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89 LA INTERPRETACIÓN DE LA CONSTITUCIÓN EN EL MARCO DE LA TEORÍA DE LA INTERPRETACIÓN: LA ESPECIFICIDAD DE LA INTERPRETACIÓN CONSTITUCIONAL Y LA JURISPRUDENCIA DE VALORES Francisco Serra Giménez Profesor de Derecho Constitucional en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid Resumen: La implantación en la mayoría de los países europeos del sistema de justicia constitucional ha llevado a que se prestara cada vez mayor atención a las cuestiones que se derivan de la interpretación de la Constitución, aunque en muy pocas ocasiones se han puesto en conexión con la teoría general de la interpretación jurídica. Después de la II Guerra Mundial, sobre todo en Alemania, se desarrolló una teoría de la interpretación constitucional centrada en la “jurisprudencia de valores”. En los años siguientes se han planteado diferentes métodos de interpretación constitucional que amplían esa perspectiva, pero la continua “reinterpretación” de la norma constitucional puede llevar a poner en crisis el propio concepto de Constitución. Palabras clave: Concepto de Constitución. Crisis de la Constitución. Hermenéutica jurídica. Interpretación constitucional. Interpretación jurídica. Jurisprudencia de valores. Métodos de interpretación constitucional. Sumario: Introducción.- I: Los problemas de la interpretación. Interpretación y hermenéutica. II.- La evolución de la teoría de la interpretación jurídica durante el siglo XIX y comienzos del siglo XX. III.-La teoría de la interpretación después de la Segunda Guerra Mundial. IV.- La teoría general de la interpretación y la interpretación de la Constitución. V.- Los métodos de interpretación constitucional y la jurisprudencia de valores. VI.- Jurisprudencia constitucional y crisis de la Constitución. Introducción La implantación en la mayoría de los países europeos del sistema de justicia constitucional después de la II Guerra Mundial (aunque ya existieran precedentes en el período de entreguerras) ha llevado a que se plantee la “interpretación de la Constitución” como uno de los problemas fundamentales del Derecho Constitucional y la Filosofía jurídica. Sin embargo, los análisis hasta ahora realizados, aunque en algunos casos revisten gran interés, no alcanzan a poner por completo en conexión el problema de la interpretación de la Constitución con la teoría general de la interpretación. Existen

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LA INTERPRETACIÓN DE LA CONSTITUCIÓN EN EL MARCO DE LA TEORÍA DE LA INTERPRETACIÓN: LA ESPECIFICIDAD

DE LA INTERPRETACIÓN CONSTITUCIONAL Y LA JURISPRUDENCIA DE VALORES

Francisco Serra Giménez

Profesor de Derecho Constitucional en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid

Resumen: La implantación en la mayoría de los países europeos del sistema de justicia constitucional ha llevado a que se prestara cada vez mayor atención a las cuestiones que se derivan de la interpretación de la Constitución, aunque en muy pocas ocasiones se han puesto en conexión con la teoría general de la interpretación jurídica. Después de la II Guerra Mundial, sobre todo en Alemania, se desarrolló una teoría de la interpretación constitucional centrada en la “jurisprudencia de valores”. En los años siguientes se han planteado diferentes métodos de interpretación constitucional que amplían esa perspectiva, pero la continua “reinterpretación” de la norma constitucional puede llevar a poner en crisis el propio concepto de Constitución.

Palabras clave: Concepto de Constitución. Crisis de la Constitución. Hermenéutica jurídica. Interpretación constitucional. Interpretación jurídica. Jurisprudencia de valores. Métodos de interpretación constitucional.

Sumario: Introducción.- I: Los problemas de la interpretación. Interpretación y hermenéutica. II.- La evolución de la teoría de la interpretación jurídica durante el siglo XIX y comienzos del siglo XX. III.-La teoría de la interpretación después de la Segunda Guerra Mundial. IV.- La teoría general de la interpretación y la interpretación de la Constitución. V.- Los métodos de interpretación constitucional y la jurisprudencia de valores. VI.- Jurisprudencia constitucional y crisis de la Constitución. Introducción

La implantación en la mayoría de los países europeos del sistema de justicia

constitucional después de la II Guerra Mundial (aunque ya existieran precedentes en el

período de entreguerras) ha llevado a que se plantee la “interpretación de la

Constitución” como uno de los problemas fundamentales del Derecho Constitucional y

la Filosofía jurídica. Sin embargo, los análisis hasta ahora realizados, aunque en algunos

casos revisten gran interés, no alcanzan a poner por completo en conexión el problema

de la interpretación de la Constitución con la teoría general de la interpretación. Existen

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por una parte, trabajos muy rigurosos encaminados a desgranar los aspectos esenciales

de la interpretación jurídica y, por otra, estudios que examinan las características

específicas de la interpretación de la Constitución. En alguna medida, el hecho de que

en España la creación de un Tribunal Constitucional sea reciente (aunque exista el

precedente del Tribunal de Garantías Constitucionales en la II República), como una

forma de dotar de pleno sentido jurídico a la Constitución de 1978, ha ocasionado que

se haya dado por zanjada la polémica que, sobre todo en la República Federal alemana,

tuvo lugar en torno al alcance de la “interpretación de la Constitución”.

Otra de las vías seguidas para intentar profundizar en la cuestión ha consistido

en acudir a las experiencias que han tenido lugar en los Estados Unidos de América,

donde ya desde antiguo se ha contado con un sistema efectivo de control de

constitucionalidad (y de este modo han aparecido sugestivos trabajos en torno a las

diferentes posibilidades y planteamientos teóricos que existen sobre la forma de llevar a

cabo esa labor).

Con todo, la afirmación (generalmente aceptada) de que la interpretación de la

Constitución debe llevarse a cabo con arreglo a técnicas propias exigiría un

replanteamiento de los problemas generales que se derivan de la interpretación de las

normas jurídicas y ponerla en relación con los nuevos enfoques de las ciencias humanas.

No parece casual el hecho de que la “interpretación” se haya situado en primer término

en todos los ámbitos y que el “giro lingüístico” que ha afectado, entre otras disciplinas,

a la filosofía, también haya afectado a la “teoría jurídica”.

Una de las grandes corrientes de pensamiento del siglo XX ha sido la

hermenéutica y la traslación de las ideas de GADAMER, quizás su principal

representante, al ámbito de la interpretación jurídica ha llevado a hablar de una

“hermenéutica jurídica” e, incluso, de una “hermenéutica constitucional”. En cierta

medida, ello ya venía anunciado por la forma de concebir la interpretación este autor

que, en su texto fundamental (Verdad y método), hacía referencia explícita a la obra de

EMILIO BETTI y consideraba, además, a la hermenéutica jurídica como una de las

formas paradigmáticas de hermenéutica.

Sin embargo, la exigencia de un método específico de interpretación de la

Constitución debe situarse en un momento anterior, pues ya SMEND (en su revelador

libro Constitución y Derecho Constitucional) buscaba enlazar su forma diferente de

entender la Constitución con las ciencias del espíritu (en concreto, con la filosofía de T.

LITT). Lo que se desprendía del libro de SMEND era la exigencia de desarrollar una

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nueva forma de interpretar la Constitución, aunque la Constitución de Weimar no

contara con un sistema efectivo de control de constitucionalidad.

La polémica que tuvo lugar en aquellos años entre KELSEN y SCHMITT es

buena muestra de que esa pretensión aún no se había desenvuelto por completo. Tal vez

por esa razón fue después de la II Guerra Mundial cuando se planteó, con todas sus

consecuencias, el debate en torno a la “especificidad” de la interpretación constitucional

y quien defendió en ese momento la inexistencia de una metodología propia para

llevarla a cabo fue un discípulo de SCHMITT, FORSTHOFF, que también le había

seguido en su camino desesperado de fundamentación del “Estado total”. El propio

SCHMITT salió de su silencio en materias político-constitucionales para escribir uno de

sus trabajos más interesantes (y a la vez más polémicos), el consagrado a describir el

imperio actual de la “tiranía de los valores”.

El trasfondo que estaba en cuestión era el papel que los “valores” debían

desempeñar en la interpretación de la Ley Fundamental de Bonn: intentando evitar la

posibilidad de un “derrumbe” del sistema constitucional, como el que tuvo lugar en la

época de la República de Weimar, se había tomado como punto de partida la “dignidad

humana”. El problema de la “jurisprudencia de valores” se situó entonces en el centro

de la mayoría de los debates y fue objeto tanto de ensalzamiento como de airada crítica.

Esa polémica no surgió en el vacío y de ella pudieron extraerse consecuencias

concretas sobre la “forma” de entender la Constitución, aunque es cierto que siempre

han existido cuestiones no resueltas.

De modo paradójico, la interpretación jurídica se volvió hacia el problema de los

“valores” cuando la ética se había dirigido ya hacia otros terrenos y las más importantes

obras de la teoría ética de la segunda mitad del siglo XX se centraron esencialmente en

los problemas del “uso” del lenguaje. La propia interpretación de la Constitución no ha

sido ajena a esas preocupaciones por el lenguaje.

Además, se plantea el problema de establecer en qué medida la existencia de

esos sistemas de control de constitucionalidad coincide con una cierta “crisis de la

Constitución” y si puede incluso llegar a profundizarla, al llevar a una desfiguración de

su sentido original. Ya hace tiempo que se ha señalado la posibilidad de que, si no se

realiza una constante actualización del texto constitucional por medio de la

interpretación, puede llegarse a una “petrificación” del texto original, pero también que

si se intenta llevar esta adecuación a sus últimas consecuencia se puede desvirtuar su

significado, por lo que el “activismo judicial” siempre ha sido observado con cautela.

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No en vano el libro de WOLFE sobre la interpretación de la Constitución

norteamericana se titula La transformación de la interpretación constitucional y

pretende descubrir en la evolución de la labor del Tribunal Supremo norteamericano los

diferentes momentos que se pueden establecer en su actuación.

En este trabajo apenas van a aparecer referencias al sistema norteamericano de

control de constitucionalidad, porque presenta características propias y, en general, está

muy alejado del sistema europeo, a pesar de que su existencia, ya consolidada, haya

podido inspirar la implantación en Europa de los Tribunales Constitucionales. La propia

teoría de la interpretación en el mundo anglosajón es muy diferente y puntos de vista

como el defendido por DWORKIN, afirmando la existencia de una única solución

posible para la resolución de un caso (incluso alguno de los llamados “casos difíciles”),

que ha de ser descubierta, recurriendo, si es necesario, a todo el ordenamiento, no

pueden encontrar acomodo en la forma de entender el Derecho propia de los Estados de

la Europa continental.

El propio realismo jurídico, a pesar de que algunas de sus ideas puedan

aproximarse a las defendidas por la Escuela del Derecho libre, es difícilmente aplicable

en la cultura de los Códigos, que está construida sobre el “imperio de la ley” (que sigue

siendo el punto de partida, aunque se constate la “crisis” de la propia ley). Quizás solo

la idea de HART de que el Derecho tiene una “textura abierta” (y que existen “zonas de

penumbra” en las que es difícil determinar la solución aplicable a un caso concreto)

tiene más fácil traslación al sistema jurídico continental; ello puede deberse a la

influencia de KELSEN, defensor, por otra parte, de una teoría de la interpretación que

considera la norma como un “marco abierto” que admite varias posibilidades de

aplicación (y que se aproxima, en esta cuestión concreta, a la Escuela del Derecho libre

y, tal vez por esa razón, no ha tenido muchos seguidores). KELSEN ha sido el autor

más influyente en la teoría del Derecho del siglo XX, al intentar establecer un estudio

“científico” del Derecho, alejado de concepciones políticas, pero en su teoría de la

interpretación, como afirma SCHILD, desarrolla la “jurisprudencia” más política de

todas.

La cuestión que se plantea, en último término, es la del “futuro de la

Constitución” y se ha señalado, en reiteradas ocasiones, que el problema del concepto

de Constitución y el de la interpretación constitucional son “problemas relacionados,

pero diferentes”. Lo que sucede es que, en último extremo, la cuestión de la

interpretación constitucional puede poner en “crisis” el propio concepto de Constitución

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y lo que se debate entonces es en qué medida, en un mundo sometido a fuerzas y

poderes transnacionales, la Constitución sigue teniendo sentido o no es más que una

fórmula que sobrevive, como una coartada, como una “ficción”, lejos de aquellos

supuestos para los que fue concebida (como se plantea en un trabajo del autor publicado

hace apenas unos meses y que lleva por título: “La Constitución como ficción y la

imaginación constitucional”).

I.- Los problemas de la interpretación. Interpretación y hermenéutica

El siglo XX ha venido marcado por el redescubrimiento en las ciencias humanas

(y, en cierta media, también en las ciencias sociales) de los problemas del lenguaje. El

“giro lingüístico”, lo que FERRATER MORA llamó el “cambio de marcha” en la

filosofía, ha llegado a convertirse en un referente esencial en todos los ámbitos del

conocimiento. Ese “giro” hacia los problemas del lenguaje no sólo tiene que ver con el

desarrollo de la “filosofía analítica”, a partir de las ideas derivadas de la segunda etapa

de la filosofía de WITTGENSTEIN, sino también de una filosofía, la hermenéutica, que

se ha desarrollado sobre todo en Alemania (aunque cuente con importantes cultivadores

en Francia, como PAUL RICOEUR) por un filósofo (GADAMER) que, reconociendo

de modo explícito su relación con HEIDEGGER, entronca con la tradición de las

ciencias del espíritu desarrolladas en Alemania desde finales del siglo XIX.

El propio GADAMER ha reconocido la poca atención que se ha prestado al

hecho de que la hermenéutica actual tuvo sus orígenes en la obra de

SCHLEIERMACHER y fue luego desarrollada por DILTHEY (autor también de un

importante y extenso trabajo sobre SCHLEIERMACHER). En la obra de éste último, la

hermenéutica alcanzará su conformación moderna, pero no hay que olvidar que, en sus

primeros momentos, estaba relacionada con el análisis de los textos bíblicos; desde el

punto de vista del Derecho, no deja de ser interesante señalar esta conexión, en la

medida en que los juristas, con mucha frecuencia, han desempeñado su labor siguiendo

métodos que guardan un estrecho paralelismo con las formas de lectura de los textos

sagrados.

Al fin y al cabo, la gran escuela que surge en Francia al hilo de la aprobación del

Código civil francés fue denominada “Escuela de la Exégesis” y también hunde sus

raíces en una consideración cuasi “sagrada” del texto, que encarnaba de manera perfecta

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aquel jurista que afirmaba, sin rubor, que él no conocía el Derecho Civil, sino el Código

de Napoleón.

El paralelismo entre las categorías jurídicas y las categorías teológicas ha sido

puesto de relieve de forma reiterada y la construcción del Estado-persona tiene una

conocida raíz teológica, sin que haga falta acudir a los conocidos trabajos de KELSEN o

SCHMITT que, desde supuestos radicalmente diferentes, han hecho mención expresa a

ese origen teológico de las categorías jurídicas.

La evolución de la Escuela de la Exégesis supuso que su forma de estudio del

texto de la ley fuera cada vez más complejo y el “culto a la ley” pudo abrirse a la

consideración también del espíritu, para, en un momento posterior, recibir su ataque

definitivo en la decisiva obra de GÉNY.

La hermenéutica suponía, en principio, algo diferente, aunque GADAMER

siempre puso de relieve el carácter paradigmático de la interpretación jurídica y destacó

la importancia de la monumental empresa que pretendió llevar a cabo EMILIO BETTI,

desenvolviendo una “teoría general de la interpretación” (que ha quedado con el hálito

que solo poseen las obras inacabadas).

La hermenéutica en el sentido moderno se desligó con SCHLEIERMACHER de

la dogmática y condujo a intentar una fundamentación del carácter científico de la

teología, aunque en el trasfondo de su teoría no estaba solo ese interés teológico, sino la

idea (propia del romanticismo) de la fe en la conversación como fuente de verdad, no

dogmática. A partir de ahí, en DILTHEY se convirtió en la base para la refundación

sistemática de las ciencias del espíritu.

Respecto de la hermenéutica jurídica, señala GADAMER, cómo nada más pudo

desempeñar una pobre función dentro de la dogmática, aunque serviría para colmar el

hiato existente entre la generalidad del Derecho establecido y la concreción del caso

individual. En el momento de la recepción del Derecho Romano se planteó la cuestión

de la interpretación comprensiva en relación con el problema de la aplicación: “No solo

había que entender a los juristas romanos, sino también aplicar la dogmática del

Derecho Romano” al mundo cultural de entonces.

Con la creación de las codificaciones modernas la tarea capital clásica, la

interpretación del Derecho Romano, perdió interés a nivel práctico y se convirtió en un

eslabón de una problemática de historia del Derecho, ya que la hermenéutica jurídica

quedó asignada, como disciplina subsidiaria de la dogmática de nuevo estilo, a la

periferia de la jurisprudencia. Sin embargo, permanecía como un problema fundamental

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el de la concreción del Derecho y, por eso, por instructiva que puedan ser

hermenéuticamente la ilustración histórica sobre las circunstancias y las consideraciones

del legislador antes o en la promulgación del texto legal, la ratio legis no se diluye en

ellas y es una instancia hermenéutica imprescindible para cualquier jurisprudencia. Es el

carácter propio del Derecho, la necesidad de “interpretación” para su aplicación, el que

lleva a que esa hermenéutica jurídica se considere como un elemento imprescindible.

II.- La evolución de la teoría de la interpretación jurídica durante el siglo XIX y

comienzos del XX

La teoría de la interpretación se ha desarrollado a partir sobre todo de las

categorías del Derecho Privado. Es una circunstancia comúnmente reconocida que la

dogmática jurídica, que se desarrolla a partir de SAVIGNY, se construye desde la

reestructuración del Derecho Privado; la reelaboración de esas categorías por parte de la

escuela alemana de Derecho Público (en la obra de GERBER, LABAND y JELLINEK)

no supuso más que la traslación a un ámbito diferente de construcciones que habían

alcanzado su conformación en el Derecho Privado. En el siglo XIX la interpretación de

la Constitución no planteaba los mismos problemas que se desarrollarían a partir de la

existencia de Constituciones normativas, cuando se pone de relieve la posibilidad de

que sea preciso un “método” específico para llevar a cabo esa labor.

La teoría de la interpretación tomaba como modelo el examen de los diferentes

elementos de la interpretación que SAVIGNY desarrollara al redactar su gigantesca

obra, Sistema de Derecho Romano actual. El punto de partida de su estudio se

encontraba en la idea de que “la interpretación es un arte” y su enseñanza puede

facilitarse mediante los magníficos ejemplos de la época antigua y moderna. Pero lo que

constataba SAVIGNY es que la hasta entonces llamada teoría de la interpretación era

mucho más defectuosa y el empeño al que se dirigía era el de construir verdaderamente

esa teoría.

La actividad de la interpretación, para SAVIGNY, puede ser determinada como

“la reconstrucción del pensamiento ínsito de la ley”, pero lo característico de la

interpretación de las leyes frente a cualquier otro pensamiento expresado precisa, para

ser advertido, de descomponer sus elementos: gramatical (tiene por objeto la palabra,

que constituye el medio para que el pensamiento del legislador se comunique con el

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nuestro y necesita, por tanto, “de la exposición de las leyes lingüísticas aplicadas por el

legislador”); lógico (tiende hacia la estructuración del pensamiento, es decir, hacia la

relación lógica en la que se hallan sus diversas partes); histórico (tiene por objeto la

situación de la regulación jurídica regulada por las reglas jurídicas en el momento de la

promulgación de la ley); sistemático, por último, que se refiere a la conexión interna que

enlaza a todas las instituciones y reglas jurídicas dentro de una unidad.

Esta construcción de SAVIGNY de los “elementos de la interpretación” es una

reformulación de lo que ya planteara en su Metodología jurídica y se ha convertido en

el eje de la teoría más extendida de la interpretación. Sin embargo, ya desde mediados

del siglo XIX, uno de los herederos de la Escuela Histórica y, probablemente, el más

perfecto representante de la “jurisprudencia de conceptos”, “en broma y en serio”,

IHERING, puso en cuestión los supuestos metodológicos de la Escuela y, abandonando

“el cielo de los conceptos jurídicos”, intentó devolver el Derecho a la realidad. De los

dos elementos que SAVIGNY intentaba conjugar, la historia y el sistema, la Escuela se

había orientado hacia el “sistema”, hacia la elaboración de un entramado lógico por el

que se desplegaba la “pirámide de los conceptos”.

Pero lo que pretendía ahora IHERING era socavar los cimientos de la pirámide y

en su primera gran obra, El espíritu del Derecho Romano, se apreciaban ya las

indecisiones y cavilaciones que fueron ganando terreno en su espíritu; si en el tomo

primero y en el tercero se articulaban las formas más perfectas de la “teoría de la

construcción jurídica”, en el cuarto tomo ya se avanzaba lo que pasó a ser su

preocupación fundamental: el Derecho no es una idea lógica, sino una “idea de

experiencia” y por ello esa gran construcción debía permanecer inacabada.

IHERING emprendería entonces la redacción de una obra que fuera acorde con

su nueva orientación (y que también quedó sin terminar): El fin en el Derecho, donde el

Derecho ya era observado como una idea de fin, como una idea de lucha y pocas obras

hay quizás más hermosas que La lucha por el derecho, en la que las figuras de aquellos

que “luchan” por su derecho quedan realzadas (Michael Kohlhaas o el judío Shylock),

porque solo quien lucha por su derecho es merecedor de la libertad.

A raíz de la obra del segundo IHERING se desarrollará una jurisprudencia

finalista, que acabará cobrando reconocimiento en todas las teorías de la interpretación

posteriores. Eso no supondrá necesariamente que queden eliminados los “elementos”

que estableciera SAVIGNY, sino solo que deben ser complementados por el análisis de

la “finalidad” de las leyes.

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Señalaba ESSER que no era causalidad que el único jurista continental que había

despertado interés en los países anglosajones durante la segunda mitad del siglo XIX

fuera precisamente IHERING, ya que su forma de entender el derecho lo acercaba a las

consideraciones mucho más “prácticas” que son propias de los autores de esos países.

ALEJANDRO NIETO ha utilizado la teoría de los paradigmas de KUHN para

intentar una reelaboración de los modelos de entender la figura del juez y es a juristas

como IHERING o GÉNY a los que parece tomar como eje, como autores de los que

habría que arrancar para reelaborar la historia del pensamiento jurídico y esa nueva

consideración del Derecho que, en la práctica, ya habría tenido lugar, aunque aún falta

que se asuma en la teoría, que “se tome conciencia para convertirla en realidad”.

La senda iniciada por IHERING (y el juez FRANK puso de relieve su similitud

con algunas de las afirmaciones del juez HOLMES) fue transitada por muchos autores:

la “jurisprudencia de intereses” pretendía indagar más allá de una consideración

puramente “formal”, descubriendo cuáles eran los intereses subyacentes a las normas.

Algunos autores llegaron más lejos y la Escuela del Derecho libre ensanchó quizás en

exceso el papel del juez.

Uno de los más hermosos textos nunca escritos sobre el papel del jurista es el

que con seudónimo publicara un juvenil HERMANN KANTOROWICZ. Al iniciar el

escrito que, de manera significativa, lleva por título “La lucha por la ciencia del

Derecho”, nos presenta el autor el modelo actual del jurista: un hombre rodeado de

libros y sobre todo de un Código, que es casi entendido como un “libro sagrado”. Lo

que pretende KANTOROWICZ es volver a entroncar el Derecho con la vida, partiendo

de la idea de que los Códigos han quedado muy alejados de la realidad y que es preciso

que se vuelva a producir el engarce con lo real.

Naturalmente, las consecuencias de llevar al extremo las ideas de la Escuela del

Derecho libre pueden ser peligrosas y autores no sospechosos de apología del logicismo

como F. NEUMANN pusieron de relieve que el vaciamiento de categorías clásicas

(como “la ley”), a resultas de las modernas teorías, podía conllevar manifiesto peligro,

pero pocos escritos como el de KANTOROWICZ han destacado la insuficiencia del

puro formalismo en el estudio y, sobre todo, en la aplicación del Derecho.

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III.- La teoría de la interpretación después de la Segunda Guerra Mundial

El derrumbe del nacionalsocialismo y su secuela de muerte y destrucción tuvo

consecuencias inmediatas en la forma de entender el Derecho y los procedimientos

adecuados para llevarlo a la práctica. Uno de los máximos defensores del “relativismo”

axiológico, RADBRUCH, ya desde los primeros momentos en que se emprendió la

“refundación” de Alemania, tomó partido decidido por la idea de que era necesaria una

nueva concepción del Derecho, que entroncara con cierta idea de justicia, que en la

época de desarrollo del positivismo jurídico, durante el siglo XIX y comienzos del siglo

XX, parecía haberse perdido. La pretensión de que el jurista, “como el soldado”, debía

guardar silencio ante planteamientos extremadamente positivistas, ahora empezará a

resquebrajarse. El resultado de esta evolución, en la obra del propio RADBRUCH, será

evidente: hay una idea del Derecho por encima de las leyes y hay leyes que, pese a su

“forma” (el procedimiento por el que son aprobadas), no constituyen auténtico Derecho,

hay leyes que no son Derecho y un Derecho por encima de las leyes. En la escueta

mención de estos elementos condensará RADBRUCH su formulación: puede

haber”arbitrariedad legal” y hay también un “Derecho supralegal”.

Pero si esta hubiera sido solo una polémica doctrinal apenas habría tenido

trascendencia. El giro hacia el Derecho natural, concretado ahora en la doctrina de la

“naturaleza de la cosa”, no fue solo el resultado de la mala conciencia de los profesores,

sino que afectó de forma especial a los jueces. La época del nacionalsocialismo había

forjado un tipo de juez que se consideraba “al servicio del pueblo alemán”, cuya misión

era intentar “comprender” en qué forma el Führer interpretaba los dictados de la

“comunidad popular”. Ese modelo de juez no había surgido de las directrices de la

nueva política, pues ya bajo la República de Weimar los jueces se habían caracterizado

por su modo desigual de tratar la delincuencia política, como señalara NEUMANN en

Behemoth, su temprano análisis del nazismo. El juez, en la época de la dictadura, solo

necesitaba explicitar algunos de esos supuestos implícitos para convertirse en un “juez

político”.

Después de Auschwitz, por utilizar la expresión de ADORNO para caracterizar

la situación alemana de la posguerra, se requería una nueva “teoría de la interpretación”,

que vino otra vez de la mano de un cierto Derecho natural: la jurisprudencia del

Tribunal Supremo Federal se adhirió a la concepción teológico-católica del Derecho

natural. La cuestión de si una norma es o no Derecho fue contestada según el que fuese

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o no conforme a la ordenación de la creación. Esta postura, sin embargo, fue corregida

por el Tribunal Constitucional Federal, que puso término a muchas de las consecuencias

a que había llevado esa determinada forma de entender un cierto Derecho natural.

El recurso a elementos correctores del Derecho positivo se hará desde supuestos

diferentes, desde la apelación a la “existencia” de “principios” y la idea de que existe un

“orden de valores”, que convierte al “Estado formal de Derecho” en un “Estado material

de Derecho”. El punto de partida de esa “superación” del positivismo lo constituía la

“desvalorización” de la ley, que en tiempos pudo ser considerada como expresión de la

“voluntad general”, pero que cada vez más se convertía en las complejas sociedades

actuales “en un simple medio técnico de la organización burocrática”. La consecuencia

es que el sustrato mismo de la construcción positivista se había resquebrajado y para la

simple labor de integración de las leyes en el marco del sistema general del

ordenamiento se exigía “una apelación constante a los principios generales del

Derecho”.

Resulta un hecho curioso que el “camino a los principios” fuera dirigido, entre

otros, por algunos de los más fieles servidores del régimen anterior. LARENZ, por otra

parte uno de los grandes juristas del siglo XX, había escrito lamentables afirmaciones

sobre el Derecho como “expresión de la raza”, pero ahora, en un contexto histórico

distinto, se volvió hacia “los principios del Derecho justo” y los intentos de

fundamentar una “ética jurídica”. La referencia a los “principios” era en ese momento

obligada y algunas de las más importantes obras de esa segunda posguerra exploraron

su alcance: la obra de ESSER constituye una de las contribuciones esenciales al

“retorno” de los principios.

No fue ese el único camino emprendido. También se produjo una recuperación

de forma paralela, no del todo coincidente, de la manera de entender el papel de la

jurisprudencia, aunque tenía el importante punto de conexión que supone la búsqueda

de una consideración no estrictamente “positivista” de la ciencia. El libro de VIEHWEG

(Tópica y jurisprudencia) recuperaba el saber jurídico como saber “tópico”,

“problemático”, que intentaba bucear en los problemas más allá de las estrictas reglas

tradicionales. El propio VIEHWEG hacía referencia a un libro anterior de ESSER, en el

que este destacaba que “los conceptos que en apariencia son de pura técnica jurídica o

simples partes del edificio de la jurisprudencia, solo cobran su verdadero sentido desde

la cuestión de la justicia”. Lo que proponía VIEHWEG era una concepción más

“dinámica” de la jurisprudencia, capaz de afrontar los problemas por encima de las

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diferentes reglas técnicas (demasiado apegada a la lógica formal) a las que se recurre

habitualmente: “si la jurisprudencia concibe su tarea como una búsqueda de lo justo

dentro de una inabarcable plétora de situaciones, tiene que conservar una amplia

posibilidad de tomar posición respecto a la aporía fundamental, esto es, de ser móvil”.

La primacía del problema influye sobre la técnica a adoptar. Las consecuencias de este

“giro” se plasman en un renovado interés por la situación discursiva, pues en el discurso

“se halla la sede de la invención”, allí se lleva a cabo “la creación que permanentemente

procura producir un soporte social”.

IV.- La teoría general de la interpretación y la interpretación de la Constitución

La segunda posguerra mundial trajo otra importante novedad que habría de

afectar notablemente a la forma de entender los sistemas jurídicos, en la medida en que

la idea de KELSEN de crear un Tribunal especializado, un Tribunal Constitucional

encargado, entre otras posibles funciones, de examinar la constitucionalidad de las

demás normas del ordenamiento, se extiende ahora a la mayoría de los países europeos.

La interpretación de la Constitución se convierte en “problema” y lo primero que habrá

que señalar es que es, en primer término, “interpretación jurídica”, por mucho que

cuente con características propias. En segundo lugar, esa interpretación es interpretación

“jurisdiccional” de la Constitución, llevada a cabo por los Tribunales, aunque cualquier

otro sujeto, público o privado, pueda argumentar sus decisiones y opiniones jurídicas a

partir de la Constitución. Además, la interpretación de la Constitución presupone que se

hace referencia a un tipo determinado de Constitución, la del Estado constitucional-

democrático.

La interpretación de la Constitución, en consecuencia, debe ser entendida en

relación con las reglas generales de la interpretación jurídica y, en cuanto tal, debiera

partir de la necesidad de descubrir el sentido de la norma; en el momento actual, se

piensa que todas las normas precisan de cierta “interpretación” y que el principio clásico

que sostenía que en algunos casos, cuando la norma estaba clara, no era precisa la

interpretación, hoy carece de sentido. Pero en la labor de interpretación pueden

señalarse dos objetivos distintos, que tienen que ver con dos concepciones diferentes:

para la teoría objetiva, la norma es un “mandato del ordenamiento” que, una vez

promulgada, adquiere vida propia y se separa del legislador, tratando de encontrar la

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“voluntad de la ley”, su lugar dentro del sistema jurídico; en el momento actual, sin

embargo, la teoría subjetiva encuentra poco acomodo, dado que el juez es independiente

del legislador y las normas deben aplicarse en contextos diferentes a los que operaron en

el momento de su creación.

En el ordenamiento jurídico español el artículo 3 del Código Civil establece

diferentes criterios hermenéuticos que debieran tomarse en consideración al interpretar

todas las normas del Derecho español, con las obvias peculiaridades propias de cada

rama del sistema jurídico: “las normas se interpretarán según el sentido propio de las

palabras, en relación con el contexto, los antecedentes históricos y legislativos, y la

realidad social del tiempo en que han de ser aplicadas, atendiendo fundamentalmente al

espíritu y finalidad de aquellas”.

Al llevar a cabo la interpretación de una norma jurídica tan peculiar como es la

Constitución, habrá que introducir algunas modulaciones en relación con lo establecido

por el Código Civil, teniendo en cuenta además que, aunque no se haya modificado ese

precepto, debe entenderse de manera distinta a partir de la propia existencia del texto

constitucional.

En primer lugar, habrá que considerar la forma en que se hace uso de los

criterios tradicionales (alguno de los cuales revestirá menos importancia, como los

antecedentes históricos o legislativos –aunque en ocasiones se deba acudir a los debates

parlamentarios para entender el “sentido” de los preceptos constitucionales-), la

finalidad -dado el carácter abstracto e incluso equívoco de algunos de los preceptos- o la

referencia a la realidad social.

Pero el problema realmente significativo que se plantea es el de la “función” que

desempeña la actividad de interpretación de la Constitución y que no puede ser más que

la “concretización” de la Constitución, integrarla, poniendo el precepto adecuado al

caso en relación con los demás, sobre todo con los más relevantes de la institución a que

se refieran, entendiéndolos a la luz de los principios generales del ordenamiento y sobre

todo de los propios de la institución o rama del ordenamiento del que formen parte.

Para determinar la forma en que se puede llevar a cabo esa “concretización” hay

dos posturas fundamentales: la primera, es la que entiende que la interpretación de la

Constitución debe seguir las pautas tradicionales de la interpretación, en la medida en

que la Constitución sigue siendo una “ley” y que la interpretación de cualquier norma

(también de la Constitución) no es más que un proceso de subsunción. De lo contrario,

se caería en una politización de la actividad jurisdiccional y en un “Estado de jueces”.

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La segunda considera que la especificidad de la interpretación de la Constitución se

encuentra en la “concretización de valores”.

Esta polémica, que ahora ha vuelto, en menor medida, a plantearse en España. ya

se produjo en Alemania a raíz de la interpretación de la Ley Fundamental de Bonn y

enfrentó a FORSTHOFF con la mayoría de los demás autores, que optaron por una

forma de entender la interpretación de la Constitución como “concretización de

valores”.

V.- Los métodos de interpretación constitucional y la jurisprudencia de valores

En un célebre trabajo (“Los métodos de la interpretación constitucional.

Inventario y crítica”), BÖCKENFÖRDE ha abordado la difícil cuestión de intentar

examinar las diferentes posturas existentes en Alemania ante el problema de la

interpretación constitucional. El punto de partida lo constituye la constatación de que

“no se ha consolidado hasta el momento el método de interpretación constitucional”.

Este autor distingue cuatro posturas diferentes, que serían las siguientes:

(a) El método hermenéutico-clásico, defendido sobre todo por

FORSTHOFF y que entiende que la Constitución ha de ser interpretada conforme a los

mismos métodos que una ley y que, en consecuencia, debe de llevarse a cabo de

acuerdo con las reglas de la hermenéutica jurídica clásica, que tendría su máximo

exponente en SAVIGNY. Pero, señala BÖCKENFÖRDE, esta equiparación entre ley y

Constitución no es más que una “ficción”, pues cada ley singular se integra en un

conjunto de regulaciones ya existentes, en un ordenamiento jurídico en el que cada

nueva ley es de modo continuado determinada “materialmente”; por el contrario, la

Constitución es “fragmentaria y fraccionada”, muchas veces simples principios que

deben ser complementados y concretados, para ser realizables; también es un

ordenamiento-marco, que fija solo condiciones y reglas para la acción y, a diferencia de

la ley, no se integra en un conjunto, sino que se yergue “para sí y necesariamente sola”.

Además, las reglas de SAVIGNY se crearon para la interpretación de normas de

Derecho privado, sin que se planteara su traslación al Derecho del Estado. La única

solución posible, para BÖCKENFÖRDE, sería construir una teoría de la Constitución

ajustada a la aplicación de las reglas hermenéuticas-clásicas, “una teoría que sea

accesible, por un lado, al desarrollo hacia un sistema constitucional, y que por otro lado

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pueda también pretender la obligatoriedad más allá de la consideración o la

precomprensión subjetiva de la interpretación”.

(b) El método tópico orientado al problema parecería, como ha señalado

SCHEUNER, la específica hermenéutica jurídico-constitucional, en la medida en que el

carácter fragmentario e indeterminado de la Constitución convertiría a este método

tópico en el más adecuado. Sin embargo, desde este punto de vista, las decisiones

fundamentales y los principios de la Constitución, los bienes jurídicos protegidos por

ella y los principios rectores establecidos, no tienen ya el carácter de normas o

principios normativos, sino que en vez de eso se convierten en materia jurídico-

constitucional y con ello en simples puntos de vista de interpretación, cuya relevancia se

determina según su adecuación (en última instancia solo determinable por el intérprete)

al problema o al caso. Para garantizarse la coherencia de la interpretación en este

planteamiento sería necesario garantizar la precomprensión: la precomprensión del

problema y la precomprensión de la Constitución. BÖCKENFÖRDE critica también de

forma explícita la teoría de EHMKE, que presupone como elemento determinante el

consenso de los participantes (“el consenso de todos los pensantes racionales y justos,

para lo que cuenta en primer lugar con los teóricos del Derecho (¡) y jueces; luego, la

entera comunidad”). También KRIELE, para BÖCKENFÖRDE, se mueve dentro de

esta tendencia, aunque intenta evitar la indeterminación del método tópico en la

interpretación de la Constitución, partiendo de la obligatoriedad de las resoluciones

tomadas por el constituyente y reconociendo la presunta vinculación de los precedentes

y, por otra parte, extrayendo del margen de argumentación jurídico-política y jurídico-

constitucional que resta una determinada estructura de ponderación jurídico-racional,

pero seguiría moviéndose en ese mismo mundo de indeterminación del pensamiento

“problemático”. El problema de fondo de este método tópico, al ser aplicado a la

Constitución, deriva en último extremo de su carácter de indeterminación y en su

otorgamiento de primacía al caso sobre la norma. La Constitución, desde este punto de

vista, se convierte en un “recipiente abierto”, en el que (en consonancia con el

correspondiente consenso-precomprensión) pueden confluir muchas y heterogéneas

interpretaciones.

Un intento de democratización de este método sería el llevado a cabo por

HÄBERLE, que extiende la participación en la interpretación de la Constitución a todos

los ciudadanos y grupos y convierte a la Constitución misma en un “proceso público”,

en el que se explicita la búsqueda de un consenso (que, si no quiere dejarse en manos de

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una élite profesional de jueces y teóricos del Derecho, deberá ser un proceso en primer

término político, cuyos titulares son las fuerzas de hecho pública y políticamente

relevantes): “el Tribunal Constitucional se convierte en la instancia de la sanción y

legitimación de esa mutación constitucional que se efectúa conforme al correspondiente

consenso político”.

(c).- El método orientado a las ciencias de la realidad, tendría su origen

en la obra de SMEND y defendería que el sentido y la realidad de la Constitución, no el

texto literal y la abstracción dogmática es lo que ha de constituir el fundamento y

criterio de su interpretación. Lo esencial de esta teoría es la consideración de la función

integradora de la Constitución, comprendida como proceso continuo, “en permanente

reproducción”, como proceso de estabilización para la erección y renovación del

Estado. Para BÖCKENFÖRDE este no es más que un método de interpretación

“sociológica”, que se mueve en el campo de la indeterminación, en la medida en que “el

proceso de realización de la Constitución” (que siempre muestra quiebras frente al

contenido originario normativo) y la función de la Constitución en la realidad social y

política se convierten en el parámetro para la determinación del contenido de la

Constitución misma.

(d).- El método hermenéutico-concretizador de HESSE partiría, para

BÖCKENFÖRDE, de que los problemas de interpretación solo aparecen donde la

Constitución no contiene contenidos claros, donde ella misma aún no ha decidido. La

concretización se realizará fundamentalmente por medio del proceso tópico-orientado al

problema, pero siempre con el “límite” que supone la vinculación al texto de la norma.

Pero para BÖCKENFÖRDE el método de HESSE no aporta soluciones claras, en la

medida en que el problema de la interpretación de la Constitución deriva de la

multiplicidad, indeterminación y fragmentación de la “literalidad” de las normas

constitucionales. F. MÜLLER pretendería también analizar el proceso de concretización

y estructurarlo en relación con su vinculación normativa, pues la norma constitucional

solo se presentaría como “núcleo objetivamente circunscribible de una disposición

normativa” y para resultar aplicable deberá ser, previamente, concretizada, es decir,

predeterminada en una norma de decisión. En el procedimiento de concretización,

norma y circunstancias relevantes de la norma se forman mutua y recíprocamente y

entre los elementos de concretización se intenta establecer una jerarquía o, en su caso,

una preferencia. Con todo, el resultado al que se llega también desde esta perspectiva es

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que una de las muchas soluciones posibles (que está cubierta por la Constitución), pese

a no estar prescrita forzosamente solo ella, “no obstante, es erigida en la adecuada”.

La crítica de BÖCKENFÖRDE a los diferentes métodos de interpretación

constitucional señala algunos de los problemas más importantes que se han planteado en

relación con esta cuestión, pero a la hora de intentar formular sus propias propuestas, el

autor es mucho más inconsistente: en relación con la interpretación de la Constitución

debería existir una determinada “teoría de la Constitución constitucionalmente

adecuada”, que tomaría su punto de partida de la Constitución misma, de sus decisiones

y principios fundamentales, pero la forma en que esta pudiera desarrollarse apenas

queda esbozado: atenerse al carácter normativamente vinculante de la Constitución,

pretender que la Constitución se limite a ser mero”ordenamiento-marco” para el proceso

político de decisión y de creación jurídica, delimitar la función de la jurisdicción

constitucional en la competencia atribuida y su inserción en el orden de competencias

articuladas de poderes de la Constitución… Todos ellos serían los rasgos básicos de esa

“teoría”, pero parece que poco pueden ayudar al problema “real” de la interpretación de

la Constitución, pues no suministra criterios definidos sobre el proceso de interpretación

constitucional.

Mayor interés reviste el establecimiento por K. HESSE de determinados

principios de interpretación constitucional (y que han tenido gran influencia en nuestra

cultura jurídica):

(a) El principio de unidad de la Constitución: la norma no debe ser

contemplada de forma aislada, sino siempre en el conjunto en el que

debe ser situada, de tal forma que todas las normas constitucionales

sean interpretadas evitando contradicciones entre ellas.

(b) El principio de concordancia práctica, que supone que los bienes

constitucionalmente protegidos deben ser coordinados de tal modo

que en la solución del problema todos ellos conserven su entidad.

(c) El principio de corrección funcional, de tal forma que si la

Constitución regula de una determinada manera el cometido

respectivo de los agentes de las funciones estatales, el órgano de

interpretación debe mantenerse en el marco de las funciones a él

encomendadas.

(d) El criterio de eficacia integradora de la relevancia de los puntos de

vista elaborados: si la Constitución se propone la creación y

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mantenimiento de la unidad política ello exige otorgar preferencia en

la solución de los problemas jurídico-constitucionales a aquellos

puntos de vista que ayuden a las normas de la Constitución a obtener

la máxima eficacia bajo las circunstancias de cada caso.

SCHNEIDER ha propuesto la utilización de un método jurídico-funcional en la

interpretación de la Constitución que, señala, tendría la ventaja de que pretende obtener

directamente de su objeto: de la estructura y función del Derecho Constitucional

material aplicable en cada caso, criterios racionales para saber si hay que intensificar o

reducir en el supuesto concreto los controles de la jurisdicción constitucional frente al

legislador o los tribunales ordinarios.

Pero el problema de fondo que subyace a estas diferentes caracterizaciones de

los “métodos” adecuados a la interpretación de la Constitución es el de cómo debe

concebirse la Constitución y las dos principales posturas que parecen enfrentarse tienen

una idea común: la idea de la concepción democrática. A partir de ahí se desplegarían

dos direcciones: la que la entiende como una norma “abierta”, capaz de asegurar todas

las alternativas y la que la entiende como un orden material de valores (libertad,

igualdad, dignidad de la persona), que debe ser garantizado. Este sería una especie de

“nuevo iusnaturalismo constitucional”, que se habría manifestado en la doctrina

norteamericana en la tesis de la concepción “valorativa” de la Constitución y en la

doctrina alemana (y en la jurisprudencia constitucional) a través de la idea de la más

fuerte pretensión de validez de los derechos fundamentales como “valores jurídicos

supraordenados”. Lo más corriente, señala el profesor ARAGÓN (en su libro

Constitución y control del poder), será que se circunscriba en esa jurisprudencia el

orden de valores a los derechos fundamentales o, todo lo más, a estos y a las decisiones

básicas conformadoras de la forma de Estado.

Frente a esa concepción sustancialista de la democracia se desarrollará una idea

“procedimental” defendida sobre todo por HÄBERLE y ELY. Desde este punto de

vista, se trataría de abandonar los valores materiales y sustituirlos por los valores

procedimentales, únicos que garantizan (a juicio de estos autores) una auténtica

democracia. HÄBERLE acepta como punto de partida el concepto de “sociedad abierta”

de POPPER y concibe la Constitución no tanto como un sistema de valores sustantivos

como de cláusulas procedimentales que garantizan el libre juego democrático.

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La extensión de la “jurisprudencia de valores” también a los “valores

procedimentales” puede llevar en la práctica a privarla de sentido. Cuando LARENZ

situaba a COING en el origen de una jurisprudencia de valoración, que ya no deriva de

la jurisprudencia de intereses, era a partir de la idea de que en el enlace entre supuesto

de hecho y consecuencia jurídica se halla una valoración, que realiza el que establece la

norma jurídica: el legislador, el juez.

La aplicación del Derecho no consistirá simplemente en un proceso de

subsunción, sino en un proceso de actuación de la voluntad dirigida a fines, en el cual

juegan un papel fundamental las valoraciones extraídas de la ley. En consonancia con

ello, la misión de la jurisprudencia consistiría en elaborar el contenido racional de los

valores que sirven de base a la ley, en un método que COING denominaría crítico-

valorativo. Al buscar un orden de valores positivizado, continúa LARENZ, el jurista

alemán de hoy piensa en primer lugar en la Ley Fundamental y aquí, a su vez, en la

parte de derechos fundamentales. El Tribunal Constitucional habría declarado que la

Ley Fundamental ha establecido un orden objetivo de valores que sirve como “decisión

jurídico-constitucional fundamental” para todos los ámbitos del Derecho. Sin embargo,

LARENZ (pese a rechazar los que considera infundados temores de FORSTHOFF a

una “disolución” de la Constitución) pone en duda, en último término, que esa

metodología sea realmente adecuada para la interpretación de la Constitución, ya que la

Ley Fundamental (y, sobre todo, la parte relativa a los derechos fundamentales) está

utilizando con frecuencia conceptos que precisan ser llenados de contenido y pautas

éticas, como la dignidad del hombre. Las circunstancias concretas pueden llegar a hacer

pensar que muchas de sus resoluciones están solo motivadas políticamente, pero

debería, concluye, permanecer hasta donde fuera posible en el terreno de la

argumentación puramente jurídica y por supuesto no abusar de ella para ocultar motivos

políticos, cuando estos han sido decisivos.

Si el concepto de “valor” se extiende a los procedimientos formales (valores

formales), valores “materiales”, “valores normativos”, “valores objetivos” y “valores

sociales”, como dice PAWLOWSKI, jurisprudencia de valores se convierte en sinónimo

de toda forma de entender la ciencia jurídica que no se corresponda con la estricta

derivación lógico-formal. FALZEA, al estudiar las principales concepciones del

Derecho, distingue entre las concepciones del valor jurídico como valor ideal (que

comprende al isunaturalismo y al iusformalismo) y las concepciones del valor jurídico

como valor real (subjetivo, que caracteriza al voluntarismo) u objetivo (que comprende

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al historicismo, el sociologismo y una jurisprudencia de intereses, que hace nacer casi

en los orígenes del mundo moderno). Desde esta perspectiva, jurisprudencia de valores

deja de ser una expresión significativa para convertirse, casi sin más, en equivalente a

“jurisprudencia”.

Pero, en realidad, la teoría de los valores tiene una significación diferente en la

interpretación de la Constitución. BALDASSARRE ha distinguido en el horizonte

actual tres formas diferentes de entender esta teoría de los valores constitucionales en el

origen de la Teoría de la Constitución:

(1) Una primera, sería la que se remonta a finales de los años veinte y

tendría como principal valedor a SMEND, que entiende ya la

Constitución como un proceso cultural de formación y desarrollo de

valores entendidos como factores de integración de una comunidad (y

en particular de esa comunidad nacional, que es el Estado), pero que

nada tiene que ver con una comprensión de la Constitución como

tabla normativa de valores fundamentales.

(2) Una segunda, introduciría la dimensión de los valores en el ámbito de

una aproximación institucionalista al Derecho. Sería la defendida por

HÄBERLE, para el que los valores son entidades culturales de

naturaleza objetiva que representan el centro de unificación de los

derechos y deberes, de la elección subjetiva y de los límites

normativos.

(3) Una tercera teoría, sería la que defiende la Constitución como una

tabla de valores, pero lo es, en tanto que expresión de un universo

cultural que se superpone a la Constitución, y que de algún modo

representa algo metaconstitucional, más sólido y más radicado en la

comunidad que las normas de la Constitución escrita en sí mismas

consideradas. De este modo, ordenar los valores constitucionales se

resume en una operación determinable por jueces y juristas según

paradigmas culturales que, siendo aplicables al conjunto de valores

expresado en la Constitución, conduce a una jerarquía comprensiva o

a una escala general de valores que, en abstracto, pueden resultar

asumibles como resolutorios de los conflictos que pueden ir

surgiendo.

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VI.- Jurisdicción constitucional y crisis de la Constitución

El momento en el que se produce la creación de los Tribunales Constitucionales

es, de modo paradójico, después de la II Guerra Mundial, cuando ya ha tenido lugar la

“crisis” del concepto de Constitución. En una situación dramática de crisis de la

democracia se propugna la instauración de un sistema de control de constitucionalidad

por parte de un tribunal especializado. En un trabajo con el mismo título que este

capítulo final, el profesor PEDRO DE VEGA ponía de relieve las circunstancias que

llevaron a la creación de la justicia constitucional, coincidiendo con el momento en que

se producía una “crisis” del concepto de Constitución: una crisis que era jurídica,

política e ideológica. Los Tribunales Constitucionales, como defensores de la

Constitución, intentaron de alguna forma hacer frente a esa situación aunque, al mismo

tiempo, también contribuyeron a agudizarla, pues la justicia constitucional aparece bajo

la dialéctica contradictoria de ser a la vez una institución corrosiva y constructora,

crítica y salvadora. La justicia constitucional asume la defensa de los valores supremos

contenidos en las Constituciones, pero eso no quiere decir, en ninguna manera, que sea

ella la encargada de crearlos. En consecuencia, concluye el profesor PEDRO DE

VEGA, solo tiene sentido hablar de justicia constitucional en aquellos países y en

aquellas situaciones donde la Constitución, aparte de ser un texto escrito, es ante todo

una vivencia colectiva, donde las contradicciones e incoherencias de la Constitución

formal tiene una vía de solución por la existencia de una Constitución material.

Al término de este trabajo podemos ver cómo se ha configurado una teoría de la

interpretación constitucional que, asentada sobre las reglas de la teoría de la

interpretación clásica, asume peculiaridades muy importantes. La propia evolución de la

teoría de la interpretación llevó a la configuración de una “jurisprudencia de valores”,

que entendía que el papel del intérprete de las normas era muy diferente de aquel que se

configuró en la teoría clásica. Sin embargo, en relación con la interpretación de la

Constitución el papel del Tribunal Constitucional, el “supremo intérprete de la

Constitución”, no es por completo equiparable, ya que las Constituciones son normas

muy singulares, fragmentarias y compuestas por un tipo de preceptos abiertos,

difícilmente determinables, que exigen un procedimiento especial para su

“concretización”. Con todo, la importancia de los Tribunales Constitucionales (con ese

carácter ambivalente, a la vez destructor y redentor) no lleva a pensar que puedan crear

los valores contenidos en la Constitución, sino defenderlos, convertirlos en elementos

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que transformen a la Constitución no en un mero texto escrito, sino en una realidad

vivida.

Pero la interpretación de la Constitución también puede ser, en muchas

ocasiones, una vía utilizada para privar de sentido a los valores y principios contenidos

en el texto constitucional y los Tribunales Constitucionales, hoy existentes en la

mayoría de los Estados, solo en pequeña medida se ajustan a la finalidad con que fueron

creados e incluso en ocasiones actúan con criterios escasamente jurídicos. La idea de

que lleven a cabo una eficaz “defensa” de la Constitución no puede ser considerada más

que de modo crítico y se ha convertido en una más de las “ficciones” que caracterizan la

vida jurídica y política actual, como ya ha señalado el autor de estas líneas en un trabajo

publicado en 2011 (“Las transformaciones del Derecho en el capitalismo actual”) y, con

más detalle, en el libro El Derecho en la época constitucional, Madrid, Dykinson, 2013.