la homeopatía miguel granier 174

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E X L I B R I S

HEMETHERII VALVERDE TELLEZ

Episcopi Leonensis i

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N Ú m . Cine

N ü m , A u N ú m . A D G

P r o c e d e n c P r e c i o L

F e c h - a

C l a s i f i c ó C a t a l o g ó

Page 4: La homeopatía miguel granier 174

-Sn^TÍF.-

5ATIA — P O R — 1

EL DR. MIGUEL GRANIER

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i ^ E t s r J B - i S T K #

f R i H C B i O S Ä M "

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' Z i 0 . 0 .

La Homeopatía no consiste en los glóbulos, sólo los ignorantes lo dicen.

EL AUTOR.

Numquid lex nostrá judieat hominem.-nisi pvius audient-üb ipso, et cognovent quid fa-

C I A T ? . * S . JUAN. VIL 5 7 .

Nuestra lev jamás juzga al hombre, sin oír-lo y conocerle.

TRADUCCION ESPAÑOLA

•—DE—

R E H A T O P L O B È S D E G T J R N N A Y

MEXICO

UNIVERSIDAD DE HHW LEO» .

B J B U G T E M \ > W M E M

TIPOGRAFÍA DE. TRINIDAD SÁNCHEZ SANTOS? CALLE DE LAS ESCALERILLAS NÚMERO 2 0

1 9 0 0

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Page 5: La homeopatía miguel granier 174

FG-T)D EmcTEWO

VALVERDE V TELLIZ

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SUMARIO DE LAS CONFERENCIAS

I A . CONFERENCIA.—¡No CREO EN LA HOMEOPATÍA!—Cuan pru-dentes deben ser las negaciones y afirmaciones.

. 2 a . CONFERENCIA.—Mi CONVERSIÓN A LA HOMEOPATÍA—Por qué y cómo me convertí á ia Homeopatía.

3A . C O N F E R E N C I A — L o s ALÓPATAS Y LOS ACADÉMICOS.—Obs-táculos que se oponen á las conversiones y á la marcha de nuestra doc-trina.

4A . CONFERENCIA.—IRRADIACIÓN DE LA HOMEOPATÍA.—Estado de nuestra doctrina en todos los países del mundo.

5 a y 6 a . CONFERENCIAS.—TEMPLO HIPOCP.ATICO. -Ojeada s o b r e

la historia de la medicina.—Exposición de los viejos sistemas. 7 a y 8 a . CONFERENCIAS.—TEMPLOHAHNEMANNIANO.— Exposición

de la nueva doctrina médica. 9 * . C O N F E R E N C I A . — L o POSIBLE.—Acción de las dosis infinitesi-

males, considerada como POSIBLE.—Pruebas suministradas por el racio-cinio y por los fenómenos de la naturaleza.

10A. CONFERENCIA.—EL HECHO.—Acción de las dosis infinites? males, considerada como HECHO.—Pruebas suministradas por los he-chos negativos, positivos, generales y par t iculares—La Homeopatía en el Ferrocarril de Nimes.

1 1 A . C O N F E R E N C I A . — E N F A M I L I A — L o s medicamentos y las do-sis homeopáticas; su preparación, su administración, etc., etc.

1 2 * . C O N F E R E N C I A . — N U E S T R O S FRACASOS.—Confesión y expli-cación de los fracasos de los homeópatas.

1 3 A . C O N F E R E N C I A . — ¿ H A S T A CUANDO?—Las viejas preocupacio-nes:—Sangrías, sanguijuelas, etc., etc.

l é a . CONFERENCIA.—UNA COMEDIA S I E M P R E N U E V A . — L O S eva-cuantes:—Purgas, vomitivos etc., etc.

15a . CONFERENCIA—UN ORGANO NUEVO.—Vegijatorios, caute-rios, sedales, moxas., etc, et¿.

16a . CONFERENCIA.—EL M E S Í A S DE LA MEDICINA.—Vida de Hah-nemann.—Cómo construyó el edificio de la Homeopatía,

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*

PRIMERA CONFERENCIA

m CEEO m LA HOMEOPATÍA!. 8»IJ»

c.ias que sean tan empleadas como el verbo CREER. Ciertamente, en el

da como en el instituto. En el tiempo en que floreció

la filosofía griega, había en Creta mecanismo del lenguaje, ésta es una escuela célebre en la que no «na de las piezas de más movi-miento.

Creo..' no creo

se era admitido sino después de un iargo noviciado; entre otras prue-bas, los aspirantes estaban sometí-

u t y m v o se le halla en todas las para adquirir el equilibrio nerfwtn conversacipnes, en todoslosdebates, del espirita; v e n Z T d l v m

^ l f f - s , Pitágoras d e c « t n u d o ^ t f r a n c e s ó d e mgles,de discípulos, que las dos Dalahra*

alemán o de español, de italiano ó más corta para p r o n m c i a S s v ruso, siempre lleva la cabeza altiva «o, eran l a f q u e p e W y orgullosa, camina con los pasos men. ¡ C u á n t a V d e n c i a en efecto de la vana aristocracia, y se'asienta cuánta sabiduría cuánta ^

c o a t a p l ~ o a c a d é m i c o - r s s

Todo el mundtTdice esto, tanto el discípulo como el profesor, el jo- en una afirmación ó en ^ ven como el anciano, el ignorante ción, y cuántos, sin e m t a ™ i -como el erudito. dejan escapar con la I Z t k t

Creo no creo \ gereza'

Se dice esto por doquiera; -en la ° ¿Sabéis lo que quiere decir:

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creer no creer? Tal vez no.

¿Escuchad! Creer ó no creer, bajo el punto

de vista filosófico y fuera de las doc-trinas religiosas, significa: dar ó re-husar su adhesión, después de un libre y atento examen, á toda idea nueva que se presenta con los atri-butos de la verdad.

Ahora, os pregunto,y poneos an-te vuestra conciencia, ¿así es como negáis ó afirmáis á cada iüstante? y cuando vuestra palabra es tan de-cisiva, ¿os halláis en semejantes condiciones?

He aquí una idea nueva que lla-ma á la puerta de vuestra inteligen-cia, ¿la habéis examinado antes de darle ó de rehusarle la entrada?

He aquí un descubrimiento que os pide su derecho de domicilio en el dominio de la verdad; ¿lo habéis examinado antes de darle ó de re-husarle su rincón de tierra y su lu-gar al sol?

He aquí una doctrina que apare-ce en el horizonte de la terapéutica, ¿la habéis examinado antes de dar-le ó de rehusarle su rango entre los planetas médicos?

En una palabra, ¿conocéis pro-fundamente todo lo que negáis ó afirmáis?

De dos hombres, de los que uno niega v otro afirma una cosa sin

es más insensato, y sin embargo, es preciso decirlo, en el mundo no se ven más que negaciones ó afirma-ciones ciegas!

¡Negáis Muy bien! Entonces, tenéis el conocimien-

to íntegro de los secretos de la na-turaleza para que estéis autorizados á censurar esos fenómenos!

Entonces tenéis la intuición de todas las relaciones y de tocios los misterios científicos, para que estéis autorizados á poner vuestro sello eniclopédico sobre todas las nuevas concepciones cíe la inteligencia hu-mana!

¡No creo en la Homeopatía! Esto lo he oído decirpor toda cla-

se de personas. Primero, por ios médicos que co-

nocen todo en medicina, excepto la Homeopatía.

Por los sabios y eruditos que se habían ocupado de todo, excepto de la Homeopatía.

He oído negar á la Homeopatía por hombres cuya sola instrucción consistía en haber pasado alguna vez, delante de las paredes de un colegio, y olfateado los folletines de la literatura ilustrada.

He oído aun negar á la Homeo-patía por señoras, queriéndose dar los humos de mujeres sabias, de

I espíritus fuertes y de buen tono;ci-¡ tando sin comprenderlas, las frases

conocerla, no sé quién de los dos! de Labruyére,Pasc&l, &loi}tesquieu,

y en el fondo, no creyendo en nada, ni en el mismo Dios.

¡No creéis en la Homeopatía! ¡Muy bien! Pero deseo saber,

y tengo derecho de preguntaros, en virtud de qué razón no creéis; por-que si no tenéis razones positivas para negarla, os declaro insensa-to

Pero entremos en un razonamien-to muy sencillo, y, QUIEN QUIERA

QUE SEÁIS , antes de pronunciar vues-tro juicio, responded primero á es-tas preguntas:

¿Oué es la Homeopatía? ¿Cuál es la significación radical

y cieniifica de esta palabra? ¿Oué se entiende por doctrina

méciica? ¿Cuáles son los elementos de es-

ta doctrina, y cómo se les puede examinar y apreciar?

Suponiendo ya resuelta esta cues-tión:

¿Cuáles son los elementos de la doctrina hahnemanniana?

Conocéis: ¿Su fisiología? ¿Su manera de

considerar al hombre en su compo-sición, su organización y su rango en la clasificación general de los sé-r e s o

¿Su patología? ¿Su manera de considerar la salud y la enfer-medad?

¿Su terapéutica? ¿Cuál es el principio general sobre el que gi-

ran todos los elementos de la doc-trina?

¿Su materia médica? ¿Cómo los medicamentos son estudiados, considerados y administrados por la Escuela Homeopática?

¡Pues bien! ahora os pregunto: ¿vuestro examen ha puesto el pié, no diré en el santuario, sino sola-mente en el vestíbulo de esa doc-trina médica?

¡No! Entonces, ¿por qué la negáis?

¿Nunca habéis visto á la Homeo-patía en acción? ¿La habéis segui-do en su práctica, ya en la c'ínica particular, ya en las casas de bene-ficencia, y en los hospitales? Por-que, sea dicho con anticipación, la Homeopatía tiene todo esto. ¿Ha-béis tratado de recoger los hechos? ¿habéis comprobado las cifras de sus estadísticas?

¡No!

Entonces, ¿por qué negáis?

La Homeopatía, aunque joven todavía, ha hecho, sin embargo, sus pruebas; ya ha producido bastantes obras para formar una rica biblio-teca especial; ella tiene sus perió-dicos en todas partes, sus represen-tantes y sus publicistas por doquie-ra.

¡Pues bien! ¿habéis meditado to-dos esos escritos? ¿habéis leído si-quiera la exposición de esta doetri-

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na, pero leal, seriamente y de bue-na fe?

¿l iaréis tenido la intención de descubrir, en su seno, la verdad ó el error? ¿Habéis llevado la antor-cha de una sabia, discusión al abismo de sus misteriosos princi-pios?

¿Habéis buscado, por el choque de una experiencia I L U S T R A D A y SOSTENIDA, hacer brotar de su co-razón, alguna chispa de vida?

{No! Entonces, ¿por qué negáis? Sin embargo, he aquí, cuestiones

muy importantes, y, cuando las ha-yáis resuelto, os reconoceré un co-; acimiento bastante perfecto para que os deis el derecho de decir: NO C R E O E N LA H O M E O P A T Í A ; pero si no podéis responder á ello, os declaro insensato, si negáis.

Quien quiera que seáis: Si sois médico, ¿os esperábais es-

ta serie de cuestiones, y seríais ca-paces de responder á ellas? Es po-sible; pero lo dudo, y para ello ten-go derecho. Si no sois médicos, muy probablemente, no habéis ni comprendido estas cuestiones; por este motivo, me propongo expli-carlas y desarrollarlas en nuestras pláticas, y entonces veréis quizá, cuánto, en vuestra ciega negación, érais temerario, ó cuánto, en vues-tra apreciación de la Homeopatía, estábais lejos de la verdad. Veréis

quizá, que hablábais de una cosa que no conocíais. Finalmente,¿veréis que en vuestra ignorante negación, erais del todo semejante á un sor-do que juzgara la ejecución de una sinfonía de Beethowen, ó á un cie-go de nacimiento, que quisiera cri-' ticar los frescos de Miguel Angel y las madonascle Rafael. Porque, en ver-dad os digo: Cualquiera que nie-gue una cosa, sin conocerla, es te-merario, setenta veces siete.

jNo creo en la Homeopatía! No hay una sola manera de ne-

gar una verdad, hay tantas, por el contrario, cuantas la verdad puede tener puntos de ataque: tales son, como ya os lo he hecho presentir,' todas las falsas interpretaciones, de buena ó de mala fe, y he aquí poi-qué la Homeopatia sufre los com-bates más variados, múltiples y más contradictorios.

Así, unos dicen que ella no exis-te: es preciso compararla al Eldo-rado del soñador español Martínez, es preciso relegarla entre los m o -rios de Isis, los cuentos Arabes, los filtros y sortilegios de los Egip-cios.

Susglóbulos, son granos de men-tira, sus prescripciones, agua clara ó polvo blanco, y sus prácticos, es^ camoteadores más ó menos hábi-les para manejar á l o s enfermos.... y sus escudos.

Sus principios son utopías diver-

tidas, sus pretensiones son un qui-jotismo puro, y este ratoncillo mé-dico salió un día de las entrañas de un sueño alemán.

¡La Homeopatía! Es la me-dicina de los .enfermos imaginarios, dé los ociosos que no saben en que gastar su tiempo, y de los. ricos que no saben cómo gastar su dinero.

Es la medicina de los bastidores, de los tocadores, de las mujeres vaporosas que pasan su vida entre los glóbulos y las novelas de Paul de Kock.

Otros ioidlo bien! di-cen que la Homeopatía es la medi-cina de los venenos, y que las hue-llas de sus remedios violentos ja-más desaparecen.

—;Cómo, señora! os curáis por j la Homeopatía! pero entonces ignoráis que los homeópatas no em-plean sino venenos el mercu-rio, la belladona, el arsénico!

—iCómo, señor! ¿os curáis por la Homeopatía? Pero, entonces ig-noráis que ésta es una medicina in-cendiar ia^ que el cuerpo se resien-te siempre de sus terribles medica-mentos.

He aquí, pues, á la Homeopatía semejante á la Hidra de Lerna.

Es un monstruo policéfalo. Una gota de su sangre envenena las lla-gas y hace incurables las heridas. La terapéutica hahnemanniana es, para los enfermos, más cruel que

el vestido de Dejanira y las flechas de Filotectes, y nuestro siglo debe-ría dar á luz á un nuevo Hércules, para librar á la clientela, más des-dichada que la antigua Árgólida.

Bajo las flores de sus prescrip-ciones está oculto el áspid de Cleo-patra, sus glóbulos son los elemen-tos de terribles explosiones, su pol-vo blanco es más mortífero que la mezcla fulminante que hizo perecer al químico Hennel, su agua clara

i engendra las llagas repugnantes del mercurio, el delirio furioso de la belladona y el fuego abrasador del arsénico; todas sus fórmulas, en fin, son sentencias de muerte.

Otros dicen: La Homeopatía es la medicina de

las gentes de progreso, que se atra-gantan de todas las ideas nuevas, pretendiendo marchar con su siglo; calientan el nacimiento de todas las crisálidas científicas, y están siem-pre dispuestos á formar la cadena para hacer girar á un velador, á cantar una melodía de Schuberí, conforme al método Galin, y á par-tir en el globo de Petin por un tren de recreo de París á la luna.

Otro: La Homeopatía es una medicina

muy misteriosa: yo no la compren-do; por consiguiente no creo en ella.

Otro: La Homeopatía no conviene á

3

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mi temperamento, á mis nervios, á mis hábitos, por consiguiente, ñola quiero.

Otro: La Homeopatía puede ser buena

en ciertas enfermedades, por ejem-plo, en las enfermedades crónicas y cuando nada apremia; pero en ías enfermedades agudas, que recla-man una maniobra activa, verbi-gracia, una fluxión de pecho, impo-sible.

Otro: Dadme todos los glóbulos de Una

farmacia homeopática, y me encar-go de tragármelos.

Otro: La Homeopatía consiste en un

régimen particular, escrupuloso y severo, en que es preciso evitar ta-les olores, tales bebidas, tales ali-mentos; con el que,-en fin, no es permitido beber ni comer.

Otro: La Homeopatía consiste en un so-

lo remedio—siempre un veneno— que se administra bajo la forma de agua ó polvo en todas las enferme-dades.

Otro: La Homeopatía consiste en el ar-

te de dar los medicamentos en gló-bulos, es decir, en dosis infinita-mente pequeñas.

Otro: La Homeopatía consiste en cu-

rar un mal por el mismo mal; así,

habéis recibido un golpe, haceos dar otro, en el mismo sitio, y que-daréis curado.

Otro: Ya pasó la época de la Homeo-

patía; ella murió con su autor. Otro: Si la Homeopatía es cierta, ¿por

qué ella no es la medicina general, y por qué no está admitida por las Academias y las Facultades?

Etc., etc., etc.

¡Ay! todas esas hipótesis afirma-tivas ó negativas, todos esos dicha-rachos indiferentes ó apasionados, los he oído, y siempre están en cir-culación.

Pues bien, ¿cuál es el origen de tod?.ft esas oposiciones? La ignoran-cia, las preocupaciones, y las diva-gaciones de espíritu: espíritu fuerte, espíritu burlesco, espíritu sistemá-tico.

¿Por qué son contradichos todos los descubrimientos?

Ante todo, por vanidad, interés y moda de negar.

¿Por quiénes es combatida ía Ho-meopatía, no diré de una manera oficial, sino en el mundo, en don-de la calumnia es la moneda co-rriente?

Principalmente por los ignoran-tes; por aquellos que jamás han oprimido su inteligencia con los es-fuerzos del estudio, y jamás han

contraído una entorsis trabajando en el campo de la ciencia.

Por aquellos que tienen ojos y no ven, oídos y no oyen, corazón y no sienten.

Por aquellos que siempre están dispuestos á crucificará toda verdad que llega al mundo.

Por aquellos, en una palabra, á quienes es preciso perdonar, por-que no saben lo que dicen.

Confieso, sin embargo, que mu-chas veces, al oir todas esas cosas, no he podido cerrar mi alma al so-plo de una ardiente indignación.

[No creéis en la Homeopatía! Afortunadamente, QUIEN QUIERA I

QUE SEÁIS , la Homeopatía puede pa-sársela.sin vos.

A pesar de todas vuestras inju-rias y calumnias, ella quedará en pie, y proseguirá su marcha en la vía del progreso médico; ella os buscará en todas partes, ella os to-cará por doquiera, á vosotros, á vuestros hijos y á vuestros nietos! no con el aguijón de la venganza, sino con sus torrentes de benefi-cios. Su fuerza expansiva acabará por triunfar en Francia, de la opo-sición obstinada de los académicos, porque el foco de su dinamismo ya ha irradiado de Occidente á Orien-te, y vivificado á los pueblos.

Escuchad esta sublime estrofa de un poeta inmortal:

Le Nil á vu sur ses rivages Les noirs habitants des déserts, Insulter, par leurs cris sauvages, L'astre éclatant de l'univers. Cris impuissants,fureurs bizarres! Tandis qué ces monstres barbares Poussaient d'insolentes clameurs, Le dieu poursuivant sa carriere, Versait des torrents de lumiere Sur ses obscurs blasphémateurs.

El Nilo ha visto en sus riberas A los negros habitantes del desierto, Insultar con sus salvajes gritos Al astro que ilumina al universo. Impotentes gritos, furores necios! Mientras que esos monstruos bárbaros Lanzaban clamores insolentes, El dios prosiguiendo su cariera, De luz derramaba los torrentes A sus blasfemadores tan obscuros.

Pero, si hay muchas cosas que negáis sin comprenderlas, Vhav to-davía una infinidad en lasque creéis con la misma ceguera. No seria muy difícil el probároslo, no ten-dría más que invitaros á sondear los secretos de la naturaleza, y ve-ríais que á cada paso de vuestra exploración os tropezaríais con un njiisterio.

Ejemplos:

El aire que respiráis, en el que vivió, que os cubre, que os compri-me, que os penetra, ¿lo compren-déis? Sus corrientes y variaciones, las podéis apreciar? La masa enor-me que lleváis, sin ser aplastado, ¿la sentís? Y si yo dijese á la per-sona más frágil y delicada de vos-otros, que ella tiene constantemen-

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te sobre sus espaldas un peso de aire de diez y seis mil kilogramos, ¿podría creerlo? Así es, sin embar-go. y no sois libres de negarlo.

Yo os hablo; cada una de mis palabras hiere el aire, produce en ese gas compuesto, una ondulación semejante al círculo dibujado por la piedra que cae en una agua tranquila; esta ondulación se abre, se rompe, se divide, entra en vues-tro conducto auditivo y os comu-nica todo mi pensamiento, ¿com-prendéis esto?

Estáis en la ópera; la orquesta está compuesta de toda clase de instrumentos, de los que cada uno tiene su timbre particular. Obede-ciendo al movimiento del compás, cada nota grave ó aguda, naciendo de una laringe, de una cuerda ó de un tubo metálico, vuela, se desplie-ga, y llega, bajo la forma de una onda, á vuestra oreja. Todos los sonidos diatónicos, todos los acci-dentes cromáticos, hablan á la vez,, y entran juntos en vuestra corneta acústica; y á todos oís, á todos los percibís, y los distinguís á todos, ¿comprendéis esto?

La historia química y física del aire, nos muestra las divagaciones del espíritu humano, y sus oscila-ciones entre el error y la verdad.

Así, los antiguos colocaban al ai-re en el número de sus cuatro ele-mentos, y desde los análisis de La-

voisier, de Humboldt y Gav-Lussac, es un gas compuesto de otros, el oxígeno y el ázoe como radicales, y como variables, el ácido carbóni-co, el hidrógeno carbonado, etc.

Los antiguos creían, además, que el agua sube al cuerpo de una bom-ba, porque la naturaleza tiene ho-rror al vacío, y desde las experien-cias de Galileo y de Torricelli, su discípulo, ella sube en virtud de la presión atmosférica ejercida sobre fa superficie líquida contenida en el receptáculo.

Ved ahora las metamorfosis cien-tíficas que se han operado en el sistema planetario.

Hasta Copérnico y Galileo, es de-cir, durante largo tiempo, ha sido visto y creído que el sol giraba al-rededor de la tierra inmóvil, y que nuestro pequeño planeta era el cen-tro de atracción de todas las esferas celestes.

Desde esos dos astrónomos, los papeles han cambiado. El sol está fatigado de una carrera de seis mil años, y se ha puesto en reposo, es-tá como un Sultán soberbio, en me-dio de los cielos, y todos los plane-tas, sus odaliscas, fascinadas por su mirada, revolotean con una irresistible seducción al derredor de §u trono, y se disputan el favor de sus rayos.

Después, la marcha de todos esos planetas, ha sido sorprendida por

los cálculos matemáticos. En tal vir-tud, ahora se cree que el nuestro gira sobre sí mismo, girando al de-rredor del sol. Apartado de este as-

- trg, treinta y ocho millones de le-guas, él tiene, en su movimiento de

' rotación, una velocidad de siete le-guas por segundo.

Pero ¿qué es todo esto compara-do con los movimientos del sol? Porque cuando os dije que este as-tro fatigado se puso en reposo, no fué sino el subterfugio de una me-táfora.

La ciencia telescópica moderna ha reconocido, en efecto, que el sol posee también dos movimientos de. rotación y de translación; porque no hav estrellas FIJAS, rigurosamen-te hablando. El tarda veinticinco días y medio para girar sobre si mismo, y se ha descubierto que. se dirige con su serrallo de plane-tas, hacia la constelación de Hér-cules; con una velocidad que debe ser, cuando menos, de setenta mil leguas por día. . , , ,

Pero si se puede decir del sol cuál es su distancia de la tierra cuáles son sus movimientos, cual es su volumen y hasta su peso, ¿al-guna vez se sabrá cuál es su natu-raleza, de qué provienen sus man-chas, cuál es, sobre todo, el origen de su luz y de su calor? jMis-terios!

Y á nuestro progreso actual, com-

parad la astronomía naciente délos antiguos. Cleomenes,bajo Augusto, no daba más que un pie de diáme-tro al sol. Sin embargo, Eudoxio había ya estimado ese diámetro en nueve veces el -de la luna. Anaxá-goras había ya supuesto que el sol podía ser, casi, tan grande como el Peloponeso, y Zenón le miraba un poco más grande que la tierra.

Ahora bien, todos esos sabios de la antigüedad, ¿no se parecen un poco á ese pastor de Mantua, que estimaba á Roma tan grande como su aldea?

Urbem quam die-unt Romam, Melibceem, putavi Slultus ego, huic nosti« similem

¿Queréis tener una idea aproxima-tiva de la grandeza del sol y de la Dequeñez de nuestro planeta?

Representaos á esas bombas de jabón que habéisfabricado frecuen-temente en los juegos de vuestra infancia; cread una con el pensa-miento, tan grande como la tierra; después soplad todavía en el canu-tillo, con toda la fuerza de vuestra imaginación, hasta que esta bom-ba llegue á ser un millón y medio de veces más gruesa, y obtendréis el volumen del sol.

Nuestro globo, queteníamos la fa-tuidad de creerle más grande, ha lle-gado á ser el más pequeño. Arago, decía un día en sus lecciones de as-tronomía, que si se pusiera al scfl

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en uno de los platillos de la balan-za, sería preciso poner en el otro, para establecer el equilibrio, tres-cientas cincuenta mil tierras, ni más ni menos.

Humboldt hizo todavía esta su-posición: «La luna está lejos de la tierra 96,000 leguas. ¡Pues bien! se podría colocar á la tierra en el centro del sol, hacer circular á la luna en derredor de ella, y'la órbi-ta de la luna se encontraría toda entera en el sol, y á una gran pro-fundidad todavía en este astro.»

De modo que nuestro planeta, comparado con el sol, no es sino un glóbulo, un pequeño grano de mostaza, comparado con la cabeza que encierra millones.

¿Y cómo creer ahora que ese sol tan esplendente, que alumbra y ca-lienta á todo el universo, no es más que una débil lamparilla, un glóbu-lo comparado con las estrellas?

¿Cómo creer que la ciencia no ha podido determinar aún el nú-mero de esas estrellas, su distancia de la una á la otra y de cualquiera de ellas á la tierra?

¿Cómo creer, conforme á la in-ducción de los astrónomos, que la luz, recorriendo sesenta y siete mil leguas por segundo, existen, sin embargo, estrellas de tal manera distantes, de la tierra, que sus ra-yos no han tenido aún el tiempo de 'legarnos?

] Abismos inmensos, cuya profun-' didad espantosa, jamás podrá ser ¡ sondeada por la curiosa investiga-ción de la ciencia! ¡Explicadme el misterio de la atracción planetaria! Interrogad á la astronomía, ella no os responderá. ¡Todo el genio de un Newton permanece mudo!

¡Pero si del misterio de la grave-dad y de la armonía universal, pa-samos á los fenómenos de la fisio-logía, el dominio de los misterios ensancharía aún su inmensidad!

¿Comprendéis bien*, en efecto, lo que es un color, un olor, un sabor, y cómo por medio del ojo, de la membrana pituitaria, de las papilas linguales, ellos llegan al cerebro, y producen en él su sensación espe-cifica? . ¿Comprendéis bien lo que es la

vida, el espíritu, la materia, el flui-do vital, y la relación de esos ele-mentos?

¿Comprendéis, en fin, la diges-tión, la circulación, las secreciones y el mecanismo de todas vuestras funciones?

I ¡Cuántos misterios permanece-r á n siempre bajo el velo del silen-! ció más cruel! Sí, todo es mis-terio en la naturaleza: por lo que los egipcios la pintaban bajo la ima-gen de una mujer velada, para ha-

| cer comprender que ella es impe-! netrable.

I Lanzando una mirada en la le-

janía del pasado, y volviendo en se-guida al horizonte del presente, no se tarda uno en apercibir que mu-chas cosas nunca han sido com-prendidas y no lo serán jamás; que otras muchas han sido primero obs-curas y después, más tarde, desve-ladas; que otras muchas, en fin, han sido negadas y después afirma-das.

Pero en todos los tiempos, la ver-dad ha encontrado á su paso al fan-tasma de la incredulidad. Siempre los descubrimientos han sido recha-zados por la oposición ciega de la ignorancia y de las preocupaciones v cada uno de los inventores ha bebido su parte del cáliz de la amar-gura. '

Ved lo que se dijo en otro tiem-po de la brújula, de la imprenta y demás hijas del progreso!

Mas, dejemos dormir los errores de la antigüedad, no vayamos á ho-jear las viejas tradiciones de los caldeos y de los egipcios, ni las de los griegos y los romanos, ni aún las de la edad media y de los tiem-pos más modernos. Escuchemos lo que se decía ayer:

¡Los buques de vapor! ¡Qui-mera!

¡Los caminos de hierro! ¡Ilu-

sión!

¿El telégrafo eléctrico!........ ¡Uto-

pia! ¡La fotografía! ¡Sueño!

¡La galvanoplastia!......... ¡Menti-ra!

Etc., etc., etc. Todos esos hijos del Progreso,

sin embargo, han estado á punto de ser ahogados y devorados por el orgulloso pirronismo, más cruel to-davía que el viejo Saturno de la fá-bula.

Ayer, habíais negado todo esto, hoy creeis en ello. Ayer negábais porque los demás negaban; hoy afirmáis, porque los demás afirman: ayer, al decir NO, no sabíais lo que hacíais; hoy al decir sí, no sabéis lo que hacéis: siempre el espíritu en las tinieblas!

¿Por qué, pues, negando del to-do á la Homeopatía, creéis en co-sas mucho más misteriosas que ella y que, por lo tanto, no compren-déis, no obstante de que queréis pasar por un espíritu fuerte, y da-ros el orgullo de creer sólo lo que podéis comprender?

No temáis que con razón os apli-que este pensamionto de Pascal:

| »Incrédulos,los más crédulos. Ellos ! creen los milagros de Vespasiano, por no creer en los de Moisés.»

Cuando veis salir de la marmita de Papin, una nube blanquecina, decís: Es el vapor; ¡muy bien! ¿Pe-

" ro sabéis lo que es el vapor? Yo no quiero la definición física de este elemento dinámico. Explicadme so-lamente, de qué manera, bajo la in-

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fluencia del calórico, las moléculas < del agua se desagregan, pasan del 1 estado líquido al estado gaseoso, y ] no se apartan de la forma maciza, i sino adquiriendo una fuerza de ex- i pansión irresistible? Fuerza múlti- i pie que en la industria reemplaza á < mil brazos; fuerza sin límites, que • se burla de la resistencia de los pe-sos y de las masas; fuerza infinita, . que, del pecho de L B V I A T H A N va á soplar sobre las olas del Atlántico, y á conmoverlas como una tempes-tad.

Cuando pedís vuestro retrato á la fotografía, un rayo de sol, toma prestado á vuestro rostro, sus fac-ciones, sus colores y su expresión, los hace pasar por el foco de la cá-mara obscura, y su pincel fiel, di-buja, en un instante, vuestra más perfecta semejanza;esta imagen re-fleja vuestra mirada, vuestro pen-samiento, vuestra intención secre-ta: ¿comprendéis el misterio de esta corta operación?

Interrogad á la Química, ella no os responderá.

Cuando vuestro pensamiento, conducido por una chispa eléctrica, salta de Europa á Africa, ó de un mundo á otro, ¿no se espanta vues-tra inteligencia al inclinarse al abis-mo de este misterio?

¿Comprendéis todas las relacio-nes. de este mecanismo?¿Compren-déis el viaje tan rápido de la chispa

ó la descomposición tan rápida de las electricidades del hilo? ¿Com-prendéis la acción y la interrupción múltiple de la corriente? ¿Compren-déis, sobre todo, la imantación del fierro dulce por el fluido galváni-co?

Muchas veces he observado, que el manubrio de un cuadrante tele-gráfico podía hacer, cuando menos una vez por segundo, la vuelta de 25 letras.

Esto es, veinticinco interrupcio-nes de la corriente por ¡segundo. Ahora, tratad' de hacer viajar á vuestra imaginación en el espacio; más veloz que la chispa eléctrica, ella franqueará de un salto, cual-quier distancia, y penetrará lo in-finito; pero que ella haga en un se-gundo, veinticinco veces el viaje de París á Marsella, por ejemplo,como el manubrio lanza veinticinco chis-pas ó más, jamás llegaréis á hacer esta experiencia.

¿Comprendéis, ahora, toda la afrenta que hace á lo imposible vuestra conversación con vuestro amigo, cuando á través del espacio, un hilo de mil leguas, os sirve de corneta acústica, y podéis así ha-blarle en el tubo de la oreja?

Interrogad á la Física, ella no os responderá.

Pues bien, todos esos fenómenos fluidicos, ¿por qué los habéis nega-do ayer, y por qué hoy los creéis?

Ayer, nuestro espíritu estaba orgu-lloso de negar, hoy está humillado Y se inclina ante hechos que no puede comprender.

Más, quizá antes de que desapa-rezcan de este mundo, cuantos i hermosos descubrimientos apare-1 cerán, y cuyo nacimiento posible] será acogido con la sonrisa de la ' incredulidad! #

Y todavía esto no es todo; si por un instante vuestra mirada se su-mergiese en la lejanía del porvenir, cuán maravillada quedaría con el panorama d é l o s descubrimientos futuros! descubrimientos que no po-demos calcular y ni aun siquiera sospechar!

Cuando se reflexiona en todas las riquezas que encierra lo desco-nocido, en todos los tesoros cientí-ficos que poséela minftde lo posible, se echa de menos la vida que sé nos escapa, y se teme que suene nuestra última hora, entonces un sentimiento muy legítimo de amar-ga melancolía nos hace rechazar las densas tinieblas de la tumba, que va á ser nuestra noche eterna, y á velarnos todos los nuevos horizon-tes.

¿Qué dirían hoy Homero y Virgi-lio si viesen impresas la ¿Fiada v la Eneida? ¿Qué dirían A'ejainJro y César,si viesen nuestros trenes de artillería? ¿Qué dirían Luis XIV y

Napoleón, si viesen los ferrocarri-les y el telégrafo?

Y vosotros mismos, ¿qué diríais si volvieseis del otro mundo en 1958, y vierais quéF, Lo ignoro, pero cuántas cosas echa-ríais de menos, si la muerte os re-cordase, al día siguiente, en vues-tra tumba!

Mas ya es tiempo de descender de la altura de todas estas conside-raciones transitorias, para volver á nuestro verdadero objeto.

Guardaos pues de juzgar lo que no conocéis, y, respecto de las cosas que no conocéis sino imperfecta-mente, permaneced en los límites de una sabia y prudente reserva. Si los antiguos tenían razón de de-cir: "conoce °ntes de amar ," es también muy justo decir: "conoce antes de no amar." Entonces, cuan-do se trate de una idea nueva, que nuestro espíritu quede suspenso en-tre la afirmación y la negación, has-ta que haya adquirido el derecho de inclinarse hacia uno de esos extremos por un atento examen.

. S a n Agustín decía: "vale más in-clinarse á la duda que á la seguri-dad, en las cosas de difícil prueba y peligroso crédito."

Salomón dijo aún: "El que es , d o c í o Y prudente, es moderado en sus discursos y ei hombre sabio no explica su pensamiento sino reserva.

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Preguntóse un día á Lordat, el j ilustre fisiólogo de Montpeller, lo que pensaba de la Homeopatía, y | iié aquí lo que respondió: "Yo no , •'•admito ni rechazo la Homeopa-"tía que no he tenido el tiempo de "estudiar; he oído opiniones tan di- ¡ "versas, t .n opuestas, á hombres ' "graves, esclarecidos, que, debo per-1 "manecer en • suspenso, hasta que: "meseapermiüdo tener.una opinión, i

' es decir, "hasta que haya lie- j "clio un profundo examen;" ;tanto j "más, cuanto qué este méiodo tic- ¡ "ne el sufragio de uno de losmaes- j " tros más distinguidos del Sr. "Amador, profesor de patología y; "terapéutica generu.es. . . " ;

Siguid, á lo menos, este ejem-, pío, y cuando se os hable de vía Ho- j meopaua, en vez de condenarla,, tened el buen sentido de decir: "Yo no la conozco."

"Guardaos pues de reir en tan grave asunto," y escuchad esto to- j davía: j

Broussais, el fogoso B;oussais, (

que había hablado primero de la ! Homeopatía como siendo el absur-' do más enorme, é "indigno de to- j do ex¿mer>," conmovido en su opo-g:,:ion por el choque de la verdad, e x c l a m b a en uno de sus últimos cursos, ante sus numerosos disci-oulos:

•• V o no conozco en las ciencias; sino .a autoridad de los hechos, y j

en este momento experimento la Homeopatía."

Pero estas palabras fueron aco-gidas por un pequeño murmullo de incredulidad general. Entonces, el ilustre profesor, dió un golpe sobre su cátedra, y dijo con una voz fuer-te é indignada:

"Sí; yo experimento la Homeo-

patía." Esta vez la sonrisa se detuvo en

todos los labios. Entrego estos dos ejemplos á

vuestras reflexiones. Pero si la Homeopatía es combati-

da pc-r las preocupaciones y negada por la ignorancia, ella es aún muy mal comprendida, por a'.-gunos de sus más adictos' amigos que favorecen su progreso con io-do el celo del más ferviente ppo-sélitisino.

Unos no ven sino los glóbulos y á los infinitamente pequeños. Pues bien, quiero proclamarlo con todc la fuerza de mis convicciones, no es en este principio secundario en el que consiste nuestra doctri-na. Dejad decir esto á los ignoran-tes y á los espíritus infinitamente pequeños.

Otros no ven sino el principio de los semejantes y, no manejando más que esta palanca, despre-cian tocios los i f f l i s r o d e e s de la máquina.

La veidüd es una, peto ella tie-

ne muchas fases, y, para conocer- j la bien, es preciso conocer esas fa-ses y todas sus relaciones.

Ahora bien, una falsa opinión puede hacerle tanto mal como una ciega negación.

Os lo digo: En general, la Ho-meopatía no es comprendida. Se ha repetido, y se repite diariamen-te, de buena ó de mala fe, que es una ciencia muy fácil; y bien! yo os digo que nada hay más difícil que la Homeopatía. El conocimiento intimo de su filosofía exige penosos estudios y largas meditaciones, la práctica de sus principios exige to-da la energía del espíritu, y el ca-mino de su práctica, árido, escar-pado, y lleno de escollos, desalien-ta á menudo el paso más firme y decidido.

Y he aquí por qué muchos, en su sencillez, creen conocer la Ho-meopatía, y no la conocen; he aquí por qué algunos—y conozco á mu-chos—se empeñan en ese terreno para desmontarle y fecundarle; pe-ro encontrando por lo pronto su cultivo, dificil, ingrato y estéril, su alma se entrega al desaliento, su mano fatigada y debilitada, aban-dona el arado y termina por dor-mirse en el surco.

La Homeopatía no es, pues, en general, ni conocida ni comprendida; tal es mi convicción profunda. Si ella fuese conocida y comprendida,

por las personas del mundo que la niegan sin saber lo que dicen, y por los académicos que la rechazan sin saber lo que hacen, sus pasos ha-llarían muchas menos trabas en el campo de la práctica, y en el cami-no que conduce á las Facultad es; su reino nos llegaría mucho más pron-to, y su luz no quedaría mucho tiem-po debajo del celemín. Por tal mo.-tivo, emprendo estas conferencias.

Si tenéis la paciencia de seguir-me hasta el fin, terminaréis por co-nocer, comprender y amar la Ho-meopatía.

Yo quiero decir todo lo que ella es y lo que no es; os descubriré to-das sus fases, os desmontaré todas sus piezas; os haré asistir á su na-cimiento, á su desarrollo v á su pro-pagación.

Someteré todos sus elementos al más escrupuloso análisis. Sepa-raré la zizaña del buen grano, arran-caré las zarzas y las espinas, que pudieran detener, en el camino, vuestros primeros tímidos pasos.

Resolveré las objeciones, escla-receré vuestras dudas, y llegaré, en fin, á que en vuestro espíritu se ha-ga la luz.

Y entonces la doctrina de Hah-nemann será la. antorcha que des-itimbrará á todo hombre de buena voiuutaJ; su filosofía ya no será un abismo, su teoría un misterio y su practica un laberinto

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2 0 B I B L I O T E C A DE « E L PAIS>_

Quiero ser comprendido de t o - | endones cristianas á los senadores

i d e ' W verdad pueda, á lo me-

n n s t o o n e s s . n o l o s c o n o c i m i e n - nos, por medio de a esentura lie-t o s m é d S s i S s elementales; des- gar silenciosa y velada hasta vos-predaré a parte demasiado cientí- otros. Ella no prie.gracia, p g & to de los aroumentos. y excluiré ella no se admira de su condición, d ^ m i lenguaje toda vana sutileza. Extranjera en este mundo sabe que

Mi plan ser! ' sencillez, claridad, está expuesta á encontrar enem.gos I d fuera de su país; ella eamma con

V e Alconcluir esta primera plática, los ojos levantados al cielo, su pa-ouis era dejar en vuestros espíritus tria y su esperanza, sin esperar, po S impresión que siempre he expe-1 lo demás, ni crédito n. gloria; ella " do "l leer algunas líneas de no desea más que una cosa aqu. la Apologética que el gran Tertulia- ¡ abajo, que no se la condene a ñ o -no escribió en tiempo de las perse-, nocerla. •

-

2

\ M\

SEGUNDA CONFERENCIA

MI CONVERSION A LA HOMEOPATIA

¿Qué es un médico Homeópata? ¡ En general, tal vez es difícil de- j

cir lo que es un médico, pero u n ' médico homeópata, nada más fácil, es un charlatán.

Es un mágico salido de la escue-la de Zoroastro, digno de figurar en la corte de Faraón y de secundar al famoso Simón luchando con San Pedro.

Es un encantador más hábil que la Circé y la Medéa de la Grecia supersticiosa, y sobrepujando los sortilegios de Canidio y de Sagano en la Roma pagana.

Es un encantador más astuto que el célebre Merlín de la Edad-media.

Es un prestidigitador más dies-tro que los Comte, los Bosco y los Robert-Houdin, de nuestros tiem-pos.Es un charlatán, y la palabra «charlatán» quiere decir todo esto.

¿Qué es pues, un charlatán? t o d o el mundo lo sabe. Es un

hombre que hace profesión de e n -gañar al público con ayuda de cual-quier medio, y de ese género exis -ten varias especies.

Pero, ¿qué cosa es un médico charlatán?

Yo no quiero hablar de esos in-dustriosos que se exhiben en la plaza pública, instalados en un co-che, tirado por caballos pacíficos acostumbrados al oficio. Esos Chia-rinis adornados de anillos y de di-jes, llaman al buen pueblo con los desentonos de una charanga y le escamotean su dinero, vendiéndo-le algún remedio eficaz para to-dos los males.

Nadie tiwie el derecho de que-jarse de eso; hay un principio de derecho que dice: "scienti et vo-lenti nulla fit injuria," lo que si-nifica: «No se peca engañando al que lo sabe y lo quiere.»

Pero el charlatanismo médico es otra cosa: es cien veces más gra-

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2 0 B I B L I O T E C A DE « E L PAIS>_

Quiero ser comprendido de to-1 cuciones cristianas á l o s senadores

i d e ' W verdad . u e da, a >o me-

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tos m é d S s i S s elementales; des- gar silenciosa y velada hasta vos-predaré a parte demasiado cientí- otros. Ella no pide gracia, p g & to de los aroumentos. y excluiré ella no se adm,ra de su c o n t e n , d ^ m i lenguaje toda vana sutileza. Extranjera en este mundo sabe que

Mi plan será' sencillez, claridad, está expuesta á encontrar enemigos I ri f u e r a de su país; ella camina con

V e Alconcluir esta primera plática, los ojos levantados al cielo, su pa-ouis era dejar en vuestros espíritus tria y su esperanza, sn> esperar, po S impresión que siempre he expe-1 lo demás, ni créd,to m glona; ella " do "l leer algunas líneas de no desea más que una cosa aqu. la Apologética que el gran Tertulia- ¡ abajo, que no se la condene smeo-no escribió en tiempo de las perse-, nocerla. •

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\ M\

SEGUNDA CONFERENCIA

MI CONVERSION A LA HOMEOPATIA

¿Qué es un médico Homeópata? ¡ En general, tal vez es difícil de- j

cir lo que es un médico, pero u n ' médico homeópata, nada más fácil, es un charlatán.

Es un mágico salido de la escue-la de Zoroastro, digno de figurar en la corte de Faraón y de secundar al famoso Simón luchando con San Pedro.

Es un encantador más hábil que la Circé y la Medéa de la Grecia supersticiosa, y sobrepujando los sortilegios de Canidio y de Sagano en la Roma pagana.

Es un encantador más astuto que el célebre Merlín de la Edad-media.

Es un prestidigitador más dies-tro que los Comte, los Bosco y los Robert-Houdin, de nuestros tiem-pos.Es un charlatán, y la palabra «charlatán» quiere decir todo esto.

¿Qué es pues, un charlatán? t o d o el mundo lo sabe. Es un

hombre que hace profesión de e n -gañar al público con ayuda de cual-quier medio, y de ese género exis -ten varias especies.

Pero, ¿qué cosa es un médico charlatán?

Yo no quiero hablar de esos in-dustriosos que se exhiben en la plaza pública, instalados en un co-che, tirado por caballos pacíficos acostumbrados al oficio. Esos Chia-rinis adornados de anillos y de di-jes, llaman al buen pueblo con los desentonos de una charanga y le escamotean su dinero, vendiéndo-le algún remedio eficaz para to-dos los males.

Nadie tiwie el derecho de que-jarse de eso; hay un principio de derecho que dice: "scienti et vo-lenti nulla fit injuria," lo que si-nifica: «No se peca engañando al que lo sabe y lo quiere.»

Pero el charlatanismo médico es otra cosa: es cien veces más gra-

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ve y culpable, cuanto que hay abu-so de confianza. Digámoslo muy bajo, hé aquí, casi casi como un médico charlatán se conduce en la explotación de la clientela.

Dejemos los aparatos, el tren de la casa, los grooms y los criados, los compadres y comadres pagados para poblar la antesala, la rebuz-ca y la afectación de un traje espe-cial, las maneras y el tono del gran mundo, y todas las astucias de la publicidad; dejemos, aún, el arte de hacer anunciar en los periódi-cos las curaciones que se han he-cho y aún las que no se han he-cho. Es un zelo laudable y un de-seo filantrópico querer hacer parti-cipes á todos los que sufren de los manantiales de una ciencia que ha-ce semejantes milagros. Todos esos medios constituyen la industria á cielo abierto; pero sorprendamos á los filibusteros en las fronteras, en el ejercicio del más fino contraban-do.

Ved á un enfermo tratado por cualquier médico; pronto se fatiga de sus cuidados y hace llamar á otro. Llega el charlatán, haciéndo-se desear, sofocado por las exigen-cias de una clientela muy numero-sa: hace su consulta y al salir, á los parientes que le piden su opi-nión: «Ya es tarde, les;dice, y si me hubierais llamado antes, lo habría salvado.» O bien en oíra ocasión

"A tiempo llego; algunas horas más tarde, el enfermo habría sucumbi-do." Y esas decisiones supremas no tendrían todo su valor si no fue-sen acompañadas de una crítica en regla respecto á la conducta del primer cofrade. Ahora, coins los ausentes, siempre se equivocan, es-te no deja de ser el pollino del asunto, de cualquier modo que él se presente.

Ved á otro enfermo atacado de una afección orgánica, á un tísico por ejemplo; "la enfermedad ha si-do desconocida ó descuidada; tra-tada según el arte, desde el princi-pio, las cosas no hubieran llegado hasta ese grado;" y- entonces, si hay cauterios, es preciso quitarlos, y si no los hay, es necesario po-nerlos; rompe los frascos, cam-bia los jarabes y tisanas, todo para contradecir al primer cofrade, y to-do con gran satisfacción del enfer-mo y de los qne le rodean.

Ved á una señora que tiene al-gunas costras inocentes en la na-riz. El primer médico á quien con-sultó, le recetó simplemente un po-co de cerato. esto era bastante; pe-ro en el sentir de la enferma es pre ciso otra cosa, y va á consultar á otro. Este, mas concienzudo: "¡Dios mío! señora, exclama, bien habéis hecho en venir á. verme, por poco que hubierais desatendido esas costras, iban á cambiarse en una mala en-

fermedad, en un cáncer probable-

mente." ; Hé aquí á otra que tiene una he- [

morragia; su médico de cabecera _ va á verla, sin dilación, y emplea j los medios más eficaces, aquellos j que en semejantes circunstancias todo buen práctico pondría en uso. Pero como la sangre corre siem-pre, se llama á otro médico, este llega exactamente en el mo-mento en que la hemorragia iba á cesar, á tiempo para recoger y po-der atribuirse el beneficio de la cu-ración.

Supongamos que por medio ex-tremo el primer médico haya em-pleado el percloruro de fierro líqui-do; esta substancia aplicada sobre las carnes produce una especie de curtimiento en los tejidos, y, los detritus que se desprenden se ase-mejan mucho á girones gangre-nados; y tanto que un práctico ig-norante podría cometer esa equi-vocación. Pero un charlatán apro-vecha esta feliz circunstancia, y di-rigiéndose entonces á los parientes desempeña su perfecto papel de Sganarello: "¿Entendéis el latín?— De ningún modo—¿No entendéis e

latín? " Y entónces, endilga á

lss parientes más fáciles que Ge-ronto, la más brillanto digresión, la más petulante, la más erizada de términos técnicos y termina por concluir: "Hé aqui porqué tres ho-

ras más tarde, vuestra hija hubie-ra tenido la g a n g r e n a ! . . . —Y Ge-rontó exclamó después de su fra-seología: "Esto es cierto. ¡Oh el gran hombre!" Y yo digo como Valerio á Sganarello: "Preciso es, Señor, que una persona como Vd: se divierta con esas groseras fic-ciones, y se sobaje al hablar de es-ta manera!"

Más, me callo, por miedo de de-cir mucho; detengamos la palabra porque habría demasiado que de-cir y muy largo.

Es, pues, un verdadero charla-tán, quien, pensando en las finan-zas de la clientela, procura hacerse valer con detrimento de un colega:

uien quiere elevarse subiendo so-bre los hombros de su cofrade; quien teniendo'muchas manchas que la-var para con una familia, se sirve del jabón de su compañero. Ved aquí aproximadamente, lo que es un médico charlatán^rdinario.

He dicho "aproximadamente;" porque apenas he mostrado el fo-rro. He dicho: "un médico ordina-rio;" porque un homeópata es otra cosa; es todo esto, y aún más que esto. Se cree que es médico y no lo es; se cree que gana el dinero y lo roba; porque se cree que hace algo, y no hace nada.

Dejo en libertad á esos Señores, nuestros detractores, para que de-rramen sobre nosotros toda su hile;

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pero aun cuando quisierais llamar-me el perico, de M. Guizot, me con-tentaría con deciros que "jamás vuestros insultos llegarán á la al-tura de nuestro desdén!"

Más vo he visto á personas ra-zonables y de buena fé tener, res-pecto de un médico homéopata «as ideas más extrañas; hé aquí al-gunas de las cuestiones que me han sido dirigidas muy seriamente, y con la mayor sencillez.

—Señor, ¿Usted conoce la otra medicina? ¿Es usted cirujano ginecologista, como los demás mé-dicos? . . . ¿En dónde estudió Ud?.... ¿Quién le enseñó la homeopatía quien fué su maestro? etc.

Pobre médico homeópata! Tu eres un ser muy misterioso. ¿Qué país lejano y desierto te engendró? ¿cual es tu zona, tu clima v- tu soP ¿No eres un aerolito, algún hijo de los aires, algún personaje del Apo-calipsis?

Ah! Dios mío! no! Un médico homéopata es un mortal como los demás; por qué no sería cirujano y partero? ¿Por qué os figuráis que sabe menos que los otros médicos? El no es discípulo de nadie en particular; él protesta, con toda su dignidad, contra esa humillante su-posición, y contra cualquiera ver-1

gonzosa propaganda personal.

Si,—y quiero tener siempre el mentó de ia imparcialidad,—sé que

ciertos médicos homóepatas muy avanzados en la vía de la práctica, habiendo adquirido vastos conoci-mientos clínicos, y navegando vien-to en popa, sobre las ondas de una inmensa clientela, entregan, poco a poco, su espíritu á las voluptuo-sas ráfagas del orgullo y de la adu-lación, y terminan tan autócratas como Luis XIV, diciendo: "la Ho-meopatía soy yo! Y entonces esta-I a el deseo de subir al firmamento de una escuela nueva, v de cente-

llear sobre numerosos satélites ó de revestirse de la túnica v el ar-miño del maestro,*á fin de perpe-tuar su existencia. Así, losrevesde ' a t h , n a ' á quienes sus subditos creen inmortales, resuscitan des-pues ae su muerte, en la persona ú e s u sucesor, quien aparece siem-pre joven y radiante al traspasar el velo de la tumba real.

Sí, sé esto, pero ¿qué queréis? Esto es efecto de las miserias hu-manas.

El médico homeópata conoce desdichadamente á la antigua me-dicina! Ha hecho sus estudios en «na de las Facultades de la Repú-

n l o l t ? b t e n Í d ° * Posee 8u di-ploma de doctor, y este diploma le confiere el derecho universal de ejercer la medicina, en todas p l i -tes, según sus convicciones, según su juicio y conforme á su concier, cía. He aquí porqué, nadie tiene

el derecho de pedirle al médico r a . zón de sus principios y de sus ac-tos. Como hombre, puede estar so-metido á todas las leyes soqiales, pero, como médico, él no depende sino de Dios!..... '

Plazca al cielo que haya planto ¡ en Francia Facultades para crear y dar al mundo doctores homeópatas PÜR-SANG. Ellos se nutrirán enton-ces solamente con la savia de la Homeopatía pura; ellos alimenta-rán su espíritu únicamente con en-señanzas específicas, y sus ideas ja-más serán fecundadas y desarrolla-das sino por el sol de la doctrina hahnemanniana!

Pero como en Francia el termó-metro del progreso médico quiere permanecer invariable en el cero, porque > Facultad ahoga, lo más posible,'todo germen de regenera-ción, porque ella cierra con triple llave, sus puertas de bronce á la justa pretensión de toda reforma científica, es necesario, antes que todo, ser médico alópata. Es preci-so nacer en el seno de la Facultad, ser titulado' por ella, ser bautizado por ella: ¡fuera de su seno no hay

salvación! Esta es una planta con la que

queréis enriquecer vuestra colec-ción; es preciso, primero, arrojar el grano en una tierra especial del mundo transatlántico,para que ella pueda ser fecundada. En seguida,)

se os enviará para transplantarlaen vuestro jardín. Pero, decís, ella po-drá morir en la travesía, ó no po-drá, jdvir en un nuevo clima; pero esto es tiempo perdido, en mi tie-rra, con mis cuidados, mi rocío y mi sol, hubiera podido verla nacer y embellecer!

Tenéis razón, mas así es.

He gastado mucho tiempo en aprender cosas vanas y fútiles; me ha costado mucho trabajo alojaren h s celdillas de mi pobre memoria, muchas fórmulas absurdas, he he-cho muchos esfuerzos para clasifi-car en mi bagaje médico, piezas

! bien inútiles; también he sentido esos esfuerzos y esas penas, y si yo pudiese desechar todo esto, como una masa de hierro, que hubiese tomado como un lingote de oro, ha-ce mucho tiempo que lo habría he-cho.

Tengo, sin embargo, un gran consuelo. Es que mi práctica alopá-tica no ha sido muy larga, apenas he dado algunos pasos en las tinie-blas de. este laberinto, apenas ha marchado mi pie por el carril de la antigua rutina.

Sin- embargo, no vayáis á creer que siempre he sido el apóstol de la Homeopatía. Si yo no respetase el reflejo muy divino de esta com-paración. os invitaría á recordaros

¡ que San Pablo, antes de su conver-

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sión, fué el enemigo de los cristia-nos.

Yo puedo muy fácilmente repre-sentarme las ideas de los médicos ó de las gentes del mundo respec-to á la Homeopatía; no tengo más que acordarme de las ideas que yo mismo tenía, ya durante mis estu-dios, ya durante mi corta práctiea alopática. Aquéllas fueron, la indi-ferencia ó el odio, la negación ó la repulsión, las injurias y la burla.

Yo fui lo que son los médicos co-munes. He sabido lo que ellos sa-ben. He creído lo que ellos creen, he hecho lo que ellos hacen, y, contra ia Homeopatía, he dicho loque ellos dicen. Educado en la misma escue-la, he hecho la misma oposición sistemática; nutrido con los mis-mos principios, he empleado el mis-mo antagonismo, y cubierto con las mismas armas, he entrado en la misma arena, y he sostenido el mismo combate.

Cuando tuí estudiante en la Fa-cultad de Montpeliier, había entre ios profesores uno que era homeó-pata. Era un hombre de un mérito elevado y de un genio incontestable; practicaba la Homeopatía clan-destinamente; no podía confesar sus convicciones de una manera oficial, por miedo de atraer sobre su cabeza los rayos académicos; pero sus palabras, sus discursos y su en-señanza, tenian siempre un poco

el gusto, el color y el perfume hah-nemannianos.

Así, sus cursos no eran muy fre-cuentados, y por lo que á mí toca, confieso ,que no asis tí ni una sola vez.

En un examen, le tuve por Pre-sidente. Bien pronto me apercibí que él me llevaba al terreno de la nueva reforma médica. Yo me en-caré contra sus argumentos, hice una absurda oposición, y di con eso lugar á que me reprobasen, lo que hubiera merecido perfectamen-t e .

En esta época yo tenía un ami-go intimo, un estudiante que parti-cipaba de mis opiniones. Cuantas veces le dije: Si yo tuviese un hijo que frecuentase el curso de nuestro profesor homeópata, lo retiraría de la Facultad.

Y hoy, si tuviera un hijo, él sería homeópata al venir al mundo, y no crecería sino bajo la sombra del ár-bol hahemsnniano!

Aquel amigo también, es médico homeópaty. No sin trabajo entró en la vía de la verdad, pero hoy nada sería capaz de hacerle descarrilar,

i Cuando yo oía hablar de la Ho-meopatía, cuando veía algún libro, algún periódico, algún Congreso

| científico ocuparse de esta doctrina, | esto me producía el efecto de la his-toria de Gulliver ó de los cuatro hi-

' jos de Airnon. Me acuerdo que un

día el portero de la escuela había instalado en su banco, entre losob- (

jetos de ocasión, para su venta, un ¡ estuche de medicamentos horneo-j páticos. Como los demás, al pasar (

me detuve á examinarlo como una ' pieza curiosa, un juguete, ó algún j talismán, y una sonrisa de compa- j sión frunció mis labios.

Más tarde, cuando salí de la es- ¡ cuela, provisto de mi "diploma de j, Doctor, y que hube entrado en la j práctica,' si yo hubiera encontrado, á algún médico homeópata, no hu- i biera podido tomarle por lo serio, y si se me hubiese propuesto en con-sulta, le hubiera rehusado y recha-zado con el más tonto desdén, con el más tonto amor propio.

Yo me acordaré toda mi vida, haber sido llamado, en una aldea, para asistir á una joven, atacada de erisipela en el rostro; ella estaba asistida por un médico homeópata, á quien no quise ni ver. Al entrar en la recámara de la enferma, aper-cibí un vaso de agua sobre una me-sa, al lado del lecho.

—¿Qué tenéis ahí, señora? dije á la madre.

—Señor, es el remedio que to-ma mi hija, y que ha preparado el médico.

Y entonces, con un piadoso des-dén y una santa indignación, derra-mé en el suelo ese remedio místico,

escribí una larga receta, según las reglas del arte, y sentí una gran sa-tisfacción, una gran tranquilidad de conciencia. Acababa de vengar á la sombra del divino Hipócrates, v arrojar su vaso de agua fría al ros-tro de la Homeopatía.

¿Cómo queréis que yo me admi-re ahora de todo lo que los médi-cos pueden decir y hacer contra de mí? ¡Yo los perdono de tocio cora-zón: yo he sido tanto ó más culpa-ble! ¡Y bien! lo declaro ante Dios y ante los hombres, ya lo he dicho, bien claro, á título de reparación: en los días en que negaba á la Ho-meopatía, en los días en que era su detractor y su perseguidor, la ig-noraba completamente, y conocía tanto esta doctrina como el árabe, el siriaco y el hebreo, que del todo ignoro. Pues bien, cuando oigáis á un médico, ó á cualquier persona, despreciar á la Homeopatía, ¿que-réis contenerla? decidle:—¿La co-nocéis?

Sin embargo, mi espíritu no es-taba tranquilo, ni mi conciencia sa-tisfecha. No se cree, en general, si-no en los comienzos de los estudios. ¡Oh! entonces todo es verdadero, todo es bello, todo es seductor; se tiene la esperanza de recoger en los bancos de la escuela más cien-cia que polvo, las palabras de los profesores exhalan un perfume de infalibilidad, y ante la estatua de

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Hipócrates, todos queman su gra-no de incienso y veneración.

Pero cuando laFacultadha pues-to sobre la cabeza del estudiante la toga doctoral, cuando ese joven Doctor se lanza en la práctica civil, cuántas penas, cuántos trabajos, cuántas decepciones! A medida que avanza en esta carrera, siente á la duda infiltrarse en su alma, y poco á poco, las olas de la incredulidad terminan por sumergirle. Así, pre-guntad á un médico si él cree en la medicina, y veréis lo que os respon-derá. Regla general, la creencia en la medicina, en un médico, está en razón inversa de su trabajo pasa-doy de sus conocimientos actuales. Es triste decirlo, pero así es.

¿Gracias á Dios! no sucede lo mismo con los homeópatas. Creen-cia viva, única creencia, creencia universal, porque el edificio hahne-manniano tiene por piedra angular ia unidad de los principios. Pero no anticipemos.

Como la mayor parte de los mé-dicos, yo había llegado á ver la cien-cia médica como un cristiano mira el Alcorán. Por intuición creía en el dios de la medicina, pero adorar-le en las Facultades oficiales, esto repugnaba á mis convicciones, por-que esas facultades eran para mí mezquitas del falso profeta.

Yo era médico A L Ó P A T A , palabra que ¿giiifica. 'Médico vulgar," Fui

alimentado en el seno de la A L O P A -

TÍA', palabra que significa: "Medici-na vulgar." ¿Yo había sido bautiza-do en Montpellier,v no era creyen-te.

¿Entonces, qué hacer? ¿Seguir los dogmas hipocráticos?

pero hé aquí lo que dice'Hipócrates: "Un médico prescribe una dieta se-vera, otro permite los alimentos, y llega un' tercero que los prohibe. De manera que no es de admirar-se que se diga del arte de la medi-cina, QUE SE P A R E C E A LA CIENCIA

DE LOS A U G U R I O S . "

¡Tened la conciencia tranquila con semejante enseñanza!

¿Entonces, qué hacer? ¿Seguir los dogmas de la escue-

la vitalista de Montpellier? Mas uno d^ sus más célebres profesores, Be-rard, llegó hasta confesar su escep-ticismo médico. Después de haber hablado de la perfección relativa de las demás ciencias, concluye dicien-do: En medicina, por el contrario, ninguna parte está acabada, pro-piamente hablando. Las verdades más afirmadas parecen ser ó son realmente amenazadas por las ver-dades nuevas. Cada nueva piedra que se agrega, conmueve el edificio que nada tiene de concluido y que puede recibir en todos los puntos, piezas de recambio.

¿Cómo permanecer, en semejante santuario dogmático?

¿Entonces, qué hacer? ¿Seguir los dogmas de la escue- ¡

la materialista de París? |

Mas, ante todo, yo no soy mate-rialista, bajo ningún concepto. Y, después, he leído en la G A C E T A DE

L O S H O S P I T A L E S la apología de esa escuela, hecha en términos que centellean de franqueza: «Yo soy de aquellos que profesan (es Mr. i j uan Raymond el que habla) que] la escuela no representa ni un prin-cipio, ni un método. Digo más, QUE

E L L A NO T I E N E ENSEÑANZA. Q U I E N

dice escuela dice dogma: quien di-ce enseñanza dice concordancia y homogeneidad. Bajo este punto de vista, no hay en París, ni escuela, ni enseñanza, hay un estableci-miento universitario, en donde va-rios profesores, pagados por el pre-supuesto, vienen individualmente á imponer sus opiniones y sus doc-trinas, y en donde los discípulos se

reparan á sus pruebas, en vista de

Lies ó cuales examinadores otad, que no es critica la que ha-

í : 0 , EXPONGO S E N C I L L A M E N T E L O Q U E

v Concluvo solamente que cuan-tío oigo decir, Escuela de París, oi-, o una expresión ambiciosa, P E R O

Y A C *- DE SENTIDO . . . . »

¡Enlrad en semejante torre de Babel!

¿En fin, qué hacer? •¿e:-ecléctico? Es decir, desechar

un "general todos los dogmas de las

escuelas, y elegir de cada una lo que puede tener de bueno; es de-cir, recoger en las malezas de los sistemas algo para componer mi bagaje terapéutico; es decir, seguir esa corriente absurda cuyo origen parte de la antigua escuela de Ale-jandría. v cuya embocadura termi-na en las orgullosas pretensiones de Cousin, Jouffrov y Damiron.

Y después ei célebre Broussais me decía en su mordaz ironía: «Los eclécticos siempre son hombres de un mérito superior; jamás se en-gañan en la elección que hacen de fas diferentes sectas, y basta ins-cribirse en la suya, para sor del to-do infalible. Vamos, esto es una buena dosis de presunción. ¿Qué pensáis, señores, de! eclecticismo? Pudiérais aceptarle, si pudiérais pro-barnos que la medicina no es más que un conjunto de tradiciones ver-daderas y apócrifas, de preceptos buenos y malo?, de prácticas útiles v nocivas, y que, por consiguiente, ella no es digna de ser colocado en el rango de las ciencias. Me parece evidente que decir, que se es ecléc-tico, es decir que 110 hay buena doctrina, que todos ios mcusiros han delirado respecto de un gran número de punios, y que se es el único entre todos los médicos, pa-sados y presentes, que jamás se en-gaña.»

¡Después de esto, sed eclécüco!

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Eí 1G de Febrero do 1 . 8 4 C , Zla-gendic decía al Colegio de rrancia: «Sabedlo bien, la enfermedad sigue habitualmeníe su marcha, sin ser iníluenciada por la medicación di-rigida contra ella Si yo dijese tocio mi pensamiento, añadiría que eti los servicios en los que la me-dicina es más activa, la mortalidad es más considerable.»

Kurt Sprengel, uno de los más célebres profesores de la Prusia, y miembro asociado de la Academia de Ciencias de París, llegó á con-cluir. después de estudios inmen-sos y do ricos conocimientos en clí-nica, «que el escepticismo, en me-dicina, es el colmo de la ciencia, y que el partido más sabio consiste en mirar á todas las opiniones con el ojo do la indiferencia, sin adop-tar ninguna.»

Obrad, entonces, después cíe ta-les confesiones que os alan la con-ciencia! . . . . Y además, recuerdo que el famoso filósofo Jamblico confesó, en su Sonrisa Mística que R,A : : I :DICIKA LS LA P I J A DE LOS SUE-

ÑOS.

En fin, el Hipócrates inglés Syd-enham, decía con una sorprenden-te sencillez: «QUA MEDICA A P E L L A -

TUR REVERA CONFABULANDI G A R R I E N -

DIQUE P O T I U S EST A R S , QUAM MEDEIÍ-

DI, «Lo que se llama arte médico, más bien es el arle de conversar y tíc charlar, que el arte de curar.»

Y yo me dije, reflexionando en todas estas confesiones: ¿cómo un médico puede continuar siendo mé-dico? ¿Cómo no hace todos sus es-fuerzos para escapar de la cruel sentencia del célebre Hecquer, an-tiguo decano de la Facultad de Pa-rís, y tan notable por su piedad co-mo por su ciencia? Decía: QUE LOS

MEDICOS SE P R E P A R A N REMORDIMIEN-

TOS P A R A EL P O R V E N I R , Y QUE 1 N

SUS ULTIMOS DÍAS FORMAN UNA CO-

FRADIA DE P E N I T E N T E S .

¡He aquí las olas de la incredu-lidad!

No me preguntéis ahora, qué es un médico alópata, porque me guar-daría muy bien de responder á es-ta pregunta. Para construir esta definición ¿no podría agotar todas las confesiones que acabamos de escuchar? Si os faltan algunas diri-gios, para más amplios detalles, á los escritos de Moliere, Lesage, etc., e tc . .

Pero, si ante todos esos actos de acusación, encontráis que mi mano imprudente no hubiera debido le-vantar el manto real que cubre los harapos de la Alopatía, os diré con el satírico Montaigne: «No hubiera osado remover tan audazmente los misterios de la medicina, si no hu-biera sido impulsado por sus mis-mos autores. Si algún día los veis, hallaréis que ellos hablan más ru-damente de su arte que yo: NO IIA-

r ,O Y.LZ QU P I C A R L O S , ELLOS LE DE-

GÜELLAN. *

Sin embargo, yo oía hablar siem-pre de la nueva doctrina: sus pro-gresos. iban, se decía, con una ve-locidad sorprendente para la Aca-demia, y su luz disipaba por do-quiera las nubes de la incrédula opo-sición.

ü n día. por azar, fui testigo de una polémica epistolar, entre dos médicos, representando los dos campos. Quedé admirado de la lu-cidez y de la energía de los argu-mentos del homeópata contra el alópata, y quedé extraordinaria-mente sorprendido, cuando oí pre-decir con la convicción de la certi-dumbre, que algún día la Alopatía, no sería más que lahumildesirvien-ta de la Homeopatía.

Otro día, las circunstancias me pusieron en conflicto con un médi-co homeópata, lleno de mérito, Y MU-CHO MAS DE MODESTIA, p o r CUVO n i O -

tivo no le nombro. Tuvimos una larga conversación, y aun diré, una larga discusión. El halló en mí, por una parte, todo el fuego del antago-nismo; pero, por otra, una conquis-ta muy fácil para cualquier reforma médica. En este momento,la creen-cia había abandonado á mí espíritu v la duela más triste presidía á to-dos los actos de mi práctica.

Si de esta lucha no salí conven-cido, cuando menos tuve la resolu-

ción de convencerme, en pro ó en contra,por nuevos estudios. Tomé, pues, mi partido, quise tener la con-ciencia neta, me procuré libros, me entregué al trabajo, y abandonando mi antiguo ídolo, hice mi primera entrada en el templo de Hahne-mann. Entonces, á ejemplo de Des-cartes, hice TABLA RASA, y despojé á mi espíri tu de todo sistema médi-co.

Primero, leí la exposición filosó-fica de los principios de la Homeo-patía, v recibí, una impresión favora-ble cuando oí decir á Hahnemann: «No me creáis bajo mi palabra, com-probad ios hechos.»

Nombradme un innovador que haya dado, con más franqueza,más garantía de verdad.

Consagré en seguida algunos me-ses á la' lectura de las principales obras homeopáticas, y ya son nu-merosas. A medida que avanzaba en misnuevos estudios, sentía poco á poco, desvanecerse mis dudas, la convicción formarse en mi espíritu, y la calma descender á mi concien-cia. Ya no me faltaba más que la sanción de los hechos. Me procuré entonces algunos de los principales medicamentos homeopáticos y me preparé á someterlos al crisol de la experiencia.Desde entonces, me pro-puse tratar por la Homeopatía to-dos los casos patológicos que estu-viesen en el radio de mis nuevos

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conocimientos, y siempre que no bre. Hice grandes esfuerzos para no hubiera inminencia de peligro. En-¡ordenar sangrías, vegigatorios,etc.,

etc, Mi deseo de ver y obtener los hechos, terminó, sin embargo, por ' triunfar, y no di más que el medi-camento homeopático que me pare-ció convenir á la enferma.

Mas estaba lejos de estar tran-quilo y me prometía no persistir en

tonces no tenía una fe tan robusta, ni una instrucción tan desarrollada, para tratar todas las enfermedades, y encerrarme dentro del círculo de un exclusivismo razonado y metó-dico.

Mi primer ensayo lo hice sobre dos niños, dos jóvenes que tenían' ese tratamiento por poco que viese fiebre intermitente: esa íiébre pre-sentaba en los dos aparentemente, el mismo carácter y eí mismo tipo. Apliqué el mismo medicamento; uno sanó con una sola dosis, y ya no hubo acceso; el otro no sanó sino quince días después: y me vi- obli-gado á interrogar y emplear cuatro o cinco medicamentos.

Algún tiempo después, mis expe-rimentos fueron favorecidos por una epidemia de colerina; todos ios niños fueron atacados y algunos su-cumbieron. A todos los traté por la Homeopatía: declaro y certifico que no perdí ni uno solo.

Una noche, fui llamado al cam-po, para asistirá una mujer que te-nía una angina tonsiiar, es decir, una inflamación de las amígdalas. Los síntomas eran muy intensos, la enferma no respiraba sino con

á los síntomas marchar hacia la gravedad. Así un nadador débü y novicio todavía, se aventura temblo-roso y tímido, ensaya sus primeros pasos y sus primeros movimientos; pero al menor ruido, á la más pe-queña corriente, á la más pequeña onda, huye espantado y vuelve ü la ribera.

Al dia siguiente, fué grande mi actividad para hacer mi visita, pero aun mayor fué mi satisfacción, cuai i-clo vi á mi enferma tranquila y lle-na de bienestar. Ai otro día ésta en-ferma estaba curada y no hallaba expresiones para mostrarme su ule-gría y su bienestar.

Dos ó tres días después, ce vino á buscar para atender a r-na enferma en una casa de campo. Era una joven de cercado 15 años; la hallé en el estado más alarman-

mucha dificultad y la deglución era te; se retorcía con convulsiones y casi imposible. Mi espíritu quedó vómitos espantosos; el cuadro do sometido, en este momento, á una los síntomas era terrible,'aun par; un prueba muy fuerte: sentí todas las médico; fué asistida por dos dotío-espinas de la antigua incerüduin-ires que habían perdido toda espo-

ranza, y pronunciado su última pa-labra á los parientes desolados.

Como tuve la precaución de lle-var una caja que contenia algunos de los principales medicamentos, me apresuré á poner en un vaso de agua, una gota de aquel que creí semejante á esos síntomas, y de ese vaso de agua administré inme-diatamente una cucharada cafetera. Algunos momentos después, vimos estallar una crisis de las más terri-bles, como ella, nunca había tenido. Todos creíamos que éste era el ins-tante de su muerte. Sin embargo, volvió en sí y arriesgué una segun-da dosis.

Todos esperábamos con ansiedad, y yo, en particular, estaba tortura-do" por la más cruel incertidumbre. Pero nacía reapareció; permanecí todavía dos horas cerca de la enfer-ma, quien permaneció calmada y tranquila. Ya no le di nada, y partí con el vértigo de la admiración.

Al día siguiente por la mañana, dirigiéndome á ver á un anciano, en una casa vecina, la primera perso-na que encontré cerca de su lecho, fué á esa joven, que prodigaba á ese pobre enfermo los cuidados de la más dulce amistad.

Ahora, os voy á referir un hecho personal, y el que quizá, ha coope-rado más á mi conversión.

Sin ninguna causa apreciable, y a n poder darme cuenta, vi desarro-

llarse poco á poco, en el espesor ele mi párpado izquierdo, un tumor más grande que un chícharo. Hacía algunos meses me aplicaba un tra-tamiento infructuoso; había consul-tado á varios de mis colegas; seguí escrupulosamente sus consultas, pe-ro todo fué inútil, y mi tumor siem-pre crecía.

Ya cansado, me propuse ir á Montpellier á hacerme operar, cuando una circunstancia me puso en relación con un médico homeó-pata. En el curso de nuestra con-versación:

—Pues bien, me dijo, este tu-mor, por ejemplo, que tenéis en vuestro párpado, podréis hacerle desaparecer por un ti atamiento pu-ramente homeopático.

—Yov á experimentar, le dije, y si tiene éxito, decididamente soy de los vuestros.

Me trazó este tratamiento, y al cabo de mes y medio, ya no tenía nada. De esto hace ocho años, y mi tumor no ha reaparecido.

Así fué como de día endía. avan-cé á pequeños pasos, en mi nueva ruta; y, á medida que avanzaba y me alejaba de la ruta antigua, sen-tía nacer en mi alma, una dulce es-peranza. ¡Mas.cuán lejos estaba to-davía de la calma de la certidum-bre! Obtenía hechos, pero dudaba, invocaba las coincidencias, los re-cursos de la naturaleza, los capri-

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chos de la casualidad. Estaba en • una época de transición; época de desoladora fluctuación para todos aquellos que pasan de un estado ha-bitual á un estado nuevo. Por una ajarte, aún no se ha aprendido: lo que no se quiere, se sabe, pero lo que se quisiera, no se sabe todavía. C n fin, se tiene el disgusto de lo que se posée, y no se ama todavía lo que se espera poseer. Estas son va-lgas oscilaciones entre la última som-bra y la primera luz, entre el arre-pentimiento y el cleseo, entre la ne-gación y lo posible. Es como un viajero, quien después de haber abandonado su primera ruta, sus-pende su marcha á cada nueva di-ficultad, mira frecuentemente hacia atrás y no osa seguir adelante. Na-da entorpece al alma como la duda* cuando la afianza en su redecilla, ella termina por adormecerse en la inercia de la indiferencia. La duda, es semejante á la calma del mar, no sopla ningún viento, la vela per-manece dormida y el navio langui-dece en una desoladora inmovili-dad .

Así fué como, durante un año, poco más ó menos, practiqué ya la Homeopatía, ya la Alopatía, y co-mo consecuencia forzosa, yo no ejercía bien ni la una ni la otra. Te-nía necesidad de algún hecho deci-sivo, irresistible, que viniera á de-rribarme y encadenarme. Pues bien,

este hecho se realizó, hé aquí co-

rno: Un hombre, joven todavía, rae

llamó para proporcionarle mis cui-dados; después de haberle exami-nado, vi que estaba atacado de una fluxión de pecho muy intensa y muy caracterizada. Los dos pulmo-nes'estaban atacados: no era pre-ciso ser médico para dar ese diag-nóstico.

—Señor, me dijo el enfermo, os he hecho llamar porque se me ha dicho que sois médico homeópata; mi hermano murió hace un mes de una fluxión de pecho; cinco veces se le sangró, pero se me ha dicho que usted no me sangraría y yo no quiero ser sangrado.

Sentí con estas palabras las con-mociones de un fuego eléctrico.

—Permitidme, le dije entonces, que suceda lo que suceda, tendréis entera confianza, que no haréis si-no lo que os diga, y que no escu-charéis ninguna observación extra-ña.

—Asi lo quiero, ésta es mi vo-luntad, me respondió,podéis obrar.

Hé aquí, ciertamente, un caso, que yo no hubiera tratado por la Homeopatía, si yo hubiera sido li-

i bre. Veía á un hombre joven, fuer-• te, robusto, que se ahogaba con sil • sangre, y mi lanceta estaba obliga-• da á permanecer en su caja ¡oh? , con cuánta satisfacción de mi con-

ciencia yo la hubiera desenvainado! Pero ese hombre acababa ele enca-denar mi voluntad y hacerse due-ño de mis actos.

En la noche le administré los me-dicamentos convenientes; no dor-mí, y si este enfermo estaba ator-mentado por el dolor, yo estaba atormentado por la más cruel res-ponsabilidad.

Al dia siguiente, iba peor, y la muchedumbre de visitadores se en-tregaba á toda clase de comenta-rios.—¡Cómo! ¡nadade sangría! ¡na-da de sanguijuelas! ¡nada de veji-gatorios! ¡pero él lo sangrará.... pero es preciso que venga! ¿por qué no llamar otro médico? Todo el barrio estaba amotinado, con gusto se hubiera lapidado al pobre médico homeópata, y no se hubiera hallado embarazo en en-contrar á alguno capaz de arrojarle la primera piedra.

Mas el enfermo fué mejor Es inútil referir los detalles de todo lo que pasó; basta que os diga que el décimo día, este obrero volvió á su trabajo, y que las personas que habían sido más hostiles á mi tra-tamiento, vinieron casi todas á con-sultarme.

Esta es la mejor multa honorable hacia la Homeopatía.

Este hecho, como todos los que he citado, pasó tal como lo he di-cho; ahora, respecto al diagnóstico,

como médico v de buena fe, comO hombre, no reconozco á nadie el derecho de dudar.

Desde este momento, mi entera conversión se verificó. Me conven-cí de que la Homeopatía podía tra-tar todas las enfermedades, tanto las agudas como las crónicas, las rápidas como las lentas, las morta-les como las benignas. Desde ese momento nada de incer'tidumbre, nada de fluctuación. Me despojé de! antiguo manto, y me revestí del nuevo. Entré en el santuario de Hahnemann, y cerré la puerta de-trás de mí, para nunca oir silbar afuera el viento de las falsas doc-trinas.

Si no os he hablado sino de mi persona en esta conferencia, no es por amor propio, ni por negocio pa-ramente personal. Si no he referido sino hechos sencillos y curaciones que no podían pasar, en el mundo médico, por pequeños milagros, es porque, lo repito, en mi noviciado homeopático debía circunscribirme á los hechos sencillos, pero relati-vamente á mis primeras experien-cias. estos hechos tenían una im-portancia infinita.

l í e querido, en una palabra, al describir lo que pasó en mí, expre-

! sar y hacer comprender lo que de-bería pasar en los demás. Ahora, respecto á sus relaciones en e lmun-

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do, sus obligaciones y deberes de f ó la Homeopatía es una mentira ó esiaclo, todo médico, ¿no está obli- j una verdad. Sometedla á la expe-gado á estar al corriente de todas rienda, pero á una experiencia B I E N

las innovaciones médicas? Y cuando D I R I G I D A ; si es una mentira, es pre-se le pregunta:—¿Conocéis tal doc- j ciso desenmascararla y ahogarla; si trina? ¿Es perdonable responder es una verdad, es necesario aclop-no? tarla y propagarla

Todos los médicos deberían me-\ Levantaos, pues, todos los que ditar estas palabras de Hahnemann: dormís el sueño más culpable! !Sa-«Cuando se trata de curar, despre- (cudid vuestra sistemática indiferen-ciar el aprender, es un crimen.» : cia! ¡Escuchad los gritos y los do-Máxima solemne y terrible ante la lores déla desdichada humanidad!., conciencia! Yo quisiera someteres- Curar, aliviar, ó cuando menos con-té dilema á las meditación«* de to- solar, tal es nuestra santa misión; dos los médicos. Es co -..urente y abrir nuestra alma á la verdad, y creo que es muy difícil escaparse seguir la marcha del progreso, tal de su alternativa. Dedos cosasuna: j es nuestro deber sagrado.

T E R C E R A C O N F E R E N C I A

LOS ALOPATAS Y LOS S I LA HOMEOPATÍA, COMO LO PRETENDEIS. ES LA VERDAD EN MEDICINA, ¿DE DÓNDE VIC-

HE, QUE LOS MÉDICOS HOMEÓPATAS SON MENOS NUMEROSOS QUE LOS ALOPATAS, Y

QUE VUESTRA DOCTRINA ESTA PROSCRITA DEL SENO DE LAS FACULTADES Y RE-

CHAZADA POR LAS ACADEMIAS?

A primera vista, esta reflexión parece encerrar la obj eción más irre-futable. Esta objeción, sin embar-go, es más capciosa que verdadera, y os voy á desenmascarar toda su astucia y artificio.

Que los médicos homeópatas sean 1 aun poco numerosos, y que la Ho-meopatía experimente grandes obs-táculos en su propagación, conven-go, en ello, A L O M E N O S EN F R A N C I A ,

permitidme esta restricción, ya ve-réis el motivo en nuestra próxima conferencia.

Llevad por un instante vuestro examen al fondo de la cuestión, y no tardaréis en apercibirla á plena luz.

i° ¿Por qué la Homeopatía esre-chazada por las Facultades? Porque los homeópatas son pocos numero-sos.

2o ¿Y por qué los médicos ho-meópatas son poco numerosos? Por-que la Homeopatía es rechazada por las Facultades.

Hé aquí lo que se llama un cír-culo vicioso, es decir, un falso ra-zonamiento, cuyas partes correlati-vas se engendran y se destruyen por la misma causa, como un río, cuyo lecho no tuviera plano inclina-do, y que en un balanceo perpetuo sobre el mismo nivel, no pudiera presentar ni manantial ni emboca-dura.

Examinemos el primer punto. Si como ya lo he hecho entrever

en nuestra última plática, la Ho-meopatía tuviese cátedras especia-les, si existiese una escuela oficial, de la que se pudiera salir médico homeópata, sin estar obligado á pa-sar por la hilera de otra ensefian-

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do, sus obligaciones y deberes de f ó la Homeopatía es una mentira ó esiaclo, todo médico, ¿no está obli- j una verdad. Sometedla á la expe-gado á estar al corriente de todas r ienda, pero á una experiencia B I E N

las innovaciones médicas? Y cuando D I R I G I D A ; si es una mentira, es pre-se le pregunta:—¿Conocéis tal doc- j ciso desenmascararla y ahogarla; si trina? ¿Es perdonable responder es una verdad, es necesario aclop-no? tarla y propagarla

Todos los médicos deberían me-\ Levantaos, pues, todos los que ditar estas palabras de Hahnemann: dormís el sueño más culpable! !Sa-«Cuando se trata de curar, despre- (cudid vuestra sistemática indiferen-ciar el aprender, es un crimen.» : cia! ¡Escuchad los gritos y los do-Máxima solemne y terrible ante la lores dé la desdichada humanidad!., conciencia! Yo quisiera someteres- Curar, aliviar, ó cuando menos con-té dilema á las meditación«* de to- solar, tal es nuestra santa misión; dos los médicos. Es co -..urente y abrir nuestra alma á la verdad, y creo que es muy difícil escaparse seguir la marcha del progreso, tal de su alternativa. Dedos cosasuna: j e s nuestro deber sagrado.

T E R C E R A C O N F E R E N C I A

LOS ALOPATAS Y LOS S I LA HOMEOPATÍA, COMO LO PRETF.NDEIS. ES LA VERDAD EN MEDICINA, ¿DE DÓNDE VIC-

HE, QUE LOS MÉDICOS HOMEÓPATAS SON MENOS NUMEROSOS QUE LOS ALOPATAS, Y

QUE VUESTRA DOCTRINA ESTA PROSCRITA DEL SENO DE LAS FACULTADES Y RE-

CHAZADA POR LAS ACADEMIAS?

A primera vista, esta reflexión parece encerrar la obj eción más irre-futable. Esta objeción, sin embar-go, es más capciosa que verdadera, y os voy á desenmascarar toda su astucia y artificio.

Que los médicos homeópatas sean 1 aun poco numerosos, y que la Ho-meopatía experimente grandes obs-táculos en su propagación, conven-go, en ello, A L O M E N O S EN F R A N C I A ,

permitidme esta restricción, ya ve-réis el motivo en nuestra próxima conferencia.

Llevad por un instante vuestro examen al fondo de la cuestión, y no tardaréis en apercibirla á plena luz.

i ° ¿Por qué la Homeopatía esre-chazada por las Facultades? Porque los homeópatas son pocos numero-sos.

2o ¿Y por qué los médicos ho-meópatas son poco numerosos? Por-que la Homeopatía es rechazada por las Facultades.

Hé aquí lo que se llama un cír-culo vicioso, es decir, un falso ra-zonamiento, cuyas partes correlati-vas se engendran y se destruyen por la misma causa, como un río, cuyo lecho no tuviera plano inclina-do, y que en un balanceo perpetuo sobre el mismo nivel, no pudiera presentar ni manantial ni emboca-dura.

Examinemos el primer punto. Si como ya lo he hecho entrever

en nuestra última plática, la Ho-meopatía tuviese cátedras especia-les, si existiese una escuela oficial, de la que se pudiera salir médico homeópata, sin estar obligado á pa-sar por la hilera de otra ensefian-

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Page 25: La homeopatía miguel granier 174

za, las cosas pasarían de un mo-do muy distinto. La corriente de los jóvenes estudiantes, se dividiría wi dos ramas, y la que se consa-grase á la doctrina hahnemanniána, bien pronto pudiera igualar y aun sobrepasar á su rival.

Pero, desdichadamente, no suce-de así; la Facultad alopática tiene a ú n el monopolio de los diplomas.(*) Y ¿entonces qué sucede? Que los doctores nacidos en su seno, ahí se desarrollan y no piensan jamás sa-lir de él,y gozan á plena conciencia de las propiedades de la inercia, en donde siempre están y permane-cen.

Hé aquí el principal obstáculo á las conversiones homeopáticas; obs-táculo que á su vez, produce otros muchos, tales son:

EL HÁBITO.—El hábito esima co-s a muy hermosa! ¡su diván es tan cómodo, tan confortable!

Una vez encerrado en el hábito, se evita el roce de cualquier acción extraña, ya no se quiere ver nada, oir nada, ahí se duerme, se inmo-viliza, y se hace uno semejante á la aguja indiferente, que cumple sus evoluciones ciegas al derredor del cuadrante . Ved, por qué, sin duda,

'*)Los Estados Unidos liace muchos años y México, muy recientemente, (1896) hacen excepción á lo asentado por el autor, y en ambas naciones, la HorcieopaL>a es cada día más aceptada por el púb l ico . -N. T.

algunos filósofos, asemejan el há-bito al instinto, refiriéndolo á un principio mecánico de acción.

Pero si el hábito puede ser ino-cente en ciertas personas y en cier-tas circunstancias, en. el médico, ciertamente^ es muy culpable; sus acciones no deben ser jamás me-cánicas, y no debe parecerse en el ejercicio de su profesión, á nuestras máquinas indiferentes, que, una vez encarriladas en sus rieles paralelos, obedecen á la fuerza de un impul-so continuo, y no tienen ningún mérito, al no separarse de su carre-ra.

L A P R E V E N C I Ó N . — Otro círculo vicioso. No se cree en la Homeopa-tía, porque no se la estudia, y no se la estudia, porque no se cree en ella.

Cuando oímos hablar de alguna nueva relación, nuestro espíritu se enseñorea, se preocupa, y no tarda en da r se fallo en PRO Ó en C O N T R A .

Henos aquí dispuestos en su favor, ó en su contra, y si se nos pre-

^ guntase el POR QUE, tendríamos tra-' bajo para responder: | —¿Estudiáis la Homeopatía?— No, yo no la quiero,no creo en ella, y repugna á mi razón.—Y ¿porqué? —No lo sé, pero no siento por ella

; más que repulaión.

Esto puede dirigirse á las perso-nas del mundo, como á los médi-cos. ¿Cómo queréis que se estudie

una ciencia á la que no se ama, y si no se la estudia, ¿cómo queréis que se llegue á conocerla y amar-la?

L A EDAD, LA POSICION DE F O R T U -

NA—Un médico os dirá :—Puedo ahora adoptar un nuevo método médico? Soy muy viejo; mi edarlno me permite entregarme á estudios serios; para esto es preciso ser jo-ven.

Jamás es tarde para abrazar la verdad, conozco algunos que han inmigrado á nuestra colonia, á la edad de 60 y 70 años,y es queellos teñían algo que no todo el mundo tiene: la buena voluntad.

Otro,por el contrario, dirá:—Soy demasiado joven, cuandotengamás experiencia, ya veré:—y hablando de esta manera, se hará viejo, sin haber pensado en ello.

No quiero hablar de los que son ricos, que son médicos por el títu-lo é incapaces de adoptar ó de re-chazar ningún sistema. Hipócrates, su maestro les ha juzgado bien en sus sentencias.

L A NEGLIGENCIA Y EL DESALIENTO.

—Quisiera atreverme á pronunciar la palabra «pereza;»quisiera poder decir, que una vez en posesión de' diploma, en cualquier estado, fy. por lo demás, se halle uno, 110 se piensa ya para nada en enriquecer su espíritu; y que si se entrega uno

á algún estudio, muy raras veces es aquel que, en conciencia, se está obligado á cultivar.

< ¿Cómo queréis que yo aprenda la Homeopatía? Es muy difícil; pa-ra aprender de nuevo, es preciso trabajar, es necesario tener tiempo; ya tengo una clientela formada, la guardo como ella es, ella me sopor-tará como soy.»

Mas, he aquí, cosa peor que es-

to: Un médico á quien yo había co-

menzado á convencer y á quien le había entregado la "Exposición de la Doctrina Homeopática, ' ' se apre-suró á cerrar el libro después de la lectura de las dos primeras páginas, y me lo devolvió diciendo: "No he continuado por temor de convertir-

1 nje; francamente, es un libro muy ! peligroso!" j Conozco algunos que habían creído nuestro método muy íácií. ó cuando menos, mucho más que la Alopatía; ellos quer ían . , derlo de buena fé y por curiosidad científica, primero; pero también, sobre todo, para hacerse la practica de la medicina más cómoda y más suave; hasta han intentado algunas experiencias, ensayado algunosme-dIcamentos, pero bien pronto se han detenido. Dificultades des-conocidas y siempre renacientes, han paralizado sus esfuerzos; el des-

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BIBLIOTECA DE «EL P A Í S »

su fuego V han aliento ha helado vuelto al punto del que habían par-tido. *

, P o t r o s habéis seguido su mar-cha en la nueva vía, habéis visto -aasta donde han llevado sus estu-c o s y sus experiencias. Han trata-oo tal ó cual enfermedad aguda ó crómca por la Homeopatía, v han /racasado; ciertamente no es sú cul-pa, sino de la doctrina, ella es la impensable de su falta de éxito'

o s o s «^an con la mayor fran-oueza- «Si, yo quisiera practicarla homeopatía, la sé bien, la conozco, nasta l a h e ensayado, pero no he ootenido buenos resultados.»

Eüos os dirán todo esto, pero ahora que los conocéis, ¿les cre-

U A P R E H E N S I O N Y EL T E M O R . — U N

medico desconocido y nuevamente establecido en una ciudad, puede

Uno de mis colegas me refirió el necho siguiente:

Un médico asistía á una dama hacia ya largo tiempo de una en-fermedad crónica. Viendo que sus medios eran impotentes, é intimi-dado por la impaciencia que le ma-nifestaba su enferma en cada visita-- Y bien! Señora, le dijo al fin puesto que la medicina común es infructuosa, voy á ensayar curaros por la Homeopatía.-—En este caso Señor, como no quiero que hagais ensayos en mí persona vov á lla-mar a un médico homeopáta

n.t , R E S P / T ° H Ü M A N 0 - E s t e res-peto absurdo para la opinión pú-blica, encadena muchas veces los

atracción del espíritu hacia la ver-dad; casi siempre su soplo pérfido

seca las buenas resoluciones, vhie-

é l W e n a S P l r n C Í O n e S . d e l a l r a a * * el bien. GQUe se dirá de mí, sí vo Pasar- y darse por antiguo

Aquellos no tienen la fuerza de confesar sus opiniones, v no están ranqu os, sino deslizándose so l re

la pendiente de las ideas comunes

• o r , a - E I , 0 S consentirían en ser los servidores de la Homeopatía p "o no quisieran llevar l a lijbrea P

x i n ? , U l m e d Í t e n e S t a h e r m o s a m á -a m a de un moralista: Hay dos co-

nn H w ^ entonces, la confianza no duda y no razona; más no su-cedería lo mismo con un médico que quisiera poco á poco insinuar en su clientela los principios de ¿"íahnemaim. A éste, le es o,-echo tener t 0 d a la finura, del sabei-obi'ar y la tachca más prudente;' porque cada uno de sus clientes no que-riendo servir de sugeto de sus pri-meras experiencias, pudiera esca-pársele para ya no volver

sas á las cuales es preciso acostum-, rriais indicarme el mejor para diri-ararse so pena de hacerse la vida girme á él? insoportable: las injurias del tiem-j- —Ea, Dios mío! me dijo muy po r í a s injusticias humanas. 'bajo, yo os tratare bien.

He aquí, á este respecto, un he- j — C ó m o ! Conocéis también la

cho que me ha referido uno de mis Homeopatía! clientes, en nuestra primera entre-vista.

En la ciudad que acabo de aban-donar, me dijo, recibía los cuida-dos de un alópata, que era para mí, más bien, un amigo qne un médi-co, me trataba por la enfermedad crónica de la que adolezco hace tres años, y por la cual os vengo á consultar.

A pesar de sus buenos esfuerzos,

—Sin duda que la practico, y cu-ro clandestinamente á mis clientes que tienen confianza en mí, pero no puedo confesarlo, y no quiero pasar por médico homeópata ex-clusivo.

Veis, pues, cuán numerosas son las causas que alejan álos médicos, en general, del sendero de la ver-

¡dad, y cuán poderosas son, para 1 encadenar sus pasos en la vía del

siempre estaba yo en el mismo es- e r r o r , esa falsa vergüenza y esa pue-tado, y no progresaba en mi alivio. Cierto día, olvidando su carácter de médico, y no viendo en él más que al hombre adicto, arriesgué esta con-fidencia.

—«Decididamente, mi querido amigo, vuestra medicina no puede curarme. No es la culpa, lo sé bien, ni de vuestro celo ni de vuestro saber. La culpa es del instrumento de que os servís. ¡Si, ensayara yo

ril aprehensión. Que se acuerden de este pre-

cepto del gran Cicerón; C U J U S V I S

EST E R R A R E ; N U L L I U S , NISI I N S I P I E N -

T I S , IN E R R O R E P E R S E V E R A R E . » T o -

DO E L MUNDO P U E D E E R R A R ; SOLO,

EL INSENSATO P E R S E V E R A EN EL

E R R O R .

Afortunadamente hay hombres que saben triunfar de todos esos vanos obstáculos, y franquear, con

la Homeopatía! ¿qué decís? No he un noble salto, tabarrera de la opi-querido hacer nada sin consultar vuestra opinión.

— N o haríais mal, me respondió, consiento en ello con gusto y hasta os lo aconsejo.

—Pues bien! conocéis á los mé-

nión pública. Tenemos, en nuestra milicia, á algunos que, por una su-blime abnegación y una lucha enér-gica, pueden servir de ejemplo á los jóvenes soldados, demasiado tí-midos; ¡honor para esos héroes in.

dicos homeópatas de la ciudad, ¿que- mortales! tienen derecho á uno d^

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los rayos que forman la corona de su maestro.

Uno dá su dimisión de médico en jefe de un hospital, porque se prohibe en su clínica, el libre ejer-cicio de la Homeopatía; otro, renun-cia á la probabilidad, ó más bien á la certidumbre de ser Profesor en una Facultad, porque le era preciso abjurar la doctrina de Hahnemann, y prefiere, el humilde manto de mé-dico desconocido é ignorado, al or-gulloso armiño del Académico.

Otros, eií fin, devorados por el fuego de una adhesión sublime, abandonan á su familia, su fortuna y á su patria, para llevar la antor-cha de la Homeopatía, á los paí-SP= más obscuros, más lejanos y más bárbaros.

Para cumplir todos esos sacrifi-cios, es preciso, sin duda, mucha grandeza de alma; pero es necesa-rio aun más para soportar una tor-tura moral de otro género. Quiero hablar de la cólera de la Escuela en donde el médico homeópata ha recibido su diploma; del odio y del (fespr^i-1 de esa madre que le amamantó, y que ya no le recono-ce por su hijo; de la marca que le imprimen sus antiguos Profesores, de la indiferencia y del abandono de sus amigos, de sus compañeros de estudios quienes le retiran el nom-bre de colega, y evitan su contacto y su trato.

He aquí lo que me ha /pasado y que siempre sucederá. En estos momentos, siento á mi alma tras-pasada por un fuego eléctrico, y sai-, to con una justa indignación; más pronto terminé por perdonar de to-do corazón Y, que lo sepan bien, yo los compadezco más que ellos á mí.

D O C T R I N A VIRI P E R P A T I E N T Í A M

NOSCITUR, ET «GLORIA EJUS, EST 1NI-

QUA P R O T E R G R E D I .

L A DOCTRINA DE UN HOMBRE H O N -

RADO SE REVELA P O R LA P ACI ENCI A,

Y SU GLORIA ES P ISOTEAR LAS INJU-

RIAS; dice un proverbio del Libro Sagrado.

Confieso, qne al principio, todas esas Iluminaciones lastiman al es-píritu y sumergen al alma en el de-saliento, más, de día en día, llega uno á aguerrirse, á fortificarse para el combate, y se concluye por desear las luchas.

He aquí, en efecto, lo que cons-tituye el principaLatributo del mé-dico homeópata; él no obra c las tinieblas, no escala en la calma y el silencio, él no cubre sus recetas y sus principios, con el velo misterio-so del secreto. Por qué, pues ¿tra-tar de charlatanismo á una doctri-na que no pide sino el fuego de las pruebas, el brillo de la polémica, y su rayo de sol y de libertad?

Tal vez se me acusará de animo-, sidatl y de exageración para con los

médicos; mas ¿qué me importa la 1 Qpinión pública si yo digo la ver-dad?

Mi intención excluye toda perso-nalidad. Yo venero .todavía á esa parte del cuerpo médico, á la que es cierto, va no pertenezco, pero, la respetaré siempre, y quiero que se sepa; más también deseo que se conozcan sus maniobras, sus pla-nes y sus disposiciones con respec-to á nosotros. Para ello no ten-go necesidad de derrochar el lujo de citas numerosas. No quiero lle-var á la conciencia de los hombres de buena fe, más que un solo he-cho. El es del dominio público, puesto que ha repercutido en la prensa médica, él encierra todo el código de las leyes y toda la estra-tegia de los ataques alopáticos con-tra la Homeopatía.

Se lee, en el reglamento de la asociación de médicos de París, un artículo concebido en estos térmi-nos:

«Cualquiera miembro que acep-te una consulta con un SONAMBULO,

M A G N E T I Z A D O R , H E M E O P A T A , ó j

C H A R L A T A N DE LA MISMA ESPECIE ,

SERA CONSIDERADO COMO DIM1TENTE.

He aquí el hecho que parece en-cadenarse como corolario ejecutivo á este artículo:

Sesión del 4 de Enero de 1857.

Presidencia de M. ***

«Han sido excluidos de la Socie-dad Anatómica, por UNANIMIDAD:

« I o Como autores de pubtica-«dones Homeopáticas, los miem-«bros corresponsales cuyos nom-bres siguen:

* «(En número de cuatro.) «2 ° Por un hecho ya castigado

«por la fustícia, U m i e m b r o co-rresponsal.

Envío á aquellos que quieran co-nocer los nombres propios-; y otros detalles de este negocio, á la G A C E -

TA H E B D O M A D A R I A DE M E D I C I N A Y

C I R U G Í A ; NUM. DEL 1 1 DE E N E R O DE

1 8 5 6 .

Observad aquí á cuatro médicos, remachados á un hombre marcado por los ASSISES; ellos están conde-nados á esta pena infamante, por el crimen y delito de Homeopatis-mo- bien veis que, si pudiesen, nuestros caros colegas, nos pon-drían la cadena al pie y nos aplica-rían el fierro candente en la es-palda.

Preguntadme, ahora, por qué los médicos homeópatas, no tienen todavía derecho á los honores de

i las Facultades, y yo os diré á mi vez: ¿Qué se ha hecho la caridad

confraternad ¿Qué se ha hecho la dignidad médica? ¿Qué se b? lho la vergüenza doctoral? Qué es pues este siglo que quiere tiranizar los actos, poner una mordaza al libre

| arbitrio y sofocar el pensamiento!

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—¡Preguntadme, por qué la —en el que una cátedra oficial Homeopatía experimenta tantos iba á ser concedida á la enseñanza obstáculos en su marcha progresi- í homeopática; pero este proyecto va, y por qué es imposible penetrar fué destruido y revocado. Nos atre-en el ámbito de las Academias! , vemos á esperar que no ha sido

¿Creéis que la Homeopatía sea más que aplazado. No he podido y desechada por las Academias, des- no quiero entrar en los detalles dé pués de justa condena, y que esta este asunto. Primero, porque no condena sea motivada por expe- sería bastante libre para decir todo r iendas múltiples y oficiales, y por mi pensamiento, y además esta di-un serio examen? ¡gresión me llevaría muy lejos de mi

—Si lo creeis, desengañaos. objeto. Solamente os diré, en secre-La Homeopatía, victima de la to, quelos subterráneos de la antigua

ciega injusticia, y de las pobres pa- enseñanza médica, "han sido níuv siones humanas, ha sido juzgada y - hábilmente explorados, y que si el condenada, sin jamás haber sido primer fuego no ha tocado á la mi-oída. ¿Creeis que ella no ha pedido na, á él se volverá, y algún día, la el examen de su causa, producir explosión terminará por estallar.' sus pruebas, tener sus defensores Mas, ¿por qué estáis sorprendi-v sus testigos? Ella lo ha pedido,' dos de las trabas que encadenan la pero su súplica ha sido desechada; • marcha de nuestra doctrina en el ella ha comenzado varias veces á ' dominio médico? litigar su causa, pero su voz ha si- ¿Cómo queréis que la Homeopa-do cubierta por las risas de la bur- tía haga su camino sin obstáculos, la, y jamás ha podido llegar á ser ella tan espiritualista, ante nuestro juzgada en regla por las Academias.! siglo, tan groseramente sensualista, y

Desde 1835, los discípulos de ' de la Escuela de París, tan materia-Hahnemann, solicitaron del Gobier-¡ lista; de esa Escuela qüe no ha per-n o t a autorización de someter su; donado á sus grandes hombres, Du-Método á las experiencias públicas en los Hospitales y las casas de be-neficencia, pero la autorización fué rehusada. Y después, cuantas ve-ces ha renovado la misma solicitud, otras tantas ha sido desechada.

Ha habido, sin embargo, un mo-mento,—y de esto no hace mucho,

puvtren y Recamier, ser espiritua-listas y cristianos?

¿Cómo queréis que la medicina antigua ceda desde luego, á su ri-val, su cetro y su corona, y se in-cline como vasalla resignada, ante la nueva reina que reclama su tro-no y su imperio?- ¿Cómo queréis

• -que todos esos profesores que vi-ven de la enseñanza, y se engallan en su cátedra exponiendo sus teo-rías personales y sus magistrales elucubraciones, consientan en aban-donar su armiño, y en cedérselo á los nuevos maestros?

«Quién es aquel, como dijo Loc-ke, que pueda, por las mejores ra-zones, dejarse despojar del todo de sus antiguas opiniones, de sus an-tiguos conocimientos, y de todo el saber que, tuvo tanto trabajo en adquirir, por los trabajos constan-tes de su vida, y resolverse á adop-tar ideas del todo nuevas. ¿Los r'a-

. zonamientos más severos y más concluyen tes no pudieran de nin-guna manera convencerle, como el viento no podría determinar al via-jero de la fábula á abandonar su manto.»

Ved porque la doctrina homeo-pática no puede todavía ser acep-tada en las Facultades. Persecu-

. ción sistemática, negación obstina-da, intereses alarmados, he aquí, ciertamente, una batería demasiado poderosa para rechazar á un ene-migo uaciente y muy peligroso.

Así, como planeta nuevo en el horizonte médico, el método Hahne-manniano permanece todavía en «Francia,» eclipsado por la nube de la oposición sistemática dé la Aca-demia!

«Una de las leyes más tristes á

que está sujeto todo progreso, dice el profesor Bouillaud, es una opo-sición, una resistencia más ó menos violenta. Toda reforma, toda revo-lución científica, no se cumple real-mente sino después de haber reci-bido la consagración, el bautismo de que se trata. No es permitido á ninguno descubrir impunemente al-guna verdad, sobre todo, cuando esta verdad está en oposición con, las ideas generalmente recibidas v* enseñadas por los hombres qué o c u p a n elevadas posiciones. A medida que la reforma es más grande, más profunda, y fundamen-tal, á medida que los intereses ylas opiniones que ella choque sean más numerosos, la oposición que en-cuentre, será mucho mayor.»

En todos los siglos, los innovado-res ó reformadores no han sido comprendidos, y sí han sido recha-zados y despreciados. Sometidos á las mismas tribulaciones y á los mismos suplicios, han sufrido, y su-frirán la misma suerte. Que ellos hagan su aparición en las ciencias, en ias a r t e ó en la literatura, ellos hallarán la repulsa déla prevención, y el-antagonismo de las ideas co-rrientes!

Parecería que el progreso univer-sal, debería seguir la"marcha dél tiempo. •

Parecería que por ser el más ci-vilizado, el siglo actual debería con-

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ceder á toda idea nueva una dig-na acogida y una justa protección. Sin embargo, no sucede así! sobre todo en Francia?.... Triste es decir-lo, cada vez vamos y nos sumergi-mos más en el escepticismo! ¿A caso es, porque nuestra nación preten-diéndose la más esclarecida, sea más severa para pedir á cada des-cubrimiento sus títulos y sus dere-chos á la naturalización científica? No, Dios mío! Sencillamente es por-que estamos bajo el reinado del materialismo y de la incredulidad.

Las invenciones no siempre han tenido el destino desdichado de su inventor. La verdad puede, ser pri-mero desconocida y perseguida, pe-ro ella termina siempre por romper las trabas de la oposición y por triunfar de la obstinación de un si-glo incrédulo. Que se la flagele, que se la crucifique, que se la ponga en el sepulcro, ella resuscitará más pura, más radiante é inmortal, por-que la verdad es hija del Cieio.

Más, los inventores son los márti-res de la ciencia.

Desdichado del hombre que ha recibido de Dios una chispa de su intuición; él está marcado con el sello de la fatalidad, y destinado á ser condenado al destierro de Arís-tidis por el ostracismo de los Aca-démicos, ó á la cicuta de Sócrates por la injusticia de su siglo.

Está escrito en el gran libro de

los errores humanos, que los inven-tores están destinados al sufrimien-to durante su vida, y á la glorifica-ción después de su muerte. Prime-ro la hoguera de Juana de Arco y después la estatua de la inmorta-lidad.

Abramos, ahora, el martirologio literario y científico:

Cuantas páginas escritas con le-tras de íuego, y que el arrepenti-miento de todos los siglos futuros, jamás podrá borrar!

Homero iba de ciudad en ciudad recitando sus versos, y viviendo con el pan de la limosna, y después de su muerte, siete ciudades se han disputado la gloria de su cuna.

El Tasso, en un soneto melancó-lico que dirije á su gata, le suplica que le preste el brillo de sus ojos, «porque no tiene candelas para es-cribir sus versos.» Y hoy, Sorrento está envanecida de su poéta inmor-tal, y la «Jerusalem libertada», pri-mero despreciad a por obscuros críti-cos, está traducida en todas las len-guas europeas.

Mil ton, no puede vender su «Pa-raíso perdido,» y ese poema valió más de cien mil escudos á la libre-ría Tompson que lo compró en diefc libras esterlinas.

El Camoens enviaba, en la no-che, á un esclavo á menclingar un poco de pan de puerta en puerta. Las «Lusiadas,» que el había sal-

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vado, se dice, de un naufragio, á nado y, teniéndolas en su mano fuera del agua, no obtuvieron en su vida, ningún favor; él languideció en la miseria, murió en el hospi-tal, v se lee sobre el epitafio del cisne de Lisboa:

«Aquí yace Luis Camoens, el príncipe de los poetas de su tiem-po.»

Ariosto, después de haber des-crito en su «Orlando» tantos pala-cios suntuosos, murió pobre y en una cabana.

Lesage habitaba en una bohardi-lla, y vivió y murió en la necesidad, y las memorias de su época refie-ren que dos particulares se batie-ron en duelo, después de haberse disputado el último ejemplar de su segunda edición del «Diablo Cojue-lo.»

i Y tantos otros mártires céle-bres, víctimas de la ceguedad de su siglo, y de quienes hoy admiráis su estatua, en nuestras plazas pú-blicas!

Mas, abramos por un instante los anales de la medicina.

¡Cuántos escándalos, gran Dios! Abreviaré lo más posible. Entre los medicamentos, los unos

sencillos é inocentes, perteneciendo á la libre manipulación del público; si ellos no son capaces de gran bien, no son capaces de gran mal. Otros son considerados como los héroes

de la materia médica, y reservados legalmente á las prescripciones ofi-ciales de los médicos. Estos, si son capaces de mucho mal, son capa-ces de mucho bien. A éstos, pues, estaba reservado, por derecho la más viva persecución.

Rechazados durante mucho tiempo por las sociedades sabias, sólo por la fuerza y multiplicidad de las experiencias, llegaron á ocu-par su lugar legítimo en el Código Farmacéutico.

Así, la quina, importada del Pe-rú en 1648, tardó más de un siglo luchando contra las preocupaciones.

Guy-Patin, pretendía que este medicamento no tenía más que propiedades efímeras, y Blondel de-cía, que «los que emplean la kin-kina pecan mortalmente, y tienen pacto implícito con el Diablo.» Y, para demostrar que la curación que se obtiene por este remedio, es de-bida á la magia. «Es, porque, de-cía, obra sobre toda clase de tem-peramentos, y que después de cier-to tiempo reaparece la enfermedad; lo que ha sido reconocido por to-dos los que han escrito contra los mágicos por uno de los caracteres de curación diabólica.»

Pobre espíritu humano!.... El antimonio, cuyo sulfuro era

empleado ya, por Hipócrates, Gale-no, Dioscórides, Plínio, etc., no fué descubierto, sin embargo, como

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metal, sino en el siglo XV, por el monje Basilio Valentino, en busca de la piedra filosofal.

Este metal, desde su nacimiento en los crisoles de la alquimia, suscitó las disputas más escandalo-sas, durante más de dos siglos. Pri-mero, fué desacreditado como un veneno. La Facultad de medicina condenó su uso, y declaró por un Decreto solemne, qué «tenía una calidad venenosa, que no podría corregirse por ninguna preparación que se le hiciera.»

El parlamento, por su decreto de 1566, prohibió servirse de él, y Paulmier,médico de la Facultad por haber infringido este decreto, fué expulsado de la referida Facultad, en 1609, aun cuando tenía la re-putación de médico sabio.

La guerra más encarnizada esta-lló entonces entre sus partidarios y sus detractores. Juan C'hartier pro-hibía este medicamento en un libro: «El plomo délos sabios.» Eusebio ftenaudot hacía su panegírico en otro libro intitulado: «El antimo-nio justiíicado y triunfante.» Pero Santiago Perreau escribió en su contra una obra que tiene por títu-lo: «El aguafiestas del antimonio,» y Guv-Patin mostraba un grueso re-gistro de enfermos matados por ese metal, al que llamaba «el martiro-logio del emético.»

Y así en seguida, hasta que el

29 de Marzo de 1666, doscientos doctores se reunieron, el emético pasó al escrutinio y obtuvo la ma-yoría de 92 votos sobre 102. Y el 10 de Abril siguiente, el Parlamen-to levantó la condena que había dado contra ese remedio, un siglo antes.

Pobre espíritu humano!..... El ilustre Paracelso, que dotó á

la materia médica del opio y del mercurio, no fué mirado sino co-mo el charlatán más célebre del si-glo XV, y murió en el hospital.

¡Quién no conoce el largo proce-so que ha tenido que sostener el mercurio en el tribunal de la opi-nión pública! y este proceso dura todavía.

La Facultad de París, esa reina médica, esa guardiana infalible de los tesoros de la Terapéutica, pros-cribió por mucho tiempo los reme-dios químicos, y hasta prohibió ha-blar de ellos, ya en las cátedras, ya en los exámenes; y hoy son los re-medios mas empleados. Hoy, en una palabra, todos los medica-mentos perseguidos antes, tales co-mo el azufre, el mercurio, la quina, el emético, el opio, etc., etc., son los más ricos de la materia médica y sin ellos la Terapéutica sería im-posible. Sydenham ¡legó hasta de-cir del opio, que sin él, la medici-na estaría coja!

Amatus Lusítanus, descubrió en

el siglo XVI las válvulas de las ve-nas. Su descubrimiento, fué prime-ro negado por célebres anatómi-cos, taies como Fallopio, Thaddoeus Dunus y Vesalio; Eustaquio y Va-lesio llegaron hasta tratarle de ab-surdo. Ese progreso de la anatomía fué'reprimido durante medio siglo, y fué preciso, el gran Fabricio de Aquapendente, para ponerlo en marcha.

Vesalio, el inmortal anatómico de Bruselas, considerado hoy como el creador de la anatomía humana, fué acusado por sus envidiosos, de haber abierto el cuerpo de un hom-bre vivo, y condenado á hacer una peregrinación á la Tierra Santa, para expiar su crimen. A su regre-so, fué arrojado por la tempestad á las costas de la isla de Zante, en donde murió de hambre.

Actualmente sabemos que la san-gre circula en nuestras venas y en nuestras arterias, y que el corazón es el centro de su movimiento.

Williams Harvey, al descubrir ese fenómeno fisiológico, cambió la faz de las ciencias médicas. Y, sin embargo, su teoría fué acogida por los sabios, con la sonrisa de la com-pasión y de la burla. Ese inmortal profesor, gloria de la escuela ingle-sa, se contentaba con hablar de su descubrimiento á sus discípulos, y gemía, no comprendido, en el reti-ro!.... Entonces se le miraba como

á un loco, hoy se le ve y se le reve-rencia como al médico más grande del siglo XVI.'

Pobre espíritu humano!... . Las enfermedades del corazón y

de los pulmones, desdichadamente tan numerosas, eran mucho menos conocidas antes de la auscultación y la percusión.

La auscultación tiene por objeto descubrir las lesiones de los órga-nos, escuchando los diversos ruidos que ellos envían al oído1 la percu-sión puede llegar al mismo diagnós-tico, descubriendo los matices del ruido, apagado ó sonoro de esos órganos, golpeados con los dedos y valiéndose ó no de una placa inter-mediaria.

Acaso no se ha osado acoger esos dos descubrimientos, con las más ligeras chanzas, y parodiarlos con la burla más indigna! Un profesor decía: «Yo no tengo el oído tan fi-no para oír crecer la yerba.» Y en un banquete de médicos, se llegó hasta proponer adivinar la calidad de los vinos, golpeando las botellas.

¿Qué diré del inmortal propaga-dor de la vacuna?

Eduardo Jenner, luchó también contra la injusticia y preocupacio-nes de su siglo, y cuando se inau-guró su estatua, se hizo la cuenta que si todos los que han sido va-cunados diesen solamente, cada uno un céntimo, la suma sería

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suficiente para comprar una gran estatua de oro.

M. Figuier se sorprendió de esa indiferencia culpable de nuestros Académicos. ¿Acaso M. Figuier, 110 conocería á los Académicos?

Cuántos hechos de ese género pudiera aún citaros! Pero como me vería obligado á entrar en detalles muy científicos, me limitaré á ex-poneros algunos todavía más gene-rales, y mas accesibles á todas las inteligencias.

La brújula fué conocida délos chi-nos desde tiempo inmemorial,cuan-do menos mil años antes de ve-nida de Jesucristo, y el uso de este instrumento no se esparció en Europa sino hasta 1300.

La pólvora fué también descu-bierta y puesta en uso por los chi-nos. Hasta hoy sabemos esto.

También los chinos fueron quié-nes enseñaron á los romanos el uso de los megos artificiales que estos empleaban en el siglo IV en sus re-presentaciones teatrales. Y sin em-bargo, varios autores han atribuido al monje alemán del siglo X¿»V, lla-mado Bertoldo Schwartz, l a inven-ción de la pólvora.

jCuán lenta es, pues, la marcha de la verdad á través de los si-glos!

El arte de la imprenta parece ha-ber sido conocido en China, aun mucho antes de haber sido cono-

cido en Europa; nosotros, sin em-bargo, atribuimos su invento á Juan Guttemberg, por el año de 1456.

Á1 ver hoy los beneficios inmen-sos que la prensa da á la sociedad, ¿se puede comprender que este descubrimiento haya encontrado en Europa la oposición más fanática? Una leyenda de mechados del siglo XVI refiere que la imprenta fué mirada como un arte diabólico, por ciertos espíritus ciegos y obstina-dos, y que uno llamado Pedró Her-lu rehusó la mano de su hija, po-bre, á un rico impresor que se ha-bía prendado de ella.

Pero uno de ios más notables tipos humanos de desdicha y de su-frimiento, una de las más grandes «víctimas» de la injusticia de los hombres, es ese pobre Genovés, Cristóbal Colón.

Leed la historia de América,y os compadeceréis de sus angustias y tormentos.—Tratado, primero, co-mo loco y visionario, al cabo ele mucho tiempo de solicitudes, obtu-vo salir de España para la inmor-tal realización de su pensamiento. —Mas, ved, desde el puerto de Palos hasta la isla de San Salvador, á que pruebas, á que suplicios se vio obligado á resistir! Y des-pués fué engrillado; y este hombre que había descubierto un mundo, murió lleno de calamidades y de

| penas; y para que la desgracia le

siguiera aun más allá de la tumba, el nuevo mundo que se debería lla-mar Colombia, se le llamará tal vez. siempre América.

Hablemos ahora de los descubri-mientos modernos.

Franklin, cuando inventó si pa-rarrayo, hizo poner uno en su casa, en medio de los sarcasmos de sus conciudadanos!

El alumbrado de! gas fué descu-bierto en 1911, por e'. francés Le-bon.

Los ingleses lo adoptaron tam-bién; pero, en Francia, fué negado primero por los Académicos, muy esclarecidos, y no comnezó á ser empleado en París, sino bajo la ad-ministración de M-. Chabrol, de Vol-vie, hacia el fin de 1825.

Salomón de Caus, desde 1615, tuvo la idea de emplear el vapor como fuerza motriz.

¿Acaso es á Wat ó á Cugnot, es decir, á Inglaterra ó Francia, á quie-nes debe pertenecer el honor de la primera aplicación del vapor á la locomoción? Poco importa. Un sólo punto atañe á nuestro ob-jeto: Es la lentitud de la marcha de este descubrimiento tan importan-te, en el campo del progreso.

Sea lo que fuere,, el ingeniero francés Cugnot hizo el ensayo, por 1770, ante el duque de Choiseul, Ministro de Estado, «de una má-quina movida por el vapor de agua,

y destinada á recorrer las rutas or-dinarias. »

Esta máquina podía soportar un peso considerable, y por un movi-miento continuo recorrer «milocho-cientos á dos mil toesas por hora.»

El Gobierno la compró en veinte mil libras y «ahí la dejó!» Des-de 1801 está depositada en París, en el Conservatorio de Artes y Ofi-cios. Y Cugnot murió en 1804, sin fama y en la miseria.

Desde su nacimiento, este rico descubrimiento durmió durante se-senta años en su cima.. Y hasta 1830, fué cuando se vió funcionar la primera locomotora de Rober-to Stephenson, en el camino de Li-verpool á Manchester. El ejemplo de Inglaterra pronto fué seguido por las demás naciones: inmediata-mente se esteblecieron varias vías férreas en los Estados Unidos, en Bélgica, en Prusia, mas en. Francia no se siguió sino hasja más tarde, el impulso progresivo. Y esto, de-bido, aparte de la oposición de al-gunos intereses particulares alar-mados, á la contemporización de los señores Académicos. Un día se expuso á la Academia el plano y el dibujo de una locomotora; después de haberlos examinado: «Sí, en efecto, dijo sonriendo un miembro de la docta Asamblea, todo esto es muy ingenioso, solamente, esta máquina no marchará, porque es

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muy pesada, y las ruedas girarán en un lugar!

¿Y ahora,la Academia no es una máquina muy pesada, que no mar-cha nunca, porque sus ruedas gi-ran sobre un lugar?

Cuando M. Perdonnet,uno de los ingenieros más hábiles, anunció en su curso de ía Escuela Central, que el descubrimiento de los caminos de hierro estaba destinado á pro-ducir una revolución semejante á la que había operado la invención de la imprenta, fué tratado como insensato.

A otro ingeniero que pensaba, con sus asociados, en construir el camino de hierro de Rouen, M. Thiers, le dió esta respuesta: «Bien me guardaría de pedir á la Cámara el camino de Rouen! Se me echaría de la tribuna.»—El fierro es muy caro en Francia, decía el Ministro de Hacienda, M. Passy.—«El país es muy accidentado,» objetaba M. Allier, diputado. Era preciso que el camino de hierro respondiese á las negaciones,como el filósofo griego... «marchando.»

He aquí el fragmento de un folletín que publicaba, hace algún tiempo, un diario de París, á pro-pósito de los buques de vapor: «Los Académicos, decía el sabio publi-cista, no son útiles en las gran-des ocasiones. Así en 1805, el Em-perador, que creía en los sabios, se

dirigió á la Academia, para saber si el vapor concentrado, según el pro-cedimiento de Faltón, podía hacer marchar á un navio: «Los sabios respondieron con una carjada olím-pica!» El Emperador quedó muy mortificado de su ignorancia,y mer-ced á los sabios escépticos del va-por, hubo un cuarto de siglo de re-tardo en el reloj de la civilización; pérdida irreparable para los hom-bres nacidos en este siglo! Según mi opinión, sin este yerro colosal de la ciencia, el día de hoy conoce-ría la India y la" China, como co-nozco el boulevard de los Italianos. Un día llegará en el que nuestros nietos vean escuadras de buques de vapor, humear en un puerto he-cho debajo de la cúpula del Insti-tuto».

¿No es vergonzoso para nuestra Academia francesa, que esta bro-ma sea chispeante de verdad?

Cual es, en fin, ¿uno de los más bellos descubrimientos de nuestro siglo y tal vez de los siglos futuros? Ciertamente la telegrafía eléctrica,

Este descubrimiento no es, en efecto, sino un rayo que la inteli-gencia humai%a robó al foco del Omnipotente! ¿Se puede concebir . que haya encontrado algún obs-táculo, y que esta chispa divina no haya traspasado inmediatamente las tinieblas de las preocupacio-nes?

La idea de los telégrafos eléctri-cos ya ha había sido entrevista por Frankim, y propuesta en 1774, por Lesage, físico de Genova. Aho-ra se usa en el mtmdo entero. El primer ensayo se hizo en San Pe-tersburgo

Pronto se vieron telégrafos eléc-tricos en Inglaterra, en América y en Alemania. Pero en Francia, cuan-do Arago quiso hablar, los Acadé-micos estallaron de risa, diciendo que esta idea era una «utopía mag-nífica. »

Ahora bien, en nuestra nación, tan esclarecida, y pretendiéndose la más avanzada en la vida del pro-greso, el primer telégrafo eléctrico i'ué establecido de Paris á Rouen, en 1845, y ya hacía ocho años que los telégrafos funcionaban en los Estados Unidos.

Preguntadme ahora, ¿por que la Homeopatía no es reconocida por los Académicos, y por qué los mé-dicos homeópatas son rechazados del seno de las Facultades?

Pero antes, decidme; ¿sabéis lo que es una Academia?

Hubo en Atenas una escuela cé-lebre, fundada por Platón, por el año 388 antes de J-C. Como todos los días iba en aumento el número de sus discípulos, el sabio filósofo los reunió en un vasto jardín, que pertenecía á Academus. Esta es ia

i • razón por lo que la docta asamblea tomó el nombre de Academia.

He tenido la ocasión de haceral-gunas investigaciones respecto álas Academias de Italia, en los siglos XVI y XVn. Quedé muy agradable-mente sorprendido de sus nombres de bautismo. He aquí algunos.

Los Académicos eran llamados: En Roma.—Rumoristi, fantàs-

tici.—Caprichosos, fantásticos. En Cesena.—Offuscati.—Ofus-

cados. En Viterbo.—Ostinati. — Obsti-

nados,

Etc., etc., etc. Es preciso confesar que en aque-

llos tiempos, los Académicos eran apreciados en su justo valor, y ten-go por hombres de ingenio á ios que los han bautizado tan bien. Yo no sé cómo se les llama en Francia; pero como descienden en línea rec-ta de los de Italia, son sin duda.

1 de la misma familia, v deben, por consiguiente, llevar i o s mismos

i nombres.

I Queréis saber, por lo demás, ¿lo que es el Académico francés? Es-

j cuchad á uno de nuestros más es-I pirituaFes escritores, á Siéry: ! «Hay, dice, en este cuerpo, mu-chos sabios ilustres, que saoen, es-

j to es incuestionable; pero muchos | sabios, cuando están reunidos en : Cenáculo rno ven llover sobre ellos I las llamas inspiradoras del Pente-

14

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54 B I B L I O T E C A DE « E L P A Í S . »

costés. Ellos renuevan la pa labra ¡ alegría entre los sabios; el objeto pronunciada por Fontanes , en pie no Instituto, en 1811: «Todos los versos están hechos.» Ellos dicen: «Todo está descubierto.» Los cuer-pos sabios constituidos t ienen su amor propio, si hubiese alguna cosa por descubrir, ellos la descubrirían. Nunca un profano, «sabio de oca-sión, » valdrá más que ellos.

precioso es llevado en triunfo á la Academia, y después de una larga discusión, para saber si era el pe-dazo de un sable, de un dardo ó de un puñal, seresuelve decidir que era el puñal de un ginete y no el arma ele un infante.

«Nuestro sabio malicioso halla el momento de dar una lección ' . * 1 1 "¿vil-emú ue uar una lección

¿Queras , aun, tener una idea de á s u s s e ñ o r e s c o l e g a s S e presenta los decretos y decisiones supremas de una Academia? Escuchad á uno de nuestros más cáusticos satíricos, á M. Aimé París.

En una carta dirigida á los cam-pesinos, para hacerles comprender !o que es una Academia, les citó el faecho de un Académico quien, «queriendo experimentar la pers-picacia de sus colegas, toma de su cocina un cuchillo enmohecido, del que guarda la cacha, y entierra la hoja, durante dos años, en un te-rreno húmedo, para que el moho le dé una apariencia de antiguo metal.

t Algún tiempo después, leyó á su Academia una memoria, para probar que debía haberse librado, muy cerca de la ciudad, una bata-lla mortífera, 'que debía haber deja-do huellas, que era preciso buscar. Propone hacer escavaciones. Una comisión fué nombrada, que se en-cargó de dirigir los trabajos. Se en-cuentra la famosa lámina. Grande

entonces á la Academia, y le dirige este peejueño discurso:

«Mis caros colegas, otra vez, ha-ríais muy bien en poneros vuestros anteojos; de esta manera no llega-ríais á tomar por un cuchillo roma-no, á un cuchillo de mi cocina, que conozco tanto, que he aquí la ca-cha, que yo había ocultado antes de haceros esta jugada, la que os suplico me perdonéis por mi buena intención.»

M. Aimé París termina su carta, diciendo: «Vais á creer que hubo risas; pues no, mis buenos campe-sinos; se puso al orador á la puer-ta de la Academia, se borró sunom-bre de la lista, declarando que la sociedad sabia, «no podía equivo-carse.» Las memorias fueron im-presas, y el cuchillo de cocina que-dó como puñal romano. Figura to-davía, adornado de una etiqueta en latín,en el museo de la Academia.»

Ciertamente esos Académicos

/ bio;Los Académicos no saben nada.

UN Académico, puede ver claro; LOS Académicos, son ciegos.

UN Académico, puede ser hom-bre de buen consejo y de elevada sabiduría; LOS Académicos no sa-ben lo que hacen ni lo que dicen.

Parece una enorme paradoja, y sin embargo es un hecho. '

UN Académico puede ser com-

erán los descendientes de los de Viterbo.

• Finalmente, ¿queréis saber lo que es una verdadera Academia? Escuchad!... Víctor Meunnier, v a á decíroslo:

«Durante largo tiempo la Aca-demia de. ciencias, fué la represen-tación más elevada y más comple-ta del mundo sabio; en cierta épo- j ca, ella casi fué todo el mundo sabio. Pero el fuego sagrado que atizaba ha ganado al universo en-tero, y en el incendio general, el hogar no arroja más luz que la lu-na á medio día.

«Hoy que la ciencia ha caído en el dominio público, la grande y vi-viente Academia está encerrada entre ios cuatro muros del Palacio Mazarino; su público no se halla en ese puñado de visitadores, que la primera clase del Instituto qui-siera admitir en sus pálidas sesio-nes; su secretario perpetuo, ya no toma asiento en su sillón, en el que, después de Arago, cualquiera pu-diera sen arse, pero que nadie ocu-pará.

«La Academia es el mundo; la prensa es su secretario perpetuo dotado como ella de ubicuidad; y ¡ta pregunta á propósito "d e"*cuai-el publico se compone de algunos1 quier descubrimiento, ignoran lo millones de lectores, esparcidos so - ' que es un Académico.' Para el vul-bre toda la superficie de la tierra.» go profano, un Académico es un

Concluyamos- oráculo dotado de infalibilidad, y

UN Académico, es un hombre sa - ;una Academia es más sagrada que

parado al más perfecto músico, LOS Académicos son músicos que for-man la orquesta más cacofónica.

UN Académico puede ser com-parado á un arroyo claro y límpi-do; LOS Académicos reunidos son otros tantos arroyos que desembo-

j can en el mismo dique,y no forman ; más que agua turbia.

Finalmente, UN Académico es un rayo luminoso que brilla cuando está solo; LOS Académicos son ra-yos que reunidos en hacesillo, ce-san de ser luminosos, y forman un cono de sombra, capaz de operar el eclipse total del descubrimiento más brillante.

¿Preguntaréis todavía? ¿por qué la Homeopatía no está adoptada por los Académicos?

Generalmente los que hacen es-

011203

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el templo de Délfos. Mas para aque-llos que conocen el fondo de la co-sa, y saben que «nadie es héroe para su propio criado.» un Aca-démico es un simple mortal que no hace mentir al proverbio: * OmnLs homo mendax: todo hombre pue-de engañarse,» y una Academia es como esa asamblea de mercaderes P' á quienes Jesús arrojó del íenj'j.o á latigazos.

¿Preguntaréis aún por qué la Ho-meopatía no esta adoptada por ios Académicos?

Acaso, como decía uno de ellos, ¿por que es aún me; joven, y «que es necesario que le salgan los dientes?»'

En 1866, la Universidad de

por el cono de sombra acadé-mica.

La Homeopatía, es rechazada por los Académicos. ¡Tanto mejor! ella cumple su destino. Si ios Académi-cos iueran los justos protectores do los descubrimientos, si su seno íuese el foco de donde irradia el progreso, por eí hedió- solo que ellos condenaran á la Homeopatía, nuestra doctrina debe; i ser con-siderada como el erro más impu-dente. Pero como elfos tratan de ahogar todas las ideas uevas, co-mo ellos son los an agonistas de toda verdad científica,eor lo mismo que ellos condenan t la Homeopa-tía, esto es uno honor para nues-tra doctrina.

Leipzig rehuso el grado oe doctor L a Homeopatía está rechazada m d G V e , ü l e Por los Académicos. ¡Tanio mejor!

r ^ T ' S m q U G d a ' L a c o n j u r ac i í5n m i s terrible es la ra como obra maestra de junspru- conjuración del silencio, ^ d a for-denca . Ese candidato era, en efec- t i f i c a m á s c o m o l a l u c h ü a d a e n_

o muy joven, mas el se llamó grandece como el fuego de las tri-

" ' bulaciones. La convicción produce ¿Por que la homeopatía está los mártires, y la san, e ' d e los

proscrita de las Facultades? j mártires fecunda el germen de la Responderé, finalmente, á esta inmortalidad,

pregunta cuando me hayáis dicho, f La Homeopatía marcha con el por que la verdad es siempre per- ' siglo. A ella las pevsecu. ;ones deí seguida; porque todo descubrimien- ¡ presente; pero á ella también el to encuentra al nacer, al monstruo' triunfo del porvenir, de la oposición, tratando de devo-rarle; por qué si un nuevo sol apa- - 0

rece en el horizonte, será eclipsado,

CUARTA CONFERENCIA

IRRADIACION DE LA HOMEOPATIA *

« N o SOMOS S I N O DE A Y E R , Y LO LLENAMOS TODO; V U E S T R A S CIUDADES, VUES-

T R A S ISLAS; V U E S T R O S C A S T I L L O S , VUESTROS M U N I C I P I O S , V U E S T R O S C O N -

S E J O S , V U E S T R O S C A M P O S , V U E S T R A S T R I B U S , . V U E S T R A S DECURIAS, EL

P A L A C I O , EL S E N A D O , EL F O R O ; SOLO OS DEJAMOS V U E S T R O S T E M P L O S . »

Estas palabras solemnes del ar-diente orador de Cartago, fueron dirigidas, al comienzo del siglo III, al senado de Roma, para la defen-sa de los cristianos perseguidos.

En aquellos tiempos, en la capi-tal del Imperio, el Politeísmo había encendido toda su envidia, el odio ejercía toda su violencia, y el vien-to de la persecución había desenca-denado todo su furor. Diariamente el rayo tronaba en el Capitolio, los Césares, multiplicaban sus edictos de muerte, y los potros, estaban le-vantados en las plazas públicas.

Mas el cristianismo siempre avan-zaba; y en la sombra y el silencio, bajo el cerrojo delasprisiones.como en las bóvedas de las catacumbas, los cristianos se reunían siempre, y diariamente se comunicaban su energía divina y juntos sofrían y oraban.

Y llegó un momento, en el que cada gota de sangre de los már-tires, engendró un nuevo cristiano, y la oieada de su número subió; y subiendo siempre, terminó por rom-per los «diques impotentes del viejo paganismo, y entonces fué cuando

* Esta conferencia difiere en gran parte de la del origina!, datos más recientes que he-mos podido adquirir nos han obligado á modificarla.

( * T.)

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exclamó el gran Tertuliano: «No somos sino de ayer, y lo llenamos todo, sólo os dejamos vuestros tem-plos. »

Estoy tentado de aplicar este fragmento de la inmortal «Apolo-gética, >á las persecuciones de nues-tra doctrina. Desde su nacimiento ella ha sufrido; sufre todavía; mas siempre arde el fuego de sus após-toles. Su número aumenta cada día, y encendido el hogar hahne-maniano, á principios del siglo, ycT ha irradiado en todas las regiones del mundo científico.

Sí, podemos decir al Instituto: no somos sino ele ayer y todo lo llenamos, sólo os dejamos vuestros templos. Todo lo llenamos; las ciu-dades, las islas, los palacios, las casas de beneficencia, los hospita-les, el dominio de la clientela; «só-lo os dejamos vuestras Facultades. LA FACULTAD DE LA HOMEO-PATIA ES EL MUNDO!

En nuestra última conferencia, puedo haber sembrado el temor y la desconfianza en vuestros espíri-tus, al mostraros á nuestra doctri-na rodeada de obstáculos podero-sos; pero hoy quiero hablaros de su propagación en todo el universo. Y después, á los médicos que creen que la Homeopatía está muerta, les diremos: aplicad el dedo sobre la arteria, y veréis que su pulso late más fuerte que*mmca.

Al fin de nuestras pláticas, voy á hacer la historia del descubri-miento de la Homeopatía; permitid-me, pues, suponer que ya la cono-céis, y veamos su estado actual en la mayor parte de los países del mundo.

He aquí las estadísticas de 1896 presentadas al "Congreso Interna-cional de Londres. Hay en París 65 Médicos homeópatas y gran núme-ro de Farmacias homeopáticas; dos hospitales, de los cuales uno, el Hospital Hahnemann instalado con 40 camas, ha dado, en 1895, 16,000 consultas gratuitas; el Hos-pital Saint Jacques, con 6,0 camas, ha dado 10,000 consultas gra-tuitas y admitido 343 enfermos, con una mortalidad de 7 p § . En Lyon el Hospital Saint Luc ha alo-jado 193 enfermos y dado 20,130 consultas gratuitas. Otro dispensa-rio privado ha dado 19.150. Dos sociedades doctorales se han reuni-do, se publican tres periódicos. Los restos de Hahnemann han sido tras-portados al cementerio del Padre Lachaise, en medio de celebridades diversas, y una subscripción para una tumba monumental pasa ya de 10,000 francos. Dista mucho, en verdad de los 375,000 francos del monumento de Hahnemann en Washington. El monumento pari-siense será erigido durante el Con-greso de 1900.

Señalemos también la instalación de una Escuela homeopática que da cursos muv concurridos; nume-rosas conferencias en las Mairies, el nombramiento de tres Doctores y un Farmacéutico en las comisio-nes oficiales de la Exposición de 1900 (Congreso y Exposición far-macéuticos). Tendremos un Con-greso oficial en la Exposición y una exposición de Farmacia.

En Inglaterra hay 300 doctores

homeópatas. Se ha reconstruido e hospital de Londres bajo un plan soberbio. Los demás hospitales es-tán en Bath, Birmingham, Easter-bourne, Bromley, Liverpool, Ply-mouth, Saint Leonard, Cambridge, Wels, Bournemouth; hay dispensa-rios en más de 11 ciudades.

La socieded británica cuenta 219 Doctores;, hay otra sociedad en Li-verpool; y cuatro periódicos. En fin, una Escuela de Homeopatía en Londres

En Alemania, 400 Médicos 7 periódicos, un hospital on Leipzig con. 240 enfermos, 2 Dispensarios y otro en Berlín. Hay otras varias ciudades con Hospitales y Dispen-saros . En Austria el cuerpo legis-lativo, pasando sobre la cabeza de la Academia, ha fundado en Buda-Pesth una cátedra homeopática, ser-vida por el Dr. Von Bachodv. En Bélgica, 12 Doctores en Bruselas;

repartido en cuatro secciones en toda la ciudad; se solicita de la ad-ministración de los Hospicios un servicio homeopático en el Hospital, para que los enfermos puedan con-tinuar el tratamiento del Dispensa-rio. El Consejo Municipal había vo-tado por unanimidad, á pesar de la viva oposición de los Alópatas. Existen Dispensarios Homeopáti-cos privados en la mayoría de las grandes ciudades, 3 periódicos y

2 sociedades florecientes. Varios miembros del parlamento han pe-dido uaa cátedra, pero no la han obtenido aún.

En Holanda, numerosos partida-rios y Doctores en las ciudades principales: En Italia, 3 sociedades, una cL ellas en Turin reconocida oficialmente, una en Roma, una en Palermo, y Hospitales en Turín y Génova; Dispensarios en Roma, Venecia, Turín, Ná'poles, y Paler-mo; 55 Doctores y 4 periódicos. En Portugal: 2 salas de Hospital en Oporto, una enfermería libre en Lis-)oa, 30 Doctores y 5 Farmacias, ín Rusia casi todas las grandes ciu-

dades tienen Farmacias con ventas crecientes; 2 sociedades; mía Doc-oral con un Dispensario en San

Petersburgo, y 1 pequeño Hospital de 10 camas.

Hay 50 Doctores Homeópatas distribuidos así: 14 en S. Petersbur-

en Amberes un Dispensorio oficial'go, 7 en Moscow, 5 en Varsovia, 4

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en Oclessa, etc., un periódico. En Suiza, 20 Doctores. En el Oberland muchos paisanos hacen tratar á sus ganados por la Homeopatía.

En Dinamarca, 7 Doctores y de éstos 5 en Copenhague.' Subscrip-ción de 230,000 francos para un Hospital. En España muchos Doc-tores, de los cuales 50 en Madrid y 4 revistas; Dispensarios en Madrid, Barcelona, Málaga y en casi todas las grandes ciudades; y en fin, en Madrid el Hospital de San José con Instituto ó Escuela médica.

Pasemos á la América del Sur. Varios Médicos en la República Ar-gentina con sociedad en la Plata. Varios Médicos en el Brasil, con so-ciedad en Bahia, allí es donde el Dr. Mure fundó la Escuela de Rio Janeiro. En Chile, en el Perú y en el Uruguay, aunque pocos hay Mé-dicos Homeópatas. En Montevideo se publica una Revista.

En la América del Norte, Méxi-co, cuenta con 14- Médicos en la Capital legalmente autorizados para ejercer su profesión y varios en al-gunos Estados de la República, con 2 Hospitales, uno particular en Ta-cubaya y otro en la Capital, funda-do y sostenido por el Gobierno, la mortalidad en este establecimiento oficial es de 14,70 p g según su última estadística; tiene anexo un consultorio en el que se h a n dado en 6 años 134,978 consultas. Hay,

además, en Méjico, y esto es lo más importante, una Escuela Nacional Homeopática fundada el año de 1896 por el Gobierno del General Díaz, por iniciativa del finado Mi-nistro de Gobernación Lic. Manuel Romero Rubio. ¡

Llegamos á los Estados Unidos, nuest ro gran foco de desarrollo. Desde la introducción de nuestra doctrina, hace más de 60 años, no ha cesado de progresar. En 1834? había 4 médicos; en 1848, los 17 Médicos de entonces crearon en Fi-ladelfia el Colegio de Hahemann, que es al presente una de las uni-versidades ele más renombre. En 1876 el número de médicos era de

5,000 y en 1893, ha llegado á 12,000, y en la actualidad á 15,000 con una treinteña de revistas, 143 sociedades científicas, 20 colegios, 137 hospitales con nn total de 6,047 camas, de los cuales 4 5 es-peciales, 52 dispensarios. Entre los Hospitales especiales se notan 3 Hospicios de enagenaclos y entre ellos el de Midclletown, de un costo de 1 .700,000 francos, es más bien un palacio que un hospital y tiene 1,500 camas. No se impone á los locos ningún trabajo, ningún trata-miento violento, las noches son tranquilas merced á los tratamien-tos individuales de los insonmios diversos. En Westbor'ough, que ha costado 2.200,000 francos se re-

gistran un número de curaciones doble que en los hospitales Alopá-ticos.

En" los 7 hospitales Alopáticos del Estado de Nueva York, ha ha-bido 23 p § de curaciones y 19 p 2 de mortalidad; y en el hospital homeopático 36 p § de curaciones y 14- p § de mortalidad. Ante estos resultados, el Estado de Nueva York ha decidido la creación de un tercer hospital homeopático de ena-jenados en Gollins. El Hospital of-tálmico de Nueva Yofk que impor-ta 750 ,000 francos, trató en 1893, 14,366 enfermos, y practicó 1,037 operaciones.

A los hospitales están anexos colegios. La duración de los cursos es de 4? años. •

ElHospital civil de Chicago «Cook1

Countv Hospital» posee cerca de! 1,100 camas, una mitad de los en- i fermos es tratada por los Alópatas, y la otra por los Homeópatas y pol-los Eclécticos. He aquí los resulta-dos desde 1888 hasta 1 8 9 4 . • En 43 ,598 admitidos, se regis-traron 4,794defunciones repartidas' como sigue:

TRATAMIENTO ALOPÁTICO!

Casos tratados

28,121 Defunciones

3,340 Por ciento

11.87

TRATAMIENTO ECLECTICO

Casos tratados Defunciones Por cienté

6,968 688 9.87

TRATAMIETO HOMEOPÁTICO

Casos tratados Defunciones Por ciento

8,509 766 9.00

Los alópatas han perdido 810 personas más y los eclécticos 61. No hay estadística más convincente.

Chicago posee 5 Colegios ho-meopáticos, el más importante es el Hahnemann Medical College.

En el Canadá, la Homeopatía flo-rece en las provincias de Ontario y Quebec. En Toronto hay un hospi-tal , de 100 camas y 18 Doctores. En Montreal, hospital, dispensario y 13 Doctores.

En Australia: un hospital en Mel-bourne y otro en Adelaida.

En la India, 60 Doctores, un pe-riódico y varias Farmacias.

En otro tiempo no se hablaba de Homeopatía en las Escuelas,ó si se hablaba, era con irrisión; y ac-tualmente varios candidatos se ocu-pan de ella, y á fe mía, conozco á algunos que sólo esperan su título para afiliarse en nuestra bandera.

En otro tiempo, la Homeopatía no habría osado poner su pie en el primer escalón de la Facultad, ella hubiera sido rechazada con el más altivo desdén; y hoy, los candida-tos, presentan sus tesis con asun-tos homeopáticos, y los sinodales se ven obligados á recibirlas. Ya es un paso, y un paso inmenso hacia el triunfo.

En otro tiempo; los médicos ho-

16

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rneópatas no era tan numerosos para estrecharse en una unión fra-ternal, y resistir el choque del an-tagonismo; y hoy, ellos se reúnen anualmente, en una fiesta consa-grada á la memoria de su Maestro; forman congresos en los que lla-man á la discusión más leal á sus adversarios, pero la alopatía rehu-sa y se envuelve silenciosa en su manto de Diógenes.

Ya veis que el progreso está he-

cho. ELI nuestra última conferencia,

os he expuesto hechos y disposicio-nes enemigas, capaces de arrojar el desaliento en vuestras almas. Ahora voy á citar algunas confesio-nes de nuestros adversarios que, sin duda, os consolarán, y llevarán la calma y la esperanza ú vuestros corazones.

Pudiera multiplicar las citas, más me limitaré á unas cuantas líneas.

Escuchad á «La Gaceta Médica de París:»

«Somos de opinión que una creencia, cualquiera, que se extien-de en todas las partes del mundo sabio, y atrae á ella á cierto nú-mero de hombres distinguidos, ME-R E C E S I E M P R E S E R E X A M I N A D A » .

Escuchad á un profesor de Pa-rís:

«Todo parece sonreímos,el vien-to sopla para nuestro lado; mas en, meclio de este concurso de circuns-'

tandas y presagios dichosos, «se revelan síntomas alarmantes:» se delibera respecto al porvenir de la medicina, ¿no se debería más bien abrigar algún temor por su existen-cia?

«La medicina no puede existir sino bajo la condición de que los enfermos tengan fe en ella, y que v e n g a n á reclamar sus auxi-lios. Ella no vive por la teoría, si-no por la clientela. Ahora es impo-sible disimularlo, cierta parte aban-dona á la medicina clásica, y los enfermos van, á cuerpo y fortuna, á lo que ellos llaman: la medicina nueva. La Homeopatía, pues á ella es á la que me refiero, se propone nada menos que derribar todo el edificio médico.»

¡Que se nos venga ahora á decir que nuestra doctrina tuvo su tiem-po! Que se nos venga á decir que sus apóstoles son un pequeño nú-mero, y responderemos como el gran Tertuliano: «no somos sino de ayer, y ya lo llenamos todo.»

Que el júbilo esté en vuestros co-razones! volved vuestras miradas al Oriente, y ved!... Poco á poco las sombras se disipan, la aurora co-mienza á blanquear el horizonte. Todos los séres de la naturaleza despiertan, y van á cantar su ar-mo; univeísál.. He aquí al Sol! El

! astro del día asciende, crece, baña de Ufes é inunda los cielos.

QUINTA CONFERENCIA

TEMPLO HIPOCPiATICO

Voy á conduciros ahora, á un templo muy antiguo, casi tan anti-guo como el mundo. El os recorda-rá, sin mucho esfuerzo, á esos tem-plos que el paganismo elevaba en otros tiempos á sus divinidades; y cuando hayais visto los misterios que tienen lugar en su santuario, quedaréis admirados de verle, aún, en pie.

Ved sus.dimensiones, jCuán in-mensas son! tiene una puerta prin-cipal, pel-o sus puertas laterales son innumerables: tiene aun más, que la famosa Tébas. De esta manera, todos los vientos pueden penetrar allí. Alternativamente allí soplan, se chocan, se repelen, y arrojados por otros más violentos é impetuosos, desaparecen mugiendo, cediendo su lugar. , ,

En el santuario de este templo,! se levanta un altar; y sobre de este'

altar, está sentado un ídolo; y al pie de este ídolo, noche y día se hacen sacrificios. ¡Mas el ídolo nun-ca es el mismo; los sacrificadores tampoco son los mismos! el altar permanece siempre; pero sacrifica-dores é ídolos son reemplazados, como los vientos, por otros más ambiciosos que los arrojan, y de-ben á su vez, desaparecer al día siguiente.

En los templos de las antiguas divinidades, se inmolaban animales escogidos y simbólicos; pero aquí, en este templo, se inmolan hom-bres, se ofrecen hecatombes de hombres. Esa sangre que corre, hu-mea y palpita al pie del ídolo, es la sangre de las víctimas humanas que se suceden, bajo el cuchillo de un perpetuo sacrificio.

Esta descripción es, quizá, dema-siado viva, pero verdadera lo

Page 38: La homeopatía miguel granier 174

rneópatas no era tan numerosos para estrecharse en una unión fra-ternal, y resistir el choque del an-tagonismo; y hoy, ellos se reúnen anualmente, en una fiesta consa-grada á la memoria de su Maestro; forman congresos en los que lla-man á la discusión más leal á sus adversarios, pero la alopatía rehu-sa y se envuelve silenciosa en su manto de Diógenes.

Ya veis que el progreso está he-

cho. En nuestra última conferencia,

os he expuesto hechos y disposicio-nes enemigas, capaces de arrojar el desaliento en vuestras almas. Ahora voy á citar algunas confesio-nes de nuestros adversarios que, sin duda, os consolarán, y llevarán la calma y la esperanza ú vuestros corazones.

Pudiera multiplicar las citas, más me limitaré á unas cuantas líneas.

Escuchad á «La Gaceta Médica de París:»

«Somos de opinión que una creencia, cualquiera, que se extien-de en todas las partes del mundo sabio, y atrae á ella á cierto nú-mero de hombres distinguidos, ME-R E C E S I E M P R E S E R E X A M I N A D A » .

Escuchad á un profesor de Pa-rís:

«Todo parece sonreímos,el vien-to sopla para nuestro lado; mas en, meclio de este concurso de circuns-'

' tandas y presagios dichosos, «se revelan síntomas alarmantes:» se delibera respecto al porvenir de la medicina, ¿no se debería más bien abrigar algún temor por su existen-cia?

«La medicina no puede existir sino bajo la condición de que los enfermos tengan fe en ella, y que v e n g a n ú reclamar sus auxi-lios. Ella no vive por la teoría, si-no por la clientela. Ahora es impo-sible disimularlo, cierta parte aban-dona á la medicina clásica, y los enfermos van, á cuerpo y fortuna, á lo que ellos llaman: la medicina nueva. La Homeopatía, pues á ella es á la que me refiero, se propone nada menos que derribar todo el edificio médico.»

¡Que se nos venga ahora á decir que nuestra doctrina tuvo su tiem-po! Que se nos venga á decir que sus apóstoles son un pequeño nú-mero, y responderemos como el gran Tertuliano: «no somos sino de ayer, y ya lo llenamos todo.»

Que el júbilo esté en vuestros co-razones! volved vuestras miradas al Oriente, y ved!... Poco á poco las sombras se disipan, la aurora co-mienza á blanquear el horizonte. Todos los séres de la naturaleza despiertan, y van á cantar su ar-mo; univeísál.. He aquí al Sol! El

! astro del día asciende, crece, baña de luz é inunda los cielos.

QUINTA CONFERENCIA

TEMPLO HIPOCPiATICO

Voy á conduciros ahora, á un templo muy antiguo, casi tan anti-guo como el mundo. El os recorda-rá, sin mucho esfuerzo, á esos tem-plos que el paganismo elevaba en otros tiempos á sus divinidades; y cuando hayais visto los misterios que tienen lugar en su santuario, quedaréis admirados de verle, aún, en pie.

Ved sus.dimensiones, jCuán in-mensas son! tiene una puerta prin-cipal, pero sus puertas laterales son innumerables: tiene aun más, que la famosa Tébas. De esta manera, todos los vientos pueden penetrar allí. Alternativamente allí soplan, se chocan, se repelen, y arrojados por otros más violentos é impetuosos, desaparecen mugiendo, cediendo su lugar. , ,

En el santuario de este templo,! se levanta un altar; y sobre de este'

altar, está sentado un ídolo; y al pie de este ídolo, noche y día se hacen sacrificios. ¡Mas el ídolo nun-ca es el mismo; los sacrificadores tampoco son los mismos! el altar permanece siempre; pero sacrifica-dores é ídolos son reemplazados, como los vientos, por otros más ambiciosos que los arrojan, y de-ben á su vez, desaparecer al día siguiente.

En los templos de las antiguas divinidades, se inmolaban animales escogidos y simbólicos; pero aquí, en este templo, se inmolan hom-bres, se ofrecen hecatombes de hombres. Esa sangre que corre, hu-mea y palpita al pie del ídolo, es la sangre de las víctimas humanas que se suceden, bajo el cuchillo de un perpetuo sacrificio.

Esta descripción es, quizá, dema-siado viva, pero verdadera lo

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s f e r r a s s i « * « ? » S S t u r ' * " s a r e i s

universo, doquiera que se ejerce la fácil, sobre todo cuando se quiere

medicina. Todós esos vientos que despojar á una discusión, de la cor-

vienen allí á estrellarse alternativa-mente, ¿no son las opiniones tan diversas, tan mudables, tan impe-tuosas, que se chocan, y se rom-pen en la atmósfera de las teorías médicas, y en seguida se desvane-

teza científica, demasiado ruda, pa-ra las personas que no han acos-tumbrado sus manos al cultivo de las ciencias abstractas.

Haré, sin embargo, tocio lo po-sible para ser comprendido. Dejad-

cea y desaparecen, como esas nu- me, antes, esbozaros á grandes ras-

bes fantásticas que se evaporan, después de haber afectado mil figu-ras proteicas v caprichosas? Ese

gos la historia de la medicina, des-desusprimerost iemposhasta nues-tros días. Estas nociones generales

idolo que está sentado, sobre el al- son casi indispensables, pkra la fá-

tar, dios de un día de ese sagrado santuario, ¿no es ese sistema mé-dico que triunfa hoy, reina algunos instantes y cae pronto, ahogado por su rival del día siguiente? ¿No habéis visto, en les grandes sacer-dotes, á los autores de esos siste-mas que toman, por un día, las riendas del carro médico, y se con-vierten, al día siguiente, en viaje-ros extraviados en la vía común de ] mente retardar los progresos de la

cil comprensión d e j a doctrina alo-pática. Seré lo más suscinto posi-ble.

La medicina no puede marcnar sola; está siempre acompañada del cortejo de las demás ciencias: la física, la química, la historia natu-ral, etc., etc. Ahora bien, como to-das|esas ciencias han marchado len-tamente, ellas debieron necesaria-

las teorías efímeras? Sí, he aquí, en algunos rasgos,

el cuadro de la medicina en gene-ral; he aquí la imagen más fiel de este arte,que se ha convenido en lla-mar, tal vez por irrisión, el arte de curar; he aquí los dogmas de esta doctrina que se llama A L O P A T Í A .

medicina,á la que están unidas por lazos íntimos. Esto pasa con todas las verdades que, juntamente enca-denadas, son solidarias en su acti-vidad progresiva.

Lamedicina es de todos los tiem-pos; es la ciencia más antigua; ha nacido del primer dolor, del primer

desarreglo en las piezas, tan diver-sas, que componen la .máquina hu-mana.

En los tiempos primitivos, todas las maniobras destinadas á resta-blecer la salud eran, evidentemen-te, actos del más ciego empirismo; se curaba porque se curaba, sin sa-ber por qué y cómo. ¿Acaso se sa-be mejor en nuestros días? Quizá no, en todo caso dirigios á los sa-bios profesores de nuestras escue-las oficiales.

Sin embargo, se conocían ya al-gunos medios para la curación de tal ó cual enfermedad, y, esos nie-t o s , que formaban entonces el ba-gaje terapéutico, se transmitían de familia en familia, por la tradición, y ese bagaje se enriquecía poco á poco por las nuevas experiencias. Los reyes, los héroes, los poetas, los sacerdotes, eran entonces los principales médicos, y los deposi-tarios de todos los conocimientos adquiridos; los sacerdotes, sobre to-do, porque se miraba á las enfer-medades como á castigos enviados á los hombres por los dioses. Los Egipcios, los Indios, los Judíos, los Griegos tenían por médicos á sus

' sacerdotes, quienes sabían sácar un hábil partido de la-credulidad de los pueblos, y así aumentar ía in-fluencia de su ministerio. La vieja Mitología tema dioses para todo, debía, pues, tener dioses que presi-

dían á la salud; los griegos llegaron también á divinizar á los hombres que consagraban especialmente su vida á los cuidados de los enfer-mos; así fué como Asclepias, ó As-cíepius ó Esculapio llegó á ser el dios de la medicina. He aquí por qué sus sucesores fueron llamados Asclepiades. Estos estaban com-puestos de familias que descendían directamente de Esculapio. Este dios, tenía templos en Cos, en Gni-do, en Pérgamo, en Rodas y en Epidauro;

Largo tiempo la medicina fué el monopolio de los Asclepiádes, y no salió del Asia Menor. ¡Y qué medi-cina! Eran las prácticas más supers-ticiosas que, por la mano de los sacerdotes, se mezclaban á las prác-ticas más supersticiosas del paga-nismo.

Mas, lleguemos al siglo brillante de Sócrates y de Perícles. En esa época, el estudio de la medicina to-mó una repentina y general exten-sión, y llegó un momento en el que los l i ln * quisieron hacer ¿ntrar al hombre en el dominio de sus in-vestigaciones, y así fué como llega-ron, no solamente á estudiar, sino aun á practicar la medicina. Desde entonces, esta ciencia salió del po-der de los Asclepiades, y todos sus secretos fueron descubiertos.

En esos tiempos fué en los que apareció Hipócrates, el médico más

1 7

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QG BIBLIOTECA

célebre que Dios ha dado al mun-

do. Nacido en la isla de C.os, 4-60

años antes de Jesucristo, y descen-diente de la familia ele los Asclepia-des; viajó para su instrucción, por Grecia y en varias provincias del Asia.' Durante la guerra del Pelopo-neso, tué cuando brilló con todo su esplendor. Compiló todos los he-chos ya adquiridos por la ciencia médica; antes de él, los sacerdotes escribían sobre tabletas expuestas en los templos, las enfermedades y los remedios que las habían cura-do; hizo su botín de todas esas ob-servaciones, despojó á la medicina de todas las supersticiones é im-posturas de sus predecesores, y di-vulgó generosamente los métodos curativos que, hasta él, habían per-manecido secretos. Excluyó las ideas hipotéticas por las que se trataba de explicar los fenómenos de la na-turaleza; proclamó, sobre todo, la excelencia de la observación en medicina, y demostró que, sólo por ella, se debe | lubir á los principios generales. Y en esto, puede decir-se, que fué el precursor de Bacon, como lo ha sido, más tarde lo ve-réis, el precursor de Hahnemann, y finalmente, el precursor ele todas las verdades médicas. En verdad, debe decirse que si él hubiera podi-do, es decir, si en su tiempo hu-bieran existido un "Berzeüus, un

OE «EL PAIS»

Arago,un Vesalio,un Geoffrov Saint Hilaire, Hipócrates todo lo hubiera hecho en medicina.

El «divino anciano» de Cos, c~ rno se ha dado en llamarle, 6/ > entonces por testamento, á las neraciones médicas,todos sus se : .vi-tos y todos sus principios, que, jo el nombre de «Aforismos,» • jen todavía los estudios oficíale-. El tuvo la franqueza de confesa • sus defectos, y como siempre acon-tece, estos fueron los que, sobi" -todo, heredaron sus sucesores n . • dieos.

Su bella doctrina no duró mucho tiempo; la Grecia cayó y con elle, la filosofía, la medicina, las cien-cias, las artes.... Todo se eclipsó -permaneció en la sombra d é l a de-cadencia, .hasta el momento en rmy apareció la Escuela de Arislólc\e.\ quien indicó vagamente la n e c e -dad y la utilidad de los eslu iio^ anatómicos. Hasta allí, una c ;a preocupación y un pudor absiv.v.o, se habían opuesto y se opusieron durante mucho tiempo, á la aper-tura y al estudio de los cadáveres: Se comenzó, pues,, á adquirir las nociones generales de anatomía, in-terrogando á las entrañas, de las victimas que se ofrecían á las divi-nidades; esas nociones se extendie-ron m á s por la Escuela de Aléjsss® dría, la que por la protección de

CONFERENCIAS SOBRE LA HOMEOPATIA 6*3

los Ptoloneos, elió un poco más de libertad á la anatomía.

Después de la decadencia de la Gre-cia.se operó un movimiento de tran-sición de Oriente á Occidente, y la medicina pasó á Italia, con las cien-cias, las letras y las artes. Entonces Galeno hizo revivir á Hipócrates en Roma, como Virgilio y Horacio hi-cieron revivir á Homero y á Eurípi-des.

Galeno nac iden Pérgamo, el año 131 de Jesucristo en donde ejerció su arte algún tiempo, y después lle-gó á Roma, en donde fué el médi-co ele los emperadores Marco Au-relio. Verus y Cómodo.

Galeno es el verdadero padre de la medicina actual, de la Alopatía. El fué quien creó la polifarmacia, y fundó todas esas prácticas ab-surdas y.bárbaras de sangrías, san-guijuelas, purgantes, vegigatorios, cauterios, sedales y otros expedien-tes semejantes. Trató de hacer re-vivir, como acabamos de decirlo, la.doctrina de Hipócrates, pero no propagó sino sus defectos, y,- en vez de hacer avanzar al arte médi-co, lo hizo retroceder á la .época de los Asclepiades. Si él tiene el mérito ele haber ensanchado el círculo ele los conocimientos ana-tómicos y quirúrgicos, también tie-ne eHle haber estrechado el círcu-lo de la medicina propiamente di-cha, y, en esto, hizo sufrir á la

ciencia un movimiento de retroce-so, porejue, ante todo, un práctico debe ser «médico.» Se puede saber muy bien la anatomía, saber muy bien manejar el cuchillo quirúrgi-co, y ser un mal médico.

Imbuido en las ideas de Aristó-teles, Galeno trató de explicar to-do en medicina como en física, por lo que él llamaba los cuatro ele-mentos, el agua, el aire, la tierra y el fuego; y no veía por doquiera si-no lo caliente, lo frío, lo seco y lo húmedo. Marchando del.todo fue-ra del método de observación de Hipócrates, no supo garantirse del espíritu de hipótesis. Ecléctico en filosofía como en medicina, fundió .todos los sistemas, y no supo edi-ficar ninguno sólido. Dotado de una prodigiosa facilidad y de una erudi-ción inmensa, no supo servirse de ellas y no hizo más que abusar. Y , sin embargo, lo repito, Galeno es el padre.de nuestra vieja medicina, y su estatua debería estar colocada en los frontispicios de nuestras es-cuelas, más bien que la de Hipó-crates.

Estoy obligado á limitar aquí mis consideraciones generales, respecto á esos dos médicos, los más céle-bres de la antigüedad; los demás rasgos característicos de su doctrina se hallaran esparcidos en el curso

' de nuestras conferencias.

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Después de la caída de la Gre-cia, llegó la del Imperio Romano, y, como la medicina había seguido • i la primera decadencia, siguió tam-bién á la segunda; es decir, que

oila volvió á ser lo que había sido antes de Hipócrates. Fué de nuevo entregada á las supersticiones y al empirismo, y se halló cubierta co-no las demás ciencias, en las tinie->!as de la edad media. Sólo los

onjes la salvaron del naufragio; jero tal fué su degradación en esta • •noca, que los Papas y los Conci-lios prohibieron su ejercicio á los sacerdotes; la cirugía, sobre todo, fué herida de una severa interdic-ción, y de ese tiempo data la ver-dadera separación de la cirugía y la medicina.

Sin embargo, poco á poco las preocupaciones se borran, y se co-mienza á entrever, en el horizonte, el primer rayo de progreso. Una era más dichosa se preparaba en medio de acontecimientos muy opuestos, se ve pronto en el siglo XIT' -» el seno de la lucha política enij - =a entre Felipe el Hermoso y Bonifacio VIII, á Federico, auto-rizar en la Sicilia y en Bolonia, la disección pública de un cadáver, «cada cinco años!» El sabio Mortdi-ni, fué el primero que aprovechó este privilegio, y fué el único ciru-jano, cuyo libro tuvo acogida favo-rable,después del de Galeno.

Más tarde, en 1374-, la Facultad de Montpellier obtuvo del Vaticane, el permiso de abrir los cadàvere- : y el siglo siguiente, el Papa Sixto IV concedió en todas partes la mis-ma licencia.

Desde entonces el impulso fué dado, los estudios anatómicos so esparcieron en todas las Univers.-dades de Europa, y todas las ver-dades caminaron juntas. Mientras que el escalpelo de los anatom:- -tas descubría el secreto de los cuer-pos humanos, «Cristóbal Colón» descubría su nuevo MUNDO, y la im-prenta aparecía como un nuevo Verbo bajado del cielo, para propi -na r y engrandecer las conquistas ae la inteligencia y del progreso.

Entonces,con todas las ciencias,la medicina renace de nueva cuenta y la tradición médica prosigue su curso.

Al comienzo del siglo XVI, Ve-salio funda la anatomía humana; un siglo después, Harvey descubre la circulación de la sangre; Pec-quet,el receptáculo del quilo; y esos dos anatomistas inmortales trazan á las investigaciones y experiencias la verdadera vía de la fisiología.

Ya está hecho todo; Galileo abre el campo de las matemáticas; Des-cartes, el de la filosofía; Bacon, el de todas las ciencias; el impulso es-tá dado, todo marcha.

Me veo obligado á cerrar aquí

nuestra digresión histórica, porque histórico; no entra en m.' plan aa-desde esa época hasta nuestros | ros más detalles; por lo demás, en días, hay muchas cosas qne decir; ¡ el curso de nuestras conferencias,

importa saber, helo cada pieza cronológica recibirá su

desarrollo, en su tiempo y lugar.

todo lo que aquí.

Cuando la fisiología hubo entre-gado todos sus secretos á los inves-tigadores, los sistemas, para expli-1 car la naturaleza del hombre, se dividieron en dos categorías muy distintas; unos, no veían más que al alma ó espíritu, y formaron el esplritualismo ó el animismo. Stahl y Vanhelmont, son los autores de ese sistema adoptado por la Escuela de Montpellier, y continuado por Barthez, Bérard y Lordat.

Otros, no veían en el hombre sa-no, sino la materia, y en las enfer-medades, solamente órganos, y for-maron el materialismo ó el organi-cismo. Hoffmann y Boerhaave son los autores de ese sistema, adopta-do por la Escuela de París, y con-tinuado por Cabanis, Bichat, Brous-sais, Corvisart, Piorrv, etc., etc.

Mas no se debe decir por esto, que esos sistemas sean nuevos y que daten solamente de la época de todos esos hombres célebres; no, ellos son por el contrario, tan anti-guos como los médicos y los filó-

Volvienclo á nuestro asunto, es-toy obligado aún, á someteros al-gunas consideraciones generales, que os ayudarán á comprender to-do lo que va á seguir.

¿Cuál es el objeto de los estudios médicos?

El hombre. Coloco ante vuestros ojos, sobre

una mesa de disección, á ese hom-bre muerto, de otro modo dicho, un cadáver.

Considerándolo en seguida, co-mo una máquina, desmonto todas las partes, os describo las ruedas, los engranages y las palancas; y da-mos un nombre á todas esas piezas. La ciencia que se ocupa del análi-sis de este aparato máquina, se lla-ma «Anatomía.»

Animemos en seguida á esta má-quina, por la llegada del vapor, es decir, animemos á este cadáver con la llegada de una alma, de un prin-cipio vital. Consideremos á este conjunto, desempeñando funciones, hagamos de este aparato, un hom-

sofos más antiguos; esas son viejas ¡ bre. Este hombre se levanta, cami-ideas renovadas por una ciencia na, digiere, ve más.'moderna. Esto en veréis

Terminemos nuestro bosquejo dones, se llama

»c, oye, habla, en una seguida lo palabra, funciona. La ciencia que

'se ocupa del ejercicio de esas fiin-

« Fisiología.»

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Mas, este hombre animado y que ¡ obra, destinado á recorrer una evo-lución más ó menos larga,cumplien-do sus destinos en los actos' de la vida, este nombre «puede desarre-glarse. »Todas sus piezas pueden ser j afectadas en su juego y en sus re-laciones. Considerado en su armo-nía. universal, ese teclado vital, puede alterarse en todas sus notas, y en. todos sus tonos. Compuesto de partes duras y departes blandas, de partes líquidas y de partes flui-das, en fin, de espíritu y de mate-ria, este hombre puede experimen-tar lesiones múltiples, en relación con la multiplicidad de los te-jidos de su organismo. Pues bien, la ciencia que se ocupa de todos esos desarreglos, se llama, en ge-neral, «Patología.»

Cuando el hombre, atacado así en su marcha por esos desarreglos, está obligado á suspender su acti-vidad; cuando la armonía de sus relaciones está alterada, cuando el equilibrio de sus funciones está ro-to, nosotros lo examinamos, lle-vamos nuestras investigaciones so-bre la causa de ese desorden, y sobre las partes desordenadas, tra-tamos de restablecerle en su armo-nía y s" • uuilibrio; combatimos, en una pa.ajji«, sus enfermedades y trabajamos en restituirle la salud. Este es el objeto de la »Terapéuti-ca.»

j Y para esto, tenemos remedios, ! empleamos un arsenal' que contie-ne todos los instrumentos necesa-rios para esas diversas operaciones; en una palabra, poseemos remedios que curan esas enfermedades. Aho-ra, el conocimiento de esos reme-dios, y la manera de administrar-los, compone la »Materia médica.»

Él hombre puede aún ser consi-derado bajo otras muchas faces y estas consideraciones aunque prin-cipales, no comprenden, sin embar-go, todas las ciencias médicas. Mas no tenemos que examinar aquí si-no estas relaciones generales; el hombre organizado, obrando, pen-sando, enfermo, curado, he aquí nuestro único asunto.

Parece, desde luego, que el aná-lisis de esos materiales debería su-ministrar á todas las investigacio-nes los mismos resultados; parece que un faro giratorio debería ofre-cer á todas las miradas, las mismas faces y los mismos colores; pues bien, esto no acontece. El hombre en salud y en enfermedad, ha sido visto por cada Escuela de una ma-nera diferente y hallaréis, sobre to-do, en la Escuela alopática, y la Escuela homeopática, opiniones del todo opuestas; vais á convenceros

| si seguís hasta el fin esta discu-1 sión.

Entremos primero al templo Ga-lénico, examinemos esa doctrina

que se llama Alopatía, en seguida veremos á su rival la Homeopatía, y conoceréis claramente su condi-ción propia, y se diferencia.

Si consideramos al hombre bajo su relación anatómica, es evidente que todas las Escuelas estarán de acuerdo. Aquí nada podéis cambiar ni modificar. El hombre presenta á todos los escalpelos los mismos te-jidos, y á todos los análisis los mis-mos elementos. El hombre está completo en su estructura y su or-ganización; tal como es, estáis obli-gado á aceptarle, y tanto mejor. ¡Porque si Dios no se hubiera re-servado el secreto de su obra, hu-bierais querido tocarla, y la hubie-rais perjudicado!....

Pero si consideramos al hombre bajo la relación fisiológica, oh, en-tonces, las escuelas se dividen, y las opiniones se separan, ya enemi-gas. Desde ese momento cada uno se retira á su campo, y prepara sus medios de ataque y de defensa.

Examinemos, pues, á la Escuela de París, á esta reina del mundo médico, y veamos, si ella no ha in-molado las tradiciones hipocrá-

Tanto los médicos como los fi-lósofos, en todos los tiempos se hanjDcupado de esta cuestión, y si arrojáis una mirada general sobre la historia de la filosofía y la medicina comparadas, veréis que, bajo este respecto, los sistemas marchan sobre dos vías paralelas. Que el viento filosófico haya ido al esplritualismo ó al materialismo, al dogmatismo ó al escepticismo, al tradicionalismo ó al racionalismo, siempre el barpmetro médico ha marcado fielmente todas sus varia-ciones.

La historia de esas variaciones es inmensa;ella no puede entrar en mi cuadro muy limitado;me conten-to con indicároslo.

Ya he franqueado, pues, todo el pasado y llego á nuestros tiempos modernos.

Hacia el fin del último siglo, el muy famoso Cabanis, á la vez pro-fundo filósofo y médico hábil, pro-fesor de la Facultad de París, llevó á esa Escuela el germen del mate-rialismo, germen que, después ha sido fecundado por la misma ense-ñanza; germen que hoy es ya un

ticas, ante el altar de un orgulloso 1 árbol inmenso, cuyas vastas ra-racíonalismo. mas abrigan á nuestra joven y des-

Y desde luego, preguntad á la j dichada generación médica. Escuela de París qué cosa es el hombre, y quedaréis admirados de

Mucho antes que él, nuestro cé-lebre filósofo, Descartes, con su

su respuesta; vais á verlo dentro j teoría de los espíritus animales, ha-de un instante. Ibía declarado que las bestias eran

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puras máquinas, autómatas pura-, mente materiales, un órgano, como él lo dijo, animado por el viento del fuelle y hablando bajo los de-dos del artista. ¡Error profundo! Pe-ro, de eso á declarar que el hombre también no era otra cosa, hay to-davía un abismo, y este abismo, Cabanis, con un salto audaz, osó franquearle, y una vez en la ribera opuesta, proclamó que el hombre es materia, y nada más que mate-ria. . I

Adoptad ese sistema si queréis;! haced del hombre una máquina de vapor, y de su cerebro la caldera ílei pensamiento.

A Cabanis sucedió M . Berard, profesor de filosofía en la Escuela de París, decano de esa Facultad, Inspector general de las Escuelas médicas. El discípulo quizá ha so-brepujado al maestro, este apóstol ardiente y fogoso del materialismo fisiológico, siembra sus opiniones, en el campo de la enseñanza con la mano más tranquila y la más pródiga.

Toma su escalpelo, anatomiza á un anima!, y, no viendo más que materia, no habla sino de la mate-ria.

Anatomiza á un hombre, y no viendo también más que la materia, no habla sino de la materia.

Abre su curso de fisiología, y co-, mo le es preciso, ante todo, dar á

' sus discípulos una definición del ; hombre, la formula valientemente, y no halla embarazo en ello.

«El hombre,dice,es un mamífero, monodelfo, bimano. > Lo que para las personas poco versadas en his-toria natural, tiene la significación siguiente:

El hombre es un «mamífero,» es decir, un animal como el mono.por ejemplo teniendo pechos para nu-

i trir á sus hijos.

I Monodelfo es decir todavía un animal, como el mono, por ejem-plo, teniendo un sólo útero, en el cual se fecunda y se desarrolla su hijo, hasta que, llegado á su ente-ra evolución, sale de allí para nu-trirse del pecho de la madre.

Bajo este aspecto, el hombre es un poco diferente de los marsupia-les, cuyos hijuelos, al salir del seno de la madre, entran en una bolsa situada debajo de su vientre, aca-

1 ban allí su evolución, y salen para continuar su crecimiento, como los demás mamíferos.

El hombre, es en fin un «bima-no,» es decir, que tiene dos manos, no como el mono, esta vez, porque el mono es un cuadrumano, es decir, posee cuatro manos:ahora bien, co-mo la mano es más perfecta que el pie, se sigue que el mono,bajo este respecto, es dos veces más perfec-

! to que el hombre.

Habéis oído repetir muchas ve-ces, según un célebre naturalista, que el 'nombre es un «animal racio-na'.»

Esta definición tiene el error in-menso de hacer del hombre un ani-mal, pero en fin, el epíteto que si-gue á este substantivo, le da desde luego la razón.

También conocéis la definición deM. de Bonald: El «hombre es una inteligencia servida por órganos.» Esta es también imperfecta, porque no menciona la unión hipostática de los dos términos, pero tiene al menos el mérito de expresar que, ante todo, el hombre es espíritu.

Mas, en la definición del hom-bre del profesor de París, ¿qué veis? Al hombre materia, al hombre ani-mal, al hombre mono!...

Así, un día, en los bosques de Sumatra ó de la Cochinchina, los orangutanes se reunirán para for-mar una Academia; y en esta asam-blea, definirán al mono por una-nimidad: «un mamífero monodel-fo, cuadrumano,» y después, con una carcajada, y saltando de rama en rama, irán por el bosque, can-tando su refrán democrático, ios

«pueblos son para nosotros hermanos!

Esto me recuerda una muy fina sátira antropológica de M . Adolfo Glassbener, de Berlín: trátase de un orangután quien con una varita

en la mano, muestra á un público de animales, una jaula de hombres. «El hombre, dice, no tiene más que dos pies, es el animal que más se parece, á nosotros los monos, aun-que trepa muy mal, y no puede romper una nuez sin el casca-nue-ces. Come y bebe disparatadamen-te, y, cuando cae enfermo, no sa-be socorrerse, sino que se acerca á una criatura de su especie, de quien espera su curación; porque esa cria-tura lleva un bastón de puño de oro, y garabatea, con una pluma, algunas cosas sobre una hoja de papel.»

No os admiréis ahora de que ciertos imbéciles de piel blanca, nieguen la inteligencia á esas po-bres bestias de la Habana ó de Nueva Orleans, á quienes se ha convenido en llamar negros. Esas bestias, en verdad, piensan y ha-blan como nosotros; ¿pero qué im-porta? Son animales negros criados y puestos en el mundo para servir de plantadores, y cultivar la caña de azúcar y de esta manera obte-ner.... fuertes latigazos.

«El hombre es un mamífero, mo-: nodelfo, bimano.»

No me digáis que al dar esta di-finición, el profesor de París quiso sencillamente hacer entrar al hom-bre en la clasificación de la historia natural. Absolutamente, M. Berard es profesor de Fisología, no lo ol-

1 9

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vidéis, y cuando habla del hombre fisiológico, habla del hombre que «piensa, quiere y comprende;» vio habla solamente del hombre ani-mal, del hermano del orangután, del coinquilino del mono, en la jau-la de los mamíferos.

atribuyen esta acción á la esencia misma y á la naturaleza de los te-jidos. EÍ músculo se contrae, por-que está compuesto' de fibras con-tráctiles; el corazón late en virtud de su propio movimiento, que le es

| comunicado por el juego hidrost.á-

M. Parchappe, en su «historia!tico de la circulación, etc.: esto es

física del hombre,» después de ha- ¡ pura mecánica. , , ber hablado de ciertas analogías en- Otros atribuyen esta acción a las tre la estructura de los hombres y ! combinaciones químicas. En este de los animales, agrega: sistema todos nuestros movimien-

«Se han preocupado con esa se- tos se operan como la efervescen-mejanza de organización, para per- cia que chisporrotea, cuando ven-

der de vista la diferencia de natu-raleza que separa la vida humana de la vida animal, y para confun-dir abusivamente en un mismo or-den de seres vivientes con los ani-males, en una misma clase de ani-males con los mamíferos, y en una misma familia con los monos bi- ! manos, al hombre que habla, pien-sa y cree en Dios. »

Detengámonos un instante des-pués de estas tristes consideracio-nes, sobre estas hermosas palabras del profeta: «Homo cum in honore esset, non intellexit, et similis fac-tus est insipfentibus et jumentibus: El hombre no ha comprendido su honra y se ha hecho semejante á los insensatos y á los animales.»

Es preciso que sepáis ahora que, para explicar 'a acción del organis-mo, los fisiólogos materialistas no están aún de acuerdo. Asi unos

ficáis la mezcla de ciertas afinida-des —Así la digestión se hace por tales ácidos y tales sales, la respi-ración por medio de tales gases, etc.—Esta es pura química.

A esta Escuela fisiológica mate-rialista, está opuesta otra Es-cuela no menos célebre, y quizá no menos absurda; es la Escuela de los animistas de quienes Stahl es el jefe, como ya lo he dicho. Solo os indicaré este sistema porque no tengo tiempo para detenerme en él.

Este sistema pone una alma en el hombre, pero da á esta alma una potestad demasiado extensa, y atributos que no puede tener. Así, ella es quien, no solamente nos hace pensar, hablar, querer, sino también aún, quien nos hace dige-rir, respirar, y preside, en una pa-labra, "á todas nuestras funciones

orgánicas. Este sistema*' no resiste al examen; detened, en efecto por vuestra voluntad, la circulación de la sangre, por ejemplo!

La teoría de Stahl parece haber tenido su germen en la doctrina fi-siológica desarrollada, un siglo antes de él, por el célebre Van-Heimont.

El metafísico de Bruselas admi-tía en nosotros, dos principios in-materiales, la «arquea, »principio vi-tal, que penetra todo el cuerpo, y ejecuta las funciones de la nu-trición, de la digestión, y combate las enfermedades;el «duumvirato,» principio inteligente ó alma propia-mente dicha; este principio reside, no en el cerebro, sino en el estó-mago y el bazo, y resulta del acuer-do de esas dos visceras.

Ese sistema, con algunas modifi-caciones, ha sido adoptado por la Escuela de Montepellier, que admi-te un «principio vital» en el hom-bre, es decir, una especie de fuerza oculta que sirve de punto de unión entre el espíritu y la materia. Bajo este respecto, es la Escuela más perfecta. Mas ¿qué importa que ella admita el vitalismo en teoría, si 110 lo admite en la práctica? ¿Qué im-porta que su fisiología y su patolo-gía sean vitalistas, si su terapéuti-ca es organicista como la de la Es-cuela de París?

Ahora bien, como pronto lo ve-réis, es preciso, ante todo, en una

doctrina la unidad de los dog-mas. .

Pasemos á la «Patología.» Entiéndase bien que aquí no se

trata de las enfermedades quirúr-gicas; ellas reclaman en todas las Escuelas, los mismos instrumentos y los mismos medios.—Acabamos de examinar al hombre sano, aho-ra vamos á examinarlo enfermo.— Pues bien, ¿qué cosa es la salud, qué cosa es la enfermedad, qué co-sa es la vida?

Bien me guardaré de perder mi tiempo en ensayar la menor defini-ción de esas pahbras; los médicos han tenido un trabajo infinito para hallar una: todos han ensayado el frotamiento más vigoroso contra ese granito, pero jamás han obtenido chispas; todos han fundido sus ri-quezas en el crisol, pero jamás han podido descubrir el secreto de esa misteriosa alquimia; todos han ron-dado al rededor de ese palacio en-cantado, y como el extranjero de los cuentos árabes, nunca han ha-llado .nerta.

Y auéiiiás, ¿para qué torturarse el espíritu por descubrir y compren-der la esencia de las verdades? ¿Sentimos lo que hay en esas pa-labras? ¿qué nos importa lo demás? Los matemáticos, tienen sus axio-mas, ¿por qué los médicos no ten-drán los suyos? No se os demues-tra que la parte es más pequeña

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que el todo, que la línea recta es el camino más cortodeunpuntoáotro. Nada diré de la causa esencial, ra-dical de las enfermedades; ésta nos es completamente desconocida. Tampoco diré nada de la naturale-za de las enfermedades; asunto que siempre ignoraremos.

Nos detendremos, pues, en los fenómenos patológicos que pueden ser accesibles á nuestro razona-miento, y examinaremos sucesiva-mente, en las enfermedades, su «origen,» su «manifestación» y su «fisonomía».

1.°—ORIGEN DE LAS ENFER-MEDADES.—Ya os he dicho que la medicina, siempre arrastrada por la filosofía, había en todos los tiem-pos marchado á su lado, pero, so-bre todo, la patología, es la que ha seguido esa gravitación. Notad ade-más que, naturalmente, la fisiolo-gía engendra á la patología. En ca-da doctrina, en cada Escuela, la manera de considerar la enfer-medad se deduce de la enseñanza especial de la fisiología, como la luz brota de la chispa, como el agua nace del manantial, como el fruto sale de la flor; esto es claro, y se comprende sin ninguna otra reflexión.

Por lo tanto, para los médicos materialistas, ¿de dónde vendrán las enfermedades? De una altera-ción particular y local de los órga-

nos, alteración que podrá ser sen-cilla ó complicada, pero que no afectará sino á los órganos, que no vendrá de más lejos, cuyo origen, en mía palabra, se declarará todo en la circunferencia, sin jamás re-montar á un centro cualquiera de acción primitiva. En esta máquina que se llama hombre, tal palanca, tal rueda, tal pieza se habrá desa-rreglado, y no se querrá examinar, si la causa de todo esto, remonta más arriba. ¡Qué importa, en efec-to, puesto que no consideráis al hombre sino como á una locomo-tiva!

Hay más, la «enfermedad» no existe, para la Escuela organicista. «¿Qué me habláis, exclamó un día M. Piorry en plena Academia, qué me habláis de enfermedades? La enfermedad es una vana abstrac-ción; es una entidad quimérica, un ser de razón; no hay sino estados organopáticos. En la viruela, por ejemplo, hay una faringitis, una conjuntivitis, una multitud de esta-dos organopáticos, única fuente de las indicaciones terapéuticas, pero no hay enfermedad!...»

Ante semejantes errores, todos los comentarios son supéranos.

Los médicos espiritualistas, por el contrario, harán depender las enfermedades, de una potestad in-material y oculta; y entonces será el alma, quien, directamente, im-

primirá tal desarreglo á tal ó cual órgano. Estos dos sistemas opues-tos, son de tal modo absurdos, que no pueden soportar el más pe-queño análisis.

Los médicos vitalistas hacen de-pender las enfermedades de una alteración radical del fluido vital, fluido que, ya lo hemos dicho, ba-lancea sus oscilaciones perpetuas entre el espíritu y la materia.

Tal es el pensamiento de la Es-cuela de Montpellier, la que, lo re-pito, en esta parte de las ciencias médicas, está en la verdad, y que es tan inconsecuente que adopta una terapéutica materialista.

Hé aquí las tres opiniones prin-cipales que tienen curso actualmen-te en las escuelas alopáticas y que comprenden á las demás.

Mas si fuera preciso recorrer la historia de los sistemas, respecto a l ' origen de las enfermedades, des-de Hipócrates basta Galeno y hasta nuestros días, sería hacer la histo-ria de todas las locuras humanas, seria remover el fango de todos los errores posibles.

2a.—MANIFESTACION DE LAS ENFERMEDADES.—¿Las enferme-dades pueden existir sin traducirse al exterior por algunos fenómenos, quesellaman síntomas? Esto no es posible. Por profundas, ocultas y obscuras que ellas sean, es preciso que, el grito de la naturaleza que

sufre despierte alguna nota del or-ganismo simpático. •

Los síntomas son, pues, la mani-festación de las enfermedades; son á la enfermedad lo que los colores á la pintura y los sonidos á la mú-sica.

Para la Escuela materialista, es-tán siempre en los órganos. Para ella, siempre se trata de alteración material de los tejidos, de fenóme-nos puramente físicos en el desa-rreglo de los aparatos, ó de modi-ficaciones químicas de los líquidos ó de los gases, etc.

La Escuela de Montpellier ha he-cho una distinción entre la afección y la enfermedad, y esta distinción, renovada de Galeno, tiene la ma-yor importancia. Ella siempre ha estado animada de una santa cóle-ra, al ver que las demás Escuelas confundían esos dos términos muy diferentes.

Así para ella, la afección es la per-turbación primitiva y radical del principio vital, y la enfermedad no es otra cosa, sino la manifestación orgánica de esta afección.

Esta es una distinción de alta Escuela, porque todo esto no impi-de á los prácticos de Montpellier, despreciar casi siempre, la afec-ción, para no atender sino á la en-fermedad ó á los síntomas mate-riales y orgánicos; y esto digan lo que dijeren.

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Si asistís á las consultas .ó á las visitas de cien médicos alópatas, no tardaréis en apercibiros que no comprenden absolutamente nada de la escala diatónica de los sínto-mas.

Señor yo padezco de la pierna, cuando no la muevo estoy bien, pero tan luego que quiero andar entonces sufro.

El segundo:

Señor, mientras ando, la pierna

Hace poco os decía, que el grito no me hace mal, pero tan luego

de la naturaleza que sufre desper- que me detengo, sufro. taba siempre alguna nota del orga-nismo simpático. Pues bien, si que-réis que os compare los síntomas !

de las enfermedades, á un piano de una extensión infinita, veréis que los tonos que los traducen, son también infinitos. ¿El dedo miste-rioso que recorre ese piano, herirá siempre las mismas notas para for-

E1 tercero: Durante el día, puedo soportar

el dolor, pero durante la noche me es intolerable.

El cuarto: Yo no sufro durante la noche,

solamente durante el día, en la tar-de ó á tal hora del día.

S En fin, para abreviar, éste acu-mar siempre los mismos acordes? ¡ sará un sensación de calor, y aquél

Seguramente que no, ¿y si esos to-nos y esos acordes son tan varia-dos, producirán siempre los mis-mos matices armónicos?

¡Pues bien! ved lo que pasa todos !

los días en los consultorios de médicos.

Los enfermos se suceden y en-tran por turno; vamos ásuponer que son todos del campo, á fin de que observéis enteramente á la na-turaleza, y vamos á poner en esce-na una enfermedad muy común, y

una sensación de frío; otro de cons-tricción, y otro de dilatación en el organo. Para Pedro, el dolor será continuo, y para Pablo, será inter-mitente ó periódico; para Antonio

los!será fijo, y para Guillermo será errático, etc. etc.

Ahora decidme, ¿todos esos gri-tos de la naturaleza deben ser en-tendidos é interpretados de la mis-ma manera, por* el médico que es su ministro? Evidentemente todas esas sensaciones tan diversas, son

que os será, sin duda, conocida y las manifestaciones de enfermeda-hasta familiar; esos buenos campe- jdes bien diferentes,y natural es su-sinos están casi todos atacados de poner que el práctico sabrá dis-reumatismo en la pierna derecha, cernir todos esos matices, todos

por ejemplo. El primero dice:

esos tonos, todos esos acordes; ¡y bien! nada de esto, ilo veis! su

«

prescripción escasilamisma :sus con sejos casi los mismos; la diferencia podrá consistir en un vegigatorio más ó menos, en alganas sangrías, algunas fricciones más ó menos, etc., etc.; pero en el fondo, los la-briegos recibirán la misma receta. ¿Qué sucederá entonces? Que esta receta curará tal vez á uno, áaquel que que convenga, pero á todos, imposible, puesto que no puede convenir á todos.

f i a veis cómo la alopatía com-prende é interpreta los síntomas! es decir, que no los comprende y no los interpreta absolutamente. Ya veis, entonces que, en el piano del que os he hablado, la rutina al mover el manubrio, no toca sino el mismo aire.

3°.—FISONOMIA DE LAS EN-FERMEDADES.—Todo esto nos llevará, naturalmente, á concluir que los médicos alópatas no en-tienden la fisonomía de las enfer-medades.

Todos los seres tienen su fisono-mía propia ¿por qué las enferme-dades no tendrán también la suya particular, característica é indivi-dual? . <

Mas no habléis á la Alopatía de individualizar las enfrmedades. ella no sabe más que genaralizarlas;

defecto enorme que engendra siem-pre, cuando menos en esta parte de las ciencias médicas, la proba-bilidad de la confusión, y la posibi-lidad del error

Seréis un nosógrafo tan hábil co-mo Pinel, desde el momento en que coloquéis á las enfermedades, como á las plantas y á los anima-les, en la clasificación de la hfsto-ria natural, pero os exponéis á no reconocer sus atributos específicos, y á desconocer las verdaderas indi-caciones terapéuticas •

Todas aquellas cuyos nombres terminan en GIA, por ejémplo, co-

1 mo cefalalgia, cardialgía, etc., vais á tratarlas de la misma manera, es decir, por calmantes ó temperantes; todas aquellas cuyo nombre termi-nan en ITIS, por ejemplo, como he-patitis, enteritis, gastritis, etc., las tratareis de la misma manera, es decir, con piquetes de lanceta, san-guijuelas, vegigatorios, etc.

¡Y creéis, que la naturaleza sea tan complaciente para aceptar to-das vuestras clasificaciones, y so-meterse á vi'"-!ras teorías de gabi-nete! Desenf i l aos y ved cada poesía requiere su ritmo, cada ma-tiz su color y cada melodía sus acordes.

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S E X T A C O N F E R E N C I A

CONTINUACION DEL MISMO ASUNTO

Henos va en el santuario del ' templo hipocrático. Allí se eleva el ¡ altar de los sacrificios humanos; este es el lugar secreto, en el que se verifican los misterios de la di-solución perpetua de la vida.

Eso templo es tan antiguo como el mundo; quiero decir, que la tera-péutica es tan antigua como el mundo, ya lo sabéis. También sa-béis que el arte de curar nació del primer grito de dolor, de la gota de sangre de la primera herida, y de la primera cuerda rota en la esca-la armónica de nuestro organismo.

Ahora bien, en las edades pri-mitivas, y aun durante mucho tiem-po, la terapéutica debió de ser muy sencilla; pero, poco á poco, las al-teraciones de la vida se fueron com-plicando, y el arte de curar se fué complicando también, por la mis-ma razón, porque, no lo olvidéis,

la terapéutica toma su origen di-recto de la patología.

Hasta allí, el hombre no había aun tratado de darse cuenta de la causa de las enfermedades y el remedio marchaba al lado del mal, de una manera muy natural; pero no tardó en querer sondear ese misterio; y un poco más tarde, ex-traviado en las tinieblas y supersti-ciones del paganismo, creyó en las causas ocultas, entonces eran los dioses quienes enviaban la enfer-medad, como castigo, y, para apa-ciguar la cólera de las divinidades, se inmolaban víctimas á sus furo-res.

Después, poco á poco, de esas causas ocultas y misteriosas, se descendió á las causas más mate-riales, más visibles y más tangibles, y cada uno quiso tener su opinión y hacerla valer con exclusión de las

demás;y entonces,comenzó átejer-se y á desarrollarse, esta tfama á la que cada nuevo hilo, agrega un ma-tiz. Entonces comenzó á estallar esta tempestad, cuyos vientos enemigos agitan todavía á todas las banderas doctrinarias. Entonces comenzó á levantarse este mar caprichoso, cu-yas ondas han llegado hasta noso-tros, y azotan todavía el umbral de nuestras Escuelas.

Lancemos una sencilla mirada rápida y analítica, sobre esta histo-ria tan obscura, y pasemos.

Es evidente que todos los médi-cos han tratado de curar las enfer-medades, según la idea que ellos se han formado de su origen.

Así, unos haciendo depender las enfermedades de la efervescencia de diferentes sales que existen en los líquidos del cuerpo, y de una fermentación química que de ella resulta, querían obtener la curación por medio de la expulsión del fer-mento morboso, 'por medio de re-medios alexifármacos.

Otros, viendo desarreglos en las palancas, las ruedas, los movi-mientos de los líquidos, etc., pusie-ron en juego los principios de las matemáticas, de la mecánica y de la hidráulica. En esta época se apli-có á la medicina, la teoría física de Newton.

Según otros, las enfermedades provienen de un exceso ó de una

diminución de fuerzas, y entonces, el tratamiento consiste en disminuir ó en sostener esas fuerzas, y en nunca permanecer en la inacción.

Estos, no ven sino humores que envenenan al cuerpo, esforzándose en barrerlos por evacuantes.

Aquéllos no ven sino microbios y no dan más que microbicidas

En fin, otros acusan á la sangre de estar en mucha abundancia, de fluir á las partes enfermas y la ata-can por medio de la lanceta, san-guijuelas y ventosas.

Y además,se apela también á los medios morales, contra las oscila-ciones del alma que perturba las funciones; á las virtudes místicas, y á las propiedades curativas de tal ó cual superstición; y después, avan-za el cortejo insidioso de los reme-dios mágicos, de las fórmula? caba-lísticas, de los medios secretos, y de esos mil arcanos délos algebris-tas y curanderos.

Detengámonos, porque ir más lejos, sería hacer, como ya os lo he dicho, la historia de todas las locuras humanas.

Examinemos la verdadera faz de de la terapéutica, aquella que los Alópatas llaman con el nombre,de-masiado pretencioso, de «medicina racional.»

Que el anciano de Cos, que el inmortal Hipócrates, el fundador

¡cié la Escuela Griega, sea el padre ¿3

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déla medicina,ó que haya salido de las tinieblas egipcias, poco nos im-porta. El es, sea de ello lo que fue-re como va lo hemos visto, el co-mienzo del árbol genealógico, del que nuestras Escuelas son las últi-mas ramificaciones.

Este genio inmenso y casi divi-no, engendró dos hijos, que entra-ron en lucha desde su cuna: for-muló este principio: «Los contraibs se curan por los contrarios;» y este otro: «los semejantes se curan por los semejantes.» Pero inmediata-mente después de su nacimiento, el mayor trató de sofocar á su her-mano menor, y quiso imitar la en-vidia sangrienta de Cain hacia Abel. Mas esta vez, Abel no murió; y, después de haber escapado al ata-que fratricida, se abrió una ruta so-rtaria á través de las eda-ies, y marchando siempre invisible al la-do del mayor, conservó siempre sus títulos de origen real, para ha-cer valer más tarde sus derechos á la corona. Dejémosle, algún día le encontraremos.

El hijo mayor de Hipócrates fué, en cierto modo, después de la muerte de su padre, adoptado por Galeno, el príncipe de la Escuela Griega.

En efecto, fué Galeno quien re-calentó y animó el principio de los «contrarios.» Ese principio engen-

| dró á otros dos: la «revulsión» y la «substitución.»

Así, los médicos alópatas opo-nen á las enfermedades, medica-mentos que les son «contrarios,» ó medios que las desalojan, ó pro-cedimientos que las balancean y las destruyen, produciendo otras enfermedades artificiales.

Algunas reflexiones y algunos ejemplos bastarán para explicarnos. Un río llega impetuoso, y amenaza inundarlo tocio. Hay varias mane-ras de vencerlo. La alopatía cono-ce tres: oponer á la corriente, otra corriente que llegue en sentido con-

I trario, y, más fuerte que ella, la re-chace, y la obligue á retroceder el camino.

A esta corriente, abrir uno ó va-nos canalesjaterales, para darle un escurrimiento más fácil y más ino-cente. En fin, contra esta corriente, levantar un dique que la detenga, ó la encadene. La Alopatía-emplea uno de estos medios, ó todos á la vez.

Dejadme deciros, anticipadamen-te que la Homeopatía, para neutra-lizar las fuerzas 'de esta corriente enemiga, no conoce más que un sólo medio: Ir á la fuente y secarla.

L o s C O N T R A R I O S SE CURAN P O R

LOS C O N T R A R I O S .

Este sistema es el filón más rico que se ha descubierto en la mina del error.

Y ante todo, ¿qué cosa es lo con-trario de una cosa? Reflexionad bien antes de responder, porque la respuesta no es fácil. Dos cosas son contrarias, cuando son opuestas en su esencia y en su modo de ser: pues bien, dos cosas así contrarias, no hallaréis muchas.

Sobre esto hay en el mundo, ideas muy falsas que presentan, sin embargo, un matiz engañoso de verdad. Así, se os dice todos los días, el frío, es lo contrario del ca-lor; la sombra, es lo contrario de la lug; el^silencio, es lo contrario del ruido, etc.

Error, el frío, no es sino un gra-do más ó menos negativo del ca-lor; la sombra, la ausencia más ó menos completa de la luz, el si-lencio, el reposo del aire que duer-me; porque el calórico está en to-das partes, y todo vibra en la naturaleza.

De esta manera es como el mal no es lo contrario del bien; la men-tira, lo contrario de la verdad; la salud, lo contrario de la enferme-dad, etc.

Guardaos, pues, de precipitar vuestro juicio sobre ciertos modos antagonistas, que parecen contra-rios á primera vista y que, en rea-lidad, no son sino los grados más ó menos remotos, de una misma es-cala. No quiero citaros más que un ejemplo:

energica-

¿Que hay' más contrario en apa-riencia, que el MAS y el MENOS? y sin embargo, lo menos no es lo contrario de lo más. Reflexionad, y tomad un termómetro: el primer grado bajo cero, es un grado me-nos; el primer grado sobre cero, es un grado más; ¿sigúese de aquí, que estos dos grados sean contra-rios? No, puesto que el grado ME-NOS, no indica sobre la escala, sino dos grados de calor más bajos que el grado MAS.

Entonces, cuando oigáis decir que los médicos tratan á las en-fermedades por los contrarios, no lo creáis, y responded mente; esto es imposible.

Qué se necesitaría, en efecto, pa-ra oponer un tratamiento contrario á una enfermedad? Sería preciso conocer la esencia de las fuerzas radicales de nuestro organismo, y la «naturaleza íntima» de las en-fermedades. Ahora bien, ya os lo he dicho, todos esos secretos dor-mirán, siempre bajo el velo de! mis-terio más profundo. ¿Cómo, enton-ces queréis oponér un término á otro término, que no conocéis? Pa-ra juzgar de la relación de dos co-sas, es preciso, ante todo, conocer esas dos cosas. Sería preciso cono-cer, ante todo la naturaleza de la enfermedad, y no la conocéis, sería preciso, después, conocer el reme-

I dio en su esencia y su esfera de ac-

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tividad, y, esto, tampoco lo cono-

céis. . Os lo digo y me atrevo a afir-

mároslo: EN GENERAL, es tan impo-sible hallar lo CONTRARIO de una enfermedad, y oponerle ese medio, como oponer sobre el mismo cau-ce Y sobre el mismo plano inclina-do, 'una corriente que sube y una corriente contraria que baje.

Asi os veríais muy perplejo si os preguntase cuál es lo contrario de la viruela, del sarampión, de la es-carlatina; cuál es lo contrario del reumatismo y de la gota; cual es lo contrario de una fiebre intermiten-te ó tifoidea, etc., etc.

En vano me diréis, que un pi-quete de lanceta, es lo contrallo de una congestión sanguínea, de una fluxión de pecho, por ejemplo.

Os responderé que en este caso no hacéis medicina, sino, muy sen-cillamente. un acto físico é hidráu-lico* vacíais los vasos, disminuís la masa de un liquido contenido en un recipiente, más no hacéis lo contrario de la enfermedad.

En vano me diréis, que un pur-gante es lo contrario de la consti-pación.—Os responderé que ob-tendréis como resultado precisa-mente el efecto que queréis combatir. Ignoráis, pues,ó quereis desconocer el fenómeno de la reacción vital; purgad, obtendréis evacuaciones abundantes, pero, por el electo

reaccional de las fuerzas vitales, obtendréis consecutivamente, una constipación más marcada que la primera, más difícil de vencer.

Así es también cómo la diarrea no es lo contrario de la constipa-ción, la debilidad, lo contrario de la robustez; y la sangría lo contrario

de la congestión. Así es, en una palabra, como en

el dominio délas teorjas, buscareis los CONTRARIOS, y no los encontra-réis; así es, cómo pediréis a los ia-bricantesde sistemas, el de los CON-T R A R I O S , y no lo obtendréis; asi es, cómo en la investigación de tos CONTRARIOS, rondando en el vestí-bulos de vuestras ricas Academias, llamaréis á todas las puertas, y ja-más se os abrirá.

REVULSION, DERIVACION.— Este es el segundo principio de la terapéutica alopática: os diré me-jor, «que en la práctica,» este es el principio único, puesto que el de los contrarios, no es sino una ilup''*' tal virtud, daré más des-ai, illo i este artículo, por com-

hablando con propiedad, casi ioda la terapáutica de la anti-gua Escuela.

Entendámonos, primero, respec-to á la significación real de ciertos términos escolásticos.

El sistema que consiste en tratar las enfermedades, por medicamen-

: tos que produzcan efectos contra-

rios á los de esas enfermedades, se llama Enantiopatía, de las dos pa-labras griegas: «Enanthios,» contra-rio, y Pathos, enfermedad.

El que consiste en tratar las en-fermedades, por diversos medios capaces de desviar la actividad morbosa, llevándola de un órgano á otro, se llama Alopatía; de «A-llos,» otro, y Pathos, enferme-dad.

Aquél, en fin, que consiste en tratar las enfermedades por medi-camentos capaces de producir efec-tos semejantes 'á los de esas enfer-medades, se llama Homeopatía; HOMO ios, semejante, y Pathos, en-fermedad.

Guardaos bien de confundir con la Homeopatía, á la »Isopatía;» de «isos,» igual, y «Pathos,» enfer-medad. Este sistema, si pudiese existir, trataría las enfermedades por los «mismos» agentes que las hubieran producido: por ejemplo, los accidentes del mercurio, por el íhismo mercurio.

Digamos, ahora, lo que debéis de entender por «Revulsión» y «De-rivación.»

Cuando, para combatir una en-fermedad de un órgano, se ejerce sobre otro órgano una acción atrac-tiva, antagonista, se dice que hay «revulsión,» siesta maniobra afec-ta un punto lejano del .„'gano pri-mitivamente afectado, j «deriva-

ción,» si la maniobra es vecina. Un ejemplo hará comprender mejor este sistema. Suponed una conges-tión en la cabeza; si se practica una sangría en el pie, habrá «revul-sión;» y habrá «derivación,» s i s e hace en una vena del cuello.

Algunas palabras os harán cono-cer el fundamento de ese sistema; fundamento que ha sido puesto por Hipócrates, y sobre el cual una Es-cuela moderna, pretende haber le-vantado el monumento de la tera-péutica.

El obrero que edificó el cimiento principal, es Barthez; desarrolló sus principios en su «Memoria sobre las fluxiones.»

«Llamo FLUXIÓN, dice, á to-todo movimiento que lleva la san-gre, ú otro humor, á un órgano particular, con más fuerza, siguien-do otro orden que el estado natu-ral.»

Después de haber distinguido los estados fluxionarios en locales y generales, Barthez argrega: «La parte que determina la fluxión sobre un lugar más ó menos lejano, como cuando una lesión del higa-do produce una epixtasis, esta par-te se llama la PARSMANDANS. vaque-lla y sobre la cual se verifica la fluxión es llamada PARS RECI-

P I E N S . »

La primera parte es, pues, en es-te ejemplo, el hígado enfermo, y la

22

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segunda parte, la nariz que sangra. Hace años, que la cuestión de la

revulsión fué debatida en la Aca-demia médica de París. Hubo, co-mo siempre, el P R O y el CONTRA,

un campo se estableció de cada la-do, y la lucha fué de las más ani-madas y más violentas. Los cam-peones más famosos de ambas par-tes bajaron á la lid, rompieron sus lanzas; pero la suerte del combate quedó en suspenso. Esto es lo que pasa siempre en las Academias.

M. Marchal (de Calvi), quien en un largo artículo sobre esta discu-sión, tomó la defensa de la revul-sión, habla de Barthez, en estos términos: «Barthez, «en medio de sus libros y en el silencio del gabi-nete» compuso una doctrina obs-cura, en la que los preceptos son, como capiteles sobre fustes de ca-ña, en donde el razonamiento im-pera, con exclusión de la prácti-ca.»

Ñadie ha juzgado mejor á Bar-thez como M. Marchal. Le doy ple-na razón cupido le llama el «me-tafísico» de la medicina.

Ahora bien, Barthez, es el inven-tor de la revulsión, y Marchal, el defensor de esta doctrina, «notad estos dos puntos »

Y M. Marchal no quiere perdo-nar á M. Malgktgae, el más famoso detractor de la revulsión, el peque-

ño pecado de la murmuración con-tra Barthez.

El ilustre profesor de Montpe-llier,habla de las hemorragias críti-cas, de la nariz derecha, qne ali-vian el hígado. de la nariz izquierda, que alivian el bazo, de los caute-rios, vegigatorios, etc., que desalo-jan á las enfermedades.

M. Malgaigne cita todo esto á la Academia, y repite con la más fina sonrisa: «Después de haber leído semejantes cosas, etc., será posible hablar todavía de lo» principios de la revulsión? ¿Semejante nombre conviene á esas sabias quimeras? Oh! si bastáse ser ampuloso para pasar por profundo, por lo que to-ca á la revulsión, la profundidad de Barthez, es difícil de sobrepujar. |Y esto es lo que se ha aceptado como una doctrina, por la mitad de la Francia médica!»

¿Queréis algo más claro y más explícito? Cuando se pregunta á la Escuela de Montpellier, y á ciertos partidarios de la revulsión, en la Escuela de París, de donde toma origen el principio de esta doctrina ellos remontan inmediatamente á Hipócrates, y os citan invariable-mente el aforismo siguiente: Duo-

BUS DOLORI BUS , NON IN EODEM LOCO,

SIMUL OBORTIS , VEHEMENTIOR OBS-

C.URAT ALTERUM. p e dos enferme-d a d e s que a p a y é f e no en el mis-

mo órgano, la más fuerte obscure-ce á la más débil.

Todos los alópatas, y sobre todo, M. Marchal, ven en este aforismo, toda la doctrina de la revulsión. Por lo que á mí toca, absolutamen-te la veo. Comprendo la verdad práctica del principio de Hipócra-tes; pero no comprendo, que prue-be la revulsión. He visto, por ejem-plo, en estos últimos días, á dos niños, teniendo á la vez, el croup y el sarampión; el sarampión era muy fuerte y ha sofocado al croup más débil que él. Comprendo esto, y lo comprenderé, siempre que dos enfermedades se manifiesten con una intensidad desigual. Pero cuan-do en una enfermedad cualquiera, una fluxión de pecho, por ejemplo, hacéis una sangría, aplicáis sangui-juelas ó vegigatorios, ¿ponéis ante una enfermedad ya existente, una ó más enfermedades artificiales? Acaso pretendéis llamar enferme-dad á una sangría, á las sanguijue-las, á los vegigatorios? Era preóiso, sin embargo, conforme al principio hipocrático,balancear una enferme-dad por otra enfermedad.

Establecido esto, M. Malgaigne se pregunta cuáles son las doctri-nas de la otra mitad de la Francia médica y prosigue: «La Escuela de Montpellier, dice, reprocha á me-nudo á la Escuela de París el no tener doctrinas. Ahora, por lo que

toca á la revulsión, jamás reproche alguno fué más merecido. De esas doctrinas antiguas ó modernas, de-bería decir de esos «malos roman-ces, » la Escuela de París no ha conservado más que el lenguaje. Llamamos todavía á los cauterios exutorios, aun cuando nadie crea que ellos «despojen á la economía de sus humores pecantes.»En cuan-to á decir justamente lo que ellos hacen, en cuanto á establecer prin-cipios, una doctrina, la Escuela de París jamás se ha ocupado seria-mente de ello.... No, no tenéis doc-trina de la revulsión, porque para esto os falta, primeramente: «una teoría que dé cuenta del modo de acción de los agentes llamados re-vulsivos;» y en segundo lugar, un conjunto de preceptos prácticos que arreglen su empleo.»

Se han respondido á estos ataques de M. Malgaigne... muchas cosas... pero nada capaz de derribar sus afirmaciones ó sus negaciones. Pre-gunto, si se ha respondido, sobre todo, y si se pudiera responder á su primer punto. «Os falta una teoría que dé cuenta del modo de acción de los agentes llamados revulsivos.» Se han guardado bien de respon-der á esta cuestión, jamás se ha tocado, nadie ha querido quemarse los dedos.

Hablad, pues, aun de la autori-dad de Galeno, y buscad, pues, en «

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sus escritos materiales para apunta-lar la doctrina de la revulsión, M. Malgaigne os dirá: «Por lo que á mí toca, no veo en ella ni principios ni doctrina; yo veo á un sueño que brotó una noche en la cabeza de Galeno, y que la noche siguiente reemplazó con otro. » —

Finalmente, escuchad las últimas palabras del sabio orador: «Sí, lo digo á nuestra juventud médica, cuando os encontréis una doctri-na como la de la revulsión, que no

ha sabido aprovechar para su uso toda la materia médica. Lo que no puede explicarse por la acción di-recta de los medicamentos,se expli-ca indirectamente por la revulsión. Por lo tanto, su reinado no está próximo á terminar. Hay que de-cirlo »claro, los revulsivos son el recurso de la ignorancia, que no sabe qué hacer; y lo son tam-bién de la ciencia que ha agotado sus recursos. Pocos enfermos mue-ren, ya de enfermedades agudas, ya

se apoya m en principios, ni en d e enfermedades crónicas, sin sina-hechos serios, atacadla valerosa-*¡ > •

mente, y no temáis tratar ligera-mente una cosa ligera.»

M. Bousquet quiere defender á la teoría de la revulsión contra M. Malgaigne y sus demás detracto-res, pero, embarazado por las difi-cultades inmensas de una mala causa , se deja arrastrar á la parte de sus adversarios, y, al fin, se en-cuentra en su campo. Escuchad la conclusión de su discurso.

Después de haber hablado del abuso de los exutorios: «Tenemos sin duda, dice, ideas más sanas y más serias, pero ellas conceden de-masiado á la revulsión. No es tan fácil como se cree, cambiar la na-turaleza de sus vías y llevarla á donde no quiere ir. La revulsión no tiene en cuenta eso, y se presenta siempre para intentarlo.

•Sus agentes son numerosos,elia

pismos ó vegigatorios; esto es fre-cuentemente una señal de angustia, un grito de alarma, y esta práctica ha entrado tan bien en las ideas del pueblo, que el médico que fal-te á ellas no conocería todos los recursos de su arte, y no habría cumplido con su deber.»

¿Se diría después de esto que M. Bousquet ha defendido la revul-sión?

Viene en seguida, M. Piorry, que toma á la doctrina de la re-vulsión, y la ahoga sin piedad; sus aserciones son muy explícitas: no hay ni revulsión ni derivación para ese sabio profesor, y esas palabras d'eben ser proscritas del lenguaje científico.«porque son inútiles, por-que confunden en una misma ex-presión las cosas más disímbolas, y, porque, en fin, en vez de esclare-

cer los hechos, los hacen confusos é ininteligibles.»

«La doctrina que estas palabras representan es una logomaquia de las teorías galénicas y árabes, relativas á los humores. Los moder-nos que han teorizado sobre el principio vital, sobre las propieda-des vitales, etc., han hecho viajar á estas por revulsión ó por deriva-ción, como los antiguos á la mate-ria pecante, que creían era suscep-tible de numerosas y fantásticas pe-regrinaciones. »

En fin, M. Chomel en su tratado de patología general, no hace men-ción de la revulsión ni de la deri-vación, y esas dos palabras no se hallan en la tabla alfabética de su tercera edición, «aunque conside-rablemente aumentada; >M. Alquié, no deja de arrojar esta omisión al rostro de la Escuela de París.

He aquí, á esta famosa doctrina de la revulsión, juzgada por los grandes maestros.... ¡ALÓPATAS! . . . .

Tened mucho cuidado con su jui-cio, que hace autoridad, y no creo que apeléis á otra corte, cuando la que es favorable á la revulsión, no ha sabido defenderla.

¿Os atreveríais, después de to-das estas confesiones, y esta so-lemne condenación, á hablarnos todavía de los revulsivos y de los derivativos?

Corno tendremos r«Ss tarde que

desarrollar todas estas ideas, he querido dar alguna' extensión á la discusión de su principio, á fin de que la nulidad de esta pretendida doctrina, sea una vez probada por todas.

Bastará, según creo, que men-cione solamente aquí, el principio de la «substitución;» principio en-gendrado por las teorías que aca-bamos de examinar, y muy mal disfrazado, para que no se reco-nozca en él, á la revulsión ó á la derivación, por consiguiente, paso.

MATERIA MEDICA.— Este asun-to presenta tres faces principales: la «posología,» la «polifarmacia» y la «experiencia de las curaciones.»

Todas estas cosas van á hacerse claras, por cortas explicaciones.

La «posología» determina las dosis, á las que los medicamentos cleben ser administrados, respecto á la edad, al sexo, al temperamen-to, etc., etc.

Los médicos alópatas no despre-cian nuestros glóbulos, sino por-que están"acostumbrados á dar los remedios á dosis macizas y algunas veces enormes; y en el mundo, nuestras botellas de agua ciara no excitan la risa y la burla, sino por su comparación con las botellas ne-gras de los boticarios.

Uno de mis clientes me decía el otro día:—«¿Cómo esto puecle ha-cerme algo? Porque no tiene ni co-

. 2 3

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lor ni sabor, ni o lor—¿Por qué ha-1 biaba así? Porque estaba acostum-brado al color negruzco de los ja-rabes de Cuisinier ó de Nerbrun, al olor de las pildoras alcanforadas, y de la assa-fétida, y al amargo de la quina ó del sulfato de quinina.

Lo digo aún,y no temo repetirlo; en nuestro siglo, y_en las Escuelas materialistas, es preciso medica-mentos materiales, visibles, palpa-bles, que hablen á los sentidos, y si son incapaces de curar, es preci-so, cuando menos, que hieran á la

imaginación. Y todas las Escuelas piensan lo

mismo, la Escuela de Montpellier como las demás; vitalista en su en-señanza, es materialista en su prác-tica; conducta ilógica, como la que más, inconsecuencia que pide una reforma á grandes gritos. Así, ¿qué pasa todos los días? Que las enfer-medades más comunes que se lle-van á los consultorios de los médi-cos homeópatas, son enfermedades medicinales, es decir, enfermeda-des engendradas, ya por el fierro, ya por el iodo, ya por el mercurio, ete. Entonces ¿qué es necesario ha-cer? Demoler y escombrar, antes de edificar de nuevo, y deplo-rar la salud, el tiempo y el dinero

perdidos. La «poli farmacia,» consiste en

saber aprisionar varios medicamen-tos en una «poción» ó en unas píl-

doras, etc., y añadir todavía áesos medicamentos, otros varios medios.

Un médico alópata es llamado para asistir á un enfermo que pre-senta los síntomas siguientes: do-or de cabeza, debilidad de estóma-

go, falta de apetito, deseos de vo-mitar, constipación, algunos boto-nes hemorroidales que no sangran y que hacen sufrir mucho.... deten-gámonos, ya es bastante.

Prescripción: Desde luego, una pequeña sangría, exploradora, no puede hacer gran mal, seguramen-te ella disminuirá la masa ele la sangre,y tal vez extinguirá la fiebre si la hay; algunas sanguijuelas en el ano descargarán los vasos hemorroi-dales, y calmarán los sufrimientos; por tarde y mañana, el enfermo to-mará una pildora en la cual entra-rán los medicamentos siguientes: un poco de e(uina para fortificar el estómago y despertar el apetito; un poco de subnitrato de bismuto para modificar los conatos de vomitar, un poco de aloes para disolver la constipación, y un poco de bella-dona para disipar el doler de cabe-za. En el día, un preparado blanco ó aceitoso, tomado por cucharadas, en el intervalo de las peepieñas co-midas, «si el enfermo no es some-tido á dieta,» etc. ¿Puede llamarse á esto medicina?... ¿No es más bien una explotación patentada?

Asi, veis que cuando el alópata

interviene, hace muchas cosas á la vez; quien sabe si, además, no prescribirá lavativas, fricciones, po-madas, emplastos, vegigatorios?

Todo esto se parece, verdadera-mente, á un cuento hecho al calor de la chimenea, pero desdichada-mente, nada es más real. Admiraos después de esto de las pequeñas malicias, y de las sátiras tan finas y tan espirituales de nuestro Mo-liere, contra la medicina y los mé-dicos.

Esto me recuerda que el célebre Corvisart, médico de Napoleón, ca-si siempre de un humor cáustico, reía á menudo de los consultantes y de las consultas. Cuando un mé-dico quería emplear muchos reme-dios, y de los más activos, le decía con seriedad irónica:—«Caro cole-ga, tranquilizaos, tenemos el «catho-licon» doble, á todos los grados, y nos serviremos de él.» Si, por el contrario, era un médico tímido y sin opinión positiva:—«No os in-quietéis, le decía, daremos al en-fermo una «fresa machucada,» y desleída en un gran vaso ele agua.»

Y, ¿qué diríais si os hablase de los medicamentos compuestos? tan compuestos... que encierran ellos solos, la mitad de las substancias médicas. Me acuerdo que en Mont-pellier, en su curso de materia mé-dica, nuestro profesor, hablándo-nos de la triaca, fatigado al fin ele

citarnos las substancias que entran en su composición, nos dijo resu-miendo:—tomad un poco de cada uno de los remedios que pueda po-seer una botica, mezcladlos todos juntos, y tendréis la triaca.—Y sin embargo, «este algo» tan compues-to, se emplea todos los días.

Es preciso confesar que todas esas fórmulas múltiples, que todas esas recetas universales, son ricas y grandes en consuelos. En efec-to, ¿qué cosa es el tratamiento de una enfermedad? Es un sitio en to-da regla. El médi€b es el general, á él toca dirigir lodo el plan estra-tégico, y para operar el bombardeo de la plaza tiene todas las probabili-dades de éxito. Jamás se sirve de la simple fusilería, que no puede en-viar más que una sola bala, ésl< muy simple,, muy tonto, muy len-to, y no bastante mortífero. No emplea sino grandes cañones de grueso calibre, y todos cargados con metralla, y entonces, está se-guro de obtener algo.

Ahora bien, no conozco nada más apropósito para desenmasca-rar la incertidumbre, y para poner de manifiesto toda la impericia de la doctrina alopática, que lo que hemos llamado la polifarmacia.

El médico colocado ante todos esos síntomas, se halla muy emba-razado, preciso es confesarlo. ¿Qué partido tomar? No hay más que

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uno, pero es difícil de conocer, y entonces, los toma todos. Ignoran-do la verdadera ruta, se empeña en todas, v sus pasos inciertos tienen que extraviarse. Queriendo dirigir, á la vez, varias fuerzas de intensi-dad y direcciones diferentes, no puede jamás obtener la resultante. Ordena á tal remedio ir á la cabe-za á otro, detenerse en el estóma-go'. á éste ir al brazo, á aquél á las piernas, etc., y recomienda mucho á cada uno seguir las órdenes y, sobre todo,no perturbar á s u vecino. Me veo tentado á comparar este po-bre médico, á un domador de fie-ras, que después de enguarneeer á á todos sus animales, tomando con una mano, el látigo, y con la otra, todas las riendas, quisiera dar a t o d a s sus bestias, la misma direc-ción v la misma velocidad.

EXPERIENCIA DE LAS CURA-CIONES—Esto significa que ios médicos administran sus remedios, y fabrican sus fórmulas, conforme á la experiencia de los demás ó á la suya propia,y según tales ó cuales éxitos, tal ó cual curación, etc.

Pero, desdichadamente, esas ex-periencias son siempre engañosas, porque descansan en teorías ficti-cias, y esas curaciones siempre son dudosas, porque están rodeadas de

•nubes de la más triste incertidum-bre.

Cada médico emplea tal fórmu-

la, contra tal enfermedad, porque su colega, más ó menos instruido, más ó menos célebre, acaba de pre-conizarla. Pero aun suponiendo que esta fórmula haya tenido éxito, en tal ó cual caso, todas las expe-riencias subsecuentes, para hallarse en el mismo radio de éxito, ¿no de-ben ejercerse en la misma es-fera, hacerse en vista de la mis-ma constitución atmosférica,el mis-mo temperamento, el mismo sexo, la misma edad, etc.? He aquí tam-bién por qué se explica la desa-parición de todas esas fórmulas; he aquí por qué todas esas panaceas terapéuticas cintilan un momento en el firmamento de la moda, y se desvanecen como estrellas fuga-"ees.

| He dicho, la moda; es preciso que sepáis, en efecto, qae en me-dicina también, se hacen y se si-guen modas; en los cancanes y agiotajes de ia medicina, la moda extiende también su imperio,y ejer-ce, como en todas partes, los ca-prichos de su despotismo.

Consiento en suponer, que con la ayuda de tal ó cual fórmula, que contenga tres, cuatro, seis... reme-dios, y saliendo de vuestro crisol, ó del "de vuestro colega, ó de los cartones de la moda, obtengáis uno ó varios éxitos, en tal ó en cual en-fermedad, ¿habréis adquirido por

' ésto más certidumbre en vuestra

erapéutica? Habréis hallado el hilo Ariadna? Ah! no; en vez de un

¿o¡o hilo, tendréis varios, y erraréis 1 el laberinto, no sabiendo ha-

V a que salida dirigir vuestros pasos ertos.

»?i no hubierais empleado más r»ue un solo medicamento, tendríais

i convicción que él es el que ia curado á vuestro enfermo; pero ;omo habéis empleado varios, es-áis en la imposibilidad de saber á juál se le deben atribuir los hono-res de la curación. Me diréis que es ireciso atribuirlo al conjunto de los nedicamentos? Os responderé, que -ístáis en la más engañosa ilusión; jorque diez y nueve veces,en vein-te, no podríais obtener los mismos resultados, y continuamente os pre-guntaríais, por qué y cómo vuestras armas se enmohecen, vuestras ba-terías son impotentes, y vuestros proyectiles no dan en el blanco.

He aquí precisamente la razón del desaliento de muchos prácticos; he aquí la razón de la duda, debe-ría decir de la incredulidad, que aleja y agita á los espíritus; he aqui, en fin, la razón de esas confesio-nes que revelan toda la pobreza, toda la debilidad y la nada de la doctrina alopática.

Si quisiera abusar de la muy her-mosa posición en que nos han co-locado las confesiones públicas de nuestros adversarios, podría poner

de manifiiesto las citas más com-prometedoras; pero quiero ser dis-creto, y no traer á vuestro conoci-miento, sino algunas confesiones que, aunque muy imprudentes,son de las menos escandalosas.

El Dr. Girtarner, uno de los hé-roes de la falange alopática, dijo, á propósito de la confusión de la te-rapéutica:

«En atención á que el arte de «curar no tiene ningún principio «positivo,que nada tiene de fijo ni «de probado; que la «experiencia «no tiene sino poco valor;» el mé-«dico tiene el «derecho» de seguir «sus opiniones. Ahí, en donde no «se trata de ciencia, una hipótesis « vale tanto como otra. En las tinie-«blas egipcias de la ignorancia en «la que ios médicos se agitan, no «hay el más débil rayo de luz, por «cuyo medio puedan orientarse.»

He aquí una especie de proble-ma resuelto por el Dr. Munaret, y elocuente como una cifra:

«Multiplicando, dice, la serie de «años transcurridos. .mente des-«de el primero de la Olimpiada 80, «hasta 1840, por la de las existen-«cias médicas que se han sucedido «desde Hipócrates hasta nosotros, «se obtiene un total de varios mi-«llones de años; pues bien, esos «millones de años de estudios, de «ensayos, de discusiones, ¿qué han «traído á la medicina? Una verdad

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« p o r mil errores. Tiempo perdido .en soñar presuntuosos é insensa-t o s sistemas; tiempo perdido, en «propagarlos; tiempo perdido en «creerlos y en experimentaros; «tiempo perdido, en combatirlos; «tiempo perdido, en resucitarlos ba-«jo otro nombre, etc. ¡Oh! ¡cuánto

«tiempo perdido!»

«La ciencia no está hecha,» dice | en nuestros días, el Sr. profesor Bouchardat, «ella está, por decirlo, así, toda por edificar.»

M. Valleix, médico de La Piedad, exclama, después de haber exami-1 nado los mil sistemas de medicina, que han nacido y muerto desde Hipócrates hasta nuestros días: i «¡Cuántas decepciones se experi-mentan al ve'r tantos estudios, vi-gilias, talento gastados para obtener tan débiles resultados! ¡Cuantos errores, por tan pocas verdades!..»

Escuchad todavía á uno de los grandes maestros, M. Federa, miem-bro ele la Academia de París:

«Se sorprende uno, dice, de «tanta diferencia en la manera «de considerar las enfermedades, y «de tantos tratamientos. Los unos, «más atrevidos, administran dosis «de medicamentos heroicos, ^me-«dicamentos ó dosis, de los que el «vulgo dice irreverentemente: si el «enfermo no muere, sanará); los «otros, más tímidos, no se atreven «á obrar, esperando con paciencia,

«los días críticas (tila, malva, saúco, «etc.); otros, se divierten practican-«do la polifarmacia: uno, ordena «purgantes; otro, emético; un tei-«cero,hace siempre sangrar, el cuar-«to hace desempeñar al calóme!, el «papel de una panacea universal. «Todo lo que se llama práctica es, «en el fondo, una mezcla capricho-«sade los restos añejos de todos los «sistemas, de hechos mal vis-i t as ó mal observados, ó de ruti-«nas transmitidas por nuestros pa-«dres... Ahora bien, si la ciencia sir-«ve para dirigirnos en la práctica, «¿qué cosa es una ciencia que im-

!«pele á cada-uno de sus adeptos «en rutas diversas y frecuentemen-«te opuestas?.... Felizmente para el «amor propio de los unos y la se-«auridad de los otros, cada médi-«co cree tener la buena doctrina, «v cada enfermo cree tener un «buen médico. Todo pasa óptima-«mente en el mejor de los mun-idos.»

Escuchad aún, ál ilustre Brous-sais; siempre me complazco en ci-tarlo, porque su palabra hace auto-ridad para nuestros adversarios:

«Que se pasee la vista sobre la «sociedad, dice, para ver en ella á «esas fisonomías melancólicas, á «esos rostros pálidos ó cenicien-«tos que pasan su vida entera es-«cuchando á su estómago digerir, «y á quienes los médicos hacen to-

idavia la digestión más lenta y más i dolorosa,con alimentos suculentos, i vinos generosos, tinturas, elíxires, i pastillas, conservas, hasta que las t víctimas sucumben por la diarrea, i por la hidropesía ó el marasmo, i Que se observe á esas tiernas cria-i turas, apenas salidas de la cuna,

• i cuya lengua se seca y enrojece, i cuya mirada, comienza á expre-isar la languidez, cuyo abdomen i se eleva y se pone ardiente, cuyo i corazón precipita sus pulsaciones, i bajo la influencia de elíxires amar-igos, de vinos antiescorbúticos, de i jarabes sudoríficos, mercuriales, i depurativos, que deben conducir-ilos á la consunción y á la muerte, i Que se examine atentamente, á i esos jóvenes de un color brillante, i llenos de actividad y de vida, que i comienzan á toser, y en quienes t se decuplica la irritación, por los «vegígatorios, el liquen, la quinina, i hasta que la pertinacia.de los acci-i dentes los hace declarar atacados t de tuberculosis innata, y asociar á • la numerosas víctimas dé la enti-idad, calificada con el nombre de I tisis pulmonar. Y que se diga en t seguida, si la medicina no ha sido hasta aquí más nociva que útil á «laniimüsidad.»

Voy, en fin, para cerrar estas ci-tas, que he compendiado lo más posible, á leeros la primera página de la Memoria de M. Marcha} (de

Calvi), sobre la discusión suscitada en la Academia de Medicina, á pro-pósito de la revulsión. Escuchad bien, porque vale la pena:

« Ya no hay en Medicina, y desde hace mucho tiempo, «ni principio, ni fé, ni ley.

«Construimos una torre de Ba-«bel, ó más bien dicho, no cons-«truímos nada; estamos en un vas-«to llano por donde cruzan multi-«tud de gentes, estos llevando la-«drillos, aquellos guijarros, y otros «granos de arena; pero nadie pien-«sa en el cimiento; en ninguna «parte el terreno está cavado para «recibir los fundamentos del edifi-«cio, y, en cuanto al plan general, «de la obra, no hay ninguno esbo-«zado.

«En otros términos, las coleccio-«nes hormiguean de hechos, de los «que, la mayor parte, se reprodu-«cen periódicamente, con la más «fastidiosa monotonía, y se llaman «hechos de observación, «hechos «clínicos;» una multitud de traba-«jadores, vuelven y revuelven las «cuestiones particulares de patolo-«gía ó de terapéutica, y se llama «áésto, «trabajos originales.» La «cantidad de esos trabajos y de esos «hechos, es enorme, á tal grado, «que no hay lector que pueda bas-«tar á ello; pero nadie tiene doctri-«na general.»

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«LA DOCTRINA WL I GENERAL QUE EXLS-

« , ES LA DOCTRINA HOMEOPÁTICA. ESTO

• ES EXTRAÑO Y DOLOROSO-, ESTO ES UNA

«VERGÜENZA PARA LA MEDICINA, PERO

*A.SÍ EÁ.»

Ahora bien, todas esas confesio-nes han salido de la boca, é de la pluma de hombres eminentes, que absolutamente son homeópatas, «¡pensadlo bien!» M. Marchal, so-bre todo, tiene cuidado de declarar

que «él no se constituye defensor

de la Homeopatía.»

¿Qué diría, pues, si fuese de los

nuestros?

Conclusión: La conclusión es fácil.—Habéis

visto ese templo en donde soplan todos los vientos, esta torre de Babel, en donde se verificó y conti-núa aun.la confusíónde las lenguas; he aquí á la doctrina A L O P A T I C A .

SEPTIMA CONFERENCIA

TEMPLO HAHNEMAMIANO

Entremos ahora al templo hah- ¡ nemanniano. El también es tan an-tiguo como el mundo, él también presenta ese color de vestustez.que impone la veneración,y sus muros, más sólidos que los de nuestros monumentos antiguos, pueden des-afiar á todo, elemento de destruc-ción.

Ese templo no presenta más que una sola puerta, ninguna otra aber-tura traspasa sus partes laterales, así los vientos no pueden jamás venir á disputarse, y la calma y el silencio reinan siempre en ese san-tuario.

En ese santuario hay un altar, y sobre ese altar está sentada una divinidad;pero esta divinidad siem-es la misma. Ella ha nacido en ese templo, de un rayo de la verdad, y hasta el fin de nuestros días, al abrigo del soplo y de las agitacio-

nes del politeísmo, permanecerá sola, y ella sola recibirá el incienso de sus adoradores.

Esta alegoría os explica, casi to-da la doctrina halmeinanníana, per-fectamente lo habéis comprendido.

Aquí, en efecto, nada de ondula-ciones sistemáticas, nada de cho-que de opiniones diversas, nada de disputas de escuelas divergentes. Ningún ruido de afuera viene á tur-bar el silencio de ese santuario sa-grado, ningún soplo caprichoso vie-ne á arrugar la superficie de una teoría tan uniforme, ninguna tur-bulenta ambición viene á cambiar ni una sola piedra á este edificio monumental .

Aquí se muere, porque la muer-te está en to>Las partes. Ha sido decretado que «moriremos una so-la vez,» y la Homeopatía no hace milagros; pero ella tiene, al menos,

9 o.

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«LA DOCTRINA MÁS GENERAL QUE EXLS-

« , ES LA DOCTRINA HOMEOPÁTICA. ESTO

• ES EXTRAÑO Y DOLOROSO-, ESTO ES UNA

«VERGÜENZA PARA LA MEDICINA, RKRO

*A.SÍ EÁ.»

Ahora bien, todas esas confesio-nes han salido de la boca, é de la pluma de hombres eminentes, que absolutamente son homeópatas, «¡pensadlo bien!» M. Marchal, so-bre todo, tiene cuidado de declarar

que «él no se constituye defensor de la Homeopatía.»

¿Qué diría, pues, si fuese de los

nuestros?

Conclusión: La conclusión es fácil.—Habéis

visto ese templo en donde soplan todos los vientos, esta torre de Babel, en donde se verificó y conti-núa aun.la confusíónde las lenguas; he aquí á la doctrina A L O P A T I C A .

SEPTIMA CONFERENCIA

TEMPLO HAHNEMAMIANO

Entremos ahora al templo hah- ¡ nemanniano. El también es tan an-tiguo como el mundo, él también presenta ese color de vestustez.que impone la veneración,y sus muros, más sólidos que los de nuestros monumentos antiguos, pueden des-afiar á todo, elemento de destruc-ción.

Ese templo no presenta más que una sola puerta, ninguna otra aber-tura traspasa sus partes laterales, así los vientos no pueden jamás venir á disputarse, y la calma y el silencio reinan siempre en ese san-tuario.

En ese santuario hay un altar, y sobre ese altar está sentada una divinidad;pero esta divinidad siem-es la misma. Ella ha nacido en ese templo, de un rayo de la verdad, y hasta el fin de nuestros días, al abrigo del soplo y de las agitacio-

nes del politeísmo, permanecerá sola, y ella sola recibirá el incienso de sus adoradores.

Esta alegoría os explica, casi to-da la doctrina hahneinanniana, per-fectamente lo habéis comprendido.

Aquí, en efecto, nada de ondula-ciones sistemáticas, nada de cho-que de opiniones diversas, nada de disputas de escuelas divergentes. Ningún ruido de afuera viene á tur-bar el silencio de ese santuario sa-grado, ningún soplo caprichoso vie-ne á arrugar la superficie de una teoría tan uniforme, ninguna tur-bulenta ambición viene á cambiar ni una sola piedra á este edificio monumental.

Aquí se muere, porque la muer-te está en to>Las partes. Ha sido decretado que «moriremos una so-la vez,» y la Homeopatía no hace milagros; pero ella tiene, al menos,

9 o.

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el consuelo de llevar á ese término inevitable, por un camino suave y fácil, y de disipar los sombríos ho-rrores de ese último combate.

Ya os lo he hecho presentir en nftestra última conferencia; pero ahora voy á formularlo de una ma-nera más explícita, «sf&m&mtr

Para bien conocer y apreciar una doctrina médica, es preciso exami-narla en los dogmas que compo-nen su «esencia, su razón de ser,» fisiología, patología, etiología, tera-péutica y materia médica. Ahora bien, es preciso, para que ella sea «verdadera,» que esta doctrina en-cierre en su seno la «unidad,» uni-dad de principios teóricos, unidad de acción práctica, unidad, en fin, de tendencia en la fusión de la gran «unidad,» Dios.

Es preciso, además,—y agrego esto desde lo íntimo de mis con-vicciones particulares y profundas, —es preciso que esta doctrina esté conforme en su esencia, con la na-turaleza y el destino clel hombre, y con los progresos actuales é inde-finidos de la ciencia.

He aquí, para una doctrina mé-dica, sus condiciones de ser.

Ahora, si queréis seguirme aten-tamente, yo me encargo.de proba-ros, que esas condiciones, la Ho-meopatía, T O D A S las posee, y las posée SOLA.

FISIOLOGIA.—ya sabéis que la

fisiología es, en general, el estudio del hombre en salud. Es preciso, pues, ante todo, tener del hombre, objeto de este estudio, un conoci-miento exacto y verdadero.

Habéis visto lo que hacía el ma-terialismo de la Escuela de París; ahora veamos lo que hace nuestra Escuela. -

Nunca he podido comprender que los pensadores y los fisiologis-tas hayan tenido tantos trabajos para analizar al hombre. Jamás he podido comprender que ellos siem-pre hayan buscado la luz en pleno sol. En eeícto,no hay más que abrir el libro sagrado; las primeras líneas del génesis iluminarán este punto, con el más brillante reflejo. . Esta fuente, es cierto, no es del gusto de todo el mundo, y el ma-terialismo la aparta desdeñosamen-te de sus secos labios, pero ¿qué nos importa su sonrisa helada? no-sotros, cristianos, queremos apagar nuestra sed, con esta agua viva de la verdad.

Abramos, pues, el Libro Divino,

y veamos: Cuando Dios hubo creado todo,

«hagamos, dijo, al hombre á nues-tra imagen y semejanza, y que él mande á los peces del mar, á las aves del cielo, á los animales, á toda la tierra; y á todos los reptiles que se arrastran debajo del cielo.»

Veis, en estas hermosas palabras

al hombre y su lugar en la escala de los séres. Formad esta escala, vasta, inmensa, infinita; el primer escalón toca al mineral, y el último á Dios; las transiciones ascenden-tes y descendentes, son regidas por una sabiduría soberana, por una ciencia divina.

Pues bien, Dios se ha reservado, después de haber creado al hom-bre, el derecho de clasificarle entre todos los séres del Génesis univer-sal, y lo estableció, el jefa de todos esos seres. ¿Por qué, pues queréis asignarle otro sitio? ¿Por qué que-réis modificar los grados de esa gran clasificación? ¿Por qué no que-réis comprender que tanto como el hombre es inferior á su Creador, es superior á las demás criaturas?

Vuestro orgullo no está, pues, satisfecho del lugar que ocupáis en esta clasificación, ¿y seriáis más ennoblecido, cuando os hubierais hecho el hermano del mono?

No citaré aquí á los escritores sagrados, cuya parcialidad quizá os sería sospechosa. Me contentaré con la opinión de los naturalistas, cuya autoridad sólo está sentada so-bre la ciencia, y entrar en su ran-go-

Así, según ellos, el hombre está fuera del reino animal; él por sí so-lo constituye un reino, así como lo han pensado después de Aristóte-les, Adanson, Daubenton, Vicq,

d'Azyr, Etienne, Geofíroy Saint-Hilaire, Lacépede; y en nuestra época, Serres, Longet, J. Reynaud, Moquin-Tandon, Isidoro Geoffroy— Saint-Hilaire.

Este último naturalista forma un cuarto reino para ennoble-cer al hombre: «El reino huma-no, dice, se eleva sobré el reino animal, por la inteligencia, como éste,por la sensibilidad sobre el rei-no vegetal.»

Pido que se me coceda citar estas bellas consideraciones de M. Par-chappe:

«La fisiología, que hace entrar «en sus apreciaciones sobre los se-«res vivientes, la consideración de «la naturaleza de los hechos por «los cuales se manifiesta su vida, «permite determinar más exacta-«mente el lugar del hombre, dis-t inguiendo absolutamente, por ca-«racteres esenciales, la vida liuma-«na de la vida animal. La palabra, «la ciencia y la moralidad expresan «un modo de la vida, de la que no «participan de ninguna manera los «animales.»

«Si por un lado de su naturaleza, «principalmente por su organización «corporal, el hombre tiende á la «esfera de la animalidad, es por-«que la vida humana, implicando «la vida animal como condición y «como sostén, supone una organi-«zación y actos animales. Mas, ¿có-

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mo desconocer que, en la natura-l e z a complexa del hombre, la ani-mal idad es lo accesorio,y la htima-«nidad lo principal? ¿Por qué, pues, «encapricharse en hacer del hom-«bre un mamífero y un bimano? «Distinguir al hombre por sus atri-b u t o s esenciales, la razón y la pa-«labra, aun en una clasificación «zoológica, ¿no seria conformarse «mejor á la naturaleza de las co-«sas, que el colocarle en una clase «en la que se encuentran la balle-«nay el murciélago?

«Ante Dios y ante el mundo, pa-i ra el ignorante como para el sa-«bio, avergonzarse de ser asimila-ido á un mono, no es orgullo, es «conciencia de la dignidad huma-na.»

Entremos ahora en el dominio de la fisiología pura.

Para bien comprender al hombre fisiológico, para bien apreciar el juego de sus órganos, para bien es-timar las relaciones de sus funcio-nes, es necesario, ante todo, cono-cer los elementos que lo constitu-yen.

Aquí, una vez más para esclare-cer este abismo,la Escritura Sagrada va á prestarnos su antorcha, que guía á todo hombre de buena fe.

El «Génesis,» en el cap. XI, vers. 7, refiere así la formación del hom-bre:

«Formavit igitur Dominus Deus

hominem de limo terree, et inspira-vitin faciem ejus spiraculum vitce, et factus est homo in animam vi-ventem.» El Señor Dios formó en-tonces al hombre del «barro de la tierra,» y le sopló sobre su rostro un «soplo de vicia,» y el hombre fué hecho en «alma viviente.»

Tenéis en este versículo toda la naturaleza dei hombre.

Observad, en esta frase, '~es miembros que designan á tres . or-minos bien distintos: la mate.;, •m fluido vital, y una alma; he íiquí los tres lados del triángulo, he aquí al hombre en su trinidad fisiológi-ca .

Si, á pesar de todos estos ele-mentos tan claros y tan precisos, es aún difícil dar una definición del hombre, es, al menos, más fá-cil, el formarse una justa idea.

Todo lo hay en el hombre: cier-tos filósofos han tenido razón al decir que él es el resumen de todos los seres, desde Dios hasta la ma-teria.

En el hombre, en efecto, hay só-lidos, líquidos, vapores, gases, flui-dos, y una alma; los sólidos, engen-dran á los líquidos, como éstos en-gendran á los vapores, y los vapores engendran á los gases; el fluido nervioso toca al fluido vital, y el fluido vital es la transición de la materia al alma, como el alma es la transición del fiombre á Dios.

Para facilitar la comprensión últi-ma de este mecanismo misterioso, vamos á comparar al hombre con' un estado monárquico. Este esta-do presenta á un rey en la cima, subditos en la base, y ministros in-termediarios. Pues bien, en nues-tro reino fisiológico, el alma es el rey, los órganos los subditos, y el" fluido vital el ministro. Aquí no hay más que un ministro; y de la misma manera que en un estado social, se distinguen leyes funda-mentales y leyes orgánicas, igual-mente, distinguiremos las mismas leyes en las funciones del hombre, funciones tan múltiples, tan varia-das y tan complicadas.

Esta consideración general, no es más que el cróquisde un pian in-menso, que podría presentar deta-lles muy ricos, y casi infinitos.

Para la inteligencia perfecta de las aplicaciones que haremos, más tarde, de todos estos prolegómonos y las consecuencias que sacaremos de esos principios, es además esen-cial que consideréis al hombre, co-mo á un todo, como á una unidad.

Todas las partes, en efecto, que componen su ser, están siempre, é invariablemente sometidas á la soli-daridad de la más estrecha simpatía. i\'o podéis producir en esta unidad, la menor modificación, sin que to-das las funciones se resientan; las ondulaciones del centro, se trans-

miten á la circunferencia, y los más ligeros choques de los puntos déla circunferencia, convergen hacia el centro por radiaciones infinitas; co-mo en una masa líquida, las molé-culas se comunican sus movimien-tos, como en un cilindro leñoso, los átomos vibran juntos bajo la misma percusión, como una chispa eléctrica, va á despertar al fluido que circula en la más inmensa corriente.

Hay, pues, unión íntima entre el espíritu y la materia, por medio del fluido vital. Pero, ¿cómo se opera esta unión, esta fusión, esta solda-dura de dos substancias tan dife-rentes? ¡Misterio! misterio para siempre insondable é incomprensi-ble como Dios.

Comparad, si quereis, estas dos substancias, á dos riberas, separa-das por una distancia infinita; el Océano que las baña, las une en una eterna fluctuación; pero sus ondas que se balancean de un bor-de á otro, tienen una superficie in-finita, y una profundidad infinita. Ya existe la calma, ya estalla la tempestad; su seno encierra rique-zas inaccesibles á la codicia más activa y más duradera, y sobre es-ta potestad, no hay más que otra potestad, el dedo de Dios.

Considerando ahora, á cada una de estas tres fracciones que compo-nen la unidad fis:ológica del hom-bre; preguntad, cual será el papel

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del alma, y veréis, inmediatamente, que el alma hace al hombre, «pen-sador, volitivo,» libre y responsable de sus actos. Es ella la que preside á la vida de relación con nuestros semejantes; es ella la que compone el «vo,» y ella, finalmente, es el foco de la vida.

interrogad al fluido vital, y os dirá:—Yo soy el ministro del alma, y quien está encargado en todo su reino, de la ejecución de todas sus leyes; yo soy quien conduce al hom-bre material, quien dirige todas sus acciones vitales, soy la palan-ca de todo su mecanismo orgánico; por mi, respira, digiere y marcha: yo gasto sus fuerzas por la fatiga, y ias reparo por el sueño. Cuando es-toy en catma, él está sano, y está enfermo, cuando una causa cual-quiera produce la menor oscilación en mi e$»&brio.

Si, en fin, interrogáis á la mate-ria en el hombre, veréis que ella también reclama su parte de ac-ción y de libertad, aunque está su-jeta al alma. Ella tiene, en efecto, sobre el espíritu, su potestad relati-va y bien determinada; el alma está atada á su cadena, y siempre sufre su peso; con frecuencia, el subdito usurpa el cetro, y, por el cambio de pape), hace entonces sufrir á su rey, toda la tiranía de un mando absoluto.

Aunque el médico ejerce su sacer-

docio sobre el hombre moraivsobre el hombre físico, esta última mitad está, más especialmente, bajo el dominio de su potestad y de sus investigaciones.

Sin embargo, nada de exclusión e una parte, con detrimento de las

demás, puesto que el hombre es un todo. No limitemos nuestro horizon-te á la vista de la materia,este es el error del organicismo; no lo extenda-mos tampoco, solo á los límites del alma, este es el error del esplritua-lismo. Mas, abrazando toda la ex-tensión del campo fisiológico, de-tengamos nuestras miradas espe-cialmente sobre el fluido vital. Este principio debe ser nuestro faro, nuestra estrella y nuestra brújula.

He aquí á la única verdadera faz del dogma fisiológico. Ya veis, bajo el reino de la verdad, y colocado entre el materialismo puro, y el es-plritualismo puro, cuan lejano está el hombre del uno y del otro, con exclusión de uno de ellos. Ya veis ahora, como resaltan los errores de Cabanis y de Stahl; veis, en una palabra, en este resumen, al hom-bre vital,alhombrehahnemanniano, al hombre cristiano, establecido en su verdadera naturaleza, y mar-chando en la vía de sus destinos celestes.

PATOLOGIA. - S i n querer bus-car vanas definiciones filosóficas

1 del hombre, de la vida, de la eníer-

C O N F E R E N C I A S S O B R E LA HOMEOPATIA

medad y de la salud podemos, sin embargo, por las ideas netas que poseemos sobre todos esos elemen-tos, permitirnos definiciones des-criptivas. Semejantes definiciones no tienen el defecto de la preten-sión, y tienen el mérito de la clari-dad.

En tal virtud, vamos á plantear estas ideas sumarias que, para nos-otros, y por convención general, equivaldrán á axiomas.

El hombre es una alma subs-tancial y fluíclicamente unida á un cuerpo.

La vida es, la puesta en acción del fluido vital, que resulta de la fusión íntima de estas dos substan-cias: alma y cuerpo.

La salud es el equilibrio, más ó menos perfecto de este fluido vital, y la ruptura de este equilibrio,cons-tituye «la enfermedad.»

Por medio de estas nociones inuv sencillas y elementales, vamos per-fectamente á comprender las en-feimedades. Examinaremos sucesi-vamente, conforme á nuestro plan general, «su origen, su manifesta-ción y su fisonomía.»

-ORIGEN DE LAS ENFER-•i O

MEO A DES.—No se trata de la na-turaleza, de la causa radical y esen-cial de la enfermedad, todo esto nos es y nos será siempre descono-cido, ya os lo he dicho, no lo olvi-déis. No quiero, pues, deciros de

donde viene LA enfermedad, sino de donde vienerf las enfermedades.

Si. como yá lo hemos visto, el racionalismo moderno no hubiera sofocado á las tradiciones médicas, la Escuela de París tendría, respec-to al origen de las enfermedades, la idea más exacta.

Asi, Hipócrates (De Virginum Morbis, pág. 355) dice: «Es impo-sible conocer la naturaleza de las enfermedades, si no se las conoce en lo I N D I V I S I B L E , de que ellas pro-vienen.»

Es de sentirse, que el divino an-ciano no haya dado más desarrollo á este principio. Pero todos esos comentadores, entre los que hay que distinguir sobre todos á Bar-thez, han estado unánimes en la interpretación del oráculo de Cos. Por tanto, el padre del vitalismo moderno, demuestra de una mane-ra muy explícita, cómo, con excep ción- del «caso de lesiones orgáni-cas,» las enfermedades no podrían tener una causa materia), y cómo una afección es determinada por la influencia que cualquier causa puede ejercer sobre el fluido vital.

Si este inmortal fisiologista de Montpellier no hubiera permane-cido en la penumbra de ia incer-tidumbre, tocante á la naturaleza del principio vital, si él no hubiera

¡dejado este principio en los limbos ' de la abstracción, no hubiera deja-

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do nada por descubrir á sus des-cendientes, y sobre esta materia, la ciencia hubiera dicho, con él, su úl-tima palabra.

Estaba, pues, reservado á la Es-cuela hahnemanniana hallar la ver-dadera luz de la cuestión. Después de haber profundizado los dogmas de su enseñanza, se puede formu-lar así el pensamiento sintético que encierra el germen verdadero de la patología: «Las enfermedades son alteraciones virtuales y dinámicas del equilibrio vital.»

La palabra «dinámica» quiere decir que las enfermedades tienen un origen fluídico, y son alteracio-nes «de la fuerza vital.» Y me atrevo á avanzar que toda fuerza nace de un fluido.

La palabra «virtual,» os dice que cada enfermedad está encerra-da en el estado de «posible» en las «fuerzas radicales,» y que, cuando esta enfermedad estalla, ella reviste un carácter que «le es propio.»

He aquí al dogma de la Homeo-patía, respecto de la enfermedad en general. Ya os he hecho ver, que nuestra doctrina está confor-me con la naturaleza y los desti-nos del hombre. Ya podéis comen-zar á apercibir que también está conforme con los progresos actua-les é indefinidos de la ciencia, y es-to lo vais á ver mejor, á continua-ción.

En efecto, os pregunto si en el siglo XIX, siglo eminentemente flui-dista, debe repugnar á alguno el considerar á las enfermedades co-mo alteraciones fluídiCas de nues-tro fluido vital, que no es quizá sino nuestro fluido eléctrico espe-cífico.

Entonces, ¿puede haber enfer-medades puramente locales, como lo pretende la Escuela de París? Me veo tentado á preguntarle co-rno, entonces considera á las en-fermedades crónicas, y cómo, so-bre todo, considera y explica su herencia.

Ahora recuerdo, que os debo una explicación sobre esta materia.y voy á dárosla, de paso, á fin de re-parar mi olvido.

Las enfermedades crónicas son aquellas cuya duración es prolon-gada, y que cumplen lentamente sus períodos.

Aquí, evidentemente, la cronici-dad no puede cambiar su fuente radical. Quiero decir que, como las enfermedades agudas, se derivan siempre de una causa íntima, mor-bosa, que ha atacado el fluido vi-tal.

Mas, ¿qué causa secundaria, ra-cional, se puede asignar á esas en-fermedades? Cuestión muy obscura que sólo Hahnemann ha esclareci-do de una manera satisfactoria.

Siendo el fluido vital, siempre

considerado como el recipiente de las causas morbosas, nuestro maes-tro supuso tres miasmas, bien dis-tintos, que llevan á ese fluido vi-tal, todas esas mil modificaciones latentes, y más ó menos ocultas, que llamamos enfermedades cróni-cas. Estos tres miasmas son: la sí-filis, la sicosis y la psora.

El primero engendra a esa en-fermedad que se llama mal america-no, mal italiano, mal francés, etc.

El segundo está caracterizado por la producción de vegetaciones di-versas.

El tercero, como el Proteo de la fábula, afecta y reviste mil formas, mil manifestaciones distintas.

Tales son los tres principios que engendran, según Hahnemann, á todas las enfermedades crónicas. Tal es la potestad oculta y trinita-ria, á la que debemos todas las mi-serias de esta pobre vida humana. Al levantar la punta del velo que las cubre, levantáis la cubierta ale-górica de la caja de Pandora.

Esta teoría que da Hahnemann sobre la patogeika de las enferme-dades crónicas, ¿es verdadera, es falsa?—Una respuesta afirmativa ó negativa, á esta cuestión me lleva-ría muy lejos, os dejo, pues, libres de aceptarla ó rechazarla. Sin em-bargo. advierto que un médico en su práctica clínica, no tarda en apercibir en cada investigación que

esta teoría despide rayos de ver-dad.

Sí, los hechos en general, son favorables á esta teoría, y si yo no hablase más que á los médicos, les diría:—«Interrogad á la experien-cia y ella os responderá.»

No quiero abandonar este asun-to sin preguntar á los médicos or-ganicistas, cómo comprenden las enfermedades crónicas, bajo el pun-to de vista de su origen radical. La cuestión es para ellos, excesivamen-ten angulosa.

Considerando á esas enfermeda-des como puras alteraciones orgá-nicas, no deteniéndose más que en la superficie de un órgano enfer-mo, eliminada, en una palabra, to-da idea de causa fluídica general, ¿cómo hacen ellos su cuenta, en sus tratamientos, y sobre iodo, en sus operaciones? Considerad, por ejemplo, á un tumor canceroso; vais á quitar ese tumor, con vues-tro cuchillo. ¡Muy bien! E! tumor seguramente ya no existe. Pero os pregunto, ¿habéis hecho un acto terapéutico? ¿Habéis cortado la en-fermedad?... Cortad, pues, también la rama de un manzano, sin arran-car la raiz y, en su lugar, brotará una rama nueva que os producirá siempre manzanas.

Ved cómo se explica el fracaso de muchas maniobras quirúrgicas; y si los médicos reflexionaran un

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poco más en todas estas cosas, ¡cuántas operaciones que hoy ha-cen, ya no las harían!

Esta cuestión de las enfermeda-des crónicas, tiene por corolario, la cuestión de las enfermedades here-ditarias. • Estas, como lo dice la palabra, se transmiten de familia en fami-lia por vía de generación.

Esta transmisión es, desdichada-mente, muy segura, incontestable é incontestada. «Se hereda, ha di-cho Baillou, los males de sus pa-dres, como se heredan sus bienes, y esta funesta herencia se transmi-te de una manera más segura to-vía que la otra.»

¿Cómo se transmiten esas enfer-

medades? Las tentativas de solución de

esta cuestión están ramificadas has-ta lo infinito. Es evidente que ca-da uno se esfuerza en explicarla, conforme al sistema que profesa. Los humoristas ven la transmisión de ios humores, los organicistas, las modificaciones de los órganos, los químicos, los solidistas, los es-piritualistas, se hallan más ó me-nos embarazados para dar sus ex-plicaciones, pero no dejan de hacer esfuerzos para hallarla.

Os VOY á dar la mía; está con-forme con nuestra doctrina; se de-duce de nuestros principios, de la manera más natural. Todo debe

encadenarse en una doctrina médi-ca, y los anillos de la cadena, to-dos solidarios unos de otros, deben odos concurrir á la formación de a unidad, y nunca presentar la

menor solución de continuidad.

Puesto que hemos admitido, co-mo principio trinitario, la esen-cia de tres miasmas específicos, engendrando siempre á las enfer-medades crónicas, puesto que éstas resultan de una modificación esen-cial del principio vital por uno de los tres miasmas, es de toda evi-dencia cómo parece, que las enfer-medades hereditarias, deben ser la transmisión de esas modificaciones del padre al hijo.

No vayais ahora á preguntarme el «cómo fiisiológico» de esta.rans-misión, porque semejantes cueSfio-nes no tienen eco, sino en el abis-mo de los misterios.

Esta teoría de la transmieión miasmática de las enfermedades hereditarias no tiene por único mé-rito, la verosimilitud y la claridad; ofrece también materiales muy ricos para la terapéutica, como lo veréis despues.

Esas enfermedades son, pues, gérmenes miasmáticos que reposan en el seno de las fuerzas vitales, hasta que una causa venga á favo-recer su desarrollo; son, por decirlo asi chispas tluídicas que, como el fuego oculto en el silex, esperan el

choque de las circunstancias para brotar.

¿La manifestación de esas cir-cunstancias es inevitable? felizmen-te no; ¿pero es probable? desdicha-damente sí: todas esas causas mor-bosas, en una palabra, duermen en nuestra vida en el estado de «posible,» y el más ligero acciden-te puede despertarlas.

Y también, cómo explicar su pe-riodicidad, la inmunidad que con-ceden á una ó dos generaciones, á tal ó cual miembro de la misma familia, el capricho de sus ma-nifestacibnes, la modificación bue-na ó mala que pueden dar á las enfermedades intercurrentes,su des-alojamiento y sus emigraciones, su debilitamiento y su desaparición to-tal, la diversidad efectiva del mismo tratamiento sobre los miembros de la misma familia, etc., etc. Todas estas cuestiones son fútiles y ocio-sas. En general, tomad el hábito de deteneros en vuestras investigacio-nes, dentro de los límites de lo posible, si no vuestros pasos dema-siado audaces, se extraviarán siem-pre en las tinieblas del misterio De esta manera, en este asunto, de-jando seducir vuestra imaginación por el espejismo de la curiosidad científica, llegaríais hasta preguntar cómo el padre transmite á su hijo, su imagen y semejanza, sus incli-

naciones y hábitos, su carácter y sus pasiones.

2°.—MANIFESTACION DE LAS ENFERMEDADES.—Cuando cual-quier agente extraño toca al cen-tro de la vida, inmediatamente hay repercusión en la circunferencia; entonces el principio vital pierde su equilibrio,llama en su auxilio por sig-nos particulares, entra en lucha con el enemigo que viene á declararle la guerra. Ahora bien, esta reper-cusión, esos signos, esos esfuerzos, forman manifestaciones que se lla-man síntomas, vllamaremos al con-junto de estos síntomas, cuadros sintomáticos, cuadros que llegan á se4 el reflejo de la naturaleza que sufre, el eco de las quejas de la vi-da, el lenguaje del principio inmate-rial, traducido por el grito de los órganos.

¿Qué debe hacer un médico en la cabecera de un enfermo? Debe re-coger todas las informaciones su-

; ministradas por el enfermo y los que le rodean, y examinarlas con

1 una religiosa atención; asi se for-• mará la idea más exacta posible de • la enfermedad. De igual suerte, ; un artista llamado para templar un • instrumento, pasea su dedo por el i teclado, hace hablar á todas las no-I tas, é interroga á todos los tonos r para conocer todos los matices del , desafinamiento.

No perdamos de vista que las

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enfermedades, «en su esencia,»nos son, y siempre nos serán descono-cidas. Por lo que es preciso que se manifiesten á nuestros sentidos, por algunos signos seguros y espe-ciales sin los cuales, ¿£ómo podría-mos llegar á su conocimiento, y por tanto, cómo podríamos curar-las?

Luego cuando ese médico haya recogido todo el conjunto de los síntomas,¿quién podrá decirle?—No conocéis esta enfermedad. Y cuan-do, por un tratamiento apropiado, haya hecho desaparecer á todos esos síntomas,¿quién podrá decirle? — No habéis curado la enfermedad. Sería preciso para ello admitir que las enfermedades pueden existir sin los síntomas, y éstos, existir sin las enfermedades; lo que equi-valdría á decir, que una substancia puede existir sin modo, y un modo existir sin substancia.

Galeno dijo, con razón, que el síntoma sigue á la enfermedad, co-mo la sombra sigue al cuerpo.

He aquí por qué el médico ho-meópata recoge con cuidado, con exactitud, con escrúpulo, todos los síntomas de las enfermedades, y no se basa sino en su conjunto para conocerlas y tratarlas.

He aquí, por qué debe apreciar todos sns matices, y su valor, tan-to absoluto como relativo.

He aquí por qué no tratará con

la misma fórmula y el mismo plan, enfermedades que parecen confun-dirse, y que, sin embargo, son en realidad muy distintas.

Así, recordad en este momento, todos esos casos de dolores reumas-timalesque hemos hecho desfilaran el consultorio de un médico alópa-ta. Para nosotros,cada caso de enfer-medad tendrá su remedio especial, cada gemido será escuchado é in-terpretado, y cada matiz tendrá su color. El sufrimiento por el movi-miento, y el producido por el repo-so, no serán tratados de la misma manera. Pablo no tendrá la misma receta que Pedro, y los dolores noc-turnos ó diurnos, no se aliviaran con la misma poción.

He aquí, ciertamente, el medio más seguro para juzgar y tratar á las enfermedades; pero, como la oposición obstinada se halla en to-das partes, y saca partido de todo, ella nos ha j o c h a d o muy gra-vemente, y con mucha seriedad el hacer medicina sintomática. En efecto, los médicos alópatas nos dicen:—«Vosotros no tratáis más que los síntomas; no atacáis sino la corteza de la afección. Mientras quo nosotros, vamos á la causa y la combatimos en su naturaleza.»

Señores, podéis decir esto á vuestros clientes, en vuestros salo-nes y en vuestras charlas, pero no á nosotros, dispensad, á nosotros,

que podemos responderos:—¡Cono-céis la naturaleza y la causa de las enfermedades! ¡Sois entonces muy dichosos por haberos concedido el Cielo este privilegio!.... ¡Y, para co-nocer la naturaleza y la causa de las enfermedades, vosotros no te-néis necesidad de sus síntomas! ¡Qué feliz intuición!

Ciertos médicos—sobre todo en la Escuela organicista,—no atienden más «que á un síntoma principal,» suficiente por sí solo para indicar á la vez ei diagnóstico y el tratamien-to. Asi, no viendo, por ejemplo, en una erisipela de la cara, más que el síntoma exterior, este será el único que combatan.

Esos prácticos ruíineros, han si-do censurados hasta por sus cole-gas; pero la censura se ha genera-l izado,^ ha rebotado sobre los po-bres médicos homeópatas y se les ha acusado de ejercer pura v ex-clusivamente una medicina sinto-mática.

Hay casos, ciertamente, en los que las causas—al menos secun-darias,—de ciertas enfermedades, son muy conocidas y muy aprecia-bles. Así pueden provenir de una cólera, de un susto, de un enfria-miento, de un embarazo gástrico, etc. Así, todos esos dolores, cuyos caracteres diversos hemos enume-rado, pueden depender de un golpe, de una caída, de una herida, etc.

¡Oh! entonces la cosa es muy fácil, y, en este caso, limitando nuestra atención á esta causa muy natural, buscaremos en ella nuestro trata-miento. Pero, cuando la causa, es totalmente desconocida, cuando el médico no tiene, más que el len-guaje del dolor, por intérprete de la naturaleza, ¿por qué irá á escuchar otro, quizá falso y engañador?

Las enfermedades se manifiestrn pues, por cuadros sintomáticos. Es-la vía que la naturaleza indica al médico, es la única segura y cierta, y, cuando el enfermo se ve libre de todos sus síntomas, está perfecta-, mente curado, y es todo lo que el quiere.

3o FISONOMIA DE LAS ENFER-MEDADES.—Repitámoslo; las en-fermedades, por lo que ellas tienen de tangible para sil apreciación, son cuadros sintomáticos. Ahora bien, consideradas bajo este aspecto, y, hasta pudiera decir, en su esencia, ellas deben tener su fisonomía es-pecífica ,su carácter independiente, y su sello individual. Todos esos cuadros sintomáticos, forman una galería inmensa, en la que algunos pueden ofrecer puntos de semejan-za, pero en la cual no hay dos que sean «iguales,» en la acepción es-tricta de la palabra.

Es un árbol, cuyos brazos se ra-mifican, y se dividen á lo infinito; todos esos brazos producen frutos

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de la misma especie; pero, si los consideráis atentamente, si exami-náis su forma, su volumen, su sa-bor, su color y su peso, los halla-réis muy semejantes, más no en-contraréis dos iguales.

Dejadme proseguir mi compara-ción y mis ideas, pues no deseo sa-lir de la unidad, á pesar de las repe-ticiones inevitables.

Tomad un piano, el más exten-so posible, recorred todos los to-nos, todos los modos, todas las es-calas, no hallaréis dos elementos «iguales.» Hallaréis «semejanzas,» pero no «igualdades.»

Las enfermedades son, pues, mo-dalidades bien distintas, que con-servan su caracter de «esenciali-dad» y de «individualidad.» He aquí, lo que forma uno de los pun-tos dogmáticos «más importantes» de nuestra Doctrina; no se puede concebir á la patología hahnema-niana, «sin la individualización más absoluta.»

Este principio, es de tal manera preciso, que si queréis permanecer escrupulosamente en las ideas hah-nemannianas «puras,» es necesario no dar j amás nombres á las enfer-medades. En homeopatía no hay enfermedades «nominales,» sino modalidades sintomáticas; retened bien esto, es uno de los puntos más importantes, lo que comprenderéis

mejor, si escucháis atentamente la conferencia siguiente.

La Alopatía ha tomado esto como pretexto para acusarnos de no tener ninguna clasificación nosológica, y para arrojar á la Homeopatía ' del dominio científico.

Nuestra justificación será breve

y fácil. Hay mucha distancia, entre lo

que es y lo que quisiéramos que fuese. Hay mucha distancia, entre las ideas, los deseos teóricos, y entre las exigencias y las imperfec-ciones de la práctica.

Así, bajo el punto de vista extric-tamente filosófico, las enfermeda-

' des encerrándose en su modalidad «especifica y absoluta,» no debe-rían prestar su frente á ningún bau-tismo, someterse á ningún¿r clasifi-cación; pero, como al espíritu hu-mano, muy imperfecto, es preciso en la vía de la práctica, guías y una antorcha, se sirve todavía de los antiguos términos y de las antiguas nomenclaturas, hasta que la Ho-meopatía habiendo adquirido su de-recho de enseñanza oficial, acos-tumbre á sus discípulos á su lengua-je puro. ¡ Por otra parte, puesto que las enfermedades, sin cesar de conser-var su individualidad, presentan en-tre sí, varios puntos de contacto y de semejanza, no es imposible ai-puna clasificación; ofrecen, por el

C O N F E R E N C I A S S O B R E LA H O M E O P A T I A

contrario, todas las condiciones de los demás, seres que se han clasifi-cado hasta hoy.

Hahnemann, por lo demás, no fué del todo opuesto á esta idea, puesto que él mismo había empren-dido una clasificación nosológica que la muerte no le dio tiempo de concluir.

Mas, digamos de una manera ge-neral, que las enfermedades tienen su fisonomía propia é individual, aun en la aparición epidémica y | entre los diferentes individuos, aun cuando ellas lleven el mismo nom-bre. Esto es incontestable.

Esta necesidad absoluta para ei práctico, de individualizar las en-fermedades, no puede favorecer ni la rutina ni el empirismo, pero, pa-ra nosotros, constituye una de las columnas más fuertes de nuestro edificio, sin la cual el templo hahne-manniano, caería en ruinas.

MATERIA MEDICA.—He aquí uno de ios pilares del templo hahne-manniano, uno de los pilares que sostienen la cúpula de nuestra doc-trina, y cuya potencia hará que los errores no prevalezcan nunca con-tra ella.

Es la relación del medicamento y de la enfermedad. Ahora bien.es preciso para poner de acuerdo á estos dos principios, estudiarlos separadamen-te; es preciso comprender primero dos términos para juzgar de su re-lación: es preciso, pues, para bien apreciar la coincidencia de su seme-janza, después de haber compren-dido las enfermedades, tratar de comprender sus homólogos, los me-dicamentos.

Para hacer percibir más clara-mente mis demostraciones, voy á > recordar á vuestro espíritu algunos principios importantes, que no se deben perder de vista.

Ya hemos dicho en el artículo fisiología lo que se debe entender por Huido vital. Ya hemos estudia-do sus relaciones, su papel y sus funciones. Hemos dicho en seguida que las enfermedades, eran altera-ciones dinámicas y virtuales de ese fluido vital. En fin, ya hemos exa-minado en estas, su origen vital, sus|manifestaciones sintomáticas, y su fisonomía individual y específica.

Ahora bien, puesto que los me-dicamentos son los homólogos de

K Conforme á mi plan general, hu- j las enfermedades, es decir, puesto

biera deseado examinar aquí la te-¡que los medicamentos, puestos fren-rapéutica homeopática. Mas ved! te á las enfermedades, deben pre-por qué invierto el orden de mis | sentar faces, líneas y ángulos pro-bases. | porcionales, es preciso que estos

¿Qué cosa es nuestra terapéutica?' dos términos posean una esencia y

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un modo absolutamente semejan-

tes. Vamos pues, á considerar en los

medicamentos, lo que yo me per-mitiría llamar su fisiología. En se-guida veremos su origen, sus mani-festaciones v su fisonomía.

FISIOLOGIA DE LOS MEDICA-MENTOS.—Los medicamentos, son potencias flúídicas,morbígenas, que tienen el poder de curar las enfer-medades semejantes á aquellas que tienen el poder de engendrar.

Son potencias fluídicas, y esto, á pesarde la sonrisa del materialismo.

Examinad, en efecto, cualquiera substancia medicamentosa: una sal, un metal, una planta, un líquido, un sólido; esta substancia no se re-vela á nuestros sentidos, sino por su lado material, pero, ¿creeis que ella obre por su materia? Imposible; ¿no creeis en la existencia oculta bajo esta cubierta material, de un fluido, de una potencia, de una al-ma, me atrevo ¿ decir?

Los mndicamentos pueden en-trar en la terapéutica por sus pro-piedades físicas, químicas ó dinámi-cas.

Así, en ciertas constricciones del exófago, ó en el volvulus, se hará tragar mercurio que obrará por su peso; pero esto no es hacer medi-cina, en el sentido vulgar de la pa-labra, ésto, es efectuar un acto pu-ramente físico.

Así, en ciertos casos de envene-namiento, se hará tomar sosa, po-tasa, magnesia, ceniza; pero esto no es hacer medicina, esto es eje-cutar un acto puramente químico.

Se hará uno de esos actos, en una palabra, siempre que se emplee un medio expeditivo en un caso muy apremiante, como cuando se administra el emético, para arrojar del estómago una substancia vene-nosa, ó hacer que reviente algún absceso exofagiano ó pulmonar, co-mo cuando se insufla aire en los bronquios de un asfixiado, como cuando se hacen respirar sales á una persona, para despertarla de un síncope, ctc.

Y, esto, dicho sea de paso, res-ponde á la objeción estúpida de aquellos que nos dicen: hacedme vomitar mi comida con un glóbulo, —¿qué glóbulo daríais en un caso de asfixia ó de envenenamiento?

A un médico, que me hizo un día estas preguntas, creyendo ha-cerme un reto invencible, me con-tenté con decirle sonriendo: Me sorprende, señor, que no me pre-guntéis, qué glóbulo os daré para arreglaros una pierna fracturada.

En todas estas circunstancias, pues, «no se hace medicina,» rete-ned bien esto. Pero cuando tratéis una enfermedad, es decir, «ese al-go » que recorre regularmente sus períodos,—y con esta distinción,

pondréis fin á toda discusión ab-surda, ¿por qué virtud obrarán los ¡r.edicamentoc? Evidentemente por fcá virtud dinámica; yo no veo otra, y 0o desafio ú que me d e m o l é i s otra manera cié obrar.

Los remedios son, pues, poten-'ellos totalmente despreciadas.

más modernas. Nuestra materic médica encierra medicamentos to-mados en ios tres reinos de la na-turaleza; ella conoce y usa todas las substancias empleadas por los aló-patas, y además otras muchas, por

cías fluídicas. Son «seres» que el hombre procría á su voluntad.

He aquí ei punto de vista fisio-lógico de los medicamentos, vea-mos su «origen.»

ORIGEN DE LOS MEDICAMEN-TOS.—En la colección ya bastante rica de los absurdos, que la igno-rancia ha vomiiado contra la Ho-meopatía, recordaréis haber visto éste:

«Los homeópatas no emplean más que un solo remedio,yabajo la forma de agua clara, y- bajo la for-ma de polvo blanco.»

«La Homeopatía no emplea más que venenos, el mercurio, el arsé-nico, la belladona, etc. >

Haced una excursión en el campo r ; la terapéutica. Id á visitar los campos de todas las Escuelas, to-das sus municiones y todas sus ba-terías. Id á recorrer los arsenales de todas esas potencias rivales. No encontraréis ni municiones tan numerosas, ni baterías mejor dirigidas, ni arsenales mejor pro-vistos que los nuestros. Poseemos todas la armas, desde las de los griegos y los romanos, hasta l&s

Los metaloides, los metales, las sales, las plantas, el líquido secre-tado por las glándulas de ciertos animales, todo.. todo lo que puede llamarse remedio, la Homeopatía ío conoce y lo pone en obra.

Desdo 'as substancias mas sim-ples hasta las más compuestas, des-de las más comunes hasta las más raras, desde las más inocentes has-tas las más violentas, ella las em-plea todas, todas entran en sus me-dios y su poder.

¡Sí! nosotros empleamos los ve-nenos, ¿por qué nó? ¿Para qué los ha criado Dios? ¿No es para ser-virnos de ellos? ¿Creéis que entre todas las substancias salidas de su voluntad creadora, halla una cola inútil? Todo lo ha hecho para el hombre, todo lo ha hecho para su uso, y todo lo ha hecho para su bien.

¡Mas, preguntad á vuestros mé-dicos aló atas, si no emplean los veninos! ¿ y por qué cuando os los dan sois tan dóciles? ¿Y por qñé cuando os los dan en dosis maci-zas los pasáis á ojos cerrados. c !n

HTJ'N'- 1

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1 1 4

decir una palabra? Y cuando la Ho-meopatía os los da en dosis íluídi-cas ¿por qué tantas murmuracio-nes, tantas quejas y tanta repul-sión?

He aquí una idea en la que á menudo he reflexionado, y que siempre me ha hecho apreciar las divagaciones y aberraciones de los pobres de espíritu.

Supongamos, por un momento, que la Homeopatía fuese la medi-cina antigua, la medicina oficia!, la medicina general y única conocida hasta nuestros días. Siempre y des-de el principio del mundo, se hu-bieran tomado los medicamentos como nosotros los hacemos tomar, es decir, en dosis infinitesimales, y

medios materiales, con sus bote-llas negras y amargas, con sus ve-nenos crueies y furiosos, con su lanceta, sus sanguijuelas, sus ve-gigatorios, sus cauterios, sus seda-

i les y sus ventosas. Con toda certe-za, la aparición de este método, hubiera espantado al universo, to-dos los enfermos se hubieran apre-surado á cerrar los ojos, su nariz y sobre todo la boca, y este come-ta hubiera sembrado más terror que ios del cielo.

¡Y bien! sucede lo contrario; á la brutalidad de los agentes alopáticos, se desea substituir la suavidad de los agentes homeopáticos, y voso-tros no queréis! ¡La Homeopatía, os quiere conducir con una mano sua-

siempre' bajo la forma de agua cía- ve y maternal en una via de flores y

ra ó de polvo blanco, no teniendo ni olor, ni sabor. Nuestros cenados estarían perfectamente acostum-brados á ellos, nuestros hábitos,ab-solutamente conformes, y los en-fermos se considerarían muy dicho-sos, al sanar por medios tan sua-ves, tan fáciles y tan inocentes.

Supongamos que en un momen-to dado, la Alopatía apareciera en el horizonte médico, y que se pre-sentara á los enfermos con sus re-

á un nuevo Edén y vosotros resis-tís, queréis permanecer en vues-tro camino lleno de piedras infer-nales. erizado de lancetas, y habi-tado por sanguijuelas que buscan á quien devorar! ¡La homeopatía quiere mejorar vuestro camino,y ali-geraros vuestra carga; os ofrece un transporte rápido, con todo el con-fort posible y rehusáis.y os obstináis en ir á pie, encorvados bajo el pe-so de una fatiga abrumadora!

*

OCTAVA CONFERENCIA

CONTINUACION DEL MISMO ASUNTO

MANIFESTACION DE LOS ME-DICAMENTOS—Como las enfer-medades, los medicamentos se ma-nifiestan por síntomas, ó más bien por cuadros sintomáticos. Estos síntomas artificiales, son el verda-dero refllejo de :os síntomas mor-, bosos, y esos cuadros vienen á ser; la copia fiel, la semejanza perfecta1

del original, pasando por el dague-r r o t i p o de la experimentación pu-ra.

¿Qué cosa es la experimentación

pura? Es la acción de administrar á un

individuo, ó individuos, que están bien, tal ó cual substancia, más ó menos conocida, con la intención de perturbar el fluido vital, de pro-ducir una enfermedad artificial, y de recoger exactamente1 todos los síntomas que constituyen su fiiso-nomía esencial y específica.

Y en esto, difiere profunda-mente de la experiencia, base de la terapéutica alopática, porque la experiencia, como ya lo hemos visto, no administra los medica-mdntos á los enfermos,sino confor-me al testimonio de los colegas ó al éxito obtenido por cada médico en su práclica particular. Pero jamás, de esta manera, el práctico puede avanzar con un paso firme; sólo la «experimentación» da una antor-cha. la «experiencia» no le presta más que el báculo del ciego.

Esta gran verdad, ya había sido presentida por algunos médicos, menos modernos que Hahnemann. Había sido sospechada, y después deseada por algunos de esos hom-bres raros, á quienes el cielo pare-ce conceder, una vez cada siglo, una chispa de su divina intuición; pero sin duda alguna, á nuestro

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decir una palabra? Y cuando la Ho-meopatía os los da en dosis íluídi-cas ¿por qué tantas murmuracio-nes, tantas quejas y tanta repul-sión?

He aquí una idea en la que á menudo h e reflexionado, y que siempre m e n a hecho apreciar las divagaciones y aberraciones de los pobres de espíritu-

Supongamos, por un momento, que la Homeopatía fuese la medi-cina antigua, la medicina oficial, la medicina general y única conocida hasta nuestros días. Siempre y des-de el principio del mundo, se hu-bieran tomado los medicamentos como nosotros los hacemos tomar, es decir, en dosis infinitesimales, y

medios materiales, con sus bote-llas negras y amargas, con sus ve-nenos crueies y furiosos, con su lanceta, sus sanguijuelas, sus ve-gigatorios, sus cauterios, sus seda-

i les y sus ventosas. Con toda certe-za, la aparición de este método, hubiera espantado al universo, to-dos los enfermos se hubieran apre-surado á cerrar los ojos, su nariz y sobre todo la boca, y este come-ta hubiera sembrado más terror que ios del cielo.

¡Y bien! sucede lo contrario; á la brutalidad de los agentes alopáticos, se desea substituir la suavidad de los agentes homeopáticos, y voso-tros no queréis! ¡La Homeopatía, os quiere conducir con una mano sua-

siempre' bajo la forma de agua cía- ve y maternal en una vía de flores y

r a ó de polvo blanco, no teniendo ni olor, ni sabor. Nuestros ceniidos estarían perfectamente acostum-brados á ellos, nuestros hábitos,ab-solutamente conformes, y los en-fermos se considerarían muy dicho-sos, al sanar por medios tan sua-ves, tan fáciles y tan inocentes.

Supongamos que en un momen-to dado, la Alopatía apareciera en el horizonte médico, y que se pre-sentara á los enfermos con sus re-

á un nuevo Edén y vosotros resis-tís, queréis permanecer en vues-tro camino lleno de piedras infer-nales. erizado de lancetas, y habi-tado por sanguijuelas que buscan á quien devorar! ¡La homeopatía quiere mejorar vuestro camino,y ali-geraros vuestra carga; os ofrece un transporte rápido, con todo el con-fort posible y rehusáis.y os obstináis en ir á pie, encorvados bajo el pe-so d e una fatiga abrumadora!

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OCTAVA CONFERENCIA

CONTINUACION DEL MISMO ASUNTO

MANIFESTACION DE LOS ME-DICAMENTOS.—Como las enfer-medades, los medicamentos se ma-nifiestan por síntomas, ó más bien por cuadros sintomáticos. Estos síntomas artificiales, son el verda-dero refllejo de :os síntomas mor-, bosos, y esos cuadros vienen á ser; la copia fiel, la semejanza perfecta1

del original, pasando por el dague-r r o t i p o de la experimentación pu-ra.

¿Qué cosa es la experimentación

pura? Es la acción de administrar á un

individuo, ó individuos, que están bien, tal ó cual substancia, más ó menos conocida, con la intención de perturbar el fluido vital, de pro-ducir una enfermedad artificial, y de recoger exactamente1 todos los síntomas que constituyen su fiiso-nomía esencial y específica.

Y en esto, difiere profunda-mente de la experiencia, base de la terapéutica alopática, porque la experiencia, como ya lo hemos visto, no administra los medica-mdntos á los enfermos,sino confor-me al testimonio de los colegas ó al éxito obtenido por cada médico en su práclica particular. Pero jamás, de esta manera, el práctico puede avanzar con un paso firme; sólo la «experimentación» da una antor-cha. la «experiencia» no le presta más que el báculo del ciego.

Esta gran verdad, ya había sido presentida por algunos médicos, menos modernos que Hahnemann. Había sido sospechada, y después deseada por algunos de esos hom-bres raros, á quienes el cielo pare-ce conceder, una vez cada siglo, una chispa de su divina intuición; pero sin duda alguna, á. nuestro

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ilustre maestro, es á quien Dios ha-bía reservado la regeneración de la medicina.

Algunos médicos hubieran que-rido poner en obra la experimen-tación sobro el hombre sano, para adquirir algún grado de más faci-lidad y do certidumbre prácticos. Mas no fué, con un deseo tan va-go,como Hahnemann tuvo esta idea; su genio había visto en la experi-mentación, á la palanca principal de la máquina terapéutica.

Y en efecto, antes de poner en acción los remedios sobre el fluido vital no equilibrado, es preciso po-nerlos en acción sobre ese fluido en equilibrio. Las fuerzas en yene-ral, no pueden ser modificadas, si-no por otras fuerzas de naturaleza semejante.

Vais á comprender con un ejem-plo, todo el secreto de la experi-mentación.

Escoged en vuestro jardín una planta cnalquiera, la manzanilla si queréis. Ignoráis, desde luego, si esta flor es un remedio, ó si lo sa-béis vagamente, ignoráis qué en-fermedades puede curar. Someted-la á la experimentación, y ésta, en extremo complaciente, os dirá todo lo que quereis aprender.

Esta substancia, pues, prepara-da conforme á los procedimientos dinámicos, de los que hablaré más tarde, dadla á vuestrss hijos, á vues-

tros amigos, á todas i as personas, en fin, que quieran prestarse al ca-pricho de lo desconocido, y veréis lo que sucederá. Si no obtenéis nin-

' guna manifestación, esta substan-cia no es un remedio, pero si ob-tenéis síntomas, tened cuidado de tomar nota de ellos, y de una ma-nera muy escrupulosa.

Aquí no sois libres de imitar la demencia de M. Bouillaud, y de ex-clamar como él: «Si yo lo hubiera visto no lo habría creído.»

Obrad así con todas las substan-cias medicinales ya conocidas y con las que quisiereis conocer, y obten-dréis, con estas operaciones, una galería de cuadros sintomáticos, en la que hallaréis siempre un seme-jante á toda enfermedad posible.

Mas para ésto, tened cuidado do elegir bien los sujetos de vuestra experimentación. Aseguraos de que están verdaderamente bien en todo el rigor de la palabra.

Notad la edad, el sexo^ el tem-peramento, las dosis, su repetición, las horas de su administración, los momentos y circunstancias infini-tas de la aparición de los síntomas; haced, en una palabra, como un pintor que, deseando hacer el re-trato de una persona, se esfuerza en tomar la imitación más perfecta, en todos los detalles de las faccio-nes, en todas-las líneas de la car¿,

! en el dibujo particular de todas las

partes, y trata aún de reproducir el matiz del color de la cara, la ex-presión de la mirada, y el juego de la fisonomía.

La experimentación es pues, la luz verdadera que iluminará á todo práctico errante en las tinieblas de la duda; pero que no se nos acuse por esto, de encerrarnos en un exclusivísimo absoluto, y de re-chazar á la experiencia, cuando venga á ofrecernos sus socorros, y á tendernos una mano llena de ri-cos presentes. No somos nosotros quienes rehusamos los dones del pasado, no somos nosotros los que somos capaces de sofocar las ver-dades tradicionales, y no somos no-sotros los que compareceremos ja-más en las cortes de la ciencia, por haber roto los rieles del progreso.

Al trabajo infinito de la experi-mentación pura, Hahnemann con-sagró los años más hermosos de su vida. Hizo pasar por su crisol á una multitud de medicamentos que han salido con toda la pureza é in-tegridad de su manifestación. Así legó á»sus discípulos una materia médica completa. Después de ese trabajo inmenso, que parece pasar los límites de lo posible, Hahnne-mann puede decir como el poeta romano: "Exegi monumentum oere pérennius. He erigido un monu-mento más duradero que el bron-ce.»

Este trabajó inmenso, no es un libro abierto solamente para los discípulos de la Homeopatía y ce-rrado para nuestros colegas disiden-tes. No es un secreto cubierto con el velo de una propiedad exclusiva, ni un tesoro del que solos querra-mos guardar la llave. No es el vie-jo jardín de las Hespérides, lleno de manzanas de oro, y colocado ba-jo la custodia de un dragón de cien cabezas. Nó, este libro está abierto para todos, este secreto es la pro-piedad de todos. En este tesoro to-dos podéis tomar á manos llenas. Nuestra materia médica es un cam-po público, rico en toda clase de frutos, accesible á todos, porque ninguna muralla limita su recinto. Es una región bien topografiada, abierta á la libre exploración de los touristas. Es un firmamento en el que todos los astros son visibles á la simple vista, y alumbra á todo hombre que bnsca la luz.

Mas, á cada quien el mérito de sus obras: dad al César lo que es del César. ¿Porqué, en efecto, con-vertir en robo, la legítima posesión de todos esos materiales? Podéis libremente apropiároslos y serviros de ellos; no se os exige, más que la delicadeza de la confesión, y no se os prohibe sino la mentira de la falsificación.

Ved, sin embargo lo que pasa todos los días. Si, como nosotros,

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leéis los diarios de la Alopatía, ve-reis que nuestros señores colegas, no tienen embarazo, y son tan poco delicados, hasta quizá—digamos la palabra—algunas veces, t a n igno-rantes, para dar como nuevos, cier-tos remedios empleados por la Ho-meopatía, desde que ella existe, en el mundo. Así, se les oye oir decir con el más sencillo aplomo, que algunosgránulos de acónito—decid, glóbulos ¿porque os mortificáis?— bastan para calmar la tos más rebel-de. Qué, dos ó tres gotas de tintura de nuez vómica—decid dos ó tres glóbulos, ¿porque os mortificáis?— en 120 gramos de agua destilada, detendrán como por magia, cier-tos vómitos gastrálgicos muy ca-prichosos, etc.

¡Servios, en buena hora, de nues-tra materia médica. no os proce-saremos por esto, pero al menos confesadlo! Imitando vuestra con-ducta, podemos atribuirnos todos los descubrimientos. Daguerre nos permitirá robarle la fotografía. Am-pére, Arago y Wollaston no han creado y perfeccionado el elec-tro-magnetismo, y Leverrier con-sentirá en desgarrar el act.a de nacimiento de sus planetas. En ver-dad, vamos á cesar de reír, cuando se nos diga todavía que última-mente uno de nuestros célebres no-velistas, ha descubierto el Medite-rráneo.

Objeción. Las objeciones suscitadas con-

tra la Homeopatía, son innumera-bles, ya lo sabéis. En una cosecha, abundante, siempre hay malas es-pigas; avanzando en nuestro campo

examinando nuestras gavillas, separaremos esas espigas del buen grano, y tendremos cuidado de que no pasen por la muela.

Así, contra la experimentación de los medicamentos sobre el hom-Dre sano, se dice:—Podéis de esta manera, producir algunas enferme-dades artificiales, pero todas, es imposible. ¿Cómo produciréis las enfermedades orgánicas, por ejem-plo: los tubérculos en los pulmo-les, los tumores cancerosos, etc.? Y entonces ¿cómo conoceréis los medicamentos semejantes á esas afecciones?

Ciertamente, esta objeción es la menos absurda, y la más fuerte que se haya dirigido á la Homeopa-tía, he aquí por qué es muy impor-tante que podáis responder á ella.

Y desde luego, á título de re-flexión general, haremos observar con un ilustre • filósofo,—el con-de de Maistre creo,—que cuando una verdad ha sido bien estableci-da, no puede ser derribada por una objeción que parece insoluble.

Una de las causas más fértiles en errores, es la curiosidad y la exigencia del espíritu hu'ffiano cuan-

do, en sus investigaciones, trata de franquear los límites de lo conoci-do y de lo posible.

Los que han forjado esta obje-ción, no saben suficientemente com-prender que las enfermedades or-gánicas, los tubérculos, los tumores ó induraciones de cualquiera natu-raleza, no son más que síntomas visibles de enfermededes vitales in-visibles. Así, ¿qué médico á menos que sea un organicista puro, verá la «causa,» el «germen» de una enfermedad, en los fenómenos ma-teriales que ella puede producir? Es preciso.hacer el bloqueo del lado atacable de la cuestión, y perse-guirla hasta su último atrinchera-miento.

Todas esas alteraciones orgáni-cas no constituyen, en realidad, si-no uno de los períodos de la enfer-medad vital. Ahora, ¿quién se atre-veráánegamos el poder de producir ima enfermedad vital artificial cual-quiera, y detenernos en el punto en el que la experimentación sería muy peligrosa? En este caso, sería querer llegar al bien, por medio del mal, ésto sería interrogar, como los antiguos arúspices, los secretos de lo posible, en las entrañas de las víctimas, esto ya no sería un acto científico, sería un crimen.

Ved por qué tal remedio que he-mos lanzado primero á toda velo-cidad ea la vSa de la experimenta-

ción, lo detenemos á tiempo y vo-luntariamente, en tal ó cual estación, sabiendo bien que podía ir más le-jos, pudiendo hasta calcular, por su marcha actual, su carrera en el campo de lo posible.

Todo medicamento administrado á un hombre sano, produce prime-ro ciertas perturbaciones en sus fuerzas vitales, y del examen de esos desórdenes, á la predicción de todo lo que pueda suceder, no hay más que un grado que fran-quear.

Y, por lo demás, esto es lo que hacéis todos los días. ¿Todos los días no decís á vuestros enfermos: —Seguid tal tratamiento, si no, pudierais ser atacado de tal enfer-medad, el mal que tenéis en estos momentos podría degenerar en tal ó cual estado peligroso, etc.?

¿Por qué queréis, pu®s, negarnos la misma facultad de predicción? ¿Por qué queréis quitar á nuestras experimentaciones, las mismas pro-babilidades de intuición patogené-sica?

Hay, además, ciertos fenómenos accidentales que vienen á ayudar poderosamente á la experimenta-ción sobre el hombre sano, quiero hablar de los envenenamientos. Es-tos ofrecen á los médicos asuntos de estudio desdichadamente muy numerosos, y como fodo lo demás, sabernos aprovecharlos, porque pa-

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ra edificar nuestro edificio, tene-mos cuidado de no despreciar nin-gún material.

Los diversos casos de envenena-miento han suministrado en efec-j , cuadros sintomáticos bastante

•bien dibujados, y á menudo una mano culpable ó imprudente nos h a preparado colores prohibi-dos.

Y, además, nos es permitido ex-plorar el terreno fisiológico de los animales. Si los síntomas que po-demos recoger, no nos conducen á la verdad, pueden al menos poner-nos en la vía. Contamos, entre los prácticos homeópatas, á muchos médicos veterinarios. Ellos pueden, mejor que nosotros, llevar sus in-vestigaciones desde el centro has-ta el último punto del radio, y obte-ner semejanzas patológicas entre el animal y el hombre.

/ed,pues, que todas eas razones forman un grado de certidumbre, con el que se puede contentar un espíritu menos razonador, y un po-co más razonable.

Puesto que he hablado de los médicos veterinarios homeópatas, contestaré, de paso, dos palabras, á otra objeción, que tal vez, es la más absurda, la más malévola y más envidiosa.

¡Los enfermos, en manos de los homeópatas, no se curan sino por la imaginación!

Sabedlobien, los veterinarios ho-meópatas son ya bastante numero-sos, y han tenido éxito á pesar de todo, y conozco á algunos que han extendido considerablemente su clientela, desde que no dan más que glóbulos. ¡Los caballos, pues, tie-nen la imaginación muy inteligente! es preciso confesar, que esos seño-res son demasiado complacientes para con la Homeopatía, y, si hu-biera podido conocer esa truhane-ría, nuestro buen Lafontaine, no hubiera dejado de reprimir agria-mente á esos astutos.

Y, en las enfermedades de los niños, ¿la imaginación os será tam-bién favorable?

Y ¿qué fascinación pueden tener sobre la imaginación, ese pequeño glóbulo, ese grano de polvo, esa gota de agua clara? ¡Más no véis, por el contrario, que vuestra sonri-sa de incredulihad y de desconfian-za, sería capaz de hacer desvanecer su virtud, por poco susceptible que fuese!.

Mas, pasemos, porque tendría-mos mucho que hacer, si fuera pre-ciso responder á todos los absur-dos.

FISONOMIA DE LOS MEDICA-MENTOS.—Vaciados en los diver-sos moldes de la experimentación, los medicamentos deben salir con una fisonomía particular. Experi-mentado siempre sólo, cada uno

debe manifestar su carácter espe-cífico, y administrado en seguida siempre sólo al enfermo, no podrá obrar evidentemente sino por sus propiedades personales.

Ya sabemos que los medicamen-tos se parecen á las enfermedades, pues bien, como ellas deben tener su tinte particular, pero como ellas también deben presentar matices más ó menos comunes á sus cola-terales. Ved por qué si una clasifi-cación es posible para las enfer-medades, debe ser posible también para los medicamentos.

Esta ha sido intentada por el Doc-tor Teste. Este autor notable, ha clasificado los medicamentos en grupos particulares, haciendo re-saltar su fisonomía especial. Si es cierto que esta idea no esfá intrín-secamente conforme con los prin-cipios teóricos y filosóficos de nues-tra doctrina, no se puede negar, sin embargo, que no sea de un gran socorro y de una grande utilidad bajo el punto de vista práctico.

Habréis sabido por la publicidad de los periódicos, que el Empera-dor de Rusia envió al Doctor Tes-te, una sortija de brillantes, como recompensa de su trabajo. Nuestros adversarios pueden ver en este ac-to del Czar, que la Homeopatía no está enteramente despreciada, y que entre sus justos apreciadores, hay quienes la valoricen bien.

Cuando tratéis una enfermedad sencilla,,no deis más que un solo medicamento semejante y capaz de cubrir todos los síntomas; si tenéis que tratar una enfermedad com-plicada, no deis también más que un solo medicamento. Porque siem-pre será posible hallar uno que coincida con los principales sínto-mas; y al desaparecer éstos, veréis desaparecer también los síntomas secundarios, porque ellos estaban bajo la dependencia de los prime-ros.

La Homeopatía no administra más que un solo medicamento á la vez, de esta suerte sabe, de ante-mano, lo que va á hacer, porque conoce perfectamente la virtud de ese medicamento, y cuando ha cu-rado á su enfermo, puede darse euenta de lo que ha hecho.

TERAPEUTICA.—Henos por fin, en el santuario del templo hahne-manniano; henos á los pies de nues-tra divinidad, la cual, desde el prin-cipio del mundo, se sienta sobre su altar, inmutable y eterna, como la verdad.

Esta divinidad es el principio de los «semejantes;» principio que por si solo constituye la piedra funda-mental de la homeopatía; principio que ha sido, y será siempre la pa-lanca de toda potencia terapéutica; principio, en una palabra, en cuyo derredor giran todas las verdades

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accesorias y orgánicas de nuestra doctrina.

Si un práctico llamado y puesto ante una enfermedad cualquiera, obra en virtud délos «semejantes» tenga ó no la conciencia de sus ac-tos terapéuticos, por esto mismo ya es homeópata, en la más rigu-rosa acepción de la palabra, y á pe-sar de las protestas más enérgicas. Pero si se sale fuera de ese prin-cipio, si se descarrila de esta vía única? desde este, momento ya no es homeópata, aún cuando lleve os-tensiblemente el uniforme hahne-manniano.

Quiero decirlo muy claro y de-clararlo muy explícitamente á to-dos aquellos que tienen oídos para oír. La Homeopatía no consiste, ni en las dosis infmítisimales, reve-lándose á nuestro sentidos bajo^la apariencia de misteriosos glóbulos; ni en un solo y mismo medica-mento, administrado bajo la forma de agua clara ó de polvo blanco; ni en ciertas substancias veneno-sas, formando el secreto de una pa-nacea ridicula. La Homeopatía con-siste esencial, radicalmente en *el principio de los semejantes.

Cesen, pues, vuestros clamores, vuestras injurias y vuestras diatri-bas contra nuestros pobres glóbu-los; os los abadonamos si que-réis. Sed, como nosotros, jfieles al principio de los semejantes, y co-

mo nosotros seréis homeópatas. Esto es todo lo que queremos, y si tuvierais un glóbulo de buena fe y de buena voluntad, quedaríais obli-gados á confesar que somos muy poco exigentes.

Quizá vais á encontrar esta de-claración formulada netamente, co-mo el artículo fundamental de nues-tro código . hahnemanniano, en contradicción con lo que ya os he dicho sobre la potencia fluídica morbígenea y morbífuga de los me-dicamentos. Tal vez esta declara-ción la hallaréis, sobre todo, en lo que sigue, en contradicción con lo que os voy á decir respecto á la ac-ción y á la teoría dinámica de las dosis infinitesimales.

Sabed, pues, que los médicos homeópatas están divididos en va-rias escuelas secundarias respecto á la posología. Unos no emplean sino diluciones muy elevadas, es decir, los medicamentos divididos al infi-nito, ó casi hasta los límites del úl-timo átomo físico. Otros no em-plean más que las diluciones me-dias. Algunos ponen en obra todas las dosis, y recorren los grados inconmensurables de la escala po-sológica, desde la substancia mate-rial y tangible, hasta la fuerza me-dicamentosa que se pierde en el mundo misterioso de los fluidos.

¡Otros, en fin, no aceptan más que ' las dosis macizas, reteniéndoles ¿n

la redecilla de sus propiedades quí-micas y físicas. Pero todos, en su mecanismo, -colocan como palanca única, como motor principal, á la teoría de los semejantes. Elegid en esta categoría doctrinaria, la espe-cie sistemática que concuerde mejor con vuestros estudios y conviccio-nes. No quiero decir aquí, cuál es la más perfecta. Obrad siempre conforme á los semejantes, y esto es todo lo que os pedimos.

Extinguid, pues, vuestro odio ab-surdo, vuestra cólera ciega, y la efervescencia de vuestra oposición. Lo que queremos, lo que pedimos, ¿acaso no es la verdad, y nada más que la verdad? ¡Ah, Dios mío! si examinarais bien vuestros actos, si cuando curáis á un enfermo trata-rais de someter vuestra conducta terapéutica al crisol'de un análisis j escrupuloso, os apercibiríais con grande admiración, que sois más homeópatas de lo que pensáis. Por lo demás, si no queréis convenir en ello de buena voluntad, yo os haré convenir por fuerza en otro mo-mento, cuando os ponga frente á frente de vosotros mismos.

Mas volvamos á nuestro asunto, volvamos á los puntos didácticos de la doctrina, y examinemos suce-sivamente. en el principio de los semejantes, «su historia, su uni-versalidad y su teoría.»

Cuando he dicho que el princi-

pio de los semejantes tuvo por pa-dre al divino Hipócrates, no he exagerado. Si él no engendró nues-tra fórmula simbólica, tal como nos la ha transmitido la tradición médi-ca, ella está, al menos, contenida en sus obras como el fruto está en la flor. Os será fácil convence-ros, leyendo los aforismos del an-ciano de Cos: «Vomitus, vomitu cu-ratur.»—El vómito se cura con el vómito: «Morbi plerique his ipsis curan tur á quibus etiam nascun-t u r Per similia adhibita ex mor-bo sanatur. (de Morbo Sacro op tom. III. p. 131.)

• El padre de la vieja medicina di-jo esto, y frecuentemente obró con-forme á estos preceptos. Me sería fácil el citaros ejemplos. ¿Qué po-dría él decir de más? He aquí, á un padre á quien estáis obligado á des-acatar y á tratar como un renega-do anticipado. Id, pués, á buscar a otra párte el acta de vuestra le-gítima existencia, y no vengáis á decirnos que él es tafnbién el pa-dre del principio de ios contrarios, porque este principio es un vetusto pergamino, que no puede servir de pasaporte en la frontera de la ver-dadera terapéutica.

Los más grandes descubrimien-tos,—como la brújula y la impren-ta por ejemplo—han nacido, se-gún sabéis, en ¡as primeras edades

1 del mundo. Primero despreciados

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BIBLIOTECA DE « EL PAÍS. »

desconocidos, y en cierta manera < sepultados en la mortaja del olvi- < do, ellos han resucitado en nuestros « modernos tiempos, ellos han atra- • vesado, como una chispa eléctrica, • las tinieblas de los siglos, y nos han traído, brillando la luz del pro-greso.

Tal ha sido la marcha del prin-cipio de los semejantes. En todos tiempos ha sido puesto en práctica por los médicos, sin que lo sepan, se ha deslizado á su pesar, en su conciencia. Pero en todas las épo-cas también se han hallado prácti-cos esclarecidos y eminentes, cuya inteligencia lo ha presentido, cuya experiencia lo ha reconocido, y cu-ya buena fe lo ha proclamado. No quiero hacer aquí la historia de la ciencia á este respecto, y gastar un lujo de vana erudición, citando una serie de nombres propios. Bas-te decir que desde Demócrito, has-ta Stahl, Van-Heimont, Paracelso, Franck, y los autores más distin-guidos de la Escuala Alopática, el principio de los semejantes, siem-pre ha marchado—lentamente qui-zá— pero siempre ha marchado, y de etapa en etapa, ha llegado final-mente á sus hogares.

Ved una confesión moderna, de-bida al doctor Luis Saurel, redactor de la «Revue Therapéutique du Midi:»

«Nuestra incredulidad no es tan-

«ta sobre el principio de los seme-«jantes, que reconocemos ser ra-«cional y frecuentemente aplicable «como sóbrelas dosis infinitesima-l e s .

«Creemos, sin dificultad, que se «pueden curar ciertas enfermeda-«des, quizá hasta la «mayor parte «de las enfermedades,» por reme-, «dios cuya accjón, les es homeopá-«tica, siempre que su dosis caiga «bajo los sentidos; pero la acción «de los iufinitamente pequeños es «una cosa que no podemos conce-«bir.»

Recordemos el nacimiento de los dos principios d octrinarios opuestos. Producidos por el mismo padre, sa-lidos del mismo tronco genealógico y teniendo derecho á la misma co-rona, el más joven ha frustrado el proyecto fratricida de su hermano mayor, pero ha sufrido mucho tiem-po la opresión de su envidia.

Me represento á ese desdichado principe condenado á un muy lar-go destierro. El va triste, pero ja-más desalentado. Camina penosa-mente en su ruta, ya con la faz descubierta ya bajo el velo de un fatal disfraz.Aquí,reposándose bajo el techo de una dulce hospitalidad, y

' allá, traicionado y proscrito por los i suyos que no quieren reconocerle.

En fin, llega; entra en su pala-• ció, halla su cetro y su corona, y

sus legítimos y fieles subditos le proclaman rey. Ha triunfado, reina, Y reinará, á pesar de la oposición furiosa de sus enemigos. Ya el Palacio de su hermano cruge y cae y están próximos los tiempos, en el que los que pasen podrán des-cansar bajo sus ruinas

Me represento á la Homeopatía como una hermosa estatua de mu-jer. Hipócrates halló el trozo é in-dicó vagamente las formas. De si-glo en siglo, cada Miguel Angel de la época? ha dado su golpe de cin-cel á la estatua, y finalmente Hah-nemann la ha pulido, la ha acaba-do y ha descubierto á la celestial figura.

El principio de los semejantes es un principio universal; se ex-tiende á todo, haya su aplicación por doquiera; en las ciencias físicas, matemáticas, mecánicas y natura-les; en religión, en moral, en polí-tica y en literatura. En todas par-tes le hallaréis, si tenéis el hábito de la observación y el deseo de da-ros cuenta de las cosas.

¡El «semejante!» Hé aquí una de las palabras más

empleadas y menos comprendida. O bien se ignora generalmente su al-cance y su verdadera significación, ó bien se la confunde con sus ve-cinos. Importa, ante todo, en esta discusión, comprenderla en su esen-cia, y limitar su figura caracterís-

tica. Para entendernos y explicar-nos muy claramente, vamos á ser-virnos de un ejemplo, tomado de las matemáticas.

La geometría dice que dos trián-gulos son «iguales» cuando tienen los tres ángulos iguales y los tres lados iguales, y que dos triángulos son «semejantes,» cuando tienen los tres ángulos iguales, y los lados homólogos proporcionales.

Hay dos elementos en un trián-gulo: los ángulos y los lados ó una parte del espacio encerrada en un perímetro. Quiero decir, que la par-te cubierta representa en los seres la esencia, y la parte que la cubre, el modo ó la figura. Por tanto, va-rios seres pueden tener la misma substancia, sin tener la misma figu-ra. No confundáis, pues, la seme-janza con la igualdad y la identi-dad. Esta no se aplica sino á los seres que tienen la misma subs-tancia y el mismo modo.

Ved cosas que se deberían dis-tinguir muy bien, y que se confun-den muy á menudo. Ejemplo: He buscado la palabra «egal,» en un vocabulario de la Academia france-sa, y he encontrado «Egal,» adj .— «pareil, semblable! » (*) ¡Y que este

(*) En el Diccionario de la lengua caste-llana por la AcademiaEspañola se lee: IGUAL adj., lo que es de la misma naturaleza, can-tidad ó calidad dé*otra cosa.—Muy parecido ó semejante, y en este sentido se dice: no he

3 2

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libro haya sido el pan cuotidiano de mi tierna inteligencia, cuando daba los primeros pasos en el sen-dero de los estudios! Sin embargo, la Academia Francesa debía cono-cer bastante bien su lengua, para ser responsable de sus definiciones, ¡pero los Académicos no hacen otras! i Takvez sabéis por experiencia, que con frecuencia se disputa por-que no se entiende; el tiempo ha dado á esta sentencia, toda la fuer-za de un proverbio. Pues bien,esto es lo que pasa todos los días res-pecto á la Homeopatía. Y esto es, porque en el mundo no siempre se lleva en la bolsa el vocabulario, y se permiten tener sobre los seme-jantes las opiniones más falsas y absurdas. Es, por qué en la mani-pulación de los términos, se fían demasiado en la elasticidad com-placiente de los sinónimos que la ignorancia trata de arrojar lodo al rostro de la verdad, sin apercibirse que se ensucia la mano.

Así oís decir: —¿Habéis bebido mucho? Con-

tinuad bebiendo para arrojar los vapores del vino.

—¿Habéis recibido un golpe?Ha-ceeos dar otro en el mismo lugar para curaros.

—¿Tenéis solitaria? Tragaos ota

para arrojarla. Dejad semejantes estupideces

entre la inmundicia de las plazue las, y no descendáis nunca á reco-

erlas.

visto cosa igual, ó ser una cosa sin igual, estoes no tener semejante.|SIMILIS,AEQUALIS. (Nota del traductor,)

Vigilad, pues, severamente vues-tra locución, y no empleéis un termino, sino después de haberlo bien ponderado, sobre todo, si en un platillo de la balanza queréis ponerlo en equilibrio ó en oscila-ción con un principio. s

Por tanto, llamad iguales á dos estatuas fundidas en el mismo mol-de, llamad iguales á dos retratos que han pasado por el mismo foco de la cámara obscura, llamad igua-les á dos notas al unísono, tenien-do el mismo número de vibracio-nes.

Mas estableced entre la igual-dad y la semejanza, la misma diferencia que existe entre la mi-niatura y la forma natural, entre la copia y el original, entre un so-nido y otro sonido, separados por una ó varias octavas.

Por la misma razón, una hoja es semejante á otra hoja,pero no le es igual; un niño es semejante á mi hombre, pero no le es igual.

Ya os he dicho que el principio de los semejantes era universal.

Por boy no puedo ni demostrarlo, ni dar á esta tesis mayor desarro-

lio. En otras conferencias, volveré ai mismo asuntó, y por ahora me contentaré con sembrar algunas ideas en el campo de vuestras libres reflexiones.

¡Ved á las diversas razas numa-nas! Todos los tipos, todas esas fi-guras, todos esos rasgos, todo se parece.

¡Ved á los animales de la misma especie! todas esas formas, todos esos detalles de organización, todos esos actos casi mecánicos, de un instinto tan móvil.—Todo eso se parece.

¡Ved el reino vegetal! todas esas plantas,¡todas esas flores, todas esas hojas, todos esos frutos.—Todoeso se parece.

!Ved el mundo moral! Estudiad las inclinaciones, los hábitos, las pasiones, comprended, si podéis, todas esas atracciones y repulsio-nes que ponen en juego al amor expontáneo é invencible, ó al odio más caprichoso; analizad la gran ley «similis similem quaerit,» el seme-jante busca al semejante.

Entrad en el santuario de las be-llas artes. ¿Cuál es la mejor defini-ción de la música? La de San Juan Crisóstomo: la música es una serie de acordes que se invocan.—Aho-ra bien, sólo los semejantes se in-vocan, similis similem quogrit.

Moled colores para depositarlos sobre una tela, la semejanza es la

ley de su combinación infinita, sólo los semejantes se combinan entre sí.

Y en el arte oratorio, conocéis este gran precepto:« Si vis me flere, flendum est primum ipsi tibi,» si queréis hacerme llorar, comenzad por llorar vos mismo.

Cuando, durante el estío, es uno devorado por la sed, el mejor me-dio de extinguirla ¿no es el tomar algunas gotas de aguardiente?

Muchas personas lo saben. Cuando un enfermo está devora-

do por el fuego de la fiebre, el me-jor medio de calmarla, ¿no es el tomar bebidas calientes? Lo saben todos los enfermeros.

¡Ved! por doquiera, el sufrimien-to llama al sufrimiento, la alegría á la alegría, las lágrimas llaman á las lágrimas, el amor llama al amor, la serie llama á la serie, la armonía á la armonía, todos los seres se lla-man con una atracción universal! ¡por do quiera ¡(halláis el ajuste de los semejantes!

TEORIA DE LOS SEMEJANTES. —La Homeopatía es la ciencia que cura las enfermedades tratándolas por sus semejantes; en otros térmi-nos, tratándolas con medicamen-tos capaces de producirlas.

¿Cómo se verifica esto? Los se-mejantes se curan por los seme-jantes, he aquí el hecho. Mas, ¿cuál es el mecanismo de este hecho?

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,He aquí el secreto sellado con siete sellos!

Desde que la Homeopatía se pu-so en camino, estudiamos los mis-terios de sus movimientos: ¡curiosi-dad inútil,esfuerzos supérfluos! Los matemáticos buscan la trisección del ángulo, la cuadratura del círcu-lo, y el «pofetulatum» de Euclides; los físicos estudian la irradiación del calórico y de la luz; los astró-nomos calculan la distancia, el nú-mero y volúmen de las estrellas; los mecánicos van en pos del movi-miento perpètuo: los alquimistas quieren crear la piedra filosofal; los filósofos mellan su escalpelo en la anatomía psicológica y muchos pierden su tiempo en querer pene-trar los misterios de la predestina-ción. ¡Vanidad de vanidades!

También nosotros hemos trata-do de arrancar á la ciencia el se-creto de la teoría de los semejantes pero desdichadamente nada hemos podido hallar todavía. Hemos lla-mado, y la puerta ha permanecido cerrada; ¿se abrirá algún día?

Si nuestra vana y orgullosa cu-riosidad no ha sido aún satisfecha, nuestro trabajo no ha sido del todo inútil; nuestras investigaciones han acopiado ciertos materiales. Os los voy á hacer conocer, y esto es to-do lo que permite el estado actual de la ciencia. Seré breve, mas re-

Clamo para estas pocas palabras toda vuestra atención.

Los primeros discípulos de Hah-nemann partían de este principio: que dos enfermedades no pueden existir juntas, iguales y de la mis-ma naturaleza, en el cuerpo huma-no. Poniendo ante una enferme-dad cualquiera el medicamento más semejante, la enfermedad artificial, producida por el remedio, se subs-tituía á la enfermedad natural, y tomaba su lugar; después, la pri-mera desaparecía naturalmente, ó bien se la sofocaba con un antído-to, y la salud era el resultado de es-ta maniobra terapéutica.

Esta teoría, en efecto, es muA sencilla. ¡Pluguiera al cielo que fuese verdadera!

Entonces, la Homeopatía fué lla-mada la medicina substitutiva.

Este error, dió nacimiento á las falsas interpretaciones que halla-mos todos los días, ya en el mun-do razonador, ya en ciertos escritos de buena ó de mala fe.

Así, hallaréis en un diccionario universal, en el articulo «Homeopa-tía,» la exposición de esta opinión.

Ahora, las personas del mundo que no quieren ó no pueden darse el t rabajo de consultar los tratados especiales, van á buscar en las en-ciclopedias, los conocimientos que creen hallar del todo hechos. Ved, sin embargo, lo que resulta;

razonáis sobre la fe de esas opinio-nes, y siendo falsas esas opiniones razonáis falsamente!

Los tratados modernos de mate-ria médica alopática, adoptan cie-gamente interpretaciones tan fáci-les, y exponen á la Homeopatía ba-jo el título de «medicina substitu-tiva. »

¿Qué resulta entonces? Que los médicos, no conociendo nuestra doctrina,sino conforme á esas apre-ciaciones ligeras y de fácil digestión razonan como las personas de mundo, y, como ellas, sin dudarlo, despachan á sus clientes, con esa falsa moneda corriente.

Se ha llamado aun á la Homeo-patía- «la medicina de los específi-cos.» Los medicamentos curan á los enfermos de una manera pura-mente oculta; ¿cómo? no se sabe nada; ellos curan, porque curan. Si lleváis más adelante vuestra cuestión, se os responderá, que los medicamentos curan en virtud de la ley de la especificidad. Cada en-fermedad tiene su medicamento en la naturaleza, medicamento infali-ble que se encuadra como una pin-tura con su marco; de esta manera es como la quinina cura los acce-sos de fiebre, el fierro la clorosis, el iodo las escrófulas, el mercurio la sífilis, etc.

Otros han considerado á los me-dicamentos como encerrando una

especie de miasma; á las enferme-dades como siendo también de una naturaleza miasmática, y entonces muy naturalmente, las enfermeda-des se curan por una inoculación específica.

Otros ven en los medicamen-tos ayudantes de la naturaleza me-dicinal. En todos tiempos, desde Hipócrates hasta nuestros días, es-ta idea ha tenido su crédito en las escuelas. La enfermedad esun com-bate entre la naturaleza y el prin-cipio morboso; este obra," aquél la reacciona; primero hay ataque del enemigo, y después defensa y re-pulsión del otro campo; de ahí., ac-ción repulsiva del agente morboso; después, acción secundaria de la naturaleza ó reacción.

Esta vieja teoría de la reacción, rejuvenecida por el célebre Barthez, siempre ha seducido á ios espíritus, y sin más prueba, ella siempre ha pasado como buen valor en el cam-po de la terapéutica.

Si entonces, conforme á este sis-tema, la enfermedad no se limita sino á ligeras turbaciones en el or-ganismo, la naturaleza siempre se-rá bastante fuerte y bastante inte-ligente para desembarazarse por sus propias fuerzas y su sola reac-ción; pero, si la agresión es muy violenta, si su intensidad paraliza el poder de la naturaleza, ó si to-davía está, por otra parte, sofocada

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por una mano muy poderosa, es | incapaz de dirigir los esfuerzos de la lucha y la táctica de la defen-sa, le será preciso entonces, fuer-zas extrañas, y el socorro de un hábil consejo. Ved cómo el medi-camento, obrando en el sentido de la reacción y agregando su energía al impulso de la naturaleza, se con-vierte en un ayudante, en un con-génere, en un refuerzo, y la cura-ción es el triunfo de dos potencias aliadas.

Otros, en fin, han aprovechado esta teoría de acción y de reacción, y han calculado su sistema sobre su mecanismo. Y para esto, supo-nen en los medicamentos, dos efec-tos bien distintos, uno primitivo y el otro consecutivo. El primero, obrando en el sentido del mal; y el segundo, reaccionando en el senti-do de la naturaleza. Aquél produ-ciría las agravaciones que estallan tan frecuentemente y parecen su-mergir al enfermo en el abismo; és-te operaría su salvación, y le em-pujaría á la orilla sobre el dorso de la ola.

Hé aquí, en algunas palabras, el sistema que, en la elección del tro-no del porvenir, reúne m á s sufra-gios. Es porque, en efecto, presenta en su manifestación las probabili-dades más capciosas y más seduc-toras.

Así el café impide primero dor-

mir, pero trae el sueño por su efec-to secundario; el opio, que hace primero dormir, trae en seguida el insomnio; todo el mundo sabe que la constipación sucede á la diarrea, la torpeza á la agitación, y la pos-tración de las fuerzas á la agitación artificial encendida por los licores alcohólicos.

Mas, todas las substancias medi-camentosas están lejos de llenar estas dos condiciones, las que era menester llenasen, sin embargo, pa-ra que el sistema tuviese una impor-tancia fija. Además, sería preciso, para conservar los puntos de se-mejanza entre los medicamentos y las enfermedades, que éstas tuvie-sen también su efecto primitivo y su estado consecutivo, lo que está lejos de ser, y sobre todo, de ser universal. Podríanse citar algunas como se han citado algunos medi-camentos; pero para levantar el edificio de un sistema completo, se-rían necesarios más de dos, más de cuatro elementos.

Así, en general, según este sis-tema, el efecto consecutivo, hiendo el opuesto del estado primitivo, el resultado de la maniobra sería la salud, opuesta á la enfermedad; sí, pero era preciso para esto, que la salud fuese lo contrario de la enfer-medad, lo que no es,

Ved una demostración por el ab-surdo.

Supongamos un dolor en una rodilla, manifestándose principal-mente durante la noche, y agraván-dose principalmente por el reposo; el medicamento que daréis, aumen-tará primero este dolor; mas, des-pués, en virtud del efecto consecu-tivo, traerá el resultado contra-rio al efecto primitivo; es decir, que entonces el dolor se dirigirá á la otra rodilla, se manifestará durante el día y se agravará por el movi-miento, esto es lógico, sí; pero es absurdo.

Ved por qué á esté sistema lo desecho como á los demás.

Mas, me diréis,puesto que demo-léis todas estas teorías, ¿tenéis una para reemplazarla? ¡Ah, no! Rindo homenaje á vuestra justa observa-ción; pero si no puedo daros la verdadera, prefiero mejor esperarla que adoptar semejantes hipótesis.

He buscado, sin embargo, y os voy á decir, no la idea que he' ha-llado, sino lo que he apercibido en mis meditaciones; no lo que creo verdadero sino lo que desearía fue-se verdadero.

Os he dicho, que las enfermeda-des tenían un origen vital, y que su manifestación se ligaba siempre á una causa primitivamente fiuídi-ca. Os he dicho también, que los medicamentos eran enfermedades virtuales y agentes fluídicos.—y de esto estoy profundamente conven-

cido— cualquiera que sea por una parte, la naturaleza de la enferme-dad, cualquiera que sea, por la otra, la dosis del medicamento,por-que todo medicamento si no está fluidificado por nuestras prepara-ciones oficinales y mecánicas, está fluidificado, dinamisado, por el mo-vimiento circulatorio de los diver-sos líquidos del cuerpo.

Sentado y admitido esto, si po-néis frente á frente, al medicamen-to y á la enfermedad, ó, en térmi-nos equivalentes, dos fluidos, y que el resultado de esta operación sea la salud; ¿qué puede haber pasado? Solo una cosa, «una neutraliza-ción de esos fluidos.» ¿Cómo ha si-do esto? Lo ignoro. ¿Ha habido una neutralización directa? ¿Hubo pri-mero repulsión como en los fenó-menos eléctricos? No se nada mas creo en un fluido electro-bio-lógico; creo que nuestro cuerpo -es una especie de máquina eléctrica; creo que la pulpa cerebro-espinal es una pila fiuídica; que los cordo-nes neviosos son hilos conducto-res, y que el sistema del gran sim-pático completa la corriente. Creo que nuestra vida es el cumplimien-to de ciertas leyes fluídicas, creo que nuestras enfermedades son de naturaleza fiuídica; creo que los medicamentos son potencias fluí- ~ dicas; creo que las curaciones son el resultado de neutralizacionesflui-

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dicas; todo esto creo: he aquí mi símbolo. No digo quesea infalible, como el de los Apóstoles; pero os he dicbo esto en virtud de la liber-tad sagrada del pensamiento.

Esta idea puede tener su co-rriente, en un siglo, sobre todo,que se podría llamar el siglo délas ma-nifestaciones üuídicas. ¡Ved,en efec-to si, en nuestros días, no es a los fluidos á los que la ciencia va a pe-dir los elementos del progreso uni-versal! ¿y quién sabe si mas tarde esta idea no revelara una teoría completa, adormecida ahora en el seno de los misterios fluidicos co-mo la chispa del rayo en el flanco de la nube? ,

Mas, salgamos del centro de la teoría para entrar en lo positivo de la práctica.'Curaros,queridos enfer-mos, esto es todo lo que quereis. El por qué, el cómo, ¿que os im-importa? No quereis saberlo, Y te • neis razón. El viajero que^goza de la voluptuosa sensación de la extie m a velocidad, ¿pregunta al maqui-nista el secreto de ese movimiento? y el maquinista, que maneja con indiferencia la palanca de su veloz locomotora, ¿pregunta a vapor el secreto de sus hirvientes palpita-ciones?

Resumen: El hombre esta compuesto de

una alma y de un cuerpo unidos] hipostáticamente por medio deillui-

DE «EL PAIS»

do vital; las enfermedades—siem-pre individuales—son alteraciones de ese fluido vital; los medicamen-tos son potencias üuídicas, morbi-genas y morbífugas; los medica-mentos sometidos á la experimen-tación pura, se estudian sobre el hombre sano, antes de ser admi-nistrados al hombre enfermo; los semejantes se curan por los seme-

Í a nVed en cuatro palabras á la Ho-

meopatía. .. . Y ahora que la conocéis en to-

das sus partes integrantes, podéis ver cuán lejos estabais de la ver-dad, en vuestra apreciación de nues-tra Escuela;

¿Decidme si conocéis otra doc-trina que esté más conforme con la gran ley de la unidad y del progre-so universal, con la naturaleza del hombre, y con sus celestiales des-tinos?

Y á todos aquellos que, por una culpable ó Cándida ignorancia, o por una oposición ciega ó sistemá-tica, hacen sufrir á la Homeopatía la más ridicula transformación ha-ciéndola consistir en tal ó cual hi-pótesis absurda, voy á referirles una anécdota conocida de todo el

mundo. , , Cierto día, uno de los cuarenta

de la Academia Francesa, se presen-tó á Cuvier, y le dijo:

i —Vengo á- someteros una cues-

1 3 3

tión de historia natural. Encargado de redactar una parte de la letra E de nuestro diccionario, en la pala-bra écrevisse, (cangrejo), he es-crito:

«L'écrevisse (cangrejo) es im pescado rojo que anda para atrás.»

—Señor, replicó Cuvier, vuestra definición es excelente; con estos, rasgos, todos los comedores de

écrevisses—y son muy numerosos —los reconocerán.

Pero agregó al oído de, nuestro académico.

«Entre nosotros, le ecrevisse,no es un pescado; el ecrevisse no es rojo; no anda para atrás. Fuera de esto, vuestra definición es perfec-ta; conservadla, en provecho de

los comedores de cangrejos.

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novena cónfBréncìa:

LO POSIBLE (0)

¡Un glóbulo! ¡Pobre glóbulo! Hé aquí al gran Todo y á la gran

Nada, en nuestro siglo que duda do todo, y que ríe de todo.

¡Un glóbulo! He aquí á la gran Nada, personificada con toda su in-solencia, y al Gran Todo en el brillo de la más terrible explosión!

¡Un glóbulo! He aquí al Proteo de la más ignorante burla. A la vez, es una gota de agua, y el fuego del veneno, á la vez es el chupador de los niños grandes, y el lápiz de pie-dra infernal.

¡Los glóbulos! hé aquí á las bur-bujas de jabón, que soplan á sus enfermos los médicos homeópatas, he aquí las piezas artificiales e de esos hábilas juglares!

¡Los glóbulos! he aquí la gran roca que se opone á la marcha de la Homeopatía en la vía del por-venir!

Diariamente soy testigo de las burlas crueles que se hacen sufrir á ese pequeño ser, que se llama glóbulo.

Es preciso convenir, Hahne-mann fué muy torpe al inventar los glóbulos. Mucho trabajo tuvo al querer despojar á la materia de sus mantillas groseras, y en seguir el ascenso y la división de la savia, desde las raíces hasta las últimas ramitas, en vez de raspar, como los demás, las asperezas de la corteza. ¡Imprudente! ¡se ha atrevido á con-fiar el rayo de sus descubrimientos en alas de los fluidos!

Si su idea, siguiendo los sende-ros recorridos por el vulgo profano, no hubiera puesto obstáculos á nin-guna otra idea; si su planeta, se hubiera contentado con brillar en el horizonte, sin obscurecer á ningún otro planeta, si su rayo muy audaz,

no hubiera querido traspasar las nubes académicas, nuestro maestro jamás hubiera comparecido ante el tribunal de la envidia.

Suponed, en efecto, que, limitán-dose á la ley de los semejantes, Hahnemann hubiera puesto en ac-ción su fórmula, en la esfera de la pol¡farmacia; suponed que él hubie-ra sometido sus prescripciones á la posología maciza de la antigua es-cuela, esta no hubiera intentado formarle ningún proceso. Su siste-ma hubiera tenido un lugar en el banquete científico y todos los de-más sistemas no se hubieran aver-ganzado de sur sus comensales.

Mas, él propuso dosis infinitesi-males, y pronunció la palabra gló-bulo; "indé irce," de aquí el enojo. Esto ha hecho que la homeopatía seconviertaen sinónimo de infinita-mente pequeño, y que médico ho-meópata, signifique un charlatán que lleva un glóbulo á guisa de bru-jería. Con esto el, ostracismo es decretado, y es preciso huir t bus-car la tierra del destierro.

En efecto, aun cuando, permane-ciendo fiel al principio de los seme-jan íes, un homeópata emplease, co-mo todos los demás médicos, los me-dicamentos en dosis macizas en tin-turas, jarábes, pomadas, pildoras, etc., siempre sería llamado el hom-bre de los glóbulos. Sirviendo á la misma patria, afiliado sn la misma

bandera, revéstido de las mismas armas y del mismo uniforme, siem-pre pasaría por un enemigo, y co-mo tal sufriría un consejo de gue-rra, tan cierto es, que:

L ' I N S T I T U T E S T " U N E ILE E S C A R -

P E E E T S A N S B O R D S , " 0 N ¡ N ' Y P E U T

P L U S R E N T R E R , DES QU ON EN E S T

D E H O R S . "

Cierto día, no hace muchos años de esto, el jurado francés desechó una tela de un mérito muy eleva-d o r a «Muerte de Patroclo,» salida del pincel de Wiertz, pintor belga muy hábil, pero desdichadamente todavía obscuro. En la exposición siguiente, Wiertz envió, firmado con su nombre, un cuadro del célebre Rubens,y la obra maestra fué igual-mente desechada, víctima de su falso pasaporte.

Mas ya es tiempo de abandonar estas tristes reflexiones. Huyamos de la multitud y su tumulto, sacu-damos el polvo de nuestros pies, y vamos á visitar á nuestra pe-queña farmacia homeopática. Ahí, ningún olor, ni picante ni sua-ve, viene á irritar ó á acariciar el olfato. Ahí, voy á explicaros con algunas palabras analíticas, lo que es un glóbulo, una toma de polvos blancos, una poción de agua clara. Voy, en fin, á levantar una punta del velo que cubre nuestros mis-terios.

Ya os lo dicho; empleamos co-

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mo medicamentos, todas las subs-tancias que pueden suministrar los tres reinos de la naturaleza. Entre esas substancias, unas obran en do-sis macizas, tales, como: el acónito, la belladona, el datura stramonium, el beleño, el opio, el mercurio, el arsénico, etc., etc.; otras, inertes por su naturaleza, tienen necesi-dad, para adquirir alguna acción terapéutica, de sufrir una división extraordinaria tales son: el licopo-dio, la sílice, la sepia, el carbonato de cal, etc., etc.

Ahora supongamos, por un mo-mento, que queremos emplear to-das esas substancias en el estado fluídico, ¿cuáles son los procedimien-tos para llegar á ello, en otros tér-minos,para desarrollar su"fluido es-pecífico?

Estos procedimientos consisten en desagregar sus átomos consti-tutivos, y en hacerles sufrir una di-visión, acercándose, más ó menos, á los límites del dominio fluí-dico.

Y este medio es muy sencillo. Sea, por ejemplo, la belladona:

Tomad una gota de la tintura de este medicamento, agregad á esta gota 99 gotas de alcohol rectifica-do é imprimid varias sacudidas al frasco que encierra la mezcla.

Asi obtendréis la primera « dilu-ción. »

Con una gota de esta dilución, y

99 nuevas gotas de alcohol, obten-dréis, conforme al mismo procedi-miento, la segunda dilución, y así en seguida.

Esto es para las substancias que pueden ser empleadas en tintura, es decir, cuyo principio medicinal, activo, puede ponerse en solución por el alcohol.

Estas tinturas se obtienen mez-clando partes iguales ó no de al-cohol, y de la substancia que se quiere preparar, y se llaman T I N T U -

R A S M A D R E S .

Respecto á las substancias inso-lubles, el procedimiento sufre una ligera modificación.

Sea por ejemplo, el oro; tomad un grano de este metal, ponedlo en un mortero, con 99 granos de azúcar de leche, substancia inerte. Moled esta mezcla durante una ho-ra, y así obtendréis 1?. primera tri-turación. Tomad en seguida un grano de esta trituración, moledlo durante una hora, con 99 granos de azúcar de leche, y tendréis la segunda trituración. Habiendo ob-tenido de la misma manera, la ter-cera trituración, poned un grano en 99 gotas de alcohol hidratado, y tendreis la cuarta potencia ó cuar-ta dilución.

Hahnemann dijo, que después de • la tercera trituración, las substan-cias sólidas se hacían solubles. Np quiero comprobar aquí la opinión

del Maestro, y sondear el grado de verdad de esta aseveración; lo cier-to es que los sólidos asi diluidos, se comportan, terapéuticamente, co-mo los líquidos.

Ahora bien, el procedimiento por el cual se hace sufrir á los cuerpos, esos cambios de estado, por el que se desarrolla su fluido propio; se llama «dinamización.»

¿Hay, en esta operación, desarro-llo del fluido por la división de la materia, ó bien comunicación del fluido al vehículo inerte?—Cuestión ociosa que ha ocupado mucho á los teóricos.

Luego, una farmacia homeopá-tica conteniendo 200 medicamen-tos, con sólo las treinta diluciones de cada uno, debe tener 6,000 fras-cos ó dicho de otro modo, 200 me-dicamentos en 30 dosis diversas cada uno.

¡ Y no obstante esto, hay quienes dicen, que los homeópatas no em-plean más que un sólo medicamen-to, bajo la forma de polvo blanco ó agua clara!

Si ahora queréis llevar una gota de uno de esos frascos, ¿cuál será el medio más sencillo? Sin duda hacerla beber á una substancia i»er-te, portátil.

Pues bien, esta substancia os es suministrada por el azúcar de le-che, reducida á polvo, ó redon-deada en glóbulos, esta azúcar em-

bebida bajo una de estas dos for-mas, de tal ó cual medicamento, puede ser fácilmente transportada en tomas, ó en tubitos alargados en un estuche.

Por lo tanto, un glóbulo repre-sentará á vuestro espíritu el vehícu-lo de un fluido medicamentoso cual-quiera.

Considerado bajo este punto de vista, un glóbulo no se presta más á la risa que una chispa eléctrica, que un rayo de calórico y de luz, fluidos imponderables é intangibles, vehículos de una fuerza específica.

Si consideráis, en fin, á un gló-bulo en el foco de la vida, os será tan fácil ver en su fluido, una en-fermedad ó una curación, «en po-tencia,» que el ver «en potencia» en la mariposa hembra del gusano de seda, una postura de 500 hue-vos, y en esos huevos, los vestidos y mantos más aristocráticos.

Ya sabéis, pues, lo que se debe entender por dinamización, dilu-ción, glóbulos, tomas, etc.—¡Cuán pocas personas comprenden el valor científico de estos términos, y los entregan sin embargo, á su ignorante desprecio! Mas cuán po-cos saben lo que dicen en sus dis-cursos temerarios y satíricos

Ataquemos ahora lo vivo de la discusión.

Los medicamentos así divididos > v llevados más ó menos lejos de su

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estado macizo ¿tienen una acción terapéutica? Hé aquí la cuestión.

—No, exclaman los médicos alópatas.—No, exclaman los Aca-démicos.

—¡Muy bien! ¿por qué, pues, esos medicamentos no poseen nin-guna acción?

—Porque esto es imposible. —¿Y-por qué es imposible? —Porque yo no lo comprendo. —¡Muy bien! Escuchad estas her-

mosas palabras de un joven y céle-bre filósofo español: «Declararuna cosa imposible por el solo hecho de que no se la puede compren-der, es probar, al mismo tiempo, el orgullo y la impotencia de nuestra razón.» (Balmes. «Arte de llegar á la verdad.»)

Escuchad, además, lo que dijo Arago:

«Aquél que fuera de las mate-máticas puras, pronuncia la pala-bra imposible, carece de pruden-cia. » Y en otra parte el mismo sa-bio dijo: «¿A dónde iríamos si nos pusiéramos á negar todo lo que no podemos explicar?»

Mas continuemos razonando. No quiero bu*tar la definición

de la palabra IMPOSIBLE. Tampoco quiero enredarme en las divisiones escolásticas de las diversas impo-sibiliaades. Para mí, y en e*te mo-mento, no hay más que dos clases: la imposibilidad absoluta v la im-

posibildad relativa. Evidentemente, aquí no se trata de la del primer género, de aquella que está en con-tradicción con las leyes de la natu-raleza; no se trata, pues, y no pue-de tratarse sino de la última. Ahora bien, para afirmar esta imposibili-dad, es necesario poseer una no-ción profunda de los términos juz-gados como contradictorios. ¿Y en nuestra cuestión cuáles son los tér-minos contradictorios?

Por una parte, dosis infinitamen-te pequeñas de un medicamento, y por la otra, acción de esta dosis. Entonces, según vovotros, «infini-tamente pequeño y acción,» cons-tituyen dos términos contradicto-rios; estos dos términos no pueden reunirse en un glóbulo, el terreno es muy pequeño.

Proseguid, y . conformándoos á á las leves de la lógica más extric-ta, formadme un silogismo en for-ma.

Hé aquí á vuestro silogismo. ^ «La acción» es el movimiento

c.e una causa cualquiera que pro-duce ó tiende á producir algún efecto.

^ Es así, que para producir algún efecto, es preciso que esta causa sea material y pesada.

Luego los medicamentos, á dosis no materiales, no p u o ^ n p: - lucir ningún efecto.

C--V.10 'a mayor

Niego la menor, y me encargo! de probaros que de vuestras falsas premisas, sacáis falsas consecuen-cias.

Y por esto vamos á hacer girar á esta menor sobre su pivote "frá-gil, y á someter cada una de sus fases á la luz del análisis experi-mental.

Y desde luego, suponiendo que las dosis infinitesimales, nunca hu-bieran sido experimentadas, ni en el hombre sano ni en el hombre enfermo, sería fácil negar su poder «á priori.» Fuera de la experimen-tación pura y de la experiencia di-nica, sería fácil oponer una nega-ción especulativa á toda aserción teórica; pero en este caso, las pro-babilidades de afirmación iguala-rían cuando menos á las probabili-dades de negación. Porque si me dijeseis; probadme «primero» que las dosis infinitesimales obran, yo os respondería; probadme "prime-ro" que ellas no obran.

Así para pronunciar, en este ca-so, la palabra imposible, sería pre-ciso, en todo rigor, conocer la ma-teria en su esencia, y en todos sus modos de ser; podríais entonces, predecir sus razones de actividad ó de inercia; pero, como no la co-noceréis jam is, nunca llevaréis á la discusión, sino negaciones sin pruebas. •

Recojamos antes el contingente de probabilidades que puede traer-nos la razón, y hagamos, en segui-da, hablar á la experiencia.

Dejo fuera de la cuestión á aque-llos que niegan por obstinación Só-lo me dirijo á aquellos que, aun-que nieguen, son capaces, sin em-bargo, de escuchar un razonamien-to serio.

Los que niegan la acción de las dos.s infinitesimales ¿han profun-dizado bien los motivos de su ne-gación ó de su duda?

A éstos les dirijo directamente esta doble pregunta:

¿Cuales son las «cualidades» y a «cantidad» necesarias para que la materia obre, se entiende en la esfera terapéutica?

¿Hay una masa cualquiera que pueda servir de término de com-paración? Desde el grano de arena hasta el Atlas, habéis determinado un peso que será el marco de to-dos los pesos posibles?

Y en cuanto á la forma, ¿habéis adoptado una, que sea la medida típica de todas las demás formas?

No. La materia, pasando por todas

las.metamorfosis posibles de la fí-sica, y de la química, desde las rocas de Paros, y todas las oias del Océano, basta el átomo, hasta la gota, hasta el fluido, ¿la materia puede cesar de ser materia?.

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No. Pero al pasar por todas esas

metamorfosis de forma de un perí-metro más ó menos extenso y más ó menos regular, la materia ¿sufri-rá otras tantas modificaciones en sus cualidades?

Sí. En todos estos nuevos estados,

adquiridos por las manipulaciones físicas y químicas, ¿qué es la subs-tancia material bajo un peso y ba-jo un volumen cualquiera?

No es otra cosa sino el vehículo de nuevas propiedades específicas Cuvíer decía: «La materia no es más que depositaría de las fuerzas; la materia pása y las fuerzas que-dan »

Con qué derecho queréis, pues, partiendo de un grado de la divisi-bilidad «activa» de la materia, de-tenerla en tal. grado, diciendo:— «No se debe ir más lejos, ahí se detiene lo "posible" de su acción."

Mas, si os empeñáis en apretar el tornillo de presión, nuestra ex-perimentación lo aflojará, y lo ha-rá deslizar hasta la última muesca de la graduación infinitesimal.

El campo es, pues, muy vasto, y, si os place encerrar vuestra carrera en un horizonte limitado, y ser lleva-dos en vuestros lentos y antiguos ve-hículos, á nosotros nos place viajar en la inmensidad, bajo el ala del vapor y de los fluidos.

Y, por otra parte, escuchad este razonamiento:

¿A qué dosis administráis tales ó cuales medicamentos? <

—A tal ó cual dosis. —¡Muy bien! Pero ¿quien os ha

enseñado esta posología, y cómo habéis llegado á [determinar la es-cala?

—Por medio de la experien-cia.

— ¡Muy bien! Pero la Homeopa-tía administra los mismos medica-mentos, y otros que no conocéis, en tales y táles dosis, y estas dosis obran ¿Quién nos lo dijo? ¿quién nos lo ha enseñado? — Vuestra maestra también la experien-cia,

¿Qué tenéis que responder? Escuchamos juntos sus asercio-nes.

La experiencia prueba que las virtudes de los medicamentos cam-bian en razón de sus dosis y de sus preparaciones.

Así, el emético purga á 10 cen-tigramos, y á 25 ó 30, piérde sus propiedades emeto-catárticas, y en-tra en la Escuela de Rasori, como contra estimulante.

El ruibarbo tiene propiedades tó-nicas ó purgantes, según la dosis.

Sucede lo mismo con otros mu-chos medicamentos.

Todo el mundo sabe que se pue-de tragar impunemente un peso

considerable de mercurio metá-lico, una bala de fierro, de oro, de plata, de plomo, etc., se em-plean estos metales, algunas ve-nces con éxito, en las invaginacio-pes intestinales. Se ha encontrado plomo en todas las partes del cuer-no, hasta en los ventrículos del co-razón, en los pájaros; estas subs-tancias se conducen de una mane-ra muy inocente con las leyes de la vida; pero que se cambie su modo de ser, que se las despoje de su forma grosera, que se las aproxime á las dosis fluidicas, y, entonces se convierten en venenos muy acti-vos.

Admitido esto, como lésis gene-ral, examinemos la cuestión bajo su aspecto físico.

Nuestros medicamentos homeo-páticos, reducidos á sus dosis infini-tesimales, ¿contienen todavía mate-ria?

Mientras que el vulgo niega la presencia de la materia en nuestras diluciones, el ojo, armado de un mi-croscopio, puede aún apercibirla y perseguir los átomos, hasta un gra-do elevado de división. Así, el Doc-tor Carlos Mayerhoffer obtuvo, so-bre esto, resultados muy conclu-y e l e s . Con microscopios desde 120 hasta 200 líneas, examinó varios metales, y—después de haberse asegurado de la pureza del vehícu-lo inerte, azúcar de leche y alcohol,

—halló grados de división casi in-comprensibles. Tomando por base, el número y pequeñez de los áto-mos de un grano, después de la trituración, comprobó los fenóme-nos siguientes:

Platino, divisible, más de un tri-llón de veces.

Mercurio, un trillón de veces. Plomo, un billón de veces. Fierro, un billón de veces.

Zinc, más de un millón de ve-ces.

Cobre, más de un millón de ve-ces.

Estaño, un millón de veces. Plata, id. Oro, id. Petroz y Guibourg, farmacéuti-

cos y miembros de la Academia, han hallado huellas de sublimado en la 15?". dilución. Morh, ha-biendo querido seguir la presencia del arsénico, llegó hasta la 700,000a parte de un grano. En fin, Seguin y Rummel, pretenden haber visto, por medio del micros-copio solar, átomos metálicos, has-ta la 200a dilución.

Hé aquí los resultados, y si va no podéis ver los átomos de la ma-teria, en tal ó cual punto de divi-sión, no digáis:—«No veo nada, luego no hay nada.»—Si no veis, es porque vuestra vista es muy cor-ta, y vuestros instrumentos* muy imperfectos. ¿Creéis que más allá

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de vuestro horizonte no existen otros mundos?

Prosigamos. Un decigramo de cobre, disuelto

en el ácido nítrico, diluido en agua azulada por el amoniaco, se divide en 50 mil millones de partes visi-bles.

Un grano de asafétida se evapo-ra en 11 millones 781 mil átomos odoríferos

Un decigramo de carmín puede dividirse en 2,600 millones de mi-llares de millón de partes igualmen-te visibles.

Un grar$ de almizcle esparce olor durante veinte años, al aire li-bre y circulante, sin pérdida apa-rente de su peso, y se evapora en 300 millones, 200 mil millares de millón, de millares de millón de moléculas.

Ehrenberg calculó que una pul-gada cúbica de un conglomera-do de infusorios, contiene 41 mi-llares de millón de esos animali-Ilos.

Kiel llegó á probar que eran ne-cesarios 186,400 millares de millón de millares de millón de glóbulos de la sangre de los infusorios de la pimienta para llenar un centímetro cúbico.

Una gota de sangre humana, de un milímetro cúbico, contiene un millón de glóbulos rojos.

No quiero hablar de esos seres

microscópicos, de los que la punta de una aguja puede contener mu-chos centenares.

Una comisión del Instituto pro-bó, que el aparato de Marsh, mani-fiesta hasta millonésimas partes de un grano de arsénico,

Danger y Flandin, descubrieron en sus análisis, hasta una cienmi-lésima de cobre en el organismo vi-viente.

Heuvenhoek, probó que el des-arrollo de un capullo de un gusano de seda, suministra un hilo de 600 anas de largo

Reamur, encontró que este hilo de seda estaba compuesto de otros 60 mil hilos.

Y Boerhaave, agrega á estos he-chos, que cada pulgada deeste hilo puede dividirse en varios millones de partículas, teniendo una existen-cia y una forma distintas, y después de haber palpado estas propiedades misteriosas, fué cómo el célebre profesor de Leyde, formuló su her-moso pensamiento, respecto á la compatibilidad de la acción y de la división infinita de los medicamen-tos. Este pensamiento os lo citaré al final de esta conferencia.

¿Qué prueban todos estos aser-tos y todos estos prodigios físicos? Prueban que la materia es divisible hasta lo «indefinido,» y que, si nuestros sentidos y nuestios me-dios fueran más perfectos, nuestras

investigaciones franquearían las nu-bes de numerosos misterios.

Prueban que nuestros «infinita-mente pequeños» son todavía infi-nitamente grandes, si se les com-para á las fracciones infinitas que descubren nuestros instrumentos, hasta el grado de la complacencia caprichosa de la materia.

Prueban que, por el riel que lle-va al infinito, nuestras dosis, re-tenidas todavía por su cubierta ma-terial, distan prodigiosamente de esos átomos, cuyo vuelo los aleja de toda persecución.

Prueban, finalmente, que hay al-guna cosa, en donde vosotros de-cís que no hay nada.

—¡Muy bien! replicáis, pero no prueban que esa alguna cosa obre ó pueda obrar

—Hasta aquí, no; pero vamos á probároslo ahora, siempre por la vía de la analogía.

Ved, desde luego algunos hechos generales:

Una medicina, que ciertamente goza desde hace algunos años de todos los favores de la moda, es el aceite de hígado de bacalao; los médicos lo prescriben en una infi-nidad de casos que sería fastidioso enumerar. La mejor clase es el aceite negro ¿Cómo obra?—En virtud del iodo que contiene— ¿Cuánto contiene? ¡Dos miligramos por litro!!!

Se ha visto curarse á enfermos de accesos de fiebre, por haberse acos-tado en una pieza, en la que hacía tiempo se había preparado sulfato de quinina.

El mercario prodúcela salivación, en dosis muy pequeñas. Las transac-ciones filosóficas refieren, que un buque inglés llevaba una gran can-tidad de este metal. Por accidente, los barriles que le contenían, le de-jaron escapar; en el espacio de tres semanas,doscientos hombres fueron atacados de salivación, de ulcera-ción, de paralisis parcial, etc. Hasta los animales que iban á bordo, par-ticiparon de la suerte df la iripula-ción.

Un farmacéutico de Tours, era atacado de un acceso de asma siempre que abría, en su botica, el frasco de la ipecacuana en polvo.

Hubo en Marsella otro boticario todavía más sensible á la acción de este medicamento, pues era sobre-cogido de violentos vómitos, siem-pre que se la pulverizaba, y que su olfato percibía las emanaciones aun lejanas.

El doctor Andrieu, refiere un ca-so semejante de una religiosa que estaba al servicio de un hospital.

Bonnefoux refiere, en la Gaceta Médica de Tolosa, un caso de anes-tesia muy curioso: "Un tapón, im-pregnado de cloroformo y pasado por la nariz de una enferma ataca-

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da de parálisis nerviosa, produjo instantáneamente la ca ída-de la cabeza sobre la almohada, y la apariencia de un sueño profundo y reparador. Varias veces bastó, para obtener el mismo resultado, emplear este medio tan sencillo.

«En las dos últimas cloroformi-zaciones, fué necesario pasar dos veces, el tapón por debajo de la nariz. La curación de la parálisis, siguió al uso del agente anestésico.»

Veo en vuestros labios una ob-servación muy justa:

—Los fenómenos particulares, decis, las sensibilidades idiosincrá-sicas, no son más que excepciones, y nada prueban.—Si, ellas prueban algo.—Prueban que los infinita-mente pequeños pueden obrar, y no perdáis de vista que esta es la tesis que sostengo.

Aconsejo, en fin, á las personas amantes de hallar hechos todavía más curiosos, leer el tratado de las enfermedades nerviosas de José Franck, las obras de Tissot, la obra de Descuret, etc. Citas demasiado numerosas, serían fastidiosas, y nos llevarían demasiado lejos.

La química demuestra que el hi-drógeno bicarbonado, el gas óxido de carbono, el hidrógeno arsenia-do, dan la muerte, en dosis muy pequeñas. Así, según Thenard y Dupuytren, un pájaro perece ins-lántaneamente en una atmósfera

que contenga l i l 5 0 0 m de gas hi-drógeno sulfurado, y l ]250m, bas-ta para matar á un caballo.

Todo el mundo conoce las pro-piedades deletéreas y la acción ful-minante del ácido prúsico, y de sus compuestos.

Scoutetten refiere, que tres cen-tigramos de cianuro de iodo, oca-sionan la muerte instantánea á los conejos.

Las experiencias de Magendie, nos enseñan que la más pequeña gota de ácido cianídrico llevado á la mucosa bocal de vigorosos ani-males, bastó para dejarlos muertos, y además, los órganos musculares no revelaron ninguna huella de irritabilidad.

«Algunos átomos de este ácido, agrega el mismo fisiologista, fueron aplicados alojo de un perro,y se ob-servaron efectos semejantes y tan mortíferos como los precedentes.»

El profesor Stass mató á un ani-mal con tres gotas de nicotina, y las halló en la lengua, después de la muerte de la víctima.

Un capitán de navegación trasa-tlántica refirió, no sé en que pe-riódico, que algunos pescados que viven en sitios del mar, en don-de hay minerales de cobre, pue-den ocasionar el envenenamiento, aun después de su preparación de transporte, y su cocimiento sazo-nado!

Ahora bien, en todos estos he-chos, ¿cuántas substancias mate-riales encierran los agentes tóxi-cos? ¿Qué relación puede existir entre la dosis de la parte activa y su acción? Y os pregunto, ¿si todos esos infinitamente pequeños son tan poderosos para producirán cier-tos casos, perturbaciones tan posi-tivas en el organismo, y si en otros casos llevan la muerte en sus motéculas tan atenuadas, su fluido no bastará para producir modifica-ciones sobre las fuerzas vitales, en la salud ó en la enfermedad?

Después de haber pasado en re-vista todos los actos de esos agen-tes infinitesimales, ¿no os sentis in-clinados á admitir la «posibilidad» de acción de nuestras dosis hahne-mannianas?

Lleguemos á los problemas de los venenos, virus, miasmas, eflu-vios, etc.

Orfila, dijo en sus lecciones de química, que una substancia bas-tante atenuada para no ser sensi-ble á los reactivos, necesariamente no tiene acción sobre el organismo humano.

Vamos á ver, si esta aseveración no sufre ningún mentís

Hay en París un establecimiento en donde se sostiene con muchos-cuidados, á un pequeño rebaño de burras y de cabras. Se las somete á fricciones mercuriales. Se las ha-

ce tomar pequeñas dosis de calo-mel, y se lleva á la ciudad su leche á ciertas personas que tie-nen enfermedades de tratamiento mercurial, y cuya constitución es muy débil para tomar esa medici-na en dosis fuertes y directas.

Quisiera saber si los reactivos químicos descubrirían al mercurio en esa leche.

Lo que hay más admirable qui-zá en este hecho, es el ver ese es-tablecimiento dirigido por médicos alópatas. ¡Los niños de pecho del hospital Necker, son también tra-tados por esta vía ridicula del di-namismo fisiológico, y este medio da resultados y se atreven á confe-sarlo!

Hé aquí otro hecho que no es menos probatorio.

Bouchard at, en una memoria leí-da á la Academia de ciencias, en 1843, entre otras observaciones dijo que un miligramo de mercurio disuelto en veinte litros de agua, bastó para matar, en algunos se-gundos, á los peces, á quienes se sumergió en esta solución; y agre-ga:—«Esta proporción de sal mer-curial es de tal manera débil, una vemtemillonésima, c q u e escapa á los reactivos químicos más sensi-bles. »

Hé aquí un suave bofetón, dado á la aseveración de nuestro célebre profesor de qujmica.

a?

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Mas he aquí observaciones^ de una verdad un poco más cáustica.

¿Qué hay de más conocido en cuanto á sus efectos,y demás desco-nocido en cuanto su causa, que las emanaciones palúdicas?

Maillot, en sus relaciones de fie-bres observadas en Africa, refiere casos muy misteriosos: «Hay mas de un ejemplo, dice, de personas que se han dormido en los • bordes de un pantano, y que han pasado de los brazos del sueño á los de la muerte.»

Los viajeros indios aseguran que los marinos habitando buques á 1,500 toesas de la playa, han con-traído fiebres intermitentes.

Lancisi, refiere que treinta per-sonas de Roma, habiendo ido á pa-sear á la embocadura del Tíber, sopló el viento sur sobre los pan-tanos infectos, y que inmediata-mente veintinueve de ellos tueron atacados de fiebres tercianas.

Todos estos hechos, y otros tan-tos, que pudiera citar, ¿traen á la ciencia etiológica, wn solo rayo de luz? ¡Ah! no. Siempre quedarán cu-biertos en una desesperante obscu-ridad. Emplead aquí vuestros reac-tidos químicos, y todos los recursos de la eudiometria, nada veréis; el aire os dará siempre sus principios constitutivos; pero no busquéis el secreto de las emanaciones telúri-

cas y palustres, perderíais en ese tra-bajo vuestra vida y vuestra ciencia.

Boudin, que estudió muy severa-mente la cuestión dijo en forma de conclusión: «Giannini negó la existencia de los miasmas palúdi-cos, porque eran invisibles; tanto equivaldría negar á Dios porque no se le ve con los ojos del cuerpo.»

¿Hablaré ahora de las enferme-dades infecciosas y contagiosas?

¿Iré á interrogar á la viruela, á la escarlatina, al tifo, la fiebre ama-rilla, el cólera? ¿De dónde nos vie-nen esas terribles enfermedades? ¿Qué virtud las engendra, qué vir-tud las disipa? El contacto mediato ó inmediato, una onda de la atmós-fera, un viento nos las trae, y nos fulmina. No preguntemos, no bus-quemos; este es el secreto del aire, el secreto de las plantas, el secreto de las aguas, el secreto de la natu-raleza, el secreto de Dios!

Aquí los ejemplos serían muy numerosos, y además serían inúti-les; cada uno á este respecto, tiene su pequeña erudición.

¿Mas los venenos y los virus? Explicadme cómo ese líquido se-

cretado por las glándulas del cróta-lo (culebra de cascabel) es tan rá-pido para producir la muerte; como la picadura de sus colmillos, aun» desprendidos del animal, ocasiona aún después de varios años, tan te-rribles accidentes.

Según relación de Texier, médi-co distinguido, que habitó en Amé-rica, un niño tuvo la imprudencia de introducir el brazo en la hoque-dad de un árbol que habitaba una serpiente de cascabel, fué mordido y expiró en el instante mismo. Un negro, que labraba un campo de caña de azúcar en la Luisiana, lan-zó^ derrepente un gran grito, había sido mordido por un crótalo, y ca-yó muerto.

El profesor Bonnelli, de Turín, hizo picar á un animal con el dien-te de una serpiente de cascabel. La cabeza de esta serpiente estaba en disecación desde hacia quince ó dieciseis años cuando menos, ex-puesta al polvo y á la acción de todas las variaciones atmosféricas y antes, ya había estado 30 años en alcohol. Con gran admiración suya y de sus discipulos, vio pere-cer al animal una hora después.

Ya veis que estos crótalos no son menos complacientes que las serpientes de los israelitas.

En el volumen segundo de su Toxicología, Oríila hace el resumen del libro de Russel, respecto á la acción deleterea de los venenos. Ha podido^ver en sus observacio-nes, que p e a obrar no es necesa-rio que urfft substancia sea sensi-ble á los r&fctivos químicos.

Nos ser|» fácil probarle que sus reactivos sm tambiíri impotente.

para analizar el virus rábico, sifilí-tico, varioloso, etc., todos esos agentes morbígenos se rien de las torturas de la inquisición química.. Nada puede hacerlos hablar, nada puede convencerlos; tranquilos é indeferentes en los crisoles, se en-cierran en el mutismo más obstina-do, y rehusan siempre su secreto á las investigaciones de la ciencia.

Llego á las observaciones que ofrecen todavía quizá mayor interés en el sentido de que- ellas confir-man, á la vez, las aseveraciones de nuestra tesis, y los principios esen-ciales de nuestra doctrina Quiero-hablar de las aguas minerales.

Las aguas minerales, en efecto, consideradlas en su potencia, su resultado y su composición quími-ca, presentan la teoría de los seme-jantes, la producción de las enfer-medades en el hombre sano, la cu-ración de estas y las dosis infinite-simales.

Y sin embargo, esas aguas tan saludables y consagradas por la experiencia de los siglos, ciertos es-píritus fuertes no temen asemejar-las á los glóbulos de los homeópa-tas. Rien, cuando se les habla de ellas, las desprecian cuando se les aconsejan, y según sus conviccio-nes, todo viaje puede procurar las mismas ventajas, y por consiguien-te los mismos resultados.

La estación de aguas ha sido in-

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ventada por los médicos para des-embarazarse de sus enfermos, y, sobre todo, por los industriales, pa-ra atraer el agua á su molino.

Pope decía un día á una joven: ¿Por qué tomáis las aguas? —Por pura fantasía. —jY bien! replicó el poeta satí-

rico, ¡ellas os han curado! Plinío atestigua,que en otro tiem-

po se enviaba á los enfermos á las aguas para beberías y bañarse; las considera como un recurso de la medicina, cuando ya no sabe que ordenar.

Es preciso decir también, que ciertos médicos niegan la virtud de las aguas minerales, sólo desde que la Homeopatía vino al mundo; y esto conforme á su sistema gene-ral de oposición sistemática.

Ultimamente un escritor decía: «No concedamos mucha potestad á las aguas minerales, para no sumi-nistrar un argumento nuevo á los Homeópatas.»

Y tenía razón. Pero, puesto que este argumento es nuevo tratemos de aprovecharlo.

Las aguas minerales, tomadas en conjunto, encierran metaloi-des, metales, sales las más acti-vas y más empleadas en medicina: el azufre, el iodo, el arsénico, e bromo, la sosa, la magnesia, e fierro, el manganeso, etc.—Ahora bien, es de notarse que las dosis

de esas substancias, comparadas á á masa, son muy pequeñas, y á menudo infinitesimales.

Según Thenard, las aguas del manantial de la Magdalena, en Mont-d'Or, contienen por litro, 1 miligramo de arseniato de sosa, y, este ilustre químico, tiene cuidado de hacer observar que á esta sus-tancia es á la que deben su virtud curativa.

Según Walcher y Figuier, las aguas de Wiesbaden, contienen so-bre 100 litros, 0,045 de ácido ar-senioso, y, después de haber dado el análisis de las aguas de Pyrmont, de Lanucheid, y del valle de Brohl, Walchner agrega: «Todas esas aguas minerales, entre las cuales hay, cuya salubridad es conocida y renombrada desde hace mucho tiempo, contienen esas substancias en cantidad tan mínima, que su valor alcanza solamente «milloné-simos. »

Turck, hablando de las aguas de Plombieres, dice, que obran por el arsénico que encierran. Pues bien, no encierran más que un milésimo de grano por litro, y esta dosis, in-finitesimal, le bastó para explicar la curación de un gran número de enfermedades, las cuales, por lo demás, se hallan todas en la pato-genesia de este medicamento.

«Las aguas de Vichy,de Bussong, de Provins, de Pyrmont, de Ems y

de Wiesbaden, contienen arsénico, dicen Chevallier y Gobeley, en pro-porción infinitamente más pequeña, que la que los médicos ordenan todos los dias, y, sin embargo, qui-zá. se podrá explicar, por la pre-sencia de esía substancia en esas aguas, ciertas curaciones que sería imposible explicar de otra ma-nera. »

En las «aguascalientes,»según los análisis delzarié (1852,) el manan-tial de Minvielle contiene . . . . . .

0.000,000,2 de azufre, y 0,000,000.5 de salfurodesodio, por litro, y la do Baudot, 0.000.3712 de azufre, y 0.000,6582 de sulfu-ro de sodio.

En Aix-la-Cbapelle,—el análisis de Liebíg dá para e! manantial lla-mado del Emperador: ioduro de so-dio, 0,000,51 y 0,00360 de bro-muro de la misma base.

Sería fuera de propósito, sin du-da, indicar aquí, las enfermeda-des que entran en la esfera de ac-ción curativa de esas diversas aguas. Todo esto está probado; lo que nos importa dejar asentado, es que obran á pesar de la dósís infinitesi-mal de sus elementos,

Nos sería fácil probar que curan según la ley de los semejantes, si el asunto reclamara esa prueba.

Digamos sin embargo, que, fre-cuentemente producen en las per-sonas sanas, las enfermedades de

las que se desembarazan los que las llevan. Así, el doctor Andrieu dice haber visto á una mujer y sus dos hijas atacadas simultáneamen-te de una afección que se parecía á la fiebre tifoidea, debida al uso exagerado de las aguas de Bare-ges.

Cita además el hecho de un hombre robusto, que contrajo una bronquitis aguda, de las más vio-lentas, por el abuso de las aguas de Bareges y de Cauterets. Finalmen-te, dice haber asistido en Eaux-Bo-nnes, á une señora de Lyon, á quien una sola cucharada del "manatial" frío le producía retortijones vio-lentos, seguidos de evacuaciones alvinas abundantes y excesivamente numerosas. }

Ahora bien, si todos estos ejem-plos, á los que podríamos agregar otros muchos, no prueban que las dosis de esos elmentos son «absolu-tamente» infinitesimales, prueban, cuando menos, que son mucho más pequeños que las que emplean to-dos los días los médicos en sus re-cetas, y que, cantidades pequeñas, que se podrían llamar «nadas,» <-s-tán, dotadas, sin embargo, de cier-ta acción, y algunas veces de una acción muy grande.

Distinguiré tres clases de dina-mismo; uno artificial—y á él, es al

I que debemos nuestros fluidos me-dicamentosos—otro, fisiológico, del

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cual trataremos en nuestra próxi-m a conferencia; v el otro, natural, «1 que nos da los miasmas, los eflu-vios, etc., y los elementos de las aguas minerales.

¿Y qué son nuestros procedimien-tos artificiales comparados con los de ianaturaleza?¿Quésonnuestras do-sis homeopáticas, comparadas con jas de los miasmas? Para la incre-dulidad ignorante y sistemática, ellas nada son, pero á los ojos de 3a sana razón, y al reflejo del rayo de la ciencia pura ellas ocupan .grados muy bajos, en la escala de 3o infinito; son cometas compara-dos á las estrellas. ¡Que la vista de ia imaginación se eleve, pues, has-ta la vía lactea de esos innumera-bles agentes morbosos, que cente-llean en la inmensidad, y de los que cada rayo trae la muerte!

¡Ved esosmiasmas, esos efluvios, esos gérmenes letales, esos «Na-das» en su nacimiento! Engendra-dos por un poder misterioso, nutri-dos en el seno de las nubes, incu-bados en alas de los vientos, naci-dos por el balancéo de la atmósfe-ra, agitados por las convulsiones de la tempestad, ellos adquieren el di-namismo del rayo. Sus golpes, son tanto más pérfidos, cuanto que son invisibles; tanto más seguros, cuan-to que no se les puede preveer; tanto más fatales, cuanto que no se jes puede evitar.

Ved todavía esos átomos me-tálicos que viajan en el fondo de los mares. Ellos se revuelven en ese lecho inmenso que tiene por borrilla á la arena con sus granos innumerables; las olas juegan con ellos, los cambian, los oprimen, los repelen, y de este dinamismo ca-prichoso, ellos salen venenos!

Ved, en fin. esas aguas minera-les; ved correr los glóbulos de sus elementos en las entrañas de la ma-teria; arrastradas en las arterias, en las venas, en los tubos de las capas de los diversos terrenos, llegan muy dinamizadas y muy prestas á dar los tesoros de la salud, á quien los pide.

¡Ved todas esas cosas, sondead todos esos misterios, y decic?"aún, si el poder no puede residir bajo la cubierta de los infinitamente peque-ños!

Por lo demás, sí ante todas esas pruebas, persistís en la duda, es-cuchad algunas confesiones de vues-tros colegas, quienes, os lo di-go con toda franqueza, no son menos que vos, quien quiera que seáis y aunque desempeñéis el car-go de profesor «en alguna de las Tres Facultades DE NUESTRO P A Í S .

¡No quiero citar á los médicos de la antigüedad, quizá dispa-rataban!.. . . . . . No hablaré del fa-moso Paracelso, á quien llamáis el gran charlatán del siglo XVI. Pasó

por alto también las enseñanzas de Amador,el ilustre profesor de Mont-pellier, era demasiado hahneman-niano: os concedo el derecho de re-cusarlo. No someteré pues, como siempre, á vuestra apreciación, si-no el testimonio de vuestros maes-tros.

He aquí, desde luego, el pensa-miento de Boerhaave, que no debo olvidar. En su capítulo II, «de vi-ribus medicainentorum:» "Las me-dicinas, dice, conservando su vir-tud, pueden ser divididas, en par-tes de tal manera ténues, que no las puede concebir la imaginación. «Medicamenta dividí possunt in partes adeo minutas, ut imaginatio-nis vim pene eludant, quce tamen retinebunt vires »

Pero es todavía más explícito, en las siguientes lineas:

«Ex dictis patet partes medica-mentoium eó usque cominui posse, ut captum nostrum fugiant, et qui-dem licet partes sint diaphanoe sen-susque quoque fugiant, nihilominus efectus notabiles in corporibus nos-tris producent.«

"Es evidente, según lo di-cho, que las medicinas pueden es-tar tan atenuadas, que escapen á nuestra vista; pero aun cuando esas partículas no sean ya apreciables á nuestros sentidos, no por eso dejan de producir, en nuestro organismo, efectos muy sensibles."

Huffeland, al hablar de la bella-dona, como preservativo de la es-carlatina, parece tomar la defensa de las pequeñas dosis propuestas por nuestro Maestro.

«Este objeto, dice, es digno de la « mayor atención, y merece que se « le someta á experiencias conti-« nuadas; porque dejarse prevenir « contra ese medio, por la extrema « pequenez de la dosis, sería olvi-« dar que aquí se trata de un efec-« to dinámico, es decir, de un efec-« to sobre el vivo, y que no se pue-« de apreciar ni por libras ni « por gramos. ¿Quién ha podi-« do determinar ponderativamente « al átomo, ó á la cantidad de un « virus necesario, para producir un « efecto cualquiera? "¿Diluir una « substancia es debilitarla constante-« mente?"¿Yel líquido en que se di-« luye, no puede convertirse en un « vehículo en el que se desarrolle « una propiedad nueva, un nuevo « modo de acción más sutil que el « que poseía antes?»

El sabio Recamier, profesor de la Escuela de París, se atreve á confesar: "Que sólo á los princi-pios imponderables, son á los que cada medicina debe su manera de obrar, su poder, su eficacia, siendo cada medicamento un conductores-pedal de principios imponderables."

Desafio á cualquiera homeópata á que se exprese p^ejor.

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1 5 2 BIBLIOTECA DE «EL P A Í S . »

Pero iba aun más lejos, ese pro-fesor, porque decía, que esperaba demostrar algún día, que los prin-cipios imponderables, son los < úni-cos agentes modificadores,» y que los millares de cuerpos ponderables que forman nuestra riqueza far-macéutica, no son sino millares de sostenes, diversos vehículos de pri-ncipios imponderables.

"Ya pasó e!. tiempo, dice M. Jourdan, miembro de la Academia de Medicina, en el que las burlas, relativas á las dosis infinitesimales, ¡podían ser buenos argumentos contra ia Homeopatía. Existen hechos inne-gables, que deben imponersilencio al razonamiento puro. E S A S DOSIS MÍ-

NIMAS OBRAN, EJERCEN HASTA UNA

ACCION PODEROSA, SORPRENDENTE;

LA DUDA. NO É 3 PERMITIDA S O B R E

ESTE P A R T I C U L A R . "

Hay algunos médicos, que han emprendido experiencias, adminis-trando nuestras dosis, tanto á los enfermos, como á las personas sa-nas, no con el fin de convertirse á la Homeopatía, sino, al contrarío, para confundirla con hechos nega-tivos. Mas, habiéndolos llevado esas experiencis á nuestro cam-po, en el han permanecido De este número es el profesor Jorg. Lo propio aconteció al Doctor Kopp, de Hahnau, consejero superior del príncipe de Hesse.

"Si yo fuese llamado,—dice des-

pués de sus experiencias,—á produ-cirme como jurado, mi conciencia no me permitiría expresarme de otro modo, que éste: "Sí. los decillone-simos tienen virtudes curativas de-terminadas."

Ahora bien, todas estas confesio-nes, están puestas en acción y se cambian en hechos, en el testimo-nio siguiente que voy á analizar y que será el último.

El doctor Munaret, práctico aló-pata muy distinguido, autor del "Médico de la ciudad y de! cam-po," dirigió al presidente de la Academia de Medicina de París, una memoria intitulada: "Del em-pleo de los granulos en medi-cina."

En esa memoria, es homéopata, de punta en blanco.

Hablando de los gránuios, pre-parados por M. Pelletier, de Lyon, enumera todas sus propiedades.

Dosificación exacta é invariable, —todas las medicinas están á la dosis de un «miligramo.»

«Administración cómoda.—na-da de olor, nada de sabor, virtudes preciosas en la medicina de los niños.

«Conservaciónmás larga,»—son inalterables.

«Transporte fácil,»—se pueden poner en tubos, y realizan el deseo de Sydenhan, una caja de «algunos

CONFERENCIAS SOBRE LA HOMEOPATIA 153

centímetros,» puede contar un gran número.

Y en seguida hace mención de casos de curaciones por esos grá-nuios, de agravaciones producidas por esos gránuios, de sangrías re-emplazadas por esos gránuios, etc. En fin, después de haber enumera-do todos los prodigios verificados por esos gránuios, M. Munaret con-cluye diciendo:

— «Termino esta carta, Sr. Pre-«sidente, con nna duda filosófica. «El gránulo es, quizá, el grano de «arena de Bacon, con el cual po-«dríamos—con ayuda del tiempo y «de la observación, su hija—termi-«nar nuestra pirámide medica.»

Esto es Homeopatía pura, ó no sé lo que digo.

Mas á esos señores todo les es permitido. Cometen robo en pleno día, y nunca su vesticjo doctoral es manchado por e] polvo ge] banqui-llo del acusado. de'todos los neneficios eje núegjra do^rina, sin te¿$r la VeTfiiefíz£''de ser M i a d o s e l . M a n e s ; u Síifeópatas, que son

sinónimos. Para ellos, la gloria del «gránulo;» para ellos los palacios académicos, para nosotros la befa de las plazuelas, para ellos el sol de la enseñanza; para nosotros la obscuridad de las torres de la Bas-tilla.

¡Sí!... mas nuestra Bastilla algún día caerá, y ese día será iluminado por el sol hahnemannianoü!

Volvamos ahora á nuestro silo-gismo, y concluyamos diciendo:

«La acción,» es el movimiento de una causa cualquiera, que pro-duce ó tiende á producir algún efec-to.

Es así que, para,producir algún efecto, no es necesario que la causa sea material y maciza.

Luego las medicinas en dosis no materiales, «pueden producir algún efecto.»

Que es lo que tenía qué demos-trarse.

¡Si este argumento, caros docto-res alópatas^os envuelve algún día entre sus rede.s, difí£ümei\te rom-peréis sus mallas!

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D E C I M A C O N F E R E N C I A .

E L H E C H O . . . .

(o)

Un día, dos hombres estaban - V i

sentados en la ribera derecha del :Ródano. El uno era un rico propie-

t a r i o , y habitaba una comarca no distante de allí; el otro, nacido en una aldea, sobre los bordes del río,

. tenía por profesión conducir la car-ga que remolcaban entonces los "barcos de Beaucaire á Lyon.

Se conocían mutuamente, y fati-gados ambos, se pusieron en repo-

ñ so, á la sombra de un ramillete de álamos blancos.

Entonces el propietario dijo al batelero:

—¿Conoces, amigo mío, ese her-moso descubrimiento que se acaba de hacer?

—¿Cuál, señor? —¿Sabes que ya no hay nece-

sidad de caballos para arrastrar los buques sobre el Ródano?

—¿Cómo?

—Es muy sencillo; se ha descu-bierto un medio por el cual subirán solos.

—¡Imposible, señor, imposible! ¡oh! á fé mía os declaro que nunca creeré eso.

—Y, ¿porqué, amigo mío? Porque eso es imposible. —Mas, ¿por qué crees que eso

es imposible? —Porque, señor, á pesar de

todos nuestros fuertes aparatos, tenemos todavía mucho trabajo, y empleamos mucho tiempo para su-bir nuestros buques; y ¿queréis que ellos suban solos?.... ¡imposible!

—Escúchame, amigo mío, te voy á contar la cosa.Escúchame bien.

Y entonces el propietario expli-có al batelero, en qué consistía un buque de vapor. Poniéndose al ni-vel de su inteligencia, trató de ha-cerle comprender su mecanismo,

CONFERENCIAS S 0 R R E LA HOMEOPATIA 1 5 5

ya por la descripción de sus piezas, ya por simples comparaciones,siem-pre por uu razonamiento elemen-tal.

Después de haber escuchado atentamente la explicación.—«Sí, dijo el batelero, todo eso puede ser cierto, pero yo no lo creo.»

En ese momento se escuchó en lontananza un murmullo sordo, co-mo la voz de un huracán. El mur-mullo se acercaba, y al acercarse, siempre crecía. Después fué un bu-que, pero un buque enorme, que se deslizaba en el agua, y subía solo. Pasó, como un caballo á carrera rá-pida. Sus alas rompían la corriente, sus palancas vigorosas se agitaban como el brazo de un gigante, su vasto pecho retumbaba como un volcán, y á cada expiración, su bo-ca de fuego arrojaba una nube de vapor blanquecina.

En seguida desapareció.... un mo-mento después se escuchaba el mur-mumullo sordo en lontananza, un momento después se percibía un vasto penacho de humo negruzco,y las olas espumosas del rio revuelto, vinieron á chocar en la ribera en donde estaban sentados el propieta-rio y el batelero

Este quiso hablar, pero la emo-cion ahogó su palabra... Hé aquí la fuerza de un hecho. Un hecho re-monta :a corriente de la oposición más violenta, un hecho ahoga la

palabra de la negación más obsti-nada, un hecho aniquila con su abrazo brutal á la incredulidad más robusta.

Un hecho está revestido de una autocracia suprema; su omnipo-tencia no puede sufrir la menor re-belión; ensayad comprimirle un instante, más violento que el vapor hará saltar la válvula.

Broussais lo dijo, nada hay más brutal que un hecho.

¡Negad, negad siempre! ¿mas qué será vuestra negación cuerpo á cuerpo con el gigante de la reali-dad? ¡Detened el buque que sube sobre el Ródano, á la locomotora que vuela sobre sus rieles, y á la chispa eléctrica que salta por su hilo!

Distingo dos especies de heehos; unos positivos y otros negativos. Los primeros son los que tienen en sí la evidencia directa; los segundos llevan la convicción por pruebas opuestas. Un ejemplo bastará para esclarecer mi pensamiento.Un hom-bre es acusado de un crimen, él ha sido visto por varios testigos, *as pruebas directas de su culpabilidad motivan su condena. Otro hombre es llevado ante los tribunales; el crimen de que se le acusa no tiene testigos, muchas personas, por el contrario, le han visto en otro lugar Y á la misma hora, en la que el cri-men se cometió; él será declarado

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inocente en virtud de este hecho negativo.

Estos dos órdenes de hechos, los utilizo para probar la tesis que voy á desarrollar.

He considerado, en nuestra últi-ma conferencia, á las dosis infini-tesimales en el estado de P O S I B L E ,

y creo haber reunido bastantes pruebas para que la convicción ha-ya entrado en vuestro espíritu. Ahora voy á hablaros de esas mis-mas dosis, en el estado de HECHO. Se trata, pues, de probar aquí, que no solamente pueden obrar, sino que obran en realidad; y esto, lo demostramos por los hechos.

Procedames primero, por la so-lución de los hechos negativos. Es-tossonlos que tienden á neutralizar la acción de nuestra terapéutica por mezquinas objecciones, ó á dismi-nuir su fuerza, queriendo divi-dirla.

Los médicos, ú otros personas hostiles á la Homeopatía, repiten por doquiera, que nuestras medi-cinas obran sobre la imaginación cíe los enfermos, pero que sólo á esto se limita su virtud.

Ya sabéis lo que se debe respon-der á esta observación, Iji más in-sensata que se ha heoh©, y que Siempre se "hará contra nuestra dóc-

Mas, a|mUamojs, por el igo-gge nosgfrgg obteneipqs las

curaciones trabajando sobre la ima-

ginación de los enfermos; este me-dio ya sería perfecto, y plugiera al Cielo que fuese cierto. Más dicho-sos todavía que el divino Edipo, habríamos hallado el enigma de la Esfinge de la terapéutica. En todo caso, ¿este medio no valdría más que todas las torturas que la medi-cina clásica hace sufrir á sus po-bres pacientes? jCurar una enfer-medad, obrando sobre la imagina-ción, y con NADA! ¡pero esto sería muy meritorio! ¿Por qué pues, se-ñores de la Alopatía, no hacéis otro tanto?

Contra nuestro éxito se invoca además el capricho ciego de las coincidencias.

Que una persona asegure haber sido curada por un médico homeó-pata, ó haber sido testigo de una curación obtenida por él, su acer-tó encontrará siempre la sonrisa de la incredulidad.—"Creéis hab^r si-do curado, le dirá algún maliciosp, debíais curaros; vuestra enferme-dad ha desaparecido por sí mis-ma."

¿Qué responder á esto? ¿Qué responder á la oposición de las coincidencias?

Invocando las coincidencias, se dudaría de todo, se llegaría hasta dudar de Dios.

Pero, señores enemigos nuestros, usurpáis, frente á frente denosótroi; tm derecho que reclamamos con

toda justicia. Esta arma con laque nos atacáis, vamos á volverla con-tra vosotros, y á servirnos de ella, con la misma táctica.

¿Por qué, en efecto, las coinci-dencias no pueden dirigirse contra vuestras curaciones y vuestros triun-fos? Y también vamos á deciros:— "Creeis haber curado á tal enfer-mo, nada de eso, él debía sanar." —Al hablar así, razonaríamos fal-samente, con toda evidencia; pero usaríamos de nuestros derecho, del derecho legítimo de represalias

Y entonces ¿qué le pasa á la po-bre medicina?

¿Qué le pasa al arte de curar? ¿Por qué rechazáis todas las diatri-bas, c on las que se quiere manchar vuest ro diploma, y cómo váis á re-men dar todos los desgarrones que la sátira hace á vuestra toga doc-toral?

Yo os lo digo, la alegación de las coincidencias engendra al fatalismo, y el fatalismo es vuestra ruina más directa.

Mas, concedo por el momento, que nuestros triunfos sean debidos á las coincidencias; quiero que la naturaleza haya hecho todos los gastos de la curacine, que t e n d í a s la desfachatez de atribuir á nuestra doctrina;, es preciso confesar que la señora Naturaleza es muy compla-ciente con la Homeopatía. ¡Cómo! Ved á un enfermo que ha recorrido

todos vuestros consultorios, que ha seguido todas vuestras prescripcio-nes, que ha tragado, durante mu-chos años, bastantes drogas para formar una pequeña farmacia; ese enfermo viene á consultarme, deses-perado del caso, y, siguiendo mis consejos, él sana, y ¡la naturaleza le habrá curado! y debía sanar jus-tamente, en el momento en que se ha arrojado en brazos de la Ho-meopatía! ¡precisamente en el momento en el que ha deser-tado de vuestra terapéutica! ¡exac-tamente en el momento en el que vuestras medicinas tenian su cumplimiento saludable! es preciso confesar que mi buena estrella jha sacado el premio de vuestra lo-tería. Pero, decididamente, un mé-dico homeópata es el niño mimado de la naturaleza, deddidamemt» ^s-ta mala madre os trata como ma-drastra cruel; y si la naturalrfci es-tá con nosotros, no lo vociferéis, porque esto sería atraernos la co-rriente de la clientela

Pero nosotros no somos tan in-justos con vosotros; creemos muy sinceramente que también sois los favoritos de esa gran reina que se llama la Naturaleza, y que de sus favores y larguezas tenéis vuestra buena parte, y si algunas veces ella parece despreciaros un poco, es porque cometéis á menudo, con ella, el pecado de la ingratitud, es

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porque la despreciáis muy frecuen-temente, y que muy á menudo des-conocéis sus méritos; es que tal vez, en fin, ella no está contenta de vuestro orgullo, y que en vuestras victorias, no le dáis- todos los lau-reles que le son debidos.

Consiento, pues, en que nosotros nunca tenemos el honor de un triun-fo positivo, consiento en que nues-tros enfermos hayan sanado, no en virtud de lo que hemos hecho, sino precisamente porque habéis hecho algo, y este algo les impediría sanar. Esto es claro como el sol. Si en-tonces, como nosotros, queréis ob-tener curaciones, emplead nuestro procedimiento, es decir, no hagáis nada, puesto que nosotros no ha-cemos nada. ¡En verdad, este tra-tamiento es muy fácil, y sobre todo, barato, retened bien ésto, queridos enfermos!

Hé aquí «otro gran caballo de batalla que monta, con el mismo heroísmo, nuestro sabio colega aló-pata."

ídle á decir que la Homeopatía os ha curado de una hidropesía, de una gastritis, de una fluxión de pe-cho. «Lo habéis creído, os respon-derá, con un tono académico; vues-tro médico homeópata ha llamado hidropesía á alguno;* gases que te-ñíais en él vientre, tía llamado gas-tritis, á un sencillo desarreglo de vuestro estomagó-, ha l lagado

fluxión de pecho á un catarro que habéis atrapado, en estos días hú-medos, y le habéis creído.»

¡¡¡Qué períume de caridad!!! O' bien, si, por azar, el médico

| homeópata ha diagnosticado con la | seriedad doctoral una de esas en-fermedades, él se ha equivocado. ¡Error! ¡error! ¡vamos! ¿Acaso la Homeopatía es capaz de curar se-mejantes afecciones?

Que un médico alópata tenga, en efecto, el derecho de conocer bien las enfermedades, es innegable que él es doctor, y que doctor viene de una palabra latina que significa sa-bio. En virtud de su diploma, él siempre tiene la verdad en sus sen-tencias, y sus juicios siempre están revestidos con el sello de la infali* bilidad.

¡Pero' que un médico homeópa-ta, sea doctor, imposible; que sepa conocer una enfermedad, imposi-ble; que sepa tratarla, más imposi-ble todavía!

¡Vamos, pobre médico homeó-pata, á pesar de tu diploma, no eres más que un ignorante y un im-postor!

Oís decir todavía diariamente: "Fulano murió, un médico homeó-pata fué quien lo asistió, ya veis que no cura la Homeopatía."

O bien aún: "Tal enfermo ha sj -do abandonado por la alopatía; sé ha llamado á un médico homeópa-

ta que no le ha impedido el m o -I J

nr. Todo esto es posible, ¿y por qué

no? ¿Mas, desde cuando los médi-cos homeópatas se han jactado de hacer milagros? En manos de la Ho-meopatía se puede morir. ¡Hermo-sa objeción! ¡cuán admirable es que se pueda morir! De la Palise, no lo diría mejor!

Es un hecho muy cierto, que ca-da uno es responsable de sus actos, y eí mayor absurdo que puede co-meter un razonador, es el a r ro jar sobre una doctrina la incapacidad, la imprudencia ó las faltas de sus adeptos.

—"Tal enfermo tratado por la Homeopatía, murió."—¿Los vues-tros, entonces, no muueren ja-más?

"Tal enfermo condenado por vuestras decisiones supremas, mu-rió luego en manos de un homeó-pata."

Tanto peor para la reputación de este homeópata, y no para la doc-trina que profesa. Si él ha sido bas-tante imprudente para encargarse de un mal negocio, tan temerario para esperar una curación imposi-ble, tan ciego para tropezar contra un caso incurable, peor para él! á él sólo toca la vergüenza de este fracaso.

Armando Carral, <el célebre pu-blicista, dijo una palabra d e la

más alta importancia política: está uno vencido cuando se tiene el poder de hacer cometer faltas á sus adversarios."

Que los médicos homeópatas, mediten profundamente y siempre estas hermosas palabras.

Seamos francos hasta el fin. Se dirá todavía: "Tal experiencia par-ticular ó pública, se hizo en tal ciu-dad y no tuvo éxito, bien veis en-tonces, que la Homeopatía, sucum-be á la prueba."

No os apresuréis *á formular es-ta falsa conclusión. Vuelvo á re-petirlo: tanto peor para aquel que no ha tenido éxito. ¿En qué casos ha hecho la experiencia? ¿En casos generales? Mas la Homeopatía ha hecho sus pruebas, y las hace to-dos los días. En hora oportuna hablaremos de esto ampliamente. ¿La experiencia se ha hecho en un caso particular, el cólera por ejem-plo? Mas la Homeopatía tiene sus cifras y su estadística respecto á esta epidemia. ¿Un fracaso puede aniquilar mil éxitos? y si la Homeo-patía curó tan bien el cólera en el Brasil y en los Estados Unidos, en donde se cebó con más fuerza, ¿porqué no podría curarlo en Fran-cia? Tanto peor para aquel que no ha triunfado; si se ha colocado en falsas circunstancias, tanto peor para él, cada quien es responsable de sus actos.

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No pienso,—en caso de que co-nociérais la experiencia que preten-dió hacer de la Homeopatía, en 1834, el profesor Andral,—no pien-so que seáis tan torpes para hablar de ella.

En esta época no se había tradu-cido la materia médica homeopáti-ca, nuestra doctrina acababa de na-cer en Francia, y sus discípulos no tenían todavía una marcha bien se-gura, en la vía de la práctica.

Andral debía conocer la Homeo-patía, poco más ó menos, como yo conozco un reloj. Observo en este instrumento, ruedas y palancas que parecen animadas; oigo, pequeñas y rápidas palpitaciones, veo á las agujas correr y proseguir, con mar-cha desigual, sobre un cuadrante fleno de cifras, paro soy tan capaz de montar y desmontar todas sus piezas, como Andral era capaz de poner en acción á las ruedas de la Homeopatía. Asi, uno de sus cole-gas, Jourdan, de la Academia de Medicina, decía, hablando del rela-to de esas experiencias: "Andral no debió permitir que se diera su nom-bre á una cosa que es imposible calificar O la nota entera es una farsa, 6 está hecho por un en-fermero."

Por lo tanto, por lo que toca á este pretendido heoho negativo, no osareis hablar, e.stoy seguro de ello; sobre todo si veis el "Boietín

de Terapéutica," tomo VII, páginas 14 y 15, en donde podréis ver la confesión bastante humilde, y el acto de contrición casi perfecto, de Andral.

-Llegáis, en fin, hasta reprobar-nos que un periódico homeopático, nacido la víspera, haya muerto al día siguiente.

¿Qué prueba esto? Tanto peor para sus redactores. La Homeopa-tía ha podido caminar sin ellos, y podrá muy bien continuar su cami-no también sin ellos.

Cuando veis en el Cielo una es-trella fugaz ¿teméis que el firma-mento se desplome?

¿Qué son, pues, todos esos he-chos negativos? Apoyad todos vues-tras baterías sobre una armadura más sólida, porque veis que no puede resistir al choque de los ar-gumentos más sencillos.

Pero nuestro enemigo no ha quemado toda su pólvora, y hé aquí un nuevo ataque todavía.

Se nos dice: «Los demás médi-cos curan Unto como vosotros, y sin ser homeópatas.»

Distingamos: que ellos curen, lo concedo, pero que curen fuera del principio de los semejantes, es lo que vamos á examinar.

Los demás médicos curan como nosotros. ¡Ah! ciertamente, no queremos negarlo. ¿Qué hay en eso de sorprendente? ¡Se puede ir de

Nimes á París sin camino de hierro, se podría ir en un coche, bueno ó malo, y hasta á pie!

¿Antes del telégrafo eléctrico, los despachos no llegaban por medio del telégrafo aereo? Antes de esto, ¿no marchaban por medio de los correos?

¿Y no se va de Liverpool á Cal-cuta por otro camino que el de Suez? Todo eso no es más que cuestión de tiempo.

«Los demás médicos curan, y en todos tiempos han curado enfer-mosa

Esto es muy cierto. ¿Mas por qué sistema han obtenido ellos, y ob-tienen todavía sus curaciones?Con-forme al principio de los semejan-tes, es decir, según la Homeopatía. Ya os lo he dicho; los médicos alópatas hacen, á menudo sin aper-cibirse de ello, Homeopatía prácti-ca; algunas veces se dan cuenta de ello, y el hecho los deslumhra por su evidencia, pero que convengan en ello, ¡jamás! Esto sería un cri-men.

El sistema de los semejantes es como la palanca de nuestras má-ouinas. Para obtener el principio ae acción mecánica, es preciso im-primir á esta palanca tal movimien-to en tal dirección; pues bien, esta palanca la puede manejar un igno-íaqte tan bien como ía mano del inventor y del más sabio mecánico.

He tenido muy á menudo, bas-tantes discusiones pacíficas con mis ex-colegas, y cuando les he pedido casos de curación conforme á la doctrina de los contrarios, siempre se han visto muy embarazados pa-ra responder.

Poneos ante un médico, quien quiera que sea, aun cuando sea, 1q repito, profesor de una de las tres Facultades de Francia, y decidle:

«Hojead un momento en vues-targa práctica, señor; traed á vues-tra memoria los éxitos más brillan-tes que habéis obtenido en vuestra carrera médica, examinad los ca-sos en los que habéis practicado la medicina pura, es decir, en los que habéis dado á vuestros enfermos medicinas simples, y en los que habéis obrado fuera de las sangrías, sanguijuelas, vegigatorios, sinapis-mos, etc.—cosas todas que cons-tituyen el acrobatismo de vuestro oficio—¡Nombradme un solo caso en el que 'hayais curado por «los contrarios!»

¿Conforme á qué ley terapéutica empleáis la quinina, el mercurio, el iodo, el fierro, el arsénico, la bella-dona, el ioduro de potasio, etc. En fin, todas las medicinas que em-pleáis?

Si ese médico es capaz de res-ponder á vuestras preguntas, con-siento en quemar mi título, ^ arro-jar las- cenizas al viento.

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Ya lo hemos visto, la Homeopa-tía no ha nacido ayer, en cierto modo, ella salió de la cabeza de Hipócrates, como Minerva de la cabeza de Júpiter, y desde su na-cimiento, todos los médicos no han obrado, á sabiendas ó ignorándolo, sino conforme á su inmortal princi-pio.

Cuando prescribo á un enfermo, por ejemplo, 25 centigramos de Sulfato de quinina, ó 10 gotas de tintura de iodo, ó 3 gotas de tintu-ra de belladona, ó limadura de fie-rro, etc., si un médico sorprendie-se mis recetas ó mis pociones, ¿ten-dría el derecho de decir que yo no soy homeópata en estos diversos casos, porque empleólas medicinas á grandes dosis?—«De ningún mo-do le diría, y no os admiraríais de ©lio si conociérais la Homeopatía. Yo soy el que está en el derecho ác admirarme de vuestra conduc-ta, cuando diciendoos adepto del fbiucipio de los contrarios, admi-nistráis esas medicinas, no impor-ta en qué dosis.»

Esto me recuerda que un día se me vino á llamar, durante mis con-sultas, para una mujer quien, se me dijo, era presa de vómitos muy fuertes. Como en este momento, no pude abandonar mi consulto-no, se buscó á otro médico. A! día siguiente supe que. para contener esos vómitos, le administró inme-

f-Z 11 ' -- •

chatamente el emético, y que este medio le fué del todo favorable.

Si yo hubiera asistido á esa mu-jer, tal vez no hubiera hecho otra cosa.

«Abunodisce omnes.»Así es co-mo obran todos los médicos ho-meópatas «de hecho,» servidores involuntarios de un principio que los nutre y que ellos, sin embargo, quieren sofocar.

Este asunto tratado exprofeso posee materiales bastante ricos,pa-ra formar volúmenes. Esta opinión es verdaderamente muy fácil de sostener, tanto más fácil, cuanto que cuenta con numerosos adep-tos. Mas como esta digresión está fuera de la cuestión actual, no ha-go más que indicar estas ideas, y paso á otro género de agresión.

«Concedido, se nos dice, los mé-dicos no obran, si lo queréis, sino conforme á la ley de los semejan-tes, pero no emplean más que grandes dosis. Entonces para obrar no es nécesario que las medicinas estén dinamizadas.»

Esta pretendida objeción, ya se me ha hecho más de cien veces.

En otra parte, pudiera decir sen-cillamente; «esta objeción» aquí digo esta« pretendida objeción, »por-que no ataca directamente al asun-to que nos ocupa.

No queremos probar, en efecto, que las medicinas en dosis macizas

estén desprovistas de toda acción terapéutica, puesto que nosotros mismos las empleamos bajo esa forma todos los días. He aquí por qué (concedemos completamente es-te aserto; pero él no prueba que las dosis infinitesimales carezcan de efecto curativo, y esto es lo que se debe demostrar. Sin embargo, vamos á permitirnos todavía otra digresión á título de respuesta.

He dicho, en nuestra última con-ferencia, que distinguía tres clases de dinamismo: el natural, el artifi-cial y el fisiológico; de este último, es del que vamos á decir algunas palabras.

Todas las substancias medica-mentosas que se administran á un hombre sano ó enfermo, caen des-de luego en un receptáculo único, el estómago. Este órgano es la re-torta en la que comienzan todas las metamorfosis fisiológicas. Es el ministro encargado de transmitir á los súbditos todas las órdenes del soberano. Allí es en donde se veri-fican esa serie de operaciones mis-teriosas que hacen sufrir á los ele-mentos materiales las transforma-ciones más desconocidas, y que escapan siempre á los análisis es-p^rimentales.

De ese recipiente, llamado por la fisiología "primeras vías," las

yo calibre sufre una graduación siempre decreciente.

Seguid en su marcha fisiológica, á esas substancias que ya no podéis apreciar, y llegaréis á las "segun-das vías." j

Estas vías diversas son ya muy tenebrosas, mas vuestra antorcha va á extinguirse, si llegáis antro de las "terceras vías." Deteneos en el umbral ele este misterio, por» que sin llegar á él ya estáis muy ex-traviados en vuestra curiosa explo-ración. .

Ahí, más lejos más lejos to-davía.... se extiende el dominio de lo desconocido, sin horizonte y sin límites.

El movimiento de la pasta ali-menticia os ha conducido á la cir-culación de la sangre. Prosiguiendo vuestra navegación en los tubos ar-teriales, llegaréis á la circulación del fluido nervioso; mas aquí, ios conductos son de más pequeño ca-libre, para dejaros pasar, y el mis-terio os dice: !no irás más ¿fijos!

Tal es el destino de lodo ele-mento que se empeña en las vías fisiológicas; tal es la ley que presi-de á todos los fenómenos de ia vi-da universal.

Así es como el animal se mantie-ne en las condiciones de su exis-tencia, apropiándose en los objetos

substancias pasan á otros canales que le rodean, los principios pro-que se ramifican á lo infinito, y cu- pios para su nutrición. Así es como

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el vegetal extrae la esencia de su conservación y de su crecimiento, de todos elementos de la naturale-za. Las substancias más groseras y las más materiales, puestas en con-tacto con los mil hiliüos de su raiz, se purifican, se desmaterializan, se vuelven fluidas, y arrastradas por la corriente de la savia ascendente, van á llevar á cada ramita del ár-bol inmenso, su ración de nutri-ción y su chispa de vida.

Así es como, de un modo más tangible y más evidente, nuestros granos nutritivos, desprendidos de sus espigas y mondados por nues-tras diversas maniobras, son ma-chacados por las asperezas del mo-lino, convirtiéndose en polvo por el frotamiento mecánico, volviéndose pasta, por medio del agua, y sien-do nuestro pan alimenticio, por el fuego.

Os será fácil comprender ahora, por todas estas consideraciones y comparaffion.es, lo que llega á ser un medicamento cualqir-era depo-sitado en el estómago, en dosis fuerte, y cómo adquiere una acción terapéutica.

Sonriendo al engrane del dinamis-mo ti-¿ilógico, se convierte en lo q«e 3* "mvieríen tos? Cementos de la* .ífUttft mftdicioa^s. tuspüés de ha.ber áufrkio su ••iina&mxno espe-cial, oonibrm* á loa- procedimientos

múltiples y secretos de la natura-leza.

Es evidente que todas esas pre-tendidas objeciones, nacen de una falsa concepción de la esencia de la enfermedad.

Por ejemplo: si consideráis á la "clorosis" como un empobreci-miento de la sangre, si hacéis con-sistir esa afección de las jóvenes, en que la sangre está duprovista de fierro, y en que la serosidad está en exceso con respecto á la fibrina, os parecerá muy racional el dar á vuestras pálidas enfermas las pildo-ras de Vallet. Poned fierro en don-de falte y restableceréis el equilibrio fisiológico.

Desdichadamente, conforme á estas lastimosas consideraciones, obran la mayor parte de los médi-cos; partiendo de este punto de vis-ta fué como Dupuytren, escribien-do una consulta á una señora, res-pecto á su hija clorótica, le acon-sejó que tomase limadura de fierro en la casa de un cerrajero, á fin de tenerlo más puro, y dar á su joven enferma en dosis crecientes, hasta cinco gramos diarios, de manera á cambiar en un verdadero mine-ral las entrañas de la pobre niña.

Pero si e.n vez deconsiderar á es-ta enfermedad como una alteración puramente química, la consideráis como una alteración puramente vi-tal; si—á ejemplo de varios auto-

res respetables, entre los que cita-ré á Golfín, profesor en Montepe-llier á quien escuché dar sobre este punto una lección notable—si veis en esta afección, una alteración es-pecífica del «Gran simpático,» ¿con-qué objeto recetaréis el fierro, y cual será la causa racional de vues-tro efecto curativo? Me complace-ría saber si fuera del dinamismo fi-siológico, teneis una explicación probable de este fenomeno terapéu-tico.

Acarreado por todos los vehícu-los orgánicos, el fierro se fluidifica, por decirlo así, y cuando llega ante el fluido vital, la neutralización se opera, y el Gran simpático entra al orden, recobrando su equilibrio normal.

Es posible que tengáis otra ex-plicación, distinta de ésta, pero es posible, que sea falsa

Esta explicación, la aplico gene i

raímente, á la acción terapéutica de todas las dosis macizas,—sería fácil, pero mny largo de demostrar-lo de una manera particular—y resulta, entonces, que todas las me-dicinas obran conforme á uno de los tres dinamismos, conclusión que entra perfectamente en nuestro ob-jeto.

Cuando he dicho que el estóma-go era el recipiente único y nece-sario de todos los medicamentos, me he equivocado.

Cuántas veces, en efecto, he he-cho desaparecer accesos de fiebre por el sulfato de quinina en poma-da, y en fricción, en ciertos hue-cos de la superficie cutánea! Este método por absorción endérmica, lo emplea frecuentemente la Anti-gua Escuela. Se le ha preconizado mucho en nuestros días, mas los médicos antiguos, va tenían cono-cimiento de él. y lo practicaban con éxito. Asi Boyle—que no pertene-ce á ninguno de nuestros sistemas modernos,—atestigua qúe, el mis-mo se curó, muchas veces de la fiebre, con cierto remedio aplicado en la muñeca.

También habla de algunos mé-dicos que purgaban con tópicos, ó remedios externos. Refiere,«que un químico habiendo se apercibido de que uno de sus amigos "trataba de visión" á esta manera de purgar, le frotó la mano con un aceite, con el cual algunos momentos después, éste incrédulo se sintió tan apre-miado, como si hubiera tomado en lamañanauna "medicina," pero sin retortijones, sin dolor, y sin destem-planza. »

* Finalmente, después de h*her enumerada otros muchos fenóme-nos notables de ese género, decla-ra, que tiene mucha inclinación á creer que «los preservativos, lleva-do? al cuello por los antiguos, no eran enteramente supersticiosos,

4¿

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- -

ni inútiles » Los antiguos llamaban á esos preservativos Amuleta.Phy-lacteria, etc.

Muy recientemente, durante nues-tras epidemias coléricas, ¿no se vio á muchas personas llevar brazale-tes de cobre á título de preserva-tivo. y hallarse con ellos muy bien?

Que nos sea permitido, de paso, preguntar á los médicos que han dado ese consejo a sus clientes, si sabían que en nuestra Escuela, el cobre es uno de ios mejores pre-ventivos y curativos del cólera.

Finalmente, st administra y se puede administrar á los enfermos, todas las substancias medicinales, por todas las vías exteriores posi-b les—Los indios orientales y oc-cidentales casi no siguen más que este procedimiento,—y todos esos hechos demuestran más y más, la acción del dinamismo fisiológico.

Escucho una nueva observación, se acaba de decir:

—Si todas las medicinas pueden ser dinarnizadas y obrar en el es-tado fluidico. ¿por qué no las dais siempre bajo esa forma? O bien, si reconocéis que al pasar por el me-canismo fisiológico, el movimiento de nuestras diversas circulaciones puede dinamizarlas. ¿por qué no administrar todos los medicamen-tos en dosis materiales, puesto que

la naturaleza, se encarga de fluidi-ficarlos?

Reconozco la justicia de esta observación, pero como la respues-ta., nos alejaría de nuestra tésis, la dejo para la próxima conferencia, en la que debe ocupar naturalmen-te su lugar. - Ya es tiempo de pasar á los he-chos positivos

Estos hechos deben recaer sobre I* experimentación pura, y sobre loí resultados de la terapéutica.

Los distingo, en hechos genera-les y en hechos particulares.

Examinémos,según esta división aquellos que se refieren a la expe-rimentación pura

Esta experimentación nos ense-ña, de la manera más positiva y cierta, que los medicamentos, en dosis infinitesimales, tienen una ac-ción real y múltiple sobre el hom-bre sano.

Sabéis que los medicamentos han sido experimentados en perso-nas sanas, y que coleccionado to-dos los resultados de esas pruebas, se han formado sus fisonomías par-ticulares De esta manera, es como Hahnemann, formó su materia mé-dica pura, y con estos materiales fué como e! doctor Teste creyó po-der clasificarlos en los grupos de su sistematización

Hahnemann no trabajó solo en esta gran obra, sus primeros dísci-

pillos le sirvieron de obreros, y ca-da uno, puso su piedra en ese mo-numento que, no perecerá ja-más.

Ahora bien, si este inmenso re-sultado ha sido obtenido experi-mentando las dosis infinitesimales, en el hombre sano, es preciso «Ne-cesariamente, absolutamente» ad-mitir que ese resultado es verda-dero, y concluir forzosamente en su acción morbosa.

Si esto no es cierto, lié aquí ri-gurosamente !• que sucede.

Primero, de parte de los experi-mentadores.

Hahnemann y sus discípulos creyeron ver hechos que no exis-tían; han tomado quimeras por realidades. Su espíritu ha sido el juguete de una loca imaginación, y'durante sus experiencias, su ima-ginación ha delirado. •

Verdaderamente, este es el fenó-meno psicológico más extraño. Pe-ro, lo que es aun más sorprenden-te,esque todos sin decírselo, hayan visto las mismas apariencias fan-tásticas; es que todos sus sueños presenten el mismo matiz, el mis-mo carácter; es que sus ojos hayan sido engañados por el mismo kaleidoscopio, engañador, que fa-bricaba los dibujos regulares é infinitos de todos esos fantasmas!

Ahora, os pregunto, ¿éste hecho es posible? Si asi es, todos ellos

merecen estar encerrados en Cha-renton!

Pero si, en este trabajo no ha habido seducción pérfida de su es-píritu, ha habido entonces de su parte, la más insigne superchería, y la más culpable mala fe.

¡Para engañar á todos los adep-tos futuros de la Homeopatía, ha-brían redactado juntos y con un consentimiento unánime, ese libro que debe ser el Código de la doc-trina fiahnemanniana,habrían, jun-tos, dedicado á la veneración de la posteridad, á ese manequí de ty terapéutica! ¡Juntós, con los mis-mos instrumentos ? las mismas condiciones de trabajo, habrían profundizado ese abismo sin fondo, en el cual vendrán á sepultarse las más hermosas inteligencias!

Ahora, os preguntó, ¿este hecho es posible? Si asi es, merecen to-dos ser encerrados en el presidio!

Más, de parte de los «experi-mentados,» la imposibilidad es to-davía más absoluta.

Y observemos, primero, que las experiencias han sido hechas en hombres-SANOS, es decir , en h o m -

bres sanos tanto de espíritu como de cuerpo,, en hombres, cuyo me-canismo fisiológico gozaba de toda la plenitud de sus facultades.

Ahora, yo sostengo que el testi-monio de esos hombres equivale, al menos, á una certidumbre moral

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Y, en efecto, bajo la influencia de tal ó cual medio medicinal, que les era desconocido; y que ellos eran incapaees de apreciar, esos hombres han hecho tales ó cuales declaraciones, verbales ó por escri-to; cuotidianamente, á cada hora, á cada instante, ellos han notado sus sensaciones, las modificaciones de su estado, su nueva manera de ser. Ellos han indicado la varie-dad. la intensidad, la naturaleza de sus placeres y de sus dolores. Siempre atentos, han seguido la marcha de la experiencia en todos los senderos posibles de sus fun-ciones. Nada se ha escapado á su atento examen; nada ha podido distraer su observación al acecho. Con menos ardor el cazador per-sigue su presa en la espesura de los bosques; con menos vigilancia, su fiel sabueso olfatea las menores huellas, y aprovecha la ocasión del meiaor ruido.

Mucho más numerosas son las espigas que restan después de la cosecha, mucho más numerosos son los racimos olvidados después de la recolección, que los .síntomas que se hubieran podido espigar, después de su cosecha, en el cam-po de la experimentación.

Ahora, para admitir que todos esos hombres.—sanos de cuerpo y aliña,—s§ han engañado, seria preciso estar dotado de una mala

fe y obstinación más dura que una roca académica!

Tampoco es posible suponer que, esos hombres hayan QUERIDO en-gañar. ¿Qué beneficio hubieran re-cogido? ¿Para qué motivo proba-ble habrían redactado, en consejo, los artículos de su superchería? Todas estas aberraciones tampoco son admisibles, ni para los experi-mentados ni para los experimenta-dores.

Más, admitames que hayan que-rido engañar, ¿cómo lo habrían PO-DIDO?

La mayor parte de las veces no estaban juntos Los hombres no es-taban con las mujeres; no conocían las substancias que se experimen-taban; eran vigilados noche y día, —puesto que los síntomas, tienen sus horas predilectas para manifes-tarse;—y además, eran radical-mente incapaces, para examinar algunos de los síntomas. Por ejem-plo, dad estramonio á veinte per-sonas; si son afectadas de delirio, ¿cómo podrán engañaros sobre lo que dirán y lo que harán?

He aquí, un hecho general que, reúne todas las condiciones de cer-tidumbre. De esta manera, es co-mo ha sido elaborada nuestra ma-teria médica. Es imposible que es-te hecho inmenso, que extiende sus ramificaciones en el universo entero, no sea un hecho positiva-

menté cierlo. De todo dudaría, me-nos de esto.

Preferiría mejor, creer que Euri-pides y Sófocles, Racine y Cornei-lle. escribieron sus inmortales tra-gedias, bajo el dictado de mesas parlantes. Pensaría de más buena gana que Mozart y Bethowen, com-pusieron sus célebres sinfonías, co-

' giendo los frutos de la armonía, de árboles con notas. Mejor admitiría que las estatuas animadas de Pra-xiteles, l idias y Miguel Angel, na-cieron de un frotamiento de la

Vámpara maravillosa de Aladino.

Digamos pues aquí, como si quisiéramos fijar miras en nuestro camino, que la acción de los infi-nitamente pequeños, es un hecho positivo general.

Mas nuestra convicción se ex-tendería mucho más, si examinára-mos los hechos particulares. Se trata,pues,de la experimentación

pura. Ahora bien, después de Hah-nemann y sus discípulos, cada mé-dico, cada afecto á la Homeopatía, ha podido comprobar los hechos mencionados por esos experimen-tadores. Todos sus trabajos, todos sus actos, todas sus aserciones han -podido pasar por la inspección de experiencias secundarias A esa ba-rra de oro, que ha salido del crisol de la experimentación, se la ha so-metido á la piedra de toque. Ese gran hecho es del dominio público;

pertenece á todo el mundo; sois libre de comprobarlo y de exami-narlo, conforme á todos ios capri-chos, á todas las exigencias de vuestra legitima curiosidad. La na-turaleza de entoncesacá no ha roto sus moldes, Hahnemann no se lle-vó su secreto á la tumba; su crisol siempre existe, trabajad, y obten-dréis la misma barra. Esos charla-tanes hábiles, esos juglares desc.v rados, no quieren «amarraros» la carta; es un partido franco y leal con las cartas sobre la mesa.

Me había propuesto, y entraba en mi plan, citaros algunos hechos particulares. Gracias á Dios, tengo una colección muy rica: los unos me conciernen, y los otros, perte-necen á hombres muy dignos de fe. Pero como estos detalles serían muy largos, como por otra parte, quizá opondríais la duda á mis acertos. prefiero mejor renunciar a ello, y contentarme con deciros: —Negad, sois libres para ello, pero comprobad el hecho; duerme to-davía bajo las cenizas siempre ca-lientes, id á removerlas, y allí en-contraréis el tisón incandescente que quemará los dedos de vuestra incredulidad

Invoquemos ahora á los hechos que tienen relación con la terapéu-tica.

Aquí es muy importante deslin-dar nuestro asunto, y entendernos

4 3

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' 1 7 0 BIBLIOTECA DE «EL PAÍS.»

bien respecto al verdadero estado de la cuestión.

No es mi intención hacer en este momento, el paralelo de nuestra doctrina con la doctrina oficial; no quiero absolutamente probar la su-perioridad de la Homeopatía sobre sobre su rival, ni que los médicos homeópatas curan más á menudo y más pronto, más segura y agra-dablemente que los alópatas.

Estos por doquiera vociferan que la Homeopetia murió. Según ellos, nuestra doctrina es un cadáver, y desde hace mucho tiempo, sobre su féretro, el destino arrojó su paleta-da de tierra.

Sea. No quiero comparar á la Homeopatía con un gigante ardien-te de juventud, capaz de ahogar á todos los hombrecillos sistemáticos. Casi os concedo que ella ha muer-to, y con vosotros, me apresuro á recitar su «De profundis.» Pero si yo os pruebo que «esta cosa,» á guien llamáis un cadáver, mueve todavía una parte de su cuerpo, la más pequeña, un dedo, un ojo . . . «esta cosa» no puede llamarse un cadáver; si llegamos á descubrir una chispa de vida en ese cuerpo, Un soplo, una palpitación, será pre-nso diferir, hasta nueva orden, e cubrirla con una lápida.

Ved á dónde quiero llegar; voy á someteros este pensamiento, en e

cual he reflexionado muy frecuen-temente.

Me represento á la Homeopatía desde su nacimiento hasta hoy. Ya habéis visto su poder ha irra-diado en todas las partes del Glo-bo. Sus obreros han labrado todo el campo de la terapéutica; ella ha penetrado por doquiera; ha esta-lado en todas partes; ha recorrido toda la escala nosológica, en todos sus grados, desde la enfermedad más inocente hasta la afección más grave: en ambas Américas, ha lu-chado con el tifo, el cólera, fiebre amarilla, y su aceptación, siempre en aumento, prueba evidentemen-te su éxito positivo.

En Europa por doquiera hay mé-dicos homeópatas, y cada uno tie-ne su clientela; y esto es una des-dicha para las falsas aserciones de los alópatas. Si por un decreto so-berano ó por la negligencia y la in-diferencia públicas, estuviéramos reducidos á la pura especulación filosófica de nuestra doctrina, se podría decirnos con razón:—¿En dónde están vuestros hechos? ¿Qué pruebas, qué triunfos tenéis que proclamar?—Pero desdichadamen-te, para los alópatas en la cosecha de la clientela, tenemos nuestras gavillas bastante numerosas, que nos procuran nuestro pan cuotidia-no, y todas esas clientelas reunidas

CONFERENCIAS SOBRE LA HOMEOPATIA 171

representan un haz de hechos bas-tante imponentes.

Ahora bien, cuando me pongo ante todas esas consideraciones,me digo:—¿Es posible que entre todos esos hechos, no haya UNO SOLO po-sitivo? Desde que los infinitamen-te pequeños se administran á los enfermos,¿es posible que ni UNA SO-LA VEZ hayan operado una curación positiva? No exijo millares de casos, uno solo me basta. Ahora bien, la negación más obstinada ¿no es-tará obligada á convenir, que nos-otros hemos curado cuando menos UNA VEZ? Fuera del fatalismo ridícu-lo de las coincidsncias, fuera de la complacencia absurda de la imagi-nación, los infinitamente pequeños ¿no pueden atribuirse NINGÚN caso de curación, ni UNO SOLO?

¿Quién es el hombre que se atre-va á responder:—No, jamás ha-béis curado por un hecho positivo, y tamizando vuestros millones de casos de curación, ni uno solo que-da en el amero del análisis.

Si este hombre estuviera autori-zado para sostener semejante opi-nión negativa y pirrónica, reclama-ría yo inmediatamente el derecho de dudar de todo:—Del testimonio de los sentidos, del testimonio de los hombres, del testimonio de los hechos, en una palabra, de todos los motivos ciertos de adquirir una certidumbre cualquiera.

Admitamos,pues,la existencia de un hecho positivo; este hecho sólo, prueba la acción de las dosis infi-nitesimales.

Porque hé aquí el razonmiento y las consecuencias que se derivan.

Si en «tal caso», un glóbulo ha obrado;¿porqué no obrará una,tres, cien, millones de veces, en todos los casos absolutamente idénticos? Si él ha curado una vez el cólera, ¿por qué no lo curará siempre que esta enfermedad presente los mis-mos síntomas y los mismos carac-teres?

Otra consecuencia sacada de la fuente de la analogía.

Si un glóbulo curó tal enferme-dad, ¿por qué no podría curar á otra, su vecina en la cohabitación nosológica? ¿Cómo podríais com-prender que, estando admitida la acción de un glóbulo, esta acción se hubiera fijado en un sólo punto de la circunferencia terapéutica? ¿Cómo el poder divino habría crea-do un sólo poder curativo, para so-lo una enfermedad? Esta suposi-ción quebranta todas las reglas de la lógica, y hé aquí, por lo demás la prueba.

Si una curación ha sido obteni-da, es por medio de una medicina; mas si esa medicina tuvo ese po-der por medio de ese fluido, ¿por-qué las demás no lo tendrían? ¿Por

' qué no querer dar sino á una sola

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todos los rayos del dinamismo? Y si todas las medicinas dinamizadas pueden obrar, ¿por qué no podrían curar á las enfermedades de fisono-mía semejante? Y, finalmente, si todos esos hechos pueden ser ob-tenidos, ¿Por qué los nuestros no serían positivos? ¿por qué queréis negarnos el poder de haberlos ob-tenido?

La respuesta á todos esos «por qué» nos favorece de la más clara manera.

Ya lo véis, pues, ese cadáver, primero movió un dedo, un ojo, después todos sus miembros; en seguida se ha levantado y ha mar-chado, y camina y caminará siem-pre!

He aquí hechos positivos ge-nerales, y os pregunto, ¿qué prue-ba un fracaso contra tantas prue-bas? Esto sería sitiar á una ciudad con un sólo cañón y una sola bala.

Cuando dividí los hechos posi-tivos en generales y en particula-res, tuve la intención de colocar en esta última categoría, algunos ca-sos muy ricos en interés. Pero, me asaltó una idea que, me obliga á omitirlos. En efecto, ¿de que sirve citar algunas observaciones? Para aquellos que creen, no hay necesi-dad. y respecto de los que no creen, los miro como ausentes. Y, ade-más, me digo si los que han visto, palpado, manejado los hechos,

permanecen incrédulos,. ¿qué ha-rán las simples aserciones á los que no han visto, y no quieren ver?

Varias veces, en efecto, he pues-to á los médicos ante hechos clarí-simos; ellos no se han convertido. Me acuerdo que un interno del Hotel-Dieu, cierto día me vino á ver y me dijo:— «Tengo una enferme-dad, de la que me trato hace al-gún tiempo, y aun no he podido curarme;—os ofrezco una bella ocasión de hacer una conversión á á la Homeopatía, tratadme, y vea-mos si tenéis éxito.—Le di inme-diatamente algunos glóbulos de la medicina que juzgué semejante á su enfermedad, y algunos días des-pués, estaba curado.

Este interno ahora es doctor, pe-ro doctor alópata; debo confesar, sin embargo, que no es hostil á la Homeopatía, cuando nos encon-contramos no se avergüenza de estrecharme la mano.

Me acuerdo todavía de haber lle-vado á ver algunos enfermos, á otros dos internos del mismo ser-vicio Les he hecho ver á la Homeo-patía en acción; un día, ambos han comprobado una peritonitis muy caracterizada, en un niño de doce años. Quedaron admirados de no ver ni sanguijuelas, ni vegigatorios, ni fricciones mercuriales, etc., vie-

• ron que no daba yo más que glóbu-los, y fueron testigos del éxito más

s

positivo; por lo que ambos, hoy doctores, pero doctores alópatas, son sin embargo—me complazco en decirlo—pequeños amigos de la Homeopatía, y del todo, buenos amigos del homeópata.

Por lo demás, es fácil observar que los médicos jóvenes abren más fácilmente el oído á la voz de la verdad; los viejos aman lo viejo, y, enemigos de todo progreso, creen que la ciencia está adherida á sus pasos helados, y que bajará á su tumba, para participar de la al-mohada de su último sueño.

Terminaré esta conferencia refi-riéndoos, con algunos detalles, un hecho que es á la vez general y par-ticular. Quiero hablar de la Homeo-patía en el camino de hierro, de Nimes.

Después de la epidemia del cóle-

exacto de familias; pero ahí debe haber más de dos mil personas. Dos médicos alópatas estaban de-dicados hacía algún tiempo, al ser-vicio de la sociedad. Pero, testigos del éxito que la Homeopatía había obtenido en el tratamiento del có-lera, en Marsella y en Nimes, los obreros se coaligaron para pedir á un médico homeópata: se abrió una lista que se cubrió de firmas y fué enviada á donde convenía.

La calumnia se complació en de-cir que yo era el promotor de esta petición, y que que no había sido hecha, sino por mi instigación.

Si esto fuera cierto, 110 sería un crimen, pero juro ser completamen-te extraño á esta petición.

Ya había sido redactada y po-seía, más de las dos terceras partes de las firmas, sin que yo supiera

n., qne estalló en el medio día de nada. Grande fué mi admiración, Francia, en el verano de 1854, y j cuando uno de los jefes de la admi-produjo muchas víctimas, los obre- n¡Oración, me dió conocimiento de ros del camino de hierro elevaron una petición para tener un médico homeópata. Esos obreros forman

eíla. El comité de la sociedad, en su

próxima sesión, decidió que se pu-una sociedad de socoros mutuo?; j ?i*se á prueba á la Homeopatía, cada mes enteran lina suma á ' durante tres ó seis meses, * se re-la caja, y esta suma, está destina- servó el derecho de admitirla ó de da á socorrerlos durante sus enfer-medades, ó en los accidentes que les sobrevienen.

En Nimes, los talleres son muy considerables.

desecharte, cuando la experiencia hnbiera probado sus resultados po-sitivos ó negativos.

El I o de Noviembre de 1854-, fui agregado á los otros dos médi-

c o he tratado de saber el número eos. [ á título de ensayo.>—Tengo

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razones particulares "para declarar aquí todavía, que yo no he hecho ninguna gestión para alcanzar ese favor.

Tuve mucho cuidado entonces, de rodear á mi práctica de todas las precauciones necesarias, y de alejar todos las probabilidades po-sibles de fracaso, que pueden oca-sionar la imprudencia, la negligen-cia ó la hostilidad, Podía contar con los medicamentos que iba á emplear. Podía descansar en la conciencia del Sr. Ducros, nombra-brado farmacéutico especial de la administración, y aceptar sus exce-lentes preparaciones, con la mayor seguridad. En las medicinas ho-meopáticas, los reactivos químicos, no tienen nada que ver, y es preci-so, ante todo, en estas especies de experiencias, tener un farmacéuti-co concienzudo.

Es inútil entrar aquí en mayores detalles. Al cabo de tres meses, juzgué suficiente la prueba. Escri-bí una carta al señor presidente de la comisión de administración, esta carta era la rendición de euentas de mi conducta, y de los resultados que había obtenido. En ella expuse el número de los miembros que yo había asistido, el número de rece-tas. la suma que costaron, etc.

Después de haber deliberado la comisión, recibí la respuesta si-guiente del señor presidente:

«Señor: «Tengo el honor de informaros,

que la comisión de socorros de las líneas de ia margen derecha del Ró-dano, os ha nombrado adjunto de-finitivo de los dos médicos encar-gados del servicio de sanidad en Nimes, y ha fijado vuestros hono-rarios en á partir del Io de Noviembre de 1854, fecha de vues-tra entrada en ejercicio.

Recibid, etc.» Desde entonces mis honorarios

tres veces han sido aumentados sin "ninguna observación ni reclama-ción de mi parte.» Siempre me he sorprendido cuando se me ha hecho la notificación.

Este detalle es pueril, convengo en ello, pero, prueba evidentemen-te, que la administración quedó muy satisfecha de la Homeopa-tía.'

Hé aquí un hecho que, tiene un grande alcance relativo, extiende su importancia sobre una multitud de cuestiones, y ahoga á muchas objeciones en su nacimiento.

Los obreros son libres, cuando están enfermos de consultar á uno de los tres médicos de la adminis-tración; por su declaración se les da una carta, por medio de la cual llaman a.1 médico que han elegido, pero no pueden consultar á otros d é l a ciudad, al menos «gratuita-

' mente.»

Los primeros resultados debían i pues, ser muy desfavorables para la < Homeopatía. Ya me lo esperaba. ;

Sabía que, para mis primeras con-sultas tendría á los incurables, y, sin embargo, era preciso curar, era preciso tener éxito y era preciso, por decirlo así, hacer milagros, sin lo cual yo estaba perdido.

Mis primeras prescripciones ad-miraron á todo el mundo. Se ha-bló mucho en los talleres, y la pre-vención contra mis polvos blancos y mis botellas de agua clara, desdi-chadamente se hizo general.

Me engaño, debería decir feliz-mente, porque mientras mayor fue-ra la admiración, mucho mayor se-ría su confianza, cuando,, después de haber tomado, riendo esos pe-queños «nadas,» se sintieron cura-dos.

Podría, aquí, traer á colación una multitud de casos de cura-ción, y entre estos casos, hay unos muy notables, puest.o que dos veces me vi obligado á oponerme enérgicamente, á que se publicase el éxito en los periódicos de la lo-calidad.

¡Qué se hubiera dicho, Dios mío, contra el pobre homeópata!

La parte adversa, «si acaso ha-bía una,» ¿podría citar un fracaso, un reves manifiesto?

No lo creo. He tratado toda clase de enfer-

medades, principalmente, enferme-dades de la piel, tumores, fiebres tifoideas, fluxiones de pecho, etc. Tengo derecho de asegurar, sobre todo, que no perdí á ningún obre-ro atacado de esta última afección. Las enfermedades de los niños; creo haberlas recorrido, en todas sus manifestaciones posibles.

Puedo afirmar que mi clientela, en el camino de hierro; va siempre en aumento. Puesto que somos tres médicos, la crítica más severa no puede exigir de la Homeopatía, por su parte de actividad, sino un tercio ¿del trabajo, en este caso, me atrevo á afirmar que hago MU-CHO MAS que mi parte. • ¿Qué diría M. Marchal (de Cal-vi), si viese este hecho? Me parece oírle repetir su frase elegiaca: "Es-to es extraño y doloroso, es una vergüenza para la medicina, pero asi es.-»

Puedo, en fin, afirmar que, des-de mi primera receta hasta la últi-ma. no se hallará «ni una sola que no sea puramente homeopática.» No temo, á este respecto, la inves-tigación más severa y minuciosa.

Además, cada mes, las recelas -de los médicos son revisadas, y ífe

• comisión es bastante vigilante, pa-, ra saber lo que ellas contienen, y

si yo hubiera dado recetas alopáti-cas, no se me hubiera alejado de decir: «Señor, nosotros no tenemos

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necesidad de vos como médico aló-pata, puesto que ya tenemos dos.»

Ahora, si yo no he curado con mis medicamentos homeopáticos, ¿con qué entonces, he obtenido mis triunfos? Podréis hacer y decir lo que gustéis, aquí el escamotéo no es posible.

Ved pues, un hecho muy positi-vo, que me es personal, por consi-guiente, me pertenece, y por lo mis mo, tengo el derecho de entregarlo al viento de la publicidad.

Otro hecho muy importante es el sigue:

Nada de sangrías, sanguijuelas, purgantes, vejigatorios, cautérios, sedaies, etc.

De lo que resulta., que, como los enfermos no{se debilitan por el tra-tamiento, casi, no hay convalecen-cia. Ahora bien, lo que quiere el obrero, es curarse, pero curarse pronto; bajo este respecto, es tan impaciente como un republicano de los listados Unidos, y tiene razón; porque es preciso que trabaje para alimentar á _ su familia; no tiene tiempo para estar enfermo, y para él, su negocio no es ir á pasear su

„ convalecencia á la puerta de los ta-lleres.

Consecuencia rigurosa.... si ellos vienen á consultarme, si el número de ruis consultantes aumenta todos tos días, es porque yo los he cura-do, y que los he curado como ellos

quieren. Por lo demás, ellos saben apreciar perfectamente todas esas ventajas, yo he recogido muchas veces sus conversaciones á este res-pecto.

Para debilitar todos esos triunfos, no os resta más, que decir que, yo he curado á mis obreros por la imaginación. Sea consien-to en ello, con tal que se sientan bien, ellos así lo quieren, y pagan

por esto! ¿Os atreveríais á decir todavía,

ante esos hechos, que la Homeopa-tía, es la medicina de las indisposi-ciones de lujo, délos «nfermos ima-ginarios, de ios arislócratas etc?

Quiero ahora hacer saber, que al referir todas estas cosas; no he te-nido la menor intención de querer disminuir en nada el mérito de los otros dos médicos de la sociedad. Mejor que nadie, tuve la ocasión de apreciar todo su saber y todo su talento, y, siempre y en todas las circunstancias de nuestra colabo-ración, cultivando la misma tierra, aunque con instrumentos diferen-tes, ellos nunca trataron de sofocar mi grano que crecía al lado del su-yo. ¿Por qué en efecto, no podrá haber buena inteligencia entre los obreros qu3 trabajan bajo el mis-mo sol, en ei mismo campo, y por la misma cosecha?

No he referido todos estos he-' chos, sino para probar que la Ho-

meopatía es alguna cosa, á aquellos que dicen, que ella no es nada.

Os prevengo pues, no vavais á decir á los que curamos de sus en-fermedades, que nuestra doctrina 110 es sino una mentira; no vayais á decir sobre todo á mis obreros del camino de fierro que ellos se engañan, y que mi agua clara y mis polvos blancos no los curan; porque os advierto que seríais muy

mal recibidos, tan mal, como si pre-tend iéseis probarles que la locomo-tora que ellos fabrican en su taller no podrá caminar nunca.

Talleyrand decía en 1821, en la cámara de los pares: «Hay uno que tiene más ingenio que Voltaire, más ingenio que cada uno de los direc-tores, que cada uno de los minis-tros, pasados, prosentes v futuros, ¡ES TODO EL MUNDO!»"

Js.

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U N D E C I M A C O N F E R E N C I A .

EN FAMILIA

Recordad por un momento, el i día de vuestra primera entrada al licéo, para vuestros estudios clási-cos. Al llegar, habéis hallado mu-chos discípulos destinados á ser vuestros amigos; desde luego no habéis conocido ni á uno sólo; y és-to no os ha sorprendido, no ha ha-biéndolos v'^'o nunca.Pero podríais haberos dicx.j muy naturalmente: —¿Cómo voy á acostumbrarme á todos esos condiscípulos? Nunca seré capaz de distinguir á los unos de los otros, y de apreciar sus di-ferencias. Todos son semejantes entre sí; lodos tienen cabeza, bra-zos, piernas y un cuerpo. Todos esos rostros parecen los mismos; tienen una nariz, dos ojos y una boca; en lin, las mismas líneas y las mismas facciones. Todos esos alumnos hablan, andan, obran de

la misma manera. ¿Cómo pues no confundirlos?

Y si hubiérais partido al día si-siguiente, hubierais dicho:—He vis-to á muchas personas, pero no he conocido á ninguna, todas ellas son las mismas.

Y si, habiendo partido, os hu-biera sido preciso, después de unos días solamente, designar á algu-nos de vuestros condiscípulos á un visitador, no hubiérais desempeña-do vuestro papel sin titubear y sin vacilaciones.

Mas, poco á poco, llegó el tiem-po en el que habéis conocido á to-dos, con la mayor facilidad, y la cosa pasó muy sencillamente, sin apercibiros de ello. Entonces sa-bíais sus nombres y apellidos, dis-tinguíais sus caras, y hasta tal se-

j nal particular. Ya no confundíais sus voces y sus maneras; habíais

sondeado sus caracteres y habíais llegado á adivinar sus pensamien-tos. Todos esqs alumnos en una palabra, habían llegado á ser para vosotros, como hermanos, no for-mando más que una sola y misma familia.

Los médicos que quieren entrar en esta familia, quedan sorprendi-dos desde luego, de la semejanza de todos esos individuos; y enton-ces, unos salen como entran, es decir, no sabiendo nada, y dicien-do:— «He visto, pero no he com-prendido nada.»

Otros, á pesar de las dificulta-des, avanzan siempre en la nueva vía, y siguen con persistencia el hilo de la observación, terminando por salir del dédalo, y llegan, en fin, en medio de la gran familia, en la que todos los miembros tam-bién les son perfectamente cono-cidos.

Examinemos, pues, cuáles son los medios de llegar á ese fia, y cuando ya se está en pleno cono-cimiento con todos esos individuos, cuál es la manera de conducirse o n ellos.

También en familia, es como va-mos á conducirnos en este asunto; entre amigos de la Homeopatía va-mos á platicar de los principales artículos del código de la práctica hahnemanniana. Jamás las puertas de nuestro conciliábulo están cerra-

das á ninguno, nuestro hermanos disidentes, allí hallarán siempre un lugar, y nos guardaremos bien de decir, como el poeta romano: «Odi profanum vulgus. el arceo.» Hace-mos á un lado el vulgo profano.

Creo estar obligado á advertiros también, que todo lo que voy á de-cir, aunque conforme «radicalmen-te» con las leyes del Maestro es, sin embargo, del dominio de mis opiniones personales; no trato de impenerlas á nadie, porque no me gusta someterme á las opiniones de nadie; asumo la responsabilidad de mis asertos," y, si en algunas cuestiones «secundarias,» algunos de mis colegas, me hallan en disi-dencia con ellos, les suplico me perdonen como les perdono á ellos.

¡Libertad para todos!

En primer lugar, ¿cuáles son los mejores medios d é aprender á co-nocer los médicaméntos?

Si yo quisiera imitar la demos-tración de cierto filósofo pretencio-so, os diría qtfé'efeos medios son tres: el primero, él trabajo; el se-gundo, el trabajo; el tercero el tra-bajo.

Yo os lo he dicho y os lo repito, la Homeopatía no es fácil, su ma-teria médica, sobre todo, es muy escarpada, y si para ser un buen alópata es practóo trabajo y tiem-po, se ;jeoesti3íí cien veces más es-

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fuerzos para ser un buen práctico hannemanniano.

Mas, ¿cómo debéis trabajar? Esto puede ser, á la vez vez,muy

sencillo y muy complicado;y depen-de de la distribución de vuestros es-tudios.

No adoptéis ninguna división, ninguna clasificación. No hagáis ninguna distinción entre los medica-meiuos todos ellos son iguales,quie-ro decir, que presentan todos la misma importancia; todos son se-mejantes; quiero decir que todos ellos presentan caracteres comunes, conservando sin embargo su estric-ta individualidad.

No embaracéis vuestras prime-ras investigaciones en las catego-rías de «policrestos, psóricos,» etc., el medio más sencillo y más segu-ro, hele aquí:

Estudiad los medicamentos por orden alfabético,mas «escribid vues-tras retlexionesanalíticas.» Lasbo-servaciones secas y especulativas vuelan, mientras qtre la acción de escribirlas, las fija más sólidamen-te en la memoria.—Este medio es el que me ha dado mejores resulta-dos.

Después de esto, pasad á la sín-tesis. Haced aproximaciones, esta-bleced eomparaciones, componed grupos, y no me digáis que todos los medicamentos son los mis-mos, que producen todos delirio,

cólicos, diarrea, vómitos, etc., etc. La más pequeña reflexión, os hará comprender todo esto.

El efejto inmediato de toda subs-tancia medicinal, se dirije primiti-va y directamente sobre el sistema nervioso; y entonces ¿cómo no habrá delirio, si el cerebro es afec-tado desdé luego? Todos los me-dicamentos pasan por v e l estó-mago y las vías intestinales; ¿cómo no producir entonces vómitos y diarreas? Todas las medicinas pue-den desarreglar todas las funciones, y entonces su acción parece la misma. Pero si tenéis un cuidado escrupuloso en su examen compa rativo, muy pronto os apercibiréis que los delirios producidos por la belladona, el opio, el estramonio, el beleño, etc., son muy diferentes. El vómito de la haba de San Igna-cio, no es el del emético ó el de la ipecacuana; la diarrea y los cólicos del cobre, de la coloquintida, del Veratro, del sublimado, del fósforo, de la coca de Levante, tienen cada uno su matiz. El ardor del arsénico, no es el del carbón vegetarla sed de la belladona no es la de la anémo-na de los prados; y las placas dar-trosas del mercurio no son las de la dulcamara, etc.

Saber especificar, discernir, in-dividualizar todas esas potent ;s, todos esos caracteres, todos es» s seres morbígenos, no es cosa fácil,

convengo en ello; es preciso un gran hábito, y este hábito no pue-de adquirirse, sino por estudios se-rios, un trabajo constante, y una observación paciente y sostenida.

Mas, ¿poi qué admirarse que sea preciso trabajar para obtener toda especie d - cosecha? Cuando véis ui> campo cubierto de una bella co-secha, ¿eréis que jamás el arado ha trabajado su seno? Y cuando véis á un sabio botánico nombrar distinguir y describir todas las plantas, todas las flores y todos los los frutos que encontráis en vues-tro paseo, ¿creéis que esta facultad sea para él un sexto sentido que ha adquirido durmiendo?

Trabajad pues, pero trabajad, como el agricultor trabaja su cam-po, es decir todos los días, escri-! bid todas vuestras reflexiones, y que estas ¡reflexiones sean el plan de vuestro espíritu; y él terminará por apropiarse todas esas indivi-dualidades medicinales y asimilár-selas, como nuestros órganos se asi-milan el pan material; y os sucederá loque os pasó con vuestros condiscí-pulos del liceo; todos esos medica-mentos, llegarán áser para vosotros una misma familia, cuyos miembros os serán perfectamente conocidos.

Cuando así se ha llegado á cono-cer la materia médica pura, la pri-mera dificultad que tiene el práctico, es la elección del medicamento. Se

presenta un enfermo en vuestra clínica, ¿cuál es el medicamento que le conviene, y cuál es el medio de hallarle?

Una cosa muy sencilla y que no se comprende bastante, sobre todo en los principios de la práctica ho-meopática, es que bajo este respec-to enfermedad y medicamento, son dos términos sinónimos. Aho-ra bien, si habéis llegado á apre-ciar fácilmente las enfermedades, y á distinguirlas unas de otras; á reconocer, en su aparición, su fisonomía y su carácter específico, ¿por qué no podríais llegar á hace-ros familiares, los retratos de los medicamentos?

A lá cabecera del enfermo, des-embarazad vuestro espíritu de toda idea preconcebida, de todo lin-dero de clasificación; no veáis más queála enfermedad: y cuando la ha-yáis, perfectamente reconocido, voi-ved vuestras miradas y vuestra atención, del lado de la galería de de los cuadros sintomáticos artifi-ciales, y tomad aquel que os parez-ca el más semejante á esa enfer-medad.

En general, la investigación de la semejanzadelmedícamento, á la en-fermedad es clmejor medio para llegar á la elección de ese primer término.

En particular, estudiad todas las variedades y \os principales rasgos de ios medicamentos. Todos los

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hombres se parecen; cada uno tie-ne sin embargo, «algo* que hace que no se le confunda con sus ve-cinos, y que sirve á su amigo, para distinguirlo entre la multitud. Su-cede lo mismo con los medicamen-tos; cada uno tiene su sello espe-cial. Asi uno obra de preferencia sobre el cerebro; otro sobre el estó-mago, otros sobre los miembros in-feriores etc.jeste manifiesta sus sín-tomas sobre un solo lado del cuer-po, y aquel en diagonal; unas veces veréis agravaciones por el reposo ó por el movimiento, durante la no-che ó durante si día, etc.

Si un médico alópata escuchara este discurso, sorprendido por mi lénguage, se creería transportado á una sinagoga, y me tomaría por un rabino, hablando hebreo. Nuestra ¿satería médica," en efecto, sería para él, un libro que leería sin com-prenderlo, como los cantores de un? c&' ídra) salmodian el latín, sin áíhfr lo me dicen.

Después de todos esos detalles, tened en cuenta en vuestro examen el sexo, la edad, el temperamento, la moral las costumbres, los hábi-les. y pasad en revista todas las funciones. Es casi fútil, hacei se-mejante observación, todo prácti-co observador, se conduce de esa manera.

Pero «sobretodo,» id á ja inves-tigación de laxausa de la enferme-

dad. Entiendo la causa ¿preciable y mediata, puesto que la causa ra-dical nos es desconocida.

Este precepto admirará un poco á nuestros colegas alópatas, que creen tener el monopolio de la ciencia etiológica, y pos er el dere-cho exclusivo de recoger en ese Pactolo, todas las arenitas de oro.

Es preciso oírles decir todos los días con énfasis:

— eNosotros tratamos las cau-sas, mientras que vosotros, no ¿ra-íais más que los síntomas.»—Asi el profesor Alquié, en su , «Précis de la doctrine Medícale de Mont-pellier.» en la página i 94, reprocha á Hahnemann, haber confundido «la l'orma» con el «fondo,» míen-tras que Hipócrate? distinguió las afecciones morbosas por su 'natu-raleza, > y no poi la «forma.»

Mas, perdonadme, señor profe-sor; ¿qué entendéis por«naturaleza» de una enfermedad0

Cuando hayáis respondido á es-ta pregunta, si acaso podéis respon-der á ella,—os preguntaré todavía: —¿Cómo se reconoce la naturale-«a de las enfermedades,desprecian-do su/orma?¿Cómo podríais distin-guir ¿todos vuestros amigos, l$s unos de los otros, despojándolos d'e sus vestidos ordinarios, y cubrién-doles el rostro?

$i no podéis ver el fondo de los

CONFERENCIAS SOBRE

mares, contentáos con navegar en «su superficie.»

Fijaos, ante todo, en la causa de la enfermedad. En Jos casos agudos, que los antecedéñtes suministra-dos por el enfermo y los que le ro-dean, sirvan siempre de antorcha para vuestro diagnóstico; y en los casos crónicos, comenzad «siem-pre» por dar el remedio que hubie-rais dado, si hubierais sido consul-tado al día siguiente del nacimien-to de la enfermedad. Para ser más claro, voy á permitirme citaros dos ejemplos de mi práctica particu-lar.

Un día se me llamó para asistir á un niño, ciego hacía aigun tiem-po. Varios médicos lo habían tra-tado antes que yo,—porque soy homeópata, y ya está dicho todo; no se nos viene á consultar sino en casos desesperados, lo sabéis, y pa-ra pedirnos milagros,—,p>,ero todo tratamiento había sidojn'fruC-íuoso. No me atreví á emprender lúego ninguna medicación,—lo confiesb. Pero, cuando los padres me dije-ron, que ellos atribuían la ceguera de su hijo á una caída, consepí mediatamente, c$n gus;to, en inté% tar la curación. Le hice tomar, á mañana y tarde,una cucharada ca-fetera de una poción de « áfnica»no me acuerdo en qug |]ÍUQI¿,— ocho días después, é\ gran

admiración de varios testigos, co-

rría en zig-zag á través de las qué yó había dispuesto en riii con-sultorio, con un desorden calcu-lado.

Sabéis que el «árnica montana» es el medicamento de los golpes, caídas, heridas,etc.

Otro día fui llamado para un enfer-fermo atacado de una enfermedad crónica, y condenado á muerte jjor una junta de médicos. Estaba íii-

" '"V' ' »"V"

drópico. Este hombre, bastante fla-co en su estado normal, estaba entonces con una gordura deforme. No consentí en arriesgar un trata-® . -VT, miento, sino hasta que mis investís gaciones me descubrieron que ha-bía tenido la sarna, antes de su enfermedad, y cuando sus padres me dijeron que los médicos vulga-res habían reparado en esta cir-cunstancia. Entonces lo traté como si hubiera tenido la sarna, y con éxito, y tanto -que el enfermo, en el primer día^de su salida, fué á pagarlés^á los ¡tres ^médicos que lo "habían condenado á muerte.

Ciertamente, señores, no hablo de fistos hechos, ni de otros mu-chos, que he tenido en mi práctica,-p í a quemar dos granos de inofen-so en m] pebetero, y probaros qué ha curado a los ciegos, y que dfgo á %s hidrópicos: «Toma tu le ího y Égida.» nada de malas dispu-tas; queremos sencillamente hace-ros ver, que, nosotros también, tra-

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tamos las causas de las enfermeda-des; que, con toda certeza las descuidamos menos que vosotros: «Tolle causam,» quitad la causa, decimos con más fuerza que voso-tros. ¡ Sí, buscad la causa de las enfer-medades, buscadla por doquiera, en las costumbres, los hábitos y las inclinaciones del sugeto.

No descuidéis el clima, y todo lo que se refiera á las diversas cons-tituciones atmosféricas; fijad vues-tra atención sobre «la índole» de las enfermedades reinantes Pero, sobre todo, en las enfermedades crónicas, escudriñad los anteceden-tes con el más escrupuloso análisis, y l levad vuestro exámen hasta las profundidades de las afecciones hereditarias. Muy frecuentemente

los repliegues del pasado, es en donde se puede sorprender, ador-mecido, el secreto del presente. > Sí, tratad la causa, y esto, á des-pecho de todas las pretensiones de los demás síntomas, para hacer va-ler su dereeho al medicamento apropiado. Ejemplo: una persona ¡gs dice que experimenta un dolor muy vivo, en toda la mitad dere-cha de la cara; el ojo. el oído, los dientes del mismo lado están afec-tados, y este sufrimiento se mani-fiesta principalmente en la noche; se agrava, ademas, por el calor, y provoca una salivación abundante.

¿Qué medicina elegiríais? El caso no es dudoso, entre mil homeópa-tas, uno sólo, «quizá» no daría «mercurio soluble.» Este remedio reclama la prioridad á justo título. Pero esta persona agrega, que su neuralgia estalló á consecuencia de una violenta cólera; dadle enton-ces «chamomilia. ' Si fuese á con-secuencia de una inmersión en el agua, ó después de haber dormido en la tierra húmeda, entonces le daréis ; dulcamara, etc.). .

Y si por el contrario, el examen de los antecedentes, os hace des-cubrir que, esta neuralgia es debida al abuso del mercurio, de la chamo-milla, del café, e t c . . . . . . ¿qué ha-ríais? Daríais inmediatamente el antídoto de esta enfermedad medi-cinal, que viene á ofrecerse á vues-tra observación

Este sería el momento de hablar de esas numerosas enfermedades que se nos traen á nuestros con-sultorios, y que tienen su» origen en los medicamentos intempestivos, ó administrados en alta dósis; pero, prefiero dejar esta digresión para otra conferencia, en donde encon-t r a r á su lugar más natural.

En una de nuestras pláticas pre-cedentes, os he demostrado la uni-dad dogmática de nuestra doctrina; aquí podréis ver, conforme á todas estas consideraciones, su «unidad práctica.» Es imposible, en efecto,

que los médicos homeópatas, no sean del "mismo sentir," y del «mismo obrar,» en sus consultas puesto que ellos ven los mismos objetos con el mismo estereosco-pio.

En efecto,la figura de un medica-mento no puede variar, la figura de una enfermedad tampoco puede va-riar; por lo que los médicos que son llamarlos á juzgar de la rela-ción de estos términos, tendrán todos la misma opinión.

Todos saben hoy á qué atenerse respecto ai modo de llamar y de

P I T A , TOT SENSÜS; traducción libre; tantos médicos, tantas opiniones

Mas 110 se ven tan grandes di-vergencias.. en las consultas de los homeópatas. Podréis, para conven-ceros de ello, hacer la experiencia siguiente: Escribid los síntomas de una enfermedad bien conocida y bien caracterizada. Que el cuadro sintomático esté- bien dibujado. Mandadle á varios médicos homeó-patas, y la mayor parte de ellos os indicarán el mismo medicamen-to; llevadle á varios médicos aló-patas, y obtendréis varias opinio-

reuni rá varios médicos en un casojnes diferentes; pues bien, ¿de qué grave. Esas pretendidas consullas halagan bástantela vanidad de los parientes, y terminan muy frecuen-temente, con los preparativos del enfermo para su largo viaje, y arro-jan algunos granos en el molino de los señores doctores?

Esas consultas han alimentado las comedias y los chistes de los autores satíricos, para poder hablar de ellas libremente.

Un antiguo escritor dijo con ra-zón: «El que no tiene más que un médico, tiene UNO; quien tiene dos, no tiene más que la MITAD de uno: pero quien tiene tres, no tiene NIN-GUNOS»

Casi en el mismo sentido, Napo-león I o dijo: «Prefiero un mal gene-ral á dos buenos generales.»

Este es el caso de decir: TOT C:A-

lado os parece estar la verdad? Dejachne leer, á este propósito,

una anécdota que el Dr. Jahr reía-lo un día en una reunión de la So-ciedad homeopática de Lieja (se-sión del 28 de Noviembrede 1855.) Abreviaré, á fin de no fatigar vues-tra atención.

«Después de haber terminado, dice, mis estudios médicos, viajé en Alemania paca completar mi instrucción. Llegué una noche á una quinta, cuyo propietario me invitó á tomar hospitalidad en su casa.

«Este era un anciano original, muy rico, muy fastidiado, enfermo hacía largo tiempo, pero en r e v a n -cha, poseedor de una excelente bo-dega, de la que hacía los honores con ostentación. Desde que hubo conocido mi profesión: Bien me

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guardaría de cumplimientos, ex-clamó con fuego: tengo un hijo á quien preferiría mejor verlo verdu-go y no médico.—Como este brus-co apostrofe me hirió y me turbó: Escuchad, joven, añadió, viajáis para vuestra instrucción; pues bien, os voy á dar una lección de la que sacaréis provecho.

«Desde hace veinte años estoy enfermo. Me dirigí á dos médicos célebres que no pudieron entender-se; por esta razón, no tomé las me-dicinas ele ninguno de ellos. Enton-ces me dediqué á correr el mundo, consultando no solamente á las ilustraciones de todas las Faculta-des, sino también á los doctores cu-yos nombres no eran conocidos. Ja-más pude hallar dos que estuviesen de acuerdo, ya sobre la naturaleza de la enfermedad, como sobre su tratamiento. Después de muchas fatigas y gastos, volví á mi casa, convencido de que la medicina, le-jos de ser una ciencia, no es más que un olicio innoble.

«Sin embargo, algo he ganado, y os voy á ciar la mitad de mi pro-vecho. Al decir estas palabras- to-mó un gran libro, semejante á los grandes libros de los negociantes, Las páginas de este enorme in-fo-lio. dijo al abrirlo, están divididas en tres columnas. Laprimera, con-tiene el nombre de los médicos consultados en los diversos países

que he recorrido; la segunda, las indicaciones de mi enfermedad, la tercera, finalmente, las prescrip-ciones y las medicinas apropiadas. Total, del contenido de las colum-nas, 477 médicos, 313 opiniones diferentes, sobre la naturaleza de mi mal, 832 fórmulas, en las cua-les hay 1,097 medicamentos.

«Como veis, continuó, no he economizado ni trabajo ni dinero. Si yo hubiera hallado á tres docto-res ele la misma opinión, me hubie-ra sometido á su tratamiento, pero no tuve esa felicidad. No me he cansado, y este registro os lo prue-ba. Ha sido llevado día á día, con el cuidado más minucioso. Y aho-ra ¿que os parecen la medicina y los médicos? ¡ O H COMEDIANTE! N O

os agradaría dijo; prestándome una pluma, aumentar mi preciosa co-lección?

«No tuve deseos de ello. Me con-tenté con preguntarle si I fáhne-mann, figuraba en ese martirologio de nuevo cuño.

«Sin duda, sin duda alguna bus-cad en el nútn. 301. Busqué y ha-llé. Nombre de la enfermedad, 0; nombre de la medicina, 0. Pregun-té la explicación de esos dos ceros; el singular enfermo me respondió: Esta consulta es la más racional, la más lógica. No concerniéndoos el nombre de la enfermedad dijo Hahnemann, escribió CERO, y no

CONFERENCIAS SOBRE LA HOMEOPATÍA 187

concerniéndoos el nombre de la i medicina, escribo también CERO: se trata solamente de la curación. Yo hubiera seguido las prescripciones de este hombre: pero desdichada-mente estaba solo, y yo necesitaba tres,

«Después de algunos instantes de reflexión, le pregunté si, á pe-sar de sus tentativas infructuosas no quería hacer un último ensayo, garantizándole el éxito probable. Hallar eis le dije, no solo tres médi-cos de acuerdo, sino un número mucho mayor. No obstante su in-credulidad, consintió en mi propo-sición, para procurarse un -pasa-tiempo y agregar algunas páginas á su gran libro.

«Hicimos: ladescripción de su en-fermedad, y la enviamos á 33 mé-dicos homeópatas de diversos paí-ses. Cada carta contenía el precio de la consulta. En seguida me des-pedí de mi original.

«Hace poco tiempo, me envió una barrica de vino del Rliin de 1822. Hallé, me escribió, 22 doc-tores de la misma opinión; más de lo que yo me atrevía á esperar. En consecuencia, sigo el tratamiento,de aquél de ellos, que es el más veci-no de mi habitación. Os envío esa barrica por miedo de beber mucho de ese execlente vino, para éstejfar el restablecimiento de mi salud. Héme aquí, gracias á vos y á la Ho-

meopatía, convertido á la medici-na y reconciliado con los médicos.»

Prosigamos ahora nuestro asunto. Cuando halláis hecho la elección

de una medicina conveniente, ad-ministradla siempre SOLA . Un me-dicamento es celoso de su libertad individual, y en su esfera de acción, nogustade chocarse con ningún ve-cino lo que hace quiere hacerlo so-lo, y para ello tiene sus razones. ' Estas razones ya las hemos men-cionado, y además este articulo de nuestra doctrina es admitido, po-co á poco, por nuestros adversa-rios, quienes se convierten á él to-dos los días. Leecl el final de la carta del Dr. Munaret, de la cual ya se ha hecho mención.'

«En definitiva, dice, no se trata «de preconizar una preparación ofi-c i n a l , sino de la especificidad y de «la simplificación de nuestras fór-«muías, vanamente reclamada,des-«de Hipócrates, por todos, los «buenos prácticos. «La mezcla de «medicamentos es hija de la igno-«rancia,»decía el filósofo que acabo «de nombrar. Yo agrego que la po-«lifarmacia es parienta muy cerca-«na del «charlatanismo,» que pro-«teje, por una oculta solidaridad la «reputación "del médico vulgar" y «los intereses «de una profesión • que se va.*

¡El Dr. .Munaret es médico aló-pata, record adío!

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No solamente, no se deben mez- j da r varios medicamentos en una i poción, sino que no se deben mez-clar varias diluciones del mismo re-medio, Dos ó tres prácticos homeó-patas han propuesto esta mezcla mística. Así propinando la digital, por ejemplo, ponen en el frasco,dé-la 6a ^dilución, de la 15a y de la 2-ia. . . Una gota de cada una.

•Vaya una idea, Dios mío! ¿y co-mo' ha podido brotar del cerebro de un homeópata? En verdad, ésto huele un poco al fruto del viejo ár-bol. Esto es como si se quisiera colocar detrás del vidrio de un cua-dro, varios retratos del mismo indi-viduo, de diferentes dimensiones y pegados unos atrás de otros.

¡Bendito sea Dios! Hahnemann murió antes de haber conocido un atentado semejante á la pureza de su doctrina.

Después de la elección del medi-camento, lo más importante, es la dilución.

Mas, si esto es lo más importan-te, es también desdichadamente lo más difícil: éste es uno de los artí-culos más misteriosos riel código hahnemanniano. Así no faltan los comentarios, porque es de notarse que el número cíe comentarios, es-tá sietopre en razón de la aspereza de una ley. Este es el #rimer fan-tasma que espanta las investi-gaciones prácticas, esta es . la pri-

mera espina que entra al pie del néofito, en la vía ele la clínica.

Todos los homeópatas, desde el maestro hasta sus discípulos y sus continuadores, han buscado, y ca-da uno ha hallalo á su manera. Todos han querido desatar el nudo gordiano, y, forzosamente, debían presentarse algunos bastantes im-pacientes para cortarle, no pudien-do desatarle.

Comparando", como ya lo he he-cho, á un piano indefinido, la esca-la de los dosis He un medicamento, desde la materia hasta el fluido, ¿qué nota debe herirse, para hallar el sonido relativo de la cuerda que vibra en el piano vital? ¿Cómo ha-llar la nota que debe resonar al uní-sono clel dolor?

Para allanar la dificultad, unos —como el método musical de Ga-lin—han querido hacer desaparecer los tonos absolutos, y reducir á un solo tono monotipo, todos los ma-tices de la armonía vocal. Otros, despreciando tocias las reglas prác-ticas, adoptan indiferentemente, cualquiera nota por tono, y su can-to nó está sometido á ningún dia-pasón.

El primero de estos medios es un poco exagerado, y el segundo es absurdo. Para el verdadero ar-tista,cada nota tiene su valor, cada acorde su destino, y cada tono tra-duce cada matiz de la armonía.

Esta comparación, os "l iará per-fectamente comprender mi pensa-miento.

Entre los prácticos homeópatas, unos han adoptado una sola dilu-ción, comunmente la 30a , y los otros, no se fijan en ninguno de los grados de' la escala posológica, y cualquiera dilución les parece bue-na. Con tal que hagan bien la elec-ción del medicamento, la dosis, les es completamente indiferente.

Otros, en fin, procuran adminis-trar el medicamento, en la dosis que les parece más conveniente al caso patológico; desde las masas hasta los fluidos, desde el primero hasta el último grado-de la escala, 110 desprecian ninguno, poniéndo-los á todos en acción.

Que no se emplee más que una-sola dilución, es lo que no com-prendo. ¿Para qué, pues, preparar otras? ¿Por qué, en posesión ele va-rios medios, no poner más que uno soloásu servicio? ¿Qué diñáis de un amo que no mandase jamás sino á uno solo de sus criados, ó de un arpista que no pulsara jamás más que una sóla cuerda de su instru-mento?

Que se emplee tal ó cual dilución, indiferentemente, todavía lo com-prendo menos. En verdad, os digo, si alguno os propone este falso precepto, huid, huid muy lejos.

Huid como clel antecristo déla doc-trina hahnemanniana.

Para llegar á la elección fútil de. la dosis conveniente, es esencial formarse una idea justa de la na-turaleza de los medicamentos, una idea, á lo menos, aproximada y probable, porque la naturaleza de los medicamentos, nos es tan ocul-ta, como la de las enfermedades; pero s i n o sabéis lo que «son.» cuando menos debéis saber lo que '«no son.»

Por tanto, no preguntéis, si, en-tre las diluciones, hay fuertes y dé-biles. y si el procedimiento por el que se dinamizan los medicamen-tos, disminuye ó aumenta su virtud

| é intensidad terapéutica; ¿alguna i vez habéis oído hablar de la fuerza de un rayo ele luz?

Los medicamentos, no son ni ¡débiles ni fuertes.

Ya os he dicho lo que debe en-cenderse por dinamismo y dinami-I zación. Aunque esto- términos tei> j gan, por raiz. á una palabra griega ¡ que significa fuerza, no designan I ningún grado de fuerza, ni ascen-i cíente ni descendente. Nada de lo-gomaquia, no os lijéis en la letra: porque, sabéis que «la letra m a t a y el espíritu es el que vivifica.»

: Nuestras manipulaciones farma-céuticas. modifican—iba á decir cambian—la naturaleza de ¡os me-

! dicamehtos. Aquellos que tienen

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una potencia tóxica, la pierden, los que no tienen ninguna acción, ad-quieren una, y los que poseen una virtud á tal grado, en otro poseen una nueva, muy diferente.

Sobre esta noción general, es sobre la que debéis basar vuestra elección de dosis. No me detendré mucho tiempo en esta observación, que es muy clara y podría tener mayor ampliación.

No habrá, pues, para nosotros más que «bajas, medias v altas» diluciones.

Ahora bien, para llegar á la elec-ción fácil de la dosis, tened en cuenta la agudeza y la cronicidad de las enfermedades; su división en vitales y orgánicas; la edad, el s e x o V el temperamento del enfer-mo, sus costumbres, sus hábitos, y finalmente todas las modificaciones patológicas.

Antes de entrar en los detalles de todos esos artículos de nuestro código, y teniendo presente lo que dijimos sobre la dinamización fisio-lógica, vamos á responder á la do-ble cuestión que se nos ha puesto bajó la forma de objeción, á saber: «¿por qué no se dan siempre las medicinas en dosis infinitesimales ó bien en dasis macizas, puesto que nuestro organismo se encarga de dinamizarlas en sus engranes fisiológicos?» Los detalles de esta respuesta, que aquí halla más na-

turalmente su lugar, nos demos-trarán, al mismo tiempo, las reglas que deben dirigir la elección de las diversas diluciones.

V desde luego, los hechos clíni-cos prueban que cualesquiera que se hace exclusivista, y afecta una especie de puritanismo posológico, se expone á encontrar, en su prac-tica, numerosos y flagrantes fraca-sos. Y esto, sea que se adopte so-lamente una dosis única y de una-ampliación universal á todos los casos patológicos, sea que se man-tenga uno siempre en las altas re-giones de los fluidos, ó que perma-nezca estacionario en las dosis macizas.

Los hechos clínicos prueban que siendo infinita la escala de las ma-nifestaciones patológicas, infinita debe ser también la escala de las dosis que se les deben apropiar. Los hechos prueban, además, que tal enfermedad que ha resistido á las dosis macizas, cura por las do-sis lluidicas, y que otra que opone á estas últimas una resistencia ca-prichosa, no puede someterse sino por la acción de las primeras.

¿Cuál es la razón de todo esto? ¡Ah! lo sabéis, los hechos son

caprichosos; se manifiestan , pe-ro frecuentemente no hablan . Cuando ellos prueban, prueban-bien: pero igualmente, cuando guar£

| dan su secreto, lo guardan bien. To-

das esas acciones curativas de las ¡ dosis extremas,- unas quedando ocultas en su cubierta material, otras elevándose á la región de los fluidos, las podéis pasar sobre el le-cho d¿i Procusto, pero sus grifos, sus torturas, su mutilación, nada os enseñarán.

Ya es bastante, que los hechos nos revelen leyes positivas respec-to á nuestra posología; nuestro or-gullo debía contentarse con eso. y puesto que admite tantos misterios, bien puede admitir, uno más.

Hé aquí esas leyes positivas: siempre en el dominio de las gene-ralidades.—

En los casos agudos, en las en-fermedades orgánicas, en las cielos niños, de los ancianos y del sexo femenino, á los sujetos debilitados profundamente por cualquiera cau-sa, á los temperamentos linfáticos, dad las bajas diluciones, es decir, desde la primera trituración ó la tintura-madre hasta la 6a ú 8a di-lución.

En ¡os casos crónicos, en las en-fermedades puramente vitales, so-bre todo en las enfermedades ner-viosas, aquellas que los antiguos llamaban «sine materia,» aquellas en general, que se 'sust raen al es-calpelo de la anatomía patológica, al sexo masculino, á los individuos fuertes, en una palabra, á aquellos que están en el foco de la vida, dad

las diluciones medias, 12a. 15a, 18a

ó las altas, 24a. 30a . 200 a y más allá

Nada interpreta mejor las leyes que los ejemplos, os voy á citar al-gunos.

fié aquí un caso de fiebre inter-mitente, no importa de que tipo. Supongo que el arsénico sea el me--dicamento conveniente.—Si elcaso es antiguo, seis meses, un año dad la 30a dilución, y en una sola vez; si el caso es reciente, dad las trituraciones. Trasponiendo las ció-sis, vuestro tratamiento será segui-do de un gran fracaso. Si se trata de un infarto glanduloso cualquie-ra, de la esfera -de «dulcamara,» por ejemplo, se observará la mis-ma Conducta.

Y lo mismo en todos los casos análogos.

lia poco, os decía, que nuestras manipulaciones farmacéuticas cam-biaban casi la naturaleza: de las me-dicinas. y lo vais á concebir toda-vía, con algunos ejemplos.

Así, la belladona, en bajas dilu-ciones. convendrá en ciertas erup-ciones: en diluciones inedias, en ciertas laringo-faringitis, ven la 30a , en ciertos vértigos, delirios, afec-ciones nerviosas, etc.

Con un solo medicamento, es posible tratar muchas enfermeda-

¡cles diversas, sabiendo manejar bien sus dosis. Me acuerdo, que un

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día, en mi consultorio, tuve cinco tos; unos tienen necesidad de ser consultas diferentes, y no - recelé sino la «nuez-vómica» en dilucio-nes diversas.

sometidos á un cocimiento preli-minar, mas ó menos sazonado de aromas y de especias, condición*in-

Entiéndase bien, que no se - Ira-1 dispensable para que el estómago la aquí, sino de las medicinas que, ! pueda recibirlos, y aprovechar su gozan de acción terapéutica en i parle alimenticia. Otros pueden su estado nativo: porque, para| l legar al crisol, en su estado de aquellas, que no adquieren esta ac-! crudeza y de integridad física y quí-ción, sino por los procedimientos1 mica. Entre algunas"especies ani-

de la dinamización, la escala no es tan extensa, y su virtud, no es tan elástica. Por lo tanto, cuando

males, veréis á las madres nutrir á sus hijuelos con los alimentos ela-borados en su estómago, y prspa-

déis «silícea, calcarea-carbónica. : rados por el cocimiento fisiológico, carbo-vegetabilis, etc..» dad, cuan los pichones no se alimentan de ,

otra manera.—Entre otras especies, los rumiantes, por ejemplo, hay varios estómagos, y solo por el fe-

do menos, la 15a, la 18a dilución; porque con las«bajas,» arrojariaías piedras en un pozo.

Pa ra l a comprensión de todos^nóméno de la rumia, es como el estos hechos, es preciso ir á la bolo alimenticio adquiere propie-tuente de la analogía, porque aquí dades asimilables, el razonamiento es árido y casi' Ved al rico habitante de Jas ciu-seco. ' ¡ dades: sus ruedas fisiológicas giran

Examinad al hombre sano, al con lentitud y pereza, y casi'se en-hombre en perfecta armonía lisio- j mohecen en la inercia de la ociosi-lógica. Las substancias nutritivas! dad. A su estómago perezoso le son son á sus órganos, lo que las subs-¡ necesarias la flor fina de la harina, tancias medicinales-á su -principio ¡ las carnes blancas y ligeras, y su vital, cuando está enfermo. Ved apetito languidecienteno puededes-pues. cuantos caprichos afectan á j pertar sino por los ácidos y las es-esos primeros elementos, ved si, en j pecias. Dadle un alimento fuerte y la clasificación de los temperamen- robusto, y su estómago sucumbirá tos. de los sexos, de las edades,; con el. trabajo,<te la digestión, etc., cadg uno no tiene su manera ¡ Ved al hombre del campo: en él de ser. es decir, la manera de apro-! la máquina funciona con todo el vi-piarse los principios alimenticios, j gor de los engranes y de las palan-

Y desde luego, entre los alunen- j cas; sus pulmones siempre están

llenos del fuego del oxígeno, y bajo un sol ardiente su piel destila sus fuerzas orgánicas. Para la repara-ción ele todas esas pérdidas, y el sostén de su equilibrio vital, es pre-ciso á su estómago un alimento muy substancial; pan burdo y vino ordinario. Los alimentos del rico, cuando más, serían propios para entretener y distraer la glotonería de sus hijos.

Ved, aun en ios diversos apeti-tos, la predilección ó la aversión para tal ó cual alimento; éste tiene para unos alimentos un horror in-vencible, y aquél, para su comida, y para satisfacer las papilas de su paladar, vendería sus derechos de primogenitura. como Esau por un platillo de lentejas

< Ciertamente todos esos caprichos, todos esos gustos, todas esas exi-gencias del estómago, son inexpli-cables;—tan inexplicables como los caprichos, los gustos y las exigen-cias del principio vital, ante las substancias medicinales.

Si el razonamiento no nos pue-de entonces, suministrar una viva luz para esclarecer las tinieblas ele la cuestión, aprovechémonos, al menos, de su pálido resplandor.

En las primeras edades de la .vi-da, el principio vital es muy débil; lo es tanto como el niño en sus mantillas fisiológicas: en esta época, todo converge á un sólo fin: el des-

arrollo, el crecimiento del sujeto. Dejadle, pués crecer, y. durante todo ese tiempo, no interroguéis al fluido vital; él está muy distraído, muy preocupado, no os respon-derá.

En la última edad, este principio se extingue, los fluidos se evapo-ran, la materia atrae, con todo su peso, al anciano á la decrepitud. En esta época, es una máquina eléctrica, vieja, fatigada; los cojine-tes están usados, y los frotamien-tos son inútiles; poned vuestro ele-do en el conductor, ya no sacaréis chispas. No adaptéis, entonces, las dosis fluid i cas á ese estado adiná-mico; ya casi no hay receptividad para los' agentes medicinales.

También sucede lo mismo con las enfermedades orgánicas. Aun cuando ellas tengan su origen en una alteración específica del princi-pio vital, se forma, en el organismo, una especie de masa, que rompe el equilibrio fisiológico, y son menes-ter dosis más fuertes para estable-cer, de a guna manera, un contra-peso.

Mas, no lo olvidéis: Todas estas razones no son más que- leyes ge-nerales; las excepciones son las es-pinas de la práctica, y á cada uno toca evitarlas, ó sacárselas con las manos.

Veréis, en efecto, ancianos, al abrigo de la decrepitud, de la que

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habla el ilustre Lorclaf, y más ver-des, que los hombres en la edad madura; veréis niños de un des-arrollo físico y moral muy precoz,' pedir la salud á vuestras dosis 11 in-dicas, y hallaréis á cientos «mari-machos» á quienes dominaríais más fácilmente con vuestras medi-cinas que con la lucha.

He visto á jóvenes muy sensibles á las altas dosis, la 200a: he visto enfermedades orgánicas desapare-cer bajo la acción de una sola do-sis. muy elevada; he visto á niños sin recept ividad, h \ 4 a para Jas ba-ja- diluciones;"fíe tratad o en el tiem-po en que fui alópata, á>ma seño-ra á quien nunca pude purgar, ni hacer vomitar: ella era completa-mente insensible á estos medios, y hasta á las dosis exageradas; he visto á una joven cuyosistema ner-vioso no experimentaba la menor oscilación bajo la influencia de 60 gramos de cloroformo; he visto, fi-nalmente. varias veces, bajo la re-lación' de las dosis, las más sor-prendentes aberraciones dé recepti-vidad.

Después de la elección de la jdi-. iución, és'decir, de la calidad del

medicamento, llega la cuestión de la cantidad. ¿Cuál es la forma más

á s u número^ ¿Sé pueden tomar in-diferentemente los glóbulos á secas, sobre la lengua,ódisueltos enagua? ¿Cuál es la cantidad de líquido re-, íativa al número de glóbulos ó go-tas?

Cuestiones ociosas, que para nú no existen. Eland bien vuestro me-dicamento, elegid bien la dilución, esto es todo lo que se necesita. Dad, desde uno.hasta más glóbu-los, desde una, hasta más gotas; poned en azúcar de leche una gota ó glóbulos, tomadlos como queráis; siempre que toméis ese medica-mento, á la dilución conveniente, eso basta; tocio lo demás es com-pletamente secundario.

Observad lo qne pasa todos los días: Cuando se quiere vacunar á un niño, ¿qué se hace? Se es muy escrupuloso en la elección del niño que debe suministrar el 'virus, y veinte veces se tiene razón Se es-pera también la estación conve-niente, segunda condición que es muy importante; mas ¿cuántos «gra-nos» se deben inocular al niño, cuántos piquetes?—Cuestión fútil. Haced varias inoculaciones, por precaución, á fin de que, porelnú-mero, prenda á lo menos una, pero diez ó cbce, no harán más que és-ta. l ie visto á madres muy inquie-tas por el éxito de la vacuna, por-que un sólo grano había salido en

ó aquéllos? ¿Y qué regla, respecto el brazo de su niño; veréis esto, v

conveniente? ¿Es necesario dar go-las ó glóbulos? ¿En qué casos se deben nreferir unas ú otros, ó éstas

tendréis mucho trabajo para con-solarlas, y os será imposible per-suadirlas de-que,no solamente bas-ta este grano, sino que con él se podrían vacunar á todos los niños del mapa-mundi.

Pero lo que no es indiferente, es el tomar, de una dilución cualquie-ra, una cantidad cualquiera, en «una» ó «varias» veces: Sea, por ejemplo, una gota de un medica-mento: hay una gran diferencia en tomarla en una vez, ó m diez cu-charadas de aguá, en diez veces. El organismo, aunque no reci-¡ hiendo sino una sóla inoculación, recibe en este caso diez sacudidas

imagen ten-y en vez de una sola dréis diez.

Estas consideraciones me llevan á hablaros de la repetición de las dosis, artículo no menos escabro-so, que aquellos que ya hemos examinado.

¿Cuándo y cómo se deben repe-tir las dqsis?

Ifé aquí todavía otro mar que . cruzar, para llegar al verdadero puerto de la práctica hahngmannia-na, y éste mar es tan fuerte como los demás, en peligros, en tempes-tades y en escollos.

No repitáis nunca la dosis ele

que pueden modificar mucho á las LUÍ medicamento, o no administréis vibraciones fluídicas. Esto es &si jamás uno nuevo, sin que la pri-semejante á los fenómenos, de la mera dosis haya cumplido su ac-

ción.

Este precepto de Hahnemann, de-be servir de brújula vil piloto, en su travesía; si "no permanece fiel á estas indicaciones, el naufragio es inevitable. - Si habéis observado bien las re-glas que presiden á la elección del medica men to y de la dilución, este

telegrafía eléctrica; trasmitís una chispa; cualquiera que ella sea. grande ó pequeña, que su vojúmen sea el resultado de dos,de cinco de diezúotras, la agjjj a marcará el mis-mo signo: pero si d i vid iéseis esta chis-pa en otras diez más pequeñas, en vez de una interrupción de la co-rriente, tendríais diez, y en lugar de un sólo signo, tendríais diez. Es-¡ nuevo precepto, os será mucho

to es como un espejo en el cual miráis vuestra semejanza; cuales-

más comprensible, puesto que no se trata, en ciertc modo, sino del .

quiera que sea la dimensión, gran- corolario de aquellas, ele ó pequeña, veis un sólo retrato; j Sabed, desde luego, que cada pero si lo rompéis en diezfrágmen- ¡ medicamento tiene su acción pro-tos, cada parte reproducirá vues- ¡ pia, específica, y que la duración tra cara, con las mismas facciones,! de esta acción está en proporción

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descendente ó ascendente de la ci-fra de, la dilución.

Esta ley, que éstá lejos de tener la certidumbre matemática de las cuentas de Baráne ofrece sin em-bargo, todos-ios consuelos de la probabilidad.

Todo esto, todavía,- pensadlo bien,—está en el dominio de las generalidades; la regla pertenece al maestro, y las excepciones á los discípulos.

En los casos agudos; si adminis-tráis «las bajas,» daréis una cucha-rada, cada cuatro horas, cada dos horas, cada hora ó media hora, ó cuarto de hora, ó por mañana y tarde, en una palabra, según la agu-deza de la enfermedad, y la inten-sidad de los síntomas.

Comparad esto á un río, y -las dosis á los movimientos de un na-dador: si el agua está en calma, la superficie líquida tranquila y casi inmóvil, las brazadas del nadador son lentas, medidas, cadenciosas; se divierte sobre las ondas dóciles é indiferentes, y no repite su bra-zada, sino cuando el impulso ha Locado los limites de su acción; pe-

' ro si el río está agitado, si. las olas saltan furiosas, el nadador para vencerlas, precipita sus movimien-tos, y no es sino con grandes es-fuerzos. y por brazadas vivas y re-petidas, como llega á dominarlas, y

á desencadenarse de sus pérfidas ataduras.

En tal virtud, en las enfermeda-des crónicas, en donde todo está en calma, en donde el principio vi-tal está tranquilo y complaciente, no deis sino una sola dosis, y no la repitáis sino cuando una nueva indicación os lo diga: pero en las enfermedades agudas, cuando te-néis que combatir á los síntomas furiosos y bruscos, cuando tenéis que extinguir el luego de la fiebre ardiente,.cuando tenéis que apagar los hervores de la vida encoleriza-da, repetid las dosis, y proporcio-nad vuestros esfuerzos al obstáculo.

Es fácil concebir la enorme im-portancia de la elección de los me-dicamentos, y de la dosis en los casos crónicos; porque si habéis errado, vuestro golpe no llegará, y ' entonces el tiempo se perderá.— Digo tiempo perdido, y ciertamente es ya bien consolador, que en caso de error, un medicamento mal ele-gido sea inútil, y nunca, ó casi nun-ca nocivo. Plugiera al cielo, que la alopatía, pudiera pencar y decir lo -mismo, no tendría entonces que reprocharse, el causar muy á menu-do más mal que bien, y engendrar por esos medios, pretendidos he-

; róicos, enfermedades medicina-les, que los pobres enfermos no tienen la menor intención de ad-

quirir, y sobretodo, de pagarlas muy caro.

.Sin embargo, no pongáis á vues-tro espíritu en tortura, y que el es-crúpulo no llegue á deslizar su gu-zano roedor en vuestra alma. Sed prudente, sereno y frío. Cuando hayáis administrado una alta dilu-ción, en una sola dosis, sabed espe-rar con paciencia y permaneced en observación.

De tres cosas, pasará una. O bien, al cabo de algún tiempo.—ocho días, por ejemplo,—habrá agrava-ciónde los síntomas ó disminución y mejoría, ó el estado del enfermo no habrá sufrido ningún cambio. En los dos primeros casos, esperad, dejad obrar al medicamento. Obra bien: la mejoría os lo indica-de una manera evidente, y la agravación de una manera probable y cási se-gura. Antes que la neutralización de los fluidos se verifique, la lucha ocasiona atracciones ó repulsiones inevitables, y como el campo fisio-lógico del enfermo es el teatro de esta lucha, ¿es de admirarse, que aquél recienta los choques?

Así, pues, sabed esperar, y no repitáis la dosis, ó no déis un medi-camento nuevo, sino hasta que ha-yáis podido adquirir la certidumbre moral, ele que la dosis ha agotado su acción, ó ele que os habéis enga-ñado.

Desconfiad ele una manía peli-

grosa que extravía sobre todo, álos principiantes; cambian muy fácil-mente de remedios. Cuándo ob-tenéis una mejoría por un remedio, ¿ por qué ordenar uno nuevo ? Aconsejad, pues, el mismo, puesto que ha obrado bien, y os da prue-bas de ello.

Preguntáis todavía, si en este ca-so, se debe disminuir ó aumentar la cifra de la dilución. Pero ¿por qué cambiar lo que ha hecho bien? Permaneced con el mismo agente, y el mismo término; todo lo que po-déis y debéis hacer entonces, es el moderar la marcha del medicamen-to, es decir, dilatar las dosis. Si, por ejemplp, bajo la influencia del «sulfur,» 12a dilución, de cuatro en cuatro días, véfs un cambio favora-ble del estado morboso, conservad el medicamento y la cifra de la dilución; solamente aconsejad, no tomar sino una dosis cada ocho días, y así en seguida.

Voy, en fin á terminar esta con-ferencia, señalándoos un error, un falso progreso, una pequeña here-gía. en el seno de nuestra doctrina.

I lar Unan n, en su«Therapeutique des maladies aigíies,» pág. 66, pá-rrafo 9-, dice:

«Debe verse como un verdadero «perfeccionamiento de la terapéu-«tica homeopática, como una prác-t i c a muy útil en ciertos casos, so-«bre todo complicados, la. de hacer

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«alternar, lino con otro, á inter-•

«valos convenientes, dos medica-! «mentos, que correspondan á los síntomas ^preciables, etc....»

Ya he dicho que respeto todas las opiniones, sobre todo, cuando1

se trata ele sabios prácticos.;sin ém-.j bargo, me atrevo á elevar contra, éste precepto, la más franca con-' tradicción, y hasta llegaré á decir, ¡ la más enérgica

Bajo este respecto, he pronun-ciado la palabra «herejía,» y no retiro mi expresión; ese precepto es-tá fuera del espíritu hahnemannia-no; no temo decir que los homéo-patas que lo practican, se han des-carrilado ele la vía de la terapéuti-ca pura; si Hahnemann viviese, te-mería para ellos una llamada al órclen.

Si se pusiese en prensa á su « Or-ganon,» no saldría de él, más que una sola máxima, esta sería, la de no administrar un medicamento nuevo, sino cuando el primero ya cumplió su acción.

He aquí todavía los frutos clel ár-bol viejo, al que, hace ya mucho tiempo deberíamos haberlo cortado para echarlo al fuego. ¡Hé aquí las reminiscencias jie la práctica ele antaño; hé aquí, en una palabra, el dobladillo del viejo manto! Estoy convencido ele que si los ho-meópatas nunca hubieran sido aló-patas, esta idea jamás hubiera ha-

llado lugar en nuestra terapéutica pr-ogresista.

¡Y en efecto, os hacéis una ley muy severa ele no administrar nun-ca sino un sólo medicamento á la vez, y asociáis, sin escrúpulo, dos ó tres, en su acció.n%específica! Pe-ro esto no es más que un juego de palabras; separáis los nombres, pe-ro casáis las substancias. Cuando, por ejemplo, ,se administran dos medicamentos alternándolos cada cinco minutos,—y esto se hace en el cólera, á propósito¡del «cuprum» y «veratrum,»—¿por qué no jun-tar estos dos medicamentos en el mismo frasco¡? Los separais un instante para asociarlos en un re-ceptáculo mayor, el estomago; ¿creéis ejue cinco minutos bastan para que el primero haya desapa-recido y cedido su lugar á su cole-ga? ¡Esto es imposible!

¿Por qué los médicos alópatas mezclan varios remedios en la mis-ma poción? ¿De dónde ha nacido esta idea?—Ha nacido ele la- ineer-tidumbre y del temor,—bien lo sa-béis.

Viendo e{ue cinco ó seis medica-mentos pueden .convenir á los di-versos síntomas de una enferme-dad, y no sabiendo por cuál deci-dirse, ellos los propinan todos jun-tos, y, de esta manera, desaparece

| la dificultad, y su conciencia está ; tranquila y satisfecha. ¡Pues -bien!

ese famoso nreceplo de laídlerna-ción de los medicamentos, nació del mismo temor y de la misma ansiedad. Dos medicamentos con-vienen-y los alternáis; ¿pero enton-ces, por qué no tres, por qué no cuatro? Si no vais más lejos, evi-dentemente es porque medís la ex-tensión de la herejía.

El mismo razonamiento se apli-ca á la alternación memos aproxi-mada de la mañana á la tarde, por ejemplo, ó de dos en dos, ó de tres en tres días, etc.

Una ele dos cosas, ó no debéis admitir el doble precepto hahnema-nniario, que quiere qiíe no se dé nun-ca sino un medicamento á la vez, y que no se le repita, ó que no se administre uno nuevo sino cuando ya'se cumplió la acción del prime-ro, ó no debéis alternar los medi-camentos. Esto se parece á un ca-zador novicio que, en su gran pre-cipitación, se apresuraá disparará la vez, sobre una liebre, los dos ti-ros de su fusil de doble cañón, por medio de errar el tiro.

Pero, se dirá, con esta práctica se obtienen éxitos.

No lo duelo, y os voy.á explicar cómo.

Hipócrates dijo, bien lo sabéis, «duobus eloloribus non in eodem loco, simul obortis vehementior obscurat alterum;» de dos dolores que estallan juntos, no en el mis-

mo lugar, el más fueite obscurece al más débil. Cuando él dijo «do> dolores,» quiso decir, dos enferme-dades. Ahora bien, enfermedad ó medicamento,—para «un homeó-pata,»—son sinónimos; entonces, cuando alternáis dos medicamen-tos, á intervalos muy próximos, y sin dar tiempo á las dosis ele cumplir su acción, el uno obscure-ce al otro, y entonces no hay más que uno que sobrevive, que traba-ja y os procura el éxito, que atri-buís falsamente á su doble acción convergente.

El aforismo dice: «No en el mis-mo lugar;» con mayor razón, si fuese en el mismo lugar como en el estómago, que sirve ele recipien-te á los dos medicamentos.

No creo que este precepto vaya I tan lejos. Muchos prácticos lo han | abandonado ya; entre otros el ilus-tre Boeninghausen. .

Confieso cjue en los primeros tiempos de mi práctica homeopáti-ca, he bebido también en esta he-terodoxia; pero, desde hace cuatro anos, la he desechado con la con-vicción contraria, mas exclusiva.

Todas esas leyes, todas esas re-glas, todos esos preceptos que aca-bamos de enumerar, son de una áspera aplicación. Lo sabéis, la teo-ría es fácil, pero la práctica difícil. Plugiera al cielo, que todas esas le-yes generales no tuviesen innume-

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rabies excepciones! Nuestra tera-péutica seria entonces quizá mas fácil, como lo dicen ciertos ignoran-tes; pero desdichadamente no es así, y la ruta es estrecha, tortuosa y muy escarpada. Buscad, pues el consuelo de vuestra conciencia en en la certidumbre de que, en vuestro consultorio, habéis trabajado tan-to como habéis podido, y que á la cabecera del enfermo habéis hecho, lo que habéis podido.

Recordad la respuesta que dio á sus discípulos, el ilustre parte-ro Baudelocque. Un día, des-pués de una lección en laque había enumerado y examinado todos los preceptos que dirigen las manio-bras de la obstetricia. «¿Como ha-céis, en vuestra práctica,» le pre-guntaron sus discípulos, «para re-cordar y observar tanta cosa?»

— «Hago lo que puedo!!!...»

DUODECIMA CONFERENCIA.

NUESTROS FRACASOS.

«. . . . Un hombre fué á su cam-' j io para sembrarsu granorunapar-«te cayó en el borde del camino, v ' «fué pisoteado, y las aves del cié-¡ «lo se lo comieron. Y otra parte! «cayó entre las piedras, y al nacer ' «sesecó, porque no había nada de | «agua. Y otra parte cayó entre las «espinas, y éstas al crecer con el; «grano lo sofocaron. Y otra parte «cayó en una buena tierra, y el «grano brotó y fructificó cieeto por «ciento, -

Quien tiene oídos para oír, oiga!»

Esta parábola tiene su aplicación

perfecta en el campo de la práctica médica en general, pero sobre to-do,en particular,en el campo de la práctica homeopática.

Lo confieso, y en ello me com-plazco: la Homeopatía no hace mi-lagros. Ella no es tan loca ni tan ciega para elevar sus pretensiones al nivel de lo imposible. No es de-bido que sufra la pena de las exa-geraciones de algunos de sus discí-pulos. ardientes hasta la temeri-dad. y fogosos hasta el fanatismo. Lo que ella reivindica, y á justo tí-tulo. es su parte legítima en el do-minio de la verdad.

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rabies excepciones! Nuestra tera-péutica seria entonces quizá mas fácil, como lo dicen ciertos ignoran-tes; pero desdichadamente no es así, y la ruta es estrecha, tortuosa y muy escarpada. Buscad, pues el consuelo de vuestra conciencia en en la certidumbre de que, en vuestro consultorio, habéis trabajado tan-to como habéis podido, y que á la cabecera del enfermo habéis hecho, lo que habéis podido.

Recordad la respuesta que dio á sus discípulos, el ilustre parte-ro Baudelocque. Un día, des-pués de una lección en laque había enumerado y examinado todos los preceptos que dirigen las manio-bras de la obstetricia. «¿Como ha-céis, en vuestra práctica,» le pre-guntaron sus discípulos, «para re-cordar y observar tanta cosa?»

— «Hago lo que puedo!!!...»

DUODECIMA CONFERENCIA.

NUESTROS FRACASOS.

«. . . . Un hombre fué á su cam-' j io para sembrarsu granorunapar-«te cayó en el borde del camino, v ' «fué pisoteado, y las aves del cié-¡ «lo se lo comieron. Y otra parte! «cayó entre las piedras, y al nacer ' «sesecó, porque no había nada de | «agua. Y otra parte cayó entre las «espinas, y éstas al crecer con el; «grano lo sofocaron. Y otra parte «cayó en una buena tierra, y el «grano brotó y fructificó cieeto por «ciento, -

Quien tiene oídos para oír, oiga!»

Esta parábola tiene su aplicación

perfecta en el campo de la práctica médica en general, pero sobre to-do,en particular,en el campo de la práctica homeopática.

Lo confieso, y en ello me com-plazco: la Homeopatía no hace mi-lagros. Ella no es tan loca ni tan ciega para elevar sus pretensiones al nivel de lo imposible. No es de-bido que sufra la pena de las exa-geraciones de algunos de sus discí-pulos. ardientes hasta la temeri-dad. y fogosos hasta el fanatismo. Lo que ella reivindica, y á justo tí-tulo. es su parte legítima en el do-minio de la verdad.

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No tenemos, pues, la pretensión j de hacer milagros, y para llegar más allá de vuestros reproches exagerados, confesamos que muy frecuentemente, como fruto de nuestro trabajo y esfuerzos, no re-cogemos sino tristes fracasos.

Estos fracasos, no queremos ni negarlos ni disimularlos. Os invita-mos. por el contrario, á recorrer hoy toda la extensión del dominio hahnemanniano, y en vez de hace-ros detener solamente en las par-tes más fértiles, haremos alto en los terrenos más estériles é ingra-tos. Sin embargo, cuando os haga-mos comprobar una mala cosecha, nos permitiréis explicaros por qué no ha tenido éxito.

l 'n tratamiento puede ser com-parado á la acción de un hombre que siembra su campo. Nuestro terreno es l a clientela, y los me-dicamentos administrados á los enfermos son semejantes al grano que cae en .las buenas ó malas condicione"?*de cultivo.

Cuando ningún obstáculo viene á sofocar nuestra semilla, ellafruc-tilica cien por uno; pero cuando encuentra piedlas ó espinas, se se-ca y muere.

Muchas veces nuestra cosecha está bendita por el Cielo, y nos da un céntuplo; noqueremos. sin em-bargo. sacar provecho para nues-tra gloria, puesto que tenemos cui-

dado de encerrarla en nuestros graneros, hasta sin hacerlo saber á nuestros vecinos. Pero cuando ella es estéril, queremos hacer co-nocer las causas, á fin de que no se nos pueda acusar de incapaci-dad ó negligencia.

Ahora bien, la primera condición de éxito para una semilla, es el momento conveniente de la esta-ción. Cada fruto tiene su tiempo, cada cosecha su época, y cada se-milla su mes del año. El hombre del campo lo sabe, y si hacéiles confiar á la tierra su semilla des-pués de la estación:— Es demasia-do tarde, os dirá, ¿cómo queréis que mi grano pueda germinar?

lié aquí lo que pasa todos los

días. Evidentemente, no puede tratar-

se aquí de las personas adictas á la Homeopatía, que están unidas á la clientela (leí médico homeópata. Estas, llaman directamente á su médico,—no esperan que la enfer-medad se haya agravado,—y éste halla un terreno virgen, y siempre en este caso la cosecha fructifica al céntuplo.

,\o quiero, pues, sino hablar ele la clientela flotante.

Supongamos una enfermedad se-ria. llama al médico vulgar; des-pués. al agravarse la enfermedad, se reúnen dos. tres ó cuatro médi-cos. para tener, lo que el buenpue-

blo llama, una junta; ven 'seguida, agravándose siempre la enferme-dad: «Si llamáramos á un médico homeópata.—dice un miembro ele la familia,—y se le hace venir,

¡Vamas pobre médico homeópa-ta! ve á espigar un fracaso cierto, tú no tienes el derecho de decir: — «¡Demasiado tarde!»—Se trata de resucitar á un muerto, y si no haces ese milagro, se dirá que tu homeo-patía no es capaz de nada.

Estas aventuras pasan á todos los médicos—sin duda—pero más especialmente á los médicos ho-meópatas. -

De esta manera.hace poc.o tiem-po, fui llamado para asistir á una joven gravemente enferma. Cuatro médicos la habían ya visto. La fa-milia tenía todavía alguna espeian-za en mi visita. Mi visita, en efec-to. sirvió ele mucho, la enferma murió algunas horas después de mi llegada.

Otro día, el caso era todavía más apremiante; se me hizo partir por tren expreso; pero la muerte no juzgó á pronósito esperar la ayuda del último médico para aca-bar su obra;—se me dió contra or-den á la mitad del camino.

Otra condición, para que nues-tro grano pueda fructificar, es la de que no sea arrojado en medio ele una semilla extraña, que ocupe el terreno, y ya en vía de desarrollo.

Es raro, en efecto, que nuestros tratamientos se ejerzan en una tie-rra patológica virgen; ya muchos médicos han depositado el gérinen de sus múltiples . medicamentos ¿Cómo queréis, entonces, que los nuestros gocen ele toda su libre ac-tividad? ¿Habéis visto alguna vez que un sembrador arroje sus gra-nos en medio de otros granos en germinación3

Los medicamentos homeopáti-cos no son ciertamente tan sensi-bles ni tan susceptibles como se propala, y corno lo creen hasta los recién convertidos. Sin embargo, es verdad que si nunca se debe de ser^scrupuloso, siempre se debe ser prudente. Convengo en que. algunas veces, se han visto obrar á los medicamentos al lado, y ápe-sar ele otros que ocupaban ya su lugar: pero estos casos son excep-ciones. y no es por ellas, como de-béis viajar tranquilos, en el terre-no ele la práctica.

En las enfermedades crónicas, el negocio no es tan inquietante, po-déis esperar y hacer esperar. Si tie-ne buena voluntad, el enfermo da-rá tiempo á los remedios que ha absorbido, para desaparecer y lim-piar el lugar, y volverá entonces á ofrecer al médico, un terreno nue-

j vo y casi virgen. I 'ero, en los ca-sos agudos, el enemigo no os con-cederá ninguna tregua: la cosa ur-

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ge. y es necesario obrar y comba_ til*. En este caso, la contemporiza ción.no está en el poder ni del en" ferino, ni del médico;—y para con" t.fnuar la aplicación de la parábola á nuestro asunto,—el primer grano que ya brotó, sofocará al grano nuevo: en términos técnicos, vues-Iros medicamentos, embarazados en su acción, por los ínedicamen-tos ya administrados, permanece- ¡ rán impotentes, y registraréis en vuestras ordenanzas, un nuevo fra-caso inevitab e.

Todas estas circunstancias son muy frecuentes en nuestra prácti-ca. Que se llame á un médico ho-méopata, por ejemplo, para asistir á un gotoso: en veinte veces, diez y nueve, ya lo encuentra saturado de remedios. Supongamos, una fie-bre tifoidea: entonces son las can-táridas de los vejigatorios, la mos-laza de los sinapismos, la evapora-ción del éter, el almizcle en las po-ciones. el olor suave de la valeria-na. el perfume de las lavativas de asa-fétida, etc.: dad un medica-mento homeopático en semejantes circunstancias, y pondréis en esce-na á la fábula del lobo y del cor-dero.

Semejantes modos de fracaso, se presentan todavía, mucho inás numerosos, en tiempo de alguna epidemia, defcóiera, por ejemplo. Entrad en la recámara de algún co-

lérico, toda clase de emanaciones os atacan inmediatamente á la gar-ganta, pero sobre todo, estáis sofo-cados por el olor del alcanfor, bajo tocias sus formas. Vuestra terapéu-tica se encuentra embarazada en-tonces entre las malezas no sola-mente de los remedios ordenados, por los médicos, sino aún de todos los medios aconsejados por la gen-te parlanchína del barrio.

En semejante caso, apresuraos á abandonar ese campo, en el que no podréis recojer sino un fracaso probable; lo que tendreis mejor que hacer,.... es el no hacer nada, y dejar á otros la responsabilidad ele devanar la madeja, que han enmarañado.

Pero, la vía es todavía mucho mas espinosa, cuando, por timidez ó por cálculo, el enfermo os ocul-ta, que ya consultó á uno ó varios médicos, y ha tragado la mitad de las drogas de una farmacia. Enton-ces, os ponéis á la obra con la más sencilla confianza, y quedáis sor-prendidos de ver que nuestros es-fuerzos han sido vanos é inútiles. Este es el trabajo pérfido de Pené-lope, la tela se teje y nunca se acaba.

Esta consideración, me lleva á hablaros de las enfermedades me-dicinales, asunto, que apenas he-mos tratado, en nuestra última conferencia.

Este nuevo elemento de mal éxi- i to es por decirlo así "el corolario del precedente ó, si queréis el mis-mo en un grado mayor.

Anteriormente , en efecto , se trataba de una semilla que encon-traba á otra semilla anterior, y ya en vía de germinación. Aquí el desarrollo está mas avanzado; son granos que arrojaríais en un cam-po cubierto de espinas, en perfecta maduréz, y no esperando más que á la hoz. Ahora, os pregunto, ¿és-tos granos podrán pedir su parte de sol y ele nutrición'? Y entónces ¿cómo podrán germinar?

¿Qué hacer en este caso?

primero el principio vital,y después se esparció en todo el organismo, como esa gota de glicerina que no produce primero más que una pe-queña mácula, y se extiende des-pués, infiltrándose en todo el te-jido.

—¿Cuál es el génesis ele las en-fermedades medicinales? •

— La polifarmácia,y la posologia maciza.

Administráis á un enfermo va-rios medicamentos á la vez. I no solo, frecuentemente por no decir siempre, se encarga ele la manio-bra terapéutica,y triunfa de sus co-legas,antes ele triunfar del enemigo.

Cortar primero la mies, y des- que se le dá para combatido. Pero pués trabajar el campo de nuevo; y una nueva tierra abrirá entónces su seno, á una nueva fecundación.

Hé aquí, lo que están obligados á hacer los médicos homeópatas. Ved, sobre que terreno patológico se les llama lodos los días.

Osemos decirlo: las enfermeda-des medicinales son aquellas que los clientes van á comprar,—algu- ^ ñas veces muy caro,—mitad en la j dá- á dosis, de tal modo macizas, casa del médico, y mitad en la desque*e l organismo no puede des-farmacéutico. ¡Ellas son más co- j embarazarse de ellas. En este caso muñes de lo que se piensa, y cuan- i el dinamismo fisiológico se convier-tos desdichados no llevan en los | te en afiliado complaciente de ese replie<íues de su constitución, la; medicamento enemigo. Guardián mancha producida por tal ó cual ciego del receptáculo orgánico, ha-medicamento! Esta mancha , sin; ce la misma acogida á todas las que giles se dieran cuenta, manchó substancias, les abre sencillamente

los otros ¿permanecen pasivoS é inocentes en la economía del en-fermo? ¡Ah! no. Cada uno se dirige á su fin particular, y termina muy á menudo por alcanzarlo, y enton-eles estalla una enfermedad nueva que no pedían ni el enfermo ni el médico.

w O bien, si el práctico alópata no ají' sino un sólo medicamento, lo

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la puerta y las introduce en los se-cretos laberintos de la economía. Y entonces el remedio, melamor-foseado en una verdadera enferme-

nos puede dirigir el mismo repro-che? No, porque no damos sino medicamentos cuya fisonomía co-nocemos bien, y todo el alcance de

dad. elige su domicilio, y se instala 'su acción, y el error de su aplica-en el campo patológico que llega á ción á las enfermedades no es po-abrirle una imprudencia culpable, sible; ó al menos, si es posible, és-

Esas enfermedades medicínales to no es sino en virtud de la fali-pueden producirse por los hábitos bilidad humana. Pero la Alopaiía. de los enfermos, lo mismo que por las recetas de los doctores. Serán entonces cuadros sintomáticos de la camomila (manzanilla) del ca-fé, del alcanfor, del almizcle, de

privada de los conocimientos po-sitivos que procura la experivnen-ción pura, y no apoyándose sino en los datos inciertos de la expe-riencia, se halla rodeada de más

la dulcamara, etc.. etc. Todo el numerosas probabilidades de error, mundo tiene sus pequeños reme- Y, además, nuestras enfermeda-dios para sus indisposiciones, y. en ' des medicinales, son enfermeda-n u e s t r ^ siglo, todo el mundo sien-do médico aconseja sus pequeños medios á sus amigos. Y entonces, aparecen esas enfermedades lla-madas falsamente espontáneas co-mo esos arbustos que nacen y ere-

des fluídicas que pueden desvane-cerse espontáneamente, ó ser neu-tralizadas por su antídoto. Cuan-do damos dosis macizas, nunca son exageradas, y sus efectos pue-den desaparecer; mientras que, las

cen en las hendiduras de los viejos ¡ enormes dosis alopáticas monumentos, y parecen haberse desarrollado allí, como efectos sin causa.

Todas esas enfermedades artifi-ciales. ¿no puede también produ-cirlas la práctica homeopática, y no podrían dirigirnos la misma ob-servación, á titulo del mismo re-proche?

—Sí, ciertamente, podemos pro-ducirlas, puesto que esta posibili-dad es uno de los puntos cardina-les de nuestra doctrina. ¿Pero se

no pu-

diendo pasar enteras en el engra-ne de la dinamización fisiológica, una gran parte tiene que permane-cer en el crisol. Pueden resultar entonces desórdenes generales, ó alteraciones locales más ó menos graves, según las dosis del residuo: ved á ciertos enfermos que han tragado grandes cantidades de mer-curio, por ejemplo r su organis-mo termina por estar saturado. ¡Y bien! trataríamos á un sujeto, con nuestras dosis, durante mil años ó

más, que nunca podríamos obtener ese fatal resultado.

Sigúese todavía, de estas consi-deraciones, que las enfermedades medicinales, aunque se presentan con todos sus atributos sintomáti-cos, pasan desapercibidas á los ojos de los prácticos alópatas, mientras que el médico homeópata no se de-ja engañar. Familiar con todos los cuadros patológicos artificiales, los reconoce á la simple vista, cuando aparecen; y cuando ha recogido to-dos los s íntomasffue le da su en-fermo, ya no tiene sino que decid il-la cuestión entre las enfermedades naturales y artificiales. De esta manera, muchas veces, puede de-jar admirado á su consultante, di-ci.éndole: — «Habéis lomado mer-curio, habéis tomado azufre, ha-béis tomado quinina, etc..»—y el consultante responde afirmativa-mente, y declara á ese médico do-tado de la más extraña perspica-cia.

En tal caso ¿qué sé debe hacer? Ya lo hemos visto: es preciso

cortar la antigua mies, y trabajar para sembrar un grano nuevo.

Fracaso cierto, sí. viendo una enfermedad natural, en donde no hay más que una medicinal em-prendéis un tratamiento ante el enemigo oculto. El lobo está en el bosque, guarcláos de conducir á él á vuestro rehaño.

Fracaso probable, si, según el método más racional, queréis ad-ministrar, primero', los antídotos, es decir, escombrar antes de cons-truir. ¿Por qué? Porque no se os dará tiempo, esto lo veréis dentro de un momento.

No habéis oído decir á las perso-nas del campo, que después de una cosecha ¿era preciso dejar descan-sar á la tierra, y que esta tierra ago-tada por las exigencias del agricul-tor, rehusa nu t r i rá las semillasv» llega á ser casi estéril?

Parece, pues, que es preciso, para que el grano pueda germinar, que el campo tenga bastante vigor para alimentar los materiales de la explotación. Igualmente, es preciso en todo tratamiento que el enfer-mo presente suficientes condicio-nes de reacción y de receptividad.

Cuantas veces he hallado áindi-viduos profundamente debilitados por las emisiones sanguíneas, dos, tres, cuatro sangrías, más ó me-nos abundantes, un gran número de sanguijuelas, vejigatorios, sina-pismos. lavativas, purgantes—todo sazonado con unadieta rigurosa.— ¿Qué queréis que j e pase á ese po-bre enfermo?

Hay ciertas enfermedades—la liebre tifoidea, por ejemplo—que, por su naturaleza, tienden á la pos-tración del individuo. El principio morboso, parece caer con todo su

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peso sobre las fuerzas radicales,las oprime y las sofoca.

Para levantar este peso, los re-medios son casi.siempre impoten-tes. Es preciso que el enfermo su-cumba en ese estado, sin poder li-bertarse del lazo que lo oprime.

Nada engendra más desespera-ción en el médico, que la debilidad radical de su enfermo. Cualesquie-ra que sea la causa, siempre es un elemento de fracaso, porque losre-

• medios quedan sin acción.

A medida que se es fuerte y ro-busto, se está más expuesto á las grandes enfermedades—VIipócrates había llamado á esta disposición, «el peligro de una salud de atleta.» —Esto es cierto. Pero, en revan-cha, más fuerte y más robusta es, también la acción de los medica-mentos para combatir esas enfer-medades. En general, se puede plantear en principio, que la virtuc de los remedios, está en razón de la energía vital.

Cuando un enfermo está despro-visto de receptividad para los me-dicamentos. todos los esfuerzos de la ciencia, para salvarle, son inúti-lee. El médico desesperado se'sien-te capaz, con su palanca terapéu-tica. de levantar todo un mundo patológico; pero, como Arquime-des, pide en vano un punto de apo-yo. El pega, pero sus golpes dan en el vacío: administra los medica-

mentos, pero ellos caen en éWto-nel de las Danáides: interroga a to-das las cuerdas del piano, todas ellas están rotas y mudas. Esto es. finalmente.—permitidme el térmi-no—como si jugara á la pelota, contra un muro de algodón.

Encuentro todavía, en las bases de mi plan, como causa de fracaso, la incurabilidad absoluta délas en-fermedades muy antiguas y orgáni-cas. Más, ¿qué decir sobre este ar-tículo? Toda disertación es i ncó -ente, como todaíerapéulica. Hay

cosas que se sienten muy bien, y que no se pueden decir. Hay casos morbosos que se querría curar,pe-ro toda buena voluntad, falla con-tra lo imposible. Esta palabra IM-POSIBLE, un loable orgullo qui-siera suprimirla del diccionario mé-dico, y desdichadamente, en las tinieblas de la impotencia, ella fla-mea con caracteres de fuego.

En las afecciones orgánicas— reconocidas como incurables-¿qué hacer, qué aconsejar á los pobres enfermos? El mejor remedio en este caso, es, «la raíz de la pacien-cia. »

Este medio lo he empleado á menudo, y siempre me he hallado bien.

Llego al elemento más fértil de; fracaso. Elemento al que llamaré la espina del oficio; quiero decir

la impaciencia de los enfermos ó de aquellos que les rodean.

Hé aquí, en toda su verdad, la aplicación de la parábola. Las es-pinas sofocan á la semilla, y si cre-cen numerosas en el campo mé-dico muchc más numerosas bro-tan en nuestra tierra, con nuestras espigas.

¿Qué diríais de un sembrador quien, al día siguiente de su siem-bra. fuese á visitar su campo para ver si los granos habían brotado? Qué diríais de un arquitecto quien, después de haber distribuido á los obreros el plan de una casa, fuese á ver, al día siguiente, si las venta-nas ya estaban puestas? El prime-ro merecería la metamorfosis de Filemón y Raucis. y el segundo, lo enviaríais á los «genios» de los cuentos árabes.

I Té aquí. sTn embargo, lo que comprobamos diariamente. La im-paciencia de ios clientes no es des-dichadamente una fábula, es la más triste realidad, que l-Hos lía enviado á los médicos para expia-ción de sus pecados.

Aquí quiero hablar, sobre todo, de los médicos homeópatas; por-que, ante los tratamientos alopá-ticos, se hallan aún algunos fenó-menos de paciencia.

Ejemplos:

intimamente, un joven me vino á consultar para una enfermedad

muy grave. Se trataba, nada me-nos. que de un trayecto fistuloso en la región lombar, teniendo su origen en la caries de una vertebra. Desde hacía dos años, asistía á la consulta de un médico, y lomaba muy escrupulosamente ¡os reme-dios que le eran ordenados. Un día me vino á suplicar me hiciera cargo de él, y que hiciera todo lo posible para curarle. Parecía dota-do (legran \ t luntad . y rico de la resolución más fuerte.

,e ordené una prescripción ¿Qué resultó? Lo ignoro, ó mejor dicho, lo sé muy bien: mi remedio fué bastante torpe para no curarle en 8 días, y no I r he vuelto á ver. ¡Bendito sea! no se figura que me libró ele un fardo pesado, al desembarazarme de los cuidados de su enfermedad.

Hace algunos días fui llamado para asistir á una persona joven, atacada, hacía algunos años, del mal de San Vito: todo tratamiento había sido infructuoso, y los pa-rientes. según los consejos de un homeófilo, consintieron en con liar-la, á mis cuidados.

A mi llegada, la familia se llenó de alegría, porque siempre la pre-sencia de un nuevo médico en la casa de un enfermo, es un día de fiesta; parece que la curación está

! oculta entre los pliegues de una ca-saca doctoral.

y

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BIBLIOTECA DE «EL PAIS.»

Todo marchaba bien hasta el momento, en el que, según mi cos-•umbre, me expliqué francamente-respecto á las condiciones del éxi-!

lo; pero cuando dije que el trata-miento seria un poco largo, queera preciso tiempo para desarraigar és-ta enfermedad, vi palidecer' y obs-curecer la frente de la madre.— «Bueno, dije dentro .de mi—mi permanencia aquí no será de lar-ga duración.»

Di una receta, pero ni siquiera se mandó por el medicamento.

— ¡Imbécil homeópata.pide tiem-po para obtener las curaciones!

No quiero multiplicar las citas, he hecho éstas, por ser recientes, y ser las primeras que se ofre-cen á mi memoria. Cada jnédico posee, en sus recuerdos clínicos, hechos bastante numerosos para alimentarlas charlas de todo un

invierno. Ahora, va estoy acostumbrado

á los cuadros de todas esas come-dias. Es muy racional, en efecto, que entre los enfermos, la dosis de la paciencia esté en razón de la dosis dé losremediosqne toma«. Ew los tratamientos alopáticos, to-dos los sentidos están satisfechos; la curios/ dad del olfato aprecia el olor délas pociones, los ojos, ana-lizan los colores de las botellas, los dedos, ruedan con cariño las pildoras mágicas, el paladar, sabo-

segun rea las tinturas y mixturas fórmula. ¿Cómo el enfermo de-jará de ser seducido por todas esas siluetas de la esperanza? Espera, pues, y persiste.

¿Pero, cómo queréis que tenga la menor confianza en nuestros me-dicamentos? En ellos, para el gus-to, ¡nada! para la vista, ¡nada! para el olfato, ¡nada!—Siempre polvos

: blancos ó glóbulos, ó agua clara — ¡Adiós á la ¡esperanza!, y como la paciencia es hija de la esperanza, ¡adiós también á la paciencia!

Hé aquí un hecho que hablara por todos; no quiero hojear en mis recuerdos: esto me pasó no hace

un mes. Una señora joven, habitando

una aldea de los contornos, llegó á Nimes con su madre para consul-tar á los médicos respecto de una enfermedad que la inquietaba mu-cho. Desde hacia algún tiempo su vista se perdía rápidamente;—ella estaba atacada de amaurosis, vul-garmente llamada gota serena.

El primer médico que la exami-nó prescribió varios remedios. ¿Cuáles? Lo ignoro. Todo lo que sé. es que había aconsejado la apli-cación de un cauterio en el brazo izquierdo, y un sedal en la nuca.

Saliendo del consultorio de ese "práctico, esta persona me vino <} , consultar: le prescribí sola y^senci- j llámente un frasquito de «agua-

clara,» para tomar una cucharada cada dos días.

Pues bien, ¿esta señora podía vacilar entre estas dos pres-cripciones? ¿Podía titubear un sólo instante?

Dos exutorios que juntos debían! extraer el humor de los ojos y acla-rar la vista ésto habla, esto salta á los ojos de aquellos que ven Pero un frasco de agua clara ¿qué queréis que haga?

Galeno refiero que un enfermo le respondió un dia: «Guardad pa-ra los pobres eso que recetáis: me hace falta un remedio de mayor precio.»

Así, cuando la madre y la hija entraron en consulta entre sí. res-pecto á las dos prescripciones, no fué larga la deliberación, y el resul-tado del escrutinio fué unánime en favor del cauterio y del sedal.

!Bendito sea Dios! porque des-pués se me refirió que esla mujer había muerto al día siguiente de estas dos consultas. Si, por des-gracia, hubiera tomado una sola cucharada de mi poción, se ha-bría acusado á mi agua clara de haberla envenenado.

La impaciencia, pues, délos en-fermos produce muchos fracasos. —Por eso, algunos médicos se de-dican á tratar ese defecto de sus clientes más bien que su enfer-medad.—La caridad me impide

dar un juicio respecto á su conduc-ta.—Por lo que á mí toca, confie-so que mi franqueza, á este respec-to, aleja á muchas personas de mi consultorio, y les impide volver á mis consullas.

¿Se debe, entonces, anunciar al enfermo que su afección no tiene remedio, y sumergirle de esta ma-nera en la desesperación?

Evidentemente que no. Galeno refiere que cierto médi-

co de la antigüedad, llamado Ca-llianax. no tenia ninguna compa-sión para con sus enfermos, y que habiéndole preguntado uno deellos si estaba en peligro de muerte, le respondió muy duramente con un verso de Homero cuyo sentido es éste. «Patroclo murió, que valía más que. vos.»

—¿Debéis imitar el tono tan po-co humanitario de ese médico?

Evidentemente que no; pero lo que no podéis decir al desdichado bien lo podéis decir á su familia. V si no podéis pronunciar la pala-bra fatal. de «incurable.» tampoco debéis prometer más de lo que po-dáis cumplir.

No temo formular, en pleno día. ni opinión á este respecto—á ries-go de derramar la bilis de cual- * quiera.- Todo médico que prome-te lo imposible, y divierte al enfer-mo con el espejismode una curación que. siempre vá á llegar, y huye

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siempre, ese médico miente, á su 'conciencia, y á la dignidad de su apostolado.

Se muy bien que el apetito fi-nanciero no puede aprobar este régimen severo. Se que no podrá con esta conducta recibir el diez-modelos bienésdel enfermo. ¡Guar-dadle pues! Haced pasar á ese

pobre borrego á través de los zar-zales de vuestro tratamiento, y que

" os deje una parte <je su lana.... Hay otras personas que son in-

capaces de seguir un tratamiento sin interrupción. Aquí no se trata precisamente de" impaciencia, sino más bien de negligencia, ó de in-constancia. Y%a por una razón ó ya, por otra, suspenden las visitas ó las consultas del médico, y ponen así. en el hilo de las recelas, va-rias soluciones de continuidad. Pa-ra ser liel al matiz de mi a s u n t ó -las comparo á u n agricultor, quien, después de haber, plantado un ar-busto.lo desarraigara ó lo trasplan-tara dé tiempo en tiempo, y se admirase después, de no verle nun-ca producir frutos.

Esas personas, despuésde la pri-mera ó la segunda prescripción, se eclipsan por un mes ó dos,después reaparecen en el horizonte, y traen entonces, las respuestas más can-dorosas.

Uno dice: Me sentí un poco mejor, y creí

que nli enfermedad iba á desapa-recer por si sola.

—Otro: • Ese remedio no me purgó, no

lo lie sentido. Nada me hizo y es-toy desalentado. Sin embargo quie-ro'continuar mi tratamiento.

Acepta una nueva receta, toma un nuevo medicamento; pero al cabo de ocho días, encuentra que no está curado, y ya no vuelve.

—Un tercero: • He suspendido mi tratamiento

durante todo el invierno, porque se dice que, durante esta estación, los remedios no obran.

Esa es. una de esas viejas preo-cupaciones que vivirá tanto, como las chilindrinas del hogar.

¡Gomo'si la naturaleza tuviese suspensiones de crecimiento y de desarrollo!....

¿Las enfermedades no nacen durante el invierno? Aquellas que ya existían? no recorren tranquila-mente—á pesar del frió, lo seco y lo húmedo, su sorda evolución?

| ¿Por qué, pues, los medicamentos j se entorpecerían en la estación de los hielos? ¿Oréis que sean más fa-vorables en la primavera? ¿Enton-ces, los consideráis como plantas, y no véis en ellos, sino la savia y los botones?

¡Preocupación! '.Vieja preocupa-

ción! Sea lo que fuere, todas esas ra-

¡Error! no modificamos los hábi-tos de la mesa,—al menos, no ha-cemos sino las modificaciones exi-gidas en los casos individuales de las enfermedades, y sometidasá las reglas dietéticas generales.—¿Por qué queréis hacernos los imitado-res de Celso, por ejemplo, quien aconsejaba, no hacer sino una co-mida, y no tomar en el resto del día, más que alimentos secos, y sin beber? ¿Por qué Séneca no vivi a casi de otra manera? ¿quizá por econo-mizar su tiempo, y para evitarse la molestia de lavarse las m a n o s -como él tiene cuidado,de decirlo— «Como pan seco, y sin ir á la mesa, y no tengo necesidad de lavarme las manos. Pannissiccus el sinemensá prandium, post quod non sint ftia-nus lavandae.» (Epist. 83.)

Jamás hemos tenido la idea de dar semejantes preceptos.

A menos,—lo repito,—que el caso lo exija, nunca descendemos a los detalles gastronómicos.

Otros se imaginan con la más sencilla naturalidad, que la Ho-meopatía tiene un régimen general particular, y que todas las perso-nas que siguen la práctica de esta doctrina, están obligadas á adop-tarlo, y á permanecer sometidos á él toda su vida, enfermos ó sanos.' Así. si se les prohibe tal-fruta.—por

á una regla impracticable, las lio-; ejemplo,- creen que es para siern-ras v el número de las comidas. pre.

zones y otras más. hacen que los tratamientos interrumpidos, termi-nen en nada

lié aquí, una causa de fracaso, más rica que todas las que liemos examinado. Aquí, se encuentran á la vez, las piedras, las zarzas y las espinas, la falta de sol y de hume-dad, y toda clase de aves del cielo que vienen á comerse el grano. Es-ta causa, .es el régimen, con todos sus anexos y particularidades.

Los detractores de nuestra doc-trina no dejan de atribuir al régi-men severo que imponemos á nuestros enfermos todos nuestros éxitos negativos.

Ya habéis visto, el caso que se debe hacer de esta vana alegación.

Pero muchas personas,—por lo demás de buena fé—se imaginan que ese régimen, es de tal manera estricto y exclusivo, que al seguir un tratamiento homeopático, ya no hay modo de comer ni -de beber.

Esta falsa persuación contribu-ye, no poco, á alejar á los clientes de nuestros consultorios. Por eso. es preciso entendernos sobre esta cuestión, y explicarnos franca y claramente.

Se han dicho y esparcido á este respecto, las más raras excentrici-dades.

Así, unos creen que sometemos

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Algunos me han confesado se-mejantes temores y aprehensiones, v muy agradab e era su admiración cuando les decía:—Una vez cura-do, podéis volver á vuestros hábi-tos,

¡Ved hasta dónde puede ir la

superstición! En fin, hay algunos que se pri-

van de consultar á un médico ho-meópata, temiendo que les sea pro-hibido tomar baños, infusiones, ti-sanas, etc.,—que el vino, el café, la cerveza, los licores, el ajenjo y el tabaco les sean severamente proscritos; que las especias de to-das clases, la canela, clavo y aun la pimienta, y todas las salsas que excitan el apetito, se hallan en la lista de las cosas prohibidas.

No me sorprendo de todos esos temores ó aprehensiones. Esto es, porque en efecto, la lista áe las co-sas prohibidas por algunos médi-cos homeópatas, es de tal manera larga, exigente y severa, que ya no hay medio ele comer ni beber. Muy ciertamente, si yo estuviera en lugar de los enfermos que van á consultarles, mejor preferiría cien veces guardar mi enfermedad, que el someterme á su suplicio de Tán-talo.

Todas esas exageraciones se ex-plican muy fácilmente. Que en sus primeros días,—en sus días de en-sayo,, en cierto modo.—la Homeo-

patía fuese uiás severa, — hasta muy severa,—se concibe. Los éxi-tos no estaban todavía reunidos en hacecillo para sostenerla y defen-derla. y sus nuevos discípulos ro-deaban sus primeros pasos de las precauciones más minuciosas, co-mo una madre vigila con inquietud los primeros y tímidos pasos de su hijo, y ciñe su cabeza con una chi-chonera para amortiguar las caí-das.

Que en sus comienzos, un médi-co nuevamente convertido á la doctrina hahnemanniana,sea severo hasta el escrúpulo, esto se concibe también. Confieso que en mis prin-cipios tenía siempre miedo por mi pobre remedio infinitamente pe-queño. Era un espejo, que el me-nor aliento podía empañar, una íu-cesita que la más débil ondulación del aire podía extinguir; era un cor-derito, que el lobo iba á llevar al bosque.

Todo esto es natural. En esta época no se crée todavía; la fe no ha descendido aún al espíritu del neófito; y, buscando á tientas en las sombras de la duda, es muy perdonable caminar con paso poco seguro y vacilante.

I Pero hay algunos que han per-¡ manecido todavía en las redes del ¡ escrúpulo, á pesar de la antigua fecha de su conversión y de su

; práctica. Esto depende necesaria-

mente de su temperamento y de su carácter particular. Así, sé de un antiguo é ilustre práctico, que da á sus clientes, con la consulta escri-ta, una hoja impresa en la que se hallan, en una lista sin fin, todas las substancias proscritas por un tratamiento homeopático. He visto esta lista y he quedado convenci-do,—sin haber tenido la paciencia de verla toda—que no había modo ni de comer ni de beber. Cierta-mente, esto es para desalentar la confianza más'robusta, es para le-gitimar el antiguo refrán: el reme-dio es peor que la enfermedad.

Bien m í guardaré de haceros su-frir todos estos detalles, no tendríais la paciencia de escucharlos, ni yo de decíroslos.

En tal virtud, nada de exagera-ción, nada de falsos temores, nada de supersticiones.

Los medicamentos homeopátia eos no son ni tan sensibles ni tan susceptibles como se les crée, y co-mo pueden pensarlo hasta ciertos discípulos de Hahnemann.

Y esto es preciso, porque, en el camino de hierro,por ejemplo, ¿có-mo podría asistir á mis obreros, si yo fuese tan tímido y exigente? ¿Cómo podría yo excluir de su co-mida, los guisos de todas las casas, ó prescribirles alimentos aristocrá-ticos? Ellos comen lo que encuen-tran sobre su mesa, comen lo que

cometodoelmundo, y tienen razón. ¿Créeis que ellossemostrarían muy fieles á mis prescripciones, si yo les prohibiese fumar su pipa después de la comida, y tomar cerveza y café el domingo, único día para ellos, de asueto y de legítimos pla-

' ceres? ¡Equivaldría tanto, como el prohibirles, entre semana, el ma-nejar la lima y el martillo! Y sin embargo, los medicamentos obran, y sus tratamientos marchan muy bien.

Ahora voy á referiros un frag-mento de una consulta que escribí esta mañanaá uno de mis clientes

'del campo, á quien curo: por co-1 rrespondencia. Creo deber hacer ' notar aquí que, cada uno es res-¡ponsable de sus opiniones perso-nales.

Ese enfermo hacía algunos años que estaba atacado de dolores reumatismales. No habiendo ob-tenido ninguna mejoría en su afec-ción, por la medicina ordinaria, se ha dirigido á la Hemeopatía ha-ce solamente algunos días. Hé

[aquí—después de lo concerniente á la administración de las medici-nas,—lo que le escribí á proposi-to del regímen.

'•No cambiéisabsolulameute na-da en vuestros hábitos. Desde ha-ce veinte años,—decís—tomáis-café después de vuestra comida. continuad tomándolo. Estáis k i -

^ •;

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bituado á los alimentos cargados l de especias y á una cocina sucu-lenta. Algunas veces tomáis cer-veza yjicores. y no habéis tenido ninguna incomodidad. Tenéis, en lin, habituada la lengua á fumar, yo no os hago ninguna, modifica-ción. ni en vuestro regímen, ni en vuestra manera de vivir. Conser-vad la franela, puesto que la lle-váis hace mucho tiempo. Tenéis un cautério en la pierna derecha, me cuidaría inycho de aconsejá-roslo, si no lo tuviéseis. pero como vuestro organismo lo ha tolerado, también me guardaré de aconseja-ros el que os lo quitéis. Nutridlo como un parásito molesto.»

«Sin embargo, en cuanto al ré-

dase de friegas, pomadas, tisanas, infusiones, etc. Permaneced en la observancia estricta de las pres-cripciones que tengo el honor ele enviaros.

«Os recomiendo, en fin, fijaros en el estado atmesférico, para vuestros paseos. Evitad, sobre to-do la humedad, y tratad deresguar-dar vuestro cuerpo contra el frío muy intenso, ya no exponiéndoos demasiado al aire, ya rodeándoos de todas las precauciones que re-clama la estación en la que váís á entrar.»

Si os indicara los remedios que tomará ese consultante, y su mo-do de administración, podriáis apercibiros que nuestros trata-

gimen. estoy obligado á hacer una ¡míenlos no son cosa muy dura pa-ligera restricción. No viváis exclu-¡ ra soportarlos, y que siguiéndolos, •sivamente ele carnes, y no prefi- — hasta con una rígida observan-ráis, sobre todo, las carnes morle- cia,—hay medio ele vivir y conser-cinas. Os hago esta observación I var hábitos muv cómodos. en particular, en vista de la natu-raleza de vuestra enfermedad: en cualquier otro caso, podría dejaros libre.'"

«En cuanto á los olores y per-fumes, de los que me habláis, no seáis escrupuloso, pero sed pru-dente: huid los olores fuertes, pero sobre todo.' el del alcanfor, por-que el alcanfor es antídoto de las medicinas homeopáticas, en dosis infinitesimales.»

«No uséis, además, de ninguna

Sin embargo, no se debe caer en un exceso contrario, y por una complacencia muy elástica,—que se convertiría en negligencia.—no se debe dejar la rienda suelta. ¡Pues bien! querieneloreprimir pre-cisamente este abuso, queriendo aplicar las reglas dietéticas á cada caso particular, y queriendo rete-ner á los enfermos en la vía ele una sana prescripción, escomo nos exponemos á fracasos muy frecuen-tes é inevitables.

f

t

En los casos agudos, la cosa es fácil, y los enfermos no cometen nunca pecados de trasgresión res-pecto á la ordenanza del médico. En este caso, el apetito no tiene caprichos, no tiene ni aun volun-tad, puesto que duerme. Ninguna inclinación viene á solicitar y á se-ducir al enfermo, puesto que todos sus hábitos duermen también. No hay que temer más que á las taba-queras alcanforadas y á los atavíos almizclados. Con excepción de es-to, los remedios no encuentran ningún obstáculo en su marcha y en su acción.

Pero en los casos crónicos, el médico tiene mil causas de inquie-tud, y mil razones para no dormir tranquilo, respecto al resultado de sus prescripciones.

Por tanto, á propósito ele hábi-tos, no se debe desarraigarlos cuan-do son muy antiguos. En general, se debe respetar el equilibrio ^del organismo. El mismo Hahnemánn. que tenía para el café una enemis-tad un poco exagerada, no lo pro-hibía á los tomadores invetera-dos.

Conocéis el hecho extraordina-rio de ese prisionero quien, des-pués de haber permanecido veinte años encerrado en una masmorra, se había de tal modo acostumbra-do al aire infecto del que se nu-trían sus pulmones, que cuando se

le puso en libertad, cayó enfermo al respirar el aire puro, y pidió su antigua cloaca para recobrar la sa-lud.

En tal virtud, es preciso respe-tar los hábitos. Pero, de esto, á permitirlo todo, hay mucha distan-cia. Si se les debe respetar en los que los tienen, todo sé debe hacer para que no nazcan en los que no los tienen.

Por tanto, es muy prudente pro-hibir en general el abuso del café, de los licores, de los ácidos, de las especias, ele los excesos de cual-quiera clase, en una palabra, las transgresiones á estas reglas higié-nicas, nulifican mucho los trata-mientos.

Por lo mismo, también, respec-to á los olores, la Homeopatía no es su enemiga declarada, y no lan-zan contra ellos sus bulas fulminan-tes.

Sí. en efecto, nuestra doctrina, es la verdad en medicina, es pre-ciso—como para tóelas las verda-des—efue su aplicación sea fácil,

: para ser general. Sí, pues no pu-j diese ele ninguna macera simpati-zar con los olores, ¿cómo podría asistir á los perfumistas, por ejem-plo? ^Cuáles serían sus garantías

| de porvenir, si arrojase del seno de | su práctica, á todas las personas ! que por gusto, ó por oficio, viven ' en medio de todo género de ema-

50

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naciones? Entonces, por poco que exagerase sus órdenes, prohibiría pasar delante de una tienda de un peluquero, ir á pasearse en los jar-dines, y sentarse debajo de los ár-boles con flores. Era preciso en-íonces, en la primavera,quedarde-bajo de una campana, y borrar del calendario al mes de Mayé.

Más, tened cuidado, de luso al abuso no hay más que un paso; hoy sobre todo, bajo el reinado de un lujo insensato, y de todas las locas exigencias del tocador. En-trad á la casa más insignificante, id á visitar el tocador menos pre-tencioso; ¿que encontráis? Elixies,

¡Y hay quien diga que la Homeo-p ^ j a es la medicina de los toca-dores diga mejor que, ella es la medicina del pueblo y de los talle-res!

Habéis visto que, en mi carta dirigida á ese consultante extran-jero, le aconsejaba huir del alcan-for, como el antídoto de tocias las medicinas homeopáticas.

Sí, en vez de comparar nuestro asunto á un campo destinado á la miés, lo hubiéramos comparado á la viña, os hubiera dicho, que el nuestro tiene también una enfer-medad que, compromete muy á menudo nuestras cosechas. El al-

polvos y opiados dentríficos, agua canfor, en efecto, es el oidium de leucodermina, jabón lenitivo per- j nuestra vid farmacéutica. Eviden-feccionado, crema de jabón leniti- teniente, cuando los remedios es-vo, vinagre aromático de BuIIy, lagu.rde javande ambarina, agua ostral, aceite de avellanas perfu-mado,cold-cream superior, agua de Colonia superior, pastillas orién-tale.-, espíritu de menta superfino, pomada philocoma, etc., etc.

Y después se admiran las seño-de tener su cutís manchado, de padecer jaquecas terribles, y ele verse obligadas á llevar, ¡treinta

•.años, dientes postizos, y cuarenta, la peluca!

¡Y" después se admiran de que, los medicamentos no obren, y de que ¡asenfermedades permanezcan siempre en sii albergue perfumado!

tán á dosis macizas, hay menos pe-ligro para ellos; pero cuando están en el estado íluídico, sofoca á to-dos; y esto es, porque así es.

A esta cuestión del régimen, pueden referirse varias considera-ciones secundarias no menos im-portantes.

Así, muchas personas, cegadas por una enojosa prevención, y per-suadiéndose de que las prescripcio-nes del médico homeópata, son muy exclusivas y muy severas, no quieren someterse al régimen apro-piado á su enfermedad particular. Cuando otro médico ordena la abs-tinencia de tales ó cuales alimentos.

ó aún una dieta casi absoluta, se le escucha y obedece; sus órdenes son recogidas con-paciencia y re-signación: pero, cuando esas ór-denes emanan de nuestras justas prescripciones, no hay medio de hacerlas observar.

Durante cierto tiempo, asistí á un enfermo atacado de gastritis crónica; jamás pude llegar á ha-cerle adoptar el régimen que recla-maba estrictamente su enferme-dad.

Vuestro régi men es más se ven > que el antiguo • me decía siempre, puesto que n o puede de ninguna manera transigir con mis hábitos; y vuestras medicinas son mucho más delicadas que las otras, pues-to que las rodeáis de tantas pre-cauciones.

—Pero, señor, le decía yo, no es con respecto á las exigencias de nuestra doctrina, ni en vista de la susceptibilidad de nuestras medici-nas, por lo que os-prohibo el café, el tabaco, los licores y los ácidos, las carnes demasiado suculentas y los alimentos., llenos de especias. La naturaleza de vuestra enferme-dad es la que me dicta esos conse-jos, y si os curara por la antigua medicina, daría á vuestro régimen las mismas prescripciones.

Pretendéis que nuestras medici-nas son más delicadas que las otras, participáis, en esto, de un

error, desgraciadamente muy es-parcido.

Mas, por otra parte, ¿qué es ne-cesario para desarreglar el juego de todos esos sabios mecanismos que acaba de descubrir el progre-so? ¡Ved! una nada puede en-torpecer las palancas de una loco-motora, y paralizar su impetuosa carrera. Una nada puede interrum-pir la corriente de un telégrafo electrico, y helar un mensaje en el hilo. Una nada puede descompo-ner una operación de fotografía, y entonces la placa no presenta sino una prueba negativa, ó velada pol-los matices más confusos.

Lo veis, todas las potencias fluí-dicas son susceptibles. ¿Por qué. entonces, no queréis conceder una poca de indulgencia á nuestros Hui-dos medicinales?

Pero en vano en cada consulta agotaba mis argumentos para con-vencerle; todo era inútil, me paté-ela que hablaba á un académico de Viterbo.

Esta es la impaciencia llevada hasta el absurdo. No entraré en ningún detalle: citaré solamente el hecho ele un joven á quien curaba de una oftalmía muy intensa. El pretendía poderse curar yendo á pasearse con un frío muy intenso, y sobre todo con un aire muy fuer-te, que levantaba nubes de arena y cegaba á los que estaban obliga-

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dos á salir. Nunca pude hacerle comprender que. en su estado, era preciso poner los ojos ojos al abri-go de la luz y de las corrientes de aire.

Héaquí enfermos másimpacien-tes todavía que Luis XIV. Con igual gusto seria el cirujano de un escudero quien, habiéndose fractu-rado una pierna, quisiera obtener la soldadura continuando á mon-tar á caballo.

Haré mención, para concluir, de una causa de fracaso que por for-tuna es muy rara y excepcional. Quiero hablar de la preparación de las medicinas y de su administra-ción.

Está fuera de eluda que, para obtener una buena cosecha, es ne-cesario sembrar buen grano. Los farmacéuticos y sobre lodo los nuestros—debéh ser concienzudos y—me regocijo en decirlo—todos lo son. Si fuera de otra manera, en vez de dar recetas ánuestros clien-tes. preferiríamos mejor enviarlos á sacar agua de la fuente vecina; á lo menos, esto no les costaría nada. Si nuestras medicinas estu-viesen mal preparadas, nos suce-dería lo que pasó un día á un pro-fesor de química. Había dispuesto, sobre una cubeta de mercurio.

probetas llenas de hidrógeno, oxí-geno y ázoe; algunos discípulos di-sipados se pusieron de acuerdo, antes de la cátedra, en levantar esas probetas; los gases se escapa-ron, y fueron reemplazados por el aire incoloro como ellos, y cuando el profesor quiso hacer sus demos-traciones, sus experiencias fueron mudas.

Nada diré de la administración ele los medicamentos, á cada mé-dico le toca explicarse bien, y te-ner la vista vigilante.

Tales son los elementos de nues-tros fracasos. Es bueno que se les conozca, pero también es bueno explicarlos. La confesión es nece-saria, pero la justificación debe ser permitida.

Escuchad ahora la continuación de la parábola:

«Ninguno enciende una lámpa-ra para cubrirla con un vaso, ó pa-ra ocultarla debajo de su cama, sino para ponerla en un candelero, á fin de que los que entren en la casa vean la luz.

«Porque no hay nada secreto que no deba hacerse público, ni nada ocultó que no deba ser des-cubierto.

«El que tenga oídos para oír, oiga.»

DECIMA TERCERA CONFERENCIA.

¿HASTA CUANDO?..,

Permitidme suponer que la prac-tica de la sangría no existe, ó que, al menos no la conocéis, y jamás • habéis oido hablar de ella.

Permitidme suponer además que, un viajero, después de una larga y lejana exploración en los países del mundo más desconocidos, os hace la narración siguiente:

Dirijiéndome hacia el norte,des-pués de haber dejado el Océano Pacífico, y atravesado, el estrecho de Behring, me alojé en el archipié-lago Aleuciano. Un día, antes de llegar á Alaska, descubrí una isla, ignorada de todos los explorado-res, y que todavía no ha figurado sobre la carta geográfica.

Esta isla es muy vasta y muy po-blada; está habitada por hombres casi salvajes, y enteramente des-provistos de civilización.

En esta isla, reinan las costum-

bres más extravagantes. Hé aquí una de las que más me han sor-prendido.

Los médicos,—porque también allí hay, como en todas partes, ¡y qué médicos Dios mió!—tienen so-bre los enfermos derechos de vida y muerte; llevan siempre á sus vi-sitas, una cajita que contiene cinco ó seis cuchillos, de lámina moví-ble, aguda y^cortante por ambos lados.

Y cuando esos médicoshan apa-rentado examinar á sus enfermos, á propósito de nada,—por no decir siempre,—sacan de su cajita, uno de esos pequeños cuchillos y lo in-troducen con bastante habilidad, en el brazo de esos pobres pacien-tes.

Por esta maniobra,—se dice,— hacen correr la sangre de esos des-dichados, y en regular cantidad-

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dos á salir. Nunca pude hacerle comprender que. en su estado, era preciso poner los ojos ojos al abri-go de la luz y de las corrientes de aire.

Héaquí enfermos másimpacien-tes todavía que Luis XIV. Con igual gusto seria el cirujano de un escudero quien, habiéndose fractu-rado una pierna, quisiera obtener la soldadura continuando á mon-tar á caballo.

Haré mención, para concluir, de una causa de fracaso que por for-tuna es muy rara y excepcional. Quiero hablar de la preparación de las medicinas y de su administra-ción.

Está fuera de eluda que, para obtener una buena cosecha, es ne-cesario sembrar buen grano. Los farmacéuticos y sobre lodo los nuestros—debéh ser concienzudos y—me regocijo en decirlo—todos lo son. Si fuera de otra manera, en vez de dar recetas ánuestros clien-tes. preferiríamos mejor enviarlos á sacar agua de la fuente vecina; á lo menos, esto no les costaría nada. Si nuestras medicinas estu-viesen mal preparadas, nos suce-dería lo que pasó un día á un pro-fesor de química. Había dispuesto, sobre una cubeta de mercurio.

probetas llenas de hidrógeno, oxí-geno y ázoe; algunos discípulos di-sipados se pusieron de acuerdo, antes de la cátedra, en levantar esas probetas; los gases se escapa-ron, y fueron reemplazados por el aire incoloro como ellos, y cuando el profesor quiso hacer sus demos-traciones, sus experiencias fueron mudas.

Nada diré de la administración ele los medicamentos, á cada mé-dico le toca explicarse bien, y te-ner la vista vigilante.

Tales son los elementos de nues-tros fracasos. Es bueno que se les conozca, pero también es bueno explicarlos. La confesión es nece-saria, pero la justificación debe ser permitida.

Escuchad ahora la continuación de la parábola:

«Ninguno enciende una lámpa-ra para cubrirla con un vaso, ó pa-ra ocultarla debajo de su cama, sino para ponerla en un candelero, á fin de que los que entren en la casa vean la luz.

«Porque no hay nada secreto que no deba hacerse público, ni nada ocultó que no deba ser des-cubierto.

«El que tenga oídos para oír, oiga.»

DECIMA TERCERA CONFERENCIA.

¿HASTA CUANDO?..,

Permitidme suponer que la prac-tica de la sangría no existe, ó que, al menos no la conocéis, y jamás • habéis oido hablar de ella.

Permitidme suponer además que, un viajero, después de una larga y lejana exploración en los países del mundo más desconocidos, os hace la narración siguiente:

Dirijiéndome hacia el norte,des-pués de haber dejado el Océano Pacífico, y atravesado, el estrecho de Behring, me alojé en el archipié-lago Aleuciano. Un día, antes de llegar á Alaska, descubrí una isla, ignorada de todos los explorado-res, y que todavía no ha figurado sobre la carta geográfica.

Esta isla es muy vasta y muy po-blada; está habitada por hombres casi salvajes, y enteramente des-provistos de civilización.

En esta isla, reinan las costum-

bres más extravagantes. Hé aquí una de las que más me han sor-prendido.

Los médicos,—porque también allí hay, como en todas partes, ¡y qué médicos Dios mió!—tienen so-bre los enfermos derechos de vida y muerte; llevan siempre á sus vi-sitas, una cajita que contiene cinco ó seis cuchillos, de lámina moví-ble, aguda y^cortante por ambos lados.

Y cuando esos médicoshan apa-rentado examinar á sus enfermos, á propósito de nada,—por no decir siempre,—sacan de su cajita, uno de esos pequeños cuchillos y lo in-troducen con bastante habilidad, en el brazo de esos pobres pacien-tes.

Por esta maniobra,—se dice,— hacen correr la sangre de esos des-dichados, y en regular cantidad-

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repiten varias veces la operación, y aun frecuentemente, la sacan ca-si toda.

El Gobernador de la isla, á quien yo debo estos ciatos, me elijo ade-más, que en muchos casos, esos médicos,—llamados también «doc-tores,»—hacen picar á sus enfer-mos por animalitos. negros, muy ávidos de sangre. Esos animalitos. á quienes ellos llaman anélidos,— son aplicados conforme á sus pres-cripciones. sobre todas las partes! del cuerpo, y allí, chupan la vida de esos desdichados con la más cruel avidez.

En fin, algunas veces, esos doc-tores llegan hasta desgarrar con otros cuchillos más largos y más anchos, las carnes de los enfer-mos, y aplican en seguida, sobre esas incisiones^ qug, ellos llaman escarificaciones -•ciertos vasos,— llamados ven tosas^ í l e spués cíe haber puesto ciento una bolita de cierto tejido inflamSro.

El Gobernador me dió todavía otros muchos detalles, respecto á esas prácticas salvajes é inhuma-nas, de las que, no os quiero ha-blar, para no herir vuestra justa sensibilidad.

¡Pues bien! si ese viajero viniera á referirnos todas esas cosas,nadie las creería. ¡Las almas más indife-rentes se estremecerían con seme-jante narración. y que sería, si se1

hablase de introducir en nuestras costumbres, semejantes abomina-ciones!

¿Qué hombre querría prestar su brazo á la primera experiencia?

tQuién es el enfermo que quisiera ver á su líquido vital derramarse dentro de una cubeta? ¿Quién es la madre que, consentiría en man-char la carne tierna de su niño, con los estigmas que imprimen, pa-ra siempre, la picadura de esos afrentosos animales que se llaman sanguijuelas?

¡Y decir, sin embargo, que esta es la realidad! Decir que. esas prácticas han existido en pierio vi-gor en el siglo del progreso univer-sal, y bajo el sol de la hermosa ci-vilización Europea!

En un siglo en el que todo el mundo lee la Biblia, y en donde na-die fija sus meditaciones, respecto á esas palabras tan notables de! legislador de los Hebreos.

Sanguinem universas camis non comedetis, quia anima carnis, in sanguine est.

No comereis la sangre cié ningu-na carne, porque el alma de toda carne está en la sangre.

En un siglo, finalmente, en el que los médicos no escuchando más que la voz de las antiguas ge-neraciones, van á buscar ei ali-mento de su espíritu, en el polvo de las bibliotecas antiguas, y des-

precian las confesiones de los prin-cipes de la Escuela moderna, que hieren con su reprobación esas prácticas abominables.

Cuando digo: «los pr,ncipes de la Escuela Moderna,» no se trata de los homeópatas; su juicio sería muy sospechoso. Quiero solamen-te hablar de los profesores progre-sistas de la Escuela «alopática» de

' París, como lo veréis en el curso de esta conferencia.

En la sangre es donde reside la vida.

Si, como ya lo hemos visto en otra parte, el fluido vital es, en al-guna manera, la soldadura del es-píritu y de la materia, la sangre es el líquido vital que, baña y alimen-ta á esos dos términos y á sus de-pendencias.

«La sangre es la primera parte formada en el embrión,» ha dicho el profesor Amador.

«La sangre es carne fluida» dijo el célebre Bordeu.

«La sangre es el excitante del pensamiento,» dijo Baspail.

«La sangre es la fuente de don-de emana todo lo que vive,» ha di-cho Huffeland.

«La sangre es el alma de los ani-males,» dijo Moisés.

El mismo sentimiento es el que hizo decir al sensible Virgilio:

«Purpurean! vomit ille animam» Vuelve su alma de púrpura.

He aquí, pues, el asunto más se-rio que puedo someter á vuestras meditaciones.

La emisión de la sangre es uno de esos medios de los que Huffe-land dice: «Que penetran hasta en los repliegues de la misma vida, y realmente, heroicos, pueden dar la vicia y la muerte.»

Uno de esos medios que según el mismo Galeno, tan partidario de la sangría, «quitan» la vida.

Uno de esos medios que, si-guiendo á Van-Helmcnt. «abrevian la existencia;»

Uno de esos medios que, con-forme al testimonio de Sauvages, «debilitan y matan al enfermo."

Uno de esos medios que, según el aforismo de Hipócrates, es "el freno de la inervación."

Para mejor comprendey y apre-ciar esta discusión, respecto á las sangrías, tened siempre presentes en vuestro espíritu las reflexiones que ya hemos hecho, en otra con-ferencia, respecto á la derivación y á la revulsión.

No volveré á ello, descanso en vuestros recuerdos.

Mi intención, hoy, es considerar á la sangría bajo lodos sus aspec-tos posibles, y haceros ver que, ba-jo el punto de vista práctico, es siempre la más fatal é incompren-sible „paradoja de la terapéutica-

Distingo tantas clases de san-

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grías, cuantas cabezas puede tener esa hidra.

No me detendré en la división clásica de la sangría en general y local,—es decir, en general, cuan-do se corta una vena (flebotomía), ó una artería (arteriotomía), y en local, cuando se aplican sanguijue-las, ó se escarifica la piel, con un instrumento cortante.

Examinemos, pues, á las san-grías en todos sus modos.

SANGRIA EXPLORADORA.— Esta es la más inocente. Es la hija de la duda.

El médico examina todos los síntomas- de la enfermedad. Reco-je muy cuidadosamente sus votos en pro ó en contra de la sangría. Pero, como el número de éstos es igual, queda en la duda.

Interroga entonces el estado del pulso; pero el pulso frecuentemen-te es pérfido. Ya no revela por ningún signo á una verdadera in-flamación existente, y ya acusa, por un signo engañador, una falsa inflamación que no existe.

Y siempre el médico está en la duda.

Ahora bien, para salir de ella, el mejor medio es la exploración; el enfermo es sangrado. Y entonces brotan las revelaciones; pero á me-nudo esas revelaciones traen pe-nas inútiles, y la sangre derrama-da llega, en este caso, á ser el ma-

agudo arrepentí-nanlial de un miento.

He oído decir que, en tiempo ele nuestras tormentas revoluciona-rias, ciertos fugitivos, para evitar la muerte, iban á ocultarseenlashen-d¡duras de las rocas ó en los labe-rintos de algún subterráneo; y los horribles demonios que iban en su persecución, para exclarecer su in-certidumbre y economizarse el tra-bajo de pesquizas muy largas, su-mergían una pica en el reducto, en el que habían olido á su víctima; y si la pica exploradora traía sangre, ellos acababan entonces, con la calma ele la certidumbre, las atro-cidades del último suplicio.

SANGRIA DEPLETIVA. — Si, pues, una pequeña sangría reveló al médico que se engañó, y que la enfermedad no la requiere, envai-na su instrumento y hace su «mea culpa.» Y en este caso, ¿quién lle-vará la pena de la falta0 No él, sino el pobre enfermo. Pero, si por des-gracia, la sangría le parece indica-da, entonces nada de prudencia; entonces, entre el médico y el en-fermo, se empeña un duelo á muer-te; la muerte ¿de quién? Nunca del médico.

Esta especie de sangría no es la hija de la duda, sino de una fatal preocupación, vieja y tenaz, como todos los errores vulgares.

Alguno ha dicho que era preciso

excavar cien pies e * la tierra cuan-do se queria desarraigar el límite del uso. Para hallar la raiz ele és-te, sería necesario excavar tan le-jos.... y más lejos todavía que el centro ele nuestro planeta. '

Hay demasiada sangre. Es pre-ciso sacar la sangre, porque los va-sos están muy llenos.

¿Hasta cuándo veremos este error germinar en el campo médi-co? ¿HASTA CUANDO veremos al pobre pueblo amordazado por las falsas opiniones? ¿HASTA CUAN-DO veremos á tan groseras preo-cupaciones fermentar en la caja cerebral de los médicos?

Que el pueblo haya aceptado y I alimente todavía esa preocupa-ción, la más absurda y peligrosa, lo comprendo; esto, no es su cul-pa. El pueblo no puede someter ni á la experiencia ni al razonamien-to. todas las pretendidas verdades que se presenten á su espíritu. Pa-ra él, las palabras ele los doctores son artículos de fé. Si traga los errores con una ignorancia tan complaciente, la culpa es de aque-llos que le presentan la copa. ¡Pe-ro, que los médicos beban su par-te; que coman su parle del pan del error, distribuido por ellos en la mesa del pueblo, lié aquí el mis-terio más incomprensible para mí!

Hav demasiada sanare. w O El que inventó este error, sea

quien fuere, merecía ser sangrado ' en las cuatro venas.»

En mi infancia, lie oído decir, por un viejo médico de mi aldea. «Es preciso beber bien, en la comi-da, á lin de que el hígado pueda nadar.»

Niño, crei esto. Más tárele, reí. pero hoy, ya no río; en clase ele preocupaciones, conozco mucho más grandes que ésta.

LJn día, regresando ele ver á un enfermo del campo, tuve la ocasión de acompañarme con un antiguo capitán retirado. Tenía la manía de ocuparse de medicina, y la con-versación bien pronto cayó sobre

j ese capitulo. Conocía un pqco la I lomeoaplia. elecia que. «había me-tido la nariz den tro.»—estas fueron sus palabras.

—Hay mucho bueno, lo confie-so. mucho bueno en esta nueva «medicina:» pero no puedo resol-verme á creer que los homeópatas no sangren nunca. Cuando hay de-masiada sangre.—en una lluxión ele pecho, por ejemplo.—cuando el enfermo se ahoga, sofocado por la sangre, es preciso, en todo rigor, sangrarle, sin lo cual muere.

—No. capitán, todavía no está muerto: sois rápido y decisivo como un consejo de guerra: esperad, y

jdignáos escucharme un momento.

Y desde líiego no basta haber «metido un poco la nariz» ennues-

51

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Ira doctrina para conocerla. ¿Que diríais de un hombre que, viajando en ferrocarril, pusiera un instante la nariz en la puerta de su vagón, y pretendiese conocer tal ciudad, después de haber pasado delante de ella con toda velocidad?

Considerad, os suplico, toda la masa de la sangre encerrada en los vasos. ¿Esta sangre puede jamás pecar por la cantidad? Imposible. Para que esto sucediera, es decir, para que en una enfermedad hu-biese una sola'gotaen exceso, sería preciso que esa gota hubiera sido llevada al organismo por una cau-sa cualquiera, y esto no puede ser: ¿de dónde queréis, en efecto, que ese excedente llegue y aumente la cantidad de la masa que llenaba ya los vasos destinados para conte-nerla 1

¿Qué diríais, pues, de un hom-bre que, habiendo salido por la ma-ñana e,n plena salud para trabajar su campo, contrajese después de dos horas de t rabajo una fluxión de pecho? ¿Antes de su partida te-nía sangre en demasía? ¿Lo bu-biera creído, si se le hubiera di-cho? Pues bien! ¿cómo ha podido formarse en él, en el breve espa-

- ció de dos horas, el litro de sangre que el médico va ¿sacar le?

—Lo ignoro, pero, quizá la fie-bre es la que lo ha fabricado.

—No. capitán; participáis de un

error d e s d i c h a a mente muy espar-cido. lié aquí lo que pasa:

La fiebre es un fuego interior encendido y alimentado por el principio de la enfermedad. Este fuego e^tá en relación inmediata con esta masa de sangre, de ta que acabamos de hablar, y entonces, es fácil comprender el fenómeno que engendra el error general.

Ved lo que pasa con nuestras máquinas de vapor. El agua fuer-temente aprisionada en la caldera y sometida á la acción de un fue-go violento y siempre atizado, en-tra en ebullición, y se convierte en vapor; y este vapor adquiere una fuerza irresistible, en razón del obs-táculo que se opone á su expan-sión.

Y entonces, la ináquinacomien-za á zumbar, los émbolos resba-lan. las ruedas se mueven, poco á poco el movimiento se acelera, las palpitaciones del gigante ya no se pueden contar, silba, ruge, y de-vora el espacio.

Y sin embargo, la causa prime-ra de esta vida infernal, no es sino una débil chispa.

Ahora bien, en este caso, ¿el agua ha aumentado en cantidad? Evidentemente que no. Ella ha au-mentado en volumen, y esto es to-do.

| —Si. doctor, pero cuando se quiere detener á la máquina, y ha-

cer cesar todo ese movimiento tu-multuoso, se hace escapar al vapor por otros conductos, así se dismi-nuye l a presión, y todo entra en calma. Igualmente, haciendo una sangría, se disminuye la sangre, y la fiebre se apaga.

—Sí, capitán, esto pasa así, por-que el agua, ni es muy rara, ni ca-ra; y se puede renovar, y llenar de nuevo la caldera. Pero, si esta re-novación del agua fuese imposible, la máquina no iría muy lejos, pron-to se detendría agotada y se dor-miría sobre los rieles. Entonces la industria haría condensar el vapor por medjo^de refrigerantes, y es-tando previsto el desperdicio del agua, la máquina siempre marcha-ría.

Ya se ha pensado mucho en la trasfusión de la sangre, es decir, en hacer pasar á las venas de un hombre agotado, la sangre de un hombre robusto. Pero esto no es. sino un hermoso sueño y un lau-dable deseo, pero un deseo impo-tente; hallad el medio de renovar á voluntad la sangre de un enfermo, como se renueva el aguade una lo-comotora. y os concedo el derecho de sangrarle, y de volverle á san-grar según os plazca.

Ved. lo que pasa diariamente á vuestra vista. Este es el hecho más vulgar, y que sin embargo, para aquellos que gusten de reflexionar

y darse razón de las cosas, es la fuente de la más elevada ense-ñanza .

Acercad al fuego un vaso medio lleno de leche. Muy pronto se for-man las burbujas de la efervescen-cia. estalla el hervor, el líquido au-menta de volumen, sube y vá á derramarse.

¿Será porque hay ahí demasiada leche? Evidentemente que no. pues-to que el vaso 110 estaba sino hasta la mitad.

¿Entonces, que se debe hacer? ¿Extinguir inmediatamente el fue-

go? Este medio es bueno, pero nuestra prudencia puede estar en retardo.

¿Apartar el vásjr del fuego? La misma razón.

¿Dejar derramar ía leche? Este es más breve y más expedito. Hay. sin embargo, un medio más senci-llo, y que ha dado buenos resulta-dos. Derramad algunas gotas de

: agua fría en la espuma hirviente I de la leche, y. el líquido furioso se ! apagará inmediatamente y bajará : á su primer nivel.

Ahora debéis comprender, capi-tán, como jamás hay demasiada sangre, y como, bajo el fuego de la liebre, ella aumenta solamente de volumen.

— Lo comprendo perfectamente, doc tor : sin embargo, me parece que una sangría, es un medio rá-

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pido, y que su electo es inme-

diato. —Veo, capitán, que aun no es-

tais convencido. Sin duda habréis hecho las guerras del Imperio; en-tonces váis á palpar perfectamente, ésta otra comparación, tal vez más clara.

. Supongamos una cindadela ata-cada por el enemigo. En el infe-rior de esta cindadela, se encuen-tran veinte mil hombres bien-ar-mados, y prestos al ataque como á la defensa. Esos soldados están dis-tribuidos en grupos en cada es-quina.

A consecuencia de una revolu-ción interior, im grupo abandona su sitio, y vá á eolocarse en el gru-

despues, acontece, por tercera vez,

lo que habia acontecido la prime-

ra v la segunda. La calma está completamente

restablecida. Sí pero no queda ya sino un

o-rupo. v para resistir al ataque del e lemigo, la cindadela ya no posee, sillo pocos hombres. Imposible con tan pocas fuerzas, resistir largo tiempo, es p r e c i s o rendirse ó pere-cer.

l ié aquí lo que hace el médico

vulgar.

po del otro ángulo; y ahí estalla una disputa particular, y como con-secuencia, una guerra intestina.

Entonces.- el Gobernador de la plaza, instruido de ese. desorden, llega al lugar, y arroja del recinto al grupo de hombres que se habían sublevado, y los hace fusilar inme-diatamente.

Muy bien, la calma se restable-

ce. Más h é aquí que, dos horas des-

pués, estalla la misma rebelión, el mismo desorden se reproduce, y la misma condena alcanza á ótro gru-po, que es fusilado.

La calma se restablece de nuevo. Pero lié aquí que, seis horas

lili médico llega á asistir á un enfermo: lo examina, comprueba que hav una fluxión de pecho, es decir, que la sangre á ido á los pul-mones. en una cantidad muy gran-de De aquí, el desorden; v para apaciguarlo, hace una primera san-aría, con el fin de poner fuera de la masa, á la sangre que ha llega-do á donde no debería llegar.

La calma se restablece, pero, al cabo de dos horas, se reproduce el mismo desorden. Segunda sangría,

Calma aparente todavía. Pero; al cabo de. seis horas, un nuevo desorden aún. Tercera sangría.

Y así en seguida, hasta que el

enfermo sucumbe y muere ago-

tado. Porque, observadlo bien, preci-

samente en el momento en el que el enfermo atacado por el enemigo, tiene más necesidad do sus fuerzas,

es cuando el médico viene á qui-társelas; quitándole la sangre.

.Mas, prosigo mi comparación y

digo: Cuando el Gobernador de la

Ciudadela llega y comprueba el desorden, sí, por amenazas ó por persuac.ióiv hace volver á los sol-dados sublevados á su sitio, resta-blecerá el orden en la plaza, sin la expulsión de un solo hombre; y el número d é l o s combatientes per-manecerá siempre completo, ybas-

miento. De esta manera continua-mos nuestra pequeña conversación

hasta la ciudad, y antes de sepa-rarnos:—Doctor. m e dijo, lo juro por Austerlitz, si alguna vez tuvie-re una fluxión de pecho, j amas me sangraré.

SANGRIA . E X P L O R A D O R A . -IIé aquí otro de los errores más fla-grantes de la escuela alopática, pe-ro sobre todo, de la escuela orga-nicista.

Para comprender bien estapreo-

tante fuerte., p a r a resistir el a t a q u e W c i ó n . os voy a decir dos pala-

del enemigo. Del mismo modo, en esa talón

de pecho, si, en vez, de extraer la sangre, tenéis un medio para apa-ciguarla v hacerla entrar en el or-den, el enfermo conservará todas sus 'fuerzas, y podrá oponer á la enfermedad, que es su enemigo, toda la integridad de su energía, todo el resto de su pr incipa vital.

Ahora bien, felizmente poséemos este medio. Tenemos un remedio, del que algunas gotas apaciguan toda esa rebelión febril del líquido vital, como algunas gotas de agua fria pueden aplacar el hervor de la leche, como a l g u n a s palabras a m e -

n a z a d o r a s ó persuasivas del Gober-nador, pueden calmar el desorden

de la ciudade a. En esta vez el Capitán quedo

bras,' respecto á la composición de

la sangre. La sangre contiene dos partes

bien distintas, una parte serosa ó acuosa, v una parte fibrínosa. Po-ned la sangre de una sangría en lina cubeta, y la veréis dividirse en estos dos elementos. La fibrina coagulada nadará, en medio del «serum.» Esa parte fibrínosa se llama coágulo y la capa espesa y amarillenta que le envuelve, se lla-ma costra inflamatoria.

Ahora bien, en las enfermeda-des inllarnatorias, siempre la fibri-na es la culpable; por consiguien-te, ella es la que se debe dismi-nuir por la sangría espoliadora,

Hé aquí á la preocupación, en

toda su fuerza. Aunque yo haga grandes estuer-

jmi c^ta »v- - : i n s D a r a n o embarazar mis razo-

Page 126: La homeopatía miguel granier 174

puedo, sin embargo, dispensarme, de reproducir las confesiones de los principes de la ciencia.

Que la fibrina predomina en to-do estado inflamatorio, es lo que han establecido las experiencias de varios sabios patologistas, tales co-mo Andral y Gavarret. Pero que, la fibrina sea el elemento inflamato-rio, es visiblemente falso. Esto es confundir el efecto con la causa.

¿Cuál es pues la causa de la predominancia de la* fibrina?—La inflamación.—Pero ¿cuál es la cau-sa de la inflamación?—lié aquí lo difícil, lo imposible.

Esta palabra: «inflamación» es. por lo demás, tan elástica, que se presta con una igual complacencia á la negación y á la afirmación.

Escuchad al inmortal fisiologis-ia, Magendie:

«Después de todas nuestras ex-«perienaias. que tienen un carácter «de verdad innegable, ¿tendriáis el «valor de sangrar para combatir «el «espantajo ridículo de los patolo-«gistas (la inflamación),» cuando «la costra inflamatoria se presenta «en cualquier estado, lo mismo en «la salud, que en la enfermedad?» (Tom. VI. pág. 3-32.)

Escuchad al profesor Andral: «No se debe creer que la fibrina

«déla sangre disminuye, ó por la

«cualquiera enfermedad, haced in-tervenir las influencias ele la dieta, «y de la pérdida de sangre, y no «veréis disminuir á la fibrina.» (Memoire á laAcaclemie,pág. 282.)

El mismo autor dice aún: «Entre los medios empleados

«contra el estado inflamatorio, la «sangría ocupa el primer rango, y «he debido naturalmente buscar «hasta qué punto las emisiones «sanguíneas, más ó menos repeti-«das, tenían el poder de quitar «pronta ó tardíamente á ese líquí-«do el exceso de fibrina de que es-«tá cargado. Ahora bien, se ve «que, por abundantes y aproxima-idas que sean las sangrías. la ti-«brina de la sangre siempre va en «aumento.» (Traité d'hematologie, pág 122.)

En otra parte, finalmente, es más explícito:

.«Y^sto confirma nuestras opi-«niones respecto á la marcha y á la «duración de las inflamaciones. «Creemosque es ungran error pen-«sar que se puede, á fuerza de san-«grías, detener la marcha de una «inflamación."

Pudiera, además, reproducir las aserciones de otros muchos auto-res célebres, tales como Bichat, Louis, Lobstein de Strasburgo, Reil, Hudson, Parmentier, Deyeux, i • •

> repetición de las sangrías, ó pof etc., los que dicen en otros térmi-ca prolongación de la dieta. En nos lo que acabamos de referir.

SANGRÍA PURGATIVA.—Esta < es sin duda la primera vez que es- I tas dos palabras se han juntado. I No se emplea aquí esta expresión < en el sentido de "purga," sino en 1 el ele "purificación."

Es preciso sangrar, porque la sangre es mala. . Es preciso, pues, sacar la mala y «separarla de la buena.

¿Cuántas veces no .habéis oido decir esto? Ved, ciertamente, un error que debe ser relegado á los cerebros más ignorantes, y ja-más ocupar su lugar en el estuche de las lancetas de un médico.

El pueblo no está obligado á sa-ber que hay sangre roja en las ar-terias, y sangre negra en las venas. Cuando ve sangrar á un cordero ó á un borrego, no estáobligado tam-poco á saber que se mata á esos animales cortándoles las arterias del cuello llamadas «carótidas.» Ve brotar de su cuello un líquido rojo; se acostumbra por eso á re-presentarse á la sangre bajo un co-lor rutilante, y llega á no creer buena sinoá la sangre roja; y cuan-do de una herida brota sangre ne-gra. concluye que esa sangre es mala.

¡Pobre pueblo, amigo mío, estás en el error, y en un error frecuen-temente muy fatal para tu salud! ¡Cuando ves correr á tu sangre ne-gra y babosa por la cortadura he-

cha á tu brazo, te regocijas de no tener ya en las venas una sangre tan corrompida! ¡Ah! ¡cuánto te compadezco! ¡Crées que están ma-la que apenaspuede correr! Y cuan-do un médico torpe planta su vil lanceta al lado de la vena, te dice que tu sangre es muy espesa, de-masiado corrompida para poder correr, ¡y tú le crées! Y después le dice que, con un buen alimento, repararás la sangre perdida, ¡y tú le crees todavía, y tú crees todo esto! ¡Pobre pueblo,cuánto te com-padezco! ¡te dejas sangrar como un cordero, y al retirar el carnice-ro su cuchillo humeante todavía, lo enjuga en tu lana!

¡Es preciso sacar la mala san-gre!..

Convengo en que, en algunas afecciones, los "elementos quími-cos" del líquido vital presentan al-gunas diferencias analíticas en sus proporciones; pero ¡ay! ¿esos aná-lisis han iluminado á la terapéuti-ca?

Ciertos químicos, lo sé, se han esforzado en sondear los secretos de la patología, por medio de sus fórmulas y de sus reactivos. Algu-nos médicos sabios lian quejido

i imitarles, y dejándose seducir por • -los sueños de los alquimistas, han

creído hallar en el fondo de laspa-

- letas la naturaleza de las enferme-- dades.

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¡Oh. dichosa ilusión! Hé aquí un simple hecho que va

á probarnos toda la cert idumbre de la ciencia de los aruspices.

Uno de los grandes sacerdotes de la Escuela de París, hizo .reco-ger en dos paletas dos cantidades iguales de sangre.- Esas dos san-gres habían sido suministradas por dos enfermos diferentes, el uno atacado de una fluxión de pecho,1

y el otro de liebre tifoidea. El pro-1 fesor debía al día siguiente dar la ' clase á sus discípulos respecto á los cambios de la sangre en las en-fermedades, y respecto á la mane-ra de interpretarlos.

Al día siguiente, pues, en su clí-nica, JVI —debería nombrarle, pero prefiero callar su nombre—el profesor se apodera de una paleta, la presenta como conteniendo la manifestación de la fluxión de pe-cho. y se pone á improvisar el dis-curso mejor preparado y mejor aprendido.

Desde las primeras frases, el in-terno de la sala se entrega .á los más indiscretos movimientos, y se agita, como un hombre sentado so-bre carbones encendidos.

•Durante un momento todavía, el profesor habla, y el discípulo se agita.

El profesor interroga aún, y el discípulo le desliza al oído estas palabras

«Tenéis la paleta de la fiébre^ti-

foidéa.» « Cette Lecon vaut bien un

fromage sans dóüte.» «Le Docteur,» honteux et coh-

fus.» «Jura, mais uji peu tard. qu'on

ne l'y prendrait plus.» Más lo quieroppor un momento

Os concedo que haya sangre mala. ¿Qué haré is para sacarla? ¿Cómo podríais distinguir la malade la bue-na, puesto que corriendo juntas por la misma abertura, ambas tie-tienen el inismo color? ¿A que se-ñal cerraréis la vena para impedir que salga la buena? Todos los me-dios posibles no podrían suminis-traros, sinoindiciosmentirosos. ¡Ya no es tamos en el tiempo de los arus-pices y p a s ó la moda de interrogar á la sangre de las víctimas palpi-tantes!

Comprended bien esto;extraeréis toda la sangre hasta la última gota, antes de haberla purificado.

Hay sangre mala. .Sea, lo quie-ro, ¡y bien" ¿cómo váis á elegirla y á sacarla s i n la buena? Os sería más-fácil, con los ojos cerrados, elegir en una cabeza que empieza á en-

| canecer, todos los cabellos blan-cos, d e j a n d o los negros. Os sería más fácil después de haber mez-clado en un barril, «Málaga» y vi-

' vinagre, - a c a r á éste, dejando eí vino b u e n o .

¡Hay sangre mala! y con el fin de separarla de la buena, sangráis, sangráis y volvéis á sangrar. ¿Qué habéis hecho pues? ¿créeis haber purificado la sangre, créeis haber lavado el barril? ¡No \ mil veces no! ¡Habéis hecho agua colorada!

SANGRIA YUGULADORA.— Esta es la mejor, la más decisiva y sobre todo la más expedita. Ella no se chancea jamás, y no se divierte con los toques ligeros de un llore-te. Como duelista más fogoso no re-suelve la querella á primera sangre. Pone directamente el cuchillo en la garganta, en una palabra, yugula á la enfermedad.

Aquí, es muy importante, no confundir los dos términos: enfer-medad y enfermo; la menor faltade atención, puede tener las conse-cuencias más fatales.

Esta especie de sangría pertene-ce á Galeno. Esle patriarca de la medicina sangraba hasta el desfa-llecimiento, se fundaba en que, se-mejante desperdicio de sangre he-cho á la vez, producía en la máqui-na una revolución que arrastraba á la enfermedad. A este método le llamaba «cortar la garganta á la fiebre.» (Methocl,medfcndi.lib. i), c. 4.) Dice haber sacado, e n ' u n día. á un enfermo, hasta 5 í onzas de sangre.

Confiesa, sin embargo, que no tardó en apercibirse del abuso de

esas grandes sangrías y confiesa humildemente que ha visto perecer á muchos enfermos, yugulados pót-ese método. -Así, recomendó en sus últimos años, ser más pruden-te para las emisiones sanguíneas.

Su primer precepto debió haber permanecido en el olvido, y todo aquel que le lia imitado en su pe-cado, debería imitarle en su peni-tencia.

Pero las generaciones médicas no están todavía lavadasdel pecado original, y éste inmortal práctico no quedaría poco sorprendido si resucitara en el siglo XIX. al ver á su método todavía viviente, y del tocio rejuvenecido.

El profesor Douiljaud. en efecto, lia ido á cojer en el viejo árbol de la ciencia del bien y del mal, esta manzana fatal, que dá la muerte. Se ha apoderado de la idea de Ga-leno, la ha arreglado lo mejor po-sible, y la lia renovado. Ella tiene todo el brillo de la idea antigua. Solamente que la ha rebautizado, y le ha dado un nombre nuevo. La ha llamado : "la sangría, coup sur coup."' Algunos médicos lo creen el padre legítimo de la hidra de Lerna, y con frecuencia he oído decir en las escuelas: "la sangría vuguladora de Bouilláud."

Sin embargo, toda la sangre que corre en la tierra "no clama ven-ganza" contra él. como contra el

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muy famoso Broussais, su precur-sor.

'Este declaró qué, tuda enferme-dad provenía de una alteración de la sangre, tanto en la cantidad, co-mo en la calidad. Esla-idea hizo escuela, y desdichadamente esta es-cuela fué muy célebre, y su seno ha fecundado á millares de vam-piros llegando á la clientela "como lobos, buscando.á quien devorar."

Este- hombre de genio, ha he-cho mal, y sin embargo debemos de inclinarnos con respeto sobre su

' tumba, porqué si hubiera vivido algunos años más, habría hecho un bien inmenso á nuestra doctri-

. na. ¿Recordáis sus palabras solem-nes?

tudié lo mejor posible, y dije á dos personas que me esperaban á la puerta para pedirme noticias de él que vo creía al enfermo fuera de

. l * '

Ignoraba, que un amigo de este extranjero,-—pero acérrimo enemi-go de ¡a Homeopatía,—venía inuv á menudo á visitar al enfermo, y me°hacía la más viva oposición

Ahora bien, en la tarde de ese sexto día, el enfermo experimentó una de esas ligeras exacerbaciones, que se manifiestan muy frecuente-mente en esas enjermeclades. Sin embargo, en mi visita, encontré á los síntomas en buen estado, y mantuve mi pronóstico favorable.

Cual no sería mi sorpresa, cuan-I l ibera-al Cielo que en su-arre-¡do, horas después, llegó una per-

j e n t , m i e n t o f u e s e , miládo por sus sona, á advertirme que o t romédi-mscipu o , Pero ¡hay!permanecen L había sido llamado pa l a Ni • •

t e S K " n , a I ? aún al .enfermo, por nuestro hómeófo-<mie ion uedios m a s evidentes que I bo

l e S r 0 t l e e í " , : El médico llegñ á las cinco de Pen;;ifM¡ne. á es! ; propósito, ci-taros.un hecho, muy sencillo en la apariencia, pero que bajo el punto

la tarde. Ese médico que ha sido educado en la escuela de Brous-sais,-y no jura sino por su sombra,

de vista moral, tiene una gran tras- ese médico, que tal V e z ^ s e í ^ cendencia.

I n día, fui llamado para asistir á un extranjero, que acababa de lle-gar á nuestra ciudad, y había sido atacado durante su viaje de una fluxión de pecho.

Va hacía cinco días que lo asis-tía; en la mañana del sexto, lo es-

grador más grande de nuestra ciu-dad, "comprueba que e) enfermo tiene una fluxión de pecho, v que no vá mal," y se retira diciendo:— "Advertid al médico que le cura que esta noche vendré á s a n e a r -le." " °

Luego, la fluxión de pecho, era

una realidad;.luego, esta enferme-dad, tratada por la Homeopatía pu-ra, recorría su evolución de una manera feliz; luego el enfermo iba

-lo mejor posible, puesto que el mé-dico no temió perder el tiempo, y quiso sangrarle seis líorás después de su primera visita.

Pero, señor doctor Broussaisia-no, ¿por qué habéis sangrado á ese enfermo? ¿Habéis consultado á vuestra conciencia,ántesde extraer la sangre de ese hombre? Un médi-co homeópata no tiene para que asistir á un tratamiento alopático; nada tiene que aprender, nada que ver en vuestras maniobras que ha desechado: no tiene más que com-prometer. su dignidad y su amor propio. Pero vos, señor, si hubierais tenido un glóbulo de buena fué, ¿sa-béis lo que debierais haber hecho? Haber dicho: Ese enfermo vá me-jor, y está en la vía de la curación; está curado por la Homeopatía; contiryuad pues, el tratamiento. Volveré á ver al enfermo, como es-pectador de las obras de esta escue-la nueva, y seré muy feliz, al poder comprobar por un hecho evidente, si es una mentira ó una verdad.

He aquí lo que deberíais haber hecho, señor, en vez de reir de una doctrina que, no conocéis, en vez de calumniarla en los salones, en donde forzosamente tenéis razón. «Porque habláis solo.» Hé aquí, lo

que 110 habéis hecho, porque vues-tra buena fé está en dosis infinità-mente muy pequeña.

Ese extranjero no murió. Me vi-no á vèr durante su larga convale-cencia, y después de haberme dado las gracias por mis cuidados.—•'se-ñor. me dijo, yo no estoy aún re-puesto."—Le volví á ver ocho meses después, y me dijo de nue- ' v o : — « S e ñ o r , aún no estoy re-puesto.»

Si yo hubiera corrido traslado de esto al doctor Broussaisiano. ¿sa-béis lo que hubiera respondido? ¿Qué hubiera pasado, si él no hu-biese sido sangrado?

Y yo no vacilo en afirmar que, sin la sangría, se hubiera curado, y casi no habría tenido convalecen-cia.

Lo que prueba, por lo demás, con loda la fuerza de la evidencia, que no tenia-necesidad d'e haber sido sangrado, es que no lo fué si-no una sola vez. ¿Acaso, cuando un Broussaisiano, se pone á hacer sangrías, se detiene en la primera? Confesad lo. pues, no habéis san-

; grado á ese enfermo, sino por opo-| sición sistemática.

Esto me recuerda un hecho, que i pasó en una gran clinica, y que dá una idea de lo ridículo que es la obstinación, cuando se está poseí-do del espíritu dé sistema.

El préfesói\ en su visita general.

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ordena una sangría á cierto enfer-mo. Un discípulo, al momento de pasar el doctor, se permite hacerle notar las contra-indicaciones deesa sangría; pero el profesor persiste. Su autoridad, hace ley, el enfermo es sangrado, y en la noche muere: Al día siguiente, el discípulo espe-raba-ai profesor:—Y bien, señor, el enfermo murió.—¿Qué hubiera pasado si no se le hubiese san-grado?

¿Qué queréis responder á esto? «La razón del más fuerte, siempre es la mejor.»

Más, apresurémonos á salir de esta digresión, y citemos las confe-siones de algunas celebridades, que valen tanlocomo los más grandes «sangradores.»

«Hay médicos, y en bastante «número, que aseguran que la san-«gría es una ilusión, un mito, qui-«zá ha si-a UN VENENO, en la flu-«xión de pecho.»

l'o ge1, pro'esorde la Facultad de Estrasburgo, es el que dijo esto:

«La pleuresía, es ciertamente «una de las enfermedades en las «que. el tratamiento por las san-«grías tiene mayor presa; ysinem-«bargo, nunca he visto, por más «energiaquese liava tenido.YUGU-«LAR LA FIEBRE que luradecin-«co á nueve día.«: ¡cuantas veces, «por el contrario, no sé vé á la lie-• bre reaparecer más intensa, des-

«püés de un síncope de larga du-rac ión , producido por una san-«gría abundante!»

Esto dice el profesor Cruveil-hier.

«Por la sangría (en la pneumo-«nía), casi siempre se obtiene una «disminución de la fiebre, de la «opresión, de la expectoraciónsan-«guinolenta que hace creer á los «enfermos y á los «asistentes» que la convalecencia vá á comenzar, «pero al cabo de 95 horas, los ae-«cidentes vuelven á tomar una «nueva intensidad; y la misma co-«sa frecuentemente tiene lugar,cin-«co ó seis veces seguidas, después «de otras tantas sangrías, coup-«sur coup.»

Esto dijo el célebre Laennec. Pudiera aún recojer bastantes

citas, para formar una conferencia especia!. Pero quiero pasarlas por alto y someter solamente á vues-tra atención, estas bellas palabras del ilustre Lordat:

«La sangría hasta el blanco, di-jo el inmortal fisiologista, es el knout (suplicio infligido por un látigo terminado en puntas de hie-rro) de la terapéutica. Ella coloca á los que no ha matado, en la im-posibilidad de presentar síntomas

tiempo; pero así co-mo los rusos fustigados de esta

j manera, recaen frecuentemente en la falta que les había merecido es-

te castigo, del mismo modo LA AFECCION QUE HABIA DADO LUGAR A LA SANGRÍA, REPRO-DUCE LOS MISMOS SINTOMAS, luego que el sistema tiene bastan-te fuerza para formarlos. ¿No os parece que éstos correctores y esos terapéuticos son de la misma fuer-za?»

Tenéis, pués, probado que la sangría yuguladora, no yugula para nada á la enfermedad, y qué si yu-gula algo, es al pobre enfermo.

¿Cual es el ñúmero"de las san-grías coup-sur coup? Ese número no es limitado. Se puede sacar tan-la sangre, cuanta tiene el enfermo, el cual—como lo dijo el profesor Andral—queda «sin defensa.»

¡Sangrad, sangrad siempre! No hay ley para arreglar vuestros lan-cetazos. ¡Er Código penal que, ha previsto tantos delitos, no tiene un solo artículo concerniente á la yu-

gulación de los enfermos!

El cáustico Bordeu, queriendo vituperar él abuso déla sangría de-masiado preconizado por Chirac, muy autorizada pór sus ideas tan exclusivas de inflamación univer-sal: "He visto á un práctico, dice, "que no ponía término á las san-a r í a s . Cuando ya había hecho tres, "hacía una cuarta, por la razón, "decía, de que el año tiene cuatro "estaciones, que hay cuatro partes "del mundo, cuatro edades cuatro

"puntos cardinales. Después ele la "cuarta, era preciso una quinta, "porque la mano tiene cinco de-

udos .» No riáis,... ¡todo esto es serio! "A la quinta, agregaba una sex-

"ta, porque Dios creó el mundo én "seis elíasü! Son precisas siete, por-"que la semana tiene siete días "como la Grecia siete sabios!!! La "octava también será necesaria, "porque la cuenta es más redon-"da. Todavía una novena, «cjuia "numero Deusimparegaudet, 'Dios "ama el número impar!!!»

Triller (De pleuritide), llama «Hemáfobos» á los que muy tími-dos, no se atreven á hacer un nú-mero tan crecido ele sangrías. Pero este práctico les hubiera condeco-rado si hubiera sido rey. Sin em-bargo, si él hubiese tenido una pleuresía, mucho lo dudo que lo hubiese llamado.

Hé aquí, pues, á la sangría yu-guladora, á la sangria "coup sur coup," en todo su bel lo ideal. ¿Con-tra un asedio tan violento,^ qué queréis que haga el enfermo? La famosa palabra de Corneille. es aquí muy débil, y pierde la mitad de su energía.—¿Qué queréis que hiciera no contra tres, sino con-tra seis, contra ocho? ¡Morir!

Siempre que pienso en Boui-Uaud, pienso también, en virtud de la asociación de las ideas, en la fá-

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bula de Lafontaine: "los animales enfermos de la peste."

Un mal que esparce el terror. Pero que el Cielo en su favor.

Inventó para castigar los crímenes De la tierra, la peste,—"lasangría." —(puesto que hay que llamarla por su nombre.)

Capazde enriquecer en un día al Aqueronte, etc. -

Los animales se reúnen en .con-sejo. y deliberan sobre la elección de un medio para aplacar la cólera del Cielo; es preciso que uno de ellos sea sacrificado, y sea inmola-do en expiación. Y entonces se convino que cada uno hiciera su confesión, para descubrir al más culpable. El león tomó la palabra y dijo:

Entonces, no nos lisonjéenlos; véa-nlos sin indulgencia

El estado de nuestra conciencia. Por lo que á mí toca, satisfaciendo

mis glotones apetitos. He devorado muchos corderos. ¿Ellos qué me habían hecho? nin-

guna ofensa; «Algunas veces me aconteció el

haberme comido

Hasta al pastor.»

Vuestras sangrías, señor Boui-llaud, han yugulado las enferme-dades y muchas veces yugulado hasta á los enfermos. Mas. no tengáis cuidado, y no temáis á los

tribunales, lié aquí un académico que os consuela: "Vuestros escrúpulos hacen ver

(mucha delicadeza. Y bien! ¿comer cordero, canalla,

(tonta especie. Es un pecado? No,-no. Les habéis

(hecho ' ' sangrador" Al masticarlos mucho honor."

Tranquilizáos. Señores, grandes «sangradores.» el pobre médico homeópata será la víctima. Clamad entonces: « ¡justicia contra el ju-mento!»

Moraleja: Queridos clientes, seréis sangra-

dos. y además pagaréis. SANGRIA REVULSIVA Y DE-

RIVATIVA.—Esta es la «manía de Jerónimo Paturot en pos» de un medio terapéutico para combatir las congestiones sanguíneas.

Todavía no hemos dicho lo que es la sangría en sí misma, es decir, en su procedimiento mecánico.

La sangría, en general, ¿es un acto médico, en la acepción vitalis-ta de la palabra?.

¡Seguramente que no! ¿Qué ha-céis cuando sangráis? Hacéis hi-dráulica y no otra cosa. Yacíais los vasos, disminuís la masa de la sangre, operáis un vacío virtual en los conductos, y, en virtud de las leyes físicas q,ue presiden el nivel de los líquidos, el que evacuáis, es reemplazado por uno nuevo, que

nace de á extensión de la masa1 píente, "pars recipiens," pronto os entera. Y á esto llamáis: ¡ejercer iréis á pique. medicina! Esto es racional.

Escuchemos de nuevo las sabias ¿Cuál es vuestra intención al¡ -practicar una sangría que preten- ; lecciones del profesor Andral. Es déis sea Tevulsiva ó derivativa? ¿De-1 cuchadle bien, porque para voso-

; tros su palabra debe ser autoriza-da.

"Por las sangrías, tanto locales

rivar á la sangre de su curso ñor mal, poner un hasta aquí á la co-rriente fluxionaría, quecongestiona, á una parte, y ésto, invitando- al " c 0 m o generales, dice, de ninguna

líquido que opera esta congestión, á derivarse de>-su curso, y venir á

' 'manera se destrave á esa otra causa "desconocidaporcuvainfluenciaes-^ ' ' «V •- V/VII ou, > V V' X11 l LL •

reemplazar á aquel que evacuáis? " t á congestionado un órgano....Ya-. . . i "namente. núes, multinlicariaislas Mas. en verdad, estáis en el más

profundo error. Reflexionad un momento, y bien pronto lo com-prenderéis. Ved á un navio que ha-ce agua por una abertura acciden-tal. Inmediatamente hacéis funcio-nar vuestras bombas, y así arrojáis

namente, pues, multiplicaríais la 'emisiones sanguíneas, 'v 'aun

"cuando no quedase sino una go-, "ta de sangre en'la economía, és-"ta,á despecho de las sangrías, fjui-"ría allí, en donde la llama la cau-'^sa estimulante: á esta, es, pufs. "más que á la congestión, que no 1 „ „ .- . . . i l . 111UO uui, ti Ui V,U1J1¿C.11IU1J. UUC 1JU

el agua, qne tiende a invadirlo v a ^ m a s q u e nn simple efecto, á Slimpi'mi' Ct n Fililíhmnn sumergir á la tripulación.

Esto es racional.

Pero ved todavía no estáis en seco, el peligro siempre amena-za. ¿De dónde viene ésto? Es, por-que despreciáis el origen. Yd, pues, á cerrar la hendidura que da en-trada al agua invasora, y vuestros esfuerzos no serán inútiles. Ahí es

-donde está el punto fluxionario, ahí es en donde hierve la onda enemiga, ahí es en donde hallaréis á la "pars mandans" de Barthez, la parte que «da la orden.» Si no obráis más que en la parte reci-

la que se debe conocer y tratar ." (Andral,Anat Patholos, t o m l . pág. 2 5 . )

El sabio profesor de París pare-ce complacerse con esta idea, por-que la ha repetido frecuentemente en sus lecciones.

Así, en una clínica, dijo: "Aun cuando no quedase más

"que una sóla gota de sangre en la "economía, ella fluiría al punto irri-"tado. Ahí es en donde está, lo "digo de paso, una de las grandes "objeciones que se pueden hacer "al método generalmente adopta-

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240 BIBLIOTECA DE < EL PAIS »

'•(loen Francia, que consiste en no "combatir todo trabajo inflamato-

por emisiones sangui-"no, sino

"neas, más ó menos abundantes. "Es muy cierto que, si por ese me-"dio se opera una desengurgitación

• "momentánea en la parte inflama-"da, no se destruye de ninguna "manera la causa desconocida,ba-"jo cuya influencia la sangre subs-t r a í d a á las leyes ordinarias, tien-d e á acumularse sin cesar en el " punto, en donde existe el traba-d o inflamatorio.» (CliniqueMedí-cale, tom. III. pág. 152.)

Bousquet, el torpe defensor de la revulsión, dijo en plena Acade-mia, con una energía digna de un homeópata:

"Ni las sangrías, (hablaba de la "inflamación), ni ios revulsivos "más irritantes, nada podría impri-" mirle la movilidad que no tiene, y "obligarla á cambiar de sitio, "Se "Quitaría A Ufi Enfermo Toda Su "Sangre, Se Rubificaría Toda La "Superficie De Su Cuerpo, Y No Se "Llegaría A Cortar El Curso De La "Más Pequeña Inflamación.»

Van-Helmont, en su clínica, tra-tando el mismo asunto, dice:

"Nueva prueba entre otros mil "ejemplos, ele que la producción "de las inflamaciones no depende "de un estado pletórico, y de que "en más de un caso, como ya se "ha dicho. "Aun Cuando No Que-

d a r a Sino Una Sola Gota De San-"gre En La Economía, Ella Se Di-r ig i r ía Al punto Irritado."

Dubois. ele Amiens, dice en su patología general "que las conges-t i o n e s son debidas á fenómenos "esencialmente vitales, y que son "independientes de la cantidad más " ó menos considerable de la san-gre.

¿Ante semejantes confesiones, osariáisaún hablarnos de derivación y de revulsión? Mas, á este pro-pósito. ¿qué hacéis entonces con vuestro famoso axioma «tollecau-sam?» ¡QUITAD LA CAUSA! Cla-máis sin cesar, quitada la causa, desaparece el efecto. ¿Cómo os

! atreveriáis, ahora, á acusarnos ele practicar una medicina sintomáti-ca, vosotros que en las enfermeda-des tan bien caracterizadas, como las enfermedades fluxionarias, no os fijáis sino en el efecto, y descui-dáis completamente la causa? ¡Vos-otros que, os divertís en arrojar algunos puñados de arena en el chorrillo de agua cjue baña vues-tros pies, creyendo secarle de esta manera! A los niños he visto hacer eso.

Digamos ahora una palabra de las puerilidades que se relacionan con la pretendida sangría revul-siva.

Triller (de pleuritide), entre otras cuestiones, se propone esta:

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- ¿En dónde es preciso sangrar? El y otros muchos dicen que, es

preiciso sangrar el brazo del laclo del dolor. Después, en sus comen-tarios sobre Coelius Aurelianus, di-ce, que este autor, y otros, sangran del lado opuesto. Esto está bien en el caso de que solo haya un laclo que sufra; pero si el dolor punzan-te de la pleuresía se manifiesta en ambos lados, ¿qué se debe hacer? Habría yo deseado se hubiese he-cho esta pregunta. En este caso, sin duda, para ponerá todo elmun-do de acuerdo, sería preciso san-grar los dos brazos. Tomemos la cosa en serio; yo conozco á al-gunos prácticos que son ele esta fuerza.

Otros quieren sangrar en los tobillos, otros en el cuello, etc., etc. Y todas e?as opiniones pueri-les están basadas en ciertos capri-chos ele la naturaleza, ó en la aser-ción de algún Padre de la medici-na. Así, ciertas hemorragias de la nariz alivian los dolores de cabeza; así la hemorragia ele la nariz dere-cha suele corresponder á los infar-tos del hígado, y la de la izquierda á los del bazo. Ignoro quien obser-vó esto. ¿Tal vez Hipócrates? ¿Más, qué se diría si hubiera sido Hahne-mann?

Hé aquí una objeción que se le-vanta en los cuatro puntos del mundo.

«¿Pero, en la apoplegía, no se debe sangrar inmediatamente?»

¿Por qué sangrar? ¿En virtud de qué principio? ¿De vuestro princi-pio de la revulsión? ¿Todavía en ello os mantenéis, á pesar ele las se-veras y muy explícitas amonesta-ciones ele vuestros profesores? ¡Pues bien! examinemos el asunto, por-que vale la pena.

¿Qué cosa es la apoplegía? Fue-ra de toda definición escolástica,es la afluencia impetuosa de un líqui-do ó ele un fluido cualquiera, sobre un órgano, bajo la influencia ele al-guna causa. No examino sí hay varias especies, y no voy á ocu-parme en saber si ese término es general ó particular.

Aquí no se trata sino de la apo-plegía cerebral y sanguínea, cuyos efectos inmediatos son: una pérdi-da súbita, más ó menos comple-ta del conocimiento, con abolición del movimiento y ele la sensibili-dad.

Ahora bien, la apoplegía, ó ese «raptus» impetuoso de la sangre al cerebro, ¿es causa ó efecto?'

Si no es más que un efecto,— y no os atreveríais á decir lo con-trario.—¿es posible conocer la cau-sa?

Cualquiera que ella sea. ¿esta ¡ causa, no es siempre vital? 1 Las diversas apoplejías, ¿tienen

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BIBLIOTECA DE «EL PAÍS.»

síntomas tan característicos, para que no se les pueda confundir?

¿Es posible diagnosticar si ha habido ó no derrame en la pulpa cerebral?,

¿La presión atmosférica puede obrar en la cavidad huesosa que encierra al cerebro, y mandar á la circulación de la sangre, como obra en las paredes torácicas, y solicita el nivel del «líquido vital?»

Todas estas cuestiones, son dig-nas de vuestras más profundas meditaciones.

Comprobad las reflexiones he-chas sobre el particular por Gru-veilhier, Andral, Etmuller, Gris--solle, Valleix, Beraud, Robin, Yoi-llot. Lallemand, y «L'Unión médi-cale» de 5 de Febrero de 1853, y veréis todo el tenor terapéutico de la sangría en la apoplegía.

El profesor Cruveilhier refiere, en sus lecciones orales, que ha-biendo sido llamado para asistir á una persona á quien halló bajo la influencia de una apoplegía cere-bral, se apresuró á practicarle una sangría. La vena estaba apenas cer irada, cuando el enfermo quedó hemiplégico.—«Por tanto, añade, los parientes del enfermo no deja-ron de decir que mí lancetazo fué el que había causado el mal.»

Pudiera citaros otras cien obser-vaciones de este género.

Leed la tesis de Cornil (1 i Abril

1851); leed las «Recherches» de Lallemand, sobre el encéfalo, y po-dréis apreciar los electos mucho más nocivos que útiles, de la san-gría en la apoplegía.

¿Es posible el diagnóstico de las diversas apoplegías? ¡Escuchad!

«A propósito de la apoplegía san-guínea y nerviosa, se debe conve-nir. dice el profesor Grissolle, QUE NO EXISTE NINGUN MEDIO BA-BA EVITAR EL ERROR.»

«En ningún caso bien observa-do, dice Valleix, el diagnóstico ha sido posible, los hombres más ver-sados en la materia,SE HAN COM-PLETAMENTE ENGAÑADO.»

A pesar de todo el cuidado que tengo en limitar mis citas, no pue-do resistir al deseo de leeros un fragmento de una obra publicada por J. Beraud, antiguo adjunto de anatomía de la Facultad de París, y por Ch. Robín, profesor adjunto de la misma Facultad.

"La cabeza es una caja incom-"presible; es cierto que en su ca-"vidad no existe ningún vacio ba-romét r ico , pero hay un vacío vir-"tual, que hace que no pueda sa-"lir una onza de sangre del cráneo, "sin que entre otra onza. El liqui-"do céfalo-raquidiano, no puede "reemplazarla, porque los vasos "son también incompresibles. En "virtud de este vacío virtual, ja-"más los vasos del cráneo pueden

CONFERENCIAS SOBRE LA HOMEOPATIA 2 4 3

"vaciarse. Examinad la cabeza de '"un ajusticiado, como lo han he-"cho Beclard, Abercombie y el "profesor Berard; ó también exa-m i n a d la cavidad craniana de un "individuo muerto de hemorragia, "siempre hallaréis una gran canti-"dad de sangre. Poumier ha visto "que los animales que mueren por "hemorragia, tienen todavía mu-"cha sangre en su cerebro. «De "esto se sigue una consecuencia "muy funesta para la práctica.» Se "han visto aplopléc.ticos encontrarse "peor después de una sangría. Se "ha disminuido la presión del ce-"rebro, é inmediatamente los vasos "vasos han traído sangre para lle-"nar el vacío virtual. Esto es lo "que ha hecho decir paradógica-"rnente que una fuerte sangría era "una amenaza de apoplegía. La "sangre, pues, es sin cesar llama-"da á la cavidad craniana, y si no "existiera allí una disposición es-pec ia l , la circulación sería total-"mente imposible." (Manual de physiologie de l (homme, etc.

Por tanto, imposibilidad, fre-cuentemente, de distinguir las apo-plegías; inutilidad de Ja sangría, para detener el «raptus» fluxiona-rio; peligros de este medio, des-! graciadamente muy frecuentes; < ¿se necesita más para que un mé-dico, ante un apopléctico, deje la espada en la vaina?

¿Es posible conocer la cansa de la apoplegía? sí, algunas veces; y entonces, ¿por qué no dirigir sobre ella tocia vuestra atención? Una violenta emoción, agradable ó des-agradable, una indigestión, el abu-so de las bebidas alcohólicas, un golpe, una caída, etc., son causas que pueden engendrar el «raptus.» Entonces, ¿por qué no tratar á es-ta causa?

No diré lo que nosotros hace-mos en casos semejantes; 110 es esta la cuestión; aqui no tengo más que reprobar lo que hacéis y no alabar lo que hacemos.

¿Queréis tener una ligera idea de un tratamiento alopático en la apoplegía? Leed lo que se refiere á esta palabra en la pág. 25 del «Va-de mecum del médico práctico,» por los Sres. Amadeo Moure y Henry Martin. Perdonadme la ex-presión, este es el verdadero car-naval de la terapéutica.

A P O P L E G Í A . «Destruir la con-gestión cerebral.»

Hé aquí el precepto, nada más fácil ¡Qué aplomo!!!

¿ L A CONGESTION ES SANGUINEA?

— " Sangrías generales, más ó menos repetidas, en los brazos.

! en los pies, en la yugular, en la ar-teria temporal; sangrías numerosas en el perineo, en el ano, ventosas en el cuello, en los apófisis mas-toides, en las .»narices, en el occi-

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2 4 4 BIBLIOTECA DE «EL P A I S »

pucio; sinapismos, bebidas purgan-tes,pociones, lavativas, etc., etc.

Bien veis que esos señores no pierden su tiempo.

¿ E s S E R O S A ?

¡Qué aplomo! ¡Esas dos apople-gías se distinguen, en efecto, tan fácilmente como el ojo derecho del izquierdo!

"Insistir menos en las emisio-nes sanguíneas, y más en los re-vulsivos cutáneos é intestinales. In-fusión de árnica."

Aquí os detengo, señores, ¿por-qué el árnica? ¿Quién os ha dicho esto? ¡Tened cuidado! esto comien-za á oler á homeopatía.

¿ L A APOPLEGIA ES SIMPATICA de

OTRAS A F E C C I O N E S ? — " S e hará mar-char de frente el tratamiento pro-pio de la apoplegia y el de esas afecciones."

¡Nada más fácil, en efecto, que dirigir varias batallas, y hacer mar-char un ejército de frente contra muchos enemigos. ¡Aquíla infante-ría, allí la caballería, por doquiera la artillería, no falta más que dar el mando de la maniobra!

Ya lo veis, á grandes males, grandes remedios. Hay casi razón para tener deseos de un ataque de apoplegia. Ciertamente, podéis pe-recer en él, ¿pero qué importa? "¿Qué más se podía hacer?" ¡Y si por azar escapáis, de buena ha-béis escapado! pero también «al

vencer sin peligro se triunfa sin gloria.»

SANGRIA I)E PRECAUCION. —Aquí seré breve.

Esta cuestión parcial, seencuen-tra ya resuelta por todas las consi-deraciones prcedentes. Esta especie de sangria, ciertamente ¡ es muy absurda, y muy irracional, y sin embargo, todavía está en boga, es reclamada tocios los días por los clientes, y los médicos tienen la debilidad de concedérsela. Así es como en lugar de desarraigar esta preocupación, ellos la riegan con la sangre del pueblo demasiado crédulo.

Acabáis de experimentar una vi-va emoción, acabáis de entregaros á una violenta cólera, acabáis de daros una caída ó recibirun golpe, pronto unasangría, sin la cual ten-dréis un ataque de apoplegia. Así es que casi tocios los dias, algún obrero del ferrocarril llega á pedir-me una sangría porque se ha asus-tado en tal ó cual accidente. Siem-pre mi conducta ha sido ésta: «To-mad primero este remedio, y si, mañana, tenéis necesidad de ser sangrado, os sangraré.» «Ni una sola vez» me ha pasado que me pidan fuña segunda sangría. Me complazco en decirlo, desde que curo á esos interesantes obreros, mis manos están puras de su san-gre. ¿Y para qné quitarles una so-

CONFERENCIAS SOBRE LA HOMEOPATIA 2 4 5

la gota? la necesitan para traba-jar y ganar el pan cuotidiano de su familia. La sangre es la fortuna del obrero.

SANGRIA DE HABITO. — Es verdaderamente incomprensibl e que muchas personas hayan toma-do el hábito, y esto por años, de hacer, en cierta época, una subs-tracción á sus fuerzas vitales. Van periódicamente á la casa del mé-dico, á llevar su brazo á la lanceta, para hacerse limpiar su sangre, co-mo á la del relojero, para hacer limpiar su reloj.

(La sangre me hace la guerra! He aquí el fruto de las ideas fal-

sas respecto á la pretendida pléto-ra. ¡ La plétora! ¡ese gran espantajo de los amantes ele la vida!

¡La sangre os hace la guerra, y, de tiempo en tiempo, tenéis el há-bito de haceros sangrar!

¿Queréis que os lo diga? Oberváis demasiado los aforismos de Brillat-Savarin, y no lo suficien-te las leyes del trabajo.

¡Tenéis mucha sangre y mucha grasa! id. entonces, á participar, durante un mes, de los hábitos, de los cuidados v de las fatigas de los campesinos y de los obreros. Co-mo ellos, id al campo ó al taller á gastar un litro ele sudor diario: co-mo ellos, comed y bebed lo que encontrareis en su mesa, v en se-

guida me vendréis á decir si tenéis necesidad de ser sangrados

SANGRIAS HOMICIDAS.—La asociación de estas dos palabras, quizá os sorprenda; sin embargo, ellas van perfectamente unidas.

Hay casos, en efecto, en los que la sangría es directa, voluntaria y seguramente homicida.

Hipócrates, no sangraba ni á los niños ni á los ancianos. Hasta Ga-leno terminó por recomendar la mayor circunspección en esas dos épocas extremas ele la vida. Pero en nuestros días, ya no se mira tanto. ¡Se hallarían, quizá, aun Luis XI capaces de beber la sangre ele los niños! Guando un lobo ra-paz. cae sobre un rebaño, los tier-nos corderillos son un manjar ex-quisito á su apetito, y los viejos bo-rregos, aunque un poco duros, tam-

i bién son él regalo ele sus crueles | incisivos.

¡Sangrar á los niños! ¡hacerles devorar por esos horribles animales negros! ¡Detener y secar el curso del líquido vital, en el momento, en el que apenas se forma, en el momento, en que comienza apenas á saltar, bajo la primera fermenta-ción ele la vida!

¡Sangrar á un anciano! ¡Soplar en ese fizón cuya última chispa ra-dia vacilante en las tinieblas ele los últimos días! ¡Sangrar á un ancia-no, despojarle de la última gota de

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la vida, como un ladrón despoja á un pobre de su último harapo!

'.Sangrar á un tuberculoso! Ex-tinguir en sus manos temblorosas y heladas, la antorcha de la vida que proyecta su último reflejo so-bre sus pómulos rosados, como un sol de otoño enrojece á las colinas con sus rayos moribundos!

¡Sangrar á ese delicado joven, para contener la sangre que vomi-tasu pecho demasiado débil! ¡Rom-per ese vaso frágil, porque deja desbordar el licor que ya no puede contener!

¡Sangrar á ese infeliz duque de Orleans, triste víctima de una fatal imprudencia! ¡Abrir las venas de ese cuerpo,ya helado, casi cadáver! ¡Sofocar toda reacción de los supre-mos esfuerzos de la vida! ¡Cortar el único hilo que le tiene suspendi-do sobre el abismo de la tumba!

Ifeaqui otrostantos crímenes co-metidos.si no por los médicos, á lo menos por los falsos principios que ellos adoptan.

.Me acuerdo haber sangrado, en otro tiempo, á un hombre en el tercer grado de la tisis pulmonar. Sangradme, decía, yo no estoy en-fermo. sino por la mucha sangre. —Le sangré y murió tres días des-pués. ¡Cuántas veces me he arre-pentido de este acto! Me apresuro, sin embargo á decirlo: yo ejecuté

la orden del profesor, y no hacía un mes que era yo discípulo.

Todavía me acuerdo de haber sido llamado un dia para asistir á un joven estudiante de medicina, ya próximo á recibirse. Esputaba sangre, v se encontraba, en el se-

1 sundo grado de esa fatal enferme-0 ¿J

¡dad, tan bien conocida y tan poco '¡curable. El me pidió inmediata-| mente una sangría, que yo le re-Ihusé.—Doctor, me dijo, si vuelve el esputo, quiero ser sangrado.

¡ Y casi tenía razón; el mejor me-dio de impedir que alguno vomite

! su sangre, es el quitársela. | Una nueva hemoptisis llegó un mes después. Las mismas instan-cias de su parte, el mismo rehusa-

' miento de la mía. Entonces hizo llamar á otro médico más compla-

! cíente, y le sangró. 1 El enfermo mu ió y los pa-= rientes dicen que no hubiera muer-to, si desde un principio yo le hu-biera sangrado.

I ¡Triste error y triste desespera-ción!

El doctor Frappart, médico y ami-go de Broussais, dijo un día, con un melancólico arrepentimiento, mostrando el busto del inmortal Galin: «He aquí á un hombre, á quien yo he hecho morir diez años-antes de su tiempo, por las san-grías »

Descartes, dijo en su lecho de

muerte, á los médicos que se dis-ponían á sangraile. ¡Señores, enco nomizacl la sangre francesa!

¡Que los médicos aprovechen es-ta lección, y mediten estas solem-nes palabras del célebre filósofo!

Que recuerden, sobre todo, en su práctica, la confesión de Magen-die: «Desde hace diez años, dijo ese profesor á sus discípulos, no he tenido necesidad de recurrir á sangrías más copiosas (60 á 80 gramos); en otros términos, más bien me he propuesto obrar sobre el espíritu de los enfermos que so-bré la circulación, y no temo avan-zar que mi práctica no ha sido más desdichada.»

SANGUIJUELAS, VENTOSAS ES-C A R I F I C A C I O N E S . - , ^ hablaré, madres de familia, de esos anima-les negros que se regalan con un apetito tan cruel, con la sangre de vuestros niños delicados? ¿Por qué rodéais á esos pequeños séres de la más tierna solicitud? ¿Porqué ado-ráis su sueño con tanto amor? ¿Por qué extendéis el plumón, bajo sus primeros pasos en el camino de la vida? ¿Por qué alejáis de sus juegos las menores aproximaciones del más ligero peligro? ¿Porqué los cubrís con vuestra ala bien ca-liente y llena de inquietud? Su más pequeño grito os agita, su más pe-queña emoción os pone en alarma, su más pequeño sufrimiento, os

hace derramar lágrimas ¡y se los dáisá comer á las sanguijuelas! su sangre, que es vuestra sangre, la ciáis á beber á esos asquerosos animales, su carne que es vuestra carne, la servís en festín á esos pequeños vampiros! ¡Id entonces á habitar ei archipiélago Aleuciano!

S A N G R Í A S , VENTOSAS, ESCARIFI-

CACIONES. — Todos los detalles referentes á estos medios bárba-ros, serían, según creo, supérlluos/ después de todo lo que acabamos de decir respecto á la inutilidad, la preocupación y el peligro de las

' emisiones sanguíneas. Me limitaré, pues, á leeros el artículo de un dia-rio político, que las proscribe y las abate con la más firme convicción, lié aquí, en su especie de profesión de fe por la Homeopatía, las her-mosas lineas escritas por Luis Jourdan,redactor del r 'Siecle" nú-

| mero del 5 de Enero de 185(1.

«¡Creeríais que somos todavía «tan bárbaros en Francia, para que «permitamos á la vieja medicina «aplicar, un año con otro, cuaren-«la millones de sanguijuelas sobre «los cuerpos de'nueslros parientes «y de nuestros amigos enfermos! «Suponiendo que la cantidad de «sangre human i. con la que se «harta cada sanguijuela, y la que «se escapa por la abertura pracli-«cada porsudardo triangular, equi-«vale como término medio á dos

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BIBLIOTECA DE «EL P A I S »

«onzas solamente, se llega á este' dicos es macho más sobria de san-«resultado, que el promedio de la grías y de todos esos medios lio-s a n g r e derramada cada año de micidas. No existen sino los vie-«orden de los médicos, es ochenta ¡jos Broussaissianos, cu va mano «millones de onzas. Este es unto-¡ rutinera y temblorosa perfora el «tal de dos millones quinientosmil «kilogramos de sangre, es decir, «un río de sangre, del elemento vi-4 tal por excelencia, y del cual la «naturaleza no nos lia dotado pro-«bableinente sino de lo cstricta-¿ mente necesario.

«!Y tenérnosla fatuidad de creer «que somos un pueblo civilizado! «La sanguijuela tiene sus partida-r i o s desenfrenados, y sus adver-«Sarios: yo me cuento entre estos' «últimos...Y esta esla razón por la «que la Homeopatía, que excluye «á la sanguijuela y ála sangría del

receptáculo vital de los desdicha-dos enfermos.

Sí, poco á poco, todasesaspreo cupaciones desaparecerán de la pura y sana terapéutica. Poco á poco, los progresos de nuestra ci-vilización sofocarán todos esos errores. Y llegará un día en el que las sanguijuelas no figuren sino co-mo piezas curiosas en la colección de los anélidos. Y cuando, en los tiempos futuros se encuentre una lanceta en algunas excavaciones subterráneas, se la llevará á los museos, al lado de los restos y tro-

tralamiento de los enfermos, es, zos de armas de los Persas ó de «á ini ver, la medicina por exce-dencia. Por lo que. el día que He-

los Romanos. Y entonces se ha-blará de lo que se hacía en el siglo

«gue a suceder á los criadores de'XIX, y nadie querrá creerlo, ni los «sanguijuelas lo que pasó á los niños, "nec pueri credent i s l a " «maestros de posta, cuando vie-«ron pasar por primera vez un fe-«rrocarril, ese día será, mal que le «pese á la gran sombra de Brou-«ssais. un hermoso día para la hu-«inanidad entera.»

Tranqu i l i c émonos ,pues , c u a n d o la g ran voz de la publicidad c l a m a c o n t r a un abuso ; este a b u s o no es-fe le jos de su ca ida .

Por lo demás, es preciso decir-lo, la nueva generación de mé-

niños, "nec pueri credent como dijo Juvenal.

Y después de haber formulado mi opinión en este jurado científi-co. con conciencia, franqueza y fir-meza, que me sea permitido repe-tir estas palabras enérgicas de Thiers:

"Sí, el mal es grande, más gran-"de lo que podemos decir, y bien! lejos de inclinarme ante él, porque él es grande, yo le doy en la cabe-za / ' (Moniteurdu 18 mars, 184-6.)

CONFERENCIAS SOBRE LA HOMEOPATIA 249

ral, me atrevo á a p r o p i a r m e ^ . b í i S t n ' Z d e s S T P — n t o d e u n M U escritor . podido c o m b a t ^ S l

•No quiera Dios que yo inculpe X S t o W a ^ a ^ a b ^ r ^ •4 todos aquellos hombres que .ninguno , ( P r o u d b t T p d e

»obrando en la medidadesus luces, lution sociale' pag 56 /

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DECIMA CUARTA CONFERENCIA,

UNA COMEDIA SIEMPRE NUEVA

EL ALDEANO Al. MÉDICO.

Señor, ya no puede más; dice que siente en la cabeza los mayo-

r e s dolores del múndo. PRIMER MÉDICO.

Elenlermoesun tonto,tantomás. cuanto que, en la enfermedad de que estú atacado, no es en la cabe-za según Galeno, sino en el bazoJ donde debe sentir el mal.

IX ALDEANO.

No obstante, señor, siempre tie-ne con esto, el vientre desarregla-do desde hace seis meses.

PRIMER MÉDICO.

¡Bueno! esto es señal de que se desprende lo de adentro

EL AI.DKA.NO AL MÉDICO.

Mi padre, señor, cada, vez está

más enfermo.

I 'RÍMER MÉDICO.

No es por culpa mía. Yo le doy remedios; ¿qué no se cura? ¿Cuán-tas veces ha sido sangrado?

EL ALDEANO.

Quince, señor, desde hace vein-

te días. P R I M E R MÉDICO.

¿Quince veces sangrado? EL ALDEANO,

Sí. P R I M E R MÉDICO.

¿Y no se ha curado? EL ALDEANO.

No, señor. P R I M E R .MÉDICO.

Esto es señal de que la enfer-medad no está en la sangre. Le ha-remos purgar varias veces, para ver la enfermedad está en los hu-mores

EL BOTICARIO.

He aquí el fin: he aquí el fin de la medicina.

(Meliére, M. ele Poureeaugnac. act. I. Scéne VIII.)

«Que los tiempos •....» no han cambiado!

La comedia ele nuestro inmortal satírico parece escrita ayer.

Ninguna de las rosas se ha mar-chitado, ninguna de sus espinas se ha embotado; tiene todavía una frescura, para hacer morir de. celos á todas sus jóvenes hermanas, que nacen diariamente en nuestra es-cena moderna. Aunque ya nn poco vieja, no se puede leer su edad en su rostro siempre tan sencillo, y siempre virgen de arrugas.

Después de las sangrías, llegan pues, los purgantes; esto tenía que ser. Puesto que el enfermo no quie-re curarse por las unas es preciso ensayar los otros. Y, por otra par-te, ¿que importa la elección de unas ú otros? El doctor Bosquillon,1

médico del Hotel-Dieu, dijo un día á sus discípulos: «¿Qué haremos

hoy á nuestros enfermos? !Y bien! sangraremos al laclo derecho de la sala y purgaremos al lado iz-quierdo.»

Después de haber asistido á la clínica del laclo derecho, yá la pro-digalidad del liquido vital, asista-mos á la clínica del lado izquierdo.

y dejémonos conducir á los al baña-Ies de la terapéutica.

Quiero repetíroslo aquí; la falsa interpretación de los términos, es, una causa muy frecuente de error.

De esta manera fué; como el mé-todo purgante nació de la falsa no-ción «de los humores.» En efecto, hay bien pocos que den á esta pa-labra. su verdadero valor lisiológi-co. Para convenceros, examinad, un instante conmigo, el mecanis-mo de la digestión.

Los alimentos son ingeridos en el estómago. Después de haber si-

I do reducidos á pasta por una ope-rac ión muy particular, bajan al in-: testino delgado. En su paso del I estómago al duodeno, la pasta ali-menticia es impregnada del licor bilioso y del jugo pancréatico. que le comunican nuevas propiedades. En el intestino delgado, las subs-tancias alimenticias sufren una ela-boración fisiológica; ellas se sepa-ran en dos partes bien distintas; la parte destinada á la nutrición, pasa por conductos especiales, para di-rigirse á un receptáculo particular que se convierte en el tesoro y la provisión de la vida. La otra parte, impropia á la nutrición, cae en el intestino grueso, y no es otra cosa, que el residuo de la digestión. Es-to es. lo que. en la destilación, los antiguos químicos llamaban: «ca-put mortuum.»

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Es, en fin, la parte que rehusa nuestro organismo, y arroja todos los días de esas últimas vías, como un cuerpo extraño. ^

Guardaos pues, de llamar humor, en singular ó en plural, á ese resi-duo, á ese cuerpo extraño, y acos-tumbraos á no mirarle sino como una cosa inútil y exánime.

Esta reflexión se aplica general-mente á todas las materias que son expulsadas de les conductos, ó de la superficie del cuerpo, por la vía de la excreción. No lo olvidéis.

la propiedad específica de evacuar á esos diferentes humores, recibíe-rod también nombres específicos correlativos; según que ellos, arro-jaban á la bilis, á la serosidad, á la atrabilis ó á la pituita,ó en fin, á to-dos los humores reunidos, se les llamaba: ¡cholagogos, hydragogos,

| mélanogogos, phlegmagogos,y pen-¡ chymagogos.

Qué lástima, para nuestra litera-tura médica, que esos términos tan eufónicos se hayan arrojado al des-hecho, como esas piezas de mone

Entonces ¿qué se debe entender j da vieja cuyas dos superficies lisa* por humores? Y " 'nadas por el uso, no presentan

Ya habéis visto en nuestras pri- ni emblema ni efigie. meras conferencias que el cuerpo humano está compuesto de sólidos y de líquidos. Pues bien, todos esos líquidos, forman lo que se debe lla-mar, los humores, en el verdadero ¡ lenguaje fisiológico.

La antigua escuela griega, repre-sentada, sobre todo, por Galeno— en cuanto al objeto de esta discu-sión—dividió'á los humores en cua-tro especies: la sangre, la pituita, la bilis y la melancolía ó atrabilis. Ella consideraba á la sangre, como á un humor rojo, caliente y húme-do; á la pituita, como á un humor blanco, frío y húmedo; á la bilis co-mo á un humor amarillo, caliente v seco; y á la melancolía ó atrabi-íis, como á un humor negro, frío y

seco. Los remedios que tenían la ciosas.»

El uso de los purgantes remonta hasta la más remota antigüedad, y, corno para la mayoría de los pre-tendidos medios derivativos, se en-cuentra su origen, en los antiguos tiempos de las fábulas terapéuticas. Ya se abusaba en la época de la escuela hipocrática, y el padre de la medicina reprendía fuertemente á los Cnidianos, porque los emplea-ban ciegamente en casi todas las enfermedades. El sabio Erasistra-to, sorprendido de los inconvenien-tes inmensos de ese sistema ya ge-neral, llegó hasta á proscribir.el uso de los purgantes, «porque al alterar los humores, hacían mucho más mal que bien, y podían engen-

1 drar muchas enfermedades perni-

Pero desdichadamente Galeno, que había preconizado la sangría, debía también resucitar y poner en boga á los purgantes, y á tantos otros medios llamados, con ó sin razón, heroicos.

El célebre médico de Pérgamo, al trasplantar todos esos sistemas al campo de la terapéutica, los re-gó con la sangre y el sudor de los pueblos. Su gérmen se ha desarro-llado mucho, y, si lasombra deGa-leno viniera á interrogar al polvo de las viejas generaciones, un eco fúnebre nos traería, quizás, esta terrible sentencia: «Melius esset si nunquamnatus fuisset!» ¡Mejor hu-biera sido que no hubiera nacido!

¡A él toca la responsabi idad de un gérmen tan fatal y de sus frutos tan venenosos!

Al principio del último siglo, los médicos se apercibieron, sin em-bargo, del vicio general de la poli-farmarcía galénica, yalgunosErasis-tratos modernos se permitieron oponerse al abuso sistemático de la medicina purgante. Pero esta dichosa reforma no fué de larga du-ración, y no faltaron «purgadores» celosos, para recalentar el querido método y reparar un sistema que agradaba tanto á los enfermos, y sobre todo á los boticarios.

¡Cosa que siempre me ha sor-prendido! en Francia, tan pere-zosa en la vía del progreso médico,

es en donde principalmente estaba muerto el viejo precepto de Galeno. No se puede dirigir el mismo re-proche á Inglaterra. El doctor Ha-milton le protegió con todo su ce-lo, y, en la isla Británica, el méto-do purgante volvió á tener «días dichosos.»

¡Ay! en Francia no tardó mucho en volver á tener su antiguo domi-cilio. Confesemos, para vergüenza nuestra, que su reinstalación no encontró muchos obstáculos, sino por el contrario, poderosas ovacio-nes. La sangría «coup sur coup,» halló su representante en Boui-llaud, los purgantes «coup sur coup» encontraron el suyo en el famoso Leroy.

No quiero examinar aquí cuál es la fuente de la que los humoristas exclusivos tomaron la idea radical de su sistema; sin embargo, quiero haceros conocer en algunas pala-bras, el fundamento del método purgante del referido Leroy.

De los árboles del Edén, de la pulpa de l i manzana prohibida, de la primera digestión, es de donde nació este famoso sistema; ya veis que bajo la relación de la antigüe-dad, ningún otro puede hacer va-ler un título más legítimo.

El hombre salió puro de las ma-nos de Dios. Su constitución, por tanto, debió haber permanecido virgen, (y siempre conforme á este

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sistema, bien entendido), sin su desobediencia, los hombres jamás se hubieran manchado por el más pequeño vicio. Pero, consecuen-cia de su pecado fatal, decaído de su primitiva perfección vital, y so-metido á la degradación, trae, al nacer, un gérmen de corrupción y corruptibilidad, trasmisible á todas las generaciones, como el principio de la existencia.

fié aquí la palabra del enigma; ahora, ya sabéis por qué el hom-bre se corrompió y fué atacado de las enfermedades, y cómo la mejor manera de curarlas, es el emplear la purificación, ó si queréis, los purgantes.

Hé aquí la genealogía del méto-do purgante Leroy. Hallaréis dilui-do este pensamiento en su capítu-lo primero intitulado: «Exposición ele la causa de las enfermedades.»

¡Esto es verdaderamente diver-tido! y decir que el padre cíe seme-jante doctrina, el jefe de la secta «Purgante,» se ha permitido, con-tra la Homeopatía. las chanzone-tos más insulsas,"más ignorantes y más absurdas!

¡Verdaderamente es de sentirse que Leroy no haya sido el médico en jefe del Paraíso terrenal! Tan luego como la muy curiosa Eva hu-biera comenzado á morder, consu blanco diente, á la pulpa del fruto seductor, él le hubiera administra-

do un buen vomi-purgante, y las entrañas de la pecadora, inmedia-tamente lavadas y enjugadas, no hubieran tenido tiempo de perder su pureza virginal, y por lo mismo sus hijos jamás hubieran estado enfermos, y no hubieran tenido ne-cesidad de ser purgados!

Pero, volvamos á nuestro asun-to, y escuchad bien, porque esta es la verdadera fibra de la cuestión.

No quiero volver a! JGalenismo. no quiero sondear las tinieblas de esta doctrina, no quiero seguir al médico de Pérgamo en sus excur-siones impetuosas á través de los campos de las hipótesis. Desprecio todas las fantasmagorías teóricas que lian reinado en las Escuelas, durante toda la edad media, con la filosofía de Aristóteles, quien ca-si las engendró.

¿Cuál es la Composición de los humores? ¿En dónde están espe-cialmente, lo seco, lo húmedo, lo frío, lo caliente, ú otros elementos semejantes? ¿Sus diferentes espe-cies resultan de esas combinacio-nes imaginarias? ¿es preciso admi-tir la plétora de los humores, plé-tora biliosa, linfática, etc.?—Deje-mos todas esas cuestiones y otras tantas tan fútiles, dormiren la tum-ba de la vieja escolástica. Hé aquí lo que nos importa'examinar:

El cuerpo, es un agregado vi-viente, lo que quiere decir que to-

das las partes que lo componen, participan de la vida general del individuo. Cuando veis la sensibi-lidad de un nervio, la contractibili-dad de las fibras musculares, las palpitaciones de los tubos arteria-les; cuando veis el juego de la luz en las cámaras del ojo. las oscila-ciones de la onda sonora en el la-berinto del oído, la vibración délas papilas linguales por los sabores, de la membrana pituitaria por los olores, de toda la superficie del cuerpo por la corriente de todas las sensaciones; cuando veis todos esos fenómenos, veis á la vida en todas sus más puras manifestacio-nes. ¡Pues bien!-esta vida y todas esas manifestaciones, es preciso verlas también, con la misma pu-reza, en los líquidos quecomponen á nuestro cuerpo. Estáis persuadi-dos de la vida de la sangre, estáis convencidos; quiero que igualmen-te estéis persuadidos y convenci-dos de la vida de la bilis, de la sa-liva. de las lágrimas,etc., finalmen-te, de todos los líquidos.

En tal virtud, sabemos bien, to-das esas substancias no son ele-mentos inertes, sino elementos vi-vientes, y vivientes por el mismo título que todas las partes sólidas y fluidas que componen al agrega-do humano, al hombre. Todos esos líquidos son los verdaderos humo-res. y no llaméis con ese nombre á

las orinas, por ejemplo, y a los residuos de las funciones digesti-vas, que la economía desecha co-mo á cuerpos extraños.

Los líquidos de nuestro cuerpo gozan de la vida. Hé aquí una ele las grandes verdades filosóficas, que el vulgo ignora, y que muchos mé-dicos desprecian en frente de la te-rapéutica.

Esos líquidos vivientes tienen, pues, solos el derecho ele llevar el título de humor. lié aquí lo que es perdonable al vulgo ignorar, pero que á un médico jamás le es per-donable olvidar.

Que se vea salir pus de un cen-tro orgánico, que se vea una gran cantidad de materiapurulenta, reu-nida en la superficie ele una úlce-ra, que se vea una secreción pú-trida. destilada por los girones ele la carné gangrenada, á todo esto se llama humores.. . vicio de len-guaje, error de terminología.

¿Los humores pueden ser afec-tados de enfermedades?

Sí. ciertamente, puesto que ellos viven. Ahora, todo lo que vive, puede enfermarse. Esto es eviden-te.

Pero, lo que no es evidente, al menos para todas las Escuelas, y sobre todo para la Escuela organi-cisla, es el origen de las enferme-dades. Este es el punto ele partida

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ele tóelas las discusiones sistemáti-

cas. Para nosotros,"este origen des-

ciende siempre del principio vital, y en esta vía, Hálmemann é Hipó-c.iates marchan dándose la mano.

"La escuela de Montpellier,como "la ele Cos, dice F. Berard, admi-t e n las alteraciones de los humo-r-es , pero los admiten como «efec-t o s » de la fuerza vital."

El profesor Alquié, comentando este principio,no hace más que des-arrollar esta pivotal verdad etioló-gica.

Digámoslo con anticipación: ¿por qué ante ese dogma, los prácticos de Montpellier, purgan á sus en-fermos? ¿Por qué pues, ese prin-cipio vital,receptáculo etiológico de las enfermedades humorales, per-manece siempre velado á sus ojos, cuando atacan los efectos, con sus evacuaciones «repetidas?»

Todas estas consideraciones ge-nerales, eran los preliminares in-dispensables de nuestro asunto, el que seguiremos ahora, con más fa-cilidad, en sus diversas evolucio-nes.

¡Ay! en nuestros días, estamos en el tiempo de Galeno y de su hu-morismo. Hoy, como entonces, se purga por tocio y todos los días; también hoy como entonces, pur-gante es el sinónimo de medicina. Cuando se ha tomado una purga, se ha tomado una "medicina." To-do está dicho, todo está hecho. ¡Ay! ¿la medicina es tan poca cosa, que un enfermo la pueda tomar de un sorbo para lavarse el tubo intesti-nal?

Iloy, como entonces, no se ve en las enfermedades sino humores. Los humores son tocio, y no sola-mente bajo el aspecto patológico,

«la acción ele los agentes exterio- >sino también bajo el aspecto mo-«res es tan variable, tan incierta, y ¡ral. Los humores forman el carác-«en las que es preciso apelar á una ¡ ter como el temperamento, y oís cle-«lesión interna y general, para con- ¡ cir diariamente un hombre de «cebir el verdadero origen?». «buen ó mal humor.»

Con mayor razón, di-«ce, éstas observaciones son aplica-«bles á las escrófulas, al cáncer, á «los dartros, y á la mayor parte de «las afecciones morbosas, que se «desarrollan espontáneamente, y «sin la introducción directa de un «principio morboso en los líquidos. «¿Cual es, en efecto, la parte pri-«mitivamente alterada en la fiebre «amarilla, en la peste, en el cólera-«morbus, en las fiebres palúdicas, «en las fiebres continuas esencia-«les, en las neurosis, en la clorosis, «en el sudor miliar, en las -fluxio-« n e s y e n l a mayor parte de las «afecciones morbosas, en las que

agentes

Ejemplo universal y fatal de la fuerza de las preocupaciones. Las

"Tomemos, dice, á un atleta, tal como se quiera, es decir, a un hom-

preocupaciones,son como esos rep-^bre el más robusto, y el más sano tiles que manchan los tejidos con una huella indeleble. Como ellos, esa preocupación ha dejado su ba-ba, en nuestro lenguaje médico y social.

Ya lo he dicho, pero la cosa es muy importante para repetirla.

En el caso de cuerpos extraños en los intestinos, de un absceso en

que se pueda hallar, y démoste una medicina purgante; veremos que, aun cuando él no tenga, antes ele esto, más que salud en todo su cuerpo, lo que la medicina hará salir, estará muy corrompido. De eslo inferirnos, sin que se nos pue-da contradecir, que aquello que sa-le. no estaba antes en el cuerpo de

el parenquima pulmonar, de una este hombre, puesto que éf estaba substancia venenosa, ingerida en el estómago, ciad un purgante, ya en poción, ya en lavativa, dad un vomitivo, no importa la forma.

Os dejo en libertad, tanto más, cuanto que en semejantes circuns-tancias yo no obraría de otro mo-do:—¿Porqué?—porque el medio es puramente mecánico. Eslo, no es ejercer la medicina. Esto, es extraer un cliente cariado, que el alveolo ya no consiente en alojar, esto es extraer un tapón del inte-rior de una botella. Mas, ejercer un acto terapéutico puro, es decir, tratar á una enfermedad de origen vital, es lo que jamás haréis por medio de vuestros purgantes.

Thessalus,sabio médico ele la an-tigüedad, y no menos partidario ele los purgantes que Chrvsipo y Era-sistrato, hacía una suposición que debería servir para hacer abrir bien los ojos á los ciegos.

sano. Inferimos, en segundo lugar que la medicina ha hecho dos co-sas en este encuentro: la primera, cambiar en podredumbre ó co-rromper lo que antes no estaba co-rrompido; la segunda, hacer salir aquello que contribuía á la salud y á la fuerza de este hombre."

He aquí, una explicación que. todo el mundo puede comprender. He aqui, una verdad que. por si sola, debería bastar para expulsar y destruir tocias esas viejas y ca-riadas preocupaciones. ¡Pero, no: á pesar de las aserciones serias de la ciencia, á pesar de las justas sá-tiras ele la comedia, á pesar de las lecciones cuotidianas ele la expe-riencia, siempre se ven humores por doquiera, siempre materias pe-cantes! Leroy, será inmortal como Hércules, por haber limpiado los establos de Augias. y, conforme á su sistema, respecto á la corrup-

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ción general de los hombres, es pre-ciso purgarlos, y purgarlos necesa-riamente, puesto que está escrito» «que nada impuro entrará al reino de los cielos.»

Hipócrates, Celso y Asclepiades, no usaban sino raras veces de los purgantes. Plinio, mira á l a s medi-cinas, en general, como enemigas del estómago, y con mayor razón á las evacuantes, y Plutarco hace resaltar su inutilidad en una broma ile las más espirituales.

"Si se hallase una ciudad en Gre-"cia, dice el inmortal historiador, •que estuviese demasiado cargada

"Me sus habitantes, ó de griegos ' "naturales, y que se hiciera venir

"á los Arabes y los Escitas, esto "parecería muy ridículo á todo el "mundo. Por tanto, este es el mis-d i o error en el que caen aquellos

• que. con el pensamiento de hacer "salir de su cuerpo á las Superflui-d a d e s que allí se encuentran na-tu ra lmente , introducen en él dro-"gas extrañas y nocivas, ó almo-d r o t e s de composiciones de boti-"carios, cosas todas que, tendrían "más bien necesidad de ser purga-d a s y purificadas ellas mismas, "para que se les atribuya el poder "de purgar á nuestros humores."

¡l ie aquí una deesas sátiras chis-peantes de verdad!

La sangre, lo sabéis, j amás está ni corrompida, ni en demasiada

cantidad. Igualmente, los humores nunca están viciados por sí mis-mos, y jamás superabundantes. ¿Hasta cuándo estos principios ele-mentales de la medicina serán'to-mados en serio?

Ved á un niño enfermo de la dentición. l 'na-saliva ardiente co-rre sin cesar de su boca inflamada, sus pañales están sucios de un flu-jo impuro casi continuo, y su ma-dre ve todo esto con felicidad,ima-ginándose que la enfermedad es destilada por esas favorables ex-creciones. y en algunos días, el po-bre enfennito está agotado, y va, «muy purificado» á la mansión de los ángeles.

Ved á un tísico que tose y expec-tora noche y día:—¡Bueno, dice, «esto es señal que se despaende lo de adentro!»

Ved á un hipocondriaco quien, | para pulir sus intestinos y cuidar ¡el barniz ele su salud, toma un pur-! gante, creyendo evacuar su bilis y su pituita; y cuando ha producido un residuo muy copioso, ¡bueno, dice, «la materia es laudable!»

Voy por un instante á detener vuestra atención, sobre algunas lí-neas llenas ele verdad, extraídas

.del artículo «purgantes» en el IJic-; cionario universal ele materia mé-; dica. redactado por los señores Me-ra t y ele Lens.

"El público,—dicen estos dos

"Académicos—es muy inclinado á¡ "emplear los purgantes; para él, "todas las enfermedades estando "formadas por los humores, siem-"pre que haya evacuaciones,creerá "en su curación; ha conservado "bajo este respecto, las ideas de los "médicos contemporáneos de Guy-"Patin. Es muy frecuente encon-"trar personas que se purgan por "«precaución,» como ellas dicen, "y para no estar enfermas, lo que "produce á menudo un resultado "contrario. Apenas ha nacido un "niño, cuando se le dan purgantes "para evacuar su meconio, el cual "sale muy bien solo, ó con una po-d a de agua azucarada, y mejor to-d a v í a , con la primera leche de la "madre; si hay cólicos, pronto se "le clan purgantes que los redoblan "Un poco más grande, no se les "economizan,en vez de arreglar su "nutrición, casi siempre más fuer-d e , lo que es una de las fuentes "más comunes de las enfermeda-

Conocí á un antiguo oficial ele sanidad, que debía ser un excelen-te Galenista. Frecuentemente le veía sentado á la puerta ele su casa; — «Todas las mañanas, me decía, fumo mi pipa, para evacuar la pi-tuita.»—Es ta frase era siempre nue-va para él, pues olvidaba haberme-la repetido la víspera. Le perdoné esas ideas, perdoné á sus pasos el ser vacilantes y estar en retardo, en la vía del progreso. Era muy viejo!!! ¡Pero, cómo excusar tan crasas paradojas, en los jóvenes médicos quienes, saliendo calien-tes del seno ele las Escuelas llama-das progresistas, se dejan todavía arrastrar á remolque por el viejo navio Galénico, buque que, eles-

•echando el hélice y el vapor, no ¡ marcha sino á merced de las velas, y se halla siempre sometido á la rosa de los vientos!

Hay. pues, también, purgantes precautorios y ele hábito. Hay tam-bién alucinados que se purgan re-

d e s en ellos; los adultos, pero so-jgularmente en tal ó cual" circuns-"bre tocio, los ancianos, no se la! tancia, en tal ó cual estación, á lo "pasan sin purgantes, y «turban "frecuentemente un buen estado "ele salud con su adminisrración "intempestiva."

Y ciertamente no solo el buen pueblo es el que abriga esas viejas preocupaciones. Desdichadamente los médicos se deslizan como él en el abismó.

menos uña vez al año. muchos to-cios los meses, y algunos todas las semanas. Ellos deshollinan la chi-menea ele su tubo digestivo, y creen, de esta manera, ciarse un seguro contra incendio. ¿Saben ellos, aca-so. que un purgante tienepor efec-to inmediato la irritación de lamu-cosa gastrointestinal?

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¿En efecto, qué cosa es un pur- consideraciones generales sobre los gante? Porque, en fin, 'es preciso decirlo.

¿Habéis alguna vez recibido en los ojos un líquido acre, ó un pol-vo irritante, como algunas gotas de vinagre, (3 una toma de tabaco, por ejemplo? Ved inmediatamente «y el agente catártico no qué cantidad de lágrimas se esca- «un cuerpo dotado de la

pan de los párpados é inundan las, mejillas.

¿Habéis visto á los racimos de uvas acumulados en una prensa? A medida que el peso de la pesada plancha baja y los comprime, sale el vino negruzco de todas-las grie-tas de la masa aplastada.

lié aquí la imagen de las accio-nes purgantes.

Un purgante, es una substancia venenosa que, introducida en las vías digestivas, perturba desdelue-j go al principio vital, determina en seguida una irritación de toda la mucosa gastrointestinal, pone en desorden á todos los órganos sim-páticos de los intestinos, v ocasio-na una secreción más abundante de los líquidos producidos por to-llos los aparatos perturbados.

Ahora bien, creéis qué semejante maniobra sea siempre inocente, y que sus efectos no excedan jamás á la previsión del médico?

Deseo transcribiros un fragmen-to de una excelente obra del pro-fesor Barbier (de Amiens.) En sus

purgantes, dió de su acción la des-cripción más justa y más perfecta.

Escuchad: «Es, pues, una irritación mode-

«rada y pasajera de las vías diges-«tivas, lo que constituye la purga,

es sino facultad

«de determinar esta irritación. Su «contacto con la membrana mu-«cosa de los intestinos, determina «súbitamente los efectos siguien-«tes: los. vasos capilares que for-«man sobre su superficie una red «tupida se dilatan, llenándose de

«sangre; esta membrana se hace «más roja, más sensible, más ca-«líente. La exhalación serosa, que «habitualmente humedece el canal «alimenticio, toma una actividad «singular, es una lluviaque inunda «á lá cavidad intestinal. Las crip-«tas mucosas que cubren á esta «membrana, trabajan más pronto, «y suministran en pocos instantes «muchas mucosidades. La acción «irritante de los purgantes sobre la «extremidad del conducto colédo-«co determina otros movimientos «orgánicos; hace entrar al hígado «en una especie de turgencia; este «órgano apresura su acción secre-«toria, y la bilis lluve con abun-«dancia;el páncreas estimulado sim-«páticamente por la agresión ejer-«cicla sobre su conducto excretor,

«suministra también un producto «más considerable."

Un poco después, el profesor hace esta reflexión muy juiciosa:

"No se debe creer, sin embargo, "que los diferentes purgantes que "se comprenden bajo estos títulos, "obren todos de una manera idén-t i c a , y que'se puedaproducir con "ellos irritaciones ligeras ó fuertes, "disminuyendo ó aumentando la "dosis de estos agentes."'

Algunas líneas adelante de esta seria advertencia, leemos:

"Se sabe que, si la irritación "purgante es muy profunda, muy "violenta, si sobre todo, dura mu-"cho tiempo, forma una especie "de enfermedad que se llama su-"perpurgación ( hvpercatharsis .) "Evacuaciones alvinas que se re-p i t e n sin cesar, y que extenúan "al individuo purgado, retortijones "violentos, calambres en las extre-"midades inferiores, angustias,agi-t a c i ó n , frecuentemente un movi-"vimiento febril muy pronunciado, "insomnio, al día siguiente disgus-t o , perdida delapetito,. digestiones "muy penosas, deyecciones siem-p r e líquidas y frecuentemente san-guinolentas . Hé aquí lossíntomas "ó accidentes que caracterizan á "la superpurgación. Este estado "verdaderamente patológico, exige "la atemperación, la leche, el co-c imien to de sémola, lasolución de

"goma arábiga los opiados a -"gunas veces son muy útiles.»

El profesor mejor hubiera dicho, concluyendo: Hé aquí á una nueva enfermedad que no pedía el enfer-mo, y que le hemos procurado muy gratuitamente.

«Gratuitamente,» no es esta la palabra, porque en vez de una en-fermedad, ahora hay dos para cu-rar. Será un poco más larga la ta-rea y un poco más lucrativa.

Si conociérais las experiencias de Wepfer, Orilla, Graaf, Gendrin, Magendie, etc.. veríais que ellos no hacen sino corroborar las asercio-_ nes del profesor Barbier. Leed otra vez, sobre esta materia, á Merat y de Lens, y veréis que no hay más que cambio de términos:

La observación deestos autores no recae hasta aquí, sino sobre el uso moderado de los purgantes; pero ¿qué decir del abuso enorme, in-creíble de estas medicinas? ¡Así, en las cartas tan picantes de Guy-Patin, se vé que en su tiempo, pa-ra desechar al «humor» pecante, se administraba' en una sola en-fermedad. hasta 10, 20, y 40 me-dicinas! Leroy confiesa,—¿qué di-go? se complace en asegurar que, ha purgado enfermos durante largo tiempo, una vez al día. Un médico muy celoso partidario de su siste-ma, me refirió, como modelo de tratamiento heroico, haber dado,

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en el espacio de un año, á uno de i sus Chentes, hasta ochocientos pur- i gantes ¡Este enfermo tenía humo- • res! ¡Gran Dios, que corrupción' . ¿No era como esos pantanos ina-gotables que la industria se esfuer-za en vano en desecar? ¿El méto-do purgante aplicado á sus intes-tinos, como la máquina de tornillo sin fin de Arquímedes, bebía en su receptáculo infinito, sin poderle agotar jamás!

No me atrevo á decir que ese pobre médico, tratándose el mismo por su sistema evacuante, terminó por adquirir una hidropesía abdo-minal, de la que sucumbió en me-dio de terribles sufrimientos.

1 íay la persuación general — y con frecuencia hasta los médicos participan de este error ,—que el desperdicio de los humores, no tie-ne mucha importancia, ó que á lo menos, no agota tanto como la perdida ele la sangre, por ejemplo.

En efecto, la pérdida de la san-gre clá más rápidamente la muerte pero la pérdida de los demás líqui-dos, no tarda mucho tiempo, en conducir al mismo resultado. Na-da hay tan nocivo como las eva-cuaciones repetidas, dijo Sauva -ges el sabio nosógrafo de Alais-

'' magis nocet, quam repetita evacuantia.» Ved l o q u e pasa en una fístula que perfora la mejilla U s a , , v ' a corre sin cesar, v e l en-

fermo se agota. Ved los efectos de una diarréa rebelde, y resistente a toda medicina; el enfermo de-clina y se extingue.

Ahora bien loque pasa patológi-camente, puede muy bien pasar, á consecuencia de los purgantes ar-tificiales imprudentes.

«Todavía no hemos hablado,»— «dice el profesor Barbier, á quien « v a h e citado, —«de una fuente «de influencia, que los purgantes «ejercen en todo el cuerpo; ' es la «que procede de los mismos líqui-d o s que ellos le sustraen. Esos «agentes debi l i tan las fuerzas de «la vida, porque arrastan fuera del «sistema animal/ los principios que «hubieran servido para la asimila-c i ó n , los que hubieran producido «una restauración d e s ú s fuerzas-«ellos le debilitan además porqué «disminuyen la masa sanguínea, y «hacen b a j a r l a acción impulsiva «y estimulante que recibían todos

«los órganos. Los prácticos han «consideradoal purgante como á «un mecho propio para débil i tar la «energía vital, cuando es excesi-

«va.»

Todavía algunas confesiones.

«Los vomitivos debilitan é irri-g a n al estómago, los purgantes «irritan á los intestinos, dice Cho-«mel, y Tardieu, más explícito to-d a v í a , lleva más lejos la sabiduría «del precepto. Se deben proscribir

«dice, los purgantes drástricos que «pueden determinar evacuaciones « verdaderamente colerifórmes, que «no se es dueño de contener, v «que á veces se han visto seguidas de la muerte. »

El profesor Alquié, hablando de las largas convalecencias, agrega, después de haber enumerado las causas:

«Ese restablecimiento de una «salud vacilante es más larga y «más difícil cuando el enfermo «ha sufrido pérdidas de sangre, «supuración abundante, diarrea «rebelde, etc. Cuandoel médico ha «recurrido á sangrías repetidas, á «evacuantes múltiples.... en fin á «medicinas perturbadoras, ó ena l -«tas dosis.»

A propósito de convalecencia,

y viendo en ellas el residuo de su enfermedad, se felicita de su ente-ra curación. ¡Y bien! suponien-do que esa purga llegara á procu-rar una debilidad extrema, y á fi-jar por mucho tiempo todavía su permanencia en una etapa de la convalecencia, sería muy difícil el hacérselo creer -v persuadirlo; creo que sería más posible hacerle to-rnar otra purga que esta verdad.

Otro grave inconveniente de las purgas, es producir precisamente el efecto que se quería destruir ó evitar, por ejemplo, la constipación. Este pésimo resultado puede obte-nerse de dos maneras; ó bien la demasiada y grande frecuencia de la excitación intestinal engendra un estado continuo de irritación, y en-tonces el residuo de la digestión

O ?

cíe unT^enfp'' ° b ? 7 a ^ * e d e s P u é s e n v e * d e s e r expulsado con facili-cle una enfermedad, más ó menos 1 ' larga, ó más ó menos grave, todo enfermo se cree obligado á tomar-se un buen purgante. Todo médico se cree también obligado, en con-ciencia, á prescribirle, como hoja de camino indispensable para em-peñarse en la vía de una perfecta salud. Queda aún un cabo de en-fermedad que evacuar, « tamen ali-quid superest,» como dijo Guv-Patin.

Bajo la influencia de ese pur-gante, el convaleciente vuelve, en

dad y regularmente, se endurece, se " c u e c e , c o m o decían los anti-guos, y estas materias son encade-nadas en las últimas vias por la constipación más pertinaz.

O bien, la acción de las purgas ocasionando la pérdida inmodera-da de las substancias humorales, debilita la fibra musculosa del in-testino, que cae entonces en la ato-nía más desesperante, puede llegar hasta la parálisis, y ya no tiene po-der de arrojar la escoria de la pas-ta alimenticia. Porque es preciso,

efecto, materias negras é infectas, ' para que ese residuo sea expulsa-

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do que el órgano intestinal se con-traiga v lo empuje hasta el ultimo límite del tubo digestivo. Hé aquí el mecanismo de la constipación, por inercia de los intestinos. Cons-tipación que se ríe á menudo de todos los emolientes, disolventes v evacuantes posibles é imagina-bles. , , , ..

Otro pésimo resultado del meto-do purgante, consiste en la dispo-sición que adquiere la túnica inter-na del canal digestivo á contraer varias enfermedades y sobre todo las enfermedades miasmáticas.

Y la cosa se explica fácilmente. Cualquier órgano está tanto mejor dispuesto á la absorción de los vi-rus, miasmas, vene nos y otras subs-tancias fluidicas semejantes, en cuanto que, tiene los poros más re-blandecidos y dilatados. Ahora, bien la inílamáción, trae el reblan-decimiento de los tejidos, luego las purgas, irritando al intestino, lo po-nen en la condición más favorable á toda clase de absorciones.

Sabéis además que, durante las epidemias, los débiles, los enfer-mos, los atacados de cualquiera alteración orgánica, son los prime-ros y los más fáciles víctimas del azote. Ved lo que pasa en tiempo del cólera, por ejemplo. Pues bien, las purgas excesivas ponen á las intestinos en todas esas condicio-nes fatales, por lo que preparan

también y favorecen todas las oca-

siones de contraer esas enferme-

dades. Ya os he dicho, en nuestra ulti-

ma conferencia que laenfermedad es un combate entre ella y el en-fermo, y que se sangraba á este, en el momento preciso en que te-nía más necesidad de sus fuerzas.

I ¿Ahora,bien, al demostraros el de-bilitamiento vlainercia ocasionados por las purgas no tendré el dere-cho de dirigir el propio argumento en contra de ellas?

También os he dicho que la san-aría en los tísicos,en los niños¡y en los ancianos era un medio homicida. Si no voy tan lejos respecto al abu-so de los'purgantes, es porque no me atrevo, pero no por falta de convicción. Las mismas causas,en idénticas condiciones, producen los mismos efectos; no haré mas que repetirme, si doy desarrollo a

I este principio incontestable. ¿He dicho lo bastante para ha-

ceros comprender la inutilidad, lo absurdo y lo peligroso del método purgante?

Examinemos ahoranuestro asun-to bajo su verdadera luz, es decir, bajo el punto de vista de la tera-péutica.

¿Cuáles pueden ser vuestras in-tenciones al administrar cualquier purgante?

¿Acaso, es el expeler las sabu-

rras, los restos de las falsas diges-tiones, los residuos del bolo ali-menticio, en una palabra, á las "materias pecantes?''

Ya hemos examinado esta cues-tión. No volveré á ella, sin embar-go, he olvidado citaros un testimo-nio de vuestros maestros,á quienes estáis obligados á tener en gran ve-neración.

«Y desde Inego, dicen Trous-«seau y Pidoux, ¿como es posible «imaginar que los humores conte-«nidos en el estómago, que todos «son mezclables á los alimentos, «solubles en el agua, coagulables «por ciertas bebidas, liquidables «por otros, no sean, cada día, en «cada comida, arrastrados con los «alimentos, de la misma manera «que aquellos que cubren la len-«gua, son mezclados al bolo ali-ment ic io , durante* el acto de la «masticación, á tal grado, que nun-«ca la lengua está saburral inme-«díatamente después de unacomi-«da copiosa? La idea de las sabu-r r a s persistentes es pues «absurda «fisiológicamente hablando;» y sí en «elintervalodelas comidas,la mem-«brana mucosa gástrica secreta al-g u n o s jugOs viciosos, una buena «comida, sería el mejor remedio.»

Entonces ya véis, que tomando la cosa en serio, una buena comi-da es preferible al mejor purgante, y que todos los boticarios del inun-

do. no valen juntos, lo que un buen cocinero.

¿Cuál puede ser aún vuestra in-tención?

¿Acaso es el «abrir» las vías di-gestivas, despertar el apetito ador-mecido, producir un efecto «aperi-tivo,» como dice el viejo lenguaje?

¿Acaso queréis «ejercer la Ho-meopatía.» queriendo obtener una purga aperitiva? Sí. porque el .mejor medio de ensuciar los hu-mores de un hombre sano, y de ahogar su apetito en ese cenagal, sería el purgarle. El enfermo tiene repugnancia á los alimentos, véis á limpiarle y pulirle su estómago, purgándole. ¡Lo créeis y obráis de buena fé! ¡Los semejantes, se cu-ran por los semejantes; en efecto, esto es lógico, aún no conocía yo esta aplicación del principio hahne-

manniano! Es posible que, este medio sea

excelente, pero prefiero aquel que Rabelafs preparaba con gran soli-citud, para su señor, el cardenal de Bellag. Habiendo ordenado los

¡ médicos á ese cardenal un coci-miento aperitivo,Habelais hizo her-vir agua en una caldera, en donde introdujo qn manojo de llaves, y se daba mucha prisa en remover-las como si tratará de cocerlas. Los doctores, al ver este aparato, y tra-tando de. inquirir su significado les

'dijo: «Señores, cumplo vuestra or-

" 5 6

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den, porque nada hay tan aperiti-vo como las llaves.»

Un polifarmaéo podría todavía agregar, á la caldera de Rabelais, las raices de apio, de hinojo, de pe-rejil, de espárragos, de acebito, de culantrillo, de cardo, ele ga-

l uña y de fresa; y un poco de es-corzonera, de diente de león, de achicoria y otras plañías de la mis-ma familia Creo que el efec-lo sería un poco más seguro.

¿Cuál puede ser todavía vuestra intención?

¿Acaso es lácele «purificar» los humores? ¿La de conservarlos y restablecerlos en la más perfecta limpieza fisiológica?

Pero p9K esto sería preciso pro-bar que, esos líquidos están pertur-bados en su masa; sería preciso sa-

dan lánguidamente y ahogados en mucha serosidad.»

Para descubrir pues, las impure-zas de los humores, sería preciso estar dotado de la perspicacia y de la segunda vista de ese médico; pe-ro, puesto que por el contrario, es-táis ciegos, haríais mejor en dirigi-ros á ios depurativos, es decir, á los amargos, á los diuré-ticos, á los diaforéticos, ó bien al jarabe de Portel, á los bizcochos de Óllivier, á las cápsulas de aceite de hígado de bacalao, ó mejor to-davía—iba á olvidarlo—al Rob de Laffecteur; este al menos, es la ver-dadera «piscina probárica de Jeru-salem."

¿Cuál puede ser todavía vuestra intención?

¿Es el practicar un acto pura-mente terapéutico, es decir, ó de-

ber y poder reconocer la causa v el f "7 ' ' ~ • - . . \ a u o a - tener un movimiento humoral flu-

grado de esa perturbación lo que es imposible.

Esto me recuerda una encanta-dora broma del burlesco Borden, dirigida contra los partidarios de Sylvius y Boerhaave. «Un médico mecánico, dice, se acercó á tres jóvenes sin saludarlos, y después de haberlos considerado atenta-mente, d i joá uno de elfos: «tenéis lo acre envuelto en lo viscoso;» á otro, «vuestra sangre vaga en los. vasos capilares;»—y al tercero: «vuestros glóbulos sanguíneos rue-

xionario, ó combatir una enferme-dad humoral general, ó contraba-lancear á otra enfermedad, con el contrapeso de una atracción deri-vativa?

Henos, pues, en lo vivo de laclis-cusión.

Pero, antes de entrar en ella, pongamos algunas cuestiones pre-liminares.

Admitiendo que haya indicacio-nes, precisas para el empleo de los evacuantes, ¿hay muchas varie-dades ya entre esas indicacio-

nes, ya entre las enfermedades que reclaman esos evacuantes?

Evidentemento que sí, puesto que estas pueden tener causas y manifestaciones diferentes.

—En la clasificación de los eva-cuantes; ¿hay para todas esas va-

ejemplo, dad un vomitivo, obten-dréis la salida de tocias las mate-rias aprisionadas en el-estómago, ¿pero estáis seguros que la bilis, solicitada por vuestro llamamiento, no forzará la consigna del píloro, y no seguirá, en el tumulto, á sus

riedades? ¿Y se puede adoptar á compañeros cautivos? ¿Estáis se-cada caso particular, una fórmula guros aún,que todos los demáshu-correspondiente?

—Evidentemente que no, pues-to que su número muy limitado,es muy interior al de las" enfermeda-des que pudieran reclamarlos, y que por otra parte, nunca han sido sometidos á la experimentación pura. Y entonces, por la conse-cuencia más rigurosa, su adminis-tración cae en manos del más cie-go empirismo. ¿Cuál es el médico en efecto, que en un caso dado,pu-

mores permanecerán en calma y tranquilos? ¿Estáis seguros, que el sistema nervioso no experimenta-rá ninguna oscilación, durante la sacudida de todo el organismo? Y, puesto que Huffeland compara la acción de los vomitivos á las «ex-plosiones volcánicas,» ¿estáissegu-ros del número de los restos, de su dirección y del límite de sus recha-zos, y sobre todo, de la convulsión comunicada á todos los terrenos

diera explicaros p o r q u é prefiere j ambientes?

tal purgante á los demás? Sabe que j Puesto que me he dejado llevar

voy á citar ál-el que elige purgará, y esto es todo; á esta digresión, os lo que él quiere. gunaslíneas de Trousseau y Pidoux

vuestros ¿maestros, que os harán comprender mejor que yo. el peli-gro de los vomitivos. «Este agen-«fe terapéutico, dicen, hablando «do del antimonio, determina fre-«cuentemente una violenta, infla-«mación de la membrana mucosa «gastro-intestinal, una peritonitis. «Los esfuerzos de la basca pueden «dar lugar á una ruptura del estó-«mago, á una desgarradura el el dia-«fragma, á hernias, á hemorragias.

Suponiendo todavía,—seamos complacientes hasta el fin—supo-niendo con Huffeland. que los eva-cuantes—y él habla de los vomi-tivos—tengan dos clases de efectos, unos locales y ofros generales, ¿se puede producir los primeros sin producir los segundos? En térmi-nos más explícitos, ¿está en el po-der del práctico, obtener tal ó cual efecto, y no producir más que éste, en virtud de una fácil elección? Por

*

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«al aborto. Pero de lodos los acci-«den tes, el tnás grave, es la coagu-«lación de la sangre en los vasos «arteriales, á consecuencia de un «síncope muy prolongado, ó de un «cotápsus muy considerable. Cua-«lesquiera prudencia que se haya «puesto en la'administracionde los «antimoniales, puede suceder que,; «en ciertos enfermos, graves des-1 «órdenes de las funciones digestí--«vas necesiten de pronto socorro... «El contacto del antimonio deter-«mina, en la membrana mucosa-«intestinal, inllamaciones locales «análogas á aquellas que se venso-«brevenir en la piel, cuando seha-«ce uso de friegas ó lociones esl.i-«biadas: numerosas autopsias han «demostrado este hecho.»

De cien médicos que lean estas líneas y las mediten con concien-cia, muchos quizá, administrarían un vomitivo á un cliente, pero nin-guno, estoy seguro, se atrevería á lomarlo, en el misino caso de en-fermedad.

Podría citaros, á este respecto; otras muchas aserciones, debidas á eminencias alopáticas, pero estoy obligado á limitarme v á omitirlas.

Continúo por un instante mi di-gresión, y digo:

Comprendo que, como medio mecánico, se empleen los vomiti-vos, ya para desechar los venenos, los cuarpos extraños, etc. i^ero es-

to no es "ejercer la medicina," es-ta es la "parte mecánica del arte," ya lo he dicho, y quisiera repetirlo mil veces, á lin ele separar lo muer-to de lo vivo, y, lijar los límites del arte y de la ciencia, en sus verda-deros atributos.

Esas maniobras se practican to-dos los días. Se ha avanzado aún más. puesto que se ha llegado á la gastrotomía, es decir que, para ex-traer ciertos cuerpos extraños, se ve uno obligado a hacer una inci-sión al estómago. De esta manera, Daniel Schwaben, abrió este órga- . no para sacar un cuchillo, que un campesino prusiano se había traga-do. C.avroche hizo la misma opera-ción á una mujer que se había tra-gado un tenedor de plata, y el dia-rio de medicina francesa y extraje-ra refiere un hecho semejante, á propósito de un pincel de hilas,em-pleado para toques de una úlcera de la faringe, y tragado por des-cuido.

Los relatores de éstas observa-ciones han olvidado decir, si las operaciones habían tenido éxito.

Que los vomitivos se empleen pues, para obtener semejantes re-sultados, se hace y se debe hacer. Peneque se pretenda tratar de esta manera á una enfermedad vital, ¡pura ilusión!

Por lo demás, ya á mediados del siglo último, C.ullen, Tissot,

Stoll y sus discípulos, ahogando las' viejas ideas del humorismo y del solidismo, comenzaron á no ver en los vomitivos sino efectos diná-micos. Pero declichadamente caye-ron en el abuso de una falsa in-trepretación. y su manía de tratar todas las enfermedades con vomi-tivos, dió nacimiento al gastricís-mo. No había llegado aun el tiempo, en el que el verdadero dinamismo medicinal, estallaría en toda su fuerza, y en su espera, el metedo evacuante imperó, hasta ese día, en la terapéutica. Volvamos sobre nuestros pasos, y veamos su cuen-ta con las enfermedades.

Examinemos primero, los mo-vimientos lluxionaríos de los hu-mores. El que puede tomarse por ti po,es la diarréa y entre las diferen-tes especies de diarreas,una la más frecuentes, es la diarréa atónica.

¿Cómo la combatís? ¿Con un purgante? Ésto os pasa

algunas veces,y entonces sois á la í vez humorista puro, según el len-guaje de la escuela, y homeópata puro, según el sentido etimológico de la palabra.

¿Dais un vomitivo para producir un movimiento peristáltico de los intestinos? Entonces sois discípu-los de Boerhaave. y no hacéis sino mecánica pura.

Pero hasta aquí no habéis com-batido si no los efectos, ¿quéhacéis

pues, con la causa, y porqué olvi-dáis al principio vital?

Para dirigiros directamente á éste, daréis quina ú otros tónicos. En este caso, practicáis la homeo-patía pura, probablemente y sin daros cuenta, porque ignoráisquela quina produce precisamente la diarréa que queréis combatir. Pe-ro,-sí no obstante, obtenéis la cu-ración. ¿á qué principio terapéutico pbdriáisreferirla?¡Nombradmeotro; fuera del de los semejantes!

Supongamos otra pérdida de hu-mores, ele la saliva, si queréis; éste líquido secretado en gran abun-dancia por las glándulas salivares, inunda y quema la barba. ¿Cual es la causa de este flujo? poco os im-porta. Ordenáis cualquier gargaris-mo astringente, y estáis satisfe-chos. ¿Os atreveriáis quizá á or-denar algún purgante? y ¿conforme

á qué principio? Un célebre práctico de nuestros días, hace mejor que esto, se divierte en ha-cer arrancar los dientes de sus en-fermos, ¿con qué objeto? Lo igno-ro, y él también probablemente, ¿pero que importa?

Supongamos todavía una afluen-cia de bilis al estómago. Aquí este órgano será la parte recipiente, pero la parte mandante, la ca isa c[ue hace que el líquido del hígado franqueé el píloro y se desvíe de su curso ordinario, ¿cuál es esta

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causa? \r si la conocéis, ¿cómo la atacáis?

—Con una purga ó con un vo-mitivo.

^-Pero, mientras que la causa persista, el efecto persistirá tam-bién, esto es evidente; ahora, esta causa, os desafió á extinguirla con cualquier evacuante.

He aquí, aun algunas líneas de Trausseau y Pidoux, que son abri-rán la vía á nuevas consideracio-nes.

«Si queremos juzgar déla acción «mecánica, dicen, veamos l o q u e «puede el raspa-lengua para mo-«dificar el estado saburral. Este «instrumento de tocador, quita sin «duda la capa mucosa y fétida, «que reviste á la lengua por la «mañana, en el momento de des-«pertar; hará fácilmente desapa-«recer la capa saburral, pero será «preciso, volver á comenzar algu-«ñas horas después, y sin cesar se «reproducirá lasecreción morbosa, «hasta el momento, en el que una «medicación apropiada, haya cam-«biado el estado orgánico del te-«jido.»

Ya lo liemos visto en nuestra última conferencia^ propósito de la sangre, y sonjlos príncipes alópatas quienes lo han dicho, aun cuando no exista sino una sola gota de sangre, ella fluirá al lugar irritado.

Sucede lo mismo con los mo-

vimientos fluxiónarios de todos los líquidos bajo un impulso vital.

Quiero pues, que un vomitivo, por ejemplo, desembarace al estó-mago de los torrentes de bilis que han venido anormalmente á llenar-le, ¿por esto se habrá segado el ma-nantial? Voy más lejos. Supongo que con una cucharada habéis reco-gido esta bilis, á medida que llega, y limpiado así toda la pared

i mucosa del estómago, ¿y qué ha-béis hecho? Absolutamente nada, porque, lo véis, el líquido corre siempre, y sois testigo del mismo fenómeno de la inundación del na-vio, de la que ya se trató, con mo-tivo de la sangría derivativa.

¡Quien hubiera creído que ésta suposición, sería algún día una realidad!

Me explico, tomad el asunto en sério, si podéis.

Se inventó por 1823, una bom-ba del estómago (stomach-pump), á efecto de extraer de este ór-gano, ciertos líquidos venenosos. Un diario americano se preocupa mucho por saber, siesta invención debe ser atribuida á M. Yukes, ó al doctor Physick; poco nos impor-ta á quien debe corresponder la patente sin garantía del gobierno: pero nos importa también saber, si esta bomba era aspirante ó im-pelente; lo cierto es que ella ha si-do puesta en uso y en experiencia

por varios prácticos, tales como: Ferral para extraer el laúdano lí-quido; Evans, Brice, Pulney, Moo-re Lee y otros, con fines semejan-tes.

Esta idea no es nueva, porque en 1711, ya se había inventado el pinceló escoba del estómago. Es preciso confesar que ese procedi-miento del barrido del estómago, es muy ingenioso; fué examina-nado por Bartholin, Boetius, We-del, Wolf, Muller y otros; verdade-ramente es de sentirse que el exó-fago se haya conducido á este res-1 pecto, como un académico incré-dulo y caprichudo, y le haya re-husado el pase por su absurda constricción.

Cualquier hábil industrial hubie-ra tenido, en efecto, muchos abo-nados para el barrido del estóma-go, y habría llegado á una rápida fortuna por medio de esta rica explotación.

Queremos ser más complacien-tes; queremos dejar pasar el pincel y la bomba para poner en seco á la cavidad del estómago, y hasta convertir este órgano en pozo ar-tesiano; á medida que saquéis más bíilis, ella abundará más; esteefec-to está conforme con todas las le-yes de la fisiología y de la patolo-gía. Esta maniobra lastima al buen sentido terapéutico, y sin embar-

go, el método evacuante no hace otra cosa.

¿Pero, cómo trata él á las enfer-medades humorales?

No olvidéis que todas enferme-dades, aun éstas tienen su origen en el principio vital, y recordad sobre todo, la cita del profesor Al-quié, hecha al principio de esta conferencia.

El tipo de las enfermedades hu-morales es ciertamente la fiebre tifoidea, llamada por los antiguos fiebre pútrida.

¿Será preciso comenzar el tra-tamiento de esta afección por los purgantes «repetidos?» La Escue-la de París dice que sí, y la Escue-la de Montpellier dice que no. ¿Pe-ro qué importa, al fin, que la una purgue al principio, y la otra en el curso de la enfermedad? Lo que es-positivo, es que ambas purgan; ved por qué nunca podré comprender como la doctrina de Montpellier, con su doctrina y sus leyes vitales, se empeña siempre en la vía del organicismo, cuando se trata de te-rapéutica. Estar á medias en la ver-dad y á medias en el error, esestar en el error; ser lógico con el error, es ser lógico, si es permitido unir semejantes paradojas.

¿Trataríais por los evacuantes al escorbuto, á las escrófulas, y otras enfermedades generales de-pendientes, si lo queréis, de un vi-

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ció de los humores? ¿Trataríais también á las eufermed'ades here-ditarias?

No quiero dar ningún desarro-llo á estas cuestiones. La solución se deduce de todos los principios planteados y explicados, y. que pro-bablemente he repetido varias ve-ces.

¿Cuál puede ser, en fin, vuestra intención al emplearel método puf-gante?

¿Acaso es el de desalojar á una enfermedad por derivación? ¿hun-dirla con purgas y más purgas? ,

Para examinar y resolver esta última cuestión, me sería preciso repetir toda nuestra discusión so-bre la revulsión en general, y en particular sobre la sangría. Por tanto, me contentaré con enviar á las personas ávidas de detalles y de citas, á las obras de Rabelais, Montaigne y Guy-Patin.

En vano recogeréis todas las pruebas posibles en pro del efecto derivativo de los evacuantes, yo os responderé:

Diariamente recibo en mi con-sullario enfermos que vienen á de-cirme:

—Ved, señor, tengo enfermos los ojos desde hace mucho tiem-po.

—¿Y qué os han hecho? —Me han purgado. —¿Y esto que os ha producido?

—Nada, señor. Un hidrópico; —Sufro hace veinte años. —¿Qué os han hecho? —Me han purgado no sé cuán-

tas veces. —¿Y esto que os ha producido? —Nada, señor. Un asmático: —Estoy sofocado, mi pecho sil-

ba, y no puedo andar porque me falta el aire.

—¿Y qué os han hecho? —De tiempo en tiempo me apli-

can vomitivos. —¿Y esto de qué os ha servi-

do? —De nada, señor. Si el desalojamiento de las en-

fermedades, por la purga, fuese co-sa posible y fácil, la medicina se-ría entonces un arte, en el senti-do gramatical ele la expresión, y el tratamiento ele las enfermedades, sería un tren de recreo. Si se pu-diera por medio de un buen pur-gante sacudir y desalojar á una enfermedad, como un ejecutor lle-va á un inquilino recalcitrante el citatorio advirtiéndole la desocu-pación de la casa, con todo su mo-biliario, ninguna posición social valdría tanto como la de Purgon y Diaforius, y la industria más agra-

d a b l e sería la de revestir la túnica ¡ de Toinette, de hacer hábilmente su papel (en le «Malade Imaginai-

re. de Moliére,) y en gritar en la plaza pública:

"Yo soy médico pasajero, que "va de ciudad en ciudad, de pro-v i n c i a en provincia, de reino en "reino, para buscar ilustres mate-"rias á mi capacidad, para hallar "enfermos, dignos de "ocuparme, "capaces de probar los grandes y "bellos secretos, que he encontra-"do en la medicina. Yo desdeño el "divertirme con ese pequeño fárra-"go de enfermedades ordinarias, "con esas bagatelas de catarros y Afluxiones,conesasfiebrecillas, con "esos vapores y con esas jaquecas.

"Yo quiero enfermedades de im-"portancia, buenas fiebres conti-g u a s , ataques cerebrales, fiebres "purpúreas, buenas pestes, hielro-"pesías formadas, pleuresías con "inflamaciones del pulmón; esto es "lo que me agradaren todo eso es "donde triunfo; y yo quisiera, señor, "que tuvierais todas las enferme-d a d e s que acabo de decir, que es-" tu vieseis abordado de todos los "médicos, desesperado, en la ago-"nía para mostraros la excelencia "de mis remedios, y el deseo que "tengo de serviros.»

9

X (O bv

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D E C I M A Q U I N T A C O N F E R E N C I A .

UN ORGANO NUEVO.

Ayer, á la hora en que llego á platicar con vosotros, estaba en mi

Estos escritores; me decía, no» hablan sino del progreso. El pro-

consultorio, sentado delante de mi greso está por doquiera, el progreso escritorio, y reflexionaba, con tris- es todo, el progreso es el Dios del te/.a, en lo que tenia que deciros mundo. hoy. quiero, lo siento, lo veo con

Sobre la j n e s a estaban abiertos ellos. El progreso es el sol que ca-varios libros, y mis dedos impacien- lienta y alumbra á todas las inteli-tes, los estrujaban, los hojeaban, gencias, el progreso es el soplo di-tos rechazaban; y después, no sé vino que alegra á todas las almas, que sentimiento de "indignación, el progreso es la esencia de todos agitaba á mi espíritu. los espíritus. Pero, ¿por qué su fo-

Entre esos libros, estaba el gran eo no puede radiar hasta el seno Diccionario de medicina, 'abierto de nuestras viejas escuelas méch-enle! artículo < exutorio. > El I cas? ¿Por qué su luz, 110 ha podi-«Apostolado científico» de Víctor do filtrarseá través dé las tinieblas Meunier. También había un opús- de nuestros académicos? culo de Eugenio Peiletan, intitula- Me habláis, señor Meunier, de do: *EI mundo marcha.» un rayo de sol qué, dibuja á un re-

trato; del galvanismo que, reviste con un tinte aristocrático el cubier-ta de mesa del proletario, del vapor que, borra las distancias y lleva al viajero sobre sus alas, ele una chis-pa eléctrica que, se espiritualiza, y balancea al pensamiento de un po-lo á otro; pero del arte médico, na-da, y del progreso ele la terapéuti-ca, nada.

¡El progreso, este ídolo á quien adora el universo, la medicina le rehusa pues, una genuflexión! Más ¿qué me importa vuestro progreso, sí yo estoy enfermo, y él no sabe curarme? Para gozar de sus rique-zas, de sus tesoros, ele su armonía, la primera condición, ¿no es la ele gozar de la salud?

Me habláis. Sr. Peiletan, del proé' greso infinito de la ciencia; y. cuan-do Lamartine os pregunta, qué idea tenemos de más que la antigüedad, le respondéis enumerándole, como conquistas ele esta ciencia, el se-creto de la gravedad, el movimien-to ele las esferas celestes, la geolo-gía, el cálculo infinitesimal, el ál-gebra, la dinámica, la botánica, la química, la física, Ja estadística, la meterología, la mineralogía, la bio-logía, la economía social. Pero de la medicina ¿qué decís? nada. ¿Y de la terapéutica? nada.

Me equivoco: Habláis del pro-greso del manual operatorio. Aho-ra bien, bajo este respecto, la cien-

cia no es sino un arte. ¿Pero de la MEDICINA habláis?

Sí, citáis un hecho, uno solo!!'!' «La quinina cura las fiebres.»

¡He aquí un hecho, uno solo! Pe-ro él hace avergonzar al principio de «los contrarios,» y no deberíais haberlo despertado, por poco ene-migo queseá is ele nuestra doctri-na; porque, pronto os lo d i r é -este hecho, es el que ha engendra-do á la Homeopatía.

Si os preguntase, ¿qué idea tie-nen nueva los médicos de hoy,res-pecto á los de la antigüedad, ¿qué podríais responder?

La medicina de vuestra Francia moderna, todavía es la medicina de la vieja Roma.

En el siglo XIX, como en el X. la terapéutica se arrastra en la vie-ja rutina de! empirismo, ¿en dónde está, pues, el progreso?

Bajo,el reinado de los. Napoleón y de la República como bajo el ele los emperadores Marco Aurelio. Verus, y Cómodo, los rodagesy pa-lancas ele los sistemas médicos 110 están movidos, sino por las fuer-zas groseras ele las masas, y el me-canismo ele las teorías, rehusa todo principio ílúidioo. ¿en dónde está pues, el progreso?

Decís, que el hombre ha agrega-do á sus órganos, órganos nuevos. Todos los instrumentos ele la me-cánica alargan y refuerzan sus bra-

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/os muy débiles, el corcel presta sus alas á sus piernas muy lentas, el telescopio abre el horizonte de lo infinito, á su vista demasiado li-mitada, y he aquí, órganos nuevos y otros tantos que, describís con todo el fuego del pensamiento, y el lujo del lenguaje científico. Mas he aquí, que tengo á la vista el gran Diccionario de medicina, en el que Guersent me dice también.que un exutorio, es también un órgano nuevo.

¡Un exutorio! ¡Un cauterio! ¡Un SEDAL! —Porque, en fin, hay que atreverse á pronunciar es-tas palabras,—órganos nuevos que el hombre ha agregado á su cons-titución. ¿Este es pues, también un progreso, y aquel hallará tam-bién un lugar en vuestro Panteón?

«¡El mundo marcha!» ¡En vuestao campo es posible,

pero en e campo médico, él retro-cede!

¿Entonces, que es el progreso? ¿Es una máquina que avanza y re-trocede á voluntad de las palan-cas?

¡Vuestro legítimo entusiasmo ha aclamado al progreso, pero, esta palabra tan sonora, no ha desper-tado un solo eco, en el vestíbulo de nuestras Academias de medi-cina!

«¡El mundo marcha!» Es posible. Pero el arte médico

oficial no ha dado todavía un sólo paso desde que está encadenado á la roca académica.

¡Y ved por qué, todos esos li-bros los estrujaban mis dedos im-pacientes, los hojeabanylos recha-ban, y por qué un sentimiento de indignación agitaba mi espíritu!

Después, mis miradas se dirigie-ron á otro horizonte, y el consuelo descendió á mi alma.

Interrogué al progreso mismo, y él respondió á mi invocación, Con-sideré al progreso universal, quien, al girar sobre su eje, como el faro de todas las ciencias, me mostró aquella de sus faces, que ilumina á la verdadera terapéutica.

¡Sí, existe el progreso en medi-cina! El ha brotado hace un siglo, y de día en día reina en todos los países del mundo. ¡Sí, él existe, y, lo que los fanáticos mandarines del falso progreso no han querido, ó no han sabido deciros, yo os lo diré con la mayor franqueza!

Pero ¡ay! estamos todavía con-denados á recorrer, actualmente, los senderos de la vieja rutina. Venzamos nuestro disgusto.

¡Rubefacientes,vejigatorios, cau-terios, sedales, moxas, etc. He aquí las piezas cabalísticas que forman la ABRACADABRA de la terapéu-tica oficial; hé aquí las vértebras cariadas, que componen la colum-

na dorsal de la medicina raquíti-ca!

Por la tercera vez, os debo to-davía invitar á tener presentes en vuestro espíritu, las reflexiones que se han hecho, en una de nuestras conferencias, respecto al método revulsivo.

Ahora bien, imaginándose siem-pre que la enfermedad es un sér particular, un enemigo natural y tangible, que se desliza en todas las partes del cuerpo, y elige por emboscada á tal ó cual aparato del organismo, el racionalismo médico se pone en su persecución,, y pro-cura, va sofocarle detrás dé sus atrincheramientos, ó ya, atraerle afuera, para hacerle sufrir más tranquilamente su condena.

Por tanto, provisto de sus armas ofensivas, el médico entra en la lid de la revulsión.

Ya habéis asistido á la profu-sión de la sangre. Habéis visto ese combate que se llama enfermedad, habéis visto al médico y al enfer-mo, ambos bajará la arena, aluno, armado de punta en blanco, y al otro, sin defensa. Así, ¿cuántas veces no habéis visto el campo de ese combate tan desigual, regado por los líquidos vitales de la débil víctima?

Después de haber llevado sus estragos al centro del organismo, la revulsión debía atacar al períme-' tía fisiológica

O

tro, y entonces, la piel ha servido de blanco á todos ios proyectiles de la terapéutica.

Y este plan de batalla era, en efecto, el más natural, y al mismo tiempo el más fácil.

La sangría es frecuentemente dudosa, peligrosa é impracticable, por varias razones. Los purgantes no son siempre posibles;su acción es caprichosa, y el práctico no pue-de ni gobernarla, ni marcar los lí-mites. Pero la piel ofrece á todas las exigencias del práctico un cam-po mucho más vasto y más com-placiente. Más dócil que el estó-mago y que el tubo intestinal, la piel obedece y se somete á todos los caprichos del médico, y se con-vierte en el esclavo del amo más brutal.

Si queréis comprender bien esta nueva discusión, dejadme esboza-ros á grandes rasgos las propieda-des generales anatómicas y fisioló-gicas de la piel: estad atentos

Seré lo más breve v sencillo posi-ble.

La piel es una especie de mem-brana gruesa y resistente. Forma la cubierta exterior, como las mu-cosas forman el forro interno del cuerpo. Estas dos membranas co-munican entre sí, por las aberturas naturales y están unidas sólida-mente por la más estrecha simpa-

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La piel está formada de tres ca-pas muy distintas, que son deden-tro á fuera, la dérmis, capa la más gruesa y más profunda, flexible y elástica, pero muy resistente, com-puesta de láminas entrecruzadas. Está unida á las partes subyacen-tes por una capa de tejido grasoso, y su superficie externa está eriza-da de un gran número de salientes rojizas y muy sensibles, que cons-tituyen las «papilas nerviosas.»

Esas asperezas de la dérmis es-tán cubiertas por una redecilla de vasos, que se llama el cuerpo mucoso reticular, y que compone la segunda capa de la piel.

En fin, toda la superficie gene-ral está tapizada de una especie de barniz, destinado á disminuir y á extinguir la excesiva sensibilidad de la piel.

La piel recibe nervios y vasos sanguíneos muy numerosos, y go-za de la más exquisita sensibilidad. El menor contacto despierta á esos nervios, receptáculo del fluido sen-sitivo, y la menor picadura abre á esos vasos, receptáculo del flui-do vital.

Por lo tanto, podéis compren-der, cuan prudentes deben ser las aproximaciones de los agentes ex-teriores. capaces de despertar á es-ta membrana general.

Bajo el punto de vista fisiológi-co, la piel goza de las funciones

más importantes. Funciones igno-radas del vulgo, y desdichadamen-te. muy descuidadas y casi olvida-das por los médicos.

Comparad la piel á un amero. Formada por todas las laminillas de la dérmis, ella tamiza, ya de afuera á dentro, ó ya de dentro á fuera, ó más bien por esas dos vías juntas á la vez, todas las substan-cias, capaces de pasar á través de sus tejidos.

Así, por medio de la exhala-ción,hay pérdida y salida ele una parte de los residuos , ya por los sudores, ya por la transpira-ción insensible, pero permanente. Por medio de la absorción, todos los principios diversos exteriores, ya naturales, ya medicinales, pue-den filtrar en el organismo, y allí desarrollar sus propiedades parti-culares, buenas ó malas.

Por tanto, es fácil comprender, con. qué cuidado, el médico debe respetar y vigilar el balanceamien-to de estas dos funciones; cuanto cuidado debe tener, de romper és-te equilibrio, y con que prudencia, debe ponerlo en juego en sus ma-niobras más empíricas, más impru-dentes, y más crueles.

Ahorajbien. de donde puede na-cer la idea bárbara de agujerar, de trabajar, de quemar esta superficie? Esta idea, tiene su origen en dos preocupaciones, de las cjue una, ha

* k - s r s t e s s ü s í í : Los médicos se imaginan en

efecto, poder extraer á la enfer-medad, por medio de un vejigato-rio, cautério, sedal v otros entrete-nimientos semejantes. Aferrados

concedo, puesto, que el pueblo esta acostumbrado á ello, y que es preciso darle un juguete,' para calmar su inquietud. De esta ma-nera, aplicad el sinapismo clásico-

en esta creencia llaman para fuera á propósito de nada, él se ap.íca al£ser morboso que, debe, á su vo-luntad y á su mandato, abandonar a los órganos internos, v pasar á través de las ¡aminillasde ia dérmis como una barra imantada, solicita y atrae á las partículas de fierro ocultas en otros elementos metá-licos.

¡Dichosa ilusión que divierte á

los enfermos, pero que no debería seducir á los médicos!

El pueblo crée y creerá desdi-chadamente todavía por mucho tiempo, que todos los medios ex-ternos aplicados sobre la piel .no entran en el cuerpo, permanecien-do en la superficie de la menbra-na común, ysi no producen ningún bien, son incapaces de ocasionar!

tanto por los médicos, como por las buenas mujeres, ninguno pue-de morir sin él, no sería décenle dejar partir á alguno sin mostaza.'

La mostaza es la sazón obliga-da de la comida de un enfermo que se sienta, por última vez á ¡a mesa de la Alopatía.

Estimulad aun parte de la piel con agua hirviendo; aplicad el martillo de fierro, de Mathias-Ma-yor; emplead en una palabra, to-dos los rubefacientes posibles, va para querer atraer la sangre v los 'luidos á esa parte, ya para apa-rentar producir un efecto revulsivo-siempre que el enfermo lo quiera yo también lo quiero.

Pero, no os divirtáis en produ-

S e ' e * * tornar.' vez presta su piel con la más ciega se-gundad, á todas las caprichosas experiencias del médico.

¡Dichosa ilusión que cuesta, al pueblo, algunas veces muy caro!

Entre los medios de que se sirve

organismo, producirá en él, á pe-sar de vuestra inocente intención sus. efectos patológicos propios, ro r t an to bajoel pre&xtode produ-cir rubicundeces,granos, vesículas etc.; no fraccionéis la piel, con

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medicinas que no convienen á la enfermedad; tales, como el aceite ardiente de la ortiga, el rhus to-xicodendron, el fruto del anacar-lis, etc. Por lo mismo, no empléeis nunca el jugo de ciertas v plantas, que determinan igualmente una erupción vesicular; como el ra-núnculo. la clemátide, el eléboro, etc., ó las hojas del lepidium, de las codearía etc.

Por la vía de la absorción, todas esas substancias entran y se difun-den en el organismo; tenéis obliga-ción de saberlo, y de no olvidarlo; v ¿porqué entonces, querer poner ante una enfermedad una medici-na que no le conviene?

¡Pero, todo esto no es nada , sran Dios! y pluguiera al cielo, que la táctica de la pretendida revul-sión, limitara sus maniobras á los medios que más bien se parecen á recreos militares, que al sitio en forma de una plaza fuerte!

Lleguemos á un medio m á s ge-neral .de notoriedad popular, y pues-to en escena en toda clase de con-sultas, desde la ciencia forrada de armiño, hasta la más ignorante co-madrería. Quiero hablar del famo-so vejigatorio. Se le ordena por doquiera y para todo. ¿Quien no lo ha tenido? ¿O quién no lo tendrá? Es preciso decirlo, á la mayor par-te de los médicos, á los viejos so-bre todo, quitarles el vejigatorio, es

como quitar á un zuavo su cara-

bina. El vejigatorio es casi de origen

moderno. Apenas era conocido de la antigua escuela griega. Arc.híge-nes y Aretéo parecen ser los pri-meros que lo usaron. Si ellos fue-ron los inventores, ¿la posteridad debe estarles reconocida?

Mas tarde, los vejigatorios fue-ron puestos en boga por Syden-ham y Greind; en seguida Baglivi hizo comprender los inconvenien-tes y trató de suprimirlos, ó á lo menos, no consintió en su empleo, sino en los casos muy graves, y por decirlo asi, como un úitimo re-curso.

P e r o hoy, el vejigatorio triunfa, y sus partidarios no tienen por qué quejarse. ¡Este dichoso emplasto se ha hecho el favorito del pueblo crédulo, de los complacientes aristócratas, v hasta de las da-mas! .

Esto pasará. No tengo necesidad de decir lo

que es un vejigatorio; desdichada-mente todo el mundo lo sabe, v vuestra portera lo confecciona tan bien como vuestro boticario. Sin embargo, quiero llamar vuestra atención respecto al elemento, respecto á la substancia que des-empeña el papel principal en la triste comedia de la vieja terapéu-tica.

Nadie ignora que el vejigatorio obra por la cantárida, de la que se espolvorea su superficie, pero no todo el mundo sabe lo que es la cantárida, y no conoce sobre todo las enfermedades que es capaz de engendrar.

Sin embargo, es, ó á lo menos debería ser, indispensable á todo individuo que pone en obra cual-quier agente terapéutico, conocer preliminarmente las principales propiedades.

La cantárida es uno de los re-medios más enérgicos y un veneno de los más activos. Dar aquí de-talles sobre esta especie de coléop-tero, tomados de la historia natu-ral, sería cosa muy larga é inútil. Hé aquí simplemente lo que deseo sepáis,

La cantárida administrada á un hombre sáno, á titulo de experi-mentación pura, produce los fenó-menos siguientes:

EN GENERAL.—Un ardor in-terior en los principales órganos— dolores y punzadas en los miem-bros y diferentés partes del cuer-po—acción especial en las vías urinarias—rigidez en el cuerpo, sensación de sequedad en las ar-ticulaciones, abatimiento general, y gran diminución de fuerzas, con-vulsiones, tétanos, etc.

EN PARTICULAR. — Rubicun-dez, inflamación y vesículas en la

piel—pérdida de sueño—pertur-bación de la moral—vértigos, con-gestiones en la cabeza—inflama-ción de los ojos, color amarillento de los ojos—olor fétido delante de la nariz—color amarillento, infla-mación erisipelatosa del rostro, aftas en la boca, irritación de toda la mucosa bucal — deglución difícil, sobre todo para los líquidos: infla-mación y ulceración de las amígda-las—sufrimientos en el estómago, desarreglo de losintestinos—dolor ardiente en el vientre, inflamación de los intestinos, hidropesía del del vientre—diarrea disentérica y sanguinolenta—acción especial so-bre la vejiga, inflamación de este órgano, orinas ardientes, sanguino-lentas, raras y hasta suprimidas.— En fin, fatiga en los órganos torá-cicos, respiración penosa y difícil, dolores vivos y algunas veces es putos de sangre.

La corta enumeración de los fe-nómenos principales, no es más que el esbozo del cuadro sintomá-tico que puede producir la cantári-da. No os he dicho sino muy poco, y quizá todavía cierto? médicos aco-gerán esos síntomas, con la sonri-sa de la incredulidad; incredulidad que, será entonces la medida de toda la profundidad de su ignoran-cia.

Dejadme deciros todavía—á ries-go de ser culpable de una inútil re-

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p ilición - q u e la piel absorbe las substancias exteriores y las intro-duce en los órganos internos, y fre-cuentemente con una prontitud de trasmisión muy funesta. Me será fácil el probároslo. No tendría más que recordaros ciertos hechos co-munes y bien comprobados. Ved, por ejemplo, si no absorbéis el azu-fre que ponéis en vuestro baño; si por el simple contacto, no atrapáis la sarna ó la viruela; si la más pe-queña mordida de un perro rabio so, no comunica la terrible enfer-medad; si el más pequeño piquete de una aguja con vacuna, y levan-tad o solamente la epidermis, no propaga á ese virus en todo el or-ganismo.

A hora, pregun to á cualquier hom-bre capaz de reflexionar y de com -prender un razonamiento, á todo médi ;o de buena fe, á cualquiera,; en fin. que no quiera ser eljugu :-j le de la más indigna trapacería y de la mis cruel impostura,pregun to, ¿ú es racional, si es justo y si debiera ser permitido, emplear los vejigatorios, casi en todas las en-fermedades, acudas y crónicas? ¿Poner en la vía de la absorción un medicamento tan peligroso, y j confiarlo á la piel, como si convi- i niese á todas las afecciones?

Parece, oin embargo, evidente, que un mismo remedio no pueda; convenir á todos los males, y que, '

por lo mismo, no debería empleár-sele con tanta indiferencia, como las abluciones de agua simple, ó los jabones de tocador.

Ahora ya lo sabéis:' para pene-trar en el recinto del organismo, el paso á través de la piel siempre está abierto No hay aquí ningún centinela para dar «el quién vive.» Y sin embargo, elejáis circular, con la más culpable indiferencia, al enemigo capaz de poner fuego á la mina.

Esta ciega y pródiga aplicación de la cantárida sobre la piel, está apoyada en esa fatal preocupación, que cree que todo lo que no entra al cuerpo es inofensivo. Conocéis ese viejo refrán: " loque no entra en el cuerpo no daña al alma. Pues bien, esa preocupación—digámos-lo bajo, ¿no la tienen todavía los médicos?

Estos, no dejarán de decir que, todas esas consideraciones, no son sino desvarios, dignos cuando más de atravesar el cérebro enfermo ele un homeópata. Pero, es que des-dichadamente, eses pretendidos desvarios son crueles y brutales realidades; es que, desdichadamen-te, la cantárida del vejigatorio pue-de entrar en el organismo, y no se contenta con permanece»' en la piel, inerte vsiempre inocente. En vano el médico le dice: aquí te pongo y no irás más lejos—al partir el mé-

dico, la cantárida ha partido tam-bién, y está bien lejos y en-tonces ¿qué sucede? líélo aquí; escuchad.

"En ciertos individuos, dice "Guersent,á los fenómenos locales, "se agrega una turbación general "más ó menos marcada; el pulso "se acelera, lo mismo que la respi-r a c i ó n . sobreviene agitación, sed, "sed. y. en algunas circunstancias, ' l o s enfermos experimentan ardo-"res. seguidos algunas veces de "DISURIA, de ESTRANOURRIA "y hasta de HEMA'I URÍA.»

Más adelante dice: «En ciertos casos, á pesar de la

«poca actividad de ia pomada, y «las precauciones más minuciosas, «tenidas en la curación, los enfer-j «fuerzas están muy disminuidas, y «mos experimentan vivos doloresj «en la declinación de las enférme-«y una agitación extrema.» ¡«elades.de otra manera la reac-

Más lejos todavía, el mismo au- «ción vivaq le ellos producen, agre-

"jigatorio se extiende más y más. ',v esta especie de ulceración co-r r o s i v a , termina por invadir á un "miembro entero, á pesar de to-"dos los esfuerzos del arte; en ' 'otros casos, la superficie vejigada "se convierte en el sitio de una "exhalación sanguínea que, ya pa-"rece debida al exceso ele la infla-"mación ú otras veces es del todo "pasiva.»

Un poco más adelante: «El efecto irritante de los ve j -

igatorios e< mucho más marcado «todavía en el hombre enfermo, y «presa de la fiebre, por lo que no «so ha recurrido generalmedte á «los vejigatorios, en las enferme-edades agudas, sino cuando las

tor habla de losaccidentes que pue-den complicar la aplicación ele los vejigatorios. Menciona la gangrena que, en los mnossobre todo, puede venir y traer el daño más fatal, y entonces es preciso emplear laqui-

«garía todavía al estado febril y «hasta podría, en ciertos casos, «determinar movimientos convul-"sivos, como ya he visto ejem-«plos.»

Después ile haber hablado de los na, el alcanfor, etc., para combatir j vejigatorios en el tifo, el autor ha-una enfermedad engendrada por ¡ce la reflexión siguiente: la imprudencia del médico.

"Algunas veces, dice todavía y "sin causa apreciable." (¡Cómo sin

«En general, el inconveniente «que se les reprocha en este caso, «es el de determinar escaras v úl-

causa apreciable! ¡sois candoroso! j «fferas difíciles ele curar, que retar-¡pero esta causa deberíais c.onpcer-! «dan las convalecencias; pero aún la. Sr. Guersenti) "la llaga del' ve- ; «cuando este reproche estuviese

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"fundado, ¿qué importa lo largo "de la convalecencia en una enfer-"medad grave? Lo importante es '••curar, y ¿nó es probable que esas ' alteraciones locales, producidas "artificialmente, pueden "concurrir " á ello?

¡Cuan tímido sois Sr. Guersent! la acción terapéutica del vejigato-rio, en este caso, es solamente «probable.» ella puede solamente concurrir á la curación. Se vé que no estáis seguro; pero describís de una manera tan segura los incon-venientes, que me veo forzado á perdonaros.

Finalmente, decís: "El práctico no debe jamás per-

"der de vista, que en todos los ca-nsos de flegmasías, la reacción pro-d u c i d a por el vejigatorio, tiende "siempre á despertar la inflama-c i ó n , si no lia sido suficientemen-t e combatida. Esto se observa á "menudo en la mayor parte de las "flegmasías membranosas, como "la meningitis, la pleuresía y la pe-r i ton i t i s . "

Vuestra intención es muy bue-na, Sr. Guersent, y vuestros con-sejos excelentes; pero desgraciada-mente, los prácticos á quienes os dirigís, tienen oídos y no oyen; una piel y no la atormentan; ¡vejigato-rios y no se los aplican!

El profesor Trousseau, después de haber hablado de los accidentes

que puede producir la aplicación sobre la piel, de ciertas substan-cias medicinales, agrega:

"Cuantas veces, en el hospital ó "en la práctica civil, vemos á los "pobresniñosadquirir ecemas agu-d o s , simples óimpetiginosos, con-secuenc ia de la aplicación de u n ' "vejigatorio volante que una pul-"monía había hecho necesario, co-"munmente la enfermedad de la "piel, reviste una forma crónica. "Se puede entonces establecer for-m a l m e n t e , que «el vejigatorio, es " á menudo causa de erupcio-n e s . » Hemos, OBEDECIENDO A "LA RUTINA Y AUN A LAS TEO-"RIAS, aplicado vejigatorios de una "manera estable, hemos tenido "frecuentemente que arrepentimos "y raras veces que alabarnos.

«Obedeciendo á la rutina.» Có-mo. ¿un profesor obedece á la ru-tina?

«Aun á las teorías....» ¡Esta con-cesión tiene el aire de ser hecha á los colegas, alzando los hombros! ¡Verdaderamente la confesión es muy sincera, humilde y entera, para no merecer dos absolucio-nes!

«Grandes vejigatorios aplicados «en las regiones de la piel escari-«fiada, dice el profesorBouilland, «determinan de una manera casi «constante, una albuminuria, más «ó menos abundante.»

¿Qué hay en ello de sorprenden-te? ¡la cantárida produce esto en un hombre sano! Pero es verdad que no lo sabéis.

«No siempre se aplicarán impu-«nemente vejigatorios de dimen-«siones muy grandes en la piel, di-«ce Fabre en su Tratado de mate-«ria médica y de terapéutica, por-«que en los sujetos débiles, sobre «todo, podrían resultar accidentes «muy graves por el hecho de u n a j «grandísima absorción.»

Por tanto, éste prohibe aplicar vejigatorios á los sujetos débiles; Guersent decía há poco que no se deberían emplear sino cuando las fuerzas están «muy disminuidas y en la declinación cíe las enferme-dades.»

¿Cuándo, pues, podrán enten-derse esos caros colegas?

Todavía Trousseau: «Además de su acción tópica,

«dice, el vejigatorio ejerce además «una que es «general,» y que de-«pende, por una parte, de la reac-c i ó n causada por la inflamación «de la piel,y porla otra déla «reab-«sorción de un elemento irritan te, | «que circulando con la sangre, val «á estimular los diversos tejidos1

«de la economía. Esta absorción1

«del principio activo de las cantó-' «ridas, está demostrada, como to-«do el mundo sabe, por los acci-«dentes, que la aplicación de los

«vejigatorios causa en los ríñones, «en la vejiga, etc.»

¿Habéis oído? ¿Dudáis todavía de la absorción

ele la cantárida?

Tengo á mi disposición todavía muchas preciosas enseñanzas, de-bidas á la pluma de autores muy recomendables, tales como Mor-gagni, Ambrosio Paré, los profeso-res Recamier y Velpeau, Valleix. Morel-Lavallée, Bouchardat, De-vergie, etc., pero es preciso dete-nerme, y enviar ásus obras álosque quieran tener mayores detalles.

Lo que importa para nosotros comprobar bien, es que, recogien-do todos los fenómenos que ellos atribuyen á la absorción de la can-tárida. y reuniendo todos esos co-loridos en un cuadro particular, se obtendría la fisonomía perfecta de ése medicamento. Ahora, notad bien que todas esas confesiones no pueden ser considerad as* corno fan-tasías dignas, á lo más, de atrave-sar el cerebro de un homeópata: estas son las confesiones de vues-tros maestros, de los profesores de vuestra vieja escuela, confesiones que deben helar en vuestros labios desdeñosos la sonrisa de la incre-dulidad. confesiones que debéis acoger, como Moisés acogió en la montaña las Tablas de la antigua ley.

Divertios, pues, aplicando

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siempre vejigatorios, y cuando al-guno de sus accidentes estalle y ven-ga á complicar á la enfermedad, os sorprendereis de ese fenómeno, y preguutaréis candorosamente de dónde puede venir.

Y entonces, seréis semejantes á un jardinero que se admirase de ver nacer legumbres en un pedazo de tierra en la que no hubiera arro-jado semilla.—Me equivoco—en donde él hubiera sembrado algu-nos días antes.

Recuerdo haber leído en un au-tor antiguo, en el artículo «Gastri-tis, » que el estómago es como los médicos; cuando él está enfermo, no quiere remedios.

Los médicos; en efecto, son muy malos prácticos para los farmacéu-ticos; ellos les dejan sus medica-mentos, pero sobre todo sus veji-ga torios. ¡Pródigos de ese medio para con sus enfermos, ellos se guardan bien de ensuciar su piel, ni la de su mujer, ni la de sus hi-jos! Esto es bueno para entretener á los imbéciles.

Un día, nn médico célebre gra-vemente enfermo,hizo llamará dos colegas para que lo asistieran. Des-pués de su consulta, viendo que le iban á aplicar vejigatorios: «¿me tomáis por un cliente?» les dijo con indignación.

El doctor Chapinan refiere el he-cho de un abogado de Londres,

orador distinguido, que tenía la costumbre de hacerse aplicar un vejigatorio siempre que iba á subir á la tribuna. El medio es ingenio-so, ignoraba aún que la cantárida encerrase el estimulante de la elo-cuencia.

Pero, avancemos todavía en el campo de nuestra discusión. Cave-mos más profundamente el surco de la vieja preocupación, y veamos si podemos hallar la raíz del pre-tendido progreso.

En el centro de la llaga causada por el vejigatorio, pongamos lo que s ' llama un guisante de iris, prac-tiquemos una compresión melódi-ca sobre ese cuerpo extraño, por medio de una venda ó de un «aprie-ta-brazo,» y llegaremos á la pro-ducción de un ORGANO NUEVO!! del más hermoso progreso médico! de un CAUTERIO!!!

Para cavar este nuevo órgano en el tejido de la piel, otros mu-chos medios pueden servir de pun-zón. El hierro candente, la acción fagedénica del calor, producida por substancias combustibles, los agen-tes químico- ó medicinales, como el ácido nítrico y sulfúrico, la po-tasa cáustica pura, el amoniaco, el tártaro emético, el cloruro de anti-monio. la pomada arsenical, etc.. elc-

h e aquí al exutorio establecido, hé aquí e; caño infecto por el que

deben correr toda clase de enfer-medades. hé aquí á la fuente de las ilusiones, tan caras á los médi-c o s - ó más bien tan "caras, ' á los enfermos.

Los cauterios fueron conocidos de los antiguos. Los médicos de la Escuela griega usaban de ellos muy frecuentemente. Los excuso y les perdono de todo corazón. En aque-llos tiempos no se conocía el va-por. los ferrocarriles, los buques de hélice, el heliógrafo, la galva-noplastia, la telegrafía elctrica, etc. Los pasos eran lentos en las gran-des vías decomunicación, la indus-tria era lánguida, el pensamiento dormía helado en el cerebro de ca-da pueblo, la circulación del pro-greso estaba todavía adormecida en las frías arterias de la sociedad. ¡Pero en pleno siglo XIX! en el que estalla ese progreso é irradia en to-do el universo, ¿os atrevéis á ha-blar de exutorios, ele cauterios? ¿En dónde estamos, pues, gran Dios?

Quiero hacer mi confesión, y me atreveré á hacerla con la humildad y arrepentimiento de un pecador.

En el tiempo en que ejercía la vieja medicina, ningún médico era más partidario que yo de los exu-torios. A propósito de nada, acon-sejaba un vejigs torio ó vejigato-rios; en toda enfermedad crónica aplicaba un cauterio, y esto lo ha-

cía con ¡a más grande tranquilidad de conciencia. No hicemucha-san-grías. Tritler me hubiera llamado

¡ con toda justicia hemáfobo; pero para purgar, aplicar vejigatorios, cauterizar, había liega do á ser un maestro muy hábil; ciertamente. Galeno hubiera podido contarme eri el número de sus más celosos discípulos, y hubiera sido digno de entrar á la docta facultad de Mo-lière.

¡A cuántos horadé frecuente-mente la piel! Ya era un anciano á quien quería destilar los humores, ya un niño á quien quería purifi-car el temperamento: otras veces era un hidrópico, á quien quería secar, ó un tisico, á quien trabajaba el pecho para fundir los tubérculos, algunas veces eran sordos y ciegos; que creían en un milagro próximo, cuando estaban provistos del muy poderoso exutorio.

¡Oh! ¡todos vosotros!cuyo orga-nismo semejante á una barra °de acero imantada lleva por armadu-ra un pérfido exutorio; voz, joven, que dais á las llagas de vuestro pe-cho su cuenta de cada día; voso-tras, madres crueles, que ahogais los gritos de vuestros hijos cuando curáis su brazo enflaquecido por esa úlcera artificial; vosotras, jóve-nes, que alimentáis en el secreto del tocador á un sucio é infecto cauterio, creyendo conservar así

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«cada día, entré los médicos. iJolly; « en un artículo sobre ía escrófula, c dice que. muchas veces, los cáll-etenos le han parecido ocasionar <á esta ,enfermedad, pero no cu-rrarla.»,

Podría citaros todavía Otras mu-, chas confesiones muy poderosas: tales, como las de Guersent, Vel-peau, Piorry, etc.pero. os haga gra-cia de ello

Penetremos, en fin, hasta la úl-tima capa de la piel, y establezca-mos al bárbaro sedal.

El sedal consiste en una mecha de algodón ó de seda, que se des-l i z a debajo de la piel, por medio de una incisión.

Esta vez la maniobra es más profunda, persigue al enemigo has-ta sus últimos atrincheramientos, va á atrapar á la enfermedad has-ta su más espesa muralla; el sedal ha avanzado todavía' algunos pa-sos más que.el .cauterio, en la es-cala del progreso. ,

El sedal es, .en efecto, el más sorprendente progreso de la medi-cina. Verdaderamente, es de sen-tirse que nuestro siglo, tan progre-sista, no pueda reclamar el honor de su invención.

El sedal, es por desgracia con-temporáneo de Galéno, quizá más viejo, que él. Los médicos griegos empleaban mechas de crines de caballo. Para establecer el sedal,

ellos se servían de tenazas cuyos frer.os-eran anchos. .aplastados y atravezados por un agujero en su centro. Pellizcaban ..entre los dos frenos á un .pliegue, ,de.la piel, in-troduciendo, en los agujeros un fie-rro al rojo, y pasaban en seguida la mecha. - • , • ,

Pero, hoy, el progreso hadado á ese procedimiento. , muy suaves y felices .modificaciones. Hay mechas

' de seda, ó listones de plomo lami-' nado. Para ahuecar el paso de la mecha, ¡ya no se empiea el fierro rojo, esto sería muy cruel. Se em-plea un bisturí que se mete en la base del pliegue de la piel, ó mejor un estilete de.punta, lanceada, ó la lámina ancha de una aguja que lle-va la mecha. | i ;

Para verificar la curación del |Sedal, se. retira,un poco el listón, y se corta toda la parte, manchada por la supuración: y notad'bien que, esta operación tiene lugar, á lo me-nos una vez al día. , • ¡¡.¡He aquí al progreso!!! ¡He aquí el drenaje de los estanques pato-lógicos!BiHe aquí á la verdadera go-tera de la revulsión! , .

El medio est¿i admirablemente hallado para herir la imaginación

¡del buen pueblo,.quien siempre ha | sido la.víctima de • culpables expe-riencias. ,E1 vulgo siempre ha que-

j i d o ser engañado: «Vulgus vult decipi.» dijo no sé que filósofo. El

enfermo se imagina que, al cortar una parte de la mecha del sedal, las ''tijeras' le recortan diariamente, algunos centímetros de su enfer-medad. Eí éstá contento, espicho-so, coñio él qué, nutriendo -á una solitaria, se felicita siempre que arroja algunos listones- de su- fatal parásito. Eéto corre bien, supura bien, el enfermó pronto se secará.

¡Oh siglo del progreso! ¡ilusión de ilusiones! •

¡Oh todos vosotros que hacéis, ú os dejáis hacer sedales, quien quie-ra que seáis, no puedo saber la do-Sis de vuestro espíritu, pero os.lo aseguro, el reino de los cielos os pertenece!

En él día del Juicio, á lo menos , tendré el consuelo de no ver, en la balanza dé mis pecados, el de ha-ber hecho un sedal á ninguno de mis enférmos. Pero si nunca los he aplicado, he curado muchos, en los hospitales. Ya se ponían en la nuca para disipar una amau-rosis, ó una afección crónica dé la nariz ó de las orejas; ya en el c.órazóri, para pulir sus válvulas y limpiar sufe rodajes.; en Otras, re-giones, para extraer un vicio orgá-nico del hígado, de los pulmones, de las articulaciones, ó para secar alguna hidropesía. Todavía me acuerdo de la primera vez que hice esa curación, sufrí tanto¡ Como el

enfermó. Se indignó mi corazón, y

me prometí no cometer nunca ese crimen de lesa humanidad. Tengo el consuelo [de no haber faltado á mi promesa.

He aquí, uná' ídea qué quisiera realizar.

Sí, por una investigación gene-ral, se examinara á todos los en-fermos que hubiese, en este mo-mento, atacados de una enferme-dad, crónica, se reunirían muchos, sin duda, y, en su número, se ha-llaría una muy buena cantidad de médicos, ¡Estoy seguro de que se descubriría una hermosa colección de sedales ocultos, pero en los mé-dicos ninguno. ¡Vamos, esto es bueno para los clientes!

Todavía algunas citas forzadas, todavía un acto de ésta comedia representado en la Academia el K de Enero de 1856'. La misma es-cena. los mismos personajes.

Malgaigne: «El sedal conviene cuando no

«s,e sabe lo que se va á hacer, y «conviene aún, cuándo se ignora que hacer. >

Heaquí una bula fulmi-nante!... y lanzada del Vati-cano alopático.

¡Mas, no es ésto todo, escu-chad!

Más adelante, el satírico profe-sor agrega:

. "Se discutía en la Facultad, ba-ñ e algunos días, el asunto de una

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"memoria para el premio Corvisart. "Yo propuse el seda): ¿Y en don-"de queréis que se estudie esto? se "me objetó, ¿acaso en vuestro ser-!

''vicio? Oh! no! Mis cole-"gas dieron respuestas análogas á "las mías. Uno solo me confió que "él lo aplicaba algunas veces, pero "me prohibió el nombrarle,amena-"zándome'eon desmentirme." (Lar-"ga hilaridad.)

"Para no exponerme, callaré su "nombre. No es. dice, que yo crea "mucho en ello, pero es un'medio "que obra sobre la imaginación de "los enfermos: produce un efecto '•-moral." (Risas).

Quien quiera que sea ese prác-tico desconocido, bien merecía una cinta roja en su ojal. «¡O come-diante! diría ese propietario ale-mán que había consultado á tan-tos médicos.

En fin. el sábio académico se dirige á la generación nueva dejó-venes médicos, y les dice:

"Como M Bouvier, me dirijo '•para obtener nuevas luces, á los '•miembros de la Academia, pero «másalláde la Academia veo á una generación nueva, y le digo tam-"bién:

"Buscad, no creáis nunca bajo "palabra. Ved, pensad por voso-t r o s mismos; no deis fe sino á la "experiencia; id al servicio de M. "Bouvier. y ved lo que él obtiene

"del sedal; pero, sabedlo, ese mis-"mo Bouvier no sabe en este mo-"mento «ni por qué, ni cuándo ni "cómo se debe servir de ese me-"dió;» y lo que lo prueba, es que "él apela á mí para decirlo, apela-"ción, por cierto, desesperada.»

Escuchad, jóvenes médicos, la voz de vuestro profesor; ¿será la voz que clama en el desierto?

Escuchad aún á Piorry:

"El efecto que causan—dice ha-' blando de todos los abusos de la "revulsión,—hace olvidar á los do-l o r e s menos vivos, que antes ha-"bían tenido lugar. Esta es una ac-c i ó n ejercida sobre la moral del "enfermo, que aleja su atención y "termina por distraerle de su do-lor.»

Como conciliar, con estas pala-bras, el anatema lanzado por el profesor contra todos esos medios. Porque después del discurso más elocuente, en el cual levanta la voz contra todos esos abusos, excla-ma:

"Me pregunto si el médico no "podría ser menos cruel, si no de-"bería tener más en cuenta al do-"lor, si á los ojos del médico las "formas son indiferentes; si «para "ellos mismos.» serían tan pródi-g o s en exu torios, como lo son pa-t a con sus enfermos?»

Conciliad, si queréis, estos dos

fragmentos de un mismo discur-so.

«!0h Comediante!» Ahora bien, todas las sesiones

de esas discusiones académicas, se han publicado en los periódicos alopáticos, y se continuará, no obs-tante, aplicando vejigatorios, cau-terios y sedales.

Peor para los pobres enfermos, pero peor también para los médi-cos, cuya conciencia ligera conti-nuará trasgrediendo las leyes de-cretadas por el concilio Académi-co; porque todos esos borrones, todos esos anatemas, emanando de tan altas autoridades, deberían, — á lo menos para ellos,—tener fuerza de ley.

En el siglo del progreso,—pues-to que no sabéis hablar más que progreso,—¿no halláis, pues, para entretener á los enfermos más que medios tan crueles y tan bárbaros?

1 faced revivir á Chapelain, y os dirá: UN CAUTERIO! UN SE-UAL! cjOh: peluca, amiga mía!

«¿Has vivido tanto, sólo para es-ta infamia?»

¿No podríais, como los homeó-patas, distraer á vuestros clientes haciendo juegos de escamoteo con los glóbulos? ¿No tenéis, para aca-riciar á su imaginación, el polvo blanco y el agua clara de esos char-latanes?

Que la vieja generación arrastre aún sus pasos en el sendero de las preocupaciones, hinchándose de-bajo del bastón de la rutina, lo comprendo y lo perdono. Pero, vosotros, jóvenes médicos, cuva misión es llevar á las familias llo-rosas el bálsamo y el perfume del consuelo, ¿vais á dejar vuestro co-razón en las salas de disección, y á torturar fríamente y "según el arte." á las pobres víctimas que imploran los socorros de vuestro apostolado?

Pase todavía si todos esos me-dios fuesen entretenimientos para la imaginación y juguetes para los niños; pero para nada tenéis en cuenta al dolor, á las hemorragias, al infarto de los ganglios vecinos, á la lesión de las ramas nerviosas, al tétanos que puede sobrevenir; á la erisipela, á los abscesos, á la gangrena, consecutivos, etc..? ¡Yen todo esto no veis más que efectos

¡morales! Imitad, pues.la franqueza de Marchal (de Calvi.) ved lo que escribió en su resúmen sobre esta cuestión:

"Malgaigne tiene sobrada razón, "dice, el sedal es un medio ruti-n e r o , aplicado las más veces sin "discernimiento y sin indicación "precisa, no teniendo OTROS "EFECTOS sino el dolor, la torlu-"ra que siempre ocasiona, y los ac-

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cid en tes que provoca algunas ve-ces. »

"¿Conocéis la manera como Ma-gendie se conducía en las consul-tas? .

por los médicos dé ésós'páísés'ercn donde no ha pehelraclo ;aún vues*s-tro progreso. Comprendo' que!'.-at*:-gún enfermó caído ef i ' lá :désespp*;-ración ó en el fanatismo dé • unu

Viendo un día que un colega es- ¡ Alucio Scévola,' sé enfcréténga,!-taba por los vejigatorios votras su-percherías semejantes: «¡Macedlo, si ésto os divierte! »

como, por ejemplo,'- Hady-Amedj: ex-be.y de Constantihki—en tòrtuf-rarse la piel con rayas" de' fuego;:

¿Qué hubierais dicho, si hubié- pero, en Frància, semejantes tor-ráis sido el enfermo, y si hubiérais oído estas palabras?

mentos deberían1 estar proscritos, v esas ideas deberían ser desterra-

Pero, es preciso convenir, todos das de todo cerebro médianamen-esos jus tos y severos preceptos, j te organizádó.

A aquellos que si ti énibargo, de-seen conocer á la móxa, y estén tentados en ensayarla, me conten-taré con decirles:

La moxa es un pequeño cono ó

emanando de la boca ó de la plu-ma dé los maestros de la ciencia, no se dirigen á la joven generación médica, y no están reservados sino á algunos viejos prácticos, entor-pecidos en el carril de la rutina. Conozco á muchos jóvenes nueva-mente salidos de las escuelas que, á este respecto, tienen las ideas, más progresistas. Cuando consien-len en éí vejigatorio, no es más que para ilusionar al enfermo y á los que le rodean, pero no piensan ñi en los cauterios, ni en ¡os seda-les, ni en las moxas^ ni en otros medios tan insensatos.

¿Hablaré de este último, de las moxas? ¿Hay todavía algún médi-co que emplee esta tortura como pretendido revulsivo?

Comprendo que, semejante ins-trumento de dolor, nacido en Chi-na y en el ¿Japón, sea empleado

cilindro formado con algodón, o cualquiera otra niateria combusti-ble. Se le aplica sobre la piel, por su base, y se la 'enciende • por la punta;á medida que avanza la com-bustión, el calor se hace-más vivo; se oye ¿rugir la épidéhnis; la piel se arruga, sé pone amarilla, se aza y termina por' tomar un tinte car-bonoso.

¿Qué os pnréce? Un 'enfermo, ante un cirujano que le viene á proponer semejante suplicio, debe-ría preferir hallar en el bosque á un ladrón que, poniéndole la pis-to a al cuello, le pidiere la bolsa ó la vida.

Muv á menudo he oído decir.

ha.'«¡hablando de ciertos remedios bár-bares; « Este es un remedio de ca-

/»••• hallo.» Siempre he tenido á eMa ¡ 1 alocución, como demasiado exage-

rada.

Probad me, en efecto, que los i ^ animales sean más maltratados que

ios hombres, y que ios Veterinarios sean más crueles y más temidos que los médicos. ¿La medicina hu-mana es más suave que la medici-na hípica? Los hombres, bajo el aspecto patológico, son por el con-trario cien veces más infelices que los caballos. Sus enfermedades son mucho más largas, mas frecuentes, y sobre todo, mucho nlás compli-cadas. ¿Conocéis muchos caballos que tomen aceite de hígado de ba-calao?,. ¿Hallaréis muchos caballos llevando, tanto tiempo como vos-otros, un abominable cauterio? ¿Acostumbraríais á muchos caba-llos á una paciencia tal, que quisie-ran: soportar todas las torturas que os impone vuestro doctor?

¡No! el caballo no es tan desdi-chado,ni tan imbécil como lo créeis. Para él, un lobo es un lobo, y no Un médico.. Desconfia, y no se en-trega á él, como un ciego. Por lo que, algunas veces, menos compla-ciente que vosotros, el astuto cor-cel. /

le tira una patada. Que .le pone en mermelada La. mandíbula*y los dientes.

He aquí un hecho que prueba, por sí solo.que los animales no son más maltratados que los hombres.

Me acordaré toda mi vida. Aten-día á un niño como de diez años, estaba atacado ele una fiebre ver-minosa. Yo estaba en ios princi-pios ele mi práctica, y ciertamente estaba muy lejos de pensar en la Homeopatía.

El niño rehusó constantemente tomar las pociones negras y nau-seabundas que yo le hacía prepa-rar; ni mi paciencia en cada una de mis frecuentes visitas, ni la so-licitud de -sus desolados padres, pudieron vencer su obstinación á rechazar todo remedio.

Un viejo práctico fué llamado en consulta. El miserable, toman-do la. última mirada por un síntoma de compresión cerebral, y el estertor ele la agonía por un atascamiento pulmonar, prescribió el emético para hacerle vomitar, y un ancho vejigatorio sobre tóela la extensión de la cabeza. El cuero cabelludo fué razurado, y se aplicó el emplasto.

En vano me revelé confodas mis fuerzas contra la barbarie de ese viejo — la familia , empeñada— según la expresión* ele Sgaanello— «en tomarle por un hábil hombre.» consintió en esta maniobra salva-

j j e . y e l n i ñ o expiró, en medio de las más crueles torturas.

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2 9 6 BIBLIOTECA DE

¡Oh! sombra de Ambrosio Paré!! «Es una gran tristeza, decía el

consultor de Callos IX, el ver al médico torturar tanto á la víctima. Es de un mal cristiano hacerla su-frir tanto.»

Abrazando con un golpe de vis-ta sintético nuestras tres últimas conferencias; ¿qué descubrimos'? ¿Cuáles son las baterías de la vie-ja medicina? Hélas aquí:

Sangrías, sanguijuelas, purgan-tes, vomitivos, vejigatorios, caute-rios, sedales, moxaS, etc.

¡¡Y este es el progreso!! ¡Y para saber hacer «esto,» es

necesario barrer duran te ocho años, el polvo de los bancos de las es-cuelas! ¡y para tener el derecho de hacer "esto ," es necesario ser ba-chiller en letras, bachiller en cien-cias, doctor en medicina, y provis-to de un pergamino, que se llama diploma! ¡v para enseñar "ésto." es preciso tener una toga roja y una capa de armiño, y ser, en una cátedra tan elocuente como Cé-sar y Cicerón!

Pero «ésto» todo el mundo lo ha visto hacer, todo el mundo sabe hacerlo; una simple partera lo mis-mo que un doctor; un enfermero lo mismo que un profesor: y tuvo cien veces razón Goazet, de Tolo-sa, cuando al decir de Bordeu— pronunció un discurso público en el que avanzó que «en las enfer-

« E L P A Í S »

«médades ordinarias los enferme-t ros saben tanto como los íriédí-«cos, y que en las extraordinarias «no saben más que los enferme-ros. »

¡lié aquí el progreso!! ¡Trabajad, pues, durante treinta

años, y gastad toda vuestra juven-tud para llegar á eso!

¿Es preciso, entonces, para po-ner en juego el mecanismo de nues-tra terapéutica, ser un Sydenham ó un Barthez?¿Es preciso.pues,ser un Bossini o un Mozart, para mo-ver el mecanismo de un órgano de barbarie?

Decís que curáis con semejan-tes medios, entonces

Esperad y no os apresuréis por concluir, dejadme haceros conocer las opiniones de vuestros profeso-res. respecto á esta cuestión.

Guersent. después de haber ha-blado respectó á esos medios tera-péuticos, recomienda á los médi-cos una muy grande prudencia so-bre las conclusiones que deben sacar de los efectos qué ellos ob-

I tienen, y termina diciendo:

«Las ilusiones terapéuticas son «fáciles y numerosas, y muy áme-«nudo se es llevado á atribuir al «efecto de un medio insignificante, «ó algunas veces hasta nocivo, «las mutaciones favorables, que «son el resultado ó de una influen-«cia atmosférica, ó° de una impre-

CONFEBENC1AS SOBRE LA HOMEOPATÍA 2 9 7

"sión moral, ó de un esfuerzo es-p o n t á n e o de la naturaleza, que "cura algunas veces felizmente «á "pesar ele nuestros errores.» .

Velpeau, que sostuvo al sedal en los debates académicos, termi-nó por estar muy embarazado en su conclusión, y hablando del tra-tamiento de la amaurosis, dijo:

"Yo no empleo el sedal sino en "el caso en que la afección que de-t e r m i n a la amaurosis, está mal "definida»

"Yo sé que hay (hé aquí la es-p i n a ) una gran dificultad, la de "saber si, cuando una amaurosis "ha sido curada después de la "aplicación ele un sedal en la nu-"ca, es el sedal el que produce la "curación, ó si esta amaurosis de-P í a curarse sola, ó por el hecho "de la medicina que se empleó du-' rante la permanencia del sedal; "es ta dificultad ciertamente es in-"mensa , pero ella «pesa sobre to-"da la medicina, sobre todos los "medios terapéuticos, y creo "que si quisiera examinar de la "misma manera á todos los agen-t e s de c{ue dispone lá terapéuti-c a . quedarían muy pocos en la "ciencia, después de haber sufrido "semejantes pruebas.»

Curáis, decís, con semejantes medios.

Escuchad todavía estas peque-ñas sátiras que yo habría dejado

d o r m i r b a j o el velo de la mortifi-cación, si no me hubiéraisobligado á ser indiscreto:

"Siendo aún muy joven—escri-" b e nuestro jocoso Bordeu.áquien " m e gusta citar Uanto,—visitaba "en calidad ele cuarto médico á un "enfermo atacado ele fiebre, ele "dolor de costado, y de esputos "de sangre. Yo no tenía opinión "que ciar, fácilmente se compren-"de. Uno de nuestros tres consul-t a n t e s propuso una tercera san-"gría, (era el tercer día de la en-fermedad); el segundo propuso el "emético, combinado con una pur-"ga, y el tercero un vejigatorio en " las piernas. El debate no fuépe-"queño y ninguno quería ceder. "Hubiera jurado que todos tenían "tenían razón. En fin, se tendrá " t rabajo en creer que, por circuns-t a n c i a s inútiles de referir, esta "disputa interesó á cinco ó seis fa-m i l i a s numerosas, divididas, co-"mo IQSmédicos, y que pretendían "apoderarse del enfermo; ella du-r ó hasta pasado el séptimo cha ele "la enfermedad. Sin embargo, á "pesar de las terribles amenazas "de mis tres maestros, el enfermo, "reducido á la bebida y á la dieta, "sanó. Yo seguí esta curación, por-"que había quedado solo; la hallé "trazada en la escuela de Cos, y "exclamé: Esta es. pues. la ruta

"que es preciso seguir! >

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Todavía otra historia. £ n ésta el satírico profesor no teme nom-brar á los amores. Se trata de Sé-rane padre é hijo, médicos del hos-pital de Montpellier. El padre or-denaba siempre y para todo el emé-tico, con ó sin adición de dos on-zas de maná. La sangría era el gran caballo, de batalla del hijo. Sin embargo, continúa Borden: ••Los enfermos se aliviaban sin ser "sangrados, porque el viejo Séra-"ne no gustaba de la sangría,*y sin

bert? Escuchad todavía esta peque-ña anécdota, el modelo más per-fecto del escepticismo médico.

Un día llegó una dama á darle las gracias por haberla curado de una erupción.

—¿Yo os he cu ado de una erupción?

—Sí. doctor. —¡Vamos! estáis engañadamun-

ca he curado á ninguno de erup-ciones.

—Sr. doctor, os chanceáis. \ o

"tomarEmético, porque el joven soy la Sra. N , á quien habéis "Sérane había probado á su padre asistido el año pasado, de regreso "que ese remedio aumenta la in- jde Perigord, según vuestros con-"ílamación. Los enfermos se ali-jsejos, para afirmar mrcuración; ya. "viaban, y yo sacaba mi provecho. "Concluí, que las sangrías que Sé-"rane chico multiplicaba cuando •estaba solo, eran cuando menos

" tan inútiles como el emético rei-nan muuies como e. emetico r e i - ; o s | 0 | ) r o bará . • l e r a do. al que Sérane padre tenía! T l ,

lo veis, ya no hay erupción.

—Basta, basta, señora; os lo repito, yo no he curado jamás

¡erupciones; la primavera próxima

••tanta afición lié aquí dos hechos, sencillos,

" T : " , r 1 nero que hieren á la conciencia ¡Escuchad esta lamosa profe-¡ t J C , u 'L

sión de fe! •I Pero, no quiero terminar esta

"Declaro sin pasión, y con la jconferencia sin reproduciros este •modestia á la que me condenan

"mis débiles conocimientos, que, "cuando veo hacia atrás, tengo ¡ "vergüenza de haber insistido tan- j " to, ya en las sangrías, ya en los! "purgantes y eméticos.»

¡Pobre Borden! ¿puede decirse que no era hombre de progreso?

¿Habéis podado-mejor el árbol

enérgico testimonio de Marchal (de Calví.) Ningún académico, ningún Orador, ningún escritor moderno, ha zaherido con tanta elocuencia á la terapéutica de Galeno. Des-pués de haber sembrado la duda, con la más cáustica ironía, sobre los hechos de la curación,que Bou-

I vier pretendía haber obtenido por C<1J«WV..~ - j- — - | ¡«V.LUUUU ; " *

dermatológico que el célebre Ali- medio de sus sedales de hilos, apu-

cael hierro rojo sobre la vieja doc-trina.

"Los hechos que él alega, dice, "son ejemplos de esa deplorable "medicina que hh llamado «episó-d i c a , » que es la medicina de los "hospitales, que da á la sociedad "médicos obligados á comenzar su "educación médica á costa de los "enfermos, durante varios años "de tanteos, de ensayos, de azares-"y de reveses, en medio de lasan-p i e d a d e s del espíritu y de las an-g u s t i a s de la conciencia; medici-"na llamada clíníca, que se fija en "la enfermedad, en el episodio, en "el accidente actual, en 'la mam-tes tac ión del momento, y desa "tiende á la enfermedad misma; "medicina mentirosa, que se da "los humos de exactitud matemá-t i c a , sirviéndose de las cifras pa-t a demostrar curaciones «queson "desmentidas enseguida;» medici-'•'na de estuco, que extiende sobre "muros en ruina una capa de cal. "cuando era preciso reconstruir-t o s y renovarlo todo, piedras y "cimientos. Y no hay necesidad de "medirse en los términos, «en aten-"ción de que aquí se trata de to-d o el mundo, y no solamente de "un error personal.»

Ante este testimonio, estoy dis-gustado de ser homeópata.—Com-prended bien mi pensamiento:— ahora quisiera Jiac'erme alópata pa-

ra hacerme renegado mañana. El viejo campo está minado, puede saltar al primer i listante, ho habéis oído, se nos ha advertido, la mina va á estallar, uno de los generales ha «vendido la mecha!» Oh! qui-siera ser alópata para tener el gus-to de la deserción!

Todavía podréis obstinaros en citarme casos de curaciones, lo sé: pero aprended á interpretarlos.

Así. un doctor me decía un día: —Os aseguro que con cuatro ve jigatorios, curé á mi madre; con-denada á muerte, en junta de mé-dicos;—no lo duelo, le respondí, ésto prueba muy sencillamente, que la cantárida podía curar esta enfermedad, y si le hubierais dado ese medicamento al interior y en conveniente dosis, la curación hu-biera tenido lugar con seguridad y más agradablemente.

De esta manera es como todos los medios ó remedios aplicados sobre la piel son absorbidos y cu-ran las afecciones que le son se-mejantes. De este modo es como yo administro diariamente reme-

j dios por el método endérmico, asi es como son neutralizadas muy fá-

| cilmente. por fricciones cutáneas, i las enfermedades que son del do-minio de la quinina, del árnica, de la belladona, de la nuez vómica, etc.

Voy más lejos, y sorprenderé

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probablemente á m u c h s S personas

por esta aserción.

Hav casos en lo , que V« apHca-

el dar la cantárida al tonces, para Hacerla P « " nismo p o r v i a d e a b s o r c . ó n pod rn

servirme de su pomada, e n ^ C .

ción, ó del vejigatorio. ' ^ • • M,niP cip ser nonieopata,

ni un instante de se g sin transgredir la docinua .111 ii.uiag , espesor de «semejantes,» ni en el esp

un milímetro, sin correr e ¿ n e j o

de ser acusado de la mas pequeña j

apostasia.

Ya veis que no queremos con-denar ^ a inacción absoluta a la u£u<u a Anrovechamos, superficie cutanea. Ap o •

oeme, ¡ substancias var al organismo la» » medicinales h o m e o p a t í a s .

¡Pero los cauterios' ¡los sedales!

¡las moxas! ¡jamás, -más! Si el vejigatorio p u t o a se empleado en un caso tan raro, co m o u n eclipse total de sol la apli "actón de esos medios barbaros, no puede ser más posible, que Imadetención de ese astro en su carrera.

Pero decís aún, puesto que es-

tos medios no son medicamentos bien los podéis emplear , dando vuestros remedios que no podrán ser perturbados en su acción.

—Aún cuando esos medios fue-sen completamente inocentes y no peligrosos, yo nos los quisiera en ningún caso. ¿Qué váis á hacer con ellos desde el momen to que el remedio se encarga solo de la cu-ración? Decidme, ¿engancharíais un caballo á una locomotora?

No me habléis pues, d e progre-so, cuando os ocupáis en perfec-cionar la ballesta, y la azagaya, convencidos de que la pólvora, no durará mucho y que e s a s a rmas volverán.

No me habléis de progreso,cuan-do os asemejáis á esos Arabes que, en la batalla de Tchaldiram, se obs-tinaban en no batirse s ino con fle-chas contra los turcos q u e los ame-trallaban con sus cañones .

Si existen medios pa ra reempla-zar á la sangría y á las sanguijue-las, á los purgantes y á los vomi-tivos, á los vejigatorios y á. los cau-terios, á los sedales y á l as moxas; si aparte de vuéStras teor ías fantás-ticas de derivación y de revulsión, existe un principio, q u e vaya di-rectamente al fin. y m á s pronto, y más agradablemente que todos sus

rivales, estaremos en derecho de decir: ¡he aquí al progreso!

Sí, la Homeopatía, es.la medici-na del progreso, y la Alopatía, co-mo dice el jocoso Bordeu, es una

coqueta que, á medida que enve-jece, se pone adornos y atavíos; ella fué sencilla en su juventud, y he aquí, como la amó Hipócrates, su primer amante.

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probablemente á muchas personas por esta aserción.

Hay casos en los que yo aplica-rla un vejigatorio, ó vejigato-rios; aquellos^ en los cuales me sería «absolutamente imposible» el dar la cantárida al interior. En-tonces, para hacerla pasar al orga-nismo por vía de absorción, podría servirme de su pomada, en fric-ción, ó del vejigatorio, y sin dejar ni un instante de ser homeópata, sin transgredir la doctrina de los «semejantes,» ni en el espesor de un milímetro, sin correr el riesgo de ser acusado de la más pequeña apostasia.

Ya veis que no queremos con-denar á la inacción absoluta á la superficie cutánea. Aprovechamos, cuando es preciso, su poder absor-bente, y le damos la misión de lle-var al organismo las substancias medicinales homeopáticas.

¡Pero los cauterios! ¡los sedales! ¡las moxas! ¡jamás, gran Dios, ja-más! Si ei vejigatorio pudiera ser empleado en un caso tan raro, co-mo un eclipse total de sol, la apli-cación de esos medios bárbaros, no puede ser más posible, que una detención de ese astro en su carrera.

Pero decís aún, puesto que es-

tos medios no son medicamentos bien los podéis emplear, dando vuestros remedios que no podrán ser perturbados en su acción.

.—Aún cuando esos medios fue-sen completamente inocentes y no peligrosos, yo nos los quisiera en ningún caso. ¿Qué váis á hacer con ellos desde el momento que el remedio se encarga solo de la cu-ración? Decidme, ¿engancharíais un caballo á una locomotora?

No me habléis pues, ele progre-so, cuando os ocupáis en perfec-cionar la ballesta, y la azagaya, convencidos de que la pólvora, no . durará mucho y que esas armas volverán.

No me habléis de progreso,cuan-do os asemejáis á esos Arabes que, en la batalla de Tchaldiram, se obs-tinaban en no batirse sino con fle-chas contra los turcos que los ame-trallaban con sus cañones.

Si existen medios para reempla-zar á la sangría y á las sanguijue-las, á los purgantes y á los vomi-tivos, á los vejigatorios y á los cau-terios, á los sedales y á las moxas; si aparte de vuestras teorías fantás-ticas de derivación y de revulsión, existe un principio, que vaya di-rectamente al fin. y más pronto, y más agradablemente que todos sus

rivales, estaremos en derecho de decir: ¡he aquí al progreso!

Sí, la Homeopatía, es.la medici-na del progreso, y la Alopatía, co-mo dice el jocoso Bordeu, e? una

coqueta que, á medida que enve-jece, se pone adornos y atavíos; ella fué sencilla en su juventud, y he aquí, como la amó Hipócrates, su primer amante.

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D E C I M A S E X T A C O N F E R E N C I A .

EL MESIAS M _ LA MEDICINA.

En el reinado de Sajonia, no le-jos de Dresde, existe la pequeña ciudad de Meissen, situada en la confluencia del Elba y del Meissa; tiene la gloria de haber visto nacer á dos familias célebres, en los ana-les de la literatura y de la ciencia.

La primera de estas familias, es

la ele Schlegel. El primogénito,Elias, obtuvo por

sus obras, un rango honorable en-tre los poetas alemanes. Su sobri-no Agustín-Guillermo, se distinguió por sus obras literarias, y se atra-jo la atención ele Mme. Stael, de Goethe y de Schiller. En fin, Fede-rico se hizo notar, no solamente por sus trabajos históricos, sino también por sus poesías patrióti-

. cas. Las que compuso durante la invasión de los franceses en la Ger-mania,le merecieron el sobre nom-bre del «Tirteo d é l a Alemania.»

La otra familia es la de Hahne-mann; y, bajo este aspecto, la pe-queña Meissen será tan célebre co-

i mo el pequeño rincón del marEgéo que se gloría de haber visto nacer al inmortal Hipócrates.

^ n ese tiempo, es decir, hacía el año 1755, vivía en Meissen un pin-tor en porcelana, llamado Cristiano-GodofredoHahnemann. Empleado en una de las numerosas fábricas de esta pequeña ciudad, este obre-ro vivió del fruto de su trabajo. Nunca conoció la pobreza, pero tampoco la opulencia.

Toda su riqueza fué un hijo que; Dios le envió este año, y que fué pars él. primero, el objeto de una nueva solicitud, pero, después, el origen del más dulce consuelo.

A este niño sele llamó SAMUEL CRISTIANO FEDERICO HAHNE-MANN. Nació e l l 1 de Abril de 1755.

vCasi siempre los destellos de los primeros años presagian el medio dia y la noche de nuestra existen- j cía. El niño predice al hombre, i ce rno la flor predice al fruto.

Desde muy temprano el joven Samuel .indicó lo que serían, más tarde, su carácter y su espíritu. Desde luego mostró poca inclina-ción á los juegos de su edad; era como esos niños, á los que se les reprocha demasiada seriedad en sus maneras y en su talante.

La dulzura de su carácter en-cantaba á su familia, la bondad de su corazón radiaba en sus peque-ñas relaciones, y, cuando estaba solo, se le veía joresa del amor del estudio:

Franquiemos su infancia. Samuel Háhnemann entró en su

duodécimo año, y su espíritu Co-menzó á pedir una parte más gran-de de nutrición científica. Enton-ces se presentó á la escuela pro-vincial, en la que su actividad to-mó mayor incremento.

De una mirada, el doctor Mu-

11er, director de esta escuela, adi-vinó las cualidades y tendencias de su nuevo discípulo. Por lo que le dejó enteramente libre, para no contrariar su atracción particular, en la elección de sus lectu-ras, libre en la distribución de su tiempo, y libre, en todos los deta-lles de.su conducta.

La primera condición del des-arrollo del genio, es la libertad. El doctor Muller, debió felicitarse muy á menudo, de haber sabido comprenderlaatrace;ión ele Háhne-mann,vhaber libertado de los lazos de todo reglamento, á aquél que, más tarde, debía romper el nudo de las viejas preocupaciones. Sin embargo, la edad avanzaba, y

como todos los padres, vió G. Hah-nemann en su hijo, á un sucesor de su trabajo, y á un sostén en sus ancianos días.

¡Abrir una carrera liberal á Sa-muel! nunca el pobre padre pensó en ello. Para esto, 'era necesario ser rico, y él no lo era. Un día,de-cretó para sí, entre su paleta y su pincel, que su hijo sabía lo bastan-te para trabajar en su taller, y ser. como él, pintor en porcelana.

Pero los padres proponen y la Providencia dispone.

Por esto, Galeno no fué Arqui-tecto, como su padre Nicon; por esto, Barthez no fué. como su pa-dre, Ingeniero en puentes y calza-

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-cías; por esto el célebre médico de Napoleón I, nacido dos meses an-tes que Hahnemann, no fué Pro-curador, como su padre Corvisart.

El doctor Muller, se convirtió en la providencia del. joven Samuel; se opuso con todas sus fuerzas á las resoluciones .de su padre, y pa-ra fecundar el germen del genio, que él había entrevisto en las dis-posiciones del niño, se encargó de proveer á los gastos que debían ocasionar sus estudios.

En esta nueva atmósfera, la in-teligencia del joven se desarrolló rápidamente; tan rápidamente, que á la edad de catorce años, pudo reemplazar al profesor de griego en sus lecciones.

Pasemos por alto los detalles,— llegó un momento en el que, el dis-cípulo predestinado, terminó, sus estudios superiores, y en el que, debía lanzarse en una carrera li-beral.—Eligió la medicina. Su in-clinación lo llevaba á esta ciencia: la abrazó con ardor. Partió enton-ces para L e i p s i c k en 177o llevan-do en su bolsillo veinte ducados, que su padre le dio, sintiendo no poder enviarle más; esto es to-do lo que pudo recojer de su caja

agotada. , . ¡Veinte ducados! ¡es decir,un po-

co más de doscientos francos! es decir lo preciso para tener el tiem-po y el derecho de respirar algu-

nos días, el airede una nueva exis-tencia' Es decir, ni lo suficientepa-ra comprar los primeros frutos de independencia que todo bachiller se pone en la boca, al llegar a una Fa-cultad.

I Háhnemann hubiera podido de-cir como el filósofo de Priena, que llevaba todos sus bienes consigo, p o r q u e su bagaje y todos sus re-cursos consistían en saber el grie-ao el latín, el italiano, el francés v el inglés. Hé aquí el campo que e suministró durante dos anos Tradujo al alemán obras inglesas v francesas, y este trabajo, si no e hacia vivir con holgura, le impi-dió al menos morir de hambre .

Pero ¿cómo hacer frente a la vez á las exigencias de la vida ma-terial, v á la de los estudios médi-cos? Háhnemann piensa enrique-cer el presupuesto de sus minutos, aumentando al día las horas ele la noche. Vela cada tercer cha, y pa-ra alargar su vida y sus trabajos, emplea todos los medios ele lucha contra la fatiga y contra el sueno.

«Aquellos—dice uno de sus «biógrafos,—que al ver fumar casi «incesantemente al viejo doctor, «no han podido menos de observar »maliciosamente que él proscribe" «el uso del tabaco,deberían recor-» d a r q u e el pobre estudiante, que «esperaba del t rabajo de la noche e s u p a n del día siguiente, estaba

S S i e t e t t 1 ^ r " Í E lias

Quiera el cielo que todós los es-tudiantes, al retirarse de las Fa-cultades, pudieran reprocharse, co-mo Hahnemann, el no haber cul-tivado, en el jardín de las distrac-ciones, más que la planta del ta-baco!

¿Acaso no fué para su bien que la Providencia rehusó las riquezas al joven Samuel? I faced rico á ese

pita! de los monjes, v á ejercer medicina en la ciudad. la

Algún tiempo después, un favor inesperado le llamó á Hermanns-tadt El Gobernador de Transilva-nia l e ofreció, en esta ciudad á la vez una plaza ele bibliotecario v de médico privado.

Hahnemann sace> provecho de

joven de veinte años, dadle ¿i p o - l t u r a d ^ n • p a r a , a ' c u l "

< « de comprar todos los P . c e S , 1 ^ ^ — dadle bastante oro para ahogar, en su torrente, su vida, su tiempo v su inteligencia, y respondedme des-pués ele su porvenir! ¡A cuántos grandes hombres ha formado la pobreza! ¡A cuantos grandes hom-bres han sofocado las riquezas' El estudiante pobre, trabaja, y el que de esta manera adquiere eí hábito del trabajo, termina siempre por triunfar de las olas .de la desgra-cia, y llega al punto que le ha de-signado la Providencia.

Samuel tenía veintidós años cuando abandonó á Leipsick, pero su bolsillo muy vacío no fué sufi-ciente contra las eventualidades En tal virtud, al c a b o , de nueve anos partió de esta ciudad, y f u é á ver si en Hungría la fortuna' le era más propicia. En efecto, llegado á

y bien pronto el ciento del favor

le empujó sobre las . ol^s de una numerosa clientela.

Pero si la protección de un gran señor, puede saturar al amor pro-pio de un espíritu vulgar; si aún. en ciertas circunstancias, puede servir de diploma,ante Hahnemann perdió su prestigio y toda su altura El estudiante se sintió llamado á cokis más grandes. El debió en-tonces por la primera vez, oir la voz de su genio.

_Partió pues de Hermannstadt en 1 /79 , y fué á Erlangen, en donde presentó y .sostuvo su tesis inau-gural, y fué recibido doctor el 10 de Agosto de ese año.

Aquí comienza para eljoven doc-tor, un nuevo período d e s ú s emi-graciones. Cuando, hubo r e c i b i ó

61

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BIBLIOTECA DE « E L P A Í S »

,su título, fué sucesivamente á va-rias comarcas, dejándose conducir por el impulso de circunstancias ca-prichosas. Permaneció algún tiem-po en Hettstadt y en Dessau, en donde se entregó casi exclusiva-menté al estudio de 'la química, i

Ya haría diez y seis años que Hahnemann hacía sus peregrinacio-nes en los campos de la clientela,. Sé fijó un día en Gommern, cerca de .Magdeburgo. y allí en breve, se casó con la hija de un farmacéu-tico, llamada Enriqueta Kubhlér. Al cabo de dos oños, vino á Dres-de, en donde halló numerosos ami-gos. Entró en la intimidad dé las personas ijiás-influyentes, se for-mó uña brillante, clientela, y obtu-vo el afecto del doctor Wagher. primer médico de la ciudad, quien, para descansar de una larga en-fermedad, le confió,'con el asenti-miento del magistrado, las funcio-nes de médico en jefe de los hos-pitales. " /

Rodeado de circunstancias tan favorables, Hahnemann no hizo m a s que progresar, en la via del éxito. Pero nunca. 'sus numerosas ocupaciones clínicas, le impidieron entregarse á los trabajos del gabi-nete.

La crítica ha osad a. reprobarle el no saber química. Y fué por esa éptya, con intervalo de cuatro ó c i t í o años, cuando publicó una.do-

cena de opúsculos que presuponen todos los grandes conocimientos de la Química, de ja Física y de la Historia Natural.

Entonces, y durante sus expe-riencias químicas, fué cuando des-cubrió los nuevos medios^ para comprobar las talsificacionés|de los vinos, lo mismo que los envene-namientos por el arsénico-. Enton-ces también, fué cuando descubrió su precipitado mercurial, que tan-til la Alopatía como la Homeopatía emplean bajo el nombre de «mer-curio soluble» de Hanemanñ.¡Y se ha osado r(4procharle el no saber química! Pero se han levantado contra él.' acusaciones mucho más injustas; ya lo veréis.

Sin embargo, la reputación del joven doctor crecía diariamente. Todos los días la fortuna le conce-día más amplios favores, y ya ha-bía salido de los senderos frecuen-tados por las inteligencias ordina-rias. Llamado en 1791 por la so-ciedad académica-de Leipsick y por la Academia de ciencias de Mayen-ce, volvió á esta primera ciudad, en la que había hecho sus, prime-ros estudios serios.

Si recordamos con una dulce emoción, las circunstancias dicho-sas de nuéStr'a vida, esta emoción se hace mucho más notable, cuan-do se presentan á nuestro recuer-do, las horas de penas y sufrimien-

tos. ¡Cuánto perfume encierran las tribulaciones para el corazón! ¡Qué encanto encierran para el porvenir las pruebas del pasado! Recordad el discurso del héroeTroyano á sus compañeros, para levantar su va-lor^ y fortificar á su alma "contra las desgracias.

«Forsan et hoec olim me-minisse juvabit.»

De este hemistiquio, corren to-rrentes de persuación y de espe-ranza.

«Algún día estos recuerdos ten-drán encantos para vosotros.»

Hahnemann volvió á Leipsick. Esta ciudad, encierra una pequeña pieza que, en otro tiempo fué tes-tigo de las luchas del joven, con-tra la mala forfhna; una pequeña pieza,' cuyas paredes han sido de-positarías fie secretos muy amar-gos. Hoy, Hahnemann tampoco posee fortuna, pero posee una re-putación inmensa, y amigos en las más eleVadas regiones de la at-mósfera social. Ya no es el joven estudiante obscuro y desdichado, es el genio hecho hombre, adopta-do desde hace poco, por ese dios caprichoso, que se llama el Desti-no. y que le había maltratado hasta ese dia.

¡Qué contrasté entre el pasado y el presente!

¿Qué va á ser ahora el joven

su celo al cultivo de una vasta clien-tela? ¿Va á regar con sus sudores al árbol de la fortuna que da por frutos las riquezas y los honores? ¿Va á lanzarse á la vía árida que lleva á las cátedras de las Facul-tades?

¡No! Ya se elevó muy alto en el ho-

j rizonte de las ciencias médicas, en donde no vio pronto más que va-nidad. Penetró demasiado en el santuario hipocrático: ahí vió lo bastante, todos los vientos cié los sistemas que se chocan, se rom-pen y desaparecen, cediendo dia-r iamente el lugar álos nuevos,más ambiciosos; y por esta razón sale de ese templo, rompiendo á su an-tiguo ídolo, y ya no teniendo fe.

Hahnemann ya no cree en la me-dicina, la abandona: deja los sen-deros.de la práctica, y en medio de las olas de la ciencia médica, plega su vela y arroja él ancla, pa-ra permanecer estacionario en su iucredulidad.

Al tomar esta determinación, el joven doctor, obedece á la voz de su conciencia, y ese mismo dia, acerca sus labios á la copa de las tribulaciones, y toma su asiento, en el triste banquete dé los predes-tinados.

Desde ese día. toda felicidad le doctor? ¿Va á consagrar todo abandona, y los cuidados,la mise-

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3 0 8

Figuraos á on médico, habiendo practicado durante ocho años la medicina, v renunciando después, porque él no creía en ella, y re-nunciando en el momento en que sufren sus hijos, arrojando su ar-ma en el momento en que le es preciso combatir á los enemigos que vienen á atacar á su fami-lia.

En ese momento de mortal an-gustia, en ese momento de una solemne aspiración del socorro di-

ría y la pobreza no tardaron en lla-mar á la puerta de su hogar.

Hahnemann había tenido de En-riqueta Kuchler varios hijos. Fué una familia numerosa, mucho más numerosa, sobre todo, para el qué no es rico. Y ahora ¿qué fuente le va á calmar cuando ella tenga sed? ¿Qué cosecha va á alimentarla cuando tenga hambre?

Parece que el Génio, ya sea el de Newton ó el de Arquímides, no sa-be hacer semejantes cálculos.

El padre se entregó al trabajo vino pretiero callarme; quiero me para alimentar á sus hijos, y co- jor mostraros á Hahnemann solo, menzó de nuevo su antiguo oficio! sumergido en sus profundas medí-de traductor; de esta manera es j taciones, y elevando su oraciónar-eomo sacó el pan para sus hijos y j diente al Dios del consuelo y de la el consuelo de su espíritu En esta ¡ verdad. ¡Ved á un , médico en su época publicó todavía algunos!recogimiento, ved al padre en s ú "

upúsculos, fruto de sus vigilias y de sus constantes investigaciones. , Cuando las desgracias de la vi-

da llegan á asaltarnos, queremos más á los parientes y á los amigos para ayudarnos á soportarlas. Hah-nemann no tuvo este consuelo; sus amigos no comprendiéndolo, le ha-bían abandonado. Quedó sólo,ata-cado por la desgracia, pero nunca por el desaliento.

Mas, diariamente á una pena sucede otra pena; el sufrimiento viene á visitar la habitación dé aquel que ya no quería ser médico; sus hijos son atacados de graves "enfermedades.

amor, ved ámi s pensamientos ele-vándose al Cielo!

"¿En dónele hallar socorroscier-" tos? Por doquiera en mi derredor '"tinieblas y desierto. ¡Nada de ali-vio para mi corazón oprimido.!»

•'Ocho años de práctica ejercida "con la atención más escrupulosa, "me han hecho conocer la nada "de los métodos curativos ordina-r i o s . Demasiado sé, por mi triste "experiencia, lo que se debe espe-rar ete los preceptos de Jos »más •'grandes maestros.

"Sin embargo, tal vez está en la "naturaleza de la medicina, como "ya lo han dicho muchos grandes

"hombres, el no poder elevarse á "un grado mayor de certidumbre.

"¡Blasfemia! ¡Idea vergonzosa!... "¡Qué! la sabiduría infinita del Es-p í r i t u que anima el universo, no "habrá podido producir los medios

"de mitigar los sufrimientos cau-«i--"sados por las enfermedades, á las "que ella ha permitido vengan á

• "afligir á los hombres! ¡"La soberana bondad paternal

"de Aquel á quien ningún nombre "podría designar de una manera

* "digna de El, queprovée largamen-t e hasta á las necesidades de'los "animales invisibles para nosotros, "que derrama con profusión la vi-d a y el bienestar en toda la crea-c i ó n , sería capaz de un acto tirá-n i c o , y no hubiera querido que el "hombre hecho á su imagen y se-m e j a n z a pudiese, con el soplo di-t i n o que le penetra y le anima, "hallar en la inmensidad de las •'cosas creadas,los medios adecua-d l o s para desembarazar á sus her-m a n o s de sufrimientos frecuente-m e n t e peores que la misma muer-t e ! ¡El, el Padre ele todo lo que "existe, vería con sangre fría el "martirio al que las enfermedades "condenan á la más querida desús ''.criaturas, y no hubiera permitido "al genio del hombre, quien sin "embargo hace todo lo posible, "hallar una manera fácil y segura "ele considerar á l a s enfermedades

"bajo su verdadero punto de vis-t a , y de interrogar á los medica-m e n t o s para llegar á saber en "qué caso cada uno de ellos puede "ser útil, para suministrar un so "corro real y seguro!

"Renunciaría á todos los siste-m a s del metido antes que admi-t i r semejante blasfemia.

"¡No! Hay un Dios, un Dios bue-¡ "no, que es la Bondad y la Sabidu-! "ría mismas. Entonces, ¡¿debe ha-' I ber también, un medio creaefa por I "El. ele considerar á las en'ferme-| "dades, bajo su verdadero punto "ele vista, y ele curarlas con certe-••za; un medio que no esté oculto "en las abstracciones sin fin, y en "las hipótesis puramente imagina-"rias.

"¿Mas. por qué ese medio no se "ha encontrado desde hace veinte "ó veinticinco siglos, que hay hom-•'bres que se dicen médicos?

"Porqué estaba demasiado cer-d a y era demasiado fácil, perqué "no era preciso para llegar á él, ni "brillantes solismas, ni seductoras "hipótesis.

"¡Bien! Puesto que debe haber "un medio seguro y cierto de cu-"rar. como hay un Dios,el más sa-"bio v el mejórele los séres, aban-d o n a r é el campo ingrato de las "explicaciones mitológicas, ya no "escucharé las opiniones árbitra-t i a s . con cualquier arte que ellas

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3 1 0 BIBLIOTECADE «EL P A I S »

"hayan sido reducidas á sistemas, ''•ya no me inclinaré ante la auto-"ridad de los nombres célebres, pe-"ro buscaré muy cerca de mi, en "donde deba estar, ese medio, en "el que nadie ha pensado, porque "será muy seticilio,porque no pare-j e r a bastante sabio^orque no es-"tará rodeado de coronas para los "maestros en el arte de constrnir "hipótesis v abstracciones escolás-t i c a s . "

Hcfhnemann acaba de recibir la chispa de la inspiración divina. El buscará, y él hallará..... Está escri-to allá Arriba.

"He aquí, dice, la manera como "entré en esta vía nueva: Pensé, " tú debes observar la manera.co-"mo obran los medicamentos en "el cuerpo del hombre, cuando se "encuentra en el estad(f tranquilo "de la salud. Entonces, los cam-íbios que ellos determinan,no tie-

"nen lugar en vano, y deben cier-t a m e n t e significar alguna cosa; "porque sin esto, ¿por qué se ope-"rarían? Quizá esta es la única len-"gua, en la que ellos pueden ex-p r e s a r al observador, el objeto de "sú existencia."

Y este pensamiento, tan senci-llo y profundo, comenzó á fomen-tar en la cabeza del futuro refor-mador. Pues bien, un día, tradu-ciendo la i¡«Materia médica» ele Cullen. en el artículo «quina,»

Hahnemann observó los esfuerzos inútiles que hacía la ciencia para explicar la accióiyde este medica-mento tan rico y tan frecuente-mente empleado. Lamentó los va-nos sistemas inventados hasta hoy. para descubrir la virtud febrífuga de esta substancia. ¡Ni un sólo ra-yó de luz para alumbrar el abismo de esta cuestión, sin embargo tan sencilla!

Su partido está tomado. Hahne-mann va á llevar la antorcha á esas viejas tinieblas, y es sobre él mismo en el qne ya á hacer la primera experiencia, destinada á sondear el misterio.

Durante varios días se adminis-tra la quina. Su constitución es perfecta, su crisol fisiológico no puede defraudar á sus experien-cias, él espera.

Un día estalla un verdadero ac-ceso de fiebre. Primero es el frío, después el calor, después el sudor, en una palabra, los tres estados de un acceso ele fiebre se dibujan en su más pura manifestación.

Ante este hecho, Hahnemann ve levantarse delante el fantas-ma de la duda. Semejante al cie-go operado por el ilustre Chésel-

¡ den, se desvaneció con la luz sú-bita dé la verdad. Temiendo en-tonces ser el juguete de alguna pérfida ilusión, se apresura á co-municar su observación á sus co-

CONFERENCIAS SOBRELA HOMEOPATIA 3 1 1

legas, y les pide humildemente la interpretación. Unos le tratan de visionario, otros están seguros de que él está engañado, atribuyendo á la quina una fiebre, debida, sin duda, á otra causa. ¿En Francia, qué hubieran dicho nuestros aca-démicos? Todo lo hubieran atribui-do al azar de la locura.

¿Qué hacer en un dédalo tan obscuro, y cuál es el mejor reme-dio para salir de él? .

Este medio es muy sencillo. Hahnemann repite su .experien-cia El mismo resultado. La re-pite varias veces en algunas per-sonas adictas, y en las mejores condiciones El mismo resulta-do.

El hechoes entonces muy claro, muy seguro, muy verdadero. La quina no goza del poder de curar las fiebres, sino porque posée el de engéndrarlas.^

Si, lié aquí un hecho, pero de un hech9 particular á la generali-zación de un principio, hay toda-vía un abismo. Un principio no puede descansar sobre alguna ex-cepción caprichosa: es preciso para su proclamación un conjunto de hechos evidentes.

Hahnemann vá á salvar este abis-mo. Está dado el impulso, el salfc» será fácil.

• Somete, entonces, al testimonio de La experimentación en los hom-

bres sanos, á los medicamentos más conocidos, y más general-mente empleados, como: el azu-fre, el merciuio, la belladona, la nuez vómica, etc., y siempre ese testimonio viene á confirmar la verdad'del primer hecho.

Ahora, el génio ya no duda, sus ojos se han acostumbrado á la luz de la verdad. Como el ah-liguo legislador de los Hebreos, Ilahnerüann hirió sóbre la roca de la medicina, y ha brotado el manantial de la verdadera doctrina

Después de haber interrogado á la experimentación en el hom-bre sano, deb& interrogar á la experiencia en el hombre enfermo,

y ésto, fué lo que hizo. Aplicó á los niños y á otras personas la teoría de los semejantes,.y tuvo la fortuna de curarlas,

Desde este momento Hahne-mann levó el ancla que en otro tiempo había arrojado sóbrelas rocas de la incredulidad, y se em-barcó en el navio de la experimen-tación pura, para ir al descubri-miento de su nuevo mundo mé-dico.

Por medio p e l a experimenta-ción en el hombre sano, dibujó la fisonomía sintomática de muchos medicamentos; Unos totalmente desconocidos en la práctica, y otros, empleados solamente por el ciego empirismo.

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En el año de 1800 una terrible epidemia que asoló a u n a gran par-te de Alemania, favoreció losdes-eubrimientos parciales de Hahne4

mann. Experimentando la bella-dona, vió que es'e medicamento producía síntomas absolutamente semejantes á esta enfermedad epi-démica: inmediatamente tuvo la idèa de tratar á ésta por la bella-dona, y los resultados excedieron á sus esperanzas. Una especie ele intuición le aconsejó en seguida, el dar á varias personas este reme-dio á título de preservativo del azote, y fué bastante dichoso en comprobar, por la experiencia,que todas esas personas habían sido respetadas de la invasión epidé-mica.

El adquirió, por esto, la certi-dumbre de que la belladona es el preservativo de la escarlatina, con el mismo título que el virus vacu-no es el preservativo de la viruela.

Los médicos alópatas, á pesar de todo su desdén pornuestradoc-trina, no han dejado de apoderar-se de este descubrimiento, y de sacarle provecho.

Cuando Hahnemann quiso ma-nejar. por la primera vez, las pa-lancas de la nueva máquina que iba á poner en marcha sobre el riel del progreso; procedió con la más sabia prudencia. En sus primeros ensayos no dejó de rodearse de

todas las precauciones más minu-ciosas. Por tanto, ya dando reme-dios á hombres sanos, ó ya admi-nistrándolos á los enfermos, no empleó primero esos remedios, si-no en dosis muy pequeñas, á lin de evitar grandes desórdenes fisio-lógicos, ó agravaciones patológi-cas, demasiado estrepitosas. No empleaba, pues, sino dosis débiles y tenues, como aquellas de que se sirven los alópatas cuando aclmi-nistran substancias venenosas, co-mo el ácido arsenioso, la atropina, la morfmi?, la estricnina, etc.

Pero, bien pronto se apercibió Hahnemann de que, á pesar de es-ta precaución, las dosis frecuente-mente fatigaban á los enfermos, y producían aun agravaciones dema-siado violentas que él quería evi-tar. Por lal razón, disminuyó esas dosis, y de nuevo obtuvo las mis-mas perturbaciones vitales."

Llegó entonces, por la fuerza y el impulso de la observación, á no dar sino dosis debilitadas, y es la necesidad de una exactitud rigoro-rosa, en la apreciación de las can-tidades que él quería crear, la que le sugirió la idea de mezclar una gota de la «tintura madre» con al-cohol para las substanciassolubles, y Cometer á las insolubles al pro-cedimiento de la trituración. En una palabra, descubrió el meca-nismo de la dinamización de los

medicamentos, haciéndolos pasar por los grados infinitos de la divi-sibilidad de la materia.

Ya os he expuesto todos los detalles de esas diluciones en una Conferencia, por lo que estoy dis-pensado de volver á este asunto.

Hé aquí de qué manera Hahne-mann descubrió las dosis infini-tesimales, los glóbulos, de los que se ríe y de los que se burla la gen-te sin comprenderlos. ú;e apercibió de que los medicamentos así pre-parados adquirían propiedades nue-vas y hasta entonces desconocidas.

¿En qué enseñanza descansa en-tonces, la verdad de las dosis infi-nitesimales? En la experiencia y en la observación. No es Hahnemann quien ha hecho este descubrimien-to; la experiencia y la observación ¡ son quiénes lo han revelado. ¿Có-1 mo pues los incrédulos pueden! obstinarse en negar una enseñan- ' za tan solemne? ¡Sólo un ciego, es capaz de negar al Sol!

El padre de la nueva doctrina médica, abandonó entonces la vía de las antiguas teorías, y. sofocan-do del todo al «especifismo», vió que cada caso morboso se mani-festaba en su forma individual, y í[ue cada medicamento afectaba también, una forma característica. Desechando entonces, todas las vanas clasificaciones tradicionales, reconoció y proclamó, en patolo-

gía, la descentralización, y el indi-vidualismo más absoluto.

Hé aquí, á los elementos de la doctrina médica, á la que Hahne-mann dió el nombre de« Homeopa-tía. » palabra cuya etimología ya os di, en nuestras primeras conferen-cias.

Hé aquí, los cuatro elementos de nuestra doctrina; elementos constitutivos, que engendran á to-cios los principios secundarios, teó-ricos y prácticos, Tomad, si que-réis, la posición de una persona que se orienta en una carta geo-gráfica. Al norte colocad el princi-pio de los «semejantes.» Lab iú ju -la debe siempre dirigir al práctico hacia el polo, la aguja de la Clínica debe siempre indicarle ese punto y ese lin.

Colocad al S L R á la «experimen-tación pura,» al ESTE al «dinamis-mo» de los medicamentos, y al OESTE á la «individualización» de los casos morbosos, y así tendréis, los cuatro puntos cardinales de la H o r n e r a tía.

Sí, después de haber descubier-to su doctrina inmortal. Hahne-mann hubiera sido llamado por la muerte, no se hubiera llevado su secreto á la tumba, porque se hizo un escrúpulo ele conciencia, descu-brir sus ideas, y legarlas á la poste-ridad médica. Si. después de su descubrimiento, el lin ele su vida

62

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' \

hubiera sido marcado por ei dedo j sus ¡deas. ¿Había mil razones para de Dios ¡cuántos tormentos se hu- j desconfiar de los ofrecimientos que hiera evitado! Mas el reformador , alguno de ellos le hubiera hecho.

había mil razones, para repeler el debía vivir todavía/para cumplir su obra, y pasar por el fuego d é las tribulaciones. Ya lo sabéis, genio y desgracia, van siempre juntos.

Tan luego cómo Hahnemann hubo divulgado la solución del gran problema méd ico, las persecucio-nes estallaron por doquiera, sus amigos le abandonaron, los médi-cos publicaron que la razón se ha- ¡ n 0 h l l b , e r a d i s t n b u , c l ° s m o e t j c l ü e -

beso de algún Judas, que le hubie-ra vendido por menos de doce di-neros.

Suponed, en efecto, que Hahne-mann hubiese confiado sus prepa-raciones á uno de esos farmacéu-ticos. ¿qué hubiera resultado? Este

tes mentirosas. Todas las voces.del interés ahogan á la voz de la con-

hia divorciado dé su cerebro, y los, fanáticos alarmados, encendieron ¡ . contra él. el fuego más árdiente de | c i e n c , a ' e l e n f e n n o h u b i e r a s i d o

la oposición " ¡engañado, el médico hubiera sido

Tanto en Alemania como en I'"rancia, la distribución legal de los medicamentos,,está reservada á las oficinas farmacéuticas. No quiero examinar si los médicos no debe-rían poseer únicamente el derecho exclusivo y sagrado de recetar, de preparar y distribuir sus remedios; la ley ha hablado, «es duro, pero es la ley; «dura ¡ex, sed Sin embargo, es evidente, que Hahne-inann-, en las primeras experimen-taciones de su doctrina, debía ha-cer v dar él mismo sus medicamen-tos. Con toda evidencia, ningún farmacéutico era capaz de preparar sus recetas; con toda evidencia también, ningún farmacéutico era digno de su confianza, puesto que

xlos habían entrado en pugna coñ Ir

engañado,y todo ese comercio ver-gonzoso, no hubiera sido sino un múltiple robo, legalmente abrigado por una falsa etiqueta.

He aquí, ciertamente considera-ciones tan jui las como un axioma, tan claras como un rayo de la ver-dad; y sin embargo, todos losdías, son despreciadas; ésto está en el orden de las /:osas humanas. Hace como cuatro años que, en una ciu-dad de Francia, un médico homeó-pata fué atacado por los farmacéu-ticos, porque «daba glóbulos» á sus enfermos. En esta ciudad no existía; bien entendido, ninguna farmacia provista de medicamen-tos homeopáticos: el médico hacia venir sus remedios de una farma-cia especial de París. ¿Qué más po-

t i

día hacer? ¿Estaba obligado á sa- ; los. ¿No se ha visto y se verá ja-

más á una ley condenar á car el agua ele un pozo seco? ¡Ese proceso duró cuatro años! J á dar su dinero en cambio de

Alternativamente la leyera favcrra-l NADA?

Iguno •

ble al médico y á los farmacéuti-cos. En fin, últimamente, la Corte de Casación decidió: los farmacéu-ticos han ganado, y el médico fué condenado.

Sí, he aquí un proceso que, he-mos tenido la felicidad de perder.

¡Y ciertamente la FELICIDAD! No me he equivocado, y no tengo por qué cambiar mi expresión.

Y, en efecto, reflexionad un mo-mento. Ved á la Corte de Casación que, en una decisión suprema y sin apelación, condena á todo mé-dico homeópata á recetar, y á en-viar >,us recetas á un farmacéutico, como lo hacen los demás médicos. ¿Cuál es aquí la intención de la ley? Evidentemente es la de no privar á los farmacéuticos de la ganancia legal que les procura «la venta» de

La perdida de este proceso, es pues un triunfo positivo para la Homeopatía. ¿La Corte lo sabe? ¿Los. médicos alópatas lo saben?

• No, ellos no lo saben, puesto que se glorifican en sus periódicos de ese sublime triunfo..,

NECIOS!!!! Esta es,su segunda victoria de Heraclea

Sin embargo, los farmacéuticos persiguieron á Hahnemann con las armas de la ley, y se coligaron pa-ra ahngar el germen de la nueva doctrina. Por causa de esa? perse-cuciones. comienza aquí la nueva serie dé emigraciones de. nuestro maestro, de ciudad en ciudad.

En (¡eorgenthal fué don de sé pu-so en acción á la Homeopatía por vtiz primera. ¡Cuán orgullosa y al-tiva debe estar esta pequeña ciu-

los remedios. Ahora, ¿qué cosa es | dad. de haber sido el teatro de las una venta? Es, en los términos del Código Napoleón (art. 1582), una convención por la cual una perso-na se obliga á entregar una cosa? y otra á pagarla. En este caso, ¿qué dará el farmacéutico en cam-bio del dinero del cliente? Dará medicamentos homeopáticos. En-tonces los medicamentos homeo-páticos son ALGO, puesto que la

primeras maniobras del nuevo mé-todo médico! Siempre se acordará, de haber sido honrada, por el pri-mer rayo de la verdad.

Había, en ese tiempo, en un hos-pital de dementes, fundado por el duque Ernesto de Gotha, un litera-to llamado Klokenbring. á quien un epigrama de Kotzebue hizo per-der la razón. El médico ordinario.

ley dice que es «preciso» comprar- no pudo curarle.y todos los esluer-

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316 BIBLIOTECA UE «EL pAÍS»

/ o s délos principes alópatas habían sido impotentes, para devolver el equilibrio á esa hermosa inteligen-cia. Hahnemann dirigió su trata-miento sobre la causa que había producido esa enfermedad v obtu-vo un triunfo completo. Con este éxito, dio, á la vez, una lección á la vieja terapéutica, y demolió de antemano á las vanas objeciones dé nuestros enemigos, quienes nos acusan de no ejercer, sino la me-dicina sintomática, con detrimento v con desprecio de las causas radi-cales que producen las afecciones.

La rabia de la oposición persi-guió sucesivamente á nuestro maes-tro en Brunswick, en Keingslutter, en Hamburgo,en Eclemburgo y e n Torgau, hasta 1811, época en la que apareció en Leipsick por la tercera vez.

Hasta ese día, la vida de Hah-nemann se había deslizado, en cierto modo, en el retiro. En sus horas de tribulación, su espíritu nunca se entregó al desaliento. Ja-más perdió de vista, ni un instan-te, el lin que debería alcanzar. En 1810, el edificio que el tiempo de-bía conservar en vez de' destruirlo, surgió con sus fundamentos -sóli-dos, desafiando a todos ios viejos edificios d é l a s antiguas doctrinas. Al cabo de años de vigilias y ex-periencias, publicó la primera edi-ción de la exposición de su méto-

do.bajo el título de «Organon de la Medicina racional.»

Aquí, yo rne dirijo á los enemi-gos serios de la Homeopatía, y me contento con decirles: abrid ese li-bro, leed, meditad profundamente las verdades que él encierra, y ve-réis en seguida si vuestra hostili-

tsj

dad será siempre tan obstinada y tan amenazadora.

Se refiere que el célebre Boer-haávé había ordenado en su testa-mento que se quemasen todos sus escritos, con excepción de un li-bro dorado en los cantos, y cuida-dosamente encerrado en su secre-ter. A 1a muerte del profesor, fué grande el apresto de la curiosidad para romper los sellos que prote-gían al venerable in-folio. ¡El libro O ,

sagrado no contenia sino páginas en blanco! Solamente la primera tenía estas pálabras: «Conservad la cabeza fresca^ los pies calientes, el vientre libre, y burlaos de los médicos.»

Reservad, pues, quien quiera que seáis, reservad vuestras son-risas y vuestras chanzoneias para la primera página del libro deBoer-haave; avergouzáos si sois médico, y guardad el velo que esta sátira os arroja á la cara, hasta que vues-tra conciencia os lleve á hojear el «Organon de la medicina racional» en donde hallaréis la verdad.Apro-vechaos de este hecho, que es muy '

CONFERENCIAS SOBRE LA HOMEOPATIA 317

capaz de instruiros, por la ley de los contrastes.

El «Organon» de Hahnemann ha tenido varias ediciones alema-nas y francesas. Ya ha sido tradu-cido á todas las lenguas del mun-do civilizado, y ya no está en el poder de un Erostrato orgulloso quemar á ese bello monumento de las ciencias médicas.

Cuando, por la tercera vez, vol-vió Hahneman á Leipsick, ya no era ni el pobre estudiante ni el jo-ven doctor, era el MAESTRO, el gran jefe de una doctrina inmortal, el gran reformador de las viejas tradiciones médicas. Ya no era el humilde literato, perdido entre la multitud, el humilde traductor, per-dido en una bohardilla; era el ge-nio creador del verdadero código terapéutico.

Hahnemann produjo todavía otras obras que jamás perecerán. Sería muy largo enumerarlas, y so-bre todo, querer dar una idea por el análisis más breve. Mencione-mos solamente á sus «Tratados de las enfermedades crónicas,» y déla Materia Méd íca pura» Esta obra,que ya ha tenido muchas ediciones, es la más gigantesca que en la vida de un hombre se haya podido rea-lizar. Está compuesta de seis vo-lúmenes, y encierra como ochenta mil observaciones de síntomas va- j riados al infinito, y pudiendo su-

ministrar los cuadros más perfec-tos de las correspondientes enfer-medades. Agregad á todos esos materiales las nuevas piedras que los discípulos han llevado áese edi-ficio, y podréis formaros una idea de la riqueza de nuestra materia médica; riqueza que resaltará con toda la fuerza del contraste, si la comparáis á la materia médica an-tigua, que puede estar c o n t e n i d a -sátira aparte,—en la primera pági-na del mismo infolio de Boerhaá-ve.

Hasta 1820, Hahnemann reco-rrió, sin desaliento, la vía de su triste destino. Las olas de la opo-sición subían siempre con las olas de sus triunfos; pero siempre tran-quilo y firme contra el viento de la persecución, se contentaba con huir, é iba así de ciudad en ciudad á recoger nuevos desprecios.

En medio de la oposición más general y más caprichosa, hay sin embargo,siempre un espíritu eleva-do que tiene el instinto de no cerrar los ojos á la luz del progreso. Des-pués de algún tiempo el duque Fer-nando ofreció en Anhalt-Koelien, un asilo al innovador perseguido. Fatigado de tantas tribulaciones. Hahnemann terminó por aceptar la elevada protección del duque, para ponerse al abrigo de las inju-rias. y encontrar, en fin, un poco de reposo y de libertad.

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Pero ;ay! los hombres son ma-los por doquiera, y está escrito que! al recorrer el mundo, la Verdad no puede frecuentemente hállar un rincón de tierra para reclinar su cabeza.

En esta pequeña ciudad, la tem-pestad fué mucho más violenta, la calumnia, mucho más turbulenta, v el fuego ele la crítica, atizado con más furor. A pesar de la protec-ción del duque, á pesar de la pro-tección de la ley, la envidia no ele-jó de levantar susemboscadas; na-da fué capaz de oponer un dique á la ola de la oposición. Aquí, no solamente se trató de sostener una lucha contra la animosidad de los médicos y de los farmacéuticos; to-dos los elementos del odio se des-encadenaron contra el reformador. El populacho terminó por mezclar-se, y á las burlas, á los insultos, á las injurias más groseras, el pue-blo agregó el desorden más escan-daloso. Se llege hasta á asaltar la residencia del-innovador, y romper á pedazos las vidrieras.

En esta vez, la tristeza oprimió al corazón de Hahnemann,y se apo-deró tal disgusto de su espíritu, c[ue se hizo la resolución de no apare-cer más en público. Su casa fué el reducto solitario en el que vivió durante quince años, siempre me-ditando las verdades ele la ciencia, como los antiguos anacoretas de

¡la Tebaida, siempre meditando las

verdades de Dios. La tristeza y el disgusto hubie-

ran podido por un momento inva-dir al corazón y al espíritu de nues-tro Maestro, pero nunca el desa-liento pudo tener cabida en su al-ma, c{ue era de gran temple, para dejarse herir por el diente d é l a desgracia.

Nunca respondió á las injurias personales, su alma era nluy ele-vada para que pudieran tocarle. Despreció siempre á las burlas, á los libelos y á los sarcasmos délos periódicos; el viento y la calumnia nunca fueron capaces de arrugar ni por un momento á la superficie de su indiferencia. Guando susami-gos se quejaban del poco cuidaclo que tenía de su reputación: «¿No «soy el mismo hombreque en otros «tiemposhabéis conocido? ¿Enlon- ' «eesse me incensaba, hoy se me «injuria; ¿por qué seré más sensi-« b l e á l o s injustos reproches, ele

: «lo qüe lo fui á alabanzas merecí-«das?»

Para los hombres de genio, el pasado no es nada, el presente no gran cosa, el porvenir sólo extien-de á su mirada de águila, su hori-zonte infinito. Hahnemann en sus meditaciones* profundas hubiera podido decir lo que escribió cierto día Oliverio Cromwell al coronel Norton: «Sé que Dios está sobre

«todas las lenguas malas, y que, á «su tiempo, él me rehabilitará.»

¿Cuál fué la significación del ma-jestuoso silencio del reformador?

El mismo nos lo descubre en las siguientes prudentes reflexiones:

«El verdadero sabio pisotea ale-«gremente á las preocupaciones, á «fin de hacer lugar á la verdad «eterna, ejue no tiene necesidad del «moho del tiempo, ele los atracti-«vos ele la novedad ó de la moda, «y de las declaraciones del espíri-t u de sistema, para obtenerlasan-«ción.»

«Era preciso que alguno abriera «en fin la brecha, y yo lo he he-«cho.»

«El camino ahora ya está prac-«ticado. Todos los hombres de con-ciencia pueden seguirlo.»

« Refutad esas verdades, si «podéis, haciendo reconocer un «método curativo más eficaz toda-< vía, más seguro y más agradable «cjue el mío; no lo refutéis con pa-l a b r a s , de las que ya tenemos de-«masiado.»

«Pero, si la experiencia os.prue-«ba, como á mí, que mi método «es el mejor, servios de él para «curar, para salvar á vuestros eñ-«ferinos, y darle honra á Dios.»

Hé aquí la inmensa significación del silencio de Hahnemann. Ya ha-béis visto la lucha ele todos los sis :

temas en el santuario del templo

hippcrático. Paracelso quiere des-tronar á Galeno; el humorismo, ahoga al solidisrno; la célebre di-cotomía de Brown 'es derribada por elorganicismo efímero eleBrou-ssais; y este fogoso jefe de escuela, se convirtió, en su muerte, á la Homeopatía, no avergonzándose de aceptar los glóbulos.

Hé aquí la ondulación de los sistémaselas olas se persiguen, se cubren, y después desaparecen; esta es la ley absoluta que preside á la fluctuación ele las hipótesis y de las teorías. Javier de Maistre ha dicho muy bien: «Todo escritor «que se encierra en el círculo de la «lógica severa, no falta á nadie., «No hay más que una sola vengan-«za contra él, y es el razonar me-jor;»

Hahnemann esperaba, pues, en la calma y en el silencio, á una doctrina nueva que llegara á obs-curecer á la suya, por su verdad más refulgente. Y esta doctrina no apareció, y no ha aparecido toda-vía, ni aparecerá jamás. Los alópa-tas son libres de esperar desde ha-ce cuatro mil años siempre á su Mesías. Semejantes á la antigua

nación Judia, que ellos esperen Nosotros ya no esperamos más. Ya hemos visto al Mesías de la verda-dera medicina, y estamos prestos á hacernos los mártires de su re-ligión. Tendremos nuestros tiempos

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de persecución, tendremos á nues-tros Nerones, á nuestros Trajanos, á nuestros Dioclecianos, pero ten-, dremos el triunfo del porvenir.

Sin embargo, no se debe creer que el ¡lustre proscrito no fué ja-más visitado, en su retiro, por los peregrinos del sufrimiento y del dolor. La verdad liene una fuerza expansiva, que triunfa de la opo-sición más obstinada. Hahnemann vió, por el contrario, afluir á su modesto gabinete á las enfermeda-des de todas clases, á las enferme-dades, sobre todo, abandonadas .por la impotencia de sus enemigos. Tuvo gran dicha en acogerlas, y algunas curaciones, que tuvo so-bre los incurables, fueron las pri-meras chispas de un vasto hogar, que no tardó en radiar en todos los países vecinos. Su clientela se hizo inmensa, y, cosa notable, cu-rando á varios médicos de ciertas afecciones,contra las que los méto-dos antiguos,los habían dejado sin socorro, fué como formó á los dis-cípulos más ardientes y más escla-recidos. De esta manera fué co-mo después de su curación y su conversión, los doctores Necher. Aegidiy Petersen, llegaron á sel-los apóstoles de la Homeopatía.

Por esa época, es decir, en 1827, Enriqueta Kuchler murió, dejando á Hahnemann una numerosa tami-lia.

Durante la viudez de Hahne-mann, una joven de París, la se_-ñorita Melania d'Hervilly, fué a Koethen,para pedir á la nueva doc-trina la curación de una enferme-dad. que los médicos habían de-clarado incurable. La Homeopatía a curó; y esta joven, de una fa-

milia muv distinguida, de un talen-to notable en la pintura, poseyen-do varias lenguas, y sobre todo, una gran fortuna, quiso casarse con Hahnemann, á la edad, enton-ces, ele 79 años. El matrimonióse verificó el 18 de Enero de 1835, y. por puro reconocimiento, esta sublime madrastra, dio toda su fortuna á los hijos de su esposo.

Este matrimonio abre el último período de la vida de nuestro maes-tro ilustre.

Por instigación de su joven es-posa, dejó á Alemania y eligió á Francia por última patria. El 25 de Junio de 1835,Hahnemann lle-gó á París, último término de sus penosas y muy numerosas'peregri-naciones. ' Reflexionád un instante respec-

I to á la singularidad de las circuns-tancias, respecto al capricho del carácter del pueblo, y respecto á la locura del destino.

Al saber que el ilustre proscrito vá á abandonar su retiro, ¿qué es-peráis de los habitantes deKothen? ¡Admirad aquí toda la fuerza, toda

la expansión de la verdad. La mul-titud se conmueve, se reúne y quie-re retenerle á la fuerza. Hace quince años, era la rabia de la opo-sición, hoy es el furor del entusias-mo: hace quince años, eran las olas de la envidia para sumergir al innovador; hoy, son las olas de la admiración y del reconocimiento, para retener y encadenar al bien-hechor.

¡Extraño capricho de las cosas humanas!

Hahnemann se vió obligado á partir de noche, para sustaerse de las instancias de un populacho que, antes quiso lapidarle; para sustraerse de la solicitud de sus conciudadanos quienes, en otro tiempo, se hubieran disputado el honor de suministrar los Clavos y el martillo para crucificarle.

¡Extraño capricho de las'cosas humanas!

Al llegar á París, Háhnemann encontró á algunos discípulos, que ya practicaban su doctrina. Pero ¡av! ellos eran todavía bien débiles y desconocidos. El primer cuidado del Maestro, fué pedir la autoriza ción para ejercerla medicina, auto-rización que le fué inmediatamente concedida, y en ello no hay nada sorprendente. Pidió también in-mediatamente la autorización de someter su doctrina á las pruebas públicas y legales, y la autorización

le fué inmediatamente rehusada, y en ello tampoco hay nada de sor-prenden te. Este es el destino de toda verdad, que viene al mundo.

Voy á volver, lo sé. sobre una idea que ya he desarrollado en una'cle nuestras primeras confe-rencias, pero no importa, quiero emitir, aquí, esta sencilla reflexión. Ella no será inútil, porque el asun-to vale la pena.

Hahnemann y sus discípulos lian pedido y piden todavía, su asiento al sol de laenseñanza ofi-cial, y este asunto les ha sido re-husado; esto es muy sencillo, ved cómo.

¿A efuién se debe consultar en este negocioVAIos médicos. A los profe-sores ya instalados en sus clases. Esto es claro, porque no se puede dirigirse á un consejo de abogados para juzgar de una doctrina médi-ca. Pues bien, todos esos profeso-res están interesados en que la Homeopatía no llegue á la ense-ñanza; es claro; en ese jnicio á puerta cerrada,son jueces y partes lo que es contrario, á todas las le-yes posibles.

¿Queréis un ejemplo, para me-jor comprender este razonamiento'/

Suponed pues que, cuando se trató de introducir los ferro-carriles en Francia, se hubiera di-cho á los jefes de posta, se reunie-sen todos en un consejo, v decidiesen

6 3

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en oro ó en contra respecto a las vía. terreas; pronto adivináis su juicio; ellos hubieran rechazado a ¡as locomotoras, para el manteni-miento de sus diligencias. E . t o e s

evidente. . , , \ h o r a b i e n . e n las cuestiónesele a

Homeopatía ¿queréis que los anti-guos profesores sean mas .rabeci les que esos dueños de posta.

Paciencia!.... iYa vendrá! 4 ) Cuando San Pablo llego a Efeso,

obró por su celo y sus discursos, aran número de conversiones.

Pues bien, en esa ciudad había un templo famoso dedicado al culto de Diana; y los plateros abnca-ban pequeñas representaciones de ese templo y de la estatuade la dio-sa Esas obras de plata seducían al pueblo supersticioso, que era ha-!:ia mucho tiempo la victima de la

más injusta explotación. Pero, á medida que el apóstol

de las gentes abría los ojos de ese pobre pueblo, el culto de la diosa

la ciudad y les dijo: "Mis caros co-legas, lo veis, si dejamos más tiem-po á este hombre sobre la multi-tud se pierde nuestra industria.»

La advertencia pareció justa y buena, el pueblo se amotinó con-tra el apóstol, le buscó luego para exponerlo á las fieras en ell Añil-

teatro, y San Pablo sev ió obligado

á partir para la Maeedoma. ¿Todo esto impidió la marcha

del cristianismo? Hahnemann reanimó a sus dis-

cípulos con todo su celo, y traba-jó has ta sus últimos días á fin dele-garles la mayor parte posible del tesoro de la verdad. A pesar de su avanzada edad, conservó hasta su última hora toda la integridad de su inteligencia. La muerte no hizo

más que c e r r a r á su espíritu, como

se cierra un libro después de ha-

berlo ieído.

Samuel H a h n e m a n n murió el 2

d e Julio de 1843.

•Murió! El hombre y su doc-P°D V e P " T l a venía de la efigie d e ' l r i ñ a cayeron en la balanza del d T m U n v d e s u estatua ibatam- 'dest ino."¿Cuál será el porvenir del

s e r á 61 p o r v e m r d e

ción. V i e n d o e s t o , un t a l Deme-¡ k d o c t r i n a ?

trio reunió á todos los plateros de

"TTEI p r o n ó s t i c o del a u t o r se ha c u m p l i -

«Parto en el momento en que

el espectáculo se va á hacer mas

El oronósi .co dei amor se n* cu.um.- interesante, decía Gay-Lussac en

p a l r i a d e s d e h a c e c i n c o a ñ o * - ^ - ^

habrá renovado al mundo. Quisie-ra tener una contraseña, y, como

CONFERENCIAS SOBRE LA HOMEOPATIA 3 2 3

simple espectador de las cosas, vi-vir por curiosidad.»

Hé aquí lo que hubierais podido haber dicho ¡oh inmortal Hahne-mann! Dentro de algunos años vuestro genio habrá renovado al mundo, y desde lo alto de los cie-los veréis la irradiación de vuestra doctrina en todas las comarcas del universo!

Hahnemann tiene su estatua, lo sabéis, pero su estatua no le pone al abrigo de los tiros de la crítica. La crítica ha sido creada para he-rir á los grandes hombres, y sus llamas están destinadas á purifi-carles. Nuestro ilustre Maestro de-bía pasar por esta purificación.

En la impotencia de atacar al cuerpo de su doctrina, se reprochó primero á Hahnemann el no haber inventado nada.

Se quisiera atribuir á Hipócra-tes el "principio de los semejan-tes,"á Paracelso el dinamismo "de los medicamentos," á Areteo, la "ciencia de la sintomatología," en fin, á otros teóricos célebres, anti-guos ó modernos, los diversos ele-•D

mentos de nuestra doctrina. ¿Qué se puede probar con todos

estos argumentos? Ya os lo he dicho: el hombre no

inventa nada, en la acepción "ra-dical" de la palabra; las verdades son eternas; la gloria de un hom-bre de talento, no es el crearlas,

sino el coordinarlas y reunirías en un cuerpo de doctrina, v hé aquí en lo que consiste el mérito de Hahnemann. ¿Alguno, antes que él había erigido en principios fijos, encadenándolos á otros principios correlativos ó solidarios, á todos los elementos que componen su doctrina? Los materiales existían, es verdad, ¿pero, alguno, antes que él, los había dispuesto en monu-mento? Las fracciones existían, ¿pero, alguno, antes que él, había constituido la UNIDAD?

¿Se ha pensado alguna vez re-prochar á Leibnitz no haber inven-tado las cifras? ¿A Newton no ha-ber inventado las estrellas? ¿A Ga-lileo no haber inventado la tierra y el sol? ¿A Cristóbal Colón no ha-- o ber inventado la América? A Har-vey, no haber inventado la sangre? ¿A Cuvier, no haber inventado las razas do los hombres y de los ani-males? ¿A Arago, no haber inven-tado la chispa eléctrica, cuya co-rriente imanta al hierro dulce? ¿A todos los hombres de talento, en fin, no haber inventado los prin-cipios, cuyas nuevasrelacioneshan proclamado?

Se ha reprochado á Hahnemann no saber anatomía. Pero ¿qué rela-ción hay entre la anatomía y su doctrina? ¿Por lo demás, qué mé-rito hay en saber bien la descirp

'ción del cuerpo humano? ¿Quemé-

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rito hay en saber bien la geografía] ó la descripción de la tierra? Todo! esto, no es sino negocio de tiempo y de memoria. He aquí por qué— «el genio quirúrgico aparte» —debe de hacerse tanto caso de un buen ebanista, por ejemplo, como de un buen cirujano.

Se ha llegado hasta reprochar al Padre de la Homeopatía no saber fisiología.—Se ha llegado, como lo habéis visto, hasta reprocharle no saber química. Aquellos que han levantado esas acusaciones, prue-ban muy sencillamente, que no han leído las obras de Hahnemann. Se-mejantes hombres, no merecen re-futación. dejémosles dormir en su ignorancia, ó en su ceguera. Pascal lo ha dicho: «Nuestro propio inte-r é s es un maravilloso instrumen-< mentó para reventarnos agrada-b l e m e n t e los ojos.»

Se ha dicho todavía que el Maes-tro de la Nueva Escuela era de un carácter duro, severo y malévolo. Aquellos que conocieron su vida íntima, los que conocieron, sobre todo, sus sentimientos religiosos, se indignarían profundamente de una calumnia tan baja.

Se ha pretendido que Hahne-mann no había venido á París, si-no por el incentivo del oro. y que al dejar Alemania se había pro-puesto explotar las bolsas france-sas.

Si así hubiera sido, se le podría reprochar no haber tenido éxito, puesto que sus hijos fueron soste-nidos por la fortuna de la señorita d'Hervilly. Pero, no. Hahnemann no dejó riquezas. El no dejó, en su muerte, los siete millones ele Du-puytren, ni los cuatro millones de Boerhaave, porque él no ganó los cien mil francos de Chomel ó de Ricord.

Finalmente, la calumnia inventó que nuestro ilustre Maestro había perdido el seso, y que murió en un hospital de locos. El profesor Re

jquin, aprovechando quizá esta idea, hizo del innovador un cuadro en el que prodiga los colores más chillantes. Concluyó, sin vergüenza, que Hahnemann tenía el espíritu falso, que no propaló más que so-fismas, paralogismos y paradojas: que su obra no terminó sino en producir un gran escándalo; en fin. que el no fué más que un preten-sioso, un charlatán y un loco!

Requin no hace más que probar hasta dónde puede conducir la pa-sión de una elevada dignidad, al verse amenazada en su trono por una potencia rival.

c Tantaene animis coelestibus

irae.» Tanta rabia cabe en el vientre-

de un "Tiburón." (En francés "Re-' c{uin.")

Nuestra doctrina jamás se asus-

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tó por esta rabia, cuando rechazó la Escuela representada por Re-

' quin. «La ola que le llevó retrocede

espantada.» Hahnemann murió, y ¡hé aquí los

tiros que la calumnia se complace en lanzar contra su estatua! Pero todos esos tiros caen embotados sobre su pedestal.

A todos esos calumniadores me contento con recordarles á ese per-sonaje del que habla Mine, de Se-vigné. el cual, condenado á ser ahorcado en efigie, asistió él mismo á su ejecución, y decia fríamente al verdugo:—Muy bien ves,que ese muñeco, tan pintarrajeado, abso-lutamente se me parece

¿Debo hablar de esos escritos que vomita la envidia contra nues-tra doctrina? De tiempo en tiem-po vemos nacer y morirá esos libe-los, semejantes á una tela que te-jieran las arañas al derredorde una encina. Dejémosles desvanecerse... Es asunto del soplo del menor vientecillo.

Todavía hace algunos días, uno de esos libelos nos ha sido traído por la marejada de la calumnia; •dejémosle en la playa. Nacido de la espuma de una ola, durará tan-to como la espuma, y desaparece-rá como la ola.

Ciertamente es bueno y dichoso para nuestra doctrina, que nuestros enemigos lancen al mundosemejan-tes publicaciones: así. ellos mismos seencargan de probar,á quien quie-ra saberlo, que no comprenden lo que quieren juzgar. ¿Qué hacen ellcs? Son el eco de todo lo que la ignorancia ó la envidia pueden de-cir contra la Homeopatía.

¿Qué debemos hacer nosotros? Dejarlos dormir. «No hay nada tan "peligroso, dijo Lamartine, como "el razonar con los ecos, porque ellos no son responsables de lo "que dicen "

Ah! Dios mío! Si quisiéramos ir al fondo de las cosas, encontraría-mos que todos los autores de esos libelos, no son sino unos nuevos Erostratos, queriendo pasar á la posteridad, quemando el templo de Efeso.

Creedme, pues, dejadlo* en p1 olvido.

Hé aquí terminadas nuestras conferencias. Que hagan ellas lodo el bien que yo he querido hacer, es todo lo que pido á Dios. Para un gran número, lo sé. habré hablado en el desierto;—pero.—como dice un sabio publicista—cuandose cla-ma en el desierto, ¡siempre se es oído de Dios v de su conciencia!

FIN.

Page 174: La homeopatía miguel granier 174

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