la flora mutis, tomo i

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LA REAL EXPEDICION BOTANICA DEL NUEVO REINO DE GRANADA

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  • --

  • FLORA DE LA REAL EXPEDICION BOTANICA DEL NUEVO REINO DE GRANADA

    PUBLICADA BAJO LOS AUSPICIOS DE LOS GOBIERNOS DE ESPAA Y DE COLOMBIA Y MERCED A LA COLABORACION ENTRE LOS INSTITUTOS DE CULTURA HISPANICA DE MADRID Y BOGOTA

    E D I C I O N E S C U L T U R A H I S P A N I C A M A D R I D

    1 9 J 4

  • T O M O P R I M E R O

    LA REAL EXPEDICION BOTANICA DEL NUEVO REINO DE GRANADA

    CON TRECE RETRATOS EN COLOR, DOS EN NEGRO, CUATRO ICONES ILUMINADOS Y UNO EN NEGRO, DOS FACSIMILES Y DIBUJOS A PLUMA R E L A C I O N A D O S C O N EL T E X T O

    E D I C I O N E S C U L T U R A H I S P A N I C A M A D R I D

    19X4

  • S O N A U T O R E S DEL P R E S E N T E T O M O

    ENRIQUE PEREZ-ARBELAEZ, Director de Investigaciones Geoeconmicas y de Aprovechamiento de la Carta del Instituto Geogrfico

    de Colombia Agustn Codazzi, para los ca pitillos I a IV, VI a XXX, XXXII, XXXIII y XXXV.

    ENRIQUE ALVAREZ LOPEZ, Jefe de la Seccin de Historia de la Botnica del Instituto Cavanilles, para el captulo V.

    LORENZO URIBE URBE, S. )., Director del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de Colombia, para

    el captulo X X X I .

    E D U A R D O B A L G U E R A S DE Q U E S A D A , Director del Real Jardn Botnico del Prado de Madrid, para el captulo XXXIV.

    ALFREDO SANCHEZ BELLA, Director del Instituto de Cultura Hispnica de Madrid, para los captulos XXXVI y XXXVII.

    PROLOGO de Salvador Rivas Goday, Director del Instituto Cavanilles del Consejo Superior de Investigaciones Cientficas del Estado

    Espaol.

    APENDICE de Francisco de las Barras de Aragn.

    LAMINAS de la Real Expedicin Botnica del Nuevo Reino de Granada.

    RETRATOS en color segn cromofotografas de Toms de la Concha.

    DIBUJOS a pluma de Francisco Soriano.

    De la FLORA DE LA REAL EXPEDICIN BOTANICA DEL NUEVO REINO DE GRANADA

    se editan cincuenta ejemplares distinguidos con nmeros romanos para los Institutos de

    Cultura Hispnica de Madrid y Bogot, y mil novecientos cincuenta con numeracin arbiga

    Ejemplar nmero J J

    OBSEQUIO A LA BIBLIOTECA DEL REAL JARDIN BOTANICO DEL PRADO DE MADRID

    Propiedad literaria:

    I N S T I T U T O D E C U L T U R A H I S P A N I C A A v e n i d a de los R e y e s C a t l i c o s . C i u d a d U n i v e r s i t a r i a . M a d r i d ( E s p a a )

    I N S T I T U T O C O L O M B I A N O D E C U L T U R A H I S P A N I C A Bib l ioteca Nac iona l . Bogot (Colombia)

  • ;

  • FUERON PATRONOS DE LA R E A L E X P E D I C I O N B O T A N I C A DEL NUEVO REINO DE GRANADA,

    SUS MAJESTADES DON CARLOS III, DON CARLOS IV Y DON FERNANDO VII,

    R E Y E S DE E S P A A .

    LA FAVORECIERON DE MANERA ESPECIAL EL MINISTRO DEL DESPACHO GENERAL DE INDIAS

    DON JOSE GALVEZ Y GALLARDO, MARQUES DE LA SONORA; LOS EXCELENTISIMOS SEORES

    DON ANTONIO CABALLERO Y GONGORA, VIRREY-ARZOBISPO; DON FRANCISCO GIL Y LEMOS, DON JOSE DE EZPELETA,

    DON PEDRO MENDINUETA Y MUSQUIZ Y DON ANTONIO AMAR Y BORBON,

    VIRREYES DEL NUEVO REINO DE GRANADA.

    FUE DIRECTOR DE LA EXPEDICION, BOTANICO Y ASTRONOMO DE SU MAJESTAD,

    DON JOSE CELESTINO BRUNO MUTIS Y BOSIO.

    Laboraron en ella don Juan Eloy Valenzuela y Mantilla, agregado cientfico; don Francisco Antonio Zea,

    auxiliar cientfico; don Sinforoso Mutis Consuegra, meritorio, director sustituto de Botnica; don Francisco

    Jos de Caldas, auxiliar cientfico y director sustituto de Astronoma; don Jorge Tadeo Lozano, auxiliar

    cientfico y director sustituto de Zoologa; don Enrique Umaa, auxiliar de Mineraloga; el P. franciscano

    Fray Diego Garca, meritorio y comisionado viajero; don Jos Candamo, encargado del herbario, y don

    Salvador Rizo Blanco, mayordomo de la Expedicin y jefe de los pintores que en diversos perodos y

    lugares, por ms o menos tiempo, dibujaron para ella.

  • SE INICIO LA PREPARACION DE LA FLORA DE LA REAL EXPEDICION BOTANICA

    DEL NUEVO REINO DE GRANADA Y LA REDACCION DEL PRESENTE TOMO

    CON EL OBJETO DE PRESENTARLOS A LA LUZ PUBLICA, SIENDO JEFE DEL ESTADO ESPAOL

    Y G E N E R A L I S I M O DE SUS EJERCITOS EL EXCELENTISIMO SEOR DON

    FRANCISCO FRANCO BAHAMONDE

    Y SUCEDIENDOSE EN EL GOBIERNO DE COLOMBIA LOS EXCELENTISIMOS SEORES

    DOCTOR M A R I A N O OSPINA PEREZ, DOCTOR LAUREANO GOMEZ,

    DOCTOR ROBERTO URDANETA ARBELAEZ Y TENIENTE GENERAL GUSTAVO ROJAS PINILLA,

    PRESIDENTES DE LA REPUBLICA

    LOS GOBIERNOS CONFIARON ESTA REALIZACION

    A SUS INSTITUTOS DE CULTURA HISPANICA

    Se publica la FLORA DE LA REAL EXPEDICION BOTANICA DEL NUEVO REINO DE GRANADA

    en cumplimiento del Acuerdo Cultural entre Espaa y Colombia celebrado el da 4 de noviembre de 1952,

    como resultado de los patriticos esfuerzos llevados a cabo por varios Ministros de Estado de ambos pases,

    por la Academia de Ciencias Exactas, Fsicas y Naturales de Madrid, por su correspondiente en Bogot

    y por el Real Jardn Botnico de Madrid, custodio solcito de los Archivos de la Expedicin, y para

    satisfaccin de un anhelo constante de los promotores de la ciencia, de los conductores de la opinin y de

    los guardianes de la cultura en una y otra nacin.

  • P R O L O G O

    Los Gobiernos de Espaa y de la Repblica de Colombia han acordado publicar la Flora de la Real Expedicin Botnica del Nuevo Reino de Granada, y el presente volumen es la Introduccin de esa obra monumental.

    La disposicin de la Flora para la imprenta ha sido confiada al esfuerzo aunado de los Institutos de Cultura Hispnica de Madrid y Bogot, y estas entidades, a su vez, han designado un cuerpo cientfico de especialistas espaoles y colombianos para que, en ntima colaboracin, verifi-quen las investigaciones indispensables complementarias, preparen los textos, obtengan las corresponsalas necesarias y asuman la responsabilidad tcnica de la empresa, cuyos primeros frutos editoriales hoy presentamos.

    Fu la Expedicin Botnica del Nuevo Reino de Granada un admirable esfuerzo cultural llevado a cabo por la Corona espaola en uno de sus territorios americanos. Confiada desde su iniciacin por la Majestad del Rey Don Carlos I I I a uno de los ms eminentes cientficos que ha producido Espaa, al gaditano Don Jos Celestino Mutis, sostenida y estimulada por los Monarcas que se sucedieron hasta la muerte de este sabio, recibi tal orientacin, ejerci tan saludable influencia social, fij tan elevados derroteros cientficos al pas donde actu; adems acumul tan excelentes y depurados datos y materiales fitogeogrficos, padeci vicisitudes de la historia comn a Espaa y Amrica, agrup y sirvi de escuela a tan preclaros elementos humanos, que puede ser considerada como realizacin tipo de los ideales hispanos en el mundo colonial y como modelo que debemos seguir en nuestro tiempo, para alcanzar la siempre anhelada, nunca suficientemente conseguida, ilmite y trascen-dente unin espiritual del mundo hispano.

    Para que esto se entienda, viene precisamente este volumen previo e introductorio de la Flora. No fu la Expedicin Botnica del Nuevo Reino de Granada la mera exploracin florstica de un territorio, ni menos la recopilacin de

    caractersticas sistemticas de plantas encontradas al azar por exploradores poco o nada vinculados al pas que recorren y que luego rinden sus frutos publicitarios en tierras extraas. Desde que Carlos III la sancion a travs de su Ministro General de Indias, Don Jos Glvez, Marqus de la Sonora, aprobando las medidas que tom el Arzobispo Virrey de Nueva Granada Don Antonio Caballero y Gngora, en 1783, y desde antes, cuando Mutis, en 1760, pis primera vez en suelo americano, hasta que, por la muerte del sabio, por las convulsiones de la emancipacin y por otros varios imponderables de la Historia, se extingui, fu la Expedicin un verdadero Instituto en el sentido moderno, que tom bajo su responsabilidad el estudio indefinido de los recursos naturales de un rea vastsima, la promocin de su aprovechamiento y la educacin de una juventud destinada a perpetuar tales intereses. Sobrepas tambin la visin integral sobre la naturaleza, predominante, ms que ahora, en el siglo xvill y signific una tendencia que, aun presentada en nuestros das, sera tenida como moderna, porque consisti en la adaptacin de los hombres al medio intertropical, promesa de la humanidad.

    Los captulos que siguen a este Proemio, harn ver al lector la verdad de estos asertos, as como las razones que fundamentan el Acuerdo Internacional y que sostendrn el esfuerzo gigantesco requerido por la publicacin de la Flora iconogrfica de Mutis.

    Aunque ceidos rigurosamente a los documentos histricos, no estn modelados como quizs los escribira un historigrafo atado a nor-mas de su especialidad en la presentacin de sus hallazgos de archivo, ya que se destinan a los botnicos, principales interesados en la informa-cin taxonmica de esta Flora. Slo comprendiendo el ambiente natural, social, poltico y cientfico en que actuaron Mutis y su escuela, se aprecia claramente la calidad de su labor, se valora su influencia, se mide su eficacia siempre oportuna, y forman corriente nica, como en una antigua catedral, los estilos que la integran, secularmente distanciados. Como tras una trayectoria que sobrepasara las nubes, describiendo una parbola estremecedora que toca slo las altas cumbres del movimiento hispanista, la creacin de Mutis y su equipo, vuelve a nosotros intacta y brillante, despus de siglo y medio de vida latente, cuidadosamente custodiada y venerada por los que dirigieron y dirigen el Jardn Botnico de Madrid.

    Si cuando en 1932 se celebr el I I Centenario del nacimiento de Don Jos Celestino Mutis, jubileo promovido por Don Jos Joaqun Casas, Ministro de Colombia en Madrid, por Don Jos Manuel Prez Sarmiento, tambin colombiano y Cnsul en Barcelona, y por muchos cien-tficos espaoles y de ultramar, si entonces se hubiese dado por terminada la investigacin biogrfica, histrica y cientfica sobre Mutis, la obra actual sera an imposible. No fu as afortunadamente, sino que eminentes especialistas en diversas disciplinas, estimulados por la atrayente obra de Mutis, se dedicaron con entusiasmo, muchas veces vehemente, a aclarar, unos los detalles de la carrera de su vida, a analizar otros el curso lgico y efectivo de sus mviles, a evocar el climax de progreso presagiado por el retorno de su espritu, en fin, a clasificar en siste-mtica vlida moderna, las maravillosas lminas de plantas, cuyos binomios mutisianos quedaron borrados por circunstancias adversas.

    No poco mrito en toda la empresa que va a desarrollarse corresponde al Jardn Botnico de Madrid, hoy da integrante del Instituto Antonio Jos Cavanilles del Consejo Superior de Investigaciones Cientficas, guardin celoso de los Icones de la Expedicin del Nuevo Reino, de sus archivos, de su herbario y de sus colecciones museolgicas, los cuales en el Jardn se han conservado ms de un siglo, tutelados por el espritu cientfico, hispanista y responsable ante el futuro, de sus Directores y del personal a sus rdenes.

    Merced a una articulacin lgica del pasado, del presente y de un porvenir hoy asegurado, la Flora de la Real Expedicin Botnica llegar a ser, cuando se termine, como lo quiso Mutis, una gloria de Espaa, un orgullo de Colombia, un servicio al mundo cientfico, un estmulo de superacin para las mentes jvenes, una exaltacin digna de la Flora, de la cultura y del Creador. Y un hlito de bienaventuranza recrear los espritus de los que en esta empresa desde Mutis, habremos rendido la jornada.

  • INDICE GENERAL DE LA OBRA

    Nmero Nmero

    C O N T E N I D O D E L T O M O t Z " ? tomo de Mutis

    I La Real Expedicin Botnica II Algas, Hongos, Briofitas 6o

    III Teridofitas, Gimnospermas, Pandanales, Helobiales, primeras Gramneas 50 IV Gramneas (Conclusin). Ciperceas 80 V Prncipes, Sinantas, Espatifloras, Farinosas 52

    VI Lilifloras. Escitamneas 64 VII Microspermas 50

    VIII Microspermas (Continuacin) 50 IX Microspermas (Continuacin) $0

    X Microspermas (Continuacin) . . 50 XI Microspermas (Continuacin) . . . 50

    XII Microspermas (Conclusin) 50 XIII Piperales 70 XIV Miricales, Balanopsidales, Yuglandales, Fagales, Urticales 60 XV Proteales. Santalales. Aristoloquiales 38

    XVI Poligonales. Centrospermas 60 XVII Ranales 50

    XVIII Ranales (Conclusin) Roeadales 70 XIX Rosales 70 XX Rosales (Conclusin) 60

    XXI Geraniales 50 XXII Geraniales (Continuacin) 60

    XXIII Geraniales (Conclusin) 60 XXIV Sapindales 37 XXV Ramnales, Malvales 50

    XXVI Malvales (Conclusin) 50 XXVII Parietales 50

    XXVIII Parietales (Continuacin) 50 XXIX Parietales (Conclusin). 50 XXX Opunciales, Mirtifloras 50

    XXXI Mirtifloras (Conclusin) 60 XXXII Umbelferas, Ericales 58

    XXXIII Primulales, Ebenales 45 XXXIV Ebenales, Contortas $0 XXXV Contortas (Conclusin) 40

    XXXVI Tubifloras 50 XXXVII Tubifloras (Continuacin) 56

    XXXVIII Tubifloras (Continuacin) 60 XXXIX Tubifloras (Continuacin) 60

    XL Tubifloras (Continuacin) 60 XLI Tubifloras (Conclusin) 50

    XLII Plantaginales, Rubiales 50 XLIII Rubiales (Continuacin) 50 XLIV Rubiales (Conclusin) 69 XLV Cucurbitales, Campanuladas 60

    XLVI Campanuladas (Continuacin) 57 XLVII Campanuladas (Continuacin) 50

    XLVIII Campanuladas (Continuacin) 50 XLIX Campanuladas (Continuacin) . . . . 5

    L Campanuladas (Conclusin) . . . . 5o

    LI Indices.

    Total aproximado de las lminas 2.666

  • I N D I C E DEL T O M O PRIMERO

    Pginas

    pgina de Honores de la Flora pgina de Honores del Tomo primero IX Prlogo XI Indice general de la Flora XI I Rsum bibliographique XIV

    PRIMERA PARTE.Ambiente histrico 3 Captulo I. Proemio entre murallas 5

    II . Sobre la estela del gran Almirante 7 I I I . La Espaa del setecientos 9 IV. Ms all de los Pirineos I 2 V. Donde no se pona el sol 15 VI. Mutis de Espaa y de Colombia 24 VII. Preparacin de una antigua cultura 27 VIII . Mundo Nuevo 29 IX. Grandezas y pequeeces 33

    SEGUNDA PARTE.Trayectoria hacia el corazn de Amrica 3 5 Captulo X. De Madrid a Cartagena de Indias 37

    XI . Por el Ro Grande de la Magdalena . . 40 XI I . Camino colonial 43 XII I . En Santiago de Hontibn . . . 45 XIV. Santa Fe y el Nuevo Reino . 47

    TERCERA PARTE.Proyectos, tentativas y espera 4 9 Captulo XV. El mdico del Virrey . 51

    XVI. En el Mayor del Rosario 54 XVII. Plan de altivez espaola . . . 57 XVIII . Auri sacra fames 60 XIX. El Arzobispo-Virrey 63

    CUARTA PARTE.La Real Expedicin Botnica 6 5 Captulo XX. En la Mesa de Juan Daz 67

    XXI . En Mariquita 7 X X I I . Cmo trabaj la Expedicin en Mariquita 73 XXI I I . Adems de la Botnica 7 8

    XXIV. Relaciones cientficas 8 0

    XXV. Otra vez la vegetacin lanuda 8 2

    XXVI. El sabio viajero tudesco * 8 5 XXVII . Los frutos que sazonaron 8 7 XXVIII . Amagos de tormenta 9 X X I X . Muerte al amanecer 92

    QUINTA PARTE.Dispersin en la luz

    Captulo X X X . La generacin gnea 97 X X X I . Los maestros pintores 1 0 2

    XXXI I . Dii minores 107

    XXXI I I . La fragata La Diam. ' \\ 109 XXXIV. En el Real Jardn Botnico del Prado, de Madrid 112 XXXV. No muri, se fu alejando. 1 1 8

    XXXVI. Presencia de Espaa. . . 1 1 9

    XXXVII . Conclusin con urdimbre de esperanza 1 2 1

    Apndice.Documentos sobre Mutis y la Real Expedicin en el Archivo de Indias 125 Bibliografa de la Real Expedicin Botnica del Nuevo Reino 1 3 7

    Indice de lminas y de figuras 1 4 1 Indice de nombres 1 4 2 Colofn 1 4 7

    - XIII -

  • R S U M B I B L I O G R A P H I Q U E

    Les Gouvernements de l'Espagne et de la Rpublique de Colombie ont dcid la publication de la Flore de l'Expdition Royale Botanique du Nouveau Royaume de Grenade. Ce clbre institut naturaliste, fond par le Roi d'Espagne Charles III, fut confi la direction de don JOSEPH CELESTINO MUTIS et reut l'appui de savants notables de l'poque. Pendant plus d'un demi siclede 1760 1816 l'Expdition Royale Botanique recueillit de nombreuses collections, dessins de plantes et manuscrits de descriptions botaniques, ayant pour thetre de ses oprations le vaste territoire de l'ancienne Nouvelle Grenade, qui de nos jours constitue la Colombie. Par l'influence trs profonde qu'elle exera sur le dveloppement d'un sentiment d'autonomie dans certains pays sud-amricains, l'Expdition Botanique de Mutis mrite d'tre signale comme l'uvre culturelle la plus fconde accomplie par l'Espagne dans ses anciens territoires du Nouveau Monde.

    L'uvre monumentale dont la publication commence avec ce Tome I comprendra cinquante-et-un volumes dans lesquels paratront, accompagns des descriptions taxonomiques respectives, les merveilleux dessins xcuts sous la direction de Mutis et reprsentant en cou-leurs naturelles environ 3000 espces de plantes de la Nouvelle Grenade. La prparation de ce Tome I, contenant l'Introduction, a t con-fie par les gouvernements respectifs de l'Espagne et de la Colombie aux soins des Instituts de Culture Hispanique de Madrid et de Bogot. Cette Introduction montre le milieu naturel, social, politique et scientifique dans lequel se sont drouls les travaux de l'Expdition.

    La Flore de l'Expdition Royale Botanique du Nouveau Royaume de Grenade sera certainement un des plus grands efforts raliss dans le domaine de la Botanique descriptive, surtout au point de vue historique et artistique.

    Ce premier tome est illustr de trize portraits en couleurs, deux portraits en noir, deux fac-simils de documents autographes, quatre gravures en couleurs reprsentant deux plantes dessines d'aprs nature par des artistes de l'Expdition, une gouache, et plusieurs dessins la plume.

    PREMIRE PARTIE: LE MILIEU HISTORIQUE

    Chapitre I. Prsentation historique de J. C. Mutis.-II. Le prlude de la conqute de l'Amrique.III. La renaissance culturelle et colo-niale de l'Espagne au XVIIIme sicle.IV. Le mouvemente botanique dans le Nord de l'Europe au XVIIIme sicle.V. La Botanique Hispanique au XVIIIme sicle.VI. Un homme personifiant l'Espagne devant un Continent.VII. Les tudes de J. C. Mutis en Espagne. VIII. Le Nouveau Monde, objet des tudes de J. C. Mutis.IX. Difficults pour le travail scientifique au Nouveau Royaume.

    DEUXIME PARTIE: PNTRATION L'INTRIEUR DE L'AMRIQUE

    Chapitre X. Le voyage de Mutis commence Madrid.XI. Et se poursuit sous les tropiques.XII. Comment on voyageait sur les che-mins amricains.XIII. La vie intime de la Cour Vice-Royale Santa Fe de Bogot.XIV. Le Nouveau Monde et ses conditions sociales et politiques.

    TROISIME PARTIE: PROJETS, TTONNEMENTS ET A T T E N T E

    Chapitre XV. Les premires activits de Mutis au Nouveau Royaume.XVI. Mutis professeur.XVII. La signification scientifique, conomique et sociales de l'Expdition Royale.XVIII. Recherche de l'or, des plantes et des animaux.XIX. L'Archevque-Vice-Roi Caballero y Gngora qui ordonna et protgea l'Expdition.

    QUATRIME PARTIE: L'EXPDITION BOTANIQUE ROYALE

    Chapitre XX. Au village appel La Mesa de Juan Daz.XXI. L'Expdition Mariquita.XXII. L'ambiance et le travail scientifique ralis Mariquita.XXIII. Les travaux de Mutis autres que la Botanique.XXIV. Relations scientifiques.XXV. L'Expdition Santa Fe de Bogot.XXVI. Humboldt et Bonpland au Nouveau Royaume.XXVII. Les efforts de Mutis pour publier ses uvres. XXVIII. Le mouvement d'indpendance.XXIX. La mort de Mutis.

    CINQUIME PARTIE: DISPERSION RAYONNANTE

    Chapitre XXX. Les fondateurs de la Rpublique de Colombie et l'Expdition.XXXI. Les artistes peintres, auteurs de l'Iconographie. XXXII. Les amis de Mutis.XXXIII. Les matriaux de l'Expdition sont emports en Espagne.XXXIV. Les soins pris pour leur conservation au Jardin Botanique de Madrid.XXXV. La tradition botanique en Colombie.XXXVI. Essais pour publier la Flore de Mutis. XXXVII. L'espoir de deux nations.

  • DON JOSE CELESTINO MUTIS estudiando la M u t i s i a >> el Canelo de Andaques. Retrato conservado en el Jardn Botnico de Madrid y que lleva la

    signatura: C. A. Machado - Copia, 1882.

  • LA REAL EXPEDICION BOTANICA DEL NUEVO REINO DE GRANADA

  • A

    PRIMERA PARTE

    M B I E N T E H I S T O R I C O

    S C E N A R I O sorprendente, donde por primera vez se tocaban las Espaas: la peninsular y la dilatada en Am-

    rica tropical, Cartagena de Indias nos brinda el decorado de su baha, de sus murallas, de sus mercados, de

    sus gentes y de sus proezas, para presentardesembarcando en su orillaa don Jos Celestino Mutis, la figura

    central de la Expedicin Botnica del Nuevo Reino de Granada.

    Tambin Mutis haba de servir como punto de contacto entre un mundo donde la primera conquista

    haba dejado hondos surcos de discriminaciones sociales; entre las inquietudes de superacin mental y de

    autarqua econmica que agitaron la Espaa de Carlos III; entre las corrientes cientficas de Europa en el

    setecientos, cuando nacan vigorosas las ciencias positivas determinndose la exploracin naturalista del inter-

    trpico; entre los adelantos intelectuales de la Madre Patria y el continente suramericano, pululante de promesas.

    Si la personalidad de Mutis es, dentro de la historia espaola, una de tantas, en el magnfico desfile de sus patriotas, de sus sabios,

    de sus ascetas y de sus empresarios colosales; para la Amrica toda, representa un nuevo genio de la incorporacin a la cultura europea,

    de las tierras, de las gentes y de los espritus que formaban el heterogneo complejo de las Indias. Despert la fe en nosotros mismos, borr

    los lmites que trazara el ocano y por eso lo llamamos primero entre los colonos y ponemos su vida como dechado en que se realizan

    las ms depuradas intenciones de Espaa en relacin con sus provincias ultramarinas.

    La empresa de Mutis, inspirada en la sangre espaola; en una educacin universitaria genuinamente hispana; en una consonancia per-

    fecta con la Corte de Madrid^ resarce a la Hispanidad de los errores cometidos por algunos de nuestros adelantados de la ocupacin

    inicial; errores que obedecieron a las locuras de selva y soledad, al choque con el mundo indgena incomprensible; a las ideas impositi-

    vas y recias que eran generales a todos los pueblos de Europa en esa poca, que se llam de la bizarra, y a la vida marinera de entonces

    que daba una ltima mano de aspereza a las voluntades de quienes viajaban al Nuevo Mundo, llenos de ambiciones, con un compromiso

    celebrado ante la Casa de Contratacin de Sevilla y con una ilusin de ganancias, engendrada en la Torre del Oro, que domina el puerto

    del Guadalquivir.

    El ambiente espaol en que se desarroll la Expedicin Botnica del Nuevo Reino se caracteriza por esos rezagos de la violencia pri-

    mera; por las corrientes cientficas venidas del extranjero cuando Carlos Linn empezaba a catalogar, en Suecia, con un criterio univer-

    salista, los seres orgnicos del planeta; por el empeo que se desarroll, ms que en ninguna otra de Europa, en la Corte madrilea, de

    indagar los recursos naturales de las provincias allende el mar y, finalmente, por el despertar luminoso de las Universidades, Academias

    y Centros cientficos espaoles, donde bebi Mutis su insaciable afn de saber y de servir.

    Aquella materialidad deprimente y esta espiritualidad surgente desarrollaron en su alma la mayor ambicin de su vida que era alcan-

    zar el ttulo de Botnico de Su Majestad y de leal vasallo, como las ciudades emulaban por recibir de sus reyes el calificativo de muy

    nobles y muy leales.

    Finalmente, se da en esta primera parte una idea somera de la geografa, de la geomorfologa, de la naturaleza viva y de las gentes de

    esa Amrica, abrazada por Mutis como objeto de sus mltiples e intensas actividades. En el mundo pber, los bosques estaban plenos de

    incgnitas; las distancias y las vas aspersimas propiciaban el aislamiento y el olvido; la vida ciudadana apenas se insinuaba.

    Y en ese ambiente, a sus veintiocho aos, se sumerga Mutis, gaditano, mdico del virrey Don Pedro Messa de la Cerda, al pisar por

    primera vez las playas de Cartagena de Indias, entre un grupo de funcionarios del Gobierno, de soldados, de mercaderes y de marineros.

  • CAPITULO PRIMERO

    PROEMIO ENTRE MURALLAS

    Los caones de los fuertes atronaban la baha replicando el de Manga a Manzanillo; San Luis a San Felipe (i), y desatando surtidores de cohetes, por encima de las barriadas, de las islas, de los canales y de los numerosos navios surtos en ellos, porque en tales momentos, a las diez de una maana bonancible, el mircoles 29 de octubre de 1760, con todas las velas izadas, entraba por Bocachica a Cartagena de Indias, el navio de guerra Castilla, de la Armada de Su Majestad, a bordo del cual vena a gobernar el Nuevo Reino de Granada, el excelentsimo seor Bailo, frey Don Pedro Messa de la Zerda y Crcamo, Marqus de la Vega de Armijo.

    Apresuradamente, por la puerta de la Media Luna que del mer-cado y de la aduana llevaba a la avenida del Cocal, un pelotn de las milicias sala a hacer alarde ante el nuevo Virrey y a mantener el orden en la multitud abigarrada que se agolpaba al embarcadero (2).

    Voces de marineros arriando las velas, algaraba tropical que reper-cuta en las murallas, repique de campanas en la atmsfera tibia. Cuando un traquido de maderas y el correr afanoso de una cadena, anunciaron que la armazn se haba recostado a la orilla, la marinera y los viajeros cantaron una salve a la Virgen de la Popa, que los haba conducido felizmente al trmino de su larga y peligrosa travesa. Los das anteriores, con el bochorno del mar dormido tropical, el manda-tario haba permitido que a su ejemplo se quitaran las casacas; pero el da era de gala, gala de corte de Carlos III y el oro y la grana, la curio-sidad y las pelucas y el olor a alhucema se apiaban a la barandilla (3).

    Por la escala baj el virrey precediendo a sus familiares. Figuraba entre ellos un caballero, alto, joven todava, de casaca obscura, ojos negros, labio inferior befo, frente espaciosa y grave continente, quien no perda detalle de cuanto pasaba a su alrededor. Escudriaba a las gentes, blancos, indgenas y negros; observaba a los pescadores, miraba los frutos que venda un muchacho, se inclinaba a considerar las hierbas que crecan entre las baldosas de las calles; diriga, sobre todo, la mirada, en que se adivinaba el ansia, hacia las laderas del Cerro de la Popa, cubiertas de cardonales.

    A l se volvera don Pedro mientras entraban al recinto amura-llado y le preguntara con familiaridad:

    Qu os parece, don Jos, de este recibimiento? Cuando uno de los ms clebres talentos americanos de aquella

    poca, comenta esta escena, al parecer rutinaria, que acabamos de des-cribir, dice:

    El ao IJ6O desembarc en Cartagena, ao para siempre memorable en los fastos de nuestros conocimientos y ao en que comenzaron a reinar las ciencias tiles sobre nuestro horizonte.

    Multum ille et terris iactatus et alto.

    VIRGILII MARONIS, Aeneis .

    Y Caldas expresaba la verdad. Con la llegada de Don Jos Celestino Mutis a Cartagena de Indias, se iniciaba la promocin ms enrgica de progreso cientfico, llevada a cabo por la Espaa coloni-zadora en el Continente Suramericano y al mismo tiempo se abra en forma magnifica la historia de la nacin colombiana.

    En los cntaros de barro y de oro en que el indio haba bebido sus ideales de humanidad, nunca se haba vertido en forma tan generosa el vino de virtudes exquisitas que se cosech en Iberia. Nunca, como en la huella de aquel primer paso que se di en Cartagena, donde hasta la arena de las playas tiene hlitos de perennidad, se fij el rumbo de nuestra patria para sus prodigiosas metamorfosis.

    La poca inicial de la conquista fu ac de los mares de un terrible individualismo. Arriesgar la vida a cada paso; romper a travs de las lanzas y de las flechas enherboladas; aventurarse a las corrientes de ros de grandeza nunca vista; escalar montaas casi inaccesibles; abrirse paso por bosques titnicos; vencer fieras desconocidas; subyugar a los indios que defendan con furia sus derechos humanos innegables; expoliar el oro de sus santuarios y de sus tumbas; aterrarlos con caba-llos y perros monstruos de otros mundos y someterlos a seores distantes, cuya grandeza difcilmente abarcaba la fantasa y de cuya bondad no poda persuadirse el corazn; haba sido, sin duda, impulso ms de la desesperacin y de la fuga, que del afn creador. Como dijo Joan de Castellanos, los hombres lucharon entonces ms que por sal-var su vida, por vengar su muerte que vean segura.

    Pero pasada la epopeya ansiosa y dominadora, vino la colonia fecunda;l a paulatina extensin sobre Amrica de la buena patria espa-ola, hidalga en sus generaciones, honesta en sus familias, religiosa en su culto, pintoresca en sus alegras, frugal en su yantar, cortesana en su gobierno, desenfadada, generosa y galante en todos sus ademanes. El espritu de Espaa avanz en las tierras intactas del Nuevo Mundo, con esa pausa, con esa seguridad e indeclinable rectitud con que la reja del arado va trazando el surco. Entonces s fueron menester motivos tenaces, fuerzas rtmicas y acompasadas como las del corazn y de la savia.

    La colonizacin espaola se hall recluida, en sus comienzos, den-tro de murallas. La salud de los hombres, fundamento de su vigor fsico y mental, se vea amenazada por ataques desconocidos. La edu-cacin que despus de la salud, pone al hombre al nivel de su poca, unifica el sentido de las cosas, ordena los talentos y estimula las volun-tades, presentaba problemas cuya solucin peda cavilaciones y ener-gas.

    Vida colonial, segn Earl Parker Hanson, es aquella en que un pueblo produce uno o pocos elementos de vida y debe por ellos inter-

    (1) Enrique Marco Dorta ha seguido con nitidez y minuciosidad la historia de los castillos, fuertes y bastiones de Cartagena de Indias precisando su origen, dura-cin y reformas. A mediados del siglo XVIII, cuando arrib J. C. Mutis de la Espaa peninsular, estaban en servicio el Castillo de San Felipe de Barajas; el de San Luis a l a entrada de Bocachica; los fuertes de Manzanillo y de Santa Cruz cerrando el puerto interior y el fuerte de Manga en el interior del puerto.

    Entonces tambin, y hasta 1770, hallbase abierto el estrecho de Bocagrande, de 1.200 toesas de longitud, aunque con poco fondo, pues slo balandras pasaban por l. No obstante, este boquete hacia el interior del puerto cartagenero, haba sido aprovechado por los piratas para sus recientes ataques. Haca poco, 1741, que Vernon haba sido derrotado por la firmeza de ese valeroso mutilado que se llamaba don Blas de Lezo.

    En 1762 estall la guerra con Inglaterra, llamada de los siete aos, como consecuencia del Pacto de Familia concertado entre las ramas de la Casa de Borbn. Sabindose que los ingleses haban atacado a La Habana y a La Florida, se hicieron prevenciones en Cartagena bajo la direccin del ingeniero castellano don Antonio Arvalo, nacido en la villa de Martn Muoz de la Dehesa. Al mismo se encargaron numerosas defensas a lo largo de la costa Caribe.

    (2) De los antecedentes biogrficos del virrey La Zerda o Cerda, como tambin se escriba en su pocadesde su fe de bautismo hasta su llegada como virrey al Nuevo Reino, habla el insigne y escrupuloso historiador J. M. Restrepo Senz en sus Biografas de los Ministros y Mandatarios de la Real Audiencia (1672-1819) Bogot, 1952. Era natural de Crdoba, donde naci el 16 de febrero de 1700 de noble linaje; visti el hbito de la orden militar de San Juan; ingres en la Armada como guarda marina; sirvi como jefe de la escuadra en el Mediterrneo y en el Caribe; como a tal le toc recibir en Cartagena a su predecesor en el virreinato, al noble don Jos Sols Folch de Cardona; en 1755 fu ascendido a teniente general de la Real Armada y en el 57 fu nombrado para el Consejo Supremo de Guerra. Su ttulo de Virrey, Gobernador y Capitn del Nuevo Reino de Granada est firmado en el Buen Retiro el 30 de julio de 1760 por S. M. el Rey.

    (3) Segn Restrepo Senz consta, por un certificado de los oficiales reales de Cartagena, que el Castilla fonde en el amarradero de la baha slo el 31 de octubre Y que el seor Messa salt a tierra en la tarde de tal da. Pero ms que por ellos nos dejamos guiar por los diarios de Mutis.

  • cambiar de fuera la multitud de medios que necesita para sostenerse y progresar. Amrica, generosa en recursos naturales, ignoraba todava las riquezas de su suelo, la manera de subyugarlas a su utilidad y de darles entrada al comercio mundial.

    Faltaba la antorcha que iluminara esos caminos y fu Mutis quien la empu y sali a la vanguardia de un avance exultante, como mdico, como educador, como naturalista, como sacerdote, como maestro de una altsima poltica.

    La ciencia fija el derrotero de los pueblos y aprestigia sus tenden-cias y todo en la ciencia americana estaba vallado de murallas. Si los colonos haban avanzado tras la fertilidad, adivinada slo en el verde azuloso de las montaas distantes, era preciso dar nombre a los dones de la vida, a las plantas y animales uno a uno, para que sobre ellos pudiera fijarse la mirada de los sabios, y Mutis se hizo colector y taxo-nomista, a una altura que difcilmente se haba de repetir entre nos-otros. Si la codicia y la presa fcil haban socavado las minas y los pla-ceres de los ros en busca de los metales preciosos, l se hizo minero, explor las vetas de esmeraldas y de otras gemas, reform tcnica-mente la minera. Como mdico investig las dolencias, disip super-cheras y puso valla a los abusos de los teguas. Hall que el estudio de la naturaleza no se puede hacer ni comunicarse sus resultados si no lo preceden la geografa y la cartografa. Por eso los caminos aspersimos de la colonia lo vieron llevando con increble solicitud sus instrumen-tos, verificndolos, haciendo de da y de noche observaciones baro-mtricas, tomando rumbos con la aguja magntica, midiendo con la corredera la velocidad de los ros, precisando las coordenadas de los lugares que visitaba, fijando los factores de los climas, determinando, en las nastias de las plantas, las seales horarias.

    Y como la Geografa es imposible sin Astronoma, y el cielo en s mismo es la constante de continente a continente, fund el observato-rio astronmico de Santa Fe de Bogot, avanzada sobre el cielo antr-tico, oculto a la Europa sabia.

    Como ese cielo, Mutis todo lo abarc. Fu incansable en la pene-tracin de ese todo, observando y anotando da a da y hora tras hora con minuciosa precisin siempre en actitud de discpulo ante la natu-raleza. Viajero infatigable, cuando viajar era sumergirse en un mundo agreste, asimil nuestro paisaje, bebi de las linfas de nuestros torren-tes, y de las angustias de nuestro pueblo; llam amigos lo mismo al arriero que al Virrey, aconsej a los gobernantes y ennobleci la socie-dad que lo rodeaba.

    Despus de la conquista y de la colonia vino la Repblica: convul-sin, lucha por una nacin libre, en la cual se cumplieron aquellas palabras de Miguel Antonio Caro:

    Luch contra s misma, Cruel, la raza ibrica.

    Pero la biografa de los libertadores no comenz la vspera de la batalla. Fu fruta madurada por Mutis en su casa de la botnica, donde una generacin recibi de l toda la altivez hispana, todo el valor, toda la ambicin de autonoma que germina en la conviccin de la propia suficiencia; toda la generosidad que pone la sangre a flor de sacrificio. Fu Espaa en sus venas la que sacudi la vida secun-dona, sumisa y controlada desde el remoto desconocido y descono-cedor.

    La leccin era sencilla en el ambiente idlico: Vuestro talento es igual al de los hombres de la cultsima Europa;

    cuando hagis vuestra obra perfecta, escribid en ella con vuestro nom-bre, vuestro ttulo de americanos; vuestra naturaleza es un edn dadivoso, como los ms ricos del mundo.

    Y la tormenta se desencaden desde Santa Fe, se hizo fulgurante en Cartagena y corri hasta Quito por las vrtebras de los Andes. Si Bogot fu una realidad culminante en el mundo que despus se llam bolivariano, ella debi su carcter privilegiado a esa leccin de patria expresada en forma tan elemental como convincente.

    El 5 de abril de 1732, Jos Celestino Bruno Mutis y Bosio naci en Cdiz, la amurallada ciudad donde terminaba el mundo mediterr-neo atalayando el More Tenebrosum. Desembarc, pues, en Cartagena a los veintiocho aos de edad.

    Su llegada tiene el mismo sabor lrico que aquella descrita por Horacio:

    Septimi, Gadis aditure mecum et cantabrum indoctum iuga ferre riostra et barbaras Syrtis ubi Maura semper

    Aestuat unda.

    Pis tierra, hoy colombiana, en los confines del mundo hispnico, entre gentes indmitas, entre el hervidero moreno, el espaol ms emi-nente que nos di la Colonia, y segn L. Lpez de Mesa, el primer procer de la independencia de Colombia, el alfa y omega de nuestra cultura.

    Se ha alabado a Mutis porque mereci la estima de muchos sabios europeos, particularmente de los Linn y de Humboldt. Se han pon-derado sus esfuerzos en la recoleccin, dibujo, anlisis y en la divulga-cin de la flora del Nuevo Reino. Se conocan por muchos las lminas incomparables dibujadas bajo su direccin y hoy conservadas en el Jardn Botnico de Madrid. Todo ello apareca como una obra trunca, arrebatada por el destino, hija ms de la pasin por el estudio que de un plan armnico y operativo. Hoy los frutos sazonados se van destacando entre el ramaje verde.

    Mutis parti de una mltiple nada. Pero su creacin de fe arrastr consigo a la gloria lo suficiente, para que al morir se pudiera dar por estable el es pritu y el prestigio de una nacin. Su mismo conato mtilo se haba de repetir a lo largo de siglo y medio en todos los neo-granadinos, quemados por idnticos ideales.

    Muchas veces, mirando clarear el alba, he sufrido la ilusin de con-templar en ella nubes, cordilleras, golfos y promontorios y he visto en esas costas proteicas los bosques y palmares que aquellos das ms me impresionaron.

    As pasa con la vida de Mutis desplegada en el amanecer magnfico de la historia hispanoamericana. En ella vemos las vicisitudes que la ciencia ha corrido en todo el continente, compendiadas sus creaciones y sus evanescencias; porque ese grande hombre vino a nosotros men-sajero de Espaa y heraldo de nosotros mismos. Su obra no pertenece a una poca ni puede fracasar; es la empresa de ayer, de hoy y de maana de conducir la Hispanidad por un camino de excelencias para hacerla respetable ms all de toda frontera.

    Despus de siglo y medio de cataclismos y de olvido, cuando ahora planeamos un servicio cientfico para las patrias espaola y colombiana y publicidad adecuada para la obra de Mutis, no encontramos otro plan mejor, otro impulso ms ambicioso que el que su autor supo infun-dirle entonces, cuando Espaa alzaba los bastiones de Cartagena de Indias para defenderse de los piratas ingleses y franceses que medra-ban a su costa.

    6

  • SOBRE

    CAPITULO II

    LA ESTELA DEL GRAN ALMIRANTE

    Arrebatados nuestros primeros conquistadores de la bizarra, an dominante en el siglo de las conquistasi consultaron ms a su gloria y ambicin que a fundar unas colonias tiles a la metrpoli.

    A. CABALLERO Y GNGORA, Relacin de M a n d o , II, 2.

    An no despuntaba el sol. Se estremeca apenas el alba del 3 de agosto de 1492, cuando la Santa Mara, La Pinta y La Nia las tres con 120 personas a bordo zarparon del pequeo puerto de Palos, sobre el ro Tinto, junto a las ltimas estribaciones de las sierras de Aracena. Las comandaban Cristbal Coln, con el ttulo de almirante de la mar ocana y los dos hermanos Pinzn, armadores de navios.

    Cuatro pilotos de relevo, un inspector general, un cirujano, un mdico, criados y marineros, casi todos gentes de azarosa vida, a quie-nes la justicia haba concedido amnista hasta dos meses despus de su regreso, formaban un mundo ciego e indeciso, como aquel amane-cer, donde slo en un cerebro se presagiaban destellos definidos.

    Se ha querido idealizar la hazaa del descubridor de Amrica, atri-buyndole mviles puramente msticos, y muchos tambin interpreta-ron los primeros acontecimientos de Espaa en Amrica como una gesta misionera, o de imperialismo, o de clculo. Y es que para combi-nar lo humano con lo heroico es indispensable la presencia de lo des-conocido, sea ello quimrico, sea ultraterreno.

    El descubrimiento y poblacin de Amrica movieron demasiados hombres y voluntades, para que se pueda asignarles iguales intentos y unnimes designios. Pero en el fondo de esa palestra continental y secular, bulla un negocio; en el centro de ese tropel asomaba las narices un judo usurero y a la zaga de Don Quijote proyectaban su sombra el Rucio y las alforjas de Sancho.

    Pasar a las Indias, dijo Cervantes, era refugio a que se acogan los desheredados de Espaa, y, cuando lo escribi, se tenan por deshereda-dos cuantos no eran mayorazgos, ms la mitad de stos porque nada tenan que heredar.

    El mismo Coln haba llegado al convento de Palos pidiendo un pan para su hijo y esa experiencia de la miseria le hara decir: El oro es excelentsimo; del oro se hace tesoro y con l, quien lo tiene, hace cuanto quiere en el mundo y llega hasta que echa las nimas al Paraso.

    Naves como esas tres que bogan en la inmortalidad eran la estre-chez sobre lo ilmite, la sed sobre las aguas, una humanidad que se apretujaba para deshumanizarse. Quienes en ellas haban viajado, lite-ralmente acosados, saltaban a tierra como perros zafados de tramojo o como toros sueltos de varas. Al dar a la palabra conquista el contenido que deba convertirse en historia, interpretaban las cosas de Amrica en un sentido muy acomodado a sus particulares ambiciones.

    Sin salir de nuestra propia casa, es decir, del territorio que hoy es la repblica de Colombia, podemos seguir la trayectoria de las ideas iniciales que dieron ser y fijaron el rumbo del descubrimiento y la colonia americanos.

    Habla primero a la Sacra Catlica Real Majestad del rey Don Felipe nuestro seor, segundo de ese nombre, el P. fray Pedro de Aguado, de la Regular Observancia, Ministro Provincial de la Provincia de Santa Fe y le dice: En el discurso de quince aos, los mejores de mi vida, que me emple en la conversin de los idlatras que como bestias vivan en el Nuevo Reino de aquellas Indias, en servicio del demonio, entend por muchas cdulas que vi de Vuestra Majestad, el celo que tiene, tan catlico, del aprovechamiento y conversin de aquellas nimas, con lo cual no sola-mente provee de personas eclesisticas y seglares, para que las unas en el ministerio de justicia y las otras en el de las conciencias, pongan en ejecu-cin lo que con tnta cristiandad vuestra Majestad procura, que es la multiplicacin de los cristianos y aumento de la Iglesia y f de ella/ sino que con mucho cuidado ha enviado a mandar le avisen de los ritos y cere-

    monias y sacrificios con que aquella gente, por industria de sus jeques y mohagnes sirven a los demonios como a dioses. Esta forma de hablar llena toda una poca.

    As la universal dualidad de un principio del bien y otro del mal conduca, en las mentes del bajo pueblo, a una nueva teogonia: el rey, tutor de la cristiandad, se contrapona a cuanto el indio tuvo por sagrado pero que slo era la obra de Lucifer; los aventureros deban rescatar las riquezas puestas al servicio de Satans; los enviados de la luz podan mojar en sangre los cascos de sus caballos y los hocicos de sus perros, porque esa sangre significaba idolatra y su libre correr, libertinaje. La mscara de la verdad quedaba as perfecta; y la arma-dura de las conciencias ms holgada que la de los cuerpos.

    El gobierno de la metrpoli, las milicias, la aristocracia y los letra-dos clrigos stos en su mayora se mantuvieron reservados ante la sorpresa del descubrimiento. En realidad, ste se calificaba como un fracaso completo, porque ni se haba podido, navegando al occidente, llegar a las islas portuguesas de las especias, ni las tierras descubiertas dejaban pasar hasta los confines del hemisferio espaol pactado en Tordesillas en 1494. Por muchos aos todava la codicia de Europa sera dominar los mares, antes que las tierras.

    De esta suerte vino a establecerse, bajo postulados comunes, una diferencia profunda entre la Espaa peninsular y la trasladada a las Indias; diferencia que dur pocos lustros, pero que abri cauces a corrientes definitivas de historia. J. M. Ots Capdequ, corrobora esta interpretacin en su libro Espaa y Amrica. Las Instituciones coloniales (Bogot, 1948).

    La reconquista contra los moros, haba sido el filo de un peligro porque al marchitarse la solidaridad pica de la liberacin, se descubra un muro cuarteado.

    Entonces los esfuerzos de los Reyes Catlicos se concentraron en obtener, al amparo de la religin, la unidad poltica y racial del Estado frente a los moros dispersos, pero maestros de las artes y de la tcnica; frente a los hebreos en cuyas faltriqueras se acumulaba la riqueza; con-tra los nobles que por servicios de guerra detentaban el poder rivali-zando con el rey y a pesar de las ciudades que campeadores en la gesta legendaria haban ganado sus fueros y privilegios y anhelaban ya ponerlos en vigencia.

    A los unos se los confina o expulsa; a los otros se los somete y se derruyen sus castillos, para todos se robustece el fuero eclesistico y se crea en 1480 el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisicin.

    Al abrirse las puertas de Amrica fluye por la estela del Gran Almirante una seleccin humana de caractersticas complejas como consecuencia de los procesos que para muchos hacan invivible la pen-nsula.

    Fu el pueblo, ese que cree en las consejas de los marinos y que no tiene nada que perder; el que debe cumplir las leyes a la letra y ms all; el fijodalgo corrido y desesperanzado, el que traslad a Amrica la emocin de la aventura caballeresca. La corona no asumi inicialmente la responsabilidad econmica ni poltica del as expedicio-nes, sino que stas se regulaban mediante contratos o capitulaciones individuales, celebrados por la Real Casa de Contratacin de Sevilla con los empresarios de ellas. Los soberanos se limitaron a exigir, fuera de lo que se tena como sobrentendido en las costumbres hidalgas espaolas, trato de vasallos para los indios y a prescribir la propaga-cin entre ellos de la fe catlica; a cobrar para s y para la Iglesia una

  • parte de las utilidades de la empresa y a mantener su autoridad para corregir los abusos.

    As, mientras Espaa se unificaba, Amrica se dilua; mientras all se dictaba una legislacin admirable, aqu cada cual interpretaba su contrato segn conciencia y conveniencia; mientras all, en el apogeo de las esperanzas, se contrataba sobre fabulosas ganancias, aqu, en contacto con la realidad, se expriman las oportunidades hasta el ltimo ochavo. Y ay del que se opusiera a ello! porque sera tratado como enemigo de Dios y del rey.

    Poco a poco, fueron desvanecindose fantasmas e infiltrndose ms verdicas informaciones en las capas sociales superiores de la madre patria y entr en ella la preocupacin por un sistema poltico que armonizara mejor la religin con los intereses de las colonias y con los medros individuales.

    Se dictaron medidas para que los descubridores redujeran a pobla-dos los indios fugitivos o nmades; se les prescribi la fundacin de ciudades en nmero proporcionado al ttulo concedido y se les orden poner nombres a los lugares que establecieran. Ante todo se quiso jus-tificar la violencia y la guerra que se hicieran a los indios.

    Un jurista castellano (4), para quitar todo escrpulo a los conten-dores ide el clebre requerimiento que los capitanes deban leer a los indios antes de entrar a debelarlos, amonestndoles, a nombre del rey, domador de las gentes brbaras y notificndoles, que existe un solo Dios creador del mundo, que existe el Papa, su representante, que uno de los sucesores de San Pedro haba hecho donacin a los Reyes de Castilla de todas las islas y tierra firme de este mar ocano; que por tanto, sus Altezas eran reyes legtimos de las Indias y como a tales se los deba obedecer. Que si as lo hicieran el rey les dara privilegios y mercedes y si no se les declarara guerra a muerte.

    Este peregrino apostrofe, contra el cual muchos protestaron, lleg hasta el ro Sin y Pedrarias mand que se leyera a los indios segn testifica el bachiller Fernndez de Enciso, a lo cual dice que stos res-pondieron, como si fueran filsofos, que el Papa daba lo que no era suyo, que el Rey que lo peda, deba ser algn loco y que fuese a tomarlo y le pondran la cabeza en un palo, como tenan a otros de sus ene-migos.

    As y todo, el requerimiento constitua tan buen pretexto para jus-tificar la guerra a los indios, que Lucas Fernndez de Piedrahita calc en l una arenga dirigida por Jimnez de Quesada al cacique Sacrezazipa, sucesor del Bogot, antes de sacrificarlo y robarle sus tesoros (5).

    No menos falaz era la aprobacin de la guerra, fundndola en que el indio era brbaro, pecador, infiel, vicioso, en que sacrificaba vcti-mas inocentes al demonio y en que atacaba a los espaoles.

    Cuando el gobernador de Santa Marta, Garca de Lerma, envi a su sobrino Pedro de Lerma al mando de doscientos hombres y acompa-ado del obispo donjun Ortiz, a descubrir por tierra el ro Magdalena primer conocimiento que se tuvo de su curso dice Aguado que el obispo iba atento para estorbar e impedir con celo pastoral que a los indios se les hiciesen algunas demasas, ni fuerzas ni malos tratamientos; sino que por el bien y con regalo fuesen trados a la amistad y servidumbre de los espaoles; como si la servidumbre se dulcificara con el seuelo.

    Pero este su buen propsito, aade, no lo tuvo mucho tiempo... porque como fuesen entrando por gente de guerra que por su ferocidad acostum-braban a comer carne humana, por lo cual son llamados comnmente cari-bes, y llegasen a un pueblo cuyos moradores se haban ausentado y escondido a la primera faz, despus vinieron con sus armas, que son arcos y flechas, y comenzaron a flechar de suerte que el seor Obispo estuvo en riesgo y aventura de ser mal herido de sus propias ovejas... por lo cual mud de improviso parecer y comenz a inducir y decir a los soldados que hirieran

    en ellos y los persiguiesen y sujetasen con las armas, que l los absolvera. Fu esa la realidad arrolladora de la Conquista; mientras el rey y

    sus consejeros discutan en Madrid, aqu corrieron las pasiones y los apetitos atropellndose con los perdones. Y , en cambio, los mismos descubridores, comenzando por Coln, se movan en un tropel de intrigas, de fraudes al tesoro real, de traiciones a los jefes, de delacio-nes, de residencias y de castigos; del que se llam con justicia el rgi-men de la desconfianza.

    Aquellas primeras pginas de la historia americana se pudieron compendiar en aquel episodio de nuestro amo y seor Don Quijote:

    Como suele decirse, el gato al rato, el rato a la cuerda, la cuerda al palo; daba el arriero a Sancho, Sancho a la moza, la moza a l, el ven-tero a la moza y todos menudeaban con tanta priesa que no se daban punto de reposo.

    El candil yaca apagado y era ciego e indeciso aquel amanecer. En 1573 promulg Felipe II las Ordenanzas de nuevos descu*

    brimientos y Poblacin que definieron y articularon la poltica colonizadora del Estado espaol.

    Los primeros conquistadores no adivinaron en la suerte que ellos deparaban a los indios la que pudieran correr sus propios hijos. Si las ideas seguan su evolucin incontrastable, la sangre deba tambin refluir hacia el corazn y el instinto y los prejuicios mandaban por encima de las leyes.

    Como Coln, los primeros viajantes al nuevo mundo llevaban un propsito equivalente al billete de ida y vuelta. La aspereza de la vida en los mundos recin conquistados fortaleca tales decisiones de regreso. Se emigraba para poder inmigrar de vuelta; a pagar a las cajas reales; a defenderse de mulos; a disfrutar simplemente lo ganado; a demostrar, en el crculo de la familia o de la aldea nativa, que se haba triunfado en la vida.

    Los hechos, sin embargo, muchas veces, quebraban estos progra-mas, fuera por reveses inesperados, fuera porque la vida de Amrica tambin tena su embrujo, del cual pocos lograban escapar. Entonces surgieron muchos problemas: el del hijo de espaoles en Amrica y el del mestizo en quien se mezclaban una y otra sangre. Otra vez las ideas populares haban de imponerse para definir, en la nueva socie-dad, fundamentales discriminaciones y jerarquas.

    Afortunados los conquistadores ms exitosos, recibieron del rey escudos herldicos y ttulos nobiliarios que equiparaban a la nobleza peninsular, a ellos y a su estirpe. Pero los que no lo eran tanto pade-can una disminucin progresiva de generacin en generacin. La nobleza y la pureza de la sangre no valan tanto por los honores, como por los gajes que traan, en derecho a poseer tierras, a mandar indios, a desempear los cargos del estado, a ejercer elevadas profesiones y a disfrutar de determinada educacin.

    Vieja raz esta de las grandezas y pequeeces de Amrica. A los espaoles y a los indios vino a sumarse otro elemento de

    vigor imponderable en nuestra demografa. Diezmados los indios en el trabajo de las minas y sirviendo como

    acmilas en los caminos so pretexto de los derechos de conquista; en realidad, por obra de la codicia, de la fuerza y del negocio, otra fuerza y otra codicia trajeron a Amrica los negros esclavos africanos, impacto tremendo, sobre la raza hispanoamericana, sobre nuestras costumbres, nuestros sentimientos y nuestro futuro.

    Estos eran los escollos brbaros donde siempre herva la onda morena, lo que Jos Celestino Mutis pudo pensar cuando desembar-caba en Cartagena de Indias. Esta fu la infancia de un mundo que form lo que hoy llamamos el primitivo super-ego de su sino secular. En este escenario es donde campea su genio que quiebra la lnea del pasado y magnetiza una nacin hacia su ms elevado destino.

    (4) Este jurista fu Palacio Rubios. J. M. Ots Capdequ, en su Resumen jurdico: Espaa en Amrica (Bogot, 1948, pg. 58), copia el texto del requerimiento y la noticia dada por el Bachiller Fernndez de Enciso, compaero de los conquistadores del Darin, sobre la respuesta de los indios del Cen. Asimismo las protestas del historia-dor Fernndez de Oviedo contra este procedimiento que, lejos de justificar el derecho espaol, estaba en s lleno de incomprensin de los adjuntos.

    (5) Lucas Fernndez de Piedrahita: Historia general de las conquistas del Nuevo Reino de Granadaa la S. C. R. Majestad de Don Carlos Segundo. Bogot, 1881, pgina 131 .

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  • S. M. EL REY DON CARLOS III Por su orden y su generosidad, se fund la Real Expedicin Botnica. Retrato de autor desconocido que se conserva en el

    Museo Nacional de Historia en Bogot.

  • CAPITULO III

    LA ESPAA DEL SETECIENTOS

    El nacimiento y la formacin de estas naciones no constituye una de las consecuencias de la ilustracin y la revolucin francesas, sino un momento de la evolucin orgnica de la nacin espaola misma.

    V . FRANKL.

    Detrs de los Reyes Catlicos gobernaron a Espaa primero la casa de Austria con Carlos I, con los Felipes II, III y IV y con Carlos II el Hechizado; despus la casa de Borbn con Felipe V; el efmero Luis I; de nuevo Felipe V, Fernando VI (1746), Carlos III (1759), Carlos IV (1788) y con Fernando V I I (1808).

    Entretanto, a este lado del Atlntico numerosos navegantes y con-quistadores (1538-1564) descubrieron lo suficiente del territorio hoy colombiano, para que se pudiera decir que todo lo tenan recorrido. Tras ellos se sucedieron veintisiete presidentes de la Audiencia en dos series (1564-1719 y 1725-1739). Actuaron, por ltimo, a nombre de Su Majestad, trece virreyes mal nmero , pero lucida serie de sangre y seoro (1719 y 1740-1810).

    Sin embargo, los hechos nacionales no se rotulan por los nombres de los gobernantes, pues ms que de stos, los sucesos memorables dependen de las ideas y pesan ms en la historia las del pueblo que las de los mandatarios.

    Para los fines de esta narracin, acabamos de ver la importancia que tuvo en Amrica, la clase media peninsular, con sus virtudes y sus defectos, con sus prejuicios y sus tradiciones, los cuales no se deben calificar segn los mdulos hoy en vigencia, sino parangonarse con la Europa brutal de aquellos tiempos, teniendo en cuenta fenmenos de transmisin ideolgica que en nuestras condiciones nacionales estn mal estudiados todava.

    Por lo mismo, para comprender la trascendencia de la Expedicin Botnica del Nuevo Reino, es indispensable subir la historia arriba hacia sus manantiales hasta all por el ao de 1700, cuando coinciden-cialmente se inici, con el primer reinado de Felipe V, el predominio en Espaa de la casa de Borbn.

    Entre las aberraciones de las ideas que produce el lenguaje, es nota-ble la de atribuir realidad a los rtulos histricos y de aplicarles pre-dicados que solamente convienen a los hombres. La Edad de Oro no produjo las grandes figuras que la ennoblecieron, sino que stas die-ron origen a ese abstracto rutilante. La simultnea aparicin de genios en el escenario de Espaa hay que buscarla en otros hombres, en otros hechos que, por su condicin de nacionales, favorecieron el desarrollo de las actividades y la luminosidad de los talentos.

    Medi una larga escala entre las altas sedes del espritu y la clase media peninsular; ncleo de la conquista. Otra gradera se estableci entre esta clase media y la poblacin que en Amrica se iba congluti-nando para dar origen a la Espaa ultramarina. La evolucin de estos pases nuevos, no se entiende sino a la luz de las evoluciones y revolu-ciones ideolgicas de la madre patria y sin contar con esas etapas que, en cascada se ofrecieron a la trasmisin de las ideas.

    Parecido fenmeno, pero con ms rigidez y evidencia se observa en las eclosiones de la riqueza nacional. La historia se detiene embele-sada para admirar las grandes catedrales, los palacios, el desarrollo de potentes obras de irrigacin, de prodigiosas vas, de centros de vida fabril. Pero estas magnificencias de trabajo y bienestar, precisan de una raz honda, mltiple e intrincada, en las industrias extractivas y en los recursos naturales, originales o recuperados, del pas en donde ellas se desplegaron floraciones esplendorosas a la luz de la admiracin universal.

    De suerte que el papel de un hombre, as sea gobernante, as sea genio, siempre es balbuciente para desatar las transformaciones hist-ricas. Es una funcin, a lo ms catalizadora, lenta en su penetracin y tarda en su sntesis. Por lo mismo, tambin las causas de las transfor-

    maciones o bien son hombres de notable permanencia en el poder caso de Felipe V y de Carlos III o que viven para el futuro, es decir, en quienes pesan ms las generaciones venideras que la mul-titud desesperanzada que los rodea. Este fu el hecho de J. C. Mutis.

    Se forma en consecuencia un ciclo cerrado en que primero los recursos naturales adquieren su plenitud; ste produce el trabajo extractivo y el bienestar de base, de stos se origina la proteccin a las elevadas manifestaciones de la cultura, surgen los hombres geniales, los militares invencibles, la conviccin nacional de superioridad y el trabajo que refluye en la mayor productividad de la tierra. Las inter-mitencias de prosperidad y decadencia dependen de la falla o debilita-cin de estos engranajes, en conexin con otros coeficientes, inclusive astrales, de que habla E. Hungtington en su libro sobre Las fuentes de la civilizacin que traducido se public en Mjico en 1949.

    De todo lo cual se colige que es arduo determinar dnde comien-zan y dnde finalizan las edades de prosperidad y de depreciacin y que resulta difcil desmadejar la historia espaola donde se entre-cruzan trayectorias de tan diversas culturas como la visigoda y la rabe; la alemana del Sacro Romano Imperio y la francesa; la de los dominios europeos y la africana; la de Flandes que fu marcha de infantera y la de Amrica que supona el florecimiento naval.

    Languideca Espaa al terminar el siglo xvn. Colonizacin de Amrica, guerras en Flandes, en Francia y en Italia; batallas en los mares contra el Islam, en tierra contra los protestantes y los hugono-tes, venan mermando de tal suerte la poblacion que ya en 1520 el escritor y diplomtico veneciano A. Navagero deca: La noble ciu-dad de Sevilla lleg a padecer tal falta de pobladores que pareca haber quedado slo en manos de las mujeres.

    Con esta particularidad: que los espaoles salidos de la pennsula no volvieron con familias que en las Indias hubieran criado, como s lo hicieron los portugueses. Por eso, aun hoy, en fisonomas lusitanas se advierten rasgos hindustanis, malayos y hasta africanos, lo que en Espaa no se ve sino con menor evidencia y en contadas pro-vincias.

    Las antiguas posesiones norteuropeas haban recobrado su auto-noma y las recientes de Italia se haban adquirido ms para fausto de los monarcas, de sus familiares y validos, que atendiendo a un signifi-cado econmico. Se haban perdido casi todas las plazas del Africa, mercados del continente negro y descanso de los camellos polvorientos.

    El empobrecimiento del suelo espaol, de ese suelo que los moros y mozrabes haban surcado de canales de regado y convertido en un jardn, era catastrfico. Slo la construccin de la armada invencible haba exigido la tala de grandes robledales en Espaa, riqueza que zozobr en pocos das en el canal de Inglaterra.

    Felipe V era pusilnime, melanclico, aislado y nostlgico de su Francia; condiciones que lo desadaptaban para los peligros y calami-dades que por todas partes asediaban al reino. Gracias, sin embargo, a los aciertos de algunos de sus ministros, reform los recaudos de la Hacienda Pblica y limit las responsabilidades que con Felipe II haban dispersado la atencin de los poderes pblicos. Por lo mismo, en los gustos, en las artes, en las ceremonias, en las ideas y en los galanteos, se iniciaron la preponderancia francesa y la tendencia pacifista que haban de acentuarse con Fernando VI de Espaa, hijo de Felipe V, quien ci la corona en 1746.

    La preocupacin por conservar la pureza de la fe catlica haba llevado a Felipe II a prohibir la salida de estudiantes hacia las Univer-

  • sidades extranjeras, madres nutricias de elevada cultura, pues el ambiente hertico haba parecido peligroso para la juventud que regre-sara a Espaa. Esta disposicin, que aminoraba el valer de eclesisticos y seglares, se mantuvo hasta muy cerca de la dominacin Borbnica, y surta sus efectos en las generaciones actuantes del setecientos. Los mismos estudios teolgicos y cannicos que en Espaa haban recibido brillo sideral con Lanez, Salmern, Surez, Molina y Melchor Cano, Bastidas y tantos otros, decayeron como consecuencia de las desave-nencias con la Santa Sede y con las limitaciones a la autoridad del Santo Oficio. Porque as pasa a toda ciencia, que con el inters que se le demuestra se vigoriza y florece, mientras que menospreciada se asfixia.

    A pesar del rechazo popular, el galicismo, ms o menos asimilado, se apoder de las modas espaolas, sin que sepamos decir si ello fu calamidad o en aquel momento signific un progreso.

    El Padre J. F. de Isla en su Historia de fray Gerundio de Campazas, que public bajo el seudnimo de Francisco Lobn de Salazar, satiriza a los afrancesados en un personaje que introduce en el captulo V i l i de su tomo IV, un tal don Carlos, quien despus de ciertas graciosas ocurrencias, hablaba as: Yo me he tomado la libertad de entrar en esta casa a la francesa. Oh, Seor Magistral, y qu domage es que un hombre de las luces de Vm. se halle tan prevenido de los prejui-cios nacionales. Poca fortuna har Vm. en la Corte.

    Leyendo las frases que tilda el clsico Isla, es curioso advertir su identidad con las usadas a mil leguas, en la Nueva Granada, por los miembros de la Expedicin Botnica y aun con las que nosotros, des-pus de casi dos siglos, tenemos por castizas. Y remata el festivo jesuta con estos versos referentes a las damas galiparlantes:

    Otros defectos tienen no crecidos; Mas sern unas bestias sus maridos Si las sufren y callan: Pues al pensar que se hallan Con mujer Andaluza o Castellana, Sin sentir, de la noche a la maana, Se les volvi Francesa

    Y como sucede con los individuos que, cuando carecen de persona-lidad, se rebuscan e imitan lo estrambtico que ven, y eso les parece elegantsimo, as las naciones, cuando llegan a desdear lo propio, se vuelven mosaico de los usos ajenos. Fray Gerundio lleg a cambiar los nombres castellanos del Santoral por los aztecas, llamando en el pl-pito Tlaloc a San Isidro, abogado de los agricultores y al mes de abril Hueytzostli, tal y como lo haba ledo en cierta Historia General de la Amrica Septentrional.

    Gemelo no ms del gusto gerundiano, ampuloso, envanecido y abnorme, fu el arte arquitectnico de Jos Churriguera cuyo estilo, o mejor, negacin de estilos, se llam barroco, como quien dice verru-goso y embrollado.

    No fu distinto de su padre en los arrestos y energa el rey Fernando VI, con lo cual se acentu la influencia de los ministros y ms que ningn otro la del clebre marqus de Ensenada. As se abri paso a una, diramos hoy, democratizacin del gobierno, emulacin en los servicios y distribucin de los beneficios.

    Limitada Espaa en el dominio, en sus preocupaciones y en sus esperanzas por los Pirineos, volvi las miradas al Occidente, a la ruta descuidada que le abriera Coln. Cansada de preocuparse por Europa, quiso dedicarse a s misma y a lo que ms tena por suyo que eran sus territorios americanos. Esta tendencia la inculcaba de mano en mano, la moneda espaola en cuya cara se lea: Hispaniarum Rex Philippus V, o si no: Ferdinandus VI, Domini Gratia Hispaniae et Indiarum Rex y en el sello, envolviendo las columnas de Hrcules, el mote Utraque unum.

    Amrica haba sido para el Estado espaol fuente de desavenencias y preocupaciones, gloria tarda y provento material muy limitado.

    La navegacin lenta, estrecha e insegura de los mares; la intermi-nable y spera penetracin de las tierras; la humedad tropical que corrompa las mercancas; el comejn; la amenaza de los piratas; la hos-tilidad continua de los grupos indgenas; la ignorancia de aquellas po-cas; limitaron la lista de los productos que Amrica poda proporcio-nar a la metrpoli.

    No era el caso igual al de la India portuguesa donde civilizaciones antiqusimas entregaban al comercio productos: sedas, especias, joyas, marfiles, elaborados con refinamiento.

    Lo que de Amrica se pudo llevar a Espaa en la conquista se reduca al oro y a las piedras preciosas.

    Sin duda que muchos contratistas particulares hicieron en el Nuevo Mundo pinges fortunas. Pero quienes, en alas de la esperanza y la codicia aqu venan, slo encontraron oro, plata y esmeraldas, tierras inmensas e indios. Y estos dos ltimos no caban en la alforja.

    Ya para el setecientos era corriente decir que las de Amrica eran divitias ultrices sui. Riquezas que ellas mismas tomaban venganza contra quien las adquira.

    Hallar y desenterrar un tesoro de los indios quimbayas; llevarlo a lomo de indios hasta Cartagena, impedir que los cargueros soltaran su reata y se fugaran con l o que otros compaeros de expedicin lo robaran; que los oficiales de la real hacienda lo decomisaran; que tantas* aves de rapia lo depredaran en el largo viaje, era una aventura ms penosa que el venir desde Espaa a buscarlo a tientas en las speras montaas. Y al lado de esto: hambre y sed y enemigos y jornadas y fieras; insectos y enfermedades y temporales y calores y noches en continua alerta, con la daga en la mano adormecida.

    Continuamente nos hablan los cronistas de fabulosas cantidades de oro rescatadas por los conquistadores. Sus narraciones se remansan, como en tpico favorito, cuando describen las joyas que hallaron, o sobre los cuerpos de los indios, jefes y vasallos, o en sus tumbas o en el lecho de los ros. Pueblo haba como los guatavitas, los cuales todos, al decir de Lucas Fernndez, eran plateros de oro. A cada paso asisti-mos en la historia a esa escena culminante que era la reparticin de los tesoros arrebatados a los indios y a sus sepulcros. Aqu y all presen-ciamos la inhumana empresa de esclavizar indios y arrastrarlos con collares y carlancas a lavar oro en las aguas insalubres de los ros tro-picales. Como dijo E. Reclus algunos entendan su misin como un enterrar a los vivos y desenterrar a los muertos.

    Tambin se nos entera de la suerte de esas piezas de finsima orfe-brera, joyas de la esttica indgena, monumentos etnolgicos de imponderable valor, que eran fundidas y hechas barras o acuadas en monedas porque su arte era idoltrico.

    Ya desde el siglo xvi se legisl para que las minas excelentes y las mejores vetas de las ordinarias fueran reservadas para Su Majestad, amn del quinto del oro que en stas explotaran los vasallos. De ah que en toda Colombia se hubieran hallado tantos tesoros enterrados.

    Toda esta abundancia del codiciado metal, tan crudamente califi-cado por G. Papini, no produjo en la pennsula el efecto econmico que muchos imaginan. Oro en vajillas, oro en alhajas de las mujeres, oro en los trajes de los hombres, oro en lmparas, en pasamanos y tachones de los palacios de recreo; oro para comprar, a subido precio mercaderas de Flandes y de Italia; hizo decaer las industrias regiona-les, aisl a los gobernantes respecto de su pueblo y redujo la indepen-dencia econmica de la nacin espaola.

    Carlos III aunque no era de diferente pasta que su hermano y antecesor y que su padre, sino introvertido y hurao como ellos, tuvo el privilegio de un largo reinado, que se inici en 1759 y dur hasta 1788. La continuidad de la accin, la influencia de ministros celosos de los privilegios de la corona, los vientos positivistas que soplaban del lado de Francia, orientaron la economa del reino, los negocios de Amrica y las manifestaciones de la alta cultura, con tal fuerza, que ante su reinado no puede haber juicios tibios: o se lo califica como don Marcelino Menndez y Pelayo, de desastre, o se lo equipara con un renacimiento.

    Respecto de la Amrica el reinado de Carlos III tiene cara y sello antitticos. Si el extraamiento de los jesutas ceg veneros innegables de cultura, la proteccin dispensada a la Expedicin Botnica repercu-ti con vigor inmenso de creaciones; si se activaron las medidas para aumentar el rendimiento de las colonias, ello di por resultado la sus-titucin de las personalidades individuales, por una colectiva, la cual se forma ms fcilmente para la defensa que para el ataque, por una burocracia y una milicia que a la primera contrariedad se tornan de serviles en agresivas.

    Una de las loas con que exalta Manzoni a Napolen es decir de l que fu objeto

    o de odio inextinguible o de indomable amor.

  • Lo mismo pasa con algunas figuras espaolas perjudicndose la dad documentara. Porque es frecuente en los escudriadores de la

    . p0itica espaola en Amrica superponer, como en un vitral tedralicio, hechos realizados en siglos diversos y bajo diferentes sig-

    de influencias. Por eso al estudiar las incidencias del setecientos ^'taremos divagar por otros caminos que los marcados con estas pie-c e s miliarias: desde Felipe V a Fernando VII; de la influencia francesa

    sitivista y refinada a la mayor intervencin econmica en Amrica Pen Nueva Granada; desde los ltimos presidentes de la Audiencia In su primer poca que termin en 1719, a travs del virrey Jorge Villalonga (1719-1725) Y a l o l a r S d e l a segunda Audiencia (1725-

    N hasta el virrey don Antonio Amar y Borbn, quien hubo de Afrontar la segunda revolucin de la independencia en 1810.

    Dentro de estos marcos se desarrollaron hechos definitivos para la Espaa peninsular y la colonial del ciclo mutisiano.

    Sobresale en lo econmico el hecho de la libertad de los mares. En tiempo de Felipe II, no slo se haba limitado al puerto de Sevilla el despacho y recibo de las flotas que haban de pasar a las Indias o regresar de ellas, sino que se orden que la travesa deba hacerse en conserva de flotas, acompandose los bajeles convenientemente equi-pados, para la mutua seguridad. Adems, por esos tiempos, se haban prescrito las rutas martimas, se haba prohibido el paso por el estre-cho de Magallanes para navios que visitaran costas de Amrica, se haba limitado el comercio con otros pases y entre las diferentes por-ciones del continente y se prohiba, en fin, la produccin de todo aquello que, como el vino y el aceite se beneficiara ventajosamente en Espaa. Estas medidas degeneraron por un lado en un tremendo desarrollo del contrabando, de la piratera y, por otro, en decadencia inigualada de las capacidades de Amrica.

    Todo ello cambi fundamentalmente en el siglo XVIII. La libertad que se concedi sobre los mares al comercio extranjero

    e intercontinental por la cual trabaj mucho Messa de la Zerda , las facilidades al establecimiento en Amrica de colonos extranjeros, a los productos obtenidos en las mismas Indias, abra las puertas para el trabajo, para las explotaciones y para el inters legal de otros pases.

    Al propio tiempo se franqueaba el mar del pensamiento. A Espaa fueron llamados sabios de diversas nacionalidades a dirigir empre-

    sas cientficas: Loefling, Proust, Godin, Herrgen; se fundaron becas para que los espaoles pudieran perfeccionarse en las Universidades clebres ms all de las fronteras.

    En lo social fu definitiva la igualdad que se declar, por lo menos en las reglamentaciones, entre los criollos y mestizos y los peninsulares y el acceso consiguiente de aqullos a los estudios universitarios que primitivamente no se concedan sino a hijos de conquistadores o de caciques. As haba de manifestarse en las colonias una creciente avi-dez por la literatura de primera mano y por todas las fuentes vivas de la cultura.

    A los arraigados en Amrica se abra otra oportunidad de la fortuna. La conquista haba producido una entidad econmica y social, tras-plantada de Castilla, que fu la encomienda y el repartimiento de indios.

    La encomienda era un grupo de familias indgenas que, con sus propios caciques, quedaba sometido al mando de un encomendero espaol, el cual cumpla ciertas obligaciones y ofreca determinados tributos. Hubo casos en que las encomiendas se adquiran por dere-cho de conquista, en otros se compraron, en otros fueron premio por sealados servicios. Una de las obligaciones del encomendero era la de prestar servicio militar a caballo cuando para ello fuera requerido y de residir en el lugar. Las encomiendas se concedan por una o dos vidas, pero fuera del papel se hicieron perpetuamente hereditarias y se transformaron en derecho de uso y de abuso.

    En 1701 el monarca reclam para s las encomiendas sin dueo resi-dente, y en 1718 se aboli totalmente la encomienda. La tierra sera de los indios y a la corona le corresponda el dominio eminente. Con estas disposiciones, otras entraron en juego que elevaban los derechos de los americanos, les infundan ambiciones de ilustracin, les daban acceso a los empleos del Estado.

    Vientos de igualdad desatados por Espaa fueron los que solazaron primero los espritus y despus sembraron en ellos la avidez de los derechos sin discriminaciones.

    Por eso es oportuna la cita que hace L. de Hoyos Saiz de unas palabras de Coln dirigidas a los Reyes: Placer a Dios que vuestras Altezas enviaran ac hombres doctos y veran despues la verdad de todo.

    Y la vieron. Verdad magnfica del UTRAQUE U N U M que era la crislida estremecida del UTRAQUE DUO UNITA.

  • CAPITULO IV

    MAS ALLA DE LOS PIRINEOS

    No conozco idea ms grandiosa que esta del mutuo influjo de los humanos entre s.

    J . T . FICHTE, El Destino del Sabio.

    Si la transformacin poltica de la Nueva Granada, para originar en los comienzos del ochocientos la Gran Colombia, se explica por slo sus antecedentes peninsulares, el fervor cientfico en que Mutis apa-rece como centro y curea, no se puede declarar sin una irradiacin de toda Europa, a travs de Espaa, sobre esa Amrica que todava nada activo significaba en la declaracin del universo y en un proyecto de bienestar humano.

    Jos Celestino Mutis habra de consagrar sus mltiples talentos a la naturaleza y a la educacin, en una poca en que la ciencia no se haba bifurcado en tantas especialidades y cuando los naturalistas necesitaban abarcar campos ms heterogneos, pero en la que deban poseer una visin ms ntegra del cosmos.

    Como educador, Mutis iba a ser el vino generoso que reflejara en sus espumas todas las lmparas encendidas por su siglo, cuando Europa, cansada de ciencias dogmatistas y verbales, buscaba en los fenmenos concretos, fuentes ms genuinas del saber y algo que ali-viara mejor los dolores y las luchas de los humanos.

    En realidad, como nota E. Nordenskioeld en su Geschichte der Biologie, ms que los investigadores profesionales fueron mdicos corrientes y clrigos sin pretensiones de sabidura, observadores guia-dos por el sentido comn y el anlisis de lo minucioso, quienes crea-ron en el setecientos la ciencia positiva.

    El siglo X V I I I fu el de C. Linn, el de J. L. L. de Buffon, el de A. Haller, el de I. Newton, el de R. J. Hay, el de L. J. Proust, el de C. M. de La Condamine. En una palabra, la centuria en que nacieron vigorosas a competencia las Ciencias Naturales modernas.

    J. C. Mutis, cuando los nombres genricos de las plantas hervan en su memoria, deba tener presentes los mritos de muchos cuya labor estaba reciente y que eran como ecos de martillos venidos de talleres vecinos: F. Ruysch, H. Boerhaave, A. Cesalpino, P. Magnol, A. L. de Jussieu, Q. Rivinus, J. P. de Tournefort, N. J. Jacquin y cien ms, cuyos libros y avances en descifrar la naturaleza llenaban el ambiente y que en la sombra de la distancia lo miraban y esperaban de l con comprensin fraternal.

    Ningn cientfico, sin embargo, colma tanto el mbito biolgico del siglo X V I I I ; a ninguno se debe leccin tan duradera, por las catego-ras naturales que cre, por el minucioso anlisis que les puso por base y por los trminos definidos que impuso; por sus hallazgos de unidad en el mundo orgnico de los diversos continentes, por su proselitismo cientfico, como Carlos Linn.

    Tampoco hubo quien le igualara en la amistad de Mutis. Lo que slo es dado a los genios, Linn, con una sola frase, envolvi a Mutis en el ampo de su propia gloria y, a pesar de que muchos aos antes de su muerte perdi la memoria, siempre tuvo presente el nombre de su amigo espaol (6).

    El prncipe de los botnicosque as se le llamaera el hijo mayor de un modesto prroco protestante, cuyo mejor descanso consista en cultivar el huerto de su casa. Es tremenda esa transmisin heredi-taria del amor a la naturaleza. El padre deba llamarse Nils Ingersson, pero cambi su apellido por a Linn, es decir, del Tilo, por el arrobo que le produca un gran rbol de esta especie, bajo el cual sesteaban los ganados en su pueblo natal de Sunerbo.

    Antes d Linn los vegetales haban merecido la atencin de los letrados por sus virtudes medicinales, por su belleza, por su valor ali-menticio. Para Cesalpino la porcin principal de las plantas era la cor-teza. Los antiguos, como Teofrasto, ordenaban las plantas en tres gru-pos: rboles, arbustos y hierbas. As que el mundo vegetal, acrecido con las informaciones de los continentes recin explorados, se presen-taba como un impenetrable frrago, como ese caos que describi Ovidio en sus Metamorfosis: rudis, indigestaque molis, mole basta y sin orden.

    El acierto de Linn consisti en la nomenclatura binomial que para siempre estableci; en el parentesco y la diferencia entre las plantas comparando los rganos florales. Su desacierto en haber exagerado el valor de los detalles mnimos de tales rganos.

    Su mrito estuvo en la escuela que form, en las obras que public y en su afn por comparar plantas procedentes de todo el mundo, las cuales redujo a categoras.

    Su fortuna deriv de haberse dedicado desde muy joven a un pro-blema inagotable y haberle sid fiel a lo largo de muchos aos, que coincidieron con el momento histrico en que ese problema se presen-taba ms inquietante a los cientficos.

    Resultaba imposible que el sabio sueco se liberara, por ms que trat de sacudirla, de la estrechez que determinaban en sus raciocinios la flora lapnica y la vegetacin escandinava.

    Con tanto peso gravitaron sobre la obra de la Expedicin Botnica de Nueva Granada los principios del Sistema de Linn, tanto influye-ron en su avance y en su obra bibliogrfica, que no podemos pasar sin declararlos.

    Linn tena la clasificacin y la denominacin de las plantas por fundamento de toda la Botnica. En realidad, la ciencia que sin cola-boracin se entume, no progresa en ningn sentido si no llamamos todos a cada especie con el mismo nombre, y es imposible drselo si no las ordenamos todos de la misma manera. Linn llam clasificacin terica la que reparte las plantas en clases, rdenes y gneros y clasi-ficacin prctica su ordenacin en especies y variedades. Una y otra, contra todo lo que hoy pensamos, seran independientes.

    La unidad sistemtica de Linn es la especie, entendiendo por tal quot ab initio (despus cambi y dijo: a principiis) creavit injinitum Ens. Para l las variedades se distinguen slo en apariencia, los gne-ros se fundaran en la naturaleza, los rdenes y las clases, parte en la naturaleza, parte en lo artificial y subjetivo.

    Al adoptar los estambres y pistilos como norma dye clasificacin, Linn acoga las ideas de Sebastin Vaillant (1669-1772), discpulo de Jos Pitton de Tournefort y despus profesor en el Jardn de Plantas, donde construy el primer invernadero con calefaccin que vi Francia.

    El sabio profesor upsalense present su Sistema en el Hortus Uplandicus publicado en 1731. Lo mejor en su Flora Laponica (1732) y, en vista de la aceptacin, le di el acabado en su obra maes-tra Systema Naturae (1735).

    El Sistema linneano clasifica las plantas por caracteres de sus rga-nos reproductores en cinco grados y veinticuatro clases, segn el siguiente esquema dicotmico:

    (6) En su Diario de Observaciones para 1778, durante el mes de septiembre, Mutis hace constar que recibi carta de don Juan Jacobo Gahn, en la que le dice hablando de C. Linn, padre:

    ...ha cado algn tiempo ha con una enfermedad de vejez como de perlesa o caimiento de alma, de manera que ni habla, ni parece pensar con acierto, ni se puede absolutamente ocupar en nada sino est civiliter muerto.

    12

  • Grado i . Organos reproductores imperceptibles (clase 24). perceptibles (clases 1-23).

    Grado 2 .0 Flores hermafroditas (clases 1-20). Flores unisexuales en el mismo pie (clase 21 , Monoe-

    eia); en diversos (clase 22, Dioecia); flores herma-froditas y unisexuales en el mismo pie (clase 23, Polygamia).

    Grado 3 . 0 Estambres libres o independientes (clases 1 - 1 5 ) . Estambres reunidos por los filamentos en un haz (clase

    16); en dos (clase 17); en ms de dos (clase 18); estambres unidos por las anteras (clase 19); estam-bres unidos por las anteras y por los filamentos (clase 20).

    Grado 4.0 Estambres iguales (clases 1 - 13 ) . Estambres desiguales (clase 14, Didynamia) (clase 15,

    Tetradinamia). Grado 5 .0 Nmero e insercin de los estambres.

    Estambres de uno a diez (clases 1- 10) . Estambres de doce a dieciocho (clase 11); estambres

    veinte o ms, insertos en el cliz (clase 12); estam-bres veinte o ms, insertos en la base del gineceo o germen del fruto (clase 13).

    Los caracteres escogidos por Linn, con la experiencia de los aos y con una mejor ponderacin de la flora mundial, en parte se hallaron inapropiados, en parte han sido sancionados como estables. As el grupo de las Gramneas (3.a clase); el de las Cruciferas (15.a clase); el de las Labiadas (14.a clase); el de las Compuestas (19.a clase); el de las Orqudeas (20.a clase), quedaron por su mano delimitados para siempre. Fuera de eso, la poca linneana nos dej un gran nmero de especies determinadas por los verticilos reproductores.

    La denominacin global de Fanergamas fu, con posterioridad, introducida por Ventenat en 1799. El mismo Linn, en su Philosophia Botanica (1751)5 introduce la importancia de los rganos embrionarios fotosintticos que primero se desarrollan de la semilla, fundamen-tando la divisin de Acotiledneas, Mono y Policotiledneas.

    Fu obra de Linn, respetada por los siglos, como ya dijimos, la denominacin binomial de las plantas, segn la cual cada vegetal lleva expreso en su nombre el gnero en una primera palabra, embocadura para su agrupacin y la especie en otra, que slo a l denomina, como si dijramos su apellido de familia y su nombre individual.

    Previo Linn y fu mrito especial suyo fruto de esa sensibili-dad que slo da el contacto con las plantas y con copiosas colec-ciones la inestabilidad de su propia construccin sistemtica que con el tiempo deba ser sustituida por otras clasificaciones ms naturales.

    Pero stas deban ser la obra del siglo xix por virtud de los estudios publicados por A. Lorenzo Jussieu en 1789, por Augusto Priamo de Candolle en 1813; por Esteban Endlicher desde 1826 al 40; por Adolfo Broignart en 1843; por Alejandro Braun en 1864 y por A. W. Eichler en 1883. A principios del siglo xx, Adolfo Engler comenz a publi-car el que, plagiando una denominacin corriente en la literatura pontificia romana, llam Syllabus der Pflanzenfamilien, con pau-tas para la clasificacin natural que se han generalizado por casi todo el mundo.

    Desde luego echamos por la borda el valor exclusivo de los rganos reproductores en la clasificacin, no slo tratndose de Fanergamas, sino de otras agrupaciones, como lo comprob respecto del grupo Teridofitas en mi tesis doctoral, en un captulo titulado: Kritische Betrachtung der Allgemeinregeln fr die natrliche Einteilung. Tambin debemos corregir a Linn en las localidades de sus tipos que obedecieron a la escasa informacin geogrfica de su poca.

    Las clasificaciones naturales, entrevistas por Linn, las mismas que haba de buscar vidamente, sin hallarlas en Nueva Granada, Jos Celestino Mutis y que proclaman los inmediatos sistemticos, no podan tener sino un sentido de semejanza y paulatina desemejanza entre las especies. A lo ms un significado fitogeogrfico. Fu ms tarde cuando irrumpieron en el mundo cientfico las ideas evolucio-nistas de Carlos Darwin, las de Juan Bautista Pedro Antonio Monet de Lamarck y las que emiti sobre la ley biogentica fundamental, Ernesto Haeckel, cuando las clasificaciones naturales gravitaron sobre bases de contenido biolgico. Haeckel fu un zologo y no botnico,

    pero sus principios fueron aplicados a la vegetacin principalmente por Karl von Goebel continuador de Goethe y de Julius Sachs, en el estudio de la Organologa^Comparada de los Vegetales.

    La Botnica taxonmica mantiene en nuestros das prendidos sus fanales, porque hoy como ayer, no se puede dar un paso ni en el conoci-miento de las plantas, ni en la Biologa trascendental, ni en Silvicul-tura, ni en el uso y produccin de las materias primas del planeta, ni en los standards sin una denominacin internacional de cada unidad vegetal y sin una clasificacin umversalmente aceptada por la solidez de sus fundamentos filosficos.

    Por eso las floras regionales, como la de la Expedicin Botnica, nunca pierden su actualidad, no slo en los raciocinios de los adelan-tados del pensamiento nacional, sino en las orientaciones ideolgicas de todo el pueblo. Su presentacin esttica tal como la concibi el noble hijo de Cdiz tendra un valor perenne de alta nota, para que tras ella y a su nivel, se desatara toda la orquesta de las mani-festaciones del espritu. Sobre esto volveremos a hablar ms ade-lante.

    Esta mitad del siglo xx nos trae corrientes, al parecer contradicto-rias, en la sistemtica natural de las plantas. De un lado la ciencia, persuadida de que la denominacin y clasificacin de las plantas son nicamente instrumentos para trabajos ms relacionados con la eco-noma, permanece adherida al esquema de Engler, sin atreverse a levantar el peso ingente de la tradicin, de la bibliografa y de las ruti-nas del siglo pasado, donde l aparece como base. De otra parte los avances de nuestros conocimientos sobre transformaciones genticas, que nos han revelado tantos procesos como pueden cambiar experi-mental o espontneamente los genotipos vegetales, estn pidiendo otro concepto y crtica de las clasificaciones naturales y corroyendo las antiguas. Pero esto se sale del tema que tratamos.

    Tal vez entre los secuaces de Linn, quien ms en lo vivo haba de experimentar la insatisfaccin del Systema fu Mutis. Estaba en la tierra precisa. La continuidad del clima en la misma localidad del tr-pico, la paulatina transformacin del mismo al ascender sobre el mar; los diferentes orgenes geolgicos de los seis diversos sistemas orogrfi-cos; la m