la organizacion plastica del plano de la expresion
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LA ORGANIZACIÓN PLÁSTICA DEL PLANO DE LA EXPRESIÓN: EL
ESPACIO
Toda organización formal (sintaxis) consiste en la génesis de un espacio bi o
tridimensional a partir de otro espacio neutro (la superficie en blanco del papel o de la
tela, el muro, el bloque informe de barro, etc.). Y es en este espacio, habitado ahora por
figuras portadoras de sentido (generadas a partir de una primera oposición figura/fondo)
donde el contenido se construye a la vez que el espacio que lo hace posible. Nuestro
espacio (el de nuestras imágenes) posee unas características bien definidas: es un
espacio para la representación, además es de carácter tridimensional y, por último, se
rige por leyes ópticas.
OBJETIVOS
.- Estudio y análisis del espacio propuesto por la imagen actual, el descubrimiento y
descripción de las leyes que lo gobiernan y el fin o función al que está destinado.
.- Estudio histórico-descriptivo de la génesis de tal espacio (desde el Siglo XIV hasta la
actualidad). Esto nos ayudará a comprender su carácter convencional, es decir, el hecho
de que se trata de un espacio construido que sólo funciona una vez se han aceptado
determinadas reglas de juego. Tales reglas (convenciones) harían referencia a:
.- la génesis de un espacio visual tridimensional a partir de un plano, (el del
cuadro, la foto, etc.); ilusión de profundidad que se consigue a partir de la
inclusión en la imagen de determinados parámetros perceptivos;
.- un modelo de espectador, que en el caso que nos ocupa determina la
constitución de tal espacio;
.- una cierta noción de semejanza ("analogía", "parecido", etc.);
.- y, como corolario, una determinada ideología de la representación (que sigue
una vía única, dejando en la oscuridad otras posibles).
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ACTIVIDADES A REALIZAR
A lo largo de una serie de capítulos, que estarán repartidos en tres clases teóricas de dos
horas de duración cada una, daremos cuenta de aquellos aspectos más notables que se
desprenden de la adopción de un modelo perspectivo, tal como los planteaban ya desde
un principio sus primeros impulsores y como la propia historia del arte ha venido a
mostrar. Contamos además con el conocimiento previo del alumno sobre los métodos de
trazado perspectivo, que habrá adquirido con anterioridad en la asignatura de Dibujo y
Sistemas del primer cuatrimestre. En nuestro caso, es importante que el alumno
entienda que un sistema de representación espacial (cualquiera de ellos) implica siempre
una determinada posición ante el mundo y la construcción de una determinada realidad
visual implícita en los postulados del mismo sistema. La cuestión es que, con el paso del
tiempo y el uso, la convención tiende a olvidarse y convertirse en “natural”, otorgando
falsamente a sus productos (representaciones) estatuto de “realidad”.
Al alumno se le propone un ejercicio que deberá servirle para descubrir las
posibilidades que encierra el uso de elementos espaciales tales como el punto de vista
elegido, la oblicuidad o no de tal punto de vista, el encuadre seleccionado, el
descentramiento o no del objeto representado, la continuidad o no entre el espacio de la
imagen y el del espectador, etc. Como material de partida tomaremos la imagen
publicitaria, en la que podemos encontrar sin dificultad desde imágenes que proponen
un punto de vista ”ausente” (aquellas en las que parece que nadie “habla” -o “mira”, en
nuestro caso-, y que la imagen simplemente se nos muestra por si sola, sin
intermediación), hasta imágenes fuertemente cargadas de subjetividad o emotividad, en
las que el punto de vista del autor está claramente delimitado.
Es importante en este punto analizar el significado que aporta al conjunto de la obra una
determinada configuración de elementos (tratamiento del espacio, uso de las direcciones
en el plano, simbolismo de los objetos, etc.), descubrir cómo intervienen en el sentido
final de la obra. Posteriormente pasaremos a buscar recurrencias entre obras diversas
(repeticiones o modificaciones de algún esquema-tipo que se toma como base), bien
entre obras de un mismo período, un mismo autor o bien entre obras de distintos
períodos y autores diferentes.
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Con estos presupuestos de trabajo, planteados previamente en clase por el profesor, se
pasa a recopilar una cantidad determinada de imágenes, que los mismos alumnos se
encargan de traer. Una vez reunido un material juzgado suficiente, se procede a una
selección de aquellas que se consideren más apropiadas y se reparten en pequeños
grupos de no más de tres personas. A partir de aquí, las imágenes deberán ser analizadas
y valoradas por los diferentes grupo tomando en cuenta siempre las cuestiones tratadas
previamente en las clases teóricas. El trabajo de análisis en grupo se realiza durante un
total de diez horas de clase, dentro de las cuales el profesor orienta los diferentes
trabajos y resuelve las dudas que puedan surgir. La dos horas restantes se dedican a la
puesta en común de los resultados obtenidos.
Duración total: 18 horas (6 teóricas-12 prácticas)
MATERIALES A UTILIZAR
Imágenes publicitarias extraídas de la prensa diaria, revistas ilustradas y en algún caso
de la televisión. Materiales fáciles de utilizar a la hora de manipular tales imágenes,
como pueden ser acetatos transparentes, tijeras, cola blanca, tinta china, témpera y todo
aquello que la ocasión requiera y pueda encontrarse en el Aula.
CONTENIDO TEÓRICO
EL ESPACIO DE LA REPRESENTACIÓN
Nuestro interés se centrará ahora en la imagen entendida como objeto producido e
inmerso en un circuito de comunicación en el que participan activamente tanto el
productor (el emisor) como el lector (receptor). El progresivo avance de los medios
técnicos mediante los cuales se producen las imágenes ha ido acompañado de cambios
significativos en el modo en el que estas últimas son leídas por el receptor, no
reaccionamos del mismo modo ante un cuadro -en el que siempre juzgamos en última
instancia la habilidad artesanal de su autor-, que ante una fotografía o un film -en los
que es la presencia de la realidad misma la que apreciamos en su inmediatez-, en otras
palabras, no les pedimos que nos hablen del mismo modo de las mismas cosas, y esto se
hace evidente a nada que reflexionemos sobre los diferentes usos que las damos. Así
pues, un teoría de la imagen que tenga en cuenta el hacer del receptor se hará junto o en
paralelo a una historia de las técnicas.
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El problema que nos interesa surge cuando consideramos el espacio de la representación
como una estructura y un inventario provisional de formas y relaciones simbólicas, que
posee una significación a la vez individual y social (de lo contrario sería
incomunicable), pero que no ofrece -no puede ofrecer- una visión total o exacta del
mundo: un cuadro o una fotografía no es un doble de la realidad, es un signo, es decir,
un sistema de líneas y manchas que permite la mediación entre imagen y realidad y
ofrece al artista la posibilidad de llamar la atención del espectador sobre un punto del
espectáculo eternamente móvil del universo.
Analizaremos ahora las características más importantes del modelo perspectivo y sus
consecuencias en el modo de entender la imagen en su relación con el espectador. Nos
preguntaremos, para empezar, sobre cuáles han sido los principios a los que la nueva in-
vención sometía a revisión y a qué aspectos de la realidad afectaba.
EL MODELO PERSPECTIVO
Una definición válida de la perspectiva artificialis podría ser:
".. el arte de representar los objetos sobre una superficie plana de tal
forma que esta representación sea parecida a la percepción visual que se
pueda tener de esos mismos objetos."1
En otras palabras, la perspectiva se basaría en la construcción perceptiva de un espacio
en apariencia tridimensional, que parece extenderse indefinidamente (aunque no
infinitamente) más allá y en profundidad respecto a la tela pintada. El cuadro se
convierte de esta manera en una especie de "ventana" a través de la cual nosotros,
espectadores, vemos extenderse el espectáculo del mundo y sus objetos (figura 13). En
el texto de Alberti ya hay una explícita asimilación del plano del cuadro a la ventana.2
1 Jacques Aumont, Alain Bergala, Michel Marie y Marc Vernet, Esthétique du film, Éditions Fernand Nathan, París, 1983, página 19). 2 "... dibujo en la superficie a pintar un cuadrángulo de ángulos rectos, grande cuanto me place, que me sirve de ventana abierta desde la cual se ve la historia, y determino cuán grandes quiero que sean los hombres en la pintura." (105) Leon Battista Alberti, De Pictura (redactado en 1435). Para todas las citas del texto de Alberti utilizaremos la traducción anotada e ilustrada por Joaquim Dols Rusiñol (Sobre la pintura, Fernando Torres Editor, Valencia, 1976). Los números que siguen a las citas corresponden al número de página en la traducción.
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Alberti definiría además al plano pictórico como la "intersección de la pirámide visual"
que tiene al ojo como vértice y conecta a este con los diferentes puntos del objeto.
Expone además algunos ingeniosos métodos de trabajo para facilitar la labor de dibujar
la imagen sin recurrir a las tediosas construcciones geométricas.
Brook Taylor, El cono visual o "La ventana de Leonardo", Londres, 1715, ilustración.
Lo que es conforme a la citada definición del cuadro ventana que, necesariamente,
deberá ser "transparente" y permitir mirar a través3. Así pues, transparencia que niega la
bidimensionalidad del soporte, que oculta su materialidad en beneficio de la ilusión, y
no será hasta mucho más tarde que los pintores intentarán volver a recuperar la opacidad
y la materialidad del soporte dejando bien a las claras las huellas de su trabajo en forma
de pinceladas, texturas o, como en el collage cubista, utilizando la misma tela como
base a partir de la cual objetos reales avanzan hacia el espectador.
LA PERSPECTIVA COMO “FORMA SIMBÓLICA”
Lo que parece fuera de toda duda es la importancia que tiene enmarcar históricamente la
aparición de este fenómeno, las circunstancias que propiciaron el surgimiento de esta
elección representativa. Nos servirá, en principio, para mostrar como la "perspectiva
artificialis" ocupa un tiempo y un espacio bien determinado en la historia de las
representaciones gráficas de la humanidad. De hecho, cuando Panofsky titula su texto
clave La perspectiva como forma simbólica4 estaba apuntando directamente al
3 Etimológicamente, perspectiva procede del infinitivo perspicere: ver claramente o mirar a través de.
4 Erwin Panofsky (1924-27), La perspectiva como forma simbólica, Tusquets Editores, Barcelona, 1973.
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fenómeno de la representación del espacio cómo construcción ideológica. Por que si
algo es evidente es el hecho de los lazos que existen entre el pensamiento filosófico,
político, económico de la época y el momento en que aparece la perspectiva. Con la
racionalización de la visión, el arte se entroncaba directamente con las ideas del
quántum continuum de Nicholas de Cusa que iban ha dar paso en seguida a la
racionalidad cartesiana de la infinitud del espacio. Otro tanto se podría decir en torno a
la idea de orden visual introducida por el artificio de la perspectiva y su inmediato
corolario social o el antropocentrismo construido a través de la idea del punto de vista
como lugar privilegiado desde el que el hombre observa la realidad. Es de suponer que
el nuevo uso del espacio en la representación pictórica tuvo que acomodarse en sus
orígenes a los principios generales que regían la imagen medieval, así por ejemplo en el
caso de los tamaños relativos de los personajes, que en el Medievo hacen referencia
generalmente a la mayor o menor importancia dada al personaje y no sigue criterios de
índole óptico-geométricos sino que se adecuan a un orden de tipo simbólico. Tales
acomodos a un orden espacial anterior son aún perceptibles en la obra de artistas que,
sin duda, dominaban a la perfección el nueva sistema, como ocurre con el ejemplo
seleccionado de Durero (abajo) donde se muestra como el nuevo sistema espacial se
aplica correctamente a los elementos arquitectónicos mientras que los personajes
permanecen sujetos a un modelo de representación del tamaño netamente medieval.
Alberto Durero, La Natividad, hacia 1502-04.
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Los motivos son evidentes, no solamente el nuevo orden espacial era críticamente dife-
rente (la representación en sí), sino que también lo era lo representado: pasar de un
orden netamente simbólico a otro regido por el predominio de lo "visual" (que llega a
confundirse en algunos casos con lo "óptico") era, sin duda, difícil de realizar de un solo
golpe. Como hemos insinuado más arriba, este nuevo status surge modificando
relaciones espaciales ya comunes en el Medievo, se trata de reformular en términos
estrictamente ópticos lo que antes pertenecía al dominio de la intuición simbólica o, en
otras palabras, de acomodar éstos a las restricciones dadas por el uso de las nuevas rela-
ciones espaciales; así, por poner un ejemplo, el tamaño relativo corresponderá ahora con
una magnitud que es de orden espacial además de seguir siendo simbólico:
Con lo que se explicaría bien las dificultades con que los primeros artistas en utilizar se
encontrarían, al tener que armonizar ambos ordenes. Pero muy pronto el nuevo sistema
de representación espacial encontraría, en sus fundamentos óptico-geométricos, aquellos
elementos propios que iban a permitirle recuperar el espacio simbólico que su
orientación matemática parecía negarle.
La perspectiva misma se convierte en "forma simbólica", como muy bien resaltara
Panofsky. Todo ello traduciría una determinada ideología de la construcción espacial
que es afín, en sus principios, con toda una serie de concepciones filosóficas5. Así, por
ejemplo, el punto de fuga ya no es solamente el lugar geométrico del cuadro donde
convergen todas las ortogonales, sino que se convierte en centro absoluto del universo,
punto irradiante, origen del espacio, del tiempo y de la luz6.
5 Para Marsilio Ficino y Pico della Mirandola, el mundo está regido por el orden matemático-geométrico, no es sorprendente entonces que también la representación del universo físico se subordine a tales principios.
6 Así, por ejemplo, se deja traslucir en un texto de Leonardo: "Aquí las figuras, aquí los colores, aquí las especies de todas las partes del Universo están reducidas en un punto; y ese punto es tanta maravilla." (Leonardo Da Vinci, Códice Atlántico, 345b).
PLANO DEL SIGNIFICANTE <+ grande> vs <+ pequeño> PLANO DEL SIGNIFICADO imagen medieval “+ importancia” vs “- importancia” (orden que es simbólico) imagen renacentista “+ cercano” vs “+ lejano” (orden que es óptico-espacial)
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Se comprende enseguida como la representación espacial producida según la formula
definida por Alberti tiene todas las características para asumir el status de símbolo,
autónomo de todo contexto figurativo. De esta manera, con el tratamiento simbólico que
recibiría años más tarde el complejo de luces y sombras con el Barroco, se culmina un
cierto lenguaje de la imagen que heredaría tal cual la fotografía o el cine.
EL ESPACIO DEL RELATO. EL “TESTIGO VISUAL”
El sistema perspectivo suponía además una completa organización del plano pictórico
de acuerdo a reglas de estricta obediencia geométrica. Pierre Francastel ha definido tales
reglas como la de la "unicidad" del punto de fuga para la representación y la de la
conservación de las relaciones de posición entre los objetos. El espacio perspectivo se
construye así sobre una determinada ideología de la representación y sus materiales que
implicaría, en principio:
a) la inmovilidad del espectador respecto al cuadro (a la imagen)
b) la monocularidad de la visión por parte de este mismo espectador
Se trata, pues, de una manera de representar dirigida a un único ojo inmóvil,
fundamento teórico (y geométrico) de la construcción perspectiva. Pero que además,
como señala Panofsky (1973), implica una cierta forma de aprehensión del espacio
caracterizado por su homogeneidad (cualquier punto, en el plano, tiene igual valor)
como por su infinitud (cuya localización espacial coincidiría con el "punto de fuga");
homogeneización del espacio e infinitud que es una pura abstracción psicofisiológica y
que la vivencia del espacio desconoce.
No han faltado quienes, apoyándose en estos principios generales, han planteado la
hipótesis de la artificialidad de la construcción perspectiva basándose en la diferencia
entre "imagen visual geométrica" y la "imagen retiniana": en la imagen retiniana las
formas son proyectadas no sobre una superficie plana, sino sobre una superficie
cóncava. Así, mientras la perspectiva plana proyecta las líneas rectas como tales, nues-
tro órgano visual las toma como curvas (esto se acentúa al disminuir la distancia del
objeto a nuestro ojo), de lo que se extrae como conclusión que la representación
correcta sería aquella que se proyectara sobre una superficie curva. En nuestra opinión
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esta teoría es fácilmente refutable si consideramos que cualquier representación (ya esté
basada en la imagen perspectiva plana o curva) será mirada a su vez por un ojo curvo,
con lo que en la visión de la imagen vendrían a reconstruirse las condiciones
primigenias de visión de la realidad (salvo aquellas derivadas de la monocularidad e
inmovilidad del espectador). Teniendo esto en cuenta, una perspectiva que siguiese los
principios de proyección sobre una curva resultaría doblemente deformada, al contrario
de lo que ocurre cuando miramos una proyección sobre un plano, siempre que cuidemos
en seguir atentamente las disposiciones que para ello ha establecido el dibujante.
La situación del punto de vista (y la perspectiva sobre la representación que este
implica) supone ya una forma de inscripción del sujeto en la superficie textual del
cuadro. En este, todos los objetos quedan determinados en su forma y distribución
espacial de acuerdo al punto de vista de un teórico observador presente ante la escena
representada.
Jan Vredeman De Vries, Perspectiva, tav. 28, Leyden, 1604.
Es este eje central quien da coherencia a las transformaciones y rotaciones de todas las
líneas de la imagen de manera que, si aquel se traslada, la imagen se trasladará con él.
Tal eje tiene también por función crear un campo visual dividido entre sujeto y objeto;
en efecto, de un lado tendríamos un mundo de puro espectáculo, de otro, un mundo de
pura observación. La perspectiva (que tiene, como vemos, su origen en el "punto de
vista" sobre la escena representada) se afirma así como el lugar de asentamiento en la
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imagen de un sujeto "soberano de la escena" y plantea, de paso, la emergencia de una
cierta conciencia individualizada del artista y de su inscripción en la imagen. La célebre
fórmula de Panofsky, según la cual la perspectiva sería la "forma simbólica" de una
"objetivación de lo subjetivo", adquiere entonces todo su valor. Hay, en efecto, todo un
trabajo de la subjetividad -simultáneo a un esfuerzo de objetivación de la realidad
visible- en el proyecto que lleva a la imaginería occidental a geometrizar (a matematizar)
la representación en el plano.7
EL SUJETO DE LA PERSPECTIVA
Y así, de entre las cuestiones teóricas a las que lleva esta polémica situación del
espectador, Panofsky señala las referentes a la distancia (larga o corta) y a la oblicuidad
o no del punto de vista. A título de ejemplo tenemos la representación del San
Jerónimo, de Antonello de Messina, representado desde una distancia bastante larga y
con el punto de vista en el centro del cuadro, en oposición al mismo tema representado
por Alberto Durero, donde la distancia corta y la excentricidad del punto de vista
comprometen el efecto de trampantojo que la perspectiva pudiera provocar8. En el
cuadro de Antonello de Messina, la posición central del punto de vista hace al
espectador dueño y partícipe de la escena, al coincidir el espacio de esta con su propia
espacialidad real ante la obra.
7 No es extraño entonces el sentido profundamente equívoco que conlleva esta operación, como señala el mismo Panofsky:
"... la historia de la perspectiva puede, con igual derecho, ser concebida como un triunfo del distanciante y objetivante sentido de la realidad, o como el triunfo de la voluntad de poder humana por anular las distancias; o bien como la consolidación y sistematización del mundo externo; o, finalmente, como la expansión de la esfera del yo. Por eso la reflexión artística tuvo siempre que replantearse en qué sentido debía utilizar este método ambivalente. tenía que preguntarse, y se preguntó, si la construcción perspectiva del cuadro debía regirse por la posición efectiva del observador (...) o si, por el contrario, es el observador quien debía colocarse idealmente en la posición correspondiente a la estructura perspectiva del cuadro." (Erwin Panofsky, Op. cit., páginas 51 y 52).
8 Así y todo, no podemos estar de acuerdo con la afirmación de Panofsky, según la cual este efecto de oblicuidad del punto de vista produce la impresión de una "representación determinada, no por las leyes de la arquitectura, sino mediante el punto de vista subjetivo del espectador" (página 53). Ocurre más bien lo contrario: difícilmente el espectador ocupará con su ojo la posición de tal punto de vista, pues de hacerlo así vería su campo visual compartiendo en partes iguales la visión del cuadro y la pared adyacente. Lo que provoca de paso esta colocación inhabitual del punto de vista es la afirmación del encuadre o marco como límite de la representación, no solamente es ahora el límite que señala donde comienza y donde termina la representación, sino que además, al estar situado el punto de vista exactamente en su borde, excluye la mitad derecha del ángulo de visión del observador, con lo que, como más arriba señalábamos, deniega a la mirada el derecho a verlo todo a la vez que afirma el poder de la imagen de mostrar, más allá de las apariencias, la marca de una subjetividad consciente de sus propias herramientas.
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Antonello de Messina, San Jerónimo en su estudio, hacia 1474.
Por el contrario, Durero nos da un buen ejemplo de desplazamiento de este punto de
vista hacia los límites del marco y, con ello, niega la continuidad “real” entre la imagen
y el espacio del espectador. La utilización por parte del artista de un punto de vista
“desplazado” hacia uno de los lados de la imagen impide la adopción de éste por parte
del espectador que, caso de ocupar su lugar, se encontraría con la mitad de su campo
visual ocupado por el “fuera-de-cuadro”. De esta manera, el espacio de la imagen
manifiesta su autonomía respecto al lugar ocupado por el espectador.
Alberto Durero, San Jerónimo en su estudio, 1514, grabado.
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La pintura, la fotografía y en la actualidad el cine, han explotado con profusión este
dispositivo ficcional de seducción o alejamiento del espectador mediante el recurso a su
implicación o rechazo en la escena representada. En el ejemplo de Messina tenemos un
encuadre de tipo objetivo, externo, sin mediación aparente, la imagen se ofrece al
espectador como a un testigo privilegiado del acontecimiento allí narrado: San Jerónimo
inclinado sobre su escritorio, mientras que en el grabado de Durero el encuadre es
subjetivo y evidencia claramente el punto de vista del observador. Sin duda, la obra que
plantea estas cuestiones de manera más clara son Las Meninas de Velázquez, todo lo
que le da a la obra su poder de hacernos creer que la escena continua más allá de sus
bordes es la presencia, velada en el espejo, de los actores principales: la pareja real. Pero
lo que les hace presentes, tanto como necesarios, es que todas las miradas en el cuadro
se estructuran jerárquicamente para significar su posición ante la escena.
No creemos necesario extendernos sobre este punto, remitimos al lector a los
interesantes estudios de Norman Bryson (1987)9 y al ya clásico de Michel Foucault, en
Les mots et les choses10, con el que comienza su obra. Subrayar tan sólo que aquí se
evidencia claramente que representar no supone únicamente redoblar las apariencias de
lo real, sino que es también una evocación de lo oculto, juego de la verdad con el saber
y el poder. Y es que el poder de mirar, desde Alberti a Cézanne, simboliza en el cuadro
el poder espiritual, temporal o sexual. Los personajes proyectan su mirada hacia el
espectador, con todos los matices de un discurso intersubjetivo: pueden ofrecerse como
objetos de consumo al espectador o bien, como la Olimpia de Manet (página siguiente)
o las argelinas retratadas por Marc Garanger, responder a nuestra mirada con un
desafío11.
9 Norman Bryson, “Herméneutique de la perception”, en LES CAHIERS DU MUSEE NATIONAL D'ART MODERNE, Nº 2, París, 1987 Septiembre-1987, páginas 103 a117. 10 Michel Foucault (1966), Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas, Siglo XXI Editores, México, 1984 11 La historia de estas imágenes de mujeres argelinas, en lo que tienen de inversión operada a través del es-tricto cara a cara, puede leerse en Philippe Dubois (1983), El acto fotográfico. De la Representación a la recepción, Ediciones Paidós Ibérica, Barcelona, 1986, páginas 164 y 165.
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Edouard Manet, Olympia, 1863.
Norman Bryson ha señalado también la ausencia de representaciones de la mirada en
determinadas tradiciones pictóricas (como la china, donde queda relegada a los géneros
menores), lo que según el marcaría una diferencia profunda en cuanto a la construcción
del sujeto observante; en la pintura china, por ejemplo, donde el espectador no domina o
domestica la escena con su ojo soberano, sino que es invitado a abrirse al paisaje, y no
solamente a sus aspectos visuales, sino incluso a los sonidos, a la atmósfera propia de la
estación, a las texturas, a la humedad del aire...12
EL PRINCIPIO DEÍCTICO
Para comprender mejor a qué construcción responde el sujeto de la imagen en la
perspectiva puede servirnos de ayuda aproximarnos a lo que los lingüistas denominan
"deixis", es decir: aquellos tipos de enunciados que contienen una información relativa
al lugar y a las condiciones de la enunciación. Un enunciado es deíctico cuando
mantiene una determinada relación con el aquí y ahora (el hic et nunc) del locutor, en
otras palabras: cuando religa los acontecimientos narrados con la situación actual del
que narra. En su sentido amplio, el principio deíctico comprende todas aquellas
partículas y partes del discurso donde el enunciado incluye alguna información referente
a su propia posición en el espacio en relación al contenido (aquí, allá, cerca de, etc.),
tanto como a su temporalidad (ayer, hoy, mañana, etc.). Cuando un enunciado es
deíctico, el locutor se divide en dos partes: como sujeto del enunciado y como sujeto de
la enunciación. El sujeto de la enunciación es libre de emplear los múltiples recursos de
12 Norman Bryson, Op.cit., página 108.
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la deixis; se despliega en el hic et nunc del discurso y habita el mundo físico desde
donde habla. Por contra, el sujeto del enunciado en cuanto tal no existe más que en el
interior del discurso, por ejemplo en tanto que pronombre personal "yo"; el sujeto del
enunciado no puede acceder a la deixis o al lugar y duración real de la enunciación, de
hecho no existe más que en el universo simbólico del lenguaje. Pues bien, si analizamos
las condiciones históricas de elaboración de la perspectiva artificialis comprobaremos
cómo ésta se construye, desde un principio, sobre la ausencia del principio deíctico, es
decir, sobre la aparente desaparición del sujeto de la enunciación en beneficio de la
objetividad de la historia.
LAS CONDICIONES PARA LA OBJETIVIDAD. EL RELATO HISTORICO
Podemos extraer consecuencias interesantes de las propias condiciones técnicas del
sistema, tal como las define el propio Alberti. Para el Renacimiento, la conjunción
perfecta entre las partes de la obra es condición previa para la storia, la gran obra de la
pintura, y ésta sólo puede ser conseguida mediante el dominio de la "construcción
legítima": la perspectiva artificialis13. Ahora bien, la storia –entendida tanto en su
sentido de "escena narrativa" como de "historia"- define las condiciones mismas de su
aparición en el cuadro. Y lo hace en el momento preciso en que Alberti evoca el
emplazamiento a dar al punto céntrico (proyección sobre la superficie pintada del rayo
central del ojo del pintor/espectador). Aconsejando colocar este punto a la altura
aproximada del ojo de los personajes pintados, pretende reforzar la verdad aparente del
espectáculo representado instaurando una aparente continuidad entre el espacio del
espectador y el de la cosa pintada: así se anuncia, en la propia teoría de la pintura, las
condiciones reales para la emergencia de un sujeto de la pintura que no tardará en
pronunciarse. Es menester subrayar como este punto de vista (del espectador y del
pintor) corresponde a una definición cercana a la que da Benveniste al referirse al relato
histórico, en tanto diferente al discurso14.
13 "La composición es aquella razón de pintar por la cual se componen las partes en una obra de pintura. La obra mayor de un pintor es una historia, las partes de ésta son cuerpos, una parte del cuerpo es un miembro, una parte del miembro es una superficie" (Leon Battista Alberti (redactado en 1435), Sobre la pintura, Fernando Torres Editor, Valencia, 1976, página 120. 14 Según Benveniste, en el relato histórico “los acontecimientos son transcritos como se han producido a medida que aparecen en el horizonte de la historia. La persona no habla aquí; los acontecimientos parecen narrarse ellos mismos" (Émile Benveniste, "Les relations de temps dans le verbe français", en Problèmes de linguistique générale, 1, Éditions Gallimard, París, 1982 [1ª edición de 1966], página 237 y siguientes. Traducción al castellano, Problemas de lingüística general, Editorial Siglo XXI, México, 1971 ).
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El relato histórico excluye toda "intervención del locutor en el relato", permaneciendo
fiel a su propósito de historiador que proscribe "todo lo que sea ajeno al relato de los
acontecimientos". En otras palabras: en el relato histórico el sujeto de la enunciación se
oculta en provecho del sujeto del enunciado, justo al contrario de lo que ocurre en el
discurso, donde el sujeto de la enunciación es el locutor mismo instalado en el discurso,
que lo constituye como a tal: el sujeto de la enunciación (el locutor) se enuncia en el
enunciado mismo. El espacio perspectivo, tal como lo define Alberti, reposa en esta
misma elisión del sujeto de la enunciación pictórica, en la primacía otorgada al sujeto
del enunciado, al sujeto de la historia.
La negación del principio deíctico niega también la materialidad del sujeto visual
(pintor o espectador). En su definición matemática, la perspectiva lineal reduciría el
cuerpo real del espectador a un punto teórico: el punto de vista. El dispositivo ficcional
de Alberti lleva todavía a ver la verdad, pero lo hace sometiendo el cuerpo real del
espectador al espacio ficticio de la pintura. Hubert Damisch ha desarrollado
suficientemente las implicaciones de esta posición teórica, presente ya en la tabla de
Brunelleschi, como para que sea necesario hacerlo aquí 15. Añadir solamente que esta
"pérdida" de materialidad queda subrayada por la abstracción de las condiciones
espaciales y temporales de presentación de las obras; así, la imagen occidental se
plantea siempre como trascendiendo su propio contexto de recepción. El espacio
definido por el marco en torno a cuadro se constituye a modo de "cordón sanitario" que
lo aísla del contexto, estableciéndose así la pertinencia de una diferenciación entre
"contexto" e "imagen" donde la anulación del cuerpo concreto del sujeto visual
devendría condición necesaria para el acceso al contenido, tanto en lo que se refiere al
pintor como al espectador.
La fractura instaurada en la imagen entre el sujeto de la enunciación y el sujeto del
enunciado tiene por efecto estructurar el espacio de la representación como netamente
dividido entre un espacio escénico (en profundidad) y el plano del cuadro (la tela). El
cuadro como "ventana' de Alberti supone la disyunción entre deixis y contenido, la
fractura del campo visual ahora dividido entre dos sujetos del todo incompatibles. Todo
lo que el pintor deposita sobre su tela "penetra" en la profundidad de la escena y
15 Hubert Damisch, El origen de la perspectiva, Alianza Editorial, Madrid, 1997.
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desaparece como textura o trazo. Incluso cuando hay un "exceso" de materia que no
puede ser recuperada como información visual -como ocurre con los grumos de pintura
en algunas obras de Velázquez o Vermeer-, este "residuo" (que no puede pertenecer
sino al plano del cuadro) no tiene su lugar concreto en el plano del contenido, no supone
más que una marca de la persistencia y del carácter del cuerpo que fabrica la imagen.
Toda la tensión de la obra de Cézanne nace de esta dicotomía abierta entre superficie y
representación, hasta el punto de que toda ella puede ser leída como una exhaustiva
investigación sobre las relaciones abiertas entre la tela y el motivo, la primera deposita-
ria de la autonomía estructural de la pintura, la segunda más cercana a la percepción de
las cosas.
LA EMERGENCIA DEL YO
De lo dicho hasta aquí se deduciría fácilmente las condiciones para el surgimiento del
yo individual en la imagen regida por el modelo de la perspectiva albertiana. Tal
emergencia seguiría el decurso de una cierta manipulación del dispositivo formal de la
construcción perspectiva. Ya hemos visto con anterioridad como Panofsky subrayaba la
ambivalencia del lugar reservado al espectador en la observación de imágenes
construidas siguiendo el artificio de la perspectiva artificialis, y no podía ser de otra
forma en la medida que ésta, por un lado, reduce los fenómenos artísticos a reglas
matemáticas sólidas y exactas, pero por otro las hace dependientes del hombre, del
individuo, en la medida en que las reglas se fundamentan en las condiciones
psicofisiológicas de la impresión visual y en la medida en que su modo de actuar está
determinado por la posición de un “punto de vista” subjetivo elegido a voluntad, de tal
manera que, si el punto de vista es en la imagen el signo del punto de vista del
pintor/espectador, éste podrá elegir también no desaparecer tras la presunta objetividad
de una mirada distante y neutra sino hacer resaltar con claridad su posición respecto a lo
narrado. Y existen ya desde el siglo XV imágenes que juegan con esta capacidad del
dispositivo formal para exhibir una posición singularmente excéntrica respecto al
"horizonte de la historia", como acabamos de ver más arriba en el ejemplo de Durero.
Lo que se enuncia en tales imágenes no existe sin incluir a quien la ha elaborado o a
quien la mira. Se trata, en cualquier caso, de una opinión sobre la escena: el
pintor/espectador es aún el testigo de la imagen (como lo quería Alberti), pero en lo
sucesivo lo es ya comprometido en la imagen y su mirada, inscrito en ella, poniendo en
entredicho toda presunta objetividad del relato. Desplazamientos verticales del
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horizonte, lateralizaciones del punto de fuga, juegos con el marco y el encuadre: son
otras tantas maneras de dramatización de la escena, de llamada o apelación al
espectador.
Edgar Degas, El ajenjo, 1876 Edgar Degas, Amigos del pintor en el escenario, 1879
Algunos ejemplos, en El ajenjo, Degas desplaza el punto de vista sobre la escena, que
abandona su posición central y propone una visión sesgada que niega la continuidad
entre el espacio de la imagen y el del espectador. En Amigos del pintor en el escenario,
Degas escoge un punto de vista que, contrariando la supuesta ubicuidad de la mirada del
espectador, impide la visión completa de una de las figuras. En ambos casos es el pintor
quien nos da su visión particular de la escena, revelando con éste “dar a ver” su propia
subjetividad.
William Kein, de “New York” (1956), 1954-55. David Hilliard, Naples, 1996.
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En estas dos obras, las miradas dirigidas hacia el espectador revelan la mirada misma
que las ha creado, imposibilitando su “desaparición” tras el enunciado. Ancladas en el
presente por esta apelación al hic et nunc del espectador, las imágenes niegan toda
posibilidad de “distanciamiento” o de “neutralidad”.
Bill Brandt, Nude, 1952 Orson Welles, Ciudadano Kane, 1941
Desplazamiento del punto de vista, encuadres a ras de suelo, perspectivas forzadas
mediante el recurso a focales extremadamente cortas. Tanto en la fotografía de Bill
Brandt, como en el conjunto del film de Orson Welles, aparece bien a las claras quién
“narra” la historia, quién decide el punto de vista sobre la historia y quién y cuánto nos
dará a ver o dejará en la oscuridad.
CONCLUSIONES
Concluiremos diciendo que la representación perspectiva no es una representación
"objetiva" del espacio físico, sino más bien una cierta manera de enfrentarse a la
bidimensionalidad del soporte para llegar a ilusionar la tercera dimensión, ilusión de
profundidad que se apoya en convenciones motivadas por una cierta visión del espacio
físico de acuerdo a los principios de monocularidad e inmovilidad del punto de vista.
Sabemos además que la representación sobre superficies bidimensionales de la realidad
tridimensional debe considerarse fruto de una decisión convencional, convencionalidad
a la que no eran ajenos los propios pintores como lo demuestra la proliferación durante
el siglo XVII de las imágenes llamadas "anamórficas", que sólo pueden ser
correctamente leídas adoptando un punto de vista acentuadamente excéntrico a la
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superficie del cuadro, lo que plantea de manera evidente el relativismo subjetivista del
punto de vista del observador respecto al cuadro. Por otra parte, el convencionalismo de
las leyes gráficas de la perspectiva ha sido puesto en evidencia también desde el interior
mismo del sistema formal que lo sustenta, como ocurre con las extrañas construcciones
de M.C. Escher, donde utilizando las normas constructivas de la perspectiva se plantean
espacios o relaciones espaciales imposibles16.
Escher, Belvedere, 1958, litografía.
No obstante, hay que matizar esta afirmación concerniente a la "convencionalidad" (que
no "arbitrariedad") de la perspectiva. En sus fundamentos, la perspectiva descansa sobre
un simple e incontrovertible hecho de la experiencia: la que se tiene si observamos la
realidad con un único ojo estacionario. Así pues, la creencia de que la perspectiva
descansa en una convención resulta de la confusión entre las imágenes y los modelos
relacionales. Lo que sí es una convención es el hecho de representar en superficies
planas y, por consiguiente, la necesidad de presentar modelos relacionales en dos
dimensiones de objetos tridimensionales. Supone además, como hemos visto, toda una
serie de imperativos sobre el lugar que debe ocupar el espectador, lo que no resulta del
todo ajeno al tema del poder político. Así, Petitot, en su Raisonnement sur la 16 El grabado de Escher es, además, una interesante muestra de la aportación del espectador para la comprensión de la escena representada: es al intentar descifrar la imagen y cotejarla con nuestro conocimiento de las cosas cuando descubrimos las paradojas de tal disposición, paradojas que no son tal si nos mantenemos en un nivel puramente "formal", constructivo y, en último término, "geométrico".
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perspectiva (1758), recomienda construir los decorados teatrales de manera que el punto
de vista coincida con el del palco del príncipe, de modo que la máxima jerarquía política
goce del máximo de ilusión realista, que irá decreciendo a medida que los espectadores
se alejen del príncipe. Han sido muchos los autores que han dedicado sus estudios a
desentrañar la componente ideológica y la concepción cultural de la perspectiva
renacentista, ligada a la filosofía antropocéntrica del período de su gestación (Pierre
Francastel, 1951, 1970; Erwin Panofsky, 1924-27; Hubert Damisch, 1987).
No obstante, cuando parecía haber sido borrado para siempre de la imaginación de
occidente, el espacio perspectivo surge fortalecido por el uso social de la imagen
fotográfica y el invento del cinematógrafo. En ambos casos se trata de un espacio que,
aun asumiendo en ocasiones las propuestas de las vanguardias artísticas, se apoya para
su comprensión en todas las estrategias formuladas por la pintura desde el siglo XIV, lo
que nos recuerda una vez más la imposibilidad de un cambio radical en las estructuras
de nuestra percepción sensible. Así, el espacio cinematográfico se estructura de acuerdo
a los principios de la perspectiva artificialis y de la escenografía teatral. El espacio
perspectivo se hereda con el objetivo y se enriquece con el movimiento de la cámara, lo
que a la larga tendrá consecuencias importantes. En efecto, los movimientos de la
cámara pusieron gradualmente de manifiesto las contradicciones de la teoría
perspectiva. Merece la pena citar aquí un fragmento de un articulo escrito en 1923 por el
director de cine soviético Dziga Vertov:
"Soy un ojo. Un ojo mecánico. Yo, la máquina, os muestro un mundo
del único modo que puedo verlo. Me libero hoy y para siempre de la
inmovilidad humana. Estoy en constante movimiento. Me aproximo a
los objetos y me alejo de ellos. Repto bajo ellos. Me mantengo a la
altura de la boca de un caballo que corre. Caigo y me levanto con los
cuerpos que caen y se levantan. Esta soy yo, la maquina, que maniobra
con movimientos caóticos, que registra un movimiento tras otro en las
combinaciones más complejas” (...) ”Libre de las fronteras del tiempo y
el espacio, coordino cualesquiera y todos los puntos del universo, allí
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donde yo quiera que estén. Mi camino lleva a la creación de una nueva
percepción del mundo desconocido para vosotros".17
La cámara aísla apariencias instantáneas y al hacerlo destruye la idea de que las
imágenes son atemporales. En otras palabras, la cámara muestra como el concepto de
tiempo que pasa es inseparable de la experiencia visual (salvo en las pinturas). Lo que
vemos depende del lugar en que estamos cuando lo vemos. Lo que vemos es algo
relativo que depende de nuestra posición en el tiempo y en el espacio, de forma tal que
se establece una nueva correlación con la realidad, vedada para la pintura o la
fotografía: el movimiento. Ello dotaba a la imagen de una nueva dimensión. Era la
temporalización del espacio proyectivo. A las dimensiones arriba/abajo,
derecha/izquierda, delante/detrás de la imagen clásica se sumaba ahora el antes/después.
A las posibilidades narrativas de este nuevo medio dedicaremos más adelante otro
capítulo.
Txema Franco Iradi
Bilbao, Enero del 2004
17 "Soy un ojo mecánico", fue el título con el que Dziga Vertov publicó su manifiesto en LEF en 1924. Los artículos de Dziga Vertov pueden encontrarse en Kino-Eye. The Writtings of Dziga Vertov, editados y con una introducción de Annete Michelson, traducción de Kevin O’Brien, University of California Press, Berkeley/Los Angeles/Londres, 1984.
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