la línea entre el guagua y el rucu

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  • 8/9/2019 La lnea entre el Guagua y el Rucu

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    La lnea entre el Guagua y el Rucu

    JUAN ARIAS BERMEO

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    (Fragmento)

    Kantoborgy, avanza por el corto ascenso al punto culminante del crter del

    Guagua-Pichincha; no hace mencin de regresar a ver atrs, desentendindose

    de sus ilustres invitados a engordarse con el aliento a azufre del leviatn; stos

    sabrn si siguen por la va empinada que l escogi o si se acogen por inercia a la

    ruta zigzagueante que bordea el arenal. Asciende pegado a las rocas, buscando el

    filo dentado de la bullente caldera del volcn, abrindose camino por el arenal que

    a su diestra asoma impoluto. Anda con el prurito de evitar los senderos trajinados;

    por la senda que eligi, le es posible estampar la huella de sus botas y sentir que

    es la primera vez que pone sus pies all. Cargando el considerable peso de la

    mochila ochomil, rompe la uniformidad gris del hmedo suelo, moldeando el

    futuro.

    Por el sendero suave que le recomend Lovochancho, viene asesando el

    principal ejecutivo de Ecuainforme S.A., Lester Gonzlez; ste da zancadas como

    si estuviese cruzando una calle atestada de autos. Lovochancho lo dej arrancar

    delante de l al triple-ingeniero, y, con la prisa que se meti ste desde el vamos,

    se lo figura apurndose por la recompensa tangible que recibira en los cuartos de

    la domesticacin, donde ya habra dejado tarjeta para vender equipos electrnicos

    de punta.

    Lovochancho ha sido favorecido con la compaa del can Pincho, cual,

    pacientemente, se acomod al paso lento pero constante del hombre que se

    asemeja en su movimiento a una tortuga lad de tierras altas. El matemtico no se

    precipita, a la postre, su humilde tranco, lo lleva a donde l quiere llegar y no a

    donde otro lo quiera llevar. A la fuerza aprendi que cuando est de subida con

    Kantoborgy tiene que olvidarse de competir con ste. El gtico, favorecido por ungenoma que lo dispara en el mundo vertical, se alej sin darse cuenta de su

    rapidez, lo hace como un chivo tibetano; se nota a la legua que todava le dura la

    aclimatacin para abrazar a las parcas por encima de los ocho mil metros de

    altitud. Semanas ha clav sus crampones en la frente del Cho-Oyu, retornando

    feliz aunque amarillento de esa mole oriental.

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    Kantoborgy, dizque en favor de cumplir un programa de distraccin que le

    recomend M. Puertas (El cientfico de la secundaria bernardina, quien desde

    aquella poca soaba con ser mdico del corazn humano, y ahora es lo que se

    dice un eminente doctor en deportologa), se fue a curiosear entre la

    muchedumbre de himalayistas que acosan al Cho-Oyu, Nio turquesa; lo hizo por

    eso de que de vez en cuando es saludable hacer totalmente lo contrario de lo que

    le dicta su temperamento indcil y solitario, y mediante un refuerzo negativo

    afianzarse en su personalidad autosuficiente. M. Puertas, que maneja a placer lo

    de los refuerzos positivos y negativos, le plante esa alternativa por si acaso

    daba en la necesidad de contradiccin del supremo escalador, quien, apenas

    cumpli con la formalidad de escuchar sus prescripciones, y entr en una amena

    conversacin de amigos, copa de vino Caravasaren mano.

    Para M. Puertas, fructferas fueron y son las confidencias del corazn del

    andinista; stas le sirvieron de inspiracin para levantar un libro que se recicla, el

    mismo que le ha dado prestigio en el mbito de la medicina deportiva, y, por

    aadidura, le viene otorgado un aire grave de literato advenedizo. Previamente a

    la gnesis y publicacin de Kantoborgy: la psicofisiologa de lo posible en la zona

    de la muerte, M. Puertas, careca de la menor aficin a la literatura dura de todos

    los tiempos, del diario era un ojeador de peridicos, vido de titulares

    sanguinolentos, recin extrados de la inagotable cantera ecumnica de desastres

    naturales y polticos. Pero esa titulitis acababa deprimindole, y ansiaba el postre

    de letras dominguero de la prensa que en secreto degluta con fruicin, la seccin

    de clasificados; entonces, no entenda por qu le tiraba el cuerpo hacia esas

    pginas ahtas de pequeos anuncios comerciales, ahora ya sabe el motivo por el

    que las hallaba interesantsimas: era lo nico vivo de esos papeles que al da

    siguiente de publicados ya estn amarillentos. Mientras, en los finos estantes de

    caoba de la sala de espera de su exitoso consultorio, reposaban montn de libros

    brillantes por lo bien lustrados, y tales tomos de la literatura genial de ayer, ahora y

    el maana, slo eran un adorno intocable que le daban nfulas de cientfico

    cosmopolita. Fueron das en los que el deportlogo alimentaba un desdn por lo

    subjetivo, negando las razones del alma. Empero, el lado humano que me

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    present el montaista Kantoborgy, lo motivaron a despertar: fue como una

    erupcin interior, de repente me convert en un lector aristocrtico, escojo lo que

    leo, manifest en una intervencin telefnica que hizo en la radio-libre de Olegario

    Castro. Estos das, M. Puertas, tiene claro que su libro Kantoborgy: la

    psicofisiologa de lo posible en la zona de la muerte, es dinmico y va ms all de

    lo razonable, advirtiendo a los lectores que lo suyo es un ensayo donde mente,

    magia y cuerpo, se dan la mano, pues, cabalgando entre lo cientfico-filosfico y lo

    literario, pone al da su obra mutante cuando le place hacerlo.