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La ilustración en el Virreinato de Nueva Granada

L os textos que componen este volumen norequieren sino una breve presentación. Sus títulos y eltítulo general del libro que los reúne son explícitos yprecisos. Además, el hecho mismo de que tales textoshayan tenido una existencia editorial anteriorautónoma, me obligó en su momento a presentarcada uno de ellos de manera contex¬tualizada, con labibliografía necesaria, con un argumento biencircunscrito, pero con atención a todas susderivaciones, o a la mayor parte de ellas, lo que nodeja de tener en una recopilación un efecto molesto:ciertas inevitables repeticiones. El lector deberá serpaciente con ellas –finalmente no son muy numerosas–y recordar que por lo menos tienen la virtud deexcusar una presentación extensa de cada uno de lostextos que forman el libro. Así pues, liberados de la

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necesidad de referirnos a cada uno de los cinco textosque hemos incluido, podemos limitarnos a recordar allector que su unidad proviene tanto de su tema –la“época” de la Ilustración–, como de su enfoque –unamanera ya más o menos conocida de practicar lahistoria cultural.

A quienes aún lamentan que por fin el análisishistórico de la sociedad moderna estédesprendiéndose de una herencia –“la Revoluciónmoderna es la hija directa de la Ilustración”– que lohacía rutinario y perezoso –ya que para todos loscasos se trataba de organizar en una línea decontinuidad teleológica los datos que los archivosbrindaban–, hay que decirles que pueden estartranquilos y que su pesar no tiene razón de ser, pues,al contrario de lo que se piensa, la ruptura de esa

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falsa unidad ha abierto un campo inmenso deproblemas históricos de investigación que pueden ydeben ser examinados por ellos mismos, y no enfunción de lo que de manera un tanto arbitraria seconsideraba como su resultado ineluctable, lo queademás permite plantear sobre nuevas bases elproblema de las relaciones entre el pensamientoilustrado y los cambios revolucionarios de finales delsiglo xviii y principios del xix.

Como lo había planteado desde principios de los años1970 Pierre Chaunu, entre otros autores, “existe untiempo propio de la Ilustración”, que cuando se leestudia con cuidado, se revela de manera rápida ensu doble condición de producto histórico específico yde mutación cultural de cuyos horizontesintelectuales seguimos aún hoy dependiendo, como lo

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prueban los ataques postmodernos y nihilistas contrala Ilustración y sus excesos “racionalistas”,“universalistas”, “cosmopolitas, “imperialistas”.

Mi aspiración principal al realizar esta recopilación hasido la de contribuir a despertar o a reanimar elinterés por la “época de la Ilustración” bajo ángulosrelativamente nuevos, que tomen en cuenta lamultiplicidad de caminos que puede tomar lainvestigación cuando se enfrenta a un fenómenomayor de la historia cultural de Occidente –unahistoria a la que inevitablemente pertenecemos–. Lasespeci¬ficidades del fenómeno y del contexto socialde la Ilustración en Hispanoamérica –por ejemplo elanalfabetismo dominante de amplias capas de lasociedad o las singularidades étnicas de lassociedades colonizadas, etc.– y el hecho de que las

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escasas menciones que se hacen en las “historiasgenerales de la Ilustración” del fenómeno ilustrado deesta parte del continente americano consistan endeclarar su carácter puramente derivado, secundario,de simple recepción pasiva y con años de retrasosobre los grandes centros europeos de difusión –París,Londres, Berlín–, no debe ser la ocasión deconfusiones (en realidad la propia idea de unasociedad “fuera de la Ilustración”, de la que no seasimilan sino sus reflejos, y esto de manera tardía, seaplica en la literatura más convencional a la propiaEspaña).

No hay duda de que las cronologías del movimientoilustrado europeo e hispanoamericano no secorresponden y que la “crítica ilustrada de larealidad” es tardía en los territorios americanos de la

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Corona española. Pero las diferencias cronológicas eneste acceso a la Modernidad no son tan grandes, comolo muestra un seguimiento cuidadoso de muchos delos diversos eventos que caracterizan el proceso; y lavelocidad del proceso americano, una vez iniciado, esalgo que debe tenerse en cuenta, sobre todo si serecuerdan las dificultades sociales y políticas delproceso de difusión de la Ilustración en estosterritorios, no sólo por la reacción política posterior ala Revolución Francesa –la época de Carlos IV–, sinosobre todo por el atraso material de las propiassociedades coloniales hispanoamericanas, y por elpeso inmenso de todas las relaciones socialestradicionales que ataban a los individuos a la tierra ya una idea natural de las jerarquías sociales, ya quese trataba de sociedades en las que, a pesar del gradoavanzado de mestizaje, las estructuras de vida

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comunitaria, correspondientes a una sociedad deórdenes y cuerpos, se mantenían firmes, con todo elpeso de valores y concepciones que se oponen a laemergencia de relaciones sociales y formas derepresentación que hacen posible la idea de unasociedad de individuos libres y responsables, que es elsustrato último de la Ilustración.

Tampoco hay duda por lo tanto acerca de laslimitaciones estructurales de Hispanoamérica por loque tiene que ver con la penetración del fenómenoilustrado –la ampliación de su base social–, hecho queresulta supremamente desigual cuando se comparacon la situación europea. Pero no hay que olvidar queen Europa misma las desigualdades también fuerongrandes, como se comprueba cuando se comparan porejemplo los medios rurales con los urbanos, o la

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Europa del alfabeto y aquella que en gran medidapermanecía en el marco de tradiciones oralesalejadas de la lectura y la escritura. Los estudios delas autobiografías campesinas, el análisis de lasllamadas “escrituras ordinarias”, los estudios sobre lalectura en medios artesanales y entre ciertascomunidades de mujeres, cambian muchas de laspercepciones de los historiadores sobre los nivelesculturales de la gente corriente en las sociedades deAntiguo Régimen, pero no modifican de maneraradical los datos conocidos sobre las relaciones entreniveles culturales y grupos sociales en la Europa de laIlustración, aunque sí demuestran lo arriesgado dequerer hacer depender de manera mecánica el nivelcultural (por ejemplo la capacidad de lectura y deescritura) de una variable exclusiva (por ejemplo laposición en las relaciones de trabajo y propiedad) e

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invitan a observar con mucha más atención de lo quese hace habitualmente el significado de los datossobre extensión de la lectura y la escritura, tanto enmedios protestantes como católicos.

No hay ninguna Europa que de manera homogéneafuera Ilustrada. Durante largo tiempo el acceso a lanueva cultura científica, a la filosofía de losphilosophes y a las formas nuevas de comunicación yde discusión –las sociabilidades modernas– fueron unhecho minoritario dentro de los grupos populares,aunque masivo dentro de la parte más cultivada del“Antiguo Régimen”, ya que tales “novedades” fueronprecisamente un rasgo distintivo de las nuevas elitesculturales, y sólo de manera muy tardía y minoritariaun asunto de la mayoría de la sociedad. Es unaconstatación que se impone y que el propio Kant, en

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clave filosófica, había reconocido al escribir en 1784–en su conocido texto ¿Qué es la Ilustración?–: “Siahora nos preguntamos: ¿es que vivimos en una épocailustrada?, la respuesta será: no, pero sí en una épocade ilustración. Falta todavía mucho para que, talcomo están las cosas y considerados los hombres enconjunto, se hallen en situación, ni tan siquiera endisposición de servirse con seguridad y provecho de supropia razón…”. La “sociedad civil universal” de quehabla Kant, en términos históricos empíricos nocoincide aún con el “conjunto de los humanos”, y sólocuando las dos entidades coincidan de manera plena,podrá hablarse, en el planteamiento kantiano, de laépoca general de la Ilustración, asumiendo Kant deesta manera, en el terreno filosófico, como limitaciónde un ideal filosófico, las propias condiciones queproducen las estructuras sociales.

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El simple sentido común histórico nos imponereconocer las diferencias entre sociedades y culturas.Es claro, entonces, que la Ilustración tiene unosorígenes culturales concretos, una geografía que searticula con evoluciones precisas de la vida urbana,unas infraestruc¬turas culturales que la hicieronposible (el libro, la prensa, el museo, las sociedadesde pensamiento, los clubes de masones, lasacademias) y unas condiciones sociales que fueronelemento básico de su difusión. Pero ese mismosentido común histórico nos plantea también elproblema general de las relaciones entre áreasculturales y el problema particular de las formas derecepción, de las modalidades de apropiación, de loscontextos sociales de redefinición, de las formas de“negociación” del acceso a la modernidad –a travésde la propia Monarquía española, de sus funcionarios,

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del libro y de la lectura, del viaje, de la carta, de laprensa, etc.–, de un continente que desde 1492 habíaquedado incluido, de manera desigual, en el mundoque ahora llamamos “globalizado”, un proceso quepuede haberse acelerado hasta límites hace pocoinconcebibles después de los años 1970 sobre la basede la llamada revolución de las comunicaciones, peroque es sin lugar a dudas la extensión calificada de unfenómeno iniciado ya con el descubrimiento deAmérica.

Se puede decir desde luego que tal proceso derelativa integración a la “cultura occidental” podríaser, y aún a medias, un proceso exclusivo de losgrupos dirigentes o las elites culturales, y que en talproceso los grupos dominados sólo han participadobajo la presión y la violencia, expresando siempre y

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en todas partes su resistencia. Además, el aislamientofísico –no sólo cultural– de vastas zonas de lasposesiones americanas de España, y en particular deaquellas que corresponden con las regiones llamadasandinas, refuerza la impresión de que sólo porsimpleza, o por interés unilateral de las elitesintelectuales y de los grupos dominantes, se hapodido hablar de los grupos subalternos comoformando parte temprana de un horizonte culturaleuropeo, cuando tales culturas expresarían, casi quepor principio, lo “autóctono”, lo “raizal”, lo queahora se acostumbra a llamar las “identidadesoriginarias”.

El problema es difícil de resolver y aún más difícil deplantear, no sólo por la gran cantidad de juicios apriori con los cuales hay que polemizar, sino sobre

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todo por la situación política reciente de la Américaindígena y negra (la reconstitución de los gruposindígenas y negros como actores políticos de primerorden) y ante todo por la atmósfera intelectual quedomina en el presente en el campo de las cienciassociales y de la historia, por lo menos en Colombia,en donde se ha llegado a considerar que la“autonomía cultural” y la ausencia de todo elementocompartido constituyen los únicos criterios posiblespara estudiar los grupos subalternos y susidentidades, dejando de lado el hecho de que se tratade uno de los virreinatos donde los procesos demestizaje llegaron más lejos, sin que esto signifiquedesconocer los procesos de dominación en que seinscriben las formas del “intercambio cultural” y lasdesigualdades de tales intercambios, lo mismo que laoriginalidad de muchas de las síntesis que son su

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resultado.

Desde hace ya algunos años, a través de obras de unaprofunda originalidad –Cf. por ejemplo Lacolonización de lo imaginario [1988], La guerra de lasimágenes [1990] y El pensamiento mestizo [1999]–,Serge Gruzinski ha venido recordándonos las inmensasvirtualidades de la noción de mestizaje en el campodel análisis cultural, demostrando de qué maneraconectar en el análisis mundos que desde 1492 seencuentran orgánicamente conectados, resulta unapropedéutica recomendable para transformar nuestrapropia visión del Continente como encerrado yaislado, y por esa vía poder comprender mejor lapropia contribución de las sociedades del NuevoMundo a la cultura universal, con lo cual el destacadoantropólogo e historiador reanuda una vieja corriente

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de análisis que tanto en Europa como en Américahispana y portuguesa había insistido en la riqueza delmestizaje, hoy en día rechazado por quienes lointerpretan como una simple “ideología oficial parainvisibilizar a indígenas y negros”. (Si la Ilustración estardía en América Hispana, más tardío –además deinsustancial– parece ser el triunfo de la escuela de lo“políticamente correcto”).

Desde nuestro punto de vista se trata, de maneramucho más modesta, de insistir en el significado devolver a pensar –aunque bajo otra forma– sobre laIlustración en el mundo colonial hispanoamericano dela segunda mitad del siglo xviii, para saber en quégrados, bajo qué formas y con cuáles contenidosconcretos, el conjunto de valores diversos que laconstituyen fue apropiado e incorporado por el

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conjunto de la sociedad o por algunos de sus grupossociales, y cuál fue la suerte en el siglo xixrepublicano de ese patrimonio desigualmentecompartido, y sobre todo, en el caso colombiano, dequé manera esa herencia puede ser de nuevoincorporada en el debate público para enfrentar demanera menos ciega su difícil presente.

Señalemos finalmente que los textos que componen elpresente volumen fueron escritos con diferentesmotivos y en diferentes situacio¬nes, entre 1980 y2002, pero siempre dentro de una reflexión sobre elperiodo de la Ilustración en América Hispana. Cadauno de los textos ha sido revisado con cuidado ypuesto al día, desde luego con respeto por suargumento original y manteniendo los núcleosbibliográficos que en su momento fueron la

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inspiración de cada uno de estos estudios.¬ Pero nohe dejado de hacer ampliaciones y de suprimirpárrafos enteros¬ que constituían o bien un errorlógico de argumentación, o bien una descripciónhistórica con escasa prueba documental. Por lo tanto,los cinco textos constituyen versiones nuevas y meparece que definitivas, pues aunque pronto volverésobre los mismos temas, estoy seguro de que lo haréde otra manera, para ser fiel a un programa deinvestigación: la historia social y cultural de laIlustración, que ha visto sacudidos sus cimientosdesde hace algo más de veinte años.

El texto sobre Mutis –“José Celestino Mutis y lacultura intelectual…”–¬ lo escribí mientras erainvestigador del Centro de Investiga¬cio¬nes de laUniversidad Pedagógica Nacional y fue publicado en

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1981 en Ciencia, Tecnología y Desarrollo (Vol. 5, Nº4). “La teoría del poder divino de los reyes” y“Formas de sociabilidad y producción de nuevosideales para la vida social…” los escribí en París,entre 1989 y 1992, bajo la influencia directa deFrançois-Xavier Guerra (y de algunos de los autores aquien él leía en esos años). Los dos textos fueronpublicados en 1993-1994 en la Universidad del Valle,por el Centro de Investi¬gaciones Cidse de la Facultadde Ciencias Sociales y Económicas, en un documentode trabajo titulado Dos Estudios de Historia Cultural.El texto sobre Finestrad, en una versiónsensiblemente resumida, saldrá¬ también, en francés,en un libro de estudios dedicados a F.-X. Guerra,¬producto de un coloquio que algunos de sus discípulosy colegas organi¬zaron en el año 2003 en su memoria.“La crítica Ilustrada de la Realidad…” fue escrito

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hacia 1995 en el marco de un proyecto sobre“Histo¬ria Andina” y publicado luego en el volumen 2 –“El sistema¬ colonial tardío”– de la Historia deAmérica Andina, que apareció en Quito en el año2002, publicada por la Universidad Andina SimónBolívar, según¬ me enteré accidentalmente por algúnviajero que vino del Reino de Quito a la ciudad deCali. “El periodismo y la prensa a finales del sigloxviii…” fue preparado como “Introducción” a unaantología de la prensa en Colombia a finales del sigloxviii y principios del xix que, junto con compilacionessimilares de cada uno de los países deHispanoamérica, publicará en versión digital laFundación¬ española Tavera. Pero para la presenteedición se ha preferido un orden¬ temáti¬co, nocronológico, para asegurar una coherencia mayor delconjunto.

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Espero que el presente libro encuentre sus lectores yque estos textos les sirvan, como me han servido amí, para quebrar muchas certidumbres no bienfundamentadas sobre problemas en los que debemosprofundizar con rigor y dedicación.

Cali, La Quebrada del Burro

Enero de 2005

*** Fin del extracto

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