la lección de august (spanish edition) · hola, señor traseronian la amable señora garcía jack...

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La lección de August

Índice CubiertaLa lección de AugustPrimera parte

NormalPor qué antes no iba al colegioCómo nacíEn casa de ChristopherEn el coche

Hola, señor TraseronianLa amable señora GarcíaJack Will, Julian y CharlotteLa visitaEl salón de actosEl tratoEn casaLos nervios del primer díaCandadosPrimeras preguntasCordero al mataderoElegid ser amablesLa comidaLa mesa del verano

Del uno al diezPadawanDespiértame cuando acabe

septiembreJack WillEl precepto del mes de octubreMi fiesta de cumpleañosHalloweenFotos del colegioTocar el quesoDisfracesEl malo deNombres

Segunda parte

Un paseo por la galaxiaAntes de AugustCómo veo a AugustAugust a través de la mirillaEl institutoComandante TomDespués de claseEl Padawan muerde el polvoUna aparición ante la puertaDesayunoGenética para principiantesEl cuadro de PunnettAdiós a lo viejo31 de octubre

Truco o tratoTiempo para pensar

Tercera parteNiños rarosLa PesteLa fiesta de HalloweenNoviembreAdvertencia: este chico no es

para todos los públicosLa tumba egipcia

Cuarta parteLa llamadaLa heladeríaPor qué cambié de opinión

Cuatro cosasEx amigosNieveLa fortuna sonríe a los audacesColegio privadoEn cienciasCompañerosCastigadoFelicitaciones navideñasCartas, e-mails, Facebook,

mensajes de textoDespués de las vacaciones de

NavidadLa guerra

Cambio de mesasPor qué no me senté con

AugustBandosLa casa de AugustEl novio

Quinta parteEl hermano de OliviaEl Día de los EnamoradosNuestra ciudadMariquitaLa parada del autobúsEnsayoPájaro

El universoSexta parte

El polo NorteEl muñeco de AuggieLobotOír con claridadEl secreto de ViaMi cuevaDespedidaLos juguetes de DaisyEl cieloLa suplenteEl final

Séptima parte

Mentiras de campamentoEl institutoLo que más echo de menosExtraordinaria, pero sin nadie

que lo veaLa representaciónDespués de la obra

Octava parteLos campamentos de quinto

cursoFamoso por…El equipajeAl amanecerEl primer día

La feriaPortaos bien con la naturalezaEl bosque está vivoAlienVoces en la oscuridadLa guardia del emperadorEl sueñoDespués de todoEn casaOsoEl cambioPatosEl último preceptoAntes de bajar del coche

Tomad asientoAlgo sencilloPremiosFlotandoFotosEl paseo de vuelta a casa

ApéndiceAgradecimientosPermisosNotasBiografíaCréditosAcerca de Random House

Mondadori

Para Russell, Caleb y Joseph Han venido médicos deciudades lejanassolo para vermey agacharse sobre mi camasin creer lo que veían. Dicen que debo de ser una delas maravillas

de la creación de Dios,pero son incapaces de ofreceruna explicación. NATALIE MERCHANT«Wonder»

Primera parte

AUGUST

Normal Sé que no soy un niño de diezaños normal. Bueno, hagocosas normales: tomo helado,monto en bici, juego albéisbol, tengo una XBox…Supongo que esas cosas hacenque sea normal. Por dentro,

yo me siento normal. Pero séque los niños normales nohacen que otros niñosnormales se vayan corriendo ygritando de los columpios. Séque la gente no se quedamirando a los niños normalesen todas partes.

Si me encontrase unalámpara maravillosa y solo lepudiese pedir un deseo, lepediría tener una cara normalen la que no se fijase nadie.

Pediría poder ir por la calle sinque la gente apartase la miradaal verme. Creo que la únicarazón por la que no soynormal es porque nadie me vecomo alguien normal.

Pero ya estoy más o menosacostumbrado a mi cara. Séfingir que no veo las caras quepone la gente. A todos se nosda bastante bien: a mí, amamá, a papá, a Via. No, esono es verdad: a Via no se le da

nada bien. Puede llegar aenfadarse mucho si alguienhace alguna grosería. Comouna vez que, en loscolumpios, unos chicosmayores se pusieron a hacerunos ruidos raros. Ni siquierasé qué ruidos eran, porque nolos oí, pero Via sí, y se puso agritarles. Así es ella. Yo nosoy así.

Via no me ve como alguiennormal. Ella dice que sí, pero

si fuera normal no meprotegería tanto. Mis padrestampoco me ven como alguiennormal. Para ellos soy alguienextraordinario. Creo que yosoy la única persona en elmundo que se da cuenta de lonormal que soy.

Por cierto, me llamoAugust. No voy a describircómo es mi cara. No sé cómoos la estaréis imaginando, peroseguro que es mucho peor.

Por qué antes no iba alcolegio

La semana que viene empiezoquinto en el cole. Como nuncahe ido a un colegio de verdad,estoy requetemuerto de miedo.La gente piensa que si no heido al colegio es por culpa de

mi cara, pero no es verdad. Espor todas las operaciones quehan tenido que hacerme.Veintisiete desde que nací. Lasmás importantes me lashicieron antes de cumplir loscuatro años, así que de estasno me acuerdo, pero desdeentonces me han operado doso tres veces al año (unas máslargas que otras). Como soybajito para mi edad y tengootros misterios que los

médicos nunca han sabidoresolver, antes siempre estabaenfermo. Por eso mis padresdecidieron que era mejor queno fuese al colegio. Peroahora me encuentro muchomejor. La última vez que meoperaron fue hace ochomeses, y es probable que notengan que volver a hacerlohasta dentro de un par deaños.

Mi madre me da clase en

casa. Antes era ilustradora delibros para niños. Dibuja unashadas y unas sirenaschulísimas, pero cuando sepone a dibujar cosas de chicoya no mola tanto. Una vezintentó dibujarme un DarthVader, pero le salió una cosaque parecía un robot conforma de champiñón. Hacemucho tiempo que no la veodibujar nada. Creo que estádemasiado ocupada cuidando

de Via y de mí.No puedo decir que siempre

haya querido ir al colegio,porque no sería verdad deltodo. Quería ir al colegio, perosolo para poder hacer lomismo que los otros niños:tener un montón de amigos,quedar después de clase y esascosas.

Tengo algunos buenosamigos. El mejor esChristopher, y luego están

Zachary y Alex. Nosconocemos desde que éramosunos bebés y, como siempreme han conocido tal comosoy, no les importa. Cuandoéramos pequeños siemprejugábamos juntos, peroentonces Christopher se fue avivir a Bridgeport, enConnecticut. Eso está a más deuna hora de donde yo vivo enNorth River Heights, en elnorte de Manhattan. Luego,

Zachary y Alex empezaron a iral colegio. Es curioso: aunqueChristopher se fue a vivirlejos, lo veo más que aZachary y a Alex. Ahora todostienen amigos nuevos, pero, sinos vemos por la calle, aún seportan bien conmigo. Siempreme saludan.

Tengo otros amigos, perono tan buenos comoChristopher, Zack y Alex.Cuando éramos pequeños,

Zack y Alex siempre meinvitaban a sus fiestas decumpleaños. Joel, Eamonn yGabe, no. Emma me invitóuna vez, pero hace muchotiempo que no la veo. Alcumpleaños de Christophersigo yendo todos los años,claro. A lo mejor lo que pasaes que doy demasiadaimportancia a las fiestas decumpleaños.

Cómo nací Me gusta que mamá cuenteesta historia porque siempreme hace reír un montón.Seguramente no tiene tantagracia como un chiste, pero,cuando la cuenta ella, Via y yonos tronchamos de risa.

Cuando yo estaba en labarriga de mi madre, nadietenía ni idea de que yo iba anacer con esta pinta. Via habíanacido cuatro años antes y,como todo había sido «coser ycantar» (la expresión es demamá), no había motivo parahacer ninguna prueba especial.Unos dos meses antes denacer, los médicos se dieroncuenta de que a mi cara lepasaba algo raro, pero no

pensaron que fuese nadagrave. Les dijeron a mispadres que tenía el paladarhendido y alguna cosa más.«Pequeñas anomalías», lasllamaban.

La noche que nací había dosenfermeras en el paritorio.Una era muy dulce ysimpática. La otra, segúnmamá, no parecía ni dulce nisimpática. Tenía unos brazosenormes y (esto es lo más

gracioso) no paraba de tirarsepedos. Le llevaba a mi madreunos cubitos de hielo y setiraba un pedo. Le tomaba latensión y se tiraba un pedo.Mamá dice que aquello eraincreíble, porque la enfermerano le pidió perdón ni una solavez. Además, su médico noestaba de guardia esa noche,así que le tocó un médicojoven y maniático al que papápuso el mote de Doogie, creo

que por alguna serie antiguade televisión (aunque no se lollamaron a la cara). Mamá diceque, aunque todos estaban demal humor, mi padre se pasóla noche haciéndola reír.

Cuando salí de la barriga demi madre, todos se quedaronmudos. Mamá no llegó averme, porque la enfermerasimpática me sacó corriendode la habitación. Papá se diotanta prisa en seguirla que se

le cayó la cámara de vídeo yse rompió en mil pedazos.Mamá se enfadó mucho eintentó levantarse para veradónde iban, pero laenfermera pedorra le puso susenormes brazos encima paraimpedir que se levantase de lacama. Casi se pelearon,porque mamá estaba histéricay la enfermera pedorra legritaba para que se calmase.Luego, las dos se pusieron a

llamar al médico a gritos. Pero¿sabéis qué? ¡El médico sehabía desmayado y estabatirado en el suelo! Cuando laenfermera pedorra vio que sehabía desmayado, se puso aempujarle con el pie paradespertarlo mientras le gritaba:«¿Qué clase de médico esusted? ¿Qué clase de médicoes usted? ¡Levántese!¡Levántese!». Y de pronto setiró el pedo más grande,

ruidoso y apestoso de lahistoria de los pedos. Mamácree que fue el pedo lo quedespertó al médico. El caso esque cuando la historia lacuenta ella, hace todos lospapeles —hasta imita el ruidode los pedos— y esdivertidísimo.

Mamá dice que, al final, laenfermera pedorra se portómuy bien con ella. Le hizocompañía todo el rato y no se

separó de ella hasta que volviómi padre y los médicos lesdijeron que yo estaba muyenfermo. Mamá recuerdaexactamente lo que laenfermera le susurró al oídocuando el médico le dijo queera probable que muriera esamisma noche: «Todo aquelnacido de Dios vence almundo». Y al día siguiente,como había sobrevivido, laenfermera le dio la mano a mi

madre cuando me llevaronpara que me viese por primeravez.

Pero entonces ya se lohabían contado todo y ella yase había preparado paraverme. Dice que cuando viomi carita deforme por primeravez, solo se fijó en lo bonitosque tenía los ojos.

Por cierto, mamá espreciosa. Y papá es muyguapo. Via también, por si

alguien lo dudaba.

En casa de Christopher Lo pasé muy mal cuandoChristopher se mudó de casahace tres años. Los dosteníamos unos siete años. Nospasábamos las horas jugandocon nuestros muñequitos deLa guerra de las galaxias y

peleando con nuestros sablesde luz. Eso lo echo de menos.

La primavera pasada fuimosa casa de Christopher enBridgeport. Christopher y yoestábamos buscando algo decomer en la cocina, y entoncesoí a mamá contándole a Lisa,la madre de Christopher, queen otoño iría al colegio. Era laprimera vez en toda mi vidaque la oía hablar del colegio.

—¿De qué habláis? —

pregunté.Mamá parecía sorprendida,

como si no hubiese queridoque oyese lo que acababa dedecir.

—Deberías decirle lo quehas estado pensando, Isabel—dijo papá, que estaba en laotra punta del salón hablandocon el padre de Christopher.

—Ya lo hablaremos luego—dijo mamá.

—No, quiero saber de qué

estabais hablando —repuse.—¿No crees que podrías ir

al colegio, Auggie? —preguntó mamá.

—No —contesté.—Yo tampoco —añadió

papá.—Pues no hay más que

hablar —dije, encogiéndomede hombros, y me senté en elregazo de mi madre, como unbebé.

—Creo que necesitas

aprender más de lo que yopuedo enseñarte —replicómamá—. A ver, Auggie, yasabes lo mal que se me dan lasfracciones.

—¿Qué colegio? —pregunté, a punto de echarmea llorar.

—El colegio de secundariaBeecher. Nos pilla cerca decasa.

—Vaya, es un colegioestupendo, Auggie —dijo

Lisa, dándome una palmaditaen la rodilla.

—¿Y por qué no al colegiode Via? —repuse.

—Es demasiado grande —contestó mamá—. No creoque fuese una buena elección.

—No quiero ir —dije. Loreconozco: hice que mi vozsonase un poco infantil.

—No tienes por qué hacernada que no quieras hacer —respondió papá. Se acercó, me

levantó del regazo de mamá yme sentó sobre sus rodillas enla otra punta del sofá—. Novamos a obligarte a hacer nadaque no quieras hacer.

—Pero le vendría bien, Nate—dijo mamá.

—Si él no quiere, no —contestó papá, mirándome—.Si él no quiere, no.

Mamá miró a Lisa, queestiró el brazo y le apretó lamano.

—Seguro que al finalencontráis una solución —ledijo a mamá—. Siempre laencontráis.

—Ya lo hablaremos luego—comentó mamá.

Se notaba que papá y ellaiban a discutir. Yo quería queganase papá, aunque en partesabía que mamá tenía razón. Yla verdad era que lasfracciones se le daban fatal.

En el coche El camino de vuelta a casa eralargo. Me quedé dormido en elasiento de atrás, comosiempre, con la cabeza sobreel regazo de Via, como sifuese mi almohada, y con elcinturón de seguridad

envuelto en una toalla para nollenar a mi hermana de babas.Via también se quedódormida, y mamá y papá sepusieron a hablar en voz bajade cosas de adultos que paramí no tenían importancia.

No sé cuánto rato estuvedormido, pero al despertarmeya era de noche y por laventanilla del coche se veía laluna llena. El cielo tenía uncolor morado e íbamos por

una carretera llena de coches.Entonces oí a mis padreshablando de mí.

—No podemos seguirprotegiéndolo —le susurrómamá a papá, que era quienconducía—. No podemoshacer como si mañana fuera adespertarse y su realidad fueraotra, porque sí lo es, Nate, ytenemos que ayudarle aaprender a hacerle frente. Nopodemos seguir evitando

situaciones que…—Y enviarlo al colegio de

secundaria como un corderoal matadero… —contestópapá enfadado, pero no llegóa acabar la frase porque viopor el retrovisor que tenía losojos abiertos.

—¿Qué es un cordero almatadero? —pregunté mediodormido.

—Vuelve a dormirte,Auggie —dijo papá en voz

baja.—En el colegio todos se

quedarán mirándome —repuse, y me eché a llorar.

—Cielo —dijo mamá. Sedio la vuelta en el asiento delcopiloto y me puso la manosobre la mía—. Ya sabes quesi no quieres, no irás. Pero lehemos hablado de ti aldirector y tiene muchas ganasde conocerte.

—¿Qué le habéis contado

de mí?—Que eres muy divertido,

bueno e inteligente. Cuando ledije que a los seis años yahabías leído El jinete deldragón, exclamó: «¡Caray,tengo que conocerlo!».

—¿Qué más le contaste? —pregunté.

Mamá me sonrió. Susonrisa me envolvió como unabrazo.

—Le hablé de tus

operaciones y de lo valienteque eres.

—¿Y sabe la pinta quetengo?

—Le llevamos fotos delverano pasado en Montauk —dijo papá—. Le enseñamosfotos de toda la familia. ¡Y esafoto estupenda en la quesostienes un lenguado en labarca!

—¿Tú también estabas? —Tengo que reconocer que me

llevé una desilusión al saberque papá también habíaparticipado en aquello.

—Pues sí, los dosestuvimos hablando con él —contestó papá—. Es unhombre muy simpático.

—Te caería bien —añadiómamá.

De pronto me pareció quelos dos estaban en el mismobando.

—Un momento. ¿Cuándo

os reunisteis con él? —pregunté.

—Nos enseñó el colegio elaño pasado —dijo mamá.

—¿El año pasado? —exclamé—. Entonces, ¿lleváisun año pensándolo y no mehabíais dicho nada?

—No sabíamos si podríasentrar, Auggie —contestómamá—. Es muy difícil entraren ese colegio. La solicitudtiene que pasar por un proceso

de admisión. Pensé que no eranecesario contártelo y que tepreocupases innecesariamente.

—Pero tienes razón,Auggie, deberíamos habértelodicho el mes pasado, cuandosupimos que te habíanadmitido —añadió papá.

—Visto ahora, supongo quesí —reconoció mamá, y soltóun suspiro.

—¿Y la señora que vino acasa aquella vez tenía algo que

ver con esto? —dije—. La queme hizo hacer aquel test.

—Sí —reconoció mamá,con aire de culpabilidad—. Laverdad es que sí.

—Me dijiste que era un testde inteligencia —repuse.

—Ya lo sé. Fue una mentirapiadosa —contestó—.Necesitabas hacer la pruebapara entrar en el colegio. Tesalió muy bien, por cierto.

—Entonces, me mentiste —

repliqué.—Fue una mentira piadosa,

pero sí. Lo siento —dijo,intentando sonreír, pero,como no le devolví la sonrisa,se dio media vuelta en elasiento y se puso a mirar haciadelante.

—¿Qué es un cordero almatadero? —pregunté.

Mamá suspiró y le lanzó apapá una mirada asesina.

—No debería haberlo dicho

—respondió papá, mirándomepor el retrovisor—. No esverdad. Verás: mamá y yo tequeremos tanto queintentamos protegerte todo loque podemos. Lo que pasa esque a veces queremos hacerlocada uno a nuestra manera.

—No quiero ir al colegio —les contesté, cruzándome debrazos.

—Te vendría bien, Auggie—repuso mamá.

—A lo mejor, el año queviene —dije, mirando por laventana.

—Este año sería mejor,Auggie —replicó mamá—.¿Sabes por qué? Porqueentrarás en quinto, que es elprimer curso que imparten enun colegio de secundaria. Y esasí para todo el mundo. Noserás el único alumno nuevo.

—Seré el único alumno conesta pinta —repuse.

—No voy a decir que noserá un gran reto para ti,porque eso ya lo sabes —dijo—. Pero te sentará bien,Auggie. Harás un montón deamigos. Y aprenderás cosasque nunca aprenderíasconmigo. —Se dio mediavuelta en el asiento y me miró—. Cuando nos enseñaron elcolegio, ¿sabes qué tenían enel laboratorio de ciencias? Unpollito que estaba saliendo del

cascarón. ¡Era precioso!Auggie, me recordó a ticuando eras un bebé… conesos ojazos marrones quetienes…

Normalmente me gusta quehablen de cuando era un bebé.A veces me apeteceacurrucarme contra ellos ydejar que me abracen y meden besos por todas partes.Echo de menos ser un bebé yno saber ciertas cosas, pero en

aquel momento no meapetecía.

—No quiero ir —dije.—A ver qué te parece esto:

¿puedes al menos ir a hablarcon el señor Traseronian antesde tomar una decisión? —preguntó mamá.

—¿El señor Traseronian?—repuse.

—Es el director —contestómamá.

—¿El señor Traseronian?

—repetí.—Ya, ya lo sé —dijo papá,

sonriendo y mirándome por elretrovisor—. ¿Qué te parece elapellido que tiene, Auggie?¿Quién podría querer tener unapellido como Traseronian?

Sonreí, aunque no queríaque me viesen sonreír. Papáera la única persona en todo elmundo capaz de hacerme reíraunque yo no quisiese. Papásiempre hacía reír a todo el

mundo.—¡Auggie, deberías ir a ese

colegio solo para oír cómodicen su apellido pormegafonía! —exclamó papáemocionado—. ¿A que seríagracioso? Probando,probando. ¡Por favor, señorTraseronian! —dijo imitandouna voz aguda de mujermayor—. ¡Hola, señorTraseronian! ¡Veo que hoy vad e culo! ¿Han vuelto a darle

un golpe a su coche pordetrás? ¡Acuda al patiotrasero!

Me eché a reír, pero noporque pensase que fuera tangracioso, sino porque no meapetecía seguir enfadado.

—¡Aunque podría ser peor!—prosiguió papá con su voznormal—. Nosotros teníamosuna profesora en launiversidad que se llamabaPompish.

Mamá también se echó areír.

—¿De verdad? —pregunté.—Roberta Pompish —

contestó mamá, levantando lamano como si fuese a jurarlopor algo—. Bobbie Pompish.

—Tenía unos cachetesenormes —dijo papá.

—¡Nate! —exclamó mamá.—¿Qué? Lo único que he

dicho es que tenía unoscachetes enormes.

Mamá se reía y negaba conla cabeza al mismo tiempo.

—¡Se me ocurre una cosa!—dijo papá emocionado—.¡Vamos a organizarles una citaa ciegas! ¿Os lo imagináis?Señorita Pompish, le presentoal señor Traseronian. SeñorTraseronian, le presento a laseñorita Pompish. Podríancasarse y tener unos cuantosculetes.

—Pobre señor Traseronian

—contestó mamá, negandocon la cabeza—. ¡Auggie nisiquiera lo ha conocidotodavía, Nate!

—¿Quién es el señorTraseronian? —preguntó Viamedio adormilada. Acababade despertarse.

—El director de mi nuevocolegio —respondí.

Hola, señor Traseronian Habría estado más nervioso sihubiese sabido que, ademásde al señor Traseronian,también iba a conocer aalgunos chicos del nuevocolegio. Pero, como no losabía, no podía evitar que me

entrase la risa tonta alacordarme de todas lasbromas que había hecho papácon el apellido del señorTraseronian. Por eso, cuandomamá y yo llegamos al colegiode secundaria Beecher unascuantas semanas antes delcomienzo del curso y vi alseñor Traseronian allíplantado, esperándonos en laentrada, me entró la risa tonta.No se parecía en nada a como

me lo había imaginado.Pensaba que tendría un culoenorme, pero no. De hecho,era un tipo bastante normal.Alto, delgado, mayor, pero noviejo. Parecía simpático.Primero le dio la mano amamá.

—Hola, señor Traseronian.Me alegro de volver a verle —dijo mamá—. Le presento ami hijo August.

El señor Traseronian me

miró sonriente y asintió con lacabeza. Me ofreció la manopara que se la estrechase.

—Hola, August —dijo enun tono de lo más normal—.Encantado de conocerte.

—Hola —farfullé, dándolela mano mientras le miraba lospies. Llevaba unas Adidasrojas.

—Bueno… —dijo,arrodillándose delante de mípara que no pudiese mirarle a

las zapatillas y tuviese quemirarlo a la cara—. Tuspadres me han hablado muchode ti.

—¿Y qué le han contado?—pregunté.

—¿Cómo dices?—Cielo, tienes que hablar

más alto —dijo mamá.—¿Qué le han contado? —

pregunté, intentando no hablarentre dientes. Reconozco quetengo la mala costumbre de

hablar entre dientes.—Pues que te gusta leer —

me contestó el señorTraseronian—. Y que eres ungran artista. —Tenía los ojosazules y las pestañas blancas—. Y que te gustan lasciencias, ¿no?

—Ajá —respondí.—Tenemos un par de

optativas de ciencias enBeecher —dijo—. A lo mejorte apetece coger una.

—Ajá —contesté, aunqueno tenía ni idea de qué era unaoptativa.

—¿Estás listo para visitar elcentro?

—¿Ahora? —dije.—¿Pensabas que íbamos a

ir al cine? —preguntósonriente mientras selevantaba.

—No me habías dicho queíbamos a visitar el colegio —ledije a mamá en tono

acusatorio.—Auggie… —comenzó a

decir.—Todo irá bien, August —

dijo el señor Traseronian,tendiéndome la mano—. Te loprometo.

Creo que quería que le diesela mano, pero preferí dársela amamá. Él me sonrió y echó aandar hacia la entrada.

Mamá me dio un apretón enla mano, aunque no sé si era

un apretón de «Te quiero» oun apretón de «Lo siento».Seguramente una mezcla delas dos cosas.

El único colegio que habíavisto en mi vida era el de Via,cuando iba con mamá y papáa verle cantar en los conciertosde primavera y cosas así.Aquel colegio era muydiferente. Era más pequeño yolía a hospital.

La amable señora García

Seguimos al señorTraseronian por unos cuantospasillos. No había muchagente, y la poca que había nose fijó en mí, aunque a lomejor fue porque no mevieron. Mientras

caminábamos, iba escondidodetrás de mamá. Ya sé quepuede parecer infantil, pero enesos momentos no me sentíademasiado valiente.

Llegamos a una pequeñahabitación. En la puerta habíaescrito DESPACHO DELDIRECTOR DESECUNDARIA. Dentro habíauna mesa y, sentada detrás,una señora que parecíasimpática.

—Le presento a la señoraGarcía —dijo el señorTraseronian. La señora lesonrió a mamá, se quitó lasgafas y se levantó de la silla.

—Isabel Pullman.Encantada de conocerla —repuso mi madre, dándole lamano.

—Y este es August —dijo elseñor Traseronian.

Mamá se hizo a un ladopara dejarme pasar. Entonces

pasó lo que ya me habíapasado un millón de vecesantes. Cuando la miré a lacara, la señora García bajó lavista durante un segundo. Fuealgo tan rápido que nadieaparte de mí se habría dadocuenta, ya que el resto de sucara se quedó exactamenteigual que estaba. Tenía unasonrisa de oreja a oreja.

—Encantada de conocerte,August —dijo, ofreciéndome

la mano para que se laestrechase.

—Hola —contesté en vozbaja, dándole la mano, pero,como no quería mirarla a lacara, me concentré en susgafas, que le colgaban de unacadena al cuello.

—¡Vaya, menudo apretón!—dijo la señora García. Teníala mano caliente.

—El chico da unosapretones de manos

tremendos —concluyó elseñor Traseronian, y todos seecharon a reír.

—Puedes llamarme señoraG —dijo la señora García.Creo que se dirigía a mí, peroyo estaba mirando todas lascosas que tenía sobre la mesa—. Así me llaman todos.«Señora G, se me ha olvidadola combinación de la taquilla».«Señora G, necesito unjustificante». «Señora G,

quiero cambiar de optativa».—La señora G es la que

dirige de verdad el colegio —dijo el señor Traseronian, ytodos los adultos volvieron areírse.

—Llego todas las mañanas alas siete y media —prosiguióla señora García, que seguíamirándome mientras yoobservaba fijamente sussandalias marrones conflorecitas moradas en las

hebillas—. Si alguna veznecesitas algo, August,pídemelo a mí. Y puedespedirme lo que sea.

—Vale —farfullé.—Ay, qué bebé tan

precioso —dijo mamá,señalando una de lasfotografías que había en eltablón de anuncios de laseñora García—. ¿Es suyo?

—¡No, válgame Dios! —exclamó la señora García, con

una gran sonrisa que eratotalmente diferente de susonrisa de oreja a oreja—.Acaba de alegrarme el día. Esmi nieto.

—¡Qué preciosidad! —dijomamá, sacudiendo la cabeza—. ¿Cuánto tiempo tiene?

—En esa foto tenía cincomeses, creo. Pero ahora ya esmayor. ¡Tiene casi ocho años!

—¡Vaya! —exclamó mamá,sin dejar de sonreír—. Pues es

una monada.—Gracias —contestó la

señora García, con un gestoafirmativo como si estuviera apunto de decir algo más sobresu nieto. Pero de repente dejóde sonreír tanto—. Aquí todosvamos a cuidar muy bien deAugust —le dijo a mamá, y vique le daba un ligero apretónen la mano. Miré a mamá a lacara, y entonces me di cuentade que estaba tan nerviosa

como yo. Supongo que laseñora García me cayó bien…cuando no sonreía de oreja aoreja.

Jack Will, Julian yCharlotte

Seguimos al señorTraseronian a una pequeñahabitación que estaba nadamás pasar la mesa de la señoraGarcía. Él iba hablandomientras cerraba la puerta de

su despacho y se sentaba trassu enorme mesa, aunque, laverdad, yo no prestabademasiada atención a lo quedecía. Estaba mirando lascosas que tenía sobre la mesa.Había cosas chulas, como unglobo terráqueo que flotaba enel aire y una especie de cubode Rubik hecho de espejitos.Me gustó mucho su despacho.Me gustaba que tuviesecolgados en las paredes

dibujos y pinturas de losalumnos, enmarcados como sifuesen importantes.

Mamá se sentó en una sillafrente a la mesa del señorTraseronian y, aunque habíaotra silla junto a la suya,decidí quedarme de pie a sulado.

—¿Por qué usted tienehabitación propia y la señoraG no? —pregunté.

—Supongo que querrás

decir que por qué tengodespacho propio —repuso elseñor Traseronian.

—Antes ha dicho que esella la que dirige el colegio.

—Bueno, estababromeando. La señora G es miayudante.

—El señor Traseronian es eldirector del colegio —explicómamá.

—¿Y lo llaman señor T? —pregunté, y eso le hizo sonreír.

—¿Señor T? ¿Como Mr. T?¿Sabes quién es Mr. T? —contestó—. «¡Pobredesgraciado!» —dijoponiendo una voz de tío duro,como si estuviera imitando aalguien.

No tenía ni idea de qué meestaba hablando.

—En fin, la verdad es queno —dijo el señorTraseronian, negando con lacabeza—. Nadie me llama

señor T, aunque algo me diceque se refieren a mí por otrosnombres que desconozco. Hayque asumirlo, no es fácil vivircon un apellido como el mío,no sé si me entiendes.

Reconozco que en esemomento me eché a reír,porque sabía exactamente loque quería decir.

—Pues mis padres tuvieronuna profesora que se llamabaPompish —dije.

—¡Auggie! —exclamómamá, pero el señorTraseronian se echó a reír.

—Eso sí que es grave —dijo el señor Traseronian,negando con la cabeza—.Supongo que no deberíaquejarme. Oye, August, hepensado que hoy podríamos…

—¿Es una calabaza? —pregunté, señalando unapintura enmarcada detrás de lamesa del señor Traseronian.

—Auggie, cielo, nointerrumpas a la gente —dijomamá.

—¿Te gusta? —preguntó elseñor Traseronian. Se giró yse quedó mirando la pintura—. A mí también. Y yotambién pensaba que era unacalabaza, hasta que el alumnoque me lo regaló me explicóque no es una calabaza, sino…agárrate… ¡un retrato mío!Dime, August: ¿de verdad

parezco una calabaza?—¡No! —contesté, aunque

estaba pensando que sí.Cuando sonreía, los cachetesse le hinchaban y eso le hacíaparecer una calabaza deHalloween. Mientras lopensaba, me di cuenta de quetenía gracia: cachetes, el señorTraseronian… y se me escapóuna risilla. Negué con lacabeza y me tapé la boca conla mano.

El señor Traseronian sonrió,como si pudiese leerme elpensamiento.

Fui a decir algo, pero depronto oí voces al otro lado dela puerta del despacho: eranvoces de niño. No exagero sidigo que casi se me para elcorazón, como si acabase decorrer en la carrera más largadel mundo. Se me quitaron lasganas de reírme.

El caso es que cuando era

pequeño no me importabaconocer a otros niños, porquetodos los niños que conocíaeran pequeños, como yo. Loguay de los niños pequeños esque no dicen cosas paraintentar hacerte daño, aunquea veces digan cosas que tehacen daño. Pero no saben loque dicen. Los niñosmayores… esos sí que sabenlo que dicen. Y eso no mehace ninguna gracia. Uno de

los motivos por los que medejé crecer el pelo el añopasado era porque me gustaque el flequillo me cubra losojos: eso me ayuda a tapar lascosas que no quiero ver.

La señora García llamó a lapuerta y asomó la cabeza.

—Ya están aquí, señorTraseronian —dijo.

—¿Quiénes? —pregunté.—Gracias —le dijo el señor

Traseronian a la señora García

—. August, he pensado quesería buena idea queconocieses a algunos alumnosque estarán en tu clase estecurso. Podrían enseñarte elcolegio. Lo que se dicereconocer el terreno.

—No quiero conocer anadie —le dije a mamá.

El señor Traseronian se mepuso delante y apoyó lasmanos en mis hombros. Seagachó y me dijo al oído:

—Tranquilo, August. Sonbuenos chicos, te lo prometo.

—No te va a pasar nada,Auggie —susurró mamá contodas sus fuerzas.

Antes de que pudiese decirnada más, el señorTraseronian abrió la puerta deldespacho.

—Pasad, chicos —dijo, yentraron dos niños y una niña.

Ninguno nos miró ni amamá ni a mí. Se quedaron

junto a la puerta mirandofijamente al señor Traseroniancomo si sus vidas dependiesende ello.

—Muchas gracias por venir,chicos. Sobre todo, teniendoen cuenta que el curso noempieza hasta el mes queviene —añadió el señorTraseronian—. ¿Lo habéispasado bien en verano?

Todos asintieron, peronadie dijo nada.

—Bien, bien —dijo el señorTraseronian—. Chicos, queríapresentaros a August, que va aestudiar aquí este curso.August, estos chicos llevanestudiando en Beecher desdepreescolar, aunque antesestaban en el edificio deinfantil, pero todos se conocenal dedillo los planes de estudiode secundaria. Y como vais aestar todos en la misma clase,he pensado que estaría bien

que os conocieseis un pocoantes de que empezase elcurso. Bueno, chicos, ospresento a August. August,este es Jack Will.

Jack Will me miró yextendió la mano.

—Hola —dijo esbozandouna sonrisa cuando se laestreché, y bajó la vistarápidamente.

—Este es Julian —continuóel señor Traseronian.

—Hola —contestó Julian, ehizo exactamente lo mismoque Jack Will: me dio lamano, esbozó una sonrisaforzada y bajó la vistaenseguida.

—Y Charlotte —dijo elseñor Traseronian.

Charlotte tenía el pelo másrubio que había visto en mivida. No me dio la mano, perome saludó tímidamente ysonrió.

—Hola, August. Encantadade conocerte.

—Hola —contesté, mirandoal suelo. Llevaba puestas unasCrocs de color verde intenso.

—Bien —dijo el señorTraseronian, juntando lasmanos como si fuese aaplaudir a cámara lenta—. Hepensado que podríaisenseñarle el colegio a August.Quizá podríais empezar por latercera planta. Allí es donde

va a estar vuestra aula detutoría: en el aula 301. Creo.Señora G, ¿cuál…?

—¡Aula 301! —gritó laseñora García desde la otrahabitación.

—Aula 301 —repitió elseñor Traseronian mientrasasentía—. Después podéisenseñarle los laboratorios deciencias y la sala deinformática. Y luego podéisbajar a ver la biblioteca y el

salón de actos en la segundaplanta. Y llevadlo a lacafetería, claro.

—¿Lo llevamos a la sala demúsica? —preguntó Julian.

—Buena idea, sí —contestóel señor Traseronian—.August, ¿sabes tocar algúninstrumento?

—No —respondí. No erami tema de conversaciónfavorito, sobre todo porqueno tengo orejas. Bueno, sí

tengo, pero no se parecen a lastípicas orejas que tiene todo elmundo.

—Bueno, pero quizá teguste ver la sala de música detodos modos —dijo el señorTraseronian—. Tenemos unamagnífica selección deinstrumentos de percusión.

—August, tú siempre hasquerido aprender a tocar labatería —añadió mamá,intentando hacer que la

mirase, pero el flequillo metapaba los ojos mientrasmiraba fijamente un trozo dechicle pegado en la parte deabajo de la mesa del señorTraseronian.

—¡Estupendo! —dijo elseñor Traseronian—. ¿Qué osparece si volvéis dentro de…—Miró a mamá— ¿mediahora?

Creo que mamá asintió.—¿Te parece bien, August?

—me preguntó el director.No contesté.—¿Te parece bien, August?

—repitió mamá.La miré. Quería que viese lo

enfadado que estaba con ella,pero, cuando la miré a la cara,dije que sí con la cabeza.Parecía más asustada que yo.

Los otros chicos ya habíanechado a andar hacia la puerta,así que los seguí.

—Hasta luego —dijo mamá

en un tono de voz algo másagudo de lo normal.

No le contesté.

La visita Jack Will, Julian, Charlotte yyo recorrimos un enormepasillo hasta llegar a unasamplias escaleras. Nadie dijonada mientras subíamos hastala tercera planta.

Cuando llegamos a lo alto

de las escaleras, recorrimos unpequeño pasillo lleno depuertas. Julian abrió la quetenía un letrero que ponía 301.

—Esta es nuestra aula detutoría —dijo, plantándoseante la puerta entreabierta—.Tenemos a la señora Petosa.Dicen que no está mal, almenos pone pocos deberes.Dicen que si te toca en mateses muy estricta.

—No es verdad —repuso

Charlotte—. Mi hermana latuvo el año pasado y dice quees buena.

—No es lo que he oído yo—contestó Julian—. Pero quémás da. —Cerró la puerta ysiguió andando por el pasillo.

—Este es el laboratorio deciencias —dijo al llegar a lasiguiente puerta. Igual quehabía hecho dos segundosantes, se quedó plantadofrente a la puerta entreabierta

y se puso a hablar. Mientrashablaba no me miró ni unavez; no me importó, porqueyo tampoco lo estaba mirando—. Hasta el primer día declase no sabrás a quién te tocaen ciencias, pero más te valeque sea el señor Haller. Antesestaba en primaria y a vecestocaba su enorme tuba enclase.

—Era un bombardinobarítono —replicó Charlotte.

—¡Era una tuba! —contestóJulian cerrando la puerta.

—Tío, déjale entrar paraque pueda verlo —dijo JackWill, que le dio un empujón aJulian y abrió la puerta.

—Entra si quieres —respondió Julian mirándomepor primera vez.

Me encogí de hombros y meacerqué a la puerta. Julian seapartó rápidamente, como sitemiera que pudiese tocarlo

sin querer al pasar a su lado.—No hay mucho que ver

—dijo Julian, entrando detrásde mí. Se puso a señalar unascuantas cosas que había en laclase—. Eso de ahí es laincubadora. Eso grande ynegro es la pizarra. Esas sonlas mesas. Y esas son lassillas. Eso de ahí sonmecheros Bunsen. Esto es unpóster de ciencias asqueroso.Esto es tiza. Y este es el

borrador.—Seguro que ya sabe lo

que es un borrador —repusoCharlotte en un tono que merecordó a Via.

—¿Y cómo quieres quesepa lo que sabe y lo que no?—contestó Julian—. El señorTraseronian dice que nunca haido a clase.

—Sabes lo que es unborrador, ¿verdad? —mepreguntó Charlotte.

Confieso que estaba tannervioso que no sabía quédecir ni qué hacer aparte demirar el suelo.

—¿Sabes hablar? —preguntó Jack Will.

—Sí —contesté asintiendo.Seguía sin atreverme amirarlos a la cara.

—Sabes lo que es unborrador, ¿verdad? —preguntó Jack Will.

—¡Pues claro! —farfullé.

—Ya te he dicho que aquíno había nada que ver —comentó Julian, encogiéndosede hombros.

—Tengo una duda —dije,intentando que no metemblase la voz—. Eh… ¿Quées exactamente un aula detutoría? ¿Es una asignatura?

—No, es tu grupo —explicóCharlotte, haciendo como queno había visto la sonrisilla deJulian—. Es el aula a la que

acudes cuando vienes alcolegio por la mañana y dondetu tutor pasa lista y esas cosas.Es como tu clase principal,aunque no sea una clase deverdad. Bueno, sí es una clase,pero…

—Creo que ya lo ha pillado,Charlotte —dijo Jack Will.

—¿Lo has pillado? —mepreguntó Charlotte.

—Sí —contesté asintiendode nuevo.

—Vámonos de aquí —propuso Jack Will, saliendodel aula.

—Espera, Jack. Se suponeque tenemos que resolverle lasdudas —dijo Charlotte.

Jack Will puso los ojos enblanco mientras se daba mediavuelta.

—¿Tienes alguna dudamás? —preguntó.

—Eh… No —respondí—.Bueno, la verdad es que sí.

¿Cómo te llamas, Jack o JackWill?

—Me llamo Jack. Will es miapellido.

—Ah. Como el señorTraseronian te ha presentadocomo Jack Will, he pensado…

—¡Ja! ¿Pensabas que sellamaba Jackwill? —preguntóJulian riéndose.

—Sí, hay gente que mellama por el nombre y elapellido —contestó Jack,

encogiéndose de hombros—.No sé por qué. ¿Podemosirnos ya?

—Vamos ahora al salón deactos —intervino Charlotte,saliendo la primera del aula deciencias—. Es muy chulo. Teva a gustar, August.

El salón de actos Charlotte no paró de hablarmientras bajábamos hasta lasegunda planta. Se puso adescribir Oliver, la obra quehabían representado el cursoanterior. Ella habíainterpretado a Oliver, aunque

era una chica. Mientras lodecía, abrió de un empujón lapuerta doble que daba a unenorme auditorio. En la otrapunta de la sala había unescenario.

Charlotte se puso acorretear dando saltitos haciael escenario. Julian echó acorrer tras ella por el pasillo y,a mitad de camino, se giró.

—¡Vamos! —gritó,haciéndome una señal para

que lo siguiese, le hice caso.—Aquella noche había

cientos de espectadores —dijoCharlotte, y tardé un par desegundos en darme cuenta deque seguía hablando deOliver—. Estabasupernerviosa. Mi papel teníamucho diálogo y un montónde canciones para cantar. ¡Erasúper, súper, superdifícil! —Aunque me estaba hablando amí, no me miraba mucho—.

La noche del estreno, mispadres estaban al fondo delauditorio, más o menos dondeahora está Jack, pero, cuandose apagan las luces, no sepuede ver lo que hay tan atrás.Yo no paraba de pensar:«¿Dónde están mis padres?¿Dónde están mis padres?».Entonces, el señor Resnick,nuestro profesor de artedramático del curso pasado,me dijo: «¡Charlotte, deja de

comportarte como una diva!».«¡Vale!», contesté. Entoncesvi a mis padres y se mepasaron todos los males. Nose me olvidó ni una frase dediálogo.

Mientras hablaba, vi queJulian me miraba con elrabillo del ojo. Es algo que lagente hace mucho conmigo.Se piensan que no me doycuenta de que me estánmirando, pero lo sé por la

inclinación de sus cabezas. Medi media vuelta para veradónde había ido Jack. Sehabía quedado al fondo delauditorio, como si estuvieseaburrido.

—Cada cursorepresentamos una obra —dijo Charlotte.

—No creo que quieraparticipar en la obra delcolegio, Charlotte —comentóJulian en tono sarcástico.

—Puedes participar en laobra sin salir en la obra —contestó Charlotte mirándome—. Puedes ocuparte de lailuminación o puedes pintarlos decorados.

—¡Yupi! —exclamó Julian,girando el dedo en el aire.

—Pero si no quieres, notienes por qué elegir laoptativa de arte dramático —dijo Charlotte, encogiéndosede hombros—. También están

danza, coro o música. Yliderazgo.

—Solo los memos eligenliderazgo —la interrumpióJulian.

—¡Julian, estás siendo de lomás repelente! —contestóCharlotte, y Julian se echó areír al oír su comentario.

—Voy a elegir la optativade ciencias —dije.

—¡Guay! —repusoCharlotte.

—Suponiblemente, laoptativa de ciencias es laoptativa más difícil de todas—dijo Julian mirándome a lacara—. No te ofendas, pero sinunca has estado en uncolegio, ¿por qué crees que derepente vas a ser lo bastantelisto para elegir la optativa deciencias? ¿Has estudiadociencias alguna vez? Cienciade verdad, no la de los juegosde química.

—Sí —contesté.—¡Lo han educado en casa,

Julian! —dijo Charlotte.—¿Y los maestros iban a su

casa? —preguntó Julian,perplejo.

—¡No, le daba clase sumadre! —contestó Charlotte.

—¿Es maestra? —repusoJulian.

—¿Tu madre es maestra? —me preguntó Charlotte.

—No —respondí.

—¡Entonces, no es maestrade verdad! —dijo Julian,como si eso ya le diera larazón—. A eso me refiero.¿Cómo puede enseñar cienciasalguien que no es un maestrode verdad?

—Seguro que te va bien —repuso Charlotte mirándome.

—Vamos a la biblioteca —gritó Jack, que parecía muyaburrido.

—¿Por qué llevas el pelo

tan largo? —me preguntóJulian. Parecía molesto.

No supe qué decir, así queme limité a encogerme dehombros.

—¿Puedo hacerte unapregunta? —dijo.

Volví a encogerme dehombros. ¿No acababa dehacerme una pregunta?

—¿Qué le pasa a tu cara?¿Te la quemaste en unincendio o algo así?

—¡Julian, no seas grosero!—exclamó Charlotte.

—¡No soy grosero! —contestó Julian—. Solo leestoy haciendo una pregunta.El señor Traseronian dijo quepodíamos hacerle preguntas siqueríamos.

—Pero no preguntasgroseras como esa —repusoCharlotte—. Además, nacióasí. Lo dijo el señorTraseronian, lo que pasa es

que no estabas prestandoatención.

—¡Claro que sí! —replicóJulian—. Pero pensaba que alo mejor también se lo habíahecho en un incendio.

—Anda ya, Julian —dijoJack—. Cállate.

—¡Cállate tú! —gritóJulian.

—Vamos, August —dijoJack—. Vamos a ver labiblioteca.

Eché a andar hacia Jack ysalí del auditorio tras él. Meabrió la puerta doble y,mientras pasaba, me miró a lacara, como desafiándome aque le devolviese la mirada, yasí lo hice. Entonces le sonreí.No sé. A veces, cuando tengola sensación de que estoy apunto de echarme a llorar,acabo echándome a reír. Y esodebió de ser lo que me pasóen ese momento, porque

sonreí como si estuviera apunto de entrarme la risatonta. El caso es que, por laforma que tiene mi cara, lagente que no me conoce bienno siempre pilla que estoysonriendo. Mi boca no securva hacia arriba igual quelas bocas de los demás; es másbien una línea recta. No sécómo, pero Jack Will se diocuenta de que le habíasonreído y me devolvió la

sonrisa.—Julian es imbécil —

susurró antes de que Julian yCharlotte nos alcanzasen—.Pero, tío, vas a tener quehablar. —Lo dijo en serio,como si estuviese intentandoayudarme. Le di la razón conun gesto, y Julian y Charlottenos alcanzaron. Todos nosquedamos unos segundoscallados, mientras mirábamosal suelo. Entonces miré a

Julian a la cara.—Por cierto, la palabra es

«supuestamente» —dije.—¿De qué estás hablando?—Antes has dicho

«suponiblemente» —contesté.—¡Qué va!—Claro que sí —dijo

Charlotte—. Has dicho quesuponiblemente la optativa deciencias es muy difícil. Te heoído.

—Ni hablar —insistió él.

—Qué más da —dijo Jack—. Vámonos.

—Sí, vámonos —añadióCharlotte, siguiendo a Jackpor las escaleras hacia laplanta de abajo. Eché a andartras ella, pero Julian se mepuso delante y me hizotropezar.

—¡Ay, lo siento! —dijoJulian.

Pero por cómo me mirósupe que no lo sentía en

absoluto.

El trato Cuando volvimos aldespacho, mamá y el señorTraseronian seguían hablando.La señora García fue laprimera en vernos y sonrió deoreja a oreja mientrasentrábamos.

—Dime, August. ¿Qué teparece? ¿Te ha gustado? —preguntó.

—Sí —contesté, mirando amamá.

Jack, Julian y Charlotte sequedaron plantados junto a lapuerta. No estaban seguros desi tenían que irse o si aún losnecesitaban para algo. Mepregunté qué más les habríancontado de mí antes deconocerme.

—¿Has visto el pollito? —me preguntó mamá.

Negué con la cabeza.—¿Se refiere a los pollitos

de la clase de ciencias? —dijoJulian—. Los donan a unagranja a final de curso.

—Ah —repuso mamá,desilusionada.

—Pero cada curso nacenunos nuevos —añadió Julian—. August podrá verlos enprimavera.

—Bien —dijo mamá,mirándome—. Eran preciosos,August.

Me gustaría que no mehablase como si fuera un bebédelante de otras personas.

—August —intervino elseñor Traseronian—, ¿loschicos te han enseñado bien elcolegio o quieres ver algomás? Se me ha olvidadodecirles que te enseñen elgimnasio.

—Pero se lo hemosenseñado, señor Traseronian—contestó Julian.

—¡Estupendo! —repuso eldirector.

—Y yo le he hablado de laobra del colegio y de algunasde las optativas —dijoCharlotte—. ¡Ay, no! —añadió de repente—. ¡Se nosha olvidado enseñarle el aulade dibujo!

—No pasa nada —dijo el

señor Traseronian.—Pero podemos

enseñársela ahora —propusoCharlotte.

—¿No teníamos que ir arecoger a Via? —le dije amamá.

Esa era la señal quehabíamos pactado mamá y yopara indicarle que queríamarcharme.

—Es verdad —contestómamá, levantándose de la silla

y haciendo como que mirabala hora en su reloj—. Losiento, he perdido la nocióndel tiempo. Tenemos que ir arecoger a mi hija en su nuevoinstituto. Hoy han organizadouna visita extraoficial. —Esaparte no era mentira; Via habíaido a visitar su nuevoinstituto. Lo que sí era mentiraera que teníamos que ir arecogerla. Iba a volver a casacon papá más tarde.

—¿A qué instituto va? —preguntó el señor Traseronianlevantándose de la silla.

—Este otoño empieza en elinstituto Faulkner.

—Vaya, no es fácil entrarallí. Me alegro por ella.

—Gracias —contestó mamá—. Para ella va a ser unapaliza. Tiene que coger la líneaA hasta la Ochenta y seis, yluego el autobús hasta el EastSide. En coche solo se tarda

quince minutos, pero asítardará una hora.

—Le compensará. Conozcoa un par de chicos queentraron en Faulkner y lesencanta —repuso el señorTraseronian.

—Tenemos que irnos,mamá —dije, tirándole delbolso.

Nos despedimosrápidamente. Creo que alseñor Traseronian le

sorprendió un poco que nosmarchásemos tan de repente.Me pregunté si les echaría laculpa a Jack y a Charlotte,aunque Julian había sido elúnico que me había hechosentir mal.

—Todos han sido muysimpáticos —le dije al señorTraseronian antes de irnos.

—Estoy deseando tenerteaquí como alumno —contestóel director, dándome una

palmadita en la espalda.—Adiós —les dije a Jack, a

Charlotte y a Julian, pero nolos miré ni levanté la vistahasta que salimos del edificio.

En casa No nos habíamos alejado nimedia manzana del colegiocuando mamá me preguntó:

—¿Qué? ¿Cómo te ha ido?¿Te ha gustado?

—Aún no, mamá. Cuandolleguemos a casa.

En cuanto llegamos a casa,me fui corriendo a mihabitación y me tiré en lacama. Me di cuenta de quemamá no sabía lo que mepasaba, y creo que yotampoco. Me sentía muy tristey un poquito contento almismo tiempo, otra vez esaespecie de sensación que mehace estar a punto de reírme yde echarme a llorar.

Mi perra, Daisy, me siguió

hasta la habitación, se subióde un salto a la cama y se pusoa lamerme la cara.

—Perrita buena —dijeimitando la voz de mi padre—. Perrita buena.

—¿Va todo bien, cariño? —preguntó mamá. Queríasentarse a mi lado, pero Daisyestaba ocupando casi toda lacama—. Perdona, Daisy. —Alfinal se sentó, empujando aDaisy con el codo—. ¿Esos

chicos no han sido amablescontigo, Auggie?

—Sí, sí —contesté,mintiendo solo a medias—.No ha estado mal.

—Pero ¿han sido amablescontigo? El señor Traseronianme ha dicho que eran unoschicos encantadores.

—Ajá —le dije, pero seguímirando a Daisy, dándolebesos en la nariz y frotándolela oreja hasta que empezó a

hacer ese movimiento con lapata trasera que hacen losperros cuando se rascan sitienen pulgas.

—Ese Julian parecíaespecialmente simpático —dijo mamá.

—Qué va, era el menossimpático de todos. Pero Jackme ha caído bien. Él sí que hasido amable. Pensaba que sellamaba Jack Will, pero sellama Jack a secas.

—Espera, a lo mejor losestoy confundiendo. ¿Cuál erael moreno que iba peinadohacia delante?

—Julian.—¿Y ese no era amable?—No, nada amable.—Ah. —Se quedó

pensativa durante un segundo—. ¿No será uno de esoschicos que se comportan deun modo con los adultos y deotro modo con los niños?

—Sí, supongo que sí.—Ah, a esos no los soporto

—contestó, estando deacuerdo conmigo.

—Decía cosas en plan:«¿Qué te pasa en la cara,August?» —Mientras lo decía,no dejaba de mirar a Daisy—,y: «¿Te lo hiciste en unincendio o algo así?».

Mamá no dijo nada. Cuandola miré a la cara, vi que estabacompletamente horrorizada.

—No lo ha dicho con malaleche —añadí rápidamente—.Solo me lo ha preguntado.

Mamá asintió con la cabeza.—Pero Jack me ha caído

muy bien —proseguí—. Le hadicho: «¡Cállate, Julian!». YCharlotte le ha dicho: «¡Eresun grosero, Julian!».

Mamá volvió a asentir. Seapretó la frente con los dedoscomo si así quisiera espantarel dolor de cabeza.

—Lo siento mucho, Auggie—dijo en voz baja. Tenía lasmejillas rojas como un tomate.

—No pasa nada, mamá. Deverdad que no.

—Si no quieres, no tienespor qué ir al colegio, cielo.

—Sí que quiero —contesté.—Auggie…—De verdad que quiero,

mamá —dije, y no mentía.

Los nervios del primer día

Vale, reconozco que el primerdía de clase estaba tannervioso que las mariposas enel estómago se parecían más aunas palomas revoloteandopor mis tripas. Seguramentemamá y papá también estaban

algo nerviosos, pero semostraron encantados y noshicieron fotos a Via y a míantes de salir de casa, porquetambién era el primer día deinstituto para mi hermana.

Hasta unos días antes aúnno estábamos seguros de siiría al colegio. Después de lavisita, mamá y papá se habíancambiado los papeles. Ahoramamá era la que decía que nodebía ir, y papá decía que sí.

Papá me había dicho queestaba muy orgulloso de cómome había comportado conJulian y que me estabaconvirtiendo en un tío duro.Oí cómo le decía a mamá queahora pensaba que ella habíatenido razón desde elprincipio. Pero mamá ya noestaba tan segura. Cuandopapá le dijo que Via y élquerían acompañarmeandando hasta el colegio, ya

que les pillaba de camino a laparada de metro, a mamápareció aliviarle saber queiríamos todos juntos. Creo quea mí también.

Aunque el colegio Beecherestá tan solo a unas manzanasde casa, yo solo había estadoen esa manzana un par deveces. En general, intentoevitar los lugares donde haymuchos niños. En nuestramanzana me conoce todo el

mundo y yo conozco a todo elmundo. Me conozco todos losladrillos, todos los troncos delos árboles y todas las grietasde la acera. Conozco a laseñora Grimaldi, la quesiempre está sentada junto a suventana, y al señor mayor quese pasea por la calle silbandocomo un pájaro. Conozco latienda de la esquina dondemamá compra los bollos y alas camareras de la cafetería,

que me llaman «cielo» y medan Chupa-Chups cuando meven. Me encanta mi barrio deNorth River Heights, por esose me hizo raro recorrer estasmanzanas con la sensación deque todo me resultaba nuevode repente. La avenidaAmesfort, una calle por la quehe pasado un millón de veces,me parecía totalmentediferente. Estaba llena degente que no había visto

nunca esperando el autobús oempujando carritos de bebé.

Cruzamos Amesfort ygiramos por Heights Place. Viacaminaba a mi lado, igual quehace siempre, y mamá y papáiban por detrás. En cuantodoblamos la esquina, vimos atodos los chicos delante delcolegio: había cientos dechicos hablando entre sí engrupitos, riéndose, o allíplantados mientras sus padres

hablaban con otros padres. Yollevaba todo el rato la cabezagacha.

—Todos están igual denerviosos que tú —me dijoVia al oído—. Recuerda quehoy es el primer día de clasepara todo el mundo. ¿Vale?

El señor Traseronian estabadando la bienvenida aalumnos y padres ante lapuerta de entrada al colegio.

He de reconocerlo: hasta el

momento no había pasadonada malo. No había pillado anadie mirándome, ni siquierame habían visto. Solo una vezlevanté la vista y descubrí aunas chicas mirándome ysusurrando algo tapándose laboca con la mano, peromiraron hacia otro lado encuanto vieron que me habíadado cuenta.

Llegamos a la puerta deentrada.

—Bueno, ha llegado el granmomento, grandullón —dijopapá, apoyándome las manosen los hombros.

—Que lo pases bien en tuprimer día. Te quiero —dijoVia, y me dio un besazo y unabrazo.

—Tú también —contesté.—Te quiero, Auggie —dijo

papá, dándome un abrazo.—Adiós.Luego me abrazó mamá,

pero se notaba que estaba apunto de llorar, y eso mehabría dado muchísimavergüenza, así que le dirápidamente un fuerte abrazo,me di media vuelta ydesaparecí por la puerta delcolegio.

Candados Fui directo al aula 301 en latercera planta. Me alegré dehaber visitado antes el colegio,porque sabía exactamenteadónde tenía que ir y no tuveque levantar la vista ni unasola vez. Vi que unos chicos

me estaban mirando fijamente,pero hice como que no medaba cuenta.

Cuando entré en clase, laprofesora estaba escribiendoalgo en la pizarra mientras losalumnos iban ocupando cadauno una mesa. Las mesasformaban un semicírculofrente a la pizarra, así que yoelegí la del medio, la quequedaba más atrás, porquepensé que así no me mirarían

tanto. Seguía con la cabezagacha y solo la levantaba lojusto para ver los pies de lagente por debajo del flequillo.A medida que iban llenándoselas mesas, me di cuenta de quenadie se sentaba a mi lado.Hubo un par de veces en quealguien estuvo a punto desentarse a mi lado, pero luegocambió de idea en el últimomomento y se sentó en otraparte.

—Hola, August —dijoCharlotte, saludándome con lamano mientras se sentaba enuna mesa en la parte dedelante de la clase. Noentiendo por qué querríaalguien sentarse en la primerafila de una clase.

—Hola —contesté,saludando con la cabeza.

Entonces me di cuenta deque Julian estaba sentado aunas cuantas mesas de ella,

hablando con otros chicos. Séque me vio, pero no mesaludó.

De pronto, alguien se sentóa mi lado. Era Jack Will. Jack.

—¿Qué tal? —dijo,saludándome con la cabeza.

—Hola, Jack —contesté,saludándolo con la mano.Inmediatamente deseé nohaberlo hecho, porque noquedó nada guay.

—¡Vamos, chicos! ¡Vamos!

Calmaos —dijo la profesora,mirándonos. Había escrito sunombre, «Sra. Petosa», en lapizarra—. Sentaos todos, porfavor. Pasad —les dijo a unpar de chicos que acababan deentrar en el aula—. Ahí hay unsitio libre. Y ahí, otro. —Aúnno me había visto—. Y ahora,lo primero que quiero quehagáis es dejar de hablar y…—Entonces me vio—. Dejadlas mochilas y calmaos.

Solo dudó una milésima desegundo, pero supe en quémomento me había visto. Yadigo que estoy acostumbrado.

—Ahora voy a pasar lista ya apuntar dónde se sienta cadauno —prosiguió, sentada en elborde de la mesa. A su ladohabía tres filas de carpetasclasificadoras—. Cuando osllame, venid y os daré unacarpeta con vuestro nombre.Dentro encontraréis vuestro

horario de clases y uncandado de combinación, queno deberíais intentar abrirhasta que yo os lo diga. Elnúmero de vuestra taquillaestá escrito en el horario declases. Os aviso de quealgunas taquillas no estánjusto al salir de esta aula sinoal final del pasillo, y antes deque alguien lo pregunte: no,no podéis cambiar de taquillani de candado. Si nos sobra

tiempo al final de la clase,intentaremos conocernostodos un poco mejor, ¿vale?Bien.

Cogió la carpetaportapapeles de la mesa yempezó a leer los nombres envoz alta.

—Veamos… ¿JulianAlbans? —dijo, levantando lavista del papel.

—Presente —contestóJulian levantando la mano al

mismo tiempo.—Hola, Julian —repuso

ella, apuntando algo en la lista.Cogió la primera carpeta y sela ofreció—. Ven a recogerla—añadió en un tono serio.Julian se levantó y la cogió—.¿Ximena Chin?

Nos iba dando una carpeta acada uno a medida que leía losnombres. Mientras avanzabapor la lista, me di cuenta deque la mesa que había junto a

la mía era la única que seguíavacía, aunque había doschicos sentados un pupitrealgo más separado. Cuando laseñora Petosa dijo el nombrede uno de ellos, un chico altollamado Henry Joplin queparecía un adolescente,añadió:

—Henry, ahí tienes unamesa vacía. ¿Por qué no tesientas ahí?

Le dio su carpeta y le señaló

la mesa que había junto a lamía. Aunque no lo mirédirectamente, supe que Henryno quería sentarse a mi ladopor cómo arrastraba lamochila, como si estuvieseavanzando a cámara lenta.Luego dejó caer la mochilasobre el lado derecho de lamesa para que hiciese debarrera entre su mesa y la mía.

—¿Maya Markowitz? —preguntó la señora Petosa.

—Presente —contestó unachica a unas cuatro mesas dela mía.

—¿Miles Noury?—Presente —dijo el chico

que había estado sentado conHenry Joplin. Al volver a sumesa vi que miraba a Henrycomo diciendo: «Lo siento,tío».

—¿August Pullman? —preguntó la señora Petosa.

—Presente —contesté en

voz baja, levantando un pocola mano.

—Hola, August —dijo,sonriéndome amablementecuando fui a recoger lacarpeta.

Durante esos pocossegundos que estuve deespaldas delante de toda laclase noté que todos memiraban fijamente, pero todosbajaron la vista tan prontocomo volví a mi mesa.

Cuando me senté, tuve quecontenerme para no darlevueltas a la combinación,aunque todos lo estabanhaciendo, porque la señoraPetosa nos había dicho que nolo hiciéramos. A mí se medaba bastante bien abrircandados, porque los usaba enla bici. Henry seguíaintentando abrir el suyo, perono podía. Se estaba frustrandoy soltaba tacos entre dientes.

La señora Petosa llamó a lossiguientes de la lista. El últimoera Jack Will.

—Muy bien. Ahora escribidtodos vuestras combinacionesen algún lugar seguro dondeno vayáis a olvidarlas, ¿deacuerdo? —dijo después deentregarle su carpeta a Jack—.Pero si se os olvida, algo quesucede al menos 3,2 veces porsemestre, la señora Garcíatiene una lista de todas las

combinaciones. Y ahora,sacad los candados de lascarpetas y pasad un par deminutos intentando abrirlos,aunque ya veo que algunos oshabéis adelantado. —Aldecirlo, estaba mirando aHenry—. Mientras tanto, oshablaré de mí. Luego podéiscontarme cosas de vosotrospara que… eh… podamosconocernos un poco. ¿Osparece bien? Bien.

Nos sonrió a todos, aunqueme pareció que sobre todo mesonreía a mí, pero no con unasonrisa de oreja a oreja, comola de la señora García, sinocon una sonrisa normal ysincera. Parecía muy distinta ala imagen que me había hechode los profesores. Pensabaque se parecería a la señoraFowl de Jimmy Neutrón: unaseñora mayor con un moño enlo alto de la cabeza. Pero en

realidad era clavada a MonMothma en El retorno delJedi: un corte de pelo a lochico y una enorme camisablanca parecida a una túnica.

Se dio media vuelta y sepuso a escribir algo en lapizarra.

Henry seguía sin poder abrirel candado y se frustraba cadavez más cuando alguien abríael suyo. Le molestó muchoque yo consiguiese abrir el

mío a la primera. Lo curiosoes que, si no hubiese puesto lamochila entre él y yo, le habríaofrecido mi ayuda.

Primeras preguntas La señora Petosa nos habló deella. Nos contó cosasaburridas sobre el lugar dondese había criado y nos dijo quesiempre había querido darclase y que había dejado sutrabajo en Wall Street unos

seis años antes para perseguirsu «sueño» y dedicarse a laenseñanza. Al final, preguntósi alguien tenía alguna duda.Julian levantó la mano.

—Sí… —Tuvo que mirar ala lista para recordar sunombre—. Julian.

—Está guay eso deperseguir su sueño —dijo.

—¡Gracias!—¡De nada! —contestó, y

sonrió orgulloso.

—Muy bien. ¿Por qué nonos hablas un poco de ti,Julian? De hecho, es lo quequiero que hagáis todos.Pensad en dos cosas quequeráis que los demás sepande vosotros. No, esperad unmomento. ¿Cuántos devosotros habéis hecho laprimaria en Beecher? —Más omenos la mitad levantó lamano—. Vale, entonces unoscuantos de vosotros ya os

conocéis. Pero los demássupongo que sois nuevos en elcolegio, ¿no? Bien, puespensad en dos cosas quequeráis que los demás sepande vosotros… y si ya conocéisa algunos de los otrosalumnos, intentad pensar enqué cosas no saben todavía devosotros, ¿vale? Bien.Empezaremos por Julian yseguiremos con el resto de laclase.

Julian frunció el ceño yempezó a darse golpecitos conel dedo en la frente, como siestuviese pensando en serio.

—Muy bien. Cuando estéslisto —dijo la señora Petosa.

—Vale, pues lo primero esque…

—Hacedme un favor yempezad diciendo cómo osllamáis —lo interrumpió laseñora Petosa—. Eso meayudará a recordar vuestros

nombres.—Ah, vale. Me llamo Julian

y lo primero que me gustaríacontarles a todos sobre mí esque… acaban de comprarmeel Battleground Mystic para laWii y es una pasada. Losegundo es que este veranonos han comprado una mesade ping-pong.

—Muy bien, a mí meencanta el ping-pong —dijo laseñora Petosa—. ¿Alguien

quiere preguntarle algo aJulian?

—¿El Battleground Mystices para un jugador o puedenjugar más de uno? —preguntóel chico que se llamaba Miles.

—No, no me refería a esaclase de preguntas —dijo laseñora Petosa—. Muy bien, ¿ytú…? —Señaló a Charlotte,seguramente porque su mesaera la que tenía más cerca.

—¡Claro! —Charlotte no lo

dudó ni un segundo. Eracomo si supiera exactamentelo que quería decir—. Mellamo Charlotte. Tengo doshermanas, y en julio nos hanregalado una perrita que sellama Suki. La adoptamos deuna perrera y es preciosa.

—Estupendo, Charlotte.Gracias —dijo la señoraPetosa—. Muy bien, ¿a quiénle toca ahora?

Cordero al matadero «Como un cordero almatadero»: Algo que se dicesobre alguien que vatranquilamente a algún sitiosin saber que va a sucederlealgo desagradable.

La noche de antes lo había

buscado en Google. En esoestaba pensando cuando laseñora Petosa me llamó pormi nombre y de pronto metocó hablar.

—Me llamo August —dije.Bueno, más bien lo mascullé.

—¿Cómo? —preguntóalguien.

—¿Puedes hablar más alto,cielo? —dijo la señora Petosa.

—Me llamo August —dijeen voz alta, obligándome a

levantar la vista—. Tengo…eh… una hermana que sellama Via y una perra que sellama Daisy. Y… eh… ya está.

—Estupendo —contestó laseñora Petosa—. ¿Alguienquiere preguntarle algo aAugust?

Nadie dijo nada.—Muy bien. Ahora te toca a

ti —le dijo la señora Petosa aJack.

—Espere, yo tengo una

pregunta para August —dijoJulian, levantando la mano—.¿Por qué llevas esa trenzapequeña en la parte de atrás dela cabeza? ¿Es un rolloPadawan?

—Sí —asentí,encogiéndome de hombros.

—¿Qué es un rolloPadawan? —preguntó laseñora Petosa, sonriéndome.

—Es de La guerra de lasgalaxias —contestó Julian—.

Un Padawan es un aprendiz deJedi.

—Ah, muy interesante —repuso la señora Petosamirándome—. ¿Te gusta Laguerra de las galaxias,August?

—Supongo —contesté sinlevantar la vista, porque loque de verdad quería hacer eradeslizarme por la silla ymeterme debajo de la mesa.

—¿Cuál es tu personaje

favorito? —preguntó Julian.Empecé a pensar que a lomejor no era tan malo.

—Jango Fett.—¿Y Darth Sidious? —

preguntó—. ¿Te gusta?—Vale, chicos, podéis

hablar de cosas de La guerrade las galaxias en el descanso—dijo la señora Petosaalegremente—. Vamos aseguir. Aún no nos hascontado nada sobre ti —le dijo

a Jack.Jack se puso a hablar, pero

reconozco que no oí ni unapalabra de lo que dijo. A lomejor nadie había pillado lareferencia a Darth Sidious, ypuede que Julian no lo dijesecon mala intención, pero enLa guerra de las galaxias,Episodio III: La venganza delos Sith, unos rayos Sith lequeman la cara a DarthSidious y lo dejan

completamente deforme. Se learruga la piel y es como si sele derritiese la cara.

Miré hacia donde estabaJulian y vi que me estabamirando. Sí, sabíaperfectamente lo que decía.

Elegid ser amables Cuando sonó el timbre todo elmundo se levantó para salir.Miré mi horario y comprobéque la siguiente clase eralengua, en el aula 321. No meparé a ver si alguien más iba almismo sitio que yo; salí

pitando del aula, eché a correrpor el pasillo y me senté tanlejos de la primera fila comopude. El profesor, un hombremuy alto de barba rubia,estaba escribiendo algo en lapizarra.

Entraron varios grupos dechicos, pero no levanté lavista. Volvió a pasar lo mismoque había pasado en el aula detutoría: nadie se sentó a milado aparte de Jack, que estaba

bromeando con unos chicosque no eran de nuestra aula.Se notaba que Jack era de esoschicos que caen bien. Teníamuchos amigos y hacía reír ala gente.

Cuando sonó el segundotimbre, se calló todo el mundoy el profesor se volvió paramirarnos. Se presentó como elseñor Browne y se puso ahablar de lo que íbamos ahacer durante el semestre. En

un momento dado, entreHarry Potter y la piedrafilosofal y El hobbit, se fijó enmí, pero siguió hablandocomo si nada.

Yo me dedicaba agarabatear en mi cuadernomientras él hablaba, pero devez en cuando mirabafurtivamente a los demásalumnos. Charlotte estaba enaquella clase. Julian y Henry,también. Miles, no.

El señor Browne habíaescrito en mayúsculas en lapizarra: P-R-E-C-E-P-T-O

—Muy bien. Escribidlotodos en la parte superior de laprimera página de vuestrocuaderno de lengua. —Mientras hacíamos lo que noshabía pedido, añadió—:¿Quién sabe decirme qué es

un precepto? ¿Lo sabealguien?

Nadie levantó la mano.El señor Browne sonrió,

asintió con la cabeza y se girópara escribir algo más en lapizarra: PRECEPTOS = REGLASSOBRE COSASQUE SON REALMENTEIMPORTANTES

—¿Como un lema? —preguntó alguien.

—¡Como un lema! —contestó el señor Browne,confirmándolo con un gestomientras seguía escribiendo enla pizarra—. Como una citafamosa. Como una frase deuna galleta de la suerte.Cualquier dicho o principioque pueda motivaros.Básicamente, un precepto escualquier cosa que nos guía

cuando tomamos una decisiónsobre algo importante.

Lo escribió todo en lapizarra y luego se giró paramirarnos.

—A ver, ¿qué cosas sonrealmente importantes? —preguntó.

Unos cuantos levantaron lamano. El señor Browne losfue señalando y elloscontestaron mientras élescribía en la pizarra con muy

mala letra:NORMAS. TRABAJO ENCLASE. DEBERES.

—¿Qué más? —preguntómientras escribía, sin girarseen ningún momento—. ¡Iddiciéndomelo! —Y se puso aescribir todo lo que le decían. FAMILIA. PADRES.ANIMALES.

—¡El medio ambiente! —gritó una chica. EL MEDIO AMBIENTE,

Escribió en la pizarra, yañadió: ¡NUESTRO PLANETA!

—¡Los tiburones, porquecomen cosas muertas en elmar! —dijo uno de los chicos,

un chaval llamado Reid, y elseñor Browne escribió: TIBURONES.

—¡Las abejas!—¡Los cinturones de

seguridad!—¡El reciclaje!—¡Los amigos!—Muy bien —dijo el señor

Browne, y escribió todas esascosas. Luego se dio media

vuelta para mirarnos de nuevo—. Pero nadie ha dicho lacosa más importante de todas.

Todos nos quedamosmirándolo. Se nos habíanacabado las ideas.

—¿Dios? —preguntó unchico.

Aunque el señor Browneescribió «Dios», se notaba queno era la respuesta queesperaba. Sin decir nada más,escribió:

¡QUIÉNES SOMOS!

—Quiénes somos —dijo,subrayando cada palabra—.Quiénes somos. Nosotros. ¿Loentendéis? ¿Qué clase depersonas somos? ¿Qué clasede personas sois? ¿Acaso esono es lo más importante detodo? ¿No es esa la preguntaque deberíamos hacernos atodas horas? ¿Qué clase depersona soy? ¿Alguien se ha

fijado en la placa que hayjunto a la puerta del colegio?¿Alguien ha leído lo quepone? ¿Nadie?

Miró a su alrededor, peronadie sabía la respuesta.

—Pone: «Conócete» —dijo.Sonrió y asintió—. Y estáisaquí para aprender aconoceros.

—Pensaba que estábamosaquí para aprender lengua —soltó Jack, y todo el mundo se

echó a reír.—¡Bueno, sí, para eso

también! —contestó el señorBrowne, en un gesto de lo másguay. Se volvió y se puso aescribir algo en mayúsculasque ocupaba toda la pizarra: EL PRECEPTO DESEPTIEMBRE DEL SEÑORBROWNE:CUANDO PUEDAS ELEGIRENTRE TENER RAZÓN O

SER AMABLE, ELIGE SERAMABLE.

—Bien, escuchad todos —dijo, mirándonos de nuevo—.Quiero que empecéis unasección nueva en vuestrocuaderno y la llaméis «Lospreceptos del señor Browne».—Siguió hablando mientrashacíamos lo que nos habíamandado—. Poned la fecha dehoy en la parte superior de la

primera página. A partir dehoy, a comienzos de cada mes,voy a escribir un nuevoprecepto del señor Browne enla pizarra y vosotros vais aescribirlo en vuestroscuadernos. Luego hablaremosde ese precepto y de lo quesignifica. Y a finales de mesescribiréis una redacciónsobre él y sobre lo quesignifica para vosotros. Así, afinal de curso tendréis vuestra

propia lista de preceptos. Atodos mis alumnos les pidoque durante el verano piensenen un precepto, lo escriban enuna postal y me la envíendesde donde estén devacaciones.

—¿Y la gente lo hace? —preguntó una chica cuyonombre no conocía.

—¡Claro! —contestó—. Lagente lo hace. Algunosalumnos me han seguido

enviando nuevos preceptosvarios años después degraduarse. Es increíble.

Hizo una pausa y se acaricióla barba.

—Pero ya sé que elpróximo verano os parecemuy lejos todavía —bromeó,y todos nos reímos—. Así querelajaos un poco mientraspaso lista. Cuando acabemos,os contaré todas las cosasdivertidas que vamos a hacer

este curso… en lengua —añadió señalando a Jack. Esotambién tuvo su gracia, ytodos volvimos a reírnos.

Mientras escribía elprecepto para septiembre delseñor Browne, de pronto medi cuenta de que el colegio ibaa gustarme. Pasara lo quepasase.

La comida Via me había advertido cómoera el momento de la comidaen un colegio de secundaria,así que debería haber sabidoque sería difícil. Lo que no meesperaba era que fuese tandifícil. En resumen, todos los

alumnos de todas las clases dequinto entraban en la cafeteríaal mismo tiempo, hablando agritos y empujándose unos aotros mientras corrían hacialas mesas. Una de lasmonitoras del comedor habíadicho que no se podía reservarel sitio, pero yo no sabía a quése refería, y puede que losdemás tampoco, porque casitodo el mundo le estabareservando el sitio a algún

amigo. Intenté sentarme a unamesa, pero el chico de la sillade al lado dijo:

—Lo siento, está ocupado.Me fui a una mesa vacía y

esperé a que acabase laestampida para que lamonitora del comedor nosdijese qué hacer acontinuación. Mientras nosdecía cuáles eran las normasde la cafetería, miré a mialrededor para ver dónde

estaba sentado Jack Will, perono lo vi en la parte delcomedor donde estaba yo. Losalumnos seguían llegando ylos monitores llamaron a lasprimeras mesas para quecogiesen las bandejas y sepusiesen en fila ante la barra.Julian, Henry y Miles estabansentados a una mesa en elfondo del comedor.

Mamá me había puesto unsándwich de queso, unas

galletas saladas y un zumo, asíque cuando llamaron a mimesa no tuve que levantarmepara hacer cola. En vez de esome concentré en abrir lamochila y sacar la bolsa de lacomida. Lentamente abrí elenvoltorio de papel dealuminio del sándwich.

Sabía que me estabanmirando aunque no levantasela vista. Sabía que se dabancodazos unos a otros y que me

miraban con el rabillo del ojo.Pensaba que ya estabaacostumbrado a ese tipo demiradas, pero parece que no.

Había una mesa llena dechicas que cuchicheaban sobremí. Lo sabía porque parahablar se tapaban la boca conla mano, así que sus miradas ysus susurros me llegaban derebote.

No me gusta nada mimanera de comer. Sé que

cuando como tengo una pintamuy rara. Cuando era un bebéme operaron para arreglarmeel paladar hendido, y otra vezcuando tenía cuatro años, perosigo teniendo un agujero en elpaladar. Y aunque mevolvieron a operar paraalinearme la mandíbula haceunos años, tengo que masticarla comida con la partedelantera de la boca. Yo nosabía la pinta que tenía hasta

que un día fui a una fiesta decumpleaños y uno de losniños le dijo a la madre delniño que hacía la fiesta que noquería sentarse a mi ladoporque no paraba de escupirmigajas de comida. Sé que elniño no quería serdesagradable, pero le echaronla bronca y esa noche sumadre llamó a la mía parapedirle disculpas. Cuandovolví a casa, me coloqué

delante del espejo del cuartode baño y me puse a comermeuna galleta salada para vercómo masticaba. El niño teníarazón. Cuando como parezcouna tortuga —si es que algunavez habéis visto a una tortugacomer— o una criaturaprehistórica del pantano.

La mesa del verano

—¿Este sitio está ocupado?Levanté la vista y ante mi

mesa vi a una chica que nohabía visto antes con unabandeja llena de comida.Tenía el pelo castaño, largo yondulado, y llevaba una

camiseta marrón con elsímbolo de la paz en morado.

—Eh… no —contesté.Dejó la bandeja de comida

sobre la mesa, soltó la mochilaen el suelo, se sentó enfrentede mí y se puso a comerse losmacarrones con queso quetenía en la bandeja.

—Puaj —dijo después detragarse el primer bocado—.Yo también debería habermetraído un sándwich.

—Sí —le contesté.—Por cierto, me llamo

Summer. ¿Y tú?—August.—Guay —dijo.—¡Summer! —gritó otra

chica que se acercaba a lamesa con una bandeja—. ¿Porqué te has sentado aquí?Vuelve a la otra mesa.

—Estaba demasiado llena—contestó Summer—. Ven asentarte aquí. Hay más sitio.

La otra chica se quedóconfundida durante unossegundos. Me di cuenta de queera una de las chicas a las quehabía pillado mirándome unosminutos antes, las quesusurraban mientras setapaban la boca con la mano.Supongo que Summer debíade ser otra de las chicas quehabía sentadas a la mesa.

—Da igual —dijo la chica, yse fue.

Summer me miró, sonrióencogiéndose de hombros yvolvió a llevarse a la boca eltenedor lleno de macarronescon queso.

—Oye, nuestros nombreshacen juego —dijo sin dejarde masticar. Creo que se diocuenta de que no estabaentendiendo a qué se refería—. Summer. August* —añadió, sonriendo, con losojos como platos, mientras

esperaba a que yo lo pillase.—Ah, sí —dije un segundo

después.—Podemos hacer que esta

sea la «mesa del verano» —propuso—. Aquí solo podránsentarse los que tengannombres de verano. A ver…¿hay alguien que se llameJunio o Julia?

—Hay una Maya —contesté.

—En realidad, en mayo es

primavera —dijo Summer—.Pero si quiere sentarse aquí,podríamos hacer unaexcepción. —Lo dijo como silo pensase de verdad—.También está Julian. Es comoel nombre Julia, que viene delmes de julio.

No contesté.—En mi clase de lengua hay

un chico que se llama Reid —dije.

—Sí, conozco a Reid, pero

¿por qué es un nombre deverano? —preguntó.

—No sé —contesté,encogiéndome de hombros—.La idea de reírse me recuerdaal verano.

—Ya, vale —dijo dándomela razón, y sacó su cuaderno—. La señora Petosa tambiénpodría sentarse aquí. Suapellido suena a «pétalo», quetambién recuerda al verano.

—Yo la tengo de tutora —

dije.—Y yo en mates —

contestó, haciendo una mueca.Se puso a escribir una lista

de nombres en la penúltimapágina del cuaderno.

—¿Quién más? —preguntó.Al final de la comida

teníamos una lista de nombresde alumnos y profesores quepodrían sentarse a nuestramesa si querían. La mayoríano eran nombres de verano

propiamente dichos, perotenían alguna relación con elverano. Hasta encontré lamanera de hacer que valiese elnombre de Jack Will con laexcusa de que su nombrepodía convertirse en una frasesobre el verano, como «JackWill irá a la playa»,* ySummer me dio la razón.

—Pero si alguien no tieneun nombre de verano y quieresentarse con nosotros —dijo

muy seria—, le dejaremos sinos cae bien, ¿vale?

—Vale —contestéasintiendo—. Aunque tengaun nombre de invierno.

—Guay —contestó,levantando el pulgar en señalde aprobación.

Summer sí que recordaba alverano. Estaba morena y teníalos ojos verdes como las hojasde los árboles.

Del uno al diez Mamá siempre tiene la maníade que puntúe las cosas enuna escala del uno al diez.Todo empezó cuando meoperaron de la mandíbula y nopodía hablar porque me lahabían inmovilizado. Me

habían quitado un trozo dehueso de la cadera parainsertármelo en la barbillapara que así pareciese másnormal, así que me dolía enun montón de sitios. Mamáseñalaba uno de los vendajes yyo levantaba los dedos paradecirle cuánto me dolía. Unoquería decir un poco. Diezquería decir mucho, mucho,mucho. Luego, cuando elmédico me visitaba, ella le

decía qué vendaje necesitabaque me ajustase y cosas así. Aveces, a mamá se le daba muybien leerme el pensamiento.

A partir de entonces, nosacostumbramos a hacer lo dela escala del uno al diez paracualquier cosa que me doliese.Por ejemplo, si me dolía lagarganta, me preguntaba:«¿Del uno al diez?», y yocontestaba: «Tres», o lo quefuera.

Cuando acabaron las clases,salí del colegio y vi a mamá.Estaba esperándome frente ala entrada principal igual quelos demás padres o canguros.

—Bueno, ¿qué tal te ha ido?¿Del uno al diez? —fue loprimero que me preguntódespués de abrazarme.

—Cinco —contesté,encogiéndome de hombros, ymi respuesta la dejó totalmentesorprendida.

—¡Vaya! —dijo en voz baja—. Es mejor de lo queesperaba.

—¿Vamos a recoger a Via?—Hoy la recoge la madre de

Miranda. ¿Quieres que te llevela mochila, cielo? —Habíamosechado a andar entre los niñosy sus padres. Casi todos mehabían visto y estabanseñalándome «en secreto».

—No hace falta —contesté.—Parece que pesa mucho,

Auggie —dijo, y empezó aquitármela.

—¡Mamá! —exclamé,tirando de la mochila. Eché aandar por delante de ella entrela gente.

—¡Hasta mañana, August!—Era Summer, que iba endirección contraria.

—Adiós, Summer —dije,saludándola también con ungesto de la mano.

—¿Quién era esa chica,

Auggie? —me preguntó mamáen cuanto cruzamos la calle ynos alejamos lo suficiente dela multitud.

—Summer.—¿Está en tu clase?—Tengo muchas clases.—¿Está en alguna de tus

clases? —dijo mamá.—No.Mamá esperó a que dijese

algo más, pero no me apetecíahablar.

—Entonces, ¿te ha idobien? —preguntó mamá. Senotaba que se moría de ganasde hacerme un millón depreguntas—. ¿Todos han sidoamables contigo? ¿Te hangustado los profesores?

—Sí.—¿Y los chicos que

conociste la semana pasada?¿Han sido amables?

—Sí, sí. He pasado muchorato con Jack.

—Estupendo, cariño. ¿Y esetal Julian?

Me acordé de su comentariosobre Darth Sidious. Era comosi lo hubiese hecho hace cienaños.

—No ha estado mal —dije.—¿Y la chica rubia, cómo

se llamaba?—Charlotte. Mamá, ya te he

dicho que todos han sidoamables.

—Vale —contestó mamá.

La verdad es que no sé porqué estaba enfadado conmamá, pero el caso es queestaba enfadado. Cruzamos laavenida Amesfort y ella novolvió a abrir la boca hastaque llegamos a nuestramanzana.

—Entonces —dijo mamá—¿cómo has conocido aSummer si no está en ningunade tus clases?

—Nos hemos sentado

juntos a la hora de la comida—contesté.

Había empezado a darlepatadas a una piedra y apasármela de un pie a otro,como si fuese un balón defútbol, y a perseguirla portoda la acera.

—Parece muy simpática.—Sí, es simpática.—Es muy guapa —dijo

mamá.—Sí, ya lo sé —contesté—.

Somos como la Bella y laBestia.

No quise quedarme a ver lareacción de mamá. Eché acorrer por la acerapersiguiendo la piedra despuésde darle una patada al frentecon todas mis fuerzas.

Padawan Esa noche me corté la pequeñatrenza que llevaba en la partede atrás de la cabeza. Papá fueel primero en darse cuenta.

—Bien —dijo—. Nunca megustó.

Via no podía creerse que

me la hubiese cortado.—¡Ha tardado años en

crecerte! —dijo, casi enfadada—. ¿Por qué te la has cortado?

—No sé —contesté.—¿Alguien se ha burlado

de ti?—No.—¿Le has dicho a

Christopher que ibas acortártela?

—¡Ya ni siquiera somosamigos!

—Eso no es verdad —dijo—. No me puedo creer que tela hayas cortado así, sin más—añadió, arrogante, y salió demi habitación dando unportazo.

Estaba acurrucado conDaisy en la cama cuando llegópapá para darme las buenasnoches. Empujó suavemente aDaisy y se tumbó a mi ladosobre la manta.

—Dime, Canito —dijo—.

¿De verdad te ha ido bien eldía? —Eso de «Canito» lohabía sacado de unos dibujosanimados de un perrosalchicha que se llamabaCanito. Me había comprado elDVD en eBay cuando yo teníaunos cuatro años y lohabíamos visto un montón deveces, sobre todo en elhospital. Él me llamaba Canitoy yo lo llamaba «mi viejo ycansado padre», igual que el

cachorro llamaba a su padreen la serie.

—Sí, ha ido muy bien —contesté, confirmándolo conun gesto.

—Esta noche has estadomuy callado.

—Será que estoy cansado.—Ha sido un día muy largo,

¿eh?Asentí.—Pero ¿de verdad te ha ido

bien?

Volví a asentir, pero él nocontestó.

—En realidad, me ha idomejor que bien —dije unossegundos después.

—Me alegra oírlo, Auggie—dijo en voz baja, y me dioun beso en la frente—. Pareceque mamá tenía razón cuandodijo que debías ir al colegio.

—Sí. Pero puedo dejar de irsi quiero, ¿no?

—Ese fue el trato, sí —

contestó—. Aunque supongoque también dependería depor qué quisieras dejar de ir.Tendrías que contárnoslo.Tendrías que hablar connosotros y decirnos cómo tesientes y si te está pasandoalgo malo, ¿vale? ¿Meprometes que nos locontarías?

—Sí.—¿Puedo preguntarte una

cosa? ¿Estás enfadado con

mamá? Has estado toda lanoche enfurruñado con ella.¿Sabes, Auggie?, yo tengotanta culpa como ella dehaberte apuntado al colegio.

—No, ella tiene más. Laidea fue suya.

En ese momento mamállamó a la puerta y asomó lacabeza.

—Solo quería darte lasbuenas noches —dijo. Ydurante un segundo me

pareció detectar algo detimidez en su tono de voz.

—Hola, mamá —contestópapá, cogiéndome la mano ysaludándola con ella.

—He oído que te hascortado la trenza —me dijomamá, sentándose en el bordede la cama junto a Daisy.

—No es para tanto —contesté rápidamente.

—No he dicho que lo sea—repuso mamá.

—¿Por qué no arropas tú aAuggie esta noche? —le dijopapá levantándose—. Yotengo cosas que hacer. Buenasnoches, hijo mío. —Esa eraotra frase de las de Canito yCanuto, pero yo no teníaganas de decirle: «Buenasnoches, mi viejo y cansadopadre»—. Estoy muyorgulloso de ti —añadió papá,y se levantó de la cama.

Mamá y papá siempre se

habían turnado paraarroparme en la cama. Ya séque ya soy demasiado mayorpara estas cosas, pero asífuncionamos en casa.

—¿Puedes ir a ver cómoestá Via? —le dijo mamámientras se tumbaba a milado.

Papá se quedó parado juntoa la puerta y se dio mediavuelta.

—¿Le pasa algo a Via?

—No, nada —contestómamá, encogiéndose dehombros—. Bueno, a mí nome ha contado nada, pero…como ha sido su primer día deinstituto…

—Ya —dijo papá. Meseñaló con un dedo y guiñóun ojo—. A los hijos siempreos pasa algo, ¿eh?

—No hay tiempo deaburrirse —contestó mamá.

—No hay tiempo de

aburrirse —repitió papá—.Buenas noches.

En cuanto cerró la puerta,mamá sacó el libro que habíaestado leyéndome durante lasúltimas semanas. Fue unalivio, porque me temía quequisiera «tener unaconversación», y a mí no meapetecía. Pero parece que amamá tampoco le apetecíahablar. Pasó las páginas hastallegar al punto donde nos

habíamos quedado. Íbamospor la mitad de El hobbit.Mamá se puso a leer en vozalta:

—«“¡Alto! ¡Alto!”, gritóThorin, pero ya era demasiadotarde; los excitados enanoshabían malgastado sus últimasflechas y ahora los arcos queles había dado Beorn eraninútiles.

»Esa noche el pesimismohizo mella en el grupo, y ese

pesimismo arraigó aún conmás fuerza en los díassiguientes. Habían cruzado elarroyo encantado, pero al otrolado el sendero parecíaserpentear igual que antes, yen el bosque no vieron ningúncambio.»

No sé por qué, pero derepente me eché a llorar.

Mamá dejó el libro y meabrazó. No parecíasorprendida al verme llorar.

—Tranquilo —me susurróal oído—. No pasa nada,tranquilo.

—Lo siento —dije,sorbiéndome la nariz.

—Chist —dijo, secándomelas lágrimas con el dorso de lamano—. No hay nada quesentir…

—¿Por qué tengo que sertan feo, mamá? —susurré.

—No, cielo, no eres…—Sé que sí.

Me besó por toda la cara.Besó mis ojos caídos. Me besóen las mejillas, que parecíaque alguien las hubiesehundido de un puñetazo. Besómi boca de tortuga.

Me susurró palabras que séque tenían intención deayudarme, pero las palabrasno pueden hacer que mecambie la cara.

Despiértame cuando acabe

septiembre El resto de septiembre fueduro. No estaba acostumbradoa levantarme tan temprano porla mañana. No estabaacostumbrado a tener quehacer deberes. Y a finales de

mes tuve mi primer «control».Cuando mamá me daba claseen casa no hacía «controles».Tampoco me gustaba no tenertiempo libre. Antes podíajugar siempre que quisiese,pero ahora siempre tenía lasensación de que me faltabancosas que hacer para elcolegio.

Al principio, estar en elcolegio era horrible. Cadanueva clase que tenía era una

nueva oportunidad que teníanlos chicos para intentar nomirarme fijamente. Pero memiraban furtivamente desdedetrás de sus cuadernos ycuando pensaban que yo noestaba mirando. La mayoríadaba todo el rodeo que hiciesefalta para evitar tropezarseconmigo, como si fuese apegarles algún microbio,como si mi cara fuesecontagiosa.

En los pasillos, que siempreestaban llenos de gente, micara siempre sorprendía aalgún niño desprevenido que alo mejor no había oído hablarde mí. El niño hacía esesonido que haces cuandoaguantas la respiración antesde sumergirte en el agua, unaespecie de «¡uh!». Durante lasprimeras semanas, eso mepasó unas cuatro o cincoveces al día: en las escaleras,

frente a las taquillas, en labiblioteca. Quinientosalumnos en el colegio: al finaltodos acabarían viéndome lacara. Pasados los primerosdías supe que se había corridola voz sobre mí, porque de vezen cuando pillaba a alguiendándole un codazo a su amigomientras pasaban a mi lado, otapándose la boca para hablarcuando pasaba por delante deellos. Puedo imaginarme lo

que estarían diciendo de mí.En realidad, prefiero nointentar imaginármelo.

No estoy diciendo que losniños hiciesen nada de todoesto con maldad: ni una solavez vi a nadie reírse ni hacerruidos raros como burla. Solohacían las tonterías que hacentodos los niños del mundo. Yalo sé. Me hubiese gustadodecirles algo en plan: «Vale,no pasa nada. Ya sé que soy

raro. Podéis mirar, nomuerdo». La verdad es que side repente un wookieempezase a ir al colegio, yosentiría curiosidad yseguramente lo miraría aescondidas. Y si me lo cruzaseyendo por ahí con Jack o conSummer, seguramente lessusurraría disimuladamente:«Mirad, es el wookie». Y si elwookie me pillase diciéndolo,sabría que no lo decía con

maldad; simplemente estaríaseñalando el hecho de que esun wookie.

Los niños de mi clasetardaron más o menos unasemana en acostumbrarse a micara. A esos chicos los veía adiario en todas mis clases.

Los otros niños de mi cursotardaron unas dos semanas enacostumbrarse a mi cara. Aesos niños los veía en lacafetería, en el patio, en

gimnasia, en música, en labiblioteca o en clase deinformática.

El resto del colegio tardócosa de un mes enacostumbrarse. Eran alumnosque estaban en otros cursos.Algunos eran muy altos. Unosllevaban unos pelos muyraros. Otros llevabanpendientes en la nariz. Otrostenían granos. Ninguno separecía a mí.

Jack Will Con Jack coincidía en el aulade tutoría, en lengua, enhistoria, en informática, enmúsica y en ciencias, que erantodas las clases que teníamoslos dos. Los profesoresasignaron los asientos en cada

clase, y en todas acabésentándome al lado de Jack,así que supuse que, o a losprofesores les habían dichoque nos sentasen juntos, o erauna casualidad increíble.

También iba de una clase aotra con Jack. Sé que se dabacuenta de que los niños memiraban, pero hacía como queno se enteraba. Una vez, decamino a clase de historia, unchico enorme de octavo que

bajaba los escalones de dos endos se tropezó con nosotrosaccidentalmente a los pies dela escalera y me tiró al suelo.Mientras me ayudaba alevantarme, el chico me miró ala cara y, sin querer, se leescapó: «¡Hala!». Luego medio una palmada en elhombro, como si quisieraquitarme el polvo, y saliódisparado detrás de susamigos. No sé por qué, Jack y

yo soltamos una carcajada.—¿Has visto qué cara ha

puesto ese tío? —dijo Jackcuando nos sentamos en clase.

—Ya lo sé —contesté—. Hadicho: «¡Hala!».

—¡Seguro que se ha meadoencima!

Nos pusimos a reírnos tanfuerte que el profesor, el señorRoche, tuvo que pedirnos quenos calmásemos.

Luego, cuando acabamos de

leer que los antiguos sumerioshabían construido relojes desol, Jack me susurró:

—¿Alguna vez te entranganas de pegarles a esoschicos?

Me encogí de hombros.—Supongo. No sé.—A mí sí me entrarían.

Deberías pillarte una pistola deagua secreta, o algo así, yconectarla a tus ojos. Así, cadavez que te mirasen, les

dispararías en la cara.—Con limo verde, o yo qué

sé —contesté.—No, no. Con baba de

babosa mezclada con pis deperro.

—¡Sí! —exclamé, dándolela razón.

—Chicos —dijo el señorRoche desde la otra punta dela clase—. Hay gente que aúnno ha terminado de leer.

Asentimos y agachamos la

cabeza sobre los libros.—¿Siempre vas a tener esta

pinta, August? —susurró Jack—. Quiero decir, ¿no puedeshacerte una operación decirugía estética?

Sonreí y me señalé la cara.—Oye, que esta pinta la

tengo gracias a la cirugíaestética.

Jack se dio una palmada enla frente y se puso a reír comoun histérico.

—¡Tío, deberías demandara tu médico! —contestó entrerisas.

Los dos nos reímos tantoque no pudimos parar nisiquiera cuando el señorRoche se acercó a nosotros ynos obligó a cambiar de sitiocon los niños que teníamoscada uno a nuestro lado.

El precepto del mes deoctubre

del señor Browne

El precepto del mes deoctubre del señor Browne era: TUS ACTOS SON TUSMONUMENTOS.

Nos dijo que estaba escrito enla tumba de no sé qué egipcioque había muerto hacía milesde años. Como estábamos apunto de estudiar el antiguoEgipto en historia, el señorBrowne pensó que aquelprecepto era una buenaelección.

Nos pidió queescribiéramos una redaccióncorta sobre lo que

pensábamos que significabaaquel precepto o sobre lo quenos inspiraba.

Esto es lo que escribí yo:

Este precepto significa que senos debería recordar por lascosas que hacemos. Las cosasque hacemos son las cosas másimportantes de todas. Son másimportantes que lo que decimos oque nuestro aspecto. Las cosasque hacemos duran más quenuestras vidas. Las cosas que

hacemos son como losmonumentos que la genteconstruye para honrar a loshéroes cuando ya han muerto. Soncomo las pirámides queconstruyeron los egipcios parahonrar a los faraones. Pero enlugar de estar hechas de piedra,las cosas que hacermos estánhechos de los recuerdos que lagente tiene de ti. Por eso tus actosson como tus monumentos. Estánconstruidos con recuerdos y nocon piedra.

Mi fiesta de cumpleaños Mi cumpleaños es el 10 deoctubre. Me gusta la fecha demi cumpleaños: 10/10. Habríasido genial si hubiese nacido alas 10.10 de la mañana o de lanoche, pero no. Nací justodespués de las doce de la

noche. Aun así, me mola lafecha de mi cumpleaños.

Normalmente lo celebro encasa, pero este año le preguntéa mamá si podía celebrarlo enla bolera. A mamá lesorprendió, pero se alegró. Mepreguntó a quién queríainvitar de mi clase, y dije quea todos los de mi aula detutoría y a Summer.

—Esos son muchos niños,Auggie —dijo mamá.

—Tengo que invitarlos atodos porque no quiero quenadie se sienta ofendido alsaber que he invitado a unos ya ellos no, ¿vale?

—Vale —asintió mamá—.¿También quieres invitar alchico que te dijo eso de «¿Quéle pasa a tu cara?»?

—Sí, puedes invitar a Julian—contesté—. Oye, mamá, yapodrías olvidarte de aquello.

—Es verdad, tienes razón.

Un par de semanas despuésle pregunté a mamá quién ibaa ir a la fiesta.

—Jack Will, Summer, ReidKingsley y los dos Max. Y unpar de personas dijeron queintentarían pasar.

—¿Quiénes?—La madre de Charlotte

dijo que Charlotte tenía unrecital de danza un poco antes,pero que intentaría ir a lafiesta si le daba tiempo. Y la

madre de Tristan dijo que a lomejor Tristan iría después delpartido de fútbol.

—¿Ya está? —pregunté—.Son unas… cinco personas.

—Son más de cincopersonas, Auggie. Creo quemucha gente ya tenía planes—contestó mamá.

Estábamos en la cocina. Ellaestaba cortando en trocitosdiminutos una de lasmanzanas que acabábamos de

comprar en la frutería paraque pudiese comérmela.

—¿Qué clase de planes? —pregunté.

—No lo sé, Auggie.Enviamos las invitacionestarde.

—¿Qué te dijeron? ¿Quérazones te dieron?

—Cada uno tenía susrazones, Auggie —dijo conimpaciencia—. De verdad,cielo, no deberían importarte

sus razones. La gente ya teníaplanes, nada más.

—¿Qué excusa puso Julian?—pregunté.

—¿Sabes?, su madre fue laúnica que no contestó —dijo,y me miró—. De casta le vieneal galgo ser rabilargo.

Me eché a reír porque penséque estaba contando un chiste,pero enseguida vi que no.

—¿Y eso qué significa? —pregunté.

—Déjalo. Ve a lavarte lasmanos para comer.

Mi fiesta de cumpleañosacabó siendo mucho másreducida de lo que habíapensado, pero aun así estuvogenial. Del colegio fueronJack, Summer, Reid, Tristan ylos dos Max, y Christophertambién… desde Bridgeportcon sus padres. Y el tío Ben.Y la tía Kate y el tío Pollegaron en coche desde

Boston, aunque la abuelita y elabuelito estaban en Floridapasando el invierno. Fue muydivertido, porque todos losadultos acabaron jugando alos bolos en la pista que habíajunto a la nuestra, así queparecía que había asistido unmontón de gente para celebrarmi cumpleaños.

Halloween El día siguiente, a la hora de lacomida, Summer me preguntóde qué iba a disfrazarme enHalloween. Yo llevabapensándolo desde elHalloween del año anterior,así que lo sabía de sobra.

—Boba Fett.—Sabes que en Halloween

puedes venir a clasedisfrazado, ¿no?

—¿No me digas? ¿Deverdad?

—Mientras sea un disfrazpolíticamente correcto.

—O sea, que nada depistolas.

—Eso es.—¿Y desintegradores?—Yo diría que un

desintegrador es una pistola,Auggie.

—Vaya —dije negando conla cabeza. Boba Fett lleva undesintegrador.

—Por lo menos ya notenemos que venir disfrazadoscomo un personaje de libro.Eso era lo que teníamos quehacer en primaria. El añopasado me disfracé de lamalvada bruja del Oeste, de Elmago de Oz.

—Pero eso es una película,no un libro.

—¿No me digas? —contestó Summer—. ¡Antesera un libro! De hecho, es unode mis libros favoritos.Cuando estaba en primero, mipadre me lo leía por lasnoches.

Cuando Summer habla,sobre todo cuando seemociona con algo, entornalos ojos como si estuviera

mirando al sol.Durante el día apenas la

veo, porque la única clase enla que coincidimos es en la delengua. Pero desde el primerdía que comimos juntos en elcolegio, nos hemos sentado enla mesa de verano todos losdías, ella y yo solos.

—¿Y tú de qué te vas adisfrazar? —pregunté.

—Aún no lo sé. Sé de quéme gustaría disfrazarme, pero

creo que a lo mejor parece unpoco cursi. Las chicas delgrupo de Savanna no se van adisfrazar este año. Dicen quesomos demasiado mayorespara disfrazarnos enHalloween.

—¿Cómo? Qué tontería.—Ya lo sé.—Creía que no te importaba

lo que pensasen esas chicas.Se encogió de hombros y le

dio un buen trago a la leche.

—Entonces, ¿qué es esacosa tan cursi de la quequieres disfrazarte? —pregunté, sonriendo.

—¿Prometes no reírte? —Levantó las cejas y loshombros, avergonzada—. Deunicornio.

Sonreí y bajé la vista paramirar mi sándwich.

—¡Oye, has prometido noreírte! —dijo, riéndose.

—Vale, vale —contesté—.

Pero tienes razón: esdemasiado cursi.

—¡Ya lo sé! —dijo—. Perolo tengo todo pensado: haría lacabeza de papel maché ypintaría el cuerno y la melenade dorado. Sería alucinante.

—Vale —respondí,encogiéndome de hombros—.Entonces, deberías hacerlo. ¿Aquién le importa lo quepiensen los demás?

—A lo mejor, lo que hago

es llevarlo solo para el desfilede Halloween —dijo, ychasqueó los dedos—. Y parael colegio me disfrazaré de…gótica. Sí, ya está, eso es loque voy a hacer.

—Parece un buen plan —repuse.

—Gracias, Auggie —dijoentre risas—. ¿Sabes?, eso eslo que más me gusta de ti.Siento que puedo contartecualquier cosa.

—¿Sí? —contesté, y levantéun pulgar en señal deaprobación—. Guay.

Fotos del colegio No creo que a nadie lesorprenda descubrir que noquiero que me hagan una fotoen el colegio el 22 de octubre.Ni hablar. No, gracias. Hacemucho tiempo que no dejoque me hagan fotos. Supongo

que podría decirse que es unafobia. Pero no, en realidad noes una fobia. Es una«aversión», una palabra quehe aprendido hace poco enclase del señor Browne. Tengoaversión a que me haganfotos. Hala, ya la he usado enuna frase.

Pensé que mamá intentaríaque no hiciesen una foto en elcolegio, pero no hizo nada.Desgraciadamente, aunque

conseguí que no me hiciesenla foto individual, no pudelibrarme de salir en la foto detoda la clase. Uf. Cuando mevio el fotógrafo, parecía queacababa de chupar un limón.Estoy seguro de que pensóque iba a echarle a perder lafoto. Yo era uno de los queestábamos en primera fila,sentados. No sonreí, aunqueno creo que nadie hubiesenotado la diferencia.

Tocar el queso No hace mucho tiempo quenoté que, aunque la gente seestaba acostumbrando a mí,nadie quería tocarme. Alprincipio no me di cuentaporque tampoco es que losalumnos vayan en secundaria

tocándose unos a otros, claro.Pero el pasado jueves, en clasede danza, que es la clase quemenos me gusta, la señoraAtanabi, la profesora, intentóque Ximena Chin fuera mipareja de baile. Nunca habíavisto a nadie tener un «ataquede pánico», pero lo había oídonombrar muchas veces, yestoy seguro de que en esemomento a Ximena le entróun ataque de pánico. Se puso

muy nerviosa, se quedó páliday enseguida empezó a sudar.Entonces se le ocurrió laexcusa cutre de que tenía queir al cuarto de bañourgentemente. El caso es quela señora Atanabi dejó que selibrase, porque al final no noshizo bailar en pareja.

Otro ejemplo: ayer, en laoptativa de ciencias,estábamos haciendo unexperimento guay con unos

polvos misteriosos. Primeroteníamos que clasificar unasustancia como ácido o base.Después debíamos calentar lospolvos misteriosos en unaplaca calefactora y observar loque pasaba, por eso estábamosapiñados alrededor de lospolvos con nuestroscuadernos. Somos ochoalumnos en la optativa, y sietede ellos estaban amontonadosa un lado de la placa mientras

el otro —yo— tenía unmontón de sitio al otro lado.Yo me di cuenta, claro, peroesperaba que la señora Rubinno se diese cuenta, porque noquería que dijese nada. Peroclaro que se dio cuenta, yclaro que dijo algo.

—Chicos, hay mucho sitioen este otro lado. Tristan,Nino, poneos aquí —dijo, yTristan y Nino se colocaron ami lado.

Tristan y Nino siempre hansido amables conmigo. Quieroque conste en acta que hedicho esto. No superamables,en plan de venir hasta dondeestoy yo para hablar conmigo,pero sí amables en plan desaludarme y hablarme connormalidad. Ni siquierapusieron una caraespecialmente rara cuando laseñora Rubin les dijo que secolocasen a mi lado, algo que

sí hacen muchos otros cuandopiensan que no estoy mirando.En fin, el caso es que todo ibabien hasta que los polvosmisteriosos de Tristancomenzaron a derretirse.Cuando lo vio, Tristan quitósu trozo de papel de aluminiode la placa, pero justo en esemomento mis polvos tambiénempezaban a derretirse, y poreso fui a quitarlos de la placa.Entonces, toqué su mano con

la mía sin querer durante unamilésima de segundo. Tristanla apartó tan deprisa que se lecayó el papel de aluminio alsuelo y, con el movimiento,tiró los de todos los demás dela placa calefactora.

—¡Tristan! —gritó laseñora Rubin, pero a Tristanno le importaban los polvostirados por el suelo ni haberestropeado el experimento. Sumayor preocupación era ir a la

pila del laboratorio paralavarse las manos cuantoantes.

Entonces fue cuando supeque los alumnos del colegioBeecher evitaban tocarme.

Creo que es como tocar elqueso en el Diario de Greg.En esa historia, los chicostemían pillar microbios sitocaban el queso mohoso de lacancha de baloncesto. EnBeecher, el queso mohoso soy

yo.

Disfraces Para mí, Halloween es lamejor fiesta del mundo. Mejorincluso que Navidad. Puedodisfrazarme. Puedo llevarmáscara. Puedo pasearme porahí igual que cualquier otroniño con máscara sin que

nadie piense que tengo unapinta rara. Nadie me mira dosveces. Nadie se fija en mí.Nadie me conoce.

Ojalá pudiese ser Halloweentodos los días. Todospodríamos llevar máscarasiempre. Podríamos pasearnospor ahí y conocernos antes dever qué aspecto tenemosdebajo de las máscaras.

Cuando era pequeño,llevaba un casco de astronauta

a todas partes. Al parque. Alsupermercado. A recoger aVia del colegio. Incluso enpleno verano, aunque hacíatanto calor que me sudaba lacara. Creo que lo llevé duranteun par de años, pero tuve quedejar de ponérmelo cuandome operaron del ojo. Creo quetenía unos siete años. Y luegoya no pudimos encontrar elcasco. Mamá lo buscó portodas partes. Pensó que habría

acabado en el desván de losabuelos, y siempre decía quelo buscaría, pero paraentonces yo ya me habíaacostumbrado a no llevarlo.

Tengo fotos con todos misdisfraces de Halloween. En miprimer Halloween ibadisfrazado de calabaza. En elsegundo, de Tigger. En eltercero, de Peter Pan (mipadre iba disfrazado delCapitán Garfio). En el cuarto,

de Capitán Garfio (mi padreiba disfrazado de Peter Pan).En el quinto, de astronauta. Enel sexto, de Obi-Wan Kenobi.En el séptimo, de soldadoclon. En el octavo, de DarthVader. En el noveno ibadisfrazado del malo deScream, con la máscara defantasma de la que sale sangrede mentira.

Este año voy a disfrazarmede Boba Fett, pero no el Boba

Fett niño de El ataque de losclones, sino el Boba Fettadulto de El Imperiocontraataca. Mamá buscó eldisfraz por todas partes, perocomo no pudo encontrarninguno de mi tamaño, mecompró un disfraz de JangoFett —Jango era el padre deBoba y llevaba la mismaarmadura— y pintó laarmadura de verde. Tambiénhizo otras cosas para que

pareciese gastada. El caso esque parece de verdad. Amamá se le dan muy bien losdisfraces.

En clase de tutoríahablamos de cuál iba a sernuestro disfraz paraHalloween. Charlotte iba adisfrazarse de Hermione, la deHarry Potter. Jack iba adisfrazarse de hombre lobo.Me enteré de que Julian iba adisfrazarse de Jango Fett y me

pareció una casualidadincreíble. Pensé que no legustaría enterarse de que yoiba a disfrazarme de BobaFett.

La mañana del día deHalloween a Via le dio lallorera por no sé qué. Viasiempre es muy tranquila,pero este año le han dado unpar de arrebatos de esos. Papállegaba tarde al trabajo y noparaba de decir: «¡Vamos,

Via! ¡Vamos!». Normalmente,papá es superpaciente, menosen lo de llegar tarde al trabajo,y sus gritos estresaron a Viaaún más, así que se puso allorar aún más fuerte y por esomamá le dijo a papá que mellevase al colegio y que ella seocuparía de Via. Mamá sedespidió de mí con un besorápido, antes de ponerme eldisfraz, y se metió en lahabitación de Via.

—¡Vámonos ya, Auggie! —dijo papá—. ¡Tengo unareunión a la que no puedollegar tarde!

—¡Aún no me he puesto eldisfraz!

—Pues póntelo. Tienescinco minutos. Te esperofuera.

Corrí a mi habitación yempecé a ponerme el disfrazde Boba Fett, pero de repentedejó de apetecerme llevarlo.

No sé muy bien por qué. A lomejor fue porque tenía unmontón de correas que habíaque apretar y necesitaba ayudapara ponérmelo. O a lo mejorfue porque aún olía un poco apintura. Lo único que teníaclaro era que iba a costarmemucho trabajo ponerme eldisfraz y que papá estabaesperándome y que se pondríahistérico si le hacía llegartarde. Así que en el último

minuto me puse el disfraz delmalo de Scream del añoanterior. Era un disfraz muyfácil de poner: solo era unalarga túnica negra y unaenorme máscara blanca. Grité«adiós» desde la puerta antesde salir, pero mamá no meoyó.

—Pensaba que ibas adisfrazarte de Jango Fett —dijo papá cuando salí.

—¡Boba Fett!

—Qué más da —dijo papá—. De todos modos, estedisfraz es mejor.

—Sí, es guay —contesté.

El malo de Scream Recorrer los pasillos esamañana de camino a lastaquillas fue, tengo quereconocerlo, genial. Todo eradiferente. Yo era diferente.Normalmente caminaba con lacabeza gacha, intentando

evitar que me viesen, peroaquel día caminaba con lacabeza bien alta, mirando a mialrededor. Quería que meviesen. Un niño que llevaba elmismo disfraz que yo, con laenorme cara de fantasma de laque salía sangre de mentira,me hizo el gesto de «chocaesos cinco» al cruzarnos en laescalera. No sé quién era, y élno tenía ni idea de quién erayo, pero me pregunté durante

un segundo si habría hecho lomismo si hubiese sabido queera yo quien se ocultaba bajola máscara.

Empezaba a pensar queaquel iba a ser uno de los díasmás increíbles de toda mivida, pero entonces llegué alaula de tutoría. El primerdisfraz que vi al entrar enclase fue el de Darth Sidious.Tenía una de esas máscaras degoma superrealistas, con una

enorme capucha negra quecubría la cabeza y una largatúnica negra. Enseguida supeque era Julian, claro. Debía dehaber cambiado de disfraz enel último momento porquepensaba que yo iba a irdisfrazado de Boba Fett.Estaba hablando con dosmomias, que debían de serMiles y Henry, y todos estabanmirando hacia la puerta comosi estuviesen esperando a que

entrase alguien. Sabía que noesperaban ver al malo deScream, sino a Boba Fett.

Estuve a punto de sentarmeen mi sitio de siempre, perono sé por qué me puse en unamesa cerca de la suya y los oíhablar.

—Se parece un montón a él—dijo una de las momias.

—Sobre todo esta parte…—contestó la voz de Julian. Sepuso los dedos sobre las

mejillas y los ojos de sumáscara de Darth Sidious.

—En realidad —dijo lamomia—, a lo que se parecede verdad es a una de esascabezas reducidas. ¿Las habéisvisto alguna vez? Es clavado auna de esas.

—Yo creo que se parece aun orco.

—¡Es verdad!—Si yo tuviese esa pinta —

contestó la voz de Julian,

riéndose—, os juro que metaparía la cara con unacapucha todos los días.

—Yo lo he pensado mucho—dijo la segunda momia muyseria— y creo que… si yotuviese esa pinta, creo que mesuicidaría.

—Qué va —contestó DarthSidious.

—Sí, de verdad —insistió lamisma momia—. No meimagino mirándome al espejo

todos los días y viéndome así.Sería horrible. Y que todo elmundo se me quedasemirando siempre…

—¿Y por qué te juntas tantocon él? —preguntó DarthSidious.

—No sé —contestó lamomia—. Traseronian mepidió que estuviera con él alprincipio de curso y debió dedecirles a todos los profesoresque nos sentasen juntos en

todas las clases, o yo qué sé.—La momia se encogió dehombros. Conocía aquelgesto, claro está. Conocíaaquella voz. Quise salircorriendo de clase en esemomento, pero me quedéplantado donde estaba y seguíescuchando a Jack Will—. Elcaso es que siempre me siguea todas partes. ¿Qué queréisque haga?

—Déjalo tirado —contestó

Julian.No sé qué contestó Jack,

porque salí de clase sin quenadie supiese que había estadoallí. Mientras bajaba por laescalera me ardía la cara.Estaba sudando por debajo deldisfraz. Y me eché a llorar. Nopude evitarlo. Tenía los ojostan llenos de lágrimas queapenas veía nada, pero nopodía limpiármelas porquecaminaba con la máscara

puesta. Estaba buscando unlugar diminuto dondemeterme y desaparecer.Quería un agujero en el quepudiese caerme: un agujeritonegro que se me comiese.

Nombres Niño rata. Bicho raro.Monstruo. Freddy Krueger.E.T. Asqueroso. Cara lagarto.Sé cómo me llama la gente. Heestado en suficientes parquespara saber que los niñospueden ser muy malos. Lo sé,

lo sé, lo sé.Acabé en el cuarto de baño

de la segunda planta. No habíanadie porque la primera claseya había empezado y todosestaban en sus aulas. Cerré lapuerta de mi cubículo, mequité la máscara y me puse allorar durante un buen rato.Luego fui a la enfermería y ledije a la enfermera que medolía el estómago, cosa queera cierta, porque me sentía

como si me hubiesen dado unpuñetazo en la barriga. Laenfermera Molly llamó amamá y me dijo que metumbase en el sofá que habíajunto a su mesa. Quinceminutos después, mamá estabaen la puerta.

—Cielo —dijo, mientrascorría a abrazarme.

—Hola —farfullé. Noquería que me preguntasenada hasta más tarde.

—¿Te duele el estómago?—preguntó, poniéndome lamano en la frente de maneraautomática para ver si teníafiebre.

—Dice que tiene ganas devomitar —contestó laenfermera Molly, mirándomecon unos ojos muy dulces.

—Y me duele la cabeza —susurré.

—Será algo que has comido—dijo mamá, algo

preocupada.—Hay un virus intestinal

por ahí suelto —respondió laenfermera Molly.

—Caray —dijo mamá,levantando las cejas y negandocon la cabeza. Me ayudó alevantarme—. ¿Llamo a untaxi o puedes volver andando?

—Puedo ir andando.—¡Qué chico tan valiente!

—dijo la enfermera Mollydándome una palmadita en la

espalda mientras nosacompañaba hasta la puerta—.Si empieza a vomitar o le dafiebre, debería llamar almédico.

—Por supuesto —contestómamá, estrechándole la mano—. Muchas gracias por cuidarde él.

—De nada —dijo laenfermera Molly. Me puso lamano debajo de la barbilla yme hizo levantar la vista—.

Cuídate mucho, ¿vale?—Gracias —mascullé,

asintiendo con la cabeza.Mamá y yo volvimos a casa

caminando abrazados. No leconté nada de lo que habíapasado; luego, cuando mepreguntó si me encontraba lobastante bien para ir a pedirchuches por las casas despuésde clase, le dije que no.Aquello le preocupó, porquesabía cuánto me gustaba ir a

pedir chuches por las casas.Oí que hablaba con papá

por teléfono y le decía: «Nisiquiera tiene fuerzas para ir apedir chuches por las casas…No, no tiene fiebre… Sí, loharé si mañana no seencuentra mejor… Ya lo sé,pobrecillo… Imagínate cómoestará para perderse la fiestade Halloween».

También me libré de ir alcolegio al día siguiente, que

era viernes. Tenía todo el finde semana para pensar. Estababastante seguro de que no ibaa volver al colegio.

Segunda parte

VIA

Un paseo por la galaxia August es el Sol. Mamá, papáy yo somos planetas queorbitamos alrededor del Sol.El resto de nuestra familia yamigos son asteroides ycometas que flotan alrededorde los planetas que orbitan

alrededor del Sol. El únicocuerpo celeste que no orbitaalrededor del Sol August es laperra Daisy, y eso se debeúnicamente a que, para susdiminutos ojos perrunos, lacara de August no sediferencia gran cosa de la decualquier otro ser humano.Para Daisy, todas nuestrascaras son parecidas, tan planasy pálidas como la luna.

Estoy acostumbrada al

funcionamiento de esteuniverso. Nunca me haimportado porque es lo únicoque he conocido. Siempre heentendido que August esespecial y que tienenecesidades especiales. Siestaba tocando demasiadofuerte y él estaba intentandodormir la siesta, sabía quetenía que tocar otra cosaporque él necesitaba descansardespués de algún tratamiento

que lo había dejado débil ydolorido. Si quería que mamáy papá me viesen jugar alfútbol, sabía que nueve decada diez veces se lo iban aperder porque estabanocupados llevando a August alogopedia, o a fisioterapia, o aalgún nuevo especialista, o auna operación.

Mamá y papá siempredecían que era la niña máscomprensiva del mundo. No

lo sé. Lo que sí sé es que noservía de nada quejarse. Hevisto a August después de susoperaciones, con su caritavendada e hinchada y sucuerpecito conectado a goterosy tubos para mantenerlo convida. Después de haber visto aalguien pasar por todo eso,parece una locura quejarse porno haber tenido el juguete quehabías pedido, o porque tumadre se ha perdido la obra

del colegio. Todo eso ya losabía con seis años. No fuenecesario que nadie me locontase. Lo sabía, y punto.

Me he acostumbrado a noquejarme y a no molestar amamá y papá con tonterías.Me he acostumbrado aresolver las cosas por micuenta: a arreglar juguetes, aorganizarme la vida para noperderme las fiestas decumpleaños de mis amigas, a

llevar los deberes al día parano quedarme rezagada enclase… Nunca he pedidoayuda con los deberes. Nuncahan tenido que recordarmeque acabase un trabajo ni queestudiase para un examen. Sise me atragantaba algunaasignatura, me iba a casa y meponía a estudiar hasta queacababa por entenderlo.Aprendí a convertir fraccionesen decimales conectándome a

internet. He hecho casi todoslos trabajos del colegioprácticamente yo sola. Cuandomamá o papá me preguntabancómo me iba en el colegio,siempre decía que bien,aunque no siempre mehubiese ido tan bien. Mi peordía, mi peor caída, mi peordolor de cabeza, mi peormoratón, mi peor calambre, lopeor que se le pueda ocurrir aalguien, nunca ha sido nada

comparado con lo que hatenido que pasar August. Queconste que no lo digo porhacerme la estupenda: sé quelas cosas son así.

Y así han sido siempre lascosas para mí y para nuestropequeño universo. Pero esteaño parece haber unaalteración en el cosmos. Lagalaxia está cambiando. Losplanetas están dejando de estaralineados.

Antes de August La verdad es que no recuerdonada de mi vida antes de queAugust entrase en ella. Mirofotos de cuando era bebé yveo a mamá y papá sonriendofelices, conmigo en brazos. Nome puedo creer lo jóvenes que

parecían: papá era unmoderno y mamá era unaguapa diseñadora brasileña.Hay una foto mía en mi tercercumpleaños: papá está detrásde mí mientras mamá sostienela tarta con tres velasencendidas, y detrás denosotros están la abuelita y elabuelito, mi otra abuela, el tíoBen, la tía Kate y el tío Po.Todos me están mirando y yoestoy mirando la tarta. En esa

foto se ve claramente que fuila primera hija, la primeranieta, la primera sobrina. Norecuerdo cómo me sentí, peroen las fotos se ve claro comoel agua.

No recuerdo el día quetrajeron a August del hospital.No recuerdo lo que dije, ni loque hice, ni cómo me sentí alverlo por primera vez, aunquetodo el mundo tiene suversión de la historia. Al

parecer, me quedé mirándoloun buen rato sin decir nada,hasta que por fin dije: «¡No separece a Lilly!». Lilly era elnombre de una muñeca quelos abuelos me habíanregalado mientras mamáestaba embarazada para quepudiese «practicar» comohermana mayor. Era una deesas muñecas que parecen deverdad, y la había llevado atodas partes durante meses, le

había cambiado el pañal y lehabía dado de comer. Dicenque hasta me hice unabandolera para llevarla. Segúncuentan, después de miprimera reacción al ver aAugust, solo tardé unosminutos (según los abuelos) ounos días (según mamá) enintentar acapararlo para darlebesos, abrazarlo y hablarlecomo se les habla a los bebés.Después de aquello no volví a

tocar ni a mencionar a Lilly.

Cómo veo a August Yo no veía a August tal comolo veía el resto de la gente.Sabía que no era exactamentenormal, pero no entendía porqué los desconocidos seimpresionan tanto al verlo.Horrorizados. Asqueados.

Asustados. Podría usarmuchas palabras paradescribir la reacción en lascaras de la gente. Durantemucho tiempo no lo entendíay me enfadaba. Me enfadabacuando lo miraban fijamente yme enfadaba cuandoapartaban la mirada. «¿Sepuede saber qué estáismirando?», les decía. Tambiéna los adultos.

Entonces, cuando tenía

unos once años, me quedé conmi abuela durante cuatrosemanas en Montauk mientrasoperaban a August de lamandíbula. Nunca habíapasado tanto tiempo lejos decasa, y tengo que decir quefue increíble sentirme liberadade repente de todas esas cosasque me hacían enfadar tanto.Nadie se nos quedaba mirandoa la abuela y a mí cuandoíbamos al pueblo a hacer las

compras. Nadie nos señalaba.Nadie se fijaba en nosotras.

La abuela era una de esasabuelas que hacen de todo consus nietos. Se metía corriendoen el mar si yo se lo pedía. Medejaba jugar con su maquillajey no le importaba que usase sucara para practicar. Me llevabaa tomar helado aunque aún nohubiésemos comido. Medibujaba caballos de tiza en laacera delante de su casa. Una

noche, mientras volvíamos acasa paseando, le dije queojalá pudiese quedarme a vivircon ella para siempre. Quéfeliz me sentía allí. Creo queposiblemente haya sido la vezque mejor me lo he pasado entoda mi vida.

Al volver a casa después decuatro semanas fuera, todo seme hizo muy raro. Recuerdoperfectamente que entré por lapuerta y vi a August corriendo

hacia mí para darme labienvenida. Durante unamilésima de segundo, lo vi nocomo siempre lo había visto,sino como lo veían los demás.Solo fue un momento, unsegundo mientras me estabaabrazando, contento al vermede vuelta en casa, pero mesorprendió porque nuncahasta entonces lo había miradoasí. Tampoco había sentidonunca lo que sentí en ese

momento: una sensación queme hizo pensar que era odiosapor haberla tenido. Mientrasme besaba de todo corazón, loúnico que yo alcanzaba a verera la baba que le caía por labarbilla. Allí estaba yo, derepente, igualita que todos losdemás que lo mirabanfijamente o que apartaban lamirada.

Horrorizada. Asqueada.Asustada.

Afortunadamente, lasensación solo duró unsegundo. En cuanto oí la risaáspera de August, se me pasó.Todo volvió a ser igual queantes. Pero se había abiertouna puerta. Una pequeñamirilla. Y al otro lado de lamirilla había dos August: elque yo veía ciegamente y elque veían los demás.

Creo que la única persona aquien se lo podría haber

contado era a la abuela, perono se lo conté. Era muy difícilde explicar por teléfono.Pensé que quizá cuando nosvisitase para Acción deGracias le contaría lo quehabía sentido. Pero mipreciosa abuela murió dosmeses después de habermequedado con ella en Montauk.Fue algo totalmenteinesperado. Al parecer, habíaingresado en el hospital

después de sentir náuseas.Mamá y yo fuimos a verla,pero desde donde vivimos setarda tres horas en coche y,para cuando llegamos alhospital, la abuela habíamuerto. Un infarto, nosdijeron. Así, sin más.

Qué curioso. Un día puedesestar en este mundo y, alsiguiente, ya no estar.¿Adónde se fue? ¿Volveré averla alguna vez, o eso no es

más que un cuento chino?Vemos películas y series de

la tele en las que la genterecibe noticias horribles en loshospitales. Para nosotros, contodos los viajes que hemoshecho con August al hospital,los finales siempre habían sidofelices. Lo que más recuerdodel día que murió la abuela esla imagen de mamá dejándosecaer hasta el suelo, sollozandolenta y pesadamente, y

sujetándose el estómago comosi alguien acabase de darle unpuñetazo. Nunca jamás habíavisto a mamá así. Nunca habíaoído unos sonidos así saliendode ella. En todas lasoperaciones de August mamásiempre había puesto buenacara.

El último día que estuve enMontauk, la abuela y yohabíamos visto la puesta desol desde la playa. Habíamos

cogido una manta parasentarnos encima, pero habíarefrescado, así que nostapamos con ella, nosacurrucamos la una contra laotra y hablamos hasta que noquedó ni una rodaja de solsobre el mar. Entonces laabuela me dijo que tenía quecontarme un secreto: mequería más que a nada en elmundo.

—¿Más que a August? —le

pregunté.Sonrió y me acarició el

pelo, como si estuviesepensándose lo que iba a decir.

—A Auggie lo quieromuchísimo —dijo en voz baja.Aún recuerdo su acentoportugués y cómo arrastraba laerre—. Pero él ya tienemuchos ángeles que velan porél, Via. Quiero que sepas quetú me tienes a mí velando porti, ¿vale, menina querida?

Quiero que sepas que para míeres lo primero. Para mí… —Miró al mar y extendió lasmanos, como si intentasealisar las olas—. Para mí loeres todo. ¿Me entiendes, Via?Tu és meu tudo.

La entendía. Y sabía porqué decía que era un secreto.Se supone que las abuelas nodeberían tener un nietofavorito, eso lo sabe todo elmundo. Cuando murió, me

aferré a ese secreto y dejé queme cubriese como una manta.

August a través de lamirilla

Sus ojos están unos trescentímetros por debajo dedonde deberían estar, casi amitad de camino de lasmejillas. Están inclinadoshacia abajo formando un

ángulo exagerado; casiparecen unos cortesdiagonales que alguien lehubiera hecho en la cara, y elojo izquierdo estásensiblemente más bajo que elderecho. Se le salen de lasórbitas porque estas sondemasiado superficiales paradarles cabida. Los párpados dearriba siempre los tiene mediocerrados, como si estuviera apunto de dormirse. Los

párpados de abajo los tiene tancaídos que casi parece quealguien estuviese tirando deellos hacia abajo con un hiloinvisible: se puede ver la parteroja de dentro, casi como siestuviesen vueltos del revés.No tiene cejas ni pestañas. Sunariz esdesproporcionadamentegrande para el tamaño de sucara, y bastante carnosa.Donde deberían estar las

orejas, parece como si alguienhubiese usado unos alicatesgigantescos para aplastarle laparte media de la cara. Notiene pómulos. Unos plieguesprofundos que parecen decera le bajan de ambos ladosde la nariz hasta la boca. Aveces, la gente cree que sequemó en un incendio: escomo si sus rasgos sehubiesen derretido, como lasgotas de cera que caen por los

lados de una vela. Variasoperaciones para arreglarle elpaladar le han dejado unascuantas cicatrices alrededor dela boca; la que más se nota esun corte irregular que vadesde la mitad del labiosuperior hasta la nariz. Losdientes de arriba los tienepequeños y separados. Tieneretrognatismo severo y unamandíbula mucho máspequeña de lo normal. Su

barbilla es diminuta. Cuandoera muy pequeño, antes deque le implantasenquirúrgicamente un trozo delhueso de la cadera en lamandíbula inferior, no teníanada de barbilla. La lengua lecolgaba fuera de la boca sinnada debajo para impedírselo.Afortunadamente, ahora estámejor. Al menos puedecomer: cuando era máspequeño, se alimentaba a

través de un tubo. Y puedehablar. Y ha aprendido amantener la lengua dentro dela boca, aunque le costó variosaños de aprendizaje. Tambiénha aprendido a controlar elbabeo; antes, la baba le caíapor el cuello. Todas estascosas se consideran milagros.Cuando era un bebé, losmédicos creían que nosobreviviría.

También puede oír. Casi

todos los niños que nacen conestos defectos de nacimientotienen problemas en el oídomedio que les impiden oír,pero de momento August oyebien a través de sus diminutasorejas con forma de coliflor.Los médicos creen que, con eltiempo, tendrá que llevaraudífonos. August no quiereoír hablar del tema. Cree quelos audífonos se notarándemasiado. Yo no le digo que

los audífonos serían la menorde sus preocupaciones,porque estoy segura de que losabe.

Aunque la verdad es que noestoy muy segura de qué es loque sabe o deja de saberAugust, ni de lo que entiendeo deja de entender.

¿August se da cuenta decómo lo ven los demás, o se leda tan bien fingir que no veque ya ni le molesta? ¿O sí le

molesta? Cuando se mira en elespejo, ¿ve al Auggie que venmamá y papá, o ve al Auggieque ven todos los demás? ¿Overá a otro August, alguienideal más allá de su cabeza ysu cara deformes? A veces,cuando miraba a mi abuela,por debajo de sus arrugas veíaa la chica guapa que habíasido. Veía a la chica deIpanema en sus andares deseñora mayor. ¿August se ve a

sí mismo tal como podríahaber sido?

Ojalá pudiese preguntarleestas cosas. Ojalá me dijesecómo se siente. Antes de lasoperaciones era más fáciladivinarlo. Sabías que cuandoentrecerraba los ojos estabacontento; que cuando fruncíalos labios estaba pensando enalguna travesura; que cuandole temblaban las mejillasestaba a punto de llorar.

Ahora tiene mejor aspecto,de eso no cabe duda, pero lasseñales que usábamos paraevaluar su estado de ánimohan desaparecido. Hay otrasnuevas, claro. Mamá y papásaben interpretarlas. A mí mecuesta trabajo mantenerme aldía. Además, hay una parte demí que no quiere seguirintentándolo: ¿por qué nopuede decir lo que siente,como todo el mundo? Ya no

lleva un tubo traqueal en laboca que le impide hablar nitiene la mandíbulainmovilizada. Tiene diez años.Puede hablar. Pero giramos asu alrededor como si aúnfuera un bebé. Cambiamos deplanes, pasamos al plan B,interrumpimosconversaciones, incumplimospromesas, dependiendo de suestado de ánimo, de suscaprichos, de sus necesidades.

Eso estaba bien cuando erapequeño, pero ahora necesitamadurar. Tenemos quedejarle, ayudarle, obligarle amadurar. Yo creo que hemospasado tanto tiempointentando hacer que Augustpiense que es normal queahora piensa que es normal. Elproblema es que no es normal.

El instituto Lo que más me gustaba delcolegio de secundaria era quese trataba de algo diferente eindependiente de casa. Allípodía ser Olivia Pullman, y noVia, que era como mellamaban en casa. En primaria

también me llamaban Via. Enaquella época todo el mundolo sabía todo de nosotros,claro. Mamá me recogía yAugust siempre iba en elcochecito. No había muchagente cualificada para hacer decanguro de Auggie, así quemamá y papá se lo llevaban atodas mis obras de teatro,conciertos, recitales yceremonias del colegio, atodas las ventas de bizcochos

con fines benéficos y a todaslas ferias del libro. Mis amigaslo conocían. Los padres demis amigas lo conocían. Misprofesores lo conocían. Elconserje lo conocía. («¿Cómote va, Auggie?», le decía, y lechocaba esos cinco). Augustcasi formaba parte delmobiliario en la EscuelaPública número 22.

Pero en secundaria muchagente no había oído hablar de

August. Mis antiguas amigas,sí, claro, pero mis nuevasamigas no. O, si lo sabían, noera necesariamente lo primeroque oían de mí. A lo mejor eralo segundo o lo tercero queoían cuando alguien hablabade mí. «¿Olivia? Sí, es maja.¿Sabes que tiene un hermanodeforme?» Siempre he odiadoesa palabra, pero sabía que asíera como describían a Auggie.Y sabía que esas

conversaciones seguramentese daban a todas horas cuandoyo no estaba delante, cada vezque salía de la habitación enuna fiesta o me encontrabacon grupos de amigos en lapizzería. No pasa nada.Siempre voy a ser la hermanade un niño con un defecto denacimiento: ese no es elproblema. Lo que pasa es queno siempre quiero que meconozcan por eso.

Lo mejor del instituto esque casi nadie me conoce.Menos Miranda y Eva, claro.Y saben que no tienen que irpor ahí hablando del tema.

Miranda, Eva y yo nosconocemos desde primero. Loque más me gusta es quenunca tenemos que darnosexplicaciones. Cuando decidíque quería que me llamasenOlivia en lugar de Via, lopillaron sin que tuviera que

explicárselo.Conocen a August desde

que era un bebé. Cuandoéramos pequeñas, nuestrojuego favorito era jugar avertirlo; le poníamos boas deplumas, sombrerosgrandísimos y pelucas deHannah Montana. A él leencantaba, claro, y nosotraspensábamos que estaba monoy adorable a su manera. Evadecía que le recordaba a E.T.

No lo decía con maldad, claro(aunque a lo mejor sí lo decíacon un poco de maldad). Laverdad es que en la películahay una escena en la queDrew Barrymore disfraza aE.T. con una peluca rubia: eraidéntico a Auggie en la épocaque nos dio por Miley Cyrus.

En secundaria, Miranda,Eva y yo formábamos ungrupo bastante cerrado. Noéramos ni populares ni

queridas: no éramoscerebritos, ni deportistas, niricas, ni drogatas, ni malas, niunas santas, y ni teníamos lastetas enormes ni estábamosplanas. No sé si las tresacabamos juntas por ser tanparecidas en tantas cosas o siprecisamente por estar juntasacabamos pareciéndonos tantoen tantas cosas. Nos pusimosmuy contentas cuando nosenteramos de que nos habían

admitido a las tres en elinstituto Faulkner. Me acuerdode los gritos que pegamos porteléfono el día que recibimoslas cartas de aceptación.

Por eso no entiendo quénos ha pasado últimamente,desde que estamos en elinstituto. No se parece en nadaa como me lo habíaimaginado.

Comandante Tom De las tres, Miranda es la quesiempre ha sido más dulce conAugust: lo abrazaba y jugabacon él cuando Eva y yo yahacía rato que nos habíamospuesto a hacer otra cosa.Aunque nos hiciésemos

mayores, Miranda siempreintentaba incluir a August ennuestras conversaciones: lepreguntaba cómo estaba,hablaba con él de Avatar, o deLa guerra de las galaxias, od e Bone, o de cualquier cosaque ella sabía que le gustaba.Fue Miranda quien le regaló aAuggie el casco de astronautaque llevaba casi todos los díasdel año cuando tenía cinco oseis años. Ella lo llamaba

Comandante Tom y se poníana cantar juntos «SpaceOddity», de David Bowie. Eraalgo entre ellos dos. Se sabíanla letra y la ponían a todovolumen en el iPod paracantarla a grito pelado.

Como Miranda siempre nosllamaba en cuanto volvía acasa del campamento deverano, me sorprendió unpoco no tener noticias suyas.Hasta le envié un mensaje de

texto, pero no me contestó.Pensé que a lo mejor se habíaquedado más tiempo en elcampamento, ahora que eramonitora. A lo mejor habíaconocido a un chico guapo.

Entonces descubrí en sumuro de Facebook que habíavuelto a casa dos semanasantes, así que le envié unmensaje y hablamos un pocopor el chat, pero no me dijopor qué no me había llamado,

y eso me pareció raro. Perocomo Miranda siempre hasido un poco rara, no le dimás vueltas. Hablamos devernos en el centro, pero tuveque cancelar la cita porqueíbamos a pasar el fin desemana con la abuelita y elabuelito.

Al final, no vi ni a Mirandani a Eva hasta el primer día declase. Reconozco que mequedé impresionada. Miranda

estaba muy cambiada: se habíacortado el pelo en una mediamelena supermona que sehabía teñido de rosa intenso,nada menos, y llevaba un topa rayas muy ceñido que a)parecía muy poco adecuadopara llevar a clase y b) notenía nada que ver con suestilo. Miranda siempre habíasido muy mojigata vistiendo,pero allí estaba, con el pelorosa y un top. Y no solo había

cambiado su aspecto; tambiénse comportaba de maneradiferente. No puedo decir queno fuese amable, porque loera, pero parecía más fría,como si yo fuese solo unaconocida. Aquello erararísimo.

A la hora de la comida lastres nos sentamos juntas,como siempre, pero ladinámica había cambiado.Estaba claro que Eva y

Miranda se habían visto unascuantas veces durante elverano, aunque no me habíandicho nada. Hice como que nome molestaba mientrashablábamos, aunque noté queme iba poniendo roja y que misonrisa era cada vez más falsa.Aunque lo de Eva no era tanexagerado como lo deMiranda, también percibí uncambio en su estilo habitual.Era como si hubiesen decidido

cambiar de imagen ahora queempezaban el instituto, perono se hubiesen molestado enincluirme. Reconozco quesiempre había pensado queestaba por encima de aquellamezquindad típica de losadolescentes, pero me pasé lacomida con un nudo en lagarganta. Cuando sonó eltimbre, me tembló la voz aldecir: «Hasta luego».

Después de clase

—Me han dicho que hoyvamos a llevarte a casa encoche —dijo Miranda enoctava clase.

Acababa de sentarse a lamesa justo detrás de mí. Se mehabía olvidado que mamá

había llamado a la madre deMiranda la noche anterior parapreguntarle si podíarecogerme y llevarme a casa.

—No hace falta —contestéinstintivamente, como si talcosa—. Mi madre puederecogerme.

—Pensaba que tenía querecoger a Auggie.

—Al final resulta que puederecogerme después. Acaba deenviarme un mensaje. No pasa

nada.—Ah. Vale.—Gracias.Era mentira, pero no me

veía sentada en un coche conla nueva Miranda. Al acabarlas clases me colé en losservicios para evitartropezarme con la madre deMiranda en la calle. Mediahora después salí del instituto,recorrí a toda prisa las tresmanzanas que lo separan de la

parada del autobús, fui en elM86 hasta Central Park West ycogí el metro hasta casa.

—¡Hola, cielo! —dijomamá en cuanto entré por lapuerta—. ¿Cómo te ha ido tuprimer día? Empezaba apreguntarme dónde estaríais.

—Hemos parado a comeruna pizza. —Es increíble lafacilidad con que una mentirase te puede escapar de entrelos labios.

—¿Miranda no estácontigo? —Parecíasorprendida al no ver aMiranda detrás de mí.

—Se ha ido directa a casa.Tenemos muchos deberes.

—¿El primer día?—¡Sí, el primer día! —grité,

y eso sorprendió a mamá porcompleto. Pero antes de quepudiera responderme, añadí—: Me ha ido bien en elinstituto. Eso sí, aquello es

inmenso. Los alumnosparecen majos. —Quería darlela suficiente información paraque no sintiese la necesidad depreguntarme nada más—.¿Cómo le ha ido a Auggie ensu primer día de clase?

Mamá vaciló; aún tenía lascejas levantadas de sorpresapor cómo le había habladounos segundos antes.

—Bueno… —dijo muydespacio, como si estuviese

dejando escapar un suspiro.—¿Qué quieres decir con

«bueno»? ¿Le ha ido bien o leha ido mal?

—Él ha dicho que bien.—¿Y por qué piensas que

no le ha ido bien?—¡No he dicho que no le

haya ido bien! Caray, Via,¿qué te pasa?

—Olvídalo. No te hepreguntado nada —contesté.

Irrumpí dramáticamente en

la habitación de Auggie y diun portazo. Estaba jugandocon su PlayStation y nisiquiera levantó la vista. Nosoportaba ver lo enganchadoque estaba a los videojuegos:parecía un zombi.

—¿Qué tal te ha ido en elcolegio? —pregunté,apartando a Daisy para podersentarme en la cama junto a él.

—Bien —contestó, sinapartar la vista del juego.

—¡Auggie, te estoyhablando a ti! —Le quité laPlayStation de las manos.

—¡Eh! —exclamóenfadado.

—¿Qué tal te ha ido en elcolegio?

—¡Ya te he dicho que bien!—gritó, quitándome laPlayStation.

—¿Se han portado biencontigo?

—¡Sí!

—¿Nadie se ha portadomal?

Soltó la PlayStation y memiró como si acabase dehacerle la pregunta más tontadel mundo.

—¿Por qué iban a portarsemal? —dijo.

Era la primera vez en todasu vida que le oía hacer uncomentario sarcástico.Pensaba que no era capaz.

El Padawan muerde elpolvo

No sé en qué momento de lanoche se cortó Auggie latrenza de Padawan, ni por quéme enfadé tanto por eso.Siempre me había parecidoque su obsesión con La

guerra de las galaxias eraenfermiza, y que la trenza quellevaba en la parte de atrás dela cabeza, con sus cuentas, erahorrible. Pero él siempre habíaestado muy orgulloso de ella,del tiempo que había tardadoen crecerle, de cómo habíaelegido él mismo las cuentasen una tienda de artesanía enel SoHo. Cada vez que sejuntaba con Christopher, sumejor amigo, jugaban con

sables de luz y otras cosas deLa guerra de las galaxias, ylos dos habían empezado adejarse crecer la trenza almismo tiempo. CuandoAugust se cortó la trenzaaquella noche, sin dar ningunaexplicación, sin contármelo amí antes (lo cual mesorprendió) y sin llamar aChristopher, me enfadé tantoque ni siquiera sabría explicarpor qué.

He visto a Auggiecepillándose el pelo ante elespejo del cuarto de baño.Intenta peinarse cada pelominuciosamente. Ladea lacabeza para mirarse desdeángulos diferentes, como sidentro del espejo hubiesealguna perspectiva mágica quepudiese cambiar lasdimensiones de su cara.

Mamá llamó a la puerta demi habitación después de

cenar. Parecía agotada ycomprendí que, entre Auggiey yo, aquel también había sidoun día difícil para ella.

—¿Quieres contarme lo quete pasa? —me preguntóamablemente, en voz baja.

—Ahora no, ¿vale? —contesté.

Estaba leyendo y estabacansada. Quizá más tarde meapeteciese contarle lo deMiranda, pero no en ese

momento.—Me pasaré a verte antes

de que te duermas —dijo, y seacercó para darme un beso enlo alto de la cabeza.

—¿Daisy puede dormirconmigo esta noche?

—Claro, luego te la traigo.—No te olvides de pasar de

nuevo —le dije cuando ya seestaba yendo.

—Te lo prometo.Pero esa noche no volvió.

Fue papá quien vino. Mecontó que Auggie lo habíapasado mal y que mamá loestaba consolando. Mepreguntó cómo me había ido amí y le contesté que bien. Dijoque no me creía, así que leconté que Miranda y Eva sehabían comportado como dosimbéciles. (No le expliqué quehabía vuelto a casa en metroyo sola.) Me dijo que no haynada que ponga a prueba la

amistad tanto como elinstituto, y luego se puso aburlarse de que estuvieraleyendo Guerra y paz. No seburlaba de verdad, claro está,ya que lo había oído alardeardelante de otras personas deque tenía una «hija de quinceaños que está leyendo aTolstoi». Pero le gustababromear preguntándome porqué parte del libro iba, si poruna parte de guerra o por una

de paz, y si hablaba de lostiempos en los que Napoleónse dedicaba a bailar hip-hop.No eran más que tonterías,pero papá siempre conseguíahacer reír a todo el mundo. Aveces, eso es lo único quenecesitas para sentirte mejor.

—No te enfades con mamá—me pidió al agacharse sobremí para darme un beso debuenas noches—. Ya sabes lopreocupada que está por

Auggie.—Lo sé —contesté.—¿Quieres que te deje la

luz encendida o apagada? Yaes tarde —dijo, y se quedóparado junto al interruptor dela luz, al lado de la puerta.

—¿Puedes traer a Daisyantes?

Dos segundos despuésvolvió con Daisy colgándolede los brazos y la dejó a milado sobre la cama.

—Buenas noches, cariño —dijo, y me dio un beso en lafrente. A Daisy también le dioun beso en la frente—. Buenasnoches, chica. Que duermasbien.

Una aparición ante lapuerta

Una vez me levanté demadrugada porque tenía sed yvi a mamá de pie ante lapuerta de la habitación deAuggie. Tenía la mano en elpomo y la frente apoyada en la

puerta, que estabaentreabierta. No estabaentrando ni saliendo:simplemente estaba plantadaen la parte de fuera de lahabitación, como si estuvieseescuchando el sonido de larespiración de Auggiemientras dormía. Las luces delpasillo estaban apagadas. Loúnico que la iluminaba era laluz azul de la lamparita denoche de la habitación de

Auggie. Allí de pie, mamáparecía un fantasma. O a lomejor debería decir queparecía un ángel. Intentévolver a mi habitación sin quese diese cuenta, pero me oyó yse me acercó.

—¿Auggie está bien? —pregunté.

Sabía que a veces sedespertaba ahogándose con supropia saliva si se daba mediavuelta y se tumbaba sobre la

espalda sin darse cuenta.—Está bien —dijo, y me

abrazó.Me acompañó a mi

habitación, me arropó y medio un beso de buenas noches.No me explicó qué hacíaplantada ante la puerta, y yono se lo pregunté.

Me pregunto cuántas nochesse habrá quedado de pie antesu puerta. También mepregunto si alguna vez se

habrá quedado de pie ante lamía.

Desayuno

—¿Hoy puedes recogermeen el instituto? —pregunté lamañana siguiente mientrasuntaba el bollo con crema dequeso.

Mamá estaba preparándolela comida a August (lonchas

de queso en pan integral, lobastante blando para queAuggie pudiese comérselo)mientras él estaba sentado a lamesa comiendo copos deavena. Papá estabaarreglándose para ir a trabajar.Ahora que yo iba al instituto,la nueva planificaciónimplicaba que papá y yocogeríamos el metro juntospor la mañana, con lo cual éltenía que salir quince minutos

antes de lo habitual, luego yome bajaría en mi parada y élseguiría hasta el trabajo. Mamáme recogería en cochedespués de clase.

—Iba a llamar a la madre deMiranda para ver si podíavolver a traerte —contestómamá.

—¡No, mamá! —dijerápidamente—. Recógeme tú.Si no, vengo en metro.

—Ya sabes que no quiero

que cojas el metro tú solatodavía —contestó.

—¡Mamá, que tengo quinceaños! ¡Todas las chicas de miedad cogen el metro!

—Puede volver a casa enmetro —dijo papá desde elpasillo, y entró en la cocinaarreglándose la corbata.

—¿Por qué no puede volvera recogerla la madre deMiranda? —replicó mamá.

—Ya es mayor, puede coger

el metro ella sola —insistiópapá.

Mamá nos miró a los dos.—¿Qué es lo que pasa? —

preguntó, sin dirigir lapregunta a ninguno de los dosen concreto.

—Lo sabrías si hubiesesvuelto a mi habitación —dijedespechada—. Me dijiste quevolverías.

—Ay, Dios. Via… —dijomamá, recordando que me

había dejado tirada la nocheanterior. Dejó el cuchillo conel que estaba partiendo en doslas uvas de Auggie (aún corríael riesgo de ahogarse con ellasdebido al tamaño de supaladar)—. Lo siento mucho.Me dormí en la habitación deAuggie. Cuando medesperté…

—Lo sé, lo sé —asentí conindiferencia.

Mamá se me acercó, me

puso las manos en las mejillasy me levantó la cara para quela mirase.

—Lo siento mucho —susurró. Se notaba que losentía de verdad.

—¡No pasa nada! —contesté.

—Via…—Mamá, de verdad que no

pasa nada. —Esta vez lo decíaen serio. Parecía tanarrepentida que yo solo quería

dejarla en paz.Me dio un beso y un abrazo

y volvió a partir uvas.—¿Qué es lo que pasa con

Miranda? —preguntó.—Que se comporta como

una imbécil —dije.—¡Miranda no es imbécil!

—replicó Auggie rápidamente.—¡Puede llegar a serlo! —

grité—. Créeme.—Vale, pasaré a recogerte

—dijo mamá con decisión,

arrastrando las uvas partidashasta una bolsa con el cuchillo—. De todos modos, ese era elplan desde el principio.Recogeré a Auggie en elcolegio y luego pasaremos apor ti. Llegaremos a eso de lascuatro menos cuarto…

—¡No! —repliqué confirmeza antes de que tuviesetiempo de acabar.

—¡Isabel, puede coger elmetro! —dijo papá,

impaciente—. Ya es mayor.¡Por el amor de Dios, que estáleyendo Guerra y paz!

—¿Y qué tiene que verGuerra y paz con todo esto?—preguntó mamá, claramentemolesta.

—Quiere decir que notienes que ir a buscarla encoche como si fuese una niñapequeña —afirmó—. Via,¿estás lista? Coge la mochila yvámonos.

—Estoy lista —dije,cogiendo la mochila—.¡Adiós, mamá! ¡Adiós,Auggie!

Los besé a los dosrápidamente y eché a andarhacia la puerta.

—Pero ¿tienes abono demetro? —me preguntó mamá.

—¡Pues claro que tieneabono de metro! —contestópapá, exasperado—. ¡Caray,mamá! ¡Deja de preocuparte

tanto! Adiós —dijo, y le dioun beso en la mejilla—.Adiós, grandullón —le dijo aAugust, y le dio un beso en loalto de la cabeza—. Estoyorgulloso de ti. Que pases unbuen día.

—¡Adiós, papá! Tútambién.

Papá y yo bajamos losescalones de la entrada yechamos a andar manzanaabajo.

—¡Llámame al salir declase, antes de coger el metro!—me gritó mamá desde laventana.

Ni siquiera me giré, pero lehice una señal con la manopara que supiese que la habíaoído. Papá sí se giró y diounos cuantos pasos andandohacia atrás.

—¡Guerra y paz, Isabel! —gritó, y sonrió mientras meseñalaba con el dedo—.

¡Guerra y paz!

Genética para principiantes Por parte de papá, las dosramas de su familia eranjudíos originarios de Rusia yPolonia. Los abuelos delabuelito huyeron de lospogromos y acabaron enNueva York a finales del siglo

xix. Los padres de la abuelitahuyeron de los nazis yacabaron en Argentina en losaños cuarenta del siglo xx. Elabuelito y la abuelita seconocieron en un baile en elLower East Side cuando ellaestaba en la ciudad visitando aun primo suyo. Se casaron, sefueron a vivir a Bayside ytuvieron a papá y al tío Ben.

La familia de mamá es deBrasil. A excepción de su

madre, mi preciosa abuela, ysu padre, Agosto, que murióantes de nacer yo, el resto dela familia de mamá —todossus elegantes tíos, tías yprimos— siguen viviendo enAlto Leblon, un lujoso barrioresidencial al sur de Río deJaneiro. La abuela y Agosto sefueron a vivir a Boston acomienzos de los sesenta ytuvieron a mamá y a la tíaKate, que está casada con el

tío Porter.Mamá y papá se conocieron

en la Universidad Brown ydesde entonces han estadojuntos. Isabel y Nate: hechosel uno para el otro. Semudaron a Nueva York alacabar la carrera, me tuvierona mí unos años después yluego se vinieron a vivir a unacasa unifamiliar en NorthRiver Heights, la capital de loshippies con niños al norte del

norte de Manhattan, cuandoyo tenía más o menos un año.

En la exótica mezcla degenes de mi familia nadie hamostrado nunca ninguna señalde tener lo mismo que August.He estudiado minuciosamentefotografías con grano y entonos sepia de parientesmuertos hace tiempo conpañuelos en la cabeza;instantáneas en blanco y negrode primos lejanos con trajes

blancos de lino reciénplanchados, soldados deuniforme y señoras conpeinados colmena; polaroidsde adolescentes conpantalones de pata de elefantey hippies de pelo largo, y niuna sola vez he podidodetectar el menor parecido conla cara de August. Ni una.Pero cuando nació August mispadres buscaronasesoramiento genético. Les

dijeron que August tenía loque parecía una «disostosismandibulofacial desconocidahasta el momento y provocadapor una mutación autosómicarecesiva del gen TCOF1,localizado en el cromosoma 5,complicada por unamicrosomía hemifacialcaracterística del espectroóculo-aurículo-vertebral». Aveces, estas mutaciones seproducen durante el

embarazo. A veces se heredande un padre portador del gendominante. A veces lasprovoca la interacción demuchos genes, posiblementeen combinación con factoresmedioambientales. Esto recibeel nombre de herenciamultifactorial. En el caso deAugust, los médicos pudieronidentificar una de las«mutaciones causadas por laeliminación de un solo

nucleótido» que ledesgraciaron la cara. Locurioso es que, aunque esimposible saberlo a simplevista, mis padres sonportadores de ese gen mutado.

Y yo también.

El cuadro de Punnett Si tengo hijos, hay unaprobabilidad entre dos de queles transmita el gendefectuoso. Eso no significaque vayan a tener el aspectode August, pero seránportadores del gen que en

August coincidió por partidadoble y contribuyó a hacerlocomo es. Si me caso conalguien que sea portador delgen defectuoso, hay unaprobabilidad entre dos de quenuestros hijos sean portadoresdel gen y tengan un aspectocompletamente normal, unaentre cuatro de que no seanportadores y una entre cuatrode que tengan el mismoaspecto que August.

Si August tiene hijos conalguien que no sea portadoradel gen, la probabilidad es delcien por cien de que sus hijoshereden el gen, pero laprobabilidad es del cero porcien de que reciban una dosisdoble, como August. Esosignifica que, como mínimo,serán portadores del gen, peropodrían tener un aspectocompletamente normal. Si secasa con alguien que sea

portadora del gen, sus hijostendrán las mismasprobabilidades que los míos.

Esto solo sirve para la partede August que resultaexplicable. Hay otra parte desu composición genética queno se debió a la herencia sinoa una mala suerte increíble.

Desde hace años,muchísimos médicos les handibujado a mis padresdiagramas de cuadros para

intentar explicarles la loteríagenética. Los genetistasutilizan los cuadros de Punnettpara determinar la herencia,los genes recesivos ydominantes, lasprobabilidades y el azar. Peroa pesar de todo lo que saben,hay más cosas que no saben.Pueden intentar predecir lasprobabilidades, pero nogarantizarlas. Usan términoscomo «mosaicismo germinal»,

«redistribución cromosómica»o «mutación retardada» paraexplicar por qué su ciencia noes una ciencia exacta. Laverdad es que me gusta cómohablan los médicos. Me gustacómo suena la ciencia. Megusta que haya palabras queno entiendes que expliquencosas que eres incapaz deentender. Expresiones como«mosaicismo germinal»,«redistribución cromosómica»

o «mutación retardada»engloban a muchísima gente.A muchísimos bebés que nollegarán a nacer, como losmíos.

Adiós a lo viejo Miranda y Eva levantaron elvuelo. Se unieron a un grupode gente que ha nacido paraalcanzar la gloria en elinstituto. Tras una semana decomidas desagradables en lasque lo único que hacían era

hablar de gente que no meinteresaba, decidí cortar por losano. No me hicieronpreguntas. No les conténinguna mentira.Simplemente, ellas se fueronpor su lado y yo por el mío.

Pasado un tiempo, dejó deimportarme. Dejé de ir acomer durante una semanapara que la transición fuesemás fácil, para evitarcomentarios falsos del tipo:

«¡Vaya, no queda sitio en lamesa, Olivia!». Era más fácilirme a la biblioteca a leer.

Acab é Guerra y paz enoctubre. Fue increíble. Lagente piensa que es unalectura difícil, pero no es másque un culebrón con unmontón de personajes, genteque se enamora, que lucha poramor, que muere por amor.Yo quiero enamorarme asíalgún día. Quiero que mi

marido me quiera como elpríncipe Andrei quería aNatasha.

Acabé juntándome con unachica que se llamaba Eleanor ala que había conocido en laEscuela Pública 22, aunquehabíamos ido a colegios desecundaria diferentes. Eleanorsiempre había sido una chicalista…, un poco llorica enaquellos tiempos, pero maja.Nunca me había dado cuenta

de lo graciosa que era (nograciosa para partirse de risa,como papá, pero tenía algunasocurrencias muy buenas), yella no sabía lo desenfadadaque yo podía llegar a ser.Supongo que a Eleanorsiempre le había parecido queyo era muy seria. Y resultaque nunca le habían caídobien Miranda y Eva. Las veíacomo unas creídas.

Gracias a Eleanor empecé a

comer en la mesa de los listos.Era un grupo más grande yvariado del que yo estabaacostumbrada a frecuentar.Entre ellos estaban el novio deEleanor, Kevin, que seguroque algún día acabaría siendodelegado de clase; unoscuantos flipados por lainformática; chicas comoEleanor, que eran miembrosde la comisión del anuario ydel club de debate; y Justin, un

chico muy callado que llevabaunas gafitas redondas y tocabael violín, y del que me colénada más verlo.

Cuando veía a Miranda y aEva, que ahora serelacionaban con la gente máspopular del instituto, nosdecíamos: «Hola, ¿qué tal?» yseguíamos andando. De vez encuando, Miranda mepreguntaba cómo estabaAugust y me decía: «Dale un

beso de mi parte». Yo no lohacía nunca, pero no parafastidiar a Miranda, sinoporque August vivía esos díasen su propio mundo. En casahabía veces que ni siquieranos cruzábamos.

31 de octubre La abuela había muerto lavíspera de Halloween. Desdeentonces, aunque ya habíanpasado cuatro años, para mísiempre ha sido una fechatriste. Para mamá también,aunque ella no siempre lo

diga. Prefiere concentrarse enpreparar el disfraz de August,ya que todos sabemos queHalloween es su día favorito.

Aquel año también. Augustquería ser un personaje de Laguerra de las galaxiasllamado Boba Fett, así quemamá buscó un disfraz deBoba Fett de la talla deAugust. Curiosamente, estabaagotado. Buscó en todas lastiendas de internet, encontró

unos cuantos en eBay queeran escandalosamente carosy, al final, acabó comprandoun disfraz de Jango Fett quetransformó en un disfraz deBoba Fett pintándolo deverde. Yo diría que, en total,debió de pasarse dos semanasocupada con el dichosodisfraz. Y no, no diré quemamá nunca se ha ocupado deninguno de mis disfraces,porque eso no tiene nada que

ver.La mañana del día de

Halloween me despertépensando en la abuela, y esome puso triste y me entraronganas de llorar. Papá noparaba de meterme prisa paraque me vistiese, pero eso meestresó aún más y de prontome eché a llorar. Solo queríaquedarme en casa.

Así que papá llevó a Augustal colegio esa mañana y mamá

dijo que podía quedarme encasa, y las dos nos pasamosun rato llorando. Una cosaestaba clara: por mucho queyo echase de menos a laabuela, mamá debía de echarlade menos todavía más que yo.Cada vez que la vida deAugust había pendido de unhilo después de unaoperación, cada vez quehabían tenido que llevarlocorriendo a urgencias, la

abuela había estado al lado demamá. Me sentó bien llorarcon mamá. Nos sentó bien alas dos. En un momento dado,a mamá se le ocurrió quepodríamos ver juntas Elfantasma y la Sra. Muir, unade nuestras películas favoritasen blanco y negro. Me parecióuna idea estupenda.Seguramente habríaaprovechado aquella sesión dellantos para contarle a mamá

lo que estaba pasando en elinstituto con Miranda y conEva, pero, justo cuandoíbamos a sentarnos a ver elDVD, sonó el teléfono. Era laenfermera del colegio deAugust, que llamaba paradecirle a mamá que a Augustle dolía el estómago y quetenía que ir a recogerlo. Adiósa las películas antiguas y alvínculo madre-hija.

Mamá fue a buscar a August

quien, en cuanto volvió acasa, se fue directo al cuartode baño a vomitar. Luego semetió en la cama y se tapó lacabeza con las mantas. Mamále tomó la temperatura, lellevó una infusión biencaliente y volvió a asumir elpapel de «mamá de August».El de «mamá de Via», quehabía hecho acto de presenciabrevemente, quedó relegado alolvido. Aun así, lo entendí:

August se encontraba mal.Ninguna de las dos le

preguntamos por qué habíaido al colegio con el disfrazdel malo de Scream en lugardel de Boba Fett que le habíahecho mamá. No sé si a mamále molestó ver el disfraz en elque había trabajado durantedos semanas tirado por elsuelo, sin usar, pero, si lemolestó, no se le notó.

Truco o trato August dijo que no seencontraba bien para ir a pedirchuches por las casas esatarde. Era una pena, porque sécuánto le gusta, sobre todocuando se hace de noche.Aunque yo ya era mayor para

ir a pedir chuches, siempre meponía alguna máscara paraacompañarlo de casa en casa yverlo llamar a las puertas,ilusionado a más no poder.Sabía que era la única nochedel año que podía ser igual acualquier otro niño. Nadiesabía que, bajo la máscara, eradiferente. Para August, lasensación debía de serincreíble.

Esa tarde, a las siete, llamé a

su puerta.—Hola —dije.—Hola —contestó.No estaba jugando con la

PlayStation ni leyendo uncómic. Estaba tumbado en lacama, mirando al techo. Daisy,como siempre, estaba a sulado, con la cabeza sobre suspiernas. El traje de Screamestaba arrugado en el suelojunto al de Boba Fett.

—¿Cómo tienes el

estómago? —pregunté,sentándome a su lado sobre lacama.

—Aún tengo ganas devomitar.

—¿Seguro que no teapetece ir al desfile deHalloween?

—Seguro.Aquello me sorprendió.

Normalmente, a August no leafectaban tanto sus problemasmédicos. Se le podía ver con

el monopatín unos díasdespués de una operación osorbiendo comida por unapajita con la bocaprácticamente inmovilizada.Estamos hablando de un niñoque, a sus diez años, habíarecibido más pinchazos, habíatomado más medicinas y sehabía sometido a másintervenciones de los quetendría que soportar casi todoel mundo en diez vidas. ¿Y

unas simples náuseas lodejaban fuera de juego?

—¿Quieres contarme qué tepasa? —dije, hablando comomamá.

—No.—¿Es por algo del colegio?—Sí.—¿Profesores? ¿Trabajos?

¿Amigos?No contestó.—¿Alguien ha dicho algo?

—pregunté.

—La gente siempre dicealgo —contestó con amargura.Vi que estaba a punto dellorar.

—Dime qué te ha pasado.Y me contó lo que le había

pasado. Había oído algunascosas muy crueles que decíansobre él algunos niños. No lehabía importado lo que habíandicho los otros chicos, eso selo esperaba, pero le habíadolido que uno de los chicos

fuese su «mejor amigo» JackWill. Recordé que habíanombrado a Jack un par deveces en los últimos meses.Recordé que mamá y papáhabían dicho que parecía unchico muy majo, y queestaban muy contentos de queAugust tuviese un amigocomo él.

—A veces, los niños sonestúpidos y dicen cosasestúpidas —le respondí en voz

baja, dándole la mano—.Seguro que no lo ha dicho enserio.

—Entonces, ¿por qué lo hadicho? Ha estado haciéndosepasar por amigo mío desde elprimer día. Seguro queTraseronian lo ha sobornadode alguna manera. Le habrádicho: «Oye, Jack, si te hacesamigo del monstruo, estecurso no tendrás que hacerexámenes».

—Sabes que no es verdad—le recriminé—. Y no tellames monstruo.

—Qué más da. Ojalá nohubiese ido nunca al colegio.

—Pero pensaba que tegustaba.

—¡Lo odio! —De repentese puso furioso y comenzó adarle puñetazos a la almohada—. ¡Lo odio! ¡Lo odio! ¡Loodio! —gritó a voz en cuello.

No dije nada. No sabía qué

decir. Estaba dolido. Estabaenfadado.

Dejé que descargase su furiadurante unos minutos sinhacer nada. Daisy se puso alamerle las lágrimas que lecaían por la cara.

—Vamos, Auggie, venga —dije, dándole una palmadita enla espalda—. ¿Por qué no tepones tu disfraz de Jango Fetty…?

—¡Es un disfraz de Boba

Fett! ¿Por qué los confundetodo el mundo?

—Tu disfraz de Boba Fett—dije, intentando noalterarme. Le pasé el brazo porencima de los hombros—.Vamos al desfile, ¿vale?

—Si voy al desfile, mamápensará que me encuentromejor y mañana me obligará air al colegio.

—Mamá nunca te obligaríaa ir al colegio —contesté—.

Venga, Auggie. Vámonos. Teprometo que será divertido. Yte daré todos mis caramelos.

No me lo discutió. Salió dela cama y poco a poco se fueponiendo su disfraz de BobaFett. Le ayudé a ajustarse lascorreas y a apretarse elcinturón. Cuando se puso elcasco, supe que ya seencontraba mejor.

Tiempo para pensar Al día siguiente, August fingióque le dolía el estómago parano tener que ir al colegio.Reconozco que me sentí unpoco mal por mamá,preocupada por si Auggietenía un virus estomacal, pero

le había prometido a Augustque no le contaría nada de loque había pasado.

El domingo seguía decididoa no volver al colegio.

—¿Qué piensas decirles amamá y a papá? —le preguntécuando me lo contó.

—Me dijeron que podríadejarlo cuando quisiese —dijo, concentrado en el cómicque estaba leyendo.

—Pero tú nunca has sido de

los que dejan las cosas amedias —contestésinceramente—. No es propiode ti.

—Voy a dejarlo.—A mamá y a papá tendrás

que explicarles por qué —señalé, quitándole el cómicpara que tuviese que mirarmemientras hablábamos—.Entonces, mamá llamará alcolegio y todos se enterarán.

—¿Y a Jack le caerá una

bronca?—Supongo.—Bien.Reconozco que August me

sorprendía cada vez más. Sacóotro cómic de la estantería y sepuso a hojearlo.

—Auggie —dije—. ¿Deverdad vas a dejar que un parde idiotas te impidan volver alcolegio? Sé que has estadopasándotelo bien. No les desese poder sobre ti. No les des

esa satisfacción.—No tienen ni idea de que

los oí mientras hablaban —explicó.

—No, ya lo sé, pero…—No pasa nada, Via. Sé lo

que hago. Ya he tomado unadecisión.

—¡Es una locura, Auggie!—exclamé, quitándoletambién el segundo cómic—.Tienes que volver al colegio.Todo el mundo odia el colegio

en algún momento. Yotambién odio el instituto aveces. Y a veces no soporto amis amigas. Así es la vida,Auggie. Quieres que te tratencomo a alguien normal, ¿no?¡Pues esto es lo normal!Todos tenemos que ir alcolegio aunque a vecestengamos días malos, ¿vale?

—¿La gente se aparta parano tocarte, Via? —preguntó, yeso me dejó sin saber qué

decir durante unos segundos—. Ya. Me lo figuraba. Nocompares tus días malos conlos míos, ¿vale?

—Vale, me parece bien —dije—. Pero esto no es unconcurso para decidir qué díasson peores, si los tuyos o losmíos, Auggie. La cuestión esque todos tenemos queaprender a vivir con los díasmalos. A menos que quierasque te traten como a un bebé

durante el resto de tu vida, ocomo a un niño connecesidades especiales,tendrás que aguantarte yseguir adelante.

No dijo nada, pero creo quemis últimas palabras leafectaron.

—No tienes por quédecirles nada a esos chicos —proseguí—. August, enrealidad es guay que sepas loque dijeron, pero que ellos no

sepan que sabes lo quedijeron.

—¿Cómo?—Ya sabes a qué me

refiero. Si no quieres, notienes por qué volver a hablarcon ellos nunca más. Y ellosnunca sabrán por qué. ¿Loentiendes? O puedes fingirque eres amigo suyo, perosabiendo en el fondo que nolo eres.

—¿Así es como lo haces tú

con Miranda? —preguntó.—No —contesté enseguida,

a la defensiva—. Con Mirandanunca fingí lo que sentía.

—¿Y por qué dices que yodebería hacerlo?

—¡No he dicho eso! Loúnico que digo es que nodeberías dejar que te afectaselo de esos imbéciles.

—¿Igual que te afectó a ti lode Miranda?

—¿Por qué tienes que sacar

todo el rato a Miranda? —gritéimpaciente—. Estoyintentando hablarte de tusamigos. Por favor, no metas alos míos.

—Ni siquiera sois amigasya.

—¿Y qué tiene eso que vercon lo que estamos hablando?

La mirada de August merecordó a la de un muñeco.Me miraba con una carainexpresiva y con sus ojos de

muñeco medio cerrados.—Llamó el otro día —dijo

por fin.—¿Cómo? —pregunté,

atónita—. ¿Y no me lo dijiste?—No te llamaba a ti —

contestó, quitándome los doscómics de las manos—. Mellamaba a mí para saludarme yver cómo estaba. Ni siquierasabía que ahora iba a uncolegio de verdad. No mepuedo creer que no se lo

contases. Dijo que vosotrasdos ya no os veis mucho, peroquería que supiese quesiempre me querrá como unahermana mayor.

Aturdida. Pasmada.Estupefacta. Así me quedé,incapaz de pronunciar palabra.

—¿Y por qué no me locontaste? —pregunté por fin.

—No sé. —Se encogió dehombros y volvió a abrir elprimer cómic.

—Si dejas de ir al colegio,voy a contarles a mamá y apapá lo de Jack Will —leamenacé—. Traseronianseguramente te llamará paraque vayas al colegio y obligaráa Jack y a los otros chicos adisculparse delante de toda laclase, y todos te tratarán comosi fueses alguien que debería ira un colegio para niños connecesidades especiales. ¿Eseso lo que quieres? Porque

eso es lo que va a pasar. Si noquieres, vuelve al colegio yhaz como si no hubierapasado nada. O si quieresenfrentarte a Jack, perfecto.Pero si…

—Vale. Vale. Vale —meinterrumpió.

—¿Qué?—¡Vale! ¡Iré! —gritó en

voz baja—. Pero deja ya eltema. ¿Puedo leer ya micómic?

—¡Vale! —contesté.Cuando estaba a punto de salirde la habitación, se me ocurrióotra cosa—. ¿Miranda dijoalgo más de mí?

August levantó la vista delcómic y me miró a los ojos.

—Que te dijese que te echade menos. Así, literal.

Asentí con la cabeza.—Gracias —dije con

indiferencia, demasiadoavergonzada para dejar que él

viese lo feliz que me hacíansus palabras.

Tercera parte

SUMMER

Niños raros Hay gente que me hapreguntado por qué me juntotanto con «el monstruo». Esgente que ni siquiera loconoce bien. Si lo conociesen,no lo llamarían así.

—¡Porque es un buen

chaval! —contesto siempre—.Y no lo llames así.

—Eres una santa, Summer—me dijo Ximena Chin elotro día—. Yo no podríahacerlo.

—No es para tanto —contesté sinceramente.

—¿Te pidió el señorTraseronian que te hiciesesamiga suya? —me preguntóCharlotte Cody.

—No, soy amiga suya

porque quiero ser amiga suya—contesté.

¿Quién iba a imaginarse laimportancia que tendría queme sentase con AugustPullman a la hora de comer?La gente se comportaba comosi fuese lo más raro delmundo. Es curioso lo rara quepuede ser la gente.

El primer día me senté conél porque me dio pena, nadamás. Allí estaba, aquel niño

con esa pinta en un colegionuevo, sin nadie que hablasecon él y con todo el mundomirándolo. Todas las niñas demi mesa estaban cuchicheandosobre él. No era el únicoalumno nuevo en Beecher,pero era el único del quehablaban todos. Julian lohabía apodado el ChicoZombi, y así era como lollamaban todos. «¿Has visto yaal Chico Zombi?» Esas cosas

se extienden enseguida. YAugust lo sabía. Bastante duroes ya ser el nuevo cuandotienes una cara normal. ¿Osimagináis cómo será teniendosu cara?

Por eso fui hasta dondeestaba y me senté con él. Nofue para tanto. Ojalá la gentedejase de intentar convertirloen algo importante.

No es más que un niño. Elniño con la pinta más rara que

he visto en mi vida, sí. Peroun niño.

La Peste Reconozco que cuesta unpoco acostumbrarse a la carade August. Yo llevo dossemanas sentándome con él ydigamos que no es la personamás limpia comiendo. Pero,aparte de eso, es bastante

majo. También debería decirque ya no me da pena. Esverdad que la pena fue lo queme hizo sentarme con él elprimer día, pero ahora ya nome siento con él por eso.Ahora me siento con élporque me parece divertido.

Una de las cosas que no meestán gustando este curso esque muchos niños secomportan como si fuerandemasiado mayores para

jugar. Lo único que quierenhacer es «quedar» y «hablar»en el recreo. Y de lo único quehablan es de a quién le gustaquién y de quién es guapo yquién no. A August no le vanesas cosas. Le gusta jugar a loscuatro cuadrados en el recreo,y a mí también.

Fue jugando a los cuatrocuadrados con August cuandome enteré de lo de la Peste. Alparecer, están jugando desde

comienzos de curso.Cualquiera que toque aAugust sin querer tiene treintasegundos para lavarse lasmanos o para encontrardesinfectante de manos si noquiere pillar la Peste. No estoysegura de qué te pasa si pillasla Peste porque, de momento,nadie ha tocado a August… almenos, no directamente.

Me enteré porque MayaMarkowitz me dijo que si no

jugaba a los cuatro cuadradoscon nosotros en el recreo esporque no quería pillar laPeste. «¿Qué es la Peste?», lepregunté, y ella me lo contó.Le dije a Maya que me parecíauna tontería, y me dio larazón, pero, si podía evitarlo,prefería no tocar una pelotaque acabase de tocar August.

La fiesta de Halloween Estaba muy emocionadaporque Savanna me habíainvitado a la fiesta deHalloween.

Savanna es probablementela niña más popular delcolegio. Les gusta a todos los

niños. Todas las niñas quierenser amigas suyas. Fue laprimera del curso en tener«novio». Era un chico que vaa la Escuela Secundaria 281,aunque ella lo dejó y empezó asalir con Henry Joplin. Tienesentido, porque los dosparecen ya unos adolescentes.

El caso es que, aunque noestoy en el grupo de las«populares», me invitó, y esoes guay. Cuando le dije a

Savanna que había recibido suinvitación y que iría a sufiesta, fue muy maja conmigo,aunque me dejó bien claro queno había invitado a muchagente, así que era mejor no irpor ahí presumiendo de queme había invitado. A Maya,por ejemplo, no la habíainvitado. Savanna también medejó bien claro que no llevasedisfraz. Menos mal que me lodijo, porque, claro está, a una

fiesta de Halloween habría idocon disfraz. No con el deunicornio que me había hechopara el desfile de Halloween,sino con el de gótica que habíallevado a clase. Pero nisiquiera eso estaba bien vistoen la fiesta de Savanna. Loúnico malo de ir a la fiesta deSavanna era que ya no podríair al desfile ni podría ponermeel disfraz de unicornio. Esoera un rollo, pero en fin…

Cuando llegué a la fiesta,Savanna me recibió en lapuerta.

—¿Y tu novio, Summer? —No sabía de qué me estabahablando—. Digo yo que enHalloween no le hará faltallevar máscara, ¿no? —añadió,y entonces supe que estabahablando de August.

—No es mi novio —dije.—Ya lo sé. ¡Era broma!Me dio un beso en la mejilla

(todas las niñas de su grupo sedaban besos en la mejilla cadavez que se veían y se decían«Hola») y colgó mi abrigo enun perchero del pasillo. Luegome cogió de la mano ybajamos las escaleras hasta elsótano, que era donde secelebraba la fiesta. No vi a suspadres por ninguna parte.

Allí había unas quincepersonas: todos eran«populares», tanto del grupo

de Savanna como del deJulian. Podría decirse que sehabían fundido en un gransupergrupo de niños y niñaspopulares ahora que algunoshabían empezado a salir losunos con los otros.

Ni siquiera sabía quehubiese tantas parejas. Bueno,sabía lo de Savanna y Henry,pero ¿Ximena y Miles? ¿YEllie y Amos? Ellie está casitan plana como yo.

Cuando llevaba allí unoscinco minutos, Henry ySavanna se pusieron a milado. Casi podría decirse queestaban revoloteando a mialrededor.

—Queremos saber por quéte juntas tanto con el ChicoZombi —dijo Henry.

—No es un zombi —contesté riéndome, como siestuviesen haciendo unabroma. Estaba sonriendo, pero

no me apetecía nada sonreír.—¿Sabes, Summer? —me

dijo Savanna—, serías muchomás popular si no te juntasestanto con él. Voy a ser sinceracontigo: a Julian le gustas.Quiere pedirte para salir.

—Ah, ¿sí?—¿Te parece guapo?—Eh… sí, supongo. Sí, es

guapo.—Pues vas a tener que

elegir con quién quieres

relacionarte —dijo Savanna.Me hablaba como le hablaríauna hermana mayor a suhermana pequeña—. Le caesbien a todo el mundo,Summer. Todos piensan queeres maja y muy, muy guapa.Podrías formar parte denuestro grupo si quisieras y,créeme, en nuestro curso haymuchas chicas a las que lesencantaría.

—Lo sé —dije—. Gracias.

—De nada —contestó—.¿Quieres que le diga a Julianque venga a hablar contigo?

Miré hacia donde estabaseñalando y vi a Julianmirándonos.

—Eh… la verdad es quetengo que ir al baño. ¿Dóndeestá?

Fui a donde me indicó, mesenté en el borde de la bañera,llamé a mamá y le pedí quefuese a recogerme.

—¿Va todo bien? —preguntó mamá.

—Sí, pero no quieroquedarme —contesté.

Mamá no hizo máspreguntas y me dijo quetardaría diez minutos en llegar.

—No llames al timbre —ledije—. Llámame por teléfonocuando estés fuera.

Me quedé en el cuarto debaño hasta que llegó mamá.Entonces, subí al piso de

arriba sin que nadie me viese,cogí el abrigo y salí a la calle.

Solo eran las nueve ymedia. El desfile de Halloweenaún estaba muy animado porla avenida Amesfort. Había unmontón de gente por todaspartes. Todos ibandisfrazados. Había esqueletos,piratas, princesas, vampiros,superhéroes.

Pero ni un solo unicornio.

Noviembre Al día siguiente en el colegiole dije a Savanna que mehabían sentado mal los dulcesde Halloween, y que por esome había ido de su fiesta. Mecreyó. Había un virusestomacal por ahí suelto, así

que la mentira era creíble.También le dije que estaba

colada por otra persona queno era Julian para que medejase en paz y, con suerte, ledijese a Julian que no estabainteresada. Savanna, claroestá, quiso saber quién era,pero le dije que era un secreto.

August no fue al colegio eldía después de Halloween.Cuando volvió, noté que lepasaba algo. En la comida

empezó a comportarse de unmodo muy raro. Apenas dijouna palabra, y no paraba demirarse el pie cuando lehablaba. Era como si noquisiera mirarme a los ojos.

—Auggie, ¿te pasa algo?¿Estás enfadado conmigo? —le pregunté por fin.

—No —contestó.—Siento mucho que no te

encontrases bien enHalloween. Estuve buscando a

Boba Fett por los pasillos.—Sí, estuve enfermo.—¿Pillaste el virus

estomacal?—Sí, supongo.Abrió un libro y se puso a

leer, lo cual me pareció demuy mala educación.

—Estoy ilusionada con elproyecto del Museo Egipcio—dije—. ¿Y tú?

Negó con la cabeza. Tenía laboca llena de comida. Miré

para otro lado porque, entrecómo estaba masticando, quecasi parecía que estuviesesiendo grosero a propósito, ycómo tenía los ojos mediocerrados, me estaba dandomuy mal rollo.

—¿A ti qué proyecto te hatocado? —pregunté.

Se encogió de hombros, sesacó un trozo de papel delbolsillo de los vaqueros y melo lanzó por encima de la

mesa.En nuestro curso a todo el

mundo le habían asignado unobjeto egipcio sobre el quehacer un trabajo para el Díadel Museo Egipcio, que era endiciembre. Los profesoreshabían escrito los títulos de lostrabajos en trocitos de papelque habían metido en unapecera y luego los alumnosteníamos que sacar los papelesuno por uno.

Desplegué el trozo de papelde Auggie.

—¡Mola! —dije, quizá unpoco más emocionada de lacuenta, porque quería queAuggie se animase—. ¡Te hatocado la pirámide escalonadade Saqqara!

—¡Ya lo sé! —contestó.—A mí me ha tocado

Anubis, el dios de losmuertos.

—¿El de la cabeza de perro?

—En realidad es de chacal—lo corregí—. Oye, ¿quieresque hagamos juntos nuestrostrabajos después de clase?Podrías venir a mi casa.

August dejó su sándwich yse reclinó en la silla. No meatrevo a describir la miradaque me lanzó.

—Oye, Summer —dijo—.No tienes por qué hacerlo.

—¿A qué te refieres?—No tienes por qué ser mi

amiga. Ya sé que el señorTraseronian habló contigo.

—No sé de qué me estáshablando.

—Lo único que digo es queno tienes que fingir. Ya sé queel señor Traseronian hablócon unos cuantos de vosotrosantes de que empezase elcurso y os dijo que teníais quehaceros amigos míos.

—Conmigo no habló,August.

—Claro que sí.—Claro que no.—Claro que sí.—¡Claro que no! ¡Te lo

juro por mi vida! —Levantélas manos para que viese queno estaba cruzando los dedos.Inmediatamente me miró lospies, así que me quité las UGGpara que viese que no estabacruzando los dedos de lospies.

—Llevas leotardos —dijo

en tono acusador.—¡Pero se nota que tengo

los dedos estirados! —grité.—Vale, no hace falta que

grites.—No me gusta que me

acusen, ¿vale?—Vale. Lo siento.—Más te vale.—¿De verdad no habló

contigo?—¡Auggie!—Vale, vale. Lo siento

mucho.Habría estado más tiempo

enfadada con él, peroentonces me contó algo maloque le había pasado el día deHalloween y ya no pude seguirenfadada con él. En resumen,había oído a Jack hablar malde él y decir cosas terribles asus espaldas. Eso explicaba suactitud, y ya sabía por quéhabía estado «enfermo» y nohabía ido a clase.

—Prométeme que no se locontarás a nadie —me pidió.

—Lo prometo —contesté—. ¿Prometes tú que novolverás a tratarme así de malnunca más?

—Lo prometo —dijo, yentrelazamos los meñiquespara jurarlo.

Advertencia: este chico noes para todos los públicos

Había advertido a mamá sobrela cara de August. Le habíadescrito cómo era. Lo hiceporque sé que no siempre sele da bien fingir, y August ibaa ir a mi casa por primera vez.

Hasta le envié un mensaje detexto al trabajo pararecordárselo. Pero, cuandollegó a casa después detrabajar, noté en la expresiónde su cara que no la habíapreparado lo suficiente.Cuando entró por la puerta yvio su cara, se quedóhorrorizada.

—Hola, mamá. Este esAuggie. ¿Puede quedarse acenar? —pregunté

rápidamente.Mi madre tardó un segundo

en reaccionar.—Hola, Auggie —dijo—.

Eh… pues claro, cielo.Siempre que le parezca bien ala madre de Auggie.

—¡Deja de poner esa carade flipada! —le susurrémientras Auggie llamaba a sumadre con el móvil.

Era la misma cara que poníacuando estaba viendo las

noticias y había sucedido algohorrible. Asintió rápidamentecon la cabeza, como si no sehubiera dado cuenta de queestaba poniendo una cara rara,y a partir de entonces secomportó amablemente y connormalidad con Auggie.

Pasado un rato, Auggie y yonos cansamos de hacernuestros trabajos y nos fuimosal salón. Auggie estabamirando las fotos que hay en

la repisa de la chimenea y viouna foto en la que salíamospapá y yo.

—¿Ese es tu padre? —preguntó.

—Sí.—No sabía que fueras…

¿cómo se dice?—Birracial.—¡Sí! Eso quería decir.—Sí.Volvió a mirar la foto.—¿Tus padres están

divorciados? Tu padre nuncava a recogerte al colegio.

—No —dije—. Era sargentode un pelotón. Murió haceunos años.

—¡Vaya! No lo sabía.—Sí —contesté, y le enseñé

una foto de mi padre deuniforme.

—Hala, cuántas medallas.—Sí, era increíble.—Vaya, Summer. Lo

siento.

—Sí, es un rollo. Lo echomucho de menos.

—Sí, ya —contestó, y medevolvió la foto.

—¿Alguna vez hasconocido a alguien que hamuerto? —pregunté.

—Solo a mi abuela, y nome acuerdo muy bien de ella.

—Qué pena.Auggie asintió.—¿Alguna vez te preguntas

qué les pasa a las personas

cuando mueren? —pregunté.Se encogió de hombros.—No mucho. Bueno,

supongo que van al cielo. Allíes adonde fue mi abuela.

—Yo lo pienso mucho —reconocí—. Creo que, cuandomueren, sus almas van alcielo, pero solo unatemporada. Allí ven a susamigos y se ponen al día. Peroluego creo que las almasempiezan a pensar en su vida

en la Tierra, en si habían sidobuenos o malos, o yo qué sé.Y entonces vuelven a nacer enforma de nuevos bebés.

—¿Por qué iban a quererhacer eso?

—Porque así tienen otraoportunidad para hacerlo bien—contesté—. Sus almastienen una segundaoportunidad.

Pensó en lo que le estabadiciendo e hizo un gesto de

confirmación.—Como cuando haces un

examen de recuperación —dijo.

—Exacto.—Pero cuando vuelven no

tienen el mismo aspecto deantes —dijo—. Quiero decir,que cuando vuelven parecencompletamente diferentes,¿no?

—Sí, claro —contesté—.Tu alma sigue siendo la

misma, pero todo lo demás esdiferente.

—Eso me gusta —dijo,asintiendo una y otra vez—.Eso me gusta mucho,Summer. Eso significa que enmi próxima vida no tendréesta cara.

Al decirlo se señaló la cara ehizo una caída de ojos. Meeché a reír.

—Supongo que no —contesté encogiéndome de

hombros.—¡Oye, a lo mejor hasta

soy guapo! —dijo sonriente—. Eso sería increíble, ¿eh?Volvería y sería un tío guapo,supercachas y superalto.

Volví a reírme. Se le dabamuy bien bromear sobre símismo. Esa es una de lascosas que más me gustan deAuggie.

—Oye, Auggie, ¿puedopreguntarte algo?

—Sí —dijo, como sisupiese exactamente lo quequería preguntarle.

Dudé un poco. Llevaba untiempo queriendopreguntárselo, pero nuncahabía reunido el valorsuficiente para hacerlo.

—¿Qué? —dijo—. ¿Quieressaber qué le pasa a mi cara?

—Sí, supongo. Si no teimporta que te lo pregunte.

Se encogió de hombros. Me

alivió un montón que no seenfadase ni se pusiese triste.

—No pasa nada —dijo conindiferencia—. Lo principalque tengo es una cosa que sellama «di-sos-to-sis man-di-bu-lo-fa-cial». Por cierto, mecostó un montón aprender apronunciarlo. Pero tambiéntengo otro síndrome que nisiquiera sé pronunciar. Y esascosas se combinaron paraformar una supercosa, algo

tan raro que ni siquiera le hanpuesto nombre. No es quequiera fardar, pero meconsideran una especie demilagro médico, ¿sabes? —Yentonces sonrió—. Era unabroma —dijo—. Puedes reírte.

Sonreí y negué con lacabeza.

—Eres gracioso, Auggie —dije.

—Sí, ya lo sé —contestóorgulloso—. Soy guay.

La tumba egipcia El mes siguiente, August y yoquedamos un montón despuésde clase, o en su casa o en lamía. Los padres de August nosinvitaron a mamá y a mí acenar un par de veces. Unavez los oí hablar por

casualidad de organizar unacita a ciegas con mamá y Ben,el tío de August.

El día de la exposición delMuseo Egipcio estábamostodos muy emocionados yalgo nerviosos. El día de anteshabía nevado; no tanto comoen las vacaciones de Acciónde Gracias, pero la nieve,nieve es.

El gimnasio se habíaconvertido en un museo

enorme con todos los objetosegipcios expuestos sobre unamesa con un pequeño letreroque explicaba de qué setrataba. Casi todos eranchulísimos, pero tengo quedecir que el mío y el deAugust eran los mejores. Miescultura de Anubis parecíareal, hasta había usado pinturadorada de verdad. Augusthabía hecho su pirámideescalonada con terrones de

azúcar. Tenía unos cincuentacentímetros de alto y otroscincuenta de ancho, y habíapintado con espray losterrones con una pintura queimitaba la arena. Eraalucinante.

Todos nos pusimosdisfraces egipcios. Algunos sedisfrazaron de arqueólogos alo Indiana Jones. Otros sedisfrazaron de faraones.August y yo nos disfrazamos

de momias. Teníamos lascaras tapadas, menos dosagujeritos para los ojos y unagujerito para la boca.

Cuando llegaron los padres,se pusieron en fila en elpasillo que hay delante delgimnasio. Cuando nos dijeronque podíamos salir a verlos,cada uno llevó a su padre o asu madre de visita por eloscuro gimnasio,alumbrándose con una

linterna. August y yoacompañamos juntos anuestras madres. Nos paramosen cada objeto expuesto, lesexplicamos qué era, hablamosen susurros y contestamospreguntas. Como estábamos aoscuras, usábamos laslinternas para iluminar losobjetos mientras hablábamos.A veces, para darle un efectodramático, nos enfocábamoslas barbillas mientras

explicábamos algo con tododetalle. Era divertidísimo oírtodos aquellos susurros aoscuras y ver todas las luceszigzagueando por la negrasala.

En un momento dado, fui abeber al surtidor de agua.Tuve que apartarme lasvendas de momia de la cara.

—Hola, Summer —dijoJack, que se había acercadohasta donde yo estaba. Iba

vestido como el hombre de Lamomia—. Mola el traje.

—Gracias.—¿La otra momia es

August?—Sí.—Eh… Oye, ¿tú sabes por

qué está enfadado Augustconmigo?

—Ajá —contesté.—¿Puedes decírmelo?—No.Jack asintió. Parecía

deprimido.—Le dije que no te lo diría

—le expliqué.—Todo es muy raro —

contestó—. No tengo ni ideade por qué se ha enfadadoconmigo de repente. Ni idea.¿No puedes darme una pistapor lo menos?

Miré hacia donde estabaAugust, en la otra punta de lasala. No iba a romper mipromesa de no contarle a

nadie lo que él había oído porcasualidad el día deHalloween, pero Jack me diopena.

—El malo de Scream —lesusurré al oído, y me fui.

Cuarta parte

JACK

La llamada En agosto, mis padresrecibieron una llamada delseñor Traseronian, el directordel colegio de secundaria.

—A lo mejor llama a todoslos nuevos alumnos paradarles la bienvenida —dijo mi

madre.—Tendría que llamar a

muchos niños —contestó mipadre.

Mi madre le devolvió lallamada y la oí hablar porteléfono con el señorTraseronian. Esto esexactamente lo que dijo:

—Ah, hola, señorTraseronian. Soy AmandaWill y le llamo porque me handicho que nos ha llamado. —

Pausa—. ¡Oh, gracias! Esusted muy amable. Lo estádeseando. —Pausa—. Sí. —Pausa—. Sí. —Pausa—. Oh.Claro. —Pausa larga—. Ohhh.Ajá. —Pausa—. Bueno, esusted muy amable. —Pausa—.Claro. Ohh. Vaya. Ohhh. —Pausa superlarga—. Entiendo.Claro. Estoy segura de que sí.Déjeme anotarlo… Ya.Volveré a llamarle cuandohaya hablado con él, ¿de

acuerdo? —Pausa—. No,gracias a usted por pensar enél. ¡Adiós!

—¿Qué pasa? ¿Qué te hadicho? —pregunté cuandocolgó.

—Bueno, es algo muyhalagador, pero también unpoco triste. Verás, hay un niñoque va a empezar ensecundaria este curso y quenunca ha estado en un colegioporque recibía clases en casa,

así que el señor Traseronianha hablado con los profesoresde primaria para que le diesenlos nombres de algunos de losmejores niños que iban aentrar en quinto, y losprofesores han debido dedecirle que eres un niñoespecialmente encantador (esoyo ya lo sabía, claro) y elseñor Traseronian queríasaber si podría contar contigopara guiar un poco a ese niño

nuevo.—¿Para que le dejase

juntarse conmigo? —pregunté.—Exacto —dijo mamá—.

Él le ha dado el nombre de«amigo de bienvenida».

—¿Y por qué yo?—Ya te lo he dicho. Tus

profesores le han dicho alseñor Traseronian que eres unbuen niño. Estoy muyorgullosa de que piensen tanbien de ti…

—¿Y por qué es triste?—¿Cómo?—Has dicho que era

halagador, pero también unpoco triste.

—Ah —contestó mamádándome la razón—. Bueno,parece ser que el niño tieneuna especie de… eh… creoque a su cara le pasa algo…No sé. No estoy segura. A lomejor tuvo un accidente. Elseñor Traseronian dice que te

lo explicará un poco mejorcuando vayas al colegio lasemana que viene.

—¡Pero si el colegio noempieza hasta septiembre!

—Quiere que conozcas aese niño antes de que empieceel curso.

—¿Tengo que hacerlo?Mamá pareció sorprendida.—Bueno, no, claro que no

—dijo—, pero sería todo undetalle por tu parte.

—Si no tengo que hacerlo,no quiero hacerlo.

—¿Puedes pensártelo unpoco por lo menos?

—Ya lo estoy pensando yno quiero hacerlo.

—Bueno, no voy a obligarte—dijo—. Pero por lo menospiénsatelo un poco más,¿vale? Mañana volveré allamar al señor Traseronian,así que piénsatelo un poco.Jack, no creo que sea

demasiado pedir que pases unpoco de tiempo con un niñonuevo…

—No solo es un niñonuevo, mamá —contesté—.Es un niño deforme.

—Eso ha sido cruel, Jack.—Es que lo es, mamá.—¡Pero si ni siquiera sabes

quién es!—Sí que lo sé —dije,

porque en cuanto empezó ahablar de él supe que era un

niño que se llama August.

La heladería Recuerdo haberlo visto porprimera vez delante de laheladería que hay en laavenida Amesfort cuandotenía unos cinco o seis años.Verónica, mi canguro, y yo,estábamos sentados en el

banco que hay fuera de latienda con Jamie, mi hermanopequeño, que estaba sentadoen su carrito de cara anosotros. Supongo que debíade estar muy concentradocomiéndome mi cucurucho dehelado, porque ni siquiera medi cuenta de que se habíansentado unas personas anuestro lado.

Hubo un momento en quegiré la cabeza para chupar el

helado que se salía por elfondo del cucurucho y fueentonces cuando vi a August.Estaba sentado a mi lado. Yasé que no estuvo bien, pero alverlo dije algo así como:«¡Uhhh!» porque me asusté deverdad. Pensé que llevaba unamáscara de zombi o algo así.Fue la clase de «uhhh» quesueltas cuando estás viendouna peli de miedo y el malosale de un salto de detrás de

los arbustos. Sé que no estuvobien y, aunque el niño no meoyó, su hermana sí.

—¡Jack! ¡Tenemos queirnos! —dijo Verónica. Sehabía levantado y estabadándole la vuelta al carritoporque Jamie, que tambiénacababa de ver al niño, estabaa punto de decir algo quehabría resultado embarazoso.

Me levanté de un salto,como si se me hubiese puesto

encima una abeja, y seguí aVerónica mientras se alejaba.

—Vamos, chicos, ya eshora de irnos —oí que decía lamadre del niño en voz baja anuestras espaldas, y me girépara mirarlo una vez más.

El niño raro estabachupando su cucurucho dehelado, la madre estabacogiendo su patinete y suhermana me estaba mirandocomo si quisiera matarme.

Aparté la mirada rápidamente.—Verónica, ¿qué le pasa a

ese niño? —susurré.—¡Calla! —dijo, enfadada.

Verónica me caía muy bien,pero, cuando se enfadaba, seenfadaba de verdad. Jamieestaba a punto de caerse delcarrito al intentar mirarlo denuevo mientras Verónica loempujaba en la direccióncontraria.

— P e r o , Vonica… —dijo

Jamie.—¡Habéis sido muy malos!

¡Muy malos! —exclamóVerónica en cuanto estuvimosun poco más lejos—. ¡A quiénse le ocurre quedarsemirándolo así!

—¡Ha sido sin querer! —contesté.

—Vonica —dijo Jamie.—Y habernos ido así —

añadió Verónicatartamudeando—. Ay, señor,

esa pobre mujer. Os lo digo enserio, chicos. Cada díadeberíamos dar gracias alSeñor por lo que tenemos,¿me habéis oído?

—¡Vonica!—¿Qué pasa, Jamie?—¿Es Halloween?—No, Jamie.—¿Y por qué llevaba una

máscara ese niño?Verónica no contestó. A

veces, cuando estaba enfadada

por algo, hacía eso.—No llevaba una máscara

—le expliqué a Jamie.—¡Calla, Jack! —dijo

Verónica.—¿Por qué estás tan

enfadada, Verónica? —lepregunté sin poder evitarlo.

Pensaba que aquello haríaque se enfadase aún más, perose puso a negar con la cabeza.

—Está muy mal lo quehemos hecho —dijo—.

Levantarnos así, como siacabásemos de ver aldemonio. Me daba miedo loque pudiese decir Jamie,¿sabes? No quería que soltasealgo que pudiese ofender a eseniño. Pero habernos levantadoasí ha estado muy mal. Sumadre se ha dado cuenta de loque ha pasado.

—Pero no lo hemos hechoqueriendo —contesté.

—Jack, a veces no hace

falta que uno quiera hacerledaño a alguien para hacerledaño, ¿entiendes?

Esa fue la primera vez quevi a August en el barrio, almenos que yo recuerde. Perohe vuelto a encontrármelodesde entonces: un par deveces en los columpios y unascuantas más en el parque.Hubo un tiempo en que solíallevar un casco de astronauta,pero yo sabía que era él quien

se escondía debajo del casco.Todos los niños del barriosabían que era él. Todo elmundo ha visto a August enalgún momento. Todossabemos cómo se llama,aunque él no sepa cómo nosllamamos nosotros.

Y siempre que lo veointento acordarme de lo quedijo Verónica, pero me cuesta.Me cuesta mucho no mirarlouna segunda vez. Cuesta

mucho hacer como si nadacuando lo ves.

Por qué cambié de opinión

—¿A quién más ha llamadoel señor Traseronian? —lepregunté a mamá esa noche—.¿Te lo ha dicho?

—Ha nombrado a Julian y aCharlotte.

—¡Julian! —dije—. Uf. ¿Y

por qué Julian?—¡Antes eras amigo suyo!—Mamá, eso fue en la

guardería. Julian es el tío másfalso del mundo. Y siempreestá intentando caer bien.

—Bueno —contestó mamá—, por lo menos Julian haaccedido a ayudar a ese niño.Eso hay que reconocérselo.

No dije nada porque mamátenía razón.

—¿Y Charlotte? —pregunté

—. ¿También va a hacerlo?—Sí —dijo mamá.—Claro, cómo no.

Charlotte es una santita —contesté.

—¡Jack! —exclamó mamá—. Últimamente pareces tenerproblemas con todo el mundo.

—Es solo que… —comencéa decir—. Mamá, no tienes niidea de la pinta que tiene eseniño.

—Puedo imaginármelo.

—¡No, no puedes! Nunca lohas visto. Yo sí.

—Puede que ni siquiera seaquien tú crees que es.

—Confía en mí. Es él. Y tedigo una cosa: está muy, muymal. Está deforme, mamá.Tiene los ojos más o menospor aquí. —Me señalé lasmejillas—. Y no tiene orejas.Y su boca parece…

Jamie había entrado en lacocina para coger un cartón de

zumo de la nevera.—Puedes preguntárselo a

Jamie —dije—. ¿Verdad,Jamie? ¿Te acuerdas de aquelniño que vimos en el parque,después de clase, el añopasado? ¿Ese niño que sellama August? ¡El de la cararara!

—¡Oh, sí! —exclamóJamie, con los ojos comoplatos—. ¡Por su culpa tuveuna pesadilla! ¿Te acuerdas,

mamá, de la pesadilla conzombis que tuve el añopasado?

—Pensaba que era porhaber visto una película demiedo —contestó mamá.

—¡No! —dijo Jamie—.¡Fue por haber visto a eseniño! Cuando lo vi, grité:«¡Ahhh!» y eché a correr…

—Un momento —lointerrumpió mamá,poniéndose seria—. ¿Te

pusiste a correr en sus propiasnarices?

—¡No pude evitarlo! —sequejó Jamie.

—¡Claro que podríashaberlo evitado! —lereprendió mamá—. Chicos,tengo que deciros que estoymuy decepcionada por lo queestoy oyendo. —Tenía la carade estar hablando muy enserio—. No es más que unniño… ¡igual que tú! ¿Te

imaginas cómo se sentiría alver cómo te alejabas corriendode él, Jamie, gritando?

—No fue un grito —replicóJamie—. Fue más bien un:«¡Ahhh!». —Se puso lasmanos en las mejillas yempezó a correr por la cocina.

—¡Jamie! —dijo mamámuy enfadada—.Sinceramente, pensaba quemis dos hijos eran máscomprensivos.

—¿Qué es comprensivo? —preguntó Jamie, que iba aempezar segundo curso.

—Sabes perfectamente loque quiero decir porcomprensivo, Jamie —contestó mamá.

—Pero es que es muy feo,mamá —dijo Jamie.

—¡Oye! —gritó mamá—.¡No me gusta esa palabra!Jamie, coge tu cartón dezumo. Quiero hablar con Jack

a solas.—Oye, Jack —dijo mamá

en cuanto Jamie se fue, y supeque estaba a punto de soltarmeun sermón.

—Vale, lo haré —contesté,y eso la sorprendió mucho.

—Ah, ¿sí?—¡Sí!—Entonces, ¿puedo llamar

al señor Traseronian?—¡Sí! ¡Mamá, te he dicho

que sí!

Mamá sonrió.—Sabía que podía contar

contigo. Bien hecho. Estoymuy orgullosa de ti, Jackie —dijo, y me revolvió el pelo.

Por eso cambié de opinión.No fue para no tener queaguantar el sermón de mamá.Y no fue para proteger al talAugust de Julian, que sabíaque se comportaría como unimbécil. Fue porque, cuandooí a Jamie contar que había

salido corriendo y gritando alver a August, de pronto mesentí fatal. Siempre existiránniños como Julian que secomporten como imbéciles.Pero si un niño pequeño comoJamie, que normalmente esbastante simpático, puedellegar a ser así de cruel, unchaval como August no tieneninguna posibilidad desobrevivir en un colegio desecundaria.

Cuatro cosas La primera es que uno llega aacostumbrarse a su cara. Lasprimeras veces fue en plan:«Uf, nunca voy aacostumbrarme a esto». Peroluego, pasada una semana, yaera: «Bueno, no hay para

tanto».La segunda es que en

realidad es un tío bastanteguay. Bueno, es bastantegracioso. Por ejemplo, elprofesor dice algo y Augustme susurra algo gracioso quesolo oigo yo y eso hace queme parta de risa. En general,también es un tío majo. Esfácil pasar un rato con él yhablar y tal.

La tercera es que es muy

listo. Pensaba que iríaretrasado porque nunca habíaido al colegio, pero en casitodas las asignaturas va másavanzado que yo. A lo mejorno es tan listo como Charlotteo Ximena, pero no le faltamucho. Y, a diferencia deCharlotte y Ximena, me dejacopiar si lo necesito (aunquesolo lo he necesitado un parde veces). También me dejócopiar sus deberes una vez,

aunque nos echaron la broncaa los dos después de clase.

—Los dos tenéis las mismasrespuestas mal en los deberesde ayer —dijo la señora Rubinmirándonos como si estuvieseesperando una explicación. Nosupe qué decir, porque laexplicación habría sido:«Bueno, eso es porque copiélos deberes de August».

Pero August mintió paraprotegerme.

—Bueno, eso es porqueayer hicimos los deberesjuntos —dijo, lo cual no eracierto.

—Bueno, hacer los deberesjuntos está bien —contestó laseñora Rubin—, pero sesupone que debéis hacerlospor separado, ¿vale? Podéistrabajar juntos si queréis, perono podéis hacer los deberesjuntos, ¿vale? ¿Lo habéisentendido?

—Tío, gracias porayudarme —dije cuandosalimos de clase.

—No pasa nada —contestóél.

Aquel gesto fue guay.La cuarta es que, ahora que

lo conozco, diría que quieroser amigo de verdad deAugust. Reconozco que alprincipio solo era amable conél porque el señor Traseronianme lo pidió. Pero ahora

elegiría juntarme con él. Se ríede todos mis chistes. Y escomo si a August pudiesecontarle cualquier cosa. Escomo si fuera un buen amigo.Por ejemplo, si todos losniños de quinto estuviesenuno al lado del otro de cara ala pared y tuviese que elegir aalguien con quien quisierajuntarme, elegiría a August.

Ex amigos ¿El malo de Scream? ¿Peroqué…? Summer Dawsonsiempre ha sido un poco rara,pero aquello era demasiado.Solo le había preguntado porqué se comportaba Augustcomo si estuviese enfadado

conmigo. Pensé que lo sabría,pero lo único que me dijo fue:«El malo de Scream». Nisiquiera sé qué significa eso.

No lo entiendo, porque undía August y yo éramosamigos y, al siguiente, ¡zas!,apenas me hablaba. No tengoni idea de por qué. Cuando ledije: «Oye, August, ¿estásenfadado conmigo?», seencogió de hombros y se fue.Yo eso me lo tomaría como

un sí. Pero como estabaseguro de que no le habíahecho nada para que seenfadase conmigo, pensé queSummer podría decirme quépasaba. Pero lo único que medijo fue: «El malo deScream». Menuda ayuda.Gracias, Summer.

Tengo muchos amigos másen el colegio. Si August quiereconvertirse oficialmente en miex amigo, pues vale, me

parece bien, me da igual.Desde que empezó a pasar demí en el colegio, yo tambiénpasé de él. Es bastante difícil,ya que nos sentamos juntos encasi todas las clases.

Hay gente que se ha dadocuenta y han empezado apreguntarme si August y yohemos discutido. Nadie lepregunta a August qué es loque pasa. Bueno, casi nadiehabla con él. A ver, la única

persona que se junta con él,aparte de mí, es Summer. Aveces se junta un poco conReid Kingsley, y los dos Maxle dejaron jugar a Dungeons &Dragons un par de veces en elrecreo. Charlotte, a pesar desu fama de santita, lo más quehace es saludarlo con lacabeza cuando se lo cruza enel pasillo. Y no sé si la gentesigue jugando a eso de la Pestea sus espaldas, porque nadie

me contó de qué ibadirectamente, pero lo quequiero decir es que no tienemuchos amigos con los queestar Si quiere pasar de mí,quien sale perdiendo es él, noyo.

Así es como están las cosasentre nosotros ahora. Solohablamos entre nosotros deasuntos de clase si no tenemosmás remedio. Por ejemplo, yole digo: «¿Qué deberes ha

dicho Rubin que tenemos quehacer?», y él me contesta. O élme pregunta: «¿Puedo usar tusacapuntas?», y yo lo saco demi estuche y se lo presto. Peroen cuanto suena el timbre,cada uno se va por su lado.

La parte buena es que ahorapuedo relacionarme conmucha otra gente. Antes,cuando siempre estaba conAugust, los otros niños no senos acercaban para no estar

con él. O me ocultaban cosas,como lo de la Peste. Creo queera el único que no participabaen el juego, aparte Summer ya lo mejor los del Dungeons &Dragons. Y la verdad es que,aunque nadie lo dice así declaro, nadie quiere juntarsecon él. Todos están deseandoestar en el grupo de lospopulares, y él es lo menospopular que puedes echarte ala cara. Ahora puedo juntarme

con quien quiera. Si quisieraestar en el grupo de lospopulares, estaría sin duda enel grupo de los populares.

La parte mala es que a) nome gusta tanto juntarme con elgrupo de los populares, y b)que me gustaba juntarme conAugust.

Esto es un desastre. Y estodo culpa de August.

Nieve La primera nevada delinvierno cayó el penúltimo díade clase antes de lasvacaciones de Acción deGracias. El colegio cerró, asíque teníamos un día más devacaciones. Me alegré mucho,

porque estaba superasqueadocon lo de August y solo queríatener tiempo para calmarmesin tener que verlo a diario.Además, despertarme por lamañana y ver que ha nevadodurante la noche es una de lascosas que más me gustan. Meencanta la sensación de abrirlos ojos por la mañana y, sinsaber por qué, todo parecediferente. Entonces caes en lacuenta: todo está en silencio.

No se oyen los cláxones de loscoches. No circulan autobusespor la calle. Te acercascorriendo a la ventana y vesque fuera todo está cubiertode blanco: las aceras, losárboles, los coches aparcados,los cristales de la ventana. Ycuando eso pasa un día declase y te enteras de que hancerrado el colegio… bueno,creo que cuando me hagamayor voy a seguir pensando

que esa es la mejor sensacióndel mundo. Y nunca voy a seruno de esos adultos que sacanel paraguas cuando nieva.Nunca.

El colegio de papá tambiénhabía cerrado, así que nosllevó a Jamie y a mí a tirarnosen trineo por la colina delEsqueleto en el parque. Dicenque un niño se partió el cuellobajando por esa colina haceunos años, pero no sé si es

verdad o si no es más que unaleyenda urbana. De vuelta acasa, vi un trineo de maderahecho polvo apoyado contrael monumento indio de piedra.Papá dijo que lo dejase, queno era más que basura, peroalgo me dijo que podría ser elmejor trineo del mundo. Papáme dejó arrastrarlo hasta casay me pasé el resto del díaarreglándolo. Pegué loslistones rotos y los envolví en

cinta adhesiva superfuertepara que aguantasen más.Luego lo pinté con esprayblanco con la pintura quehabía comprado para laEsfinge de Alabastro queestaba haciendo para el trabajodel Museo Egipcio. Cuando sesecó, pinté RAYO en letrasdoradas en mitad de la piezade madera y dibujé un rayosobre las letras. Parecía eltrabajo de un profesional.

Papá dijo: «¡Caray, Jackie!¡Tenías razón con lo deltrineo».

Al día siguiente volvimos ala colina del Esqueleto conRayo. Era el trineo más rápidoque he montado nunca,muchísimo más rápido que lostrineos de plástico quehabíamos usado antes. Ycomo en la calle hacía máscalor, la nieve se había vueltomás crujiente y blanda: de la

que es buena para hacer bolasde nieve. Jamie y yo nospasamos la tarde turnándonosc o n Rayo. Estuvimos en elparque hasta que se noscongelaron los dedos y loslabios se nos pusieron unpoco azules. Papá casi tuvoque llevarnos a casa a rastras.

El fin de semana la nievehabía empezado a volversegris y amarilla, y entoncesllovió y casi toda la nieve se

quedó medio derretida. Ellunes, cuando volvimos alcolegio, ya no quedaba.

El primer día de colegio fuelluvioso y asqueroso. Un díatriste. Y yo me sentía como eldía.

Saludé a August con lacabeza cuando lo vi.Estábamos delante de lastaquillas. Él me devolvió elsaludo.

Quería contarle lo de Rayo,

pero no le dije nada.

La fortuna sonríe a losaudaces

El precepto para diciembre delseñor Browne era: «La fortunasonríe a los audaces». Todosteníamos que escribir unaredacción sobre algúnmomento de nuestras vidas en

que hubiéramos hecho algomuy valiente y cómo, gracias alo que habíamos hecho, noshabía pasado algo bueno.

Sinceramente, me lo pensémucho. Tengo que decir quepienso que lo más valiente quehe hecho en toda mi vida fuehacerme amigo de August.Pero no podía hablar de eso,claro. Me daba miedo quetuviésemos que leerlas en vozalta, o que el señor Browne las

colgase del panel de anuncioscomo hace a veces. Así queescribí una redacción cutresobre el miedo que me daba elmar cuando era pequeño. Erauna tontería, pero no se meocurrió otra cosa.

Me pregunto sobre quéescribiría August. Seguro quetenía un montón de cosas paraelegir.

Colegio privado Mis padres no son ricos. Lodigo porque a veces la gentese piensa que todo el mundoque va a un colegio privado esrico, pero eso no vale paranosotros. Papá es profesor ymamá es trabajadora social, o

sea que no tienen ese tipo detrabajos en los que la gentegana millones de dólares.Antes teníamos un coche, perolo vendimos cuando Jamieempezó a ir al parvulario enBeecher. No vivimos en unacasa grande ni en uno de esosedificios con portero que hayjunto al parque. Vivimos en laúltima planta de un edificio decuatro pisos sin ascensor quele alquilamos a una señora

mayor que se llama doñaPetra, al «otro» lado deBroadway. Es una manera dereferirse en clave a la zona deNorth River Heights donde lagente no quiere aparcar elcoche. Jamie y yocompartimos habitación. Aveces pillo a mis padreshablando de cosas como:«¿Podemos pasar un año mássin aire acondicionado?» o «Alo mejor este verano puedo

tener dos trabajos».Hoy, durante el recreo, he

estado hablando con Julian,Henry y Miles.

—No soporto tener que ir aParís estas Navidades. ¡Quéaburrimiento! —dijo Julian,que todo el mundo sabe quees rico.

—Tío, que es París, nadamenos —contesté como unidiota.

—Fíate de mí, es un

aburrimiento —dijo—. Miabuela vive en una casa enmitad de ninguna parte. Parísestá como a una hora delpueblo, que es pequeño,pequeño, pequeño. ¡Te juropor Dios que allí nunca pasanada! Aquello es en plan:«¡Hala, se ha puesto otramosca en la pared! Mira, hayun perro nuevo durmiendo enla acera. Yupi». —Me eché areír. A veces, Julian podía ser

muy gracioso—. Aunque mispadres están planteándosemontar una buena fiesta esteaño en lugar de ir a París. Esoespero. ¿Y tú qué vas a haceren vacaciones? —me preguntóJulian.

—Nada en concreto —contesté.

—Qué suerte tienes.—Espero que vuelva a

nevar —dije—. Tengo untrineo nuevo que es increíble.

—Iba a contarles lo de Rayo,pero Miles se puso a hablar.

—¡Yo también tengo untrineo nuevo! —dijo—. Mipadre me lo compró enHammacher Schlemmer. Estecnología punta.

—¿Cómo va a sertecnología punta un trineo? —preguntó Julian.

—Le costó unosochocientos dólares.

—¡Hala!

—Deberíamos ir todos atirarnos en trineo y hacer unacarrera en la colina delEsqueleto —dije.

—Qué cutre —contestóJulian.

—¿Estás de broma? —repuse—. Un niño se partió elcuello allí. Por eso se llama lacolina del Esqueleto.

Julian entornó los ojos y memiró como si yo fuese el tíomás idiota del mundo.

—Se llama la colina delEsqueleto porque era unantiguo cementerio indio —dijo—. Bueno, ahora deberíanllamarla la colina de la Basura,porque aquello está lleno deporquería. La última vez queestuve allí, estaba asqueroso:latas de refresco por todaspartes, botellas rotas y yo quésé qué más —añadió negandocon la cabeza.

—Yo dejé allí mi antiguo

trineo —dijo Miles—. Era unaporquería de trasto… ¡yalguien se lo llevó!

—¡A lo mejor algúnvagabundo que quería tirarseen trineo! —contestó Julianriéndose.

—¿Dónde lo dejaste? —pregunté.

—Junto a la roca enormeque hay al pie de la colina.Volví al día siguiente y ya noestaba. ¡No me puedo creer

que alguien se lo llevase!—Os diré lo que podemos

hacer —dijo Julian—. Lapróxima vez que nieve, mipadre podría llevarnos encoche a su campo de golf enWestchester, que mola muchomás que la colina delEsqueleto. Oye, Jack, ¿adóndevas?

Yo ya había echado a andarpara alejarme de allí.

—Tengo que sacar un libro

de mi taquilla —mentí.Solo quería alejarme de

ellos cuanto antes. No queríaque nadie se enterase de queyo era el «vagabundo» que sehabía llevado el trineo.

En ciencias No soy el mejor estudiante delmundo. Sé que hay gente a laque le gusta el colegio, perono puedo decir que yo sea unode esos. Me gustan algunascosas del colegio, como lagimnasia y la clase de

informática. Y la comida y elrecreo. Pero, en general,podría vivir sin el colegio. Ylo que más odio del colegioson todos los deberes que nosmandan. Como si notuviésemos ya bastante contener que sentarnos clase trasclase intentando no dormirnosmientras nos llenan la cabezade un montón de cosas queprobablemente nuncanecesitemos saber, como por

ejemplo cómo calcular lasuperficie de un cubo o cuáles la diferencia entre la energíacinética y la energía potencial.¡Qué más me da! Nunca jamáshe oído a mis padrespronunciar la palabra«cinética».

La clase que más odio es lade ciencias. Nos mandan tantotrabajo que no tiene ningunagracia. Y la profesora, laseñora Rubin, es muy

estricta… ¡hasta en cómoescribimos el título en la partesuperior de la página! Una vezme quitó dos puntos de untrabajo porque no habíapuesto la fecha en la parte dearriba de la página. Quélocura.

Cuando August y yo aúnéramos amigos, me iba bienen ciencias porque él sesentaba a mi lado y siempreme dejaba copiar sus apuntes.

Nunca en mi vida he visto unaletra tan clara como la deAugust: escribe recto y hacelas letras bien redondeadas.Pero ahora que ya no somosamigos no puedo pedirle queme deje copiar sus apuntes.

Hoy estaba intentandotomar apuntes sobre lo quedecía la señora Rubin (mi letraes horrible), cuando de prontose pone a hablar del trabajo dequinto curso para la

exposición de ciencias, y deque todos teníamos que elegirun tema para el trabajo.

Mientras lo decía, yopensaba: «Acabamos determinar el dichoso trabajosobre Egipto ¿y ya tenemosque empezar con otro?». Ymentalmente grité: «¡Oh,noooooo!» como el niño deSolo en casa, con la bocaabierta de par en par y lasmanos en la cara. Esa era justo

la cara que estaba poniendopor dentro. Y luego me puse apensar en esas imágenes decaras de fantasma derretidasque he visto en alguna parte,con la boca abierta y gritando.Y de repente se me pasó unaimagen por la cabeza, unrecuerdo, y supe qué habíaquerido decir Summer conaquello de «el malo deScream». Fue muy raro, me dicuenta de repente. En

Halloween, alguien del aula detutoría se había disfrazado delmalo de Scream. Recuerdoque lo vi a unas mesas dedonde yo estaba. Y luego dejéde verlo.

¡Ay, madre! ¡Era August!Y me había dado cuenta

ahora, en clase de ciencias,mientras hablaba la profesora.

¡Ay, madre!Había estado hablando de

August con Julian. Ay, madre.

¡Ya lo entendía! Fui muycruel. Ni siquiera sé por qué.Ni siquiera estoy seguro de loque dije, pero fue algo malo.Solo fue un minuto o dos.Sabía que Julian y los demáspensaban que yo era un tíoraro por juntarme con Augusta todas horas, y me sentíaidiota. No sé por qué lo dije.Solo estaba siguiéndoles elrollo. Fui un idiota. Soyidiota. Ay, Dios. ¡August iba a

ir disfrazado de Boba Fett!Nunca hubiese dicho lo quedije delante de Boba Fett. Peroel malo de Scream que habíasentado a la mesa,mirándonos, era él. Lamáscara blanca alargada de laque salía sangre de mentira,con la boca abierta de par enpar, como si el fantasmaestuviera llorando. Era él.

Me entraron ganas devomitar.

Compañeros No oí ni una sola palabra de loque dijo después la señoraRubin. Bla, bla, bla. Trabajopara la exposición de ciencias.Bla, bla, bla. Compañeros.Bla, bla. Se parecía a cómohablaban los adultos en las

películas de Charlie Brown.Como si alguien estuvierahablando debajo del agua.«Muah muah muahhh, muahmuahhh.»

Entonces, de repente, laseñora Rubin empezó aseñalar a varios alumnos portoda la clase.

—Reid y Tristan, Maya yMax, Charlotte y Ximena,August y Jack —dijoseñalándonos—. Miles y

Amos, Julian y Henry,Savanna y… —El resto ya nolo oí.

—¿Cómo? —pregunté.Sonó el timbre.—¡No olvidéis reuniros con

vuestros compañeros paraelegir un trabajo de la lista,chicos! —dijo la señora Rubincuando todos empezaban amarcharse. Levanté la vistapara mirar a August, pero yase había puesto la mochila y

estaba prácticamente en lapuerta.

Se me debió de quedar carade tonto, porque Julian se meacercó.

—Parece que a tu amiguitoy a ti os ha tocado juntos —dijo con una sonrisita. En esemomento lo odié a muerte—.¿Hola? Tierra a Jack Will —añadió cuando vio que no lecontestaba.

—Cállate, Julian. —Estaba

metiendo mi carpeta de anillasen la mochila y no quería quese me acercase.

—Debe de ser un rollo quete hayan puesto con él —dijo—. Deberías decirle a laseñora Rubin que quierescambiar de compañero.Seguro que te deja.

—Seguro que no —contesté.

—Pregúntaselo.—No quiero.

—¿Señora Rubin? —dijoJulian, girándose y levantandola mano al mismo tiempo.

La señora Rubin estababorrando la pizarra y se diomedia vuelta al oír su nombre.

—¡No, Julian! —susurré.—¿Qué pasa, chicos? —

preguntó impaciente.—¿Podemos cambiar de

compañero? —dijo Julian,haciéndose el inocente—. Jacky yo tenemos una idea para el

trabajo de la exposición deciencias que nos gustaría hacerjuntos…

—Bueno, supongo quepodríamos arreglarlo… —comenzó a decir.

—No, no pasa nada, señoraRubin —dije rápidamente,echando a andar hacia lapuerta—. ¡Adiós!

Julian salió corriendo detrásde mí.

—¿Por qué has hecho eso?

—preguntó cuando mealcanzó en las escaleras—.Podríamos haber hecho eltrabajo juntos. No tienes porqué ser amigo del monstruo sino quieres…

Y entonces le di unpuñetazo. En toda la boca.

Castigado Hay cosas que no puedesexplicar. Que ni siquierapuedes intentar explicar. Queno sabes por dónde empezar.Si abrieses la boca, todas tusfrases se enredarían en unnudo gigante. Cualquier

palabra que utilizases te saldríamal.

—Jack, este es un asuntomuy serio —me dijo el señorTraseronian. Estaba en sudespacho, sentado en una sillafrente a su mesa y mirando undibujo de una calabazacolgado de la pared, detrás deél—. ¡Una cosa así es motivode expulsión, Jack! Sé queeres un buen chico y noquiero que te pase a ti, pero

tienes que explicarte.—Esto no es propio de ti,

Jack —dijo mamá. Habíaacudido del trabajo en cuantola llamaron. Se notaba que noacababa de decidirse entreestar muy enfadada y muysorprendida.

—Creía que Julian y tú eraisamigos —añadió el señorTraseronian.

—No somos amigos —contesté con los brazos

cruzados.—Pero pegarle un puñetazo

en la boca, Jack —dijo mamálevantando la voz—. ¿En quéestabas pensando? —Miró alseñor Traseronian—. Laverdad es que nunca le habíapegado a nadie. Él no es así.

—A Julian le sangraba laboca, Jack —dijo el señorTraseronian—. Y se le hacaído una muela, ¿lo sabías?

—Solo era una muela de

leche —contesté.—¡Jack! —exclamó mamá,

negando con la cabeza.—¡Lo ha dicho la enfermera

Molly!—¡Eso no tiene nada que

ver! —gritó mamá.—Solo quiero saber por

qué —me pidió el señorTraseronian, levantando loshombros.

—Eso solo empeorará lascosas —contesté, y solté un

suspiro.—Dímelo, Jack.Me encogí de hombros,

pero no dije nada. No podía.Si le hubiese contado queJulian había llamado monstruoa August, le habría preguntadoa Julian y él le habría dichoque yo también había habladomal de August, y todossabrían la verdad.

—¡Jack! —dijo mamá.Me eché a llorar.

—Lo siento…El señor Traseronian arqueó

las cejas y asintió, pero no dijonada. Se sopló en las manos,como si tuviera frío.

—Jack —dijo—. No sé quédecir. A ver, le has pegado unpuñetazo a un niño. Según lasnormas, te mereces laexpulsión automática. Y nisiquiera estás intentandoexplicarte.

A esas alturas ya estaba

llorando a moco tendido.Cuando mi madre me abrazó,empecé a berrear.

—Vamos a… eh… —dijoel señor Traseronianquitándose las gafas paralimpiarlas—. Vamos a haceruna cosa, Jack. La semana queviene empiezan las vacacionesde Navidad. Se me ocurre quepodrías quedarte en casa elresto de la semana y despuésde las vacaciones podrías

volver y empezar de cero.Borrón y cuenta nueva, comosuele decirse.

—¿Estoy expulsado? —pregunté gimoteando.

—Bueno, en teoría sí, perosolo durante un par de días —contestó, encogiéndose dehombros—. Te diré lo quevamos a hacer. Mientras estésen casa, dedícate a pensar enlo que ha pasado. Y si quieresescribirme una carta

explicándome lo que hapasado y otra a Julianpidiéndole disculpas, esto nofigurará en tu expediente. Vetea casa y háblalo con tuspadres. Puede que mañana loentiendas todo un poco mejor.

—Parece un buen plan,señor Traseronian —dijomamá asintiendo—. Gracias.

—Ya verás como todo searregla —contestó el señorTraseronian echando a andar

hacia la puerta, que estabacerrada—. Sé que eres unbuen chico, Jack. Y sé que aveces incluso los buenoschicos hacen tonterías. —Abrió la puerta.

—Gracias por ser tancomprensivo —dijo mamá,estrechándole la mano junto ala puerta.

—De nada. —Se inclinóhacia delante y le comentóalgo en voz baja que no pude

oír.—Lo sé, gracias —contestó

mamá, confirmándolo con ungesto.

—Bueno, chico —me dijo,poniéndome las manos sobrelos hombros—. Piensa en loque has hecho, ¿vale? Ypásatelo bien durante lasvacaciones. ¡Feliz Janucá!¡Feliz Navidad! ¡FelizKwanzaa!*

Me limpié la nariz con la

manga y salí por la puerta.—Dale las gracias al señor

Traseronian —dijo mamá,dándome una palmadita en elhombro.

Me paré y me di medi avuelta, pero fui incapaz demirarlo a la cara.

—Gracias, señorTraseronian —dije.

—Adiós, Jack —contestó.Y salí por la puerta.

Felicitaciones navideñas Curiosamente, cuandovolvimos a casa y mamárecogió el correo,encontramos felicitacionesnavideñas de la familia deJulian y de la de August. Latarjeta de la familia de Julian

era una foto de Julian concorbata, como si estuviera apunto de ir a la ópera, o yoqué sé. La de la familia deAugust era una foto de unsimpático perro con cuernosde reno, una nariz roja y unospatucos rojos. Había unbocadillo de texto sobre lacabeza del animal dondeponía: «¡Jo, jo, jo!». En la otracara de la tarjeta ponía:

Para la familia Will,paz en la Tierra.Un abrazo de Nate, Isabel,Olivia, August (y Daisy)

—Qué tarjeta tan mona,

¿eh? —le dije a mamá, queapenas me había dirigido lapalabra hasta llegar a casa.Creo que no sabía qué decir—. Este debe de ser su perro.

—¿Quieres contarme qué sete pasa ahora mismo por la

cabeza, Jack? —me dijo muyseria.

—Seguro que ponen unafoto del perro en la tarjetatodos los años —contesté.

Me quitó la tarjeta de lasmanos y miró la fotodetenidamente. Luego arqueólas cejas, se encogió dehombros y me devolvió latarjeta.

—Somos muy afortunados,Jack. Hay muchas cosas que

no valoramos…—Lo sé —contesté. Sabía

de qué estaba hablandoaunque no lo dijese—. Heoído que la madre de Julianretocó la cara de August conPhotoshop cuando recibió lafoto de la clase. Les hizocopias a un par de madres.

—Eso es horrible —dijomamá—. ¡Cómo es la gente!A veces… no están a la altura.

—Lo sé.

—¿Por eso le has pegado aJulian?

—No.Y entonces le conté por qué

le había pegado a Julian. Y leconté que ahora August ya noera amigo mío. Y le conté loque había pasado enHalloween.

Cartas, e-mails, Facebook,

mensajes de texto

Jack Will

Después de las vacaciones

de Navidad A pesar de lo que dijo el señorTraseronian, cuando volví aclase en enero no hubo«borrón y cuenta nueva». Dehecho, me di cuenta de quealgo pasaba en cuanto llegué a

mi taquilla por la mañana. Lamía está junto a la de Amos,que siempre ha sido un chavalde lo más correcto. «Eh, ¿quétal?», le dije, y él se limitó asaludarme con la cabeza, cerróla puerta de su taquilla y sefue. Aquello me pareció raro.Luego le dije: «¿Qué tal?» aHenry, que ni se molestó ensonreír y miró para otro lado.

Vale, algo estaba pasando.Dos personas se habían

comportado como si noexistiera en menos de cincominutos. No es que estuviesellevando la cuenta, pero penséen intentarlo una vez más, conTristan, y ¡zas!, otra vez lomismo. Parecía nervioso,como si tuviera miedo dehablar conmigo.

Pensé que era como si fueseyo quien tenía la Peste.Aquella era la venganza deJulian.

Y así siguieron las cosasdurante toda la mañana. Nadiehabló conmigo. No, no esverdad: las chicas secomportaron conmigo contoda normalidad. Y August síhabló conmigo, claro. Y losdos Max me saludaron. Esome hizo sentirme fatal por nohaberme juntado nunca conellos en los cinco años quehabíamos ido juntos a clase.

Esperaba que en la comida

la cosa mejorase, pero meequivoqué. Me senté en lamesa de siempre con Luca eIsaiah. Pensé que, como noestaban en el grupo de los máspopulares sino en el grupo delos deportistas más o menosbuenos, estaría bien con ellos.Pero apenas me hicieron ungesto con la cabeza cuando lessaludé. Luego, cuandollamaron a nuestra mesa,pillaron la comida y ya no

volvieron. Vi que se sentarona una mesa en la otra punta dela cafetería. No se sentaron ala mesa de Julian, peroestaban cerca de él, en ellímite de la popularidad. Elcaso es que me habían dejadotirado. Sabía que en quintohabía gente que cambiaba demesa, pero nunca pensé queme sucedería a mí.

Me sentí fatal al quedarmesolo en la mesa. Era como si

todos estuviesen mirándome.También me sentí como si notuviese amigos. Decidísaltarme la comida e irme aleer a la biblioteca.

La guerra Fue Charlotte quien me dio laprimicia de por qué todospasaban de mí. Encontré unanota dentro de la taquilla aúltima hora de la tarde.

Nos vemos en el aula 301después de clase. ¡Ven solo!

Charlotte

Ella ya estaba en el aula

cuando entré.—¿Qué hay? —dije.—Hola —contestó.Fue hasta la puerta, miró a

izquierda y derecha, cerró lapuerta y la atrancó desdedentro. Luego me miró y sepuso a morderse las uñasmientras hablaba.

—Me siento fatal por lo queestá pasando y solo queríacontarte lo que sé. Prométemeque no le dirás a nadie que hehablado contigo.

—Lo prometo.—Julian celebró una fiesta

enorme durante las vacaciones—dijo—. Pero enorme deverdad. Una amiga de mihermana celebró sucumpleaños en el mismo sitioel año pasado. Había unas

doscientas personas, o sea queel sitio es enorme de verdad.

—Ya, ¿y qué?—Pues que… bueno, que

allí estaba casi todo el curso.—Todos no —bromeé.—Ya, todos no. Pero allí

había hasta padres. Los míos,por ejemplo. Ya sabes que lamadre de Julian es lavicepresidenta del consejoescolar, ¿no? Conoce a unmontón de gente. En fin, lo

que pasó en la fiesta fue queJulian les dijo a todos que lehabías pegado un puñetazoporque tienes problemasemocionales…

—¿Cómo?—Y que iban a expulsarte,

pero que sus padres lesuplicaron al director que nolo hicieran…

—¿Cómo?—Y que nada de todo eso

habría sucedido si Traseronian

no te hubiese obligado ahacerte amigo de Auggie. Dijoque su madre pensaba que,abre comillas, habíasexplotado por culpa de tantapresión, cierra comillas.

No podía creerme lo queestaba oyendo.

—No se lo tragaría nadie,¿no? —pregunté.

Charlotte se encogió dehombros.

—Esa no es la cuestión. La

cuestión es que Julian es muypopular. Y mi madre se haenterado de que su madre estápresionando al colegio paraque revise la solicitud deadmisión de Auggie.

—¿Puede hacer eso?—Dice que Beecher no es

un colegio de inserción, unode esos tipos de colegios quemezclan alumnos normalescon alumnos con necesidadesespeciales.

—Qué tontería. Auggie notiene necesidades especiales.

—Ya, pero dice que si elcolegio está cambiando sumodo de hacer las cosas…

—¡Pero es que no estáncambiando nada!

—Sí, claro que sí. ¿No tediste cuenta de que cambiaronel tema de la exposición dearte de Año Nuevo? En cursosanteriores, los de quinto teníanque pintar un autorretrato,

pero este año nos han hechopintar esos ridículosautorretratos como sifuéramos animales.

—No es para tanto.—¡Ya lo sé! No te estoy

diciendo que esté de acuerdo,solo te digo qué es lo que diceella.

—Ya lo sé, ya lo sé. Esto esun desastre…

—Sí, ya lo sé. Julian dijoque, según él, ser amigo de

Auggie te está deprimiendo, yque por tu propio bien nodeberías juntarte tanto con él.Y que si empiezas a perder atodos tus antiguos amigospodrás reaccionar. Así que,por tu propio bien, va a dejarde ser tu amigo.

—Últimas noticias: ¡yo dejéde ser amigo suyo primero!

—Ya, pero ha convencido atodos para que dejen de seramigos tuyos… por tu propio

bien. Por eso nadie quierehablar contigo.

—Tú estás hablandoconmigo.

—Sí, bueno, esto es máscosa de chicos —explicó—.Las chicas son neutrales.Menos el grupo de Savanna,que sale con el grupo deJulian. Pero, para todas lasdemás, esta guerra es cosa dechicos.

Asentí. Ella ladeó la cabeza

e hizo un mohín, como si mecompadeciese.

—¿Te parece bien que tehaya contado todo esto? —preguntó.

—¡Sí, claro! Me da igualquién me hable o deje dehablarme —mentí—. Todoesto me parece una tontería.

Charlotte asintió con lacabeza.

—Oye, ¿Auggie sabe algode esto? —pregunté.

—Claro que no. Bueno, yono se lo he contado.

—¿Y Summer?—No creo. Oye, tengo que

irme. Para que lo sepas, mimadre piensa que la madre deJulian es idiota. Dice que a lagente como ella le preocupamás cómo queda la foto de laclase de su hijo que hacer loque hay que hacer. Teenteraste de lo del Photoshop,¿no?

—Sí, eso fue de muy malgusto.

—Y tanto —contestó—.Bueno, tengo que irme. Soloquería que supieras lo que estápasando y eso.

—Gracias, Charlotte.—Si me entero de algo más,

ya te lo contaré —dijo.Antes de salir, miró a

izquierda y derecha paracomprobar que nadie la veíasalir. Supuse que, aunque

fuese neutral, no quería que laviesen conmigo.

Cambio de mesas El día siguiente a la hora decomer, tonto de mí, me sentéen una mesa con Tristan, Ninoy Pablo. Pensé que a lo mejorcon ellos estaría a salvoporque nadie los considerabapopulares, aunque tampoco se

pasaban el recreo jugando aDungeons & Dragons. Estabana mitad de camino. Alprincipio creí que habíatriunfado, porque fueron lobastante amables para hacermever que me habían visto llegara su mesa. Todos mesaludaron, aunque noté que semiraron los unos a los otros.Pero luego sucedió lo mismoque el día anterior: llamaron anuestra mesa, pillaron la

comida y se fueron a otramesa en la otra punta de lacafetería.

Por desgracia, la señora G,que era la encargada delcomedor ese día, vio lo quepasaba y los persiguió.

—¡Eso no está permitido,chicos! —les reprendió en vozalta—. En este colegio nopuede hacerse eso. Volved avuestra mesa.

Genial, como si eso fuese a

ayudarme. Antes de quepudiese obligarlos a sentarsede nuevo a la mesa, melevanté con mi bandeja y mealejé de allí a toda prisa. Oíque la señora G me llamaba,pero hice como que no la oíay seguí andando hasta llegar ala otra punta de la cafetería, alotro lado de la barra.

—Siéntate con nosotros,Jack.

Era Summer. August y ella

estaban sentados a su mesa ylos dos me estaban haciendoseñales con la mano para queme acercase.

Por qué no me senté conAugust

el primer día de clase Vale, soy un hipócrita. Ya losé. El primer día de claserecuerdo haber visto a Augusten la cafetería. Todos loestaban mirando y hablando

sobre él. Entonces, nadie sehabía acostumbrado a su carani sabía que iba a Beecher, asíque para mucha gente fue unshock verlo allí el primer díade clase. A casi todos les dabamiedo acercarse a él.

Cuando lo vi entrar en lacafetería por delante de mísupe que no tendría a nadiecon quien sentarse, pero nome apetecía sentarme con él.Había estado con él toda la

mañana porque teníamosmuchas clases juntos, ysupongo que solo quería pasarun rato relajado con otragente. Cuando vi que ocupabauna mesa al otro lado de labarra, busqué a propósito unamesa tan lejos de la suya comopude. Me senté con Isaiah yLuca, aunque no los conocíade nada, y nos pasamos el ratohablando de béisbol, ytambién jugué al baloncesto

con ellos en el recreo. A partirde entonces fueron miscompañeros de mesa.

Me enteré de que Summerse había sentado con August.Me sorprendió, porque sabíaque Traseronian no le habíapedido a ella que se hicieseamiga de Auggie. Sabía quesolo lo hacía por ser amable, ypensé que era muy valientepor su parte.

Y allí estaba, sentado con

Summer y con August, quefueron tan amables conmigocomo siempre. Les conté todolo que me había dichoCharlotte, menos la parte deque había «explotado» porculpa de ser amigo de Auggie,y lo de que la madre de Juliandecía que Auggie teníanecesidades especiales, y lodel consejo escolar. De hecho,creo que lo único que lesconté era que Julian había

celebrado una superfiestadurante las vacaciones y quehabía puesto a todo el cursoen mi contra.

—Se hace muy raro que lagente no te dirija la palabra,como si no existieras —comenté.

Auggie sonrió.—¿Tú crees? —dijo con

tono sarcástico—.¡Bienvenido a mi mundo!

Bandos

—Estos son los bandosoficiales —dijo Summer en lacomida el día siguiente. Sacóun trozo de papel plegado y loabrió. Había tres columnascon nombres.

Bando de Jack

JackAugustReidMax GMax W Bando de JulianMilesHenryAmosSimonTristanPabloNino

IsaiahLucaJakeTolandRomanBenEmmanuelZekeTomaso NeutralesMalikRemoJose

LeifRamIvanRussell —¿De dónde lo has sacado?

—preguntó Auggie, mirandopor encima de mi hombromientras yo leía la lista.

—Lo ha hecho Charlotte —contestó Summer rápidamente—. Me lo ha dado en la últimaclase. Me ha dicho que

pensaba que debías saberquién está de tu parte, Jack.

—Sí. No son muchos, esoestá claro —dije.

—Está Reid —contestó—.Y los dos Max.

—Genial. Los bichos rarosestán de mi parte.

—No seas malo —dijoSummer—. Por cierto, creoque a Charlotte le gustas.

—Ya lo sé.—¿Vas a pedirle para salir?

—¿Estás de broma? Ahoraque todos se comportan comosi tuviese la Peste, no puedo.

En cuanto lo dije me dicuenta de que había metido lapata. Se hizo un incómodomomento de silencio. Miré aAuggie.

—Tranquilo —dijo—. Yalo sabía.

—Lo siento, tío —contesté.—Lo que no sabía era que

lo llamaban la Peste —dijo—.

Pensaba que se llamaría algoasí como Tocar el queso.

—Ah, sí, como en el Diariode Greg —contesté con ungesto afirmativo.

—Lo de la Peste mola más—bromeó—. Como si alguienpudiese pillar la «peste negrade la fealdad» —añadió,haciendo el gesto de lascomillas.

—A mí me parece horrible—dijo Summer, pero Auggie

se encogió de hombrosmientras bebía de su cartón dezumo.

—El caso es que no voy apedirle salir a Charlotte.

—Mi madre piensa quesomos demasiado jóvenespara salir en plan de novios —contestó Summer.

—¿Y si Reid te pidiesesalir? —dije—. ¿Saldrías conél?

Noté que aquello la había

sorprendido.—¡No! —contestó.—No era más que una

pregunta —dije riéndome.Negó con la cabeza y me

sonrió.—¿Por qué? ¿Sabes algo

que yo no sepa?—¡Nada! ¡Preguntaba por

preguntar!—Yo estoy de acuerdo con

mi madre —dijo—. Creo quesomos demasiado jóvenes

para salir en plan de novios.No sé a qué viene tanta prisa.

—Sí, estoy de acuerdo —dijo August—. Aunque es unapena, con todas las nenas quese echan en mis brazos y esascosas.

Lo dijo con tanta gracia quela leche que estaba bebiendose me salió por la nariz alreírme y eso hizo que los tresnos partiésemos de risa.

La casa de August Ya estábamos a mediados deenero y aún no habíamosdecidido qué trabajo íbamos ahacer para la exposición deciencias. Supongo que lo ibaaplazando porque no meapetecía hacerlo.

—Tío, tenemos que hacerlo—dijo August, por fin.

Y fuimos a su casa despuésde clase.

Estaba muy nerviosoporque no sabía si August leshabía contado a sus padres loque para nosotros era elIncidente de Halloween.Resulta que su padre no estabaen casa y su madre tuvo quesalir a hacer unos recados. Porlos dos segundos que hablé

con ella, estoy seguro de queAuggie ni lo habíamencionado. Fue supermaja yamable conmigo.

—¡Hala, Auggie!, tienes unaadicción muy seria a Laguerra de las galaxias —dijecuando entré por primera vezen la habitación de Auggie.

Tenía un montón de repisasllenas de miniaturas de Laguerra de las galaxias y unpóster enorme de El Imperio

contraataca colgado de lapared.

—Ya lo sé, ¿vale? —contestó riéndose.

Se sentó en una silla conruedas junto a la mesa y yo medejé caer en un puf en elrincón. Entonces su perroentró en la habitación con susandares de pato y se dirigióhacia mí.

—¡Era el que salía en tufelicitación navideña! —

exclamé, dejando que el perrome oliese la mano.

—Es una perra —mecorrigió—. Daisy. Puedesacariciarla. No muerde.

Cuando empecé aacariciarla, se tiró al suelo y sepuso patas arriba.

—Quiere que le acaricies labarriga —dijo August.

—Vale. Es la perra másmona que he visto en mi vida—contesté, acariciándole la

barriga.—Lo sé. Es la mejor perra

del mundo. ¿A que sí, chica?En cuanto oyó a Auggie

decir eso, la perra se puso amover la cola y se acercó a él.

—¿Y mi chica? ¿Y michica? —dijo Auggie mientrasla perra le lamía toda la cara.

—Ojalá tuviese un perro —dije—. Mis padres dicen quenuestro piso es demasiadopequeño. —Me puse a mirar

las cosas que tenía en suhabitación mientras élencendía el ordenador—.¡Anda, tienes una Xbox 360!¿Podemos jugar?

—Tío, hemos venido ahacer el trabajo para laexposición de ciencias.

—¿Tienes el Halo?—Pues claro que tengo el

Halo.—¿Podemos jugar, por

favor?

Auggie se había conectado ala página web de Beecher yestaba bajando por la páginade la señora Rubin, dondeestaba la lista de trabajos parala exposición de ciencias.

—¿Lo ves desde ahí? —preguntó.

Suspiré y fui a sentarme enun taburete que había a sulado.

—Mola tu iMac —dije.—¿Qué ordenador tienes

tú?—Tío, si ni siquiera tengo

habitación propia, ¿cómo voya tener ordenador? Mis padrestienen un Dell superantiguoque está prácticamentemuerto.

—Vale, ¿qué te parece este?—preguntó, girando lapantalla para que lo viese.Miré rápidamente la pantalla ylo vi todo borroso.

—Hacer un reloj solar —

dijo—. Suena guay.Me eché hacia atrás.—¿No podemos hacer un

volcán?—Todo el mundo hace un

volcán.—Claro, porque es fácil —

dije, acariciando otra vez aDaisy.

—¿Y qué te parece: «Cómohacer puntas de cristal consulfato de magnesio»?

—Parece aburrido —

contesté—. ¿Y por qué lepusisteis Daisy?

Auggie no apartó la vista dela pantalla.

—Se lo puso mi hermana.Yo quería llamarla Darth. Enrealidad, su nombre completoes Darth Daisy, pero nunca lahemos llamado así.

—¡Darth Daisy! ¡Quégracia! ¡Hola, Darth Daisy! —le dije a la perra, que volvió aponerse patas arriba para que

le acariciase la barriga.—Vale, este sí que sí —dijo

August señalando una foto enla pantalla de un montón depatatas con cables asomando—. Cómo construir una pilaorgánica con patatas. Este síque mola. Aquí pone que conella podrías hacer funcionaruna lámpara. Podríamosllamarla la Lámpara Patatil oalgo así. ¿Qué te parece?

—Tío, parece demasiado

difícil. Ya sabes que lasciencias se me dan fatal.

—Cállate, eso no es verdad.—¡Claro que sí! En el

último control saqué un 3,5.¡Las ciencias se me dan fatal!

—¡No es verdad! Eso fuesolo porque aún estábamospeleados y no te eché unamano. Ahora sí puedoayudarte. Es un buen trabajo,Jack. Tenemos que hacerlo.

—Vale, lo que tú digas —

contesté encogiéndome dehombros.

Entonces llamaron a lapuerta. Una adolescente conuna melena morena yondulada asomó la cabeza. Noesperaba verme.

—Ah, hola —nos dijo a losdos.

—Hola, Via —contestóAugust, mirando de nuevo lapantalla del ordenador—. Via,este es Jack. Jack, esta es Via.

—Hola —le dije.—Hola —respondió,

mirándome con detenimiento.En cuanto Auggie dijo mi

nombre supe que a ella sí lehabía contado todo lo quehabía dicho yo sobre él. Losupe por cómo me miró. Dehecho, su mirada me hizopensar que me recordaba deaquel día delante de laheladería de la avenidaAmesfort hace unos cuantos

años.—Auggie, tengo un amigo

que quiero presentarte, ¿vale?—dijo—. Va a llegar dentrode unos minutos.

—¿Es tu nuevo novio? —seburló August.

Via le pegó una patada a susilla.

—Tú pórtate bien —dijo, ysalió de la habitación.

—Tío, tu hermana está muybuena —comenté.

—Ya lo sé.—Me odia, ¿verdad? ¿Le

contaste lo del Incidente deHalloween?

—Sí.—¿Que sí me odia o que sí

le contaste lo de Halloween?—Las dos cosas.

El novio Dos minutos después, suhermana volvió con un tío quese llamaba Justin. Parecía untío guay. Tenía el pelo largo yunas gafitas redondas. Llevabaun largo estuche plateado queacababa en punta en un

extremo.—Justin, este es mi

hermano pequeño, August —dijo Via—. Y este es Jack.

—Hola, chicos —dijoJustin, estrechándonos lasmanos. Parecía un poconervioso. Supongo que eraporque era la primera vez queveía a August. A veces se meolvida cuánto impresiona laprimera vez que lo ves—.Mola tu habitación.

—¿Eres el novio de Via? —preguntó Auggiemaliciosamente, y su hermanale bajó la visera de la gorra.

—¿Qué llevas en elestuche? —dije—. ¿Unametralleta?

—¡Ja! —contestó el novio—. Qué gracia. No, es un…eh… violín.

—Justin es violinista —explicó Via—. Toca en ungrupo de zydeco.

—¿Se puede saber qué esun grupo de zydeco? —preguntó Auggie, mirándome.

—Es un estilo de música —dijo Justin—. Es como lamúsica criolla.

—¿Qué es criolla? —pregunté.

—Deberías decirle a lagente que es una metralleta —dijo Auggie—. Así nadie semetería contigo.

—Ja. Supongo que sí —

contestó Justin pasándose elpelo por detrás de las orejas—. La música criolla es la quetocan en Luisiana —me dijo.

—¿Eres de Luisiana? —pregunté.

—No, eh… —respondió,recolocándose las gafas—.Soy de Brooklyn.

No sé por qué, cuando oíaquello, me entraron ganas dereírme.

—Vamos, Justin —dijo Via,

tirando de él—. Vamos a mihabitación.

—Vale. Nos vemos luego,chicos. Adiós.

—¡Adiós!—¡Adiós!En cuanto salió de la

habitación, Auggie me miró,sonriente.

—Soy de Brooklyn —dije,y los dos nos echamos a reírcomo locos.

Quinta parte

JUSTIN

El hermano de Olivia reconozco que la primera vezque he visto al hermanopequeño de olivia me hequedado muy sorprendido.

no debería habermesorprendido, claro. olivia mehabía hablado de su

«síndrome». hasta me habíadescrito cómo era físicamente.pero también me habíahablado de todas lasoperaciones a las que se habíasometido a lo largo de losaños, así que yo daba porhecho que ya parecería algomás normal. por ejemplo,cuando nace un niño con elpaladar hendido y le hacenuna operación de cirugíaplástica para arreglarlo, a

veces no se nota la diferencia,salvo la pequeña cicatriz sobreel labio. supongo que pensabaque su hermano tendría algunacicatriz por aquí y por allá,pero no esto. desde luego queno me esperaba ver al chavalcon gorra que ahora mismoestá sentado delante de mí.

en realidad hay doschavales sentados delante demí: uno es un chavalcompletamente normal con el

pelo rubio y rizado que sellama jack; el otro es auggie.

me gusta pensar que soycapaz de ocultar mi sorpresa.eso espero. la sorpresa es unode esos sentimientos quepueden resultar muy difícilesde ocultar, tanto si intentasparecer sorprendido cuandono lo estás como si intentas noparecer sorprendido cuando sílo estás.

le estrecho la mano. se la

estrecho también al otrochaval. no quieroconcentrarme en su cara.

mola tu habitación, digo.¿eres el novio de via?,

pregunta. creo que estásonriendo.

olivia le baja la visera de lagorra.

¿es una metralleta?,pregunta el chaval rubio,como si no me lo hubiesendicho nunca. hablamos un

poco de zydeco y luego via meda la mano y me saca de lahabitación. en cuantocerramos la puerta, oímos quese echan a reír.

¡soy de brooklyn!, cantauno de los dos.

olivia pone los ojos enblanco y sonríe.

vamos a mi habitación,dice.

llevamos dos mesessaliendo. en cuanto la vi, en

cuanto se sentó a nuestra mesaen la cafetería, supe que megustaba. no podía dejar demirarla. es increíblementeguapa. tiene la piel coloraceituna y los ojos más azulesque he visto en mi vida. alprincipio se comportaba comosi solo quisiera que fuéramosamigos. creo que ella da esaimpresión aunque no quiera.no te acerques. ni te molestes.no coquetea como otras

chicas. te mira a los ojoscuando te habla, como si teestuviese desafiando. yotambién la miraba a los ojos,como si yo también laestuviese desafiando. yentonces le pedí para salir yme dijo que sí. guay.

es una chica increíble y meencanta salir con ella.

no me habló de august hastanuestra tercera cita. creo queusó la expresión «anormalidad

craneofacial» para describir sucara. o a lo mejor fue«anomalía craneofacial». séque la palabra que no usó fue«deforme», porque no se mehabría olvidado.

¿qué te parece?, mepregunta nerviosa en cuantoentramos en su habitación.¿estás impresionado?

no, miento.sonríe y mira para otro lado.estás impresionado.

no, le aseguro. es tal comodecías que era.

hace un gesto afirmativo yse deja caer en la cama. quétierno, aún tiene un montón deanimales de peluche sobre lacama. coge uno de ellos, unoso polar, y sin pensar se lopone sobre el regazo.

me siento en la silla deruedas que hay junto a sumesa. su habitación estáimpecable.

cuando era pequeña, dice,había un montón de niñas quevenían a jugar a casa, pero novolvían una segunda vez. unmontón, te lo digo en serio. sihasta tenía amigas que novenían a mis fiestas decumpleaños porque iba a estarél. nunca me lo decían así,pero al final me enteraba. haygente que no sabe qué hacercon auggie, ¿sabes?

asiento.

a lo mejor ni siquiera sabíanque estaban siendo crueles,añade. tenían miedo, y ya está.a ver, hay que reconocer quesu cara da un poco de miedo,¿no?

supongo, contesto.pero ¿tienes algún problema

con él?, me pregunta condulzura. ¿no estás alucinado niasustado?

no estoy ni alucinado niasustado, contesto sonriendo.

olivia asiente y mira el osopolar que tiene en el regazo.no sé si me cree o no, pero daun beso en la nariz al osopolar y me lo lanza mientrassonríe. creo que eso significaque me cree. o al menos quequiere creerme.

El Día de los Enamorados

el día de los enamorados leregalo a olivia un colgante conun corazón y ella me regalauna bandolera que ha hechoutilizando disquetes antiguos.molan las cosas que hace.pendientes con trozos de una

placa base. vestidos concamisetas. mochilas convaqueros viejos. es muycreativa. yo le digo que demayor debería ser artista, peroella quiere ser científica.genetista, precisamente. quiereencontrar la cura paraenfermedades como la de suhermano, supongo.

hacemos planes para quepor fin conozca a sus padres.el sábado por la noche en un

restaurante mexicano en laavenida amesfort, cerca de sucasa.

estoy nervioso durante todoel día. y cuando me pongonervioso, me entran los tics.bueno, los tics siempre estánahí, pero no tienen nada quever con los que tenía depequeño: ahora solo guiño losojos más de lo normal, tuerzoel cuello de vez en cuando…pero si estoy nervioso

empeoran… y ahora estoysupernervioso porque voy aconocer a sus padres.

cuando llego al restauranteya me están esperando dentro.su padre se levanta al verme yme da la mano, y su madre meda un abrazo. entrechoco elpuño con el de auggie parasaludarlo y a olivia le doy unbeso en la mejilla antes desentarme.

me alegro de conocerte,

justin. hemos oído hablarmucho de ti.

sus padres no podrían sermás amables. enseguida metranquilizo. el camarero nostrae las cartas y me fijo en lacara que pone nada más ver aaugust. pero hago como queno me doy cuenta. supongoque esta noche todos hacemoscomo que no vemos ciertascosas. el camarero. mis tics. lamanera que tiene august de

triturar los nachos sobre lamesa y meterse las migajas enla boca con la cuchara. miro aolivia y me sonríe. se ha dadocuenta. ella ve la cara delcamarero. y mis tics. olivia esuna chica que lo ve todo.

nos pasamos toda la cenahablando y riendo. los padresde olivia me preguntan por lamúsica que toco, por cómome dio por el violín y cosasasí. y yo les cuento que antes

tocaba el violín clásico, perome dio por la música folk delos apalaches y luego por elzydeco. y escuchan todo loque digo como si lesinteresase de verdad. me dicenque los avise la próxima vezque mi grupo toque en directopara que puedan ir a verme.

no estoy acostumbrado atanta atención, la verdad. mispadres no tienen ni idea dequé quiero hacer en la vida.

nunca preguntan. nuncahablamos así. no creo ni quesepan que cambié mi violínbarroco por un violínhardanger de ocho cuerdashace dos años.

después de cenar vamos acasa de olivia a tomar helado.su perra nos saluda en lapuerta. es una perra mayorsuperdulce. pero habíavomitado en el pasillo. lamadre de olivia va corriendo a

buscar toallitas mientras supadre coge a la perra como sifuera un bebé.

¿qué te pasa, pequeña?, ledice, y la perra está en elséptimo cielo, con la lenguacolgándole, moviendo la colay las patas levantadasformando ángulos raros.

papá, dile a justin cómoconseguiste a daisy, diceolivia.

¡sí!, exclama auggie.

su padre sonríe y se sientaen una silla acunando al perroen brazos. está claro que esahistoria la ha contado unmontón de veces y que atodos les encanta escucharla.

estaba volviendo a casa delmetro, dice, y un vagabundoque nunca había visto por elbarrio iba paseando a unchucho de orejas caídas en uncarrito, y se me acerca y medice, eh, amigo, ¿me compra

el perro? y, sin pensármelo,digo, claro, ¿cuánto pides? yme dice, diez pavos, y le di losveinte dólares que llevaba enla cartera y me da el perro. telo digo en serio, justin, ¡entoda tu vida has visto nadaque huela tan mal! ¡olía tanmal que ni te lo creerías! lallevé al veterinario que hay enesta misma calle y luego latraje a casa.

¡por cierto, que ni siquiera

me llamó primero para ver sime parecía bien que trajese acasa el perro de unvagabundo!, comenta lamadre mientras limpia elsuelo.

la perra mira a la madrecomo si entendiese todo loque dicen sobre ella. es unaperra feliz, y es como sisupiese que el día que conocióa esta familia le tocó la lotería.

sé cómo se siente. me gusta

mucho la familia de olivia. seríen mucho.

mi familia no es así. mimadre y mi padre sedivorciaron cuando yo teníacuatro años y podría decirseque se odian entre sí. me criépasando la mitad de la semanaen el piso de mi padre enchelsea y la otra mitad en casade mi madre en brooklynheights. tengo un hermanastrocinco años mayor que yo que

apenas sabe de mi existencia.que yo recuerde, mis padresestaban deseando que fuese lobastante mayor para cuidar demí mismo. «puedes ir a latienda tú solo.» «toma la llavedel piso.» es curioso que hayauna palabra comosobreprotectores paradescribir a algunos padres,pero ninguna que quiera decirtodo lo contrario. ¿qué palabrase utiliza para describir a los

padres que no protegen losuficiente? ¿infraprotectores?¿negligentes? ¿egocéntricos?¿cutres? todo lo anterior.

en la familia de oliviasiempre están demostrándoseque se quieren.

no recuerdo cuándo fue laúltima vez que alguien de mifamilia me dijo algo así.

cuando llego a casa ya seme han pasado todos los tics.

Nuestra ciudad este curso, para la obra deprimavera, vamos arepresentar nuestra ciudad.olivia me desafía a que mepresente a las pruebas parainterpretar al protagonista, eldirector de escena, y no sé

cómo, pero lo consigo. potratotal. nunca había interpretadoa ningún protagonista. le digoa olivia que me da buenasuerte. desgraciadamente, ellano consigue el papel de laprotagonista, emily gibbs. selo lleva una chica con el pelorosa que se llama miranda.olivia consigue un papelsecundario y también hace desuplente de emily. yo estoymás decepcionado que olivia,

que casi parece aliviada. nome gusta que la gente me mirefijamente, dice, algo muy raroviniendo de una chica tanguapa. en parte pienso que loha hecho mal en la prueba apropósito.

la obra de primavera es afinales de abril. ahora estamosa mediados de marzo, así quetengo menos de seis semanaspara memorizar el papel. eso,además del tiempo para los

ensayos. y de los ensayos conmi grupo. y de los exámenesfinales. y del tiempo que pasocon olivia. van a ser seissemanas muy duras, eso estáclaro. el señor davenport, elprofesor de arte dramático, yaestá histérico. para cuandotodo haya terminado, noshabrá vuelto locos, esoseguro. me he enterado quetenía pensado representar elhombre elefante, pero lo

cambió por nuestra ciudad enel último momento, y esecambio nos ha quitado unasemana de ensayos.

no quiero ni pensar elpróximo mes y medio de locosque me espera.

Mariquita olivia y yo estamos sentadosen el porche de su casa. meestá ayudando a memorizar losdiálogos. es una cálida tardede marzo y casi parece queestemos en verano. el cieloaún tiene un color azul claro,

pero el sol está bastante bajo ylas aceras están surcadas delargas sombras.

recito: sí, el sol ha salidomás de mil veces. los veranosy los inviernos han agrietadolas montañas un poco más y lalluvia se ha llevado parte delpolvo. algunos bebés que aúnno habían nacido ya hanempezado a hacer frases; ymuchas personas quepensaban que eran jóvenes y

estaban llenas de vida se handado cuenta de que no puedensaltar varios escalones comohacían antes sin que elcorazón les lata con fuerza…

niego con la cabeza.de lo demás no me acuerdo.todo lo que puede suceder

en mil días, me sopla olivia,leyendo del texto.

vale, vale, vale, digo,negando con la cabeza.suspiro. estoy hecho polvo,

olivia. ¿cómo voy a recordartanta cantidad de texto?

lo recordarás, contesta conseguridad. estira los brazos yahueca las manos sobre unamariquita que aparece no sesabe de dónde. ¿lo ves? esseñal de buena suerte, dice,levantando lentamente unamano para dejar a la vista lamariquita paseándose por lapalma de su otra mano.

de buena suerte o

simplemente el calor, bromeo.pues claro que de buena

suerte, contesta, mirandocómo le sube la mariquita porla muñeca. deberíamos poderpedir un deseo con lasmariquitas. auggie y yo lohacíamos con las luciérnagascuando éramos pequeños.vuelve a ahuecar la manosobre la mariquita. vamos,pide un deseo. cierra los ojos.

le hago caso y cierro los

ojos. pasa un segundo largo yvuelvo a abrirlos.

¿has pedido un deseo?,pregunta.

sí.olivia sonríe, abre las

manos y la mariquita, como sile hubiesen dado la señal,despliega las alas y se alejarevoloteando.

¿quieres saber lo que hepedido?, pregunto, y la beso.

no, contesta tímidamente,

mirando al cielo que, en estepreciso momento, es del colorde sus ojos.

yo también he pedido undeseo, dice haciéndose lamisteriosa, pero ella podríadesear tantas cosas que notengo ni idea de qué será.

La parada del autobús la madre de olivia, auggie,jack y daisy bajan por laescalera de la entrada justocuando estoy despidiéndomede olivia. es una situación unpoco incómoda, ya queestamos en mitad de un largo

y bonito beso.hola, chicos, dice su madre,

haciendo como que no havisto nada, pero a los dosniños les entra la risa tonta.

hola, señora pullman.por favor, llámame isabel,

justin, repite. es la tercera vezque me lo dice, así que másme vale llamarla así.

me voy a casa, digo, comojustificándome.

ah, ¿vas hacia el metro?,

pregunta, siguiendo a la perracon un periódico. ¿puedesacompañar a jack a la paradadel autobús?

claro.¿te parece bien, jack?, le

pregunta la madre, y él seencoge de hombros. justin,¿puedes quedarte con él hastaque llegue el autobús?

¡pues claro!todos nos despedimos.

olivia me guiña un ojo.

no hace falta que te quedes,dice jack mientras caminamos.yo siempre cojo el autobússolo. la madre de auggie esdemasiado sobreprotectora.

tiene una voz grave yáspera, como si fuera unpequeño tipo duro. se parece auno de esos golfillos de laspelículas en blanco y negro.no desentonaría con una gorrade repartidor de periódicos yunos pantalones bombachos.

llegamos a la parada delautobús y en el horario poneque el siguiente autobúsllegará dentro de ochominutos.

esperaré contigo, le digo.como quieras, dice

encogiéndose de hombros.¿me dejas un dólar?, quierocomprar chicle.

saco un dólar del bolsillo ylo veo cruzar la calle hasta latienda de comestibles de la

esquina. no sé por qué, peroparece demasiado pequeñopara ir por ahí él solo. luegocaigo en la cuenta de quecuando yo era así de pequeñocogía el metro solo.demasiado pequeño. algún díavoy a ser un padresobreprotector, lo sé. mis hijossabrán que me preocupo porellos.

cuando llevo un par deminutos esperando veo a tres

niños caminando por la aceradesde la otra dirección. pasanpor delante de la tienda, perouno de ellos mira dentro y lesda un codazo a los otros dos,y todos vuelven y mirandentro. se nota que estántramando algo, dándosecodazos y riéndose. uno deellos es de alto como jack,pero los otros dos parecenmucho más altos, como sifuesen adolescentes. se

esconden detrás del puesto defruta, en la puerta de la tienda,y cuando jack sale, lo siguen yhacen ruidos como devomitar. jack se da la vuelta alllegar a la esquina para verquiénes son y los chicos salencorriendo, chocando esoscinco y riéndose. imbéciles.

jack cruza la calle como sino hubiera pasado nada y sequeda plantado a mi lado en laparada del autobús haciendo

un globo de chicle.¿amigos tuyos?, pregunto

por fin.ja, dice. intenta sonreír,

pero veo que está molesto.unos imbéciles de mi

colegio, dice. un chaval que sellama julian y sus dos gorilas,henry y miles.

¿te molestan mucho?no, nunca lo habían hecho.

en el colegio no lo hacenporque los expulsarían. julian

vive a dos manzanas de aquí,ha sido mala suerteencontrarme con él.

ah, vale, digo.no es para tanto, me

asegura.los dos miramos

automáticamente hacia laavenida amesfort para ver sillega el autobús.

estamos en una especie deguerra, dice pasado unminuto, como si eso lo

explicase todo. Luego se sacaun trozo de papel arrugado delbolsillo de los vaqueros y melo da. lo abro y veo una listade nombres en tres columnas.ha vuelto en mi contra a todoel curso, dice jack.

a todo el curso, no, señalo,mirando la lista.

me deja notas en mi taquillaque dicen cosas como «todoste odian».

deberías contárselo a tu

profesor.jack me mira como si fuese

idiota y niega con la cabeza.bueno, todos estos son

neutrales, digo, señalando lalista. si los convences para quese pasen a tu bando, las cosasse equilibrarán un poco.

sí, ya, como si eso fuera asuceder, dice sarcásticamente.

¿y por qué no?vuelve a mirarme como si

yo fuera el tío más estúpido

con el que ha hablado en suvida.

¿qué?, pregunto.niega con la cabeza como si

yo no tuviese remedio.digamos que soy amigo de

alguien que no esprecisamente el chaval máspopular del colegio.

entonces entiendo qué es loque no quiere decirabiertamente: august. todoesto es porque es amigo de

august. y no quierecontármelo porque soy elnovio de su hermana. claro,tiene sentido.

vemos el autobús que seacerca por la avenidaamesfort.

tienes que aguantar, le digo,devolviéndole el papel. lasecundaria es muy dura, peroluego la cosa mejora. todo searreglará.

se encoge de hombros y se

guarda la lista en el bolsillo.nos despedimos cuando se

sube en el autobús y lo veomarcharse.

cuando llego a la estaciónde metro, a dos manzanas deallí, veo a los tres chicos en lapuerta de la panadería. siguenriéndose y fingiendo quevomitan, como si fueran unospandilleros, niños ricos conpantalones de pitillo caroshaciéndose los duros.

no sé qué me da, pero mequito las gafas, me las guardoen el bolsillo y me meto bajoel brazo el estuche del violínpara que la punta quede haciaarriba. me acerco a ellos conel ceño fruncido y cara demalo. cuando me ven, las risasse les hielan en los labios y loscucuruchos de helado se lestuercen en las manos.

escuchad. no os metáis conjack, digo muy lentamente,

apretando los dientes, con untono de voz de tío duro, a loclint eastwood. si os volvéis ameter con él, lo lamentaréis. yluego le doy una palmadita alestuche del violín paraimpresionarlos.

¿entendido?los tres lo confirman a la

vez, con el heladochorreándoles por las manos.

bien. asiento con la cabeza,haciéndome el misterioso, y

me pongo a bajar losescalones del metro de dos endos.

Ensayo a medida que nos acercamos ala noche del estreno, la obrame ocupa cada vez mástiempo. tengo que memorizarun montón de diálogos. largosmonólogos en los que solohablo yo. a olivia se le ocurrió

una idea que me estáayudando mucho. me subo elviolín al escenario y toco unpoco mientras hablo. no estáen la obra, pero el señordavenport piensa que el hechode que el director de escenatoque el violín le añade unelemento muy campechano. ya mí me viene genial porquecada vez que necesito unsegundo para recordar lasiguiente frase, me pongo a

tocar «soldier’s joy» en elviolín y gano un poco detiempo.

he llegado a conocer muchomejor a los alumnos queintervienen en la obra, sobretodo a la chica de pelo rosaque interpreta a emily. resultaque no es tan estirada comoparecía, teniendo en cuenta lagente con la que se relaciona.su novio es un tío cachas quees toda una autoridad en las

competiciones deportivas.para mí es otro mundo con elque no tengo nada que ver,por eso me sorprende que latal miranda sea más o menossimpática.

un día estábamos sentadosen el suelo, entre bastidores,esperando a que los técnicosarreglasen el foco principal.

¿cuánto tiempo lleváissaliendo olivia y tú?, mepregunta sin esperármelo.

unos cuatro meses,contesto.

¿conoces ya a su hermano?,pregunta con indiferencia.

me parece tan inesperadoque no puedo ocultar misorpresa.

¿conoces al hermano deolivia?, pregunto.

¿via no te lo ha dicho? anteséramos buenas amigas.conozco a auggie desde queera un bebé.

ah, sí, creo que ya lo sabía.no quiero que note que oliviano me lo ha contado. noquiero que note cuánto mesorprende que la llame via.nadie salvo la familia de oliviala llama via, y ahora resultaque una chica con el pelorosa, a la que tenía por unadesconocida, la llama via.

miranda se ríe y niega conla cabeza, pero no dice nada.se hace un silencio incómodo

y ella se pone a rebuscar en subolso y saca la cartera. miraun par de fotografías y mepasa una. es de un niñopequeño en un parque un díade sol. lleva pantalones cortosy una camiseta… y un cascode astronauta que le tapa todala cabeza.

aquel día el termómetromarcaba casi cuarenta grados,dice, sonriendo al ver la foto.pero él no quería quitarse el

casco de astronauta por nadadel mundo. lo llevó unos dosaños seguidos. en invierno, enverano, en la playa. quélocura.

sí, he visto fotos en casa deolivia.

ese casco se lo regalé yo,dice. parece orgullosa de esehecho. coge la foto y vuelve ameterla con cuidado en lacartera.

guay, contesto.

¿te parece bien?, pregunta,mirándome.

la miro sin entenderla.¿si me parece bien el qué?arquea las cejas como si no

me creyese.ya sabes a qué me refiero,

dice, y le da un largo trago a labotella de agua. hay quereconocer, añade, que eluniverso no se portó bien conauggie pullman.

Pájaro ¿por qué no me contaste quemiranda navas y tú eraisamigas?, le pregunto a oliviaal día siguiente. estoyenfadado con ella por nohabérmelo contado.

no es para tanto, contesta a

la defensiva, mirándomecomo si fuese un bicho raro.

pues claro que es para tanto.seguro que le parecí idiota.¿cómo has podido nocontármelo? siempre te hascomportado como si no laconocieses.

no la conozco, se apresura acontestar. no sé quién es esaanimadora de pelo rosa. lachica a la que conocía era unaboba que coleccionaba

muñecas.anda ya, olivia.¿cómo que anda ya?podrías habérmelo dicho en

algún momento, digo en vozbaja, haciendo como que noveo el lagrimón que de prontole corre por la mejilla.

se encoge de hombros eintenta no llorar más.

no pasa nada, no estoyenfadado, digo, pensando quelas lágrimas son por mí.

sinceramente, me da igualque estés enfadado, dicedespechada.

ah, genial, replico.no dice nada. está a punto

de echarse a llorar.¿qué pasa, olivia?,

pregunto.niega con la cabeza, como si

no quisiera hablar del tema,pero de repente se echa allorar a lo bestia.

lo siento, no es por ti,

justin. no lloro por ti, dice porfin gimoteando.

¿y por qué lloras?porque soy mala persona.pero ¿qué dices?se limpia las lágrimas con la

palma de la mano sinmirarme.

no les he contado a mispadres lo de la obra, seapresura a decir.

niego con la cabeza porqueno entiendo lo que intenta

decirme.no pasa nada, digo. aún no

es demasiado tarde, aúnquedan entradas…

no quiero que vayan a laobra, justin, me interrumpeimpaciente. ¿es que noentiendes lo que digo? ¡noquiero que vayan! si van,llevarán a auggie, y no meapetece…

vuelve a echarse a llorar yno puede acabar la frase. le

paso el brazo por encima delos hombros.

¡soy mala persona!, dice sindejar de llorar.

no eres mala persona, lesusurro.

¡claro que sí!, dice entresollozos. ha sido estupendoestar en un instituto dondenadie lo conoce. nadiecuchichea a mis espaldas. hasido estupendo, justin. pero, siva a la obra, todo el mundo

hablará de él, todos losabrán… no sé por qué mesiento así… te juro que nuncaantes me había avergonzadode él.

ya lo sé, ya lo sé, digo,tranquilizándola. tienes todo elderecho, olivia. durante todatu vida has tenido quesoportar muchas cosas.

a veces olivia me recuerda aun pájaro, a cómo se le erizanlas plumas cuando se enfada.

y cuando se vuelve frágil,como ahora, parece unpajarito perdido buscando sunido.

por eso le presto mi ala paraque se esconda debajo.

El universo esta noche no puedo dormir.tengo la cabeza llena depensamientos que no seapagan. de frases de mismonólogos. de elementos dela tabla periódica que deberíamemorizar. de teoremas que

debería haber comprendido.de olivia. de auggie.

no puedo dejar de pensar enlas palabras de miranda: «eluniverso no se portó bien conauggie pullman».

pienso mucho en ellas y entodo lo que significan. tienerazón, el universo no se portóbien con auggie pullman. ¿quéhizo el pobre chaval paramerecer esa condena? ¿quéhicieron sus padres? ¿qué hizo

olivia? una vez me dijo que unmédico les había dicho a suspadres que la probabilidad deque alguien tuviese la mismacombinación de síndromes erade una entre cuatro millones.¿acaso eso no convierte aluniverso en una loteríagigante? compras un billetecuando naces y solo dependedel azar que el billete seabueno o que sea malo. todo escuestión de suerte.

la cabeza me da vueltas,pero luego unos pensamientosmás ligeros me tranquilizan,como una tercera menor en unacorde mayor. no, no, no tododepende del azar. si tododependiese del azar, eluniverso nos abandonaría porcompleto. y el universo nonos abandona. cuida de suscreaciones más frágiles de unmodo invisible. por ejemplo,con unos padres que te adoran

ciegamente. y una hermanamayor que se siente culpablepor sentirse humana. y unchaval de voz áspera que se haquedado sin amigos por ti. eincluso una chica de pelo rosaque lleva una foto tuya en lacartera. quizá sea una lotería,pero el universo acabacompensándolo. el universocuida de todos sus pájaros.

Sexta parte

AUGUST

El polo Norte La Lámpara Patatil fue todoun éxito en la exposición deciencias. A Jack y a mí nospusieron un sobresaliente. Erael primer sobresaliente queJack había sacado en todo elcurso, así que estaba flipado.

Todos los trabajos de laexposición de ciencias estabanpuestos sobre mesas en elgimnasio. Era el mismomontaje que para el MuseoEgipcio en diciembre, soloque esta vez sobre las mesashabía volcanes y dioramasmoleculares en lugar depirámides y faraones. Y enlugar de ser nosotros quienesles enseñábamos los trabajosde los demás a nuestros

padres, teníamos quequedarnos plantados junto anuestras mesas mientras todoslos padres se paseaban por lasala de mesa en mesa.

Hagamos cuentas: sesentaalumnos en todo el cursoequivalen a sesenta pares depadres, eso sin contar a losabuelos. O sea, un mínimo deciento veinte pares de ojosmirándome a mí. Unos ojosque no están tan

acostumbrados a mí como losde sus hijos. Es como la agujade una brújula, que siempreapunta al norte mires a dondemires. Todos esos ojos soncomo brújulas, y para ellos yosoy como el polo Norte.

Por eso siguen sin gustarmelos actos del colegio a los queacuden los padres. No losodio tanto como cuandoempezó el curso. Como porejemplo la fiesta de las

donaciones en Acción deGracias: creo que esa fue lapeor. Fue la primera vez quetuve que enfrentarme a todoslos padres a la vez. Luegopasó lo del Museo Egipcio,pero ese no estuvo mal,porque me disfracé de momiay nadie se fijó en mí. Luegodimos el concierto deNavidad, que fue horribleporque tuve que cantar en elcoro. No solo soy un negado

cantando, sino que me sentícomo si estuviera en unescaparate. La exposición dearte no fue tan mal, pero aunasí estuve incómodo.Colgaron nuestros cuadros enlos pasillos por todo el colegioy los padres fueron a verlos.Era como empezar el colegiode cero y tener que cruzarmecon adultos desprevenidos porlas escaleras.

En fin, no es que me

importe que la gente reaccioneal verme. Ya lo he dicho unmillón de veces: ya estoyacostumbrado. No dejo queme afecte. Es como cuandosales a la calle y estáchispeando. Cuando chispeano te pones las botas de agua.Ni siquiera abres el paraguas.Caminas bajo la lluvia yapenas te das cuenta de que sete está mojando el pelo.

Pero cuando se trata de un

gimnasio lleno de padres, lasgotas de agua se convierten enun huracán. Todos los ojos seestrellan contra ti como unapared de agua.

Mamá y papá estuvieron unbuen rato al lado de mi mesajunto a los padres de Jack. Escurioso, los padres acabanformando los mismos gruposque sus hijos. Por ejemplo,mis padres, los padres de Jacky la madre de Summer se

llevan muy bien. Veo que lospadres de Julian se juntan conlos de Henry y los de Miles. Sihasta los padres de los dosMax se juntan. Qué gracia.

Luego, cuando volvíamos acasa, se lo conté a mamá ypapá y les pareció unaobservación muy curiosa.

—Debe de ser verdad esode cada oveja con su pareja —dijo mamá.

El muñeco de Auggie Durante un tiempo, solohablábamos de la «guerra».Febrero fue el peor mes.Entonces, prácticamente nadienos dirigía la palabra, y Julianhabía empezado a dejarnosnotas en las taquillas. Las

notas que recibía Jack eranestúpidas, en plan: «¡Apestas,queso gigante!» y «¡Ya no lecaes bien a nadie!».

Las que recibía yo eran enplan: «¡Monstruo!». Habíaotra que decía: «¡Largo denuestro colegio, orco!».

Summer nos dijo quedebíamos enseñarle las notas ala señora Rubin, que era lajefa de estudios de secundaria,o incluso al señor

Traseronian, pero pensamosque eso sería como chivarnos.Nosotros también dejábamosnotas, pero no tan crueles,sino más bien graciosas ysarcásticas.

Una decía: «¡Qué guapoeres, Julian! Te quiero.¿Quieres casarte conmigo?Besos, Beulah».

Otra: «¡Me encanta tu pelo!Besos y abrazos, Beulah».

Y otra más: «Eres un cielo.

Hazme cosquillas en los pies.Besos, Beulah».

Beulah era una personainventada que se nos habíaocurrido a Jack y a mí. Teníaunas costumbres de lo másasquerosas, como por ejemplocomerse esa cosa verde quetenía entre los dedos de lospies y chuparse los nudillos.Nos imaginamos que alguienasí podría estar colada deverdad por Julian, que se

comportaba como alguiensalido de un concurso decantantes para niños.

También fue en febrerocuando Julian, Miles y Henryle gastaron un par de bromas aJack. Creo que a mí no me lohacían porque sabían que silos pillaban «acosándome» lescaería una buena. Debieron depensar que Jack era unobjetivo más fácil. Una vez lerobaron los pantalones cortos

de gimnasia y jugaron apasárselos de uno a otro en elvestuario. En otra ocasión,Miles, que se sentaba al ladode Jack en el aula de tutoría, lerobó la hoja de ejercicios de lamesa, hizo una bola con ella yse la lanzó a Julian, que estabaen la otra punta de la clase.Eso no habría sucedido si laseñora Petosa hubiese estadoallí, claro, pero aquel día habíaun sustituto y los sustitutos

nunca se enteran de nada. Jackaguantaba bien. Nunca dejabaque notasen que estabaenfadado, aunque creo que aveces sí se enfadaba.

En quinto todo el mundosabía lo de la guerra. Menos elgrupo de Savanna. Alprincipio las chicas eranneutrales, pero hacia marzo yaestaban hartas del tema. Igualque algunos de los chicos. Porejemplo, un día que Julian

estaba echando las virutas delsacapuntas en la mochila deJack, Amos, que normalmentesiempre estaba de su parte, lequitó la mochila a Julian y sela devolvió a Jack. Parecía quela mayoría de los chicos ya nose creían las mentiras deJulian.

Unas cuantas semanas atrás,Julian se puso a propagar unrumor de lo más ridículo: dijonada menos que Jack había

contratado a un «asesino asueldo» para «cargárselos»: aMiles, a Henry y a él. Aquellamentira era tan cutre que lagente empezó a reírse de él asus espaldas. En ese momento,todos los chicos que aúnseguían en su bandodesertaron y se pasaron albando neutral. A finales demarzo, solo Miles y Henryseguían con Julian… y creoque ellos también se estaban

cansando ya de la guerra.Estoy seguro de que todos

habían dejado de jugar a laPeste. Ya nadie pega un saltosi me tropiezo con esapersona, y la gente me pideprestados los lápices sin hacercomo si el lápiz tuviese piojos.

La gente ya hasta bromeaconmigo. El otro día vi a Mayaescribiéndole una nota a Ellieen un trozo de papel de esosmuñecos tan feos que se

llaman Uglydoll.—¿Sabías que el creador de

los Uglydolls se inspiró en mí?—le dije, no sé por qué.

Maya me miró con los ojoscomo platos, como si se lohubiera creído. Luego, cuandose dio cuenta de que estaba debroma, le pareció lo másgracioso del mundo.

—¡Qué gracioso eres,August! —dijo, y les contó aEllie y a otras chicas lo que

acababa de decir, y a todas lespareció divertido. Al principiose quedaron impresionadas,pero cuando vieron que mereía, comprendieron que nopasaba nada si ellas también sereían.

Al día siguiente me encontréun llavero de Uglydoll sobremi silla con una simpática notade Maya que decía: «¡Para elMuñeco Auggie más simpáticodel mundo! Besos, Maya».

Hace seis meses una cosaasí no podría haber pasado,pero cada vez me pasa más.

La gente también se haportado muy bien con el temade los audífonos que heempezado a llevar.

Lobot Desde que era pequeño, losmédicos les han dicho a mispadres que algún díanecesitaría llevar audífonos.No sé por qué siempre me haasustado un poco: quizá seaporque cualquier cosa que

tenga que ver con mis orejasme molesta mucho.

Cada vez oía peor, pero nose lo había contado a nadie. Elsonido del mar que estabasiempre en mi cabeza habíasubido de volumen. Yaahogaba las voces de losdemás, como si estuviese bajoel agua. Si me sentaba en elfondo de la clase, no oía a losprofesores. Pero sabía que, sise lo contaba a mamá o a

papá, acabaría llevandoaudífonos… y tenía laesperanza de poder pasarquinto sin tener que llevarlos.

Pero en mi revisión anualen octubre fallé la prueba deaudición.

—Amigo, ha llegado elmomento —dijo el médico, yme mandó a un especialistaque me sacó moldes de lasorejas.

De todos mis rasgos, las

orejas son los que menossoporto. Son como puñitoscerrados a los lados de micara. También estándemasiado bajas. Parecen dostrozos de masa de pizzaaplastados que me sobresalende la parte de arriba del cuello.Vale, a lo mejor estoyexagerando un poco, pero esque no las soporto.

Cuando el médico del oídosacó los audífonos para que

los viésemos mamá y yo, seme cruzaron los cables.

—No pienso ponérmelos —anuncié, cruzándome debrazos.

—Ya sé que te parecerángrandes —dijo el otorrino—.Pero tenemos que sujetarloscon una cinta del pelo, porqueno hay otro modo de que se tequeden fijos en las orejas.

Los audífonos normalestienen una pieza que encaja en

el oído externo para que elauricular no se mueva delsitio. Pero en mi caso, comono tengo oído externo,tuvieron que poner losauriculares en una especie decinta para el pelo de unmaterial muy resistente quetenía que sujetarme a lacabeza.

—No puedo ponerme eso,mamá —protesté.

—Casi ni te darás cuenta de

que los llevas —dijo mamá,intentando animarme—.Parecen unos cascos.

—¿Unos cascos? ¡Míralos,mamá! —exclamé enfadado—. ¡Voy a parecerme a Lobot!

—Quién es Lobot? —preguntó mamá con muchacalma.

—¿Lobot? —dijo el médicodel oído sonriendo mientrasmiraba los auriculares y hacíaalgunos ajustes—. ¿El de El

Imperio contraataca? ¿El tíocalvo del radiotransmisorsuperguay que se sujeta a lacabeza?

—Ni idea —contestó mamá.—¿Sabe cosas de aparatos

de La guerra de las galaxias?—le pregunté al médico.

—¿Que si sé cosas deaparatos de La guerra de lasgalaxias? —contestó,sujetándomelo a la cabeza—.¡Podría decirse que yo inventé

los aparatos de La guerra delas galaxias! —Se reclinó ensu silla para ver cómo mequedaba la cinta y luegovolvió a quitármela.

—A ver, Auggie, quieroexplicarte qué es esto —dijo,señalando los diferentescomponentes de uno de losaudífonos—. Esta pieza curvade plástico va conectada altubo que hay sobre el moldedel oído. Por eso sacamos

esos moldes en diciembre,para que esta parte que vadentro del oído se acopleperfectamente. Esta pieza deaquí es el amplificador, ¿vale?Y esta es la pieza especial quehemos conectado al auricular.

—La pieza de Lobot —dijeamargado.

—Oye, Lobot mola —dijoel médico del oído—. Si teparecieras a Jar Jar, eso sí quesería grave. —Volvió a

colocarme los auriculares en lacabeza con cuidado—. Yaestá, August. ¿Qué te parece?

—¡Es superincómodo! —exclamé.

—Te acostumbrarásenseguida —contestó.

Me miré al espejo.Empezaron a llorarme losojos. Lo único que alcanzaba aver eran unos tubos que mesalían de los lados de lacabeza, como si fuesen

antenas.—¿De verdad tengo que

llevarlos, mamá? —pregunté,intentando no llorar—. No lossoporto. ¡No noto ningunadiferencia!

—Dame un segundo, amigo—dijo el médico—. Aún nolos he encendido. Espera a oírla diferencia: ya verás comoquerrás llevarlos.

—¡Ni hablar!Y entonces los encendió.

Oír con claridad ¿Cómo puedo describir lo queoí cuando el médico encendiólos audífonos? ¿O lo que nooí? Es muy difícil decirlo conpalabras. Digamos que el marya no vivía dentro de micabeza. Se había ido. Podía oír

sonidos que eran como lucesbrillantes en mi cerebro. Eracomo cuando estás en unahabitación donde una de lasbombillas del techo estáfundida, pero no te das cuentade lo oscuro que está hastaque alguien cambia labombilla y de repente, ¡hala,cuánta claridad! No sé si hayalguna palabra que signifiquelo mismo que «claridad» entérminos de audición, pero

ojalá la hubiese, porque ahoraoía con claridad.

—¿Cómo suena, Auggie?—me preguntó el médico—.¿Me oyes bien, amigo?

Lo miré y sonreí, pero nodije nada.

—Cielo, ¿oyes algodiferente? —preguntó mamá.

—No hace falta que grites,mamá —contesté asintiendofelizmente.

—¿Oyes mejor? —preguntó

el médico.—Ya no oigo ese ruido —

contesté—. En mis oídos haysilencio.

—Ya no oyes el ruidoblanco —dijo, confirmándolo—. Me miró y me guiñó unojo—. Ya te he dicho que tegustaría lo que ibas a oír,August —añadió, y se puso ahacer más ajustes en elaudífono izquierdo.

—¿Suena muy diferente,

cielo? —preguntó mamá.—Sí —contesté—. Suena…

más ligero.—Eso es porque ahora

tienes un oído biónico, amigo—dijo el médico del oídomientras hacía ajustes en elaudífono derecho—. Tocaesto. —Me puso la manodetrás del audífono—. ¿Lonotas? Es el volumen. Tendrásque encontrar el volumen quemejor te vaya. Ahora lo

probamos. Bueno, ¿qué teparece? —Cogió un espejito yme hizo mirar en el espejogrande cómo quedaban losaudífonos por detrás. Mi pelotapaba casi toda la cinta. Loúnico que asomaba era eltubo.

—¿Te parecen bien tusnuevos audífonos biónicos deLobot? —preguntó el médico,mirándome en el espejo.

—Sí —contesté—. Gracias.

—Muchas gracias, doctorJames —dijo mamá.

El primer día que acudí aclase con los audífonos, penséque la gente se reiría de mí,pero nadie se rió. Summer sealegró de que pudiese oírmejor y Jack dijo que parecíaun agente del FBI. Nada más.El señor Browne me preguntóen clase de lengua, pero no enplan: «¿Qué es eso que llevasen la cabeza?».

—Si alguna vez necesitasque repita algo, Auggie,dímelo, ¿vale? —dijo.

Visto ahora, no sé por quéme ponía tan nervioso estetema. Es curioso: a veces tepreocupas un montón por algoque al final resulta no sernada.

El secreto de Via Un par de días después de lasvacaciones de primavera,mamá se enteró de que Via nole había contado que lasemana siguiente serepresentaba una obra en suinstituto. Mamá se enfadó

mucho. Mamá no se enfada amenudo (aunque no creo quepapá esté de acuerdo), peroestaba muy enfadada con Via.Las dos discutieron a lo bestia.Oí que se gritaban la una a laotra en la habitación de Via.Mis oídos biónicos de Lobotoyeron a mamá decir:

—¿Qué te pasaúltimamente, Via? Estás demal humor, taciturna y todoson secretos…

—¿Qué tiene de malo queno os haya hablado de unaestúpida obra de teatro? —Viaestaba prácticamente gritando—. ¡Ni siquiera tengo unpapel con diálogos!

—¡Pero tu novio sí! ¿Noquieres que lo veamos actuar?

—¡No! ¡La verdad es queno!

—¡Deja de gritar!—¡Tú has gritado primero!

Déjame en paz, ¿quieres? ¡Se

te ha dado de maravilladejarme sola durante toda mivida, así que no tengo ni ideade por qué ahora que voy alinstituto te interesas por mí derepente…!

No sé qué le contestó mamáporque de repente sequedaron calladas y nisiquiera mis oídos biónicos deLobot pudieron captar algunaseñal.

Mi cueva A la hora de cenar ya parecíanhaber hecho las paces. Papátenía que quedarse a trabajarhasta tarde. Daisy estabadurmiendo. Había vomitadomucho durante el día y mamápidió hora para llevarla al

veterinario a la mañanasiguiente.

Estábamos los tres sentadossin que nadie dijese nada.

—¿Vamos a ver a Justinactuar en una obra de teatro?—dije por fin.

Via no contestó, pero sequedó mirando su plato.

—¿Sabes qué, Auggie? —contestó mamá en voz baja—,no me había dado cuenta dequé obra era, y es una que no

va a resultarle interesante aalguien de tu edad.

—O sea, que no estoyinvitado —dije, mirando aVia.

—Yo no he dicho eso —contestó mamá—. Lo que pasaes que no creo que fueras adisfrutarla.

—Te aburrirías como unaostra —dijo Via, comoacusándome de algo.

—¿Vais a ir papá y tú? —

pregunté.—Irá papá —dijo mamá—.

Yo me quedaré en casacontigo.

—¿Cómo? —gritó Via—.Genial, así que vas acastigarme por haber sidosincera no yendo a ver la obra.

—Para empezar, eras túquien no quería que fuésemos,¿recuerdas? —contestó mamá.

—¡Pero ahora que sabespor qué, claro que quiero que

vayáis! —dijo Via.—Bueno, pues tengo que

tener en cuenta lossentimientos de todos, Via —repuso mamá.

—¿De qué estáis hablando?—grité.

—¡De nada! —me soltaronlas dos al mismo tiempo.

—De algo del instituto deVia que no tiene nada que vercontigo —dijo mamá.

—Mentira —contesté.

—¿Cómo dices? —replicómamá, escandalizada. HastaVia parecía sorprendida.

—¡Digo que es mentira! —grité—. ¡Es mentira! —le gritéa Via mientras me levantaba—. ¡Sois las dos unasmentirosas! ¡Me mentís a lacara como si fuese idiota!

—¡Siéntate, Auggie! —dijomamá, agarrándome del brazo.

Me libré de ella y señalé aVia.

—¿Crees que no sé lo quepasa? —grité—. ¡Que noquieres que tus nuevos amigosdel instituto se enteren de quetu hermano es un monstruo!

—¡Auggie! —gritó mamá—. ¡Eso no es verdad!

—¡Deja de mentirme,mamá! —chillé—. ¡Deja detratarme como a un bebé! ¡Nosoy retrasado! ¡Sé lo quepasa!

Eché a correr por el pasillo

hasta llegar a mi habitación ycerré la puerta con tanta fuerzaque oí caer unos trocitos depared dentro del marco. Luegome dejé caer sobre la cama yme tapé con las mantas. Metapé mi cara asquerosa con lasalmohadas y amontoné todosmis peluches sobre lasalmohadas, como si estuviesedentro de una cueva. Sipudiese pasearme por ahí conuna almohada sobre la cara a

todas horas, lo haría.Ni siquiera sabía por qué

me había enfadado tanto. Alempezar la cena no estabaenfadado. Ni siquiera estabatriste. Pero de pronto exploté.Sabía que Via no quería quefuese a su estúpida obra deteatro. Y sabía por qué.

Pensé que mamá meseguiría hasta mi habitaciónenseguida, pero no lo hizo.Quería que me encontrase

dentro de mi cueva hecha deanimales de peluche, así queesperé un poco más, peropasados diez minutos aún nohabía ido a buscarme. Estabamuy sorprendido. Siempre vaa ver cómo estoy cuando memeto en mi habitación molestopor algo.

Me imaginé a mamá y a Viahablando de mí en la cocina.Supuse que Via se sentiríafatal. Me imaginé a mamá

asumiendo toda la culpa. Ypapá también se enfadaría conella cuando volviese a casa.

Hice un agujero a través delmontón de almohadas yanimales de peluche y miré elreloj que hay colgado de lapared. Había pasado mediahora y mamá aún no habíaacudido a mi habitación.Escuché atentamente para versi oía algo en las otrashabitaciones. ¿Aún estarían

cenando? ¿Qué estabapasando?

Por fin, se abrió la puerta.Era Via. Ni siquiera se molestóen acercarse a mi cama, y noentró suavemente como mehabía imaginado, sinobruscamente.

Despedida

—Auggie —dijo Via—,ven, deprisa. Mamá tiene quehablar contigo.

—¡No pienso pedir perdón!—¡No tiene nada que ver

contigo! —gritó—. ¡No todolo que sucede en el mundo

tiene que ver contigo, Auggie!Date prisa. Daisy está enferma.Mamá se la va a llevar alveterinario de urgencia. Ven adespedirte de ella.

Aparté las almohadas quetenía sobre la cara y la miré.Entonces vi que estaballorando.

—¿A qué te refieres condespedirme de ella?

—¡Vamos! —dijo,tendiéndome la mano.

La cogí de la mano y laseguí por el pasillo hasta lacocina. Daisy estaba tumbadade lado en el suelo con laspatas estiradas al frente.Jadeaba un montón, como sihubiese estado corriendo porel parque. Mamá estabaarrodillada a su lado,acariciándole la cabeza.

—¿Qué ha pasado? —pregunté.

—Se ha puesto a gimotear

de repente —contestó Viaarrodillándose junto a mamá.

Miré a mamá, que tambiénestaba llorando.

—Voy a llevarla al hospitalveterinario que hay en elcentro —dijo—. El taxi está apunto de llegar pararecogerme.

—El veterinario hará que seponga bien, ¿no? —pregunté.

Mamá me miró.—Eso espero, cielo —dijo

en voz baja—. Pero la verdades que no lo sé.

—¡Pues claro que sí! —exclamé.

—Daisy vomita muchoúltimamente, Auggie. Y esmayor…

—Pero podrán curarla —dije, mirando a Via para queme diese la razón, pero Via nolevantó la vista.

A mamá le temblaban loslabios.

—Creo que ha llegado elmomento de despedirnos deDaisy, Auggie. Lo siento.

—¡No! —grité.—No queremos que sufra,

Auggie —dijo.Sonó el teléfono. Lo cogió

Via.—Vale, gracias —contestó,

y colgó.—El taxi está ahí fuera —

dijo, secándose las lágrimascon el dorso de la mano.

—Auggie, ¿puedes abrirmela puerta, cielo? —preguntómamá mientras cogía a Daisycon mucho cuidado, como sifuese un enorme bebé que sedejase caer.

—Por favor, mamá, no —dije llorando, colocándomeentre ella y la puerta.

—Cielo, por favor —contestó mamá—. Pesamucho.

—¿Y papá? —repuse

llorando.—Irá directamente al

hospital —dijo mamá—. Éltampoco quiere que Daisysufra, Auggie.

Via me apartó de delante dela puerta y se la abrió a mamá.

—Tengo el móvil conectadopor si necesitáis cualquier cosa—le dijo mamá a Via—.¿Puedes taparla con la manta?

Via asintió, pero estaballorando como una loca.

—Despedíos de Daisy,chicos —dijo mamá con laslágrimas cayéndole a marespor la cara.

—Te quiero, Daisy —dijoVia, y le dio un beso a Daisyen la nariz—. Te quieromucho.

—Adiós, chica… —lesusurré al oído—. Te quiero…

Mamá bajó los escalonesque daban a la calle con Daisyen brazos. El taxista había

abierto la puerta de atrás y lavimos entrar. Antes de cerrarla puerta, mamá nos miró, allíplantados junto a la entrada, ynos saludó con la mano. Creoque nunca la he visto tantriste.

—¡Te quiero, mamá! —dijoVia.

—¡Yo también, mamá! —añadí yo—. ¡Lo siento, mamá!

Mamá nos lanzó un beso ycerró la puerta. Vimos cómo

se iba el taxi y Via cerró lapuerta de casa. Me miródurante un segundo y luegome dio un abrazo fortísimomientras los dos noshinchábamos a llorar.

Los juguetes de Daisy Justin llegó a casa una horadespués y me dio un fuerteabrazo.

—Lo siento, Auggie —medijo.

Nos sentamos todos en elsalón sin decir nada. Por algún

motivo, Via y yo habíamosreunido todos los juguetes deDaisy, que estabandesperdigados por toda lacasa, y los habíamos puesto enun montoncito sobre la mesabaja. Estábamos mirandofijamente ese montoncito.

—Es la mejor perra delmundo —dijo Via.

—Lo sé —contestó Justin,pasándole la mano por laespalda.

—¿Ha empezado a gimotearde repente? —pregunté.

Via asintió con la cabeza.—Dos segundos después de

irte tú de la mesa —contestó—. Mamá iba a seguirte a tuhabitación, pero Daisy haempezado a gimotear.

—¿Cómo? —pregunté.—Pues gimoteando. No sé

—dijo Via.—¿Como si aullase? —

pregunté.

—¡Gimoteando, Auggie! —contestó impaciente—. Se hapuesto a gemir, como si algole hiciese mucho daño. Yjadeaba como loca. Entoncesse ha dejado caer y mamá haintentado levantarla, peroevidentemente le debía dedoler mucho y le ha pegadoun mordisco a mamá.

—¿Cómo?—Cuando mamá ha

intentado tocarle la barriga,

Daisy le ha mordido en lamano —explicó Via.

—¡Daisy nunca le muerde anadie! —contesté.

—No era la misma desiempre —añadió Justin—.Está claro que le dolía mucho.

—Papá tenía razón —dijoVia—. No deberíamos haberdejado que empeorase tanto.

—¿Qué quieres decir? —pregunté—. ¿Papá sabía queestaba enferma?

—Auggie, mamá la hallevado al veterinario unas tresveces en los dos últimosmeses. No paraba de vomitar,¿es que no te has dado cuenta?

—¡Pero no sabía queestuviese enferma!

Via no dijo nada, pero merodeó los hombros con elbrazo y me atrajo hacia ella.Me eché a llorar de nuevo.

—Lo siento, Auggie —medijo en voz baja—. Lo siento

mucho. Todo. ¿Me perdonas?Sabes cuánto te quiero,¿verdad?

Hice un gesto afirmativo. Lapelea de antes apenas tenía yaimportancia.

—¿A mamá le ha salidosangre? —pregunté.

—No ha sido más que unmordisco —contestó Via—.Aquí. —Se señaló la partebaja del pulgar paramostrarme exactamente dónde

le había mordido Daisy amamá.

—¿Le ha dolido?—Mamá está bien, Auggie.

Tranquilo.Mamá y papá llegaron a

casa dos horas después. Encuanto abrieron la puerta y novimos a Daisy supimos quehabía muerto. Nos sentamostodos en el salón alrededor delmontón de juguetes de Daisy.Papá nos contó lo que había

pasado en el hospitalveterinario. El veterinario lehabía hecho unas radiografíasy le había sacado sangre, yluego había vuelto paradecirles que tenía un tumorenorme en el estómago. Lecostaba respirar. Mamá y papáno querían que sufriera más,así que papá la cogió enbrazos como siempre legustaba hacer, con las patashacia arriba, y mamá y él le

dieron un beso tras otro dedespedida y le susurraroncosas mientras el veterinario lepinchaba en la pata. Unminuto después murió enbrazos de papá. Papá dijo queestaba muy tranquila y que nole dolía nada, que parecíacomo si fuese a quedarsedormida. Mientras hablaba, apapá le tembló un par deveces la voz y tuvo quecarraspear.

Nunca he visto llorar apapá, pero esa noche lo villorar. Entré en la habitaciónde mamá y papá buscando amamá para que me arropase,pero vi a papá sentado en elborde de la cama, quitándoselos calcetines. Estaba deespaldas a la puerta, así queno me vio entrar. Al principiopensé que estaba riéndose,porque le temblaban loshombros, pero entonces se

llevó las palmas de las manosa los ojos y comprendí queestaba llorando. Eran lossollozos más silenciosos quehabía oído en mi vida.Parecían un susurro. Iba aacercarme a él, pero entoncespensé que a lo mejor estaballorando bajito porque noquería que ninguno denosotros le oyésemos. Salí dela habitación y fui a la de Via.Allí vi a mamá tumbada junto

a Via en la cama, y mamáestaba susurrándole algomientras mi hermana lloraba.

Me fui a la cama y me puseel pijama sin que nadie me lodijese, encendí la lamparita denoche, apagué la luz y mearrastré hasta la montaña deanimales de peluche que habíadejado antes sobre la cama.Era como si aquello hubiesesucedido un millón de añosantes. Me quité los audífonos,

los puse sobre la mesita denoche, me tapé hasta las orejascon las mantas y me imaginé aDaisy acurrucada contra mí,lamiéndome toda la cara consu enorme lengua húmedacomo si la mía fuese su carafavorita. Y así me quedédormido.

El cielo Me desperté un rato después yaún era de noche. Me levantéy fui a la habitación de mispadres.

—¿Mamá? —susurré.Estaba totalmente a oscuras,así que no veía si abría los

ojos—. ¿Mamá?—¿Estás bien, cielo? —

preguntó medio dormida.—¿Puedo dormir con

vosotros?Mamá se echó hacia el lado

de papá y yo me acurruqué asu lado. Me dio un beso en elpelo.

—¿Cómo tienes la mano?Via me ha dicho que Daisy teha mordido.

—Solo ha sido un pellizco

—me susurró al oído.—Mamá… —Me eché a

llorar—. Siento mucho lo quehe dicho.

—Chist… No hay nada quesentir —dijo con una voz tanbaja que apenas la oí. Estabaacariciándome la cara con sumejilla.

—¿Via se avergüenza demí? —pregunté.

—No, cielo, no. Ya sabesque no. Solamente le está

costando acostumbrarse alinstituto. No es fácil.

—Ya lo sé.—Ya sé que lo sabes.—Siento mucho haberte

llamado mentirosa.—Duérmete, cariño. Te

quiero mucho.—Y yo a ti, mamá.—Buenas noches, cielo —

me susurró.—Mamá, ¿ahora Daisy está

con la abuela?

—Supongo.—¿Están en cielo?—Sí.—Cuando va al cielo, ¿la

gente tiene la misma pinta queaquí?

—No lo sé. No creo.—Entonces, ¿cómo se

reconocen?—No lo sé, cariño. —

Parecía cansada—. Lo sienteny ya está. ¿A que tú nonecesitas los ojos para ver? Lo

sientes por dentro. Así es elcielo. Todo es amor y nadieolvida a sus seres queridos.

Me dio otro beso.—Y ahora duérmete,

cariño. Es muy tarde y estoymuy cansada.

Pero no pude dormirme nisiquiera cuando noté quemamá ya se había dormido.También oía a papá mientrasdormía, y me imaginé quepodía oír a Via mientras

dormía al otro lado del pasillo,en su habitación. Me preguntési Daisy estaría durmiendo enel cielo en esos momentos. Ysi estaba durmiendo, ¿estaríasoñando conmigo? Mepregunté cómo sería estar enel cielo algún día sin que micara le importase a nadie.Igual que nunca le importó aDaisy.

La suplente Via llevó a casa tres entradaspara la obra del instituto unosdías después de la muerte deDaisy. Nunca volvimos ahablar de la discusión quehabíamos tenido durante lacena. La noche de la obra,

justo antes de que Justin y ellase fuesen para llegar tempranoal instituto, me dio un fuerteabrazo y me dijo que mequería y que estaba orgullosade ser mi hermana.

Era la primera vez que iba alinstituto de Via. Era muchomás grande que su antiguocolegio, y mil veces másgrande que el mío. Máspasillos. Más espacio. Loúnico malo de mis audífonos

biónicos de Lobot era que yano podía llevar gorra. Ensituaciones así, las gorras sonmuy útiles. A veces desearíapoder seguir llevando aquelviejo casco de astronauta quellevaba de pequeño. Lo creáiso no, a la gente leimpresionaba mucho menosver a un niño con un casco deastronauta que verme la cara.En fin, que iba con la cabezagacha mientras seguía a mamá

por aquellos pasillos largos yrelucientes.

Seguimos al resto delpúblico hasta el auditorio,donde algunos alumnosrepartían programas en laentrada. Encontramos unosasientos libres en la quintafila, cerca de la parte central.En cuanto nos sentamos,mamá se puso a rebuscar en elbolso.

—¡No me puedo creer que

se me hayan olvidado lasgafas! —dijo.

Papá negó con la cabeza.Mamá siempre se dejabaolvidadas las gafas, o lasllaves, o cualquier otra cosa.Es así de rara.

—¿Quieres sentarte máscerca? —preguntó papá.

Mamá entornó los ojos ymiró hacia el escenario.

—No, veo bien.—Habla ahora o calla para

siempre —dijo papá.—No pasa nada.—Mira, aquí está Justin —le

dije a papá, señalando unafoto de Justin en el programa.

—Bonita foto —contestó.—¿Cómo es que no hay

foto de Via? —pregunté.—Es una suplente —aclaró

mamá—. Pero mira: aquí ponesu nombre.

—¿Por qué la llamansuplente? —pregunté.

—Vaya, fíjate en la foto deMiranda —le dijo mamá apapá—. Creo que no la habríareconocido.

—¿Por qué la llamansuplente? —repetí.

—Así llaman a quiensustituye a un actor si este nopuede actuar por algún motivo—contestó mamá.

—¿Te has enterado de queMartin va a volver a casarse?—le preguntó papá a mamá.

—Será broma, ¿no? —contestó mamá, como si lesorprendiese mucho.

—¿Quién es Martin? —pregunté.

—El padre de Miranda —dijo mamá, y añadiódirigiéndose a papá—: ¿Quiénte lo ha dicho?

—Me he encontrado con lamadre de Miranda en el metro.No está nada contenta. Martinestá esperando un bebé.

—¡Vaya! —exclamó mamá,negando con la cabeza.

—¿De qué estáis hablando?—pregunté.

—De nada —contestó papá.—Pero ¿por qué lo llaman

suplente? —insistí.—No lo sé, Canito —me

dijo papá—. A lo mejorporque se tienen que estudiarel texto para suplir a losactores principales. No lo sé,de verdad.

Iba a decir algo más, peroentonces se apagaron lasluces. El público se callóenseguida.

—Papá, ¿puedes hacer elfavor de no volver a llamarmeCanito? —le susurré al oído.

Papá me sonrió, asintió ylevantó un pulgar en señal deaprobación.

Empezó la obra. Se abrió eltelón. El escenario estabatotalmente vacío. Bueno,

estaba Justin, sentado en unaantigua silla destartaladaafinando el violín. Llevaba untraje pasado de moda y unsombrero de paja.

—Esta obra se titulaNuestra ciudad —le dijo alpúblico. La escribió ThorntonWilder y la ha producido ydirigido Philip Davenport… Elnombre de la ciudad esGrover’s Corners, en NewHampshire… al otro lado de la

línea Massachusetts: latitud,cuarenta y dos grados ycuarenta minutos; longitud,setenta grados y treinta y sieteminutos. El primer actomuestra cómo es un día ennuestra ciudad. La fecha: el 7de mayo de 1901, justo antesde amanecer.

En ese preciso momentosupe que iba a gustarme laobra. No se parecía a otrasobras del colegio a las que

había asistido, como El magode Oz o Lluvia de albóndigas.No, aquello parecía para unpúblico mayor y me sentí máslisto al estar allí viéndola.

Cuando ya hacía un ratoque había empezado la obra,el personaje de la señoraWebb llama a su hija, Emily.Por el programa sabía que eseera el papel que representabaMiranda, así que me inclinéhacia delante para verla mejor.

—Esa es Miranda —mesusurró mamá, mirando haciael escenario con los ojosentornados cuando salió Emily—. Qué cambiada está…

—No es Miranda —dijeentre dientes—. Es Via.

—¡Ay, Dios mío! —exclamó mamá, inclinándosehacia delante en el asiento.

—¡Chist! —dijo papá.—Es Via —le susurró

mamá.

—Ya lo sé —contestó papá,sonriente—. ¡Chist!

El final La obra fue increíble. Noquiero contar el final, pero esla clase de final que hace quea las personas del público seles queden los ojos llorosos.Mamá perdió los papelescuando Via, que interpretaba a

Emily, dijo:—¡Adiós, adiós, mundo!

Adiós, Grover’s Corners…Mamá y papá. Adiós a losrelojes que hacen tictac y a losgirasoles de mamá. Y a lacomida y el café. Y a losvestidos recién planchados y alos baños calientes… y adormir y despertarme. ¡Ay,Tierra, eres demasiadomaravillosa para que nadie tecomprenda!

Via estaba llorando deverdad mientras lo decía.Lágrimas de verdad. Veíacómo le caían por las mejillas.Fue increíble.

Cuando bajó el telón, todoel público comenzó a aplaudir.Luego los actores fueronsaliendo uno por uno. Via yJustin fueron los últimos ensalir y, cuando aparecieron,todo el público se puso en pie.

—¡Bravo! —gritó papá

usando sus manos comoaltavoz.

—¿Por qué se hanlevantado todos? —pregunté.

—Todos se han puesto enpie para aplaudir —dijo mamálevantándose.

Yo también me levanté yaplaudí, y seguí aplaudiendohasta que me dolieron lasmanos. Por un segundoimaginé lo que molaría ser Viay Justin en ese momento, con

toda aquella gente en pieovacionándolos. Deberíahaber una norma que dijeseque todo el mundo deberíarecibir una ovación delpúblico puesto en pie almenos una vez en su vida.

Al final, después de no sécuántos minutos, la fila deactores dio un paso atrás y eltelón bajó delante de susnarices. Pararon los aplausos,subió la intensidad de las luces

y el público empezó alevantarse para marcharse.

Mamá, papá y yointentamos avanzar hasta laparte de atrás del escenario.Había un montón de gentefelicitando a los intérpretes,rodeándolos, dándolespalmaditas en la espalda.Vimos a Via y a Justin enmedio del gentío, sonriendo atodo el mundo, riéndose yhablando.

—¡Via! —gritó papá,saludándola con la manomientras se abría paso a travésde la gente. Cuando estuvo lobastante cerca, la abrazó y lalevantó un poco del suelo—.¡Has estado increíble, cielo!

—¡Ay, Dios mío, Via! —exclamó mamá, que gritaba dela emoción—. ¡Ay, Dios mío!¡Ay, Dios mío! —Abrazó aVia con tanta fuerza que penséque iba a ahogarla, pero Via

no paraba de reírse.—¡Has estado espectacular!

—dijo papá.—¡Espectacular! —repitió

mamá, asintiendo y negandocon la cabeza al mismotiempo.

—Y tú, Justin —dijo papá,estrechándole la mano ydándole un abrazo al mismotiempo—, has estadofantástico.

—¡Fantástico! —repitió

mamá. La pobre tenía losnervios a flor de piel y apenaspodía hablar.

—¡Qué impresión me hellevado al verte ahí arriba,Via! —dijo papá.

—¡Mamá ni siquiera te hareconocido al principio! —añadí.

—¡No te he reconocido! —dijo mamá, tapándose la bocacon la mano.

—Miranda se ha puesto

enferma justo antes de queempezase la representación —contestó Via sin aliento—. Nisiquiera ha dado tiempo aanunciarlo.

Hay que reconocer que Viaestaba bastante rara, porquellevaba un montón demaquillaje y nunca antes lahabía visto así.

—¿Y la has sustituido en elúltimo momento? —preguntópapá—. ¡Vaya!

—Ha estado increíble,¿verdad? —dijo Justinabrazando a Via.

—Toda la sala se haemocionado un montón —contestó papá.

—¿Miranda se encuentrabien? —pregunté, pero nadieme oyó.

En ese momento, unhombre que creo que era suprofesor se acercó a Justin yVia sin dejar de aplaudir.

—¡Bravo, bravo! ¡Olivia yJustin! —Le dio un beso a Viaen cada mejilla.

—He metido la pata en unpar de frases —dijo Via,negando con la cabeza.

—Pero has sabido salir delpaso —contestó el hombre,sonriendo de oreja a oreja.

—Señor Davenport, lepresento a mis padres —dijoVia.

—¡Deben de estar muy

orgullosos de su hija! —exclamó, estrechándoles lasmanos.

—¡Por supuesto!—Y este es mi hermano

pequeño, August —dijo Via.El profesor estuvo a punto

de decir algo, pero se quedóhelado al mirarme.

—Señor D —dijo Justin,tirándole del brazo—. Venga,le presentaré a mi madre.

Via estaba a punto de

decirme algo, pero alguienapareció y se puso a hablarcon ella. Antes de darmecuenta, estaba solo entre todaaquella gente. Bueno, sabíadónde estaban mamá y papá,pero había tanta gente anuestro alrededor que noparaba de empujarme, dehacerme girar, de mirarme deese modo tan característico,que empecé a sentirme mal.No sé si fue porque tenía calor

o qué, pero empecé amarearme. Veía borrosas lascaras de la gente y oía susvoces a un volumen tan altoque casi me dolían los oídos.Intenté bajar el volumen enmis auriculares de Lobot, perome confundí y lo subí, y esome asustó aún más. Luegomiré hacia arriba y no vi ni amamá, ni a papá, ni a Via.

—¿Via? —grité. Empecé aavanzar entre la gente para

buscar a mamá—. ¡Mamá! —No veía nada aparte de lasbarrigas y las corbatas de lagente—. ¡Mamá!

De pronto alguien meagarró por detrás.

—¡Vaya, mira quién estáaquí! —dijo alguien cuya vozme resultó familiar y que meabrazó con fuerza.

Al principio pensé que eraVia, pero, cuando me giré, mellevé una sorpresa.

—¡Hola, Comandante Tom!—dijo.

—¡Miranda! —contesté, yla abracé con todas misfuerzas.

Séptima parte

MIRANDA

Mentiras de campamento

Mis padres se divorciaron elverano antes de entrar ennoveno. Mi padre enseguidase buscó una nueva pareja. Dehecho, aunque mi madre nome lo dijo, creo que esa fue larazón por la que se

divorciaron.Después del divorcio,

apenas veía a mi padre. Y mimadre se comportaba de unamanera muy rara. No es quefuese inestable ni nada por elestilo: simplemente era fría.Distante. Mi madre es la clasede persona que siempre lespone buena cara a los demás,pero a mí casi nunca. Nuncaha hablado demasiadoconmigo; ni sobre sus

sentimientos, ni sobre su vida.No sé gran cosa de cómo eracuando tenía mi edad. No ségran cosa de lo que le gustabao dejaba de gustarle. Laspocas veces que ha nombradoa sus padres, a los que noconozco, era para decir cuántodeseaba alejarse de ellos encuanto pudiese. Nunca me hadicho por qué. Le hepreguntado en variasocasiones, pero siempre ha

hecho como que no me habíaoído.

Aquel verano no quise ir alcampamento. Me hubiesegustado quedarme con ella,ayudarla con lo del divorcio,pero se empeñó en que mefuese. Pensé que querría pasartiempo a solas, así que le hicecaso.

El campamento fuehorrible. Lo pasé fatal.Pensaba que sería mejor al ser

monitora, pero no fue así. Norepitió ni una sola persona delas que habían estado el añoanterior, así que no conocía anadie. Ni a uno. No sé porqué, pero empecé a jugar ainventarme cosas con laschicas del campamento. Si mepreguntaban algo sobre mí,me lo inventaba: «Mis padresestán en Europa», les conté.«Vivo en una casa enorme enla mejor calle de North River

Heights.» «Tengo una perraque se llama Daisy.»

Un buen día les solté quetenía un hermano pequeñodeforme. No tengo ni idea depor qué lo dije, me parecióalgo interesante. Y, claro está,la reacción de las niñas delbungalow fue dramática. «¿Deverdad?» «¡Cuánto lo siento!»«¡Debe de ser muy difícil!»Etcétera, etcétera. Porsupuesto, me arrepentí de

haberlo dicho en cuanto se meescapó de los labios: me sentíuna mentirosa sin escrúpulos.Si Via se enteraba, pensaríaque soy una tía rara. Y mesentía como una tía rara. Perotengo que reconocer que habíauna parte de mí que se sentíacon derecho a contar aquellamentira. Conozco a Auggiedesde que tenía seis años. Lohe visto crecer. He jugado conél. Por él me he visto los seis

episodios de La guerra de lasgalaxias, para poder hablarcon él de los alienígenas, delos cazarrecompensas y detodo lo demás. Fui yo quien leregaló el casco de astronautaque apenas se quitó durantedos años. Con esto quierodecir que más o menos me heganado el derecho a pensar enél como si fuera mi hermano.

Y lo más curioso de todo esque aquellas mentiras que

contaba, aquellas ficciones,hacían que mi popularidadsubiese como la espuma. Lasotras monitoras se enteraronpor las campistas y nohablaban de otra cosa. Nuncajamás me han considerado unade las chicas «populares» ennada, pero aquel verano en elcampamento, fuera por lo quefuese, era la persona con laque todo el mundo queríajuntarse. Hasta las chicas del

bungalow 32 estaban comolocas conmigo. Me refiero alas chicas que están en lo másalto de la cadena alimenticia.Decían que les gustaba mipelo (aunque me cambiaron elcolor). Decían que les gustabacómo me maquillaba (aunqueeso también lo cambiaron).Me enseñaron a hacer topscon camisetas. Fumábamos.Nos escapábamos por lanoche y atravesábamos el

bosque para llegar alcampamento de los chicos.Salíamos con chicos.

Cuando volví a casa delcampamento, llamé a Evaenseguida para hacer planescon ella. No sé por qué nollamé a Via. Supongo que nome apetecía hablar de ciertascosas con ella. Me habríapreguntado por mis padres ypor el campamento. Encambio, Eva nunca me hacía

preguntas. En ese sentido, erauna amiga más fácil. No eratan seria como Via. Eradivertida. Cuando me teñí elpelo de rosa le pareció guay.Quería que le hablase deaquellas escapadas por elbosque a altas horas de lanoche.

El instituto Este curso apenas he visto aVia, y cuando me cruzaba conella, la situación era muyincómoda. Era como si meestuviese juzgando. Sabía queno le gustaba mi nuevoaspecto. Sabía que no le

gustaba mi grupo de amigos.A mí tampoco me gustabanlos suyos. No llegamos adiscutir; simplemente nosfuimos alejando. Con Evahablábamos mal de Via: que sies una mojigata, que si esto,que si lo otro. Sabíamos queestábamos siendo crueles,pero era más fácil olvidarlaconvenciéndonos de que eraella la que nos había hechoalgo malo. La verdad es que

Via no había cambiado enabsoluto: éramos nosotras lasque habíamos cambiado.Nosotras nos habíamosconvertido en otras personas,mientras que ella seguíasiendo la misma de siempre.Eso me molestaba muchísimoy no sabía por qué.

De vez en cuando mirabapara ver dónde se sentaba enel comedor, o comprobaba lalista de optativas para ver en

cuáles se había matriculado.Pero, menos unos cuantossaludos con la cabeza en lospasillos y algún «hola»ocasional, no volvimos ahablar.

Me fijé en Justin a mitad decurso, más o menos. Antes nome había fijado en él; bueno,sabía que era un tío flacucho yguapito con gafas de culo devaso y el pelo largo que iba atodas partes con su violín. Un

buen día lo vi a las puertas delinstituto con el brazo porencima de los hombros deVia. «¡Vaya, Via tienenovio!», le dije a Eva,burlándome un poco. No sépor qué me extrañó quetuviese novio. De las tres, erala más guapa: tenía los ojosazules y el pelo largo yondulado. Pero parecía que nole interesaban los chicos. Secomportaba como si fuese

demasiado lista para esascosas.

Yo también tenía novio: untío llamado Zack. Cuando ledije que iba a matricularme enla optativa de teatro, negó conla cabeza y me dijo: «Tencuidado, no vayas aconvertirte en una flipada delteatro». No es el tío máscomprensivo del mundo, peroes muy guapo. Y es de los máspopulares del instituto. Es una

estrella de las competicionesdeportivas.

Al principio no teníapensado elegir teatro.Entonces vi el nombre de Viaen la hoja de solicitud yescribí mi nombre en la lista.Ni siquiera sé por qué.Logramos evitarnos durantecasi todo el semestre, como sino nos conociéramos. Un díallegué a clase de teatro antesde tiempo y Davenport me

pidió que hiciese más copiasde la obra que tenía pensadoque representásemos para lafunción de primavera: Elhombre elefante. Había oídohablar de ella, pero no sabíade qué iba, así que me puse ahojearla mientras esperaba aque se quedase libre lafotocopiadora. Trataba de unhombre que vivió hace más decien años llamado JohnMerrick, alguien terriblemente

deforme.—No podemos representar

esta obra, señor D —le dijenada más volver a clase. Y leexpliqué por qué—: Mihermano pequeño tiene undefecto de nacimiento y tienela cara deformada, así que estaobra me afectaría demasiado.

Pareció molesto y pococomprensivo, pero le dije quemis padres tendrían un buenproblema con el instituto por

aquella obra. Al final acabócambiándola por Nuestraciudad.

Creo que me presenté alpapel de Emily Gibbs porquesabía que Via también iría apor él. Lo que no se me pasópor la cabeza fue que el papelsería mío.

Lo que más echo de menos Una de las cosas que más echode menos de ser amiga de Viaes su familia. Quería mucho asus padres. Siempre fueronmuy simpáticos y acogedoresconmigo. Sabía que querían asus hijos más que nada en el

mundo. Siempre me sentísegura con ellos: más seguraque en ninguna otra parte demi mundo. Qué patético,sentirme más segura en casade otra persona que en la míapropia, ¿eh? Y, claro está,quería a Auggie. A mí nuncame dio miedo, ni siquieracuando era pequeña. Teníaamigas que no se podían creerque fuera a casa de Via. «Sucara me da miedo», decían.

«Tú eres tonta», contestabayo. La cara de Auggie no estan desagradable cuando teacostumbras.

Un día llamé a casa de Viasolo para saludar a Auggie.Puede que una parte de míestuviese deseando quecontestase Via, no sé.

—¡Hola, Comandante Tom!—dije, usando el apodo con elque siempre le lamaba.

—¡Miranda! —Parecía tan

contento de oír mi voz que medesconcertó un poco—.¡Ahora voy a un colegionormal! —me dijoemocionado.

—¿De verdad? ¡Qué bien!—contesté, totalmenteimpresionada. Nunca penséque acabaría yendo a uncolegio normal. Sus padressiempre lo habían protegidomucho. Pensaba que siempresería aquel niño con el casco

de astronauta que le habíaregalado. Al hablar con él medi cuenta de que no tenía niidea de que Via y yo ya noéramos tan buenas amigas.

—En el instituto es distinto—le expliqué—. Acabasrelacionándote con un montónde gente diferente.

—En mi nuevo colegiotengo algunos amigos —mecontó—. Un chico que sellama Jack y una chica que se

llama Summer.—¡Uau, es genial!, Auggie

—dije—. Bueno, solo llamabapara decirte que te echo demenos y para desearte un felizAño Nuevo. Llámame siempreque te apetezca, ¿vale,Auggie? Ya sabes que siemprete querré.

—¡Y yo a ti, Miranda!—Saluda a Via de mi parte.

Dile que la echo de menos.—Se lo diré. ¡Adiós!

—¡Adiós!

Extraordinaria, pero sinnadie que lo vea

Ni mi madre ni mi padrepodían ir a ver la obra deteatro la noche del estreno: mimadre porque tenía algúncompromiso del trabajo, y mipadre porque su nueva mujer

iba a dar a luz en cualquiermomento, y tenía que estarpendiente.

Zack tampoco podía ir alestreno: tenía un partido devoleibol contra un equipouniversitario que no podíaperderse. Es más, me habíapedido que yo faltase alestreno para ir a animarlo a él.Todas mis «amigas» fueron alpartido, claro, porque todossus novios jugaban. Ni

siquiera Eva fue a verme.Pudiendo elegir, prefirió ircon los demás.

Por lo tanto, la noche delestreno allí no había nadie niremotamente cercano a mí. Lacuestión es que ya en el tercero el cuarto ensayo de la obrame di cuenta de que se medaba bien la interpretación.Me creía el papel. Comprendíalas palabras que pronunciaba.Leía las frases como si me

saliesen del cerebro y elcorazón. Sabía que la nochedel estreno iba a salirme mejorque bien: iba a estarmaravillosa. Iba a estarextraordinaria, pero no habríanadie para verlo.

Estábamos todos entrebambalinas, nerviosos,repasando mentalmentenuestras intervenciones. Miréa través del telón para ver a lagente que ya se sentaba en el

auditorio. Entonces vi aAuggie en el pasillo con Isabely Nate. Ocuparon tres asientosen la quinta fila, cerca de laparte central. Auggie llevabapajarita y miraba a sualrededor, emocionado. Habíacrecido un poco desde laúltima vez que lo había visto,casi un año antes. Tenía elpelo más corto y ahora llevabauna especie de audífono. Perosu cara no había cambiado

nada.Davenport estaba ocupado

con unos cambios de últimahora con el decorador. Vi aJustin paseándose nerviosopor el lado izquierdo delescenario, recitando sus textosentre dientes.

—Señor Davenport —dije,sorprendiéndome a mí mismamientras hablaba—. Lo siento,pero esta noche no puedoactuar.

Davenport se dio mediavuelta lentamente.

—¿Cómo? —dijo.—Lo siento.—¿Estás de broma?—Es que estoy… —

farfullé, mirando al suelo—.No me encuentro bien. Losiento. Creo que voy avomitar. —Aquello eramentira.

—Son los nervios delúltimo momento…

—¡No! ¡No puedo! Se lodigo en serio.

Davenport parecía furioso.—Miranda, esto es

intolerable.—¡Lo siento!Davenport respiró hondo,

como si estuviera intentandocontenerse. A decir verdad,pensé que estaba a punto deexplotar. La frente se le pusode un color rosa intenso.

—¡Miranda, esto es

inadmisible! Respira hondoy…

—¡No voy a actuar! —dijeen voz alta, y me puse a llorarcon mucha facilidad.

—¡Muy bien! —gritó sinmirarme, y se volvió hacia unchico llamado David, que eradecorador—. ¡Busca a Oliviaen el puesto de iluminación!¡Dile que tiene que sustituir aMiranda esta noche!

—¿Cómo? —contestó

David, que no destacaba porsu rapidez.

—¡Corre! —le gritóDavenport a la cara—.¡Ahora! —Los otros actoreshabían oído algo y se habíanreunido a nuestro alrededor.

—¿Qué pasa? —preguntóJustin.

—Cambio de planes deúltima hora —dijo Davenport—. Miranda no se encuentrabien.

—Tengo ganas de vomitar—expliqué, intentando que lopareciese.

—¿Y qué haces aquí? —meespetó Davenport enfadado—.¡Cállate, quítate el vestido ydáselo a Olivia! ¿Vale?¡Vamos todos! ¡Vamos,vamos!

Corrí al vestuario tan rápidocomo pude y empecé aquitarme el vestido. Dossegundos después llamaron a

la puerta y Via asomó lacabeza.

—¿Qué pasa? —preguntó.—Corre, póntelo —

contesté, dándole el vestido.—¿Te encuentras mal?—¡Sí! ¡Date prisa!Via parecía aturdida. Se

quitó la camiseta y losvaqueros y se coló el vestidopor la cabeza. Yo se lo bajé yle abroché la cremallera a laespalda. Afortunadamente,

Emily Webb no salía hasta quela obra llevaba ya diezminutos, así que la peluqueray la maquilladora pudieronrecogerle el pelo y maquillarlarápidamente. Nunca habíavisto a Via tan maquillada:parecía una modelo.

—No estoy segura de poderacordarme de mis diálogos —dijo Via mirándose en elespejo—. Bueno, tus diálogos.

—Lo harás muy bien —

contesté.Me miró en el espejo.—¿Por qué lo haces,

Miranda?—¡Olivia! —susurró

Davenport desde la puerta—.Entras dentro de dos minutos.¡Ahora o nunca!

Via salió por la puertadetrás de él, así que no tuveocasión de contestar supregunta. No sé qué habríadicho, la verdad. No estaba

segura de cuál era la respuesta.

La representación Vi el resto de la obra entrebambalinas, junto aDavenport. Justin estuvoincreíble. Y Via, en esa últimaescena desgarradora, estuvoalucinante. Hubo una frase enla que se lió un poco, pero

Justin le echó un cable y nadiedel público se dio cuenta. Oíaa Davenport farfullar: «Bien,bien, bien». Estaba másnervioso que todos losalumnos juntos: los actores,los decoradores, el equipo deiluminación y el que subía ybajaba el telón. La verdad esque Davenport tenía losnervios destrozados.

El único momento en queme arrepentí un poco, si es

que a eso se le puede llamararrepentirse, fue al final de laobra, cuando todos salieron asaludar. Via y Justin fueronlos últimos actores quesalieron al escenario y todo elpúblico se puso en pie cuandohicieron la reverencia.Reconozco que ese momentofue un poco agridulce. Perounos minutos después vi aNate, a Isabel y a Auggiedetrás del escenario y parecían

muy contentos. Todos estabanfelicitando a los actores ydándoles palmaditas en laespalda. Era el típico caos quese da entre bambalinas cuandolos actores, sudorosos, estáneufóricos mientras la genteacude a adorarlos duranteunos segundos. Entre tantagente, vi que Auggie estaba unpoco perdido. Fui hacia dondeestaba tan rápido como pude yaparecí detrás de él.

—¡Hola, Comandante Tom!—dije.

Después de la obra No sé por qué estaba tancontenta de ver a Auggiedespués de tanto tiempo, nipor qué me sentó tan bien suabrazo.

—No me lo puedo creer.Has crecido muchísimo —le

dije.—¡Creía que ibas a salir en

la obra! —me dijo.—No me encontraba bien

—contesté—. Pero Via lo hahecho de maravilla, ¿no crees?

Hizo un gesto deaprobación. Dos segundosdespués nos encontró Isabel.

—¡Miranda! —exclamóalegremente, y me dio un besoen la mejilla antes de dirigirsea August—: No vuelvas a

desaparecer así.—Eres tú quien ha

desaparecido —le contestóAuggie.

—¿Cómo te encuentras? —me dijo Isabel—. Via nos hadicho que estabasindispuesta…

—Estoy mucho mejor —contesté.

—¿Ha venido tu madre? —preguntó Isabel.

—No, tenía un compromiso

del trabajo, pero no pasa nada—dije sinceramente—. Aúnquedan dos funciones más,aunque no creo que interpretea Emily tan bien como Viaesta noche.

Llegó Nate y tuvimosbásicamente la mismaconversación.

—Oye, vamos a cenar paracelebrar el éxito de la obra —dijo Isabel—. ¿Te apetecevenir con nosotros? ¡Nos

encantaría que vinieras!—Eh… no… —empecé a

decir.—Por favoooor —dijo

Auggie.—Debería irme a casa —

contesté.—Insistimos —replicó

Nate.Entonces llegaron Via y

Justin con su madre. Via mepasó el brazo por encima delos hombros.

—Pues claro que vienes —dijo, sonriéndome como enlos viejos tiempos.

Salimos todos juntos deaquel gentío y tengo quereconocer que por primera vezen mucho, mucho tiempo, fuicompletamente feliz.

Octava parte

AUGUST

Los campamentos dequinto curso

Cada año, en primavera, losalumnos de quinto de Beecherpasan tres días y dos nochesen un lugar llamado laReserva Natural Broarwood,en Pensilvania. Se tardan

cuatro horas en llegar enautobús. Los alumnosduermen en cabañas conliteras. Se hacen hogueras, setuestan nubes de azúcar y sedan largos paseos por elbosque. Los profesores llevantodo el curso preparándonospara esto, así que todos estánmuy emocionados… todosmenos yo. No es que no estéemocionado, porque un pocosí que lo estoy; lo que pasa es

que nunca he dormido fuerade casa y ando un poconervioso.

Casi todos los niños de miedad han dormido alguna vezfuera de casa. Muchos ya hanido a campamentos, o se hanquedado en casa de susabuelos a dormir, o yo qué sé.Yo no, a menos que cuentenlas estancias en un hospital,pero incluso en ese casomamá o papá se quedaban

siempre conmigo durante lanoche. Nunca me he quedadoa dormir en casa de losabuelitos, ni en casa de la tíaKate y el tío Po. Cuando eramuy pequeño, era porquehabía demasiadascomplicaciones médicas,como tener que limpiar el tubotraqueal cada hora, o volver ameterme el tubo de la comidasi se me soltaba. Pero despuésnunca me ha apetecido pasar

la noche en ningún otro sitio.Una vez estuve a punto dequedarme a dormir en casa deChristopher. Tendríamos unosocho años y aún éramos muybuenos amigos. Nuestrafamilia había ido de visita a sucasa y Christopher y yo nos loestábamos pasando en grandejugando con las piezas deLego de La guerra de lasgalaxias. Cuando llegó la horade irnos, yo no quería irme.

«Por favor, por favor, porfavor, ¿puedo quedarme adormir?», pregunté. Nuestrospadres dijeron que sí, y mamá,papá y Via se fueron a casa.Christopher y yo nosquedamos levantados hasta lasdoce de la noche, jugando,hasta que Lisa, su madre, dijo:«Chicos, ya es hora deacostarse». En ese momentome entró el pánico. Lisaintentó ayudarme a que me

durmiese, pero me eché allorar y quise irme a casa. A launa de la mañana, Lisa llamó amis padres, y papá volvió aBridgeport para recogerme.No llegamos a casa hasta lastres. La única vez que heintentado dormir fuera de casafue un desastre, por eso mepone un poco nervioso lo delcampamento.

Pero también estoysuperemocionado.

Famoso por… Le pedí a mamá que mecomprase una nueva bolsa deviaje, porque la mía era de Laguerra de las galaxias y nopensaba llevármela alcampamento. Por mucho queme guste La guerra de las

galaxias, no quiero serfamoso por eso. Ensecundaria, todo el mundo esfamoso por algo. Por ejemplo,Reid es famoso por ser unapasionado de la vida marina,los océanos y esas cosas.Amos, por jugar muy bien albéisbol. Charlotte, por habersalido en un anuncio de la telecuando tenía seis años. YXimena es famosa por sermuy lista.

Lo que quiero decir es queen secundaria eres famoso porlo que te gusta, y hay quetener cuidado con esas cosas.Por ejemplo, a Max G y a MaxW seguirán recordándolesdurante toda la vida suobsesión por Dungeons &Dragons.

Por eso intentaba librarmeun poco de La guerra de lasgalaxias. Siempre ha sidoespecial para mí, igual que

para el médico que me pusolos audífonos. Pero no quieroser famoso por eso. No sé porqué quiero ser famoso, peropor eso no.

No es del todo cierto: sé desobra por qué soy famoso,pero con eso no puedo hacernada. Con lo de la bolsa deviaje de La guerra de lasgalaxias, sí.

El equipaje Mamá me ayudó a hacer elequipaje la noche anterior algran viaje. Pusimos sobre lacama toda la ropa que iba allevarme y ella iba doblándolay poniéndola dentro de labolsa de viaje mientras yo la

miraba. Por cierto, era unabolsa de viaje azul, sin letrasni dibujos.

—¿Y si no puedo dormirpor las noches? —pregunté.

—Llévate un libro. Si nopuedes dormir, saca la linternay lee un rato hasta que te désueño —contestó.

Asentí con la cabeza.—¿Y si tengo una pesadilla?—Tus profesores estarán

allí, cielo. Y Jack. Y tus

amigos.—Puedo llevarme a Baboo

—dije. De pequeño era mianimal de peluche favorito. Esun osito negro con la nariznegra y suave.

—Pero si ya no duermescon él —contestó mamá.

—No, pero lo guardo en elarmario por si me despiertodurante la noche y no puedovolver a dormirme —dije—.Podría esconderlo en la bolsa

de viaje. Nadie lo sabría.—Pues haremos eso —

repuso mamá, y sacó a Baboodel armario.

—Ojalá nos dejasenllevarnos el móvil —dije.

—¡Eso digo yo! Aunque séque vas a pasártelo muy bien,Auggie. ¿Seguro que quieresque meta a Baboo?

—Sí, pero en el fondo, paraque no lo vea nadie.

Metió a Baboo en el fondo

de la bolsa y le puso encimalas últimas camisetas.

—¡Cuánta ropa para dosdías!

—Tres días y dos noches —la corregí.

—Eso —contestó sonriendo—. Tres días y dos noches. —Cerró la cremallera de la bolsay la levantó—. No pesa tanto.Prueba.

Levanté la bolsa.—Está bien —dije,

encogiéndome de hombros.Mamá se sentó en la cama.—Oye, ¿qué le ha pasado a

tu póster de El Imperiocontraataca?

—Ah, lo quité hace unmontón de tiempo —contesté.

—Vaya, no me había dadocuenta —dijo mamá negandocon la cabeza.

—Estoy intentando cambiarde imagen un poco —leexpliqué.

—Vale —contestó,sonriendo y asintiendo comosi lo entendiese—. Oye, cielo,tienes que prometerme que note olvidarás de ponerte elspray para los mosquitos,¿vale? En las piernas, sobretodo cuando vayáis a dar unpaseo por el bosque. Está en elprimer bolsillo.

—Sí…—Y ponte la protección

solar —añadió—. No querrás

quemarte. Y que no se teolvide, repito, que no se teolvide quitarte los audífonossi vas a bañarte.

—¿Podría electrocutarme?—No, pero tendrías que

vértelas con papá, porque esostrastos cuestan una fortuna —dijo, y se echó a reír—.También te he metido elimpermeable en el primerbolsillo. Lo mismo te digo sise pone a llover, Auggie.

Acuérdate de tapar losaudífonos con la capucha.

—Señor, sí, señor —contesté haciendo el saludomilitar.

Mamá sonrió.—No me puedo creer todo

lo que has crecido este año,Auggie —dijo en voz baja,poniéndome las manos a loslados de la cara.

—¿Parezco más alto?—Y tanto —me contestó.

—Sigo siendo el más bajodel curso.

—No me refiero a tuestatura —dijo.

—¿Y si aquello no me gustanada?

—Vas a pasártelo engrande, Auggie.

Asentí. Mamá se levantó yme dio un beso en la frente.

—Deberías acostarte ya.—¡Solo son las nueve,

mamá!

—El autobús sale a las seisde la mañana. No querrásllegar tarde. Vamos. Corre,corre. ¿Te has lavado ya losdientes?

Dije que sí con la cabeza yme subí a la cama. Mamá setumbó a mi lado.

—Esta noche no hace faltaque me acuestes, mamá —dije—. Voy a leer yo solo hastaque me dé sueño.

—¿De verdad? —me

preguntó, impresionada. Meapretó la mano y le dio unbeso—. Muy bien. Buenasnoches, cielo. Que duermasbien.

—Tú también.Encendió la lamparita que

hay junto a la cama.—Te escribiré cartas —dije

mientras se iba—. Aunque esprobable que vuelva antes deque las recibáis.

—Entonces las leeremos

juntos —contestó, y me lanzóun beso.

Cuando salió de lahabitación, cogí mi ejemplard e El león, la bruja y elarmario de la mesita de nochey me puse a leer hasta que mequedé dormido.

… aunque la bruja conocía laexistencia de la MagiaInsondable, existe una MagiaMás Insondable aún que ella

desconoce. Sus conocimientos seremontan únicamente a losalbores del tiempo; pero sihubiera podido mirar un pocomás atrás, a la quietud y laoscuridad que existía antes delamanecer del tiempo, habríaleído allí un sortilegio distinto.

Al amanecer A la mañana siguiente medesperté muy temprano. Mihabitación aún estaba aoscuras y fuera aún estabamás oscuro, aunque sabía queno tardaría en amanecer. Medi media vuelta, pero ya no

tenía sueño. Entonces vi aDaisy sentada junto a micama. Bueno, ya sé que no eraDaisy, pero durante unsegundo vi una sombra queparecía ella. En ese momentono pensé que fuera un sueño,pero, visto ahora, sé que tuvoque serlo. No me puse triste alverla, sino que fue unasensación muy agradable. Unsegundo después ya no estaba,y no volví a verla en la

oscuridad.La habitación se fue

iluminando poco a poco. Cogílos audífonos y me los puse:el mundo por fin habíadespertado. Oí los camionesde la basura haciendo ruido enla calle y los pájaros en eljardín. Al otro lado del pasillosonó la alarma del despertadorde mamá. El fantasma deDaisy me hizo sentirmesuperfuerte por dentro. Sabía

que, fuese a donde fuese, ellaestaría conmigo.

Me levanté y fui hasta lamesa para escribirle una nota amamá. Luego fui al salón y vimi equipaje junto a la puerta.Abrí la bolsa y rebusqué hastaque encontré lo que buscaba.

Me llevé a Baboo a mihabitación, lo puse sobre lacama y le pegué al pecho unanota para mamá. Luego lo tapécon la manta para que mamá

lo descubriese más tarde. Lanota ponía:

Querida mamá:No voy a necesitar a Baboo, perosi me echas de menos puedesacurrucarte contra él.Besos,Auggie

El primer día El viaje en autobús fue muyrápido. Me senté junto a laventana y Jack se puso a milado, en la parte del pasillo.Summer y Maya estabandelante de nosotros. Todo elmundo estaba de buen humor.

Hablaban en voz alta, se reíanun montón. Enseguida me dicuenta de que Julian no iba ennuestro autobús, aunqueHenry y Miles sí iban. Penséque estaría en el otro autobús,pero entonces oí que Miles lecontaba a Amos que Julianhabía pasado del viaje porquepensaba que aquello delcampamento en plenanaturaleza era «una chorrada».Fue un alivio, porque pensar

en tener que enfrentarme aJulian durante tres díasseguidos —y dos noches—era una de las principalesrazones por las que me poníanervioso aquel viaje. Ahoraque sabía que no estaba, podíarelajarme y no preocuparmepor nada.

Llegamos a la reservanatural a eso de mediodía. Loprimero que hicimos fue dejarnuestras cosas en las cabañas.

En cada habitación había tresliteras, así que Jack y yo nosjugamos quién dormiría en lalitera de arriba a piedra, papelo tijera y gané yo. Viva. Losotros chicos que había en lahabitación eran Reid y Tristan,y Pablo y Nino.

Después de comer en lacabaña principal, fuimos a darun paseo guiado de dos horaspor el bosque. Pero aquelbosque no era como el de

Central Park: aquel era unbosque de verdad. Habíaárboles gigantes que tapabancasi por completo la luz delsol, marañas de hojas ytroncos caídos. Y aullidos,gorjeos y chillidos de pájaros.También había una leveniebla, una especie de humoazul pálido que nos envolvía.Qué guay. El guía nos lo ibaseñalando todo: los diferentestipos de árboles que nos

encontrábamos, los insectosque había dentro de lostroncos caídos en mitad delcamino, las huellas de ciervosy osos, la clase de pájaros queestaban cantando y dóndepodíamos encontrarlos. Me dicuenta de que mis audífonosde Lobot me hacían oír mejorque casi todos los demás,porque casi siempre era yo elprimero en oír el reclamo deun pájaro nuevo.

Mientras volvíamos alcampamento se puso a llover.Saqué el impermeable y mepuse la capucha para que nose me mojasen los audífonos,pero cuando llegamos a lascabañas tenía empapados losvaqueros y los zapatos. Todosacabamos mojados. Pero eradivertido. En la cabañahicimos una pelea decalcetines mojados.

Como estuvo lloviendo el

resto del día, nos pasamos casitoda la tarde haciendo el gansoen la sala de recreo. Teníanuna mesa de ping-pong ymáquinas recreativas antiguascomo el Comecocos y elMissile Command a las quejugamos hasta la hora decenar. Menos mal que paraentonces ya había dejado dellover y pudimos cenar al airelibre con una hoguera deverdad. Los bancos alrededor

de la hoguera aún estaban unpoco húmedos, pero nossentamos sobre las chaquetasy nos reunimos alrededor delfuego, tostamos nubes deazúcar y comimos los mejoresperritos calientes que heprobado en mi vida. Mamátenía razón con lo de losmosquitos: había un montón.Menos mal que me habíaechado el spray antes de salirde la cabaña, porque no me

comieron vivo como a otros.Me encantó estar junto a la

hoguera después deanochecer. Me encantó vercómo las chispas del fuegosubían flotando ydesaparecían en la noche. Ycómo el fuego iluminaba lascaras de la gente. También meencantó el sonido de la fogata.Y que el bosque fuese tanoscuro que no se veía nada delo que había alrededor, y que

si mirabas hacia arriba podíasver un millón de estrellas. EnNorth River Heights el cielono es así. Pero en Montauk esparecido: es como si alguienhubiese espolvoreado salsobre una mesa negrabrillante.

Cuando volví a la cabañaestaba tan cansado que nonecesité sacar el libro paraleer. Me dormí nada másapoyar la cabeza sobre la

almohada. Y a lo mejor soñécon las estrellas, no sé.

La feria El día siguiente fue tanincreíble como el primero. Porla mañana salimos a montar acaballo y por la tarderapelamos por unos árbolesgigantes con la ayuda de losguías. Cuando regresamos a

las cabañas para cenar, todosvolvíamos a estar cansados.Después de cenar nos dijeronque teníamos una hora paradescansar y que despuésiríamos en autobús hasta laferia para ver una película alaire libre.

Aún no había podidoescribirles una carta a mamá,papá y Via, así que les escribíuna contándoles todo lo quehabíamos hecho durante ese

día y el anterior. Me imaginéleyéndosela en voz altacuando volviese, porque eraimposible que la carta llegasea casa antes que yo.

Cuando llegamos a la feria,el sol ya se estaba poniendo.Eran las siete y media. Lassombras se alargaban sobre lahierba y las nubes eran decolor rosa y naranja. Era comosi alguien hubiese cogido tizade la de pintar en las aceras y

hubiese difuminado loscolores por todo el cielo conlos dedos. No es que no hayavisto atardeceres bonitos en laciudad, porque sí que los hevisto —rodajas de atardecerentre edificios—, pero noestaba acostumbrado a vertanto cielo en todasdirecciones. Allí, en la feria,entendí por qué antiguamentela gente pensaba que el mundoera plano y el cielo una

bóveda que se cerraba en lomás alto. Eso era lo queparecía desde la feria, enmitad de aquel campo enorme.

Como éramos el primercolegio en llegar, pudimoscorrer por el campo todo loque quisimos hasta que losprofesores nos dijeron quepusiéramos los sacos dedormir en el suelo yeligiésemos un buen sitio paraver la película. Abrimos los

sacos y los pusimos sobre lahierba, como si fuesen mantasde picnic, delante de lagigantesca pantalla de cine quehabía en mitad del campo.Luego fuimos a la hilera decaravanas de comida quehabía aparcadas a un lado delcampo para comprar refrescosy algo de comer. Tambiénhabía puestos, como en elmercado, donde vendíancacahuetes tostados y algodón

de azúcar. Y un poco más alláhabía una hilera corta depuestos de feria, de esosdonde puedes ganar un animalde peluche si cuelas una pelotaen una cesta. Jack y yointentamos ganar algo, aunqueno lo conseguimos, pero nosenteramos de que Amos habíaganado un hipopótamoamarillo y se lo había regaladoa Ximena. Era el cotilleo demoda: el deportista y la

empollona.Desde los puestos de

comida se veían los tallos delmaíz que había plantado detrásde la pantalla de cine.Ocupaban una tercera partedel terreno. El resto estabatotalmente rodeado de árboles.A medida que el sol se ibaponiendo, los altos árboles dela entrada parecían tener uncolor azul cada vez másoscuro.

Cuando llegaron alaparcamiento los otrosautobuses escolares, volvimosa nuestros sitios sobre lossacos de dormir, justo delantede la pantalla. Nosotrosteníamos los mejores sitios.Todo el mundo compartíacosas de comer y se lo pasabaen grande. Jack, Summer,Reid, Maya y yo jugamos alPictionary. Oíamos el ruido delos otros colegios al llegar, las

risas y las conversaciones degente que llegaba al campopor nuestra derecha y nuestraizquierda, pero no losveíamos. Aunque aúnquedaba algo de luz en elcielo, el sol se había puestodel todo y en el suelo todo sehabía vuelto de un colormorado. Las nubes ya no eranmás que sombras. Nos costabaver las cartas del Pictionaryincluso poniéndolas delante de

nuestras propias narices.Y entonces, sin previo

aviso, se encendieron losfocos que había en las cuatroesquinas del terreno. Separecían a los enormes focosde los estadios. Me recordó aaquella escena de Encuentrosen la tercera fase cuandoaterriza la nave extraterrestre ysuena esa música: «duh-dah-du-da-dunnn». Todo elmundo se puso a aplaudir y a

gritar como si acabara desuceder algo increíble.

Portaos bien con lanaturaleza

Por los enormes altavoces quehabía junto a los focoscomenzó a sonar un anuncio:

—Bienvenidos a lavigésimo tercera noche anualde cine en la Reserva Natural

Broarwood. Bienvenidos,profesores y alumnos de… laEscuela de Secundaria 342, elColegio William Heath. —Seoyó una enorme ovacióndesde el lado izquierdo delcampo—. Bienvenidos,profesores y alumnos de laAcademia Glover. —Se oyóotra ovación, esta vez desde ellado derecho del campo—. Ybienvenidos, profesores yalumnos del… colegio de

secundaria Beecher. —Nuestro grupo gritó todo lofuerte que pudo—. Nosencanta teneros comoinvitados esta noche, y nosencanta también que no noshaya fallado el tiempo. Dehecho, hace una nochepreciosa. —Todos volvimos agritar y a aullar—. Mientraspreparamos la película, osrogamos que dediquéis unmomento a escuchar este

importante anuncio. LaReserva Natural Broarwood,como ya sabéis, se dedica aproteger nuestros recursosnaturales y el medio ambiente.Os rogamos que no dejéisbasura. Limpiad lo queensuciéis. Portaos bien con lanaturaleza y ella se portarábien con vosotros. Ospedimos que lo tengáis encuenta. No paséis al otro ladode los conos anaranjados que

hay en el borde del recintoferial. No entréis en loscampos de maíz ni en elbosque. Por favor, no ospongáis a dar vueltas. Aunqueno os apetezca ver la película,quizá vuestros compañeros nopiensen igual, así que porfavor sed educados: nohabléis, no pongáis música yno corráis. Los servicios estánal otro lado de los puestos.Cuando acabe la película será

muy de noche, por eso ospedimos que no os separéis devuestro grupo y volváis a losautobuses. Profesores, en lasnoches de cine de Broarwoodcasi siempre se pierde alguien:¡que no os pase a vosotros! Lapelícula de esta noche es…¡Sonrisas y lágrimas!

Me puse a aplaudir, aunqueya la había visto unas cuantasveces, porque era la películafavorita de Via. Me sorprendió

que unos cuantos chicos (queno eran del cole) se pusiesen asilbar y a reírse. Alguien dellado derecho del campo lanzóuna lata de refresco a lapantalla, lo cual sorprendió alseñor Traseronian. Vi que selevantó y miró hacia el lugardesde donde habían lanzado lalata, aunque sabía que novería nada en aquellaoscuridad.

Enseguida empezó la

película. Los focos perdieronintensidad. María, la novicia,estaba en lo alto de la montañadando vueltas y más vueltas.De repente había refrescado,así que me puse mi sudaderaamarilla de Montauk, ajusté elvolumen de los audífonos, merecosté sobre la mochila y mepuse a ver la película.

«El dulce cantar…»

El bosque está vivo En algún momento de esaparte aburrida en que el tíoque se llama Rolf y la hijamayor cantan «Cumplirásdiecisiete años», Jack me dioun codazo.

—Tío, tengo que ir a mear

—dijo.Los dos nos levantamos y

pasamos por encima de todoel mundo que estaba sentado otumbado sobre los sacos dedormir con cuidado de nopisarlos. Summer me saludó alpasar y yo le devolví elsaludo.

Había un montón de gentede los otros colegios por lazona de las caravanas decomida, jugando en los

puestos de feria o no haciendonada en concreto.

Claro está, la cola para losservicios era enorme.

—Déjalo, buscaré un árbol—dijo Jack.

—No seas bruto, Jack.Vamos a esperar —contesté.

Pero Jack echó a andarhacia la fila de árboles quehabía justo donde acababa elcampo, al otro lado de losconos anaranjados que nos

habían dado órdenes concretasde no cruzar. Yo lo seguí,claro. No llevábamos laslinternas porque se nos habíaolvidado cogerlas. Aquelloestaba tan oscuro que,mientras caminábamos hacialos árboles, no se veía nada adiez pasos por delante.Afortunadamente, la películadaba algo de luz, así quecuando vimos el haz de unalinterna que salía del bosque y

avanzaba hacia nosotros,enseguida supimos que eranHenry, Miles y Amos.Supongo que ellos tampocohabían querido hacer cola paraentrar en los servicios.

Miles y Henry seguían sinhablarle a Jack, pero Amos sehabía olvidado de la guerrahacía mucho tiempo. Nossaludó con la cabeza alcruzarnos.

—¡Tened cuidado con los

osos! —gritó Henry, y Miles yél se echaron a reír mientras sealejaban.

Amos negó con la cabezacomo queriendo decir que noles hiciésemos ni caso.

Jack y yo nos alejamos unpoco más hasta entrar en elbosque. Jack buscó el árbolperfecto y por fin hizo lo quetenía que hacer, aunque a míme pareció que tardaba unaeternidad.

En el bosque se oíanextraños sonidos, gorjeos ygraznidos, como si unamuralla de ruidos fuesesaliendo de los árboles. Luegoempezamos a oír unoschasquidos cerca de dondeestábamos, como el ruido quehace una pistola deperdigones, que desde luegono procedía de ningún insecto.A lo lejos, como si viniese deotro mundo, oímos la canción

«Gotas de rocío en las rosas ybigotes de gatitos».

—Ah, esto ya es otra cosa—dijo Jack, subiéndose lacremallera.

—Ahora tengo que mear yo—contesté, y lo hice en elárbol que tenía más cerca. Nide broma iba a alejarme másque Jack.

—¿Lo hueles? Huele apetardos —preguntó Jackacercándose a mí.

—Sí, huele a esoexactamente —contesté,subiéndome la cremallera—.Qué raro.

—Vámonos.

Alien Volvimos por dondehabíamos llegado, endirección a la pantalla gigante.Entonces nos tropezamos conun grupo de chicos que noconocíamos. Ellos salían deentre los árboles, de hacer

algo que estoy seguro que asus profesores no les hubiesegustado. Olía a humo depetardos y a cigarrillos. Nosiluminaron con una linterna.Eran seis: cuatro chicos y doschicas. Parecían de séptimo.

—¿De qué colegio sois? —preguntó uno de los chicos.

—De Beecher —comenzó adecir Jack, cuando de repenteuna de las chicas se puso agritar.

—¡Dios mío! —gritó,tapándose los ojos con lamano como si estuvierallorando. Pensé que a lo mejorun bicho enorme se habíachocado contra su cara.

—¡No puede ser! —gritóuno de los chicos, y se puso asacudir la mano, como siacabase de tocar algo muycaliente. Luego se tapó la bocacon esa misma mano—. ¡Nopuede ser, tío! ¡No puede ser!

Todos se echaron a reír y ataparse los ojos mientras seempujaban entre sí y soltabantacos en voz alta.

—¿Qué es eso? —dijo elchico que nos estabailuminando con la linterna, ysolo entonces me di cuenta deque me estaba enfocando lacara y que era yo de quienestaban hablando… o másbien gritando.

—Vámonos de aquí —me

dijo Jack en voz baja. Y metiró de la manga de lasudadera y echamos a andarpara alejarnos de ellos.

—¡Espera, espera, espera!—gritó el chico de la linterna,cerrándonos el paso. Volvió aenfocarme la cara con lalinterna. Ya solo estaba a unmetro y medio de distancia—.¡Ay, madre! ¡Ay, madre! —dijo, negando con la cabeza ycon la boca abierta de par en

par—. ¿Qué le ha pasado a tucara?

—Déjalo, Eddie —dijo unade las chicas.

—¡No sabía que esta nochep o n í a n El señor de losanillos! —exclamó—. ¡Mirad,chicos, es Gollum!

El comentario hizo que susamigos se partiesen de risa.

Intentamos de nuevoalejarnos de ellos, pero el talEddie volvió a cortarnos el

paso. Le sacaba a Jack unacabeza por lo menos, y Jackya me sacaba una cabeza a mí,así que aquel tío me parecíaenorme.

—¡No, tío, es Alien! —dijootro de los chicos.

—No, no, no, tío. ¡Es unorco! —contestó Eddie entrerisas, volviendo a iluminarmela cara con la linterna. Ahoralo teníamos justo delante.

—Déjalo en paz, ¿vale? —

dijo Jack, apartando la manocon la que sostenía la linterna.

—¿Vas a obligarme? —preguntó Eddie, iluminandoahora la cara de Jack.

—¿Qué problema tienes,tío? —dijo Jack.

—¡Tu novio es miproblema!

—Vámonos, Jack —dije,agarrándolo del brazo.

—¡Vaya, pero si habla ytodo! —gritó Eddie,

iluminándome otra vez la caracon la linterna. Entonces unode los otros chicos nos tiró unpetardo a los pies.

Jack intentó pasar junto aEddie, pero Eddie puso susmanos sobre los hombros deJack y lo empujó con fuerza.Jack se cayó hacia atrás.

—¡Eddie! —gritó una de laschicas.

—Oye —dije,interponiéndome entre Jack y

él y levantando las manoscomo si fuese un guardia detráfico—. Somos mucho máspequeños que vosotros…

—¿Estás hablandoconmigo, Freddy Krueger? Nocreo que quieras meterteconmigo, monstruo —contestó Eddie.

En ese momento supe quedebía echar a correr todo lorápido que pudiese, pero Jackseguía en el suelo y no

pensaba dejarlo tirado.—¡Eh, colega! —dijo una

nueva voz a nuestras espaldas—. ¿Qué pasa, tío?

Eddie se dio media vuelta yapuntó con la linterna hacia ellugar de donde salía la voz.Durante un segundo no pudecreerme quién era.

—Déjalos en paz, tío —dijoAmos, con Miles y Henrydetrás de él.

—¿Quién lo dice? —

preguntó uno de los chicosque iban con Eddie.

—Que los dejéis en paz, tío—repitió Amos con muchacalma.

—¿Tú también eres unmonstruo? —preguntó Eddie.

—¡Sois todos una panda demonstruos! —dijo uno de susamigos.

Amos no contestó, pero nosmiró y añadió:

—Vamos, chicos. El señor

Traseronian nos estáesperando.

Sabía que era mentira, peroayudé a Jack a levantarse yechamos a andar hacia Amos.Entonces, sin venir a cuento,el tal Eddie me agarró de lacapucha mientras pasaba juntoa él, tiró de ella con fuerza yme caí de espaldas al suelo.Me llevé un buen golpe y mehice bastante daño en un codocon una piedra. No vi qué

pasó luego. Bueno, sí, vi queAmos embistió a Eddie comosi fuese una camioneta de esascon ruedas gigantes y los doscayeron al suelo junto a mí.

Después todo fue unalocura. Alguien me agarró dela manga y gritó: «¡Corre!»mientras otro gritaba: «¡A porellos!» al mismo tiempo, ydurante unos segundos tuve ados personas tirándome de lasmangas de la sudadera, cada

una en una dirección. Los dossoltaban tacos. De pronto, lasudadera se desgarró y elprimer chico me agarró delbrazo y tiró de mí para quecorriese detrás de él. Lo hicelo mejor que pude. Oía ruidode pasos detrás de nosotros,persiguiéndonos, y voces ychicas gritando, pero estabatan oscuro que no sabía dequién era cada voz. Todosonaba como si estuviéramos

bajo el agua. Corríamos comolocos en la oscuridad másabsoluta, y cada vez queintentaba ir más despacio, elchico que me tiraba del brazogritaba: «¡No te pares!».

Voces en la oscuridad Al final, después de unacarrera que a mí se me hizoeterna, alguien gritó:

—¡Creo que los hemosdespistado!

—¿Amos?—¡Aquí estoy! —dijo

Amos a unos pasos detrás denosotros.

—¡Podemos parar! —gritóMiles desde más allá.

—¡Jack! —chillé.—¡Uf! —dijo Jack—. Aquí

estoy.—¡No veo nada!—¿Estás seguro de que los

hemos despistado? —preguntó Henry, soltándome elbrazo. Entonces comprendíque era él quien había tirado

de mí mientras corríamos.—Sí.—¡Chist! ¡Vamos a

escuchar!Todos nos quedamos

supercallados mientrasescuchábamos a ver si oíamospasos en la oscuridad. Loúnico que se oía eran losgrillos, las ranas y nuestrosjadeos exagerados. Estábamossin aliento, nos dolía la barrigay doblábamos el cuerpo hacia

delante.—Los hemos despistado —

dijo Henry.—¡Hala! ¡Ha sido increíble!—¿Qué ha pasado con la

linterna?—¡Se me ha caído!—¿Cómo sabíais lo de esos

tíos? —preguntó Jack.—Los habíamos visto antes.—Parecían unos capullos.—¡Has embestido contra él!

—le dije a Amos.

—Sí, ya lo sé —contestóAmos riéndose.

—¡No se lo esperaba! —dijo Miles.

—Dice: «¿Tú también eresun monstruo?» y vas tú y ¡zas!—contestó Jack.

—¡Zas! —repitió Amos,dando un puñetazo al aire—.Pero después de tirarlo alsuelo, me he dicho: «¡Corre,Amos, pedazo de imbécil, quees diez veces más alto que

tú!». Me he levantado y heechado a correr tan rápidocomo he podido.

Todos soltamos unacarcajada.

—Yo he agarrado a Auggiey le he dicho: «¡Corre!» —dijo Henry.

—¡No sabía que eras túquien tiraba de mí! —contesté.

—Ha sido increíble.—Superincreíble.—Te sale sangre del labio,

tío.—Me han dado un par de

puñetazos —contestó Amos,limpiándose el labio.

—Yo creo que eran deséptimo.

—Eran enormes.—¡Pringados! —gritó

Henry, pero todos le hicimoscallar.

Nos quedamos escuchandodurante unos segundos paracomprobar que nadie lo había

oído.—¿Se puede saber dónde

narices estamos? —preguntóAmos—. Ni siquiera se ve lapantalla.

—Creo que estamos en losmaizales —contestó Henry.

—¿No me digas? ¿Estamosen los maizales? —replicóMiles, empujándolo con unaplanta de maíz.

—Ya sé dónde estamos —dijo Amos—. Tenemos que

volver en esa dirección. Asíllegaremos a la otra punta delcampo.

—Eh, tíos —contestó Jack,levantando una mano—. Hasido guay que hayáis vuelto apor nosotros. Guay de verdad.Gracias.

—De nada —dijo Amos,entrechocando la palma de lamano con él.

Miles y Henry tambiénhicieron lo mismo.

—Sí, tíos, gracias —dije yo,levantando la mano igual quehabía hecho Jack, pero noestaba seguro de si a mítambién me la entrechocarían.

Amos me miró y asintió.—Te has defendido bien,

pequeñín —dijo, chocándomeesos cinco.

—Sí, Auggie —dijo Miles,chocando palmas conmigo—.Con eso de: «Somos máspequeños que vosotros»…

—No sabía qué otra cosadecir —contesté, riéndome.

—Ha estado guay —dijoHenry, y él también me chocóesos cinco—. Siento haberteroto la sudadera.

Miré hacia abajo y vi quetenía la sudaderacompletamente desgarrada porla mitad. Me habían arrancadouna manga y la otra estaba tanestirada que me colgaba hastalas rodillas.

—Oye, te sangra el codo —señaló Jack.

—Ya. —Me encogí dehombros. Estaba empezando adolerme mucho.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Jack al verme lacara.

Asentí. De pronto teníaganas de llorar y estabaintentando por todos losmedios no hacerlo.

—¡Espera, te han

desaparecido los audífonos!—dijo Jack.

—¿Cómo? —grité,tocándome las orejas. Nollevaba los audífonos. Por esome parecía que estaba bajo elagua—. ¡Oh, no! —dije, yentonces ya no pude más.Todo lo que me había pasadome superó de repente y nopude evitarlo: me eché allorar. Pero a llorar a lo bestia,«como una Magdalena», que

decía mamá. Me dio tantavergüenza que escondí lacabeza bajo el brazo, pero nopude evitar que las lágrimascontinuaran saliendo.

Los cuatro se portaronsuperbién. Me dieronpalmaditas en la espalda.

—Tranquilo, tío. No pasanada —dijeron.

—Eres un tío valiente,¿sabes? —dijo Amos,pasándome el brazo por

encima de los hombros.Y como no podía parar de

llorar, me abrazó con los dosbrazos igual que habría hechomi padre y me dejó llorar.

La guardia del emperador

Retrocedimos sobre nuestrospropios pasos durante unosdiez minutos para ver sipodíamos encontrar losaudífonos, pero estabademasiado oscuro y no se veíanada. Teníamos que

agarrarnos de las camisetas ycaminar en fila india para notropezar el uno con el otro.Era como si alguien hubiesevertido tinta negra a nuestroalrededor.

—Es inútil —dijo Henry—.Podrían estar en cualquierparte.

—A lo mejor podríamosvolver con una linterna —contestó Amos.

—No, no pasa nada —dije

—. Mejor regresamos.Gracias, de todos modos.

Volvimos hacia los maizalesy los cruzamos hasta quevimos de nuevo la parte deatrás de la pantalla gigante.Como estaba de espaldas anosotros, no nos dio nada declaridad hasta que volvimos allugar donde acababan losárboles. Allí empezamos a verun poco de luz.

No había ni rastro de los de

séptimo por ninguna parte.—¿Dónde pensáis que se

habrán metido? —preguntóJack.

—Habrán vuelto a lascaravanas de comida —contestó Amos—. Se pensaránque vamos a chivarnos.

—¿Vamos a chivarnos? —preguntó Henry.

Todos me miraron. Neguécon la cabeza.

—Vale —dijo Amos—.

Pero oye, pequeñín, novuelvas a pasearte solo poraquí, ¿vale? Si necesitas ir aalguna parte, dínoslo y teacompañaremos.

—Vale —contesté.Al acercarnos a la pantalla,

oí «Iba un pastor por el montesolo» y olí el algodón deazúcar de uno de los puestosque había junto a lascaravanas de comida. Habíaun montón de chicos

pululando por allí, así que metapé la cabeza con lo quequedaba de la sudadera y miréal suelo, con las manos en losbolsillos, mientras pasábamosentre la gente. Hacía muchotiempo que no salía a la callesin los audífonos y era comoestar a muchos kilómetrosbajo el suelo. Me sentía comoen esa canción que me cantabaMiranda: «Control de tierra aComandante Tom, su equipo

no funciona, hay unproblema…».

Mientras caminaba me dicuenta de que Amos se habíaquedado a mi lado. Y Jackestaba pegado a mí por el otrolado. Miles iba delante denosotros y Henry, detrás.Todos me rodeaban mientrascaminábamos entre lamultitud. Como si tuviera mipropia guardia del emperador.

El sueño

Salieron entonces del estrechovalle y enseguida vio el motivodel ruido. Allí estaban Peter,Edmund y el resto del ejército deAslan combatiendodesesperadamente con la multitudde criaturas horribles que la niñahabía visto la noche anterior;

solo que en aquel momento, a laluz del día, parecían aún másextrañas, más diabólicas y másdeformes.

Lo dejé ahí. Llevaba más deuna hora leyendo y aún notenía sueño. Eran casi las dosde la mañana. Todos losdemás estaban dormidos.Tenía la linterna encendidadebajo del saco, y a lo mejoresa era la razón de que no

pudiese dormir, pero me dabademasiado miedo apagarla.Me daba miedo lo oscuro queestaba todo fuera del saco dedormir.

Cuando volvimos a nuestrositio delante de la pantalla,nadie se había dado cuenta deque habíamos desaparecido.El señor Traseronian, laseñora Rubin, Summer ytodos los demás seguíanviendo la película. No tenían

ni idea de lo que nos habíapasado a Jack y a mí. Escurioso que para uno puedaser la peor noche de su vida ypara todos los demás sea unanoche de lo más normal. Enmi calendario de casa pensabamarcar aquel día como uno delos días más horribles de mivida. Aquel y el día que murióDaisy. Pero para todos losdemás era un día normal. Opuede que hasta fuese un buen

día. Puede que alguienhubiese ganado la lotería.

Amos, Miles y Henry nosacompañaron a Jack y a míhasta nuestro sitio, junto aSummer, Maya y Reid, yfueron a sentarse a su sitio,con Ximena, Savanna y sugrupo. En cierto modo, todovolvía a ser exactamente iguala como había sido hasta elmomento en que habíamosdecidido ir a buscar los

lavabos. El cielo era igual. Lapelícula era la misma. Lascaras de todo el mundo eranlas mismas. La mía también.

Pero algo era diferente.Algo había cambiado.

Vi que Amos, Miles y Henryles contaban a los de su grupolo que había pasado. Supe queestaban hablando de esoporque no paraban demirarme mientras hablaban.Aunque la película aún no

había acabado, la gentehablaba en susurros en laoscuridad. Esa clase denoticias corren como lapólvora.

En el viaje de vuelta enautobús era el tema deconversación. Todas las niñas,hasta las niñas a las queapenas conocía, mepreguntaron si me encontrababien. Todos los niños decíanque había que vengarse del

grupo de imbéciles de séptimoy que había que intentaraveriguar de qué colegio eran.

No pensaba contarles a losprofesores lo que habíapasado, pero se enteraron detodos modos. Quizá fue lasudadera desgarrada y el codoque sangraba. O quizá es quelos profesores lo oyen todo.

Cuando volvimos alcampamento, el señorTraseronian me llevó a la

oficina de primeros auxilios y,mientras la enfermera delcampamento me limpiaba yme vendaba el codo, el señorTraseronian y el director delcampamento estaban en lahabitación de al lado hablandocon Amos, Jack, Henry yMiles, intentando obtener unadescripción de los gamberros.Cuando me preguntaron a míun rato después, dije que nome acordaba de sus caras,

pero no era cierto.Cada vez que cerraba los

ojos para dormir veía suscaras. La mirada de terror enla cara de la chica cuando mevio por primera vez. Lamanera que tenía de mirarmeEddie, el de la linterna,mientras me hablaba, como sime odiase.

Como un cordero almatadero. Recordé laspalabras de papá. Parecía que

había pasado una eternidad,pero acababa de entender loque significaba.

Después de todo Cuando llegó el autobús,mamá me estaba esperandodelante del colegio con losdemás padres. El señorTraseronian me dijo en elautobús que habían llamado amis padres para contarles que

había habido un «incidente» lanoche anterior, pero que todoel mundo estaba bien. Dijoque el director delcampamento y variosmonitores habían estadobuscando los audífonos por lamañana mientras nosotros nosbañábamos en el lago, peroque no habían encontradonada. Dijo que Broarwood nosreembolsaría el coste de losaudífonos. Se sentían fatal por

lo que había pasado.Me pregunté si Eddie se

habría llevado los audífonoscomo recuerdo. Como unrecuerdo del orco.

Cuando bajé del autobúsmamá me dio un abrazo muyfuerte, pero no me avasallócon preguntas como pensabaque haría. Su abrazo me sentóbien y no intenté soltarmecomo hacían otros niños conlos abrazos de sus padres.

El conductor del autobús sepuso a descargar nuestrosequipajes y yo fui a por el míomientras mamá hablaba con elseñor Traseronian y la señoraRubin, que se habían acercadoa ella. Mientras volvía con mibolsa, un montón de niñosque normalmente no medirigían la palabra mesaludaron con un gesto de lacabeza o me dieron palmaditasen la espalda.

—¿Nos vamos? —mepreguntó mamá al verme.

Cogió mi bolsa de viaje yyo no intenté aferrarme a ella:me parecía bien que me lallevase. Sinceramente, sihubiese querido llevarme ahombros, también me habríaparecido bien.

Cuando ya nos íbamos, elseñor Traseronian me dio unabrazo rápido e intenso, perono dijo nada.

En casa Mamá y yo no hablamosmucho en el camino de vueltaa casa. Cuando llegamos alporche, miré automáticamentea la ventana de la fachadaporque por un momento seme había olvidado que Daisy

no estaría allí como siempre,subida al sofá y con las patasdelanteras en el alféizar,esperando que volviésemos acasa. Eso me puso un pocotriste. Nada más entrar, mamásoltó mi bolsa de viaje, meabrazó y me besó en la cabezay en la cara como si quisieseaspirarme.

—Tranquila, mamá, estoybien —dije sonriente.

Hizo un gesto de aprobación

y me cogió la cara con lasmanos. Le brillaban los ojos.

—Ya lo sé —contestó—. Tehe echado mucho de menos,Auggie.

—Y yo a ti.Se notaba que quería decir

muchas cosas pero se estabacontrolando.

—¿Tienes hambre? —preguntó.

—Estoy muerto de hambre.¿Me haces un sándwich de

queso?—Claro —contestó, e

inmediatamente se puso ahacerme el sándwich mientrasyo me quitaba la chaqueta yme sentaba a la mesa de lacocina.

—¿Dónde está Via? —pregunté.

—Hoy la recoge papá. Hayque ver lo que te ha echado demenos, Auggie —dijo mamá.

—Ah, ¿sí? Le habría

gustado la reserva natural.¿Sabes qué película pusieron?Sonrisas y lágrimas.

—Eso tienes que contárselo.—¿Qué quieres escuchar

primero, la parte buena o laparte mala? —preguntépasados unos minutos,apoyando la cabeza en lamano.

—La que más te apetezcacontar —contestó.

—Bueno, quitando lo de

anoche, me lo he pasado demiedo —dije—. Pero demiedo de verdad. Por esoestoy tan asqueado. Es comosi me hubiesen estropeadotodo el viaje.

—No, cielo, no permitasque hagan eso. Has estado allímás de cuarenta y ocho horas,y la parte mala duró una hora.No dejes que te quiten eso,¿vale?

—Lo sé —le contesté—.

¿Te ha contado el señorTraseronian lo de losaudífonos?

—Sí, nos ha llamado estamañana.

—¿Papá se ha enfadado porlo caros que son?

—Claro que no, Auggie. Loúnico que quería saber era siestabas bien. Eso es lo únicoque nos importa. Y que nodejes que esos… matones… teestropeen el viaje.

Me reí por cómo habíadicho aquella palabra:«matones».

—¿Qué? —preguntó.—«Matones» —dije,

burlándome de ella—. Es unapalabra pasada de moda.

—Vale, pues imbéciles,idiotas, estúpidos —contestó,dándole la vuelta al sándwichen la sartén—. Cretinos, quehabría dicho mi madre.Llámalos como quieras. Si me

los encontrase por la calle, ibaa… —Negó con la cabeza.

—Eran muy grandes, mamá—repuse sonriendo—. Erande séptimo, creo.

Mamá volvió a negar con lacabeza.

—¿De séptimo? El señorTraseronian no nos lo dijo.¡Cielo santo!

—¿Te contó que Jack medefendió? —pregunté—. YAmos, ¡zas!, embistió al jefe

del grupo. Los dos se cayeronal suelo, como en las peleas deverdad. Fue increíble. A Amosle sangraba el labio y todo.

—Nos dijo que hubo unapelea, pero… —dijo,mirándome con las cejasarqueadas—. No sabía… ¡uf!… Menos mal que Amos, Jacky tú estáis bien. Solo depensar lo que podría haberpasado… —Su voz se fueapagando y le dio la vuelta de

nuevo al sándwich.—Mi sudadera de Montauk

está completamentedesgarrada.

—Bueno, eso puedesustituirse —contestó. Puso elsándwich en un plato y me locolocó delante, sobre la mesa—. ¿Leche o zumo de uva?

—Un batido de chocolate,por favor. —Empecé adevorar el sándwich—.Esto…, ¿puedes hacerlo así,

como lo haces tú, conespuma?

—¿Cómo acabasteis Jack ytú en el bosque? —preguntó,echando la leche en un vasoalto.

—Jack tenía que ir al baño—contesté con la boca llena.Mientras hablaba, ella echó elchocolate en polvo y lo batiómuy rápido—. Pero había unacola enorme y él no queríaesperar. Por eso fuimos hacia

los árboles para mear. —Memiró mientras lo batía. Sé queestaba pensando que nodeberíamos haberlo hecho. Elbatido de chocolate tenía yauna capa de espuma de cincocentímetros—. Así está bien,mamá. Gracias.

—¿Y qué paso después? —preguntó, poniéndome el vasodelante.

Le di un buen trago albatido de chocolate.

—¿Te parece bien quedejemos el tema para luego?

—Ah. Vale.—Te prometo que te lo

contaré luego, cuando papá yVia vuelvan a casa. Te contaréhasta el último detalle, pero esque no quiero tener que contarla historia una y otra vez,¿sabes?

—Claro.Me acabé el sándwich en

dos bocados y me bebí el

batido de un trago.—Vaya, te lo has comido en

un santiamén. ¿Quieres otro?—preguntó.

Negué con la cabeza y melimpié la boca con el dorso dela mano.

—¿Mamá? ¿Siempre voy atener que preocuparme porunos idiotas como esos? —pregunté—. Cuando seamayor, ¿siempre va a ser así?

No contestó

inmediatamente. Se llevó elplato y el vaso, los dejó en elfregadero y los enjuagó conagua.

—Siempre habrá idiotas enel mundo, Auggie —dijomirándome—. Pero creo, ypapá también lo cree, que eneste mundo hay más gentebuena que mala, y la gentebuena se preocupa por losdemás y cuida de los demás.Igual que Jack cuidó de ti. Y

Amos. Y esos otros chicos.—Sí, Miles y Henry —

contesté—. También seportaron fenomenal. Escurioso, porque Miles y Henryno se han portado bienconmigo durante todo elcurso.

—A veces la gente nossorprende —dijo, frotándomela cabeza con la mano.

—Supongo.—¿Quieres otro batido de

chocolate?—No. Gracias, mamá. La

verdad es que estoy un pococansado. Esta noche no hedormido demasiado bien.

—Deberías dormir un rato.Por cierto, gracias por dejarmea Baboo.

—¿Leíste mi nota?Sonrió.—He dormido con él las

dos noches. —Estaba a puntode decir algo más cuando le

sonó el móvil y contestó.Mientras escuchaba se le fuedibujando una sonrisa de orejaa oreja—. Madre mía, ¿deverdad? ¿Cómo es? —preguntó emocionada—. Sí,está aquí. Iba a dormir unrato. ¿Queréis saludarlo? Vale,nos vemos dentro de dosminutos —añadió, y cortó.

—Era papá —dijoemocionada—. Via y él estána una manzana de aquí.

—¿Hoy no trabaja?—Ha salido antes porque

estaba deseando verte —contestó, así que tu siestatendrá que esperar un poco.

Cinco segundos despuéspapá y Via entraban por lapuerta. Corrí a abrazar a papá,que me levantó, me dio unavuelta y me besó. Tardó unminuto en soltarme.

—Papá, ya vale —le dije.Y entonces le llegó el turno

a Via, que me besó por todaspartes como hacía cuando erapequeño.

Cuando paró me fije en unaenorme caja de cartón blancaque habían traído.

—¿Qué es? —pregunté.—Ábrela —contestó papá,

sonriendo, y mamá y él semiraron como si solo ellosconociesen el secreto.

—¡Vamos, Auggie! —dijoVia.

Abrí la caja. Dentro estabael perrito más mono que hevisto en mi vida. Era negro ypeludo y tenía el hocicopuntiagudo, los ojos negros ylas orejitas caídas.

Oso Al perrito lo llamamos Osoporque cuando mamá lo viopor primera vez dijo queparecía una cría de oso.«¡Pues así lo llamaremos!»,dije yo, y todos estuvieron deacuerdo en que era el nombre

perfecto.Al día siguiente no fui a

clase; no porque me doliese elcodo, que me dolía, sino parapoder pasarme el día jugandocon Oso. Mamá dejó que Viatampoco fuese a clase paraque pudiésemos turnarnospara abrazar a Oso y a jugar atira y afloja con él. Habíamosconservado todos los juguetesde Daisy, así que los sacamospara ver cuáles eran sus

favoritos.Fue muy divertido pasar el

día con Via, nosotros solos.Fue como en los viejostiempos, como antes deempezar a ir al colegio. Antessiempre estaba deseando queVia llegase a casa del colegiopara jugar con ella antes deponerse a hacer los deberes.Ahora que somos mayores ytengo que ir al colegio y mejunto con mis amigos, ya

nunca lo hacemos.Por eso fue divertido pasar

el día con ella, riéndonos yjugando. Creo que a ellatambién le gustó.

El cambio Cuando volví al colegio al díasiguiente, lo primero que mellamó la atención fue que lascosas habían cambiadomucho. Y habían cambiado deuna manera monumental. Deuna manera sísmica. Puede

que incluso de una maneracósmica. Fuera como fuese, sehabía producido un grancambio. Todos —y no solo ennuestro curso, sino en todoslos cursos— se habíanenterado de lo que habíapasado entre nosotros y los deséptimo, así que de repente yano era famoso por lo quesiempre he sido famoso, sinopor aquello que habíasucedido. Y la historia de lo

que había sucedido se habíaido haciendo más y másgrande cada vez que alguien lacontaba. Dos días después, lahistoria que circulaba por ahídecía que Amos se había liadoa puñetazos con el otro chaval,y Miles, Henry y Jack tambiénles habían arreado algúnpuñetazo a los otros. Inclusola huida a través del campo sehabía convertido en una largaaventura a través de un

laberinto con forma de maizalhasta llegar al bosque oscuro.La versión de la historia quecontaba Jack seguramente erala mejor, porque es muygracioso, pero, fuera cualfuese la versión eindependientemente de quiénla contase, había dos cosasque no cambiaban: se habíanmetido conmigo por mi cara yJack me había defendido, ylos otros —Amos, Henry y

Miles— me habían protegido.Y ahora que me habíanprotegido, para ellos eradiferente. Era como si ahorafuese uno de los suyos. Todosempezaron a llamarme«pequeñín», hasta los másdeportistas. Aquellosgrandullones a los que apenasconocía ahora me saludabanentrechocando sus nudilloscon los míos.

Sucedió otra cosa: Amos se

volvió superpopular y Julian,como se lo había perdido, sequedó fuera del círculo de lospopulares. Miles y Henryempezaron a juntarse conAmos, como si hubierancambiado de amigo del alma.Me gustaría poder decir queJulian empezó a tratarmemejor, pero no sería cierto.Seguía mirándome mal enclase y seguía sin hablar niconmigo ni con Jack, pero ya

era el único que lo hacía. Y aJack y a mí nos importaba unpito.

Patos El penúltimo día de clase, elseñor Traseronian me llamó asu despacho para decirme quehabían averiguado losnombres de los alumnos deséptimo de las colonias. Meleyó un montón de nombres

que no me sonaron de nadahasta que pronunció el último:

—Edward Johnson.Asentí con la cabeza.—¿Reconoces ese nombre?

—preguntó.—Lo llamaban Eddie.—Ya. Mira lo que han

encontrado en la taquilla deEdward. —Me entregó lo quequedaba de mis audífonos.Faltaba la parte derecha y laizquierda estaba destrozada.

La pieza que conectaba lasdos, la que parecía de Lobot,estaba doblada por la mitad.

—Su colegio quiere saber sivas a presentar cargos —dijoel señor Traseronian.

Miré mis audífonos.—No, creo que no. —Me

encogí de hombros—. Van ahacerme unos nuevos.

—Hummm. ¿Por qué no locomentas con tus padres estanoche? Mañana yo llamaré a

tu madre para hablarlo conella también.

—¿Irían a la cárcel? —pregunté.

—No, a la cárcel no. Peroseguramente los juzgaría untribunal de menores. Y quizáasí aprendiesen la lección.

—Fíese de mí: ese tal Eddieno va a aprender ningunalección —contestébromeando.

El director se sentó en su

silla.—Auggie, ¿por qué no te

sientas un momento?Me senté. Las cosas que

tenía sobre la mesa eran lasmismas que cuando habíaentrado por primera vez en sudespacho el verano anterior: elmismo cubo de espejos, elmismo globo terráqueo queflotaba en el aire. Parecía quehabía pasado una eternidad.

—Cuesta creer que casi

haya acabado el curso, ¿eh?—dijo, como si me hubieseleído el pensamiento.

—Sí.—¿Ha sido un buen curso

para ti, Auggie? ¿Ha estadobien?

—Sí, ha sido bueno —contesté asintiendo.

—Ya sé queacadémicamente te ha ido muybien. Eres uno de nuestrosmejores alumnos.

Enhorabuena por la lista dematrículas de honor.

—Gracias. Sí, mola.—Pero sé que el curso ha

tenido sus altibajos —dijoarqueando las cejas—. Desdeluego, esa noche en la reservanatural fue uno de los peoresmomentos.

—Sí. Pero también tuvo suparte buena.

—¿En qué sentido?—Ya sabe. Hubo gente que

me defendió y todo eso.—Eso fue maravilloso —

contestó sonriendo.—Sí.—Sé que en el colegio las

cosas se pusieron feas conJulian en algún momento.

Tengo que reconocer quecon aquello me pilló porsorpresa.

—¿Sabe todas esas cosas?—pregunté.

—A los directores de

secundaria se nos da muy biensaber muchas cosas.

—¿Es que tienen cámarasde seguridad escondidas porlos pasillos? —bromeé.

—Y micrófonos por todaspartes —contestó entre risas.

—¿En serio?Volvió a reírse.—No, no es en serio.—¡Ah!—Pero los profesores

sabemos más de lo que los

alumnos pensáis, Auggie.Ojalá Jack y tú me hubieseiscontado las notas crueles quedejaron en vuestras taquillas.

—¿Y eso cómo lo sabe? —pregunté.

—Te lo voy a confesar: losdirectores de secundaria losabemos todo.

—No fue para tanto —contesté—. Y nosotrostambién escribimos algunasnotas.

Sonrió.—No sé si la gente ya lo

sabe —dijo—, aunque muypronto se sabrá: Julian Albansno va a matricularse el cursoque viene en Beecher.

—¿Cómo? —No pudeocultar mi sorpresa.

—Sus padres piensan queBeecher no es un buen colegiopara él —prosiguió el señorTraseronian, encogiéndose dehombros.

—Vaya noticia —dije.—Sí. Pensé que deberías

saberlo.De repente me di cuenta de

que el retrato de calabaza quehabía detrás de su mesa habíadesaparecido y era un dibujomío, mi Autorretrato como unanimal que había dibujadopara la exposición de AñoNuevo, el que estabaenmarcado y colgado detrásde su mesa.

—¡Eh, ese es mío! —señalé.El señor Traseronian se

volvió, como si no supiese dequé le estaba hablando.

—¡Ah, es verdad! —dijo,dándose unos golpecitos en lafrente con la mano—. Hacíameses que quería enseñártelo.

—Mi autorretrato como unpato —contesté, asintiendo.

—Me encanta, Auggie —dijo—. Cuando tu profesorade dibujo me lo enseñó, le

pregunté si podía quedármelopara mi pared. Espero que note importe.

—¡Qué va! Claro que no.¿Qué ha sido del retrato de lacalabaza?

—Lo tienes detrás.—Ah, sí. Guay.—Te lo quería preguntar

desde que lo colgué —dijo,mirándolo—. ¿Por quéelegiste representarte como unpato?

—¿Qué quiere decir? —contesté—. De eso se trataba.

—Sí, pero ¿por qué unpato? —dijo—. ¿Puedosuponer que era por la historiadel… eh… patito que seconvierte en cisne?

—No —contesté, riéndomey negando con la cabeza—. Esporque parezco un pato.

—¡Oh! —dijo el señorTraseronian, con los ojoscomo platos. Él también se

echó a reír—. ¿En serio? Eh…Yo estaba buscando algúnsimbolismo, alguna metáforay… eh… ¡a veces, un pato noes más que un pato!

—Sí, supongo —dije, sinsaber por qué le habíaparecido gracioso.

Estuvo riéndose para susadentros durante unos treintasegundos.

—Bueno, Auggie, graciaspor hablar conmigo. Quiero

que sepas que es un placertenerte aquí en Beecher, yestoy deseando que llegue elpróximo curso. —Estiró elbrazo sobre la mesa y nosdimos la mano—. Nos vemosmañana en la ceremonia degraduación.

—Nos vemos mañana,señor Traseronian.

El último precepto Esto era lo que había escritoen la pizarra cuando entramosen la última clase de lengua: EL PRECEPTO DEL MES DEJUNIO DEL SEÑORBROWNE:

¡SIGUE EL DÍA E INTENTATOCAR EL SOL!(The Polyphonic Spree)¡Que tengáis unas buenasvacaciones de verano, clase de5.º B!Ha sido un curso estupendo yhabéis sido unos alumnosmaravillosos.Si os acordáis, haced el favorde enviarme una postal esteverano con VUESTROprecepto personal. Puede ser

algo que os hayáis inventado oalgo que hayáis leído enalguna parte y que tenga unsignificado especial paravosotros. (En este caso, noolvidéis decir de quién es, porfavor.) Estoy deseandorecibirlas.Tom Browne563 Sebastian PlaceBronx, NY 10053

Antes de bajar del coche La ceremonia de graduacióniba a celebrarse en el auditoriode la escuela superior Beecher.El otro edificio del campussolo estaba a quince minutosandando de casa, pero papáme llevó en coche porque iba

muy bien vestido y llevabaunos zapatos negros nuevosque apenas me había puesto yno quería que me doliesen lospies. Los alumnos debíanllegar al auditorio una horaantes del comienzo de laceremonia, pero llegamosantes todavía, así que nosquedamos sentados en elcoche para hacer tiempo. Papápuso un CD y sonó nuestracanción favorita. Los dos

sonreímos y comenzamos amover la cabeza al ritmo de lamúsica.

—«Andy se cruzaría laciudad en bicicleta parallevarte caramelos» —cantópapá siguiendo la canción.

—¿Llevo recta la corbata?—pregunté.

Me miró y la estiró un pocomientras seguía cantando:

—«Y John te compraría unvestido para ponértelo en el

baile del instituto…».—¿Qué tal llevo el pelo? —

pregunté.Papá sonrió y asintió.—Perfecto —dijo—. Estás

estupendo, Auggie.—Via me ha puesto un

poco de gomina esta mañana—contesté, bajando el parasol.Me miré en el espejito—. ¿Noparece demasiado hinchado?

—No. Te queda muy bien,Auggie. Creo que nunca lo

habías llevado tan corto,¿verdad?

—No, me lo corté ayer.Creo que así parezco mayor,¿no?

—¡Y tanto! —Sonriómientras me miraba y asentía—. «Pero soy el tío con mássuerte del Lower East Side,porque tengo coche y a ti teapetece dar un paseo».¡Mírate, Auggie! —añadió,sonriendo de oreja a oreja—.

Mírate, lo grande y loestupendo que estás. ¡No mepuedo creer que vayas agraduarte de quinto!

—Ya lo sé. Es increíble,¿eh?

—Y parece que fue ayercuando empezaste.

—¿Recuerdas que aún teníaaquella trenza de La guerra delas galaxias colgándome de laparte de atrás de la cabeza?

—Ay, madre. Es verdad —

dijo, pasándose la palma de lamano por la frente.

—Odiabas aquella trenza,¿verdad, papá?

—«Odiar» es una palabrademasiado fuerte, pero podríadecirse que no me gustaba.

—La odiabas. Venga,reconócelo —bromeé.

—No, no la odiaba —contestó sonriendo y negandocon la cabeza—. Peroreconozco que sí odiaba aquel

casco de astronauta quellevabas, ¿te acuerdas?

—¿El que me regalóMiranda? ¡Pues claro que meacuerdo! Lo llevaba a todashoras.

—Dios mío, ese sí que loodiaba —dijo riéndose parasus adentros.

—Me fastidió un montónque se perdiera.

—Ah, pero si no se perdió—contestó

despreocupadamente—. Lotiré yo.

—Espera. ¿Cómo dices? —Pensaba que no lo había oídobien.

—«El día es precioso, y tútambién» —cantó.

—¡Papá! —exclamé,bajando el volumen.

—¿Qué?—¿Lo tiraste?Por fin me miró a la cara y

vio lo enfadado que estaba.

No me podía creer que no sediera cuenta. Para mí era todauna revelación, y él hacíacomo si no fuera nada del otromundo.

—Auggie, no podíasoportar ver que esa cosa tetapase la cara —reconoció contorpeza.

—¡Papá, me encantaba esecasco! ¡Para mí significabamucho! Cuando se perdió mefastidió una barbaridad, ¿es

que no te acuerdas?—Pues claro que me

acuerdo, Auggie —dijo en vozbaja—. Ay, Auggie, no teenfades. Lo siento mucho,pero es que no soportabaseguir viéndote con esa cosaen la cabeza. Pensaba que noera bueno para ti. —Intentabamirarme a los ojos, pero yo noquería mirarlo—. Vamos,Auggie, intenta entenderlo —prosiguió, poniéndome la

mano bajo la barbilla einclinándome la cara hacia él—. Llevabas el casco a todashoras. Y la verdad de la buenaera que echaba de menos vertu cara, Auggie. Ya sé que a tino siempre te gusta, perotienes que comprender… quea mí me encanta. Me encantatu cara, Auggie. La amoapasionadamente. Y me partíael corazón que siempreestuvieses tapándotela.

No paraba de mirarme,como si de verdad quisieraque lo entendiese.

—¿Mamá lo sabe? —pregunté.

Abrió los ojos como platos.—Ni hablar. ¿Bromeas?

¡Me habría matado! —contestó con tono de miedo.

—Puso la casa patas arribabuscando el casco, papá —dije—. Se pasó una semanabuscándolo en cada armario,

en la lavandería… en todaspartes.

—Ya lo sé —contestóasintiendo—. ¡Por eso memataría!

Y entonces me miró, y vialgo en su cara que me hizoreír. Eso hizo que él abriese laboca de par en par, como siacabase de darse cuenta dealgo.

—Un momento, Auggie —continuó, señalándome con el

dedo—. Tienes queprometerme que nunca se locontarás a mamá.

Sonreí y me froté las palmasde las manos como si derepente fuese alguien muycodicioso.

—Veamos —dije,acariciándome la barbilla—.Quiero la nueva Xbox cuandosalga el mes que viene. Yquiero tener coche propiodentro de unos seis años, un

Porsche rojo estaría bien, y…Se echó a reír con ganas.

Me encanta ser yo quien hacereír a papá, ya que élacostumbra ser el payaso quesiempre nos hace reír a todos.

—Ay, madre. Ay, madre —dijo, negando con la cabeza—.Vaya si has crecido.

Empezó a sonar entonces laparte de la canción que másnos gusta cantar, así que subíel volumen y los dos nos

pusimos a cantar.—«Soy el tío más feo del

Lower East Side, pero tengocoche y a ti te apetece dar unpaseo. Te apetece dar unpaseo. Te apetece dar unpaseo. Te apetece dar unpaseeeeeeeeeeeeeeeeeeo.»

Esa última parte siempre lacantábamos a grito pelado,intentando sostener la últimanota tanto como el cantante,pero siempre acabábamos

partiéndonos de risa. Mientrasnos reíamos, vi que Jack habíallegado y se acercaba a nuestrocoche. Me preparé para salir.

—Espera —dijo papá—.Solo quiero asegurarme deque me has perdonado.

—Sí, te perdono.Me miró agradecido.—Gracias.—¡Pero no vuelvas a

tirarme nada sin decírmelo!—Te lo prometo.

Abrí la puerta y salí justocuando Jack llegaba junto alcoche.

—Hola, Jack —dije.—Hola, Auggie. Hola, señor

Pullman.—¿Qué tal, Jack? —

preguntó papá.—Hasta luego, papá —dije,

cerrando la puerta.—¡Buena suerte, chicos! —

gritó papá, bajando laventanilla delantera—. ¡Nos

vemos al otro lado de quintocurso!

Lo saludamos con la manomientras arrancaba el coche yse disponía a salir, pero meacerqué corriendo y él paró elcoche. Puse la mano en laventana para que Jack nooyese lo que estaba diciendo.

—¿Podéis hacer el favor deno besarme mucho después dela graduación? —pregunté envoz baja—. Es bastante

vergonzoso.—Haré lo que pueda.—¿Se lo dirás a mamá?—No creo que pueda

resistirse, Auggie, pero se lodiré.

—Adiós, mi viejo y cansadopadre.

—Adiós, mi niño, mi niño—contestó papá sonriendo.

Tomad asiento Jack y yo entramos en eledificio detrás de un par dealumnos de sexto y losseguimos hasta el auditorio.

La señora G estaba en laentrada, repartiendo losprogramas de mano y

diciéndole a la gente adóndetenía que ir.

—Los de quinto, siguiendoel pasillo a la izquierda —dijo—. Los de sexto, a la derecha.Pasad todos. Vamos. Buenosdías. Id a vuestra zona. Los dequinto, a la izquierda, y los desexto, a la derecha…

El auditorio era grandísimo.Había unas enormes arañasbrillantes, paredes deterciopelo rojo, y filas y más

filas de sillas que llevabanhasta el enorme escenario.Recorrimos el amplio pasillo yseguimos las indicaciones parallegar a la zona de quinto, queestaba en una gran sala a laizquierda del escenario.Dentro había cuatro filas desillas plegables que mirabanhacia la parte frontal de lasala, que era donde estaba laseñora Rubin saludándonosnada más entrar.

—Muy bien, chicos, tomadasiento. Tomad asiento —dijo,señalando las filas de sillas—.No olvidéis que tenéis quesentaros por orden alfabético.Vamos, sentaos todos.

Aún no habían llegadodemasiados alumnos, y losque ya estaban allí no lehacían caso. Jack y yoestábamos luchando connuestros programas de manoenrollados como si fuesen

espadas.—Hola, chicos.Era Summer, que avanzaba

hacia nosotros. Llevaba unvestido rosa claro y, creo, unpoco de maquillaje.

—Vaya, Summer, estásincreíble —le dije, y lopensaba de verdad.

—¿En serio? Gracias. Tútambién, Auggie.

—Sí, estás muy bien,Summer —añadió Jack, como

si tal cosa.Y por primera vez me di

cuenta de que Jack estabacolado por ella.

—¿A que es emocionante?—dijo Summer.

—Sí, más o menos —contesté.

—Vaya, fíjate en elprograma —dijo Jack,rascándose la frente—. Vamosa pasarnos aquí todo el día.

Miré el programa.

Palabras de bienvenida deldirector:Prof. Harold Jansen Discurso del director desecundaria:Sr. Lawrence Traseronian «Light and Day»:Coro de secundaria Discurso de los alumnos de

quinto grado:Ximena Chin Pachelbel: «Canon en Remayor»Grupo de música de cámarade secundariaDiscurso de los alumnos desexto grado:Mark Antoniak «Under Pressure»:coro de secundaria

Discurso de la jefa deestudios de secundaria:Sra. Jennifer Rubin Presentación de premios(véase al dorso) Se irá llamando a losalumnos por su nombre

—¿Por qué lo piensas? —pregunté.

—Porque los discursos delseñor Jansen duran unaeternidad —contestó Jack—.¡Es aún peor que Traseronian!

—Mi madre dice que elladio unas cuantas cabezadascuando habló el año pasado—añadió Summer.

—¿Qué es la «Presentaciónde premios»? —pregunté.

—Es cuando les danmedallas a los empollones —contestó Jack—. O sea, que

Charlotte y Ximena losganarán todos en quinto, igualque lo ganaron todo en cuartoy en tercero.

—¿En segundo no? —bromeé.

—En segundo no dabanesos premios —contestó.

—A lo mejor te llevasalguno este año —dije.

—Solo si dan algún premioal alumno que tenga másaprobados raspados —repuso

entre risas.—¡Tomad asiento! —gritó

la señora Rubin, como si lemolestase que nadie le hiciesecaso—. Tenemos que repasarmuchas cosas, así que haced elfavor de sentaros. No olvidéissentaros en orden alfabético.De la A a la G, en la primerafila. De la H a la N, en lasegunda; de la O a la Q, en latercera; de la R a la Z, en laúltima fila. Vamos, vamos.

—Deberíamos sentarnos —dijo Summer, echando a andarhacia la primera fila.

—Espero que vengáis a casadespués de la ceremonia —grité.

—¡Pues claro! —dijo,sentándose al lado de XimenaChin.

—¿Desde cuándo esSummer tan guapa? —me dijoJack al oído.

—Cállate, tío —contesté

riéndome mientras íbamoshacia la tercera fila.

—Te lo digo en serio.¿Desde cuándo? —susurró,sentándose a mi lado.

—¡Señor Will! —gritó laseñora Rubin—. Que yo sepa,la W está entre la R y la Z,¿no?

Jack la miró como si no laentendiese.

—¡Tío, te has equivocadode fila! —dije.

—Ah, ¿sí? —La cara quepuso mientras se levantabapara cambiar de sitio, unamezcla de confusión y dechiste, me hizo partirme derisa.

Algo sencillo Una hora después yaestábamos todos sentados enel gigantesco auditorioesperando el discurso delseñor Traseronian. Elauditorio era aún más grandede lo que pensaba… más

grande todavía que el delinstituto de Via. Miré a mialrededor y debía de habercomo un millón de personasentre el público. Vale, a lomejor un millón no, pero unmontón sí.

—Gracias, director Jansen,por sus amables palabras —dijo ante el micrófono el señorTraseronian, tras el podio quehabía sobre el escenario—.Bienvenidos, compañeros

profesores y miembros delcuerpo docente…Bienvenidos, padres yabuelos, amigos e invitados y,sobre todo, bienvenidos,alumnos de quinto y sextogrado… ¡Bienvenidos todos ala ceremonia de graduacióndel colegio de secundariaBeecher!

Todos aplaudieron.—Cada año —prosiguió el

señor Traseronian leyendo sus

notas con sus gafas de leercasi en la punta de la nariz—me encargan escribir dosdiscursos de apertura: unopara la ceremonia degraduación de quinto y sexto,y otro para la ceremonia deséptimo y octavo que secelebrará mañana. Y cada añome digo que tengo quetrabajar menos y escribir soloun discurso que pueda usarlos dos días. No parece difícil,

¿verdad? Pero cada año acaboescribiendo dos discursosdiferentes, sean cuales seanmis intenciones, y este cursopor fin he averiguado por qué.No es, como se podríasuponer, porque mañana vayaa dirigirme a un público conmucha más experiencia ensecundaria, mientras que avosotros os queda casi todo elcamino por delante. No, creoque tiene más que ver con la

edad que tenéis ahora, estemomento de vuestras vidasque, a pesar de llevar veinteaños rodeado de alumnos devuestra edad, sigueconmoviéndome. Porqueestáis en la cúspide, chicos.Estáis en el límite entre lainfancia y todo lo que vienedespués. Os encontráis en unmomento de transición.

»Aquí estamos todosreunidos —continuó el señor

Traseronian, quitándose lasgafas y usándolas para señalaral público—, vuestrasfamilias, amigos y profesores,para celebrar no solo vuestroslogros de este último curso,alumnos de secundaria deBeecher, sino vuestrasinfinitas posibilidades.

»Cuando penséis en esteúltimo curso, quiero quemiréis dónde estáis ahora ydónde estabais. Todos habéis

crecido un poco, os habéishecho un poco más fuertes, unpoco más listos… o esoespero.

Algunas personas de entreel público se rieron.

—Pero el mejor modo demedir lo que habéis crecidono es por centímetros ni por elnúmero de vueltas que podéiscorrer alrededor del circuito,ni siquiera por vuestra notamedia…, aunque son cosas

importantes, claro está. Semide por lo que habéis hechocon vuestro tiempo, por cómohabéis elegido pasar vuestrosdías y con quién os habéisjuntado este año. Para mí, esaes la mejor manera de medir eléxito.

—Hay una frase maravillosaen un libro de J.M. Barrie (yno, no es Peter Pan, y no voya pediros que aplaudáis sicreéis en las hadas…). —

Todo el mundo se rió—. Enotro libro de J. M. Barrietitulado El pajarito blancodice… —Se puso a pasarpáginas de un librito hasta queencontró la que buscaba, yvolvió a ponerse las gafas—:«¿Podríamos hacer una nuevaregla: intentar siempre ser másamables de lo necesario?».

El señor Traseronian miróal público.

—«Más amables de lo

necesario» —repitió—. Quéfrase tan maravillosa,¿verdad? Más amables de lonecesario. Porque no bastacon ser amables. Uno deberíaser más amable de lonecesario. Les diré por qué meencanta esa frase, esa idea: esporque me recuerda que,como seres humanos,llevamos dentro no solo lacapacidad para ser amables,sino la elección de poder ser

amables. ¿Y qué significa eso?¿Cómo se mide? No se puedeusar una regla. Es lo que iba adecir antes: no es como medircuánto habéis crecido en unaño. No es exactamentecuantificable, ¿verdad?¿Cómo sabemos que hemossido amables? ¿En quéconsiste ser amables?

Volvió a ponerse las gafas ycomenzó a hojear otro librito.

—Hay otro pasaje de otro

libro que me gustaríacompartir con ustedes —dijo—. Tengan paciencia mientraslo busco… Ah, aquí está. EnBajo la mirada del reloj, deChristopher Nolan, elprotagonista es un joven quese enfrenta a desafíosextraordinarios. Hay una partedonde alguien le ayuda: unchico de su clase. Enapariencia, es un pequeñogesto, pero para este

jovencito, que se llamaJoseph, es… Si mepermiten…

Carraspeó y se puso a leerdel libro.

—«En momentos así,Joseph reconocía la cara deDios con forma humana.Brillaba en su amabilidadhacia él, refulgía en suentusiasmo, daba pistas de supreocupación. Es más,acariciaba su mirada».

Hizo una pausa y volvió aquitarse las gafas.

—«Brillaba en suamabilidad hacia él —repitióTraseronian, sonriente—. Quécosa tan sencilla, laamabilidad. Qué cosa tansencilla… Una bonita palabrade ánimo que alguien te ofrececuando la necesitas. Un actode amistad. Una sonrisapasajera.

Cerró el libro, lo apartó y se

inclinó hacia delante en elpodio.

—Chicos, lo que quierotransmitiros hoy es queintentéis comprender el valorde esa cosa tan sencillallamada amabilidad. Esa es laidea que quiero dejaros hoy.Ya sé que soy famoso pormi… verborrea…

Todos volvieron a reírse.Supongo que él era conscientede que era famoso por sus

largos discursos.—… pero lo que quiero que

vosotros, mis alumnos,saquéis de vuestra experienciaen secundaria —prosiguió—es la certeza de que en elfuturo que ahora os estáislabrando todo es posible. Sicada uno de los presentesconvirtiese en norma quedondequiera que estéis,siempre que podáis,intentaréis ser un poco más

amables de lo necesario… elmundo sería un lugar mejor. Ysi lo hacéis, si os comportáiscon un poco más deamabilidad de lo necesario,alguien, en alguna parte, algúndía, quizá reconozca envosotros, en cada uno devosotros, la cara de Dios.

Hizo una pausa y se encogióde hombros.

—O cualquier otrarepresentación de la bondad

universal políticamentecorrecta en la que creáis —seapresuró a añadir, sonriendo,y con eso se ganó un montónde risas y de aplausos, sobretodo de la parte de atrás delauditorio, donde estabansentados los padres.

Premios Me gustó el discurso del señorTraseronian, pero tengo quereconocer que desconecté unpoco durante los discursosque prosiguieron.

Volví a conectar cuando laseñora Rubin comenzó a leer

los nombres de los alumnosque habíamos sacadomatrículas de honor, porqueteníamos que ponernos en piecuando dijese nuestrosnombres. Esperé a que dijeseel mío mientras avanzaba porla lista en orden alfabético.Reid Kingsley. MayaMarkowitz. August Pullman.Me puse en pie. Cuando acabóde leer los nombres, nos pidióque mirásemos al público e

hiciésemos una reverencia, ytodo el mundo aplaudió.

Entre tanta gente no tenía niidea de dónde estaríansentados mis padres. Lo únicoque alcanzaba a ver eran losflashes de la gente que estabahaciendo fotos y los padresque saludaban a sus hijos. Meimaginé a mamá saludándomedesde algún sitio, aunque nopodía verla.

Luego, el señor Traseronian

volvió al podio para presentarlas medallas a la excelenciaacadémica, y Jack tenía razón:Ximena Chin ganó la medallade oro a la «excelenciaacadémica general en quintogrado». Charlotte ganó la deplata. Charlotte también ganóuna medalla de oro en música.Amos ganó la medalla por laexcelencia en deportes, lo cualme puso muy contentoporque, desde las colonias,

consideraba a Amos uno demis mejores amigos en elcolegio. Pero lo que sí meencantó fue cuando el señorTraseronian pronunció elnombre de Summer paraentregarle la medalla de oro enescritura creativa. Vi queSummer se ponía la manosobre la boca cuando dijeronsu nombre, y cuando fueandando al escenario, grité:«¡Viva, Summer!» lo más alto

que pude, aunque creo que nome oyó.

Cuando dijeron el últimonombre, todos los alumnosque habían ganado algúnpremio se pusieron juntos enel escenario y el señorTraseronian le dijo al público:

—Señoras y señores, paramí es un honor presentarles alos alumnos que este cursohan obtenido los mejoresresultados académicos en

Beecher. ¡Enhorabuena atodos!

Aplaudí mientras losalumnos hacían unareverencia sobre el escenario.Me alegré un montón porSummer.

—Y el último premio de lamañana —dijo el señorTraseronian cuando losalumnos volvieron a susasientos— es la medalla HenryWard Beecher para honrar a

los alumnos que han sidonotables o ejemplares enciertas áreas durante el curso.Esta medalla siempre ha sidonuestra manera de reconocerel voluntariado o el servicio alcolegio.

Enseguida me imaginé quese la darían a Charlotte,porque este curso habíaorganizado la recogida deabrigos con fines benéficos,así que volví a desconectar un

poco. Me miré el reloj: las10.56. Ya me estaba entrandohambre.

—… Henry Ward Beecherera, claro está, el abolicionistadel siglo xix y apasionadodefensor de los derechoshumanos que dio nombre aeste colegio —dijo el señorTraseronian cuando volví aprestar atención.

»Mientras leía cosas sobresu vida para preparar este

premio, di con un pasaje queescribió y que me parecíaespecialmente coherente conlos temas que he tocado antes,temas a los que he estadodándoles vueltas durante todoel curso. No solo la naturalezade la amabilidad, sino lanaturaleza de la amabilidad deuno mismo. El poder de laamistad de uno mismo. Laprueba del carácter de unomismo. La fuerza del valor de

uno mismo…Entonces pasó algo muy

raro: al señor Traseronian sele quebró un poco la voz,como si se hubieraatragantado con algo.Carraspeó y bebió un buentrago de agua. Ahora sí que leestaba escuchandoatentamente.

—La fuerza del valor deuno mismo —repitió en vozbaja, asintiendo y sonriendo.

Levantó la mano derechacomo si estuviese contando—.Valor. Amabilidad. Amistad.Carácter. Estas son lascualidades que nos definencomo seres humanos y nosllevan, a veces, a la grandeza.Y esto es lo que hace lamedalla Henry Ward Beecher:reconoce la grandeza.

»Pero ¿cómo lo hacemos?¿Cómo medimos algo como lagrandeza? De nuevo, no hay

regla para medir una cosa así.¿Cómo la definimos? Puesbien, Beecher tenía unarespuesta para eso.

Volvió a ponerse las gafas,hojeó un libro y se puso aleer:

—«La grandeza», escribióBeecher, «no está en serfuerte, sino en el buen uso dela fuerza. El más grande esaquel cuya fuerza conquistamás corazones…».

De nuevo se le quebró lavoz. Se puso los dos índicessobre la boca durante unsegundo antes de proseguir.

—«El más grande es aquelcuya fuerza conquista máscorazones con la atracción delsuyo propio.» Y ahora, sinmás dilación, este curso espara mí un gran honorconcederle la medalla HenryWard Beecher al alumno cuyafuerza silenciosa ha

conquistado más corazones.August Pullman, ¿quiereshacer el favor de subir pararecibir este premio?

Flotando La gente empezó a aplaudirantes de que pudiese asimilarlas palabras del señorTraseronian. Maya, que estabasentada a mi lado, dio ungritito de alegría al oír minombre, y Miles, que estaba al

otro lado, me dio unapalmadita en la espalda.«¡Arriba, levanta!», decíanmis compañeros a mialrededor, y noté que unmontón de manos meempujaban para levantarmedel asiento, me guiaban hastael pasillo, me dabanpalmaditas en la espalda yentrechocaban sus palmas conlas mías. «¡Así se hace,Auggie!», «¡Buen trabajo,

Auggie!». Si hasta empezarona corear mi nombre: «¡Aug-gie! ¡Aug-gie! ¡Aug-gie!».Miré hacia atrás y vi a Jackdirigiendo a la gente, con elpuño en alto, sonriendo yhaciendo una señal para queno me parase, y a Amosgritando: «¡Viva, pequeñín!».

Entonces me fijé en queSummer estaba sonriendo alpasar por delante de su fila, ycuando vio que la miraba,

levantó los pulgares en señalde aprobación y dijo: «Guay»en voz muy baja, solo paraque le leyese los labios. Me reíy negué con la cabeza, como sino me lo pudiese creer.Realmente, no podíacreérmelo.

Creo que yo iba sonriendo.A lo mejor hasta tenía unasonrisa de oreja a oreja, no sé.Mientras avanzaba por elpasillo hacia el escenario, lo

único que veía era un borrónde caras alegres que memiraban y de manos que meaplaudían. Y oí que megritaban cosas como: «¡Te lomereces, Auggie!»,«¡Enhorabuena, Auggie!». Via todos mis profesores en losasientos del pasillo: al señorBrowne, a la señora Petosa, alseñor Roche, a la señoraAtanabi, a la enfermera Mollyy a todos los demás: todos

estaban aclamándome,vitoreándome y silbando.

Me sentía como si flotara.Era muy raro. Como si el solestuviese brillando con fuerzasobre mi cara y soplase elviento. Al acercarme más alescenario, vi que la señoraRubin me saludaba con lamano desde la primera fila, y asu lado estaba la señora G,que lloraba como loca, perode contenta, y no paraba de

sonreír y de aplaudir. Mientrassubía los escalones hasta elescenario, sucedió una cosaincreíble: todos empezaron aponerse en pie. No solo lasprimeras filas, todo el públicose puso en pie de repente,gritando, chillando yaplaudiendo como locos. Sehabían puesto en pie paraovacionarme. A mí.

Fui hasta donde estaba elseñor Traseronian, que me

estrechó la mano con sus dosmanos y me susurró al oído:«Enhorabuena, Auggie».Luego me puso la medalla alcuello, igual que hacen en losJuegos Olímpicos, y me hizoque me girase para mirar alpúblico. Era como si meestuviera viendo a mí mismoen una película, como si fueraotra persona. Era como en laúltima escena de La guerra delas galaxias. Episodio IV:

Una nueva esperanza, cuandotodo el mundo aplaude a LukeSkywalker, Han Solo yChewbacca por haberdestruido la Estrella de laMuerte. Mientras estaba allí depie en el escenario casi podíaoír la música de La guerra delas galaxias en mi cabeza.

Ni siquiera estaba seguro depor qué me daban aquellamedalla.

No, eso no es verdad. Claro

que lo sabía.Es como cuando ves a otra

gente y no eres capaz deimaginarte cómo sería ser esapersona, ya sea alguien en unasilla de ruedas o alguien queno puede hablar. Solo que yosé que para otra gente —puede que para todos lospresentes en el auditorio— esapersona soy yo.

Pero para mí yo soy yo,nada más. Un chico normal.

Pero oye, si quieren darmeuna medalla por ser yo, no meimporta. La acepto. No hedestruido una Estrella de laMuerte ni nada por el estilo,pero sí he sobrevivido aquinto curso. Y eso no esfácil, ni para mí ni para nadie.

Fotos Después se celebró unarecepción para los alumnos dequinto y sexto bajo unaenorme carpa blanca en laparte de atrás del colegio.Todos los alumnos sereunieron con sus padres y a

mí no me importó en absolutoque mamá y papá meabrazaran como locos, ni queVia me abrazase y mezarandease a izquierda yderecha unas veinte veces.Luego me abrazaron elabuelito y la abuelita, y la tíaKate y el tío Po, y el tío Ben…todos con los ojos llorosos ylas mejillas húmedas. PeroMiranda era la más graciosa:era quien más lloraba y me

abrazó tan fuerte que Via tuvoque quitármela de encima yeso hizo que las dos separtiesen de risa.

Todos empezaron ahacerme fotos y a sacar lascámaras de vídeo, y luegopapá nos reunió a Summer, aJack y a mí para una foto degrupo. Nos pasamos losbrazos por encima de loshombros y por primera vez,que yo recuerde, ni siquiera

pensé en mi cara. Estabasonriendo de oreja a orejapara todas las cámaras que meestaban haciendo fotos. Flash,flash, clic, clic: sonreíamientras los padres de Jack yla madre de Summer noshacían fotos. Luego llegaronReid y Maya. Flash, flash, clic,clic. Y luego llegó Charlotte ypreguntó si podía hacerse unafoto con nosotros. «¡Claro,faltaría más!», dijimos. Y los

padres de Charlotte sepusieron a hacernos fotos almismo tiempo que los otrospadres.

Y casi sin darme cuenta, allíestaban los dos Max, y Henryy Miles, y Savanna. Luegollegaron Amos y Ximena. Allíestábamos todos apiñadosmientras los padres nos hacíanfotos como si estuviésemos enla alfombra roja. Luca. Isaiah.Nino. Pablo. Tristan. Ellie.

Perdí la cuenta de todos losque se unían al grupo. Todos,prácticamente. Lo único quesabía era que estábamos todosriéndonos y apretándonos losunos contra los otros, y que anadie parecía importarle si erami cara la que estaba junto a lasuya. De hecho, y no lo digopara fardar, me parecía quetodos querían ponerse a milado.

El paseo de vuelta a casa

Después de la recepciónfuimos andando a casa paratomar pastel y helado. IbanJack, sus padres y su hermanopequeño, Jamie. Summer y sumadre. El tío Po y la tía Kate.El tío Ben. La abuelita y el

abuelito. Justin, Via yMiranda. Y mamá y papá.

Era uno de esos estupendosdías de junio en que todo elcielo está azul y brilla el sol,pero no hace tanto calor comopara desear estar en la playa.Hacía un día perfecto. Todosestábamos contentos. Yo aúntenía la sensación de estarflotando con la música de Laguerra de las galaxiassonando en mi cabeza.

Yo caminaba al lado deSummer y Jack, y nopodíamos parar de reír. Todonos hacía partirnos de risa.Estábamos con la risa tonta:solo hacía falta que alguien temirase para echarte a reír.

Oí la voz de papá pordelante de mí y levanté lavista. Estaba contando unahistoria graciosa mientrasbajábamos por la avenidaAmesfort. Los adultos también

se morían de risa. Mamásiempre decía que papá podríaganarse la vida de cómico.

Vi que mamá no iba con losdemás adultos, así que miréhacia atrás. Se estabaquedando un pocodescolgada, pero sonreía parasus adentros, como siestuviese pensando en algodulce. Parecía feliz.

Retrocedí unos cuantospasos y la sorprendí

abrazándola mientrascaminaba. Me pasó un brazopor encima de los hombros yme dio un apretón.

—Gracias por hacerme ir alcolegio —dije en voz baja.

Me abrazó con más fuerza,se agachó y me dio un beso enlo alto de la cabeza.

—Gracias a ti, Auggie —contestó casi en un susurro.

—¿Por qué?—Por todo lo que nos has

dado —dijo—. Por entrar ennuestras vidas. Por ser tú. —Se agachó y me susurró aloído—. Eres maravilloso,Auggie. Eres maravilloso.

Apéndice LOS PRECEPTOS DELSEÑOR BROWNE septiembre«Cuando puedas elegir entretener razón o ser amable, eligeser amable.» Dr. Wayne W.Dyer

octubre«Tus actos son tusmonumentos.» Inscripción enuna tumba egipcia noviembre«No tengas amigos que nosean iguales a ti.» Confucio diciembre«Audentes fortuna iuvat.» (Lafortuna sonríe a los audaces.)

Virgilio enero«Ningún hombre es una isla,completo por sí mismo.» JohnDonne febrero«Es mejor conocer algunaspreguntas que todas lasrespuestas.» James Thurber

marzo«Las palabras amables nocuestan mucho, peroconsiguen muchas cosas.»Blaise Pascal abril«Lo que es hermoso es bueno,y quien es bueno pronto seráhermoso.» Safo mayo«Haz todo el bien que puedas,

por todos los medios quepuedas,de todos los modos quepuedas,en todos los lugares quepuedas,todas las veces que puedas,a toda la gente que puedasy mientras puedas.»La norma de John Wesley junio«¡Sigue el día e intenta tocar el

sol!» The Polyphonic Spree,«Light and Day» PRECEPTOS DE LASPOSTALES el precepto de charlotte cody«No basta con ser amigable.Tienes que ser un amigo.» el precepto de reid kingsley«¡Salva los océanos, salva elmundo!» ¡Yo!

el precepto de tristan fiedleholtzen«Si de verdad quieres algo enesta vida, tienes que trabajar.Y ahora, calla, que van aanunciar los números de lalotería.» el precepto de savanna wittenberg«Las flores son estupendas,pero el amor es mejor.» JustinBieber

el precepto de henry joplin«No te hagas amigo deimbéciles.» Henry Joplin el precepto de maya markowitz«Lo que necesitas es amor.»The Beatles el precepto de amos conti«No intentes ser guay.Siempre se nota, y eso no esguay.» Amos Conti el precepto de ximena chin

«Sé fiel a ti mismo.»Shakespeare, Hamlet el precepto de julian albans«A veces es bueno empezar denuevo.» Julian Albans el precepto de summer dawson«Si puedes acabar secundariasin haberle hecho daño anadie, ¡guay!» Summer Dawson

el precepto de jack will«¡Tranquilo y sigue adelante!»Un dicho de la SegundaGuerra Mundial el precepto de august pullman«Todo el mundo deberíarecibir una ovación delpúblico puesto en pie almenos una vez en su vida,porque todos vencemos almundo.» Auggie

Agradecimientos Estoy enormementeagradecida a mi increíbleagente, Alyssa Eisner Henkin,por enamorarse de estemanuscrito ya en sus primerosborradores y por ser una firmedefensora de Jill Aramor, R. J.

Palacio o cualquier otronombre que decidieseponerme. Gracias a JoanSlattery, cuyo alegreentusiasmo me llevó a Knopf.Y, sobre todo, gracias a ErinClarke, editora extraordinaria,que hizo que este libro fuesetodo lo bueno que podía ser ypor cuidar tan bien de Auggiey compañía: sabía queestábamos todos en buenasmanos.

Gracias al maravillosoequipo que ha trabajado en Elmundo de August. IrisBroudy, es un honor tenertede correctora. Kate Gartner yTad Carpenter, gracias por laestupenda cubierta. Muchoantes de escribir este librotuve la suerte de trabajar codocon codo con correctores depruebas, diseñadores,directores editoriales,encargados de marketing,

publicitarios y todos loshombres y mujeres quetrabajan en silencio al otrolado del telón para hacerrealidad los libros… ¡Si losabré yo que no es por dinero!Es por amor. Gracias a loscomerciales, a loscompradores de libros y a loslibreros que están en unaindustria imposible, perohermosa.

Gracias a mis increíbles

hijos, Caleb y Joseph, por lofeliz que me hacéis, por lacomprensión quedemostrasteis todas esas vecesque mamá necesitaba escribiry por elegir siempre seramables. Sois maravillosos.

Y, sobre todo, gracias a miincreíble marido, Russell, portus opiniones inspiradoras, tuinstinto y tu apoyoinquebrantable —no solo eneste proyecto sino en todos,

año tras año— y por ser miprimer lector, mi primer amor,y por serlo todo para mí.Como dijo María: «En algúnmomento de mi juventud o demi infancia debí de hacer algobueno». ¿Cómo si no seexplica esta vida que hemosconstruido juntos? Doygracias todos los días.

Y por último, y no por ellomenos importante, me gustaríadarle las gracias a la niña

pequeña que vi frente a laheladería y a todos los otros«Auggies» cuyas historias mehan inspirado para escribireste libro.

R. J.

Permisos Extracto de El león, la bruja yel armario, de C. S. Lewis,Ed. Destino, 2005. Traducidopor Gemma Gallart. Gay and Loud Music: Extractode «The Luckiest Guy on the

Lower East Side», escrita porStephin Merritt e interpretadapor Magnetic Fields, copyright© 1999 by Stephin Merritt.Published by Gay and LoudMusic (ASCAP). Todos losderechos reservados.Reproducida con permiso deGay and Loud Music. Indian Love Bride Music:Extracto de «Wonder», escritapor Natalie Merchant,

copyright © 1995 by NatalieMerchant (ASCAP). Todos losderechos reservados.Reproducida con permiso deIndian Love Bride Music. Sony/ATV Music PublishingLLC: Extracto de «Beautiful»,escrita por Linda Perry einterpretada por ChristinaAguilera, copyright © 2002 bySony/ATV Music PublishingLLC and Stuck in the Throat

Music. Todos los derechosadministrados por Sony/ATVMusic Publishing LLC, 8Music Square West, Nashville,TN 37203. Todos los derechosreservados. Reproducida conpermiso de Sony/ATV MusicPublishing LLC y Stuck in theThroat Music. Talpa Music: Extracto de«Beautiful Things», escrita porJosh Gabriel, Mavie Marcos y

David Penner. Copyright ©Published by Talpa Music.Todos los derechosreservados. Reproducida conpermiso de Talpa Music. TRO-Essex MusicInternational, Inc.: Extracto de«Space Oddity», letra ymúsica de David Bowie,copyright © 1969, copyrightrenewed 1997 by OnwardMusic Ltd, London, England.

Todos los derechosreservados. Reproducida conpermiso de TRO-Essex MusicInternational, Inc., NuevaYork.

* En inglés Summer significa«Verano» y August, «Agosto».(N. del E.)

* En inglés, Jack will go tothe beach. La partícula willindica el tiempo futuro delverbo. (N. del E.)

* Janucá: festividad judaicaque conmemora la expulsiónde los griegos de Israel.Kwanzaa: fiesta secular de lacultura afroamericana quetiene su origen en lacostumbre de reunirsealrededor de la primeracosecha del año. (N. del E.)

Mientras R. J. Palacio sededicaba a diseñar preciosascubiertas para cientos deautores, soñaba con escribiralgún día una novela. Sinembargo, le parecía que nuncallegaba el momento hasta quese dio cuenta de que lo únicoque tenía que hacer eraempezar a escribir. La lecciónde August es su primera

novela y, después de loselogios unánimes que hadespertado en todo el mundo,seguro que no será la última.

Título original: Wonder Edición en formato digital:septiembre de 2012 © 2012, R. J. Palacio© 2012, Random HouseMondadori, S. A.Travessera de Gràcia, 47-49.08021 Barcelona© 2012, Diego de los Santos

Domingo, por la traducción Diseño de cubierta: NicolásCastellanos / Random HouseMondadori, S. A.Ilustración de la cubierta: ©Tad Carpenter Quedan prohibidos, dentro delos límites establecidos en laley y bajo los apercibimientoslegalmente previstos, la

reproducción total o parcial deesta obra por cualquier medioo procedimiento, así como elalquiler o cualquier otra formade cesión de la obra sin laautorización previa y porescrito de los titulares delcopyright. Diríjase a CEDRO(Centro Español de DerechosReprográficos,http://www.cedro.org) sinecesita reproducir algúnfragmento de esta obra.

ISBN: 978-84-15594-09-3 Composición digital:Barcelona Edicions Digitals www.megustaleer.com

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