la parusia revisado

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~ 1 ~ PREFACIO Ningún lector atento del Nuevo Testamento puede dejar de impresionarse con la prominencia que los evangelistas y los apóstoles le dan a la PARUSÍA, o 'venida del Señor'. Ese suceso es el gran tema de la profecía del Nuevo Testamento. Apenas si hay un solo libro, desde el evangelio de Mateo hasta el Apocalipsis de Juan, en el que la Parusía no se presente como la gloriosa promesa de Dios y la bendita esperanza de la iglesia. Fue predicha por Nuestro Señor con frecuencia y solemnidad; fue mantenida sin cesar por los apóstoles ante los ojos de los primeros cristianos; y fue creída firmemente y esperada ansiosamente por las iglesias de la era primitiva. No puede negarse que hay una notable diferencia entre la actitud de los primeros cristianos y la de los cristianos actuales en relación con la Parusía. Esa gloriosa esperanza, a la cual se volvieron ansiosamente todos los ojos y todos los corazones en la era apostólica, casi ha desaparecido de la vista de los modernos creyentes. Cualesquiera sean las opiniones teóricas expresadas en símbolos y credos, debe admitirse con franqueza que la 'segunda venida de Cristo' casi ha dejado de ser una creencia viva y práctica. Se pueden invocar varias causas para explicar este estado de cosas. Los apresurados vaticinios de los que con demasiada confianza se han dedicado a interpretar la profecía, y el consiguiente discrédito por el fracaso de sus predicciones, sin duda han disuadido a hombres reverentes y sensatos de adentrarse en la investigación de 'profecías no cumplidas'. Por otra parte, hay razones para pensar que la crítica racionalista ha engendrado dudas sobre si hubo alguna vez el propósito de que las predicciones del Nuevo Testamento tuvieran cumplimiento literal o histórico. Entre el racionalismo, por una parte, y el irracionalismo, por la otra, ha venido a haber un estado, ampliamente prevaleciente, de incertidumbre y confusión de pensamiento en relación con las profecías del Nuevo Testamento, lo cual explica hasta cierto punto, aunque quizás no justifica, el hecho de que se envíe el tema entero a la región de los problemas oscuros e insolubles, sin esperanza. Sin embargo, ésta es sólo una explicación parcial. Merece consideración, ya sea que haya o no una diferencia fundamental entre la relación de la iglesia de la era apostólica con la Parusía predicha y la relación con ese suceso sostenida en épocas subsiguientes. Sin duda, los primeros cristianos creían que estaban al borde

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Page 1: La parusia revisado

~ 1 ~

PREFACIO

Ningún lector atento del Nuevo Testamento puede dejar de impresionarse con la

prominencia que los evangelistas y los apóstoles le dan a la PARUSÍA, o 'venida del

Señor'. Ese suceso es el gran tema de la profecía del Nuevo Testamento. Apenas si

hay un solo libro, desde el evangelio de Mateo hasta el Apocalipsis de Juan, en el

que la Parusía no se presente como la gloriosa promesa de Dios y la bendita

esperanza de la iglesia. Fue predicha por Nuestro Señor con frecuencia y

solemnidad; fue mantenida sin cesar por los apóstoles ante los ojos de los primeros

cristianos; y fue creída firmemente y esperada ansiosamente por las iglesias de la

era primitiva.

No puede negarse que hay una notable diferencia entre la actitud de los primeros

cristianos y la de los cristianos actuales en relación con la Parusía. Esa gloriosa

esperanza, a la cual se volvieron ansiosamente todos los ojos y todos los corazones

en la era apostólica, casi ha desaparecido de la vista de los modernos creyentes.

Cualesquiera sean las opiniones teóricas expresadas en símbolos y credos, debe

admitirse con franqueza que la 'segunda venida de Cristo' casi ha dejado de ser una

creencia viva y práctica.

Se pueden invocar varias causas para explicar este estado de cosas. Los

apresurados vaticinios de los que con demasiada confianza se han dedicado a

interpretar la profecía, y el consiguiente discrédito por el fracaso de sus

predicciones, sin duda han disuadido a hombres reverentes y sensatos de

adentrarse en la investigación de 'profecías no cumplidas'. Por otra parte, hay

razones para pensar que la crítica racionalista ha engendrado dudas sobre si hubo

alguna vez el propósito de que las predicciones del Nuevo Testamento tuvieran

cumplimiento literal o histórico.

Entre el racionalismo, por una parte, y el irracionalismo, por la otra, ha venido a

haber un estado, ampliamente prevaleciente, de incertidumbre y confusión de

pensamiento en relación con las profecías del Nuevo Testamento, lo cual explica

hasta cierto punto, aunque quizás no justifica, el hecho de que se envíe el tema

entero a la región de los problemas oscuros e insolubles, sin esperanza.

Sin embargo, ésta es sólo una explicación parcial. Merece consideración, ya sea

que haya o no una diferencia fundamental entre la relación de la iglesia de la era

apostólica con la Parusía predicha y la relación con ese suceso sostenida en

épocas subsiguientes. Sin duda, los primeros cristianos creían que estaban al borde

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~ 2 ~

de una gran catástrofe, y sabemos cuánta intensidad y cuánto entusiasmo inspiraba

la esperanza de la casi inmediata venida del Señor; pero, si no puede demostrarse

que los cristianos actuales tienen una actitud similar, habría una falta de verdad y

realismo al simular la ansiosa anticipación y esperanza de la iglesia primitiva. Un

mismo suceso no puede ser inminente en dos períodos diferentes separados por

casi dos mil años. Por lo tanto, debe haber alguna grave equivocación por parte de

los que sostienen que la iglesia cristiana actual tiene precisamente la misma

relación con, y debería tener la misma actitud hacia, la 'venida del Señor' que la

iglesia en los días de Pablo.

En un espíritu franco y reverente, esta obra es un intento de aclarar este

malentendido, y establecer el verdadero significado de la Palabra de Dios sobre un

tema que ocupa un lugar tan conspicuo en las enseñanzas de Nuestro Señor y de

sus apóstoles. Es el fruto de muchos años de paciente investigación, y el autor no

ha escatimado esfuerzos para poner a prueba al máximo la validez de sus

conclusiones. Ha sido su única meta establecer lo que dice la Escritura, y su único

deseo, ser gobernado por una leal sumisión a la autoridad de ella. El ideal de

interpretación bíblica que ha mantenido ante sí es el que fue tan bien expresado por

un teólogo alemán: 'Explicatio plana non tortuosa, facilis non violenta, eademque et

exegeticce et Chistance conscientium pariter arridens'. (1)

Aunque la naturaleza de la investigación hace necesario referirse con alguna

frecuencia al original del Nuevo Testamento y a las leyes de construcción

gramatical e investigación, ha sido el propósito del autor presentar esta obra de la

manera más popular posible, de modo que cualquier persona de educación e

inteligencia normales pueda leerla con facilidad e interés. La Biblia es un libro para

todo hombre, y el autor no ha escrito esta obra para eruditos y críticos solamente,

sino para los muchos que están profundamente interesados en la interpretación

bíblica, y que piensan, con Locke, que 'una búsqueda imparcial del verdadero

significado de las Sagradas Escrituras es la mejor manera que tenemos de emplear

el tiempo'. (2) Para el autor será suficiente recompensa de sus trabajos si logra

dilucidar en alguna medida las enseñanzas de la revelación divina que han sido

oscurecidas por prejuicios tradicionales, o malinterpretadas por una exégesis

errónea.

1878.

Notas:

1. Tratado de Donier, De Oratione Christi Eschatologica, p. 1. 2. Locke, Notes on Ephesians 1:10.

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EL LIBRO DE MALAQUÍAS

El canon de las Escrituras del Antiguo Testamento se cierra de manera muy

diferente de lo que podría esperarse después del espléndido futuro revelado a la

nación del pacto en las visiones de Isaías. Ninguno de los profetas es portador de

una carga más pesada que el último del AT. Malaquías es el profeta de la

destrucción. Parecía que la nación, por medio de su incorregible obstinación y

desobediencia, había renunciado al favor divino y demostrado ser, no sólo indigna,

sino incapaz, de las glorias prometidas. La partida del espíritu profético estaba llena

de malos presagios, y parecía indicar que el Señor estaba a punto de abandonar el

país. En consecuencia, la luz de la profecía del Antiguo Testamento se apaga en

medio de nubes y densa oscuridad. El Libro de Malaquías es una larga y terrible

acusación contra la nación. El Señor mismo es el acusador, y con la evidencia más

clara, sustenta cada uno de los cargos contra el pueblo culpable. La larga

acusación incluye sacrilegio, hipocresía, desprecio contra Dios, infidelidad conyugal,

perjurio, apostasía, blasfemia; mientras, por otro lado, el pueblo tiene el descaro de

repudiar la acusación, y declararse 'no culpable' de cada uno de los cargos. El

pueblo parece haber alcanzado esa etapa de insensibilidad moral en que los

hombres llaman a lo malo bueno, y a lo bueno malo, y están madurando

rápidamente para ser juzgados.

Como resultado, el juicio venidero es 'la carga de la palabra del Señor a Israel por

medio de Malaquías'.

Cap. 3:5.- "Y vendré a vosotros para juicio; y seré pronto testigo contra los hechiceros y adúlteros, contra los que juran mentira, y los que defraudan en su salario al jornalero, a la viuda y al huérfano, y a los que hacen injusticia al extranjero, no teniendo temor de mí, dice Jehová de los ejércitos".

Cap. 4:1.- "Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama".

Que esta no es una amenaza vaga y sin significado es evidente a juzgar por los

términos claros y definidos con que es anunciada. Todo apunta a una inminente

crisis en la historia de la nación, cuando Dios administre juicio sobre su pueblo

rebelde. "Viene el día ardiente como un horno", "el día grande y terrible de Jehová".

Que este "día" se refiere a cierto período y a un suceso específico no admite duda.

Ya había sido predicho, y precisamente con las mismas palabras, por el profeta Joel

(2:31): "El día grande y espantoso de Jehová". Y encontraremos una clara

referencia a él en el discurso del apóstol Pedro el día de Pentecostés (Hechos

2:20). Pero el período queda definido más precisamente por la notable declaración

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de Malaquías en 4:5: "He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día

de Jehová, grande y terrible". La declaración explícita de nuestro Señor de que el

Elías predicho no es otro que su precursor, Juan el Bautista (Mat. 11:14), nos

permite establecer el momento y el suceso a los que se hace referencia como "el

día de Jehová. grande y terrible". El suceso no debe ser buscado a gran distancia

del período de Juan el Bautista. Es decir, la alusión al juicio de la nación judía,

cuando su ciudad y su templo fueron destruidos, y la estructura entera del estado

mosaico fue disuelta.

Merece notarse que tanto Isaías como Malaquías predicen la aparición de Juan el

Bautista como el precursor de nuestro Señor, pero en términos muy diferentes.

Isaías le representa como el heraldo del Salvador venidero: "Voz que clama en el

desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro

Dios". (Isa. 40:3). Malaquías representa a Juan como el precursor del Juez

venidero: "He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de

mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel

del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho Jehová de los

ejércitos". (Mal. 3:1).

Que esta es una venida de juicio se pone de manifiesto por las palabras que siguen

inmediatamente después, y que describen la alarma y la consternación causadas

por su aparición: "Y quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿o quién podrá

estar en pie cuando él se manifieste?" (Mal. 3:2).

No puede decirse que este lenguaje es apropiado para la primera venida de Cristo;

pero es altamente apropiado para su segunda venida. Hay una clara alusión a este

pasaje en Apoc. 6:17, donde "los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los

capitanes," etc. son representados como ocultándose "del rostro de aquél que está

sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero, diciendo: El gran día de su ira ha

llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?" Nada puede estar más claro que "el día

de su venida" en Mal. 3:2 es el mismo que "el día de Jehová, grande y terrible" de

4:5, y que ambos responden al "gran día de su ira" en Apoc. 6:17. Por lo tanto,

concluimos que el profeta Malaquías habla, no del primer advenimiento de nuestro

Señor, sino del segundo.

Esto queda probado además por el hecho significativo de que, en 3:1, el Señor es

representado como viniendo "súbitamente a su templo". Entender esto como que se

refiere a la presentación del Salvador niño en el templo por sus padres, a los suyos

en los atrios del templo, o a los suyos de entre los compradores y vendedores del

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~ 5 ~

sagrado edificio es ciertamente una explicación de lo más inadecuada. Ésas no son

ocasiones de terror y consternación, como está implícito en el segundo versículo:

"¿Quién podrá estar en pìe cuando él se manifieste?" Sin embargo, la expresión

sugiere vívidamente la visitación final y judicial sobre la casa de su Padre, cuando

habría de quedar "desierta", según su predicción. El templo era el centro de la vida

de la nación, el símbolo visible del pacto entre Dios y su pueblo; era el lugar en que

"el juicio debía comenzar", y que habría de ser alcanzado por "destrucción

repentina". Entonces, tomando en cuenta todos estos detalles, la "súbita venida del

Señor a su templo", la consternación que acompaña "el día de su venida", su venida

como "fuego purificador", su venida "para juicio", "viene el día ardiente como un

horno", "todos los que hacen maldad serán estopa", "no les dejará ni raíz ni rama", y

la aparición de Juan el Bautista, el segundo Elías, antes de la llegada del "día

grande y terrible de Jehová", es imposible resistirse a la conclusión de que aquí el

profeta predice la gran catástrofe nacional en la cual el templo, la ciudad, y la

nación perecieron juntas; y que esto es designado como "el día de su venida".

Sin embargo, aunque parezca extraño, el hecho indudable es que Malaquías no

alude a la primera venida de nuestro Señor. Esto lo reconoce claramente

Hengstenberg, que observa: "Malaquías omite del todo la primera venida de Cristo

en humillación, y deja completamente en blanco el intervalo entre su precursor y el

juicio de Jerusalén". (1) Esto debe explicarse por el hecho de que el principal objeto

de la profecía es predecir la detrucción nacional y no la liberación nacional.

Al mismo tiempo, mientras el juicio y la ira son los elementos predominantes de la

profecía, los rasgos de un carácter diferente no están completamente ausentes. El

día de la ira es también un día de redención. Hay un remanente fiel, aun en la

nación apóstata: hay oro y plata que deben ser refinados y joyas que deben ser

reunidas, así como escoria que debe ser rechazada y rastrojo que debe ser

quemado. Hay hijos a quienes perdonar la vida, así como enemigos que ser

destruidos; y el día que trajo consternación y oscuridad para los impíos, verá "el Sol

de justicia nacer trayendo salvación en sus alas" para los fieles. Hasta Malaquías

sugiere que la puerta de la misericordia todavía no está cerrada. Si la nación

regresa a Dios, Él regresará a ellos. Si quieren restituir lo que sacrílegamente han

retenido del servicio del templo, Él los compensará con bendiciones mayores de las

que ellos podrían recibir. Todavía pueden ser una "tierra deliciosa", la envidia de

todas las naciones. En la hora undécima, si la misión del segundo Elías tiene éxito

en ganar los corazones del pueblo, la catástrofe inminente puede ser alejada,

después de todo (3:3, 16-18; 4:2, 3, 5).

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Sin embargo, existe la conclusión inevitable de que las amonestaciones y las

amenazas no servirán de nada. Las últimas palabras suenan como el tañido de

campanas anunciando destrucción. (Mal. 4:6): "No sea que yo venga y hiera la

tierra con maldición".

El pleno significado de esta ominosa declaración no es evidente en seguida. Para la

mente hebrea, esta declaración indicaba la más terrible suerte que podría

sobrevenirle a una ciudad o a un pueblo. La 'maldición' era el anatema, o cherem,

que denotaba que la persona o cosa sobre la que recaía la maldición era entregada

a una completa destrucción. Tenemos un ejemplo del cherem, o ban, en la

maldición pronunciada sobre Jericó (Josué 6:17; y una declaración más detallada

de la ruina que ello significaba, en el libro de Deuteronomio (13:12-18). La ciudad

habría de ser herida a filo de espada, toda cosa viviente en ella debía ser ejecutada,

el botín no debía ser tocado, todo era maldito e inmundo, la ciudad debía ser

consumida por el fuego, y el lugar entregado a desolación perpetua. Hengstenberg

observa: "Todas las cosas imaginables están incluídas en esta sola palabra"; (2) y

cita el comentario de Vitringa sobre este pasaje: "No cabe duda de que Dios quería

decir que entregaría a una segura destrucción tanto a los obstinados transgresores

de la ley como a su ciudad, y que debían sufrir el extremo castigo de su justicia,

como dirigentes consagrados a Dios, sin ninguna esperanza de obtener favor o

perdón".

Tal es la terrible maldición que dejó suspendida sobre la tierra de Israel el espíritu

profético en el momento de partir y guardar un silencio que duraría siglos. Es

importante observar que todo esto hace referencia clara y específica a la tierra de

Israel. El mensaje del profeta es a Israel; los pecados que son reprobados son los

de Israel; la venida del Señor es a su templo en Israel; la tierra amenazada con

maldición es la tierra de Israel. (3) Todo esto apunta manifiestamente a una

específica catástrofe local y nacional, de la cual la tierra de Israel habría de ser el

escenario, y sus culpables habitantes las víctimas. La historia registra el

cumplimiento de la profecía, en exacta correspondencia con el tiempo, el lugar, y

las circunstancias, en la ruina que devastó a la nación judía durante el período de la

destrucción de Jerusalén.

EL INTERVALO ENTRE MALAQUÍAS Y JUAN EL BAUTISTA

Los cuatro siglos que transcurren entre la conclusión del Antiguo Testamento y el

principio del Nuevo están en blanco en la historia de las Escrituras. Sin embargo,

sabemos, por los libros de los Macabeos y los escritos de Josefo, que fue un

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período agitado en los anales judíos. Judea fue, por turnos, vasalla de las grandes

monarquías que la circundaban - Persia, Grecia, Egipto, Siria, y Roma - con un

intervalo de independencia bajo los príncipes macabeos. Pero, aunque durante este

período la nación pasó por grandes sufrimientos, y produjo algunos ilustres

ejemplos de patriotismo y de piedad, en vano buscamos algún oráculo divino, o

algún mensajero inspirado, que declarase la palabra de Dios. Israel podía decir en

verdad: "No vemos ya nuestras señales; no hay más profeta, ni entre nosotros hay

quien sepa hasta cuándo". (Sal. 74:9). Y sin embargo, esos cuatro siglos no dejaron

de ejercer una poderosa influencia en el carácter de la nación. Durante este

período, se establecieron sinagogas por todo el territorio, y el conocimiento de las

Escrituras se extendió ampliamente. Surgieron las grandes escuelas religiosas de

los fariseos y de los saduceos, cuyos dos grupos profesaban ser expositores y

defensores de la ley de Moisés. En gran número, los judíos se asentaron en las

grandes ciudades de Egipto, Asia Menor, Grecia, e Italia, llevando consigo y a todas

partes el culto de la sinagoga y la Septuaginta, la traducción griega del Antiguo

Testamento. Sobre todo, la nación acariciaba en lo más recóndito de su corazón la

esperanza de un libertador venidero, un heredero de la casa real de David, que

debía ser el rey teocrático, el liberador de Israel de la dominación gentil, cuyo reino

fuera tan feliz y glorioso que mereciera llamarse "el reino de los cielos". Pero, en su

mayor parte, el concepto popular del rey venidero era terrenal y carnal. En

cuatrocientos años, no había habido ningún mejoramiento en la condición moral del

pueblo y, entre el formalismo de los fariseos y el escepticismo de los saduceos, la

verdadera religión se había hundido hasta llegar a su punto más bajo. Sin embargo,

todavía había un fiel remanente que tenía conceptos más verdaderos del reino de

los cielos, y "que esperaba la redención en Israel". Al acercarse el tiempo, hubo

indicios del regreso del espíritu profético, y presagios de que el prometido liberador

estaba cerca. A Simeón se le aseguró que, antes de morir, vería al "ungido de

Jehová"; parece que una indicación parecida se le había hecho a la anciana

profetisa Ana. Es razonable suponer que tales revelaciones deben haber

despertado gran expectación en los corazones de muchos, y les prepararon para el

pregón que poco después se oyó en el desierto de Judea: "Arrepentíos, porque el

reino de los cielos se ha acercado". Nuevamente se había levantado profeta en

Israel, y "el Señor había visitado a su pueblo".

Notas: 1. Véase, de Hengstenberg, Nature of Prophecy. Christology. Vol. 4, p. 8. 2. Hengstenberg, Christology, vol. 4, p. 227. 3. El significado de este pasaje (Mal. 4:6) está oscurecido por la desafortunada traducción de earth en lugar de land. La expresión hebrea ch, a, como el griego gh/, se emplea con mucha frecuencia en sentido restringido. La alusión en el texto es claramente a la tierra de Israel. Véase Hengstenberg, Christology, vol. 4. p. 224.

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~ 8 ~

PARTE I

LA PARUSÍA EN LOS EVANGELIOS

LA PARUSÍA PREDICHA POR JUAN EL BAUTISTA

No hay nada más claramente afirmado en el Nuevo Testamento que la identidad de

Juan el Bautista con el heraldo en el desierto por medio de Isaías y el Elías de

Malaquías. Cuán bien concuerda la descripción de Juan con la de Elías es evidente

al primer vistazo. Cada uno era austero y asceta en su estilo de vida; cada uno era

un celoso reformador de la religión; cada uno era un severo censurador del pecado.

Los tiempos en que vivieron eran singularmente semejantes. En ambos períodos, la

nación judía era degenerada y corrupta. Elías tuvo su Acab, Juan su Herodes. No

es objeción a esta identificación de Juan como el Elías predicho el hecho de que el

Bautista mismo rechazó el nombre cuando los sacerdotes y levitas de Jerusalén

exigieron: "¿Eres tú Elías?" (Juan 1:21). Los judíos esperaban la reaparición del

Elías literal, y la respuesta de Juan estaba dirigida a esa opinión errónea. Pero su

verdadero derecho a la designación es afirmado expresamente en el anuncio hecho

por el ángel a su padre Zacarías: "E irá delante de él con el espíritu y el poder de

Elías (Lucas 1:17); así como en las declaraciones de nuestro Señor: "Y si queréis

recibirlo, él es aquel Elías que había de venir". (Mat. 11:14). "Mas os digo que Elías

ya vino, y no le conocieron ... Entonces los discípulos comprendieron que les había

hablado de Juan el Bautista". (Mat. 17:10-13). Juan era el segundo Elías, y cumplió

exhaustivamente las predicciones de Isaías y Malaquías concernientes a él. Por lo

tanto, soñar con un "Elías del futuro" equivale a poner en duda la afirmación

expresa de la palabra de Dios, y no descansa en ninguna justificación bíblica en

absoluto.

Ya hemos aludido al doble aspecto de la misión de Juan presentada por los

profetas Isaías y Malaquías. La misma diversidad se ve en las descripciones del

Nuevo Testamento tocantes al segundo Elías. El aspecto benigno de su misión

presentada por Isaías se reconoce también en las palabras del ángel por medio del

cual había sido predicho su nacimiento, como ya se ha citado, y en el

pronunciamiento inspirado de su padre Zacarías: "Y tú, niño, profeta del Altísimo

serás llamado; porque irás delante de la presencia del Señor, para preparar sus

caminos; para dar conocimiento de salvación a su pueblo, para perdón de sus

pecados" (Lucas 1:76, 77). Encontramos el mismo aspecto de gracia en los

versículos iniciales de evangelio de Juan: "Este vino por testimonio, para que diese

testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él" (Juan 1:7).

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~ 9 ~

Pero el otro aspecto de su misión no es reconocido con menos claridad en los

evangelios. Es representado, no sólo como el heraldo del Salvador venidero, sino

como el del Juez venidero. En realidad, sus propias afirmaciones registradas hablan

mucho más de ira que de salvación, y están concebidas más en el espíritu del Elías

de Malaquías que en el del heraldo del desierto en Isaías. Amonesta a los fariseos y

a los saduceos, y a las multitudes que venían a su bautismo, a que "huyeran de la

ira venidera". Les dice que "el hacha está puesta a la raíz de los árboles". Anuncia

la venida de Uno más poderoso que él, "cuyo aventador está en su mano, y

recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará"

(Mat. 3:12).

Es imposible no impresionarse con la correspondencia entre el lenguaje del Bautista

y el de Malaquías. Como observa Hengstenberg: "A través de todo el texto, es la

profecía de Malaquías la que Juan comenta". (1) En ambos, la venida del Señor se

describe como un día de ira; ambos hablan de su venida con fuego que refina y

prueba, con fuego que quema y consume. Ambos hablan de un tiempo de

discriminación y separación entre los justos y los impíos, el oro y la escoria, el trigo

y la paja; y ambos hablan de la completa destrucción de la paja, o rastrojo. con

fuego que no se apaga. Estas no son semejanzas fortuitas: las dos predicciones

son la contraparte la una de la otra, y sólo pueden referirse al mismo suceso, el

mismo "día del Señor", el mismo juicio venidero.

Pero lo que merece observarse más especialmente es la evidente cercanía de la

crisis que Juan predice. "La ira venidera" es una interpretación muy inadecuada del

lenguaje del profeta. (2) Debería ser "la ira que viene"; esto es, no meramente

futura, sino inminente. "La ira venidera" puede ser indefinidamente distante, pero "la

ira que viene" es inminente. Como observa justamente Alford: "Juan está hablando

ahora en el verdadero carácter de un profeta que predice la ira que pronto ha de ser

derramada sobre la nación judía". (3) Así sucede con las otras representaciones en

el discurso del Bautista; todo indica la rápida aproximación de la destrucción. "Ya el

hacha está puesta a la raíz de los árboles". El aventador estaba realmente en las

manos del labrador; el proceso de cribado estaba a punto de comenzar. Estas

advertencias de Juan el Bautista no son las vagas e indefinidas exhortaciones al

arrepentimiento, dirigidas a los hombres en todo tiempo, que algunas veces se

supone que son; son palabras urgentes, ardientes, que tienen relevancia específica

y presente para la generación que entonces existía, los hombres que vivían, y a los

cuales les traía el mensaje de Dios. La nación judía estaba ahora en su última

prueba; el segundo Elías había venido como precursor del "día grande y terrible de

Jehová": si rechazaban sus advertencias, la destrucción profetizada por Malaquías

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seguiría con toda certeza y rapidez. "Vendré y heriré la tierra con maldición". Nada

puede ser más obvio que la catástrofe a la que Juan alude es específica, nacional,

local, e inminente, y la historia nos dice que, dentro del período de la generación

que escuchaba su clamor de amonestación, "vino sobre ellos la ira al máximo".

Notas:

1. Christol., vol. 4, p. 232.

2. thj mellousj orghj

3. Testamento griego in loc.

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LA ENSEÑANZA DE NUESTRO SEÑOR SOBRE LA PARUSÍA EN LOS

EVANGELIOS SINÓPTICOS

A consecuencia de haber sido encarcelado por Herodes Antipas, el fin del ministerio

de Juan el Bautista marca una nueva orientación en el ministerio de nuestro Señor.

En verdad, antes de ese tiempo, había enseñado al pueblo, efectuado milagros,

ganado adherentes, y obtenido amplia popularidad; pero, después de ese suceso,

que puede considerarse como una indicación del fracaso de la misión de Juan,

nuestro Señor se retiró a Galilea, y allí entró en una nueva fase de su ministerio

público. Se nos dice que "desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir:

Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado" (Mat. 4:17). Éstos son los

términos precisos con los que se describe la predicación de Juan el Bautista (Mat.

3:2). Tanto nuestro Señor como su precursor llamaron "a la nación al

arrepentimiento", y anunciaron el acercamiento del "reino de los cielos". Se deduce

que, con la frase "el reino de los cielos se ha acercado", Juan no podría significar

meramente que el Mesías estaba a punto de aparecer, porque, cuando Cristo en

efecto apareció, hizo el mismo anuncio. "El reino de los cielos se ha acercado". De

manera semejante, cuando los doce discípulos fueron enviados en su primera

misión evangelística, se les ordenó predicar, no que el reino de los cielos había

venido, sino que se había acercado (Mat. 10:7). Además, que el reino no vino en el

tiempo de nuestro Señor, ni en el día de Pentecostés, es evidente por el hecho de

que, en su discurso profético en el Monte de los Olivos, nuestro Señor dio a sus

discípulos ciertas señales por medio de las cuales podían saber que el reino de los

cielos estaba cerca (Lucas 21:31).

Por lo tanto, arribamos a ciertas conclusiones claramente deducibles de las

enseñanzas de nuestro Señor:

1. Que Él proclamó que una gran crisis, o consumación, llamada "el reino de los

cielos", se había acercado.

2. Que esta consumación, aunque cercana, no habría de tener lugar durante el

curso de su vida, ni durante algunos años después de su muerte.

3. Que sus discípulos, o por lo menos algunos de ellos, podían esperar

presenciar la llegada de esta consumación.

Pero el tema entero de "el reino de los cielos" debe ser reservado para una

discusión más completa en un tiempo futuro.

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PREDICCIÓN DE LA IRA VENIDERA SOBRE AQUELLA GENERACIÓN

Hay otro punto de semejanza entre la predicación de nuestro Señor y la de Juan el

Bautista. Ambos dieron las más claras indicaciones de la estrecha cercanía de un

tiempo de un tiempo de juicio que debía abatirse sobre la generación existente, a

causa de su rechazo de las amonestaciones e invitaciones de la misericordia divina.

Así como el Bautista habló de la "ira venidera", así también nuestro Señor, con igual

claridad, advirtió al pueblo del "juicio venidero". Jesús reconvino a "las ciudades en

las cuales había hecho muchos de sus milagros, porque no se habían arrepentido",

y predijo que les sobrevendría un infortunio mayor que el que había caído sobre

Tiro y Sidón, Sodoma y Gomorra (Mat. 11:20-24). Que todo esto apunta a una

catástrofe que no era remota, sino cercana, y que realmente se abatiría sobre

aquella generación actual, es evidente por las expresas afirmaciones de Jesús.

Mat. 12:38-46 (compárese con Lucas 11:16, 24-36): "Entonces respondieron

algunos de los escribas y de los fariseos, diciendo: Maestro, deseamos ver de tí

señal. Él respondió y les dijo: La generación mala y adúltera demanda señal; pero

señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás. Porque como estuvo Jonás

en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en

el corazón de la tierra tres días y tres noches. Los hombres de Nínive se levantarán

en el juicio con esta generación, y la condenarán; porque ellos se arrepintieron a la

predicación de Jonás, y he aquí más que Jonás en este lugar. La reina del sur se

levantará en el juicio con esta generación, y la condenará; porque ella vino de los

fines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y he aquí más que Salomón en

este lugar. Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos,

buscando reposo, y no lo halla. Entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí; y

cuando llega, la halla desocupada, barrida, y adornada. Entonces va, y toma

consigo otros siete espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer

estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero. Así también acontecerá a

esta mala generación".

Este pasaje es de gran importancia para establecer el verdadero significado de la

frase "esta generación" [genea]. En este lugar, sólo puede referirse al pueblo de

Israel que entonces vivía - la generación entonces actual. Ningún comentarista ha

propuesto jamás llamar "genea" aquí a la raza judía de todos los tiempos. Nuestro

Señor acostumbraba referirse a sus contemporáneos como a esta generación:

"Mas, ¿a qué compararé esta generación?" - esto es, a los hombres de ese tiempo

que no escuchaban ni a su precursor ni a Él mismo (Mat. 11:16; Luc. 7:31). Hasta

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~ 13 ~

comentaristas como Stier, que sostiene la interpretación de "genea" como raza o

linaje en otros pasajes, admite que la referencia en estas palabras es "a la

generación que estaba viva en ese entonces y en esa época, que era de lo más

importante". (1) Así que, en el pasaje que tenemos delante, no puede haber

controversia con respecto a la aplicación de las palabras exclusivamente a la

generación que existía entonces, los contemporáneos de Cristo. Nuestro Señor da

aquí testimonio de la exacerbada y enorme maldad de ese período. Jesús se acaba

de dirigir a aquella generación con las mismas palabras del Bautista: "¡Generación

de víboras!". Se declara que su culpa supera a la de los paganos; se la compara

con un endemoniado, de quien el espíritu inmundo se ha apartado por un tiempo,

pero ha regresado con mayor fuerza que antes, acompañado por otros siete

espíritus peores que él, de manera que "el postrer estado de aquel hombre viene a

ser peor que el primero". En el testimonio de Josefo tenemos una impresionante

confirmación de la descripción que hace nuestro Señor de la condición moral de

aquella generación. "Como sería imposible relatar en detalle sus enormidades, diré

brevemente que ninguna otra ciudad sufrió jamás calamidades similares, y que

ninguna generación existió jamás que fuese más prolífica en el crimen. Confesaban

que eran esclavos - y lo eran - la escoria misma de la sociedad, los engendros

espurios y contaminados de la nación". (2) "Y aquí no puedo contenerme, y debo

expresar lo que mis sentimientos me indican. Soy de la opinión de que, si los

Romanos hubiesen diferido el castigo de estos miserables, o la tierra se hubiese

abierto y se hubiese tragado la ciudad, o ésta habría sido barrida por un diluvio, o

compartido el destino de Sodoma. Porque produjo una raza mucho más impía que

la de los que fueron así visitados. Porque, por medio de la locura desesperada de

estos hombres, la nación entera se vio envuelta en la ruina de ellos". (3) "De alguna

manera, aquel período se había vuelto tan prolífico en iniquidad de todo tipo entre

los judíos, que ninguna obra mala quedó sin ser perpetrada; ... tan universal era el

contagio, tanto en público como en privado, y tal la emulación para superarse los

unos a los otros en actos de impiedad hacia Dios e injusticia hacia sus prójimos". (4)

Tal era la terrible condición hacia la que la nación se apresuraba cuando nuestro

Señor pronunció estas palabras proféticas. El clímax todavía no había llegado, pero

ya estaba plenamente a la vista. El espíritu inmundo no había regresado a su casa

todavía, pero estaba en camino. Como observa Stier: "En el período entre la

ascensión de Cristo y la destrucción de Jerusalén, especialmente hacia el fin de

ella, podríamos decir que esta nación aparece como poseída por siete mil

demonios". (5) ¿No es éste un cumplimiento adecuado y completo de la predicción

del Salvador? ¿Tenemos la más ligera justificación para, o la más ligera necesidad

de, decir que significa alguna otra cosa, o algo más que esto? ¿Qué razón hay para

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~ 14 ~

suponer un cumplimiento adicional y futuro de sus palabras? ¿No es un virtual

descrédito de la profecía buscar algo más que el sentido obvio que apunta tan

claramente a una catástrofe inminente que estaba a punto de acontecerle a aquella

generación? Seguramente mostramos la mayor reverencia a la palabra de Dios

cuando aceptamos implícitamente sus obvias enseñanzas, y rehusamos las

especulaciones injustificadas y meramente humanas que los críticos y los teólogos

han extraído de su propia fantasía. Concluimos, entonces, que, en el escandaloso

libertinaje de la época, y las señaladas calamidades que, antes de que terminara,

destruirían al pueblo judío, tenemos el testimonio histórico del exhaustivo

cumplimiento de esta profecía.

ALUSIONES ADICIONALES A LA IRA VENIDERA

Lucas 13:1-9: "En este mismo tiempo estaban allí algunos que le contaban acerca

de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos.

Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales

cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os

arrepentís, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó

la torre de Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los

hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos

pereceréis igualmente".

Cuán vívidamente percibió nuestro Señor las inminentes calamidades de la nación,

y cuán claras y distintas fueron sus advertencias, puede inferirse de este pasaje. La

matanza de algunos galileos que habían subido a Jerusalén a la fiesta de la

Pascua, ya fuera por orden o con la confabulación del gobernador romano, y la

súbita destrucción de dieciocho personas mediante la caída de la torre cerca del

estanque de Siloé, eran incidentes que formaban los temas de conversación del

pueblo en ese tiempo. Nuestro Señor declara que las víctimas de estas

calamidades no eran excepcionalmente impías, sino que una suerte semejante

alcanzaría a las mismas personas que ahora hablaban de ellas, a menos que se

arrepintieran. El punto de su obervación, que a menudo se pasa por alto, reside en

la similitud de la amenaza de la destrucción. No es "todos vosotros pereceréis

también", sino "todos vosotros pereceréis del mismo modo". Que nuestro Señor

tenía a la vista la ruina final que estaba a punto de alcanzar a Jerusalén y a la

nación difícilmente puede dudarse. La analogía entre los casos es real e

impresionante. Fue en la fiesta de la Pascua cuando la población de Judea se había

agolpado en Jerusalén, y allí fue encerrada por las legiones de Tito. Josefo nos

cuenta cómo, en la agonía final del sitio, la sangre de los sacerdotes que oficiaban

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~ 15 ~

fue derramada al pie del altar de los sacrificios. Los soldados romanos fueron los

ejecutores del juicio divino; y al caer al suelo el templo y la torre, sepultaron en sus

ruinas muchas víctimas de la impenitencia y la incredulidad. Es satisfactorio

descubrir que tanto Alford como Stier reconocen la alusión histórica en este pasaje.

El primero observa: la fuerza se pierde en la versión inglesa "likewise", [parecida],

que debería traducirse "in like manner" [de la misma manera], como de hecho

pereció el pueblo judío por la espada de los romanos". (6)

EL DESTINO INMINENTE DE LA NACIÓN JUDÍA

Parábola de la Higuera Estéril

Lucas 13:6-9: "Dijo también esta parábola: Tenía un hombre una higuera plantada

en su viña, y vino a buscar fruto en ella, y no lo halló. Y dijo al viñador: He aquí,

hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo hallo; córtala;

¿para qué inutiliza también la tierra? Él entonces, respondiendo, le dijo: Señor,

déjala todavía este año, hasta que yo cave alrededor de ella, y la abone. Y si diere

fruto, bien; y si no, la cortarás después".

El mismo significado profético se pone de manifiesto en esta parábola, que es casi

la contraparte de la que aparece en Isaías 5, tanto en forma como en significado. La

verdadera interpretación es tan obvia que apenas es necesaria alguna explicación.

Su aplicación al pueblo judío es de lo más clara y directa, más especialmente

cuando se la considera en relación con las advertencias que anteceden. Israel es la

higuera inútil, cultivada por mucho tiempo, pero sin producir fruto para su dueño.

Ahora se encuentra en su última prueba: el hacha, como había declarado Juan el

Bautista, estaba puesta a la raíz del árbol; pero el golpe fatal fue aplazado por la

intercesión de la misericordia. Aún en ese momento, el Salvador estaba ocupado en

su obra de gracia de alimentarla y cultivarla; un poco más, y saldría el decreto:

"Córtala. ¿Para qué inutiliza también la tierra?"

No hay duda de que, en ésta como en otras parábolas, hay principios generales

aplicables a todas las naciones y todos los tiempos; pero no debemos perder de

vista su referencia original y primaria al pueblo judío. Stier y Alford parecen

perderse en la búsqueda de significados recónditos y místicos en los detalles

menores de las imágenes; pero Neander da una luminosa explicación de su

verdadera importancia: "Como la higuera inútil, que no reconoció el propósito de su

existencia, fue destruida, así también la nación teocrática, por la misma razón,

después de habérsele tenido mucha paciencia, habría de ser alcanzada por los

juicios de Dios, y cortada de su reino". (7)

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~ 16 ~

EL FIN DEL SIGLO, O EL TÉRMINO DE LA DISPENSACIÓN JUDÍA

Parábolas de la cizaña y la red

Mat. 13:36-50: Entonces, despedida la gente, entró Jesús en la casa; y

acercándose a él sus discípulos, le dijeron: Explícanos la parábola de la cizaña del

campo. Respondiendo él, les dijo: El que siembra la buena semilla es el Hijo del

Hombre. El campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña

son los hijos del malo. El enemigo que la sembró es el diablo; la siega es el fin del

siglo; y los segadores son los ángeles. De manera que como se arranca la cizaña, y

se quema en el fuego, así será en el fin de este siglo. Enviará el Hijo del Hombre a

sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que

hacen iniquidad, y los echarán en el horno de fuego; alí será el lloro y el crujir de

dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El

que tiene oídos para oír, oiga. ... Asimismo el reino de los cielos es semejante a una

red, que echada en el mar, recoge de toda clase de peces; y una vez llena, la sacan

a la orilla; y sentados, recogen lo bueno en cestas, y lo malo echan fuera. Así será

al final del siglo; saldrán los ángeles, y apartarán a los malos de entre los justos, y

los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes".

En los pasajes aquí citados, encontramos un ejemplo de una de esas

interpretaciones que han hecho mucho para confundir y desorientar a los lectores

ordinarios de nuestra versión inglesa. Es probable que, con la frase "el fin del

mundo", noventa y nueve de cada cien lectores entienden el fin de la historia

humana y la destrucción de la tierra material. No se imaginarían que "el mundo" del

versículo 38 y el "mundo" de los versículos 39, 40 [en la versión inglesa KJV] son

palabras totalmente diferentes, con significados totalmente diferentes. Pero así es.

En el versículo 38, koinos es traducido correctamente como mundo, y se refiere al

mundo de los hombres, pero aeon en los versículos 39, 40 se refiere a un período

de tiempo, y debería ser traducida como era o época. Lange la traduce como eón.

Es de la mayor importancia entender correctamente los dos significados de esta

palabra, y de la frase "el fin del eón", o de la "era". Aion es, como hemos dicho, un

período de tiempo, o época. Es exactamente equivalente a la palabra latina aevum,

que es meramente aion con ropaje latino; y la frase (griego - venida), traducida a

nuestra versión inglesa, "el fin del mundo", debería ser "el fin de esta época".

Tittman observa: (griego - venida), como ocurre en el Nuevo Testamento, no denota

el fin, sino más bien la consumación del eón, que ha de ser seguida por una nueva

era. Así ocurre en Mateo 13:39, 40, 49; 24:3; es de temer que este último pasaje se

malentienda al aplicarlo a la destrucción del mundo". (8) Era creencia de los judíos

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~ 17 ~

que el Mesías entronizaría un nuevo eón, o una nueva era: y a este nuevo eón, o a

esta era, la llamban "el reino de los cielos". Por lo tanto, el eón existente era la

dispensación judía, que ahora se acercaba a su fin; y el Señor muestra en estas

parábolas de manera impresionante cómo terminaría. Es en verdad sorprendente

que los expositores hayan dejado de reconocer en estas solemnes predicciones la

reproducción y la reiteración de las palabras de Malaquías y de Juan el Bautista.

Aquí encontramos la misma separación final entre los justos y los impíos; la misma

purificación de la tierra; el mismo recoger el trigo en el granero; el mismo quemar de

la paja [la cizaña, el rastrojo] en el fuego. ¿Puede haber alguna duda de que es al

mismo acto de juicio, al mismo período de tiempo, al mismo suceso histórico, al que

se refieren Malaquías, Juan y nuestro Señor?

Pero hemos visto que Juan el Bautista predijo un juicio que entonces era inminente

- una catástrofe tan cercana que ya el hacha estaba puesta a la raíz de los árboles -

de acuerdo con la profecía de Maalaquías, de que "el día grande y terrible de

Jehová" habría de seguir a la venida del segundo Elías. Llegamos, por lo tanto, a la

conclusión de que esta discriminación entre justos e impíos, este recoger el trigo en

el granero, y quemar la cizaña en el horno de fuego, se refieren a la misma

catástrofe, es decir, a la ira que vino sobre aquella misma generación, cuando

Jerusalén se convirtió, literalmente, en un "horno de fuego", y la era del judaísmo

terminó en "el día grande y terrible de Jehová".

Esta conclusión está apoyada por el hecho de que hay una estrecha relación entre

esta gran época judicial y la venida del "reino de los cielos". Nuestro Señor

representa la separación entre los justos y los impíos como la característica de la

gran consumación que se llama "el reino de Dios". Pero se había declarado que el

reino estaba a las puertas. Se sigue, por lo tanto, que las parábolas que tenemos

delante de nosotros se refieren, no a un remoto suceso todavía en el futuro, sino a

uno que, en el tiempo de nuestro Salvador, estaba cerca.

Un argumento adicional a favor de este punto de vista se deriva de la consideración

de que nuestro Señor, en su explicación de la parábola de la cizaña, habla de sí

mismo como el sembrador de la buena semilla: "El que siembra la buena semilla es

el Hijo del Hombre". Es a su propio ministerio personal y sus resultados a lo que Él

se refiere, y por lo tanto, nosotros debemos considerar la parábola como que tiene

una relación especial con sus contemporáneos. Esto está en perfecta armonía con

su solemne advertencia de Lucas 13:26 [-28], donde Él describe la condenación de

los que tuvieron el privilegio de disfrutar de su presencia personal y de su ministerio,

los que pretendían el discipulado, que eran cizaña y no trigo. "Entonces

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comenzaréis a decir: Delante de tí hemos comido y bebido, y en nuestras plazas

enseñaste. Pero os dirá: Os digo que no sé de dónde sois; apartaos de mí todos

vosotros, hacedores de maldad. Allí será el lloro y el crujir de dientes, cuando veáis

a Abraham, a Isaac, a Jacob, y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros

estéis excluidos". Por aplicable que sea este lenguaje a los hombres en general

bajo el evangelio, es claro que tenía una aplicación directa y específica a los

contemporáneos de nuestro Señor - la generación que presenció sus milagros y oyó

sus parábolas; y que tiene una relación con ellos como no la puede tener con nadie

más.

Al final de la parábola de la cizaña, encontramos una impresionante nota bene, que

llama la atención de manera especial a la instrucción contenida en ella: "El que

tiene oídos para oír, oiga". Podemos tomar ocasión de esto para hacer una

observación acerca de la vasta importancia de tener un verdadero concepto del

período en el que nuestro Señor y los apóstoles enseñaron. Esto es indispensable

para entender correctamente la doctrina del Nuevo Testamento con respecto al

"reino de Dios", el "fin de la era", y la "era venidera" o mundo por venir. Ese período

estaba cerca del fin de la dispensación judía. La economía mosaica - como se le

llama - el sistema de leyes e instituciones dadas a la nación por Dios mismo, y que

había existido por más de cuarenta generaciones,- estaba a punto de ser

reemplazada y desaparecer. La última generación que habría de poseer la tierra, -

la última y también la peor, la hija y heredera de sus predecesoras - ya estaba en

escena. El largo período durante el cual Jehová había agotado todos los métodos

que la divina sabiduría y el divino amor podían idear para cultivar y reformar a Israel

estaba a punto de terminar. Habría de terminar desastrosamente. La ira, por largo

tiempo contenida y reprimida, habría de estallar y destruir a aquella generación. Su

"útimo día" habría de ser un "dies irae", "el día grande y terrible de Jehová". Este es

"el fin del siglo" al que a menudo se refería nuestro Señor, y que sus apóstoles

constantemente predecían. Ya estaban dentro de la penumbra de aquella tremenda

crisis, que cada día se acercaba más y más, y que por fin habría de llegar

repentinamente "como ladrón en la noche". Esta es la verdadera explicación de

aquellas constantes exhortaciones a vigilar, ser pacientes, y esperar, que abundan

en las epístolas apostólicas. Vivían esperando una consumación que habría de

llegar en su propio tiempo, y que podrían presenciar con sus propios ojos. Este

hecho es evidente en los escritos del Nuevo Testamento; es la clave para

interpretar gran parte de lo que, de otro modo, sería oscuro e ininteligible, y

veremos durante esta investigación cuán consistentemente es sostenido este punto

de vista durante todas las Escrituras del Nuevo Testamento.

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LA VENIDA DEL HIJO DEL HOMBRE (LA PARUSÍA) DURANTE LA VIDA DE

LOS APÓSTOLES

Mateo 10:23: "Cuando os persigan en esta ciudad, huid a la otra; porque de cierto

os digo, que no acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel, antes que venga

el Hijo del Hombre".

En este pasaje encontramos la primera mención clara de aquel gran suceso al cual

veremos que aluden con tanta frecuencia de aquí en adelante nuestro Señor y sus

apóstoles, es decir, su segunda venida, o Parusía. En realidad, se puede preguntar,

como lo veremos, si este pasaje pertenece correctamente a esta porción de la

historia del evangelio. (9) Pero, dejando de lado la pregunta por el momento,

preguntémosnos qué es realmente la venida de la que se habla aquí. ¿Puede ser,

como sugiere Lange, que Jesús habría de seguir tan rápidamente a sus mensajeros

en su circuito evangelístico como para alcanzarles antes de que se terminara? ¿Se

refiere, como piensan Stier y Alford, a dos diferentes venidas, separadas entre sí

por millares de años: la una comparativamente cercana, la otra indefinidamente

remota? ¿O debemos aceptar, con Michaelis y Mayor, el significado claro y obvio

que indican las palabras mismas? La interpretación de Lange es ciertamente

inaceptable. ¿Quién puede dudar de lo que significa aquí "la venida del Hijo", lo que

significa en todo otro lugar, y que esta es la fórmula mediante la cual se expresa la

Parusía, la segunda venida de Cristo? Esta frase tiene un significado definido y

constante, tanto como su crucifixión, o su resurrección, y no admite ninguna otra

interpretación en este lugar. Pero, ¿no puede tener una doble referencia: primera, al

juicio inminente de Jerusalén, y segunda, a la destrucción final del mundo, siendo la

primera considerada como simbólica de la segunda? Alford sostiene el doble

significado, y es severo con los que vacilan en aceptarlo. Nos dice lo que él cree

que Cristo quiso decir; pero, por otra parte, tenemos que considerar lo que Él dijo.

¿Están seguros los defensores del doble sentido de que Él quiso decir más de lo

que dijo? Miremos sus palabras. ¿Puede algo ser más específico y más definido en

cuanto a personas, el lugar, el tiempo, y las circunstancias que esta predicción de

nuestro Señor? Es a los doce que él habla; son las ciudades de Israel las que han

de evangelizar; el tema es su pronta venida; y el tiempo está tan cerca que antes de

que la obra de ellos esté terminada Su venida tendrá lugar. Pero si se nos ha de

decir que éste no es el significado, ni siquiera la mitad de él, y que esto incluye otra

venida, a otros evangelistas, a otras épocas, y otras tierras - una venida que,

después de dieciiocho siglos, todavía es futura, y quizás remota - entonces surge la

pregunta: ¿Qué no puede significar la Escritura? El sentido gramatical de las

palabras ya no es suficiente para la interpretación; la Escritura es un acertijo que

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~ 20 ~

debe advininarse, un oráculo que pronuncia respuestas ambiguas; y nadie puede

estar seguro, sin una revelación especial, de que entiende lo que lee. Por lo tanto,

estamos a dispuestos a concordar con Meyer en que esta doble referencia "no es

sino una evasión forzada y antinatural", y que las palabras significan simplemente lo

que dicen, que antes de que los apóstoles completaran la obra de su vida de

evangelizar el país de Israel, la venida del Señor tendría lugar.

Este es el punto de vista del pasaje que asume el Dr. E. Robinson. (10). "La venida

a la que se alude es la destrucción de Jerusalén y la dispersión de la nación judía; y

el significado es, que los apóstoles apenas tendrían tiempo, antes de que

sobreviniera la catástrofe, de ir por el país advirtiendo al pueblo que se salvara de la

destrucción de una generación desgraciada; de modo que no podían darse el lujo

de demorarse en ninguna localidad después de que sus habitantes hubiesen

escuchado y rechazado el mensaje".

LA PARUSÍA HA DE TENER LUGAR DURANTE LA VIDA DE ALGUNOS

DISCÍPULOS

Mat. 16:27, 28

"Porque el Hijo del

Hombre vendrá en la

gloria de su Padre con

sus ángeles, y entonces

pagará a cada uno

conforme a sus obras".

"De cierto os digo que

hay algunos de los que

están aquí, que no

gustarán la muerte,

hasta que hayan visto al

Hijo del Hombre

viniendo en su reino".

Mar. 8:38; 9:1

"Porque el que se avergonzare

de mí y de mis palabras en esta

generación adúltera y pecadora,

el Hijo del Hombre se

avergonzará también de él,

cuando venga en la gloria de su

Padre con los santos ángeles".

"También les dijo: De cierto os

digo que hay algunos de los que

están aquí, que no gustarán la

muerte hasta que hayan visto el

reino de Dios venido con

poder".

Luc. 9:26, 27

"Porque el que se

avergonzare de mí y de mis

palabras, de éste se

avergonzará el Hijo del

Hombre cuando venga en

su gloria, y en la del Padre,

y de los santos ángeles".

"Pero os digo en verdad,

que hay algunos de los que

están aquí, que no gustarán

la muerte hasta que vean el

reino de Dios".

Esta notable declaración es de la mayor importancia en esta discusión, y puede

considerarse como la clave para interpretar correctamente la doctrina de la Parusía

en el Nuevo Testamento. Aunque no puede decirse que haya ninguna dificultad

especial con el idioma, ha causado gran perplejidad entre los comentaristas, que

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~ 21 ~

están muy divididos en sus explicaciones. Ciertamente es innecesario preguntar

qué es la venida del Hijo del Hombre que se predice aquí. Suponer que se refiere

meramente a la gloriosa manifestación de Jesús en el monte de la transfiguración,

aunque ésta es una hipótesis apoyada por grandes nombres, es tan palpablemente

inadecuado como interpretación que apenas si requiere ser refutado. La misma

observación se aplica a los comentarios del Dr. Lange, quien supone que esta

venida se cumplió parcialmente con la resurrección de Cristo. Esta exégesis de

Lange es una ilustración tan curiosa de los expedientes a los que se ven obligados

a recurrir los defensores de una teoría de interpretación de doble sentido, que

merece citarse. "En nuestra opinión", dice, "es necesario distinguir entre el

advenimiento de Cristo en la gloria de su reino dentro del círculo de sus discípulos,

y ese mismo suceso aplicado al mundo en general y para juicio. Esto último es lo

que generalmente se entiende por el segundo advenimiento: el primero tuvo lugar

cuando el Salvador resucitó de los muertos y se apareció en medio de sus

discípulos. De aquí que el significado de las palabras de Jesús sea: se acerca el

momento en que vuestros corazones descansarán en la manifestación de mi gloria;

ni será la suerte de todos los que están aquí morir durante el intervalo. El Señor

podría haber dicho que sólo dos de los de ese círculo morirían hasta entonces, es

decir, Él mismo y Judas. Pero, en su sabiduría, escogió la expresión: "Algunos de

los que están aquí no gustarán de la muerte", para darles exactamente la medida

de esperanza y ansiosa expectación que necesitaban". (12)

Baste decir que tal interpretación de las palabras de nuestro Salvador jamás podría

haber pasado por la mente de los que las escucharon. Es tan inverosímil,

intrincada, y artificial, que queda desacreditada por su misma ingenuidad. Pero la

interpretación tampoco satisface las exigencias del idioma. ¿Cómo podría la

resurrección de Cristo ser llamada su venida en la gloria de su Padre, con los

santos ángeles, en Su reino, y para juicio? ¿O cómo podemos suponer que Cristo,

hablando de un suceso que habría de tener lugar más o menos en veinte meses,

diría: "De cierto os digo: Algunos de los que están aquí no gustarán la muerte hasta

que vean el reino de Dios?" La forma misma de la expresión muestra que el suceso

del que se habla no podría ser dentro del espacio de unos pocos meses, ni siquiera

dentro de algunos años: es un modo de hablar, que indica que no todos los

presentes vivirían para presenciar el suceso del que se habla; que no muchos lo

harían; pero que algunos sí. Es exactamente el modo de hablar que encajaría en un

intervalo de treinta o cuarenta años, cuando la mayoría de las personas entonces

presentes habrían fallecido, pero algunos sobrevivirían y presenciarían el suceso de

referencia.

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~ 22 ~

Más razonablemente, Alford y Stier entienden el pasaje como que se refiere a "la

destrucción de Jerusalén y a la plena manifestación del reino de Cristo mediante la

aniquilación del estado judío", aunque ambos desconciertan y confunden su

interpretación con la hipótesis de una oculta y ulterior alusión a otra "venida final",

de la cual la destrucción de Jerusalén habría de ser "tipo y señal". De esto, sin

embargo, no se da ningún atisbo ni por Cristo mismo ni por los evangelistas. La

verdad es que no puede negarse que nuestro Señor a veces usaba lenguaje

ambiguo. A los judíos les dijo: "Destruid este templo, y en tres días lo levantaré"

(Juan 2:19), pero el evangelista tiene cuidado de añadir: "Pero él hablaba del

templo de su cuerpo". Así que cuando Jesús habló de "ríos de agua viva que

correrán del interior del creyente", Juan añade una nota explicativa: "Esto dijo del

espíritu", etc. (Juan 7:36). Nuevamente, cuando el Señor alude a la manera de su

propia muerte, diciendo: "Y yo, si fuere levantado de la tierra", el evangelista añade:

"Y decía esto, dando a entender de qué muerte iba a morir" (Juan 12:33).

Por lo tanto, es razonable suponer que, si los evangelistas hubiesen conocido un

significado más profundo y oculto de las predicciones de Cristo, habrían dado

alguna indicación de ello; pero no dicen nada que nos lleve a inferir que su

significado aparente no es su sentido pleno y verdadero. No hay, en verdad,

ninguna ambigüedad en cuanto a la venida a la que se alude en el pasaje bajo

consideración en este momento. No es una de varias posibles venidas, sino el

único, el único y supremo acontecimiento, tan frecuentemente predicho por nuestro

Señor, tan constantemente esperado por sus discípulos. Es su venida en gloria; su

venida en juicio; su venida en su reino; la venida del reino de Dios. No es un

proceso, sino un acto. No es lo mismo que "la destrucción de Jerusalén" - ese es

otro suceso relacionado y contemporáneo; pero los dos no deben ser confundidos

el uno con el otro.

El Nuevo Testamento conoce de sólo una Parusía, una venida en gloria del Señor

Jesucristo. Es un completo abuso del idioma hablar de varios sentidos en los cuales

puede ocurrir la venida de Cristo -- como en su propia resurrección; en el día de

Pentecostés; en la destrucción de Jerusalén; en la muerte de un creyente; y en

varias épocas providenciales. Esta no es la costumbre en el Nuevo Testamento, ni

es lenguaje exacto bajo ningún punto de vista. Por sí solo, este pasaje contiene

tantas importantes verdades con respecto a la Parusía, que puede decirse que

cubre todo el tema; y, correctamente usado, se descubrirá que es la clave para la

verdadera interpretación de la doctrina del Nuevo Testamento sobre este tema.

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~ 23 ~

Concluimos entonces:

1) Que la venida de la que se habla aquí es la Parusía, la segunda venida del

Señor Jesucristo.

2) Que el modo de su venida habría de ser glorioso - "en su gloria", "en la gloria

de su Paddre", "con los santos ángeles".

3) Que el propósito de su venida era juzgar aquella "generación perversa y

adúltera" (Marcos 8:38) y "dar a cada uno según sus obras".

4) Que su venida sería la consumación del "reino de Dios"; el final de la época;

"la venida del reino de Dios con poder".

5) Que nuestro Salvador había declarado expresamente que esta venida estaba

cerca. Lange observa correctamente que las palabras están "colocadas

enfáticamente al principio de la oración; no es un simple futuro, sino que

significan: El acontecimiento es inminente que Él vendrá; está a punto de

venir". (14)

6) Que algunos de los que oyeron a nuestro Salvador hacer esta predicción

habrían de vivir para presenciar el acontecimiento del cual hablaba, es decir,

su venida en gloria.

Por lo tanto, se deduce que Él mismo declaró que la Parusía, o la gloriosa venida

de Cristo, ocurriría dentro de los límites de la generación que entonces existía, una

conclusión que encontraremos abundantemente justificada en la secuela.

LA VENIDA DEL HIJO DEL HOMBRE, SEGURA Y PRONTA

Parábola de la Viuda Importuna

Lucas 18:1-8: "También les refirió una parábola sobre la necesidad de orar siempre,

y no desmayar, diciendo: Había en una ciudad un juez, que ni temía a Dios, ni

respetaba a hombre. Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él,

diciendo: Hazme justicia de mi adversario. Y él no quiso por algún tiempo; pero

después de esto dijo dentro de sí: Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a

hombre, sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que

viniendo de continuo, me agote la paciencia. Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez

injusto. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y

noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero

cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?"

El carácter intensamente práctico y de actualidad, si podemos llamarlo así, de los

discursos de nuestro Señor, es una característica de sus enseñanzas que, aunque

Page 24: La parusia revisado

~ 24 ~

pasada por alto a menudo, requiere que no se le pierda de vista. Él hablaba a su

propio pueblo, en su propio tiempo. Era el mensajero de Dios para Israel; y, aunque

es muy cierto que sus palabras son para todos los hombres en todo tiempo, se

aplicaban principal y directamente a su propia generación. Por no prestar atención a

este hecho, a muchos expositores se les ha escapado por completo la intención de

la parábola delante de nosotros. En sus manos, se convierte en una predicción

vaga e indefinida de una vindicación de los justos, en algún período más o menos

remoto, pero sin ninguna aplicación especial al pueblo y al tiempo de nuestro Señor

mismo. Seguramente, lo que sea esta parábola para nosotros o para las edades

futuras, tenía una aplicación estrecha y directa para los discípulos a los cuales se

les dirigió originalmente. El Señor estaba a punto de dejar a sus discípulos "como

ovejas en medio de lobos"; habrían de ser perseguidos y afligidos, y odiados por

todos los hombres, por amor a su Maestro; y podría muy bien ocurrir que el valor les

faltara, y que sus corazones desmayaran. En esta parábola, el Salvador les anima a

"orar siempre, y no desmayar", mediante el ejemplo de lo que puede hacer la

oración perseverante, aún con los hombres. Si la importunidad de una pobre viuda

podía constreñir a un juez sin principios para que le hiciera justicia, cuánto más no

sería conmovido Dios, el Juez justo, por las oraciones de sus propios hijos para que

se les repararan sus agravios. Sin alegorizar todos los detalles de la parábola, como

hacen algunos expositores, es suficiente subrayar su gran moraleja. Es ésta. Los

perseguidos hijos de Dios serían vengados con seguridad y prontitud. Dios les

vindicaría, y pronto. Pero, ¿cuándo? El punto en el tiempo no ha sido dejado

indefinido. Es "cuando venga el Hijo del hombre". La Parusía habría de ser la hora

de reparación y liberación del sufriente pueblo de Dios.

La reflexión de nuestro Señor al final del versículo ocho merece particular atención.

"Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?" En este punto,

debemos regresar a los hechos ya mencionados con respecto al ministerio de Juan

el Bautista. Hemos visto cuán oscuro y ominoso era el punto de vista del profeta

que predicaba arrepentimiento a Israel. Era el precursor del "día grande y terrible de

Jehová"; era el segundo Elías enviado para proclamar la venida de aquél que

"heriría la tierra con maldición". La reflexión de nuestro Señor indica que él preveía

que el arrepentimiento, lo único que podría evitar el desastre de la nación, no sería

buscado. No habría fe en Dios, ni en sus promesas, ni en sus amenazas. Por lo

tanto, el día del Señor sería el "día de retribución" (Lucas 21:22).

Doddridge ha captado bien el alcance de esta parábola, y parafrasea el versículo de

apertura como sigue: "Así disertaba nuestro Señor con sus discípulos acerca de la

inminente destrucción de Jerusalén por los romanos; y para animarles en vista de

Page 25: La parusia revisado

~ 25 ~

las calamidades que entretanto podrían esperar de sus incrédulos compatriotas o

de otros, les dijo una parábola para inculcarles esta gran verdad, que, por

angustiosas que fuesen las circunstancias, debían orar siempre con fe y

perseverancia, y no desmayar bajo las pruebas". (15)

La siguiente es su paráfrasis del versículo 8: "Sí, os digo que Él ciertamente les

vindicará; y cuando lo haga, lo hará rápidamente; y esta generación de hombres lo

verá y lo sentirá con terror. Sin embargo, cuando el Hijo del hombre, habiendo

entrado en posesión de su reino glorioso, venga para aparecer con este importante

propósito, ¿encontrará fe en la tierra?" (16)

LA RECOMPENSA DE LOS DISCÍPULOS EN LA ERA VENIDERA, ES DECIR,

LA PARUSÍA

Mat. 19:27-30

"Entonces respondiendo

Pedro, le dijo: He aquí,

nosotros lo hemos dejado

todo, y te hemos seguido;

¿qué, pues, tendremos?

Y Jesús les dijo: De cierto os

digo que en la regeneración,

cuando el Hijo del Hombre se

siente en el trono de su gloria,

vosotros que me habéis

seguido también os sentaréis

sobre doce tronos, para juzgar

a las doce tribus de Israel. Y

cualquiera que haya dejado

casas, o hermanos, o

hermanas, o padre, o madre, o

mujer, o hijos, o tierras, por

mi nombre, recibirá cien

veces más, y heredará la vida

eterna".

Mar. 10:28-31

"Entonces Pedro comenzó a

decirle: He aquí, nosotros lo

hemos dejado todo, y te hemos

seguido.

Respondió Jesús y dijo: De

cierto os digo que no hay

ninguno que haya dejado casa,

o hermanos, o hermanas, o

padre, o madre, o mujer, o

hijos, o tierras, por causa de mí

y del evangelio, que no reciba

cien veces más ahora en este

tiempo; casas, hermanos,

hermanas, madres, hijos, y

tierras, con persecuciones; y en

el siglo venidero la vida

eterna".

Luc. 18:28-30

"Entonces Pedro dijo:

"He aquí, nosotros

hemos dejado nuestras

posesiones y te hemos

seguido.

Y él les dijo: De cierto

os digo, que no hay

nadie que haya dejado

casa, o padres, o

hermanos, o mujer, o

hijos, por el reino de

Dios, que no haya de

recibir mucho más en

este tiempo, y en el

siglo venidero la vida

eterna".

¿A qué período hemos de asignar el acontecimiento o estado que nuestro Señor

llama aquí "la regeneración"? Evidentemente, es contemporáneo con "el Hijo del

Hombre sentado en el trono de gloria"; ni puede haber ninguna duda de que las dos

Page 26: La parusia revisado

~ 26 ~

frases, tanto "El Hijo del hombre viniendo en su reino", como "El Hijo del hombre

sentado en el trono de su gloria" se refieren a la misma cosa y al mismo tiempo. Es

decir, es a la Parusía a la que apuntan ambos sucesos.

Tenemos otra nota de tiempo, y otro punto de coincidencia entre la "regeneración" y

la Parusía, en la referencia que nuestro Señor hace a "la edad venidera o el siglo

venidero" como el período en que sus fieles discípulos habrían de recibir su

recompensa (Mar. 10:30; Luc. 18:30). Pero, como ya hemos visto, "el siglo

venidero" habría de suceder a la época actual, es decir, el período de la

dispensación judía, cuyo fin nuestro Señor había declarado que estaba a las

puertas. Concluimos, por lo tanto, que la "regeneración", "el siglo venidero", y "la

Parusía" son virtualmente sinónimos, o, en todo caso, contemporáneos. Se afirma

claramente que la venida del Hijo del hombre en su reino, o en su gloria, sería una

venida para juzgar - "para pagar a cada uno según suss obras" (Mateo 16:27); y el

sentarse en el trono de su gloria, en la regeneración, es evidentemente sentarse

para juzgar. En este juicio, los apóstoles habrían de tener el honor de ser asesores

con el Señor, según su declaración (Lucas 22:29-30). "Yo, pues, os asigno un reino,

como mi Padre me lo asignó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino,

y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus de Israel". Pero nuestro Señor

afirma expresamente que esta gloriosa venida para juzgar ocurriría dentro de los

límites de la generación que vivía en ese entonces: "Hay algunos de los que están

aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo

en su reino" (Mat. 16:28). No era, por lo tanto, ninguna esperanza largo tiempo

diferida o distante la que Jesús ofrecía a sus discípulos. No era una expectativa que

todavía se ve en la distancia en la borrosa perspectiva de un futuro indefinido.

Pedro y los otros discípulos eran plenamente conscientes de que "el reino de los

cielos" estaba cerca. Lo habían aprendido de su primer maestro en el desierto;

acerca de ello habían sido tranquilizados por su Señor y Maestro; habían ido por

Galilea proclamando la verdad a sus compatriotas. Por lo tanto, cuando el Señor

pometió que en la era venidera sus discípulos se sentarían en tronos, ¿es

concebible que quisiera que edades tras edades, siglos tras siglos, y hasta milenios

tras milenios debían transcurrir lentamente antes de que ellos pudieran cosechar los

prometidos honores? ¿Están la herencia de la "vida eterna" y el "sentarse en doce

tronos" todavía entre "las cosas esperadas pero no vistas" por los discípulos?

Ciertamente una hipótesis tal se refuta a sí misma. La promesa les habría sonado a

burla a los discípulos si se les hubiese dicho que el cumplimiento iba a tardar tanto.

Por otra parte, si concebimos la "regeneración" como contemporánea con la

Parusía, y la Parusía con la terminación de la era judía y la destrucción de la ciudad

y del templo de Jerusalén, tenemos un punto definido en el tiempo, no muy distante,

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~ 27 ~

sino casi al alcance de la vista de los hombres que vivían, cuando ocurrirían el

predicho juicio de los enemigos de Cristo y la gloriosa recompensa de sus amigos.

Notas:

1. Reden Jesu, in loc.

2. Jewish War, bk v.c.x sec.5. Traducción de Traill.

3. Ibid. G. Xiii. sec. 6.

4. Ibid. bk.vii. c. viii. sec. I.

5. sec. Reden Jesu; Mat. 12:43-45.

6. Testamento Griego. in loc.

7. Life of Christ, sec. 245.

8. Synonyms of the New Test. vol. i. a. 70; Bib. Cab. N. iii.

9. Hay una verdadera dificultad en este pasaje, que no debería ser pasada por alto. Parece inexplicable

que nuestro Señor, en una ocasión como ésta, cuando envió a los doce en una misión corta,

aparentemente dentro de un distrito limitado, del cual habrían de regresar en corto tiempo, les hablase

de su venida como alcanzándoles antes de que concluyeran su tarea. Parece apenas apropiado para

ese período en particular, y que corresponde más a un encargo subsiguiente, es decir, el que está

registrado en el discurso del Monte de los Olivos (Mat. 26; Marcos 13; Lucas 21). En realidad, una

comparación de estos pasajes hará mucho para satisfacer a cualquier mente sincera de que el párrafo

entero (Mat. 10:16-23) ha sido traspuesto de su conexión original e insertado en la primera misión que

nuestro Señor encomendó a sus discípulos. Encontramos las mismas palabras relativas a la persecución

de los apóstoles, que serían entregados a los concilios, azotados en las sinagogas, llevados ante

gobernadores y reyes, etc., que están registrados en el capítulo décimo de Mateo, asignado por Marcos

y Lucas a un período subsiguiente, es decir, el discurso del Monte de los Olivos. No hay ninguna

evidencia de que los discípulos sufrieran semejante tratamiento durante su primera gira evangelística.

Hay, por lo tanto, una evidencia tan fuerte como lo permite el caso, de que el vers. 23 y su contexto

pertenecen al discurso del Monte de los Olivos. Esto eliminaría la dificultad que el pasaje presenta en la

relación que aquí encontramos, y daría coherencia y consistencia al lenguaje que, tal como está, no es

fácil descubrir. Es un hecho aceptado que ni siquiera los evangelios sinópticos relatan todos los

acontecimientos en el mismo orden preciso; por lo tanto, tiene que haber mayor exactitud cronológica en

uno que en otro. Stier dice: "Mateo es descuidado en la cronología de los detalles" (Reden Jesu, vol. iii,

p. US). Neander, hablando de esta misma comisión, dice: "Es evidente que Mateo conecta muchas

cosas con las instrucciones dadas a los apóstoles en vista de su primer viaje, que cronológicamente

corresponde a más tarde". (Life of Christ, _ 174, nota b); y nuevamente, hablando de la comisión

encomendada a los setenta, como aparece registrada en Lucas, dice: "Según Lucas, toda la

característica coherencia de todo lo que habló Cristo, con las circunstancias (tan superiores a la

disposición de Mateo)", etc. (Life of Christ, _204, nota 1). El Dr. Blaike observa: "Se entiende

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~ 28 ~

generalmente que Mateo dispuso su narración más por temas y lugares que cronológicamente" (Bible

History, p. 372).

Por lo tanto, parece haber abundante justificación para asignar la importante predicción contenida en Mat. 10:23 al discurso pronunciado en el Monte de los Olivos.

10. Véase la nota en Harmony of the Four Gospels.

11. The Training of the Twelve, p. 117.

12. Lange, Comm. on St. Mat. in loc.

13. Alford, Greek Test. in loc.

14. Véase Lange in loc.

15. Family Expos. on Luke 18:1-8

16. Doddridge tiene la siguiente nota sobre "¿Hallará fe en la tierra?" "Es evidente que la palabra a

menudo significa, no la tierra en general, sino algún territorio en particular o país, como en Hechos 7:3, 4,

11, y en otros innumerables lugares. Y el contexto aquí lo limita al significado menos extenso. Es

evidente que los creyentes hebreos estaban en mayor peligro de cansarse de las persecuciones y las

angustias. Comp. con Heb. 3:12-14; 10:23-39; 12:1-4; Sant. i:1-4; 2:6".

La interpretación proporcionada por el prudente Campbell añade confirmación, si es que se necesita, a

este punto de vista sobre el pasaje. "Hay una estrecha relación en todo lo que nuestro Señor dice sobre

cualquier tema de conversación, que rara vez escapa a un lector atento. Si aquí, como es muy probable,

se refiere a la destrucción inminente sobre la nación judía como juicio del cielo por su rebelión contra

Dios al rechazar y asesinar al Mesías, y al perseguir a sus seguidores, (el griego) debe entenderse que

significa "esta creencia", o la creencia en una verdad particular que Él había estado inculcando, a saber,

que Dios a su debido tiempo vengaría a sus elegidos, y castigaría señaladamente a sus opresores; y (el

griego) debe significar "el territorio", a saber, Judea. Las palabras pueden traducirse de un modo o del

otro -- la tierra como planeta o el territorio; pero es evidente que éste último les da un significado más

definido, y les une más estrechamente con las que ls preceden. (Campbell sobre los Evangelios, vol. ii,

p. 384). La enseñanza de esta instructiva parábola no está agotada en manera alguna; y encontraremos

que arroja luz inesperada sobre un pasaje muy oscuro, en una futura etapa de esta investigación.

Mientras tanto, podemos referirnos a 2 Tesa. 1:4-10, que proporciona un notable comentario sobre la

parábola entera, y muestra la conexión entre la Parusía y la venganza de los elegidos.

Page 29: La parusia revisado

~ 29 ~

INDICACIONES PROFÉTICAS DE LA CERCANA CONSUMACIÓN DEL REINO DE DIOS

I. Parábola de las Minas

Lucas 19:11-27: "Oyendo ellos estas cosas, prosiguió Jesús y dijo una parábola, por

cuanto estaba cerca de Jerusalén, y ellos pensaban que el reino de Dios se

manifestaría inmediatamente. Dijo, pues: Un hombre noble se fue a un país lejano,

para recibir un reino y volver. Y llamando a diez siervos suyos, les dio diez minas, y

le dijo: Negociad entre tanto que vengo. Pero sus conciudadanos le aborrecían, y

enviaron tras él una embajada, diciendo: No queremos que éste reine sobre

nosotros. Aconteció que, vuelto él, después de recibir el reino, mandó llamar ante él

a aquellos siervos a los cuales había dado el dinero, para saber lo que había

negociado cada uno. Vino el primero, diciendo: Señor, tu mina ha ganado diez

minas. El le dijo: Está bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás

autoridad sobre diez ciudades. Vino otro, diciendo: Señor, tu mina ha producido

cinco minas. Y también a éste dijo: Tú también sé sobre cinco ciudades. Vino otro,

diciendo: Señor, aquí está tu mina, la cual he tenido guardada en un pañuelo;

porque tuve miedo de tí, por cuanto eres hombre severo, que tomas lo que no

pusiste, y siegas lo que no sembraste. Entonces él le dijo: Mal siervo, por tu propia

boca te juzgo. Sabías que yo era hombre severo, que tomo lo que no puse, y que

siego lo que no sembré; ¿por qué, pues, no pusiste mi dinero en el banco, para que

al volver yo, lo hubiera recibido con los intereses? Y dijo a los que estaban

presentes: Quitadle la mina, y dadla al que tiene las diez minas. Ellos le dijeron:

Señor, tiene diez minas. Pues yo os digo que a todo el que tiene, se le dará; mas al

que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y también a aquellos mis enemigos que

no querían que yo reinase sobre ellos, traedlos acá, y decapitadlos delante de mí".

No puede dejar de impresionar a todo lector atento de la historia del evangelio

cuántas de las enseñanzas de nuestro Señor, al acercarse el fin de su ministerio,

trataban del tema del juicio venidero. Cuando pronunció esta parábola, estaba en

camino a Jerusalén para celebrar la última Pascua antes de padecer; y es notable

cuántos de sus discursos desde este tiempo parecen estar casi completamente

absortos, no en su propia muerte que se aproximaba, sino en la inminente

catástrofe de la nación. No sólo esta parábola de las minas, sino su lamento por

Jerusalén (Luc. 19:41); su maldición sobre la higuera (Mat. 21; Mar. 11); la parábola

de los agricultores malvados (Mat. 21; Mar. 12; Luc. 20); la parábola de las bodas

del hijo del rey (Mat. 22); los ayes pronunciados sobre aquella generación (Mat.

23:29-36); el segundo lamento por Jerusalén (Mat. 23:37-38); y el discurso profético

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~ 30 ~

en el Monte de los Olivos, con las parábolas y las ilustraciones parabólicas

añadidas como apéndices por Mateo, todo esto se ocupa de este tema absorbente.

La consideración de estas indicaciones proféticas mostrará que la catástrofe

anticipada por nuestro Señor no era un suceso remoto, distante cientos y miles de

años en el futuro, sino un acontecimiento cuya sombra ya caía sobre aquella época

y sobre aquella nación; y que las Escrituras no nos autorizan en absoluto para

suponer que ninguna otra cosa, ni nada más que esto, está incluido en las palabras

de nuestro Salvador.

La parábola de las minas fue pronunciada por nuestro Señor para corregir una

errónea expectativa de parte de sus discípulos, de que "el reino de Dios" estaba a

punto de comenzar en seguida. No es de sorprenderse que hayan caído en este

error. Juan le Bautista había anunciado: "El reino de Dios se ha acercado". Jesús

mismo había proclamado el mismo hecho; y les había comisionado para que lo

publicaran por las ciudades y aldeas de Galilea. Como patriotas israelitas, se

retorcían bajo el yugo de Roma, y anhelaban las antiguas libertades de la nación.

Como piadosos hijos de Abraham, deseaban ver a todas las naciones bendecidas

en él. Y había otros sentimientos menos nobles que tenían cabida en sus mentes.

¿No era su propio Maestro el Hijo de David, el rey que vendría? ¿Qué no podrían

esperar ellos, que eran sus seguidores y sus amigos? Esto les hacía competir entre

ellos por el lugar de honor en el reino. Esto hizo que los hijos de Zebedeo ansiaran

obtener la promesa de las posiciones más honorables, a la derecha y a la izquierda

de Jesús, cuando él asumiera la soberanía. Y ahora se acercaban a Jerusalén. El

gran festival nacional de la Pascua se acercaba; todo Israel acudía a la Santa

Ciudad; y no había ninguna persona allí que no ansiara ver a Jesús de Nazaret.

¿Qué más probable que el entusiasmo popular pondría a su Maestro en el trono de

su padre David? Lo que deseaban, eso creían; y "pensaban que el reino de Dios

aparecería inmediatamente".

Pero el Señor refrenó sus entusiastas esperanzas y les indicó, en una parábola, que

cierto intervalo debía transcurrir antes de que se cumplieran sus expectativas.

Tomando como base de la parábola un incidente bien conocido de la historia judía

reciente, es decir, el viaje de Arquelao a Roma para procurar del emperador la

sucesión a los dominios de su padre, Herodes el Grande, Jesús lo empleó como

ilustración apropiada de su propia partida de la tierra, y su subsiguiente retorno en

gloria. Mientras tanto, durante el tiempo de su ausencia, dio a sus siervos una tarea

que cumplir. "Negociad entre tanto que vengo". Debían ser diligentes y fieles, hasta

Page 31: La parusia revisado

~ 31 ~

que su Señor regresase, cuando los siervos leales serían aplaudidos y

recompensados, y sus enemigos destruidos completamente.

Nada puede ser mejor que la explicación de Neander de esta parábola, aunque, en

realidad, puede decirse que se explica por sí sola. Sin embargo, puede ser bueno

insertar sus observaciones. "En esta parábola, en vista de las circunstancias en las

cuales fue pronunciada, y de la catástrofe que se aproximaba, se dan indicaciones

especiales de la partida de Cristo de la tierra, su ascensión, su regreso para juzgar

a la rebelde nación teocrática, y para consumar su dominio. Describe a un gran

hombre que viaja a la corte distante del poderoso emperador para recibir de él

autoridad sobre sus conciudadanos, y regresar con poder real. Así, Cristo no fue

reconocido inmediatamente en su posición real, sino que primero debía abandonar

la tierra, dejar a sus agentes para que adelantaran su reino, ascender al cielo, ser

nombrado rey teocrático, y regresar nuevamente para ejercer el poder que se le

disputaba". (2)

Tal es la enseñanza de la parábola de las minas. Pero, aunque el reino de Dios no

habría de aparecer en el momento preciso en que sus discípulos lo esperaban, no

se sigue de ello que fue pospuesto desde entonces, y que la esperada

consumación no tendría lugar por cientos o miles de años. Esto falsificaría las más

expresas declaraciones de Cristo y de su precursor. ¿Cómo podrían haber dicho

que el reino se había acercado si no habría de aparecer durante milenios?

¿Cómo podría decirse de un acontecimiento que estaba cerca, si en realidad estaba

más distante que el período entero de la economía judía desde Moisés hasta

Cristo? El reino todavía podría estar cerca, aunque no tan cerca como los discípulos

suponían. Era conveniente que su Señor "se fuese", pero sólo "por un poco de

tiempo", cuando viniera a ellos nuevamente, y viniera "en su reino". Esta era la

esperanza con la cual vivían, la fe que habían predicado; y no podemos creer que ni

su fe ni su esperanza fuesen un engaño.

II. Lamento de Jesús Sobre Jerusalén

Lucas 19:41-44: "Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella,

diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este día, lo que es para tu

paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos. Porque vendrán días sobre tí, cuando

tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te

estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de tí, y no dejarán en tí

piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación".

Page 32: La parusia revisado

~ 32 ~

Aquí pisamos terreno que no es debatible. Esta profecía es clara y perspicaz como

la historia. Ningún defensor de la teoría de interpretación del doble sentido ha

propuesto descubrir aquí nada que no sea Jerusalén y la desolación que se

aproximaba.

No es la conflagración de la tierra, ni la disolución de la creación: es el sitio y la

demolición de la Ciudad Santa, y la matanza de sus ciudadanos, todo lo cual se

cumpliría históricamente antes de cuarenta años, y nada más. Pero, ¿por qué?

¿Por qué no es posible el doble sentido aquí, como en la predicción hecha en el

Monte de los Olivos? La respuesta será, sin duda: Porque aquí todo es homogéneo

y consecutivo; el Salvador está mirando a Jerusalén, y hablando a Jerusalén, y

prediciendo un acontecimiento que habría de ocurrir prontamente. Pero esto es

también lo que sucede con la profecía de Mateo 24, donde los expositores

encuentran, a veces a Jerusalén, y a veces al mundo; a veces la terminación del

gobierno judío, y a veces la conclusión de la historia humana; a veces el año 70 d.

C., y a veces un período de tiempo todavía desconocido. Todavía veremos que la

profecía del Monte de los Olivos es no menos consecutiva, no menos homogénea,

no menos una e indivisible, que esta predicción clara y sencilla de la inminente

destrucción de Jerusalén. Si la teoría del doble sentido sirviera para algo, se

encontraría que es igualmente aplicable a la predicción que tenemos delante. Aquí,

sin embargo, sus propios defensores la descartan; porque el sentido común rehusa

ver en este conmovedor lamento otra cosa que no sea Jerusalén, y solamente

Jerusalén.

III. Parábola de los Labradores Malvados

Mat. 21:33-46

"Oíd otra parábola. Hubo un

hombre, padre de familia, el cual

plantó una viña, la cercó de

vallado, cavó en ella un lagar,

edificó una torre, y la arrendó a

unos labradores, y se fue lejos. Y

cuando se acercó el tiempo de los

frutos, envió sus siervos a los

labradores, para que recibiesen

sus frutos. Mas los labradores,

tomando a los siervos, a uno

golpearon, a otro mataron, y a

otro apedrearon. Envió de nuevo a

Mar. 12:1-12

"Un hombre plantó una

viña, la cercó de vallado,

cavó un lagar, edificó una

torre, y la arrendó a unos

labradores, y se fue lejos.

Y a su tiempo envió un

siervo a los labradores,

para que recibiese de éstos

el fruto de la viña. Mas

ellos, tomándole, le

golpearon, y le enviaron

Luc. 20:9-19

"Un hombre plantó una viña,

la arrendó a labradores, y se

ausentó por mucho tiempo.

Y a su tiempo envió un

siervo a los labradores, para

que le diesen del fruto de la

viña; pero los labradores le

golpearon, y le enviaron con

las manos vacías.

Volvió a enviar otro siervo;

mas ellos a éste también,

Page 33: La parusia revisado

~ 33 ~

otros siervos, más que los

primeros; e hicieron con ellos de

la misma manera.

Finalmente les envió su hijo,

diciendo: Tendrán respeto a mi

hijo. Mas los labradores, cuando

vieron al hijo, dijeron entre sí:

Este es el heredero; venid,

matémosle, y apoderémonos de su

heredad. Y tomándole, le echaron

fuera de la viña, y le mataron.

Cuando venga, pues, el señor de

la viña, ¿qué hará a aquellos

labradores?

Le dijeron: A los malos destruirá

sin misericordia, y arrendará su

viña a otros labradores, que le

paguen el fruto a su tiempo. Jesús

les dijo: ¿Nunca leísteis en las

Escrituras: La piedra que

desecharon los edificadores, ha

venido a ser cabeza del ángulo. El

Señor ha hecho esto, y es cosa

maravillosa a nuestros ojos? Por

tanto os digo, que el reino de Dios

será quitado de voostros, y será

dado a gente que produzca los

frutos de él. Y el que cayere sobre

esta piedra será quebrantado; y

sobre quien ella cayere, le

desmenuzará. Y oyendo sus

parábolas los principales

sacerdotes y los fariseos,

entendieron que hablaba de ellos.

Pero al buscar cómo echarle

mano, temían al pueblo, porque

éste le tenía por profeta".

con las manos vacías.

Volvió a enviarles otro

siervo; pero apedréandole,

le hirieron en la cabeza, y

también le enviaron

afrentado. Y volvió a

enviar otro, y a éste

mataron; y a otros muchos,

golpeando a unos y

matando a otros.

Por último, teniendo aún

un hijo suyo, amado, le

envió también a ellos,

diciendo: Tendrán respeto

a mi hijo. Mas aquellos

labradores dijeron entre sí:

Este es el heredero; venid,

matémosle, y la heredad

será nuestra.

Y tomándole, le mataron,

y le echaron fuera de la

viña. ¿Qué, pues, hará el

señor de la viña?

Vendrá, y destruirá a los

labradores, y dará su viña

a otros.

¿Ni aun esta escritura

habéis leído: La piedra que

desecharon los edificadores

ha venido a ser cabeza del

ángulo; el Señor ha hecho

esto, y es cosa maravillosa a

nuestros ojos?

Y procuraban prenderle,

porque entendían que decía

contra ellos aquella

parábola; pero temían a la

multitud, y dejándole, se

fueron".

golpeado y afrentado, le

enviaron con las manos

vacías.

Volvió a enviar un tercer

siervo; mas ellos también a

éste echaron fuera, herido.

Entonces el señor de la viña

dijo: ¿Qué haré? Enviaré a mi

hijo amado; quizás cuando le

vean a él, le tendrán respeto.

Mas los labradores, al verle,

discutían entre sí, diciendo:

Este es el heredero; venid,

matémosle, para que la

heredad sea nuestra.

Y le echaron fuera de la viña,

y le mataron. ¿Qué, pues, les

hará el señor de la viña?

Vendrá y destruirá a estos

labradores, y dará su viña a

otros. Cuando ellos oyeron

esto, dijeron: ¡Dios nos libre!

Pero él, mirándolos, dijo:

¿Qué, pues, es lo que está

escrito: La piedra que

desecharon los edificadores ha

venido a ser cabeza del

ángulo?

Todo el que cayese sobre

aquella pieda, será

quebrantado; mas sobre quien

ella cayere, le desmenuzará.

Procuraban los principales

sacerdotes y los escribas

echarle mano en aquella hora,

porque comprendieron que

contra ellos había dicho esta

parábola".

Page 34: La parusia revisado

~ 34 ~

Esta parábola, registrada en términos casi idénticos por los sinopticistas, apenas

necesita intérpretación. Su referencia local, personal, y nacional es demasiado

manifiesta para ser puesta en duda. La viña es la tierra de Israel; el señor de la viña

es el Padre; sus mensajeros son sus siervos los profetas; su único y amado hijo es

el Señor Jesús mismo; los labradores son los judíos rebeldes y perversos; el castigo

es la catástrofe venidera en la Parusía, cuando, como bien lo expresa Neander, "la

relación teocrática se rompe, y el reino es traspasado a otras naciones que

produzcan los frutos correspondientes". (2)

La aplicación de esta parábola al pueblo del tiempo de nuestro Salvador es tan

directa y explícita, que podría suponerse que ningún crítico tendría que buscarle un

significado oculto o una referencia ulterior. Los principales sacerdotes y los fariseos

pensaban que "la había pronunciado contra ellos"; e hicieron un gesto de dolor bajo

el látigo. Tal como está, es perfectamente clara e inteligible; pero la exégesis de un

teólogo puede volverla realmente turbia y oscura. Por ejemplo, Lange comenta así

el versículo 41.

La Parusía de Cristo es consumada en su última venida, pero no es una con ella.

En principio, comienza con la resurrección (Juan 16:16); continúa como un poder a

través del período del Nuevo Testamento (Juan 14:3-19); y es consumada en el

más estricto sentido en el advenimiento final (I Cor. 15:23; Mat. 25:31; 2 Tesa. 2,

etc.). (3)

Aquí tenemos, no una venida, ni la venida de Cristo, pero nada menos que tres

venidas, separadas y distintas, o una venida de tres clases diferentes - una venida

continua que ha estado ocurriendo ya por casi dos mil años, y puede continuar por

dos mil años más, que sepamos. Pero de todo esto no se da ni un indicio en el

texto, ni en ninguna otra parte. Es meramente adorno humano, sin una sola

partícula de autoridad bíblica, inventado en virtud de una teoría de interpretación de

doble o triple sentido.

Mucho más sobria es la explicación de Alford: "Podemos observar que nuestro

Señor hace que 'cuando el Señor venga' [o[tan e[lth o/ kuriov] coincida con la

destrucción de Jerusalén, que es, incontestablemente, la destrucción de los

labradores malvados. Por lo tanto, este pasaje forma una clave importante de las

pofecías de nuestro Señor, y una justificación decisiva para los que, como yo,

sostienen que la venida del Señor, en muchos lugares, ha de identificarse

principalmente con esa destrucción". (4)

Page 35: La parusia revisado

~ 35 ~

Es lamentable que esta nota, por lo demás acertada y sensata, esté estropeada por

las frases "en muchos lugares" y "principalmente", pero es, sin embargo, una

admisión importante. Sin duda, aquí encontramos efectivamente "una clave

importante de las profecías de nuestro Señor", pero la clave maestra es la que ya

hemos encontrado en Mat. 16:27, 28, que sirve para abrir, no sólo éste, sino

muchos otros dichos oscuros en los oráculos proféticos.

IV. Parábola de las bodas del hijo del rey

Mat. 22:1-14. "Respondiendo Jesús, les volvió a hablar en parábolas, diciendo: El

reino de los cielos es semejante a un rey que hizo fiesta de bodas a su hijo; y envió

a sus siervos a llamar a los convidados a las bodas; mas éstos no quisieron venir.

Volvió a enviar a otros siervos, diciendo: Decid a los convidados: He aquí, he

preparado mi comida; mis toros y animales engordados han sido muertos, y todo

está dispuesto; venid a las bodas. Mas ellos, sin hacer caso, se fueron, uno a su

labranza, y otro a sus negocios; y otros, tomando a los siervos, los afrentaron y los

mataron. Al oirlo el rey, se enojó; y enviando sus ejércitos, destruyó a aquellos

homicidas, y quemó su ciudad. Entonces dijo a sus siervos: Las bodas a la verdad

están preparadas; mas los que fueron convidados no eran dignos. Id, pues, a las

salidas d elos caminos, y llamad a las bodas a cuantos halléis. Y saliendo los

siervos por los caminos, juntaron a todos los que hallaron, juntamente malos y

buenos; y las bodas fueron llenas de convidados. Y entró el rey para ver a los

convidados, y vio allí a un hombre que no estaba vestido de boda. Y le dijo: Amigo,

¿cómo entraste aquí, sin estar vestido de boda? Mas él enmudeció. Entonces el rey

dijo a los que servían: Atadle de pies y manos, y echadle en las tinieblas de afuera;

allí será el lloro y el crujir de dientes. Porque muchos son llamados, y pocos

escogidos".

Esta parábola guarda un gran parecido con la de la Gran Cena de Lucas 14. Es

posible que las dos parábolas sean sólo versiones diferentes del mismo original. La

cuestión, sin embargo, no afecta la discusión actual, y no puede probarse que estas

parábolas no fueron pronunciadas en ocasiones diferentes. La moraleja de ambas

es la misma; pero la naturaleza de la parábola registrada por Mateo es más

claramente escatológica que la de Lucas. Apunta claramente a la cercana

consumación del "reino de los cielos". La venganza que el rey tomó de los asesinos

de su hijo y contra su ciudad fija la aplicación a Jerusalén y a los judíos. Los

ejércitos romanos no eran sino los ejecutores de la justicia divina; y Jerusalén

pereció por su culpa y su rebelión contra su Rey.

Page 36: La parusia revisado

~ 36 ~

En sus notas sobre esta parábola, y aunque reconoce una referencia parcial y

primaria a Israel y a Jerusalén, Alford también encuentra que se extiende mucho

más allá de su alcance aparente, y se divide en dos actos, el primero de los cuales

es pasado, y termina en el versículo 10; mientras que un nuevo acto se abre con el

versículo 11, que todavía está en el futuro. Esto implica que el juicio de Israel y de

Jerusalén no proporciona un cumplimiento pleno y exhaustivo de las palabras de

nuestro Señor. Por una parte, tenemos las enseñanzas de Cristo mismo - sencillas,

claras, y nada ambiguas; por la otra, la especulación conjetural del crítico, sin una

chispa de evidencia ni autoridad de la palabra de Dios. Algunos se mofarán

diciendo que exponer la parábola de acuerdo con su sencillo significado histórico es

poco profundo, superficial, y poco espiritual, y tratan de encontrar en ella

significados ulteriores y ocultos, enigmas oscuros y profundos, profundidades

místicas, que nadie sino los teólogos pueden explorar - ¡esto es perspicacia crítica,

aguda penetración, gran espiritualidad! En nuestra opinión, todo este atribuir

hipótesis humanas y dobles sentidos a las predicciones de nuestro Señor es

completamente incompatible con la crítica sobria, o con la verdadera reverencia por

la palabra de Dios; esto no es crítica, sino misticismo, y oscurece la verdad, en vez

de aclararla. Entonces, a riesgo de ser considerados superficiales y poco profundos,

nos aferraremos a las sencillas enseñanzas de las palabras de la Biblia, haciendo

oídos sordos a todas las especulaciones fantásticas y conjeturales de origen

meramente humano, no importa cuán instruída o digna sea la dirección de donde

vengan.

V. Ayes Pronunciados Sobre los Escribas y los Fariseos

Mateo 23:29-36

"Ay de vosotros, escribas y fariseos,

hipócritas! porque edificáis los

sepulcros de los profetas, y adornáis

los monumentos de los justos, y

decís: Si hubiésemos vivido en los

días de nuestros padres, no

hubiéramos sido sus cómplices en la

sangre de los profetas. Así que dais

testimonio contra vosotros mismos,

de que sois hijos de aquellos que

mataron a los profetas. ¡Vosotros

Lucas 11:47-51

"¡Ay de vosotros, que edificáis los

sepulcros de los profetas a quienes

mataron vuestros padres!

De modo que sois testigos y

consentidores de los hechos de

vuestros padres; porque a la verdad

ellos los mataron, y vosotros edificáis

sus sepulcros.

Por eso la sabiduría de Dios también

Page 37: La parusia revisado

~ 37 ~

también llenad la medida de vuestros

padres! ¡Serpientes, generación de

víboras! ¿Cómo escaparéis de la

condenación del infierno? Por tanto,

he aquí yo os envío profetas y sabios

y escribas; y de ellos, a unos mataréis

y crucificaréis, y a otros azotaréis en

vuestras sinagogas, y perseguiréis de

ciudad en ciudad; para que venga

sobre vosotros toda la sangre justa

que se ha derramado sobre la tierra,

desde la sangre de Abel el justo hasta

la sangre de Zacarías hijo de

Berequías, a quien matásteis entre el

templo y el altar. De cierto os digo

que todo esto vendrá sobre esta

generación".

dijo: Les enviaré profetas y apóstoles;

y de ellos, a unos matarán y a otros

perseguirán, para que se demande de

esta generación la sangre de todos los

profetas que se ha derramado desde la

fundación del mundo, desde la sangre

de Abel hasta la sangre de Zacarías,

que murió entre el el altar y el templo;

sí, os digo que será demandada de esta

generación".

Se verá que Lucas da este pasaje como pronunciado en una relación diferente, y en

una ocasión diferente, de las de Mateo. Si nuestro Señor pronunció las mismas

palabras en dos ocasiones diferentes, o si las palabras fueron transpuestas por

Lucas de su relación original, no es una cuestión fácil de establecer. La primera

hipótesis no parece probable, y no se recomienda ella misma a la mente crítica. Los

apotegmas y dichos cortos parabólicos, como "muchos son los llamados pero pocos

los escogidos", "los últimos serán los primeros, y los primeros, últimos", pueden

haberse repetido en varias ocasiones; pero difícilmente puede imaginarse que

discursos relacionados y detallados, como el Sermón del Monte, el discurso

profético sobre el Monte de los Olivos, y esta acusación contra los escribas y

fariseos, hayan sido repetidos palabra por palabra en diferentes ocasiones. Como

ya hemos visto, es un error buscar un estricto orden cronológico en las narraciones

de los evangelistas; se admite de modo general que ellos algunas veces ponían

juntos hechos que tenían una relación natural, de manera bastante independiente

del orden cronológico en que ocurrieron.

Stier dice de la cronología de Lucas en general: "Dos cosas están suficientemente

claras: Primera, que él menciona ocurrencias individuales sin tener en cuenta

estrictamente la cronología, aún repitiendo e intercalando algunas cosas registradas

en otros lugares", etc.

Page 38: La parusia revisado

~ 38 ~

Neander hace la siguiente observación sobre el pasaje que tenemos delante: "Del

mismo modo que este último discurso narrado por Mateo contiene varios pasajes

narrados por Lucas en la conversación de la mesa (cap. 11), Lucas inserta allí este

anuncio profético, cuya correcta posición se encuentra en Mateo". (5) Sin embargo,

no podemos concordar con la opinión de Neander, de que "este discurso, como

aparece en Mat. 23, contiene muchos pasajes pronunciados en otras ocasiones"

(6). Nos parece imposible leer el capítulo veintitrés de Mateo sin percibir que es un

discurso continuo y relacionado, pronunciado en una ocasión, derivándose sus

diferentes partes de, y siguiéndose, las unas a las otras naturalmente. Su misma

estructura, que consiste de siete ayes (7), pronunciados contra los hipócritas que

pretendían ser santos y eran los guías ciegos del pueblo - y la solemne ocasión en

la que fue pronunciado, siendo el discurso público filial [sic] de nuestro Señor -

obligan irresistiblemente la conclusión de que es un todo completo, y que Mateo nos

da la forma original del discurso.

Pero dilucidar esta cuestión no es esencial para esta investigación. Mucho más

importante es observar cómo nuestro Señor cierra su ministerio público en términos

casi idénticos a aquellos con los cuales su precursor se dirigía a la misma clase de

gentes: "¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación

del infierno?" Esta no es ninguna coincidencia fortuita. Evidentemente, es la

deliberada adopción de las palabras del Bautista, cuando habló de la "ira venidera".

Israel había rechazado asimismo el severo llamado al arrepentimiento que le había

hecho el segundo Elías, y las tiernas amonestaciones del Cordero de Dios. La

medida de su culpa estaba casi llena, y el "día de la ira" llegaba rápidamente.

Pero el punto que merece atención especial es la particular aplicación de este

discurso a la misma época del Salvador. "De cierto os digo: Todo esto acontecerá a

esta generación". "Esto será requerido de esta generación". Ciertamente no hay

aquí la pretensión de una referencia primaria y una secundaria. Ningún expositor

negará que estas palabras tienen una única y exclusiva explicación a la generación

del pueblo judío que entonces vivía sobre la tierra. Hasta Dorner, que arguye de lo

más enérgicamente a favor de una gran variedad de significados de la palabra

genea [generación], admite con franqueza que aquí sólo puede referirse a los

contemporáneos de nuestro Señor: "Hoc ipsum hominum aevum". (8) Esta es una

admisión de la mayor importancia. Nos permite fijar el verdadero significado de la

frase: "Esta generación", que juega un papel tan importante en varias de las

predicciones de nuestro Señor, y notablemente en la gran profecía pronunciada en

el Monte de los Olivos. En el pasaje que tenemos delante, las palabras son

incapaces de ninguna otra aplicación que no sea la generación existente de la

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~ 39 ~

nación judía, que es representada por nuestro Señor como heredera de todas las

generaciones precedentes, que había heredado la depravación y la rebeldía del

carácter nacional, y estaba destinada a perecer en el diluvio de ira que se había

estado acumulando a través de los siglos, y por fin estaba a punto de arrollar a la

tierra culpable.

VI. El Segundo Lamento de Jesús Sobre Jerusalén

Mateo 23:37-39

"¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los

profetas, y apedreas a los que te son

enviados! ¡Cuántas veces quise juntar

a tus hijo, como la gallina junta sus

polluelos debajo de las alas, y no

quisiste! He aquí vuestra casa os es

dejada desierta. Porque os digo que

desde ahora no me veréis, hasta que

digáis: Bendito el que viene en el

nombre del Señor".

Luc. 13:34, 35

"¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los

profetas, y apedreas a los que te son

enviados! ¡Cuántas veces quise juntar

a tus hijos, como la gallina a sus

polluelos debajo de sus alas, y no

quisiste! He aquí, vuestra casa os es

dejada desierta; y os digo que no me

veréis, hasta que llegue el tiempo en

que digáis: Bendito el que viene en el

nombre del Señor".

Aquí tenemos nuevamente otro ejemplo de esas discrepancias en la historia del

evangelio que causan perplejidad a los armonistas. Lucas registra este conmovedor

apóstrofe de nuestro Señor en una relación bastante diferente de la de Mateo. Sin

embargo, apenas podemos suponer que estas ipsissima verba fueron pronunciadas

en más de una ocasión, a saber, las especificadas por Mateo. Dice Dorner: "Que

estas palabras: 'He aquí, vuestra casa os dejada desierta', fueron pronunciadas por

Cristo, no donde las coloca Lucas, sino donde las pone Mateo, lo muestran las

palabras mismas; porque fueron pronunciadas cuando nuestro Señor partía del

templo para no regresar más a él hasta que viniera en juicio". (9) Lange dice que el

pasaje es colocado antes por Lucas "por razones pragmáticas". En todo caso,

podemos correctamente considerar las palabras como pronunciadas en la ocasión

indicada por Mateo.

Como tal, su colocación es de lo más sugerente. Esta patética amonestación mitiga

la severidad de las anteriores acusaciones, y cierra el ministerio de nuestro Señor

con un estallido de humana ternura y divina compasión. Como bien dice el Dr.

Lange: "El Señor llora y se lamenta sobre su propia Jerusalén en ruinas ... Su

peregrinaje entero en la tierra fue agitado por su angustia sobre Jerusalén, como la

gallina que ve al águila amenazante en el cielo, y ansiosamente trata de juntar a sus

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~ 40 ~

polluelos bajo sus alas. Con una tal angustia veía Jesús a las legiones romanas

aproximarse para juicio sobre los hijos de Jerusalén, y trataba de salvarles con las

más fuertes solicitaciones de amor, pero en vano. ¡Eran como hijos muertos a la

voz del amor maternal!" (10)

¿Es necesario decir que aquí está Jerusalén, y sólo Jerusalén? No hay ninguna

ambigüedad, ninguna referencia doble; ningún cumplimiento próximo y final se

conciba aquí. Un pensamiento, un sentimiento, un propósito llenaba el corazón de

Jesús - ¡Jerusalén, la ciudad de Dios, la amada, la culpable, la condenada! Su

suerte estaba ahora poco menos que sellada, y el corazón de nuestro Salvador se

le oprimía de angustia al darle el último adiós.

Pero, ¿cómo debemos entender las palabras finales: "No me veréis más, hasta que

digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor"? Esta frase: "Bendito el que

viene en el nombre del Señor" es la fórmula reconocida que empleaban los judíos al

hablar de la venida del Mesías - el saludo mesiánico: equivalente a "Salve, ungido

de Dios". Se supone generalmente que fue adoptado de Sal. 118:26. Por lo tanto,

vendría un momento en que esta salutación sería apropiada. El Señor que salía del

templo retornaría a su templo una vez más. Más que esto, aquella misma

generación presenciaría aquel regreso. Esto se da a entender claramente en la

forma del lenguaje del Salvador: "No me veréis más hasta que digáis", etc. -

palabras que estarían desprovistas de la mitad de su significado si las personas a

las que se refiere la primera parte de la oración no fuesen las mismas que aquéllas

a las que se refiere la segunda parte. Nada puede ser más claro y explícito que la

referencia de principio a fin al pueblo de Jerusalén, los contemporáneos de Cristo.

Ellos y Él habrían de encontrarse otra vez; y el Mesías, el Señor a quien profesaban

buscar tan ansiosamente, vendría súbitamente a su templo, según el dicho de

Malaquías el profeta. Ellos esperaban aquella venida como un acontecimiento para

ser recibido con gozo; pero habría de ser de muy distinta manera. "¿Y quién podrá

soportar el tiempo de su venida? ¿o quién podrá estar en pie cuando él se

manifieste?" Ese día habría de traer la desolación de la casa de Dios, la destrucción

de su existencia nacional, el estallido de la ira contenida de Dios sobre Israel. Este

era el regreso, el reunirse nuevamente, al cual el Salvador alude aquí. ¿Y no es

ésta la mismísima cosa que Él había declarado una y otra vez? ¿No había Él dicho

hacía bien poco que "sobre esta generación" vendrían los siete ayes que Él

acababa de pronunciar? (Ver. 36). ¿No había afirmado solemnemente que algunos

que entonces vivían verían al Hijo del hombre viniendo en gloria, con sus ángeles,

"para dar a cada uno según sus obras" -- esto es, que vendría a juzgar? ¿Es

posible adoptar la extraña hipótesis de algunos comentaristas de nota, de que con

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~ 41 ~

estas palabras nuestro Salvador quiere decir que nunca volvería a ser visto por

aquéllos a los cuales hablaba, hasta que un Israel convertido y cristiano, en alguna

época muy distante en el tiempo, estuviese preparado para recibirle como Rey de

Israel? Esto sería realmente tomarse injustificadas libertades con las palabras de la

Escritura. Nuestro Señor no dice: "No me veréis hasta que ellos digan, o, hasta que

otra generación diga; sino, "hasta que [vosotros] digáis", etc. No se sigue de

ninguna manera que, porque la salutación mesiánica se cita aquí, el pueblo que se

supone que la usa estaba preparado para entrar en su verdadero significado.

Aquellas mismas palabras habían sido exclamadas por multitudes en las calles de

Jerusalén sólo uno o dos días antes, pero fueron cambiadas por "¡Crucifícale,

crucifícale!" en muy breve espacio de tiempo. Aquellas palabras simplemente

denotan el hecho de su venida. Los infelices a quienes nuestro Salvador hablaba no

podían adoptar el saludo mesiánico en su sentido verdadero y más alto; ellos jamás

dirían: "Bendito el que", etc., pero presenciarían su venida - la venida con la cual

aquella fórmula estaba asociada indisolublemente, es decir, la Parusía.

Sostenemos, entonces, que, no sólo estamos justificados, sino obligados, a llegar a

la conclusión de que aquí nuestro Señor se refiere a su venida para destruir a

Jerusalén y cerrar la era judía, según sus expresas declaraciones, dentro del

período de la generación que entonces existía. La historia verifica la profecía.

Menos de cuarenta años después del tiempo en que fueron pronunciadas estas

palabras, Judea y su pueblo fueron abrumados por el diluvio de ira predicho por el

Señor. Su tierra fue asolada; su casa fue dejada desierta; Jerusalén, y sus hijos con

ella, fueron sumergidos en una ruina común.

VII. La Profecía Del Monte de los Olivos

LA VENIDA DEL HIJO DEL HOMBRE [LA PARUSÍA] ANTES DE QUE PASARA AQUELLA GENERACIÓN

MAT. 24; MAR. 13; LUC. 21

Ahora entramos a considerar el que es, con mucho, el pronunciamiento más

completo y más explícito de nuestro Señor tocante a su venida, y los solemnes

acontecimientos relacionados con ella. El discurso o la conversación en el Monte de

los Olivos es la gran profecía del Nuevo Testamento, y no sería incorrecto llamarla

el Apocalipsis de los evangelios. De la interpretación de este discurso profético

dependerá que comprendamos correctamente las predicciones contenidas en los

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~ 42 ~

escritos apostólicos; porque casi se puede decir que no hay nada en las epístolas

que no esté en los evangelios. Esta profecía de nuestro Salvador es el gran

depósito del cual se derivan principalmente las declaraciones proféticas de los

apóstoles.

La opinión comúnmente aceptada de la estructura de este discurso, que casi se da

por sentada, tanto por expositores como por los lectores en general, es que nuestro

Señor, al responder a la pregunta de sus discípulos con respecto a la destrucción

del templo, mezcla con ese acontecimiento la destrucción del mundo, el juicio

universal, y la consumación final de todas las cosas. Imperceptiblemente, se

supone, la profecía se desliza de la ciudad y el templo de Jerusalén, y su destino

inminente en el futuro inmediato, a otra catástrofe, infinitamente más tremenda, en

el futuro lejano e indefinido. Sin embargo, tan entremezcladas están las alusiones -

ya a Jerusalén, ya al mundo en ggeneral; ya a Israel, ya a la raza humana; ya a los

acontecimientos cercanos, ya a acontecimientos indefinidamente remotos - que

distinguir y asignar las varias referencias y los varios temas es extremadamente

difícil, si no imposible.

Quizás la manera más justa de mostrar los puntos de vista de los que arguyen a

favor de un doble significado en este discurso profético sea presentar el esquema o

plan de la profecía propuesto por el Dr. Lange, y adoptado por muchos notables

expositores.

"En armonía con el estilo apocalíptico, Jesús presentó los juicios de su venida en

una serie de ciclos, cada uno de los cuales muestra el futuro entero, pero de tal

manera, que con cada nuevo ciclo el escenario parece aproximarse a y parecerse

aún más de cerca a la catástrofe final. Así, el primer ciclo delinea el curso entero del

mundo hasta el fin, en sus características generales (vers. 4-14). El segundo da las

señales de la destrucción de Jerusalén que se acerca, y pinta esta misma

destrucción como señal y principio del juicio del mundo, que desde ese día en

adelante continúa en silenciosos y reprimidos días de juicio hasta el fin (ver. 15-28).

El tercero describe el súbito fin del mundo, y el juicio que sigue (ver. 29-44). Luego

sigue una serie de parábolas y símiles, en las cuales el Señor pinta el juicio mismo,

que se desarrolla en una sucesión orgánica de varios actos. En el último acto,

Cristo revela su majestad judicial universal. El Cap. 24:45-51 presenta el juicio

sobre los siervos de Cristo, o el clero. Cap. 25:1-13 (las vírgenes prudentes y las

vírgenes fatuas) presenta el juicio sobre la iglesia, o el pueblo. Luego sigue el juicio

sobre los miembros individuales de la iglesia (ver. 14-30). Finalmente, los vers. 31-

46 introducen el juicio universal del mundo". (11)

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~ 43 ~

No muy diferente es el esquema propuesto por Stier, que encuentra tres venidas

diferentes de Cristo, "que en perspectiva se cubren entre sí":

"1. La venida del Señor para juzgar al judaísmo. 2. Su venida para juzgar a la

degenerada cristiandad anti-cristiana. 3. Su venida para juzgar a todas las naciones

paganas - el juicio final del mundo, todas las cuales juntas son la segunda venida

de Cristo, y con respecto a su similitud y diversidad son registradas exactamente

por Mateo como saliendo de la boca de Cristo". (12)

Tal es el elaborado y complicado esquema adoptado por algunos expositores; pero

hay contra él obvias y graves objeciones que, mientras más son consideradas, más

formidables parecen, si no fatales.

1. Puede hacerse una objeción, in limine, a los principios envueltos en este método

de interpretar la Escritura. ¿Debemos buscar significados dobles, triples, y

múltiples, profecías dentro de profecías, y misterios envueltos en misterios, donde

podríamos razonablemente haber esperado una respuesta sencilla a una pregunta

sencilla? ¿Puede alguien estar seguro de entender las Escrituras si éstas son

enigmáticas u obscuras? ¿Es ésta la manera en que el Salvador enseñaba a sus

discípulos, dejando que tanteasen el camino a través de intrincados laberintos, que

irrestiblemente sugieren la astronomía ptolemaica - "Ciclo y epiciclo, orbe en orbe"?

Ciertamente, una revelación tan ambigua y obscura puede difícilmente llamarse

revelación, y más parece un oráculo de Delfos, o una sibila de Cuma, que la

enseñanza de Aquél a quien el pueblo escuchaba gustosamente. (13)

2. Apenas se pretenderá que, si la exposición de Lange y la de Stier es correcta, los

discípulos que escuchaban los dichos de Jesús en el Monte de los Olivos pudieron

haber comprendido o seguido la dirección de su discurso. En todo momento, eran

lentos para entender las palabras de su Maestro; pero sería darles crédito a su

asombroso poder de penetración suponer que eran capaces de sortear su camino a

través de tal laberinto de venidas, que se extendían a través de "una serie de ciclos,

cada uno de los cuales presenta el futuro entero, pero de tal manera que, con cada

nuevo ciclo, la escena parece aproximarse y parecerse más de cerca a la catástrofe

final".

Para el lector corriente, no es fácil seguir al crítico ingenioso a través de su tortuoso

esquema; pero es claro que los discípulos deben haberse sentido

irremediablemente desconcertados en medio de una avalancha de crisis y

catástrofes desde la caída de Jerusalén hasta el fin del mundo. Quizás debe

decírsenos, sin embargo, que no es importante si los discípulos entendieron o no la

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~ 44 ~

respuesta de nuestro Señor: no era a ellos a los que Él hablaba; era a las edades

futuras, a las generaciones que todavía no habían nacido, que sin embargo estaban

destinadas a encontrar la interpretación de la profecía tan embarazosa para ellos

como lo era para los portadores originales. Ninguna palabra para repudiar tal

sugerencia es demasiado fuerte. Los discípulos fueron a su Maestro con una

pregunta sencilla y honesta, y es increíble que Él se burlase de ellos dándoles por

respuesta un acertijo ininteligible. Debe suponerse que el Salvador quería que sus

discípulos entendieran sus palabras, y debe suponerse que las entendieron.

3. La interpretación que estamos considerando parece estar fundamentada en una

errónea interpretación de la pregunta que los discípulos hicieron a nuestro Señor,

así como de la respuesta a la pregunta.

Se supone por lo general que los discípulos vinieron a nuestro Señor con tres

preguntas diferentes, relativas a diferentes acontecimientos separados entre sí por

un largo intervalo de tiempo; que la primera pregunta: "¿Cuándo serán estas

cosas?", se refería a la próxima destrucción del templo; que la segunda y la tercera

preguntas, "¿Qué señal habrá de tu venida, y del fin del mundo?", se refería a

sucesos muy posteriores a la destrucción de Jerusalén y que, de hecho, todavía no

han tenido lugar. Se supone que la respuesta de nuestro Señor se conforma a esta

triple pregunta, y que esto da forma a su discurso entero. Ahora, considérese cuán

completamente improbable es que los discípulos tuvieran en sus mentes algún

esquema del futuro, como si fuera un mapa. Sabemos que ellos acababan de ser

sacudidos y quedar estupefactos por la predicción de su Maestro tocante a la total

destrucción de la gloriosa casa de Dios que tan recientemente habían estado

contemplando con admiración. Todavía no habían tenido tiempo de recuperarse de

su sorpresa, cuando fueron a Jesús con la pregunta: "¿Cuándo serán estas

cosas?", etc. ¿No es razonable suponer que sólo un pensamiento les poseía en ese

momento - la portentosa calamidad que esperaba a la magnífica estructura, gloria y

belleza de Israel? ¿Era ése un momento en que sus mentes estarían ocupadas con

un futuro distante? ¿No debía su alma entera estar concentrada en el destino del

templo? ¿Y no debían estar ansiosos de saber qué señales se darían de la

proximidad de la catástrofe? Es imposible decir si relacionaron en su imaginación la

destrucción del templo con la disolución de la creación y el fin de la historia

humana; pero podemos, sin peligro, llegar a la conclusión de que en sus mentes

predominaba el anuncio que el Señor acababa de hacer: "De cierto os digo, que no

quedará piedra sobre piedra que no sea derribada". Por el lenguaje del Salvador,

deben haber colegido que la catástrofe era inminente; y su ansiedad era por saber

el momento y las señales de su llegada. Marcos y Lucas hacen que la pregunta de

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~ 45 ~

los discípulos se refiera a un suceso y una ocasión - "¿Cuándo serán estas cosas?

¿Y qué señal habrá cuando todas estas cosas hayan de cumplirse?" Por lo tanto,

no es sólo presumible, sino indudable, que las preguntas de los discípulos se

refieren sólo a diferentes aspectos del mismo y gran acontecimiento. Esto armoniza

las afirmaciones de Mateo con las de los otros evangelistas, y claramente lo

requieren las circunstancias del caso.

4. La interpretación que estamos discutiendo descansa también en una concepción

errónea y engañosa de la frase "fin del mundo" (época) [ton/ai=w/noj]. No es

sorprendente que simples lectores de habla inglesa del Nuevo Testamento

supongan que esta frase significa en realidad la destrucción del mundo material;

pero tal error no debería recibir el apoyo de hombres de saber. Ya hemos tenido

ocasión de subrayar que el verdadero significado de (aion) no es mundo, sino

época; que, como su equivalente en latín, aevum, se refiere a un período de tiempo:

así, "el fin de la época" [ton/ai=w/noj] significa la proximidad del fin de la época o

era o dispensación judía, como nuestro Señor lo indicaba con frecuencia. Todos los

pasajes que hablan del "fin" [to.te,loj] "el fin del tiempo", o "el fin de los tiempos", se

refieren a la misma consumación, y siempre como que está a las puertas. En I Cor.

10:11, Pablo dice: "Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas

para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos",

dando a entender que se consideraba a sí mismo y a sus lectores como viviendo

cerca de la conclusión de un aeon, o era.

Así, en la epístola a los Hebreos, encontramos la notable expresión: "Pero ahora,

en la consumación de los siglos (erróneamente traducida: El fin del mundo), se

presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo" (Heb. 9:26), mostrando

claramente que el escritor consideraba la encarnación de Cristo como teniendo

lugar cerca del fin del eon, o período dispensacional. Suponer que quería decir

cerca del fin del mundo, o cerca de la destrucción del planeta material, sería hacerle

escribir falsa historia y mala gramática. De hecho, no sería verdad, porque el mundo

ha durado más desde la encarnación que la duración de toda la economía mosaica,

desde el éxodo hasta la destrucción del templo. Por lo tanto, es inútil decir que el

"fin del siglo" puede significar un período prolongado, que se extiende desde la

encarnación hasta nuestro propio tiempo, y aún más allá. Eso sería un eón, no el fin

de todos los hombres. El eón del que hablaba nuestro señor estaba a punto de

terminar en una gran catástrofe; y una catástrofe no es un proceso prolongado, sino

un acto definitivo y culminante. Nos vemos obligados, por lo tanto, a llegar a la

conclusión de que "el fin del siglo", o [ton/ ai=w/noj] se refiere solamente a la

cercana terminación de la era o dispensación judía.

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~ 46 ~

5. Ciertamente puede objetarse que, aún admitiendo que los apóstoles hayan

estado ocupados exclusivamente con la suerte del templo y los acontecimientos de

su propio tiempo, no hay razón para que el Señor no excediera los límites de la

visión de ellos y no extendiera una mirada profética hacia los siglos de un futuro

distante. No hay duda de que podía hacerlo; pero, en ese caso, deberíamos esperar

algún atisbo o sugerencia de ese hecho; alguna línea bien definida entre el futuro

inmediato y el indefinidamente remoto. Si el Salvador pasa de Jerusalén y su día de

condenación, al mundo y su día del juicio, sería sólo razonable buscar alguna frase

como "Después de muchos días", o "Sucederá después de estas cosas", que

marcara la transición. Pero en vano buscamos alguna indicación de este tipo. Son

por entero insatisfactorios los intentos de los expositores de trazar líneas de

transición en esta profecía, mostrando dónde deja de hablar de Jerusalén e Israel y

pasa a hablar de acontecimientos remotos y generaciones que todavía no habían

nacido. Nada puede ser más arbitrario que las divisiones que se intentan

establecer; no soportan ni el examen de un momento, y son incompatibles con las

expresas afirmaciones de la profecía misma. ¿Puede creerse que algunos

expositores encuentran un punto de transición en Mateo 24:29, donde las propias

palabras de nuestro Señor hacen totalmente inadmisible la idea misma por medio

de su propia observación sobre el tiempo, pues dice "inmediatamente"? Si, en

presencia de tal autoridad, puede hacerse una sugerencia tan precipitada, ¿qué no

puede esperarse en casos señalados con menos fuerza? Pero, la verdad es que

todos los intentos de establecer divisiones y transiciones imaginarias en la profecía

fracasan de modo notable. Que cualquier lector imparcial y honesto juzgue el

esquema del Dr. Lange, que puede ser considerado representante de la escuela de

los expositores del doble sentido, en su distribución de este discurso de nuestro

Señor, y diga si es posible discernir algún vestigio de una división natural donde él

traza líneas de transición. Su primera sección, desde el ver. 4 al ver. 14, la titula

"Señales, y la manifestación del fin del mundo en general".

¡Cómo! ¿Es concebible que nuestro Señor, a punto de responder a los corazones

ansiosos y palpitantes, llenos de ansiedad por las calamidades que Él decía eran

inminentes, comenzara hablando del "fin del mundo en general"? Ellos pensaban en

el templo y el futuro inmediato. ¿Hablaría Jesús del mundo y del tiempo

indefinidamente remoto? Pero, ¿hay algo en esta primera sección que no sea

aplicable a los discípulos mismos y a su tiempo? ¿Hay algo que no ocurrió

realmente en su propio tiempo? "Sí," se dirá, "el evangelio del reino no se ha

predicado todavía a todo el mundo por testimonio a todas las naciones". Pero

tenemos este mismo hecho atestiguado por Pablo (Col. 1:5, 6): "La palabra

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~ 47 ~

verdadera del evangelio, que ha llegado hasta vosotros, así como a todo el mundo",

etc.; y nuevamente (Col. 1:23): "El evangelio que habéis oído, el cual se predica en

toda la creación que está debajo del cielo". Existía, pues, en el tiempo de los

apóstoles, tal difusión mundial del evangelio como para satisfacer las predicciones

del Salvador: "Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo"

(oikemene).

Pero la objeción decisiva a este esquema es que es evidente que el pasaje entero

está dirigido a los discípulos, y habla de lo que ellos verían, de lo que ellos harían,

de lo que ellos sufrirían; todo esto cae dentro de su propia observación y

experiencia, y no se puede hablar de ellos como si se tratara de un auditorio

invisible en una época muy distante en el futuro lejano, que aún hoy no ha tenido

lugar en la tierra.

La siguiente división de Lange, que comprende desde el ver. 15 hasta el ver. 22, se

titula

"señales del fin del mundo en particular: (a) La Destrucción de Jerusalén".

Sin detenernos a investigar la relación de estas ideas, es satisfactorio ver que por

fin se introduce a Jerusalén. Pero, ¡cuán antinatural es la transición de "el fin del

mundo" a la invasión de Judea y al sitio de Jerusalén! ¿Podrían los discípulos haber

dado tan súbito e inmenso salto? ¿Podría haber sido inteligible para ellos, o es

inteligible en la actualidad? Pero, obsérvese el punto de transición, como lo fija

Lange en el vers. 15: "Por tanto, cuando veáis la abominación desoladora", etc.

Esto ciertamente no es transición, sino continuidad: todo lo que precede conduce a

este punto; las guerras, las hambrunas, las pestilencias, las persecuciones, y los

martirios; todo esto preparaba y era la introducción para el "fin"; esto es, para la

catástrofe final que habría de sobrevenir a la ciudad, al templo, y a la nación de

Israel.

Luego sigue un párrafo desde el ver. 23 hasta el ver. 28, que Lange llama

"(b) Intervalo de juicio parcial y suprimido".

Este título es en sí mismo un ejemplo de exposición fantástica y arbitraria. En las

palabras mismas algo incongruente y contradictorio. Un día de juicio implica

publicidad y manifestación, no silencio y supresión. Pero, ¿cuál puede ser el

significado de "días de juicio silencioso y suprimido", que continúa desde la

destrucción de Jerusalén hasta el fin del mundo? Si se quiere decir que hay un

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~ 48 ~

sentido en que Dios está siempre juzgando al mundo, esto es un truísmo que podría

afirmarse de cualquier período, antes o después de la destrucción de Jerusalén.

Pero la parte más objetable de esta exposición es el violento tratamiento de la

palabra "entonces" (p. 62) [to,te] (ver. 23). Dice Lange: "Entonces (es decir, en el

tiempo que transcurre entre la destrucción de Jerusalén y el fin del mundo)". ¡Este

es ciertamente un prodigioso entonces! Ya no es un punto en el tiempo, sino un eón

- un período vasto e indefinido; y se supone que durante todo ese tiempo las

afirmaciones del párrafo, ver. 23 al 28, están en proceso de cumplimiento. Pero,

cuando regresamos a la profecía misma, no encontramos ningún cambio de tema,

ninguna interrupción en la continuidad del discurso, ningún indicio de transición de

una época a la otra. La nota de tiempo, "entonces", [to,te], es decisiva contra

cualquier hiato o transición. Nuestro Salvador está poniendo a los discípulos en

guardia contra los engañadores e impostores que infestaban la comunidad judía en

los últimos días, y les dice: "Entonces", (es decir, en ese tiempo, en la agonía de la

guerra judía) "si alguno os dijere: Mirad, aquí está el Cristo, o mirad, allí está, no lo

creáis", etc. Es Jerusalén, siempre Jerusalén, y sólo Jerusalén, de lo que nuestro

Señor habla aquí. Por fin llegamos a

"El Verdadero Fin del Mundo" (ver. 24-31).

Habiendo hecho la transición del "fin del mundo hacia atrás hasta la destrucción de

Jerusalén, el proceso ahora se invierte, y hay otra transición, de la destrucción de

Jerusalén al "verdadero fin del mundo". Este fin verdadero ha sido puesto después

de la aparición de aquellos falsos Cristos y falsos profetas contra los cuales eran

amonestados los discípulos. Esta alusión a "falsos Cristos" debería haberle

ahorrado al crítico el error en que ha caído, y haberle indicado el período al cual se

refiere la predicción. Pero, ¿dónde hay aquí alguna señal de división o transición?

No hay rastro ni señal de ninguna. Por el contrario, el lenguaje expreso de nuestro

Señor excluye en absoluto cualquier intervalo de tiempo, pues dice:

"Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días", etc. Esta nota en

cuanto al tiempo es decisiva, y prohibe perentoriamente suponer cualquier

interrupción o hiato en la continuidad de su discurso.

Pero hemos ido bastante lejos en la demostración del tratamiento arbitrario y nada

crítico que ha recibido esta profecía, y sido seducidos para efectuar una exégesis

prematura de alguna porción de su contenido. Lo que argumentamos es a favor de

la unidad y la continuidad del discurso entero. Desde el principio del capítulo

veinticuatro de Mateo hasta el final del veinticinco, es uno e indivisible. El tema es la

próxima consumación de la época, con los acontecimientos acompañantes y

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~ 49 ~

concomitantes, los ayes que habrían de alcanzar a la "generación perversa", que

comprendían la invasión por los ejércitos romanos, el sitio y la captura de Jerusalén,

la destrucción total del templo, las terribles calamidades del pueblo. Junto con esto

encontramos la verdadera Parusía, o venida del Hijo del hombre, el derramamiento

judicial de la ira divina sobre los impenitentes, y la liberación y la recompensa de los

fieles. De principio a fin, estos dos capítulos forman un discurso continuo,

consecutivo, y homogéneo. Así debe haber sido considerado por los discípulos, a

los cuales fue dirigido; y así, en ausencia de cualquier atisbo o indicación en

contrario en el registro, nos sentimos vinculados a él.

6. En conclusión, no podemos evitar referirnos a otra consideración, que, estamos

persuadidos, ha tenido mucho que ver con la errónea interpretación de esta

profecía; es decir, la inadecuada apreciación de la importancia y la grandeza del

acontecimiento que forma su tema, la consumación de la era o del eón, y la

abrogación de la dispensación judía.

Ese fue un suceso que formó una época en el gobierno divino del mundo. La

economía mosaica, que había sido entronizada con tanta pompa y grandeza en

medio de los truenos y los relámpagos de Sinaí, y había existido por casi dieciséis

siglos, que había sido el medio de comunicación divinamente instituído entre Dios y

el hombre, y cuyo propósito había sido establecer un reino de Dios en la tierra,

había demostrado ser un comparativo fracaso por medio de la incapacidad moral

del pueblo de Israel, estaba condenada a llegar a su fin en medio de la más terrífica

demostración de la justicia y la ira de Dios. El templo de Jerusalén, por siglos gloria

y corona del Monte de Sión - el santuario sagrado, en cuyo lugar sannto se

complacía en habitar Jehová - la casa santa y hermosa, que era el paladio de la

seguridad de la nación, y más cara que la vida para cada hijo de Abraham - estaba

a punto de ser profanado y destrruído, de modo que no quedaría piedra sobre

piedra. El pueblo escogido, los hijos del Amigo de Dios, la nación favorecida, con la

cual el Dios de toda la tierra se dignó entrar en pacto y ser llamado su Rey, habría

de ser abrumado por las más terribles calamidades que jamás cayeron sobre

nación alguna; habría de ser expatriado, privado de su nacionalidad, excluído de su

antigua y peculiar relación con Dios, y ser expulsados para que anduviesen como

peregrinos sobre la faz de la tierra, refrán y burla entre todas las naciones. Pero

junto con todo esto habría cambios para bien. Primero, y principalmente, el fin de la

época sería la inauguración del reino de Dios. Habría honor y gloria para los fieles y

verdaderos siervos de Dios, que luego entrarían en plena posesión de la herencia

celestial. (Esto se desarrollará más plenamente en la secuela de nuestra

investigación). Pero habría también un glorioso cambio en este mundo. Lo antiguo

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~ 50 ~

dio lugar a lo nuevo; la Ley fue reemplazada por el Evangelio; Cristo tomó el lugar

de Moisés. El sistema estrecho y exclusivo, que abarcaba sólo a un pueblo, fue

sucedido por un pacto nuevo y mejor, que abarcaba la familia entera del hombre, y

no conocía diferencia entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos. La

dispensación de los símbolos y las ceremonias, adaptados a la niñez de la

humanidad, fue incorporada en un orden de cosas en que la religión se convirtió en

un servicio espiritual, cada lugar en un templo, cada adorador en un sacerdote, y

Dios en Padre universal. Esta era una revolución mucho mayor que cualquiera que

jamás hubiese ocurrido en la historia de la humanidad. Hizo un mundo nuevo; era el

"mundo por venir", el [o.ikonge,nh me, llonoa] de Hebreos 2:5; y es imposible

sobreestimar la magnitud e importancia del cambio. Es esto lo que da tal significado

al arrasamiento del templo y la destrucción de Jerusalén: éstas son las señales

externas y visibles de la abrogación del orden antiguo y la introducción del nuevo.

La historia del sitio y la captura de la Santa Ciudad no es simplemente un

emocionante episodio histórico, como el sitio de Troya o la caída de Cartago; no es

meramente la escena final en los anales de una antigua nación; tiene un significado

sobrenatural y divino; tiene relación con Dios y la raza humana, y marca una de las

más memorables épocas en el tiempo. Esta es la razón de que el acontecimiento se

describa en la Biblia en términos que a algunos les parecen exagerados, o

requieran alguna catástrofe mayor los justifique. Pero, si fue adecuado que la

introducción de esta economía fuera señalada por portentos y maravillas,

terremotos, relámpagos, truenos, y bocinas, no menos adecuado fue que terminara

en medio de fenómenos similares, terribles espectáculos y grandes señales en el

cielo. Si los expositores hubiesen captado mejor el verdadero significado y la

grandeza del acontecimiento, no habrían encontrado extravagante o exagerado el

lenguaje con el cual nuestro Señor lo describe. (14)

Ahora estamos preparados para entrar en un examen más particular del contenido

de este discurso profético, lo cual trataremos de hacer tan concisamente como sea

posible.

Notas:

1. Life of Christ, sec. 239.

2. Life of Christ, sec. 256.

3. Lange acerca de Mat., p. 388.

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~ 51 ~

4. Alford, Testamento griego. in loc.

5. Life of Christ, sec. 253, note n.

6. Life of Christ, sec. 253, note m.

7. Tischendorf rechaza el ver. 14, que está omitida por el Codice Sinaítico y Vaticano.

8. Véase Dorner´s tractae, De Oratione Christi Eschatologica, p. 41.

9. Dorner, Orat. Christ. Esch. p. 43.

10. Com. sobre Mat. p. 416.

11. Lange, Com. sobre Mat. p. 418

12. Stier. Red. Jes. vol. iii. 251.

13. Véase Nota A, Part I., sobre la Teoría de Interpretación de Doble Sentido.

14. La terminación del eón judío en el siglo primero, y de la era romana en el quinto y el sexto, fueron narcadas por la misma ocurrencia de calamidades, guerras, tumultos, pestilencias, terremotos, etc., todas marcando el tiempo de una de las peculiares temporadas de visitación de Dios. Para la misma creencia en relación con la convulsión física y moral, véase de Niebuhr, Leben´s Nachrichten, ii. p. 672, Dr. Arnold: Véase "Life by Stanley", vol. i, p. 311.

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~ 52 ~

I. PREGUNTAS DE LOS DISCÍPULOS

Mateo 24:1-3

"Cuando Jesús salió del

templo y se iba, se acercaron

sus discípulos para mostrarle

los edificios del templo.

Respondiendo él, les dijo:

¿Veis todo esto? De cierto os

digo, que no quedará aquí

piedra sobre piedra, que no

sea derribada.

Y estando él sentado en el

Monte de los Olivos, los

discípulos se le acercaron

aparte, diciendo: Dinos,

¿cuándo serán estas cosas, y

qué señal habrá de tu venida y

del fin del siglo [época]?"

Marcos 13:1-4

"Saliendo Jesús del templo, le

dijo uno de sus discípulos:

Maestro, mira qué piedras, y

qué edificios.

Jesús, respondiendo, le dijo:

¿Ves estos grandes edificios?

No quedará piedra sobre piedra,

que no sea derribada.

Y se sentó en el monte de los

Olivos, frente al templo. Y

Pedro, Jacobo, Juan y Andrés le

preguntaron aparte: Dinos,

¿cuándo serán estas cosas? ¿Y

qué señal habrá cuando todas

estas cosas hayan de

cumplirse?"

Lucas 21:5-7

"Y a unos que

hablaban de que el

templo estaba

adornado de

hermosas piedras y

ofrendas votivas,

dijo:

En cuanto a estas

cosas que veis, días

vendrán en que no

quedará piedra sobre

piedra, que no sea

destruida.

Y le preguntaron,

diciendo: Maestro,

¿cuándo será esto? ¿y

qué señal habrá

cuando estas cosas

estén para suceder?"

Podemos concebir la sorpresa y la consternación que sintieron los discípulos

cuando Jesús les anunció la completa destrucción que se avecinaba sobre el

templo de Dios, cuya belleza y cuyo esplendor había excitado su admiración. No es

sorprendente que cuatro de ellos, que parecen haber sido admitidos a una más

íntima familiaridad que el resto, buscasen información más completa sobre un tema

tan intensamente interesante. El único punto que requiere aclaración aquí se refiere

a la extensión de su interrogatorio. Marcos y Lucas lo representan como haciendo

referencia al tiempo de la catástrofe predicha y a la señal de la inminencia de su

cumplimiento. Mateo varía la forma de la pregunta, pero es evidente que tiene el

mismo sentido: "Dinos, ¿cuándo serán estas cosas? ¿y qué señal habrá de tu

venida, y del fin del mundo [época]?" Aquí nuevamente es el tiempo y la señal lo

que forma el tema de la pregunta. No hay razón en absoluto para suponer que en

sus mentes consideraban la destrucción del templo, la venida del Señor, y el fin de

la época, como tres acontecimientos distintos o ampliamente separados entre sí;

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~ 53 ~

sino que, por el contrario, es completamente natural suponer que los consideraban

a todos ellos como coincidentes y contemporáneos. Qué idea precisa tenían con

respecto al fin de la época y a los acontecimientos conectados con él, no lo

sabemos; pero sí sabemos que estaban acostumbrados a oir hablar a su Maestro

de que vendría nuevamente con su reino, en su gloria, y durante la vida de algunos

de ellos. También le habían oído hablar del "fin del siglo"; y es evidente que

relacionaban su "venida" con el fin de la época. Por lo tanto, los tres puntos

abarcados por su pregunta, como los presenta Mateo, eran considerados por ellos

como contemporáneos; por eso, no encontramos ninguna diferencia práctica en los

términos de la pregunta de los discípulos como está registrada por los autores de

los evangelios sinópticos.

II. RESPUESTA DE NUESTRO SEÑOR A LOS DISCÍPULOS

(a) Sucesos que más remotamente debían preceder la consumación

Mateo 24:4-14

"Respondiendo Jesús, les

dijo: Mirad que nadie os

engañe. Porque vendrán

muchos en mi nombre,

diciendo: Yo soy el Cristo;

y a muchos engañarán. Y

oiréis de guerras y rumores

de guerras; mirad que no

os turbéis, porque es

necesario que todo esto

acontezca; pero aún no es

el fin. Porque se levantará

nación contra nación, y

reino contra reino; y habrá

pestes, y hambres, y

terremotos en diferentes

lugares. Y todo esto será

principio de dolores.

Entonces os entregarán a

tribulación, y os matarán,

y seréis aborrecidos de

todas las gentes por causa

Marcos 13:5-13

"Jesús, respondiéndoles,

comenzó a decir: Mirad que

nadie os engañe; porque

vendrán muchos en mi

nombre, diciendo: Yo soy el

Cristo; y engañarán a

muchos. Mas cuando oigáis

de guerras y de rumores de

guerras, no os turbéis,

porque es necesario que

suceda así; pero aún no es el

fin. Porque se levantará

nación contra nación, y

reino contra reino; y habrá

terremotos en muchos

lugares, y habrá hambres y

alborotos; principios de

dolores son estos. Pero

mirad por vosotros mismos;

porque os entregarán a los

concilios, y en las sinagogas

os azotarán; y delante de

Lucas 11:8-19

"El entonces dijo: Mirad que

no seáis engañados; porque

vendrán muchos en mi

nombre, diciendo: Yo soy el

Cristo, y: El tiempo está

cerca. Mas no vayáis en pos

de ellos. Y cuando oigáis de

guerras y de sediciones, no

os alarméis; porque es

necesario que estas cosas

acontezcan primero; pero el

fin no será inmediatamente.

Entonces les dijo: Se

levantará nación contra

nación, y reino contra reino;

y habrá grandes terremotos,

y en diferentes lugares

hambres y pestilencias; y

habrá terror y grandes

señales del cielo. Pero antes

de todas estas cosas os

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~ 54 ~

de mi nombre. Muchos

tropezarán entonces, y se

entregarán unos a otros, y

unos a otros se

aborrecerán. Y muchos

falsos profetas se

levantarán, y engañarán a

muchos; y por haberse

multiplicado la maldad, el

amor de muchos se

enfriará. Mas el que

persevere hasta el fin, éste

será salvo. Y será

predicado este evangelio

del reino en todo el

mundo, por testimonio a

todas las naciones; y

entonces vendrá el fin".

gobernadores y de reyes os

llevarán por causa de mí,

para testimonio a ellos. Y es

necesario que el evangelio

sea predicado antes a todas

las naciones. Pero cuando os

trajeren para entregaros, no

os preocupéis por lo que

habéis de decir, ni lo

penséis, sino lo que os fuere

dado en aquella hora, eso

hablad; porque no sois

vosotros los que habláis,

sino el Espíritu Santo. Y el

hermano entregará a la

muerte al hermano, y el

padre al hijo; y se

levantarán los hijos contra

los padres, y los matarán. Y

seréis aborrecidos de todos

por causa de mi nombre;

mas el que persevere hasta

el fin, éste será salvo".

echarán mano, y os

perseguirán, y os entregarán

a las sinagogas y a las

cárceles, y seréis llevados

ante reyes y ante

gobernadores por causa de

mi nombre. Y esto os será

ocasión para dar testimonio.

Proponed en vuestros

corazones no pensar antes

cómo habéis de responder en

vuestra defensa; porque yo

os daré palabra y sabiduría,

la cual no podrán resistir ni

contradecir todos los que se

opongan. Mas seréis

entregados aun por vuestros

padres, y hermanos, y

parientes, y amigos; y

matarán a algunos de

vosotros; y seréis

aborrecidos de todos por

causa de mi nombre. Pero ni

un cabello de vuestra cabeza

perecerá. Con vuestra

paciencia ganaréis vuestras

almas".

Es imposible leer esta sección sin percibir su clara referencia al período entre la

crucifixión de nuestro Señor y la destrucción de Jerusalén. Cada una de las

palabras fue dirigida a los discípulos, y solamente a ellos. Imaginar que el

"vosotros" de este discurso se aplica, no a los discípulos a quienes Jesús hablaba,

sino a algunas personas desconocidas y todavía inexistentes en una lejana época

en el futuro es una suposición tan absurda que no merece que se le preste atención

seria.

De que las palabras de nuestro Señor tuvieron plena verificación durante el

intervalo entre su crucifixión y el fin de aquella época, tenemos el más amplio

testimonio. Falsos Cristos y falsos profetas comenzaron a aparecer al comienzo

mismo de la era cristiana, y continuaron infestando el país hasta el final mismo de la

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~ 55 ~

historia judía. En la procuraduría de Pilatos (36 d. C.), apareció uno de ellos en

Samaria, y engañó a grandes multitudes. Hubo otro en la procuraduría de Cuspio

Fado (45 d. C.). Josefo nos dice que, durante el gobierno de Félix (53-60), "el país

estaba lleno de ladrones, magos, falsos profetas, falsos mesías, e impostores", que

engañaban al pueblo con promesas de grandes acontecimientos. (1) La misma

autoridad nos informa que en aquellos días abundaban las conmociones civiles y

enemistades internacionales, especialmente entre los judíos y sus vecinos. En

Alejandría, Seleucia, Siria, y Babilonia, hubo violentos tumultos entre judíos y

griegos, y entre judíos y sirios, que habitaban en las mismas ciudades. "Cada

ciudad estaba dividida", dice Josefo, "en dos bandos". En el reinado de Calígula,

había gran aprensión en Judea por la posibilidad de una guerra con los romanos, a

consecuencia de la propuesta del tirano de poner una estatua suya en el templo.

Durante el reinado del emperador Claudio (41-54 d. C.), hubo cuatro temporadas de

gran escasez. En el cuarto año de su reinado, la hambruna en Judea fue tan

severa, que el precio de los alimentos era enorme, y pereció gran número de

habitantes. Ocurrieron terremotos durante los reinados de Calígula y de Claudio. (2)

El Señor dio a entender a sus discípulos que tales calamidades precederían el "fin".

Pero no eran sus antecedentes inmediatos. Eran el "principio del fin"; pero "todavía

no es el fin".

En este punto (ver. 9-13), nuestro Señor pasa de lo general a lo particular; de lo

público a lo personal; de las fortunas de naciones y reinos a las fortunas de los

discípulos mismos. Mientras estos sucesos ocurrían, los apóstoles habrían de ser

objetos de sospecha por parte de los poderes gobernantes. Habrían de ser llevados

delante de los concilios, gobernantes, y reyes; habrían de ser encarcelados,

azotados en las sinagogas, y odiados por todos los hombres por amor a Jesús.

Cuán exactamente se verificó todo esto en la experiencia personal de los

discípulos, podemos leerlo en los Hechos de los Apóstoles y en las epístolas de

Pablo. Pero la divina promesa de protección en la hora de peligro se cumplió de

modo notable. Con la sola excepción de "Santiago, el hermano de Juan", ningún

apóstol parece haber sido víctima de malévola persecución por parte de sus

enemigos hasta el fin de la historia apostólica, como se registra en Hechos (63 d.

C.).

Otra señal habría de preceder y entronizar la consumación. "Será predicado este

evangelio del reino en todo el mundo [oi.koume,ne] por testimonio a todas las

naciones, y entonces vendrá el fin". Ya hemos notado el cumplimiento de esta

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~ 56 ~

predicción en la era apostólica. Tenemos la autoridad de Pablo para la difusión

universal del evangelio en sus días, que verificaría el dicho de nuestro Señor.

(Véase Col. 1:6, 23). De no ser por este testimonio explícito del apóstol, sería

imposible persuadir a algunos expositores de que las palabras de nuestro Señor se

habían cumplido en algún sentido antes de la destrucción de Jerusalén; tal idea

habría sido considerada mera extravagancia y capricho. Ahora, sin embargo, la

objeción no puede alegarse razonablemente.

Aquí puede ser adecuado recordar la observación de tiempo, dada a los discípulos

en una ocasión anterior como indicación de la venida de nuestro Señor: "De cierto

os digo, que no acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel, antes que venga

el Hijo del Hombre" (Mat. 10:23). Comparando esta declaración con la predicción

que tenemos delante (Mat. 24:14), podemos ver la perfecta consistencia de las dos

afirmaciones, y también el "terminus ad quem" en ambas. En un caso, es la

evangelización del territorio de Israel; en el otro, la evangelización de Imperio

Romano al cual se hace referencia como el precursor de la Parusía. Ambas

afirmaciones son verdaderas. Ocuparía el espacio de una generación llevar las

buenas nuevas a cada ciudad en Israel. Los apóstoles no tenían mucho tiempo para

su misión en su propio país, pues tenían en sus manos una misión tan vasta en

territorio extranjero. Obviamente, tenemos que tomar en sentido popular el lenguaje

empleado por Pablo, así como por nuestro Señor, y no sería justo llevarlo al

extremo de la letra. La amplia difusión del evangelio tanto en Israel como a través

del Imperio Romano es suficiente para justificar la predicción de nuestro Señor.

Hasta ahora, tenemos un discurso continuo, relacionado con un solo

acontecimiento, y referido y dirigido a personas particulares. Encontramos cuatro

señales, o series de señales, que habrían de anunciar la aproximación de la gran

catástrofe.

1. La aparición de falsos Cristos y falsos profetas.

2. Grandes disturbios sociales, y calamidades y convulsiones naturales.

3. Persecución de los discípulos y apostasía de los creyentes profesos.

4. Difusión general del evangelio a través del imperio romano.

Esta última señal anunciaba especialmente la cercana proximidad del "fin".

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~ 57 ~

(b) Más indicaciones de la cercana condenación de Jerusalén

Mateo 24:15-22

"Por tanto, cuando veáis en

el lugar santo la

abominación desoladora de

que habló el profeta Daniel

(el que lee, entienda),

entonces los que estén en

Judea, huyan a los montes.

El que esté en la azotea, no

descienda para tomar algo

de su casa; y el que esté en

el campo, no vuelva atrás

para tomar su capa. Mas ¡ay

de las que estén encintas, y

de las que críen en aquellos

días! Orad, pues, porque

vuestra huida no sea en

invierno ni en día de reposo;

porque habrá entonces gran

tribulación, cual no la ha

habido dese el principio del

mundo hasta ahora, ni la

habrá. Y si aquellos días no

fuesen acortados, nadie sería

salvo; mas por causa de los

escogidos, aquellos días

serán acortados".

Marcos 13:14-20

"Pero cuando veáis la

abominación desoladora de

que habló el profeta Daniel,

puesta donde no debe estar

(el que lee, entienda),

entonces los que estén en

Judea huyan a los montes.

El que esté en la azotea, no

descienda a la casa, ni entre

para tomar algo de su casa;

y el que esté en el campo,

no vuelva atrás a tomar su

capa. Mas ¡ay de las que

estén encintas, y de las que

críen en aquellos días! Orad,

pues, que vuestra huida no

sea en invierno; porque

aquellos serán de tribulación

cual nunca ha habido desde

el principio de la creación

que Dios creó, hasta este

tiempo, ni la habrá. Y si el

Señor no hubiese acortado

aquellos días, nadie sería

salvo; mas por causa de los

escogidos que él escogió,

acortó aquellos días".

Lucas 21:20-24

"Pero cuando viereis a

Jerusalén rodeada de

ejércitos, sabed entonces

que su destrucción ha

llegado. Entonces los que

estén en Judea, huyan a los

montes; y los que en medio

de ella, váyanse; y los que

estén en los campos, no

entren en ella. Porque estos

son días de retribución,

para que se cumplan todas

las cosas que están

escritas. Mas ¡ay de las que

estén encintas, y de las que

críen en aquellos días!

porque habrá gran

calamidad en la tierra, e ira

sobre este pueblo. Y

caerán a filo de espada, y

serán llevados cautivos a

todas las naciones; y

Jerusalén será hollada por

los gentiles, hasta que los

tiempos de los gentiles se

cumplan".

No se necesita ningún argumento para probar la referencia estricta y exclusiva de

esta sección a Jerusalén y a Judea. Aquí no podemos detectar ningún rastro de

doble sentido, de cumplimiento primario y ulterior, de sentidos subyacentes y

típicos. Todo es nacional, local, y cercano; "la tierra" es la tierra de Judea; "este

pueblo" es el pueblo de Israel, y "la vida de los discípulos" -- "cuando veáis".

La mayoría de los expositores encuentran una alusión a los estandartes de las

legiones romanas en la expresión "la abominación desoladora", y la explicación es

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~ 58 ~

altamente probable. Las águilas eran para los soldados objetos de culto religioso; y

el pasaje paralelo en Lucas es evidencia casi concluyente de que éste es el

verdadero significado. Sabemos por Josefo que el intento de un general romano

(Vitelio) en el reinado de Tiberio, de hacer marchar sus tropas a través de Judea,

fue resistido por las autoridades judías basándose en que las imágenes idólatras de

sus emblemas serían una profanación de la ley (3). ¡Cuánto mayor fue la

profanación cuando esos emblemas idólatras fueron exhibidos a plena luz en el

templo y la Santa Ciudad! Esta sería la última señal que anunciaba que la hora de

la destrucción de Jerusalén había llegado. Su aparición había de ser la señal para

que todos los que estaban en Judea escaparan más allá de las montañas

[e.pi.ta.o.rh], pues luego se iniciaría un período de sufrimiento y horror sin paralelo

en los anales de la historia.

Que la "gran tribulación" [qliyij mega,lh] (Mat. 24:21) hace referencia expresa a las

terribles calamidades que acompañaron al sitio de Jerusalén, que fueron

especialmente severas para el sexo femenino, es demasiado evidente para ser

puesto en duda. Que aquellas calamidades fueron literalmente sin paralelo, lo

pueden creer fácilmente todos los que han leído la horrorosa narración en las

páginas de Josefo. Es notable que el historiador comienza su relato de la guerra

judía con la afirmación de "que, en su opinión, la suma del sufrimiento humano

desde el principio del mundo sería ligero en comparación con el de los judíos". (4)

La siguiente descripción gráfica presenta la trágica historia de la desdichada madre

cuya horrible comida puede haber estado en el pensamiento de nuestro Salvador

cuando pronunció las palabras registradas en Mateo 24:19:

"Incalculable fue la multitud de los que perecieron de hambre en la ciudad, e

indescriptibles fueron los sufrimientos que experimentaron. En cada caso, si

aparecía en alguna parte siquiera una sombra de alimento, se producía un conflicto;

los que estaban unidos por los más tiernos lazos luchaban entre sí ferozmente,

arrebatándose el uno al otro los miserables sostenes de la vida. Ni siquiera a los

moribundos se les permitía satisfacer su necesidad; no, aún aquéllos que estaban

en el momento de expirar eran esculcados por los bandoleros, por si acaso alguno

fingía estar muerto y ocultaba algún alimento entre los pliegues de sus ropas.

Boquiabiertos de hambre, como perros enloquecidos, iban tambaleándose de un

lado para otro, rondando, golpeando las puertas como borrachos, y desconcertados

penetrando en la misma casa dos o tres veces en una hora. La urgencia de la

naturaleza les llevaba a morder cualquier cosa, y lo que sería rechazado por los

más sucios de la creación bruta de buena gana lo recogían para comerlo. Al final,

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~ 59 ~

no pudieron refrenarse de comer ni siquiera los cinturones y los zapatos, y

arrancaban y masticaban el cuero mismo de sus escudos. A algunos les servían de

alimento las briznas de paja vieja; porque las fibras eran recogidas y las cantidades

más pequeñas eran vendidas por cuatro piezas de Ática.

Pero, por qué hablar del hambre como despreciable restricción en el uso de lo

inanimado, cuando estoy a punto de relatar un caso de ella para el cual, en la

historia de los griegos y los bárbaros, no se encuentra paralelo, y que es tan

horrible de relatar e increíble de oír? Ciertamente, con gusto habría omitido

mencionar lo sucedido, no fuera a ser que las generaciones futuras pensaran que

yo me ocupaba de lo maravilloso, si no tuviese innumerables testigos entre mis

contemporáneos. Además, haría a mi pueblo un flaco favor si suprimiera la

narración de las calamidades que en realidad sufrió". (5)

Que nuestro Señor tenía en mente los horrores que habrían de descender sobre los

judíos durante el sitio, y no ningún acontecimiento subsiguiente al final del tiempo,

es perfectamente claro por las palabras finales del versículo 21: "Ni la habrá".

(c) Los discípulos advertidos contra los falsos profetas

Mateo 24:23-28

"Entonces, si alguno os dijere: Mirad, aquí

está el Cristo, o mirad, allí está, no lo creáis.

Porque se se levantarán falsos Cristos, y

falsos profetas, y harán grandes señales y

prodigios, de tal manera que engañarán, si

fuere posible, aun a los escogidos. Ya os lo

he dicho antes. Así que, si os dijeren: Mirad,

está en el desierto, no salgáis; o mirad, está

en los aposentos, no lo creáis. Porque como

el relámpago que sale del oriente y se

muestra hasta el occidente, así será también

la venida del Hijo del Hombre. Porque

dondequiera que estuviere el cuerpo muerto,

allí se juntarán las águilas".

Marcos 13:21-23

"Entonces si alguno os dijere: Mirad,

aquí está el Cristo; o, mirad, allí está, no

le creáis. Porque se levantarán falsos

Cristos y falsos profetas, y harán señales

y prodigios, para engañar, si fuese

posible, aun a los escogidos. Mas

vosotros mirad; os lo he dicho todo

antes".

Todavía no hemos encontrado ninguna interrupción en la continuidad del discurso;

ni la más ligera indicación de que ha tenido lugar una transición hacia algún otro

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~ 60 ~

tema o algún otro período. La narración es perfectamente homogénea y

consecutiva, y fluye hacia adelante sin apartarse ni a la derecha ni a la izquierda.

Lo mismo es cierto con respecto a la sección que ahora nos ocupa. La mera

primera palabra indica continuidad. "Entonces" [to,te], y cada una de las palabras

subsiguientes está claramente dirigida a los discípulos mismos, para su advertencia

e instrucción personales. Es claro que nuestro Señor les da indicios de lo que

ocurriría en breve, o por lo menos lo que podían esperar ver con sus propios ojos si

estaban vivos. Es una vívida representación de lo que en realidad ocurrió en los

últimos días de la comunidad judía. Los desdichados judíos, y especialmente el

pueblo de Jerusalén, eran alentados con falsas esperanzas por impostores

especiosos que infestaban el país y trajeron ruina sobre sus miserables primos. Tal

era el engaño producido por las jactanciosas pretensiones de estos impostores que,

como nos enteramos por Josefo, cuando el templo estaba de veras en llamas, una

vasta multitud del pueblo engañado cayó víctima de su credulidad. El historiador

judío afirma:

"De tan grande multitud, ni uno solo escapó. Su destrucción fue causada por un

falso profeta, que en aquel día proclamó a los que permanecían en la ciudad, que

'Dios les había mandado que subieran al templo, donde recibirían las señales de su

liberación'. En ese tiempo había muchos profetas sobornados por los tiranos para

que engañaran al pueblo, diciéndoles que esperaran ayuda de Dios, para que

hubiese menos deserciones, y para que los que no tenían ni temor ni control fueran

alentados con esperanzas. Bajo la presión de la calamidad, el hombre en seguida

cede a la persuasión, pero cuando el engañador le presenta la liberación de males

apremiantes, entonces el sufriente es completamente influido por la esperanza. Fue

así como los impostores y pretendidos mensajeros del cielo engañaron a los

desdichados en aquel tiempo". (6)

Nuestro Señor advierte a sus discípulos que su venida a aquella escena de juicio

sería conspicua y repentina como el relámpago, que se revela y parece estar en

todas partes al mismo tiempo. "Porque", añade, "dondequiera que estuviere el

cuerpo muerto, allí se juntarán las águilas". Esto es, dondequiera que se

encontraran los culpables y devotos hijos de Israel, allí les abrumarían los

destructores ministros de la ira, las legiones romanas.

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(d) La llegada del "fin", o la catástrofe de Jerusalén

Mateo 24:29-31

"E inmediatamente después

de la tribulación de aquellos

días, el sol se oscurecerá, y la

luna no dará su resplandor, y

las estrellas caerán del cielo,

y las potencias de los cielos

serán conmovidas. Enonces

aparecerá la señal del Hijo

del Hombre en el cielo; y

entonces lamentarán todas las

tribus de la tierra, y verán al

Hijo del Hombre viniendo

sobre las nubes del cielo, con

poder y gran gloria. Y

enviará sus ángeles con gran

voz de trompeta, y juntarán a

sus escogidos, de los cuatro

vientos, desde un extremo del

cielo hasta el otro".

Marcos 13:24-27

"Pero en aquellos días,

después de aquella

tribulación, el sol se

oscurecerá, y la luna no

dará su resplandor, y las

estrellas caerán del cielo,

y las potencias que están

en los cielos serán

conmovidas. Entonces

verán al Hijo del Hombre,

que vendrá en las nubes

con gran poder y gloria. Y

entonces enviará sus

ángeles, y juntará a sus

escogidos de los cuatro

vientos, desde el extremo

de la tierra hasta el

extremo del cielo".

Lucas 21:25-28

"Entonces habrá señales en

el sol, en la luna, y en las

estrellas, y en la tierra

angustia de las gentes,

confundidas a causa del

bramido del mar y de las

olas, desfalleciendo los

hombres por el temor y la

expectación de las cosas

que sobrevendrán en la

tierra; porque las potencias

de los cielos serán

conmovidas. Entonces

verán al Hijo del Hombre,

que vendrá en una nube con

poder y gran gloria. Cuando

estas cosas comiencen a

suceder, erguíos y levantad

vuestra cabeza, porque

vuestra redención está

cerca".

Aquí también la fraseología prohibe absolutamente la idea de cualquier transición

del tema de que se habla a otro. No hay nada que indique que la escena ha

cambiado, o que un nuevo tema ha sido introducido. La sección que tenemos

delante se conecta con toda claridad con la "gran tribulación" de que se habla en el

versículo 21 de Mateo 24, y es inadmisible suponer cualquier intervalo de tiempo en

vista de la presencia del adverbio "inmediatamente" (e.uqe,uj de). Pero la escena

de la gran tribulación es innegablemente Jerusalén y Judea (ver. 15, 16), de manera

que no hay lugar para ninguna interrupción en el tema del discurso. Nuevamente,

en el versículo 30, leemos que "lamentarán todas las tribus de la tierra [pa/sai ai,

fulai. th/j gh/j], refiriéndose evidentemente a la población del territorio de Judea; y

nada puede ser más forzado ni antinatural que hacer que la expresión incluya,

como hace Lange, a "todas las razas y todos los pueblos" del globo terráqueo. El

sentido restringido de la palabra (gh) [=tierra] en el Nuevo Testamento es común; y

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~ 62 ~

cuando está conectada, como lo está aquí, con la palabra "tribus" [fulaii], su

limitación a la tierra de Israel es obvia. Esta es la posición adoptada por el Dr.

Campbell y Moses Stuart, y en realidad se explica por sí sola. Encontramos una

expresión similar en Zac. 12:12 - "Todas las familias [tribus] de la tierra", donde su

sentido restringido es obvio e indiscutible. Los dos pasajes son, de hecho,

exactamente paralelos, y nada podría ser más confuso que entender la frase como

si incluyera a "todas las razas de la tierra". La estructura del discurso, pues, resiste

inflexiblemente la suposición de un cambio de tema. Tiempo, lugar, circunstancias,

todo continúa lo mismo. Por lo tanto, es con no fingido asombro que encontramos a

Dean Alford comentando de la siguiente manera: "Toda la dificultad que se ha

supuesto que esta palabra [inmediatamente - e.uqe,wj] involucra ha surgido de

confundir el cumplimiento de la profecía con su cumplimiento último. La importante

inserción en los ver. 23, 24 de Lucas 21 nos muestra que la 'tribulación' [qliyij]

incluye a o.rgh. e,n tw/law tou,tw (ira sobre este pueblo), qur todavía está siendo

infligida, y el hollamiento de Jerusalén por los gentiles, continúa todavía; e

inmediatamente después de aquella tribulación, que sucederá cuando se llene la

copa de iniquidad de los gentiles, y cuando este evangelio haya sido predicado por

testimonio, y rechazado por los gentiles, sucederá la venida del Señor mismo ... (La

expresión en Marcos indica igualmente un intervalo considerable - en aquellos días

después de aquella tribulación). Siéndo conocidos de Él el hecho de su venida y

sus circunstancias acompañantes, pero desconocido el tiempo exacto, habla sin

tener en cuenta el intervalo, que sería empleado en espera de Él hasta que todas

las cosas sean puestas bajo sus pies", etc. (7)

Puede decirse que en este comentario hay casi tantos errores como palabras. En

realidad, no es la explicación de una profecía cuanto una profecía hecha por el

propio comentarista. Primero, está la hipótesis sin fundamento de su doble sentido,

su cumplimiento parcial y su cumplimiento final, para lo cual no hay fundamento en

el texto, sino que es una mera suposición arbitraria y gratuita. Luego, tenemos su

"tribulación", no "acortada", como declara el Señor, sino prolongada, de modo que

todavía continúa en la actualidad. Cuando se hace que la palabra "inmediatamente"

se refiera a un período que todavía no ha llegado, de modo que entre el ver. 28 y el

ver. 29, donde el ojo por sí solo no puede percibir ningún rastro de línea de

transición, el crítico intercala un inmenso período de más de dieciocho siglos, con la

posibilidad de duración infinita, además. Más todavía. Tenemos una contradicción

implícita de la afirmación de Pablo de que el evangelio fue predicado "en todo el

mundo" (Col. 1:5, 23), y la suposición de que el evangelio ha de ser rechazado por

los gentiles. Luego el comentarista descubre que Marcos sugiere un "considerable

intervalo", mientras que Marcos dice expresamente "en aquellos días, después de

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~ 63 ~

aquella tribulación" [en ekeinaij taij hmeraij meta thn qliyin ekeinhn], imposibilitando

en absoluto cualquier intervalo, y por último tenemos lo que parece una excusa por

la veracidad de la predicción, con el argumento de que nuestro Señor, no sabiendo

el momento en que tendría lugar su venida, "habla sin tener en cuenta el intervalo",

etc.

Es obvio que, si esta es la manera en que la Escritura ha de ser interpretada, las

leyes ordinarias de exégesis deben ser echadas a un lado por inútiles. El mejor

intérprete es el adivinador más osado. ¿Hay algún libro antiguo que un gramático

pueda tratar así? ¿No sería declarado intolerable y anticrítico si se tomara tales

libertades con Homero o con Platón? ¿No sería burla proponer tales acertijos a los

discípulos como respuesta a su pregunta: "¿Cuándo serán estas cosas?"?

¿Cómo podían ellos saber de cumplimientos parciales y finales, y dobles sentidos?

¿Qué efecto se produciría en sus mentes, excepto amarga perplejidad y

desconcierto? No podemos evitar protestar contra tal tratamiento de las palabras de

la Escritura, por ser, no sólo nada erudito y nada crítico, sino presuntuoso e

irreverente al más alto grado.

Pero, se nos contesta, el carácter del lenguaje de nuestro Señor en este pasaje

requiere esta aplicación a una grande y terrible catástrofe que está todavía en el

futuro, y puede entenderse correctamente nada menos que de la disolución total de

la estructura del universo y del fin todas las cosas. ¿Cómo puede alguien pretender,

se dice, que el sol se ha oscurecido, que la luna ha dejado de dar su resplandor,

que las estrellas han caído del cielo, que el Hijo del hombre ha sido visto en las

nubes del cielo con poder y gran gloria? ¿Ocurrieron estos fenómenos en la

destrucción de Jerusalén, o pueden aplicarse a cualquier cosa menos la

consumación de todas las cosas?

Argumentar de esta manera es perder de vista la naturaleza misma y el espíritu de

la profecía. El símbolo y la metáfora pertenecen a la gramática de la profecía, como

lo debe saber todo lector de los profetas del Antiguo Testamento. ¿No es razonable

que la destrucción de Jerusalén fuera presentada en lenguaje tan vivo y retórico

como la destrucción de Babilonia, o Bosra, o Tiro? ¿Cómo entonces describe el

profeta Isaías la caída de Babilonia?

"He aquí el día de Jehová viene, terrible, y de indignación y ardor de ira, para

convertir la tierra en soledad, y raer de ella a sus pecadores. Por lo cual las estrellas

de los cielos y sus luceros no darán su luz; y el sol se oscurecerá al nacer, y la luna

no dará su resplandor.... Porque haré estremecer los cielos, y la tierra se moverá de

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~ 64 ~

su lugar, en la indignación de Jehová de los ejércitos, y en el día del ardor de su ira"

(Isa. 13:9, 10, 13).

Se verá en seguida que las imágenes empleadas en este pasaje son casi idénticas

a las de nuestro Señor. Por lo tanto, si estos símbolos eran correctos para

representar la caída de Babilonia, ¿por qué serían incorrectos para describir una

catástrofe aun mayor, la destrucción de Jerusalén?

Consideremos otro ejemplo. El profeta Isaías anuncia la desolación de Bosra, la

capital de Edom, con el siguiente lenguaje:

"Y los montes se disolverán por la sangre de ellos ... Y todo el ejército de los cielos

se disolverá, y se enrollarán los cielos como un libro; y caerá todo su ejército, como

se cae la hoja de la parra, y como se cae la de la higuera. Porque en los cielos se

embriagará mi espada; he aquí que descenderá sobre Edom en juicio, y sobre el

pueblo de mi anatema", etc. (Isa. 34:4,5).

Aquí tenemos nuevamente las mismas imágenes usadas por nuestro Señor en su

discurso profético. Y si la suerte de Bosra pudo ser descrita correctamente en un

lenguaje tan elevado, ¿por qué debe considerarse extravagante emplear términos

similares al describir la suerte de Jerusalén?

Nuevamente, el profeta Miqueas habla de una "venida del Señor" para juzgar y

castigar a Samaria y a Jerusalén - una venida para juicio que incuestionabblemente

había tenido lugar mucho antes del tiempo de nuestro Salvador - ¡y con qué

magnífico lenguaje representa esta escena!

"Porque he aquí, Jehová sale de su lugar, y descenderá y hollará las alturas de la

tierra. Y se derretirán los montes debajo de él, y los valles se hendirán como la cera

delante del fuego, como las aguas que corren por un precipicio" (Miq. 1: 3,4).

Sería fácil multiplicar ejemplos de esta cualidad característica del lenguaje profético.

La naturaleza de la profecía es la de la poesía, y representa los acontecimientos, no

en el estilo prosaico del historiador, sino en las vívidas imágenes del poeta.

Añádase a esto que la Biblia no habla con la corrección fría y lógica de los pueblos

occidentales, sino con el fervor tropical del oriente espléndido. Pero sería incorrecto

llamar a tal lenguaje extravagante o sobrecargado. La grandiosidad moral de los

acontecimientos que tales símbolos representan puede ser más correctamente

descrita como convulsión y cataclismo en el mundo natural. Ni es necesario

construir una gramática de simbologías y una analogía para cada jeroglífico

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~ 65 ~

sagrado, por medio de las cuales traducir cada metáfora particular a su equivalente

correcto, porque esto sería convertir la profecía en alegoría. Las siguientes

observaciones sobre el lenguaje figurado de la Escritura son sensatas. "Lo que es

grandioso en la naturaleza se usa para expresar lo que es digno e importante entre

los hombres - cuerpos celestes, montañas, árboles majestuosos, reinos, o los que

están en posición de autoridad ... Los cambios políticos son representados por

terremotos, eclipses, tempestades, el convertirse las aguas y los mares en sangre".

(8)

La conclusión, entonces, a la que somos llevados irresistiblemente, es que las

imágenes empleadas por nuestro Señor en su discurso profético no son

inapropiadas para describir la disolución del estado y el gobierno judíos, que tuvo

lugar en la destrucción de Jerusalén. Son apropiadas porque concuerdan con el

estilo reconocido de los antiguos profetas, y también porque la grandiosidad moral

del acontecimiento es tal que justifica el uso de tal lenguaje en este caso particular.

Pero podemos ir más allá, y afirmar que la imágenes son, no sólo apropiadas al

aplicárselas a la destrucción de Jerusalén, sino que esta es su aplicación verdadera

y exclusiva. No encontramos ningún vestigio ni indicación de que nuestro Señor

tuviese en mente ningún significado ulterior u oculto. Pero sí encontramos que

difícilmente hay algún rasgo de esta sublime y tremenda descripción que Él mismo

ya no hubiese anticipado, y fijado en su aplicación a un suceso particular y a un

tiempo en particular. Compare el lector cuidadosamente la descripción que se da en

el pasaje que nos ocupa, del "Hijo del hombre viniendo en las nubes del cielo, con

poder y gran gloria" (Mat. 24:30) (9) con la declaración de nuestro Señor (Mat.

16:27) - "Porque el Hijo del Hombre vendr&aacutee; en la gloria de su Padre con

sus ángeles" - un acontecimiento que Él afirma expresamente sería presenciado por

algunos de los discípulos que entonces vivían. Nuevamente, el enviar a sus ángeles

a reunir a los escogidos corresponde exactamente a la representación de lo que

tendría lugar en la "siega" al final del eón, como se describe en las parábolas de la

cizaña y la red (Mat. 12:41-50). "Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y

recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a todos los que hacen

iniquidad". "Así será al fin del siglo [eón]: saldrán los ángeles, y apartarán a los

malos de entre los justos, y los echarán en el horno de fuego". Aquí la profecía y la

parábola representan la misma escena, el mismo período: ambos hablan del fin de

la era o época, no del fin del mundo o del universo material; y ambos hablan de la

gran época judicial diciendo que se ha acercado. Con cuánta claridad Lucas, en su

registro de la profecía del Monte de los Olivos, representa la gran catástrofe como

ocurriendo durante la vida de los discípulos: "Cuando estas cosas comiencen a

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suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca"

(Lucas 21:28). ¿No fueron dichas estas palabras a los discípulos, que escuchaban

el discurso? ¿No se les aplicaban a ellos? ¿Hay en alguna parte una sospecha

siquiera de que se referían a otro auditorio, a miles de años de distancia, y no al

ansioso grupo que bebía las palabras de Jesús? Ciertamente, tal hipótesis lleva

colgada al frente su propia refutación.

Pero, como para impedir toda posibilidad de equivocación o error, en el siguiente

párrafo nuestro Señor traza alrededor de su profecía una línea tan clara y tan

palpable, encerrándola por completo dentro de un límite tan definido y claro, que

debería ser decisivo para zanjar toda la cuestión.

(e) La Parusía ha de tener lugar antes de que pase la actual generación

Mateo 24:32-41

"De la higuera aprended la

parábola: Cuando ya su

rama está tierna, y brotan

las hojas, sabéis que el

verano está cerca. Así

también vosotros, cuando

veáis todas estas cosas,

conoced que está cerca, a

las puertas.

De cierto os digo que no

pasará esta generación sin

que todo esto acontezca".

Marcos 13:28-30

"De la higuera aprended la

parábola. Cuando ya su

rama está tierna, y brotan

las hojas, sabéis que el

verano está cerca. Así

también vosotros, cuando

veáis que suceden estas

cosas, conoced que está

cerca, a las puertas.

De cierto os digo, que no

pasará esta generación

hasta que todo esto

acontezca".

Lucas 11:29-32

"También les dijo una

parábola: Mirad la higuera y

todos los árboles. Cuando ya

brotan, viéndolo, sabéis por

vosotros mismos que el

verano está ya cerca. Así

también vosotros, cuando

veáis que suceden estas cosas,

sabed que está cerca el reino

de Dios.

De cierto os digo, que no

pasará esta generación hasta

que todo esto acontezca".

Si este lenguaje, pronunciado en una ocasión tan solemne, y que es de una

importancia tan precisa y expresa, no afirma la estrecha cercanía del gran

acontecimiento que ocupa el discurso entero de nuestro Señor, entonces las

palabras no tienen ningún significado. Primero, la parábola de la higuera indica que,

así como las ramas tiernas en los árboles anuncian la cercanía del verano, así

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~ 67 ~

también las señales que él acababa de especificar anunciarían que la consumación

predicha estaba cerca. Ellos, los discípulos a quienes Jesús estaba hablando,

habrían de ver aquellas señales, y cuando las vieran, reconocerían que el fin estaba

cerca, a las puertas. Luego, nuestro Señor hace un resumen, con una afirmación

calculada para eliminar todo vestigio de duda o incertidumbre:

"DE CIERTO OS DIGO, QUE NO PASARÁ ESTA GENERACIÓN SIN QUE

TODO ESTO ACONTEZCA"

Uno supondría razonablemente que, después de una nota de tiempo tan clara y

expresa, no habría lugar para la controversia. Nuestro Señor mismo ha dirimido la

cuestión. Noventa y nueve personas de cada cien sin duda entenderían sus

palabras en el sentido de que la catástrofe predicha ocurriría durante la vida de la

generación existente. No que todos vivirían probablemente para presenciarlo, sino

que la mayoría o muchos de ellos estarían vivos cuando aquello ocurriese. No

puede haber duda de que ésta sería la interpretación que los discípulos le darían a

sus palabras. A menos, por lo tanto, que nuestro Señor se propusiera deconcertar a

sus discípulos, les dio a entender claramente que su venida, el juicio de la nación

judía, y el fin de aquella época, ocurrirían antes de que aquella generación hubiese

pasado por completo, o sea, dentro de los límites de su propia existencia. Como ya

hemos visto, esta no era una idea nueva, sino una idea que él mismo había

expresado antes.

Sin embargo, lejos de aceptar esta decisión de nuestro Salvador como final, los

comentaristas han resistido violentamente lo que parece ser el significado natural y

sensato de sus palabras. Han insistido en que, porque los sucesos predichos no

ocurrieron así en aquella generación, la palabra generación (genea) no puede

significar lo que generalmente se entiende que significa, la gente de aquella era o

aquel período particular, los contemporáneos de nuestro Señor. Afirmar que estas

cosas no ocurrieron es dar la respuesta por sentada, y algo más.

Pero entendemos que a los gramáticos les toca no ser aprensivos de posibles

consecuencias, sino establecer el verdadero significado de las palabras. Sin peligro,

podemos dejar que las predicciones de nuestro Señor se cuiden por sí solas; a

nosotros nos toca tratar de entenderlas.

Muchos argumentan que en este lugar la palabra genea debe traducirse como

"raza, o "nación", y que las palabras de nuestro Señor sólo significan que la raza o

nación judía no pasaría, o no perecería, sino hasta que ocurrieran las predicciones

que Jesús había pronunciado. Este es el significado que Lange, Stier, Alford, y

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~ 68 ~

muchos otros expositores, le atribuyen a la palabra, y que es sostenido con

conspicua capacidad y copiosa erudición por Dorner en su tratado "Do Oratione

Christi Eschatologica". No hay duda de que es verdad que la palabra genea, como

muchas otras, tiene diferentes matices de significado, y que, a veces, en la

Septuaginta y los autores clásicos, puede referirse a una nación o a una raza. Pero

creemos que es demostrable, sin sombra de duda, que la expresión "esta

generación", tan a menudo empleada por nuestro Señor, siempre se refiere única y

exclusivamente a sus contemporáneos, el pueblo judío de su propia época. Puede

dejarse sin peligro al honesto juicio de cada lector, sea erudito en griego o no,

decidir si esto es o no así. Pero, como el punto es de gran importancia, puede ser

deseable aducir las pruebas de este aserto.

1. En el discurso final de nuestro Señor al pueblo, pronunciado el mismo día que su

discurso del Monte de los Olivos, declaró: "Todo esto vendrá sobre esta

generación" (Mat. 23:36). Ningún comentarista ha propuesto jamás entender esto

como que se refiere a otra que no sea la generación existente.

2. "¿A qué compararé esta generación?" (Mat. 11:6). Aquí admiten Lange y Stier

que la palabra se refiere a "la última generación de Israel entonces existente"

(Lange, in loc, Stier, vol. ii, 98).

3. "La generación mala y adúltera demanda señal". "Los hombres de Nínive se

levantarán en el juicio con esta generación". "La reina del Sur se levantará en el

juicio con esta generación". "Así también acontecerá a esta mala generación" (Mat.

12:39, 41, 42, 45).

En estos cuatro pasajes, Dorner trata de establecer que nuestro Señor no está

hablando de sus contemporáneos, los hombres de su propia época. "Porque" - dice

- "los gentiles (los habitantes de Nínive y la reina del Sur) se oponen a los judíos;

por lo tanto, "esta generación" [h, genea.a[uth] "debe significar la nación o raza de

los judíos" (Dorner, Orat. Christ. Esch., p. 81). Su argumento, sin embargo, no es

convincente. Ciertamente la generación que demandaba señal era la que entonces

existía; ¿y puede suponerse que era contra cualquier otra generación, diferente de

la que resistía predicaciones como la de Juan el Butista y de Cristo, que los gentiles

habrían de levantarse en juicio? Hay una sola interpretación posible de las palabras

de nuestro Señor, y es la de que sus palabras se refieren a su propios perversos e

incrédulos contemporáneos.

4. "Para que se demande de esta generación la sangre de todos los profetas"

(Lucas 11:50, 51).

Page 69: La parusia revisado

~ 69 ~

Aquí Dorner mismo admite que es de la generación existente (hoc ipsum hominum

ovum) de la que se dicen estas palabras (p. 41).

5. "Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación

adúltera y pecadora" (Marcos 8:38).

6. "Pero primero es necesario que padezca mucho, y sea desechado por esta

generación" (Lucas 17:25). Sólo es necesario citar estos pasajes para establecer

que Jesús sólo se refiere a la generación particular que rechazó al Mesías.

Estos son todos los ejemplos en los que ocurre la expresión "esta generación" en

los dichos de nuestro Señor, y estos ejemplos establecen, más allá de todo

cuestionamiento razonable, la referencia de las palabras en la importante dclaración

que ahora consideramos. Pero, supongamos que adoptáramos la traducción

propuesta, y aceptáramos que genea significa raza, ¿qué propósito o significado

tendría entonces la predicción? ¿Puede alguien creer que la afirmación que nuestro

Señor hizo tan solemnemente: "De cierto os digo", etc. no equivale más que a esto:

"La raza hebrea no se habrá extinguido sino hasta que todas estas cosas se hayan

cumplido"? Imaginemos a un profeta en nuestro propio tiempo prediciendo una gran

catástrofe en la cual Londres sería destruido, la catedral de San Pablo y las

Cámaras del Parlamento serían arrasadas, y se perpetraría una terrible matanza de

los habitantes; y que cuando se le preguntase: "¿Cuándo sucederán estas cosas?"

contestase: "¡La raza anglosajona no se extinguirá sino hasta que todas estas

cosas se hayan cumplido!" ¿Sería ésta una respuesta satisfactoria? ¿No sería una

respuesta como ésta considerada como despectiva para el profeta, y como una

afrenta para sus oyentes? ¿No tendrían ellos razón para decir: "¡No hay peligro en

profetizar cuando el suceso es colocado a una interminable distancia!"? Pero la

mera suposición de tal sentido en la predicción de nuestro Señor demuestra que es

un reductio ad absurdum. ¿Era para esto que los discípulos debían esperar y velar?

¿Era ésta la lección que enseñaba la parábola de la higuera? ¿No era sino hasta

que la raza judía estuviese a punto de extinguirse que ellos debían "erguirse, y

levantar sus cabezas"? Una hipótesis tal es su propia refutación.

Nos sostenemos, por lo tanto, en la única interpretación sostenible y posible, la que

entendemos que nuestro Señor tenía en mente, en la que, en otras tantas palabras,

Él dice que los acontecimientos especificados en su predicción ocurrirían con toda

certeza antes de que pasara por completo la generación actual. Esta es la única

interpretación que las palabras soportan; todas las demás involucran forzar el

lenguaje y hacer violencia a la interpretación. Además, la interpretación está en

Page 70: La parusia revisado

~ 70 ~

armonía con la uniforme enseñanza de nuestro Salvador. Mucho tiempo antes,

había asegurado a sus discípulos que algunos de ellos vivirían para presenciar su

retorno en gloria (Mat. 16:27, 28).

Les había dicho que, antes de que hubiesen completado su misión apostólica a las

ciudades de Israel, el Hijo del hombre vendría (Mat. 10:23). Había declarado que

toda la sangre derramada sobre la tierra, desde la sangre de Abel hasta la sangre

de Zacarías, sería requerida de aquella generación (Mat. 23:35, 36). Era, por lo

tanto, de aquella generación de la cual hablaba. Jamás debe olvidarse que había

algo especial en aquella generación. Era la última y la peor de todas las

generaciones de Israel, que había heredado la culpa de todas sus predecesoras, y

estaba a punto de ser visitada con juicios señalados y sin paralelo. Si la catástrofe

predicha ocurrió o no, es otra cuestión, que será considerada en su propio lugar.

(10)

Otras interpretaciones que se han sugerido, como la de la "raza humana", "la

generación de los justos", y "la generación de los impíos", no requieren discusión.

Puede que se necesite decir una palabra o dos con respecto al tiempo que cubre

una generación. Por supuesto, no es una medida de tiempo exacta, como una

década o un siglo, sino que posee cierta cualidad de indefinición o elasticidad, pero

dentro de ciertos límites, digamos de treinta o cuarenta años. En el libro de

Números, encontramos que la generación que provocó que el Señor le excluyera de

la tierra de Canaán, y que fue condenada a caer en el desierto, habría de morir en

el espacio de cuarenta años. En el Salmo 95 leemos: "Cuarenta años estuve

disgustado con la nación". En la tabla genealógica que da Mateo, tenemos

información para estimar la duración de una generación. Allí encontramos que

"desde la deportación a Babilonia hasta Cristo", hubo catorce generaciones. (Mat.

1:17). Ahora, se dice que la fecha de la cautividad, en el reino de Sedequías, fue

cerca del año 586 a. C., lo cual, dividido entre catorce, da cuarentiún años y

fracción como duración promedio de cada generación. La guerra judía bajo el

emperador Nerón estalló en el año 66 d. C., y suponiendo que nuestro Señor haya

tenido como treinta y tres años de edad cuando fue crucificado, esto nos daría un

espacio de como treinta y tres años en que las señales que anunciaban la

aproximación del "fin" comenzaron "a suceder". La destrucción del templo y la

ciudad de Jerusalén tuvo lugar en septiembre del año 70 d. C., esto es, como treinta

y siete años después de la profecía del Monte de los Olivos, un espacio de tiempo

que satisface ampliamente los requisitos del caso. No es ni tan corto que sea

inapropiado decir: "No pasará esta generación", etc., ni tan largo que exceda la

Page 71: La parusia revisado

~ 71 ~

duración de la vida de muchos que podrían haber visto y oído al Salvador, o la vida

de los mismos discípulos.

"Aquella generación" ciertamente habría estado pasando, pero no habría pasado

por completo.

(f) Certeza de la consumación, pero incertidumbre de su fecha precisa

Mateo 24:35, 36

"El cielo y la tierra pasarán,

pero mis palabras no pasarán.

Pero del día y la hora nadie

sabe, ni aun los ángeles de los

cielos, sino sólo mi Padre".

Marcos 13:31, 32

"El cielo y la tierra pasarán, pero

mis palabras no pasarán. Pero de

aquel día y de la hora nadie sabe,

ni aun los ángeles que están en el

cielo, ni el Hijo, sino el Padre".

Lucas 21:33

"El cielo y la

tierra pasarán,.

pero mis palabras

no pasarán".

Aunque nuestro Señor ha definido los límites de tiempo dentro de los cuales tendría

lugar la consumación predicha, queda un cierto grado de indefinición con respecto

al momento de su llegada. Él no especifica la fecha exacta, ni "la hora, ni el día", ni

siquiera el mes del año. Esto no significa que la cuestión entera del tiempo haya

quedado sin especificar: se refiere meramente a la fecha precisa. La consumación

habría de caer dentro del término de la generación existente, pero la hora precisa

en que el campanazo de condenación sonaría no fue revelada a hombre, ni a ángel,

ni (lo que es aún más extraño) al mismo Hijo del hombre. Era el secreto que el

Padre "puso en su sola potestad". Sin duda, había suficientes razones para esta

reserva. Haber especificado "el día y la hora" - haber dicho: "En el año treinta y

siete, en el mes sexto, al octavo día del mes, la ciudad será tomada y el templo

destruido a fuego" - no sólo habría sido inconsistente con la manera de la profecía,

sino que habría quitado una de las más fuertes motivaciones para la vigilancia

constante y la oración - la incertidumbre del momento preciso.

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~ 72 ~

(g) Lo repentino de la Parusía, y el llamado a estar vigilantes

Mateo 24:37-42

"Mas como en los días de Noé, así será la

venida del Hijo del Hombre. Porque

como en los días antes del diluvio

estaban comiendo y bebiendo, casándose

y dándose en casamiento, hasta el día en

que Noé entró en el arca, y no

entendieron hasta que vino el diluvio y se

los llevó a todos, así será también la

venida del Hijo del Hombre. Entonces

estarán dos en el campo; el uno será

tomado, y el otro será dejado. Dos

mujeres estarán moliendo en un molino;

la una será tomada, y la otra dejada.

Velad, pues, porque no sabéis a qué hora

ha de venir vuestro Señor".

Lucas 17:26-37

"Como fue en los días de Noé, así también

será en los días del Hijo del Hombre.

Comían, bebían, se casaban y se daban en

casamiento, hasta el día en que entró Noé

en el arca, y vino el diluvio y los destruyó a

todos. Asimismo como sucedió en los días

de Lot; comían, bedbían, compraban,

vendían, plantaban, edificaban; mas el día

en que Lot salió de Sodoma, llovió del

cielo fuego y azufre, y los destruyó a todos.

Así será el día en que el Hijo del Hombre

se manifieste. En aquel día, el que esté en

la azotea, y sus bienes en casa, no

descienda a tomarlos; y el que en el campo,

asimismo no vuelva atrás. Acordaos de la

mujer de Lot. Todo el que procure salvar su

vida, la perderá; y todo el que la pierda, la

salvará. Os digo que en aquella noche

estarán dos en una cama; el uno será

tomado, y el otro será dejado. Dos mujeres

estarán moliendo juntas; la una será

tomada, y la otra dejada. Dos estarán en el

campo; el uno será tomado, y el otro

dejado.

Y respondiendo, le dijeron: ¿Dónde,

Señor? Él les dijo: Donde estuviere el

cuerpo muerto, allí se juntarán también las

águilas".

Page 73: La parusia revisado

~ 73 ~

Mateo 24:42

"Velad,

pues, porque

no sabéis a

qué hora ha

de venir

vuestro

Señor".

Marcos 13:33,35-37

"Mirad, velad, y orad; porque no

sabéis cuándo será el tiempo. Velad,

pues, porque no sabéis cuándo

vendrá el señor de la casa; si al

anochecer, o a la medianoche, o al

canto del gallo, o a la mañana; para

que cuando venga de repente, no os

halle durmiendo. Y lo que digo a

vosotros, a todos lo digo: Velad".

Lucas 21:34-36

"Mirad también por vosotros

mismos, que vuestros corazones no

se carguen de glotonería y

embriaguez y de los afanes de esta

vida, y venga de repente sobre

vosotros aquel día. Porque como

un lazo vendrá sobre todos los que

habitan sobre la faz de toda la

tierra. Velad, pues, en todo tiempo

orando que seáis tenidos por

dignos de escapar de todas estas

cosas que vendrán, y de estar en

pie delante del Hijo del Hombre".

Todas las representaciones dadas por nuestro Señor de la catástrofe venidera y sus

acontecimientos concomitantes implican que tomarían a los hombres por sorpresa.

Así como el diluvio vino de repente sobre los antediluvianos, y la tormenta de fuego

y azufre cayó sobre las ciudades de la llanura, así también la catástrofe final

alcanzaría a Jerusalén y a Judea a una hora inesperada, cuando los negocios y los

placeres de la vida ocupasen las manos y los corazones de los hombres. En Lucas

17, tenemos tenemos el registro más completo del discurso de nuestro Señor sobre

este punto. Si el pasaje de Lucas fue traspuesto por él desde su conexión original, o

si nuestro Señor pronunció las mismas palabras en ocasiones separadas, no es

asunto que nos concierna particularmente aquí. Neander es de opinión que "Lucas

proporciona la conexión natural de estas palabras", y que en Mateo "están puestas

con muchos otros pasajes similares que se refieren a la última crisis". (11) Dudamos

de esto; pero, soslayando esta cuestión, una cosa es indudable, a saber, que tanto

Mateo como Lucas describen la misma cosa, el mismo período, la misma

catástrofe. Es sorprendente encontrar a Alford afirmando, en relación con el pasaje

de Lucas: "No hay una sola palabra en todo esto acerca de la destrucción de

Jerusalén". Sería más correcto decir: "Cada una de las palabras en este pasaje

habla de la destrucción de Jerusalén". Obsérvese la nota de tiempo tan claramente

marcada por nuestro Señor: "Pero primero es necesario que padezca mucho, y sea

desechado por esta generación" (Lucas 17:25). ¿Cuál otra catástrofe pertenece al

período de esa generación, que podría correctamente compararse con la

destrucción del mundo antediluviano por medio de un diluvio de aguas, y con la

destrucción de Sodoma y Gomorra por medio de un diluvio de fuego?

Page 74: La parusia revisado

~ 74 ~

De la certeza y lo repentino de la cercana consumación, nuestro Señor extrae la

lección que impresiona en sus discípulos - la necesidad de estar vigilantes.

Aqu&iiacute; pronuncia por primera vez la amonestación que desde aquel tiempo

nunca dejó de ser la consigna de sus discípulos a través de la era apostólica:

"¡Velad y orad!" Descubriremos cuán constante y urgentemente dirigían los

apóstoles este llamado a los fieles en sus días, y cómo se repite constantemente,

hasta el último momento en que captamos el sonido de una voz apostólica. Esta

vigilancia era esencial para la seguridad de los seguidores de Jesús, porque, tan

súbita sería la catástrofe, que alcanzaría a los no preparados y a los descuidados,

como aves que son atrapadas en una red. "Porque como lazo vendrá sobre todos

los que moran en la faz de toda la tierra (pashj thj ghj) - palabras que sugieren

claramente la naturaleza local del acontecimiento.

En la historia de Josefo, tenemos un notable comentario sobre este pasaje. Dando

cuenta del prodigioso número de los masacrados durante el sitio de Jerusalén - un

millón cien mil - dice: "De éstos, la mayor parte eran de sangre judía, aunque no

nativos del lugar. Habiéndose congregado desde todas partes del país para la fiesta

de los panes sin levadura, fueron súbitamente rodeados por la guerra. En esta

ocasión, la nación entera había sido encerrada, como en una prisión, por el destino;

y la guerra encerró a la ciudad cuando ésta estaba atestada de gente". (12) Es

imposible concebir una verificación más exacta de la predicción de nuestro Señor

(Lucas 21:35).

En todo esto, observamos la continuación de aquel discurso personal directo que

demuestra que nuestro Señor hablaba a sus discípulos de aquello que a ellos

personalmente les concernía. No hay el más leve asomo de que hubiese un

significado "subterráneo" en sus palabras, y de que cuando dijo "Jerusalén" y "esta

generación" y "vosotros", quisiera decir "el mundo" y "épocas distantes" y

"discípulos que todavía no han nacido".

En este punto, Marcos y Lucas cierran su registro de la profecía del Monte de los

Olivos, y no puede negarse que la terminación es natural y apropiada. Si embargo,

en el evangelio de Mateo tenemos una serie de parábolas añadidas al discurso de

nuestro Señor, como las que Él solía emplear para enseñar a la gente. Nos llama la

atención como un poco singular el hecho de que nuestro Señor hablase a sus

discípulos en parábolas, especialmente en esta ocasión; y no es poco lo que hay

que decir en favor de la opinión de Neander, que "era peculiar que el editor de

nuestro Mateo en griego dispusiese juntos los dichos similares de Jesús, aunque

hubiesen sido pronunciados en diferentes ocasiones y en diferentes circunstancias.

Page 75: La parusia revisado

~ 75 ~

Por lo tanto, no es necesario que nos asombremos si encontramos imposible trazar

líneas de distinción en este discurso con entera exactitud; ni es necesario que tal

resultado nos lleve a interpretaciones forzadas, inconsistentes con la verdad, y con

el amor de la verdad. Es mucho más fácil hacer tales distinciones en el relato de

Lucas (cap. 21), aunque esto no carece de dificultades. Al comparar Mateo con

Lucas, sin embargo, podemos trazar el origen de la mayoría de estas dificultades al

hecho de haber mezclado juntas diferentes porciones, cuando los discursos de

Cristo fueron dispuestos en colecciones". (13)

Pero, sin discutir esta cuestión, es muy evidente que las parábolas registradas por

Mateo en relación con este discurso, aunque no hubiesen sido pronunciadas en

esta ocasión particular, están estrictamente relacionadas con el tema; mientras que,

si este es su verdadero lugar en la narración, su relación con el asunto que nos

ocupa es aún más estrecho e íntimo.

Ahora procedemos a considerar las parábolas y los dichos parabólicos de nuestro

Señor, registrados en relación con esta profecía, principalmente por Mateo.

(h) Los discípulos advertidos de lo súbito de la Parusía

Parábola del mayordomo fiel

Mateo 24:43-51

"Pero sabed esto, que si el

padre de familia supiese a

qué hora el ladrón habría de

venir, velaría, y no dejaría

minar su casa. Por tanto,

también vosotros estad

preparados; poque el Hijo del

Hombre vendrá a la hora que

no pensáis. ¿Quién es, pues,

el siervo fiel y prudente, al

cual puso su señor sobre su

casa para que les dé el

alimento a tiempo?

Bienaventurado aquel siervo

al cual, cuando su señor

Marcos 13:34-37

"Es como el hombre

que, yéndose lejos, dejó

su casa, y dio autoridad

a sus siervos, y a cada

uno su obra, y al portero

mandó que velase.

Velad, pues, porque no

sabéis cuándo vendrá el

señor de la casa; si al

anochecer, o a la

medianoche, o al canto

del gallo, o a la mañana;

para que cuando venga

de repente, no os halle

Lucas 12:39-46

"Pero sabed esto, que s

supiese el padre de familia a

qué hora el ladrón había de

venir, velaría ciertamente, y

no dejaría velar su casa.

Vosotros, pues, también estad

preparados, porque a la hora

que no penséis, el Hijo del

Hombre vendrá. Entonces

Pedro le dijo: Señor, ¿dices

esta parábola a nosotros, o

también a todos? Y dijo el

Señor: ¿Quién es el

mayordomo fiel y prudente al

cual su señor pondrá sobre su

Page 76: La parusia revisado

~ 76 ~

venga, le halle haciendo así.

De cierto os digo que sobre

todos sus bienes le pondrá.

Pero si aquel siervo malo

dijere en su corazón: Mi

señor tarda en venir; y

comenzare a golpear a sus

consiervos, y aun a comer y a

beber con los borrachos,

vendrá el señor de aquel

siervo en día que éste no

espera, y a la hora en que no

sabe, y lo castigará

duramente, y pondrá su parte

con los hipócritas; allí será el

lloro y el crujir de dientes".

durmiendo. Y lo que a

vosotros digo, a todos l

digo: Velad".

casa, para que a tiempo les de

su ración? Bienaventurado

aquel siervo al cual, cuando

su señor venga, le halle

haciendo así. En verdad os

digo que le pondrá sobre

todos sus bienes. Mas si aquel

siervo dijere en su corazón:

Mi señor tarda en venir; y

comenzare a golpear a los

criados y a las criadas, y a

comer y beber y embriagarse,

vendrá el señor de aquel

siervo en día que éste no

espera, y a la hora que no

sabe, y le castigará

duramente, y le pondrá con

los infieles".

Se verá que este dicho parabólico de nuestro Señor está registrado en una relación

bastante diferente por Mateo y por Lucas. La semejanza verbal, sin embargo, es

demasiado exacta para hacer probable que fuese pronunciado en dos ocasiones

diferentes. La más ligera atención satisfará al lector de que el informe de Lucas es

el más completo y circunstancial, y que él le asigna su verdadera posición

cronológica. Esto se ve por el hecho de que la pregunta de Pedro, registrada sólo

por Lucas, dio lugar a las observaciones concluyentes de nuestro Señor, las cuales,

como las presenta Mateo sin este eslabón, parecen algo incoherentes y abruptas.

Además, apenas podemos suponer que Pedro, conversando en privado con sólo

otros tres discípulos en compañía del Señor, preguntase: "¿Dices esta palabra a

nosotros, o también a todos?" - una pregunta que era de lo más natural cuando,

como nos lo dice Lucas, Jesús hablaba a sus discípulos en presencia de una gran

multitud. (Lucas 12:1). Es digno de notarse también que en Marcos 13:34-37, donde

podemos detectar trazas de esta parábola, la pregunta de Pedro es contestada

claramente: "Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: Velad", una afirmación que

estaría fuera de lugar cuando nuestro Señor hablaba a cuatro personas, pero

bastante apropiada cuando hablaba a una multitud.

No hay ninguna impropiedad, por lo tanto, en suponer que Mateo, percibiendo las

palabras de Jesús, pronunciadas en otra ocasión, y que ilustran admirablemente la

necesidad de velar en vista de la venida del Señor, las insertase en este discurso

Page 77: La parusia revisado

~ 77 ~

escatológico. Stier sugiere que Marcos da un breve resumen de Mateo 24:43, con

las dos parábolas del siervo, Mat. 24:45-51 y 24:14, y aún con un ligero eco de la

parábola de las vírgenes. (14) No tenemos más razón para esperar una disposición

estrictamente cronológica en los evangelistas que informes estrictamente al pie de

la letra: ni lo uno ni lo otro entraba en sus planes.

Pero lo que es principalmente importante para nosotros es la relación de esta

parábola, si así se le puede llamar, entre el mayordomo de la casa que vigila contra

el ladrón de medianoche, y el discurso precedente de nuestro Señor. Nada puede

ser más evidente que esta relación está entrelazada en la trama misma de ese

discurso. No se introduce ningún nuevo tema en el versículo cuarenta y tres del

capítulo veinticuatro de Mateo: ninguna transición a otra catástrofe, ni otra venida,

diferentes de las que Él había estado hablando desde el principio. No hay ningún

hiato, ninguna interrupción, en la continuidad del discurso; ninguna indicación de

pasar del gran acontecimiento que absorbía los pensamientos de los discípulos a

otro en el muy distante futuro. Parece increíble que cualquier juicio crítico eligiera a

Mateo 24:43 como el comienzo de un nuevo tema de discurso. Y sin embargo, esto

es lo que hace el Dr. Ed. Robinson, que dice: "Aquí nuestro Señor hace una

transición, y procede a hablar de su venida final en el día del juicio. Esto se ve por

el hecho de que la materia de estas secciones es añadida por Mateo después de

que Marcos y Lucas han concluído sus informes paralelos relativos a la catástrofe

judía; y aquí Mateo comienza, con el vers. 43, el discurso que Lucas ha presentado

en otra ocasión, Lucas 12:39, etc." (15) Pero no hay la más leve sombra de ninguna

transición. El instrumento más fino no consigue trazar ninguna línea divisoria entre

las partes del discurso, y asignar una porción al juicio de la nación judía y otra al

juicio de la raza humana. No hay transición, sino continuación, en el ver. 43. Nada

pueder ser más consecutivo y concatenado. "Velad, pues", les dice nuestro Señor a

los discípulos en el ver. 42, "porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro

Señor". "Por tanto, también vosotros estad preparados", les dice en el ver. 44,

"porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis". La sugerencia de que

un nuevo tema, que se refiere a un suceso totalmente diferente, en una época muy

distante en el tiempo, se introduce aquí, es completamente arbitraria y sin

fundamento.

Notas:

1. Jos. Antiq. bk. xx.x.xiii, § 5, 6.

Page 78: La parusia revisado

~ 78 ~

2. Conybeare and Howson, Life and Epist. of St. Paul, c. iv.

3. Jos. Antiq. bk. xviii. c. v, § 3.

4. Traill´s Jos. Jewish War, pref. ~ 4.

5. Traill's Jos. Jewish War, bk. vi. c.v. § 3.

6. Traill´s Jos. Jewish War, bk. vi. c.v. § 2.

7. Véase Alford Gr. Test, Matt. xxiv.29.

8. Angus' Bible Handbook, p. 20, p. 20, § i.

9. Los fenómenos descritos por nuestro Señor como que acompañan la Parusía (ver. 29) no pueden

explicarse con los portentos y prodigios que, según Josefo, precedieron la toma de Jerusalén (Jewish

War, bk. vi.c.v. § 3). Que por lo menos algunos de esos portentos aparecieron realmente allí no parece

haber razón para dudarlo, y sirven para verificar la predicción de Lucas 21:11: "Habrá terror y grandes

señales en el cielo".

10. La nota en la obra de Robinson "Armonía de los Cuatro Evangelios", parte vii, § 128, es excelente.

"Esta generación", etc. Estas palabras (genea) no pueden entenderse (como algunos han explicado)

como que se refieren a la nación judía o a la raza humana. El significado es que no todos los hombres de

aquella época morirían (Véase Mat. 16:28, en el párr. 74) antes de que la profecía se cumpliera, lo cual

comenzó a ocurrir treinta y siete años después de que se pronunció, en la destrucción de Jerusalén", etc.

11. Life of Christ. c. xii, § 214, nota.

12. Traill´s Josephus, Jewish War, b. -vi. ch. ix, §§ 3, 4.

13. Life of Christ, § 254, Nota.

14. Reden Jesu, vol. iii, p. 304.

15. Harmony of the Four Gospels, § 129.

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~ 79 ~

(i) La Parusía, un tiempo de juicio tanto para los amigos como para los enemigos de Cristo

Parábola de las vírgenes prudentes y las vírgenes insensatas

Mateo 25:1-13. Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que

tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo. Cinco de ellas eran prudentes y

cinco insensatas. Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite;

mas las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas. Y

tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron. Y a la medianoche se oyó un

clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle! Entonces todas aquellas vírgenes se

levantaron, y arreglaron sus lámparas. Y las insensatas dijeron a las prudentes:

Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan. Mas las prudentes

respondieron diciendo: Para que no nos falte también a nosotros y a vosotras, id más

bien a los que venden, y comprad para vosotras mismas. Pero mientras ellas iban a

comprar, vino el esposo; y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se

cerró la puerta. Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, señor,

ábrenos! Más él, respondiendo, dijo: De cierto os digo que no os conozco. Velad,

pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir".

Casi todos los expositores suponen que ahora Jerusalén e Israel desaparecen

enteramente de la escena, y que nuestro Señor se refiere exclusivamente a la

consumación final de todas las cosas y al juicio de la raza humana. Esta supuesta

transición se le facilita al lector de habla inglesa por medio de un nuevo capítulo que

comienza en este punto.

Pero, ¿ha abandonado realmente nuestro Señor el tema con el cual Él y sus

discípulos han estado ocupados hasta ahora? ¿Ha pasado del tiempo cercano e

inminente a una lejana y distante, separada de su propio tiempo por cientos y miles

de años? Si fuese así, seguramente podríamos esperar alguna indicación muy clara

del cambio de tema. Pero no hay absolutamente ninguna. Por el contrario, la

suposición de que un nuevo tema es introducido por esta parábola queda

completamente impedida por los términos expresos con los cuales la parábola

comienza y termina. Comienza con una nota de tiempo muy explícita: "Tote",

entonces, en aquel tiempo. No hay absolutamente ningún hiato entre el final del

capítulo 24 y el comienzo del capítulo 25. El eslabón "entonces" lleva adelante el

discurso, y entreteje en él una estrecha conexión con relación al tema, el tiempo, y

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~ 80 ~

las personas a las cuales se dirigió. Esto queda confirmado, además, por el hecho

de que la moraleja de la parábola de las diez vírgenes es precisamente la misma

que la del señor de la casa en el capítulo anterior, es decir, la necesidad de vigilar.

Las palabras finales: "Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora", tan

evidentemente dirigidas a los discípulos, son las mismas que nuestro Señor ya ha

pronunciado en el capítulo 24:42; de modo que en ambos pasajes debe ser al

mismo suceso.

No entra en nuestros propósitos hacer una exposición detallada de esta parábola.

Hay teólogos que encuentran un misterio en cada palabra; en el número diez, en la

virginidad, en las lámparas, en el aceite, etc. (Véase Lange in loc.) Como observa

Calvino sarcásticamente: "Multum se torquent quidam, in lucernis, in vasis, in oleo".

Baste notar aquí la gran lección de la parábola. Es la necesidad de estar

preparados constantemente y estar vigilantes, esperando el súbito y pronto regreso

del Hijo del hombre. El no estar vigilantes y no estar preparados conllevaría al

castigo que recayó sobre las vírgenes insensatas, es decir, la exclusión de la cena

de bodas del Cordero.

Encontramos, pues, en esta parábola una conexión orgánica con todo el discurso

anterior de nuestro Señor. Todavía es el gran tema del cual está hablando - la

consumación que habría de tener lugar dentro de los límites de la generación que

existía - y en relación con la cual los discípulos expresaban una ansiedad tan

natural.

(k) La Parusía, un tiempo de juicio

Parábola de los talentos

Mateo 25:14-30: Porque el reino de los cielos es como un hombre que yéndose lejos,

llamó a sus sievos y les entregó sus bienes. A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a

otro uno, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos. Y el que había

recibido cinco talentos fue y negoció con ellos, y ganó otros cinco talentos. Asimismo

el que había recibido dos, ganó también otros dos. Pero el que había recibido uno fue

y cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor. Después de mucho tiempo vino el

señor de aquellos siervos, y arregló cuentas con ellos. Y llegando el que había

recibido cinco talentos, trajo otros cinco talentos, diciendo: Señor, cinco talentos me

entregaste; aquí tienes, he ganado otros cinco talentos sobre ellos. Y su señor le dijo:

Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el

gozo de tu señor. Llegando también el que había recibido dos talentos, dijo: Señor,

Page 81: La parusia revisado

~ 81 ~

dos talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado dos talentos sobre ellos. Su señor le

dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel; sobre mucho te pondré; entra

en el gozo de tu señor. Pero llegando también el que había recibido un talento, dijo:

Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges

donde no esparciste; por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí

tienes lo que es tuyo. Respondiendo su señor, le dijo: Siervo malo y negligente, sabías

que siego donde no sembré, y que recojo donde no esparcí. Por tanto, debías haber

dado mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con los

intereses. Quitadle, pues, el talento, y dadlo al que tiene diez talentos. Porque al que

tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Y

al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de

dientes".

En esta parábola encontramos una evidente continuación del mismo tema, aunque presentado en un aspecto algo diferente. La moraleja de la parábola precedente era vigilancia; la de la ésta es diligencia. Difícilmente puede decirse que en esta parábola se ha introducido un nuevo elemento, porque la representación de la venida de Cristo como un tiempo de juicio corre a través de todo el discurso profético de nuestro Señor. Es este hecho lo que da propósito y urgencia al llamado, a menudo reiterado, a ser vigilantes. No sólo habría de ser un tiempo de juicio para Jerusalén e Israel, sino hasta para los discípulos mismos de Cristo. También ellos tenían que "estar de pie delante del Hijo del hombre". Había peligro de que "aquel día" viniera sobre ellos sin que estuvieran preparados y estando descuidados. Esta asociación de juicio con la Parusía aparece en la parábola del señor de la casa, y todavía más en la de los siervos buenos y malos. Queda expresada aún más vívidamente en la parábola de las vírgenes prudentes y las vírgenes insensatas, y tiene todavía mayor prominencia en la parábola de los talentos; pero alcanza el clímax en la parábola final, si puede decirse, de las ovejas y los carneros.

No es necesario entrar en los detalles de la parábola de los talentos. Sus principales características son sencillas y obvias. Contiene una solemne amonestación para que los siervos de Cristo sean fieles y diligentes en ausencia de su Señor. La parábola apunta a un día en que Él regresaría y haría cuentas con ellos. Establece la abundante recompensa de los buenos y los fieles, y el castigo del siervo infiel.

Sin embargo, el punto que nos concierne principalmente en esta investigación es la relación de esta parábola con el discurso precedente. ¿Qué puede ser más claro que la íntima conexión entre la una y la otra? La partícula conectiva "porque" en el versículo 14 marca claramente la continuación del discurso. El tema es el mismo, el tiempo es el mismo, la catástrofe es la misma. Hasta este punto, pues, no encontramos ninguna interrupción, ningún cambio, ninguna introducción a un tema

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~ 82 ~

diferente; todo es continuo, homogéneo, uno. Ni por un momento se ha desviado el discurso del gran tema que todo lo absorbe, la cercana condenación de la ciudad culpable, con los solemnes acontecimientos que la acompañan, todo lo cual debe tener lugar dentro del período de aquella generación, y todo lo cual presenciarían los discípulos, o algunos de ellos.

(l) La Parusía, un tiempo de juicio

Parábola de las ovejas y los cabritos

Mateo 25:31-46 - "Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos

ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él

todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de

los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda.

"Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el

reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y

me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis;

estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a

mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento,

y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te

recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y

vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo

hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.

"Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego

eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de

comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve

desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en cárcel, y no me visitasteis. Entonces

también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento,

forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá

diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos má pequeños,

tampoco a mí lo hicisteis. E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna".

Hasta este punto, hemos encontrado que el discurso de Jesús sobre el Monte de

los Olivos es una profecía conectada y continua, que se refiere únicamente a la

gran catástrofe que se cernía sobre la nación judía, y que habría de tener lugar,

según la predicción de nuestro Señor, antes de que pasara la generación que

existía. Ahora, sin embargo, encontramos un pasaje que, en opinión de casi todos

Page 83: La parusia revisado

~ 83 ~

los comentaristas, no puede entenderse como que se refiere a Jerusalén o Israel,

sino a toda la raza humana y a la consumación de todas las cosas. Si el consenso

de los expositores puede establecer una interpretación, sin duda este pasaje debe

ser considerado como que se aparta por completo del tema de las preguntas de los

discípulos, y describe la última escena de todas en la historia del mundo.

Puede admitirse libremente que esta parábola, o descripción parabólica, tiene

muchos puntos de diferencia con la porción precedente del discurso de nuestro

Señor. Parece estar separada y ser distinta del resto, sin los enlaces que hemos

encontrado en otras secciones. Aún más, parece tener un alcance mayor que

Jerusalén e Israel; parece el juicio, no de una nación, sino de todas las naciones; no

de una ciudad o un país, sino del mundo; no una crisis pasajera, sino la

consumación final.

Es, pues, con un profundo sentido de la dificultad de la tarea que nos atrevemos a

impugnar la interpretación de tantos hombres sabios y buenos, y argumentar que el

pasaje, no sólo es parte integral de la profecía, sino que pertenece por entero al

tema del discurso de nuestro Señor, el juicio de Israel y el fin de la era [judía].

1. Esta parábola, aunque en nuestra versión inglesa está separada y desconectada

del contexto, está en realidad conectada con ,i un enlace muy suficiente con lo que

aparece antes. Este es un vocablo padre en griego, donde encontramos la partícula

(griego), cuya fuerza reside en indicar transición y conexión -- transición hacia una

nueva ilustración, y conexión con el contexto anterior. Alford, en su Nuevo

Testamento revisado, conserva la partícula de continuidad: "Pero el Hijo del hombre

habrá venido en su gloria", etc. Con igual propiedad, podría haber sido traducida --

"Y cuando", etc.

2. Esta "venida del Hijo del hombre" ya ha sido predicha por nuestro Señor (Mat.

24:30 y pasajes paralelos), y el tiempo expresamente definido, siendo incluido en la

abarcante declaración: "De cierto os digo: No pasará esta generación, sin que todo

esto acontezca" (Mat. 24:34).

3. Merece observarse en particular que la descripción de la venida del Hijo del

hombre en su gloria, que se hace en esta parábola, se ajusta en todos los puntos a

la de Mat. 16:27,28, de la cual se afirma expresamente que sería presenciada por

algunos que estaban presentes en el momento en que la predicción se hizo.

Page 84: La parusia revisado

~ 84 ~

Puede ser bueno comparar las dos descripciones.

Mat.16:27,28

"Porque el Hijo del Hombre vendrá en la

gloria de su Padre con sus ángeles, y

entonces pagará a cada uno según sus

obras.

"De cierto os digo que hay algunos de

los que están aquí, que no gustarán la

muerte, hasta que hayan visto al Hijo del

Hombre viniendo en su reino".

Mat. 25:31-33

"Cuando el Hijo del Hombre venga en su

gloria, y todos los santos ángeles con él,

entonces se sentará en su trono de gloria, y

serán reunidas delante de él todas las

naciones", etc.

Aquí el lector notará que:

a) En ambos pasajes, el tema al que se refieren es el mismo, es decir, la venida del

Hijo del hombre - la Parusía.

b) En ambos pasajes, Él es descrito como viniendo en gloria.

c) En ambos, es acompañado por los santos ángeles.

d) En ambos, viene como Rey. "Viniendo en su reino". "Se sentará en su trono.

Entonces el Rey", etc.

e) En ambos, viene para juicio.

f) En ambos, el juicio es representado como universal en cierto sentido. "Dará a

cada uno" "Delante serán reunidas todas las naciones".

g) En Mateo 16:28, se afirma expresamente que esta venida en gloria, etc., habría

de tener lugar durante la vida de algunos de los que estaban allí presentes. Esto fija

la ocurrencia de la Parusía dentro de los límites de una vida humana, estando así

en perfecto acuerdo con el período definido por nuestro Señor en su discurso

profético. "No pasará esta generación", etc.

Nos sentimos plenamente autorizados, pues, para considerar la venida del Hijo del

hombre de Mat. 25 como idéntica a aquella a la que se hace referencia en Mat. 16,

que algunos discípulos habrían de vivir para presenciar.

Page 85: La parusia revisado

~ 85 ~

Así, pues, a pesar de las palabras "todas las naciones" de Mat. 25:32, llegamos a

la conclusión de que de lo que se habla aquí no es "la consumación final de todas

las cosas", sino del juicio de Israel al final de la era judía, o del eón judío.

4. Pero todavía se objetará que queda una formidable dificultad en la expresión

"todas las naciones". Sin embargo, la dificultad es más aparente que real; porque

1) No es nada raro encontrar en las Escrituras proposiciones universales que deben

entenderse en un sentido limitado o restringido.

Hay un ejemplo de esto en este mismo discurso de nuestro Señor. En Mat. 24:22,

hablando de la "gran tribulación", Él dice: "Y si aquellos días no fuesen acortados,

nadie sería salvo". Ahora, es evidente que esta "gran tribulación" estaba limitada a

Jerusalén, o, en todo caso, a Judea, y sin embargo, tenemos una expresión usada

en relación con los habitantes de una ciudad o país, que es lo bastante amplia para

incluir a la raza humana entera, en el sentido en que Lange y Alford en realidad la

entienden.

2) Hay gran probabilidad en la opinión de que la frase "todas las naciones" equivale

a "todas las tribus de la tierra" (Mat. 24:30). No hay ninguna impropiedad en

designar a las tribus como naciones. La promesa de Dios a Abraham era que sería

padre de muchas naciones (Gén. 17:5; Rom. 4:17, 18).

En el tiempo de nuestro Señor, era usual hablar de los habitantes de Palestina

como que comprendían varias naciones. Josefo habla de "la nación de los

samaritanos", "la nación de los bataneos", "la nación de los galileos" - usando la

misma palabra (e;tnoj) que encontramos en el pasaje que estamos considerando.

Judea era una nación distinta, a menudo con su propio rey; lo mismo ocurría con

Samaria, Idumea, Galilea, Perea, Batanea, Traconitis, Iturea, Abilene -- todas las

cuales, en diferentes épocas, tuvieron príncipes con el título de Etnarca, un nombre

que significa gobernante de una nación. No es, pues, violentar el lenguaje entender

(pa,nta ta.e;nh) en el sentido de que se refiere a "todas las naciones" de Palestina,

o "todas las tribus de la tierra".

Esta posición recibe fuerte confirmación del hecho de que la misma frase en la

comisión apostólica (Mat. 28:19): "Id y haced discípulos a todas las naciones" no

parece haber sido entendida por los discípulos en el sentido de que se refería a la

población entera del globo, o a alguna nación más allá de Palestina. Se supone

comúnmente que los apóstoles sabían que habían recibido la tarea de evangelizar

al mundo. Si efectivamente lo sabían, eran culpables de haber descuidado el

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~ 86 ~

ocuparse de ello. Pero puede suponerse que las palabras de nuestro Señor no

transmitieron ninguna idea como ésta a sus mentes. El erudito profesor Burton

observa: "No fue sino hasta 14 años después de la ascensión de nuestro Señor

cuando Pablo viajó por primera vez, y predicó el evangelio a los gentiles. Y no hay

ninguna evidencia de que, durante ese período, los otros apóstoles traspasaron los

límites de Judea". (1)

El hecho parece ser que el lenguaje de la comisión apostólica no llevó a las mentes

de los apóstoles ninguna idea ecuménica de esta clase. Nada les dejó más atónitos

que el descubrimiento de que "también a los gentiles había dado Dios

arrepentimiento para vida" (Hechos 11:18). Cuando Pedro fue acusado de "reunirse

con incircuncisos y comer con ellos", no parece que él defendiese su conducta

apelando a los términos de la comisión apostólica. Si la frase "todas las naciones"

hubiese sido entendida por los discípulos en su sentido literal y más abarcante, es

difícil imaginar cómo habrían dejado de reconocer una vez el carácter universal del

evangelio y su comisión de predicarlo a judíos y gentiles por igual. Se necesitó una

clara revelación del cielo para vencer los prejuicios judíos de los apóstoles, y darles

a conocer el misterio de "que los gentiles son coherederos y miembros del mismo

cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio"

(Efesios 3:6).

En vista de estas consideraciones, tenemos por razonable y y justificable dar a la

frase "todas las naciones" un significado restringido, y limitarla a las naciones de

Palestina. En este sentido, la frase armoniza bien con las palabras de nuestro

Señor: "No acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel, antes de que venga

el Hijo del Hombre" (Mat. 10:23).

5. Una vez más, a la peculiar prueba de carácter aplicada por el juez en esta

descripción parabólica se opone fuertemente la idea de que esta escena representa

el juicio final de la raza humana entera. Se observará que el destino de los justos y

los impíos se hace girar alrededor del tratamiento que respectivamente ofrecieron a

los sufrientes discípulos de Cristo. Todas las cualidades morales, toda conducta

virtuosa, toda fe verdadera, quedan aparentemente fuera de las cuentas, y sólo se

toman en cuenta los actos de caridad y beneficencia hacia los angustiados

discípulos. No es de sorprenderse que esta circunstancia haya causado gran

perplejidad tanto a teólogos como a lectores en general. ¿Es ésta la doctrina de

Pablo? ¿Es ésta la base para la justificación delante de Dios que se establece en el

Nuevo Testamento? ¿Debemos llegar a la conclusión de que el destino eterno de la

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~ 87 ~

raza humana, desde Adán hasta el último hombre, dependerá finalmente de su

caridad y su simpatía hacia los perseguidos y sufrientes discípulos de Cristo?

La dificultad es seria, en la suposición de aquí tenemos una descripción del "juicio

general en el día final", y no debería ser pasada por alto, como comúnmente lo es.

¿Cómo podrían las naciones que existieron antes del tiempo de Cristo ser

enjuiciadas por este modelo? ¿Cómo podrían las naciones que nunca oyeron hablar

de Cristo, o las que florecieron en las épocas en que el cristianismo era próspero y

poderoso, ser enjuiciadas por este modelo? Es manifiestamente inapropiado e

inaplicable. Pero la dificultad se resuelve fácil y completamente si consideramos

esta transacción judicial como el juicio de Israel al final de la era judía. Es el

rechazado Rey de Israel el que es el juez: es la generación hostil e incrédula, la

última y la peor de la nación, a la que se hace comparecer ante Su tribunal. El

tratamiento que le dieron a los discípulos, especialmente a los apóstoles, podría,

apropiada y justamente, ser el criterio de carácter para "discernir entre los justos y

los impíos". Una prueba como ésta sería muy apropiada en una época en que el

cristianismo fue una fe perseguida, y es evidente que esto se supone por los

términos mismos de las palabras del Rey: "Tuve hambre y sed, fui extranjero,

estuve desnudo, enfermo, y en prisión". Las personas designadas como "estos mis

hermanos", y que son tomados como representantes de Cristo mismo, son

evidentemente los apóstoles de nuestro Señor, en los cuales tuvo hambre y sed,

estuvo desnudo, enfermo y en prisión. Todo esto está en perfecta armonía con las

palabras de Cristo a sus discípulos, cuando les envió a predicar: "El que a vosotros

recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. El que

recibe a un profeta por cuanto es profeta, recompensa de profeta recibirá; y el que

recibe a un justo por cuanto es justo, recompensa de justo recibirá. Y cualquiera

que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es

discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa" (Mat. 10:40-42).

Llegamos, pues, a la conclusión, la única que en todos los respectos se ajusta al

tenor del discurso entero, de que aquí tenemos, no el juicio final de la raza humana

entera, sino el de la nación culpable o las naciones culpables de Palestina, que

rechazaron a su Rey y menospreciaron y mataron a sus mensajeros (Mat. 22:1-14),

y cuyo día de condena estaba ahora a las puertas.

Siendo esto así, se ve que la profecía entera del Monte de los Olivos es un todo

homogéneo y conectado: "simplex duntaxat et unum". Ya no es una mezcla confusa

e ininteligible, que frustra toda interpretación, que parece hablar con dos voces, y

que señala en diferentes direcciones al mismo tiempo. Es una representación clara,

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consecutiva, e históricamente correcta del juicio de la nación teocrática al final de la

era judía o del período judío. La teoría de interpretación que considera este discurso

como típico del juicio final de la raza humana, y de una catástrofe mundial que

acompaña este suceso, en realidad no encuentra ningún apoyo en la predicción

misma, al tiempo que conlleva inextricable perplejidad y confusión. Si, por una

parte, pudiera demostrarse que la profecía, como un todo, es aplicable igualmente

en cada una de sus partes a dos acontecimientos diferentes y ampliamente

separados; o, por la otra, que en cierto punto se separa de un tema, y trata del otro,

entonces el doble sentido, o la referencia doble, se sostendría sobre alguna base

inteligible. Pero no encontramos ninguna línea divisoria en la profecía entre lo

cercano y lo remoto, y todos los intentos de trazar dicha línea son insatisfactorios y

arbitrarios hasta el extremo. Aún más insostenible es la hipótesis de un doble

significado que corre a través del todo; una hipótesis que supone una "facultad

verificadora" en el expositor o en el lector, y da un poder de discreción tan grande

al crítico ingenioso que parece completamente incompatible con la reverencia

debida a la Palabra de Dios.

La perplejidad que la teoría del doble sentido involucra es puesta bajo una fuerte luz

por la confesión de Dean Alford, quien, al final de sus comentarios sobre esta

profecía, expresa honestamente su insatisfacción con los puntos de vista que había

propuesto. "Creo que es correcto", dice, "expresar en esta tercera edición que,

habiendo entrado en un estudio más profundo de las porciones proféticas del Nuevo

Testamento, no siento en modo alguno la plena confianza que una vez tuve en la

exégesis, quoad interpretación profética, que aquí se da de las tres porciones de

este capítulo 25. Pero no tengo ningún otro sistema con el cual reemplazarla, y

algunos de los puntos tratados aquí me parecen tan de peso como siempre. Me

pregunto mucho si el estudio exhaustivo de la profecía de la Escritura me volverá

más y más desconfiado de toda sistematización humana, y menos dispuesto a

correr el riesgo de hacer un fuerte aserto sobre cualquier porción del tema". (Julio

de 1855). En la cuarta edición, Alford añade: "Aprobado, Octubre de 1858)". Esta es

una sinceridad altamente honorable para el crítico, pero sugiere esta reflexión: Si,

con toda la luz y la experiencia de dieciocho siglos, la profecía del Monte de los

Olivos todavía continúa siendo un enigma sin resolver, ¿cómo podría haber sido

inteligible para los discípulos, que la escucharon ansiosamente de los labios del

Maestro? ¿Podemos suponer que, en ese momento, él les hablaría en acertijos

ininteligibles? ¿Que cuando le pidieran pan les daría una piedra? Imposible. No hay

razón para creer que los discípulos eran incapaces de comprender las palabras de

Jesús, y, si estas palabras han sido malinterpretadas en tiempos posteriores, es

porque un método de interpretación falso y antinatural ha oscurecido y desfigurado

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lo que en sí mismo es bastante luminoso y simple. Es cosa de sorprenderse que los

expositores hayan demostrado tal indiferencia hacia las expresas limitaciones de

tiempo establecidas por nuestro Señor; que se les haya dado significados forzados

y antinaturales a palabras como ai,w n genea.ente,j, etc.; que se hayan trazado

líneas divisorias en el discurso donde no existe ninguna - y en general, que se haya

sometido a la profecía a un tratamiento que no sería tolerado en la crítica de ningún

clásico griego o latino. Permítase solamente que el lenguaje de la Escritura sea

tratado con justicia común, e interpretado por los principios de la gramática y el

sentido común, y quedará eliminada gran parte de la oscuridad y de los

malentendidos, y saldrá a la luz la forma y la substancia mismas de la verdad. (2).

Antes de pasar adelante de esta profecía profundamente interesante, puede ser

apropiado referirnos al cumplimiento maravillosamente minucioso que recibió,

según un testigo irreprochable, el historiador judío Josefo. Es un hecho de singular

interés e importancia que se conservara para la posteridad un registro completo y

auténtico de los tiempos y las transacciones a las que se hace referencia en la

profecía de nuestro Señor; y que este registro fuera de la pluma de un estadista,

soldado, sacerdote, y hombre de letras judío, que no sólo tiene acceso a las

mejores fuentes de información, sino que él mismo es testigo presencial de muchos

de los acontecimientos que relata. Da peso adicional a este testimonio el hecho de

que no procede de un cristiano, que podría haber sido sospechoso de partidismo,

sino de un judío, que era indiferente, si no hostil, a la causa de Jesús.

Tan llamativa es la coincidencia entre la profecía y la historia, que la antigua

objeción de Porfirio contra el libro de Daniel, de que debe haber sido escrito

después del acontecimiento, podría refutarse plausiblemente, si hubiese el más

ligero pretexto para tal insinuación.

Aunque el pueblo judío siempre se sintió intranquilo y molesto bajo el yugo de

Roma, no había síntomas urgentes de desafecto en el tiempo en que nuestro Señor

hizo esta profecía de la cercana destrucción del templo, la ciudad, y la nación. Las

clases más altas abundaban en manifestaciones de lealtad al gobierno imperial.

"¡No tenemos más rey que César!", exclamaron. Era política de Roma conceder a

las provincias subyugadas el libre ejercicio de su propia religión. No había, pues,

ninguna razón aparente para que el nuevo y espléndido templo de Jerusalén no

permaneciera en pie por siglos, y para que Judea no disfrutara de mayor

tranquilidad y prosperidad bajo la égida de César que la que había conocido bajo

los príncipes nativos. Pero, antes de que hubiese pasado por completo la

generación que rechazó y crucificó al Hijo de David, la nacionalidad judía fue

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~ 90 ~

extinguida: Jerusalén se convirtió en desolación; "la casa santa y hermosa"sobre el

monte de Sión fue arrasada hasta el suelo; y el pueblo infeliz, que no conoció el

tiempo de su visitación, fue abrumado por calamidades sin paralelo en los anales

del mundo.

Todo esto es innegable; pero sería demasiado esperar que esto fuese considerado

como cumplimiento adecuado de las palabras de nuestro Salvador por muchos a

los cuales el prejuicio o las interpretaciones tradicionales les han enseñado a ver

más en la profecía de lo que jamás incluyó la inspiración. El lenguaje, se dice, es

demasiado magnífico, las transacciones demasiado estupendas para ser

satisfechas por un suceso tan inadecuado como el juicio de Israel y la destrucción

de Jerusalén. Ya hemos tratado se señalar el verdadero significado y la verdadera

grandeza de ese acontecimiento. Pero la única respuesta suficiente a todas esas

objeciones es la expresa declaración de nuestro Señor, que cubre el ámbito entero

de este discurso profético. "De cierto os digo, que no pasará esta generación sin

que todo esto acontezca". Sin duda, hay algunas porciones de esta predicción que

pueden ser verificadas por el testimonio humano. ¿Espera alguien que Tácito,

Suetonio, o Josefo, o cualquier otro historiador, relate que "el Hijo del hombre fue

visto viniendo en las nubes del cielo con poder y gran gloria; que Él convocó a las

naciones a este tribunal, y recompensó a cada uno según sus obras"? Hay una

región en la cual no pueden entrar los testigos y los reporteros; carne y sangre no

pueden contemplar los misterios de lo espiritual o lo inmaterial. Pero hay también

una gran porción de la profecía que puede ser verificada, y que puede ser

ampliamente verificada. Hasta un atacante del cristianismo, que impugna el

conocimiento sobrenatural de Cristo, se ve obligado a admitir que "la porción

relativa a la destrucción de la ciudad es singularmente definida, y corresponde muy

de cerca al acontecimiento verdadero". (4) El puntual cumplimiento de la parte de la

profecía que entra en el campo de la observación humana garantiza la verdad del

resto, que no cae dentro de esa esfera. En la secuela de esta discusión,

descubriremos que los sucesos que ahora parecen increíbles a muchos eran la

confiada expectación y la esperanza de la era apostólica, y que los primeros

cristianos estaban plenamente persuadidos de su realidad y su cercanía.

Quedamos, pues, en este dilema: O las palabras de Jesús han fallado, y las

esperanzas de sus discípulos han sido falsificadas, o de lo contrario esas palabras y

esas esperanzas se han cumplido, y la profecía se ha cumplido plenamente en

todas sus partes. Una cosa es cierta. La veracidad de nuestro Señor queda

comprometida con la afirmación de que la totalidad y cada una de las partes de los

acontecimientos contenidos en esta profecía habrían de tener lugar antes del fin de

la generación existente. Si algún lenguaje puede reclamar para sí el ser preciso y

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~ 91 ~

definido, es el que nuestro Señor emplea para marcar los límites del tiempo dentro

del cual se cumplirían sus palabras. Nuestro Señor guarda silencio sobre

cualesquiera otras catástrofes, de otras naciones, en otras épocas, que puedan

haber en el futuro. Él habla de su propia nación culpable, y de su venida judicial al

final de la era, como habían predicho a menudo y claramente Malaquías, Juan el

Bautista, y Jesús mismo. (5) De esto sus palabras han de ser tenidas por

responsables; más allá de esto es mera especulación humana, las hipótesis de los

teólogos, sin ninguna base segura en la Escritura.

Hemos, pues, tratado de rescatar esta gran profecía del método impreciso y nada

crítico de interpretación por medio del cual ha sido tan oscurecida y embrollada; así

que dejemos que nos transmita a nosotros el mismo significado distinto y claro que

transmitió a los discípulos. Reverencia hacia la Palabra de Dios, y la debida

consideración por los principios de interpretación, nos prohiben imponer

construcciones no naturales y dobles sentidos, que en efecto "añadirían a las

palabras de esta profecía". No nos atrevemos a jugar irresponsablemente con las

expresas y precisas afirmaciones de Cristo. No encontramos sino una Parusía; un

fin de la era; una catástrofe inminente; un terminus ad quem - "esta generación".

Protesstamos contra la exégesis que manipula la Palabra de Dios tan libremente

que se recomienda a sí misma a los ojos de muchos. "El Señor", se dice, "siempre

está viniendo a los que esperan su aparición. Vemos su venida a gran escala en

cada crisis de la gran historia humana. En revoluciones, en reformas, y en las crisis

de nuestra historia individual. Para cada uno de nosotros, hay un advenimiento del

Señor, tan a menudo como se nos presentan nuevos y mayores aspectos de la

verdad, o somos llamados a entrar en deberes nuevos y quizás más laboriosos y

emocionantes". (6) De esta manera, podría ser más difícil decir lo que no es una

"venida del Señor". Pero, al convertirla en cualquier cosa y en todas las cosas, la

convertimos en nada. Está vacía de toda precisión y realidad. No hay razón para

que la encarnación, la crucifixión, y la resurrección no puedan, de manera similar,

llegar a ser transacciones comunes y diarias, así como la Parusía. Una cosa es

decir que los principios del gobierno divino son eternos e inmutables, y que, por lo

tanto, lo que Dios hace a un pueblo, o a una época, hará en circunstancias similares

a otras naciones y a otras épocas; otra cosa es decir que esta profecía tiene dos

significados: uno para Jerusalén e Israel, y otro para el mundo y la consumación

final de todas las cosas. Sostenemos, con Neander, que "las palabras de Cristo,

como sus obras, contienen en sí mismas el germen de un desarrollo infinito,

reservado para que lo revelen las edades futuras". (7) Pero esto no implica que la

profecía es cualquier cosa que pueda concebir una fantasía ingeniosa, o que tenga

sentidos ocultos o ulteriores que subyacen el significado aparente y natural del

Page 92: La parusia revisado

~ 92 ~

lenguaje. El deber del intérprete y estudiante de la Escritura es, no intentar lo que la

Escritura pueda hacérsele decir, sino someter su comprensión de "los verdaderos

dichos de Dios", que son por lo general tan sencillos como profundos. (8)

Notas:

1. Bampton Lecture, del Profesor Burton, p. 20.

2. El siguiente extracto ha sido tomado de un excelente artículo en el primer tomo de la Biblioteca Sacra (1843), por el Dr. E. Robinson, titulado "La Venida de Cristo". Hasta el ver. 42 del cap. 24 de Mateo, el Dr. Robinson sostiene la exclusiva referencia de la predicción a Jerusalén, y por esta razón menciona las interpretaciones que se refieren a ella como el "fin del mundo:"

"Ahora surge la pregunta de si, bajo estas limitaciones de tiempo, es posible una referencia del lenguaje de nuestro Señor al día del juicio y al fin del mundo en nuestro sentido de estos términos. Los que sostienen este punto de vista intentan de varias maneras deshacerse de las dificultades que surgen de estas limitaciones. Algunos asignan a (e.nqe,nj) el significado de súbitamente, como lo emplea la Sepuaginta en Job ver. 3 para el hebreo. Pero, aún en este pasaje, el propósito del escritor es simplemente marcar una secuencia inmediata - indicar que otro suceso más consecuente ocurre en seguida. Ni se ganaría nada aunque se pudiera disponer de la palabra (nqe,wj), con tal de que permaneciera la subsiguiente limitación a "esta generación". Y en esto también otros han tratado de referir genea a la raza de los judíos, o a los discípulos de Cristo, no sólo sin el más ligero fundamento, sino contrariamente a todo uso y a toda analogía. Todos estos intentos de aplicar la fuerza al significado del lenguaje son en vano, y ahora han sido abandonados por la mayoría de los comentaristas de nota".

Después de una exposición tan luminosa, es decepcionante descubrir que el Dr. Robinson deja de llevar consistentemente hasta el fin los principios con los cuales comenzó. Desconcertado por la conclusión anticipada de que "el juicio final" y "el fin del mundo" se encuentran en alguna parte de la profecía, e incapaz de ver dónde termina el tema de Jerusalén y dónde comienza el otro y mayor tema de la catástrofe mundial, adopta el siguiente método. Comenzando con la suposición de que la parábola de las ovejas y los cabritos tiene que describir el último evento, tantea su camino hacia atrás hasta la parábola anterior, la de los talentos, en la cual encuentra el mismo tema, la doctrina de la retribución final. Yendo aún más atrás, a la parábola de las diez vírgenes, descubre que el objeto de esa parábola es inculcar la misma verdad importante. Llega a la conclusión de que el capítulo veinticinco de Mateo debe, por lo tanto, referirse por entero a las transacciones del último gran día.

"Pero", continúa, "la última parte del cap. 24, es decir, desde el ver. 43 hasta el 51, está íntimamente conectada con la parábola inicial del ca. 25", que parece proporcionar suficiente base para considerar que este pasaje también se refiere al juicio futuro. En el ver. 43 de Mat. 24, por lo tanto, el Dr. Robinson cree que nuestro Señor abandona por completo el tema de Jerusalén y entra en un tema nuevo, el juicio del mundo.

En seguida es evidente que la totalidad de su razonamiento queda viciado por la falsa premisa con la cual comienza, o sea, la suposición de que la parábola de las ovejas y los cabritos se refiere al juicio de la raza humana. Ya hemos demostrado que no hay ningún nuevo comienzo en Mat. 24:48.

4. Contemporary Review, Nov. 1876. Véase la Nota B, Parte I.

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~ 93 ~

5. Refiriéndose a la destrucción de Jerusalén, dice Jonathan Edwards: "Así, pues, hubo un final definitivo del mundo del Antiguo Testamento: Todo quedó concluído con una especie de día del juicio, en el cual el pueblo de Dios fue salvo, y sus enemigos destruidos de manera terrible". Historia de la Redención, vol. i, p. 445.

6. Evang. Meg. Feb. 1877, p. 69.

7. Life of Christ, 165.

8. Véase Nota A, Parte I.

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~ 94 ~

DECLARACIÓN DE NUESTRO SEÑOR ANTE EL SUMO SACERDOTE

Mat. 26:64

"Jesús le dijo: Tú lo has dicho;

y además os digo, que desde

ahora veréis al Hijo del

Hombre sentado a la diestra del

poder de Dios, y viniendo en

las nubes del cielo".

Mar. 14:62

"Y Jesús le dijo: Yo soy;

y veréis al Hijo del

Hombre sentado a la

diestra del poder de Dios,

y viniendo en las nubes

del cielo".

Luc. 22:69

"Pero desde ahora

el Hijo del

Hombre se sentará

a la diestra del

poder de Dios".

La respuesta de nuestro Salvador a la solemne orden del sumo sacerdote para que

declarase bajo juramento es la repetición, casi palabra por palabra, de lo que Jesús

había declarado a los discípulos en el Monte de los Olivos: "Verán al Hijo del

Hombre viniendo viniendo sobre las nubes del cielo con poder y gran gloria" (Mat.

24:30). Son, evidentemente, el mismo suceso y el mismo período a los que se hace

referencia. El lenguaje implica que las personas a las que Jesús se dirige, o algunas

de ellas, presenciarían el acontecimiento predicho. La expresión: "Veréis" no sería

apropiada si se refiriera a algo que ninguno de los oyentes viviría para presenciarlo,

y que no tendría lugar por miles de años. Nuestro Señor, pues, les dijo a sus jueces

que ellos, o algunos de ellos, vivirían para verle venir en juicio, o viniendo en su

reino. Esta declaración está en armonía con lo que nuestro Salvador dijo a sus

discípulos: "El Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles ...

De cierto os digo, que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la

muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino" (Mat.

16:27,28). Algunos de sus discípulos, y algunos de sus jueces, vivirían lo suficiente

para presenciar aquella gran consumación, menos de cuarenta años después,

cuando el Hijo del Hombre vendría en su reino a ejecutar los juicios de Dios sobre la

nación culpable. Esto es precisamente lo que afirma la profecía del Monte de los

Olivos: "No pasará esta generación", etc. Nuevamente aquí no tenemos ni

oscuridad ni ambigüedad. Pero, ¿puede decirse otro tanto de la interpretación que

hace que las palabras de nuestro Señor se refieran a un tiempo todavía futuro, y un

suceso que todavía no ha tenido lugar? ¿Puede decirse otro tanto de la

interpretación que encuentra en esta escena, que el Sanedrín judío habría de

presenciar, no un suceso dintinto y particular, sino un proceso prolongado y

continuo, que comenzó en la resurrección de Cristo, que continúa todavía, y que

continuará hasta el fin del mundo?

Page 95: La parusia revisado

~ 95 ~

Esta extraña interpretación, que es la de Lange y de Alford, se basa en parte en la

suposición de que la predicción de nuestro Señor no se ha cumplido todavía, y en

parte en la palabra "de aquí en adelante", que se cree indica un proceso continuo.

(1) Pero, ¿es esa explicación creíble, o siquiera concebible? ¿Es verdad que el

sumo sacerdote y el Sanedrín comenzaron, desde ese momento, a ver el Hijo del

hombre venir en las nubes del cielo?, etc. ¿Cómo podría tal aparición ser un

proceso continuo? Claramente, las palabras sólo pueden referirse a un

acontecimiento definido y específico; y no podemos sentirnos inseguros al

establecer de qué acontecimiento se trata. No puede ser otro que la Parusía, tan a

menudo predicha antes. Ése no fue un proceso prolongado, sino un acto sumario -

súbito, rápido, conspicuo, como el relámpago. El sentido queda bien expresado por

los editores del Critical English Testament: "El sentido no puede ser que él vendría y

así le verían inmediatamente después del momento de su respuesta; sino más bien,

que él ahora partiría de ellos, y que la siguiente vez que le vieren, después de su

rechazo por ellos, sería en su venida en gloria, como lo predijo el profeta Daniel".

(2)

En esta declaración de nuestro Señor encontramos, entonces, una confirmación

adicional de sus anteriores afirmaciones de que su venida por segunda vez tendría

lugar durante la generación existente. Algunos de sus jueces, así como algunos de

sus discípulos, habrían de presenciarla; ¡y esa afirmación no tendría ningún

significado si no implicara que ellos habrían de presenciarla con sus propios ojos!

Predicción de los ayes que vendrían sobre Jerusalén

Lucas 23:27-31. "Y le seguía gran multitud del pueblo, y de mujeres que lloraban y

hacían lamentación por él. Pero Jesús, vuelto hacia ellas, les dijo: Hijas de

Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos.

Porque he aquí vendrán días en que dirán: Bienaventuradas las estériles, y los

vientres que no concibieron, y los pechos que no criaron. Entonces comenzarán a

decir a los montes: Caed sobre nosotros; y a los collados: Cubridnos. Porque si en

el árbol verde hacen estas cosas, ¿en el seco, qué no se hará?"

Aquí tenemos una afirmación tan clara, tan definida en cada punto que puede fijar

su referencia - tiempo, lugar, personas, circunstancias - que no queda lugar para la

incertidumbre. Apunta a un tiempo que no estaba muy distante, sino a las puertas -

"vendrán días" - un tiempo que las personas a las cuales se hablaba y sus niños

vivirían para presenciar; un tiempo de gran tribulación, que caería con particular

severidad sobre las mujeres y los niños; un tiempo cuando, en la agonía de su

Page 96: La parusia revisado

~ 96 ~

terror, las multitudes desesperadas clamarían a los montes y a los collados para

que cayeran sobre ellos y les cubrieran.

Se encontrará que aquellos memorables detalles serán sumamente valiosos en la

elucidación de la profecía bíblica en la etapa subsiguiente de de esta investigación.

Mientras tanto, es claro que esta patética descripción puede referirse solamente a la

catástrofe de Jerusalén en los últimos días de su historia. Sólo tenemos que ir a las

páginas de Josefo para encontrar los hechos que ilustran y confirman el lenguaje de

nuestro Salvador. Los horrores de aquella trágica historia culminan en el episodio

de María de Perea, cuyo banquete tiesteano horrorizó hasta a los despiadados

bandidos que merodeaban como lobos hambrientos por la ciudad. Es a la luz de

incidentes como éste que vemos el pleno significado de las palabras:

"Bienaventuradas las estériles, y [bienaventurados] los vientres que no concibieron".

Es con un movimiento de algo como impaciencia que escuchamos a Stier, seducido

por el ignis fatuus de un doble significado, insistir en un oculto significado de las

palabras de nuestro Salvador: "Habló expresa y principalmente del juicio de

Jerusalén e Israel, pero contemplaba y se refería a lo que se había anunciado en

este tipo histórico, el juicio de todos los impenitentes, y de todos los incrédulos en

común, hasta el fin". (3) Así dice también Alford, siguiendo a Stier. Sin embargo,

está sólo en la imaginación del expositor el que esta referencia ulterior existe: no

hay sugerencia de él en el texto; y es con cierto grado de asombro que

encontramos a un crítico erudito que va tan lejos en el olvido de su verdadera

vocación que declara que "el cumplimiento histórico, real, y específico" es "lo de

menos: el significado de la palabra llega mucho más allá". Si alguna vez hubo un

caso en el cual no se debe pensar en significados dobles y cumplimientos típicos,

seguramente es aquí". En esa hora de angustia, no podía haber sino un solo

pensamiento presente en el corazón de Jesús. Veía la tormenta de ira que cobraba

fuerza, y en la que la ciudad dedicada pronto habría de quedar envuelta, y que

estallaría con tal violencia sobre la tierna y delicada, los niños y las madres de

Jerusalén, y reciprocaba la lástima de aquellos corazones compasivos, más

conmovido en ese momento por los sufrimientos anticipados de ellos que por los

suyos. ¿Qué necesidad hay de ir más allá de aquella trágica catástrofe, y buscar

otra, concerniente a la cual el contexto guarda completo silencio?

La Oración del Ladrón Penitente

Lucas 23:42. "Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino".

Page 97: La parusia revisado

~ 97 ~

El único punto que nos concierne en este memorable incidente es la referencia que

el malhechor hizo a la venida de nuestro Señor en su reino". Cualquiera sea el

modo en que había adquirido este conocimiento, reconoció en el rechazado Profeta

que estaba a su lado al Rey de Israel, el Hijo de Dios. Creía que, a pesar de que

Israel lo había rechazado y crucificado, un día vendría otra vez "en su reino".

¡Maravillosa fe en un hombre como éste y en un momento como éste! Si el ladrón

en la cruz hubiese escuchado el testimonio de Jesús delante del sumo sacerdote, o

si hubiese sabido lo que Jesús había dicho a sus discípulos, de que "algunos de

ellos no verían muerte hasta que hubiesen visto al Hijo del hombre viniendo en su

reino", podríamos explicarnos mejor su fe y su oración. De todos modos, no podría

haber habido más inteligencia y precisión en el lenguaje de un discípulo que en las

palabras de este "tizón arrebatado del incendio". No tenemos modo de saber qué

idea tenía el malhechor con respecto al tiempo de esa venida - si la había

concebido como cercana o como distante; pero es presumible que la consideraba

cercana. Un moribundo difícilmente oraría para que fuese recordado en alguna

época distante, después de que hubiesen pasado siglos y milenios. En esa crisis,

sólo lo inminente o lo inmediato podría estar en sus pensamientos. Una cosa

parece segura: la más inverosímil de todas las interpretaciones es la que

representaría su oración como todavía sin contestar, y la "venida" de la cual

hablaba como todavá entre los sucesos de un futuro desconocido.

La Comisión Apostólica

Mat. 28:19,20

"Por tanto, id, y haced

discípulos a todas las naciones,

bautizándolos en el nombre del

Padre, del Hijo, y del Espíritu

Santo; enseñándoles que

guarden todas las cosas que os

he mandado; y he aquí yo

estoy con vosotros todos los

días, hasta el fin del mundo.

Amén".

Mar. 16:15,20

"Y les dijo: Id por

todo el mundo y

predicad el

evangelio a toda

criatura".

"Y ellos, saliendo,

predicaron en todas

partes, ayudándoles

el Señor y

confirmando la

palabra con las

señales que la

seguían. Amén".

Luc. 24:47

"Y que se predicase en

su nombre el

arrepentimiento y el

perdón de pecados en

todas las naciones,

comenzando desde

Jerusalén".

Page 98: La parusia revisado

~ 98 ~

Es usual considerar esta comisión como si estuviera dirigida a toda la Iglesia

Cristiana en todos los tiempos. No hay duda de que es permisible inferir de estas

palabras la obligación perpetua, que descansa sobre todos los cristianos en todos

los tiempos, de propagar el evangelio a todas las naciones; pero es importante

considerar las palabras en su referencia correcta y original. Es la comisión de Cristo

a mensajeros escogidos, designándoles para su obra evangelística, y

asegurándoles su constante presencia y protección. Tiene una especial aplicación

para los apóstoles que no puede tener para nadie más. Ya hemos advertido el

hecho de que los discípulos, a los que se les dio esta misión, no parecen haberla

entendido en el sentido de que debían extender su obra evangelística más allá de

los linderos de Palestina, o predicar el evangelio a judíos y a gentiles

indiscriminadamente. Es seguro que no llevaron a cabo esta comisión

inmediatamente, ni lo hicieron por años, en su sentido más amplio; ni parece

probable que jamás lo hubiesen hecho así sin una revelación expresa. Como la

mostrado el Dr. Burton, no menos de quince años pasaron entre la conversión de

Pablo y su primer viaje apostólico para predicarles a los gentiles. "Tampoco hay

ninguna evidencia de que, durante ese período, los otros apóstoles rebasaran los

confines de Judea". (4) Hay, pues, mucha probabilidad en la opinión de que el

lenguaje de la comisión apostólica no transmitió a sus mentes la misma idea que a

nosotros, y que, como ya hemos visto, la frase "todas las naciones" [pa,nta ta e[qnj]

equivale realmente a todas las tribus de la tierra" [pa/sai a,i,qnlai.gh/j].

Pero lo que especialmente merece notarse es la notable limitación de tiempo, el

"terminus ad quem" especificado aquí por el Salvador. "He aquí, yo estoy con

vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" [suntelei,aj ton/ai.w/nj]. Nada puede

ser más confuso para el lector de habla inglesa que la traducción "fin del mundo",

que inevitablemente sugiere el fin de la historia humana, el fin del tiempo, y la

destrucción de la tierra, un significado que las palabras no soportan. Lange, aunque

está lejos de aprehender el verdadero significado de la frase, da el sentido correcto:

"la consumación de la era secular, o el período de tiempo que termina con la

Parusía". ¿Qué puede ser más evidente que el hecho de que la promesa de Cristo

de estar con sus discípulos hasta el fin del tiempo implica que ellos habrían de vivir

hasta el fin de esa época? Aquella gran consumación no estaba lejos; el Señor

había hablado de ella a menudo, y siempre como un suceso que se aproximaba, un

suceso que algunos de ellos vivirían para ver. Era la conclusión de la dispensación

mosaica; el fin del gran período de prueba de la nación teocrática; cuando la

estructura entera del sistema judío habría de ser barrida, y "el reino de Dios vendría

con poder". Este gran suceso, había declarado nuestro Señor, habría de ocurrir

dentro de los límites de la generación que entonces existía. El "fin del tiempo"

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~ 99 ~

coincidió con la Parusía, y la señal externa y visible por la cual se distingue es la

destrucción de Jerusalén. Este es el terminus por el cual el campo está delimitado

en el Nuevo Testamento. Para Israel era "el fin", "el fin de todas las cosas", "el

pasar del cielo y la tierra", la abrogación del antiguo orden, la inauguración del

nuevo. De esta época providencial, la historia nos dice mucho, pero la profecía nos

dice más. La historia nos muestra las señales predichas que se cumplían; los

síntomas premonitorios de la catástrofe que se aproximaba - los falsos Cristos, las

guerras y los rumores de guerras; las insurrecciones y los disturbios; los terremotos,

las hambres y pestilencias; las persecuciones y tribulaciones; las legiones invasoras

de Roma; la ciudad sitiada y capturada; el templo en llamas; las multitudes

masacradas; las nación extinguida. Pero la historia no puede levantar el velo que

cuelga sobre el mundo espiritual; nos conduce hasta el borde mismo, y nos invita a

adivinar el resto. Pero nosotros tenemos una palabra profética más segura que, en

vez de conjeturas, nos da seguridad. Revela al "Hijo del hombre viniendo en su

gloria"; al Rey sentado en el trono; el juicio iniciado, y los libros abiertos. Revela las

ovejas y los cabritos separados los unos de las otras; los justos entrando en la vida

eterna; los impíos enviados al castigo eterno. Si no tenemos verificación histórica de

lo invisible y lo espiritual, como la tenemos de los elementos visibles y materiales de

esta consumación, es porque ellos no están en la naturaleza de las cosas que se

pueden conocer igualmente por medio de los sentidos. Pero los aceptamos por la fe

en su palabra, que declaró: "De cierto os digo, todas estas cosas vendrán sobre

esta generación"; y nuevamente: "De cierto os digo, que no pasará esta generación

sin que se cumplan todas estas cosas". "El cielo y la tierra pasarán, pero mis

palabras no pasarán". El cumplimiento literal de todo lo que cae dentro de la esfera

de la observación humana es garante de la credibilidad del resto, que pertenece al

ámbito de lo invisible y lo espiritual.

Notas:

1. (a/rti) en el griego posterior vino a significar "pronto", "en la actualidad". Véase a Liddell y Scott, y por eso, nuestros traductores, escriben correctamente "desde ahora", que deja el tiempo real del suceso en el futuro, pero no necesariamente inmediato. Critical English Test, vol. iii, p. 860, nota.

2. Critical English Test, vol. iii, p. 860.

3. Reden Jesu, vol. vii. p. 426.

Page 100: La parusia revisado

~ 100 ~

LA PARUSÍA EN EL EVANGELIO DE JUAN

En los evangelios sinópticos, hemos podido, por lo general, comparar unas con las

otras las alusiones a la Parusía registradas por los evangelistas; y a menudo hemos

encontrado ventajoso hacerlo. No es fácil, sin embargo, entrelazar el cuarto

evangelio con los sinópticos, y a menudo es un poco notable que ni una sola

alusión a la Parusía en los últimos se encuentre en el primero. Es, pues, preferible,

por todas las razones, considerar el evangelio de Juan por sí mismo, y

encontraremos que las referencias al tema de nuestra investigación, aunque no

muchas en número, son muy importantes y están llenas de interés.

La Parusía y la Resurrección de los Muertos

Juan 5:25-29 - "De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los

muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren, vivirán. Porque como el

Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo;

y también le dio autoridad de hace juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre.

"No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los

sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida;

mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación".

En las referencias a la cercana consumación que hemos encontrado en los

evangelios sinópticos, es imposible no impresionarse con la constante asociación

de la Parusía con un gran acto de juicio. Desde la primera noticia de este gran

suceso hasta el fin, la idea de juicio aparece de modo prominente. Juan el Bautista

advierte a la nación de "la ira venidera". Los hombres de Nínive y la reina del sur

han de aparecer en el juicio con esta generación. En la siega al final del tiempo, la

paja ha de ser quemada, y el trigo recogido en el granero. El Hijo del hombre habría

de venir en su gloria para dar a cada uno según sus obras. El juicio de Capernaum

y Corazín habría de ser más severo que el de Tiro y Sidón. Casi todas las últimas

parábolas en el ministerio de nuestro Señor declaran el juicio venidero - las minas,

el labrador malvado, las bodas del hijo del rey, las diez vírgenes, los talentos, las

ovejas y los cabritos. La gran profecía del Monte de los Olivos se ocupa

enteramente del mismo tema.

Es notable que la primera alusión de Juan a este suceso reconoce su carácter

judicial. Pero ahora encontramos un nuevo elemento introducido en la descripción

de la cercana consumación. Está relacionado con la resurrección de los muertos; de

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~ 101 ~

"todos los que están en la tumba". "La hora viene cuando todos los que están en la

tumba oirán su voz, y saldrán", etc.

No puede haber ninguna duda de que el pasaje que se acaba de citar (ver. 28,29)

se refiere a la resurrección literal de los muertos. También puede admitirse que los

versículos precedentes (25,26) se refieren a la comunicación de vida espiritual a los

que están muertos espiritualmente. (1) El tiempo para este proceso vivificante ya

había comenzado. "La hora viene, y ahora es". Los muertos en delitos y pecados

estaban a punto de ser vivificados por el poder resucitador del Espíritu divino

actuando en las almas de los hombres para que predicasen el evangelio de Cristo.

Este poder vivificador pertenecía, por designio divino, al Hijo de Dios, al cual

también había sido entregado, en virtud de su humanidad, el oficio de Juez

supremo (ver. 27).

Anticipándose al hecho de que esta afirmación de ser el Juez de la humanidad

haría tambalear a sus oyentes, nuestro Señor procede a reforzar su afirmación y

aumentar la admiración de ellos declarando que, a su voz, y antes de mucho, los

muertos saldrían de de sus tumbas para estar de pie delante de su trono de juicio.

El lector notará en particular las indicaciones de tiempo especificadas por nuestro

Señor en estos importantes pasajes. Primero tenemos: "viene la hora, y ahora es".

Esto indica que la acción de la cual se habla, o sea, la comunicación de vida

espiritual a los espiritualmente muertos, ya ha comenzado a tener lugar. Luego

tenemos: "vendrá hora", sin la adición de las palabras "y ahora es", indicando que el

suceso especificado, es decir, el levantarse los muertos de sus tumbas, está a una

mayor distancia en el tiempo, aunque todavía no muy lejos. La fórmula "viene la

hora" siempre denota que el suceso al que se refiere no está muy distante. En

realidad, no define el tiempo, sino que lo ubica dentro de un período

comparativamente breve. Encontramos estas dos expresiones. "viene la hora" y

"viene la hora, y ahora es", empleadas por nuestro Señor en su conversación con la

mujer de Samaria (Juan 4:21,23), y su uso aquí puede ayudarnos a establecer su

fuerza en el pasaje que tenemos delante. Cuando nuestro Señor dice: "Viene la

hora, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y

en verdad", está indicando que el tiempo ya era presente, pues, ¿no había

empezado a reunir los materiales de aquella iglesia espiritual de verdaderos

adoradores de la cual hablaba? Sin embargo, cuando dice: "Mujer, créeme, que la

hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre", habla de

un tiempo que, aunque no estaba distante, todavía no había llegado. Preveía el

período del cual hablaba, cuando cesaría la adoración en el templo, cuando el

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~ 102 ~

monte Sión sería "arado como campo", y el monte Gerizim también sería abrumado

por el diluvio de ira. Pero era necesaria la abrogación de lo local y lo material para

la entronización de lo universal y lo espiritual; y, por lo tanto, el templo con su ritual

debía ser suprimido para hacer lugar para la más noble adoración "en espíritu y en

verdad".

Por supuesto, no puede probarse absolutamente que la frase "la hora viene" se

refiere precisamente al mismo punto en el tiempo en estos dos casos, aunque es

fuerte la presunción de que así es. Para esta etapa, baste notar que nuestro Señor

habla aquí de la resurrección de los muertos y el juicio como sucesos que no

estaban distantes, pero tan distantes que podía decirse correctamente: "La hora

viene", etc.

La Resurrección, el Juicio, y el Día Postrero

Juan 6:39. "Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que

me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero".

Juan 6:40: "Yo le resucitaré en el día postrero".

Juan 6:44: "Yo le resucitaré en el día postrero".

Juan 11:24: "Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero".

Juan 12:48: "La palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero".

En estos pasajes tenemos otra nueva frase en relación con la consumación que se

acercaba, que es peculiar al cuarto evangelio. En los sinópticos nunca encontramos

la expresión "el día postrero", aunque encontramos sus equivalentes, "aquel día" y

"el día del juicio". No puede dudarse que estas expresiones son sinónimas, y se

refieren al mismo período. Pero ya hemos visto que el juicio es contemporáneo con

"el fin del tiempo" (sonteleia ton aiwnoj), e inferimos que "el día postrero" es sólo

otra forma de la expresión "el fin del tiempo" o Peón. La Parusía también está

representada constantemente como coincidente en el tiempo con "el fin del tiempo",

de modo que todos estos grandes sucesos, la Parusía, la resurrección de los

muertos, el juicio, y el día postrero, son contemporáneos. Entonces, puesto que el

fin del tiempo no es, como se imagina generalmente, el fin del mundo, o la

destrucción total de la tierra, sino la terminación de la economía judía; y puesto que

nuestro Señor mismo clara y frecuentemente coloca ese suceso dentro de los

límites de la genración existente, llegamos a la conclusión de que la Parusía, la

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~ 103 ~

resurrección, el juicio, y el día postrero, pertenecen todos al período de la

destrucción de Jerusalén.

Por muy alarmante o increíble que pueda parecer esta conclusión al principio, es

la enseñanza a la cual el Nuevo Testamento está dedicado absolutamente, y,

al avanzar en esta investigación, encontraremos que la evidencia en apoyo de esta

conclusión se acumula hasta tal grado que es irresistible. Nos encontraremos con

expresiones como "los últimos tiempos", "los últimos días", y "la útima hora", que

evidentemente denotan el mismo período que "el día postrero", pero de las cuales,

sin embargo, se habla como no lejanas, y hasta como que ya han llegado. Mientras

tanto, sólo podemos pedir al lector que reserve su juicio, y calmada e

imparcialmente sopese la evidencia derivada, no de autoridad humana, sino de la

misma palabra de inspiración.

El Juicio del Mundo y del Príncipe de Este Mundo

Juan 12:31. "Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo

será echado fuera".

Juan 16:11. "De juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido juzgado".

Se acostumbra explicar estas palabras en el sentido de que había llegado una gran

crisis en la historia espiritual del mundo: que la muerte de Cristo en la cruz era un

momento crucial, por decirlo así, del gran conflicto entre el bien y el mal, entre el

Dios vivo y verdadero y el falso dios usurpador de este mundo - que el resultado de

la muerte de Cristo sería la derrota final del poder de Satanás y el establecimiento

del reino de verdad y justicia sobre las ruinas del imperio de Satanás.

No hay duda de que hay mucha verdad importante en esta explicación, pero no

satisface todos los requisitos del lenguaje muy claro y enfático de nuestro Señor

con respecto a la cercanía y lo completo del suceso al cual se refiere: "Ahora es el

juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera". No es

suficiente decir que, para la previsión profética de nuestro Salvador, el futuro

distante era como si fuera el presente; ni que, por la cercanía de su muerte, el juicio

del mundo y la expulsión de Satanás estarían virtualmente asegurados, y que por lo

tanto podrían ser considerados como hechos consumados. Tampoco es suficiente

decir que, desde el momento en que se ofreció el gran sacrificio de la cruz, el poder

y la influencia de Satanás comenzaron a menguar, y tiene que disminuir

constantemente hasta que él sea finalmente aniquilado. El lenguaje de nuestro

Señor apunta manifiestamente a una transacción judicial grande y final, que pronto

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~ 104 ~

habría de tener lugar. Pero juicio es un acto que difícilmente puede concebirse

como extendiéndose sobre un período indefinido, y especialmente cuando está

restringida por la palabra ahora, a un punto distinto e inminente en el tiempo. La

frase "echado fuera", también, es evidentemente una alusión a la expulsión de un

demonio de un cuerpo poseído por un espíritu inmundo. Pero esto indica un acto

súbito, violento, y casi instantáneo, y no un proceso gradual y prolongado. Ninguna

figura podría ser menos apropiada para describir la lenta decadencia y el

agotamiento final del poder satánico que la expulsión de un demonio. Nos vemos

obligados, pues, a hacer a un lado la explicación que hace que las palabras de

nuestro Señor se refieran a un juicio que, después de transcurridos muchos siglos,

todavía continúa; o a una expulsión de Satanás que todavía no se ha efectuado. Él

no hablaría de un juicio, que no habría de tener lugar por miles de años, como si

fuera "ahora", ni de una inminente "expulsión" de Satanás, que habría de ser el

resultado de un proceso lento y prolongado.

Concluimos, entonces, que, cuando nuestro Señor dijo: "Ahora es el juicio de este

mundo", etc., se refería a un suceso que estaba cercano, y, en cierto sentido, era

inmediato: es decir, tenía a la vista aquella gran catástrofe que apenas parece

haber estado ausente de sus pensamientos - la solemne transacción judicial cuando

"el Hijo del hombre habría de sentarse sobre el trono de su gloria" - la gran

"cosecha" al final del tiempo, cuando los ángeles segadores habrían de "recoger de

su reino todas las cosas que ofenden y hacen inquidad". Si se objeta a esto que la

palabra ko.smoj (mundo) es demasiado abarcante para que quede restringida a una

tierra o una nación, puede replicarse que kosmoj se emplea aquí, como en algunos

otros pasajes, especialmente en los escritos de Juan, más bien en un sentido ético

que como expresión geográfica. (Véase Juan 7:7; 8:23; 1 Juan 2:15; v.14).

Pero puede decirse: ¿Cómo podría hablarse de este juicio de Israel como si fuese

"ahora" más que de un juicio que todavía está en el futuro? Cuarenta años de aquí

en adelante no es más ahora que cuatro mil años. A esto puede replicarse: Más que

ningún otro, el suceso que ahora era inminente precipitaría la condenación de

Israel. La crucifixión de Cristo habría de ser el clímax del crimen, el acto culminante

de apostasía y culpabilidad que llenó la copa de la ira, y selló la suerte de "aquella

generación malvada". El intervalo entre la crucifixión de Cristo y la destrucción de

Jerusalén fue sólo el breve espacio entre el pronunciamiento de la sentencia y la

ejecución del criminal; y de la misma manera, nuestro Señor, cuando abandonó el

templo por última vez, exclamó: "He aquí, vuestra casa os es dejada desierta",

aunque su desolación no tuvo lugar realmente sino hasta casi cuarenta años más

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~ 105 ~

tarde, pudo decir: "Ahora es el juicio de este mundo", aunque un espacio de tiempo

semejante transcurriría entre el pronunciamiento y la ejecución de sus palabras.

De manera semejante, la "expulsión del príncipe de este mundo" está representada

como coincidente con el "juicio de este mundo", y ambos son manifiestamente el

resultado de la muerte de Cristo. Pero, ¿cómo puede decirse que Satanás fue

expulsado en el período al que se refiere, o sea, el juicio al final del tiempo? Aquel

suceso marcó una gran época en la administración divina. Fue la inauguración de

un nuevo orden de cosas: la "venida del reino de Dios" en un sentido alto y

especial, cuando se disolvió la peculiar relación entre Jehová e Israel, y Él vino a

ser conocido como Dios y Padre de toda la raza humana. De allí en adelante,

Satanás no habría de ser ya más el dios de este mundo, sino que el Altísimo habría

de tomar el reino para sí mismo. Esta revolución se efectuó por la muerte expiatoria

de Cristo en la cruz, que se declara que es "la reconciliación consigo de todas las

cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos" (Col. 1:20).

Pero la inauguración formal del nuevo orden es representada como teniendo lugar

al "fin del tiempo", el período en que "el reino de Dios vendría con poder", y el Hijo

del hombre se sentaría como Juez "en el trono de su gloria". ¿Qué podría ser más

apropiado, entonces, que la "expulsión" del príncipe de este mundo en el período en

que su reino, "este mundo", fuese juzgado?

Puede objetarse que, si realmente tuvo lugar entonces un suceso como la expulsión

de Satanás, debería estar marcado por alguna muy palpable disminución del poder

del diablo sobre los hombres. La objeción es razonable, y puede rebatirse con la

afirmación de que sí existe evidencia de la disminución de la influencia satánica en

el mundo. La historia de los tiempos de nuestro Salvador proporciona prueba

abundante del ejercicio de un poder sobre las almas y cuerpos de hombres que

entonces estaban poseídos por Satanás, un poder que felizmente es desconocido

en nuestros días. La misteriosa influencia llamada "posesión demoníaca" se

atribuye siempre en la Escritura a los agentes satánicos; y era una de las

credenciales de la comisión divina de nuestro Señor que Él, "por el poder de Dios,

echaba fuera demonios". ¿En qué período cesó de manifestarse la sujeción de los

hombres al poder demoníaco? Era común en los días de nuestro Señor: continuó

durante la época de los apóstoles, porque tenemos muchas alusiones al hecho de

que ellos echaban fuera espíritus inmundos; pero no tenemos evidencia de que esta

sujeción continuó existiendo en los tiempos post-apostólicos. El fenómeno ha

desaparecido tan completamente que, para muchos, su anterior existencia es

increíble, y la resuelven con una superstición popular, o con una teoría no científica

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~ 106 ~

de enfermedad mental - una explicación que es totalmentee incompatible con las

representaciones del Nuevo Testamento.

Vale la pena observar que nuestro Señor, en una ocasión anterior, hizo una

declaración muy parecida a la que ahora estamos considerando.

Cuando los setenta discípulos regresaron de su misión evangélica, informaron con

regocijo de su éxito al echar fuera demonios en el nombre de su Maestro:

"Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre" (Lucas 10:17). Al

responderles, Jesús les dijo: "Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo", una

expresión que es casi equivalente a las palabras: "Ahora el príncipe de este mundo

será echado fuera", y sobre la cual Neander hace las siguientes sugestivas

observaciones:

"Del mismo modo que Jesús había designado previamente la cura, por Él mismo,

de endemoniados como una señal de que el reino de Dios había venido a la tierra,

así también ahora consideró lo que los discípulos informaron como señal del poder

conquistador de ese reino, delante del cual toda cosa mala tenía que retroceder: 'Yo

veía a Satanás caer del cielo como un rayo', es decir, del pináculo del poder que

hasta ahora había tenido entre los hombres. Antes de que la mirada intuitiva de su

espíritu expusiera a la vista los resultados que habrían de seguir a su obra

redentora después de su ascensión al cielo, vio, en espíritu, al reino de Dios

avanzando triunfante sobre el reino de Satanás. No dice: 'Ahora veo', sino 'Veía'. Lo

veía antes de que los discípulos trajeran su informe de las maravillas que habían

llevado a cabo. Mientras ellos estaban llevando a cabo estas obras aisladas, él veía

la sola gran obra de la cual las de ellos eran sólo señales particulares e individuales

- la victoria, completamente ejecutada, sobre el gran poder del mal que había

gobernado a la humanidad". (2)

Al comparar estas dos notables afirmaciones de nuestro Señor, hay tres puntos que

merecen particular atención:

1) Ambas son pronunciadas en ocasiones en que el triunfo de su causa, que se

acercaba, aparecía vívidamente delante de él.

2) En ambas, la expulsión de Satanás es representada como un hecho

consumado.

3) En ambas, se considera como un acto rápido y sumario, no como un proceso

lento y prolongado: en un caso, Satanás cae "del cielo como un rayo"; en el

otro, es "echado fuera" de un endemoniado como espíritu inmundo.

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~ 107 ~

Neander, pues, ha pasado un poco por alto el verdadero énfasis de la expresión, en

sus observaciones, por lo demás, admirables. Creemos que las palabras apuntan

claramente a una gran transacción judicial, que tiene lugar en un punto particular

del tiempo, que ese tiempo estaba muy cercano, y que es la consecuencia y el

resultado de la muerte del Salvador en la cruz. Tal transacción y tal período los

podemos encontrar sólo en la gran catástrofe tan vívidamente presentada por

nuestro Señor en su discurso profético, y por lo tanto, no podemos titubear al

entender que sus palabras se refieren a aquel suceso memorable.

Ninguna otra explicación satisface los requisitos de la declaración: "Ahora es el

juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera".

EL RÁPIDO RETORNO DE CRISTO [LA PARUSÍA]

Juan 14:3. "Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí

mismo".

Juan 14:18: "No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros".

Juan 14:28: "Voy, y vengo a vosotros".

Juan 16:16: "Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis;

porque yo voy al Padre".

Juan 16:22: "Os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón".

Por simples que puedan parecer estas palabras, han causado gran perplejidad a los

comentaristas. La misma simplicidad de las palabras es posiblemente la causa de la

dificultad de ellos: porque es muy difícil creer que significan lo que parecen decir.

Se ha supuesto que nuestro Señor se refiere, en algunos pasajes, a su cercana

partida de la tierra y a su regreso final al "fin de los días", a la consumación de la

historia humana; y que, en otros, se refiere a su ausencia temporal durante el

intervalo entre su crucifixión y su resurrección.

Un examen cuidadoso de las alusiones de nuestro Señor a su partida y a su venida

otra vez satisfará a cada lector inteligente de que la venida del Señor, o "segunda

venida", siempre se refiere a un suceso particular y a un período en particular.

Ningún suceso está más claramente marcado en el Nuevo Testamento que la

Parusía, la segunda venida del Señor. Se la describe siempre como un acto, no

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~ 108 ~

como un proceso; un acontecimiento grandioso y feliz; una "bendita esperanza",

ansiosamente anticipada por sus discípulos y de la cual se creía confiadamente que

estaba a las puertas. Los apóstoles y los primeros creyentes no sabían nada de una

Parusía extendida a lo largo de un período de tiempo vasto e indefinido, ni de varias

"venidas", todas distintas y separadas la una de la otra; sino de una sola venida - la

Parusía, "la gloriosa aparición del gran Dios y nuestro Salvador Jesucristo" (Tito

2:13). Si algo está escrito claramente en la Escritura es esto. Es con asombro,

pues, que leemos los comentarios de Dean Alford sobre nuestras palabras en Juan

14:3.

"El venir otra vez del Señor no es un solo acto, como su resurrección, o el descenso

del Espíritu, o su segundo advenimiento personal, o la venida final en juicio, sino el

gran complejo de todo esto, cuyo resultado será que Él tome a su pueblo a sí

mismo adonde él esté. Este ercomaise inicia (ver. 18) en su resurrección; continúa

(ver. 23) en la vida espiritual, alistándoles para el lugar que está preparado;

progresa aún más cuando cada uno, por medio de la muerte, es arrebatado para

estar con Él (Fil. 1:23); se completa plenamente en su venida en gloria, cuando

estarán con Él para siempre (1 Tes. 4:17) en el perfecto estado de resurrección". (3)

¡Todo esto se desarrolla a partir de una sola palabra, ercomai! Pero, si ercomai

tiene tal variedad y complejidad de significados, por qué no npayw y porenomai?

¿Por qué no debería tener "fuere" tantas partes y procesos como "vendré otra vez"?

De la misma manera, puede preguntarse: ¿Cómo podrían haber entendido los

discípulos el lenguaje de nuestro Señor, si el lenguaje tenía un "gran complejo" de

significados? ¿O cómo puede esperarse que hombres sencillos capten jamás el

significado de las Escrituras si las expresiones más simples son tan intrincadas y

desconcertantes?

Este comentario no ha sido concebido en el lúcido espíritu del sentido común inglés,

sino en la jerga mística de Lange y Stier. ¿Qué puede ser más sencillo que el

"vendré otra vez" es un acto tan definido como el "me fuere", y que sólo puede

referirse a la profecía y la promesa del Nuevo Testamento, la Parusía? Que este

suceso no habría de ser diferido por mucho tiempo es evidente por el lenguaje en

que se anuncia: "Ercomai - Vendré". Todo el tenor del discurso de nuestro Señor

supone que la separación entre sus discípulos y Él mismo ha de ser breve, y su

reunión rápida y perpetua. ¿Por qué se va? A preparar un lugar para ellos.

¿Todavía no está preparado, entonces? ¿Todavía no los ha recibido a sí mismo?

¿Todavía no están donde él está? Si la Parusía está todavía en el futuro, estas

esperanzas todavía no se han cumplido.

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~ 109 ~

Que este esperado regreso y esta reunión no eran un suceso lejano, que estaba a

una distancia de muchos siglos, sino un suceso que estaba a las puertas, lo

demuestran las subsiguientes referencias a él que hace nuestro Señor. "Todavía un

poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis; porque yo voy al Padre".

(Juan 16:16). Pronto habría de dejarles; pero no para siempre, ni por mucho tiempo

- "un poco", unos pocos y cortos añ;os, y su tristeza y su separación terminarían;

porque "os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro

gozo" (Juan 16:22). Se observará que nuestro Señor no dice que la muerte les

reuniría, sino que lo haría su venida. Esa venida, pues, no podía estar distante.

Que es a este intervalo entre su partida y la Parusía a lo que se refiere nuestro

Señor cuando habla de "un poco" es evidente por dos consideraciones: Primera,

porque Él afirma claramente que va al Padre, lo cual muestra que su ausencia se

relaciona con el período subsiguiente a la ascensión; y segunda, porque, en la

epístola a los Hebreos, este mismo período, es decir, el intervalo entre la partida de

nuestro Señor y su venida otra vez, es denominado expresamente "un poco".

"Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará" (Heb. 10:37).

Aquí nuevamente nos vemos constreñidos a protestar contra la interpretación

forzada y antinatural que hace Alford de este pasaje (Juan 16:16):

"El modo de expresión", observa, "es enigmático a propósito; no siendo el qewreite

y oesque coordinados: refiriéndose el primero a la vista física, la segunda también a

la vista espiritual. El odesqj (veréis) comenzó a cumplirse en la resurrección; luego

tuvo su pleno cumplimiento en el día de Pentecostés; y habrá tenido su

cumplimiento final en el gran regreso del Señor de aquí en adelante. Recuérdese,

nuevamente, que en todas estas profecías se nos presenta una perspectiva de

cumplimientos continuamente en desarrollo". (4)

Imagínese un acto de visión, "veréis", dividido en tres operaciones distintas, cada

una separada de la otra por una era, un intervalo, y la última todavía sin

completarse después de dieciocho siglos, y esto choca de frente con la expresa

declaración de nuestro Señor de que habría de ser después de "un poco de

tiempo". Esto no es crítica, sino misticismo. Una explicación tan artificial e intrincada

jamás se les podría haber ocurrido a los discípulos, y es sorprendente que se le

haya ocurrido a cualquier intérprete sobrio de la Escritura. Pero hasta los discípulos,

aunque perplejos al principio por el "un poco", pronto captaron lo que quería decir

nuestro Señor cuando dijo:

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~ 110 ~

"Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre" (Juan

16:28).

Auméntese esto con otras tres palabras de Jesús, y tenemos la substancia de su

enseñanza con respecto a la Parusía:

"Vendré otra vez, y os recibiré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros

también estéis" (Juan 14:3).

"No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros" (Juan 14:18).

"Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis" (Juan 16:16).

El lenguaje es incapaz de transmitir el pensamiento con exactitud si estas palabras

no afirman que el regreso de nuestro Salvador a sus discípulos habría de ser

rápido.

JUAN HABRÍA DE VIVIR HASTA LA PARUSÍA

Juan 2:22. "Jesús le dijo: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti?

Sígueme tú".

Sería unútil especificar y discutir las varias interpretaciones de este pasaje que

hombres eruditos han conjeturado. Si hubiese sido un enigma para la Esfinge, no

podría haber causado más perplejidad y sido más desconcertante. Los que deseen

ver algunas de las numerosas opiniones que han sido traídas a colación sobre el

tema las encontrarán en las referencias de Lange. (5)

Las palabras mismas son suficientemente sencillas. Toda la oscuridad y todas las

dificultades han sido importadas a ellas por la renuencia de los intérpretes a

reconocer, en la "venida" de Cristo, un punto en el tiempo, claro y definido, dentro

del espacio de la generación existente. A menudo, al reiterar nuestro Señor la

certeza de que vendría en su reino, vendría en gloria, vendría a juzgar a sus

enemigos y a recompensar a sus amigos, antes de que pasara por completo la

generación que entonces existía en la tierra, parece haber una repugnancia casi

invencible, de parte de los teólogos, a aceptar las palabras de Jesús en su sentido

obvio y sencillo. Persisten en suponer que Él debe haber querido decir alguna otra

cosa o algo más. Admítase una vez lo que es innegable, que nuestro Señor mismo

declaró que su venida habría de tener lugar durante la vida de algunos de sus

discípulos (Mat. 16:27,28), y la dificultad desaparece. Acababa de revelar a Simón

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~ 111 ~

Pedro con qué muerte habría de glorificar a Dios, y Pedro, con característica

impulsividad, se atrevió a preguntar cuál sería el destino del discípulo amado, en

quien se fijó en ese momento. Nuestro Señor no dio una respuesta explícita a esta

pregunta, que sonaba un poco a intromisión, pero los discípulos entendieron que su

respuesta quería decir que Juan viviría para ver el regreso de Jesús. "Si quiero que

él quede hasta que yo venga". Este lenguaje es muy significativo. Supone como

posible que Juan viviera hasta la venida del Señor. Es más, lo sugiere como

probable, aunque no lo afirma como cierto. Los discípulos lo interpretaron como que

Juan no moriría en absoluto. El evangelista mismo ni afirma ni niega lo correcto de

esta interpretación, sino que se contenta con repetir las palabras de Jesús: "Si

quiero que él quede hasta que yo venga". Es, sin embargo, una circunstancia del

mayor interés que sabemos cómo se entendieron generalmente las palabras de

Jesús en ese momento en la hermandad de los discípulos. Evidentemente, llegaron

a la conclusión de que Juan viviría para presenciar la venida de Jesús; y dedujeron

que, en ese caso, él no moriría en absoluto. Es esta última inferencia la que Juan se

guarda de hacer. Que él viviría hasta la venida del Señor, Juan parece admitirlo sin

duda. Si esto implicaba, además, que no moriría en absoluto, era un punto dudoso

que las palabras de Jesús no decidieron.

Tampoco era esta inferencia de "los hermanos" una cosa tan increíble o irrazonable

como les puede parecer a muchos. Vivir hasta la venida del Señor era, de acuerdo

con la creencia y la enseñanza apostólica, equivalente a gozar de la exención de

muerte. Pablo enseñaba a los corintios: "No todos dormiremos [moriremos], pero

todos seremos transformados" (1 Cor. 15:51). Habló a los tesalonicenses de la

posibilidad de estar vivos a la venida del Señor: "Nosotros que vivimos, que

habremos quedado hasta la venida del Señor" (1 Tesa. 4:15). Expresaba su propia

preferencia personal de no "ser desnudados [de la vestimenta del cuerpo], sino

revestidos [con la vestimenta espiritual] -- en otras palabras, no morir, sino ser

transformados (2 Cor. 5:4). Los discípulos podrían estar justificados en esta

creencia por las palabras de Jesús en la noche de la cena pascual: "Vendré otra

vez, y os tomaré a mí mismo". ¿Cómo podrían ellos suponer que esto significaba la

muerte? O ellos pueden haber recordado las palabras de Él en el Monte de los

Olivos: "Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus

escogidos", etc. (Mat. 24:31). Esto, les había asegurado, tendría lugar antes de que

pasara la actual generación. No estaban, pues, por completo sin preparación para

recibir un anuncio como el que el Señor hizo con respecto a Juan. (6).

Podemos, pues, hacer legítimamente las siguientes deducciones de este importante

pasaje:

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1) Que no había nada increíble ni absurdo en la suposición de que Juan viviría

hasta la venida del Señor.

2) Que las palabras de nuestro Señor indican la posibilidad de que, en efecto,

fuera así.

3) Que los discípulos entendieron la respuesta de nuestro Señor como

implicando que Juan no moriría en absoluto.

4) Que el mismo Juan no da ninguna señal de que hubiese nada increíble ni

imposible en la inferencia, aunque no lo declara categóricamente.

5) Que tal opinión armonizaría con la expresa enseñanza de nuestro Señor con

respecto a la cercanía y la coincidencia de su propia venida, la destrucción

de Jerusalén, el juicio de Israel, y el fin de aquel eón o aquella era.

6) Que todos estos sucesos, según las afirmaciones de Jesús, ocurrirían dentro

del período de la presente generación.

Habiendo visto así los cuatro evangelios y examinado todos los pasajes que se

relacionan con la Parusía, o venida del Señor, puede ser útil recapitular y poner en

un solo panorama la enseñanza general de estos registros inspirados sobre este

importante tema.

RESUMEN DE LA ENSEÑANZA DE LOS EVANGELIOS CON RESPECTO A LA PARUSÍA

1. Tenemos el enlace entre la profecía del Antiguo Testamento y la del Nuevo en el

anuncio de Juan el Bautista (el Elías de Malaquías) sobre la cercanía de la ira

venidera, o el juicio de la nación teocrática.

2. El anuncio es seguido de cerca por el Rey, que anuncia que el reino de Dios está

a las puertas, y llama a la nación al arrepentimiento.

3. Las ciudades que fueron favorecidas con la presencia de Cristo, pero rechazaron

su mensaje, son amenazadas con una destrucción más intolerable que la de

Sodoma y Gomorra.

4. Nuestro Señor asegura expresamente a sus discípulos que su venida tendría

lugar antes de que ellos hubiesen completado la evangelización de las ciudades de

Israel.

5. Jesús preedice un juicio al "fin del tiempo" o de la era [sunteleia ton aiwnos], una

frase que no significa la destrucción de la tierra, sino la consumación de la era, es

decir, de la dispensación judía.

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6. Nuestro Señor declara expresamente que Él vendría presto [mellei epcesqai] en

gloria, en su reino, con sus ángeles, y que algunos de entre sus discípulos no

morirían hasta que su venida tuviera lugar.

7. En varias parábolas y en varios discursos, nuestro Señor predice la destrucción

que se cierne sobre Israel en el período de su venida. (Véase Lucas 18, parábola

de la viuda importuna. Lucas 19, parábola de las minas. Mateo 21, parábola de los

labradores malvados. Mateo 22, parábola de la fiesta de bodas).

8. Con frecuencia, nuestro Señor denuncia la maldad de la generación a la cual

predicaba, y declara que los crímenes de épocas anteriores y la sangre de los

profetas sería requerida de su mano.

9. La resurrección de los muertos, el juicio del mundo, y la expulsión de Satanás

son representados como coincidentes con la Parusía, y que están a las puertas.

10. Nuestro Señor aseguró a los discípulos que vendría otra vez a ellos, y que su

venida sería dentro de "poco".

11. La profecía del Monte de los Olivos es un discurso relacionado y continuo, que

se refiere exclusivamente a la destrucción de Jerusalén e Israel, que se acercaba,

de acuerdo con la expresa afirmación de nuestro Señor (Mat. 24:34; Mar. 13:30;

Luc. 21:32).

12. Las parábolas de las diez vírgenes, los talentos, y las ovejas y los cabritos

pertenecen todas al mismo acontecimiento, y se cumplen en el juicio de Israel.

13. Se exhorta a los discípulos a velar y a orar, y a vivir en la común esperanza de

la Parusía, porque sería súbita y rápida.

14. Después de su resurrección, nuestro Señor dio a Juan razón para esperar que

viviría para presenciar su venida.

Notas:

1. Algunos intérpretes prefieren entender "los muertos" del versículo 25 como que se refieren a casos tales como la hija de Jairo, el hijo de la viuda de Naín, y Lázaro de Betania, personas literalmente levantadas de los muertos y restauradas a la vida por Jesús. Entienden que el argumento de Jesús es algo así: "Vosotros os asombráis de la obra maravillosa que he llevado a cabo en este hombre indefenso, pero vosotros veréis maravillas mucho mayores. Llegará el momento en que llamaré aun a los

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muertos a la vida; y si esto os parece increíble, un día mi poder efectuará una obra aun más poderosa: porque viene la hora en que todos los que están en la tumba saldrán al oir mi llamado, y estarán de pie ante mí en el juicio". (Dr. J. Brown. Discursos y dichos de nuestro Señor, vol. i, p. 98). Esta explicación tiene la ventaja de la consistencia al dar el mismo sentido de la palabra "muertos" durante todo el pasaje; pero parece imposible admitir que nuestro Señor esté hablando en el versículo 24 de la muerte literal. Decir que el creyente ya ha pasado de muerte a vida es obviamente lo mismo que decir que ha pasado de la condenación a la justificación. Nos sentimos obligados, pues, a adoptar la interpretación generalmente aceptada, en relación con los versículos 24 y 25, en el sentido de que se refieren a los espiritualmente muertos, y en relación con los versículos 28 y 29, en el sentido de que se refieren a los corporalmente muertos.

2. Life of Christ, cap. 12, p. 205.

3. Greek Testament, in loc.

4. Alford, Greek Testament, in loc.

5. Commentary of St. John.

6. Es apenas necesario señalar que, acerca de la hipótesis de que la "venida" de Cristo no habría de tener lugar sino hasta "el fn del mundo", en la aceptación popular de la frase, la respuesta de nuestro Señor entrañaría una extravagancia, si no un absurdo. Habría equivalido a decir: "Supón que a mí me pareciera bien que él viviera mil años o más, ¿qué a tí?" Pero es evidente que los discípulos tomaron la respuesta en serio.

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APÉNDICE A LA PARTE I

Nota A

Sobre la Teoría de Interpretación del Doble Sentido

Los siguientes extractos, de teólogos de diferentes épocas, países, e iglesias,

demuestran un poderoso consenso de autoridades que se oponen al método de

interpretación inexacto y arbitrario adoptado por muchos comentaristas alemanes e

ingleses:

"Unam quandam ac certam et simplicem sententiam ubique quaerendam esse".-

Melanchton.

("En todos los casos, ha de procurarse un sólo signficado definido y sencillo [de la

Escritura]").

"Absit a nobis ut Deum faciamus o,.i,glwtton, aut multiplices sensus affingamus

ipsius verbo, in quo potius tanquarn in speculo limpidissimo sui autoris simplicitatem

contemplari debemus. (Sal. 12:6; xix. B.) Unicus ergo sensus scripturae, nempe

grammaticus, est admittendus, quibuscunque demum terminis, vel propriis vel

tropicis et figuratis exprimatur".- Maresius.

(Lejos sea de nosotros hacer que Dios hable con dos lenguas, o atribuir una

variedad de significados a su Palabra, en la cual debemos más bien contemplar la

sencillez de su divino autor reflejada como si fuera en un espejo (Sal. 12:6; 19:8).

Por lo tanto, sólo es admisible un significado de la Escritura: esto es, el gramatical,

en cualesquiera términos, ya sean propios o típicos o figurados, en que pueda ser

expresado.)

"La observación del Dr. Owen está llena de buen sentido".- "Si la Escritura tiene

más de un significado, no tiene ningún sentido en absoluto". "Y es tan aplicable a

las profecías como a cualquier otra porción de la Escritura"- Dr. John Brown,

Sufferings and Glories of the Messiah, p. 5, note.

Las consecuencias de admitir esta principio deberían ser bien sopesadas.

¿Qué libro en el mundo tiene doble sentido, a menos que sea un libro que contenga

enigmas a propósito? Y hasta un libro así no tiene sino un solo significado

verdadero. Los oráculos paganos podían realmente decir: "Aio te, Pyrrhe, Romanos

vincere posse"; pero, ¿puede un equívoco tal ser admisible en los oráculos del Dios

viviente? Y si un sentido literal y un sentido oculto pueden transmitirse a la misma

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vez y con las mismas palabras, ¿quién que no sea inspirado puede decirnos cuál es

el sentido oculto? ¿Mediante qué leyes de interpretación ha de ser juzgado? Por

ninguna que pertenezca al lenguaje humano; porque otros libros aparte de la Biblia

no llevan consigo un doble sentido.

"Por estas y parecidas razones, la estratagema de asignar un doble sentido a las

Escrituras es inadmisible. Pone a flotar todos los principios fundamentales de

interpretación por medio de los cuales llegamos a un convencimiento y a una

certeza establecidos, y nos lanza sobre el océano sin límites de la imaginación y la

conjetura sin timón y sin brújula". - Stuart on the Hebrews, Excurs. xx.

"Primero, puede afirmarse que la Escritura tiene un solo significado, el significado

que tuvo para la mente del profeta o evangelista que primero la pronunció o la

escribió para los oyentes o lectores que primero la recibieron".

"La Escritura, como otros libros, tiene un solo sentido, que debe captarse partiendo

de sí mismo, sin referencia a las adaptaciones de padres o teólogos, y sin relación

con las ideas a priori sobre su naturaleza y su origen".

"La función del intérprete es no añadir otra [interpretación], sino recuperar la

original: el significado, esto es, de las palabras como ellas llegaron a los oídos o

brillaron ante los ojos de los que primero las oyeron y las leyeron".- Professor

Jewett, Essay on the Interpretation of Scripture, párr. i, 3,4.

"Sostengo que las palabras de la Escritura se propusieron tener un solo significado

definido, y que nuestro primer objetivo debe ser descubrir ese sentido, y adherirnos

rígidamente a él. Creo que, por regla general, las palabras de la Escritura se

proponen tener, como todos los otros idiomas, un solo sentido sencillo y definido, y

que decir que las palabras significan una cosa meramente porque se les puede

torturar para que lo digan, es una manera extremadamente deshonrosa y peligrosa

de manejar la Escritura".- Canon Ryle, Expository Thoughts on St. Luke, vol. i,

p. 383.

NOTA B

SOBRE EL ELEMENTO PROFÉTICO

EN LOS EVANGELIOS

Page 117: La parusia revisado

~ 117 ~

Procedamos hasta las predicciones sobre la destrucción de Jerusalén. Como es

bien sabido, estas predicciones, en todas las narraciones de los evangelios, (que,

dicho sea de paso, ocurren singularmente por consentimiento, implicando que todos

los evangelistas bebieron de una sola tradición consolidada) están

inextricablemente mezcladas con profecías de la segunda venida de Cristo y el fin

del mundo, una confusión que Hutton admite libremente. La porción relativa a la

destrucción de la ciudad es singularmente definida, y corresponde muy de cerca al

acontecimiento real. La otra porción, por el contrario, es vaga y grandilocuente, y se

refiere principalmente a fenómenos y catástrofes naturales. De la precisión de una

porción, la mayoría de los críticos deduce que los evangelios fueron compilados

durante el sitio y la conquista de Jerusalén. De la confusión de las dos porciones,

Hutton hace la inferencia opuesta, a saber, que la predicción existía en la forma

registrada actualmente antes de ese acontecimiento. Es improbable en el más alto

grado, arguye, que, si Jerusalén había caído, y las otras señales de la venida de

Cristo no mostraban ninguna indicación de seguirlas, los escritores no hayan

reconocido y desenmarañado la confusión, y corregido sus registros para ponerlos

en armonía con lo que entonces estaba comenzando a verse que podría ser el

verdadero significado de Cristo o la verdad real de la historia.

"Pero aquí reside la verdadera perplejidad. La predicción, como la tenemos, hace

que Cristo afirme claramente que su segunda venida seguirá - "inmediatamente",

"en aquellos días" - después de la destrucción de Jerusalén, y que "esta

generación" (la generación a la cual se dirigía) no pasaría hasta que "todas estas

cosas se cumplan". Hutton cree que estas últimas palabras Cristo se proponía

aplicarlas sólo a la destrucción de la Santa Ciudad. Tiene derecho a su opinión; y,

en sí misma, ésta no es una solución improbable. Pero, bajo las circunstancias, es

una construcción algo forzada, pues debe recordarse, primero, que se hace

necesaria sólo por la suposición que mantiene Hutton - a saber, que los poderes

proféticos de Jesús no podían fallar; segundo, supone o implica que las narraciones

evangélicas de los pronunciamientos de Jesús son de fiar, aunque en estas

predicciones especiales admite que son esencialmente confusas, y tercero, (aunque

creemos que él no lo debería haber pasado por alto), la frase que él cita no es en

modo alguno la única que indica que Jesús mismo tenía la convicción, que sin duda

comunicó a sus seguidores, de que su segunda venida para juzgar al mundo

tendría lugar en una fecha muy temprana. No sólo tendría lugar "inmediatamente"

después de la destrucción de la ciudad (Mat. 24:29), sino que sería presenciada por

muchos de los que lo escuchaban. Y estas predicciones no están en modo alguno

mezcladas con las de la destrucción de Jerusalén: "De cierto os digo que hay

algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al

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~ 118 ~

Hijo del Hombre viniendo en su reino" (Mat. 16:28); "De cierto os digo, que no

acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel, antes que venga el Hijo del

Hombre" (Mat. 10:23); "Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a tí?"

(Juan 21:23), y los pasajes correspondientes en los otros sinópticos.

"Si, pues, Jesús no dijo estas cosas, los evangelios deben ser extrañamente

inexactos. Si las dijo, su facultad profética no puede haber sido lo que Hutton cree.

De que todos sus discípulos tenían esta esperanza errónea, y la sostenían con la

supuesta autoridad de su Maestro, no puede haber ninguna duda en absoluto.

(Véase 1 Cor. 10:11, 15:51; Fil. 14:5; 1 Tesa. 14:15; Sant. 5:8; 1 Pedro 4:7; 1 Juan

2:18; Apoc. 1:13; 22:7,0,12). La verdad es que Hutton reconoce esto por lo menos

tan franca y plenamente como lo hemos dicho".- W. R. Greg, en Contemporary

Review, Nov. 1876.

Para los que sostienen que nuestro Señor predijo el fin del mundo antes de que

pasara aquella generación, las objeciones del escéptico presentan una formidable

dificultad - insuperable de veras, sin recurrir a evasiiones forzadas y antinaturales, o

admisiones que son fatales para la autoridad y la inspiración de las narraciones

evangélicas. Nosotros, por el contrario, reconocemos plenamente la construcción

de sentido común que adelanta Greg sobre el lenguaje de Jesús, y la no menos

obvia aceptación de ese significado por parte de los apóstoles. Pero llegamos a una

conclusión directamente contraria a la del crítico, y apelamos a la profecía del

Monte de los Olivos como señalado ejemplo y demostración de la visión

sobrenatural del Señor.

Page 119: La parusia revisado

~ 119 ~

LA PARUSÍA EN LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES

EL "IRSE" Y EL "VENIR OTRA VEZ"

Hechos 1:11. - "Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así

vendrá como le habéis visto ir al cielo".

La última conversación de Jesús con sus discípulos antes de su crucifixión trató de

que regresaría, y la última palabra que les dejó a su ascensión fue la promesa de

que vendría otra vez.

La expresión "así vendrá" no debe ser enfatizada demasiado. Hay puntos obvios de

diferencia entre la manera de su ascensión y la Parusía. Se fue solo, y sin

esplendor visible: habría de regresar en gloria con sus ángeles. Las palabras, sin

embargo, dan a entender que su venida sería visible y personal, lo cual excluiría la

interpretación que la considera como providencial, o espiritual. La visibilidad de la

Parusía está apoyada por la enseñanza uniforme de los apóstoles y la creencia de

los primeros cristianos: "Todo ojo le verá" (Apoc. 1:7).

No hay indicación de tiempo en esta promesa final, pero es sólo razonable suponer

que los discípulos la considerarían como dirigida a ellos, y que ellos abrigarían la

esperanza de verle pronto otra vez, según las propias palabras de Él: "Un poquito, y

me veréis". Esta creencia les llevó de vuelta a Jerusalén con gran gozo. ¿Es creíble

que ellos habrían podido experimentar este regocijo si hubiesen concebido que su

venida no tendría lugar durante dieciocho siglos? ¿O podemos suponer que su

gozo descansaba en un engaño? No hay conclusión posible sino la que sostiene

que la creencia de los discípulos estaba bien fundada, y que la Parusía estaba a las

puertas.

VIENEN LOS ÚLTIMOS DÍAS

Hechos 2:16-20.- "Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros días,

dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras

hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán

sueños; y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días

derramaré de mi Espíritu, y profetizarán. Y daré prodigios arriba en el cielo, y

señales abajo en la tierra, sangre y fuego y vapor de humo; el sol se convertirá en

tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día del Señor, grande y

manifiesto".

Page 120: La parusia revisado

~ 120 ~

En estas palabras de Pedro, la primera declaración apostólica pronunciada en el

poder de la inspiración divina de Pentecostés, tenemos una interpretación

autorizada de la profecía por medio de una cita de Joel. Pedro identifica

expresamente el tiempo y el acontecimiento predicho por el profeta con el tiempo y

el acontecimiento que en ese momento eran actuales en el día de Pentecostés. Los

"postreros días" de Joel son estos días para Pedro. La antigua predicción se había

cumplido en parte; estaba teniendo cumplimiento ante sus ojos en la copiosa

efusión del Espíritu Santo.

Este derramamiento del Espíritu Santo introdujo otros acontecimientos, que

ocurrirían de manera semejante. El día del juicio para la nación teocrática había

llegado, y antes de mucho, los presagios de "aquel día grande y terrible de Jehová"

serían manifestados.

Es imposible dejar de reconocer la correspondencia entre los fenómenos que

precedieron al día del Señor como lo predijo Joel, y los fenómenos descritos por

nuestro Señor como precedentes a su venida, y el juicio de Israel (Mat. 24:29). Las

palabras de Joel sólo pueden referirse a los últimos días de la era judía o el eón

judío, la ounteleia ton aiwnoj, que fue también el tema de la profecía de nuestro

Señor en el Monte de los Olivos. De manera semejante, las palabras de Malaquías

evidentemente se refieren al mismo acontecimiento y al mismo punto en el tiempo -

"el día de su venida", "el día ardiente como un horno", "el día grande y terrible de

Jehová" (Mal. 3:2; 4:1-5).

No puede concebirse nada más autorizado y decisivo que el consenso de

testimonios que tenemos aquí - Joel, Malaquías, Pedro, y el grann Profeta del

nuevo pacto en persona. Todos ellos hablan del mismo suceso y del mismo

período, el gran día del Señor, la Parusía, y hablan de ellos como cercanos. ¿Por

qué estorbar y desconcertar una predicción tan clara con suposiciones, referencias

dobles, y cumplimientos ulteriores? Ninguna otra cosa encajará en esta profecía

excepto ese suceso, que es el único al cual se refiere, y con el cual se corresponde

como la impresión con el sello y la cerradura con la llave. La catástrofe de Israel y

Jerusalén estaba cerca, había sido prevista hacía mucho tiempo, a menudo había

sido predicha, y ahora era inminente. La misma generación que había visto,

rechazado, y crucificado al Rey, presenciaría el cumplimiento de sus advertencias

cuando Jerusalén perecería en "sangre y fuego, y vapor de humo".

Page 121: La parusia revisado

~ 121 ~

LA DESTRUCCIÓN VENIDERA DE AQUELLA GENERACIÓN

Hechos 2:40. "Y con otras muchas otras palabras testificaba y les exhortaba,

diciendo: Sed salvos de esta perversa generación".

Este versículo fija la referencia del discurso del apóstol. Era la generación existente

cuya destrucción venidera él preveía, y fue de la participación en su destino de lo

que urgía a sus oyentes a escapar. No era sino el eco del clamor del Bautista:

"Huid de la ira venidera". Aquí, nuevamente, no puede haber duda del significado

de "genea"; era aquella "generación perversa", que estaba colmando la medida de

su predecesora, la nación perversa e incorregible sobre la cual pendía el juicio.

Antes de abandonar este discurso de Pedro, podemos señalar otro ejemplo de una

proposición universal que debe tomarse en sentido restringido. "Derramaré de mi

Espíritu sobre toda carne". La efusión del Espíritu Santo el día de Pentecostés no

fue literalmente universal, sino indiscriminada y general en comparación con

ocasiones anteriores. El uso necesariamente limitado de una frase tan larga

muestra cómo puede justificarse una limitación similar en expresiones como "todas

las naciones", "toda criatura", y "todo el mundo".

LA PARUSÍA Y LA RESTAURACIÓN DE TODAS LAS COSAS

Hechos 3:19-21. "Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados

vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio,

y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario

que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que

habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo".

Apenas es posible dudar de que, en este discurso, el apóstol habla de lo que él

concebía que sus oyentes podrían experimentar y experimentarían, si obedecían su

exhortación a arrepentirse y creer. En realidad, cualquier otra suposición sería

absurda. No era imposible que ni el apóstol ni sus oyentes pudieran pensar en

"tiempos de refrigerio" y "restauración de todas las cosas" en épocas remotas del

mundo; las bendiciones que estaban a una distancia de siglos y milenios

difícilmente serían motivos poderosos para el arrepentimiento inmediato. Debemos,

por lo tanto, considerar los tiempos de refrigerio y de restauración como los

considera el apóstol, cercanos, y al alcance de aquella generación.

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~ 122 ~

Pero, si es así, ¿qué hemos de entender por "tiempos de refrigerio" y "restauración

de todas las cosas"? Sin duda, casi lo mismo; y la una frase nos ayudará a entender

la otra. Se dice que la restauración [apokatustasij] de todas las cosas es el tema de

toda la profecía; entonces, sólo puede referirse a lo que la Escritura designa como

"el reino de Dios", fin y propósito de todas las relaciones de Dios con Israel. Era una

frase bien entendida por los judíos de aquel período, que esperaban los días del

Mesías, el reino de Dios, como cumplimiento de todas sus esperanzas y

aspiraciones. Era la era venidera o el eón venidero, aiwn o mellwn, cuando todas

las injusticias habrían de corregirse, y reinarían la verdad y la justicia. La nación

entera estaba impregnada de la creencia de que esta época feliz estaba a punto de

iniciarse. ¿Cuál era la doctrina de nuestro Señor sobre este tema? Dijo a sus

discípulos: "Elías a la verdad vendrá primero, y restaurará todas las cosas" (Mar.

9:12). Es decir, el segundo Elías, Juan el Bautista, y había iniciado la restauración

que Él mismo habría de completar; había echado los cimientos del reino que Él

habría de consumar y coronar. Porque la misión de Juan era, en un aspecto,

restauradora, esto es, en intención, aunque no en efecto. Vino a hacer volver la

nación a su lealtad, a renovar su relación de pacto con Dios: iba delante del Señor,

"en el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a

lo hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un

pueblo bien dispuesto" (Luc. 1:17). ¿Qué es todo esto, sino la descripción de "los

tiempos de refrigerio de la presencia del Señor", y "la restauración de todas las

cosas", que eran presentados como dones de Dios para Israel?

Pero, ¿tenemos alguna indicación clara del período en que podrían esperarse estas

bendiciones ofrecidas? ¿Estaban en el futuro distante, o a las puertas? La nota de

tiempo aparece marcada claramente en el versículo 20. La venida de Cristo está

especificada como el período en que estas gloriosas expectativas han de

convertirse en realidad. Nada puede ser más claro que la conexión y la coincidencia

de estos sucesos, la venida de Cristo, los tiempos de refrigerio, y la restauración de

todas las cosas. Esto armoniza con la uniforme representación que se da en la

escatología del Nuevo Testamento: la Parusía, el fin del tiempo, la consumación del

reino de Dios, la destrucción de Jerusalén, el juicio de Israel, todos sincronizan.

Encontrar la fecha de uno es establecer la fecha de todos. Ya hemos visto cuán

definidamente fue fijado el tiempo del cumplimiento de algunos de estos sucesos. El

Hijo del hombre había de venir en su reino antes de la muerte de algunos de

algunos de los discípulos. La catástrofe de Jerusalén había de tener lugar antes de

que pasara la generación que entonces existía. El día grande y terrible del Señor es

representado por Pedro en el capítulo anterior como alcanzando a aquella

"desgraciada generación". Y ahora, en el pasaje que consideramos, da a entender,

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~ 123 ~

con la misma claridad, que la llegada de los tiempos de refrigerio y la restauración

de todas las cosas, eran contemporáneas con "enviar a Cristo" desde el cielo.

Pero puede decirse: ¿Cómo puede una catástrofe tan terrible como la destrucción

de Jerusalén estar asociada con tiempos de refrigerio o restauración? La medalla

tenía dos lados: había el reverso y el anverso. La incredulidad y la impenitencia

cambiarían los "tiempos de refrigerio" en "días de retribución". Si ellos

"menospreciaban las riquezas de su benignidad, paciencia, y longanimidad" de

Dios, entonces, en vez de restauración, habría destrucción; y en vez del día de

salvación, habría "día de ira, y revelación del justo juicio de Dios" (Rom. 2:4,5).

Sabemos la elección fatal que hizo Israel; cómo "vino la ira sobre ellos al máximo";

y sabemos cómo ocurrió todo en el período señalado y predicho, al "fin del tiempo",

dentro de los límites de aquella generación.

Así, podemos definir el período al cual hace alusión el apóstol en este pasaje, y

llegar a la conclusión de que coincide con la Parusía.

Somos conducidos a la misma conclusión por otro camino. En Mateo 19:28, nuestro

Señor declara a sus discípulos: "De cierto os digo que, en la regeneración, cuando

el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria", etc. Ya hemos comentado

este pasaje, pero es bueno observar otra vez que la "regeneración" [paliggenesia]

en Mateo es el equivalente preciso de la "restauración" [apokastastasij] de Hechos.

Lo que se quiere decir con la regeneración es claro más allá de toda sombra de

duda, porque es el tiempo "cuando el Hijo del hombre se siente en el trono de su

gloria". Pero este es el período cuando venga a juzgar a la nación culpable (Mat.

25:31). No hay posibilidad de equivocar el tiempo; no hay ninguna dificultad en

identificar el suceso; es el fin del tiempo, y el juicio de Israel.

Llegamos así a la misma conclusión por una ruta diferente e independiente,

reforzando inconmensurablemente la fuerza de la demostración.

CRISTO HA DE JUZGAR PRONTO AL MUNDO

Hechos 17:31. "Por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con

justicia, por aquel varón a quien designó".

Ya hemos visto que se dclara que el Señor Jesucristo es constituído Juez de los

hombres (Juan 5:22,27). Con la misma claridad se declara que el tiempo de juicio

es la Parusía. Con igual claridad, se nos enseña que la Parusía habría de ocurrir

Page 124: La parusia revisado

~ 124 ~

dentro del término de la generación que entonces vivía. Por lo tanto, Pablo ve el

juicio como cercano. En el pasaje ahora delante de nosotros, tenemos una

confirmación incidental pero inadvertida de este hecho. Las palabras "él juzgará" no

expresa un simple futuro, sino un futuro rápido, mellei krinein, está a punto de

juzgar, o juzgará pronto. Este matiz de significado no se conserva en nuestra

versión de habla inglesa, pero no carece de importancia.

Aquí, pues, nos encontramos nuevamente con la a menudo recurrente asociación

de la Parusía con el juicio, los cuales eran evidentemente considerados por el

apóstol como a las puertas.

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~ 125 ~

LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS APOSTÓLICAS

Introducción

Hemos visto cómo la Parusía, o venida de Cristo, está difundida en los evangelios

de principio a fin. La encontramos claramente anunciada por Juan el Bautista al

comienzo mismo de su ministerio, y es el último pronunciamiento de Jesús

registrado por Juan. Entre estos dos puntos, encontramos constantes referencias al

suceso en varias formas y en varias ocasiones. También hemos visto que la

Parusía está asociada generalmente con el juicio; esto es, el juicio de Israel y la

destrucción del templo y la ciudad de Jerusalén. La razón de esta asociación de la

venida de Cristo con el juicio de Israel es muy evidente. La Parusía era el suceso

culminante en lo que puede llamarse la historia mesiánica, o el gobierno teocrático

del pueblo judío. La encarnación y la misión del Hijo de Dios, aunque tenían una

relación general con la raza humana entera, tenía al mismo tiempo una relación

especial y peculiar con la nación del pacto, los hijos de Abraham. Cristo era en

verdad el "segundo Adán", la nueva Cabeza y el nuevo Representante de la raza,

pero, antes de eso, era el Hijo de David y el Rey de Israel. Su propia y declarada

visión de su misión era que era, primero que todo, especial para el pueblo escogido:

"No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel" (Mat. 15:24). El

título mismo que reclamaba para sí, "Cristo", el Mesías, o el Ungido, indicaba su

relación con el judaísmo y la teocracia, porque le reconocía como verdadero Rey,

venido en la plenitud del tiempo "a los suyos", para tomar posesión del trono de su

padre David. Este especial carácter judaico de la misión del Señor Jesús es

constantemente reconocido en el Nuevo Testamento, aunque es ignorado por los

teólogos y casi olvidado por los cristianos en general. Pablo hace mucho énfasis en

esto.

"Pues os digo que Cristo Jesús vino a ser siervo de la circuncisión para mostrar la

verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres" (Rom. 15:8); y,

podríamos muy bien añadir: "para cumplir las amenazas" también. La frase "el reino

de Dios" es claramente una idea mesiánica y teocrática, y hace referencia especial

y única a Israel, sobre el cual el Señor era Rey, en cierto sentido peculiar a esa

nación solamente (Deut. 7:6; Amós 3:2). Veremos que "el reino de Dios" está

representado como llegando a su consumación en el período de la destrucción de

Jerusalén.

Ese suceso marca el desenlace del gran plan de la providencia, o economía, divina,

como se le llama, que comenzó con el llamado de Abraham y estuvo en operación

durante dos mil años. Podemos considerar ese plan, la dispensación judía, no sólo

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~ 126 ~

como un importante factor en la educación del mundo, sino también como un

experimento, a gran escala y bajo las más favorables circunstancias, para, si fuere

posible, formar un pueblo para el servicio, y el temor, y el amor de Dios; una nación

modelo, cuya influencia moral podría bendecir al mundo. En algunos respectos, sin

duda, fue un fracaso, y su fin fue trágico y terrible; pero lo que es importante que

notemos, en relación con esta investigación, es que la relación entre Cristo, el Hijo

de David y Rey de Israel, con la nación judía explica la prominencia que los

evangelios dan a la Parusía, y los sucesos que la acompañaron, como poseedores

de una relación especial con aquel pueblo. El no prestar atención a esto ha

engañado a muchos teólogos y comunicadores. Han leído "el planeta tierra", donde

sólo se quería decir "el territorio"; "la raza humana", cuando sólo se quería decir

"Israel"; "el fin del mundo", donde se aludía al "fin de la era o dispensación". Al

mismo tiempo, sería un grave error subestimar la importancia y la magnitud del

suceso que tuvo lugar en la Parusía. Fue una gran época en el gobierno divino del

mundo: el fin de una economía que había durado dos mil años; la terminación de un

eón y el comienzo de otro; la abrogación del "antiguo orden" y la inauguración del

nuevo. Es, sin embargo, su especial relación con el judaísmo lo que da a la Parusía

su principal significado e importancia.

Pasando de los evangelios a las epístolas, encontramos que la Parusía ocupa un

lugar conspicuo en las enseñanzas y los escritos de los apóstoles. Es natural y

razonable que fuese así. Si su Maestro les enseñó durante su vida que vendría otra

vez; que algunos de ellos vivirían para verle regresar; si, en su conversación de

despedida con ellos en la cena pascual Él se espació en lo corto del intervalo de su

ausencia, y lo llamó "un poco"; si, a su ascensión, los mensajeros divinos les habían

asegurado que Él vendría otra vez como le habían visto irse, sería realmente

extraño que hubiesen olvidado o perdido de vista la inspiradora esperanza de una

pronta reunión con el Señor. Ciertamente, a menudo expresan la esperanza de su

venida. Esa esperanza era la estrella matutina y la alborada que les alegraba en la

noche tenebrosa de tribulación a través de la cual tenían que pasar; se consolaban

los unos a los otros con la consigna familiar: "El Señor está a las puertas". Sentían

que, en cualquier momento, su esperanza podía convertirse en realidad. La

esperaban, la buscaban, la anhelaban, y se exhortaban los unos a los otros a velar

y a orar. Eso les había mandado el Señor, y eso hacían. ¿Podrían estar

equivocados? ¿Es posible que acariciaran ilusiones sobre este tema? ¿Podrían

haber malentendido las enseñanzas del Señor? Si esto era posible, estremecería

los fundamentos de nuestra fe. Si los apóstoles podían estar en error con respecto

a un hecho sobre el cual ellos tenían el más amplio medio de información, y sobre

el cual profesaban hablar con autoridad como órganos de inspiración divina, ¿qué

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~ 127 ~

confianza podía tenérseles con respecto a otros temas, que por su naturaleza eran

obscuros, abstrusos, y misteriosos? 2 Nadie que tenga alguna fe en la certeza que

el Salvador dio a sus discípulos de que enviaría al Espíritu Santo "para guiarles a

toda verdad" y para "recordarles todas las cosas que les había dicho" puede dudar

que la autoridad con que los apóstoles hablaban concerniente a la Parusía es igual

a la de nuestro Señor mismo. La hipótesis de que puede hacerse una distinción

entre lo que ellos creían y enseñaban sobre este tema, y lo que creían y enseñaban

sobre otros temas, no soporta ni el más ligero examen. La totalidad de la

enseñanza de los discípulos descansa en el mismo fundamento, y ese fundamento

es el mismo sobre el cual descansa la doctrina de Cristo mismo.

Ahora procedemos a examinar las referencias a la Parusía contenidas en las

epístolas de Pablo, considerándolas en orden cronológico, hasta donde se puede

establecer.

LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS A LOS TESALONICENSES

LA PRIMERA EPÍSTOLA A LOS TESALONICENSES

Se cree generalmente que ésta es la primera de todas las epístolas apostólicas, y

su fecha es asignada al año 52 d. C., dieciséis años después de la conversión de

Pablo [1] y veintidós años después de la crucifixión de nuestro Señor. Es evidente,

por lo tanto, que cualesquiera sugerencias de inexperiencia, o entusiasmo recién

nacido, que sean visibles en esta epístola y que más tarde hayan sido atenuadas

por el juicio más maduro de años subsiguientes, están bastante fuera de lugar. No

podemos detectar ninguna diferencia en la fe y la esperanza de "Pablo el anciano" y

el del "importante y poderoso" escritor de esta epístola. Es, por lo tanto, sumamente

instructivo observar los sentimientos y las creencias que eran manifiestamente

actuales y prevalecientes en las mentes de los primeros cristianos.

Bengel observa: "Los tesalonicenses estaban llenos de la esperanza del

advenimiento de Cristo. Tan laudable era su posición, tan libre y desembarazada

era la regla del cristianismo entre ellos, que cada hora podían esperar la venida del

Señor Jesús". [2] Este es un extraño razonamiento. Es verdad que los

tesalonicenses estaban llenos de la esperanza de la pronta venida de Cristo, pero,

si en esta esperanza ellos estaban engañados, ¿dónde está lo laudable de trabajar

bajo un engaño? Si era una debilidad amigable, "sancta simplicitas", esperar el

pronto regreso de Cristo, parece un pobre cumplido alabar su credibilidad a

expensas de su entendimiento.

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~ 128 ~

Descubriremos, sin embargo, que los cristianos de Tesalónica no necesitan ninguna

disculpa para su fe.

LA ESPERANZA DE LA PRONTA VENIDA DE CRISTO

I Tes. 1:9,10. "Os convertísteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y

verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a

Jesús, quien nos libra de la ira venidera".

Este pasaje es interesante en que muestra muy claramente el lugar que la esperada

venida de Cristo ocupaba en la creencia de las iglesias apostólicas. Estaba en

primera fila; era una de las principales verdades del evangelio. Pablo describe la

nueva actitud de estos conversos tesalonicenses cuando se "volvieron de sus ídolos

para servir al Dios vivo y verdadero"; era la actitud de "esperar a su Hijo". Es muy

significativo que esta verdad particular fuera seleccionada de entre todas las

grandes doctrinas del evangelio, y debería ser hecha la característica prominente

que distinguía a los conversos cristianos de Tesalónica. Toda la vida cristiana está

aparentemente resumida bajo dos encabezados, uno general, el otro particular: el

primero, el servicio del Dios viviente; el segundo, la expectativa de la venida de

Cristo. Es imposible resistir la inferencia: (1) Que esta última doctrina constituía una

parte integral de la enseñanza apostólica. (2) Que la esperanza del pronto regreso

de Cristo era la fe de los cristianos primitivos. (3) Porque, ¿cómo iban a esperar?

Seguramente, no en sus tumbas; no en el cielo; ni en el Hades; es claro que

mientras estuviesen vivos en la tierra. La forma de expresión "esperar de los cielos

a su Hijo" manifiestamente implica que ellos, mientras estaban en la tierra,

esperaban la venida de Cristo desde el cielo. Alford observa que "el aspecto

especial de la fe de los tesalonicenses era la esperanza; esperanza en el regreso

del Hijo de Dios desde el cielo", y añade un comentario singular: "Evidentemente,

ellos sostenían esta esperanza como señalando a un suceso más inmediato de lo

que la iglesia desde entonces ha creído que era. Ciertamente, estas palabras les

darían una idea de la cercanía de la venida de Cristo; y quizás el malentendido de

ellos haya contribuido a la idea que el apóstol corrige en 2 Tes. 2:1". Esta es una

sugerencia de que los tesalonicenses estaban equivocados al esperar el regreso

del Señor en sus días. Pero, ¿de dónde derivaban esta expectativa? ¿No era del

apóstol mismo? Veremos que los tesalonicenses erraron, no en esperar la Parusía,

o en esperarla en sus propios días, sino en suponer que el tiempo ya había llegado

en realidad.

La última cláusula del versículo no es menos importante: "Jesús, quien nos libra de

la ira venidera". Estas palabras nos retrotraen a la proclamación de Juan el

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~ 129 ~

Bautista: "Huid de la ira venidera". Sería un error suponer que Pablo se refiere aquí

a la retribución que aguarda a cada alma pecadora en un estado futuro: lo que él

tenía en mente era una catástrofe particular y predicha. "La ira venidera" [h orgh h

ercomenh] de este pasaje es idéntica a la "ira venidera" [orgh mellousa] del

segundo Elías; es idéntica a los "días de retribución" y a la "ira sobre este pueblo"

predichas por nuestro Señor, Lucas 26:23. Es "el día de la ira y de la revelación del

justo juicio de Dios" de lo cual habla Pablo en Rom. 2:5. Esa venidera "dies irae"

siempre se destaca clara y visiblemente durante todo el Nuevo Testamento. Ahora

no estaba distante, y, aunque Judea podría ser el centro de la tormenta, el ciclón

del juicio arrasaría otras regiones y afectaría a multitudes que, como los

tesalonicenses, podrían haber pensado que estaban fuera de su alcance. Sabemos

por Josefo cómo el estallido de la guerra de los judíos fue la señal para la masacre

y el exterminio en cada ciudad en que habitantes judíos se habían asentado. Fue a

esta ubicuidad de la "ira venidera" a la que se refirió nuestro Señor cuando dijo:

"Donde esté el cuerpo muerto, allí se juntarán las águilas" (Lucas 17:37). Aquí

nuevamente, como con tanta frecuencia hemos tenido ocasión de observar, la

Parusía está asociada con el juicio.

LA IRA VENIDERA SOBRE EL PUEBLO JUDÍO

1 Tes. 2:16. "Vino sobre ellos la ira hasta el extremo".

Aquí el apóstol representa la "ira venidera" como si ya hubiese venido. Ahora, es

verdad que el juicio de Israel, esto es, la destrucción de Jerusalén y la extinción de

la nacionalidad judía, no habían tenido lugar todavía. Bengel parece pensar que el

apóstol alude a una terrible matanza de judíos que acababa de suceder en

Jerusalén, donde "una inmensa multitud de personas (algunos dicen que más de

treinta mil) fue asesinada". [4] La explicación de Alford es: "Él considera el hecho

del consejo divino como una cosa en tiempo pasado, q.d. "que estaba señalada

para que viniese", no ha "venido". Jonathan Edwards, en su sermón sobre este

texto, lo refiere a la destrucción de Jerusalén que se acercaba. "La ira ha venido",

es decir, está justo aquí; a las puertas: como está probado con respecto a esa

nación: su terrible destrucción por los romanos ocurrió poco tiempo después de que

el apóstol escribió esta epístola". [5] O la suposición de Bengel es correcta, o la

catástrofe final estaba, según lo veía el apóstol, tan cercana y era tan segura que

hablaba de ella como de un hecho consumado.

Page 130: La parusia revisado

~ 130 ~

En los versículos 15 y 16, podemos detectar una alusión bien clara en el lenguaje

del apóstol a las acusaciones de nuestro Señor contra "aquella generación malvada

(Mat. 23:31,32,36).

LA RELACIÓN ENTRE LA PARUSÍA Y LOS DISCÍPULOS DE CRISTO

1 Tes. 2:19. "Porque, ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me

gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida?"

La uniforme enseñanza del Nuevo Testamento es que el suceso que habría de ser

tan fatal para los enemigos de Cristo habría de ser favorable para sus amigos. Por

todas partes, los más malévolos opositores y perseguidores del cristianismo fueron

los judíos; la aniquilación de la nacionalidad judía, por tanto, eliminó al más

formidable antagonista del evangelio y trajo reposo y alivio a los sufridos cristianos.

Nuestro Señor había dicho a los discípulos, hablando de esta catástrofe que se

aproximaba: "Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra

cabeza, porque vuestra redención está cerca" (Lucas 21:28). Pero esta explicación

está lejos de agotar el significado entero de tales pasajes. No puede dudarse de

que la Parusía, en todas partes, está representada como la corona de las

esperanzas y aspiraciones cristianas; cuando ellos "heredarían el reino" y "entrarían

en el gozo de su Señor". Tal es la clara enseñanza tanto de Cristo como de sus

apóstoles, y la encontramos claramente expresada en las palabras de Pablo que

ahora tenemos delante. La Parusía habría de ser la consumación de la gloria y la

felicidad para los fieles, y el apóstol buscaba "su corona" en la "venida" de Cristo.

CRISTO VENDRÁ CON TODOS SUS SANTOS

1 Tes. 3:13. "Para que sean afirmados vuestros corazones, irreprensibles en

santidad delante de Dios nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo

con todos sus santos".

Este pasaje proporciona otra prueba de que el apóstol consideraba el período de la

venida de nuestro Señor como la consumación de la bienaventuranza de su pueblo.

Aquí él la representa como una época judicial en que la condición moral y el

carácter de los hombres serían escrutados y revelados. Esto concuerda con 1 Cor.

4:5: "Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual

aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los

corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios". De manera similar,

Page 131: La parusia revisado

~ 131 ~

en Col. 1:22 encontramos una expresión casi idéntica: "Para presentaros santos y

sin mancha e irreprensibles delante de él", palabras que sólo pueden ser

entendidas como que se refieren a una investigación y aprobación judiciales.

Que este prospecto no estaba distante, sino, por el contrario, muy cercano, lo

implica el tenor entero del lenguaje del apóstol. ¿Está Pablo todavía sin su corona

de gozo? ¿Están sus conversos de Tesalónica todavía esperando al Hijo de Dios

que venga del cielo? ¿No están todavía "establecidos en santidad delante de Dios"?

¿Todavía no han sido presentados santos, sin mancha, e irreprensibles delante de

él? Porque ésta habría de ser su felicidad "a la venida de Jesús" y no antes. Si, por

lo tanto, ese suceso nunca hubiera tenido lugar, ¿qué habría sido de su ansiosa

expectativa y su esperanza? Si ellos hubieran podido saber que cientos y miles de

años tenían que transcurrir lentamente, ¿podrían Pablo y sus hijos en la fe haberse

llenado de alegría con el pensamiento de la gloria venidera? Pero, en la suposición

de que la Parusía estaba a las puertas; que todos ellos podían esperar presenciar

su llegada, entonces, cuán natural e inteligible se vuelven esta ansiosa expectación

y esta esperanza. Que tanto el apóstol como los tesalonicenses creían que "la

venida del Señor estaba cerca" es tan evidente que apenas requiere algún

argumento para probarlo. La única pregunta es: ¿Estaban equivocados, o no?

Puede añadirse una observación sobre la palabra que concluye la frase: "Agioi",

santo, puede referise a ángeles, o a hombres, o ambos. No hay nada en el texto

para establecer la referencia. Es verdad que, en el siguiente capítulo (ver. 14), se

nos dice que a los que durmieron en Jesús traerá Dios con él, pero esto parece

referirse a la resurrección de los santos que duermen en sus tumbas, más bien que

a su venida desde el cielo con Él. Por lo tanto, estamos impedidos de referir agioi a

los muertos en Cristo. Tanto más cuanto que Cristo, a su venida, siempre es

representado como asistido por sus ángeles.

"Él vendrá con sus ángeles" (Mat. 16:27); "con los santos ángeles" (Mar. 8:38); "con

los ángeles de su poder" (2 Tes. 1:7); "todos los santos ángeles con él" (Mat.

25:31).

Esto concuerda también con el uso en el Antiguo Testamento. El estado real de

Jehová cuando vino a dar la ley en Sinaí se describe así: "Vino de entre diez

millares de santos", es decir, ángeles (Deut. 33:2). "Los carros de Dios se cuentan

por veintenas de millares de millares; el Señor viene del Sinaí a su santuario" (Sal.

68:17). "Vosotros que recibísteis la ley por disposición [por mandato de - Alford]

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~ 132 ~

ángeles" (Hech. 7:53). Podemos, por lo tanto, considerar como probable que la

referencia en este pasaje es a los ángeles.

SUCESOS QUE ACOMPAÑAN LA PARUSÍA

1. La resurrección de los muertos en Cristo.

2. El rapto de los santos vivos al cielo.

1 Tes. 4:13-17. "Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que

duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza.

Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a

los que durmieron en él. Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor; que

nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no

precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con

voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en

Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos

quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al

Señor en el aire,y así estaremos siempre con el Señor".

Evidentemente, estas explicaciones de Pablo tenían el propósito de enfrentarse a

un estado de cosas que había comenzado a manifestarse entre los cristianos de

Tesalónica, y que le había sido informado por Timoteo. Esperando ansiosamente la

venida de Cristo, deploraban la muerte de sus compañeros cristianos, pues esto les

excluía de participar en el triunfo y la bienaventuranza de la Parusía. "Temían que

estos cristianos fallecidos perdieran la felicidad de presenciar la segunda venida de

su Señor, que ellos esperaban contemplar pronto". [6] Para corregir este

malentendido, el apóstol da las explicaciones contenidas en este pasaje.

Primero, les asegura que no tenían razón para lamentar la partida de sus amigos en

Cristo, como si aquellos hubiesen quedado en alguna desventaja al morir antes de

la venida del Señor; porque, así como Dios había resucitado a Jesús de entre los

muertos, así también, cuando regresara en gloria, resucitaría de sus tumbas a sus

discípulos que dormían.

Segundo, les informa, por autoridad del Señor Jesús, que los de entre ellos que

vivieran para ver su venida no precederían, o no tendrían ninguna ventaja sobre, los

fieles que hubiesen muerto antes de ese acontecimiento.

Tercero, describe el orden de los sucesos que acompañan a la Parusía:

Page 133: La parusia revisado

~ 133 ~

1. El descenso del Señor desde el cielo con voz de mando, con voz de arcángel, y

con trompeta de Dios.

2. La resurrección de los muertos que habían dormido en Cristo.

3. El arrebatamiento simultáneo de los santos vivos, junto con los muertos

resucitados, a la región del aire, para encontrarse allí con el Señor que viene.

4. La reunión eterna de Cristo y su pueblo en el cielo.

La legítima deducción de las palabras de Pablo en el vers. 15, "nosotros que

vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor", es que él esperaba

como posible, y hasta como probable, que sus lectores y él mismo estuviesen vivos

a la venida del Señor. Tal es la interpretación obvia y natural de su lenguaje. Dean

Alford observa, con mucha fuerza y sinceridad:

"Entonces, sin duda alguna, él mismo esperaba estar vivo, junto con la mayoría de

aquellos a quienes escribía, a la venida del Señor. Porque no podemos aceptar, ni

por un momento, la evasión de Teodoreto y la mayoría de los antiguos

comentaristas (es decir, que el apóstol no habla de él mismo personalmente, sino

de los que estuvieran vivos en ese tiempo), sino que debemos tomar las palabras

en su significado único, sencillo, gramatical, de que "nosotros que vivimos, que

habremos quedado" [oi zwntej oi perileipomenoi] son una clase que se distingue de

"los que duermen" [oi koimhqentej], estando todavía en la carne cuando Cristo

venga, en cuya clase, anteponiendo como prefijo "nosotros" [h,me/ij], incluye a sus

lectores y se incluye a sí mismo. Que esta era su esperanza, lo sabemos por otros

pasajes, especialmente 2 Cor. 5 [7].

Pero, aunque admite que el apóstol tenía esta esperanza, Alford lo trata como un

error, pues continúa diciendo:

"Ni es necesario que se sorprenda ningún cristiano de que los apóstoles, en esta

cuestión de detalles, hayan encontrado sus esperanzas personales sujetas a

engaño con respecto a un día del cual se dice tan solemnemente que nadie conoce

su tiempo señalado, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre solamente"

(Marcos 13:32).

De la misma manera, encontramos las siguientes observaciones en Conybeare y

Howson, (cap. 11):

"La iglesia primitiva, y hasta los apóstoles mismos, esperaban que su Señor viniera

otra vez en aquella misma generación. Pablo mismo compartía esa esperanza,

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~ 134 ~

pero, estando bajo la guía del Espíritu de verdad, no dedujo de allí ninguna

conclusión práctica errónea".

Pero la pregunta es: ¿Tenían los apóstoles suficiente base para sus esperanzas?

¿No estaban plenamente justificados al creer como creían? ¿No había predicho el

Señor expresamente su propia venida dentro de los límites de la generación

existente? ¿No había conectado su venida con la destrucción del templo y la

subversión del gobierno nacional de Israel? ¿No había asegurado a sus discípulos

que dentro de "un poco" le verían de nuevo? ¿No había declarado que algunos de

ellos vivirían para presenciar su regreso? Y, después de todo esto, ¿es necesario

encontrar excusas para Pablo y los primitivos cristianos, como si hubiesen actuado

bajo engaño? Si lo hicieron, no fue su culpa, sino la de su Maestro. Habría sido

realmente extraño que, después de todas las exhortaciones que habían recibido de

estar alerta, de velar, de vivir continuamente esperando la Parusía, los apóstoles no

hubiesen creído confiadamente en la pronta venida de Jesús, y no hubiesen

enseñado a otros a hacer lo mismo. Pero parecería que Pablo hace descansar sus

explicaciones a los tesalonicenses en la autoridad de una especial comunicación

divina a él mismo. "Esto os digo por palabra del Señor", etc. Esto puede difícilmente

significar que el Señor lo había predicho así en su discurso profético en el Monte de

los Olivos, porque ninguna declaración de esta clase aparece registrada; por lo

tanto, debe referirse a una revelación que él mismo había recibido. ¿Cómo,

entonces, podría equivocarse en sus esperanzas? Es extraño que en sus días

existiera tan grande incredulidad con respecto al sencillo significado de las expresas

afirmaciones de nuestro Señor sobre este tema. Cumplido o no, acertado o

equivocado, no hay ninguna ambigüedad ni incertidumbre en su lenguaje. Puede

decirse que no tenemos ninguna evidencia de que tales hechos hayan ocurrido

como se describe aquí - el descenso del Señor con aclamación, el sonar de la

trompeta, la resurrección de los muertos que duermen, el arrebatamiento de los

santos vivos. Cierto; pero, ¿es cierto que estos hechos son cognoscibles por los

sentidos? ¿Está su lugar en la región de lo material y lo visible? Como ya hemos

dicho, sabemos y estamos seguros de que una gran parte de los sucesos predichos

por nuestro Señor, y esperados por sus apóstoles, en realidad ocurrieron en aquella

misma crisis llamada "el fin de la época". No hay diferencia de opinión concerniente

a la destrucción del templo, el derrumbe de la ciudad, la matanza sin paralelo de la

gente, la extinción de la nacionalidad, el fin de la dispensación legal. Pero la

Parusía está inseparablemente ligada a la destrucción de Jerusalén; y, de manera

semejante, la resurrección de los muertos, y el juicio de la "generación malvada", a

la Parusía. Son partes diferentes de una gran catástrofe; escenas diferentes de un

gran drama. Nosotros aceptamos los hechos verificados por el historiador por la

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~ 135 ~

palabra de un hombre; han de titubear los cristianos en aceptar los hechos que

están garantizados por la palabra del Señor?

EXHORTACIONES A VELAR EN ESPERA DE LA PARUSÍA

1 Tes. 5:1-10. "Pero acerca de los tiempos y de las ocasiones, no tenéis necesidad,

hermanos, de que yo os escriba. Porque vosotros sabéis perfectamente que el día

del Señor vendrá así como ladrón en la noche; que cuando digan: Paz y seguridad,

entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer

encinta, y no escaparán. Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que

aquel día os sorprenda como ladrón. Porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos

del día; no somos de la noche ni de las tinieblas. Por tanto, no durmamos como los

demás, sino velemos y seamos sobrios. Pues los que duermen, y los que se

embriagan, de noche se embriagan. Pero nosotros, qe somos del día, seamos

sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de

salvación como yelmo. Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar

salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo, quien murió por nosotros para

que ya sea que velemos, o que durmamos, vivamos juntamente con él".

Es manifiesto que estos llamados urgentes a velar no tendrían ningún significado, a

menos que el apóstol creyera en la cercanía de la crisis venidera. ¿Era para los

tesalonicenses, o para alguna generación nonata en el muy distante futuro, que

Pablo escribía estas líneas? ¿Por qué instar a los hombres en el año 52 a velar y

estar alertas para una catástrofe que no habría de tener lugar durante cientos y

miles de años? Cada una de las palabras de esta exhortación supone que la crisis

se cierne sobre el pueblo y es inminente.

Decir que el apóstol no escribe para ninguna generación ni para ningunas personas

en particular es lanzar un aire de irrealidad sobre sus exhortaciones, contra el cual

se revuelve la crítica reverente. Ciertamente se refería a las mismas personas a las

cuales escribió, y que leyeron su epístola, y no pensó en ningunas otras. No

podemos aceptar la sugerencia de Bengel de que "nosotros los que vivimos, los que

hayamos quedado" son sólo personajes imaginarios, como los nombres de Cayo y

Ticio (Juan Pérez y Ricardo Perico); porque nadie puede leer esta epístola sin ser

consciente de la cálida adhesión personal y el afecto hacia los individuos que se

respiran en cada línea. Concluimos, por lo tanto, que el todo tenía que ver, directa y

actualmente, con la posición real y las expectativas de las personas a las cuales

está dirigida la epístola.

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~ 136 ~

ORACIÓN PARA QUE LOS TESALONICENSES SOBREVIVAN HASTA LA VENIDA DE CRISTO

1 Tes. 5:23. "Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser,

espíritu, alma, y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor

Jesucristo".

Si todavía quedase una sombra de duda sobre la cuestión de si Pablo creía y

enseñaba la incidencia de la Parusía en sus propios días, esta pasaje la disiparía.

Ningunas palabras pueden implicar esta creencia más claramente que esta oración

de que los cristianos tesalonicenses no murieran antes de la aparición de Cristo. La

muerte es la disolución de la unión entre el cuerpo, el alma, y el espíritu, y la

oración del apóstol es que el espíritu, el alma, y el cuerpo pudieran "todos juntos"

[oloklhron] ser preservados en santidad hasta la venida del Señor. Esto implica la

continuación de su vida corporal hasta aquel acontecimiento.

Notas:

1. Conybeare and Howson.

2. Gnomon, in loc.

3. "Todo lector de la Escritura sabe que la Primera Epístola a los Tesalonicenses habla de la venida de Cristo en términos que indican una expectativa de su pronta aparición: 'Os digo por la palabra de Dios', etc. (cap. 4:15-17; 5:4). Cualesquiera otras construcciones que estos textos puedan soportar, la idea que ellos dejan en la mente de un lector ordinario es la de que el autor de la epístola espera que el día del juicio tenga lugar en sus propios días, o cerca de ellos" - Paley´s Horae Paulinae, cap. ix.

"Si se nos preguntase la característica que distinguía a los primeros cristianos de Tesalónica, deberíamos señalar su abrumador sentido de la cercanía del segundo advenimiento, acompañado de pensamientos melancólicos concernientes a los que podrían morir antes de él, y con ideas tenebrosas e imprácticas sobre lo corto de la vida y la vanidad del mundo. Cada capítulo de la primera epístola a los Tesalonicenses termina con una alusión a este tema; y era evidentemente el tema de frecuentes conversaciones cuando el apóstol estaba en Macedonia. Pero Pablo nunca habló ni escribió sobre el futuro como si el presente hubiera de ser olvidado. Cuando los tesalonicenses fueron amonestados sobre el advenimiento de Cristo, Él también les habló de otros sucesos futuros, llenos de advertencias prácticas para todas las edades, aunque para nuestros ojos todavía están envueltos en misterio - de la "apostasía" y del "hombre de pecado". 'Estas terribles revelaciones', dijo, 'deben preceder a la revelación del Hijo de Dios. ¿No recordáis', añade con énfasis en su carta, 'que, cuando todavía estaba con vosotros, os decía esto a menudo? Sabéis, por tanto, qué impide hasta ahora que sea revelado, como lo será en su propio tiempo'. Les dijo, en palabras de Cristo mismo, que 'los tiempos y las sazones de las venideras revelaciones eran conocidas sólo por Dios'; y les advirtió, como los primeros discípulos habían sido advertidos en Judas, que el gran día vendría de repente contra los hombres que no estuviesen preparados, como los dolores de la mujer cuyo tiempo se ha cumplido', y como 'ladrón en la noche', y les

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mostró tanto por precepto como por ejemplo que, aunque es cierto que la vida es corta y el mundo es vanidad, la obra de Dios debe hacerse con diligencia y hasta el fin' "- Conybeare and Howson, Life and Epistles of St. Paul, cap. 9.

4. Gnomon, in loc.

5. Works, vol. iv., p. 281.

6. Conybeare and Howson, cap. xi.

7. Greek Testament, in loc.

8. Conybeare and Howson´s translation.

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~ 138 ~

LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS A LOS TESALONICENSES

LA SEGUNDA EPÍSTOLA A LOS TESALONICENSES

La Segunda Epístola a los Tesalonicenses parece haber sido escrita poco después

de la Primera, para corregir el malentendido en que algunos habían incurrido con

respecto al tiempo de la Parusía, ya fuera por una errónea interpretación de la carta

anterior del apóstol, o a consecuencia de alguna pretendida comunicación que

circulaba entre ellos haciendo ver que era de él. De esta epístola aprendemos la

naturaleza precisa del error que habían cometido algunos de los tesalonicenses en

relación con que el tiempo de la Parusía había llegado en realidad. A consecuencia

de esta opinión, algunos habían comenzado a descuidar sus ocupaciones seculares

y a subsistir de la caridad ajena. Para detener los males que pudieran surgir, o que

habían surgido, de tales impresiones erróneas, Pablo escribió esta segunda

epístola, recordándoles que ciertos sucesos, que todavía no habían tenido lugar,

tenían que preceder al "día del Señor". Sin embargo, no hay nada en la epístola que

indique que la Parusía era un suceso distante, sino todo lo contrario.

LA PARUSÍA, UN TIEMPO DE JUICIO PARA LOS ENEMIGOS

DE CRISTO, Y DE LIBERACIÓN PARA SU PUEBLO

2 Tes. 1:7-10. "Y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros,

cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en

llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al

evangelio de nuestro Señor Jesucristo, los cuales sufrirán pena de eterna perdición,

excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder, cuando venga en

aquel día para ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que

creyeron".

Por las alusiones al comienzo de esta epístola, es obvio que los tesalonicenses

sufrieron severamente en este tiempo a causa de la maldad de sus perseguidores

judíos, y de aquellos "ociosos hombres malos" que se les habían unido (Hechos

17:5). El apóstol les consuela con la esperanza de liberación cuando aparezca el

Señor Jesús, lo cual traería reposo para ellos y retribución para sus enemigos. Esto

concuerda perfectamente con las representaciones que se hacen constantemente

con respecto a la Parusía - de que sería un tiempo de juicio para los impíos y de

recompensa para los justos. El apóstol parece no anticipar el "reposo" del cual

habla hasta la Parusía, "cuando el Señor Jesús se revele desde el cielo", etc. De

ello se sigue que Pablo concebía el reposo como muy cercano; pues, si la

revelación del Señor Jesús fuera un acontecimiento todavía en el futuro, entonces

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~ 139 ~

deberíamos concluir que ni el apóstol ni los sufrientes cristianos han entrado

todavía en ese reposo. Se observará que no se dice que la muerte ha de traerles

reposo, sino "el apocalipsis" del Señor Jesús desde el cielo; una clara prueba de

que el apóstol no consideraba ese apocalipsis como un suceso distante.

Que este "apocalipsis", o revelación del Señor Jesús desde el cielo, es idéntico a la

Parusía predicha por nuestro Salvador es tan evidente que no necesita ninguna

prueba. Es "el día del Señor" (Lucas 17:24). "el día en que el Hijo del hombre es

revelado" (Lucas 17:30), "el día que será revelado en fuego" (1 Cor. 3:13); "el día

que arderá como un horno" (Mal. 4:1); "el día del Señor, grande y terrible" (Mal.

4:5). Es el día cuando "el Hijo del hombre venga en la gloria de su Padre con sus

ángeles, para recompensar a cada uno según sus obras" (Mat. 16:27). Y una vez

más, es el día concerniente al cual declaró nuestro Señor: "De cierto os digo, que

hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan

visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino" (Mat. 16:28).

Somos, pues, traídos de vuelta a la misma verdad que encontramos por todas

partes en el Nuevo Testamento, que la Parusía, el día del juicio de Israel, y la

terminación de la dispensación judía, no era un suceso distante, sino que estaba

dentro de los límites de la generación que rechazó al Mesías.

Se objetará: ¿Qué tenía eso que ver con Tesalónica y los cristianos allí? ¿Cómo

podían la destrucción de Jerusalén, o la extinción de la nacionalidad judía, o el fin

de la economía judía, afectar a personas a una distancia tan grande de Judea como

Tesalónica? Aunque fuese imposible dar una respuesta satisfactoria a esta

objeción, ello no alteraría el significado sencillo y natural de las palabras, ni nos

incumbiría forzar una interpretación de ellas que no les correspondiese. Debe

permitírseles a las Escrituras hablar por sí mismas - una libertad que muchos no

desean concederles. Pero, con relación a la relación entre la Parusía y los cristianos

en Tesalónica, o fuera de Judea en general, no puede negarse que el lenguaje de

este pasaje, como el de muchos otros, indica que fue un suceso en el cual todos

tenían un interés profundo y personal. Ni es suficiente decir que los más

encarnizados antagonistas del evangelio en Tesalónica eran judíos, y que la

revuelta judía fue la señal para la matanza de los habitantes judíos en casi todas las

ciudades del imperio. Puede que esto sea verdad, pero no es toda la verdad, según

la enseñanza apostólica. Debemos admitir, por lo tanto, que, como se desarrolla el

esquema escatológico del Nuevo Testamento, se hace evidente que la Parusía y

los sucesos que la acompañan no se relacionaban con Judea exclusivamente, sino

que tenían un aspecto ecuménico o mundial, de modo que los cristianos de todas

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partes podían buscarla y anhelarla, y saludar su llegada como el día de triunfo y de

gloria. Al seguir adelante, encontraremos amplia evidencia de este apecto más

amplio del "día de Cristo", como una gran época en la divina administración del

mundo.

SUCESOS QUE DEBEN PRECEDER A LA PARUSÍA

1. La Apostasía 2. La Revelación del Hombre de Pecado

2 Tes. 2:1-12. "Pero con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y

nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis mover fácilmente

de vuestro modo de pensar, ni os conturbéis, ni por espíritu, ni por palabra, ni por

carta como si fuera nuestra, en el sentido de que el día del Señor está cerca. Nadie

os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía,

y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se

levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en

el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios. ¿No os acordáis que

cuando yo estaba todavía con vosotros, os decía esto? Y ahora vosotros sabéis lo

que lo detiene, a fin de que a su debido tiempo se manifieste. Porque ya está en

acción el misterio de iniquidad; sólo que hay quien al presente lo detiene, hasta que

él a su vez sea quitado de en medio. Y entonces se manifestará aquel inicuo, a

quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su

venida; inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales

y prodigios mentirosos, y con todo engaño de iniquidad para lo que se pierden, por

cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por esto Dios les envía

un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos

los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia".

Pocos pasajes han preocupado y desconcertado más a los comentaristas, o han

sido considerados hasta la fecha como sumergidos en mayor oscuridad, que el que

tenemos delante de nosotros. No hay razón, sin embargo, para suponer que era

ininteligible para los tesalonicenses, pues se refiere a cuestiones que habían sido

tema de frecuentes conversaciones entre ellos y el apóstol, y posiblemente no poco

de la obscuridad de la que se quejan los expositores surge del hecho de que, para

los tesalonicenses, sólo era necesario dar indicios, más bien que explicaciones

completas.

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~ 141 ~

El apóstol comienza declarando los temas sobre los cuales desea corregir a los

tesalonicenses. Son: (1) "la venida de Cristo", y (2) "nuestra reunión con él". Es

evidente que el apóstol las considera simultáneas o, en todo caso, estrechamente

relacionadas. ¿Qué debemos entender por "reunirnos con Cristo" en la Parusía? No

hay duda de que hay aquí una referencia a las propias palabras de nuestro Señor,

Mat. 26:31: "Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus

escogidos de los cuatro vientos", etc. El [juntarán] en el evangelio es evidentemente

la [reunión] de la epístola; y tenemos otra referencia al mismo suceso y al mismo

período en 1 Tes. 4:16,17: "Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de

arcángel, y con trompeta de Dios descenderá del cielo", etc. Luego, esto no puede

ser otra cosa que el llamado a los muertos y a los vivos a comparecer ante el

tribunal de Cristo.

A los tesalonicenses se les había enseñado a esperar aquella "reunión" grande y

solemne; pero parece que pesaba sobre ellos algún malentendido concerniente al

tiempo de su llegada. Algunos de ellos se habían formado la opinión de que el "día

de Cristo" ya había llegado en realidad. Es importante observar que nuestra versión

inglesa no traduce esta palabra correctamente. El apóstol no dice: "pues el día de

Cristo está muy cerca", sino "pues el día de Cristo está presente, o ha venido en

realidad". La constante enseñanza de Pablo era que el día de Cristo estaba muy

cerca, y se habría contradicho a sí mismo si les hubiese dicho a los cristianos de

Tesalónica que aquel día no estaba cerca. Pedro nada es más común que

encontrar a algunos de nuestros más respetados eruditos y críticos negando que

los apóstoles y los primeros cristianos esperaban la Parusía en sus propios días,

basándose en la fuerza de una errónea traducción de esta palabra. Hasta una

autoridad tan eminente como Moses Stuart dice, en respuesta a Tholuck:

"Esta interpretación (o sea, el pronto advenimiento de Cristo) fue corregida, formal y

vigorosamente, en 2 Tes. 2. ¿No es suficiente que Pablo haya explicado sus

propias palabras? ¿Quién puede aventurarse sin peligro a darles un significado

diferente del que él les da?".

Así lo expresa también Albert Barnes:

"Si Pablo se refiere aquí a su epístola anterior - que podría entenderse fácilmente

como que enseñaba que el fin del mundo estaba cerca - tenemos la autoridad del

apóstol mismo de que él no se proponía enseñar tal cosa".

La más singular de todas es la explicación del Dr. Lange:

Page 142: La parusia revisado

~ 142 ~

"La primera epístola [a los tesalonicenses] está impregnada del pensamiento

fundamental: "el Señor vendrá pronto"; la segunda, por el pensamiento: "el Señor

no vendrá pronto todavía". Ambas están de acuerdo con la verdad; porque, en la

primera parte, la pregunta concierne a la venida del Señor en su gobierno dinámico

en un sentido religioso; y, en la segunda parte, concierne a la venida del Señor en

un sentido definidamente histórico y cronológico".

¿Qué puede ser más arbitrario y caprichoso que una distinción como ésta? ¿Qué

puede ser más empírico que un tratamiento tal de la Escritura, por medio del cual se

le hace decir sí y no; afirmar y negar; declarar que un suceso está cercano y

distante, al mismo tiempo? ¿Quién pretendería interpretar la Escritura si ella hablara

un lenguaje tan ambiguo como éste?

Nos atenemos al "sentido histórico y cronológico definido" de la Parusía, y a ningún

otro. Es el único sentido que respeta la Palabra de Dios y satisface a la crítica

sobria. El apóstol no se corrige a sí mismo, ni se refiere a dos diferentes "venidas",

sino que corrige el error de los tesalonicenses, que afirmaban que el día de Cristo

ya había llegado en realidad. En cada caso en que ocurre la palabra en el Nuevo

Testamento, se refiere a lo que es presente, y no a lo que es futuro. A los eruditos

griegos es innecesario señalarles esto, pero a los lectores de habla inglesa puede

ser satisfactorio referirlos a las autoridades competentes.

El Dr. Manston, al comparar la fuerza de las palabras y [se acerca] (Sant. 5:8; 1

Ped. 4:17), observa:

"Hay alguna diferencia en las palabras, porque significa se acerca, ya ha

comenzado".

Bengel dice:

"La palabra significa extrema proximidad; porque es presente".

Whiston, el traductor de Josefo, hace la siguiente observación:

"es aquí, y en muchos otros lugares de Josefo, inmediatamente cerca; y ha de ser

expuesta así en 2 Tes. 2:2, donde algunos pretendían falsamente que Pablo había

dicho, verbalmente o por medio de una epístola, o por ambos medios, "que el día de

Cristo estaba inmediatamente cerca"; porque Pablo todavía creía claramente que

aquel día no estaba muchos años en el futuro".

Page 143: La parusia revisado

~ 143 ~

El Dr. Paley observa:

"Parecía que los tesalonicenses, o algunos de entre ellos, habían concebido de este

pasaje (1 Tes. 4:15-17) una opinión (y eso no muy fuera de lo natural) que la

venida de Cristo habría de tener lugar instantáneamente, y ese convencimiento

había producido, como bien podría haberlo hecho, mucha agitación en la iglesia".

Conybeare y Howson traducen:

"Que el día del Señor venga"; añadiendo la siguiente nota: "Literalmente, 'está

presente'. Así se usa siempre el verbo en el Nuevo Testamento".

El Dr. Alford comenta así:

"El día del Señor está presente (no 'está cerca') ocurre seis veces en el Nuevo

Testamento, y siempre en el sentido de estar presente. Pablo no podría haber

escrito lo contrario, ni podría el Espíritu haber hablado otra cosa por medio de él. La

enseñanza de los apóstoles era, y la del Espíritu Santo ha sido en todas las épocas,

que el día del Señor está cerca. Pero estos tesalonicenses se imaginaban que ya

había llegado, y en consecuencia, estaban abandonando todas la ocupaciones de

la vida y cayendo en otras irregularidades, como si el día de gracia hubiese

terminado".

El mismo malentendido general que prevalece hoy día con respecto al significado

de este versículo hace que entenderlo correctamente sea de la mayor importancia.

Es fácil entender cómo la érrónea opinión de los tesalonicenses había "movido y

conturbado" sus mentes. Estaba calculada para producir pánico y desorden. La

historia nos cuenta que en Europa prevalecía una creencia general hacia finales del

siglo décimo de que el año 1000 vería la venida de Cristo, el día del juicio, y el fin

del mundo. Al acercarse el tiempo, un pánico general se apoderó de las mentes de

los hombres. Muchos abandonaron sus hogares y sus familias, y acudieron a la

Tierra Santa; otros entregaron sus tierras a la iglesia, o dejaron de cultivarlas, y el

curso entero de la vida ordinaria se alteró y se trastornó violentamente. Un engaño

similar, aunque en menor escala, prevaleció en algunas partes de los Estados

Unidos en el año 1843, causando gran consternación entre las multitudes y

haciendo enloquecer a muchas personas. Hechos como éstos muestran la

sabiduría que "ocultó el día y la hora" de la venida del Hijo del hombre de modo

que, mientras todos pueden estar vigilantes, ninguno debe caer en la agitación.

Page 144: La parusia revisado

~ 144 ~

En el tercer versículo, el apóstol indica que "el día de Cristo" debe ser precedido por

dos sucesos: (1) La llegada de la apostasía, y (2) la manifestación del hombre de

pecado".

Si pudiéramos ponernos en la situación y las circunstancias de los cristianos de

Tesalónica cuando esta epístola se escribió; si pudiéramos revivir las esperanzas y

los temores, las expectativas y las aprensiones, y las agitaciones sociales y

políticas de aquel período, podríamos entrar mejor en las explicaciones de Pablo.

Sin duda, los tesalonicenses le entendían perfectamente. Como observa

correctamente Paley: "Nadie escribe ininteligiblemente a propósito", y no podemos

suponer que Pablo les atormentaría con enigmas que sólo les causarían perplejidad

y les desconcertarían más que nunca.

La primera pregunta que se presenta es: ¿Son idénticos la "apostasía" y el "hombre

de pecado"? ¿Apuntan ambos a la misma cosa? En opinión de muchos expositores,

quizás de la mayoría, son virtualmente una y la misma cosa. Pero, evidentemente,

son cosas distintas y separadas. La apostasía representa una multitud, el hombre

de pecado, una persona; de modo que, aunque puedan estar conectados en

algunos respectos, no deben confundirse la una con el otro; pueden existir

contemporáneamente, pero no son idénticos.

LA APOSTASÍA

En este momento, Pablo no se espacia en "la apostasía", sino que, habiéndola

mencionado simplemente como venidera, pasa a describir al "hombre de pecado".

Sin embargo, podemos referirnos aquí al hecho de que la "apostasía" no era

ninguna idea nueva para los discípulos de Cristo. El Salvador la había predicho

expresamente en su discurso profético, Mat. 24:10,12, y en alguna otra parte Pablo

da una descripción de la apostasía tan completa como la da aquí del hombre de

pecado. (Véase 1 Tim. 4:1-3; 2 Tim. 3:1-9). Sólo puede referirse a aquella deserción

de la fe tan claramente predicha por nuestro Señor, y descrita por los apóstoles,

como indicación de los "últimos días". Pero este tema será considerado en su lugar

adecuado.

EL HOMBRE DE PECADO

Al entrar en este campo de la investigación, es de la mayor importancia encontrar

algún principio que pueda guiarnos y dirigirnos en la investigación. Hallamos tal

Page 145: La parusia revisado

~ 145 ~

principio en la consideración muy simple y obvia de que el apóstol se refiere aquí a

circunstancias que estaban al alcance de los mismos tesalonicenses. Si la palabra

del Señor declaró que la Parusía misma, que fue precedida por el desarrollo de la

apostasía y la aparición del hombre de pecado, caía dentro del período de la

generación actual, se deduce que "la apostasía" y "el hombre de pecado" estaban

más cerca de ellos que la Parusía. Por otro lado, si suponemos que "la apostasía" y

"el hombre de pecado" ocurren mucho más allá de la época de los tesalonicenses,

¿de qué serviría darles explicaciones e información sobre cuestiones que no eran

para nada urgentes y que, de hecho, no les concernían en absoluto? ¿No es obvio

que, quienquiera pueda ser el hombre de pecado, debe ser alguien con el cual

tenían que ver el apóstol y sus lectores? ¿No está escribiendo para hombres vivos

acerca de asuntos en los cuales ellos están intensamente interesados? ¿Por qué

delinearía las características de este misterioso personaje para los tesalonicenses

si era alguien con el cual los tesalonicenses no tenían nada que ver, del cual no

tenían nada que temer, y que no sería revelado sino después de siglos? Es claro

que él habla de alguien cuya influencia ya estaba comenzando a sentirse, y cuya

furia inicua y anárquica estallaría antes de que pasase mucho tiempo. Todo esto

está en la superficie misma, y es obvio e incuestionable. Pero esto no es todo.

Parece seguro que los tesalonicenses no ignoraban a qué persona se llamaba

hombre de pecado. No era la primera vez que el apóstol les hablaba del tema. Dice:

"¿No os acordáis que cuando yo estaba todavía con vosotros, os decía esto? Y

ahora vosotros sabéis lo que lo detiene, a fin de que a su debido tiempo se

manifieste". Este lenguaje indica claramente que el apóstol y sus lectores estaban

bien familiarizados con el nombre "hombre de pecado" y sabían a quién se le

designaba así. Siendo esto así, y parece incuestionable, el área de investigación se

contrae grandemente, y las probabilidades de descubrimiento aumentan

proporcionalmente. Aquello de lo que los tesalonicenses habían "hablado", lo que

habían "recordado" y "sabían", debe haber sido algo de interés vivo y presente;

resumiendo, debe haber pertenecido a la historia contemporánea.

Pero, ¿por qué no habla el apóstol francamente? ¿Por qué esta reserva y esta

reticencia al sugerir oscuramente lo que no menciona por nombre? No era por

ignorancia; no podría ser por afectar misterio. Debe haber habido alguna poderosa

razón para esta extrema cautela. No hay duda; pero, ¿de qué naturaleza? ¿Por qué

acostumbraba, como él dice, hablar tan francamente sobre el tema en privado, y

luego escribir tan oscuramente en su epístola? Obviamente, porque era peligroso

ser más explícito. Por una parte, una indicación era suficiente, pues todos podían

entender su significado; por la otra, hacer más que una indicación era peligroso,

porque nombrar a una persona podría haberles comprometido, a él y a ellos.

Page 146: La parusia revisado

~ 146 ~

Entonces, ¿de qué dirección podría venir el peligro de usar una libertad de

expresión demasiado grande? Sólo había dos direcciones de las cuales los

cristianos de la era apostólica tenían justa causa para sentir aprensión -- el

fanatismo de los judíos y los ccelos de los romanos. Hasta ahora, el evangelio

había sufrido mayormente de los primeros; por todas partes, los judíos eran los

instigadores de "agitar a los gentiles contra los hermanos". Pero el poder de Roma

era celoso, y los judíos sabían bien cómo despertar esos celos; en la misma

Tesalónica, habían levantado el clamor: "Todos éstos se oponen a los decretos de

César". ¿Cuál de estas causas, pues, puede haber sellado los labios del apóstol?

Temor de los judíos, no, pues nada que él pudiera decir probablemente volvería

más encarnizada su hostilidad; ni tenían los judíos ninguna autoridad civil directa

con la cual perjudicar la causa cristiana. Llegamos a la conclusión, pues, de que era

del poder romano del que el apóstol percibía peligro, y que su reticencia era

ocasionada por el deseo de no involucrar a los tesalonicenses en la sospecha de

descontento y sedición.

Volvamos ahora a la descripción del "hombre de pecado" que da el apóstol, y

tratemos de descubrir, si es posible, si había algún individuo vivo entonces en el

Imperio Romano al cual se le pudiese aplicar.

1. La descripción requiere que busquemos, no un sistema o una abstracción,

sino un individuo, un "hombre".

2. Evidentemente, no es una persona privada, sino una persona pública. Los

poderes con los que está investido implican esto.

3. Es un personaje que ostenta el más alto rango y la más alta autoridad en el

estado.

4. Es pagano, no judío.

5. Reclama para sí nombres, prerrogativas, y culto divinos.

6. Pretende ejercer un poder milagroso.

7. Está caracterizado por una enorme impiedad. Es el "hombre de pecado", es

decir, la encarnación y la personificación del mal.

8. Se distingue por su iniquidad como gobernante.

9. Cuando el apóstol escribió, todavía no había llegado a la plenitud de su

poder; había algún impedimento o estorbo al pleno desarrollo de su

influencia.

10. El estorbo era una persona; era conocida para los tesalonicenses; y pronto

sería quitada de en medio.

11. El "inicuo", el "hombre de pecado", estaba condenado a la destrucción. Es el

"hijo de perdición", "a quien el Señor matará".

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~ 147 ~

12. Su pleno desarrollo, o "manifestación", y su destrucción han de preceder

inmediatamente a la Parusía. "El Señor le destruirá con el resplandor de su

venida".

Con estas marcas distintivas en nuestras manos, ¿puede haber alguna dificultad al

identificar a la persona en la cual se encuentran todas estas marcas? ¿Había tres

hombres en el Imperio Romano que respondían a esta descripción? ¿Había dos?

Seguramente no. Pero había uno, y sólo uno. Cuando el apóstol escribió, estaba en

los escalones del trono imperial -- poco más, y se sentaba sobre el trrono del

mundo. Es NERÓN, el primero de los emperadores perseguidores; el violador de

todas las leyes, humanas y divinas; el monstruo cuya crueldad y cuyos crímenes le

dan derecho a ser llamado "el hombre de pecado".

En seguida será evidente para todos los lectores que todas las características de

este espantoso retrato pertenecen a Nerón; pero es notable cuán exacta es la

correspondencia, especialmente en los detalles que son más recónditos y oscuros.

Es un individuo -- una persona pública -- que ostenta el rango más alto en el estado;

es pagano, no judío; es un monstruo de maldad, que pisotea todas las leyes. Pero,

cuán notables son las indicaciones que apuntan hacia Nerón en el año en que esta

epístola se escribió, digamos el año 52 o el año 53 D. C. En ese tiempo Nerón no

se había "manifestado" todavía; su verdadero carácter no había sido revelado;

todavía no había accedido al Imperio. Claudio, su padrastro, vivía, y le estorbaba al

hijo de Agripina. Pero ese obstáculo fue pronto eliminado. En menos de un año,

probablemente, después de que la epístola de Pablo fue recibida por los

tesalonicenses, Claudio fue "quitado de en medio", víctima de la letal costumbre de

la infame Agripina, y siendo su hijo también cómplice del asesinato, según

Suetonio. Pero el "misterio de iniquidad ya estaba en operación"; la influencia de

Nerón debe haber sido poderosa en los últimos días del desdichado Claudio;

probablemente ya se estaban fraguando los mismos complots que prepararon el

camino para el ascenso al trono por parte de los asesinos. Algunos meses más

tarde verían el advenimiento al trono del mundo por parte de un bellaco cuyo

nombre ha quedado en la picota de la eterna infamia como el más brutal de los

tiranos y el más vil de los hombres.

Las restantes notas de la descripción no son menos fieles al original. El reclamar

honores divinos; el oponerse y exaltarse por encima de todo lo que se llama Dios o

es objeto de culto; el sentarse en el templo de Dios, haciéndose pasar por Dios;

todos son distintivos de Nerón.

Page 148: La parusia revisado

~ 148 ~

En realidad, el asumir prerrogativas divinas era común a todos los emperadores

romanos. "Divus", dios, se inscribía en sus monedas y estatuas. Podría decirse que

el Emperador "se exaltaba por encima de todo lo que se llama Dios, o es objeto de

culto", monopolizando para sí todo culto. Este hecho es puesto en resaltado en las

siguientes observaciones de Dean Howson:

"En aquel tiempo, la imagen del Emperador era objeto de reverencia religiosa; era

una deidad en la tierra; y el culto que se le rendía era un culto verdadero. Es un

pensamiento notable que, en aquellos tiempos, (haciendo a un lado formas

decadentes de religión), los únicos dos cultos legítimos en el mundo civilizado eran

el culto a Tiberio o a Nerón por una parte, y el culto a Cristo, por la otra".

El intento de Calígula de erigir su estatua en el templo de Dios en Jerusalén había

llevado a los judíos al borde de la rebelión, y es posible que este hecho pueda

haber dado su forma peculiar a la descripción del apóstol. Ciertamente le sugirió a

Grocio que Calígula debía ser la persona que se tenía la intención de representar;

pero la fecha de la epístola hace insostenible esta opinión. Nerón, sin embargo, no

era menos que ninguno de sus predecesores en su impía asunción de prerrogativas

divinas. Dio Casio nos informa que, cuando regresó victorioso de los juegos

griegos, entró a Roma en triunfo, y fue aclamado con expresiones como éstas:

"¡Nerón, el Hércules! ¡Nerón, el Apolo! ¡Augusto! ¡Augusto! ¡Voz sagrada! ¡Eterno!"

En todo esto, vemos suficiente evidencia de la asunción de la asunción de honores

divinos por parte de Nerón.

Lo mismo ocurre con respecto a otra nota en este bosquejo -- la simulación de

milagros. "Cuyo aadvenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y

prodigios mentirosos" (ver. 9). Esta simulación sigue casi como cosa natural a la

asunción de las prerrogativas de la deidad.

Debe suponerse que al Divus imperial se le acreditaba la posesión de poderes

sobrenaturales; y encontramos una interesante aclaración de este tema en Apoc.

12:13-15. En esta etapa de la investigación, sin embargo, no sería deseable entrar

en esa región de simbolismo, aunque echaremos mano plenamente de esta ayuda

en el momento oportuno.

Además, "el hombre de pecado" está condenado a perecer. Es el "hijo de

perdición", un nombre que lleva en común con Judas, e indica la certeza y lo

completo de su destrucción. "El Señor le matará con el espíritu de su boca, y

destruirá con el resplandor de su venida". En esta significativa expresión, tenemos

una nota del tiempo en que el hombre de pecado está destinado a perecer,

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~ 149 ~

marcado con singular exactitud. Es la venida del Señor, la Parusía, la que ha de ser

la señal de su destrucción; no todo el esplendor de ese suceso, tanto como la

primera apariencia o alborada de él. Alford (siguiendo a Bengel) señala muy

correctamente que la traducción "resplandor de su venida" debe ser la "apariencia

de su venida", y cita la sublime expresión de Milton: "Su venida resplandeció desde

lejos". Bengel, con fina discriminación, observa: "Aquí la apariencia de su venida, o,

en todo caso, los primeros destellos de su venida, ocurren antes de la venida

misma". Evidentemente, esto implica que el hombre de pecado estaba destinado a

perecer, no en la llamarada de la Parusía, sino en el primer esbozo o comienzo.

Ahora, ¿qué encontramos en realidad? Recordando cómo está conectada la

Parusía con la destrucción de Jerusalén, encontramos que la muerte de Nerón

precedió al suceso. Tuvo lugar en el mes de junio del año 68 D.C., en medio de la

guerra judía que terminó en la captura y la destrucción de la ciudad y el templo.

Podría, por lo tanto, decirse justamente que "la apariencia, o alborada, de la

Parusía" [] fue la señal de la destrucción del tirano.

No se sigue que la muerte de Nerón sería causada por un agente sobrenatural

inmediato porque se dice que "el Señor le matará con el espíritu de su boca", etc.

Herodes Agripa fue herido por el ángel del Señor, pero esto no excluye la operación

de causas naturales: "fue comido de gusanos, y expiró" (Hech. 12:23). De la misma

manera, Nerón fue alcanzado por el juicio divino, aunque recibió su golpe de muerte

de la espada del asesino, o por su propia mano.

Finalmente, es apenas necesario probar el título de Nerón con la denominación de

"hombre de pecado". Se observará que es el libertinaje de su carácter personal lo

que lo sella con este epíteto distintivo, como si fuera la personificación y la

representación mismas del vicio. Tal, de hecho, es Nerón, cuyo nombre se ha

convertido en sinónimo de todo lo que es bajo, cruel, y vil; el mayor en rango y el

más bajo en carácter en el mundo romano: un monstruo de maldad aun entre los

paganos, que no se andaban con remilgos morales y estaban familiarizados con la

más corrupta sociedad sobre la faz de la tierra. La siguiente descripción gráfica del

carácter de Nerón ha sido tomada de Conybeare y Howson:

"Desde este distinguido estrado preside el representante de la más poderosa

monarquía que jamás existió -- el gobernante absoluto de todo el mundo ccivilizado.

Pero la reverente admiración que su posición sugería naturalmente se transformó

en desprecio y aborrecimiento hacia el carácter del soberano que ahora presidía

aquel supremo tribunal. Porque Nerón era un hombre a quien ni siquiera el terrible

atributo de "poder igual a los dioses" podía hacer augusto, excepto en el título. El

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~ 150 ~

temor y el horror que despertaban su omnipotencia y su crueldad se mezclaban con

el desprecio por su innoble sed de alabanza y su desvergonzado libertinaje.

Todavía no se había hundido en aquella extravagancia de la tiranía que, en un

período posterior, agotó la paciencia de sus súbditos y causó su destrucción. Hasta

ahora sus medidas públicas habían estado guiadas por sabios consejeros, y su

crueldad había perjudicado a su propia familia más bien que al estado. Pero ya, a la

edad de veinticinco años, había asesinado a su inocente esposa y a su hermano

adoptivo, y se había teñido las manos con la sangre de su madre. Sin embargo, aun

estas enormidades parecen haber asqueado a los romanos menos que el haber

prostituído la púrpura imperial tocando públicamente como músico en escena y

como auriga en el circo. Su degradante falta de dignidad y su insaciable apetito por

el aplauso vulgar arrancaba lágrimas de sus consejeros y los siervos de su casa,

que le veían asesinar sin remordimiento a sus parientes más cercanos".

Pero hay probablemente otra razón para que Nerón haya sido marcado con este

epíteto. El nombre "hombre de pecado" no era desconocido en la historia hebrea.

Ya se le había aplicado a alguien que, no sólo era un monstruo de crueldad e

impiedad, sino también un encarnizado enemigo y perseguidor del pueblo judío. No

habría sido posible pronunciar un nombre más odioso a oídos judíos que el de

Antíoco Epífanes. Fue el Nerón de su época, el inveterado enemigo de Israel, el

profanador del templo, el sanguinario perseguidor del pueblo de Dios. En el libro

primero de los Macabeos, encontramos el nombre "el hombre pecador" [] dado a

Antíoco (1 Mac. 2:48,62), y parece muy probable que el personaje que nos ocupa

estaba destinado a sufrir una suerte similar a la de Antíoco, el implacable tirano y

perseguidor que se convirtió en monumento a la ira de Dios.

El paralelo entre "el hombre de pecado" y Antíoco Epífanes es observada

particularmente por Bengel, quien señala que la descripción del primero en el ver. 4

ha sido tomada prestada de la descripción del último en Daniel 11:36. Vale bien la

pena citar el comentario de Bengel:

"Esto, pues, es lo que Pablo dice: La ciudad de Cristo no viene, a menos que se

cumpla (en el hombre de pecado) lo que Daniel predijo de Antíoco; la predicción es

más apropiada del hombre de pecado, que corresponde a Antíoco, y es peor que

él".

Encontraremos en la secuela que éste no es el único pasaje en el cual se hace

referencia a Antíoco Epífanes como el prototipo de Nerón.

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~ 151 ~

Pero puede que se haga la pregunta: ¿Por qué preocuparía tanto al apóstol y a los

cristianos de Tesalónica la revelación de Nerón en su verdadero carácter? No hay

que ir lejos para encontrar la respuesta. Era la ferocidad de este monstruo inicuo

que primero desató todo el poder de Roma para aplastar y destruir el nombre de

cristiano. Fue por medio de él que se derramarían torrentes de sangre inocente y se

infligirían las más intensas torturas a inofensivos cristianos. Fue ante este

sanguinario tribunal que Pablo habría de comparecer y suplicar por su vida, y fueron

los labios de este tribunal que habrían de proferir la sentencia que le condenaba a

una muerte violenta. Pero, más que esto, fue bajo Nerón, y por órdenes suyas, que

se inició la guerra final de los judíos, y que se abrió el capítulo más oscuro en los

anales de Israel, un capítulo que terminó con el sitio y la captura de Jerusalén, la

destrucción del templo, y la extinción del sistema nacional. Esta era la consumación

predicha por nuestro Señor como "el fin del tiempo" [] y la "venida de su reino". La

revelación del hombre de pecado, pues, como antecedente de la Parusía, era una

cuestión que concernía profundamente a todos y cada uno de los discípulos

cristianos.

Ahora podemos entender por qué el apóstol usó tanta cautela al escribir sobre un

tema como éste. No fue porque prefería la oscuridad de un oráculo, sino por

motivos prudenciales de la naturaleza más inteligible. Había en Tesalónica muchos

ojos fisgones y muchas lenguas calumniadoras, que sólo esperaban una

oportunidad para denunciar a los cristianos como hombres desafectos y sediciosos,

secretos maquinadores contra la autoridad de César. Escribir abiertamente sobre

estos temas sería indiscreto y peligroso en el más alto grado. Ni era necesario,

porque ellos habían discutido estos asuntos antes en más de una conversación en

privado. "¿No os acordáis", pregunta, "que cuando yo estaba todavía con vosotros,

os decía esto?". Más que atisbos eran innecesarios para los tesalonicenses, porque

ellos tenían una clave de lo que él quería decir, una clave que los lectores

subsiguientes no tenían. Ni hay que asombrarse mucho si la oscuridad ha rodeado

la enseñanza del apóstol sobre este tema. Sucesos que para los contemporáneos

están llenos de intenso interés, a menudo no sólo carecen de interés sino que se

vuelven ininteligibles para la posteridad. Y sin embargo, es un poco extraño que la

muy obvia referencia a la historia contemporánea, y a Nerón, haya sido pasada por

alto de modo tan general. Esta es la más antigua interpretación del pasaje en

relación con el hombre de pecado. Crisóstomo, comentando el misterio de inquidad,

dice: "Él (Pablo) habla aquí de Nerón como tipo del anticristo; porque él también

deseaba ser considerado dios". A esta opinión se refieren también Agustín,

Teodoreto, y otros. Bengel, refiriéndose al obstáculo contra la manifestación del

hombre de pecado, dice: "Los antiguos creían que Claudio era este obstáculo: de

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~ 152 ~

aquí que parezca que ellos consideraban a Nerón, el sucesor de Claudio, el hombre

de pecado. Moses Stuart ha reunido a gran número de autoridades para identificar

a Nerón como el hombre de pecado. Stuart observa: "La idea de que Nerón era el

hombre de pecado mencionado por Pablo, y el anticristo mencionado tan a menudo

en las epístolas de Juan, prevaleció extensamente y por mucho tiempo en la iglesia

primitiva". Y nuevamente: "Agustín dice: '¿Qué significa la declaración de que el

misterio de iniquidad ya está en operación? ... Algunos suponen que esto se refiere

al emperador romano, y que, por lo tanto, Pablo no hablaba en palabras sencillas

porque no deseaba incurrir en la acusación de calumnia por haber hablado mal del

emperador romano: aunque siempre esperaba que lo que había dicho se entendiera

como que se aplicaba a Nerón".

Consideramos como un hecho de peculiar importancia el que se haya descubierto

que una conclusión a la que se ha llegado con un fundamento bastante

independiente tiene la aprobación de algunos de los más importantes nombres ded

la antigüedad. Sin embargo, no estamos dispuestos en absoluto a hacer descansar

esta interpretación en autoridades externas; nos sentimos inclinados a creer que la

evidencia interna a favor de la identificación de Nerón como el hombre de pecado

casi equivale, si no equivale completamente, a una demostración. Pero, todavía

tenemos que ocuparnos de la confirmación de este hecho, proporcionada por el

Apocalipsis, que creemos convencerá a cada mente sincera.

Sería incorrecto pasar adelante de la consideración de este pasaje profundamente

interesante sin hacer algunas observaciones sobre lo que puede llamarse la

interpretación protestante popular, que encuentra aquí el surgimiento y el desarrollo

del papado e identifica al Papa como el hombre de pecado. En muchos respectos,

esta interpretación es tan plausible, y los puntos de correspondencia son tan

numerosos, que no es sorprendente que haya encontrado favor quizás con la

mayoría de los comentaristas. Hay cierta semejanza familiar entre todos los

sistemas de superstición y tiranía, que hace probable que algunas de las

características que distinguen a uno pueden ser encontrados en todos. Pero pocos

expositores de algún peso argumentan actualmente que todas las notas

descriptivas del hombre de pecado se han de encontrar en el Papa. Dean Alford

observa con razón:

"En la característica del ver. 4, el Papa no cumple la profecía, y nunca la cumplió.

Haciendo lugar para todas las notables coincidencias con la última parte del

versículo que se han aducido tan abundantemente, no se puede jamás demostrar

que él cumple la primera parte; tan lejos está él de ello, que la adoración abyecta y

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~ 153 ~

la sumisión a él nunca han sido una de sus más notables peculiaridades. La

segunda objeción, de carácter externo e histórico, es aún más decisiva. Si el

papado es el anticristo, entonces la manifestación ha ocurrido y ha durado casi mil

quinientos años; y sin embargo, no ha llegado todavía el día del Señor que, en

términos de nuestra profecía, debe ser precedido inmediatamente por tales

manifestaciones".

LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS APOSTÓLICAS

LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS A LOS CORINTIOS

Se cree que las dos epístolas a la iglesia de Corinto fueron escritas en el mismo

año (57 D. C.). El contenido es más variado que el de las Epístolas a los

Tesalonicenses, pero encontramos muchas alusiones a la esperada venida del

Señor. Esa era la consumación a la cual, según Pablo, se apresuraban todas las

cosas, y la que esperaban ansiosos todos los cristianos. Está representada como el

día decisivo en que todas las dudas y dificultades del presente se resolverían y

todas sus injusticias serían corregidas. Que este gran acontecimiento era

considerado por el apóstol como inminente queda implícito en cada alusión al tema,

mientras que en varios pasajes se afirma expresamente en otras tantas palabras.

LA PRIMERA EPÍSTOLA A LOS CORINTIOS

ACTITUD DE LOS CRISTIANOS DE CORINTO

EN RELACIÓN CON LA PARUSÍA

1 Cor. 1:7,8. "... esperando la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, el cual

también os confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el día de

nuestro Señor Jesucristo".

La actitud de expectación en que estaban los corintios se indica aquí claramente,

aunque es expresada débilmente a través de la traducción "esperando". La frase

usada por el apóstol es la misma de Romanos 8:19, donde la creación entera es

representada como "gimiendo con dolores de parto esperando la manifestación de

los hijos de Dios" []. Conybeare y Howson traducen: "Esperando ansiosamente el

tiempo en que nuestro Señor Jesucristo sea revelado a la vista". Esta actitud implica

claramente que se entendía que el objeto esperado estaba cerca; pues es obvio

que, si estuviese a gran distancia, la espera ansiosa y anhelante sólo terminaría en

un amargo desengaño. Puede preguntarse: ¿No esperaban el día de Cristo los

santos del Antiguo Testamento? ¿No se regocijó Abraham de ver el día de Él, y no

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~ 154 ~

era aquella una esperanza distante? Cierto, pero a los santos del Antiguo

Testamento no les fue dado en ninguna parte entender que la primera venida de

Cristo tendría lugar en sus propios días, ni dentro de los límites de su propia

generación, ni se les instaba y exhortaba a velar constantemente, esperando y

anhelando la venida del Señor. No tenemos ninguna razón en absoluto para

suponer que sus mentes estaban constantemente en tensión, y que sus ojos se

esforzaban ansiosamente esperando el advenimiento, como sucedía con los

cristianos de la era apostólica. El caso del anciano Simeón es el paralelo correcto

de los primeros cristianos. Se le reveló que no vería muerte sino hasta que hubiese

visto al ungido del Señor; esperaba, pues, "la consolación de Israel". De la misma

manera, se les reveló a los cristianos de la era apostólica que la Parusía tendría

lugar en sus propios días; el Señor había asegurado este hecho claramente, una y

otra vez, a sus discípulos. Así que ellos acariciaban esta esperanza de vivir para ver

el día anhelado, y tanto más a causa de los sufrimientos y las persecuciones a que

estaban expuestos. Como los tesalonicenses, consideraban la muerte como una

calamidad, porque parecía frustrar la esperanza de ver al Señor "viniendo en su

reino". Deseaban estar "vivos y quedar hasta la venida del Señor". Bilroth observa:

"La [revelación] se refiere al advenimiento visible de Cristo, un suceso que Pablo y

los creyentes de aquellos días se imaginaban que tendría lugar dentro del término

de una vida ordinaria, de modo que muchos de ellos estarían vivos cuando esto

ocurriese. Aquí Pablo alaba a los corintios por esperarlo". Evidentemente, el crítico

considera esta opinión como un engaño. Pero, ¿de dónde derivaban esta

esperanza los cristianos primitivos? ¿No era de la enseñanza de los apóstoles y de

las palabras de Cristo? Decir que era una opinión errada es asestar un golpe a la

autoridad de los apóstoles como informantes dignos de confianza de las palabras

de Cristo y de los exponentes competentes de su doctrina. Si pudieron equivocarse

tan flagrantemente en un hecho sencillo, ¿qué confianza puede tenérseles a sus

enseñanzas relativas a las cuestiones más difíciles de doctrinas y deberes?

La confianza expresada por el apóstol de que los cristianos de Corinto serían

confirmados hasta el fin, y de que serían hallados irreprensibles en el día de nuestro

Señor Jesucristo, recuerda su oración por los tesalonicenses: "Para que sean

afirmados vuestros corazones, irreprensibles en santidad delante de Dios nuestro

Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos" (1 Tes.

3:13). Los dos pasajes son exactamente paralelos en significado, y se refieren al

mismo punto en el tiempo, "el fin", la "Parusía". Obviamente, con "el fin" el apóstol

no quiere decir el "fin de la vida"; no es un sentimiento general como el que

expresamos cuando hablamos de ser "fieles hasta el fin"; tiene un significado

definido, y se refiere a un tiempo particular. Es "el fin" [] de que habló nuestro Señor

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~ 155 ~

en su discurso profético en el Monte de los Olivos (Mat. 24:6, 13, 14). Es "el fin del

tiempo" [] de Mateo 13:40, 49). Es "el fin" [entonces vendrá el fin] (1 Cor. 15:24.

Véase también Heb. 3:6,14; 6:11; 9:26; 1 Ped. 4:7). Todas estas formas de

expresión [,,] se refieren a la misma época, es decir, la terminación del eón judío o

la era judía, o sea, la dispensación mosaica. Esto es señalado por Alford en su nota

sobre el pasaje que tenemos delante: "Hasta el fin", es decir, hasta el , no

meramente "hasta el fin de vuestras vidas". Se refiere, por lo tanto, no a la muerte,

que les llega a diferentes individuos en momentos diferentes, sino a un suceso

específico, no muy distante, la Parusía, o la venida del Señor Jesucristo.

No menos definida es la frase "el día de nuestro Señor", etc. Las alusiones a este

período en los escritos apostólicos son muy frecuentes, y todas apuntan a una gran

crisis que se aproximaba rápidamente, el día de redención y recompensa para el

sufriente pueblo de Dios, el día de retribución e ira para los enemigos y

perseguidores de Dios.

EL CARÁCTER JUDICIAL DEL "DÍA DEL SEÑOR"

1 Cor. 3:13.- "La obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará,

pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno sea cual sea, el fuego la

probará".

En este pasaje, hay nuevamente una clara alusión al "día de Señor" como un día de

discriminación entre el bien y el mal, entre lo precioso y lo vil. El apóstol se compara

a sí mismo y compara a sus compañeros obreros al servicio de Dios con

trabajadores empleados en la construcción de un gran edificio. Ese edificio es la

iglesia de Dios, cuyo único fundamento es Cristo Jesús, fundamento que él (el

apóstol) había echado en Corinto. Luego advierte a cada obrero que debe mirar

bien la clase de material con el cual él construyó sobre ese único fundamento: es

decir, qué clase de individuos introdujo en la comunidad de la iglesia de Dios. Venía

el día que sometería a prueba la calidad de la obra de cada uno: debía pasar por

una prueba ardiente; y en ese abrasador escrutinio, los frágiles y los inútiles

tendrían que perecer, mientras que los buenos y los leales permanecerían

incólumes. El constructor imprudente podría ciertamente escapar, pero su obra

sería destruída, y él perdería la recompensa de la cual habría podido disfrutar si

hubiese construido con mejores materiales.

No puede haber ninguna duda acerca de a qué día se hace referencia aquí. Es el

día de Cristo, la Parusía. Se dice que esto será revelado "por el fuego", y surge la

pregunta: ¿Es la expresión literal o metafórica? Se notará que el pasaje entero es

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~ 156 ~

figurado: el edificio, los constructores, los materiales; podemos concluir, por lo tanto,

que el fuego es figurado también. Las cualidades morales no son probadas de la

misma manera que las substancias materiales. El apóstol enseña que se acerca un

escrutinio material de la obra de la vida del obrero cristiano. El "que tiene ojos como

llama de fuego" viene para "escudriñar la mente y los corazones, y dar a cada uno

según sus obras" (Apoc. 2:18,23). ¿Cuán claramente se conectan estas

representaciones del "día del Señor" con las palabras proféticas de Malaquías:

"¿Quién podrá soportar el tiempo de su venida? Porque él es como fuego

purificador". "Porque he aquí viene el día ardiente como un horno, y todos los

soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa" (Mal. 3:2,3; 4:1). De manera

semejante, Juan el Bautista representa el día de la venida de Cristo como "revelado

en fuego", "Quemará la paja en fuego que nunca se apagará" (Mat. 3:12). Véase

también 2 Tesa. 1:7,8, etc.

Pero, si alguno estuviese dispuesto a sostener que aquí el fuego no es enteramente

metafórico, un caso que no es improbable podría construirse fácilmente. En el punto

central donde esa revelación tuvo lugar, la ciudad y el templo de Jerusalén, la

Parusía estuvo acompañada de fuego muy literal. En aquel horno ardiente en que

pereció todo lo que era de lo más venerable y sagrado en el judaísmo, los hombres

pudieron ver muy bien el cumplimiento de las palabras del apóstol: "aquel día será

revelado con fuego".

Entonces, puesto que la Parusía coincide en un punto del tiempo con la destrucción

de Jerusalén, se sigue que el período de zarandeo y prueba al que se alude aquí -

el día que será revelado en fuego - es también contemporáneo con aquel suceso.

De lo contrario, por la hipótesis de que este día todavía no ha llegado, somos

llevados a la conclusión de que "la prueba de la obra de cada uno" no ha tenido

lugar todavía; que ningún juicio se ha pronunciado todavía sobre la obra de Apolos,

Cefas, o Pablo, o de sus compañeros obreros; todavía hay que establecer con qué

clase de material construyó cada uno el templo de Dios; que los obreros no han

recibido su recompensa todavía. Porque el gran día de prueba no ha llegado

todavía, y el fuego no ha probado la obra de cada uno para saberse de qué clase

es. Pero esto es reductio ad absurdum, y demuestra que tal hipótesis es

insostenible.

EL CARÁCTER JUDICIALDEL DÍA DEL SEÑOR

1 Cor. 4:5. "Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor,

el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de

los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios".

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~ 157 ~

1 Cor. 5:5. "A fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor".

En estos dos pasajes, la Parusía es representada como un tiempo de investigación

y decisión judiciales. Es el tiempo en que los caracteres y los motivos serán

revelados, y cada uno recibirá su medida apropiada de alabanza o culpa. El apóstol

desaprueba los juicios apresurados y malinformados, aparentemente no sin alguna

razón personal, y los exhorta a esperar "hasta que venga el Señor", etc. ¿No

implica esto manifiestamente que él pensaba que ellos no tendrían que esperar

mucho? ¿Dónde quedaría la razonabilidad de su exhortación si no hubiese la

expectativa de vindicación o retribución en los siglos por venir? Es la consideración

misma de que el día ha llegado lo que constituye la razón para la paciencia ahora.

De manera semejante, el caso del miembro ofensor en la iglesia de Corinto apunta

a un tiempo de retribución que se acercaba rápidamente. Pablo arguye que el

efecto de la disciplina presente ejercida por la iglesia puede demostrar ser la

salvación del ofensor "en el día del Señor". Ese día, pues, es el período en que se

decide la condenación o la salvación de los hombres. Pero, suponiendo que el día

del Señor no ha llegado, se deduce que el día de la salvación no ha llegado, ni para

el apóstol mismo, ni para los cristianos de Corinto, ni para el ofensor a quien Pablo

llama a la iglesia para que lo censure. Todo esto muestra claramente que el apóstol

creía y enseñaba la pronta venida del día del Señor.

CERCANÍA DE LA CONSUMACIÓN QUE SE APROXIMA

1 Cor. 7:29-31. "Pero esto digo, hermanos: que el tiempo es corto; resta, pues, que

los que tienen esposa sean como si no la tuviesen; y los que lloran, como si no

llorasen; y los que se alegran, como si no se alegrasen; y los que compran, como si

no poseyesen; y los que disfrutan de este mundo, como si no lo disfrutasen; porque

la apariencia de este mundo se pasa".

Ninguna palabra podría mostrar más claramente la profunda impresión en la mente

del apóstol de que una gran crisis estaba cerca, una crisis que afectaría

profundamente todas las relaciones de la vida y todas las posesiones de este

mundo. Este lenguaje, como se hablaba en aquel tiempo, tenía una importancia

muy diferente de la que tiene en estos tiempos. Estas no son las trivialidades

ordinarias acerca de la brevedad del tiempo y la vanidad del mundo, los clásicos

temas comunes de moralistas y teólogos. El tiempo es siempre corto, y el mundo

siempre es vano; pero hay un énfasis y una urgencia en la afirmación del apóstol

que implican una especialidad en el tiempo que entonces era presente; él sabía que

ellos estaban al borde de una gran catástrofe, y que todos los intereses y todas las

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~ 158 ~

posesiones terrenales eran de una duración ligera e incierta. No es necesario

preguntar cuál era aquella catástrofe que se esperaba. Era la venida del día del

Señor a la que ya se ha aludido, y cuya cercana aproximación está implícita en

todas sus exhortaciones. Alford expresa correctamente la fuerza de la expresión: "el

tiempo es corto", es decir, "el intervalo entre ahora y la venida del Señor ha llegado

a un período extremadamente acortado". Pero, desafortunadamente, sigue adelante

y trata la opinión de Pablo como un error: "Desde que él escribió, el desarrollo de la

providencia de Dios nos ha enseñado más acerca del intervalo entre la venida del

Señor que lo que se le dejó ver aun a un apóstol inspirado". Cuál podría ser la

opinión privada de Pablo con respecto a la fecha de la Parusía, o qué ocurriría

cuando llegase, no lo sabemos, y sería inútil especular; pero tenemos derecho a

concluir que, en su enseñanza oficial (salvo cuando declara directamente que

expresa su propia opinión), él era el órgano de expresión de una inteligencia mayor

que la suya. En realidad, no somos competentes para decir hasta dónde pueda

haberse extendido el impacto de la tremenda convulsión que tuvo lugar al "fin del

siglo", pero cada uno puede ver que las exhortaciones del apóstol habrían sido

peculiarmente apropiadas dentro de los límites de Palestina. Al proseguir esta

investigación, el área afectada por la Parusía parece crecer y expandirse; es más

que una crisis nacional: se convierte en una crisis ecuménica. Ciertamente

debemos inferir de la representación de los apóstoles, así como de los dichos del

Maestro, que la Parusía tenía un significado para los cristianos en todas partes, ya

sea dentro o fuera de los confines de Judea. Es más correcto preguntar acerca de

la verdadera importancia de la doctrina de los apóstoles sobre este tema, que

suponer que estaban errados e inventar excusas para su error. Si es un error, es

común a la totalidad de la enseñanza del Nuevo Testamento, y nos encontraremos

con él en los escritos de Pedro y de Juan, pues ellos, no menos que Pablo,

declaran que "el fin de todas las cosas se acerca", y que "el mundo pasa y sus

deseos" (1 Pedro 4:7; 1 Juan 2:17).

EL FIN DE LOS SIGLOS YA HA LLEGADO

1 Cor. 10:11. "Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para

amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos" [a

quienes han llegado los fines de los siglos].

La frase "los fines de los siglos" [] equivale a "el fin del siglo" [], y a "el fin" []. Todas

se refieren al mismo período, es decir, el fin de la era, o dispensación, judía, que

ahora se acercaba. Se observará que, en este capítulo, Pablo junta algunos de los

incidentes históricos que tuvieron lugar al comienzo de aquella dispensación, pues

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~ 159 ~

servían de advertencia para los que vivían cerca de su terminación. Evidentemente,

Pablo consideraba la historia primitiva de la dispensación, especialmente por cuanto

era sobrenatural, como de carácter típico y educativo. "Estas cosas les acontecieron

como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotrosm, a quienes han

alcanzado los fines de los siglos". Esto no sólo afirma el carácter típico de la

economía judía, sino que demuestra que el apóstol la consideraba a punto de

expirar.

Conybeare y Howson tienen la siguiente nota sobre este pasaje: "La venida de

Cristo era "el fin de las edades", es decir, el comienzo de un nuevo período de en la

existencia del mundo. Así que, casi la misma frase se usa en Hebreos 9:26. Una

expresión similar ocurre cinco veces en Mateo, significando la venida de Cristo a

juicio". Esta nota no distingue con exactitud cuál venida de Cristo era el fin del siglo.

Es la Parusía, la segunda venida, la que es siempre representada así. Se creyó que

ese suceso, pues, estaba cerca cuando se declaró que el fin del siglo, o de los

siglos, había llegado.

Se dice a veces que el período entero entre la encarnación y el fin del mundo es

considerado en el Nuevo Testamento como "el fin del siglo". Pero esto tiene una

manifiesta incongruencia en el frente mismo. ¿Cómo podría ser el fin de un período

ser de larga y prolongada duración? Especialmente, ¿cómo podría ser el fin mayor

que el período del cual es el fin? Ha transcurrido ya más tiempo desde la

encarnación que el transcurrido desde el momento en que se dio la ley hasta la

primera venida de Cristo; de modo que, según esta hipótesis, el fin del siglo es

mucho más largo que el siglo mismo. A tales paradojas son conducidos los

intérpretes por una falsa teoría. Pero, así como en una teoría verdadera en la

ciencia, cada hecho encaja fácilmente en su lugar, y apoya a todo el resto, así

también en una teoría verdadera de interpretación cada pasaje encuentra una fácil

solución. y contribuye con su parte a sostener la corrección del principio general.

SUCESOS QUE ACOMPAÑAN A LA PARUSÍA

La Resurrección de los Muertos; la Transformación de los Vivos; la Entrega

del Reino

Al entrar en esta grande y solemne porción de la Palabra de Dios, deseamos

hacerlo con profunda reverencia y humildad de espíritu, temiendo apresurarnos

donde los ángeles podrían temer pisar; y ansiosamente solícitos, "extraer de las

palabras inspiradas lo que hay realmente en ellas, y no poner en ellas nada que no

esté realmente allí".

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~ 160 ~

También, nos aventuramos a rogar la sinceridad judicial del lector. Puede que se le

haga una demanda de paciencia que al principio apenas pueda estar preparado

para satisfacer. Las antiguas tradiciones y las opiniones preconcebidas no tienen

paciencia con las contradicciones, y hasta la verdad puede a menudo estar en

peligro de ser desdeñada como tontería sólo porque es novedosa. El lector puede

tener la seguridad de que cada palabra se expresará con toda honestidad, después

de haber agotado todos los esfuerzos para descubrir el verdadero significado del

texto, y con un espíritu de lealtad y sumetimiento a la suprema autoridad de las

Escrituras. No le toca al intérprete vindicar los dichos de la inspiración; todo su

cuidado debería consistir en descubrir cuáles son esos dichos.

..........

1 Cor. 15:22-28. "Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos

serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los

que son de Cristo, en su venida. Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y

Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque

preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus

pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte. Porque todas las cosas

las sujetó debajo de sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han sido

sujetadas a él, claramente se exceptúa aquél que sujetó a él todas las cosas. Pero

luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se

sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos".

Si bien no cae dentro del ámbito de esta investigación entrar en una exposición

detallada de pasajes que no afectan directamente la cuestión de la Parusía, parece

necesario que nos refiramos al estado de opinión en la iglesia de Corinto que dio

ocasión al argumento y la amonestación de Pablo. La resurrección de Cristo Jesús

de entre los muertos es uno de los grandes testimonios de la verdad del

cristianismo mismo. Si esto es verdad, todo es verdad; si es falso, la estructura

entera cae al suelo. En el breve resumen de las verdades fundamentales del

evangelio, resumen que fue dado por el apóstol al comienzo de este capítulo, se

hizo énfasis especial en el hecho de la resurrección de Cristo, y en la evidencia en

la cual descansaba. Era "según las Escrituras". Fue confirmada por el positivo

testimonio de testigos presenciales: "Y apareció a Cefas, y después a los doce.

Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez", la mayoría de los cuales

estaban vivos todavía cuando el apóstol escribió. Después de eso, fue visto por

Jacobo; luego, por todos los apóstoles. "Y al último de todos, me apareció a mí". El

énfasis puesto en la palabra apareció no puede dejar de ser subrayada. La

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~ 161 ~

evidencia es irresistible; es demostración ocular, testificada, no por uno, ni por dos,

sino por una multitud de testigos, hombres que no mentirían, y que no podían ser

engañados.

Y, sin embargo, parece que había algunos corintios que decían que "no hay

resurrección de los muertos". Nos parece incomprensible cómo una negación tal

podía ser compatible con un discipulado cristiano. No se dice, sin embargo, que

ellos cuestionaban el hecho de la resurrección de Cristo, aunque el apóstol muestra

que los principios de ellos conducían a esa conclusión. Su argumento para ellos es

un reductio ad absurdum. Los pone en un estado de negación en blanco, en el cual

no hay ningún Cristo, ningún cristianismo, ninguna veracidad apostólica, ninguna

vida futura, ninguna salvación, ninguna esperanza. Han cavado el terreno bajo sus

propios pies, y se han quedado sin un Salvador, en tinieblas y en desesperación.

Pero, como hemos dicho, ellos no parecen haber negado el hecho de la

resurrección de Cristo; por el contrario, éste es el argumento pr medio del cual el

apóstol les convence de que su posición es absurda. Si no hubiesen admitido esto,

el argumento del apóstol no habría tenido ningún poder, ni habrían podido ser

considerados creyentes cristianos en absoluto.

Las epístolas a los tesalonicenses, sin embargo, arrojan alguna luz sobre este

extraño escepticismo. Una opinión no muy diferente parece haber prevalecido en

Tesalónica. Así, por lo menos, lo inferimos de 1 Tesa. 4:13, etc. Se habían

entregado a la desesperación a causa de la muerte de algunos de sus amigos antes

de la venida del Señor. Parecen haber considerado esto como una calamidad que

excluía a los fallecidos de una participación en las bendiciones que esperaban a la

revelación de Cristo Jesús. El apóstol calma sus temores y corrige sus errores

declarando que los santos que han partido no sufrirán ninguna desventaja, sino que

serán levantados otra vez a la venida de Cristo, y entrarán, junto con los vivos, en la

presencia y el gozo del Señor.

Esto muestra que había dudas sobre la resurrección de los muertos en la iglesia de

Tesalónica, así como en la de Corinto; y es muy probable que estas dudas fueran

de la misma naturaleza en ambas iglesias. El ansioso deseo de todos los cristianos

era estar vivos a la venida del Señor. La muerte, pues, era considerada una

calamidad. Pero no habría sido una calamidad si hubiesen estado conscientes de

que habría una resurrección de los muertos. Esta era la verdad que, o no sabían, o

no creían. Pablo trata la duda en Tesalónica como ignorancia, en Corinto como

error; y es muy probable que, entre una gente tan engreída y tan pragmática como

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los corintios, esta opinión asumiera una forma más decidida y más peligrosa. Puede

observarse también que el apóstol trata el caso de los tesalonicenses con mucho

del mismo razonamiento con que trata el de los corintios, es decir, con una

apelación al hecho de la resurrección de Cristo: "Si creemos que Cristo murió y

resucitó", etc. (1 Tes. 4:14). Ambos casos, pues, son muy similares, si no

precisamente paralelos. Podemos imaginar fácilmente que, para los primeros

cristianos, que a menudo sufrían encarnizada persecución, y que observaban

ávidamente esperando la venida del Señor, debe haber sido un doloroso chasco ser

arrebatados por la muerte antes del cumplimiento de sus esperanzas. Añádase a

esto la dificultad que la idea de la resurrección de los muertos presentaría

naturalmente a los conversos gentiles (1 Cor. 15:35). Era una doctrina de la cual se

burlaban los filósofos de Atenas; que hizo exclamar a Festo: "Estás loco, Pablo", y

que los científicos de aquel tiempo declararon absurda, una cosa "imposible hasta

para Dios".

Hasta aquí la probable naturaleza y el probable origen de este error de los corintios.

Al combatirlo, el apóstol atribuye la gloriosa bienaventuranza de la resurrección a la

interposición mediadora de Cristo. Es parte de los beneficios que surgen de la obra

redentora. Así como el primer Adán trajo la muerte, el segundo Adán trae la vida; y,

como garantía de la resurrección de su pueblo, Él mismo resucitó de entre los

muertos, y se convirtió en las primicias de la gran cosecha de la tumba.

Pero hay un debido orden y una debida sucesión en esta nueva vida del futuro. Así

como las primicias preceden y predicen la cosecha, la resurrección de Cristo

precede y garantiza la resurrección de su pueblo. "Cristo, las primicias, luego los

que son de Cristo EN SU VENIDA".

Esta es una declaración de lo más importante, y afirma sin ambigüedades lo que es,

de hecho, la enseñanza uniforme del Nuevo Testamento, de que la Parusía debía

ser seguida inmediatamente por la resurrección de los muertos durmientes. Él viene

"para despertar a los que duermen". La Primera Epístola a los Tesalonicenses

proporciona el hiato que el apóstol deja aquí: "Porque el Señor mismo con voz de

mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los

muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que

hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para

recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor" (1 Tes. 4:16,17).

En el pasaje que tenemos delante, el apóstol no entra en esos detalles; argumenta

a favor de la resurrección, y se detiene bruscamente en ese punto en cuanto al

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~ 163 ~

presente, añadiendo sólo las significativas palabras: "Luego el fin" [], como diciendo:

"Este es el fin"; "Hecho está"; "El misterio de Dios está consumado".

Pero podemos aventurarnos a preguntar: "¿Qué es este fin?" No es un término

nuevo, sino una frase familiar con la cual nos hemos encontrado a menudo antes, y

con la cual nos encontraremos a menudo nuevamente. Si regresamos al discurso

profético de nuestro Señor, encontramos casi las mismas significativas palabras:

"Entonces vendrá el fin" [] (Mat. 24:14), y ellas nos proporcionan la clave del

significado aquí. Contestando la pregunta de los discípulos: "Dinos, ¿cuándo serán

estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del mundo?", nuestro Señor

especifica ciertas señales, como la persecución y el martirio de algunos de los

discípulos mismos; el enfriamiento y la apostasía de muchos; la aparición de falsos

profetas y engañadores; y, por último, la proclamación general del evangelio por

todas las naciones del imperio romano; y "entonces", declara, "vendrá elfin".

¿Puede haber la más ligera duda de que el , de la profecía es el , de la epístola?

¿O puede haber duda de que ambos son idénticos al , en la pregunta de los

discípulos? (Mat. 24:3). Pero hemos visto que esta última frase se refiere, no al "fin

del mundo", ni a la destrucción de la tierra material, sino al fin de la época, o

dispensación, que en ese momento estaba a punto de expirar. Concluimos, pues,

que "el fin" del cual habla Pablo en 1 Cor. 15:24 es la misma y grande época que

tan continua y prominentemente se mantiene a la vista tanto en los evangelios

como en las epístolas, cuando todo el sistema civil y eclesiástico de Israel, con su

ciudad, su templo, su nacionalidad, y su ley fueron barridos de la existencia por una

tremenda oleada de juicio.

Esta visión del "fin", en referencia a la terminación de la economía o era judía,

parece proporcionar una solución satisfactoria de un problema que ha causado

mucha perplejidad a los comentaristas, o sea, la entrega del reino por parte de

Cristo. El apóstol la expresa dos veces, como uno de los grandes acontecimientos

que acompañan a la Parusía, cuando el Hijo, habiendo puesto bajo sus pies todo

dominio, toda autoridad y potencia "entregue el reino al Dios y Padre" (vers. 24, 28).

¿Qué reino? No hay duda de que es el reino que el Cristo, el Rey ungido, se

encargó de administrar como representante y vicerregente de su Padre, es decir, el

reino teocrático, con cuya soberanía Él fue solemnemente investido, según la

declaración de Salmos 2: "Pero yo he puesto mi rey sobre Sión, mi santo monte. Yo

publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; yo te engrendré hoy" (Sal.

2:6,7). Esta soberanía mesiánica, o teocracia, llegó a su fin cuando el pueblo que

era súbdito suyo cesó de ser la nación del pacto; cuando el pacto fue disuelto de

hecho, y la estructura y el aparato enteros de la administración teocrática fueron

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~ 164 ~

abolidos. Qué más razonable que el Hijo entonces "entregase el reino", habiendo

sido satisfechos los propósitos de su institución, y habiendo sido reemplazado su

limitado carácter local y nacional por un sistema mayor y universal, el ',' o nuevo

orden de un "mejor pacto".

Esta entrega del reino al Padre en la Parusía - al final de la época - está

representada como consecuente con el sometimiento de todas las cosas a Cristo, el

Rey teocrático. Esto no puede referirse a las conquistas amables y pacíficas del

evangelio, la reconciliación de todas las cosas a Él: el lenguaje implica una

conquista violenta y victoriosa sobre potencias hostiles: "Porque preciso es que él

reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies". Quiénes

pueden ser esos enemigos puede inferirse de la historia final de la teocracia.

Incuestionablemente, la más formidable oposición al Rey y al reino se encontró en

el corazón de la nación teocrática misma, los principales sacerdotes y las

autoridades del pueblo. Las más altas autoridades y los dirigentes de la nación eran

los enemigos más encarnizados del Mesías. Era un antagonismo nacional, no

extranjero - una enemistad de los judíos, no de los gentiles - lo que rechazó y

crucificó al Rey de Israel. El procurador romano no fue sino un instrumento de mala

gana en las manos del Sanedrín. Eran el gobierno judío, la autoridad judía, el poder

judío, los que incesante y sistemáticamente perseguían a la secta de los nazarenos

con la más persistente malignidad, y éstos eran el "dominio, la autoridad, y

potencia" que, por medio de la destrucción de Jerusalén y la extinción del estado

judío, fueron "puestos bajo sus pies" y aniquilados. Las terribles escenas de la

guerra final, especialmente del sitio y la captura de Jerusalén, nos muestran lo que

implica esta subyugación de los enemigos de Cristo. "Y también a aquellos mis

enemigos que no querían que yo reinase sobre ellos, traedlos acá, y decapitadlos

delante de mí" (Luc. 19:27).

Pero, ¿qué diremos de la destrucción del "postrer enemigo, la muerte"? ¿No es fatal

para esta interpretación el hecho de que ella nos requiera poner la abolición del

dominio de la muerte, y la resurrección, en el pasado, y no en el futuro? ¿No

contradice esto los hechos y el sentido común, y por consiguiente, no revela la

falacia de la explicación entera? Por supuesto, si el lenguaje del apóstol sólo puede

significar que, en la Parusía, al dominio de la muerte sobre todos los hombres se le

puso fin en todas partes y para siempre, se deduce que, o que él estaba errado al

hacer semejante aserto, o que la interpretación que le hace decir esto está errada.

Que él afirma que, en la Parusía (el tiempo que es defendido incontrovertiblemente

en el Nuevo Testamento como contemporáneo con la destrucción de Jerusalén), la

muerte será destruida, es lo que nadie puede negar en toda justicia; pero no se

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~ 165 ~

deduce que hemos de entender esa expresión en un sentido absolutamente

ilimitado y universal. La raza humana no dejó de existir en sus condiciones

terrenales actuales a la destrucción de Jerusalén; el mundo no llegó a su fin en ese

entonces; los hombres continuaron naciendo y muriendo según las leyes de la

naturaleza. ¿Qué ocurrió entonces? Debemos concebir aquel período como el fin

de una época, o edad; el fin de una gran era; la conclusión de una dispensación, y

el juicio de los que habían sido puestos bajo aquella dispensación. La totalidad de

los sujetos a aquella dispensación (el reino de los cielos), tanto los vivos como los

muertos, debían, según la representación de Cristo y sus apóstoles, ser

convocados delante del Rey teocrático sentado en el trono de su gloria. Aquel era el

período predicho y señalado de aquella gran transacción judicial que se nos

presenta en la descripción parabólica de las ovejas y los cabritos (Mat. 25:31, etc).,

cuyas señales externas y visibles qudaron estampadas indeleblemente en los

anales del tiempo por la terrible catástrofe que borró a Israel de su lugar entre las

naciones de la tierra.

Es verdad que los acompañamientos espirituales e invisibles de aquel juicio no han

sido registrados por los historiadores, porque los sentidos humanos no podían

comprenderlos ni verificarlos; pero, ¿qué cristiano puede vacilar en creer que,

contemporáneamente con el juicio externo de lo visto, había un juicio

correspondiente de lo no visto? Tal, por lo menos, es la inferencia que se puede

deducir correctamente de las enseñanzas del Nuevo Testamento. Que en la gran

época de la Parusía los muertos y los vivos - no de la raza humana entera, sino los

súbditos del reino teocrático - debían ser reunidos delante del triibunal del juicio, lo

afirman claramente las Escrituras; siendo los muertos resucitados, y los vivos

experimentando una transformación instantánea. De este llamado de los muertos a

la vida - la resurrección de los que, durante el reino teocrático, habían sido víctimas

y cautivos de la muerte - concebimos que consiste la "destrucción" de la muerte a la

que se refiere Pablo. Sobre ellos perdió la muerte su dominio; "los espíritus

encarcelados" fueron liberados de la custodia de su inexorable tirano; y ellos,

siendo levantados de los muertos, "no morirían más". "La muerte no tendría más

poder sobre ellos". Que esto está en perfecta armonía con la enseñanza de las

Escrituras sobre este misterioso tema, y de hecho explica lo que ninguna otra

hipótesis puede explicar, aparecerá más completamente más adelante. Mientras

tanto, puede observarse que expresiones como la "destrucción" o la "abolición" de

la muerte no siempre implican la terminación total y final de su poder. Leemos que

"Jesucristo quitó la muerte" (2 Tim. 1:10). Cristo mismo declaró: "El que guarda mi

palabra, nunca verá muerte" (Juan 8:51); "Todo aquel que vive y cree en mí, no

morirá eternamente" (Juan 11:26). Debemos interpretar la Escritura de acuerdo con

Page 166: La parusia revisado

~ 166 ~

la analogía de la Escritura. Todo lo que podemos afirmar correctamente con

respecto a la "destrucción de la muerte" en el pasaje que tenemos delante es que

es coextensivo a todos los que, en la Parusía, fueron resucitados de entre los

muertos. A esto parece referirse nuestro Señor en su respuesta a los saduceos:

"Mas los que fueren tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de

entre los muertos, ni se casan ni se dan en casamiento. Porque no pueden ya más

morir, pues son iguales a los ángeles", etc. (Lucas 20: 35,36). Para ellos, la muerte

está destruida; para ellos la muerte es sorbida en victoria. Así, el argumento del

apóstol en los versículos 26, 54, y los siguientes en realidad no afirman más que

esto: Para los resucitados de entre los muertos, no hay más sujeción a la muerte; la

liberación de su esclavitud es completa; el aguijón ha sido quitado; el poder de la

muerte ha terminado; ellos pueden exclamar: ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?

¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? Así como "Cristo, habiendo resucitado de entre los

muertos, no muere más, la muerte ya no tiene más dominio sobre él", así también,

en la Parusía, su pueblo fue emancipado para siempre de la cárcel de la tumba; "y

el postrer enemigo que será destruido, para ellos, es la muerte".

LOS VIVOS (SANTOS) TRANSFORMADOS DURANTE LA PARUSÍA

1 Cor. 15:51. "He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos

seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final

trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados

incorruptibles y nosotros seremos transformados".

Esta declaración suple lo que faltaba en la declaración hecha en el vers. 24, y pone

el todo en armonía con 1 Tesa. 4:17. El lenguaje de Pablo implica que estaba

comunicando una revelación que era nueva, y que presumiblemente se le había

hecho a él mismo. No puede decirse que se deriva de ningún pronunciamiento del

Salvador que haya sido registrado, ni encontramos ninguna declaración

correspondiente en ningún otro escrito apostólico. Pero la pregunta para nosotros

es: ¿A quiénes se refiere al apóstol cuando dice: "No todos dormiremos", etc.? ¿Es

a ciertas personas hipotéticas que vivirían en alguna época o algún tiempo distante,

o está pensando en los corintios y en él mismo? ¿Por qué pensaría en el futuro

distante cuando es seguro que él consideraba la Parusía como inminente? ¿Por

qué no se refería a él mismo y a los corintios cuando su común esperanza y

expectación era que vivirían para presenciar la Parusía? No hay una razón

concebible, pues, de por qué se apartó de la correcta fuerza gramatical del

lenguaje. Cuando el apóstol dice "nosotros", sin duda quiere decir los cristianos de

Corinto y él mismo. Alford aprueba esta conclusión plenamente: "Nosotros los que

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~ 167 ~

vivimos y quedamos hasta la venida del Señor" - en cuyo número el apóstol creía

firmemente que él mismo debía estar. (Véase 2 Cor. 5:1 y ss. Y las notas)".

La revelación, pues, que el apóstol comunica aquí, el secreto concerniente al futuro

destino de ellos, es este: Que no todos ellos tendrían que pasar la dura prueba de

la muerte, sino que aquellos de ellos que tuvieran el privilegio de vivir hasta la

Parusía sufrirían una transformación por medio de la cual estarían preparados para

entrar al reino de Dios, sin experimentar los dolores de la disolución. Acababa de

explicar (vers. 50) que los cuerpos materiales y corruptibles de carne y sangre no

podían, en la naturaleza de las cosas, ser aptos para un estado espiritual y celestial

de la existencia: "Carne y sangre no pueden heredar el reino de Dios". De aquí la

necesidad de que lo material y corruptible sea transformado en lo inmaterial e

incorruptible. Aquí es importante observar la representación de la verdadera

naturaleza del "reino de Dios". No es "el evangelio"; ni la "dispensación cristiana"; ni

ningún estado terrenal de cosas en absoluto, sino un estado celestial, en el cual

carne y sangre no pueden entrar.

La suma de todo esto es que el apóstol evidentemente contempla el suceso del cual

está hablando como cercano y a las puertas: ha de ocurrir en sus propios días,

antes de que expire el término natural de la vida. ¿Y no es esto precisamente lo que

hemos encontrado en todas las referencias del Nuevo Testamento al tiempo de la

Parusía? De ese suceso nunca se habla como si estuviera distante, sino siempre

como inminente. Se mira hacia él, se vela por él, se le espera. Algunos hasta se

apresuran a llegar a la conclusión de que ha llegado, pero su precipitud es detenida

por el apóstol, que demuestra que ciertos antecedentes tienen que ocurrir primero.

Llegamos a la conclusión, pues, de que, cuando Pablo dijo: "No todos dormiremos",

se refería a sí mismo y a los cristianos de Corinto, los cuales, cuando recibieron

esta carta y leyeron estas palabras, sólo pudieron interpretarlas de una manera, es

decir, que muchos, quizás la mayoría, posiblemente todos ellos, vivirían para

presenciar la consumación de lo que él predijo.

Pero se repetirá la objeción: ¿Cómo podría tener lugar todo esto sin que se notase

o se registrase? Primero, en relación con la resurrección de los muertos, debe

considerarse cuán poco sabemos de sus condiciones y características. ¿Tiene que

ser observada? ¿Tiene que ser cognoscible por los órganos materiales?

"Resucitará cuerpo espiritual". ¿Puede un cuerpo espiritual ser visto, tocado,

manipulado? No estamos seguros de que el ojo pueda ver lo espiritual, o de que la

mano pueda asir lo inmaterial. Por el contrario, la presunción y las probabilidades

son de que no. Toda esta resurrección de los muertos y la transmutación de los

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~ 168 ~

vivos tienen lugar en la región de lo espiritual, a la cual los espectadores e

informadores terrenales no pueden entrar, y no podrían ver nada si entraran. Puede

necesitarse un milagro para permitir que el ojo vea lo invisible sin ayuda. El profeta

vio en Dotán el monte lleno de "carruajes de fuego, y caballos de fuego", pero el

siervo del profeta no veía nada, hasta que Eliseo oró: "Señor, abre sus ojos, para

que vea" (2 Reyes 6:17). El primer mártir cristiano, lleno del Espíritu Santo, "vio la

gloria de Dios, y a Jesús de pie a la diestra de Dios", pero ninguno de entre la

multitud que le rodeaba contempló esta visión (Hechos 7:56). En el camino a

Damasco, Saulo de Tarso vio "a Aquél", pero sus compañeros de viaje no vieron a

nadie (Hechos 9:7). No es improbable que los conceptos tradicionales y

materialistas de la resureección - tumbas que se abren y cuerpos que emergen -

prejuicien la imaginación sobre este tema, y nos hagan pasar por alto el hecho de

que nuestros órganos materiales pueden aprehender sólo objetos materiales.

Segundo, en relación con la transformación de los santos vivos - a la cual se refiere

el apóstol como instantánea, "en un momento, en un abrir y cerrar de ojos" - es

difícil entender cómo una traansición tan rápida pueda ser objeto de observación.

Lo único que sabemos de la transformación es su inconcebible rapidez. No

sabemos nada de qué residuo deja tras de sí; qué disipación o qué resolución

queda de la substancia material. Pues que nada sabemos, puede realizarse la

imaginación del poeta:

"Oh, la hora en que esto material Se desvanezca como nube".

Todo lo que sabemos es que, "en un momento, en un abrir y cerrar de ojos", el

cambio se habrá completado; "esto corruptible se habrá vestido de incorrupción,

esto mortal se habrá vestido de inmortalidad, y sorbida habrá sido la muerte en

victoria".

Entonces, ¿qué impide llegar a la conclusión de que tales sucesos puedan haber

tenido lugar sin ser observados ni registrados? No hay nada antifilosófico, irracional,

ni imposible en esta suposición. Menos todavía. No hay en ello nada antibíblico, y

esto es todo de lo cual tenemos que preocuparnos. "¿Qué dicen las Escrituras?"

¿Afirma claramente o da a entender el lenguaje de Pablo que todo esto sólo está a

punto de tener lugar, dentro de su propia vida y de la de aquellos a los cuales

escribe? Ninguna mente sincera y desapasionada negará que es así. Ya sea que

esté en lo cierto o que esté equivocado, el apóstol confía en esta representación de

la venida de Cristo, la resurrección de los muertos, y la transformación de los santos

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~ 169 ~

vivos, dentro de la vida natural de los corintios y de él mismo. Se nos presenta,

pues, este dilema:

1. el apóstol fue guiado por el Espíritu de Dios, y los sucesos que él predijo

ocurrieron; o

2. El apóstol estaba equivocado en su creencia, y estas cosas nunca ocurrieron.

LA PARUSÍA Y LA "FINAL TROMPETA"

Hay todavía una circunstancia en esta descripción que debe ser examinada, pues

tiene que ver con la cuestión del tiempo. La transformación que se dice que

experimentarían "nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado hasta la

venida del Señor", sigue inmediatamente a la señal de "la final trompeta". Es

notable que hay otros dos pasajes que conectan el gran acontecimiento de la

Parusía, y sus transacciones concomitantes, con el sonido de una trompeta. "Y

enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos", etc.

(Mat. 24:31). Así también Pablo en 1 Tesa. 4:16: "Porque el Señor mismo con voz

de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios", etc. Pero surge la

pregunta: ¿Por qué la final trompeta? Este epíteto necesariamente sugiere otras

trompetas o señales precedentes, y se nos recuerda irresistiblemente la visión

apocalíptica, en la cual siete ángeles son representados como haciendo sonar otras

tantas trompetas, cada una de las cuales es la señal para el derramamiento de

juicios y ayes sobre la tierra. Por supuesto, la séptima trompeta es la última, y es

una cuestión interesante qué conexión puede haber entre la revelación en la

epístola y la visión en Apocalipsis. Alford (en oposición a Olshausen) considera que

es un refinamiento de la palabra final para identificarla con la séptima trompeta del

Apocalipsis; pero su propia sugerencia, de que es la final "en un sentido amplio y

popular" parece mucho menos satisfactoria. En esta etapa, nos abstenemos de

entrar en una discusión de los símbolos apocalípticos, pero nos contentamos con la

sola observación de que el sonar de la séptima trompeta en Apocalipsis está en

realidad conectada con el tiempo del juicio de los muertos (Apoc. 11:18). El tema

entero aparecerá delante de nosotros en una etapa subsiguiente de la

investigación, y ahora seguimos adelante, sólo tomando nota del hecho de que aquí

encontramos un enlace indubitable entre el elemento profético en las Epístolas y el

de Apocalipsis.

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~ 170 ~

LA CONTRASEÑA APOSTÓLICA: MARANATHA, EL SEÑOR VIENE

1 Cor. 16:22.- "Maranatha" [El Señor Viene].

El argumento entero a favor de la anticipada cercana aproximación de la Parusía

queda remachado por la última palabra del apóstol, que viene con tanto mayor peso

cuanto que fue escrito de su puño y letra, y transmite en una palabra la esencia

concentrada de su exhortación - "Maranhata, el Señor viene". Esta ppalabra

equivale a libros enteros. Es la contraseña que el apóstol hace pasar a lo largo de la

línea de las huestes cristianas; el grito de reunión que inspiró valor y esperanza en

cada corazón. "¡El Señor viene!" No habría tenido ningún sentido si el

acontecimiento al cual se refiere fuese distante o dudoso; toda su fuerza reside en

su certeza y en su cercanía. "Una contraseña de peso", dice Alford, "que tiende a

recordarles la cercanía de su venida, y el deber de ser encontrados listos para ella".

Hengstenberg ve en ella una obvia alusión a Mal. 3:1. "Vendrá súbitamente a su

templo el Señor a quien buscáis ... He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos".

"La palabra Maranatha, que llama tanto la atención en una epístola escrita en

griego, y para griegos, es en sí misma suficiente indicación de un fundamento en el

Antiguo Testamento. La retención de la forma aramea sólo puede explicarse con la

suposición de que era una especie de contraseña común a todos los creyentes; y

ninguna expresión podría haber llegado a ser tan usada si no hubiese sido tomada

de las Escrituras. Apenas puede haber alguna duda de que fue tomada de Mal.

3:1". Podemos añadir que la ocurrencia de esta palabra aramea en una epístola

griega indica la existencia de un fuerte elemento judío en la iglesia de Corinto. Esto

ocurría probablemente en todas las iglesias gentiles; la sinagoga era el núcleo de la

congregación cristiana, y sabemos que en Corinto era así especialmente: Justo,

Crispo, y Sóstenes pertenecieron a la sinagoga antes de pertenecer a la iglesia; y

en realidad, esto explica lo que de otro modo parecería una dificultad - el interés

directo de la iglesia de Corinto en la gran catástrofe, el asiento y el centro de la cual

era Judea.

LA SEGUNDA EPÍSTOLA A LOS CORINTIOS

ANTICIPACIÓN DEL "FIN" Y DEL "DÍA DEL SEÑOR"

2 Cor. 1:13, 14. "Hasta el fin"; "el día del Señor Jesús".

"El fin" (ver. 13) no significa "el fin de mi vida", como dice Alford. Es la gran

consumación que el apóstol siempre mantiene a la vista, la meta a la cual

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avanzaban tan rápidamente tiene un significado definido y reconocido en el Nuevo

Testamento, como puede verse mediante la referencia a pasajes como Mat.

24:6,14; 1 Cor. 15:24; Heb. 3:16; 6:11, etc.

En el ver. 14, encontramos que Pablo espera la venida del Señor como un tiempo

de gozosa recompensa para los fieles siervos de Dios, un tiempo que estaba tan

cercano que, como les había dicho en su anterior epístola, los juicios y las censuras

sobre los humanos podrían muy bien ser aplazados hasta su llegada (1 Cor. 4:5).

Cuando llegara ese día, el apóstol y sus conversos se regocijarían los unos con los

otros. ¿Puede suponerse que él podría pensar en ese día de otro modo que como

muy cercano? ¿Tiene todavía que comenzar ese regocijo? Porque, si el día del

Señor estuviera todavía en el futuro, también debería estarlo el regocijo.

LOS MUERTOS EN CRISTO HAN DE SER PRESENTADOS JUNTO CON

LOS VIVOS EN LA PARUSÍA

2 Cor. 4:14. "Sabiendo que el que resucitó al Señor Jesús a nosotros también nos

resucitará con Jesús, y nos presentará juntamente con vosotros".

Ahora entramos en una afirmación de lo más importante, que merece especial

atención. Quizás su verdadero significado ha sido oscurecido un poco al

considerarlo como una proposición general, en vez de algo personal para el apóstol

mismo. Conybeare y Howson observan:

"Se ha causado gran confusión en muchos pasajes al no traducir, de acuerdo con

su verdadero significado, en la primera persona singular; pues así a menudo

sucede que lo que Pablo habló individualmente, aparece ante nosotros como si

fuese una verdad general; casos como éste ocurren repetidamente en la Epístola a

los Corintios, especialmente en la Segunda. Proponemos, pues, cambiar el

pronombre nosotros en este pasaje por el pronombre yo".

Ya hemos visto (1 Tes. 4:15 y 1 Cor. 15:51) que el apóstol acariciaba la esperanza

de que él mismo estaría entre los "vivos", que quedarían "hasta la venida del

Señor". En esta epístola, sin embargo, parece como si esta esperanza en relación

con él mismo hubiese sido sacudida un poco. Su experiencia en el intervalo entre la

Primera Epístola y la Segunda había sido tal que le llevó a temer una muerte súbita.

(Véase cap. 1:8, etc.). Su "tribulación en Asia" le había hecho perder la esperanza

de vivir, y probablemente pensaba que no podría calcular escapar a la maligna

hostilidad de sus enemigos por mucho más tiempo. Ahora tenía "la sentencia de

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~ 172 ~

muerte en sí mismo"; llevaba "en su cuerpo la muerte del Señor Jesús", y pensaba

que sería "siempre entregado para muerte por amor a Jesús".

Pero esta anticipación no disminuyó la confianza con la cual esperaba el futuro;

porque, aunque muriese antes de la Parusía, no por eso perdería su parte en los

triunfos y las glorias de ese día. Se le aseguró que "el que levantó al Señor Jesús

también le levantaría a él por medio de Jesús, y le presentaría junto con los santos

que estuviesen vivos que sobrevivieran a ese período. Él no estaría ausente del

gran acontecimiento a la venida del Señor (2 Tes. 2:1), sino que sería "presentado",

junto con sus amigos de Corinto y de otros lugares, "ante la presencia de su gloria".

De hecho, el apóstol se consuela ahora con las mismas palabras con las cuales

había confortado a los desconsolados dolientes de Tesalónica. Pablo parece haber

abandonado la esperanza de que él mismo viviría para presenciar la gloriosa

aparición del Señor; pero no estaba menos persuadidos de que no sufriría ninguna

pérdida si tenía que morir; porque, como les había enseñado a los tesalonicenses,

"traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él", y los santos vivos no tendrían en

aquel día ninguna ventaja sobre los que dormían (1 Tes. 4:14,15).

EXPECTATIVA DE LA FUTURA BIENAVENTURANZA EN LA PARUSÍA

2 Cor. 5:1-10. "Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo,

se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna,

en los cielos. Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella

nuestra habitación celestial; pues aquí seremos hallados vestidos, y no desnudos.

Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia;

porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea

absorbido por la vida. Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha

dado las arras del Espíritu. Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que

entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes en el Señor (porque por fe

andamos, no por vista); pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del

cuerpo, y presentes al Señor. Por tanto procuramos también, o ausentes o

presentes, serle agradables. Porque es necesario que todos nosotros

comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que

haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo".

Este es el relato más completo que tenemos de la misteriosa transición que el

espíritu humano experimenta cuando abandona su morada terrenal y entra al nuevo

organismo preparado para recibirle en el mundo eterno. Llega a nosotros

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respaldado por la más alta autoridad - es la profesión de su fe hecha por un apóstol

inspirado -, uno que podía decir: "Yo sé". Es la declaración de esa esperanza lo que

sostenía a Pablo, y sin duda también a la fe común de la iglesia cristiana entera. Sin

embargo, el pasaje debería ser estudiado desde el punto de vista del apóstol, como

su personal expectación y esperanza.

Obsérvese la forma de la afirmación - es más bien hipotética que afirmativa: "Si este

tabernáculo terrestre se disuelve", etc. Esta no es la manera en que un cristiano

hablaría en la actualidad con respecto a la posibilidad de morir; no habría ningún

"si" en su pronunciamiento, pues, ¿qué más cierto que la muerte? Diría: "Cuando

este tabernáculo terrestre sea enterrado", etc., no "si sucediese", etc. Pero no así el

apóstol; para él la muerte era un acontecimiento problemático; creía que muchos,

quizás la mayoría, de los fieles de sus días jamás sufrirían el cambio de la

disolución; no estarían desnudados, esto es, incorpóreos, sino que estarían "vivos y

quedarían hasta la venida del Señor". Quizás en este momento comenzaba a tener

dudas con respecto a su propia supervivencia; pero, entonces, ¿qué? Aunque la

morada terrenal de su cuerpo se disolviera, sabía que había provista para él

habitación divinamente preparada, o un vehículo del alma; una mansión

indestructible y celestial, no hecha de manos; un cuerpo no material, sino espiritual.

Encontraba que su actual residencia en el cuerpo de carne y sangre estaba

acompañada de tristeza y sufrimiento, bajo cuya carga a menudo gemía, y la

liberación de la cual ansiaba, deseando fervientemente ser revestido de la vestidura

celestial que le esperaba en lo alto (ver. 2). El concepto pagano de un espíritu

incorpóreo, un fantasma desnudo y tembloroso, era extraño a las ideas de Pablo; su

esperanza y su deseo era que pudiera ser encontrado "vestido, no desnudo"; "no

ser desnudados, sino revestidos". De entre todos los comentaristas, Conybeare y

Howson han captado y expresado mejor la idea del apóstol: "Si todavía soy

encontrado cubierto con mi vestimenta de carne". No era la muerte, sino la vida, lo

que el apóstol anticipaba y deseaba; no ser desnudado del cuerpo, sino cubierto

con un organismo más excelente, y dotado de una vida más noble. Hay una

inconfundible alusión en este lenguaje a la esperanza que acariciaba de escapar a

la condena de la mortalidad, "no quisiéramos ser desnudados", etc., es decir, "no es

que yo desee dejar el cuerpo muriendo", sino fusionar lo mortal con lo inmortal;

"para que lo mortal sea absorbido por la vida".

El siguiente comentario de Dean Alford transmite bien el sentimiento de este

importante pasaje:

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~ 174 ~

"El sentimiento expresado en estos versículos era uno de los más naturales para

quienes, como los apóstoles, consideraban la venida del Señor como cercana, y

concebían la posibilidad de vivir para contemplarla. No era ningún terror a la muerte

en cuanto a sus consecuencias, sino una renuencia natural a experimentar el mero

acto de la muerte como tal, cuando estaba escrita la posibilidad de que este cuerpo

mortal pudiera ser superpuesto por el inmortal, sin ella".

En los versículos subsiguientes, el apóstol intima su plena confianza de que, en

cualquiera de las dos alternativas, ya fuera viviendo o muriendo, todo estaba bien.

"Entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor". "Más

quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor". En todo caso, ya

fuese presente o ausente, su gran preocupación era ser aceptado por el Señor por

fin; "porque", añade, "es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el

tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras

estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo" (vers. 6-10).

Así, el apóstol trae la cuestión entera a una encrucijada personal y práctica. Todos

por igual van camino al tribunal de Cristo, y allí todos se encontrarán finalmente.

Algunos morirían antes de la venida del Señor, y algunos podrían vivir para

presenciar ese acontecimiento; pero todos serían reunidos allí, en el tribunal, y ser

aceptados y aprobados allí era, después de todo, una cuestión más importante que

vivir o morir; "dormir en el Señor", o ser "transformados" sin pasar por los dolores de

la disolución. El tribunal era la meta para todos ellos, y hemos visto cuán cercana e

inminente se creía que era aquella comparecencia. Que toda esta fe y toda esta

esperanza sinceras, acariciadas y enseñadas por los inspirados apóstoles de

Cristo, fuese, después de todo, una mera falacia y un engaño, parece una

intolerable suposición, fatal para la credibilidad y la autoridad de la doctrina

apostólica.

LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS APOSTÓLICAS

LA PARUSÍA EN LA EPÍSTOLA A LOS GÁLATAS

No encontramos ninguna alusión directa a la Parusía en la Epístola a los Gálatas.

Ella contribuye, sin embargo, a dilucidar el tema, proporcionando una ilustración de

la primera aparición y el rápido crecimiento de la defección de la fe predicha por

nuestro Señor y designada por Pablo como "la apostasía" o "enfriamiento", que era

señal precursora de la Parusía. (Véase Mat. 24:12; 2 Tesa. 2:3; 1 Tim. 4; 2 Tim. 3;

4:3,4). La plaga ya había brotado en las iglesias de Galacia, y en esta epístola

vemos cuán fervientemente trató el apóstol de detener su progreso, protestando

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~ 175 ~

vehementemente contra esta perversión del evangelio, y denunciando a sus

originadores y propagandistas como enemigos de la cruz de Cristo. El mal surgía de

las artes de los maestros judaizantes, que por todas partes eran los inveterados

oponentes de Pablo, y que parecen haber estado poseídos del mismo espíritu de

proselitismo que distinguía a los fariseos, que "rodeaban mar y tierra para hacer un

prosélito". En esta manifestación de la apostasía predicha, tenemos una marcada

indicación de la aproximación de "los últimos tiempos" o del "fin del tiempo".

"EL PRESENTE SIGLO MALO", O LA ÉPOCA MALA

Gál. 1:4. "El cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo".

El apóstol habla aquí del estado de cosas existente como malo, y del Señor Jesucristo como el que nos libra de él. La palabra época [o eón] no se refiere por supuesto al mundo material, la tierra, sino al mundo moral, o época moral. Es equivalente a la frase que ocurre tan a menudo en los evangelios, "esta generación perversa" (Mat. 2:45, etc.). El presente siglo malo es considerado como que está pasando, y a punto de ser sucedido por un nuevo orden, el . (Heb. 2:5).

LAS DOS JERUSALENES, LA ANTIGUA Y LA NUEVA

Gál. 4:25,26. "Porque Agar es el monte Sinaí en Arabia, y corresponde a la

Jerusalén actual, pues ésta, junto con sus hijos, está en esclavitud. Mas la

Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros, es libre".

En este momento, no es nuestra intención hacer otra cosa que simplemente tomar

nota de este notable contraste entre las dos ciudades, la nueva Jerusalén y la

antigua. En esta etapa, nos abstenemos, a propósito, de entrar en símbolos y su

significado, hasta que toquemos el tema entero en el libro de Apocalipsis.

Mientras tanto, se le solicita al lector que tome nota cuidadosa del contraste que se

presenta aquí. La Jerusalén que ahora es, y la Jerusalén que habrá de ser; la

Jerusalén terrenal, y la Jerusalén celestial; la Jerusalén que está en esclavitud, y la

Jerusalén que es libre; la Jerusalén que está debajo, y la Jerusalén que está arriba;

la Jerusalén que es madre de esclavos, y la Jerusalén que es nuestra madre.

Descubriremos que este contraste nos será de no poco valor para establecer el

significado de algunos de los símbolos del Apocalipsis.

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~ 176 ~

LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS APOSTÓLICAS

LA PARUSÍA EN LA EPÍSTOLA A LOS ROMANOS

Las alusiones a la venida del Señor en esta epístola no son muchas en número,

pero son muy importantes e instructivas. Se habla de la venida como de algo que

con toda certeza era creído y ansiosamente esperado por los cristianos de la era

apostólica; y el hecho de su cercanía está o implícito o afirmado en cada alusión al

acontecimiento.

EL DÍA DE LA IRA

Rom. 2:5,6. "Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para tí

mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual

pagará a cada uno conforme a sus obras".

Rom. 2:1,16. "Porque todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán

juzgados; en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres,

conforme a mi evangelio".

No puede haber ninguna duda con respecto a este "día de la ira" y "revelación del

justo juicio de Dios". Es el mismo que fue predicho por Malaquías como "el día

grande y terrible de Jehová" (Mal. 4:5); por Juan el Bautista como "la ira venidera"

(Mat. 3:7); y por el Señor Jesucristo como "el día del juicio" (Mat. 11:22,24). Era el

acto final de la época, el . Es apenas necesario repetir que este "fin" se dice que

cae dentro del período de la generación existente, cuando el Hijo del hombre, el

Juez designado, "pagará a cada uno según sus obras" (Mat. 16:27).

LA ESCATOLOGÍA DE PABLO

Rom. 8:18-23. "Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son

comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse [que está a

punto de revelársenos]. Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la

manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no

por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque

también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la

libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a

una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también

nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también

Page 177: La parusia revisado

~ 177 ~

gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de

nuestro cuerpo".

Hay algunas cosas en este pasaje que son, y probablemente continuarán siendo,

oscuras por la naturaleza del tema; pero también hay mucho que es sencillo y claro.

No podemos confundir la regocijada anticipación, expresada por Pablo, de un

venidero día de liberación de los sufrimientos y miserias del presente; una liberación

que estaba ya allí, y no lejana. Venía un día de redención que traería libertad y

gloria para los hijos de Dios, de cuyos beneficios participaría la creación entera. La

llegada de aquella consumación era esperada y deseada ansiosamente, no sólo por

los que, como el apóstol mismo, tenían la esperanza de una herencia interminable y

gloriosa arriba, sino por la creación que sufre cargas y gime en general, por la cual

estaban rodeados. Tan estimulante era la perspectiva de la emancipación venidera

que, en vista de ella, el apóstol pudo decir: "Pues tengo por cierto que las

aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en

nosotros ha de manifestarse"; o, como dice un pasaje similar: "Porque esta leve

tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno

peso de gloria" (2 Cor. 4:17).

Ahora procedemos a examinar el pasaje completo más particularmente.

El primer punto que exige atención es la clara indicación de la cercanía de esta

gloria venidera. En nuestra Versión Autorizada [en inglés] se pierde esto de vista

por completo; y de manera similar, ha sido ignorado casi por todos los

comentaristas. Hasta Alford, que por lo general es muy cuidadoso en su atención a

los tiempos verbales, pasa por este caso evidente sin hacer ninguna observación,

aunque nada puede ser más gramaticalmente enfático que la indicación de la

cercanía de la esperada revelación. Tholuck observa que el apóstol habla del

tiempo como cercano - "En gozosa exultación, el apóstol concibe su comienzo

como a la mano"- pero considera errado al apóstol, y que se ha dejado llevar de sus

sentimientos. Conybeare y Howson dan la correcta fuerza del lenguaje - "la gloria

que está a punto de ser revelada, que pronto será revelada". [] "La gloria venidera"

es la contraparte o antítesis de "la ira venidera", diferentes aspectos del mismo gran

suceso; porque la Parusía, que era la revelación de gloria para los hijos de Dios, era

la revelación del día de ira para sus enemigos (Rom. 2:5,7).

Así, se observará que no es a la muerte a lo que el apóstol mira como el período de

liberación de los males presentes; aún menos a alguna época muy distante en el

futuro. Ciertamente sería pobre consuelo, para los hombres que se retorcían bajo la

Page 178: La parusia revisado

~ 178 ~

angustia de sus sufrimientos, hablarles de un período, en alguna época futura, que

les traería compensación por su actual aflicción. El apóstol no se burla de ellos con

una esperanza diferida. El día de liberación había llegado; la gloria estaba a punto

de ser revelada; y era tan cercano y tan grande aquel peso de gloria, que reducía a

una insignificancia las pasajeras incomodidades de la hora presente.

El punto siguiente que merece observarse es la afirmación que el apóstol procede a

hacer con respecto al interés en aquella consumación que se aproximaba más allá

de los límites del sufriente pueblo de Dios. Éstos serían realmente los que más

ganarían con la redención venidera, pero sus beneficios habrían de extenderse

mucho más allá.

Este es un tema sumamente importante e interesante, y requiere nuestra cuidadosa

consideración.

"Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los

hijos de Dios".

Cualquiera que sea el significado que atribuyamos a la palabra "creación" [], no

tendrá diferencia alguna para la actitud ansiosa y expectante en la cual está

representada como esperando la consumación venidera. Lange observa que, como

la palabra significa esperar con la cabeza levantada, esto implica una intensa

expectación, un anhelo intenso, en espera de una satisfacción. Pero esta misma

actitud implica la cercanía, o el convencimiento de la cercanía, de la deseada

liberación. Poniendo, pues, juntas estas dos afirmaciones, primera, que la gloria

"pronto ha de ser revelada"; segunda, que "el anhelo ardiente es esperar la

manifestación", tenemos una demostración, tan fuerte como es posible concebirla,

de que el suceso en cuestión está representado por el apóstol como muy cercano.

Pero, ¿qué se quiere decir con la creación []? Algunos comentaristas consideran

que abarca el universo entero, o la creación material, animada e inanimada,

racional e irracional - la estructura entera de la naturaleza. Hablan del terremoto, la

tormenta, y el volcán como síntomas del doloroso mal genio del mundo natural.

Pero esto parece demasiado vago y general para el argumento del apóstol. Es

evidente que el suceso sólo puede referirse a seres conscientes, voluntarios,

racionales, y morales. Tiene "intenso anhelo"; tiene su "propia voluntad"; tiene

"esperanza"; es capaz de ser "sujetado a vanidad"; de ser "librado de corrupción";

de participar en "la gloria de los hijos de Dios". Estas características excluyen la

creación inanimada e irracional, e incluyen a la raza humana en su totalidad.

Además, la antítesis en el versículo 23 entre la creación como un todo y "nosotros

Page 179: La parusia revisado

~ 179 ~

mismos, que tenemos las primicias del Espíritu", sería muy antinatural e imperfecta

si no diferenciara a los cristianos, no de las bestias y las plantas, sino de otros

hombres. El verdadero contraste ocurre entre los que tienen las primicias del

Espíritu y los que no las tienen; y sería manifiestamente incongruente hablar de la

creación irracional e inanimada como que "no tiene el Espíritu". Hacer que el

apóstol se refiera aquí a la naturaleza universal puede ser admisible quizás como

poesía, pero estaría bastante fuera de lugar en un argumento sobrio y serio.

Entendemos, pues, que se refiere a la raza humana y a la humanidad en términos

generales; el significado que tiene la palabra en pasajes tales como Mar. 16:15:

"Predicad el evangelio a toda criatura" []; Col. 1:23. "El cual se predica en toda la

creación que está debajo del cielo" [].

Esto nos trae a la pregunta: ¿Puede decirse que la raza humana tiene esta actitud

ansiosa y expectante, gimiendo y en labores de parto, esperando y anhelando la

liberación y la libertad? Sin duda que es posible; y nunca más verdaderamente que

en el mismo período en que el apóstol escribió. Era una época de la más profunda

corrupción y degradación social; puede decirse que la humanidad gemía bajo la

carga de su miseria y su esclavitud; y sin embargo, había un extraño y misterioso

sentimiento en las mentes de los hombres de que, de alguna manera y en alguna

parte, la liberación había llegado. Cuán exactamente se ajusta la descripción del

apóstol a las condiciones morales y sociales del pueblo judío en este período, no

necesita ninguna prueba. Gemían bajo el yugo de la esclavitud romana. Suspiraban

ansiosamente por el prometido Libertador. El caso de los griegos y los romanos no

era muy diferente, como lo prueban llamativamente los siguientes pasajes de

Conybeare y Howson; en verdad, podrían haber sido escritos como un comentario

sobre el pasaje que tenemos delante.

"Las condiciones sociales de los griegos había ido cayendo, durante este período,

en la corrupción más baja; ... pero la misma difusión y el mismo desarrollo de esta

corrupción estaba preparando el camino, porque mostraba la necesidad de la

intervención del evangelio. La enfermedad misma parecía llamar al Sanador. Y si

los males prevalecientes de la población griega presentaban obstáculos a gran

escala para el progreso del cristianismo, los griegos mostraban, para todo tiempo

futuro, la debilidad de los más altos poderes del hombre cuando no reciben ayuda

de lo alto; y debe haber habido muchos que gemían bajo la esclavitud de una

corrupción de la cual no podían sacudirse, y estaban listos a escuchar la voz de

Aquél que "llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores".

Hasta aquí las condiciones de los griegos; las de los romanos se describen así:

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~ 180 ~

"Sería iluso imaginar que, cuando el mundo quedó bajo un solo cetro, cualquier real

principio de unidad mantendría juntas sus diferentes partes. El emperador fue

deificado porque los hombres fueron esclavizados. No hubo verdadera paz cuando

Augusto cerró el templo de Jano. El Imperio era sólo el orden del gobierno externo,

con un caos tanto de opiniones como de la moral dentro de él. Los escritos de

Tácito y de Juvenal continúan atestiguando la corrupción que se enconaba en todos

los niveles, lo mismo en el Senado que en la familia. La antigua sobriedad de

modales, y la antigua fe en la mayor parte de la religión romana, habían

desaparecido. Los licenciosos credos y las licenciosas prácticas de Grecia y del

Oriente habían inundado a Italia y a Occidente, y el Panteón era sólo el monumento

a un acomodamiento entre una multitud de supersticiones decadentes. Es verdad

que este estado de cosas produjo una notable tolerancia, y es probable que, por

corto tiempo, el cristianismo mismo compartiese la ventajas de ello. Pero, aún así,

el genio de los tiempos era básicamente tanto cruel como profano, y los apóstoles

pronto quedaron expuestos a una encarnizada persecución. El Imperio Romano

estaba desprovisto de la unidad que el evangelio da a la humanidad. Era un reino

de este mundo, y la raza humana gemía por la mejor paz de un "reino que no era de

este mundo".

"Por esto, en la condición misma del Imperio Romano, y en el estado miserable de

su población mixta, podemos reconocer una preparación negativa para el evangelio

de Cristo. Esta tiranía y esta opresión requerían un Consolador, tanto como la

enfermedad moral de los griegos requería un Sanador. Tanto el Imperio entero

como los judíos necesitaban un Mesías, aunque no era esperado con la misma

consciente expectación. Pero no nos es difícil avanzar mucho más allá de este

punto, y no podemos dudar en descubrir, en las circunstancias del mundo en este

período, rastros significativos de una preparación positiva para el evangelio".

Ciertamente, es notable que una descripción de las condiciones sociales y morales

del mundo en la era apostólica, escrita aparentemente sin pensar en la ilustración

del pasaje que ahora tenemos delante, adoptara sin proponérselo, no sólo el

espíritu, sino en gran medida las palabras mismas, con las cuales Pablo presenta la

miseria, la esclavitud, los gemidos, y el anhelo de liberación de la creación como

aparecía a su aprensión. Pero, puede decirse: ¿Había algo en el futuro inmediato

que satisficiese este ansioso anhelo del mundo esclavizado y gimiente y que

respondiese a él? ¿Qué es este terminus ad quem, "esta revelación de los hijos de

Dios"? ¿Y en qué sentido podía ello traer, o trajo, liberación y consuelo a la

humanidad oprimidad?

Page 181: La parusia revisado

~ 181 ~

La respuesta a esta pregunta se encuentra en casi todas las páginas de los escritos

del apóstol. Según él, un gran acontecimiento estaba a las puertas; el Señor estaba

a punto de venir, según Su promesa, para ejercer su poder real, para dar

recompensa y salvación a su pueblo, y poner a sus enemigos debajo de sus pies.

Pero la Parusía había de traer más que esto. Marcó una gran época en el gobierno

divino del hombre. Puso fin al período de privilegio exclusivo para Israel. Disolvió el

pacto entre Jehová y el pueblo judío, y abrió el camino para un pacto nuevo y mejor,

que abarcaba a toda la humanidad. El cristianismo es la proclamación de la

universal paternidad de Dios, pero la nueva era no fue inaugurada plenamente sino

hasta que el estrecho reino teocrático local fue superado, y el Rey teocrático

renunció a su jurisdicción y la entregó en las manos del Padre. Entonces la

exclusiva relación nacional entre Dios y un solo pueblo fue disuelta, o se fundió con

el sistema abarcante y mundial en el cual "no hay judío ni griego, ni circunciso ni

incircunciso, ni bárbaro, ni escita, ni esclavo ni libre, sino sólo el Hombre. Cristo

había hecho de todos los hombres Uno, "para que Dios sea todo en todos".

Esta es ciertamente una adecuada respuesta a los gemidos y trabajos de la

sufriente y oprimida humanidad; la perspectiva de tal consumación puede ser

representada bien con la alborada de un día de redención. Era nada menos que

abrir las puertas de la misericordia para la humanidad; era la emancipación de la

raza humana de la desesperación que le aplastaba hasta hundirle en una

corrupción y una degradación cada vez más profundas; era introducirles "a la

gloriosa libertad de los hijos de Dios"; conferir a los gentiles, "ajenos a la comunidad

de Israel y extranjeros a los pactos de la promesa", los privilegios de la "ciudadanía

de los santos", y hacerles "miembros de la casa de Dios".

Es de esta admisión de toda la raza humana en la [adopción de hijos], la cual, hasta

ahora, había sido el exclusivo privilegio del pueblo escogido, de la que habla el

apóstol con lenguaje tan entusiasta en Rom. 8:19-21. Era un tema sobre el cual

nunca se cansaba de espaciarse, y que llenaba su alma entera de asombro y

agradecimiento. Habla de ello como del "misterio que en otras generaciones no se

dio a conocer a los hijos de los hombres", "la multiforme sabiduría de Dios" (Efe.

3:5,10; Col. 1:26). Los tres primeros capítulos de la Epístola a los Efesios están

ocupados por una animada descripción de la revolución causada por la obra

redentora de Cristo en la relación entre Dios y los gentiles, que no formaban parte

del pacto. "La dispensación de la plenitud de los tiempos" había llgado, en la cual

Dios se proponía "reunir en uno todas las cosas en Cristo, haciéndole cabeza de

todas las cosas", derribando las barreras de separación entre judíos y gentiles,

haciendo de ambos pueblos uno solo; aboliendo la ley ceremonial, fundiendo los

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~ 182 ~

elementos heterogéneos en un todo homogéneo, reconciliando la antipatía mutua, y

uniendo a ambos como una familia a los pies del Padre de todos.

Pero, puede decirse: ¿No se había llevado a cabo todo esto ya por medio de la

muerte expiatoria en la cruz? ¿Y no es ésa una revelación de una gloria futura que

se aproximaba, a la cual alude el apóstol aquí? Sin duda que es así. Sin embargo,

el Nuevo Testamento siempre habla de que la obra de redención estaba incompleta

hasta la llegada de la Parusía. Se observará que, en el versículo veintitrés, el

apóstol se representa a sí mismo y a los otros creyentes como esperando todavía el

. Aun los hijos de Dios habían recibido solamente las arras y las primicias, y no la

plena cosecha de su condición de hijos. Aquello no sería completamente suyo sino

hasta la venida del Señor, cuando "los santos que estaban vivos y habían quedado"

cambiarían el presente cuerpo mortal y corruptible por una casa no hecha de

manos, eterna, en los cielos. La Parusía era la proclamación pública y formal de

que la dispensación mesiánica o teocrática había llegado a su fin; y que el nuevo

orden, en el cual Dios era todo en todos, había sido inaugurado. Hasta que el juicio

de Israel tuvo lugar, todas las cosas no habían sido puestas bajo Cristo, el rey

teocrático; sus enemigos todavía no habían sido puestos bajo sus pies. Hasta ese

momento, podía decirse de la adopción [] que "le pertenecía a Israel". Cuando al

apóstol escribió esta epístola, Cristo estaba esperando que "sus enemigos fueran

puestos debajo de sus pies". Había todavía algo incompleto en su obra, hasta que

toda la estructura y la urdimbre del judaísmo fueron barridas. Este hecho aparece

claramente resaltado en la Epístola a los Hebreos. El escritor afirma que "aún no se

había manifestado el camino al Lugar Santísimo, entre tanto que la primera parte

del tabernáculo estuviese en pie". Dice que este tabernáculo es "símbolo para el

tiempo presente" - sirve a un propósito temporal - hassta el tiempo de la reforma,

esto es, la introducción de un nuevo orden (Heb. 9:8,9). Este pasaje es de gran

importancia en relación con esta discusión, y las siguientes observaciones de

Conybeare y Howson presentan su significado muy claramente:

"Puede preguntarse: ¿Cómo puede decirse, después de la ascensión de Cristo, que

aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo? La explicación es que,

mientras el culto del templo, con su exclusión de todos, menos del sumo sacerdote,

del Lugar Santísimo, todavía existía, el camino de la salvación no se habría

manifestado plenamente a los que se adherían a las observancias externas típicas,

en vez de ser, por lo tanto, conducidos al antitipo". Life and Epistles of St. Paul, cap.

28.

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~ 183 ~

Había una conveniencia y una plenitud del tiempo en los cuales el pacto antiguo

sería superado por el nuevo; al antiguo y al nuevo se les permitió susbsistir juntos

por un tiempo; la bondad y la paciencia de Dios demoraron el golpe final del juicio.

Aunque, pues, las grandes barreras contra la introducción de todos los hombres, sin

distinción, a los privilegios de los hijos de Dios, fueron casi eliminadas por la muerte

de Cristo en la cruz, la demostración formal y final de que "el camino al Lugar

Santísimo" estaba abierto de par en par para toda la humanidad, no ocurrió sino

hasta que la estructura entera de la economía mosaica, con su ritual, y el templo, la

ciudad, y el pueblo fueron repudiados pública y solemnemente, y el judaísmo, con

todo lo que le pertenecía, fue barrido para siempre.

Hay todavía una porción de este pasaje profundamente interesante sobre el cual

reposa mucha obscuridad. En el versículo 20, el apóstol dice que "la creación fue

sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en

esperanza", etc. La interpretación común de estas palabras es que "la creación

visible ha sido puesta bajo la sentencia de descomposición y disolución, no por su

propia elección, sino por un acto de Dios que, sin embargo, no la ha dejado sin

esperanza".

Sin duda, esto da un buen sentido al pasaje, aunque nos aventuramos a pensar que

no exactamente el sentido que el apóstol se proponía darle. No capta la naturaleza

del mal al cual "la creación" fue sujetada; y, por consiguiente, tampoco la naturaleza

de la liberación que se espera de ese mal.

Entendiendo por [creación] a la raza humana, por las razones que ya se han

especificado, observamos que se dice que ha sido sujetada a vanidad []. ¿Qué es

esta vanidad? La palabra es muy significativa, especialmente en labios de un judío.

Para el tal, "vanidad" es sinónimo de idolatría. Es la palabra que la Septuaginta

emplea para denotar la estupidez del culto a los ídolos. Los ídolos son "vanidades

ilusorias" (Sal. 31:6; Jonás 2:8); "enseñanza de vanidades es el leño"; los ídolos

"vanidad son, obra vana" (Jer. 10:8,15). "Los formadores de imágenes de talla,

todos ellos son vanidad" (Isa. 44:9). Casi que la la palabra se ha separado para este

uso especial. Lo mismo puede decirse de su uso en el Nuevo Testamento. En

Listra, Pablo imploraba que el pueblo se "convirtiera de aquellas vanidades [], es

decir, del culto a los ídolos, para servir al Dios vivo (Hechos 14:15). En esta misma

epístola (Rom. 1:21), tenemos un caso notable del uso de la palabra, en que Pablo,

dando razón de la apostasía de la raza humana y su alejamiento de Dios, la explica

por el hecho de que "se envanecieron" en sus razonamientos []; un pasaje en que

Alford, con Bengel, Locke, y muchos otros, reconoce la alusión al culto idólatra.

Page 184: La parusia revisado

~ 184 ~

Sólo es necesario mirar el pasaje para ver su relación con el origen y la prevalencia

de la idolatría (véase también Efe. 4:17). Aquí retrocede a Rom. 1:21, y nos

proporciona la clave de la verdadera interpretación. La idolatría era la "vanidad" a la

cual estaba sujeta la raza humana; la idolatría, la religión de los gentiles, la

degradación del hombre, la deshonra de Dios.

Pero, ¿puede decirse que el hombre fue sujetado a este mal por el acto de Dios

("por causa del que la sujetó")? Sin duda, tal afirmación estaría en armonía con la

Palabra de Dios. En el primer capítulo de la Epístola a los Romanos, se expresa

tres veces este hecho significativo: "Dios los entregó", en referencia a esta misma

apostasía (Rom. 1:24,26,28). Este abandono sólo puede ser considerado un acto

judicial. Encontramos una expresión todavía más fuerte en Romanos 11:32. "Dios

sujetó a todos en desobediencia". La verdad es que la Escritura está llena de la

doctrina de que Dios entrega a los contumaces y rebeldes a la fatal consecuencia

de su pecado. Por eso, puede decirse que la sujeción de la raza humana al mal de

la idolatría no era simplemente la voluntad del hombre mismo, sino el acto judicial

de la divina justicia.

Pero no era un decreto sin esperanza. "La preservación de una nación de la

apostasía universal llevaba en sí un germen de esperanza para la humanidad. En la

plenitud del tiempo, se manifestó el propósito divino de misericordia y redención

para la raza humana, y "la adopción de hijos", que había sido privilegio exclusivo de

un pueblo, ahora se declaraba abierto para todos sin distinción. La raza es

representada como esperando con ansiosa expectación este alto privilegio, y ahora

el evangelio, que era el medio divinamente señalado para rescatar a los hombres

de la corrupción y degradación morales del paganismo, proclamaba liberación y

salvación "para gentiles y judíos, bárbaros, escitas, esclavos y libres".

Ya hemos mostrado en qué sentido puede decirse que esta proclamación de la

nueva era fue hecha de la manera más pública y formal en la Parusía.

LA CERCANÍA DE LA SALVACIÓN VENIDERA

Rom. 13:11,12. "Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del

sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando

creímos".

No es posible que palabras algunas expresen más claramente la convicción del

apóstol de que la gran liberación había llegado. Sería absurdo considerar, con

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~ 185 ~

Moses Stuart, que este lenguaje se refiere a la cercana aproximación de la muerte y

la eternidad. En ese caso, el apóstol habría dicho: "El día ha pasado, la noche ha

llegado". Pero este no es el estilo del Nuevo Testamento; nunca es la muerte y la

tumba, sino la Parusía, la "bendita esperanza, y la gloriosa aparición de Jesucristo",

lo que los apóstoles esperan. El profesor Jowett observa correctamente que "en el

Nuevo Testamento no encontramos ninguna exhortación basada en la cortedad de

la vida. Parece como si el fin de la vida no tuviese ninguna importancia práctica

para los primeros creyentes, porque seguramente sería anticipado por el día del

Señor". Sin duda esto es cierto; pero, ¿y entonces, qué? O el apóstol estaba errado,

o no nos merece confianza como expositor autorizado de la verdad divina; o de lo

contrario, estaba bajo la guía del Espíritu de Dios, y lo que enseñaba era verdad

infalible. Ante este dilema callan los expositores que no pueden siquiera imaginar la

posibilidad de que la Parusía haya ocurrido de acuerdo con las enseñanzas de

Pablo. Es curioso ver los cambios a los cuales recurren para encontrar alguna

forma de escapar a la inevitable conclusión.

Tholuck admite francamente la expectación del apóstol, pero a costa de su

autoridad.

"Desde el día en que los fieles se congregaron por primera vez alrededor de su

Mesías, hasta la fecha de su epístola, habían pasado varios años; el amanecer

pleno, como creía Pablo, estaba a las puertas. Aquí encontramos corroborado lo

que también es evidente en varios otros pasajes, que el apóstol esperaba el pronto

advenimiento del Señor. La razón de esto reside, en parte en la ley general de que

al hombre le gusta imaginarse que el objeto de su esperanza está a la mano, y en

parte en la circunstancia de que el Salvador a menudo había hecho la

amonestación de que en todo momento había que estar preparados para la crisis

en cuestión, y también, según el usus loquendi de los profetas, había descrito el

período como aproximándose rápidamente".

Stuart protesta contra el hecho de que Tholuck renuncie a la corrección del juicio

del apóstol, pero adopta la insostenible posición de que Pablo está hablando aquí

de:

"La salvación espiritual que los creyentes han de experimentar cuando sean

trasladados al mundo de vida eterna y de gloria".

Por otra parte, Alford admite que:

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~ 186 ~

"Una correcta exégesis de este pasaje puede difícilmente dejar de reconocer el

hecho de que aquí el apóstol, como en otro lugar (1 Tes. 4:17; 1 Cor. 15:51), habla

de la venida del Señor como aproximándose rápidamente. Razonar, como lo hace

Stuart, que, porque Pablo corrige en los Tesalonicenses el error de imaginar que

estaba inmediatamente a las puertas (o hasta que ya había llegado), él mismo no la

esperaba tan pronto, está seguramente fuera de lugar".

El editor estadounidense del Comentario de Lange, hablando de Romanos, escribe

la siguiente nota:

"El Dr. Hodge objeta con algún detalle la referencia a la segunda venida de Cristo.

Por otra parte, la mayoría de los modernos comentaristas alemanes defienden esta

referencia. Olshausen, De Wette, Philippi, Meyer, y otros, creen que ninguna otra

posición es sostenible en lo más mínimo; y el Dr. Lange, aunque evita

cuidadosamente las teorías extremas sobre este punto, niega la referencia a la

bienaventuranza eterna, y admite que se quiere decir la Parusía. Esta opinión gana

terreno entre los exégetas anglosajones".

Hay algunos intérpretes que evitan la dificultad negando que términos tales como

cercano y distante hagan alguna referencia al tiempo en absoluto. Por ejemplo, se

nos dice que:

"Esto concuerda con todas las enseñanzas de nuestro Señor, de que representa el

día decisivo de la segunda aparición de Cristo como que está a las puertas, para

mantener a los creyentes siempre en la actitud de expectación vigilante, pero sin

referencia a la cercanía o distancia cronológica a ese suceso".

Este es un método no natural de interpretación, que simplemente vacía las palabras

de todo significado. Hay sólo una manera de salir de la dificultad, y es creer que el

apóstol dice lo que quiere decir, y que quiere decir lo que dice. Él era el inspirado

apóstol y embajador de Cristo, y el Señor no dejó que ninguna de sus palabras

cayera al suelo. Su continua consigna y clamor de advertencia a las iglesias de la

era primitiva era: "El Señor está a las puertas". Él creía esto; enseñaba esto; y esta

era la fe y la esperanza de toda la iglesia.

¿Estaba equivocado? ¿Vivió y murió la iglesia primitiva creyendo una mentira? ¿No

ocurrió nada que correspondiese a sus expectativas? ¿Dónde está el templo de

Dios? ¿Dónde está la ciudad de Jerusalén? ¿Dónde está la ley de Moisés? ¿Dónde

está la nacionalidad judía? Pero todas estas cosas perecieron al mismo tiempo; y

de todas ellas se predijo que desaparecerían en la Parusía. El cumplimiento de

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~ 187 ~

aquellos otros sucesos en la región de lo espiritual y lo invisible que estaban

indisolublemente conectados con la Parusía, pero de los cuales, en la naturaleza de

las cosas, no puede haber registro en las páginas de la historia humana.

ESPERANZA DE UNA PRONTA LIBERACIÓN

Rom. 16:20. "Y el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies".

Aquí tenemos otra referencia inconfundible a la cercana aproximación al día de

liberación. El aplastamiento de la cabeza de la serpiente es la victoria de Cristo, y

esa victoria se ganaría pronto. Entre los enemigos que habrían de quedar debajo de

sus pies estaban la muerte, y el que tenía el poder de la muerte, a saber, el diablo.

En la expectativa de su crucifixión, el Señor declaró: "Ahora es el juicio de este

mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera", y ya hemos

demostrado en qué sentido y cuán ciertamente se cumplió esa predicción. De la

misma manera, se acercaba el día en que los sufridos y perseguidos cristianos

serían librados, por la Parusía, de los enemigos de los cuales estaban rodeados, y

cuando el maligno instigador y cómplice de toda esa enemistad yacería postrado

bajo los pies de ellos.

LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS APOSTÓLICAS

EN LA EPÍSTOLA A LOS COLOSENSES

En ninguna de las epístolas de Pablo encontramos una alusión menos directa a la

Parusía, y sin embargo, puede decirse que ninguna está más llena de la idea de

ese acontecimiento. El pensamiento de él subyace casi todas las expresiones del

apóstol; está implícita en "la esperanza que os está guardada en los cielos"; "la

herencia de los santos en luz"; "el reino de su amado Hijo"; "la reconciliación de

todas las cosas con Dios"; "presentaros santos y sin mancha e irreprensibles

delante de él".

Pero hay por lo menos una alusión muy clara a la Parusía en la cual el apóstol

habla de la esperada consumación.

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~ 188 ~

LA MANIFESTACIÓN DE CRISTO SE APROXIMA

Col. 3:4. "Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también

seréis manifestados en él en gloria".

Aquí encontramos una clara alusión al mismo acontecimiento y al mismo período

que en Rom. 8:19, es decir, "la manifestación de los hijos de Dios". En ambos

pasajes, es evidente que esta manifestación se concibe como cercana. En realidad,

en Rom. 8:18 se afirma expresamente que es así; la gloria está "a punto de ser

revelada", mientras que aquí en Colosenses los discípulos son representados como

"muertos", y esperando la vida y la gloria que recibirían a la revelación de

Jesucristo, o sea, en la Parusía. Es inconcebible que el apóstol pueda hablar en

términos tales de un suceso lejano; su cercanía es, evidentemente, uno de los

elementos de su exhortación de que debían "poner el corazón en las cosas de

arriba, no en las de la tierra". ¿Hemos de suponer que todavía están en un estado

de muerte, que su vida todavía está escondida? Pero su vida y su gloria están

representadas como contingentes con la "manifestación de Jesucristo".

LA IRA VENIDERA

Col. 3:6. "Cosas [la idolatría, entre otras] por las cuales la ira de Dios viene".

La conclusión precedente (con respecto a la cercanía de la gloria venidera) está

confirmada por la referencia del apóstol a la cercanía de la ira venidera. La cláusula

"sobre los hijos de desobediencia" no se encuentra en algunos de los manuscritos

más antiguos, y es omitida por Alford. Probablemente ha sido añadida de Efe. 5:6.

Tomando el pasaje como está, hay algo muy sugestivo y enfático en su afirmación:

"Viene la ira de Dios". Hay un contraste inconfundible entre "la gloria venidera del

pueblo de Dios" y "la ira venidera" sobre sus enemigos. No menos clara es la

alusión a la "ira venidera" profetizada por Juan el Bautista, y a la cual con tanta

frecuencia se refieren nuestro Señor y sus apóstoles. Tanto la gloria como la ira

están "a punto de ser reveladas"; coinciden con la Parusía de Cristo, y las iglesias

apostólicas estaban en constante expectación de la pronta manifestación de ambas.

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~ 189 ~

LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS APOSTÓLICAS

EN LA EPÍSTOLA A LOS EFESIOS

LA ECONOMÍA DE LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS

Efe. 1:9,10. "Dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito,

el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la

dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como

las que están en la tierra", etc.

Aunque este pasaje no afirma nada directamente con respecto a la cercanía de la

Parusía, tiene una relación directa con el acontecimiento en sí. El campo de

investigación que abre es ciertamente demasiado amplio para que lo exploremos

ahora, pero no podemos pasarlo por alto por completo. Este es un tema en el que al

apóstol le encanta espaciarse, y en ninguna parte se espacia con más entusiasmo

que en esta epístola. Por lo tanto, puede suponerse que, por muy oscuro que nos

parezca en algunos respectos, no era ininteligible para los cristianos de Éfeso, ni

para aquellos a los cuales se les envió esta epístola, porque, como bien observa

Paley, nadie escribe ininteligiblemente a propósito. También podemos esperar

encontrar alusiones al mismo tema en otras partes de los escritos del apóstol, que

pueden servir para dilucidar dichos oscuros en este pasaje.

Hay dos preguntas que surgen del pasaje que tenemos delante: (1) ¿Qué se quiere

decir con "reunir todas las cosas en Cristo"? (2) ¿Cuál es el período designado

como "la dispensación del cumplimiento de los tiempos", en el cual ha de tener

lugar este "reunir todas las cosas en Cristo"?

1. Con respecto al primer punto, recibimos gran ayuda de la expresión que el

apóstol emplea en relación con él, es decir, "el misterio de su voluntad". Esta es una

palabra favorita de Pablo al hablar de ese nuevo y maravilloso descubrimiento que

nunca dejó de llenar su alma de adoración, gratitud y alabanza - la admisión de los

gentiles a todos los privilegios de la nación del pacto. Es difícil para nosotros

formarnos un concepto del sobresalto, la sorpresa y la incredulidad que causó en

las mentes de los judíos el anuncio de semejante revolución en la administración

divina. Sabemos que ni siquiera los apóstoles estaban preparados para ella, y que

fue con algo parecido a la duda y la sospecha con que, por fin, cedieron a la

abrumadora evidencia de los hechos: "¡De manera que también a los gentiles ha

dado Dios arrepentimiento para vida!" (Hechos 11:18). Pero, para el apóstol a los

gentiles, este era el glorioso estatuto de la emancipación universal. De entre todos

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~ 190 ~

los hombres, él vio con la mayor claridad su belleza y su gloria divinas, su

trascendente misterio y maravilla. Vio las barreras de separación entre judíos y

gentiles, la antipatía entre las razas, "la pared intermedia de separación", derribadas

por Cristo, y una gran familia y una hermandad formada por todas las naciones, y

tribus, y pueblos, y lenguas, bajo el poder reconciliador y unificador de la sangre

expiatoria. No podemos equivocarnos, pues, al entender este misterio de "reunir

todas las cosas en Cristo" como el mismo que se explica más plenamente en el

capítulo 3:5,6, "misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos

de los hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el

Espíritu: que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y

copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio". Esta es la

unificación, "el resumen", o consumación [], a la cual el apóstol se refiere con tanta

frecuencia en esta epístola: "hacer de ambos pueblos uno sólo"; "crear en sí mismo

de los dos un solo y nuevo hombre"; "reconciliar con Dios a ambos en un solo

cuerpo" (Efe. 2:14,15,16). Este era el gran secreto de Dios, que había estado oculto

a las pasadas generaciones, pero que ahora era revelado a la admiración y la

gratitud del cielo y la tierra.

Pero, puede preguntarse, ¿cómo puede el hecho de recibir a los gentiles en los

privilegios de Israel ser llamado la reunión de todas las cosas, tanto las que están

en los cielos como las que están en la tierra?

Algunos críticos muy capaces han supuesto que las palabras cielo y tierra en éste y

en otros pasajes deben entenderse en un sentido limitado y, por decirlo así, técnico.

Para la mente judía, la nación del pacto, el pueblo peculiar de Dios, podría ser

llamado apropiadamente "celestial", mientras que los degenerados gentiles, que

estaban fuera del pacto, pertenecían a una condición inferior, terrenal. Esta es la

posición de Locke en su nota sobre este pasaje:

"Que Pablo debió usar "cielo" y "tierra" para los judíos y los gentiles no se

considerará tan extraño si consideramos que Daniel mismo se refiere a la nación de

los judíos con el nombre de "cielo" (Dan. 8:10). Ni quiere un ejemplo de ello en

nuestro Salvador mismo, quien (Luc. 21:26) con "las potencias de los cielos" quiere

significar claramente los grandes hombres de la nación judía. Ni es éste el único

lugar en esta epístola de Pablo a los Efesios que lleva esta interpretación de cielo y

tierra. Quien lea los primeros quince versículos del cap. 3 y sopese las expresiones

cuidadosamente, y observe la dirección del pensamiento del apóstol en ellos, no

encontrará que hace violencia manifiesta al sentido de Pablo si por "familia en los

cielos y en la tierra" (ver. 15) entiende el cuerpo unido de cristianos, compuesto de

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~ 191 ~

judíos y gentiles, que todavía viven promiscuamente entre estas dos clases de

pueblos que continuaron en su incredulidad. Sin embargo, no estoy seguro de esta

interpretación, sino que la ofrezco como una cuestión de investigación a los que

creen que una búsqueda imparcial del verdadero significado de las Sagradas

Escrituras es la mejor forma de emplear el tiempo de que disponen".

Es en favor de esta interpretación de "cielo y tierra" que estas expresiones deben

aparentemente ser tomadas en un sentido restringido similar en otros pasajes en

que ocurren. Por ejemplo: "Hasta que pasen el cielo y la tierra" (Mat. 5:18); "el cielo

y la tierra pasarán" (Luc. 21:33). En el primero de estos pasajes, el contexto

muestra que es imposible que se refiera a la disolución final de la creación material,

porque eso afirmaría la perpetuidad de cada jota y cada tilde de lo que hace mucho

tiempo fue abrogado y anulado. Debemos, pues, entender, el "pasar el cielo y la

tierra" en un sentido tópico. Un expositor juicioso hace las siguientes observaciones

sobre este pasaje:

"Una persona completamente familiarizada con la fraseología del Antiguo

Testamento sabe que la disolución de la economía mosaica y el establecimiento de

la cristiana a menudo se entiende como la desaparición de la antigua tierra y los

antiguos cielos, y la creación de una nueva tierra y unos cielos nuevos. (Véase Isa.

65:17 y 66:22). El período de terminación de una dispensación y el comienzo de la

otra se describe como "los últimos días" y "el fin del mundo", y como una conmoción

tal de la tierra y los cielos que conduciría a la destrucción de las cosas

conmocionadas (Hag. 2:6; Heb. 14:26,27)".

Parece, pues, que hay justificación bíblica para entender "las cosas que están en

los cielos y las que están en la tierra" en el sentido indicado por Locke, judíos y

gentiles. Es posible, sin embargo, que las palabras apunten a una comprensión más

amplia y a una consumación más gloriosa. Ellas pueden indicar que la raza

humana, separada de Dios y de todos los seres santos, y dividida por la mutua

enemistad y el mutuo alejamiento, estaba destinada, por el misericordioso de Dios,

a unirse nuevamente, bajo una Cabeza común, el Señor Jesucristo, con el único

Dios y Padre de la humanidad, y con todos los seres santos y felices en el cielo.

Según este punto de vista, todo el universo inteligente habría de ser puesto bajo un

dominio, el de Dios Padre, por medio de su Hijo Jesucristo. Esta es la mayor

consumación que se nos presenta en otras tantas formas en el Nuevo Testamento.

Es la "regeneración" [] de Mat. 19:28; los "tiempos de refrigerio" []; y "los tiempos de

la restauración de todas las cosas" [] de Hechos 3:19,21; "la sujeción de todas las

cosas a Cristo" de 1 Cor. 15:28; la "reconciliación de todas las cosas con Dios" [] de

Page 192: La parusia revisado

~ 192 ~

Col. 1:20; el "tiempo de reforma" [] de Heb. 9:10; el " " -- "la nueva era" -- de Efe.

1:21. Todas éstas son sólo diferentes formas y expresiones de la misma cosa, y

todas apuntan a la misma gran era venidera; y, sin titubear, a esta categoría

podemos asignar la frase "la dispensación de la plenitud de los tiempos", y "reunir

todas las cosas en Cristo".

Antes de que este dominio universal del Padre pudiese ser asumido y proclamado

públicamente, era necesario que la relación exclusiva y limitada de Dios con una

sola nación fuera reemplazada por una mejor y abolida. Por lo tanto, la teocracia

debía ser hecha a un lado, para hacer lugar para la paternidad universal de Dios:

"para que Dios pudiese ser todo en todos".

2. La siguiente pregunta que debemos considerar es: ¿Tenemos alguna indicación

del período en el cual tendría lugar esta consumación?

Tenemos las más explícitas afirmaciones sobre este punto; pues, casi todas las

designaciones del acontecimiento nos permiten fijar el tiempo. La regeneración es

"cuando el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria"; los tiempos de la

"restitución de todas las cosas" son cuando "Dios envíe a Jesucristo"; la "sujeción

de todas las cosas a Cristo" es "en su venida" y "en el fin". En otras palabras, todos

estos sucesos coinciden con la Parusía; y éste, por lo tanto, es el período de la

"reunificación de todas las cosas" bajo Cristo.

Llegamos a la misma conclusión a partir de la frase "la dispensación de la plenitud

de los tiempos". Una dispensación es una disposición u orden de cosas, y parece

equivaler a la frase , o pacto. La dispensación o economía mosaica es designada

como el "pacto antiguo" (2 Cor. 3:14), en contraste con el "nuevo pacto", o la

"dispensación del evangelio". El "pacto antiguo" o la antigua economía es

representada como "decadente, que envejece, y está próxima a desaparecer" -- es

decir, la dispensación mosaica estaba a punto de ser abolida, y de ser reemplazada

por la dispensación cristiana (Heb. 8:13). Algunas veces, de la era o economía judía

se habla como de esta era, la era presente [,]; y de la dispensación cristiana o del

evangelio, como de "la era venidera", y "el mundo por venir" [,] (Efe. 1:21; Heb. 2:5).

Al fin de la era o economía judía se le llama "el fin del tiempo" [], y es razonable

concluir que el fin de lo antiguo es el comienzo de lo nuevo. Se sigue, por lo tanto,

que la economía de la plenitud de los tiempos es ese estado u orden de cosas que

sucede y reemplaza inmediatamente a la antigua economía judía. La dispensación

de la plenitud de los tiempos es la dispensación final, la corona; el "reino que no

puede ser movido"; "el mejor pacto, establecido sobre mejores promesas".

Page 193: La parusia revisado

~ 193 ~

Entonces, puesto que la antigua economía fue finalmente hecha a un lado y

abrogada en la destrucción de Jerusalén, llegamos a la conclusión de que la nueva

era, o la "dispensación de la plenitud de los tiempos", recibió su inauguración

solemne y pública en el mismo período, que coincide con la Parusía.

EL DÍA DE REDENCIÓN

Efe. 1:13,14. "El Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia

hasta la redención de la posesión adquirida".

Efe. 4:30. "El Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la

redención".

Estos dos pasajes apuntan obviamente al mismo suceso y al mismo período. ¿Cuál

es la redención de que se habla aquí -- la redención de la posesión adquirida? El

antiguo Israel es llamado la herencia de Jehová (Deut. 32:9); y del pueblo de Dios

se dice que es su herencia (Efe. 1:11, traducción de Alford). Aquí, sin embargo, no

es la herencia de Dios, sino nuestra herencia, a la que se hace referencia; y esa

herencia todavía no está en posesión, sino en perspectiva; la prenda o las arras de

ella (es decir, el Espíritu Santo) habiendo sido recibidas. Por tanto, nos vemos

obligados a entender por herencia la futura gloria y felicidad que esperan al cristiano

en el cielo. Esta, entonces, es la herencia, y también la posesión adquirida, porque

ambas se refieren a la misma cosa. Obviamente, es algo futuro, pero no distante,

pues ya ha sido adquirido, aunque todavía no ha sido poseído. Guardaba la misma

relación para los cristianos de Éfeso que la tierra de Canaán para los antiguos

israelitas en el desierto. Era el reposo prometido, al cual esperaban vivir para entrar.

El día en que el Señor Jesús se revelase desde el cielo era el día de redención que

las iglesias apostólicas esperaban. Nuestro Señor había predicho las señales de la

aproximación de ese día. "Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y

levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca". También había

declarado que la generación actual no pasaría hasta que todo se hubiese cumplido.

(Luc. 21:28,32). El día de redención, pues, se acercaba, según ellos.

De la misma manera, Pablo, escribiendo a los cristianos en Roma, habla del

ansioso anhelo con el cual "esperaban la adopción o la redención de su cuerpo de

la esclavitud de la corrupción" Rom.- 8:23). Este pasaje es precisamente paralelo a

Efe. 1:14 y a 4:30. Hay la misma herencia, las mismas arras de ella, la misma

redención plena en perspectiva. El cambio del cuerpo material y mortal en un

cuerpo incorruptible y espiritual era parte importante de la herencia. Esto es lo que

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~ 194 ~

el apóstol y sus conversos esperaban en la Parusía. El día de redención, pues,

coincide con la Parusía.

LA EDAD PRESENTE Y LA QUE VIENE

Efe. 1:21. "No sólo en este siglo, sino también en el venidero".

A menudo, hemos tenido ocasión de hacer notar el correcto sentido de la palabra ,

tan a menudo traducida "mundo". Locke observa: "Puede que valga la pena

considerar si no tendría normalmente un significado más natural en el Nuevo

Testamento interpretarla como un período de tiempo de duración considerable,

pasando por debajo de alguna dispensación notable". Según el apóstol, había por lo

menos dos grandes períodos, o edades: una, la presente, pero que se acercaba a

su fin; la otra, futura, y que estaba a punto de comenzar. La primera era el actual

orden de cosas bajo la ley mosaica; la segunda era la época nueva y gloriosa que

habría de ser inaugurada por la Parusía.

LOS SIGLOS [EONES] VENIDEROS

Efe. 2:7. "Para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su

gloria".

Conybeare y Howson hacen la siguiente observación sobre este pasaje:

"En los siglos venideros"; es decir, el tiempo del perfecto triunfo de Cristo sobre el

mal, siempre contemplado en el Nuevo Testamento como "cercano".

Quizás sería más correcto decir que se refiere a la cercana salvación de estos

creyentes gentiles, y su glorificación con Cristo; porque esta es la consumación que

es contemplada siempre en el Nuevo Testamento como cercana (Rom. 13:11).

LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS APOSTÓLICAS:

EN LA EPÍSTOLA A LOS FILIPENSES

El Día de Cristo

Fil. 1:6. "El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día

de Jesucristo".

Fil. 1:10. "A fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo".

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~ 195 ~

Evidentemente, el día de Cristo es considerado por el apóstol como la consumación

de la disciplina moral y el período de prueba de los creyentes. No puede haber duda

de que él tiene en mente el día de la venida del Señor, cuando Él "dé a cada uno

según sus obras". Suponiendo que el día de Cristo esté todavía en el futuro, se

deduce que la disciplina moral de los filipenses no se ha completado todavía; que

su tiempo de prueba no ha concluído; y que la buena obra comenzada en ellos

todavía no ha sido perfeccionada.

La nota de Alford sobre este pasaje (cap. 1:6) merece ser notada: "Esto supone la

cercanía de la venida del Señor. Aquí, como en otros lugares, los comentaristas han

tratado de escapar de esta inferencia", etc. Esto es justo; pero la inferencia del

propio Alford, de que Pablo estaba errado, es igualmente insostenible.

LA EXPECTACIÓN DE LA PARUSÍA

Fil. 3:20,21. "Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también

esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la

humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya", etc.

Estas palabras dan testimonio decisivo de la expectación acariciada por el apóstol,

y por los cristianos de su tiempo, acerca de la pronta venida del Señor. No era la

muerte lo que esperaban, como nosotros, sino lo que sorbería la muerte en victoria:

la transformación que superaría la necesidad de morir. La nota de Alford sobre este

pasaje es como sigue:

"Las palabras presuponen, como Pablo siempre lo hace cuando habla

incidentalmente, que él sobreviviría para presenciar la venida del Señor. El cambio

del polvo de la tierra en la resurrección, como quiera que acomodemos la expresión

a él, no estaba originalmente contemplado por él".

CERCANÍA DE LA PARUSÍA

Fil. 4:5. "El Señor está cerca".

Aquí el apóstol repite la bien conocida consigna de la iglesia primitiva: "El Señor

está cerca", equivalente al "Maranatha" de 1 Cor. 16:22. Dudar de su plena

convicción de la cercanía de la venida de Cristo es incompatible con el debido

respeto al claro significado de las palabras; poner esta convicción como un error es

incompatible con el debido respeto por su autoridad e inspiración apostólicas.

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~ 196 ~

LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS APOSTÓLICAS:

EN LA PRIMERA EPÍSTOLA A TIMOTEO

LA APOSTASÍA DE LOS ÚLTIMOS DÍAS

1 Tim. 4:1-3. "Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos

apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de

demonios; por la hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia,

prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó para que

con acción de gracias participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la

verdad".

Una de las señales que nuestro Señor predijo que estaría entre las precursoras de

la gran catástrofe que habría de abrumar al sistema y al pueblo judíos era la general

y ominosa apostasía de la fe, que se manifestaría entre los profesos discípulos de

Cristo. La referencia de nuestro Señor a esta apostasía, aunque clara y directa, no

es tan minuciosa y detallada como la descripción que de ella encontramos en las

epístolas de Pablo; de aquí que infiramos, como también sugiere el lenguaje del

primer versículo de este capítulo, que a los apóstoles se les habían hecho las

subsiguientes revelaciones de su naturaleza y sus características. En 2 Tesa. 2:3,

Pablo la designa como "la apostasía" que rápidamente presenta los lineamientos

del "hombre de pecado". Ya hemos señalado la diferencia entre "la apostasía" y "el

hombre de pecado", y que confundirlos ha sido un error común, pero egregio. En la

secuela, descubriremos que la descripción que Pablo hace de la apostasía es tan

minuciosa como la que hace del "hombre de pecado", para permitirnos a la una tan

rápidamente como al otro.

El primer punto que será bueno establecer es el período de la apostasía; es decir, el

tiempo en que se habría de declarar. Se dice que ocurriría "en los postreros

tiempos" [enusteroizkairoiz], una expresión que, tomada en sí misma, podría

parecer algo indefinida, pero que, cuando se la compara con otras frases similares,

se encontrará sin duda que denota un período específico y definido, bien entendido

por Timoteo y todas las iglesias apostólicas. Será conveniente poner juntos todos

los pasajes que se refieren a esta época trascendental y crítica, que eran la meta y

el término hacia los cuales, según lo muestra el Nuevo Testamento, se apresuraban

rápidamente todas las cosas.

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TABLA ESCATOLÓGICA, O SINOPSIS, DE LOS PASAJES RELATIVOS A LOS POSTREROS TIEMPOS

El Fin del Siglo

Mat. 3:39. "La siega es el fin del siglo". Mat. 13:40. "Así será en el fin de este siglo". Mat. 13:49. "Así será al fin del siglo". Mat. 24:3. "¿Qué señal habrá de tu venida [parousia] y del fin del siglo?" Mat. 28:20. "He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del siglo". Heb. 9:26. "Pero ahora, en la consumación de los siglos" [tvnaiwnwn].

El Fin

Mat. 10:22. "El que persevere hasta el fin, éste será salvo". Mat. 24:6. "Pero aún no es el fin" (Mar. 13:9; Luc. 21:9). Mat. 24:13. "Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo" (Mar. 13:13). Mat. 24:14. "Y entonces vendrá el fin". 1 Cor. 1:8. "El cual también os confirmará hasta el fin". 1 Cor. 10:11. "A quienes han alcanzado los fines de los siglos". 1 Cor. 15:24. "Luego el fin". Heb. 3:6. "Firme hasta el fin". Heb. 3:14. "Firme hasta el fin". Heb. 6:11. "La misma solicitud hasta el fin". 1 Ped. 4:7. "El fin de todas las cosas se acerca". Apoc. 2:26. "El que guardare mis obras hasta el fin".

Los Postreros Tiempos, Los Postreros Días, etc.

1 Tim. 4:1. "En los postreros tiempos algunos apostatarán" [enusteroizkairoz]. 2 Tim. 3:1. "En los postreros días vendrán tiempos peligrosos" [enescataizhmeraiz]. Heb. 1:2. "En estospostreros días [Dios] nos ha hablado" [epescatoutvnhmerwntoutwn]. Sant. 5:3. "Habéis acumulado tesoros para los días postreros" [enescataizhmeraiz]. 1 Ped. 1:5. "La salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero" [enkairyescaty]. 1 Ped. 1:20. "Manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros" [epescatoutvncronwn]. 2 Ped. 3:3. "En los postreros días vendrán burladores" [epescatoutvnhmerwn]. 1 Juan 2:18. "Ya es el último tiempo" [escathwra]. Judas 18. "En el postrer tiempo habrá burladores" [enescatycrony].

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~ 198 ~

FRASES EQUIVALENTES QUE SE REFIEREN AL MISMO PERÍODO

El Día

Mat. 25:13. "No sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir". Luc. 17:30. "El día en que el Hijo del Hombre se manifieste". Rom. 2:16. "El día en que Dios juzgará por Jesucristo". 1 Cor. 3:13. "El día la declarará".

Aquel Día

Heb. 10:25. "Cuanto veis que aquel día se acerca". Mat. 7:22. "Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor". Mat. 24:36. "Pero del día y la hora nadie sabe". Luc. 10:12. "En aquel día será más tolerable el castigo para Sodoma". Luc. 21:34. "Y venga de repente sobre vosotros aquel día". 1 Tes. 5:4. "Para que aquel día os sorprenda como ladrón". 2 Tes. 2:3. "[Aquel día] no vendrá sin que antes venga la apostasía". 2 Tim. 1:12. "Poderoso para guardar mi depósito para aquel día". 2 Tim. 1:18. "Halle misericordia cerca del Señor en aquel día". 2 Tim. 4:8. "La cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día".

El Día del Señor

Hech. 2:20. "Antes que venga el día del Señor". 1 Cor. 1:8. "Para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo". 1 Cor. 5:5. "A fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús". 2 Cor. 1:14. "Para el día del Señor Jesús". Fil. 2:16. "Para que en el día de Cristo yo pueda gloriarme". 1 Tes. 5:2. "El día del Señor vendrá así como ladrón en la noche".

El Día de Dios

2 Ped. 3:12. "Apresurándoos para la venida del día de Dios".

El Gran Día

Judas 6. "Para el juicio del gran día". Apoc. 6:17. "El gran día de su ira ha llegado". Apoc. 16:14. "A la batalla de aquel gran día".

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El Día de la Ira

Rom. 2:5. "Atesoras para tí mismo ira para el día de la ira". Apoc. 6:17. "El gran día de su ira ha llegado".

El Día del Juicio

Mat. 10:15. "En el día del juicio será más tolerable el castigo ..." Mat. 11:22. "En el día del juicio será más tolerable el castigo ..." Mat. 11:24. "En el día del juicio será más tolerable el castigo ..." Mat. 12:36. "De ella darán cuenta en el día del juicio". 2 Ped. 2:9. "Para ser castigados en el día del juicio". 2 Ped. 3:7. "Guardados para el fuego en el día del juicio". 1 Juan 4:17. "Para que tengamos confianza en el día del juicio".

El Día de la Redención

Efe. 4:30. "Sellados para el día de la redención".

El Día Postrero

Juan 6:39. "Sino que lo resucite en el día postrero". Juan 6:40. "Yo le resucitaré en el día postrero". Juan 6:44. "Yo le resucitaré en el día postrero". Juan 6:54. "Yo le resucitaré en el día postrero". Juan 11:24. "Resucitará en la resurrección, en el día postrero".

Una comparación de estos pasajes mostrará que:

1. Todos se refieren al mismo período y sólo a él - cierto tiempo definido y

específico.

2. Todos presuponen o afirman que el período en cuestión no está muy distante.

3. El límite más allá del cual no es permisible ir para establecer el período llamado

"los últimos tiempos" está indicado en las Escrituras del Nuevo Testamento, o sea,

la duración de la vida de la generación que rechazó a Cristo.

4. Esto nos trae al período de la destrucción de Jerusalén, como el que marca "el fin

del siglo", "el día del Señor", "el fin". Es decir, la venida del Señor, o la Parusía.

DESCRIPCIÓN DE LA APOSTASÍA

Habiendo puesto juntos en un solo cuadro los pasajes que hablan del período de la

apostasía, es apropiado seguir un método similar con respecto a los pasajes que

describen las características y la naturaleza de la apostasía misma. Esta fatal

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~ 200 ~

defección arroja su sombra oscura sobre todo el campo de la historia del Nuevo

Testamento, desde el discurso profético de nuestro Señor en el Monte de los

Olivos, y aún antes, hasta el Apocalipsis de Juan. Es instructivo observar cómo, al

aproximarse el tiempo de su desarrollo y su manifestación, la sombra se vuelve más

y más oscura, hasta que alcanza las más profundas tinieblas en la revelación del

anticristo.

SINOPSIS DE LOS PASAJES RELATIVOS A LA APOSTASÍA EN LOS POSTREROS TIEMPOS

1. La apostasía, predicha por nuestro Señor

Falsos

profetas Mateo

7:15

"Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de

ovejas, pero por dentro son lobos rapaces".

Ídem Mateo

7:22

"Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu

nombre?", etc.

Falsos

Cristos Mateo

24:5 "Vendrán muchos en mi nombre, y a muchos engañarán".

Falsos

profetas Mateo

24:11 "Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos".

Falsos

Cristos y

falsos

profetas

Mateo

24:24

"Se levantarán falsos Cristos y falsos profetas, y harán grandes señales

y prodigios".

Apostasía

general Mateo

24:10

"Muchos tropezarán, y se entregarán unos a otros, y unos a otros se

aborrecerán".

Mateo

24:12 "Por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará".

2. La apostasía, predicha por Pablo

Falsos

maestros Hechos

20:29,30

"Yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos

rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se

levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras de sí

a los discípulos".

La apostasía 2 Tesa.

2:3 "No vendrá sin que antes venga la apostasía".

Page 201: La parusia revisado

~ 201 ~

Falsos

apóstoles 2 Cor.

11:13,14

"Éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan

como apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás

se disfraza como ángel de luz".

Falsos

maestros Gál. 1:7

"Hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de

Cristo".

Falsos

hermanos Gál. 2:4 "Falsos hermanos introducidos a escondidas".

Engañadores

y cismáticos Rom.

16:17,18

"Fijaos en los que causan divisiones y tropiezos contra la doctrina que

habéis aprendido, y apartaos de ellos. Tales personas no sirven a

nuestro Señor Jesucristo, sino a sus propios vientres, y con suaves

palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos".

Falsos

maestros Col. 2:8 "Mirad que nadie os engañe con filosofías y huecas sutilezas".

Ídem Col.

2:18

"Nadie os prive de vuestro premio, afectando humildad y culto a los

ángeles".

Maestros

judaizantes Fil. 3:2

"Guardaos de los perros; guardaos de los malos obreros, guardaos de

los mutiladores del cuerpo".

Enemigos de

la cruz Fil. 3:18

"Por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces ... que son

enemigos de la cruz de Cristo".

Sensualistas Fil. 3:19 "El fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre".

Falsos

maestros 1 Tim.

1:3,4

"Manda a algunos que no enseñen diferente doctrina, ni presten

atención a fábulas y genealogías interminables".

Judaizantes 1 Tim.

1:6,7

"Algunos se apartaron y se desviaron a vana palabrería, queriendo ser

doctores de la ley", etc.

Apóstatas 1 Tim.

1:19

"Algunos desecharon y no mantuvieron la fe y y buena conciencia, y

naufragaron".

Mentirosos e

hipócritas 1 Tim.

4:1,2

"Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos

apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas

de demonios; por la hipocresía de mentirosos que tienen cauterizada la

conciencia".

Falsos

maestros 1 Tim.

4:3

"Prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos que Dios

creó..."

Ídem 1 Tim.

6:20,21

"Evita las profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la

falsamente llamada ciencia, la cual profesando algunos, se desviaron de

la fe".

Ídem 2 Tim

2:16-18

"Mas evita profanas y vanas palabrerías, porque conducirán más y más

a la impiedad. Y su palabra carcomerá como gangrena; de los cuales

son Himeneo y Fileto, que se desviaron de la verdad, diciendo que la

resurrección ya se efectuó, y trastornan la fe de algunos".

Inmoralidad 2 Tim. "También debes saber esto; que en los postreros días vendrán tiempos

Page 202: La parusia revisado

~ 202 ~

de la

apostasía 3:1-6,8 peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros,

vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres,

ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores,

intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores,

impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que

tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella ... Porque

de éstos son los que se meten en las casas y llevan cautivas a las

mujercillas cargadas de pecados", etc. "Hombres corruptos de

entendimiento, réprobos en cuanto a la fe".

Falsos

maestros 2 Tim.

3:13

"Los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando

y siendo engañados".

Ídem. 2 Tim.

4:3,4

"Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que,

teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus

propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán

a las fábulas".

Maestros

judaizantes Tito

1:10

"Porque hay aún muchos contumaces, habladores de vanidades y

engañadores, mayormente los de la circuncisión".

Ídem Tito

1:14

"No atendiendo a fábulas judaicas, ni a mandamientos de hombres que

se apartan de la verdad".

Inmorales Tito

1:16

"Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo

abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra".

3. La apostasía, predicha por Pedro

Falsos

maestros 2 Ped. 2:1

"Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre

vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías

destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí

mismos destrucción repentina".

Inmoralidad

de la

apostasía

2 Ped.

2:10,13,14

"Aquellos que, siguiendo la carne, andan en concupiscencia e

inmundicia, y desprecian el señorío. Atrevidos y contumaces, no temen

decir mal de las potestades superiores ... Estos son inmundicias y

manchas, quienes aun mientras comen con vosotros, se recrean en sus

errores", etc.

Burladores 2 Ped. 3:3 "Sabiendo primero esto, que en los postreros días vendrán burladores,

andando según sus propias concupiscencias".

Page 203: La parusia revisado

~ 203 ~

4. La apostasía, predicha por Judas

Falsos maestros Judas Véase 2 Ped. Ped. 2.

5. La apostasía, predicha por Juan

El anticristo,

los apóstatas 1 Juan

2:18,19

"Hijitos, ya es el último tiempo; y según vosotros oísteis que el

anticristo viene, así ahora han surgido muchos anticristos; por esto

conocemos que es el último tiempo. Salieron de nosotros, pero no eran

de nosotros".

El anticristo 1 Juan

2:22

"¿Quién es el mentiroso, sino el que niga que Jesús es el Cristo? Este es

anticristo, el que niega al Padre y al Hijo".

Falsos

maestros 1 Jun

2:26 "Os he escrito esto sobre los que os engañan".

Falsos

profetas 1 Juan

4:1 "Muchos falsos profetas han salido por el mundo".

El anticristo 1 Juan

4:3

"Todo espíritu que confiesa que no confiesa que Jesucristo ha venido en

carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, el cual vosotros

habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo".

Los

engañadores

y el anticristo

2 Juan,

ver. 7

"Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que no

confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el

engañador y el anticristo".

CONCLUSIONES RELATIVAS A LA APOSTASÍA

Por una consideración y una comparación de estos pasajes, se echa de ver que:

1. Todos se refieren a la misma gran defección de la fe, designada por Pablo como

"la apostasía".

2. Esta apostasía sería general y extendida.

3. Estaría marcada por una extremada depravación moral, particularmente por

pecados de la carne.

4. Estaría acompañada por pretensiones de poder milagroso.

5. Sería mayormente, si no principalmente, judía en su natualeza.

6. Rechazaría la encarnación y la divinidad del Señor Jesucristo; es decir, sería el

anticristo predicho.

Page 204: La parusia revisado

~ 204 ~

7. Alcanzaría su pleno desarrollo en los "postreros tiempos", y sería la precursora

de la Parusía.

Habiendo así echado un vistazo general a la doctrina del Nuevo Testamento

concerniente a la apostasía, sólo queda tomar nota de algunas objeciones que se

puedan hacer a las conclusiones que anteceden.

1. Puede preguntarse: ¿Qué evidencia tenemos de que tales errores y herejías

prevalecían en los tiempos apostólicos? La respuesta es: El Nuevo Testamento

mismo proporciona la prueba. Los males que descritos por Pablo como futuros

están representados por Pedro y por Juan como presentes en la actualidad. Las

características de la apostasía como las presenta uno son precisamente las

descritas por los otros. El ascetismo y la inmoralidad son conspicuos en los

bosquejos proféticos que Pablo hace de la apostasía, y encontramos las mismas

características en las descripciones históricas que hacen Pedro y Juan.

2. Puede objetarse que el período llamado "los postreros tiempos", o "los últimos

días", no se describe estrictamente y puede, por lo que sabemos, ser todavía futuro.

Pero, en primer lugar, los mandatos que Pablo da a Timoteo implican claramente

que no era un mal distante, sino presente, o en todo caso inminente, del cual él

hablaba. Es manifiesto que los síntomas de la apostasía ya habían comenzado a

mostrarse, y que todo el tenor de la exhortación del apóstol implica que los males

especificados serían observados por Timoteo (1 Tim. 6:20,21).

Nada puede ser más seguro que los apóstoles consideraban que ellos vivían en "los

postreros tiempos". En la secuela, tendremos ocasión de ver esto claramente

demostrado. Mientras tanto, puede observarse que todos los pasajes dispuestos

bajo el encabezado "Los Postreros Tiempos" en nuestra tabla escatológica se

refieren a la misma gran crisis. Era "el fin de las edades" [sunteleiatouaivnoz], de lo

cual nuestro Señor hablaba tan a menudo. La apostasía era la predicha precursora

del fin.

TIMOTEO Y LA PARUSÍA

1 Tim. 6:14,15. "[Te encargo] que guardes el mandamiento sin mácula ni

reprensión, hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo, la cual a su tiempo

mostrará", etc.

Page 205: La parusia revisado

~ 205 ~

Esto implica que Timoteo podría esperar vivir hasta que aquel suceso tuviese lugar.

El apóstol no dice: "Guarda este mandamiento entre tanto que vivas", ni "Guárdalo

hasta tu muerte", sino "hasta la aparición de Jesucristo". Estas expresiones no son

en modo alguno equivalentes. La "aparición" [epifaneia] es idéntica a la Parusía, un

suceso que Pablo y Timoteo creían por igual que estaba cerca.

La nota de Alford sobre este versículo es eminentemente insatisfactoria. Después

de citar la observación de Bengel de que "los fieles en la era apostólica estaban

acostumbrados a esperar el día de Cristo como aproximándose; mientras que

nosotros estamos acostumbrados a esperar el día de la muerte de la misma

manera", continúa diciendo:

"Podemos decir con justicia que, cualquier impresión traicionada por las palabras de

que la venida del Señor ocurriría durante la vida de Timoteo, queda depurada y

corregida por la expresión kairoizidioiz [su propio tiempo] del versículo siguiente".

¡En otras palabras, la errónea opinión de una oración es corregida por la cautelosa

vaguedad de la siguiente! ¿Es posible aceptar tal declaración? ¿Hay algo en

kairoizidioiz que justifique tal comentario? ¿O es tal estimación del lenguaje del

apóstol compatible con una creencia en su inspiración? No fue ninguna "impresión"

lo que el apóstol "traicionó", sino una convicción y una certeza fundadas en las

expresas promesas de Cristo y las revelacions de su Espíritu.

No menos digna de excepción es la reflexión con que concluye:

"Por pasajes como éste vemos que la era apostólica sostenía lo que debería ser la

actitud de todas las épocas, una constante expectación por el regreso del Señor".

Pero, si esta expectación no era más que una falsa impresión, ¿no es la actitud de

ellos más bien una advertencia que un ejemplo? Ahora vemos (suponiendo que la

Parusía nunca tuvo lugar) que ellos acariciaban una vana esperanza y vivían en la

creencia de un engaño. Y si estaban equivocados en ésta, la más confiada y

acariciada de sus convicciones, ¿cómo podemos confiar en sus otras opiniones?

Considerar a todos los apóstoles y cristianos primitivos como envueltos en un

egregio engaño sobre un tema que ocupaba un lugar prominente en su fe y en su

esperanza es asestar un golpe fatal a la inspiración y la autoridad del Nuevo

Testamento. Cuando Pablo declaró, una y otra vez: "El Señor está cerca", no

expresaba su opinión privada, sino que hablaba con autoridad como órgano del

Espíritu Santo. Las observaciones de Alford pueden ser refutadas mejor con las

palabras de su propio contrarreplicador al Profesor Jowett:

Page 206: La parusia revisado

~ 206 ~

"¿Escribía o no escribía el apóstol bajo el poder de un espíritu mayor que el suyo

propio? ¿Nos habla Dios o no nos habla en la Biblia en algún sentido o no? Si es

verdad, de todos los pasajes es en éstos, que tratan con tanta confianza del futuro,

en los que debemos reconocer la voz de Dios; si no tenemos a Dios en estos

pasajes, entonces, ¿dónde debemos escuchar todo esto?"

Encontramos el mismo tono de disculpa en las observaciones del Dr. Ellicott sobre

este pasaje:

"Puede admitirse, quizás, que los escritores sagrados han usado un lenguaje en

referencia al regreso del Señor que parece mostrar que los anhelos de esperanza

casi se habían convertido en convicciones de fe".

Sería extraño que las afirmaciones más claras, más fuertes, y más a menudo

repetidas de la fe y la esperanza de Pablo produjeran en la mente de un lector una

impresión tan débil de sus convicciones como ésta. Pero no hay titubeos en la

declaración del apóstol; no es incertidumbre lo que él pronuncia; es con tono firme y

confiado que exclama gozoso: "El Señor está cerca". No expresa sus propias

conjeturas, ni su propia esperanza, ni sus propios anhelos, sino que transmite el

mensaje que se le confió, y, como fiel testigo de Cristo, proclama por todas partes la

pronta venida del Señor.

LA APOSTASÍA MANIFESTÁNDOSE YA

1 Tim. 6:20,21. "Oh, Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado, evitando las

profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsa llamada ciencia,

la cual profesando algunos, se desviaron de la fe".

Es importante notar que, a partir de varios indicios en esta epístola, se ve que la

defección de la fe que habría de caracterizar a los postreros días ya se había

instalado. Pablo advierte a Timoteo contra los "falsos maestros" con sus "fábulas y

genealogías interminables". Le advierte contra "los que naufragaron en cuanto a la

fe", "los que deliran acerca de cuestiones y contiendas de palabras -- hombres

corruptos de entendimiento y privados de la verdad". Evidentemente, estos "lobos

con piel de oveja" ya estaban devorando el rebaño. Por lo tanto, ubicar la apostasía

en una era post-apostólica es pasar por alto la obvia enseñanza de la epístola. Era

un mal presente, no distante, lo que el apóstol desaprobaba: la peste había

comenzado en el campamento.

Page 207: La parusia revisado

~ 207 ~

LA PARUSÍA EN LA SEGUNDA EPÍSTOLA A TIMOTEO

"AQUEL DÍA" - ES DECIR, LA PARUSÍA, ESPERADA

2 Tim. 1:12. "Es poderoso para guardar mi depósito para aquel día".

2 Tim. 1:18. "Concédale el Señor que halle misericordia cerca del Señor en aquel

día".

2 Tim. 4:8. "La corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel

día".

En todos estos pasajes, la alusión es al "día del Señor", el día por excelencia; el día

de su aparición; la Parusía.

Todo el tenor de estos pasajes indica que Pablo consideraba "aquel día" como muy

cercano en ese momento. En espera de él, prorrumpe en júbilo triunfante, como si

estuviese a punto de recibir la corona de victoria: "He peleado la buena batalla, he

acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona

de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino

también a todos los que aman su venida". ¡Cuán evidentemente son esperados,

como muy cercanos, todos estos sucesos: su propia partida, su corona, "aquel día",

y la aparición del Señor! ¿Diremos que su espera era demasiado optimista? ¿Que

el día todavía no ha llegado? ¿Que su corona todavía está guardada? ¿Que

Onesíforo todavía no ha alcanzado misericordia? Esta suposición es increíble.

LA APOSTASÍA DE LOS "POSTREROS DÍAS", INMINENTE

2 Tim. 3:1-8. "También debes saber esto: que en los postreros días vendrán

tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros,

vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos,

sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles,

aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los

deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la

eficacia de ella; a éstos evita. Porque de éstos son los que se meten en las casas y

llevan cautivas a las mujercillas cargadas de pecados, arrastradas por diversas

concupiscencias. Éstas siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al

conocimiento de la verdad. Y de la manera que Janes y Jambres resistieron a

Moisés, así también éstos resisten a la verdad; hombres corruptos de

entendimiento, réprobos en cuanto a la fe".

Page 208: La parusia revisado

~ 208 ~

Evidentemente, "los postreros días" de este pasaje son idénticos a "los postreros

tiempos" de 1 Tim. 4:1. Esto es tan obvio que no necesita ninguna prueba. El

intento de distinguir entre los "postreros" tiempos de un pasaje y el otro, que Bengel

parece sancionar, es, pues, inútil. Es apenas necesario añadir que "los postreros

días" eran los días del propio apóstol, el tiempo que era presente entonces. Él está

hablando, no de un futuro distante, sino de un tiempo que ya comenzaba; porque es

claro que él traza el cuadro de los caracteres descritos de la vida. Las indicaciones

de la apostasía venidera ya eran evidentes. "De éstos son los que", etc. (vers. 6).

Se supone que Timoteo se encontraría con aquellos tiempos, y con aquellos

hombres malvados de los cuales le exhorta a alejarse. La siguiente nota de

Conybeare y Howson se acerca mucho a la verdad, aunque no llega a la verdad

total:

"Esta frase (escataizhmeraiz), usada sin el artículo, habiendo llegado a convertirse

en una expresión familiar, denota por lo general la terminación de la dispensación

mosaica. (Véase Hechos 2:17; 1 Ped. 1:5,20; Heb. 1:2). Por esta razón, la

expresión generalmente denota (en la era apostólica) el tiempo presente; pero aquí

apunta a un futuro inmediatamente cercano que está, sin embargo, fundido con el

presente (véase ver. 6,8), y era, de hecho, el fin de la era apostólica. (Compárese

con 1 Juan 2:18: "Este es el último tiempo". La larga duración de este último

período del desarrollo mundial no les fue revelada a los apóstoles; ellos esperaban

que el regreso de su Señor le pondría fin en su propia generación; y así se

cumplieron las palabras de Jesús, de que nadie sabría el tiempo de su venida".

Esta explicación final es la que no puede admitir nadie que crea que los apóstoles

hablaron y escribieron por el poder del Espíritu Santo; y, a pesar de la opinión casi

unánime de sus críticos de que seguramente estaban errados, nosotros estamos

con los apóstoles antes que con sus críticos.

El comentario de Alford sobre este pasaje se contradice dolorosamente, y muestra

a qué cambios quedan reducidos los eruditos para salvar el crédito de los apóstoles

cuando no pueden creer sus sencillas declaraciones. Dicen:

"Mayormente, el apóstol escribió y habló de ella (la venida del Señor) como que

tendría lugar pronto, no sin muchas y suficientes señales, sin embargo,

proporcionadas por el Espíritu, de un intervalo, no corto, que transcurriría primero".

Pero, ¿cómo ocurriría pronto un suceso, y sin embargo, ocurriría primero un período

largo? O, ¿debemos suponer que el Espíritu Santo enseñó una cosa mientras los

apóstoles escribían y hablaban otra? Si ellos dijeron lo que dijeron con respecto a la

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~ 209 ~

cercanía de la Parusía cuando en realidad no tenían ningún conocimiento ni

ninguna revelación sobre el tema, claramente excedieron su comisión, y cometieron

lo que la Palabra de Dios declara como uno de los pecados más presuntuosos --

añadieron a las palabras de la profecía que tenían la comisión de transmitir.

Rechazamos la explicación en su totalidad. No sólo no es una explicación no

natural, sino completamente inconsistente con cualquier teoría de inspiración de la

palabra de Dios.

El pasaje que tenemos delante es sumamente importante para delinear el carácter

de "la apostasía". La temida aparición ya había comenzado a revelarse, y es

evidente que el apóstol la describe por haberla observado en realidad. Figelo y

Hermógenes, que abandonaron al apóstol; Himeneo y Fileto, con su palabrería

profana y vana; los serviles engañadores, que convertían en prosélitas a las

mujeres débiles de mente; los hombres de mentes corruptas, réprobos en cuanto a

la fe, que resistían a la verdad; éstos eran la vanguardia del ejército de langostas de

"erroristas" y apóstatas que venían a cubrir y a devastar el hermoso rostro del

cristianismo primitivo. Su aparición indicaba que "los postreros tiempos" habían

llegado, y que la Parusía estaba cerca. Podemos suponer, a primera vista, que el

horrible catálogo de réprobos contenido en los primeros versículos del capítulo 3

describe la corrupción general de la sociedad fuera de la iglesia cristiana, pero es

demasiado evidente que el apóstol está aludiendo a hombres que una vez

profesaron la fe de Cristo. Tenían una "forma de piedad", pero "su fe había

naufragado", eran verdaderos "apóstatas".

Que esta "apostasía" de la verdad ya se había instalado, es evidente por las

reiteradas exhortaciones y advertencias que el apóstol dirige a Timoteo. ¿Por qué

hablaría con tan apasionada vehemencia si el mal no haría su aparición antes de

veinte o cuarenta siglos? Es absurdo decir que Pablo escribía para beneficio de

futuras edades. Él era verdaderamente un hombre que vivía en su propio tiempo, y

escribía a un hombre de su propio tiempo con relación a cuestiones de interés

actual y personal para ambos, como cualquiera de nosotros que ahora vertiéramos

nuestros pensamientos en una carta para un amigo ausente. Hay una total

irrealidad en cualquier otro punto de vista sobre las epístolas apostólicas. Es

imposible leerlas sin sentir los latidos del corazón en cada línea; todo es vívido,

intenso, vivo. No es un peligro distante, visto a través de la bruma de los siglos, sino

un peligro que es instantáneo y urgente: el enemigo está a las puertas, y el

veterano guerrero, a punto de hundirse en el campo de batalla, alienta al joven

soldado a ser fiel y a resistir hasta el fin.

Page 210: La parusia revisado

~ 210 ~

ESPERA DEL FIN QUE SE APROXIMA

2 Tim. 4:1,2. "Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a

los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la

palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con

toda paciencia y doctrina".

Encontramos asociados juntos en este pasaje, como sucesos contemporáneos, a la

Parusía, el juicio, y el reino de Cristo. Todos ellos están conectados y relacionados

en su naturaleza y en el tiempo de su ocurrencia. Encontramos la misma

disposición de sucesos en Mat. 25:31. "Cuando el Hijo del hombre venga en su

gloria, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él

todas las naciones", etc.

Se afirma claramente la cercanía de esta consumación. No es, como dice nuestra

Versión Autorizada [en inglés], "que juzgará", sino "que está a punto de juzgar"

[toumellontozkrinein]. Una afirmación como ésta podría ser suficiente para zanjar la

cuestión tanto en cuanto al hecho como en cuanto a la creencia del apóstol en el

hecho, de que el tiempo de la Parusía estaba cerca. Pero, en lugar de una sola

afirmación, tenemos el tenor uniforme y constante de la doctrina sobre el tema en el

Nuevo Testamento entero. Los que dicen que los apóstoles estaban errados sobre

este punto deben tener una "facultad verificadora" para distinguir entre los

pronunciamientos inspirados de ellos y los que no lo eran. Si Pablo fue inspirado

para escribir krinein , ¿no estaba igualmente inspirado para escribir mellontoz?

La inminencia de la Parusía explica el fervor con el cual el apóstol insta a Timoteo a

hacer todos los esfuerzos para desempeñar los deberes de su posición. "Predica la

palabra; insta a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda

paciencia y doctrina". Estos mandatos se emplean a veces para establecer la

normal intensidad y urgencia con que la función pastoral debería desempeñarse (y

nosotros no condenamos la aplicación); pero es claro que Pablo no está hablando

de tiempos y esfuerzos ordinarios. Es la agonía de una crisis tremenda; el tiempo es

corto; es ahora o nunca; victoria o muerte. Éstas no son frases comunes sobre el

diligente desempeño del deber, sino la alarma del centinela que ve el enemigo a las

puertas, y hace sonar la trompeta para avisar a la ciudad.

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~ 211 ~

LA PARUSÍA EN LA EPÍSTOLA A TITO

EN ESPERA DE LA PARUSÍA

Tito 2:13. "Aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de

nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo".

Aquí encontramos nuevamente lo que hace tiempo hemos llegado a reconocer, la

actitud habitual de los cristianos de la era apostólica, la expectación de la venida del

Señor. Esta expectativa es inculcada como uno de los principales deberes

cristianos, y se identifica con una vida sobria, justa, y piadosa. Esto implica que el

acontecimiento era considerado como cercano, porque, ¿cómo podría derivarse un

poderoso motivo para velar de una contingencia remota y desconocida en un futuro

distante? O, ¿cómo podría ser deber de los cristianos "aguardar" lo que no ocurriría

durante cientos o miles de años? Es evidente que el apóstol considera que la edad

presente, tonnunaivna, está acercándose a su fin, y exhorta a los cristianos a vivir

en la actitud de expectativa de la Parusía, que debía introducir el nuevo orden, "el

aiwno melln".

LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS APOSTÓLICAS

EN LA EPÍSTOLA A LOS HEBREOS

Está fuera del ámbito de esta investigación discutir la cuestión de quién escribió la

Epístola a los Hebreos. Aunque no haya salido de la misma pluma que la Epístola a

los Romanos, y pocos de los que están familiarizados con el estilo de Pablo

afirmarán que no lo ha hecho, su espíritu y su enseñanza son esencialmente

paulinos, y podemos con justicia considerarla como uno de los más preciosos

legados de la era apostólica. Su valor como clave del significado de la economía

levítica y como contribución a la doctrina y la vida cristianas es inestimable; y ya sea

que se la atribuyamos a Bernabé o a Apolo, o a cualquier otro colaborador de

Pablo, podemos aceptarla sin titubear, "no como palabra de hombre, sino como la

palabra de Dios, que lo es en verdad".

Ahora podemos adentrarnos aún más profundamente en la oscura sombra de la

apostasía predicha. Fue para combatir a este formidable antagonista del evangelio

que esta epístola se escribió; y el carácter judaico del movimiento anti-cristiano es

Page 212: La parusia revisado

~ 212 ~

evidente en la línea del argumento que su autor adopta. Nos encontramos en

seguida en "los postreros días".

LOS DÍAS YA HAN LLEGADO

Heb. 1:1,2. "Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro

tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el

Hijo".

La frase "en estos postreros días" o "en estos últimos días" muestra que el escritor

consideraba el tiempo de la encarnación y el ministerio de Cristo como el período

final de una dispensación o era. Encontramos una expresión algo similar en el cap.

9:26. "Ahora, en la consumación de los siglos" [episunteleiatwnaiwnwn], en que la

referencia es a la encarnación y al sacrificio expiatorio de Cristo. Una era antigua,

llámese mosaica, judaica, o del Antiguo Testamento, estaba terminando ahora;

muchas cosas que habían parecido inamovibles y eternas estaban a punto de

desvanecerse; y "el fin del siglo" o "los postreros tiempos" habían llegado.

LAS ERAS, EDADES, O PERÍODOS MUNDIALES

Heb. 1:2. "Por quien asimismo hizo el universo [mundo]".

Mucha confusión ha surgido del uso indiscriminado de la palabra "mundo" como

traducción de las diferentes palabras griegas aiwn, kozmoz, oikoumenh, y gh. El

lector no ilustrado que se encuentra con la frase "el fin del mundo", inevitablemente

piensa en la destrucción del mundo material, mientras que, si lee "fin del tiempo",

pensará naturalmente en la terminación de cierto período de tiempo, que es su

correcto significado. Ya hemos tenido ocasión de observar que aiwn es

correctamente una designación de tiempo, una época; y es dudoso que tenga

jamás algún otro significado en el Nuevo Testamento. Su equivalente en latín es

aevum, que en realidad es la palabra griega aiwn con ropaje latino. La palabra

correcta para tierra, o mundo, es kosmoz, que se usa para designar tanto al mundo

material como el moral. Oikumenh es correctamente el mundo habitado, "el

habitable", y en el Nuevo Testamento se refiere a menudo al Imperio Romano,

algunas veces a una porción tan pequeña de él como Palestina. Gh, aunque

algunas veces significa la tierra de modo general, en los evangelios se refiere con

mayor frecuencia a la tierra de Israel. Una correcta comprensión de estas palabras

arroja mucha luz sobre muchos pasajes.

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~ 213 ~

Es seguro que, en el tiempo de nuestro Salvador, los judíos estaban acostumbrados

a dividir el tiempo en dos grandes períodos o edades, la edad presente [onunaiwn,

oaiwnowtoz] y la edad venidera [oaiwnmellwn]. La edad venidera era la del Mesías,

o "el reino de Dios". La misma división se reconoce en el Nuevo Testamento, y ya

hemos visto que, según el punto de vista del escritor de la epístola, el fin de la edad

presente se acercaba. (Véase el Commentary de Suart sobre Hebreos in loc.; el

Testamento Griego de Alford; el Lexicon de Wahl. voc. aiwn).

Puede decirse, sin embargo, que, aunque la palabra sí significa principalmente una

edad, en este caso el sentido de este pasaje requiere obviamente que traduzcamos

aiwnaz como mundos. Debe reconocerse que suena grosero a nuestros oídos decir:

"Dios hizo los mundos por medio de Jesucristo" y muy simple y natural decir: "Él

hizo el mundo"; pero, cuando consideramos que el escritor de esta epístola no

concebía mundos en el sentido en el cual nosotros usamos ahora esa expresión,

esto quizás modifique nuestra opinión. Somos muy propensos a acreditarle al autor

nuestras ideas astronómicas, y a suponer que él se refiere al sol, la luna, y las

estrellas como otros tantos mundos. Pero no tenemos ninguna razón para creer que

él tenía alguna idea como ésa. Los cuerpos celestes eran para él luces, no mundos.

Con las edades, sin embargo, el autor de esta epístola, como hombre de letras,

debe haber estado completamente familiarizado. Entonces, ¿qué quiso decir con

que Dios hizo el universo [las edades]? Éstas eran las grandes eras, o épocas de

tiempo, que la Suprema Sabiduría había ordenado y dispuesto; los períodos del

mundo, como podemos llamarlos, que constituían actos en el gran drama de la

Providencia. Parece haber una alusión a este ordenamiento de las edades, o

períodos mundiales, en Hechos 17:26: "Les ha prefijado el orden de los tiempos"

[orisazprostetagmenouzkairouz]; como también en Efe. 1:10: "La dispensación del

cumplimiento de los tiempos". Se inclina fuertemente a favor de este punto de vista

el hecho de que es sustancialmente la adoptada por los padres griegos.

EL MUNDO VENIDERO, O EL NUEVO ORDEN

Heb. 2:5. "Porque no sujetó a los ángeles el mundo venidero, acerca del cual

estamos hablando".

Este pasaje aclara el tema aún más. Aquí tenemos una de las eras - el mundo

venidero - es decir, no un mundo material, sino un sistema u orden de cosas

análogo a la dispensación mosaica. Hay una evidente comparación o contraste

entre la economía mosaica y el estado nuevo o cristiano. La primera fue puesta bajo

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~ 214 ~

la administración de ángeles; era "la palabra hablada por ángeles"; "por disposición

de ángeles" (Hechos 7:53); fue "ordenada por medio de ángeles en mano de un

mediador" (Gál. 3:19). Pero la nueva edad, el reino de los cielos, fue administrado

por uno mayor que los ángeles, el mismo Hijo de Dios; prueba de la superioridad de

la dispensación cristiana sobre la judía.

Es ciertamente algo singular que encontráramos la palabra oikoumenh aquí, donde

debíamos haber esperado encontrar aiwna. Si hubiera sido oikonomian, como en

Efe. 1:10, estaría más de acuerdo con nuestras ideas del verdadero significado;

pero no hay derecho a suponer que una palabra haya tomado el lugar de la otra. De

que la alusión es al sistema o al orden de cosas introducido por Cristo no puede

haber ninguna duda, y la frase es equivalente al "reino de los cielos". Puede

añadirse que se dice que "viene", mellousa, una palabra que implica cercanía, como

"la ira venidera", "la gloria venidera", "el mundo venidero".

EL FIN, ES DECIR, DE LA EDAD, O DEL EÓN

Heb. 3:6. "Si retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza". Heb. 3:14. "Con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio". Heb. 6:11. "La misma solicitud hasta el fin, para plena certeza de la esperanza".

Ya hemos tenido ocasión de observar la significativa frase "el fin", como se usa en el Nuevo Testamento. No significa hasta el fin, o el fin de la vida, sino el fin de la edad. Alford observa correctamente:

"El fin que se tiene en mente no es la muerte de cada individuo, sino la venida del Señor, que es llamada constantemente por este nombre".

LA PROMESA DEL REPOSO DE DIOS

Heb. 4:1-11. "Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de

entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado. Porque

también a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; pero no les

aprovechó el oir la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron. Pero

los que hemos creído entramos en el reposo, de la manera que dijo: Por tanto, juré

en mi ira, No entrarán en mi reposo; aunque las obras suyas estaban acabadas

desde la fundación del mundo. Porque en cierto lugar dijo así del séptimo día: Y

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~ 215 ~

reposó Dios de todas sus obras en el séptimo día. Y otra vez aquí: No entrarán en

mi reposo. Por lo tanto, puesto que falta que algunos entren en él, y aquellos a

quienes primero se les anunció la buena nueva no entraron por causa de

desobediencia, otra vez determina un día: Hoy, diciendo después de tanto tiempo,

por medio de David, como se dijo: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros

corazones. Porque si Josué les hubiera dado el reposo, no hablaría después de otro

día. Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios. Porque el que ha entrado

en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas.

Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante

ejemplo de desobediencia".

Este es un pasaje extremadamente importante e interesante, no sin sus

oscuridades y dificultades, que han ocasionado mucha diversidad de

interpretaciones. Algunos han encontrando en él un argumento para la perpetuidad

del cuarto mandamiento, y la observancia del primer día de la semana como el

sábado cristiano. Otros han interpretado el argumento entero en un sentido ético y

subjetivo, como si el escritor exhortara a alcanzar un cierto estado mental llamado

el reposo de fe: cesar de la duda y la autodependencia, y obtener perfecto reposo

de la mente mediante la plena confianza en Dios. Tales interpretaciones, sin

embargo, erran por completo el punto del argumento, y son más glosas ingeniosas

que deducciones legítimas.

¿Cuál es la dirección del argumento? Es muy evidente que el objeto del escritor es

advertir a los cristianos hebreos contra la incredulidad y la desobediencia poniendo

ante ellos, por una parte, la recompensa de la obediencia, y por la otra, el castigo

por la desobediencia. Tenía a la mano un ejemplo señalado, memorable para todos

los israelitas, es decir, la renuncia a la tierra de Canaán por sus padres a

consecuencia de su incredulidad. Habían provocado al Señor para que jurase en su

ira: "No entrarán en mi reposo".

Según el punto de vista del escritor, había una notable correspondencia entre la

situación de los israelitas que se aproximaban a la tierra de la promesa y la

situación de los cristianos que esperaban el cumplimiento de su esperanza, la

promesa del reposo. Para hacer más clara esta correspondencia, el escritor

muestra que el reposo prometido al antiguo Israel, y el prometido al pueblo de Dios

ahora, eran realmente una y la misma cosa. La entrada a la tierra de Canaán no era

en modo alguno el todo, ni siquiera la parte principal, del prometido reposo de Dios.

El escritor prueba esto demostrando que, mucho después de que los israelitas se

establecieron en Canaán, el Señor, por boca de David, en el Salmo 95, repite

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~ 216 ~

virtualmente la promesa hecha a los israelitas en el desierto, y le dice al pueblo: "Si

oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones". La repetición de la orden

implica la repetición de la promesa, y también de la amenaza; como si Dios

estuviese diciendo: "Crean, y entrarán en mi reposo. No crean, y no entrarán en mi

reposo". De aquí se sigue que hay un reposo además y más allá del reposo de

Canaán.

Luego sigue la explicación del reposo del que se habla, es decir, el "reposo de

Dios", que Él llama "Mi reposo". Ciertamente ese nombre nunca se le dio a la tierra

de Canaán, ni se le puede aplicar a nada que no sea el "reposo" del cual leemos en

el relato de la creación, cuando Dios efectivamente reposó de toda "su obra que

había hecho" (Gén. 2:2,3). Este era el sábado de Dios, el reposo que Él santificó y

llamó su reposo. Por lo tanto, debe ser a este reposo - el reposo santo, sabático,

celestial - al que se refiere principalmente la promesa. De ese reposo de Dios,

Canaán era sin duda el tipo, pues aquél era el reposo de los israelitas después de

los peligros y las fatigas del desierto; pero la posesión de Canaán estaba lejos de

agotar el pleno significado de la promesa, y por lo tanto el reposo todavía

permanecía, y era guardado en reserva para el pueblo de Dios. "Por tanto, queda

un reposo para el pueblo de Dios".

El escritor de la Epístola a los Hebreos evidentemente consideraba el "reposo de

Dios" como una consumación no muy distante. Dice de él: "Los que hemos creído

entramos en el reposo". Esto no significa "ir al cielo a la muerte", sino la expectativa

de la pronta venida del reino de Dios, la esperanza tan fuertemente acariciada por

los primeros cristianos (Rom. 8:18-25). Considerar estas exhortaciones y

apelaciones como ordinarias y comunes de la enseñanza religiosa es despojarlas

de la mitad de su significado. Es verdad que hay un sentido en el cual pueden

aplicarse a todos los tiempos, pero tenían un significado y una fuerza en aquella

particular coyuntura que nos es difícil comprender ahora. Los cristianos de aquella

época estaban, por decirlo así, en la línea que separaba lo antiguo de lo nuevo,

entre la era que estaba terminando y la que estaba comenzando. Creían que el día

del Señor estaba justo a las puertas, que Cristo regresaría pronto, y que entrarían

con Él en el reino de los cielos, el reposo de Dios. De aquí el deber de que se

"exhortaran unos a otros, y tanto más cuanto veían que el día se acercaba; de que

guardaran firmes hasta el fin el principio de su confianza; de que se esforzaran por

entrar en aquel reposo, no fuera a ser que algunos de ellos parecieran no haberlo

alcanzado".

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~ 217 ~

En los versículos 9 y 10 de este capítulo, el escritor de este capítulo muestra lo

apropiado de llamar a este prometido reposo "sabadismo" o reposo sabático. "Por

tanto, queda un sabadismo para el pueblo de Dios. Porque el que ha entrado en su

reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas". Hay una

ambigüedad en este lenguaje, tanto en griego como en inglés. Puede significar que

todos los fieles que han partido han cesado de sus trabajos en la tierra, y ahora

disfrutan del reposo y la recompensa del cielo. Este es el sentido que normalmente

se le atribuye a las palabras. (Véase el Comentario de Stuart sobre Hebreos, in loc.;

Conybeare and Howson, etc.). Hay que confesar, sin embargo, que la relevancia de

este lenguaje así interpretado en relación con el asunto en discusión no es muy

evidente, y que la construcción gramatical difícilmente justificará esta explicación. El

argumento afirma, no que los cristianos han entrado en ese reposo, sino justamente

lo contrario. Como Conybeare y Howson muestran muy correctamente, que el

escritor declara "que el pueblo de Dios nunca antes ha disfrutado de ese perfecto

reposo, y que, por lo tanto, ese goce es todavía futuro". Entonces, ¿quiénes son los

que han entrado? Evidentemente, es Cristo, el Precursor, que entró detrás del velo

en el nombre de nosotros; nuestro gran Sumo Sacerdote, que ascendió a los cielos;

el Josué del Nuevo Testamento, el Capitán de nuestra salvación, que "entró en su

reposo", cesando en su obra de redención, como su Padre cesó de su propia obra

de creación. Esto demuestra lo correcto de llamar al cielo "sabadismo", "un reposo

de Dios", pues aquí tanto el Padre como el Hijo guardan el sábado eterno. Puede

añadirse que esta interpretación nos alivia del sentido de incongruencia que se

siente al comparar la cesación de los trabajos del cristiano con la cesación de la

obra de la creación por parte de Dios; es también perfectamente relevante al

argumento en el contexto.

No sólo soportan las palabras este sentido, sino que no soportan ningún otro, como

lo demuestra muy bien Alford. (Véase el Testamento Griego, in loc.). Ahora

podemos ver la fuerza del argumento en su totalidad. El escritor demuestra las

fatales consecuencias de la incredulidad y la desobediencia por medio del ejemplo

de los antiguos israelitas (cap. 3:7-19). Tenían una gran promesa de entrar en el

reposo de Dios, que perdieron por su incredulidad (cal. 3:7-19). Pero aquella

promesa de reposo todavía se ofrece, y todavía se puede perder. Fue ofrecida a

Israel nuevamente en el tiempo de David y por boca de él; no se agotó por la

entrada de los israelitas en Canaán (cap. 4:4-8). En aquel entonces, la promesa se

refería al estado celestial, el reposo de Dios mismo, cuando Él guardó el sábado

después de la obra de la creación (cap. 4:3-5). Pero Cristo también guarda su

sábado, habiendo cesado de la obra de redención, como el Padre cesó de la obra

de la creación (cap. 4:10). Queda, pues, todavía un sábado, o reposo celestial, para

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~ 218 ~

el pueblo de Dios (cap. 4:9). Procuremos, pues, entrar en aquel reposo de Cristo y

de Dios, amonestados contra la incredulidad y la desobediencia por el ejemplo del

antiguo Israel (cap. 4:11).

Encontraremos en la secuela mucha luz arrojada sobre este tema de la entrada en

el estado celestial, y la relación con él en que estaban los santos tanto antes como

desde la venida de Cristo.

LA CONSUMACIÓN DE LOS SIGLOS

Heb. 9:26. "De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo [kosmou] ; pero ahora, en la consumación de los siglos [aiwnwn], se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado".

En este versículo tenemos un caso notable de la confusión que surge de la traducción de dos palabras diferentes, kosmou y aiwn, con la misma palabra "mundo" [la versión hispana traduce "siglos"].

La expresión sunteleiatwnaiwnwn tiene precisamente el mismo significado que sunteleiatouaiwnoz, y se refiere a la era judía que estaba a punto de terminar. Moses Stuart traduce el pasaje así: "Pero ahora, al final de la [dispensación] judía, Él ha hecho su aparición una vez para siempre", etc. Esta es otra prueba decisiva de que "el fin de la era" [en la versión hispana "la consumación de los siglos"] era considerada como cercana por las iglesias apostólicas.

EXPECTACIÓN DE LA PARUSÍA

Heb. 9:28. "Y aparecerá por segunda vez, sn relación con el pecado, para salvar a

los que le esperan".

La actitud de expectación mantenida por los cristianos de la era apostólica se

muestra incidentalmente aquí. Esperaban, en esperanza y con confianza, el

cumplimiento de la promesa de Su venida. Suponer que ellos esperaban un suceso

que no ocurrió es imputarles, a ellos y a sus maestros, una cantidad de ignorancia y

error incompatible con respecto a sus creencias en cualquier otro tema.

LA PARUSÍA SE ACERCA

Heb. 10:25. "Exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca".

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Por supuesto, "el día" significa "el día del Señor", el tiempo de su aparición, la

Parusía. Ahora se había acercado; no podían verla acercándose. Sin duda, las

indicaciones de su aproximación predicha po nuestro Señor eran evidentes, y sus

discípulos las reconocieron, recordando sus palabras: "Cuando veáis que suceden

estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas" (Mar. 13:29). No es correcto

tergiversar estas palabras en un sentido no natural o doble, y decir con Alford:

"Aquel día, en su sentido grande y final, siempre está cerca, siempre listo para

irrumpir en la iglesia; pero estos hebreos vivían en realidad cerca de uno de

aquellos grandes tipos y anticipaciones de él, la destrucción de la Santa Ciudad".

Al mismo efecto es su nota sobre Heb. 9:26:

"Los primeros cristianos hablaban universalmente de la segunda venida del Señor

como cercana, y en realidad siempre lo estuvo y lo está".

Los cristianos hebreos vivían cerca de la verdadera Parusía que nuestro Señor

predijo, y su iglesia esperaba, antes de que pasara aquella generación. No es

verdad que la Parusía "está siempre cerca, y siempre lista para irrumpir sobre la

iglesia". Esto no es más cierto que decir que el nacimiento de Cristo, su crucifixión,

o su resurrección están siempre listas para irrumpir. La Parusía era tan

distintamente un suceso específico, con su lugar apropiado en el tiempo, como la

encarnación o la crucifixión; y hacer de ella una forma fantasma, que aparece y

desaparece, siempre viniendo pero nunca llegando, distante y cercana, pasada y

futura, es vaciar la palabra de todo significado. Creemos que Cristo, en su discurso

profético, tenía a la vista un suceso pleno; un suceso con un lugar en la historia y la

cronología; un suceso cuyo período Él mismo indicó claramente, no ciertamente la

hora, ni el día, ni siquiera el año preciso, pero dentro de límites bien definidos, el

período de la generación existente. Tal era, manifiestamente, la creencia del

escritor de esta epístola. Para él, la Parusía era un acontecimiento bien definido,

cuya aproximación podía ver; ni puede detectarse en su lenguaje, ni en el lenguaje

de ninguna de las epístolas, ningún rastro de doble sentido, ni de una Parusía

parcial o preliminar, sino de una Parusía grande y final.

El comentario de Conybeare y Howson es mucho más satisfactorio:

"'El día'" de la venida de Cristo se veía aproximándose en este tiempo por el

amenazante preludio de la gran guerra judía, en la cual Él vino a juzgar aquella

nación".

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~ 220 ~

LA PARUSÍA INMINENTE

Heb. 10:37. "Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará".

Esta declaración mira en la misma dirección que la precedente. La frase "el que ha

de venir" [oercomenoz] es la designación acostumbrada del Mesías, "el que viene".

Esa venida ahora está a la mano. El lenguaje a este efecto es mucho más

expresivo de la cercanía del tiempo en griego que en inglés: "Todavía un poquitito",

o, como lo traduce Tregelles: "¡Un poquito, cuán poquito, cuán poquito!". La

reduplicación del pensamiento al final del versículo: "vendrá y no tardará" también

indica la certeza y la prontitud del acontecimiento que se aproxima. Este es el

comentario de Moses Stuart sobre este pasaje:

"El Mesías vendrá prontamente y, al destruir el poder judío, pondrá fin al sufrimiento

que vuestros perseguidores os infligen".

Esto es sólo parte de la verdad; la Parusía trajo mucho más que esto al pueblo de

Dios, si hemos de creer a las garantías dadas por los inspirados apóstoles de

Cristo.

LA PARUSÍA Y LOS SANTOS DEL ANTIGUO TESTAMENTO

Heb. 11:39,40. "Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe,

no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para

que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros".

El argumento que aquí se trae a su conclusión es de gran importancia, y merece

muy cuidadosa consideración. Se encontrará que presta un poderoso apoyo

indirecto a los puntos de vista propuestos en esta investigación, y que de hecho

proporciona la verdadera clave para su explicación.

Habiendo ilustrado en este capítulo undécimo su posición principal - la fe en Dios

era la característica distintiva de aquellos justos cuyos nombres adornan los anales

del Antiguo Testamento - el escritor llama la atención al hecho de que Abraham,

Isaac, y Jacob nunca entraron realmente en posesión de la herencia que se les

había prometido. No obtuvieron la tierra de Canaán; nunca vieron la Jerusalén

terrenal. "Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido"

(ver. 13). Luego declara que estos padres de Israel eran conscientes de un

significado más profundo de la promesa de Dios que una mera herencia temporal y

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terrenal. Mientras habitaba como extranjero y peregrino en la tierra de la promesa,

Abraham miraba más allá, "a la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y

constructor es Dios" (ver. 10). Es evidente que esto no puede referirse a la

Jerusalén terrenal, pero el lenguaje parece apuntar a alguna ciudad bien conocida

descrita así. Pero, ¿a cuál otra ciudad puede estarse aludiendo que no sea la

ciudad descrita en Apocalipsis como "teniendo doce fundamentos", "la ciudad del

Dios viviente", la Jerusalén celestial? La correspondencia no puede ser accidental, y

proporciona más que una presunción de que cualquiera que haya escrito la Epístola

a los Hebreos haya leído la descripción de la Nueva Jerusalén en Apocalipsis. No

es una ciudad, sino la ciudad; no es la que tiene fundamentos, sino "los

fundamentos", una ciudad particular y bien conocida.

Pero volvamos. La confesión de los padres de que eran extranjeros y peregrinos en

la tierra era una declaración de su fe en la existencia de una "patria mejor", "los que

esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria", no cualquier patria

terrenal, sino "una mejor", esto es, "una celestial" (vers. 14,16). Esta fe en una

herencia futura y celestial, que ellos veían sólo "de lejos" era verdadera, no sólo en

relación con Abraham, Isaac, y Jacob, sino en relación con la compañía entera de

los antiguos creyentes (ver. 39). Ni uno sólo de ellos recibió el cumplmiento de

aquella divina promesa que su fe había abrazado: "todos éstos, aunque alcanzaron

buen testimonio mediamte la fe, no recibieron lo prometido" (ver. 39).

Este es un hecho que vale la pena considerar. Hasta ese momento, de acuerdo con

el autor de esta epístola, los santos del Antiguo Testamento habían estado

esperando, y todavía esperaban, el cumplimiento de la gran promesa que Dios

había hecho a Abraham y a su simiente, y todavía no habían recibido la herencia, ni

habían entrado en la patria mejor, ni habían visto la ciudad construida por Dios, que

tenía fundamentos. ¿Cómo era esto? ¿Cuál podría ser la causa de la larga

demora? ¿Qué obstáculo les impedía la entrada al pleno goce de su herencia? La

pregunta ha sido anticipada y contestada. "Aún no se había manifestado el camino

al Lugar Santísimo", como lo indicaba la continuada existencia del templo y sus

servicios (cap. 9:8). El acceso al lugar de santidad y privilegio no se permitió sino

hasta que se hubo abierto el camino mediante el sacrificio expiatorio de Cristo, el

gran Sumo Sacerdote, el Mediador del nuevo pacto; no podía conferir un título

perfecto a sus súbditos por el cual pudieran ser admitidos para entrar en posesión

de la herencia (cap. 9:9). El mero ritual no podía quitar las barreras que el pecado

había erigido entre Dios y el hombre; y por lo tanto no había entrada, ni siquiera

para los fieles bajo el antiguo pacto, en los plenos privilegios de la condición de

santos e hijos. Pero esta barrera fue quitada por el sacrificio perfecto del gran Sumo

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Sacerdote. "El Mediador del nuevo pacto", mediante la ofrenda de sí mismo a Dios,

redimió las transgresiones cometidas bajo el pacto antiguo, o la economía mosaica,

librando así a los súbditos de aquel pacto de sus incapacidades, y haciéndole

competente para que los escogidos "recibieran la promesa de la herencia eterna"

(cap. 9:11-15).

El argumento de la epístola, pues, requiere suponer que, hasta que el sacrificio

expiatorio de la cruz fue ofrecido, la bienaventuranza de los santos del Antiguo

Testamento estaba incompleta. En este sentido, estaban en desventaja en

comparación con los creyentes bajo el nuevo pacto. Estos últimos fueron en

seguida puestos en posesión de aquello para lo cual los primeros tuvieron que

esperar largo tiempo. La superioridad de los creyentes ahora, bajo la dispensación

cristiana, sobre los creyentes bajo la anterior dispensación, es un punto fuerte en el

argumento. Nosotros, dice el escritor, no tenemos ningún período de demora

prolongado interpuesto entre nosotros y la herencia prometida; "nos hemos

acercado a ella"; "estamos entrando en ella"; "Dios ha provisto alguna cosa mejor

para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros". Es

decir, los antiguos creyentes no sólo no tenían ninguna precedencia sobre los

cristianos en el disfrute de la herencia prometida, sino que tuvieron que esperar

largo tiempo, hasta que llegara la plenitud del tiempo en que, habiendo abierto

Cristo el camino hacia el Lugar Santísimo, pudiesen entrar, junto con nosotros, en

posesión de la herencia prometida.

Es apenas necesario preguntar: ¿Qué esta herencia prometida de la cual tanto se

habla aquí, y que los santos del Antiguo Testamento esperaban en fe?

Incuestionablemente, es la que Dios prometió a Abraham, Isaac, y Jacob (ver. 9); la

que los patriarcas miraron de lejos (ver. 13); aquélla en la cual sus ilustres

sucesores creyeron pero que nunca recibieron (ver. 19). Es "la promesa de la

herencia eterna" (cap. 9:15); "la esperanza puesta delante de nosotros" (cap. 6:18);

"la ciudad con fundamentos" (cap. 11:10); "una mejor, esto es, celestial" (cap.

11:16); "un reino inconmovible" (cap. 12:28). Es en realidad la verdadera Canaán; la

tierra prometida; "el reposo de Dios"; "el reposo que queda para el pueblo de Dios"

(cap. 4:9). Es algo de lo cual el escritor habla de principio a fin. Regrese el lector en

sus pensamientos al capítulo cuarto, donde primero comienza la discusión con

respecto al prometido reposo. Evidentemente, aquel "prometido reposo" es idéntico

a la "tierra prometida", y la "tierra prometida" es idéntica a "la herencia prometida"; y

todas estas diferentes designaciones - ciudad, patria, reino, herencia, promesa -

significan una y la misma cosa. La Canaán terrenal no era el todo, no era la

realidad, sino sólo el símbolo de la herencia que Dios prometió a Abraham y a su

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simiente. Esa promesa, lejos de haberse cumplido exhaustivamente mediante la

posesión de la tierra bajo Josué, era todavía mantenida en reserva para el pueblo

de Dios. Pero ahora había llegado el tiempo en que la herencia estaba a punto de

ser entronizada y disfrutada, y los creyentes del pacto antiguo, junto con los del

nuevo, habían de entrar en seguida y juntos en el reposo prometido.

Hay una notable correspondencia entre el argumento contenido en este pasaje y las

afimaciones de Pablo en sus epístolas a los gálatas y a los romanos, que sirve para

arrojar luz adicional sobre todo el tema, pero también para probar cuán enteramente

paulino es el argumento de Hebreos. Seleccionamos algunos de los principales

pensamientos en Gál. 3 a manera de ilustración.

Ver. 16. "Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No

dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu

simiente, la cual es Cristo".

Ver. 18. "Porque si la herencia es por la ley, ya no es por la promesa; pero Dios la

concedió a Abraham mediante la promesa".

Ver. 19. "Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las

transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa", etc.

Ver. 22. "Mas la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es

por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes".

Ver. 23. "Pero antes que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados

para aquella fe que iba a ser revelada".

Ver. 29. "Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y

herederos según la promesa".

Ahora bien, haciendo lugar para la diferencia en el propósito que Pablo tiene en

mente al escribir a los gálatas, se verá cuán notablemente apoyan sus afirmaciones

las de la Epístola a los Hebreos.

1. En ambas encontramos el mismo tema: la herencia prometida.

2. En ambas se admite que la herencia no fue realmente poseída y disfrutada por aquellos a quienes se prometió primero. 3. En ambas se muestra que el cumplimiento de la promesa fue suspendido hasta la venida de Cristo. 4. En ambas se muestra que este acontecimiento (la venida de Cristo)

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produjo un cambio en la situación de los que esperaban esta herencia. 5. En ambas se argumenta que la fe es la condición para heredar la promesa. 6. En ambas se asegura que por fin ha llegado el tiempo en que está a punto de realizarse la verdadera posesión de la herencia.

Muy similar es el alcance del argumento en la Epístola a los Romanos:

Rom. 4:13. "Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería heredero del mundo [tierra, kosmoz = gh], sino por la justicia de la fe".

Ver. 16. "Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino también para la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros".

Rom. 5:1,2. "Justificados, pues, por la fe tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios".

En estos versículos encontramos:

1. La misma herencia prometida (ver. 13). 2. La misma condición para la posesión de ella, es decir, la fe (ver. 2). 3. La suspensión del cumplimiento de la promesa durante el período de la ley (vers. 14,16). 4. La entrada de los creyentes bajo la dispensación cristiana en el estado de privilegio y herencia (cap. 5:2). 5. La expectación de la plena posesión de la herencia. "Nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios" (cap. 5:2).

Tomando juntos todos estos pasajes, podemos deducir de ellos las siguientes conclusiones:

1. Que el gran objeto de la fe y la esperanza establecidas tan constantemente en las Escrituras como la consumación de la felicidad de los creyentes tanto bajo el Antiguo como del Nuevo Testamento es uno y el mismo; y, ya sea que se le llame "la tierra prometida", "la herencia prometida", "el reino de Dios", "la gloria que ha de ser revelada", "el reposo de Dios", "la esperanza puesta delante de nosotros", todas estas expresiones significan una y la misma cosa y apuntan a una recompensa celestial, no terrenal. 2. Que este era ek verdadero significado de la promesa hecha a Abraham. 3. Que el cumplimiento de esta promesa no podía tener lugar hasta que apareciese la la verdadera "simiente" de Abraham y se ofreciese el sacrificio de la cruz.

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4. Que los santos del Antiguo Testamento tuvieron que esperar hasta entonces, antes de que pudiesen recibir la herencia prometida - esto es, antes de que pudiesen entrar en plena posesión y disfrute del estado celestial. 5. Que los santos del Nuevo Testamento tenían esta ventaja sobre sus predecesores - no tuvieron que esperar la realización de su esperanza. 6. Que los santos del Antiguo Testamento, y los creyentes del Nuevo, habían de entrar al mismo tiempo en posesión de la herencia; no "ellos sin nosotros", ni "nosotros sin ellos", sino simultáneamente (Heb. 11:40).

Es evidente, sin embargo, que el escritor de la Epístola a los Hebreos no consideraba que ni los santos del Antiguo Testamento ni los del Nuevo habían entrado todavía en posesión de la herencia. El mismo propósito y la misma meta de todas sus exhortaciones y apelaciones a los creyentes hebreos es advertirles contra el peligro de abandonar la herencia a causa de apostasía, y animarles a estar firmes y a perseverar para que pudieran recibir la promesa. "Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado" (Heb. 4:1). "Porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa" (Heb. 10:36). No era suya todavía, pues, en posesión verdadera; pero todo el argumento implica que estaba muy cerca, tan cerca que casi se podía decir que estaba al alcance de la mano. "Los que hemos creído entramos en el reposo" (Heb. 4:3). "Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará" (Heb. 10:37). Esto indica claramente el período de la esperada entrada en la herencia: es la Parusía; "la venida del Señor"; el día largamente esperado; la plenitud del tiempo, cuando los santos del AT y los del NT entraran simultáneamente en posesión de la herencia prometida; la tierra del reposo; la ciudad con fundamentos; la patria mejor, esto es, la celestial; el reino inamovible; "la herencia incorruptible, incontaminada, inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros".

Pero, puede objetarse: Si ya ha venido la simiente "a quien fueron hechas las promesas"; si ya se ofreció el sacrificio del Calvario; si el gran Sumo Sacerdote ha rasgado el velo y quitado el muro; si se ha abierto el camino al Lugar Santísimo, ¿no se sigue que la posesión de la herencia sería otorgada inmediatamente a los santos del AT, y que ellos entrarían en el reposo prometido junto con el Redentor resucitado y triunfante?

Este es el punto de vista que han adoptado muchos teólogos, que fijan la resurrección de Cristo como el período de avance y de gloria de los santos del AT. Pero es claro que la doctrina apostólica fija ese período en la Parusía, y esto por la razón dada en la Epístola a los Hebreos (cap. 10:12,13). Aunque el gran Sumo Sacerdote había ofrecido su único sacrificio por el pecado; aunque se había sentado a la diestra de Dios, su triunfo todavía no había llegado plenamente. Todavía estaba "esperando de ahí en adelante a que sus enemigos fuesen puestos por estrado de sus pies". Al mismo efecto es la declaración de Pablo en 1 Cor. 15:22. La consumación se alcanza en etapas sucesivas; primera, la resurrección de

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Cristo; después, los que son de Cristo, en su venida; luego, "el fin". El edificio no fue coronado sino hasta la Parusía, cuando el Hijo del hombre vino en su reino, y sus enemigos fueron puesto bajo sus pies. Esa fue la consumación, el fin, cuando el gobierno mesiánico delegado habría de cesar; lo ceremonial, local, y temporal habría de fundirse con lo espiritual, universal, y eterno; cuando Dios fuese revelado como el Padre, no de una nación, sino del hombre; cuando todas las distinciones seccionales y nacionales fuesen abolidas, y "Dios fuese todo en todos".

Mientras tanto, cuando esta epístola se escribió, el sistema mosaico parecía intacto: "el tabernáculo exterior" todavía estaba en pie; el judaísmo, aunque era un tronco hueco, cuyo corazón se había deteriorado totalmente, todavía tenía una semblanza de vigor, pero había llegado la hora en que la economía entera habría de ser suprimida. Un diluvio de ira estaba a punto de derramarse sobre la tierra y abrumar la ciudad, el templo, y la nación; el juicio de los impenitentes y el pueblo apóstata tendría lugar, y los santos del AT, con los creyentes en Cristo, juntos "entrarían en el reposo" y "heredarían el reino preparado para ellos desde la fundación del mundo".

Cuando recordamos que, de acuerdo con algunos expositores, esta epístola se escribió en el umbral de la gran guerra judía que terminó en la destrucción de Jerusalén; o, según otros, después de su estallido, podemos concebir cuán intensa expectación debe haber producido en los corazones cristianos aquella crisis que se aproximaba. La largamente esperada consumación ahora no era cuestión de años, sino de meses o días.

Antes de dejar este interesante pasaje es apropiado hacer alusión a las opiniones de algunos de los más eminentes expositores en relación con él.

El profesor Stuart pierde el camino por completo. Declara a Heb. 11:40 "un versículo extremadamente difícil, sobre cuyo significado ha habido multitud de conjeturas", y expresa su opinión de que "la cosa mejor" reservada para los cristianos no es una recompensa en el cielo; porque tal recompensa se les ofreció también a los santos de la antigüedad.

"Tengo, pues", añade, "que adoptar otra exégesis del pasaje entero, que refiere epaggelian [la promesa] a la prometida bendición del Mesías. Interpreto, pues, el pasaje entero de esta manera: Los santos de la antigüedad perseveraron en su fe, aunque el Mesías les era conocido sólo por la promesa. Nosotros estamos más obligados que ellos a perseverar: porque Dios ha cumplido su promesa con respecto al Mesías, colocándonos en una condición mejor adaptada a la perseverancia que ellos. Tanto es nuestra condición preferible a la de ellos que hasta podemos decir que, sin la bendición de que disfrutamos, su felicidad no podría haberse completado. En otras palabras, la venida del Mesías era esencial para la consumación de su felicidad en gloria, es decir, era necesaria para su teleiosiz".

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Se verá que Stuart confunde por completo lo que quiere decir el escritor. La epaggelia no es el Mesías, sino la herencia, la promesa de entrar en el reposo. Además, no capta la relación del tema con el tiempo entonces presente, y que toda la fuerza del argumento reside en el hecho de que estaba cercano el momento en que la gran promesa de Dios se cumpliría.

El Dr. Alford aprehende el argumento mucho más claramente, pero no capta el sentido preciso del todo. Cuán cerca está de aproximarse a la verdadera solución de la dificultad puede verse en la siguiente nota:

"El escritor implica, como de hecho parece atestiguarlo el cap. 10:14, que el advenimiento y la obra de Cristo han cambiado el estado de los padres y los santos del AT en una bendición mayor y más perfecta, una inferencia que nos impone la Escritura en muchos otros lugares. De modo que su perfección dependía de nuestra perfección; su perfección y la nuestra fueron introducidas al mismo tiempo, cuando Cristo 'por una sola ofrenda perfeccionó para siempre a los santificados'. De manera que el resultado con relación a ellos es que sus espíritus, desde el tiempo en que Cristo descendió al Hades y ascendió al cielo, disfrutan de la bienaventuranza celestial, y esperan, junto con todos los que han seguido a su glorificado Sumo Sacerdote dentro del velo, la resurrección de sus cuerpos, la regeneración, la renovación de todas las cosas".

Esta explicación, aunque en algunos respectos no está lejos de la verdad, es inconsistente con las afirmaciones de la epístola, pues supone que los santos del AT todavía esperan su completa felicidad, y reducen hasta a los creyentes del NT a la misma condición de espera de una consumación todavía futura. ¿Qué sucede, entonces, con kreittonti, la "alguna cosa mejor" que Dios, según el escritor, había provisto para los cristianos? La ventaja a la que él tanta importancia le da desaparece por completo. Y si la Parusía nunca tuvo lugar, los creyentes del NT no tienen ninguna ventaja en absoluto sobre los santos de la antigüedad.

El Dr. Tholuck hace las siguientes observaciones sobre el estado de los santos que han partido antes del advenimiento de Cristo:

"Los santos del AT se reunieron con los padres, y quizás fueron en parte trasladados a una esfera superior de vida; pero, como la salvación completa sólo se alcanza por medio de la unión con Cristo, cuyo Espíritu, que mora en el interior, vivificará también nuestros cuerpos recién glorificados, así también los padres que se reunieron con Dios tuvieron que esperar el advenimiento de Cristo, como Él mismo dijo de Abraham, que se regocijó de ver Su día".

Es curioso encontrar varias opiniones similares expresadas por el Dr. Owen en su tratado sobre Hebreos (vol. 5, p. 311):

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"Creo que los padres que murieron bajo el AT tenían una admisión más cercana a la presencia de Dios que aquella de la cual habían disfrutado antes. Estaban en el cielo delante del santuario de Dios, pero no eran admitidos del velo adentro, al Lugar Santísimo, donde todos los consejos de Dios se muestran y están representados".

Mucho de lo que es verdad está mezclado aquí con algo erróneo. Todas estas opiniones concuerdan en la conclusión de que la obra redentora de Cristo tuvo una poderosa influencia sobre el estado de los creyentes del AT; pero ninguna de ellas aprehendió el hecho, tan legiblemente escrito sobre la faz de esta epístola, de que no fue sino hasta que el entramado externo del judaísmo fue barrido, y Cristo había venido en su reino, que la herencia prometida fue abierta para los creyentes, bien del AT o del NT, y que la Parusía fue el tiempo señalado para que ambos grupos entraran juntos en posesión del "reposo de Dios".

LA GRAN CONSUMACIÓN ESTÁ CERCANA

Contraste entre la situación de los cristianos hebreos y la de los israelitas en

Sinaí

Heb. 12:18-24. "Porque no os habéis acercado al monte que se podía palpar, y que

ardía en fuego, a la oscuridad, a las tinieblas y a la tempestad, al sonido de la

trompeta, y a la voz que hablaba, la cual los que la oyeron rogaron que no se les

hablase más, porque no podían soportar lo que se ordenaba: Si aun una bestia

tocare el monte, será apedreada, o pasada con dardo; y tan terrible era lo que se

veía, que Moisés dijo: Estoy espantado y temblando; sino que os habéis acercado

al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de

muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están

inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos

perfectos, a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla

mejor que la de Abel".

En este pasaje tenemos una poderosa exhortación a la firmeza en la fe, reforzada

por un vívido paralelo, o más bien, contraste, entre la situación de sus antepasados

hebreos mientras permanecían de pie temblando ante el monte Sinaí, y la posición

ocupada por ellos mismos, de pie, por decirlo así, teniendo delante el monte de

Sion y todas las glorias de la herencia prometida. Lo cierto es que, en esta

representación, hay tanto un paralelo como un contraste. La semejanza reside en la

cercanía del objeto - la reunión con Dios. Como los israelitas en el monte Sinaí, los

cristianos hebreos se habían acercado [proselhluqate] al monte de Sion; como sus

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padres, habían estado cara a cara con Dios. Pero, en otros respectos, había un

fuerte contraste en sus circunstancias. En el monte Sinaí, todo era terrible y

espantoso; en el monte de Sion, todo era adorable y atractivo. Y esta era la

perspectiva que ahora tenían delante suyo. Unos pasos más, y estarían en medio

de aquellas escenas de gloria y de gozo, a salvo en la tierra prometida. No puede

haber dudas con repecto a la identidad de la escena que aquí se describe: es una

visión cercana de la "herencia", "el reposo de Dios", tan constantemente presentada

en esta epístola como el ultimátum del creyente - una vez contemplada, de lejos,

por patriarrcas, profetas, y santos de la antigüedad, pero ahora visible para todos y

dentro de unos días de marcha - "la ciudad con fundamentos", "la patria mejor, a

saber, la celestial".

Aquí se presenta una pregunta interesante. ¿De qué fuente extrajo el escritor esta

vívida descripción de la herencia celestial? Por supuesto, es fácil decir: Es un

pronunciamiento original del Espíritu, que habló a los profetas. Pero el autor de la

epístola evidentemente escribe como si los cristianos hebreos supiesen y

estuviesen familiarizados con las cosas de las cuales él habla. Es evidente que el

cuadro del monte Sinaí y sus circunstancias acompañantes se derivan del libro de

Éxodo; y si encontramos los materiales para el cuadro del monte Sinaí listos y a la

mano en cualquier libro particular del NT, no es incorrecto suponer que la

descripción fue tomada de allí. Ahora bien, la verdad es que encontramos cada uno

de los elementos de esta descripción en el libro de Apocalipsis; y cuando el lector

compara cada característica separada de la escena presentada en la epístola con

su contraparte en el Apocalipsis, le será fácil juzgar si la correspondencia puede o

no puede ser sincera, y cuál es el cuadro original:

Monte de Sion Apoc. 14:1

La ciudad del Dios viviente Apoc. 3:12; 21:10

La Jerusalén celestial Apoc. 3:12; 21:10

La innumerable compañía de ángeles Apoc. 5:11; 7:11

La asamblea general y la iglesia de los Apoc. 3:12; 7:4; 14:1-4

primogénitos, etc. Dios, el Juez de todos Apoc. 20:11,12

Los espíritus de los justos hechos perfectos Apoc. 14:5

Jesús, el mediador del nuevo pacto Apoc. 5:6-9

La sangre del rociamiento Apoc. 5:9

Mirando la exacta correspondencia entre las representaciones de la epístola y las

de Apocalipsis, parece imposible resistir la conclusión de que el escritor de esta

epístola tenía en mente las descripciones de Apocalipsis; y su lenguaje presupone

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~ 230 ~

el conocimiento de ese libro por parte de los cristianos hebreos. Esta conclusión

conlleva la inferencia de que Apocalipsis se escribió antes de la Epístola a los

Hebreos, y en consecuencia, antes de la destrucción de Jerusalén. Nos

encontraremos con el tema nuevamente cuando entremos a considerar el libro de

Apocalipsis; mientras tanto, baste observar que tanto en esta epístola como en

Apocalipsis los acontecimientos que se narran son considerados tan cercanos como

para describirlos como realmente actuales; en la epístola, la iglesia militante se ve

como que ya ha llegado a la herencia, y en Apocalipsis las cosas que han de

suceder pronto se ven como hechos consumados.

LA CERCANÍA Y LO FINAL DE LA CONSUMACIÓN

Heb. 12:25-29. "Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháramos al que amonesta desde los cielos. La verdad del cual conmovió entonces la tierra, pero ahora ha prometido, diciendo: Aún una vez, y conmoveré no solamente la tierra, sino también el cielo. Y esta frase: Aún una vez, indica la remoción de las cosas movibles, como cosas hechas, para que queden las inconmovibles. Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor, porque nuestro Dios es fuego consumidor".

El paralelo, o más bien el contraste, entre la situación de los antiguos israelitas que se acercaron a Dios en Sinaí y la de los cristianos hebreos que esperaban la Parusía es llevado aún más adelante aquí con el propósito de instar a los últimos a soportar y a perseverar. Si era peligroso desestimar las palabras habladas desde el Monte Sinaí - la voz de Dios por boca de Moisés - cuánto más peligroso es dar la espalda a Aquél que habla desde el cielo, la voz de Dios por medio de su Hijo. La voz desde el Sinaí estremeció la tierra (Éx. 19:18; Sal. 68:8); pero una convulsión más terrible estaba cerca, por medio de la cual, no sólo la tierra, sino también el cielo, habrían de ser removidos finalmente y para siempre.

Pero, ¿qué es este inminente y final "conmover y remover la tierra y el cielo"? Según Alford,

"Es claramente erróneo entender, con algunos intérpretes, esta conmoción como el

mero derrumbe del judaísmo delante del evangelio, o de cualquier otra cosa que se

cumplirá durante la economía cristiana, excepto su glorioso fin y su glorioso

cumplimiento".

Al mismo tiempo, admite que:

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"El período que transcurre [antes de que este zarandeo tenga lugar] no será sino

uno, sin admitir que se divida en muchos; y ese uno es corto".

Pero, si es así, seguramente la catástrofe debe haber sido inmediata porque, sobre

la suposición de que pertenece al futuro distante, el intervalo debe ser por

necesidad muy largo, y divisible en muchos períodos, como años, décadas, siglos, y

hasta milenios.

El comentario de Moses Stuart es mucho más al punto:

"Que el pasaje respeta los cambios que serían introducidos por la venida del

Mesías, y la nueva dispensación que Él iniciaría, es evidente por la lectura de

Hageo 2:7-9. Tal lenguaje figurado es frecuente en la Escritura, y denota grandes

cambios que han de tener lugar. Así lo explica el apóstol, en el mismo versículo

siguiente. (Comp. Isa. 13:13; Hageo 2:21, 22; Joel 3:16; Mat. 24:29-37).

La clave para la interpretación de este pasaje se encuentra en la profecía de

Hageo. Al comparar los símbolos proféticos en ese libro, se verá que el "hacer

temblar el cielo y la tierra" es evidentemente emblemático y sinónimo de "trastornar

tronos, destruir reinos", y revoluciones sociales y políticas y similares (Hageo

2:21,22). Tales tropos y metáforas son los mismos elementos de la descripción

profética, y sería absurdo insistir en el cumplimiento literal de tales figuras.

Constantemente se usan prodigios y convulsiones para expresar grandes

revoluciones sociales o morales. Que los que encuentran difícil creer que la

abrogación de la dispensación mosaica pueda ser prefigurado en lenguaje de tan

tremenda sublimidad consideren la magnificencia del lenguaje empleado por

profetas y salmistaspara describir su introducción. (Véase Sal. 68:7,8,16,17; 114:1-

8; Habacuc 3:1-6).

Entonces, ¿qué es la gran catástrofe representada simbólicamente como sacudir

los cielos y la tierra? Sin duda es el derribamiento y la abolición de la dispensación

mosaica, o pacto antiguo; la destrucción de la iglesia y el estado judíos, junto con

todas sus instituciones y ordenanzas. Había "cosas celestiales" que pertenecía a

aquella dispensación: las leyes, y estatutos, y ordenanzas, que eran divinos en su

origen, y que podrían llamarse correctamente "el bagaje espiritual" del judaísmo -

éstos eran los cielos, que habrían de ser conmovidos y removidos. Había también

las "cosas terrenales": la Jerusalén literal, el templo material, la tierra de Canaán -

éstas eran la tierra, que dee la misma manera debía ser conmovida y removida. En

realidad, estos símbolos equivalen a los que empleó nuestro Señor cuando predijo

el destino de Israel. "Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días [los

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horrores del sitio de Jerusalén], el sol se oscurecerá, y la luna no dará su lumbre, y

las potencias de los cielos serán conmovidas" (Mat. 24:29). Ambos pasajes se

refieren a la misma catástrofe y emplean figuras muy similares; además de lo cual

tenemos la autoridad de nuestro Señor para fijar el acontecimiento y el período del

cual Él habla dentro de los límites de la generación que entonces existía; es decir,

las referencias sólo pueden ser al juicio de la nación judía y la abrogación de la

economía mosaica en la Parusía.

Aquel gran acontecimiento debía preparar el camino para un nuevo y superior orden

de cosas. Un reino que no puede ser conmovido habría reemplazar las instituciones

materiales y mutables que eran imperfectas en su naturaleza y temporales en su

duración; lo material daría lugar a lo espiritual; lo temporal a lo eterno; y lo terrenal a

lo celestial. Esta era con mucho la mayor revolución que el mundo hubiese

presenciado jamás. Trascendía con mucho en importancia y grandeza hasta la

entrega de la ley en el monte Sinaí; y como ella, estuvo acompañada por terribles

señales y maravillas, convulsiones físicas, y fenómenos portentosos. Era adecuado

que prodigios similares, y aún más terribles, acompañaran su abrogación y la

apertura de una nueva era. Que tales portentos precedieron realmente a la

destrucción de Jerusalén no tenemos dificultad en creerlo; primero, basándonos en

la analogía; segundo, por el testimonio de Josefo; y, sobre todo, por la autoridad del

discurso profético de nuestro Señor.

Pero no es tanto a cualquier nueva era sobre la tierra como al glorioso reposo y la

gloriosa recompensa del pueblo de Dios en el estado celestial a lo que el autor de la

epístola dirige la esperanza de los cristianos hebreos. En aquel reino eterno los

fieles siervos de Cristo creían que estaban a punto de entrar, y ninguna

consideración estaba más calculada para fortalecer a los débiles y confirmar a los

vacilantes. "Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud,

y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque

nuestro Dios es fuego consumidor".

EXPECTATIVA DE LA PARUSÍA

Heb. 13:14. "Porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la

por venir".

Bien dice Alford:

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"Este versículo llega al lector con un tono solemne, considerando cuán corto fue el

tiempo que duró en realidad la menousapoliz [ciudad duradera], y cuán pronto la

destrucción de Jerusalén puso fin al sistema judío, que se suponía sería tan

duradero".

Esto es irreprochable, y podemos decir: "¡O si sic omnia!". El comentarista ve

claramente en este caso la relación entre el lenguaje del escritor y las

circunstancias verdaderas de los hebreos. Este principio habría sido una guía

segura en otros casos en que nos parece que a él se le escapó por completo el

punto principal del argumento. Los cristianos a quienes se escribió la epístola

habían arribado a la escena final del sistema judío; la catástrofe final estaba cerca.

Oyeron el llamado: "Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus

plagas". Jerusalén, la ciudad santa, con su templo sagrado, sus torres y palacios,

sus muros y baluartes, ya no era una "ciudad duradera"; estaba a punto de ser

"conmovida y removida". Pero el santo hebreo podía ver, más allá de sus lágrimas,

otra Jerusalén, la ciudad del Dios viviente; un hogar duradero y celestial, muy cerca,

y "bajando", como si fuera "del cielo". Esta era la ciudad venidera [thnmellousan = la

ciudad que pronto vendría], a la cual alude el escritor, y que él creía que ellos

estaban a punto de recibir. (Heb. 21:28).

LA PARUSÍA EN LA EPÍSTOLA DE SANTIAGO

Un interés especial acompaña a esta epístola, por cuanto manifiestamente

pertenece a "los últimos días", el período final de la dispensación. Es una voz

dirigida al Israel disperso de Dios desde dentro de la ciudad condenada a muerte,

cuya catástrofe estaba cerca en ese momento. Es el último testigo a la nación tanto

dentro como fuera de los linderos de Palestina. Aunque dirigida a los creyentes

hebreos, contiene evidencias de la degeneración en la iglesia cristiana y la extrema

corrupción de la nación. Abunda la iniquidad, y el amor de muchos se ha enfriado.

Pero Santiago de Jerusalén, como uno de los antiguos profetas de Israel, testifica

en favor de la verdad y la justicia con resuelta fidelidad, hasta que obtiene la victoria

del martirio. Las alusiones directas a la Parusía en esta epístola son pocas en

número, pero claras y decisivas en carácter, y es claro que la epístola entera está

escrita bajo la profunda impresión de la próxima consumación.

VIENEN LOS ÚLTIMOS DÍAS

Sant. 5:1,3. - "¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullaad por las miserias que os

vendrán. ... Habéis acumulado tesoros para los días postreros".

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Esta osada acusación contra los poderosos opresores y ladrones de los pobres en

los últimos días el estado judío nos recuerda las advetencias del profeta Malaquías:

"Vendré a vosotros para juicio; y seré pronto testigo contra los hechiceros y los

adúlteros, contra los que juran mentira, y los que defraudan en su salario al

jornalero, a la viuda y al huérfano, y los que hacen injusticia al extranjero, no

teniendo temor de mí, dice Jehová de los ejércitos" (Mal. 3:5). Aquel juicio se

acercaba ahora, y el juez "estaba delante de la puerta".

Nada puede ser más franco que ewl reconocimiento que hace Alford de la

importancia histórica de esta conminación, y su expresa referencia a los tiempos del

apóstol. Dando razón de la ausencia de cualquier exhortación directa a la penitencia

en esta denuncia, dice:

"Que una exhortación como esta no aparezca aquí se debe principalmente a la

cercana proximidad del juicio que el escritor tiene delante". Nuevamente observa:

"Howl [ololuxein] es una palabra del Antiguo Testamento limitada a los profetas, y

usada, como aquí, con referencia a la cercana proximidad de los juicios de Dios".

Nuevamente: "No se debe pensar en estas miserias como el fin natural y

determinado de todas las riquezas mundanas, sino como los juicios enlazados con

la venida del Señor: comp. ver. 8, 'la venida del Señor está cerca'. Puede ser que

esta expectación todavía estuviese íntimamente ligada a la próxima destrucción de

la ciudad y el sistema político judíos, porque hay que recordar que son judíos

aquellos a los que se les dirigen estas palabras".

El único inconveniente de esta explicación es el uso desafortunado de la frase

"puede ser" en la última oración. ¿Cómo podría pensarse en la incertidumbre en un

caso tan sencillo? Nuestra preocupación es con lo que estaba en la mente del

apóstol, y seguramente ningunas palabras pueden transmitir un testimonio más

fuerte a su convicción de que "los últimos días" y "el fin" estaban a punto de llegar.

En su nota sobre el ver. 3, Alford da el significado del apóstol con perfecta

exactitud:

"Los últimos días (es decir, los últimos días antes de la venida del Señor), etc."

Es interesante descubrir que el Dr. Manton, un teólogo que vivió en los días en que

una exégesis rigurosa no se practicaba mucho, y una exposición de la Escritura era

cualquier significado que se le atribuyera, ha discernido con gran perspicacia el

significado histórico de ésta y otras alusiones de Santiago a la Parusía. Por

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~ 235 ~

ejemplo, acerca de la cláusula: "El moho de ellos devorará vuestras carnes como

fuego", Monton dice:

"Posiblemente haya aquí alguna alusión latente a la manera en que ocurrió la ruina

de Jerusalén, en la cual muchos miles de personas perecieron a causa del fuego".

Nuevamente, acerca de la cláusula: "Habéis acumulado tesoros para los días

postreros", observa: "No hay ninguna razón convincente para que tomemos esto en

sentido metafórico, especialmente puesto que, con amplio permiso del contexto, el

propósito del apóstol, y el estado de cosas en aquellos tiempos, podemos conservar

lo literal. Por lo tanto, debo entender las palabras simplemente como una intimación

de sus próximos juicios; así que me parece que el apóstol grava la vanidad de ellos

al atesorar y acumular riquezas cuando aquellos días de dispersión, fatales para la

comunidad judía, estaban a punto de sobrecogerles".

CERCANÍA DE LA PARUSÍA

Sant. 5:7. "Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor".

Sant. 5:8. "La venida del Señor se acerca".

Sant. 5:9. "He aquí, el juez está delante de la puerta".

Tres declaraciones claras, cortas, nítidas, alarmantes, todas significando la

inminente llegada del "día del Señor".

El comentario de Manton sobre estos pasajes, aunque lo persigue el fantasma del

doble sentido, es en general excelente:

"¿Qué se quiere decir aquí? (Sant. 5:7). ¿Cualquier venida particular de Cristo, o su

solemne venida a un juicio general? Respondo: Posiblemente ambas; los cristianos

primitivos creían que ambas ocurrirían juntas. 1. Puede referirse a la venida

particular de Cristo a juzgar a estos hombres impíos. Esta epístola se escribió

aproximadamente treinta años después de la muerte de Cristo, y sólo transcurrió un

corto tiempo entre ese suceso y los últimos momentos de Jerusalén, de modo que

hasta la venida del Señor significa hasta la destrucción de Jerusalén, que también

se expresa en alguna otra parte como la venida, si hemos de creer a Crisóstomo y

Ecumenio acerca de Juan 21:22: 'Si quiero que quede hasta yo venga', esto es,

dicen ellos, venga a la destrucción de Jerusalén".

Luego, conntinúa dando un significado alterno, se acuerdo con la costumbre de los

expositores del doble sentido.

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~ 236 ~

Acerca del versículo octavo: "Porque la venida del Señor se acerca", Manton

observa:

"O a ellos primero para un juicio particular; porque no quedaban sino unos pocos

años, y entonces todo se perdió; y probablemente eso es lo que los apóstoles

quieren decir cuando hablan tan a menudo de la cercanía de la venida de Cristo.

Pero, se dirá: ¿Cómo podría esto ser propuesto como argumento de paciencia a los

piadosos hebreos que Cristo vendría y destruiría el templo y la ciudad? Respondo:

(1) El tiempo del solemne proceso judicial de Cristo contra los judíos fue el tiempo

en que Él se defendió con honor de sus adversarios, y el escándalo y el reproche

de su muerte habían pasado. (2) La proximidad de su juicio general terminó la

persecución; y cuando los piadosos eran atendidos en Pella, los incrédulos

perecían por la espada romana", etc.

Acerca del vers. 9: "He aquí, el juez está delante de la puerta", Manton descarta por

completo el doble sentido, y da la siguiente explicación irreprochable:

"Había dicho antes: 'La venida del Señor se acerca'; ahora añade que 'está delante

de la puerta', una frase que no sólo implica la certeza, sino lo súbito, del juicio.

Véase Mat. 24:33: 'Sabed que está cerca, aún a las puertas', de modo que esta

frase da a entender también la rapidez de la ruina de los judíos".

Es fácil ver que la perdonable ansiedad por encontrar un uso actual didáctico y

edificante en toda la Escritura reside en la base de gran parte de la exposición de

teólogos como Manton, y les inclina a adoptar significados alternos y ajustes, que

una exégesis estricta no puede admitir. Pero el lenguaje del apóstol en este caso no

necesita ninguna explicación, pues habla por sí solo. Muestra la actitud de

expectativa y la esperanza con la que las iglesias apostólicas esperaban la

manifestación del regreso de su Señor. Una iglesia perseguida necsitaba

pacienciabajo las injusticias infligidas por sus opresores. Su clamor era: ¡Oh, Señor!

¿Hasta cuándo? Se consolaban con la certeza de que el día de liberación estaba

cerca; "el juez", el vengador de sus injusticias ya estaba "delante de la puerta". "Aún

un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará". ¿Cómo es posible reconciliar

esta confiada esperanza de una liberación casi inmediata con una consumación

todavía futura después de que hubiesen pasado dieciocho siglos? No hay sino dos

alternativas posibles: o Santiago y los otros apóstoles estaban burdamente

engañados en su esperanza de la Parusía, o aquel acontecimiento sí ocurrió, de

acuerdo con su esperanza y la predicción del Señor, al final de la era judía. Si

adoptamos esta última alternativa, la única compatible con la fe cristiana, tenemos

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~ 237 ~

que aceptar la inferencia de que la Parusía era la gloriosa aparición del Señor

Jesucristo para abolir la dispensación mosaica, ejecutar juicio sobre la nación

culpable,y recibir a su fiel pueblo en su reino y su gloria celestiales.

LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS DE PEDRO

EN LA PRIMERA EPÍSTOLA

Es evidente que esta epístola, como la de Santiago, pertenece al período llamado

"los últimos días". Como el otro testigo y hermano apóstol suyo, Santiago, Pedro

dirige sus exhortaciones a los cristianos hebreos de la dispersión; porque ésta es la

única interpretación natural del título que se les da en el primer versículo. El

contenido manifiesta de modo suficiente que la epístola se escribió en un tiempo de

sufrimiento por amor a Cristo. Los discípulos estaban "cargados de muchas

tentaciones", pero un tiempo de prueba más severo se aproximaba, y por esto se

les exhortaba a prepararse. "Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que

os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese" (1 Ped. 4:12). Son

consolados, además, con la expectativa de una liberación rápida y final.

Es necesario leer esta epístola a la luz de las circunstancias reales del tiempo en

que se escribió y de las personas a quienes se les escribió. Cualesquiera sean sus

usos y las lecciones para otros tiempos y personas, no debe perderse de vista su

relación primaria y especial con los judíos de la dispersión en la era apostólica.

LA SALVACIÓN PREPARADA PARA SER REVELADA EN LOS ÚLTIMOS TIEMPOS

1 Ped. 1:5. "Vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para

alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo

postrero".

Cada una de las palabras de este discurso de apertura está llena de significado, e

implica la cercana proximidad de una crisis grande y decisiva. En el ver. 4, tenemos

una alusión muy clara a la "herencia", que es el tema de una porción tan grande de

la Epístola a los Hebreos, es decir, la Canaán verdadera, "el reposo que queda para

el pueblo de Dios". En lenguaje muy similar, Pedro la llama "la herencia reservada

en el cielo" y representa la entrada en ella por los creyentes como muy cercana. La

salvación está "preparada para ser manifestada". Lo que esta "salvación" significa

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~ 238 ~

es muy evidente; no es la glorificación personal de las almas individuales a la

muerte, sino una liberación grande y colectiva, en la cual el pueblo de Dios ha de

participar de modo general: una salvación como la que Dios ejecutó para Israel a

las orillas del Mar Rojo. Del mismo modo, Pablo usa la misma palabra con

referencia a esta misma consumación próxima: "Ahora está nuestra salvación más

cerca que cuando creímos" (Rom. 13:11).

La gran liberación general no era un suceso distante, estaba ahora "preparada para

ser revelada", en la misma víspera de hacerse manifiesta. Como observa Alford, la

palabra etoimhn [preparada] es más fuerte que melousan. Entender esto como que

se refiere a creyentes individuales que entran al cielo uno por uno a la hora de la

muerte, o como la entrada a un estado celestial que todavía no ha sido concedido,

es absolutamente repugnante al claro sentido de las palabras.

La salvación está lista para ser revelada en "el tiempo postrero", es decir, "ahora", el

tiempo que era presente entonces. Ya hemos tenido ocasión de observar que los

apóstoles llaman a su propio tiempo "el tiempo postrero". Ellos creían y enseñaban

que estaban viviendo en los últimos tiempos, y esto debe poder reconciliarse con

los hechos, si su crédito como fieles y autorizados testigos ha de mantenerse.

Estaban justificados en su creencia: vivían en los últimos tiempos, en el período

final de la era o época judía. En el versículo veinte de este capítulo encontramos

que se da la misma designación al tiempo de la encarnación de Cristo: "Quien fue

manifestado en los postreros tiempos [al final de los tiempos] por amor de vosotros".

Decir que el apóstol considera el período entero desde el principio de la

dispensación del Nuevo Testamento hasta la venida de Cristo en gloria, en una

época futura y posiblemente todavía distante, como un corto tiempo llamado los

últimos días, es una interpretación sumamente antinatural y forzada. Es evidente

que el apóstol habla de un período de crisis, y hacer que una crisis se extienda por

miles de años es violentar, no sólo el sentido gramatical de las palabras, sino la

naturaleza de las cosas.

A riesgo de ser repetitivos, podemos observar aquí que, de acuerdo con el uso del

Nuevo Testamento, debemos concebir el período entre la encarnación de Cristo y la

destrucción de Jerusalén como el fin de una época o era. Fue al final de la era

[episunteleiatwnaiwnwn = cerca del final de la época] que "Cristo apareció para

quitar de en medio al pecado, por el sacrificio de sí mismo" (Heb. 9:26). Este

período entero de alrededor de setenta años se considera como "el tiempo

postrero", pero es natural que la frase tuviese un acento más fuerte cuando la

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guerra de los judíos, el principio del fin, estaba a punto de estallar, si ya no había

comenzado.

LA REVELACIÓN DE JESUCRISTO ESTÁ PRÓXIMA

1 Ped. 1:7. "Para que, sometida a prueba vuestra fe ... sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo".

1 Ped. 1:13. "Esperad por completo [teleiwz] en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado".

Todo en la exhortación del apóstol transmite la idea de ansiosa expectación y preparación. La salvación está lista para ser revelada; los creyentes sometidos a prueba y perseguidos deben "ceñir los lomos de su entendimiento"; la esperada bendición, la gracia, está en camino - está siendo traída a ellos. Alford observa correctamente que la palabra feromenhn [siendo traída] significa "la cercana inminencia del suceso del que se habla; q.d. que en este mismo momento se le viene encima a uno". ¿No prueba esto claramente que Pedro entendía, y deseaba que sus lectores entendiesen, que este apocalipsis de Jesucristo estaba a la puerta? Habría sido una farsa decir a hombres que sufrían y eran perseguidos que se prepararan para recibir una salvación que no habría de llegar por cientos y miles de años.

RELACIÓN ENTRE LA REDENCIÓN DE CRISTO Y EL MUNDO ANTEDILUVIANO

1 Ped. 3:18-20. "Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el

justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne,

pero vivificado en espíritu, en el cual también fue y predicó a los espíritus

encarcelados, los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la

paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca", etc.

La interpretación común de este difícil pasaje que da la mayoría de los expositores

protestantes es que Cristo, en efecto, predicó a los antediluvianos por medio de su

Espíritu Santo a través del ministerio de Noé. Esto sin duda afirma una verdad, y

además tiene la ventaja de que permanece dentro de los límites de hechos

históricos bien conocidos, y evita lo que parece especulación oscura y dudosa. Sin

embargo, como cuestión gramatical, esta interpretación es completamente

insostenible. Primero, es razonable esperar una secuencia cronológica en las varias

partes de la declaración del apóstol, describiendo lo que Cristo hizo después de

"haber muerto en la carne". ¿Qué sería más áspero y más abrupto que la súbita

transición de la narración de lo que Cristo hizo y sufrió en la carne a lo que había

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~ 240 ~

hecho, en un sentido, varios miles de años antes, en los días de Noé? Además, la

traducción "siendo vivificado en Espíritu" y "en el cual también", dando a entender

que el Espíritu Santo era el agente por medio del cual Cristo fue vivificado, y por

medio del cual predicó, etc., es claramente errónea. Debería ser: "Siendo a la

verdad muerto en [su] carne, pero vivificado en [su] espíritu", -- siendo la carne su

cuerpo, y el espíritu su alma. Luego el apóstol añade: "en el cual también", es decir,

en su espíritu humano. Además, como apunta Ellicot, poreuqeiz [habiendo ido]

"indica descendencia literal y local".

De acuerdo con el sentido verdadero y natural de las palabras, parece, pues, que

no hay escapatoria a la interpretación de que nuestro Señor, después de su muerte

en la cruz, fue, en su estado desencarnado, al Hades, el lugar de los espíritus que

han partido, y allí hizo proclamación [predicó] a los espíritus aprisionados, es decir,

los antediluvianos, los que en los días de Noé no creyeron a las advertencias del

profeta y perecieron en el diluvio. Ésta, que es la interpretación más antigua, es

ahora generalmente aceptada por los críticos más eminentes. Es la que está

incluida en el Credo de los Apóstoles; tiene la sanción de Lutero y de Calvino; y

parece estar apoyada por otros pasajes en la Escritura que están en armonía con

esta explicación. En el sermón de Pedro el día de Pentecostés (Hechos 2:27-31),

hay una clara alusión al alma de Cristo en el Hades; también en Efe. 4:9): "Y eso de

que subió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más

bajas de la tierra?" Es difícil suponer que el entierro del cuerpo es todo lo que

significan las palabras de que descendió a las partes más bajas de la tierra.

Queda la pregunta más importante: ¿Cuál era el objeto de que nuestro Señor

descendiera al Hades? Difícilmente puede dudarse de que fue por gracia. El apóstol

dice: "Predicó [ekhruxen] a los espíritus encarcelados" - ¿y qué podría predicar sino

alegres nuevas? Este hecho da un significado nuevo y mayor a los términos de la

comisión de nuestro Señor: "Me ha enviado a publicar libertad a los cautivos, y a los

presos apertura de la cárcel" (Isa. 61:1). La hipótesis del obispo Horsley y de otros

de que aquellos espíritus encarcelados eran en realidad santos, o por lo menos

penitentes, que esperaban el período de su salvación plena, apenas requiere ser

refutada. Si algo está claro en relación con esta cuestión es que eran los espíritus

de los que habían perecido por su desobediencia, y en su desobediencia. Como

hace notar el obispo Ellicott, apeiqhsasin significa, no "los que fueron

desobedientes", sino "por cuanto fueron desobedientes".

Pero, puede decirse, ¿por qué fueron escogidos los antediluvianos desobedientes

como objetos de esta misión de gracia? ¿No había otras almas perdidas en el

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~ 241 ~

Hades, y por qué debían éstas encontrar gracia por encima de las demás? El

obispo Horsley acepta que esta es una dificultad, y la que más azoramiento causa a

su interpretación. Alford encuentra una razón, si le entendemos bien, en el modo en

que murieron. "La razón de mencionar a estos pecadores aquí por encima de otros

pecadores parece ser su relación con el tipo de bautismo que sigue"; pero esto

ciertamente es atribuir a esa institución una eficacia más allá de las más atrevidas

teorías de la regeneración bautismal. Nos aventuramos a sugerir que la verdadera

razón reside en la naturaleza de aquel gran acto judicial que tuvo lugar en el diluvio.

Aquél fue el fin de una época o era, y terminó en una catástrofe, pues la época en

progreso entonces estaba a punto de terminar. Los dos casos eran análogos. Así

como el diluvio fue el fin y la consumación de una era o un período mundial

anterior, así también la destrucción de Jerusalén y la abrogación de la economía

judía estaban a punto de poner fin al período mundial o era existente. ¿Qué puede

ser más natural, en vísperas de una catástrofe como la que anticipaba el apóstol,

que hacer alusión a la catástrofe de una era enterior? ¿Qué puede ser más

pertinente que hacer notar el hecho de que la "salvación venidera" tenía un efecto

retrospectivo sobre aquellas épocas idas? No es difícil ver la conexión de las ideas

en el tren de pensamiento del apóstol. El diluvio fue la sunteleiatouaiwnoz del

tiempo de Noé; otra sunteleia estaba muy cerca. El "mundo antiguo, que entonces

era", pereció en las aguas bautismales del diluvio; el "mundo que ahora es" - el

orden mosaico, el sistema político y el pueblo judíos - estaban apunto de ser

inmersos en un bautismo de fuego (Mal. 4:1; Mat. 3:11,12; 1 Cor. 3:13; 2 Tes. 1:7-

10). ¿No era apropiado mostrar que la obra redentora de Cristo unía, y en realidad

cubría, ambas épocas, y miraba hacia atrás sobre el pasado, así como hacia

adelante, al futuro?

Entonces, a pesar del misterio y la oscuridad que declaradamente arrojan sombra

sobre el tema, somos llevados a la conclusión de que, en este pasaje, el apóstol sí

enseña claramente que nuestro bendito Señor, después de su muerte en la cruz,

descendió como espíritu desencarnado al Hades, el lugar de los espíritus que han

partido, y allí proclamó las alegres nuevas de su redención consumada a las

multitudes de los perdidos que perecieron en la catástrofe o juicio final de la era

anterior; y, aunque en este pasaje no tenemos ninguna afirmación expresa de que

los que oyeron el anuncio hecho por nuestro Salvador fueron en consecuencia

librados de su cárcel, e introducidos a "la gloriosa libertad de los hijos de Dios", no

parece increíble, sino que hasta es presumible, que esta emancipación era tanto el

objeto como el resultado de la intervención de Cristo. Ya nos hemos referido a Efe.

4:9 en el sentido de que apoya este punto de vista. "Y eso de que subió, ¿qué es,

sino que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra?" El

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~ 242 ~

obispo Hersley muestra que la frase "las partes más bajas de la tierra" es la

designación correcta y acostumbrada del Hades. En el mismo pasaje, el apóstol

habla de la triunfante ascensión de Cristo con estas palabras: "Subiendo a lo alto,

llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres". ¿No arroja luz sobre esto de

"llevar cautiva la cautividad" la enseñanza de Pedro con referencia a los "espíritus

encarcelados"? ¿No indica que el Salvador que regresó, habiendo peleado la buena

batalla y obtenido la victoria, disfrutó también del triunfo, y llevó con él al cielo una

gran multitud que había rescatado de la cautividad; los espíritus encarcelados a los

cuales llevó las alegres nuevas de la redención alcanzada; y quienes, habiendo sido

sacados de la cárcel, acompañaron a la casa de su Padre al conquistador que

regresaba, siendo al mismo tiempo los rescatados por su sangre y los trofeos de su

poder?

Antes de abandonar este tema, es bueno citar algunas opiniones de críticos bíblicos

con referencia a él.

Steiger, que trata el pasaje entero de una manera extremadamente franca y erudita,

dice:

"El sentido simple y literal de las palabras en este versículo (19), considerado en

relación con el siguiente, nos obliga a adoptar la opinión de que Cristo se manifestó

a los muertos incrédulos". "Tenemos que admitir que el discurso aquí es el de una

proclamación del evangelio entre los que habían muerto en incredulidad, pero no

sabemos si encontró entrada en muchos o en pocos". "La expresión enfulakh (que

el siríaco traduce como Seol; los padres la usan como sinónimo de Hades) muestra

que el discurso sólo puede referirse a los incrédulos". "El que yació bajo la muerte,

entró al imperio de la muerte como conquistador, proclamando libertad a sus

súbditos encarcelados".

La opinión de Dean Alford es muy decidida:

"Entonces, de todo lo que se ha dicho se infiere que, junto con la gran mayoría de

los comentaristas, antiguos y modernos, entiendo que estas palabras significan que

nuestro Señor, en su estado incorpóreo, en efecto fue al lugar de detención de los

espíritus que habían partido, y allí anunció su obra de redención, y predicó la

salvación, de hecho, a los espíritus incorpóreos de los que rehusaron obedecer la

voz de Dios cuando el juicio del diluvio se cernía sobre ellos. Por qué se menciona

a éstos más bien que a otros - ya sea meramente como muestra de una obra de

gracia semejante para otros, o por alguna razón especial que no nos podemos

imaginar - no lo sabemos".

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~ 243 ~

En un interesante discurso sobre "El Estado Intermedio", del Rev. J. Stratten,

ocurren las siguientes observaciones:

"Si este pasaje no significara nada más que el Espíritu Santo ayudó a Noé a

predicarles a los antediluvianos, es una manera por demás oscura, enmarañada, e

inexplicable de expresar un principio bien claro y sencillo. ¿Querría alguno de

nosotros emplear este lenguaje, o alguno como él en absoluto, para expresar esa

opinión? Creo que no, y esto parece ser sólo el refugio de una mente que no

comprende al apóstol, o busca malinterpretarlo".

Aquí podemos observar, de pasada, que esta liberación del Hades sirve para

ilustrar vívidamente las palabras de Pablo en 1 Cor. 15:26: "El postrer enemigo que

será destruido es la muerte".

CERCANÍA DEL JUICIO Y DEL FIN DE TODAS LAS COSAS

1 Ped. 4: 5,7. "Pero ellos darán cuenta al que está preparado para juzgar a los

vivos y a los muertos. Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y

velad en oración".

En estos pasajes, encontramos nuevamente lo que tan a menudo hemos

encontrado antes, una clara comprensión del juicio y del fin como cercanos.

En el ver. 5, el apóstol da a entender que Dios estaba a punto se sentarse a juzgar

a los vivos y a los muertos. No es posible que esto se refiera a aquel acto de juicio

que está, como creemos, siempre cercano a todo hombre, en el mismo sentido en

que la muerte y la eternidad están siempre cercanas. Obviamente, es una

adjudicación solemne, pública, y general, en la cual los vivos y los muertos estaban

juntos para responder por sí mismos ante el tribunal de Dios. Este enfoque del juicio

se deriva del enfoque de la Parusía, que se indica tan claramente en 1:5. Todo lo

que se ha afirmado con relación a ese pasaje se aplica con igual fuerza a este;

etoimwzeconti = estar preparado para juzgar, es una expresión más fuerte que

mellonti, y de ninguna manera puede referirse a ningún suceso que no sea a uno

casi inmediato.

No menos decisiva es la declaración del ver. 7: "El fin de todas las cosas se

acerca". Cualquier cosa que se quiera decir con ese fin, es seguro que el apóstol la

concibe como cercana, pues la considera motivo para velar en oración. Para captar

toda la fuerza de la exhortación, tenemos que ponernos en la situación de estos

cristianos apostólicos. Al disminuir, año tras año, la distancia hacia la desaparición

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~ 244 ~

de la generación que vio y rechazó al Hijo del hombre, la anticipación de la llegada

de la gran consumación predicha debe haberse vuelto más y más vívida en las

mentes de los creyentes cristianos. No nos toca a nosotros establecer cuáles eran

sus conceptos en cuanto a la naturaleza y la extensión de aquella consumación; o

si se imaginaban o no que ella involucraba la disolución de toda la armazón y todo

el tejido del mundo material. Tenemos que ver, no con las opiniones privadas de los

apóstoles, sino con sus pronunciamientos en público. Pero la consumación descrita

por nuestro Señor como "el fin", y "el fin del siglo" se acercaba rápidamente no es

una cuestión abierta a debate, sino un punto de fe, que involucraba la verdad de

todas sus afirmaciones. No puede haber duda de que, en un sentido judaico o

religioso, esto es, por lo que concernía al sistema nacional y eclesiástico del

judaísmo, "el fin de todas las cosas se acercaba". La destrucción de todo lo que

contemplaban los ojos de nuestro Señor mientras estaba sentado en el monte de

los Olivos se acercaba rápidamente. Esta es la clave de lo que quiere decir Pedro

en este pasaje, y proporciona la única explicación sostenible y bíblica.

Citamos, con entera satisfacción y aprobación, las observaciones de un juicioso

expositor sobre el pasaje que nos ocupa:

"Después de alguna deliberación, he decidido adoptar la opinión de los que

sostienen que 'el fin de todas las cosas' aquí es el fin completo y final de la

economía judía en la destrucción de la ciudad y el templo de Jerusalén, y la

dispersión del pueblo santo. Aquello estaba cerca, pues esta epístola parece haber

sido escrita muy poco antes de que estos sucesos tuvieran lugar, y no es

improbable que fuese después del comienzo de las "guerras y los rumores de

guerras" de lo cual habló nuestro Señor. Este punto de vista no parecerá extraño a

nadie que haya sopesado cuidadosamente los términos con los cuales nuestro

Señor había predicho estos sucesos, y la estrecha relación entre el cumplimiento de

estas predicciones y los intereses y deberes de los cristianos, ya fuera en Judea o

en los países gentiles".

"Está bastante claro que, en las predicciones de nuestro Señor, las expresiones 'el

fin', y probablemente 'el fin del mundo', se usan con referencia a la total disolución

de la economía judía. Los sucesos de ese período fueron predichos muy

minuciosamente, y nuestro Señor afirmó claramente que no pasaría la generación

existente antes de que se cumplieran todas las cosas con respecto a 'este fin'. Éste

habría de ser un período de sufrimiento para todos; de prueba, severa prueba, para

los seguidores de Cristo; de juicios terribles sobre sus opositores judíos, y de

glorioso triunfo para la religión de Jesús. A este período se hacen repetidas

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~ 245 ~

referencias en las epístolas apostólicas. 'Conociendo el tiempo', dice el apóstol

Pablo, 'de que ya es hora de despertar del sueño, porque ahora está más cerca

nuestra salvación que cuando creímos. La noche está avanzada; se acerca el día'.

'Sed pacientes', dice el apóstol Santiago, 'y estad firmes en vuestros corazones:

porque la venida del Señor se acerca'. 'El juez está delante de la puerta'. Las

predicciones de nuestro Señor deben haber sonado muy familiares a los oídos de

los cristianos en el tiempo en que esto se escribió. Con una mezcla de asombro y

gozo, temor y esperanza, deben haber estado esperando su cumplimiento:

"esperando las cosas que vendrían sobre la tierra"; y era peculiarmente natural que

Pedro se refiriese a estos sucesos, y que se refiriese a ellos con palabras similares

a las usadas por nuestro Señor, pues él había sido uno de los discípulos que,

sentados con su Señor y teniendo a la vista la ciudad y el templo, le habían oído

hacer estas predicciones.

"Los cristianos que habitaban en Judea tenían un interés peculiar en estas

predicciones y su cumplimiento. Pero todos los cristianos tenían un profundo interés

en ellas. Los cristianos de las regiones en las cuales vivían aquéllos a los cuales

escribía Pedro eran principalmente judíos convertidos. Como cristianos, tenían

razón para regocijarse en la esperanza del cumplimiento de las predicciones, pues

confirmaban grandemente la verdad del cristianismo y eliminaban algunos de los

mayores obstáculos que se oponían a su progreso, como las persecuciones por

parte de los judíos, y el confundir el cristianismo con el judaísmo por parte de los

gentiles, que estaban acostumbrados a considerar a los profesantes cristianos

como una secta judía. Pero, mientras se regocijan, lo hacen "con temblor", pues su

Señor había indicado claramente que sería un tiempo de severa prueba para sus

amigos, así como de terrible venganza para sus enemigos. 'El fin de todas las

cosas', que estaba cerca, parece ser lo mismo que el juicio de los vivos y los

muertos, en que el Señor estaba a punto de entrar - un juicio, el tiempo para el cual

había llegado, que habría de comenzar por la casa de Dios, los judíos incrédulos,

en el cual los justos apenas se salvarían, y los impíos y los inicuos serían

castigados terriblemente.

"La contemplación de tales sucesos como muy cercanos se adaptaba bien para

funcionar como motivación para la sobriedad y la vigilancia con oración. Éstos eran

exactamente los temperamentos y los ejercicios requeridos de manera peculiar en

tales circunstancias, y exactamente las disposiciones y ocupaciones requeridas por

nuestro Señor cuando hablaba de aquellos días de prueba y de ira: 'Mirad también

por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y

embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros.

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Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de la tierra.

Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de

todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre'. [Luc.

21:34-36]. Es difícil creer que el apóstol no tuviese en mente estas mismas palabras

cuando escribió el pasaje que nos ocupa". - Expository Discourses sobre 1 Pedro,

por el Dr. John Brown, Edinburgh, vol. ii, pp. 292-294.

LAS BUENAS NUEVAS ANUNCIADAS A LOS MUERTOS

1 Ped. 4:6. "Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos

[kainekroizeughgelisqh], para que sean juzgados en carne según los hombres, pero

vivan en espíritu según Dios".

Quizás apenas pueda decirse que el pasaje citado arriba cae dentro del ámbito de

esta discusión, puesto que no parece tener ninguna relación directa con el tiempo

de la Parusía; y su extrema dificultad podría ser una buena razón para evitar

examinarlo en absoluto. Sin embargo, como manifiestamente pertenece a la

escatología del Nuevo Testamento, y como no tenemos ningún derecho a

considerarlo como desesperadamente insoluble, parece mejor no pasarlo por alto

en silencio.

Puede haber pocas dudas de que éste es uno de una clase de pasajes difíciles que,

aunque oscuros para nosotros, eran inteligibles y fáciles para los lectores originales

de las epístolas. (Véase 1 Cor. 11:10; 15:29). Una alusión de pasada podría invocar

todo un tren de ideas en sus mentes, de manera que comprendieron fácilmente lo

que a nosotros nos desconcierta sin remedio. Paley, en su Horae Paulinae, cap. 10,

No. 1, advierte de esta dificultad en una correspondencia real que caiga en manos

de una tercera persona.

El ámbito general del argumento es lo suficientemente claro. El apóstol comienza el

capítulo llamando a los sufrientes y perseguidos discípulos a imitar el ejemplo de su

una vez sufriente pero ahora victorioso Señor. "Armaos del mismo pensamiento", es

decir, sufrid como él sufrió, aún hasta la muerte, si es necesario. En los siguientes

versículos, alude a la anterior vida sensual y sin Dios de ellos, y la ofensa que el

cambio a la pureza de una conducta cristiana infirió a sus vecinos paganos (vers. 2,

2, 4). Esta protesta silenciosa pero viviente contra la inmoralidad del paganismo

parece haber sido una de las causas de la antipatía general hacia el evangelio, que

encontró salida en calumniosas imputaciones contra los inocentes cristianos:

"Hablando mal de vosotros" (blasfhmountez). Pero estos calumniadores y

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~ 247 ~

perseguidores pronto serían llamados a cuenta por Aquél que estaba a punto de

juzgar a los vivos y a los muertos (ver. 5).

Se encontrará que es muy importante tener presente esta introducción al argumento

del apóstol, pues conduce a la afirmación del ver. 6.

Ahora examinemos esa afirmación: "Porque por esto también ha sido predicado el

evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres, pero

vivan en espíritu según Dios".

Puede decirse ciertamente que aquí hay tantas dificultades como palabras.

¿Cuándo, dónde, y por quién fue predicado el evangelio a los muertos? ¿Quiénes

eran los muertos a quienes se les predicó el evangelio? ¿Por qué se les predicó?

¿Cómo podían los muertos ser juzgados en carne según los hombres? ¿Cómo

podían vivir en espíritu según Dios? ¿Y cómo es que la predicación del evangelio a

los muertos produjo este resultado, "para que vivan en espíritu según Dios"?

No serviría de nada repasar la multitud de explicaciones de este oscuro pasaje que

han sido propuestas por diferentes comentaristas. Baste examinar una o dos de las

más plausibles.

A la pregunta: ¿Quiénes eran los muertos a los cuales se dice que fue predicado el

evangelio?, algunos creen que es suficiente contestar: Son los que, estando

muertos ahora, estaban vivos en la carne cuando el evangelio se les predicó. Ésta

sería una solución fácil si fuese permitido interpretar así las palabras del apóstol;

pero esta explicación tiene una objeción fatal: hace expresar al apóstol un hecho

muy simple y sencillo de un modo inexplicablemente oscuro y ambiguo. Las

palabras mismas rechazan tal explicación. Alford no habla con demasiada fuerza

cuando dice:

"Si kai nekroiz euhggelisqh puede significar 'el evangelio fue predicado durante sus

vidas a algunos que ahora están muertos', la exégesis ya no tiene ninguna regla fija,

y a la Escritura se le puede hacer probar cualquier cosa".

Otros suponen que debe entenderse que los "muertos" en el ver. 6 son los

espirtualmente muertos; pero contra esto hay dos objeciones insalvables: primera,

no discrimina una clase particular, pues todos los hombres están espiritualmente

muertos la primera vez que se les predica el evangelio; y segunda, atribuye a la

palabra nekroi [los muertos] un significado diferente del que tiene la misma palabra

en el ver. 5 - "los vivos y los muertos". Según esta interpretación, la palabra

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"muertos" se usa literalmente en el ver. 5, y en un sentido ético en el ver. 6. Pero,

como dice Alford con justicia:

"Son falsas todas las interpretaciones que no atribuyen a la palabra nekroiz del ver.

6 el mismo significado de nekroiz en el ver. 5; es decir, el de muertos, literal y

simplemente; hombres que han muerto, y están en sus tumbas".

Pero, probablemente, la opinión más común es la de que aquí el apóstol alude

nuevamente a la predicación de Cristo a los espíritus encarcelados a que se hace

referencia en 3:19,20; y al principio, esta parece la explicación más natural. Aquella

fue, sin duda, una predicación del evangelio a los muertos, y también a una clase

particular de muertos, los antediluvianos que fueron desobedientes en los días de

Noé, y que fueron alcanzados por el juicio de Dios.

Pero, cuando examinamos más de cerca la afirmación del apóstol, descubrimos que

esta aplicación de sus palabras de ninguna manera se ajusta a las personas

designadas como "los espíritus encarcelados". ¿Cómo se podría decir que los

antediluvianos serían "juzgados en carne según los hombres"? Ellos perecieron por

la visita de Dios, no por el juicio o la acción de los hombres, y parece evidente que

la cláusula subsiguiente - "para que vivan en espíritu según Dios" - implica la

reversión de la condenación humana que había sido impuesta sobre los muertos

mientras estaban en el cuerpo.

Ninguna de las explicaciones ordinarias, pues, parece llenar los requisitos del caso.

Esos requisitos son: encontrar una clase de muertos a los cuales se les predicó el

evangelio después de haber muerto; una clase de los que fueron condenados a

muerte, mientras estaban en la carne, por el juicio de los hombres, pero que están

destinados a vivir en espíritu, según el juicio de Dios, y que esto sea consecuencia

de haberles sido predicado el evangelio después de haber muerto.

En seguida somos llevados a la conclusión de que esta clase particular, juzgada o

condenada por el juicio humano, debe referirse a los perseguidos discípulos de

Cristo. Es a los tales y de los tales que el apóstol está hablando, como es evidente

por los versículos iniciales del capítulo. Sería bastante correcto decir de los tales

que, aunque (injustamente) condenados por el hombre, serían vindicados por Dios.

Es también correcto decir de los tales (especialmente, si son mártires de la fe) que

habían "sufrido en carne" - habían sido ejecutados por el juicio humano, pero

vivificados en espíritu, o en cuanto a sus espíritus, y esto según Dios, o por el juicio

divino. Pero todavía queda la formidable dificultad que presentan las palabras

"también ha sido predicado el evangelio a los muertos". En el Nuevo Testamento no

Page 249: La parusia revisado

~ 249 ~

se menciona ninguna predicación del evangelio a los mártires cristianos después de

muertos. Pero, ¿estamos obligados necesariamente a dar este sentido a la palabra

euhggelisqh? Creemos que es aquí donde se encuentra la clave de la verdadera

explicación de este pasaje; y que es la errónea interpretación de esta palabra lo que

ha confundido a los comentaristas. Aunque se usa muy comúnmente en sentido

técnico para referirse a la predicación del evangelio, éste no es en modo alguno su

uso invariable en el Nuevo Testamento. Se emplea para significar el anuncio de

cualquier buena nueva, y no exclusivamente de las alegres nuevas del evangelio.

Por eso, en Hebreos 4:2, incorrectamente traducido en nuestra Versión Autorizada

[en inglés] como "también a nosotros se nos ha anunciado el evangelio como a

ellos", no hay ninguna alusión a la predicación del evangelio en el sentido técnico

de la frase, sino simplemente al hecho de que "a nosotros, así como a los antiguos

israelitas, nos han traído las buenas nuevas" [esmen enhggelismenoi], siendo en

ambos casos las buenas nuevas la promesa de entrar en el reposo de Dios. Así

que, en un sentido más general, la palabra se usa para denotar cualquier noticia

agradable, como en 1 Tes. 3:6: "Cuando Timoteo nos dio buenas noticias de

vuestra fe", etc. [euaggelisamenou hmin]. Así sucede también en Apoc. 10:7:

"Como él lo anunció [euhggelisen = hizo una declaración consoladora] a sus siervos

los profetas" (Véase también Gál. 3:8).

Pero la pregunta todavía se repite: ¿Dónde tenemos en el Antiguo Testamento

alguna alusión a tales buenas nuevas, noticias agradables, o afirmaciones

consoladoras, hechas a cualesquiera confesores o mártires cristianos después de

sus muertes? El apóstol parece hablar de algún hecho con el cual estaban

familiarizadas las personas a las que escribió, un hecho al que sólo tenía que aludir

para que ellas reconocieran su significado en seguida. Ahora bien, efectivamente

tenemos en el Nuevo Testamento una representación histórica en la cual

encontramos presentes todas estas circunstancias. Tenemos la descripción de una

escena en la cual los mártires cristianos, que habían sido condenados y ejecutados

en carne por el juicio del hombre, apelan a la justicia de Dios contra sus

perseguidores, y se les hace una declaración consoladora, después de muertos,

asegurándoles una pronta vindicación y una gloriosa recompensa celestial.

Por supuesto, aludimos a la impresionante representación que da Apocalipsis de las

almas martirizadas bajo el altar, apelando a Dios para la vindicación de su causa

contra sus perseguidores y asesinos - "los que moran en la tierra" - y que se

describe en Apoc. 6:9-11:

Page 250: La parusia revisado

~ 250 ~

"Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que habían sido

muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían. Y clamaban

a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas

nuestra sangre en los que moran en la tierra? Y se les dieron vestiduras blancas, y

se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el

número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos

como ellos".

Esto parece llenar exactamente todos los requisitos del caso. Aquí encontramos a

los nekroi, los muertos cristianos; fueron juzgados o condenados en carne, por el

juicio del hombre, o "según los hombres"; habían sido ejecutados "por la palabra de

Dios, y por el testimonio que tenían". Encontramos una consoladora declaración

que se les hizo en su estado desencarnado, y tenemos en la epístola una laguna

que ha sido llenada en la visión apocalíptica, porque se nos informa de lo que

condujo a este euaggelion que se les llevó; se les asegura que en un poco de

tiempo su causa sería vindicada, según sus oraciones; mientras tanto, se le da a

cada uno de ellos "una vestidura blanca", símbolo de pureza y de victoria, y que

seguramente es equivalente a ser justificado por el juicio divino.

Pero esta correspondencia, impresionante como es, no es todo; la declaración del

apóstol es dilucidada, no solamente por Apocalipsis por una parte, sino por el

evangelio, por la otra. La mayoría de los comentaristas ha notado la obvia relación

entre la escena de las almas de los mártires bajo el altar en la visión apocalíptica y

la notable parábola de nuestro Señor en Lucas 18; pero, hasta donde hemos

observado, ninguno de ellos ha captado la verdadera analogía entre la parábola y la

visión. En los versículos siete y ocho de ese capítulo, encontramos la moraleja de la

parábola. "¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y

noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero

cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?" La parábola y la visión

son, de hecho, contrapartes la una de la otra, y ambas sirven para explicar el pasaje

en esta epístola de Pedro. Como sucede en Apocalipsis, también ocurre en la

parábola. Encontramos todos los elementos de la declaración de la epístola.

Tenemos a discípulos cristianos que sufren injustamente; condenados en carne por

el juicio del hombre; apelando a Dios para que juzgue su causa; tenemos la

seguridad de su rápida vindicación por Dios, y encontramos en el evangelio una

característica adicional que lo pone en correspondencia más perfecta con la

afirmación de la epístola; porque se indica evidentemente que esta vindicación ha

de tener lugar en la Parusía - "cuando venga el Hijo del Hombre".

Page 251: La parusia revisado

~ 251 ~

Por último, podemos señalar la íntima relación entre la afirmación del apóstol, así

interpretada, y el argumento que está adelantando. Era apropiado asegurarles a los

creyentes perseguidos que su causa estaba asegurada en las manos de Dios; que,

aunque fuesen llamados a sufrir hasta el punto de tener que derramar su sangre

hasta la muerte por la injusta sentencia de los hombres, Dios les vindicaría

prontamente, pues Él estaba a punto de hacer comparecer a sus perseguidores

ante su tribunal. Esta era la lección de la parábola de la viuda inoportuna, y quizás

aún más de la visión de las almas de los mártires bajo el altar, a la cual parece

aludir más particularmente el lenguaje del apóstol - "Porque para esto se hizo una

consoladora declaración aun a los muertos, para que, aunque habían sido

condenados en la carne por el injusto juicio de los hombres, pudieran disfrutar de la

vida eterna en su espíritu, según el justo juicio de Dios".

Esta interpretación supone que Apocalipsis se escribió y circuló ampliamente antes

de la destrucción de Jerusalén. Es una reflexión acerca de la perspicacia crítica de

muchos eminentes comentaristas ingleses el que se hayan apoyado por tanto

tiempo en la caña quebrada de la tradición con respecto a la fecha de Apocalipsis.

La evidencia interna de ese libro debió haber evitado la posibilidad de que fuesen

inducidos a error por la autoridad de Ireneo. Pero tenemos que reservarnos

cualesquiera observaciones ulteriores sobre este tema hasta que lleguemos a

considerar el libro de Apocalipsis.

EL FUEGO DE PRUEBA Y LA GLORIA VENIDERA

1 Ped. 4:12,13. "Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha

sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto

sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación

de su gloria os gocéis con gran alegría".

Estas palabras indican claramente que en ese tiempo y por todas partes los

cristianos estaban pasando por un severo cernimiento y una severa prueba - "un

fuego de prueba". Y no meramente un fuego de prueba, sino la prueba, por largo

tiempo predicha y esperada, vale decir, la gran tribulación que habría de preceder a

la Parusía. Los apóstoles advirtieron a los discípulos: "Es necesario que a través de

muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios" (Hech. 14:22). El Señor mismo

les había enseñado esto, especialmente en su discurso profético.

Evidentemente, la tribulación predicha ya había llegado; en realidad, estaban

pasando a través del fuego. Es imposible no recordar aquí las palabras de Pablo:

"Por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cual sea, el fuego la probará" (1

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~ 252 ~

Cor. 3:13). Es altamente probable que la feroz persecución bajo el gobierno de

Nerón estuviese en su furor en ese tiempo, y tenemos buenas razones para creer

que se extendía más allá de Roma, hasta las provincias del imperio.

Otra indicación del tiempo se encuentra en el ver. 13: "En la revelación de su

gloria". La Parusía es siempre representada trayendo alivio de la persecución, y

recompensa al sufriente pueblo de Dios. Ya hemos visto que la gloria estaba "a

punto de ser revelada", y encontraremos la misma seguridad repetida en el cap. 5:1.

EL TIEMPO DEL JUICIO HA LLEGADO

1 Ped. 4:17-19. "Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y

si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquéllos que no obedecen al

evangelio de Dios? Y si el justo con dificultad se salva, ¿en dónde aparecerá el

impío y el pecador? De modo que los que padecen según la voluntad de Dios,

encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien".

Vale la pena observar cuán diferente del tono de Pedro es el de Pablo en la

segunda epístola a los Tesalonicenses al hablar del día del Señor. Pedro declara

que el día del cual dice Pablo que todavía no ha llegado, y que no es posible sino

cuando la apostasía aparezca por primera vez, había llegado. La catástrofe era

ahora inminente. "Dios estaba preparado para juzgar a los vivos y a los muertos";

"el tiempo para que comenzara el juicio había llegado". La importancia de estas

palabras se volverá evidente si consideramos que esta epístola se escribió muy

cerca del estallido de la guerra de los judíos, si no después de que ya había

comenzado.

De que este es "el juicio que debe comenzar por la casa de Dios" apenas puede

haber dudas. Hay una manifiesta alusión en el lenguaje del apóstol a la visión del

profeta Ezequiel (cap. 9). El profeta ve una pandilla de hombres armados

encargados de ir por la ciudad (Jerusalén) y matar a todos los viejos y los jóvenes

que no tuvieran el sello de Dios sobre sus frentes. A los ministros de la venganza se

les ordena comenzar la obra de juicio en la casa de Dios: "Comenzaréis por mi

santuario". El apóstol ve esta visión a punto de cumplirse en la realidad. El juicio

debe comenzar por la casa de Dios, y el tiempo ha llegado. Puede ser una cuestión

de si, por la casa de Dios, el apóstol quiere decir el templo de Jerusalén, como

indicaría la profecía de Ezequiel, o la casa espiritual de Dios, la iglesia cristiana.

Puede ser que ambas ideas estuviesen presentes en su mente, y podrían haber

estado, pues ambas se estaban verificando en ese momento. La persecución de la

iglesia de Cristo ya había comenzado, como testifica la epístola, y el círculo de

Page 253: La parusia revisado

~ 253 ~

sangre y fuego se estrechaba alrededor de la ciudad y el templo de Jerusalén

condenados a la destrucción.

Es perfectamente claro que todo esto se dice con referencia a un suceso particular

e inminente, una catástrofe que estaba a punto de tener lugar; y no hay ninguna

otra explicación posible, aparte de la que se ve de modo palpable en las páginas de

la historia, el juicio de la culpable nación del pacto, con la destrucción de la casa de

Dios y la disolución de la economía judía.

Las siguientes observaciones del Dr. John Brown expresan bien el sentido de este

pasaje:

"Aquí parece haber una referencia a un juicio o prueba particulares, que los

cristianos primitivos tenían razón para esperar. Cuando consideramos que esta

epístola se escribió muy poco antes del comienzo de aquella terrible escena de

juicio que terminó con la destrucción del sistema político y civil de los judíos, y que

nuestro Señor había predicho tan minuciosamente, apenas podemos dudar de la

referencia en la expresión del apóstol. Después de haber especificado guerras y

rumores de guerras, hambres, pestilencias, y terremotos, como síntomas del

'principio de dolores', nuestro Señor añade: 'Entonces os entregarán a tribulación, y

os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre' (Mat.

24:9). 'Os entregarán a los concilios, y en las sinagogas os azotarán', etc. (Mar.

13:9).

"Este es el juicio que, aunque debía caer con mayor peso sobre la Tierra Santa, era

claro que debía extenderse a dondequiera que se encontrasen judíos y cristianos,

'pues donde estén los cuerpos muertos, allí se juntarán las águilas', lo cual debía

comenzar en la casa de Dios, y habría de ser tan severo que 'los justos con

dificultad se salvarían'. Sólo se salvarían los que soportasen la prueba, y muchos no

la soportarían. Todos los verdaderamente justos se salvarían; pero muchos que

parecían justos no perseverarían hasta el fin, y por eso no se salvarían, etc.

Algunos han supuesto que la referencia es a la persecución por parte de Nerón, que

precedió por algunos años a las calamidades que acompañaron a las guerras de los

judíos y a la destrucción de Jerusalén". Dr. John Brown sobre 1 Ped. vol. 7, p. 357.

LA GLORIA A PUNTO DE SER REVELADA

1 Ped. 5:1. "Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también

con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de

la gloria que será revelada".

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~ 254 ~

1 Ped. 5:4. "Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la

corona incorruptible de gloria".

Todo en este capítulo indica la cercanía de la consumación. Éste es el motivo de

cada deber, para la fidelidad, la humildad, la vigilancia, la paciencia. La gloria pronto

será revelada [thz melloushz apokalupteskai doxhz]; los fieles pastores ayudantes

recibirán la corona inmarcesible cuando sa manifieste el Príncipe de los pastores;

los sufrimientos de la iglesia perseguida han de continuar sólo "un poco más de

tiempo" (ver. 10). Todo indica una consumación grande y feliz que está a punto de

ocurrir. ¿Hablaría el apóstol de una esperada corona de gloria como motivo para la

presente fidelidad si dependiese de un suceso incierto y posiblemente muy distante

en el tiempo? Pero si el Príncipe de los pastores no se ha manifestado todavía, la

corona de gloria todavía no ha sido recibida. Está bastante claro que, como lo ve el

apóstol, la revelación de la gloria, la manifestación del Príncipe de los pastores, la

recepción de la corona inmarcesible, y el fin del sufrimiento, todo estaba en el futuro

inmediato. Si estaba errado en esto, ¿es digno de confianza en alguna cosa?

De este pasaje (ver. 11), observa Alford:

"Basándonos en este pasaje solamente, no quedaría claro si Pedro consideró la

venida del Señor como de ocurrencia probable en la vida de sus lectores o no; pero,

interpretado por la analogía de sus otras expresiones sobre el mismo tema, parece

que sí lo hizo".

Sin duda lo hizo; también Pablo, y Santiago, y Juan, y toda la iglesia apostólica; y lo

creyeron por la más alta autoridad, la palabra de su divino Maestro y Señor.

LA PARUSÍA EN LA SEGUNDA EPÍSTOLA DE PEDRO

No es parte de nuestro plan discutir las preguntas difíciles y no resueltas con

respecto a si la Segunda Epístola de Pedro es genuina y auténtica o no, y el

problema no resuelto del capítulo segundo. En vista de las dificultades que presenta

en su enseñanza escatológica, quizás podríamos declinar la aceptación de su

autoridad, pero la aceptamos como está, creyendo honestamente que contiene

indubitable evidencia interna de su origen apostólico. Parece haber sido escrita no

mucho tiempo después de la primera epístola, y muy poco antes de la muerte del

apóstol (cap. 1:14). Alford da la fecha, de modo conjetural, como el año 68 d. C.

BURLADORES EN "LOS POSTREROS DÍAS"

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~ 255 ~

2 Ped. 3:3,4. "Sabiendo primero esto, que en los primeros días vendrán burladores,

andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa

de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las

cosas permanecen así como desde el principio de la creación".

Los burladores a los que se alude en este pasaje son sin duda las mismas

personas cuyo carácter se describe en el capítulo anterior. La incredulidad en las

promesas y las amenazas de Dios, especialmente en cuanto a su juicio venidero, es

la característica de estos hombres malvados de los "postreros días". Con la

descripción de estos incrédulos, se nos recuerda la predicción de nuestro Señor con

referencia al mismo período: "Pero, cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en

la tierra?" (Luc. 18:8). Vale la pena notar también que el apóstol, al contestar el

argumento derivado de la estabilidad de la creación, se refiere a la catástrofe del

diluvio como ilustración del poder de Dios para destruir a los impíos: la misma

ilustración empleada por nuestro Señor al referirse al estado de cosas en la Parusía

(Mat. 24:37-39).

No hay que olvidar que Pedro está hablando, no de una catástrofe distante, sino de

una catástrofe inminente. Los "postreros días" eran los días que en ese momento

eran actuales (1 Ped. 1:5,20), y que los burladores de los que se habla existían

realmente (cap. 3:5): "Éstos ignoran voluntariamente", etc.

ESCATOLOGÍA DE PEDRO

2 Ped. 3:7,10-13. "Pero los cielos y la tierra que existen ahora están reservados por

la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de

los hombres impíos. ... Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el

cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán

deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas". Puesto que

todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa

y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de

Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos,

siendo quemados, se fundirán!. Pero nosotros esperamos, según sus promesas,

cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia".

Las imágenes empleadas aquí por el apóstol sugieren de modo natural la idea de la

disolución total, por medio del fuego, de la sustancia y la estructura de la creación

material, no sólo de la tierra, sino también del sistema al cual pertenece; y este es,

sin duda, el concepto popular de la consumación final que se espera ponga fin al

actual orden de cosas. Sin embargo, un poquito de reflexión y una mayor

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~ 256 ~

familiarización con el lenguaje simbólico de la profecía serán suficientes para

modificar esta conclusión, y llevarnos a una interpretación más de acuerdo con la

analogía de descripciones similares en los escritos proféticos. Primero, es evidente,

por la naturaleza del asunto, que esta conflagración universal, como puede

llamársele, era considerada por el apóstol como a punto de tener lugar: "El fin de

todas las cosas se acerca" (1 Ped. 4:7). La consumación estaba tan cercana que se

describe como un suceso al cual debían mirar "esperando y apresurándose" (ver.

12). Se sigue, por lo tanto, que de lo que habla aquí el espíritu de profecía no podría

ser la destrucción o disolución literal del globo terráqueo y el universo creado. Pero

que, en el momento en que esta epístola se escribió, era inminente una catástrofe

terrible y casi inmediata; que el "día del Señor", predicho por tanto tiempo, estaba

realmente cerca; que el día realmente llegó, rápidamente y de repente; que vino

"como ladrón en la noche"; que un llameante diluvio de ira y de juicio les sobrevino

al territorio culpable y a la nación culpable de Israel, destruyendo y disolviendo sus

cosas terrenales y celestiales, es decir, sus instituciones temporales y espirituales,

es un hecho impreso indeleblemente en las páginas de la historia. El momento para

el cumplimiento de estas predicciones ahora había llegado, y cuando el apóstol

escribió fue para declarar que era el "tiempo postrero", y los sarcasmos de los

burladores estaban verificando los hechos. Por lo tanto, llegamos a la inevitable

conclusión de que era la catástrofe final de Judea y Jerusalén, predicha por nuestro

Señor en la profecía del Monte de los Olivos, y a la cual se refieren los apóstoles

tan frecuentemente, a la que Pedro aludía en las imágenes simbólicas que parecen

dar a entender la disolución del universo material.

Segundo, tenemos que interpretar estos símbolos de acuerdo con la analogía de la

Escritura. El lenguaje de la profecía es el lenguaje de la poesía, y no debe ser

tomado en sentido estrictamente literal. Felizmente, no hay ausencia de

descripciones paralelas en los profetas antiguos, y apenas habrá alguna figura

usada por Pedro aquí de la cual no encontramos ejemplos en el Antiguo

Testamento, y así, podemos obtener una clave del significado de símbolos

semejantes en el Nuevo.

LA CERTEZA DE LA CERCANA CONSUMACIÓN

2 Ped. 3:8,9. "Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es

como mil años, y mil años como un día. El Señor no retarda su promesa, según

algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no

queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento".

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~ 257 ~

Pocos pasajes han sufrido interpretaciones más erróneas que éste, al cual se le ha

obligado a hablar un lenguaje inconsistente con su obvio propósito y hasta

incompatible con una estricta consideración a la veracidad.

Hay aquí probablemente una alusión a las palabras del salmista, en las que éste

contrasta la brevedad de la vida humana con la eternidad de la existencia divina:

"Porque mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó" (Sal. 90:4).

Es un pensamiento grandioso y sublime, y bien en consonancia con el sentimiento

del apóstol: "Para con el Señor, un día es como mil años". Pero seguramente sería

el colmo de lo absurdo considerar esta sublime imagen poética como un cálculo

para la divina medición del tiempo, o como licencia para hacer a un lado por

completo las definiciones de tiempo en las predicciones y las promesas de Dios.

Sin embargo, no es raro que se citen estas palabras como argumento o excusa

para desestimar por completo el elemento tiempo en los escritos proféticos. Aun en

casos en que se especifica cierto tiempo en la predicción, o en que se expresan

limitaciones tales como "en breve", "prontamente", o "cerca", se apela al pasaje que

tenemos delante para justificar un tratamiento arbitrario de tales notas de tiempo, de

modo que pronto puede significar tarde, cercano puede significar distante, corto

puede significar largo, y viceversa. Cuando se señala que, de acuerdo con sus

propios términos, ciertas predicciones tienen que cumplirse dentro de un tiempo

limitado, la respuesta es: "Para con el Señor, un día es como mil años, y mil años

como un día". Así, nos encontramos con un crítico eminente que compromete su

reputación con una afirmación como la siguiente: "La mayoría de los apóstoles

escribió y habló [de la Parusía] en el sentido de que ocurriría pronto, no, sin

embargo, sin muchas y suficientes indicaciones de que un intervalo, y no corto,

ocurriría primero". Otro, aludiendo a la predicción de Pablo en 2 Tes. 2, observa:

"Nos dice que, mientras que la venida del Señor estaba cercana entonces, también

era remota". Éstas son muestras de lo que pasa por exégesis en no pocos

comentaristas de gran reputación.

Seguramente es innecesario repudiar de la manera más enérgica un método tan

antinatural de interpretar el lenguaje de la Escritura. Es antigramatical e irrazonable.

Aún peor, es inmoral. Es sugerir que Dios tiene dos pesas y dos medidas en sus

tratos con los hombres, y que, en su modo de calcular, hay una ambigüedad y una

variabilidad que hace imposible decir "qué clase de tiempo puede significar el

Espíritu de Cristo en los profetas". Parece dar a entender que un día puede no

significar un día, y que mil años pueden no significar mil años, sino que cualquiera

de las dos expresiones puede significar la otra. De ser así, sería imposible

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~ 258 ~

interpretar la profecía; quedaría despojada de toda precisión, y aún de toda

credibilidad; porque es manifiesto que si podría haber tal ambigüedad e

incertidumbre con respecto al tiempo, podría haber no menos ambigüedad e

incertidumbre con respecto a todo lo demás.

Las Escrituras mismas, sin embargo, no apoyan este método de interpretación. La

fidelidad es uno de los atributos que con más frecuencia se le atribuyen al "Dios que

guarda el pacto", y la divina fidelidad es lo que el apóstol afirma en este mismo

pasaje. Al sarcasmo de los burladores que impugnan la fidelidad de Dios, y

preguntan: "¿Dónde está la promesa de su venida?", el apóstol contesta: "El Señor

no retarda su promesa, como algunos la tienen por tardanza"; no hay en Él ninguna

inconstancia, ni es olvidadizo; el transcurso de tiempo no invalida su palabra; su

promesa permanece firme tanto para lo cercano como para lo lejano, para hoy o

para mañana, o para mil años después. Para Él, un día es semejante a mil años: es

decir, la promesa que ha dicho que cumplirá en un día la cumplirá puntualmente, y

la promesa que ha dicho que cumplirá en mil años será ejecutada con igual

puntualidad. La duración del tiempo no representa ninguna diferencia para Él. No

falsificará la promesa que tiene validez por un día, ni se olvidará de la promesa que

se refiere a mil años después. Lo largo o lo corto del plazo, ya sea un día o una

época, no afecta su fidelidad. "El Señor no retarda su promesa"; Él "guarda la

verdad para siempre". Pero el apóstol no dice que, cuando el Señor promete una

cosa para hoy puede que no cumpla su promesa en mil años: eso sería tardanza;

eso sería violación de una promesa. El apóstol no dice que, porque Dios es infinito y

eterno, por lo tanto Él calcula con una aritmética diferente de la nuestra, ni que nos

habla con doble sentido, ni que usa dos diferentes pesas y medidas en sus tratos

con la humanidad. Lo opuesto es la verdad. Como Hengstenberg observa con

justeza: "El que habla a los hombres, debe hablarles de acuerdo con los conceptos

humanos, o de lo contrario, advertirles que no lo ha hecho así".

Es evidente que el propósito del apóstol en este pasaje es dar a sus lectores la más

fuerte seguridad de que la catástrofe inminente de los últimos días estaba muy

cerca de cumplirse. La veracidad y la fidelidad de Dios garantizaban el puntual

cumplimiento de la promesa. Haber indicado que el tiempo era una variable en la

promesa de Dios habría equivalido a ridiculizar su argumento y a neutralizar su

propia enseñanza, que era, que "el Señor no retarda su promesa".

LO REPENTINO DE LA PARUSÍA

2 Ped. 3:10. "Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche".

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~ 259 ~

Esta afirmación establece con precisión el acontecimiento al cual el apóstol se

refiere como "día del Señor". Nos es familiar a causa de las frecuentes alusiones a

él en otras partes del Nuevo Testamento. Nuestro Señor había declarado: "El Hijo

del hombre vendrá a la hora que no pensáis". Había advertido a sus discípulos que

velaran, diciendo: "Si el padre de familia supiese a qué hora el ladrón habría de

venir, velaría" (Mat. 24:43). Pablo había dicho a los tesalonicenses: "Vosotros

sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche" (1

Tes. 5:2). Y nuevamente, Juan había escrito en Apocalipsis: "He aquí, yo vengo

como ladrón" (Juan 16:15). Puesto que las alusiones en estos pasajes se refieren

sin duda a la inminente catástrofe de Judea y Jerusalén, llegamos a la conclusión

de que éste es también el suceso al que se refiere el pasaje que nos ocupa.

ACTITUD DE LOS CRISTIANOS PRIMITIVOS EN RELACIÓN CON LA PARUSÍA

2 Ped. 3:12. "Esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios".

Que "el día de Dios", "el día de Cristo", y "el día del Señor" son expresiones

sinónimas que hacen referencia al mismo suceso es demasiado obvio para requerir

prueba alguna. Aquí encontramos nuevamente lo que tan a menudo hemos

encontrado antes - la actitud de expectación y ese sentido de la cercanía inminente

de la Parusía que son tan característicos de la era apostólica. Es increíble que todo

esto esté basado en un mero engaño, y que la iglesia cristiana entera, junto con los

apóstoles, y el divino Fundador del cristianismo en persona, estuviesen

involucrados en un error común. Las palabras no tienen ningún significado si una

afirmación como ésta puede referirse a algún suceso todavía futuro, y quizás

distante, que no puede ser "esperado" porque no está a la vista, ni se puede

"apresurar" porque es indefinidamente remoto.

LOS NUEVOS CIELOS Y LA NUEVA TIERRA

2 Ped. 3:13. "Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra

nueva, en los cuales mora la justicia".

El catástrofe que estaba a punto de ocurrir habría de ser sucedida por una nueva

creación. Las angustias de muerte de la antigua son los dolores de nacimiento de la

nueva. La antigua Jerusalén debía dar lugar a la nueva; el reino de este mundo al

reino de nuestro Señor y de su Cristo. Puede preguntarse si por nuevos cielos y

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~ 260 ~

nueva tierra el apóstol quiere dccir un nuevo orden de cosas aquí entre los hombres

o un estado celestial santo y perfecto. También puede preguntarse: ¿A qué

promesa se refiere el apóstol cuando dice: "Según sus promesas"? Alford sugiere

Isa. 65:17: "Porque he aquí yo crearé nuevos cielos y nueva tierra", etc., y esto

puede ser correcto. Pero nosotros nos sentimos inclinados más bien a creer que el

apóstol tiene en mente "el nuevo cielo y la nueva tierra" de Apocalipsis, donde

encontramos la justicia presentada como la característica distintiva de la nueva era.

La nueva Jerusalén es la santa ciudad, en la cual "no entrará ninguna cosa

inmunda, o que hace abominación y mentira". No es más improbable que Pedro se

refiera a los escritos del apóstol Juan que a los del apóstol Pablo.

LA CERCANÍA DE LA PARUSÍA, MOTIVO DE DILIGENCIA

2 Ped. 3:14. "Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad

con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz".

Esta exhortación indica claramente que la Parusía se espera como cercana. Su

cercanía es motivo para la diligencia y la preparación para encontrarse con Señor.

No es la muerte lo que se espera aquí, sino el ser hallado por el Señor vigilantes,

"ceñidos vuestros lomos, y vuestras lámparas encendidas".

LOS CREYENTES NO DEBEN DESANIMARSE POR LA APARENTE DEMORA DE LA PARUSÍA

2 Ped. 3:15. "Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para

salvación".

La aparentemente larga demora de la ansiosamente larga espera de la venida del

Señor debe haber sido preocupante para los perseguidos cristianos que anhelaban

la hora esperada de alivio y desagravio. Su clamor subió al cielo: "¿Hasta cuándo,

oh Señor, santo y verdadero?" Pero esta misma demora tenía un aspecto de gracia;

era la "paciencia", makroqumia; no la "tardanza", sino: "no quiere que nadie

perezca". Exactamente de acuerdo con esto está la parábola de nuestro Señor

sobre la viuda importuna, que se relaciona con este mismo caso. Hubo la misma

demora en la ejecución del juicio por medio de la paciencia [makroqumia] de Dios;

la consiguiente prueba de la fe y la paciencia de los santos; su apelación al juicio de

Dios para el desagravio; y la exhortación a la diligencia: "La necesidad de orar

siempre y no desmayar" (Luc. 18:8).

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~ 261 ~

ALUSIÓN DE PEDRO A LA ENSEÑANZA DE PABLO TOCANTE A LA PARUSÍA

2 Ped. 3:15,16. "Cono también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría

que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de

estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los

indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia

perdición".

Esta alusión a las epístolas de Pablo indican varias inferencias importantes.

1. Prueba la existencia y la circulación general de las epístolas

escritas por Pablo.

2. Reconoce la inspiración de ellas y su autoridad coordinada con las

Escrituras del Antiguo Testamento.

3. Advierte del hecho de que Pablo, en todas sus epístolas, habla de la venida

del Señor.

4. Especifica una epístola en particular en la cual se alude claramente al tema.

5. Reconoce ciertas dificultades relacionadas con la escatología del Nuevo

Testamento, y la perversión de la enseñanza apostólica por parte de

algunas personas ignorantes e inconstantes.

Podemos considerar brevemente una o dos preguntas:

1. ¿A cuál epístola de Pablo se hace referencia aquí como teniendo relación

especial con el tema de la Parusía? (Ver. 15).

Estamos dispuestos a concordar con el Dr. Alford en la opinión de que la referencia

es a las Epístolas a los Tesalonicenses. La única dificultad reside en la frase "os ha

escrito", pues no hay ninguna razón para creer que Pedro dirigió esta epístola a los

tesalonicenses. Pero quizás la expresión no significa otra cosa sino que todas las

epístolas de Pablo eran propiedad común de la iglesia en general; de lo contrario, la

Epístolas a los Tesalonicenses responden bien a esta descripción de su contenido

por parte de Pedro. Encontramos en ellas alusiones a la venida del Señor; a lo

súbito de su venida; a la cercanía de su venida; a la liberación y al reposo que su

venida traería para los sufrientes discípulos de Cristo; y al deber de ser diligentes y

vigilantes ante la perspectiva del acontecimiento.

2. ¿Cuáles son las "cosas difíciles de entender", ya fuera en las epístolas o en

las cuestiones bajo consideración?

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~ 262 ~

Se ha señalado a menudo que el antecedente correcto para las cuales en la

segunda cláusula del versículo 16 no es "epístolas", sino "cosas", en oiz,

concordando, no con epistoluz, sino con toutwn. Sin embargo, ahora parece, desde

el descubrimiento del Codex Sinaiticus por Tischendorf, que los tres manuscritos

más antiguos dicen aiz, no oiz, convirtiendo a epístolas en el antecedente correcto

de "las cuales". Sin embargo, esto no afecta mayormente el sentido que las dos

lecturas pueden adoptar. Está bastante claro que las dificultades a las que alude

Pedro estaban en las porciones de las epístolas de Pablo que trataban de la

Parusía. Sabemos cuánto malinterpretaban el tema los mismos tesalonicenses; y

tenemos abundante experiencia desde entonces para probar cuánto de la

escatología entera del Nuevo Testamento ha sido "difícil de entender", y "torcida"

por muchos hasta el día de hoy. No hay que maravillarse, pues, de que los

cristianos primitivos hayan experimentado grandes dificultades con respecto a la

correcta interpretación de muchas de las declaraciones proféticas relativas a la

venida del Señor, el fin del tiempo, la transformación de los vivos, la resurrección de

los muertos, el fin de todas las cosas, etc. Que algunos torcieran y pervirtieran la

enseñanza apostólica sobre estos temas era demasiado probable, y sabemos que,

de hecho, lo hicieron. Era necesario, por lo tanto, exhortar a los creyentes a tener

cuidado de no ser "arrastrados por el error de los inicuos".

LA PARUSÍA EN LA PRIMERA EPÍSTOLA DE JUAN

Los comentaristas están muy divididos acerca de cuándo, dónde, por quién, y a

quién fue escrita esta epístola. No hay evidencia sobre el tema, excepto la que

puede encontrarse en la epístola misma, y esto da amplio margen para diferencias

de opinión. Lange, que duda de la autenticidad de la epístola, dice que "tiene

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~ 263 ~

bastante aire de haber sido compuesta antes de la destrucción de Jerusalén"; y

Lücke, que sostiene su autenticidad, es también de la opinión de que "puede haber

sido escrita poco antes de ese suceso". Creemos que cualquier mente sincera

quedará satisfecha, después de un estudio cuidadoso de la evidencia interna, de

que, primero, la epístola es una producción legítima de Juan; segundo, de que fue

escrita en la víspera misma de la destrucción de Jerusalén. Es imposible pasar por

alto el hecho, con el cual nos encontramos por dondequiera en la epístola, de que el

escritor cree estar al borde de una solemne crisis, para la llegada de la cual insta a

sus lectores a estar preparados. Esto armoniza con todas las epístolas apostólicas,

y demuestra incontestablemente que todos sus autores compartían por igual la

creencia en la cercanía de la gran consumación.

EL MUNDO PASA: EL ÚLTIMO TIEMPO HA LLEGADO

1 Juan 2:17,18.- "Y el mundo pasa, y sus deseos ... Hijitos, ya es el último tiempo [la

última hora]".

Durante esta investigación, a menudo hemos tenido ocasión de hacer notar cómo

hablan los escritores del Nuevo Testamento de "el fin" en el sentido de que se

acercaba rápidamente. También hemos visto a qué se refiere esa expresión. No al

final de la historia humana, no a la disolución final de la creación material; sino al

final de la era o dispensación judía, y a la abolición y la eliminación del orden de

cosas establecido y ordenado por la sabiduría divina bajo aquella economía. A

menudo se describe esta consumación con un lenguaje que parece implicar la

destrucción total de la creación visible. Éste es el caso notable en la segunda

epístola de Pedro, y lo mismo podría decirse quizás del lenguaje profético de

nuestro Señor en Mateo 24:24.

Encontramos la misma forma simbólica de expresión en el pasaje que ahora

tenemos delante: "el mundo pasa" [o kosmoz paragetai]. Para la aprensión del

apóstol, le mundo ya estaba "pasando"; la misma expresión usada por Pablo en 1

Cor. 7:31, con referencia al mismo acontecimiento [paragei gar to schma tou

kosmou toutou] "la apariencia de este mundo se pasa".

La impresión del apóstol Juan de la cercanía del "fin" parece, si es posible, más

vívida que la de los otros apóstoles. Quizás cuando escribió estaba más cerca de la

crisis que ellos. Desde este punto de vista, vale la pena notar que hay una marcada

gradación en el lenguaje de las diferentes epístolas. Los últimos tiempos se

convierten en los últimos días, y ahora los últimos días se convierten en la última

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~ 264 ~

hora [escath wra esti]. El período de expectativa y demora había terminado, y el

momento decisivo estaba cerca.

EL ANTICRISTO VIENE; UNA PRUEBA DE QUE ES LA ÚLTIMA HORA

1 Juan 2:18. "Según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han surgido

muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo" [wra].

En este pasaje surge por primera vez delante de nosotros "el temido nombre" del

anticristo. Por sí mismo, este hecho es suficiente para probar la fecha

comparativamente tardía de la epístola. Lo que en las epístolas de Pablo aparece

como una abstracción borrosa, ahora ha tomado forma concreta, y aparece como

una persona, "el anticristo".

Considerando el lugar que este nombre ha ocupado en la literatura teológica y

eclesiástica, es ciertamente notable cuán poco espacio ocupa en el Nuevo

Testamento. Excepto en las epístolas de Juan, el nombre anticristo nunca ocurre en

los escritos apostólicos. Pero, aunque el nombre está ausente, la cosa no es

desconocida. Evidentemente, Juan habla del "anticristo" como de una idea familiar

para sus lectores - un poder cuya venida era esperada, y cuya presencia era una

indicación de que "la última hora" había llegado. "Según vosotros oísteis que el

anticristo viene, así ahora han surgido muchos anticristos; por esto conocemos que

es el último tiempo".

Esperamos, pues, descubrir rastros de esta espera - predicciones del anticristo

venidero - en otras partes del Nuevo Testamento. Y no quedamos chasqueados. Es

natural mirar, en primer lugar, el discurso escatológico de nuestro Señor en el

Monte de los Olivos en busca de alguna indicación de este peligro venidero y el

tiempo de su aparición. En ese discurso, encontramos que se mencionan "falsos

cristos y falsos profetas" (Mat. 24:5,11,24), y estamos listos para sacar la conclusión

de que éstos deben significar el mismo poder maligno designado por Juan como el

anticristo. El parecido del nombre favorece esta suposición; y el período de su

aparición - en vísperas de la catástrofe final - parece aumentar las probabilidades

hasta ccasi la certeza.

Hay, sin embargo, una formidable objeción a esta conclusión, es decir, que los

falsos cristos y los falsos profetas a los que aludía nuestro Señor parecen ser meros

impostores judíos, que comerciaban con la credulidad de sus ignorantes víctimas, o

entusiastas fanáticos, engrendros de aquel semillero de frenesí religioso y político

en que Jerusalén se había convertido en los últimos días. Encontramos a estos

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~ 265 ~

hombres vívidamente representados en los pasajes de Josefo, y no podemos

reconocer en ellos los rasgos del anticristo como son trazados por Juan. Eran

producto del judaísmo en su corrupción, y no del cristianismo. Pero el anticristo de

Juan es manifiestamente de origen cristiano. Esto es cierto por el testimonio del

apóstol mismo: "Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros", etc. Esto prueba

que los oponentes anticristianos del evangelio en algún momento deben haber

hecho profesión de cristianismo, y después se volvieron apóstatas de la fe.

Ciertamente no se puede decir que es imposible que los falsos cristos y los falsos

profetas de los últimos días de Jerusalén hayan podido ser apóstatas del

cristianismo; pero no hay evidencia que demuestre esto, ni en la profecía de nuestro

Señor, ni en la historia de aquel tiempo.

Por otra parte, en los avisos apostólicos de la apostasía predicha, este rasgo de su

origen está marcado claramente. Ya hemos visto cómo Pablo, Pedro, y Juan

concuerdan en su descripción de la "apostasía" de los últimos días. (Véase una

sinopsis de pasajes relacionados con la apostasía, p. 251). Ni puede haber ninguna

duda razonable de que los apóstatas de los dos apóstoles anteriores son idénticos

al anticristo del último. Son semejantes en carácter, en origen, y en el tiempo de su

aparición. Son los encarnizados enemigos del evangelio; son apóstastas de la fe;

pertenecen a los últimos días. Éstas son marcas de identidad demasiado

numerosas e impresionantes para ser accidentales; y, por lo tanto, estamos

justificados al concluir que el anticristo de Juan es idéntico a la apostasía predicha

por Pablo y por Pedro.

EL ANTICRISTO NO ES UNA PERSONA, SINO UN PRINCIPIO

1 Juan 2:18. "Ahora han surgido muchos anticristos".

En opinión de algunos comentaristas, se supone que el nombre del "anticristo"

designa a un individuo en particular, la encarnación y la personificación de la

enemistad hacia el Señor Jesucristo; y como hasta ahora ninguna persona así ha

aparecido en la historia, han llegado a la conclusión de que su manifestación es

todavía futura, que el anticristo personal puede esperarse inmediatamente antes del

"fin del mundo". Ésta parece haber sido la opinión del Dr. Alford, que dice:

"De acuerdo con este punto de vista, todavía esperamos que aparezca el hombre

de pecado en la plenitud del sentido profético, y además, que aparezca

inmediatamente antes de la venida del Señor".

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~ 266 ~

Hay aquí, sin embargo, una extraña confusión de cosas que son enteramente

diferentes - "el hombre de pecado" y "la apostasía", el primero, sin duda una

persona, como ya hemos visto; la última, un principio, una herejía, manifestándose

en multitud de personas. Con esta declaración de Juan ante nosotros - "ahora han

surgido muchos anticristos" - es imposible considerar al anticristo como un solo

individuo. Es verdad que puede decirse que el anticristo podría estar personificado

en cada individuo que sostuvo el error anticristiano; pero esto es muy diferente de

decir que el error está encarnado y personificado en una persona en particular

como su cabeza y representante. La expresión "muchos anticristos" prueba que el

nombre no es designación exclusiva de ningún individuo.

Pero la interpretación más común y popular es la que enlaza el nombre anticristo

con el papado. Desde el tiempo de la reforma, ésta ha sido una hipótesis favorita de

los comentaristas protestantes; no es difícil entender por qué debió ser así. Hay una

fuerte semejanza familiar entre todos los sistemas de superstición y religión

corrupta; sin duda, gran parte del sietema papal puede ser designado como

anticristiano; pero es muy diferente decir que el anticristo de Juan se propone

describir al papa o al sistema papal. Alford rechaza decididamente esta hipótesis:

Al tratar este mismo punto, observa: "No puede disimularse que, en varios detalles

importantes, los requisitos proféticos están muy lejos de haberse cumplido. Sólo

mencionaré dos - uno subjetivo, el otro objetivo. En el característico pasaje de 2

Tes. 2:4 ("que se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios", etc.), el

Papa no cumple la profecía, y nunca la cumplió. Haciendo lugar para todas las

notables coincidencias con la última parte del versículo que se han aducido tan

abundantemente, es imposible demostrar que el Papa cumple la primera parte -

mejor dicho, está tan lejos de ello que la abyecta adoración y sumisión a legomenoi

qeoi y sebasmata (todo lo que se llama Dios o es objeto de culto) ha sido siempre

una de sus más notables peculiaridades. La segunda objeción, de carácter externo

e histórico, es aún más decisiva. Si el papado fuera el anticristo, entonces la

manifestación ha tenido lugar, y ya ha durado por casi 1500 años, y todavía no ha

llegado el día del Señor, un día al cual, según los términos de nuestra profecía, tal

manifestación habría de preceder inmediatamente.

Pero el lenguaje del apóstol mismo es decisivo contra esta aplicación del nombre

anticristo. La verdad es que es difícil entender cómo tal interpretación pudo haber

echado raíces en vista de las expresas declaraciones del propio apóstol. El

anticristo de Juan no es una persona, ni una sucesión de personas, sino una

doctrina, o una herejía, claramente notada y descrita. Más que esto, se declara que

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~ 267 ~

ya existía y se había manifestado en los propios días del apóstol. "Así AHORA han

surgido muchos anticristos"; "éste es el espíritu del anticristo, el cual vosotros

habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo" (1 Juan 2:18; 4:3). Esto

debería ser decisivo para todos los que se inclinan ante la autoridad de la Palabra

de Dios. La hipótesis de un anticristo personificado en un individuo que todavía ha

de venir no tiene base en las Escrituras; es una ficción de la imaginación, no una

doctrina de la Palabra de Dios.

MARCAS DEL ANTICRISTO

1 Juan 2:19. "Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros".

1 Juan 2:22. "¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Este es anticristo, el que niega al Padre y al Hijo".

1 Juan 4:1. "Amados, no creáis a todo espíritu. sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo".

1 Juan 4:3. "Y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y éste es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo".

2 Juan 7. "Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y en anticristo",

Aquí se nos puede decir que tenemos al anticristo retratado de cuerpo entero, o, como deberíamos decir más bien, la herejía o apostasía anticristiana. Por esta descripción, se ve claramente:

1. Que el anticristo no era un individuo o una persona, sino un principio, una

herejía, que se manifestaba en muchos individuos.

2. Que el anticristo o los anticristos era o eran apóstatas de la fe en Cristo (ver. 19).

3. Que su error característico consistía en negar el carácter mesiánico, la divinidad,

y la encarnación del Hijo de Dios.

4. Que los apóstatas anticristianos descritos por Juan son posiblemente los mismos

que los denominados por nuestro Señor como "falsos cristos y falsos profetas" (Mat.

24: 5,11,24), pero que ciertamente responden a aquellos a los cuales aluden Pablo,

Pedro, y Judas.

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~ 268 ~

5. Que todas las alusiones a la apostasía anticristiana relacionan su aparición con

la "Parusía" y con "los últimos días", o sea el fin de la era o dispensación judía. Es

decir, se considera como cercana, y casi ya presente.

Sin duda, si poseyéramos información histórica más completa relativa a ese

período, podríamos verificar mejor las predicciones y alusiones que encontramos en

el Nuevo Testamento, pero tenemos suficiente evidencia para justificar la

conclusión de que todo tuvo lugar de acuerdo con las Escrituras. No es fácil

establecer si los falsos profetas de los cuales dice Josefo que infestaban los últimos

momentos agónicos de la comunidad judía son idénticos a los falsos profetas de la

predicción de nuestro Señor y del anticristo de Juan. Pero el testimonio del apóstol

mismo es decisivo sobre la cuestión del anticristo. Aquí él es al mismo tiempo tanto

profeta como historiador, pues registra el hecho de que "así ahora han surgido

muchos anticristos", y "muchos profetas han salido por el mundo".

ESPERANZA DE LA PARUSÍA

1 Juan 2:28. "Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste,

tengamos confianza, para que en su venida no nos aljemos de él avergonzados".

1 Juan 3:2. "Sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él,

porque le veremos tal como él es".

1 Juan 4:17. "Para que tengamos confianza en el día del juicio".

En estas exhortaciones y consejos, Juan concuerda perfectamente con los otros

apóstoles, cuyas constantes amonestaciones a las iglesias cristianas de su tiempo

instaban a esperar habitualmente la Parusía, y por lo tanto, a la fidelidad y la

constancia en medio del peligro y el sufrimiento. El lenguaje de Juan prueba:

1. Que los cristianos apostólicos eran exhortados a vivir esperando

constantemente la venida del Señor.

2. Que este acontecimiento era esperado por ellos como el tiempo de la revelación

de Cristo en su gloria, y la beatificación de sus fieles discípulos.

3. Que la Parusía era también el período del "día del juicio".

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~ 269 ~

EN LA EPÍSTOLA DE JUDAS

No nos corresponde discutir las cuestiones relacionadas con la legitimidad o la

autenticidad de esta epístola. Tenemos que considerarla sólo en relación con la

Parusía. La evidencia interna muestra que pertenece a "los últimos días". La fe y el

amor de la iglesia primitiva habían declinado, y el error, las divisiones, y la

corrupción habían entrado como una inundación, de modo que fue necesario que el

apóstol exhortase a los hermanos a "contender ardientemente por la fe que ha sido

una vez dada a los santos".

Como en 2 Pedro 2, en esta breve epístola tenemos una fotografía de los

heresiarcas denominados por Juan "el anticristo" y por Pablo "la apostasía". La

semejanza no puede ser más clara.

1. Eran apóstatas de la fe (ver. 4).

2. Su error consistía en la negación de Dios y de Cristo.

3. Están marcados por las siguientes características:

Impiedad,

Sensualidad,

Negación de Dios

y de Cristo,

Animalismo

Maldad e

Insubordinación,

Hipocresía,

Murmuración,

Vanagloria

Burlas, Separación

cismática,

Destitución del

Espíritu Santo

Es bastante evidente que esta descripción, que concuerda tan estrechamente con

la de 2 Pedro 2, debe haberse derivado de la misma fuente común. Pero se destaca

el hecho simple y palpable de que una terrible degeneración y corrupción moral

habían infectado la vida social de "los últimos días". Es muy sugerente comparar el

estado moral del pueblo escogido en este período final de su historia nacional con

el descrito en las palabras del último de los profetas del Antiguo Testamento. La

nación estaba ahora en aquella misma condición que allí se declara como madura

para juicio. El segundo Elías no había podido hacer que el pueblo se volviera a la

justicia, y ahora el Mensajero del pacto estaba a punto de venir súbitamente a su

templo; el grande y terrible día de Jehová estaba cerca; y Dios estaba a punto de

herir la tierra con la maldición. (Mal. 4:5,6).

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APÉNDICE A LA PARTE II

NOTA A

El Reino de los Cielos, o Reino de Dios

No hay ninguna frase que ocurra con más frecuencia en el Nuevo Testamento que

"el reino de los cielos" o "el reino de Dios". Nos encontramos con ella en todas

partes; al comienzo, a la mitad, y al final del Libro. Es la primera cosa en Mateo, la

última en Apocalipsis. Al evangelio mismo se le llama "el evangelio del reino"; los

discípulos son los "herederos del reino"; el gran objeto de esperanza y expectativa

es "la venida del reino". Es de esto de lo que Cristo mismo deriva su título de "Rey".

El reino de Dios, pues, es la médula misma del Nuevo Testamento.

Pero, aunque difundida en el Nuevo Testamento, la idea del reino de Dios no es

peculiar a él; no pertenece menos al Antiguo. Encontramos huellas de ella en todos

los profetas desde Isaías hasta Malaquías; es el tema de algunos de los más

exaltados salmos de David; subyace los anales del antiguo Israel; sus raíces se

remontan al período más temprano de la existencia nacional judía; de hecho, es la

razón de ser de ese pueblo; porque Israel fue constituido y mantenido en existencia

como una nacionalidad distinta para encarnar y desarrollar esta concepción del

reino de Dios.

Retrocediendo hasta el germen primordial del pueblo judío, encontramos el primer

indicio del propósito de Dios de "hacer un pueblo para sí mismo" en la promesa

original que se le hizo a su gran progenitor, Abraham: "Haré de ti una nación

grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a

los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti

todas las naciones de la tierra" (Gén. 12:2,3). Esta promesa fue renovada

solemnemente poco tiempo después en el pacto que Dios hizo con Abraham: "En

aquel día hizo Jehová un pacto con Abram diciendo: A tu descendencia daré esta

tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Éufrates" (Gén. 15:18). Esta

relación de pacto entre Dios y la simiente de Israel es renovada y desarrollada más

completamente en la declaración que después se le hizo a Abraham: "Y estableceré

mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por

pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti. Y te daré a

ti, y a tu descendencia después de ti, la tierra en que moras, toda la tierra de

Canaán en heredad perpetua; y seré el Dios de ellos" (Gén. 17:7,8). Como muestra

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y señal de este pacto, el rito de la circuncisión le fue impuesto a Abraham y a su

posteridad, por el cual todo varón de aquella raza era marcado y señalado como

súbdito del Dios de Abraham (Gén. 17:9-14).

Más de cuatro siglos después de esta adopción de los hijos de Abraham como el

pueblo del pacto de Dios, les encontramos en estado de vasallaje en Egipto,

gimiendo bajo la cruel esclavitud a la que estaban sometidos. Se nos dice que Dios

"escuchó sus gemidos, y se acordó de su pacto con Abraham, con Isaac, y con

Jacob". Levantó un campeón en la persona de Moisés, y le indicó que le dijera a los

hijos de Israel: "Yo soy Jehová; y yo os sacaré de debajo de las tareas pesadas de

Egipto; ... y os tomaré por mi pueblo y seré vuestro Dios" (Éx. 6: 6,7). Después de la

milagrosa redención en Egipto, la relación de pacto entre Jehová y los hijos de

Israel fue ratificada, pública y solemnemente, en el Monte Sinaí. Leemos que, "en el

mes tercero de la salida de los hijos de Israel de la tierra de Egipto ... Y acampó allí

Israel delante del monte. Y Moisés subió a Dios, y Jehová lo llamó desde el monte,

diciendo: Así dirás a la casa de Jacob, y anunciarás a los hijos de Israel: Vosotros

vísteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águila, y os he

traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros

seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y

vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa" (Éx. 19:3-6).

Es en este período cuando podemos considerar el reino teocrático como

formalmente inaugurado. Una horda de esclavos liberados fue constituída en

nación; recibieron una ley divina para su gobierno, y el marco completo de su

sistema civil y eclesiástico fue organizado y construído por autoridad divina. Cada

paso del proceso mediante el cual un anciano sin hijos se convirtió en una nación

revela un propósito divino y un plan divino. Ninguna nacionalidad se formó jamás de

esa manera; jamás existió ninguna para un propósito así; ninguna tuvo jamás una

relación tal con Dios; ninguna poseyó jamás una historia tan milagrosa; ninguna fue

jamás exaltada hasta un privilegio tan glorioso; ninguna cayó jamás en una

condenación tan tremenda.

No puede haber ninguna duda de que la nación de Israel fue destinada para ser

depositaria y conservadora del conocimiento del Dios viviente y verdadero en la

tierra. Para este propósito fue constituida la nación, y puesta en una relación única

con el Altísimo, como ningún otro pueblo sostuvo jamás. Para garantizar el

cumplimiento de este propósito, el Señor mismo fue su Rey y ellos fueron sus

súbditos; mientras que todas las instituciones y leyes que le fueron impuestas

hacían referencia a Dios, no sólo como Creador de todas las cosas, sino como

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~ 272 ~

Soberano de la nación. Expresar y llevar a cabo esta idea del reinado de Dios sobre

Israel es el manifiesto propósito del aparato ceremonial de culto establecido en el

desierto: "Jehová hizo erigir una tienda real en el centro del campamento (donde

por lo general se erigían los pabellones de todos los reyes y capitanes), y la hizo

equipar con todo el esplendor de la realeza, como un palacio móvil. Estaba dividido

en tres compartimientos, en el más interior del cual estaba el trono real, sostenido

por querubines de oro; y el escabel del trono, un arca dorada que contenía las

tablas de la ley, la Carta Magna de la iglesia y el estado. En la antecámara, había

una mesa dorada puesta con pan y vino, como la mesa real; y ardía incienso

precioso. La habitación exterior, o atrio, podría considerarse el compartimiento

culinario real, y allí se ejecutaba música, como la música de las mesas festivas de

los monarcas orientales. Dios escogió a los levitas como sus cortesanos, oficiales

de estado, y guardias de palacio; y a Aarón como oficial principal de la corte y

primer ministro de estado. Para el sostenimiento de estos oficiales, Dios asignó uno

de los diezmos que los hebreos debían entregar como alquiler por el uso de la

tierra. Finalmente, Dios requería que todos los varones hebreos de edad apropiada

se acercaran a su palacio cada año, durante las tres grandes festividades anuales,

con presentes, para rendir homenaje a su Rey; y como estos días de renovación de

su homenaje debían celebrarse con fiestas y gozo, el segundo diezmo se gastaba

en proporcionar el entretenimiento necesario para estas ocasiones. Resumiendo,

cada deber religioso era hecho una cuestión de obligación política; y todas las leyes

civiles, aún las más mínimas, estaban fundadas de tal manera en la relación del

pueblo con Dios, y tan entrelazadas con sus deberes religiosos, que el hebreo no

podía separar a su Dios de su Rey, y cada ley le recordaba a ambos por igual. Por

consiguiente, mientras la nación tuviese existencia nacional, no podía perder por

completo el conocimiento del verdadero Dios, ni descontinuar su culto".

Tal era el gobierno instituido por Jehová entre los hijos de Israel - una verdadera

teocracia; la única teocracia verdadera que jamás existió sobre la tierra. Su carácter

nacional, intenso y exclusivo, merece ser notado de manera particular. Era privilegio

distintivo de los hijos de Abraham, y de ellos solamente: "Jehová tu Dios te ha

escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre

la tierra" (Deut. 7:6). "A vosotros solamente he conocido de todas las familias de la

tierra" (Amos 3:2). "No ha hecho así con ninguna otra de las naciones" (Sal.

147:20). El Altísimo era el Señor de toda la tierra, pero era Rey de Israel en un

sentido completamente peculiar. Él era el Gobernante del pacto; ellos eran el

pueblo del pacto. Estaban bajo la más sagrada y solemne obligación de ser

súbditos leales a su invisible Soberano, de adorarle sólo a Él, y de ser fieles a su ley

(Deut. 26:16-18). Como recompensa por su obediencia, tenían la promesa de

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~ 273 ~

ilimitada prosperidad y grandeza nacional; habrían de ser "exaltados sobre todas las

naciones que hizo, para loor y fama y gloria" (Deut. 26:19); mientras que, por otra

parte, el castigo por su deslealtad y su infidelidad era correspondientemente terrible;

la maldición del pacto quebrantado les alcanzaría en una señalada y terrible

retribución, que no tendría paralelo en la historia de la humanidad, pasada o por

venir. (Deut. 28).

Es sólo razonable suponer que este maravilloso experimento de un gobierno

teocrático debe haber tenido como objetivo algo digno de su divino autor. Ese

objeto era moral, más bien que material; la gloria de Dios y el bien de los hombres,

más que el progreso político o temporal de una tribu o nación. Sin duda era, en

primer lugar, un expediente para mantener vivo el conocimiento y el culto del único

Dios verdadero en la tierra, que de otro modo podría haberse perdido por entero; y

en segundo lugar, a pesar de su intenso y exclusivo espíritu de nacionalismo, el

sistema teocrático llevaba en su seno el germen de una religión universal, y era así

una etapa grande e importante en la educación de la raza humana.

Es instructivo seguir la pista al crecimiento y al desarrollo progresivo de la idea

teocrática en la historia del pueblo judío, y observar cómo, al perder su importancia

política, se vuelve más y más moral y espiritual en su carácter.

El pueblo al que se le confirió este incomparable privilegio demostró ser indigno de

él. Su inconstancia e infidelidad neutralizaban a cada momento el favor de su

invisible Soberano. Su exigencia de tener rey, de ser "también como todas las

naciones", era casi un rechazo de su celestial Soberano. (1 Sam. 8:7,19,20). Sin

embargo, su petición fue concedida, habiéndose hecho provisión para una tal

contingencia en el marco original de la teocracia. El rey humano fue considerado

virrey del divino Rey, convirtiéndose así en tipo del Soberano real, aunque invisible,

a quien el rey, así como la nación, debía lealtad.

Es en este punto donde notamos la aparición de una nueva fase en el sistema

teocrático. Si consideramos a David como el autor del segundo salmo, fue ya en

esta época cuando se hizo un anuncio profético concerniente a un Rey, el Ungido

de Jehová, el Hijo de Dios, contra quien se levantarían los reyes de la tierra, y los

príncipes consultarían unidos, pero a quien el Altísimo daría los paganos por

heredad y las partes últimas de la tierra por posesión. Desde este período comienza

a indicarse más claramente el carácter mediador de la teocracia; se hace una

distinción entre Jehová y su Ungido, entre el Padre y el Hijo. Nos encontramos con

los títulos de Mesías, Hijo de Dios, Hijo de David, Rey de Sión, aplicados a Aquél a

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~ 274 ~

quien pertenece el reino, y quien está destinado a triunfar y a reinar. Los salmos

llamados mesiánicos, especialmente el 72 y el 110, bastan para probar que, en

tiempos de David, había claros anuncios proféticos de un Rey venidero, cuyo

gobierno sería benéfico y glorioso; en quien serían benditas todas las naciones; que

habría de unir en sí mismo la doble posición de Sacerdote y Rey; que es declarado

Señor de David; y que está representado como sentado a la diestra de Dios "hasta

que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies".

De aquí en adelante, a través de todas las profecías del Antiguo Testamento,

encontramos el carácter y la persona del Rey teocrático bosquejado más y más

completamente, aunque en la descripción están mezclados juntos elementos

diversos y aparentemente inconsistentes. A veces, el Rey venidero y su reino son

representados con los colores más atractivos y resplandecientes: "Saldrá una vara

del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces", y bajo la dirección de este

heredero de la casa de David, toda maldad desaparecerá y toda bondad triunfará.

"El lobo morará con el cordero, y el leopardo se acostará con el cabrito ... no harán

mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento

de Jehová, como las aguas cubren el mar" (Isa. 11:1-9). Los más elevados nombres

de honor y dignidad son atribuídos al Príncipe venidero; él es el "Maravilloso,

Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Lo dilatado de su imperio y la

paz no tendrán límite". Se sentará sobre el trono de David, y gobernará su reino con

juicio y con justicia para siempre. (Isa. 9:6,7).

Pero, al lado de este brillante futuro, hay oscuras y tenebrosas escenas de tristeza y

sufrimiento, de juicio y de ira. Se dice del Rey venidero que es como "raíz de tierra

seca"; "despreciado y desechado"; "varón de dolores, experimentado en

quebranto"; "herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados";

"como cordero fue llevado al matadero"; "como oveja delante de sus trasquiladores,

enmudeció, y no abrió su boca"; "fue cortado de la tierra de los vivientes" (Isa. 53).

Se lo describe entrando a Jerusalén "humilde y cabalgando sobre un asno, sobre un

pollino hijo de asna" (Zac. 9:9); "se quitará la vida al Mesías, mas no por sí" (Dan.

9:26); y entre los últimos pronunciamientos proféticos están algunos de los más

ominosos y sombríos de todos. El Señor, el Mensajero del pacto, el Rey esperado,

viene: "¿Quién podrá soportar el tiempo de su venida? Viene el día ardiente como

un horno; el día de Jehová, grande y terrible" (Mal. 3:1,2; 4:1,5).

Esta aparente paradoja se explica en el Nuevo Testamento. Existía en realidad este

doble aspecto del Rey y el reino: "El Rey de gloria" era "varón de dolores"; "el año

aceptable del Señor" era también "el día de retribución de nuestro Dios".

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Las antiguas profecías habían dado abundantes razones para esperar que el

invisible Rey teocrático sería revelado un día y habitaría con los hombres sobre la

tierra; que vendría, en los intereses de la teocracia, para establecer su reino en la

nación, y reunir a su pueblo alrededor del trono. Los capítulos iniciales del evangelio

de Lucas indican lo que creían los israelitas piadosos con respecto al reino venidero

del Mesías. Entendían que este reino tendría una especial relación con Israel. "Éste

será llamado grande", dijo el ángel de la anunciación, "y será llamado Hijo del

Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa

de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin". "Rabí", exclamó el leal Natanael,

cuando Dios se le reveló súbitamente a través de la apariencia del joven campesino

galileo, "tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel" (Juan 1:49). No es menos

cierto que su venida se consideraba entonces como cercana, y era esperada

ansiosamente por hombres santos como Simeón, que "esperaba la consolación de

Israel", y al cual le había sido revelado que no "vería la muerte antes que viese al

Ungido del Señor" (Luc. 2:25,26). La verdad es que había una creencia muy

difundida, no sólo en Judea, sino por todo el Imperio Romano, de que un gran

príncipe o monarca estaba a punto de aparecer en la tierra, que habría de inaugurar

una nueva era. De esta expectativa tenemos evidencia en los Anales de Tácito y el

Polio de Virgilio. Sin duda, la esperanza acariciada por Israel se había difundido, de

una manera más o menos vaga y distorsionada, por todos los territorios

circunvecinos.

Pero cuando, en la plenitud del tiempo, apareció el Rey teocrático en medio de la

nación del pacto, no fue en la forma que ellos habían esperado y deseado. El Rey

no cumplió las esperanzas de ellos de poder político y pre-eminencia nacional. El

reino de Dios que Jesús proclamó fue algo muy diferente de aquel con el cual

habían soñado. Justicia y verdad, pureza y bondad, eran sólo palabras vacías para

los que codiciaban los honores y los placeres de este mundo. Sin embargo, aunque

rechazado por la nación en general, el Rey teocrático no dejó de anunciar su

presencia y sus reclamos. Fue precedido por un heraldo, el Elías predicho, Juan el

Bautista, al cual el pueblo debía reconocer como verdadero profeta de Dios. El

segundo Elías anunció el reino de Dios como que se había acercado. y llamó a la

nación a arrepentirse y a recibir a su Rey. Luego, sus propias obras milagrosas, sin

paralelo aun en la historia del pueblo escogido en cuanto al número y esplendor,

proporcionó evidencia concluyente de su divina misión; unido a lo cual, la

trascendente excelencia de su doctrina, y la inmaculada pureza de su vida,

silenciaron, si no avergonzaron, la enemistad de los impíos. Durante más de tres

años, esta apelación al corazón y a la conciencia de la nación fue presentada

incesantemente de todas las formas posibles, pero sin éxito; hasta que, finalmente,

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los principales de la iglesia y el estado judíos, encarnizadamente hostiles a las

pretensiones de Jesús, le acusaron delante del gobernador romano bajo el cargo de

hacerse Rey. Con su persistente y maligno clamor, procuraban su condena. Fue

entregado para que fuese crucificado, y el título sobre su cruz llevaba esta

inscripción:

"ÉSTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS"

Este trágico acontecimiento marca el rompimiento final entre el pueblo del pacto y el

Rey teocrático. El pacto había sido quebrantado a menudo antes, pero ahora era

repudiado públicamente y roto en pedazos. Se podría haber pensado que la

teocracia terminaría ahora; y casi lo hizo, pero su disolución formal fue suspendida

por un breve espacio de tiempo, para que la doble consumación del reino, que

envolvía la salvación de los fieles y la destrucción de los incrédulos, pudiera tener

lugar en el tiempo señalado. Este doble aspecto del reino teocrático es visible en

cada una de las partes de su historia. Fue a un tiempo éxito y fracaso; victoria y

derrota; trajo salvación para unos y destrucción para otros. Este doble carácter

había sido establecido claramente en las antiguas profecías, como en el notable

oráculo de Isaías 49. El Mesías se lamenta: "Por demás he trabajado, en vano y sin

provecho he consumido mis fuerzas", etc. La divina respuesta es: "Ahora, pues,

dice Jehová, el que me formó desde el vientre para ser su siervo, para hacer volver

a él a Jacob y para congregarle a Israel (porque estimado seré en los ojos de

Jehová, y el Dios mío será mi fuerza); dice: Poco es para mí que tú seas mi siervo

para levantar las tribus de Jacob, y para que restaures el remanente de Israel;

también te di por luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta lo postrero

de la tierra". Para poner sólo otro ejemplo: en el libro de Malaquías encontramos

este doble aspecto del reino venidero, pues, aunque "viene el día ardiente como un

horno", y "todos los que hacen maldad serán estopa","a los que teméis mi nombre

nacerá el sol de justicia, y en sus alas traerá salvación" (Mal. 4:1,2). A pesar, pues,

del rechazo del rey y la pérdida del reino por parte de la masa del pueblo, todavía

habría una gloriosa consumación de la teocracia, trayendo honor y felicidad para

todos los que poseyeran la autoridad del Mesías y demostraran ser obedientes y

leales a su Rey.

¿Tenemos alguna información con la cual establecer con certeza el período de esta

consumación? ¿En qué momento puede decirse que el reino ha venido

plenamente? En la encarnación no, porque la proclamación de Jesús siempre fue:

"El reino de Dios se ha acercado". En la crucifixión no, porque la petición del ladrón

moribundo fue: "Señor, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino". En la

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~ 277 ~

resurrección tampoco, porque después de que el Señor hubo resucitado, los

discípulos esperaban la restauración del reino a Israel. En la ascensión tampoco, ni

en el día de Pentecostés, porque, mucho tiempo después de estos acontecimientos,

se nos dice en la Epístola a los Hebreos que Cristo, "habiendo ofrecido una vez

para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios,

de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de

sus pies" (Heb. 10:12,13). La consumación del reino, pues, no coincide con la

ascensión, ni con el día de Pentecostés. Es verdad que el Rey teocrático "se sentó

en el trono, a la diestra de la majestad en las alturas", pero todavía no había

"asumido este gran poder". Sus enemigos todavía no habían sido derribados, y no

podía decirse que había llegado el pleno desarrollo y la consumación de su reino

sino hasta que, por medio de un acto judicial solemne y público, el Mesías hubiese

vindicado las leyes de su reino y aplastado bajo sus pies a sus súbditos apóstatas y

rebeldes.

Hay un punto en el tiempo que se indica constantemente en el Nuevo Testamento

como la consumación del reino de Dios. Nuestro Señor declaró que, entre sus

discípulos, había algunos que vivirían para verle venir en su reino. Por supuesto,

esta venida del Rey es sinónima con la venida del reino, y limita la ocurrencia de

este acontecimiento a la generación que entonces existía. Es decir, la consumación

del reino se sincroniza con el reino de Israel y la destrucción de Jerusalén, siendo

todo ello parte de una gran catástrofe. Era en ese período cuando el Hijo del

hombre habría de venir en la gloria de su Padre, y se sentaría en el trono de su

gloria; para recompensar a sus siervos y retribuir a sus enemigos (Mat. 25:31).

Encontramos estos sucesos uniformemente asociados juntos en el Nuevo

Testamento, la venida del Rey, la resurrección de los muertos, el juicio de los justos

y de los impíos, la consumación del reino, el fin de la era. Por eso dice Pablo en 2

Tim. 4:1: "Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los

vivos y a los muertos en eu manifestación y en su reino". La venida, el juicio, el

reino, todos coinciden y son contemporáneos, y no sólo eso, sino que están

cercanos; porque el apóstol dice: "Que está a punto de juzgar ... que pronto

juzgará" [mellontoz krinein].

Es perfectamente claro, entonces, según el Nuevo Testamento, que la

consumación, o resolución, del reino teocrático tuvo lugar durante el período de la

destrucción de Jerusalén y el juicio de Israel. La teocracia había cumplido su

propósito; el experimento había sido probado, ya fuera que la nación del pacto

demostrara ser leal a su Rey o no. Había fracasado; Israel había rechazado a su

Rey; y sólo restaba que se hiciera cumplir el castigo por el pacto violado. Vemos el

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resultado en la ruina del templo, la destrucción de la ciudad, el borramiento de la

nación, y la abrogación de la ley de Moisés, acompañadas por escenas de horror y

sufrimiento sin paralelo en la historia del mundo. Aquella gran catástrofe, pues,

marca la conclusión del reino teocrático. Desde el principio, había sido de un

carácter estrictamente nacional - era el reinado divino sobre Israel. Por necesidad

terminó, pues, con la terminación de la existencia nacional de Israel, cuando los

símbolos externos y visibles de la Presencia y la Soberanía divinas terminaron;

cuando la casa de Dios, la ciudad de Dios, y el pueblo de Dios fueron borrados de

la existencia por medio de una catástrofe desoladora y final.

Esto nos permite entender el lenguaje de Pablo cuando, hablando de la venida de

Cristo, representa el acontecimiento como marcando "el fin" [to teloz = h sunteleia

tou aiwnoz], "cuando entregue el reino al Dios y Padre" (1 Cor. 15:24). Esto ha

causado mucha perplejidad a muchos teólogos y comentaristas, que parecen haber

considerado despectivo hacia la divinidad del Hijo de Dios el hecho de que

renunciara a sus funciones mediatorias y su carácter regio, y se hundiera, por

decirlo así, en la posición de una persona individual, convirtiéndose en súbdito en

vez de soberano. Pero el malestar ha surgido por haber pasado por alto la

naturaleza del reino que el Hijo había administrado, y que al fin entrega. Era el

reinado mesiánico: el reino sobre Israel: aquel gobierno peculiar y único ejercido

sobre la nación del pacto, y administrado por la mediación del Hijo de Dios durante

tantas edades. Esa relación estaba ahora disuelta, porque la nación había sido

juzgada, el templo destruido, y eliminados todos los símbolos de la divina

soberanía. ¿Por qué debía continuar por más tiempo el reino teocrático? No había

nada que administrar. Ya no había una nación del pacto, el pacto estaba roto, e

Israel había dejado de existir como una nacionalidad distinta. ¿Qué más natural y

correcto, entonces, que en semejante coyuntura el Mediador renunciara a sus

funciones mediadoras, y entregara la insignia del gobierno en las manos de las

cuales había recibido aquellas funciones? Edades antes de ese período, el Padre

había investido al Hijo con las funciones de vicerreinales de la teocracia. Se había

proclamado: "Pero yo he puesto mi rey sobre Sión, mi santo monte. Yo publicaré el

decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy" (Sal. 2:6,7). Los

propósitos para los cuales el Hijo había asumido la administración del gobierno

teocrático se habían llevado a cabo. El pacto estaba disuelto, su violación vengada,

los enemigos de Cristo y de Dios destruidos, los siervos verdaderos y fieles

recompensados, y la teocracia había llegado a su fin. Éste era ciertamente el

momento oportuno para que el Mediador renunciara a su posición y la entregara en

manos del Padre, es decir, "entregase el reino".

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Pero en todo esto no hay nada despectivo hacia la dignidad del Hijo. Por el

contrario: "Él es mediador de un mejor pacto". La terminación del reino teocrático

era la inauguración de un nuevo orden, a una escala mayor, y de una natualeza

más duradera. Esta es la doctrina de la epístola a los Hebreos: "el trono del Hijo de

Dios es por siempre jamás" (Heb. 1:8). El sacerdocio del Hijo de Dios es "para

siempre" (8:3); Cristo tiene un ministerio tanto mejor cuanto que "es mediador de un

mejor pacto" (8:6). La teocracia, como hemos visto, era limitada, exclusiva, y

nacional; pero llevaba en su seno el germen de una religión universal. Lo que Israel

perdió, el mundo lo ganó. Mientras la teocracia subsistía, había una nación

favorecida, y los gentiles, es decir, todo el mundo menos los judíos, estaban fuera

del reino, en posición de inferioridad, y, como a los perros, se les permitía, por

gracia, comer de las migajas que caían de la mesa del amo. La primera venida del

reino no eliminó por completo este estado de cosas; hasta el evangelio de la gracia

de Dios fluyó al principio por el antiguo y estrecho canal. Pablo reconoce el hecho

de que "Jesucristo era ministro de la circuncisión", y nuestro Señor mismo declaró:

"No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel". Durante años

después de que los apóstoles recibieron la comisión, no entendieron que se le

estaba enviando a los gentiles; ni consideraron al principio a los conversos paganos

como admisibles en la iglesia, excepto como judíos prosélitos. Es verdad que,

después de la conversión de Cornelio el centurión, los apóstoles se convencieron

de los límites más amplios del evangelio, y por todas partes Pablo proclamaba el

derrumbe de las barreras entre judíos y gentiles; pero es fácil ver que, mientras

existiese la nación teocrática, y permaneciese el templo con su sacerdocio,

sacrificios, y rituales, y continuase o pareciese continuar en vigencia la ley mosaica,

la distinción entre judíos y gentiles no podía borrarse. Pero la barrera se derrumbó

efectivamente cuando la ley, el templo, la ciudad, y la nación fueron borrados

juntos, y la teocracia experimentó visiblemente la consumación final.

Ese acontecimiento fue, por decirlo así, la declaración formal y pública de que Dios

ya no era el Dios de los judíos solamente, sino que ahora era el Padre común de

todos los hombres; que ya no había una nación favorecida y un pueblo peculiar,

sino que la gracia de Dios se había "manifestado para salvación a todos los

hombres" (Tito 2:11); que lo local y limitado se había expandido hasta lo ecuménico

y lo universal, y que, en Cristo Jesús, "todos son uno" (Gál. 3:29). Esto es lo que

Pablo declara que es el significado de la rendición del reino por el Hijo de Dios en

manos del Padre: de aquí en adelante, cesan las relaciones exclusivas de Dios con

una sola nación, y Él se convierte en el Padre común de toda la familia humana,

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"PARA QUE DIOS SEA TODO EN TODOS" (1 Cor. 15:28).

APÉNDICE A LA PARTE II

NOTA B

Acerca de la "Babilonia" de 1 Pedro 5:13

"La iglesia que está en Babilonia, elegida juntamente con vosotros, y Marcos mi

hijo, os saludan".

No es fácil transmitir en otras tantas palabras en español la fuerza precisa del

original. Su extrema brevedad causa oscuridad. Literalmente dice así: "Ella en

Babilonia, co-elegida, os saluda; y Marcos mi hijo".

La interpretación común del pronombre ella lo refiere a "la iglesia que está en

Babilonia"; aunque muchos eminentes comentaristas - Bengel, Mill, Wahl, Alford, y

otros - entienden que se refiere a una persona, presumiblemente la esposa del

apóstol. "Apenas es probable", observa Alford, "que ocurriesen juntos en el mismo

mensaje de salutación una abstracción, de la cual se habla enigmáticamente, y un

hombre (Marcos, mi hijo), por nombre". El peso de la autoridad se inclina del lado

de la iglesia; el peso de la gramática, del lado de la esposa.

Pero la cuestión más importante se relaciona con la identidad del lugar que aquí se

denomina Babilonia. A primera vista, es natural llegar a la conclusión de que no

puede ser otra que la bien conocida y antigua metrópolis de Caldea, o lo que

quedaba de ella y que existía en los días del apóstol. Estamos listos a considerar

como muy probable que Pedro, en sus viajes apostólicos, rivalizaba con el apóstol a

los gentiles, e iba por todas partes predicando el evangelio a los judíos, como Pablo

lo hacía a los gentiles.

Sin embargo, parece haber formidables objeciones a este punto de vista, por

natural y sencillo que parezca. Sin mencionar la improbabilidad de que Pedro, en su

ancianidad, y acompañado por su esposa (si aceptamos la opinión de que es a ella

a quien se refiere la salutación), se encontrase en una región tan remota de Judea,

hay la importante consideración de que Babilonia no era en aquella época la

morada de una población judía. Josefo afirma que ya mucho antes, durante el

reinado de Calígula (37-41 d. C.), los judíos habían sido expulsados de Babilonia, y

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que había tenido lugar una gran matanza, que casi les había exterminado. Es

verdad que esta afirmación de Josefo se refiere a la región entera llamada

Babilonia, más bien que a la ciudad de Babilonia, y esto por la suficiente razón de

que, en tiempos de Josefo, Babilonia era un lugar tan deshabitado como lo es

ahora. En su Geografía Bíblica, Rosenmüller afirma que, en tiempos de Estrabón

(esto es, durante el reinado de Augusto), Babilonia estaba tan desierta que él le

aplica a esa ciudad lo que un antiguo poeta había dicho de Megalópolis en Arcadia,

es decir, que era "un gran desierto". También Basnage, en su Historia de los

Judíos, dice: "Babilonia declinaba en los días de Estrabón, y Plinio la representa en

el reinado de Vespasiano como una grande e ininterrumpida soledad".

Se han sugerido otras ciudades como la Babilonia a la que se refiere la epístola: un

fuerte de ese nombre en Egipto, mencionado por Estrabón; Tesifón, sobre el Tigris;

Seleucia, la nueva ciudad que vació de sus habitantes a la antigua Babilonia. Pero

estas son meras conjeturas, a las que no sostiene ni una partícula de evidencia.

La improbabilidad de que la antigua capital de Caldea fuese el lugar de referencia

puede explicar en gran medida el consentimiento general que desde los tiempos

más antiguos ha asignado una interpretación simbólica o espiritual al nombre de

Babilonia. Si la cuestión fuera a ser decidida por la autoridad de grandes nombres,

Roma sería declarada sin duda la mística Babilonia designada así por el apóstol.

Pero esto envuelve la molesta pregunta de si Pedro visitó jamás Roma, una

discusión en la cual no podemos entrar aquí. La historia del evangelio guarda

completo silencio sobre el tema, y la tradición, incuestionablemente muy antigua,

del episcopado de Pedro allí, y de su martirio bajo el reinado de Nerón, está

recargado con tanto que es ciertamente fabuloso, que nos sentimos justificados al

hacer todo ello a un lado como leyenda o como mito. Hay un argumento a priori

contra la probabilidad de la visita de Pedro a Roma, el cual sostenemos como

insalvable, en ausencia de cualquier argumento en contrario. Pedro era el apóstol

de la circuncisión; su misión era a los judíos, su propia nación; no podemos

concebir la posibilidad de que él abandonara su esfera señalada de trabajo y

"entrara en los asuntos de otro hombre", y "edificara sobre fundamento ajeno".

Pablo estaba en Roma en los días de Nerón, y nada puede ser más improbable que

Pedro, el apóstol de la circuncisión, y "sabiendo que dentro de poco debía

abandonar su tabernáculo terrenal", emprendiese viaje a Roma en su extrema

vejez, sin ningún llamado especial, y sin dejar rastro, en la historia de los Hechos de

los Apóstoles, de un suceso tan notable.

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~ 282 ~

Pero, si Roma no es la Babilonia simbólica de la referencia, y si la Babilonia literal

es inadmisible, ¿cuál otro lugar puede sugerirse con alguna probabilidad? ¿No hay

ninguna otra ciudad, aparte de Roma, que pudiera llamarse con la misma propiedad

la Babilonia mística? ¿Ninguna otra que no tenga aparejados nombres simbólicos,

tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo? Parece inexplicable que la

misma ciudad con la cual la vida y los hechos de Pedro están más asociados que

con ninguna otra haya sido completamente ignorada en esta discusión. ¿Por qué no

podría la ciudad llamada Sodoma y Gomorra ser llamada, con la misma razón,

Babilonia? Ahora bien, Jerusalén tiene estos nombres místicos asociados con ella

en las Escrituras, y ninguna ciudad tenía más derecho a reclamar el carácter que

ellos implican. Sin duda, Jerusalén parece también haber sido la residencia fija del

apóstol; Jerusalén, pues, es el lugar desde el cual podríamos esperar encontrarle

escribiendo y fechando sus epístolas dirigidas a las iglesias.

Cualquiera que sea la ciudad que el apóstol llama Babilonia, debe haber sido la

morada permanente de la persona o la iglesia asociada con él mismo y con Marcos

en la salutación. Esto queda comprobado por la forma de las expresiones h en

babulwni, lo cual, como demuestra Steiger, significa "una morada fija por la cual uno

puede ser designado". Si decidimos que la referencia es a una persona, se seguirá

que Babilonia era el lugar del domicilio de la persona, su morada fija, y esto, en el

caso de la esposa de Pedro, sólo podía ser Jerusalén. Hasta donde se puede

deducir de la evidencia documental del Nuevo Testamento, la historia apostólica

muestra claramente que Pedro residía habitualmente en Jerusalén. No es nada

menos que una falacia popular suponer que todos los apóstoles eran evangelistas

como Pablo, y que viajaban por países extranjeros predicando el evangelio a todas

las naciones. El profesor Burton ha mostrado que "no fue sino catorce años

después de la ascensión de nuestro Señor que Pablo viajó por primera vez, y

predicó el evangelio a los gentiles. Ni hay evidencia alguna de que, durante este

período, los apóstoles traspasaron los confines de Judea". Pero, lo que

argumentamos es que la residencia habitual o permanente de Pedro era Jerusalén.

Esto se desprende de varias pruebas circunstanciales.

1. Cuando la iglesia de Jerusalén se dispersó hacia el extranjero después de la

persecución que se desató en el tiempo del martirio de Esteban, Pedro y el

resto de los apóstoles permanecieron en Jerusalén. (Hechos 8:1).

2. Pedro estaba en Jerusalén cuando Herodes Agripa I le aprehendió y le

encarceló. (Hechos 12:3).

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~ 283 ~

3. Cuando Pablo, tres años después de su conversión, sube a Jerusalén, su

misión es "ver a Pedro"; y añade: "Permanecí con él quince días" (Gál. 1:18).

Esto implica que la residencia habitual de Pedro era Jerusalén.

4. Catorce años después de esta visita a Jerusalén, Pablo visita nuevamente

aquella ciudad en compañía de Bernabé y Tito; y en esta ocasión, también

encontramos a Pedro allí. (Gál. 2:1-9). (50 d. C. - Conybeare y Howson).

5. Vale la pena notar que fue la presencia en Antioquia de ciertas personas que

vinieron de Jerusalén lo que intimidó tanto a Pedro que le llevó a asumir una

línea equivocada de conducta y a incurrir en la censura de Pablo. (Gál. 2:11).

¿Por qué debería intimidar a Pedro la presencia de judíos de Jerusalén?

Presumiblemente porque, a su regreso a Jerusalén, ellos le pedirían cuenta:

dando a entender que Jerusalén era su residencia habitual.

6. Si suponemos, lo que es más probable, que Marcos, mencionado en esta

salutación, es Juan Marcos, hijo de la hermana de Bernabé, sabemos que él

también vivía en Jerusalén (Hechos 12:12).

7. A Silvano, o Silas, el escritor o portador de esta epístola, lo conocemos como

miembro prominente de la iglesia de Jerusalén: "varón principal entre los

hermanos" (Hechos 15:22-32).

Encontramos así que todas las personas nombradas en la porción final de la

epístola son residentes habituales de Jerusalén.

Por último, inferimos, de una expresión incidental en Hech. 4:17, que Pedro estaba

en Jerusalén cuando escribió esta epístola. Dice que es tiempo de que el juicio

comience por la "casa de Dios"; esto es, como hemos visto, el santuario, el templo;

y añade: "Si primero comienza por nosotros", etc. Ahora bien, ¿se habría expresado

así si en el momento en que escribió hubiese estado en Roma, o en Babilonia sobre

el Éufrates, o en cualquier otra ciudad que no fuese Jerusalén? Ciertamente parece

de lo más natural suponer que, si el juicio comienza por el santuario, y también por

nosotros, tanto el lugar como las personas deben estar juntos. La visión de

Ezequiel, que da el prototipo de la escena de juicio, fija la localidad donde ha de

comenzar la matanza, y parece muy probable que la suerte venidera de la ciudad y

el templo, así como las aflicciones que habrían de sobrevenirles a los discípulos de

Cristo, estuviesen en la mente del apóstol. Wiesinger observa: "Apenas es posible

que la destrucción de Jerusalén hubiese pasado cuando se escribieron estas

palabras; de haber sido así, difícilmente se habría dicho, o kairoz tou arxasqai". No;

no era pasado, sino que el principio del fin ya era presente; el juicio parece haber

comenzado, como el Señor dijo que ocurriría, con los discípulos; y éste era el

seguro preludio de la ira que venía sobre los impíos "hasta lo máximo".

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~ 284 ~

Pero puede objetarse: Si Pedro quiso decir Jerusalén, ¿por qué no lo dijo sin

ambigüedades? Puede haber habido, y sin duda había, razones prudenciales para

esta reserva en el momento en que Pedro produjo su escrito, como las había

cuando Pablo escribió a los tesalonicenses. Pero, probablemente, no había tal

ambigüedad para sus lectores, como las hay para nosotros. ¿Y si Jerusalén ya era

conocida y reconocida entre los creyentes cristianos como la Babilonia mística?

Suponiendo, como tenemos derecho a asumir, que Apocalipsis ya le era familiar a

las iglesias apostólicas, consideramos sumamente probable que identificaran a la

"gran ciudad", cuya caída se describe en ese libro, "Babilonia la grande", como la

misma cuya caída se menciona en la profecía de nuestro Señor en el Monte de los

Olivos.

Esto, sin embargo, pertenece a otro tema, cuya discusión tendrá lugar en el

momento adecuado - la identidad de la Babilonia del Apocalipsis. Baste por el

momento haber presentado argumentos para una causa probable, sobre bases

completamente independientes, en favor de que la Babilonia de la primera epístola

de Pedro no es otra que Jerusalén.

APÉNDICE A LA PARTE II

NOTA C

Acerca del simbolismo de la profecía, con especial referencia

a las predicciones de la Parusía

La más somera atención al lenguaje profético del Antiguo Testamento debe

convencer a cualquier persona de mente sobria que no debe entenderlo al pie de la

letra. Primero, los pronunciamientos de los profetas son poesía; segundo, son

poesía oriental. Pueden llamarse grabados jeroglíficos que representan sucesos

históricos por medio de imágenes altamente metafóricas. Es inevitable, pues, que la

hipérbole, o lo que a nosotros nos parece hipérbole, entre mayormente en las

descripciones de los profetas. Para la imaginación fría y prosaica de Occidente, el

estilo encendido y vívido de los profetas de Oriente puede parecer ampuloso y

extravagante; pero hay siempre un substrato de realidad que subyace a las figuras

y a los símbolos, los cuales, mientras más se estudian, más se recomiendan al

juicio del lector. Revoluciones sociales y políticas, cambios morales y espirituales,

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~ 285 ~

son prefigurados por convulsiones y catástrofes físicas; y si estos fenómenos

naturales afectan la imaginación todavía más poderosamente, no son figuras

inapropiadas cuando se capta la verdadera importancia de los acontecimientos que

representan. La tierra convulsionada por terremotos, montañas ardiendo que son

lanzadas al mar, estrellas que caen como hojas, los cielos incendiados, el sol

cubierto de cilicio, la luna convertida en sangre, son imágenes de espantosa

grandeza, pero no son necesariamente representaciones impropias de grandes

conmociones civiles - el derrumbe de tronos y dinastías, las desolaciones de la

guerra, la abolición de antiguos sistemas, y grandes revoluciones morales y

espirituales. En profecía, como en poesía, lo material es considerado tipo de lo

espiritual, y las pasiones y emociones de la humanidad encuentran expresión en

señales y síntomas correspondientes en la creación inanimada. ¿Trae el profeta

buenas nuevas? Llama a las montañas y a los collados a prorrumpir en canción, y a

los árboles del bosque a batir palmas. ¿Es su mensaje de lamentación y de ay? Los

cielos están de luto, y el sol se oscurece cuando se pone. Por muy ansioso que esté

de apegarse a la sola letra de la palabra, nadie pensaría en insistir que tales

metáforas deben interpretarse literalmente, ni que deben cumplirse literalmente. Lo

más que tenemos derecho a pedir es que haya sucesos históricos que

correspondan y estén a la altura de tales fenómenos; grandes movimientos morales

y sociales capaces de producir emociones tales como parecen implicar estos

fenómenos físicos.

Puede ser útil elegir algunos de los más notables de estos símbolos proféticos que

se encuentran en el Antiguo Testamento, para que podamos observar las ocasiones

en que se emplearon, y descubrir el sentido en el cual deben ser entendidos.

En Isaías 13, tenemos una predicción muy notable de la destrucción de la antigua

Babilonia. Está concebida en el más alto estilo poético. Jehová de los ejércitos pasa

revista a las tropas para la batalla; se oye estruendo de ruido de reinos, de naciones

reunidas; se proclama que el día de Jehová está cerca; las estrellas de los cielos y

sus luceros no darán su luz; el sol se oscurecerá al nacer, la luna no dará su

resplandor; los cielos se estremecerán, y la tierra se moverá de su lugar. Se

observará que todas estas imágenes, cuyo cumplimiento literal involucraría la

destrucción de toda la creación material, se emplean para describir la destrucción

de Babilonia por los medos.

Nuevamente, en Isaías 24, tenemos una predicción de juicios a punto de caer sobre

la tierra de Israel; y entre otras representaciones de los ayes inminentes,

encontramos las siguientes: "Las ventanas de los cielos están abiertas; se

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~ 286 ~

estremecen los fundamentos de la tierra; la tierra será enteramente vaciada, y

completamente saqueada; la tierra se destruyó, cayó; la tierra se tambaleará como

borracho, y será removida como choza de labrador; caerá y no se levantará más,"

etc. Todo esto simboliza la convulsión civil y social que estaba a punto de ocurrir en

la tierra de Israel.

En Isaías 34, el profeta anuncia juicios contra los enemigos de Israel, en particular

Edom, o Idumea. La imágenes que emplea son de la descripción más sublime y

terrible: "Los montes se disolverán por la sangre de los cadáveres. Todo el ejército

de los cielos se enrollará como un libro, y caerá todo su ejército, como se cae la

hoja de la parra, y como se cae la de la higuera". "Sus arroyos se convertirán en

brea, y su polvo en azufre, y su tierra en brea ardiente. No se apagará de noche ni

de día, perpetuamente subirá su humo; de generación en generación será asolada,

nunca jamás pasará nadie por ella".

No es necesario preguntar: ¿Se han cumplido estas predicciones? Sabemos que sí;

y su cumplimiento permanece en la historia como un monumento perpetuo a la

verdad de Apocalipsis. A Babilonia, Edom, Tiro, los opresores o enemigos del

pueblo de Dios, se les ha hecho beber de la copa de la indignación de Dios. El

Señor no ha dejado caer a tierra ninguna de las palabras de sus siervos los

profetas. Pero nadie pretenderá decir que los símbolos y figuras que describían

estos derrumbes se verificaron literalmente. Estos emblemas son el ropaje de la

descripción, y se usan simplemente para aumentar el efecto y para dar vividez y

grandeza a la escena.

De manera semejante, el profeta Ezequiel usa imágenes de un tipo muy similar al

predecir las calamidades que vendrían sobre Egipto: "Y cuando te haya extinguido,

cubriré los cielos, y haré entenebrecer sus estrellas; el sol cubriré con nublado, y la

luna no hará resplandecer su luz. Haré entenebrecer todos los astros brillantes del

cielo por tí, dice Jehová el Señor" (Eze. 32:7,8).

De forma parecida, los profetas Miqueas, Nahum, Joel, y Habacuc describen la

presencia y la intervención del Altísimo en los asuntos de las naciones, presencia e

intervención que están acompañadas por estupendos fenómenos naturales:

"Porque he aquí, Jehová sale de su lugar, y descenderá y hollará las alturas de la

tierra. Y se derretirán los montes debajo de él, y los valles se hendirán como la cera

delante del fuego, como las aguas que corren por un precipicio" (Miqueas 1:3,4).

"Jehová marcha en la tempestad y el torbellino, y las nubes son el polvo de sus

pies. Él amenaza al mar, y lo hace secar, y agosta todos los ríos. Los montes

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~ 287 ~

tiemblan delante de él, y los collados se derriten; la tierra se conmueve a su

presencia, y el mundo, y todos los que en él habitan. Su ira se derrama como fuego,

y por él se hienden las peñas" (Nahum 1:3-6).

Estos ejemplos pueden bastar para mostrar lo que en realidad es evidente, que en

lenguaje profético se emplean los más sublimes y terribles fénomenos naturales

para representar convulsiones y revoluciones nacionales y sociales. Las imágenes,

que si se cumplieran darían como resultado la total disolución de la estructura del

globo terráqueo y la destrucción del universo material, en realidad no pueden

significar otra cosa que la caída de una dinastía, la toma de una ciudad, o el

colapso de una nación.

El siguiente es el punto de vista de Sir Isaac Newton sobre este tema, posición que

es substancialmente justa, aunque quizás llevada un poco demasiado lejos al

suponer que hay, de hecho, un equivalente para cada figura empleada en la

profecía:

"El lenguaje figurado de los profetas está tomado de la analogía entre el mundo

natural y un imperio considerado como potencia mundial. En consecuencia, el

mundo natural, que consiste del cielo y la tierra, significa todo el mundo político, que

consiste de tronos y pueblos, o tanto de él como se considere en la profecía; y las

cosas en ese mundo significan cosas análogas en éste. Porque los cielos y las

cosas que en ellos hay significa tronos y dignatarios, y los que disfrutan de ellos; y

la tierra, con las cosas que en ella hay, el pueblo inferior; y las partes más bajas de

la tierra, llamadas Hades o infierno, la parte más baja y miserable de ellas. Grandes

terremotos, y el temblor del cielo y la tierra, representan el templor de reinos, para

confundirlos y derribarlos; la creación de un cielo nuevo y una nueva tierra, la

desaparición de los antiguos; el comienzo y el fin del mundo significan el

surgimiento y la ruina del cuerpo político de que se trate. El sol significa toda la

especie y la raza de hombres en los reinos del mundo político; la luna significa el

cuerpo de la gente común, considerada como la esposa del rey; las estrellas, los

príncipes y grandes hombres subordinados; o los obispos y gobernantes del pueblo

de Dios, cuando el sol es Cristo. La puesta del sol, la luna, y las estrellas; el

oscurecimiento del sol, la luna convirtiéndose en sangre, y la caída de las estrellas,

el cese de un reino".

Como adición, sólo citaremos las excelentes observaciones de un sabio expositor,

el Dr. John Brown, de Edinburgo:

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~ 288 ~

"Entendido literalmente, 'pasarán el cielo y la tierra' es la disolución del actual

sistema del universo; y el período en que esto debe tener lugar es llamado 'el fin del

mundo'. Pero una persona bien familiarizada con la fraseología de las Escrituras del

Antiguo Testamento sabe que la disolución de la economía mosaica y el

establecimiento de la cristiana se describen a menudo como la desaparición de la

antigua tierra y los antiguos cielos, y la creación de una nueva tierra y un nuevo

cielo. 'Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no

habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento'. 'Porque como los cielos nuevos y la

nueva tierra que yo hago permanecerán delante de mí, dice Jehová, así

permanecerá vuestra descendencia y vuestro nombre' (Isa. 65:17; 66:22)'. Del

período de la terminación de una dispensación y el comienzo de la otra se dice que

son 'los últimos días', y 'el fin del mundo', y se describen como un temblor tal de los

cielos y la tierra que conduciría a la eliminación de las cosas que habían temblado

(Hag. 2:6; Heb. 14:26,27)".

Parece, pues, que si la Escritura es la mejor intérprete de la Escritura, tenemos en

el Antiguo Testamento una clave para la interpretación de las profecías en el

Nuevo. El mismo simbolismo se encuentra en ambos, y las imágenes de Isaías,

Ezequiel, y los otros profetas nos ayudan a entender las imágenes de Mateo,

Pedro, y Juan. Así como la disolución del mundo material no es necesaria para el

cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento, tampoco es necesaria para

el cumplimiento de las predicciones del Nuevo Testamento. Pero, aunque los

símbolos son expresiones metafóricas, no carecen de significado. No es necesario

alegorizarlos y encontrar un equivalente correspondiente en cada tropo; es

suficiente considerar las imágenes como recursos empleados para aumentar lo

sublime de la predicción y para hacerla impresionante y grandiosa. Al mismo

tiempo, hay una propiedad verdadera y una realidad subyacente en los símbolos de

la profecía. Los hechos morales y espirituales que representan, los cambios

sociales y ecuménicos que tipifican, no podían ser presentados adecuadamente por

medio de un lenguaje menos majestuoso y menos sublime. Hay razón para creer

que una inadecuada comprensión de la verdadera grandeza e importancia de

sucesos tales como la destrucción de Jerusalén y la abrogación de la economía

judía es la base del sistema de interpretación que sostiene que nada que responda

a los símbolos del Nuevo Testamento ha tenido lugar jamás. De aquí las

invenciones, no críticas y no bíblicas, de los dobles significados, y los

cumplimientos dobles, triples, y múltiples de la profecía. No estamos preparados

para negar que conmociones físicas de la naturaleza y extraordinarios fenómenos

en los cielos y la tierra pueden haber acompañado los estertores finales de la

dispensación judía. Nos parece muy probable que tales cosas sucedieron. Pero el

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~ 289 ~

cumplimiento literal de los símbolos no es esencial para la verificación de la

profecía, la cual los hechos registrados de la historia han demostrado en

abundancia que es verdadera.

NOTA D

Acerca de "los nuevos cielos y la tierra nueva" (2 Pedro 3:13)

El apóstol distribuye el mundo entre cielo y tierra, y dice que fueron destruidos por

medio de agua, y perecieron. Sabemos que ni la composición ni la sustancia del

uno ni de la otra fueron destruidos, sino sólo los hombres que vivían en la tierra; y el

apóstol nos habla (ver. 7) del cielo y la tierra que había entonces, y que fueron

destruidos por agua, distintos de los cielos y la tierra que había ahora, y que

habrían de ser consumidos por fuego; sin embargo, en cuanto a la estructura visible

del cielo y la tierra, eran los mismos tanto antes del Diluvio como en los tiempos del

apóstol, y permanecen hasta la fecha; cuando todavía es cierto que los cielos y la

tierra, de los cuales hablaba, habrían de ser destruidos y consumidos por fuego en

aquella generación. Para aclarar nuestro fundamento, debemos, pues, considerar lo

que el apóstol quiere decir con cielos y tierra en estos dos lugares.

1. Es seguro que lo que el apóstol quiere decir con "el mundo", con su cielo, y la

tierra (vers. 5,6), que fue destruida; lo mismo, o algo de esta clase, quiere decir con

los cielos y la tierra que habrían de ser consumidos y destruidos por el fuego (ver.

7); de lo contrario, no habría ninguna coherencia en el discurso del apóstol, ni

ninguna clase de argumento, sino una mera falacia de palabras.

2. Es seguro que el diluvio no destruyó el mundo, ni la estructura del cielo y la

tierra, sino solamente a los habitantes del mundo; por lo tanto, la destrucción que

debía tener lugar por el fuego no es la substancia de los cielos y la tierra, que no

serán consumidos sino hasta el último día, sino de las personas o los hombres que

vivieran en el mundo.

3. Luego, tenemos que considerar en qué sentido se dice de los hombres que viven

en el mundo que son el mundo, y los cielos y la tierra de él. Sólo insistiré en un caso

para este propósito entre muchos que pueden mencionarse: Isa. 51:15,16. El

tiempo en la obra mencionada aquí, de extender los cielos y echar los cimientos de

la tierra, fue llevada a cabo por Dios cuando agitó el mar (ver. 15) y dio la ley (ver.

16), y dijo a Sión: Pueblo mío eres tú; esto es, cuando sacó de Egipto a los hijos de

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~ 290 ~

Israel, y en el desierto les formó en iglesia y estado; luego, extendió los cielos y

echó los cimientos de la tierra; esto es, produjo orden, y gobierno, y belleza de la

confusión en que se encontraban. Esto es extender los cielos y echar los

fundamentos del mundo. Y puesto que es entonces cuando se menciona la

destrucción de un estado y gobierno, es con ese lenguaje que parece hablar del fin

del mundo. Así ocurre con Isa. 34:4, que no es sino la destrucción del estado de

Edom. Otro tanto se afirma del Imperio Romano (Apoc. 6:14), que los judíos

constantemente afirman que se quiere decir con Edom en los profetas. Y en la

predicción de nuestro Señor Jesucristo tocante a la destrucción de Jerusalén

(Mateo 24). La hace con expresiones de la misma importancia. Es evidente, pues,

que en lenguaje profético y la manera de hablar, a menudo se entendían los cielos y

la tierra como el estado civil y religioso y la combinación de hombres en el mundo, y

los hombres de ella. Así ocurría con los cielos y la tierra de aquel mundo que

entonces fue destruido por el diluvio.

4. Sobre esta base, afirmo que, en esta profecía de Pedro, con los cielos y la tierra

se quiere decir la venida del Señor, el día del juicio y la perdición de los impíos, que

en la destrucción de aquel cielo y aquella tierra se menciona, no el juicio último y

final del mundo, sino aquella total desolación y destrucción de la iglesia y el estado

judíos, que habría de tener lugar, para lo cual presentaré estas dos razones, de

muchas que podrían aducirse a partir del texto:

(1) Porque lo que sea que se menciona aquí debía tener peculiar influencia sobre

los hombres de aquella generación. Él habla de aquello que tenía que ver tanto con

los profanos burladores como con los burlados, y de que, como judíos, algunos de

ellos creían en la fe, y otros se oponían. Ahora bien, no había en aquella generación

ninguna preocupación particular, ni por aquel pecado, ni por aquellas burlas, en

cuanto al día del juicio en general; sino un alivio peculiar por el uno y un temor

peculiar por el otro, que estaba cercano, en la destrucción de la nación judía;

además, había amplio testimonio tanto por el uno como por el otro del poder y el

dominio del Señor Jesucristo, que era el punto en disputa entre ellos.

(2) Pedro les dice, después de la destrucción y el juicio de que habla (ver. 7-13):

"Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva", etc.

Tenían esta esperanza. Pero, ¿cuál es esa promesa? ¿Dónde podemos

encontrarla? Bueno, la tenemos en las mismas palabras y en la misma carta, Isa.

65:17. Ahora bien, ¿cuándo será que Dios creará estos nuevos cielos y esta nueva

tierra, en los cuales mora la justicia? Dice Pedro: "Será después de la venida del

Señor, después de aquel juicio y aquella destrucción de los impíos, que no

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~ 291 ~

obedecen al evangelio". Pero ahora es evidente, a partir de este pasaje en Isaías,

en 66:21,22, que esta es una profecía para los tiempos evangélicos solamente; y

que la extensión de estos nuevos cielos no es sino la creación de las ordenanzas

del evangelio que deben permanecer para siempre. Lo mismo se expresa en Heb.

12:26-28.

Siendo éste el designio del lugar, no insistiré más sobre el contexto, sino que abriré

brevemente las palabras propuestas, y fijaré la atención sobre la verdad contenida

en ellas.

Primero, existe el fundamento de la inferencia y la exhortación apostólicas, viendo

que todas estas cosas, por preciosas que parezcan, sin importar el valor que alguno

les atribuya, se disolverán, esto es, serán destruidas, y de aquella terrible y

horrenda manera que se ha mencionado antes, en un día de juicio, de ira, y de

venganza, por medio del fuego y la espada; que otros se burlen de las amenazas

de la venida de Cristo: Vendrá y no tardará, y luego, los cielos y la tierra que Dios

mismo extendió - el sol, la luna, y las estrellas del sistema y la iglesia judíos - todo

el mundo antiguo de culto y de adoradores, que en su obstinación se levantan

contra el Señor Jesucristo, se disolverá y se destruirá sensiblemente: sabemos que

éste será el fin de todas las cosas, y esto ocurrirá en breve.

No hay ninguna constitución externa ni estructura de cosas en gobiernos o

naciones, que no esté sujeta a disolución, y puede ocurrirle, a manera de juicio. Si

alguno desea que se le excluya, y eso ocurre en muchos casos, de los cuales el

apóstol hablaba en términos proféticos (porque todavía no era tiempo de declararlo

abiertamente a todos) puede presentar su solicitud. *

*Sermón del Dr. Owen sobre 2 Pedro 3:11. Obras, reimpreso en 1721.

APÉNDICE A LA PARTE II

NOTA E

El Rev. F. D. Maurice acerca de "El Último Tiempo"

(I Juan 2:18)

¿Cómo pudo decir Juan que éste era el último tiempo? ¿No ha durado el mundo

casi mil ochocientos años desde que él lo abandonó? ¿No puede durar muchos

años más?

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~ 292 ~

"Muchos les dirán que no sólo Juan, sino también Pablo y todos los apóstoles,

actuaban bajo el engaño de que el fin de todas las cosas se acercaba en su tiempo.

Los que así hablan no están en general dispuestos a subestimar la autoridad de

estos hombres; algunos adoptan esta opinión prácticamente, aunque puede que no

la expresen en palabras, y sostienen que a los escritores bíblicos no se les permitía

jamás cometer errores ni siquiera en las cosas más insignificantes. Yo no digo eso;

no hará temblar mi fe en ellos descubrir que se han equivocado en nombres o

puntos cronológicos. Pero, si supusiera que ellos mismos habían sido conducidos al

error, y habían conducido al error a sus propios discípulos, en un tema tan

importante como este de Cristo viniendo en juicio, y de los últimos días, me sentiría

muy perplejo. Porque es un tema al que ellos se refieren constantemente. Es parte

de su más profunda fe. Se mezcla con todas sus exhortaciones prácticas. Si se

equivocaran aquí, no veo dónde pueden haber acertado.

"He descubierto que su lenguaje sobre este tema me ha sido de la mayor utilidad

para explicar el método de la Biblia; el curso del gobierno de Dios sobre las

naciones y los individuos; la vida del mundo antes del tiempo de los apóstoles,

durante su tiempo, y en todos los siglos desde entonces. Si les hacemos a ellos la

justicia que debemos a todos los escritores, inspirados y no inspirados; si les

permitimos interpretarse a sí mismos, en vez de imponerles nuestras

interpretaciones, creo que entenderemos un poquito más de su obra y de la

nuestra. Si tomamos sus palabras simple y literalmente con respecto al juicio y el fin

que ellos esperaban en su día, sabremos qué posición ocupaban con respecto a

sus antepasados y con respecto a nosotros. Y en lugar de una concepción muy

vaga, débil, y artificial del juicio que debemos esperar, aprenderemos cuáles son

nuestras necesidades por medio de las de ellos; cómo nos cumplirá Dios a nosotros

todas sus palabras por la manera que les cumplió a ellos Sus palabras.

"No es una idea nueva, sino muy antigua y común, la de que la historia del mundo

se divide en ciertos períodos grandes. En nuestros días, se les ha estado

imponiendo a hombres pensantes la convicción de que hay una amplia distinción

entre la historia antigua y la moderna. M. Guizot se espacia especialmente sobre la

unidad y la universalidad de la historia moderna, en contraste con la división de la

historia antigua en una serie de naciones que apenas tenían simpatías comunes. La

cuestión es dónde encontrar el límite entre estos dos períodos. Los estudiantes han

especulado mucho sobre éstos; la mayoría de estas especulaciones han sido

plausibles y sugieren verdades; algunas son muy confusas; ninguna, creo yo, es

satisfactoria. Una de las más populares, la que supone que la historia moderna

comienza cuando las tribus bárbaras se establecieron en Europa, sería bastante

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~ 293 ~

fatal para la doctrina de M. Guizot. Porque ese establecimiento, aunque fue un

suceso muy importante e indispensable para la civilización moderna, rompía

temporalmente la unidad que había existido antes. Era como la reaparición de

aquella separación de tribus y razas, que él supone ha sido la característica

especial del mundo anterior.

"Ahora bien: ¿Podemos esperar alguna luz sobre este tema en la Biblia? No creo

que cumpliría sus pretensiones si no pudiéramos encontrarla. Ella profesa presentar

los caminos de Dios a las naciones y a la humanidad. Podríamos muy bien

contentarnos con que nos dijera muy poco de las leyes físicas; podríamos

contentarnos con que guardase silencio acerca de los cursos de los planetas y la

ley de gravedad. Puede que Dios tenga otros métodos para dar a conocer estos

secretos a sus criaturas. Pero lo que concierne al orden moral del mundo y al

progreso espiritual de los seres humanos cae directamente dentro de la esfera de la

Biblia. Nadie podría estar satisfecho con ella si guardase silencio con respecto a

estos últimos. En consecuencia, todos los que suponen que ella guarda silencio

sobre este punto, por mucha importancia que le atribuyan a lo que ellos llaman su

carácter religioso; por mucho que puedan suponer que sus mayores intereses

dependen de su creencia en sus oráculos, están obligados a tratarla como un libro

muy desarticulado y fragmentario. Ellos proporcionan la mejor excusa a los que

dicen que no es un libro íntegro, como hemos creído que es, sino una colección de

los dichos y opiniones de ciertos autores, en diferentes épocas, no muy

consistentes los unos con los otros. Por otra parte, ha existido la más fuerte

convicción en las mentes de lectores ordinarios, así como en las de estudiantes, de

que el libro sí nos habla de cómo las épocas pasadas, y las por venir, tienen que

ver con la develación de los misterios de Dios - qué parte ha jugado un país y otro

en Su gran drama - hasta qué punto están convergiendo todas las líneas de su

providencia. El inmenso interés que ha despertado la profecía - un interés no

destruido, ni siquiera disminuido, por los numerosos desengaños que las teorías de

los hombres sobre ella han tenido que encontrar - es prueba de cuán profunda y

cuán ampliamente difundida es esta convicción. En vano tratan los teólogos de

disuadir a lectores sencillos y sinceros de que estudien las profecías insistiéndoles

que no tienen tiempo libre para tal actividad, y en que deberían ocuparse de cosas

más prácticas. Si sus conciencias les indican que hay algún fundamento para sus

advertencias, todavía les parece que no podrían hacerles caso por completo. Están

seguros de que tienen algún interés en los destinos de su raza, así como en los

destinos individuales. No pueden separar el uno del otro; tienen que creer que hay

luz en alguna parte acerca de ambos. No me atrevo a desanimar a los que tienen

tal certidumbre. Si la sostenemos con fuerza, puede ser un gran intrumento para

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~ 294 ~

sacarnos de nuestro egoísmo. Temo que la perdamos, como ciertamente la

perderemos si adquirimos el hábito de considerar la Biblia como un libro de

adivinanzas y acertijos, y de esperar sin descanso que ciertos sucesos externos

ocurran en ciertas fechas que hemos fijado como los que han predicho los

apóstoles y los profetas. La cura para tales desatinos, que son realmente muy

serios, reside, no en un descuido de la profecía, sino en una meditación más seria

sobre ella; recordando que la profecía no es un conjunto de predicciones sueltas,

como los dichos de un adivino, sino una revelación de Aquél cuyas salidas son

desde la eternidad; que es el mismo ayer, hoy, y por los siglos, cuyas acciones en

una generación son establecidas por las mismas leyes que sus acciones en otra

generación.

"Si os hablara alguna vez del Apocalipsis de Juan, me explayaría mucho más sobre

este tema. Pero lo dicho es para introducir la observación de que la Biblia trata la

caída del sistema judío como el fin de un gran período en la historia humana y el

principio de otro. Juan el Bautista anuncia la presencia de Uno "en cuya mano está

el aventador; y limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja

en fuego que nunca se apagará". Los evangelistas dicen que estas palabras

quieren decir que Jesús de Nazaret después bajó a las aguas del Jordán, y que, al

salir de ellas, fue declarado Hijo de Dios, sobre el cual descendió el Espíritu en

forma visible.

"Nosotros tenemos por costumbre separar a Jesús el Salvador de Jesús el Rey y

Juez. Ellos no. Nos dicen desde el comienzo que él llegó predicando el reino de los

cielos. Nos cuentan que llevaba a cabo acciones de juicio, así como actos de

liberación. Nos informan de las tremendas palabras que dirigía a los fariseos y a los

escribas, así como del evangelio que les predicaba a los publicanos y pecadores. Y

antes del fin de su ministerio, cuando sus discípulos le preguntaron acerca de los

edificios del templo, habló claramente de un juicio que Él, el Hijo del hombre,

ejecutaría antes de que se acabase aquella generación. Y para dejar claro que

quería que le entendiésemos estricta y literalmente, añadió: "El cielo y la tierra

pasarán, pero mis palabras no pasarán". Este discurso, que Mateo, Marcos, y Lucas

nos informan cuidadosamente, no es ajeno al resto de sus discursos y parábolas, ni

al resto de sus obras. Todos contienen la misma advertencia. Están llenos de gracia

y de misericordia - mucha más gracia y misericordia de lo que hemos supuesto; son

testimonio de un Ser lleno de gracia y misericordia; pero son testimonio de que las

habitaciones de los que no gustaban de este Ser sólo porque éste era su carácter,

los que buscaban otro ser semejante a ellos mismos, esto es, un ser sin gracia y sin

misericordia, les serían hechas desiertas.

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~ 295 ~

"Cuando, pues, después de la ascensión de nuestro Señor, los apóstoles salieron a

predicar el evangelio y a bautizar en su nombre, su primer deber era anunciar que

aquel Jesús a quien los dirigentes de Jerusalén habían crucificado era Señor y

Cristo; su segundo deber era predicar la remisión de los pecados y el don del

Espíritu Santo en su nombre; su tercer deber era predecir la venida de un día

grande y terrible del Señor, y decir a todos los que escuchasen: "Salvaos de esta

generación desgraciada". Era el lenguaje que Pedro usó en el día de Pentecostés;

fue adoptado, con las variantes que requerían las circunstancias de los oyentes, por

todos aquellos a los que se les confió el mensaje del evangelio. Sin duda, era

peculiarmente aplicable a los judíos. Ellos habían sido hechos mayordomos de los

dones de Dios para el mundo. Habían desperdiciado los bienes de su Maestro, y ya

no habrían de ser más mayordomos. Pero no vemos a los apóstoles limitando su

lenguaje a los judíos. Hablando en Atenas - con palabras especialmente apropiadas

para una ciudad pagana culta y filosófica - Pablo declara que Dios "ha establecido

un día en el cual juzgará al mundo por aquel varón a quien designó", y señala a la

resurrección de los muertos como el suceso que establecerá quién es ese Hombre.

¿Por qué fue esto así? Porque los apóstoles creían que el rechazo del pueblo judío

era la manifestación del Hijo del Hombre; un testigo a todas las naciones de quién

era su Rey; un llamado a todas las naciones a deshacerse de sus ídolos y

confesarle a Él. El evangelio debía explicar el significado de la gran crisis que

estaba a punto de tener lugar; de decirles a los gentiles y a los judíos lo que esto

implicaría; de anunciarlo nada menos que como el comienzo de una nueva era en la

historia del mundo, cuando el Hombre crucificado reclamaría un imperio universal, y

contendería con el César romano y otros tiranos de la tierra que se le opusieran.

"Este punto de vista bíblico del ordenamiento de los tiempos y las sazones

armoniza por completo con la conclusión a la que ha llegado M. Guizot mediante la

observación de los hechos. El nacimiento de nuestro Señor casi coincidió con el

establecimiento del Imperio Romano en la persona de Augusto César. Aquel

imperio aspiraba a aplastar a las naciones y a establecer una gran supremacía

mundial. La nación judía había sido testigo contra todos estos experimentos en el

mundo antiguo. Había caído bajo la tiranía babilónica, pero había surgido

nuevamente. Y el tiempo que siguió a su cautiverio fue el gran tiempo del despertar

de la vida nacional en Europa - el tiempo en que las repúblicas griegas florecieron -

el tiempo en que la República Romana iniciaba su gran carrera.

"La nación judía había sido abrumada por los ejércitos de la República Romana;

todavía conservaba los antiguos signos de su nacionalidad, su ley, su sacerdocio,

su templo. Éstos les parecían ridículos e insignificantes a los emperadores

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~ 296 ~

romanos, aun a los gobernadores romanos que administraban la pequeña provincia

de Judea, o la provincia mayor de Siria, en la cual a menudo se incluía. Pero

encontraron a los judíos muy problemáticos. Su nacionalismo era de una clase

peculiar, y de una desusada fortaleza. Cuando eran más degradados no podían

separarse de él. Iniciaban innumerables rebeliones, con la esperanza de recobrar lo

que habían perdido, y de establecer el reino universal que creían estaba destinado

para ellos, no para Roma. La predicación de nuestro Señor les declaraba que había

tal reino universal - que Él, el Hijo de David, hab&iaccute;a venido a establecerlo en

la tierra. Los judíos soñaban con otra clase de reino, con otra clase de rey. Querían

un reino judío, que pisotearía las naciones, tal como el Imperio Romano les estaba

pisoteando; querían un rey judío que fuese básicamente como el César romano.

Era un concepto tenebroso, horrible, odioso; combinaba todo lo más estrecho en la

forma más degradante del nacionalismo, con todo lo más cruel y más destructor de

la vida personal y moral en la peor forma de imperialismo. Reunía en sí mismo todo

lo que era peor en la historia del pasado. Proyectaba la sombra de lo que sería peor

en el tiempo venidero. Los apóstoles anunciaban que la ambición maldita de los

judíos se vería frustrada por completo. Decían que se acercaba una nueva era - la

era universal, la era del Hijo del hombre, que sería precedida por una gran crisis

que zarandearía, no sólo la tierra, sino también los cielos; no sólo lo que pertenecía

al tiempo, sino también todo lo que pertenecía al mundo espiritual, y a las

relaciones del hombre con él. Decían que este zarandeo sería tal que sacudiría lo

que no se podía sacudir - y que continuaría.

"He tratado, pues, de mostraros lo que Juan quería decir con el último tiempo, si

hablaba el mismo lenguaje que nuestro Señor y los otros apóstoles hablaban. No

puedo decir qué cambios físicos hayan buscado él o ellos. En aquel tiempo se

observaron fenómenos físicos - hambrunas, pestes, terremotos. Si ellos o

cualquiera de ellos suponía que estos cambios indicaban más alteraciones en la

superficie o la estructura de la tierra de lo que ellos indicaban, no lo sé; éstos no

son los puntos sobre los cuales busco información, si ellos la dieron. Que ellos no

esperaban el fin de la tierra - lo que nosotros llamamos la destrucción de la tierra -

es claro a partir de esto, que el nuevo reino del cual ellos hablaban habría de ser un

reino en la tierra así como un reino de los cielos. Pero su creencia de que un reino

tal se había establecido, y haría sentir su poder tan pronto la antigua nación hubiese

sido dispersada, ha sido, creo yo, corroborada en abundancia por los hechos. No

veo cómo podemos entender la historia moderna correctamente sin aceptar esa

creencia".

1. Las Epístolas de Juan, por F. D. Maurice, M.A., Conferencia ix.

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~ 297 ~

PARTE III

LA PARUSÍA EN EL APOCALIPSIS

"Pobablemente, el libro de Apocalipsis nunca aceptará una exposición

completamente luminosa, a consecuencia de las historias que tenemos de los

tiempos a los cuales se refiere, y que no corresponden a la escala ampliada de sus

profecías. Pero la dirección en que es más prudente buscar una solución a sus

enigmas es desde el punto de vista que considera que se escribió antes de la

destrucción de Jerusalén, para animar a aquéllos cuyos corazones desfallecían de

temor por las cosas que sobrevendrían rápidamente a la tierra; esto es, que el libro

tiene que ver primordial y principalmente con acontecimientos en los cuales sus

primeros lectores se interesaban sólo de manera inmediata; que despliega una

serie de imágenes dudosamente cronológicas, y quizás parcialmente

contemporáneas, de sucesos que tendrían lugar pronto". Catholic Thoughts on the

Bible and Theology, cap. 35, p. 361.

INTERPRETACIÓN DEL APOCALIPSIS

Ahora llegamos a considerar la parte más difícil y más oscura de la revelación

divina, y muy bien podemos hacer una pausa en el umbral de una región tan

envuelta en el misterio y la oscuridad. Los conspicuos fracasos de los sabios y

eruditos que con demasiada confianza han profesado decifrar el místico rollo del

vidente apocalíptico nos advierten contra la presunción. Hasta podemos sentir que

se justifica que declinemos por completo una tarea que ha desconcertado a tantos

de los más capaces y mejores intérpretes de la Palabra de Dios. Pero, por otro lado,

¿hacemos honor al libro rehusando abrirlo y declarándolo obscuro sin remedio?

¿Se justifica que tratemos así cualquier porción de la revelación que Dios nos ha

dado? ¿Debe el libro ser casi entregado por completo a adivinadores y charlatanes,

para ser diversión de sus fantásticas especulaciones? No; no podemos pasarlo por

alto. Querrámoslo o no, el libro reclama nuestra atención, e insiste en ser oído.

Después de todo, debe tener un significado, y vamos a hacer lo mejor que podemos

para comprender ese significado. ¡Maravilloso libro! Después de siglos de erróneas

interpretaciones y perversión, todavía tiene el poder de llamar la atención y fascinar

el interés de cada uno de sus lectores. Rehusa convertirse en el hazmerreír de la

impostura y la locura; no puede ser degradado ni siquiera por la ignorancia y la

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~ 298 ~

presunción de fanáticos y adivinos; nunca puede ser otra cosa que la Palabra de

Dios, y por lo tanto debe ser tenido en reverencia por nosotros.

Pero, ¿es inteligible? La respuesta a esto es: ¿Fue escrito para que se entendiera?

¿Fue un libro enviado por un apóstol a las iglesias de Asia Menor, con una

bendición para sus lectores, una mera jerigonza ininteligible, un enigma inexplicable

para ellos? Eso difícilmente puede ser cierto. Pero si el propósito era que el libro

revelara los secretos de tiempos distantes, ¿no debería haber sido por necesidad

ininteligible para sus primeros lectores - y no sólo ininteligible, sino hasta fuera de

lugar e inútil? Si hablaba, como algunos quieren hacernos creer, de hunos y godos

y sarracenos, de emperadores medievales y de papas, de la Reforma protestante y

de la Revolución Francesa, ¿qué posible interés o significado podría tener para las

iglesias cristianas de Éfeso, Esmirna, Filadelfia, y Laodicea? Especialmente cuando

consideramos las circunstancias reales de aquellos cristianos primitivos - muchos

de ellos soportando crueles sufriimientos y penosas persecuciones, y todos ellos

esperando ansiosamente que se acercase la hora de liberación que ahora estaba

cercana - ¿qué propósito habría servido enviarles un documento que se les instaba

a leer y considerar, y que, sin embargo, se ocupaba de acontecimientos históricos

tan distantes que estaban fuera del alcance de sus simpatías, y tan obscuro que

aún hoy día los críticos más sagaces difícilmente concuerdan sobre un solo punto

de él? ¿Es concebible que un apóstol se burlase de los sufrimientos de los

perseguidos cristianos de su tiempo con oscuras parábolas sobre épocas distantes?

Si este libro tuviese realmente el propósito de ministrar fe y consuelo a las mismas

personas a las que fue enviado, tendría incuestionablemente que tratar de asuntos

en los cuales ellas estaban interesadas práctica y personalmente. ¿Y no indica esta

misma y obvia consideración la verdadera clave del Apocalipsis? ¿No debe referirse

por necesidad a cuestiones de historia contemporánea? La única hipótesis

sostenible y razonable es que fue destinado para ser entendido por sus lectores

originales, pero esto es tanto como decir que debe ocuparse de los sucesos y

transacciones de su propio tiempo, y ello dentro de un espacio de tiempo

comparativamente breve.

LIMITACIONES DE TIEMPO EN APOCALIPSIS

Esto no es mera conjetura. Está certificado por las expresas declaraciones del libro.

Si hay una cosa que más que ninguna otra se afirma explícita y repetidamente en

Apocalipsis es la cercanía de los sucesos que predice. Esto se afirma, y se reitera

una y otra vez, al comienzo, en la mitad, y al final. Se nos advierte que "el tiempo

está cerca", "las cosas que deben suceder pronto", "he aquí, vengo presto", "de

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~ 299 ~

cierto vengo presto". Y, sin embargo, en presencia de estas afirmaciones expresas

y a menudo repetidas, la mayoría de los intérpretes se ha sentido en libertad de

ignorar por completo las limitaciones de tiempo, y vagar a voluntad por épocas y

centurias, considerando el libro como un compendio de historia eclesiástica, un

almanaque de sucesos político-eclesiásticos para toda la cristiandad para el fin del

tiempo. Este ha sido un error garrafal, fatal e inexcusable. Descuidar la definición

obvia y clara de tiempo tan constantemente dirigida a la atención del lector por el

libro mismo es tropezar en el mismo umbral. En consecuencia, esta falta de

atención ha viciado con mucho el mayor número de interpretaciones apocalípticas.

Puede decirse ciertamente que la clave estuvo todo el tiempo colgada de la puerta,

claramente visible para todo el que tuviese ojos para ver; pero los hombres han

tratado de abrir la cerradura con una ganzúa, o de forzar la puerta, o de escalarla

de alguna otra manera, antes que agenciarse una manera de entrar tan simple y

preparada como usar la llave fabricada y proporcionada para ellos.

Como este es un punto de la mayor importancia, e indispensable para la correcta

interpretación de Apocalipsis, es apropiado presentar la prueba de que los sucesos

descritos en el libro ocurren dentro de un período de tiempo muy breve.

La primera frase, que contiene lo que puede llamarse el título del libro, es por sí

misma decisiva en cuanto a la cercanía de los sucesos con los cuales se relaciona:

Cap. 1:1. "La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus

siervos las cosas que deben suceder pronto".

Y en caso de que se suponga que esta limitación no se extiende a toda la profecía,

sino que se refiere sólo a la introducción o a alguna otra porción, la misma

afirmación se repite, con las mismas palabras, en la conclusión del libro. (Véase

22:6).

Cap. 1:3. "Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía,

y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca".

El lector no dejará de notar la significativa similitud entre esta nota de tiempo y la

consigna de los primeros cristianos. Decir o kairoz egguz (el tiempo está cerca) era

en realidad lo mismo que decir o kusioz egguz (el Señor está cerca), Fil. 4:5.

Ningunas palabras podían afirmar más claramente la cercanía de los sucesos

contenidos en la profecía.

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~ 300 ~

Cap. 1:7. "He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le

traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén".

"He aquí que viene" [Idou, ercetai] corresponde a "He aquí vengo pronto" [Idou,

ercomai], de Apoc. 22:7. Esto puede llamarse la tónica de Apocalipsis; es la tesis o

el texto del todo. Para los que pueden persuadirse de que no hay ninguna

indicación de tiempo en una declaración como "He aquí que viene", o que es tan

indefinida que puede aplicarse igualmente a un año, un siglo, o un milenio, este

pasaje puede que no sea convincente; pero para todo juicio sincero, será prueba

decisiva de que el suceso al que se refiere es inminente. Es la consigna apostólica

"¡Maranatha!", "el Señor viene" (1 Cor. 16:22). Hay una clara alusión también a las

palabras de nuestro Señor en Mat. 24:30. "Lamentarán todas las tribus de la tierra",

etc., mostrando claramente que ambos pasajes se refieren al mismo período y al

mismo acontecimiento.

Cap. 1:19. "Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser

después de éstas".

La última cláusula no expresa adecuadamente el sentido del original; debería ser

"las cosdas que están a punto de suceder después de éstas" [a mellei genesqai

meta tauta].

Cap. 3:10. "Yo te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir [está a punto de

venir] sobre el mundo entero, para probar a los que moran en la tierra".

Una indicación de la cercana aproximación de la época de violenta persecución,

poco antes de cuyo estallido Apocalipsis debe haber sido escrito.

Cap. 3:11. "He aquí, yo vengo pronto".

Esta advertencia se repite una y otra vez por todo el Apocalipsis. Su significado es

demasiado evidente como para que necesite una explicación.

Cap. 16:15. "He aquí, yo vengo como ladrón".

Esta figura ya nos es conocida en relación con la Parusía. Pedro declaró que "el día

del Señor vendrá como ladrón" [en la noche] (2 Ped. 3:10). Pablo escribió a los

tesalonicenses: "Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá

así como ladrón en la noche" (1 Tesa. 5:2). Y ambos pasajes reflejan las propias

palabras de nuestro Señor en Mat. 24:42-44, con las cuales inculcó vigilancia por

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~ 301 ~

medio de la parábola del "ladrón que viene por la noche". Aquí nuevamente, el

momento y el suceso al que se hace referencia son los mismos en todos los

pasajes, y nuestro Señor declaró que estarían dentro de los límites de la generación

que entonces existía.

Cap. 21:5,6. "Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas

todas las cosas ... Y me dijo: Hecho está".

Evidentemente, estas expresiones indican acontecimientos que se apresuran

rápidamente hacia su cumplimiento; no habría ningún largo intervalo entre la

profecía y su cumplimiento.

Cap. 22:10. "No selles las palabras de esta profecía, porque el tiempo está cerca".

Esta es sólo la repetición de otra forma de la declaración que se hace en la

afirmación precedente. ¿Cómo se puede atribuir un sentido no literal a un lenguaje

tan expreso y decisivo?

Cap. 22:6. "Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el Dios

de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos las

cosas que deben suceder pronto".

Este pasaje, que repite la afirmación hecha al comienzo de la profecía (cap. 1:1),

abarca el campo entero de Apocalipsis, y establece de manera concluyente el

hecho de que alude a sucesos que debían tener lugar casi inmediatamente.

Cap. 22:7. "He aquí, vengo pronto".

Cap. 22:12. "He aquí, yo vengo pronto".

Cap. 22:20. "Ciertamente vengo en breve".

Esta triple reiteración de la pronta venida del Señor, que es el tema de la profecía

entera, muestra claramente que ese acontecimiento fue declarado con autoridad

como cercano.

Así que tenemos un cúmulo de evidencia, de la clase más directa y positiva, de que

el Apocalipsis debía cumplirse dentro de un período muy breve. Este es su propio

testimonio, y a esta limitación tenemos que atenernos absolutamente, si se le ha de

permitir al libro hablar por sí mismo.

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~ 302 ~

LA FECHA DEL APOCALIPSIS

Si las conclusiones que anteceden están bien fudamentadas, virtualmente deciden

las muy debatidas cuestiones con respecto a la fecha de Apocalipsis. Quizás puede

aceptarse que el peso de la autoridad, tal como está, se inclina del lado de la fecha

tardía: esto es, que fue escrito después de la destrucción de Jerusalén; pero la

evidencia interna nos parece abrumadora del lado de su fecha temprana. Que el

Apocalipsis contempla la Parusía como inminente es ciertamente una proposición

incontrovertible. Que la Parusía está siempre representada como coincidente con el

juicio de la ciudad y nación culpables no es menos innegable. Los que no logran

encontrar la Parusía, la destrucción de Jerusalén, el juicio de Israel, y el fin de la era

[sunteleia tou aiwnoz] en el Apocalipsis, como en todo el resto del Nuevo

Testamento, y encontrarlos también como acontecimientos inminentes, realmente

tienen que estar ciegos. ¿Qué otra tremenda crisis se acercaba en el período al

cual se podía referir el Apocalipsis? ¿O qué acontecimiento podría ser más digno

de ser descrito en las imágenes sublimes y terribles del Apocalipsis que la

catástrofe final de la dispensación judía, y los sufrimientos sin paralelo con que fue

acompañada?

1. Que el Apocalipsis se escribió antes de la destrucción de Jerusalén se seguirá

por supuesto si puede mostrarse que ese suceso forma en gran medida el tema de

sus predicciones. Creemos que esto puede hacerse para satisfacer a cualquier

mente razonable. Apelamos al cap. 1:7. "He aquí que viene con las nubes, y todo

ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán

lamentación por él". "Los linajes de la tierra" sólo puede significar el pueblo de

Israel, como lo demuestra la profecía original de Zac. 12:10-14, y todavía más el

lenguaje de nuestro Salvador en Mat. 24:30. No puede haber ni sombra de duda de

que la "venida" a la que se hace referencia es la Parusía, la precursora del juicio,

terrible para "los que le traspasaron", y siempre declarado por nuestro Salvador

como dentro de los límites de la generación existente.

2. Después de la más completa consideración de la notable expresión th kuriakh

hmera [el día del Señor], en Apoc. 1:10, quedamos satisfechos de que no puede

referirse al primer día de la semana, sino que los intérpretes que entienden que se

refiere al período llamado en otra parte "el día del Señor" tienen razón. No hay

ningún ejemplo en el Nuevo Testamento de que al primer día de la semana

[domingo] se le llame "el día del Señor"; la frase es apropiada y queda restringida

por el uso al gran período judicial que constantemente es representado en las

Escrituras como asociado con la Parusía. No hay diferencia en absoluto entre h

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~ 303 ~

hmera kuriakh y h hmera tou kuriou. Nada podría ser más violento que referirse en

una frase a un período o un día y a otro en una frase totalmente diferente. No hay

evidencia de que la frase "el día del Señor" tenía un significado fijo y definido en las

iglesias apostólicas. (Véase 1 Cor. 1:8; 5:5; 2 Cor. 1:14; 2 Tes. 2:2; 5:2; 2 Ped.

3:10). A pesar de la objeción de Alford por razones gramaticales, sostenemos que

no hay nada no gramatical en la construcción que considera a th kuriakh hmera

como "el (gran) día del Señor". Por el contrario, preferimos esta construcción, por

razones gramaticales: "Yo estaba en el espíritu en el día del Señor". Es decir, la

Parusía es el punto de vista del vidente del Apocalipsis, un hecho que es

ampliamente apoyado por el contenido del libro.

3. En Apocalipsis 3:10, se nos informa que era inminente una temporada de

severas pruebas, es decir, una encarnizada persecución contra los que llevaban el

nombre de cristianos, que se extendía por todo el mundo [oikoumenh - o sea el

Imperio Romano]. Ahora bien, la primera persecución general contra los cristianos

fue la que tuvo lugar durante el gobierno de Nerón, en el año 64 d. C. Inferimos que

esta es la persecución que entonces era inminente, y que, por lo tanto, el

Apocalipsis se escribió antes de esa fecha.

4. Que el libro se escribió antes de la destrucción de Jerusalén se ve por el hecho

de que se habla de la ciudad y del templo como si todavía existiesen. (Véase cap.

11:1,2,8). Si Jerusalén hubiese sido un montón de ruinas, es apenas probable que

el apóstol hubiese recibido la orden de medir el templo; que representase la Santa

Ciudad como a punto de ser hollada por lo gentiles, o que viese a los testigos yacer

insepultos en sus calles.

5. En verdad, el Apocalipsis mismo es el gran argumento en favor de que fue escrito

antes de la destrucción de Jerusalén. Suponer su carácter profético, y hacerle tener

la misma relación con la gran consumación llamada en el Nuevo Testamento "el fin

del tiempo" que la Ilíada tiene con el sitio de Troya. [Sic] Puede afirmarse sin riesgo

de equivocarse que sobre esta hipótesis es incapaz de interpretación: tiene que

continuar siendo lo que por tanto tiempo ha sido, material para la especulación

arbitraria y fantástica; siempre cambiando con el cambiante aspecto del mundo

político y eclesiástico. Pero nos aventuramos a creer que los puntos de vista por los

que abogamos en este libro son correctos, que la interpretación del Apocalipsis se

vuelve posible, y que tal interpretación lleva en sí misma su propia evidencia,

recomendándose a sí misma por su consistencia y adecuación a todo juicio justo y

honesto. Una verdadera interpretación habla por sí misma; y como la llave correcta

se ajusta a la cerradura, demostrando así su adaptación, así también una

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~ 304 ~

interpretación verdadera probará su corrección demostrando satisfactoriamente la

correspondencia entre los hechos históricos y los símbolos proféticos.

EL VERDADERO SIGNIFICADO DEL APOCALIPSIS

Ahora estamos mejor preparados para atacar la pregunta: ¿Cuál es el verdadero

significado del Apocalipsis? El hecho de que, según sus propias palabras, la acción

del libro debe abarcar, por necesidad, un período de tiempo muy corto, y el

conocimiento (aproximado) de la fecha de su composición, son ayudas importantes

para una correcta captación de su objetivo y su alcance. Considerarlo como

revelación del futuro distante, cuando él mismo declara expresamente que tiene que

ver con cosas que deben suceder pronto; y esperar su cumplimiento en la historia

medieval o moderna, cuando él afirma que el tiempo está cerca, es ignorar su más

clara enseñanza y asegurar una errónea interpretación y el fracaso. Estamos

absolutamente silenciados por el libro mismo en cuanto a la historia contemporánea

del período, y eso, también, dentro de límites muy estrechos.

Y aquí encontramos una explicación de lo que debe haber parecido a lectores más

cuidadosos de la historia evangélica extremadamente singular, a saber, la total

ausencia en el evangelio de Juan de aquello que ocupa un lugar tan conspicuo en

los evangelios sinópticos - la gran profecía de nuestro Señor en el Monte de los

Olivos. El silencio de Juan en este evangelio es tanto más notable cuanto que él era

uno de los cuatro discípulos favoritos que escucharon ese discurso; y sin embargo,

en su evangelio no encontramos ni el más leve rastro de él. ¿Cómo se explica esto?

Puede decirse que los informes completos de esa profecía, presentados por los

otros evangelistas hicieron innecesaria cualquier alusión a ella por parte de Juan;

pero, recordando el intenso interés del tema para el corazón de todo judío, y su

relación con las iglesias apostólicas en general, sí parece inexplicable que el único

de los oyentes originales que dejó registro de los discursos de Cristo no haya hecho

mención de una predicción tan importante. Pero la dificultad se explica si

descubrimos que el Apocalipsis no es otra cosa que una forma transfigurada de la

profecía del Monte de los Olivos. Y creemos que esto es lo que sucede. El

Apocalipsis contiene la gran profecía de nuestro Señor expandida, alegorizada, y si

se nos permite decirlo, dramatizada. Los mismos hechos y acontecimientos

predichos en los evangelios aparecen en Apocalipsis, sólo que envueltos en un

ropaje más figurado y simbólico. Pasan delante de nosotros como escenas

proyectadas por la linterna mágica, ampliadas e iluminadas, pero no por eso menos

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~ 305 ~

reales y verdaderas. Visto así, el Apocalipsis se convierte en el suplemento del

evangelio, y completa el registro del evangelista.

A primera vista, esto parece una hipótesis gratuita y fantástica, pero mientras más

la consideramos, más probable la encontraremos. Cordialmente nos suscribimos a

las siguientes palabras del Dr. Alford:

"La estrecha relación entre el discurso profético de nuestro Señor en el Monte de

los Olivos y la línea de profecía apocalíptica no puede haber dejado de llamar la

atención de cada uno de los estudiantes de la Escritura. Si se sugiriese que esta

relación puede ser meramente aparente, y la sometemos a la prueba de un examen

más minucioso, nuestra primera impresión, creo, se volverá más y más fuerte en el

sentido de que las dos (siendo revelaciones del mismo Señor concernientes a

cosas por venir, y que están, me parece a mí, unidas por el cuarto ay, que introduce

los sellos, a la misma referencia a la venida de Cristo) deben, correspondiendo

como corresponden en orden e importancia, responder la una a la otra en detalle; y

así el discurso en Mateo 24 se convierte, como correctamente lo ha llamado Isaac

Williams, en 'el ancla de la interpretación apocalíptica', y, puedo añadir, la piedra de

toque de los sistemas apocalípticos".

Aun una ligera comparación entre los dos documentos, la profecía y el Apocalipsis,

bastará para mostrar la correspondencia entre ellos. Los personajes dramáticos, si

podemos llamarles así - los símbolos que entran en la commposición de ambos -

son los mismos. ¿Qué encontramos en la profecía de nuestro Señor? Primero y

principalmente, la Parusía; luego, guerras, hambrunas, pestilencia, terremotos;

falsos profetas y engañadores; señales y maravillas; el oscurecimiento del sol y de

la luna; las estrellas que caen del cielo; ángeles y trompetas, águilas y cadáveres,

gran tribulación y ayes; convulsiones de la naturaleza; Jerusalén hollada; el Hijo del

hombre que viene en las nubes del cielo; la reunión de los elegidos; la recompensa

de los fieles; el juicio de los impíos. ¿Y no son precisamente éstos los elementos

que componen el Apocalipsis? Esto no puede ser una semejanza accidental; es

coincidencia, es identidad. Cualquier diferencia en el tratamiento del tema surge de

la diferencia en el método de la revelación. La profecía está dirigida al oído, y el

Apocalipsis al ojo: la una es un discurso pronunciado a plena luz del día, en medio

de la vida real; el otro es una visión, contemplada en un estado de éxtasis, revestida

de imágenes magníficas, con un aire de irrealismo como de objetos vistos en un

sueño, que necesita traducirse al lenguaje de la vida diaria antes de que pueda ser

comprensible como hechos reales.

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~ 306 ~

ESTRUCTURA Y PLAN DEL APOCALIPSIS

Como se interpreta comúnmente, nada puede ser más suelto y desconectado que

la disposición del Apocalipsis. Parece un intrincado laberinto, sin un plan inteligible,

que abarca tiempo y espacio, y forma un caos de heterogéneas edades, naciones,

e incidentes. En realidad, no hay ninguna composición literaria más regular en su

estructura, más metódica en su disposición, más artística en su diseño. Ninguna

tragedia griega está compuesta con mayor arte ni con más estricta atención a las

leyes dramáticas. No es exageración decir con el erudito Henry More: "Nunca hubo

un libro escrito con tal arte como éste del Apocalipsis; es como si cada palabra

hubiese sido pesada en balanza antes de ser puesta por escrito". Y, sin embargo, el

plan de su construcción es sencillo, y casi evidente por sí mismo. El número siete

gobierna todo a través de él. El lector más descuidado no puede dejar de notar

cuatro de sus grandes divisiones, que se distinguen por este número místico - las

siete iglesias, los siete sellos, las siete trompetas, y las siete copas. Puesto que

cada división tiene marcadas características con las cuales se indican claramente

su principio y su final, no es difícil trazar las líneas entre las varias divisiones.

Además de las cuatro ya especificadas, encontramos otras tres visiones, a saber, la

visión de la mujer vestida de sol, la visión de la gran ramera, y la visión de la

esposa. Estas completan el número místico siete, y forman la disposición clara y

bien definida en la cual cae naturalmente el contenido del Apocalipsis. Sería

ciertamente difícil inventar cualquier otra. Hay también un prefacio, o prólogo, al

principio del libro, y un epílogo, en la conclusión; de manera que la disposición

entera queda como sigue:

Prólogo Cap. 1:1-8

1. Visión de las Siete Iglesias Caps. 1,2,3

2. Visión de los Siete Sellos Caps. 4,5,6,7

3. Visión de las Siete Trompetas Caps. 8,9,10,11

4. Visión de la Mujer Vestida de Sol Caps. 12,13,14

5. Visión de las Siete Copas Caps. 15,16

6. Visión de la Gran Ramera Caps. 17,18,19,20

7. Visión de la Esposa Caps. 21;22:1-5

Epílogo Cap. 22:8-21

Tal es la disposición natural del libro, por lo que concierne a sus grandes divisiones

principales; hay también varias divisiones subordinadas, o episodios, como se les

puede llamar, que caen bajo una u otra de las grandes divisiones. Descubriremos

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~ 307 ~

que en las diferentes visiones hay una semejanza estructural común, y que, más

particularmente, cada división concluye con un final, o una catástrofe, que

representa un acto de juicio o una escena de victoria y triunfo.

Pero la más notable característica del Apocalipsis, por lo que concierne a su

estructura, sigue sin ser observada. Es la de que varias visiones pueden ser

descritas como sólo variadas representaciones de los mismos hechos o

acontecimientos; reorganizaciones y nuevas combinaciones de los mismos

elementos constituyentes. Esto es obviamente lo que ocurre con dos de las grandes

divisiones, a saber, la visión de las siete trompetas y la de las siete copas. Son casi

contrapartes la una de la otra, y aunque la semejanza con las otras visiones no es

tan marcada, se descubrirá que todas son aspectos diferentes del mismo gran

acontecimiento. Si podemos aventurarnos a usar tal ilustración, diríamos que las

visiones no son telescópicas, que miran a la distancia; sino caleidoscópicas, en que

cada vuelta del instrumento produce una nueva combinación de imágenes,

exquisitamente hermosas y magníficas, mientras que los elementos que componen

el cuadro continúan siendo básicamente los mismos. Así como el sueño de Faraón

era uno solo, aunque visto bajo dos formas diferentes, así también las visiones del

Apocalipsis son una sola, aunque presentadas en siete aspectos diferentes. La

razón de la repetición es probablemente la misma en ambos casos. "Y el suceder el

sueño a Faraón dos veces, significa que la cosa es firme de parte de Dios, y que

Dios se apresura a hacerla" (Gén. 41:32). De manera similar, se declara que, por

repetirse siete veces, los sucesos predichos en el Apocalipsis son ciertos y

cercanos.

EL NÚMERO SIETE EN EL APOCALPSIS

Todo lector del Apocalipsis tiene que impresionarse por la manera en que se

emplean ciertos números, no tanto en un sentido aritmético, sino en un sentido

simbólico. Los números tres, cuatro, siete, diez, y doce, la mitad de siete, y doce al

cuadrado, se usan de esta sigificativa manera. De todos estos números místicos,

como puede llamárseles, el siete es el número dominante, que encontramos

ocurriendo continuamente desde el principio hasta el fin del libro. No nos

aventuraremos a afirmar que se usa invariablemente en sentido simbólico, y nunca

en sentido literal y aritmético. Pero, que se emplea así frecuentemente, si no

generalmente, debe ser evidente para todo lector cuidadoso. Era el número de

dignidad entre los judíos, el símbolo de totalidad o perfección, y significa todo de la

especie, o la clase más alta de la especie, a la cual se refiere. No es necesario

dónde ocurre este número para que requiera la composición de todas las unidades;

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~ 308 ~

significa simplemente lo completo o la excelencia. Por eso tenemos siete iglesias,

siete sellos, siete trompetas, siete copas, siete espíritus, siete lámparas, siete

cuernos, siete ojos, siete estrellas, siete montes, siete reyes. Sería absurdo requerir

el valor aritmético exacto en todos estos casos, aunque sería imprudente afirmar

que es simbólico en cada uno de ellos. Pero, en el caso en que a primera vista

parece más manifiestamente literal, es decir, las siete iglesias que se enumeran

particularmente, es posible que haya un simbolismo subyacente. Apenas puede

suponerse que sólo hubiese siete iglesias en toda Asia Menor; puede haber habido

siete veces siete; pero, sin duda, estas siete representan el número total, no sólo en

Asia, sino en todas partes. Lo que el Espíritu les dijo a ellas, se los dijo a todas. Se

descubrirá que, para la correcta interpretación del Apocalipsis, no es de poca

importancia tener presente el carácter simbólico de los números que se emplearon

en el libro con mayor frecuencia.

EL TEMA DEL APOCALIPSIS

Ya hemos tratado de mostrar que el Apocalipsis es esencialmente uno con la

profecía del Monte de los Olivos; es decir, el tema de ambos es la misma gran

catástrofe; es decir, la Parousía, y los acontecimientos que la acompañan. El

Apocalipsis anuncia su gran tema en la frase inicial del libro, después del prefacio o

prólogo. Esa frase inicial es el séptimo versículo del primer capítulo:

"He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y

todos los linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén".

Esta es la tesis de todo el discurso; el primer pronunciamiento profético del libro, y

también el último; la clave de la revelación entera.

Se verá que estas palabras son el eco de la predicción de nuestro Señor en Mateo

24:30:

"Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces

lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre

las nubes del cielo, con poder y gran gloria".

No es posible equivocar la referencia en estas palabras; no hay ninguna

ambigüedad ni incertidumbre en cuanto a la venida de quién o a cuál venida se

refiere. El tiempo y la manera de la venida se indican claramente: está cercana. "He

aquí que viene". Es en gloria: "Viene con las nubes". Las dos predicciones son, de

hecho, idénticas. El tiempo de su cumplimiento se acercaba ahora, porque la

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~ 309 ~

posición del vidente era en "el día del Señor". Lo que nuestro Salvador declaró que

sería dentro de los límites de la generación que entonces existía era ahora, al final

de como treinta o cuarenta años, en la víspera misma del cumplimiento. El tañido

fúnebre del destino estaba a punto de sonar. "He aquí que viene".

No se indica con menos claridad el escenario de la catástrofe venidera. Es la tierra

de Israel. Esto se ve claro por la expresa declaración de ambos pasajes, en el

Apocalipsis y en el evangelio: "Todas las tribus de la tierra" [pasai ai fulai thz ghz].

La manera libre en que la frase se toma a veces como refiriéndose a todas las

naciones del globo terráqueo no puede ser reprochada lo suficiente. La fuente

original de la expresión (Zac. 12:12), "las familias de la tierra" muestra que se quiere

decir la tierra de Israel, y especialmente la ciudad de Jerusalén; y se requiere una

limitación similar en las citas tanto del evangelio como del Apocalipsis. La alusión a

la crucifixión confirma vigorosamente esta conclusión - "y los que le traspasaron".

Los crucificcadores del Señor de la gloria son "especialmente señalados de entre la

muchedumbre que ve con temor las señales del vengador que se aproxima".

PARTE III

La Parusía en el Apocalipsis

LA PRIMERA VISIÓN

LOS MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS

Caps. 1:10-20; 2, 3.

A pesar de lo que se ha dicho con respcto a las imágenes y al simbolismo del

Apocalpsis, no hay que olvidar que, detrás de estos símbolos, hay por todas partes

un substrato de hechos y realidades. Sólo tenemos que leer los mensajes a las

siete iglesias para descubrir que estamos en una región de hechos verdaderos e

intenso realismo. Hay tal individualidad de carácter en los delineamientos gráficos

del estado espiritual de las siete iglesias, que no podemos dudar de que son

retratos exactos y fieles de las comunidades cristianas que describen. En verdad,

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ha una extaña mezcolanza de figuras y hechos; pero no hay ninguna dificultad en

discriminar entre las unas y los otros; o más bien, se empalman y se armonizan tan

admirablemente que cada uno presta vividez y fuerza al otro. También, la

explicación de los símbolos (ver. 20) les confiere existencias reales: "Las siete

estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candelabros que viste son

las siete iglesias".

Es apenas necesario decir que no hay el más mínimo fundamento para la absurda

teoría que representa a estos delineamientos de la condición espiritual de las siete

iglesias como típicas de los estados sucesivos o las fases sucesivas de la iglesia

cristiana en otras tantas edades futuras. Tal hipótesis es incompatible con las

expresas limitaciones de tiempo establecidas en el contexto, e inconsistente con la

distintiva individualidad de las varias iglesias a las cuales se dirigen los mensajes.

Todo muestra que es del presente, y del futuro inmediato, de lo que trata el

Apocalipsis. Los primeros lectores de estas epístolas deben haber sentido que se

dirigían expresamente a ellos, y no a otras personas en otro tiempo. Sin duda, es

verdad que estas epístolas describen tipos de carácter que se pueden repetir, y se

repiten, continuamente, en generaciones sucesivas; pero esto no altera el hecho de

que tenían aplicación directa y personal para las iglesias especificadas, una

aplicación que jamás podrían tener para ninguna otra.

Intentemos, entonces, ponernos en la siuación de aquellas iglesias primitivas en

Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia, y Laodicea. Recordemos las

prominentes características y a los actores de aquel tiempo, y consideremos las

esperanzas y los temores, los peligros y las dificultades, que ocupaban y agitaban

sus mentes. ¿No es obvio que estas cosas deben constituir por necesidad los

elementos que entran en la composición del libro entero? Si no, no es fácil ver qué

especial interés o preocupación podría tener para sus lectores originales, cuya

bendición se pronunció para los que lo leyeran, lo oyeran, y guardasen sus

palabras. ¿Qué, pues, encontramos en aquellos primeros días? Cristianos que

sufrían y eran perseguidos; judíos malignos y blasfemos; severos magistrados

romanos; un tirano brutal y caprichoso en el trono imperial; entre ellos mismos,

falsos maestros, apóstatas de la fe; degeneración y defección generalizadas.

Además de todo esto, encontramos una expectativa general de una gran crisis

cercana; la convicción de que, por fin, había llegado el tiempo que a los cristianos

se les había enseñado a esperar y para el cual debían tener esperanza; la hora de

liberación de los fieles perseguidos; el día de retribución y juicio para el enemigo y

el opresor. La consigna pasó de un hombre a otro, de una iglesia a la otra:

"¡Maranatha! El Señor está cerca. He aquí que viene. No tardará". Sabemos de

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cierto que este pensamiento ardía en los corazones de los primeros cristianos,

porque se les había enseñado a acariciarlo por medio de las instrucciones de los

apóstoles y por la promesa del Maestro. Su esperanza no era la de los actuales

cristianos - vivir en la tierra el mayor tiempo posibble, morir a avanzada edad, y

después ir al cielo, a esperar una plena y completa glorificación en algún distante

período. Su esperanza era no morir en absoluto, sino vivir para dar la bienvenida a

su Señor que regresaba, ser cubiertos con sus vestiduras celestiales; ser

arrebatados en las nubes para encontrar al Señor en el aire; y así estar siempre con

el Señor.

Tales, incuestionablemente, eran las circunstancias, las expectativas, y la actitud

del pueblo cristiano que recibía estos mensajes del libertador venidero por medio de

su siervo Juan. Será obvio cuán corresponde el contenido de estas epístolas a las

circunstancias de las iglesias. Hay un notable parecido común en la estructura de

las epístolas, como si hubiesen sido vaciadas en el mismo molde o formadas según

el mismo plan. Todas ellas son, de manera natural, divisibles en siete partes:

1. El membrete. 2. El estilo o título del escritor. 3. Una declaración judicial del estado o carácter de la iglesia a la que se dirige el mensaje. 4. Una expresión de felicitación o de censura. 5. Una exhortación a la penitencia, o a la perseverancia. 6. Una promesa especial "al que vence". 7. Una proclamación a todos de que deben oir lo que el Espíritu dice a cada una.

El punto principal, sin embargo que nos concierne en estas epístolas a las iglesias

es que en cada una de ellas encontramos una clara alusión a una crisis grande e

inminente, en que se ha de administrar recompensa o castigo a cada uno según su

obra. Nadie puede dejar de impresionarse con las indicaciones de que una

esperada catástrofe está cercana. A Éfeso se le dice: "Vendré pronto a tí" (2:5); a

Esmirna, "Sufrirás tribulación durante diez días" (2:10); a Pérgamo, "Vendré a ti

pronto" (2:16); a Tiatira, "Retened lo que tenéis hasta que yo venga" (2:25); a

Sardis, "Vendré sobre tí como ladrón" (3:3); a Filadelfia, "He aquí, yo vengo pronto"

(3:11); a Laodicea, "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo" (3:20). Es imposible

concebir que estas urgentes advertencias no tuviesen ningún significado especial

para aquéllos a quienes estaban dirigidas; que no significasen para ellos más que lo

que significan para nosotros; que se refieran a una consumación que no ha tenido

lugar todavía. Esto sería privar a las palabras de todo significado. ¿Qué puede ser

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más evidente que, en estos pronunciamientos cortos, directos, y epigramáticos,

todo es intensamente evidente, apremiante, vehemente, como si no debiera

perderse ni un momento, y la negligencia pudiera ser fatal? Pero, ¿cómo podría ser

consistente esta apasionada urgencia con una consumación lejana, que podría

ocurrir en algún distante período de tiempo, que después de mil ochocientos años

está todavía en el futuro? ¿Por qué recurrir a una explicación tan poco natural y tan

insatisfactoria cuando sabemos que hubo una consumación predicha y esperada

que habría de tener lugar en los días en que florecieron estas iglesias? Concluimos,

pues, que el período de recompensa y retribución al que se refieren estas epístolas

a la iglesias era el "día del Señor" que se acercaba - la Parusía, que el Salvador

declaró tendría lugar antes de que pasara la generación que presenció sus milagros

y rechazó su mensaje.

PARTE III

LA PARUSÍA EN EL APOCALIPSIS

LA SEGUNDA VISIÓN

LOS SIETE SELLOS (CAPS. 4, 5, 6, 7, 8, 1

Introducción a la visión, caps. 4, 5

Ahora comienzan las verdaderas dificultades de la exposición apocalíptica. Parece

que pasamos a una región diferente, donde todo es visionario y simbólico. El

profeta es llamado por una voz como de trompeta, que previamente le había

hablado, a ascender al cielo, para mostrarle allí "las cosas que deben suceder

después de éstas" (4:1).

Hay una manifiesta referencia en estas palabras a las instrucciones que se le dan al

vidente en 1:19: "Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de

ser después de éstas". Son estas últimas las que ahora le van a ser reveladas al

profeta; siendo la frase "las que han de ser después de éstas" [a dei genesqai]

evidentemente sinónima de "las cosas que sucederán después de éstas" [a mellei

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~ 313 ~

genesqai], indicando esta última expresión que el tiempo de su cumplimiento está

cercano.

Debemos pasar por alto la magnífica decripción de la celestial majestad, que nos

recuerda las sublimes visiones de Isaías y Ezequiel, y llegar a la escena que el

profeta contempla, "en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro

escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos". Un ángel fuerte proclama en

alta voz: "¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?" Cuando nadie está

a la altura de la tarea, y el vidente queda abrumado de dolor porque el rollo místico

debe permanecer sin abrir, le consuela el anuncio que le hace uno de los ancianos,

de que "el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha prevalecido para abrir el

libro y desatar sus siete sellos". En consecuencia, en medio del culto de adoración

de la hueste celestial y de todo el universo creado, el León-Cordero avanza hacia el

trono, toma el libro de la mano derecha del que está sentado en él, y procede a

romper sucesivamente los sellos con que está atado.

Nada puede ser más vívido ni más dramático que las escenas que aparecen

sucesivamente al abrir el Cordero los sellos. Los cuatro querubines que guardan el

trono, anuncian, uno después del otro, la apertura de los cuatro primeros sellos, en

alta voz, diciendo: "Ven". Y al ser abierto cada uno, el vidente contempla pasar una

figura visionaria a través del campo visual, emblema del contenido de la porción del

rollo que se desenrolla. Se observará que hay una gradación manifiesta en el

carácter de estas representaciones emblemáticas, que aumentan en intensidad y

terror desde la primera hasta la última.

¿Entonces, qué representan estos símbolos? Sólo se necesita un vistazo para ver

su naturaleza y carácter generales. Por todas partes es GUERRA, y los

acompañantes de la guerra - sangre, hambruna, y muerte, todos conduciendo a una

pavorosa catástrofe final y terminando en ella, una catástrofe en la que los

elementos de la naturaleza parecen disolverse en ruina universal - "el gran día de

ira" (cap. 6).

¿De cuáles sucesos habla el profeta? Algunos quieren hacernos creer que este es

un compendio de historia universal; que aquí tenemos las conquistas de la Roma

imperial durante trescientos años, hasta el establecimiento del cristianismo por

Constantino como religión del imperio. Se nos manda a los tomos de Gibbon para

que vaguemos a través de las edades en busca de acontecimientos que

correspondan a estos símbolos. Pero esto es justamente lo que las siete iglesias de

Asia no tenían ningún poder para hacer. ¿No sería mofa invitar invitarles a estudiar

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~ 314 ~

y comprender estas visiones, que no son luminosas para nosotros ni siquiera con la

ayuda de Gibbon? Ciertamente, los intérpretes que proponen tales soluciones

deben haber cerrado los ojos a las expresas enseñanzas del libro mismo. Los

términos de la profecía nos impiden hacer todas estas vagas incursiones en la

historia general; quedamos limitados a lo cercano, lo inminente, lo inmediato; a

cosas que deben suceder pronto; a sucesos que conciernen intensamente a los

lectores originales del Apocalipsis: "porque el tiempo está cerca". Con esta luz en la

mano, todo se hace claro. Sólo tenemos que colocarnos en el tiempo y en las

circunstancias de aquellas iglesias primitivas, y estos símbolos visionarios toman

forma hasta convertirse en hechos históricos ante nuestros ojos. El vidente está en

el umbral de la crisis largamente predicha y largamente esperada, para cuya

llegada el Salvador había preparado a sus discípulos en sus propios días y antes de

su partida. Así como la profecía que hizo en el Monte de los Olivos comienza con

guerras y rumores de guerras, y continúa hablando de "Jerusalén rodeada de

ejércitos", y "la abominación desoladora en el Lugar Santo", hasta que culmina en la

aparente destrucción de la naturaleza universal y "la venida del Hijo del Hombre en

las nubes de los cielos", así también procede la profecía del Apocalipsis según el

mismo método.

Aquí, entonces, la visión representa la cercana destrucción de Jerusalén y el juicio

del territorio culpable. Es "el último tiempo", y el discípulo amado, que escuchó la

profecía en el Monte, ahora contempla su cumplimiento en visión. Su corazón está

lleno de un solo pensamiento, sus ojos de una sola escena. La tormenta de

venganza está preparándose sobre su propia tierra; sobre su propia nación - la

ciudad y el templo de Dios. Los ejércitos se reúnen para el conflicto; y, al abrirse un

sello tras otro, contempla las sucesivas oleadas de aquel tremendo diluvio de ira

que estaba a punto de abrumar a la devota tierra de Israel. Creemos que este es el

significado de la visión simbólica de los siete sellos. Es sólo otra forma de la misma

catástrofe predicha por nuestro Salvador a sus discípulos; pero ahora la hora ha

llegado; el fin de la era está cercano, y los ministros de la ira divina son desatados

sobre la nación culpable.

APERTURA DEL PRIMER SELLO

Cap. 6:1, 2. "Vi cuando el Cordero abrió uno de los sellos, y oí a uno de los cuatro

seres vivientes decir como con voz de trueno: Ven y mira. Y miré, y he aquí un

caballo blanco; y el que lo montaba tenía un arco; y le fue dada una corona, y salió

venciendo, y a vencer".

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Se verá que nosotros consideramos esta visión como emblemática de la guerra

judía, que fue precursora del gran acontecimiento final de la Parusía. En la apertura

del primer sello, contemplamos el primer acto del trágico drama. Es anunciado por

uno de los cuatro seres místicos, representado como guardando el trono de Dios, y

que exclama con voz de trueno: "Ven", y he aquí que un guerrero armado, montado

en un caballo blanco, y teniendo un arco en la mano, pasa delante del campo

visual. Se le da una corona al guerrero, que sale venciendo y a vencer.

Esta es una representación vivísima de la primera escena del trágico drama de la

guerra contra los judíos que comenzó durante el reinado de Nerón, A. D. 66, dirigida

por Vespasiano. En la primera escena vemos al invasor romano avanzar al

combate. Todavía la guerra no ha comenzado realmente, el guerrero cabalga sobre

un caballo blanco; sostiene un arco en su mano, un arma que se usa a distancia. Es

una fantasía ver en la corona dada al jinete un presagio de que la diadema habría

de ser puesta sobre la cabeza de Vespasiano. ¿O es sólo una señal de victoria?

Comoquiera que sea, la totalidad de las imágenes, como observa Alford, habla de

victoria. - "Salió venciendo y a vencer".

APERTURA DEL SEGUNDO SELLO

Cap. 6: 3, 4. "Cuando abrió el segundo sello, oí al segundo ser viviente, que decía:

Ven y mira. Y salió otro caballo, bermejo; y al que lo montaba le fue dado poder de

quitar de la tierra la paz, y que se matasen unos a otros; y se le dio una gran

espada".

Este símbolo también habla por sí mismo. Las hostilidades han comenzado ya; el

caballo blanco es reemplazado por uno bermejo [rojo], el color de la sangre. El arco

cede su lugar a la espada. Es una gran espada, porque la matanza va a ser terrible.

La paz huye de la tierra: todo es conflicto y derramamiento de sangre. Es una

guerra tanto civil como extranjera. - "Se matasen unos a otros".

Todo esto representa adecuadamente los hechos históricos. La guerra contra los

judíos, dirigida por Vespasiano, comenzó en Galilea, a la mayor distancia posible de

Jerusalén, y gradualmente se acercó más y más a la ciudad sentenciada. Los

romanos no fueron los únicos agentes en la obra de exterminio que despobló la

tierra; las facciones hostiles entre los mismos judíos volvían sus armas las unas

contra las otras, de modo que podía decirse que "la mano de cada uno se volvió

contra su hermano". Este cambio del arco por la espada indica que los

combatientes ahora se habían acercado, y luchaban cuerpo a cuerpo: es otro acto

de la misma tragedia.

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Vale la pena notar que el lenguaje del cuarto versículo indica, no oscuramente, el

escenario de la guerra. La paz es quitada de la tierra [ek thz ghz]. Stuart ha

interpretado correctamente esta circunstancia: "Aquí se denota especialmente, no la

tierra entera, sino la tierra de Palestina".

APERTURA DEL TERCER SELLO

Cap. 6:5, 6. "Cuando abrió el tercer sello, oí al tercer ser viviente, que decía: Ven y

mira. Y miré, y he aquí un caballo negro; y el que lo montaba tenía una balanza en

la mano. Y oí una voz de en medio de los cuatro seres vivientes, que decía: Dos

libras de trigo por un denario, y seis libras de cebada por un denario; pero no dañes

el aceite ni el vino".

Este símbolo tampoco es de difícil interpretación. Significa los crecientes horrores

de la guerra. El hambre pisa los talones a la guerra y la matanza. El alimento

escasea ya en Judea, especialmente en las ciudades sitiadas, sobre todo en

Jerusalén, después de haber sido cercada por Tito. El trigo y la cebada están a

precio de hambre, porque el salario diario de un obrero (un denario) sólo alcanza

para comprar una sola medida de trigo (un choenix, o menos de un cuarto), y tres

veces esa cantidad de grano inferior. Esto significa terribles privaciones entre las

apretujadas masas en la sitiada ciudad.

Volviéndonos de la profecía a la historia, las páginas de Josefo nos proporcionan un

espantoso comentario sobre este pasaje. Habla de la escasez de alimento en

Jerusalén durante el período del sitio: -

"Muchos cambiaban en privado todo lo que tenían de valor por una sola medida de

trigo, si eran ricos; de cebada, si eran pobres. Luego, algunos, encerrándose en los

rincones más retirados de sus casas, a causa de lo extremo del hambre, comían el

grano sin prepararlo; otros lo cocían según lo dictaban la necesidad y el temor. No

se ponía mesa en ninguna parte, sino que, agarrando del fuego la masa a medio

cocer, la hacían pedazos".

Pero, ¿qué significa la orden: "No dañes el aceite ni el vino"? Esto ha causado

mucha perplejidad entre los comentaristas, porque esta orden parece no concordar

con la prevalencia del hambre. Si no nos equivocamos, Josefo nos permitirá

reconciliar esta aparente incongruencia.

Después de decir que Juan de Giscala, uno de los cabecillas políticos que

tiranizaban al miserable pueblo en los últimos días de Jerusalén, se apoderó de los

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vasos sagrados del templo y los confiscó, Josefo pasa a relatar otro acto de

sacrilegio cometido por el mismo cabecilla, que parece haber despertado una

profunda indignación y un profundo horror en la mente del historiador:-

"En consecuencia, tomando el vino y el aceite sagrados, que los sacerdotes

guardaban para vertirlos en los holocaustos, y que estaban depositados en el

interior del templo, los distribuyó entre sus adherentes, que consumieron sin horror

más de un hin para ungirse a sí mismos y para beber. Y aquí no puedo abstenerme

de expresar lo que indican mis sentimientos. Creo que, si los romanos hubiesen

diferido el castigo de estos miserables, o la tierra se habría abierto y se habría

tragado la ciudad, ésta habría sido barrida por un diluvio, o habría compartido el

fuego y el azufre de Sodoma. Porque produjo una generación mucho más impía

que la de los que fueron visitados de esta manera; pues, por la desesperada locura

de estos hombres, la nación entera quedó envuelta en la ruina".

Esto sirve para explicar el uso de la palabra adikhshz [tratar injustamente con] en

esta orden: "No dañes el aceite ni el vino". Elliott, en oposición a Dean Alford,

argumenta a favor del sentido "no cometas injusticia con respecto al aceite", etc.

Rinck, citado por Alford, lo traduce como "no desperdicies", etc. El incidente

relatado por Josefo muestra cómo la palabra adikhshz se ajusta a cada una de las

formas de traducción. El acto de Juan era adikia en el sentido de desperdicio

desenfrenado.

APERTURA DEL CUARTO SELLO

Cap. 6: 7, 8. "Cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente, que

decía: Ven y mira. Miré, y he aquí un caballo amarillo, y el que lo montaba tenía por

nombre Muerte, y el Hades le seguía; y le fue dada potestad sobre la cuarta parte

de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad, y con las fieras de

la tierra".

La escena aquí es evidentemente la misma, sólo que con los horrores y las miserias

de la guerra intensificados. Los espantosos espectros de la Muerte y el Hades

ahora siguen en la caravana del hambre y de la guerra. Los "cuatro terribles juicios

de Dios", que Ezequiel vio encargados de destruir la tierra de Israel, "la espada, el

hambre, las fieras, y la pestilencia", son desatados nuevamente sobre la tierra, y a

causa de ellos, la cuarta parte de su población está condenada a perecer. Jamás

hubo una superabundancia de mortandad como en la guerra que culminó con el

sitio y la captura de Jerusalén. El mejor comentario sobre este pasaje debe

encontrarse en los registros de Josefo, como lo muestra la siguiente descripción:

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"Todas las salidas estaban interceptadas, todas las esperanzas de seguridad para

los judíos, completamente cortadas; y el hambre, con las fauces abiertas, devoraba

al pueblo por sus casas y por sus familias. Los techos estaban llenos de mujeres

con sus criaturas en la última etapa; las calles estaban llenas de ancianos ya

muertos. Niños y jóvenes, hinchados, se amontonaban como espectros en el

mercado, y caían dondequiera que las ansias de la muerte les sobrevenían. Los

que estaban afectados no tenían fuerzas para enterrar a sus parientes; y los que

todavía eran sanos y vigorosos eran disuadidos por la multitud de los muertos y la

incertidumbre que pendía sobre ellos. Muchos morían mientras enterraban a otros,

y muchos se iban a los cementerios antes de que llegase la hora fatal.

"En medio de estas calamidades, no había ni lamentos ni gemidos: el hambre era

más fuerte que los afectos. Con los ojos secos y las bocas abiertas, los que morían

lentamente contemplaban a los que se habían ido al descanso antes que ellos.

Reinaba un profundo silencio por toda la ciudad, y una noche preñada de muerte, y

los bandidos aún más temibles que todo esto. Abriendo a la fuerza las casas, como

quien abre un sepulcro, saqueaban a los muertos, y llevándose a rastras las

mortajas de los cadáveres, se alejaban riendo. Hasta probaban la punta de sus

espadas en los cadáveres, y para probar el temple de las hojas, atravesaban con

ellas a algunos que, extendidos en el suelo, todavía respiraban; a otros, que les

imploraban que les prestasen su mano y su espada, les abandonaban

desdeñosamente para que muriesen de hambre. Todos expiraban con los ojos fijos

en el templo, apartándolos de los insurgentes que dejaban vivos. Al principio, éstos,

encontrando insoportable el hedor de los cadáveres, ordenaban que fuesen

quemados a expensas del pueblo; pero después, cuando no podían cumplir con la

tarea, los lanzaban desde el muro a los barrancos que había abajo.

"Pero, ¿por qué tengo que entrar en detalles parciales de sus calamidades, cuando

Maneo, el hijo de Lázaro, que en este período se refugió junto a Tito, declaró que,

desde el catorce del mes Xántico, el día en que los romanos acamparon delante de

los muros, hasta la luna nueva de Panemo, fueron llevados sólo a través de aquella

puerta, que le había sido confiada a él, ciento quince mil ochocientos ochenta

cadáveres? Toda esta multitud era de la clase más pobre. No es que tuviera que

contarlos, pero, habiéndosele confiado la distribución del fondo público, estaba

obligado a llevar la cuenta. El resto eran quemados por sus parientes. Sin embargo,

el entierro consistía meramente en sacarlos de sus casas y lanzarlos fuera de la

ciudad.

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~ 319 ~

"Después de él, muchos de la clase más alta escaparon; y trajeron la noticia de que

seiscientos mil de las clases más humildes habían sido echados fuera a través de

las puertas. De los otros, era imposible establecer el número. Dijeron, sin embargo,

que, cuando ya no tenían fuerzas para sacar a los pobres, amontonaban los

cadáveres en las casas más grandes y cerraban las puertas: y que una medida de

trigo se vendía por un talento, y que todavía más tarde, cuando ya no se podía

recoger hierbas, estando la ciudad amurallada, algunos quedaban reducidos a una

angustia tal que rebuscaban en las cloacas y en el estiércol putrefacto del ganado, y

comían la basura; y aquello de lo cual anteriormente se hubiesen alejado

asqueados ahora se convertía en su alimento". -- Traill´s Josephus, Jewish War,

boook v, cap. xii: 3; cap. xiii: 7.

APERTURA DEL QUINTO SELLO

Cap. 6:9-11. "Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que

habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían.

Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no

juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra? Y se les dieron

vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo, hasta

que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también

habían de ser muertos como ellos".

Este pasaje puede considerarse como una prueba crucial de cualquier

interpretación del Apocalipsis. Puede decirse verdaderamente que difícilmente

puede imaginarse nada más insatisfactorio, incierto, y conjetural que la explicación

que dan esos intérpretes, que encuentran en el Apocalipsis un programa de historia

eclesiástica. Pero, si el principio que nos guía es correcto, nos conducirá a una

interpetación tal que demostrará, por propia evidencia, que es la verdadera.

El escenario cambia ahora, del campo de batalla, de las escenas de matanza y de

sangre en la ciudad sitiada y hambrienta, al templo de Dios. Pero todavía es

Jerusalén. Los mártires cristianos a los que Jerusalén había matado son

representados como clamando en voz alta debajo del altar, y apelando a la justicia

de Dios para que ya no demore la vindicación de su causa, y vengue su sangre "en

los que moran en la tierra". Esta es una escena nueva e importante en el trágico

drama, pero en perfecto acuerdo con la enseñanza del Nuevo Testamento. Nuestro

Señor advirtió a los judíos: "Para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que

se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de

Zacarías hijo de Berequías, a quien matásteis entre el templo y el altar. De cierto os

digo que todo esto vendrá sobre esta generación" (Mat. 23:35,36). De manera

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~ 320 ~

semejante, advirtió a los discípulos que algunos de ellos caerían víctimas de la

enemistad de los judíos. "Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán, y

seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre" (Mat. 24:9).

Nuestro Señor también declaró que Jerusalén era la más culpable de derramar

sangre inocente: ella fue la asesina de los profetas; y sobre ella habría de caer el

castigo más señalado. (Mat. 23:31-39).

Aquí tenemos, pues, delante de nosotros, los principales elementos de la escena.

Pero esto no es todo. Es imposible no impresionarse con el marcado parecido entre

la visión del quinto sello y la parábola de nuestro Señor sobre el juez injusto (Lucas

18:1-8): "¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y

noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero

cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?". Esto es más que un

parecido: es identidad. En ambos caso encontramos los mismos querellantes: los

elegidos de Dios; apelan a Él para pedir justicia; en ambos casos, encontramos la

respuesta a la apelación: "Pronto les hará justicia"; en ambos casos encontramos la

escena de sus sufrimientos ubicada en el mismo lugar: "en la tierra" - es decir, la

tierra de Judea. La visión y la parábola ahora se complementan mutuamente la una

a la otra. La visión nos dice la causa del clamor por la venganza, y quiénes son los

que apelan, o sea, los discípulos de Jesús martirizados que han sellado su

testimonio con su sangre. La parábola indica el tiempo en que llegaría la retribución:

- "cuando venga el Hijo del hombre"; y de la misma manera, el hecho triste de que,

cuando la Parusía tuviese lugar, encontraría a Israel todavía impenitente y todavía

incrédula.

Del mismo modo, la visión del quinto sello aclara un oscuro pasaje que hasta ahora

había frustrado todos los intentos de resolver su significado. En 1 Pedro 4:6,

encontramos la siguiente afirmación: "Porque por esto también ha sido predicado el

evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres, pero

vivan en espíritu según Dios". Refiriendo al lector a las observaciones que se

hicieron sobre este pasaje en páginas anteriores, será suficiente aquí recapitular la

conclusión a la que se llegó en aquella oportunidad. La afirmación es realmente así:

"Porque, por esta causa, se les llevó un mensaje de consolación aun a los muertos,

para que ellos, aunque condenados en la carne por el juicio de los hombres, vivan

en el espíritu por el juicio de Dios". Esto apunta evidentemente a la vindicación de

los que, por el injusto juicio de los hombres, sufrieron la muerte por la verdad de

Dios; declara que habían sido consolados después de la muerte por la nuevas de

que, por el juicio divino, disfrutarían de la vida eterna. No hay en la Escritura

ninguna alusión a ninguna transacción de esta clase, excepto en el pasaje que

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~ 321 ~

tenemos delante - la visión del quinto sello. Sin embargo, esto llena precisamente

todos los requisitos del caso. Aquí encontramos "los muertos" - los mártires

cristianos, que habían muerto por la fe; habían sido condenados en la carne por el

injusto juicio de los hombres. Se da a entender manifiestamente que habían

apelado al justo juicio de Dios. En respuesta a su apelación, se les había

comunicado un "mensaje de consuelo" [euaggelion]; se les dice que reposen por un

tiempo hasta que se les unan sus hermanos y consiervos que han de ser muertos

como ellos; mientras que se les dan "túnicas blancas", señales de inocencia y

emblemas de victoria. Creemos que debe ser obvio que esta escena bajo el quinto

sello corresponde exactamente a la alusión de Pedro y a la parábola de nuestro

Señor. Es importante, también, observar el lugar que ocupa esta escena en el

drama trágico. Es después del estallido, pero antes de la conclusión, de la guerra

judía; precede, por un poco, la catástrofe final del sexto sello. Es el clamor

impaciente de los santos martirizados: "¿Hasta cuándo, Señor, hasta cuándo?"

Demanda una justa retribución sobre los que habían derramado su sangre; y

especifica claramente quiénes son describiéndoles como "los que moran en la

tierra". Y todo esto antecede inmediatamente a la catástrofe final bajo el siguiente

sello, que presenta la ira de Dios viniendo sobre la nación culpable "hasta lo último".

Aquí tenemos, pues, un cuerpo de evidencia tan variado, tan minucioso, y tan

acumulativo que podemos aventurarnos a llamarle una demostración.

APERTURA DEL SEXTO SELLO

Cap. 6:12-17. "Miré cuando abrió el sexto sello, y he aquí hubo un gran terremoto; y

el sol se puso negro como tela de silicio, y la luna se volvió toda como sangre; y las

estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera deja caer sus higos

cuando es sacudida por un fuerte viento. Y el cielo se desvaneció como un

pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar. Y los

reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo

siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y

decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro

de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día

de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?"

Ahora llegamos al último acto de esta terrible tragedia: la catástrofe que cierra la

segunda visión. Puede causar sorpresa que la catástrofe ocurra bajo el sexto sello,

y no bajo el séptimo, como podríamos haber esperado. Pero al séptimo sello se le

hace el eslabón entre la segunda y la tercera visiones, y se le emplea de una

manera sumamente artística para introducir la siguiente serie de siete, o sea, la

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~ 322 ~

visión de las siete trompetas. Aquí podemos observar que cada una de las visiones

culmina en una catástrofe, o acto señalado de juicio divino, que trae destrucción

sobre los impíos y salvación para los justos.

Nadie puede dejar de observar que casi todas las características de esta terrible

escena ocurren en la profecía de nuestro Señor en el Monte de los Olivos con

referencia a los juicios venideros sobre la ciudad y la nación de Israel. No hay,

pues, lugar para dudar ni por un momento del significado de la visión del sexto

sello; pero, mientras más de cerca se estudie cada símbolo, más claramente se

verá su relación con la gran catástrofe. Este es el "dies irae" - el hmera kuriakh - "el

día grande y terrible de Jehová" predicho por Malaquías, Juan el Bautista, Pablo,

Pedro, y, sobre todo, por nuestro Señor en su discurso apocalíptico del Monte de

los Olivos. Es la esperada consumación por la que la iglesia apostólica velaba y la

cual esperaba - el día de juicio para la nación culpable y, como veremos, el día de

redención y recompensa para el pueblo de Dios.

Será adecuado, primero, tomar nota de la correspondencia entre los símbolos de la

visión y los del discurso profético de nuestro Señor:

EL SEXTO SELLO LA PROFECÍA DEL MONTE

"Y he aquí, hubo un gran terremoto".

"Y habrá grandes terremotos, y en diferentes lugares

hambres y pestilencias; y habrá terror y grandes

señales del cielo" (Lucas 21:11; Mat. 24:7).

"Y el sol se puso negro como tela de

cilicio".

"Inmediatamente después de la tribulación de

aquellos días, el sol se oscurecerá".

"Y la luna se volvió toda como sangre". "Y la luna no dará su resplandor".

"Y las estrellas del cielo cayeron son la

tierra". "Y las estrellas caerán del cielo".

"Y el cielo se desvaneció como un

pergamino que se enrolla".

"Y las potencias de los cielos serán conmovidas"

(Mat. 24:29).

"Y los reyes, etc. se escondieron ... y

dijeron a los montes y a las peñas: Caed

sobre nosotros, y escondednos", etc.

"Entonces comenzarán a decir a los montes: Caed

sobre nosotros; y a los collados: Cubridnos" (Lucas

23:30).

La comparación de estos pasajes paralelos debe satisfacer a toda mente razonable

de que ambos se refieren a uno y al mismo acontecimiento. Lo que ese

acontecimiento es, nuestro Señor lo establece decisivamente: "De cierto os digo,

que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca" (Mat. 24:34). El

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único pasaje que no cae bajo el discurso del Monte de los Olivos es el dirigido a las

mujeres que siguieron a nuestro Señor en su camino al Calvario, pero aún aquí, la

limitación del tiempo se indica claramente. "Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí,

sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos"; dando a entender que las

calamidades que Él predijo vendrían durante la vida de ellas mismas y de sus hijos.

La misma cercanía del tiempo está marcada por la frase: "Porque he aquí vendrán

días" (Lucas 23:29).

Sin duda, parecerá una objeción a esta explicación el hecho de que la destrucción

de Jerusalén, por terrible que fuese, parece inadecuada como antitipo de las

imágenes del sexto sello. El objeto se aplica igualmente a la profecía de nuestro

Señor, en que su propia autoridad establece la aplicación de las señales. En

realidad, se aplica a toda la profecía: porque la profecía es poesía, y poesía oriental

también, en la cual las espléndidas imágenes simbólicas son el ropaje del

pensamiento. Además, la objeción se basa en una estimación inadecuada del

verdadero significado y la verdadera importancia de la destrucción de Jerusalén.

Ese acontecimiento no es simplemente un trágico incidente histórico; no debe ser

mirado en la misma categoría que el sitio de Troya o la destrucción de Tiro o de

Cartago. Fue una gran época providencial; el fin de una era; el desenvolvimiento de

un gran período en el gobierno divino del mundo. La catástrofe material no fue sino

la señal externa y visible de una poderosa crisis en el reino de lo invisible y lo

espiritual.

Al mismo tiempo, debe observarse que los hechos históricos que subyacen estos

símbolos son suficientemente reales y tangibles. La consternación y el terror

descritos aquí como apoderándose de "los reyes de la tierra, los grandes", etc.,

están en perfecta armonía con las escenas de los últimos días de Jerusalén como

las describe Josefo. Con la premisa de que con "los reyes de la tierra" [basileiz thz

ghz] se quiere decir los gobernantes de Judea, como podremos mostrar,

encontramos que la descripción profética corresponde maravillosamente a los

hechos históricos. Primero, la escena de la visión ocurre evidentemente en un país

en que abundan las cavernas rocosas y los escondrijos, lo cual, como bien se sabe,

son característicos de Judea. Las colinas de piedra caliza de ese país están

literalmente llenas de cavernas como un panal, que han sido cuevas de ladrones y

refugios de fugitivos desde tiempo inmemorial. Ewald reconoce "que aquí hay una

referencia especial a las peculiaridades de Palestina en cuanto a sus rocas y

cavernas, que proporcionan lugares de refugio para los fugitivos". (Citado por

Stuart, Apocalypse, in loc.). Estas dos notas, la tierra, y su naturaleza geológica,

fijan la ubicación de la escena. Segundo, es un hecho atestiguado por Josefo que

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~ 324 ~

los últimos escondrijos de los enloquecidos ciudadanos de Jerusalén eran las

cavernas rocosas y los pasajes subterráneos a los cuales huyeron buscando refugio

después de la captura de la ciudad:

"La última esperanza", dice Josefo, "que alentaban los tiranos y sus pandillas de

bandidos eran las excavaciones subterráneas, en las cuales no esperaban que se

les buscase si procuraban refugio en ellas. Después del colapso final de la ciudad,

cuando los romanos se hubiesen retirado, se proponían salir y buscar la seguridad

en la huída. Pero, después de todo, esto no fue sino un mero sueño, porque no

pudieron ocultarse de la observación de Dios ni de los romanos".

Aún más notable, si es posible, es el hecho mencionado por Josefo, de que Simón,

uno de los jefes de la rebelión, se ocultó, después de la captura de la ciudad, en

uno de estos escondrijos subterráneos. El incidente es relatado así por el

historiador judío:

"Este Simón, durante el sitio de Jerusalén, había ocupado la parte alta de la ciudad;

pero, cuando el ejército romano había pasado más allá de los muros y estaba

devastando la ciudad entera, Simón, acompañado por sus más fieles amigos, y

algunos picapedreros, con las herramientas de hierro requeridas por ellos en su

oficio, y con provisiones suficientes para muchos días, se dejó caer junto con todo

su grupo en una de las cavernas secretas, y avanzó por ella hasta donde lo

permitían las antiguas excavaciones. Aquí, habiendo encontrado terreno firme, lo

excavaron, con la esperanza de avanzar más lejos, y escapar, emergiendo en un

lugar seguro. Pero el resultado de las operaciones demostró que sus esperanzas

resultaron fallidas. Los mineros avanzaron lentamente y con dificultad, y las

provisiones, aunque administradas, estaban a punto de acabarse.

"Por lo cual Simón, creyendo que podía engañar a los romanos por medio del terror,

se vistió de túnicas blancas, y abotonando sobre ellas un manto púrpura, surgió de

la tierra en el lugar mismo donde antes se levantaba el templo. Efectivamente, al

principio el asombro se apoderó de los que lo vieron, y quedaron como petrificados;

pero después, acercándose más, le exigieron que se identificara. Simón rehusó

hacerlo, y les dijo que llamaran al general; ellos corrieron rápidamente hasta

Terencio Rufo, que había quedado al mando del ejército. Vino Rufo, y después de

oír de Simón toda la verdad, le puso en grilletes, y comunicó a César los detalles de

la captura ... Sin embargo, el hecho de haber surgido del terreno condujo en ese

tiempo al descubrimiento, en otras cavernas, de una vasta multitud de los otros

insurgentes. Al regresar César a Cesárea junto al mar, Simón fue llevado a él en

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~ 325 ~

cadenas, y César ordenó que se le retuviera para el triunfo que se preparaba para

celebrar en Roma".

EPISODIO DEL SELLAMIENTO DE LOS SIERVOS DE DIOS

Cap. 7:1-17. "Después de esto vi a cuatro ángeles en pie sobre los cuatro ángulos

dela tierra, que detenían los cuatro vientos de la tierra, para que no soplase viento

alguno sobre la tierra, ni sobre el mar, ni sobre ningún árbol. Vi también a otro ángel

que subía de donde sale el sol, y tenía el sello del Dios vivo; y clamó a gran voz a

los cuatro ángeles, a quienes se les había dado el poder de hacer daño a la tierra

yal mar, diciendo: No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que

hayamos sellado en sus frentes a los siervos de nuestro Dios. Y oí el número de los

sellados: ciento cuarenta y cuatro mil sellados de todas las tribus de Israel", etc.

En la crisis misma de la catástrofe, la acción se suspende súbitamente hasta que

quede garantizada la seguridad de los siervos de Dios. A los cuatro ángeles

destructores encargados de desatar los elementos de la ira sobre la tierra culpable

se les ordena detener la ejecución de la sentencia hasta que "los siervos de nuestro

Dios hayan sido sellados en sus frentes". En consecuencia, un ángel, teniendo "el

sello del Dios viviente", pone una marca sobre los fieles, cuya nacionalidad y

número se declaran claramente - "ciento cuarenta y cuatro mil de todas las tribus de

los hijos de Israel". Además de éstos, una innumerable multitud, "de todas las

naciones y tribus y pueblos y lenguas", se ve de pie delante del trono, vestida con

túnicas blancas y con palmas de victoria en sus manos, atribuyendo alabanza y

gloria a Dios en medio de la felicidad y los esplendores del cielo.

Esta representación se considera generalmente un episodio, o una digresión, de la

acción principal de la obra. No hay duda de que es así; pero, al mismo tiempo, es

esencial para completar la catástrofe, y es, de hecho, parte integral de ella.

Se verá que, en cada catástrofe de este libro de visiones - y cada visión termina con

una catástrofe - hay dos partes, a saber, el juicio infliigido sobre los enemigos de

Cristo y la bendición conferida a sus siervos.

Ahora bien, bajo el sexto sello, donde está localizada la catástrofe de la visión, ya

hemos visto descrita la primera parte, a saber, el juicio de los enemigos de Dios;

pero la otra parte, la liberación del pueblo de Dios, está representada en el capítulo

que tenemos delante. El progreso del juicio queda aun detenido hasta que la

seguridad de los siervos de Cristo quede garantizada.

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~ 326 ~

¿Qué, pues, significa este episodio?

En las predicciones relativas al "fin del tiempo", encontramos invariablemente una

promesa de seguridad y bendición para los discípulos de Cristo, junto con

declaraciones de ira venidera sobre sus enemigos. Para dar dos o tres ejemplos de

entre muchos: en la profecía de nuestro Señor en el Monte de los Olivos, de la cual

el Apocalipsis es eco y expansión, Jesús advierte a sus discípulos que escapen de

Judea cuando vean "a Jerusalén rodeada de ejércitos" (Lucas 21:20), "y la

abominación desoladora en el lugar santo" (Mat. 24:15). Les asegura que "ni un

cabello de vuestra cabeza perecerá"; que cuando comiencen a aparecer las señales

de su venida, debían erguirse, y levantar sus cabezas, porque su redención estaba

cerca (Luc. 21:18-28). Que el Hijo del hombre enviaría a sus ángeles con un gran

sonido de trompeta, y "juntaría a sus escogidos de los cuatro vientos, desde un

cabo del cielo hasta el otro" (Mat. 24:31). Que en el gran día del juicio, que habría

de seguir a la destrucción de Jerusalén, los impíos "irían al castigo eterno, y los

justos a la vida eterna" (Mat. 25:46).

En armonía con estas afirmaciones, encontramos a los apóstoles enseñando en las

iglesias que cuando viniera "el día del Señor", "súbita destrucción sobrevendría a

los enemigos de Dios, mientras los cristianos obtendrían salvación" (1 Tes. 5:2,3,9);

que cuando el Señor Jesús se "revelase desde el cielo con sus poderosos ángeles,

en llama de fuego, para tomar venganza de los que no conocen a Dios", su pueblo

fiel entraría en el "reposo", y sería "tenido por digno del reino de Dios" (2 Tes. 1:5-

9).

Es esta liberación y esta salvación prometida a los discípulos de Cristo la que es

prefigurada simbólicamente en el episodio del sexto sello. Las imágenes con las

que se describen han sido tomadas evidentemente de la escena contemplada en

visión por el profeta Ezequiel (cap. 9), donde "los hombres que gimen y claman a

causa de todas las abominaciones que se hacen en medio de Jerusalén" tienen

"una marca en la frente", que garantizaría su seguridad cuando los ejecutores de la

justicia divina saliesen a matar a los habitantes de la ciudad.

Vale la pena notar que Jerusalén es la escena del juicio tanto en la profecía de

Ezequiel como en Apocalipsis; y la alusión que hace Pedro a esta misma

transacción en la visión de Ezequiel, como a punto de repetirse en la Jerusalén de

sus propios días, es muy significativa. (1 Ped. 4:17).

Pero la luz mayor es proyectada sobre este episodio por las palabras de nuestro

Señor: "El Hijo del hombre enviará a sus ángeles con gran voz de trompeta, y

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~ 327 ~

juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el

otro" (Mat. 24:31). Este episodio es la representación del cumplimiento de aquella

promesa. Mientras la ira es derramada al máximo sobre la tierra; mientras las tribus

de la tierra están de duelo; mientras los enemigos de Dios huyen para esconderse

en las cavernas y las cuevas; en aquella hora temible, la trompeta del ángel

convoca al fiel remanente del pueblo de Dios, "para que se oculten en el día de la

ira de Jehová". Ahora el tiempo ha llegado a su plenitud; porque hay que recordar

que todo esto habría de ser presenciado por los apóstoles mismos, o por lo menos

por algunos de ellos; porque la propia generación de nuestro Señor no habría de

pasar sino hasta que estas cosas se hubiesen cumplido.

En consecuencia, era la esperanza acariciada de los cristianos de la era apostólica

escapar de la condenación general, y entrar en posesión de la inmortalidad por el

cambio instantáneo que vendría sobre ellos a la aparición del Señor. Pablo

tranquilizó a los cristianos de Tesalónica diciéndoles que, los que estuviesen vivos y

quedasen hasta la venida del Señor, no precederían a los que habían partido en la

fe antes de la venida del Señor. Por la palabra del Señor, les declara que "el Señor

mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios,

descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros

los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con

ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el

Señor" (1 Tes. 4:15-17). Pablo alude nuevamente a esta misma confiada

expectativa en 2 Tes. 2:1, donde dice: "Pero con respecto a la venida de nuestro

Señor Jesucristo, y nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos", etc. Esta

peculiar expresión, "nuestra reunión con él" [episunagogh], apenas sería inteligible

si no fuese por la luz que arrojan sobre ella Mat. 24:31 y Apoc. 7. Al mismo período,

la misma transacción, se hace referencia en la profecía de nuestro Señor, en la

epístola de Pablo, y en el episodio que tenemos delante. Aquí está la gran

consumación, y la garantía de la seguridad del pueblo de Dios cuando la

destrucción sobrevenga a los impenitentes a incrédulos. Todo esto pertenece a la

gran crisis al final de la era - esto es, al final de la dispensación judía. El dedo del

Señor ha definido los límites más allá de los cuales no podemos pasar al establecer

el período de esta transacción. "De cierto os digo, que no pasará esta generación

sin que todo esto acontezca". Cualquiera que sea nuestra opinión en cuanto al

alcance de esta predicción, pronunciada de manera similar por nuestro Señor,

Pablo, y Juan, o la manera en que se cumpla, de una cosa no puede haber dudas -

las Escrituras están irrevocablemente comprometidas con la afirmación de los

hechos.

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Se observará que hay dos clases, o divisiones, del "pueblo de Dios", que se

especifican en este episodio. La primera clase pertenece a una nación particular -

"los ciento cuarenta y cuatro mil de todas las tribus de los hijos de Israel". Éstos

tienen que representar necesariamente la iglesia cristiana judía del período

apostólico. Pero, además de éstos, hay una multitud que nadie podía contar, que

pertenecen a todas las nacionalidades, es decir, no israelitas, sino gentiles. Esta

clase, pues, tiene necesariamente que representar a la iglesia gentil del período

apostólico; los "incircuncisos", que fueron admitidos a los privilegios del pueblo del

pacto, llamados a ser "coherederos, y del mismo cuerpo, y participantes de las

promesas de Dios en Cristo por el evangelio", junto con los creyentes judíos. Esta

representación implica que el peligro y la liberación simbolizados por el sellamiento

de los siervos de Dios no se limitaban a Judea y a Jerusalén. La religión de Jesús

de Nazaret era una fe proscrita y perseguida en todo el Imperio Romano antes de

que estallase la guerra judía y se abrogase la economía judía. En consecuencia, se

dice que los redimidos en la visión, "la multitud con vestiduras blancas", salen de

una gran tribulación: una expresión que nos da una pista del establecimiento del

tiempo y de las personas a las que se hace referencia aquí. Nuestro Señor, cuando

predijo el tiempo de aflicción sin paralelo que habría de preceder a la catástrofe de

Jerusalén y de Judea, dice: "Porque habrá entonces gran tribulación [qliyiz megalh],

cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá", etc.

(Mat. 24:21). Ahora, en la afirmación en el episodio: "Estos son los que han salido

de gran tribulación", hay una incuestionable alusión a las palabras de nuestro

Señor. Como apunta Alford, la traducción correcta es: "Estos son los que han salido

de la gran tribulación" [ek thz qliyewz thz megalhz], siendo el artículo definido

sumamente enfático, y la tribulación alude claramente a la predicción en Mateo

24:21.

Así, por la guía de la palabra de Dios misma, llegamos a una y la misma conclusión,

y es imposible no impresionarse con la concurrencia de tantas líneas diferentes de

argumento que conducen a un solo resultado. Estamos justificados, pues, al llegar a

la conclusión de que el episodio del sellamiento de los siervos de Dios representa la

seguridad y la liberación de los fieles y el terrible tiempo de juicio que, en la Parusía,

alcanzó a la ciudad culpable y a la tierra de Israel.

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~ 329 ~

PARTE III

LA PARUSÍA EN EL APOCALIPSIS

LA TERCERA VISIÓN

LAS SIETE TROMPETAS, CAPS. 8, 9, 10, 11

Ahora hemos llegado al fin de la segunda visión, y podría suponerse que la

catástrofe con la cual concluyó es tan completa y exhaustiva que no podría haber

lugar para ningún cambio ulterior. Pero no es así. Y aquí tenemos nuevamente que

llamar la atención a una de las principales características de la estructura del

Apocalipsis. No es una secuencia continua y progresiva de sucesos, sino una

representación continuamente recurrente, básicamente de la misma historia trágica

en nuevas formas y nuevas fases. El Dr. Woodsworth, casi solo entre los intérpretes

de este libro, ha captado esta característica de su estructura. Al mismo tiempo,

cada nueva visión amplía la esfera de nuestra observación y aumenta el interés por

la introducción de nuevos incidentes y actores.

APERTURA DEL SÉPTIMO SELLO

Cap. 8:1. "Cuando abrió el séptimo sello, se hizo silencio en el cielo como por

media hora".

Estrictamente hablando, el séptimo sello pertenece a la visión anterior; pero se

observará que la catástrofe de esa visión ocurre bajo el sexto sello, y que el séptimo

simplemente se convierte en el eslabón entre la segunda visión y la tercera - entre

los sellos y las trompetas. Sin duda, esto indica la estrecha relación que continúa

existiendo entre ellos. No podemos concebir los sucesos denotados por las siete

trompetas como subsiguientes en el tiempo a los sucesos representados como

teniendo lugar en la apertura del sexto sello, porque eso involucraría una

inextricable confusión e incongruencia. La suposición más razonable parece ser que

aquí tenemos, en la visión de las siete trompetas, un nuevo despliegue de los

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desoladores juicios que estaban a punto de sobrevenirle a la sentenciada tierra de

Judea. El Dr. Woodsworth observa: "Las siete trompetas no difieren, en tiempo, de

los siete sellos, sino que más bien se sincronizan con ellos". Dudamos de que esta

sea la manera correcta de expresar el sincronismo. Creemos que la visión entera de

las trompetas forma parte de la catástrofe bajo el sexto sello.

LAS CUATRO PRIMERAS TROMPETAS

Cap. 8:7-12. "El primer ángel tocó la trompeta, y hubo granizo y fuego mezclados

con sangre, que fueron lanzados sobre la tierra", etc.

La visión se inicia con un proemio, o una introducción, según la estructura usual de

las visiones apocalípticas. El punto de vista del vidente todavía es el cielo, aunque

el escenario en el cual debe tener lugar la acción principal es la tierra, o más bien,

el territorio. No puede tenerse presente demasiado cuidadosamente que es Israel -

Judea, Jerusalén - lo que contempla el profeta. Vagar por la anchura de la tierra

entera, e involucrar en la cuestión a todo el tiempo y a todas las naciones, es, no

sólo desconcertar al lector en un laberinto de perplejidades, sino perder de vista por

completo la meta y el propósito del libro. "El Destino Fatal de Israel; o, los Últimos

Días de Jerusalén" no serían un título inadecuado para el Apocalipsis. La acción de

la pieza, también, está comprendida dentro de un espacio de tiempo muy breve -

porque estas cosas debían "ocurrir pronto".

Regresemos a la visión. Después de una terrible pausa en la apertura del séptimo

sello, que significa el carácter solemne y lúgubre de los sucesos que están a punto

de tener lugar, siete ángeles, o más bien, los siete ángeles que están de pie delante

de Dios, reciben siete trompetas, que están encargados de hacer sonar

sucesivamente. Antes de que comiencen, sin embargo, un ángel presenta a Dios

las oraciones de los santos, junto con el humo de mucho incienso de un incensario

de oro, en el altar de oro que estaba delante del trono. Esto se considera

generalmente como símbolo de la aceptabilidad del culto cristiano por medio de la

intercesión y la defensa del Mediador. Pero, obsérvense los efectos de las

oraciones. El ángel toma el incensario que había perfumado las oraciones de los

santos, lo llena con fuego del altar, y lo lanza sobre la tierra: e inmediatamente,

siguen voces, truenos, relámpagos, y un terremoto. Extrañas respuestas a

oraciones. Pero, si consideramos estas oraciones de los santos como súplicas del

sufriente y perseguido pueblo de Dios, al que hemos visto representado en las

visiones anteriores como clamando en alta voz: ¡Hasta cuándo, Señor, hasta

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~ 331 ~

cuándo!, todo se aclara. El Señor vengará la sangre de sus siervos; su ira se

enciende; está cerca una rápida retribución. El incensario que hacía subir las

oraciones se convierte en vehículo de juicio, y es lanzado sobre la tierra, con la furia

del Señor - el fuego del altar delante del trono.

Ahora, los siete ángeles se preparan para hacer sonar sus trompetas, y cada

trompetazo es la señal para un acto de juicio. Se observará que las cuatro primeras

trompetas, como los cuatro primeros sellos, difieren de las tres restantes. Tienen

algo de indefinido, y los símbolos, aunque sublimes y terribles, no parecen

susceptibles de una verificación histórica particular. Probablemente corresponden a

aquellas perturbaciones fenomenales de la naturaleza a las cuales alude nuestro

Señor en su profecía del Monte de los Olivos como precedentes a la Parusía:

"Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra

angustia de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las olas"

(Luc. 21:25). Estos son los objetos mismos afectados por las cuatro primeras

trompetas, o sea, la tierra, el mar, la luna, las estrellas. Entonces, sin tratar de

encontrar una explicación específica para estos portentos, es suficiente

considerarlos como las señales externas y visibles del desagrado divino

manifestado hacia los impenitentes y los incrédulos; síntomas de que el mundo

natural estaba agitado y convulso a causa de la maldad de su tiempo; emblemas de

la dislocación y la desorganización generales de la sociedad, que precedieron y

anunciaron la catástrofe final del pueblo judío.

Sin embargo, las tres últimas trompetas son de un carácter muy diferente de las

cuatro primeras. Son realmente simbólicas, como las otras, pero los símbolos son

menos indefinidos y parecen más susceptibles de una interpretación histórica. Los

juicios bajo las cuatro primeras trompetas están marcados por lo que podemos

llamar un carácter artificial; afectan la tercera parte de todas las cosas - la tercera

parte de los árboles, la tercera parte de la hierba, la tercera parte del mar, la tercera

parte de los peces, la tercera parte de los barcos; la tercera parte de los ríos, la

tercera parte del sol, la tercera parte de la luna, la tercera parte de las estrellas, la

tercera parte del día, la tercera parte de la noche. Sería absurdo exigir una

verificación histórica de tales símbolos. Pero las trompetas restantes parecen entrar

más en el dominio de la relaidad y la historia; y, en consecuencia, descubriremos

que la Escritura y la historia contemporánea arrojan mucha luz sobre ellas. Que a

estas últimas trompetas se les atribuye una importancia especial es evidente por el

hecho de que son introducidas por una nota de advertencia: -

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~ 332 ~

Cap. 8:13. "Y miré, y oí a un águila volar por en medio del cielo, diciendo a gran

voz: ¡Ay, ay, ay, de los que moran en la tierra, a causa de los otros toques de

trompeta que están para sonar los tres ángeles!".

Esta nota introductoria a las trompetas de los tres ayes requiere algunas

observaciones.

Primera, el lector percibirá que el texto águila, no ángel. "Oí a un águila volar por en

medio del cielo". Este es el símbolo de la guerra y la rapiña. Hay un llamativo

paralelo de esta representación en Oseas 8:1: "Pon a tu boca trompeta. Como

águila viene contra la casa de Jehová, porque traspasaron mi pacto, y se rebelaron

contra mi ley". En Apocalipsis, el águila viene con la misma misión, anunciando

dolor, guerra, y juicio.

Segunda, el lector observará las personas sobre las cuales han de caer los ayes

predichos - "los que moran en la tierra". Como en 6:10, así también sucede aquí; gh

debe ser tomado en sentido restringido, como referencia a la tierra de Israel. Las

traducciones de gh como tierra, en vez de territorio, y de aiwnby como mundo, en

vez de era, han sido fuentes fructíferas de error y confusión en la interpretación del

Nuevo Testamento. Con singular inconsistencia, nuestros traductores han traducido

a gh, algunas veces como tierra, algunas veces como territorio, en versículos casi

consecutivos, oscureciendo el sentido grandemente. Así, en Lucas 21:23, traducen

gh como tierra: "habrá gran calamidad en la tierra" [epi thzghz], siendo compelidos a

restringir el significado en la siguiente cláusula - "e ira sobre este pueblo". Pero, en

el ssiguiente versículo menos uno, donde se repite la misma frase - "calamidad epi

thz ghz" - lo traducen "en la tierra". En el pasaje que tenemos delante, los ayes

deben entenderse como denunciados, no sobre los habitantes del globo, sino sobre

los de la tierra, esto es, de Judea.

LA QUINTA TROMPETA

Cap. 9:1-12. "El quinto ángel tocó la trompeta, y vi una estrella que cayó del cielo a

la tierra; y se le dio la llave del pozo del abismo. Y abrió el pozo del abismo, y subió

humo del pozo como humo de un gran horno; y se oscureció el sol y el aire por el

humo del pozo ... Y se les dio poder, como tienen poder los escorpiones de la tierra

... Y tienen por rey sobre ellos al ángel del abismo, cuyo nombre en hebreo es

Abadón, y en griego, Apolión. El primer ay pasó; he aquí, vienen aún dos ayes

después de esto".

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~ 333 ~

Sobre esta representación simbólica, Alford observa: "Hay una Babel interminable

de interpretaciones alegóricas e históricas de estas langostas que salen del

abismo"; pero, aunque limpia el suelo del montón de especulaciones románticas

con las cuales ha sido sobrecargado, se abstiene de poner nada mejor en su lugar.

Sin asumir que tenemos más penetración que otros expositores, no podemos sino

pensar que el principio de interpretación sobre el cual procedemos, y que tan

obviamente establece el Apocalipsis mismo, proporciona una gran ventaja en la

búsqueda y el descubrimiento del verdadero significado. Con nuestra atención fija

en un solo punto de la tierra, y absolutamente limitados a un espacio de tiempo muy

breve, es comparativamente fácil leer los símbolos, y todavía más satisfactorio

marcar su perfecta correspondencia con los hechos.

Cualquiera que sea la oscuridad que haya en esta extraordinaria representación,

parece es bastante claro que ella no puede referirse a ningún ejército humano. Por

el contrario, todo apunta a lo infernal y demoníaco. Considerando el origen, la

naturaleza, y el líder de esta misteriosa hueste, es imposible considerarlo a

cualquier otra luz que no sea como símbolo de la irrupción de un siniestro poder

demoníaco. Es exactamente así como está representado, las huestes del infierno

que salen y hormiguean sobre la maldecida tierra de Israel. Tenemos delante

nuestro un monstruoso cuadro de una realidad histórica, la condición

completamente demoralizada y, por decirlo así, poseída por demonios, de la nación

judía hacia el trágico final de su memorable historia. ¿Tenemos algún fundamento

para creer que la última generación del pueblo judío era realmente peor que

cualquiera de sus predecesoras? ¿Es razonable suponer que esta degeneración

tenía alguna relación con una influencia satánica? A ambas preguntas tenemos que

contestar: Sí. Tenemos una declaración muy notable de nuestro Señor sobre estos

dos puntos, la cual, nos aventuramos a afirmar, da la clave para la correcta

interpretación de los símbolos que tenemos delante. En el capítulo doce de Mateo,

Jesús compara a la nación, o más bien, a la generación que entonces existía, con

un endemoniado del que había sido expulsado un espíritu inmundo. La predicación

del segundo Elías y los propios esfuerzos de nuestro Señor habían producido una

reforma moral temporal en la nación. Pero la antigua e inveterada incredulidad e

impenitencia pronto volvió, y en una forma siete veces peor.

"Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando

reposo, y no lo halla. Entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí; y cuando

llega, la halla desocupada, barrida y adornada. Entonces va, y toma consigo otros

siete espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel

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~ 334 ~

hombre viene a ser peor que el primero. Así también acontecerá a esta mala

generación". (Mat. 12:43-45).

La frase final está llena de significado. La nación culpable y rebelde, que había

rechazado y crucificado a su Rey, debía ser entregada, en su última etapa de

impenitencia y obstinación, al dominio irrestricto del mal. El demonio exorcizado

habría de regresar finalmente reforzado por una legión.

Tenemos abundante evidencia en las páginas de Josefo sobre la verdad de esta

representación. Una y otra vez, declara que la nación se había vuelto

completamente corrupta y degradada. "Ninguna generación", dice, "existió jamás

tan prolífica en el crimen".

"Opino", dice nuevamente, "que si los romanos hubiesen diferido el castigo de estos

miserables, la tierra se habría abierto y tragado la ciudad, o habría sido barrida por

un diluvio, o habría compartido el fuego y el azufre de Sodoma. Porque produjo una

raza mucho más impía que aquéllos que fueron así visitados". --- Josefo, lib. 5, cap.

13.

Ahora examinemos los símbolos de la quinta trompeta a la luz de estas

observaciones. No puede haber dudas en cuanto a la identidad de la "estrella que

cayó del cielo, a quien se le dio la llave del abismo". Sólo puede referirse a Satanás,

a quien nuetro Señor contempló "cayendo del cielo como un rayo" (Lucas 10:18).

"¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana!" (Isa. 14:12). La nube de

langostas que sale del pozo del abismo - langostas encargadas, no de destruir la

vegetación, sino de atormentar a los hombres - apunta, no de una manera oscura, a

espíritus malignos, emisarios de Satanás. Del lugar de donde proceden, el abismo,

se habla claramente en los evangelios como la morada de los demonios. La legión

expulsada del endemoniado de Gadara rogó a nuestro Señor "que no los mandase

al abismo" (Luc. 8:31). Las langostas de la visión están representadas como

infligiendo graves tormentos a los cuerpos de los hombres; y esto concuerda con

las afirmaciones del Nuevo Testamento relativas al efecto físico de la posesión

demoníaca - "gravemente atormentada por un demonio" (Mat. 15:22). No debe

causar ninguna dificultad el hecho de que espíritus inmundos sean simbolizados por

langostas, al ver que también se les compara con ranas, Apoc. 16:13. En cuanto a

la extraordinaria apariencia de las langostas, y su poder limitado a una duración de

cinco meses, los mejores críticos parecen concordar en que estas características

han sido tomadas prestadas de los hábitos y el aspecto de las langosta naturales,

de cuyos estragos se dice que están limitados a cinco meses del año, y cuya

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~ 335 ~

apariencia se parece hasta cierto punto a la de los caballos. (Véase a Alford, Stuart,

De Wette, Ewald, etc.). Es suficiente, sin embargo, considerar tales minucias más

bien como imágenes poéticas que rasgos simbólicos. Finalmente, su rey, "el ángel

del abismo", cuyo nombre es Abadón, y Apolión, el Destructor, no puede ser otro

que "el gobernador de las tinieblas de este mundo"; "el príncipe de las potencias del

aire"; "el espíritu que actúa en los hijos de desobediencia". El dominio maligno e

infernal de Satanás sobre la nación condenada a muerte queda ahora establecido.

Pero su tiempo fue corto, porque "el príncipe de este mundo" pronto habría de ser

"echado fuera". Mientras tanto, sus emisarios no tenían poder para hacer daño a los

verdaderos siervos de Dios, "sino sólo a los que no tenían el sello de Dios en sus

frentes".

Tal es la invasión de esta hueste infernal; por decirlo así, todo el infierno desatado

sobre la tierra dedicada, convirtiendo a Jerusalén en un pandemonio, habitación de

demonios, guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de toda ave inmunda y

aborrecible. (Apoc. 18:2).

LA SEXTA TROMPETA

Cap. 9:13-21. "El sexto ángel tocó la trompeta, y oí una voz de entre los cuatro

cuernos del altar de oro que estaba delante de Dios, diciendo al sexto ángel que

tenía la trompeta: Desata a los cuatro ángeles que están atados junto al gran río

Éufrates. Y fueron desatados los cuatro ángeles que estaban preparados para la

hora, día, mes, y año, a fin de matar a la tercera parte de los hombres. Y el número

de los ejércitos de los jinetes era doscientos millones. Yo oí su número", etc.

La sexta trompeta es introducida por el anuncio: "El primer ay pasó; he aquí vienen

aún dos ayes después de esto" - indicando que su llegada está cercana: están en

camino: "vienen" [ercetai].

Hay cierto parecido entre la visión presentada aquí y la que la precede. Ambas se

refieren a una hueste grande y multitudinaria desatada para castigar a los hombres;

en ambas la hueste no es como ningunos seres reales in rerum natura, pero ambas

parecen caer, en algunos puntos, dentro de las regiones de la realidad, y ser

susceptibles, en parte al menos, de verificación histórica. El primer incidente que

sigue al tocar de la sexta trompeta es la orden de "desatar los cuatro ángeles que

están atados junto al gran río Éufrates". Acerca de este pasaje, dice Alford: "Todas

las imágenes aquí han sido una crux interpretum en cuanto a quiénes son estos

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~ 336 ~

ángeles, y que se indica por la localidad que se describe aquí". Es en estos casos

cruciales, que desafían la destreza de la mano más hábil para abrir la cerradura, en

que demostramos el poder de nuestra llave maestra. Fijémosnos primero en lo que

parece más literal en la visión - "el gran río Éufrates". Eso, por lo menos,

difícilmente puede ser simbólico. Se dice que hay cuatro ángeles atados, no en el

río, sino junto a él [epi tw potamw]. Desatar estos cuatro ángeles libera una vasta

horda de jinetes armados, con las extrañas y antinaturales características descritas

en la visión. ¿Qué es lo verdadero y real que podemos deducir de estas imágenes

altamente elaboradas? ¿Cómo es que estos jinetes vienen de la región del

Éufrates? ¿Cómo es que hay cuatro ángeles atados junto a ese río? Ahora bien, se

recordará que la invasión de langostas vino del abismo del infierno; este ejército

invasor viene del Éufrates. Este hecho sirve para desenmarañar el misterio. El

ejército invasor que siguió a Tito hasta el sitio y la captura de Jerusalén fue traído

en gran medida de la región del Éufrates. Ese río formaba la frontera oriental del

Imperio Romano; y sabemos de cierto que esta frontera era guardada por cuatro

legiones, que estaban estacionadas regularmente allí. Concebimos estas cuatro

legiones como simbolizadas por los cuatro ángeles atados junto al río. "Desatar los

ángeles" equivale a movilizar las legiones, y no podemos pensar sino que el

símbolo es poético, pues es históricamente verdadero. Pero, se dirá, las legiones

romanas no consistían de caballería. Correcto; pero sabemos que, junto con los

legionarios del Éufrates, vinieron a la guerra judía fuerzas auxiliares traídas de esa

misma región. Antíoco de Comágene que, como nos dice Tácito, era el más rico de

todos los reyes que se sometieron a la autoridad de Roma, envió un contingente a

la guerra. Sus dominios estaban sobre el Éufrates. Sohemus, también otro rey

poderoso, cuyos territorios estaban en la misma región, envió una fuerza para

cooperar con el ejército romano a las órdenes de Tito. Ahora bien, las tropas de

estos reyes orientales, como las de sus vecinos los partos, eran mayormente de

caballería; y es completamente consistente con la naturaleza de la representación

alegórica o simbólica que en un libro como Apocalipsis estas feroces hordas

extranjeras de jinetes bárbaros asumiesen la apariencia presentada en la visión.

Son multitudinarias, monstruosas, agresivas, letales; y sin duda, así les parecían a

los miserables "moradores de la tierra" a quienes estaban encargados de destruir.

La invasión puede describirse correctamente en el lenguaje análogo del profeta

Isaías: "Jehová de los ejércitos pasa revista a las tropas para la batalla. Vienen de

lejana tierra, de lo postrero de los cielos, Jehová y los instrumentos de su ira, para

destruir toda la tierra" (Isa. 13:4,5).

Es en favor de esta interpretación que hay una manifiesta congruencia en la

invasión de la tierra dedicada, primero por una maligna hueste de demonios, y

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~ 337 ~

después por un poderoso ejército terrenal. Cada hecho está respaldado por

evidencia histórica decisiva. Despójese a la visión de este ropaje, y hay un sólido

núcleo de hechos sustanciales. Las dramáticas unidades de tiempo, lugar, y acción

han sido preservadas también, y gradualmente somos llevados más y más cerca de

la catástrofe bajo la séptima trompeta. Pero nos estamos anticipando.

Puede hacerse una objeción a esta explicación de la visión de la sexta trompeta, a

causa de las hordas eufráticas encargadas de destruir a los idólatras. Sin duda, la

flagrante idolatría descrita en el versículo veinte no era el pecado nacional de Israel

en aquel período, aunque lo había sido en épocas anteriores. Pero hay demasiada

razón para creer que muchos judíos sí se conformaban a prácticas paganas en los

días de Herodes el Grande y sus descendientes. Creemos, sin embargo, que en la

secuela se demostrará satisfactoriamente que, en Apocalipsis, el pecado de

idolatría se imputa a los que, aunque no eran culpables de adorar ídolos

literalmente, eran los obstinados e impenitentes enemigos de Cristo. (Véase la

exposición del capítulo 17).

Finalmente, la correcta traducción del vers. 15 elimina una oscuridad que ha sido

ocasión de mucha perplejidad y muchos conceptos erróneos. Se declara que los

cuatro ángeles atados junto al Éufrates, y desatados por el ángel de la sexta

trompeta, han sido preparados, no para una hora, y un día, y un mes, y un año, sino

para la hora, día, mes, y año: es decir, destinados por la voluntad de Dios para una

obra especial, en una coyuntura particular; y en el tiempo señalado, fueron

desatados para cumplir su misión providencial. "La tercera parte de los hombres" no

significa la tercera parte de la raza humana, sino la tercera parte de los "habitantes

de la tierra" (cap. 8:13), sobre los cuales los ayes están a punto de caer.

EPISODIO DEL ÁNGEL CON EL LIBRO ABIERTO

I. Ahora podríamos haber esperado que sonase la séptima trompeta; pero, como en

la visión de los siete sellos, la acción es interrumpida por la introducción de

episodios que hacen espacio para material nuevo que no cae estrictamente dentro

de la corriente principal de la narración.

Cap. 10:1-11. "Vi descender del cielo a otro ángel fuerte, envuelto en una nube, con

el arco iris sobre su cabeza; y su rostro era como el sol, y sus pies como columnas

de fuego. Tenía en su mano un librito abierto; y puso su pie derecho sobre el mar, y

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el izquierdo sobre la tierra; y clamó a gran voz, como ruge un león; y cuando hubo

clamado, siete truenos emitieron sus voces", etc.

1. Es natural que al principio estemos dispuestos a considerar a este ángel

poderoso, que aparece como el interlocutor en este episodio y en el siguiente, como

uno de los "espíritus ministradores" que ejecutan las órdenes del Altísimo. Pero una

consideración más plena impide esta suposición. Los atributos con los cuales está

investido este ángel se parecen tanto a los que se atribuyen a nuestro Señor en el

capítulo primero, que la mayoría de los intérpretes concuerda en la opinión de que

aquí se quiere dar a entender nada menos que al Salvador mismo. La nube de

gloria con la que está vestido es un símbolo usual de la presencia divina; el "arcoiris

sobre su cabeza" corresponde al arcoiris alrededor del trono (cap. 4:3); "su rostro

como el sol"; "sus pies como columnas de fuego"; "su voz como la de un león

cuando ruge"; todo esto se parece tan exactamente a la descripción en el cap. 1:10-

16 que apenas es posible llegar a cualquier otra conclusión sino que esta es una

manifestación del Señor mismo.

2. Pero aquí hay una correspondencia aún más notable entre la apariencia y la

acción de este "ángel poderoso" y la descripción que hace Pablo del arcángel en 1

Tes. 4:16: "Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con

trompeta de Dios". Aquí hay ciertamente una coincidencia muy singular. 1. El ángel

glorioso de Apocalipsis parece sin duda ser "el Señor mismo". 2. De ambos se dice

que "descienden del cielo". 3. En cada caso, está representado descendiendo con

"aclamación". 4. En cada caso, es la voz del "arcángel". 5. En cada caso, la

apariencia del ángel, o Salvador, está asociada con una trompeta. 6. También, el

momento de esta aparición parece ser el mismo: en Apocalipsis es en la víspera del

toque de la última trompeta, cuando "el misterio de Dios se habrá consumado";

mientras que en la epístola es en vísperas de "la gran consumación", o "el día del

Señor" (1 Tes. 5: 2).

3. Puede objetarse que el título de "ángel"o aun el de "arcángel" es incompatible

con la suprema dignidad del Hijo de Dios. Pero no puede haber dudas de que el

nombre ángel se le da en el AT al Mesías, Isa. 63:9; Mal. 3:1. El nombre de

arcángel es equivalente al de "principe de los ángeles", la misma frase con que la

versión siríaca traduce la palabra en 1 Tes. 4:16; en realidad, sería más razonable

objetar que el título de "arcángel" se le dé a cualquier persona que no sea divina.

Está en armonía con otros nombres que se aceptan como pertenecientes a Cristo,

como Arch, Arcwn, Archgoz, Arciereuz, Arcipoimhn, así que hay una fuerte

presunción de que el título Arcaggeloz también pertenece a Cristo.

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4. Hengstenberg sostiene, y con muchas probabilidades, que hay sólo un arcángel,

y que posee naturaleza divina. Este arcángel se llama "Miguel" en Judas, ver. 9;

pero en el libro de Daniel, Miguel es identificado expresamente con el Mesías (Dan.

12:1). Por lo tanto, arcángel es un título propio de Cristo.

5. Vale la pena notar que Pablo habla, no de la voz de un arcángel, sino del

arcángel, como si se estuviese refiriendo a lo que ya era bien conocido y familiar

para las personas a las cuales escribía. Pero, ¿dónde encontramos en las

Escrituras alguna alusión a "la voz del arcángel y la trompeta de Dios"? En ninguna

parte, excepto en este mismo pasaje de Apocalipsis. Deducimos que Apocalipsis

era conocido para los tesalonicenses, y que Pablo aludía a esta misma descripción.

6. Nuevamente, en las Epístolas a los Tesalonicenses, la voz del arcángel es

representada despertando a los santos ue duermen. Pero, ¿de quién es la voz que

llama a los muertos de sus tumbas? La voz del Hijo de Dios. "Viene la hora, y ahora

es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y saldrán" (Juan 5:25-29). La

voz del arcángel, pues, es la voz del Hijo de Dios. Se observará también, que se

dice que el sonido de la séptima trompeta es "el tiempo de juzgar a los muertos"

(Apoc. 11:18).

7. Por último, que el ángel poderoso de Apoc. 10:1 es una persona divina, y no otra

que el Señor Jesucristo, parece demostrado decisivamente por el cap. 11:3: "Y daré

a mis dos testigos que profeticen", etc., donde el que habla es evidentemente una

persona divina, y el mismo "ángel poderoso" que el profeta contempló

descendiendo del cielo.

Concluimos, pues, que el "ángel poderoso" de Apocalipsis es idéntico al "arcángel"

de 1 Tesalonicenses, y no es otro que "el Señor mismo".

II. Ahora consideramos el pronunciamiento del ángel poderoso.

Al principio, podríamos suponer que lo que el ángel pronunció se mantenía en

secreto. Se nos dice que, cuando clamó, siete truenos emitieron sus voces; pero,

cuando el vidente procedía a escribir lo que habían dicho, se le prohibió hacerlo:

"Sella las cosas que los siete truenos han dicho, y no las escribas" (ver. 5).

El profeta, sin embargo, pasa a registrar lo que el ángel hizo y dijo. Con el pie

derecho en el mar y el izquierdo en la tierra, el ángel levanta su mano al cielo, y jura

por el que vive por los siglos de los siglos que ya no habrá más tiempo ni tregua. Es

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decir: "El fin ha llegado; la paciencia de Dios ya no puede esperar más; el día de

gracia está a punto de concluir; ya no se dará más tregua".

Que este es el significado de la declaración es evidente por lo que sigue, en el ver.

7:

"En los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comience a tocar la trompeta, el

misterio de Dios se consumará, como él lo anunció a sus siervos los profetas".

En otras palabras, la séptima y última trompeta, que está a punto de sonar, traerá la

gran consumación predicha. Esta íntima conexión entre la aparición del arcángel y

el sonar de la séptima trompeta (que introduce la consumación) es sumamente

sugerente, y confirma con fuerza todo lo que se ha adelantado con respecto a la

correspondencia entre la escena que tenemos delante y la descripción de 1 Tes.

4:16.

Pero este séptimo versículo también confirma de modo singular y muy satisfactorio

los puntos de vista que ya se han expresado con respecto a lo que se ha llamado

erróneamente "la predicación del evangelio a los muertos" (1 Ped. 4:6). El lector

recordará que, en el pasaje a que se hace referencia, la expresión empleada es

"nekroiz euhggelisqh" (literalmente, fue evangelizado a los muertos, es decir, un

anuncio consolador fue hecho a los muertos).

En el pasaje que tenemos delante (cap. 10:7), descubrimos la fuente original de

esta peculiar expresión "evangelizado" [enhggelisen], y en un examen más

minucioso, encontramos una alusión, clara y distinta, a esa misma comunicación

hecha a los muertos, a la que se refiere Pedro. El ángel de la visión jura:

"que el tiempo no sería más, sino que en los días de la voz del séptimo ángel,

cuando él comience a sonar la trompeta, el misterio de Dios se consumará, como él

lo anunció a sus siervos los profetas".

En otras palabras, "como él lo anunció mediante un anuncio consolador a sus

siervos los profetas".

Aquí la cuestión se presenta sola: ¿Cuándo se hizo este anuncio consolador? Alford

contesta esta pregunta correctamente. En su nota sobre este versículo, dice:

"que el tiempo no sería más", es decir, no intervendría más; en alusión a la

respuesta dada al clamor de las almas de los mártires, cap. 6:11, kai erreqh avtoiz

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~ 341 ~

ina anapauswntai eti cronon mikron. Esta serie entera de juicios anunciados por las

trompetas ha sido una respuesta a las oraciones de los santos, y ahora la venganza

está a punto de tener entero cumplimiento; cronoz ouketi estai: la espera señalada

está cerca. Que este es el significado queda demostrado por el todo en taiz

hmeraiz, etc., que sigue".

Luego, ¿a quién se le hizo este consolador anuncio? La respuesta es: "a sus

siervos los profetas". Esto se refiere claramente a los que, en el cap. 6:9, están

representados como "las almas de los que fueron muertos por la palabra de Dios, y

por el testimonio que tenían". Porque, ¿cuál es la función de un profeta? ¿No es la

de declarar la palabra del Señor, y dar testimonio en favor de la verdad? En el

capítulo 6, se les describe como "habiendo sido muertos", la suerte que Jesús

predijo para sus siervos. "Por tanto, he aquí yo os envío profetas y sabios y

escribas; y de ellos, a unos mataréis y crucificaréis" (Mat. 23:34). Jerusalén era

notoriamente asesina de profetas. "¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los

profetas!" (Mat. 23:37). "No es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén"

(Luc. 13:33). Era la sangre de estos mártires la que había de ser requerida de

"aquella generación", y ahora el tiempo había llegado.

Por último, obsérvese el período indicado en este mensaje consolador [euaggelion].

Es "en los días de la voz del séptimo ángel que el misterio de Dios se consumará".

Volvamos al cap. 11:18, que describe el resultado del sonido de la séptima

trompeta, y ¿qué encontramos? Allí se declara: "Tu ira ha venido, y el tiempo de

juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas". Difícilmente es

necesario señalar cuán perfectamente coincide esto con las afirmaciones en 1 Ped.

4:6, así como en Apoc. 6:9-11, y cuán obviamente se refieren al mismo período y al

mismo suceso. Eleva la probabilidad a la certeza, y demuestra la verdad de la

explicación que ya se ha dado, mediante una sutil y recóndita correspondencia que

soportará la inspección más minuciosa y crítica.

III. El libro abierto en la mano del ángel (cap. 10:8-11). El ángel poderoso está

representado sosteniendo en su mano un librito abierto. No se nos informa de su

contenido, pero nos ayuda mucho en la interpretación de este símbolo la manifiesta

correspondencia entre la escena en Apocalipsis y la que se describe en Ezequiel 2,

3. En realidad, parecen contrapartes la una de la otra. El rollo en Ezequiel

corresponde al "librito". En la profecía, es "el Señor" quien sostiene el rollo en la

mano, y se lo da al profeta; una confirmación adicional del argumento de que es el

Señor quien, en Apocalipsis, sostiene en librito en su mano. Tanto en la profecía

como en Apocalipsis, el rollo o libro está abierto. En ambos, el rollo o libro es

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comido por los profetas; en ambos, "era dulce en la boca" al comerlo. Sólo el

Apocalipsis afirma que se volvió amargo en el vientre; pero podemos inferir que la

misma característica se aplica igualmente al rollo de Ezequiel. Todas estas notables

correspondencias prueban suficientemente que la escena en la profecía de

Ezequiel es el prototipo de la visión en Apocalipsis. Pero el punto principal que debe

observarse es la naturaleza del contenido del librito, y esto podemos establecerlo

por su paralelo en la profecía. El rollo que Ezequiel vio "estaba escrito por delante y

por detrás; y había escritas en él endechas y lamentaciones y ayes" (Eze. 2:10).

Deducimos, pues, que en ambos el contenido era amargo, porque Juan, como

Ezequiel, era el mensajero de ayes venideros para Israel, y esta misma visión

pertenece a las trompetas de ayes que hicieron sonar la señal del juicio.

LA MEDICIÓN DEL TEMPLO

Cap. 11:1,2. "Entonces me fue dada una caña semejante a una vara de medir, y se

me dijo: Levántate, y mide el templo de Dios, y el altar, y a los que adoran en él.

Pero el patio que está fuera del templo déjalo aparte, y no lo midas, porque ha sido

entregado a los gentiles; y ellos hollarán la ciudad santa cuarenta y dos meses".

Si faltase algo para probar que en estas visiones apocalípticas tratamos con historia

contemporánea, con hechos y cosas que existían en los días de Juan, ese algo lo

proporcionaría el pasaje que tenemos delante. Aquí tenemos evidencia clara y

distinta con respecto al tiempo y al lugar. La visión habla de la ciudad y el templo de

Jerusalén; la ciudad literal y el templo literal. Estaban, pues, en existencia cuando el

Apocalipsis se escribió, porque la visión que tenemos ante nosotros predice su

destrucción.

¿Qué puede ser más forzado y menos natural, menos crítico y más infundado, que

interpretar una afirmación como ésta como símbolo de la Reforma Protestante y la

Iglesia de Roma? Tales interpretaciones son en realidad una humillante prueba de

la extravagancia y la credulidad de algunos hombres buenos; pero hacen un daño

incalculable al dar ejemplo de manejar de modo imprudente de la Palabra de Dios, y

hacer pasar las fantásticas especulaciones de los hombres por los verdaderos

pronunciamientos de Dios. No tenemos en absoluto ningún derecho a suponer que

aquí se quiere decir algo más o algo menos que la ciudad literal de Jerusalén y el

templo literal de Dios.

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~ 343 ~

El interlocutor en esta visión es todavía el mismo "ángel poderoso", cuya identidad

con el "arcángel", "el Señor mismo", hemos tratado de establecer. El vidente recibe

una caña, o vara de medir, y se le ordena medir el templo de Dios, el altar, y los que

adoran en él. Regresamos naturalmente a la escena en Ezequiel 40, donde el

profeta ve a un ángel con un cordel de lino en la mano y una caña de medir,

midiendo las dimensiones del templo que estaba a punto de ser construido. Pero es

claro que, en esta visión apocalíptica, no es construcción lo que se quiere decir con

el símbolo, sino demolición y destrucción.

Es siempre importante tener presente que toda la acción del Apocalipsis se

apresura hacia una gran catástrofe, ahora no muy distante. Ni por un momento se

pierde de vista a Israel y a Jerusalén. Ya han sonado dos trompetas de ayes,

anunciando la suerte de la nación apóstata, y la consumación final sólo espera el

sonido de la tercera. El arcángel ya ha declarado que "el tiempo no sería más", y el

vidente ha probado lo amargo del libelo - el librito que contiene la acusación y el

castigo de aquella generación malvada.

En tales circunstancias, nada sino destrucción venidera puede ser el tema. Que la

vara de medir o el cordel se emplea en la Escritura como emblema de destrucción

es indiscutible, en realidad con más frecuencia que de construcción. Unos pocos

ejemplos deben bastar. En Lamentaciones 2:7,8, encontramos un pasaje que

podría ser la interpretación de esta visión apocalíptica: "Desechó el Seór su altar,

menospreció su santuario; ha entregado en mano del enemigo los muros de sus

palacios; hicieron resonar su voz en la casa de Jehová como en día de fiesta.

Jehová determinó destruir el muro de la hija de Sión; extendió el cordel, no retrajo

su mano de la destrucción; hizo, pues, que se lamentara el antemuro y el muro;

fueron desolados juntamente". Nuevamente, en la profecía de Isaías relativa a la

destrucción de Babilonia (cap. 34:11), leemos: "Se adueñarán de ella el pelícano y

el erizo, la lechuza y el cuervo morarán en ella; y se extenderá sobre ella cordel de

destrucción, y niveles de asolamiento". El profeta Amós también usa el mismo

emblema (Amós 7:6-9): "He aquí el Señor estaba sobre un muro hecho a plomo, y

en su mano una plomada de albañil. Jehová entonces me dijo: ¿Qué ves, Amós? Y

dije: Una plomada de albañil. Y el Señor dijo: He aquí, yo pongo plomada de albañil

en medio de mi pueblo Israel; no lo toleraré más. Los lugares altos de Isaac serán

destruidos", etc. Otro pasaje muy sugerente ocurre en 2 Reyes 21:12,13: "Por tanto,

así ha dicho Jehová el Dios de Israel: He aquí yo traigo tal mal sobre Jerusalén y

sobre Judá, que al que lo oyere le retiñirán ambos oídos. Y extenderé sobre

Jerusalén el cordel de Samaria y la plomada de la casa de Acab". (Véase también

Salmos 60:6; Isaías 28:17).

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~ 344 ~

Pero no sólo se usa el cordel o la vara de medir como símbolo de la destrucción de

lugares, sino, lo que es más singular, de personas, también. Hay un curioso pasaje

en 2 Samuel 8:2 que ilustra este hecho: Y David "derrotó también a los de Moab, y

los midió con cordel, haciéndoles tender por tierra; y midió dos cordeles para

hacerlos morir, y un cordel entero para preservarles la vida". Hay algo de oscuridad

en el pasaje, pero el significado parece ser que a los cautivos se les ordenaba

tenderse en tierra, se medía una cierta porción igual a dos tercios del total, que

estaban destinados a la muerte, mientras que al tercio restante se le perdonaba la

vida. Esto explica, lo que de otro modo sería casi ininteligible: por qué en la visión

son medidos tanto los que adoran como el templo y el altar. Creemos, pues, que

está claro que la orden de medir "el templo, el altar, y los que adoran" significa la

destrucción que estaba a punto de devastar los lugares más sagrados del judaísmo

y el mismo desgraciado pueblo.

Se observará que una parte de los recintos del templo, "el patio que está fuera del

templo" se exceptúa de la medición, y que por esta razón está asignado - "ha sido

entregado a los gentiles". El ppasaje dice así: "El patio que está fuera del templo

déjalo fuera, y no lo midas", etc. Hay alguna oscuridad en esta afirmación. Sabemos

que había una porción de los recintos del templo llamada "el atrio de los gentiles",

pero ese difícilmente puede ser aquél al que se alude aquí, pues sería extraño decir

que el patio de los gentiles sería dado a los gentiles. Es evidente, también, que se

dice que este abandono del atrio exterior a los gentiles es algo sacrílego, algo

asociado con la afirmación: "Y hollarán la santa ciudad cuarenta y dos meses". La

razón, pues, de la exención de la medición del patio exterior es probablemente que

el lugar ya estaba profanado; estaba, pues, "dejado fuera", rechazado, como que ya

no era un lugar sagrado; era profano e inmundo, estando en manos, y aún bajo los

pies, de los gentiles.

¿Hay en la historia de los últimos días de Jerusalén algo que responda a estos

hechos? Porque ese es el verdadero problema que tenemos que resolver. Aquí el

historiador judío arroja una vívida luz sobre el escenario entero descrito en la visión.

Josefo nos cuenta cómo, cuando estalló la guerra de los judíos, el templo se

convirtió en ciudadela y fortaleza de los insurgentes; cómo las diferentes facciones

luchaban por la posesión de esta ventajosa posición; y cómo Juan, uno de los jefes

rebeldes, defendía el templo con su grupo de bandidos llamados zelotes, mientras

Simón, otro cabecilla y rival, ocupaba la ciudad. Josefo nos dice cómo la fuerza

idumea, que puede describirse correctamente como perteneciente a los gentiles,

entró en la ciudad amparada por la oscuridad de la noche, durante una distracción

causada por una terrorífica tormenta, y fue admitida por los zelotes, sus

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~ 345 ~

confederados, dentro de los sagrados recintos del templo. Parece que, durante todo

el período del sitio, la ciudad y los atrios del templo estuvieron en posesión de estos

salvajes hombres sin ley de Edom, que llevaban con ellos la rapiña y el

derramamiento de sangre a dondequiera que iban. Fueron ellos los que en esta

ocasión asesinaron vilmente a Ananías y a Josué, dos de los sumos sacerdotes

más eminentes y venerables, un crimen al que Josefo atribuye la subsiguiente

captura de Jerusalén y el colapso de la comunidad judía. (Véase la obra de Traill

Josefo, libro 4, cap. 5, sec. 2).

¿No tenemos aquí plenamente satisfechas las condiciones del problema? La

violenta y sacrílega invasión del templo por parte de los zelotes e idumeos, y la

autoritaria ocupación de la ciudad por estos bandidos, que la hollaron bajo sus pies

durante el período del sitio, nos parece que cumplen con precisión los requisitos de

la descripción. ¿Seguramente no se dirá que los idumeos no eran gentiles? Es

importante observar que esta frase, los gentiles, o las naciones [ta eqnh], que con

tanta frecuencia ocurre en el Nuevo Testamento, se refiere generalmente a los

vecinos inmediatos de los judíos, viviendo muchos de ellos con los judíos, o al lado

de ellos, en la tierra de Palestina. Samaria era una eqnoz: Así lo eran también

Idumea, Batanea, Galilea, los tirios, y los sidonios; y la frase "todas las naciones" o

"todos los gentiles" se emplea a menudo en este sentido limitado para referirse a

las nacionalidades palestinas. Cuando nuestro Señor envió a los doce en su primer

viaje misionero, y les encargó que no fueran a los gentiles, ni entraran en ninguna

ciudad de los samaritanos, sino que fuesen más bien a las ovejas perdidas de la

casa de Israel, por gentiles no quería decir los griegos, ni los romanos, ni los

egipcios, ni los persas, sino los gentiles de casa, como podemos llamarles, a los

cuales los discípulos podían encontrar sin sobrepasar los límites de Palestina.

Algunas veces, corremos el peligro de ser confundidos por la aplicación de nuestras

modernas ideas geográficas y etnológicas al pensamiento y el lenguaje del tiempo

de nuestro Señor. Las ideas de los judíos eran más provinciales que ecuménicas:

su mundo era Palestina, y para ellos, "las naciones" o "los gentiles" a menudo no

significaba más que sus vecinos más cercanos que vivían en las fronteras, y a

veces dentro de las fronteras, de su propia tierra.

El pasaje que ahora estamos considerando arroja luz también sobre la profecía de

nuestro Señor en Lucas 21:24: "Y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que

los tiempos de los gentiles se cumplan". Debe observarse que nuestro Señor habla

aquí del sitio y la captura de Jerusalén, el mismo tema de la visión apocalíptica. No

puede ponerse en duda que la referencia de nuestro Señor a que Jerusalén sería

hollada por los gentiles es idéntica en significado al lenguaje de la visión: "Y

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~ 346 ~

hollarán [los gentiles] la santa ciudad". Ambos pasajes tienen que referirse al mismo

acto y al mismo tiempo: cualquiera sea el significado del uno es el significado del

otro. Puesto que, entonces, la alusión en Apocalipsis es a la violenta y sacrílega

ocupación de Jerusalén y del templo por las hordas de zelotes e idumeos, llegamos

a la conclusión de que nuestro Señor, en su predicción, alude al mismo hecho

histórico.

Pero, si es así, ¿qué debemos entender por "los tiempos de los gentiles" en la

predicción de nuestro Salvador? Se ha supuesto generalmente que esta expresión

se refiere a algún período místico de duración desconocida que se extiende

posiblemente a siglos y eones, y que todavía continúa en un curso que no se ha

completado. Pero, si esta interpretación no natural de las palabras ha de aplicarse a

la Escritura, es difícil ver para qué sirve especificar en absoluto algún período de

tiempo. Ciertamente es mucho más respetuoso hacia la Palabra de Dios entender

su lenguaje en el sentido de que tiene algún significado definido. ¿Y si "cuarenta y

dos meses" significa realmente cuarenta y dos meses, y nada más? Los tiempos de

los gentiles sólo pueden significar el tiempo durante el cual Jerusalén estuvo

ocupada por ellos. Ese tiempo se especifica claramente en Apocalipsis como

cuarenta y dos meses. Ahora bien, este es un período del cual se habla

repetidamente en este libro bajo diferentes designaciones. Es los "mil doscientos

sesenta días" del versículo siguiente, y el "tiempo, y tiempo, y la mitad de un

tiempo" del cap. 12:14, es decir, tres años y medio. Ahora bien, es evidente que

este espacio de tiempo en la historia de las naciones sería un punto insignificante;

pero, para una chusma tumultuosa y sin ley, controlar una gran ciudad por tal

período sería algo portentoso y terrible. No es probable que la ocupación de tal

ciudad por una turba armada continúe por edades y siglos: es un estado de cosas

anormal que debe terminar prontamente. Pero esto es exactamente lo que sucedió

en los últimos días de Jerusalén. Durante los tres años y medio que representan

con suficiente exactitud la duración de la guerra de los judíos, Jerusalén estuvo

efectivamente en manos y bajo los pies de una horda de rufianes, a quienes su

propio compatriota describe como "esclavos, y la escoria misma de la sociedad, los

espurios y contaminados engendros de la nación". Se puede decir que la última y

fatal lucha comenzó cuando Vespasiano fue enviado por Nerón, a la cabeza de

sesenta mil hombres, a sofocar la rebelión. Esto ocurrió a principios del año 67 A.

D., y en agosto del año 70 A. D., la ciudad y el templo eran un montón de

humeantes ruinas.

Apenas es posible concebir una correspondencia más completa y más

impresionante entre la historia y la profecía que ésta, que no necesita ninguna

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~ 347 ~

diestra manipulación y ninguna interpretación antinatural, sino la simple observación

de los hechos registrados en los anales del tiempo.

Las siguientes observaciones del profesor Moses Stuart acerca de este pasaje son

sumamente importantes:

"Cuarenta y dos meses. Después de toda la investigación que he podido llevar a

cabo, me siento obligado a creer que el escritor se refiere a un período literal y

definido, aunque no tan exacto que un solo día, ni siquiera varios días, de variación

interfiriese con la meta que tiene en mente. Es verdad que la invasión de los

romanos duró aproximadamente lo que duró el período mencionado, hasta que

Jerusalén fue tomada. Y aunque la ciudad no fue sitiada por tanto tiempo, la

metrópolis en este caso, como en otros innumerables casos en ambos

Testamentos, parece que se refiere al país de Judea. Durante la invasión de Judea

por los romanos, continuó el fiel testimonio de los perseguidos discípulos del

cristianismo, hasta que por fin fueron asesinados. La paciencia de Dios al diferir por

tanto tiempo la destrucción de los perseguidores se demuestra en esto, y

especialmente su misericordia, al continuar advirtiéndoles y reprochándoles. Este

es un método de interpretación natural, sencillo, y fácil, por decir lo menos, un

método que me siento constreñido a adoptar, aunque no es difícil levantar

objeciones contra él".

EPISODIO DE LOS DOS TESTIGOS

Cap. 11:3-13. "Y daré a mis dos testigos [poder] que profeticen por mil doscientos

sesenta días, vestidos de cilicio. Estos testigos son los dos olivos, y los dos

candeleros que están en pie delante del Dios de la tierra. Si alguno quiere dañarlos,

sale fuego de la boca de ellos, y devora a sus enemigos; y si alguno quiere hacerles

daño, debe morir él de la misma manera. Estos tienen poder para cerrar el cielo, a

fin de que no llueva en los días de su profecía; y tienen poder sobre las aguas para

convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda plaga, cuantas veces quieran.

Cuando hayan acabado su testimonio, la bestia que sube del abismo hará guerra

contra ellos, y los vencerá, y los matará. Y sus cadáveres estarán en la plaza de la

grande ciudad que en sentido espiritual se llama Sodoma y Egipto, donde también

nuestro Señor fue crucificado. Y los de los pueblos, tribus, lenguas y naciones verán

sus cadáveres por tres días y medio, y no permitirán que sean sepultados. Y los

moradores de la tierra se regocijarán sobre ellos y se alegrarán, y se enviarán

regalos unos a otros; porque estos dos profetas habían atormentado a los

moradores de la tierra. Pero después de tres días y medio entró en ellos el espíritu

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~ 348 ~

de vida enviado por Dios, y se levantaron sobre sus pies, y cayó gran temor sobre

los que los vieron. En aquella hora hubo un gran terremoto, y la décima parte de la

ciudad se derrumbó, y por el terremoto murieron en número de siete mil hombres; y

los demás se aterrorizaron, y dieron gloria al Dios del cielo".

Ahora entramos en la investigación de uno de los problemas más difíciles

contenidos en la Escritura, un problema que ha puesto a prueba, y hasta podemos

decir que ha desconcertado, las investigaciones y el ingenio de críticos y

comentaristas hasta la actualidad. ¿Quiénes son los dos testigos? ¿Son míticos o

personas históricas? ¿Son símbolos o realidades? ¿Representan principios o

individuos? Las conjeturas - porque no son sino eso - que se han adelantado sobre

este tema forman uno de los más curiosos capítulos de la historia de la

interpretación bíblica. Tan completo es el desconcierto, y tan insatisfactoria la

explicación, que muchos consideran el problema insoluble, o llegan a la conclusión

de que los testigos no han aparecido todavía, sino que pertenecen al futuro

desconocido.

Una de las puebas de una verdadera teoría de la interpretación es que debería ser

una buena hipótesis que funcione. Cuando se encuentre la clave correcta del

Apocalipsis, abrirá todas las cerraduras. Si esta visión profética es, como creemos,

la reproducción y la expansión de la profecía en el Monte de los Olivos; y si hemos

de buscar los personajes dramáticos que aparecen en sus escenas dentro de los

límites de los períodos a los cuales se extiende esa profecía, entonces el área de

investigación queda muy restringida, y las probabilidades de descubrimiento

aumentan desproporcionadamente. En la investigación relativa a la identidad de los

dos testigos, quedamos constreñidos casi a un punto en el tiempo. Algunos de los

datos son lo bastante precisos. Se verá que el período de su profecía antecede al

sonido de la séptima trompeta, esto es, justo antes de la catástrofe de Jerusalén. La

escena de su profecía tampoco se indica oscuramente: es "la gran ciudad, que en

sentido espiritual se llama Sodoma y Gomorra, donde también nuestro Señor fue

crucificado". A pesar de las objeciones de Alford, que en realidad no parecen tener

ningún peso, no puede haber ninguna duda razonable de que Jerusalén es el lugar

que se tiene en mente, según la opinión general de casi todos los comentaristas y

los obvios requisitos del pasaje. La pregunta, pues, es: ¿Cuáles dos personas que,

viviendo en la comunidad judía y en la ciudad de Jerusalén en los últimos días,

puede encontrarse que responden a la descripción de los dos testigos, como se da

en la visión? Esa descripción es tan marcada y minuciosa que su identificación no

debería ser difícil. Hay siete características principales:

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1. Son testigos de Cristo.

2. Son dos en número.

3. Están imbuídos de poderes milagrosos.

4. Están representados simbólicamente por los dos olivos y los dos candeleros que

se ven en la visión de Zacarías. (Zac. 4).

5. Profetizan vestidos de cilicio, es decir, su mensaje es de aflicción.

6. Sufren una muerte violenta en la ciudad, y sus cadáveres son tratados con

ignominia.

7. Después de tres días y medio, se levantan de entre los muertos, y son llevados

al cielo.

Antes de seguir adelante con la investigación, es bueno tomar nota de las

siguientes observaciones del Dr. Alford sobre el tema, con las cuales concordamos

cordialmente:

"Los dos testigos, etc. Ninguna solución se ha proporcionado jamás para esta

porción de la profecía. O los dos testigos son literales - dos hombres, dos individuos

- o son simbólicos - dos individuos considerados como la concentración de

principios y características, y esto ya sea por sí mismos, o como representantes de

hombres que encarnaban estos principios y estas características ... El artículo toiz

parece como si los dos testigos fuesen bien conocidos, y distintos en sus

individualidades. El dusin es esencial a la profecía, y no debe ser minimizado.

Ninguna interpretación que no retenga y no haga resaltar este dualismo, bien en

individuos o en líneas características de testimonio, puede estar en lo correcto".

Acerca de la afirmación "vestidos de cilicio" (como señal de la necesidad de

arrepentimiento y del juicio que se acercaba), dice Alford:

"Esta porción de la descripción profética ciertamente favorece fuertemente la

interpretación individual. Porque, primero, es difícil concebir cómo pueden

describirse así cuerpos enteros de hombres e iglesias; y, segundo, los principales

intérpretes de símbolos han dejado fuera este importante detalle, o pasaron muy

por encima de él. Uno no ve cómo puede decirse que cuerpos de hombres que

vivieron como otros hombres (siendo víctimas de persecución es otra cuestión) han

profetizado vestidos de cilicio".

Nuevamente, acerca del versículo cinco:

"Toda esta descripción es sumamente difícil de aplicar a la interpretación alegórica;

como podría esperarse, los alegoristas se detienen, extremadamente perplejos. El

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doble anuncio aquí parece poner el sello al sentido literal, y el ei tiz y el dei autun

apoktankhnai son decisivos contra cualquier mera aplicación nacional de las

palabras. La individualidad no podría haber sido indicada más vigorosamente".

Y otra vez, acerca de los poderes milagrosos atribuídos a los testigos:

"Todo esto apunta al espíritu y al poder de Moisés, combinado con el de Elías. Y sin

duda, es en estas dos direcciones que tenemos que buscar los dos testigos, o filas

de testigos. El uno personifica la ley, el otro los profetas. El uno nos recuerda al

profeta a quien Dios levantaría como a Moisés; el otro, a Elías el profeta, que

vendría antes del día grande y terrible de Jehová".

Concordando completamente con estas observaciones, que expresan el problema

justamente, y hacen a un lado de manera concluyente cualquier interpretación

alegórica por incompatible con los claros requisitos del caso, procedemos ahora a

buscar los dos testigos de Cristo, que testificaron por su Señor y sellaron el

testimonio con su sangre, en Jerusalén, en los últimos días del sistema judío, y no

titubeamos en nombrar a Santiago y a Pedro como las personas indicadas.

1. Santiago

Como hecho real e histórico, sabemos que, en los últimos días de Jerusalén, vivió

en aquella ciudad un maestro cristiano eminente por su santidad, un fiel testigo de

Cristo, dotado con los dones de profecía y de milagros, que profetizaba vestido de

cilicio que selló su testimonio con su sangre, pues fue asesinado en las calles de

Jerusalén en los días finales de la comunidad judía. Este era "Santiago, siervo de

Dios, y del Señor Jesucristo".

Veamos cómo cumple este nombre los requisitos del problema. Es imposible

concebir una representación más adecuada de los antiguos profetas y de la ley de

Moisés que el apóstol Santiago. Es incuestionable que era un fiel testigo de Cristo

en Jerusalén. Su residencia habitual, si no su residencia fija, era allí: su relación con

la iglesia de Jerusalén hace esto casi seguro. Ningún hombre de aquellos días tenía

más derecho a ser llamado un Elías. No era un cortesano untuoso, ni un

profetizador de cosas buenas, sino un asceta en sus hábitos, severo y osado en sus

denuncias del pecado, un hombre cuyas rodillas tenían callos, como los de un

camello, a fuerza de mucha oración, cuya impávida integridad y primitiva santidad le

ganaron, aun en aquella malvada ciudad, el apelativo de el Justo: ¿no era ésta la

manera en que se conducía un hombre que "atormentaba a los que moran en la

tierra", y respondía a la descripción de un testigo de Cristo? Todavía podemos

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escuchar el eco de aquellas severas reprimendas que mortificaban a aquellos

hombres orgullosos y codiciosos que "oprimían al obrero en su salario",

reprimendas que predecían la ira que vendría prontamente y que ahora estaba tan

cercana. "Aullad, oh ricos, por las miserias que os vendrán. Habéis acumulado

tesoros en los últimos días". ¿Quién puede con mayor probabilidad ser nombrado

uno de los testigos-profetas de los últimos días que Santiago de Jerusalén, "el

hermano del Señor"?

Concerniente al tiempo y la manera exactos del martirio de este testigo, puede

haber alguna duda, pero del hecho mismo, y de haber tenido lugar en la ciudad de

Jerusalén, no puede haber ninguna. En todo caso, hasta ahora, Santiago, en la

manera de su vida y de su muerte, responde con notable justeza a la descripción de

los testigos que se da en Apocalipsis.

Las siguientes observaciones del Dr. Schaff destacan vívidamente la vida y la obra

de Santiago de Jerusalén, y son extremadamente apropiadas al tema que se

discute.

"Había necesidad del ministerio de Santiago. Si alguno podía ganarse al pueblo del

antiguo pacto, era él. Complació a Dios poner un ejemplo tal de piedad del Antiguo

Testamento en su forma más pura entre los judíos para hacer la conversión al

evangelio, aun a la hora undécima, tan fácil para ellos como fuese posible. Pero,

cuando no quisieron escuchar la voz de este último mensajero de paz, se agotó la

medida de la divina paciencia, y se derramó el terrible juicio con que por tanto

tiempo habían sido amenazados. Y así se cumplió la misión de Santiago. No habría

de sobrevivir la destrucción de la Santa Ciudad y el templo. Según Hegesipo, fue

martirizado el año antes del suceso, es decir, en el 69 d. C.".

2. Pedro

Pero, ¿quién es el otro testigo? Parece que aquí quedamos completamente en la

oscuridad. En realidad, Stuart sugiere que podemos considerar el número dos como

meramente simbólico, pero esto parece una suposición sin fudamento. Además,

como los prototipos de los testigos del Antiguo Testamento, "los dos ungidos" de la

visión de Zacarías, eran dos personas, Zorobabel y Josué, es congruente que los

testigos de Apocalipsis sean dos personas. Sin duda, el segundo testigo, como el

primero, debe ser buscado entre los apóstoles. Eran pre-eminentemente testigos

cristianos, y poseían en el más alto grado los dones milagrosos atribuídos a los

testigos en Apocalipsis.

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Ahora bien, ¿qué otro apóstol además de Santiago tenía una reconocida conexión

con la iglesia de Jerusalén, habitaba declaradamente en esa ciudad, vivió hasta la

víspera de la disolución del sistema judío, sufrió una muerte de mártir, y la

experimentó en Jerusalén? Puede parecerles a algunos una conjetura disparatada

sugerir el nombre de Pedro, como nos aventuramos a hacerlo; pero no es en

absoluto una adivinanza al azar, y solicitamos una franca consideración de los

argumentos a favor de esta sugerencia.

Si la residencia habitual o fija de Pedro era en Jerusalén; que había una relación

íntima, si no oficial, entre él y la iglesia de aquella ciudad; que Pedro estaba en

Jerusalén en la víspera de la revuelta judía: todas estas circunstancias harían muy

probable la suposición de que Pedro era el otro testigo asociado con Santiago.

Entonces, ¿cuáles son los hechos, como se muestran en el Nuevo Testamento?

1. Encontramos a Pedro como la persona más prominente en la fundación original

de la iglesia de Jerusalén el día de Pentecostés.

2. Encontramos a Pedro citado ante el Sanedrín como representantede los

cristianos en Jerusalén (Hechos 4:8; 5:29).

3. Cuando la iglesia de Jerusalén fue dispersada después de la muerte de

Esteban, Pedro, junto con los otros apóstoles, continuó enJerusalén (Hechos

8:1).

4. Pedro fue delegado, junto con Juan, para visitar a los samaritanos convertidos

por la predicación de Felipe. Después de cumplir su misión, regresaron a

Jerusalén (Hechos 8:25).

5. Cuando Pedro fue llamado por revelación divina a Cesarea para predicar el

evangelio a Cornelio, encontramos que regresó de Cesarea a Jerusalén

(Hechos 11:2).

6. Fue en Jerusalén donde Pedro fue aprehendido y encarcelado por Herodes

Agripa I después del martirio de Santiago, "el hermano de Juan" (Hechos 12:3).

7. Sobre la conversión de Pablo, se nos dice: "ni subí a Jerusalén a los que eran

apóstoles antes que yo" (Gál. 1:17). Lo cual implica que había apóstoles

residiendo en esa ciudad.

8. Tres años después de su conversión, Pablo sube a Jerusalén. ¿Con qué

propósito? "Para ver a Pedro", y añade: "Permanecí con él quince días", dando

a entender que la residencia declarada de Pedro era Jerusalén. En esta

ocasión, Pablo vio sólo a otro apóstol, o sea "Santiago, el hermano del Señor"

Gál. 1:18,19).

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~ 353 ~

9. Catorce años después, Pablo visita Jerusalén nuevamente. ¿A quién encuentra

allí? A "Santiago, Cefas, y Juan, que eran considerados como columnas" (Gál.

2:1,9).

10. Cuando Pablo y Bernabé fueron delegados por la iglesia de Antioquia para ir

a Jerusalén a consultar a los apóstoles y ancianos con respecto a la imposición

del ritual judío a los conversos gentiles, ¿a qué apóstoles encontraron en

Jerusalén en esa ocasión? A Pedro y a Santiago. (Hechos 15:2,7,13).

11. Encontramos a Pedro y a Santiago desempeñando un papel principal en la

discusión de la cuestión referida a ellos por la iglesia de Antioquia; no

habiéndose nombrado a ningunos otros apóstoles como presentes. (Hechos

15:6-22).

12. Que Pedro y Santiago tenían una relación oficial y reconocida con la iglesia

de Jerusalén es presumible por lo términos de la carta dirigida a las iglesias

gentiles en Antioquia, etc. Al documento se le titula "los decretos de los

apóstoles y ancianos que están en Jerusalén", dando a entender su residencia

fija allí. (Véase a Steiger acerca de 1 Pedro 5:31).

13. Judas y Silas, habiendo entregado la epístola a la iglesia de Antioquia,

regresaron a Jerusalén, "a los apóstoles" (Hechos 15:33).

14. Deducimos que Pedro estaba asociado con Santiago en la iglesia de

Jerusalén por el hecho de que Pedro, cuando fue sacado de prisión

milagrosamente, envió un mensaje especial a Santiago y a los hermanos:

"Haced saber esto a Jacobo y a los hermanos" (Hechos 12:17).

15. Pedro (en 1 Pedro 5:13) envía una salutación de "su hijo Marcos". Si esto

quiere decir Juan apodado Marcos, como es lo más probable, sabemos que su

residencia estaba en Jerusalén, donde su madre tenía una casa. (Hechos

12:12).

16. Si se ve (como esperamos mostrar) que la Babilonia de 1 Pedro 5:13 es en

realidad Jerusalén, será una prueba decisiva de que el lugar habitual de

residencia de Pedro era en esa ciudad. Sin embargo, la evidencia completa de

la identidad de Babilonia con Jerusalén debe quedar en reserva hasta que

lleguemos a la consideración de Apoc. 16 y 17.

17. Una comparación entre las epístolas de Santiago y Pedro muestra que

ambas estaban dirigidas a la misma clase de personas, es decir, los creyentes

judíos de la dispersión. (Santiago 1:1; 1 Pedro 1:1). En relación con esta

investigación, es muy sugerente encontrar a estos dos apóstoles habitando en

la misma ciudad, relacionados oficialmente con la misma iglesia, asociados en

la misma obra, dirigiéndose a creyentes judíos en tierras extranjeras, y dando

testimonio de las mismas grandes verdades a edad avanzada, casi al final de

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~ 354 ~

sus vidas, y en la víspera de aquella gran catástrofe que enterró la ciudad, el

templo, y la nación en una ruina común.

18. Finalmente, puede afirmarse que, ya sea que estas probabilidades

equivalgan o no a una demostración, no puede mencionarse a nadie que

responda más al carácter de un testigo de Cristo en los últimos días de

Jerusalén que Pedro. Por supuesto, rechazamos como no históricas e

inverosímiles las mentirosas leyendas de la tradición que le asignan un

obispado y un martirio en Roma. La impostura ha recibido sólo un tratamiento

respetuoso sólo a manos de críticos y comentaristas. Es más que tiempo de

que sea relegada al limbo de las fábulas, junto con otros fraudes piadosos de la

misma naturaleza. Creemos que ha sido probado que la residencia declarada

de Pedro era Jerusalén. Que vivió hasta el umbral de la revuelta y la guerra

judías es evidente por sus epístolas. Que sufrió una muerte de mártir lo

sabemos por la predicción de nuestro Señor; y en su caso podemos muy bien

decir que se aplicaría el proverbio: "No puede ser que un profeta perezca fuera

de Jerusalén". Al leer sus epístolas, y considerarlas como testimonio de uno de

los dos testigos apostólicos de Cristo en la ciudad condenada a muerte, se

imparte un nuevo énfasis a su misterioso pronunciamiento que anticipa su

suerte y la de su país: "Es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios;

y si primero comienza por nosotros ...". ¡Cuán espantosa la descripción de los

tiempos malos y los hombres malos, al contemplarlos en los últimos días, con

sus propios ojos, en Jerusalén! Aunque el último capítulo fuese el testimonio

final del profeta-testigo de la tierra y la ciudad culpables; el último clamor de

advertencia antes de que estallase la ardiente tormenta de venganza: "El día

del Señor vendrá así como ladrón en la noche", etc. (2 Pedro 3:10).

Ahora veamos hasta qué punto son cumplidos los requisitos de la descripción

apocalíptica por esta identificación de los dos testigos como Santiago y Pedro.

Son dos en número: "Individuos, bien conocidos, y distintos en su individualidad",

como dice correctamente Alford que deben ser. Son más que esto; son consiervos y

hermanos en Cristo, asociados en la misma obra, la misma iglesia, la misma

ciudad. El dualismo, que Alford dice que es esencial para la correcta interpretación,

es perfecto. Aún más que esto: "Uno personifica la ley, el otro los profetas". ¿Quién

podría ser una representación mejor de la ley que Santiago? Aunque no por eso

personifica menos a los profetas. Santiago nos recuerda a Elías, que podría haber

sido su modelo; el severo asceta, cuyos poderosos logros en oración conmemora

en su epístola. Pedro también, que puede ser llamado el fundador de la iglesia

cristiana judía, nos recuerda a Moisés, el fundador de la antigua iglesia judía.

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~ 355 ~

Lo que los antiguos profetas eran para Israel, Santiago y Pedro lo eran para su

propia generación, especialmente para Jerusalén, el principal escenario de sus

vidas y trabajos. El período de su profecía es también notable; es por espacio de mil

doscientos sesenta días, o tres años y medio, representando la duración de la

guerra judía. Profetizan vestidos de cilicio: esto es, su mensaje es de juicio

venidero, la denuncia de la ira de Dios. Se les compara con los dos olivos y los dos

candelabros vistos en la visión de Zacarías: esto es, son "los dos ungidos", sobre

quienes ha sido derramado el Espíritu Santo, los alimentadores y las luces de la

iglesia cristiana, así como Zorobabel y Josué eran los alimentadores y las luces de

Israel en sus días. Son dotados de poderes milagrosos, una característica que no

debe ser justificada, y que se aplicará sólo a testigos apostólicos. Han de sellar su

testimonio con su sangre, y hasta ahora encontramos que Santiago y a Pedro

cumplen perfectamente las condiciones del problema. Estamos seguros de que

ambos fueron mártires de Cristo, y que eso ocurrió en los últimos días de la

comunidad judía.

Con respecto al lugar en que fue derramada la sangre de Santiago, tenemos

evidencia histórica creíble de que fue en Jerusalén. Pero aquí la luz nos falla, y de

aquí en adelante nos vemos obligados a ir tanteando nuestro camino. De la muerte

de Pedro no tenemos ningún registro; pero el silencio mismo es sugerente. Que las

dos personas principales de la iglesia de Jerusalén cayeran víctimas de un gobierno

suspicaz, o de la furia del pueblo, en el momento en que la revolución estaba a

punto de estallar, o cuando ya hubiese estallado, es sólo demasiado probable; que

sus cadáveres yacieran insepultos concuerda con lo que realmente ocurrió en

muchos casos durante aquel terrible período de barbarismo sin ley que precedió a

la caída de Jerusalén: pero, aunque hemos avanzado hasta este punto, no

podemos avanzar más.

Los testigos martirizados se levantan nuevamente a la vida después de tres días y

medio; se ponen de pie, para consternación de sus enemigos y asesinos; ascienden

al cielo en una nube, a la vista de los que se regocijaban sobre sus cadáveres. Si se

nos pregunta: ¿Tuvo lugar este milagro con respecto a Santiago y a Pedro, los

testigos martirizados de Cristo?, sólo podemos responder: No lo sabemos. No hay

evidencia ni de lo uno ni de lo otro. Sólo sabemos que fue una clara promesa de

Cristo de que a su venida los santos vivos serían arrebatados para encontrar al

Señor en el aire. Si esto podría tener lugar a una gran escala de decenas de miles,

y cientos de miles, no es difícil suponer que podría tener lugar en el caso de dos

individuos. Si la ascensión de Cristo mismo es un hecho creíble, no es fácil ver por

qué la ascensión de sus dos testigos no puede ser también un hecho literal.

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~ 356 ~

Pero no dogmatizamos sobre el tema: los hechos están delante de nosotros, y debe

dejarse que hagan su propia impresión en la mente del lector. No parece posible

resolver el todo por medio de una alegoría. Donde ya hemos encontrado tantos

hechos sustanciales e historia creíble, parece inconsistente e irrazonable sublimar

la conclusión en una mera metáfora y un símbolo. Por lo tanto, abandonamos el

tema con esta sola observación: Por lo menos cuatro quintos de la descripción de

Apocalipsis se ajustan a la historia de Santiago y de Pedro, y nadie puede alegar

que el resto no puede ser igualmente apropiado.

Queda, sin embargo, una circunstancia a la cual no nos hemos referido, es decir, el

enemigo por el cual los testigos son muertos. Leemos en el ver. 7: "Cuando hayan

acabado su testimonio, la bestia que sube del abismo hará guerra contra ellos, y los

vencerá, y los matará". Esta es la primera mención de un ser que ocupa un gran

espacio en la parte subsiguiente del libro de Apocalipsis - "la bestia que sube del

abismo". Aquí es presentada prolépticamente, esto es, por anticipación. Tendremos

mucho que decir en la secuela con respecto a este ser portentoso, y ahora sólo

aludimos al tema para hacer notar el hecho de que, cualquiera que sea el

significado del símbolo, apunta a un poderoso y letal antagonista de Cristo y su

pueblo; y que a este monstruo se le atribuye la muerte de los dos testigos.

La ascensión de los testigos martirizados al cielo es seguida inmediatamente por un

acto de juicio infligido a la ciudad culpable en la que su sangre fue derramada:

Cap. 11:13. "Y en la misma hora hubo un gran terremoto, y la décima parte de la

ciudad se derrumbó, y por el terremoto murieron en número de siete mil hombres; y

los demás se aterrorizaron, y dieron gloria al Dios del cielo".

Es difícil ver cómo puede considerarse esto como puramente simbólico. Es un

hecho notable que en Josefo encontramos un relato de un incidente que ocurrió

durante la guerra judía, que en muchos respectos guarda un notable parecido con

los sucesos descritos en este pasaje. En aquella ocasión fatal, cuando la fuerza

idumea fue traicioneramente admitida en la ciudad por los zelotes, tuvo lugar un

terrible terremoto, y en la misma noche fue perpetrada una gran matanza de los

habitantes de la ciudad por los bandidos. La afirmación de Josefo es como sigue:

"Durante la noche se desató una aterradora tormenta; soplaba el viento con

tempestuosa violencia, y la lluvia caía a torrentes; los relámpagos destellaban sin

interrupción, acompañados por horrísonos truenos, y la tierra que se estremecía

resonaba con poderosos mugidos. El universo, convulsionado hasta sus mismos

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~ 357 ~

cimientos, parecía cargado con la destrucción de la humanidad, y era fácil

conjeturar que estos eran portentos de una calamidad nada trivial".

Aprovechando el pánico causado por el terremoto, los idumeos, que estaban

coaligados con los zelotes que ocupaban el templo, consiguieron entrar en la

ciudad, y se originó una terrible matanza. "El patio exterior del templo", dice Josefo,

"se inundó de sangre, y el día amaneció sobre ocho mil quinientos cadáveres".

No citamos esto como cumplimiento del escenario de la visión, aunque puede ser

así, sino para mostrar cuánto se parecen los símbolos a los hechos históricos

reales.

Así termina la visión del sexto sello con estas impresionantes palabras: "El segundo

ay pasó; he aquí, el tercer ay viene pronto".

LA SÉPTIMA TROMPETA

La Catástrofe de la Visión de la Trompeta

Cap. 11:15-19. "El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el

cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su

Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos. Y los veinticuatro ancianos que

estaban sentados delante de Dios en sus tronos, se postraron sobre sus rostros, y

adoraron a Dios, diciendo: Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que

eres y que eras y que has de venir, porque has tomado tu gran poder, y has

reinado. Y se airaron las naciones, y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los

muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que

temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen

la tierra. Y el templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veía en

el templo. Y hubo relámpagos, voces, truenos, un terremoto y grande granizo".

Ahora llegamos a la última de las visiones de las trompetas, y, como en todos los

otros casos, encontramos que la visión culmina en una catástrofe - un acto de juicio

infligido sobre los enemigos de Dios; y, por otro lado, el triunfo y la felicidad de su

pueblo. Nos da mucho gusto citar aquí las observaciones de Dean Alford, que capta

correctamente el plan y la estructura de las sucesivas visiones:

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"Todo esto", dice, "crea un fuerte fundamento para inferir que las tres series de

visiones - los sellos, las trompetas, y las copas - no son continuas, sino que se

reanudan: en realidad, no pasan por el mismo terreno la una con la otra, ya sea en

el tiempo o en la ocurrencia, sino que cada una desarrolla algo que no estaba en la

anterior; y pone el rumbo de la providencia de Dios bajo una luz diferente. Es

verdad que los sellos incluyen las trompetas y las trompetas las copas; pero no es

en una mera sucesión temporal: la involución y la inclusión son mucho más

profundas", etc.

Esta es una importante admisión, y si el crítico erudito hubiese llevado el mismo

principio de reanudación a todas las visiones, habría prestado un valor diez veces

mayor a su exposición apocalíptica. El principio mismo está estampado tan

legiblemente en el libro que es maravilla cómo alguien puede dejar de verlo.

En cuanto a los símbolos de la séptima trompeta-visión, son extremadamente

claros, y casi evidentes por sí mismos. Obsérvese que es "la última trompeta" la

que ahora suena, y los sucesos que siguen son tales que podríamos esperar de

una consumación tan grande.

El primer resultado es la proclamación del reino de Dios. Este es el gran final hacia

el cual, de una u otra forma, tiende toda la acción de todas las visiones. Es el tema

de toda la profecía; el terminus ad quem de los evangelios, las epístolas, y el

Apocalipsis. El período de la venida del reino está marcado con toda claridad a

través de todo el Nuevo Testamento; está siempre asociado con "el final del

tiempo", o el fin de la dispensación judía [sunteleia tou aiwnoz], la resurrección, y el

juicio. La séptima trompeta es la señal de que "el fin" ha llegado, y que "el misterio

de Dios" está consumado; es, por lo tanto, el tiempo de la proclamación de que el

reino de Dios ha venido. El Mesías reina: "Ha puesto a todos sus enemigos por

estrado de sus pies".

Aquí podemos observar la singular consistencia y armonía entre representaciones

tan desvinculadas y ampliamente disímiles como las enseñanzas de Pablo y las

visiones de Apocalipsis. En el capítulo quince de la Primera Epístola a los Corintios,

Pablo, hablando de este mismo período, "el fin", y el sonido de la última trompeta,

da a entender que es el tiempo en que el reino de Dios vendrá, y en que Cristo

"entregará el reino a Dios Padre". Esta parece ser la misma transacción

representada en la escena delante de nosotros. El Mesías ha vencido; ha suprimido

todo reglamento, toda autoridad, y todo poder, es decir, el hostil y maligno

antagonismo judío que ha sido el encarnizado enemigo de su causa. Pero ha

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conquistado el reino para que su Padre pueda ser supremo. En consecuencia, el

coro de ancianos delante del trono celebra la reanudación del reino por el Padre,

diciendo: "Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, que eres y que eras,

porque has tomado tu gran poder, y has reinado". Esta es una coincidencia tan sutil,

y, si se nos permite decirlo, tan sincera, que da la fuerza de la demostración a los

puntos de vista que han sido propuestos.

El siguiente resultado de la última trompeta es la declaración de que el tiempo del

juicio de los muertos ha llegado, trayendo recompensa al pueblo de Dios y

retribución a sus enemigos (ver. 18).

Hemos condensado aquí en unas breves oraciones la esencia de la escatología del

Nuevo Testamento. La ira de la cual a menudo se decía que vendría ahora ha

llegado. Es tiempo de juzgar a los muertos: lo que supone su resurrección; es

tiempo de vindicar a los mártires de Cristo, cuya protesta se oyó en Apoc. 6:9; es

tiempo de recompensar a todos los fieles, tanto grandes como pequeños; es tiempo

de retribuir a los enemigos de Cristo, los destructores de la tierra. En realidad, la

catástrofe entera representa un tiempo y un acto de juicio, el escenario de ese juicio

es la culpable tierra de Israel, y el tiempo es "el fin del tiempo", la terminación de

economía judía.

El versículo que acabamos de considerar está en notable correspondencia con

Salmos 2. "Las naciones se amotinan" es una alusión a "¿Por qué se aíran [eqnh]

las naciones?". Se les representa como en revuelta contra el rey de Sión, y se les

exhorta a someterse, no sea que Él se enoje, y que ellos perezcan en su ira. En la

visión, su ira ha llegado, y los destructores de la tierra perecen en esa ira. Sería

superfluo señalar cuán exactamente representa todo esto el juicio de los culpables

dirigentes y del culpable pueblo de Israel. La escena está localizada infinitamente

por la expresión thm ghn - es decir, "la tierra de Israel".

La representación simbólica en el último versículo (ver. 19) parece susceptible de

una explicación satisfactoria. En el momento mismo del destino fatal de Jerusalén,

cuando la ciudad y el templo perecen juntos; cuando todo el ceremonial y el ritual

de lo terrenal y lo transitorio son barridos, el templo de Dios en el cielo se abre, y el

arca de su pacto se ve en él. Esto es como decir que lo local y lo temporal pasan,

pero son sucedidos por lo celestial y lo eterno; lo terrenal y figurativo es

reemplazado por lo espiritual y lo verdadero. En esta representación tenemos un

excelente comentario sobre las palabras de la epístola a los Hebreos. "Aún no se

había manifestado el camino al Lugar Santísimo, entre tanto que la primera parte

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del tabernáculo estuviese en pie". Pero no bien es eliminada "la primera parte del

tabernáculo" cuando se abre el templo en el cielo, y hasta la sagrada arca del pacto,

el santuario de la gloria y la presencia divina, queda expuesta a los ojos de los

hombres. El acceso al Lugar Santísimo ya no está prohibido, y "tenemos libertad

para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo".

Así, en medio de portentosas manifestaciones de ira y juicio contra los impíos -

"relámpagos, y truenos, y un terremoto, y granizo", los reconocidos concomitantes

en el Antiguo Testamento de la presencia y el poder divinos - termina la visión de

las siete trompetas.

PARTE III

La Parusía en Apocalipsis

La Cuarta Visión

Visión de las Cuatro Figuras Místicas

Caps. 12, 13, 14

La catástrofe de la visión de las trompetas nos conduce a la misma crisis que la

catástrofe de los siete sellos. Ambas son representaciones diferentes del mismo

gran suceso. Pero todavía hay espacio para nuevas representaciones; y la visión

siguiente nos introduce a un juego de símbolos completamente diferente, aunque

pertenecientes al mismo período y relacionados con los mismos sucesos. Su lugar,

entre las siete trompetas y las siete copas, nos permite definir sus límites muy

claramente; y termina, como las otras visiones, con una catástrofe bien marcada.

Sin embargo, difiere de ellas en que no está tan expresamente caracterizada por el

número siete, aunque no es difícil ver que en realidad consiste de ese número de

figuras o caracteres principales, siendo todos ellos representaciones simbólicas.

Son: 1. La mujer vestida de sol. 2. El gran dragón bermejo. 3. El hijo varón. 4. La

bestia que sube del mar. 5. La bestia que sube de la tierra. 6. El Cordero en el

monte de Sión. 7. El Hijo del hombre sobre la nube. Por lo tanto, llamamos a esta

visión la visión de las siete figuras místicas. Ocupa los tres capítulos siguientes, 12,

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~ 361 ~

13, 14. Es de la mayor importancia, para la correcta interpretación de estas visiones

apocalípticas, que tengamos presente con firmeza los límites del área al cual

quedamos restringidos por los términos del libro. Es sólo un punto en el tiempo

histórico y en el espacio geográfico - la consumación de la era jud&iacutte;a. El

teatro de la acción, y el mayor número de personajes dramáticos, debe buscarse

siempre en el punto central, donde está el foco de interés - Jerusalén y Judea. Rara

vez tenemoos que viajar más allá de esta región, aunque a veces se introducen

elementos más remotos, cuando tienen una relación especial con el tema principal.

1. La Mujer Vestida del Sol

Cap. 12: 1,2. "Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol. con

luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. Y estando

encinta, clamaba con dolores de parto, en la angustia del alumbramiento".

Cap. 12:5. "Y ella dio a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas las

naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono.

No es sorprendente que esta representación de la mujer que da a luz un hijo

destinado a regir a todas las naciones, que es arrebatado para Dios y para su trono,

etc., sugiera a primera vista a la Virgen Madre y a su Hijo, que tan pronto nació fue

perseguido por los celos asesinos de Herodes, "que buscó al niño para destruirle", y

que ascendió al trono de Dios. Sin embargo, esta interpretación se derrumba en

seguida, porque es completamente incompatible con las subsiguientes

representaciones de la visión. No hay nada en la historia de María que corresponda

a la persecución de la mujer por el dragón; a su huida al desierto después de la

ascensión de su Hijo; al agua como un río arrojada por la serpiente para destruir a

la mujer, y a la guerra que se hace contra "el resto de la descendencia de ella".

Hay otra objeción que es fatal para esta interpretación. Está fuera de los límites que

Apocalipsis mismo traza expresamente alrededor de su escenario y su tiempo de

acción. No está entre las cosas "que deben suceder pronto". Si fuésemos

retrotraídos para examinar representaciones simbólicas del nacimiento de Cristo, no

estaríamos sobre terreno apocalíptico. Abandonar este terreno es viajar fuera del

registro, dejar la tierra firme de los hechos históricos, y lanzarnos por el mar sin

orillas de la conjetura, sin brújula y sin estrella.

No tenemos dificultades, pues, para aceptar la opinión común de que la mujer

vestida del sol representa a la iglesia cristiana. Pero esta afirmación sola es muy

vaga. Es la iglesia perseguida, la iglesia apostólica, la iglesia de Judea, la que es

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simbolizada aquí. Es decir, la iglesia hebreo-cristiana de los últimos días de la era

judía.

Los emblemas con los cuales está adornada la mujer no parecerán incongruentes ni

extravagantes si recordamos el lenguaje lenguaje con el que el profeta se dirige a

Israel: "Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha

nacido sobre tí", etc. (Isa. 60). Que la iglesia apostólica resplandeciese como el sol,

que la luna estuviese bajo sus pies, sólo está en armonía con todo lo que se dice en

el Nuevo Testamento acerca de la dignidad y la gloria de la esposa de Cristo.

Pero lo que identifica a la mujer en la visión como la iglesia hebreo-cristiana es la

corona de doce estrellas sobre su cabeza. De que esto es emblemático de las doce

tribus de los hijos de Israel parece no haber dudas; y por lo tanto, esto fija la

referencia de la visión en la iglesia de Judea.

2. El Gran Dragón Escarlata

Cap. 12: 3, 4. "También apareció otra señal en el cielo: he aquí un gran dragón

escarlata, que tenía siete cabezas y diez cuernos; y en sus cabezas siete

diademas; y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó

sobre la tierra. Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin

de devorar a su hijo tan pronto como naciese".

No hay posibilidad de duda con respecto a la identidad de este símbolo. El dragón

es "aquella serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás" - el antiguo e

inveterado enemigo de Dios y de su pueblo. Se le representa como poseedor de

vasta autoridad y vasto poder, teniendo "siete cabezas y diez cuernos, y en sus

cabezas siete diademas", porque es "el dios de este mundo", "el príncipe de las

potencias de los aires", "el acusador de los hermanos", "el engañador del mundo

entero". Este maligno enemigo de la causa de Cristo está listo a devorar el hijo que

la mujer está a punto de dar a luz.

3. El Hijo Varón

Cap. 12: 5. "Y ella dio a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas las

naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono".

Alford afirma que "el hijo varón es el Señor Jesucristo, y no ningún otro". Dice

además que "las exigencias de este pasaje requieren que el nacimiento se entienda

literal e históricamente, como el nacimiento que todos los cristianos conocen". Y sin

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~ 363 ~

embargo, sostiene que la madre es "la iglesia"; que "no es posible que se quiera dar

a entender la Bienaventurada Virgen". Estas dos suposiciones son incompatibles, y

se destruyen mutuamente. A primera vista, sí parece natural suponer que se quiere

significar a Cristo, pero una consideración ulterior mostrará que no puede ser así.

Nunca se dice que la iglesia es la madre de Cristo, ni que Cristo es el hijo de la

iglesia. La iglesia es la novia, la esposa, el cuerpo, la casa de Cristo, pero nunca la

madre. Cristo es el Rey, la Cabeza, el Esposo de la iglesia, pero nunca el hijo o el

niño. Él es el Hijo de Dios, y el Hijo del hombre; pero nunca el hijo de la iglesia. En

una figura así, habría una incongruencia y una impropiedad que repugnan al sentido

de lo correcto.

Creemos que la clave de este símbolo debe encontrarse en el capítulo sesenta y

seis de Isaías, que es la fuente original de la cual se derivan las figuras. Jerusalén

está representada aquí como una mujer en dolores de parto, que da a luz a un hijo

varón (vers. 7, 8): "Antes que estuviese de parto, dio a luz; antes que le viniesen

dolores, dio a luz hijo. ¿Quién oyó cosa semejante? ¿Concebirá la tierra en un día?

¿Nacerá una nación de una vez? Pues en cuanto Sión estuvo de parto, dio a luz

sus hijos". Es imposible creer que la semejanza entre estos pasajes sea meramente

casual; y recibimos, pues, una gran ayuda en la interpretación de la visión de parte

de las representaciones análogas en la profecía. Así como en la profecía el hijo

varón, o los hijos de Sión, significa los fieles de la tierra o de Jerusalén, así también

el hijo varón nacido de la mujer perseguida en Apocalipsis denota los fieles

discípulos de Cristo en Judea, y hasta en Jerusalén misma. Esta explicación

armoniza las aparentes incongruencias del pasaje, y da un sentido inteligible y

razonable a la representación entera. La iglesia hebreo-cristiana está personificada

como la madre perseguida de un vástago perseguido; ella da a luz a un hijo varón,

pero un hijo varón es también una nación, según las palabras del profeta. Este hijo

varón está destinado a "regir a las naciones con vara de hierro, y es arrebatado

para Dios y para su trono". Estas afirmaciones les parecen a muchos sólo

aplicables al Hijo de Dios mismo; pero, en realidad, en Apocalipsis se afirma que

son el privilegio y la recompensa de todo discípulo fiel: "Al que venciere y guardare

mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones, y las regirá con vara

de hierro" (cap. 2:26,27); "al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi

trono" (3:21). No es, pues, injustificable aplicar estas expresiones, por elevadas que

sean, a los fieles discípulos de Cristo.

Habiendo quedado así garantizada la seguridad de su vástago, Dios hace provisión

para la madre perseguida.

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Cap. 12:6. "Y la mujer huyó al desierto, donde tiene lugar preparado por Dios, para

que allí la sustenten por mil doscientos sesenta días".

Esta es una anticipación de la declaración más plena que se encuentra en los

versículos 13-16, donde se nos dice que "se le dieron a la mujer las dos alas de la

gran águila, para que volase de delante de la serpiente al desierto, a su lugar,

donde es sustentada por un tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo".

Esta alusión al período de tiempo durante el cual la mujer es preservada

proporciona una pista para la interpretación de esta parte de la visión. Se verá que

es el mismo espacio de tiempo durante el cual Jerusalén es hollada por los gentiles,

y durante el cual los dos testigos pronuncian su profecía. Es decir, estas diferentes

designaciones de tiempo - cuarenta y dos meses, mil doscientos sesenta días, y un

tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo - son todas equivalentes a tres años y

medio, de los cuales se sabe que fue la duración de la guerra judía. Es, pues,

razonable concluir que estos diferentes sucesos coinciden con el período de la

guerra judía, y abarcan la misma duración, siendo sucesos contemporáneos. Puede

preguntarse: ¿Hay algún hecho histórico que corresponda a los símbolos de la

visión, a saber, la mujer perseguida, la madre del hijo varón, que huye al desierto

delante del dragón, y que es preservada en seguridad durante un espacio de tiempo

igual a tres años y medio? Creemos que lo hay; y trataremos de presentar los

hechos verdaderos que, según creemos, responden a la representación simbólica.

Nuestro Señor advirtió claramente a sus discípulos que, cuando vieran ciertas

señales específicas de la catástrofe que se aproximaba, especialmente cuando

vieran "a Jerusalén rodeada de ejércitos" y "la abominación desoladora en el lugar

santo", debían escapar sin pérdida de tiempo de la sentenciada ciudad, y "huir a las

montañas". Tan apresurada debía ser su huída que hasta debían renunciar a sus

pertenencias y preocuparse sólo por su seguridad personal (Mat. 24:15-18).

También tenemos el testimonio de Josefo de que muchos judíos, al principio de las

hostilidades con Roma, abandonaron Jerusalén como quien abandona un barco

que se hunde. Es presumible que la población cristiana, que había sido advertida

tan expresamente de lo que venía, salieran de la ciudad; y no parece haber razón

para poner en duda el hecho de que, como cuerpo, sí se retiraron, y buscaron

refugio en Perea, más allá del Jordán, un distrito del cual Josefo nos informa que es

generalmente desolado, y podría, por lo tanto, describirse correctamente como "el

desierto".

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~ 365 ~

Es así, pues, cómo encajan los símbolos en la historia. La iglesia de Jerusalén, la

madre iglesia como puede muy bien llamarse, la fecunda madre de una multitud de

hijos espirituales, está sujeta a severa y dolorosa persecución, atizada por Satanás,

el maligno adversario de Cristo y de su pueblo. Si el hijo varón arrebatado para Dios

y para su trono simboliza a los hijos martirizados de la iglesia, a los que se hace

referencia en el versículo 11, los que, "aunque condenados por los hombres en la

carne, fueron justificados y coronados por Dios con la vida eterna en sus espíritus"

(1 Pedro 4:6), nosostros no lo decidiremos, aunque creemos que es probable. Sin

embargo, la madre iglesia, aunque despojada de su primogénito, todavía es

perseguida por el dragón. Nunca fue la persecución más encarnizada que durante

el período en que ocurrió la revuelta judía y apareció el ejército de Roma ante de las

puertas de Jerusalén. Advertida por Dios, la iglesia de Jerusalén abandonó la

ciudad, y huyó, como en alas de águilas, al desierto, más allá del Jordán, donde

encontró un refugio seguro durante la guerra y el sitio. Frustrado en su intento por

aplastar la causa de Cristo en Jerusalén, el dragón desahoga su ira descargando

una inundación de furia maligna sobre los cristianos fugitivos - lo que, sin embargo,

no les hace daño - y luego se vuelve a importunar y perseguiir "el resto de la

descendencia de ella", o sea, los discípulos en otras partes de la tierra o del país.

Si se dijera que hay una incongruencia al representar a los perseguidos cristianos

de la iglesia de Jerusalén con la doble figura de la mujer y el hijo varón, uno de los

cuales es arrebatado al cielo, mientras que el otro huye a refugiarse en el desierto,

respondemos que es una incongruencia inseparable del uso de tales símbolos. Sión

y sus hijos en la profecía de Isaías son virtualmente idénticos; y lo mismo sucede

con la mujer y el hijo varón. Hablamos de Inglaterra y su pueblo cuando en realidad

queremos decir lo mismo con ambas expresiones; y sería una crítica

exageradamente exigente la que objetara un lenguaje tal, lo cual, si no es

lógicamente correcto, añade mucho al efecto dramático y poético de la descripción.

Aunque se siente bastante perplejo por la interpretación de la visión en general,

Alford opina a favor de nuestra explicación de una parte muy importante de los

símbolos. Estas son sus palabras:

"Creo que, considerando las analogías y el lenguaje usados, estoy mucho más

dispuesto a interpretar la persecución de la mujer por el dragón como las varias

persecuciones por parte de los judíos, interpretaciones que siguieron a la

ascensión, y su huida al desierto como la retirada gradual de la iglesia y sus

seguidores en Jerusalén y Judea, una retirada consumada finalmente en la huida a

Page 366: La parusia revisado

~ 366 ~

las montañas durante el sitio que se acercaba, comandados por nuestro Señor

mismo".

Es extraño que, habiendo encontrado un hecho histórico que correspondía tan bien

al símbolo, el crítico no buscara más en la misma dirección, lo que sin duda habría

resultado en una luminosa exposición del todo; pero es alejado por el fuego fatuo de

un compendio de historia universal de la iglesia en Apocalipsis, ignorando

inexplicablemente las expresas afirmaciones del libro mismo con referencia al

período muy restringido dentro del cual debían cumplirse sus visiones.

Ahora llegamos al conflicto entre el dragón y el campeón que aparece para

defender a la mujer perseguida:

Cap. 12:7-9. "Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles

luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles; pero no

prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. Y fue lanzado fuera el gran

dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al

mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él".

No parece que este suceso - el conflicto entre Miguel y el dragón - fuera

representado para el vidente en visión. No es introducido con la fórmula usual en

estos casos: "Y miré, y he aquí" [eidon kai idou], sino relatado en el estilo de un

historiador. Tampoco se nos informa ni del tiempo ni la ocasión del conflicto que

tuvo lugar. En realidad, todo el suceso es misterioso, y está fuera del ámbito de las

cosas terrenales; el escenario de él es "en el cielo"; los combatientes son seres

espirituales - "principados y potestades en lugares celestiales"; aunque es

razonable suponer que el acontecimiento tiene íntima relación con la historia del

período apocalíptico que es el sujeto de la visión. Evidentemente, se introduce para

explicar la intensa hostilidad del dragón contra la iglesia de Cristo; y esta

circunstancia parece dar a entender que la expulsión de Satanás a la que se alude

aquí tuvo lugar poco antes de que estallara la persecución contra los cristianos. Es

importante recordar que "Miguel" está identificado, con toda probabilidad, con el

Hijo de Dios. El lector es referido a la prueba satisfactoria de su identidad aducida

por Hengstenberg.

No debemos concebir este conflicto como de fuerza física, como las batallas de

Milton en "El Paraíso Perdido", sino más bien como una victoria moral y espiritual

de la verdad sobre el error, de la luz sobre las tinieblas, del evangelio sobre el

pecado y la incredulidad. Hay probablemente una íntima relación entre la expulsión

de Satanás a la que se hace referencia aquí y las palabras de nuestro Señor a sus

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~ 367 ~

discípulos cuando volvieron con su informe de su exitosa misión como evangelistas:

"Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo" (Luc. 10:18); y nuevamente: "Ahora

es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera"

(Juan 12:31); y otra vez: "Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las

obras del diablo" (1 Juan 3:8). Traducidos los símbolos al lenguaje común, parecen

significar que el progreso del cristianismo en el país despertó la hostilidad de

Satanás y sus emisarios, y condujo a una persecución más activa de los discípulos

de Cristo.

La victoria de Miguel y sus ángeles es celebrada con una triunfal proclamación en el

cielo, lo cual sí cae dentro de la esfera de la visión.

Cap. 12:10,11. "Entonces oí una gran voz en el cielo que decía: Ahora ha venido la

salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque

ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba

delante de nuestro Dios día y noche".

En todo esto tenemos la expresión de la verdad general de que, en el largo y mortal

conflicto con la enemistad judía, intensificada por la maldad satánica, Cristo luchó a

favor de sus perseguidos discípulos y frustró los ataques de sus adversarios. Cuán

claramente reconocía Pablo la presencia y la actividad de un poder infernal en la

maligna hostilidad que se oponía al evangelio puede verse en sus notables

palabras: "No luchamos contra sangre y carne, sino contra principados, contra

potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes

espirituales de maldad en las regiones celestes" (Efe. 6:12). Despojada de sus

imágenes simbóicas, la visión muestra que los esfuerzos de Satanás para aplastar

la verdad de Dios fueron frustrados y derrotados, y sólo condujeron a un triunfo más

señalado y decisivo del reino de Cristo.

Satanás, frustrado de su presa y sabiendo que "sólo le queda poco tiempo" porque

la consumación está ahora muy, muy cercana, se va, como hemos visto, a hacer

guerra contra el resto de la descendencia de la mujer, "los que guardan los

mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesús" (ver. 17).

4. La Primera Bestia

Cap. 13:1-10. "Me paré sobre la arena del mar, y vi subir del mar una bestia que

tenía siete cabezas y diez cuernos; y en sus cuernos diez diademas; y sobre sus

cabezas, un nombre blasfemo. Y la bestia que vi era semejante a un leopardo, y

sus pies como de oso, y su boca como boca de león. Y el dragón le dio su poder y

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~ 368 ~

su trono, y grande autoridad. Vi una de sus cabezas como herida de muerte, pero

su herida mortal fue sanada; y se maravilló toda la tierra en pos de la bestia, y

adoraron al dragón que había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia,

diciendo: ¿Quién como la bestia, y quién podrá luchar contra ella? También se le

dio boca que hablaba grandes cosas y blasfemias; y se le dio autoridad para actuar

cuarenta y dos meses. Y abrió su boca en blasfemias contra Dios, para blasfemar

de su nombre, de su tabernáculo, y de los que moran en el cielo. Y se le permitió

hacer guerra contra los santos, y vencerlos. También se le dio autoridad sobre toda

tribu, pueblo, lengua, y nación. Y la adoraron todos los moradores de la tierra cuyos

nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado

desde el principio del mundo. Si alguno tiene oído, oiga. Si alguno lleva en

cautividad, va en cautividad; si alguno mata a espada, a espada debe ser muerto.

Aquí está la paciencia y la fe de los santos".

Ahora entramos en una investigación llena de interés, pero también llena de

dificultades, si bien esas dificultades son mitigadas grandemente por los límites

conocidos del área dentro de la cual están restringidas, y donde debemos buscar el

personaje que ahora es introducido en escena, y que juega un papel tan importante

en la continuación.

Ahora se admite que la verdadera lectura del primer versículo es estaqh [él se

paró], es decir, el dragón. Esto no carece de importancia. El dragón, frustrado en su

intento de destruir a la mujer y a su simiente, se instala sobre la arena del mar,

buscando con los ojos a un poderoso auxiliar para alistarlo a su servicio.

No tarda mucho éste en aparecer. Se ve salir del mar a un portentoso monstruo. Se

le designa como qhrion [una bestia salvaje], que ya se ha mencionado por

anticipación en el cap. 11:7. La descripción de este monstruo es muy minuciosa, de

modo que debería ser fácil su identificación. Observemos los detalles de la

descripción.

1. La bestia sale del mar.

2. Tiene siete cabezas, diez cuernos, y diez diademas sobre sus cuernos.

3. Sobre sus cuernos tiene nombres blasfemos.

4. Reúne las características de todas las bestias vistas por Daniel (cap. 7).

5. El dragón delega poder en ella.

6. Una de sus cabezas es herida de muerte; pero la herida mortal es sanada.

7. Recibe el homenaje del mundo entero.

8. Se le rinden honores divinos.

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~ 369 ~

9. Blasfema contra Dios, y hace guerra contra los santos.

10. La duración de su poder se limita a cuarenta y dos meses.

11. Su número es "número de hombre", y que es "seiscientos sesenta y seis". (En

el capítulo 17 se añaden otros detalles, que completan la descripción de la bestia,

aunque hay que confesar que no tienden a facilitar el descubrimiento de su

identidad).

12. Era, y no es, y será (cap. 17:8).

13. Asciende del abismo, y va a perdición (cap. 17:8).

14. Es un rey: uno de siete, y también el octavo (cap. 17:11).

Sería extraño que un número como éste, de marcadas y peculiares características,

fuese aplicable a más de un individuo, o que un individuo así fuese tan oscuro que

no pudiera ser reconocido en seguida. Tiene que ser buscado entre los grandes de

la tierra; tiene que ser el primero en sus días, el observado de entre todos los

observadores; debe ocupar el trono más encumbrado y gobernar el imperio más

poderoso. Además, su período es fijo: ocurre en los últimos días del sistema judío,

cerca de la catástrofe final. El misterio es revelado hasta por su propia solución.

Esta bestia portentosa, este potentado del mundo, este ministro plenipotenciario de

Satanás, no puede ser otro que el amo del mundo, el Emperador de Roma, "el

hombre de pecado" - NERÓN.

Ahora veamos cómo concuerdan los detalles con el carácter de Nerón:

1. Nadie le disputará el título de "bestia". Si hombre alguno mereció alguna vez

ese nombre, fue el monstruo brutal que desgració a la humanidad con sus

notorias crueldades y notorios crímenes. Pablo le aplica una designación

similar: "Fui librado de la boca del león" (2 Tim. 4:17).

2. La expresión "surge del mar" probablemente quiere decir que la bestia es una

potencia extranjera. Debemos considerarla desde un punto de vista judío; y en

Judea, Nerón sería, por supuesto, un soberano de más allá del mar.

3. Las siete cabezas y los diez cuernos coronados de la bestia son los símbolos

de su poder plenario y dominio universal.

4. Los nombres de blasfemia inscritos en sus cabezas significan la asunción de las

prerrogativas de la deidad.

5. La unión de las características de las cuatro bestias en la visión de Daniel indica

que el dominio de la bestia abarca los reinos representados en aquella visión.

6. La posesión del poder delegado por el dragón implica el sometimiento de la

bestia a los intereses de Satanás. Ella es la delegada del dragón.

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~ 370 ~

7. El que una de sus cabezas fuese herida de muerte implica el violento fin del

individuo simbolizado por la bestia.

8. Se cae de su peso que el emperador romano recibiría el homenaje del mundo

entero, y que se le rendiría culto idólatra.

9. La historia nos cuenta que Nerón fue el primero de los emperadores que

persiguió a los cristianos.

10. La duración de aquella primera y encarnizada persecución concuerda con el

período de cuarenta y dos meses, o tres años y medio, mencionados en la

visión. (Si adoptamos la lectura del Codex Sinaiticus, "se le dio que hiciera su

voluntad por cuarenta y dos meses", implicaría evidentemente que su cruel

política de persecución estaría limitada a ese período. Ahora, en términos

prácticos, la persecución por Nerón comenzó en noviembre del año 64 d. C., y

terminó con su muerte en junio del año 68 d. C., esto es, con la mayor

aproximación posible, tres años y medio).

Posponiendo, por el momento, la consideración de la pregunta siguiente y crucial -

"el número de la bestia", podemos hacer una pausa aquí para observar cuán

precisamente concuerda todo esto con el carácter de Nerón. Al principio,

estaríamos dispuestos a creer, con Bossuet, que la bestia de la visión significa "el

Imperio Romano, o más propiamente, Roma misma, la señora del mundo - la Roma

pagana, la perseguidora de los santos". Pero, al seguir adelante, quedamos

satisfechos en el sentido de que no es una abstracción, sino una persona real, la

que se describe aquí, o, por lo menos, el poder imperial personificado en el más

feroz y brutal de sus representantes, el emperador Nerón. Cada uno de los puntos

de la descripción identifica al criminal. Fue el execrable tirano que primero soltó los

infernales perros de la persecución contra los inofensivos cristianos de Roma. Más

como bestia que como hombre, sació su sanguinaria propensión con el asesinato

de su hermano, su madre, y su esposa. Incendiario de su propia capital, imputó su

crimen falsamente a los inocentes cristianos, a los cuales ejecutó en vastos

números y con barbaridades jamás oídas. Blandiendo el mayor poder sobre la

tierra, lo usó para entregarse a los vicios más despreciables, y se hizo esclavo de

las más brutales pasiones. Se arrogó las prerrogativas de la deidad, y reclamó y

recibió la adoración debida a Dios. Su desmesurada vanidad le hizo codiciar la

admiración; le llevó a actuar como actor en el escenario, a conducir un carruaje en

el circo, a competir en los juegos olímpicos. "Se maravilló toda la tierra en pos de la

bestia". Se nos dice que recibió no menos de mil ochocientas coronas por sus

victorias. Dio Casio relata que Nerón entró en Roma triunfalmente, y fue saludado

con aclamaciones por el senado y por el pueblo, que le ofrecieron la más abyecta

adulación. Fue saludado con gritos de: "¡Victorias olímpicas! ¡Victorias pitias!

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~ 371 ~

¡Augusto! ¡Augusto! ¡Nerón el Hércules! ¡Nerón el Apolo! ¡Sagrada Voz! ¡El Eterno!"

[Eiz ap aiwnoz].

Mucho más oscura es la aparentemente paradójica afirmación relativa a la herida

mortal de la bestia, que, sin embargo, fue sanada. Por supuesto, si fue sanada, no

era mortal; y si era mortal, no podría haber sido sanada en realidad. Sería

manifiestamente irrazonable exigir el cumplimiento literal de una imposibilidad, pero

la explicación debería reconciliar la aparente contradicción. Ahora bien, es un hecho

curioso que se haya dado una explicación plausible de la paradoja. Nerón murió de

una muerte violenta - de una herida de espada, infligida bien ppor su propia mano o

por la de un asesino. No es necesario decir que la herida era mortal; pero había sin

duda una creencia muy general en ese tiempo de que Nerón no murió, sino que

estaba oculto en alguna parte, reaparecería antes de mucho, y recuperaría su poder

anterior. Tácito alude a la creencia popular (Historia, cap. 2.8), así como Suetonio

(Nerón, cap. 57). No hay nada improbable en la suposición de que una tal nota de

identidad, que personificaba la creencia general, podría emplearse como se emplea

en la visión; en todo caso, ninguna otra explicación proporciona una solución tan

razonable y satisfactoria del problema.

El Número de la Bestia

Ahora llegamos a la cuestión que ha puesto a prueba el ingenio de críticos y

comentaristas casi desde el día en que se propuso por primera vez, y que todavía

difícilmente puede decirse que está resuelta; es decir, el nombre o el número de la

bestia. Sin desperdiciar tiempo en las varias respuestas que se han dado, puede

ser suficiente hacer una o dos observaciones preliminares acerca de las

condiciones del problema.

1. Es evidente que el autor consideró que estaba proporcionando suficiente

información para la identificación de la persona bajo discusión. Es también

presumible que no quería desconcertar a sus lectores, sino ilustrarlos.

2. Es igualmente evidente que la explicación no está en la superficie. Se requiere

sabiduría para entender sus palabras: es sólo el hombre "que tiene

entendimiento" el que es competente para resolver el problema.

3. Es claro que lo que él se propone transmitir a sus lectores es el nombre de la

persona simbolizada por la bestia. Su nombre expresa cierto número; o, las

letras que forman su nombre, cuando se añaden juntas, suman cierto valor

numérico.

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~ 372 ~

4. El nombre o el número es el de un hombre; es decir, no es una bestia, ni un

espíritu malo, ni una abstracción, sino una persona, un hombre que está vivo.

5. El número que expresa el nombre es, en caracteres griegos, c e z, o, en valores

numéricos, seiscientos sesenta y seis.

Sobre bases completamente independientes, ya hemos arribado a la conclusión de

que con la bestia apocalíptica se quiere significar el emperador reinante, Nerón. Es

su nombre, por lo tanto, lo que debería cumplir, no obviamente, no sin alguna

investigación, pero sí satisfactoria y concluyentemente, todas las condiciones del

problema. El nombre del emperador estaría escrito de tres maneras, según estaba

expresado en uno u otro de tres idiomas, latín, griego, o hebreo: en latín, Nerón

César; en griego, Nerwn Kaisar; en hebreo, rsq nwrn.

Juan no escribía a los romanos, ni en latín, así que la primera forma puede ser

hecha a un lado en seguida. Sin embargo, escribía en griego, y para lectores bien

familiarizados con el idioma griego, aunque la mayoría de ellos eran probablemente

de sangre judía. Es probable que la mayoría de ellos pronunciaría el temido nombre

en seguida e instintivamente. En ese caso, se sentirían desorientados, porque la

letras griegas NerwnKaisar no sumarían los números requeridos.

Pero si eso hubiese sido todo lo que se necesitaba, el nombre habría estado en la

superficie, patente y palpable para el más lerdo entendimiento. No se requeriría ni

sabiduría ni entendimiento para leer el enigma. El lector no debe intentar otro

método. Juan era hebreo, y aunque escribía en caracteres griegos, sus

pensamientos eran hebreos, y la forma hebrea del nombre y el título imperial le eran

familiares a él y a sus amigos hebreo-cristianos tanto de Asia Menor como de

Judea. Podría no ocurrírsele de modo natural al lector reflexivo calcular el valor de

las letras que expresaban el nombre del emperador en hebreo. Y el secreto sería

revelado:

N = 50 Q = 100

R = 200 S = 60

W = 6 R = 200

N = 50

306 +360 = 666.

Page 373: La parusia revisado

~ 373 ~

Aquí hay, pues, un número que expresa un nombre; el nombre de un hombre, del

hombre que, de entre todos los que entonces vivían, merecía mejor ser llamado una

bestia: el cabeza del imperio, el amo del mundo; que reclamaba para sí el título de

dios, que recibía honores divinos, que perseguía a los santos del Altísimo; en suma,

que respondía en todos los detalles a la descripción de la visión apocalíptica. Si se

preguntase: ¿Por qué envolvería el profeta su significado en enigmas? ¿Por qué no

nombraría expresamente al individuo al que se refería? Primero, Apocalipsis es un

libro de símbolos: todo en él se expresa en imágenes, que necesitan ser traducidas

al lenguaje corriente. Pero, en segundo lugar, no sería seguro hablar más

claramente. Expresar abiertamente el nombre del tirano, después de describirle y

designarle de la manera expresada en Apocalipsis, habría sido precipitado e

imprudente en extremo. Como Pablo cuando describió al "hombre de pecado", Juan

vela su significado bajo un disfraz, que los paganos griegos o romanos no

discernirían, pero que los instruídos cristianos de Judea o de Asia Menor

entenderían en seguida.

Es una fuerte confirmación de la exactitud de esta interpretación el hecho de que

tenemos otra enigmática descripción del mismo personaje de la mano de Pablo. Ya

hemos visto la prueba de que "el hombre de pecado" bosquejado en 1 Tes. 2 no es

otro que Nerón, y la comparación de los dos retratos muestra cuán notable es la

semejanza entre uno y otro y con el original. Esta correspondencia no puede ser

meramente una curiosa coincidencia; sólo puede explicarse con la suposición de

que ambos apóstoles tenían en mente al mismo individuo.

5. La Segunda Bestia

Cap. 13:11-17. "Después vi otra bestia que subía de la tierra; y tenía dos cuernos

semejantes a los de un cordero, pero hablaba como dragón. Y ejerce toda la

autoridad de la primera bestia en presencia de ella, y hace que la tierra y los

moradores de ella adoren a la primera bestia, cuya herida mortal fue sanada.

También hace grandes señales, de tal manera que aun hace descender fuego del

cielo a la tierra delante de los hombres. Y engaña a los moradores de la tierra con

las señales que se le ha permitido hacer en presencia de la bestia, mandando a los

moradores de la tierra que le hagan imagen a la bestia que tiene la herida de

espada y vivió. Y se le permitió infundir aliento a la imagen de la bestia, para que la

imagen hablase e hiciese matar a todo el que no la adorase. Y hacía que a todos,

pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se les pusiese una marca en

la mano derecha, o en la frente; y que ninguno pudiese comprar ni vender, sino el

que tuviese la marca o el nombre de la bestia, o el número de su nombre".

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~ 374 ~

Si nuestras conclusiones con respecto a la identidad de la primera bestia son

correctas, no debería ser difícil descubrir a quién se alude con la segunda bestia.

Se observará que, en muchos respectos, hay una fuerte semejanza entre ellas: son

de la misma naturaleza, aunque una es suprema y la otra es subordinada; pero

también hay puntos de diferencia. Será correcto, sin embargo, en este caso

también, considerar juntas las varias características particulares que ayudan a

identificar al individuo que se tiene en mente.

1. La segunda bestia surge de la tierra.

2. Sólo tiene dos cuernos, y son como los de un cordero.

3. Habla como dragón.

4. Está investido de la autoridad delegada por la primera bestia.

5. Obliga a los hombres a rendir homenaje, o culto, a la bestia.

6. Pretende ejercer poderes milagrosos.

7. Gobierna con fuerza y crueldad tiránicas.

8. Excluye de los derechos civiles a todos los que rehusan rendir abyecta sumisión

a la bestia.

Al examinar estas características, se hace perfectamente claro que tenemos que

buscar el antitipo para esta figura simbólica en un hombre de carácter similar al del

mismo monstruo Nerón. Evidentemente, él es el alter ego del emperador, aunque

sus proporciones ocurren en menor escala.

1. El hecho de que surja de la tierra, mientras que la primera bestia surge del mar,

denota que la segunda bestia es una autoridad local, que gobierna a Judea,

mientras que la otra es una potencia extranjera.

2. El hecho de que tenga dos cuernos como los de un cordero, mientras que la

primera bestia tiene diez, denota que su esfera de gobierno es pequeña, y que

su poder es limitado en comparación con el otro.

3. El hecho de que hable como dragón, o como serpiente, denota su carácter

astuto y engañoso.

4. El hecho de que esté investido de la autoridad de la primera bestia indica que él

es el representante oficial y el delegado de Nerón en Judea.

En este punto se nos revela el individuo. No puede ser otro que el procurador

romano o el gobernador de Judea a las órdenes de Nerón, y el gobernador

particular hay que buscarlo en o cerca del estallido de la guerra judía; y aquí la

historia de la época arroja muchísima luz sobre la investigación.

Page 375: La parusia revisado

~ 375 ~

Hay dos nombres que pueden competir entre sí por la mala pre-eminencia del

original de esta descripción de la segunda bestia - Albino y Gessio Floro. Cada uno

de ellos fue un monstruo de tiranía y crueldad, pero el último lo fue más que

primero. Antes de que Gesio Floro llegara al puesto, los judíos tenían a Albino por el

peor gobernador que jamás les había pisoteado con su opresión. Después de que

llegó Gesio Floro, consideraron a Albino un hombre casi virtuoso en comparación.

Floro fue un bellaco digno de estar al lado de Nerón: un esclavo digno de tal amo.

En las páginas de Josefo, el lector encontrará la historia del enorme e increíble

libertinaje, el fraude, la traición, y la tiranía de este último, y el peor, de todos los

gobernadores que representaron la autoridad imperial en Judea, y verá cómo el

historiador sigue el rastro de la mala administración de este hombre tristemente

famoso hasta llegar a la ruina que descendió sobre la nación. Fue esta opresión

intolerable y draconiana lo que acicateó a los infelices judíos hasta llevarles a la

rebelión, y fue la causa inmediata de la guerra que terminó en la completa

destrucción de Jerusalén y de su pueblo. En realidad, Josefo no ha preservado

todos los hechos. Si los tuviésemos, sin duda ilustrarían vívidamente todos los

detalles del retrato apocalíptico de la segunda bestia. Pero apenas si los

necesitamos. La fuerza, el fraude, la crueldad, la impostura, la tiranía, son atributos

que con demasiada certidumbre podrían aplicarse a un procurador como Floro.

Quizás los rasgos más difíciles de verificar son los que se relacionan con el

cumplimiento obligatorio del homenaje a la estatua del emperador y la asunción de

pretensiones milagrosas. Pero, aún aquí, todo lo que sabemos está a favor de que

la descripción es correcta al pie de la letra. Dean Milman observa:

"La imagen de la bestia es claramente la estatua del emperador", y añade: "La

prueba a la que eran sometidos los mártires era adorar al emperador, ofrecer

incienso ante su estatua, e invocar a los dioses". (Véase Review of Newman´s

Development of Christian Doctrine).

Las observaciones de Dean Alford también merecen ser notadas:

"Ahora el vidente describe los hechos que la historia justifica para nosotros en su

cumplimiento literal. La imagen de César, que los hombres eran obligados a adorar,

estaba por todas partes: era delante de ésta que los mártires cristianos eran

puestos a prueba, y ejecutados si rehusaban el acto de adoración ...

"Si se dice, como objeción a esto, que no es una imagen del emperador, sino de la

bestia misma de la que se habla, la respuesta es muy sencilla: El vidente mismo, en

el cap. 17:11, no vacila en identificar a uno de los "siete reyes" con la bestia misma,

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~ 376 ~

así que podemos suponer correctamente que la imagen de la bestia, por el

momento, sería la imagen del emperador reinante".

Al mismo efecto son las siguientes observaciones de Dean Howson, que son tanto

más notables cuanto que fueron escritos sin ninguna referencia al pasaje que

tenemos delante:

"La imagen del emperador era en aquel tiempo [bajo el Imperio] objeto de

reverencia religiosa: él era una deidad en la tierra ('Das aequa potestas' -- Juv.

4.71), y la adoración rendida a él era verdadera. Es notable que, en aquellos

tiempos (haciendo a un lado formas decadentes de religión), los únicos dos cultos

genuinos en el mundo civilizado eran la adoración a Tiberio o a Nerón, por un lado,

y la adoración a Cristo, por la otra".

Ahora estamos en condiciones de pedir el veredicto de toda mente honesta y

judicial sobre la cuestión de la identidad que se ha argumentado, así como

completa congruencia y correspondencia en todos los puntos entre los símbolos de

la visión y los personajes históricos a los cuales ellos representan, en nuestra

opinión. El tiempo, el lugar, el escenario, las circunstancias, y los personajes

dramáticos, todos concuerdan con los requisitos del Apocalipsis. Es la víspera de la

gran catástrofe, la ruina final del sistema judaico. La predicha persecución del

pueblo de Dios, que habría de iniciar el fin, ha estallado. Un terrible triunvirato del

mal se ha coligado contra Cristo y su causa. El dragón, la bestia que sube del mar,

y la bestia que sube de la tierra - Satanás, el emperador, y el procurador romano

están en hostilidad activa contra "la mujer y el resto de la descendencia de ella". Su

tiempo, sin embargo, es corto; la hora de la retribución ha llegado; y la siguiente

escena revela al campeón y vengador de los fieles, y muestra la seguridad y la

bienaventuranza de su pueblo.

6. El Cordero Sobre el Monte de Sión

Cap. 14:1-13. "Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de

Sion, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de él y el de su

Padre escrito en la frente". Etc.

Esta porción de la visión apenas requiere intérprete; habla por sí misma. Hay un

agudo contraste entre la bestia que gobierna como vice-regente del dragón y el

Cordero que gobierna en nombre de su Padre. No puede haber ninguna duda de

que los ciento cuarenta y cuatro mil que tienen el nombre de Cristo y el del Padre

inscrito en sus frentes son idénticos a los ciento cuarenta y cuatro mil de todas las

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~ 377 ~

tribus de los hijos de Israel que tienen el sello de Dios en sus frentes, y a los cuales

se alude en el capítulo 7. Son los elegidos de la iglesia hebreo-cristiana de Judea,

posiblemente de Jerusalén, y están representados como de pie con el Cordero

sobre el Monte de Sión, redimidos, triunfantes, glorificados; ya no están expuestos

al peligro y a la muerte, sino reunidos en el redil del Gran Pastor. Por supuesto, la

representación es proléptica - una anticipación de lo que ahora eera inminente; de

hecho, una repetición de la gloriosa escena descrita en el cap. 7:9-17. ¿Es posible

creer que el autor de la Epístola a los Hebreos no tuviera en mente esta visión

cuando escribió aquel noble pasaje: "Os habéis acercado al monte de Sión, a la

ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial", etc.? Los puntos de semejanza son tan

marcados y tan numerosos que no pueden ser accidentales. La escena es la

misma: el monte de Sión; los mismos personajes dramáticos; "la congregación de

los primogénitos, que están inscritos en el cielo", que corresponde a los ciento

cuarenta y cuatro mil que tienen el sello de Dios. En la epístola se les llama "la

congregación de los primogénitos"; la visión explica el título: son "las primicias para

Dios y para el Cordero"; los primeros conversos a la fe de Cristo en la tierra de

Judea. En la epístola se les designa como "los espíritus de los justos hechos

perfectos"; en la visión son "los que no se contaminaron con mujeres, pues son

vírgenes; en sus bocas no fue hallada mentira, pues son sin mancha delante del

trono de Dios". Tanto en la visión como en la epístola, encontramos "la innumerable

compañía de los ángeles" y "el Cordero", por medio de quien se obtuvo la

redención. Resumiendo, queda más allá de toda duda razonable que, puesto que

no puede suponerse que el autor de Apocalipsis haya tomado su descripción de la

epístola, el autor de la epístola debe haber derivado sus ideas y sus imágenes de

Apocalipsis.

Ahora los acontecimientos se apresuran rápidamente hacia su consumación. El

vidente contempla a tres ángeles volando en sucesión a través de su campo visual,

llevando cada uno un anuncio de la catástrofe que se aproxima. El primero,

encargado de proclamar el evangelio eterno, en primera instancia a los que moran

en la tierra, y después a toda nación, y tribu, y lengua, y pueblo, exclama en alta

voz: "Temed a Dios, y dadle honra; porque la hora de su juicio es venida" (ver. 7).

Aquí hay una alusión manifiesta al hecho predicho por el Señor de que, antes de la

llegada del "fin", el evangelio del reino sería predicado primero en todo el mundo

[oikonmenh] "por testimonio a todas las naciones" (Mat. 24:14). Este símbolo, pues,

indica la cercana aproximación de la catástrofe de Jerusalén - la llegada de la hora

del juicio de Israel.

Page 378: La parusia revisado

~ 378 ~

Un segundo ángel le sigue rápidamente, y proclama la caída de Babilonia, como si

ya hubiese tenido lugar, diciendo: "Ha caído, ha caído Babilonia, la gran ciudad,

porque ha hecho beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación".

Esta es claramente otra declaración de la misma catástrofe inminente, sólo que

indica más claramente la sentencia de muerte de la ciudad culpable - el gran

criminal a punto de ser llevado a juicio. Tendremos ocasión de discutir la identidad

de la gran ciudad que aquí y en otros lugares es designada como Babilonia.

Le sigue un tercer mensajero, que denuncia, con terrible lenguaje, la ira de Dios

sobre todos los adoradores de ídolos:

Cap. 14:9-11. "Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su

frente o en su mano, él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido

vaciado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de

los santos ángeles y del Cordero", etc.

En agudo contraste con estas palabras está el mensaje que un ser celestial trae a

los fieles discípulos de Cristo "que guardan los mandamientos de Dios y tienen la fe

de Jesús".

Cap. 14:13. "Oí una voz que desde el cielo me decía: Escribe: Bienaventurados de

aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu,

descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen".

Todo esto indica claramente la cercana aproximación de la catástrofe final. Hay, sin

embargo, una expresión en la última cita que requiere una explicación, es decir, el

anuncio con respecto a la bienaventuranza de los muertos que mueren en el Señor

de aquí en adelante. Este "de aquí en adelante" [ap arti] es la palabra enfática en la

oración, y debe tener un significado importante. No es simplemente que los muertos

en Cristo están seguros y felices, sino que, desde y después de cierto período

específico, una peculiar bienaventuranza les pertenece a todos los que de aquí en

adelante mueren en el Señor.

No es irrazonable en sí mismo, y parece, además, ser la clara enseñanza de las

Sagradas Escrituras, que la gran consumación que puso fin a la era judía tenía una

importante relación con la condición de todos los que, después de ese período,

"mueren en el Señor". Hemos visto (Observaciones sobre Heb. 11:40) que, antes

de la obra redentora de Cristo, el estado de los muertos piadosos no era perfecto.

Tenían que esperar el cumplimiento de aquel gran acontecimiento que constituía el

fundamento de su felicidad eterna. Los santos de la antigua dispensación "no

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~ 379 ~

obtuvieron la promesa". Murieron en la fe, pero no poseyeron la herencia. "Dios

proporcionó algo mejor para nosotros, para que, sin nosotros, ellos no fuesen

perfeccionados". Así escribía el autor del libro a los Hebreos en vísperas de la gran

consumación. El claro significado de esto es que la Parusía marcó la introducción

de una nueva época en la condición de los santos que habían partido y las

esperanzas de los que, después del comienzo de esa época, muriesen en el

Señor. "Bienaventurados los que" de aquí en adelante. Es decir, no deberían tener

que esperar, como lo tuvieron que hacer sus predecesores, la llegada del período

en que se cumpliría la promesa. Entrarían en seguida en "el reposo que queda para

el pueblo de Dios". El camino al Lugar Santísimo se ha manifestado ahora; hay un

reposo y una recompensa inmediatos para los fieles que han partido; "reposan de

sus trabajos, porque sus obras les siguen".

Este importante pasaje sería totalmente inexplicable a no ser por la luz que sobre él

arrojan Heb. 4:1-11; 11:9,10,13,39,40.

7. El Hijo del Hombre en las Nubes

Cap. 14:14-20. "Miré, y he aquí una nube blanca; y sobre la nube uno sentado

semejante al Hijo del Hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro, y en la

mano una hoz aguda. Y del templo salió otro ángel, clamando a gran voz al que

estaba sentado sobre la nube: Mete tu hoz, y siega; porque la hora de segar ha

llegado, pues la mies de la tierra está madura. Y el que estaba sentado sobre la

nube metió su hoz en la tierra, y la tierra fue segada.

"Salió otro ángel del templo que está en el cielo, teniendo también una hoz aguda. Y

salió del altar otro ángel, que tenía poder sobre el fuego, y llamó a gran voz al que

tenía la voz aguda, diciendo: Mete tu hoz aguda, y vendimia los racimos de la tierra,

porque sus uvas están maduras. Y el ángel arrojó su hoz en la tierra, y vendimió la

viña de la tierra, y echó las uvas en el gran lagar de la ira de Dios. Y fue pisado el

lagar fuera de la ciudad, y del lagar salió sangre hasta los frenos de los caballos,

por mil seiscientos estadios".

Ahora llegamos a la séptima y última de las figuras místicas de las cuales consiste

esta cuarta visión, y al desenlace, donde podemos esperar encontrar la catástrofe

del todo. Ni quedamos chasqueados; porque nada puede estar marcado más

claramente que la catástrofe bajo este símbolo, siendo la interpretación tan evidente

en sí misma que difícilmente podría malinterpretarse.

Page 380: La parusia revisado

~ 380 ~

La escena comienza con la aparición de "uno semejante al Hijo del Hombre sentado

en una nube blanca", que tenía una corona de oro sobre su cabeza y una hoz

aguda en su mano. El arma que sostiene es el emblema de la transacción que está

a punto de tener lugar. Es el tiempo de la siega, porque "la mies de la tierra está

madura. Y el que estaba sentado en la nube metió su hoz en la tierra, y la tierra fue

segada".

No es posible malinterpretar este acto. Tenemos el borrador original del cuadro en

la parábola de nuestro Señor sobre el trigo y la cizaña. "Al tiempo de la siega [el fin

del tiempo, sunteleia tou aiwnoz], diré a los segadores: Recoged primero la cizaña,

y atadla en manojos para quemarla; pero recoged el trigo en mi granero" (Mat.

13:30).

En la visión, la parábola del trigo y la cizaña es seguida también en la división de

esta transacción judicial final en dos partes - la cosecha del trigo y la vendimia,

excepto sólo en la transposición del orden de los sucesos. La cosecha corresponde

a la siega del trigo y su depósito a buen recaudo en el granero; en otras palabras,

es el cumplimiento de la predicción: "Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y

juntarán a sus escogidos de los cuatro vientos" (Mat. 24:31-34), un acontecimiento

que debía tener lugar antes de que pasara aquella generación. La destrucción de la

cizaña corresponde a la "vendimia de la tierra". Se observará que la vendimia es

por completo de naturaleza destructiva. Así como la "siega de la tierra" denota la

salvación del fiel pueblo de Dios, así también la "vendimia de la tierra" denota la

destrucción de sus enemigos. Vale la pena notar que, mientras que el Hijo del

Hombre es representado por el segador, el ángel de la visión es el agente en la

vendimia de la vid. Apenas es necesario señalar cuán peculiarmente encajan las

imágenes en la última e impresionante escena. "La vendimia de la tierra" es Israel,

según el bien conocido emblema de Salmos 80:8. "Hiciste venir una vid de Egipto",

etc. Ahora ha llegado la vendimia, porque "sus uvas están maduras"; es decir, la

nación está madura para el juicio. El ángel comisionado para destruir no recoge los

racimos, sino que corta la viña misma, y la arroja entera "en el gran lagar de la ira

de Dios". El lagar es pisado; y esto es representado como teniendo lugar fuera de la

ciudad, como se quemaba la ofrenda por el pecado fuera del campamento, y como

se ejecutaba al criminal fuera de la puerta, siendo maldito (Heb. 13:11-13). Sale

sangre del lagar, y en un torrente tan grande, que es como un río desbordado, que

alcanza hasta los frenos de los caballos, y hasta una distancia de "mil seiscientos

estadios".

Page 381: La parusia revisado

~ 381 ~

Éste es un símbolo terrible, pero casi literal en su verdad histórica. Fue un pueblo el

que fue "pisado" en la furia de la ira divina. ¿Cuándo hubo jamás un mar de sangre

como el que fue derramado en la guerra de exterminio de Vespasiano y de Tito? La

carnicería, como la relata Josefo, supera todo lo registrado en los anales de la

guerra. Jerusalén, y sus hijos dentro de ella, fueron pisados en el gran lagar de la

ira de Dios. Entonces se cumplieron las palabras del profeta Jeremías: "Como lagar

ha hollado el Señor a la virgen hija de Judá" (Lam. 1:15). Hay hechos, así como

símbolos, en la horrorosa escena que representa la caballería invasora como

nadando en sangre hasta los frenos de los caballos; y hay probablemente una

alusión a la extensión geográfica de Palestina en los "mil seiscientos estadios", así

que podemos considerar la descripción simbólica como equivalente a la afirmación

de que, desde un extremo hasta el otro, el territorio estaba inundado de sangre.

En todo esto, la profecía y la historia encajan la una en la otra como la cerradura y

la llave; y si no tuviésemos el testimonio de un testigo, a quien ciertamente no le

interesaba exagerar la ruina de su pueblo ni difamar su carácter, apenas se podría

creer que estos símbolos no estaban sobrecargados. Pero nadie puede leer aquella

trágica historia sin reconocer allí las transacciones que aquí están escritas en

símbolos, y que atestiguan ampliamente la realidad y la verdad de la profecía.

Tal es la catástrofe claramente marcada en la visión de las siete figuras místicas.

Como las otras catástrofes, ésta es un acto de juicio, que presenta la gran

consumación en un aspecto diferente. Si todavía quedase alguna duda con

respecto al principio que subyace nuestro sistema entero de interpretación, es decir,

que el Apocalipsis es una representación séptuple del mismo gran drama

providencial, esa duda debe ser disipada por la siguiente gran serie de visiones,

que demuestran concluyentemente esta característica del libro.

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~ 382 ~

PART III

La Parusía en el Apocalipsis

LA QUINTA VISIÓN

LAS SIETE COPAS, CAPS. 15,16

Cap. 15:1. "Vi en el cielo otra señal, grande y admirable: siete ángeles que tenían

las siete plagas postreras; porque en ellas se consumaba la ira de Dios".

Como la primera, la segunda, y la tercera, esta visión comienza con un prólogo o

preámbulo. La escena está puesta en el cielo, donde el vidente contempla a siete

ángeles, encargados de infligir las siete plagas, que son llamadas las postreras,

consumando el derramamiento de la ira divina sobre la nación culpable.

Las imágenes de esta escena introductoria están concebidas en un estilo de la más

alta sublimidad. Lo siete ministros de la venganza reciben de uno de los seres

vivientes, o querubines, siete copas de oro llenas de la ira de Dios, y se les

encomienda iniciar en seguida la ejecución de su misión, que es derramar sus

copas sobre la tierra [thn ghn].

Se verá en seguida que hay una marcada correspondencia entre la visión de las

siete copas y la de las siete trompetas. Las copas, que son, real y simplemente, una

repetición y un compendio de las trompetas, siguen el mismo orden y asumen

sustancialmente la misma forma. Es verdad que hay circunstancias adicionales

introducidas en la visión de las siete copas, pero la semejanza entre las dos

visiones es todavía tan impresionante que fuerza en la mente la convicción de que

ambas se refieren a los mismos sucesos históricos.

El paralelo adjunto muestra más claramente la correspondencia entre las dos

visiones:

Page 383: La parusia revisado

~ 383 ~

LAS TROMPETAS LAS COPAS

1. Las plagas son derramadas sobre la

tierra.

1. Las plagas son derramadas sobre la

tierra.

2. Afecta el mar, que se vuelve como

sangre.

2. Afecta el mar, que se vuelve como

sangre.

3. Afecta los ríos y las fuentes de las aguas. 3. Afecta los ríos y las fuentes de las

aguas.

4. Afecta al sol, a la luna, y las estrellas. 4. Afecta al sol.

5. Se abre el abismo (la silla de la bestia).

Los hombres son atormentados.

5. Derramada sobre la silla de la bestia

(el abismo). Los hombres son

atormentados.

6. Son soltados los ángeles en el gran río

Éufrates. Son reúnen las hordas de

caballería.

6. Derramada sobre el gran río Éufrates.

Las huestes se reúnen para la batalla del

gran día.

7. Catástrofe, juicio; se proclama el reino.

Terribles fenómenos naturales - voces,

truenos, y un terremoto.

7. Catástrofe; proclamación del fin.

Terribles fenómenos naturales - voces,

truenos, y un terremoto.

Esto no puede ser una mera y casual coincidencia: es identidad, y sugiere la

pregunta: ¿Por qué se repite la visión? No puede ser sólo por simetría, para

completar el séptuple plan de la construcción, porque la maravillosa opulencia del

libro hace completamente absurda la idea de pobreza de invención, o repetición,

con propósitos de relleno. Más probable es la explicación de que la visión de las

copas se introduce, no sólo para reafirmar los juicios que están a punto de caer

sobre la tierra, sino especialmente para preparar el camino para introducir al gran

criminal, cuya hora del juicio ha llegado. La última de las siete copas representa a

Babilonia la grande viniendo en memoria delante de Dios; pero, en la catástrofe de

la visión, su juicio es suspendido, porque debe formar el material de una visión

separada, es decir, la sexta.

Ahora es apropiado pasar revista brevemente a las sucesivas copas de los siete

ángeles.

Como las cuatro primeras trompetas, las cuatro primeras copas (cap. 16:2-9)

afectan al mundo natural - la tierra, el mar, los ríos, el sol. Todos ellos son

trastornados y atacados por plagas - el armazón de la naturaleza queda

descoyuntado, y la creación inanimada se enferma y gime a causa de la maldad de

los hombres. Puede decirse que ésta es una figura de lenguaje, aunque hay

suficientes en la Escritura; es imposible decir hasta dónde expresa hechos

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~ 384 ~

históricos, pero es notable que el lenguaje de nuestro Señor, al hablar de este

mismo período, se acerca mucho a los símbolos del Apocalipsis: "Habrá señales en

el sol, en la luna, y las estrellas; y en la tierra angustia de las gentes, confundidas a

causa del bramido del mar y de las olas, desfalleciendo los hombres por el temor y

la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra; porque las potencias de

los cielos serán conmovidas" (Luc. 21:25,26). Si hemos de confiar en el testimonio

de Josefo, la destrucción de Jerusalén fue precedida por portentos de lo más

alarmante. Debe observarse que el área afectada por estas plagas es "la tierra",

esto es, Judea, la escena de la tragedia. El carácter local y nacional de las

transacciones representadas en la visión se destaca claramente en el ver. 6.

Cuando el tercer ángel convierte los ríos en sangre, se oye al ángel de las aguas

reconocer la justicia retributiva de esta plaga: "Por cuanto derramaron la sangre de

los santos y de los profetas, también tú les has dado a beber sangre; pues lo

merecen". Este "matar a los profetas" fue el pecado mismo de Israel, y de

Jerusalén, y no hay ninguna otra ciudad ni nación contra las cuales se esgrima este

crimen particular como su característica peculiar. Esta acusación fija decisivamente

la alusión de la visión al pueblo judío, y a aquel terrible período en su historia

cuando se pudo decir verdaderamente que por los cauces de sus ríos corrió la

sangre.

La quinta copa (cap. 16:10,11) corresponde a la quinta trompeta. Es derramada

sobre el asiento o el trono de la bestia, que parece ser idéntico al "abismo" en la

visión de las trompetas. El abismo es la región de la cual se dice que asciende la

bestia (cap. 11:7); que éste es el nombre dado a la morada de los espíritus malos

es evidente por el hecho de que los demonios expulsados del gadareno poseso

rogaban a Jesús "que no les mandase ir al abismo" (Luc. 8:31). La silla de la bestia

es, pues, lo mismo que el abismo - el reino del poder de las tinieblas. Es imposible

decir cuáles hechos históricos se quieren significar con los símbolos de terror y

miseria empleados aquí, aunque ellos apuntan, no oscuramente, a la agonía de la

angustia y el sufrimiento que precedieron y anunciaron la consumación final.

Como la sexta trompeta, la sexta copa actúa sobre el gran río Éufrates (ver. 12),

cuyas aguas se secan "para preparar el camino de los reyes del oriente". Ahora nos

acercamos a la gran catástrofe. En la visión de la sexta trompeta, vemos una

innumerable hueste reunida para la gran batalla; en la visión de la sexta copa,

vemos "tres espíritus inmundos, a manera de ranas, que salen de la boca del

dragón, y de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta"; los emisarios de

los poderes de las tinieblas salen a congregar los ejércitos de "los reyes del mundo

entero" para reunirlos para la gran guerra del "gran día del Dios Todopoderoso".

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~ 385 ~

Traducido a términos históricos, este símbolo representa la mobilización de las

fuerzas del Imperio y de los reyes de las naciones vecinas para la guerra contra los

judíos. El secamiento del Éufrates parece indicar claramente que es cruzado con

facilidad y rapidez, y esto, considerado en relación con el símbolo correspondiente

bajo la sexta trompeta, es decir, la liberación de los cuatro ángeles atados en el

Éufrates, apunta a la retirada de las tropas de ese cuadrante para la invasión de

Judea. Sabemos que este es un hecho histórico. No sólo las legiones romanas de

la frontera del Éufrates, sino también los reyes auxiliares cuyos dominios estaban

en esa región, como Antíoco de Comágenes y Soemo de Sofena, más propiamente

designados "reyes del oriente", siguieron a las águilas de Roma al sitio de

Jerusalén. El nombre dado al conflicto que se aproximaba establece decisivamente

el suceso al que se hace referencia: es "la batalla" o "la batalla de aquel gran día

del Dios Todopoderoso", una expresión que equivale al "día grande y terrible de

Jehová". Que este día había llegado queda indicado claramente por la advertencia

en el versículo 15: "He aquí, vengo como ladrón". Además, el escenario del

conflicto, "Armagedón" - un nombre que está asociado a uno de los días más

negros y desastrosos de la historia de Israel, la llanura de Megido, emblema de

derrota y matanza - está situada en territorio jud&iaccute;o. Ese nombre de mal

augurio habría de ser tipo de aquel campo de sangre en el que Israel estaba

condenado a perecer como nación.

Tal como la séptima trompeta, la séptima copa presenta la catástrofe de la visión,

acompañada por los mismos portentos de "voces, y truenos, y relámpagos, y un

terremoto, y gran granizo". Una voz desde el templo, una voz desde el trono mismo,

proclama la consumación: "¡Consumado es! ¡Tegonen! ¡Actum est! ¡Todo ha

terminado!". Es decir, la catástrofe de la visión, y lo que simboliza, ha llegado;

porque se observará que todas las catástrofes nos conducen virtualmente a la

misma conclusión. Un terremoto de violencia sin paralelo hace pedazos "las

ciudades de las naciones" y divide en tres partes a "la gran ciudad" misma, la

ciudad que es pre-eminentemente el tema de estas visiones. "Babilonia la grande"

(que es claramente el nombre de la ciudad a la que acabamos de referirnos) "es

traída en memoria delante de Dios, para darle a beber de la copa del vino de la ira

de Dios"; sus pecados claman venganza, y ahora su juicio ha llegado, y la copa del

vino de la ira de Dios ha sido llenada para que la beba.

Que todo esto se refiere indudable y exclusivamente a Jerusalén es ciertamente

evidente, y se puede demostrar de la manera más clara, como lo mostrará lo que

sigue.

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~ 386 ~

Un incidente en esta catástrofe grandiosa y terrible merece especial atención. En

ambas visiones, la de la séptima trompeta y la de séptima copa, se hace especial

mención del enorme granizo que cae sobre los hombres. En la séptima copa, se

discute el granizo más extensamente, y se dice que cada piedra pesa como un

talento. Hay en esta afirmación algo tan extraordinario, y sin embargo, tan

específico, que llama la atención y sugiere la pregunta: ¿Es esto completamente

simbólico, o es un hecho hasta cierto punto? Por supuesto, no podemos concebir

granizo literal cada una de cuyas piedras tenga el peso de un talento; pero el

lenguaje es tan preciso y definido que casi estamos obligados a suponer que no es

mera hipérbole. Ahora bien, es un hecho notable que en Josefo parecemos tener la

explicación de este símbolo aparentemente ininteligible. Josefo nos informa que,

durante el sitio de Jerusalén, la décima legión construyó balistas de enorme

magnitud y poder, que descargaban enormes piedras sobre la ciudad. La

descripción entera que Josefo da de estas máquinas es de un interés tan

extraordinario que vale la pena citarla.

"Por admirables que fuesen las máquinas construidas por todas las legiones, las de

las décima eran de peculiar excelencia. Sus escorpiones eran de mayor poder y sus

catapultas de mayor tamaño, y con ellos mantenían a raya, no sólo a los

contraatacantes, sino también a los de las murallas. Las piedras lanzadas eran del

peso de un talento, y tenían un alcance de cuatrocientos metros o más. El impacto,

no sólo en los que primero se encontraban con ellas, sino hasta en los que estaban

batstante más allá de esta distancia, era irresitible. Sin embargo, al principio los

judíos podían protegerse de las piedras, pues su aproximación era indicada, no sólo

al oído por el silbido que se oía, sino también a la vista, por el color, pues eran

blancas y brillantes. En consecuencia, los judíos tenían centinelas apostados en las

torres, que avisaban cuándo la máquina era disparada y la piedra lanzada, gritando

en su idioma nativo: "Viene el hijo", a lo cual aquellos a los que eran dirigidas estas

palabras se separaban y se arrojaban al suelo antes de que las piedras les

alcanzasen. Sucedía así que, debido a estas precauciones, la piedra caía sin hacer

daño. Entonces, se les ocurrió a los romanos ennegrecer las piedras; apuntando

con mayor cuidado, derribaban a muchos judíos con una sola descarga, pues las

piedras ya no eran fácilmente distinguibles cuando se aproximaban". Josefo,

Guerras Judías, libro v., cap. vi. 3.

¿Es esto una fantástica coincidencia, o un caso señalado de cumplimiento exacto

de la profecía? Confesamos que nos inclinamos a esta última alternativa, porque es

perfectamente congruente representar tal forma de asalto como una tormenta o

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~ 387 ~

granizada de proyectiles, aunque la alusión específica al enorme peso de cada

piedra parece poner esta afirmación dentro del dominio de los hechos y la historia. 3

1. Guerras Judías, libro 6, cap. 5, sección 3, 4. 2. Véase de Josefo, Guerras Judías, libro 3, cap. 4, párrafo 2; libro 5, cap. 1, párrafo 6. 3. Hay otra circunstancia curiosa relacionada con este pasaje en Josefo. Whiston tiene la siguiente acerca de ella.

"Cuál debe ser el significado de esta señal o consigna, "Viene el hijo", cuando el centinela veía venir una piedra disparada por una máquina de guerra, o qué error se produce al interpretar esta señal, no lo sé. Todos los manuscritos, tanto en griego como en latín, concuerdan en esta interpretación; y no puedo aprobar ninguna alteración conjetural y sin fundamento del texto de nioz a ioz, en el sentido de que no venía ni el hijo, ni una piedra, sino una flecha o dardo, como la alteración que ha hecho el Dr. Hudson y que no ha sido corregida por Havercamp. Si Josefo hubiese escrito aun su primera edición de estos libros de la guerra en hebreo puro, o si los judíos hubiesen usado entonces el hebreo puro en Jerusalén - la palabra hebrea para hijo es tan semejante a la palabra para piedra, Ben y Eben - tal corrección se habría aceptado más fácilmente. Pero Josefo escribió su primera edición para uso de los judíos que vivían más allá del Éufrates y en el idioma caldeo, al preparar esta segunda edición en idioma griego; y Bar era la palabra caldea para hijo, en lugar de la palabra hebrea Ben, y se usaba no sólo en Caldea, sino también en Judea, como nos lo informa el Nuevo Testamento. También Dio nos informa que los mismos romanos de Roma pronunciaban el nombre de Simón hijo de Gioras como Bar-Poras en lugar de Bar-Gioras, como nos lo dice Hifilino, p. 217. Reland observa que "muchos buscarán un misterio aquí, como si el significado fuese que el Hijo de Dios viniese ahora a tomar venganza de los pecados de la nación judía", que es ciertamente la verdad de los hechos, pero difícilmente lo que los judíos quisiesen significar ahora, a menos, posiblemente, que quisiesen burlarse de Cristo" amenazando tan a menudo que vendría a la cabeza del ejército romano para destruirles. Pero aun esta interpretación no tiene sino un pequeño grado de probabilidad. Si yo fuese a hacer una pequeña enmienda por mera conjetura, leería petroz, en vez de nioz, aunque la semejanza no es tan grande como con ioz, porque esa es la palabra que Josefo acaba de usar, como ya se ha observado en esta misma ocasión; mientras que ioz, una flecha o dardo, es sólo una palabra poética, y nunca es usada por Josefo en ninguna otra parte, y en realidad no es adecuada para la ocasión, siendo que esta máquina de guerra no lanza flechas ni dardos, sino grandes piedras en esta ocasión". - Josefo, de Whiston, libro 5, cap. 6, párrafo 3, Nota.

El Dr. Trail hace la siguiente obervación sobre este pasaje:

"Viene el hijo". O nioz es lo que aparece escrito en todos los manuscritos, y en la obra de Rufino; y no es fácil concebir cómo pudo encontrarse tal palabra en todos ellos si no fuese la verdadera. Ni son satisfactorias en absoluto las alteraciones propuestas. O ioz produciría la "flecha", no la "piedra". O liqoz no tiene autoridad. Cardwell propone outoz, "aquí viene". La explicación de Reland probablemente no está lejos de la verdad; es decir, que el grito era wba ab = "viene la piedra", pero que algunos, engañados por la similitud del sonido, han interpretado como wbh ab = "viene el hijo". De un error como éste, o de alguna otra causa, pudo haber venido a ser aplicado el término "el hijo" como apodo". De Traill, Josefo, Critical Notes., p. 160.

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~ 388 ~

Estamos dispuestos a creer que ninguna de estas sugerencias proporciona una

explicación satisfactoria, aunque algunas de ellas se acercan a la verdad. No podía

sino haber sido conocido por los judíos que la gran esperanza y la fe de los

cristianos era la pronta venida del Hijo. Según Esipo, fue más o menos por este

mismo tiempo que Santiago, el hermano de nuestro Señor, testificó públicamente

en el templo que "el Hijo del hombre estaba a punto de venir en las nubes del cielo",

y luego selló su testimonio con su sangre. Parece muy probable que los judíos, en

su desafiante y desesperada blasfemia, cuando veían la blanca masa volando por

el aire, exclamaran obscenamente: "Viene el Hijo", para burlarse de la esperanza

cristiana de la Parusía, con la cual podrían establecer una ridícula semejanza en la

extraña aparición del proyectil.

PARTE III

LA PARUSÍA EN EL APOCALIPSIS

LA SEXTA VISIÓN

LA RAMERA, Caps. 17, 18, 19, 20

Ahora nos acercamos a una parte de nuestra investigación en la cual estamos a

punto de exigir del lector mucha sinceridad e imparcialidad, y tenemos que pedirle

que sopese, con paciencia y sin prejuicios, la evidencia que se le presentará.

Posiblemente nos opongamos a muchos prejuicios, pero, si la silla del juicio está

ocupada por un amor imparcial por la verdad, no tememos a una opinión adversa.

De salida, puede ser conveniente echar un vistazo general a esta visión como un

todo, ocupando, como ocupa, un espacio mayor que cualquiera otra en el libro, e

indicando así la importancia pre-eminente de su contenido.

La visión es introducida por un corto prefacio o prólogo (cap. 17:1,2). Uno de los

ángeles de las copas invita al vidente a contemplar el juicio de "la gran ramera que

se sienta sobre muchas aguas". La visión se ve en "el desierto". El profeta ve a una

mujer sentada sobre una bestia escarlata, llena de nombres de blasfemia, y

teniendo siete cabezas y diez cuernos. La mujer está lujosamente ataviada con

túnica de púrpura y escarlata, y adornada de oro y piedras preciosas, y sostiene en

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~ 389 ~

la mano una copa de oro "llena de las abominaciones y la inmundicia de su

fornicación". En la frente de esta figura visionaria hay una inscripción: "Misterio,

Babilonia la grande, la madre de las rameras y las abominaciones de la tierra". Se

dice, además, que está "ebria con la sangre de los santos, y con la sangre de los

mártires de Jesús". Luego, el ángel-intérprete procede a revelar al asombrado

profeta el significado de la aparición. Identifica a la bestia de esta visión con la

primera bestia descrita en el capítulo 13, cuyo número es seiscientos sesenta y

seis, añadiendo detalles adicionales a la descripción, algunos de ellos de un

carácter muy oscuro. Declara que la mujer, o la ramera, es "la gran ciudad que reina

sobre los reyes de la tierra". En el siguiente capítulo (18), se describe la caída de

Babilonia la grande, o la ciudad ramera, con lenguaje de gran poder y belleza. Esto

es seguido, en el cap. 19, por la celebración en el cielo del triunfo sobre Babilonia,

lo que ocasión para introducir anticipadamente las nupcias del Cordero, que se

aproximan; después de lo cual hay una descripción de la victoria del divino

Campeón, cuyo nombre es la Palabra de Dios, sobre "la bestia, el falso profeta, y

los reyes de la tierra". En el capítulo 20, el dragón, el cabecilla de la gran

confederación contra la causa de la verdad y de Dios, es atado y encerrado en el

abismo por un período de mil años. La visión luego termina con una gran catástrofe,

un solemne acto de juicio, en el cual los muertos, chicos y grandes, comparecen de

pie delante de Dios, y son juzgados según sus obras. Tal es el rápido bosquejo de

los contornos de esta magnífica visión.

La pregunta de la mayor importancia y dificultad con que tenemos que habérnoslas

aquí es: ¿A qué ciudad se alude con la mujer sentada sobre la bestia escarlata, una

ciudad que es designada como "Babilonia la grande"?

La gran mayoría de los intérpretes ha recibido, y recibe, como indudable y casi

evidente, la proposición de que la Babilonia de Apocalipsis es, y no puede ser otra,

que Roma, la emperatriz del mundo en los días de Juan, y desde su tiempo, asiento

y centro de la forma más corrupta de cristianismo y el despotismo espiritual más

sombrío que el mundo jamás ha visto. Que hay mucho en favor de esta opinión

puede inferirse del hecho de su general aceptación. Hasta puede pensarse que esto

está fuera de duda por la aparente identificación de la ramera en la visión como "la

ciudad de las siete colinas", y "la gran ciudad que reina sobre los reyes de la tierra".

Parecerá presuntuoso y arriesgado resistir una decisión que ha sido pronunciada

por una autoridad tan alta, y que ha prevalecido por tanto tiempo entre

comentaristas y teólogos protestantes, y que el que se aventura a hacerlo entra en

la lista con gran desventaja. Sin embargo, en interés de la verdad, y con toda

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~ 390 ~

reverencia y lealtad a la enseñanza de la divina Palabra, puede ser, no sólo

permisible, sino hasta imperativo, mostrar por qué causa la interpretación popular

de este símbolo debe ser rechazada por insostenible e incorrecta.

1. Hay una presuposición a priori, del tipo más fuerte, contra la idea de que

Roma es la Babilonia del Apocalipsis. La improbabilidad es grande aun con

respecto a la Roma pagana, pero mucho mayor con respecto a la Roma

papal. El propósito mismo del libro excluye la posibilidad de que Roma sea

representada como uno de los personajes dramáticos. La idea fundamental

del Apocalipsis, como hemos tratado de demostrar, es la Parusía próxima

y el juicio de la nación culpable, que la acompañaba. Roma, la pagana o la

cristiana, queda completamente fuera del campo de visión apocalíptico, que

está limitado a "las cosas que deben suceder pronto". Divagar por todas las

épocas y todos los países en la interpretación de estas visiones queda

absolutamente prohibido por las expresas y fundamentales limitaciones

establecidas en el libro mismo.

2. Por otra parte, es de esperarse a priori que se le diese gran prominencia al

Apocalipsis en Jerusalén. Este hecho debería ser la figura central en el

cuadro, si nuestro punto de vista sobre el diseño y el tema del libro son

correctos. Si Apocalipsis es sólo la reproducción y la expansión de la

profecía de nuestro Señor en el Monte de los Olivos, profecía que se ocupa

principalmente del cercano juicio de Israel y de Jerusalén, podemos

encontrar lo mismo en Apocalipsis; y es tan irrazonable buscar a Roma en

Apocalipsis como buscarla en la profecía de nuestro Señor en el Monte.

3. Merece especial atención el hecho de que en Apocalipsis hay dos ciudades, y

sólo dos, que son mencionadas de manera prominente y por nombre por

medio de una representación simbólica. Cada una es la antítesis de la otra.

Una es la personificación de todo lo que es bueno y santo, la otra es la

personificación de todo lo que es impío y maldito. Conocer a cualquiera

de las dos es conocer la otra. Estas dos ciudades en contraste son la nueva

Jerusalén y Babilonia la grande.

No puede haber lugar a dudas en cuanto a lo que se quiere decir con la nueva

Jerusalén: es la ciudad de Dios, la morada celestial, la herencia de los santos en

luz. Pero, entonces, ¿cuál es la antítesis correcta de la nueva Jerusalén?

Ciertamente, no puede ser otra que la antigua Jerusalén. En realidad, esta antítesis

entre la antigua Jerusalén y la nueva la traza Pablo para nosotros tan claramente en

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~ 391 ~

la Epístola a los Gálatas, que nos pone en la mano la clave para la interpretación de

este símbolo en Apocalipsis. El apóstol contrasta la Jerusalén "que ahora es" con la

Jerusalén que habría de ser: la Jerusalén que está en esclavitud con la Jerusalén

que es libre: la Jerusalén de abajo con la Jerusalén de arriba (Gál. 4:25,26).

Tenemos una antítesis similar en la Epístola a los Hebreos, donde "la ciudad que

tiene fundamentos" es contrastada con la "ciudad sin continuidad"; la ciudad "cuyo

constructor es Dios" con la ciudad de creación humana; "la ciudad del Dios viviente"

o la "Jerusalén celestial" con la Jerusalén terrenal (Heb. 11:10, 16; 12:22). De la

misma manera, tenemos la antítesis entre estas dos ciudades presentada clara y

ampliamente en Apocalipsis, siendo una la ramera, y la otra la novia, la Esposa del

Cordero.

Estos paralelos o contrastes sólo tienen que ser presentados a los ojos para que

hablen por sí mismos:

La nueva Jerusalén La antigua Jerusalén

La Jerusalén celestial La Jerusalén terrenal

La ciudad que tiene fundamentos La ciudad sin continuidad

La ciudad cuyo constructor es Dios La ciudad cuyo constructor es el hombre

La Jerusalén que ha de venir La Jerusalén que ahora es

La Jerusalén de arriba La Jerusalén de abajo

La Jerusalén que es libre la Jerusalén que está en esclavitud

La ciudad santa La ciudad impía

La novia La ramera

Por lo tanto, la antítesis verdadera y correcta de la nueva Jerusalén es la antigua

Jerusalén: y puesto que la ciudad contrastada con la nueva Jerusalén es también

designada como Babilonia, llegamos a la conclusión de que Babilonia es el nombre

simbólico de la ciudad impía y condenada a muerte, la antigua Jerusalén, cuyo

juicio se predice aquí.

4. Si se objetase que otros nombres simbólicos ya se le han aplicado a la antigua

Jerusalén - a la que se designa como "Sodoma y Egiptoo" - esto no es razón

para que no se le llame también Babilonia. Si se le puede aplicar un

seudónimo, ¿por qué no otro, con la condición de que describa su carácter?

Todos estos nombres, Sodoma, Egipto, Babilonia, sugieren por igual la

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maldad y la impiedad, y las correctas designaciones de la ciudad impía cuyo

destino habría de ser como el suyo.

5. Vale la pena observar que en Apocalipsis hay un título que se le aplica a una

ciudad en particular por excelencia. El título es "la gran ciudad" [h poliz

megalh]. Es claro que es siempre la misma ciudad que es designada de este

modo, a menos que expresamente se especifique otra. Ahora bien, la ciudad

en que los testigos son asesinados es designada expresamente con este ítulo,

"aquella gran ciudad", y se le aplican los nombres de Sodoma y Egipto;

además, es identificada particularmente como la ciudad "donde también

nuestro Señor fue crucificado" (cap. 11:8). No puede haber ninguna duda

razonable de que esto se refiere a la antigua Jerusalén. Entonces, si "la gran

ciudad" del cap. 11:8 significa la antigua Jerusalén, se deduce que "la gran

ciudad del cap. 16:8, llamada también Babilonia, y "la gran ciudad" del cap.

16:19 debe significar igualmente Jerusalén. Mediante un razonamiento

paralelo, "aquella gran ciudad" [h poliz h megalh] en el cap. 17:18 y en otros

lugares, tiene que referirse también a Jerusalén. Es una mera suposición

decir, como dice Dean Alford, que Jerusalén nunca es llamada por este

nombre. No hay nada de inapropiado, sino todo lo contrario, en que se le

aplique tal título distintivo a Jerusalén. Para un israelita, era la ciudad real,

con mucho la ciudad de mayor importancia de la tierra, la única ciudad que

correctamente podría ser designada así; y nunca debe olvidarse que las

visiones de Apocalipsis deben ser consideradas desde un punto de vista

judío.

6. En la catástrofe de la cuarta visión (la de las siete figuras místicas), el juicio

de Israel es simbolizado por la pisadura del lagar. También se nos dice que

"el lagar fue pisado fuera de la ciudad" (cap. 14:20). Puesto que la vid de la

tierra representa a Israel, como indudablemente lo hace, se deduce que "la

ciudad" fuera de la cual las uvas son pisadas debe ser Jerusalén. La única

ciudad mencionada en el mismo capítulo es Babilonia la grande (ver. 8), que

por lo tanto debe representar a Jerusalén. Es inconcebible que la vid de

Judea sea pisada fuera de la ciudad de Roma.

7. En el cap. 16:19 se dice que "la gran ciudad" es dividida en tres partes por

un terremoto sin precedentes que se menciona en el ver. 18. ¿Cuál gran

ciudad? Evidentemente, Babilonia la grande, de la cual se dice que viene en

memoria delante de Dios. Posiblemente la división de la ciudad no tenga

ninguna importancia especial más allá de ilustrar el desastroso efecto del

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terremoto, sino más probablemente es una alusión a la figura empleada por

el profeta Ezequiel al describir el sitio de Jerusalén. (Eze. 5:1-5). Al profeta

se le ordena tomar los cabellos de su cabeza y los pelos de su barba, y,

dividiéndolos en tres partes, quemar una con fuego, cortar otra con un

cuchillo, y esparcir la tercera a los cuatro vientos, desenvainando una espada

en pos de ellos; sólo unos pocos cabellos debían ser preservados y atados en

la falda de su manto. Luego sigue la enfática declaración: "Así dice Jehová el

Señor: Esta es Jerusalén". Es apropiado que en una profecía tan llena de

símbolos como la de Ezequiel busquemos luz en los símbolos de Apocalipsis.

No es necesario decir cuán vívidamente representa esta división tripartita de

la ciudad la suerte de Jerusalén en el sitio de Tito. Apenas es posible

imaginar una descripción más apropiada del hecho histórico real que el

resumido en el versículo doce del mismo capítulo: "Una tercera parte de ti

morirá por pestilencia y será consumida de hambre en medio de ti; y una

tercera parte caerá a espada alrededor de ti; y una tercera parte esparciré a

todos los vientos, y tras ellos desenvainaré espada".

Pero, bien que ésta sea o no la alusión en la visión, el lenguaje es

completamente ininteligible si se aplica a cualquier otra ciudad que no sea

Jerusalén. ¿En qué sentido razonable podría decirse que Roma sería dividida

en tres partes? ¿Es Roma la que viene en memoria delante de Dios? ¿Es a

Roma a la que se le da a beber el cáliz del vino de la ira de Dios? Esta última

figura debería haber sugerido a los comentaristas la verdadera interpretación.

Es un símbolo apropiado para Jerusalén. "Despierta, despierta, levántate, oh

Jerusalén, que bebiste de la mano de Jehová el cáliz de su ira; porque el cáliz

de aturdimiento bebiste hasta los sedimentos" (Isa. 51:17).

8. Pero, un argumento de mayor peso, que puede considerarse decisivo contra

la afirmación de que Roma es la Babilonia de Apocalipsis, y que al mismo

tiempo demuestra la identidad entre Jerusalén y Babilonia, es el que se deriva

del nombre y el carácter de la mujer en la visión. Hemos visto que la mujer

representa una ciudad; una ciudad denominada "la gran ciudad que en sentido

espiritual se llama Sodoma y Egipto, donde también nuestro Señor fue

crucificado" (cap. 11:8). Esta mujer o esta ciudad es llamada también una

ramera, "la gran ramera", "la madre de las rameras y las abominaciones de la

tierra". Ahora bien, esta es una denominación familiar y bien conocida en el

Antiguo Testamento, una denominación que es absolutamente inapropiada

para Roma e inaplicable a ella. Roma era una ciudad pagana, y por

consiguiente, incapaz de cometer aquel pecado tan grave y condenable que

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~ 394 ~

era posible y, ¡ay!, real, para Jerusalén. Roma no podía violar el pacto de su

Dios, de ser infiel a su divino Esposo, porque ella nunca estuvo casada con

Jehová. Ésta fue la culpa máxima de Jerusalén, de ella sola, entre todas las

naciones de la tierra, y es el pecado por el cual es acusada y condenada a

través de toda su historia. Es imposible leer la descripción gráfica de la gran

ramera en Apocalipsis sin recordar instantáneamente el original en los

profetas del Antiguo Testamento. A través de todo el testimonio de ellos, éste

es el pecado, y éste es el nombre, que ellos arrojan contra Jerusalén. Oímos

a Isaías exclamar: "¿Cómo te has convertido en ramera, oh ciudad fiel?" (Isa.

1:21). "A otro, y no a mí, te descubriste, y subiste, y ensanchaste tu cama, e

hiciste con ellos pacto" (Isa. 57:8). El profeta Jeremías estigmatiza a

Jerusalén aún más enfáticamente con este epíteto lleno de reproche: "Anda y

clama a los oídos de Jerusalén, diciendo: Así dice Jehová: Me he acordado de

tí, de la fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio" --- "con todo

eso, sobre todo collado alto y debajo de todo árbol frondoso te echabas como

ramera" (Jer. 2:2,20). "Has fornicado con muchos amigos"; "con tus

fornicaciones y con tu maldad has contaminado la tierra"; "has tenido frente

de ramera, y no quisiste tener vergüenza"; "ella se va sobre todo monte alto y

debajo de todo árbol frondoso, y allí fornica"; "convertíos, hijos rebeldes, dice

Jehová, porque yo soy vuesstro esposo"; "como la esposa infiel abandona a

su compañero, así prevaricaste contra mí, así prevaricaste contra mí, oh casa

de Israel, dice Jehová" (Jer. 3:2,3,6,14,20). "Aunque te vistas de grana,

aunque te adornes con atavíos de oro, aunque pintes con antimonio tus ojos,

en vano te engalanas; te menospreciarán tus amantes, buscarán tu vida" (Jer.

4:30). "¿Qué derecho tiene mi amada en mi casa, habiendo hecho muchas

abominaciones?" (Jer. 11:15). "He visto tus adulterios, tus relinchos, la

maldad de tu fornicación sobre los collados; en el campo vi tus

abominaciones. ¡Ay de ti, Jerusalén! ¿No serás al fin limpia? ¿Cuánto

tardarás tú en purificarte?" (Jer. 13:27).

Pasando por alto a los otros profetas, es en Ezequiel en quien encontramos la

figura elaborada al máximo. En el capítulo dieciséis, se relata, en estilo alegórico y

poético, la historia entera de Israel, personificada por Jerusalén. Será suficiente

citar aquí la tabla de contenido de ese capítulo en las palabras prefijadas por

nuestros traductores.

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~ 395 ~

EZEQUIEL 16 - Contenido

1. El estado natural de Jerusalén se muestra bajo la semejanza de un niño

desdichado. 6. El extraordinario amor de Dios hacia Jerusalén. 15. Su

monstruosa prostitución. 35. Su penoso juicio. 44. Su pecado, comparable

al de su madre, y excediendo al de sus hermanas, Sodoma y Gomorra,

demanda juicio. 60. Se le promete misericordia al final.

Creemos que es apenas posible para cualquier mente honesta e inteligente

comparar las alegorías de Ezequiel en los capítulos dieciséis, veintidós, y veintitrés

con la descripción de la ramera de Apocalipsis, sin convencerse de que en la

profecía encontramos el original y el prototipo de la visión, y de que ambos

representan lo mismo, es decir, a Jerusalén.

Así pues, tenemos evidencia decisiva de que la culpa característica de Jerusalén

era el pecado que se conoce en las Escrituras como adulterio espiritual; una ofensa

que no se le podía imputar a Roma, porque ésta no tenía la misma relación con

Dios que tenía Jerusalén. Es a Jerusalén, y sólo a Jerusalén, a la que se le aplica el

desgraciado epíteto, con melancolía uniforme, peculiar y pre-eminentemente, de

"ciudad ramera".

Por supuesto, se objetará a esta identificación de Jerusalén con la Babilonia

apocalíptica que la descripción topográfica de "la gran ciudad" es aplicable a Roma

tan exactamente que es imposible que signifique ninguna otra ciudad. Por ejemplo,

el versículo nueve afirma: "Esto para la mente que tenga sabiduría: Las siete

cabezas son siete montes, sobre los cuales se sienta la mujer". Esto tiene que ser

Roma, y no puede ser ninguna otra ciudad, porque ella es notoriamente la "urbe

septicollis", la ciudad de las siete colinas.

Pero el objetor debe haber supuesto que, si la identidad de la ciudad fuese tan

evidente, difícilmente habría sido correcto anteponer a la explicación las

significativas palabras: "Esto para la mente que tenga sabiduría"; es decir, se

requiere sabiduría para entender la interpretación de la visión. Esta explicación es

demasiado superficial para que sea correcta.

En la interpretación de un libro simbólico, una excesiva literalidad. puede ser fuente

de error. Especialmente, el número simbólico siete es el que menos debe tomarse

en sentido estrictamente aritmético. En Apocalipsis, hay muchos ejemplos del uso

de este número simbólico, en el cual ningún intérprete con sentido común soñaría

con contar las unidades. Tenemos siete cabezas, siete ojos, siete lámparas, siete

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estrellas, siete truenos, siete espíritus. Sería manifiestamente absurdo insistir en el

valor puramente numérico de tales objetos. Entonces, ¿por qué debe entenderse

aritméticamente el número siete cuando se refiere a montes? ¿No es mucho más

congruente con la naturaleza de un símbolo como este que debe tener un sentido

moral o político, más bien que topográfico, indicando la preeminencia de la ciudad

en poder o en privilegio? Como Capernaúm, Jerusalén fue "levantada hasta el

cielo", y como ella, habría de ser "abatida hasta el Hades".

Pero, admitiendo que la expresión "asentada sobre siete montes" tiene un

significado topográfico, esta característica está representada adecuadamente en la

situación de Jerusalén. Ésta era en realidad una ciudad-monte mucho más que la

misma Roma. "Su cimiento está en el monte santo" (Sal. 87:1). "Grande es Jehová,

y digno de ser en gran manera alabado en la ciudad de nuestro Dios, en su monte

santo" (Sal. 48:1,2). Jerusalén era "una ciudad sobre un monte". Aun hoy día, al

viajero le llama la peculiaridad de su ubicación.

"La ciudad misma está soberbiamente emplazada, como una reina, sobre los

montes, con los profundos valles y los montes alrededor de ella para protegerla".

Sin embargo, si todavía el literalista exige que la Babilonia mística tenga el número

completo de colinas, Jerusalén tiene tanto derecho como Roma para asentarse

sobre siete colinas. Además de las bien conocidas colinas de Sión, Moria, Acra,

Bezeta, y Ofel, el castillo de Antonia estaba situado sobre otra altura, y había otra

prominencia rocosa o cumbre sobre la cual Herodes el Grande había construído las

torres de Hípico, Fasalo, y Mariamne. (Véase a Zuellig sobre El Apocalipsis, Stud.

und Krit. para 1842). Es posible, por lo tanto, encontrar siete colinas en Jerusalén;

aunque debe admitirse que Josefo habla sólo de cuatro, o a lo mucho, de cinco.

Consideramos, sin embargo, que el símbolo se refiere a la elevada situación de la

ciudad, o a su preeminencia política. Otra objeción, todavía más formidable, se

presentará en la declaración del vers. 18: "Y la nujer que has visto es la gran ciudad

que reina sobre los reyes de la tierra". Se dirá que esto no se puede aplicar a

Jerusalén, y sólo se puede aplicar a Roma. Jerusalén nunca fue una ciudad

imperial, con naciones vasallas y reyes que pagaban tributo y estaban sujetos a su

autoridad, mientras que Roma era la señora y la reina del mundo.

Por lo que concierne al título "la gran ciudad" [h poliz h megalh], hemos demostrado

que en realidad se aplica a Jerusalén en varios pasajes de Apocalipsis (cap.

11:8,13; 14:8,20; 16:19). Para los judíos, era la gran ciudad, y con justa razón. Hay

un pasaje notable en Josefo, en que éste informa sobre el discurso de Eleazar, el

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valiente defensor de la fortaleza de Masada, que incita a sus hombres a destruirse a

sí mismos, junto con sus esposas y sus hijos, antes que rendirse a los romanos:

"¿Dónde, está, pues", dijo él, "aquella gran ciudad, la metrópolis de la nación entera

de los judíos, protegida por tantas murallas circundantes, asegurada por tantos

fuertes, y por la enormidad de sus torres, que con dificultad podía contener sus

pertrechos de guerra, y cuyas guarniciones consistían de tantas miríadas de

defensores? ¿Qué fue de aquella ciudad nuestra en la cual se creía que habitaba

Dios mismo? Arrancada de sus fundamentos, fue barrida, quedando de ella sólo un

recuerdo, y estando el campamento de sus destructores plantado en sus ruinas

todavía".

Este pasaje acaba en seguida con la objeción de que el título de "aquella gran

ciudad" no es aplicable a Jerusalén.

Con respecto a la frase "que reina sobre los reyes de la tierra" - la falacia que ha

engañado a muchos es la traducción errónea "los reyes de la tierra" [basileiz thz

ghz]. Una fuente muy fructífera de confusión y error en la interpretación del Nuevo

Testamento es la manera caprichosa e insegura en que gh fue traducida en nuestra

Versión Autorizada [en inglés - Ed.] Algunas, aunque raras veces, aparece con su

traducción correcta, el territorio; pero más frecuentemente ha sido traducido como la

tierra, y parece que nuestros traductores nunca se tomaron el trabajo de averiguar

si la palabra debe tomarse en su sentido más amplio o en un sentido más

restringido. Con increíble descuido, traducen pasai ai fulai thz ghz como "todas las

tribus de la tierra" en vez de "todas las tribus del territorio"; y h ampeloz thz ghz

como "la viña de la tierra" en vez de "la viña del territorio", así que, en el pasaje que

tenemos delante (cap. 17:18), los "reyes de la tierra" debería ser "los reyes del

territorio", es decir, Judea o Palestina. Esta misma frase la usa Pedro en el Nuevo

Testamento, en Hechos 4:26,27, con el sentido restringido de "los reyes del

territorio" [en inglés - Editor]: "Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad

contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los

gentiles y el pueblo de Israel", etc., y reconoce este hecho como cumplimiento de la

predicción en el Salmo 2: "¿Por qué se amotinan la gentes, y los pueblos piensan

cosas vanas? Se levantarán los reyes del territorio [oi basileiz thz ghz] y los

príncipes consultarán unidos contra Jehová y contra su ungido". Los "reyes del

territorio", pues, son identificados por el apóstol Pedro como los gobernantes

confederados que ejecutaron al Hijo de Dios en la ciudad de Jerusalén. Así también

ocurre en Apoc. 6:15, donde "los reyes del territorio" [oi basileiz thz ghz] son

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representados como ocultándose de la ira de Aquél que está sentado en el trono,

en el gran día de su ira. La frase, pues, equivale a "la autoridades gobernantes en el

territorio de Judea" o de Palestina.

Ya hemos señalado la correspondencia entre el pasaje a que nos acabamos de

referir (Apoc. 6:15,16) y el bosquejo original de la escena descrita en la profecía de

Isaías (cap. 2:10-22; 3:1-3). Es, por tanto, no es necesario hacer aquí otra cosa que

llamar la atención a la obvia correspondencia entre "los reyes del territorio" en la

visión, y "los poderosos, y los hombres de guerra", etc., en la profecía. Así que, no

sólo podemos, sino que debemos considerar la frase "reyes de la tierra" como

"reyes del territorio".

Así interpretada, la descripción de Babilonia la grande como que "reina sobre los

reyes del territorio" se vuelve perfectamente apropiada para Jerusalén. Esto se ve

por el lenguaje con el cual tanto las Escrituras como otros escritos hebreos hablan

de la autoridad y la preeminencia de aquella ciudad. Por ejemplo, el profeta

Jeremías describe a Jerusalén como "la que era grande entre las naciones, ha

venido a ser la señora de provincias" (Lam. 1:1), lenguaje que es plenamente

equivalente a "aquella gran ciudad que reina sobre los reyes del territorio".

Nuevamente, si una ciudad tan pequeña como Belén pudo ser llamada "no la más

pequeña entre los príncipes de Judá" (Mat. 2:6), seguramente de la ciudad

metropolitana podría decirse correctamente que "reinaba sobre los príncipes o

gobernantes del territorio". Pero el lenguaje que Josefo emplea cuando habla de

este tema justifica plenamente la descripción apocalíptica de Jerusalén.

"Judea", nos cuenta, "alcanza en anchura desde el río Jordán hasta Jope. En su

mismo centro está la ciudad de Jerusalén, por cuya causa algunos, no sin razón,

han llamado a aquella ciudad 'el ombligo' del país. Judea está dividida en once

jurisdicciones (toparquías), de las cuales Jerusalén, como asiento de la realeza, es

suprema, exaltada por encima de toda la región adyacente, como la cabeza lo está

sobre el cuerpo".

Este lenguaje equivale a la expresión "aquella gran ciudad que reina sobre los reyes

o gobernantes del territorio".

Es posible que se considere difícil que la Jerusalén de la era apostólica pudiese

llamarse con propiedad "la ciudad ramera", pues ese nombre implica idolatría, es

decir, adulterio espiritual; mientras que los judíos de ese período eran intensamente

monoteístas y hasta amenazaban con rebelarse antes que permitir que el templo

fuese profanado con la introducción de la estatua del emperador. Esto es, sin duda,

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cierto en la letra; pero como lo indica Pablo (Rom. 2:22), los judíos de su tiempo,

mientras que aborrecían los ídolos, eran culpables de sacrilegio. Esto ha sido bien

expresado por el Dr. Dodge:

"La esencia de la idolatría era profanación de Dios: de esto los judíos eran

culpables en alto grado. Habían convertido la casa de Dios en cueva de ladrones".

Habían apostatado de Dios tan realmente como si hubiesen establecido el culto de

Baal o de Júpiter. Al rechazar al Mesías, habían roto definitivamente el pacto de su

Dios. Nuestro Señor declaró expresamente que aquella generación resumía en sí

misma los crímenes y la culpa de todos sus predecesores. Era hija y heredera de

todas las generaciones malvadas que habían existido antes, y había colmado la

medida de sus antepasados: "Para que venga sobre vosotros toda la sangre justa

que se ha derramado sobre la tierra", etc. "De cierto os digo que todo esto vendrá

sobre esta generación" (Mat. 23:35,36).

Un argumento más para identificar a Jerusalén con la Babilonia apocalíptica, y un

argumento que consideramos concluyente, hay que encontrarlo en el carácter

atribuido a la ciudad como perseguidora y asesina de profetas y santos: "Vi a la

mujer ebria de la sangre de los santos, y de la sangre de los mártires de Jesús"

(cap. 17:6); "Y en ella se halló la sangre de los profetas y de los santos, y de todos

los que han sido muertos en la tierra" (cap. 18:24); "Alégrate sobre ella, cielo, y

vosotros, santos, apóstoles, y profetas; porque Dios os ha hecho justicia en ella"

(cap. 18:20). ¿Quién puede dejar de reconocer en esta descripción las

características distintivas de la Jerusalén de "aquella generación"? ¿Quién es la

que mata a los profetas y apedrea a los que son enviados a ella? Jerusalén. ¿Cuál

es la ciudad fuera de la cual no puede perecer ningún profeta - que disfruta del

infame monopolio de asesinar a los mensajeros de Dios? Jerusalén. La sangre de

los santos y de los profetas es la mancha inmemorial sobre Jerusalén; la marca del

asesino está estampada en su frente; y la generación que crucificó a Cristo es

descrita por Él como "hijos de aquellos que mataron a los profetas", y "llenaron la

medida de sus padres" (Mat. 23:30-32).

Es imposible confundir al objeto de esta conspicua y distintiva acusación inscrita en

la frente de Jerusalén, mucho antes estigmatizada por el profeta Ezequiel como "la

ciudad de sangres" (Eze. 22:2; 24:6-9).

No es sin razón, por tanto, que a los apóstoles y profetas se les invita a regocijarse

por la caída de su implacable perseguidora y asesina. Las almas bajo el altar hacía

mucho que habían clamado: "¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y

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vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?" Se habían consolado con el

mensaje: "para que descansasen un poco de tiempo, hasta que se completara el

número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos

como ellos", luego "Dios vengará pronto a sus escogidos". Y ahora el día de la

venganza, el año de sus redimidos, ha llegado.

¿Puede alguna prueba ser más concluyente que es Jerusalén, la asesina de los

profetas, la que se describe aquí -- que Jerusalén es la Babilonia del Apocalipsis?

Cuán exacta es la correspondencia entre la predicción de nuestro Señor en Lucas

11:49-51 y su cumplimiento en Apoc. 18:24:

"Por eso la sabiduría de Dios también dijo: Les enviaré

profetas y apóstoles; y de ellos, a unos matarán y a otros

perseguirán, para que se demande de esta generación la

sangre de todos los profetas que se ha derramado desde la

fundación del mundo".

"Y en ella se halló la

sangre de los profetas y d

elos santos, y de todos los

que han sido muertos en la

tierra".

Habiendo intentado así identificar a la mujer de la visión, ahora procedemos a

investigar el misterio de la bestia sobre la cual está sentada.

EL MISTERIO DE LA BESTIA ESCARLATA

Cap. 17:3,7-11.- "Y vi a una mujer sentada sobre una bestia escarlata llena de

nombres de blasfemia, que tenía siete cabezas y diez cuernos ... Yo te diré el

misterio de la mujer, y de la bestia que la trae, la cual tiene las siete cabezas y los

diez cuernos. La bestia que has visto, era, y no es; y está para subir del abismo e ir

a perdición; y los moradores de la tierra, aquellos cuyos nombres no están escritos

desde la fundación del mundo en el libro de la vida, se asombrarán viendo la bestia

que era y no es, y será. Esto, para la mente que tenga sabiduría: Las siete cabezas

son siete montes, sobre los cuales se sienta la mujer, y son siete reyes. Cinco de

ellos han caído; uno es, y el otro aún no ha venido; y cuando venga, es necesario

que dure breve tiempo. La bestia que era, y no es, es también el octavo; y es de

entre los siete, y va a la perdición".

No puede haber ninguna duda razonable de que la bestia [qhrion] descrita aquí es

idéntica a la del capítulo 13. El nombre, la descripción, y los atributos del monstruo

apuntan claramente a la misma identidad. Hay, sin embargo, detalles adicionales en

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~ 401 ~

esta segunda descripción que al principio parecen oscurecer más bien que aclarar

el significado. El color escarlata puede, en verdad, reconocerse como símbolo de la

dignidad imperial; pero, ¿qué puede decirse de las aparentes paradojas "era, y no

es, y será"? y "es el octavo [rey], y es de entre los siete, y va a la perdición"?

Ya hemos sido llevados a la conclusión de que la bestia (cap. 13) significa Nerón.

La paradoja o el enigma que lo representa como "la bestia que era, y no es, y será"

es un rompecabezas que a primera vista parece inexplicable. Es evidentemente una

contradicción de términos, y sólo puede ser verdadera en algún sentido peculiar.

Que tiene que ser verdad acerca de Nerón en algún sentido es uno de los hechos

más extraordinarios de la historia, y le ajusta esta descripción simbólica con toda la

fuerza de la demostración. Parece establecido por la más clara evidencia que, a la

muerte de Nerón, hubo una creencia popular y muy extendida de que el tirano

todavía vivía, y que pronto reaparecería. Tenemos el testimonio expreso de Tácito,

Suetonio, y otros historiadores en cuanto a la existencia de tal convicción. Se ha

objetado que esta explicación de la paradoja casi imputa la equivocación a las

Escrituras. ¿Qué puede ser más frívolo que este argumento? Cualquier explicación

de qué es una contradicción de términos debe ser hasta cierto punto antinatural y

equívoca; pero, al tratar con un libro de símbolos, es absurdo exigir la verdad literal.

¿Hay que demostrar que Nerón tenía diez cuernos?

Ciertamente es correcto que el pofeta-vidente indicase una persona, a quien no se

atrevía a nombrar, por cualquier representación simbólica que condujese a su

reconocimiento. ¿Qué sería más distintivo de la persona particular que se tenía en

mente que este mero hecho de su esperada reaparición después de muerta? ¿De

cuántas personas en el mundo podría expresarse tal opinión? El hecho de que sea

históricamente cierto que prevaleciese tal engaño popular con respecto a Nerón lo

consideramos como prueba singular y concluyente de que él es el individuo

denotado por el símbolo.

LOS SIETE REYES

Es más difícil resolver el enigma de los siete reyes, uno de los cuales es la bestia, y

sin embargo, es el octavo. Las siete cabezas del monstruo parecen ser

emblemáticas, no sólo de las siete colinas sobre las cuales se sienta la mujer, sino

también de siete reyes que tienen una relación doble, a saber, con la mujer y con la

bestia. El antitipo del símbolo debe, por tanto, sustentar esta doble relación, aunque

uno esperaría, por ser connatural con el monstruo, que su relación con él sería de lo

más íntima. De estos siete reyes, "cinco", se dice, "han caído; uno es, y el otro aún

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~ 402 ~

no ha venido; y cuando venga, es necesario que dure breve tiempo. La bestia que

era, y no es, es también el octavo; y es de entre los siete, y va a la perdición".

Ya hemos visto que, en general, el número siete, siendo un número simbólico, no

debe ser tomado como otras tantas unidades, sino como indicación de perfección o

de totalidad. Hay ocasiones, sin embargo, en que parece necesario tomarlo en

sentido aritmético, por ejemplo, cuando está en estrecha relación con otros

números. En el caso que nos ocupa, en que leemos acerca de siete reyes, cinco de

los cuales han caído, y uno es, y el séptimo aún no ha venido, mientras se sugiere

un octavo misterioso, es difícil entender el número siete en cualquier otro sentido

que no sea el literal.

Entonces, ¿dónde debemos buscar para encontrar estos siete reyes o estas siete

cabezas? Es también presumible que también estén donde están las montañas, en

el lugar en que la escena se desarrolla. Si la ramera significa Jerusalén, debemos

esperar encontrar a los reyes allí también. ¿Dónde, pues, en Jerusalén deben

encontrarse siete reyes, y un misterioso octavo? Se han sugerido los reyes del

linaje herodiano, a saber: 1. Herodes el Grande; 2. Arquelao; 3. Filipo; 4. Herodes

Antipas; 5. Agripa I; 6. Herodes de Calcis; 7. Agripa II. Esta es la sugerencia del Dr.

Zwellig, y merece la alabanza de la ingeniosidad; pero hay dos objeciones fatales

contra ella: primera, no se puede decir de todos que han sido reyes o gobernnantes

en Jerusalén, ni siquiera en Judea; y segunda, no todos pertenecen al período

apocalíptico, el fin de la era judía, o los últimos días de Jerusalén, lo cual es una

condición indispensable.

Nos aventuramos a proponer otra solución, que creemos llenará en todos sus

respectos los requisitos del problema. Teniendo presente lo que ya se ha

demostrado, que el título de "reyes" se usa a menudo como sinónimo de

gobernantes o gobernadores, sugerimos que el basileiz a los que se alude aquí no

son otros que los procuradores romanos de Judea bajo la autoridad de Claudio y de

Nerón. Fue en el reinado de Claudio que Judea se convirtió en provincia romana

por segunda vez. Este hecho es declarado expresamente por Josefo, y es también

la razón de que se hiciera el cambio. A la muerte de Herodes Agripa I, a quien

Calígula había conferido la soberanía del reino entero, su hijo Agripa II fue

considerado por Claudio como muy joven para ocupar el trono de su padre. Judea

quedó, por tanto, reducida a la forma de una provincia. Cuspio Fado fue enviado a

Judea como el primero de esta segunda serie de procuradores.

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~ 403 ~

Estos procuradores eran en realidad virreyes, y responden bien al título de basileiz

en la visión. También, su número cuadra exactamente con el que se da en

Apocalipsis. Desde el nombramiento de Cuspio Fado hasta el estallido de la guerra

judía, hubo siete gobernadores con plenos poderes en Jerusalén y en Judea. Éstos

fueron: 1. Cuspio Fado; 2. Tiberio Alejandro; 3. Ventidio Cumano; 4. Antonio Felix;

5. Porcio Festo; 6. Albino; 7 Gesio Floro.

Aquí tenemos, pues, un período bien definido, que cae dentro de los límites

apocalípticos en cuanto a tiempo, que ocupa terreno apocalíptico en cuanto a lugar,

y que corresponde al símbolo apocalíptico en cuanto a número, carácter, y título.

Estos virreyes sustentan la doble relación requerida por el símbolo; estaban

relacionados con la bestia como romanos y como delegados; y están relacionados

con la mujer como poderes gobernantes.

Ahora es fácil ver cómo se puede decir que Nerón mismo, la bestia que sube del

mar, el tirano extranjero, es el octavo, y sin embargo de entre los siete. Él era la

cabeza suprema, y estos procuradores eran sus delegados, los representantes del

emperador en Judea y en Jerusalén. Así, puede decirse que él de entre ellos, y sin

embargo, diferente de ellos -- el octavo, y sin embargo, de entre los siete. Esto

proporciona una propiedad natural y adecuada al lenguaje aparentemente

enigmático y paradójico de la representación simbólica, y resuelve el enigma sin

violentas torturas ni diestras manipulaciones.

LOS DIEZ CUERNOS DE LA BESTIA

Hay también mucha oscuridad en el siguiente símbolo, que aparece en el capítulo

17:12.

"Y los diez cuernos que has visto son diez reyes, que aún no han recibido reino; pero por una hora [o en una hora, --- contemporáneamente] recibirán autoridad como reyes juntamente con la bestia".

Se observará que estos "diez reyes" tienen las siguientes características:

1. Son satélites o tributarios de la bestia, es decir, están sujetos a Roma.

2. Son aliados de la bestia contra Jerusalén.

3. Son hostiles al cristianismo.

4. Son hostiles a la ramera, y agentes activos en su destrucción.

5. Cuando el apóstol escribió, estos reyes todavía no habían sido investidos de

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~ 404 ~

poder.

6. Su poder sería contemporáneo con el de la bestia.

En general, llegamos a la conclusión de que este símbolo significa los príncipes y

jefes auxiliares que eran aliados de Roma y recibían órdenes del ejército romano

durante la guerra judía. Por Tácito y Josefo, sabemos que varios reyes de los

países vecinos siguieron a Vespasiano y a Tito en la guerra. Ya se ha hecho alusión

a algunos de estos auxiliares: Antíoco, Soemo, Agripa, y Malco. Sin duda, hubo

otros, pero no es necesario producir el número exacto de diez, que, como el número

siete, parece ser un número místico o simbólico. Estos reyes son representados

como animados de una encarnizada hostilidad hacia Jerusalén, la ciudad ramera:

"Aborrecerán a la ramera, y la dejarán desolada y desnuda; y devorarán sus carnes,

y la quemarán con fuego; porque Dios ha puesto en sus corazones el ejecutar lo

que él quiso: ponerse de acuerdo, y dar su reino a la bestia, hasta que se cumplan

las palabras de Dios" (Apoc. 17:16,17). Tácito habla de la encarnizada animosidad

contra los judíos de la cual se llenaron los auxiliares árabes de Tito, y tenemos una

terrible prueba del intenso odio que sentían hacia los judíos las naciones vecinas en

las matanzas a gran escala perpetradas contra aquel desgraciado pueblo en

muchas grandes ciudades justo antes de que estallase la guerra. Toda la población

judía de Cesarea fue masacrada en un día. En Siria, cada ciudad se dividió en dos

campos, judíos y sirios. En Citópolis, más de trece mil judíos fueron masacrados; en

Ascalón, Tolemaica, y Tiro, tuvieron lugar atrocidades similares. Pero en Alejandría,

la carnicería de los habitantes judíos excedió a todas las otras matanzas. Todo el

barrio judío se inundó de sangre, y cincuenta mil cadáveres yacían en horrorosos

montones en las calles. Este es un terrible comentario sobre las palabras del ángel-

intérprete: "Los diez cuernos que viste en la bestia aborrecerán a la ramera", etc.

Sólo resta observar otra característica de la visión. La mujer es representada como

"sentada sobre muchas aguas", y en el versículo quince se dice que estas aguas

significan "pueblos, y muchedumbres, y naciones, y lenguas". De la Babilonia

mística, como de su prototipo la Babilonia literal, se dice que "se sienta sobre

muchas aguas". El profeta Jeremías se dirige así a la antigua Babilonia: "Tú, la que

moras entre muchas aguas" (Jer. 51:12), y esta descripción parece igualmente

apropiada para Jerusalén.

La influencia ejercida por la raza judía en todas partes del Imperio Romano antes de

la destrucción de Jerusalén era inmensa; sus sinagogas se encontraban en todas

las ciudades, y sus colonias echaban raíces en todas las regiones. En Hechos 2,

vemos las maravillosas ramificaciones de la raza hebrea en países extranjeros, por

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~ 405 ~

la enumeración de las diferentes naciones representadas en Jerusalén el día de

Pentecostés: "Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas

las naciones bajo el cielo ... partos, medos, elamitas, los que habitaban en

Mesopotamia, en Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia y Panfilia,

en Egipto y en las regiones de África más allá de Cirene, y romanos allí residentes,

tanto judíos como prosélitos, cretenses y árabes". Se podía decir verdaderamente

de Jerusalén que "se sentaba sobre muchas aguas", es decir, que ejercía poderosa

influencia sobre "pueblos, y muchedumbres, y naciones, y lenguas".

Tal es la visión de la "ciudad ramera", cuyo destino es el gran tema de la profecía

tanto de nuestro Señor en el Monte de los Olivos como de Apocalipsis. Que es

Jerusalén, y sólo ella, de la que se habla aquí creemos que es abundantemente

claro para toda mente desprejuiciada y honesta; cualquier otro tema será

completamente extraño a todo el propósito y el fin de Apocalipsis.

NOTA SOBRE APOCALIPSIS 17

IDENTIDAD DE LA BESTIA DE APOCALIPSIS CON EL HOMBRE DE

PECADO EN 2 TESALONICENSES 2

Antes de abandonar este capítulo, es pertinente señalar la notable correspondencia

entre "el hombre de pecado" bosquejado por Pablo en 2 Tes. 2 y la bestia descrita

por Juan en Apcalipsis 13 y 17. Se observará que ninguno de los apóstoles nombra

al formidable personaje al cual señala, sin duda por la misma razón. Por sí sola,

esta circunstancia sería suficiente para indicar a quién se tiene en mente. Habría

pocas personas, probablemente no más de una, cuyo nombre sería peligroso

pronunciar, y esa una sería la más poderosa en el territorio. No podemos suponer

que el nombre ha sido suprimido meramente por causa de la mistificación: debe

haber habido un motivo adecuado; ese motivo debe haber sido prudencial; y si es

prudencial, entonces, sin duda es político; vale decir, evitar incurrir en la sospecha

de ser desafecto al gobierno.

Además de esto, hay una correspondencia tan detallada y tan múltiple entre "el

hombre de pecado" de Pablo y "la bestia" de Juan que es casi seguro que ambos

se refieren al mismo individuo. Sobre bases independientes y tratando cada tema

por separado, ya hemos llegado a la conclusión de que ambos apóstoles tienen en

mente al emperador Nerón, y cuando colocamos las dos partituras una al lado de la

otra, esta conclusión queda establecida definitivamente. Sólo es necesario echar un

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~ 406 ~

vistazo a las descripciones paralelas para convencerse de que describen al mismo

individuo, y de que ese individuo es el monstruo Nerón.

EL HOMBRE DE PECADO, 2

TES. 2 LA BESTIA, APOC. 13, 17

"El hombre de pecado" (ver. 3).

"Sobre sus cabezas, un nombre blasfemo" (13:1).

"Llena de nombres de blasfemia" (17:3).

"El hijo de perdición" (ver. 3).

"La bestia está ... para ir a perdición" (17:8).

"Y va a la perdición" (17:11).

"Aquel inicuo" (ver. 8). "Se le dio autoridad para actuar" (13:5).

"El cual se opone y se levanta contra todo

lo que se llama Dios o es objeto de culto"

(ver.4).

"Se le dio boca que hablaba grandes cosas y

blasfemias ... abrió su boca en blasfemias contra

Dios" (13:5,6).

"Se sienta en el templo de Dios como

Dios, haciéndose pasar por Dios" (ver. 4).

"Y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién como la

bestia? ... Y la adoraron todos los moradores de la

tierra [del territorio]" (13:5,6).

"A quien el Señor matará con el espíritu

de su boca, y destruirá con el resplandor

de su venida" (ver. 8).

"Pelearán contra el Cordero, y el Cordero los

vencerá" (17:14).

"Y la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta

... Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago

de fuego que arde con azufre" (19:20).

"Cuyo advenimiento es por obra de

Satanás" (ver. 9) "Y el dragón le dio su poder" (13:2).

"Con gran poder y señales y prodigios

mentirosos" (ver. 9).

"También hace grandes señales, de tal manera que

aun hace descender fuego del cielo a la tierra delante

de los hombres" (13:13)

"Con todo engaño de iniquidad para los

que se pierden" (ver. 10).

"Por esto Dios les envía un poder

engañoso, para que crean la mentira" (ver.

11).

"Engaña a los moradores de la tierra con las señales

que se le ha permitido hacer en presencia de la

bestia" (13:14).

"Para que sean condenados todos los que

no creyeron a la verdad" (ver. 12).

"Si alguno adora a la bestia y a su imagen ... él

también beberá del vino de la ira de Dios" (14:9,10).

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~ 407 ~

LA CAÍDA DE BABILONIA

La siguiente escena de la visión representa la suerte de la ciudad ramera, lo cual

ocupa la totalidad del capítulo 17. Primero, un ángel poderoso, cuya gloria ilumina la

tierra, proclama en alta voz, casi con las mismas palabras que las del cap. 14:8: "Ha

caído, ha caído Babilonia". Su destino es la consecuencia de su pecado, y en este

momento supremo su degradación moral es declarada con el mayor énfasis: "Se ha

hecho habitación de demonios y guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de

toda ave inmunda y aborrecible", etc. De cuán apropiada es esta descripción de

Jerusalén en su decadencia testifican las páginas de Josefo:

"De algún modo, aquel período", nos cuenta, "había sido tan prolífico en iniquidades

de todo tipo entre los judíos, que ninguna obra malvada había quedado sin ser

perpetrada ... tan universal era el contagio tanto público como privado, y tal era el

esfuerzo por superarse los unos a los otros en actos de impiedad hacia Dios y de

injusticia hacia el prójimo".

"No existió jamás otra generación más prolífica en el crimen".

"Creo que, si los romanos hubiesen diferido el castigo de estos miserables, la tierra

se habría abierto y se hubiese tragado la ciudad, ésta habría sido barrida por un

diluvio, o habría participado de los relámpagos de la tierra de Sodoma".

Luego, se oye una voz desde el cielo llamando al pueblo de Dios a salir de la ciudad

condenada a muerte: "Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus

pecados, y no recibáis de sus plagas". Observamos aquí cómo la catástrofe final se

mantiene en suspenso -- una y otra vez parece como si el fin ha llegado en realidad,

y luego encontramos que se interponen nuevas circunstancias, y que el golpe ha

sido aparentemente detenido en el momento mismo en que estaba a punto de ser

asestado. Esta característica de Apocalipsis aumenta grandemente el efecto

dramático, y estimula poderosamente el interés en la acción. Podría haberse

supuesto que todos los fieles habían abandonado mucho antes la ciudad

condenada; pero no debemos buscar la misma estricta consistencia y secuencia en

una descripción poética y figurada que en una narración histórica. Además, las

imágenes se derivan parcialmente de la descripción profética de la caída de la

antigua Babilonia como la presenta Jeremías (cap. 51), donde encontramos este

mismo llamado a "salir de ella" (ver. 45).

Después de esto, sigue una endecha, si puede llamarse así, solemne y patética,

acerca de la ciudad caída, cuya hora final ha llegado. Los reyes y gobernantes del

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~ 408 ~

territorio, los mercaderes-comerciantes, y los marineros que la conocían en la

plenitud de su poder y de su gloria, ahora lamentan su caída. La ciudad real, el

emporio del comercio y la riqueza, está envuelta en llamas, y los marineros y

mercaderes que se enriquecieron con su tráfico están a la distancia, contemplando

el humo de su incendio, y llorando: "¿Cuál ciudad como esta gran ciudad?" La

descripción que en este capítulo se da de la riqueza y el lujo de la Babilonia mística

apenas podría parecer apropiada para Jerusalén si no fuese porque en Josefo

tenemos amplia evidencia de que no hay ninguna exageración, ni siquiera en esta

representación altamente elaborada. Más de una vez, el historiador judío habla de

la magnificencia y la vasta riqueza de Jerusalén. Es muy notable que el inventario

de los despojos tomados del tesoro del templo contiene casi todos los artículos

enumerados en este lamento por la ciudad caída: "Oro, plata, piedras preciosas,

púrpura, escarlata, canela, especias, ungüentos, e incienso".

No menos llamativa es la descripción que da Josefo del botín de la ciudad

capturada, que fue llevado en procesión por las calles de Roma en el triunfo de

Vespasiano y Tito, y que justifica plenamente el cuadro de profusión y magnificencia

trazado en Apocalipsis.

Sigue la última escena de la tragedia de la ciudad ramera. Un ángel poderoso toma

una piedra. como una gran piedra de molino, y la arroja al mar, diciendo: "Con el

mismo ímpetu será derribada Babilonia, la gran ciudad, y nunca más será hallada"

(ver. 21). Su desolación es ahora completa: su gloria ha huido; ha quedado en

silencio y en soledad, pues "en una hora ha llegado su juicio", "en una hora ha sido

desolada".

Puede que se diga que esto es poesía, y sin duda lo es; pero también es historia.

Tan total fue la destrucción de Jerusalén, que Josefo dice: "Ya no había nada que

hiciera pensar a los que visitaban el lugar que alguna vez había sido habitado".

Ya hemos comentado las palabras finales del capítulo, que proporcionan evidencia

decisiva de la identidad de la ciudad ramera: "Y en ella se halló la sangre de los

profetas y de los santos, y de todos los que han sido muertos en la tierra" (ver. 24).

Estas palabras no se aplican a ninguna otra ciudad aparte de Jerusalén, y

demuestran de modo concluyente que Jerusalén es el tema de toda la

representación visionaria. Jerusalén era preeminentemente la "asesina de profetas",

y la sangre de ellos será requerida de ella, de acuerdo con la predicción del Señor:

"Para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la

tierra" (Mat. 23:35).

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Podríamos suponer que ahora hemos llegado a la catástrofe de la visión, puesto

que el juicio de la gran ramera está completo, y ella desaparece de la escena; pero

el tema continúa todavía en los dos capítulos siguientes, que se ocupan

principalmente de hechos de juicio contra los otros enemigos de Cristo y de su

iglesia.

Primero, sin embargo, tenemos un cántico de triunfo en el cielo por el criminal caído

y condenado cuyo terrible juicio se ha consumado (cap. 19:1-5). Es el coro de

Aleluya de una gran multitud, cuya voz es como la de muchas aguas, y como la voz

de truenos poderosos, que da gloria a Dios por la justicia ejecutada en la ciudad

ramera, y por la venganza de la sangre de sus siervos derramada por su mano.

Ahora se ha cumplido la promesa de Dios de que vengaría prontamente la sangre

de sus elegidos, que clamaban a Él día y noche. Ahora, también, ha venido el reino

de Dios: la consumación tiempo ha predicha y por tanto tiempo esperada, por la

cual han ascendido al cielo sin cesar las oraciones de los santos: "Venga tu reino".

La gran victoria del Mesías ha sido obtenida; su reino ha alcanzado su pleno

desarrollo; el Mesías entrega a su Padre su autoridad delegada; y un estallido de

aclamación resuena por todo el cielo: "¡Aleluya!, porque el Señor Dios omnipotente

reina".

Pero la venida del reino está asociada con otros sucesos, siendo uno de los

principales "las bodas del Cordero", para las cuales se da ahora la nota de

preparación, aunque los detalles del suceso se reservan para la séptima y última

visión. Es evidente que las nupcias del Cordero se anuncian prolépticamente, de

acuerdo con el uso frecuente en Apocalipsis. Esta unión pública y solemne de

Cristo con su iglesia es lo que se prefigura en las parábolas de la fiesta de bodas

(Mat. 22) y de las diez vírgenes (Mat. 25). Es la cena de bodas del gran Rey, a la

cual rehusan venir los primeros invitados, que maltrataron y mataron a los

mensajeros del rey. Ahora les ha sobrevenido el juicio: "El rey envió sus ejércitos, y

destruyó a aquellos asesinos, y quemó su ciudad" (Mat. 22:7).

Pero antes de que tenga lugar esta feliz consumación, deben ejecutarse actos de

juicio. La Babilonia mística ha sido juzgada, pero los otros enemigos del Rey - la

bestia, su delegado el falso profeta, y el dragón - todavía deben recibir su merecido

castigo.

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~ 410 ~

EL JUICIO DE LA BESTIA Y SUS PODERES ALIADOS

Cap. 19:11-21. "Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo

montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea. Sus ojos eran

como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre

escrito que ninguno conocía sino él mismo. Estaba vestido de una ropa teñida en

sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS. Y los ejércitos celestiales, vestidos

de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos. De su boca sale

una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de

hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso. Y en su

vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE

SEÑORES. Y vi a un ángel que estaba en pie en el sol, y clamó a gran voz,

diciendo a todas las aves que vuelan en medio del cielo: Venid, y congregaos a la

gran cena de Dios, para que comáis carnes de reyes y de capitanes, y carnes de

fuertes, carnes de caballos y de sus jinetes, y carnes de todos, libres y esclavos,

pequeños y grandes. Y vi a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos,

reunidos para guerrear contra el que montaba el caballo, y contra su ejército. Y la

bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que había hecho delante de ella las

señales con las cuales había engañado a los que recibieron la marca de la bestia, y

habían adorado su imagen. Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de

fuego que arde con azufre. Y los demás fueron muertos con la espada que salía de

la boca del que montaba el caballo, y todas las aves se saciaron de las carnes de

ellos".

Este magnífico pasaje describe el gran suceso que ocupa un lugar tan prominente

en la profecía del Nuevo Testamento, la Parusía, o la venida en gloria del Señor

Jesucristo. Viene del cielo; viene en su reino; "había en su cabeza muchas

diademas"; viene con sus santos ángeles; "le siguen los ejércitos del cielo"; viene a

ejecutar juicio sobre sus enemigos; viene en gloria. Puede preguntarse: ¿Por qué

es colocada la Parusía después del juicio de la ciudad ramera, y no antes? Debe

recordarse que es un poema, más bien que una historia, lo que ahora estamos

leyendo; un drama, más bien que un diario de transacciones, y que no hay ningún

libro en el que el efecto poético y dramático sea más estudiado que Apocalipsis. A

menudo, estas visiones episódicas son sacadas de su estricto orden cronológico

para que puedan ser presentadas con mayores detalles y puedan hacer una

adecuada impresión en la mente del lector. Al mismo tiempo, no admitimos que

haya un anacronismo en el lugar que ocupa la Parusía. Si examinamos el discurso

profético en el Monte de los Olivos, descubriremos el mismo orden de sucesos. Es

inmediatamente después de la gran tribulación cuando aparece en el cielo la señal

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~ 411 ~

del Hijo del hombre, y "ven al Hijo del hombre viniendo en las nubes del cielo con

poder y gran gloria" (Mat. 24:29,30). La escena representada en esta visión es ese

mismo suceso. El Señor Jesús es "manifestado desde el cielo con los ángeles de su

poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni

obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo" (2 Tes. 1:7,8).

La secuela del capítulo relata la victoria del Cordero sobre los enemigos de su

causa. Un ángel de pie en el sol llama a todas las aves del cielo a saciarse de los

cadáveres de los que han de morir en el conflicto venidero. Los ejércitos de la

bestia y sus poderes aliados se congregan para hacer la guerra al Mesías. Los dos

entran en combate, y los enemigos de Cristo son derrotados. La bestia es tomada

prisionera, y con ella el falso profeta que gobernaba en su nombre. "Estos dos

fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre", mientras

que sus seguidores perecen "con la espada que salía de la boca del que montaba el

caballo".

Si se pregunta: ¿Qué representan estos símbolos?, la respuesta es: Seguramente

ningún conflicto literal con armas carnales. No es sobre ningún campo de batalla

sobre terreno literal que el Redentor glorificado y sus legiones celestiales se

enfrenta a las huestes combinadas de la tierra y el infierno. No podemos ir a las

páginas de Josefo o de Tácito, o de ningún otro historiador, en busca de los

sucesos que corresponden a estos símbolos. En ellos leemos dos grandes

verdades: Cristo debe vencer; sus enemigos deben perecer. Sin embargo, hay una

porción de hecho histórico en este simbolismo. Así como en la representación

simbólica de la gran ramera encontramos el hecho histórico de la destrucción de

Jerusalén, en esta captura y ejecución de la bestia y su congénere encontramos el

hecho histórico de la destrucción de Nerón y su lugarteniente, o delegado, en

Judea. Éste es el núcleo de hecho histórico en el centro de la visión. Jerusalén, la

ciudad ramera, pereció en fuego y sangre. Tanto Nerón, el rey bestia, el sanguinario

perseguidor de los cristianos, como Gesio Floro, el tirano que incitó a la rebelión a

los infelices judíos, murieron violentamente. Estos sucesos eran en realidad juicios

divinos, previstos y predichos mucho antes de que ocurriesen, y escritos con

espeluznantes detalles en las páginas de la historia, visibles y legibles para

siempre. Estos son los hechos históricos presentados en toda la pompa y el

esplendor de imágenes simbólicas en Apocalipsis. Los símbolos eran dignos de los

hechos, y los hechos son dignos de los símbolos. No hay duda de que aquí hay

algo de anacronismo. En la visión, la muerte de Nerón es colocada después del

juicio de Jerusalén, aunque en realidad precedió a ese suceso por dos años o más.

Como hemos observado antes, algo hay que conceder a la licencia poética. En una

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~ 412 ~

epopeya, un drama, o una visión, es irrazonable exigir una estricta secuencia

cronológica. Ahora bien, el Apocalipsis está compuesto con consumado arte. Como

observó Henry More hace mucho tiempo: "Jamás libro alguno fue escrito con tal

arte como este de Apocalipsis, como si cada palabra hubiese sido pesada en

balanza antes de ser escrita". El efecto dramático es ciertamente aumentado en

gran manera por el hecho de haber colocado donde están la captura y el castigo de

la bestia". El primero y más prominente lugar se le asigna naturalmente a la ciudad

ramera, y el vidente, habiendo comenzado con el juicio de ella, lo lleva a su

consumación final. Luego, el vidente regresa a la bestia, y presenta su destino; y

por fin, en el siglo veinte, procede a describir el castigo infligido a la tercera potencia

hostil, el dragón.

Hay, sin embargo, otra respuesta al cambio de anacronismo. Vale la pena

considerar si la escena entera de la gran batalla y la victoria de Cristo el Rey, y el

castigo de la bestia y sus ejércitos, no pueden ser concebidos como teniendo lugar

en espíritu, no en carne. Esto es, si no puede ser la representación de

transacciones en el estado invisible; el juicio de los muertos, no de los vivos. Una

transacción terrenal ciertamente no es; y si la consideramos como la representación

simbólica del juicio y la condenación de los enemigos del Cordero en el mundo de

los espíritus -- un vistazo a aquella gran escena judicial mostrada en Mat. 25;

"cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, y sean reunidas delante de él todas

las naciones" -- esto aliviaría a la visión de cualquier anacronismo y satisfaría

abundantemente todos los requisitos del caso. La probabilidad de este punto de

vista queda confirmada fuertemente por el hecho de que este castigo de la bestia y

sus ejércitos sigue a la alusión a la cena de bodas del Cordero, un suceso que

ciertamente se supone tiene lugar en el estado espiritual y eterno.

EL JUICIO DEL DRAGÓN

Cap. 20:1-3. "Vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y una

gran cadena en la mano. Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo

y Satanás, y lo ató por mil años; y lo arrojó al abismo, y lo encerró, y puso su sello

sobre él, para que no engañase más a las naciones, hasta que fuesen cumplidos

mil años; y después de esto debe ser desatado por un poco de tiempo".

Ahora nos acercamos a una porción de Apocalipsis envuelta en mucha oscuridad y

que, por la naturaleza misma del caso, va más allá de los límites que, por las

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~ 413 ~

expresas declaraciones del escritor, repetidas una y otra vez, circunscriben el resto

de la profecía de este libro.

Muchos consideran que el hecho de que las visiones de Apocalipsis abarcan un

período tan prolongado como mil años es prueba incontrovertible de que el

cumplimiento de las predicciones que el libro contiene no debe restringirse a un

breve período. Por ejemplo, Dean Alford dice:

"Hay que confesar que en tacei [en breve] contiene, entre otros períodos, uno de mil

años. ¿Sobre qué principio debemos afirmar que no abarca un período vastamente

superior a éste en su contenido total?"

Lo que a los ojos de Dean Alford parece una objeción tan insuperable es

desestimada nada menos que por Moses Stuart, que dice:

"La porción del libro que contiene esto [la referencia a un período distante] es tan

pequeña, y la parte del libro que se cumplió en breve es tan grande, que no se

puede construir ninguna dificultad razonable con respecto a la afirmación que

tenemos delante. 'Cuán en tacei, es decir, en breve, ocurrieron realmente las cosas

a causa de las cuales se escribió el libro principalmente".

La verdad es que algunos intérpretes intentan salvar la dificultad suponiendo que

los mil años, siendo un número simbólico, pueden representar un período de muy

corta duración, y así, intentan poner el todo dentro de los límites apocalípticos

prescritos; pero este método de interpretación nos parece tan violento y antinatural

que no dudamos en rechazarlo. El acto de atar y encerrar al dragón ciertamente cae

dentro del "en breve" de la declaración apocalíptica, porque coincide, o casi

coincide, con el juicio de la ramera y de la bestia; pero se afirma claramente que el

término de la prisión del dragón es de mil años, y así, tiene que pasar

necesariamente más allá del campo visual tan estricta y tan constantemente

limitado por el libro mismo. Creemos, sin embargo, que éste es el solitario ejemplo

que el libro entero contiene de esta excursión más allá de los límites del "en breve",

y concordamos con Stuart en que no se puede construir ninguna razonable

dificultad a cuenta de esta sola excepción de la regla. Al continuar, también

descubriremos que los sucesos a los que se alude como teniendo lugar después de

la terminación de los mil años se predicen como en una profecía, y no se

representan como en una visión. En realidad, parece evidente que el pasaje, cap.

20:5-10, es introducido parentéticamente, interrumpiendo la continuidad de la

narración, que se reanuda nuevamente en el ver. 11, como veremos.

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~ 414 ~

Evidentemente, el derrocamiento y castigo de los enemigos de Cristo estarían

incompletos sin un acto similar de juicio contra el principal instigador y jefe de la

confederación, el dragón, o Satanás. En consecuencia, su hora ha llegado: es

apresado, encadenado, y arrojado al abismo, que es sellado por encima de él, y es

sentenciado a permanecer preso durante un período llamado "mil años".

Este acto de apresar, encadenar, y arrojar al abismo se representa como teniendo

lugar ante los ojos del vidente, siendo introducido con la fórmula: "Y vi". Es un acto

contemporáneo, o casi contemporáneo, con los juicios ejecutados contra los otros

criminales, la ramera y la bestia. Esta parte de la visión, pues, cae dentro de los

límites apropiados de la visión apocalíptica, y es parte integral de la serie de

grandes sucesos relacionados con la Parusía.

¿Hemos, pues, de suponer que cualquier cosa equivalente a este símbolo, el acto

de atar y aprisionar a Satanás, ha tenido lugar realmente, y tuvo lugar en el tiempo

indicado, vale decir, el fin de la dispensación judía? No vacilamos en contestar

afirmativamente, y creemos que hay, en las Escrituras y en la historia, la más clara

justificación para llegar a esta conclusión.

1. Nadie argumentará que los símbolos de la visión requieren un

encadenamiento literal o físico del dragón. El sentido común enseña

que todo lo que se quiere significar es la represión y la restricción

del poder satánico durante el período indicado. Ahora bien, no

parece haber ninguna razón para dudar de que, antes de y durante la

encarnación de nuestro Salvador, existió en la tierra una energía y

una actividad de maldad moral tal que excedía con mucho cualquier

cosa que ahora se conoce entre los hombres. No es irrazonable

suponer que el período de la vida terrenal de nuestro Señor fue una

época de actividad intensa y sin paralelo entre los poderes de las

tinieblas. Si sabían que el campeón de Dios, el Redentor de la

humanidad, había venido "para destruir las obras del diablo", había

causa para que se alarmasen; y las tentaciones de nuestro Señor en

el desierto, y la maligna oposición a Cristo y su causa, atribuidas a

Satanás por todas partes en el Nuevo Testamento, revelan tanto el

conocimiento del adversario con respecto a la misión del Salvador

como sus incesantes esfuerzos para contrarrestarla. Además, la

notable prevalencia del misterioso fenómeno de posesión demoníaca

en tiempos de Cristo es prueba decisiva de la presencia y la

actividad de la maléfica influencia espiritual, en una forma y hasta

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~ 415 ~

un grado desconocidos para nosotros, y para muchos, hasta

increíble. Entonces, a menos que estemos preparados para renunciar

a la realidad de esa misteriosa influencia, y considerarla como

resultado de mera ignorancia popular o mero engaño, tenemos que

admitir que ha habido una marcada y decisiva restricción del poder

de Satanás sobre los hombres desde el tiempo de Cristo. Lo mismo

puede decirse con respecto a la prevalencia de la maldad moral en

aquella época del mundo. Que considere cualquier persona lo que

Roma era en los días de Nerón, y lo que Jerusalén era en el período

final de la comunidad judía, y en seguida aceptará el hecho

innegable de un desarrollo anormal y portentoso de la maldad que a

nosotros nos parece increíble. Juvenal y Tácito serán testigos de

Roma, y Josefo de Jerusalén; y no es contrario a la razón, y al

mismo tiempo concuerda con Apocalipsis, inferir que un vicio tan

enorme y tan colosal traiciona la operación de una influencia

satánica.

2. Merece considerarse, además, que el pecado de idolatría, con toda

su imitación de poder sobrenatural y divino -- un sistema que las

Escrituras reconocen como preeminentemente obra del diablo --

estaba, en tiempos de nuestro Salvador, en plena y tranquila posesión

de casi todo el mundo. Cuando recordamos lo que era Grecia, y lo

que era Roma, con repecto a su religión nacional, en la era

apostólica; la autoridad, la antigüedad, y la popularidad de sus dioses,

y la manera en que su culto se había entrelazado alrededor de cada

acto de la vida pública y privada, parece asombroso que un sistema

tan inveterado y consagrado por el tiempo se haya marchitado hasta

casi desaparecer por completo de la faz de la tierra. Nadie puede

dejar de explicarse este notable cambio: se debe enteramente a la

influencia del cristianismo, y de no ser por este nuevo elemento en la

civilización, no hay razón para pensar que las antiguas supersticiones

del paganismo hubiesen muerto o dado lugar a algo mejor.

3. No es menos cierto que esta maravillosa revolución debe ser fechada

en el tiempo en que el evangelio comenzó a ser predicado en la era

apostólica. Tenemos las pruebas más convincentes de que el cambio

no debe explicarse con el avance del conocimiento, la ciencia, o la

filosofía, ni por el progreso natural de la sociedad humana, sino que

fue predicho y esperado desde el mismo nacimiento del cristianismo

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~ 416 ~

como efecto de la obra redentora de Cristo. Nada puede ser más

explícito que las declaraciones de nuestro Señor sobre este tema.

Cuando los setenta discípulos regresaron gozosos a informar que

hasta los demonios les estaban sujetos por medio del nombre de su

Maestro, Jesús les dijo: "Yo veía a Satanás caer del cielo como un

rayo" (Lucas 10:18). Es absurdo explicar esto como una alusión a la

expulsión original de Satanás del cielo, antes de la creación del

mundo; es evidentemente una declaración figurada de que, en el

éxito de sus mensajeros, nuestro Señor reconocía y preveía el

venidero derrocamiento del poder de Satanás:

"Ante la intuitiva mirada de Su espíritu estaban expuestos los resultados que habrían de fluir

de su obra redentora después de su ascensión al cielo. En espíritu, vio el reino de Dios avanzando triunfal sobre el reino de Satanás".

Con el mismo propósito pronunció Jesús estas palabras: "Ahora es el juicio de este

mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera". ¿Qué significado

puede atribuirse a estas significativas palabras si ellas no implican que una

poderosa restricción estaba a punto de ser impuesta a la influencia de Satanás

sobre las mentes de los hombres; una restricción que surge enteramente de la

muerte de Cristo en la cruz?

Pero es en esta visión apocalíptica donde vemos la representación real de esta

limitación del poder de Satanás. Evidentemente, se define aquí en cuanto al tiempo

de su inicio, y está asociado con la caída de Jerusalén y la consiguiente abrogación

de la dispensación judía. Ni hay nada absurdo en aceptar esta fecha. La abolición

del judaísmo eliminó el más formidable obstáculo para el progreso del cristianismo;

pero, además de esto, tenemos la más expresa certeza en el Nuevo Testamento de

que éste fue el período de la consumación del reino mesiánico, y del derrocamiento,

por parte de Cristo, de todo dominio, toda autoridad, y toda potencia hostiles (1 Cor.

15:24).

Llegamos, pues, a la conclusión de que al "fin del tiempo" se le impuso una

marcada y definitiva restricción al poder de Satanás, y que esta restricción está

representada simbólicamente en Apocalipsis por el encadenamiento y el

aprisionamiento del dragón en el abismo. De esto no se sigue que el error y la

maldad fueron proscritos de la tierra. Es suficiente mostrar que esto fue, como dice

Schliegel,

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~ 417 ~

"la crisis definitiva entre los tiempos antiguos y modernos", y que la introducción del

cristianismo "ha cambiado y regenerado, no sólo el gobierno y la ciencia, sino el

sistema entero de la vida humana".

Hubo una hora en que la marea de la maldad humana comenzó a invertirse: fue en

el mismo período en que esa marea estaba en su punto más alto; desde ese

tiempo, ha estado disminuyendo, y no tenemos dificultad en reconocer que la

primera disminución del poder del mal corresponde en el tiempo con el suceso que

aquí se designa como el atar a Satanás y aprisionarle en el abismo.

Con respecto a la duración de esta restricción del poder satánico, no es fácil

establecerla; pero, en general, parece estar más en consonancia con el carácter

simbólico de Apocalipsis entender los mil años como un período largo pero de

duración indefinida. Cuando tenemos números grandes mencionados en

Apocalipsis, deben entenderse, por lo general, si no invariablemente, como

indefinidos. Por ejemplo, no debe suponerse que los ciento cuarenta y cuatro mil

sellados significan ese número, ni uno más y ni uno menos. Sería absurdo decir que

había exactamente doce mil, hasta el último hombre, salvados de cada una de las

doce tribus de los hijos de Israel. El concepto es apropiado en una visión, pero

increíble en una declaración histórica. De la misma manera, el ejército de jinetes del

cap. 9:16 se expresa como doscientos millones; pero ningún comentarista en su

sano juicio se aventuró jamás a atribuir a esto un significado preciso y literal.

Siguiendo estas analogías, estamos dispuestos a considerar los mil años como un

período de duración indefinida en lugar de uno de duración definida, que cubre sin

duda más del doble de ese espacio de tiempo, pero cuánto más, nadie lo puede

decir.

EL REINO DE LOS SANTOS Y MÁRTIRES

Cap. 20:4-6. "Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de

juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la

palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no

recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo

mil años. Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil

años. Esta es la primera resurrección. Bienaventurado y santo el que tiene parte en

la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que

serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años".

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~ 418 ~

Nos acercamos a este misterioso pasaje con la mayor reserva, evitando

cuidadosamente las adivinanzas y las explicaciones conjeturales, así como todo

intento de forzar en modo alguno el significado natural de las palabras.

Lo primero que notamos es que la visión que se describe ahora cae dentro del

período apocalíptico. Es introducida con la fórmula: "Y vi", que marca lo que viene

bajo la observación personal del vidente.

Luego, debe observarse que hay una evidente antítesis entre esta escena y el acto

de juicio ejecutado contra la bestia y sus seguidores. Es el método usual del

Apocalipsis poner en marcado contraste la recompensa de los justos y la retribución

de los impíos.

Observamos, además, que hay en este pasaje una alusión manifiesta a la promesa

de nuestro Señor a sus discípulos: "De cierto os digo que en la regeneración,

cuando el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me

habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce

tribus de Israel" (Mat. 19:28). Ese período ha llegado ahora. La paligenesia, o

regeneración, cuando el reino del Mesías había de venir, ahora es considerada

como presente, y los discípulos son glorificados con su Maestro glorificado: "les es

dado que juzguen", "se sientan en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel".

Debemos concebir la multitud de los redimidos del territorio - los ciento cuarenta y

cuatro mil de todas las tribus de los hijos de Israel - como que forman el reino, o los

súbditos, puestos bajo el gobierno espiritual de la hermandad apostólica.

Además de éstos, el vidente contempla "las almas de los decapitados por causa del

testimonio de Jesús y por la palabra de Dios" y también (porque la palabra oitinez

parece indicar que esta es otra clase que se especifica) "los que no habían adorado

a la bestia ni a su imagen"; éstos también "viven y reinan con Cristo", una expresión

qu implica que ellos también tenían "tronos" y que se les había dado que

"juzgasen". Es imposible no reconocer en las "almas de los decapitados" a los

mismos santos martirizados que el vidente contempló, en la visión del sexto sello,

bajo el altar y clamando venganza de sus asesinos. Fueron consolados con el

mensaje de que, en poco tiempo, cuando se les uniesen sus consiervos que

estaban a punto de sufrir como ellos, su oración sería contestada. Ahora ese

momento ha llegado; sus enemigos han perecido, y ellos viven y reinan con Cristo.

Esta visión mira también retrospectivamente el notable pasaje en 1 Pedro 4:6. Estos

mártires son los muertos a los cuales se les dirigió el consolador mensaje

[euhggelisqh]. Habían sido condenados por el juicio de los hombres cuando estaban

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~ 419 ~

en la carne, pero ahora viven en su espíritu por el juicio de Dios, que les ha

vindicado y les ha coronado. Cuánta nueva luz es arrojada sobre las palabras de

Pedro, zwsin de kata qeon pneumati, por el lenguaje de Apocalipsis, ezhsan kai

ebasileusan. Esta es una de esas sutiles coincidencias que a menudo son las

pruebas más seguras de una verdadera interpretación.

Estas almas que testifican y que sufren son representadas como disfrutando de un

privilegio y una distinción que no se les concede a otros: "Vivieron y reinaron con

Cristo mil años, pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron

mil años". Este es el punto crucial del pasaje, y presenta una formidable dificultad.

La única posición desde la cual podemos discernir algún rayo de luz es la dirección

de la pregunta: ¿Quiénes son "los otros muertos"? ¿Son el resto de los justos

muertos, o los impíos muertos, o ambos? Al buen juicio le repugna la idea de que

sean los justos muertos. Si ellos fuesen a ser excluidos de participar en la

bienaventuranza del cielo durante un vasto período, ¿cómo podría decirse:

"Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor de aquí en adelante"? Nos

vemos obligados, pues, a imaginar la posibilidad de la otra alternativa y de que el

pasaje hable de los impíos muertos, aunque tal suposición no esté exenta de

dificultades. En este caso, "la primera resurrección" incluye sólo a los muertos en

Cristo; y esta puede ser la interpretación correcta, porque el versículo siguiente

ciertamente indica que todos los que tienen parte en "la primera resurrección" son

bienaventurados y santos, y disfrutan del gran privilegio y el honor de "reinar con

Cristo".

Una cosa más hay que notar, y es que no se dice que el reino de los santos que

sufren y testifican, y de todos los que tienen parte en la primera resurrección, está

en la tierra. Ellos viven y reinan "con Cristo"; están "con él donde él está,

contemplando su gloria".

Hasta ahora, hemos tratado de tantear nuestro camino en una región "oscura de

excesiva claridad", pero no pretendemos tener ninguna confianza en la última

porción de nuestra exégesis.

LA LIBERACIÓN DE SATANÁS DESPUÉS DE LOS MIL AÑOS

Cap. 20:7-10. "Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión,

y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a

Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como

la arena del mar. Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el

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~ 420 ~

campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo,

y los consumió. Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y

azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche

por los siglos de los siglos".

El misterio y la oscuridad que envuelven una porción del contexto precedente se

vuelven aquí más oscuros, si es posible. Hay, sin embargo, ciertos puntos que

parece se pueden establecer.

1. Es evidente que este pasaje es profecía directa, y no una

representación visionaria que tiene lugar ante los ojos del vidente. No

es introducida con la fórmula usual en tales casos: "Y vi", sino en el

estilo de una predicción profética.

2. Es evidente que la predicción de lo que ha de tener lugar al fin de los

mil años no cae dentro de lo que nos hemos aventurado a llamar

"límites apocalípticos". Estos límites, como se nos advierte una y

otra vez en el libro mismo, están rígidamente confinados dentro de

un ámbito muy estrecho; las cosas mostradas "deben suceder

pronto". Habría sido un abuso del lenguaje decir que los sucesos a

una distancia de mil años habrían de ocurrir pronto; por tanto, nos

vemos obligados a considerar que esta predicción cae por completo

fuera de los límites apocalípticos.

3. En consecuencia, tenemos que considerar esta predicción de la

liberación de Satanás, y los sucesos que siguen, como todavía

futuros, y por lo tanto, que no se han cumplido. No conocemos nada

registrado en la historia que pueda aducirse en modo alguno como un

probable cumplimiento de esta profecía. Westein ha arriesgado la

hipótesis de que posiblemente sea la revuelta judía bajo el mando de

Barcochebas, durante el reinado de Adriano; pero esta sugerencia es

demasiado extravagante para ser considerada siquiera por un

momento.

4. Hay una evidente conexión entre esta profecía y la visión de Ezequiel

concerniente a Gog y a Magog (caps. 38, 39), que es igualmente

misteriosa y oscura. En ambas, la escena del conflicto se presenta en

el mismo lugar, la tierra de Israel; y en ambas los enemigos de Dios

encuentran un derrocamiento señalado y desastroso.

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5. El resultado de todo es que debemos considerar el pasaje que trata de

los mil años, desde el ver. 5 hasta el ver. 10, como una intercalación

o un paréntesis. Habiendo comenzado a relatar el juicio del dragón,

el vidente, en el ver. 7, sale de los límites apocalípticos para concluir

lo que tenía que decir con respecto al castigo final de "la serpiente

antigua", y la suerte que le esperaba al final del prolongado período

llamado "los mil años". Creemos que éste es el único caso en el libro

entero de una incursión en el futuro distante; y estamos dispuestos a

considerar el paréntesis entero como relativo a cuestiones todavía

futuras, que no se han cumplido. La interrumpida narración continúa

en en el ver. 11, donde el vidente reanuda el relato de lo que ha

contemplado en visión, introduciéndolo con la conocida fórmula "Y

vi".

LA CATÁSTROFE DE LA SEXTA VISIÓN

Cap. 20:11-15. "Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante

del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los

muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro

libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las

cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los

muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había

en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades

fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló

inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego".

Estos versículos nos presentan la catástrofe de la sexta visión. Como las otras

catástrofes que la han precedido, es un solemne acto de juicio, o más bien, la

misma gran transacción judicial presentada en un nuevo aspecto. Ahora el vidente

reanuda la narración que había sido interrumpida por la digresión relativa a los mil

años, retomando el hilo que se había roto al final del ver. 4. Se nos devuelve, pues,

al mismo punto de los versículos primero y cuarto. Esta catástrofe pertenece,

natural y necesariamente, a la misma serie de sucesos que han sido representados

en la visión de la ciudad ramera, y cae dentro de los límites apocalípticos prescritos,

estando entre las cosas "que deben suceder pronto".

En cuanto a la catástrofe misma, no puede haber duda de que representa una

solemne investigación judicial a la más vasta escala. Es la gran consumación, o un

aspecto de ella, hacia la cual se mueve toda la acción de Apocalipsis, y a la que se

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~ 422 ~

llega, de una u otra forma, al final de cada visión sucesiva. En cada catástrofe, hay,

sin embargo, rasgos especiales que la distinguen de las demás, a pesar de que se

refiere al mismo gran suceso. Una comparación con las catástrofes precedentes

mostrará cuánto tiene ésta en común con ellas y lo que le es peculiar a ella. En la

catástrofe de la visión de los siete sellos, por ejemplo, tenemos las mismas

imágenes del cielo que se desvanece y de los montes y las islas que son removidos

de sus lugares (cap. 6:14). En la catástrofe de la visión de las siete copas, se repite

la misma imagen (cap. 14:20). En la catástrofe de la séptima trompeta, se declara

que "ha venido el tiempo de juzgar a los muertos", etc. (cap. 11:18); y en la

catástrofe de las siete figuras místicas, vemos "una nube blanca, y sobre la nube

uno sentado semejante al Hijo del hombre" (cap. 14:14), que corresponde al "gran

trono blanco y al que estaba sentado en él" en el pasaje que tenemos delante. Hay,

sin embargo, ciertos rasgos peculiares a esta catástrofe -- los libros del juicio; el

mar, la muerte, y el Hades, que entregan sus muertos; y el arrojar la muerte y el

Hades en el lago de fuego.

No hay razón para dudar de que la escena de juicio presentada aquí es idéntica a la

descrita por nuestro Señor en Mateo 25:31-46. Tenemos el mismo "trono de gloria",

la misma reunión de todas las naciones, la misma discriminación de los juzgados

según sus obras, y el mismo "fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles".

Pero, si la escena de juicio descrita en este pasaje es idéntica a la de Mateo 25, se

deduce que no es "el fin del mundo" en el sentido de la disolución de la estructura

material del globo terráqueo y el fin de la historia humana, sino lo que tan

frecuentemente se predice que acompaña el sunteleia tou aiwnoz - el fin de la era, o

la terminación de la dispensación judía. Esa gran consumación es siempre

representada como una época de juicio. Es el tiempo de la Parusía, la venida de

Cristo en gloria para vindicar y recompensar a sus fieles siervos, y para juzgar y

destruir a sus enemigos. Hay una notable unidad y consistencia en las enseñanzas

de las Escrituras sobre este tema; y ya sea en los evangelios, o en las epístolas, o

en las visiones de Apocalipsis, encontramos un armonioso y concurrente esquema

de doctrina, confirmándose y sustentándose todas las partes mutuamente -- prueba

de su origen común en la misma y divina fuente de inspiración y de verdad.

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~ 423 ~

PARTE III

LA PARUSÍA EN EL APOCALIPSIS

LA SÉPTIMA VISIÓN

LA SANTA CIUDAD, O LA ESPOSA

Caps. 21; 22:1-5

Esta visión es la última de la serie, y completa el número místico de siete. Es el

gran final de todo el drama, la consumación triunfal y el clímax de las visiones

apocalípticas. Es la impresionante antítesis de la visión de la ciudad ramera; es la

nueva Jerusalén, en contraste con la antigua; la novia, la esposa del Cordero, en

contraste con la adúltera asquerosa e hinchada cuyo juicio ha pasado delante de

nuestros ojos.

Puede que la estructura de la visión nos detenga por un momento. Es introducida

por un prefacio o prólogo, que se extiende desde el primer versículo del cap. 21

hasta el octavo. En el noveno versículo, la visión de la esposa es iniciada de la

misma manera que la visión de la ramera, por "uno de los siete ángeles, que tenía

las siete copas, llenas de las siete últimas plagas", que invita al vidente a venir y

contemplar a "la novia, la esposa del Cordero". La visión alcanza su clímax o

catástrofe en el quinto versículo del cap. 22. El resto forma la conclusión, o el

epílogo, no sólo de esta visión, sino del Apocalipsis mismo.

PRÓLOGO A LA VISIÓN

Cap. 21:1-8. "Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la

primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la

nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa

ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el

tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo,

y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos

de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las

primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago

nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y

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~ 424 ~

verdaderas. Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al

que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que

venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Pero los

cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros,

los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y

azufre, que es la muerte segunda".

Aunque esta sección puede considerarse introductoria de la visión propiamente

dicha descrita desde el versículo noveno en adelante, es en realidad parte integral

de la representación, y cubre el mismo terreno que la descripción subsiguiente. Es

como si el vidente, lleno del glorioso tema revelado a sus ojos, comenzase a contar

sus maravillas y su esplendor antes de comenzar a explicar las circunstancias que

le habían conducido a ser favorecido con la manifestación. El pasaje que ahora

tenemos delante es en realidad un resumen o bosquejo de lo que se desarrolla con

más detalles en la parte subsiguiente de ésta y los primeros cinco versículos del

capítulo siguiente.

Ahora nos encontramos rodeados de un escenario tan novedoso y tan maravilloso

que no es sorprendente que nos preguntemos dónde estamos. ¿Es en esta tierra, o

en el cielo? Todas y cada una de las señales han desaparecido; lo viejo se ha

desvanecido, y ha dado lugar a lo nuevo: hay un nuevo cielo por encima de

nosotros; hay una nueva tierra debajo de nosotros. Deben existir nuevas

condiciones de vida, pues "el mar ya no existía más". Es claro que aquí tenemos

una representación en que el simbolismo es llevado a sus límites más extremos; y

el que trate a estas espléndidas imágenes como a prosaicas literalidades es

incapaz de comprenderlas. Pero los símbolos, aunque trascendentales, no carecen

de significado. "Son ejemplo y sombra de las cosas celestiales", y toda la pompa y

el esplendor de la tierra se emplean para presentar la belleza de la excelencia moral

y espiritual.

Es imposible considerar este cuadro como representación de alguna condición

social que se realizará en la tierra. Hay, seguramente, ciertas frases que al principio

parecen implicar que la tierra es el escenario en que se manifiestan estas glorias;

se dice que la santa ciudad "baja del cielo"; se dice que el tabernáculo de Dios está

"con los hombres"; se dice que "los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a

ella"; pero, por otra parte, todo el concepto y toda la descripción de la visión impiden

suponer que es una escena terrenal. En primer lugar, pertenece a "las cosas que

deben suceder pronto"; cae estrictamente dentro de los límites apocalípticos. No es,

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~ 425 ~

por tanto, una visión del futuro; pertenece al período llamado "fin del tiempo" tanto

como la destrucción de Jerusalén; y tenemos que concebir esta renovación de

todas las cosas -- este nuevo cielo y esta nueva tierra -- como contemporánea con,

o que sucede inmediatamente a, el juicio de la gran ramera, de la cual es la

contraparte o su antítesis.

Segundo, ¿cuál es la figura principal en esta representación visionaria? Es la santa

ciudad, la nueva Jerusalén. Pero la nueva Jerusalén siempre está representada en

las Escrituras como situada en el cielo, no en la tierra. Pablo habla de la Jerusalén

de arriba, en contraste con la Jerusalén de abajo. ¿Cómo puede la Jerusalén de

arriba pertenecer a la tierra? No puede haber ninguna duda razonable de que la

ciudad representada aquí en colores tan brillantes es idéntica a aquélla a la que se

refiere Heb. 12:22,23: "Os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios

vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos mllares de ángeles, a la

congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez

de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos". Está claro, pues, que la

santa ciudad es la morada de los glorificados; la herencia de los santos en luz; las

mansiones de la casa del Padre, preparadas para ser hogar de los

bienaventurados.

Una vez más, esta conclusión queda certificada por la representación de ser la

morada del Altísimo: "El Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el

Cordero"; "el trono de Dios y del Cordero estará en ella"; "sus siervos le servirán, y

verán su rostro". En realidad, esta visión de la santa ciudad es anticipada en la

catástrofe de la visión de los sellos, donde los ciento cuarenta y cuatro mil de todas

las tribus de los hijos de Israel, y la gran multitud que nadie podía contar, se

representan como disfrutando de la misma gloria y felicidad, en el mismo lugar y en

las mismas circunstancias que en la visión que tenemos delante. Las dos escenas

son idénticas; o diferentes aspectos de una y la misma gran consumación.

Concluimos, pues, que la visión establece la bienaventuranza y la gloria del estado

celestial, en el cual se abrió el camino plenamente al "fin del tiempo", o sunteleia tou

aiwnoz, como lo muestra la Epístola a los Hebreos.

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~ 426 ~

DESCRIPCIÓN DE LA SANTA CIUDAD

Caps. 21:9-27; 22:1-5.

Habiendo llegado así a la conclusión de que aquí se quiere significar el estado

celestial, no seremos culpables de la presunción y la estupidez de entrar en ninguna

explicación detallada de los símbolos mismos. Hay una aparente confusión de las

figuras con las cuales se representa la nueva Jerusalén, siendo descrita a veces

como una ciudad, a veces como una esposa. La misma figura doble se emplea en

la descripción de la ramera, o antigua Jerusalén, que es representada a veces

como una mujer y a veces como una ciudad. En la séptima visión, la figura de la

desposada es dejada a un lado casi tan pronto como es introducida, y la totalidad

del resto de la descripción se ocupa de los detalles de la arquitectura, la riqueza, el

esplendor, y la gloria de la ciudad. Algunos de los rasgos se derivan evidentemente

de la ciudad visionaria contemplada por Ezequiel; pero hay esta notable diferencia,

que, mientras el templo y sus prolijos detalles ocupan la parte principal de la visión

del Antiguo Testamento, no se ve ningún templo en absoluto en la visión

apocalíptica -- quizás por la razón de que, donde todo es santo, ningún lugar es

más santo que otro, o porque la presencia de Dios se manifiesta plenamente, el

lugar entero se convierte en un gran templo.

Hay un punto, sin embargo, que merece atención particular, porque sirve para

identificar la ciudad llamada la nueva Jerusalén. En Hebreos 11:10, encontramos la

notable afirmación de que el patriarca Abraham viajó como extranjero a la misma

tierra que le había sido prometida como posesión suya, y de que lo hizo porque

tenía fe en un cumplimiento mayor y más elevado de la promesa que cualquier

mera ciudad terrenal y humana pudiera haberle concedido. "Esperaba la ciudad con

fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios". ¿Qué es esto, sino la misma

ciudad descrita en Apocalipsis -- la ciudad que tiene doce fundamentos, en los

cuales están inscritos los nombres de los doce apóstoles del Cordero; la ciudad que

no ha sido construida por manos humanas; "la ciudad del Dios viviente", la

Jerusalén celestial? Esta es una prueba decisiva, primero, de que el escritor de la

epístola había leído Apocalipsis, y, segundo, que reconocía la visión de la nueva

Jerusalén como representación del mundo celestial.

EPÍLOGO

Cap. 22:6-21. "Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el

Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus

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~ 427 ~

siervos las cosas que deben suceder pronto. ¡He aquí, vengo pronto!

Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro.

Yo Juan soy el que oyó y vio estas cosas. Y después que las hube oído y visto, me

postré para adorar a los pies del ángel que me mostraba estas cosas. Pero él me

dijo: Mira, no lo hagas; porque yo soy consiervo tuyo, de tus hermanos los profetas,

y de los que guardan las palabras de este libro. Adora a Dios. Y me dijo: No selles

las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo está cerca. El que es

injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es

justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía. He aquí

yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea

su obra. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último.

Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y

para entrar por las puertas de la ciudad. Mas los perros estarán fuera, y los

hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y

hace mentira.

Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias.

Yo soy la raíz y el linaje de David; la estrella resplandeciente de la mañana. Y el

Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga;

y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente.

Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno

añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este

libro. Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su

parte del libro de la vida, y de la santa ciudad y de las cosas que están escritas en

este libro.

El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí,

ven, Señor Jesús.

La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros. Amén".

Este epílogo a la conclusión del libro corresponde al prólogo al comienzo, y

ejemplifica la estructura simétrica de la composición. Todavía más notables son el

énfasis y la frecuencia con que es afirmado y reiterado el cercano cumplimiento del

contenido de la profecía. Siete veces se declara, de una u otra forma, que todo está

a punto de cumplirse. La afirmación con la cual se inicia el libro se repite en esta

conclusión, que el ángel del Señor ha sido comisionado "para mostrar a sus siervos

las cosas que deben suceder pronto". El anuncio admonitorio "He aquí, vengo

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~ 428 ~

pronto" se hace tres veces en esta sección del cierre. Al vidente se le ordena que

no selle el libro de la profecía, porque "el tiempo está cerca". Tan inminente es el

fin, que se indica que ahora es demasiado tarde para cualquier alteración del

estado del carácter de los hombres; deben continuar como están: "El que es injusto,

sea injusto todavía". La invocación dirigida por los cuatro seres vivientes al

esperado Hijo del hombre: "¡Ven!" (cap. 6: 1,3,5,7) es repetida por el Espíritu y la

Esposa; mientras que a todos los que oyen se les invita a unirse al clamor; y

finalmente, la expresión del libro entero es el ferviente pronunciamiento de la

oración: "¡Amén! Ven, Señor Jesús". Todas éstas son indicaciones, que no pueden

ser malentendidas, de que las predicciones contenidas en el Apocalipsis no habrían

de desarrollarse lentamente con el correr de las edades, sino que estaban en

vísperas de un cumplimiento casi instantáneo. La profecía entera, de principio a fin,

se relaciona con el futuro inmediato, con la solitaria excepción de los seis versículos

del capítulo 20:5-10. Diecinueve veinteavos del Apocalipsis, casi podemos decir

noventa y nueve centésimos, pertenecen, de acuerdo con su propia demostración,

a los mismos días que en ese momento eran presentes, los días finales de la era

judía. La venida del Señor es su gran tema: con él se inicia, con él se cierra, y de

principio a fin este acontecimiento es contemplado como a punto de tener lugar. Por

oscuro o dudoso que sea cualquier otra cosa, por lo menos esta es clara y segura.

El intérprete que no capte ni mantenga firme este principio guiador es incapaz de

entender las palabras de esta profecía, e infaliblemente se perderá y confundirá a

otros en un laberinto de conjeturas y vana especulación.

Así termina este libro maravilloso; tan prolijo en su construcción, tan magnífico en

su dicción, tan misterioso en sus imágenes, tan glorioso en sus revelaciones. Más

que cualquier otro libro de la Biblia, ha estado sellado y cerrado para la aprehensión

inteligente de sus lectores, y esto principalmente a causa del extraño descuido de

sus propias y nada ambiguas instrucciones para entenderlo correctamente. Herder,

que contribuyó con su genio poético antes que con sus facultades críticas a la

dilucidación del Apocalipsis, pregunta:

"¿Se envió una clave con el libro, y esta clave se ha perdido? ¿Fue lanzada al mar

en Patmos, o al Meandro?"

"¡No!", contesta un crítico capaz y sagaz, Moses Stuart, cuyos trabajos han hecho

mucho para preparar el camino para una verdadera interpretación:

"No se envió ninguna clave, y ninguna se ha perdido. Los lectores primitivos - quiero

decir, por supuesto, los hombres inteligentes entre ellos - podían entender el libro;

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~ 429 ~

y, si nosotros estuviésemos en su lugar por poco tiempo, podríamos hacer a un lado

todos los comentarios sobre él, y los romances teológicos que han surgido de él,

que han hecho su aparición desde el tiempo del exilio de Juan hasta la actualidad".

1

Pero, quizás pueda darse una mejor respuesta. Sí se envió la clave junto con el

libro, y se le ha permitido permanecer enmohecida y sin uso, mientras se ha

probado, y probado en vano, toda clase de llaves falsas y ganzúas hasta que los

hombres han llegado a ver el Apocalipsis como un enigma ininteligible, que sólo

tiene el propósito de desconcertar y confundir. La verdadera clave ha estado bien

visible todo el tiempo, y se ha llamado la atención de los hombres a ella en alta voz

casi en todas las páginas del libro. Esa clave es la declaración, que se hace tan

frecuentemente, de que todo está a punto de cumplirse. Si los lectores originales

eran competentes, como arguye Stuart, para entender el Apocalipsis sin un

intérprete, sólo podía ser porque reconocían su relación con los sucesos de sus

propios días. Suponer que ellos podían entender o sentir el más mínimo interés en

un libro que trataba de Concilios papales, una Reforma protestante, una Revolución

Francesa, y sucesos distantes en tierras extranjeras y épocas en el lejano futuro

sería una de las más extravagantes fantasías que haya poseído un cerebro

humano. De principio a fin, el libro mismo da testimonio decisivo del inmediato

cumplimiento de sus predicciones. Se inicia con la expresa declaración de que los

sucesos a los cuales se refiere "deben suceder pronto", y termina con la reiteración

de la misma afirmación: "El Señor Dios ha enviado su ángel para mostrar a sus

siervos las cosas que deben suceder pronto". "El tiempo está cerca".

La única y luminosa interpretación de la visión del Apocalipsis ha sido

proporcionada por los críticos que han accedido a usar esta clave auténtica y divina

para desentrañar sus misterios. Sin embargo, es notable que muy pocos lo han

hecho así, consistentemente y en todo el libro, si es que ha habido alguno. Es

sorprendente y mortificante encontrar a un expositor como Moses Stuart que,

después de proceder con valor y éxito de cierta manera, de repente titubea, deja

caer la clave que había rendido tan buen servicio, y luego trastabilla hacia adelante,

a ciegas e indefenso, tanteando y adivinando a través de la niebla egipcia que le

rodea. Y, sin embargo, ningún otro teólogo de nuestro tiempo ha contribuido tanto a

la verdadera interpretación del Apocalipsis. Por medio de su memorable

comentario, ha puesto a todos los estudiosos de este libro maravilloso bajo la más

grande obligación, y ha conferido un beneficio duradero a toda la iglesia de Cristo.

Desafortunadamente, al dejar de mantener hasta el final y consistentemente sus

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~ 430 ~

propios principios, perdió el honor de conducir a sus seguidores a la tierra

prometida de una verdadera exégesis.

En cuanto a la mayoría de los intérpretes, apenas es posible concebir un descuido

más absoluto y más imprudente de las expresas y múltiples instrucciones

contenidas en el libro mismo que el que ellos han mostrado en sus arbitrarias

especulaciones. Nadie les acusará de perversión voluntaria; pero parece

inexplicable que eruditos y reverentes estudiosos de la revelación divina pasen por

alto o hagan a un lado las explícitas declaraciones del libro mismo con respecto a

su pronto y cercano cumplimiento; que, a pesar de estas claras afirmaciones en

contrario, establezcan como axioma que el Apocalipsis es un programa de historia

civil y eclesiástica para el fin del tiempo; y que, desafiando todas las leyes

gramaticales, procedan a inventar un método antinatural de interpretación, según el

cual "cercano" se convierte en "distante", "pronto" significa "siglos de aquí en

adelante", y "cerca" significa "lejos". Todo esto parece increíble, pero es verdad. El

lenguaje sirve sólo para conducir a error, las palabras no tienen ningún significado,

y la interpretación no tiene ninguna ley, si las expresas y repetidas afirmaciones del

Apocalipsis no enseñan claramente el pronto y casi inmediato cumplimiento de sus

predicciones.

Debió habérseles ocurrido a los intérpretes del Apocalipsis que era una presunción

abrumadoramente prioritaria contra su método el hecho de que éste requiriese un

inmenso aparato crítico, una vasta cantidad de información histórica, el transcurrir

de muchos siglos, y "algo así como una vena profética", para producir una

exposición satisfactoria aún para sí mismos. No es fácil ver qué valor tendría tal

"revelación" para los primitivos creyentes, que con corazones temblorosos

obedecían el mandato que les enviaba a la desconcertante tarea de estudiar sus

páginas. Ni es de mucho mayor valor para la masa de modernos lectores, que

deben tener una gran facultad crítica para poder discernir lo adecuado y lo

verdadero de la interpretación ofrecida, y decidir entre interpretaciones conflictivas.

No es de extrañar que, ocupando una posición tan falsa, los defensores de la divina

revelación quedasen expuestos a los ataques de escépticos como Strauss y "la

destructora escuela de la crítica" y que, refugiándose en una interpretación

antinatural, pusiesen en peligro la ciudadela misma de la fe. Debe reconocerse que

una culpable negligencia de "los dichos verdaderos de Dios" por parte de

expositores cristianos le ha dado con frecuencia ventaja a los enemigos de la

revelación, ventaja que no han tardado en aprovechar.

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~ 431 ~

Sin indebida presunción, puede afirmarse, en favor del esquema de interpretación

defendido en estas páginas, que está marcado por la extrema sencillez, la

concordancia con los hechos históricos, y la exacta correspondencia con los

símbolos. No hay ninguna violación de la Escritura, ninguna perversión ni ningún

acomodo de la historia, ninguna manipulación de los hechos. El único aparato

crítico indispensable es Josefo y la gramática griega. El principio guiador y

gobernador es una deferencia implícita e inquebrantable a las enseñanzas del libro

mismo. Los datos apocalípticos han sido los únicos hitos considerados, y se ha

creído que no han sido insuficientes. Suponer que no se han cometido errores sería

absurdo; pero subsiguientes viajeros de la misma ruta pronto corregirán lo que se

demuestre que está errado, y confirmarán lo que se demuestre que es correcto.

Ha sido el propósito del autor demostrar que el Apocalipsis es en realidad la

reproducción y la expansión, en imágenes simbólicas adaptadas a la naturaleza de

una visión, del discurso profético que nuestro Señor pronunció en el Monte de los

Olivos. Aquel discurso, como hemos visto, es una predicción continua y homogénea

de los sucesos que habrían de tener lugar en relación con la Parusía, la venida del

Hijo del hombre en su reino, un acontecimiento que Él declaró ocurriría antes de

que pasase la generación existente, y que algunos de los discípulos vivirían para

presenciar. De manera similar, el Apocalipsis es una revelación de los

acontecimientos que acompañarían a la Parusía, pero mucho más detallados, y

mostrando mucho más de la gloria y la felicidad de "el reino".

Hace dieciocho siglos, al contemplar el vidente la gloriosa visión de la ciudad cuyos

muros eran de jaspe, cuyas puertas eran de perla, y cuyas calles eran de oro puro,

se le aseguró una y otra vez que "estas cosas deben suceder pronto", y que "el

tiempo está cerca". Estando en vísperas de la largamente esperada Parusía,

escuchando las pisadas del Rey que venía, sabiendo que "el fin del tiempo" debía

ser inminente, y esperando ansiosamente el "día del Señor", ¿cómo podía ser sino

que Juan y los otros discípulos creyeran estar a punto de presenciar el

cumplimiento de sus más caras esperanzas? ¿Cómo podría ser de otra manera,

cuando el Señor mismo, atestiguando personalmente la certeza de su casi

inmediato advenimiento, declaró tres veces, en los términos más explícitos: "He

aquí, vengo en breve"; "He aquí, vengo presto"?

Por estas razones, así como por las enseñanzas del Apocalipsis y el resto de las

escrituras del Nuevo Testamento, llegamos a la conclusión de que, en los días de

Juan, la iglesia cristiana entera creía universalmente que la Parusía estaba cercana.

Era la promesa de Cristo, la predicación de los apóstoles, la fe de la iglesia.

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~ 432 ~

También se nos enseña la importancia de aquel gran acontecimiento. Marcó una

nueva época en la administración divina. Hasta que ese suceso tuvo lugar, la

completa bienaventuranza del estado celestial no se abrió para las almas de los

creyentes.

La epístola a los Hebreos enseña que, hasta la llegada de la gran consumación,

algo faltaba para la plena perfección de los que habían "muerto en la fe". Lo mismo

se enseña en Apocalipsis. Hasta que la ciudad ramera fue juzgada y condenada, la

"santa ciudad" no fue preparada para morada de los santos. Se nos da a entender

también el final de la dispensación judía, la abrogación de la economía legal, y la

destrucción de la ciudad y el templo de Jerusalén, indicando la disolución de la

peculiar relación entre Jehová y la nación de Israel. La nación había rechazado a su

Rey, y el Rey había juzgado a la nación; y la misión mesiánica, tanto por miericordia

como para juicio, se cumplió entonces. El remanente fiel fue reunido al reino, o a "la

nueva Jerusalén", y toda la armazón y la cobertura del judaísmo fueron hechas

pedazos y destruidas para siempre. El reino de Dios había venido, y Aquél que, por

un período tan largo, había dirigido su administración, y había sido su Mediador y su

Jefe, ahora que ha coronado el edificio renuncia a su carácter oficial y "entrega el

reino" en manos del Padre. Su obra como Mesías está cumplida; ya no es más

"ministro de circuncisión"; lo local y lo limitado da lugar a lo universal, "para que

Dios sea todo en todos". Esto no significa que la relación entre Cristo y la

humanidad cesa, sino que su misión como Rey de Israel se ha cumplido; la nación-

pacto ya no existe; ya no hay ni judíos ni gentiles, circuncisos ni incircuncisos; el

Israel de Dios es más amplio y mayor que el Israel según la carne; la Jerusalén de

arriba no es la madre de los judíos, sino "la madre de todos nosotros".

Fue a plena vista de aquel glorioso día, que estaba a punto de "abrir el reino de los

cielos para todos los creyentes", que el discípulo amado respondió al anuncio de su

Señor acerca de su pronta venida: "¡Amén! Ven, Señor Jesús".

Resumen y Conclusión

Ahora hemos llegado a un punto en nuestra investigación en que es posible llevar a

cabo un examen completo y coordinado de todo el campo que hemos recorrido, y

observar la unidad y la consistencia del sistema profético desarrollado en el Nuevo

Testamento.

1. Descubrimos que la dispensación del evangelio no nos llega como un esquema

independiente y aislado, - un nuevo comienzo en el gobierno divino del mundo, -

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~ 433 ~

sino que implica y asume la relación de Dios con Israel en edades pasadas. Toda la

filosofía de la historia judía se condensa en una sola frase: "el reino de Dios"; y es

este reino el que, primero Juan el Bautista, como heraldo del rey venidero, y

después el Rey mismo, el Señor Jesucristo, proclamaron como "cercano".

2. Descubrimos que Juan el Bautista adopta las advertencias de las profecías del

Antiguo Testamento, especialmente la del último de los profetas, Malaquías, y

predice que la venida del reino sería la venida de la ira sobre Israel. Declara que "el

hacha está puesta a la raíz del árbol"; su clamor es: "Huid de la ira venidera",

indicando claramente que se acercaba rápidamente un tiempo de juicio.

3. Nuestro Señor afirma la misma pronta venida del juicio sobre el territorio y el

pueblo de Israel; además, enlaza este juicio con su propia venida en gloria - la

Parusía. Este acontecimiento sobresale de modo prominente en el Nuevo

Testamento; a esto se dirigen todos los ojos, a esto apuntan todos los mensajeros

inspirados. Está representado como el núcleo y el centro de un racimo de grandes

sucesos; el fin del tiempo, o culminación de la economía judía; la destrucción de la

ciudad y el templo de Jerusalén; el juicio de la nación culpable; la resurrección de

los muertos; la recompensa de los fieles; la consumación del reino de Dios. Se

declara que todas estas transacciones coinciden con la Parusía.

4. Es demostrable, por medio del expreso testimonio de nuestro Señor, la

enseñanza uniforme y concurrente de sus apóstoles, y la expectativa universal de la

iglesia de la era apostólica, que la Parusía y los sucesos que la acompañan fueron

representados como cercanos; y no sólo cercanos, sino que estaban a punto de

ocurrir dentro de los límites de un período dado; es decir, en el tiempo de los

apóstoles y sus contemporáneos; de modo que muchos o la mayoría de ellos

podían esperar presenciar la gran consumación. Este es el punto principal de toda

la cuestión, y debe ser decidido por autoridad de las Escrituras mismas.

5. Sin repasar el camino ya recorrido, puede ser suficiente aquí apelar a tres

declaraciones diferentes y decisivas de nuestro Señor con respecto al tiempo de su

venida, cada una de las cuales está acompañada de una solemne afirmación:

(1) "De cierto os digo, que no acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel,

antes que venga el Hijo del Hombre" (Mat. 10:23).

(2) "De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la

muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino" (Mat. 16:28).

(3) "De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto

acontezca" (Mat. 24:34).

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~ 434 ~

El sencillo sentido gramatical de estas afirmaciones ha sido discutido plenamente

en estas páginas. Ninguna violencia puede extraer de ellos ningún otro sentido que

no sea el obvio y claro; es decir, que la segunda venida de nuestro Señor tendría

lugar dentro de los límites de la generación que existía entonces.

6. La doctrina de los apóstoles con respecto a la venida del Señor está en perfecta

armonía con esto. Nada puede ser más evidente sino que todos creían y

enseñaban el pronto regreso del Señor. Desde el primer discurso de Pedro en el día

de Pentecostés hasta el último pronunciamiento de Juan en Apocalipsis, esta

convicción está expresada clara y constantemente. Decir que los apóstoles mismos

eran ignorantes del tiempo del regreso de su Señor, y que, por lo tanto, no podían

creer en el tema - no podían enseñar lo que no sabían - es contradecir sus propias,

expresas y reiteradas afirmaciones. Es verdad que no sabían, y no enseñaban, "el

día y la hora"; ellos no decían que vendría en un mes específico de un año

específico, pero con seguridad daban a entender a las iglesias que Él vendría

pronto; que podían esperar verle pronto; y nunca dejaban de exhortarles a

mantener una actitud de constante vigilancia y preparación.

No es necesario hacer más sino referirnos a algunos de los principales testimonios

dados por los apóstoles en cuanto a la pronta venida del Señor:-

(1) En sus epístolas, Pablo da gran prominencia a esta cara esperanza de la iglesia

cristiana.

a. En la Primera Epístola a los Tesalonicenses, da a entender la posibilidad de la

venida del Señor durante la vida de él y la de los discípulos: "Los que vivimos, que

habremos quedado hasta la venida del Señor". También ora para que "su espíritu,

alma, y cuerpo puedan ser preservados sin mancha hasta la venida de nuestro

Señor Jesucristo".

b. En la Segunda Epístola a los Tesalonicenses (que a menudo se entiende

erróneamente en el sentido de que enseña que la venida de Cristo no estaba cerca,

sino que enseña precisamente la doctrina contraria), consuela a los creyentes que

sufren con la promesa de que obtendrían descanso de sus sufrimientos presentes

"cuando el Señor Jesús se revele desde el cielo", etc. (2 Tes. 1:7).

c. En la Primera Epístola a los Corintios, el apóstol habla de los creyentes como

"esperando la venida del Señor Jesucristo". Les advierte que "el tiempo es corto";

que "el fin del tiempo" o "el fin de las edades" están sobre ellos; que "el Señor está

cerca".

d. En la Segunda Epístola a los Corintios, Pablo expresa su confianza de que,

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~ 435 ~

aunque muera antes de la venida del Señor, Dios le levantará de entre los muertos,

y le presentará junto con los que sobrevivan a ese período.

e. En la Epístola a los Romanos, Pablo habla de "la gloria que ha de ser revelada";

de que la creación entera espera la manifestación del Hijo de Dios; de que la

salvación está cerca, "más cerca que cuando creyeron"; de que "es tiempo de

despertar del sueño"; que "la noche ha pasado, y se acerca el día"; de que "Dios

hollará a Satanás bajo sus pies en breve".

f. En las Epístolas a los Efesios, Filipenses, y Colosenses, el apóstol habla del "día

de Cristo" como el período de esperanza, perfección, y gloria que ellos esperaban, y

declara enfáticamente: "El Señor está cerca".

g. De la misma manera, en las Epístolas a Timoteo y Tito, es conspicua la

expectativa de la Parusía. A Timoteo se le exhorta a guardar el mandamiento sin

violación "hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo". "Juzgará a los vivos y a

los muertos a su venida, y a su reino". A los cristianos se les exhorta a esperar "la

bendita esperanza, la gloriosa aparición del gran Dios y nuestro Salvador

Jesucristo".

(2) Santiago representa la venida del Señor como cercana. "Han llegado" los

últimos días. Se exhorta a los cristianos sufrientes a "ser pacientes hasta la venida

del Señor". Se les asegura que esa venida "está cerca", que "el Juez está a la

puerta".

(3) Como Pablo, Pedro concede gran prominencia a la Parusía y a los sucesos

relacionados con ella.

a. El día de Pentecostés, declaró que aquellos eran "los últimos días" predichos por

el profeta Joel, que introducían "el día grande y terrible de Jehová".

b. En su Primera Epístola, afirma que este era "el último tiempo"; que Dios estaba

"listo para juzgar a los vivos y a los muertos"; que "el fin de todas las cosas se

acercaba"; que "había llegado el tiempo en que el juicio debía comenzar por la casa

de Dios".

c. En su Segunda Epístola, exhorta a los cristianos a "esperar y apresurarse hasta

la venida del día de Dios"; y describe la cercana disolución del "cielo y de la tierra".

(4) La Epístola a los Hebreos habla de "los últimos días" como si fueran presentes

ahora; es "el fin del tiempo"; se ve al día como "acercándose". "Aún un poquito, y el

que ha de venir vendrá, y no tardará".

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~ 436 ~

(5) Juan confirma y completa el testimonio de los otros apóstoles; es "el último

tiempo"; "el anticristo ha venido"; "ya está en el mundo". Se exhorta a los cristianos

a vivir de tal manera que no se avergüencen delante de Cristo a su venida.

Finalmente, el Apocalipsis está lleno de la Parusía: "He aquí que viene con las

nubes"; "el tiempo está cerca"; "he aquí, vengo presto".

Tal es un bosquejo rápido del tesstimonio apostólico de la pronta venida del Señor.

Habría sido extraño que, con semejantes garantías y exhortaciones, las iglesias

apostólicas no hubiesen vivido en constante y ansiosa expectación de la Parusía.

De que vivían así tenemos la más clara evidencia en el Nuevo Testamento, y

podemos concebir la poderosa influencia que esta fe y esta esperanza deben haber

tenido en la vida y el carácter cristianos.

Pero, admitiendo - lo que no puede ser bien negado - que los apóstoles y los

cristianos primitivos sí acariciaban estas esperanzas, y que su creencia se fundaba

en las enseñanzas de nuestro Señor, surge la pregunta: ¿No estaban equivocados

en sus expectativas? Esto casi equivale a preguntar: ¿Se les permitió a los

apóstoles mismos caer en el error y llevar a otros a un engaño similar, con respecto

a una cuestión de hecho que ellos tuvieron abundantes oportunidades de conocer;

lo que debe haber sido tema frecuente de conversación y conferencia entre ellos

mismos; a lo que nunca dejaron de llamar la atención delante de las iglesias, y

sobre lo cual todos estaban de acuerdo?

Hay críticos que no tienen escrúpulos en afirmar que los apóstoles estaban errados,

y que el tiempo ha demostrado la falacia de sus esperanzas. Los críticos nos dicen

que, o los discípulos entendieron mal las enseñanzas de su Maestro, o Él también

estaba bajo una impresión errónea. Por supuesto, esto es tanto hacer a un lado las

afirmaciones de los apóstoles en el sentido de que tenían derecho a hablar con

autoridad como los mensajeros inspirados de Cristo, como socavar las bases

mismas de la fe cristiana.

Hay otros, más reverentes en su tratamiento de las Escrituras, que reconocen que

los apóstoles en realidad estaban equivocados, pero que este error fue permitido

por sabias razones; que, de hecho, el error fue altamente beneficioso en sus

resultados: estimuló la esperanza, fortaleció el valor, inspiró la devoción". *

(* Por siglos, la esperanza del mundo había sido el segundo advenimiento. La

iglesia primitiva la esperaba en sus propios días. "Los que vivimos y hayamos

quedado hasta la venida del Señor". El Señor mismo había dicho: "No pasará esta

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~ 437 ~

generación sin que todo esto acontezca". Pero el Hijo del hombre nunca vino. En

los primeros siglos, los cristianos primitivos creían que el advenimiento milenial

estaba cerca; escucharon la advertencia del apóstol, breve y precisa: "El tiempo es

corto". Ahora bien. Supongamos que, en vez de esto, hubiesen visto desenrollada la

monótona página de la historia de la iglesia; supongamos que habían sabido que,

después de dos mil años, el mundo habría apenas deletreado tres letras del

significado del cristianismo, ¿dónde habrían quedado aquellos esfuerzos

gigantescos, aquella vida vivida como al borde mismo de la eternidad, que

caracterizan los días de la iglesia primitiva? - F. W. Robertson, Sermón sobre lo

IIlusorio de la Vida).

"Si los cristianos del siglo primero", dice Hengstenberg, "hubiesen previsto que la

segunda venida de Cristo no tendría lugar durante mil ochocientos años, ¡cuánto

más débil habría sido la impresión causada en ellos por esta doctrina que cuando le

esperaban a Él cada hora, y se les decía que velaran porque vendría como ladrón

en la noche, a una hora en que no le esperaban!" (Hengstenberg, Christology, vol.

iv, p. 443).

Pero tampoco se puede aceptar esta doctrina como satisfactoria.

Incuestionablemente, los cristianos primitivos sí recibieron un tremendo impulso

para su valor y su celo por la firme creencia en el pronto advenimiento del Señor;

pero, ¿era ésta una esperanza que les avergonzase, después de todo? ¿Tenemos

que llegar a la conclusión de que el indomable valor y la indomable devoción de un

Pablo descansaba principalmente en un engaño? ¿Eran los mártires y los

confesores de la época primitiva sólo equivocados entusiastas? Confesamos que tal

conclusión repugna a nuestro concepto del cristianismo como revelación de la

verdad divina por medio de hombres inspirados. Si los apóstoles entendieron mal o

desfiguraron las enseñanzas de Cristo con relación a los hechos, con respecto a los

cuales tuvieron las más amplias oportunidades de obtener información, ¿hasta qué

punto se puede depender de su testimonio en cuestiones de fe, en las cuales la

sujeción a error es tanto mayor? Tales explicaciones están calculadas para hacer

estremecer los fundamentos de la confianza en las enseñanzas apostólicas; y no es

fácil ver cómo son compatibles con cualquier creencia práctica en la inspiración.

Hay otra teoría, sin embargo, por medio de la cual muchos suponen que puede

salvarse el crédito de los apóstoles, y, sin embargo, deja lugar para evitar la

aceptación de su aparente enseñanza sobre el tema de la venida de Cristo. Esto es,

por medio de la hipótesis de un cumplimiento primario y parcial de sus predicciones

en sus propios días, que debía ser seguido y completado por un cumplimiento final

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~ 438 ~

y pleno al fin de la historia humana. Según este punto de vista, lo que los apóstoles

eperaban no era totalmente erróneo. Algo tuvo lugar en realidad, algo que podría

llamarse "una venida del Señor", "un día de juicio". Las predicciones recibieron casi

un cumplimiento en la destrucción de Jerusalén y en el juicio de la nación culpable.

Aquella consumación al fin de la era judía era tipo de otra catástrofe, infinitamente

mayor, cuando la raza humana entera sea llevada ante el tribunal de Cristo y la

tierra sea consumida por una conflagración general. Este es probablemente el

punto de vista más comúnmente aceptado por la mayoría de los expositores y

lectores del Nuevo Testamento en la actualidad. La primera objeción a esta

hipótesis es que no tiene fundamento en las enseñanzas de las Escrituras. No hay

un ápice de evidencia de que los apóstoles y los cristianos primitivos tuvieran

ninguna sospecha de una doble referencia en las predicciones de Jesús

concernientes al fin. No se sugiere nada en el sentido de que los dichos de Jesús

debían tener un cumplimiento primario y parcial en aquella generación, y de que un

cumplimiento completo y exhaustivo estaba reservado para un período futuro y

distante. La verdad es completamente opuesta. ¿Qué puede ser más abarcante y

concluyente que las palabras de nuestro Señor: "De cierto os digo: No pasará esta

generación hasta que TODAS estas cosas se hayan cumplido"? ¡Qué tortura crítica

se les ha aplicado a estas palabras para extraerles algún otro significado diferente

del obvio y natural! ¡Cómo ha sido buscado yeveá a través de todo su linaje y

genealogía para descubrir que posiblemente no signifique las personas que

entonces vivían en la tierra! Pero todos esos esfuerzos son completamente fútiles.

Mientras las palabras permanezcan en el texto, su sentido claro y obvio prevalecerá

sobre todas los oropeles y las distorsiones de la crítica ingeniosa. La hipótesis de

un cumplimiento doble no tiene apoyo en las Escrituras. Sólo tenemos que leer el

lenguaje con el cual los apóstoles hablan de la cercana consumación, para

persuadirnos de que ellos tenían en mente sólo un gran acontecimiento, y sólo uno,

y que ellos pensaban y hablaban de él como muy cercano.

Esto nos trae a otra objeción contra la hipótesis de un cumplimiento doble, y hasta

múltiple, de las predicciones del Nuevo Testamento, es decir, que procede de un

concepto fundamentalmente erróneo del verdadero significado y la verdadera

grandeza de aquella gran crisis en el gobierno divino del mundo que está marcada

por la Parusía. No son pocos los que parecen creer que, si la profecía de nuestro

Señor en el Monte de los Olivos, y las predicciones de los apóstoles de la venida de

Cristo en gloria, no significaban más que la destrucción de Jerusalén, y se

cumplieron con aquel suceso, entonces todos los anuncios y todas las

expectaciones terminaron en un mero fiasco, y la realidad histórica responde muy

débil e inadecuadamente a esta magnífica profecía. Hay razón para creer que el

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~ 439 ~

verdadero significado y la verdadera grandeza de aquel gran suceso son poco

apreciados por muchos. La destrucción de Jerusalén no fue meramente un suceso

emocionante en el drama de la historia, como el sitio de Troya o la caída de

Cartago, y que cerró un capítulo en los anales de un estado o de un pueblo. Fue un

acontecimiento sin paralelo en la historia. Fue la señal externa y visible de una gran

época en el gobierno divino del mundo. Fue el fin de una dispensación y el

comienzo de otra. Marcó la inauguración de un nuevo orden de cosas. La economía

mosaica - que había sido introducida por loss milagros en Egipto, los relámpagos y

los truenos de Sinaí, y las gloriosas manifestaciones de Jehová a Israel - estaba

abolida ahora, después de haber subsistido por más de quince siglos. La peculiar

relación entre el Altísimo y la nación del pacto estaba disuelta. El reino mesiánico,

es decir, la administración del gobierno divino por el Mediador, hasta ahora, al

menos, por lo que concernía a Israel, había alcanzado su punto culminante. El reino

por tanto tiempo predicho y esperado, y por el cual se había orado por tanto tiempo,

ahora había llegado plenamente. El acto final del Rey fue sentarse en el trono de su

gloria y juzgar a su pueblo. Entonces pudo "entregar el reino a Dios y al Padre".

Este es el significado de la destrucción de Jerusalén según lo muestra la Palabra de

Dios. No fue un hecho aislado, una solitaria catástrofe; fue el centro de un grupo de

sucesos relacionados y coincidentes, no sólo en el mundo material sino también en

el mundo espiritual; no sólo en la tierra, sino también en la tierra y en el infierno;

siendo algunos de ellos cognoscibles por los sentidos y susceptibles de

confirmación histórica, mientras que otros no.

Quizás puede decirse que esta explicación de las predicciones del Nuevo

Testamento, en vez de aliviar la dificultad, nos turba y nos deja perplejos más que

nunca. Es posible creer en el cumplimiento de las predicciones que se cumplen en

el orden visible y externo de las cosas porque tenemos evidencia histórica de ese

cumplimiento; pero, ¿cómo puede esperarse que creamos en cumplimientos de los

cuales se dice que han tenido lugar en la región de lo espiritual y lo invisible cuando

no tenemos ningún testigo para confirmar los hechos? Podemos creer

implícitamente en el cumplimiento de todo lo que se predijo con respecto a los

horrores del sitio de Jerusalén, el incendio del templo, y la demolición de la ciudad,

porque tenemos el testimonio de Josefo en cuanto a los hechos; pero, ¿cómo

podemos creer en la venida del Hijo del hombre, en una resurrección de los

muertos, en un acto de juicio, cuando no tenemos nada en que confiar sino la

palabra de la profecía, y no tenemos ningún Josefo que respalde la exactitud

histórica de los hechos?

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~ 440 ~

A esto sólo se puede contestar que la exigencia de un testimonio humano acerca de

los sucesos en la región de lo invisible no es completamente razonable. Si los

recibimos siquiera, debe ser basándonos en la palabra de Aquél que declaró que

todas estas cosas ciertamente tendrían lugar antes de que pasara aquella

generación. Pero, después de todo, ¿es tan excesiva la demanda sobre nuestra fe

en esta cuestión? Sabemos que gran parte de estas predicciones se han cumplido

literal y puntualmente; reconocemos en ese cumplimiento una notable prueba de la

verdad de la Palabra de Dios y la presciencia sobrehumana que previó y predijo el

futuro. ¿Podría algo haber sido menos probable, en el momento en que nuestro

Señor pronunció su discurso profético, que la total destrucción del templo, el

arrasamiento del templo, y la ruina de la nación durante la generación que existía

entonces? ¿Qué puede ser más minucioso y particular que las señales del fin

enumeradas por nuestro Señor? ¿Qué puede ser más preciso y literal que el

cumplimiento de ellas?

Pero la parte que declaradamente se ha cumplido, y que está respaldada por la

historia no inspirada, está unida inseparablemente a la otra porción que no está

respaldada. Nada, excepto un violento trastorno, puede separar una parte de la

profecía de la otra. Es una de principio a fin; un todo completo. El más fino

instrumento no logra trazar una línea que separe la una porción que se refiere a

aquella generación de la otra porción que se refiere a un período diferente y

distante. Cada parte de ella descansa en el mismo fundamento, y el todo está de tal

manera enlazado y concatenado que todo o se sostiene o cae junto. Por lo tanto,

estamos justificados al sostener que el exacto cumplimiento de una tal parte de la

profecía que viene por el conocimiento de los sentidos, y que puede ser apoyada

por el humano testimonio, presupone y garantiza el exacto cumplimiento de la

porción que está dentro de la región de lo invisible y espiritual, y que no puede, en

la naturaleza de las cosas, ser atestiguada por la evidencia humana. Esto no es

credulidad, sino fe razonable, como la que los hombres ejercen sin temor en todas

sus mundanas transacciones.

Llegamos a la conclusión, por lo tanto, de que todas las partes de la predicción de

nuestro Señor se refieren al mismo período y al mismo suceso; que la profecía

entera es una e indivisible, y descansa en el mismo fundamento de la divina

autoridad. Además, que está demostrado que todo lo que era cognoscible por los

sentidos humanos se ha cumplido, y que, por lo tanto, no sólo podemos, sino que

debemos, asumir el cumplimiento del resto no sólo como creíble sino como cierto.

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~ 441 ~

Como resultado de la investigación, nos encontramos en este dilema: o el grupo

entero de predicciones, que incluyen la destrucción de Jerusalén, la venida del

Señor, la resurrección de los muertos, y la recompensa de los fieles, tuvo lugar

antes de que pasase aquella generación, como lo predijo Jesús, lo enseñaron los

apóstoles, y lo esperó la iglesia entera, o de lo contrario, la esperanza de la iglesia

era un engaño, la enseñanza de los apóstoles un error, y las predicciones de Jesús

un sueño.

No hay ninguna otra alternativa consistente con la correcta interpretación gramatical

de las palabras de la Escritura. No podemos hacer pedazos la profecía de Cristo, y

decidir arbitrariamente que esto es pasado y aquello es futuro; que esto se ha

cumplido y aquello no se ha cumplido. No hay ningún pretexto para una división tal

en el registro de aquel discurso; como la túnica sin costuras que llevaba Aquél que

lo pronunció, es todo de una pieza, "de un solo tejido de arriba abajo". La estructura

gramatical y la ocasión histórica implican por igual la unidad de la profecía entera.

Tampoco hay ninguna "facultad verificadora" por medio de la cual se pueda

distinguir entre una parte y la otra como pertenecientes a diferentes períodos y

épocas. Está demostrado que todo intento de trazar tales líneas de distinción han

sido un completo fracaso. La profecía rehusa ser manipulada, y afirma su unidad y

homogeneidad a pesar de los artificios críticos o la violencia. Por todas estas

consideraciones, y principalmente por consideración a la autoridad de Aquél cuya

palabra no puede ser quebrantada, nos vemos obligados, pues, a concluir que la

Parusía, o la segunda venida de Cristo, con sus acontecimientos relacionados y

concomitantes, sí tuvo lugar, de acuerdo con la predicción del propio Salvador, en el

período en que Jerusalén fue destruida, y antes de que pasara "aquella

generación".

Aquí podemos hacer una pausa, porque la profecía en la Escritura no nos lleva más

allá. Pero el fin de la era no es el fin del mundo, y la suerte de Israel no nos enseña

nada con respecto al destino de la raza humana. Lo queramos o no, no podemos

evitar especular sobre el futuro y predecir el destino último de un mundo que ha

sido el escenario de tan estupendas demostraciones del juicio y la misericordia

divinos. Algunos pensarán probablemente que es una desagradable conclusión la

de que Apocalipsis no es el programa de historia civil y eclesiástica que una errónea

teoría de interpretación suponía. Les parecerá que la extinción de aquellas falsas

luces, que confundieron con estrellas guiadoras, les deja en total oscuridad acerca

del futuro, y se preguntarán perplejos: ¿A dónde vamos? ¿Cuál ha de ser el fin y la

consumación de la historia humana? ¿Está esta tierra, con su preciosa carga de

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~ 442 ~

intereses inmortales y eternos, avanzando hacia la luz y la verdad, o apresurándose

hacia regiones de oscuridad y distanciándose de Dios?

Donde nada se ha revelado, sería el colmo de la presunción pronosticar el futuro.

"No nos toca saber los tiempos y las sazones, que el Padre puso en su sola

potestad". Se ha dicho que "el profeta no inspirado es un estúpido", y muchos casos

confirman el dicho. Pero esto se nos puede permitir concluir: no hay razón para que

nos desesperemos acerca del futuro. Algunos nos dicen que, así como el judaísmo

fue un fracaso, así también el cristianismo será un fracaso. No estamos

convencidos de esto; más bien lo consideramos como una recusación de la

sabiduría y bondad divinas. El judaísmo nunca se constituyó en religión universal;

era esencialmente limitado y nacional en su operación; pero el cristianismo está

hecho para el hombre, y ha demostrado su adaptación a todas las variedades de la

familia humana. Es en verdad demasiado cierto que el progreso del cristianismo en

el mundo ha sido lamentablemente lento; y que, después de dieciocho siglos, no ha

conseguido desterrar el mal del mundo, ni siquiera en las regiones en que su

influencia se ha sentido más poderosamente. Sin embargo, después de hacer lugar

para sus defectos, todavía continúa siendo la más poderosa fuerza moral que jamás

se puso en funcionamiento para purificar y ennoblecer el carácter del hombre. Es el

cristianismo lo que diferencia al mundo antiguo del nuevo; la civilización moderna

de la antigua. Este es el nuevo factor en la sociedad y la historia humanas que

puede reclamar la porción mayor en las reformas benéficas del pasado y del cual

podemos esperar resultados todavía mayores en el futuro. El historiador filósofo

reconoce en el cristianismo un nuevo poder, que "desde su mismo origen, y todavía

más en su progreso, renovó por completo la faz del mundo". * (Schlegel, Philosophy

of History, Lect. x).

Tampoco hay ningún síntoma de decrepitud ni agotamiento en la religión de Jesús

después de todos los siglos y conflictos, así como de las revoluciones de opinión

por las cuales ha pasado. Ha permanecido firme ante lo más recio de las más

malignas persecuciones, y ha salido victoriosa. Ha soportado la prueba de la crítica

más escrutadora y hostil, y ha salido indemne del fuego. Ha sobrevivido el más

peligroso patrocinio de pretendidos amigos que la han corrompido convirtiéndola en

superstición, la han pervertido convirtiéndola en una política, o la han degradado

convirtiéndola en comercio. Aunque los enemigos del evangelio predicen su pronta

extinción, entra en una nueva carrera de conflicto y victoria. Hay una perpetua

tendencia en el cristianismo a renovar su juventud, a recuperar el ideal de su

prístina pureza, y a deshacerse de las impurezas y los acrecentamientos que son

extraños a su naturaleza. Desde la era apostólica, nunca hubo mayor vitalidad ni

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~ 443 ~

vigor en la religión de la cruz que hoy. Esta es la era de las misiones cristianas; y

aunque todas las otras religiones han dejado de hacer proselitismo, y por lo tanto,

de crecer, el cristianismo va a todos los territorios y a todas las naciones, Biblia en

mano, y proclamando con su boca las buenas nuevas: "Cree en el Señor Jesucristo,

y serás salvo".

La verdadera interpretación de las profecías del Nuevo Testamento, en vez de

dejarnos en la oscuridad, alientan la esperanza. Mitigan la tristeza que se cierne

sobre un mundo que se creía destinado a perecer. No hay razón para inferir que,

porque Jerusalén fue destruida, el mundo debe arder; o que, porque la nación

apóstata fue condenada, la raza humana debe ser destinada a la perdición. Toda

esta siniestra anticipación descansa en una errónea interpretación de la Escritura; y

habiendo eliminado las falacias, el futuro se abrillanta con una gloriosa esperanza.

Podemos confiar en el Dios de amor. Él no ha abandonado a la tierra, y gobierna el

mundo con un plan que ciertamente no nos ha revelado, pero del cual podemos

estar seguros emergerá finalmente el mayor bien de las criaturas y la gloria más

resplandeciente del Creador.

En verdad, puede parecer extraño e inexplicable que ahora hayamos sido dejados

sin ninguna de aquellas manifestaciones y revelaciones divinas que en otras épocas

complació a Dios entregar a los hombres. En algunos respectos, parecemos estar

más lejos del cielo que en las épocas en que las voces y las visiones recordaban a

los hombres la cercanía del Invisible. Podemos decir, con los judíos del cautiverio:

"No vemos ya nuestras señales; no hay más profeta, ni entre nosotros hay quién

sepa hasta cuándo" (Sal. 74:9).

Han pasado mil ochocientos años desde que en la tierra se oyó una voz que decía:

"Así dice el Señor". Es como si en el cielo se hubiese cerrado una puerta, y se

hubiese cortado la comunicación directa entre Dios y los hombres; y parecemos

estar en desventaja en comparación con los que fueron favorecidos con "las

visiones y las revelaciones del Señor". Pero hasta en esto puede que no

juzguemos correctamente. Sin duda, es mejor que las cosas sean así. El Señor

declaró que la presencia del Espíritu Santo con los discípulos más que compensaba

su propia ausencia. Ese Espíritu mora con nosotros, y en nosotros, y es su oficio

"tomar lo que es de Cristo y mostrárnoslo a nosotros". Tenemos también la Palabra

escrita de Dios, y en esto disfrutamos de una incalculable superioridad sobre los

tiempos anteriores. Es mejor la Palabra escrita que el profeta viviente. Pero, si

fuese necesario para el bienestar y la guía de la humanidad que Dios se

manifestase nuevamente, no hay ninguna presunción contra revelaciones

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~ 444 ~

adicionales. ¿Por qué tendríamos que pensar que Dios ha dicho a los hombres su

última palabra? Pero le toca a Él escoger, y no a nosotros dictaminar. Puede muy

bien ser que aún ahora, de modos que nosotros no sospechamos, Él está hablando

al hombre. "Dios se cuumple a sí mismo de muchas maneras, y la historia humana

está tan llena de Dios hoy día como en la época de milagros y profecías. Lejos sea

de nosotros la incredulidad que pierde la esperanza en el cristianismo y en el

hombre. Ciertamente, no fue en vano que Dios dijo: "Yo soy la luz del mundo". "No

envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo

pudiese ser salvo". "Yo, si fuese levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo".

El apóstol favorecido que, más que ningún otro, parece haber comprendido "la

anchura, la longura, y la profundidad, y la altura del amor de Cristo", nos sugiere

ideas del alcance y la eficacia de la gran redención que nuestra latente incredulidad

puede apenas recibir. El apóstol no vacila en afirmar que la obra restauradora de

Cristo fnalmente reparará con creces la ruina causada por el pecado. "Así como por

la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así

también, por la obediencia de Uno, los muchos serán constituidos justos". Esta

comparación no tendría sentido si "los muchos" de un lado de la ecuación no fuesen

proporcionales a "los muchos" del otro lado de ella. Pero esto no es todo: la obra

redentora de Cristo hace más que restablecer el equilibrio: "Cuando el pecado

abundó, sobreabundó la gracia; para que así como el pecado reinó para muerte, así

también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor

nuestro" (Rom. 5:19-21).

Está fuera del ámbito de esta discusión argumentar sobre bases filosóficas la

natural probabilidad de un reinado de la verdad y la justicia en la tierra; estamos

felices de que se nos asegure la consumación sobre bases más elevadas y más

seguras, aún la promesa de Aquél que nos enseñó a orar: "Hágase tu voluntad, así

en la tierra como en el cielo". Porque cada oración enseñada por Dios contiene una

profecía, y transmite una promesa. Este mundo ya no pertenece al diablo, sino a

Dios. Cristo lo ha redimido, y lo recuperará, y atraerá a Sí a todos los hombres. De

lo contrario, es inconcebible que Dios haya enseñado a su pueblo en todos los

tiempos a pronunciar con fe y esperanza aquella oración sublime y profética:

"Dios tenga misericordia de nosotros, y nos bendiga;

Haga resplandecer su rostro sobre nosotros;

Para que sea conocido en la tierra tu camino,

En todas las naciones tu salvación.

Te alaben los pueblos, oh Dios;

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~ 445 ~

Todos los pueblos te alaben.

Alégrense y gócense las naciones,

Porque juzgarás los pueblos con equidad,

Y pastorearás las naciones en la tierra.

Te alaben los pueblos, oh Dios;

Todos los pueblos te alaben.

La tierra dará su fruto;

Nos bendecirá Dios, el Dios nuestro.

Bendíganos Dios,

Y témanlo todos los términos de la tierra".

(SALMO 67).

APÉNDICE A LA PARTE III

NOTA A

Reuss acerca del "número de la bestia" (Apoc. 13:18)

"Si relatáramos todo lo que los teólogos han dicho referente al número 666 en

Apocalipsis, compondríamos una historia muy singular. Sin embargo, éste no es el

lugar para hacerlo, y sería por lo general un mero desperdicio de tiempo refutar

errores palpables y alucinaciones absurdas. Nuestros textos son tan claros para los

que tienen ojos para ver y comprender, que la simple afirmación del significado

verdadero de estos textos debería disipar en seguida las nubes acumuladas

alrededor de ellos por prejuicios dogmáticos, imaginaciones interesadas, y pre-

construcciones políticas.

"El número de la bestia, 666, es el número de un hombre, ariqmoz, anqrwpou, dice

el profeta. Es el número de un nombre, dice nuevamente, y ese nombre está escrito

en la frente de los que son súbditos leales y adoradores de la bestia. Pero la bestia

misma es un ser personal - el anticristo, y no representa ninguna idea abstracta. De

esto se sigue que el número 666 no representa un período de la historia

eclesiástica, como se sostiene en la interpretación de teólogos protestantes

ortodoxos y milenialistas pietistas de la escuela de Bengel. Tampoco representa un

nombre común, ni caracteriza a un poder, ni a un imperio, por ejemplo, el

paganismo romano, como trató de demostrar Ireneo con su Aateinoz, que ha sido

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~ 446 ~

adoptado por todos los intérpretes subsiguientes que no han podido inventar nada

todavía más inadmisible, y que los protestantes han usado ansiosamente en interés

de sus polémicas contra el Papa. Los términos "Lacio", "latinos" no existían en el

siglo primero, sino en la poesía y la geografía local de la Campaña de Roma, y,

como nombre de un lenguaje, eran completamente desconocidos en cualquier

forma dentro de la esfera apostólica (Lucas 23:38; Juan 19:20).

"El número 666, pues, tiene que contener un nombre propio, el nombre de un

personaje político e histórico que debía jugar el papel de Anticristo en todas las

grandes revoluciones que esperaban al mundo judeo-cristiano. Después de leer a

Daniel y la Segunda Epístola a los Tesalonicenses, sabemos cuál es el tema.

Nuestro autor procede finalmente a decirnos de quién está hablando.

"Aquí, pues, está la dificultad (si es que es dificultad) que más a menudo ha

confundido hasta a los que han enfocado el problema con un espíritu libre de

prejuicio e ilusión. La bestia del capítulo trece no es un individuo, sino el Imperio

Romano, cnsiderado como un poder. El escritor mismo nos dice (cap. 17) que las

siete cabezas de la bestia representan las siete colinas sobre las cuales está

edificada la ciudad; y nuevamente, siete reyes que han reinado allí, o todavía

reinan. Esto es bastante correcto, pero él nos dice con bastante claridad que esta

bestia es al mismo tiempo una de las siete cabezas, una combinación

aparentemente inconcebible y más que paradójica, pero al mismo tiempo muy

natural, y hasta necesaria. La idea de un poder, especialmente de una influencia

hostil, siempre tiende a asumir una forma concreta, para personificarse en la mente

popular. El monstruo ideal se convierte en un individuo; el principio toma una clara

forma humana, y bajo esta forma personal las ideas se popularizan, hasta que los

individuos, a su vez, se convierten en representantes permanentes de las ideas e

influencias que les sobreviven. Para la mayor parte de los hombres, un nombre

propio transmite más que una definición, y es más probable que despierte un

sentimiento cálido y vivo. El poder, la idolatría, la blasfemia, y la persecución

paganas, todo lo que despierta las justas antipatías de la iglesia, todo lo que le

inspira horror, y le arranca exclamaciones de dolor, sería naturalmente

invividualizado y concentrado en la persona de aquél que, unos años antes de la

destrucción de Jerusalén, había llenado la medida de sus crímenes. La bestia es,

pues, a un tiempo el imperio y el emperador, y el nombre de éste último está en los

labios del lector pensante antes de pronunciarlo. Arrojemos sobre él, pues, toda la

luz de la ciencia histórica.

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~ 447 ~

"Una lectura atenta del capítulo 11 ya nos habrá convencido de que este libro se

escribió antes de la destrucción de Jerusalén. El templo y su atrio interior, con el

gran altar, son los medidos - es decir, destinados, para ser preservados (Zac. 2),

mientras que el resto de la ciudad es entregado a los paganos y dedicado al

sacrilegio. Estos pasajes no podrían haber sido enmarcados en vista del estado de

cosas que existieron después del año 70. Pero las indicaciones que se dan en el

capítulo 17 son todavía más decisivas. Sostendremos que aquí se habla de Roma

hasta que se pueda demostrar que en la época de los apóstoles existía otra ciudad

construida sobre siete colinas, urbem septicollem, en la que la sangre de los

testigos de Cristo haya sido derramada a torrentes (vers. 6,9). Esta ciudad, o este

imperio, tiene siete reyes. Las revelaciones de Daniel, Enoc, y Esdras siguen el

mismo plan cronológico, contando todas las sucesiones de reyes para poner al

lector sobre la pista de las fechas. De esos siete reyes, cinco ya están muertos (ver.

10), el sexto reina en este momento. El sexto emperador de Roma era Galba, un

anciano, de setenta y tres años de edad cuando ascendió al trono. La catástrofe

final, que había de destruir la ciudad y el imperio, debía tener lugar en tres años y

medio, como ya hemos observado. Por esta única y simple razón, la serie de

emperadores incluye sólo uno después del monarca que entonces reinaba, y que

no reinaría sino por poco tiempo. El escritor no le conoce, pero conoce la duración

relativa de su reinado, porque sabe que Roma, en tres años y medio, perecerá

finalmente, para no levantarse jamás.

"Vendrá un octavo emperador, es uno de los siete, y es al mismo tiempo la bestia

que era, pero que, en este momento, no es. Esto tiene que referirse, pues, a uno de

los emperadores anteriores, que ha de venir una segunda vez, pero como el

Anticristo, esto es, investido de todo el poder del diablo, y para el propósito especial

de combatir contra el Señor. Puesto que se dice que, en el momento en que se

escribió la visión, no es, pero ya ha sido, debe ser uno de los primeros cinco

emperadores. Ya ha sido herido de muerte (cap. 13:3), de modo que hay algo

milagroso en su reaparición. No puede, pues, ser Augusto, ni Tiberio, ni Claudio,

ninguno de los cuales tuvo un fin violento, y los que, además, quedan fuera de

consideración por el hecho de que ninguno de éstos era hostil en sus relaciones

con la Iglesia. Esta razón también excluye a Calígula. Sólo queda Nerón; pero todo

concurre para señalarle como el personaje designado tan misteriosamente.

Mientras reinó Galba, y aún mucho tiempo después de eso, el pueblo no creía que

Nerón estuviese muerto; le suponían oculto en alguna parte y listo para regresar y

vengarse de sus enemigos. Las ideas mesiánicas de los judíos, que habían sido

vagamente difundidas en Occidente (como nos lo dicen Tácito y Suetonio),

mezclándose con estos conceptos populares, le sugerían a los crédulos la idea de

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~ 448 ~

que Nerón vendría otra vez del Oriente, para reconquistar el trono con ayuda de los

partos. Aparecieron muchos falsos Nerones. Estas fantasías populares se

esparcieron también entre los cristianos. Las visiones eran ocurrencia común, y los

padres de la Iglesia perpetúan la misma tradición durante varios siglos después.

"Por último, para que no falte nada para una evidencia plena, nuestro libro nombra a

Nerón, por decirlo así, en cada letra. El nombre de Nerón está contenido en el

número 666. El mecanismo del problema se basa en uno de los artificios

cabalísticos usados en la hermenéutica judía, que consistía en calcular el valor

numérico de las letras que componían una palabra. Este método, llamado gematría,

o geométrico, es decir, matemático, y usado por los judíos en la exégesis del

Antiguo Testamento, ha dado mucho trabajo a nuestros eruditos, y les ha llevado a

un laberinto de errores. Todos los alfabetos antiguos y modernos han sido puestos

a colaborar, y en cada ocasión se han ensayado todas las combinaciones

imaginables de números y letras. Al método se le ha hecho producir casi todos los

nombres históricos de los pasados dieciocho siglos: - Tito Vespasiano y Simón

Gioras, Julián el Apóstata y Genserico, Mohomet y Lutero, Benedicto IX y Luis XV,

Napoleón I y el Duque de Reichstadt - y no sería difícil para ninguno de nosotros,

usando los mismos principios, leer por medio de él los nombres de los unos o los

otros. La verdad es que el enigma no era tan difícil, aunque sólo ha sido resuelto

por medio de la exégesis en nuestros propios días. Era tan poco insoluble que

varios eruditos contemporáneos encontraron la clave simultáneamente, y sin saber

nada de los trabajos los unos de los otros. La gematría es un ar hebreo. El número

tiene que ser descifrado por medio del alfabeto hebreo: rsq nwrn se lee "Nerón

César":-

n 50 + r 200 + w 6 + n 50 + q 100 + s 60 + r 200 = 666

"El punto más curioso es que existe una lectura muy antigua que da 616. Esta

podría ser la obra de un lector latino de Apocalipsis que había encontrado la

solución, pero que pronunciaba Nerón como los romanos, mientras que el escritor

de Apocalipsis lo pronunciaba como los griegos y los orientales. La remoción de la

n final da cincuenta menos".

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NOTA B

Vida y Escritos de Juan, por El Dr. J. M. Macdonald

Este libro estaba listo para entrar en prensa antes de que el autor tuviese la

oportunidad de consultar la detallada obra del Dr. Macdonald, Vida y Escritos de

Juan. Aunque no puede decirse que el Dr. Macdonald hace por Juan lo que

Conybeare y Howson hacen por Pablo, hay mucho de valioso en su obra. Es

especialmente gratificante para este autor descubrir que, acerca de la difícil

cuestión de "los dos testigos", el Dr. Macdonald ha llegado a una conclusión casi

idéntica a la del autor. Parecería, sin embargo, que con el Dr. Macdonald esto sería

una feliz adivinanza. Paley dice: "Él descubre lo que prueba"; y el Dr. Macdonald no

ha profundizado en la investigación del problema.

Acerca de la cuestión de la fecha de Apocalipsis, el Dr. Macdonald se pronuncia, sin

titubear, a favor de la fecha temprana; y sus observaciones sobre este tema son de

peso y poderosas. Él ve, lo que en realidad es bastante obvio, que la evidencia

interna zanja la cuestión más allá de toda controversia.

Pero, como tantos expositores, el Dr. Macdonald no ha logrado encontrar la

verdadera clave del Apocalipsis. Sigue de cerca a Moses Stuart en la interpretación

de la última porción de la Revelación, y ve en la ciudad ramera, no a Jerusalén, sino

a Roma. Hay una inconsistencia en sus afirmaciones con respecto a Babilonia (la

ciudad sobre el Éufrates), que equivale a una contradicción. En la página 138,

representa a la Babilonia literal como una ciudad grande y populosa en tiempos de

Pedro, y cita con aprobación a J. D. Michaelis y a D. F. Bacon para demostrar que

la ciudad tenía una gran población judía y ofrecía un campo muy deseable para la

obra de aquel apóstol. Sin embargo, en la página 225 dice: "La Babilonia literal ya

no existía más. Las profecías relativas a ella y pronunciadas por Isaías hacía mucho

que se habían cumplido". Ambas afirmaciones no pueden ser correctas. Tenemos la

más clara evidencia de que, en la era apostólica, Babilonia era una ciudad desierta.

Probablemente la provincia de Babilonia haya sido confundida con Babilonia la

ciudad.

Los siguientes extractos son interesantes y valiosos:

La fecha del Apocalipsis:

"En general, la evidencia externa parece ser comparativamente de poco valor al

decidir la verdadera fecha del Apocalipsis. Es claro que hay que confiar primero en

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el argumento de la evidencia interna. Cuando se ha hecho parecer que Ireneo no

dice nada con respecto al tiempo en que el Apocalipsis se escribió, y que Eusebio

atribuye su autoría a un Juan diferente del apóstol, es suficientemente evidente que

el restante testimonio de la antigüedad, conflictivo como es, o que está situado más

o menos en el punto medio entre la fecha temprana y la tardía, es de poca

importancia al decidir la cuestión. Y cuando abrimos el libro mismo, y encontramos

en sus mismas páginas evidencia de que, en el tiempo en que fue escrito, los judíos

enemigos todavía eran arrogantes y activos en la ciudad en que nuestro Señor fue

crucificado, y que el templo y el altar en ella todavía estaban en pie, no necesitamos

ninguna fecha de la primera antigüedad, ni siquiera de la mano del autor mismo,

para informarnos que él escribió antes de aquel gran suceso histórico y aquella

época histórica, la destrucción de Jerusalén". pp. 171,172.

Los Dos Testigos (Apoc. 11)

"Si tuviéramos en existencia una historia cristiana, como tenemos una historia

pagana escrita por Tácito y una judía escrita por Josefo, que relatan lo que ocurrió

dentro de aquella ciudad dedicada durante el terrible período de su historia,

podríamos bosquejar más claramente la profecía sobre los dos testigos. El gran

cuerpo de cristianos, advertidos por las señales que les había dado el Señor, según

el testimonio antiguo, parece haber abandonado Palestina cuando ésta fue invadida

por los romanos ... Pero fue la voluntad de Dios que un número competente de

testigos de Cristo quedasen para predicar el evangelio hasta el último momento a

sus engañados y miserables compatriotas. Puede haber sido parte de su trabajo

reiterar las profecías relativas a la destrucción de la ciudad, el templo, y la

comunidad. Los testigos debían profetizar durante el tiempo en que los romanos

habrían de arrasar la Tierra Santa y la ciudad. El hecho de que estuviesen vestidos

de cilicio indica el carácter triste de su misión. En su designación como los dos

olivos, y los dos candelabros o las dos lámparas de pie delante de Dios, hay una

alusión a Zacarías 4, donde estos dos símbolos son interpretados como los dos

ungidos, Josué el sumo sacerdote y Zorobabel el príncipe, fundador del segundo

templo. Los olivos, frescos y vigorosos, mantienen las lámparas siempre provistas

de aceite. Estos testigos, en medio de la oscuridad que se ha asentado alrededor

de Jerusalén, dan una luz constante e infalible. Poseen el poder de hacer milagros

tan maravillosos como cualquiera de los que llevaron a cabo Moisés y Elías. Lo que

se predice aquí debe haberse cumplido antes del fin de la era milagrosa o

apostólica. Todos los que aquí encuentran una predicción del estado de la iglesia

durante el surgimiento del papado, o en cualquier período después de la era de los

apóstoles, les es necesario, por supuesto, explicar todo este lenguaje que atribuye

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poder milagroso a los testigos. Ellos habrían de caer víctimas de la guerra, o del

mismo poder que hacía la guerra, y sus cadáveres debían yacer insepultos por tres

días y medio en las calles de la ciudad donde Cristo fue crucificado. Su resurrección

y ascensión al cielo deben ser interpretadas literalmente; aunque, como en el caso

de los milagros que llevaban a cabo, no existe un registro histórico de los sucesos

mismos. Si estos dos profetas fuesen los únicos cristianos en Jerusalén, puesto que

ambos fueron asesinados, no habría quedado nadie para registrar o informar del

caso; y aquí tenemos, por lo tanto, un ejemplo de una profecía que contiene al

mismo tiempo la única historia y la única obervación de los sucesos que le dieron

cumplimiento. La oleada de ruina que barrió a Jerusalén, y cuyo olor llegó hasta el

cielo, borró o evitó toda memoria humana de su obra de fe, su paciencia de

esperanza, y su obra de amor. La profecía que los predijo es su única historia, o la

única historia del papel que debían desempeñar en las escenas finales de

Jerusalén. Llegamos a la conclusión, pues, que estos testigos eran dos de aquellos

apóstoles que parecen haberse perdido para la historia tan extrañamente, o de los

cuales no se ha podido descubrir ningún rastro auténtico después de la destrucción

de Jerusalén. ¿No puede haber sido uno de ellos Santiago el Menor, o el segundo

Santiago (para diferenciarlo del hermano de Juan), comúnmente llamado obispo de

Jerusalén? Según Egésipo, un historiador judeo-cristiano, que escribió cerca de

mediados del siglo segundo, su monumento todavía se levantaba cerca de las

ruinas del templo. Egésipo dice que fue muerto en el año 69, y que representa al

apóstol dando un poderoso testimonio de la condición mesiánica de Jesús, y

señalando hacia su segunda venida en las nubes del cielo, hasta el mismo

momento de su muerte. Estos testigos de Cristo parecen ser particularmente

adecuados, hombres dotados de los dones más sobrenaturales, de pie hasta el final

en la ciudad abandonada, profetizando su destrucción, y lamentándose de lo que

una vez le fue querido a Dios". Pp. 161, 16.

NOTA SUPLEMENTARIA

El obispo Warburton acerca de "La Profecía de Nuestro Señor en el Monte de los

Olivos" y sobre "El Reino de los Cielos".

Las siguientes observaciones del erudito autor de "La Divina Legación" concuerdan

notablemente con las opiniones expresadas en esta obra:

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"La profecía de Jesús concerniente a la cercana destrucción de Jerusalén a manos

de Tito está concebida en términos tan elevados y ampulosos, que, no sólo los

intérpretes modernos, sino también los antiguos, han supuesto que nuestro Señor

entrelaza en ella una predicción directa de su segunda venida en juicio. De aquí la

opinión corriente en aquellos tiempos de que la consumación de todas las cosas se

acercaba; lo cual ha proporcionado asidero a una objeción infiel en estos tiempos,

insunuando que Jesús, para mantener a sus seguidores vinculados a su servicio, y

pacientes bajo el sufrimiento, les lisonjeaba con la cercana proximidad de aquellas

recompensas que completaban todas sus visiones y esperanzas. A lo cual los

defensores de la religión han opuesto esta respuesta: Que la distinción de corto y

largo, en la duración del tiempo, se pierde en la eternidad; y que, para el

Todopoderoso, "mil años son como ayer", etc.

Pero el principio en que ambos se basan es falso; y si se sopesara debidamente lo

que se ha dicho, se vería que esta profecía no trata de la segunda venida de Cristo

en juicio, sino de la primera; de la abolición del sistema judío y el establecimiento

del sistema cristiano, ese reino de Cristo que comenzó al cesar por completo la

teocracia. Puesto que el reino de Dios sobre los judíos terminó enteramente con la

abolición del servicio en el templo, así también el reino de Cristo tuvo entonces su

primer comienzo "en espíritu y en verdad". Este fue el verdadero establecimiento

del cristianismo, no el efectuado por la conversión o las donaciones de Constantino.

El reino del "Hijo" no podía tener lugar sino cuando fue abolida la ley judía, sobre la

cual el "Padre" presidió como Rey; porque la soberanía de Cristo sobre la

humanidad era esa misma soberanía de Dios sobre los judíos transferida y

mayormente extendida.

"Siendo esta, pues, una de las épocas más importantes en la economía de la

gracia, y la más terrible revolución en todas las dispensaciones religiosas de Dios,

vemos la elegancia y la propiedad de los términos en cuestión para denotar un

suceso tan grandioso, junto con la destrucción de Jerusalén, por medio de la cual

se efectuó; porque en todo el lenguaje profético, el cambio y la caída de principados

y potestades, ya sean espirituales o civiles, están señalados por el zarandeo de los

cielos y la tierra, el oscurecimiento del sol y de la luna, y la caída de las estrellas;

como el surgimiento y el establecimiento de los nuevos son por medio de

procesiones en las nubes del cielo, por el sonido de las trompetas, y la reunión de

huestes y congregaciones".

FIN