la mayoría de los niños harían - … · la prueba de hierro ... ser una señal de socorro… o...

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La mayoría de los niños haríancualquier cosa para superar LaPrueba de Hierro y entrar en laescuela de magia Magisterium.Callum Hunt no. Quiere suspenderla.Durante toda su vida, su padre le haadvertido que ni se acerque a lamagia. Si lo admiten en elMagisterium, está seguro de quenada bueno le espera.

Así que se esfuerza todo lo quepuede en hacerlo mal… y hastahacerlo mal le sale mal. Ahora leespera el Magisterium, un lugar quees a la vez sensacional y siniestro,

con oscuras conexiones con supasado y un retorcido camino haciasu futuro. La Prueba de Hierroacaba de comenzar, porque elmayor reto aún no ha llegado…

Holly Black & CassandraClare

La Prueba deHierro

Magisterium - 1

ePub r1.0sleepwithghosts 17.01.15

Título original: Magisterium. The IronTrialHolly Black & Cassandra Clare, 2014Traducción: Patricia Nunes MartínezIlustraciones: Scott Fischer

Editor digital: sleepwithghostsePub base r1.2

PARA SEBASTIAN FOX BLACK, SOBREQUIEN

NADIE HA ESCRITO NINGÚN MENSAJEAMENAZADOR EN EL HIELO

PRÓLOGO

Desde la distancia, el hombre queescalaba trabajosamente la blanca caradel glaciar podría haberse confundidocon una hormiga ascendiendo lentamentepor el costado de un plato. El pobladode chabolas de La Rinconada era ungrupo de puntitos dispersos muy pordebajo; el viento arreciaba a medida queiba subiendo, le lanzaba al rostroráfagas de nieve en polvo y le helaba loshúmedos rizos de cabello negro. A pesarde las gafas con los cristales de color

ámbar, tenía que mantener entrecerradoslos párpados ante el reflejo del sol.

El hombre no tenía miedo de caeraunque no empleaba cuerdas ni cablesde seguridad, sólo crampones y unpiolet. Se llamaba Alastair Hunt y eramago. Al escalar iba formando ymodelando la sustancia helada delglaciar con las manos. Puntos de apoyopara las manos y los pies ibanapareciendo mientras él ascendíalentamente.

Cuando llegó a la cueva, a mediocamino de la cresta del glaciar, seencontraba helado y totalmente agotadode imponer su voluntad para domar lopeor de los elementos. Usar su magia de

forma tan continuada le drenaba energía,pero no se había atrevido a ir másdespacio.

La cueva se abría como una boca enla ladera de la montaña, imposible dever desde arriba o desde abajo. Se aupósobre el borde e inspiró profunda yentrecortadamente, maldiciéndose porno haber llegado allí antes, por dejarque lo engañaran. En La Rinconada, lagente había visto la explosión ysusurraban entre ellos sobre lo quesignificaba, sobre el fuego dentro delhielo.

«Fuego dentro del hielo». Tenía queser una señal de socorro… o un ataque.La cueva estaba llena de magos

demasiado viejos o demasiado jóvenespara luchar, de los heridos y losenfermos, de las madres con niños muypequeños a los que no se podía dejarsolos, como la propia esposa y el hijode Alastair. Los habían escondido allí,en uno de los lugares más recónditos dela tierra.

El Maestro Rufus había insistido enque de otro modo serían muyvulnerables, esclavos de la fortuna, yAlastair le había creído. Luego, cuandoel Enemigo de la Muerte no habíaaparecido en el campo de batalla paraenfrentarse al campeón de los magos, lachica makaris en la que habíandepositado todas sus esperanzas,

Alastair se había dado cuenta de suerror. Llegó a La Rinconada lo antes quepudo, volando la mayor parte delcamino en el lomo de un ser elementaldel aire. Desde allí había seguido a pie,porque el control que ejercía el Enemigosobre los elementales era potente eimpredecible. Cuanto más subía, másasustado estaba.

«Que no les haya pasado nada —pensó mientras entraba en la cueva—.Por favor, que no les haya pasado nada».

Debería oírse a los niños llorando.Debería oírse el susurro deconversaciones nerviosas y el zumbidode la magia reprimida. En vez de eso,sólo se oía el aullido del viento al

barrer los desolados picos de lasmontañas. Las paredes de la cueva erande hielo blanco, con manchas rojas ymarrones donde la sangre las habíasalpicado. Alastair se quitó las gafas denieve y las tiró al suelo; siguióavanzando por el corredor, recurriendoa los restos de su poder para noderrumbarse.

Las paredes de la cueva emitían uninquietante brillo fosforescente. Lejosde la entrada, era la única luz que lepermitía ver, lo que seguramenteexplicara por qué tropezó con el primercadáver y casi cayó al suelo. Alastair seapartó de un salto lanzando un grito, yluego se encogió al oír el eco de su

propia voz. La maga muerta estaba tanquemada que era imposible reconocerla,pero llevaba una muñequera con unapieza de cobre insertada que laidentificaba como una alumna desegundo curso del Magisterium. Nopodía haber tenido más de trece años.

«Ya deberías haberte acostumbradoa la muerte», se dijo.

La guerra contra el Enemigo durabadesde hacía ya una década, que a vecesdaba la impresión de que fuera un siglo.Al principio había parecido imposible:un joven, además un joven de losmakaris, planeando conquistar lamismísima muerte. Pero a medida que elEnemigo ganaba poder y su ejército de

caotizados crecía, la amenaza se habíaido volviendo extrema…, hasta culminaren esa despiadada masacre de los másinofensivos, los más inocentes.

Alastair se puso en pie y se adentrómás en la cueva, buscandodesesperadamente un rostro entre todos.Se obligó a abrirse paso entre loscadáveres de ancianos Maestros delMagisterium y el Collegium, hijos deamigos y conocidos, y magos que habíansido heridos en batallas previas. Entreellos yacían los cuerpos rotos de loscaotizados, sus ojos rodantesoscurecidos para siempre. Aunque losmagos no estaban preparados cuandofueron atacados, debían de haber

opuesto una fuerte resistencia para habermatado a tantos de entre las fuerzas delEnemigo. Con el horror retorciéndole elestómago y los dedos como dormidos,Alastair fue avanzando a trompiconesentre todo eso… hasta que la vio.

Sarah.La encontró yaciendo en el fondo de

la cueva, contra una empañada pared dehielo. Tenía los ojos abiertos, mirandoal vacío. Los iris turbios y las pestañascon minúsculos carámbanos de hieloadheridos a ellas. Alastair se inclinósobre su rostro y le pasó suavemente losdedos por la fría mejilla. Tragó aire degolpe y su sollozo cortó el aire.

Pero ¿dónde estaba su hijo? ¿Dónde

estaba Callum?Sarah aferraba una daga con la mano

derecha. Había sido de los mejores enmodelar el metal invocado desde loprofundo de la tierra. Ella misma habíaforjado esa daga el año anterior, en elMagisterium. Tenía nombre: Semíramis,y Alastair sabía el cariño que Sarah lehabía tenido.

«Si tengo que morir, quiero morircon mi propia arma en las manos», lehabía dicho siempre. Pero a él la ideade su muerte le había parecido algoremoto.

Le volvió a rozar la fría mejilla conlos dedos.

Un llanto lo hizo volverse de golpe.

En esa cueva llena de muerte y silencio,un llanto.

Un niño.Se volvió y comenzó a buscar

frenéticamente el origen de ese débilsollozo. Parecía proceder de un puntomás cercano a la entrada de la cueva.Desanduvo a trompicones el camino,tropezando con cadáveres, algunoshelados como estatuas…, hasta que, depronto, otro rostro conocido lo miródesde la masacre.

Declan. El hermano de Sarah, quehabía resultado herido en la últimabatalla. Parecía haber sido estranguladohasta morir por un uso particularmentecruel de la magia del aire: tenía el rostro

azul, los ojos marcados por venitasrotas. En su brazo extendido, y justobajo él, protegido del helado suelo de lacueva por una manta de lana, se hallabael hijo de Alastair. Mientras lo mirabamaravillado, el bebé abrió la boca ylanzó otro llanto débil, como unmaullido.

Como en un trance y temblando dealivio, Alastair cogió al bebé. Éste lomiró con sus grandes ojos grises y abrióla boca para llorar de nuevo. Entoncesla manta cayó hacia un lado y Alastairvio por qué lloraba el bebé. La piernaizquierda le colgaba en un ánguloimposible, como una rama quebrada.

Alastair trató de llamar a la magia

de la tierra para sanar al bebé, pero sólole quedaba poder suficiente paracalmarle un poco el dolor. Con elcorazón acelerado, envolvió otra vez asu hijo en la manta, bien apretado, yregresó hasta donde yacía Sarah. Searrodilló ante su cadáver sujetando alniño como si ella pudiera verlo.

—Sarah —susurró con la voz rotapor las lágrimas—, le contaré cómomoriste protegiéndolo. Lo educaré paraque recuerde lo valiente que fuiste.

Los ojos de Sarah le devolvieron lamirada, vacíos y blanquecinos. Alastairapretó al bebé contra sí y tendió la manopara coger a Semíramis. Al hacerlo, vioque el hielo junto al puñal estaba

extrañamente marcado, como si ella lohubiera arañado en su agonía. Pero lasmarcas parecían demasiadointencionadas para que hubiera sido eso.Acercó más el rostro y se dio cuenta deque eran palabras: palabras que suesposa había grabado en el hielo de lacueva con sus últimas fuerzas.

Al leerlas, cada una de ellas fuecomo un fuerte puñetazo en el estómago.

MATA AL NIÑO.

CAPÍTULO UNO

Callum Hunt era toda una leyenda en supequeño pueblo de Carolina del Norte,pero no en el buen sentido. Era famosopor ahuyentar a profesores sustitutos con

comentarios sarcásticos, y también seespecializaba en poner de los nervios adirectores, monitores de sala ysupervisores de comedor. Losorientadores educativos, que siemprecomenzaban queriendo ayudarlo(después de todo, al pobre chico se lehabía muerto la madre) acababanesperando que nunca más volviera acruzar el umbral de sus despachos. Nohabía nada que avergonzara más que nosaber soltarle un buen corte a un niño dedoce años enfadado con el mundo.

El ceño perpetuo de Call, sualborotado cabello negro y lossuspicaces ojos grises eran bienconocidos por los vecinos. Le gustaba ir

en monopatín, aunque le había costadoun poco cogerle el tranquillo; varioscoches aún mostraban las abolladurasfruto de sus primeros intentos. A menudose lo veía rondando ante el escaparatede la tienda de cómics, por el salónrecreativo o por la tienda devideojuegos. Hasta el alcalde loconocía. Le habría costado muchoolvidarlo después de que Call, duranteel desfile del Primero de Mayo, se lehubiera colado al dependiente de latienda de animales para hacerse con untopo lampiño destinado a alimentar auna boa constrictor. Le dio pena esapobre criatura, ciega y arrugada, queparecía incapaz de valerse por sí misma;

y para ser justo, también liberó a todoslos ratones blancos que deberían habersido el segundo plato de la serpiente.

No se había esperado que losratones se pusieran a correr como locosentre los pies de los que desfilaban,pero los ratones no eran muy listos.Tampoco se había esperado que losespectadores salieran corriendo al ver alos ratones, pero la gente tampoco eramuy lista, como el padre de Call leexplicó una vez hubo acabado todo. Nohabía sido culpa de Call que el desfileacabara siendo un desastre, pero todo elmundo, sobre todo el alcalde, secomportaron como si lo fuera. Y encima,su padre lo obligó a devolver el topo.

El padre de Call consideraba querobar estaba mal.

Para él, era casi tan malo como lamagia.

Callum se removía en la tiesa silla anteel despacho de director mientras sepreguntaba si al día siguiente tendría quevolver a la escuela, y si alguien loecharía de menos en caso de que asífuera. Una y otra vez fue repasando lasdiferentes maneras en las que podíacagarla en el examen de mago, eidealmente, del modo más espectacular

posible. Una y otra vez su padre habíarepasado con él las formas desuspender: «Deja la mente totalmente enblanco. O concéntrate en algo que seatodo lo contrario de lo que esosmonstruos quieren. O centra la atenciónen el examen de otro en vez de en eltuyo». Call se frotó la pantorrilla, queesa mañana en clase había tenido tensa ydolorida; a veces le pasaba. Cuanto máscrecía, más parecía dolerle. Al menos laparte física del examen de mago, fuerala que fuese, sería fácil de suspender.

Pasillo abajo, oía a los otros chicosen clase de gimnasia, sus zapatillaschirriando sobre el brillante suelo demadera, dando gritos mientras se metían

los unos con los otros. Sólo por esta vezdeseó jugar. Quizá no fuera tan rápidocomo los otros o mantuviera tan bien elequilibrio, pero estaba cargado de unaenergía temeraria. Estaba exento de lasclases de gimnasia debido a su pierna;incluso en la escuela primaria, duranteel recreo, cuando había tratado decorrer, saltar o subirse a los árboles,siempre había aparecido alguno de losmonitores para recordarle que debíadejarlo si no quería hacerse daño. Sipersistía en ello, lo hacían entrar dentro.

Como si un par de morados fuera lopeor que pudiera ocurrirle a alguien;como si la pierna fuera a ponérsele peor.

Call suspiró y miró por la puerta de

vidrio de la escuela hacia el lugar dondesu padre pronto aparcaría. Tenía el tipode coche que no pasaba desapercibido:un Rolls-Royce Phantom de 1937 decolor plata brillante. Nadie más en todoel pueblo tenía algo parecido. El padrede Call tenía una tienda de antigüedadesen la calle Mayor llamada DE VEZ ENCUANDO; nada le gustaba más quecoger cosas viejas y rotas y dejarlasnuevas y resplandecientes. Para que elcoche siguiera funcionando, tenía quehacerle alguna reparación casi todos losfines de semana. Y le pedíaconstantemente a Call que lo lavara y lepusiera una vieja cera especial paracoches, para que no se oxidara.

El Rolls-Royce funcionabaperfectamente…, no como Call. Se mirólas zapatillas deportivas mientrastamborileaba con los pies en el suelo.Cuando llevaba vaqueros como ésos, nose notaba que le pasara nada en lapierna, pero se veía en cuanto selevantaba y comenzaba a andar. Desdeque era un bebé le habían hechooperación tras operación, y también todotipo de terapia física, pero nada le ibarealmente bien. Aún caminaba con unabamboleante cojera, como si estuvieratratando de no perder el equilibrio en unbote que oscilara de lado a lado.

De más pequeño, a veces jugaba aser un pirata, o quizá sólo un bravo

marinero con una pata de palo, que sehundía con el barco después de unalarga batalla naval a cañonazos. Habíajugado a piratas y a ninjas, a vaqueros ya exploradores del espacio.

Pero nunca ninguno de esos juegoshabía tenido nada que ver con la magia.

Eso nunca.Oyó el ruido de un motor y comenzó

a ponerse en pie, pero volvió a sentarseen el banco, fastidiado. No era su padre,sólo un Toyota rojo vulgar y corriente.Un momento después, Kylie Myles, unade las chicas de su curso, pasórápidamente ante él con una profesora allado.

—Buena suerte en las pruebas de

selección de ballet —dijo la señoraKemal, y se volvió de regreso a su aula.

—Vale, gracias —contestó Kylie, yluego observó a Call con cara rara,como si lo estuviera evaluando. Kylienunca miraba a Call. Ésa era una de lascaracterísticas que la definían, junto consu brillante melena rubia y la mochilacon un unicornio. Cuando coincidían enlas salas comunes, ella veía a través delmuchacho como si Call fuera invisible.

Después de hacerle un medio saludocon la mano, aún más raro ysorprendente, Kylie se dirigió hacia elToyota. Call vio a sus padres en losasientos delanteros; parecían nerviosos.

Era imposible que ella fuera al

mismo lugar que él, ¿no? No podía estardirigiéndose a la Prueba de Hierro. Perosi así fuera…

Se levantó de golpe. Si Kylie ibahacia allí, alguien debía avisarla.

«Muchos chicos creen que tiene quever con ser especiales —había dicho elpadre de Call, con el desagradopalpable en la voz—. Y sus padrestambién lo creen. Sobre todo en lasfamilias donde las capacidades mágicasse han dado durante generaciones. Yalgunas familias en las que la magia casiha desaparecido, ven a un hijo magocomo la esperanza de regresar al poder.Pero quienes más pena deben darte sonlos niños sin ningún familiar mágico.

Son los que creen que va a ser como enlas películas.

»Y no se parece en nada a laspelículas».

En ese momento, el padre de Calldetuvo el coche ante el colegio con unchirrido de frenos y le cortó a Call lavisión de Kylie. Call cojeó hacia lapuerta, pero para cuando llegó al Rolls,el Toyota de los Myles ya torcía laesquina y desaparecía de la vista.

Vaya forma de avisarla.—Call. —Su padre había salido del

coche y se apoyaba en la puerta delcopiloto. Tenía una mata de pelo negro,el mismo cabello revuelto que Callsalpicado de canas en las sienes, y

llevaba una chaqueta de tweed conparches de cuero en los codos, a pesardel calor. A menudo, Call pensaba quesu padre se parecía al Sherlock Holmesde la vieja serie de la BBC; a veces lagente se sorprendía de que no hablaracon acento británico—. ¿Estás listo?

Call se encogió de hombros. ¿Cómose podía estar listo para algo que podíafastidiarle a uno el resto de la vida si lohacía mal? O bien, en este caso.

—Supongo que no.Su padre le abrió la puerta.—Bien. Sube.El interior del Rolls estaba tan

inmaculado como el exterior. Call sesorprendió al ver sus viejas muletas en

el asiento trasero. Hacía años que no lasnecesitaba; no las había vuelto a usardesde que se había caído del arco detubos del parque y se había torcido eltobillo, ¡el tobillo de su pierna buena!Mientras el padre de Call se subía alcoche y ponía en marcha el motor, Calllas señaló.

—¿Qué hacen aquí? —preguntó.—Cuanto en peor estado parezcas,

más fácil será que te rechacen —contestó su padre, muy serio, y echó unvistazo hacia atrás mientras salían delaparcamiento.

—Eso es como hacer trampa —protestó Call.

—Call, la gente hace trampa para

ganar. No puedes hacer trampa paraperder.

Call puso los ojos en blanco y dejóque su padre creyera lo que quisiera. Loúnico que Call sabía seguro era que deninguna manera iba a usar esas muletassi no las necesitaba. Pero no queríadiscutir por eso, no ese día, cuando supadre ya había quemado las tostadas deldesayuno, algo muy raro, y le habíagruñido cuando Call se quejó de tenerque ir a la escuela sólo para un par dehoras, hasta que lo pasara a buscar.

En ese momento, su padre seinclinaba sobre el volante, apretando losdientes y con los dedos de la manoderecha alrededor de la palanca del

cambio, con la que cambiaba de marchacon una violencia nada eficaz.

Call trató de fijar la mirada en losárboles del exterior, con las hojas quecomenzaban a amarillear, y fuerecordando todo lo que sabía sobre elMagisterium. La primera vez que supadre le había dicho algo de losMaestros y de cómo elegían a susaprendices, hizo sentar a Call en uno delos grandes sillones de cuero de suestudio. Aquel día, Call llevaba el codovendado y tenía el labio partido de unapelea en la escuela y no estuvo de humorpara escucharlo. Además, su padre sehabía puesto tan serio que Call seasustó. También había sido la forma en

que su padre le habló, como si fuera adecirle a Call que tenía alguna terribleenfermedad. Resultó que la enfermedadera una capacidad para la magia.

Call se había encogido en el sillónmientras su padre le hablaba. Estabaacostumbrado a que se metieran con él;los otros chicos pensaban que su piernalo hacía un blanco fácil. Por lo general,era capaz de convencerlos de que eso noera cierto. Aquella vez, sin embargo, unpuñado de chicos mayores lo habíaarrinconado detrás del cobertizocercano al arco de tubos cuando volvíaa casa de la escuela. Comenzaron aempujarlo y a soltarle los insultos decostumbre. Callum había aprendido que

la mayoría de la gente se echaba atrás siél comenzaba a pelear, así que intentópegar al chico más alto. Ése fue suprimer error. Al cabo de un segundo lotenían en el suelo, con uno de ellossentado sobre sus rodillas mientras queotro lo golpeaba en la cara paraconseguir que se disculpara y admitieraque era un payaso renqueante.

—Perdón por ser maravilloso,perdedores —había dicho Call justoantes de desmayarse.

Debió de perder el conocimientosólo un instante, porque cuando abriólos ojos llegó a ver en la distancia a loschicos alejándose. Estaban huyendo.Call no podía creerse que su respuesta

hubiera funcionado tan bien.—Eso —masculló mientras se

incorporaba—. ¡Más os vale salircorriendo!

Luego miró alrededor y vio que elhormigón del parque de juegos estabaagrietado. Una larga fisura iba desde loscolumpios hasta la pared del cobertizo ypartía en dos el pequeño edificio.

Estaba tumbado justo sobre elcamino de lo que parecía unminiterremoto.

Él pensó que era lo más asombrosoque le había pasado nunca. Su padre noopinaba lo mismo.

—La magia se da por familias —ledijo—. No es necesario que todos en la

familia la tengan, pero parece quepodría ser tu caso. Por desgracia. Losiento, Call.

—Entonces, la grieta del suelo…¿estás diciendo que la he hecho yo? —Call sintió tanto una alegría exultantecomo un horror extremo, aunque laalegría parecía ir ganando. Notaba quelas comisuras de la boca se le curvabanhacia arriba y trató de obligarlas a bajar—. ¿Es eso lo que hacen los magos?

—Los magos extraen poder de loselementos: tierra, aire, agua y fuego, eincluso del vacío, que es la fuente de lamagia más poderosa y terrible de todas,la magia del caos. Pueden usar la magiapara muchas cosas, incluso para rajar la

mismísima tierra, como has hecho tú. —Su padre asentía para sí—. Al principio,cuando te llega la magia por primeravez, es muy intensa. Poderdescontrolado… Pero el equilibrio es loque atempera las habilidades mágicas.Hace falta estudiar mucho para tenertanto poder como un mago reciéniniciado. Los magos jóvenes tienen pococontrol. Pero, Call, debes luchar contraello. Y nunca, nunca debes volver aemplear la magia. Si lo haces, los magosse te llevarán a sus túneles.

—¿Es ahí donde está la escuela? —había preguntado Call—. ¿ElMagisterium está bajo tierra?

—Enterrado en la tierra, donde

nadie pueda encontrarlo —le contestó supadre, muy serio—. Allí abajo no hayluz. Ni ventanas. Ese sitio es como unlaberinto. Puedes perderte en lascavernas y morir y nadie se enteraría.

Call se humedeció los labios,resecos de repente.

—Pero tú eres un mago, ¿verdad?—No he usado la magia desde que

murió tu madre. Y no volveré a usarlanunca.

—¿Y mamá fue allí? ¿A los túneles?¿De verdad? —Call siempre estabadispuesto a oír hablar de su madre. Notenía mucho de ella. Algunas fotografíasamarillentas en un viejo álbum quemostraban a una bonita mujer con el

mismo cabello negro que él y los ojosde un color que Call no podía distinguir.Sabía que no debía hacer demasiadaspreguntas a su padre sobre ella. Nuncahablaba de la madre de Call a no ser queno pudiera evitarlo.

—Sí, así fue —le contestó su padre—. Y murió por culpa de la magia.Cuando los magos van a la guerra, loque ocurre con frecuencia, no lesimporta la gente que muere por su culpa.Ésa es la otra razón por la que no debesatraer su atención.

Aquella noche, Call se habíadespertado gritando, convencido de queestaba atrapado bajo tierra, y que éstacaía sobre él como si lo estuvieran

enterrando vivo. Por mucho que semoviera, no conseguía respirar. Despuésde eso, soñó que huía de un monstruohecho de humo, con unos ojos en los quegiraban mil colores malignosdiferentes…, pero no podía correr consuficiente velocidad debido a su pierna.En sus sueños, la arrastraba tras él comoalgo muerto, hasta que se desplomó, conel aliento caliente del monstruo en lanuca.

Otros chicos de la clase de Calltenían miedo a la oscuridad, a losmonstruos que se escondían bajo lacama, a los zombis o a los asesinos congrandes hachas. Call tenía miedo a losmagos, y aún le daba más miedo ser uno

de ellos.Y en ese momento iba a conocerlos.

Los mismos magos que tenían la culpade que su madre estuviera muerta y supadre casi nunca se riera y no tuvieraamigos, sino que se quedara sentado enel taller que había montado en el garajey arreglara muebles viejos, coches yjoyas. Call no creía que hiciera falta serun genio para imaginarse por qué supadre estaba obsesionado conreconstruir cosas rotas.

Pasaron ante un cartel que les dabala bienvenida a Virginia. El paisajeseguía siendo igual. No sabía quéesperaba encontrar, pues casi nuncahabía salido de Carolina del Norte.

Habían hecho muy pocos viajes más alláde Asheville, y casi siempre para ir amercadillos donde se intercambiabanpiezas de coches y a ferias deanticuarios, donde Call solía pasearseentre montones de vajillas y cuberteríasde plata sin pulir, colecciones de cartasde jugadores de béisbol metidas ensobrecitos de plástico y viejas cabezasdisecadas de yaks, mientras su padreregateaba por alguna cosa aburrida.

A Call se le ocurrió pensar que, sino fallaba en el examen, quizá no tendríaque volver a ninguno de esosmercadillos. El estómago se le retorcióy un escalofrío le recorrió los huesos.Se obligó a pensar en el plan que había

repetido con su padre: «Deja la mentetotalmente en blanco. O concéntrate enalgo que sea totalmente lo contrario delo que esos monstruos quieren. O centrala atención en el examen de otro en vezde en el tuyo».

Resopló. Su padre le estabacontagiando los nervios. Todo iba a irbien. Era fácil suspender un examen.

El coche salió de la autovía y entróen una estrecha carretera. La única señalmostraba el dibujo de un avión y laspalabras AERÓDROMO CERRADOPOR RENOVACIÓN bajo él.

—¿Adónde vamos? —preguntó Call—. ¿Vamos a volar a algún sitio?

—Esperemos que no —masculló su

padre. El camino había pasadobruscamente de asfalto a tierra. Mientrasbotaban sobre los baches durante unoscien metros más, Call se agarró a lapuerta para no darse con la cabezacontra el techo. Los Rolls-Royce noestaban hechos para los caminos detierra.

De repente, el camino se ensanchó ylos árboles se abrieron para dejar pasoa un gran claro. En el centro selevantaba un enorme hangar hecho deplanchas de acero. Aparcados alrededorhabía unos cien coches, desdecamionetas hechas polvo hasta sedanescasi tan elegantes como el Phantom ymucho más nuevos. Call vio a padres

acompañados de sus hijos, todos de suedad, que se apresuraban hacia elhangar.

—Creo que llegamos tarde —dijo.—Bien. —Su padre parecía

oscuramente complacido. Detuvo elcoche y bajó, luego le hizo un gesto aCall para que lo siguiera. Éste se alegróde ver que su padre parecía haberseolvidado de las muletas. Era un díacaluroso y el sol le pegaba fuerte en laespalda. Se secó el sudor de las manosen los vaqueros mientras cruzaban elaparcamiento y se acercaban al granespacio negro que era la entrada delhangar.

Dentro, todo era una locura. Había

muchos chicos, y sus voces resonaban enel enorme espacio. Se habían colocadogradas contra una de las paredes demetal. Aunque tenían capacidad paramuchas más personas de las que estabanpresentes, se veían pequeñas ante lainmensidad del hangar. En el suelo dehormigón había varias equis y círculosmarcados con cinta azul brillante.

Al otro lado, frente a las puertas delhangar que en otro tiempo debieron deabrirse para permitir que los avionesrodaran hasta las pistas, se hallaban losmagos.

CAPÍTULO DOS

Sólo había una media docena de magos,pero parecían llenar todo el espacio consu presencia. Call no estaba seguro dequé aspecto había pensado que tendrían;

sabía que su padre era un mago, y locierto era que su pinta era bastantecorriente, si bien abusaba un poco deltweed. Supuso que la mayoría de losotros magos tendrían una aparienciamucho más rara. Quizá con gorros enpunta. O túnicas decoradas con estrellasde plata. Había esperado que algunotuviera la piel verde.

Pero se llevó un chasco, porquetodos ellos tenían un aspecto totalmentenormal. Había tres hombres y tresmujeres, y vestían amplias túnicasnegras de manga larga sujetas con uncinturón sobre unos pantalones de lamisma tela. Llevaban bandas de cuero ymetal en la muñeca, pero Call no habría

podido decir si tenían algo de especial osólo eran por una cuestión estética.

El más alto, un hombre grande y deanchas espaldas, con la nariz aguileña yun desgreñado cabello castaño conmechones canosos, dio un paso adelantey se dirigió a las familias sentadas enlas gradas.

—Bienvenidos, aspirantes, ybienvenidas, familias de los aspirantes,a la tarde más importante de vuestracorta vida.

«Vale —pensó Call—. Ni presión ninada».

—¿Saben todos que están aquí paraintentar entrar en una escuela de magia?—preguntó Call en voz baja.

Su padre negó con la cabeza.—Los padres creen lo que quieren

creer y oyen lo que quieren oír. Siquieren que su hijo sea un atleta famoso,entonces creen que está accediendo a unprograma de entrenamiento muyexclusivo. Si sueñan con que sea unaneurocirujana, esto es una escuela depre-pre-medicina. Si quieren que lleguea ser rico, entonces creen que ésta es laclase de escuela preparatoria donde secodeará con los ricos y poderosos.

El mago seguía hablando,explicando cómo iba a desarrollarse lasesión y cuánto tiempo les tomaría.

—Algunos habéis recorrido una grandistancia para dar esta oportunidad a

vuestros hijos, y queremosagradecéroslo…

Call lo oía, pero también oía otravoz, una que parecía provenir de todaspartes y de ninguna al mismo tiempo:

Cuando el Maestro North acabe dehablar, todos los aspirantes debenponerse en pie e ir hacia el frente. LaPrueba está a punto de comenzar.

—¿Has oído eso? —preguntó Call asu padre, y éste asintió. Call miró a losrostros que tenía a su alrededor: todosmiraban al mago, alguno con aprensión,otros sonrientes—. ¿Y los niños?

El mago (Call supuso que debía deser el Maestro North que habíamencionado la voz sin cuerpo) estaba

acabando su discurso. Call sabía quedebería comenzar a bajar de las gradas,ya que él iba a tardar más que los otros.Pero quería saber la respuesta.

—Cualquiera que tenga aunque seamuy poquito poder puede oír al MaestroPhineus, y la mayoría de los aspiranteshabrán tenido algún tipo de incidentemágico antes. Algunos ya han supuestopor qué están aquí, otros ya lo sabíanseguro y el resto está a punto dedescubrirlo.

Se oyeron roces de pies cuando loschicos se levantaron, y las gradas demetal temblaron.

—¿Y cuál es la primera prueba? —preguntó Call a su padre—. ¿Si oímos al

Maestro Phineus?Su padre casi ni pareció darse

cuenta de lo que le estaba preguntandoCall. Parecía distraído.

—Supongo. Pero las otras pruebasserán mucho peores. Sólo recuerda loque te he dicho y pronto acabará todo.—Agarró a Call por la muñeca y éste sesobresaltó; sabía que su padre lo quería,pero no era demasiado dado al contactofísico. Le apretó con fuerza la mano yenseguida lo soltó—. Ahora, vete.

Mientras Call bajaba por las gradas,estaban dividiendo en grupos a los otroschicos. Una de las magas llamó a Callcon un gesto para que se uniera al grupodel final. Los aspirantes se susurraban

unos a otros, nerviosos pero con muchasganas. Call vio a Kylie Myles dosgrupos más allá. Se preguntó si deberíagritarle que no estaba allí para hacerninguna prueba de selección para ballet,pero ella sonreía y charlaba con algunosde los otros aspirantes, así que Calldudó de que, de todas maneras, loescuchara.

«Pruebas de selección de ballet —pensó tristemente—. Así es como telían».

—Soy la Maestra Milagros —estabadiciendo la maga que había llamado aCall mientras guiaba el grupo fuera de lasala grande para recorrer un pasillolargo pintado de un color anodino—.

Para esta primera prueba tendréis queestar juntos. Por favor, seguidme deforma ordenada.

Call, casi el último, corrió un pocopara alcanzarlos. Sabía que llegar tardeseguramente era una ventaja si queríaque ellos creyeran que no le importabanlas pruebas y no sabía qué estabahaciendo, pero odiaba las miradas quele echaban cuando se quedaba atrás. Locierto era que se apresuró tanto quechocó accidentalmente contra el hombrode una bonita niña con grandes ojososcuros. Ella le lanzó una miradaenfadada desde debajo de una cortina depelo aún más negro.

—Perdón —se excusó Call

automáticamente.—Todos estamos nerviosos —

repuso la chica, lo que era curioso,porque ella no parecía nerviosa enabsoluto. Parecía totalmente tranquila.Tenía las cejas perfectamente arqueadas.No había ni una mota de polvo en sujersey color caramelo o en sus carosvaqueros. Alrededor del cuello llevabaun colgante en forma de mano dedelicada filigrana, que Call reconoció,por sus visitas a las tiendas deantigüedades, como la Mano de Fátima.Los pendientes de oro que llevaba en lasorejas parecían haber pertenecido aalguna princesa, si no a una reina. Alinstante, Call se sintió cohibido, como si

estuviera cubierto de tierra.—¡Eh, Tamara! —la llamó un alto

chico asiático con un esponjoso cabellonegro cortado a navaja, y ella se apartóde Call. El chico dijo algo más que Callno pudo oír; lo dijo en tono de burla, yCall supuso que sería sobre el taradoque no podía evitar chocar contra lagente. Como si fuera el monstruo deFrankenstein. El resentimiento le hirvióen el cerebro, sobre todo porque Tamarano lo había mirado como si se hubierafijado en su pierna. Se había enfadadocon él como si fuera un chico normal.Call se recordó que, en cuantosuspendiera el examen, nunca tendríaque volver a ver a ninguna de esas

personas.Además, ellos iban a morir bajo

tierra.Esa idea lo hizo seguir por una

interminable serie de salas hasta llegar auna gran estancia blanca donde habíancolocado filas de pupitres. Se parecía acualquier otra sala en la que Call sehubiera examinado. Los pupitres eransencillos, de madera, y estaban unidos aunas sillas endebles. En cada pupitrehabía un libro azul marcado con elnombre de uno de los chicos y con unapluma encima. Hubo un poco dealboroto mientras todos iban de mesa enmesa buscando su nombre. Call encontróel suyo en la tercera fila y se sentó

detrás de un niño de cabello claro yondulado que vestía la camiseta de unequipo de fútbol. Parecía más undeportista que un candidato a unaescuela de magia. El chico sonrió a Callcomo si estuviera realmente contento deestar sentado cerca de él.

Call no se molestó en devolverle lasonrisa. Abrió el libro azul, miró laspáginas con preguntas y círculos vacíosal lado para escribir A, B, C, D o E. Sehabía esperado que los exámenes dieranun poco de miedo, pero el único peligroevidente era el de morirse deaburrimiento.

—Por favor, mantened los libroscerrados hasta que comience el examen

—dijo la Maestra Milagros desde laparte frontal de la sala—. Era unaMaestra alta, y parecía muy joven; aCall le recordó un poco a su tutora de laescuela. Se le notaba la mismaincomodidad nerviosa, como si noestuviera acostumbrada a pasar tiempoentre niños. Tenía el cabello negro ycorto en el que destacaba un mechónrosa.

Call cerró el libro y luego, al miraralrededor, se dio cuenta de que era elúnico que lo había abierto. Decidió queno le iba a contar a su padre lo fácil quehabía sido evitar encajar con el resto.

—En primer lugar, quiero daros labienvenida a la Prueba de Hierro. —La

Maestra Milagros carraspeó paraaclararse la garganta y prosiguió—:Ahora que estamos sin vuestrosguardianes, podemos explicaros con másdetalle lo que va a ocurrir hoy. Algunosde vosotros habéis recibido unainvitación para solicitar plaza en unaescuela de música, o en una escuela quese especializa en astronomía, o enmatemáticas avanzadas, o en hípica.Pero como quizá ya hayáis supuesto, enrealidad estáis aquí para que se osevalúe de cara a ser aceptados en elMagisterium.

Alzó los brazos, y las paredesparecieron desaparecer, y en su lugar sevio piedra sin tallar. Los chicos

siguieron en sus pupitres, pero el suelobajo ellos pasó a ser de piedrasalpicada de mica, que destellaba comosi hubieran esparcido purpurina.Refulgentes estalactitas colgaban deltecho como témpanos de hielo.

El chico rubio inspiró con fuerza.Por toda la sala, Call oyó calladasexclamaciones de asombro.

Era como si se hallaran dentro de lascuevas del Magisterium.

—¡Qué guay! —exclamó una niñaguapa con cuentas blancas al final de sustrenzas africanas.

En ese momento, a pesar de todo loque su padre le había dicho, a Call leentraron ganas de asistir al Magisterium.

Ya no parecía oscuro y atemorizante,sino asombroso. Como ser unexplorador o viajar a otro planeta.Pensó en las palabras de su padre:

«Los magos te tentarán con bonitasvisiones y mentiras elaboradas. No tedejes engañar».

La Maestra Milagros continuó, y suvoz fue ganando seguridad.

—Algunos sois alumnos por legado:tenéis padres u otros miembros de lafamilia que asistieron al Magisterium. Aotros os hemos elegido porque creemosque tenéis el potencial para convertirosen magos. Pero ninguno tenéis la plazaasegurada. Sólo los Maestros saben quéhace que un candidato sea perfecto.

Call alzó la mano y no esperó a quele dieran permiso para preguntar.

—¿Y qué pasa si no quieres ir?—¿Por qué no iba a querer alguien ir

a una escuela de hípica? —preguntó unchico con una mata de cabello castañoque estaba sentado en diagonal a Call.Era pequeño y pálido, con piernasdelgaduchas y unos bracitos que lesalían de una camiseta azul con ladesteñida foto de un caballo.

La Maestra Milagros lo miró comosi estuviera tan enfadada que se hubieraolvidado de estar nerviosa.

—Drew Wallace —dijo—. Esto noes una escuela de hípica. Te examinaspara ver si posees las cualidades que te

harán ser elegido como aprendiz y tepermitirán acompañar a tu profesor, alque llamarás Maestro, al Magisterium. Ysi posees suficiente magia, la asistenciano es opcional. —Miró enfadada a Call—. La Prueba es por vuestra propiaseguridad. Los que estáis aquí porlegado conocéis los peligros que losmagos sin formación representan para símismos y para los demás.

Un murmullo recorrió la sala. Callse dio cuenta de que varios de loschicos miraban a Tamara. La niña estabasentada muy tiesa, con la mirada fija alfrente y los dientes apretados. Callconocía esa expresión. Era la misma quetenía él cuando la gente murmuraba

sobre su pierna o sobre su madremuerta, o sobre el raro de su padre. Erala expresión de alguien que trataba defingir que no sabía que estaban hablandode él.

—¿Y qué pasa si no entramos en elMagisterium? —preguntó la chica de lastrenzas.

—Buena pregunta, Gwenda Mason—repuso la Maestra Milagrosanimándola—. Para ser un mago conéxito debes poseer tres cosas. Una es elpoder intrínseco de la magia. Eso lotenéis todos, hasta cierto punto. Lasegunda es el conocimiento para sabercómo usarlo. Eso os lo podemos ofrecer.La tercera es control, y ésa… ésa debe

veniros de dentro. De todas formas, envuestro primer curso como magos sinformación estaréis alcanzando elmáximo de vuestro poder, pero notendréis ni el conocimiento ni el control.Si demostráis que no poseéis ni lacapacidad de aprender ni la de control,entonces no hallaréis un lugar en elMagisterium. En ese caso, nosaseguraremos de que vosotros y vuestrasfamilias estéis permanentemente a salvode la magia o de cualquier peligro desucumbir a los elementos.

«¿Sucumbir a los elementos? ¿Quésignifica eso?», pensó Call.

Al parecer, otros estaban igual deconfusos.

—¿Quiere decir eso que habrésuspendido el examen? —preguntóalguien.

—Espera, ¿qué quiere decir coneso? —dijo otro.

—¿Así que definitivamente esto noes una escuela de hípica? —preguntó denuevo Drew con expresión triste.

La Maestra Milagros no les hizocaso. Las imágenes de la cueva fuerondesapareciendo lentamente. Se hallabanen la misma sala blanca en la quesiempre habían estado.

—Las plumas que tenéis delante sonespeciales —explicó, y pareció quehabía recordado estar nerviosa. Call sepreguntó qué edad tendría. Se veía

joven, cosa a la que ayudaba el mechónrosa en el cabello, pero supuso que paraser Maestro uno debía ser un mago muyexperto—. Si no usáis esas plumas, nopodremos leer vuestro examen.Agitadlas para activar la tinta. Y al finalrecordad mostrar vuestro trabajo.Podéis comenzar.

Call volvió a abrir el libro. Miró dereojo la primera pregunta.

1. Un dragón y un gwyvern salen a las2.00 de la misma caverna y se marchanen la misma dirección. La velocidadmedia de un dragón es 50 km/h menorque el doble de la velocidad delgwyvern. En dos horas, el dragón está32 kilómetros por delante del gwyvern.

Averigua la velocidad media del dragón,teniendo en cuenta que el gwyvernbusca venganza.

¿Venganza? Call miró la página conojos muy abiertos y luego pasó a lasiguiente. No era mejor.

2. Lucretia está preparándose paraplantar un campo de solanum esteotoño. Pretende plantar 4 hileras desolanum común con 15 plantas en cadauna. Estima que en un 20% del campoplantará una cosecha de prueba desolanum nigrum. ¿Cuántas plantas desolanum común habrá en total?¿Cuántas plantas de solanum nigrumplantará? Si Lucretia es una maga detierra que ha cruzado tres de las puertas,¿a cuánta gente podrá envenenar con la

solanum común antes de que la atrapeny la decapiten?

Call parpadeó incrédulo al mirar elexamen. ¿De verdad tenía que esforzarseen deducir qué respuesta era laincorrecta para no acertarla porcasualidad? ¿Debería escribir lo mismouna y otra vez, suponiendo que con esoconseguiría una nota baja? Según la leydel promedio, incluso así lograríaobtener un veinte por ciento derespuestas correctas, y eso era más de loque quería.

Mientras sopesaba furioso qué debíahacer, cogió la pluma, la sacudió eintentó escribir sobre el papel.

No funcionaba.Lo intentó de nuevo, apretando más.

Nada. Miró alrededor y parecía que lamayoría de los otros chicos no teníanningún problema para escribir, aunqueunos cuantos también se estabanpeleando con las plumas.

Al parecer, no iba a suspender elexamen como una persona normal sinmagia; ni siquiera iba a poder hacerlo.Pero ¿y si los magos te obligaban arepetir el examen si lo dejabas enblanco? ¿No era eso lo mismo quenegarse a presentarse?

Frunció el ceño mientras trataba derecordar lo que Milagros había dichosobre la pluma. Algo sobre agitarla para

que funcionara. Quizá no la habíasacudido lo suficiente.

La agarró con el puño apretado y lasacudió con fuerza; su fastidio por tenerque hacer el examen le dio una fuerzaextra al movimiento de muñeca.

«Vamos —pensó—. Vamos, cosaestúpida. ¡FUNCIONA!»

La tinta azul explotó desde la puntade la pluma. Trató de detener el flujo,apretando con el dedo donde creía quepodía haberse roto…, pero eso sólo hizoque la tinta saliera con más fuerza.Salpicó el respaldo de la silla que teníadelante. El chico rubio, al notar latormenta de tinta que acababa dedesatarse, se agachó para quedar fuera

del alcance del estropicio. Más tinta dela que parecía posible que cupiera enuna pluma tan pequeña estabachorreando por todas partes, y la genteestaba comenzando a mirarlo mal.

Call tiró la pluma, que al instantedejó de manar. Pero el daño ya estabahecho. Sus manos, el pupitre, el libro depreguntas y el pelo, todo cubierto detinta. Trató de limpiarse los dedos, perosólo consiguió dejar la camiseta llena demanchas azules.

Esperaba que la tinta no fueravenenosa. Estaba seguro de que habíatragado un poco.

Todos los de la clase lo estabanmirando. Incluso la Maestra Milagros lo

observaba con una expresión que separecía alarmantemente al asombro,como si nunca nadie hubiera conseguidodestrozar una pluma de forma tanestrepitosa. Todos guardaban silencioexcepto el chico larguirucho que habíaestado hablando con Tamara antes. Éstese había inclinado y le susurraba algo ala chica. Tamara no sonrió, pero por lasonrisita en el rostro del chico y elbrillo de superioridad en sus ojos, Callsupo que se estaban metiendo con él.Notó que se le sonrojaban las puntas delas orejas.

—Callum Hunt —dijo la MaestraMilagros con voz de pasmo—. Porfavor… por favor, sal de la clase y ve a

limpiarte, luego espera en el pasillohasta que el grupo se reúna contigo.

Call se puso en pie trabajosamente,apenas sin notar que el chico rubio alque casi había empapado con la tinta lelanzaba lo que parecía una mirada desolidaridad. Aún oía a alguien riendopor lo bajo cuando salió dando unportazo, y todavía veía la miradadesdeñosa de Tamara. ¿A quién leimportaba lo que ella pensara?, ¿a quiénle importaba lo que pensara ninguno deellos? Tanto si estaban tratando de sersimpáticos o mezquinos o lo que fuera,no importaba. No formaban parte de suvida. Ninguno de ellos.

«Sólo unas cuantas horas más», se

repitió a sí mismo una y otra vez ante ellavabo, mientras trataba de sacarse latinta con jabón en polvo y ásperastoallas de papel. Se preguntó si la tintasería mágica. Lo que sí sabía era quecostaba de sacar. Un poco se le habíasecado en el pelo, y aún tenía huellasazules de manos en la camiseta cuandosalió del servicio y se encontró a losotros aspirantes esperándolo en elpasillo. Oyó a algunos murmurandoentre ellos sobre «el tarado de la tinta».

—Muy chula esta camiseta —semofó el chico de cabello negro. A Callle pareció rico, rico como Tamara. Nopodría haber dicho exactamente por qué,pero la ropa que llevaba era del tipo

informal elegante hecho a medida quecostaba un montón de dinero—. Por tubien, espero que el siguiente examen notenga nada que ver con explosiones. Oh,espera… ¡ojalá sí!

—Cierra el pico —masculló Call,sabiendo que no era la mejor réplica detodos los tiempos. Se apoyó en la paredhasta que la Maestra Milagrosreapareció y los llamó al orden. Se hizoel silencio mientras ella los llamaba porel nombre para formar cinco grupos,luego fue enviando a cada grupo por elpasillo y les dijo que esperaran en elotro extremo. Call no tenía ni idea decómo el hangar conseguía albergar todaesa red de pasillos. Supuso que era una

de esas cosas sobre las que su padredecía que era mejor no pensar.

—¡Callum Hunt! —llamó laMaestra, y Call avanzó arrastrando lospies para unirse a su grupo, en el quetambién estaba, por desgracia para él, elchico moreno, cuyo nombre resultó serJasper deWinter, y el chico rubio al quehabía salpicado antes con tinta, y que sellamaba Aaron Stewart. Jasper hizo todauna exhibición al abrazar a Tamara ydesearle suerte antes de ir hacia sugrupo. Una vez allí, inmediatamentecomenzó a hablar con Aaron y le dio laespalda a Call, como si éste noexistiera.

Los otros dos componentes del

nuevo grupo de Call fueron Kylie Mylesy una chica de aspecto nervioso llamadaCelia algo, que tenía una enorme matade pelo rubio sucio y se había colocadoun clip con una flor azul en el flequillo.

—Hola, Kylie —dijo Call, pensandoque era la oportunidad perfecta paraadvertirle que el retrato del Magisteriumque les estaba pintando la MaestraMilagros sólo era una fantasíahalagadora. Él sabía de buena tinta quelas auténticas cuevas estaban llenas depasadizos sin salida y peces sin ojos.

Ella lo miró como disculpándose.—¿Te importaría… no hablar

conmigo?—¿Qué? —Habían comenzado a

andar por el vestíbulo, y Call cojeó másdeprisa para no quedarse atrás—. ¿Enserio?

Kylie se encogió de hombros.—Ya sabes cómo es. Estoy tratando

de causar buena impresión, y hablarcontigo no me va a ayudar. ¡Lo siento!—Se adelantó y alcanzó a Jasper y aAaron. Call se le quedó mirando la nucacomo si pudiera hacerle un agujero abase de furia.

—¡Espero que se te coman los pecessin ojos! —le dijo desde atrás. Ella hizocomo si no lo oyera.

La Maestra Milagros los guio por laúltima esquina hasta una enorme salaque estaba preparada como un gimnasio.

El techo estaba muy alto, y en el centrocolgaba una gran pelota roja, suspendidamuy por encima de sus cabezas. Junto ala pelota había una larga escalerilla decuerda que descendía desde el techohasta casi rozar el suelo.

Era ridículo. Call no podía subir conla pierna como la tenía. Se suponía quetenía que suspender esas pruebas apropósito, no hacerlas tan mal que detodas formas nunca hubiera podidoentrar en la escuela de magia.

—Ahora os dejaré con el MaestroRockmaple —los informó la MaestraMilagros después de la llegada delquinto grupo. Señaló a un mago de bajaestatura con una enmarañada barba roja

y una nariz a juego. Éste llevaba unacarpeta de pinza y un silbato alrededordel cuello, como un profesor degimnasia, aunque vestía con la mismaropa totalmente negra que los otrosmagos.

—Este examen es aparentementemuy sencillo —dijo el MaestroRockmaple, mientras se mesaba la barbade un modo que parecía calculado pararesultar amenazador—. Basta con quesubáis por la escalera de cuerda y cojáisla pelota. ¿Quién quiere ser el primero?

Varios chicos alzaron la mano.El Maestro Rockmaple señaló a

Jasper. Éste saltó hacia la escala comosi haber sido el primer seleccionado

fuera algún tipo de indicación de lomaravilloso que era, en vez de sólo unamedida de la ansiedad con la que habíaagitado la mano. En lugar de empezar asubir directamente, fue rodeando laescala, mirando a la pelota pensativomientras tamborileaba con los dedossobre el labio inferior.

—¿Estás listo? —preguntó elMaestro Rockmaple con las cejasligeramente alzadas, y unos cuantoschicos rieron por lo bajo.

Jasper, claramente molesto de que serieran de él cuando se lo estaba tomandotodo tan en serio, se lanzó violentamentehacia la escalera colgante. En cuantosubió de un travesaño al siguiente, la

escala pareció alargarse, por lo quecuanto más subía, más le quedaba porsubir. Finalmente, el esfuerzo pudo conél y Jasper se desplomó sobre el suelo,rodeado de metros y metros de cuerda ytravesaños de madera.

«Esto ha estado bien», pensóCallum.

—Muy bien —dijo el MaestroRockmaple—. ¿Quién quiere ser elsiguiente?

—Déjeme intentarlo de nuevo —suplicó Jasper con voz gimiente—.Ahora sé cómo hacerlo.

—Hay muchos aspirantes esperandoturno —replicó el Maestro Rockmaple,y parecía estar pasándoselo muy bien.

—Pero no es justo. Alguien lo va ahacer bien y entonces todos sabrán cómohacerlo. Se me castiga por ser elprimero.

—Me ha parecido que querías ser elprimero. Pero de acuerdo, Jasper. Si haytiempo después de que todos hayanacabado, y si todavía quieres intentarlo,podrás hacerlo.

Claro, tenía que ser Jasper el queconsiguiera otra oportunidad. Callsupuso que, por el modo en que Jasperactuaba, su padre debía de ser alguienimportante.

La mayoría de los otros chicos no lohicieron mejor; algunos llegaron a lamitad y luego resbalaron hasta abajo.

Uno de ellos ni siquiera consiguiósepararse del suelo. Celia fue la quellegó más lejos, antes de que se lesoltara una mano y cayera sobre lacolchoneta. La flor que llevaba en lacabeza acabó un poco estropeada.Aunque quiso disimular que estaba muycompungida, Call notó que sí lo estabapor el modo nervioso en que no parabade intentar colocarse el clip en su sitio.

El Maestro Rockmaple miró la lista.—Aaron Stewart.Aaron se puso delante de la escala

de cuerda y flexionó los dedos como siestuviera a punto de saltar a la canchade baloncesto. Parecía atlético y segurode sí mismo, y Call notó el conocido

pinchazo de los celos en el estómago,que apagaba al instante y que siemprenotaba cuando veía a los chavalesjugando a baloncesto o a béisbol, tancómodos estando dentro de su pellejo.Los deportes de equipo no eran unaopción para Call, había demasiadasposibilidades de acabar avergonzado,incluso si lo hubieran dejado jugar. Lostipos como Aaron nunca habían tenidoque preocuparse por nada así.

Aaron tomó carrerilla hacia laescala de cuerda y saltó. Subió deprisa;apretaba con los pies al tiempo quetiraba con los brazos en lo que parecíaun único movimiento fluido. Se movíamás rápido de lo que la cuerda caía. Fue

más y más arriba. Callum contuvo elaliento y se dio cuenta de que todosalrededor también habían callado.

Aaron, sonriendo como un loco,llegó a lo más alto. Le dio a la pelotacon el canto de una mano y la soltó,antes de deslizarse por la escala decuerda y aterrizar de pie como unconsumado gimnasta.

Varios chicos aplaudieronespontáneamente. Incluso Jasper parecióalegrarse por él, y se le acercó, un pocoa regañadientes, para darle unapalmadita en la espalda.

—Muy bien —dijo el MaestroRockmaple. Empleó las mismaspalabras y el mismo tono que había

empleado con todos los demás. Callumpensó que al viejo mago gruñónseguramente lo fastidiaba que alguienhubiera superado su estúpida prueba.

»Callum Hunt —llamó entonces elmago.

Callum dio un paso adelante, ydeseó haber pensado en llevar una notadel médico.

—No puedo.El Maestro Rockmaple lo miró de

arriba abajo.—¿Por qué no?«Oh, vamos. Mírame. Haz el favor

de mirarme».Call alzó la cabeza y miró desafiante

al mago.

—Mi pierna. Se supone que no debohacer ejercicios de gimnasia —contestó.

El mago se encogió de hombros.—Pues no hagas.Call controló una llamarada de furia.

Sabía que los otros chicos lo estabanmirando, algunos con pena, otros confastidio. Lo peor era que, por lo general,habría aprovechado la oportunidad depoder hacer algo físico. Sólo estabaintentando hacer lo que se suponía quedebía hacer y suspender.

—No es una excusa —explicó—.Cuando era un bebé se me rompieron loshuesos de la pierna. He pasado por diezoperaciones y, como resultado, llevosesenta tornillos de acero que me

aguantan la pierna. ¿Necesita ver lascicatrices?

Callum deseó fervientemente que elMaestro Rockmaple dijera que no. Supierna izquierda era un amasijo delíneas rojas y feo tejido amontonado.Nunca dejaba que nadie se la viera;nunca más había llevado pantalonescortos desde que fue lo suficientementemayor para saber de qué iban lasextrañas miradas que le lanzaban a lapierna. No sabía por qué le habíaexplicado todo eso, excepto que estabatan furioso que ni sabía lo que decía.

El Maestro Rockmaple, que tenía elsilbato en una mano, lo hizo girar conaire pensativo.

—Estas pruebas no siempre son loque parecen —dijo—. Al menosinténtalo, Callum. Si fallas, pasaremosal siguiente.

Call alzó las manos en un gesto defrustración.

—Vale, vale. —Fue hacia laescalera de cuerda y la cogió con unamano. Deliberadamente, puso la piernaizquierda en el escalón más bajo yapoyó en peso en ella para alzarse.

El dolor le atravesó la pantorrilla yCall cayó al suelo, aún agarrando laescala. Oyó a Jasper riendo a suespalda. La pierna le dolía y notaba elestómago como dormido. Volvió a mirarla escalera, a la parte más alta, donde

estaba la pelota roja, y notó que lacabeza le empezaba a palpitar de dolor.Años y años diciéndole que se sentaraen las gradas, de cojear detrás de todoscuando corrían varias vueltas al estadio,se alzaron tras sus ojos y miró furioso ala pelota que sabía que no podíaalcanzar, pensando: «Te odio, te odio, teodio…».

Se oyó un seco estallido y la pelotaroja comenzó a arder en llamas. Alguiengritó, había sonado como Kylie, peroCall deseó que hubiera sido Jasper.Todos, hasta el Maestro Rockmaple,miraron la pelota roja, que ardíaalegremente como si hubiera estadollena de fuegos artificiales. El hedor

desagradable de productos químicosquemándose llenó el aire, y Call saltóhacia atrás cuando un gran trozo deplástico derretido cayó al suelo. Seapartó más cuando un pringue comenzó agotear de la pelota ardiente y le salpicóel hombro de la camiseta.

Tinta y pringue. Un gran día para suelegancia.

—Salid —ordenó el MaestroRockmaple mientras los chicoscomenzaban a atragantarse y a toser porel humo—. Salid todos de aquí.

—Pero ¿y mi turno? —protestóJasper—. ¿Cómo voy a probar de nuevoahora que ese tarado ha destruido lapelota? Maestro Rockmaple…

—¡HE DICHO QUE SALGÁIS! —rugió el mago, y los chicos salieron dela sala, Call en la retaguardia, muyconsciente de que tanto Jasper como elMaestro Rockmaple estaban mirándolocon lo que se parecía mucho al odio.

Como el olor a quemado, la palabra«tarado» flotaba en el aire.

CAPÍTULO TRES

El Maestro Rockmaple caminabaenfadado, guiando a todo el grupo por unpasillo que se alejaba de la sala de laprueba. Todos andaban tan deprisa que a

Callum le era imposible mantener elritmo. Le dolía la pierna más que nuncay olía como una fábrica de neumáticosen llamas. Cojeó detrás de los demásmientras se preguntaba si alguien habríaarmado una igual en toda la historia delMagisterium. Quizá lo dejaranmarcharse a casa antes, por su bien ypor el de todos los otros.

—¿Estás bien? —le preguntó Aaron,que se había quedado atrás paraacompañarlo. Le sonrió con simpatía,como si no fuera raro hablar con Callumcuando el resto lo evitaba como a unaplaga.

—Bien —contestó Call, apretandolos dientes—. Nunca he estado mejor.

—No tengo ni idea de cómo hashecho eso, pero ha sido épico. La caraque ha puesto el Maestro Rockmaple hasido… —Aaron trató de imitarla,frunciendo mucho el ceño, abriendodesmesuradamente los ojos y la boca.

Call empezó a reír, pero se contuvoenseguida. No quería que le cayera bienninguno de los otros chicos, y menos aúnel supercompetente Aaron.

Torcieron la esquina. El resto de laclase los estaba esperando. El MaestroRockmaple se aclaró la garganta, alparecer para reñir a Call, cuandopareció fijarse en que Aaron estaba a sulado. El mago se tragó lo que fuera quehabía estado a punto de decir y abrió la

puerta de una nueva sala.Call entró en ella con el resto del

grupo. Era un anodino espacio industrialcomo el de la primera prueba, con filasde pupitres y una hoja de papel en cadauno de ellos.

«¿Cuántos exámenes escritos nosvan a hacer?», hubiera querido preguntarCallum, pero no creía que el MaestroRockmaple estuviera de humor paracontestarle. Ninguno de los pupitrestenía nombre asignado, así que se sentóen uno de ellos y cruzó los brazos sobreel pecho.

—¡Maestro Rockmaple! —llamóKylie mientras se sentaba—. MaestroRockmaple, no tengo pluma.

—Ni la vas a necesitar —contestó elmago—. Éste es un examen de vuestracapacidad para controlar vuestrospoderes mágicos. Usaréis el elementoaire. Concentraos en el papel que tenéisdelante hasta que podáis levantarlo delpupitre sólo con la energía delpensamiento. Elevadlo completamenteplano, sin permitir que se ondule o secaiga. Cuando lo hayáis hecho, porfavor, levantaos y reuníos conmigo en laparte de delante de la sala.

Call notó una oleada de alivio. Loúnico que tenía que hacer era asegurarsede que el papel no se levantara, lo queparecía bastante simple. Durante toda suvida no había conseguido hacer volar

hojas de papel por las aulas.Aaron se había sentado a su altura al

otro lado del pasillo. Tenía la mano bajola barbilla y los ojos verdesentrecerrados. Cuando Call le lanzó unamirada de reojo, el papel sobre elpupitre de Aaron se alzó en el aire,perfectamente nivelado. Flotó durante unmomento antes de descender sobre elpupitre. Con una sonrisa de medio lado,Aaron se levantó y fue a reunirse con elMaestro Rockmaple en la partedelantera de la sala.

Call oyó una risita a su izquierda.Miró hacia allí y vio a Jasper sacar loque parecía una aguja de coser normal ycorriente y pincharse en el dedo.

Apareció una gota de sangre, y Jasper semetió el dedo en la boca y se lo chupó.

«¡Qué tipo más raro!», pensó Call.Pero entonces, Jasper se recostó en

la silla, de una forma como diciendo«puedo hacer magia con las manosatadas». Y al parecer sí podía, porque elpapel de su pupitre se estaba doblando,tomando una nueva forma. Con unoscuantos pliegues y ajustes más, seconvirtió en un avión de papel, que saliódisparado del pupitre de Jasper y volópor toda la sala hasta estrellarsedirectamente en la frente de Callum. Élle dio un manotazo para apartarlo y elavión cayó al suelo.

—Jasper, ya basta —lo riñó el

Maestro Rockmaple, aunque no sonabatan enfadado como podría haberloestado—. Ven aquí delante.

Call volvió a prestar atención a supapel mientras Jasper avanzabapavoneándose hasta la parte frontal de lahabitación. A su alrededor, los chicosestaban mirando fijamente y susurrandoa los papeles que tenían sobre losescritorios, obligándolos a moverse porpura fuerza de voluntad. A Call se leretorció el estómago. ¿Y si llegaba unaráfaga de viento y le levantaba el papel?¿Y si éste… se levantaba por sí solo?¿Le darían puntos por eso?

«Quédate quieto —pensódirigiéndose furioso al papel que

aguardaba sobre la mesa—. No temuevas».

Se imaginó a sí mismo sujetándolocontra la madera, con los dedosseparados, evitando que se levantara.

«Tío, esto es estúpido —pensó—.Vaya una manera de perder el día».

Pero se quedó donde estaba,concentrándose. Esa vez no estaba solo.Varios chicos más eran incapaces demover el papel, entre ellos Kylie.

—¿Callum? —lo llamó el MaestroRockmaple, que parecía cansado.

Call se echó hacia atrás en la silla.—No puedo hacerlo.—Es verdad, no puede, realmente no

puede —soltó Jasper—. Póngale un cero

a ese tarado y vayámonos antes de quecree una tormenta y muramos todos decortes de papel.

—Muy bien —dijo el mago—.Traed todos vuestros papeles y ospondré nota. Vamos, vaciemos la salapara el siguiente grupo.

Aliviado, Call fue a coger el papelde su pupitre… y se quedó helado.Desesperado, trató de levantar laspuntas con las uñas, pero de algúnmodo, no sabía cómo, el papel se habíapegado a la madera del pupitre y nopodía despegarlo.

—Maestro Rockmaple… le pasaalgo raro a mi papel —dijo.

—¡Todos bajo los pupitres! —

exclamó Jasper, pero nadie le estabaprestando atención. Todos estabanmirando a Call. El Maestro Rockmaplefue hasta él y miró el papel. Se habíafundido totalmente con el pupitre.

—¿Quién ha hecho esto? —quisosaber el Maestro Rockmaple. Parecíaestupefacto—. ¿Alguien ha queridogastar una broma pesada?

Toda la clase estaba en silencio.—¿Lo has hecho tú? —le preguntó el

Maestro Rockmaple a Call.«Sólo estaba tratando de impedir

que se moviera», pensó Callumtristemente, pero no podía decirlo.

—No lo sé —contestó.—¿No lo sabes?

—No lo sé. Quizá sea un papeldefectuoso.

—¡Es sólo un papel! —gritó elmago, y luego pareció controlarse—.Muy bien. De acuerdo. Ya tienes tu cero.No, espera, vas a ser el primer aspiranteen la historia del Magisterium que va aconseguir una puntuación negativa en losexámenes de la Prueba de Hierro. Tedoy un menos diez. —Negó con lacabeza—. Creo que todos podemos darlas gracias de que el último examentengas que hacerlo solo.

Llegado ese momento, lo que Callagradecía de verdad era que todo fuera aacabar pronto.

Esa vez, los aspirantes estaban en elpasillo, al otro lado de una puerta dobley esperaban a que los llamaran paraentrar. Jasper estaba hablando conAaron, y miraba a Call como si éstefuera el tema de la conversación.

Call suspiró. Era la última prueba.Al pensarlo, se evaporó algo de latensión que sentía. Por muy bien que lohiciera, un último examen no iba acambiar demasiado su desastrosapuntuación. En menos de una horaestaría de camino a casa con su padre.

—Callum Hunt —llamó una magaque no se había presentado antes.

Llevaba un elaborado collar con formade serpiente rodeándole el cuello y leíalos nombres de una carpeta de clip—. ElMaestro Rufus te está esperando dentro.

Se apartó de la pared y siguió a lamaga a través de la puerta doble. La salaera grande, vacía y tenuementeiluminada, con un suelo de maderadonde un único mago se hallaba sentadojunto a un gran cuenco también demadera. El cuenco estaba lleno de aguay una llama ardía en el centro, sin mechani vela.

Call se detuvo y miró fijamentemientras sentía un cosquilleo en la nuca.Había visto muchas cosas raras aqueldía, pero ésa era la primera vez desde la

transformación del hangar en la cuevaque sentía realmente la presencia de lamagia.

El mago habló.—¿Sabías que para tener una buena

postura la gente solía practicarcaminando con libros sobre la cabeza?—Su voz era baja y resonante, como elsonido de un fuego distante. El MaestroRufus era un hombre grande, de pieloscura, con la cabeza totalmente calvatan lisa como una aceituna. Se puso enpie de un ágil movimiento y alzó elcuenco con sus grandes dedos callosos.

La llama no se movió. En todo caso,brilló con un poco más de intensidad.

—¿No eran las chicas las que hacían

eso? —preguntó Call.—¿Hacían qué? —El Maestro Rufus

frunció el ceño.—Caminar con libros en la cabeza.El mago le lanzó una mirada que

hizo que Callum se sintiera como siacabara de decir algo decepcionante.

—Coge el cuenco —le ordenó elmago.

—Pero la llama se apagará —protestó Call.

—Ésa es la prueba —indicó Rufus—: Ver si puedes hacer que la llamasiga ardiendo, y durante cuánto tiempo.—Le tendió el cuenco a Call.

Hasta el momento, ninguna de laspruebas había sido lo que Call se

esperaba. Aun así, había conseguidofallarlas todas, ya fuera por voluntadpropia o porque no había nacido paraser mago. Había algo en el MaestroRufus que le hizo querer hacerlo mejor,pero eso no importaba. De ningún modoiba a ir al Magisterium.

Call cogió el cuenco.Casi inmediatamente, la llama que

flotaba en su interior se alargó, como siCall hubiera abierto demasiado la espitade una lámpara de gas. Pegó un bote ydeliberadamente inclinó el cuenco haciaun lado, tratando de salpicar agua sobrela llama. Pero en vez de apagarse, lallama siguió ardiendo bajo lassalpicaduras. Call notó que lo invadía el

pánico y sacudió el cuenco, enviandopequeñas olas sobre el fuego, quecomenzó a chisporrotear.

—Callum Hunt. —El Maestro Rufuslo miraba con el rostro impasible, losbrazos cruzados sobre el amplio pecho—. Me sorprendes.

Call no dijo nada. Sujetó el cuencocon el agua revuelta y la llamachisporroteante.

—Di clases a tus padres en elMagisterium —le explicó el MaestroRufus. Parecía serio y triste. La llamaformaba una sombra bajo sus ojos—.Fueron mis aprendices. Los mejores desu clase, las mejores notas de la Prueba.Tu madre se sentiría decepcionada si

viera a su hijo tratando de suspender unexamen de una forma tan descarada sóloporque…

El Maestro Rufus no llegó a acabarla frase, porque al mencionar a la madrede Call, el cuenco de madera se partió, yno por la mitad, sino en docenas depiezas astillosas, cada una losuficientemente afilada para clavársele aCall en las manos. Éste lo dejó caer yentonces vio que todos los trozos delcuenco se habían incendiado y ardíancomo pequeñas piras esparcidas a suspies. Sin embargo, mientras observabalas llamas no sintió miedo. En esemomento le pareció que el fuego loinvitaba a entrar en su interior, a lanzar

su furia y su miedo a su luz.Mientras miraba alrededor de la

sala, las llamas se alzaron y seextendieron por el agua derramada comosi ésta fuera gasolina. Lo único que Callsentía era una rabia inmensa y terriblede que ese mago hubiera conocido a sumadre, de que el hombre que estaba anteél pudiera haber tenido algo que ver consu muerte.

—¡Detenlo! ¡Detenlo ahora mismo!—gritó el Maestro Rufus; le cogióambas manos a Call y se las cerró degolpe. La palmada hizo que le dolieranlos recientes cortes.

De repente, los fuegos se apagaron.—¡Suélteme! —Call dio un tirón

para soltarse del Maestro Rufus y sesecó las ensangrentadas palmas en lospantalones, lo que añadió otra capa demanchas a las que ya tenía—. No queríahacer eso. Ni siquiera sé lo que hapasado.

—Lo que ha pasado es que hassuspendido otro examen —respondió elMaestro Rufus, y su furia parecía habersido sustituida por una fría curiosidad.Estaba observando a Call del mismomodo que un científico observa un bichopinchado en una plancha de corcho—.Puedes marcharte y reunirte con tu padreen las gradas para esperar tu nota final.

Por suerte, había una puerta al otrolado de la sala, y Call pudo salir por ahí

sin tener que ver a ninguno de los otrosaspirantes. Podía imaginarse laexpresión en el rostro de Jasper si veíala sangre que le manchaba la ropa.

Le temblaban las manos.Las gradas estaban llenas de padres

con aspecto aburrido y unos cuantoshermanos pequeños correteando por ahí.El monótono zumbido de laconversación resonaba en el hangar, yCall se dio cuenta de que en los pasillosde donde había llegado reinaba un rarosilencio; fue una sorpresa volver a oír elruido de la gente. Había un continuogoteo de aspirantes que salían por lascinco puertas y se reunían con susfamilias. Habían colocado tres pizarras

en la base de las gradas, donde losmagos registraban las puntuaciones amedida que iban saliendo. Call no losmiró. Fue directo hacia su padre.

Alastair tenía un libro cerrado en elregazo, como si hubiera tenido intenciónde leerlo pero no hubiese llegado aempezar. Call notó el alivio que se fuedibujando en el rostro de su padre amedida que él iba acercándose, y cómocambió a preocupación en el momentoen que echó una auténtica mirada a suhijo.

Alastair se puso en pie de un salto yel libro cayó al suelo.

—¡Callum! Estás cubierto de sangrey tinta, y hueles a plástico quemado.

¿Qué ha pasado?—La he cagado. Creo que la he

cagado de verdad.Call notó que le temblaba la voz.

Seguía viendo los restos ardientes delcuenco y la mirada en el rostro delMaestro Rufus.

Su padre le puso una reconfortantemano sobre el hombro.

—Call, no pasa nada. Se suponíaque tenías que cagarla.

—Lo sé, pero pensé que sería… —Metió las manos en los bolsillosmientras recordaba todos los sermonesque su padre le había echado sobre quetenía que suspender. Pero no le habíahecho falta intentarlo. Lo había

suspendido todo porque no sabía lo queestaba haciendo, porque era un malmago—. Pensaba que sería diferente.

Su padre bajó la voz.—Sé que no es agradable fallar en

todo, Call, pero es lo mejor. Lo hashecho muy bien.

—Si con «muy bien» quieres decir«una mierda»… —masculló Call.

Su padre sonrió irónico.—Me he preocupado un poco

cuando has conseguido la nota más altaen el primer examen, pero luego se oshan llevado. Nunca he visto a nadieantes que tuviera una puntuaciónnegativa.

Call frunció el ceño. Sabía que su

padre se lo decía como un cumplido,pero no daba la sensación de serlo.

—Estás en último lugar. Hay chicossin nada de magia que lo han hechomejor que tú. Creo que te mereces unagran copa de helado, la más grande queencontremos, de camino a casa. Las quemás te gustan, con dulce de leche,mantequilla de cacahuete y ositos degoma. ¿De acuerdo?

—Vale —contestó Call mientras sesentaba. Estaba tan chafado que nisiquiera pensar en un helado con ositosde goma cubiertos de mantequilla decacahuete y dulce de leche lograbaanimarlo—. Sí.

Su padre volvió a sentarse. Estaba

asintiendo para sí mismo, satisfecho. Yaún pareció que su satisfacciónaumentaba cuando aparecieron másnotas.

Call se permitió mirar las pizarras.Aaron y Tamara estaba los primeros, ysu nota total era idéntica. Pero lemolestó que Jasper sólo estuviera trespuntos por debajo de ellos, en segundolugar.

«Oh, vaya», pensó Call. ¿Y qué sehabía imaginado? Los magos eran unosimbéciles, como decía su padre, y losimbéciles más imbéciles sacaban lasmejores notas. Era de esperar.

Aunque no sólo había imbécilesentre los primeros. Kylie lo había hecho

bastante mal, mientras que Aaron lohabía hecho muy bien. Call supuso queeso era bueno. Parecía que Aaron habíaquerido hacerlo bien. Aunque, claro,hacerlo bien significaba que iría alMagisterium, y el padre de Call siempredecía que eso era algo que no ledesearía ni a su peor enemigo.

Call no sabía si alegrarse por Aaron,que al menos había sido amable, osentirlo por él. Lo único que sabía eraque le estaba cogiendo dolor de cabezaal pensar en todo eso.

El Maestro Rufus apareció por unade las puertas. No dijo nada en voz alta,pero todos se quedaron en silencio comosi lo hubiera hecho. Al recorrer la sala

con la mirada, Call encontró unoscuantos rostros conocidos: Kylie, queparecía nerviosa; Aaron, que semordisqueaba el labio. Jasper estabapálido y tenso, mientras que Tamaraparecía tranquila y compuesta, sinmostrar preocupación en absoluto.Estaba sentada entre una elegante parejade cabello oscuro, cuya ropa colorcrema hacía destacar su piel marrón. Sumadre llevaba un vestido de color marfily guantes, y su padre un traje completode color crema.

—Aspirantes de este año —dijo elMaestro Rufus, y todos se inclinaronhacia adelante al unísono—, gracias porestar hoy con nosotros y por esforzaros

en la Prueba. El Magisterium haceextensivo su agradecimiento a lasfamilias que han traído a los chicos yhan esperado hasta que acabaran.

Puso las manos a la espalda yrecorrió las gradas con la mirada.

—Aquí hay nueve magos, y cada unode ellos está autorizado a elegir a seisaspirantes. Esos aspirantes serán susaprendices durante los cinco años quepasarán en el Magisterium, así que no esuna elección que los Maestros tomen ala ligera. También debéis entender quehay más chicos aquí de los queobtendrán una plaza en el Magisterium.Si no habéis sido seleccionados, esporque no sois adecuados para este tipo

de entrenamiento. Por favor, entendedque hay muchas razones por las quepodéis no ser adecuados y que unamayor exploración de vuestros poderespodría resultar mortal. Antes demarcharos, un mago os explicará vuestraobligación de guardar secreto y os darálos medios para protegeros a vosotros ya vuestra familia.

«Espabila y acabemos de una vez»,masculló para sí Call, casi sin prestaratención a lo que decía Rufus. Los otrosalumnos también se removíanincómodos. Jasper, sentado entre sumadre asiática y su padre caucásico,ambos con elegantes cortes de pelo,tamborileaba con los dedos sobre la

rodilla. Call miró a su padre, queobservaba a Rufus con una expresiónque Call nunca antes había visto en surostro. Parecía como si estuvierapensando en pasarle por encima al magocon el Rolls remodelado, aunque coneso se volviera a romper la transmisión.

—¿Alguna pregunta? —inquirióRufus.

La sala permaneció en silencio. Elpadre de Call le habló en un susurro:

—No pasa nada —dijo, aunque Callno había notado nada que indicara quepodía pasar algo—. No te va a elegir.

—¡Muy bien! —atronó Rufus—.¡Que comience la selección! —Fueretrocediendo hasta quedar delante de la

pizarra con las notas—. Aspirantes,cuando digamos vuestros nombres, porfavor, poneos en pie y reuniros convuestros nuevos Maestros. Como magomás veterano después del MaestroNorth, que no tomará aprendices, yocomenzaré la selección. —De nuevopaseó la mirada por las gradas—. AaronStewart.

Hubo algunos aplausos, aunque node la familia de Tamara. Ésta estabasentada increíblemente quieta y rígida,como si la hubieran embalsamado. Suspadres parecían furiosos. Su padre seinclinó para decirle algo al oído, y Callla vio encogerse como respuesta. Quizá,después de todo, sí que fuera humana.

Aaron se puso en pie.«Una elección totalmente

inesperada», pensó Call, sarcástico.Aaron era como el Capitán América,

con su cabello rubio, su constituciónatlética y su actitud de todo él bondad.Call tuvo ganas de tirarle el libro de supadre a la cabeza, a pesar de que fueraun chico agradable. El Capitán Américatambién era amable, pero eso no queríadecir que uno quisiera competir con él.

Luego, sorprendido, Call se diocuenta de que, aunque varias personasentre el público aplaudían, Aaron notenía ningún familiar sentado junto a él.Nadie que lo abrazara o le palmeara laespalda. Debía de haber ido solo.

Aaron, tragando saliva, sonrió y luegobajó al trote la escalera entre las gradaspara colocarse al lado del MaestroRufus.

Éste se aclaró la garganta.—Tamara Rajavi —dijo.Tamara se puso en pie, su negra

melena al viento. Sus padresaplaudieron educadamente, como siestuvieran en la ópera. Tamara no seentretuvo en abrazar a ninguno de ellos,sino que caminó mesuradamente hastasituarse junto a Aaron, que le dedicó unasonrisa de felicitación.

Call se preguntó si a los otros magosles molestaría que el Maestro Rufusfuera el primero en escoger y eligiera

directamente de la cabeza de la lista. Aél lo habría molestado.

Los ojos oscuros del Maestro Rufusrastrearon la sala una vez más. Call notóel silencio contenido mientras todosesperaban que Rufus dijera el siguientenombre. Jasper ya estaba mediolevantado de su asiento.

—Y mi último aprendiz será CallumHunt —anunció el Maestro Rufus, y Callsintió que su mundo se desmoronaba.

Se oyeron unos cuantos gritos desorpresa contenidos de los otrosaspirantes y confusos murmullos delpúblico, mientras todos revisaban lapizarra en busca del nombre de Call y loencontraban en último lugar, con una

nota negativa.Call se quedó mirando al Maestro

Rufus. Éste le devolvió la mirada,totalmente inexpresiva. A su lado, Aaronlanzaba a Call una sonrisa de ánimomientras Tamara lo miraba con unaexpresión de total perplejidad.

—He dicho Callum Hunt —repitióel Maestro Rufus—. Callum Hunt, porfavor, ven aquí.

Call comenzó a levantarse, pero supadre lo hizo sentarse de nuevo.

—Absolutamente no —dijo AlastairHunt poniéndose en pie—. Esto ya haido demasiado lejos, Rufus. No puedesquedártelo.

El Maestro Rufus lo miró como si no

hubiera nadie más en la sala.—Vamos, Alastair, conoces las

reglas tan bien como cualquiera. Deja depatalear por lo inevitable. El chiconecesita que le enseñen.

Había magos ascendiendo por lasgradas a ambos lados de donde Callestaba sentado, con su padresujetándolo. Los magos, con sus túnicasnegras, resultaban tan siniestros como supadre se los había descrito. Parecíandispuestos a luchar. En cuando llegarona la fila de Call, se detuvieron,esperando que su padre hiciera elprimer movimiento.

Alastair había renunciado a la magiahacía años; le faltaba práctica. No había

ninguna posibilidad de que los otrosmagos no fueran a barrer el suelo con él.

—Voy a ir —le dijo Call a su padre,mientras se volvía a mirarlo—. No tepreocupes, no sé lo que hago. Meecharán. No me aguantarán muchotiempo, y entonces regresaré a casa ytodo volverá a ser igual…

—Tú no lo entiendes —replicó elpadre de Call mientras lo hacía poner enpie sujetándolo con la fuerza de unagarra. Todos en la sala estabanmirándolos asombrados, y no era paramenos. El padre de Call parecía haberenloquecido, los ojos se le salían de lasórbitas—. Vamos. Tendremos que salircorriendo.

—Yo no puedo —le recordó a supadre. Pero éste ya no lo escuchaba.

Tiró de él por las gradas, saltandode banco en banco. La gente les fueabriendo paso; se echaban a un lado osaltaban hacia arriba. Los magos de laescalera corrieron hacia ellos. Callavanzaba como podía, concentrado enno perder el equilibrio.

En cuanto llegaron al suelo delhangar, Rufus se puso ante el padre deCall.

—Ya basta —declaró rotundo elMaestro Rufus—. El chico se quedaaquí.

El padre de Call se detuvo de golpe.Rodeó a su hijo con el brazo desde

atrás, lo que era raro; su padreprácticamente nunca lo abrazaba, claroque eso era más bien una llave de luchalibre. A Call le dolía la pierna de lacarrera por las gradas. Trató devolverse para mirar a su padre, peroéste miraba fijamente al Maestro Rufus.

—¿No has matado ya a bastantes demi familia? —le espetó.

El Maestro Rufus bajó la voz paraque la gente sentada en los bancos nopudiera oírlo, aunque Aaron y Tamara síque podían.

—No le has enseñado nada —afirmó—. Un mago sin entrenamiento sueltopor ahí es como una falla en la tierraesperando a abrirse, y si se abre, matará

a mucha gente además de a sí mismo.Así que no me hables de muertos.

—Vale —exclamó el padre de Call—. Le enseñaré yo mismo. Me lollevaré y le enseñaré. Lo prepararé parala Primera Puerta.

—Has tenido doce años paraenseñarle y no los has aprovechado. Losiento, Alastair. Así es como debe ser.

—Mira su puntuación; no deberíacalificarse. ¡No quiere calificarse!¿Verdad, Call? ¿Verdad? —El padre deCall lo sacudía mientras hablaba. Elchico no habría conseguido decir ni unapalabra aunque hubiese querido.

—Suéltalo, Alastair —ordenó elMaestro Rufus, con la voz cargada de

tristeza.—No —insistió el padre de Call—.

Es mi hijo. Tengo derechos. Yo decidosu futuro.

—No —negó el Maestro Rufus—.No es así.

El padre de Call se echó hacia atrás,pero no lo suficientemente rápido. Callnotó que lo cogían cuando dos magos loarrancaron de los brazos de su padre.Éste gritaba y Call daba patadas yempujones, pero no sirvió de nada; loarrastraron para dejarlo dondeesperaban Aaron y Tamara. Ambosestaban absolutamente horrorizados.Call propinó un fuerte codazo a uno delos magos que lo retenían. Oyó un

gruñido de dolor y le retorcieron elbrazo a la espalda. Hizo una mueca derabia y se preguntó que estaríanpensando en ese momento todos lospadres que habían acudido allí creyendoque iban a enviar a sus hijos a unaescuela de aerodinámica.

—¡Call! —Su padre estaba siendoretenido por dos magos más—. ¡Call, nohagas caso a nada de lo que te digan!¡No saben lo que hacen! ¡No saben nadasobre ti! —Arrastraban a Alastair haciala salida. Call no podía creer que esoestuviera sucediendo.

De repente, algo brilló en el aire. Nohabía visto cómo su padre se liberabadel brazo de los magos, pero debía de

haberlo hecho. Una daga volaba haciaél. Volaba recta y certera, más lejos delo que cualquier daga podría volar. Callno podía apartar los ojos de ellamientras se acercaba girando directahacia él, con la hoja por delante.

Sabía que tenía que hacer algo.Sabía que tenía que apartarse.Pero, por alguna extraña razón, no

podía.Era como si los pies le hubieran

echado raíces.La daga se detuvo a unos centímetros

de Call, y Aaron la cogió en el aire contanta facilidad como cogería unamanzana de una rama baja.

Por un momento, todos se quedaron

inmóviles, observando. Al padre de Calllos magos lo habían arrastrado más alláde las puertas del hangar. Ya no podíaverlo.

—Toma —dijo una voz a su lado.Era Aaron, que le tendía la daga.

Call no la había visto nunca antes. Erade un color plateado reluciente, conespirales y letras en el metal. Laempuñadura tenía forma de pájaro conlas alas abiertas. La palabra Semíramisestaba grabada a lo largo de la hoja enuna letra muy recargada.

—Supongo que es tuya, ¿no? —dijoAaron.

—Gracias —contestó Call mientrascogía la daga.

—¿Ése era tu padre? —preguntóTamara por lo bajo, sin volver el rostrohacia Call. Su voz estaba cargada de unfrío desdén.

Algunos magos miraban a Call comosi pensaran que estaba loco y fueraevidente el porqué. Call se sintió mejorcon la daga en la mano, a pesar de quelo único que había usado en toda su vidaera un cuchillo para extender lamantequilla de cacahuete o cortar lacarne.

—Sí —contestó Call—. Quiere queesté a salvo.

El Maestro Rufus hizo un gesto deasentimiento a la Maestra Milagros yésta dio un paso adelante disponiéndose

a intervenir.—Lamentamos mucho esta

interrupción. Les agradeceremos quepermanezcan en sus asientos ymantengan la calma —dijo—.Esperamos que la ceremonia continúesin más contratiempos. Ahora, yo elegiréa mis aprendices.

La gente se calmó y se hizo elsilencio de nuevo.

—He elegido a cinco —continuó laMaestra Milagros—. El primero seráJasper deWinter. Jasper, por favor, bajay ponte a mi lado.

Jasper se puso en pie y fue a ocuparsu lugar junto a la Maestra Milagros,desde donde lanzó una mirada de odio

en dirección a Call.

CAPÍTULO CUATRO

El sol ya comenzaba a ponerse cuandolos Maestros acabaron de elegir a susaprendices. Muchos chicos se fueronllorando, incluida Kylie, lo que provocócierta satisfacción a Call. Le habría

cambiado el sitio sin pensarlo, perocomo eso no estaba permitido, al menoshabía conseguido molestarla de verdadal verse obligado a quedarse. Era loúnico bueno que se le ocurría pensar, ymientras se acercaba el momento departir hacia el Magisterium se aferraba acualquier cosa que pudiera consolarlo.

Las advertencias de su padre sobreel Magisterium siempre habían sidofrustrantemente vagas. Mientras Callesperaba, chamuscado, ensangrentado,empapado de tinta azul y con la piernaque cada vez le dolía más, no tenía nadamás que hacer excepto repasarlas todas.

«A los magos no les importa nada ninadie excepto avanzar en sus estudios.

Roban a los niños de sus familias. Sonmonstruos. Hacen experimentos conniños. Son los culpables de la muerte detu madre».

Aaron trató de conversar con él,pero Call no tenía ganas de hablar.Jugueteaba con la empuñadura de ladaga, que se había metido en el cinturón,e intentó parecer amenazador.Finalmente, Aaron se rindió y comenzó acharlar con Tamara. Ésta sabía muchodel Magisterium por una de sushermanas mayores, quien, según Tamara,era la primera en absolutamente todo enla escuela. Tamara aseguraba ser aúnmejor, lo que no dejaba de resultarpreocupante. Aaron parecía contento

simplemente por poder ir a una escuelade magia.

Call se preguntó si debía advertirle.Luego recordó el tono horrorizado deTamara cuando vio quién era su padre.

«Olvídalo», pensó. Por él se lospodían comer los gwyverns que volabana cincuenta kilómetros por hora en buscade venganza.

Finalmente, la ceremonia acabó, ytodo el mundo fue saliendo en direcciónal aparcamiento. Padres llorososabrazaban y besaban a sus hijos paradespedirse, mientras los cargaban demaletas, bolsas de viaje y cajas deprovisiones. Call se quedó por ahí conlas manos en los bolsillos. No sólo su

padre no estaba allí para despedirse deél, sino que tampoco tenía equipaje.Después de unos cuantos días sin ropapara cambiarse, iba a oler peor de loque ya lo hacía.

Dos autocares escolares amarillosesperaban, y los magos comenzaron adividir a los alumnos en grupos segúnsus Maestros. Cada autocar transportabavarios grupos. Los aprendices delMaestro Rufus iban con los de laMaestra Milagros, el maestroRockmaple y el Maestro Lemuel.

Mientras Call esperaba, Jasper seacercó a él. Sus bolsas tenían el aspectode ser tan caras como su ropa, con lasiniciales JDW grabadas en el cuero.

Miró a Call con una sonrisita de desdénpegada a la cara.

—Ese puesto en el grupo delMaestro Rufus —comenzó Jasper— erami puesto. Y tú me lo has cogido.

Aunque hubiera debido alegrarlefastidiar a Jasper, Call estaba cansadode que la gente actuara como si habersido escogido por Rufus fuera un granhonor.

—Mira, no he hecho nada para queesto pasara. Ni siquiera se suponía quedebía elegirme nadie, ¿vale? No quieroestar aquí.

Jasper temblaba de rabia. De cerca,Call vio, divertido, que su bolsa deviaje, aunque elegante, tenía agujeros en

el cuero, reparados cuidadosamentevarias veces. Y también los puños de lacamisa le iban unos centímetros cortos,como si la ropa fuera heredada, o élhubiera crecido demasiado. Call habríaapostado a que incluso su nombre eraheredado, para concordar con las letrasgrabadas.

Quizá su familia había tenido dinero,pero no parecía que siguiera teniéndolo.

—Eres un mentiroso —le espetóJasper, desesperado—. Has hecho algo.Nadie acaba siendo elegido por elMaestro más prestigioso de todo elMagisterium por casualidad, así queolvídate de intentar engañarme. Cuandolleguemos a la escuela voy a hacer todo

lo posible por recuperar ese puesto. Vasa acabar suplicando volver a casa.

—Espera —se apresuró a decir Call—. Si les suplicas, ¿te dejan volver acasa?

Jasper miró a Call como si acabarade soltar un montón de frases en lenguababilónica.

—No tienes ni idea de lo importanteque es esto —replicó Jasper, y agarró elasa de la bolsa con tanta fuerza que losnudillos se le pusieron blancos—. Niidea. No soporto estar en el mismoautocar que tú. —Le dio la espalda aCall y fue hacia donde estaban los otrosMaestros.

Call siempre había odiado el autocar

del colegio. Nunca sabía junto a quiénsentarse, porque nunca había tenidoningún amigo en su ruta, o no habíatenido ningún amigo, en realidad. Losotros chicos creían que era raro. Inclusodurante la Prueba, incluso entre chicosque querían ser magos, le parecíadestacar por su rareza. En ese autocar, almenos, había espacio suficiente parapoder tener toda una fila de asientospara él solo.

«Que huela a neumáticos quemadosseguramente tiene algo que ver conesto», pensó. Pero era un alivio. Loúnico que quería era que lo dejaran enpaz para pensar en lo que acababa deocurrir. Deseó que su padre le hubiera

comprado el móvil que él le habíapedido para su último cumpleaños. Sóloquería oír la voz de su padre. Sóloquería que el último recuerdo de supadre no fuera verlo sacado a rastrasgritando. Lo único que quería era saberqué tenía que hacer a partir de ahí.

Mientras salían a la carretera, elMaestro Rockmaple se puso en pie ycomenzó a hablar sobre la escuela; lesexplicó que los alumnos del Curso deHierro se quedarían durante todo elinvierno, porque no les resultaría segurovolver a casa parcialmente entrenados.También les explicó que trabajarían consus respectivos Maestros durante toda lasemana, tendrían clases con otros

Maestros los viernes y una vez al meshabría algún tipo de examen importante.A Call le costaba concentrarse en losdetalles, sobre todo cuando el MaestroRockmaple enumeró los CincoPrincipios de la Magia, los que, alparecer, tenían todos que ver con elequilibrio. O con la naturaleza. O conalgo. Call intentó prestar atención, perolas palabras parecían diluirse antes deque él consiguiera grabárselas en lamemoria.

Después de una hora y media deviaje, los autocares pararon en un áreade descanso, donde Call se dio cuentade que, además de no tener equipaje,tampoco tenía dinero. Fingió no sentir

hambre ni sed, mientras todos los demásse compraban chocolatinas, patatasfritas y refrescos.

Cuando regresaron al autocar, Callse sentó detrás de Aaron.

—¿Sabes adónde nos llevan? —lepreguntó.

—Al Magisterium —contestó Aaron,y su tono parecía indicar que estaba unpoco preocupado por el cerebro de Call—. Ya sabes, la escuela. Donde vamos aser aprendices.

—Pero ¿dónde está exactamente?¿Dónde se hallan los túneles? —inquirióCall—. ¿Crees que nos encerrarán porla noche en nuestra habitación? ¿Habrábarrotes en las ventanas? Oh, espera, no,

no habrá, porque no habrá ningunaventana, ¿verdad?

—Humm —repuso Aaron, y letendió su bolsa de Lays sabor a queso ypan de ajo—. ¿Una patata?

Tamara se inclinó a través delpasillo.

—¿Estás totalmente loco? —preguntó, pero esta vez no era un insulto,sino más bien como si realmentequisiera hablar de ello.

—Sabéis que cuando lleguemos allívamos a morir, ¿no? —dijo Call, losuficientemente alto como para que looyera todo el autocar.

La respuesta fue un resonantesilencio.

—¿Todos? —trinó finalmente Celia.Algunos de los otros niños soltaron

una risita.—Bueno, no todos nosotros,

evidentemente —respondió Call—. Peroalgunos sí. ¡Eso sigue siendo malo!

Todo el mundo miraba a Callexcepto el Maestro Rufus y el MaestroRockmaple, que estaban sentadosdelante y no prestaban ninguna atencióna lo que los chicos hacían atrás. Que lotrataran como si le faltara un tornillo lehabía sucedido a Call más veces ese díade las que le había pasado en toda suvida, y se estaba hartando. Sólo Aaronno miraba a Call como si éste estuvieraloco. En vez de eso, masticaba una

patata.—¿Y quién te ha dicho eso? —

preguntó—. Lo de morir.—Mi padre —contestó Call—. Él

fue al Magisterium, así que sabe de loque habla. Dice que los magos van ahacer experimentos con nosotros.

—¿Era tu padre ese tipo que tegritaba en la Prueba? ¿El que te tiró elcuchillo? —inquirió Aaron.

—Normalmente no se comporta así—masculló Call.

—Bueno, es evidente que él fue alMagisterium y sigue vivo —indicóTamara. Había bajado la voz—. Y mihermana está allí. Y los padres dealgunos de nosotros también han ido.

—Sí, pero mi madre está muerta —replicó Call—. Y mi padre odia todo loque tiene que ver con esa escuela. Ni tansólo quiere hablar de eso. Dice que mimadre murió por su culpa.

—¿Qué le ocurrió? —preguntóCelia. Tenía un paquete de gominolassobre el regazo, y Call estuvo tentado depedirle una, porque le recordaron elhelado que nunca iba a tener y tambiénporque Celia parecía amable, como si selo preguntara porque no quería que sepreocupara por los magos, y no porquepensara de él que era un chalado quealucinaba—. Quiero decir que te tuvo ati, así que no pudo morir en elMagisterium, ¿no? Debió de graduarse

primero.Esa pregunta descolocó a Call. Lo

había puesto todo dentro del mismo sacoy no había pensado mucho en el tiempoque debía de haber pasado. En algunaparte hubo una pelea, parte de algunaguerra mágica. Su padre había sido muyvago con los detalles. En lo que habíahecho hincapié era en que fueron losmagos los que dejaron que eso pasara.

«Cuando los magos van a la guerra,lo que ocurre con frecuencia, no lesimporta la gente que muere por suculpa».

—Una guerra —dijo—. Hubo unaguerra.

—Bueno, eso no es muy concreto —

replicó Tamara—. Pero si era tu madre,tuvo que ser la Tercera Guerra de losMagos. La guerra del Enemigo.

—Lo único que sé es que murió enalgún lugar de Sudamérica.

Celia ahogó un grito.—Así que murió en la montaña —

aportó Jasper.—¿La montaña? —preguntó Drew

desde el fondo. Parecía nervioso. Calllo recordó: era el que había preguntadopor la escuela de hípica.

—La Masacre Fría —aportóGwenda. Call recordó el modo en queGwenda se había levantado al serelegida: sonreía como si fuera sucumpleaños, con sus muchas trencitas

con las cuentas balanceándosele ante elrostro—. ¿Es que no sabes nada? ¿Nohas oído hablar del Enemigo, Drew?

Drew se quedó helado.—¿Qué enemigo?Gwenda suspiró exasperada.—El Enemigo de la Muerte. Es el

último de los makaris y la razón de laTercera Guerra.

Drew seguía con cara de no entendernada. Call tampoco estaba seguro dehaber entendido nada de lo que Gwendahabía dicho. ¿Makaris? ¿Enemigo de laMuerte?

Tamara miró hacia atrás y les vio lacara de incomprensión.

—La mayoría de los magos pueden

acceder a los cuatro elementos —explicó—. ¿Recordáis lo que el MaestroRockmaple nos ha dicho sobre queempleáramos aire, agua, tierra y fuegopara hacer magia? ¿Y toda esa historiasobre la magia del caos?

Call recordaba algo de la lecciónque les había soltado desde la partedelantera del autocar, algo sobre el caosy sobre devorar. No le había gustadocómo sonaba, y en ese momento noparecía sonar mejor.

—Sacan algo de la nada, y por esolos llamamos makaris. Creadores. Sonmuy poderosos. Y peligrosos. Como elEnemigo.

Un escalofrío recorrió a Call. La

magia parecía incluso más espeluznantede lo que había dicho su padre.

—Ser el Enemigo de la Muerte noparece tan malo —dijo, sobre todo parallevar la contraria—. Tampoco es que lamuerte sea tan maravillosa. Quierodecir, ¿quién querría ser el Amigo de laMuerte?

—No es eso. —Tamara se cogió lasmanos sobre el regazo, claramenteirritada—. El Enemigo fue un granmago, quizá el mejor, pero se volvióloco. Quería vivir eternamente yresucitar a los muertos. Por eso lollamaron el Enemigo de la Muerte,porque intentó vencer a la muerte.Comenzó a crear caos en el mundo, a

meter el poder del vacío en losanimales… e incluso en la gente.Cuando metía un trozo del vacío enalguien, lo transformaba en un monstruoenajenado.

En el exterior, el sol se había puestoy sólo quedaba un rastro de rojo ydorado en el borde del horizonte pararecordarle que acababa de caer lanoche. Mientras el autocar seguía sucamino, adentrándose en la oscuridad,Call fue viendo más y más estrellas en ellienzo del cielo desde la ventanilla.Sólo distinguía formas vagas de losbosques que iban pasando; sólo veíaoscuridad con hojas y rocas.

—Y probablemente eso es lo que

sigue haciendo —apuntó Jasper—.Esperando para romper el Tratado.

—No era el único makaris de sugeneración —explicó Tamara, como sicontara una historia que se habíaaprendido de memoria o recitara undiscurso que había oído muchas veces—. Había otro. Era nuestra campeona yse llamaba Verity Torres. Sólo era unpoco mayor que nosotros, pero era muyvaliente y dirigía las batallas contra elEnemigo. Estábamos ganando. —Hablando de Verity, a Tamara lebrillaban los ojos—. Pero entonces, elEnemigo hizo lo más traicionero quenadie podría hacer nunca. —Bajó denuevo la voz para que los Maestros que

se hallaban por delante en el autocar nopudieran oírla—. Todos sabían que seacercaba una gran batalla. En nuestrolado, los magos buenos habíanescondido a sus familias y niños en unacueva remota para que no los pudieranutilizar como rehenes. El Enemigoencontró la cueva y, en vez de ir alcampo de batalla, fue a matarlos a todos.

—Esperaba que murieran sin oponerresistencia —añadió Celia en voz baja.Era evidente que ella también habíaoído la historia montones de veces—.Sólo eran niños, viejos y unas cuantasmadres y padres con bebés. Trataron derechazarlo. Mataron a los caotizados enla cueva, pero no eran lo suficientemente

fuertes para acabar con el Enemigo. Alfinal, todos murieron y él escapó. Fuetan brutal que la Asamblea le ofrecióuna tregua al Enemigo, y éste la aceptó.

Se hizo un silencio horrorizado.—¿No sobrevivió ninguno de los

magos buenos? —preguntó Drew.—Todo el mundo vive en una

escuela de hípica —masculló Call. Derepente se alegró de no haber tenidodinero para comprar comida en el áreade descanso, porque estaba seguro deque la habría vomitado en ese momento.Sabía que su madre había muerto.Incluso sabía que había muerto en unabatalla. Pero nunca antes había oído losdetalles.

—¿Qué? —Tamara se volvió haciaél, su rostro era una máscara de furiaglacial—. ¿Qué has dicho?

—Nada. —Call se echó hacia atrásen el asiento con los brazos cruzados.Por la expresión de Tamara sabía quehabía ido demasiado lejos.

—Eres increíble. Tu madre muriódurante la Masacre Fría y tú te burlas desu sacrificio. Te comportas como si laculpa fuera de los magos en vez de ladel Enemigo.

Call apartó la mirada; le ardía elrostro. Se sentía avergonzado de lo queacababa de decir, pero también estabafurioso, porque debería haber sabidotodas esas cosas, ¿no? Su padre debería

habérselas contado. Pero no lo habíahecho.

—Si tu madre murió en la montaña,¿dónde estabas tú? —intervino Celia, enun intento evidente de restablecer la paz.La flor de su cabello seguía arrugadapor su caída durante la Prueba, y untrocito estaba un poco chamuscado.

—En el hospital —contestó Call—.Se me fastidió la pierna al nacer y meestaban operando. Supongo que elladebió de haberse quedado en la sala deespera, aunque el café fuera malo. —Siempre le pasaba lo mismo cuando seenfadaba. Era como si no pudieracontrolar las palabras que le salían de laboca.

—Eres un desgraciado —le espetóTamara, que ya no era la chica conteniday fría que había sido durante toda laPrueba. Los ojos le bailaban de furia—.La mitad de los chicos de legado queestán en el Magisterium tiene familiaresque murieron en la montaña. Si sigueshablando así, alguien te va a ahogar enun estanque subterráneo y nadie lo va alamentar, incluyéndome a mí.

—¡Tamara! —la reprendió Aaron—.Todos estamos en el mismo grupo deaprendices. Dale un respiro. Su madremurió. Tiene derecho a sentir lo quequiera sobre su muerte.

—Mi tía abuela también murió allí—explicó Celia—. Mis padres no paran

de hablar de ella, pero yo no la conocí.No estoy cabreada contigo, Call. Sólome gustaría que no nos hubiera pasadoeso a ninguno de nosotros. A ninguno deellos.

—Bueno, pues yo sí estoy cabreado—dijo un chico al fondo. A Call leparecía que se llamaba Rafe. Era alto,con una mata de cabello negro rizado yllevaba una camiseta con una calaverasonriente que relucía, fosforescente,bajo la tenue luz.

Call se sintió peor. Estaba pensandoen decir algo para disculparse con Celiay Rafe, hasta que Tamara se volvió haciaAaron.

—Pero es que parece que no le

importe —le dijo ferozmente—. Fueronhéroes.

—No, no lo fueron —soltó Callantes de que Aaron pudiera decir nada—. Fueron víctimas. Los mataron porculpa de la magia, y nadie puedearreglarlo. Ni siquiera tu Enemigo de laMuerte, ¿verdad?

Se hizo un silencio de indignación.Incluso los chicos que habían estadometidos en diferentes conversaciones enotras partes del autocar se volvieronpara mirar, boquiabiertos, a Call.

Su padre había culpado a los otrosmagos por la muerte de su madre. Y élconfiaba en su padre. Pero con todosesos ojos fijos sobre él, Call no estaba

seguro de qué pensar.El silencio sólo lo rompían los

ronquidos del Maestro Rockmaple. Elautocar había entrado en una carreterade tierra llena de baches.

—He oído decir que hay animalescaotizados cerca de la escuela. De losexperimentos del Enemigo.

—¿Como caballos? —preguntóDrew.

—Espero que no —repuso Tamaraestremeciéndose. Drew pareciódecepcionado—. No querría tener uncaballo caotizado. Las criaturascaotizadas son sirvientes del Enemigo.Tienen un trozo de vacío en su interior yeso los hace más listos que otros

animales, pero son sanguinarios ydementes. Sólo el Enemigo o algunos desus sirvientes pueden controlarlos…

—¿Serían como caballos zombisposeídos por el diablo? —preguntóDrew.

—No exactamente. Los distinguiríaspor los ojos. Los ojos les destellan: sonclaros, con colores girando en suinterior; por lo demás parecen normales.Eso es lo peor —aportó Gwenda—.Espero que no tengamos que salir muchodel recinto de la escuela.

—Yo sí —replicó Tamara—. Esperoque aprendamos a reconocerlos y amatarlos. Quiero hacer eso.

—Oh, claro —soltó Call casi

hablando para sí—. Y yo soy el que estáloco. Nada de lo que preocuparse en elalegre Magisterium. Escuela deequitación endiablada, ahí vamos.

Pero Tamara no le estaba prestandoatención. Se inclinaba en su asiento yescuchaba a Celia.

—He oído que hay un nuevo tipo decaotizados a los que no puedesdistinguir por los ojos. Esa criatura nisiquiera sabe lo que es hasta que elEnemigo le hace hacer lo que él quiere.Así que hasta tu gata puede estarespiándote, o…

El autocar se detuvo con una fuertesacudida. Por un instante, Call pensóque quizá se hubieran detenido en otra

estación de servicio, pero entonces elMaestro Rufus se puso en pie.

—Hemos llegado —anunció—. Porfavor, salid del autocar en una filaordenada.

Y durante unos minutos todo fue delo más corriente, como si Call sólohubiera salido de excursión. Los chicoscogieron sus maletas y sus bolsas y seempujaron hacia la parte delantera delautocar. Call bajó justo detrás de Aarony, como no tenía que recoger equipaje,fue el primero en poder tomarse unsegundo para mirar dónde se hallaban.

CAPÍTULO CINCO

Se encontraban ante la escarpada paredde una montaña. Había bosque aizquierda y derecha, pero ante él sealzaba una enorme puerta de doble hoja.Era de un gastado color gris, con

bisagras de hierro que acababan enespirales que se retorcían unas sobreotras. Call pensó que, a distancia y sinla luz de los faros del autocar, la puertasería casi invisible. Tallado en la rocasobre la puerta había un símbolo que noreconocía:

Bajo él se leía: EL FUEGO QUIEREARDER, EL AGUA QUIERE FLUIR, ELAIRE QUIERE SUBIR, EL CAOSQUIERE DEVORAR.

Devorar. Esa palabra le produjo un

escalofrío.«La última oportunidad para salir

corriendo», pensó. Pero no era muyrápido y tampoco tenía hacia dóndecorrer.

Los otros chicos habían cogido suscosas y estaban esperando como él. ElMaestro Rufus fue hasta la puerta ytodos se quedaron en silencio. ElMaestro North dio un paso al frente.

—Estáis a punto de entrar en elrecinto del Magisterium —dijo—. Paraalgunos, puede ser un sueño hechorealidad. Para otros, esperamos que seael inicio de uno. A todos, os digo que elMagisterium existe por vuestra propiaseguridad. Tenéis un gran poder, y sin

entrenamiento, el poder es peligroso.Aquí os ayudaremos a aprender acontrolarlo y os enseñaremos la granhistoria de magos como vosotros, desdelos albores del tiempo. Cada uno devosotros tiene un destino único, uno quediscurre fuera del camino normal quehubierais recorrido, uno que hallaréisaquí. Quizá lo hayáis supuesto cuandonotasteis el primer despertar de vuestropoder. Pero mientras os halláis en laentrada de la montaña, supongo que almenos unos cuantos de vosotros osestaréis preguntando en qué lío oshabéis metido.

Algunos chicos rieron, cohibidos.—Hace mucho tiempo, al principio

de todo, los primeros magos sepreguntaron lo mismo. Intrigados por lasenseñanzas de los alquimistas, sobretodo de Paracelso, quisieron explorar lamagia de los elementos. Tuvieron unéxito limitado, hasta que un alquimistase dio cuenta de que su hijo era capaz dehacer con facilidad los mismosejercicios que a él tanto le costaban. Losmagos descubrieron que había algunoscon un poder innato que podían hacermagia, y que eran los jóvenes los quemejor la realizaban. Después de eso, losmagos encontraron nuevos estudiantes alos que enseñar y de los que aprender, ybuscaron por toda Europa a niños conpoder. Muy pocos lo tienen, quizá sólo

uno de cada veinticinco mil, pero losmagos reunieron a los que pudieronencontrar y comenzaron la primeraescuela de magia. Durante ese tiempo,oyeron historias de chicos y chicas sinformación que hacían arder casas y sequemaban entre las llamas, que sehabían ahogado en tormentas, engullidospor tornados o arrastrados a sumideros.Con formación, los magos aprendieron acaminar por la lava sin sufrir daño, aexplorar lo más profundo del mar sinbotellas de oxígeno, incluso a volar.

Algo dentro de Call reaccionó antelo que el Maestro North estabaexplicando. Recordó una vez que eramuy pequeño y le pidió a su padre que

lo columpiara en el aire, pero su padreno quiso hacerlo y le dijo que dejara defingir. ¿De verdad podría aprender avolar?

«Si pudiera volar —le susurró unapequeña parte traicionera de su cerebro—, no importaría tanto que no puedacorrer».

—Aquí conoceréis a los sereselementales, criaturas de gran belleza ypeligro que han existido en nuestromundo desde el inicio de los tiempos.Modelaréis la tierra, el aire, el agua y elfuego, y los doblegaréis a vuestravoluntad. Estudiaréis nuestro pasadomientras os convertís en nuestro futuro.Descubriréis lo que los niños corrientes

que erais antes nunca hubieran tenido elprivilegio de ver. Aprenderéis grandescosas y también las llevaréis a cabo.

»Bienvenidos al Magisterium.Hubo aplausos. Call miró alrededor.

A todos les brillaban los ojos. Y pormucho que se resistiera, seguro que a élle pasaba igual.

El Maestro Rufus tomó la palabraentonces:

—Mañana veréis gran parte de laescuela, pero por esta noche, seguid avuestros Maestros y acomodaos envuestros dormitorios. Por favor,manteneos unidos mientras os guían porel Magisterium. El sistema de túneles escomplejo, y hasta que lo conozcáis bien,

es fácil perderse.«Perderse en los túneles», pensó

Call. Eso era justamente lo que le habíadado miedo desde que oyó hablar de eselugar. Se estremeció al recordar lapesadilla en la que estaba atrapado bajotierra. Algunas de sus dudas regresaronlentamente; las advertencias de su padreresonaron en el interior de su cabeza.

«Pero me van a enseñar a volar»,pensó como si estuviera discutiendo conalguien que no estaba allí.

El Maestro Rufus alzó una granmano, con los dedos extendidos, y dijoalgo para sí. El metal de su muñequeracomenzó a resplandecer, como si sehubiera puesto blanco por el calor. Un

momento después, con un fuerte crujidoque sonó casi como un grito, la puertacomenzó a abrirse.

La luz salió a raudales por las hojasde la puerta, y los chicos avanzaronentre gritos ahogados y exclamaciones.Call oyó un montón de «¡Guay!» y«¡Asombroso!».

Un momento después, tuvo queadmitir a regañadientes que sí erabastante asombroso.

Había un enorme vestíbulo, mayorque cualquier espacio interior que Callse hubiera imaginado nunca. Habríapodido contener tres canchas debaloncesto y aún hubiese sobradoespacio. El suelo era de la misma mica

brillante que en la visión que les habíanmostrado en el hangar, pero las paredesestaba cubiertas de capas de coladasobre la piedra caliza, que hacía parecercomo si miles de velas derritiéndosehubieran derramado la cera sobre lasparedes. En los rincones de la estanciase elevaban estalagmitas y colgabanenormes estalactitas, casi tocándoseunas con otras en algunos puntos. Un ríodividía el espacio, un destello brillantecomo un zafiro luminoso. Salía a travésde un arco en una de las paredes y seperdía en la otra; un puente de piedratallada lo cruzaba. En ambas orillas delrío se habían tallado formas, formas queCall no reconoció pero que le

recordaron a los grabados que había enla daga que su padre le había lanzado.

Call se quedó atrás mientras todoslos aprendices de la Prueba pasabanjunto a él y se agrupaban en mitad de laestancia. Call notaba la piernaagarrotada después del largo viaje enautocar, y sabía que avanzaría másdespacio que nunca. Esperaba que notuvieran que caminar mucho hasta dondese suponía que debían dormir.

La enorme puerta se cerró tras elloscon un estruendo que hizo pegar un botea Call. Se volvió en redondo a tiempode ver caer una fila de puntiagudasestalactitas del techo y estrellarse contrael suelo, bloqueando la puerta.

Drew, detrás de Call, tragó salivahaciendo mucho ruido.

—Pero… ¿y cómo se supone quevamos a salir?

—No vamos a salir —contestó Call,que se alegraba de tener una respuestapara eso—. Se supone que no debemossalir.

Drew se apartó de él. Call supusoque no podía culparlo, aunque estabahartándose un poco de que lo tratarancomo un bicho raro sólo por mencionarlo evidente.

Una mano lo cogió por la manga.—Ven. —Era Aaron.Call se volvió y vio que el Maestro

Rufus y Tamara ya estaban en

movimiento. Ella tenía unos andaresconfiados que no había mostrado antes,bajo la vigilante mirada de sus padres.Mascullando entre dientes, Call lossiguió a los tres por unas arcadas endirección a los túneles del Magisterium.

El Maestro Rufus alzó una mano yuna llama le apareció en la palma,parpadeando como una antorcha. Callrecordó el fuego que se había elevadosobre el agua en el examen final. Sepreguntó qué debería haber hecho parasuspender la prueba de verdad, parasuspenderla de un modo que hubieraevitado que lo llevaran allí.

Caminaron en fila india por unestrecho pasillo que olía un poco a

azufre. Daba a otra sala en la que habíauna serie de estanques, uno de los cualesburbujeaba barro y otro estaba lleno deunos peces pálidos y sin ojos que sedispersaron al oír las pisadas de loshumanos.

Call quiso hacer una broma sobreque los peces sin ojos caotizadospasarían desapercibidos si fueransirvientes del Enemigo de la Muerte,porque, bueno, sin ojos… Pero sóloconsiguió asustarse a sí mismo, alimaginárselos espiando a todos losalumnos.

Luego pasaron ante una caverna concinco puertas en la pared del fondo. Laprimera estaba hecha de hierro; la

segunda, de cobre; la tercera, de bronce;la cuarta, de plata, y la última dereluciente oro. Todas ellas reflejaban elfuego de la mano del Maestro Rufus,cuyas llamas bailaban inquietantes en elespejo de sus pulidas superficies.

Por encima de él, Call creyó habervisto el destello de algo reluciente, algocon cola, algo que se metía rápidamenteentre las sombras y desaparecía.

El Maestro Rufus no los guio haciael interior de la cueva ni por ninguna delas puertas, sino que siguió caminandopor el pasillo hasta que llegaron a unasala grande, redonda y de alto techo, concinco pasajes con techo abovedado quellevaban en cinco direcciones

diferentes.En el techo, Call vio a un grupo de

lagartos con gemas en el lomo, algunasde las cuales parecían arder con llamasazules.

—Seres elementales —exclamóTamara, anonadada.

—Por aquí —dijo el Maestro Rufus;era lo primero que había dicho, y susonora voz resonó en el espacio vacío.Call se preguntó dónde estarían los otrosmagos. Quizá fuera más tarde de lo quehabía creído y estuvieran durmiendo,pero las habitaciones vacías por las quepasaban hacían pensar que se hallabansolos allí, bajo tierra.

Finalmente, el Maestro Rufus se

detuvo delante de una gran puertacuadrada con un panel frontal de metal,justo donde habría tenido que haber unaaldaba. Alzó el brazo y su muñequeraresplandeció de nuevo, esta vez con unrápido destello de luz. Algo se soltódentro de la puerta, y ésta se abrió.

—¿Podremos hacer eso? —preguntóAaron con voz de asombro.

El Maestro Rufus le sonrió.—Sí, sin duda seréis capaces de

entrar en vuestras habitaciones convuestras muñequeras, aunque no podréisir a todas partes. Entrad en vuestrahabitación y ved cómo vais a pasar elCurso de Hierro de vuestro aprendizaje.

—¿Curso de Hierro? —repitió Call,

pensando en las puertas.El Maestro Rufus entró e hizo un

gesto con el brazo abarcando lo queparecía una combinación de sala y zonade estudio. Las paredes de la cueva eranaltas y se arqueaban para formar unacúpula. Del centro de la cúpula colgabauna enorme lámpara de cobre. Tenía unadocena de brazos curvos, cada unotallado con un dibujo de llamas, cadauno sujetando una antorcha. En el suelode piedra había tres escritoriosagrupados formando más o menos uncírculo, y dos sofás acolchados, unofrente al otro, delante de una chimeneatan grande como para asar una vaca. Nosólo una vaca, sino también un poni.

Call pensó en Drew y ocultó unsonrisita.

—Es asombroso —exclamó Tamaramientras daba vueltas para verlo todo.Por un momento pareció una chicanormal en vez de una maga descendientede alguna antigua familia de magos.

Vetas de brillante cuarzo y micarecorrían las paredes de piedra, y,cuando la luz de las antorchas incidía enellas, se convertían en un dibujo decinco símbolos como los de la entrada:un triángulo, un círculo, tres líneasonduladas, una flecha hacia arriba y unaespiral.

—Fuego, tierra, agua, aire y caos —explicó Aaron.

Debía de haber prestado atención enel autobús.

—Muy bien —dijo el MaestroRufus.

—¿Y por qué están colocados así?—preguntó Call, señalándolos.

—Hace que el símbolo sea unQuincunce. Y ahora, éstas son paravosotros. —Cogió tres muñequeras deuna mesa que parecía tallada de unaúnica roca. Eran unas anchas tiras decuero con una placa de hierroremachada y con una hebilla del mismometal para cerrarlas.

Tamara cogió la suya como si setratara de un objeto sagrado.

—¡Guau!

—¿Son mágicas? —preguntó Call,que las miraba con escepticismo.

—Estas muñequeras marcaránvuestro avance en el Magisterium.Suponiendo que paséis los exámenes alfinal del curso, iréis cambiando a unmetal diferente. Hierro, luego cobre,bronce, plata y, finalmente, oro. Cuandoacabéis el Curso de Oro, ya dejaréis deser considerados aprendices y pasaréisa ser oficiales magos, con capacidadpara entrar en el Collegium. Y enrespuesta a tu pregunta, Call, sí, sonmágicas. Han sido hechas por unmodelador de metal y funcionan comollaves; os permiten el acceso a las aulasen los túneles. Obtendréis otros metales

y piedras para añadir a vuestramuñequera que mostrarán vuestroslogros; así, cuando os graduéis, serán unreflejo del tiempo que habéis estadoaquí.

El Maestro Rufus se dirigió a lazona de una pequeña cocina. Sobre unaencimera de extraño aspecto, concírculos de piedra donde, normalmente,deberían ir los quemadores, abrió unarmarito y sacó tres platos de maderavacíos.

—Por lo general, creemos que esmejor dejar a los nuevos aprendicesinstalarse en sus habitaciones la primeranoche en vez de agobiarlos en elcomedor, así que esta noche cenaréis

aquí.—Esos platos están vacíos —señaló

Call.Rufus metió la mano en el bolsillo y

sacó un paquete de mortadela y luegouna hogaza de pan, dos cosas que eraimposible que cupieran ahí.

—Sí que lo están. Pero no pormucho tiempo. —Abrió el paquete demortadela y preparó tres sándwiches,luego dejó uno en cada plato y los cortópor la mitad—. Ahora, imaginaosvuestro plato favorito.

Call miró al Maestro Rufus y luego aTamara y a Aaron. ¿Era eso algún tipode magia que se suponía que debíanhacer? ¿Acaso el Maestro Rufus estaba

sugiriendo que si uno se imaginaba algodelicioso mientras se comía unsándwich de mortadela la mortadelasabría mejor? ¿Podría leerle lospensamientos a Call? ¿Y si los magoshabían estado todo el tiempo viendo loque pensaba y…?

—Call —lo llamó el Maestro Rufus,y le hizo dar un bote del sobresalto—.¿Te pasa algo?

—¿Puede leerme los pensamientos?—soltó Call.

El Maestro Rufus parpadeó una vez,lentamente, como uno de los inquietanteslagartos del techo del Magisterium.

—Tamara. ¿Puedo leerle elpensamiento a Call?

—Los magos sólo pueden leer elpensamiento si tú lo estás proyectando—contestó ella.

El Maestro Rufus asintió.—Y con «proyectar», ¿qué crees que

quiere decir, Aaron?—¿Pensar con mucha fuerza? —

respondió éste al cabo de un momento.—Sí —respondió el Maestro Rufus

—. Así que, por favor, pensad conmucha fuerza.

Call pensó en sus platos favoritos,repitiéndolos una y otra vezinteriormente. Sin embargo, no parabade distraerse con otras cosas, cosas queserían realmente divertidas si lasdibujara. Como una tarta cocida dentro

de un pastel. O treinta y sietechocolatinas apiladas formando unapirámide.

En ese momento, el Maestro Rufusalzó las manos y Call se olvidó depensar en otras cosas. El primersándwich comenzó a ensancharse,hilillos de mortadela se enrollabanformando espirales sobre el plato.Empezó a despedir olores deliciosos.

Aaron se inclinó hacia él,hambriento a pesar de las patatas fritasque se había comido en el autocar. Lamortadela se convirtió en una bandeja,un cuenco y una botella: el cuencorebosaba de macarrones con quesocubiertos de pan rallado; humeaba como

si acabara de salir del horno. En labandeja había un pastelillo de chocolatecubierto de nata batida, y la botellaestaba llena de un líquido de colorámbar que Call supuso que sería zumode manzana.

—¡Guay! —exclamó Aaron,perplejo—. Es exactamente lo que me heimaginado. Pero ¿es real?

El Maestro Rufus asintió.—Tan real como el sándwich.

Recuerda el Cuarto Principio de laMagia: «Puedes cambiar la forma de lascosas, pero no su naturaleza esencial».Y como no he alterado la esencia de lacomida, ha sido una auténticatransformación. Ya sabes, Tamara.

Call se preguntó si eso significabaque los macarrones con queso de Aaronsabrían a mortadela. Pero al menosparecía que no era el único que norecordaba los principios de la magia.

Tamara se acercó a coger su bandejamientras su comida se transformaba.Contenía un gran plato de sushi con unmontón de algo verde en un lado y unbol de salsa de soja en el otro. Ibaacompañado de otro cuenco con tresbolas de helado de mochi de color rosa.Para beber, tenía una taza de té verdecaliente, y lo cierto era que parecíacontenta con él.

Entonces le llegó el turno a Call. Fuea coger su bandeja con bastante

escepticismo, sin estar muy seguro de loque iba a encontrarse. Pero en realidadsí que contenía su cena favorita: palitosde pollo rebozados con salsa rancherapara mojar, un cuenco más pequeño deespaguetis con tomate y un sándwich demantequilla de cacahuete con cornflakesde postre. En su taza había chocolatecaliente con nata batida y nubes decolores adornándolo por encima.

El Maestro Rufus parecíacomplacido.

—Y ahora, os dejo para que osinstaléis. Alguien os traerá prontovuestras cosas…

—¿Puedo llamar a mi padre? —preguntó Call—. Quiero decir, ¿hay

algún teléfono que pueda usar? Yo notengo móvil.

Se hizo el silencio.—Los móviles no funcionan en el

Magisterium —le contestó finalmente elMaestro Rufus, con más amabilidad dela que Call se había esperado—.Estamos demasiado metidos en la tierrapara eso. Tampoco tenemos teléfonosfijos. Para comunicarnos empleamos loselementos. Te sugeriría que le dieras unpoco de tiempo a Alastair paracalmarse, y luego tú y yo lo llamaremosjuntos.

Call se tragó una protesta. No habíasido un no chungo, pero era un nodefinitivo.

—Bien —continuó el Maestro Rufus—. Os espero a los tres, levantados yvestidos, mañana a las nueve, y además,confío en que estéis bien alerta y conganas de aprender. Tenemos un enormetrabajo que hacer juntos, y lamentaríamucho que no demostrarais estar a laaltura de lo prometedores que parecíaisen la Prueba.

Call supuso que se refería a Tamaray a Aaron, ya que él, si estaba a la alturade lo prometedor que parecía,seguramente haría estallar en llamas elrío subterráneo.

Después de que el Maestro Rufus sefuera, los chicos se sentaron en taburetesde estalagmitas ante la pulida mesa de

piedra para comer juntos.—¿Y si te pones salsa ranchera en

los espaguetis? —preguntó Tamara, quemiraba la bandeja de Call con lospalillos en el aire, a medio camino de laboca.

—Entonces aún estarían más buenos—contestó Call.

—¡Qué asco! —masculló Tamaramientras diluía el wasabi en la salsa desoja sin salpicar ni una gota fuera delplato.

—¿De dónde crees que hanconseguido el pescado fresco para elsushi, si estamos en una cueva? —inquirió Call, mientras se metía un palitode pollo en la boca—. Apuesto a que

han lanzado una red en uno de esosestanques subterráneos y han apañado loque hayan cogido. Moco de pescado.

—Chicos —intervino Aaron comocon resignación—. Vais a hacer que nopueda comerme los macarrones.

—¡Moco de pescado! —exclamóCall de nuevo, y cerró los ojos mientrasmovía la cabeza de un lado a otrosinuosamente, como un pez subterráneo.Tamara cogió la bandeja y se fue a lossofás, donde se sentó dando la espalda aCall y comenzó a comer.

Acabaron la cena en silencio. Apesar de casi no haber comido en todoel día, Call no pudo acabarse lo de subandeja. Se imaginaba a su padre en

casa. Sentado a la abarrotada mesa de lacocina. Echaba de menos todo eso, másde lo que nunca había añorado nada.

Call apartó la bandeja y se puso enpie.

—Me voy a la cama. ¿Cuál es lamía?

Aaron se echó atrás en la silla y lomiró.

—Está el nombre en la puerta.—Oh —exclamó Call, y se sintió

como un tonto y un poco asustado. Sunombre estaba allí, formado con lasvetas de cuarzo: CALLUM HUNT.Entró. La habitación era lujosa, muchomás grande que la de su casa. Unagruesa alfombra cubría el suelo de

piedra. Estaba tejida con los dibujos delos cinco elementos repetidos. Losmuebles parecían hechos de maderapetrificada. Brillaban con una especiede suave resplandor dorado. La camaera enorme y estaba cubierta con gruesasmantas azules y grandes almohadas.Había un armario y una cajonera, perocomo Call no tenía ropa que guardar, setumbó en la cama y se tapó la cara conuna almohada. Eso sólo lo ayudó unpoco. Oía las risitas de Tamara y Aaronprovenientes de la sala común. Antes nohabían mostrado ese nivel de confianza.Debían de haber esperado a que él semarchara.

Algo le apretaba en el costado.

Había olvidado la daga que su padre lehabía dado. La sacó del cinturón y lamiró bajo la luz de la antorcha.Semíramis. Se preguntó qué querríadecir esa palabra. Se preguntó si podríapasar los cinco años siguientes en esecuarto, solo con su extraño cuchillo,mientras la gente se reía de él. Con unsuspiro, dejó la daga sobre la mesilla,se metió bajo las sábanas y trató dedormir.

Pero pasaron horas antes de que lolograra.

CAPÍTULO SEIS

A Call lo despertó un ruido como sialguien le estuviera gritando en el oído.Se volvió de lado y se cayó de la cama;aterrizó de cuatro patas y se golpeó larodilla contra el suelo de la cueva. El

horrible sonido seguía y seguía,resonando por las paredes.

La puerta de su dormitorio se abrióde golpe mientras los gritos comenzabana apagarse. Apareció Aaron, y luegoTamara. Ambos llevaban el uniforme delprimer curso: túnicas de algodón grissobre unos pantalones anchos del mismomaterial, y tenían las muñequeras dehierro atadas a la muñeca; Tamara en laderecha, Aaron en la izquierda. Ella sehabía hecho dos largas trenzas con suoscura melena, una a cada lado de lacabeza.

—¡Au! —exclamó Call, mientraspermanecía acuclillado.

—Sólo era la campana —le explicó

Aaron—. Indica que es la hora deldesayuno.

Call nunca se había levantado conuna alarma para ir a la escuela. Su padresiempre acudía a despertarlosacudiéndole el hombro con cariño hastaque Call se daba la vuelta, somnolientoy protestando entre dientes. Tragósaliva; añoraba su casa terriblemente.

Tamara señaló detrás de Call, consus cejas perfectamente depiladasenarcadas.

—¿Has dormido con tu cuchillo?Una mirada hacia la cama le mostró

que el cuchillo que su padre le habíadado ya no estaba en la mesilla sino enla cama; seguramente le habría dado un

golpe al mover los brazos. Notó que sele sonrojaban las mejillas.

—Hay quienes tienen peluches —dijo Aaron encogiéndose de hombros—.Otros tienen cuchillos.

Tamara cruzó la habitación, se sentóen la cama y cogió la daga mientras Callse levantaba. No se apoyó en eltravesaño de la cama para equilibrarse,aunque le habría gustado. Con la ropaarrugada por haber dormido vestido y elpelo alborotado que le salía de puntahacia todos lados, era consciente de quelo estaban mirando y de lo lento quetenía que moverse para evitar retorcersela pierna, que ya le dolía.

—¿Qué es lo que pone? —preguntó

Tamara, con el cuchillo en la mano einclinándolo hacia un lado—. En lahoja, quiero decir. ¿Semí… ram… mis?

—Apuesto a que lo estáspronunciando mal —opinó Call, ya enpie.

—Y yo apuesto a que ni siquierasabes qué significa su nombre —replicóTamara con una sonrisita de suficiencia.

A Call ni se le había ocurrido que lapalabra grabada en la hoja pudiera serel nombre de la daga. No pensaba en loscuchillos como algo que tuviera nombre.Aunque supuso que el rey Arturo tenía aExcálibur y en El hobbit, Bilbo tenía aDardo.

—Lo podrías llamar «Miri», para

abreviar —dijo Tamara mientras ledevolvía el cuchillo—. Es una bonitadaga. Muy bien hecha.

Call la miró a la cara para ver si seestaba burlando de él, pero parecíahablar en serio. Al parecer, Tamararespetaba una buena arma.

—Miri —repitió él, mientrasinclinaba el cuchillo para que la luzdestellara sobre la hoja.

—Vamos, Tamara —dijo Aarontirándola de la manga—. Deja a Callque se vista.

—Yo no tengo el uniforme —admitióCall.

—Claro que lo tienes. Está justo ahí.—Tamara señaló los pies de la cama

mientras Aaron la sacaba de lahabitación—. Todos lo tenemos. Lodeben de haber traído los elementalesdel aire.

Tamara tenía razón. Alguien habíadejado un uniforme pulcramentedoblado, justo de la talla de Call, sobrela manta, junto con una cartera de cuero.¿Cuándo habría sido? ¿Mientrasdormía? ¿O no se había fijado en él lanoche anterior? Se lo puso con cautela,después de sacudirlo por si tenía algopunzante o botones que se le pudieranclavar. La tela era fina, suave y muycómoda. Las botas que encontró junto ala cama eran pesadas y le sujetaban confuerza el tobillo dañado, equilibrándolo.

El único problema era que no teníaningún bolsillo en el que meter a Miri.Finalmente, envolvió el cuchillo en unode sus calcetines viejos y se lo metió enla caña de la bota. Luego se pasó lacorrea de la cartera de cuero por encimade la cabeza y salió a la sala común,donde Tamara y Aaron estaban sentadosfrente a un furioso Maestro Rufus, queestaba ante ellos con los brazoscruzados.

—Los tres os habéis retrasado —gruñó—. La sirena de la mañana es parallamar al desayuno en el comedor, novuestro despertador personal. Serámejor que esto no vuelva a pasar u osperderéis el desayuno por completo.

—Pero nosotros… —comenzóTamara mientras miraba tímidamentehacia Call.

El Maestro Rufus le clavó la mirada.—¿Vas a decirme que tú estabas

lista y que otra persona ha hecho que teretrasaras, Tamara? Porque entonces yote diría que es responsabilidad de misaprendices cuidar los unos de los otros,y que el fallo de uno es el fallo de todos.Bien, ¿qué era lo que ibas a decirme?

Tamara agachó la cabeza y lastrenzas se le balancearon.

—Nada, Maestro Rufus —contestó.El Maestro asintió una vez, abrió la

puerta y salió al pasillo, esperando queellos lo siguieran. Call cojeó hacia la

puerta, deseando fervientemente en queno fuera un largo paseo y confiando aúnmás fervientemente en conseguir evitarmeterse en más líos antes de podercomer algo.

De repente, Aaron apareció a sulado. Call casi soltó un grito desorpresa. Aaron tenía la sorprendentecostumbre de hacer eso, pensó Call,encajarse a su lado como un decididoimán rubio. Aaron le dio un ligeroempujón en el hombro y se miró la manoque tenía bajada, como queriéndoledecir algo. Call le siguió la mirada y vioque algo colgaba de los dedos de Aaron.Era la muñequera de Call.

—Póntela —le susurró Aaron—.

Antes de que Rufus lo vea. Se suponeque debemos llevarla siempre.

Call gruñó, pero cogió la muñequeray se la colocó en la muñeca, dondedestelló con un color gris plomizo, comounas esposas.

«Eso tiene sentido —pensó—.Después de todo, aquí soy unprisionero».

Como esperaba, el comedor noestaba lejos. A distancia, no sonabadiferente de la cafetería de su escuela:el ruido de chicos charlando, el resonarde los cubiertos.

El comedor era otra gran cavernacon más pilares gigantes de lo queparecía helado derretido convertido en

piedra. Trocitos de mica salpicaban laroca, y el techo de la cavernadesaparecía en las sombras sobre suscabezas. Sin embargo, era demasiadotemprano para que Call se quedaraabiertamente pasmado por la grandezadel lugar. Sólo quería volver a dormir eimaginar que el día anterior nunca habíaexistido y que estaba en casa con supadre, esperando el autobús que lotransportaría a su escuela de siempre,donde le dejaban llevar ropa normal ydormir en una cama normal y comercomida normal.

Porque no era comida nada normalla que los esperaba en el comedor.Humeantes calderos de piedra se

alineaban a un lado y contenían unamezcla de comida de lo más rara:tubérculos de color lila estofados,vegetales tan oscuros que eran casinegros, líquenes peludos y una seta conel sombrero con manchas rojas y tangrande como una pizza cortada enporciones. Té marrón en el que flotabantrozos de corteza de árbol humeaba enun cuenco cercano. Chicos conuniformes de color azul, verde, blanco,rojo y gris, cada uno de ellos indicandoun curso diferente del Magisterium, se loservían con un cucharón en unas tazas demadera tallada. Sus muñequerasdestellaban en oro, plata, cobre ybronce, muchas de ellas con varias

piedras de colores añadidas. Call noestaba seguro de lo que significaban laspiedras, pero eran muy guays.

Tamara ya se estaba sirviendo unpoco de algo verde en el plato. PeroAaron miraba la selección con la mismacara de horror que Call.

—Por favor, dime que el MaestroRufus va a transformar todo esto en otracosa —dijo Aaron.

Tamara contuvo una carcajada ypareció sentirse culpable. Call tuvo lasensación de que la chica provenía deuna familia que no reía mucho.

—Ya verás —dijo.—¿Veremos? —graznó Drew.

Parecía un poco perdido sin su camiseta

con el poni, vestido con la sencillatúnica gris de cuello alto y lospantalones también grises que eran eluniforme de los alumnos del Curso deHierro. Cogió receloso un cuenco delíquenes, lo volcó y luego se apartó,haciendo como que no había sido él.

Una de los magos que esperabanjunto a las mesas (Call la había visto aella y a su elaborado collar con formade serpiente durante la Prueba) suspiró yfue a limpiarlo. Call parpadeó cuando lepareció ver que, por un instante, elcollar se había movido. Luego decidióque estaba viendo visiones. Seguramenteestaba sufriendo el mono de la falta decafeína.

—¿Dónde está el café? —lepreguntó a Aaron.

—No puedes beber café —lecontestó éste, que estaba cogiendo unaporción de seta con los ojosentrecerrados—. Es malo para ti. No tedeja crecer.

—Pero en casa siempre bebo —protestó Call—. Todos los días tomocafé. Lo bebo expreso.

Aaron se encogió de hombros, loque parecía ser su gesto habitual cuandose encontraba con alguna nueva locurade las de Callum.

—Hay ese té raro —indicó.—Pero me encanta el café —se

quejó Call mirando el potingue verde

que tenía delante.—Me falta el beicon —aportó Celia,

que estaba detrás de Call en la fila.Tenía un nuevo y brillante clip en elpelo; ahora era una mariquita. A pesarde su alegre aspecto, parecía bastantedesolada.

—El mono de la cafeína te vuelveloco —le dijo Call—. Podría írseme laolla y matar a alguien.

Celia se rio como si Call hubierahecho un chiste divertido. Quizá pensaraque había sido eso, un chiste. Call sefijó en que Celia era guapa, con lamelena rubia y la nariz un poco quemadapor el sol y salpicada de pecas. Recordóque, junto a Jasper y Gwenda, ella era

una de los aprendices de la MaestraMilagros. Sintió pena por la chica alpensar que tenía que vivir en la mismasala que el pesado de Jasper.

—Sí que podría matar a alguien —repuso Tamara como si nada, mirandohacia atrás—. Tiene un enorme cuchilloen su…

—¡Tamara! —la interrumpió Aaron.Ésta puso una sonrisita inocente

antes de dirigirse hacia la mesa delMaestro Rufus con su bandeja. Porprimera vez, Call se preguntó si,después de todo, no tendría algo encomún con Tamara: un instinto paramontar líos.

Toda la estancia estaba llena de

mesas de piedra ante las que los gruposde aprendices se sentaban en taburetes,algunos de segundo y tercer curso consus Maestros, y otros solos. Todos losalumnos del Curso de Hierro estabancon sus Maestros: Jasper, Celia,Gwenda y un chico llamado Nigel, conla Maestra Milagros, cuyo mechón rosabrillaba mucho esa mañana; Drew, Rafey una chica llamada Laurel con elMaestro Lemuel, que parecía uncascarrabias. Sólo unos cuantos alumnoscon los uniformes blanco y rojo de loscursos cuarto y quinto se hallabanpresentes, y estaban todos sentadosjuntos en un rincón, manteniendo lo queparecía ser una discusión muy seria.

—¿Dónde está el resto de los chicosmayores? —preguntó Call.

—En misiones —respondió Celia—.Los aprendices mayores aprendenhaciendo trabajo de campo, y algunosmagos adultos vienen aquí para emplearlas instalaciones en sus investigacionesy experimentos.

—¿Lo ves? —dijo Call en voz baja—. ¡Experimentos!

Celia no parecía especialmentepreocupada. Sonrió un poco a Call y sedirigió a la mesa de su Maestra.

Call se dejó caer en una silla entreAaron y el Maestro Rufus, que ya sehallaba sentado ante un austerodesayuno, consistente en un único

cucharón de liquen. El plato de Callestaba lleno de champiñones y potingueverde, aunque no recordaba habérseloservido.

«Se me debe de estar yendo la olla»,pensó. Y cogió una cucharada dechampiñones y se la metió en la boca.

El sabor le estalló en la lengua. Erabueno. Muy bueno. Crujiente en losbordes y un poco dulce, como el siropede arce sobre las salchichas cuando todose fundía.

—Humm —se relamió Call mientrastomaba otra cucharada. La verdura eracremosa y muy sabrosa, como gachascon azúcar moreno. Aaron se lo estabatragando a paladas, con cara de

sorpresa.Call esperaba ver a Tamara

sonriéndole con superioridad porhaberse sorprendido tanto, pero nisiquiera lo miraba. Estaba saludando auna chica alta y delgada que se hallabaen la otra punta de la sala; tenía elmismo cabello largo y oscuro y lasmismas cejas perfectas que Tamara. Unamuñequera de cobre brilló en su muñecacuando alzó la mano para hacerle unperezoso gesto de saludo.

—Mi hermana —informó Tamaracon orgullo—. Kimiya.

Call miró a la chica, sentada a unamesa con otros estudiantes de verde y elMaestro Rockmaple, y después volvió a

mirar a Tamara. Se preguntó cómo seríaser feliz allí, alegrarse de haber sidoescogido en vez de que todo fuera unterrible accidente. Tamara y su hermanaparecían estar totalmente convencidasde que aquél era un buen lugar, de queno era la guarida de maldad que supadre le había descrito.

Pero ¿por qué iba a mentirle supadre?

El Maestro Rufus estaba cortando suliquen de un modo muy raro; lo hacía arebanadas, como si fuera una barra depan. Después cortó cada una de esasrebanadas por la mitad y luego otra vezpor la mitad. Eso le pareció taninquietante a Call que se volvió hacia

Aaron.—¿Y tú tienes familia aquí? —le

preguntó.—No —contestó Aaron, y apartó la

mirada de Call, como si no le gustarahablar de eso—. No tengo familia enninguna parte. Oí hablar delMagisterium a una chica que conozco.Observó un truco que yo hacía algunasveces cuando me aburría: hacer bailarlas motas de polvo formando dibujos.Dijo que tenía un hermano que habíaestado aquí y que, aunque se suponía queél no tenía que haberle dicho nada, se lohabía contado. Después de graduarse yde que ella fuera a vivir con él, comencéa practicar para la Prueba.

Call miró de reojo a Aaron sobre suplato de setas. Había algo en el mododemasiado desenfadado con queexplicaba esa historia que hizo que Callse preguntara si no habría algo más.Pero no quería preguntárselo. No legustaba nada que la gente quisierameterse en su vida. Quizá a Aaron lepasara igual.

Los dos guardaron silencio mientrasdaban vueltas a la comida en el plato.Tamara siguió comiendo. Desde el otrolado de la sala, Jasper deWinter agitabalos brazos; era evidente que queríaatraer su atención. Call le dio unpequeño codazo a Tamara y ella lo mirómal.

Rufus dio un pequeño y precisomordisco al liquen.

—Veo que vosotros tres ya os habéishecho muy amigos.

Nadie dijo nada. Los gestos queJasper le hacía a Tamara se estabanvolviendo un poco exagerados. Estabaclaro que le estaba pidiendo que hicieraalgo, pero a Call no se le ocurría el qué.¿Pegar un bote en el aire? ¿Tirar lasgachas?

Tamara se volvió hacia el MaestroRufus y respiró hondo, como si seestuviera preparando para hacer algoque no tenía demasiadas ganas de hacer.

—¿Cree que podría repensarse lo deJasper? Sé que su sueño era que usted lo

eligiera, y hay sitio para uno más ennuestro grupo… —Se calló,seguramente porque el Maestro Rufus laestaba mirando como un ave de presa apunto de arrancarle la cabeza a un ratón.

Cuando finalmente el Maestro habló,su tono era frío, no enfadado.

—Sois tres en el equipo. Vais atrabajar juntos y a luchar juntos, y sí,incluso a comer juntos, durante los cincopróximos años. Os he escogido no comoindividuos, sino como una combinación.Nadie más se va a unir a vosotros,porque eso alteraría la combinación. —Se puso en pie y apartó la silla con undecidido empujón—. Ahora, ¡en pie!Vamos a nuestra primera lección.

La formación de Call en el uso de lamagia estaba a punto de comenzar.

CAPÍTULO SIETE

Call estaba preparado para una larga ypenosa caminata por las cavernas, peroel Maestro Rufus los llevó por unpasillo recto hasta un río subterráneo.

A Call le hizo pensar en un túnel delmetro de Nueva York; había ido a laciudad con su padre en busca deantigüedades y recordaba haber miradohacia la oscuridad, esperando al brillode las luces que indicaban la llegada deun tren. Siguió el río con la mirada talcomo había hecho entonces, aunque enese momento no estaba seguro de quéestaba buscando. Una pared de roca sealzaba a su espalda, y el agua fluíarápidamente ante ellos hacia unacaverna más pequeña de la que sólopodían ver sombras. Un húmedo olormineral flotaba en el aire. A lo largo dela orilla había siete botes grisesamarrados en perfecto orden. Estaban

construidos con planchas de madera,cada una sobrepuesta sobre la cuadernainferior, unidas todas por delante yensambladas con remaches de acero;todo eso hacía que se parecieran muchoa los barcos vikingos. Call buscó losremos con la mirada, o un motor, oincluso una pértiga, pero no vio ningúnmedio para propulsar el barco.

—Adelante —dijo el Maestro Rufus—. Subid.

Aaron subió al primero de los botesy le tendió la mano a Call para ayudarloa subir. A regañadientes, Call se lacogió. Tamara subió a continuación, yhasta ella parecía un poco nerviosa. Encuanto se hubo sentado, el Maestro

Rufus subió al bote.—Éste es el modo más corriente de

movernos por el Magisterium: usamoslos ríos subterráneos. Hasta que podáisorientaros, yo os llevaré por las cuevas.Finalmente, cada uno de vosotrosaprenderá los caminos y cómo obligar alagua a que lo lleve a donde quiere ir.

El Maestro Rufus se inclinó sobre laborda del bote y le susurró al agua. Sevieron pequeñas ondas en la superficie,como si el viento la hubiera movido,aunque en aquel túnel subterráneo nohabía viento en absoluto.

Aaron se levantó para hacer unapregunta, pero de repente el botecomenzó a moverse y él cayó de

espaldas sobre su asiento.Una vez, cuando Call era mucho más

pequeño, su padre lo había llevado a ungran parque de atracciones, una de lascuales empezaba así, subidos a un bote.Había chillado de terror en todas ellas,a pesar de la música alegre y lasanimadas marionetas bailarinas. Yaquéllos no eran más que viajes deficción. El de ahora era real. Call noparaba de pensar en murciélagos y rocaspuntiagudas y en cómo, a veces, en lascuevas había barrancos y agujeros quese hundían como un millón de metrosbajo el nivel del mar. ¿Cómo iban apoder evitar cosas como ésas? ¿Cómopodrían saber si iban por el camino

correcto en la oscuridad?El bote cortó el agua en dirección a

la oscuridad. Era la oscuridad másprofunda en la que Call se había halladojamás. No podía ni verse la mano ante lacara. El estómago se le retorció.

Tamara hizo un ruidito. Call sealegró de no ser el único que estabaasustado.

Entonces, a su alrededor, la cuevaadquirió una reluciente vida. Pasaron auna estancia donde las paredesdespedían una luminiscencia pálidaprocedente del musgo verde. La propiaagua se volvía luz allí donde la proa lahendía, y cuando Aaron pasó la manopor la superficie, también se le

iluminaron los dedos. Salpicó agua alaire y se trasformó en una cascada dechispas.

—Guay —murmuró Aaron conadmiración.

Sí que era guay. Call comenzó arelajarse mientras el bote se deslizabaen silencio por la resplandeciente aguadel río. Pasaron junto a paredes de rocacon rayas de docenas de colores, y salasdonde colgaban del techo largas viñaspálidas que hundían sus zarcillos en elagua. Luego se deslizaron por un túneloscuro y surgieron en otra cámara depiedra, donde las estalactitas de cuarzodestellaban como hojas de acero y en laque la piedra parecía tomar naturalmente

la forma de bancos curvados, incluso demesas; en una de las cámaras, pasaronante dos silenciosos Maestros, quejugaban a las damas con piezas quevolaban por el aire.

—¡He ganado! —exclamó uno deellos, y los discos de maderacomenzaron a recolocarse solos en laposición inicial.

Como guiado por una manoinvisible, el bote, con un suavebalanceo, atracó por sí solo cerca deuna pequeña plataforma con escalonesde piedra.

Aaron fue el primero en bajar atierra, seguido de Tarama y luego deCall. Aaron le tendió una mano para

ayudarlo, y Call, deliberadamente, hizocomo si no la viera. Empleó los brazospara impulsarse por encima de la borday aterrizó con mal pie. Por un momentopensó que iba a caerse hacia atrás, alrío, con una enorme salpicaduraluminiscente. Una mano grande lo agarrópor el hombro y lo equilibró. Alzó lamirada, sorprendido, y se encontró alMaestro Rufus, que lo observaba conuna extraña expresión.

—No necesito su ayuda —soltóCall, entre sobresaltado y ofendido.

Rufus no dijo nada, y el chico nosupo interpretar su expresión enabsoluto. Rufus apartó la mano delhombro del muchacho.

—Venid —dijo, y comenzó acaminar por un gastado sendero querecorría la orilla llena de piedras.

El camino llevaba a una lisa paredde granito. Cuando Rufus puso la manosobre la piedra, ésta se tornótransparente. Call ni siquiera sesorprendió. Había comenzado aesperarse siempre lo más raro. Rufusatravesó la pared como si estuvierahecha de aire. Tamara se metió tras él.Call miró a Aaron, que se encogió dehombros. Respiró hondo y los siguió.

Llegó a una cámara con paredes depiedra desnuda. El suelo era totalmenteliso, y en el centro de la cámara habíauna pila de arena.

—Primero quiero repasar los CincoPrincipios de la Magia. Puede querecordéis alguno de vuestra primeralección en el autocar, pero no esperoque ninguno de vosotros, ni siquiera tú,Tamara, por muchas veces que te loshayan repetido tus padres, los entendáisplenamente hasta que hayáis aprendidomuchas otras cosas. Pero podéisanotarlos, y espero que penséis en ellos.

Call rebuscó en su cartera y sacó loque parecía ser una libreta cosida amano y una de esas molestas plumas dela Prueba. La sacudió ligeramente,esperando que esta vez no le estallara.

El Maestro Rufus comenzó a hablary Call se afanó en anotar lo que decía lo

suficientemente deprisa:

1. El poder proviene del desequilibrio; elcontrol proviene del equilibrio.

2. Todos los elementos actúan según sunaturaleza: el fuego quiere quemar, el aguaquiere fluir, el aire quiere subir, la tierra quiereatar, el caos quiere devorar.

3. En toda la magia hay un intercambio depoder.

4. Puedes cambiar la forma de las cosas, perono su naturaleza esencial.

5. Todos los elementos tienen un contrapeso.El fuego es el contrapeso del agua. El aire es elcontrapeso de la tierra. El contrapeso del caoses el alma.

—Durante el examen —continuó elMaestro Rufus—, todos vosotrosmostrasteis poder. Pero sin foco, elpoder no es nada. El fuego puedequemarte la casa o calentarte; ladiferencia está en tu capacidad paracontrolarlo. Sin un foco, es muypeligroso trabajar con los elementos. Nonecesito deciros hasta qué punto puedeserlo.

Call alzó la mirada esperandoencontrarse al Maestro Rufus mirándolo,porque el Maestro Rufus siempre mirabaa Call cuando decía algo siniestro. Sinembargo, en esta ocasión estaba mirandoa Tamara. Ésta se sonrojó violentamentey alzó la barbilla, desafiante.

—Cuatro días a la semana, vosotrostres estudiaréis conmigo. El quinto día,tendréis una lección con alguno de losotros magos, y luego, una vez al mes,habrá un ejercicio en el que deberéisemplear lo que hayáis aprendido. Esedía, podéis encontraros compitiendocontra otros grupos de aprendices otrabajando con ellos. Hay una bibliotecay salas de prácticas, y la Galería, dondepodéis pasar el rato. ¿Alguna preguntaantes de que comencemos con la primeralección?

Nadie abrió la boca. Call quisodecir algo sobre que le encantaría que leexplicara cómo llegar a la Galería, perose contuvo. Recordó haberle dicho a su

padre en el hangar que haría que loexpulsaran del Magisterium, pero esamañana se había despertado pensandoque quizá eso no fuera muy buena idea.Después de todo, intentar suspender losexámenes delante de Rufus no habíaservido de nada, así que hacer el tontotambién podría ser una pérdida detiempo. Era evidente que el MaestroRufus no lo dejaría comunicarse conAlastair hasta que Call aceptara ser suaprendiz. Y por mucho que lo fastidiara,seguramente tendría que portarse lomejor posible para que Rufus se relajaray lo dejara contactar con su padre.Entonces, cuando por fin pudiera hablarcon él, planearían juntos su huida.

Aunque le habría gustado sentir unpoco más de entusiasmo ante la idea dehuir.

—Muy bien. Entonces ¿por quécreéis que he preparado la sala de estamanera?

—Supongo que necesitaba fortificarsu castillo de arena, ¿no? —mascullóCall por lo bajo. Incluso su mejorcomportamiento no parecía ser losuficientemente bueno. Aaron, a su lado,contuvo una carcajada.

El Maestro Rufus alzó una ceja, perono hizo nada más que indicara que habíaoído el comentario de Call.

—Quiero que os sentéis formando uncírculo alrededor de la arena. Sentaos

como estéis más cómodos. Cuandoestéis listos, tenéis que concentraros enmover la arena con la mente. Sentid elpoder del aire que os rodea. Sentid elpoder de la tierra. Sentidlo alzándose através de la planta de los pies y en elaire que respiráis. Ahora, concentraosen él. Grano a grano, vais a separar laarena en dos montones, uno claro y otrooscuro. ¡Comenzad!

Lo dijo como si fueran a empezaruna carrera y les hubiera dado luz verde,pero Call, Tamara y Aaron se loquedaron mirando horrorizados. Tamarafue la primera en conseguir hablar.

—¿Separar la arena? —preguntó—.Pero ¿no deberíamos estar aprendiendo

algo más útil? Como luchar contra sereselementales malvados, o pilotar el bote,o…

—Dos montones —repitió Rufusinterrumpiéndola—. Uno claro y otrooscuro. Comenzad ahora.

Se dio la vuelta y se alejó. La paredse volvió de nuevo transparente cuandoél se acercó, luego, después de que lahubiera cruzado, volvió a su pétreoestado original.

—¡Ni siquiera nos da herramientas!—soltó Tamara acongojada.

Los tres se quedaron solos en unasala sin ventanas ni puertas. Call sealegró de no sufrir de claustrofobia, o yase estaría mordiendo el brazo.

—Bueno —dijo Aaron—. Supongoque deberíamos empezar.

Ni siquiera él consiguió reflejarningún entusiasmo en su propuesta.

El suelo estaba frío cuando Call sesentó, y se preguntó cuánto rato pasaríaantes de que la humedad hiciera que lapierna le doliera. Trató de no pensar eneso mientras Tamara y Aaron sesentaban, formando entre los tres untriángulo alrededor de la pila de arena.Los tres la miraron. Finalmente, Tamaraextendió la mano y un poco de arena sealzó en el aire.

—Claro —dijo, y envió un granorodando hacia el suelo—. Oscuro. —Ése lo envió también al suelo, aunque un

poco separado del anterior.—No puedo creer que haya estado

pensando que la escuela de magiapodría ser peligrosa —soltó Call,mientras miraba la pila de arena con lospárpados entrecerrados.

—Puedes morirte de aburrimiento—lo secundó Aaron. Call soltó unarisita.

Tamara los miró tristemente.—Esa idea es lo único que me hace

continuar.Por difícil que Call hubiera

imaginado que sería mover pequeñosgranos de arena con la mente, resultó seraún más difícil. Recordó las veces quehabía movido cosas antes; cómo había

roto accidentalmente el cuenco durantesu examen con el Maestro Rufus y cómohabía notado algo parecido a unzumbido en la cabeza. Se concentró enese zumbido mientras miraba la arena, yésta comenzó a moverse. Era un pococomo si estuviera manejando un aparatocon control remoto; no eran sus dedoslos que cogían la arena, pero él estabahaciendo que se moviera. Notaba lasmanos sudorosas y el cuello tenso.Conseguir que un grano de arena semantuviera en el aire el tiemposuficiente para ver si era claro u oscurono era sencillo. Lo peor era dejarlo caersin que se desmoronara la pila que ya seestaba formando. Más de una vez, su

concentración falló y dejó caer el granoen el montón equivocado. Entonces teníaque encontrarlo y sacarlo, lo querequería tiempo y aún másconcentración.

No había relojes en la sala de laarena, y ninguno de los tres tenía uno depulsera, así que Call no tenía ni idea decuánto tiempo había transcurrido.Finalmente, apareció otro alumno: eraalto y desgarbado, y vestía de azul conun cinturón de bronce en la cintura, loque indicaba que llevaba tres años en elMagisterium. Call creyó recordarhaberlo visto sentado con la hermana deTamara y el Maestro Rockmaple en elcomedor esa mañana.

Call lo miró de reojo para ver siparecía especialmente siniestro, pero eljoven sólo sonrió desde debajo de unaalborotada mata de cabello castaño y lesdejó un saco de arpillera con liquen ysándwiches de queso, además de unajarra de barro llena de agua.

—Comed, chavales —dijo, y se fuepor donde había llegado.

Call se dio cuenta de que estabahambriento. Llevaba horas concentradoy notaba el cerebro espeso. Estabaagotado, demasiado cansado paracharlar mientras comía. Y lo peor,comprobó mientras observaba el restode la arena, era que sólo habíanseparado una pequeña parte del montón.

La pila que quedaba parecía enorme.Eso no era volar. Eso no era lo que

se había imaginado que sería hacermagia. Eso era una mierda.

—Sigamos —dijo Aaron—. Otambién tendremos que cenar aquí.

Call intentó concentrarse, poner todasu atención en un único grano, pero lamente se le iba hacia la rabia. La arenaestalló, todos los montones salieronvolando, los granos salpicaron lasparedes y cayeron en una masa gigante ysin separar. Todo su duro trabajo a laporra.

Tamara ahogó un grito, horrorizada.—¿Qué… qué has hecho?Incluso Aaron miró a Call como si

fuera a estrangularlo. Era la primera vezque Call veía a Aaron enfadado.

—Lo… lo… —Call quería decirque lo sentía, pero se tragó las palabras.Sabía que no servirían de nada—. Hapasado, sin más.

—Voy a matarte —dijo Tamara contoda la calma del mundo—. Voy a apilartus entrañas en diferentes montones.

—Huy —exclamó Call. Casi lacreía.

—Vale —intervino Aaron, mientrasrespiraba hondo para calmarse yapretaba las manos alrededor de lacabeza, como si estuviera intentandovolver a meter toda la rabia dentro delcráneo—. Bien, tendremos que empezar

de nuevo.Tamara dio una patada a la arena,

luego se agachó y reinició la tediosatarea de ir moviendo grano tras granocon la mente. Ni siquiera miró a Call.

Éste trató de concentrarse de nuevo,con los ojos ardiendo. Para cuando elMaestro Rufus volvió y les dijo quepodían ir a cenar y luego a su cuarto, aCall le dolía la cabeza y había decididoque nunca más iría a la playa. Aaron yTamara ni le dirigieron una miradamientras recorrían los pasillos.

El comedor estaba lleno de chicoscharlando amistosamente, un montón deellos riendo. Call, Tamara y Aaron sequedaron en la puerta detrás del Maestro

Rufus y miraron frente a ellos con losojos vidriosos. Los tres tenían arena enel cabello y manchas de suciedad en elrostro.

—Comeré con los otros Maestros —los informó el Maestro Rufus—. Hacedlo que queráis el resto de la tarde.

Como robots, Call y los otros doscogieron la comida: sopa dechampiñones, más montones de líquenesde diferentes colores y un extraño pudínopalescente como postre; luego sesentaron a una mesa con otro grupo dealumnos del Curso de Hierro. Callreconoció a unos cuantos: Drew, Jaspery Celia. Se sentó frente a Celia, y ella nole volcó inmediatamente la sopa sobre

la cabeza, cosa que sí le había pasadoen su última escuela; Call lo interpretócomo una buena señal.

Los Maestros se sentaban juntos auna mesa redonda al otro lado de lasala, seguramente maquinando nuevastorturas para sus alumnos. Call estabaseguro de que varios de ellos sonreíande un modo bastante siniestro. Mientraslos observaba, tres personas vestidascon uniformes de color verde oliva, doshombres y una mujer, cruzaron la puertae hicieron una ligera inclinación decabeza hacia la mesa de los Maestros.

—Son miembros de la Asamblea —informó Celia a Call—. Es el órganoque nos gobierna, establecido después

de la Segunda Guerra de los Magos.Esperan que uno de los chicos mayoresresulte ser un mago del caos.

—¿Como este tipo, el Enemigo de laMuerte? —preguntó Call—. ¿Qué pasasi encuentran a magos del caos? ¿Losmatan o qué?

Celia bajó la voz.—¡No, claro que no! Quieren

encontrar a un mago del caos. Dicen quehace falta un makaris para detener a otromakaris. Mientras el Enemigo sea elúnico makaris vivo, tiene ventaja sobrenosotros.

—Si alguna vez creen que alguien deaquí puede tener ese poder, locomprobarán —añadió Jasper, que se

acercó más para participar en laconversación—. Están desesperados.

—Nadie cree que el Tratado vaya adurar —intervino Gwenda—. Y si laguerra comienza de nuevo…

—Bueno, ¿y qué les hace pensar quealguien de aquí puede ser lo que estánbuscando? —preguntó Call.

—Como he dicho —respondióJasper—, están desesperados. Pero no tepreocupes, tu puntuación es demasiadomala. Los magos del caos tienen que sermuy buenos magos.

Durante un minuto Jasper se habíacomportado como un ser humano, peroel minuto había pasado. Celia lo miróenfadada.

Iniciaron una conversación sobre suprimera lección. Drew les dijo que elMaestro Lemuel había sido muy durodurante las clases, y quería saber si losMaestros de los demás también lohabían sido. Todos comenzaron a hablara la vez, y muchos de ellos describieronlecciones que parecían ser mucho menosfrustrantes y bastante más divertidas quela de Call y sus compañeros.

—La Maestra Milagros nos hadejado guiar los botes —presumióJasper—. Había algo parecido acascadas. Era como hacer rafting enaguas blancas. Fantástico.

—Qué bien —dijo Tamara sinningún entusiasmo.

—Jasper ha hecho que nosperdiéramos —explicó Celia mientrasmasticaba lentamente un trozo de liquen,y a Jasper le destellaron los ojos,enfadado.

—Sólo durante un minuto —replicó—. No ha pasado nada.

—El Maestro Tanaka nos haenseñado a hacer bolas de fuego —contó un chico llamado Peter, y Callrecordó que Tanaka era el nombre delMaestro que había elegido a susdiscípulos después de Milagros—.Contuvo el fuego y nosotros ni siquieranos quemamos. —Le brillaban los ojos.

—El Maestro Lemuel nos ha tiradopiedras —dijo Drew.

Todos se lo quedaron mirando.—¿Qué? —preguntó Aaron.—Drew —siseó Laurel, otra de las

aprendices del Maestro Lemuel—. Noes cierto. Nos estaba mostrando cómopuedes mover piedras con la mente.Drew se puso en el camino de una.

«Eso explica el gran morado queDrew tiene en la clavícula», pensó Call,un poco mareado. Recordó lasadvertencias de su padre cuando ledecía que a los Maestros no lesimportaba hacer daño a sus alumnos.

—Mañana va a ser metal —comentóDrew—. Apuesto a que nos tiracuchillos.

—Preferiría que me lanzaran

cuchillos que pasarme todo el díadelante de un montón de arena —replicóTamara sin ninguna compasión—. Almenos los cuchillos los puedes esquivar.

—Parece que Drew no —repusoJasper con una sonrisita burlona. Poruna vez, se estaba metiendo con alguienque no era Call, pero a éste no lereportó ningún placer.

—Aquí no puede ser que sólo hayaclases —dijo Aaron con cierto tonilloen la voz, normalmente tan calmada—.¿No? Debe de haber algo divertido.¿Cuál era ese sitio que nos hamencionado el Maestro Rufus?

—Podríamos ir a la Galería despuésde cenar —sugirió Celia mirando

directamente a Call—. Hay juegos.Jasper parecía molesto. Call sabía

que debería ir con Celia a la Galería,fuera eso lo que fuese. Cualquier cosaque cabreara a Jasper valía la penahacerla, además, necesitaba aprender amoverse por el Magisterium, hacerse unmapa como hacía en los videojuegos.

Necesitaba una ruta de escape.Call negó con la cabeza mientras se

metía una cucharada de liquen en laboca. Sabía a bistec. Miró a Aaron, quetambién parecía cansado. Call se notabael cuerpo como si fuera de plomo. Sóloquería ir a dormir. Al día siguiente yacomenzaría a buscar una salida delMagisterium.

—Creo que hoy no me apetece nadajugar —le dijo a Celia—. Otro día.

—Quizá lo de hoy haya sido una prueba—dijo Tamara mientras se dirigían a sushabitaciones después de cenar—. Denuestra paciencia o de nuestra capacidadpara aceptar órdenes. Quizá mañanacomencemos con el entrenamiento deverdad.

Aaron, que iba deslizando una manopor la pared al andar, tardó un momentoen responder.

—Sí, quizá.

Call no dijo nada. Estaba demasiadocansado.

Estaba descubriendo que la magiaera un trabajo duro.

El día siguiente, Tamara vio evaporarsesus esperanzas cuando regresaron allugar que Call había bautizado como laSala de la Arena y el Aburrimiento paraacabar de separar la arena. Aún lesquedaba bastante. Call volvió a sentirseculpable.

—Pero cuando acabemos —lepreguntó Aaron al Maestro Rufus—,

podremos hacer otras cosas, ¿verdad?—Concéntrate en la tarea que tienes

entre manos —le contestó el magoenigmáticamente. Y se marchó a travésde la pared.

Con grandes suspiros, se pusieron atrabajar. La separación de la arena lesocupó el resto de la semana. Tamarapasó todo el tiempo después de lasclases con su hermana, con Jasper o conotros alumnos de legado con aspecto dericos, y Aaron se relacionaba con todoel mundo, mientras Call se quedaba demorros en su habitación. Luego, laseparación de la arena duró otra semanamás: la pila de arena que tenían queseparar parecía crecer y crecer, como si

alguien no quisiera que esa pruebaacabara. Call había oído hablar de unatortura en la que una gota de agua caíasobre la frente del tipo una y otra vezhasta que éste se volvía loco. Nuncahabía entendido por qué pasaba eso,pero lo estaba entendiendo ahora.

«Tiene que haber una manera másfácil», pensó, pero la parte de su menteque planeaba cosas debía de ser lamisma que empleaba para la magia,porque no se le ocurría nada.

—Escuchad —dijo Call finalmente—, vosotros sois muy buenos en esto,¿no? Los mejores en los exámenes. Losprimeros de la lista.

Los otros lo miraron con ojos

vidriosos. A Aaron parecía que se lehubiera caído una roca en la cabezacuando nadie miraba.

—Supongo —contestó Tamara. Noparecía muy entusiasmada—. Al menos,los mejores de nuestro curso.

—Muy bien. Y yo soy malísimo. Elpeor. Quedé en último lugar y ya la hefastidiado una vez, así que es evidenteque yo no sé nada. Pero debe de haberuna manera más rápida. Algo quedeberíamos estar haciendo. Algunalección que deberíamos estaraprendiendo. ¿No se os ocurre nada?¿Lo que sea? —Había un tono desúplica en su voz.

Tamara vaciló un instante. Aaron

negó con la cabeza.Call vio la expresión de Tamara.—¿Qué? ¿Hay algo?—Bueno, hay algunos principios

mágicos, algunas… formas especialesde emplear los elementos —contestóella, y las negras trenzas se balancearoncuando cambió de posición—. Cosasque el Maestro Rufus seguramente noquiere que sepamos.

Aaron asintió con energía; laesperanza de salir de esa sala le iluminóel rostro.

—¿Sabéis eso que Rufus estabadiciendo sobre sentir el poder de latierra y todo eso? —Tamara no losmiraba. Tenía los ojos clavados en los

montones de arena, como si estuvieracentrándose en algo lejano—. Bueno,hay una manera de conseguir más poderrápidamente. Pero tenéis que abriros alelemento… y, bueno, comer un grano dearena.

—¿Comer arena? —exclamó Call—.Estás de broma, ¿no?

—Es un poco peligroso, por todoeso del Primer Principio de la Magia.Pero funciona justo por esa razón. Teacercas al elemento; si haces magia dela tierra, comes piedras o arena; losmagos del fuego comen cerillas; losmagos del aire consumen sangre porquetiene oxígeno. No es una buena idea,pero…

Call pensó en Jasper sonriendo alver su dedo ensangrentado durante laPrueba. El corazón se le aceleró.

—¿Cómo sabes todo eso?Tamara miró hacia la pared y respiró

hondo.—Mi padre. Él me enseñó cómo

hacerlo. Para emergencias, me dijo,pero él considera que pasar un examenes una emergencia. Aunque nunca lo hehecho, porque me da miedo; si consiguesmucho poder y no lo sabes controlar,puedes quedar absorbido por elelemento. Te quema el alma y lareemplaza con fuego, aire, agua, tierra ocaos. Te conviertes en una criatura deese elemento. Como un ser elemental.

—¿Uno de esos bichos comolagartos? —preguntó Aaron.

Call se sintió aliviado de no ser élquien hubiera hecho esa pregunta.

Tamara negó con la cabeza.—Hay elementales de todos los

tamaños. Pequeños, como esos lagartos,o grandes e hinchados de magia, comolos gwyverns, los dragones o lasserpientes marinas. O incluso de tamañohumano. Así que debemos tener cuidado.

—Puedo tener cuidado —afirmóCall—. ¿Y tú, Aaron?

Aaron se pasó las manospolvorientas por el rubio cabello y seencogió de hombros.

—Cualquier cosa será mejor que

esto. Y si acabamos antes de lo que seespera el Maestro Rufus, nos tendrá quedar otra cosa para hacer.

—De acuerdo. Pues a por todas. —Tamara se chupó la punta del dedo ytocó el montón de arena. Se le pegaronunos cuantos granos. Luego, se llevó eldedo a la boca.

Call y Aaron la imitaron. MientrasCall lo hacía, no pudo evitar preguntarsequé habría pensado unas semanas atrássi alguien le hubiera dicho que acabaríaen una cueva bajo tierra comiendoarena. La arena no tenía mal sabor; enrealidad no tenía ningún sabor. Se tragólos ásperos granos y esperó.

—¿Y ahora qué? —preguntó al cabo

de unos segundos. Estaba comenzando aponerse nervioso. Nada le había pasadoa Jasper durante la Prueba, se dijo.Nada les iba a pasar a ellos.

—Ahora nos concentramos —contestó Tamara.

Call miró el montón de arena. Estavez, cuando su pensamiento fue hacia él,pudo sentir cada uno de los granitos.Minúsculos tozos de concha lebailotearon en la mente, junto a trozosde cristal y piedras amarillas surcadasde grietas que les daban forma de panal.Probó a imaginarse cogiendo todo elmontón de arena en las manos. Seríapesado, y la arena se le derramaría entrelos dedos y se acumularía en el suelo.

Trató de borrar de su mente todo lo quelo rodeaba: Tamara y Aaron, el fríosuelo de piedra, el leve roce del vientoen la sala, y se concentró en las dosúnicas cosas que importaban: él y elmontón de arena. Notaba la arena comoalgo completamente sólido y ligero,como espuma de poliuretano. Sería fácilde levantar. La podía levantar con unamano. Con un dedo. Con un…pensamiento. Se imaginó alzándola yseparándola…

El montón de arena se estremeció,cayeron unos cuantos granos de encima,y luego empezó a levantarse en el aire.Colgaba sobre los tres como unapequeña nube de tormenta.

Tamara y Aaron se quedaronmirando boquiabiertos. Call cayó haciaatrás apoyándose en las manos. Notabapinchazos y cosquilleos en las piernas.Debía de haberse sentado sobre ellas.Había estado demasiado concentradocomo para notarlo.

—Tu turno —dijo, y le pareció quelas paredes estaban más cerca, quepodía notar el latido de la tierra bajo él.Y se preguntó cómo sería hundirse en elsuelo.

—Allá voy —repuso Aaron. La nubede arena se dividió en dos, unacompuesta de la arena clara y otra de laoscura. Tamara alzó la mano y dibujóuna lenta espiral en el aire. Call y Aaron

observaron maravillados cómo la arenagiraba formando dos dibujos diferentessobre ellos.

La pared se abrió de repente y elMaestro Rufus entró en la sala. Su rostroera una máscara. Tamara soltó un grititoapagado y la arena cayó de golpe alsuelo, alzando nubes de polvo quehicieron toser a Call.

—¿Qué habéis hecho? —quiso saberel Maestro Rufus.

Aaron palideció.—No… no queríamos…El Maestro Rufus les hizo un gesto

seco.—Aaron, calla. Callum, ven

conmigo.

—¿Qué? —comenzó Call—. Peroyo… ¡No es justo!

—Ven conmigo —repitió Rufus—.Ahora.

Call se apresuró a ponerse en pie;notaba pinchazos en la pierna mala.Miró a Aaron y a Tamara, pero éstoshabían bajado la vista.

«¡Vaya con la lealtad!», pensómientras seguía al Maestro Rufus fuerade la sala.

Rufus lo precedió un corto trecho porpasillos retorcidos hasta su despacho.

No era como Call se lo había esperado.Los muebles eran modernos. Estanteríasde acero cubrían una pared, y unelegante sofá de cuero, losuficientemente grande como paraecharse una siesta, se hallaba contra laotra. Clavadas en un lado de la salahabía páginas y páginas de lo queparecían ecuaciones escritas a mano,pero con extraños símbolos en vez denúmeros. Colgaban sobre una mesa detrabajo con el tablero manchado ycubierto de cuchillos, matraces y loscuerpos disecados de animales quenunca había visto. Junto a unas delicadasmaquetas construidas con ruedasdentadas que parecían un cruce entre

ratoneras y relojes, había un animal vivoen una pequeña jaula de barrotes: uno delos lagartos con llamas azules por ellomo. El escritorio de Rufus estabaencajado en un rincón, un viejo secreterde cortina que no pegaba con el restodel despacho. Sobre él había una jarrade vidrio que contenía un minúsculotornado que giraba sin cambiar deposición.

Call no podía apartar los ojos de él,esperando que saltara de la jarra encualquier momento.

—Callum, siéntate —dijo elMaestro Rufus señalándole el sofá—.Quiero explicarte por qué te he traído alMagisterium.

CAPÍTULO OCHO

Call se lo quedó mirando boquiabierto.Después de dos semanas de removerarena, había renunciado a la idea de queRufus fuera alguna vez a hablarle

directamente. De hecho, se dio cuenta deque había renunciado a la idea dedescubrir por qué estaba en elMagisterium.

—Siéntate —repitió Rufus, y estavez Call se sentó, con una mueca dedolor cuando sintió un pinchazo en lapierna. El sofá resultaba muy cómododespués de estar horas sentado sobre elfrío suelo de piedra, y se dejó llevar—.¿Qué te parece la escuela por ahora?

Antes de que Call pudiera contestarse oyó una fuerte ráfaga de viento. Callparpadeó sorprendido al darse cuenta deque provenía de la jarra sobre elescritorio del Maestro Rufus. Elpequeño tornado del interior estaba

oscureciéndose y condensándose en unaforma. Un momento después, tenía laforma de un miembro de la Asamblea enminiatura, con su uniforme color verdeoliva. Era un hombre con el cabello muynegro. Parpadeó mirando alrededor.

—¿Rufus? —llamó—. Rufus, ¿dóndeestás?

Éste hizo un ruido de impaciencia ypuso la jarra boca abajo.

—Ahora no —dijo, y la imagen delinterior volvió a convertirse en untornado.

—¿Es como un teléfono? —preguntóCall, totalmente atónito.

—Algo parecido a un teléfono —contestó Rufus—. Como he dicho antes,

la concentración de la magia de loselementos en el Magisterium interfierecon la tecnología. Además, preferimoshacer las cosas a nuestra manera.

—Mi padre debe de estar de lo máspreocupado al no haber sabido nada demí durante tanto… —comenzó Call.

El Maestro Rufus se apoyó en suescritorio y cruzó los brazos sobre suamplio pecho.

—Primero —dijo—, quiero saberqué piensas del Magisterium y de tuformación.

—Es fácil —contestó Call—.Aburrida y sin sentido, pero fácil.

Rufus sonrió levemente.—Lo que has hecho allí ha sido muy

inteligente —dijo—. Querías hacermeenfadar porque crees que si lo consigueste enviaré a casa. Y crees que quieresque te envíe a casa.

Lo cierto era que Call habíarenunciado a ese plan. Decir estupidecesle salía de forma natural. Se encogió dehombros.

—Debes de preguntarte por qué teescogí —continuó Rufus—. A ti, élúltimo de la lista. El menos competentede todos los magos en potencia.Supongo que te imaginas que fue porquevi algo en ti. Algún potencial que se lespasó por alto a los otros Maestros.Algún pozo de capacidades pordescubrir. Quizá incluso algo que me

recordara a mí mismo.Su tono era un poco burlón. Call

guardó silencio.—Te escogí —prosiguió Rufus—

porque tienes habilidad y poder, perotambién tienes mucha rabia. Y casiningún control. No quiero que seas unacarga para ninguno de los otros magos.No quería tampoco que alguno de elloste escogiera por las razonesequivocadas. —Sus ojos fueron hacia eltornado, que giraba boca abajo en lajarra—. Hace años cometí un error conun alumno. Un error que tuvo gravesconsecuencias. Elegirte es mipenitencia.

Call notó que el estómago quería

enroscarse dentro de él como un perritoapaleado. Le dolía que le dijeran queera tan desagradable como para ser elcastigo de alguien.

—Pues envíeme a casa —soltó—. Sisólo me eligió porque así ninguno de losotros magos tendría que cargar conmigo,envíeme a casa.

Rufus negó con la cabeza.—Todavía no lo entiendes —dijo—.

La magia sin control es un peligro.Enviarte de nuevo a tu pueblo sería elequivalente de lanzarles una bomba.Pero no te equivoques, Callum. Siinsistes en desobedecer, si te niegas aaprender a controlar tu magia, entonceste enviaré a casa. Pero antes ataré tu

magia.—¿Atar mi magia?—Sí. Hasta que un mago pasa por la

Primera Puerta al acabar el Curso deHierro, su magia puede ser atada poruno de los Maestros. No podríasacceder a los elementos, no podrías usartu poder. Y también te borraríamos losrecuerdos de la magia, y lo único quesabrías sería que te faltaría algo, algunaparte esencial de ti mismo, pero nopodrías saber cuál. Pasarías la vidaatormentado por haber perdido algo queno recordarías haber perdido. ¿Es eso loque quieres?

—No —susurró Call.—Si considero que estás retrasando

a los otros o que no se te puede formar,entonces habrás acabado aquí. Pero sipasas todo el curso y cruzas la PrimeraPuerta, entonces nadie te podrá quitar lamagia. Acaba este año y podrás dejar elMagisterium si quieres. Habrásaprendido lo suficiente para dejar de serun peligro para el mundo. Piénsatelo,Callum Hunt, mientras separas la arenacomo te ordené hacerlo. Grano a grano.—El Maestro Rufus calló un momento yluego le hizo un gesto a Callumindicándole que podía marcharse—.Piensa en lo que te he dicho y decide.

Concentrarse en mover la arena era tanpesado como siempre, más inclusodespués de lo complacido que Call sehabía sentido con lo listos que habíansido al encontrar una solución mejor.Por una vez, había creído que quizá sípudieran ser un equipo, incluso hastaamigos.

Pero ahora, Aaron y Tamara seconcentraban en silencio, y cuando éllos miraba ellos no le devolvían lamirada. Seguramente estaban furiososcon él, pensaba Call. Él había sido elque había insistido en que alguienpensara una manera mejor de hacer elejercicio. Y aunque también había sidoCall el que había acabado en el

despacho de Rufus, todos iban a tenerproblemas. Quizá hasta Tamara creyeraque él la había delatado. Además, habíasido su magia la que se había cargado eltrabajo del primer día. Era una cargapara el grupo, y todos lo sabían.

«Muy bien —pensaba Call—. Loque dijo el Maestro Rufus fue queacabara este curso, así que voy ahacerlo. Y voy a ser el mejor mago deeste lugar, sólo porque todos creen queno puedo serlo. Hasta ahora no lo heintentado, pero lo voy a intentar. Voy aser mejor que vosotros dos, y luego,cuando os haya impresionado y queráisque sea vuestro amigo, os voy a dar laespalda y a deciros que no os necesito ni

a vosotros ni al Magisterium. En cuantoatraviese la Primera Puerta y nadiepueda atarme la magia, me iré a casa ynadie va a impedírmelo.

»Y también es eso lo que voy adecirle a mi padre, en cuanto pueda usarese teléfono tornado».

Pasó el resto del día moviendo arenacon la mente, pero en vez de hacerlocomo lo había hecho el primer día,tratando de capturar cada uno de losgranos, empujándolo con todo elesfuerzo desesperado de su cerebro, esedía se permitió experimentar. Probó conun toque cada vez más ligero; intentóhacer rodar la arena en vez de alzarla enel aire. Luego trató de mover más de un

grano de arena a la vez. Después detodo, lo había hecho antes. El truco erapensar en la arena como una sola cosa:una nube de arena, en vez de pensar entrescientos granos individuales.

Quizá pudiera hacer lo mismopensando en todos los granos oscuroscomo una sola cosa.

Lo intentó, tirando de ellos con lamente, pero eran demasiados y perdió laconcentración. Rechazó esa idea y seconcentró en cinco granos de arenaoscura. Ésos sí los pudo mover, y losjuntó en un montón.

Se dejó caer hacia atrás,sorprendido, con la sensación de haberhecho algo increíble. Quería decírselo a

Aaron, pero en vez de eso, mantuvo laboca cerrada y practicó su nuevatécnica, y la fue mejorando hasta que fuecapaz de mover veinte granos de unavez. Aunque no consiguió mejorar esacantidad por mucho que lo intentara.Aaron y Tamara vieron lo que estabahaciendo, pero no dijeron nada, aunquetampoco trataron de imitarlo.

Esa noche, Call soñó con arena. Sehallaba sentado en una playa, intentandoconstruir un castillo para un topoatrapado en una tormenta, pero el vientono paraba de llevársele la arenamientras el agua se acercaba más y más.Al final, frustrado, se puso en pie y ledio patadas al castillo hasta que lo

destruyó, y entonces, éste se convirtió enun enorme monstruo con grandes brazosy piernas de arena que lo persiguió porla playa, siempre a punto de agarrarlo,pero nunca lo suficientemente cerca,mientras le gritaba con la voz delMaestro Rufus: «Recuerda lo que tupadre te dijo de la magia, chico. Elprecio que tendrás que pagar seráterrible».

Al día siguiente, el Maestro Rufus no losdejó solos, como de costumbre, sino quese sentó en el rincón más apartado de la

Sala de la Arena y el Aburrimiento, sacóun libro y un paquete de papel encerado,y comenzó a leer. Pasadas dos horas,desenvolvió el paquete. Era unbocadillo de jamón y queso en pan decenteno.

Parecía indiferente al método queempleaba Callum de mover más de ungrano a la vez, así que Aaron y Tamaracomenzaron a hacerlo también. Lascosas empezaron a moverse másdeprisa.

Ese día consiguieron acaba deseparar el montón de arena antes de lahora de la cena. El Maestro Rufus fue acomprobar lo que habían hecho, asintiósatisfecho y, a patadas, volvió a formar

un único montón.—Mañana comenzaréis a separarlo

en cinco tonos de color diferentes —lesdijo.

Los tres gruñeron al unísono.

Las cosas siguieron igual durante otrasemana y media. Fuera de clase, Tamaray Aaron no le hacían caso a Call, y ésteles pagaba con la misma moneda. Peromejoraron moviendo arena; mejores,más preciso y capaces de concentrarseen muchos granos a la vez.

Mientras tanto, durante las comidas,

se enteraban de las lecciones que otrosaprendices estaban recibiendo, y todasparecían más interesantes que moverarena, sobre todo cuando esas clasessalían al revés. Como cuando Drew seprendió fuego y consiguió quemar unode los botes y chamuscarle el cabello aRafe antes de poderse apagar. O cuandolos alumnos de Milagros y Tanakapracticaban juntos y Kai Hale le metióun lagarto elemental por el cuello de lacamisa a Jasper. (Call pensó que Kai semerecía una medalla). O cuandoGwenda decidió que le gustaban tantoesos sombreros de setas en plan pizzaque quiso más e infló las setas de talmanera que éstas empujaron a todos,

incluso a los Maestros, fuera delcomedor durante varios días, hasta quepudieron dominar su crecimiento y seabrieron camino a hachazos.

La cena de la primera noche quepudieron volver a usar el comedor erade liquen y pudín; ni una sola seta a lavista. Lo más interesante del liquen eraque nunca tenía el mismo sabor: a vecesera como bistec, y otras como tacos depescado, o verdura con salsa picante,incluso aunque fuera del mismo color.Esa noche, el pudín gris sabía a dulce deleche. Cuando Celia pilló a Call yendo apor la cuarta ración, le diojuguetonamente en la muñeca con lacuchara.

—Vamos, deberías venir a laGalería —le dijo—. Allí hay cosas muyricas.

Call miró a Aaron y a Tamara, quese encogieron de hombros asintiendo.Los tres seguían callados y tensos entreellos, y sólo se hablaban cuando eranecesario. Call se preguntó si pensaríanperdonarlo alguna vez, o si seguirían asíe iban a estar incómodos el resto deltiempo que permaneciera allí.

Call dejó su cuenco en la mesa yunos minutos después se encontróformando parte de un grupo de alumnosdel Curso de Hierro que reían de caminoa la Galería. Call se fijó en que,mientras iban hacia allí, los relucientes

cristales de la pared hacían que éstapareciera cubierta de una fina capa denieve.

Se preguntó si alguno de esoscorredores llevaría al despacho delMaestro Rufus. No pasaba ni un día sinque pensara en colarse allí y usar elteléfono tornado. Pero hasta que elMaestro Rufus les enseñara a controlarlos botes, Call necesitaba una rutaalternativa.

Atravesaron una parte de los túnelesque Call desconocía, una que parecíaascender suavemente, con un atajo sobreun lago subterráneo. Por una vez, a Callno le importó caminar, porque esa partede las cuevas tenía un montón de cosas

sorprendentes: una formación de coladacon calcita blanca que parecía unacascada helada, formas como de huevosfritos y estalagmitas que se habíanvuelto azules y verdes por el cobre quecontenían.

Call, que avanzaba más despacioque el resto, iba el último, y Celia seretrasó para charlar con él. Le fueseñalando cosas que él no había vistoantes, como los agujeros en lo alto delas rocas donde vivían los murciélagos ylas salamandras. Atravesaron una gransala circular de la que salían dospasillos. Uno de ellos tenía la palabraGALERÍA sobre él, formada porbrillante cristal de roca. El otro decía

PUERTA DE LA MISIÓN.—¿Qué es eso? —preguntó Call.—Es otra salida de las cuevas —le

respondió Drew, que lo había oído.Luego puso una expresión extrañamenteculpable, como si no hubiera tenido quedecírselo.

Quizá Call no era el único que nocomprendía las reglas de la escuela demagia. Cuando se fijó mejor, vio queDrew parecía tan agotado como élmismo se sentía.

—Pero no puedes irte sin más —añadió Celia, y le lanzó una miradaastuta a Call, como si creyera que cadavez que éste oía hablar de una nuevasalida fuera a pensar si debía escapar o

no por ahí—. Sólo es para aprendicesque parten en misiones.

—¿Misiones? —preguntó Call,mientras seguían a los otros hacia laGalería. Recordaba que ella había dichoalgo sobre eso antes, cuando le explicópor qué no todos los aprendices sehallaban en el Magisterium.

—Encargos de los Maestros.Encontrar seres elementales, lucharcontra los caotizados… —explicó Celia—. Ya sabes, cosas de magos.

«Muy bien —pensó Call—. Ve arecoger un poco de solanum mortale yde regreso mata a un gwyvern. Sinproblemas».

Pero no quería hacer enfadar a

Celia, que era casi la única persona queaún le hablaba, así que se guardó esasideas para él.

La Galería era enorme, con un techoque se alzaba al menos treinta metrospor encima de ellos y un lago en el otroextremo que se perdía en la distancia,con varias islitas salpicando lasuperficie. Unos cuantos chicos estabajugando en el agua, que humeaba unpoco. En una pared de cristal estabanproyectando una película. Call ya lahabía visto, pero estaba seguro de que loque estaba ocurriendo en la pantalla nopasaba en la versión que él había visto.

—Me encanta esta parte —comentóTamara, y fue rápidamente hacia donde

los chicos se habían sentado en filas degrandes hongos de aspectoaterciopelado. Jasper apareció y secolocó justo a su lado. Aaron parecía unpoco desconcertado, pero también lasiguió.

—Tienes que probar los refrescos—dijo Celia mientras empujaba a Callhacia una cornisa de piedra donde unenorme dispensador de bebidas, llenode lo que parecía agua, se hallabaencajado entre tres estalactitas. Celiacogió un vaso, lo llenó y lo metió bajouna de las estalactitas. Un chorro delíquido azul cayó en el vaso, y unminitornado apareció en su interior,mezclando el líquido azul y el claro. Un

montón de burbujas ascendieron a lasuperficie.

—Va, pruébalo —lo urgió Celia.Call miró la bebida con recelo,

luego cogió el vaso que le ofrecía lachica y se tragó su contenido.

Era como cristales de arándanos,caramelo y fresa estallándole dentro dela boca.

—¡Esto es fantástico! —exclamócuando acabó de tragar.

—El verde es mi favorito —comentó Celia, y le sonrió desde detrásdel vaso que se había servido—. Sabe apiruleta derretida.

Sobre la cornisa había montones deotras cosas interesantes para picar:

cuencos de brillantes piedras que seveía que estaban hechas de azúcar,galletas saladas con forma de símbolosalquímicos que brillaban de sal y uncuenco de lo que, a primera vista,parecían patatas fritas crujientes, peroque eran de un color dorado oscurocuando uno se fijaba bien. Call probóuna. Sabía exactamente a palomitas demaíz con mantequilla.

—Vamos —dijo Celia, y lo cogiópor la muñeca—. Nos estamosperdiendo la peli. —Lo llevó hacia loshongos aterciopelados. Call la siguió, nodel todo convencido. Las cosascontinuaban tirantes con Tamara yAaron. Call creía que sería mejor

evitarlos y explorar la Galería por sucuenta. Pero de todas formas, nadie leestaba prestando atención; todos estabanmirando la película que proyectabansobre la pared del fondo. Jasper noparaba de inclinarse para decirle aTamara cosas al oído que la hacían reír,y Aaron charlaba con Kai, que estaba asu lado. Por suerte, había los suficienteschicos mayores para que Call pudiera nosentarse demasiado cerca de los otrosaprendices de su grupo sin que parecieraintencionado.

Mientras Call se relajaba en suasiento, se dio cuenta de que la peli noestaba siendo «proyectada»,exactamente. Un bloque sólido de aire

coloreado flotaba sobre la pared deroca, y los colores entraban y salían deél a una velocidad imposible creando lailusión de una pantalla.

—Aire mágico —dijo, medio parasí.

—Alex Strike pasa la peli. —Celiase abrazaba las rodillas, concentrada enla pantalla—. Seguramente lo conoces.

—¿Por qué iba a conocerlo?—Está en el Curso de Bronce. Uno

de los mejores alumnos. A veces ayudaal Maestro Rufus. —Había admiraciónen su voz.

Call miró hacia atrás. En lassombras, detrás de las filas de cojinesde hongos, había una silla más alta. El

chico larguirucho y moreno que leshabía llevado sándwiches durante losúltimos días estaba sentado en ella, conlos ojos clavados en la pantalla. Movíalos dedos de adelante atrás, un pococomo un titiritero. Al moverlos, lasformas en la pantalla cambiaban.

«Eso sí que es guay —dijo lavocecilla traicionera del interior de Call—. Quiero hacerlo».

Acalló la voz. Iba a marcharse encuanto atravesara la Primera Puerta dela Magia. Nunca iba a ser alumno delCurso de Cobre o de Bronce o decualquier otro curso excepto el deHierro.

Cuando acabó la película (Call

estaba bastante seguro de que no habíauna escena en La Guerra de lasGalaxias en la que Darth Vader bailabala conga con los ewoks, pero sólo habíavisto la película una vez), todos saltarony aplaudieron. Alex Strike se echó elcabello hacia atrás y sonrió. Cuando vioa Call mirándolo, asintió.

Rápidamente, todos se dispersaronpor la sala para jugar con otras cosasdivertidas. Era como un salónrecreativo, pensó Call, pero sinsupervisión. Había un estanque de aguacaliente que burbujeaba con muchoscolores. Algunos de los alumnosmayores, incluidos la hermana deTamara y Alex, estaban bañándose en él,

divirtiéndose haciendo bailar pequeñostorbellinos sobre la superficie del agua.Call metió las piernas en el agua duranteun rato. Le sentó bien después de todo loque había caminado. Luego se reuniócon Drew y Rafe para dar de comer alos murciélagos amaestrados, que se lessentaban en el hombro mientras lesdaban trozos de fruta. Drew no parabade soltar risitas cuando las suaves alasde los murciélagos le cosquilleaban enla mejilla. Después, Call estuvo con Kaiy Gwenda jugando a un extraño juego enel que había que golpear una bola defuego azul, que resultó ser fría cuando ledio en el pecho. Unos cristales de hielose le quedaron pegados en el uniforme

gris, pero no le importó. La Galería eratan divertida que se olvidó del MaestroRufus, de su padre, de la magia e inclusode que Aaron y Tamara lo odiaban.

«¿Me costará renunciar a esto?», sepreguntó.

Se imaginó siendo mago y jugandocon arroyos burbujeantes y conjurandopelículas de la nada. Se imaginó siendobueno en magia, incluso uno de losMaestros. Pero luego pensó en su padre,sentado solo a la mesa de la cocina,preocupado por él, y se sintió fatal.

Cuando Drew, Celia y Aaronquisieron volver a sus habitaciones,decidió acompañarlos. Si se quedabahasta más tarde, estaría de mal humor

por la mañana, y además, no estabaseguro de saber el camino. Hicieron elmismo recorrido que a la ida, pero a lainversa. Era la primera vez en muchosdías que Call se sentía relajado.

—¿Dónde está Tamara? —preguntóCelia mientras caminaban.

Call la había visto con su hermanajusto antes de irse, y estaba a punto decontestar cuando Aaron se le adelantó.

—Discutiendo con su hermana.Call se sorprendió.—¿Sobre qué?Aaron se encogió de hombros.—Kimiya le estaba diciendo a

Tamara que no debía perder el tiempo enla Galería durante el Curso de Hierro.

Le decía que debía estar estudiando.Call frunció el ceño. Siempre había

querido tener hermanos, pero, derepente, se lo estaba repensando.

Junto a él, Aaron se tensó.—¿Qué es ese ruido?—Viene de la Puerta de la Misión

—contestó Celia, que parecíapreocupada. Un momento después, Calltambién lo oyó: el sonido de botas sobreel suelo de piedra, el eco de vocesrebotando en las paredes. Alguienpidiendo ayuda.

Aaron comenzó a correr por elpasillo hacia la Puerta de la Misión. Elresto dudó antes de seguirlo, y Drew sequedó tan atrás que iba al ritmo

apresurado de Call. El pasillo comenzóa llenarse de gente que se abría pasoentre ellos, casi tirando al suelo a Call.Alguien lo agarró por el brazo y seencontró pegado a la pared.

Aaron. Aaron se había aplastadocontra la piedra y estaba observando,con los labios fuertemente apretados,cómo un grupo de chicos mayores,algunos con muñequeras de color plata yotros de oro, avanzaban cojeando por elpasillo. A unos cuantos los llevaban encamillas improvisadas, hechas conramas atadas. A uno de ellos lo cargabanentre dos aprendices: toda la partedelantera de su uniforme parecía haberardido y la piel de abajo se veía roja y

llena de ampollas. Todos tenían marcasde quemaduras en el uniforme y manchasde hollín en la cara. La mayoríasangraba.

Drew parecía a punto de ponerse allorar.

Call oyó a Celia, que se habíapegado a la pared al lado de Aaron,susurrar algo sobre los elementales delfuego. Call se quedó mirando a un chicoque trasladaban en una camilla,retorciéndose de dolor. La manga de suuniforme había ardido y el brazo parecíaresplandecerle desde dentro, como unascua en una hoguera.

«El fuego quiere arder», pensó Call.—¡Vosotros! ¡Curso de Hierro! ¡No

deberías estar aquí! —Era el MaestroNorth, que los miraba enfadado mientrasse apartaba del grupo de heridos. Callno estaba seguro de cómo los habíavisto o de por qué estaba allí.

Pero no esperaron a que se lo dijerade nuevo. Salieron corriendo.

CAPÍTULO NUEVE

Al día siguiente hubo más arena y máscansancio. Esa noche, en el comedor,Call estaba medio tirado en la mesa consu plato de liquen y un montón de

galletas que parecían brillar con grumoscristalinos. Celia mordió una, que hizoun sonido como de vidrio al romperse.

—Se pueden comer sin peligro, ¿no?—le preguntó Call a Tamara, que estabacomiendo cucharadas de algún tipo depudín de color púrpura que le teñía loslabios y la lengua de un profundo azulíndigo.

Tamara puso los ojos en blanco.Tenía ojeras, pero por lo demás estabacomo siempre, perfectamentecompuesta. Call notó un tirón deresentimiento en el pecho. Tamara era unrobot; lo había decidido. Un robot sinsentimientos humanos. Esperaba quesufriera un cortocircuito.

Celia, al ver la feroz mirada queCall le echó a Tamara, intentó deciralgo, pero tenía la boca llena de galleta.Unos asientos más allá, Aaron estabahablando:

—Lo único que hacemos es separararena en montones. Durante horas yhoras. Quiero decir, seguro que existealgún motivo, pero…

—Bueno, pues lo siento porvosotros —lo interrumpió Jasper—. Losaprendices del Maestro Lemuel hanestado luchado contra seres elementales,y nosotros hemos hecho cosasasombrosas con la Maestra Milagros.Hemos hecho bolas de fuego, y nos haenseñado a emplear el metal de la tierra

para levitar. Me levanté casi dos dedosdel suelo.

—¡Guau! —exclamó Call con la vozcargada de desdén—. Dos dedosenteros…

Jasper se volvió de golpe hacia él,con los ojos brillantes de ira.

—Es por tu culpa que Aaron yTamara lo estén pasando mal. Porquehiciste un examen pésimo. Por eso todotu grupo está metido en la caja de arenamientras que el resto de nosotroscorremos por la pista.

Call notó que la sangre se le subía alrostro. No era cierto. No podía sercierto. Vio a Aaron, más abajo en lamesa, negar con la cabeza dispuesto a

decir algo, pero Jasper no iba a parar.—Y yo que tú no me pondría tan

tonto con lo de levitar, Hunt —añadiócon una mueca de desprecio—. Siaprendieras a levitar, quizá noretrasarías tanto a Tamara y a Aaron,siempre cojeando tras ellos.

En cuanto acabó de soltar esaspalabras, Jasper pareció asombrado,como si ni siquiera él hubiera esperadoir tan lejos.

No era la primera vez que alguien ledecía algo así a Call, pero siempre eracomo si le echaran un cubo de agua fríaa la cara.

Aaron se irguió, abriendo consorpresa los ojos. Tamara dio una fuerte

palmada sobre la mesa.—¡Cierra la boca, Jasper! No

estamos separando arena por culpa deCall. Lo estamos haciendo por mí. Es miculpa, ¿vale?

—¿Qué? ¡No! —Jasper parecíatotalmente confuso. Era evidente que nohabía tenido la intención de hacerenfadar a Tamara. Quizá incluso habíaconfiado en impresionarla—. Tú lohiciste muy bien en la Prueba. Todos lohicimos bien excepto él. Me robó elpuesto. Tu Maestro le tuvo lástima yquiso…

Aaron se puso en pie con el tenedoren la mano. Parecía furioso.

—No era tu puesto —le soltó a

Jasper—. No son sólo los puntos. Es aquién quiere enseñar el Maestro… ypuedo ver perfectamente por qué elMaestro Rufus no te quería a ti.

Lo dijo lo suficientemente alto comopara que la gente de las mesas cercanascomenzara a mirarlos. Con una últimamirada desdeñosa a Jasper, Aaron lanzóel tenedor sobre la mesa y se marchó,con los hombros muy tiesos.

Jasper se volvió hacia Tamara.—Ya veo que tienes a dos locos en

el grupo, no sólo a uno.Tamara lanzó a Jasper una mirada

larga y evaluadora. Luego cogió sucuenco de pudín y se lo volcó en lacabeza. Una masa púrpura le cayó por la

cara. Jasper pegó un grito de sorpresa.Por un momento, Call se quedó

demasiado asombrado para reaccionar.Luego se echó a reír. Y lo mismo hizoCelia. La risa comenzó a llegar desdetodas las mesas mientras Jasper tratabade sacarse el cuenco de la cabeza. Callse rio aún más.

Pero Tamara no se reía. Parecíacomo si ella misma no se pudiera creerque hubiera llegado a perder tanto lacompostura. Durante un buen rato sequedó como petrificada, y luego se pusoen pie tambaleante y corrió hacia lapuerta en la misma dirección que Aaronhabía tomado. Al otro lado de la sala, suhermana la observó marchar con una

mirada de desaprobación y los brazoscruzados sobre el pecho.

Jasper tiró el cuenco sobre la mesa ylanzó a Call una mirada de puro yangustiado odio. Tenía el cabellocubierto de pudín.

—Podría haber sido peor —dijoCall—. Podría haber sido esa pastaverde.

La Maestra Milagros apareció juntoa Jasper. Le entregó varias servilletas yle preguntó qué había pasado. ElMaestro Lemuel, que había estadosentado a la mesa más cercana, se pusoen pie y se acercó para sermonearlos atodos. A medio camino se le unió elMaestro Rufus, con el rostro tan

impávido como siempre. El parloteo delas voces adultas seguía, pero Call noles estaba prestando atención.

En todos sus doce años, Call nopodía recordar a nadie que no fuera supadre defendiéndolo. Ni siquiera cuandoalguien le había dado una patada en supierna mala jugando al fútbol, o se habíareído de él por estar en el banquillodurante la clase de gimnasia o por ser elúltimo en ser escogido para cualquierequipo. Pensó en Tamara tirándole elpudín a Jasper por la cabeza y luego enAaron diciendo: «No son sólo lospuntos. Es a quién quiere enseñar elMaestro», y notó un calor en su interior.

Luego pensó en la auténtica razón

por la que el Maestro Rufus queríaenseñarle, y el calor desapareció.

Call volvió solo a sus habitacionespor los resonantes pasillos de piedra.Cuando llegó, Tamara estaba sentada enel sofá, con las manos rodeando unahumeante taza de piedra. Aaron le estabahablando en voz baja.

—Hola —los saludó Call, mientrasseguía en la puerta sin saber qué hacer,no muy seguro de si debía marcharse ono—. Gracias por… Bueno, gracias.

Tamara lo miró sorbiendo un poco.—¿Entras o qué?Como sería aún más tonto quedarse

en el pasillo, Call dejó que la puerta secerrara tras él y comenzó a ir hacia su

dormitorio.—Call, quédate —dijo Tamara.Call se volvió para mirarla a ella y a

Aaron, que estaba sentado en el brazodel sofá, repartiendo miradas inquietasentre Call y Tamara. El negro cabello deTamara seguía perfecto y su espaldarecta, pero tenía el rostro un pocohinchado y algo enrojecido, como sihubiera estado llorando. Aaron tenía unamirada de preocupación.

—Lo que pasó con la arena es miculpa —reconoció Tamara—. Lolamento. Lamento haberte metido enlíos. Para empezar, lamento habersugerido algo tan peligroso. Y lamentotambién no haber dicho algo antes.

Call se encogió de hombros.—Yo os pedí que pensarais en algo,

cualquier cosa. No es tu culpa.Ella lo miró de forma rara.—Pero creía que estabas enfadado.Aaron asintió para mostrar que él

pensaba igual.—Sí, creíamos que estabas enfadado

con nosotros. Prácticamente no nos hashablado en tres semanas.

—No —repuso Call—. Vosotros nome habéis dicho nada en tres semanas.Vosotros erais los enfadados.

Los ojos verdes de Aaron seabrieron con sorpresa.

—¿Y por qué íbamos a enfadarnoscontigo? Rufus te echó la bronca a ti, no

a nosotros. No nos echaste la culpa,aunque podrías haberlo hecho.

—Yo soy quien debería haberlohecho mejor —repuso Tamara, quecogía la taza con tanta fuerza que teníalos nudillos blancos—. Vosotros casi nosabéis nada de magia, nada delMagisterium, nada de los elementos.Pero yo sí. Mi… hermana mayor…

—¿Kimiya? —preguntó Call,confuso. Le dolía la pierna. Se sentó enla mesita de café y se frotó la rodilla porencima de la tela de algodón deluniforme.

—Tenía otra hermana —explicóTamara en un susurro.

—¿Qué le pasó? —preguntó Aaron,

y bajó la voz al mismo tono que ella.—Lo peor —contestó Tamara—. Se

convirtió en una de esas cosas de lasque os hablé, un elemental humano. Hayesos grandes magos que pueden nadarpor la tierra como si fueran peces, ohacer que salgan dagas de piedra de lasparedes, o que caigan rayos o crearremolinos gigantes. Ella quería ser unode los grandes, así que forzó su magiahasta que ésta se apoderó de ella.

Tamara negó con la cabeza en ungesto de pesar, y Call se preguntó quéestaría viendo mientras les explicabatodo eso.

—Lo peor es lo orgulloso que, alprincipio, estaba mi padre de ella

cuando lograba lo que se proponía. Nosdecía a Kimiya y a mí que deberíamosparecernos más a ella. Ahora, él y mimadre no quieren hablar de mi hermana.Ni siquiera mencionan su nombre.

—¿Y cuál es su nombre? —preguntóCall.

Tamara pareció sorprenderse.—Ravan.Aaron dejó la mano flotando en el

aire durante un momento, como siquisiera dar unas palmaditas a Tamaraen el hombro en actitud de consuelopero no estuviera seguro de deberhacerlo.

—No vas a acabar como ella —ledijo—. No te preocupes.

Tamara volvió a negar con lacabeza.

—Me he dicho que no sería como mipadre o mi hermana. Me he dicho quenunca correría riesgos. Queríademostrar que podía hacerlo bien sintomar ningún atajo, y aún seguir siendola mejor. Pero luego sí que tomé atajos,y os enseñé a hacerlo a vosotros. No hedemostrado nada.

—No digas eso —repuso Aaron—.Has probado algo esta noche.

Tamara sorbió por la nariz.—¿Qué?—¿Que Jasper está mejor con pudín

en el pelo? —sugirió Call.Aaron puso los ojos en blanco.

—No es eso lo que iba a decir…,aunque os aseguro que me gustaríahaberlo visto.

—Ha sido muy bueno —dijo Callsonriendo de medio lado.

—Tamara, has probado que teimportan tus amigos. Y para nosotrostambién eres importante. Y nosaseguraremos de que no tomes másatajos. —Miró a Call—. ¿Verdad?

—Sí —contestó éste mirándoseatentamente la punta de la bota, sin estarmuy seguro de ser el mejor candidatopara esa tarea—. Y, Tamara…

Ésta se pasó la manga por el rabillodel ojo.

—¿Qué?

Call no alzó la mirada, y notó elcalor de la vergüenza subirle por elcuello y colorearle de rosa las orejas.

—Nunca nadie me había defendidocomo habéis hecho vosotros esta noche.

—¿De verdad nos has dicho algoagradable? —le preguntó Tamara consorna—. ¿Te encuentras bien?

—No lo sé —contestó—. Tal veznecesite acostarme.

Pero Call no se acostó. Se quedóhablando con sus amigos buena parte dela noche.

CAPÍTULO DIEZ

Al final del primer mes, a Call no leimportaba si los otros aprendicesestaban a punto de darle una paliza encualquier prueba que fueran a hacer,

mientras eso significara no más Sala dela Arena y el Aburrimiento. Se hallabasentado lánguidamente formando untriángulo con Aaron y Tamara,separando en montones la arena clara dela oscura, de la medio clara y de lamedio oscura como si llevarahaciéndolo millones de años. Aarontrató de iniciar una conversación, peroTamara y Call estaban demasiadoaburridos para hablar en algo que nofueran gruñidos. Aunque algunas vecesse miraban unos a otros y se sonreíancon la complicidad de una auténticaamistad. Una amistad exhausta, pero, detodos modos, auténtica.

A la hora de comer, la pared se hizo

transparente, pero, para variar, no setrataba de Alex Strike. Era el MaestroRufus. En una mano llevaba lo queparecía una enorme caja de madera conuna trompetilla saliendo de ella y, en laotra, una bolsa de algo colorido.

—Seguid con lo que estáis haciendo,chicos —dijo mientras colocaba la cajasobre una roca cercana.

Aaron abrió mucho los ojos.—¿Qué es eso? —le susurró a Call.—Un gramófono —respondió

Tamara, que seguía separando arenaaunque estuviera mirando a Rufus—.Toca música, pero funciona con magia,no con electricidad.

En ese momento comenzó a salir

música de la trompetilla del gramófono.Sonaba muy fuerte, y no era nada queCall pudiera reconocer. Tenía un ritmomachacón y repetitivo que eraterriblemente irritante.

—¿No es eso el tema del LlaneroSolitario? —preguntó Aaron.

—¡Es la obertura de Guillermo Tell!—gritó el Maestro Rufus por encima dela música, bailando por la sala—.¡Escuchad esos cuernos! ¡Hace que tecircule la sangre! ¡Listos para hacermagia!

Lo que sí hacía era que resultaramuy, muy difícil pensar. Call se encontróesforzándose en concentrarse, lo quehacía que mantener un solo grano en el

aire resultara todo un desafío. Justocuando creía que tenía la arenacontrolada, la música subía y suconcentración se iba a la porra.

Hizo un gemido de frustración yabrió los ojos. Vio al Maestro Rufus queabría la bolsa y sacaba un gusano decolor remolacha. Call esperó que fueraun gusano de gominola, porque elMaestro Rufus comenzó a masticar unode los extremos.

Call se preguntó qué pasaría si envez de intentar mover la arena seconcentrara en estrellar el gramófonocontra la pared de la cueva. Alzó lavista y vio a Tamara mirándolo muyfijamente.

—Ni se te ocurra —dijo ella, comosi le hubiera leído el pensamiento.Parecía sofocada, con el cabello oscuropegado a la frente, mientras trataba deconcentrarse en la arena a pesar de lamúsica.

Un gusano de color azul brillantegolpeó a Call en la sien e hizo que se lecayera encima la arena que teníasuspendida en el aire. El gusano rebotóen el suelo y se quedó allí.

«Vale, sin duda es un gusano decaramelo», pensó Call, ya que el bichono tenía ojos y parecía gelatinoso.

Por otra parte, muchas cosas podíandescribirse así en el Magisterium.

—No puedo hacerlo —jadeó Aaron.

Tenía las manos alzadas y arena girandoen el aire; el rostro se le habíaenrojecido por la concentración. Ungusano naranja le rebotó en el hombro.Rufus tenía la bolsa abierta y les estabatirando puñados de gusanos.

—¡Aggg! —exclamó Aaron. Losgusanos no hacían daño, pero sí quesobresaltaban. Tamara tenía uno verdeenganchado en el pelo. Parecía estar apunto de llorar.

La pared desapareció de nuevo. Estavez sí era Alex Strike. Llevaba unabolsa, y una sonrisa extraña, casimaliciosa, se le dibujó en la cara almirar a Rufus, aún lanzando gusanos, yluego a los aprendices, que se

esforzaban todo lo que podían enconcentrarse.

—¡Pasa, Alex! —exclamó Rufusalegremente—. ¡Deja los bocadillos porahí! ¡Disfruta de la música!

Call se preguntó si Alex estaríarecordando su Curso de Hierro. Tambiénesperaba que Alex no fuera a visitar aningún otro grupo de aprendices, los queaprendían cosas guays, como el fuego yla levitación. Si Jasper se enteraba delos detalles de lo que Call había estadohaciendo ese día, nunca dejaría deburlarse de él.

«No importa —se dijo a sí mismocon severidad—. Concéntrate en laarena».

Tamara y Aaron movían granos, lesdaban la vuelta y los empujaban en elaire. Más despacio que antes, peroestaban ahí, trabajando incluso mientrasles estaban tirando gusanos de goma a lacabeza. Tamara tenía también uno azulenredado en una trenza y ni siquieraparecía notarlo.

Call cerró los ojos y centró la mente.Notó el golpe frío y húmedo de un

gusano en la mejilla, pero esta vez nodejó caer la arena. La música legolpeaba los oídos, pero hizo que todoeso se alejara. Al principio, un granotras otro, y luego, al ir aumentando suseguridad, más y más arena.

«Eso le enseñará al Maestro Rufus»,

pensó.Pasó otra hora antes de que se

tomaran un descanso para comer.Cuando comenzaron de nuevo, el magolos bombardeó con valses. Mientras susaprendices separaban arena, Rufus sesentó en una roca e hizo un crucigrama.No parecía molesto cuando los chicostrabajaron más horas de lo habitual y seperdieron la cena en el comedor.

Volvieron a sus habitacionesarrastrando los pies, agotados y sucios,y descubrieron que les habían dejado lacomida preparada en la mesa de la sala.Call descubrió que estaba de un buenhumor sorprendente, teniendo en cuentala situación, y mientras comían, Aaron

los hizo partirse de risa con su imitacióndel Maestro Rufus bailando el vals conun gusano.

A la mañana siguiente, el MaestroRufus apareció en su puerta justodespués del timbre, con los brazaletesque distinguirían a su equipo durante laprimera prueba. Todos gritaronexcitados. Tamara gritó porque estabacontenta, Aaron gritó porque le gustabaque la gente estuviera contenta y Callgritó porque estaba seguro de que iba amorir.

—¿Sabe qué tipo de prueba va aser? —preguntó Tamara mientras seenrollaba a toda prisa el brazalete en lamuñeca—. ¿Aire, fuego, tierra o agua?

¿Nos puede dar una pista? Sólo unapista pequeñita, pequeñita…

El Maestro Rufus la miró conseveridad hasta que ella se calló.

—Ningún aprendiz recibeinformación por adelantado sobre laprueba —contestó Rufus—. Esootorgaría una injusta ventaja. Debéisganar por vuestros propios méritos.

—¿Ganar? —repitió Call,sorprendido. No se le había ocurridopensar que el Maestro Rufus esperaraque ganaran la prueba. No después detodo un mes de arena—. No vamos aganar. —Lo que realmente lepreocupaba era si iban a sobrevivir.

—Ésa es la actitud —soltó Aaron

con sarcasmo al tiempo que ocultaba unasonrisa. Llevaba su brazalete justo porencima del codo. De algún modo habíaconseguido que pareciera chic. Call sehabía atado el suyo en el antebrazo yestaba convencido de que parecía unvendaje.

El Maestro Rufus puso los ojos enblanco. A Call le preocupó que lascomisuras de la boca se le hubieranalzado en una sonrisa involuntaria, comosi realmente estuviera empezando aentender las expresiones del MaestroRufus y a contestarlas.

Quizá para cuando estuvieran en elCurso de Plata el Maestro Rufus podríacomunicarles complicadas teorías de

magia alzando una sola ceja peluda.—Vamos —dijo el mago. Con un

gesto teatral, se dio la vuelta y los guiopor la puerta y por lo que Call estabacomenzando a considerar el corredorprincipal. El musgo fosforescente querecubría las paredes destellaba ybrillaba mientras ellos bajaban por unaescalera en espiral, que Call no habíavisto nunca, hasta llegar a otra caverna.

En su otra escuela siempre habíaquerido que lo dejaran hacer deporte. Enésta, al menos, le estaban dando unaoportunidad. Era asunto suyo mantenerel ritmo.

La caverna era del tamaño de unestadio, con enormes estalactitas y

estalagmitas apuntando hacia arriba yhacia abajo como dientes en unagigantesca boca. La mayoría de los otrosaprendices del Curso de Hierro yaestaba allí con sus Maestros. Jasperhablaba con Celia y hacía bruscosgestos hacia las estalagmitas de unrincón, que habían crecido uniéndosepara formar un complicado lazo. LaMaestra Milagros estaba flotando unpoco por encima del suelo y animaba auno de los chicos a flotar con ella.Todos se movían con una inquietaenergía. Drew parecía estar másnervioso que nadie, y susurraba conAlex. Fuera lo que fuese que le estabadiciendo Alex, Drew no parecía muy

contento de oírlo.Call se adentró más en la caverna y

miró alrededor, tratando de captar quéiba a pasar. En una de las paredes seabría la entrada a otra cueva grande queparecía tener barrotes delante, como unajaula hecha de calcita. Mientras lamiraba, Call pensó, preocupado, que laprueba iba a ser aún más peligrosa de loque se había imaginado. Se frotó lapierna sin pensar y se preguntó qué diríasu padre.

«Es ahora cuando mueres»,probablemente.

O quizá fuera la ocasión de mostrara Tamara y a Aaron que se merecía quelo defendieran.

—¡Aprendices del Curso de Hierro!—comenzó el Maestro North mientrasunos cuantos alumnos más entraban trasel Maestro Rufus—. Éste es vuestroprimer ejercicio. Vais a luchar contraseres elementales.

Gritos ahogados de temor yexcitación recorrieron la estancia. Lamoral de Call se derrumbó por lossuelos. ¿Bromeaban? Habría apostadosin miedo a que ninguno de losaprendices estaba preparado para eso.Miró a Aaron y a Tamara para ver siopinaban de otro modo. Se habíanquedado blancos. Tamara se apretaba elbrazalete.

Call trató de recordar la lección que

el Maestro Rockmaple les había dadodos viernes antes, la que había tratadosobre los seres elementales.

«Dispersar a elementales malvadosantes de que puedan causar daño es unade las tareas más importantes de las quelos magos son responsables —habíadicho—. Si se sienten amenazados,pueden deshacerse en su elemento, ynecesitan muchísima energía para volvera formarse».

Así que lo único que tenían quehacer era asustar a los elementales.Magnífico.

El Maestro North frunció el ceño,como si acabara de notar que losalumnos estaban preocupados.

—Lo haréis bien —les aseguró.A Call, eso le pareció un optimismo

gratuito. Se los imaginó a todos muertosen el suelo mientras los gwyverns enbusca de venganza volaban en círculospor lo alto y el Maestro Rufus meneabala cabeza con decepción y decía: «Quizálos aprendices del próximo año seanmejores».

—Maestro Rufus —susurró Call,intentando que nadie más lo oyera—. Nopodemos hacerlo. No hemospracticado…

—Sabéis todo lo que tenéis quesaber —dijo Rufus, críptico. Se volvióhacia Tamara—. ¿Qué quieren loselementos?

Ella tragó saliva.—«El fuego quiere quemar —recitó

—, el agua quiere fluir, el aire quieresubir, la tierra quiere atar, el caos quieredevorar».

Rufus le puso una mano sobre elhombro.

—Vosotros tres pensad en los CincoPrincipios de la Magia y en lo que os heenseñado, y lo haréis bien. —Despuésfue a unirse a los otros magos al fondode la estancia. Dieron forma de asientosa las piedras y se sentaron en ellas conaparente comodidad. Todavía ibanllegando otros magos. También habíaunos cuantos alumnos de los últimoscursos junto a Alex; la luz de la caverna

destellaba en sus muñequeras. Eso dejóa los aprendices del Curso de Hierro enel centro de la estancia, y la luz se fueatenuando hasta que quedaron rodeadosde oscuridad y silencio. Lentamente, losgrupos de aprendices comenzaron aacercarse unos a otros hasta formar unasola masa frente a la reja formada porlos dientes de calcita, que se abría hacialo desconocido.

Durante un largo momento, Call miróhacia la oscuridad tras la reja, ycomenzó a preguntarse si habría algoallí. Tal vez la prueba consistía en ver silos aprendices realmente creían que losmagos harían algo tan ridículo comodejar que niños de doce años lucharan

contra gwyverns en un combate degladiadores.

Entonces vio ojos brillando en lastinieblas. Grandes patas con garrashicieron crujir la tierra y tres criaturassurgieron de la cueva. Era tan altoscomo dos hombres y se alzaban sobrelas patas traseras, con los cuerposencorvados hacia adelante y arrastrandocolas con pinchos. Grandes alas,situadas donde deberían haber estadolos brazos, batían el aire. Unas bocasanchas y cargadas de dientes se cerraronhacia el techo.

Las advertencias del padre de Callle repicaban en la cabeza, y sintió queno podía respirar. Estaba más asustado

de lo que recordaba haberlo estadonunca. Todos los monstruos de suimaginación, todas las bestias que seescondían en los armarios o bajo lascamas, no eran nada comparadas con laspesadillas que avanzaban hambrientashacia él.

«El fuego quiere quemar —repitióCall para sí—, el agua quiere fluir. Elaire quiere subir. La tierra quiere atar.El caos quiere devorar. Call quierevivir».

Jasper, que al parecer tenía un deseototalmente diferente en relación con susupervivencia, se apartó de la piña deaprendices y, con un aullido, corriódirectamente hacia los gwyverns. Alzó

la mano y la abrió con la palma haciafuera, en dirección a los monstruos.

Una pequeña bolita de fuego le salióde los dedos y voló por encima de lacabeza de uno de los gwyverns.

La criatura rugió furiosa y Jasperretrocedió. Abrió la mano de nuevo,pero sólo salió humo. Nada de fuego.

El gwyvern avanzó hacia Jasper yabrió la boca. Una espesa niebla azulmanó de sus fauces. La niebla se fuecurvando lentamente en el aire, pero notan lentamente como para que Jasperpudiera esquivarla. Se tiró hacia unlado, pero la niebla flotó sobre él y lorodeó. Un momento después, se alzabaenvuelto en ella, flotando hacia arriba

como una pompa de jabón.Los otros dos gwyverns se

levantaron en el aire.—Oh, mierda —exclamó Call—.

¿Cómo esperan que luchemos contraeso?

El rostro de Aaron destelló de furia.—No es justo.Jasper gritaba, flotando de aquí para

allá sobre las columnas del aliento delgwyvern. Perezosamente, el primergwyvern lo golpeó con la cola. Call nopudo evitar una chispa de compasión.Los otros aprendices estabanparalizados, mirando hacia arriba.

Aaron respiró hondo.—Bueno, allá vamos —dijo con

resignación.Mientras Call y los demás lo

observaban, Aaron corrió y se lanzósobre la cola del gwyvern más cercano.Consiguió cogerla cuando bajaba, y elanimal soltó un grito de sorpresa quesonó como un trueno. Aaron se aferrócon todas sus fuerzas mientras la colaiba de un lado al otro, haciéndolo subiry bajar como si estuviera sobre uncaballo sin domar. Jasper, en su burbuja,se alzó y fue botando por el techo entrelas estalactitas, gritando y sacudiendolas piernas.

El gwyvern restalló la cola como unlátigo y Aaron salió volando. Tamaraahogó un grito. Rufus extendió una mano,

y de ella salieron disparados copos decristal helados, que se unieron en el airey tomaron la forma de una mano querecogió a Aaron a unos centímetros delsuelo antes de que se estrellara.

Call notó que el pecho le estallabade alivio. Hasta ese momento no sehabía dado cuenta de lo mucho que lehabía preocupado pensar que losMaestros podían no levantar ni un dedopara ayudarlos, que iban a dejarlosmorir.

Aaron se peleaba con los dedoshelados, tratando de soltarse. Unoscuantos de los aprendices del Curso deHierro avanzaron juntos en grupo haciael segundo gwyvern. Gwenda creó

chispas de fuego entre las manos, azulescomo las llamas en el lomo de loslagartos. El gwyvern bostezó en sudirección lánguidamente y lanzó lentoshilillos de aliento. Uno a uno, losaprendices fueron alzándose en el aire,gritando. Celia lanzó un chorro de hielomientras se elevaba. Falló y el hielopasó por la izquierda de la cabeza delsegundo gwyvern, haciéndolo rugir.

—¡Call!Éste se dio la vuelta al oír la

llamada urgente de Tamara, justo atiempo de verla lanzarse detrás de ungrupo de estalagmitas. Call se dispuso air tras ella, pero se detuvo al ver a Drewinmóvil, a un lado del grupo.

Call no era el único que lo habíavisto. El tercer gwyvern, con los ojosentrecerrados, le lanzaba unaamarillenta mirada depredadora, y seenroscó en sí mismo para quedar frenteal asustado aprendiz.

Drew puso los brazos hacia abajo,las palmas en dirección al suelo,mientras mascullaba algofrenéticamente. Luego se fue levantandolentamente del suelo y se alzó hastaquedar a la altura de los ojos delgwyvern.

«Está haciendo como si lo hubieraalcanzado con el humo —se dio cuentaCall—. Muy listo».

Drew conjuró una bola de viento en

la mano y la lanzó. El gwyvern resoplósorprendido. Drew perdió laconcentración y comenzó a rodar en elaire. Sin perder el tiempo, el gwyvernlanzó la cabeza hacia adelante y cerró laboca, consiguiendo pillar la punta de lospantalones de Drew. La ropa se rasgómientras Drew pateaba el aire,frenético.

Call corrió para ayudarlo. Justoentonces, el segundo gwyvern se lanzódesde el techo de la caverna directohacia ellos.

—¡Call, corre! —gritó Drew—.¡Vete!

Era una buena idea, pensó Call, sipudiera correr. La pierna mala se le

torció al tratar de correr sobre el terrenoirregular, y se tambaleó; enseguidaconsiguió recuperar el equilibrio, perono fue lo bastante rápido. Los fríos ojosnegros del gwyvern estaban fijos en él,las garras extendidas mientras seacercaba más y más. Call comenzó acorrer tan rápido como pudo. Notaba unfuerte dolor en la pierna cada vez quepisaba con fuerza sobre las rocas. Noera lo bastante rápido. Al mirar haciaatrás, tropezó y fue volando hastaestrellarse contra la gravilla y la afiladapiedra.

Rodó para quedar sobre la espalda.El gwyvern se alzó sobre él. Algunaparte en el interior de Call le decía que

los Maestros intervendrían antes de quepasara algo demasiado grave, pero unaparte mucho mayor gritaba de miedo. Elgwyvern parecía ocupar todo su campode visión, con la boca abierta,mostrando unas fauces escamosas y unosdientes muy afilados…

Call alzó un brazo. Notó una ráfagade calor estallar alrededor. Un chorro dearena y piedra se alzó en cascada desdeel suelo y golpeó al gwyvern en elpecho.

La bestia salió despedida haciaatrás, chocó con fuerza contra la paredde la cueva y se desplomó sobre elsuelo. Call parpadeó sorprendidomientras se ponía lentamente en pie. Una

vez incorporado, miró alrededor connuevos ojos.

«Oh», pensó al ver el tumulto que sedesarrollaba por toda la estancia, lasráfagas de fuego que lo cruzaban y loschicos dando vueltas en círculos alperder la concentración, lo que hacíaque su magia los lanzara de un lado aotro. De golpe, Call entendió por quéhabían estado practicando durante tantotiempo en la sala de la arena. Contratodo lo que se esperaba, la magia sehabía convertido en algo automáticopara él. Era consciente de laconcentración que se requería.

Su gwyvern estaba tratando deponerse en pie, pero Call ya estaba

dispuesto a continuar la batalla. Seconcentró, lanzó la mano hacia afuera ytres estalactitas se soltaron, cayeron yclavaron al gwyvern al suelo por lasalas.

—¡Ja! —exclamó Call consatisfacción.

La bestia abrió la boca y Call fue aretroceder, sabiendo que no sería losuficientemente rápido para esquivar elaliento del monstruo…

—¡Pásame a Miri! —le gritó Tamaradesde las sombras—. ¡Rápido!

Call se sacó la daga del cinturón yse la tiró a Tamara. El gwyvern tenía laboca abierta, las volutas de humocomenzaban a girar hacia afuera. Con

dos rápidos pasos, Tamara atravesó elhumo del gwyvern y fue a clavarle elcuchillo en el ojo. Justo cuando le iba adar, el monstruo desapareció en una grannube de humo azul y regresó a suelemento con un rugido de rabia. Tamaracomenzó a flotar hacia arriba.

Call la cogió por la pierna. Era unpoco como sujetar la cuerda de unglobo, porque ella continuababamboleándose en el aire.

Tamara le sonrió desde arriba.Estaba toda manchada de tierra y arena,con el cabello suelto cayéndole sobre lacara.

—Mira —dijo, señalando con Miri,y Call se volvió a tiempo de ver a

Aaron, ya libre del hielo, que enviabauna avalancha de piedras contra elgwyvern. Celia, desde lo alto, hizo caermás piedras. Se juntaron todas en el airepara formar un enorme peñasco, quehizo desaparecer a la criatura de un sologolpe antes de deshacerse de nuevo enfragmentos al chocar contra la pared delfondo.

—Sólo uno más —jadeó Call.—Ya no —le dijo Tamara

alegremente—. Me he deshecho de dos.Aunque, bueno, tú me has ayudado unpoco con el segundo.

—Podría soltarte ahora mismo. —Call le tiró de la pierna, amenazador.

—¡Vale, vale, me has ayudado

mucho! —rio Tamara mientras en toda laestancia comenzaba a resonar unaplauso. Los Maestros estabanaplaudiendo, y Call se dio cuenta de quemiraban a Tamara, a Aaron, a Celia y aél. Aaron jadeaba; se miraba las manosy luego el lugar donde el gwyvern habíadesaparecido, como si no pudiera creerque él había lanzado ese peñasco. Callsabía lo que sentía.

—¡Eeeh! —exclamó Tamara y agitólos brazos de arriba abajo mientras sebalanceaba en el aire. Un momentodespués, los aprendices que habíanflotado hacia el techo estaban bajandolentamente. Call le soltó el tobillo aTamara para que pudiera aterrizar de

pie. Ella le devolvió a Miri mientras losotros aprendices llegaban al suelo,algunos riendo, y otros, como Jasper, ensilencio y muy serios.

Tamara y Call fueron hacia dondeestaba Aaron en medio del bullicio. Lagente los vitoreaba y les daba palmadasen la espalda; era un poco como Callsiempre se había imaginado que seríaganar un partido de baloncesto, aunquenunca le había pasado. Nunca habíajugado en un equipo.

—Call —lo llamó alguien a suespalda. Se volvió y vio a Alex con unagran sonrisa en el rostro—. Yo apostabapor vosotros, chicos.

Call lo miró sorprendido.

—¿Por qué?—Porque eres como yo. Lo veo.—Sí, claro —replicó Call. Eso era

ridículo. Alex era la clase de personaque, en casa, habría tirado a Call a uncharco de barro. El Magisterium eradiferente, pero seguro que no era tandiferente—. Yo no he hecho mucho —añadió Call—. Sólo me quedé ahí hastaque recordé cómo correr; excepto que,claro, recordé que yo no puedo correr.

Vio al Maestro Rufus sorteando a lagente para acercarse a sus aprendices.Lucía una pequeña sonrisa, lo que parael Maestro Rufus era como ir dandosaltos y volteretas por los pasillos.

Alex sonrió de medio lado.

—No necesitas correr —dijo—.Aquí te enseñarán a luchar. Y te aseguroque vas a hacerlo muy bien.

Call, Tamara y Aaron regresaron a sushabitaciones con la sensación de que,por primera vez desde que habíanllegado al Magisterium, todo empezabaa cuadrar. Lo habían hecho mejor quelos otros grupos de aprendices, y todoslo sabían. Y lo mejor de todo: elMaestro Rufus les había llevado pizza.Una pizza de verdad en una auténticacaja de cartón, con queso derretido y

montones de cosas que no eran liquen osetas de color púrpura brillante o nadararo que creciera bajo tierra. Se lacomieron en la sala común, peleándoseamistosamente para ver quién cogía mástrozos. Tamara ganó, pues era la quecomía más deprisa.

Call aún tenía los dedos un pocograsientos cuando abrió la puerta de sudormitorio. Atiborrado de pizza,refresco y risas, se sentía mejor de loque se había sentido en mucho tiempo.

Pero en cuanto vio lo que leesperaba en la cama, todo eso cambió.

Era una caja, una caja de cartóncerrada con mucha cinta adhesiva y consu nombre escrito en la letra inclinada y

rápida, inconfundible, de su padre.

CALLUM HUNTEL MAGISTERIUM

LURAY, VA

Por un momento, Call se la quedómirando. Luego se acercó lentamente ala caja y la tocó; pasó los dedos por elborde de la cinta adhesiva. Su padresiempre empleaba la misma cinta gruesapara hacer paquetes, como cuando teníaque enviar algo que le habían encargadodesde fuera del pueblo. Eranprácticamente imposibles de abrir.

Call sacó a Miri del cinturón. Laafilada hoja del cuchillo cortó el cartón

como si fuera una hoja de papel. Unmontón de ropa cayó sobre la cama: losvaqueros, las chaquetas y las camisetasde Call, varios paquetes de suscaramelos ácidos favoritos, un relojdespertador de cuerda y el ejemplar deLos tres mosqueteros que su padre y élhabían estado leyendo juntos.

Cuando cogió el libro, una notadoblada cayó de entre las páginas. Callla cogió y la leyó:

Callum:Sé que esto no es culpa tuya. Te quiero

mucho y lamento todo lo que ha pasado. Nopierdas el ánimo en la escuela.

Con cariño,

ALASTAIR HUNT

Había firmado con su nombrecompleto, como si Call fuera alguien aquien conociera poco. Con la carta en lamano, se dejó caer sobre la cama.

CAPÍTULO ONCE

Esa noche, Call no conseguía conciliarel sueño. Estaba muy excitado por lapelea y no paraba de darle vueltas en lacabeza a lo que ponía en la nota de supadre, tratando de averiguar qué quería

decir. Tampoco lo ayudó habersecomido inmediatamente todos lospaquetes de caramelos a excepción deuno, lo que lo dejó a punto de saltarhasta el techo de la caverna sinnecesidad de aliento de gwyvern que loimpulsara. Si su padre le hubieraenviado su monopatín (y a Call lefastidiaba que no lo hubiera hecho),habría estado subiéndose por lasparedes con él.

Su padre le decía que no estabaenfadado, y por las palabras que habíaescogido tampoco daba la sensación deque lo estuviera. Pero sí que daba otrasensación. De tristeza. Incluso defrialdad. De distancia.

Quizá le preocupaba que los magoscogieran el correo de Call y lo leyeran.Tal vez le diera miedo escribir algoprivado. Decir que, a veces, su padrepodía ser un poco paranoico, eraquedarse corto, sobre todo cuando setrataba de los magos.

Si pudiera hablar con él, aunquesólo fuera un segundo… Queríatranquilizarlo y decirle que todo ibabien y que nadie más que él habíaabierto el paquete. Por lo que habíaexperimentado hasta el momento, elMagisterium no era tan malo. Inclusoera… divertido.

Ojalá hubiera teléfonos.Al instante, Call pensó en el

pequeño tornado sobre el escritorio delMaestro Rufus. Si tenía que esperar aque le enseñaran a manejar los botespara colarse allí, podía pasar toda laeternidad antes de que consiguierahablar con su padre. En la prueba habíademostrado que podía adaptar su magiaa situaciones para las que no había sidoentrenado específicamente. Quizápudiera adaptarla también a ésta.

Después de estar tanto tiempo sólocon dos uniformes, era fantástico tenerun montón de ropa para escoger. Enparte, le habría gustado ponérsela todade golpe y pasearse por el Magisteriumcomo un pingüino.

Al final se conformó con ponerse

unos vaqueros negros y una camisetatambién negra con un desgastado logo deLed Zeppelin; el vestuario que leparecía más adecuado para moverse sinser visto. En el último momento, decidiócolgarse la funda de Miri del cinturón, ysalió sigilosamente a la sala.

Miró alrededor y de repente lesorprendió la cantidad de cosas deTamara y también suyas que había portodas partes. Se había dejado la libretaen la encimera, la cartera sobre el sofáde cualquier manera, uno de loscalcetines en el suelo junto a un plato degalletas cristalinas mordisqueadas.Tamara aún lo tenía todo másdesordenado: libros de casa, gomas de

pelo, pendientes, plumillas de plumas ypulseras. Pero de Aaron no había nada.Lo poco que tenía lo guardaba en sudormitorio, que mantenía superlimpio ycon la cama muy bien hecha, como siaquello fuera una escuela militar.

Oía la respiración regular de Tamaray de Aaron, que le llegaba de susrespectivas habitaciones. Por unmomento se preguntó si deberíavolverse a la cama. Aún no conocía muybien los túneles y recordaba todas lasadvertencias sobre perderse. Además,se suponía que no debían salir de sushabitaciones tan tarde sin el permiso desu Maestro, así que también corría elriesgo de meterse en un lío.

Respiró rápidamente unas cuantasveces y despejó todas sus dudas.Conocía el camino hasta el despacho delMaestro Rufus. Sólo tenía queingeniársela con los botes.

El pasillo se hallaba iluminado porel tenue resplandor de las rocas y estabaabsoluta e inquietantemente silencioso.En el silencio sólo se oía el distantegoteo del sedimento al caer deestalactita a estalagmita.

—Muy bien —masculló Call—.Allá vamos.

Fue por el camino que sabía quellevaba al río. Sus pasos marcaban unritmo en el silencio: paso-arrastre, paso-arrastre…

La iluminación de la estancia queatravesaba el río era aún más tenue quela del pasillo. El agua se veía oscura,arrastrando sombras. Con muchocuidado, Call fue avanzando a lo largodel sendero rocoso hasta donde sehallaba amarrado uno de los botes, juntoa la orilla. Trató de prepararse parasaltar, pero la pierna mala le temblaba;tuvo que ponerse de rodillas y subir albote gateando.

Parte de la lección del MaestroRockmaple sobre seres elementaleshabía tratado de los que se podíanencontrar en el agua. Según él, amenudo, sólo con un poco de poder,resultaba fácil persuadirlos para que

hicieran la voluntad del mago. El únicoproblema era que el Maestro Rockmaplehabía hablado de la teoría, pero no leshabía explicado la técnica. Call no teníani idea de cómo hacerlo.

El bote se balanceó bajo susrodillas. Imitando al Maestro Rufus, seinclinó sobre la borda y susurró:

—Muy bien, me siento totalmenteestúpido haciendo esto, pero… eh… talvez podríais ayudarme. Quiero ir ríoabajo y no sé cómo… Mirad, ¿podéisevitar que el bote se dé contra lasparedes o gire en redondo? ¿Por favor?

Los seres elementales, dondequieraque estuvieran y lo que fuera queestuvieran haciendo, no le ofrecieron

ninguna respuesta.Por suerte, la corriente iba en la

dirección que él quería. Se inclinó haciafuera y empujó con la palma de la mano,lo que envió al bote bamboleándosehacia el centro del río. Por un momentose sintió abrumado por el éxito, peroluego se dio cuenta de que no teníaningún modo de detener el bote.

Al ver que no había mucho quepudiera hacer, se dejó caer en el asientode popa y se resignó a preocuparse poreso cuando fuera necesario. El aguasalpicaba el costado del bote, y de vezen cuando algún pez se alzaba, pálido ybrillante, sobre la superficie, ydesaparecía de nuevo en las

profundidades.Por desgracia, no parecía haber

hecho lo que debía hacer cuando trató desusurrar a los elementales. El botecomenzó a girar en el agua y Call semareó. En un momento determinado,aprovechó una estalagmita paraempujarse y evitar que el boteembarrancara.

Finalmente, vio una orilla quereconoció: la que estaba cerca deldespacho de Rufus. Miró alrededorbuscando algún modo de guiar el botehacia ella. La idea de meter la mano enel agua fría y negra no lo atraía mucho,pero lo hizo de todas formas, y remó contoda sus fuerzas.

La proa chocó contra la orilla, yCall se dio cuenta de que iba a tener quesaltar al agua, poco profunda en esepunto, ya que no podía conseguir que elbote se alineara contra la ribera, comohacía el Maestro Rufus. Reunió el valory pasó sobre la borda, e inmediatamentese hundió en el limo. Perdió elequilibrio, se cayó y se golpeó la piernamala contra el costado del bote. Duranteun buen rato el dolor lo dejó sin aliento.

Cuando se recuperó, se dio cuentade que su situación era aún peor. El botese había alejado hasta el centro del río,fuera de su alcance.

—¡Vuelve aquí! —le gritó al bote.Luego, al darse cuenta de su error, se

concentró en la propia agua. Aunque seesforzó, lo único que fue capaz de hacerfue que el agua se removiera un poco.Había pasado un mes trabajando conarena sin dedicar nada de tiempo a losotros elementos.

Estaba empapado, y pronto el botehabría desaparecido por un túnel quellevaba más al interior de las cuevas.Gruñendo, chapoteó avanzando hasta laorilla. Los vaqueros empapados lepesaban y se le pegaban a las piernas.También estaban fríos. Iba a tener que irandando así toda la vuelta…Suponiendo que pudiera encontrar elcamino de vuelta.

Dejó de lado todas las

preocupaciones sobre el después y sedirigió hacia la pesada puerta deldespacho de Rufus. Contuvo larespiración mientras probaba a girar elpomo. La puerta se abrió sin el más levechirrido.

El pequeño tornado seguía girandosobre el secreter del Maestro Rufus.Call dio un paso hacia él. El lagartodentro de la jaula continuaba en la mesade trabajo, con las llamas saltándole porel lomo. Observó a Call con ojosluminosos.

—Sácame de aquí —dijo el lagarto.Su voz era como un susurro rasposo,pero las palabras habían sido claras.Call lo miró confuso. Los gwyverns no

habían hablado durante el ejercicio;nadie había dicho nada sobre que loselementales pudieran hablar. Quizá loselementales del fuego fueran diferentes.

»Sácame de aquí —repitió el lagarto—. ¡La llave! Te diré dónde guarda lallave y me sacarás de aquí.

—No voy a hacerlo —contestó Callal lagarto, y frunció el ceño. No acababade creerse que estuviera hablando. Seapartó de él y se acercó al tornado delescritorio.

»Alastair Hunt —le susurró a laarena que giraba.

No ocurrió nada. Quizá no iba a sertan fácil como se había esperado.

Call puso la mano en el lado de la

campana de cristal. Con todas susfuerzas trató de imaginarse a su padre.Dibujó en su mente su perfil aguileño yel acostumbrado sonido que hacía alreparar cosas en el garaje. Se imaginósus ojos grises, y la forma en que su vozse alzaba cuando estaba animando a unequipo o se bajaba cuando hablaba decosas peligrosas, como los magos. Seimaginó a su padre leyéndole comohacía siempre hasta que él se dormía, ycómo sus chaquetas de lana olían tanto atabaco de pipa como a protector demadera.

—Alastair Hunt —dijo de nuevo, yesta vez la arena se contrajo y sesolidificó. Al cabo de unos segundos

estaba viendo a su padre, con las gafassubidas sobre la cabeza. Llevaba unasudadera y vaqueros, y tenía un libroabierto en el regazo. Era como si Call lohubiera encontrado leyendo.

De repente, su padre se puso en piey miró hacia él. El libro se le resbaló ydesapareció de la vista.

—¿Call? —preguntó su padre, conla voz cargada de incredulidad.

—¡Sí! —exclamó Call, excitado—.Soy yo. He recibido la ropa y tu carta, yquería buscar el modo de hablar contigo.

—Ah —repuso su padre, y entornólos ojos como si tratara de ver mejor aCall—. Bueno, eso está bien. Me alegrode que te llegaran tus cosas.

Call asintió. Algo en el tono cautode su padre empañaba el placer de verlode nuevo.

El padre de Call se colocó las gafassobre la nariz.

—Tienes buen aspecto.Call se miró la ropa.—Sí. Estoy bien. Aquí no se está tan

mal. A veces puede ser aburrido, y otrasveces da miedo. Pero estoy aprendiendocosas. No soy un mal mago. Por ahora,quiero decir.

—Nunca pensé que fuera a faltartehabilidad, Call. —Su padre se puso enpie y pareció moverse hacia donde seencontraba él. Tenía una expresión rara,como si se estuviera preparando para

enfrentarse a una tarea difícil—. ¿Dóndeestás? ¿Sabe alguien que estás hablandoconmigo?

Call negó con la cabeza.—Estoy en el despacho del Maestro

Rufus. Estoy… esto… tomando prestadosu tornado en miniatura.

—¿Su qué? —El padre de Callarrugó el ceño, confuso; luego suspiró—. No importa. Me alegro de tener laoportunidad de recordarte lo que esimportante. Los magos no son lo queparecen. La magia que te enseñan espeligrosa. Cuanto más aprendas delmundo mágico, más te meterás en él; temeterás en sus antiguos conflictos y suspeligrosas tentaciones. Por mucho que te

diviertas… —El padre de Call dijo lapalabra «diviertas» como si fueravenenosa—. Por muchos amigos queestés haciendo, no olvides que esa vidano es una vida para ti. Debes salir de ahíen cuanto puedas.

—¿Me estás diciendo que meescape?

—Sería lo mejor para todos —contestó Alastair con total sinceridad.

—Pero ¿y si decido que quieroquedarme aquí? —preguntó Call—. ¿Ysi decido que estoy contento en elMagisterium? ¿Aún me dejarías ir a casade vez en cuando?

Hubo un largo silencio. La preguntase quedó colgada en el aire entre los

dos. Incluso siendo mago, quería seguirsiendo el hijo de Alastair.

—No… yo… —Su padre respiróhondo.

—Sé que odias el Magisteriumporque mamá murió en la Masacre Fría.—Call hablaba rápido, ya que trataba deque le salieran las palabras antes de quele fallara el valor.

—¿Qué? —Alastair abrió mucho losojos. Parecía furioso… y asustado.

—Y entiendo por qué nunca me locontaste. No soy tonto. Pero eso fue enla guerra. Ahora hay una tregua. No meva a pasar nada aquí, en el…

—¡Call! —ladró Alastair. Se habíaquedado mortalmente pálido—.

Definitivamente no puedes quedarte enla escuela. Tú no lo entiendes; esdemasiado peligroso. Call, escúchame,tú no sabes lo que eres.

—Yo… —Un fuerte golpe a suespalda interrumpió a Call. Se dio lavuelta y vio que el lagarto habíaconseguido, de algún modo, hacer caerla jaula de la mesa de trabajo. Estaba delado en el suelo, cubierta de un montónde papeles y los restos de una de lasmaquetas de Rufus. Desde dentro, elelemental mascullaba palabras rarascomo Splerg! o Gelderfren!

Call volvió a mirar el tornado, peroera demasiado tarde. Había perdido laconcentración. Su padre se había

desvanecido, con sus últimas palabrascolgando en el aire.

«No sabes lo que eres».—¡Lagarto estúpido! —gritó Call, y

le dio una patada a una de las patas de lamesa de trabajo. Otro montón de papelesfue a parar al suelo.

El elemental estaba en absolutosilencio. Call se dejó caer en la silla deRufus y a continuación puso la cabezaentre las manos. ¿Qué le había estadotratando de decir su padre? ¿Qué podíasignificar eso?

«Call, escúchame, tú no sabes lo queeres».

Call sintió que un escalofrío lerecorría la espalda.

—Sácame de aquí —repitió ellagarto.

—¡NO! —gritó Call, y se alegró detener algo en lo que descargar su rabia—. No, no voy a sacarte de ahí, ¡así quepara de pedírmelo!

El lagarto lo contemplaba con susojos redondos desde la jaula mientrasCall se arrodillaba y comenzaba arecoger papeles y ruedas de la maqueta.Call fue a coger un sobre, y cerró losdedos sobre un paquetito que tambiéndebía de haberse caído de la mesa. Se loacercó al reconocer otra vez lainconfundible letra de su padre. Estabadirigido a William Rufus.

«Oh —pensó Call—. Una carta de

papá. Esto no puede ser nada bueno».¿Debía abrirla? Lo último que

quería era a su padre diciéndole locurasal Maestro Rufus y rogando a Call quevolviera a casa. Además, ya iba ameterse en un lío por colarse ahí, asíque no podría meterse en mucho más líopor abrir una carta.

Cortó la cinta con el borde dentadode un engranaje y desdobló una nota muyparecida a la que había recibido. Decía:

Rufus:Si alguna vez confiaste en mí, si alguna vez

sentiste lealtad hacia mí por el tiempo que pasécomo tu alumno y por la tragedia quecompartimos, debes atar la magia de Callumantes de que acabe el curso.

ALASTAIR

CAPÍTULO DOCE

Durante un rato, Call se sintió tanfurioso que lo único que quería eraromper algo, y al mismo tiempo los ojosle ardían como si estuviera a punto deecharse a llorar.

Controló su rabia y sacó el objetoque había en el paquete bajo la carta desu padre. Era la muñequera de unalumno del Curso de Plata con cincopiedras engastadas: una roja, una verde,una azul, una blanca y una tan negracomo los ríos de agua negra que corríanpor las cavernas. Call se la quedómirando. ¿Sería la muñequera de supadre de cuando estaba en elMagisterium? ¿Por qué iba Alastair aenviársela a Rufus?

«Una cosa es cierta —pensó Call—.El Maestro Rufus no va a recibir nuncaeste mensaje».

Se metió la carta y el sobre en elbolsillo, y se puso la muñequera en la

muñeca. Era demasiado grande para él,así que se la subió por el brazo, másarriba de la suya, y la cubrió con lamanga de la camiseta.

—Estás robando —dijo el lagarto.Las llamas seguían ardiéndole en ellomo, azules con destellos de verde yamarillo. Proyectaban sombras quebailaban sobre la pared.

Call se detuvo en seco.—¿Y qué?—Sácame de aquí —insistió el

lagarto—. Sácame de aquí o diré quehas robados las cosas del MaestroRufus.

Call gruñó. No había estadopensando con claridad. El elemental no

sólo sabía que había abierto el paquete,sino también lo que le había dicho a supadre. Había oído su crípticaadvertencia. Call no podía permitir querepitiera todo eso al Maestro Rufus.

Se arrodilló, cogió la jaula por laagarradera de hierro que tenía en lo altoy la dejó sobre la mesa de trabajo deRufus. Miró más atentamente al lagarto.

El cuerpo era más largo que una delas botas de su padre. Parecía unaversión en miniatura de un dragón deKomodo, incluso tenía una barba deescamas, y cejas; sí, definitivamentetenía cejas. Toda la jaula olía levementea azufre.

—Te has colado sin permiso —dijo

el lagarto—. Estás aquí sin permiso,robando, y tu padre quiere que teescapes.

Call no sabía qué hacer. Si dejabasalir de la jaula al elemental, de todasformas podría decirle al Maestro Rufuslo que había visto. Call no podíaarriesgarse a que lo descubrieran. Noquería que le ataran la magia. No queríadefraudar a Aaron y a Tamara, sobretodo una vez que habían comenzado aser amigos.

—Sí —asintió Call—. ¿Y adivinasqué más voy robar? A ti.

Call echó una última mirada por eldespacho y se fue, llevándose la jaulacon el lagarto. El elemental corría de un

lado a otro y sus pasos repicaban en suprisión. A Call no le importó.

Fue hasta el agua, esperando queotro bote hubiera aparecido, arrastradopor la corriente. No había más que unrío subterráneo salpicando una playarocosa. Call se preguntó si podría nadarde regreso, pero el agua estaba como elhielo, la corriente iba en la direccióncontraria y él nunca había sido un grannadador. Además, tenía que pensar en ellagarto, y dudaba que la jaula pudieraflotar.

—Las corrientes del Magisteriumson oscuras y extrañas —dijo elelemental, y sus ojos rojos brillaron enla penumbra.

Call inclinó la cabeza y observó a lacriatura.

—¿Tienes nombre?—Sólo el nombre que me des —

contestó el lagarto.—¿Cabezapiedra? —sugirió Call,

mirando a las piedras de cristal en lacabeza del lagarto.

Una nubecilla de humo le salió allagarto por las orejas. Parecía molesto.

—Has dicho que tenía que ponerteun nombre —le recordó Call, mientrasse acuclillaba en la orilla suspirando.

El lagarto pasó la cabeza entre lasbarras y lanzó la lengua, la enrollóalrededor de un pez y tiró hacia atráshasta metérselo en la boca. Masticó con

una inquietante satisfacción.Había pasado todo tan deprisa que

Call pegó un bote, sorprendido, y casidejó caer la jaula. Esa lengua dabamiedo.

—¿Lomoardiente? —siguiósugiriendo, mientras fingía que no sehabía asustado—. ¿Carapez?

El lagarto no le hizo ni caso.—¿Warren? —sugirió por último

Call. Era el nombre de un tipo que ibalos domingos por la noche a jugar alpóquer con su padre.

El lagarto asintió satisfecho.—Warren —repitió—. Que quiere

decir madriguera. Aquí hay madrigueras,bajo la tierra, donde viven las criaturas.

Madrigueras para ir de un lado a otrosin ser vistos, para espiar, ¡paraamontonarse calentitos!

—Vaya, genial —replicó Call,totalmente harto.

—Hay otros caminos que no son elrío. Tú no conoces el camino de vuelta atu nido, pero yo sí.

Call observó al elemental, que ledevolvió la mirada a través de losbarrotes de la jaula.

—¿Un atajo a mi cuarto?—A donde sea. ¡A todas partes!

Nadie conoce el Magisterium mejor queWarren. Pero luego me sacarás de lajaula. Tienes que prometerme que mesacarás de la jaula.

¿Cuánto podía confiar Call en unlagarto extraño que ni siquiera era deverdad un lagarto?

Quizá si bebiera un poco de agua,que era asquerosa, llena de peces sinojos, azufre y minerales raros, podríahacer mejor magia. Como había hechocon la arena. Como se suponía que nodebía hacer. Tal ver podría hacerretroceder la corriente y llevar el botede vuelta.

Sí, claro, ¡qué listo! No tenía ni ideade cómo hacer eso.

«Call, escúchame, tú no sabes lo queeres».

Al parecer, había muchísimas cosasque no sabía.

—Muy bien —aceptó Call—. Si mellevas de vuelta a mi habitación, tesacaré de la jaula.

—Sácame ahora —gimoteó elelemental—. Iríamos más rápidos.

—Buen intento —resopló Call—.¿Por dónde?

El lagarto le dijo por dónde, y Callempezó a caminar, con la ropa aúnmojada y fría contra la piel.

Pasaron paredes de rocas queparecían fundirse unas con otras;columnas y cortinas de limo que caíancomo tejidos pesados. Pasaron antearroyos de barro burbujeante quesalpicaron a Call en los pies. Warren lohacía seguir adelante mientras la llama

azul sobre su lomo convertía la jaula enun farol.

En una ocasión, el pasillo se hizo tanestrecho que Call tuvo que ponerse delado y apretarse para pasar entre doscornisas de piedra. Finalmente saltó alotro lado como el corcho de una botellay se rasgó la camisa, que se le habíaenganchado en un saliente de la roca.

—Chist —susurró Warren—.Silencio, maguito.

Call se hallaba en un rincón oscurode una enorme caverna llena de vocesresonantes. Era una cueva casi circular,con el alto techo acabado en una cúpula.Los muros estaban decorados conformaciones de gemas que delineaban

símbolos extraños, posiblementealquímicos. En el centro de la cavernahabía una mesa rectangular de piedracon un gran candelabro que salía de ella;cada una de la docena de velas goteabaespesos arroyos de cera. Las grandessillas de alto respaldo que rodeaban lamesa estaba ocupadas por Maestros, quetambién parecían formaciones rocosas.

Call se aplastó contra las sombraspara que no lo vieran y puso la jaula asu espalda para ocultar la luz.

—El joven Jasper demostró valentíaal lanzarse contra los gwyverns —decíael Maestro Lemuel con cara de risa,mientras dirigía una mirada a la MaestraMilagros—. Aunque no sirviera de

nada.Call notó que le hervía la sangre en

las venas. Tamara, Aaron y él habíantrabajado muy duro en la prueba, ¿y losMaestros estaban hablando de Jasper?

—El valor sólo sirve hasta ciertopunto —repuso Tanaka, el Maestro altoy delgado que tenía a Peter y a Kai deaprendices—. Los alumnos que hanregresado de nuestra última misiónestaban cargados de valor, y sinembargo ésas han sido de las peoresheridas que he visto desde la guerra. Unpoco más y no llegan vivos. Ni siquieralos de quinto curso estaban preparadospara enfrentarse a elementalestrabajando juntos así…

—El Enemigo está detrás de esto —lo interrumpió el Maestro Rockmaplemientras se mesaba la roja barba. A Callse le había quedado grabada la imagende los alumnos heridos, ensangrentadosy quemados entrando por la puerta, y lealegró saber que no era así como solíanvolver los alumnos de una misiónnormal—. El Enemigo está rompiendo latregua con actos que cree que nopodremos adjudicarle a él. Se estápreparando para volver a la guerra.Apuesto a que mientras nosotros noshemos engañado pensando que se hallaen su remoto santuario, trabajando ensus horribles experimentos, en realidadha estado preparando armas más

potentes y devastadoras, por no hablarde las alianzas.

El Maestro Lemuel resopló.—No tenemos pruebas. Simplemente

podría ser un cambio entre loselementales.

El Maestro Rockmaple se volvióhacia él como impulsado por un resorte.

—¿Cómo puedes confiar en elEnemigo? Alguien que no tiene reparosen meter un trozo de vacío en animales,e incluso en niños, y que masacró a losmás vulnerables de nosotros, es capazde cualquier cosa.

—¡No estoy diciendo que confíe enél! Lo que no quiero es crear un pánicoprematuro diciendo que se ha roto la

tregua. El mundo no quiere que seamosnosotros quienes la rompamos connuestros miedos y, al hacerlo, iniciemosuna nueva guerra, una peor que laanterior.

—Todo sería diferente si tuviéramosun makaris en nuestro bando. —Con unademán nervioso, la Maestra Milagrosse puso tras la oreja un mechón decabello rosa—. Los alumnos que hanentrado este año consiguieron unas notasexcepcionales en la Prueba. ¿Seríaposible que nuestro makaris estuvieraentre ellos? Rufus, tú has pasado poresto antes.

—Es demasiado pronto para decirlo—contestó Rufus—. El propio

Constantine no comenzó a mostrarninguna señal de afinidad con el caoshasta los catorce años.

—Quizá sólo te negaras a buscaresas señales igual que te niegas abuscarlas ahora —replicó, agresivo, elMaestro Lemuel.

Rufus negó con la cabeza. Bajo laluz parpadeante, su rostro se veía muyanguloso.

—No importa —repuso—.Necesitamos un plan diferente. LaAsamblea necesita un plan diferente. Esuna carga demasiado pesada paradársela a un niño. Todos deberíamosrecordar la tragedia de Verity Torres.

—Estoy de acuerdo con que

necesitamos un plan —intervino elMaestro Rockmaple—. Sea lo que seaque proyecta el Enemigo, no podemosenterrar la cabeza en la arena y esperarque pase. Tampoco podemos esperareternamente algo que quizá no ocurranunca.

—Ya basta de discusiones —intervino el Maestro North—. LaMaestra Milagros estaba diciendo antesque ha descubierto un posible error en eltercer algoritmo para incorporar el aireen el metal. Creo que quizá deberíamoshablar de esa anomalía.

¿Anomalía? Call supuso que novalía la pena arriesgarse a serdescubierto sólo para escuchar algo que

tampoco iba a entender, así que sevolvió a meter por el agujero entre lasrocas. Se apretó de nuevo,contoneándose hasta salir al otro lado.En la cabeza le resonaban las palabrasde su padre. ¿Qué era lo que había dichoexactamente? «Cuanto más aprendas delmundo mágico, más te meterás en él; temeterás en sus antiguos conflictos y suspeligrosas tentaciones».

La guerra con el Enemigo debía deser el conflicto del que había hablado supadre.

Warren sacó su morro escamosoentre las barras y agitó la lengua en elaire.

—Vamos por un camino nuevo. Un

camino mejor. Menos Maestros. Másseguro.

Call gruñó y siguió las indicacionesde Warren. Comenzaba a preguntarse siel lagarto sabía de verdad adónde sedirigía o si simplemente le estabahundiendo más en las cuevas. QuizáWarren y él se pasarían el resto de susvidas dando vueltas por las laberínticascavernas.

El lagarto lo siguió dirigiendo y Calltuvo que encaramarse por una pila derocas provocando algún que otrodesprendimiento.

Los pasillos eran más grandes, conbrillantes dibujos zigzagueantes quepicaban la curiosidad de Call, como si

se pudieran leer, de saber cómo hacerlo.Pasaron por una cueva llena de extrañasplantas subterráneas: grandes helechosde punta roja que crecían en estanquesde agua brillante; largas hojas delíquenes que colgaban del techo yrozaban a Call en el hombro al pasarbajo ellos. Alzó la mirada y le parecióver un par de brillantes ojosdesapareciendo entre las sombras. Sedetuvo.

—Warren…—Ya, ya —asintió el lagarto, y

señaló con la lengua hacia una puerta alotro lado de la caverna. Alguien habíagrabado unas palabras en lo más alto delarco de la misma:

EL PENSAMIENTO ES LIBRE Y NOESTÁ SUJETO A NINGUNA REGLA.

Más allá del arco parpadeaba unaextraña luz. Call se dirigió hacia allí,vencido por la curiosidad. Lanzaba unbrillo dorado, como el del fuego, aunqueno notó ningún calor cuando atravesó lapuerta. Se encontró en un espaciogrande, una caverna que parecíadescender en espiral por un senderoempinado. En las paredes había estantesque contenían miles y miles de libros, lamayoría amarillentos y conencuadernaciones muy viejas. Call llegóhasta el centro, donde comenzaba elempinado sendero, y miró por encima

del borde. Había niveles y niveles,todos iluminados con la misma luzdorada y cubiertos de más estanterías ylibros.

Call había encontrado la Biblioteca.Y otra gente también. Oía el eco de

conversaciones apagadas. ¿MásMaestros? No. Miró atentamente y vio aJasper, tres niveles más abajo, con suuniforme gris. Celia estaba frente a él.Tenía que ser muy muy tarde, y Call notenía ni idea de por qué no estarían ensus habitaciones.

Jasper tenía un libro abierto sobreuna mesa de piedra, la mano extendidaencima de él. Una y otra vez estiraba losdedos, apretaba los dientes y cerraba los

ojos con fuerza, hasta que Call comenzóa preocuparse por si le iría a estallar lacabeza intentando forzar la magia. Una yotra vez surgía una chispa o una volutade humo entre sus dedos, pero eso eratodo. Jasper parecía estar a punto degritar de decepción y frustración.

Celia iba de aquí para allá al otrolado de la mesa.

—Me prometiste que si te ayudaba,tú me ayudarías, pero son casi las dosde la madrugada y aún no me hasayudado en nada.

—¡Aún estamos con lo mío! —gritóJasper.

—Muy bien —repuso Celia,resignada, y se sentó en un taburete de

piedra—. Inténtalo de nuevo.—Tengo que hacerlo bien —repuso

Jasper bajando la voz—. Tengo quehacerlo. Soy el mejor. Soy el mejormago del Curso de Hierro delMagisterium. Mejor que Tamara. Mejorque Aaron. Mejor que Callum. Mejorque todos.

Call no estaba seguro de si élpertenecía a la lista de gente que hacíadudar a Jasper de ser el mejor, pero sesintió halagado. También un pocodecepcionado de que Celia estuvieracon Jasper.

Warren se removió en su jaula. Callse volvió para ver qué quería.

El lagarto estaba mirando el retrato

enmarcado de un hombre con unos ojosenormes, de color rojo naranja, que leformaban una espiral, agrandados ydibujados en un costado del cuerpo.

«Caotizado», pensó Call. Seestremeció de pies a cabeza al verlo, ysintió algo más, una sensación que noacababa de localizar, como si dentro desu cabeza hubiera un picor, o estuvierahambriento o sediento.

—¿Quién hay ahí? —preguntóJasper, alzando la mirada. Levantó unamano para cubrirse el rostro en un gestodefensivo.

Call agitó la mano, sintiéndoseestúpido.

—Soy yo. Me he… perdido un

poco… y he visto luz saliendo de aquí,así que…

—¿Call? —Jasper se apartó dellibro y agitó las manos—. ¡Me estásespiando! —gritó—. ¿Me has seguidohasta aquí?

—No, yo…—¿Nos vas a delatar? ¿Ésa es tu

idea? ¿Me vas a meter en un lío para queno pueda hacerlo mejor que tú en lapróxima prueba? —dijo de malos modosJasper, aunque era evidente que estabaintranquilo.

—Si queremos hacerlo mejor que túen la próxima prueba, lo único quetenemos que hacer es esperar a lapróxima prueba —replicó Call, incapaz

de resistirse.Jasper parecía estar a punto de

estallar.—¡Voy a decirles a todos que te

paseas por las noches!—Muy bien —replicó Call—. Y yo

les diré a todos lo mismo de ti.—No lo harás, ¿verdad, Call? —le

rogó Celia.De repente, Call ya no quería estar

ahí. No quería pelearse con Jasper, oamenazar a Celia, o vagar por laoscuridad, o esconderse en un rincónmientras los Maestros hablaban de cosasque le ponían los pelos de punta. Queríaestar en la cama, pensando en laconversación con su padre, tratando de

averiguar qué había querido decirAlastair y si había algún modo de que nofuera tan malo como parecía. Además,quería buscar los últimos caramelos enel fondo de la caja.

—Mira, Jasper —comenzó—, no tecogí el puesto a propósito. A estasalturas, al menos deberías ser capaz dever que yo no lo quería en absoluto.

Jasper bajó la mano. El cabello lecaía sobre los ojos; le había crecido yya no se notaba su caro corte de pelo.

—¿No te enteras de qué va? Eso aúnes peor.

Call lo miró sorprendido.—¿Qué?—Tú no lo sabes —respondió

Jasper, y apretó los puños—. Tú nosabes cómo es. Mi familia lo perdiótodo en la Segunda Guerra. Dinero,reputación, todo.

—Jasper, para. —Celia se acercó aél con la clara intención de hacerloreaccionar y que dejara de hablar, perono funcionó.

—Y si consigo sobresalir —continuó Jasper—, si soy el mejor… esolo podría cambiar todo. Pero por tuculpa, estar aquí no significa nada. —Golpeó la mesa con ambas palmas. Callse sorprendió al ver chispas alzarseentre los dedos de Jasper. Éste echó lasmanos atrás y se las miró.

—Supongo que lo has conseguido —

repuso Call. La voz le sonaba extraña enla sala, grave después de los gritos deJasper. Durante un instante, los doschicos se miraron. Luego Jasper le diola espalda y Call, bastante incómodo,comenzó a andar hacia la puerta de laBiblioteca.

—Lo siento, Call —dijo Celia a suespalda—. Por la mañana estará mástranquilo.

Call no contestó. No era justo,pensó. Aaron no tenía familia y la deTamara daba miedo, y ahora Jasper. Deseguir así, no quedaría nadie a quienpudiera odiar sin sentirse mal porhacerlo.

Cogió la jaula y se dirigió al pasillo

más cercano.—No más desvíos —le dijo al

lagarto.—Warren sabe el mejor camino. A

veces, el mejor no es el más rápido.—Warren no debería hablar de sí

mismo en tercera persona —replicóCall, pero dejó que el elemental loguiara el resto del camino hasta suhabitación.

—Sácame de aquí —dijo elelemental cuando Call alzó lamuñequera para abrir la puerta.

Éste se detuvo.—Me lo prometiste. Sácame de

aquí. —El lagarto lo miró implorantecon sus ojos ardientes.

Call dejó la caja en el suelo antes decruzar el umbral y se arrodilló. Cuandoiba a accionar el cierre, se dio cuenta deque no había hecho la pregunta quedebería haber hecho desde el principio.

—Eh, Warren, ¿por qué el MaestroRufus te tenía en una jaula en sudespacho?

El elemental alzó las cejas.—Soplón —contestó.Call meneó la cabeza, sin estar

seguro de a cuál de ellos dos se referíaWarren.

—¿Qué quieres decir?—Sácame de aquí —repitió el

lagarto, y su voz rasposa sonó más comoun siseo.

Suspirando, Call abrió la jaula. Ellagarto corrió por la pared hacia unrecoveco cubierto de telarañas deltecho. Call casi había dejado de ver elfuego que le corría por el lomo. Cogióla jaula y la escondió tras un grupo deestalagmitas, esperando poderdeshacerse de ella de un modo másdefinitivo por la mañana.

—Bueno, vale, buenas noches —dijo Call antes de entrar. Cuando abrióla puerta, el elemental corrió para pasarantes.

Call trató de hacerlo salir, peroWarren lo siguió hasta su dormitorio yse enroscó junto a una de las rocasbrillantes de la pared. Se volvió casi

invisible.—¿Te quedas? —preguntó Call.El lagarto continuó inmóvil como

una piedra, con los ojos rojos a mediocerrar, la lengua un poco fuera de laboca.

Call estaba demasiado agotado parapreocuparse de si tener a un serelemental, aunque fuera un ser elementaldormido, en el cuarto, sería seguro.Dejó la caja y lo que le había enviado supadre en el suelo y se metió en la cama.Fue recorriendo con un dedo las finaspiedras de la muñequera de su padrehasta que se quedó dormido. Su últimopensamiento antes de quedarse frito fuepara los ojos rodantes y brillantes del

caotizado.

CAPÍTULO TRECE

A la mañana siguiente, Call se despertóasustado, pensando en lo que el MaestroRufus diría sobre los papeles caídos, lamaqueta rota y el sobre que faltaba en su

despacho… Y aún lo asustó más pensarqué diría sobre la desaparición de un serelemental. Arrastró los pies hasta elcomedor, pero cuando llegó allí, oyó sinquerer una acalorada discusión entre elMaestro Rufus y la Maestra Milagros.

—Por última vez, Rufus —decía ellaen el tono de alguien muy ofendido—.¡Yo no tengo tu lagarto!

Call no supo si sentirse mal oecharse a reír.

Después del desayuno, Rufus losllevó hasta el río, donde les ordenó quepracticaran la forma de conseguirlevantar agua, lanzarla al aire y cogerlasin mojarse. Muy pronto, Call, Tamara yAaron estaban jadeantes, riendo y

empapados. Cuando acabó el día, Callse sentía agotado, tan agotado que lo quehabía pasado la noche anterior leparecía distante e irreal. Volvió a sudormitorio para pensar en la carta de supadre y la muñequera, pero se despistóal ver a Warren comerse los cordonesde los zapatos, sorbiéndolos como sifueran fideos.

—Lagarto tonto —masculló.Escondió el brazalete que había llevadodurante el ejercicio con los gwyverns yla arrugada carta de su padre en elúltimo cajón de su escritorio, para queel elemental no se los comiera también.

Warren no dijo nada. Sus ojoshabían adquirido un tono gris. Call

sospechó que los cordones le habíansentado mal.

Lo que no le dejaba tiempo paraintentar pensar sobre la carta de supadre resultaron ser, para su sorpresa,las clases. Ya se había acabado lo de laSala de la Arena y el Aburrimiento; envez de eso, tenían una lista de ejerciciosnuevos que hicieron que las semanassiguientes pasaran muy rápido. Elentrenamiento seguía siendo duro yfrustrante, pero a medida que el MaestroRufus les iba mostrando más del mundomágico, Call comprobó que cada vez sesentía más fascinado.

El Maestro Rufus les enseñó a sentirsu afinidad con los elementos y a

entender mejor el significado de lo queél llamaba el Quincunce, que, junto conlos Cinco Principios de la Magia, Callya podía recitar dormido.

El fuego quiere arder.El agua quiere fluir.El aire quiere subir.La tierra quiere atar.El caos quiere devorar.

Aprendieron a encender fuegospequeños y a hacer que las llamas lesbailaran en la mano. Aprendieron aformar olas en los estanques de la cuevao a llamar a los pálidos peces (aunqueno a guiar los botes, lo que fastidiabamucho a Call). Incluso comenzaron a

practicar la materia favorita de Call:levitar.

—Concentración y práctica —lesdecía el Maestro Rufus mientras losguiaba a una sala cubierta decolchonetas elásticas rellenas de musgoy agujas de pino procedentes de losárboles del exterior del Magisterium—.No hay atajos, magos. Sóloconcentración y práctica. Así que,¡adelante!

Por turnos, fueron tratando deextraer energía del aire que los rodeabay usarla para impulsarse hacia arribasacándola por la planta de los pies. Eramucho más difícil mantener el equilibrode lo que Call se había imaginado. Una

y otra vez cayeron riendo sobre lascolchonetas, uno sobre el otro. Aaronacabó con una de las trenzas de Tamaraen la boca, y Call con el pie de Tamaraen el cuello.

Finalmente, casi al terminar de lalección, algo hizo clic en Call y fuecapaz de flotar en el aire, dos palmospor encima del suelo, sin bambolearseen absoluto. No había gravedad que letirara de la pierna, nada que leimpidiera ir de un lado al otro por elaire excepto su falta de práctica. Lossueños de que algún día podría volarpor los pasillos del Magisterium muchomás deprisa de lo que nunca podríacorrer comenzaron a llenarle la cabeza.

Sería como ir en monopatín, pero mejor,más rápido, más alto y con piruetas aúnmás locas.

Cuando Tamara lo miró bizqueando,Call perdió la concentración y cayósobre la colchoneta. Se quedó allídurante un momento, jadeando.

Durante el ratito que había estado enel aire, la pierna no le había dolido nisiquiera un poco.

Ni Tamara ni Aaron consiguieronelevarse de verdad antes de que acabarala clase, pero el Maestro Rufus parecióencantado con su falta de progreso.Había afirmado varias veces que era unade las cosas más divertidas que habíavisto en mucho tiempo.

El Maestro Rufus les prometió que,al final del curso, serían capaces deinvocar una ráfaga de cualquierelemento, caminar sobre el fuego yrespirar bajo el agua. En su Curso dePlata, serían capaces de invocar lospoderes menos evidentes de loselementos: modelar el aire en visionesfantasmagóricas, el fuego en profecías,la tierra en ataduras y el agua ensanación. La idea de ser capaz de hacereso fascinaba a Call, pero siempre quepensaba en el fin de curso recordaba laspalabras de la nota de su padre a Rufus.

«Debes atar la magia de Callumantes del fin de curso».

La magia de la tierra. Si llegaba a su

Curso de Plata, quizá sería capaz deaprender lo que implicaba atar cosas.

En una de las lecciones del viernes,el Maestro Lemuel les enseñó más sobrelos contrapesos, y les advirtió que si seexcedían y se sentían arrastrados haciael elemento, debían buscar su opuesto,igual que habían buscado la tierra alcombatir un elemental del aire.

Call preguntó cómo podría buscar elalma, ya que ésta era el contrapeso delcaos. El Maestro Lemuel le replicó demalos modos que si Call estuvieraluchando contra un mago del caos noimportaría lo que buscara, porqueestaría a punto de morir. Drew le lanzóuna mirada compasiva.

—No pasa nada —le dijo en vozmuy baja.

—Cállate, Andrew —lo reprendióel Maestro Lemuel con un tono de vozglacial—. ¿Sabes? Hubo un tiempo enque los aprendices que no mostraban eldebido respeto a sus Maestros eranazotados con ramas verdes de…

—Lemuel —lo interrumpió laMaestra Milagros rápidamente al notarlas miradas horrorizadas en el rostro desus aprendices—. No creo que…

—Por desgracia, eso fue hace siglos—continuó el Maestro Lemuel—. Perote aseguro, Andrew, que si siguessusurrando a mis espaldas, tearrepentirás de haber venido al

Magisterium. —Sus finos labios securvaron en una sonrisa—. Ahora venaquí y demuéstranos cómo buscas elagua cuando estás usando fuego.Gwenda, ¿puedes venir para ayudarlocon el contrapeso?

Gwenda se dirigió al frente de lasala. Después de pensárselo, Drew secolocó a su lado, con los hombroshundidos. Soportó veinte minutos dedespiadadas burlas por parte de Lemuelcuando no pudo apagar la llama quehabía formado sobre su mano, aunqueGwenda estaba sujetándole un cuenco deagua con tanto entusiasmo que parte deella le salpicó los zapatos.

—¡Vamos, Drew! —no paraba de

susurrarle, hasta que el Maestro Lemuelle dijo que se callara.

Eso hizo que Call valorara aún másal Maestro Rufus, incluso cuando lesdaba sermones sobre las obligacionesde los magos, la mayoría de las cualesresultaban de lo más evidentes, comoque la magia debía ser un secreto, queno se podía usar la magia para elbeneficio personal o para finesmalvados, y que debían compartir todoslos conocimientos que adquirieran pormedio del estudio con el resto de lacomunidad de magos. Al parecer, losmagos que habían alcanzado la maestríaen el estudio de los elementos estabanforzados a tener aprendices como parte

de esa obligación de «compartir todo elconocimiento»; lo que significaba quehabía distintos Maestros en elMagisterium en diferentes momentos,aunque los que tenían vocación deprofesores se quedaban de formapermanente.

El verse obligado a tener aprendicesexplicaba mucho el comportamiento delMaestro Lemuel.

Call estuvo más interesado en lasegunda lección del Maestro Rockmaplesobre los elementales. Resultaba que, ensu mayoría, no eran criaturasconscientes. Algunos mantenían lamisma forma durante siglos, mientrasque otros se alimentaban de la magia

para hacerse grandes y peligrosos. Sesabía de unos cuantos que habíanabsorbido a magos. Eso hizo que Call seestremeciera al pensar en Warren. ¿Quéera lo que había dejado suelto por elMagisterium? ¿Qué era exactamente loque dormía sobre su cama y se comíalos cordones de sus zapatos?

Call también aprendió más sobre laTercera Guerra de los Magos, pero nadade eso le dio ninguna pista de por qué supadre quería que le ataran la magia.

Tamara fue mostrándose más risueñacon el paso del tiempo, a menudo conuna mirada de culpa, mientras que,curiosamente, Aaron se fue volviendomás serio. Call ya había aprendido a

moverse por el Magisterium y no teníamiedo de perderse de camino a laBiblioteca, las aulas o incluso laGalería. Tampoco pensaba ya que fueraextraño comer setas y montones delíquenes que sabían a delicioso polloasado, espaguetis o sushi.

Jasper y él mantenían la distancia,pero Celia seguía siendo su amiga, yactuaba como si aquella noche nohubiera pasado nada raro.

Call comenzó a temer el fin decurso, cuando su padre querría que élvolviera a casa definitivamente. Porprimera vez en su vida tenía amigos deverdad, amigos que no pensaban quefuera demasiado raro o demasiado

complicado debido a su pierna. Y teníamagia. No quería renunciar a eso,aunque hubiera jurado que lo haría.

Bajo tierra resultaba difícil seguir elpaso de las estaciones. A veces, elMaestro Rufus y los otros Maestros losllevaban afuera para realizar diversosejercicios. Siempre estaba biencomprobar en qué eran buenos los otrosalumnos, Cuando Rufus les enseñó cómomezclar la magia de los elementos parahacer crecer plantas, Kai Hale hizo queun solo esqueje brotara y se hiciera tangrande que, al día siguiente, el MaestroRockmaple tuvo que salir con un hacha ycortarlo. Celia podía hacer que losanimales salieran de la tierra (aunque

Call sufrió una decepción al ver que nohacía acudir a ningún topo). Y Tamaraera increíble empleando el magnetismode la tierra para encontrar los caminoscuando se perdían.

Mientras en el exterior el mundocomenzaba a tomar el color del fuegodel otoño, las cavernas se fueronenfriando. Grandes cuencos de metalllenos de piedras calientes se alineabanen los pasillos para atemperar el aire, yen la Galería siempre había un granfuego encendido cuando iban a ver pelis.

A Call no le importaba el frío.Notaba que, de algún modo, se estabaendureciendo. Estaba bastante seguro deque había crecido unos tres centímetros

como mínimo. Y podía caminar mayoresdistancias a pesar de su pierna,seguramente porque al Maestro Rufus legustaba llevarlos de excursión por lascavernas o escalar las grandes rocas dela superficie.

A veces, por la noche, Call sacabala muñequera de la mesilla de noche yleía de nuevo las dos cartas de su padre.Le habría gustado poder explicarle a supadre lo que estaba haciendo, pero no lohizo.

Ya estaba bien entrado el inviernocuando el Maestro Rufus les anunció quehabía llegado la hora de que exploraranlas cuevas por sí solos, sin su ayuda. Yales había enseñado cómo encontrar el

camino en las cavernas más profundas,empleando la magia de la tierra parailuminar rocas sueltas y crear un caminode vuelta.

—¿Quiere que nos perdamos apropósito? —preguntó Call.

—Más o menos —contestó Rufus—.Lo ideal es que sigáis mis instrucciones,encontréis la sala que debéis encontrar yvolváis sin perderos. Pero eso os lodejo a vosotros.

Tamara dio una palmada y esbozóuna sonrisa algo traviesa.

—Parece divertido.—Juntos —le recordó enfáticamente

el Maestro Rufus—. Nada de salircorriendo y dejar a estos dos dando

vueltas en la oscuridad.La sonrisa de Tamara disminuyó un

poco.—Oh, vale.—Podríamos apostar —se le ocurrió

a Call, pensando en Warren. Si podíaemplear algunos de los atajos que ellagarto le había enseñado, quizá llegaraantes que ella—. Ver quién acaba antes.

—¿Es que nadie me ha oído? —preguntó el Maestro Rufus—. Hedicho…

—Juntos —acabó Aaron—. Yo measeguraré de que no nos separemos.

—Que así sea —insistió el MaestroRufus—. Bien, esto es lo que tenéis quehacer: En las profundidades del segundo

nivel de cuevas hay un lugar llamado elEstanque Mariposa. Lo alimenta untorrente de la superficie. El agua estácargada de minerales, lo que la haceexcelente para forjar armas, como esecuchillo que llevas al cinto. —Apuntóhacia Miri, y Call se llevó la mano a laempuñadura casi sin darse cuenta—. Esahoja se forjó aquí, en el Magisterium,con agua del Estanque Mariposa. Quieroque los tres encontréis esa sala, cojáisagua y volváis aquí.

—¿Podemos llevar un cubo? —preguntó Call.

—Creo que sabes la respuesta a eso,Call. —Rufus sacó un pergaminoenrollado del interior de su uniforme y

se lo entregó a Aaron—. Éste es elmapa. Seguidlo bien para llegar alEstanque Mariposa, pero acordaos deencender piedras para señalar elcamino. No siempre puedes confiar enun mapa para que te traiga de vuelta.

El Maestro Rufus se aposentó en unaroca, que fue tomando la forma de unsillón.

—Haréis turnos cargando el agua. Sila dejáis caer, tendréis que volver a pormás.

Los tres aprendices intercambiaronuna mirada.

—¿Cuándo empezamos? —preguntóAaron.

El Maestro Rufus sacó un libro de

gruesas tapas del bolsillo y comenzó aleer.

—Inmediatamente.Aaron extendió el pergamino sobre

una roca ante él y lo estudió con el ceñofruncido. Luego miró al Maestro Rufus.

—Muy bien —dijo rápidamente—.Vamos hacia abajo y hacia el este.

Call se acercó y le echó un vistazoal mapa por encima del hombro deAaron.

—El camino más rápido parece serpor la Biblioteca.

Tamara le dio la vuelta al mapa,sonriendo con superioridad.

—Ahora está hacia el norte. Estonos ayudará.

—Por la Biblioteca sigue siendo elmejor camino —replicó Call—. Así queno nos ha ayudado mucho.

Aaron puso los ojos en blanco yenrolló el mapa.

—Comencemos, antes de queempecéis a sacar brújulas y a medirdistancias con una cuerda.

Al principio recorrieron partesconocidas de las cuevas. Entraron en laBiblioteca y siguieron su espiral haciaabajo, como si se adentraran en laconcha de un nautilo. El finalcorrespondía a los niveles inferiores delas cuevas.

El aire se hizo más pesado y másfrío, y el olor a minerales flotaba en el

ambiente. Call notó el cambioinmediatamente. El pasillo en queestaban era estrecho y agobiante, con eltecho muy bajo. Aaron, el más alto, casitenía que agacharse para pasar.

Finalmente, el pasillo los condujo auna caverna grande. Tamara tocó una delas paredes para encender un cristal eiluminar las raíces. Colgaban como sifueran patas de arañas hasta tocar lasuperficie de un arroyo de color naranjaintenso que humeaba sulfuroso y llenabala cueva de un olor a quemado. Enormessetas crecían en el borde del arroyo, conrayas de colores verde brillante,turquesa y púrpura, que no parecíannada naturales.

—¿Me pregunto qué pasaría si noslas comiéramos? —comentó Callmientras se abrían camino entre lasplantas.

—No las probaría para averiguarlo—contestó Aaron, y acto seguido alzó lamano. La semana anterior habíaaprendido por sí solo a formar una bolade brillante fuego azul y estaba muycontento. No paraba de hacer bolas defuego incluso cuando no necesitaban luzen absoluto. En ese momento, tenía elfuego en una mano y el mapa en la otra.

»Por ahí —dijo, y señaló un pasajehacia la izquierda—. Por la Sala deRaíces.

—¿Las salas tienen nombre? —

preguntó Tamara, mientras pisabacuidadosamente entre las setas.

—No, yo la he llamado así. No laolvidaremos si le ponemos nombre,¿verdad?

Tamara arrugó la frente, pensativa.—Supongo.—Mejor que Estanque Mariposa —

dijo Call—. Quiero decir, ¿qué clase denombre es ése para un lago que sirvepara hacer armas? Debería llamarseLago Asesino. O el Estanque de laPuñalada. O Charco de Muerte.

—Sí, claro —replicó Tamarasecamente—. Y a ti podríamos empezara llamarte el Maestro Evidente.

En la siguiente estancia había

gruesas estalactitas, blancas como losdientes de un tiburón, apiñadas como sirealmente estuvieran colgando de lamandíbula de algún monstruo largotiempo enterrado. Después de pasar bajoese afilado colgante, Call, Aaron yTamara cruzaron una abertura estrecha ycircular. Ahí, la roca estaba cubierta deagujeros que parecían excavados, comosi se hallaran en algún tipo de nido determitas gigantes. Call se concentró y enla distancia un cristal comenzó a brillar,para que no olvidaran que habíanpasado por ahí.

—¿Este sitio está en el mapa? —preguntó.

Aaron miró entornando los ojos.

—Sí. La verdad es que casi hemosllegado. Una sala más hacia el sur… —Desapareció por una oscura entrada enarco y reapareció un momento después,exultante de satisfacción—. ¡Lo heencontrado!

Tamara y Call se apiñaron tras él.Por un momento, guardaron silencio.Después de ver todo tipo de salassubterráneas espectaculares, incluidas laBiblioteca y la Galería, Call sabía queestaba contemplando algo especial. Porun agujero en lo alto de una pared caíaun torrente de agua que se derramaba enun enorme estanque que relucía con uncolor azul, como si estuviera iluminadopor dentro. Las paredes estaban

cubiertas de liquen verde brillante, y elcontraste entre el verde y el azul hizopensar a Call que se hallaba en elinterior de una enorme canica. El aireestaba cargado del olor de algunaespecie desconocida y atrayente.

—Humm —gruñó Aaron unosminutos después—. Si que es raro quese llame el Estanque Mariposa.

Tamara se dirigió al borde delmismo.

—Creo que es porque el agua es delcolor de esas mariposas… ¿cómo sellaman?

—Monarcas azules —contestó Call.Su padre siempre había sido unaficionado a las mariposas. Tenía toda

una colección de ellas, clavadas en untablero de corcho, bajo un vidrio de suescritorio.

Tamara extendió la mano. Elestanque se agitó y una esfera de agua sealzó de él. A pesar de que se movía y seondeaba por la superficie, mantenía laforma.

—Ya está —dijo Tamara, un pococorta de aliento.

—Genial —repuso Aaron—.¿Cuánto tiempo crees que podrásaguantarla?

—No lo sé. —Se echó hacia atrásuna gruesa trenza oscura y trató de queno se le reflejara el esfuerzo en la cara—. Te avisaré cuando me comience a

fallar la concentración.Aaron asintió y alisó el mapa contra

una de las paredes húmedas.—Ahora sólo tenemos que encontrar

el camino de regreso…En ese momento, el mapa ardió en

llamas bajo su mano.Aaron pegó un grito y apartó los

dedos de los ennegrecidos trozos depapel que chispeaban en el aire.Cayeron al suelo en una lluvia deascuas. Tamara soltó un gemido y perdióla concentración. El agua que manteníasuspendida le cayó sobre el uniforme yformó un charco a sus pies.

Los tres se miraron con los ojos muyabiertos. Call irguió los hombros.

—Supongo que es a esto a lo que serefería el Maestro Rufus —dijo—. Seespera que para volver sigamos laspiedras que hemos iluminado, o lasmarcas o lo que sea. El mapa sóloservía para llegar aquí.

—Será fácil —afirmó Tamara—.Quiero decir, yo sólo iluminé una, perovosotros habéis iluminado más, ¿no?

—Yo también encendí una —repusoCall, y miró a Aaron, esperanzado.Aaron no le devolvió la mirada.

Tamara frunció el ceño.—Buf, vale. Tendremos que

averiguar el camino de vuelta. Tú llevasel agua.

Call se encogió de hombros, fue

hasta el lago y se concentró para formaruna bola. Empleó el aire que lo rodeabapara mover el agua, y notó el tironeo delos elementos en su interior. No era tanbueno como Tamara, pero no le saliómal. La bola sólo goteaba un pocomientras flotaba en el aire.

Aaron arrugó la frente y señaló haciaun punto.

—Hemos llegado por ahí. Estecamino, creo…

Tamara siguió a Aaron, y Call fuetras ella, con la bola de agua girandosobre su cabeza como si tuviera su nubede tormenta personal. La siguienteestancia les resultó conocida: el torrentesubterráneo, las setas de colores… Call

caminó entre ellas con mucho cuidado,temiendo que en cualquier momento labola de agua le cayera sobre la cabeza.

—Mira —estaba diciendo Tamara—. Hay más piedras iluminadas ahí…

—Creo que ésas son sóloluminiscentes —respondió Aaron convoz preocupada. Fue hasta ellas y lesdio una palmada, luego volvió conTamara y se encogió de hombros—. Nolo sé.

—Bueno, pues yo sí. Iremos por ahí.—La chica comenzó a caminar con pasodecidido. Call la siguió: izquierda,derecha, izquierda, por una cavernallena de enormes estalactitas con formade hojas, «No tires el agua», torciendo

la esquina, por una abertura entre rocas,«No pierdas la calma, Call». Estabanrodeados de afiladas aristas rocosas, yCall casi se estrelló contra una paredporque Tamara y Aaron se habíandetenido bruscamente. Estabandiscutiendo.

—Ya te dije que sólo era liquenbrillante —decía Aaron, claramentefastidiado. Se hallaban en una gran salaque tenía en el centro una cisterna depiedra cuyo interior burbujeabasuavemente—. Ahora nos hemosperdido.

—Bueno, si no te acordaste deencender las piedras mientras íbamos…

—Yo estaba leyendo el mapa —

exclamó Aaron, exasperado. En ciertomodo, pensó Call, no estaba malcomprobar que Aaron podía ponerseirritable y cabezota. Luego Aaron yTamara se volvieron para mirarenfadados a Call, y éste a punto estuvode dejar caer el globo de agua giranteque mantenía en equilibrio. Aaron tuvoque estirar la mano para estabilizar laesfera líquida. Ésta flotó en el aire entrelos dos, derramando algunas gotitas.

—¿Qué? —preguntó Call.—Bueno, ¿tienes alguna idea de

dónde estamos? —inquirió Tamara.—No —admitió Call mientras

miraba las lisas paredes que losrodeaban—. Pero debe de haber algún

modo de encontrar el camino de vuelta.El Maestro Rufus no nos ha enviadoaquí para que nos perdamos y muramos.

—Eso es muy optimista, viniendo deti —replicó Tamara.

—Muy graciosa. —Call hizo unamueca para mostrarle exactamente lograciosa que no era.

—Parad los dos —intervino Aaron—. Pelearnos no nos va a llevar aningún sitio.

—Bueno, pues seguirte a ti nos va allevar a alguna parte —replicó Call—.Y esa alguna parte está tan lejos comosea posible del lugar al que queremos ir.

Aaron negó con la cabeza,decepcionado.

—¿Por qué tienes que ser tangilipollas?

—Porque tú nunca lo eres —repusoCall con rostro serio—. Tengo que sergilipollas por los dos.

Tamara suspiró, y al cabo de unmomento se echó a reír.

—¿Podemos aceptar que la culpa esde todos? Todos la hemos fastidiado.

Aaron parecía no querer aceptarlo,pero finalmente asintió.

—Sí, yo me olvidé de que nopodríamos usar el mapa en el camino deregreso.

—Sí —asintió Call—. Yo también.Lo siento. ¿No se te da bien encontrarcaminos, Tamara? ¿Qué hay de todo eso

de acceder a los metales de la tierra?—Puedo probar —contestó ella con

la voz un poco hueca—. Pero eso sólome permite saber dónde está el norte, nocómo se recorren todos esos pasajes.Pero tenemos que acabar llegando aalgún lugar conocido, ¿no?

Daba miedo pensar en vagar por lostúneles, en los pozos de oscuridad en losque podían caer, en las arenasmovedizas y en el extraño vaporasfixiante que se podía alzar hacia ellos.Pero Call no tenía un plan mejor.

—De acuerdo —dijo.Comenzaron a caminar.Eso se parecía muchísimo a lo que

su padre le había advertido que podía

pasar.—¿Sabéis lo que echo de menos de

casa? —preguntó Aaron mientrasandaban e iban escogiendo su caminoentre solidificaciones calcáreas queparecían gastados tapices—. Parecerátonto, pero echo de menos la comidarápida. La hamburguesa más grasientaposible y un montón de patatas fritas.Incluso el olor.

—Yo echo de menos estar tumbadosobre la hierba en el patio —aportó Call—. Y los videojuegos. Sobre todo echode menos los videojuegos.

—Yo echo de menos pasar el ratoconectada a Internet —reconocióTamara, y Call se sorprendió—. No

pongas esa cara; yo vivía en una ciudaddel mismo tipo que aquellas en las queos criasteis vosotros.

Aaron resopló.—No como aquella en la que yo me

crie.—Quiero decir que —explicó

Tamara, mientras se hacía cargo delmantenimiento del globo rodante de aguaazul— me crie en una ciudad llena degente que no era maga. Había unalibrería donde unos cuantos magos sereunían o se dejaban mensajes, peroaparte de eso, era totalmente normal.

—Lo que me sorprende es que tuspadres te dejaran conectarte —comentóCall.

Era una forma tan normal de pasar elrato… Cuando se imaginaba a Tamarafuera del Magisterium, divirtiéndose, sela imaginaba cabalgando un poni dejugar al polo, aunque no estaba muyseguro de qué era eso o en qué sediferenciaba de un poni normal.

Tamara le sonrió.—Bueno, no era exactamente que me

dejaran…Call quería saber más sobre el

asunto, pero cuando abrió la boca parapreguntar, se quedó sin aliento al ver laasombrosa sala que acababa de aparecerante ellos.

CAPÍTULO CATORCE

La caverna era bastante grande, con eltecho tallado para formar una bóveda,como el de una catedral. Había cincosalidas en arco, todas flanqueadas por

columnas de mármol, cada una conincrustaciones de un material diferente:hierro, cobre, bronce, plata y oro. Lasparedes eran de mármol, marcadas conmiles de huellas de manos humanas,cada una con un nombre tallado encima.

La estatua en bronce de una jovencon largo cabello volando al viento sehallaba en el centro de la estancia. Surostro miraba hacia lo alto. La placabajo ella decía: VERITY TORRES.

—¿Qué es este sitio? —preguntóAaron.

—Es la Cámara de los Graduados—contestó Tamara, mientras dabavueltas en redondo, asombrada—.Cuando los aprendices pasan a ser

oficiales de mago, vienen aquí y dejan lahuella de su mano en la piedra. Todo elmundo que se ha graduado en elMagisterium está aquí.

—Mi madre y mi padre —repusoCall mientras paseaba por la salamirando los nombres. Entonces vio el desu padre en lo alto de la pared:ALASTAIR HUNT, demasiado arribapara que Call pudiera tocarlo. Su padredebía de haber levitado para poner ahísu mano. Una sonrisa le tironeó lascomisuras de la boca al imaginarse a supadre, una versión joven de su padre,volando sólo para demostrar que podíahacerlo.

Le sorprendió que la huella de su

madre no estuviera junto a la de supadre, porque siempre había supuestoque se habían enamorado siendo aúnestudiantes, pero quizá lo de las huellasno funcionara así. Tardó unos cuantosminutos, pero finalmente la halló en lapared del fondo: «SARAH NOVAK»,sobre la base de una estalagmita, elnombre grabado con punta fina, comohecho con una daga. Call se agachó ypuso la mano encima de la de su madre.Tenía la misma forma; los dedos lecoincidían perfectamente en la manofantasma de la chica muerta hacíamucho. A los doce años, las manos deCall eran tan grandes como habían sidolas de ella a los dieciséis.

Quería sentir algo, y apretó la manosobre la de su madre, pero no estabaseguro de que hubiera llegado a sentirnada.

—Call —lo llamó Tamara, y le pusola mano suavemente en el hombro. Callvolvió la cabeza para mirar a susamigos. Ambos tenían la misma miradade preocupación en el rostro. Sabía loque estaban pensando, sabía que losentían por él. Se puso de pie y seapartó de la mano de Tamara.

—Estoy bien —dijo, después deaclararse la garganta.

—Mirad esto. —Aaron se hallaba enmedio de la estancia, delante de un granarco hecho de brillante piedra blanca.

Grabado en lo alto se podían leer laspalabras Prima Materia. Aaron pasóbajo él y volvió del otro lado con unaexpresión extraña.

—Es una entrada que no lleva aninguna parte.

—Prima materia —murmuróTamara, y de repente abrió mucho losojos—. ¡Es la Primera Puerta! Al finalde cada curso del Magisterium pasaspor una puerta. Ésta es para cuando hasaprendido a controlar tu magia, aemplear bien los contrapesos. Después,te dan la muñequera del Curso de Cobre.

Aaron palideció.—¿Quieres decir que acabo de pasar

por la puerta demasiado pronto? ¿Me

voy a meter en un lío?Tamara se encogió de hombros.—No lo creo. No parece estar

activada. —Todos la miraron fijamente.Estaba allí, un arco en una sala oscura.Call estuvo de acuerdo en que noparecía encontrarse muy operativa.

—¿Viste algo así en el mapa? —preguntó Call.

Aaron negó con la cabeza.—No me acuerdo.—De modo que, aunque hemos

encontrado un lugar conocido,¿seguimos tan perdidos como antes? —Tamara dio una patada a la pared.

Algo cayó al suelo. Una cosa grandey reptiliana con ojos brillantes, llamas

danzándole por el lomo y… cejas.—Oh, Dios mío —exclamó Tamara

con los ojos como platos. La bola deagua bajó peligrosamente hacia el suelomientras Aaron miraba, y esta vez fueCall quien tuvo que estabilizarla.

—¡Call! Siempre perdido, Call.Deberías quedarte en tu cuarto. Allíhace calor —dijo Warren.

Tamara y Aaron se volvieron haciaCall, ambos con signos de interrogaciónen los ojos.

—Éste es Warren —dijo Call—. Esun… un lagarto que conozco.

—¡Es un elemental del fuego! —exclamó Tamara—. ¿Qué estás haciendocon un ser elemental? —Se quedó

mirando a Call.Éste abrió la boca para negar

cualquier amistad con Warren.¡Tampoco eran íntimos! Pero ésa noparecía la mejor manera de convencer aWarren para que los ayudara, y Callsabía que, en ese momento, necesitabanla ayuda del lagarto.

—¿No dijo el Maestro Rufus que aalgunos de ellos les iba eso de… yasabes… absorber? —Aaron siguió allagarto con la mirada.

—Bueno, pues aún no me haabsorbido —repuso Call—. Y hadormido en mi cuarto. Warren, ¿puedesayudarnos? Nos hemos perdido. Perdidode verdad. Sólo necesitamos que nos

lleves de vuelta.—Atajos, senderos resbaladizos,

Warren conoce todos los lugaresocultos. ¿Qué me darás a cambio delcamino de vuelta? —El lagarto correteóacercándose a ellos, salpicando gravillaentre los dedos de las patas.

—¿Qué quieres? —preguntó Tamara,mientras rebuscaba en los bolsillos—.Tengo un poco de chicle y una goma depelo, pero eso es todo.

—Tengo algo de comida —ofrecióAaron—. Caramelos, sobre todo. De laGalería.

—Estoy sosteniendo el agua —respondió Call—. No puedo buscar enlos bolsillos. Pero te puedes quedar mis

cordones.—¡Todo! —exclamó el lagarto, y la

cabeza le fue de un lado al otro deexcitación—. Lo tendré todo cuandolleguemos allí y entonces mi Maestroestará satisfecho.

—¿Qué? —Call frunció el ceño, nomuy seguro de haber oído bien alelemental.

—Tu Maestro estará satisfechocuando volváis —repitió el lagarto—.El Maestro Rufus. Vuestro Maestro. —Luego corrió por el muro de la caverna,tan rápido que Call tuvo que esforzarsepara seguir el paso y mantener la bolade agua moviéndose al mismo tiempo.Unas cuantas gotas se perdieron con la

prisa.—Vamos —les dijo a Tamara y a

Aaron. Le dolía la pierna por elesfuerzo.

Aaron los siguió, encogiéndose dehombros.

—Bueno, le he prometido mi chicle—dijo Tamara, y salió trotando trasellos.

Siguieron a Warren cruzando unaestancia manchada de azufre, naranja yamarilla, y con paredes extrañamentelisas; Call se sintió como si caminaranpor la garganta de algún gigante. Elsuelo estaba desagradablementehúmedo, con líquenes rojos, gruesos yesponjosos. Aaron casi tropezó y a Call

se le hundieron los pies; la bola de aguase agitó, inestable, mientras élrecuperaba el equilibrio. Tamara laestabilizó chasqueando los dedos. Luegoentraron en una caverna con las paredescubiertas de formaciones cristalinas queparecían témpanos de hielo. Una enormemasa de cristales colgaba del techocomo una gran lámpara, brillandosuavemente.

—Éste no es el camino por dondehemos ido —se quejó Aaron, peroWarren no se detuvo, excepto para darleun mordisco a uno de los cristalescolgantes al pasar. Se saltó todas lassalidas evidentes y fue derecho a unpequeño agujero oscuro, que resultó ser

un túnel casi sin luz. Tuvieron quearrastrarse a cuatro patas, con la bola deagua balanceándose precariamente entreellos. Call tenía la espalda empapada desudor y la pierna lo estaba matando, yademás comenzaba a preocuparlo queWarren los estuviera llevando en unadirección totalmente equivocada.

—Warren… —comenzó.Se calló al ver que el pasaje daba de

repente a una amplia cámara. Se puso enpie tambaleándose, con la pierna malacastigándolo por forzarla tanto. Tamaray Aaron lo siguieron, pálidos por elesfuerzo de gatear y mantener el agua almismo tiempo.

Warren correteó hacia una salida en

arco. Call lo siguió lo más rápido que lepermitía la pierna.

Estaba tan concentrado en correr queno se dio cuenta de que el aire era máscálido, cargado del olor de algoquemando. No fue hasta que Aaronexclamó: «Hemos estado aquí antes;reconozco el agua», que Call alzó lamirada y vio que se hallaban en la salacon el arroyo naranja humeante y lasenormes viñas que colgaban comozarcillos.

Tamara suspiró aliviada.—Esto es fantástico. Ahora sólo…Lanzó un grito al ver una criatura

alzarse del humeante arroyo; retrocedióy Aaron gritó con fuerza. La bola de

agua que había permanecido flotandoentre ellos se estrelló contra el suelo. Elagua chisporroteó como si hubiera caídosobre una sartén caliente.

—Sí —dijo Warren—. Como mehan ordenado. Me dijo que os trajera devuelta y ahora estáis aquí.

—Él te lo dijo —repitió Tamara.Call miraba boquiabierto al enorme

ser que se alzaba del arroyo. Éste habíacomenzado a hervir, con enormesburbujas rojas y naranja, queborboteaban en la superficie con laferocidad de la lava. La criatura eragrumosa, oscura y pétrea, como siestuviera hecha de esquirlas de roca,pero tenía rostro humano, el rostro de un

hombre, con las facciones talladas engranito. Sus ojos eran dos profundosagujeros oscuros.

—Saludos, Magos de Hierro —dijo,y su voz resonó como si hablara desdeuna gran distancia—. Estáis lejos devuestro Maestro.

Los aprendices se habían quedadosin habla. En el silencio, Call oyó laentrecortada respiración de Tamara.

—¿No tenéis nada que decirme? —La boca de granito de la criatura semovió: era como ver una roca agrietarsey separarse—. En un tiempo fui comovosotros, niños.

Tamara hizo un ruido horrible,medio sollozo medio grito.

—No —dijo—. No puedes ser unode nosotros… ya no puedes hablar.Tú…

—¿Qué es? —susurró Call—. ¿Quées, Tamara?

—Eres uno de los Devorados —contestó Tamara con voz rota—.Consumido por un elemento. Ya no ereshumano…

—Fuego —exhaló la cosa—. Hacetiempo que me convertí en fuego. Meentregué a él y él a mí. Quemé lo quehabía de humano y débil en mí.

—Eres inmortal —dijo Aaron, conlos ojos muy grandes y muy verdes en surostro pálido y serio.

—Soy mucho más que eso. Soy

eterno. —El Devorado se acercó aAaron lo suficiente para que la piel delchico comenzara a enrojecer, del mismomodo que cuando alguien está muy cercadel fuego.

—¡Aaron, no! —exclamó Tamaramientras se acercaba a él—. Estátratando de quemarte, de absorberte.¡Apártate de él!

El rostro de Tamara resplandecía enla cambiante luz. Y Call se dio cuenta deque tenía lágrimas en las mejillas. Derepente pensó en la hermana de Tamara,consumida por los elementos,condenada.

—¿Absorberte? —El Devorado sepuso a reír—. Mírate, pequeñas

chispitas aún sin crecer. No haydemasiada vida que sacar de ti.

—Debes de querer algo de nosotros—intervino Call, esperando que elDevorado dejara de prestar atención aAaron—. O no te molestarías enmostrarte.

La cosa se volvió hacia él.—El aprendiz sorpresa del Maestro

Rufus. Incluso las rocas han susurradosobre ti. El más grande de los Maestrosha hecho una extraña elección este año.

Call no podía creérselo. Incluso elDevorado conocía su mierda deresultados en la prueba de entrada.

—Veo a través de la máscara de pielque lleváis —continuó el Devorado—.

Veo vuestro futuro. Uno de vosotrosfracasará. Uno de vosotros morirá. Yuno de vosotros ya está muerto.

—¿Qué? —Aaron alzó la voz—.¿Qué quieres decir con «ya estámuerto»?

—¡No lo escuchéis! —gritó Tamara—. Es una cosa, no es humano…

—¿Y quién desea ser humano? Loscorazones humanos se rompen. Loshuesos humanos se astillan. La pielhumana se rasga. —El Devorado, que yaestaba cerca de Aaron, fue a tocarle elrostro. Call saltó hacia adelante lo másrápido que le dejó la pierna, se estrellócontra Aaron y ambos retrocedierontambaleándose hasta la pared. Tamara se

volvió hacia el Devorado con la manoen alto. Una masa de aire arremolinadole creció en la palma.

—¡Basta! —rugió una voz desde laarcada.

El Maestro Rufus, amenazador yterrible, estaba ahí, y el poder parecíamanarle de todo el cuerpo.

La cosa dio un paso atrás,encogiéndose.

—No quería hacer daño… —gimoteó.

—Desaparece —ordenó el MaestroRufus—. Deja en paz a mis aprendices ote dispersaré como haría con cualquierelemental, sin importar quién fuiste unavez, Marcus.

—No me llames por un nombre queya no es el mío —replicó el Devorado.Miró a Call, a Aaron y a Tamaramientras volvía a hundirse en el arroyosulfuroso—. Os volveré a ver a los tres.—Desapareció formando una onda, peroCall sabía que se había quedado enalgún lugar bajo la superficie.

Por un momento, el Maestro Rufuspareció abatido.

—Venid —les dijo, e hizo pasar asus aprendices por un arco de pocaaltura. Call miró atrás buscando aWarren, pero el elemental habíadesapareció. Call se sintió un pocodecepcionado. Quería gritarle a Warrenpor traicionarlos, y también anular la

invitación a su dormitorio para siempre.Pero si el Maestro Rufus veía a Warren,se haría evidente que Call había sidoquien lo había robado del despacho deRufus, así que quizá fuera mejor que sehubiera largado.

Durante un rato, caminaron ensilencio.

—¿Cómo ha sabido que tenía quevenir a buscarnos? —preguntó Tamarafinalmente—. Que estaba pasando algomalo.

—No creerás que os dejaría vagarpor las profundidades del Magisteriumsin vigilaros, ¿verdad? —contestó Rufus—. Envié a un elemental del aire aseguiros. En cuanto os llevaron a la

caverna del Devorado, vino a avisarme.—Marcus… el Devorado… nos ha

dicho… nos ha hablado de nuestrofuturo —dijo Aaron—. ¿Qué queríadecir? ¿Era…? ¿De verdad había sidoun aprendiz como nosotros?

Que recordara, era la primera vezque Call veía incómodo a Rufus. Erasorprendente. Finalmente habíamostrado una expresión en el rostro.

—Lo que dijera, fuera lo que fuese,no significa nada. Está completamenteloco. Y sí, supongo que hubo un tiempoen que fue un aprendiz como vosotros,pero fue mucho, mucho tiempo despuésque se convirtió en uno de losDevorados. Para entonces ya era

Maestro. Mi Maestro, de hecho.Después de eso, guardaron silencio

todo el camino hasta el comedor.

Esa noche, durante la cena, Call, Aarony Tamara trataron de comportarse comosi hubiera sido un día normal. Sesentaron a la larga mesa con otrosaprendices, pero no hablaron mucho.Rufus estaba con la Maestra Milagros yel Maestro Rockmaple compartiendouna pizza de liquen y algo oscuro.

—Tenéis pinta de que la lecciónsobre orientación no haya ido muy bien

—se burló Jasper, mientras miraba aTamara, a Aaron y a Call. Era cierto quese los veía agotados y sucios, con lacara manchada. Tamara tenía ojeras,como si hubiera tenido una pesadilla—.¿Os habéis perdido en los túneles?

—Nos encontramos con uno de losDevorados —explicó Aaron—. En lascuevas más profundas.

Toda la mesa se puso a hablar.—¿Uno de los Devorados? —

preguntó Kai—. ¿Son como dice lagente? ¿Monstruos horrorosos?

—¿Ha tratado de absorberos? —preguntó Celia con ojos como platos—.¿Cómo os habéis escapado?

Call vio que a Tamara le temblaban

las manos al sujetar los cubiertos.—Lo cierto es que nos dijo nuestro

futuro —soltó de repente.—¿Qué quieres decir? —preguntó

Rafe.—Dijo que uno de nosotros

fracasaría, que otro moriría y que uno denosotros ya está muerto —respondióCall.

—Creo que ya sé quién va a fracasar—replicó Jasper, mirando a Call. Derepente, éste recordó que no habíacontado a nadie que Jasper había estadoen la Biblioteca, y comenzó areconsiderar su decisión.

—Gracias, Jasper —le soltó Aaron—. Siempre tan colaborador.

—No dejéis que eso os preocupe —dijo Drew para animarlos—. Sólo sonpalabras. No significan nada. Ningunode vosotros va a morir, y es evidenteque no estáis muertos. ¡Vaya tontería!

Call hizo una señal a Drew con eltenedor.

—Gracias.Tamara dejó los cubiertos sobre la

mesa.—Si me disculpáis —dijo, y se

marchó del comedor.Aaron y Call la siguieron

inmediatamente. Estaban a mediocamino del pasillo cuando Call oyó quealguien lo llamaba; era Drew, que corríatras ellos.

—Call —dijo—. Call, ¿puedohablarte un momento?

Call intercambió una mirada conAaron.

—Ve con él —contestó Aaron—. Yovoy a ver a Tamara. Nos encontraremosen la habitación.

Call volvió con Drew mientras seapartaba de los ojos el cabello revueltoy lleno del polvo de las cavernas.

—¿Pasa algo?—¿Estás seguro de que ha sido una

buena idea? —Drew lo miraba con susgrandes ojos azules.

—¿El qué? —Call estaba totalmenteperdido.

—Contarles eso a todos los demás.

¡Lo del Devorado! ¡Lo de la profecía!—Has dicho que sólo eran palabras

—le recordó Call—. Has dicho que nosignificaba nada.

—Lo he dicho porque… —Drewbuscó algo en el rostro de Call, y supropia expresión pasó de confusión apreocupación, y luego a un incipientehorror—. No lo sabes —dijo finalmente—. ¿Cómo ibas a saberlo?

—¿Qué es lo que no sé? —preguntóCall—. Me estás asustando, Drew.

—Quién eres —repuso Drew en unmedio susurro, y luego retrocedió—. Mehe equivocado en todo —dijo—. Tengoque irme.

Se dio la vuelta y salió corriendo.

Call lo miró marcharse, totalmenteperplejo. Decidió que les preguntaría aTamara y a Aaron, pero cuando llegó ala habitación, era evidente que elcansancio había podido con ellos. Lapuerta de Tamara estaba cerrada, yAaron se había quedado dormido en unode los sofás.

CAPÍTULO QUINCE

Call se despertó al oír a alguienmoviéndose al otro lado de su puerta. Alprincipio pensó que serían Tamara oAaron, que se habrían quedado hasta

tarde trabajando en la sala. Pero lospasos eran demasiado pesados para serde ninguno de sus amigos, y las vocesque los siguieron eran, sin duda, deadultos.

No pudo evitar oír la voz de Alastairen la cabeza: «No tienen piedad, nisiquiera con los niños».

Call se quedó despierto mirando altecho hasta que uno de los cristales de lapared comenzó a brillar. Sacó a Miri delcajón y se levantó de la cama; hizo unamueca cuando sus pies descalzostocaron el frío suelo de piedra. Sin laspesadas mantas, notaba el aire helado através del delgado tejido de su pijama.

Alzó la daga justo cuando se abrió la

puerta. Había tres Maestros en elumbral, mirándolo. Iban vestidos conuniformes negros, y su rostro seriomostraba preocupación.

La mirada del Maestro Lemuel fuedel rostro de Call a su daga.

—Rufus, tu aprendiz está bienentrenado.

Call no supo qué decir.—Pero esta noche no necesitas

ninguna arma —añadió el Maestro Rufus—. Deja a Semíramis en la cama y vencon nosotros.

Call se miró el pijama de LEGO yfrunció el ceño.

—No estoy vestido.—Bien entrenado en preparación —

soltó el Maestro North—. No tan bienentrenado en obediencia.

—North —dijo el Maestro Rufus—.Déjame a mí la disciplina de misaprendices. —Se acercó a Call, que nosabía muy bien qué hacer. Entre elextraño comportamiento de Drew, lasadvertencias de su padre y la inquietanteprofecía del Devorado, estaba muynervioso. No quería dejar el cuchillo.

Rufus le cogió la muñeca y Callsoltó a Miri. No sabía qué otra cosahacer. Call conocía al Maestro Rufus.Habían comido juntos durante meses yhabía aprendido de él. Rufus era unapersona. Rufus lo había salvado delDevorado.

«No me haría daño —se dijo Call—. No me lo haría. Diga lo que diga mipadre».

Una extraña expresión cruzó elrostro de Rufus y desapareció alinstante.

—Ven —dijo.Call siguió a los Maestros a la sala

común, donde Tamara y Aaron yaestaban esperando, ambos en pijama.Aaron llevaba una camiseta,prácticamente transparente de tantolavarla, y unos pantalones con unagujero en la rodilla. Tenía el pelo depunta como si fueran plumas de pato yaún no parecía haberse despertado deltodo. Tamara estaba tensa. Tenía el

cabello cuidadosamente trenzado yllevaba un pijama rosa que decía:«Peleo como una chica». Bajo laspalabras había un dibujo de unas chicasde cómic ejecutando movimientosmortales de ninja.

«¿Qué está pasando?», les dijo sólomoviendo los labios.

Aaron se encogió de hombros yTamara negó con la cabeza. Era evidenteque no sabían más que él. AunqueTamara parecía saber lo suficiente paraestar a punto de saltar como un muelle.

—Sentaos —dijo el Maestro Lemuel—. Por favor, no os entretengáis.

—Podéis ver perfectamente queninguno de ellos estaba tratando de… —

comenzó el Maestro Rufus en voz bajaque se fue apagando, como si noquisiera decir el resto en voz alta.

—Esto es muy importante —dijo elMaestro North mientas Call, Aaron yTamara se sentaban juntos en uno de lossofás. Tamara dio un gran bostezo y seolvidó de taparse la boca, lo quesignificaba que estaba realmente muycansada—. ¿Habéis visto a DrewWallace? Varios alumnos han dicho queos siguió fuera del comedor y queparecía muy alterado. ¿Os dijo algo?¿Os contó sus planes?

Call frunció el ceño. La última vezque había visto a Drew fue losuficientemente rara como para evitar

contarla.—¿Qué planes?—Hablamos de nuestras clases —

explicó Aaron—. Drew nos siguió alpasillo; quería hablar con Call.

—Sobre el Devorado. Creo queestaba muy asustado. —Call no sabíaqué más decir. No encontraba otraexplicación para el comportamiento deDrew.

—Gracias —repuso el MaestroNorth—. Ahora, volved a vuestrashabitaciones y poneos el uniforme.Necesitamos vuestra ayuda. Drew se hamarchado del Magisterium esta noche,en algún momento pasadas la diez, ysólo porque otro aprendiz se ha

levantado a medianoche para beber unvaso de agua y ha encontrado su notahemos descubierto su ausencia.

—¿Qué decía la nota? —preguntóTamara. El Maestro Lemuel la mirómolesto, y el Maestro North pareciósorprendido de que lo interrumpiera.Era evidente que ninguno de ellosconocía bien a Tamara.

—Que huía del Magisterium —contestó el Maestro Lemuel en voz baja—. ¿Sabéis lo peligroso que es quemagos a medio formar anden sueltos porel mundo? Y eso por no hablar de losanimales caotizados que tienen susmadrigueras en los bosques cercanos.

—Tenemos que encontrarlo —dijo

el Maestro Rufus, asintiendo lentamente—. Toda la escuela ayudará en labúsqueda. De esa forma podremoscubrir más terreno. Espero que estaexplicación sea suficiente, Tamara.Porque realmente no podemos perder eltiempo.

Tamara se sonrojó, luego se puso enpie y se marchó a su habitación. Call yAaron hicieron lo propio. Call se vistiólentamente con la ropa de invierno: eluniforme gris, un grueso jersey y unasudadera con cremallera. La subida deadrenalina que le había provocado quelo despertaran los magos se le estabapasando, y comenzó a notarse lo pocoque había dormido, pero la idea de

Drew perdido en la oscuridad hizo quese despertara del todo. ¿Qué habríahecho huir a Drew?

Al coger su muñequera, tocó con losdedos el brazalete de Alastair y sumisteriosa nota al Maestro Rufus.Recordó las palabras de su padre:«Call, escúchame. Tú no sabes lo queeres. Debes salir de ahí en cuantopuedas».

Se suponía que debía ser él el quehuyera, no Drew.

Llamaron a la puerta y ésta se abrió.Tamara entró en el cuarto. Llevaba eluniforme y se había recogido el cabelloen dos trenzas apretadamente enrolladasen la cabeza. Parecía más despierta que

Call.—Call —dijo—. Vamos, tenemos

que… ¿Qué es esto?—¿Qué es qué? —Miró hacia abajo

y comprobó que aún tenía el cajónabierto y en su interior se veían lamuñequera de Alastair y la carta. Cogióla primera y se echó hacia atrás,cerrando el cajón con su peso—. Es…es la muñequera de mi padre. De cuandoestaba en el Magisterium.

—¿Puedo verla? —Tamara noesperó la respuesta, sino que se la quitóde la mano. Al mirarla, pareciósorprendida—. Debe de haber sido unalumno muy bueno.

—¿Por qué lo dices?

—Estas piedras. Y eso… —Se callóy parpadeó—. ¡Ésta no puede ser lamuñequera de tu padre! —exclamó.

—Bueno, supongo que podría ser lade mi madre…

—No —replicó Tamara—. Hemosvisto las huellas de sus manos en laCámara de los Graduados. Ambos segraduaron, Call. Y de quien sea estamuñequera, acabó en el Curso de Plata.No hay oro. —Se la devolvió—. Estebrazalete pertenece a alguien que nuncase graduó en el Magisterium.

—Pero… —Call se calló cuandoAaron entró en la habitación, con elondulado cabello pegado a la frente.Parecía que se había echado agua a la

cara para despertarse.—Vamos, chicos —dijo—. El

Maestro North y el Maestro Lemuel hanido delante, pero Rufus parece estar apunto de echar la puerta abajo.

Call se metió la muñequera en elbolsillo, sin quitarse de encima lacuriosa mirada de Tamara mientrasseguían al Maestro Rufus por lostúneles. Call tenía la pierna agarrotada,igual que muchas mañanas, así que nopodía avanzar deprisa. Aaron y Tamaratenían cuidado de no ir demasiadorápido, y por una vez, eso no lo molestó.

Yendo hacia la salida, seencontraron con el resto de losaprendices dirigidos por sus Maestros,

incluidos Lemuel y North. Los chicosparecían tan confusos y preocupadoscomo los aprendices del Maestro Rufus.

Unas cuantas vueltas más y llegarona una puerta. El Maestro Lemuel la abrióy todos entraron en otra cueva; éstaparecía tener una abertura al fondo porla que entraba el viento. Se dirigían alexterior, y no por el camino que habíanutilizado el primer día. Esa cueva estabaabierta. En la piedra había empotradauna gigantesca verja de metal.

Era evidente que había sido hechapor un Maestro del metal. Era de hierroforjado, y cada barra acababa en unaafilada punta que casi rozaba el techo dela cueva. A lo largo de la verja, las

barras se retorcían para formar letras:«Conocimiento y acción son uno y lomismo».

Era la Puerta de la Misión. Callrecordó al chico atado a la camillahecha de ramas, con media pieltotalmente quemada, y se dio cuenta deque, en la confusión, nunca habíallegado a fijarse en la propia puerta.

—Call, Tamara, Aaron —los llamóel Maestro Rufus. Junto a él estaba Alex,alto y de cabello rizado, con unaexpresión sombría nada habitual en él.Llevaba el uniforme y un grueso abrigosemejante a una capa. No tenía guantes—. Alexander os guiará. No os apartéisde su lado. Los demás estaremos a poca

distancia, lo suficientemente cerca paraoírnos si gritamos. Queremos quecubráis el área cerca de una de lassalidas del Magisterium menos usadas.Buscad cualquier rastro de Drew, y si loencontráis, llamadlo. Creemos que esmás posible que confíe en uno de suscompañeros del Curso de Hierro que enun Maestro o en un alumno de un cursosuperior como Alex.

Call se preguntó por qué pensaríanlos Maestros que Drew confiaría más enotro alumno que en ellos. Se preguntó sisabrían más sobre la huida de Drew delo que les habían contado.

—Y luego ¿qué hacemos? —preguntó Aaron.

—Cuando lo hayáis localizado, Alexhará una señal a los Maestros. Seguidhablando con él hasta que lleguemos.Vosotros y los aprendices de la MaestraMilagros vais hacia el este. —Hizo ungesto hacia donde esperaba el resto dela gente, y la Maestra Milagros fue haciaél, seguida de Celia, Jasper y Gwenda—. Los del Curso de Bronce irán haciael oeste, los del Curso de Cobre hacia elnorte, y los de Plata y Oro que no esténasistiendo a los Maestros, hacia el sur yel norte.

—¿Y qué hay de los animalescaotizados de los bosques? —preguntóGwenda—. ¿No son también un peligropara nosotros?

La Maestra Milagros miró haciaAlex y otros alumnos de los cursossuperiores.

—No estaréis solos ahí fuera.Manteneos juntos y hacednos una señalinmediatamente si hay algún problema.Estaremos cerca.

Algunos de los grupos de aprendicesya estaban adentrándose en la noche,formando orbes brillantes que flotabanen el aire como faroles sin cuerpo. Unzumbido grave de murmullos y susurroslos acompañaba mientras se internabanen los bosques oscuros.

Call y los otros siguieron a Alex.Cuando el último aprendiz huboatravesado la verja, ésta se cerró a sus

espaldas con un inquietante golperesonante.

—Siempre hace ese ruido —explicóAlex, al ver la expresión de Call—.Vamos, tenemos que ir por aquí.

Se dirigió hacia los bosques por unoscuro sendero. Call tropezó con unarama. Aaron, siempre en busca de unaexcusa, formó su chispeante bola azul deenergía, y pareció contento de quepudiera ser útil. Sonrió mientras la bolarodaba sobre sus dedos, iluminando elterreno alrededor de ellos.

—¡Drew! —llamó Gwenda. Se oíanecos de otros alumnos de Hierro en ladistancia—. ¡Drew!

Jasper se frotó los ojos. Llevaba lo

que parecía un abrigo forrado de pelo yun sombrero con orejeras, un pocogrande para su cabeza.

—¿Por qué tenemos que ponernos enpeligro sólo porque un tonto ha decididoque no lo soportaba más? —preguntó.

—No entiendo por qué se hamarchado a media noche —comentóCelia, que se rodeaba con los brazos ytemblaba incluso bajo su parka azulbrillante—. Nada de esto tiene sentido.

—No sabemos más que tú —repusoTamara—. Pero si Drew se ha escapado,debe de tener un motivo.

—Es un cobarde —replicó Jasper—. Ésa es la única razón posible parahuir.

El suelo del bosque estaba cubiertocon una fina capa de nieve, y las ramasde los árboles colgaban bajas a sualrededor; la luz azul de Aaroniluminaba sólo lo suficiente para realzarlo inquietantes que resultaban lasafiladas ramas.

—¿De qué crees que tenía miedo?—preguntó Call.

Jasper no contestó.—Tenemos que seguir juntos —les

dijo Alex, y formó tres bolas de fuegodorado que giraron alrededor de ellosmarcando el límite del grupo—. Si veisu oís algo, decídmelo. No salgáiscorriendo.

Las hojas heladas crujían bajo los

pies de Tamara cuando ésta se quedóatrás para acompañar a Call.

—Bueno —dijo en voz baja—, ¿porqué creías que esa muñequera era la detu padre?

Call miró a los demás, tratando dedecidir si podrían oírlo.

—Porque la envió él.—¿Te la envió a ti?Call negó con la cabeza.—No exactamente. La… encontré.—¿La encontraste? —Tamara

parecía tener sus dudas.—Ya sé que crees que está loco…—¡Te tiró un cuchillo!—Me lo tiró para que lo tuviera —

explicó Call—. Y luego envió esta

muñequera al Magisterium. Creo queestá tratando de decirles… deadvertirlos de algo.

—¿Como de qué?—Algo sobre mí —confesó Call.—¿Quieres decir que estás en

peligro?Tamara parecía alarmada, pero Call

no contestó. No sabía cómo decirle mássin contárselo todo. ¿Y si realmentepasaba algo malo con él? Si Tamara lodescubría, ¿mantendría el secreto, pormuy malo que fuera?

Quería confiar en ella. En unmomento, Tamara le había dicho máscosas sobre el brazalete de lo que élhabía descubierto después de meses de

mirarlo.—¿De qué estáis hablando? —

preguntó Aaron, que se unió a ellos.Tamara calló inmediatamente

mientras miraba de Aaron a Call. Éstepudo ver que no iba a contarle nada aAaron a no ser que él dijera que podíahacerlo. Eso le despertó una extrañasensación cálida en el estómago. Nuncahabía tenido amigos de verdad que leguardaran secretos.

Eso fue suficiente para que sedecidiera.

—Estamos hablando de esto —dijo.Se sacó la muñequera del bolsillo y sela pasó a Aaron, que la examinómientras Call les explicaba toda la

historia: la conversación con su padre,la advertencia de que Call no sabíaquién era, la carta que Alastair habíaenviado a Rufus, el mensaje con lamuñequera: «Ata su magia».

—¿Atar tu magia? —Aaron alzó lavoz. Tamara lo hizo callar. Aaron volvióa hablar en susurros—. ¿Por qué iba apedirle a Rufus que haga eso? ¡Es unalocura!

—No lo sé —susurró Call enrespuesta, y miró hacia adelante,nervioso. Alex y los otros chicos noparecían estar prestándoles ningunaatención mientras subían una pequeñacolina, pasaban entre las ramas de ungran árbol y seguían llamando a Drew

—. No entiendo nada.—Bueno, es evidente que la

muñequera era un mensaje para Rufus —concluyó Tamara—. Significa algo. Sóloque no sé qué.

—Quizá si supiéramos de quiénera… —apuntó Aaron. Le pasó lamuñequera a Call, que se la ató al brazo,más arriba de la suya y oculta bajo lamanga.

—De alguien que no se graduó.Alguien que dejó el Magisterium cuandotenía dieciséis o diecisiete años, oalguien que murió allí. —Tamara quisover otra vez la muñequera, y frunció elceño ante las pequeñas medallas consímbolos—. No sé exactamente qué

significan. Excelencia en algo, pero ¿enqué? Si lo supiéramos, nos diría algomás. Y no sé tampoco qué significa estapiedra negra. Nunca he visto una igualantes.

—Preguntémosle a Alex —sugirióAaron.

—Ni lo sueñes —exclamó Call,negando con la cabeza, y volvió a mirarinquieto a los otros, que marchabansobre la nieve en la oscuridad—. ¿Y sitengo algo malo y él lo puede ver consólo mirar la muñequera?

—No tienes nada malo —afirmóAaron contundente. Pero Aaron era laclase de persona que tenía fe en la gentey creía cosas así.

—¡Alex! —lo llamó Tamara en vozalta—. Alex, ¿te puedo preguntar unacosa?

—Tamara, no —siseó Call, pero elchico mayor ya se había quedado atráspara esperarlos.

—¿Qué pasa? —preguntó con ojosinquisitivos—. ¿Estáis bien, chicos?

—Sólo me preguntaba si podría vertu brazalete —contesto Tamara,tranquilizando a Call con una mirada.Éste suspiró con alivio.

—Sí. Claro —asintió Alex, y sesoltó la muñequera y se la pasó. Teníatres cintas de metal, acabadas conbronce. También tenía gemasincrustadas: roja y naranja, azul e

índigo, y escarlata.—¿A qué corresponden éstas? —

preguntó Tamara inocentemente, aunqueCall tenía la sensación de que ya sabíala respuesta.

—Por completar diferentes tareas.—Alex sólo estaba explicando, noalardeaba en absoluto—. Ésta es porusar el fuego para disipar a unelemental. Ésta por emplear el aire paracrear una ilusión fantasmagórica.

—¿Y qué significaría si tuvieras unanegra? —preguntó Aaron.

Alex abrió mucho los ojos. Iba acontestar, pero en ese mismo momento,Jasper pegó un grito.

—¡Mirad!

Una brillante luz amarilla relucía enla cresta de la colina frente a ellos.Mientras miraban, un alarido cortó elaire, agudo y terrible.

—¡Quedaos aquí! —ladró Alex, ycomenzó a correr, medio deslizándosepor la ladera de la colina donde sehallaban, dirigiéndose a la luz. Derepente, la noche se llenó de ruidos.Call oyó a otros grupos gritando yllamándose los unos a los otros.

Algo pasó por el cielo sobre ellos,algo escamoso y serpentino, pero Alexno miraba hacia arriba.

—¡Alex! —gritó Tamara, pero elchico no la oyó; ya había llegado a laotra colina y estaba comenzando a

subirla. La sombra escamosa estabasobre él, bajando en picado.

Todos los chicos gritaban a Alexintentando advertirlo, todos exceptoCall, que comenzó a correr, sin hacercaso del ardor que le retorcía la piernamientras se deslizaba y casi se caía porla colina. Oyó a Tamara gritar sunombre, y a Jasper chillando: «¡Sesupone que debemos quedarnos aquí!»,pero Call no se detuvo. Iba a ser elaprendiz que Aaron creía que era, el queno tenía nada malo. Iba a hacer la clasede cosas que conseguían misteriososlogros heroicos en la muñequera. Iba ameterse de cabeza en el lío.

Tropezó con una piedra suelta, se

cayó y rodó hasta la base de la colina,donde se golpeó el codo con fuerzacontra la raíz de un árbol.

«Vale —pensó—, no es la mejormanera de empezar».

Se puso en pie como pudo ycomenzó a subir de nuevo. Ya veía lascosas con mayor claridad gracias a laluz que salía de la cresta de la colina.Era una luz clara y penetrante, queiluminaba cada guijarro y cada agujerocon un marcado relieve. La subida sehizo más pronunciada a medida que Callse acercaba a la cima; se dejó caer derodillas y se arrastró los últimos metroshasta llegar a lo alto.

Algo pasó rozándolo, algo muy

grande, algo que produjo una ráfaga deaire que le llenó de tierra los ojos. Tosiómientras se ponía en pie.

—¡Socorro! —oyó una débilvocecita—. ¡Por favor, ayudadme!

Call miró alrededor. La brillante luzhabía desaparecido; sólo quedaba la luzde las estrellas y de la luna parailuminar la cima.

—¿Quién está ahí? —preguntó.Oyó lo que parecía un sollozo

acompañado de hipo.—¿Call?Éste comenzó a ir casi a ciegas hacia

la voz, atravesando el sotobosque.A su espalda, la gente gritaba su

nombre. Apartó a patadas algunas

piedras y medio se deslizó por unapequeña pendiente. Se encontró dentrode una sombría hondonada cubierta dearbustos espinosos. Alguien yacíaacurrucado en el lado opuesto.

—¿Drew? —llamó Call.El muchacho trató de darse la vuelta.

Call vio que tenía un pie atascado en loque parecía un agujero en la tierra. Lotenía torcido en un ángulo muy feo, quedolía con sólo mirarlo.

A su espalda, dos orbes de luz tenuese encendieron en la noche. Call miróhacia atrás y se dio cuenta de queestaban flotando sobre la colina dondese hallaban los otros alumnos. Casi nolos podía ver desde donde se

encontraba, y no estaba seguro de que lopudieran ver a él.

—¿Call? —Las lágrimas en el rostrode Drew brillaban bajo la luz de la luna.Call se le acercó rápidamente.

—¿Estás atrapado? —preguntó Call.—Cla… claro —susurró Drew—.

Intento escaparme, y sólo llego hastaaquí. Es hu… humillante.

Le castañeteaban los dientes. Sólollevaba una fina camiseta y unosvaqueros. Call no podía creer quehubiera planeado huir del Magisteriovestido así.

—Ayúdame —dijo Drew tiritando—. Ayúdame a soltarme. Tengo queseguir huyendo.

—Pero no lo entiendo. ¿Qué pasa?¿Adónde vas a ir?

—No lo sé. —Drew hizo una mueca—. No tienes ni idea de cómo es elMaestro Lemuel. Ha… ha descubiertoque, a veces, si estoy bajo muchapresión, lo hago mejor. Mucho mejor. Séque es raro, pero siempre ha sido así. Lohago mejor en un día de examen que enun día de práctica normal. Así quesupuso que podía hacerme mejorteniéndome siempre bajo presión.Casi… casi no puedo dormir. Sólo medeja comer a veces y nunca sé cuándo vaa ser. No para de asustarme, de conjurarmonstruos fantasmagóricos yelementales cuando estoy solo en la

oscuridad y yo… yo quiero hacerlomejor. Quiero ser un mago mejor, peroes que… —Apartó la mirada y tragósaliva; la nuez se le deslizó arriba yabajo del cuello—. No puedo.

Call lo miró atentamente. Era ciertoque Drew no se parecía al chico queCall había conocido en el autocar quelos llevaba al Magisterium. Estaba másdelgado. Mucho más delgado. Lospantalones parecían ser tres tallasmayores que la suya, y se los sujetabacon un cinturón que estaba apretadohasta el último agujero. Tenía las uñascomidas hasta la piel y unas profundasojeras.

—De acuerdo —repuso Call—.

Pero no vas a poder huir a ningún ladocon ese pie. —Se inclinó y le puso lamano sobre el tobillo. Lo notó calienteal tacto.

Drew soltó un gritito.—¡Duele!Call le miró el tobillo por debajo

del borde de los vaqueros. Parecíahinchado y oscuro.

—Creo que puedes haberte roto elhueso.

—¿D… de verdad? —Drew sonócomo si estuviera a punto de sufrir unataque de pánico.

Call buscó en sí mismo, a través desí mismo, hacia la tierra en la que estabaarrodillado. «La tierra quiere atar».

Notó que cedía bajo su toque, quecreaba un espacio donde podía colarsela magia, del mismo modo que el aguabrotaba del fondo para llenar un agujerocavado en la arena de la playa.

Call extrajo la magia a través de suser, hasta su mano, y la dejó fluir en elinterior de Drew. Éste soltó un gritoahogado.

Call se apartó.—Perdona…—No. —Drew lo miró perplejo—.

Me duele menos. Funciona.Call nunca había hecho magia como

ésa antes. Curar había sido algo de loque el Maestro Rufus les había hablado,pero nunca habían practicado. Pero lo

estaba consiguiendo. Quizá realmente notuviera nada malo.

—¡Drew! ¡Call! —Era Alex,seguido por un brillante globo de luz quele iluminaba el cabello como un halo. Sedeslizó por la ladera de la depresiónhasta casi chocar con ellos. Bajo la luzde la luna, se le veía el rostro muyblanco.

Call se apartó.—Drew está atrapado. Creo que

tiene el tobillo roto.Alex se inclinó sobre el chico y tocó

la tierra que le atrapaba la pierna. Alver que ésta se deshacía, Call se sintiótonto por no haber pensado en eso. Alexcogió al pequeño por las axilas y tiró de

él para soltarlo. Drew gritó de dolor.—¿No me has oído? Tiene el tobillo

roto… —protestó Call.—Call. No hay tiempo. —Alex se

arrodilló para coger a Drew en brazos—. Tenemos que salir de aquí.

—¿Q… qué? —Drew parecíademasiado aturdido para enterarse—.¿Qué está pasando?

Alex recorría el lugar con la mirada,nervioso. De repente, Call recordó lasadvertencias sobre lo que rondaba enlos bosques del exterior de la escuela.

—Los caotizados —dijo Call—.Están aquí.

CAPÍTULO DIECISÉIS

Un grave aullido cortó el aire. Alexcomenzó a salir de la hondonada ygesticuló impaciente a Call para que losiguiera. Call se arrastró tras él. Le

dolía mucho la pierna.Cuando llegaron arriba, Call vio a

Aaron y a Tamara que llegaban a la cimade la colina, con Celia, Jasper y Rafedetrás. Estaban jadeantes, alerta.

—¡Drew! —exclamó Tamara, al veral chicho en brazos de Alex.

—Animales caotizados —dijoAaron parándose delante de Call y deAlex—. Están subiendo por el otro ladode la colina.

—¿De qué tipo? —preguntó Alexcon urgencia.

—Lobos —contestó Jasper, y señalóhacia un punto de la negrura.

Aún con Drew en los brazos, Alexse volvió y miró horrorizado. La luna

mostraba formas oscuras saliendo de losbosques y avanzando hacia ellos. Cincolobos, grandes y fibrosos, con el pelajedel color del cielo tormentoso.Olfateaban el aire con el hocico; susojos chispeantes eran salvajes yextraños.

Alex se inclinó y dejó a Drew en elsuelo con cuidado.

—¡Escuchadme! —gritó a los otrosalumnos, que se removían temerosos—.Formad un círculo alrededor de nosotrosdos mientras curo a Drew. Perciben alos débiles, a los heridos. Nos atacarán.

—Sólo tenemos que contener a loscaotizados hasta que lleguen aquí losMaestros —dijo Tamara, mientras se

colocaba delante de Alex.—Muy bien, contenerlos, así de

simple —soltó Jasper, pero se puso enformación con los otros, cerrando uncírculo con sus cuerpos, de espaldas aAlex y a Drew. Call se encontró hombrocon hombro con Celia y Jasper. A ella lecastañeteaban los dientes.

Lo lobos caotizados aparecieron,agachados y salvajes, saltando sobre lacresta como sombras. Eran enormes,mucho más grandes que cualquier loboque Call se hubiera imaginado. Hilos debaba les colgaban de las fauces abiertas.Los ojos les ardían y giraban en elinterior de sus cuencas; verlos despertóde nuevo en Call esa sensación en la

cabeza, la de picor, o ardor o sed.«El caos —pensó para sí—. El caos

quiere devorar».Por terroríficos que fueran, cuanto

más los miraba Call, más pensaba quetenían unos ojos hermosos, como elinterior de un calidoscopio, mil coloresa la vez. No podía apartar la mirada.

—¡Call! —La voz de Tamara detuvosus pensamientos. Call volvió a sucuerpo y se dio cuenta de que se habíasalido de la formación y que estabavarios pasos por delante del resto delgrupo. No se había apartado de loslobos. Había ido hacia ellos.

Una mano lo agarró por la muñeca:Tamara, que parecía aterrorizada, pero

también decidida.—¿Quieres parar? —exigió, y

comenzó a arrastrarlo junto a los otros.Después de eso, todo pasó muy

deprisa. Tamara tiró de Call; éste seresistió. La pierna mala cedió bajo supeso y se cayó, golpeándose los codosdolorosamente contra el suelo. Tamaraechó la mano hacia atrás e hizo un gestocomo de lanzar una bola de béisbol. Uncírculo de fuego le salió de la palmahacia uno de los lobos, que de repentese hallaban muy cerca.

El fuego le estalló sobre el pelaje yel lobo aulló, mostrando una boca llenade afilados dientes. Pero siguióavanzando, con el pelaje en punta, como

si lo tuviera electrificado. La lengua lecolgaba, roja, de la boca mientras se ibaacercando y acercando. Estaba sólo aunos metros de Call cuando éste aúntrataba de ponerse en pie y Tamara lepasaba las manos bajo los brazos paraayudarlo a levantarse. A los caotizadosno era posible hacerlos desaparecercomo a los gwyverns. Sólo lesimportaban los dientes, la sangre, lalocura.

—¡Tamara! ¡Call! ¡Volved aquí! —gritó Aaron. Parecía asustado. Los loboscaotizados se acercaban lentamente,rodeando a Call y a Tamara, sin prestaratención a los otros aprendices. Alexestaba en medio de ellos y sujetaba a

Drew, que se hallaba inconsciente. Alexparecía paralizado, con los ojos y laboca muy abiertos.

Call consiguió ponerse en pie yempujó a Tamara a su espalda. Miró alos ojos del lobo que tenía más cerca.Éstos seguían girando, rojos y dorados,del color del fuego.

«Ya está —pensó Call. Su menteparecía ir más despacio; se sentía comosi estuviera moviéndose bajo el agua—.Mi padre tenía razón. Siempre ha tenidorazón. Vamos a morir aquí».

No estaba enfadado… pero tampocose sentía asustado. Tamara estabatratando de hacerlo retroceder. PeroCall no podía moverse. No quería

moverse. La sensación más extraña latíaen su interior, como un creciente nudobajo las costillas. Notaba que lamuñequera desconocida le palpitaba enel brazo.

—Tamara —susurró—. Retrocede.—¡No! —Le tiró de la espalda de la

camisa. Call se tambaleó… y el lobosaltó.

Alguien, quizá Celia, quizá Jasper,gritó. El lobo saltó por el aire, terrible yhermoso, con el pelaje chispeando. Callcomenzó a alzar las manos.

Una sombra pasó ante sus ojos,alguien que detenía su carrera entre él yel lobo, alguien con el cabello claro,alguien que clavó los pies y extendió

ambos brazos como si pudiera detener allobo con las manos.

«Alex —pensó Call al principio, sinfijarse, y luego vio quién era—: Aaron».

—¡No! —gritó, intentando avanzar,pero Tamara no lo soltaba—. ¡Aaron,no!

Los otros aprendices tambiéngritaban, llamando a Aaron. Alex habíadejado a Drew y se abría paso haciaellos.

Aaron no se movió. Tenía los piestan firmemente clavados en el suelo queera como si hubiera echado raíces.Alzaba las manos, con las palmas haciafuera, y del centro de las mismas salíaalgo como humo: era más negro que el

mismo negro, denso y sinuoso, y Callsupo, sin saber cómo, que era lasustancia más oscura del mundo.

Con un aullido, el lobo se retorció yse fue de lado para caer en una extrañaposición sobre el suelo, sólo a unospasos de Tamara y de Call. El pelaje sele erizó completamente, los ojos lerodaban enloquecidos. Los otros lobosaullaron y gañeron, y sus voces seunieron a la locura de la noche.

—Aaron, ¿qué estás haciendo? —Tamara lo dijo tan bajo que Call noestuvo seguro de que Aaron la hubieraoído—. ¿Estás haciendo eso?

Pero Aaron no parecía oírla. Laoscuridad le manaba de las manos; el

pelo y la camisa se le pegaban al cuerpopor el sudor. La oscuridad se arremolinócon mayor rapidez, y sus hilillosaterciopelados fueron envolviendo a lamanada caotizada. Se alzó el viento ylos árboles se estremecieron. La tierratembló. Los lobos trataron de retroceder,de correr, pero estaban encerrados porla oscuridad, una oscuridad que se habíaconvertido en algo sólido, una prisiónque se iba estrechando.

A Call, el corazón le golpeabadentro del pecho con una desagradablesensación. De repente, sintió terror antela idea de verse atrapado en esaoscuridad, cerrándose sobre él,borrándolo, consumiéndolo.

Devorándolo.—¡Aaron! —gritó, pero el viento ya

sacudía con fuerza los árboles y cubríatodo otro sonido—. ¡Aaron, para!

Call vio los ojos destellantes yaterrorizados de los lobos caotizados.Por un momento, se volvieron hacia él,destellos en la oscuridad. Luego lanegrura se cerró sobre ellos ydesaparecieron.

Aaron cayó de rodillas como si lehubieran disparado. Se quedó así,jadeando, con una mano sobre elestómago, mientras el viento amainaba yla tierra se calmaba. Los aprendicesguardaban un silencio total, mirándolo.Alex movía los labios, pero no lograba

decir nada. Call buscó a los lobos, peroen el lugar donde habían estado sóloquedaban masas rodantes de oscuridadque se iban disipando como el humo.

—Aaron. —Tamara se apartó deCall y corrió hacia Aaron; se agachó yle puso una mano en el hombro—. Oh,Dios mío, Aaron, Aaron…

Los otros aprendices comenzaron asusurrar.

—¿Qué está pasando? —dijo Rafecon voz quejumbrosa—. ¿Qué haocurrido?

Tamara palmeaba a Aaron en laespalda mientras le dirigía sonidosapaciguadores. Call sabía que tenía queir con ella, pero se sentía paralizado. No

podía dejar de pensar en el aspecto deAaron justo antes de que la oscuridaddevorara al lobo, el modo en queparecía estar invocando algo, llamandoa algo, y ese algo era lo que habíaacudido.

Pensó en el Quincunce.«El fuego quiere arder, el agua

quiere fluir, el aire quiere subir, la tierraquiere atar, el caos quiere devorar».

Call miró hacia atrás, a los confusosalumnos. En la distancia, tras ellos, violuces que se movían: los brillantes orbesde los Maestros que corrían hacia ellos.Oyó el sonido de sus voces. Drew teníauna expresión rara en el rostro, estoica yun poco perpleja, como si hubiera

perdido la esperanza. Las lágrimas lecorrían por las mejillas. Celia miró aCall a los ojos, y después a Aaron,como si estuviera preguntando: «¿Estábien?».

Aaron tenía el rostro hundido entrelas manos. Esa actitud liberó los pies deCall; avanzó a trompicones la cortadistancia que lo separaba de su amigo yse dejó caer de rodillas junto a él.

—¿Estás bien? —le preguntó.Aaron alzó el rostro y asintió

lentamente, aún aturdido.Tamara y Call se miraron por encima

de la cabeza de Aaron. Las trenzas deTamara se habían soltado y el cabello lecaía sobre los hombros. Call pensó que

nunca la había visto tan desarreglada.—No lo entiendes —le dijo a Call

en voz muy baja—. Aaron es lo que hanestado buscando. Es el…

—Sigo aquí, ¿sabes? —soltó Aaroncon voz forzada.

—… makaris —concluyó Tamara enun susurro.

—No lo soy —protestó Aaron—.No puedo serlo. No sé nada sobre elcaos. No tengo ninguna afinidad…

—Aaron, muchacho. —Una amablevoz interrumpió la frase de Aaron. Callse volvió y vio, sorprendido, que era elMaestro Rufus. Los otros Maestrostambién habían llegado, sus orbesbrillando como luciérnagas mientras

ellos se movían entre los alumnos,comprobando si había alguno herido,calmándolos después del susto. ElMaestro North había levantado a Drewdel suelo y lo tenía en brazos, la cabezadel chico reposando sobre su pecho.

—Yo no quería… —comenzóAaron. Se lo veía fatal—. El lobo estabaahí, y luego ya no estaba.

—No has hecho nada malo. Tehabría atacado si no hubierasreaccionado. —El Maestro Rufus cogióa Aaron con delicadeza y lo ayudó aponerse en pie. Call y Tamara seapartaron—. Has salvado vidas, AaronStewart.

El muchacho suspiró pesadamente.

Estaba tratando de calmarse.—Todos me están mirando, todos los

otros alumnos —dijo en voz baja.Call se volvió para mirar, pero su

visión quedó bloqueada por dosMaestros. El Maestro Tanaka y unamujer que sólo había visto una vez conun grupo de alumnos del Curso de Orode la que no sabía el nombre.

—Te están mirando porque eres elmakaris —dijo la maga, mirando aAaron—. Porque puedes hacer uso delpoder del caos.

Aaron no dijo nada. Se lo veía comosi de repente le hubieran dado unabofetada en el rostro.

—Hemos estado esperándote, Aaron

—dijo el Maestro Tanaka—. No tienesni idea desde hace cuánto tiempo.

Aaron se estaba tensando y parecía apunto de salir corriendo.

«Dejadlo en paz —quiso decir Call—. ¿No veis que lo estáis asustando?»

Aaron tenía razón: todos lo estabanmirando. Los otros aprendices,apiñados; sus Maestros. Incluso Lemuely Milagros apartaron la vista de suschicos el tiempo suficiente paraquedarse mirando a Aaron. SóloRockmaple se había marchado. Callsupuso que había regresado alMagisterium con Drew.

Rufus le puso a Aaron una protectoramano en el hombro.

—Haru —dijo dirigiéndose alMaestro Tanaka—. Y Sarita. Graciaspor vuestras amables palabras.

No parecía especialmenteagradecido.

—Felicitaciones —repuso elMaestro Tanaka—. Tener un makariscomo aprendiz…, el sueño de todoMaestro. —Parecía bastante hosco, yCall se preguntó si estaba enfadado portodo el asunto de quién escogía primeroen la Prueba—. Deber venir connosotros. Los Maestros deben hablarcon él…

—¡No! —exclamó Tamara, y luegose tapó la boca con la mano, como si lahubiera sorprendido su propia salida—.

Quiero decir…—Ha sido un día muy estresante

para los alumnos, sobre todo para Aaron—dijo Rufus a los dos Maestros—.Estos aprendices, la mayoría del Cursode Hierro, acaban de ser atacados poruna manada de lobos caotizados. ¿Nopodríamos dejar que el chico regresaraa la cama?

La mujer a la que había llamadoSarita negó con la cabeza.

—No podemos tener a un mago delcaos sin control vagando por ahí sin quecomprenda sus propios poderes. —Locierto era que sonaba como si lolamentara—. La zona ha sido barrida aconciencia, Rufus. Lo que haya pasado

con esa manada de lobos ha sido unaanomalía. El mayor peligro para Aaronen este momento, y para todos los otrosalumnos, es el propio Aaron. —Ydiciendo esto le tendió la mano.

Aaron miró a Rufus, esperando supermiso. Rufus asintió, cansado.

—Ve con ellos —dijo. Luego seapartó. El Maestro Tanaka llamó aAaron con un gesto, y éste se acercó aél. Flanqueado por ambos Maestros,Aaron regresó al Magisterium, y sólo sedetuvo una vez para mirar a Call y aTamara.

Call no pudo evitar pensar que se leveía muy pequeño.

CAPÍTULO DIECISIETE

En cuanto Aaron desapareció, el restode los Maestros comenzaron a colocar alos aprendices en filas, con los delCurso de Hierro en el centro y los

alumnos mayores a los lados. Tamara yCall se quedaron a cierta distancia,observando a todos apresurarse. Call sepreguntó si Tamara estaría sintiendo lomismo que él: la idea de encontrar almakaris que todos estaban buscandohabía parecido algo distante, algoimposible, y de repente, Aaron, suamigo Aaron, era el elegido. Call miróhacia donde habían estado los lobosantes de que Aaron los enviara rodandoal vacío, pero el único rastro quequedaba de ellos eran las pisadas de susenormes pezuñas en la nieve. Lashuellas aún brillaban un poco, como sicada una hubiera sido hecha con fuego yaún conservara ese fuego en su interior.

Mientras Call miraba, algo depequeño tamaño corrió entre los árbolescomo una sombra. Entornó los párpados,tratando de ver mejor, pero no hubo másmovimientos. Se estremeció al recordaraquella cosa enorme que lo había rozadomientras corría hacia Drew. Los últimosacontecimientos lo habían hecho serhiperconsciente de cualquier eventualráfaga de aire. Quizá se estuvieraimaginado cosas.

La Maestra Milagros se apartó delgrupo de aprendices, que ya estabancolocados en algo parecido a un orden,y se acercó hasta Tamara y Call. Suexpresión era amable.

—Tenemos que regresar ya. No es

probable que haya más caotizados poraquí, pero no podemos estar seguros.Será mejor que nos demos prisa.

Tamara asintió, más apagada de loque Call recordaba haberla visto nunca,y comenzó a avanzar por la nieve. Seunieron en el centro a los otrosaprendices del Curso de Hierro ycomenzaron el regreso al Magisterium.Celia, Gwenda y Jasper iban con Rafe yKai. Jasper había cubierto a Drew consu abrigo forrado de pelo cuando ésteestaba en el suelo, un bonito gesto muypoco característico por su parte; ungesto que lo dejó temblando bajo elhelado aire de la mañana.

—¿Ha dicho Drew por qué se ha

marchado? —preguntó Celia a Call—.Tú estuviste con él antes de que llegaraAlex. ¿Qué te ha dicho?

Call negó con la cabeza. No estabaseguro de si lo que le había contadoDrew era un secreto.

—Puedes decírnoslo —insistióCelia—. No nos reiremos de él ni nospondremos tontos.

Gwenda miró a Jasper y alzó lascejas.

—Al menos, la mayoría de nosotros.Jasper miró a Tamara, pero ésta no

dijo nada.Aunque Jasper se comportaba casi

siempre como un estúpido, en esemomento, recordando lo buenos amigos

que él y Tamara habían sido durante laPrueba de Hierro, Call sintió pena porél. Pensó en la vez que lo había visto enla Biblioteca, esforzándose por crearuna llama, y el modo en que le habíadicho que se largara. Call se preguntó siJasper habría pensado en escapar comolo había hecho Drew.

Recordó las palabras del aprendiz:«Sólo los cobardes dejan elMagisterium». Entonces dejó de sentirpena por él.

—Me ha dicho que el MaestroLemuel era demasiado duro con él —explicó Call—. Que normalmentefuncionaba mejor bajo presión, así queLemuel siempre estaba tratando de

asustarlo para que fuera mejor.—El Maestro Lemuel nos hace esas

cosas a todos: salta desde detrás de unapared, nos grita cosas y nos levanta dela cama en mitad de la noche paraentrenar —explicó Rafe—. No trata deser malo. Sólo trata de prepararnos.

—De acuerdo —gruñó Call, y pensóen las uñas mordidas de Drew y en susojos asustados—. Drew ha huido sinninguna razón. Quiero decir, ¿a quién nole gustaría que lo persiguieran por lanieve manadas de lobos caotizados?

—Quizá tú no supieras lo mal que loestaba pasando, Rafe —intervinoTamara, que parecía preocupada—.Porque el Maestro Lemuel no te trata así

a ti.—Drew está mintiendo —insistió

Rafe.—Ha dicho que el Maestro Lemuel

no lo deja comer —les explicó Call—.Y es verdad que está más delgado.

—¿Qué? —se extrañó Rafe—. Esono es así. Lo habéis visto en el comedorcon todos nosotros. Y de todas formas,Drew nunca me ha comentado nada detodo eso. Me habría dicho algo.

Call se encogió de hombros.—Quizá pensara que no ibas a

creerlo. Y parece que tenía razón.—Yo no… nunca… —Rafe miró a

los demás, pero todos apartaron la vista,incómodos.

—El Maestro Lemuel no es muyagradable —dijo entonces Gwenda—.Quizá Drew ha creído que su únicaopción era huir.

—No es así como se supone quedeben comportarse los Maestros —repuso Celia—. Debería haber habladocon el Maestro North. O con alguien.

—Quizá él sí crea que los Maestrospueden comportarse así —dijo Call—.Teniendo en cuenta que nadie nos haexplicado nunca cómo se supone quedeben comportarse.

Nadie pudo replicar a eseargumento. Durante un rato, caminaronen silencio, chafando la nieve con lasbotas. Con el rabillo del ojo, Call seguía

viendo una pequeña sombra que semovía con ellos, de árbol en árbol.Estuvo tentado de decírselo a Tamara,pero ella casi no había abierto la bocadesde que los Maestros se habíanllevado a Aaron al Magisterium. Parecíaperdida en sus pensamientos.

¿Qué sería? No parecía losuficientemente grande para resultaramenazador. Quizá fuera un elementalpequeño, como Warren, uno al que ledaba miedo mostrarse. Tal vez fuera elpropio Warren, demasiado asustadopara disculparse. Fuera lo que fuese,Call no parecía poder sacárselo de lacabeza. Se fue quedando atrás, hasta quequedó situado detrás del resto del grupo.

Los otros estaban tan cansados ydespistados que, un momento después,Call pudo meterse entre los árboles sinque nadie se fijara.

Los bosques estaban en silencio; ladorada luz del amanecer hacía brillar lanieve.

—¿Quién hay ahí? —preguntó Callen voz baja.

Un morro peludo apareció tras unode los árboles. Algo de pelaje rizado yorejas en punta acabó de salir, y miró aCall con los ojos de los caotizados.

Un lobezno.La criatura gimió un poco y volvió a

ocultarse. A Call, el corazón le latió confuerza dentro del pecho. Dio un paso

adelante, e hizo una mueca cuandoquebró una ramita con la bota. Ellobezno no se había ido lejos. Call lovio mientras se acercaba, agazapadodetrás del árbol, el pelaje marrónalborotado por la brisa de la mañana.Olisqueaba el aire con una naricillanegra y húmeda.

No parecía una amenaza. Era comoun perro. Un cachorro, en realidad.

—No pasa nada —dijo Call, y tratóde que su voz fuera relajante—. Sal deahí. Nadie te va a hacer daño.

El lobo comenzó a mover la colitapeluda. Saltó hacia Call sobre unaspatas no totalmente estables por encimade las hojas muertas y la nieve.

—Hey, lobito —dijo Call bajando lavoz. Siempre había querido tener unperro, lo había deseado con desespero,pero su padre nunca le había permitidotener animales. Sin poder evitarlo, Calltendió la mano y acarició al cachorro enla cabeza, hundiendo los dedos en elsuave pelaje. El lobo movió la cola aúnmás rápido y gimoteó.

—¡Call! —Alguien…, le parecióque era Celia, lo estaba llamando—.¿Qué estás haciendo? ¿Adónde has ido?

Los brazos de Call se movieron porsí solos, como si él no fuera más que unamarioneta de cuerdas; cogieron al lobo ylo metieron dentro de la chaqueta. Ellobezno resopló y se quedó quieto,

clavándole las uñas en la camisamientras él se subía la cremallera. Callse miró; no parecía que tuviera nadararo, se dijo. Sólo un poco de barriga,como si hubiera estado dándole alliquen.

—¡Call! —volvió a llamarlo Celia.El muchacho vaciló. Estaba total y

absolutamente convencido de que llevarun animal caotizado al Magisterium erauna falta de tal calibre que se castigabacon la expulsión. Quizá incluso podíaser que se castigara atándole la magia.Era una locura.

Entonces, el lobezno sacó la cabezay le lamió la barbilla por debajo. Callrecordó los lobos desapareciendo en la

oscuridad que Aaron había conjurado.¿Habría sido uno de ellos la madre deese cachorro? ¿Era huérfano de madre…igual que él?

Respiró hondo y, después de subirsedel todo la cremallera, fue cojeando areunirse con los otros.

—¿Dónde estabas? —le preguntóTamara. Por lo visto, ya había salido desu silencio y parecía enfadada—.Comenzábamos a preocuparnos.

—Se me ha quedado enganchado elpie en una raíz —contestó Call.

—La próxima vez grita o di algo. —Tamara parecía demasiado cansada ypreocupada para analizar si eso eraverdad o no. Jasper lo miró con una

expresión rara en el rostro.—Estábamos hablando de Aaron —

lo informó Rafe—. Sobre lo extraño quees que no supiera que podía emplear lamagia del caos. Nunca me habríaimaginado que fuera un makaris.

—Debe de dar miedo —intervinoKai—. Emplear la magia que usa elEnemigo de la Muerte, quiero decir. Nodebe de ser agradable, ¿no?

—Sólo es poder —replicó Jasper enun tono de superioridad—. No es lamagia del caos lo que hace que elEnemigo sea el monstruo que es. Sevolvió así porque fue corrompido por elMaestro Joseph y se volvió totalmenteloco.

—¿Qué quieres decir con que fuecorrompido por Joseph? ¿Era suMaestro? —preguntó Rafe, preocupado,como si tal vez pensara que, como elMaestro Lemuel era horrible, eso podíaconvertirlo también a él en alguienmalvado.

—Oh, cuenta la historia de una vez,Jasper —dijo Tamara con voz cansada.

—Vale —repuso Jasper, que parecíaalegrarse de que Tamara le hablara—.Para los que no sabéis nada, lo que esbastante vergonzoso, por cierto, elnombre auténtico del Enemigo de laMuerte es Constantine Madden.

—Empezamos bien —replicó Celia—. No todo el mundo es de legado,

Jasper.Bajo la chaqueta de Call, el lobezno

se removió. Call cruzó los brazos sobreel pecho y esperó que nadie lo notara.

—¿Estás bien? —le preguntó Celia—. Pareces un poco…

—Estoy bien —le aseguró Call.—Constantine —continuó Jasper—

tenía un hermano gemelo llamadoJericho, y como todos los magos quepasan la Prueba, entraron en elMagisterium a los doce años. En aquelemtonces se centraban mucho más en losexperimentos. El Maestro Joseph, queera el Maestro de Jericho, estabasupermetido en la magia del caos. Peropara hacer todos los experimentos que

quería necesitaba un makaris quepudiera acceder al vacío. No podíahacerlos él solo.

Jasper cambió a un tono de vozgrave y tenebroso.

—Imaginaos lo contento que se pusocuando resultó que Constantine era unmakaris. Jericho no necesitó mucho paraque lo convencieran de ser el contrapesode su hermano, y a los otros Maestros nocostó mucho convencerlos para quedejaran al Maestro Joseph trabajar conlos dos hermanos aparte de su formaciónnormal. Era un experto en la magia delcaos, incluso si él no podía emplearla, yConstantine tenía mucho que aprender…

—Eso no suena nada bien —

comentó Call, que trataba de no hacercaso a que el lobo, bajo la chaqueta,estaba comiéndose uno de los botonesde la camisa, lo que le hacía muchascosquillas.

—Tienes razón —lo secundó Tamara—. Jasper, no es una historia defantasmas. No hace falta que la cuentesasí.

—Sólo lo estoy contando tal y comoocurrió. Constantine y el Maestro Josephse fueron obsesionando cada vez máscon lo que se podía hacer con el vacío.Tomaban trozos de él y los introducíanen animales, lo que los convertía encaotizados, como los lobos de antes. Delejos parecían animales normales, pero

eran mucho más agresivos y tenían elcerebro hecho papilla. El caos puro enel cerebro te vuelve loco. El vacío… escomo todo y nada al mismo tiempo.Nadie puede tenerlo en la cabeza sinvolverse loco. Y seguro que una ardillatampoco.

—¿Hay ardillas caotizadas? —preguntó Rafe.

Jasper no le contestó. Estabalanzado.

—Quizá por eso Constantine hizo loque hizo. Tal vez el vacío lo volvieraloco. No lo sabemos. Sólo sabemos quehizo un experimento que nadie habíaintentado antes. Era demasiado difícil.Casi lo mató y acabó con su contrapeso.

—Quieres decir con su hermano —puntualizó Call.

La voz se le puso un poco rara alfinal de la frase, pero el lobo habíadecidido elegir ese momento para dejarde morder el botón y comenzar a lamerleel pecho. También estaba bastanteseguro de que lo estaba cubriendo debabas.

—Sí. Murió en el suelo de la sala deexperimentos. Dicen que su fantasma…

—Cállate, Jasper —le ordenóTamara. Estaba tratando de tranquilizara otra chica del Curso de Hierro a la quele temblaban los labios.

—Bueno, fuera como fuese, Jerichomurió. Y quizá penséis que eso detuvo a

Constantine, pero sólo lo volvió peor.Se obsesionó con encontrar la manera derevivir a su hermano. De emplear lamagia del caos para hacer regresar a losmuertos.

Celia asintió.—Necromancia. Totalmente

prohibida.—No pudo hacerlo. Pero sí que

consiguió meter el caos dentro de sereshumanos, lo que creó los primeroscaotizados. Parecía sacarles el alma, demodo que ya no sabían quiénes eran. Loobedecían sin pensar. No era lo que élquería, y quizá tampoco pretendíahacerlo, pero eso no hizo que detuvierasus experimentos. Finalmente, los otros

Maestros descubrieron lo que estabahaciendo. Trataron de encontrar lamanera de atarle la magia, pero nosabían que el Maestro Joseph seguíasiéndole leal. El Maestro Joseph loayudó a escapar; voló por los aires unode los muros del Magisterium y se llevóa Constantine consigo. Mucha gente diceque la explosión casi los mató y queConstantine quedó horriblementedesfigurado. Ahora lleva una máscara deplata para ocultar las cicatrices. Losanimales caotizados que sobrevivierontambién escaparon en la explosión, y espor eso que hay tantos por estosbosques.

—Así que lo que estás diciendo es

que el Enemigo de la Muerte es como espor culpa del Magisterium —apuntóCall.

—No —negó Jasper—. Eso no es loque yo…

La Puerta de la Misión se hizovisible, y Call se despistó pensando enque si llegaba a su habitación sería unmillón de veces más fácil ocultar allobo. Al menos sería más fácilesconderlo de la gente con la que nocompartía las habitaciones. Le pondríaal lobo un poco de comida y agua, yluego… luego ya pensaría qué hacer.

La puerta estaba abierta. Pasaronbajo las palabras «CONOCIMIENTO YACCIÓN SON UNO Y LO MISMO», y

entraron en las cavernas delMagisterium, donde una ráfaga de airecálido le dio a Call en la cara y lepresentó otro problema. Fuera estabahelando. Ahí dentro, mientras iban haciasus habitaciones, con la cremallera de lachaqueta subida hasta la barbilla, Callse estaba sobrecalentando rápidamente.

—¿Y qué quería Constantine? —preguntó Rafe.

—¿Qué? —Jasper parecía distraído.—Has dicho: «No era lo que él

quería». Los caotizados. ¿Por qué no?—Porque quería traer de vuelta a su

hermano —respondió Call. No podíacreer que Rafe fuera tan tonto—. No auna especie de… zombi.

—No son como zombis —replicóJasper—. No se comen a la gente. Loscaotizados simplemente no tienenrecuerdos ni personalidad. Están…como en blanco.

Ya estaban llegando a lashabitaciones de los del Curso de Hierro,y había braseros a intervalos a lo largodel corredor, cargados de piedras querelucían con fuerza. Tener un enormesaco peludo metido debajo de lachaqueta estaba haciendo que latemperatura de Call subiera por lasnubes. Además, el lobo estabarespirándole pesadamente en el cuello.Pensó que igual se había dormido.

—¿Cómo es que sabes tanto del

Enemigo de la Muerte? —preguntó Rafe,con cierto tono cortante en la voz.

Call no oyó la respuesta de Jasperporque Tamara le estaba susurrando aloído.

—¿Estás bien? —le preguntaba—.Te estás poniendo morado.

—Estoy bien.Ella lo miró de arriba abajo.—¿Tienes algo metido en la

chaqueta?—La bufanda —contestó él, y

esperó que Tamara no recordara que nohabía cogido ninguna bufanda.

Ella lo miró frunciendo las cejas.—¿Y por qué has hecho eso?Call se encogió de hombros.

—Tenía frío —replicó.—Call…Pero ya habían llegado a sus

habitaciones. Con enorme alivio, Calltocó la puerta con su muñequera paraque entraran. Ella estaba a mediodespedirse de los otros cuando Call dioun portazo y se fue a toda prisa hacia sudormitorio.

—¡Call! —exclamó Tamara—. ¿Nocrees que deberíamos… no sé, hablar?Sobre Aaron.

—Más tarde —soltó Call, mediocayendo al entrar en su dormitorio ycerrando la puerta de una patada. Se tirósobre la cama justo en el momento enque el lobo sacaba la cabeza por el

cuello de la chaqueta y mirabaalrededor.

Una vez libre, parecía muy excitadomientras recorría la habitación. Sus uñashacían mucho ruido sobre la piedra, yCall deseó que Tamara no lo oyeramientras el lobo olisqueaba bajo sucama, por su armario y por encima delpijama que Call había tirado al suelocuando lo habían despertado.

—Necesitas un baño —le dijo allobezno.

Éste detuvo sus cabriolas, se tendióen el suelo con las piernas al aire ymeneó la cola con la lengua colgándolepor un lado de la boca. Mientras Call lemiraba los extraños ojos cambiantes,

recordó las palabras de Jasper.«No tienen recuerdos ni

personalidad. Están como… en blanco».Pero el lobezno tenía personalidad

de sobra. Lo que significaba que Jasperno entendía tanto sobre lo quesignificaba ser un caotizado como creíaentender. Tal vez fueran de esa maneracuando el Enemigo los creó, quizáincluso siguieran estando en blancodurante toda su vida, pero el lobeznohabía nacido con el caos dentro. Habíacrecido así. No era como todos creíanque era.

Le vinieron a la cabeza las palabrasde su padre, y se estremeció de un modoque no tenía nada que ver con el frío.

«Tú no sabes lo que eres».Apartó ese pensamiento y se sentó

en la cama; se sacó las botas y se estirócon el rostro contra la almohada. Ellobezno saltó a su lado; olía a agujas depino y a tierra recién removida. Por unmomento, Call se preguntó si el lobo lomordería. Pero éste se acurrucó junto aél, después de dar dos vueltas, elcuerpecillo contra su estómago. Con elcálido peso del lobezno caotizado juntoa él, Call se durmió al instante.

CAPÍTULO DIECIOCHO

Call soñó que estaba atrapado bajo elpeso de una enorme almohada peluda.Se despertó atontado, agitando losbrazos, y casi golpeó al lobezno, que

estaba hecho un ovillo sobre su pecho ylo miraba con unos enormes ojosrodantes del color del fuego que noresultaban en absoluto amenazadores.

De repente, Call tuvo plenaconciencia de lo que había hecho, y rodópara apartarse del lobo con tal rapidezque se salió de la cama y cayó al suelo.El dolor en la rodilla al golpeárselacontra el frío suelo de piedra lodespertó por completo. Vio que estabaarrodillado y miraba directamente a losojos del lobezno, que se había instaladoen el borde de la cama y le devolvía lamirada.

—¡Bup! —ladró el cachorro.—Chist —siseó Call. El corazón le

iba a toda velocidad. ¿Qué había hecho?¿De verdad había colado un animalcaotizado dentro del Magisterium? Másle valdría haberse sacado toda la ropa,haberse cubierto de liquen y habercorrido por las cuevas gritando:«¡EXPULSADME! ¡ATADME LAMAGIA! ¡ENVIADME A CASA!».

El lobezno gimió. Los ojos lerodaban como molinillos de colores,fijos en Call. Sacó la lengua un momentoy la volvió a meter en la boca.

—Oh, vaya —masculló Call—.Tienes hambre, ¿verdad? De acuerdo.Déjame conseguirte algo de comer.Quédate aquí. Sí. No te muevas.

Se puso en pie y miró sorprendido el

reloj de cuerda de la mesilla de noche.Las once de la mañana y no le habíasonado la alarma. Qué raro. Abrió lapuerta de su dormitorio en silencio, y alinstante se encontró frente a Tamara, yavestida con el uniforme, que estabadesayunando en la mesa común. Era undesayuno delicioso de aspecto normal:tostadas y mantequilla, salchichas,beicon, huevos revueltos y zumo denaranja.

—¿Ha vuelto Aaron? —preguntóCall, mientras cerraba con cuidado lapuerta de su dormitorio y se apoyaba enella en lo que esperaba que fuera unapose despreocupada.

Tamara se tragó la tostada que tenía

en la boca y negó con la cabeza.—No. Celia ha pasado por aquí

antes y ha dicho que habían canceladolas clases por hoy. No sé qué estápasando.

—Supongo que será mejor que mevista —dijo Call mientras cogía unasalchicha del plato.

Tamara lo miró.—¿Te sientes bien? Estás como raro.—Estoy bien. —Call cogió otra

salchicha—. Vuelvo enseguida.Se metió en el dormitorio, donde el

lobezno se había tumbado sobre unmontón de ropa y movía las patas en elaire. Se puso en pie en cuanto vio a Cally trotó hasta él. Call contuvo el aliento

mientras le ofrecía una salchicha. Ellobezno olisqueó la comida y se la tragóde un bocado. Call le dio la segundasalchicha, y observó descorazonadocómo desaparecía tan rápido como laprimera. El cachorro se lamió el morromientras esperaba expectante.

—Vaya —dijo Call—. No tengomás. Espera y te traeré alguna otra cosa.

Debería haber tardado sólosegundos en ponerse un uniforme limpio,pero no pudo con el lobo saltando portoda la habitación. Las salchichas lohabían revitalizado. Cogió una bota deCall, se la llevó debajo de la camatirando de los cordones y comenzó amorder el cuero. Luego, cuando Call

consiguió recuperarla, el lobezno lemordió el bajo de los pantalones ycomenzó a tirar de él.

—Para —le rogó Call, tirando haciael otro lado, pero eso sólo parecióanimar al lobezno, que empezó a brincardelante de él con ganas de jugar—.Volveré enseguida —le prometió—.Quédate quieto y no hagas ruido. Yluego te sacaré como pueda para quepasees.

El lobezno torció la cabeza hacia unlado y volvió a tumbarse panza arribasin parar de moverse.

Call aprovechó ese momento parasalir del dormitorio y cerrar la puertatras él a toda prisa.

—Ah, bien —dijo el Maestro Rufusmientras dejaba de inspeccionar lapared del fondo y se volvía hacia Call—. Ya estás listo. Tenemos que ir a unareunión.

Call casi pegó un bote al verlo.Tamara lo miró de forma interrogantemientras se sacudía del uniforme lasmigas de las tostadas.

—Pero no he desayunado —protestóCall, y miró el resto de comida. Si dealgún modo pudiera meter unos cuantospuñados de salchichas en su dormitorio,podría calmar al lobo lo suficiente hastaque regresara de esa reunión. En su otraescuela, las reuniones eran normalmenteclases de horas sobre todo lo malo que

podía pasarle a uno si hacía lo que nodebía, o lo incorrecto que era abusar delos demás, o, al menos una vez, loshorrores de las chinches. No pensabaque esta reunión fuera a ser así, peroesperaba que se acabara rápido. Estabaseguro de que el lobo tendría que salir apasear muy pronto. Si no, bueno, Callprefería no pensar en eso.

—Te has comido dos salchichas —informó Tamara, nada colaboradora—.Tampoco es que te vayas a morir dehambre.

—¿Es así? —preguntó el MaestroRufus secamente—. En tal caso, vamosya, Callum. Van a asistir algunosmiembros de la Asamblea de los Magos.

No queremos llegar tarde, ya que estoyseguro de que supones de qué se va atratar allí.

Call entrecerró los ojos.—¿Dónde está Aaron? —preguntó,

pero el Maestro Rufus no le contestó.Los llevó al pasillo, donde se unieron aun torrente de gente que fluía por lascavernas. Call no creía haber vistonunca tanta gente en los corredores de laescuela. El Maestro Rufus se pusodetrás de un grupo de chicos mayores ysus Maestros, que iban en dirección sur.

—¿Sabes adónde vamos? —preguntó Call a Tamara.

Ésta negó con la cabeza. Parecíamás seria de lo que lo había estado en

semanas. Call recordó la noche anterior,cuando lo había cogido del brazo paraintentar alejarlo del lobo caotizado.Había arriesgado su vida por él. Nuncahabía tenido una amiga como ella.Nunca había tenidos amigos como ella ocomo Aaron. Y ahora que los tenía, nosabía muy bien qué hacer con ellos.

Llegaron a un auditorio circular conbancos de piedra que se alzaban entodas direcciones desde un estradoredondo. Al fondo, Call vio un grupo dehombres y mujeres vestidos conuniformes de color oliva y supuso queserían los miembros de la Asamblea quehabía mencionado el Maestro Rufus.Éste los llevó a un sitio cerca del

estrado y allí, finalmente, vieron aAaron.

Estaba en la primera fila, sentadojunto al Maestro North, pero tan lejosque Call no podría hablar con él sintener que gritar. En realidad sólo le veíael cogote, su suave cabello rubio depunta. Tenía el mismo aspecto desiempre.

Uno de los makaris. Un makaris.Parecía un título tan intimidante… Callpensó en la forma en que las sombrashabían parecido envolver la manada delobos la noche anterior y lo horrorizadoque estaba Aaron cuando todo huboacabado.

«El caos quiere devorar».

No parecía la clase de poder quealguien como Aaron, a quien todo elmundo apreciaba y que apreciaba a todoel mundo, debiera tener. Debería ser dealguien como Jasper, que probablementesería fantástico dando órdenes a laoscuridad y rellenando de caos mágicoun montón de animales raros.

El Maestro Rufus se puso en pie,subió al estrado y fue hasta el centropara colocarse ante el atril.

—Alumnos del Magisterium ymiembros de la Asamblea —comenzó.Sus ojos oscuros recorrieron la sala.Call notó que su mirada se detenía sobreTamara y sobre él durante un momentoantes de seguir su recorrido—. Todos

conocéis nuestra historia. Ha habidoMagisterium desde el tiempo de nuestrofundador, Phillippus Paracelso. Existepara enseñar a los magos jóvenes acontrolar sus poderes y para fomentaruna comunidad de aprendizaje, magia ypaz, además de para crear una fuerzacon la que defender nuestro mundo.

»Todos conocéis la historia delEnemigo de la Muerte. Muchosperdisteis a seres queridos en la GranBatalla o en la Masacre Fría. Tambiéntodos conocéis la existencia delTratado: el acuerdo entre la Asamblea yConstantine Madden que establece quesi no lo atacamos a él o a sus fuerzas, élno nos atacará a nosotros.

»Muchos de vosotros —añadió elMaestro Rufus, y volvió a barrer la salacon la mirada—, también opináis que elTratado es un error.

Se levantaron murmullos entre elpúblico. Tamara miró a los miembros dela Asamblea con expresión ansiosa, yCall se dio cuenta de repente de que dosde los miembros de la Asamblea eranlos padres de Tamara. Los había vistoantes, durante la Prueba de Hierro. Enese momento se hallaban sentados,tiesos como palos, con el rostro comode piedra, observando a Rufus. Callnotó cómo olas de desaprobaciónmanaban de sus cuerpos.

—El Tratado significa que debemos

confiar en el Enemigo de la Muerte;confiar en que no nos atacará, en que noempleará este tiempo alejado de labatalla para aumentar sus fuerzas. Perono se puede confiar en el Enemigo.

Hubo otra oleada de murmullos entrelos miembros de la Asamblea. La madrede Tamara tenía la mano sobre el brazode su esposo reteniéndolo; éste queríaponerse en pie. Tamara estaba comoparalizada.

El Maestro Rufus alzó la voz.—No podemos confiar en el

Enemigo. Y lo digo como alguien queconoció a Constantine Madden cuandoera alumno del Magisterium. Nos hemosnegado a ver el aumento de ataques por

parte de los seres elementales; unoanoche, a sólo unos metros de laspropias puertas del Magisterium; y noshemos negado a ver los ataques anuestras líneas de suministros y nuestrascasas de acogida. Nos hemos negado aver todo eso no porque creamos en laspromesas de Constantine Madden, sinoporque el Enemigo es un makaris, uno delos pocos de nosotros que han nacidopara controlar la magia del vacío. En elcampo de batalla, sus caotizadosderrotaron al único makaris de nuestrotiempo. Siempre hemos sabido que, sinun makaris, éramos vulnerables alEnemigo, y desde la muerte de VerityTorres, hemos estado esperando el

nacimiento de otro.Un montón de alumnos estaban

sentados en el borde de los bancosescuchando con interés. Era evidenteque, aunque algunos de ellos habíanoído lo que había ocurrido la nocheanterior fuera de las puertas, o lo sabíanporque habían estado allí, muchos deellos sólo comenzaban a suponer lo queiba a decirles Rufus. Call vio a un grupode alumnos del Curso de Plata inclinarsehacia Alex; uno de ellos le tiró de lamanga mientras le preguntaba ensilencio: «¿Sabes de qué va esto?». Élnegó con la cabeza. Mientras tanto, losmiembros de la Asamblea no paraban dehablar entre ellos. El padre de Tamara

volvía a estar sentado, pero su expresiónera tormentosa.

—Me alegro de anunciar —prosiguió Rufus— que hemosdescubierto la existencia de un makaris,aquí, en el Magisterium. Aaron Stewart,¿puedes ponerte en pie, por favor?

Aaron se levantó. Iba vestido con suuniforme negro y tenía ojeras decansancio. Call se preguntó si lo habríandejado dormir algo. Pensó en lopequeño que le había parecido Aaron lanoche anterior, cuando se lo llevaban dela colina. En ese momento seguíapareciendo pequeño, aunque era uno delos chicos más altos del Curso deHierro.

De entre el público se oyeron variasexclamaciones apagadas y muchossusurros. Después de mirar alrededor,nervioso, Aaron comenzó a sentarse denuevo, pero el Maestro North negó conla cabeza y le hizo un gesto paraindicarle que debía permanecer de pie.

Tamara tenía los puños apretadossobre el regazo y pasaba su miradapreocupada del Maestro Rufus a suspadres, callada y con los labiosapretados. Call nunca se había alegradotanto de no ser el centro de atención. Eracomo si la gente de la sala estuvieradevorando a Aaron con los ojos. SóloTamara parecía no fijarse en él, quizápreocupada porque su familia daba la

impresión de estar a punto de correrhacia el estrado y golpear al MaestroRufus con una estalactita.

Uno de los miembros de laAsamblea bajó desde el banco más alto.Luego guio a Aaron al estrado. CuandoAaron vio a Tamara y Call, les sonrió unpoco y alzó las cejas como para decir:«Esto es una locura».

Call curvó las comisuras de la bocaen respuesta.

El Maestro Rufus bajó del estrado yfue a sentarse junto al Maestro North, enel asiento que había dejado Aaron. ElMaestro North se inclinó hacia él y lesusurró algo. Rufus asintió. De toda lagente de la sala, el Maestro North

parecía ser el único al que el discursode Rufus no le había sorprendido.

—La Asamblea de los Magos quierereconocer formalmente que AaronStewart tiene afinidad a la magia delcaos. ¡Es nuestro makaris! —Elmiembro de la Asamblea sonrió, peroCall notó que su sonrisa era forzada.Probablemente se estaba conteniendo loque fuera que le hubiera querido decir aRufus; su discurso no parecía habergustado a ninguno de los miembros. Sinembargo, sus palabas provocaron unaplauso, iniciado por Tamara y Call, quepatearon el suelo y silbaron como siestuvieran en un partido de hockey. Elaplauso siguió hasta que el miembro de

la Asamblea hizo un gesto parasilenciarlo.

—Ahora —continuó—, es deesperar que todos entendáis laimportancia de los makaris. Aaron tieneuna responsabilidad hacia el mundo engeneral. Sólo él puede deshacer el dañoque el autodenominado Enemigo de laMuerte ha causado, librar la tierra de laamenaza de los animales caotizados yprotegernos de las sombras. Debeasegurarse de que el Tratado se continúerespetando para que reine la paz. —Aldecir esto, el miembro de la Asamblease permitió lanzar una torva mirada endirección al Maestro Rufus.

Aaron tragó saliva ostensiblemente.

—Gracias, señor. Haré todo lo quepueda.

—Pero ningún camino difícil deberecorrerse a solas —continuó elmiembro de la Asamblea mientrasmiraba al resto de los presentes—.Cuidarte, apoyarte y defenderte seráresponsabilidad de todos tuscompañeros. Puede ser un gran peso serun makaris, pero él no tendrá quecargarlo solo, ¿verdad? —El miembrode la Asamblea alzó la voz alpronunciar la última palabra.

Los presentes aplaudieron de nuevo,esta vez a sí mismos, como una promesa.Call aplaudió tan fuerte como pudo.

El miembro de la Asamblea metió la

mano en uno de los bolsillos de suuniforme y sacó una piedra negra, quelevantó ante Aaron.

—Llevamos guardando esto más deuna década, y es un gran honor para míser quien te la entregue. La reconoceráscomo una piedra de afinidad, una queconsigues cuando adquieres la Maestríaen un elemento. La tuya es de ónix negro,por el vacío.

Call se inclinó hacia adelante paraver mejor, y el corazón comenzó agolpearle con fuerza dentro del pecho.Porque allí, en la mano del miembro dela Asamblea, había una piedra que era lagemela de la que había en la muñequeraque su padre había enviado al Maestro

Rufus. Lo que significaba que esamuñequera había pertenecido a unmakaris. Sólo habían nacido dos deellos durante el tiempo de su padre, sólohabía dos posibles makaris a los que esamuñequera podía haber pertenecido:Verity Torres y Constantine Madden.

Call dejó de aplaudir. Las manos lecayeron sobre el regazo.

CAPÍTULO DIECINUEVE

Después de la ceremonia, a Aaron se lollevaron rápidamente los miembros dela Asamblea. El Maestro Rufus tomó lapalabra de nuevo para anunciar que ése

iba a ser un día sin clases. Todosparecieron más excitados por eso quepor que Aaron fuera un makaris. Losalumnos se diseminaron rápidamente, lamayoría directos hacia la Galería, ydejaron a Call y a Tamara caminandosolos hacia sus habitaciones a través delas retorcidas cavernas iluminadas porbrillantes cristales.

Casi todo el camino Tarama fuecharlando nerviosa, aliviada de que suspadres no se hubieran enfrentado alMaestro Rufus, y sin notar que Call sólole respondía con gruñidos y sonidos sinsignificado. Tamara estaba convencidade que iba a ser fantástico para los tresque Aaron fuera el makaris. Decía que

no debían preocuparse de la política,que debían pensar en que iban a tener untratamiento especial y les iban aencargar las mejores misiones. Estabacontándole a Call que algún día iba apoder andar sobre el fuego de un volcáncuando, de repente, se interrumpió ypuso los brazos en jarras.

—¿Por qué estás siendo tanmuermo? —preguntó.

Call se sintió herido.—¿Muermo?—Cualquiera creería que no te

alegras por Aaron. No tendrás celos,¿verdad?

Se equivocaba tanto que por unminuto Call no pudo hacer más que

farfullar.—Sí, claro, quiero que todos estén

allí mirándome fijamente como…como…

—¿Tamara?Jasper estaba esperando en su

puerta. Tenía muy mal aspecto.Tamara se recompuso. A Call

siempre lo impresionaba la manera enque Tamara conseguía parecer como dedos metros, cuando en realidad era másbaja que él.

—¿Qué quieres, Jasper?Parecía molesta de que la hubieran

interrumpido mientras interrogaba aCall. Por primera vez, éste pensó queJasper podía servir de algo.

—¿Puedo hablar contigo unmomento? —preguntó. Parecía tan tristeque Call sintió pena por él—. Tengo unmontón de clases extras y… me iría bientu ayuda.

—¿La mía no? —preguntó Call,pensando en aquella noche en laBiblioteca.

Jasper no le hizo caso.—Por favor, Tamara. Sé que he sido

un estúpido, pero quiero que volvamos aser amigos.

—No has sido un estúpido conmigo—contestó ella—. Discúlpate con Call yme lo pensaré.

—Perdona —dijo Jasper bajando lamirada.

—Vale —repuso Call. No era unaauténtica disculpa, y Tamara ni siquierasabía de la vez que Jasper había echadoa Call de la Biblioteca a gritos, así queno pensó que tuviera que aceptarla. Perosupuso que si Tamara se iba con Jasper,eso podría dejarle un rato para ocuparsedel lobo. Un rato que necesitabadesesperadamente—. Deberíasayudarlo, Tamara. Necesita mucha ymucha y mucha ayuda. —Miró a Jaspera los ojos.

Tamara suspiró.—De acuerdo, vale, Jasper. Pero

tendrás que portarte bien con misamigos, no sólo conmigo. Nada decomentarios sarcásticos.

—Pero ¿y él qué? —protestó Jasper—. Se pasa el rato haciendocomentarios sarcásticos.

Tamara los miró a los dos y suspiró.—¿Qué tal si los dos dejáis de hacer

comentarios sarcásticos?—¡Nunca! —respondió Call.Tamara puso los ojos en blanco y

siguió a Jasper por el pasillo, despuésde prometer a Call que lo vería en lacena.

Eso dejó a Call solo en la habitacióncon un revoltoso lobezno caotizado.Cogió al lobo y se lo volvió a meterbajo el abrigo, a pesar de unos cuantosgañidos de protesta. Luego se dirigió ala Puerta de la Misión tan deprisa como

se lo permitía la pierna. Temía que lapuerta exterior de la cueva estuvieracerrada, pero resultó que era fácilabrirla por dentro. La puerta de la verjade metal estaba cerrada, pero Call nonecesitaba ir tan lejos. Esperando quenadie lo viera, Call se sacó al lobo dedebajo del abrigo. Éste se puso acorretear, mirando nervioso el metal yolfateando el aire antes de orinar, porfin, sobre unas hierbas heladas.

Call lo dejó suelto un ratito antes devolvérselo a meter bajo el abrigo.

—Vamos —dijo al cachorro—.Tenemos que regresar antes de quealguien te vea. Y antes de que alguientire los restos del desayuno.

Volvió por los pasillos,encorvándose cada vez que se cruzabacon otros aprendices, para que nonotaran que algo se le movía bajo elabrigo. Llegó justo a sus habitacionesantes de que el lobo saltara fuera.Luego, el cachorro tumbó el cubo de labasura y se comió los restos deldesayuno de Tamara, sintiéndose comoen casa.

Finalmente, Call consiguióacorralarlo hasta meterlo en sudormitorio. Le llevó un cuenco con agua,dos huevos crudos y una salchicha fríaque había quedado en la encimera. Ellobo se lo tragó todo, hasta la cáscara delos huevos. Luego jugaron a tirar de una

de las mantas de la cama.Justo cuando Call soltaba la manta y

el lobo volvía a saltar, se oyó la puertaexterior. Alguien entró en la sala común.Call se detuvo y trató de averiguar siTamara se había dado cuenta de nuevode que Jasper era un idiota y habíaregresado antes o si era Aaron, quehabía vuelto. En ese silencio, oyóclaramente que tiraban algo contra unapared. El lobo saltó de la cama y semetió debajo, gañendo bajito.

Call se acercó a la puerta. La abrió yvio a Aaron sentado en el sofá,sacándose una de las botas. La otraestaba en el otro lado de la habitación.Había una mancha de suciedad en la

pared, donde la bota había impactado.—Estoo… ¿estás bien? —preguntó

Call.Aaron pareció sorprendido de verlo.—Creía que no estabais ninguno de

los dos.Call carraspeó para aclararse la

garganta. Se notaba raramenteincómodo. Se preguntó si Aaron sequedaría con ellos, ahora que era elmakaris, o si lo llevarían a algunaelegante habitación de «el héroe quetiene que salvar al mundo».

—Bueno, Tamara se ha ido conJasper a alguna parte. Supongo quevuelven a ser amigos.

—Vale —repuso Aaron sin interés.

Era algo de lo que normalmente habríaquerido hablar. Había otras cosas de lasque Call también quería hablar conAaron, como del lobo, del extrañocomportamiento de los padres deTamara y de la piedra negra en lamuñequera de Aaron y de lo que esosignificaba en relación con la piedranegra en la muñequera que el padre deCall le había enviado a Rufus, pero noestaba seguro de cómo empezar. O de sidebía empezar.

—Bueno… —dijo—, debes de estarmuy animado con todo ese… asunto dela magia del caos.

—Claro —replicó Aaron—. Estoyencantado.

Call reconocía el sarcasmo cuandolo oía. Por un instante, no creyó que esolo hubiera dicho Aaron. Pero ahí estabaél, mirando su bota, con los dientesapretados. Sin duda estaba enfadado.

—¿Quieres que te deje solo para quepuedas tirar la otra bota? —preguntóCall.

Aaron respiró hondo.—Perdona —dijo, y se frotó el

rostro con una mano—. Es que no sé siquiero ser un makaris.

Call se quedó tan sorprendido que,por un instante, no se le ocurrió nadaque decir.

—¿Por qué no? —soltó finalmente.Aaron era perfecto para ese papel. Era

exactamente como todos pensaban quedebía ser un héroe: agradable, valiente yle iba el hacer cosas de héroe, comocorrer directo hacia una manada delobos caotizados en vez de huir comocualquier persona normal y cuerda.

—No lo entiendes —repuso Aaron—. Todo el mundo actúa como si fuerauna gran noticia, pero no lo es para mí.La última makaris murió a los quinceaños, y, de acuerdo, consiguió detener laguerra y que hubiera el Tratado, peroaun así murió. Y murió de una formahorrible.

Lo que cuadraba con todo lo que elpadre de Call había dicho sobre losmagos.

—No vas a morir —le dijo Call confirmeza—. Verity Torres murió en unabatalla, una enorme batalla. Tú estás enel Magisterium. Los Maestros no tedejarán morir.

—Eso no lo sabes —replicó Aaron.«Por eso murió tu madre. Por la

magia», le dijo la voz de su padre en lacabeza.

—De acuerdo, muy bien. Entoncesdeberías escaparte —le sugirió Call derepente.

Aaron volvió la cabeza de golpe.Eso había conseguido captar suatención.

—¡No voy a escaparme!—Bueno, pues podrías —repuso

Call.—No, no podría. —Los ojos verdes

de Aaron ardían; parecía realmenteenfadado—. No tengo adónde ir.

—¿Qué quieres decir? —preguntóCall, pero en el fondo lo sabía, o losuponía: Aaron nunca hablaba de sufamilia, nunca decía nada sobre su vidaen casa…

—¿Es que no te enteras de nada? —preguntó Aaron, molesto—. ¿No te haspreguntado dónde estaban mis padresdurante la Prueba? No tengo. Mi madreestá muerta, mi padre se largó. No tengoni idea de dónde está. No lo he vistodesde que tenía dos años. Vengo de unacasa de acogida. De más de una. Se

aburren de mantenerme, o los chequesdel gobierno no son suficientes, y meenvían a la siguiente casa. En la últimadonde estuve, conocí a una niña que mehabló del Magisterium. Era alguien conquien podía hablar. Al menos, túsiempre has tenido a tu padre. Estar enel Magisterium es lo mejor que me hapasado nunca. No quiero marcharme.

—Lo siento —masculló Call—. Nolo sabía.

—Después de que me hablara delMagisterium, venir aquí se convirtió enmi sueño —explicó Aaron—. Mi únicaoportunidad. Sabía que tendría quepagar al Magisterium por todo lo buenoque me ha dado —añadió en voz más

baja—. Pero no pensaba que tuviera queser tan pronto.

—No digas algo tan horrible —replicó Call—. No le debes a nadie todatu vida.

—Claro que sí —insistió Aaron, yCall supo que nunca sería capaz deconvencerlo de que eso no era cierto.Pensó en Aaron en el estrado, con todosaplaudiendo, oyendo que él era su únicaesperanza. Siendo tan bueno como eraAaron, de ninguna manera le cargaríaesa responsabilidad a otro, incluso sipudiera. Eso era lo que lo convertía enun héroe. Lo tenían justo donde queríantenerlo.

Y como Call era su amigo, tanto si

Aaron quería como si no, iba aasegurarse de que no le hicieran hacerninguna estupidez.

—Y no soy sólo yo —continuóAaron, cansado—. Soy un mago delcaos. Necesito un contrapeso. Uncontrapeso humano. ¿Quién se va apresentar voluntario para eso?

—Es un honor —apuntó Call— serel contrapeso de un makaris. —Eso losabía. Era parte de lo que Tamara habíaestado parloteando con tanta excitación.

—El último contrapeso humanomurió cuando la makaris cayó en labatalla —explicó Aaron—. Y todossabemos lo que pasó antes de eso. Asífue como el Enemigo de la Muerte mató

a su hermano. No puedo imaginar que lagente haga cola para eso.

—Yo lo haré —dijo Call.Aaron se calló de repente, y todo

tipo de expresiones le cruzaron elrostro. Al principio parecía incrédulo,como si sospechara que Call lo decíacomo una broma o por llevarle lacontraria. Luego se dio cuenta de queCall iba en serio, y pareció horrorizado.

—¡No puedes! —exclamó Aaron—.¿No has oído nada de lo que te hedicho? Podrías morir.

—Bueno, pues no me mates —soltóCall—. ¿Y si nos planteamos comoobjetivo no morir? Los dos. Juntos. Nomorir.

Aaron no dijo nada durante un buenrato, y Call se preguntó si estabatratando de pensar una manera dedecirle a Call que le agradecía la ofertapero que había pensado en alguienmejor. Era un honor, como había dichoTamara. Aaron no tenía por quéaceptarlo. Call no era nada especial.

—De acuerdo —asintió Aaronfinalmente—. Si aún quieres. Cuandosea el momento, me refiero.

Antes de que Call pudiera decirnada, la puerta se abrió de golpe y entróTamara. El rostro se le iluminó al ver aAaron. Corrió hacia él y le dio talabrazo que casi lo hizo caer del sofá.

—¿Has visto la cara de Rufus? —

preguntó—. ¡Está tan orgulloso de ti…!Y toda la Asamblea se presentó, inclusomis padres. Todos vitoreando. ¡Por ti!Eso ha sido increíble.

—Ha sido bastante increíble, sí —repuso Aaron, que finalmentecomenzaba a sonreír.

Ella le pegó con un cojín.—Y que no se te vaya a subir a la

cabeza —le advirtió.Call se encontró con la mirada de

Aaron por encima del cojín, y sesonrieron.

—No hay posibilidad de eso poraquí —respondió.

En ese momento, desde eldormitorio de Call, el lobezno caotizado

comenzó a ladrar.

CAPÍTULO VEINTE

Tamara pegó un bote y miró por lahabitación como si se esperara que algole saltara encima desde las sombras.

Aaron puso cara de recelo, perosiguió sentado.

—Call —dijo—. ¿Eso viene de tudormitorio?

—Bueno… quizá —contestó Call,intentando desesperadamente pensaralguna explicación—. Debe de ser mi…tono de alarma.

Tamara frunció el ceño.—Los móviles no funcionan aquí

abajo, Callum. Y dijiste que no tenías.Aaron enarcó mucho las cejas.—¿Tienes un perro ahí dentro?Algo se estrelló contra el suelo y el

ladrido aumentó, junto con el ruido deuñas rascando la piedra.

—¿Qué está pasando? —quiso saberTamara. Fue hasta la puerta de Call y laabrió de golpe. Y lanzó un grito mientras

se pegaba a la pared. Sin inmutarse, elcachorro saltó ante ella y pasó a la salacomún.

—¿Es un…? —Aaron se puso enpie, e inconscientemente se llevó lamano a la muñequera, la que tenía lapiedra negra engastada.

Call pensó en la oscuridadenvolviendo a los lobos la nocheanterior, llevándoselos a la nada.

Corrió todo lo que pudo paraproteger al cachorro con su cuerpo,extendiendo los brazos.

—Puedo explicarlo —dijodesesperado—. ¡No es malo! ¡Sólo escomo un perro corriente!

—¡Esa cosa es un monstruo! —

exclamó Tamara, y cogió uno de loscuchillos que había en la mesa—. Call,no te atrevas a decirme que lo has traídoaquí a propósito.

—Estaba perdido… y gemía enmedio del frío —explicó Call.

—¡Bien! —gritó Tamara—. ¡Dios,Call, es que no piensas, tú nuncapiensas! Esas cosas son malas… ¡matana la gente!

—No es malo —insistió Call, y sepuso de rodillas para coger al cachorropor el cuello—. Cálmate, chico —dijocon toda la firmeza que pudo, mientrasse inclinaba para mirar al lobo a la cara—. Son nuestros amigos.

El cachorro dejó de ladrar mientras

miraba a Call con ojos calidoscópicos.Luego le lamió la cara.

Call se volvió hacia Tamara.—¿Lo ves? No es malo. Sólo está

nervioso de haber estado encerrado enmi cuarto.

—Apártate. —Tamara blandió elcuchillo.

—Tamara, espera —dijo Aaronmientras se acercaba—. Admítelo, esraro que no ataque a Call.

—Sólo es un bebé —insistió Call—.Y está asustado.

Tamara resopló.Call cogió al lobezno y lo puso patas

arriba, acunándolo como a un bebé. Elanimal quiso soltarse.

—Mira. Mírale los grandes ojos.—Podrían echarte de la escuela por

eso —dijo Tamara—. Nos podrían echara todos.

—No a Aaron —repuso Call, y éstehizo una mueca de contrariedad.

—Call —dijo—. No puedesquedártelo. No puedes.

Call cogió al lobo con más fuerza.—Bueno, pues voy a hacerlo.—No puedes —repitió Tamara—.

Incluso si dejamos que viva, tenemosque llevarlo fuera del Magisterium ysoltarlo. No puede estar aquí.

—Entonces, más valdrá que lo mates—replicó Call—. Porque ahí fuera nosobrevivirá. Y no voy a dejar que te lo

lleves. —Tragó saliva—. Así que siquieres echarlo, delátame. Venga, hazlo.

Aaron respiró hondo.—Vale, ¿y cómo se llama?—Estrago —respondió Call al

instante.Tamara bajó la mano lentamente.—¿Estrago?Call notó que se sonrojaba.—Es de una obra de teatro que le

gustaba a mi padre. «Grita “estrago” ysuelta a los perros de la guerra».Definitivamente…, no sé, es uno de losperros de la guerra.

Estrago aprovechó la oportunidadpara eructar.

Tamara suspiró y algo en su rostro se

suavizó. Tendió la otra mano, la que notenía el cuchillo, y acarició al cachorro.

—¿Y… qué come?Resultó que Aaron tenía un trozo de

beicon en el fondo de la alacena, yestaba dispuesto a entregarlo paraalimentar a Estrago. Y Tamara, despuésde que le babeara encima y viera allobezno caotizado ponerse patas paraarriba para que le rascara la barriga,anunció que debían llenarse losbolsillos con cualquier cosa vagamentecarnosa que pudieran sacar del comedor,incluidos los peces sin ojos.

—Pero tenemos que hablar de lamuñequera —dijo mientras le lanzabauna bola de papel arrugado a Estrago

para que jugara. Éste cogió el papel dedebajo de la mesa y comenzó a hacerlotrizas con su dientecitos—. La que elpadre de Call le envió.

Call asintió. En todo el jaleo conAaron y Estrago había conseguidomedio olvidarse de lo que significaba lapiedra de ónice.

—No puede haber sido de VerityTorres, ¿verdad? —preguntó.

—Tenía quince años al morir —respondió Tamara, negando con lacabeza—. Pero dejó la escuela el añoantes, así que su muñequera debía de serdel Curso de Bronce, no del de Plata.

—Pero si no es suya… —intervinoAaron, tragando saliva, incapaz de

pronunciar las palabras.—Entonces es la de Constantine

Madden —concluyó Tamara con su venapráctica—. Tendría sentido.

Call sintió frío y calor por todo elcuerpo al mismo tiempo. Eso eraexactamente lo que él había estadopensando, pero al oírselo decir aTamara en voz alta, le costaba creerlo.

—¿Por qué iba a tener mi padre lamuñequera del Enemigo de la Muerte?¿Cómo iba a tenerla?

—¿Qué edad tiene tu padre?—Treinta y cinco —contestó Call, y

se preguntó qué tendría que ver eso.—Básicamente la misma edad que

Constantine Madden. Debieron de estar

juntos en la escuela. Y el Enemigopodría haberse dejado la muñequeracuando se escapó del Magisterium. —Tamara se puso en pie y comenzó acaminar de un lado al otro—. Rechazabatodo lo que fuera la escuela. Nuncahabría querido quedarse la muñequera.Quizá tu padre la cogiera, o laencontrara en alguna parte. Tal vezhasta… se conocieran.

—De ninguna manera. Me lo habríadicho —replicó Call, pero inclusomientras lo decía sabía que no eracierto. Alastair nunca le había habladodel Magisterium excepto muy vagamentepara describirle lo siniestro que era.

—Rufus dijo que él conocía al

Enemigo. Y ese brazalete era un mensajepara él —reflexionó Aaron—. Tiene quesignificar algo para tu padre y paraRufus. Tendría más sentido si ambos loconocieran.

—Pero ¿cuál sería el mensaje? —preguntó Call.

—Bueno, era sobre ti —contestóTamara—. «Ata su magia», ¿no?

—¡Para que me enviaran a casa!¡Para que estuviera a salvo!

—Quizá —replicó Tamara—. O talvez fuera para mantener a otra gente asalvo de ti.

A Call el corazón le dio un vuelcodentro del pecho.

—¡Tamara! —exclamó Aaron—.

Será mejor que expliques lo que quieresdecir.

—Lo siento, Call —dijo ella, yrealmente parecía sentirlo—. Pero elEnemigo inventó a los caotizados aquí,en el Magisterium. Y nunca he oídohablar de ningún animal caotizadosiendo amistoso con nada ni nadieexcepto otros caotizados. —Aaron fue aprotestar, pero Tamara levantó la manopara que no dijera nada—. ¿Recuerdaslo que dijo Celia la primera noche en elautocar? ¿Sobre un rumor de quealgunos de los caotizados tienen los ojosnormales? Y si alguien nace caotizado,entonces quizá ese ser no esté en blancopor dentro. Quizá parezca normal, como

Estrago.—¡Call no es ningún caotizado! —

gritó Aaron—. Esas cosas que Celiadecía, sobre las criaturas caotizadas queparecen normales…, no hay ningunaprueba de que sea cierto. Y además, siCall fuera un caotizado, él lo sabría. Oyo lo sabría. Soy uno de los makaris, asíque lo sabría, ¿vale? No lo es. No.

Estrago saltó sobre Call, al parecernotando que algo iba mal. Gimió unpoco, con sus ojos dando vueltas comomolinillos.

Las palabras de Alastair leresonaron a Call en la cabeza.

«Call, escúchame. Tú no sabes loque eres».

—Vale, entonces, ¿qué soy? —preguntó, mientras se inclinaba sobre ellobo y apoyaba el rostro en su suavepelaje.

Pero en el rostro de sus amigos pudoleer que tampoco lo sabían.

Mientras pasaban las semanas, noobtuvieron ninguna respuesta, pero aCall le resultó fácil sacarse esa preguntade la cabeza para concentrarse en susestudios. Como Aaron no sólo seentrenaba para ser mago, sino tambiénpara ser un makaris, el Maestro Rufus

tenía que dividir su tiempo. Aunquesolían entrenarse juntos, Call y Tamara amenudo se quedaban solos. Entoncesinvestigaban magia en la Biblioteca;buscaban historias de la Segunda Guerrade los Magos y miraban los dibujos delas batallas o las fotografías de la genteque había participado; perseguían a losdiferentes seres elementales quepoblaban el Magisterium, para practicar,y finalmente aprendieron a manejar losbotes por las cavernas. A veces, elMaestro Rufus necesitaba llevar a Aarona alguna parte o hacer algo que durabatodo el día, y Call y Tamara tenían que ircon otro Maestro.

El entusiasmo de que Aaron era un

makaris se vio un poco empañado por lanoticia de que al Maestro Lemuel loobligaban a dejar el Magisterium. LaAsamblea había escuchado lasacusaciones de Drew, y había decididoque el Maestro Lemuel no podía seguirteniendo alumnos a su cargo, a pesar deque él negara esas acusacionesrotundamente y que Rafe hablara a sufavor. Sus aprendices se repartieronentre los otros Maestros, con lo queDrew se quedó con la MaestraMilagros, Rafe con el MaestroRockmaple y Laurel con el MaestroTanaka.

Drew salió de la enfermería unasemana después de que se conociera la

noticia sobre el Maestro Lemuel.Durante la cena, Drew fue por las mesasdisculpándose con todos los aprendices.Lo hizo varias veces con Aaron, Tamaray Call. Éste pensó en preguntarle quéhabía tratado de decirle en el pasilloaquella noche, pero Drew casi nuncaestaba solo, y Call no sabía muy biencómo preguntárselo.

«¿Tengo algo malo?»«¿Soy peligroso de algún modo?»«¿Cómo puedes saber lo que yo no

sé?»A veces, Call se sentía lo

suficientemente desesperado como paraquerer escribir a su padre y preguntarlepor la muñequera. Pero entonces tendría

que confesar que había ocultado a Rufusla carta de Alastair, y además, no habíasabido nada de su padre excepto porquehabía recibido otro paquete decaramelos y un nuevo abrigo de lana,que le llegó en Navidad. Con él habíauna tarjeta firmada: «Con cariño, papá».Nada más. Con un vacío en el estómago,Call metió la tarjeta en su cajón con lasotras cartas.

Por suerte, Call tenía algo más quele ocupaba un montón de tiempo:Estrago. Alimentar a un lobeznocaotizado en pleno crecimiento ymantenerlo oculto requería unadedicación casi absoluta y un montón deayuda de Tamara y Aaron. También

requería aguantar a Jasper diciéndole aCall que olía como una salchicha, díatras día, cuando sacaba disimuladamentecomida del comedor en el bolsillo.Además, también estaba el asunto decolarse por la Puerta de la Misión parair de paseo regularmente. Pero cuando elinvierno dejó paso a la primavera,resultó evidente para Call que Aaron yTamara habían acabado considerando aEstrago también como su propio perro,y a menudo volvía de la Galería y seencontraba a Tamara hecha un ovillo enel sofá, leyendo, con el lobo tumbado asus pies sobre una manta.

CAPÍTULO VEINTIUNO

Finalmente, el tiempo fue lo bastantecálido como para que comenzaran a darclases en el exterior casi todos los días.Una brillante tarde, a Call y a Tamara

los enviaron al linde del bosque paraestudiar con la clase de la MaestraMilagros mientras Rufus le daba unasclases especiales a Aaron.

No se alejaron mucho de las puertasdel Magisterium, pero la vegetaciónhabía crecido tanto que ocultaba laentrada de la cueva. El aire era cálido yolía al romero, la valeriana y labelladona que crecían cerca, yrápidamente se fue formando en el suelouna pila de chaquetas y abrigos mientraslos aprendices corrían al sol, jugaban acrear bolas de fuego y empleaban el airepara controlar el movimiento de éstas.

Call y Tamara trabajaron juntosentusiasmados. Era divertido

concentrarse en alzar un orbe llameantey luego írselo pasando de mano enmano. Call se esforzó en acercárselotanto que casi le tocara la palma, perosin llegar a hacerlo. Gwenda se habíaquemado una vez y había aprendido aser muy cuidadosa; su bola de fuegoflotaba más que moverse. Aunque Call yTamara habían llegado tarde, elejercicio se parecía lo suficiente a losque el Maestro Rufus les había hechohacer, sobre todo el ejercicio de laarena, que aún tenían grabado en lamente, como para que le cogieran eltranquillo enseguida.

—Muy bien —dijo la MaestraMilagros mientras se paseaba entre

ellos. Se había sacado los zapatos y sehabía quitado la camisa del uniformenegro, mostrando una camiseta con unarcoíris en la parte delantera—. Ahoraquiero que creéis dos bolas. Divididvuestra atención.

Call y Tamara asintieron. Dividir laatención les salía de forma natural, peroa algunos de los otros les costaba. Celialo consiguió, igual que Gwenda, perouno de los orbes de Jasper estalló y lechamuscó el cabello.

Call se rio por lo bajo, lo que levalió una mirada enfadada.

Sin embargo, pronto todosestuvieron lanzando dos y luego tresbolas de fuego al aire, no exactamente

como malabaristas, sino como algo quepodía aproximarse a una versión encámara lenta de sus habilidades.Pasados unos minutos, la MaestraMilagros los hizo parar de nuevo.

—Por favor, elegid un compañero—les indicó—. El que se quede sincompañero practicará conmigo. Vamos atirar la bola a nuestro compañero y acoger la que nuestro compañero nos tira.Así que apagad todas las bolas quetenéis menos una. ¿Listos?

Celia tocó a Call en la manga contimidez.

—¿Practicas conmigo? —lepreguntó. Tamara suspiró y fue apracticar con Gwenda, lo que dejó a

Jasper con la Maestra Milagros, ya queDrew se quejó de que le dolía el cuelloy se había quedado en su habitación. Elfuego volaba de aquí para allá,abrasando el tranquilo aire primaveral.

»¡Eres muy bueno haciendo esto! —exclamó Celia, sonriendo de oreja aoreja, cuando Call hizo que la bola defuego dibujara un giro completo en elaire antes de dejársela justo sobre lasmanos. Celia era la clase de personaamable que hacía cumplidos confacilidad, pero de todas formas eraagradable oírlos, incluso si Tamaraponía los ojos en blanco detrás de ella.

—¡Muy bien! —La MaestraMilagros dio una palmada para reclamar

la atención de sus alumnos. Parecía unpoco decepcionada; tenía unaquemadura en la manga, donde Jasperdebía de haberle lanzado una bola defuego demasiado cerca—. Ahora quetodos estáis empleando el fuego y el airejuntos, vamos a añadir algo un poco másdifícil. Venid por aquí.

La Maestra Milagros los llevó por lacolina hasta un arroyo que burbujeabasobre las rocas. Cuatro gruesos troncosde roble cabeceaban en el agua; eraevidente que la magia los retenía en ellugar, ya que la corriente fluía a sualrededor. La Maestra señaló lostroncos.

—Os subiréis a uno de ésos —

indicó—. Quiero que empleéis el agua yla tierra para equilibraros encima,mientras tenéis, como mínimo, tres bolasde fuego en el aire.

Se oyó un murmullo de protesta, y laMaestra Milagros sonrió.

—Estoy segura de que podéishacerlo —dijo, mientras indicaba a losalumnos que se dirigieran hacia lostroncos. Cuando Call se dispuso aavanzar, le puso la mano en el hombro—. Lo siento, Call, pero creo que serámejor que te quedes aquí. Con tu pierna,no me parece seguro que hagas esteejercicio —le comentó en voz baja—.He estado pensando una versión que tepodría ir mejor. Déjame empezar con

los otros y te lo explico.Jasper, al pasar por su lado para

entrar en el arroyo, lo miró por encimadel hombro y puso una sonrisita desuperioridad.

Call sintió una furia intensa bullirleen el estómago. De repente, volvía aestar en el gimnasio de su escuela,sentado en las gradas mientras todos losdemás subían por cuerdas, o botabanpelotas de baloncesto, o saltaban en lascolchonetas.

—Puedo hacerlo —le dijo a laMaestra Milagros. Se acercó al bordedel arroyo y los pies descalzos se lehundieron en el barro. Sonrió.

—Lo sé, Call, pero este ejercicio va

a resultar muy difícil para todos losaprendices y aún más para ti. Creo quees más de lo que puedes abarcar ahora.

Call observó a los otros aprendicesvadear o levitar torpemente hacia lostroncos, y luego bambolearse cuando laMaestra Milagros los soltó del lazomágico que los mantenía de pie. Call vioel esfuerzo en los rostros de suscompañeros mientras trataban demantener el tronco contra corriente,seguir en pie y alzar una bola de fuego.Celia se cayó casi al instante, se hundióen el agua y quedó empapada, aunquesin dejar de reír todo el rato. Era un díacaluroso, y Call estaba seguro de quechapotear en el agua era muy agradable.

Sorprendentemente, a Jasper pareciódársele bien ese ejercicio. Consiguióequilibrarse en el tronco y mantenerseen pie mientras conjuraba su primerabola de fuego. Se la pasó de mano enmano mientras sonreía con aires desuperioridad mirando a Call. Ésterecordó lo que Jasper le había dicho enel comedor:

«Si aprendieras a levitar, quizá noretrasarías tanto a tus compañeros deequipo, cojeando tras ellos».

Call era mejor mago que Jasper, losabía, y no podía soportar que Jaspercreyera que era al revés.

Riendo, Celia se volvió a subir altronco, pero tenía los pies mojados y

resbaló casi al instante. Cayó al agua, yCall, llevado por un impulso que nopudo controlar, corrió hacia adelante ysaltó sobre el tronco vacío. Después detodo, había ido en monopatín antes; mal,tenía que reconocerlo, pero lo habíahecho, y también podía hacer esto.

—¡Call! —gritó la MaestraMilagros, pero él ya estaba en mitad delarroyo. Era más difícil de lo que lehabía parecido desde la orilla. El troncorodaba bajo sus pies, y tuvo queextender las manos, apoyándose en lamagia de la tierra, para mantener elequilibrio.

Celia apareció ante él y sacudióhacia atrás el cabello mojado. Al ver a

Call, ahogó un grito. Éste se sobresaltótanto que su magia lo abandonó. Eltronco rodó hacia adelante, Celia fuerápidamente hacia la orilla lanzando ungritito, y la pierna mala de Call cedióbajo su cuerpo. Se fue hacia adelante yacabó en el agua.

El arroyo era negro, helado y másprofundo de lo que se había imaginado.Call se dio la vuelta y trató de nadarhacia la superficie, pero se le habíaenganchado el pie entre dos piedras.Pateó desesperadamente, pero su piernamala no tenía la fuerza suficiente paraliberar a la buena. Sintió un dolor en elcostado mientras trataba de soltarse, ygritó; burbujas silenciosas salieron de

sus labios.De repente, una mano lo cogió por el

brazo y tiró de él. Notó un dolor aúnmás fuerte cuando el pie se le soltó delfondo, y luego ya estaba en la superficie,tratando de tragar aire. Quién fuera quelo había agarrado lo arrastrabachapoteando hacia la orilla, y Call oyó alos otros aprendices gritando yllamándolo mientras lo sacaban delagua, mientras tosía y escupía agua.

Miró hacia arriba y vio unosfuriosos ojos castaños y una mata depelo negro goteando.

—¿Jasper? —dijo Call, incrédulo,luego tosió de nuevo y le subió unmontón de agua a la boca. Estaba a

punto de ponerse de lado para escupirlacuando apareció Tamara, que se puso derodillas a su lado.

—¿Call? ¿Call, estás bien?Call se tragó el agua, esperando que

no contuviera renacuajos.—Estoy bien —graznó.—¿Por qué has tenido que hacerte el

chulo así? —le preguntó Tamara,enfadada—. ¿Por qué los chicos siempresois tan tontos? ¡Después de que laMaestra Milagros te haya dichoclaramente que lo no hicieras! De no serpor Jasper…

—Sería comida para peces —completó éste mientras se escurría unapunta del uniforme.

—Bueno, yo no diría eso —repusola Maestra Milagros—. Pero, Call, esoha sido muy muy tonto por tu parte.

Call se miró. Una de las pernerasdel pantalón estaba rasgada, le faltaba elzapato y le corría sangre por el tobillo.Al menos era su pierna buena, pensó, asíque nadie podría ver el amasijoretorcido que era la otra.

—Lo sé —dijo.La Maestra Milagros suspiró.—¿Puedes levantarte?Call intentó ponerse en pie. Al

instante, Tamara se puso a su lado y leofreció el brazo para que se apoyara. Élla miró, se incorporó, y gritó cuando eldolor lo atravesó hasta la cintura. Era

como si alguien le hubiera clavado uncuchillo en la pierna derecha: un dolorardiente que le revolvió el estómago.

La Maestra Milagros se agachó y lepuso los fríos dedos en el tobillo.

—No está roto, pero tienes un malesguince —dijo pasado un momento.Suspiró de nuevo—. Se suspende laclase por esta tarde. Call, vamos a laenfermería.

La enfermería resultó ser una salagrande y de techo alto totalmentedesprovista de estalagmitas, estalactitas

o de cualquier cosa que bullera, gotearao humeara. Había largas filas de camascubiertas con sábanas blancas,preparadas como si los Maestrosesperaran que un gran número deheridos pudiera llegar en cualquierinstante. En ese momento, no había nadiemás que Call.

La maga encargada era una mujeralta y pelirroja que llevaba unaserpiente sobre los hombros. El dibujode la serpiente cambiaba al moverse,pasando de moteado como un leopardo,a las rayas de un tigre o a un dibujo depuntos rosa.

—Dejadlo aquí —dijo la mujer,señalando con gesto ampuloso cuando

los aprendices entraron con Call tendidoen una camilla hecha de ramas que habíacreado la Maestra Milagros. Si la piernano le hubiera dolido tanto, a Call lehabría interesado observar cómo laMaestra había empleado la magia de latierra para unir las ramas y atarlas conlargas raíces flexibles.

La Maestra Milagros supervisó a losaprendices mientras dejaban a Call enuna cama.

—Gracias, alumnos —dijo, mientrasTamara se mostraba inquieta—. Ahora,vayámonos y dejemos a la MaestraAmaranth que haga su trabajo.

Call se alzó sobre los codos, sinhacer caso del dolor que le subía por la

pierna.—Tamara…—¿Qué? —Tamara se volvió, con

sus oscuros ojos muy abiertos. Todos losmiraban. Call intentó comunicarse conella con la mirada: «Cuida de Estrago.Asegúrate de que tiene suficientecomida».

—Se está poniendo bizco —dijoTamara con preocupación a la MaestraAmaranth—. Debe de ser por el dolor.¿No puede hacer algo?

—No mientras sigáis todos aquí.¡Fuera! —Amaranth agitó una mano ytodos se apresuraron a salir con laMaestra Milagros. Tamara se detuvo enla puerta y le lanzó a Call otra mirada de

preocupación.Call se dejó caer sobre la cama,

pensando en Estrago, mientras laMaestra Amaranth le cortaba la perneradel uniforme; un morado púrpura lecomenzaba a cubrir toda la pierna. Supierna buena. Por un momento sintió queel pánico lo invadía y le impedíarespirar. ¿Y si había conseguido nopoder andar en absoluto?

—Te pondrás bien, Callum Hunt. Hearreglado heridas peores que ésta.

—¿No está tan mal como parece? —aventuró Call.

—Oh, no —respondió ella—. Estátan mal como parece. Pero yo soy muymuy buena en mi trabajo.

Algo más tranquilo, decidió que eramejor no hacer más preguntas y dejó quele cubriera la pierna con musgo verde yluego lo emplastara todo con barro.Finalmente, le hizo beber un líquidolechoso que le alivió la mayor parte deldolor y lo hizo sentirse un poco como siflotara hacia el techo de la cueva, comosi el aliento del gwyvern lo hubieraalcanzado, después de todo.

Sintiéndose tonto, Call se fuedurmiendo.

—Call —susurró una chica cerca de su

oído. Su aliento le agitó el cabello y lehizo cosquillas en el cuello—. Call,despierta.

Luego otra voz. Esta vez de un chico.—Quizá deberíamos volver más

tarde. Quiero decir, ¿dormir no va bienpara curarse o algo así?

—Sí, pero no nos sirve a nosotros—dijo la primera voz, más alto esta vez,y más malhumorada. Tamara. Call abriólos ojos.

Tamara y Aaron estaban allí. Ellasentada a su lado en la cama,sacudiéndolo suavemente por el hombro.Aaron sujetaba a Estrago, que babeaba,jadeaba y movía la cola. Tenía unacuerda alrededor del cuello, haciendo

las veces de correa.—Iba a sacarlo a pasear —explicó

Aaron—, pero como no hay nadie en laenfermería, hemos pensado en traerloaquí de visita.

—También te hemos traído algo decomida —añadió Tamara, y señaló unplato cubierto con una servilleta sobrela mesilla de noche—. ¿Cómo estás?

Call movió la pierna dentro delemplaste de barro, para probar. Ya no ledolía.

—Me siento como un tonto.—No fue tu culpa —dijo Aaron.—Bueno, pues es lo que eres —

soltó Tamara al mismo tiempo.Se miraron el uno al otro y luego a

Call.—Perdona, Call, pero no fue tu

mejor idea —dijo Tamara—. Y lerobaste el tronco a Celia. Aunque no esque vayas a dejar de gustaaarleeee poreso.

—¿Qué dices? No le gusto —protestó Call, horrorizado.

—Claro que sí —replicó Tamaracon una sonrisita irónica—. Le podríasdar en la cabeza con el tronco y aúndiría: «Call, eres tan bueno con todoesto de la magia…». —Miró a Aaron.Éste tenía una expresión en el rostro quele dijo a Call que estaba totalmente deacuerdo con Tamara y que le parecíamuy divertido.

—Bueno —prosiguió Tamara—, detodas formas no queremos que te chafeun tronco. Te necesitamos.

—Es cierto —admitió Aaron—.Eres mi contrapeso, ¿recuerdas?

—Sólo porque se ofreció voluntarioprimero —replicó Tamara—. Deberíashaber hecho un casting.

A Call le había preocupado queTamara tuviera celos al enterarse de queAaron lo había elegido a él como sucontrapeso, pero sobre todo, ella habíapensado que, por mucho que le cayerabien Call, Aaron podría haber apuntadomás alto.

—Apuesto a que Alex Strike siguedisponible. Y además es guapo —

añadió Tamara.—Lo que tú digas —replicó Aaron,

poniendo los ojos en blanco—. Noquería a Alex. Quería a Call.

—Lo sé —repuso Tamara—. Y lohará muy bien —añadióinesperadamente, y Call le sonrióagradecido. Incluso tirado en la camacon la pierna envuelta en barro, eraagradable tener amigos.

—Y yo que estaba preocupado porque os olvidarais de Estrago —dijoCall.

—Para nada —repuso Aaronalegremente—. Se ha comido las botasde Tamara.

—Mis botas favoritas. —Tamara le

dio un suave manotazo a Estrago, que seapartó, fue hacia la puerta y mirótristemente a Call. Lanzó un pequeñogemido.

—Creo que quiere salir a pasear —dijo Call.

—Me lo llevo. —Aaron trotó hastala puerta y se ató el extremo de lacuerda a la muñeca—. Ahora no haynadie por los pasillos porque es la horade cenar. Volveré enseguida.

—Si te pillan ¡haremos como si note conociéramos! —le soltó Tamara enbroma mientras la puerta se cerraba trasél. Cogió el plato de la mesilla de nochey sacó la servilleta que lo cubría—.Delicioso liquen —dijo mientras le

colocaba a Call el plato sobre elestómago—. Tu favorito.

Call cogió un trocito de vegetal secoy lo masticó pensativo.

—Me pregunto si cuando volvamosa casa nos habremos acostumbrado tantoal liquen que no querremos ni pizza nihelado. Acabaré en los bosques,comiendo musgo.

—Todos en el pueblo pensarán queestás loco.

—Todos en mi pueblo ya piensanque estoy loco.

Tamara se cogió una de las trenzas yjugueteó con ella, pensativa.

—¿Irá todo bien cuando vayas acasa este verano?

Call alzó la mirada de su liquen.—¿Qué quieres decir?—Tu padre —explicó ella—. Odia

tanto el Magisterium… Pero tú… tú no.Al menos, creo que no. Y vas a volver elcurso que viene. ¿No es exactamente esolo que él no quería?

Call no dijo nada.—Porque vas a volver el curso que

viene, ¿verdad? —Tamara se inclinóhacia él, preocupada—. ¿Call?

—Quiero volver —le aseguró él—.Quiero volver, pero me da miedo que nome deje. Y tal vez haya una razón paraque no me deje… pero no quierosaberla. Si tengo algo malo, quiero queAlastair se lo guarde para él.

—No tienes nada malo excepto quete has roto la pierna —contestó Tamara,pero siguió preocupada.

—Y que soy un chulo —dijo Call,para aliviar la tensión.

Tamara le tiró un trozo de liquen yluego se pusieron a hablar durante unrato sobre cómo estaban reaccionandotodos al hecho de que Aaron fuera derepente famoso, incluido el propioAaron. Tamara estaba preocupada porél, y Call le aseguró que Aaron podríacon ello.

Luego Tamara comenzó a explicarlelo entusiasmados que estaban sus padrespor el hecho de que ella fuera del mismogrupo que el makaris, lo que estaba bien,

porque quería que sus padres estuvieranorgullosos de ella, y mal, porquesignificaba que aún les importaría másque antes que se comportara de un modoejemplar en todo momento. Y su idea deejemplaridad no siempre coincidía conla de Tamara.

—Ahora que tenemos un makaris,¿qué significa eso para el Tratado? —preguntó Call, pensando en el discursode Rufus y en el modo en que losmiembros de la Asamblea habíanreaccionado al oírlo en la reunión.

—Aún nada —contestó Tamara—.Nadie quiere ir contra el Enemigo de laMuerte mientras Aaron sea tan joven…,bueno, casi nadie. Pero cuando el

Enemigo se entere de su existencia, si nolo ha hecho ya, quién sabe cómoreaccionará.

Pasados unos minutos, Tamara mirósu reloj.

—Ya hace mucho que se ha idoAaron —dijo—. Si sigue ahí fuera másrato, se acabará la cena y lo pillarán alregresar por el pasillo. Quizá debería ira buscarlo.

—Bien —asintió Call—. Voycontigo.

—¿Es una buena idea? —Tamaraalzó una ceja y le miró la pierna.Parecía estar bastante mal, envuelta enmusgo y sellada con barro. Call moviólos dedos del pie para probar. No le

dolió en absoluto.Pasó las piernas por el borde de la

cama y se abrieron grietas en el moldede barro y musgo.

—No puedo seguir sentado aquí mástiempo. Me voy a volver loco. Y mepica la pierna. Quiero tomar un poco elaire.

—De acuerdo, pero tendremos queir despacio. Y si te empieza a doler,descansamos y nos volvemosdirectamente.

Call asintió. Se puso en pieapoyándose en el cabezal. En cuanto seirguió, el barro se rajó totalmente por lamitad y se desprendió, lo que le dejó lapantorrilla al aire por debajo de la

pernera recortada.—¡Qué elegante! —soltó Tamara,

que ya se dirigía a la puerta.Rápidamente, Call cogió los calcetines ylas botas, que le habían dejado bajo lacama. Se metió los trozos de la perneradentro de los calcetines, para que nofueran volándole por ahí; luego cogió aMiri y se lo colocó en el cinturón.Siguió a Tamara al pasillo.

Los corredores estaban en silencio,porque todos los alumnos se hallaban enel comedor. Call y Tamara trataron dehacer el menor ruido posible mientrasiban hacia la Puerta de la Misión. Callse sentía inestable. Las dos piernas ledolían un poco, aunque no iba a

decírselo a Tamara. Pensó que debía detener un aspecto bastante raro, con lospantalones cortados desde la rodillapara abajo y el cabello todo revuelto,pero, por suerte, no había nadie paraverlo. Llegaron a la Puerta de la Misióny salieron en silencio a la oscuridad.

La noche era clara y cálida; la lunahabía salido y dibujaba la silueta de losárboles y los senderos que rodeaban elMagisterium.

—¡Aaron! —llamó Tamara en vozbaja—. Aaron, ¿estás aquí?

Call se volvió y miró hacia elbosque. Tenía algo que daba un poco demiedo, con las espesas sombras entrelos árboles y las ramas sacudidas por el

viento.—¡Estrago! —llamó.Sólo silencio, y entonces Estrago

salió de entre los árboles, con los ojoschispeándole y girando como fuegosartificiales. Corrió hacia Call y Tamaraarrastrando la cuerda tras él. Call oyó aTamara contener un grito.

—¿Dónde está Aaron? —preguntóella.

Estrago gimió y se puso a dos patas,arañando el aire. Prácticamentetemblaba, tenía el pelaje erizado ymovía las orejas de un lado al otro.Gimió y saltó hacia Call, y le metió elfrío hocico en la mano.

—Estrago. —Cal hundió los dedos

en el pelaje del lobo, tratando decalmarlo—. ¿Estás bien, chico?

El cachorro volvió a gemir y diounos brincos alejándose de la mano deCall. Trotó hacia el bosque, luego sedetuvo y los miró volviendo la cabeza.

—Quiere que lo sigamos —dijoCall.

—¿Crees que le ha pasado algo aAaron? —preguntó Tamara, mirandodesesperada en todas direcciones—.¿Podría haberlo atacado un elemental?

—Vamos —dijo Call, y comenzó a irhacia el bosque, sin prestar atención alos pinchazos que le daba la pierna.

Estrago, sabiendo que lo seguían,salió disparado de entre los árboles

como una mancha marrón bajo la luz dela luna.

Tan rápido como pudieron, Tamara yCall fueron tras él.

CAPÍTULO VEINTIDÓS

A Call le dolían las piernas. Estabaacostumbrado a que le doliera una, perolas dos a la vez era una sensación nueva.No sabía cómo equilibrar el peso, yaunque cogió un palo mientras caminaba

por el bosque y lo usaba cuando leparecía que iba a caerse, nada loayudaba con la quemazón que sentía enlos músculos.

Estrago iba delante, seguido porTamara, bastante alejados de Call.Tamara miraba hacia atrás regularmentepara asegurarse de que él la seguía, y devez en cuando lo esperabaimpacientemente. Call no estaba segurosi habían ido muy lejos (el dolor leestaba borrando la sensación deltiempo), pero cuanto más se alejaban delMagisterium, más alarmado se sentía.

No era que no confiara en Estragopara llevarlos junto a Aaron. No, lo quele preocupaba era cómo Aaron se había

alejado tanto y por qué. ¿Acaso algunaenorme criatura como un gwyvern lohabía cogido con las garras y se lo habíallevado volando? ¿Se habría perdido enel bosque?

No, perdido no. Estrago lo habríaguiado de vuelta. Entonces, ¿qué habríapasado?

Llegaron a la cresta de una colina, ylos árboles comenzaron a clarear por laladera hasta llegar a una autovía queserpenteaba cortando el bosque. Másallá, se alzaba otra colina que bloqueabael horizonte.

Estrago ladró una vez y comenzó adescender. Tamara se volvió y corrióhasta Call.

—Tienes que volver —le dijo—. Teduele, y no tenemos ni idea de lo lejosque puede estar Aaron. Debes volver alMagisterium y decirle al Maestro Rufuslo que ha pasado. Él puede traer a losotros.

—No voy a volver —replicó Call—. Aaron es mi mejor amigo y no voy aabandonarlo si está en peligro.

Tamara puso los brazos en jarras.—Yo soy su mejor amiga.Call no estaba seguro de cómo

funcionaba eso de los mejores amigos.—Vale, entonces soy su mejor amigo

que no es una chica.Tamara negó con la cabeza.—Estrago es su mejor amigo que no

es una chica.—Bueno, como sea, pero no me voy

a ir —replicó Call, tirando el palo alsuelo—. No lo voy a abandonar, y novoy a dejarte a ti. Además, tiene mássentido que vuelvas tú, no yo.

Tamara lo miró arqueando una ceja.—¿Por qué?Call dijo lo que probablemente los

dos habían estado pensando pero queninguno había querido decir en voz alta.

—Porque nos vamos a meter en ungran lío por esto. Deberíamos haber idoa buscar al Maestro Rufus en cuantoEstrago apareció sin Aaron…

—No hemos tenido tiempo —protestó Tamara—. Y además,

tendríamos que haberle contado lo deEstrago…

—Vamos a tener que decirle lo deEstrago de todos modos. No hayninguna otra manera de explicar lo queha pasado. Nos vamos a meter en un lío,Tamara, pero depende de cuánto. Portener un animal caotizado, por no correra hablar con los Maestros en cuantohemos sabido que algo le ha pasado almakaris, por todo. Mucho lío. Y si tieneque caer sobre uno de nosotros, deberíaser sobre mí.

Tamara guardó silencio. En lassombras, Call no podía verle laexpresión.

—Tú eres la que tiene unos padres a

los que les importa que sigas en elMagisterium y les preocupa cómo lohagas —continuó Call, cansado—. Yono. Tu eres la que sacó la nota más altaen la Prueba, no yo. Eres la que queríacumplir las reglas y no buscar atajos;bueno, pues estoy tratando de ayudarte.Éste es tu sito. No el mío. Importa si túte metes en un lío. A mí no me importa.Yo no importo.

—Eso no es cierto —exclamóTamara.

—¿No? —Call se dio cuenta de quehabía soltado todo un discurso, y noestaba muy seguro con qué parte ella noestaba de acuerdo.

—No soy esa persona. Quizá quería

serlo, pero no lo soy. Mis padres mecriaron para logar cosas, fuera comofuese. No les importan las reglas, sólolas apariencias. Todo este tiempo me heestado diciendo que voy a ser diferentede mis padres, diferente de mi hermana,que sería la que se quedaría en elcamino recto. Pero creo que meequivocaba, Call. No me importan ni lasreglas ni las apariencias. No quiero serla persona que sólo logra cosas. Quierohacer lo correcto. No me importa sitenemos que mentir o hacer trampas otomar atajos o romper las reglas paraconseguirlo.

Él la miró, deslumbrado.—¿De verdad?

—Sí.—Eso es muy guay —exclamó Call.Tamara se echó a reír.—¿Qué pasa?—Nada. Es que siempre me

sorprendes. —Le tiró de la manga—.Vamos, entonces.

Bajaron rápidamente la colina. Calltropezó varias veces y tuvo queagarrarse con fuerza al palo que habíacogido, y en una de ellas casi se ensartó.Cuando llegaron a la autovía,encontraron a Estrago sentado junto a lacarretera, jadeando ansioso mientraspasaba un camión. Call se encontrómirándolo. Era tan raro ver un vehículodespués de tanto tiempo…

Tamara respiró hondo.—Vale, no viene nadie, así que…

vamos.Corrió para atravesar la autovía, con

Estrago pegado a los talones. Call semordió el labio y fue tras ellos; cadapaso que daba le enviaba punzadas dedolor por las piernas y el costado.Cuando llegaron al otro lado de lacarretera, Call estaba empapado desudor, y no de correr, sino de dolor. Lepicaban los ojos.

—Call… —Tamara extendió lamano y la tierra se movió bajo sus pies.Un momento después, un fino chorro deagua saltó hacia arriba, como si hubieraroto una boca de riego. Call metió las

manos en el surtidor y se salpicó la cara,mientras Tamara juntaba las palmas ybebía. Era agradable estar parado,aunque sólo fuera un momento, hasta quelas piernas dejaran de temblarle.

Call le ofreció agua a Estrago, peroéste iba de un lado al otro, mirándolos aellos y luego a lo que parecía un caminode tierra en la distancia. Call se secó lacara con la manga y fue detrás del lobo.

Tamara y él caminaban en silencio.Ella se había quedado atrás para ir a supaso, y también, supuso Call, porque yadebía de estar cansada. Notaba queestaba tan nerviosa como él; semordisqueaba la punta de una de lastrenzas, lo que sólo hacía cuando estaba

realmente asustada.—Aaron estará bien —le dijo él

cuando llegaron al camino de tierra yentraron en él. Había setos a amboslados—. Es un makaris.

—También lo era Verity Torres ynunca encontraron su cabeza —replicóTamara, al parecer no muy partidaria detodo el asunto de pensar en positivo.

Siguieron un poco más, hasta que elcamino se estrechó y pasó a ser unsendero. Call respiraba pesadamente eintentaba disimularlo, pero a cada pasoaumentaba el dolor en las piernas. Eracomo caminar sobre cristales rotos,excepto que los cristales parecíatenerlos dentro y se le clavaban en los

nervios.—No me gusta nada decir esto —

comenzó Tamara—, pero no creo quedebamos continuar a campo abierto. Sihay un ser elemental ahí delante, nosverá. Tendremos que meternos por elbosque.

Allí el suelo sería más irregular. Nolo dijo, pero era consciente de que Callavanzaría más despacio y que leresultaría más difícil, que era másprobable que tropezara y se cayera,sobre todo en la oscuridad. Call respirólo más hondo que pudo y asintió. Tamaratenía razón: estar a campo abiertoresultaba peligroso. No importaba si leiba a resultar más difícil. Había dicho

que no iba a abandonarlos ni a ella ni aAaron, e iba a cumplir su palabra.

Paso tras doloroso paso, con lamano apoyándose en los troncos de losárboles, fueron siguiendo a Estrago, quelos llevaba en paralelo al sendero detierra. Finalmente, a lo lejos, Call vio unedificio.

Era enorme y parecía abandonado,con las ventanas tapiadas y el sueloasfaltado de un aparcamiento vacíodelante. Un cartel apagado se alzaba porencima de los árboles cercanos. En él seveía una bola para jugar a los bolos y unbolo caído. BOLERA MONTAÑA,decía. Parecía que el cartel no se habíailuminado desde hacía años.

—¿Ves lo que yo veo? —preguntóCall, que pensaba que quizá el dolor leestaba haciendo ver visiones. Pero ¿porqué iba a imaginar algo así?

—Sí —contestó Tamara—. Unavieja bolera. Debe de haber un pueblono muy lejos de aquí. Pero ¿cómo puedeestar aquí Aaron? Y no digas nada de«mejorando su puntuación» o hagasninguna broma tonta. Seamos serios.

Call se apoyó en la áspera cortezade un árbol cercano y resistió latentación de sentarse. Temía no podervolver a ponerse en pie.

—Estoy serio. Puede ser difícil dever en la oscuridad, pero tengo mi carade superserio. —Había querido que las

palabras sonaran distendidas, pero lavoz le sonó tensa.

Se acercaron sigilosamente, y Calltrató de ver si salía luz por debajo dealguna de las puertas o entre las tablasque cubrían las ventanas. Fueron a laparte trasera del edificio. Allí estabaaún más oscuro, porque la bolera tapabala luz de las farolas de la distantecarretera. Vieron contenedores debasura, polvorientos y vacíos bajo la luzde luna.

—No sé… —comenzó Call, peroEstrago se puso a saltar, rascando lapared con la pata y gimiendo. Call echóla cabeza atrás y miró hacia lo alto.Había una ventana por encima de su

cabeza, casi completamente tapiada,pero Call distinguió un poco de luz quese colaba entre las tablas.

—Ahí. —Tamara empujó uno de loscontenedores, acercándolo a la pared.Se subió encima y luego le tendió lamano a Call para ayudarlo a que hicieralo mismo. Éste dejó caer el palo y subiópor el lado, alzándose a base de lafuerza de los brazos. Sus botasgolpearon el metal produciendo un ruidoresonante—. Chist —susurró Tamara—.Mira.

Era indudable que salía luz entre lastablas. Estaban fijadas a la pared conclavos grandes y de aspecto muy sólido.Tamara parecía dudosa.

—El metal es magia de la tierra…—comenzó.

Call sacó a Miri del cinturón. Ladaga parecía zumbar en su manomientras metía la punta bajo los clavos yempujaba. La madera se rompió como elpapel y el clavo repicó sobre la tapa delcontenedor al soltarse.

—Guay —susurró Tamara.Estrago saltó sobre el contenedor

mientras Call sacaba los clavos quequedaban y tiraba la tabla a un lado; anteellos aparecieron los restos rotos de unaventana. Le faltaban los vidrios y losjunquillos. Más allá de la ventana, nomucho más abajo, vieron un pasillotenuemente iluminado. Estrago saltó por

la ventana y salvó los pocos centímetrosque lo separaban del suelo del pasillo;luego se volvió y miró expectante aTamara y a Call.

Éste se metió a Miri en el cinturón.—Allá vamos —dijo, y pasó por la

ventana. La caída no fue mucha, peroaun así sus piernas se resintieron;todavía tenía una mueca de dolor cuandoTamara se unió a él, aterrizando a sulado sin hacer ruido a pesar de la botas.

Miraron alrededor. No se parecía ennada al interior de una bolera. Estabanen un pasillo con el suelo y las paredesde madera ennegrecida, como si hubierahabido un incendio. Call no podíaexplicar exactamente cómo, pero sentía

la presencia de la magia. El aire parecíacargado de ella.

El lobezno comenzó a avanzar por elpasillo, olisqueando el aire. Call losiguió con el corazón acelerado demiedo. Fuera lo que fuese que hubierapensado cuando comenzó a seguir aEstrago desde la Puerta de la Misión,nunca se habría imaginado queacabarían en un sitio como ése. ElMaestro Rufus iba a matarlos cuandoregresaran. Iba a colgarlos de los dedosde los pies y ponerlos a hacer ejercicioscon la arena hasta que el cerebro se leshiciera papilla y les saliera por la nariz.Y eso si conseguían salvar a Aaron de loque fuera que lo había atrapado; si no, el

Maestro Rufus les haría algo muchopeor.

Call y Tamara avanzaron totalmenteen silencio ante una sala con la puertaligeramente entreabierta, pero Call nopudo evitar echar un vistazo al interior.Durante un instante pensó que estabaviendo maniquíes, algunos de pie, otrosapoyados en las paredes. Pero entoncesse dio cuenta de dos cosas: primera, quetodos tenían los ojos cerrados, lo quesería muy raro en unos maniquíes, ysegunda, que el pecho les subía y bajabaal respirar.

Call se quedó helado de miedo. ¿Aqué estaba mirando? ¿Qué eran?

Tamara se volvió y le lanzó una

mirada interrogante. Él hizo un gestohacia la sala y vio la expresión dehorror que cruzaba el rostro de la chicacuando miró hacia donde le indicaba.Tamara se llevó la mano a la boca.Luego, lentamente, se fue apartando dela puerta e indicó a Call que la imitara.

—Caotizados —le susurró cuandoestaban lo suficientemente lejos parahaber dejado de temblar.

Call no sabía muy bien cómo podíaafirmarlo sin verles los ojos, perodecidió que no estaba tan interesado ensaberlo como para preguntárselo. Yaestaba tan asustado que se sentía comosi en cualquier momento su cuerpo fueraa salir corriendo sin él. Lo que menos

necesitaba era que le proporcionaraninformación terrorífica.

Si los caotizados estaban allí,significaba que eso debía de ser unpuesto avanzado del Enemigo. Todas lashistorias que Call había oído, queparecían ser sobre algo que habíaocurrido hacía mucho tiempo, queentonces no lo habían preocupado, sehicieron visibles en su cabeza en esemomento.

El Enemigo había capturado aAaron. Porque Aaron era un makaris.Habían sido tan idiotas como paradejarlo salir solo del Magisterium. Contoda seguridad el Enemigo se habríaenterado de su existencia y querría

destruirlo. Seguramente iba a matar aAaron, si no lo había hecho ya. Call notóque tenía la boca más seca que el papel,y se esforzó por concentrarse en lo quelo rodeaba sin dejarse llevar por elpánico.

El techo del pasillo se iba haciendomás alto a medida que se adentraban enel edificio. En las paredes, la maderaennegrecida pasó a ser paneles demadera normales, con un extraño papelpintado encima: un dibujo de viñas, enel que, si miraba fijamente, Call juraríaque veía insectos moviéndose. Seestremeció e intentó no pensar en nadaexcepto en seguir en silencio y avanzar.

Pasaron ante varias puertas cerradas

antes de que Estrago se acercara a unapuerta de doble hoja y gimiera frente aella; luego se volvió, expectante, haciaCall y Tamara.

—Chist —lo hizo callar Call, y ellobo lo obedeció después de arañar elsuelo una vez.

La puerta era enorme, hecha de unamadera oscura y sólida que tenía marcasde quemaduras, como si el fuego lahubiera lamido. Tamara puso la mano enel pomo, lo giró y miró dentro. Despuésla cerró de nuevo y se volvió hacia Callcon los ojos muy abiertos. Éste pensóque nunca la había visto tan asustada, nisiquiera ante la visión de los caotizados.

—Aaron —susurró, pero no parecía

tan exultante como él se habríaesperado, no parecía contenta enabsoluto. Parecía estar a punto devomitar.

Call la apartó para observar lo quehabía dejado a Tamara en ese estado.

—Call… —le advirtió ella en unsusurro—. No lo hagas… hay alguienmás ahí dentro.

Pero Call ya tenía el ojo en larendija que había abierto.

La sala al otro lado era enorme y sealzaba hasta una estructura de fuertesvigas que cruzaban el techo. Las paredesestaban llenas de jaulas vacías, apiladasunas encima de otras como cajas. Cajashechas de hierro. Sus delgados barrotes

manchados de algo oscuro.De una de las vigas colgaba Aaron.

Tenía el uniforme roto y arañazossanguinolentos en la cara, pero por lodemás parecía ileso. Colgaba bocaabajo de una pesada cadena unida a ungrillete que le rodeaba el tobillo; lacadena se alzaba hasta una poleaanclada en el techo. Aaron se debatíadébilmente, lo que hacía que la cadenaoscilara de lado a lado.

Justo debajo de Aaron había otrochico, pequeño, delgado y conocido, quelo miraba con una sonrisa malvada.

A Call se le cayó el alma a los pies.Era Drew el que miraba a Aaroncolgado de la cadena y sonreía. Tenía un

extremo de la cadena enrollado en lamuñeca. Lo estaba usando para bajar aAaron hacia un enorme contenedor decristal lleno de una oscuridad que seagitaba y rugía. Mientras Call miraba laoscuridad, ésta pareció moverse ycambiar de forma. Un ojo naranja llenode palpitantes venitas verdes miró desdelas sombras.

—Sabes lo que hay en el contenedor,¿verdad, Aaron? —dijo Drew, y susrasgos se retorcieron en una expresiónsádica—. Es un amigo tuyo. Unelemental del caos. Y quiere dejarteseco.

CAPÍTULO VEINTITRÉS

Tamara, que se había agachado junto aCall, hizo un sonido ahogado.

—Drew —jadeó Aaron, que sinduda estaba sufriendo. Intentó coger el

grillete que le aprisionaba el tobillo,pero desistió, impotente, mientras elelemental del caos alzaba un oscurotentáculo. Éste fue tomando una formamás definida al irse acercando a Aaron,hasta ser casi sólido. Le rozó la piel.

Aaron se estremeció y gritó dedolor.

—Drew, suéltame…—¿Acaso no puedes soltarte solo,

makaris? —se burló Drew, y tiró de lacadena. Aaron se elevó unos cuantospalmos y quedó fuera del alcance del serelemental del caos—. Pensaba que erasmuy poderoso. Pero no eres nadaespecial, ¿verdad? Nada especial.

—Nunca dije que lo fuera —repuso

Aaron con voz ahogada.—¿Sabes lo difícil que era fingir ser

un mal mago? ¿Ser un tonto? ¿Oír alMaestro Lemuel lamentarse por habermeelegido? Estaba mejor preparado quetodos vosotros juntos, pero no podíamostrarlo o Lemuel habría supuestoquién me había enseñado. He tenido queescuchar a los Maestros contar suestúpida versión de la historia y fingirque me la creía, aunque sabía que, de nohaber sido por los magos y la Asamblea,el Enemigo nos habría dado los mediospara vivir eternamente. ¿Sabes lo que hasido enterarme de que el makaris era unniño estúpido de ninguna parte quenunca haría nada con sus poderes

excepto lo que le dijeran los magos?—Así que vas a matarme —repuso

Aaron—. ¿Por eso? ¿Porque soy unmakaris?

Drew se echó a reír. Call se volvió yvio que Tamara estaba temblando, conlos dedos muy apretados.

—Tenemos que entrar ahí —lesusurró Call—. Tenemos que hacer algo.

Tamara se puso en pie; su muñequerabrilló en la oscuridad.

—Las vigas. Si subimos allí,podríamos izar a Aaron fuera delalcance de esa cosa.

Call sintió pánico. El plan erabueno, pero cuando se imaginó la subiday tratar de equilibrar su peso mientras

avanzaba por la viga, supo que nopodría hacerlo. Resbalaría. Se caería.Durante todo el doloroso camino por elbosque, con las piernas agarrotadas ydoloridas, se había dicho que iba asalvar a Aaron. Llegado el momento,cuando estaba delante de él y su amigoestaba en peligro y necesitaba que losalvaran, él se creía inútil. Ladesesperación que sintió era tan horribleque pensó en no decir nada, en intentarsubir y confiar en la suerte.

Pero recordar el miedo en el rostrode Celia cuando salió a la superficie delrío y vio a Call perder el control deltronco y lanzarlo dando vueltas contraella lo hizo decidirse. Si empeoraba las

cosas al fingir que era capaz de ayudar,sólo estaría poniendo a Aaron en unpeligro mayor.

—No puedo —dijo finalmente.—¿Qué? —preguntó Tamara, luego

le miró las piernas y pareció incómoda—. Oh, claro. Bueno, pues quédate aquícon Estrago. Volveré enseguida.Seguramente es mejor que sea sólo unapersona. Más sigiloso.

Entonces, de repente, Call se diocuenta de lo que sí podía hacer.

—Yo lo distraeré.—¿Qué? ¡No! —exclamó Tamara, y

negó con la cabeza para darle másénfasis—. Es demasiado peligroso.Tiene un elemental del caos.

—Estrago estará conmigo. Si no lohago no podrás liberar a Aaron. —Callla miró a los ojos y esperó que ellacomprendiera que no iba a cambiar deopinión—. Confía en mí.

Tamara asintió una vez. Luego lesonrió y se coló por la puerta; apoyabalos pies con tanto cuidado que, despuésde dar dos pasos, Call ya no pudo oírlospor encima de las risas de Drew y elrugido del elemental del caos. Contólentamente hasta diez y luego abrió lapuerta de par en par.

—Hola, Drew —saludó, con unasonrisa dibujada en el rostro—. No meparece que esto se parezca en nada a unaescuela de equitación.

Drew pegó tal salto hacia atrás,sorprendido, que al tirar de la cadenasubió a Aaron varios palmos más. Aarongritó de dolor, lo que hizo gruñir aEstrago.

—¿Call? —exclamó Drew sin podercreérselo, y Call recordó aquella nocheen la hondonada a las afueras delMagisterium: Drew temblando de frío yllamándolo, con el tobillo roto. Detrásde Drew, Call vio a Tamara, quecomenzaba a subir por la pared delfondo; empleaba las jaulas apiladascomo una especie de escalera de mano,poniendo los pies entre los barrotes, tansilenciosa como un gato—. ¿Qué estáshaciendo aquí?

—¿De verdad quieres saberlo? ¿Quéestoy haciendo aquí? —repitió Call—.¿Qué estás haciendo tú aquí? Aparte dequerer que un elemental del caos secoma a tu compañero de clase. Deverdad, ¿qué te ha hecho Aaron? ¿Sacarmejor nota que tú en un examen? ¿Cogerel último trozo de liquen en la cena?

—Cierra el pico, Call.—¿De verdad crees que no te van a

pillar?—Aún no me han pillado. —Drew

parecía estar recuperándose de lasorpresa. Sonrió a Call de una formamuy desagradable.

—¿Sólo era comedia… todo esosobre el Maestro Lemuel, todas esas

veces que fingías ser un alumno normaly corriente? ¿Llevas desde el principioespiando para el Enemigo? —Call nosólo estaba ganando tiempo, tambiénsentía auténtica curiosidad. Drew estabaigual: cabello castaño enredado,delgado, grandes ojos azules, pecas,pero había algo en el fondo de sus ojosque Call no había visto antes, algo feo ytenebroso.

—Los Maestros son tan estúpidos…—contestó Drew—. Siemprepreocupados por lo que el Enemigoestará haciendo fuera del Magisterium.Preocupados por el Tratado. Sin pensarnunca que podía haber un espía entreellos. Incluso cuando me escapé del

Magisterium para enviar un mensaje alEnemigo, ¿qué hicieron ellos? —Abriómucho sus grandes ojos azules, y por unmomento Call captó un destello delchico del autocar, que parecía muynervioso por ir a la escuela de magia—.«Oh, el Maestro Lemuel es tan malo…Me asusta». ¡Y van y lo echan! —Drewse rio, y la máscara de inocenciadesapareció de nuevo, mostrando lafrialdad que había debajo.

Estrago gruñó al ver eso y se pusoentre Drew y Call.

—¿Y qué mensaje le enviaste alEnemigo? —preguntó Call. Aliviado,vio que Tamara ya casi había llegado alas vigas—. ¿Fue sobre Aaron?

—El makaris —soltó Drew—.Durante todos estos años los magos hanesperado a un makaris, pero no son losúnicos. Nosotros también loesperábamos. —Tiró de la cadena quesujetaba a Aaron, que soltó un gemidode dolor. Pero Call no lo miró, no podía.Siguió con los ojos clavados en Drew,como si de este modo pudiera hacer queDrew sólo le prestara atención a él.

—¿Nosotros? —preguntó Call—.Porque sólo veo a un loco aquí. A ti.

Drew no hizo caso de la pulla. Nisiquiera prestó atención a Estrago.

—No puedes creer que yo estoy almando de esto —contestó—. No seasestúpido, Call. Apuesto a que has visto a

los caotizados, a los seres elementales.Apuesto a que puedes sentirlos. Yasabes quién manda aquí.

Call tragó saliva.—El Enemigo —contestó.—El Enemigo… no es lo que

piensas. —Drew agitó la cadena sinpensar—. Podríamos ser amigos, Call.He estado observándote. Podríamosestar del mismo lado.

—En realidad, no. Aaron es miamigo. Y el Enemigo lo quiere muerto,¿verdad? No quiere otros makaris que lopuedan desafiar.

—Es tan divertido… No sabes nada.Crees que Aaron es tu amigo. Crees quetodo lo que te han dicho en el

Magisterium es verdad. Pues no lo es.Le dijeron a Aaron que lo mantendrían asalvo, pero no ha sido así. No podían.—Tiró de la cadena que sujetaba aAaron, y Call hizo una mueca, esperandoel grito de dolor de Aaron.

Pero no lo hubo. Call miró haciaarriba. Aaron ya no estaba colgando.Tamara lo había subido a la viga yestaba sobre él, tratando a toda prisa desoltarle la cadena del tobillo.

—¡No! —Drew tiró de nuevo,furioso, pero Tamara había conseguidoromperla. Drew soltó la cadena cuandola vio caer.

—Mira, ahora vamos a irnos —dijoCall—. Voy a ir saliendo de aquí y…

—¡No vas a ir a ninguna parte! —gritó Drew, y corrió para apoyar lamano sobre el contenedor de cristal.

Fue como si hubiera introducido unallave en una cerradura y abierto unapuerta, pero mucho más violento. Elcontenedor saltó en pedazos y volaroncristales en todas direcciones. Call secubrió el rostro con las manos mientrasesquirlas de cristal, como una lluvia depequeñas agujas, se le clavaban en losantebrazos. Pareció que el viento habíaempezado a soplar en la sala. Estragoestaba gañendo, y en alguna parte,Tamara y Aaron gritaban.

Lentamente, Call abrió los ojos.El elemental del caos se alzaba ante

él, cubriendo de sombras su campo devisión. Su oscuridad se retorcía enrostros a medio formar y bocas llenas dedientes. Siete brazos con garras fueron apor él al mismo tiempo, algunas de ellascon escamas, otras peludas y otras tanblancas como la carne muerta.

Call sintió náuseas y retrocedió unpaso. Sin pensar, la mano se le fue alcostado, los dedos se le cerraronalrededor de la empuñadura de Miri,desenvainó la daga y la blandió ante síformando un gran arco.

Miri se hundió en algo, algo quecedió bajo la hoja como fruta podrida.Salieron aullidos de las muchas bocasdel monstruo del caos. Tenía un largo

corte en uno de los brazos, y laoscuridad manaba de la herida y seretorcía en el aire como el humo de unfuego. Otro tentáculo trató de cogerlo,pero Call se lanzó al suelo y sólo lerozó el hombro. Pero el brazo se lequedó como dormido al instante, y Mirise le cayó de la mano.

Call trató de alzarse sobre el codo yde arrastrarse con la mano buena pararecuperar la daga. Pero no tenía tiempo.El ser elemental se lanzó, deslizándosehacia él por el suelo como una manchade aceite, una enorme lengua de sapoarrastrándose, directa hacia Call…

Con un aullido, Estrago saltó en elaire y aterrizó directamente sobre el

elemental. Hundió los dientes en la lisasuperficie y con las garras rasgó laoscuridad rodante. El monstruo sesacudió y se echó hacia atrás. Lesurgieron cabezas por todas partes, ybrazos que trataban de agarrar aEstrago, pero el lobezno se mantuvoarriba, cabalgando al monstruo.

Call vio la oportunidad. Se puso enpie rápidamente y agarró a Miri con lamano buena. Avanzó deprisa y hundió ladaga en lo que parecía ser el costado delser.

Retiró la hoja, que salió goteandoalgo negro, entre humo y aceite. Elelemental del caos rugió y se sacudió,lanzando a Estrago por los aires. El

lobezno voló y se estrelló contra elsuelo al fondo de la sala, cerca de unapuerta doble. Gimió una vez y luego sequedó inmóvil.

—¡Estrago! —gritó Call, y corrióhacia el lobo. Estaba a medio caminocuando oyó un rugido a su espalda. Sevolvió y se enfrentó al monstruo delcaos. Call estaba más que furioso; si esacriatura había hecho daño a Estrago lacortaría en miles de trozos asquerosos yaceitosos. Avanzó con Miridestellándole en la mano.

El elemental del caos se echó atrás,con la oscuridad encharcándosealrededor de él, como si ya no tuvieratantas ganas de luchar.

—¡Vamos, cobarde! —gritó Drew, yle soltó una patada—. ¡Cógelo! Hazlo,estúpido montón de…

El ser elemental del caos saltó, perono en dirección a Call. Retorciéndose,fue a por Drew. Éste gritó una vez, y elelemental cayó sobre él como una ola.Call se quedó paralizado, con Miri en lamano. Pensó en el dolor helado que lohabía recorrido con sólo un roce de lasustancia de la criatura de caos. Y enese momento, toda esa sustancia estabaderramándose sobre Drew, que sesacudía y se retorcía bajo él con losojos en blanco.

—¡Call! —El grito lo sacó de suparálisis; era Tamara, que lo llamaba

desde las vigas del techo. Estabaarrodillada, y Aaron estaba a su lado. Elgrillete y las cadenas se amontonaban enuna pila retorcida: Aaron estaba libre,aunque tenía marcas de sangre en lasmuñecas, donde debían de haberloatado, seguramente cuando lotransportaron desde el Magisterium.Call estaba seguro de que los tobillosaún los tendría peor—. ¡Call, sal de ahí!

—¡No puedo! —Call señaló conMiri. El elemental del caos y Drewestaban entre la puerta y él.

—Ve por ahí —dijo Tamara, yseñaló la puerta que Call tenía detrás—.Busca algo, una ventana, lo que sea. Nosencontraremos fuera.

Call asintió y cogió a Estrago.«Por favor —pensó—. Por favor».El cuerpo estaba caliente, y cuando

apretó al lobezno contra su pecho, notólos constantes latidos del corazón deEstrago. El peso extra hacía que ledolieran más las piernas, pero no leimportó.

«Se va a poner bien —se dijo confirmeza—. Ahora, muévete».

Miró hacia atrás y vio que Tamara yAaron estaban bajando del techo, cercade la otra puerta. Pero mientras miraba,el ser elemental del caos se apartó delcuerpo de Drew. Varias bocas seabrieron y una lengua morada restallócomo un látigo para probar el aire con

su punta bífida. Luego comenzó amoverse hacia Call.

Éste gritó y pego un bote. Estrago sesacudió en sus manos, ladró y saltó alsuelo. Corrió hacia la puerta al fondo dela sala, Call lo imitó pegado a él.Atravesaron la puerta juntos y casi lahicieron saltar de los goznes…

Estrago se detuvo derrapando. Callcasi cayó sobre él, y se tambaleó antesde recuperar el equilibrio.

Miró la sala: parecía el laboratoriodel doctor Frankenstein. Matraces llenosde líquidos de colores rarosburbujeaban por todas partes; enormesmáquinas colgaban del techo con ruedasque giraban, y las paredes estaban

cubiertas de jaulas que contenían sereselementales de diferentes tamaños;bastantes de ellos brillaban con fuerza.

Entonces Call lo oyó a su espalda:un gruñido espeso y borboteante. Elelemental del caos lo había seguido a lasala e iba tras él, una enorme nubeoscura cubierta de garras y dientes. Callcorrió de nuevo todo lo que pudo,lanzando matraces al suelo mientras sedirigía hacia lo que parecía unapanoplia de armas antiguas que sehallaba en una de las paredes. Si iba apor el elemental con esa pesada hacha,quizá…

—¡Detente! —Un hombre vestidocon un hábito con capucha salió de

detrás de una enorme estantería. Tenía elrostro entre las sombras, y blandía unenorme cayado con una piedra de óniceen la punta. Al verlo, Estrago soltó ungañido y se metió bajo una de las mesascercanas.

Call se quedó clavado en el sitio. Eldesconocido pasó junto a él sin mirarloy alzó el cayado.

—¡Basta! —gritó con una profundavoz, y dirigió la punta de ónice hacia elelemental.

La oscuridad estalló desde la piedra,cruzó la sala en dirección al monstruo ylo alcanzó de lleno. La oscuridad sehinchó y creció; envolvió al serelemental y se lo tragó hacia la nada.

Con un horrible y borboteante grito, elser desapareció.

El hombre se volvió hacia Call ylentamente se bajó la capucha delhábito. Tenía el rostro medio oculto poruna máscara de plata que le cubría lanariz y los ojos. Bajo ella, Call vio unaprominente barbilla y un cuello cruzadopor cicatrices blancas.

Las cicatrices eran nuevas, y lamáscara le resultaba familiar. Call lahabía visto antes en dibujos. Había oídodescribirla. Una máscara que servíapara ocultar las cicatrices de unaexplosión que casi había acabado con elhombre que la llevaba. Una máscarapara aterrorizar:

La máscara que llevaba el Enemigode la Muerte.

—Callum Hunt —dijo el Enemigo—. Esperaba que fueras tú.

A Call lo dejó atónito que elEnemigo le dijera eso. Abrió la boca,pero sólo le salió un susurro.

—Eres Constantine Madden. ElEnemigo de la Muerte.

El Enemigo se acercó a él, unremolino de negro y plata.

—Ponte en pie —dijo—. Déjameque te mire.

Lentamente, Call se puso en pie anteel Enemigo de la Muerte. La sala estabacasi en silencio. Incluso los gemidos deEstrago parecían tenues y distantes.

—Mírate —dijo el Enemigo. Habíaun extraño tono de satisfacción en su voz—. Lo de la pierna es una pena, claro,pero, a fin de cuentas, eso no importará.Supongo que Alastair prefirió dejartecomo estabas en vez de emplear lamagia curativa. Siempre fue muyobstinado. Y ahora es demasiado tarde.¿Lo has pensado alguna vez, Callum?¿Que quizá, si Alastair Hunt fuera menosobstinado, tú podrías haber sido capazde caminar perfectamente?

Call no lo había pensado nunca.Pero en ese momento la idea se le clavócomo un trozo de hielo en la garganta,impidiéndole hablar. Fue retrocediendohasta que se dio con la espalda en una

de las largas mesas llenas de jarras ymatraces. Se quedó paralizado.

—Pero tu ojos… —Y el Enemigopareció estar disfrutando, aunque a Callno se le ocurría qué podía haber de tansatisfactorio en sus ojos. Sintió como sila cabeza le diera vueltas, confuso—.Dicen que los ojos son el espejo delalma. Le hice a Drew un montón depreguntas sobre ti, pero nunca se meocurrió preguntarle por tus ojos. —Frunció el ceño. La piel llena decicatrices se tensó bajo la máscara—.Drew —llamó—. ¿Dónde está? —Alzóla voz—. ¡Drew!

Silencio. Call se preguntó quépasaría si deslizara la mano detrás de su

espalda, agarrara uno de los matraces olas jarras, y se la tirara al Enemigo.¿Conseguiría ganar tiempo? ¿Podríacorrer?

—¡Drew! —repitió el mago, y habíaalgo más en su voz, algo parecido a lainquietud. Pasó ante Call, impaciente, ycruzó la puerta doble para entrar en lasala de madera.

Hubo un momento de absolutosilencio. Call miró alrededor,desesperado, tratando de ver si habíaalguna otra puerta, cualquier otra formade salir de esa sala que no fuera lapuerta doble. No la había. Sólo habíaestantes llenos de tomos polvorientos,mesas cargadas de materiales de

alquimia y, en lo alto de las paredes,pequeños elementales del fuego metidosen nichos de cobre batido queiluminaban la sala con su resplandor.Los elementales miraron a Call con susojos negros y vacíos mientras le llegabaun sonido desde la otra sala: un gritolargo y agudo de dolor y desesperación.

—¡DREW!Estrago lanzó un gemebundo

aullido. Call cogió uno de los matracesde cristal y atravesó la puerta doble. Unagudo dolor le subió por la pierna y sele extendió por el cuerpo, como situviera cuchillas clavándosele por lasvenas. Quería dejarse caer; queríaestirarse en el suelo y dejarse llevar. Se

agarró al marco de la puerta y miró alotro lado.

El Enemigo estaba de rodillas, conDrew sobre su regazo, flácido e inerte.Su piel ya había comenzado a volversede un frío color azulado. Nunca másvolvería a despertar.

Horrorizado, Call sintió que elcorazón le saltaba dentro del pecho. Noera capaz de apartar la mirada delEnemigo, encorvado sobre el cuerpo deDrew, el cayado olvidado en el suelo.Pasaba sus manos con cicatrices por elcabello de Drew una y otra vez.

—Mi hijo —susurraba—. Mi pobrehijo.

Call tragó saliva y retrocedió, pero

el Enemigo ya se estaba poniendo en piey recogiendo su cayado. Lo movióapuntando a Call, y éste se tambaleóhacia atrás; el matraz le voló de la manoy se hizo añicos contra el suelo. Seagachó sobre una rodilla, la piernadoblada le ardía de dolor.

—Yo no… —comenzó—. Ha sidoun accidente…

—Levántate —rugió el Enemigo—.Levántate, Callum Hunt, y enfréntate amí.

Lentamente, Call se puso en pie ymiró al hombre de la máscara de plata.El muchacho temblaba, temblaba por eldolor que sentía en las piernas y latensión en el cuerpo, temblaba de miedo

y adrenalina, y del frustrado deseo dehuir. El rostro del Enemigo mostraba sufuria; los ojos le brillaban de rabia ydolor.

Call quiso abrir la boca, quisomanifestar algo en su defensa, pero nohabía nada que pudiera decir. Drewyacía inmóvil, con los ojos apagadosentre los restos del contenedor decristal: estaba muerto y la culpa era deCall. No tenía una explicación, no podíadefenderse. Estaba frente al Enemigo dela Muerte, que había acabado conejércitos enteros. No iba a dudar ante unsimple muchacho.

Call apartó las manos de laempuñadura de Miri. Sólo le quedaba

una cosa por hacer.Respiró hondo y se preparó para

morir.Esperaba que Tamara y Aaron

hubieran podido pasar ante loscaotizados, hubieran podido salir por laventana y estuvieran en el camino devuelta al Magisterium.

Esperaba que, como Estrago era uncaotizado, el Enemigo no fuera muy durocon él por no ser un malvado lobozombi.

Esperaba que su padre no seenfadara demasiado con él por haber idoal Magisterium y hacer que lo mataran,exactamente como siempre había dichoél que pasaría.

Esperaba que el Maestro Rufus no lediera su plaza a Jasper.

El mago estaba tan cerca de él queCall podía notar el calor de su aliento,podía ver su estrecha boca retorcida, elbrillo de sus ojos, y le tembló todo elcuerpo.

—Si vas a matarme —dijodesafiante—, adelante. Hazlo ya.

El mago alzó el cayado y lo tiró a unlado. Se dejó caer de rodillas, con lacabeza gacha, en una postura total desúplica, como si le estuviera pidiendoclemencia a Call.

—Maestro, mi Maestro —dijo convoz rasposa—. Perdóname. No lo habíavisto.

Call lo miró totalmente confuso.¿Qué quería decir?

—Esto es una prueba. Una prueba demi lealtad y compromiso. —El Enemigorespiró entrecortadamente. Era evidenteque se estaba controlando por purafuerza de voluntad—. Si tú, mi Maestro,has decretado que Drew debía morir,entonces su muerte debe servir a unpropósito superior. —Las palabrasparecían cortarle la garganta, como si ledoliera pronunciarlas—. Y ahora yotambién tengo un objetivo personal enmi búsqueda. Mi Maestro es sabio.Como siempre, es sabio.

—¿Qué estás diciendo? —exclamóCall con voz temblorosa—. No lo

entiendo. ¿Tu Maestro? ¿No eres tú elEnemigo de la Muerte?

Para total perplejidad de Call, elmago alzó la mano y se quitó la máscara.Su rostro quedó al descubierto. Era unacara desfigurada, vieja, arrugada ycurtida. Era un rostro que le resultabaextrañamente familiar, pero no era elrostro de Constantine Madden.

—No, Callum Hunt. Yo no soy elEnemigo de la Muerte —afirmó—. Loeres tú.

CAPÍTULOVEINTICUATRO

—¿Qué? —soltó Call, boquiabierto—.¿Quién eres? ¿Por qué me dices eso?

—Porque es la verdad —respondió

el mago, sujetando la máscara de plataen la mano—. Tú eres ConstantineMadden. Y si me miras bien, tambiénsabrás mi nombre.

El mago seguía arrodillado a lospies de Call, y su boca comenzó atorcerse en una amarga sonrisa.

«Está loco —pensó el muchacho—.Tiene que estarlo. Lo que dice no tieneningún sentido».

Pero la familiaridad de su cara…Call lo había visto antes, al menos enfotografías. Era el Maestro Joseph.

—Yo te enseñé —dijo el MaestroJoseph—. ¿Puedo levantarme?

Call no dijo nada.«Estoy atrapado —pensó—. Estoy

atrapado aquí con un mago loco y uncadáver».

Al parecer, el Maestro Josephinterpretó su silencio como permiso, yse levantó con cierto esfuerzo.

—Drew me dijo que no teníasrecuerdos, pero yo no lo creí. Pensabaque cuando me vieras, cuando te dijerala verdad sobre ti, recordarías algo. Noimporta. Quizá no lo recuerdes, pero yote aseguro, Callum Hunt, que la chispade la vida en tu interior, el alma, si asílo prefieres, todo lo que anima laenvoltura que es tu cuerpo, pertenece aConstantine Madden. El auténticoCallum Hunt era un bebé lloriqueante.

—Esto es una locura —dijo Call—.

No pasan cosas así. No puedesintercambiar almas.

—Cierto, yo no puedo —repuso elmago—. Pero tú sí. ¿Si me lo permites,Maestro?

Alzó la mano. Al cabo de unmomento, Call se dio cuenta de que leestaba pidiendo permiso para cogerle lamano.

Call sabía que no debía tocar alMaestro Joseph. Gran cantidad de magiase comunicaba por el tacto: tocandoelementos, extrayendo su poder a travésde uno. Pero aunque lo que decía elMaestro Joseph era una locura, habíaalgo en ello que empujaba a Call, algoen el interior de su mente de lo que no

podía librarse.Fue tendiendo la mano lentamente.

El Maestro Joseph se la cogió yentrelazó sus dedos anchos y rugososcon los más pequeños de Call.

—Mira —susurró, y una descargaeléctrica atravesó a Call. Todo se lepuso como blanco, y de repente fuecomo si estuviera viendo escenasproyectadas sobre una pantalla giganteante él.

Vio dos ejércitos enfrentados en unaextensa planicie. Era una guerra demagos: explosiones de fuego, flechas dehielo y ráfagas de viento con fuerza dehuracán volaban entre los combatientes.Call vio rostros conocidos: un Maestro

Rufus mucho más joven, un MaestroLemuel adolescente, los padres deTamara, y a la cabeza de todos ellos,montada sobre un ser elemental delfuego, Verity Torres. La magia del caosle salía de las manos extendidasmientras volaba por encima del campo.

El Maestro Joseph se alzó con unobjeto pesado en la mano. Brillaba conel color del cobre; parecía una garra conlos dedos estirados. Agarró una ráfagade viento mágico y lo envió por el aire.El objeto se hundió en el cuello deVerity.

Ésta cayó hacia atrás, dejandohilillos de sangre en el aire, y elelemental del fuego que había estado

montando aulló y se encabritó. Un rayosalió de sus patas, alcanzó al MaestroJoseph y éste se derrumbó. La máscarade plata se le cayó y dejó ver su rostro.

—¡No es Constantine! —gritó unavoz áspera. La voz de Alastair Hunt—.¡Es el Maestro Joseph!

La escena cambió. El MaestroJoseph estaba en una sala hecha demármol escarlata. Le gritaba a un grupode magos, que se encogían asustados.

—¿Dónde está? ¡Os exijo que medigáis qué le ha pasado!

Unos pesados pasos se oyeron através de la puerta abierta. Los magos seapartaron para crear un pasillo por elque desfilaron cuatro caotizados que

cargaban un cuerpo. El cuerpo de unjoven de cabello rubio, con una enormeherida en el pecho y la ropa empapadaen sangre. Depositaron el cuerpo a lospies de Joseph.

El Maestro Joseph se desmoronó ycogió el cuerpo del joven entre susbrazos.

—Maestro —siseó—. Oh, miMaestro, el Enemigo de la Muerte…

El joven abrió los ojos. Eran grises;Call nunca había visto los ojos deConstantine Madden, nunca se le habíaocurrido preguntar de qué color eran.Eran del mismo gris que los de Call.Grises y vacíos como un cielo deinvierno. Su rostro estaba flácido,

carente de emoción.El Maestro Joseph ahogó un grito.—¿Qué pasa? —preguntó mientras

se volvía hacia los otros magos con elrostro cargado de furia—. Su cuerpovive, aunque apenas conserva un hálito,pero su alma… ¿Dónde está su alma?

La escena cambió de nuevo. Call sehallaba en una cueva tallada en el hielo.Los muros eran blancos y cambiaban decolor allí donde los desdibujaban lassombras. El suelo estaba cubierto decadáveres: magos desplomados, algunoscon los ojos abiertos, otros sobrecharcos de sangre helada.

Call supo dónde se hallaba. LaMasacre Fría. Cerró los ojos, pero no

sirvió de nada: aún podía ver, porquelas imágenes estaban dentro de sucabeza. Vio al Maestro Joseph caminarentre los asesinados, e irse deteniendoaquí y allí para dar la vuelta a uncadáver y mirarle el rostro. Pasado unmomento, Call se dio cuenta de lo queestaba haciendo. Estaba examinando alos niños muertos, sin tocar a losadultos. Finalmente se detuvo y se quedómirando fijamente, y Call vio qué era loque miraba. No era un cuerpo, sino unaspalabras grabadas en el hielo.

MATA AL NIÑODe nuevo la escena cambió y

pasaron a ir volando de aquí para allá,como hojas en la brisa: el Maestro

Joseph en una ciudad o pueblo tras otro,buscando, siempre buscando,examinando los registros de nacimientosde los hospitales, los registros de lapropiedad, cualquier posible pista…

El Maestro Joseph en un patio dejuegos de hormigón, observando a ungrupo de niños que amenazaban a otromás pequeño. De repente, el suelotembló y se estremeció, una enormegrieta dividió el patio casi por la mitad.Todos los matones salieron corriendo, yel chico más pequeño, que estaba en elsuelo, se levantó y miró alrededor conojos perplejos. Call se reconoció a símismo. Delgaducho, moreno, con losojos como los de Constantine, la pierna

mala torcida en un feo gesto…Notó que el Maestro Joseph

comenzaba a sonreír.Call volvió a la realidad con una

sacudida, como si hubiera caído en supropio cuerpo desde una gran altura. Setambaleó hacia atrás y arrancó la manode entre las del Maestro Joseph.

—No —dijo con voz ahogada—.No, no lo entiendo…

—Oh, yo creo que sí —repuso elmago—. Creo que lo entiendes muybien, Callum Hunt.

—Para ya —replicó Call—. Para dellamarme Callum Hunt de esa manera…Da miedo. Mi nombre es Call.

—No, no lo es —lo rebatió el

Maestro Joseph—. Ése es el nombre detu cuerpo, de la cáscara que te cubre. Unnombre que desecharás cuando estéslisto, igual que descartarás ese cuerpo yentrarás en el de Constantine.

Call alzó las manos.—¡No puedo hacer eso! ¿Y sabes

por qué? Porque Constantine Maddenaún sigue aquí. De verdad que noentiendo cómo puedo ser esa personaque está por ahí dirigiendo ejércitos,invocando a elementales del caos ycreando lobos gigantes con ojos raros,cuando esa persona ya existe y ¡ESOTRA PERSONA! —Call estabagritando, pero su voz sonaba como unruego, incluso a sí mismo. Quería que

todo esto acabara. No pudo evitarvolver a oír en la cabeza el eco de laspalabras de su padre.

«Call, debes escucharme. Tú nosabes quién eres».

—¿Aún aquí? —repitió el MaestroJoseph sonriendo con amargura—. Oh,la Asamblea y el Magisterium creen queConstantine sigue actuando en el mundo,porque eso es lo que queremos quecrean. Pero ¿quién lo ha visto? ¿Quiénha hablado con él desde la MasacreFría?

—Hay gente que lo ha visto… —protestó Call—. ¡Se ha reunido con laAsamblea! ¡Firmó el Tratado!

—Enmascarado —repuso el

Maestro Joseph, y levantó la máscara deplata que llevaba al principio de suencuentro—. Yo me hice pasar por él enla batalla contra Verity Torres, y sabíaque podía hacerlo de nuevo. El Enemigoha permanecido escondido desde laMasacre Fría, y cuando no tenía másremedio que mostrarse, yo lo hacía en sulugar. Pero ¿y el propio Constantine?Fue herido de muerte hace doce años, enla cueva donde Sarah Hunt y tantos otrosmurieron. Notaba que la vida se leescapaba y empleó lo que ya habíaaprendido: el método de mover un almade un cuerpo a otro; así se salvó. Igualque fue capaz de coger un trozo de caosy metérselo dentro a los caotizados, se

sacó su propia alma y la colocó dentrodel mejor recipiente que tenía a mano.Tú.

—Pero yo no estuve en la MasacreFría. Yo nací en un hospital. La pierna…

—Una mentira que te ha contadoAlastair Hunt. La pierna se te rompiócuando Sarah Hunt te dejó caer al hielo—explicó el Maestro Joseph—. Sabíalo que había sucedido. El alma de unniño se había visto obligada a salir y elalma de Constantine Madden habíaocupado su lugar. El niño se habíaconvertido en el Enemigo.

Call notó que le pitaban las orejas.—Mi madre no…—¿Tu madre? —soltó el Maestro

Joseph, despectivo—. Sarah Hunt fuesólo la madre de la cáscara que tecontiene. Incluso ella lo sabía. No tuvola fuerza para hacerlo ella misma, perodejó un mensaje. Un mensaje para losque llegaran a la cueva después de sumuerte.

—Las palabras en el hielo —susurróCall. Sintió un mareo y náuseas.

—«Mata al niño» —recordó elMaestro Joseph con cruel satisfacción—. Lo grabó en el hielo con la punta decuchillo que llevas. Fue lo último quehizo en este mundo.

Call se sentía a punto de vomitar.Puso la mano atrás buscando el borde dela mesa y se apoyó en ella, respirando

con dificultad.—El alma de Callum Hunt está

muerta —continuó el Maestro Joseph—.Expulsada del cuerpo, aquella alma semarchitó y murió. El alma deConstantine Madden ha echado raíces yha crecido, renacida e intacta. Desdeentonces, sus seguidores han trabajadopara que pareciera que no había dejadoeste mundo, para que tú estuvieras asalvo. Protegido. Para que tuvierastiempo de madurar. Para que pudierasvivir.

«Call quiere vivir». Eso era lo queCall, bromeando, había añadido a suQuincunce imaginario y que, en esemomento, ya no parecía una broma.

Horrorizado, se preguntó hasta quépunto era verdad. ¿Había querido vivircon tanta intensidad que había llegado arobarle el alma a otra persona? ¿Deverdad había sido él?

—No recuerdo nada de serConstantine Madden —susurró Call—.Sólo he sido yo…

—Constantine siempre supo quepodía morir —explicó Joseph—. Lamuerte era su mayor temor. Intentó una yotra vez traer de vuelta a su hermano,pero no consiguió recuperar su alma,todo aquello que hacía que Jericho fueraquiera era. Decidió hacer todo lo quehiciera falta para seguir vivo. Llevotodo este tiempo esperando a que tengas

la edad suficiente, Call. Y aquí estás,casi listo. Pronto, la guerra comenzaráde nuevo en serio… y esta vez estamosseguros de ganar.

Los ojos del Maestro Josephbrillaban con algo que se parecía muchoa la locura.

—No sé por qué crees que estaré detu lado —repuso Call—. Te llevaste aAaron.

—Sí —contestó Joseph—. Pero eraa ti a quien queríamos.

—Y habéis hecho tanto esfuerzo,incluido el secuestro, sólo para que yoviniera aquí para… ¿qué? ¿Paracontarme todo esto? ¿Por qué nodecírmelo antes? ¿Por qué no haberlo

hecho incluso antes de que fuera alMagisterium?

—Porque creíamos que tú ya losabías —masculló el Maestro Joseph—.Pensé que disimulabas a propósito, parapermitir que tu cuerpo y tu mentecrecieran y de nuevo pudierasconvertirte en el formidable enemigo dela Asamblea que fuiste antes. No meacerqué a ti porque supuse que sidesearas que me acercara te habríaspuesto en contacto conmigo.

Call rio con amargura.—¿Así que no te acercaste porque

no querías estropearme la tapadera? Ytodo este tiempo yo ni siquiera sabía quetenía una tapadera. Es de lo más

divertido.—No veo que sea divertido en

absoluto. —La expresión del MaestroJoseph no cambió—. Es una suerte quemi… que Drew pudiera darse cuenta deque no tenías ni idea de quién eres enrealidad, o podrías haberte traicionadosin darte cuenta.

Call miró fijamente al MaestroJoseph.

—¿Vas a matarme? —le preguntó desopetón.

—¿Matarte? He estado esperándote—contestó Joseph—. Durante todosestos años.

—Bueno, entonces todo tu estúpidoplan ha sido para nada —replicó Call

—. Voy a volver y decirle al MaestroRufus quién soy en realidad. Voy adecirles a todos en el Magisterium quemi padre tenía razón, y que deberíanhaberlo escuchado. Y voy a detenerte.

El Maestro Joseph sonrió y movió lacabeza en un gesto de suficiencia.

—Creo que te conozco un pocomejor que todo eso, tengas el aspectoque tengas. Volverás y acabarás el Cursode Hierro, y cuando regreses para elCurso de Cobre, hablaremos de nuevo.

—No, no hablaremos. —Call sesintió infantil y pequeño; el peso delhorror lo abrumaba—. Les diré…

—¿Les dirás quién eres? Te atarán lamagia.

—No lo harán.—Sí que lo harán —le aseguró el

Maestro Joseph—. Eso si no te matan.Te atarán la magia y te enviarán con tupadre, que ahora ya sabe, sin ningunaduda, que no es tu padre.

Call tragó saliva con fuerza. Hastaese momento no había pensado en cuálsería la reacción de Alastair ante esarevelación. Su padre, que había rogadoa Rufus que le atara la magia… por siacaso.

—Perderás a tus amigos. ¿De verdadcrees que te dejarán acercarte a suprecioso makaris, sabiendo quién eres?Entrenarán a Aaron Stewart para ser tuenemigo. Eso es lo que han estado

buscando todo este tiempo. Eso es loque es Aaron. No es tu compañero. Es tudestrucción.

—Aaron es mi amigo —replicóCall, con una voz bastante desesperada.Era consciente de cómo sonaba, pero nolo podía evitar.

—Lo que tú digas, Call. —ElMaestro Joseph tenía la expresiónserena de alguien que sabe que tienerazón—. Al parecer, tu amigo tendrá quetomar unas cuantas decisiones. Igual quetú.

—Yo elijo —repuso Call—. Elijovolver al Magisterium y contarles laverdad.

Una brillante sonrisa dividió el

rostro de Joseph.—¿De verdad? Es muy fácil estar

aquí delante y desafiarme a mí. Nohabría esperado menos de ConstantineMadden. Siempre fuiste desafiante. Perocuando la cosa vaya en serio, cuandodebas tomar una decisión, ¿de verdadsacrificarás todo lo que te importa porun ideal abstracto que sólo entiendes amedias?

Call negó con la cabeza.—Pero tendré que renunciar a eso de

todas formas. No parece que vayas adejarme volver al Magisterium.

—Pues claro que sí —contestó elMaestro Joseph.

Call pegó un bote, sobresaltado, y se

golpeó el codo contra la pared que teníadetrás.

—¿Qué?—Oh, mi Maestro —susurró el

Maestro Joseph—. ¿Es que no lo ves…?No llegó a acabar la frase. Con un

enorme estruendo, el techo se quebró.Call casi ni tuvo tiempo de mirar arribaantes de que todo pareciera convertirseen una ducha de trozos de madera yhormigón. Oyó el grito ronco delMaestro Joseph justo antes de que unamontaña de escombros cayera entreellos y le tapara la visión del mago. Elsuelo se levantó bajo los pies de Call,que se fue de lado, mientras extendía elbrazo para sujetar a un Estrago que

quería echar a correr, asustado.Durante un momento, todo tembló, y

Call hundió el rostro en el pelaje dellobo, intentando no ahogarse con elespeso polvo que cubría el aire. Quizáel mundo estuviera llegando a su fin. Talvez los aliados del Maestro Josephhabían decidido volar por los aires eselugar. No lo sabía, y casi ni leimportaba.

—¿Call? —A través del pitido ensus oídos, Call oyó una voz conocida.Tamara. Se volvió sin dejar de sujetar aEstrago, y vio lo que había destruido eledificio.

El enorme letrero que decíaBOLERA MONTAÑA había atravesado

el techo y había cortado el edificio endos como un hacha hundiéndose en unbloque de hormigón. Aaron estabasentado a horcajadas en lo alto delcartel, como si lo hubiera cabalgado através del aire, con Tamara a su espalda.El cartel soltaba chispas y zumbaba allídonde los cables eléctricos se habíancortado.

Aaron saltó del cartel, corrió haciaCall y se agachó para cogerlo por elbrazo.

—¡Vamos, Call!Sin acabar de creérselo, Call se

movió y dejó que Aaron lo ayudara aponerse en pie. Estrago soltó un gañidoy saltó, apoyando las patas delanteras en

Aaron.—¡Aaron! —gritó Tamara. Estaba

señalando detrás de ellos. Call sevolvió y miró a través de las nubes depolvo y cascotes. No se veía al MaestroJoseph por ningún lado.

Pero eso no significaba queestuvieran solos. Call miró a Aaron.

—Caotizados —dijo Call con rostroserio. El pasillo estaba lleno de ellos,caminando sobre los escombros con unpaso inquietantemente regular y los ojosgirando y ardiendo como hogueras.

—¡Vamos! —Aaron corrió hacia elcartel, saltó sobre él y se volvió paraayudar a subir a Call tras él. El cartelseguía enganchado a su base; la mayor

parte de él había atravesado el edificioen ángulo, como una cuchara dentro deun vaso apoyada en el lado. Tamara yacorría sobre las palabras BOLERAMONTAÑA con Estrago pegado a sustalones.

Abajo, la sala se estaba llenandorápidamente de caotizados, queavanzaban metódicamente hacia elcartel. Algunos ya habían subido encimade él. Aaron estaba unos cuantos metrospor encima de ellos, mirando haciaabajo.

Tamara ya había llegado lo bastantelejos como para saltar al techo.

—¡Vamos! —la oyó gritar Callcuando Tamara se dio cuenta de que no

la habían seguido—. ¡Call! ¡Aaron!Pero Aaron no se movía. Estaba de

pie sobre el cartel como si fuera unatabla de surf, con una expresión muyoscura en el rostro. Tenía el pelo blancodel polvo de hormigón; el uniforme gris,roto y ensangrentado. Lentamente, alzóla mano, y por primera vez Call no viosólo a Aaron, su amigo, sino al makaris,al mago del caos, a alguien que, algúndía, podría llegar a ser tan poderosocomo el Enemigo de la Muerte.

Alguien que sería el enemigo delEnemigo.

Su enemigo.La oscuridad salió de las manos de

Aaron como un rayo negro: voló hacia

adelante y envolvió a los caotizados conoscuros filamentos. Cuando la oscuridadlos tocaba, la luz de sus ojosdesaparecía, y caían al suelo, flácidos ysin resistencia.

«Eso es lo que han estado buscandotodo este tiempo. Tu destrucción. Eso eslo que es Aaron».

—¡Aaron! —gritó Call, y se deslizópor el cartel hacia donde estaba suamigo. Aaron no se volvió, ni siquierapareció oírlo. Siguió allí, en pie, con lanegrura saliéndole de la mano,dibujando un camino en el aire.Resultaba aterrador—. Aaron —jadeóCall, y tropezó con un amasijo de cablesrotos. Un dolor insoportable le recorrió

las piernas mientras su cuerpo seretorcía y caía, empujando a Aaron alsuelo y medio inmovilizándolo bajo supeso. La luz negra se desvaneció cuandoAaron se golpeó la espalda contra elmetal del cartel y las manos dejaron deapuntar a los caotizados.

—¡Déjame en paz! —gritó Aaron.Parecía estar fuera de sí, como si en sufuria hubiera olvidado quiénes eran Cally Tamara. Se retorció bajo Call y tratóde liberar las manos—. Tengo que…tengo que…

—Tienes que parar —dijo Call,mientras agarraba a Aaron por lapechera del uniforme—. Aaron, nopuedes hacer esto sin un contrapeso. Te

matarás.—No importa —replicó Aaron, que

trataba de librarse de Call.Pero éste no lo soltaba.—Tamara nos está esperando. No

podemos dejarla. Tienes que venir.Vamos. Tienes que hacerlo.

Lentamente, la respiración de Aaronse fue calmando y sus ojos fueronenfocando a Call. Detrás de él, máscaotizados avanzaban en su dirección,arrastrándose sobre los cuerpos de suscompañeros muertos, sus ojos brillandoen la oscuridad.

—De acuerdo —dijo Call mientrasse apartaba de Aaron y se ponía en piesobre su dolorida pierna—. De acuerdo,

Aaron. —Le tendió la mano—.Vámonos.

Aaron vaciló, luego cogió la manode Call y dejó que lo ayudara a ponerseen pie. Call lo soltó y comenzó a subirde nuevo al cartel. Esa vez, Aaron losiguió. Subieron lo suficiente para saltaral techo junto a Tamara y Estrago. Callnotó el impacto contra la tela asfálticadesde las piernas hasta los dientes.

Tamara asintió aliviada al verlos,pero tenía el rostro tenso; los caotizadosseguían tras ellos. Se volvió y corriópor el borde del techo inclinado y saltóde nuevo, esta vez sobre un contenedorde basuras. Call cojeó tras ella.

Corrió por el borde del edificio, con

el corazón a toda velocidad, en partepor miedo a lo que los perseguía y enparte por un temor del que no podíaescapar por mucho que corriera. Suspies golpearon la tapa de metal delcontenedor y cayó de rodillas; notabalas piernas como si las tuviera hechas desacos de arena, pesadas, adormecidas yno del todo sólidas. Consiguió rodarhasta bajar por el borde y se mantuvo depie, apoyado contra el costado delcontenedor, intentando recobrar elaliento.

Un segundo después, oyó a Aaroncaer junto a él.

—¿Estás bien? —le preguntó éste, yCall sintió una oleada de alivio en

medio de todo lo demás: Aaron volvía asonar como Aaron.

Se oyó ruido del entrechocar delmetal. Call y Aaron vieron que Tamarahabía empujado el contenedor paraalejarlo del edificio. Los caotizados, sintener nada sobre lo que saltar, sequedaban rondando por el borde deltecho.

—E… estoy bien. —Call miró aAaron y a Tamara, que lo miraban conidéntica expresión de preocupación—.No puedo creer que hayáis vuelto abuscarme —añadió. Se sentía mareado ycon náuseas, y estaba seguro de que sidaba un solo paso más volvería acaerse. Pensó en decirles que debían

dejarlo y salir corriendo, pero no queríaquedarse atrás.

—Claro que hemos vuelto —repusoAaron, y frunció el ceño—. Tamara y túhabéis venido hasta aquí para salvarme,¿no? ¿Por qué no íbamos a hacer lomismo por ti?

—Nos importas, Call —dijoTamara.

Call quería decir que salvar a Aaronera diferente, aunque no acababa desaber cómo explicar el porqué. Lacabeza le daba vueltas.

—Bueno, ha sido bastanteincreíble… eso que has hecho con elcartel.

Tamara y Aaron intercambiaron una

rápida mirada.—No era eso lo que tratábamos de

hacer —admitió Tamara—. Estábamosintentando ponerlo recto hacia arribapara enviar una señal al Magisterium. Lamagia de la tierra se nos ha ido un pocode las manos… Bueno, pero hafuncionado, ¿no? Y eso es lo importante.

Call asintió. Eso era lo importante.—Y gracias también por lo que

hiciste allá arriba —dijo Aaron, y lepalmeó el hombro a Call con ciertatorpeza—. Estaba tan enfadado… Si nome hubieras impedido usar la magia delcaos no sé qué habría…

—Oh, por el amor de Dios. ¿Por quélos chicos siempre hablan de sus

sentimientos todo el rato? Es tanmolesto… —lo interrumpió Tamara—.¡Todavía hay un montón de caotizadosque intentan venir a por nosotros! —Señaló hacia arriba, donde pares deojos como molinillos brillantes losobservaban desde la oscuridad deltejado—. Vamos, ya basta, tenemos quesalir de aquí.

Comenzó a caminar, con sus largastrenzas negras balanceándose a laespalda. Call se preparó para el infinitocamino de vuelta al Magisterium, seapartó de la pared y dio un dolorosopaso antes de caer redondo. Ni siquieraestuvo consciente el tiempo suficientepara darse cuenta que chocaba con la

cabeza contra el suelo.

CAPÍTULO VEINTICINCO

Call se despertó de vuelta en laenfermería. Los cristales de la paredbrillaban con luz tenue, de modo quesupuso que era de noche. Sentía todo el

cuerpo dolorido. Además, estaba segurode que tenía malas noticias quecomunicar a alguien, aunque no acababade recordar cuáles eran. Le dolían lasdos piernas, y tenía una manta alrededordel cuerpo; estaba en la cama y se habíahecho daño, pero no podía recordarcómo. Había querido demostrar algodurante el ejercicio con el tronco y sehabía caído al río; Jasper, justamenteJasper, lo había salvado. Y había más…Tamara, Aaron y Estrago y una caminatapor los bosques, ¿o había sido un sueño?

Se volvió de lado y vio al MaestroRufus sentado en una silla junto a lacama, medio rostro sumido en lassombras. Por un momento, Call se

preguntó si el Maestro Rufus estaríadurmiendo, hasta que vio una sonrisacurvar la boca del mago.

—¿Te sientes más humano? —preguntó el Maestro Rufus.

Call asintió y se sentó haciendo unesfuerzo. Pero cuando acabó dedespertar todos los recuerdos leacudieron en tropel a la cabeza: los delMaestro Joseph con la máscara de plata,el de Drew siendo devorado, Aaroncolgado del techo con grilletes que learañaban la piel, y de sí mismo oyendoque tenía el alma de ConstantineMadden en su interior.

Se dejó caer de nuevo sobre elcamastro.

«Tengo que decírselo al MaestroRufus —pensó—. No soy una malapersona. Se lo voy a decir».

—¿Te sientes capaz de comer unpoco? —le preguntó el Maestro Rufusmientras cogía una bandeja—. Te hetraído té y sopa.

—Quizá el té. —Call cogió la tazade barro y dejó que le calentara lasmanos. Sorbió con cuidado para noquemarse, y el reconfortante sabor de lamenta lo hizo sentirse un poco másdespierto.

El Maestro Rufus dejó la bandeja yse volvió para escrutar a Call con losojos entrecerrados. Call agarró la tazacomo si fuera un salvavidas.

—Lamento preguntártelo, pero debohacerlo. Tamara y Aaron me hanexplicado lo que sabían sobre el lugardonde habían encerrado a Aaron, peroambos me dijeron que tú permanecistedentro más rato y que estuviste en unahabitación que ellos no pisaron. ¿Quépuedes decirme de lo que viste?

—¿Le han hablado de Drew? —preguntó Call, estremeciéndose alrecordarlo.

El Maestro Rufus asintió.—Hemos investigado lo que hemos

podido y hemos descubierto que elnombre y la identidad de DrewWallace… de hecho, todo su pasado,consistía en algunas falsificaciones muy

convincentes pensadas para hacerloentrar en el Magisterium. No sabemoscuál era su nombre auténtico o por quélo envió aquí el Enemigo. De no ser porti y por Tamara, el Enemigo habríaconseguido asestarnos un golpe terrible,y en cuanto a Aaron, me estremezco alpensar lo que podrían haberle hecho.

—¿Así que no estamos metidos enun lío?

—¿Por no informarme de que habíanraptado a Aaron? ¿Por no decirle anadie adónde ibais? —La voz delMaestro Rufus se fue haciendo másgrave hasta convertirse en un rugido—.Mientras nunca volváis a hacer algo así,estoy dispuesto a dejar pasar la estúpida

manera en que ambos os habéiscomportado, por el éxito que habéistenido. Parece estúpido discutirtontamente sobre cómo Tamara y túsalvasteis a nuestro makaris. Loimportante es que lo hicisteis.

—Gracias —repuso Call, sin estarmuy seguro de si lo estaban riñendo ono.

—Enviamos a algunos magos a labolera abandonada, pero no quedabamucho de ella. Algunas jaulas vacías yequipo destrozado. Había una habitacióngrande que parecía un laboratorio.¿Estuviste ahí?

Call asintió y tragó saliva. Ése era elmomento. Abrió la boca para decir: «El

Maestro Joseph estaba allí y me dijo quesoy el Enemigo de la Muerte».

Las palabras no le salían. Era comosi se hallara ante el borde de unprecipicio y todo su cuerpo le estuvieradiciendo que se tirara, pero su mente nolo dejara. Si repetía lo que Joseph lehabía dicho, el Maestro Rufus loodiaría. Todos lo odiarían.

¿Y para qué? Incluso si había sidoConstantine Madden en una ocasión, noera como si lo recordara. Seguía siendoCallum, ¿no? La misma persona. Y detodas formas, ¿qué era un alma? No ledecía a uno lo que debía hacer. Callpodía tomar sus propias decisiones.

—Sí, había un laboratorio con un

montón de cosas que hervían y sereselementales en los nichos queiluminaban todo el lugar. Pero no habíanadie. —Call tragó saliva, preparándosepara mentir. El corazón se le aceleró—.La sala estaba vacía.

—¿Hay algo más? —preguntó elMaestro Rufus mirando a Call fijamente—. ¿Cualquier detalle que creas quepueda ayudarnos? ¿Cualquier cosa, porpequeña que sea?

—Había caotizados —dijo Call—.Muchos. Y un elemental del caos. Mepersiguió hasta el laboratorio, peroentonces fue cuando Aaron y Tamararompieron el techo…

—Sí, Tamara y Aaron ya me han

contado su impresionante truco con elcartel. —El Maestro Rufus sonrió, peroCall notó que estaba ocultando ladecepción—. Gracias, Call. Lo hashecho muy bien.

Call asintió. Nunca se había sentidotan mal.

—Recuerdo que cuando entraste enel Magisterium me pediste varias veceshablar con Alastair —dijo el MaestroRufus—. Nunca te lo he permitidooficialmente. —Dijo la última palabracon un énfasis que hizo sonrojar a Call.Se preguntó si, finalmente, justo en esemomento, iba a tener un lío por habersecolado en el despacho de Rufus—. Perote lo permito ahora.

Cogió una pequeña esfera de lamesilla de noche y se la tendió a Call.Un pequeño tornado ya estaba girandodentro.

—Creo que sabes cómo usar esto.—Se puso en pie y se dirigió al fondode la enfermería, con las manos a laespalda. Call tardó un momento en darsecuenta de lo que Rufus estaba haciendo:le estaba dando intimidad.

Call cogió la esfera en la mano y lacontempló. Era como si una enormeburbuja de jabón se hubiera endurecidoen el aire, sólida y clara. Se concentróen su padre; bloqueó todos lospensamientos sobre el Maestro Joseph yConstantine Madden y sólo pensó en su

padre; en el olor de las tortitas y eltabaco de pipa; en las manos de su padresobre sus hombros cuando hacía algobien; en su padre pacientementeexplicándole geometría, la asignaturaque menos le gustaba a Call.

El tornado comenzó a condensarse yfue adoptando la forma de su padre, quellevaba unos vaqueros manchados deaceite y una camisa de franela, con lasgafas subidas a la cabeza y una llaveinglesa en la mano.

«Debe de estar en el garaje,trabajando en uno de sus cochesantiguos», pensó Call.

Su padre alzó la mirada como sialguien lo hubiera llamado por su

nombre.—¿Call? —preguntó.—Papá —contestó éste—. Soy yo.Su padre dejó la llave inglesa, lo

que hizo que ésta desapareciera de laimagen. Se volvió, como si estuvieratratando de ver a Call, aunque parecíaevidente que no podía.

—El Maestro Rufus me ha explicadolo ocurrido. He estado muy preocupado.Estabas en la enfermería…

—Aún sigo allí —lo interrumpióCall, y luego añadió rápidamente—:Pero estoy bien. Me di unos cuantosgolpes, pero estoy bien. —La voz lesalió débil—. No te preocupes.

—No puedo evitarlo —repuso su

padre con voz seria—. Sigo siendo tupadre, incluso si estás lejos, en laescuela. —Miró alrededor y luego denuevo hacia Call, como si pudiera verlo—. El Maestro Rufus dice que salvasteal makaris. Es increíble. Has hecho loque todo un ejército no pudo hacer porVerity Torres.

—Aaron es mi amigo. Supongo quelo salvé por eso, no porque sea elmakaris. Y tampoco es que supiéramos aqué nos enfrentábamos.

—Me alegro de que tengas amigos,Call. —La mirada de su padre reflejabaseriedad—. Debe de ser difícil… seramigo de alguien tan poderoso.

Call pensó en la muñequera, en la

carta de su padre, en las mil preguntassin respuesta que tenía. «¿Eras amigo deConstantine Madden?», le habríagustado preguntar, pero no podía. No enese momento, con Rufus oyéndolo.

—Rufus también me ha dicho queotro de los alumnos del Magisteriumestaba allí —continuó su padre—.Alguien que trabajaba para el Enemigo.

—Drew… sí. —Call negó con lacabeza—. No lo sabíamos.

—No es culpa tuya. A veces la genteno muestra su auténtico rostro. —Supadre suspiró—. Y este alumno…Drew… estaba allí, pero ¿el Enemigono?

«No hay Enemigo. Lleváis todos

estos años luchando contra un fantasma.Una visión que el Maestro Joseph queríaque vierais. Pero no te lo puedo decir,porque si el Enemigo no es ConstantineMadden, entonces ¿quién es?»

—No creo que hubiéramos podidoescapar si hubiese estado allí —dijoCall—. Supongo que tuvimos suerte.

—Y ese Drew… ¿no te dijo nada?—¿Como qué?—Algo sobre… sobre ti —apuntó su

padre con cautela—. Es raro que elEnemigo dejara a un makaris capturadoal cargo sólo de un escolar.

—También había muchos caotizados—repuso Call—. Pero no, nadie dijonada sobre mí. Sólo estaban Drew y los

caotizados, y éstos no hablan mucho.—No. —Su padre casi sonrió—. No

hablan mucho, ¿verdad? —Suspiró denuevo—. Te echo en falta por aquí, Call.

—Yo también te echo en falta. —Call notó un nudo de añoranza en lagarganta.

—Te veré cuando acaben las clases—dijo su padre.

Call asintió, sin fiarse de su voz, ypasó una mano sobre la superficie de laesfera. La imagen de su padre sedesvaneció. Call se quedó sentado,mirando el artefacto. Ya no había nadadentro de él; podía ver su reflejo en elcristal. El mismo cabello negro, losmismos ojos grises, las mismas nariz y

barbilla un poco pronunciadas. Todocomo siempre. No se parecía aConstantine Madden. Se parecía aCallum Hunt.

—Me gusta esto —dijo Rufus, y lesacó la esfera de la mano. Sonreía—.Seguramente deberías quedarte aquí unoo dos días más, para descansar y acabarde curarte. Mientras tanto, hay dospersonas que han estado esperandopacientemente para verte.

El Maestro Rufus se acercó a lapuerta de la enfermería y la abrió.

Tamara y Aaron entraron corriendo.

Estar en la enfermería por resultarherido al hacer cosas heroicas eratotalmente diferente que estar en laenfermería por hacer una tontería. Suscompañeros de curso no paraban de ir avisitarlo. Todos querían oír la historiauna y otra vez, todos querían oír elmiedo que daban los caotizados y cómoCall había luchado contra un serelemental del caos. Todos querían oír lodel cartel cortando el techo y echarse areír en la parte en la que Call sedesmayaba.

Gwenda y Celia le llevaron barrasde caramelo caseras. Rafe llevó con éluna baraja de cartas y jugaron a lasfamilias sobre las mantas. Call nunca se

había dado cuenta de la mucha gente delMagisterium que sabía quién era él.Incluso algunos de los alumnos mayores,como la hermana de Tamara, Kimiya,que era superalta y tan seria que asustó aCall al decirle lo mucho que se alegrabade que Tamara fuera su amiga, y Alex,que le llevó sus gominolas favoritas y leadvirtió, sonriendo, de cómo todo esode ser héroes estaba haciendo quedarmal al resto de la escuela.

Incluso Jasper pasó a visitarlo, loque fue bastante incómodo. Entrónervioso, pegando tirones a una gastadabufanda de cachemira que llevaba sobreel uniforme.

—Te he traído un sándwich de la

Galería —le dijo mientras se lo pasabaa Call—. Es de liquen, claro, pero sabea atún. Odio el atún.

—Gracias —contestó Call, mientrasle daba la vuelta al sándwich. Estabaextrañamente caliente, lo que le hizopensar que debía de haber estado en elbolsillo de Jasper.

—Sólo quería decirte —continuóéste— que todo el mundo está hablandode lo que hiciste, rescatar a Aaron, yquería que supieras que yo también creoque estuvo muy bien lo que hiciste. Yque también está bien que te quedarascon mi puesto con el Maestro Rufus.Porque quizá te lo mereces. Así que yano estoy enfadado contigo. Ya no.

—Te agradezco que hayas cambiadode opinión, Jasper —dijo Call, que tuvoque admitir que estaba disfrutando delmomento.

—Vale —repuso él, y tiró con tantafuria de la bufanda que casi se quedócon un trozo en la mano—. Bien dicho.Disfruta del sándwich.

Se marchó, y Call lo vio irse,divertido. Se dio cuenta de que sealegraba de que, al parecer, Jasper ya nolo odiara, pero de todas formas tiró elsándwich, por si acaso.

Tamara y Aaron lo visitaron tantocomo los dejaron; se lanzaban sobre lacama de Call como si fuera untrampolín, con ganas de contarle todo lo

que ocurría mientras él seguíarecuperándose. Aaron le explicó quehabía respondido por Estrago ante losMaestros, diciéndoles que, comomakaris, necesitaba estudiar a unacriatura caotizada. No les había gustado,pero le habían permitido tenerlo, y enadelante Estrago iba a ser algopermanente en sus habitaciones. Tamarale dijo que a Aaron se le iba a subir a lacabeza que le dejaran hacer de todo y seacabaría volviendo aún más pesado queCall. Hablaban y bromeaban tan alto quela Maestra Amaranth dejó que Call sefuera antes de tiempo sólo para estartranquila. Lo que seguramente fue unabuena idea, porque Call se estaba

acostumbrando a estar sin hacer nadatodo el día y a que la gente le llevaracosas. Una semana más y no habríaquerido salir de allí nunca.

Cinco días después de volver de laguarida del Enemigo, Call regresó a susestudios. Se metió en el bote con Aarony Tamara, todavía un poco entumecido;la pierna herida estaba casi bien peroaún le costaba caminar. Cuando llegaronante el aula, el Maestro Rufus los estabaesperando.

—Hoy vamos a hacer algo un pocodiferente —los informó, e hizo un gestohacia el pasillo—. Vamos a visitar laCámara de los Graduados.

—Ya hemos estado ahí —dijo

Tamara antes de que Call pudiera darleuna patada. Si el Maestro Rufus losquería llevar de excursión en vez dehacer aburridos ejercicios, entoncesmejor que mejor. Además, el MaestroRufus no sabía que ya habían estado enla Cámara de los Graduados, ya que enaquel momento estaban muy ocupadoshaciendo mal uno de sus ejercicios.

—Oh, ¿de verdad? —se sorprendióel Maestro Rufus mientras comenzaba aandar—. ¿Y qué visteis?

—Las huellas de las manos de lagente que ha pasado antes por elMagisterium —contestó Aaron mientraslo seguía—. Algunos de sus familiares.Las de la madre de Call.

Cruzaron una puerta que el MaestroRufus abrió con su muñequera y bajaronpor una escalera de espiral hecha depiedra blanca.

—¿Algo más?—La Primera Puerta —contestó

Tamara, y miró alrededor, confusa. Nohabían pasado por ahí nunca antes—.Pero no estaba activada.

—Ah. —El Maestro Rufus pasó lamuñequera ante una pared sólida y lacontempló mientras ésta brillaba ydesaparecía, dando paso a otra estancia.Rufus sonrió al ver la sorpresa de loschicos—. Sí, hay algunas rutas por laescuela que aún no conocéis.

Entraron en una sala por la que Call

recordaba haber pasado cuando sehabían perdido, con largas estalactitas ybarro humeante calentando el aire. Sedio la vuelta y se preguntó si sería capazde rehacer el camino hasta la puerta queel Maestro Rufus acababa de enseñarles,pero aunque fuera así, no estaba segurode que su muñequera pudiera abrirla.

Pasaron agachados por otra arcada yse encontraron en la Cámara de losGraduados. La Primera Puerta parecíaestar cubierta de alguna sustanciarodante, algo membranoso y vivo. Laspalabras talladas, Prima Materia,relucían con una luz rara, como siestuvieran iluminadas desde las propiashendiduras de las letras.

—Hum —dijo Call—. ¿Qué es eso?La sonrisita en el rostro de Rufus se

trasformó en una gran sonrisa.—¿Lo veis todos? Bien. Eso

pensaba. Significa que estáis listos parapasar por la Primera Puerta, la Puerta deControl. Después de que la atraveséis,se os considerará magos por derechopropio, y os daré el metal para vuestrasmuñequeras que os confiere oficialmenteel grado de alumnos del Curso deCobre. Hasta donde lleguéis en vuestrosestudios después de esto depende devosotros, pero creo que los tres sois delos mejores aprendices a los que hetenido el placer de formar. Espero quecontinuéis estudiando.

Call miró a Tamara y a Aaron. Sesonreían y le sonreían a él. Luego Aaronalzó la mano para decir algo.

—Pero yo creía… quiero decir, estoes fantástico, pero ¿no se supone quedebemos atravesar la puerta al final delcurso? ¿Cuando nos graduemos?

El Maestro Rufus alzó sus peludascejas.

—Sois aprendices. Eso significa queaprendéis lo que estáis listos paraaprender y pasáis por las puertas cuandoestáis preparados, no antes, y seguro quetampoco después. Si podéis ver lapuerta, entonces estáis preparados.Tamara Rajavi, tú primero.

Tamara avanzó, con los hombros

erguidos, y fue hasta la puerta con unaexpresión de asombro en el rostro, comosi no acabara de creerse lo que estabapasando. Extendió la mano, tocó elcentro de la masa giratoria y soltó ungritito mientras retiraba los dedossorprendida. Miró a Call y a Aaron, yluego, aún sonriendo, pasó por la puertay desapareció de la vista.

—Ahora tú, Aaron Stewart.—De acuerdo —repuso éste,

asintiendo un poco nervioso. Se secó laspalmas de las manos en los pantalonesdel uniforme gris, como si le sudaran. Seacercó a la puerta, alzó los brazos y selanzó a lo que fuera que había al otrolado, como un jugador de rugby

anotando un ensayo.El Maestro Rufus negó con la

cabeza, divertido, pero no hizo ningúncomentario sobre la técnica de Aaronpara atravesar puertas.

—Callum Hunt, adelante.Call tragó saliva y se dirigió hacia

la puerta. Recordó lo que le había dichoel Maestro Rufus cuando le habíaexplicado por qué lo había tomado comoaprendiz.

«Hasta que un mago pasa por laPrimera Puerta al acabar el Curso deHierro, su magia puede ser atada poruno de los Maestros. No podríasacceder a los elementos, no podrías usartu poder».

Si le ataban la magia, entoncesCallum no podría convertirse en elEnemigo de la Muerte. No podría sercomo él.

Eso era lo que su padre le habíapedido al Maestro Rufus que hiciera, alenviarle la muñequera de ConstantineMadden como advertencia. Frente a laPuerta, Call finalmente lo reconoció:Tamara había tenido razón al decir quela advertencia de su padre no tenía nadaque ver con la seguridad de Call. Habíasido sobre mantener a los otros a salvode él.

Ésa era la última oportunidad deCall, la definitiva. Si atravesaba laPuerta de Control ya no podrían atarle la

magia. Ya no habría una manera fácil desalvar al mundo de él. De asegurar quenunca se volviera contra Aaron. Deasegurar que nunca se convertiría enConstantine Madden.

Pensó en volver a su escuelahabitual, donde no tenía amigos, o enpasar los fines de semana bajo la atentamirada de su padre. Pensó en no volvera ver a Aaron ni a Tamara, y en todas lasaventuras que ellos correrían sin él.Pensó en Estrago en su dormitorio y enlo triste que estaría el lobo. Pensó enCelia y en Gwenda y en Rafe, e inclusoen el Maestro Rufus; pensó en elcomedor y en la Galería, y en todos lostúneles que nunca llegaría a explorar.

Quizá si lo dijera, las cosas no iríancomo había pronosticado el MaestroJoseph. Quizá no le atarían la magia. Talvez lo ayudaran. Tal vez incluso ledijeran que hacer esa cosa con las almasera imposible, que él era sólo CallumHunt y que no tenía por qué temer nada,porque no se iba a convertir en unmonstruo con una máscara de plata.

Pero todos esos quizá no eransuficientes.

Avanzó, respiró hondo, agachó lacabeza y pasó por la Puerta de Control.La magia lo cubrió, pura y poderosa.

Oyó a Tamara y a Aaron al otrolado, riendo.

Y a pesar de sí mismo, a pesar de lo

terrible que era lo que estaba haciendo,a pesar de todo eso, Call comenzó asonreír.

HOLLY BLACK & CASSANDRACLARE se conocieron hace unos diezaños, la primera vez que Holly firmabalibros en público. Desde entonces se hanhecho buenas amigas, unidas (entre otrascosas) por su amor a la literaturafantástica: desde el impresionante ElSeñor de los Anillos hasta las durashistorias de Batman en Gotham City,pasando por las épicas clásicas deespadas y magia y La Guerra de lasGalaxias. Con Magisterium, han

decidido unirse para escribir su propiahistoria de héroes y villanos, del bien ydel mal, de ser elegido para la grandezase quiera o no.

Holly es la autora y co-creadora de laserie de éxito «Las Crónicas deSpiderwick», y ha ganado un NewberyHonor por su novela Doll Bones. Cassiees la autora de varias series parajóvenes adultos, incluyendo «LosInstrumentos Mortales» y «LosArtefactos Infernales». Ambas viven enMassachusetts, a unos diez minutos launa de la otra. Ésta es su primeracolaboración, y el inicio de una serie decinco libros.