la lectio divina su realización a través de los … · distingue netamente de la lectura...

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1 LA LECTIO DIVINA Su realización a través de los tiempos 1. De qué hablamos cuando decimos LECTIO DIVINA Un anciano ermitaño, hombre entregado a la contemplación y a la oración con la Biblia, recibió un día, en el recinto donde vivía en soledad, la visita de un joven deseoso de encontrar el sentido de la vida y hallar la paz. El joven quedó tan bien impresionado por la conversación que mantuvo con el santo monje que, al final del encuentro, le pidió el privilegio de permanecer con él como discípulo. El ermitaño, que no había permitido a nadie quedarse con él como compañero y discípulo, le preguntó el motivo de tal deseo. El joven le respondió enseguida: “Porque quiero aprender a orar con la Biblia”. El ermitaño insistió: “¿Pero por qué quieres aprender a orar con la Biblia?”. Y obtuvo esta respuesta del joven: “¡Porque es la ciencia más elevada que existe!”. Y le respondió el monje: “¡Me gustaría mucho tenerte conmigo, pero no puedo!”. Entonces el joven se volvió a su casa. Pasaron algunos años y el joven volvió a visitar al anciano monje por segunda vez. Al final de la visita, le pidió de nuevo quedarse con él como discípulo para conocer las santas Escrituras y aprender a orar. Pero el monje le repitió la pregunta: “¿Por qué quieres conocer la Biblia y orar con ella?”. Y el joven le respondió: “¡Porque quiero llegar a ser santo!”. El ermitaño le respondió: “Me gustaría mucho tenerte conmigo, pero no puedo”. El aspirante a discípulo tuvo que volverse de nuevo a su casa, decepcionado y triste por no haber podido alcanzar su ideal de vida. Transcurrió de nuevo cierto tiempo. El pensamiento del joven permanecía siempre fijado en el lugar donde había experimentado una profunda paz en contacto con el hombre de Dios. Después de haber reflexionado mucho, decidió visitar de nuevo al ermitaño. Le encontró en oración con la Biblia entre las manos. Pasaron el día juntos, orando con la Palabra de Dios, y, al final, el joven renovó la petición de quedarse junto al monje, a fin de consagrarse al Señor y de este modo conocer las santas Escrituras y aprender a orar. El ermitaño le preguntó de nuevo: “¿Por qué quieres orar con la Biblia?”. Y el joven, seguro, le respondió: “Quiero orar con la Biblia para hacer la experiencia de Dios”. Los ojos del santo monje se iluminaron de alegría y, abrazando al joven, permitió que éste se quedara en la ermita como discípulo suyo.” Este apotegma de los Padres del desierto 1 subraya bastante bien la finalidad de la lectio divina. No es adquirir una ciencia humana o incluso teológica, o formular vagos ideales de santidad, sino realizar, con la Palabra, una experiencia de Dios personal y profunda. La lectio introduce a todo creyente en un auténtico camino de espiritualidad cristiana, que lleva a la comunión con Dios y con los hermanos. Sólo quien llega a esa experiencia de Dios, orando con la Palabra, estará en condiciones de adquirir la verdadera sabiduría 2 . 1 Los Apotegmas (del griego aphopthegma, que significa dicho breve o feliz) fueron recopilados en colecciones a finales del s. V. En ellos se muestran frases ( logoi) y anécdotas (erga) de los ermitaños y monjes del desierto egipcio. 2 G. ZEVINI, La lectio divina en la comunidad cristiana, Verbo Divino, Estella 2005, 7-8.

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LA LECTIO DIVINA Su realización a través de los tiempos

1. De qué hablamos cuando decimos LECTIO DIVINA “Un anciano ermitaño, hombre entregado a la contemplación y a la oración

con la Biblia, recibió un día, en el recinto donde vivía en soledad, la visita de un joven deseoso de encontrar el sentido de la vida y hallar la paz. El joven quedó tan bien impresionado por la conversación que mantuvo con el santo monje que, al final del encuentro, le pidió el privilegio de permanecer con él como discípulo. El ermitaño, que no había permitido a nadie quedarse con él como compañero y discípulo, le preguntó el motivo de tal deseo. El joven le respondió enseguida: “Porque quiero aprender a orar con la Biblia”. El ermitaño insistió: “¿Pero por qué quieres aprender a orar con la Biblia?”. Y obtuvo esta respuesta del joven: “¡Porque es la ciencia más elevada que existe!”. Y le respondió el monje: “¡Me gustaría mucho tenerte conmigo, pero no puedo!”. Entonces el joven se volvió a su casa. Pasaron algunos años y el joven volvió a visitar al anciano monje por segunda vez. Al final de la visita, le pidió de nuevo quedarse con él como discípulo para conocer las santas Escrituras y aprender a orar. Pero el monje le repitió la pregunta: “¿Por qué quieres conocer la Biblia y orar con ella?”. Y el joven le respondió: “¡Porque quiero llegar a ser santo!”. El ermitaño le respondió: “Me gustaría mucho tenerte conmigo, pero no puedo”. El aspirante a discípulo tuvo que volverse de nuevo a su casa, decepcionado y triste por no haber podido alcanzar su ideal de vida. Transcurrió de nuevo cierto tiempo. El pensamiento del joven permanecía siempre fijado en el lugar donde había experimentado una profunda paz en contacto con el hombre de Dios. Después de haber reflexionado mucho, decidió visitar de nuevo al ermitaño. Le encontró en oración con la Biblia entre las manos. Pasaron el día juntos, orando con la Palabra de Dios, y, al final, el joven renovó la petición de quedarse junto al monje, a fin de consagrarse al Señor y de este modo conocer las santas Escrituras y aprender a orar. El ermitaño le preguntó de nuevo: “¿Por qué quieres orar con la Biblia?”. Y el joven, seguro, le respondió: “Quiero orar con la Biblia para hacer la experiencia de Dios”. Los ojos del santo monje se iluminaron de alegría y, abrazando al joven, permitió que éste se quedara en la ermita como discípulo suyo.”

Este apotegma de los Padres del desierto1 subraya bastante bien la

finalidad de la lectio divina. No es adquirir una ciencia humana o incluso teológica, o formular vagos ideales de santidad, sino realizar, con la Palabra, una experiencia de Dios personal y profunda. La lectio introduce a todo creyente en un auténtico camino de espiritualidad cristiana, que lleva a la comunión con Dios y con los hermanos. Sólo quien llega a esa experiencia de Dios, orando con la Palabra, estará en condiciones de adquirir la verdadera sabiduría2.

1 Los Apotegmas (del griego aphopthegma, que significa dicho breve o feliz) fueron recopilados

en colecciones a finales del s. V. En ellos se muestran frases (logoi) y anécdotas (erga) de los ermitaños y monjes del desierto egipcio.

2 G. ZEVINI, La lectio divina en la comunidad cristiana, Verbo Divino, Estella 2005, 7-8.

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Todos los que estamos aquí, desde nuestra particular situación personal, queremos ser discípulos del Señor, por eso nuestra necesidad de formarnos en esa escuela. Pero difícilmente podremos ser discípulos si no ha habido encuentro, encuentro con ÉL, un encuentro que ilumine nuestra vida y le dé sentido, no un seguirle por tradición o por costumbre, un encuentro que evoque en nosotros un recuerdo duradero e imborrable, un encuentro que siempre podemos rememorar porque fue un hecho que se dio en un tiempo y unas circunstancias concretas de nuestro pasado, y que ha dejado en nosotros una huella que no envejece con el paso de los años.

La LECTIO DIVINA FAVORECE –provoca o renueva- ese encuentro PERSONAL que un día tuvimos con Jesucristo y que enganchó nuestro corazón de tal manera que necesitamos volver una y otra vez a estar con él, como el enamorado no se contenta con estar solamente de vez en cuando, sino que sueña con estar cada vez con mayor frecuencia… y hablarle y contarle, y buscar consuelo y pedirle, y compartir alegrías y tristezas, y estar a solas y en silencio…

Necesitamos beber de la fuente de la Palabra orada para que nuestro corazón quede saciado de su presencia y podamos llevarle a otros. ¿Cómo o a quién vamos a anunciarles si no llevamos nada en nuestra mochila para compartir? Todo comienza y se renueva una y otra vez con experiencias de encuentro. Todo nace de la constatación de una presencia… pero es necesaria esa experiencia personal de encuentro y oración para poder dar el paso a una vivencia comunitaria de la fe y de la oración.

Nos decía Juan Pablo II en la Novo millennio ineunte, 39 (año 2000):

“Es necesario que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, según la antigua y siempre actual tradición de la lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia”.

Y recientemente el Papa Francisco en la Exhortación Apostólica

Evangelii Gaudium 3: “Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él…” Y más adelante, en el n. 152: “Hay una forma concreta de escuchar lo que el Señor nos quiere decir en su Palabra y de dejarnos transformar por el Espíritu. Es lo que llamamos “lectio divina”. Consiste en la lectura de la Palabra de Dios en un momento de oración para permitirle que nos ilumine y nos renueve.” En el mismo número el papa Francisco da con la clave de lo que queremos decir con estas palabras lectio divina cuando la llama LECTURA ORANTE DE LA BIBLIA y parece que tiene práctica en ella cuando continúa en el número siguiente 153: “En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: “Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? ¿Qué me estimula de esta Palabra? ¿Qué me atrae? ¿Por qué me atrae?”

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1.1 Características de la lectio divina

Tres son, a mi entender, las características de la lectio divina clásica que la distinguen de otros ejercicios espirituales que han surgido también en la vida de la Iglesia, y en particular la diferencian de la mera lectura espiritual: tener la Biblia por objeto, el carácter sacramental y su estrecha relación con la oración.

Lectura de la Biblia

La primera y principal característica de la lectio divina, que además le da el nombre, es que tiene por objeto la Sagrada Escritura. Leer la Biblia es leer la Palabra de Dios y en definitiva es «leer a Dios». Es bien sabido que cuando leemos las Escrituras Dios nos habla, pero no solemos atrevernos a decir que «leemos a Dios». Una consecuencia práctica será que, independientemente de lo que aquella lectura diga, tiene un primer valor que es el de poner al lector en contacto real con Dios que le habla. Esto no se da en ninguna lectura humana, por piadosa y sabia que sea o pretenda ser. Al leer esta carta de Dios para nosotros sentimos su presencia y lo que nos dice dentro de nosotros mismos.

Lectura sacramental

La segunda característica de la lectio divina es su carácter sacramental. La lectio divina por excelencia es la proclamación de la Palabra de Dios en la liturgia, y la lectura privada de las Escrituras ha de considerarse como una anticipación o una prolongación de la proclamación litúrgica, por lo que participa de la eficacia sacramental que la Palabra de Dios tiene cuando se proclama solemnemente en una celebración sagrada.

Lectura orante

Finalmente, otra importante característica de la lectio divina clásica, que la distingue netamente de la lectura espiritual posterior, es su íntima relación con la oración. Cierto que también la lectura espiritual moderna se orienta hacia la oración, pero lo hace suministrándonos «puntos» para la meditación que se hará más tarde, en tanto que la lectio divina es en ella misma oración.

La «lectio» apunta a la contemplación, según el esquema clásico que el más famoso de sus teorizantes, Guido el Cartujano (+1188), en su obra Scala claustralium, formulaba así: lectio-meditatio-oratio-contemplatio, comparando su metodología como una escalera de cuatro peldaños. Pero mejor diríamos que la lectio divina, más que apuntar a la oración, es oración. «La lectio - escribía Guido - busca la vida bienaventurada, la meditatio la encuentra, la oratio la pide, la contemplatio la saborea»3.

La lectio divina es, pues, una lectura de la Escritura:

Pausada y serena

Meditativa y orante

Comprometedora y exigente

3 H. RAGUER, “La lectio divina”: Cuadernos Phase 94, CPL (1999), 6-11.

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Orientada a una vida de comunión con Dios4.

Pero para intentar vivir esta experiencia hay que tener en cuenta que es también una iniciación a la ascesis. La praxis de la lectio divina requiere y suscita:

1. La capacidad de interiorización 2. La perseverancia 3. El combate

Son las tres condiciones, que si son desatendidas, impiden a la Palabra dar fruto, y que tal como explica Jesús en la parábola del sembrador (cf. Mc. 4, 20) son las cualidades mencionadas para dar fruto en los tres tipos de terreno sobre el cual cae la semilla (= la Palabra). Hay que decir que no es una tarea fácil, por eso requiere de estas tres condiciones.

1.2 Dificultades

1. La Lectío divina suscita muchas resistencias. Hoy en día, a

menudo, se manifiestan objeciones que surgen de las dificultades inherentes a la Biblia. El carácter áspero de muchas páginas de la Escritura, la distancia cultural que separa nuestra actualidad del tiempo de redacción de los textos bíblicos, las diferencias de sensibilidad y mentalidad, de imágenes y lenguaje, hacen surgir reticencias sobre todo hacia el Antiguo Testamento.

2. Otra dificultad que irrumpe con fuerza hoy, en una época de crisis de la "lectura clásica", es la inherente a las mismas modalidades de la lectura. Hoy día, que se lee tan poco, con prisas, para almacenar lo máximo en el menor tiempo posible, un tiempo en el cual se da más importancia a la imagen que a la palabra escrita, la lectura de un texto complicado como la Biblia, parece todo menos algo elemental.

3. Es necesario evitar las influencias de la inconstancia y de la falta de perseverancia: sólo dando cotidianamente tiempo a la escucha-lectura orante de la Palabra, la persona edifica una relación auténtica con el Señor. Dar tiempo para la Lectio divina es una manera concretísima de "perder su vida por mí y por la buena noticia" (Mc 8, 35) por el Señor y de introducirnos en un camino de conversión.

4. Es necesario evitar las influencias del intelectualismo y del esteticismo: la Lectio divina no es el estudio de un texto ni puede ser agotada. En la Lectio, el "Libro" se convierte en "un tabernáculo, un lugar privilegiado del encuentro con el Amado". Se trata, de hecho, de "descubrir el corazón de Dios en la Palabra de Dios" para cumplir el mandamiento bíblico “Pégate a él, no te separes.” (Eclo 2, 3).

4 R. GARCIA GARCIMARTÍN, La Lectio Divina. Un itinerario antiguo con posibilidades nuevas,

Verbo Divino, Estella 2010, 7.

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1.3 Algunos criterios esenciales

Deben recordarse algunos criterios para que se dé una lectura de fe. De hecho, sólo con la misma actitud de fe que guio a los redactores bíblicos en la redacción de los textos es posible percibir su intencionalidad.

1. La unidad cristológica de las Escrituras. Es Cristo el pilar principal que une el Antiguo y el Nuevo testamento, es Él quien llena el misterio pascual de la primera alianza en la propia pascua, en el cual se sintetiza la Palabra de Dios. La Lectio divina intenta iluminar el misterio infinito de Cristo, a partir de los testimonios de su Presencia en los textos bíblicos.

2. Criterio operativo. La escucha nos pide vivir, poner en practica la misma Palabra (cf. Sant 1,22-23). La Palabra es dada para ser vivida, por tanto, vivir la Palabra es parte esencial de la comprensión de dicha Palabra.

3. El criterio de la contemporaneidad. En la Lectio divina la persona se aproxima a la Escritura, porque cree que, a través de ella, Dios habla "de" y "a" la propia vida, hoy. La Escritura, proporciona "el mensaje irrevocable". (Ap 14,6). Anuncia "Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre (Heb 13, 8; Rom 15,4)

4. El criterio comunitario. "La comunidad eclesial es la "norma" de la inteligencia de la Palabra y de su vitalidad". La vida de comunidad concreta en la cual estamos inmersos, es por tanto el criterio hermenéutico esencial de las Escrituras. Un texto de san Gregorio Magno revela este valor hermenéutico del contexto comunitario: “Muchas cosas en la santa Escritura que por mí mismo no he conseguido entender, las he entendido con la colaboración de mis hermanos. Me he dado cuenta de que la comprensión me había sido concedida a través de ellos”. Homilía sobre Ezequiel II, 2, 15. 2. LA LECTIO DIVINA A TRAVÉS DE LOS TIEMPOS

¿Dónde y cómo comenzó esta práctica?

La lectio divina6 se remonta, en su dinámica fundamental, a orígenes antiquísimos, está cargada de un pasado ilustre y glorioso, aunque progresivamente olvidada a partir de los siglos XIII-XIV tras la consolidación de una Lectio scholastica7, que lee la Escritura haciéndole preguntas, buscando en ella "soluciones" a problemas doctrinales, más teórica, por tanto, que mistérica

5 E. BIANCHI, Orar la Palabra, Monte Carmelo, Burgos 2000. 6 La lectio divina es dejarse encontrar por Aquel que nos habla, que pronuncia una Palabra para

nosotros. LEER=ESCUCHAR. Leo para escuchar, medito para comprender qué es lo que Dios me quiere decir, oro para responderle, contemplo su Rostro, su vida, mi / nuestra vida en la Suya

7 La lectio monástica tiende a la meditatio y a la oratio, la lectio scholastica a la quesito y a la disputatio (DE LUBAC, H. Exégese médievale, Tomo 1, Du Cerf, Paris 1993, pág. 88). En el siglo XIII se produce la ruptura: para el teólogo el texto sagrado desaparece tras las Sumas magistrales (ibidem, pág. 117).

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y sapiencial. También fue ofuscada por la devotio moderna8 que buscaba una oración personal piadosa, afectiva, orientada a lograr la perfección espiritual personal y de marcado acento psicológico. Y, por último, se vio igualmente oscurecida por la meditación introspectiva y psicológica de sello ignaciano9, orientada a hacer una opción de vida.

Nacida en los primeros siglos de la Iglesia, conservada en los monasterios, la lectio divina despierta hoy verdadero entusiasmo entre los cristianos, habiendo nacido impulsados por el Concilio Vaticano II diferentes movimientos y escuelas de Lectio Divina en diversas partes del mundo10, pero la historia de este proceso es ya muy larga y ha pasado por muchas vicisitudes.

No se trata de un “método” como los de la exégesis clásica y tampoco pretende reemplazarlos. Es más bien una “pedagogía”, en la que la lectura orante avanza por etapas. La reflexión de un monje del siglo XII, Guido II el Cartujo (noveno prior de la Gran Cartuja de la ciudad francesa de Grenoble) –al que ya he citado antes-, sirve de referencia al proponer cuatro peldaños o escalones, pero su origen se remonta mucho más atrás. Más allá de los Padres de la Iglesia, es la propia Biblia, en particular el Nuevo Testamento, la que establece sus premisas11.

Como introducción a este apartado sobre su historia, quisiera detenerme en la expresión latina lectio divina, cuya traducción literal sería “lectura divina” o, más libremente “lectura espiritual”. Dicha expresión es traducción del griego theia anagnosis que equivale a decir “lectura que tiene por objeto la Sagrada Escritura”. Por eso, se la considera “divina”. El primer testimonio escrito de la expresión theia anagnosis se encuentra en una carta de Orígenes, a caballo entre los siglos II y III (Alejandría, 185-254), -por algunos considerado como el padre de la lectio divina-, dirigida a su discípulo Gregorio, el gran teólogo alejandrino12:

“Tú, pues, señor e hijo mío, atiende principalmente a la lectio de las

Escrituras divinas (1 Tim 4,13); pero atiende. Pues de mucha atención tenemos necesidad quienes leemos lo divino, a fin de no decir ni pensar nada temerariamente acerca de ello. Y a par que atiendes a la lectio de

8 Devotio moderna: Movimiento de espiritualidad surgido en Holanda (siglos XIV-XV) como

reacción a la tendencia especulativa en la lectura de la Sagrada Escritura de la teología escolástica.

9 En los Ejercicios Espirituales de San Ignacio (siglo XVI) se proponen distintas contemplaciones a los ejercitantes. Todas estas contemplaciones evangélicas están introducidas por tres preámbulos en los que se pide al ejercitante que "traiga la historia de la cosa" (es decir, del pasaje bíblico previamente determinado por el texto de los Ejercicios para cada día), con su imaginación debe hacer composición de lugar, "como si presente me hallase" y debe "demandar lo que quiere": la contemplación busca un fruto determinado.

10 Quizás el más famoso sea el método de los Seven Steps (los “siete pasos”), conocido también como el método Lumko, nacido en Sudáfrica, que presenta el encuentro con la Biblia como un camino constituido por siete momentos o pasos: presencia de Dios, lectura, meditación, pausa reflexiva, comunicación, coloquio y oración común

11 C. de DREUILLE, Lectio divina. Un camino para orar la palabra de Dios, Cuadernos Bíblicos 164, Verbo Divino, Pamplona 2014, 3.

12 Gregorio, llamado el Taumaturgo, discípulo de Orígenes en su escuela de Cesarea de Palestina (siglo III), fue obispo de Cesarea de Capadocia. En el siglo siguiente habrá otros Gregorios más conocidos entre los escritores griegos, Gregorio Nacianceno (+389) y Gregorio de Nisa (+395).

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las cosas divinas con intención fiel y agradable a Dios, llama y golpea a lo escondido de ellas, y te abrirá aquel portero de quien dijo Jesús: “A éste le abre el guardián” (Jn 10,3). Y a par que atiendes a la lectio divina, busca con fe inconmovible en Dios el sentido de las letras divinas, escondido a muchos. Pero no te contentes con golpear y buscar, pues necesaria es de todo punto la oración pidiendo la inteligencia de lo divino. Exhortándonos a ella el Salvador, no sólo dijo: Llamad y se os abrirá, buscad y encontraréis, sino también: Pedid y se os dará (Mt 7,7; Lc 11,9).” 13

Aunque en esta epístola Orígenes no pretendía establecer la metodología de la lectio divina – para ello habrá que esperar todavía algunos siglos –, lo cierto es que de manera informal indicó sus rasgos fundamentales: dedicación a la Biblia, estudio del texto, intimidad con Cristo y actitud orante14.

2.1 La "Lectio Divina", herencia recibida de la espiritualidad de Israel. .

Si la Iglesia es hija de la sinagoga, la lectio divina de los primeros cristianos deriva de la práctica judía de la lectura y meditación de las Escrituras. Si queremos trazar la historia de la lectio divina, la práctica judía será como su prehistoria.

Considerada por la Iglesia de los Padres como un bien común de toda la comunidad creyente, la práctica de la lectura orante y sapiencial de la Biblia fue siempre tenida en gran estima por la tradición monástica como instrumento, mediación y alimento de la experiencia espiritual.

2.2 Un precedente de la Lectio Divina: la lectura asidua de la Torah

Tal forma singular de escucha de la Escritura, que impregna los días y las noches del monje, tanto si ora como si trabaja, hunde sus raíces en la espiritualidad de Israel y en la lectura practicada por los primeros cristianos, cuya vida litúrgica deriva de la praxis celebrativa sinagogal.

En el marco comunitario y festivo de la liturgia sinagogal con todo su clima de alabanza, acción de gracias y súplica, la escucha de las Escrituras -pasos de la Torah y de los Profetas-, y en estrecha relación con la interpretación que de ella se hace, permite al hebreo piadoso saborear la Palabra y proseguir la meditación de esta Palabra en la vida cotidiana murmurando retazos de la misma. Para el rabino, a fuerza de repetir la Escritura, esta le "resulta dulce como dulce es para el lactante la leche materna".

En efecto, en el mundo semita y en el judaísmo de la época de Jesús, la

13 ORÍGENES, Carta a Gregorio el Taumaturgo, 4. 14 N. CALDUCH, La lectura orante o creyente de la Sagrada Escritura, ponencia presentada en

el Congreso “La Sagrada Escritura en la Iglesia” con motivo de la presentación de la Biblia de la Conferencia Episcopal Española, Madrid 7 al 9 de febrero de 2011, en línea, http://www.sagradabibliacee.com/ponencias/131-la-lectura-orante-o-creyente-de-la-sagrada-escritura-lectio-divina (consulta el 28 de agosto de 2014).

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memoria permitía que la enseñanza fuese "palabra viva y perdurable". Desde sus primeros años, el niño israelita se entrenaba a retener de memoria las palabras de su maestro y en este arte de aprender y retener participaba también el cuerpo con sus movimientos y cadencias. 2.3 Lectura cristiana de la Escritura.

Recibida, pues, de la gran tradición espiritual y litúrgica del judaísmo por las primeras generaciones cristianas cual herencia preciosa, la praxis de la Lectio Divina pronto se convirtió en rasgo característico del misticismo cristiano que contempla todo -Ley y Profetas- ya no solamente desde el acontecimiento mesiánico-pascual de Jesucristo. Los cristianos leen la divina Escritura de manera asidua, y a la luz del Espíritu de Pentecostés descubren en ella el "sentido místico y espiritual", es decir, la revelación de Cristo.

El resucitado –que con su muerte ha rasgado “el velo del templo” que ocultaba al hombre los secretos de Dios y ha guiado al creyente “hasta más allá del velo del santuario” (Heb 6, 19-20; 10, 19-20)- enseña, por consiguiente, el principio hermenéutico fundamental y universalmente válido para toda la interpretación cristiana de las Escrituras. Puesto que la Escritura es cristocéntrica, la hermenéutica15 bíblica a la que se atiene la lectio divina debe serlo también16.

En el “Pastor de Hermas”17, -obra del siglo II salida de círculos fuertemente judeocristianos de Roma-, se afirma que la lectura abre el acceso a la vida de Dios y se advierte que a la ascesis y a la oración del creyente, Dios responde con una revelación sobre el sentido de la Escritura18. Según el filósofo y mártir Justino (martirizado entre el 162 y el 168), en el martirio el creyente demuestra haber entendido rectamente la Escritura, pues realiza el verdadero encuentro con Cristo.

El obispo Cipriano de Cartago (+258), mártir también, exhorta a Donato: "Haya en ti, o bien la oración asidua, o bien la lectura: en la oración eres tú quien habla a Dios; en la lectura, Él es quien te habla"19. (Esta idea la repetirá más tarde San Jerónimo).

2. 4 ORÍGENES: el gran maestro de la Lectio Divina.

La hermenéutica existencial de la Escritura propia de la tradición judía es asumida a grandes líneas por las primeras comunidades cristianas y en general por la exégesis patrística, no sin la mediación de los textos neotestamentarios.

El principio de la exégesis hebrea, según la cual la Palabra escuchada

15 La hermenéutica (del griego ἑρμηνευτικὴ τέχνη [hermeneutiké tejne], ‘arte de explicar,

traducir o interpretar’) es el arte de interpretar textos y especialmente el de interpretar los textos sagrados.

16 M. MASINI, La lectio divina. Teología, espiritualidad, método, BAC, Madrid, 2011, 70-71. 17 Hermas fue un esclavo cristiano probablemente de mitad del siglo II. 18 EL PASTOR DE HERMAS, Comparaciones VIII, 6-7 y X; Visiones II, 2, 1-4, Ed. Ciudad

Nueva, Col. Fuentes Patrísticas, Sección Textos 6, Madrid, 1995, 225-227 y 283-287. 19 CIPRIANO DE CARTAGO, Ad Donatum 15. La misma idea en Jerónimo, Ep. 22, 25.

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primero hay que vivirla, es decir, la comprensión del misterio pasa por la experiencia concreta, es el principio que inspira la exégesis patrística. Los Padres en efecto, consideran la sacra página no como un libro a leer sino como una historia a revivir: uno no puede quedarse a nivel de espectador. Pastores de la gran Iglesia en la antigüedad cristiana, en los siglos decisivos en cuanto a la constitución de sus estructuras, al recoger la primitiva tradición evangélica y actualizarla, los Padres heredaron lo mejor de la solicitud atenta y amorosa del pueblo hebreo en lo tocante a los libros santos. Ellos nos recuerdan que tan sólo la lectura hecha con la vida permite hacer el paso de la profecía bíblica a su actualidad (Lc 4,21).

El gran maestro en el arte de la lectio divina, al que ya nos hemos referido antes, es, sin lugar a dudas, el teólogo alejandrino Orígenes (ca.185-ca.253), cuya exégesis es inseparable de su teología. De él dijo Hans Urs von Balthasar: “Fue como el frasco de perfume de la unción de Betania, roto pero que llenó toda la casa de la Iglesia con su aroma”20. La exégesis de la Escritura, que hay que meditar con un corazón purificado por la renuncia al pecado, es punto de partida del conocimiento y del amor de Dios. Afirma que "hay que acudir cada día a los pozos de la Escritura, como Rebeca"21 cosa que él mismo practicaba con sus discípulos; dedicaban las primeras horas del día a la Lectio, y durante las comidas y antes de acostarse solían leer en común la Escritura. Su espiritualidad y su compromiso ascético estaban impregnados por una atmósfera bíblica. Este grupo de Orígenes sería tal vez un primer testimonio cristiano de lectura continua de la Biblia en cuya praxis, crítica textual y reflexión filosófica se ordenaban a una lectura de la fe más penetrante.

2.5 Maestros de la "LECTIO DIVINA" en la Iglesia de los PADRES de ORIENTE y en el ANTIGUO MONACATO CRISTIANO

Por lo general persiste en la praxis patrística de la Lectio Divina el método rabínico: la memoria y el corazón intervienen de forma activa en este ejercicio. En la escuela de los Padres, y siguiendo, los pasos del gran maestro que fue Orígenes, la Palabra leída y escuchada conduce siempre al encuentro con la persona viva del Verbo.

Recogimiento del espíritu y oración permiten, según Basilio el Grande (+379), el coloquio con Dios y la contemplación22. Pero la vida de oración necesita el alimento de las Escrituras: "en las plegarias que alternan con la lectura, el alma se hace tanto más limpia y fuerte, cuanto más ha sido impulsada por el ansia de Dios”23

De Juan Crisóstomo (+407), predicador ilustre, nos sorprende su exhortación a los laicos para que lean la Biblia en casa de manera que la escucha de la Escritura efectuada después en el marco celebrativo de la liturgia resulte provechosa. Crisóstomo considera la Lectio Divina como el sacerdocio

20 H. RAGUER, art. cit. 21 ORÍGENES, Homilías sobre el Génesis 10, 2, Ed. Ciudad Nueva, Madrid 1999, 228. 22 Macrina, abuela paterna de Basilio Magno, había sido discípula de Gregorio Taumaturgo,

discípulo a su vez de Orígenes 23 BASILIO EL GRANDE, Epistola, 2.

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de los laicos, una práctica que les conduce a la santidad. En efecto, la Lectio es una forma de plegaria que prolonga la comunión eucarística: "Señor Jesucristo, abre los ojos de mí corazón para que pueda comprender y realizar tu voluntad... Ilumina mis ojos por medio de tu luz”24.

La historia de la Lectio Divina en el monacato primitivo ha sido objeto de múltiples estudios. Vamos a ver solamente algunas indicaciones.

Un episodio incisivo, de gusto sapiencial, de hacia los años 390, resume bien el sentir de los padres del desierto respecto a la Palabra de Dios:

"De abba Abram, escriba y sobre todo hombre de oración se cuenta que cuando alguien le rogó copiar entero el salmo 33, el escriba se paró al transcribir el versículo 15: "Aléjate del mal y haz el bien; busca la paz y persíguela". Y lo explicaba así: "poned en práctica sobre todo esto, y después ya escribiré algo más"25. Al destacar la importancia de esta actitud de acogida de la Palabra como norma de vida, los Padres del desierto demuestran seguir fielmente la tradición espiritual de Israel. El consejo dado a los que se afanan por escuchar la Palabra pero no se deciden a ponerla en práctica es claro: "Una virgen se presentó a un anciano y le dijo: "Hace 200 semanas que ayuno seis días (sobre siete), he aprendido de memoria el Antiguo y el Nuevo Testamento. ¿Qué más debo hacer?" El anciano respondió: "¿Has aceptado alguna vez el desprecio como un honor y eres capaz de preferir la pérdida más que la ganancia?” "No, padre", confesó sinceramente la virgen. El prosiguió: "¿Puedes preferir la pobreza al prestigio?". "No soy capaz de ello", confesó la virgen. "Pues bien -concluyó el anciano- tú no has ayunado seis días, ni has aprendido de memoria el Antiguo y el Nuevo Testamento, tan sólo has engañado a tu alma"26. La oración con la Palabra siempre nos lleva a la conversión de la vida, de la persona.

Acerca de san Antonio Abad (270-356), el gran eremita de Egipto, nos cuenta san Atanasio que la decisión de renunciar a todo para seguir a Cristo la tomó un día que Antonio entró en una Iglesia en el momento en que se cantaba el evangelio y oyó que el diácono proclamaba: «Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo, y después ven y sígueme» (Mt 19,21). Él entendió estas palabras como si Jesucristo se las hubiera dicho personalmente a él, y obedeció a la llamada y prosigue Atanasio en su vita Antonii que Antonio iniciaba a sus discípulos en el arte de leer la Sagrada Escritura. A un discípulo que quería agradar a Dios, este gran padre de los monjes recordaba: "Observa lo que te prescriba: dondequiera que vayas, ten siempre a Dios delante de los ojos; en todo lo que hagas, ten la aprobación de las santas Escrituras; y si te quedas en algún lugar, no lo abandones fácilmente. Observa estas tres cosas y tendrás vida". El emperador Constantino y sus hijos escribían a Antonio, cosa que admiraba a sus discípulos. El santo anacoreta les dijo: «No os maravilléis porque me escribe el emperador, que no es más que un hombre. Lo que nos ha de maravillar es que Dios haya

24 JUAN CRISÓSTOMO, Homilia, 6, Patrología Griega 64, 462-466. 25 Arm. 10, 6; III, 41. Citado en E. GOUTAGNY, El camino real del desierto. Los más bellos apotegmas comentados, Monast. De las Huelgas, Col. Espiritualidad Monástica n. 26, Burgos 1992, 392. 26 Arm. 10, 91; III, 49. Citado en E. GOUTAGNY, op. cit., 383.

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escrito a toda la humanidad la carta de la Ley (el Antiguo Testamento) y que nos haya hablado por medio de su propio Hijo (Nuevo Testamento)»27.

Evagrio Póntico (346-399) se estableció en el desierto de Nitria en 383. Será el gran divulgador de la doctrina bíblica de Orígenes aplicada específicamente a la vida monástica. Se le ha llamado el «iniciador de la mística monástica» y «fundador de la doctrina mística cristiana en general» (W. Bousset). «Que el sol naciente te encuentre con la Biblia en las manos», aconsejaba Evagrio a una virgen. «Que no se aparte de tus labios, ni de día ni de noche, la Palabra de Dios. Que sea continua ocupación tuya la meditación de las Escrituras. Ten un Salterio y apréndete los salmos de memoria. Que el sol naciente contemple ya en tus manos el libro sagrado». Los efectos de la lectio divina, según Evagrio, son: fomenta la pureza de corazón, arranca el espíritu de las preocupaciones terrenas y lo dispone a la contemplación más elevada.

Los monjes siríacos, como Efrén el Sirio (siglo IV) y los de Gaza durante los siglos V y VI, como Barsanufio y Juan el profeta, Doroteo y el joven Dositeo, siguen insistiendo en la Lectio divina como un ejercicio espiritual privilegiado. Doroteo, por ejemplo, afirma que la lectura practicada con asiduidad consigue superar la insensibilidad del alma respecto a las cosas de Dios28.

2.6 Maestros de la "LECTIO DIVINA" entre los Padres de OCCIDENTE

San Ambrosio (+397): Enorme fue en el área occidental el magisterio del obispo de Milán. San Agustín nos ha dejado de él una pintura incomparable en las Confesiones29 diciendo de él: "Cuando leía, hacíalo pasando los ojos por encima de las páginas mientras su corazón penetraba el sentido, sin decir palabra ni mover la lengua”. El obispo de Milán considera la hermenéutica bíblica como el compromiso principal del hombre cara a la búsqueda de Cristo. No tanto un método técnico, cuanto la actividad de inclinarse bajo la Palabra con intelecto de amor, dispuesto a asumir sus exigencias. Tal exégesis renueva el corazón del lector hasta hacerle entrar en comunión con el único Verbo. Quien medite de día y de noche la Palabra con intención de observarla, está siempre en la luz, para él no existe la noche, pues su justicia brilla como la luz.

Ambrosio propone a sus fieles un itinerario espiritual que tiene como pilares básicos la escucha de la Palabra y la participación en los sacramentos. Es consciente que para los cristianos no es fácil leer el Antiguo Testamento. La clave de lectura nos la da Cristo: "Grande es la obscuridad de las Escrituras proféticas. Pero si con la mano de tu espíritu llamas a la puerta de las Escrituras, si con diligencia examinas lo que en ellas se esconde, comenzarás a recoger el sentido de las palabras, y nadie más te abrirá sino el Verbo de Dios... pues solamente el Señor Jesús en su Evangelio ha levantado el velo de los enigmas proféticos y de los misterios de la Ley; tan sólo Él nos ha procurado la llave del saber y nos ha dado la posibilidad de abrir”30. Hay pues que leer la Escritura

27 ATANASIO, Vida de Antonio, 81, Bibli. de Patrística, Ed. Ciudad Nueva, Madrid 1994, 114. 28 C. PIFARRÉ, La lectio divina en la vida monástica, su realización a través de los tiempos, IV

Semana Monástica de Sevilla, 1998. 29 AGUSTÍN, Confesiones VI, 3, 3, Ed. Ciudad Nueva, Bib. de Patrística, Madrid 2003, 186. 30 ID., Comentarios sobre los salmos 118, 8, 59

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entera: "Bebe, pues, de las dos copas, la del Antiguo Testamento y la del Nuevo, pues en ambas bebes a Cristo. Bebe a Cristo que es la vid; bebe a Cristo que es la fuente de la vida; bebe a Cristo que es el río cuya corriente fecunda la ciudad de Dios; bebe a Cristo que es la paz."31

De San Agustín de Hipona (+430) no es necesario ponderar su amor

apasionado por la Escritura meditada, rezada, contemplada. En esto fue un buen discípulo de san Ambrosio. Agustín sitúa la imitación de Cristo y el amor y meditación de las Escrituras entre los dones del Espíritu. En su profunda teología de la Palabra de Dios, que tanto recuerda las intuiciones de Orígenes, Agustín considera que cada una de las palabras de la divina Escritura nos pone en presencia de Cristo: "Es a ti a quién yo buscaba en los libros". Al relatar que los cenobitas de Egipto se esfuerzan por pensar en Dios mientras trabajan, muestra su admiración y recomienda a los monjes de Cartago reservarse un tiempo para aprender de memoria los salmos, de manera que la voz de Dios sea un consuelo para el que se fatiga.

San Jerónimo (ca. 347 – ca. 419) es el gran doctor de la lectio divina. Se le considera literariamente el mejor escritor de todos los Padres latinos, pero sobre todo, será un gran maestro de vida monástica, en la que querrá que la lectura y meditación de las Escrituras ocupen un lugar privilegiado.

-Es el gran ejemplo de una vida consagrada por entero a la Biblia, entregado a

leerla, estudiarla, traducirla y vivirla. Traduce toda la Biblia desde los originales hebreos y griegos: será la Vulgata, la «traducción divulgada», que en pocos siglos se impondrá en toda la Iglesia latina y será oficial. Le llaman vir trilinguis, «hombre de tres lenguas», porque conoce hebreo, griego y latín. Es el más erudito de todos los Padres latinos.-

Jerónimo da tanta importancia a la Palabra de Dios que la pone casi a nivel de la Eucaristía y habla de la «doble mesa de la Palabra y del sacramento» (citado en la constitución Sacrosanctum Concilium sobre la liturgia). No se puede penetrar en el sentido de las Escrituras sin un trabajo fatigoso. Hace falta una lectura frecuente y una meditación constante. Hay que empezar por el sentido literal, pero esto no es más que el comienzo, una mínima parte del trabajo. Todas las escrituras hablan de Cristo, y a él hay que referirlas siempre. Formula toda una doctrina para la práctica de la lectio divina:

▪ El tiempo de silencio que la vida monástica crea, hay que organizarlo para aprovecharlo bien. Es preciso un horario. «Establecer horas fijas, como para la oración

▪ La lectio divina no tiene una finalidad ascética, de mortificarnos con el esfuerzo que pide. No ha de ser una penitencia, sino un placer, un gozo. La define como «un deleite y una instrucción del alma».

▪ Sabe que no podemos estar leyendo sin parar. El equilibrio de la mente pide alternar lectura y trabajo.

▪ Todas las demás prácticas monásticas se ordenan a la lectio: son para poder quedar más libre para practicarla y para mejor aprovechar sus frutos.

▪ El buen conocimiento de las Escrituras alimentará en todo momento la oración, el coloquio confiado con Dios. Pero la misma lectura sagrada es ya oración32.

31 op. cit. 1, 33. 32 H. RAGUER, art. cit. 27-33.

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Juan Casiano (360-435) merece una atención especial por haber sido el depositario de la tradición de los padres orientales y de haberla comunicado a occidente. Sus reflexiones sobre la lectio divina van dirigidas especialmente a los monjes con el objetivo de mejorar continuamente la vida monástica. He aquí un fragmento significativo:

“El monje se entrega asiduamente a la lectio… Es éste el camino más corto para encontrar a Dios. La meditatio de un solo versículo de la Biblia permite cruzar todas las fronteras de lo visible. En muy breves palabras se encierran todos los sentimientos que puede engendrar la oración… Debes dedicarte con todo empeño a la sacra lectio hasta que la meditatio asidua haya impregnado tu mente y te haya formado, por decirlo así, a su imagen. Te hará como una arca de la alianza (cf. Heb 9,4-5), que encierra en sí las dos tablas de piedra, es decir, la firmeza de uno y otro testamento.”33.

En la teología del gran pastor Gregorio Magno (ca. 540-604), la comunidad de fe es el marco en el que se explicita la Palabra de Dios, es decir, el dinamismo de la Palabra atañe a todo el Pueblo de Dios. Acepta Gregorio que los fieles, gracias al don del Espíritu que habla a cada uno de los miembros del Pueblo de Dios, comprendan mejor que su maestro un sentido particular de la Palabra de Dios. Gregorio señala con agudeza la dinámica permanente de la Encarnación que nos es atestiguada por la Palabra de Dios, momento profético en el que hay que adentrarse para realizar el misterio del amor que allí se anuncia: "las cosas que creemos han sucedido históricamente, pero ahora tienen que realizarse místicamente en nosotros". "Místicamente" significa aquí lo que la Palabra tiene todavía que decirnos a nosotros a través del Espíritu que la vivificó por primera vez.

2.7 San Benito: el “organizador” de la Lectio Divina

San Benito de Nursia (ca. 480 - ca. 555) será el principal organizador, que regula la institución monástica para que en ella se pueda practicar la lectio divina y pone así las bases de una civilización europea medieval basada en el arado y el libro. Establece en su Regla un estilo de vida centrado en la celebración de la Palabra; el oficio divino u opus Dei ante todo, pero también la lectura personal. La Regla benedictina no ofrece una teoría expresa de la lectio divina: definición, importancia, cómo hay que hacerla, cuáles serán sus frutos, etc. Se limita a ordenar unas estructuras y un sistema de vida que faciliten practicarla copiosamente, y sólo como de paso brinda algunas indicaciones espirituales.

Tanto en las lecturas comunitarias como para la lectio divina personal, se leía sobre todo la Biblia. Para las lecturas litúrgicas de maitines, dice la Regla que se lean “los volúmenes de inspiración divina, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, así como los comentarios que de ellos han hecho los Padres católicos reconocidos y de doctrina segura”.

La práctica de la lectio divina en los monasterios que seguían la Regla benedictina (y pocos siglos después de san Benito la seguían en Europa

33 CASIANO, Colaciones, I,10; X,2; XIV,19, RIALP, Madrid 1958, vol I, 48 y 468; vol II, 125.

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prácticamente todos los monasterios) tuvo importantes consecuencias de tipo cultural y social:

Se salva la cultura clásica ya que muchas obras de la antigüedad se han conservado sólo gracias a los manuscritos copiados y recopiados en los escritorios monásticos.

En una sociedad generalmente analfabeta, los monjes eran una minoría culta, ya que en principio, todo monje ha de hacer lectio divina, por lo que tendrá que saber leer y escribir. Se admitían analfabetos, y se les daba la oportunidad de aprender. También las monjas que siguen la Regla benedictina tendrán que hacer lectio divina, y por tanto han de aprender a leer y escribir.

Se produce una «teología monástica», que toma el relevo de la patrística y que prepara la teología escolástica. Si el «lugar» de la teología patrística era sobre todo la celebración litúrgica (y por eso su género más característico es la homilía), el «lugar» de la teología monástica será la lectio divina. Será una teología menos sistemática que la escolástica, pero más sapiencial o «sabrosa». El principal representante de esta teología monástica es san Bernardo34.

2.8 San Bernardo: el “místico” de la Lectio Divina

Si san Benito es el organizador de la lectio divina, san Bernardo (1090-1153) ha de ser recordado como su gran místico. Más concretamente, él vivió y enseñó la práctica de la lectio divina como un camino de mística nupcial. Se había formado en la escuela de la lectio divina como monje en los monasterios de Císter y Claraval. En un tiempo en que no se disponía aún de Biblias electrónicas o informatizadas, puede decirse que san Bernardo tiene el texto de las Sagradas Escrituras prácticamente memorizado. Cuando las cita, le salen los textos en cadena, enzarzados como cerezas sacadas de una cesta.

Una vida centrada en la escucha y la lectura de la Palabra de Dios proporciona, ante todo, una unión casi permanente con Dios, pero, además de la gracia que supone cada instante de contacto directo con el texto sagrado, conlleva una asimilación de las Escrituras que hace que afloren de la memoria inconsciente a la contemplación consciente «a su tiempo», es decir, cuando se lee otro texto que guarda alguna relación con los ya conocidos, o cuando un acontecimiento pide a gritos ser iluminado con la luz de la Palabra. Los escritos y los sermones de san Bernardo rezuman la Palabra de Dios de la que se ha empapado en la lectio divina. Decía Bernardo a sus hermanos en una de estas conferencias:

“Os confieso que el Verbo ha llegado también hasta mí – lo digo como sin juicio – y muchas veces. Y a pesar de esta frecuencia, alguna vez no lo sentí cuando entró. Sentí su presencia, recuerdo cuando su ausencia. De dónde venía a mi alma o a dónde se fue cuando la dejó de nuevo, confieso que lo ignoro incluso ahora mismo, según aquello: No sabes de dónde viene y a dónde va.”35

34 H. RAGUER, art. cit. 34-41. 35 S. BERNARDO. Obras Completas, v. 5, B.A.C. n. 491, Madrid 1987, Sermón 74 sobre el

Cantar de los Cantares, 929.

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3. REDESCUBRIMIENTO DE LA LECTIO DIVINA

Después de la Edad Media, el método de la lectio divina vivirá un periodo de oscuridad quedando relegado prácticamente a las comunidades monásticas. La lectura orante de la Palabra será sustituida por otras prácticas de carácter más intelectual o devocional, introspectivo y psicológico. El “exilio” de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia y de los creyentes, iniciado hacia finales del siglo XII y comienzos del XIII (en la época de Inocencio III) duró muchos siglos, prácticamente hasta adentrado ya el siglo XX. Sin olvidar la importancia de la encíclica Providentissimus Deus en 1893 de León XIII y la Divino Afflante Spiritu (1943) de Pío XII, la “carta magna” de la renovación bíblica, la liberación de la Palabra la llevó a cabo el Concilio Vaticano II (1963-1965) poniendo fin al “exilio de la Sagrada Escritura” e inaugurando una época gloriosa, una verdadera “epifanía” de la Palabra de Dios que, a pesar de muchas circunstancias adversas, afortunadamente todavía perdura en nuestros días.

El resurgir de los estudios bíblicos, litúrgicos y patrísticos cuyos mejores resultados fueron recogidos por el Concilio Vaticano II, han hecho posible una profunda reforma.

La Dei Verbum repropone el método de la lectio divina como forma privilegiada de interpretar la Escritura: “El Santo Sínodo recomienda insistentemente a todos los fieles, especialmente a los religiosos, la lectura asidua de la Escritura para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo, pues desconocer la Escritura es desconocer a Cristo… Recuerden que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración, para que se realice el diálogo de Dios con el hombre…” (DV 25).

Otros documentos fundamentales de las últimas décadas son:

“La interpretación de la Biblia en la Iglesia” (1993), de la Pontificia Comisión Bíblica que dedica en su parte 4.C Uso de la Biblia el punto segundo a la Lectio Divina36. Este documento continúa la línea de la Dei Verbum respecto a la lectio: “La lectio divina es una lectura, individual o comunitaria, de un pasaje más o menos largo de la Escritura, acogido como Palabra de Dios, y que se desarrolla bajo la moción del Espíritu en meditación, oración y contemplación. La finalidad pretendida es suscitar y alimentar un "amor efectivo y constante" a la Sagrada Escritura, fuente de vida interior y de fecundidad apostólica, favorecer también una mejor comprensión de la liturgia y asegurar a la Biblia un lugar más importante en los estudios teológicos y en la oración”.

“La Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia”, (septiembre 2005), es el título del Congreso Internacional convocado por la Federación Bíblica Católica con motivo de los cuarenta años de la Dei Verbum. En el discurso de Benedicto XVI a los participantes (16 septiembre 2005) les decía: “En este marco, quisiera recordar y recomendar sobre todo

36 La interpretación de la Biblia en la Iglesia, PPC, Madrid 1994, 119-120. Texto íntegro en línea, http://www.deiverbum2005.org/Interpretation/interpretation_s.pdf

(consulta el 28 de agosto de 2014)

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la antigua tradición de la Lectio divina: la lectura asidua de la sagrada Escritura acompañada por la oración realiza el coloquio íntimo en el que, leyendo, se escucha a Dios que habla y, orando, se le responde con confiada apertura del corazón (cf. Dei Verbum, 25). Estoy convencido de que, si esta práctica se promueve eficazmente, producirá en la Iglesia una nueva primavera espiritual.”37

La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia, es el tema de la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos (octubre 2008). Se trató de la lectio divina en todos los documentos preparatorios38, especialmente en el Instrumentum Laboris n. 38.

La Exhortación apostólica postsinodal VERBUM DOMINI de Benedicto XVI (septiembre 2010) posterior a la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que acabo de citar39. La Verbum Domini dedica los núm. 86 y 87 a la “Lectura orante de la Sagrada Escritura y «lectio divina»”. Es una Palabra que se dirige personalmente a cada uno, pero también es una Palabra que construye comunidad, que construye la Iglesia. Por tanto, hemos de acercarnos al texto sagrado en la comunión eclesial”.(núm. 86). El núm. 87 se concentra en la explicación de los cuatro momentos fundamentales de la lectio divina, a saber, la lectio (lectura), la meditatio (meditación), la oratio (oración) y la contemplatio (contemplación), a los que añade un paso ulterior y conclusivo, es decir, la acción o aplicación práctica: “Conviene recordar, además, que la lectio divina no termina su proceso hasta que no se llega a la acción (actio), que mueve la vida del creyente a convertirse en don para los demás por la caridad”.

Conclusión

En las propuestas del Plan Pastoral Diocesano para el quinquenio 2013 a 2018 encontramos en varias ocasiones el deseo de formarnos en esta escucha de la Palabra – propuesta 1- que nos lleve a captar la presencia de Dios en ella –propuesta 15- favoreciendo encuentros de oración tomando como base la Escritura.

Cuando nace este Plan Pastoral (julio 2013) todavía no teníamos en las manos la Exhortación Apostólica del Papa Francisco Evangelii Gaudium que vuelve a recordarnos: “El estudio de las Sagradas Escrituras debe ser una puerta abierta a todos los creyentes. La evangelización requiere la familiaridad con la Palabra de Dios y esto exige a las diócesis, parroquias y a todas las

37 Discurso íntegro en línea,

http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2005/september/documents/hf_ben-xvi_spe_20050916_40-dei-verbum_sp.html

(consulta el 28 de agosto de 2014). 38 cf. Lineamenta n. 25; Instrumentum Laboris n. 38; Proposiciones 22 y 32. 39 Benedicto XVI, Exhort. ap. Postsinodal Verbum Domini, La Palabra del Señor (30

septiembre 2010), 1: AAS 102 (2010), 682. Edibesa, Madrid 2010 y en línea, http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/apost_exhortations/documents/hf_ben-xvi_exh_20100930_verbum-domini_sp.html (Consulta el 28 de agosto de 2014)

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agrupaciones católicas, promover un estudio serio y perseverante de la Biblia, así como promover su lectura orante personal y comunitaria”40.

Así pues, si tenemos tan cerca de nosotros una herramienta utilizada desde siempre y recomendada por los últimos Papas, yo también os invito a zambulliros en esta experiencia orante con la Biblia en vuestras manos y el oído atento a lo que el Señor en el corazón, quiere deciros a cada uno hoy.

A cuantos desean en la práctica de la lectio divina hacer la experiencia de Dios al que se refería el apotegma que leímos al principio, se dirige esta invitación de un manuscrito anónimo del siglo XII perteneciente a la abadía premonstratense de Cuissy41:

“Hermanos: aprended lo que escribieron los antiguos Padres: leed la Escritura porque es luz y puerta de la vida. Que su lectura os sea agradable, que os complazca su santa palabra. De ella brota una fuente que sana el corazón. Es palabra que deshace las durezas interiores. La Escritura desvela siempre al creyente los secretos celestiales. Sus santas palabras fluyen dulcemente como rocío sobre la hierba. Leyéndolas y meditándolas, cada uno ve cómo se camina hacia la vida bienaventurada y cuáles son las sendas de los santos y la fuente del bien. Leyéndolas nos hacemos sabios”.

Sor Maria Angeles Villena Monasterio de San Pelayo – Oviedo SEMANA DIOCESANA DE FORMACIÓN – Septiembre 2017

CURSO: LECTIO DIVINA. HISTORIA, DESCRIPCIÓN Y PRÁCTICA DE UNO DE LOS

MÉTODOS MÁS ANTIGUOS Y SUGERENTES DE ORACIÓN CON LA SAGRADA ESCRITURA

40 Francisco I, Exhort. ap. Evangelii Gaudium, La alegría del Evangelio (24 noviembre 2013),

175, San Pablo, Madrid 2013, 161. 41 El texto latino lo publicó T. J. Gerits en Analecta Praemonstratensia 43 (1967) n. 1-2, 144-

146. Citado por M. Masini en la obra citada, 436.