la noche del meteorit1

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Franco Vaccarini La noche del meteorito “En mi casa hay un extraterrestre" le dijo Valentino a Mechi I illa lo miró como solo se puedo mirar n los que creen en marcianos y (SI no creía en marcianos. Sólo tenia un bicho de otro planeta en su cuarto que es algo muy distinto. Franco Vaccarini nació on en el campo del partido do Lincoln pero a los veinte años se radicó on Buenos  Aire» Estudió periodismo y asistió ni taller literario de la escritora Hebo Uhart, entre otros. En el género  juvenil, algunas de sus obras non las novelas Los ojos de la Iguana, Eneas, el último troyano (versión de La Eneida, do Vi rgilio) A PARTIR DE 9 AÑOS

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  • Franco Vaccarini La noche del

    meteorito

    En mi casa hay un extraterrestre" le dijo Valentino a Mechi I illa lo

    mir como solo se puedo mirar n los que creen en marcianos y (SI no crea en marcianos. Slo tenia

    un bicho de otro planeta en su cuarto que es algo muy distinto.

    Franco Vaccarini naci on en el campo del partido do Lincoln pero a los veinte aos se radic on Buenos Aire

    Estudi periodismo y asisti ni taller literario de la escritora Hebo Uhart, entre otros. En el gnero juvenil, algunas de sus obras non las novelas Los ojos de la Iguana, Eneas, el ltimo troyano (versin de La Eneida, do Virgilio)

    A PARTIR DE 9 AOS

  • D E V A P O F

    E L B A R C O

    F r a n c o V a c c a r i n i

    La noche del

    meteorito

  • E L B A R C O ^ J ^ ^ D E V A P O R

    F r a n c o V a c c a r i n i

    La noche del

    meteorito PREMIO EL BARCO DE VAPOR 2006

    Vaccarini. Franco

    La nochc dei meteorito / Franco Vaccarini ; dirigido por Susana Aime ;

    coordinado por Laura Leibiker ; edicin literaria a cargo de Ana Luca Salgado - Ia

    ed. 3a reimp. - Buenos Aires : Ediciones SM, 2010. 144 p.: il.; 19x12 cm. (El

    Barco de Vapor. Naranja; 8)

    ISBN 978-987-573-092-2

    1. Narrativa Infantil y Juvenil Argentina. 1. Leibiker, Laura, coord.

    il. Aime,Susana,dir. 111.Salgado, Ana Lucia,ed. lit. IV.Ttulo CDD

    A863.928 2

    No est permitida la reproduccin total

    o parcial de este libro, ni su tra-

    tamiento informtico, ni la transmisin

    de ninguna forma o por cualquier otro

    medio, ya sea electrnico, mecnico,

    por fotocopia, por registro u otros

    mtodos, sin el permiso previo y por

    escrito de los titulares del copyright.

  • Para Mechi. Para

    Valentina y Camila.

  • Bien parece respondi don Quijote que no

    ests cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes;

    y si tienes miedo, qutate de ah, y ponte en oracin en el

    espacio que yo voy entrar con ellos en fiera y desigual

    batalla.

    Miguel de Cervantes Saavedra, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la

    Mancha, captulo VIII.

    Siento como si me estuvieran hablando en una lengua

    que yo no entiendo.

    Y me estn hablando a m.

    Coldplay, Talk del lbum X&Y.

  • Titn es el decimoquinto satlite de Saturno y el segundo

    ms grande de todo el sistema solar, despus de Ganmedes,

    satlite de Jpiter. Fue descubierto por el astrnomo

    holands Christiaan Huygens, en 1655. Si se toma en

    cuenta su tamao, Titn bien podra ser un planeta: es

    ms grande que Plutn y que Mercurio.

    En la mitologa griega, los titanes fueron los

    primeros dioses hijos de Geay Urano. Dominaron el

    Universo hasta que fueron derrotados por Zeus, al

    frente de la siguiente generacin de dioses.

    peces, a las gallinas, a los monstruos de Gila y a

    todas las lagartijas de la Tierra. En serio.

    Aunque no sigo mucho el campeonato local,

    me encantan los mundiales. Sufr bastante durante

    el mundial de Francia, en 1998, ms que nada al

    ver las arrugas en la frente que se le formaron a

    pap cuando Holanda nos elimin, despus de

    que Batistuta estrellara un pelotazo en el palo. Y

    tena seis aos. Cuatro aos ms tarde, sufr de

    verdad en el mundial de Japn-Corea del Sur. Le

    ganamos un partido a Nigeria, perdimos otro con

    Inglaterra (cmo se enoj pap!) y empatamos

    con Suecia. Resultado: no pasamos a octavos de

  • final. Catstrofe.

    Pap mide las etapas de su vida segn los mun-

    diales de ftbol. Dice, por ejemplo: El primer au-

    to me lo compr en pleno mundial de Mxico o

    Me cas despus del mundial de Italia. Yo voy

    por el mismo camino: esta historia la estoy

    escribiendo antes del mundial de Alemania 2006.

    Volviendo al acuario del museo, los pececitos

    son reflasheros. Inofensivos. No pueden rasguar

    porque no tienen garras y, de todos modos, el

    vidrio de las peceras acta como una barrera: ellos

    apenas si tienen conciencia de la gente que cruza

    esa galera. A veces a algn chico se le ocurre

    golpear el vidrio, pero enseguida viene un guardia,

    y el pececito recupera la calma y sigue nadando

    entre los corales, las anmonas y las estrellas de

    mar en miniatura.

    Estas cosas las s, porque voy casi todas las tar-

    des al museo; es mi entretenimiento preferido.

    Mis amigos ya se acostumbraron a orme hablar

    sobre la coleccin de arcnidos, los paneles con

    moluscos y la reproduccin sexual de las plantas.

    Mi hroe es Carolus Linnaeus, un naturalista

    sueco que vivi en el siglo dieciocho y con su

  • obra Systema Naturae ide el sistema de

    ordenamiento moderno de los seres vivos. No se

    crean que yo soy un erudito, slo memorizo los

    carteles del museo. Aunque si hay algo sobre lo

    que puedo dar ctedra es sobre los tres meteoritos

    que estn expuestos en el vestbulo.

    No es fcil lo mo, no converso mucho con mis

    amigos, pero estoy acostumbrado. Escucho

    msica, me gusta el rock. Y el ms amigo de todos

    mis amigos es Gabriel, que se apasiona con el

    sonido de los discos, es detallista y puede detectar

    cundo entra el bajo o si el guitarrista mete la pata

    con una nota. Estudia guitarra elctrica con un

    profesor particular. Para m, hacer msica es un

    enigma: no tengo odo. Los msicos me parecen

    magos; me intriga mucho todo eso. A m me gusta

    cantar por cantar, pero la gente tiende a burlarse

    de los desafinados. Como si para cantar, hubiera

    que hacerlo bien.

    Gabriel me acompa al museo algunas veces;

    otras, fuimos juntos a un recital. Yo estaba con l

    y con Mechi (la grandiosa Mechi) cuando sufr el

    incidente en el zoolgico. Tengo una marca en la

    mano, hecha por el monstruo de Gila; apenas se

  • nota, una cicatriz corta, un poco ms plida que el

    resto de la piel, en donde termina el pulgar. El

    error fue mo, por meter la mano dentro de la

    jaula. Yo no encerr al monstruo, pero los

    hombres (y yo soy uno de ellos) lo alejaron de los

    otros monstruos y de su ambiente natural: tena

    sus razones para estar enojado!

    Mi accidente en el zoolgico es apenas una

    ancdota comparado con las experiencias que viv

    en el Museo de Ciencias Naturales. Y todo por

    culpa de mi atraccin por los meteoritos.

    Mejor empiezo a poner orden en la historia, pa-

    ra que se pueda entender. Si no, se me va a hacer

    difcil contar lo que me pas. Y yo quiero que esto

    sea un cuento bien contado.

  • 2. Mi familia, las momias

    egipcias y el desodorante de

    ambientes

    Me llamo Valentino Bravard y vivo sobre la

    avenida Gallardo en un edificio que est buensi-

    mo, un poco antiguo, con habitaciones amplias y

    mucha luz. Tengo un cuarto para m solo, con li-

    bros y la computadora que uso, ms que nada,

    para entrar a Internet y estudiar; a veces chateo,

    pero me aburre, me gusta ms jugar al solitario o a

    la carta blanca. Desde la ventana se ven las

    araucarias y los jacarands del Parque Centenario

    y parte de la fachada del Museo de Ciencias

    Naturales. Cuando el viento agita las ramas de los

    palos borrachos que crecen en la vereda, hasta

    puedo ver los pumas, las vicuas o los lobos

    marinos esculpidos en los altorre- lieves, bajo ios

  • ventanales del primer piso. Tambin

    veo, si me lo propongo, las tejas del Instituto

    Divino Rostro, cuyas persianas, al menos las que

    dan a la avenida Gallardo, estn siempre

    clausuradas. Segn pap, que se siente orgulloso de

    haber comprado el departamento B del piso seis,

    tenemos una de las mejores vistas de la ciudad.

    Pap es ingeniero agrnomo y trabaja en la pro-

    vincia, visitando estancias y pueblos; es una especie

    de gaucho sobre cuatro ruedas, como l dice,

    orgulloso de su familiaridad con la gente de tierra

    adentro. Le gustan los dichos camperos. En verano,

    suele repetir una frase: Estoy ms acalorado que

    mono con tricota. En invierno, la cambia por otra:

    El da est fro como panza de sapo.

    Vuelve a casa los viernes por la tarde, cansado,

    aunque se esfuerza por preguntarme cmo me fue

    en la escuela, si tuve algn examen, y as. Los s-

    bados, cuando vamos en el auto a algn lado, ha-

    blamos de cualquier cosa. Es fantstico charlar de

    cualquier cosa con pap. De msica, del mejor co-

    lor para un auto, de River. Tambin de los insectos

    que arruinan cosechas: las chicharritas, las tucuras,

    el picudo del algodonero y la mosca de los cuernos.

  • El Mal del enanismo rugoso del maz puede ser un

    tema para varias cuadras. El sabe que me encantan

    los animales y todos esos nombres misteriosos.

    Siempre que habla conmigo, pap sentencia: Es

    muy necesario distraer la mente!. Para pap, todo

    lo que no es trabajo es distraccin de la mente. A

    veces, jugamos al ajedrez. En medio de una

    apertura siciliana, es capaz de exclamar: Qu

    bueno, Valentino, distraer la mente!. Es extraor-

    dinario pap.

    Mam es profesora de historia. Va y viene de un

    colegio a otro, acarreando libros y quejas, porque

    no le gusta andar de aqu para all. Le gustara tra-

    bajar en un solo colegio y estar ms tiempo en casa,

    pero dice que necesitamos el sueldo para pagar la

    cuota del crdito hipotecario, el mismo que nos

    permiti comprar un departamento con vista.

    Ceno con mam todas las noches, pero a la ma-

    ana me despierta Felipa, la empleada domstica

    que trabaja en casa y se encarga de que las cosas

    brillen, de desempolvar los libros, de hacer las com-

    pras y de planchar las camisas. Felipa tiene el pelo

    negro, es muy delgada y le gusta cantar mitad en

    castellano, mitad en guaran:

    Por qu eres tan ingrata, jha che rojaijh

  • ete- cuam che yarar.

    Qu tendr que ver una vbora con la ingratitud!

    Con el tema de que se arrastran por el piso, siempre

    estn de turno...

    Por la tarde, pasamos horas enteras sin hablarnos

    con Felipa. Cada tanto ella canta y me advierte de

    su presencia. A veces me pide algo o me ofrece un

    caramelo, que siempre lleva en sus bolsillos. Le

    fascinan los dulces y a m tambin, aunque prefiero

    las manzanas rojas.

    Despus, cuando me voy al museo o a visitar a

    un amigo, me da un beso y me toca la nariz. Le en-

    canta apretar mi nariz como si fuera un timbre. Me

    pide que me porte bien, como si yo todava fuera

    chiquito, y sigue con sus tareas. A su manera, Felipa

    tiene un humor amable. Ella es tranquila, la casa es

    tranquila.

    Cuando viene mam, Felipa se va.

    Mam siempre vuelve acelerada de la calle; por

    diez minutos, es una bola de energa. Grita, seala,

    arenga, pregunta, reta y da besos. Todo al mismo

    tiempo. Es su manera de sacarse de encima los bo-

    cinazos del trnsito, la humedad, el gritero de los

    alumnos. No saben si Alejandro Magno fue un

  • conquistador o una momia egipcia, jura mam.

    Dios los perdona, porque es su oficio, agrega.

    Una vez que comprueba que durante su ausencia

    no ocurri el Apocalipsis y que en la heladera hay

    comida, fumiga los cuartos con desodorante de

    ambientes y se da un bao. Mam les tiene terror a

    los olores. El nico olor que acepta es el perfume a

    desodorante, que yo detesto. Es fantica de uno

    que mata al noventa y nueve coma nueve por cien-

    to de las bacterias, virus y hongos que pueden ha-

    bitar en una casa.

    A esa altura del da, cuando est por anochecer,

    miro un programa de animales en el cable. Hay que

    decir algo de mam: acelerada y todo, suele tener

    buen humor. Hay dos cosas que le hacen perder el

    buen humor:

    a) las cucarachas;

    b) no encontrar el desodorante de ambientes.

    De ambas cosas, siempre soy el culpable. No

    tengo ninguna relacin con las cucarachas: s que

    son feas, acorazadas y hacen cric-cric, como una

    papa frita, cuando un zapato las aplasta. Mam

    tiene sus razones para acusarme de favorecer a esos

    insectos crujientes: asegura que por culpa de mi

  • costumbre de dejar abierta la ventana del cuarto,

    entran las cucarachas, trepndose por las paredes.

    Tambin afirma que, Dios no lo permita!, un da

    podra entrar una rata. Que ella se ha cansado de

    ver una rata alpinista en un colegio viejo donde da

    clases; los chicos de 8o A la llaman Petra y le

    dan miguitas de pan a escondidas. Tambin hay

    ratas que caminan por sobre los cables del

    alumbrado, agrega mam, espantada.

    Un da, cuando tena diez aos (ahora tengo ca-

    torce), comet un crimen terrible: met tres aeroso-

    les en una bolsa de basura y los arroj a la vereda.

    Confes mi acto para salvar a un inocente: la pobre

    Felipa. Por una semana, mam fue implacable: me

    prohibi ver los documentales de animales, justo

    cuando pasaban una serie sobre castores (yo admiro

    a los castores, en serio, son geniales para hacer di-

    ques en los ros).

    Cuento todo esto, porque el verdadero inicio de

    esta historia se puede describir de este modo: mam

    entra a casa; se queja del portero porque no arregl

    la luz de la entrada; me da un beso; despide a

    Felipa despus del parte diario; entra al bao, busca

    el desodorante y no lo encuentra. Me pregunta; le

  • digo que no s; revuelve toda la casa; entra otra vez

    a mi cuarto; abre el armario y all estn (en perfecta

    fila) tres envases de desodorante, uno en uso y dos

    de reserva. No entiendo nada. Mam se enoja; le

    juro que no tengo nada que ver, se lo juro de tal

    manera que se le pasa el enojo; le agarra un ataque

    de humanidad, me pregunta si me volv alrgico; le

    aseguro que solo me disgusta el perfume a flores de

    frasco, pero que ni los escondo ni los volvera a

    tirar a la basura. Entonces habr sido Felipa.

    Lo bueno fue que mam se convenci de mi ino-

    cencia. Lo malo fue que Felipa no haba puesto los

    desodorantes ah: Felipa ni toca los desodorantes,

    porque sabe que los detesto...

  • 3. La pelota de tenis

    color naranja

    Digamos que, hasta ahora, no escrib nada ex-

    traordinario, quiz lo de las ratas y cucarachas

    trepadoras. No habl de Ruperto, mi gato. Soy el

    encargado de desparasitarlo, cuando le toca.

    Ruperto odia tomar pastillas: siempre vende cara

    su derrota. El recurso que encontr, aconsejado

    por pap, fue molerle la pastilla, mezclarla con

    dulce de leche y untarle la mezcla en una pata.

    Ruperto, gato al fin, no tiene ms remedio que

    lamerse.

    El da en que comienza esta historia, lo

    buscaba para su cura y lo descubr jugando con

    una peloti- ta peluda: de ac para all, le pegaba

  • con la pata.

    Me mir, lo agarr, lo unt con dulce de leche,

    y empez a lamerse con un gesto rabioso, como

    dicindome que haba cosas ms importantes que

    hacer.

    Yo no dejaba de mirar la pelotita. No la

    reconoca; tengo algunas pelotitas de tenis color

    verde manzana, pero esa era una pelotita peluda,

    de color naranja. La tom. Entonces escuch:

    Basta, bellacos!

    Quin podra gritar as? La tele estaba

    apagada. No haba nadie en el cuarto, salvo

    Ruperto, yo... y la pelotita.

    Acto seguido, entr mam echando

    desodorante de ambientes. Se fue. O unas toses.

    Mir la pelotita. Tosa.

    Sent que el cuarto daba vueltas. Ruperto

    estaba erizado; era lo que mejor saba hacer.

    Pens que por suerte ya me iba a despertar, que

    las pelotitas solo tosen en los sueos.

    Reaccion cuando me llev un dedo a la boca.

    Todava quedaban rastros del dulce de leche con

    la pastilla del gato: el sabor era horrible. Ruperto

    tena razn en resistirse. Pobre Ruperto!

  • Cof, cof!

    Bueno, haba que terminar con esa locura. Me

    haban pasado algunas cosas extraas en la vida.

  • Cuando era chico, los reyes magos me traan ju-

    guetes, y el ratn Prez me pona unas monedas

    en la almohada cada vez que perda un diente.

    Pero eran cosas que pasaban cuando uno dorma.

    Jams vi en persona a los reyes. Jams me tosi el

    ratn Prez. Adems, mam no lo hubiera

    permitido: le habra dado unos comprimidos para

    el resfro, antes de revolearlo por la ventana.

    Con la tos, la pelotita comenz a estirarse. Vi

    unos bracitos de pulpo, algo parecido a una boca,

    media docena de ojos. Todo eso me miraba y lo

    que vea no pareca ser de su agrado. Levantando

    uno de sus bracitos-tentculos, la pelotita rugi:

    Permtame presentarme... Pardiez! Cof, cof!

    No se incomode. Me dirijo a usted atentamente...

    Cof, cof!... a fin de solicitarle un favor. Tenga a

    bien escucharme...

    Ruperto se subi a la cama y se aferr a lo que

    le quedaba de valenta para mirar el espectculo

    desde all.

    Yo me desmay definitivamente.

    4. Un pedido de ayuda

  • M e despert mam... la voz de mam: Valentino! Ya est la comida!

    Abr los ojos: estaba en el piso y Ruperto a mi

    lado. De la pelotita, ni noticias.

    Esa fue la cena ms desganada de mi vida. No

    s lo que com, ni lo que habl con mam. Ella se

    dio cuenta de que algo raro me pasaba, quiso

    saber si me senta bien; le contest que no, que

    me senta mal. Tuve la tentacin de decirle que

    haba una pelotita parlante en el cuarto.

    -Mam i, vos o pap trajeron una especie de

    pelotita peluda que hay en mi cuarto?

    Pelotita peluda? Habr sido Ruperto, le en-

    canta despeluzar las de tenis. Pregntale a l.

    No fui ms all. No le dije que la pelotita

    estaba viva y hablaba. Se comprender por qu.

    Bes a mam. Me lav los dientes y dud un se-

    gundo antes de atravesar la puerta del cuarto.

    Revis el armario como al descuido; mir abajo de

    la cama; apagu el velador.

    No tena sueo. Con la cabeza en la almohada,

    me entretuve un rato mirando el resplandor de las

    luces de la calle en la pared y en el techo. Hasta

    que al lado de mi oreja, casi adentro, escuch:

  • Prometa no desmayarse y se lo explicar to-

    do, por favor.

    Era una voz muy parecida a la de la pelotita.

    No prenda la luz. Atentamente. Muy agrade-

    cido. Mejor as, hasta que usted se haga a la idea.

    Fantstico. La pelota hablaba y, adems, me

    tranquilizaba para que me hiciera a la idea de que

    las pelotas hablan.

    Quin es usted? le pregunt a la voz.

    Ya est mejor, vuesa merced? Disculpe las

    molestias. Agradezco su atencin...

    Era una voz agradable, que transmita calma:

    como la voz de Felipa, pero en varn. Aquello

    pareca una pelotita varn.

    No dije nada. Senta que se me revolvan los

    pensamientos, que alguien los pasaba por una

    licuado- ra y haca sopa con ellos, sopa de

    pensamientos. No iba a abrir ms la boca.

    Mi nombre es Sancho Fragancia Beb.

    Ah, bueno! Aquello era la locura ms grande

    que haba odo en mi vida. Que la pelotita peluda

    me hablara era una cosa, pero que se llamara

    Sancho y que el apellido fuera Fragancia

    Beb, era el ms all de la locura absoluta. Ya

  • comenzaba a creer en un castigo divino por

    abandonar mis clases de tenis, con lo cara que

    haba salido la raqueta. Pero entonces escuch:

    Valentino, por favor. Necesito su ayuda... su

    ayuda. Gracias... Perdn. No tengo ddivas ni

    mercedes para ofrecerle, solo mi amistad me

    dijo, y agreg: no soy un majadero, es menester

    que usted me preste atencin...

  • .

    '

  • S. El umbral del asombro

    L/divas ni mercedes para ofrecerle, me dijo la

    pelotita, y me pregunt por qu hablara as, como

    antiguo. Al menos, yo ya estaba en condiciones de

    preguntarme algo.

    Ya no tena miedo de desmayarme. Sancho Fra-

    gancia Beb era amigable, no importaba lo que fue-

    ra. El mismo Ruperto dorma a mis pies, sin

    atender a nuestra conversacin. Arriba, el cielo

    estaba lleno de estrellas y las luces del cuarto

    estaban apagadas. Me senta espectral, como uno de

    los pececitos atrapado en el silencioso acuario del

    Museo de Ciencias Naturales.

    Escuche, vengo de Titn me dijo Sancho

    . La luna ms grande de Saturno: Titn. s

  • Qu ms poda impresionarme? Nada. El vena

    de Titn, a m me haba araado un monstruo de

    Gila, quiz todo estuviera relacionado. Slo deba

    superar el umbral del asombro. As llamaba

    nuestro profesor de Fsica a la sensacin de los

    cientficos ante un gran descubrimiento. Revelar

    nuevas leyes, nuevos mundos, requiere una mente

    adaptable a lo misterioso. Bueno, yo no soy un

    cientfico. As que casi me muero: no lograba

    trasponer el umbral del asombro. Pero me iba

    serenando.

    Lo primero que me explic la pelotita fue que

    aprendi mi idioma gracias a los libros que haba en

    mi escritorio, entre ellos, los dos volmenes del

    Quijote. Tambin aprendi leyendo las cartas que

    pap les enviaba a los clientes, y que estaban en la

    computadora. Ah entend por qu hablaba tan ra-

    ro. Pobre, qu mezcla! Adems, me aclar que l

    escondi los desodorantes en el armario porque le

    producan alergia. De ah sac el apellido, del de-

    sodorante que tena fragancia Beb.

    Y su nombre es Sancho?! le pregunt.

    No, bellaco! Lo tom de ese venturoso libro.

    Atentamente... Mi verdadero nombre no tendra

    sentido para vuesa merced...

  • Entonces, me cont que l buscaba meteoritos.

    Que saba que a m me atraan los meteoritos y que

    por eso yo era la persona ms apropiada para

    ayudarlo.

    Hay un meteorito que se llama El Toba.

    Usted lo conoce muy bien. Est en el museo. Por

    eso, por el meteorito, yo vine aqu. Yo necesito el

    meteorito, ya le explicar dijo Sancho. El Toba

    era una mole compacta de cuatro mil kilogramos:

    como para cargarlo al hombro!. Hace mucho

    que estoy aqu, aprendiendo su idioma, escondido y

    trasudando, bellaco. Ahora puedo hablar, con li-

    cencia y facultad insisti.

    Cada ao se derrumban millones de estrellas fu-

    gaces, miradas de estrellas fugaces, en todo el sis-

    tema solar. La Luna se encuentra llena de agujeros

    hechos por los impactos de los meteoritos. El uni-

    verso entero est bombardeado por meteoritos.

    Entonces... por qu razn una criatura

    extraterrestre vena a reclamarme el meteorito que

    se encontraba en el museo, enfrente de mi casa?

    Encima, Sancho no se explicaba demasiado. No es

    tener un poquitito de mala suerte? O como diran

    los gauchos de pap: Qu suerte pala desgracia!.

  • 6. El universo y las abejas

    No s a qu hora me dorm esa noche. Creo

    que no dorm; que, lejos de tener un sueo

    reparador, me pasaron otras cosas.

    So que flotaba en un agujero negro y que el

    universo entero me hablaba como don Quijote.

    So que deseaba regresar a casa, que volva a mis

    clases de tenis y que mi raqueta era una varita m-

    gica que haca callar al universo quijotesco; pero

    un segundo despus, alguien en el sueo cantaba

    con voz penosa: Ah va, hacia su ltima

    aventura, el caballero de la triste figura.

    Y no s por qu, pero esos versos eran para m,

    as lo sent en el sueo, en serio. No entend nada,

    pero me hablaban a m.

  • Cuando Felipa me despert para ir a la escuela,

    la luz de la maana, aunque dbil y fra, asomaba

    en el cuarto. Un poco de luz de sol siempre es re-

    confortante.

    Pero apenas me lav la cara, record a la peloti-

    ta con tentculos y me aceler. Los lunes, cuando

    pap est apurado para ir al trabajo, dice: Me voy

    ms rpido que chisme en pueblo chico. Yo tam-

    bin estaba apurado para contar algo, pero no era

    un chisme. Era una noticia que solo una persona

    en el mundo me poda creer.

    Felipa haba preparado el caf con leche. Mord

    dos o tres galletitas y las dej a todas por la mitad.

    No tena nada de hambre. En realidad, tena ham-

    bre, lo que no tena eran ganas de comer. Ganas

    de irme a la escuela, eso tena. De contarle todo a

    Mechi... Mechi, mi amiga del alma... Esto era la

    primera gran cosa que haba experimentado en mi

    vida! Por fin la iba a impresionar con algo que me

    haba pasado a m y solamente a m.

    Mechi estaba con la cara hinchada. Me cont

    que la haba picado una abeja. No cualquier abeja,

    una abeja africana asesina.

  • Son terribles, son abejas que se escaparon de

    un laboratorio en Brasil, sabas?

    No, no saba dije, fastidioso.

    S, quisieron cruzarla con la abeja comn en

    Amrica, porque la abeja africana casi no necesita

    flores para producir miel.

    Qu bien! Como el burro del cuento, que se

    muri justo cuando estaba aprendiendo a no

    comer.

    No habls como tu pap!, quers?... Parece

    que se escaparon del laboratorio unas cuantas y,

    en poco tiempo, desplazaron a las abejas

    americanas. Y son capaces de...

    -Crtala, Mechi, basta. A m me pas algo

    peor. Adems, ac no hay abejas africanas.

    Que no hay? No me cres?

    Te voy a creer, cuando vos me creas a m. A

    la salida de la escuela te cuento.

    Qu te pasa? Pero, qu te pas? Ests...

    Estoy apurado por contarte todo, pero no es

    un chisme ni nada por el estilo. Ya vas a ver...

    le contest, justo cuando terminaba el recreo.

  • Z Escalofro

    Si hay algo intrigante, Mechi es capaz de escu-

    char. As que, a la salida de la escuela, la tena a

    mi disposicin. Antes llam a Felipa para decirle

    que iba a llegar media hora ms tarde. Tens

    unas monedas? Pas por el kiosco y traeme de los

    blanditos de avellanas, me encarg, antes de

    cortar.

    Bueno, contame me apur Mechi.

    En mi casa hay un extraterrestre le dispa-

    r; para qu andar con rodeos ?

    El chiste est bueno me contest

    Mechi. Ahora, habl en serio.

    Nos miramos; la mir; me mir; mir para arri-

    ba. Suspir como para meter en mis pulmones to-

  • do el oxgeno del sistema solar. Mechi tiene unos

    ojitos orientales que me gustan demasiado, el pelo

    castao, largo y lacio. Adems, arruga la nariz

    cuando se pone impaciente. Le dije que estaba

    linda y me contest:

    No digas pavadas!

    Exactamente lo mismo que le o decir a mam,

    una vez que pap la vio con un vestido negro,

    arreglada para una fiesta.

    Mechi, en serio: es un bicho rarsimo, se pa-

    rece a una pelota de tenis.

    Le gan por cansancio. Prometi que, despus

    de comer, vendra a visitarme, as yo le mostraba

    al marciano. Le advert que no era de Marte y

    que, por lo tanto, no era un marciano. Ella me

    mir como solo se puede mirar a los que creen en

    marcianos. Y yo no crea en marcianos; solo tena

    un bicho de otro planeta en mi cuarto, lo que es

    algo muy distinto.

    De regreso a casa, me detuve en la entrada del

    museo. Vi los escalones y la enorme fachada del

    edificio de un modo diferente, con un escalofro.

    Volv a casa, le di los caramelos a Felipa y fui

  • derecho al armario. En un rincn, al lado de los

    zapatos, estaba Sancho Fragancia Beb, junto a

    los tres aerosoles de desodorante de ambientes.

    No los soporto. No soporto tal veneno,

    alcornoque; doquiera que eso flote no deja cosa

    sana.

    Antes de cerrar el armario, tom los

    desodorantes y le aclar:

    No se preocupe. Ni Felipa ni yo los usamos.

    Pero, si mam no los encuentra, estamos fritos.

    Por favor, bellaco alcornoque, le ruego su

    intervencin. No podr sobrevivir a otra

    fumigacin suplic Sancho.

    Ver qu puedo hacer le dije.

  • 8. Mechi, la maravillosa

    Cuando Mechi lleg, luciendo unos pantalones

    pata de elefante violetas con flores estampadas y

    una remera negra, me alegr, ms por verla que

    por otra cosa. Pero enseguida ella me pregunt:

    Dnde est el marciano?

    Felipa estaba cerca. Le hice un gesto a Mechi para

    que me acompaara al cuarto. Por un momento

    tuve la sensacin de que la pelotita se ocultara,

    pero estaba, muy quieta, en la oscuridad del

    armario. All est! le inform triunfal.

    Sent la vacilacin en Mechi; se agach, mir,

    tom la pelotita en sus manos y me dijo:

    No es ms que una pelota de tenis.

    Tena razn. Era apenas una pelota de tenis.

  • Verde.

    Mechi se permiti una broma:

    Al final era cierto: los marcianos son verdes.

    No, no... contest apresurado. Es

    cierto, pero no es... no es esa!

    Comenc a buscar como un posedo debajo de

    la cama, entre los libros, en el bao. Mechi se

    asust, pero no del marciano. Se asust de mi

    estado. Me pidi que me calmara. No la escuch:

    Felipa!

    Felipa pens que queramos comer algo y nos

    ofreci la merienda. Pas por alto su ofrecimiento

    y le pregunt si haba visto una pelotita peluda de

    color naranja. Arque las cejas, torci ligeramente

    la cara y me hizo un gesto de negacin con la ca-

    beza, se dio vuelta y comenz a cantar en voz

    baja.

    Si no encontraba a Sancho, iba a perder toda

    mi credibilidad ante los ojos de Mechi. Era

    encontrar a Sancho o entregarme, como un

    condenado, a las garras de un psiquiatra: As

    que el joven oye voces? No se preocupe. Sucede.

    Dgame: a usted le gusta el calor o el fro? Lo

    dulce o lo salado? Alguna vez us chaleco?

  • Tengo uno para regalarle....

    Tiene que aparecer! dije, hablando como

    para m, cuando volv al cuarto.

  • Mi amiga estaba plida y seria.

    Ya apareci dijo Mechi.

    Frente a ella, sobre mi escritorio, Sancho nos

    observaba con su media docena de ojos. Luego,

    apuntando con uno de sus tentculos a Mechi,

    coment:

    Le ruego, le ruego, Valentino... la doncella

    es confiable?

    S, Sancho, es confiable respond ms

    tranquilo... y libre del psiquiatra!

    De inmediato intent suavizar la llegada de Me-

    chi al umbral del asombro. No quera que se des-

    mayara como yo. Para mi sorpresa, ella me dijo:

    Qu alivio! No estabas loco... O tu locura es

    contagiosa.

    Mechi es maravillosa. Mi amiga...

  • 9. Salvar un mundo cualquiera

    Le avis a Felipa que bamos a estudiar un rato

    los mitos griegos, y le ped si nos poda preparar la

    merienda para ms tarde. Ella me dio dos cara-

    melos guindome un ojo. Me hizo poner colora-

    do como un tomate. Qu se le estara ocurriendo!

    Cerr la puerta del cuarto.

    Mechi estaba acariciando a Ruperto, sorprendi-

    da, pero controlando sus emociones. Me asombr

    su entereza. Yo mismo me senta ms preparado

    ahora que tena un testigo: mi cabeza, entonces,

    funcionaba bien.

    A esta altura, solo quedaba encontrar razones

    que explicaran la presencia de Sancho, y de eso se

    tendra que encargar l .

  • Sancho me seal la computadora: se haba to-

    mado el trabajo de archivar un montn de notas

    de diarios, que informaban sobre el descenso de

    una sonda terrestre en Titn. Me rog que las

    leyera.

    29 DE OCTUBRE DE 984 _____________________ ftCTUftUOftD CIENTFICA

    HABR UIDA EN TITN, LA UJNA D SATURNO?

    (Madrid) Las dos principales agencias espaciales mun-

    diales, la Nasa y la Agencia Espacial Europea, son las res-

    ponsables de una misin histrica: el envo de un vehculo

    explorador a un satlite de Saturno. Hasta el momento, solo

    se haba hecho una cosa parecida en Marte, donde an hoy

    permanecen los robots estadounidenses Spirt y

    Opportunity.

    Titn es la ms misteriosa de las lunas de Saturno. Su

    composicin qumica es similar a la que tena la Tierra antes

    de que apareciera cualquier signo de vida, hace unos 3.800

    millones de aos...

    4 DE DICIEMBRE DE 604 _________________ ftCTUftLIOftD CIEHTFIC

    UIAJE SIN RETORNO

    (Mxico DF) La sonda europea Huygens iniciar maana

    un viaje sin retorno a la luna Titn de Saturno, tras

    desplazarse durante siete aos por el sistema solar junto

    con la nave Cassini, Inform hoy una fuente oficial.

  • El da de Navidad ha sido el elegido para que la sonda

    efecte la separacin de su nave nodriza. Huygens iniciar

    un descenso controlado de 21 das, de tal modo que los

    cientficos confan en que el 14 de enero pueda posarse

    sobre la superficie de Titn, una de las ms de 30 lunas de

    Saturno y el nico satlite natural con atmsfera en el sis-

    tema solar...

    3 D ENERO DE 005 ACTUALIDAD CIENTFICA

    LA SONDA HUyGGNS DESCENDI CON XITO

    EN TITN.

    (Barcelona) Finalmente, el 14 de enero pasado, la sonda

    Huygens se pos sobre la superficie de Titn. Traspasada la

    atmsfera, el descenso llev 2 horas y 48 minutos y, du-

    rante ese lapso, Huygens registr una multitud de datos con

    los seis instrumentos cientficos que llevaba a bordo y

    continu transmitiendo otros 72 minutos ms tras su ate-

    rrizaje, el primero efectuado por un artefacto terrestre en

    ese satlite.

    Un alto funcionario de la misin asegur que Titn es "un

    mundo fantstico, muy extrao, formado de hielo, alquitrn

    y petrleo, que llena las riberas y los lagos. No es

    aconsejable un paseo porque los pies se quedaran pegados

    o se hundiran. Tampoco es buena idea ir desabrigado, sin

    un tubo de oxgeno y, por supuesto, est prohibido fumar",

    afirm el experto...

    Sancho nos explic que la irrupcin de la

  • sonda Huygens haba provocado reacciones

    qumicas complejas en la atmsfera de Titn y que

    toda la vida all estaba amenazada. Solo tenan una

    forma de salvarse: conseguir un elemento muy

    escaso en el sistema solar. Un elemento que se

    encuentra en algunos meteoritos; ms

    precisamente, en El Toba, el meteorito ms

    grande de los que se exponen en la entrada del

    Museo de Ciencias Naturales.

    El Toba era un trozo metlico de puro hierro.

    Se lo dije. Sancho me respondi:

    No es el hierro lo que buscamos. Solicito a

    usted un momento de su atencin: es lo que

    ustedes llamaran la esencia o el alma de El

    Toba. Algo que hay all. Algo ms.

    Entonces le hice la pregunta del milln. Qu

    tena que ver yo, o ahora, qu tenamos que ver

    Mechi y yo con todo este asunto, bastante

    catico. Sancho se enoj:

    Mi mundo se est muriendo! Por su culpa!

    Atentamente. Mi muy estimado: con toda correc-

    cin, me dirijo a usted...

    Sancho, organice mejor las oraciones! le

    rogu, ya medio harto.

  • Tiene que ver, porque la epidemia fue

    producida por su nave espacial.

    Mi nave espacial? Sancho, en la Tierra viven

    miles de millones de personas. Yo vivo en un pas

    de cuarenta millones. Nunca tuvimos un

    astronauta y ni soar con construir una nave

    espacial. No somos de los ms... ricos de este

    mundo. Entiende?

    Sancho, sin embargo, agreg:

    Hoy le toca salvar a Titn. Maana le tocar

    a otro la venturosa ocasin. Agora le toca a muy

    seor mo Valentino. Maana, otro lo har.

    Atentamente, bellaco.

    Pero yo segua sin entender demasiado.

    Entonces, los tres pares de ojos emitieron un

    resplandor que, de algn modo, me atraves. De

    golpe sent algo extraordinario, una ventana que

    se abri en algn lugar desconocido y que me

    mostraba un paisaje nuevo y hermoso. Mechi me

    tom de la mano y sonrea, igual que yo. Con una

    sonrisa boba. Estbamos sintiendo lo mismo: que

    a todos, en algn momento, nos tocaba salvar el

    mundo. Un mundo cualquiera, aunque no fuera el

    nuestro.

  • Cuntos habitantes hay en Titn? pre-

    gunt, an inundado de alegra.

    Muchos, muchos.

    -Pero... segn las fotos... no hay nadie! No

    hay ciudades, nada.

    Voto a tal, corazn de alcornoque! No vivi-

    mos ans, en la superficie, que all todo se

    marchita, de mi consideracin. Muy por debajo de

    la corteza, en las entraas, hay sendas floridas y

    casas, con afecto, apreciado bellaco.

    Entonces, l quiso saber concretamente cun-

    tos humanos haba en el planeta. Puse poblacin

    de la Tierra en un buscador de Internet y a los

    pocos segundos tena los datos en la pantalla.

    Tuve que explicarle la divisin del mundo en

    continentes y pases.

    Hay dos pases que superan los mil millones

    de habitantes, Sancho. Y, luego, hay nueve pases

    que tienen ms de cien millones, lo ve? Estos son

    los once pases ms poblados. Argentina est en el

    puesto 31: casi cuarenta millones.

    Sancho se qued pensativo, como masticando

    la informacin. Segu mirando la tabla. Hay ms

    de 200 pases en el mundo. Comprob que la

  • Ciudad del Vaticano es un pas, aunque est den-

    tro de otro pas, Italia.POBLACIN D LA TIERRA

    China: 1.313.661.696 India:

    1.080.264.388 Estados Unidos:

    300.061.309 Indonesia:

    261.973.879 Brasil: 186.112.794

    Pakistn: 162.419.695 Bangladesh:

    144.319.263 Rusia: 143.420.209

    Nigeria: 128.765.112 Japn:

    127.417.244 Mxico: 106.202.364

    Me llam la atencin Niue, uno de los ltimos

    de la lista. Segn la tabla, en Niue viven 2.166

    personas. Hasta ese momento, no me haba

    enterado de que Niue exista. Cuando lo descubr

    pens que sera una isla, un atoln, algn lugar

    extico y bello, perdido en las aguas del Pacfico.

    Casi tan extrao como las ciudades subterrneas

    de Titn.

  • 10. Nosotros

    Y o haba elegido contarle todo a Mechi no

    solamente por aquellos motivos que supona

    Felipa y que me hacan poner colorado. Es verdad

    que Mechi me gusta. Pero el motivo principal que

    me impuls a compartir con ella mi secreto es...

    que Mechi me gusta. Eso ya lo haba dicho, cierto.

    Lo que no dije es que Mechi es capaz de pensar

    con frialdad aun en las situaciones ms

    comprometidas; es organizada y prctica. Y lo

    demostr enseguida:

    Sancho, qu espera de nosotros?

    La pregunta fue tan directa y contundente que,

    creo, tom a Sancho por sorpresa.

    Vuestra gran bondad, moza fermosa, me ha

  • puesto en la ocasin de solicitarle su atencin; no

    huyis, bellaco Valentino! y llevadme al museo,

    que solo no puedo ni debo, atentamente.

    Nada ms que eso?, iba a preguntarle, cuan-

    do la puerta del cuarto se abri. Felipa, contra su

    costumbre, estuvo poco prudente. Ms charlatana

    que nunca, enseguida fue hacia Sancho:

    Encontraron la pelota!

    Por suerte, Sancho ya se haba enrollado y slo

    se vea como una pelota peluda de color naranja.

    Felipa nos avis que ya estaba lista la merienda y

    se fue canturfeando uno de sus boleros

    preferidos.

    Nada ms que eso, Sancho? retom.

    En realidad, mi muy estimado amigo, s, algo

    ms... Le ruego, solicito su atencin...

    Entonces comprend que cuanto ms nervioso

    se pona Sancho, ms pareca hablar como una

    carta comercial.

    Mas esto que voy a decirle, le mando que

    guarde en secreto: la prxima luna llena debemos

    hacer posada en el museo, a medianoche, mi muy

    bellaco. Cuando El Toba libere su esencia, nosotros

    la recogeremos. Ans terminarn las aventuras,

  • atentamente, y curaremos la epidemia. Sin

    perjuicio desto, llveme agora mesmo al museo,

    necesito conocerlo, hermano alcornoque, de mi

    mayor estima.

    Y usted, fermosa doncella, venga tambin.

    Dicho esto, Sancho se hizo pelota otra vez.

    Guard sus bracitos-tentculos, entorn su media

    docena de ojos y se cerr. Como una ostra.

    Faltaban solo dos das para la luna llena, segn

    el calendario. El sbado.

    Mientras tombamos la merienda, Mechi, con el

    gesto ms serio que le vi en toda mi vida, me dijo:

    Te diste cuenta de una cosa, Valentino?

    De qu?

    Dijo nosotros. Sancho dijo nosotros.

    Sabs lo que eso significa?

    S le respond, tan serio como ella, que no

    est solo, que hay otros titanes en la ciudad...

  • 11. Visita al museo

    Despus de la merienda, fuimos al museo. En

    un bolsito llevaba a Sancho. Cruzamos la avenida

    Gallardo. Eran las cinco, el sol comenzaba a caer.

    Admir el conjunto de rboles del Parque Cente-

    nario, detrs y a los costados del colosal edificio

    del museo. En realidad, haca mucho que no los

    miraba; yo saba que viva en un barrio lleno de

    rboles hermosos, pero nunca los haba

    disfrutado, en serio. La ciudad estaba llena de

    vida, de energa y de calor. Quise imaginarme el

    mundo de Sancho. Habra soles artificiales bajo

    la superficie? Qu comeran los titanes? Sancho

    no pareca tener necesidad de alimentarse. Si los

    castores o los monos aprendieran a cocinar, nos

  • taparan la boca, pero no tener necesidad de

    comer debe ser lo mximo de la evolucin...

    aunque un poco aburrido.

    Ests pensando lo mismo que yo? me in-

    terrumpi Mechi.

    No s. Vos qu penss?

    Nada. Una pavada. Un presentimiento...

    Que vamos a viajar me dijo al odo.

    No me pongas ms nervioso! le dije,

    tragando saliva.

    Ella se qued callada. Sonrea ms embobada

    que antes. Enseguida la imit: me senta como

    iluminado, tan alegre que hubiera abrazado a un

    monstruo de Gila. Era el efecto resplandor de

    Sancho.

    En cuanto subimos las escaleras, vi en la

    balaustrada los caracoles y la escultura de unas

    benditas lagartijas. Qu podan estar haciendo las

    lagartijas? Trepndose a un tronco. Siempre trato

    de entrar sin mirarlas siquiera, es un temor que

    me qued despus del incidente en el zoo. Todo

    lo que sea lagartija (el monstruo de Gila no es

    ms que una fea y horrible lagartija de bellos

    colores) me pone a la defensiva.

  • Don Luis, el boletero, vesta, como tantas

    tardes, una vieja camisa de lino arrugada:

    Lleg el hombre de la casa! Veo que hoy

    viene acompaado. Y muy bien acompaado!

    Mechi lo salud, sorprendida por el piropo.

    Saqu las dos entradas y estbamos por pasar,

    cuando sucedi lo inesperado:

    Alto! Valentino, las normas... Tengo que re-

    visar tu bolso.

    No! Por qu? yo no entenda

    nada. Ah... Las normas! insisti

    don Luis.

    Ya empezaban las complicaciones! Sali de la

    boletera. Era un hombre bajo, ms bien gordo.

    Daba la impresin de que podra rodar sin

    problemas. Don Luis revis el bolso y coment:

    Perfecto. Todo en orden. Trajiste lo que haba

    que traer... me palme la espalda y con una son-

    risa me indic que poda entrar.

    En cuanto nos alejamos, aturd a Mechi:

    Es la primera vez que me pasa! No saba

    que revisaban los bolsos! Por qu habr revisado

    el bolso l y no el guardia de seguridad? Y

    escuchaste lo que dijo sobre lo que haba que

  • traer? No es raro?

    Rarsimo, no? Justo vos te asombrs de las

    rarezas! me contest, divertida.

    Como para disimular, me acerqu a ver los li-

    bros que estaban en la vitrina, enfrente de la bole-

    tera. Los ttulos eran interesantes: El mesozoico de

    Amrica del Sur y sus tetrpodos; Introduccin a las

    diatomeas fsiles.

    Sabes que las diatomeas son algas unicelula-

    res? le coment entusiasmado a Mechi.

    Ella arrug la nariz, impaciente, y me dijo que

    prefera las ballenas, que son un poco ms... ro-

    tundas. Despus, tir de mi brazo y me arrastr

    hasta los meteoritos.

    Mir de reojo a don Luis: estaba muy ocupado

    atendiendo a un contingente de una escuela; era

    un buen momento para cumplir con el plan. Me

    puse a leer por ensima vez el cartel de El Toba.

    Este meteorito fue hallado en 1923 en el Campo del cielo, zona li-

    mtrofe entre las provincias del Chaco y Santiago del Estero, donde hay

    gran cantidad de materia cada del espacio. Se presume que son

    fragmentos de otro u otros planetas. La composicin qumica es de un

    90% de hierro, con un 7% de nquel, lo que forma una aleacin a la que

    se denomina hierro meterico o sideritas. El 3% restante contiene

    cobalto, azufre,fsforo, estao, silicio y carbono. A diferencia de otras

  • sideritas, El Toba no presenta ciertas lneas rectas entrecruzadas, a las que

    se llama Figuras de Widrnanstatten Esta ausencia ha despertado la

    curiosidad de los expertos...

    No saba que los meteoritos tenan nombre

    me interrumpi Mechi.

    Es una costumbre de algunos museos, lo

    dice el cartel le expliqu, con tono de

    conocedor y ya no pude parar. Al primer

    meteorito lo encontraron a principios del siglo

    XIX; pesaba novecientos kilos. Sabs qu

    hicieron los funcionarios de entonces? Lo

    partieron y le regalaron seiscientos kilos al cnsul

    britnico para que lo llevara al Museo de Historia

    Natural en Londres. Con el resto, se fabricaron

    armas. Ves? Lee ac.

    La voz de Sancho me interrumpi, imperativa,

    desde su encierro:

    Mi estimado bellaco: quiero ver el meteorito.

    Squeme del bolso!

    Dud. Sancho estaba loco. Sacarlo?

    Es solo una pelotita, Valentino. Quiero

    decir: para los dems. Y lo ests aburriendo con

    tu sabidura! dijo Mechi maliciosa.

    Su voz tranquila me devolvi la lucidez.

    Camin hasta el acuario, a un costado, y saqu a

  • Sancho del bolso. Me temblaba la mano. Volv.

    Mechi segua firme junto al meteorito. Demasiado

    cerca de la boletera. Don Luis me gui un ojo...

    Ufff! Disimul

  • mirando las vigas con los murcilagos esculpidos

    que hay en el techo. Todo me pareca irreal.

    Sancho estaba inquieto, era un cuerpo fro,

    pero lleno de vida. Yo no tena idea de lo que se

    propona hacer.

    Toque el meteorito, por favor, Valentino,

    amigo me implor.

    Un grupo de personas pas por nuestro lado.

    Mechi, est muy charlatn! Nos van a des-

    cubrir! susurr.

    Mechi, por toda respuesta, se puso a cantar. Lo

    haca para disimular. Roc el meteorito con la ye-

    ma de los dedos.

    Bellaco! rugi Sancho.

    Me habla a m? pregunt ofendido.

    Disclpeme. Se lo ruego. Valentino, bellaco,

    djeme tocarlo a m, ahora. Es necesario rog.

    Dmelo me pidi Mechi.

    Se lo di y ella comenz a recorrer la superficie

    del meteorito con Sancho en la palma de su

    mano. Sancho no protest ms. Asom uno de

    sus ojos a travs del camuflaje peludo y redondo:

    su expresin era de absoluta concentracin. Dos

    o tres minutos despus, exclam:

  • Suficiente, Mechi! Gracias! Atentamente...

    Creo que me puse celoso, pero tambin sent

    alivio: la serenidad de mi amiga resolvi todo. No

    me atrev a salir a la calle tan rpido. Fuimos hasta

    el primer piso y nos sentamos en los bancos de

    madera, debajo de la enorme cabeza de un bfalo

    y frente a cuatro babuinos embalsamados,

    ubicados en el centro de la sala.

    Ya est. Podemos irnos. No te preocupes,

    nos van a dejar salir me dijo, y al ver mi cara de

    susto agreg: no seas miedoso! Qu hiciste de

    malo?

    Mechi tena razn. No habamos hecho nada

    malo, salvo entrar al museo con un extraterrestre

    que quera acariciar un meteorito. Supuse que no

    habra leyes penales en contra de eso.

    Cuando salimos a la calle, entre los bocinazos y

    el ruido de los motores, la voz de Sancho son

    triunfal desde el bolso:

    Confirmado! No tengo palabras, bellaco...

    Ese meteorito tiene alma. No tiene lneas entre-

    cruzadas. Titn estar a salvo! Quedo a su dispo-

    sicin, alcornoque amigo.

    Se refiere a las figuras de Widmanstatten?

  • pregunt, con conocimiento de causa.

    Llmelo as, si quiere, bellaco. Si esas figuras

    no estn, la esencia est.

    Me dej llevar por un arranque de curiosidad.

    Quera saber un poco ms. Por ejemplo, el ver-

    dadero nombre de Titn; cmo lo llamaban sus

    habitantes. Sancho, desde el bolso, solt una car-

    cajada. Entonces, apoy el bolso en la cabina de

    un telfono pblico para preguntarle dnde

    estaba la gracia. Me dio una respuesta que me

    hizo pensar por mucho tiempo:

    Pardiez! Usted pens en explicarle su alfa-

    beto a una hormiga, bellaco?

    No. Pero yo no soy una hormiga, Sancho.

    No me compare con una hormiga. Acaso no

    puede hablar conmigo?

    Cuando usted, mi mayor estimado, aprenda

    a comunicarse con una hormiga en su idioma, yo

    le dir cmo llamamos nosotros a Titn. Que

    aunque de mi voluntad quisiera satisfacer a la

    vuestra pregunta, no podra. Luego, muy bajito,

    y sin altivez, confes: Yo aprend a hablar con

    las hormigas.

    Los tres pares de ojos de Sancho parecan des-

  • pedir chispas de inteligencia. No s por qu, pero

    en ese momento me sent un poco insignificante.

  • 12. El huracn Mam

    vernos entrar.

    No le contest. Necesitaba seguir hablando con

    Sancho bastante ms.

    Apenas entramos al cuarto, se puso a saltar

    (ms bien, a rebotar) de alegra.

    Sancho, por si acaso... piensa llevarse el me-

    teorito a Titn? yo estaba tomando conciencia

    de que bamos a hacer algo peligroso. Un robo.

    De ninguna manera, estimado, que ese

    escrpulo viene torcido, mentecato amigo. Solo

    vamos a aspirar. No se congoje, don alcornoque

    Valentino. Aspirar el alma. Es menester, ya se lo

    dije me tranquiliz.

  • Entonces, lleg mam. Imposible no darse

    cuenta de que... lleg mam! Hablaba con Felipa

    en su tono habitual: acelerada y gritando.

    Compraste el pollo, Felipa? Te dieron la

    citacin del consorcio? Cmo anduvo

    Valentinito?

    A veces me dan ganas de sacarle la venda de

    los ojos y decirle: ma, el beb creci: soy yo,

    hola! Era Valentinito, no soy ms.

    Pronto se calmara. Mam era el huracn Mam

    los primeros diez minutos; luego, la locura se iba

    disipando. En segundos estara en el cuarto.

    Sancho alcanz a decirme, antes de enrollarse:

    Slveme del desodorante!

    Enseguida, mam entr al cuarto. Se alegr al

    ver a Mechi y lo demostr:

    Nena! Qu linda ests!

    Creo que a mam le preocupaba que yo pasara

    demasiado tiempo solo, en mi cuarto, leyendo o

    jugando con la computadora. Me encant el

    modo en que trat a Mechi. Pero vena con el

    desodorante fragancia Beb en la mano.

    No, ma!!

    No qu?

  • Mechi es alrgica al desodorante! ment.

    Ay... Perdn! dijo mam, muy

    compungida.

    Y de inmediato comenz a hacerle preguntas a

    Mechi sobre su alergia. Haba metido en un lo a

    mi amiga, pero ella dio muestras, una vez ms, de

    lo genial que es. Le invent que su sistema

    inmunolgi- co estaba debilitado por el polen de

    los rboles y que se estaba convirtiendo en

    alrgica a todo tipo de cosas, y que una nadita

    de desodorante le haca a su organismo el mismo

    efecto que la patada de un caballo. Cerr el

    comentario, diciendo:

    Debo ser una bacteria, ja!

    Mam qued horrorizada, mir el desodorante

    como si estuviera a punto de gatillar un revolver;

    se llev la mano libre a la boca y grit:

    Ay! Dios mo! Casi te mato! Perdname,

    mi amor!

    Antes de irse, Mechi me dijo:

    Acordate de que maana hay fiesta en casa.

    Vens temprano?

    Era el cumpleaos de Mechi! Con todos los

  • acontecimientos, me haba olvidado, pero le

    promet que s, que iba a ser el primero en llegar.

  • 13. La fiesta de cumpleaos

    Fui a una casa de regalos y compr un par de

    aros para Mechi. La vendedora me mir con una

    sonrisa extraa, como si los aros fueran para m.

    O tal vez le provoc esa sonrisa torcida mi

    pelotita color naranja: haba decidido que ya no

    deba ir a ningn lado sin Sancho. Tema que algo

    le pasara, que una lluvia antimicrobiana lanzada

    por mam acabara con su vida.

    Estaba, tambin, preocupado por Titn.

    Pensaba en un mundo de pelotitas color naranja

    que vivan debajo de la superficie, lejos del fro

    helado, al abrigo de los fuegos subterrneos. Me

    imagin que se agruparan en comunidades, que

    habra padres, hijos, hermanos. Sin duda, existira

  • el amor entre ellos, o sentimientos de algn tipo.

    Incluso entre los monstruos de Gila deben existir

    los sentimientos... Si Sancho haba encontrado el

    modo de viajar a la Tierra (y en un tiempo tan

    corto), significaba que su civilizacin posea una

    tecnologa superior a la nuestra. La nave Cassini

    tard siete aos en llegar a Titn y l, apenas

    meses, semanas o acaso minutos en hacer el viaje

    inverso. Sancho no contestaba estas preguntas ni

    ninguna otra sobre su mundo. Presum que eran

    asuntos confidenciales y no insist.

    Como sea, me la pasaba aferrado a Sancho y

    estoy seguro de que l estaba contento; prefera la

    palma de mi mano al oscuro armario. Al

    anochecer, me sorprendi con algo nuevo. Haba

    encontrado un libro de mam, con poemas de

    Guido y Spano. Me pregunt:

    Valentino, qu es esto?

    Son poemas.

    Y qu quiere decir eso, bellaco?

    Y dale con bellaco! Pareca enamorado de

    esa palabrita. Le expliqu, lo ms poticamente

    que pude, de qu se trataba la poesa. Un cuento

    que no precisa historia, le dije. Segua sin

  • entender. Un cuento que slo necesita msica,

    insist.

    Y qu es la msica? arremeti Sancho.

    Eh... Un cuento que no necesita palabras

    me inspir.

    Entonces la poesa es un cuento con

    palabras que no necesitan historia, solo msica;

    pero la msica no necesita de palabras defini,

    triunfante.

    Ms o menos... intent conciliar. Lo que

    importa es la belleza.

    Todos los poemas son bellos,

    entonces? Ojal!

    Me deja recitarle uno? agreg el muy ca-

    radura. Y comenz:

    Conocis a la rubia y tierna Amira?

    Qu belleza, qu flor, qu luz, qu fuego!

    Su andar se ajusta al ritmo de la lira,

    Hay en su voz la suavidad de un ruego.

    Lo que me faltaba: la pelotita recitadora. Una

    guitarra y hacamos un fogn. De pronto, se puso

    melanclico:

    Es aqu donde exhausto peregrino

    Quisiera alzar mi solitario albergue,

  • Y arrullado del aura y de las ondas

    Vivir lejos del mundo, para siempre!

    Y agreg emocionado:

    Me gusta su armario. Me gustan los poemas.

    Me quedara aqu para siempre, Valentino, amigo.

    Sent que la humanidad se reivindicaba a los

    ojos de Sancho. Seramos hormigas, pero hormi-

    gas poetas.

    La casa de Mechi era de dos plantas, tan linda

    como cualquiera de las del barrio, con un quincho

    en el jardn, al fondo. All estaba ella con sus ami-

    gas. Al verme llegar, las chicas interrumpieron la

    charla. Pero yo haba alcanzado a escuchar algo:

    Est brbaro!

    Nooo! Mir lo que es eso!

    Ay, es relindo!

    No est bueno, est espectacular!

    Pronto comprend que el afortunado

    destinatario de los elogios era el chico del

    momento. Un pedante sin lmites, encima rubio,

    alto y de ojos celestes. Le decan Lobo y tena

    su propia banda de rock: Nand. En homenaje a

    su presencia, Mechi y sus amigas descartaron la

  • cumbia y pusieron rock.

    En la mayora de las fiestas, se pasaba un

    noventa por ciento de cumbia, un cinco por

    ciento de rock, un cuatro por ciento de lentos y

    un uno por ciento de cosas inclasificables. Mechi

    me dijo una vez, hablando de esto: Vos sos muy

    estadstico, y arrug la nariz.

    Mi tema preferido, esa noche, en esa fiesta, fue

    Youre beautiful, de James Blunt. Un tema lento a

    morir, un tema que te puede hacer enamorar has-

    ta de una jirafa.

    Salud a Gabriel, mi amigo con alma de soni-

    dista. Gabriel me produca admiracin porque a

    todo le encontraba un lado cmico. No tard en

    preguntarme qu llevaba en el bolso de mano.

    Nada... Una pelotita...

    Abr el bolso para mostrarle a Sancho, pero...

    no estaba! Por suerte, nadie me prest atencin...

    a quin poda importarle mi pelotita en una

    fiesta? Tal vez Gabriel tuvo miedo de que me

    pusiera a hablar de los amonites fosilizados del

    jursico, porque de pronto comenz a preguntarle

    cosas a Lobo. La conversacin giraba en torno a

    Nand. Lobo estaba vestido de estrella, con

  • una remera y un pantaln negros. La remera deca

    en letras amarillas: Nand va por vos.

    Gabriel, que haba estado en un ensayo de la

    banda, le dijo:

    Tens rebuena voz, Lobo. Buena enserio!

    Lobo, el muy pedante, ni se inmut. No

    pareci importarle el elogio, aunque s le import

    (y cmo!) lo que sigui:

    Tu forma de cantar es apasionada y con

    sentimiento, pero ojo con la afinacin, eh? le

    dijo Gabriel, siempre con tanta puntera.

    Lobo mir a Gabriel con cara de perro

    rabioso. Los perros rabiosos no suelen aceptar la

    crtica constructiva, y mi amigo es un especialista

    en crtica constructiva.

    Es una pena lo que te voy a decir, Lobo,

    pero la msica suena a petardo sigui Gabriel,

    cavndose su propia tumba.

    Idiota! Lobo se estaba hartando.

    No te ofendas, no es el punto! le aclar

    Gabriel. Y agreg: Tendras que conseguirte,

    aunque sea, una sound blaster que pueda cargar

    sound fonts... O meter esos midis en un

    multipistas...

  • Metete los midis en tu multipistas! aull

    Lobo, y empuj a Gabriel, que cay encima de

    unos arbustos. El cantante se conform con lo

    que hizo y se retir hacia otro sector del parque,

    donde no se practicara la crtica constructiva.

    Mientras mi amigo se levantaba, vi algo que

    brillaba , casi fluorescente, entre las ramas: era

    Sancho! El propio Gabriel tom la pelotita.

    Esto es tuyo? dijo, olvidndose de Lobo.

    Agarr a Sancho y, sin pensar en lo que haca,

    explot:

    Que sea la ltima vez!

    Gabriel me miraba sin comprender: no le en-

    contraba el lado cmico al asunto. Algunas perso-

    nas suelen arengar a sus perros, a sus gatos,

    incluso les hablan a las plantas. Pero no a una

    pelota de tenis! Sal del paso como pude. Solo

    quera que la fiesta terminara y eso ocurri a

    medianoche.

    Me fui solo a casa, eran apenas tres cuadras.

    En la calle, sombras y niebla.

    De pronto un tipo con impermeable y acento

    extranjero se cruz en mi camino:

  • Egues Valentino? me espet.

    No! S... ms o menos... llegu a decir,

    bastante asustado.

    Tengo que hablag con vos.

    Yo no! No tengo nada que hablar con un

    desconocido. Mis padres estn en la esquina

    ment.

  • Vos no mientas. Ellos estn comiendo en la

    paguilla Los chanchitos.

    Tena razn, estaban cenando ah, en Marechal y

    Gallardo, a pocos metros de casa. Me asust ms. El

    tipo era inmenso, un pedazo de bestia de casi dos

    metros y ancho como una pared. Creo que ocupaba

    toda la vereda. Era una pared.

    Soy Jean-Pierre Platini, investigadog de la Agencia

    Espacial Eugopea. Necesito hablag con vos un

    momento dijo, mientras, de manera poco amis-

    tosa, me pasaba un brazo por los hombros y co-

    menzaba a arrastrarme hacia el parque.

  • 14. El hombre de la Agencia

    Espacial Europea

    Jean-Pierre Platini ola a pipa, pero tuvo el buen

    gusto de no encenderla durante la breve charla que

    compartimos esa medianoche, en uno de los bancos

    del Parque Centenario, muy cerca del edificio con

    cpula redonda de la Asociacin Argentina Amigos

    de la Astronoma. All hay un modesto observatorio

    para contemplar la Luna, Marte, o los anillos de

    Saturno. Alguna vez, fui con pap para conocer el

    Mar de la Tranquilidad, la regin donde aluniz la

    Apolo en 1969. Aunque a monsieur Platini no le

    importaba esa clase de recuerdos.

    Era imposible negarme a su pedido de conversar.

    Poda ser un tipo muy persuasivo. Cada vez que

    deca la palabra vos, sonrea. Un tipo vivo. Como

  • esperaba una ciudad fulgurante. Los insectos aman

    las luces urbanas, se lanzan a los focos, vuelan lo-

    camente hasta que es demasiado tarde y mueren.

    Jean-Pierre Platini carraspe:

    Vos quiegues sabeg, Valentino, qu hago aqu?

    Ah!... Esas computadogasl

    Comenz un largo ataque a los programadores y a

    los programas de las computadoras, a los aparatos de

    transmisin y a unas cuantas cosas ms. Me dijo que

    todo deba tratarse de un tremendo error (egog)

    humano, porque no poda ser cierto lo que las

    mquinas indicaban: que aqu, en este pas, en esta

    ciudad, precisamente en este lago artificial frente al

    cual conversbamos, se encontraba la Huygens.

    Vos la ves? Porque yo no la veo me confes

    incrdulo, fastidiado, el desconcertado investigador,

    antes de largar una real carcajada francesa. Luego, a

    pesar de la oscuridad, sent que se sonrojaba: No

    creegs vos,jeune, que sospecho tales cosas. Egaguen

    humanum est... Todos nos equivocamos alguna vez!

    Yo estaba muerto de miedo, con Sancho en el

    bolsillo. Le pregunt cul era su trabajo concreto.

    Casi vanidoso, dijo que era un investigador muy

    hbil y que por eso lo haban mandado a l a esta

    sensible misin. Que deba llevar un informe

    completo a sus jefes, para que nadie dudara de que

  • haba estado trabajando y no de vacaciones en esta

    lejana capital del sur. Estaba convencido de que su

    esfuerzo era intil, de que las mquinas se haban

    vuelto locas. Durante semanas, gracias a sus ml-

    tiples recursos, haba investigado el parque, sus al-

    rededores, los vecinos...

    Y por qu me cuenta todo esto a m? le

    pregunt, para ver si poda zafar.

    -Sentido comn observ.

    Me dijo que poda poner las manos en el fuego

    por mis vecinos. Ninguno haba visto algo extraor-

    dinario en los ltimos das: todos seguan sus rutinas,

    tan normales. Trabajo, gimnasio, estudio, llevar a los

    chicos al colegio, preocuparse por las cosas por las

    que se preocupan los hombres y las mujeres en

    cualquier lugar del mundo.

    Pero, segn l, yo era distinto. Ni mejor ni peor:

    diferente. Si era un anzuelo para mi curiosidad, ya

    estaba atrapado; me mord la lengua, pero igual se

    me escap un:

    Por qu?

    En pocas palabras, me dio a entender que si l

    tuviera que hacer una lista de personas del barrio

    sospechosas de haber tenido un encuentro con ex-

    traterrestres, me pondra a m en primer lugar.

  • Entend lo que Platini me estaba sugiriendo: que yo

    era un bicho raro. Eso me decan mis amigos... y

    siguen siendo mis amigos. En el fondo, todos somos

    bichos raros. Me da risa, cmo si fuera el nico!

    Cuando me dicen Sos raro, eh?, no se refieren a

    mi cara, no tengo joroba como el jorobado de

    Notre-Dame, ni la piel de color verde. Se refieren a

    mis gustos, a mi fascinacin por los animales (vivos

    o muertos). Yo les digo que escarben un poco dentro

    y ya vern qu cosa los fascina! La gente se hace

    rutinas para no salirse del molde y parecer un bicho

    corriente. Yo conoc a un tipo as, convencional a

    morir. Un da, el da ms fro del invierno, se

    desnud y comenz a hacer aerobismo alrededor del

    parque. La polica se lo llev y l gritaba en el

    patrullero: Necesito completar mi rutina! Tengo

    que dar otra vuelta!. Ni siquiera saba que estaba

    desnudo: se haba hundido en la rutina hasta

    enloquecer.

    La cuestin es que, bicho raro o no, al final todos

    venan a tocar a mi puerta: primero Sancho, ahora

    Platini. Muy afortunado de mi parte!

    El francs, cortando el hilo de mis pensamientos,

    me espet:

    Acabemos, Valentino. Ests seguro de no

    habeg visto una sonda espacial en los ltimos das?

  • Jams en mi vida! respond rpido, asustado

    de nuevo.

    No llevas vos, pog ejemplo, un magciano en el

    bolsillo? Vos tienes la mano all desde que nos

    sentamos.

    Su instinto era terrible, pero el tipo no crea en lo

    que deca. Por suerte! Se estaba tomando todo a la

    chacota... o simulaba? Por las dudas, le dije:

    Es solo una pelotita que no quiero perder.

    Nada ms.

    El hombre de la Agencia Espacial mir las es-

    trellas y luego el lago. Cruz las piernas. Suspir.

    Es una bella ciudad la tuya, Valentino.

    Me habl de los jacarands en flor, de las veredas

    manchadas de flores violetas. Me habl de los

    meteoritos del museo. A l tambin le fascinaban: al

    fin y al cabo, eran como naves espaciales.

    Aunque no como las que yo busco compar.

    Monsieur Platini me haba seguido todos estos das.

    Era hbil. Su problema era que ya no crea en nada.

    Sent que el francs no me iba a lastimar. Entonces,

    sbitamente audaz, tom a Sancho y se lo puse frente

    a los ojos:

    Me encanta esta pelotita, es la nica pelota de

    tenis color naranja que vi en mi vida le dije, con el

    corazn acelerado.

  • Ah... contest Platini con indiferencia total.

    Y enseguida agreg: Debo irme. Vos toma esta tar-

    jeta. Si me necesitas, vos me llamas.

    Monsieur Platini me extendi la tarjeta y luego sac

    un enorme chocolate de su impermeable. Me lo dio

    con unas palmadas en el hombro, rogndome que lo

    aceptara, en agradecimiento por mi charla. Se puso

    de pie. Percib que se senta avergonzado, fuera de

    lugar, obligado a un trabajo que consideraba una

    prdida de tiempo.

    Era noviembre y soplaba un viento fresco. Haba

    tantas flores en el suelo como en la copa de los r-

    boles. La primavera haba convertido las veredas en

    espejos: algo mareado, sin saber si pisaba el cielo o la

    tierra, tambin me puse de pie.

    Vi cmo el altsimo monsieur Platini se hunda con

    lentitud en las sombras del parque, intentando

    atrapar alguna flor en el aire, el paso lento y dejando

    tras de s un olor a vainilla y tabaco; haba encendido

    la pipa. Pens que extraara a su familia, en algn

    pueblito francs, y me dio un poco de lstima.

    Me fui a casa, pensando mil cosas. Tena mucho

    que hablar con mi amigo Sancho Fragancia Beb.

  • 15. Un intruso en casa

    Las sirenas de la polica aullaban. Eran las doce y

    media de la noche. En la puerta del edificio estaban

    pap y mam. Los policas y yo llegamos al mismo

    tiempo.

    No te asustes, Valentino, pero alguien entr a

    la casa me inform pap, con la frente arrugada.

    Mam me abraz, llorando.

    El encargado estaba llegando al edificio y vio /

    las ventanas de casa iluminadas. El saba que ha-

    bamos salido. Por las dudas, nos avis al celular.

    La verdad, pensamos que nos habramos olvidado

    de apagar la luz de la cocina agreg pap.

    Cuando volvieron de cenar en Los chanchitos,

    encontraron todas las habitaciones revueltas y

  • algunos muebles corridos de lugar. Los ladrones no

    robaron nada. Nada en absoluto. Igual, los policas

    hicieron un escndalo espantoso:

    No toquen! Pueden borrar huellas!

    Y ustedes dnde estaban?

    Y el chico? Dnde estaba el chico?

    Me di cuenta de quin haba entrado cuando vi

    que mi computadora estaba encendida. Sent fro

    en todo el cuerpo. Jean-Pierre Platini saba lo que

    haca. Ni los policas, ni pap ni mam sospecharon

    nada; para ellos, yo la haba dejado encendida, y

    punto. Pero no, yo la haba apagado y monsieur

    Platini, sin duda, habra encontrado el archivo gra-

    bado por Sancho sobre la misin a Titn. Por eso,

    en el parque, me habl de la sonda sin prembulos:

    saba que era un tema familiar para m.

    Dos horas ms tarde, los policas seguan en

    casa. Fue muy molesto. Incluso, uno de ellos se

    permiti decir:

    Estn seguros de que el muchacho no hizo

    esto? A veces, los adolescentes buscan llamar la

    atencin...

    Mam puso el grito en el cielo. Cmo iban a

    pensar eso de Valentinito! Pero le sembraron la

  • semilla de la duda, porque cuando los policas se

    fueron, me pregunt:

    Nene, vos no habrs... ? Quiero decir, noso-

    tros te queremos mucho... Si tuvieras un problema,

    sabs que podes confiar en pap y en mam, no, mi

    amor?

    La quera matar, pero pens que no tena derecho

    a preocuparlos. Dud. Qu sera menos preocu-

    pante para ellos? Un ladrn o un hijo que quera

    llamar la atencin? Al final, me decid:

    Mam, pap, tengo algo que decirles.

    Pap, que daba vueltas nervioso, se acerc.

    No s lo que me pas. No me anim a decr-

    selo cuando estaban los policas. Yo...

    Qu, hijo? Qu? se desesper mam.

    Cmo van a pensar que yo revolv todo para

    llamar la atencin? Es que perd las llaves de casa, al

    salir. Y mi carpeta... y ah estaba la direccin de ac,

    de casa... y no s...

    Saba que pap se iba a aliviar con eso. Tena l-

    gica. Haba sido el tpico caso de la ocasin hace al

    ladrn: llave ms datos igual robo.

    Para solucionar el asunto, bastaba con un cambio

    de cerraduras. Y listo el pollo, dijo pap.

  • Por supuesto, desde entonces tuve que ocultar

    mis llaves y mi carpeta, que no se me haban

    perdido. Solo quera darles a pap y a mam una

    explicacin. Les ment, s. Pero... qu les iba a

    contar? La verdad? Cmo?

    De inmediato, pap habl con el portero (que

    andaba despierto por ah, excitadsimo despus de

    tanto uniformado alrededor) y le comunic las no-

    vedades. Despus pap dijo:

    Bueno, ahora mismo viene el cerrajero y se

    encarga de hacer llaves nuevas.

    No habl una palabra con Sancho; imagin que

    Platini haba sembrado la casa de micrfonos invi-

    sibles. El hombre no crea en los extraterrestres, pe-

    ro estaba empeado en justificar el sueldo que le

    pagaba la Agencia Espacial. Yo jams lo perdonara

    por haber entrado en casa y haberle dado tal dis-

    gusto a pap y, sobre todo, a mam.

  • 16. La confesin de Sancho

    Li am a Mechi temprano. Nos comimos el chocolate que me regal monsieur Platini; hice un bo-

    llo con el papel y lo puse en la bolsa de basura,

    despus de romperlo en muchos pedazos. Le pro-

    puse ir al parque con Sancho.

    Mam y pap nos saludaron sonrientes, a pesar

    de que, pobres, por sus ojeras apenas si habran dor-

    mido. El portero me mir con saa. Como si yo

    fuera un delincuente peligroso. Sin duda, me haba

    culpado por toda la escena nocturna. Claro, para l

    yo realmente haba perdido las llaves y haba puesto

    en peligro al edificio!

    Luego de asegurarme de que nadie nos segua,

    nos sentamos en el mismo banco que habamos

  • ocupado la noche anterior con monsieur Platini. Y le

    cont a Mechi lo que haba pasado cuando termin

    la fiesta: la charla con el investigador y el intruso en

    casa. Luego, saqu a Sancho de mi bolso y antes de

    que pudiera decirle una palabra, habl l: Ya est

    todo resuelto, estimado don alcornoque. Qu

    cosa?

    Los aparatos transmisores de la sonda estn

    mascando barro, vuesa merced. Esos majaderos de

    la Agencia Espacial ya no recibirn ms seales.

    Con beneplcito se lo digo, amigo Valentino

    bellaco.

    Fantstico! Haba olvidado que cuando estuve

    con Platini, Sancho tambin estaba conmigo y es-

    cuch la conversacin. Pero yo segua enojado:

    Sancho, quiero que me cuente todo. Quin

    ms est aqu? Anoche, el investigador entr a casa.

    Mis padres estn como locos! se me hizo un

    nudo en la garganta. Me estaba poniendo muy sen-

    sible. Mechi me apret con fuerza la mano.

    Entiendo, muy estimado amigo melindroso

    Valentino. Le pido perdn y buen provecho os ha-

    ga. Solo crea en m: usted y la doncella fermosa

    Mechi salvarn a Titn. Ahora le cuento todo. Mis

  • amigos estn aqu, dgolo con seoro, bellaco.

    Dnde?

    Aqu. All, debajo de ese monumento.

    Sancho seal el promontorio, en el centro del

    lago: la mujer saliendo de la piedra.

    All est nuestra nave y la sonda de ustedes.

    Tuvimos que sacarla de nuestro mundo, porque su

    presencia nos haca dao. Ya sabe. Ahora, mis com-

    paeros inutilizaron sus aparatos. No ms seales.

    Lo tendramos que haber hecho antes, pero las ne-

    cesitbamos para orientarnos, para llegar a la Tierra.

    Pero... cmo es que estn all?

    Estn debajo. No en el fondo del lago, ms

    abajo.

    S... pero, cmo?

    Nosotros podemos hacerlo. Es decir, ellos...

    Quines son ellos?

    Ellos. Los titanes. Los verdaderos. No puedo

    decir ms. Ni una palabra ms.

    Verdaderos? De qu...?

    Ni una palabra ms!

    Lo acept. Comprend que el juego se complica-

    ba. Entonces, le pregunt a Sancho cmo haramos

    para entrar y salir del museo por la noche.

  • Por la puerta me contest. Ah! Fantstico.

    El portero me odiaba. Una pelota de tenis se

    burlaba de m. Es verdad, estimado amigo.

    Entraremos por la puerta. Alguien la abrir para

    nosotros. Desde adentro me aclar.

    Bien. Lo asimil... como pude.

    Y qu tendramos que hacer adentro?

    No puedo adelantar nada. Su presencia es... no

    podramos hacer nada sin su presencia. No podra-

    mos salvar Titn sin su presencia. Y sin esperar

    mi respuesta, dijo: Caballero don Quijote, soy su

    escudero, de mi mayor estima. Solicito a usted, don

    Valentino Quijote; usted no est loco, que ac no

    hay encantamientos ni fantasmas. Soy tan Sancho

    como usted Quijote; somos otros, s, pero ahora...

    somos ellos.

    Me qued con la boca abierta por el discurso.

    Pero no me son mal ser un quijote. Despus de to-

    do, no iba a ser por mucho tiempo, de acuerdo a lo

    que agreg Sancho:

    Estimado, de sabios ser guardarse hoy para

    maana. Pero en lo que respecta a nosotros, solicito

    su atencin: no tenemos ms remedio que aven-

    turarnos todo en un da.

  • As estaban las cosas.

    Entonces, Mechi me dijo:

    Quiero ir con vos. Y no se te ocurra decirme

    Dulcinea, porque no te hablo ms! Voy a entrar al

    museo con vos esta noche.

    Nooo Ni de casualidad. Ni lo pienses! No

    s lo que va a pasar.

    Y si te llevan a Titn? me susurr al odo,

    para que Sancho no escuchara.

    No. Eso s que no. No lo crea posible.

    Te lo prohbo! me mand. Adems, c-

    mo saldras de tu casa?

    De eso me puedo encargar. Y vos no sos

    quin para prohibirme nada, nene! O voy con vos,

    o les confieso todo a tus paps: eleg.

    Jaque mate de Mechi. Pero me encant perder.

  • 17. Una obra maestra

    A esta altura comprend que algo en mi cerebro no funcionaba bien. Haba tenido oportunidad de

    delatar a Sancho, un extraterrestre cuyo nombre

    verdadero no conoca (y que, dicho sea de paso,

    qu importancia poda tener?). Me impidi hacerlo

    un increble sentimiento de proteccin hacia l.

    Sera su modo de protestar, de enrollarse, o su voz

    al recitar los poemas de Guido y Spano. Sancho era

    redondo, suave, parecido a un pulpo, terriblemente

    inteligente. Yo intua que l no menta, a lo sumo,

    no me contaba todas las cosas. Aunque hasta eso,

    supongo, demostraba un cuidado hacia m: me iba

    preparando de a poco para revelaciones ms y ms

    profundas.

  • Con delicadeza, me seal una nota que haba

    copiado del sitio de Internet del que se haba hecho

    fantico:

    8 DE MOUIEMBRE DE 2004 ACTUALIDAD CIENTFICA

    UNA OBRA MAESTRA

    (Madrid) Este vehculo explorador constituye una obra

    maestra de la ingeniera europea y tal vez sea la sonda ms

    compleja jams construida. El sofisticado equipo que porta la

    nave permitir mostrar por primera vez la realidad fsica del

    satlite ms intrigante del sistema solar: Titn. Si tiene xito,

    enviar grandes cantidades de datos sobre la composicin de

    la atmsfera de esta luna, sus nubes y su superficie.

    Dependiendo de las condiciones que encuentre en el aterrizaje

    (an no se sabe si lo har en una superficie slida, lquida o

    fangosa) y de su resistencia, podr remitir a la Tierra, durante

    ms de 70 minutos, datos e imgenes desde el suelo, que se

    sumarn a las dos horas y media de datos obtenidos durante

    el descenso. Cuando Huygens se separe de Cassini y penetre

    en las nubes de Titn, se convertir en el objeto fabricado por

    el ser humano que ms lejos haya aterrizado jams. La misin

    en conjunto tiene otro rcord: por su presupuesto, de 3.200

    millones de euros, es la ms cara de la historia...

    Bien, la obra maestra ahora era un montn de

    chatarra, debajo del lago, en el Parque Centenario.

    Pap y mam se estaban recuperando de la no-

  • che anterior y me propusieron ir al cine con ellos.

    De solo pensar en una cosa as, me corri por la es-

    palda un escalofro de aburrimiento. Les dije que

    no, que tena que verme con Mechi. Mam no se

    priv de comentar:

    Qu nena tan rica! Qu preciosura! Tens

    muy buen gusto!

    Es mi amiga, mam! dije con fastidio.

    Hijoe tigre! se enorgulleci pap.

    Cuando queran, podan ser insoportables. Por

    suerte, no se les ocurra tratarme as en pblico.

    Fue un largo sbado. Lo nico que hice fue

    perder el tiempo. Y toser. Me vino una tos seca, sin

    catarro, como si quisiera expulsar... no s, algo de

    adentro, un alien. Pero no, mi alien estaba en el

    armario. Con todo lo que me estaba pasando,

    tendra bajas las defensas, como dice mam cuando

    me resfro.

    Con Sancho no cruc ni media palabra. Todo al-

    rededor eran paredes que escuchaban. En cuanto

    mam me oy toser, propuso suspender el cine. Le

    dije, en broma, que si haca eso me mora. No le

    gust el chiste. Me dijo, muy seria, que con la muer-

    te no se hacen chistes.

  • Apenas si me reprocharon que, por mi culpa, un

    ladrn les hubiera revuelto la casa. Pensaban que

    tena la cabeza en las nubes por amor a Mechi. Si

    tan solo hubiera sido eso...!!

    18. Un mundo de

    animales muertos

    Era de noche. Tendra que escribir: Haca fro y

    llova torrencialmente. Pero no. Era una hermosa

    noche estrellada, de luna llena.

    A la hora sealada, salimos de casa con Mechi y

    Sancho. En el bolsillo, Sancho se mova.

    Saltamos las rejas, que no eran muy altas, en el

    sector donde se encontraba el ejemplar de palo bo-

    rracho ms fantstico de la ciudad. El tronco, infla-

    do como un globo, y la extraa copa lo convertan

  • en un rbol ideal para una pelcula de ciencia

    ficcin. Al pisar el pasto, no son ninguna alarma,

    ningn perro ladr. Solo dos gatos, en silencio, se

    alejaron de nosotros. Nos acercamos a una puerta

    lateral ubicada debajo del nivel de la calle, al final

    de una corta * escalera descendente. Nadie poda

    vernos. Hubo un ruido de llaves desde el interior.

    La puerta de hierro, pesada, hermtica, se abri.

    Con Mechi estbamos pegados, como gemelos.

    Gemelos del miedo. Pens en retroceder, largar to-

    do y volar a casa, a la cama. Pens, tambin, que si

    haba llegado hasta all, ya no haba forma de volver

    atrs.

    Don Luis, con una sonrisa ms grande que un

    ropero, nos recibi. En cuanto trat de hablar, me

    orden silencio, llevndose el ndice a la boca. Un

    gesto muy simple, pero efectivo.

    Un nuevo umbral del asombro. Era posible lo

    que estaba viendo? Qu haca all el boletero, a

    medianoche? Estaba aliado con los titanes?

    Vamos, chicos, vamos. No se asusten mur-

    mur don Luis.

    Caminamos a tientas por las salas inmensas, ape-

    nas iluminadas con luces penumbrosas, que hacan

    brillar los huesos (reales o de manipostera) de las

  • decenas de criaturas del museo, de esos monstruos

    espantosos. Olor a formol, a naftalina, a lechuza

    muerta. Lo bueno de todo esto era que Mechi se

    aferr un par de veces a mi brazo y su barbilla roz

    mi hombro. Yo soy un poco ms alto que ella, y

    ella es... es hermosa.

    Adonde nos lleva? pregunt.

    Qu pregunta! Vamos a ver El Toba dijo,

    muy suelto de cuerpo, don Luis.

    Despus de cruzar la galera del acuario, con sus

    peceras iluminadas, llegamos al vestbulo. Sancho

    vibraba en mi bolsillo.

    No entiendo, don Luis. Qu hace usted aqu?

    pregunt.

    De veras que no entends quin soy yo?

    El cuerpo de don Luis hizo un giro a medias y

    despidi chispas y niebla. Eso cre. Porque en cuan-

    to complet el giro, todo era perfectamente natural

    en l. Era don Luis, con su pantaln viejo y su

    camisa de lino arrugada. Entonces, volvi a girar y

    alcanc a ver un rostro diferente, una cara angulosa,

    calva, ojos pequeos rodeados por un resplandor

    rojizo. Lanz una carcajada alucinada.

    Mechi me tir del brazo, se le estaba haciendo

    costumbre:

  • No te dejes asustar susurr asustada.

    Qu hay que hacer? Para qu nos necesitan7

    atine a decir.

  • 19. Viaje a Titn Los titanes, al fin y al cabo, parecan tener muchos recursos. Para qu querran a un par de

    humanos? Pero, antes de que pudiera escuchar la

    respuesta, alguien grit:

    Estn todos detenidos! Quietos o dispagol

    Monsieur Platini, con una pistola en la mano, nos

    apuntaba. Era lo nico que faltaba.

    Dnde estn? monsieur Platini pareca muy,

    muy nervioso. Dnde estn los aliengenas?

    Apenas dijo eso, baj la cabeza y murmur: \Mon

    Dieul Qu estoy diciendo? Aliengenas? Estoy

    loco?

    Don Luis (quiero decir: el ser no terrestre que yo

    pens que era don Luis) le respondi:

    Seor... no s quin es usted, ni s cmo ha

    logrado entrar al museo. En cuanto a aliengenas...

    Se siente bien, seor?

    El detective de la Agencia Europea sudaba. La

    mano que sostena la pistola sufra convulsiones y

    tena los ojos muy abiertos, sin pestaear.

    De pronto, algo cruji.

  • A espaldas de Platini, el globo

    terrqueo de la sala de

    Mineraloga y Geologa se mova

    lentamente sobre su eje. Al

    fondo, el gigantesco panel que

    ilustraba el origen del universo

    comenz a titilar. Centenares de

    luces rojas, amarillas y verdes se

    encendan y se apagaban, como

    si las estrellas dibujadas fueran

    reales. Toda la sala haba

    cobrado una extraa vida. Las

    rocas, miles de muestras de todo

    el planeta, resplandecan en

    aureolas naranjas y emitan un

    sonido de lquido hirviendo en

    su interior. Un cristal de amatista

    del Brasil, turquesa y violeta, pa-

    reca sangrar colores. Tena la

    forma de un dedo, el dedo de un

    gigante de piedra. Sent que la

    piedra se quejaba, herida, que

    deseaba volver a su lugar, a su

  • sombra cantera.

    Monsieur Platini gir lentamente su

    cabeza y la actividad de la sala lo fulmin.

    De pronto, pareci que algo se cortaba en

    l y cay como una bolsa de papas sobre

    las baldosas. Exnime.

    Pronto, atentamente! Valentino,

    Mechi, de mi mayor atencin me dirijo a

    don bellaco y a la fer- mosa doncella,

    vamos, no hay tiempo! apur Sancho.

    No hay tiempo para qu?

    Ya est la nave, distinguido bellaco. Ya

    est todo preparado. Debemos llevarnos,

    le solicito, lo que vinimos a buscar, tenga a

    bien, mis cordiales saludos. Atentamente,

    por medio de la presente Sancho

    vibraba desesperado en mi bolsillo.

    Acabo de tener un mal augurio. Creo

    que jams debimos haber venido aqu.

    Creo que fue un terrible error! me dijo

    Mechi, en un tono sepulcral.

    Tom a Sancho y le dije:

    Es verdad lo que dice Mechi? Es

    verdad que nos equivocamos en confiar?

  • Sancho dijo, con humildad:

    Lo siento, bellaco amigo. Lo siento,

    soy un robot. Fui la carnada. Lo siento.

    Soy su amigo... Su amigo, bellaco.

    Es verdad que es un robot. Pero

    ustedes solo deben hacer una cosa: tocar el

    meteorito. Cuando yo les indique. Eso ser

    todo. La energa que duerme en El Toba

    despertar y la recogeremos don Luis

    sonrea, tranquilo.

    Ya estaba claro quin era l. Pero la

    revelacin de que Sancho era una criatura

    artificial me entristeci. De golpe me sent

    vaco, desconcertado, sin respuestas y, lo

    peor, sin preguntas.

    Don Luis me arranc de mis

    reflexiones: estaba emitiendo un

    resplandor que nos envolva a Mechi y a

    m. Entonces, volvi a invadirnos la

    sensacin de ser los salvadores del planeta

    y nos sentimos tranquilos y confiados otra

    vez.

    El Toba estaba all, tan inerte y oscuro

    como solo puede estarlo un trozo de

  • hierro. Don Luis sac un hilo casi

    invisible de su camisa. Me dio una punta,

    le pidi a Mechi que lo sostuviera desde el

    centro para que no rozara el suelo y l lo

    tom desde el otro extremo. Con la otra

    mano sostena un cuenco plateado:

    Para qu es eso? pregunt.

    Para recoger lo que rebase.

    Lo que rebase de dnde?

    De todas partes. Es un imn que

    atrae la energa, el alma...

    En cuanto me lo orden, apoy mi

    mano sobre el meteorito. El hilo se eriz,

    como el pelaje de Ru