, en la Introducción a la
Crítica, examinando la distinción de los juicios en analíticos y
sintéticos. Los juicios analíticos reposan sobre el principio de
identidad o de contradicción; en ellos, el predicado se limita a
explicitar el sujeto, en el cual se hallaba ya precontenido; estos
juicios a priori son universales y necesarios, pero no amplían nuestro
conocimiento. En los juicios sintéticos, por el contrario, el
predicado no está contenido en el sujeto: son, en principio, juicios a
posteriori, cuya síntesis está empíricamente dada. Pero sucede que
algunos de estos juicios (p. ej.: “todos los cuerpos son pesados”)
expresan una propiedad universal y necesaria de los fenómenos
naturales; y como el puro dato a posteriori –por más que se repita–
no puede justificar la universalidad y necesidad, resulta que nos
vemos obligados a admitir la existencia de juicios sintéticos a priori.
Tal suerte de juicios se encuentra de hecho en las ciencias exactas
(Aritmética y Geometría), en las ciencias físicas, e incluso parece que
deberían de hallarse en la Metafísica, si es que ésta quiere
presentarse como una ciencia que hace avanzar el conocimiento.
Quedan, entonces, planteadas las siguientes preguntas
fundamentales: ¿Cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en
las Matemáticas?; ¿y en la Física?; ¿son, acaso, posibles también en
la Metafísica? A estos interrogantes responden respectivamente la
Estética trascendental, la Analítica trascendental y la Dialéctica
trascendental, que componen la primera parte de la Crítica de la
Razón pura (Doctrina trascendental de los elementos), a la que sigue
una segunda parte, que lleva por título Metodología trascendental.
a) En la Estética trascendental desarrolla Kant una teoría de la
sensibilidad y del fenómeno empírico, concebido como el objeto
indeterminado de una intuición empírica. La materia del fenómeno
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es la sensación, reacción subjetiva de la conciencia ante la afección
sensible. Esta materia de los fenómenos nos es dada a
posteriori, y su característica primordial es la multiplicidad,
ya que los datos, aunque se refieran a un mismo sujeto
cognoscente, proceden de estímulos diversos, provenientes de
la realidad exterior. La forma del fenómeno, en cambio, es lo
unificador, lo sintético, lo ordenador, lo determinante en la
sensibilidad. En la medida en que son formas del fenómeno, el
espacio y el tiempo son las condiciones de posibilidad de los
fenómenos empíricos. Estas formas a priori o puras están
impuestas necesariamente a los fenómenos por la naturaleza de
nuestra sensibilidad (el espacio es la forma de las intuiciones de los
sentidos externos y el tiempo de los internos). Como formas de todos
los fenómenos, el espacio y el tiempo son universales y necesarios,
pero su universalidad no es la propia de un concepto, ya que no hay
más que un espacio y un tiempo. El carácter subjetivo del espacio y
el tiempo lleva consigo la idealidad trascendental del fenómeno. Lo
que llamamos objetos exteriores no son otra cosa, según Kant, que
meras representaciones de nuestra sensibilidad. ¿Qué son los objetos
en sí y separados de toda esta receptividad de nuestra sensibilidad?
“En modo alguno podemos saberlo”, responde Kant (ib. A42, B59).
Pero la idealidad trascendental del fenómeno no excluye, sino que
comporta, su realidad empírica. Porque tampoco es el fenómeno una
mera apariencia: no se encuentra exclusivamente en el sujeto, ni
tampoco en el objeto en sí, sino precisamente en la relación entre
ambos y unido inseparablemente a la representación del objeto en el
sujeto.
b) En la Analítica trascendental se considera la problemática de la
objetividad, examinando las condiciones bajo las cuales el fenómeno
deviene, en nuestro pensamiento, un “algo”, un objeto conocido.
Porque para Kant sólo a nivel intelectual se alcanza una estricta
objetividad, una universal validez. Para la fundamentación de la
objetividad científica, Kant rechaza tanto las soluciones metafísicas
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clásicas como las meramente empiristas y subjetivistas. Su
aportación decisiva estriba en haber “descubierto” un nuevo tipo de
subjetividad –la subjetividad trascendental– fundante de la
objetividad, y superadora tanto de la subjetividad empírica como de
la objetividad trascendente. El concepto clave de la Analítica será,
entonces, el de sujeto trascendental. Por trascendental entiende
Kant todo conocimiento que no se ocupa tanto de los objetos, sino de
nuestro modo de conocerlos, en cuanto que éste es posible a priori
(ib. B25). Es la potencia activa de nuestra mente la que reduce
a unidad (sintetiza) y da valor objetivo de realidad a la
multiplicidad que los sentidos nos ofrecen. El fundamento de
la experiencia, en cuanto verdadero conocimiento, debe
buscarse, pues, en los principios formales a priori del
entendimiento. Esta facultad unifica y determina los fenómenos
sensibles, formalizando sus relaciones y unificándolos según las
estructuras de los juicios objetivos. La clasificación de los juicios es
el “hilo conductor” para la deducción de la correspondiente tabla
de las categorías. Las categorías kantianas son los grandes
modos bajo los que se verifica la síntesis de los fenómenos
empíricos: son las “formas de una experiencia en general”, (ib.
B163).
A través de las categorías o conceptos puros, se realiza una
síntesis unificante de los fenómenos en torno al “yo trascendental”,
que culmina en la “apercepción”. La apercepción trascendental es la
función intelectual por la que se refieren a la conciencia del “yo
pienso” todas las percepciones. Pero, ¿cómo esas formas a priori del
sujeto trascendental son válidas para el conocimiento de los objetos?
Precisamente –ha de responder Kant– porque estas formas subjetivas
son las condiciones y el fundamento de todo conocimiento, ya que sin
ellas ningún objeto nos puede ser dado: “Las condiciones de la
posibilidad de la experiencia en general, son al mismo tiempo
condiciones de la posibilidad de los objetos de la experiencia y tienen
por ello validez objetiva en un juicio sintético a priori” (ib. A158,
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B197). Así, pues, según Kant, sería el entendimiento el que
impone sus condiciones al fenómeno sensible, y no a la
inversa. En esto estriba precisamente la “revolución
copernicana” que Kant realiza en la historia del pensamiento
filosófico occidental. Tal es la línea argumental de la Deducción
trascendental de las categorías, en la que se demuestra que es
posible una síntesis a priori de lo a posteriori –con validez objetiva–,
y gracias a ella se justifica la existencia de juicios sintéticos a priori
en la ciencia física. La naturaleza, para Kant, no es en sí más que un
conjunto de fenómenos, y las leyes generales de la naturaleza no
vienen dadas por la estructura de las cosas –tal como éstas son en sí
mismas– sino que es el entendimiento el que las prescribe: somos
nosotros mismos, dice Kant, los que introducimos el orden y la
regularidad en los fenómenos que llamamos naturaleza, y no
podríamos encontrarlas si no hubieran sido puestas originariamente
por nosotros o por la naturaleza de nuestro espíritu (ib. A125).
La experiencia es, entonces, una construcción racional, referida a
la intuición empírica: de la conjunción de lo puesto por el
entendimiento con lo dado en la intuición surge la objetividad. “Los
conceptos sin intuiciones –dirá Kant – son vacíos; las
intuiciones sin conceptos son ciegas” (ib. A51, B75). Pero
conceptos e intuiciones son, de suyo, representaciones heterogéneas.
Para aplicar aquéllos a éstas, se requiere un “tercer término”, que
sea parcialmente homogéneo a ambas. Esta “representación
medianera” ha de ser pura (sin mezcla de nada empírico) y, no
obstante, por un lado intelectual y por otro sensible. Tal es el
“esquema trascendental”. El esquema trascendental es el tiempo:
homogéneo con las categorías, en cuanto que es universal y
descansa en una regla a priori; pero homogéneo también con el
fenómeno, ya que el tiempo está contenido en toda representación
empírica de lo múltiple. En conexión con la teoría del
“esquematismo” –y dentro también de la Doctrina trascendental del
Juicio– desarrolla Kant el “Sistema de los principios del
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entendimiento puro”: Axiomas de la intuición, Anticipaciones de la
percepción, Analogías de la experiencia y Postulados del
pensamiento empírico en general. Estas proposiciones sintéticas a
priori –universales y necesarias– constituyen los principios
fundamentales de lo que se podría denominar “ontología formal de la
naturaleza”, en la que Kant basaría las tesis fundamentales de la
física newtoniana.
La “esquematización” es obra de la imaginación
trascendental, que realiza una función intermediaria entre el
entendimiento y la sensibilidad. De manera que el análisis del
proceso de constitución del objeto ofrece una triple “síntesis”:
la síntesis de la aprehensión en la intuición, la síntesis de la
reproducción en la imaginación y la del reconocimiento en el
concepto. Pero en ninguna de estas síntesis se alcanza una cosa en
sí, sino solamente los objetos de la experiencia empírica, a tenor de
la tesis de la limitación en el uso de las categorías, defendida
también en la Deducción trascendental. La Crítica, en efecto, es
solamente posible sobre la base de la distinción de todos los objetos
en noúmenos y fenómenos. Especulativamente sólo cabe al
hombre un conocimiento de la cosa tal como aparece
(fenómeno); pero tal como es, la cosa sólo puede ser objeto del
mero pensamiento (noúmeno). Esta tajante distinción y el
problema del papel que juega la cosa en sí en el sistema crítico, son
cuestiones muy debatidas en la interpretación del kantismo.
c) La Dialéctica trascendental se ocupa precisamente de descubrir
la “ilusión” que implica el tratar de conocer especulativamente la
realidad en sí. Acontece, de modo natural e inevitable, que la razón
humana no se conforma con el conocimiento de los objetos de
experiencia. Sus exigencias de total unidad aspiran a alcanzar un
fundamento último e incondicionado, que quedaría comprendido en
los conceptos trascendentes de la razón o ideas. Las ideas vienen
determinadas según Kant por la naturaleza de nuestra razón; su
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ámbito y su uso tienen que resultar, pues, de la esencia de la misma
razón. Las deduce, entonces, Kant de los distintos modos de los
razonamientos. Resultan así las tres clases de “ideas
trascendentales”, correspondientes a los tres modos de unidad
sintética de todas las condiciones: alma, mundo y Dios. No tienen las
ideas uso constitutivo ni validez objetiva. Son solamente conceptos
heurísticos (focos imaginarios) y no ostensivos: algo meramente
subjetivo, que no indica la índole del objeto, sino sólo cómo tenemos
que buscar el enlace de los objetos de la experiencia. El uso
correcto de las ideas es solamente el “hipotético”, basado en
la ficción de un “como si” (als ob). Mas, dejándose llevar por
su dialéctica ilusoria, la razón hace de la idea una hipóstasis:
le confiere una realidad que no posee, y pretende ampliar el
alcance del conocimiento humano a cosas trascendentes. Es un
razonar que parte de premisas carentes de contenido empírico, y osa
deducir de ellas algo que no conocemos. Las falacias, según Kant, en
que la razón incurre cuando pretende estudiar metafísicamente el
alma son examinadas en los Paralogismos; las Antinomias ofrecen las
contradicciones provenientes de una consideración del mundo como
cosa en sí; y, finalmente, Kant trata de invalidar los diversos
argumentos especulativos en favor de la existencia de Dios (Ideal
trascendental), los cuales se reducen según él –en último análisis– al
argumento ontológico, que incurre en el error de considerar el ser
como un predicado real, en lugar de concebirlo como la posición
absoluta de una cosa.
Por todo esto, Kant entiende que queda suficientemente
demostrado el carácter no científico de la “metafísica dogmática”.
Pero ya en la Metodología trascendental y, más tarde, en los
Prolegómenos (1783) se dan las directrices generales que habría de
seguir una “metafísica futura que pueda presentarse como ciencia”.
¿Llegó Kant efectivamente a realizar tal metafísica?; ¿se confunde
ésta con la misma Crítica?... Sobre este punto existe entre los
comentaristas un amplio desacuerdo. En todo caso, es indudable que
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las perspectivas de la razón humana no se agotan en su uso
especulativo. La Crítica de la Razón práctica, preparada por la
Fundamentación de la Metafísica de las costumbres de 1785 y
publicada en 1788, abre un nuevo y prometedor panorama, en el que
van a quedar de algún modo satisfechos los irreprimibles anhelos a
los que la Crítica de la Razón pura había puesto coto: “Tuve que
anular el saber para reservar un sitio a la fe” (Kritik der reinen
Vernunft, B XXX).
4. La Crítica de la Razón práctica
El punto de partida de la filosofía moral kantiana descansa sobre
un factum incuestionable: “la ley moral en mí”. La conciencia de
esta ley moral puede calificarse de “hecho de la razón”, que es
originariamente legisladora. La crítica de la razón en su uso
práctico sigue, ante todo, el camino de la “racionalización”. Kant
pretende “salvar” la moral frente a todo principio empírico –
eudaimonismo, misticismo, sentimentalismo, materialismo, etc. –,
que es siempre extraño a ella. Se trata de purificar cuidadosamente
la Ética de lo empírico, para saber lo que la razón pura puede por sí
sola construir y de qué fuentes toma esa enseñanza a priori. Frente a
toda moral heterónoma –como la tradicional, basada en los
conceptos metafísicos de bien y fin– Kant postula una moral
absolutamente “autónoma”. La ley moral no es, entonces, sino la
razón autónoma consciente de ella misma. Por ello, el concepto de
libertad es la “piedra clave” de la filosofía práctica de Kant. En la
solución a la “tercera antinomia”, se habían establecido los
principios que posibilitan la compatibilidad del determinismo de la
naturaleza con la libertad de un agente inteligible. Pero sólo la
libertad práctica tiene un sentido positivo y fructífero, fundado en la
conciencia moral. Libertad y ley moral se coimplican: la ley moral es
la ratio cognoscendi de la libertad, y la libertad, la ratio essendi de la
ley moral.
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La autonomía de la moral kantiana lleva consigo el carácter
categórico e imperativo de sus leyes, basadas en el seguimiento
incondicionado de una buena voluntad sin restricciones. El
“imperativo categórico” establece que debe obrarse según una
máxima tal, que se pueda querer al mismo tiempo que se torne
ley universal. Aunque se trata, inicialmente, de un mandamiento
puramente formal, se ha de aplicar a las diversas vicisitudes de la
vida moral; ordena el cumplimiento del deber, la práctica de la
virtud, la búsqueda del bien, pero dejándose llevar exclusivamente
por la conciencia racional de la propia personalidad, no
determinándose a obrar por estímulos externos o meros sentimientos
internos. La ética de Kant se funda en una alta concepción del
hombre y de su valor interior: obra de tal modo –dice otra
formulación del imperativo– que uses la humanidad, tanto en
tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre
como fin y nunca solamente como medio.
La moral representa el momento positivo cumbre de la filosofía
kantiana. La primacía de la Razón práctica sobre la
especulativa se traduce en la posibilidad de alcanzar, por medio de
aquélla, una certeza inconmovible sobre la existencia de Dios, la
inmortalidad del alma y la libertad de la persona humana. Este
convencimiento se adquiere por la vía de los “postulados”, que se
apoyan en el deber de hacer real el bien supremo, en el que se
conjugan la santidad con la felicidad. Las máximas morales se
“deben” realizar; pero el “deber” supone un “poder”, y la posibilidad
ha de presuponer la realidad objetiva de la libertad, de Dios, y del
alma inmortal. Bien advertido que estas conclusiones tienen sólo una
validez práctica y no modifican para Kant los resultados agnósticos
de la crítica de la razón en su uso especulativo.
5. La Crítica del juicio
Parece, entonces, que ha quedado abierto un abismo in-
franqueable entre la esfera del concepto de la naturaleza como lo
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sensible y la esfera del concepto de la libertad como lo
suprasensible, de tal modo que de la primera a la segunda (por
medio del uso teórico de la razón) ningún tránsito es posible. Pero
Kant no se resigna a considerar definitivo el desgarramiento entre lo
fenoménico y lo trascendente. La tercera de sus grandes obras la
Crítica del Juicio será la encargada de echar un puente entre
estos ámbitos, inicialmente heterogéneos. Este intento se ha de
realizar a través de la mediación del juicio o discernimiento
(Urteilskraft), facultad intermedia entre el entendimiento y la razón.
El camino a recorrer supone un tránsito de la naturaleza a la
libertad, a través del “juicio reflexionante”, tanto “estético”
como “teleológico”. Es un paso decisivo en la ascensión de la
naturaleza hacia la plenitud racional: se trata de ver cómo la
naturaleza debe estar ordenada también hacia el fin moral.
El examen del “juicio estético” nos revela los elementos a priori
del sentimiento. En la investigación estética se ha de conjugar la
espontaneidad y libertad que el “genio” artístico comporta, con la
universalidad que exige una rigurosa apreciación de la belleza. Kant
resuelve este problema acudiendo al concepto de una “finalidad sin
fin”. La finalidad de la obra de arte no es objetiva, porque no
pertenece a la obra de arte misma, sino al espectador que la aprecia.
Es una finalidad subjetiva, ya que es el hombre quien la proyecta en
el objeto artístico: es una finalidad irreal, la forma pura de la
finalidad.
El sugestivo panorama que Kant traza en el estudio del “juicio
teleológico” tiene también un profundo sentido antropocéntrico. La
experiencia no conduce a una finalidad objetiva, de la naturaleza,
pero tampoco prohíbe que se suponga hipotéticamente. El hilo
conductor que lleva a esta suposición es la consideración de los seres
vivos. Se debe pensar que todo en el mundo es bueno para algo, que
nada en él es vano. Esta suposición teleológica es un mero principio
heurístico del juicio reflexionante, válido únicamente para el uso de
20
la razón: no es constitutivo, sino regulativo. Este mismo valor tiene la
necesidad subjetiva que nos impulsa a dar nuestra aquiescencia al
argumento demostrativo de la existencia de Dios, que nos propone la
teleología ética.
6. Últimas obras
Con la publicación de la Crítica del Juicio en 1790, entendía Kant
haber concluido la tarea crítica. En principio, se consideraba en
franquía para emprender la tarea doctrinal. Sin embargo, las obras
de este último periodo –con excepción quizá de la Metafísica de las
Costumbres (1797)– suponen más bien una profundización y
autointerpretación de la propia filosofía crítica. Especial importancia
sistemática tiene un opúsculo que lleva por título Sobre un
descubrimiento, según el cual toda nueva crítica de la razón pura
debe ser hecha inútil por otra más antigua (1790). En esta respuesta
a una crítica de Eberhard, Kant subraya la originalidad de su
doctrina con respecto a la de Leibniz, admitiendo todo lo que de
común puedan tener, al tiempo que insiste en el carácter formal y a
priori de las representaciones de conciencia. En su aportación a un
concurso académico sobre Los progresos de la Metafísica desde
Leibniz y Wolff, postula Kant una metafísica dogmático-práctica y
refuerza su doctrina de la síntesis (Zusammensetzung) en un sentido
más constructivista.
Pero la obra capital de esta postrera etapa –e incluso una de las
más importantes de Kant– habría de ser el Tránsito de los principios
metafísicos de la ciencia natural a la Física. La vejez y la enfermedad
no permitieron a Kant llevarla a término, pero quedan un gran
número de Fragmentos manuscritos, recogidos en el denominado
Opus Postumum. Estas notas preparatorias del Uebergang –a pesar
de la desconfianza con que inicialmente las acogieron algunos
comentaristas– se han revelado muy importantes para la
interpretación del sentido global del pensamiento kantiano. En estos
últimos años Kant no cede –como se ha pretendido– ante el
21
empuje del naciente idealismo romántico, sino que profundiza
en los últimos fundamentos de sus propias concepciones. Los
mejores intérpretes actuales consideran que no hay ruptura, sino
evolución homogénea, entre las Críticas y el Opus Postumum. En
este “proyecto” se elabora una teoría de la génesis de la materia de
las sensaciones, con vistas a la edificación del sistema de la
experiencia; la cosa en sí queda, finalmente, considerada como un
mero ens rationis; se gradúa el objeto fenoménico en una diversidad
de planos; en definitiva, se consagra la espontaneidad autónoma del
sujeto como condición de la objetividad científica y moral. El
kantismo queda confirmado como una filosofía humanista, como una
teoría de la libertad, que tiene en su base la investigación reflexiva
de la actividad humana. La Filosofía trascendental pretende, en
último término, llevar al sujeto humano en el mundo a una acabada
conciencia de sí mismo, gracias a la cual se aseguren los
fundamentos que justifican la ciencia positiva, y se establezca sobre
bases sólidas una comunidad intelectual, que ha de culminar en una
comunidad ética.
22
II. PARTE
1. Kant y la Modernidad
Kant ocupa un lugar único en el despliegue de la filosofía
moderna. Por una parte, reconstruye el racionalismo y el empirismo
desde una epistemología inspirada en la “nueva ciencia”. Por otra,
su pensamiento expresa mejor que ningún otro los grandes
ideales de la Modernidad, cuya versión más típica viene dada
justamente por la Ilustración, de la que Kant es el exponente
máximo y el intérprete más autorizado.
Pero más significativo aún que todo eso es el influjo de Kant en el
pensamiento filosófico posterior. Se podría decir que no todos somos
kantianos, pero todos somos postkantianos. Todos los grandes
pensadores contemporáneos han tomado postura respecto a Kant; y,
si bien es cierto que muy pocos son incondicionalmente kantianos, en
casi todos el rechazo va indisolublemente ligado a la adhesión. La
filosofía trascendental kantiana, constituye la raíz de los grandes
sistemas románticos que se encuadran en el idealismo alemán. Pero
su influencia es aún más directa en las posteriores reacciones frente
a esos sistemas; reacciones que frecuentemente se plantearon bajo
el lema de la vuelta a Kant (zurück zu Kant!).
Esta situación privilegiada de Kant en el escenario de la historia
del pensamiento presta a la enseñanza de su filosofía una
significación que trasciende la mera erudición o “formación general”,
para llegar a constituir una pieza insustituible en la comprensión del
mundo actual. Es muy difícil “orientarse” en este mundo sin tener en
cuenta que sus sistemas de valoraciones están en buena parte
configurados por un modo de pensar cuya raíz se halla en la filosofía
crítica. Por lo tanto, la enseñanza de la filosofía kantiana es una
muestra de algo que vale –aunque en diferentes sentidos– para todos
los grandes pensadores: que su estudio no posee sólo un valor
arqueológico, sino que ayuda a pensar el propio tiempo.
23
2. La libertad como interés
Lo decisivo de Kant consiste en que inaugura un nuevo modo de
pensar. Y la clave del estudio actual de su filosofía estriba
precisamente en iluminar ese nuevo método de pensamiento, en
lugar de perderse en el fárrago de los detalles de su sistema.
Si lo comparamos con la tradición filosófica, la actitud kantiana
representa un giro fundamental. En vez de una postura teórica o
contemplativa, que “deja ser” a la realidad tal como es, el kantismo
es una filosofía interesada en la consecución de los fines de la razón.
Lo decisivo ahora ya no es la realidad en sí misma, sino los intereses
de la razón. Y, a su vez, tales intereses se cifran en un interés básico:
la libertad como autonomía.
Es importante hacer ver al hombre de hoy que el sentido de esta
libertad es muy diverso al del concepto de libre arbitrio o libertad de
eleccción. Ya no se trata de que el hombre elija entre diversos bienes
reales, a la búsqueda de la “vida buena”. Se trata de asegurar el
dominio del hombre sobre la naturaleza y sobre sí mismo. Es un
empeño de liberación de la razón, de toda construcción ajena a ella.
Mientras que los clásicos pensaban que el hombre era un ser
naturalmente libre, Kant entiende que natural y libre son dos
conceptos opuestos: sólo es posible la libertad como liberación de la
naturaleza: como dominio de ella.
3. El método, la reflexión trascendental
El método adecuado para lograr esta autoliberación de la razón ya
no podrá ser el abstractivo. Por medio de la abstracción, el filósofo
pretende penetrar en la naturaleza esencial de realidades distintas
de sí mismo: a ellas se entrega y depende de ellas. La razón humana
está mensurata por la realidad ontológica. Tal manera de pensar es
heterónoma. Una filosofía “autónoma”, en cambio, seguirá el camino
de la reflexión. En la abstracción predomina la intentio recta, es
decir, el ir derechamente al encuentro de la realidad. En la reflexión
24
prima la intentio obliqua: la vuelta del sujeto cognoscente sobre sí
mismo. Se trata ahora de regresar en lugar de avanzar,
precisamente porque se piensa que el único posible progreso lo debe
lograr el hombre en sí mismo. El más allá, lo trascendente, ya no
preocupa tanto, no es lo que interesa. Lo que interesa es el más acá:
lo que está en el poder del hombre, aquello de lo que él dispone.
Pero esta reflexión dista mucho del cogito cartesiano. El método
que Kant descubre y emplea es el de un nuevo tipo de vuelta sobre sí
mismo, a la que él llama reflexión trascendental. Lo propio de la
reflexión trascendental es que se trata de una retroflexión
fundante y constituyente. Es una “flexión hacia atrás,” una vuelta
del pensamiento sobre sí mismo, un activo movimiento de
autoposesión del sujeto, que es –simultánea e inseparablemente– una
posesión del objeto. El sujeto en cuestión, ya no es el sujeto
empírico: ese yo mío particular que comparece inmediatamente en
todas mis actividades conscientes. No: es un sujeto normativo y
fundante. No es el yo mío o el yo tuyo, sino algo más: el yo en su
universalidad y en su necesidad. No el yo que es, sino el yo que tiene
que ser. Tampoco es, pues, un sujeto ontológico: algo así como
el ánima de los clásicos. Es un sujeto epistemológico. Es el yo
que hace la ciencia.
4. El criticismo
Llegamos así a otro punto clave para la compresión de la filosofía
trascendental kantiana. Su esencial vinculación a la ciencia positiva.
Mientras que el realismo clásico no dudaba del conocimiento
cotidiano, la filosofía moderna pone en cuestión la objetividad de la
“cualidades primarias”: de los colores, sonidos, olores y sabores que
se me dan en la experiencia inmediata. Entiende que la ciencia ha
mostrado el carácter ilusorio de muchas de esas percepciones. Por lo
tanto, la filosofía ya no podrá partir de la res sensibilis visibilis, sino
que su aproximación a la realidad estará siempre mediada por las
ciencias. La filosofía se convierte por tanto, en filosofía de la
25
ciencia: en una metaciencia, en un saber de segunda
instancia. O, lo que es equivalente: en un saber del saber, en
un saber crítico.
Frente a la supuesta filosofía dogmática, el kantismo –y casi todo
el pensamiento posterior– es una filosofía crítica. Ya no acepta sin
más todo lo dado, sino que lo “discierne”, lo “discrimina”, lo enjuicia
desde el tribunal de la razón. Pero no se trata ya simplemente, como
en Descartes y en todo el racionalismo, de que la razón clara juzgue
a los confusos sentidos. La racionalidad del nuevo planteamiento
kantiano exige que la razón se juzgue a sí misma: sólo así podrá ser
autónoma. Según la expresión del propio Kant, la razón se sienta
como acusada ante el tribunal que ella misma preside.
Dejemos por el momento a un lado todos los problemas
gnoseológicos que esta actitud autocrítica lleva consigo; y fijémonos
en la vinculación entre los conceptos de reflexión y de crítica
examinados hasta ahora. Porque la reflexión trascendental kantiana
es precisamente una reflexión crítica.
5. La espontaneidad del sujeto
La reflexión crítico-trascendental pretende justamente discernir lo
que es seguro de lo que es incierto; lo que es fundante de lo que es
fundado; lo que es “esencial” de lo que es “accidental”. Pretende
encontrar lo que constituye al sujeto en cuanto tal: lo que podríamos
llamar la subjetividad del sujeto. La subjetividad del sujeto viene
dada por las estructuras permanentes del yo, que la reflexión
descubre al examinar críticamente nuestros actos cognoscitivos. Son
estructuras que se hallan de antemano, a priori, en nuestra mente;
son formas de la sensibilidad y del entendimiento, es decir,
configuraciones no mezcladas de nada empírico o dado en la
experiencia.
Tales estructuras a priori de la subjetividad del sujeto –comunes a
toda la “raza humana”– representan las condiciones de posibilidad
26
del ejercicio del conocimiento y, por tanto, de todos los objetos que
en tal ejercicio se alcanzan. Lo que tales estructuras posibilitan
no es la datitud empírica de los objetos, su simple efectividad
bruta, sino precisamente su índole de objetos: la objetividad
de los objetos. De tal manera que, para Kant, la objetividad del
objeto se fundamenta en la subjetividad del sujeto. O lo que resulta
equivalente: las estructuras de la subjetividad del sujeto son –
simultánea e inseparablemente– las estructuras de la objetividad del
objeto.
6. Simetrización de metafísica y crítica
Tal es la entraña de la famosa “revolución copernicana”, que –
desde Kant– señala la orientación preferente del pensamiento
contemporáneo. Como ha visto muy bien el Profesor Leonardo Polo,
lo que se opera aquí es una simetrización respecto al pensamiento
clásico. También allí se descubrían condiciones de posibilidad
del objeto fenoménico. Pero ahora esas condiciones de
posibilidad pasan a ser estructuras del conocimiento en lugar
de estructuras de la realidad. Lo cual, paradójicamente,
conduce a que se malentienda por completo la naturaleza del
conocimiento humano, que se explica –como señala también
Polo– en términos hilemórficos. Y eso es claramente erróneo.
Porque si algo es axiomático en la comprensión del conocer, es que
éste no se pueda entender en términos de una composición materia-
forma. El conocimiento no es un compuesto hilemórfico. Es el
acto en el que se identifican el acto del cognoscente y el acto del
conocido: el cognoscente en acto es lo conocido en acto.
Tal simetrización se debe entender como una transformación de la
metafísica clásica. Algunos manuales presentan a Kant como un
destructor de la metafísica, como un anti-metafísico puro y simple.
Pero lo cierto históricamente es que Kant intentó transformar, no
destruir, la metafísica: pretendió haber hallado para la metafísica “el
seguro camino de la ciencia.”
27
En Kant se vuelve a encontrar todos los conceptos de la metafísica
clásica, sólo que situados en el más acá del conocimiento, en lugar
de en el más allá del ser. Esto es patente en el caso de las categorías,
que pasan de entenderse como modos de ser, para entenderse como
modos de pensar. Y el ser mismo se “simetriza”: ya no es
autoposición del ente, sino la posición absoluta del objeto desde el
sujeto.
Y es precisamente en términos de transformación de la filosofía
como se ha de entender la relación del kantismo con los filósofos
posteriores que en Kant se inspiran.
7. Filosofías de la filosofía
En toda filosofía hay un cierto distanciamiento de lo que
inmediatamente se da en la vida cotidiana. El filósofo se aparta de lo
inmediatamente dado para comprenderlo más hondamente. En
efecto, en toda filosofía se trata de explicar las cuestiones que
inmediatamente interesan –los conceptos temáticos– recurriendo a
otros conceptos, que ya no son temáticos sino operativos. Así hace
incluso la filosofía clásica al recurrir a los conceptos de acto y
potencia para explicar el movimiento. El movimiento es un concepto
temático, mientras que acto y potencia son conceptos operativos.
Pero se da otra “vuelta de tuerca” y los conceptos operativos de acto
y potencia pasan a ser –a su vez– temáticos. Y, para explicarlos, se
recurre al concepto de análoga, etc.
Pues bien, esta tendencia –reflexiva y crítica– de progresiva
tematización de conceptos operativos; esta tendencia, que se halla
presente en todo proceso filosófico, se convierte en exclusiva y
dominante en la filosofía trascendental. La filosofía trascendental
consiste en una filosofía de la filosofía. En una continua y sistemática
tematización crítica de los conceptos utilizados para dar cuenta de la
realidad objetiva.
28
Mientras que en la filosofía clásica este movimiento de
retroreflexión estaba compensado por la permanente exigencia de
atenerse a la realidad ontológica, en la filosofía trascendental
kantiana ya no se da tal compensación, precisamente porque se ha
“liberado” del peso muerto de una realidad heterogénea. Estamos
ante una reflexión autónoma, liberada, autosuficiente,
ilimitada.
La reflexión crítica se hace iterativa, se ha de reiterar siempre.
Porque siempre cabe reflexionar acerca de lo ya reflexionado. El
pensar es siempre un pensar del pensar. Por su propia naturaleza, la
crítica no se detiene nunca. Cabe siempre criticar lo criticado:
buscar ulteriores condiciones de posibilidad de las iniciales
condiciones de posibilidad.
De esta suerte, la historia del pensamiento contemporáneo
es en buena medida, la historia de las radicalizaciones de la
crítica Y eso se produce inmediatamente, ya en vida del propio Kant.
Surgen enseguida discípulos más críticos, más radicales que el
maestro. Son los que Kant llamaba irónicamente “mis amigos
hipercríticos”. Los que piensan que lo anteriormente pensado se
queda corto; que es todavía dogmático o ingenuo; que no ha
apretado lo suficiente las tornas de la crítica.
Quizá las categorías kantianas no sean la última condición de
posibilidad. Tal vez haya que remitirlas, a su vez, a otras funciones
posibilitantes más radicales: al lenguaje, a la vida, a la evolución de
la materia, a la conciencia de clase, al inconsciente, a la libido
sexual, a la historia.
La filosofía postkantiana es, en buena medida, una filosofía de la
sospecha. Se sospecha de todo: nada se debe dar por firme y
asegurado. ¿A qué conduce tal proceso de crítica iterativa, de
sospecha sistemática, de destrucción metódica? La respuesta es la
siguiente: no conduce a nada. El desenlace nihilista del pensamiento
29
crítico fue ya visto con claridad en pleno siglo XIX. El propio
Schelling, en su última fase, advirtió que se trataba de una filosofía
negativa. Y el nihilismo fue denunciado o propugnado trágicamente
por Dostoiewski, Kierkegaard y Nietzsche.
El desenlace de la crítica unilateral y crispada es el final de la
filosofía, anunciado por Marx y por Nietzsche, y comprobado por
Heidegger y por Wittgenstein.
8. La filosofía analítica, como lingüística trascendental
Ahora bien, ni éste es el único desenlace posible, ni el decurso de
la filosofía contemporánea se deja encerrar en un esquema tan
simple.
Para ejemplificar las posibles alternativas, podemos considerar el
caso de la filosofía analítica del lenguaje, que –por lo demás–
constituye una de las corrientes filosóficas más fuertes del siglo XX.
La filosofía analítica se deja interpretar sin violencia como
una radicalización de la crítica gnoseológica kantiana en
crítica lingüística. Kant dedujo su tabla de categorías de los modos
de juzgar. Pero, según los analíticos, no se percató de que las
estructuras del juicio son –al fin y al cabo– estructuras de
proposición. No hay pensamiento sin lenguaje; y el lenguaje
constituye una ulterior condición de posibilidad de esa condición de
posibilidad que es el pensamiento.
Así interpretada, la filosofía analítica constituye una
transformación lingüística (o semiótica, como dice K. O. Apel) de la
transformación gnoseológica de la metafísica operada por Kant.
Habría, pues, tres fases esenciales en el decurso de la historia del
pensamiento. Desde el principio, la filosofía se vio enredada en el
problema de las relaciones entre lenguaje, pensamiento y realidad
(como lo revela la discusión de los universales).
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Pues bien, mientras que la metafísica clásica puso el
fundamento en la realidad y la filosofía trascendental en el
pensamiento, la filosofía analítica lo ha puesto en el lenguaje.
Y esto se traduce en todos los problemas capitales de la filosofía,
también en la cuestión del ser. La metafísica lo consideró como acto
de realidad, la filosofía trascendental lo situó en una articulación del
pensar, y la analítica acaba de entenderlo como un signo lógico-
lingüístico. Hasta el punto de que Quine puede llegar a decir que no
hay problemas filosóficamente relevantes relativos a la existencia
que no puedan dilucidarse por estudio del cuantificador existencial.
Este planteamiento lingüístico-trascendental es, a mi juicio,
notorio en el Tractatus de Wittgenstein. Pero en el despliegue
interno de la propia filosofía wittgensteiniana se registra también ese
proceso de radicalización reflexiva y autocrítica al que antes he
aludido. Porque si en el Tractatus se situaban las estructuras
posibilitantes de la posibilidad en la dimensión sintáctica del
lenguaje (y derivadamente en la semántica), en las Investigaciones
filosóficas se advierte que las condiciones de posibilidad del lenguaje
con sentido se encuentran en los juegos del lenguaje, que no son sino
formas de vida; es decir, que las condiciones últimas de posibilidad
se sitúan en la dimensión pragmática del lenguaje.
Este planteamiento del último Wittgenstein se encuentra en la
raíz de otro de los planteamientos más poderosos de la filosofía
actual: la pragmática trascendental de Habermas y Apel. Las
condiciones de posibilidad últimas se sitúan ahora en las reglas
universalmente válidas del diálogo: en las normas que debe respetar
todo el que interviene en una “discusión libre de dominio”. Por otra
parte, la pragmática trascendental se entiende a sí misma como una
hermenéutica trascendental, en la medida en que toda acción
lingüística es una interpretación del mundo y de sí misma, que puede
considerarse sometida a unas reglas interpretativas universalmente
válidas.
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9. La Fenomenología
Basten estas muestras para apreciar que la aplicación radical de
la reflexión crítica no es la única posibilidad. Caben también –y se
están desarrollando ahora mismo– versiones moderadas de la
filosofía trascendental, transformada de diversas maneras respecto a
la matriz original, que sigue siendo la kantiana. En todas estas
formas de filosofía trascendental –en las que cabría encuadrar a la
fenomenología trascendental de Husserl o a la hermenéutica
existenciaria de Heidegger– se registra el modo de proceder típico
de la filosofía crítica: el paso atrás que pretende fundar lo dado en
unas condiciones de posibilidad situadas más acá de la experiencia;
situadas, al cabo, en el hombre. Por eso se puede decir que la forma
dominante de la filosofía contemporánea es la de una
Antropocéntrica trascendental.
10. La Hermenéutica
Hemos descrito ya dos posibles “salidas” del planteamiento
kantiano: primera su radicalización absoluta con el consiguiente final
de la filosofía; segunda su prolongación moderada. Pero aún queda
una última posibilidad, que es la más reciente y más interesante: la
auto-neutralización por medio de una crítica de la crítica.
En efecto, sí se puede sospechar de todo, se puede sospechar de
la sospecha; si cabe criticarlo todo, también cabe criticar la propia
crítica. En la medida en que se da este paso, empezamos a situarnos
ya fuera de la filosofía moderna y comenzamos a pisar el umbral del
pensamiento posmoderno.
Y, así, nos encontramos con que Gadamer –en Verdad y Método–
denuncia que la lucha de la Ilustración contra los prejuicios es, a su
vez, un prejuicio. Con lo cual cabe volver a valorar el pensamiento
pre-ilustrado y a liberar a la Ilustración de sus propias
radicalizaciones. Gadamer ya no es, sin más, un postkantiano.
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Por su parte, el segundo Wittgenstein critica con lucidez y dureza
el concepto moderno de representación (Vorstellung) desde la noción
de juego del lenguaje. Si bien se mira la práctica lingüística, se
observará que no hay algo así como una “cosa” o “cosita” mental que
sea la representación. El signo conceptual no se hace notar: quizá no
estamos tan lejos de la noción clásica de signo formal. Y, en todo
caso, empezamos a abrir la puerta de lo que Ortega llamó “la cárcel
kantiana”.
Resulta, al cabo, que la cadencia de la crítica no era tan fatal. Los
caminos del pensamiento humano siempre son reversibles. Ningún
sistema filosófico es un “castillo de irás y no volverás”. Claro que,
para no estar encerrado en él, lo primero que se precisa es salir de
él.
En la filosofía actual se registra un sorprendente e
inesperado resurgir de los temas y problemas de la metafísica
clásica; y un interés creciente por la filosofía práctica de
inspiración aristotélica; un cultivo intensivo de la filosofía
griega y medieval; y, al tiempo, un rechazo casi general de
planteamientos representacionistas o idealistas, y positivistas
o empiristas.
No se trata de una pura y simple reposición de planteamientos
anteriores. Se trata de una renovación de la metafísica y la ética de
inspiración clásica, que han ganado mucho en profundidad y rigor a
través de la etapa de las revoluciones o transformaciones, que quizá
esté ya sustancialmente concluida.
11. La Antropología pendiente
Pero la empresa filosófica kantiana no es un empeño inútil, del
que no quepa extraer enseñanzas filosóficas. Su epistemología su
teoría de la ciencia, aunque se haya demostrado insuficiente en
aspectos esenciales, no ha sido sustituida hasta hoy por otra de
inspiración realista y abierta a las “revoluciones científicas” del siglo
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XX. Queda en este punto una gran tarea filosófica por realizar. En
términos más generales, se puede decir que Kant fracasó
genialmente en su pretensión de desarrollar una teoría general de la
acción. También es éste un trabajo pendiente: elaborar una teoría
desde la que se pueda pensar la activa originalidad de la libertad
moderna con unas categorías adecuadas cuyo patrón se encuentra,
paradójicamente, en la noción clásica de praxis (Aristóteles). La
ontología del espíritu, que ha de constituir el núcleo de tal teoría de
la acción, constituye el fundamento de una ética de la dignidad de la
persona humana. Aunque no lograra una articulación filosófica
satisfactoria de los conceptos morales, Kant vislumbró que en el
centro de la ética debe situarse a la persona humana como ser digno
de respeto. También por ello merece que, doscientos años después,
sigamos ocupándonos de su pensamiento y enseñando su filosofía.
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