la profecia de ellie

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LA PROFECÍA Autora: Ellie. Prefacio. 60.000 años a. C. – En los confines de la Vía Láctea. Avanzaba. Avanzaba lenta y torpe sobre la marea de estrellas. Se había perdido su belleza, en el instante en que dejó atrás su mundo y su ser. Atrás, atrás quedaban civilizaciones completas: maravillosas, hermosas... o destructivas y crueles; tierras y mundos: áridos, inhumanos o fértiles; formas y colores, pues había encontrado en el camino fuentes de luz, donde nacían los padres de la vida: los soles. Pero ya no importaba la belleza de las nebulosas, ni que hubiera visto a los agujeros negros, monstruos invencibles, señores de la oscuridad, tragando con su fuerza a la luz. No importaba porque el único ocupante iba llorando por el mundo perdido, por su mundo. No importaba porque iba dormido, acumulando rabia en sueños, colgado boca abajo en un letargo de miles de años que lo llevaba a ninguna parte. Pero cuando encontrase un nuevo hogar, una nueva casa, renacería. Haría de esa tierra su nueva patria, y los suyos, su especie, volverían a renacer. Sólo necesitaba una cosa: esperar. Avanzaba, avanzaba lenta y torpe sobre la marea de estrellas un bólido milenario en busca de un mundo oxigenado que diera cobijo a su cansancio, hasta que su dueño se despertase. 6 de junio de 1941 – Egipto. El sol estaba en su apogeo en el cielo, no parecía importarle que estuviera causando estragos entre excavadores y obreros. En una de las pocas tiendas alzadas en aquella gran extensión de hombres trabajando en la tierra, irrumpió un muchacho sin aliento: – ¡Doctora Covington! ¡Doctora Covington! – ¿Qué pasa Mai? ¿No ves que estamos ocupadas? – Doctora, tiene que venir a ver esto, venga a ver esto... Janice Covington alzó la vista del plano de excavación y examinó la urgencia en la voz del muchacho. Miró tras de sí, observando a Melinda Pappas que se encontraba con el ceño fruncido mordiendo la montura de sus gafas. Eso hizo que la arqueóloga rubia sonriese ante la familiaridad del gesto. Volviendo su atención al muchacho, ya seria, asintió con la cabeza y se dispuso a seguirlo: – Más te vale que sea importante, tesoro. Tras recorrer largos pasillos, aguantar intermitentes bufidos de impaciencia por parte de la doctora Covington, y la locuaz verborrea de miss Pappas, Mai llegó por fin a una de las paredes, corazón de la pirámide de Kefrén. Mai indicó un pequeño grupo de personas en mitad de la enorme sala, rodeada de jeroglíficos y puertas a otras cámaras e infinitos senderos laberínticos. – Encantado de conocerla señorita Covington. Un hombre de mediana edad la saludó, pelirrojo, vestido como un estúpido lord inglés que se había salido de alguna novela de aventuras sobre la India colonial, con su gorro y pantalones cortos definitivamente ridículos. Extendió su mano hacia Covington que lo miró de arriba abajo. – ¿Y usted es...? –preguntó la arqueóloga en su rutinario tono irónico. – Oh, sí claro... ¡por supuesto, qué insolencia por mi parte! Pues faltaría más decirle que yo soy Percebal Maxwell, asociado de Maxwell & Maxwell... aunque, muchos de nuestros clientes prefieren dejarlo en "M&M". Uh, y permítame decirle, señorita, ya que he hecho mi introducción, que los calificativos de preciosa y encantadora que he oído de usted, en boca de mi colega, le hacen verdadera justicia, ¡sí señora! Janice se quedó en silencio. Ahora se miró a sí misma de arriba abajo. Sus pantalones estaban llenos de polvo, sólo llevaba puesta una vieja camisa de su padre, y bajo su sombrero sus cabellos dorados eran una mata desaliñada y sucia. Tenía arena hasta en las orejas. ¿Preciosa y encantadora, eh? Con su mejor sarcasmo, inquirió en el mosqueo que este hombrecillo inglés le provocaba: – ¿Y se puede saber qué colega suyo le ha hablado maravillas de mí? –dijo escéptica esperando recibir como respuesta algún nuevo embuste. El hombre pelirrojo sonrió abiertamente. Pareció ignorar a Covington, pero le respondió sin mirarla mientras se dirigía con los brazos alzados hacia la persona detrás de la arqueóloga. – La señorita Pappas, por supuesto –contestó finalmente. A Janice Covington se le calló la mandíbula al suelo cuando vio al patético Percebal enroscarse en Melinda Pappas y dar saltos de júbilo a su alrededor, con pequeños besos de amigo, tomaduras de manos y sonrisas que Mel parecía devolver encantada. Y pasaron largos minutos para Covington antes de que empezara a crecer dentro de ella una insoportable incomodidad que sólo sabía romper de una forma: VERSIÓN ORIGINAL, FANFIC EN ESPAÑOL http://VO.cosateca.com http://vo.hol.es

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Page 1: La profecia de Ellie

L A P R O F E C Í A

Autora: Ellie.

Prefacio.

60.000 años a. C. – En los confines de la Vía Láctea. Avanzaba. Avanzaba lenta y torpe sobre la marea de estrellas. Sehabía perdido su belleza, en el instante en que dejó atrás su mundo y su ser. Atrás, atrás quedaban civilizaciones completas:maravillosas, hermosas... o destructivas y crueles; tierras y mundos: áridos, inhumanos o fértiles; formas y colores, pueshabía encontrado en el camino fuentes de luz, donde nacían los padres de la vida: los soles. Pero ya no importaba la bellezade las nebulosas, ni que hubiera visto a los agujeros negros, monstruos invencibles, señores de la oscuridad, tragando consu fuerza a la luz. No importaba porque el único ocupante iba llorando por el mundo perdido, por su mundo. No importabaporque iba dormido, acumulando rabia en sueños, colgado boca abajo en un letargo de miles de años que lo llevaba aninguna parte. Pero cuando encontrase un nuevo hogar, una nueva casa, renacería. Haría de esa tierra su nueva patria, y lossuyos, su especie, volverían a renacer.

Sólo necesitaba una cosa: esperar. Avanzaba, avanzaba lenta y torpe sobre la marea de estrellas un bólido milenario enbusca de un mundo oxigenado que diera cobijo a su cansancio, hasta que su dueño se despertase.

6 de junio de 1941 – Egipto.

El sol estaba en su apogeo en el cielo, no parecía importarle que estuviera causando estragos entre excavadores y obreros.En una de las pocas tiendas alzadas en aquella gran extensión de hombres trabajando en la tierra, irrumpió un muchacho sinaliento:

– ¡Doctora Covington! ¡Doctora Covington!

– ¿Qué pasa Mai? ¿No ves que estamos ocupadas?

– Doctora, tiene que venir a ver esto, venga a ver esto...

Janice Covington alzó la vista del plano de excavación y examinó la urgencia en la voz del muchacho. Miró tras de sí,observando a Melinda Pappas que se encontraba con el ceño fruncido mordiendo la montura de sus gafas. Eso hizo que laarqueóloga rubia sonriese ante la familiaridad del gesto. Volviendo su atención al muchacho, ya seria, asintió con la cabeza yse dispuso a seguirlo:

– Más te vale que sea importante, tesoro.

Tras recorrer largos pasillos, aguantar intermitentes bufidos de impaciencia por parte de la doctora Covington, y la locuazverborrea de miss Pappas, Mai llegó por fin a una de las paredes, corazón de la pirámide de Kefrén. Mai indicó un pequeñogrupo de personas en mitad de la enorme sala, rodeada de jeroglíficos y puertas a otras cámaras e infinitos senderoslaberínticos.

– Encantado de conocerla señorita Covington.

Un hombre de mediana edad la saludó, pelirrojo, vestido como un estúpido lord inglés que se había salido de alguna novelade aventuras sobre la India colonial, con su gorro y pantalones cortos definitivamente ridículos. Extendió su mano haciaCovington que lo miró de arriba abajo.

– ¿Y usted es...? –preguntó la arqueóloga en su rutinario tono irónico.

– Oh, sí claro... ¡por supuesto, qué insolencia por mi parte! Pues faltaría más decirle que yo soy Percebal Maxwell, asociadode Maxwell & Maxwell... aunque, muchos de nuestros clientes prefieren dejarlo en "M&M". Uh, y permítame decirle, señorita,ya que he hecho mi introducción, que los calificativos de preciosa y encantadora que he oído de usted, en boca de mi colega,le hacen verdadera justicia, ¡sí señora!

Janice se quedó en silencio. Ahora se miró a sí misma de arriba abajo. Sus pantalones estaban llenos de polvo, sólo llevabapuesta una vieja camisa de su padre, y bajo su sombrero sus cabellos dorados eran una mata desaliñada y sucia. Teníaarena hasta en las orejas. ¿Preciosa y encantadora, eh? Con su mejor sarcasmo, inquirió en el mosqueo que estehombrecillo inglés le provocaba:

– ¿Y se puede saber qué colega suyo le ha hablado maravillas de mí? –dijo escéptica esperando recibir como respuesta algúnnuevo embuste.

El hombre pelirrojo sonrió abiertamente. Pareció ignorar a Covington, pero le respondió sin mirarla mientras se dirigía con losbrazos alzados hacia la persona detrás de la arqueóloga.

– La señorita Pappas, por supuesto –contestó finalmente.

A Janice Covington se le calló la mandíbula al suelo cuando vio al patético Percebal enroscarse en Melinda Pappas y darsaltos de júbilo a su alrededor, con pequeños besos de amigo, tomaduras de manos y sonrisas que Mel parecía devolverencantada. Y pasaron largos minutos para Covington antes de que empezara a crecer dentro de ella una insoportableincomodidad que sólo sabía romper de una forma:

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– Sí, bueno, ¿oiga, le importaría ir al grano de una puñetera vez?

– ¡Janice!

Mel recriminó la grosería de su colega. Jan observó cómo su compañera cogía de la mano a Percebal y la agarrabafirmemente. Covington se dió la vuelta, y continuó hablando mientras disimulaba de espaldas, haciendo como que observabalos jeroglíficos.

– ¿Quiero decir... para qué ha venido hasta aquí? –preguntó Covington aclarándose la garganta.

Mel y Percebal se colocaron al lado de la arqueóloga observando también los jeroglíficos.

– Oh, bueno. Verá. Mi compañía está extendiendo sus horizontes y hemos venido hasta aquí para poder realizar algunasgestiones rutinarias para establecernos en el extranjero. Así que, bueno, en fín, me he acordado de mi queridísima amigaMel, y me he dicho ¡caracoles, una oportunidad como esta no se tiene dos veces en la vida!

– Ajá –Covington dijo sin interés alguno mientras trataba de contener la risa.

¿Caracoles? Esa expresión no la usaba ni su vieja ama de cría.

– ¿Cuánto tiempo vas a estar aquí, Percie? –preguntó Mel con un claro entusiasmo.

¿Percie? ¿Qué demonios...?

– Sólo unos pocos días, querida. Quizá llegue a la semana, no lo sé. ¡Los negocios son los negocios, ya lo sabes! ¿Verdad,Janice? –Covington se giró ante el sonido de su nombre de pila en la voz de este hombre. Él la miró a los ojos–¿Puedollamarte Janice? –dijo.

En ese instante, Covington volvió sus ojos a los del hombre entusiasmado. Si las miradas matasen, Percebal Maxwell habríasufrido una muerte muy dolorosa.

– No –la seriedad de la arqueóloga fue tajante.

Las dos personas ante ella se ruborizaron. Mel quizá por la extrañeza de ver a Janice actuando de esa forma. Lo hacía conmuchos indeseables, eso estaba claro, pero con amigos de ella... Y Percebal Maxwell, él estaba más bien consternado por lainsensibilidad de Covington. Aún no se explicaba qué hacía una chica como Mel con alguien como ella... con una... una...¡una rastrera saqueadora de tumbas!

Pero Janice tenía claro que no iba a dejar que ningún niño de papá la humillase o se creyera que podía hacerlo, si no, ¿a quéhabía venido su referencia hacia ella cuándo habló de "los negocios"? No, no podía permitirlo. Y menos delante de Mel. Lasombra de la fama de su padre seguía pesando sobre ella por mucho que intentaba limpiar su nombre. El nombre de ambos.Y no iba a dejar que eso pudiera apartarla de la primera persona en la que había confiado en toda su vida, en la que estabaempezando a confiar, más bien.

– Bueno, ¡mira qué hora es, Mel! Casi las cinco, ¿qué tal si salimos fuera y nos tomamos un té, eh, querida? –la irritante vozdel tipo sacó a Janice de sus sueños.

– Suena realmente interesante, ¡tengo un montón de cosas que contarte! –Mel parecía realmente encantada con la oferta.

– Lo mismo digo, preciosa, lo mismo digo. ¿Se apunta, eh... señorita... Covington?

– No. No se preocupe. Voy a trabajar un poco más... hoy.

Y tan ruda como bruscamente Janice echó a andar hacia la parte más alejada de la cámara, dejando a Mel con laconsecuente insistencia en la punta de la lengua.

– En ese caso... –apenas acertó a decir el inglés.

Janice trató de entretenerse con cualquier tontería con tal de evitar el contacto con los otros dos, con lo cual, se perdió laúltima mirada desesperada de preocupación y duda que su compañera le envió por encima del hombro, mientras eraarrastrada hacia afuera por el ridículo explorador de nombre Percebal Maxwell.

Janice dio un largo suspiro y se sacó el sombrero un instante, limpiándose el sudor de la frente. Pensó que ésta iba a ser unasemanita muy larga. En ese momento, Mai volvía corriendo de un encargo de alguno de los excavadores, probablemente. Loretuvo por el antebrazo.

– Oye Mai. Hazme un favor. La próxima vez que me saques de la tienda para perder el tiempo con tipos pelmazos y horterasrecuérdame que no te haga caso.

– No sé de qué está hablando doctora.

– Pues de qué voy a estar hablando del amigo de... ¿Antes tú no te referías al tipo ese, a No–se–qué Maxwell, el amigo deMel?

– ¿Eh? No, señora. Yo me refería a lo que ha descubierto el señor Harrer.

El muchacho señaló en la dirección del tumulto de gente trabajando sobre los jeroglíficos.

– ¿Harrer? ¿Ha...? ¡Hans!

– ¡Jan! –una voz llamó, proveniente del grupo, en la parte posterior de la sala.

– ¡Hans! ¿Por qué no me avisaste de que estabas aquí? –dijo Covington, mientras se fundía en un abrazo cálido con el

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apuesto Harrer, un hombre alto, rubio, joven y definitivamente mejor vestido que Maxwell.

– Bueno, lo he hecho – señaló a Mai, que se encogió de hombros y echó a correr ocupado seguramente en un nuevo recado–Pero parece ser que había cosas más importantes que yo, como la hora del té, por ejemplo.

Janice frunció el ceño preguntando.

– Veo que ya has conocido a mi colega Maxwell –sonrió Harrer.

– ¿Qué?

Apareció una sonrisa más amplia si cabe en la cara del hombre.

– Sí. Yo soy el 50% de M&M, aunque evidentemente no me apellido Maxwell. Decidimos dejar el nombre así porque era cosade sus antepasados.

– ¡Demonios, Hans, mira a dónde te ha llevado la vida! –Janice estaba incrédula.

– ¿A qué te refieres? – preguntó el atractivo joven siempre sonriendo con un brazo sobre los hombros de la doctora.

– Bueno, pasaste de ser uno de los mejores astrónomos que he conocido al socio de... ¡de un maldito loro inglés gilipollas ylameculos!

Harrer estalló en una carcajada que hizo eco en la estancia eterna de la pirámide.

– ¡Oye, no será para tanto, que Percie no es tan malo... una vez que te acostumbras a él! Además, qué hay de tí. Quién teiba a decir que llegarías a andar por el mundo adelante revolviéndoles las tripas a toda cuanta reliquia hay, con nada más ynada menos que la hija del profesor Pappas.

Janice sonrió ante el comentario, aunque no quiso mostrarse demasiado complacida.

– Ha pasado mucho tiempo –dijo Janice volviendo a un tono serio.

– Sí. Mucho. –Harrer contestó encontrando unos intensos ojos verdes.

Bruscamente el hombre retiró el brazo que arropaba a su vieja colega como espantado por un calambre.

– Hay una razón expresa por la que he venido aquí, Jan.

– Lo sé. Negocios.

– No es sólo eso. Ven, quiero enseñarte algo.

Caminaron hacia el grupo de gente al fondo de la sala.

– Y he venido más como astrónomo, que como empresario –decía suavemente Harrer.

Se paró en seco cuando los agrupados alrededor de una línea concreta de jeroglíficos notaron su presencia y se apartaronlentamente.

– Hay algo que acaban de descubrir, y vosotras no lo habréis sabido porque estáis trabajando en la esfinge y en Keops,pero... –Harrer buscó palabras adecuadas que no hicieran demasiado furor en la arqueóloga–¿Hace cuánto que estástrabajando en esos pergaminos que buscaba tu padre?

– Un año o por ahí –Janice estaba totalmente intrigada.

– ¿Confías en mí, Jan?

La seriedad de Harrer hizo que un puñado de mariposas revoloteran en el cerebro de Covington. De repente, la situación setornaba muy incómoda para su gusto.

– Sí, claro. ¿Por qué? –eso serviría como buena respuesta, ¿no era lo que él deseaba oír?.

– ¿Por qué? –repitió él con una enorme sonrisa de fascinación– Mira.

Harrer tendió su mano dejando que los ojos de Janice siguieran el sendero que trazaban: primero, observó una línea queparecía representar el cielo. Las estrellas. Una gran bola de fuego, el desierto, un objeto grande, enorme, un tributo de losdioses. Dos mujeres. ¿Dos mujeres? Dos mujeres, y... y un insecto. No. Un insecto no. Un monstruo. O no. La noche, dosmujeres, un insecto, y cuando llegó al fondo de la línea, Janice dio gracias porque Hans la sostuviera cuando reconoció en unjeroglífico un dibujo que representaba un objeto circular, una forma que no podía ser otra cosa más que un...

– ¡Chakram! Es el... chakram... de Xena –Janice apenas respiraba.

En ese momento, el siempre oportuno Mai apareció a su lado.

– Mai...

– ¿Sí, doctora Covington?

– Dile a Mel que deje al loro inglés y arrastre su maquillado culo hasta aquí, ¡ya!

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Capítulo I: El Atardecer

"Es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad"

– Refrán

Algún momento en que aún existían dioses, monstruos y héroes– Noreste de África.Dos figuras femeninas caminaban sobre las dunas doradas del desierto, nadie en kilómetros a la redonda. Para protegersedel sol llevaban sobre sus cuerpos las túnicas y turbantes necesarios evitando males mayores. Su paso era constante,decidido, pero ambas comenzaban a notar las primeras sombras del cansancio.

Esto está volviéndose estúpido, pensaba la más joven, pues a quién se le ocurriría caminar bajo el sol ardiente sin comida niagua. Claro que ellas eran especiales.

– Oye, no quiero ser... bueno, no quiero quejarme ni nada de eso ni decir lo de "te lo dije", aunque en este caso sea losuficientemente necesario –el tono irónico se resaltó con una leve sonrisa y una patada a la arena mientras caminaba–pero,¿Xena, de verdad no te parece realmente imprudente haber salido así?

La mujer de pelo azabache se paró a su lado. Sus manos se colocaron reflexivas sobre su cintura y se mordió el labioinferior mientras giraba hacia su compañera.

– ¿Sabes qué? –dijo desenfadada– Tienes razón.

– ¿Qué?

El casi grito incontrolado de la otra mujer rubia fue una sobrada muestra de incredulidad.

– ¿Ah sí? ¿Y desde cuándo me das la razón túúúúúú a mííííííí? –bromeó.

La otra mujer sonrió, y tan rara era su expresión y tan desconocidas para su eterna acompañante la forma en que sus labiosse disculpaban en silencio por un error desconocido o sus ojos mencionaban una promesa jamás pronunciada, que Gabrielleborró su sonrisa un instante y sintió vértigo: una punzada que le nació en el corazón e hizo que su respiración la abandonaseun instante. Xena dejó que su sonrisa se quedase sólo en las puertas de sus labios, cerrados, y emprendiendo el caminocuesta abajo de otra duna más, contestó evitando la mirada de su compañera.

– ¿La razón? –alzó su voz Xena, mientras caminaba–La razón te la he dado siempre... desde el día que te conocí.

Gabrielle dejó a sus músculos sin fuerza, y su mente trató de buscar sentido a la frase. Observó a Xena bajar la duna. Sesentía incapaz de moverse. Cerró los ojos, respiró hondo, y volvió la vista.

Las formas suaves del cielo anaranjado indicaban que el día iba a morir pronto en las entrañas del horizonte. Aquellas líneasdifuminadas que pintaban el cielo de rojizo al atardecer eran como Xena, se decía Gabrielle. Individualmente presentabanformas abstractas difíciles de descifrar, formas que parecían fruto de la casualidad, pero cada una tenía su razón de ser, y ensu conjunto formaban aquella hermosísima puesta de sol. Así que con una negación a sí misma manifestada con un meneode cabeza, Gabrielle se dispuso a alcanzar a su amiga para poder llegar a tiempo a la próxima ciudad.

Pero antes no se olvidó de añadir una línea indescifrable más, que representaba aquella frase misteriosa de "darle la razón",al conjunto de formas suaves rojizas, frases y momentos en realidad, que componían el hermosísimo dibujo mental quehabía hecho de Xena con las mismas formas de un atardecer.

40.000 años a. C. – En las cercanías de Alpha Lyrae (Vega), 26 años luz a la Tierra.

Avanzaba. A la derecha de su carroza de metal divino podía ver una gran estrella blanco azulada, tintineando, alumbrandocon su luz jóvenes porciones de su propia masa despedida por el paso desconsiderado de un reciente cometa. La imagen erabella, más bella de lo que podía imaginar. Las líneas de la luz jugaban caprichosas como niñas en una fuente de día soleado.Juraría que las estrellas le sonreían hoy. Cada vez más cerca la posibilidad de encontrar un planeta puro. Los sistemas deesta estrella frente a sí eran todavía demasiado jóvenes. Reparó en la basura, le costó demasiado franquear los obstáculosnaturales de aquel sistema, a punto estuvo de desviar el rumbo. Pero ahora estaba en el buen camino, acelerando la marcha,y deseando cambiar las estrellas por cielos azules. Avanzaba.

Capítulo II: Sólo lo que vemos

"Muy frecuentemente las lágrimas son la última sonrisa del amor"

– Stendhal

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8000 a.C. Noreste de África.

La arena estaba callada. El cielo, en silencio. El sol bañaba todo el territorio. El día era azul, limpio, y el calor ahogaba larespiración. Pero entonces la paz se turbó cuando desde la bóveda celeste una bola de fuego gigantesca cruzó el horizonte yse posó sobre la tierra provocando una explosión de arena y viento, de descontrol y caos. El objeto quedó allí, inmóvil, y sumetal resplandecía reflejándose el sol en las curvas suaves de su forma, mientras el Nilo continuaba corriendo ajeno a losproblemas. El monzón llegó con los primeros días del verano que comenzaba, y aquella superficie kilométrica quedósepultada bajo el barro y la maleza, con un único ocupante sumergido en letargo, esperando por la vida para ser resucitadoy por el conocimiento ajeno para la resurrección de su especie.Algún momento antes de nuestra Era...

Bazar de la Ciudad de Hierakómpolis.

– ¿Por qué será que ese sonido histérico de ciertos órganos pidiendo comida me es tan familiar?

– Jaja. No hemos comido nada desde que tuviste la estúpida de idea de volver a meternos en el desierto, Xena. Por lo tanto,mis tripas tienen todo el derecho a protestar.

– No te quejarás. Te prometí que estaríamos en Hierakómpolis antes de que cayera la noche. Y aquí estamos, ¿no?

– Ah, entiendo, ¡anota un punto a la Princesa Guerrera! O sea que por eso se supone que debo perdonarte tenerme muertade hambre.

– ¿Muerta de hambre? ¡Gabrielle, estás empezando a preocuparme!

– ¿Por qué?

– ¡Cómo qué por qué! ¡Eres un pozo sin fondo!

– Eso no es motivo de preocupación, ¿acaso no sabes qué es lo más legendario sobre tú y yo después de tu leyenda, tuchakram, mi arte con los sais y la pluma –Gabrielle miró hacia abajo con una mirada picaresca–... y la inmortal peligrosidadde tus pechos?

Xena dibujó una mueca de molestia.

– No, ¿lo qué? –preguntó entre dientes.

– ¡Mi apetito!

Gabrielle sonrió ampliamente. Xena hizo lo mismo. Adoro esa sonrisa. La bardo rompió la magia sin darse cuenta, volviendoa la superficialidad de una conversación matinal más.

– Además, ¡no levantes tanto la voz, que la gente empieza a mirarnos!

– Somos griegas, Gabrielle: extranjeras, es normal que nos miren.

– Puede que a ti te guste que todo cuanto mercader se nos cruza nos mire, o una horda de adolescentes que van detrás deti comiéndote con los ojos, o seis tipos encapuchados en túnicas negras con largos sables nos acechen como si fuesen adescuartizarnos, o esos estúpidos taberneros que...

– ¿Qué?

– Que digo que no me hace gracia que me miren los taberneros grasientos como si yo fuese un pedazo de carne o algopareci...

– Antes de eso, ¿qué dijiste?

– Xena, tú también comienzas a preocuparme.

– ¿Por qué?

– Si no te conociera mejor, diría que estás envejeciendo: di por hecho que los habías visto –Gabrielle ignoró el bufido de suinterlocutora– Hay seis tipos en la calle que acabamos de pasar vestidos de negro con sables, que nos estaban mirandodetenidamente y la verdad, eso no es muy normal, pero mira, si a ti te parece bien que cotilleen sobre nosotras como sifuésemos la mismísima Cleopat... ¿Xena? ¿Xenaaaa? ¡Oh, ha vuelto a hacerlo!

– ¡¡Ayayayayayayayaya!!

Xena saltó en el callejón donde los seis hombres acechaban. En un salto ágil estuvo en mitad del círculo que habíanformado. Desenvainó su espada sin dar tiempo a sus enemigos a enterarse de lo que estaba pasando, y emitió una de sussatisfechas sonrisas al ver el desconcierto de los hombres.

– ¿Es este el puesto de la ropa interior? –preguntó riendo.

El primero atacó por detrás. Con un sable largo trató de sesgar el hombro derecho de Xena, pero sólo consiguió cortar elaire. Por la fuerza del movimiento el hombre se desplazó un par de metros por delante de la guerrera, y ésta aprovechópara golpearlo en la espalda y enviarlo por el aire. En ese momento la túnica del mercenario se levantó y la totalidad de sudesnuda anatomía trasera quedó al descubierto. Xena hizo una mueca de asco.

– Gggg... ¡ya veo que no!

Esta vez fue algo más complicado. Los dos que le quedaban a sus espaldas atacaron al mismo tiempo, y otros dosintentaron hacer lo mismo por delante. Xena mantuvo como pudo las espadas de los de atrás pegadas a la suya, protegiendosu espalda, mientras que con un golpe magistral de sus piernas se elevó aprovechando la fuerza de empuje que ponían los

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Page 6: La profecia de Ellie

que presionaban contra su espada, golpeando con ambas extremidades las caras de los mercenarios que tenía enfrente.Cuando esos estuvieron bien despachados, Xena aprovechó para girar sobre sí misma y encarar a los restantes. No fue difícilesquivar unos cuantos golpes y enviarlos de dos buenos puñetazos al otro lado de la calle. Al instante recordó algo: uno,dos, tres, cuatro, cinco... y seis. ¿Dónde estaba el sexto? Un sonido familiar proveniente del otro lado de la calle la sacó dedudas: los sais de Gabrielle chocando con otra superficie metálica. Salió de un salto del callejón, a tiempo para ver cómo elsexto hombre asestaba una puñalada al corazón de su amiga.

– ¡¡¡¡Noooooooooooooooooooooo!!!!

Xena sintió que su propio corazón era el herido cuando un chorro de sangre bañó el pecho de Gabrielle. Sangre de susangre, sangre que sentía como propia. Sangre que brotaba de sus venas.

Gabrielle cayó de rodillas, tenía la mirada perdida, los párpados comenzaban a pesarle.

– ¡¡¡Nooooooo!!!

Un pasillo se abrió entre la muchedumbre aterrorizada y Gabrielle era el final de aquella vista. Xena quiso echar a correr,quiso socorrerla, pero los cinco hombres que había tumbado hacía un minuto se echaron sobre ella, y uno de ellos la apuñalóen un costado. Xena apenas pudo zafarse de dos sin apartar la mirada de Gabrielle, gritando su nombre, pero pronto notóque perdía mucha sangre y las fuerzas no iban a ser suficientes. Gritaba, amenazando a los mercenarios, clamando porGabrielle, mientras las lágrimas comenzaban a mezclarse con el sabor a sangre en su boca. Su fuerza se quebrantó. Cayó alsuelo, y notó sobre ella el peso de los hombres mientras hablaban entre ellos en lengua egipcia. Xena extendió su mano enla dirección de Gabrielle, que ahora la miraba, desangrada, aún de rodillas. La guerrera dibujó una caricia en el aire sobre lasilueta de la bardo, y no tuvo más fuerza para gritar cuando vio cómo el sexto hombre cogía a la joven en brazos y se lallevaba en su caballo. Su rostro era moreno, sus ojos oscuros, perilla negra, y en el brazo que quedó desnudo cuando subióa Gabrielle, un tatuaje que parecía la forma de un halcón. Pero su cara... Xena no era de las que olvidaban una cara.

Y entonces la oscuridad ocupó el lugar de la luz.

Despertó fría, en un lugar frío, sobre una cama fría. No obstante, una cálida voz femenina la tranquilizaba.

– ¿Gabrielle... Gabri...?

– Shhh... no digas nada.

Una mano dulce iba limpiando su frente con un trapo húmedo.

– Oh, Gabrielle... he tenido... he tenido un sueño terrible.

– Tranquila. Ya pasó.

– No... tú estabas... estábamos... Dioses, Gabrielle, no pude... no pude salvarte...

– Shhh, ahora estás a salvo. Estás en casa...

– En casa.

– ...estás en Hierakómpolis.

Xena pareció olvidar su fiebre ante la mención de aquella ciudad, y si su sueño no había sido un auténtico sueño, entoncesGabrielle estaba realmente herida de gravedad, en alguna parte, si es que aún no había... La mano de la guerrera se alzóbruscamente en el aire y atrapó la de la otra mujer antes de que ésta llevara de nuevo el trapo a su frente.

– ¿Quién eres tú? –preguntó Xena con su tono exigente.

– Sólo alguien que quiere ayudarte.

– ¿Dónde está Gabrielle?

Xena apretó más la muñeca en sus manos, pero la otra mujer no pareció asustarse. En vez de eso, acarició lentamente consu mano libre la que Xena usaba para bloquear la otra. La guerrera pareció sorprendida y aflojó la presión hasta que la dejóde nuevo. La mujer se levantó, mostrándose por fin a la poca luz del día que entraba por entre las rendijas de una ventana.Era una mujer de la misma edad que Xena, incluso un poco más mayor. No era egipcia, y su acento era genuinamentegriego. Su cabello era dorado, no tanto como el de Gabrielle, y sus ojos claros, pero de un color castaño. Llevaba una especiede vestido marrón adornado con un lazo negro que cubría su cintura. Caminó hacia el otro extremo de la habitación mientrashablaba de espaldas a Xena. La guerrera aprovechó para observarla mejor, y su mente le recordó un rostro: Najara, lerecordaba a Najara, pero, sorprendentemente, eso no hizo que Xena sintiera un prejuicio hacia la mujer.

– Haces demasiadas preguntas, aunque supongo que en parte ese es tu trabajo.

– ¿El qué? ¿Intimidar? –dijo Xena incorporándose como podía.

– No –la mujer giró para encararla, sonriente.– Conocer a las personas. –dijo– En parte se parece bastante al mío.

– Sí, bueno, hay un par de personas que no van a estar contentas de haberme conocido en cuanto sepa dónde estáGabrielle.

– Ella no va a volver, Xena.

La Princesa Guerrera alzó la vista y en la habitación el aire se tornó irrespirable. Xena detuvo cada músculo de su cuerpo, ylo mismo hizo la otra mujer. Sus ojos se clavaron. Xena se levantó, lentamente. Fue entonces cuando fue consciente de quesólo estaba vestida de cintura para abajo, y que su herida había sido limpiada y vendada. Pero eso no importaba ahora. Seaproximó a la otra mujer sin perder el contacto visual.

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– ¿Qué quieres decir con que ella no va a volver? –preguntó casi susurrando, con miedo a pronunciarlo demasiado alto.

– A donde se la han llevado... no volverá. Aunque pudiera escapar, ella no volverá a ti. Ya no puede. Sólo te digo lo que veo.

Definitivamente eso hizo que la Princesa Guerrera perdiese la paciencia. Con un movimiento casi felino agarró a la mujercastaña por el cuello y la alzó unos cuantos centímetros por encima del suelo.

– ¿Y tú que sabes? Gabrielle siempre vuelve, ¿entiendes? No sería la primera vez que la hago regresar de la muerte, ¡ellasiempre viene a mí y esta vez no va a ser diferente!

El silencio tomó la batuta de nuevo. La estancia fría volvió a convertirse en una llama que quemaba demasiado a ambasocupantes. Xena incapaz de bajar a la otra mujer, y ésta incapaz de pedir ser bajada. Sólo pudo acertar a hacer unapregunta que vio contestada en los ojos de la guerrera. Con voz cortada por el ahogamiento que Xena estaba imprimiendosobre su garganta, la mujer castaña cuestionó:

– ¿Por qué te duele tanto?

La extraña no continuó porque vio a Xena cayendo al abismo de nuevo, la fuerza la abandonó lo suficiente como para dejarque la mujer se deshiciese de la presión sobre su cuello. Xena se volvió mirando hacia la cama, incapaz de mostrar lo queahora brotaban de sus ojos: lágrimas.

– En ese caso, tranquila. Tenemos tiempo hasta el amanecer. –La mujer parecía saber de lo que hablaba. Por alguna razónXena se dejó convencer.– La filosofía egipcia no es muy espiritual con los que no sean faraones –continuó– pero donde yome crié había muchas historias de guerreros... Una vez, oí decir a una de las ancianas que el corazón de un guerrero llorasólo cuando lo hace sangrar el dolor de una espada hundida en el pecho, pero que en raras ocasiones, que a sólo unos pocosse les concede presenciar, es desgarrado por la fuerza del... amor. –La mujer dijo susurrando, encontrando de nuevo losojos de Xena, invitándola a sentarse en la cama, y procediendo a limpiar su herida una vez más.– Nunca creí en la segundaposibilidad... –sonrió– Hasta hoy, claro.

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Capítulo XVI: Yo, Xena

"El amor es la más noble flaqueza del espíritu"

– John Dryden

Mel, desgarrada por el dolor que sentía en su cuerpo, en su alma, y en su pecho, se acurrucó en una esquina del zulo, suspiernas recogidas, sus brazos cubriendo su cabeza.

La puerta volvió a abrirse.

– ¿¡Vais a matarme a mí también!? ¡Vamos, ¿por qué no lo haces aquí mismo, eh?! ¡Acaba conmigo, hazme ese favor!

La figura oscura se echó sobre ella. Al principio Mel iba a golpearlo, pero...

– ¡Oh, cáspita, querida, lo siento tanto...! ¡Me golpearon en la cabeza y me desperté en uno de estos sitios! Esto es enorme,lleno de estancias raras y pasillos de esos oscuros. ¿Te puedes creer que he tenido que golpear a uno de esos señores tangroseros con mi propia cabeza? ¡Ha sido horrible, a poco más no salgo vivo! Pero... pero... ¿dónde está Covington, querida?

– ¡Percie, gracias a Dios!

Mel se tiró en los brazos del inglés y lloró en su pecho contándole lo que había ocurrido.

– ¡Oh, encanto, lo siento tanto...! Tenemos que salir de aquí y llamar a la policía, quizá...

– ¿¿Qué??

– He dicho que...

– ¡¡Ya sé lo que has dicho!!

Mel se incorporó. Al mejor estilo Xena, rasgó su falda de arriba a abajo.

– ¿¿Pero... pero... pero qué estás haciendo, Melinda??

Mel agarró al loro inglés por la camisa y lo atrajo pegando su nariz a la de él. Su cara ya no era más la de una niñitasureña.

– ¡¡Escúchame, maldito gilipollas lameculos!! ¡A partir de ahora, no soy Melinda, soy Xena, ¿entiendes?! ¡La persona quemás quiero en este mundo está a punto de ser ejecutada por esos cerdos nazis, así que como si tengo que ser MickeyMouse! ¡La única forma de salvar a Janice es convertirme en Xena, cosa que no ha ocurrido, de modo que simplementeHARÉ que ocurra! ¡Voy a ir ahí a salvar a mi mejor amiga, con o sin tu ayuda, pero sin ella seguramente fracasaré,¿entendido?!

– ¿Qué gano yo con eso...? ¡Me van a matar! –Percebal gritó asustado.

Mel pareció buscar una respuesta, y sin abandonar su tono amenazante, dijo:

– ¡Casarte conmigo!

Percebal fue tirado en el suelo. Mel abandonó el zulo. – ¡¡Mueve el culo!! –fue lo último que dijo.

Harrer contempló los símbolos en el suelo. El módulo.

– Es enorme –dijo un soldado detrás.

– Sí. Y apesta.

Ambos observaron el enorme capullo, podrido y oscuro, que se alzaba ante la máquina de la resurrección.

Desde el fondo de la enorme sala, se oían ya las quejas del cuerpo semi–consciente de Janice Covington. El grupo de tresoficiales la bajaban por las escaleras de un pasillo situado en la mitad de la pared izquierda.

– ¡La invitada de honor ha llegado! ¿Cómo te va la vida, Jan? Espero que te hayas despedido de Mel...

– Que te den por culo, Hansy. Aunque seguro que te gusta... ¡aah!

Janice recibió una patada en el estómago, obsequio de uno de los soldados.

Harrer negó con la cabeza acercándose a la arqueóloga.

– Cuida ese lenguaje, pequeña. No es de señoritas hablar de esa manera a un caballero de buen ver.

Janice, ahora arrodillada ante Harrer, con las manos atadas a su espalda, miró a su interlocutor con el desprecio del niño a lacucaracha.

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– Si tú eres un caballero, yo soy Rita Hayworth.

Harrer rió con su más que arquetípica carcajada nazi.

– Nunca digas nunca, querida.

El nazi acarició con un beso la mejilla de su antigua amiga, a modo de despedida.

– Espero que esto funcione –dijo alejándose– aunque en cualquier caso, si sobrevives, te mataremos igual.

– ¿Qué?

Janice fue arrastrada de nuevo hacia el capullo gigante y comenzó a tratar de zafarse de aquellos brazos que la rodeaban.

– ¿Qué vas a hacer? ¡Hans, maldita sea!

Harrer la miró cruzando sus brazos.

– Sólo matarte. Probaremos contigo la máquina de la resurrección. Viene a ser un proceso sencillo. Ah, y no te preocupes,Janice, si contigo no funciona, también probaremos con Mel... para estar seguros.

– ¡Cabrón! ¡No la toques, ¿me oyes?! ¡Haz lo que quieras conmigo pero ni se te ocurra tocar a Mel!

La veintena de soldados que estaban allí se dividieron para colocarse a cada lado del cuadrado en el suelo. Entoncescomenzaron a tirar de los paneles, y aparecieron unas escaleras y un sarcófago. El módulo, sin embargo, estaba totalmenteoscuro, cubierto de telarañas y polvoriento.

Arrastraron a Janice hasta el sarcófago, y la colocaron al lado. Un soldado la golpeó, y ella quedó de nuevo en la semi–consciencia, tirada en el suelo, dolorida e indefensa.

Harrer dio las órdenes en alemán.

– ¡Mátala...!

Cuando el soldado frente a Janice estaba a punto de apretar el gatillo, algo resonó en todo el núcleo.

– ¡Ayayayayayayayayaaaaa!

Toda la estancia se volvió blanca, literalmente, porque sus paredes se iluminaron, una a una, y el módulo cegó con su luz atodos los soldados. El sonido de todos los paneles blancos de las paredes se fue confundiendo con un zumbido queaumentaba con ensordecedora sonoridad.

– ¡Está viva! –alguien gritó.

La Matriz comenzó a contraerse, a vibrar: a respirar.

En la confusión del caos, Janice aprovechó para golpear como pudo al soldado que la apuntaba y hacerse con su pistola,aunque apenas podía andar sin arrastrarse y retorcerse en el dolor. Y entonces la vio.

Frente a ellos, una silueta ensombrecida se alzó. Todos temblaron ante la postura amenazante.

¿Había creído escuchar su grito de guerra? Aquella mirada, aquel gesto... ¡aquel tajo en la falda!

– ¡Xena! –gritó Janice llena de júbilo.

– ¿Xena? ¿¿Cómo que Xena?? –Harrer exclamó en el borde de la histeria.

La mujer sonrió de vuelta a la arqueóloga rubia.

– Es un placer volver a verte, Jan –dijo.

– ¡Matadlaaaaa! –ordenó Harrer.

En ese momento, Percebal Maxwell aparecía sofocado y consternado por uno de los conductos que comunicaban con el suelo.Se acercó a Xena corriendo y le dio... le dio un chakram en la mano. Después, el susodicho individuo salió despavorido pordonde había venido.

En la mirada de Xena se puso aquella cara de satisfacción y victoria asegurada. Cogió el chakram firmemente en su mano, ysonrió con aquellos dientes relucientes que anunciaban a los soldados una buena paliza. Todos aligeraron el paso y volvierona su mirada desesperada hacia su jefe.

– ¡He dicho que la matéis! – volvió a gritar Harrer.

Los soldados volvieron en la dirección de Xena no muy convencidos.

– ¡Quietos donde estáis! En un abrir y cerrar de ojos le puedo partir el cráneo a quien se mueva con mi fiel... –Xena parecióquedarse en blanco, luego alzó una ceja convencida– ¡shamdock!

Janice frunció el ceño y emitió una onomatopeya indescrifrable.Oh–oh.

–¡Es Mel! –exclamó el nazi.

Janice observó cómo Harrer sacaba una pistola de su chaqueta y apuntaba hacia la traductora.

– ¡Mel, corre! –gritó desesperada.

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Pero Melinda se había quedado en blanco y decidió no moverse de donde estaba.

– ¡No, soy Xena! ¡La Destructora de Naciones, la mismísima Princesa Guerrera! ¡Y te advierto, maldito nazi, que si le hacesalgo a Janice, sufrirás mi ira!

Pero la voz de aquella Xena ya no era más la voz del triunfo, la voz de aquella Xena temblaba con el miedo y se fundía ensollozos amargos. Y sin embargo, Mel permaneció erguida, se atrevió a avanzar unos cuantos pasos, amenazante, y entoncesvio cómo Harrer retrocedía amedrentado.

– ¡Ajá! ¡Tienes miedo! ¡Era de esperar considerando que soy la auténtica Xena!

– ¿Qué coño es eso? –Janice se dijo para sí misma.

Detrás de Mel, una forma humana monstruosa se alzaba, un bicho enorme, oscuro, e intimidante, que miraba a los alemanescon ojos de depredador. Janice quiso avisar a Mel de lo que tenía tras su espalda pero las palabras no le salieron.

El monstruo desplegó unas alas de insecto que daban revoluciones casi invisibles y saltó sobre Mel.

La traductora, al ver aquel bicho enorme quiso gritar, pero en vez de eso sólo se cayó dando con el trasero en el suelo y secubrió la boca con la mano.

El depredador miró a un asustado alemán con confusión. El soldado quiso echar a correr, pero darle la espalda fue un error.

El bicho lo atrapó por detrás, introduciendo sus seis pequeños brazos salidos de su tórax en la espalda del nazi. El cuerpo sedesangró, y el soldado cayó agonizante en el suelo, herido de muerte. Cuando se quisieron dar cuenta, sobre la veintena desoldados restantes había una nube negra de bichos alados a los que trataron de eliminar con sus ametralladoras. Pero loscuerpos de los monstruos parecían estar protegidos por armaduras metálicas adheridas a sus cuerpos y las balas rebotabanchispeantes sobre ellos. Cada soldado fue cayendo por las puñaladas de los enormes insectos.

Harrer miró a su alrededor aterrorizado. De todos los lugares, de cada enorme pared del núcleo, se estaban desprendiendomás capullos de aquellos monstruos letales que sin duda lo harían su próxima víctima. Harrer buscó en la desesperación dela muerte próxima una buena despedida. Y fijó su mirada en Mel.

La pistola apuntó. El seguro fue quitado.

– Puede que Xena fuese una supermujer hace dos mil años, pero ahora no es problema con cualquier revólver cargado... –enunció su mente enloquecida.

La bala salió. El estómago de Mel fue impactado. Luego, seis pequeños cuchillos en su espalda. El cuerpo de Harrer golpeó elsuelo. En su rostro aún quedaba una sonrisa que recordaba a un tributo hitleriano.

– ¡Meeeeel! ¡Oh, Mel, Dios, no! ¡Nooo!

Janice corrió con todas sus fuerzas hasta la traductora. Se arrodilló a su lado tomándola en brazos, ignorando zumbidos,soldados alienígenas y demás.

– ¿Mel? ¿Mel, me oyes? –Janice lloraba.

– ¿Janice? –preguntó una voz débil.

– ¡Sí, estoy aquí!

– ¿Bien...?

– ¡Sí, estoy bien, estoy bien! ¡Y tú también lo vas a estar, ¿eh?! ¡Te vas a poner bien, venga!

Janice besó con rapidez una frente sudorosa y llevó su mano al estómago de Melinda, sólo para comprobar que la herida eramortal. Retuvo la mano allí, mezclándose con la sangre.

– No... no... –Mel intentó decir algo.

– Shhh.... tranquila...

Mel negó con la cabeza como si lo que tenía pensado decir fuese demasiado largo. Sabía que no le quedaba mucho.

– Te... quiero.

Y Melinda cerró los ojos.

Al principio Janice permaneció seria. Callada. Ningún sentimiento en sus ojos. Sólo el de la expectación. Luego, pasó a laincredulidad. Después, la rabia.

– ¡Aaah! ¡Vamos, Mel! ¡Vamos! –Janice agitó el cuerpo inerte en sus brazos– ¡Venga, sé que estás ahí, puedes hacerlo!¡Demuéstraselo, Mel!

Janice puso un beso sobre los labios de Melinda y después volvió a acunarla en sus brazos con toda la ternura de la que fuecapaz.

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– ¡No me abandones, no me abandones! ¡Tú no has huído de nada en tu vida! ¡Vamos, lucha, lucha! ¡Lucha!

Janice Covington rompió en sollozos desconsolados en el pecho de su traductora. Minutos después, se dio cuenta de lassombras que cubrían la suya propia.

El bicho que había matado al primer alemán la miraba, e incluso parecía conmovido. Aquello partió el corazón de Janice.Atrajo el cuerpo de Mel contra el suyo, preparándose para ser asesinada también por estos depredadores, pues otra suerteno podían correr. Cuál fue su sorpresa, cuando miró a su alrededor, y encontró a los miles de soldados alienígenasarrodillados ante ella y Mel.

En ese instante, un conducto se abrió, y de él salió un chupadísimo anciano, de piel arrugada como el papel papiro, de ojosafables, sin embargo, con un bastón blanco de cerámica en su mano. Al principio, el hombrecillo parecía confiado, mirando alos insectos gigantes.

Después, sus ojos se encontraron con los llorosos de Janice, su mirada pareció palidecer un segundo, mientras recorría a Mely a Janice, y luego miraba a Janice de nuevo, y de nuevo a Mel, y su mente parecía confundida, perdida, y asustada.

El hombre se acercó incrédulo hasta ellas, para observarlas mejor, y de su boca sólo salió una frase en antiguo arameo, queafortunadamente, Janice pudo comprender: – <¡¡No puede ser!!>

Capítulo XVII: Resurrección I

"El mejor camino para salir es siempre a través"

– Robert Frost

Cuando llegó al final del oscuro pasillo que el sacerdote le había indicado, Xena contempló a Gabrielle quitándose la túnicacon un poco de torpeza. Sonrió para sí misma, y se mostró a la luz de la estancia.

– ¿Los recuerdas?

Mostrando los sais a su compañera, se fue acercando lentamente hacia ella. Gabrielle los analizó detenidamente con lamirada para luego observar a Xena totalmente perdida. Negó con la cabeza.

– No tienes ni idea de lo que son, ¿verdad?

Gabrielle sonrió tímidamente.

– Es obvio que sé lo que son, Xena, pero... son como tú. Sencillamente, me resultan familiares pero no logro recordarlos.

Xena recibió otra punzada al corazón con aquella innecesaria comparación.

– Bueno, ¿y qué me dices de esto?

La guerrera mostró un largo cayado de madera que alcanzó a Gabrielle. La rubia lo sujetó firmemente entre sus manos y lobalanceó un par de veces entre sus dedos. Después, se colocó en una actitud de descanso frente a Xena, el cayado envertical descansando en su mano derecha.

– Lo mismo –dijo Gabrielle mirándolo–Sólo que esto parece resultarme mucho más cercano. ¿De dónde lo has sacado?

– Es de un amigo –contestó Xena sonriendo.

Efectivamente, sus sospechas se habían cumplido. A Gabrielle le resultaba más fácil recordar cosas cercanas relacionadascon su familia. Quizá por eso había comenzado a recordar primero a Hope. Así que las cosas que le hubieran ocurrido másrecientemente no tenían por qué ser las que regresaran con más facilidad. Como los sais.

La observó en aquella postura, con su atuendo de guerrera, el pelo rubio que le había crecido debido a la resurrección, conaquel gesto tan firme con el cayado que había realizado inconscientemente. Su cuerpo comenzaba a recordar. Quizá lamente recordase después.

Al darse cuenta de esto Xena sintió la tristeza atacando. Después de tanto tiempo, de haberse probado mutuamente que sesentían como una verdadera familia la una para la otra, Gabrielle recordaba sólo a su familia de sangre. El recuerdo de Hopeera incluso más importante que el suyo propio. Xena comenzó a convencerse de que la fórmula para que Gabrielle recordaseestaba en eso. Lo que le había dicho Lara era un momento vital, una situación que la hiciese recordar las cosas másmaravillosa de su vida. La familia de Gabrielle... ¿le recordaría acaso sus momentos más felices? No encontrándose enaquella pregunta, Xena se apenó por la certeza de que le había causado más dolor que felicidad.

Cuando todo esto terminase, regresarían a Poteidia para ver a Lila. Puede que sólo entonces, Gabrielle se encontrase a símisma.

– Es hora de pelear –resopló Gabrielle–Por alguna razón, me atrae, pero también estoy asustada.

Xena observó cada trazo del rostro de Gabrielle chispeando con fuerza. Tenía que hacer que se relajara. Se colocó detrás deella, mirando su espalda perfecta. Gabrielle habló con la mirada perdida en la boca de uno de los corredores de la enormeestancia.

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– Es curioso como... aafffff...

No pudo continuar sus palabras cuando sintió una mano fría, firme, pero suave, colocada sobre su nuca, acariciándoladébilmente con un masaje.

– ¿Te duele? –la voz de Xena preguntó, más ronca de lo normal.

Los movimientos eran tentadores, provocativos.

– No...

Gabrielle sonó jadeante. La otra mano de Xena subió con cuidado y sensualidad desde el final de su espalda, recorriendo sushombros, para unirse con la otra.

– ¿Y ahora?

– Tam–tampoco...

Gabrielle pensó que era así, pero luego adivinó que Xena no estaba sonriendo. Nerviosa, por alguna razón. Cuando la bardocomenzó a oír los pensamientos de Xena trató de concentrarse en otra cosa, porque era algo que ni ella misma teníaderecho a usar en contra de la guerrera.

Xena, por su parte, se preguntaba qué demonios estaba haciendo. Pero se sentía tan bien. Tenía el control y lo sabía.

Eso es, mía y sólo mía. Mía. Eres mía.

– ¿Qué ibas a decir?

– Que... que me siento... –la mano de Xena bajando hasta un costado–...que estoy respondiendo con sensaciones... –la otrarepitiendo el proceso– ...más que con pensamientos... –un sutil tirón para dar la vuelta–... a esto de estar... –y unos ojosazules intensos mirando en el fondo de su alma– ...sin recuerdos...

Los ojos de Xena se cerraron. La mano de Gabrielle subió para acariciar una mejilla suave. La mano siguió su recorrido paraatraer la cabeza de la guerrera.

Los ojos de Gabrielle se cerraron. Sus manos se aferraron a Xena. Sintió el débil empuje de los brazos de la guerreraatrayéndola. Podía notar la respiración de Xena acercándose, contra la suya. Ahora estaba segura de que en aquel viajehacia los labios de Xena, estaba regresando a casa, podía sentir la felicidad, los buenos recuerdos volviendo...

– ¡¡Por Egipto y su rey, acabad con todo!!

Haleb y una cincuentena de hombres de túnicas negras entraron por todos los conductos oscuros que tenían en la paredfrente a ellas.

Xena soltó con rudeza las caderas de Gabrielle. No había tiempo que perder.

– ¡Corre! –gritó Xena.

Gabrielle se metió en uno de los conductos oscuros llevando el cayado. Xena se quedó un instante observando a loshombres. Su mirada se cruzó con la de Haleb, recordándole que todavía tenía una cuenta pendiente con él. Y que lacumpliría. El tatuaje de Horus brilló en el brazo del hombre. Xena sonrió con la boca cerrada.

– ¡Muérdeme si puedes! –gritó.

La guerrera se metió en otro conducto distinto y la persecución comenzó.

– ¡¡Matadlas!!

A Xena la siguieron diez. La oscuridad del pasillo acobardaba a los hombres que seguían a la guerrera por el infinitocorredor, en fila india, por la escasa anchura del pasillo. El primero de ellos se detuvo cuando oyó un sonido extraño...

– ¿Oís eso?

El chakram apareció rebotando de lado a lado del pasillo. Las chispas fue lo último que vieron los guardias antes de que unoa uno fuera cortando sus cuellos con una precisión exacta. Una mano agarró el arma impidiendo que continuara hacia lasalida del corredor. Xena descendió con cuidado del techo, tras los cadáveres sangrantes de los guardias.

– Camino despejado.

Limpiando la sangre del chakram contra su bota, comenzó a correr de nuevo hacia el núcleo.

– ¡No están aquí! ¡No están! ¡Maldita sea!

Haleb vociferaba encolerizado desde la escalera más alta del núcleo. Xena apareció un par de conductos más abajo y buscócon sus ojos a Gabrielle, que estaba en el centro, junto a la Matriz, con su cayado en posición de ataque. Esa es mi chica.

El capitán de la guardia real gritó con rabia mientras bajaba corriendo las escaleras metálicas con la intención deencontrarse con Xena. La guerrera sonrió desenvainando la espada. Luego, Xena observó los treinta guardias restantes quesalían de distintos conductos, algunos más cerca del centro. Apenas le dio tiempo a parar el primer ataque de Haleb antes degritar hacia Gabrielle:

– ¡¡Ahora!!

Gabrielle asintió y rápidamente colocó sus manos sobre la Matriz. El capullo gigantesco y doliente aumentó su zumbido y

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pareció llenarse de luz por dentro. Lo mismo le ocurrió a Gabrielle.

La bardo gritó algo en el idioma de los Elegidos. Su ejército se levantó.

Cinco guardias que habían aparecido también arriba de todo observaban el resplandor que irradiaba el centro del núcleo. Unode ellos se apoyó contra la pared con su espalda.

– ¿Pero qué demonios...?

Cuando se retiró tenía toda la espalda llena de un líquido pegajoso y concentrado. Trataba de quitárselo de la espaldacuando vio las caras pálidas y sin habla de sus compañeros. Después, sólo sintió como el sonido de unas enormes alasdesplegándose. En su espalda se clavaron seis pequeños cuchillos afilados. Su cuerpo cayó inerte al piso. Ante los cuatrorestantes guardias, un soldado de la Matriz se alzó ignorando el cadáver sobre el suelo. En los más de cinco mil conductosque poblaban la pared del núcleo, un nuevo soldado se despertaba para obedecer la voluntad de la Elegida.

Xena dio fuertemente con su espalda contra la barandilla metálica que protegía la escalera. Consiguió golpear el estómagode Haleb con su pierna y lo envió hasta la pared. Recuperó fuerza en el brazo y envió una estocada firme que hubieracortado el hombro de su contrincante. Haleb paró el golpe hincando una rodilla en el suelo.

– Tranquilo... –dijo Xena– No es a mí ante quien tienes que arrodillarte...

El hombre empujó con fuerza hacia arriba y Xena retiró la espada rápidamente para volver a atacar con el mismomovimiento, pero al egipcio le dio tiempo a levantarse para defenderse. Xena hizo que la pelea avanzara escaleras abajo.Haleb se mantenía bajando de espaldas, mientras que Xena asestaba sus golpes rápidos desde arriba. Entonces la fuerza delegipcio pareció volverse de hierro. Consiguió con un gesto ágil colocar su espada contra la de Xena, ambas aprisionadascontra la pared. Xena trató de evadirse pero no tenía otro remedio que soltar su espada. Así lo hizo. El egipcio sonrió consatisfacción al ver que Xena ya desarmada retrocedía dos escalones. Aplicó toda su fuerza sobre ambas espadas y lasempujó hacia adelante para atravesar a la guerrera.

– ¡Ayayayayaaa!

Xena saltó por encima del egipcio y se colocó detrás de él. Un dedo en el hombro del desconcertado atacante, y la guerreraechó a correr escaleras abajo.

– ¡Gabrielle!

– ¡Xena!

La bardo se encontraba peleando con uno de los guardias. Xena corrió hacia ella cuando el adversario consiguió desarmarla.Gabrielle alzó sus manos para protegerse pero el hombre tenía su espada apuntándola decidido. Xena sintió el pánicocreciendo de nuevo. Pero entonces la cara del guardia pasó de crueldad a sorpresa. Su cuerpo cayó al suelo y un soldado dela Matriz apareció tras él, escondiendo ya sus seis incisivos cuchillos en su tórax de insecto. Lo único que hizo el soldadoalienígena fue ofrecer el cayado a su Elegida, inclinando su cabeza.

Xena recordó que no todos sus problemas habían terminado.

– ¿¡Dónde estáaaaaaaaann!?

Las dos espadas que portaba Haleb resonaron contra el suelo cuando Xena las esquivó saltando más allá de su cintura.

– ¿¡Dónde has metido a los hebreos!?

Otro golpe fue dado queriendo sesgar por ambos lado el cuello de Xena, pero la guerrera se agachó a tiempo.

Una patada por a la cara. Otra al brazo izquierdo. Un giro sobre sí misma, y una patada final al brazo derecho. Haleb estabadesarmado. Empezaba la verdadera lucha.

El egipcio comenzó un bucle desesperado de puñetazos y patadas que Xena esquivó con saltos. Finalmente, paró uno de lospuñetazos y envió tres golpes con su otra mano al brazo que sostenía. Haleb cayó sobre sí mismo revolviéndose en el dolordel brazo roto.

Xena recuperó su espada del suelo sin quitar su vista del hombre en el suelo. La volvió a envainar y se giró para observar auna Gabrielle que brillaba con ojos llenos de orgullo, quizá.

– ¡Xena, cuidado!

Haleb se levantó gritando, cogió su espada y no se dirigió hacia Xena, sino hacia la Matriz.

– ¡Nooooo! –Grabrielle gritó.

En el mar de la confusión, Xena vio a Gabrielle corriendo para interponerse entre aquella espada y la Matriz. Otra vez no.

Xena emitió de nuevo su grito de guerra y saltó los apenas diez metros entre ella y la Matriz, sólo para caer en elpreciso instante en que la espada trataba de hundirse en el cuerpo de Gabrielle.

Sus ojos se perdieron en los del sorprendido capitán de guardia. Sus manos agarraron el filo de la espada. Luego semancharon de sangre. Miró su costado izquierdo, y se sintió cayendo al vacío.

Cuando el cuerpo de Xena hizo contacto con el piso frío y metálico, la vista de la guerrera se difuminó en colores y formassin sentido.

– ¡Aaaaah!

El grito de Gabrielle parecía un sollozo desgarrado de rabia. Con una rapidez increíble, desenvainó la espada de Xena de su

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espalda y atravesó a Haleb, desde pecho al final de la espalda. Los ojos del egipcio se pusieron blancos, los de Gabrielle,enfurecidos. Retiró el arma y miró la sangre con confusión.

Ira, rabia, venganza. Había sentido todo eso como si fuese la primera vez. Pero sabía que no lo era.

Una respiración entrecortada la hizo soltar la espada sin más y arrodillarse ante Xena.

– ¿Gab... Gabri–elle?

– Shhh... tranquila, tranquila. No hables...

Gabrielle giró a Xena con cuidado, colocando la cabeza de la guerrera sobre sus piernas, sosteniendo su mano. Xena notóunas lágrimas calientes cayendo en su rostro.

– No... llo–res...

– No. Te vas a poner bien –Gabrielle alzó el rostro decidido al notar la presencia del sacerdote– Vamos a curarte.

Dicho esto, Xena cerró los ojos dolidamente y Gabrielle notó que la presión en su mano desaparecía.

El sacerdote asintió.

– Sólo aquellos que la Matriz elige son aceptados para utilizar la máquina de la resurrección –el hombre vio el temor en lacara de Gabrielle, y sonrió–Pero Xena ha demostrado con creces ser una gran defensora de lo que representa.

Un soldado se acercó despacio, con una actitud de respeto hacia Gabrielle, como pidiendo que soltara a Xena para poderllevarla. Ella se retiró un poco para permitir que el soldado elevara a Xena en sus robóticos brazos, pero le costó másdeshacerse de la mano que sostenía.

El sacerdote miró a Gabrielle. Luego le pidió que dejara ir a Xena, en arameo.

El soldado llevó el cuerpo inerte de Xena frente a la Matriz. Allí, sobre el suelo, una superficie cuadrada de unos ocho metrostenía en su centro unos paneles con formas simétricas y signos, todo azul. La figura se abrió en dos compuertas que dejaronver unas escaleras brillantes, de apenas seis escalones. El módulo relucía, su interior era del blanco intenso de las paredesque relucían en las otras estancias. Había otro pequeño cuadrado, similar a un sarcófago, que resplandecía más que nada enel centro.

El soldado bajó con cuidado a Xena, y la dejó en el centro del sarcófago. Salió del módulo y las puertas se cerraron.

Gabrielle dio dos pasos hacia adelante, indecisa. El sacerdote sujetó su brazo indicándole que tuviera paciencia.

– ¿Yo pasé por lo mismo, verdad? –preguntó.

– Todos lo pasamos.

– Lara.

– Sí. También.

– Pero... Xena, ¿me recordará?

– No hay nada por lo que debamos modificar su mente. Lo recordará todo.

La Matriz volvió a aumentar su zumbido, como lo había hecho cuando Gabrielle se había comunicado con ella. Su luzaumentó, el resplandor fue intenso, y después, el módulo azul pareció llenarse de un líquido. Todo se volvió silencio,entonces. Nadie dijo nada, aunque el corazón de Gabrielle estaba desesperado.

El zumbido regresó. La Matriz se estabilizó. La luz se apagó. El módulo se vacío. Las puertas se abrieron.

– ¡Xena!

Gabrielle corrió bajando las escaleras del módulo para ayudar a la dolorida y mojada Xena que respiraba con dificultad.

La bardo la meció en sus brazos mientras Xena miraba de un lado a otro preguntándose qué había pasado. Lo último querecordaba era sangre.

– ¡Lo has hecho! ¡No puedo creer que lo hayas hecho! – Gabrielle lloraba.

– ¿El qué? –Xena preguntó entre una respiración desigual.

Gabrielle se irguió un poco para encararla, sonriendo.

– No me has abandonado.

Xena sonrió.

– Nunca.

Se fundieron en un abrazo. La guerrera podía sentir casi como si nada hubiese ocurrido, nunca.

– Ha llegado el momento de tomar tu lugar, Elegida.

El sacerdote permanecía solemne y recto en la cumbre del módulo, sobre las escaleras brillantes, siempre con su toqueafable de sabio.

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Page 15: La profecia de Ellie

Xena y Gabrielle observaron expectantes. El sacerdote sostuvo el cayado de Moisés en sus manos, en horizontal, y lo ofrecióhacia adelante.

– Las plagas se están cumpliendo. Todo Hierakómpolis se estremece, menos la zona de Gosén, donde habitan los hebreos.Ahora os están esperando. Ve, Elegida, y guía al pueblo para salir de Egipto y hallar su tierra prometida.

Gabrielle soltó con delicadeza a Xena, ahora incorporada, y negó con la cabeza.

– Pero, ¿y vosotros? ¿Qué haréis? ¿Qué hay de la Matriz?

– Has cumplido tu misión aquí, hija mía. Has escrito la historia sagrada sobre las paredes de esta nave...

– ¿Esa historia que inventé?

– No es lo que inventaste –el viejo sonrió–Es sólo lo que veías.

Gabrielle asintió con tristeza.

– Esperaremos. La selección natural continuará. La Matriz y su primer hijo tienen que adaptarse a la Tierra. Cuando el ciclose cumpla, y la vida humana se haya extinguido, emergerán del subsuelo para ocuparla en vuestro nombre. Hasta entonces,sin embargo, descansarán para estar preparados por si en alguna otra ocasión la ignorancia humana los necesita.

Xena apareció tras Gabrielle.

– ¿Y qué hay de Narmer? Se proclamará faraón, ¿verdad?

– Narmer cumplirá su destino, sí. Pero como rey de Egipto, lo que va a perder en el proceso no le valdrá todo el oro delreino.

– ¿Vamos a permitir que un tirano reine...?

Xena fue interrumpida.

– Así es como debe de ser, guerrera. Ya deberías saberlo. La Historia es un ciclo de repeticiones que tiene un reflejo en laeternidad. Narmer reinará, pero eso no es lo importante, pues su vida se disipará en los pergaminos del tiempo como unamota de polvo en medio del desierto. No así las vuestras.

Gabrielle sostuvo a Xena. Ambas comenzaron a andar hacia las escaleras del módulo.

– Y recuerda siempre, Elegida, que la Matriz está en tu corazón, que eres todo lo que representa, que tienes poder paracambiar el mundo. Y tú, guerrera, que has demostrado un valor sólo digno de un miembro de su raza, tienes todo el respetoy agradecimiento de la Matriz y sus soldados, que te juran lealtad eterna.

Ambas mujeres subieron las escaleras exhaustas. En sus rostros había la prueba del agradecimiento.

Gabrielle tomó el cayado de manos del sacerdote, el cual las bendijo a ambas. La bardo tuvo una última pregunta noformulada, sólo expresada en sus ojos.

– Algún día regresaréis, nos volveremos a encontrar. Y entonces será el momento. Ahora, id, y salvad al pueblo que osnecesita. Ya habéis protegido a este... al que ahora le toca cumplir con dos plagas más para protegeros. Comenzaron acaminar hacia el fondo del núcleo, escoltadas por un pasillo de miles de soldados alienígenas que extendieron sus alas a supaso, de rodillas ante ellas, inclinándose, en un juramento de lealtad eterna.

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Capítulo XVIII: Resurrección II

"Los recuerdos verdaderos parecían fantasmas, mientras que los falsos eran tan convincentes que sustituían a la realidad"

– Gabriel García Márquez

Janice contempló la figura ante ella unos instantes. Después decidió ignorar la forma patética del anciano y volver a llorarsobre su amor muerta.

– <¿Cómo?> –preguntó el anciano.

Janice alzó una vista llorosa. Su arameo, como traductora, no era del todo perfecto, y más, con el fuerte acento cerrado deeste hombre.

– <¿Qué?> –la arqueóloga dijo no entendiendo el significado de la pregunta anterior.

El anciano se arrodilló ante ella y miró el cuerpo sin vida de Mel. Janice hubiera jurado que el anciano se había apenado.

– <Han pasado dos mil años desde que nos vimos, y habéis vuelto. ¿Cómo? Es imposible, vosotras erais mortales...>

– <¿Nosotras?>

En un instante, Janice comenzó a atar cabos. Un momento, ¿podía ser que este hombre las reconociese como Xena yGabrielle? ¿Que existiera un parecido físico que hubiera sobrevivido durante generaciones, y que realmente Mel y Janice separecieran, aún no sabiendo cuánto, a Xena y Gabrielle? Otra revelación más importante apareció en su mente, ¡la máquinade la resurrección!

– <No tengo ni idea de qué me habla, se lo juro. Pero ella ha muerto. Ya no hay nada de valor para mí en el mundo... y nocreo que seamos quien usted piensa... yo... sólo la quiero de vuelta>

El anciano asintió, tocando la mejilla húmeda de Janice. La arqueóloga sintió un escalofrío, junto con la convicción de que noera la primera vez que este hombre hacía un gesto parecido, sobre un rostros parecido.

– <A ella le dije una vez que le debíamos lealtad eterna. A ti, que nunca olvidaras lo que llevabas en tu corazón, en tu poderpara cambiar el mundo. Pese a que han pasado los milenios de nuevo, y mi edad ha sido casi duplicada, veo que no habéisperdido ninguna de esas cosas. La Matriz os agradece ese don, y por haber salvado una vez su vida, Ella estará siempre endeuda con tu guerrera>.

La mente de Janice se disparó. ¿Mi guerrera?

Un soldado alienígena se inclinó con la intención de tomar el cuerpo de Mel en sus brazos.

Janice sintió el cosquilleo en la nuca de un déjà vu y disipó aquellos pensamientos agitando su cabeza. El soldado alienígena,o lo que quiera que fuera, tomó el cuerpo sin vida de Mel en sus brazos, pero Janice todavía sostenía en su mano la de Mel.

– <Déjala marchar sin miedo. Ella siempre vuelve a ti>.

La arqueóloga se dejó llevar por aquellas palabras que el anciano había dicho como si fuese una segunda ocasión pararecitarlas. Mientras el soldado portaba a Mel hacia el cuadrado en el suelo, Janice tuvo tiempo de repasar lo que habíaocurrido en las últimas horas, por primera vez. Miró el chakram de plástico que guardaba en su tienda, allí tirado, en elsuelo, y sonrió. Con el recuerdo de Percebal Maxwell huyendo tras entregárselo a Mel, sintió el ritmo creciente de la ira.Gilipollas lameculos.

Las compuertas del cuadrado, que se habían vuelto a cerrar mágicamente, tras haber salido del sarcófago, volvieron aabrirse al tiempo que el soldado llevaba a Mel hacia él.

– <Hay un problema, mi antigua Elegida...> –dijo el anciano.

– <¿Problema?>

– <La Matriz quiere implantar algo en su mente. ¿Sabes lo que eso significa, no es cierto?>

Janice permaneció callada.

– <Perderá tu recuerdo, y el suyo propio...>

– <¿Qué?>

– <Pero el sacrificio, debe hacerse. Además, tú ya sabes cómo hacer que recupere los recuerdos...>

Janice estaba quizá, demasiado cansada, quizá, dispuesta a pagar cualquier precio para recuperar a Mel, así que asintió y sedirigió hacia el cuerpo inerte de Harrer mientras miraba de reojo los movimientos del soldado que portaba a Melinda. Al final,a Hans no le había valido la pena.

El resplandor intenso del capullo enorme que estaba en el centro del núcleo la hizo desviar la mirada, sólo para comprobarcómo Mel era abandonada en el sarcófago, las compuertas cerradas, y el cuadrado cubierto de un líquido. El momento de laresurrección.

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Page 17: La profecia de Ellie

Percebal escudriñó el terreno con los ojos. No pensaba salir de su pequeña montañita de seguridad, hasta que no viese lascosas despejadas. Entonces, el sonido de aquella puerta metálica que habían atravesado para entrar en la barriga de aquellaenorme estructura metálica infernal, se abrió. Sintió el miedo recorriéndole el cuerpo, en especial, la relajación de suesfínter, y la sensación del pipí peleando por salir. Pero todo pensamiento de miedo se disipó cuando vio el hermoso, aunqueherido rostro de miss Pappas, apoyada en otra doliente Covington, saliendo de la nube de polvo que levantaban a su paso,arrastrando sus pies. La puerta metálica se cerró tras ellas. Sonó como el sonido de un portazo para siempre.

– ¡Melinda, querida!

Percebal Maxwell se abalanzó sin niguna consideración sobre Melinda Pappas. Janice Covington fue ignorada por completo,por supuesto.

Mel estaba confusa por la muestra de cariño de este simpático caballero de pelo rojo, así que devolvió el abrazo con la mejoramabilidad de la que fue capaz, sin herir los sentimientos del inglés. Porque tenía la sospecha de que el hombre era inglés.

– ¿Tú eres... Percie, no? –Mel preguntó.

Maxwell miró sorprendido a Covington, luego a Mel.

– ¡Claro que sí, tu prometido, querida!

Las mujeres se sobresaltaron ante esta afirmación. Cada una de ellas, por razones muy distintas.

– ¿Mi prometido? –Mel miró hacia Janice. Después se formó una sonrisa, se podría decir que de agrado– ¡Mi prometido!

Melinda se abalanzó sobre Percebal llorando y riendo a la vez.

– ¡Oh, Percie, es horrible, no logro recordar lo que ha ocurrido!

– ¿Ah, no? –Percebal suspiró extrañado–Míralo del lado bueno, así no recuerdas toda la barbarie que hemos sufrido ahídentro.

– Quiere decir, Percie, que no puede recordar NADA, ¿entiendes? –Janice dijo con un claro enfado– Nada de nada.

– ¿Oh? –Percebal miró a su prometida– ¿No me recuerdas, caramelito?

¿Qué? Janice maldijo no tener su propia arma para poder disparar a aquel tipo. Pensándolo bien, podría hacerlo con suspropias manos, pero aquello no haría justicia a lo que sentía por Mel. A lo que sintió, porque ahora, ya no tenía sentido. Lahe perdido para siempre. Ella ya no está muerta para mí, pero lo que me ha costado, es que yo estoy muerta para ella... Nome quiere. Quizá nunca lo hizo. Quizá aluciné todo lo que ocurrió ahí dentro. Quizá esto es lo mejor. No, Covington. Es quees lo mejor, y lo sabes. Así que saca la cabeza de tu propio culo, y hazla feliz de una maldita vez. Déjala libre.

Reteniendo una lágrima en sus ojos, Janice preguntó por el resto de la gente. Maxwell informó de que había nazis en toda laciudad del norte, y que el campamento había sido dispersado. Tenían que salir de Egitpo, y sobretodo alejarse de Europa yponer rumbo a casa, rápido. Maxwell añadió la frase innecesaria de una boda que debía celebrarse.

Percebal indicó que iba a ver si podía encontrar ayuda. Ambas mujeres asintieron y se quedaron solas. Entonces Janiceempezó a buscar la dinamita.

– ¿Qué vas a hacer, por el amor de Dios? –preguntó Melinda.

¿Por el amor de Dios? No, cariño, sino por el tuyo. Janice sintió el punzante martilleo del déjà vu otra vez, pero se dijo queaquello no eran más que alucinaciones absurdas.

– Esto los tendrá protegidos, por lo menos durante unas cuantas generaciones. No quiero que nadie impida que esa raza quenos ha salvado la vida sea destruida.

– Eso, Janice. Tengo un montón de preguntas sobre eso.

– Las responderé encantada, si me dejas explosionar esto primero.

– Oh, cómo no.

Mel vio cómo Janice se remangaba y hacía explosionar todo aquel recinto que antes había sido un yacimiento arqueológico.En su mente, recordó una frase que le pareció estúpida. ¡Saionara, capullo!. ¡Por favor, quién podría haber dicho unainsensatez como aquella al hacer explosionar dinamita!

Janice pareció perdida en la inmensidad del polvo volando, de la nube marrón que se alzó, de los recuerdos que habíantranscurrido allí. De las cosas que jamás podría olvidar.

– ¿Jan?

– ¿Mmm–hmm?

– ¿Antes yo te podía llamar Jan, no?

"Te quiero, Jan" ¡Joder, Covington, para ya!

– Sí, claro.

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Janice se giró para encarar a Mel.

– Estamos realmente asquerosas –dijo la traductora.

– Ya...

– Percebal es extraordinario, ¿no crees? Sabes, cuando le vi, cuando se abalanzó sobre mí, sentí una especie de cosquilleoextraño, como si algo encajase perfectamente.

– Ah.

– Sí.

– ¿Mel?

– Dime.

– ¿No quieres recuperar tus recuerdos?

Se hizo el silencio.

– Claro que quiero.

– ¿Entonces por qué vas a casarte con él? Quiero decir, ¿estás segura de que le amas?

Más silencio.

– No lo sé. He sentido algo cuando ha dicho que estábamos prometidos. Como si, de repente, yo estuviera purificada de todolo malo que he hecho en mi pasado, como si, casarme con él estuviera perfectamente, como si... ¡como si hubiera sido todolo que los demás han deseado de mí siempre!

– Ah.

Pero eso no es lo que tú has deseado, la mente de Covington volvió a traicionarla.O, ¿era yo? Ahora ya no estaba segura.

– Hay una forma para que yo recupere mis recuerdos, ¿no es así?

– Eso fue lo que dijo el sacerdote. Pero, tendremos que continuar adelante y ver cómo respondes. Yo no sé qué otro métodoutilizar – Janice dijo, no queriendo mostrar tanto pesar como su corazón sentía.

– Entonces tendrás que ayudarme, Jan. Volver a ser mi amiga, como al principio, y enseñarme todo lo que hemos hechojuntas. ¿Vale?

Como Covington no tenía forma de resistirse a aquella sonrisa, asintió.

Hubo un silencio de miradas cruzadas, y algo había cambiado. Janice ya no podía sentir la electricidad fluyendo entre ellas.Una Mel sin recuerdos no podía acordarse de las cosas que hubieran podido hacerla enamorarse.

– Siento... siento el terrible deseo de ponerme a escribir fórmulas químicas... Jan...

Mel sintió una especie de jaqueca.

– ¿Qué? –preguntó Janice tratando de sostenerla.

– Mi mente, está disparada... tengo el irrefrenable deseo de escribir curaciones para... enfermedades que ni siquiera existentodavía... Dios...

– ¿Eso es lo que te implantó la Matriz?

– ¿Qué dices?

– Nada... nada...

Ambas mujeres comenzaron a caminar hacia los caminos polvorientos que conducían a la ciudad más cercana: Tebas.

– Así que, hemos sido socias durante un año –comenzó Mel.

– Eso es.

– Tengo tantas preguntas... no sé por dónde empezar...

Janice sonrió y colocó una mano sobre el hombro de Mel.

– Empecemos por el principio, entonces. Tu nombre es Melinda Lucille Pappas, hija de Anna y Melvin Pappas, descendientede Xena, Princesa Guerrera...

– Janice...

– ¿Sí?

– Creo que vas muy rápido para mí.

Janice asintió con la cabeza y sonrió ofreciendo su brazo. Su compañera reflejó el gesto y tomó gustosa la oferta.

La arqueóloga se erizó ante el contacto de Mel, y las sensaciones de sostener un cuerpo sin vida entre sus brazos la cazaron.

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Pero cuando, caminando hacia la carretera, recontando los recuerdos que Mel le había contado de su infancia, Jan olvidó latristeza momentánea, se dijo que, por ahora, todo era suficiente y el mundo podía dejar de girar si le apetecía.

Capítulo XIX: Éxodo

"Primero la libertad, después todo lo demás"

– Thomas Jefferson

– ¡No, Xena dijo que la esperásemos!

– ¡Pero mira los mosquitos, los tábanos, muchacho... están causando estragos entre los egipcios!

– ¡Pero no entre nosotros! ¡Ninguno nos ha atacado! Por favor, esperad un poco más.

– Aa–rón... ¡esa es–es Xe–na!

Moisés y Aarón, y el mar de hebreos que esperaban en las afueras de Hierakómpolis se echaron sobre Xena y Gabrielle conuna confusión en preguntas y reproches.

– ¡Escuchad, no tenemos tiempo para explicaciones! Debemos adentrarnos en el desierto... –Xena explicó.

– ¿En el desierto, estás loca, mujer? –el hombre que había discutido con Aarón gritó desde la marabunta–

– No está loca. Tiene razón –Gabrielle habló–Oíd. Si os quedáis, Egipto os someterá, Narmer se hará faraón a vuestra costa,y vuestro pueblo nunca será libre. Pero si dejáis que os guiemos, tendréis una oportunidad para la libertad...

– ¡La libertad no da de comer! –respondió el hombre.

– Eso es cierto –dijo Gabrielle–Pero sí garantiza la sonrisa de vuestros hijos.

Gabrielle acarició el pelo castaño de una niña entre la multitud que los rodeaba. La pequeña sonrió como agradecimiento.

– ¡Yo quiero que mis hijos sean libres! –gritó alguien entre la multitud. La ovación popular se puso del lado de Gabrielle, y alatardecer, el pueblo hebreo, formado por cientos de miles de hombres, mujeres, y niños, abandonaba Egipto, liderado por laElegida.

Narmer observaba desde la sala real las líneas doradas del sol cayendo sobre el desierto. En su mente, repasó con cautelacada profecía cumplida.

Algún que otro sirviente limpiaba todavía los últimos restos de ranas, mosquitos y tábanos, que quedaban por el palacio. Losanimales que habían muerto por la peste eran incinerados en los campos, donde las cosechas se habían perdido a causa delgranizo. Aún había algunos dolientes por las úlceras, y no había remedios de especias para ellos.

Pero faltaban dos plagas. Dos que iban a ser fatales. Y ahora los hebreos marchaban hacia el desierto.

– ¿No me dirás que en serio vas a dejarlos marchar?

Sanai apareció tras su esposo, esbelta y cruel, con ansia de sangre en los ojos.

– Haleb ha muerto, ¿lo sabes, verdad? –el rey permaneció impasible.

– Era de esperar.

– Era una trampa. Los hebreos marchan hacia el desierto. No pienso arriesgarme a perseguirlos.

– ¿Qué estás diciendo...?

– Prefiero perder a los esclavos que algo que me duela más –argumentó el rey.

– ¡¿Y cómo se sostendrá tu reino?!

– Conquistaremos el Bajo Egipto, la tierra de las pirámides. Me proclamaré Faraón.

– Pero no tendrás esclavos.

– Los buscaré.

– ¡Propongo que envíes a todo el ejército con Ramsés al frente! Está deseando demostrarte que es digno de ti...

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Page 20: La profecia de Ellie

La primera esposa se acercó a su majestad para envolverlo en un abrazo y besar el bronceado cuello.

– Es fácil, mi rey... o son tus esclavos... o no son nada.

– No.

Narmer se dio la vuelta enfurecido y cruzó la estancia para sentarse en su trono.

– ¡Es por ella! –gritó Sanai– ¡Ya la han ejecutado, no hay marcha atrás!

– ¡He dicho que no!

Sanai asintió con el gesto de la derrota. Caminó hacia su esposo, pensativo y malhumorado en su trono, y susurró desde lasescaleras.

– Hay que pensar en el poder. Hoy no persigues a Israel. Pero esta noche lo harás. La primera esposa abandonó la sala,mientras una rana croaba al lado del trono.

El sacerdote posó sus manos sobre la Matriz. La luz comenzó a irradiar del centro del capullo, del propio sacerdote. Lossoldados se alzaron y comenzaron a desplegar sus alas.

– <¡Marchad, ejército de la Matriz, marchad y cumplid la profecía de la octava plaga, sed las langostas gigantes que pueblenHierakómpolis, someted al rey de Egipto y a su dictador pueblo!>

Cinco mil soldados alienígenas se perdieron por los conductos buscando el exterior. La octava plaga había comenzado.

Xena y Gabrielle marchaban cubiertas de túnicas pardas. Se pararon alertadas por los comentarios de la gente.

Una mancha negra se estaba posando sobre Hierakómpolis. Salía de las afueras para entrar en el centro de la ciudad. Seoían gritos despavoridos de terror. Los egipcios se encerraron en sus casas, la marea negra de insectos gigantes sobrevolabala ciudad haciéndola suya.

– Es la octava plaga –dijo Gabrielle.

– ¿No irán a matar a alguien, verdad? –preguntó Xena.

– No –la bardo se giró pensativa– Lo peor aún está por llegar.

Xena asintió. No quiso preguntar porque Gabrielle no había querido seguir.

– ¡sigue -->d, no miréis atrás! –gritó Xena.

El exhausto pueblo hebreo continuó su marcha.

La guerrera corrió para poder alcanzar a Gabrielle, Aarón y Moisés.

– Antes del amanecer habremos llegado al mar Rojo, al este –comentó.

– Lo sé –dijo Gabrielle–

La bardo parecía distante, contestando automáticamente a las preguntas de Xena. Ella y Moisés se retiraron un poco ysiguieron hablando.

– Xena –dijo Aarón– Creo que es mejor que los dejemos. Moisés parece encontrarse bien con ella, es raro en él. Espero quele venga bien, quizá Gabrielle pueda hacer algo por él.

Xena sonrió, mientras se alejaba con Aarón. – Oh, sí, ya lo creo que puede.

A medianoche, cuando Hierakómpolis se había calmado, cuando Narmer daba vueltas en su cama, buscando una solución,cuando los soldados de la Matriz descansaban de su esfuerzo, el sacerdote notó desde su morada actividad en el núcleo.

La actividad de la Matriz. La décima plaga.

La luz intensa de las paredes resplandecía. La Matriz brillaba cegadora.

Una luz blanca, como aquella, se cernió sobre Hierakómpolis, y se llevó de cada casa egipcia, de cada familia, un hijo. Se losllevó para siempre.

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La actividad en la Matriz paró. La profecía de Lara se había cumplido. Aquella que a ella le dolía tanto...

Una hora más tarde, con el arropo cruel de la noche fría, en toda la ciudad se oían los gritos desgarrados de padres quehabían perdido a un hijo. No hubo una sola casa en donde no hubiese un muerto. Ni siquiera en el Palacio Real.

Narmer sostuvo el cuerpo inerte de Zara entre sus brazos. Su hija, yacía inmóvil, con los ojos cerrados, como en un sueño,tranquila, sosegada. Quizá ahora estaba reuniéndose con su madre.

Pero perderás lo que más amas, Nemes.

El rey lloró, gritó y se quebró.

– ¡¡Horus!! ¡¡Dioses!! ¿¿Por qué lo habéis permitido?? ¿¿Por qué?? ¿¡Por qué un ser inocente paga mis calamidades!? ¡Ahorano tengo nada que perder! ¡Lo habéis logrado, he perdido todo lo que amo! ¡Mi amor y mi hija! ¿¿Qué queréis?? ¡¿Que matea los hebreos?!

Con delicadeza, dejó el cuerpo de Zara sobre la cama. Posó un último beso sobre la frente dormida de su hija, y marchóhacia la sala real. Todo el palacio lloró por Zara, como lloraba todo Hierakómpolis. Todos, menos cierta primera esposa y suhijo, que media hora más tarde, partía hacia el este con seiscientos jinetes escogidos y todos los carros de Egipto.

– Es inmenso... –Gabrielle susurró a Xena.

– ¡¡Nos persiguen, nos persiguen!! ¡Gabrielle, Xena!

Los gritos de Aarón se oían entre la multitud. El muchacho llegó sofocado hasta ellas.

– ¡He hablado con los del final, y es cierto, el ejército egipcio viene tras nosotros, con un batallón de carros y jinetes!

Moisés, que no se separaba de Gabrielle, miró a las dos mujeres que parecían tan perdidas como él mismo.

Xena comenzó a poner su mente en marcha.

– Sería fácil escondernos, pero con el mar de por medio y tanta gente, es imposible...

– ¿A cuánto tiempo están? –Gabrielle interrumpió.

– A una hora, puede que menos –contestó Aarón.

– Una hora... –suspiró Gabrielle.

Xena, observó a su amiga confundida. De hecho, era la primera vez que tenía ocasión de observarla detenidamente despuésdel incidente en la nave. Gabrielle estaba realmente liderando a los hebreos. Realmente era una Elegida. Comenzaba acomprender toda la grandeza de aquello por primera vez. Comenzaba a atraerla tanto, como a asustarla. Volvió a sentir eldeseo de recorrerla con su mano, como lo había hecho en la nave. Agitando la cabeza, disipó aquellos pensamientos y seconcentró en el problema.

El mar Rojo se extendía ante los hijos de Israel con los vientos del Oriente soplando fuerte. Entonces Xena se percató de queella y Aarón estaban sólos entre la multitud, de que todos habían guardado silencio. En la playa, Gabrielle estaba metida enel agua con Moisés. El agua cubría a ambos por las rodillas.

Xena cuestionó a Aarón con la mirada y el muchacho se encogió de hombros.

Entonces ocurrió.

Gabrielle pidió a Moisés que se retirara un poco. Ella se adentró más en el agua.

Xena entrecerró los ojos preguntándose lo que se proponía.

Gabrielle alzó su cayado. El viento arremetió.

Gabrielle hundió el cayado en el agua con un grito, con un golpe fuerte, preciso, con toda su fuerza.

El mar comenzó a separarse, las aguas a la izquierda del cayado hundido en el agua comenzaron a arremolinarse hacia unlado. Las de la derecha hicieron lo mismo.

Del asombrado público salieron gritos de admiración, sorpresa, júbilo o miedo, pero allí mismo, Gabrielle tenía el mar Rojodividido en dos, a cada lado, una enorme muralla de agua que parecía retenida por una pared invisible.

Gabrielle por fin se volvió sacando el cayado del agua. Parecía agotada, pero sonrió indicando el pasadizo mágico que seabría ante la multitud.

Xena le sonrió también.

– ¡Vamos! –indicó a Aarón– ¡No hay tiempo que perder!

El muchacho se quedó atrás, medroso de avanzar.

Xena volvió hacia él con un gesto de comprensión.

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Page 22: La profecia de Ellie

– Oye, ya sé que eso mete miedo, pero tú y yo tenemos que pasar para dar fe a la gente.

– Si tú lo dices... –Aarón asintió no muy convencido.

Reuniéndose con Gabrielle y Moisés, los cuatro avanzaron por entre la seca tierra flanqueada por muros de agua.

Los hebreos, se quedaron atrás, mirando desde la playa, todos temerosos de meterse por aquel túnel que muchosmurmuraban, debía ser una ilusión. La niña que había acariciado en el momento de convencerlos, se deshizo de la mano desu madre, y corrió hacia los cuatro en el pasadizo. Su madre llamó por ella asustada, pero ni una sola gota de agua sedesprendió de los muros. La pequeña reclamó a Gabrielle que la cogiera en brazos, y esta aceptó encantada con una enormesonrisa. Así, los hebreos comenzaron a adentrarse en el espacio ocupado por el mar Rojo, espacio ahora vacío por lasmaravillas de una Elegida. O de la Matriz.

Una hora más tarde, los carros egipcios llegaban al principio, en la otra orilla. Xena podía contemplarlos desde el final deltúnel. Sólo estaba ella a la vista. Ella y Gabrielle, que apareció más tarde. La guerrera permanecía inmóvil mirando losmovimientos de los egipcios.

– Se están preparando para pasar –dijo Xena.

– Xena... es que no van a conseguirlo, ¿y lo sabes, no?

– Sí. Pero también sabes tú que no depende de ti. – Sí, sí que depende de mí. Pero...

– ¡Señor! ¿De veras estáis seguro de que debemos pasar?

– ¡Por supuesto que lo estoy! Si un hebreo camina por el mar Rojo, un egipcio vuela sobre el mar Rojo...

– Ramsés, es vuestra decisión. Cuando ordenéis, estamos listos para cruzar.

El primogénito del rey Narmer bajó un brazo como señal y flajeló a sus caballos para que atravesaran el túnel con la mayorrapidez posible.

Gabrielle tomó el cayado entre sus manos, en horizontal.

– Será mejor que te alejes un poco –susurró.

Xena salió del agua mirando la mancha de hebreos caminando apresurados. Ya sólo Moisés y Aarón esperaban en la playa,junto a ellas.

Gabrielle echó una última mirada a los carros que levantaban la arena seca de lo que era un mar. Cerró sus ojos suspirandoprofundamente, y alzó el cayado en el aire. Un golpe de gracia bajó el palo enterrándolo en la tierra, y Gabrielle pareciófundirse con él en un abrazo que Xena encontró incalculablemente bello.

El mar colapsó a sus pies. Xena hubiera jurado que se arrodillaba ante Gabrielle.

Las dos murallas se derrumbaron sin provocar ni un sólo efecto colosal, en simétrica perfección, el agua volvió a la calma, yel mar pareció no haber sido separado jamás.

Gabrielle permaneció allí, pegada al cayado, con los ojos cerrados, inmóvil. Ahora el agua ya le cubría hasta la cintura.

Xena se acercó a ella, y sin más, la abrazó.

En la distancia del agua salada, aún se oían los gritos ahogados del ejército egipcio. Ramsés, yacía ya en el fondo del mar.

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Capítulo XX: The Path Not Taken

"Mas las sirenas tienen un arma mucho más terrible que su canto, esto es, su silencio".

– Franz Kafka6 de junio de 1941 – Egipto.

Janice miró de nuevo a la feliz pareja ante ella y se sintió a si misma siendo apuñalada una y otra vez.

– Enhorabuena –dijo con voz queda.

Aquella noche de cena frente al río Hudson, la última que pasarían los tres juntos antes de bifurcarse el camino de Janice,Percebal la había elegido como el momento para hacer el compromiso oficial. Un anillo con una enorme piedra preciosa en elcentro era ofrecido a Melinda Pappas. Demasiado hortera para el gusto de Covington, aunque lo que le dolía, en realidad, eraque ella nunca podría haberle regalado algo como eso.

– Es precioso –la arqueóloga necesitó toda su fuerza para sonreír y mentir a la vez.

Mel depositó encantada un tímido beso en su compañero de mesa. El trío volvió a quedarse en silencio. Janice podía adivinarlas manos entrelazadas por debajo de la mesa. Estaba deseando que llegara mañana.

Mientras, Percebal era un hombre tan feliz, que podía notar como el pipí reclamaba su salida de nuevo. Qué curioso que enun hombre tan admirable como él, la felicidad y el miedo fuesen dos sentimientos totalmente contrapuestos que tenían lamisma reacción física sobre su cuerpo...

– Señoras, si me disculpan, este aventurero siente la llamada de la naturaleza. Vuelvo enseguida, caramelito.

El inglés desapareció y Janice respiró. O no.

– ¿De veras tienes que irte? –una voz dulce preguntó.

La arqueóloga notó una mano suave sobre la suya, encima de la mesa, y de repente su plato de tortellini perdió todo elinterés.

– Sabes que sí.

Mel suspiró.

– ¿Por qué ahora?

Janice miró a su compañera, como quien reprime a un niño testarudo.

– Hay una guerra de por medio, Mel.

– ¿Y yo qué? –Mel se revolvió en su silla soltando a la arqueóloga– ¿Yo no te necesito? ¡Ah, ya lo entiendo, a Mel que lazurzan, yo me iré a pasarlo bien pateando culos alemanes...!

Janice alzó una ceja. Una nueva faceta en las lagunas mentales de Melinda eran sus expresiones verbales. A su acentosureño se habían unido las expresiones más arcaicas y desfasadas para expresar su malestar, y no parecía importarle deciralguna que otra palabrota de vez en cuando.

– No es eso. Mira, sé que es duro, lo de... lo de tus recuerdos, pero una forma de que recuperes tu memoria está enanalizar los pergaminos. Para hacer que vuelvas a ser la de antes, tengo que encontrar el pergamino de lo que ocurrió enHierakómpolis.

Melinda resopló con sarcasmo.

– Volaste la maldita excavación, ¿no se te pasó por la cabeza que pudiera estar allí?

– No. ¿Ves cómo no lo recuerdas? Himmler tiene el original. Necesito volver a Europa.

Mel comenzó a agarrar cosas con las que jugar nerviosamente: la servilleta, el tenedor...

– ¿Y si te ocurre algo? ¿Entonces, qué? Ya no quedará nada, ni para mí, ni para ti.

– Mel... tengo que hacer algo. Esa guerra es horrible. Tengo que... ¡no puedo quedarme de brazos cruzados, maldita sea! Sifueras tú misma lo...

Janice no pudo cortarse a tiempo y vio el rostro de Melinda volviéndose rojo intenso. Podía oír ya lo que se le venía encima.

– ¿Yo misma? ¡Ah, yo misma! ¡Comprendo! ¿La Mel que hay ahora no te gusta? ¿No es de su agrado, doctora Covington? ¡Losiento, no tenemos otra! ¡Se nos han acabado las que vienen con memoria propia!

Janice se revolvió incómoda en su silla y bebió un sorbo rápido de su whiskey doble.

– ¡Mel, por favor, no levantes la voz!

– No me trates como si fuera una niña, Jan. Puede que no tenga recuerdos, pero sigo siendo una adulta –entonces lasfacciones de Mel cambiaron y se volvieron calculadoras, frías– Dime, Janice... ¿qué cambiarías? ¿Qué me haría ser la Mel deantes? ¿Que haría tu Mel que no haría yo?

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Janice no se pudo retener. Contestó automáticamente, manteniendo la mirada de su amiga.

– Ella no se habría casado con Percebal.

Mel se congeló. Su cuerpo se quedó inmóvil. Apenas pudo ir retirándose lentamente hacia atrás, para acurrucarse contra susilla todo lo que pudiera. Se le estaba encogiendo el corazón. Janice permanecía seria, dolida.

– ¿Le quieres? –preguntó la arqueóloga.

Mel reaccionó con la acción de un autómata.

– ¡Qué pregunta! ¡Por supuesto que le quiero!

Janice no movió un músculo.

– Pero, ¿estás enamorada de él?

Y Melinda miró al río. Los reflejos de las luces sobre el agua.

– Sí... bueno... supongo que es amor. Ya no puedo saber si quiera cómo se sentía el amor.

– Sí puedes saberlo.

Melinda ignoró inconscientemente el susurro de Janice.

– Sólo sé que cada día tengo un sueño muy raro, y que a cada vez se intensifica más.

Janice se tensó.

– ¿Quieres que te lo cuente?

Mel alzó la vista para ver un rostro desconcertado, y conmovido.

– ¿Jan, te encuentras bien? Estás toda pálida.

– Sí, sí. Es sólo que... creo que necesito volver al hotel. Tengo que dormir y prepararme para mañana.

– Oh...

Janice se levantó con prisa y estuvo a punto de salir corriendo, sin despedida, ni nada. Pero su corazón pudo más y se volviópara encarar a Mel con una sonrisa. Se acercó a ella, y se agachó, tomándole la mano.

– Melinda Pappas –comenzó con las orejas ardiéndole. Tomó aire para soltarlo de carrerilla– Eres la mejor persona queconozco, mi amiga, y mi socia. Cualquiera de las decisiones que tomes en tu vida, sé que serán correctas, porque tú eresuna persona correcta. Jamás perdiste la compostura ante mis cabezonerías ni me dejaste desfallecer cuando ya no veía lasalida. Así que, todo lo que puedo decir es que Percebal es el hombre más afortunado de este mundo, y que espero quenuestros caminos se vuelvan a encontrar pronto. Mientras tanto, yo volveré a Europa para poder encontrar la forma derecuperar tus recuerdos –Janice se acercó a ella y la besó en la mejilla. Se mantuvo ahí un buen rato, y luego continuó haciael oído– Gracias por el mejor año de mi vida. –susurró.

Sin más, Janice Covington abandonó la sala.

Melinda se quedó allí, contemplando la silla vacía frente a ella.

En ese momento, Percebal regresaba.

– ¿Eh, a dónde ha ido Janice? ¿Mel?

– Ha... ha tenido que marcharse, no se encontraba bien...

– Oh, vaya, es una pena. ¿Le has preguntado a qué dirección le enviamos la invitación?

Mel sintió un golpe en el corazón.

– ¿Eh?

– La dirección...

– No... la verdad, no...

Melinda se dio cuenta de que esta era la primera vez que estaba sola. Es decir, que desde que había perdido la memoria,desde que había salido de aquella nave, allí, en Egipto, era la primera vez que estaba sin Janice. Percebal estaba a su lado,perdido en comentar cualquier otra cosa. Pero Melinda comenzó a sentir el vacío creciendo cada vez más y sintió miedo deque la pérdida de Janice la hiciera quedarse como la silla solitaria que tenía frente a ella.

El teléfono sonó, y del cúmulo de oscuridad salió la pequeña luz de una lámpara luchando con los ojos adormecidos de laarqueóloga.

– ¿Diga?

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– ¿Janice Covington?

– Sí...

– Soy Howard Gardner, capitán de las Fuerzas Especiales Aliadas, la llamo desde París... eh... ¿la he despertado?

– Bueno, Howard, ahora mismo aquí son las tres de la mañana y dentro de dos horas tengo que coger un avión para Madrid,así que me ha hecho un favor...

– Oh... Verá doctora, le llamo porque hemos encontrado algunas cosas muy interesantes que pensamos, podrían ser de suinterés –se oyó un estruendo al otro lado de la línea– ¿Doctora...?

– Continúe, continúe... ¿dónde coño está el maldito interruptor?

– Eh... pues, como le digo, hemos estado trabajando los últimos meses en documentar y tratar de encontrar las reliquiasque los nazis han saqueado por toda Europa, y nuestro equipo de arqueólogos ha dado con algo sumamente interesante, quesegún han dicho, es su especialidad...

– ¿Y de qué se trata si puede saberse?

– En principio, es un pergamino de escritura griega que hemos fechado alrededor del tres mil antes de Cristo, aunque nadiese atreve a asegurar nada hasta que usted venga aquí y lo vea por su misma... ¿doctora Covington? ¿Doctora, sigue ahí...?

El silencio se cortó de repente con una voz más que entusiasmada. – Howard, creo que tú y yo vamos a hacernos muybuenos amigos...

Capítulo XXI: La Tierra Prometida

"Para abrirse un nuevo camino hay que ser capaz de perderse"

– Jean Rostand

Gabrielle permaneció sonriente mientras Xena jugaba con los niños. Jugaba con los niños... dioses, debía ser eso algoextraño en su amiga, pues toda Gabrielle se sentía enrarecida pero agradada con esto. Xena se dejaba tirar, agarrar,despeinar, acariciar y hasta gritar. Tenía una horda de diez pequeños señores de la guerra alrededor de ella y no parecíamolestarla.

– Aarón, ¿podrías llamar a tu hermano, por favor? Xena y yo partiremos al atardecer.

– ¿De veras tenéis que dejarnos?

Gabrielle indicó al muchacho que se sentase junto a ella. Miles de hogueras se esparcían por toda la zona desértica,cocinando las reservas de comida. El sol estaba en su apogeo en el cielo, el murmullo de gente sonaba distinto, y feliz.

– Ya hemos terminado aquí. Debemos seguir nuestro camino. Especialmente yo. Necesito recuperar mis recuerdos...

– ¡Podríais quedaros con nosotros y juntos haremos recuerdos nuevos!

Gabrielle sonrió bajando su mirada.

– No es así de sencillo, y lo sabes –Aarón se volvió entristecido– Ahora escúchame bien...

La bardo esperó unos segundos a que el muchacho la volviese a encarar por sí mismo.

– ¿Sabes lo que le ha ocurrido a tu madre, verdad?

Aarón asintió nervioso, sin mediar palabra.

– No debes estar triste. Lo que hizo fue por vosotros. Debéis estar orgullosos.

Una lágrima vagó por la mejilla del muchacho.

– Lo sé –sollozó el chico.

Gabrielle sostuvo el rostro del joven entre sus manos y limpió las lágrimas.

– Ahora tienes que prometerme que cuidarás de tu hermano, que no lo dejarás. Se va a abrir una nueva época paravosotros en la que te va a necesitar más que nunca.

El chico paró de llorar de repente e irguió su mirada.

– ¿A qué te refieres? –preguntó confuso.

– Moisés es el auténtico profeta. Va a heredar mi derecho de encomienda.

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– ¿Moisés?

– Sí. Pero él tiene dificultades, ya lo sabes. Tú has de ser su guía. Lo que os espera será difícil, penoso y muy largo.

– ¿Cómo cuánto de largo?

– Todo a un tiempo, Aarón.

– ¡En ese caso voy a llamarlo! –el muchacho se entusiasmó.

Gabrielle asintió a modo de aprobación. Siguió sonriendo cuando vio a Xena dirigiéndose hacia ella. Luego, notó un besorápido y tímido en su mejilla: Aarón había vuelto para dar su despedida personal. Gabrielle incrementó su sonrisa mientras elchico se perdía entre la multitud en busca de su hermano.

Xena descendió junto a ella.

– Está enamorado de ti –enunció con toda la picardía de la que fue capaz.

– Sí –asintió Gabrielle distante– Debe ser maravilloso estar enamorado.

Xena sintió un escalofrío recorriendo su espalda.

– ¿Y... bien, les has comentado lo de nuestra partida? –Xena cambió de tema con nerviosismo.

– Sí, claro. Sólo tengo que hablar con Moisés y podremos irnos antes de que anochezca.

Hubo un largo silencio mientras ambas mujeres observaban a los niños correteando frente a ellas.

– ¿Estás nerviosa? –preguntó Xena.

– ¿Por qué? ¿Por lo de volver a Grecia? –Gabrielle volvió la vista– No, no mucho.

– Eso es bueno.

– Aunque –Xena fue interrumpida– no sé si es lo correcto. Volver a ver a mi hermana, no siento que necesite recordarla aella para sentirme plena... que no quiere decir que yo no quisiera a mi hermana antes, ¿no?

– Claro que la querías –Xena sonrió.

– Hay algo más, Xena. Sé que hay algo más en todo esto –Gabrielle dijo en su vieja locuacidad apoyada en expresivasmanos–Respecto a lo que dije antes... ¿he estado enamorada alguna vez?

Xena arqueó las cejas y se revolvió inquieta en su postura como si le hubieran enviado una flecha al corazón. Di algo, idiota.

–Umm... oh... bueno... eh... estuviste casada. ¿No te acuerdas de eso, verdad?

Gabrielle se entristeció y miró al suelo.

– No...

Una carrera de niños gritando después, Gabrielle volvió a hablar.

– ¿Qué pasó? –preguntó.

– ¿Qué?

– Que qué pasó. Dijiste que estuve casada. No veo que lo esté ahora.

Xena miró comprensiva en los ojos verdes y tomó la mano de Gabrielle en la suya.

– Murió en tus brazos –enunció en un susurro amable.

Gabrielle apretó la mano que sostenía y respiró profundamente.

– No logro recordar su nombre... –Gabrielle negó con la cabeza para sí misma.

– Eh, está bien, tranquila. Perdicus, se llamaba Perdicus.

Xena atrajo a Gabrielle hacia ella, acunándola en sus brazos, mientras la bardo dejaba escapar unos pequeños sollozos dedesesperación.

– ¿Y por qué ese nombre no me dice nada?

La voz de Gabrielle sonó tan triste y perdida que Xena tuvo miedo de romperla en su abrazo, pues la quería envolver de talmanera que todos sus miedos se disiparan y los demonios no volvieran nunca, nunca más. Darle sólo los recuerdos felices.Pero sabía que eso era imposible. Ella misma sabía que sin el dolor en la vida, la felicidad perdía su valor.

– ¿Gabri–elle?

Moisés permaneció de pie, frente a ellas, observándolas como si estuviera siendo testigo de un fenómeno sobrecogedor peronatural, como el nacimiento de un niño o la cascada de un río. Gabrielle alzó la vista para sonreír al chico y disipar suslágrimas. Lentamente, se deshizo del abrazo de Xena, que se levantó, aún con la desavenencia de dejar marchar a sucompañera, y caminó hacia otro sitio indicando a Gabrielle con una mirada que estaría cerca por si la necesitaba. La rubiaasintió y se levantó tomando a Moisés del brazo. – Ven conmigo –indicó.

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Moisés se quedó maravillado, mientras, Gabrielle lo observaba. Pese a ser ya un adolescente no había perdido la capacidadde asombro de la niñez. El chico observaba las líneas del sol posándose en montañas y dunas, las nubes blancas en el cieloformando grandes dibujos.

Se encontraban no muy lejos del campamento, en un pequeño promontorio que mostraba todo el desierto.

– Este será vuestro hogar durante mucho tiempo –comenzó Gabrielle–Ahora debéis buscar vuestra tierra prometida porvosotros mismos. Por ti mismo.

Gabrielle extendió el cayado al muchacho y éste negó con la cabeza sorprendido.

– No... no–no pue–do aceptarlo. Aho–ra es–es tuyo.

La bardo lo colocó entre las manos del chico y lo sostuvo allí.

– No. Escucha, tienes que ser fuerte ahora porque vas a liderar a muchísima gente, y puede que en algunos momentossientas que no vas a poder, te enfades, o te entristezcas. Pero así esto, será un recuerdo de mí, ¿de acuerdo? De todasformas, es tuyo.

Moisés tomó el cayado en sus manos y se dijo para sí mismo que el tacto era más suave desde la última vez que lo habíatenido.

– Eres el profeta, Moisés. No sé cómo, ni sé quién te guiará. He dejado de sentir a la Matriz y no creo que ella sea vuestro...dios. Sé que hay algo ahí arriba esperando a que estés dispuesto a ser su mensajero, pero simplemente no lo veo. Aún asíno importa, sólo has de tener fe en ti mismo, y ser fiel a lo que tu madre te enseñó...

– ¿Só–lo? –el muchacho preguntó con una lágrima en cayendo por su mejilla.

– No. Con Aarón y todos los demás.

Gabrielle atrajo al joven para un abrazo que fue bien recibido.

– Es–pero que–que puedas re–re–cuperar tus recuer–dos.

Gabrille sonrió.

– Yo también. La bardo bajó el promontorio, mientras Moisés sonreía al horizonte con el cayado entre sus manos,preguntándose cuán lejos estaba Canaán. Y de dónde había salido aquella palabra...

Capítulo XXII: Hablad Ahora o Mordeos la Lengua

"Las consecuencias de lo que no se hace, son las más graves".

– Marcel MairiënNueva Orleans, Luisiana (USA)

17 de septiembre de 1941Con cada paso que Mel daba, llevada por el padre de Percebal hacia aquella lona blanca, dondetodo el mundo la miraba feliz, se sentía en el camino equivocado, arrastrada en la dirección incorrecta.

El jardín de la mansión de los Pappas estaba rebosante de flores, familiares y sol.

La lona blanca que hacía las veces de capilla se extendía cubriendo el altar hacia el que caminaba Melinda.

En el órgano, el primo Larry de Alabama tocaba la marcha de Mendelssohn con una sonrisa estúpida e irritante. De todasformas, era lo único que sabía tocar. Eso, y el cumpleaños feliz.

Mel volvió la vista con repulsión. En las filas más atrasadas, pudo ver a las vecinas de Carolina junto a las que se habíacriado: todas aquellas señoras que eran ya viejas desde que se casaban, que habían vivido hasta entonces sólo para esemomento, y que no guardaban más esperanzas después del matrimonio que las de entrometerse en la vida de sus hijos enlo posible, amargar a sus maridos, y criticar la vida del prójimo.

Por supuesto, Mel ignoraba todas estas cosas debido a su pérdida de memoria, así que, la pobre sonrió ingenua.

La novia dejó atrás aquellas filas mientras seguía sonando la marcha, reluciente en su hermosísimo vestido de cola larga.

En dos de aquellos asientos, aquellas eternas vecinas cotillas no eran otras que Dot Summers, la viuda de Samuel Summers,que en paz descansara con Dios y con su gloria y con todos sus trofeos de billar, y Molly Johnson, la temida peluquera conla lengua más rápida de aquel lado del Sur profundo.

– Ay, aún me acuerdo de cuando era así... nada... una cosita... chiquitina ella, pequeñita... ay, ¡pero ahí la va! ¡Ya ves! ¡Lavida pasa! Ay, y mira que era una cosita monísima, con esos ojazos azules que tiene, y esa melena negra, ¡qué mona!

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¡Mírala, qué guapísima que va! Ay, a ver si les salen unos chiquillos bonitos, hombre, aunque como él es pelirrojo ypaliducho y ella morena y bronceada, a ver si nos van a salir unos niños raros como esos que viven por ahí... por ahíabajo... sí, por la frontera abajo... ¡Pero está monísima! ¡Ay...!

Dot lloraba enroscada a su pañuelo de seda. Recitaba cada frase como si fuese una preparada línea de guióncinematográfico, y cualquiera juraría que las lágrimas, no eran tales...

Molly, por su parte, parecía no expresar ningún sentimiento concreto, sólo una mirada reflexiva sobre la sonriente novia. Porfin, el oráculo–peluquera habló con la rapidez de una ardilla asesina:

– Mmm–hmmm... ¿no te parece un poco raro que a la Pappas no la hayamos visto nunca con novio y que así ahora, si te hevisto no me acuerdo, y me voy con el inglés este que para mí que pierde aceite y digo yo que no será un matrimonioapañado o algo peoooor...?

Su amiga detuvo mágicamente sus lloriqueos y parpadeó con gracia.

– ¿A qué te refieres, querida? –preguntó Dot con un tono dulce y característico.

Molly asintió convencidísima y, mientras hacía un gesto con ambas manos que daban en resaltar la silueta de su panza, dijoen el oído de su compañera:

– ¡Qué seguro que está preñada!

– ¡Anda!

– Sí, sí. Segurito.

Las dos cotorras volvieron a mirar a la novia y se asintieron mutuamente. Dot comenzó a llorar de nuevo. Molly volvió aanalizar al público.

Unos metros más adelante, Mel miraba a su alrededor, confundida. Los elementos comenzaron a volverse turbios. Su vista,se nublaba, los sonidos, se deformaban, las sensaciones que le llegaban al cerebro se iban ramificando en miedo. El miedoera normal, pensaba Mel, es normal tener miedo cuando te vas a casar. Oh, vaya... ¿Durará el amor? ¿Le seré... fiel parasiempre?

Fiel. Aquella palabra hizo eco en la mente de Melinda. Fiel. Estaba traicionando a alguien, ¿acaso? ¿Había algo que suesfuerzo por recordar había pasado por alto y una persona que desconocía ocupaba realmente su corazón? De hecho, Melhabía comenzado a tener dudas antes de llegar a Luisiana, mucho antes, en aquel restaurante en Nueva York. Buscó elrostro de ella entre los asistentes. Pero no estaba. Le dolía tanto. Le dolía tanto que pensaba que no era capaz de respirar.

Por las noches, un mes antes de la boda, comenzó a llorar. La almohada acababa siempre llena de lágrimas y se veíaobligada a dar explicaciones de felicidad y nervios. Pero lo que ocurría realmente, era que el deseo de ver a Janice le dolíatanto que sentía que no podía vivir, que le dolía bajo la piel, en el pecho, en la cabeza, en las manos, que cada poro de sucuerpo clamaba por ver a la arqueóloga y abrazarla, y tocarla, y besarla, y hacerle el amor hasta que el mundo dejase degirar, si le apetecía.

Pero con estos pensamientos, Mel despertaba en su cama, y se daba cuenta de que estaba sola, en el fondo de una mansiónvacía; llena de gente, sí, pero de gente que no podían verla. Verla de verdad, como ella era. La realidad de una aplicadachica sureña prometida con un hombre cariñoso y rico... que soñaba con besar a una mujer, una arqueóloga sucia ymalhablada que no tenía más de un dólar en todos sus bolsillos, era demasiado cruel para Mel. Sabía que aquello eran sóloeso, sólo sueños. Sueños que no podía revelar a nadie. Ni siquiera al eje de sus fantasías.

Porque Janice estaba lejos, muy lejos. Le había enviado la invitación a todas partes: a la Universidad, al hotel donde habíaestado en París... pero nada.

Y prácticamente, ella la había echado de su vida. Ahora tendría que vivir con eso el resto de sus días. Si es que resistía.

Mel cerró los ojos para poder aspirar el aire y relajarse. Cuando los abrió, todo seguía igual, pero todo había cambiado.

Estaba en el jardín, sí. Y se sentía perfecta en él. Podía sentir a su padre por allí. Podía oler cómo olía él: a Historia. Yrezumaba belleza. Ella, vestida de blanco, y ahora, a su lado, Percebal la sostenía, sonriente. Ella sonrió de vuelta. En un girodisimulado, vio a todo el mundo, pero como si estuviera fuera de su cuerpo, como si estuviera viendo el reflejo de lo queestaba pasando proyectado sobre una pantalla. Todas las personas que conocía, lo que quedaba de su familia, entre primosy tíos, los antiguos amigos. Y entonces comenzó a sentirse horrible, otra vez, pero más intenso. No quería alertar a nadie,miró a Percebal, y en aquel mismo instante se dio cuenta de que no lo quería, ni lo amaba, ni nada. Que ella no podía estarallí, sujeta de aquel brazo. Pero estaba condenada. Se quedó allí, incapaz de moverse mientras el reverendo daba labienvenida a los presentes. Quiso gritar, chillar: gritaba por dentro, pero todos seguían sonriendo, nadie la oía. Siniestros ycallados, supo que estaba siendo castigada por algo. Por amar a Janice. Y supo que el castigo sería eterno, pues la amaríatodos los días de su vida.

– Si hay alguien entre los presentes que conozca alguna razón por la que esta unión no deba celebrarse, que hable ahora, ocalle para siempre...

Lo que la sostenía del brazo, la arrastraba hacia algo que ella no quería.

Mel se observó a sí misma, desde allí, fuera de su cuerpo, y se sintió a sí misma llorar.

Y entonces fue cuando Dot Summers se levantó de su silla para pegar un grito bestial.

– ¡Dios mío! ¡Una gogó se ha escapado del burdel!

Sobre una yegua ocre, en el exacto traje de reina amazona, cubierta con su máscara ceremonial, Janice Covington aparecióen el final del toldo con un cayado en su mano.

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– ¡Yo tengo algo que decir!

El reverendo miró al novio, que estaba pálido como la túnica del sacerdote, y entonces, el hombre se dio cuenta de que estono era ningún espectáculo extraño como en esas bodas de Las Vegas. Después miró a la novia, y la novia es que ya nomiraba.

Janice avanzó por la alfombra roja entre los gritos de asombro del público. Todo lo que comentaron Dot y Molly, ningún oídohumano podría haberlo captado con exactitud.

La yegua llegó hasta el altar.

– Argo –dijo Janice.

El animal se giró, colocándose de medio lado, con su cara mirando en paralelo a la posición del altar.

Janice se quitó la máscara, y mostró una enorme sonrisa a la Melinda que estaba a punto de desmayarse allí mismo.Desmayarse, y no volver a despertar.

La arqueóloga que la miraba con una dulzura sólo perceptible para ambas, simplemente tendió una mano hacia la novia. Melnegó con la cabeza y dio un paso atrás.

– ¡Esto no puede ser! No es... ¡legal! –bramó Percebal, rojo e hinchado.

Janice no dijo nada. Bajó de la yegua, con el cayado en la mano. Recorrió con la mirada a Maxwell, y este dio dos pasoshacia atrás con sus manos en alto:

– ¡Si me haces algo, te las verás con mi abogado, maldita zorra!

Janice negó con la cabeza, después elevó una mano, e hizo lo mismo con el dedo índice. Lo llevó a su boca, pidiendo guardarsilencio. Luego, simplemente señaló a Mel, que yacía en el suelo, llorando.

La arqueóloga siguió sin articular palabra. Se acercó lentamente a la novia, e hincó una rodilla en el suelo. No la tocó. Esperóa que Mel levantara la vista. Y cuando lo hizo, volvió a ofrecer sus manos, adelantándose ya, tomando las de Mel en lassuyas, besando los dedos de una de ellas. Entonces, tiró un poco, y Mel se levantó con ella. Mientras la subía al caballo,ninguna de ellas perdió el contacto de sus miradas.

Melinda se colocó delante. Janice subió detrás, y tomó las riendas.

– ¡Melinda! –gritó Percebal– ¡No puedes hacerme esto, maldita seas! ¡Te odio! ¡Eres una zorra como ella!

Janice colocó un brazo en la cintura de Mel, el otro tomaba las riendas.

Para su sorpresa, Mel le quitó el cayado de las manos, y acto seguido oyó el estruendo de una nariz rompiéndose. Conorgullo, la arqueóloga observó la obra de su amada: la nariz rota de Percebal Maxwell.

– No está mal, para ser traductora –comentó Janice.

Argo recibió dos silbidos de aviso. Se giró, y se encaminó hacia la salida.

Nadie se atrevió a decir ni una sola palabra mientras la yegua se alejaba del jardín, de la mansión, y de ellos.

Dot y Molly, sin embargo, tenían mucho que decir.

– Umm... –Dot pensó en alto– Me pregunto si nos van a dar de comer, porque esa tarta tenía una pinta buenísima.

– ¡Pobre chico, está destrozado! –comentó Molly.

– Literalmente. Estoy segura de que la nariz le chorreará toda la noche –Dot no parecía muy conmovida.

– Creo que podemos descartar la boda por penalti –suspiró Molly.

– Uh, sí. Seguro.

– Quizá sea por saque de córner.

– Oy, pues no te entiendo, Molly, querida.

– Bueno, es obvio que la Pappas nos ha salido un poco desviada...

– ¿Por qué? ¿Por esa chiquilla del caballo? ¡Oh, reconozco que me chocó un poco y al principio pensé que era una de esasfulanas del barrio francés, con tan poca ropa...! Pero... era una auténtica monada, ¿tú crees que a esas dos les importaríaaceptar a esta vieja cachonda? ¡Apuesto a que me lo pasaría mejor una sola noche con esas dos que en 50 años con mimarido!

Dot golpeó con el codo a su amiga. Ambas estallaron en carcajadas, haciendo honor a los dos litros y medio de Martini queya se habían cepillado antes de partir hacia la boda. Bueno, gracias al espectacular rescate de Mel, iban a tener tema en lapeluquería para todo el año.

Janice bajó con cuidado a Mel de la yegua. El sol ya se estaba escondiendo.

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Page 30: La profecia de Ellie

Ninguna había articulado palabra en todo el viaje. Ya no las necesitaban. Las palabras no les habían servido de nada en elpasado. Se acabaron las palabras.

Janice guió de la mano a Mel por entre las hierbas del campo, sobre la colina. Su padre había tenido esta cabaña quellamaba la casa del sol naciente.

La arqueóloga abrió la puerta. Ya no entraba demasiado el sol por las ventanas, pero hacía juegos de luces anaranjados yrojos sobre toda la estancia, única, con una pequeña cocina, y un dormitorio amplio, con una sola cama.

Janice alzó una mano para detener a Mel. Sonrió, y la cogió en brazos como pudo, casi no era capaz de sostenerla, y se vioobligada a correr un poco para llegar a tiempo y depositarla malamente sobre la cama. Ella también cayó en el proceso ydespués, ambas estallaron en carcajadas de júbilo y alegría.

Janice se arrodilló en la cama, tratando de sostenerse. Mel estaba incorporada de medio cuerpo, con el vestido hecho unasco.

Seria, miraba a Janice con ternura. La arqueóloga comenzó a sentirse sonrojada. Miró hacia arriba tratando de evitar lamirada de su amiga. Luego, sintió unos labios rodando por la piel de su abdomen al descubierto. Janice tuvo que alzar lavista de nuevo cuando no pudo evitar cerrar los ojos y gemir débilmente como respuesta.

La arqueóloga cogió las manos de Mel en las suyas, obligándola a levantarse, a encararla, a mirarla a los ojos como nunca lohabía hecho antes.

– ¿Estás... segura? –Janice susurró.

No hubo respuesta. Mel la miraba a los ojos, y parecía perdida en ellos: las líneas anaranjadas del sol hacían líneas y dibujosextraños sobre el rostro de Janice, que expresaba miedo, alegría y deseo. Todo ello a la vez.

Aquellas líneas difuminadas que pintaban el cielo de rojizo al atardecer eran como Janice, se decía Mel. Individualmentepresentaban formas abstractas difíciles de descifrar, formas que parecían fruto de la casualidad, pero cada una tenía su razónde ser, y en su conjunto formaban aquella hermosísima puesta de sol. Así que con una afirmación para sí misma de loafortunada que era, Melinda sonrió y susurró como una melodía suave.

– Tenías razón.

Janice alzó una ceja y sonrió sin saber porqué.

– ¿En qué? –preguntó.

Melinda se acercó sin borrar aquella mirada de admiración sobre su arqueóloga.

– Siempre hay un héroe que viene al rescate.

La mente de Janice se disparó. Eso se lo había dicho ella, allí en el zulo, sobre su sueño. Entonces aquello quería decir queMel estaba de vuelta, que era ella de nuevo. No pudo preguntar, aunque hubiese querido. Su boca ya estaba tapada con unardiente beso que pudo haber durado toda la eternidad. El resto de la noche, el mundo podría haber dejado de girar, si lehubiera apetecido. En lo que a Janice y Mel respectaba, no había forma humana de que se hubieran enterado, perdidas enuna sola cosa: la una en la otra.

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Capítulo XXIII: A day in the life

"Siempre que aceptes mis puntos de vista, estaremos totalmente de acuerdo".

– Moshe DayanGabrielle maldecía por lo bajo que Xena hubiese seleccionado para ella la tela que más picaba. La malditatúnica estaba haciendo estragos en su espalda. Trataba de rascarse o buscar algo para hacerlo, pero por allí cerca sóloestaba el chakram. Umm...

– Aaaah... esto es otra cosa... uh... sí... ooohh...

– Ejemm... ¿Gabrielle?

– ¿Siiiii?

– ¿Qué haces rozando TU epidermis irritada contra MI chakram?

– MI espidermis está irritada por TU culpa.

– Comprendo...

– ¿En serio?

– Bueno... ¡no!

Para la desafortunada Gabrielle, fue una faena que estuvieran al lado de un lago. Xena no tardó ni dos segundos en tirarlaen el agua, con clemencia y todo.

– ¡No es justo, Xena!

– ¿El qué no es justo? ¡Has tenido lo que te mereces, sucia rata!

– ¡Oye!

Gabrielle salió del lago simulando lo mejor posible su enfado, con los labios apretados y el ceño fruncido en total desacuerdo.

– ¡Me refería a esto! –la bardo señaló su propio cuerpo mojado– Estoy segura de que antes sabía cuál era tu punto débil... –ahora su frente a la altura de Xena, aliento con aliento– y cuando logre recordar, guerrera, te pillaré ¡y ya veremos quién esla rata aquí!

– Uh, mira cómo tiemblo.

– Ya veremos, ya...

Si Gabrielle supiera que el punto débil de Xena estaba mucho más cerca de lo que pensaba...

Gabrielle comenzó a quitarse la ropa. Xena se volvió adentrándose en el bosque.

– ¿A dónde crees que vas, jovencita? ¡Es la hora del baño!

– A cazar algo.

– ¿Otra vez?

– Cierta persona me dijo una vez que una de las cosas más conocidas de toda nuestra maravillosa leyenda es tu apetito...

– Ah. A lo que dijo Gabrielle, poco más se le puede añadir. Se metió en el agua preguntándose si se habría sentado sobre eljabón, porque no lo veía por ninguna parte...

Gabrielle observó bajo la manta cómo las chispas iban saltando de un lado a otro de la pequeña fogata.

– Hey... –Xena llamó desde el otro lado–Ten. Bebe un poco.

– Gracias.

Gabrielle alcanzó la cantimplora y tomó un buen sorbo.

– ¿Falta mucho para llegar a la costa? Estoy deseando coger el barco hacia Grecia y abandonar este... continente...

– Ya –Xena sonrió– No se puede decir que nos llevemos buenos recuerdos...

Xena quiso detenerse, pero falló.

– Tú lo has dicho, Xena, la palabra clave.

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Gabrielle se levantó hasta sus cosas y Xena no la abandonó con la mirada.

La bardo regresó con sus instrumentos de trabajo, una pluma y un pergamino en blanco.

Primero, lo miró detenidamente, después, se volvió hacia Xena con el ceño fruncido.

– ¿Qué? –preguntó la guerrera.

La llamada de la naturaleza... ¡¡¿Usaste mis pergaminos?!!

– Nada. Un recuerdo... creo.

Xena sonrió y ladeó la cabeza.

– Eso es bueno –comentó– ¿Qué vas a hacer? –Xena señaló el pergamino.

No hubo respuesta por parte de Gabrielle.

– ¿Cómo crees que debo titularlo? –preguntó sin alzar la vista del papel.

– ¿Perdón?

– El pergamino –Gabrielle alzó la vista, distante– La antigua Gabrielle era bardo, escritora. Pues entonces escribiré. Si misrecuerdos no vuelven, tendré que provocarlos yo, hacerlos volver, ¿no? Xena, en cualquier caso, yo no puedo seguir así.

Xena miró en los ojos verdes con comprensión.

– Solías ser concisa. No acostumbrabas a enrevesar los títulos. A veces sólo una palabra, a veces más. Pero algo que loenglobara todo –Xena explicó tratando de no sonar nerviosa.

– Profecía.

– ¿Qué?

– La Profecía. Nuestro viaje ha estado marcado de profecías. Ahora soy una bardo profeta sin recuerdos –Gabrielle escribió eltítulo en el pergamino.

– No. Sigues siendo tú.

Xena se levantó y se agachó junto a su amiga. Observó las líneas de aquella escritura que había echado de menos en lasemana que había transcurrido desde que habían abandonado Egipto. Un brazo arropó los hombros desnudos. Xena se volviópara encarar a Gabrielle, y se encontró los ojos verdes mirándola ya, analizando sus facciones. Xena comenzó a sentirseincómoda, otra vez con miedo.

– Sé cómo hacer que vuelvan. Lara me dijo que necesitabas experimentar un momento vital, algo que te recordara lo mejorde tu vida, algo que te haría regresar todo lo bueno, e incluso lo malo que has vivido. Sé que si vuelves a casa locomprobarás. Si vuelves a ver tu hogar, a tu hermana, entonces quizá...

– ¿Un momento vital? –Gabrielle interrumpió– ¿En mi casa? Xena, ¿y cómo voy a recordar todo lo bueno y lo malo, losmomentos más felices de mi vida, si todo eso lo he vivido junto a ti? ¿Cómo puedes pretender engañarte de esa forma?Xena, tú y sólo tú eres mi hogar. No hace falta tener recuerdos para ver eso.

Xena se levantó de repente. Caminó hasta su posición anterior y permaneció allí, de espaldas.

– Será mejor que duermas... Mañana tenemos mucho viaje por delante.

No hubo respuesta al otro lado. Pero dio igual, porque lo que vino fue peor.

Gabrielle se levantó y se acercó hasta Xena. Su vientre al descubierto rozaba con el pelo suelto de la guerrera, sentadasobre la roca.

– ¿De qué tienes miedo? –Gabrielle susurró– Puedo oírte, Xena –el cuerpo ante ella se tensó– Quizá esto nunca ha pasadoporque una Gabrielle con recuerdos haya sido demasiado testaruda, al igual que tú. O porque como tú, a lo largo de losaños, he ido acumulando miedo y dudas. Ahora te siento. Al igual que cuando llorabas por mí, al igual que te siento ahoradeseando abrazarme. Tu corazón calla lo que tu razón niega. Pero aquí ya no hay lugar para dudas o miedo, o pudor. Puedosentirte...

Gabrielle abrazó a Xena desde la espalda. La guerrera inclinó su cabeza hacia atrás, dejándose ir, y sus ojos revelaronlágrimas. Lágrimas que la bardo bebió una a una, sosteniendo a la guerrera en brazos.

Xena se deshizo del abrazo y se levantó, encarando a su amiga.

– No sabes lo que significa esto. Esto lo cambia todo.

– Te equivocas. No cambia nada.

Xena ladeó la cabeza confusa.

– Durante seis años nos hemos querido, amado, deseado, y admirado. Esto sólo es un paso más en el protocolo. Sólo eso.No cambia nada. Eres mi momento vital, Xena...

Labios suaves se encontraron. Lenguas pelearon en una danza que Xena quería ganar. Cada minuto de aquella noche iba aser suyo. Al igual que Gabrielle. Por primera vez. No hay dudas. No hay miedo. No hay pudor. Nada iba a cambiar, porqueamantes habían sido desde que se encontraron. Esto, sólo era un escalón en el que se habían estado negando a apoyar el

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pie. Sólo eso cambiaba.

La lengua de Gabrielle resbaló hasta el cuello y allí se quedó, jugando y correteando.

– Gabrielle...

– Paciencia...

– No...

El tono de Xena no era el que enviaba el deseo. Sino la autoridad.

Gabrielle se separó del cuello que besaba, confusa, miró en un azul que le sonreía.

– Tengo que decirte algo muy importante antes de que vayamos más adelante –Xena dijo con una media sonrisa,recreándose en el rostro de su bardo.

– ¿Qué?

Xena sonrió más todavía y sostuvo unas manos calientes en las suyas.

– Te quiero –susurró.

Gabrielle sonrió y devolvió su respuesta, diciendo exactamente lo mismo con sus labios, pero sin mediar una sola palabra.

Entonces la bardo volvió a sonreír y alzó una ceja seductoramente.

– Mmm... seguro que eso se lo dices a todas... –comentó con voz ronca.

– Bueno, sólo a una de cada diez –Xena rió.

– Me alegro por las vidas de las otras nueve –la bardo repuso, mientras tendía a Xena sobre el jergón– Ahora, basta deverborrea, y quítame la ropa.

La orden no tardó mucho en cumplirse.

La noche giró alrededor de ellas, y para cuando el día había llegado, descubriéndolas en un abrazo desnudo, ninguna de lasdos había dejado un sólo resquicio del alma de la otra sin recorrer, amar, y fundir en la suya propia. Aunque eso, en otrasformas, ya lo llevaban haciendo desde hacía seis años. Sólo un escalón más.

Capítulo XXIV: El Amanecer

"El corazón tiene razones que la razón no conoce".

– Blaise Pascal

Xena no había pegado ojo. Incluso después de haber caído exhausta del agotamiento en los brazos de Gabrielle, fue incapazde dormir. En vez de eso, la vio a ella. La observó las pocas horas que quedaban para amanecer: su respiración, arriba yabajo. Por momentos en los que Gabrielle parecía agitarse entre sus brazos, sentía el impulso de despertarla con tandas debesos que tan bien habían funcionado a lo largo de la noche. Pero después era capaz de retenerse y suspirar, eso sí, hastaque se cansaba de tanto contar ovejitas. De nuevo, su respiración, arriba y abajo, le traía a la memoria los flashes de unabardo arqueándose en el éxtasis, más hermosa de lo que Xena hubiera podido imaginar. Aquello hizo dibujarse una sonrisapícara en el rostro de la guerrera, con el orgullo de quien había provocado esas sensaciones en la mujer que dormíaenroscada a ella. Podía no haber dormido, sí, pero le valió la pena. Cada recuerdo de esta noche se ramificaría en todo sucuerpo, su mente, y su alma, y cada día siguiente a este era el principio del resto de su vida, de un nuevo mundo en el quedaba gracias por cada valioso segundo con Gabrielle. No era cierto que las cosas no hubieran cambiado. Se mentirían sidijesen eso. Tener a Gabrielle durmiendo desnuda entre sus brazos no era lo mismo que vestida, y al lado. Definitivamente,no era lo mismo.

Una bardo inquieta se revolvió en sus sueños. Xena la atrajo más hacia ella y el gesto fue agradecido con un murmullo.

– ¿Qué? –preguntó Xena a la bella durmiente.

– Te... mmmm... quiero...

– Y yo a ti.

Unos ojos entrecerrados y dormidos levantaron la vista hacia unos dientes blancos que rebosaban felicidad.

– Buenos días –dijo Xena.

– Ah –Gabrielle sonrió– Esta cara me suena.

Su mano subió desde la cintura de Xena para acariciarle la mejilla y colocar un beso casi imperceptible sobre su boca. Xenaquiso protestar, pero Gabrielle ya estaba con su cabeza sobre su pecho, con los ojos puestos en ninguna parte.

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– Está amaneciendo –susurró la bardo– Es genial volver a recordar, porque así puedes comparar todos los amaneceresanteriores que has visto, y clasificarlos, y determinar cuál ha sido el mejor, o el más bello... –la rubia alzó la cabeza paraver si su amante le prestaba atención– ¿Entiendes lo que quiero decir?

Xena mantenía una mirada conmovida, retenía lágrimas en sus ojos.

– ¿Gabrielle? –su voz suplicó– ¿Has vuelto?

– Sí... y no voy a volver a irme nunca más.

Xena todavía balbuceaba, a punto de estallar en un mar emocional, y Gabrielle, que lo último que quería ver eran lágrimas,la tranquilizó con un beso profundo y tierno en el que sonreía con la felicidad del que regresa al hogar.

Cuando el beso se rompió, Xena tomó en sus manos el rostro de la mujer que yacía sobre ella.

– ¿Cómo? ¿Cuándo?

La bardo se puso seria y acercó su cara a la de su amante.

– Te lo dije en el momento. Eres mi momento vital, Xena. Apuesto a que no pensaste que un roce de tus labios me iba allevar de vuelta a casa, ¿eh?

– ¿Yo...?

– Oh, cállate de una vez.

Gabrielle bajó sus labios. Ahora estaba en donde pertenecía. Lo celebraron una vez más que sabía como la primera.

– La Profecía... ummm... ahora me suena un poco macabro. Campanudo.

– Pues te fastididias. La Gabrielle sin recuerdos le puso el título, eso tiene su mérito.

– ¿Por dónde piensas empezar la historia?

– Creo que por el principio.

– Ya, bueno, pero me refiero a en qué momento de nuestro viaje.

– Nuestro viaje... nuestro viaje... ¡ya sé!

– ¿Y bien?

– "Nuestro encuentro fue electricidad pura, dos rayos que se encontraban en el cielo... Cuando mi mirada se cruzó porprimera vez con Xena, en aquel campo de Poteidia..."

– ¿Qué? Eso es el principio de todo... ¿piensas narrar todo lo que hemos hecho hasta ahora, hasta que llegamos aHierakómpolis?

– No. Creo que voy a hacer una antología. Perder la memoria me ha hecho ver que los pergaminos son demasiado objetivos.Necesito volver a contar los momentos que nos llevaron a lo de anoche, pero tal y como los sentí, no como los sintió unnarrador.

– Uh. Está bien.

– El sol está precioso.

– Tú estás preciosa.

– Mmm... eso me recuerda a algo.

– ¿A qué?

– Sí hay un principio para la historia de Hierakómpolis...

– ¿Y cuál es?

Gabrielle asintió y rodó a un lado de su amante. Con su mejor voz de narradora, enunció cada frase como un pergamino yaescrito...

– "Dos figuras femeninas caminando sobre las dunas doradas del desierto, nadie en kilómetros a la redonda..." –la bardo sedetuvo, y miró a Xena, observándola, rostro con rostro–¿por qué me dabas la razón?

Xena sonrió besando a su expectante bardo en la frente.

– Tú también me lo dijiste. Mi corazón callaba lo que mi razón negaba. El corazón tiene razones que la razón no conoce: micorazón te tiene a ti.

Gabrielle sintió su corazón propio derritiéndose en el abrazo confortable con su guerrera.

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– Continúa –pidió Xena.

Hubo un suspiro en la figura que yacía sobre su pecho, después, la historia comenzó a cobrar vida de nuevo: – "Su paso eraconstante, decidido, pero ambas comenzaban a notar las primeras sombras del cansancio..."

Las primeras formas del sol han comenzado a hacer líneas suaves sobre su rostro, que lo perfeccionan más, si es que puedemejorarse lo que ya es perfección. Está desnuda. Me sonrío ante eso, y es que me lleno de orgullo al pensar que eso es porculpa mía. No sé si es ser egoísta o sólo feliz.

Ayer casi la pierdo. Y ahora, no hay ni duda, ni miedo, ni pudor. Ya no puede haberlo. Otra línea más del sol vaga sobre sucuerpo...

Mejor cambiar de tema y volver la mirada a este cuaderno.

Antes me preguntaba hasta qué punto las vidas de Xena y Gabrielle eran paralelas a las nuestras. Ahora comienzo aasustarme de la verdad.

Sobre este escritorio viejo de madera en el que contemplé a Harry durante tantos veranos, yacen un polvoriento ejemplar dela Biblia, este cuaderno y mi bolígrafo, y un pergamino en lengua griega de más de dos mil años. Cuando llegué a París,depués de haber encontrado el pergamino, lo leí una y otra vez, lo traducí miles de veces antes de convencerme de larealidad. La Profecía lo narra todo. Cada sentimiento de Gabrielle, cada sentimiento de Xena. No es una historia de odio, nide seres que vinieron y habitan entre nosotros, ni de la creación de un Imperio, ni del nacimiento de una religión. Es unahistoria de amor.

Y costó todo mi coraje correr hacia Nueva Orleans con la reproducción del traje amazona de Gabrielle y la yegua revoltosadel primo Chester que yo había insistido en llamar Argo.

Y de nuevo me encuentro como al principio. Xena y Gabrielle eran amantes. Cuando fui capaz de darme cuenta de eso,cuando cada parte de mi mente logró encajar piezas y formar la obra completa, fui capaz de ir allí y sacar a Melinda deaquella pesadilla que había estado soñando toda su vida: que los demás la convirtieran en lo que ella no quería ser, en loque sencillamente, se esperaba que fuera.

Ahora sigo haciendo esta traducción, como regalo para cuando Mel despierte. Pero creo que coincidirá conmigo en que elmundo, aún no está preparado. No cuando los nazis siguen ahí fuera, y no cuando cada mano negra quiere cernirse sobre laHistoria moldeándola a su gusto. Si permitiéramos que esto fuese profanado, o que cayera en las manos indebidas,estaríamos traicionando el espíritu de Xena y Gabrielle, de por lo que luchaban, o de esa Matriz que reposa en el fondo de laTierra velando por unos humanos que ni siquiera se lo merecen. Porque Mel también me lo ha dicho... ha estado escribiendodesde que nos separamos. Durante los años en que la Matriz ha tendido que adaptarse a la selección natural, ha tenido queanalizar y buscar soluciones a los problemas de la tierra, a sus habitantes, también, y todo el mal del futuro puede sersolucionado con lo que hay en la mente de Melinda, con lo que día a día escribe sin tan siquiera tener conocimientos dequímica o física. Pero ahí quedará escrito, para cuando el mundo... esté preparado.

Está despertando, y está preciosa. Ha susurrado algo. Creo que es un "ven aquí". En fin, no pienso defraudarla. Ni ahora, ninunca. Mel me tiene aquí para el resto de la eternidad. P.D.– Ya creo en princesas de cuentos de hadas.

En la cabaña de Harry, Nueva Orleans, a 18 de septiembre de 1941. J.C.

Janice Covington se levantó para obedecer la orden, regresando a los brazos de Melinda, en la cama.

Sobre el escritorio, una brisa suave entró por la ventana. El ejemplar de la Biblia que jugaba con el viento con hojasinquietas, se detuvo en una página que rezaba:

Libro de Ruth–1:16–20

Y dijo Ruth: "No permitas que te abandone, ni que deje de seguir tus pasos. Pues dondequiera que vayas, iré; dondequieraque mores, moraré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios. Donde tú mueras, allí también quiero morir yo y serenterrada"

Las palabras resumían con cierta exactitud los eventos de cuatro vidas paralelas tan fundidas como almas gemelas, pero aúnasí, una aclaración voló en el eco de la Historia y el tiempo:"Incluso en la muerte, Gabrielle, jamás te abandonaré"

FIN

La Dulce Nota Final de Servidora: ¡Oh, hemos llegado hasta aquí (por fin)! Una pequeña idea en mi cabecita se haconvertido en el gigantesco bicho que acaban de leer.

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Mi principal objetivo era buscar desafíos que supusiesen un reto distinto para Xena y Gabrielle, pues comenzaba a cansarmede verlas tanto en TV como en fanficción lidiando siempre con dioses o malos de turno. Precisamente fui a encontrar en elcielo, aunque no mitológico, una buena fórmula con la que mezclar mi xenitismo: ¡la astronomía y los OVNIS me hanfascinado desde niña! Creo que ha sido una buena combinación. Otra pega era la subtextualidad, y lo más difícil creo que hasido esto, dado que por más que he tratado siempre de imaginarme una escena "real" y "lógica" en la que supuestamente Xy G se confesasen amor mutuo, nunca me las creía, y lo mismo me pasaba con las de fanficción. Que conste que esta quehe escrito tampoco acaba de convencerme, pero, al fin y al cabo, de alguna forma tiene que ser. También llevé durante todoel proceso la norma de conservar el espíritu de la serie, tarea arduo complicada, por cierto, y que no sé si he logrado cumplircon eficacia. En cualquier caso, el fanfic es mi primer intento largo y está muy lejos de conseguir la perfección... Soy unaindecisa criminal al escribir, pero sé lo que me gusta cuando leo, por lo tanto, espero que al menos el/la lector/a hayadisfrutado tanto o más de cómo yo lo hice escribiendo esta historia. ¡¡Sean felices!! ;–)

Sinceramente suya, la autora. DISCLAIMER FINAL: Todo parecido entre cualquier bicho alado con forma humana (alien en busca de inteligencias sublimespor la perpetuación de su especie), y un cruce entre el pequeño Destructor (alegría y orgullo de mami Hope), y elDepredator que persiguió a Arnold Schwarzenegger a través de la jungla, es pura coincidencia.

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Capítulo IV: Nous voulons. El tiempo lo resiste todo, pero las pirámides resisten el tiempo"

– Proverbio Árabe Madrugada del 6 al 7 de junio de 1941. Campamento Arqueológico en las inmediaciones de lapirámide de Keops.

En el interior de una tienda Edith Piaf sonaba tan desgarradora como siempre, en su francés melancólico. Mas nadie parecíaestar prestándole mucha atención.

– ¡¡Pero eso es ridículo!!

– ¡¿Por qué?!

– Janice, no es que quiera contradecirte ni hacerte rabiar, pero... lo que... lo que propones es sencillamente... bueno,¡sencillamente va contra todo lo enunciado por la ciencia!

– ¿Crees que no lo sé? También es difícil de creer para mí. Sé que suena... increíble, pero ¡no hay otra manera deexplicarlo! Mel, hemos analizado los pergaminos, los hemos leído y traducido una y otra vez y ¡hemos encontrado a César yCleopatra, a Ulysses, a Homero, a David y Goliath, y a Hipócrates en el mismo tiempo real: y dios sabe cuántos otrospersonajes más! Esto haría cambiar radicalmente nuestro concepto del tiempo y del espacio.

Un largo silencio sobrevino en la tienda de la señorita Pappas. Mel estaba sentada en la improvisada mesa. Sus manosinfantilmente colocadas sobre la mesa, y sobre éstas su barbilla, descansando. Era de noche, bastante tarde de hecho, ytenía puesto uno de esos relucientes camisones tan típicos de ella: muy femeninos y definitivamente horteras. Por encimaestaba cubierta con una bata rosita que casi dolía mirar. Janice, todavía sucia del trabajo, daba vueltas caminando, con suseternos pantalones y la camisa remangada, el pelo recogido en una coleta descuidada, y el sombrero descansando encima dela cama.

– Pero ya no se trata sólo de la Historia, ¿verdad? –dijo Mel susurrando.

– ¿Qué?

Melinda Pappas se levantó de la mesa y caminó hacia Covington. Cruzó los brazos en su pecho y frunció el ceño.

– Tu padre se pasó toda la vida buscando los pergaminos. Tú continuaste su trabajo y lo lograste – dijo sonriendo, sinesconder su orgullo– Pero ahora... ¿ahora por qué no conformarte con los pergaminos y enseñárselos al mundo? Cuando elmundo esté preparado, claro –eso era una referencia a los nazis– Se trata de tu sangre, ¿verdad? –por fin acertó a decirMel.

Janice evitó la mirada de su amiga y caminó hacia el otro lado de la tienda con la mirada en el suelo, las manos sobre lacintura.

– Esto no tiene nada que ver con mi padre, Mel. Si piensas que...

– No estoy hablando de tu padre.

Covington se paró en seco. Miró a su colega como no lo había hecho nunca antes: la miró tratando de descifrar sus palabras.Y Mel no sonreía, sencillamente. Era la primera vez que tenía una conversación con ella en la que Mel no sonreía. Avanzóunos cuantos pasos, aunque todavía guardaba la distancia entre ellas.

– Estabas tan convencida de que eras descendiente de Xena, que... de repente... de repente... –Mel tuvo que parar yseleccionar sus palabras. Al final optó por una pregunta– ¿Te sientes responsable de Gabrielle, no es cierto?

– ¿Qué? No seas...

– Te sientes responsable de hacerla importante. De probar que era importante... de probar que eres útil.

– Eso no es cierto –Janice susurró muy seria.

– ¿Ah, no? ¿Entonces por qué desde que te conozco tratas de perseguir una especie de amanecer a través del mundo, eh?¿Entonces por qué dejas que todo el peso de todo lo que va mal en todo este maldito planeta caiga sobre tus hombros, eh,Janice? ¿Entonces por qué demonios te sientes responsable de cada error de los que te rodean? –Mel se acercó y colocó lasmanos sobre los hombros de su compañera.

– ¡Mel, basta ya! –Janice evadió a su amiga.

– ¿Recuerdas de lo que hablamos la noche del día en qué nos conocimos, en el coche, después de lo de Ares y Xena?¿Recuerdas que no tardaste ni cinco minutos en comenzar a hablarme de tu madre y de tu padre, y de cuando ella osabandonó? –Mel trataba de seguir a Janice que se movía por toda la habitación nerviosa como un niño mientras su amiga lehablaba.– ¡Es cierto, Janice, maldita sea! ¡Tienes que dejar de sentirte responsable de los demás!

Dicho esto, Mel se acercó rápidamente y trató de tocar a Janice en el hombro, pero su tacto pareció un balazo que desató enla arqueóloga una rabia contenida y, con los ojos enfurecidos, empujó a Mel de tal manera que ésta cayó al suelo sin opcióna agarrarse a algo, mientras Janice, no siendo consciente de lo que hacía, gritó abriendo una herida demasiado vieja que aúnno había cicatrizado.

– ¡¡No!!

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Page 38: La profecia de Ellie

El grito de Janice resonó en todo el campamento.

Mel estaba en el suelo, inmóvil. Janice con la respiración acelerada, el corazón golpeándole el pecho, la mirada perdida enotro tiempo en el que era una niña y se juró a sí misma no permitir que los fuertes oprimieran a los débiles. El tiempo enque se convirtió en una niña sin madre. Poco a poco, comenzó a regresar de sus sueños. Y entonces vio lo que había hechoy se sintió con ganas de suicidarse allí mismo. Tan rápido como pudo se echó sobre Mel intentando ayudarla a levantarse.Estaba enroscada como una pelota, con la cara escondida bajo su largo pelo negro.

– Mel... Mel, Dios, tesoro... lo siento... perdona, yo no quería...

Janice recibió un fuerte manotazo en el brazo con el que trataba de ayudar a su amiga. Sorprendida, se retiró un paso atrásy esperó al siguiente movimiento de Melinda.

– Déjalo –dijo ella.

Entonces se incorporó y sin mirar a Janice fue hacia la cama y comenzó a prepararse para dormir. Janice sintió que tenía elcorazón destrozado. No tenía la necesidad de consolar a Mel, tenía la urgencia de consolarse a sí misma.

– Mel. Por favor. Escúchame –trató de enmendar conciliatoriamente mientras se aproximaba despacio a la cama.

– Déjalo. –volvió a decir Mel. Parecía que se aferraba a esa palabra.

Después se oyó un gran sorbo, y Janice supo que Mel estaba llorando. Y no sabía qué hacer. ¡Idiota, idiota, idiota!Mentalmente, Janice hizo un apunte para ponerse una nota en la frente que pusiera "Dame una patada en el culo". Decualquier forma, estaba segura de que esta noche no iba a pegar ojo. Mel habló por fin, para decir únicamente un llorosoaunque contenido:

– Buenas noches, Janice.

Covington permaneció allí de pie un largo rato después de que Mel apagara su lámpara, mirando hacia la oscuridad queantes había sido la figura de su amiga. La oía respirar, y era muy irregular. Sabía que eso era causa de los sollozos. Cuandocomenzó a sentirse a sí misma llorando, salió de la cabaña tan rápido como sus piernas fueron capaces de llevarla.

– Buenas noches, Mel.

Edith Piaf llegaba a su fin en el tocadiscos de Mel, una canción más en la que su amante la había dejado para siempre.

Lo que ni Janice ni Mel advirtieron fue que sobre la mesa se quedaron sus hipótesis, sus descubrimientos y razonamientos.Un montón de papeles amontonados que hablaban de pergaminos, de reyes, y del camino de dos mujeres. El descubrimientode Harrer esa mañana había sido en parte la causa de la disputa entre las dos. Una vez estudiados los jeroglíficos de aquellaparte de la pirámide, fueron conscientes de que se trataba de una compilación de todas las dinastías faraónicas de lahistoria, de una especie de manuscrito antológico, calco del que había realizado Manetón, en el 300 a.C. Pero la parte en laque se hablaba de la fundación de Egipto, aquella en la que se decía cómo los nómadas se vieron obligados a abandonar eldesierto alrededor del año 5000 a.C. por culpa del traslado del clima monzónico al sur del continente, de cómo se habíanasentado a orillas del Nilo, y de cómo se había fundado así Hierakómpolis, la primera aldea de Egipto... aquella parte de laHistoria tenía algo extraño. Al principio, existían pueblos diferenciados: el Bajo Egipto ocupaba los más de 150 kilómetros dedeltas en la desembocadura del Nilo. El Alto tenía su sede en Hierakómpolis. Se decía que el primer rey, Nemes, era a su vezel rey Narmer de Hierakómpolis. Narmer aparecía representado en los jeroglíficos de la pirámide, a punto de golpear a unesclavo en presencia de Horus, dios del sol naciente con forma de halcón. En esta representación llevaba una corona blanca,en forma de bulbo. Al lado de este dibujo aparecía de nuevo Narmer pero con una corona roja con una gran lenguaenroscada en su parte superior, llevando a unos prisioneros para ser decapitados. Entonces era cuando se hablaba de launión del Alto y Bajo Egipto, de la unión de ambas coronas, que se representaba por medio de dos leones con sus cuellosentrelazados. Y después era cuando las cosas se tornaban aún más extrañas. Se hablaba del templo de Hierakómpolis, delas estrellas, de objetos en el cielo. De dos mujeres: de visiones del pasado y del futuro. Por alguna razón se les habíadiferenciado: una de ellas era la fuerza, otra, la inteligencia. Y esta última era un guía, algo así como un espíritu celestial quehabía venido a salvar... a un pueblo. Pero no era el pueblo de Egipto.

Y luego simplemente aparecía el chakram. Aquí las interpretanciones se volvían extrañas. Janice tenía una corazonada. ¿Y side la misma forma que los leones con sus cuellos entrelazados eran la representación de la unión de dos reinos, el chakramfuese la unión de algo, el vínculo entre alguien? ¿Si no, por qué estaba allí el chakram tras la historia de las dos mujeres? Yde ser así, ¿un vínculo entre quién? Sabían que el chakram era de Xena, ¿pero estaban hablando realmente de Xena yGabrielle? Lo que es más, Janice insistía en que esto podía cambiar totalmente la visión del mundo antiguo, e incluso delmoderno. Todavía seguía resentida por no poder mostrar al mundo los pergaminos. No por ahora. Estaban mejor allí, en eldesván de Jack Kleinman, su amigo vendedor de cepillos en Detroit, a salvo de las manos nazis. Lo que ellas tenían erancopias. Pero el mundo debía saber. Y si su instinto estaba en lo cierto, Janice quería ir al emplazamiento de Hierakómpolis yllegar al fondo del asunto. Mel, no obstante, aún no daba crédito a todo lo que veía o su colega le decía.

Todo parecía transcurrir en el decurso de las vidas de Xena y Gabrielle. Y Gabrielle era la bardo. Les había costadodescubrirlo, pero tras hallar el pergamino que hablaba de la Academia de Bardos de Atenas, no hubo lugar para la duda: erael único que estaba en primera persona, y la narradora era Gabrielle. Quizá había escogido aquel en concreto para narrarlodesde un punto de vista subjetivo por su devoción a contar historias, cosa que denotaba en cada línea de sus sentimientosen aquel pergamino. Janice se sabía de memoria cada palabra. Fascinada por su interacción con Homero, con los grandesbardos... Fascinada también por el talento de su antepasado. Fascinada por la profunda camaradería que Gabrielle expresabapor Xena. Bien era cierto que Xena apenas aparecía narrada en tiempo real, salvo en retrospectivas o en el principio y final,pero Gabrielle analizaba y escribía de sus pensamientos sobre ella durante todo el relato. Janice había aprendido a respetarasí a su antiquísima tatarabuela, a no pensar en ella como la inútil segundona de turno. Pero no pensaba permitir que nadiesupiera de su identificación con ella. Eso no. Ni siquiera Mel, aunque, parecía ser que ya lo había intuido.

Mucho mejor que Homero, mucho más explicativa, mucho más concreta. En el fondo Mel tenía razón. Janice se sentíaresponsable de Gabrielle. Desde lo que le dijo Xena, que Gabrielle no era ninguna inútil, que era para ella más importanteque cualquier otro vínculo. Desde entonces, Janice soñaba con hacerle justicia y dejar que una mujer entrara en la historiacomo el mejor bardo de todos los tiempos. Cuántas mujeres habrá habido cuya obra haya sido sepultada o usurpada por los

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varones, con menor o ningún talento. Cuántas mujeres habrán callado en silencio sin reclamar su puesto en la leyenda. Parahacerle justicia a todas.

Cuando Janice caminaba hacia su tienda esa misma noche, con los ojos llorosos, las manos en los bolsillos, y el ambientecálido, alzó la vista al cielo al oír pasar una brisa suave que quiso jugar un instante con el pelo tras sus orejas, y que leprovocó una sonrisa tonta. Recordó a su padre, alzándola en brazos, con seis años y medio, soplándole en las orejas parahacerle cosquillas. Más lágrimas atacaron.

Miró a sus espaldas. La tienda de Mel. Y más allá, la majestuosidad de las pirámides.

– Os envidio –dijo, hablando con ellas.– Vosotras hacéis lo que yo sólo puedo imaginar... –se giró, y terminó la frase deespaldas a la morada de los grandes faraones– ... presenciar la Historia.

Y al estar allí, mirando al cielo, lanzó una pregunta a su antepasado, mirando hacia aquella constelación en forma de pez dela que había oído hablar en uno de los pergaminos de Gabrielle, una constelación que quizá ella y Xena habían puesto en elfirmamento.

– ¿Qué hicisteis aquí, eh? ¿Qué pasó en Hierakómpolis que tiene que ver con el cielo?

Sólo la brisa juguetona contestó.

Janice se sonrió a sí misma, y entre esa mezcla de amargura y felicidad estúpida y repentina, se internó en su tienda,dispuesta a no dormir para pensar en su vida, y en si se sentía responsable de los demás.

Lo que Janice no echó en falta cuando se acostó fue su sombrero. Sombrero, por cierto, que se había quedado sobre la camade Melinda Pappas. Sombrero al cual durmió abrazada Mel. Durante toda la noche.

Capítulo V: Sacrificios

Si encuentran ustedes este mundo malo, deberían ver alguno de los otros"

– Philip K. Dick – Antiguo Egipto–Cercanías del Templo del dios Horus. Hierakómpolis.

El sol estaba a punto de salir, pero las calles sólo eran por ahora un amago de lo que serían a media mañana. Unos cuantosartesanos trabajaban con las puertas de sus negocios abiertas, alfareros llevando y trayendo materiales. Hierakómpolis era laciudad de la alfarería.

– ¿Falta mucho?

– No. Un par de calles. Recuerda lo prometido.

– No te preocupes. No pienso escandalizar a ningún rey. Si ella está bien, soy capaz de hacer lo que quieras: como si tengoque correr de aquí a Maratón.

– ¿Qué?

– Nada.

Xena caminaba junto a Etreum, la mujer que la había recogido en la calle y curado su herida tras el incidente de loshombres de túnicas negras que se habían llevado a Gabrielle. Etreum llevaba un paso más lento, Xena iba delante tratandode acelerarla y resoplando cada vez que se metían en una nueva calle. La mujer castaña iba cubierta con una túnica marrónde pies a cabeza. Según le había contado a Xena, ella no tenía muy buenas relaciones con el resto de la ciudad, en especialcon los encargados del templo.

– ¿Quién dijiste que lo utilizaba? –dijo Xena.

– Es un templo dedicado al dios Horus, el "patrón" de la ciudad, por así decirlo. El rey Narmer suele ir a diario, para asistir alos sacrificios que se ofician a Horus.

Xena se congeló.

– ¿Qué tipo de sacrificios? –preguntó con un claro tono de inseguridad.

– Tranquila. –Etreum sabía lo que Xena había pensado.– Sólo animales. O por lo menos, eso es lo que nos quieren hacercreer.

Xena frunció el ceño y paró de caminar. Recorrió con la mirada a su guía, y llevó sus manos a la cintura.

– Hay algo que me estás ocultando algo, ¿verdad? –dijo con su mejor tono guerrero.

– No. Sólo te digo lo que veo.

Lo que ve, pensó Xena. Ya no era la primera vez que utilizaba aquella frase. Sólo lo que ve. Extraño.

Siguieron caminando.

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– Ahí lo tienes –por fin anunció Etreum.

No era un templo hermoso, ni bonito, ni tenía un halo de divinidad a su alrededor, ni siquiera resultaba imponente, aunqueera de unas dimensiones considerables. Horus se erguía al fondo, una gran estatua que parecía de oro macizo. Yo eso lo hevisto antes, pensó Xena. Había banderas colgando de su fachada de piedra con detalles de más halcones y lo que debía serNarmer. Las banderas eran de colores oscuros: púrpura, negro, marrón. Todo ello parecía contribuir a un conjunto triste, unavisión depresiva y gris que hacía sentir al espectador unas irrefrenables ganas de poner distancia entre él y este templo, o almenos, lograr apartar la vista.

Lo cierto es que desde su posición se podía contemplar toda la ciudad. Xena no sabía si es que era su estado de ánimo osimplemente la realidad, el caso es que le resultó un templo, por decirlo así, feo. Muy feo.

¿Pero no resultaban acaso todas las cosas más horribles que antes, si no tenía los ojos de Gabrielle a su lado para enseñarlela belleza de las pequeñas tonterías?

– No es ninguna maravilla –dijo la guerrera con algo más que desprecio.

– No. Pero las maravillas, no se encuentran en su exterior –decía sonriendo Etreum mientras caminaban hacia la puerta–Sinoen el interior.

Etreum abrió el gran portón. Le costó. Era un arco inmenso. El chirrido de su movimiento resonó en todo el templo. Pero losque se encontraban en su interior, acostumbrados ya a aquel ir y venir previo al amanecer, no hicieron caso alguno. Xenapudo comprobar que efectivamente, el aspecto interior no era para nada como el externo. Lo que probablemente loembellecía más era una gran pila en su centro, una especie de pequeña piscina, en forma de media luna, que parecíacontener un agua que resplandecía luz y juguetones destellos por todo el templo. El agua cubría a la altura de las rodillas, yla imagen era hermosa, bastante más reconfortante que las figuras distantes de su fachada.

Etreum tomó a Xena de la mano, cosa que sorprendió bastante a la guerrera, aunque comprendió que debía dejarse guiar,puesto que no conocía nada sobre el protocolo de aquel lugar. La mujer fue saludando a los distintos ciudadanos que seencontraban allí en la lengua autóctona. La mayoría eran sirvientes del rey, según había indicado Etreum, que ibaexplicándole todos los detalles a Xena, con susurros, por supuesto. El silencio era uno de los requisitos en el templo. Laspuertas fueron cerradas entonces, y Etreum dijo que ahora se iba a iniciar la ceremonia diaria de la purificación por parte delrey. Se cerraban las puertas para que no entrase nadie más, y sólo se podía salir cuando acabase la ceremonia, que sería enel momento en el que el sol ya hubiese aparecido completamente, por encima de las montañas, tras el amanecer.

Xena y Etreum se colocaron en el lado opuesto del templo, frente a la piscina. Eran unas de tantos ciudadanos que sólo ibancomo meros espectadores. La gente se agolpaba a ambos lados de la piscina.

Y entonces fue cuando ocurrió algo mágico.

El templo estaba sostenido por seis grandes columnas, revestidas de un material azul brillante. La cúpula del templo teníaformas extrañas en sus cristales, pero más festivas y raras eran las ventanas que adornaban las paredes, que hastaentonces no habían contribuido con su luz a iluminar el interior. Los rayos del sol llegaron al templo. Primero, Xena observóentrar tres líneas de rayos distintas por la ventana de la pared más grande, la que tenían frente a ellas. Aquellos rayos sefundieron en uno cuando atravesaron el ojo de Horus, una representación dibujada en aquel mismo ventanal. De allívolvieron a disiparse en tres y se reflejaron en las columnas de enfrente, cada uno en su respectiva.

Xena giró la cabeza y comprobó que estaba ocurriendo lo mismo en su lado. Fue entonces cuando se concentró en aquel ojode Horus, dando la espalda a la piscina, al otro ventanal, y a Etreum. Yo eso lo he visto antes...

Su rostro era moreno, sus ojos oscuros, perilla negra, y en el brazo que quedó desnudo cuando subió a Gabrielle, un tatuajeque parecía la forma de un halcón. Pero su cara...

Xena sintió un mareo. No se había dado cuenta antes, lo había tenido todo el tiempo delante y no se había dado cuenta...sintió un tirón en su mano, y se giró aún embelesada por sus pensamientos, siguiendo con la mirada el brazo que sostenía.Por un momento había olvidado la realidad y creyó que aquel calor en su mano, aquella piel que se sostenía contra la de ellaera la de Gabrielle.

– Mira esto.

Pero no era así. Xena asintió con la cabeza, aunque no sabía lo que le había dicho la otra mujer. Todavía estaba sumida,navegando en sus sueños.

Te echo de menos. Fue un llanto, un grito de un corazón roto, una súplica, y una esperanza, todo ello en un únicopensamiento. En una única pero dolorosa forma más de aflicción que pesaba como una prenda mojada sobre su conciencia.

Te echo de menos.

Cánticos desconocidos la sacaron de aquel viaje hacia sus adentros. Los viajes podían esperar, ahora. Xena observó a lagente quedarse inmóvil, la mano en la suya se tensó. Comprendió entonces que no debía moverse. La gente a su alrededorentonaba una melodía monótona de relajación, aunque sonaba a los oídos de la guerrera como una armonía carente degracia. Mientras los demás parecían tener sus cabezas agachadas, concentrados en la oración, Xena observaba con elsentido de asombro de un niño. De un niño huérfano, pues su auténtica familia estaba ahora fuera de su alcance. Losdestellos que emanaban del estanque artificial volaban reflejándose en las enormes columnas que a su vez enviaban losrayos del sol a él. Entonces Xena cayó en la cuenta de que las columnas estaban hechas de algún material brillante parecidoal cristal que teñía la estancia del color que se reflejase sobre ellas. El templo vibraba en tonos azules en ese momento, conel fondo de la piscina siendo proyectado hacia las columnas. Ella misma no lo notó, por supuesto, pero un observador ajenohubiese dicho que el ambiente azulado del templo hacía un hermosísimo juego con los ojos de Xena.

Fue entonces cuando justo enfrente de donde se encontraba, la guerrera vio abrirse una puerta con dibujos exóticos deadornos en oro. Los halcones parecían estar en todas partes. De la puerta salió una gran comitiva de lo que parecíansirvientes, sacerdotes y concubinas. Más allá, se adivinaba la tela roja resplandeciente de un manto real.

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Mientras la muchedumbre se regocijaba en las vistas únicas de aquel gran espectáculo de majestuosidades, Xena se hartabadel mismo empacho de egocentrismo que había visto ya en tantos reyes y reinas. En todos, salvo en cierta Reina Amazona.

– Ese es Narmer.

Con la voz de Etreum, Xena volvió del nuevo viaje que comenzaba en su mente, y es que cada vez que bajaba la guardiavolvía a las nubes pensando en Gabrielle. Miró frente a sí para observar detenidamente al hombre soberano de aquellastierras. Arropado con el manto rojo abierto, el bronceado cuerpo del rey era joven, musculoso, su torso casi desnudo, apenascubierto con un collar, sus piernas prácticamente al descubierto por el pequeño atuendo egipcio que las tapaba. En sucabeza, una extraña corona en forma de bulbo, blanca. Su cara, de profundos ojos negros a juego con los tonos de su piel.Fue liberado de su manto rojo por sus sirvientes. Alzó las manos, saludando a su pueblo. Todos los hombres y mujeres searrodillaron al instante, todos cogidos de la mano. Eso Xena no se lo esperaba, se cayó de narices al suelo. Cuando logróapenas colocarse de rodillas, tuvo un pensamiento compartido en alto para su nueva amiga:

– Gracias por avisar. –murmuró a Etreum.

– Lo siento. Había olvidado esta parte –aunque la mujer se disculpaba, parecía realmente divertida.

Xena siguió con ojos atentos cada maniobra del soberano Narmer. Lentamente, se introdujo en el pequeño estanque.Ayudado por sus mujeres y concubinas, con sensuales movimientos fue mojado en el agua desde los hombros a los pies.Entonces, con un gesto dominante mandó retirarse a las mujeres, quedando él solo en mitad de la piscina.

Los cánticos de la gente se incrementaron, el ambiente se enrareció. Otra puerta dorada se abrió frente a Narmer, que teníaahora sus brazos en alto, sus palabras clamando al cielo, a Horus. Un sacerdote apareció con otra comitiva de hombres. Deasombrosa delgadez, largas y grises barbas, vestido en un atuendo ceremonial excesivo, con un cayado de oro en su mano,saludó a Narmer con lo que Xena dedujo como una bendición. Se dirigió al altar, recto y solemne.

– Ahora el sacerdote va a realizar el sacrificio en nombre de Narmer para Horus –dijo Etreum al oído de Xena.

La guerrera no apartó la vista del sacerdote.

– ¿En nombre de Narmer? –Xena frunció el ceño– ¿Y qué hay del resto del pueblo?

La mujer a su lado suspiró profundamente.

– Ya te he dicho que aquí el rey es el único con espíritu...

En ese momento la comitiva que seguía al sacerdote apareció con un pequeño carnero, y Xena supo exactamente qué iban ahacer con él. El sacerdote comenzó a hablar mientras el animal era atado al altar. Etreum se encargó de traducir para Xenalas palabras del oficiante.

– Éste.. es el que da la vida... –el sacerdote señaló la imagen de Horus– Éste es el que la permite... –indicó a Narmer– paratodo aquello... que los dioses... nos regalan... nosotros debemos... –alzó la daga– entregar lo que amamos... y honrarlos...con la sangre... –y la hundió en el pecho del animal.

Xena había estado presente en muchos sacrificios, antes. Sacrificios que estaban enterrados en la mente, que aún, muy devez en cuando, venían a cazarla por las noches...

El lugar donde todo empezó. El interior de un templo tenebroso, lejos de casa. Su vida, su alma, llorando con las manosensangrentadas. La inocencia de sangre perdida. Manchada para siempre. Su rabia creciendo, y el profeta del mal, elcausante. O quizá fuese ella.

– Por cierto, gracias por Gabrielle.

– No tengo ni idea de a qué te refieres...

– Mira en tu interior. Tú la trajiste aquí, tu odio hacia César, tus ansias de derrotarle te trajeron: Dahak te agradece eseodio.

– Xena, siento un gran dolor.

– ¿Qué?

– Todo ha cambiado. Todo.

– Tranquila... todo irá bien. Te lo prometo.

– Gabrielle, quédate aquí...

– Ni hablar. Después de lo que hemos pasado, pienso estar contigo.

– Entonces una cosa. Cuando me haya ido, no debes sentir culpa.

– Xena...

– Escúchame. Sé que ambas hemos estado muy confusas últimamente, pero quiero que sepas que sigo pensando que eres lomejor que me ha pasado nunca. Tú le has dado sentido y alegría a mi vida... Siempre serás parte de mí.

– Si Xena mata a Hope... Xena... morirá.

– Ya sabes lo que hay en juego: Xena está en tus manos.

Como una brisa, sin tiempo a reaccionar, un último pensamiento para ella, y la intención decidida de hundir la daga en laasesina de su hijo. Pero, como una brisa, sin tiempo a reaccionar, un grito detrás de ella que clamaba otro nombre pero

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significaba otra cosa.

– ¡Hope!

Perdón, duda, dolor, redención, amor... todo en una mirada. Como si no hubiese nadie más, como si aún tuviesen tiempopara decirse tantas cosas antes de caer a un foso de lava... pero no había tiempo. Así que, todo fue en una mirada. Quisogritar todas aquellas cosas, pero en vez de eso, sólo consiguió arrancar el sonido más hermoso que conocía.

– ¡Xena!

Quizá el dolor de la caída, quizá el paso a los Elíseos, quizá la pérdida de consciencia, pero el caso es que por un instantecreyó oír retornada su súplica en forma de sollozo ahogado:

– Gabrielle...

– ¿Xena...? ¿Xena, estás bien?

– ¿Qué?

– Te has ido... de repente... No sé, parecías en otro mundo.

– Uh, lo siento. Me he... bueno...

– Ya. Tranquila.

– ¿Qué están haciendo?

– Ahora la sangre del carnero es derramada en el estanque, para la purificación de Narmer.

– ¿Purificación?

– La forma suave de decir que un soberano queda libre de todo pecado.

– ¿Los dioses favoreciendo al poder, eh?

– Eso mismo.

– Me suena bastante.

– He oído historias sobre tu poder para acabar con los dioses... ¿es cierto?

– No creas, ni lo que oigas, ni lo que veas, ni lo que sientas.

– ¿Por qué... eh... a qué viene eso?

– A que todos podemos vivir la misma situación, y contarla desde puntos de vista muy diferentes.

La sangre del carnero fue derramada en el estanque. El agua se cubrió de un rojo muerte, el cuerpo de Narmer fundiéndosecon el líquido. La siniestridad apoderándose de cada rincón de la luz. Las líneas del agua devolvieron los destellos a lascolumnas, que los reflejaron sobre las vidrieras. El templo se tiñó de rojo y Xena sintió un escalofrío de estremecimiento,ante la rapidez con la que un lugar apacible se había vuelto endemoniado. Entonces el estremecimiento se volviósobrecogimiento, y esto a su vez se convirtió en pánico. De qué, eso no lo sabía, pero lo tétrico de la situación y el éxtasisde la multitud sólo contribuían a gestar en Xena un creciente deseo de gritar. No era miedo por su vida, de ese nunca losentía, era simplemente un pánico indescriptible, muy parecido a la desesperación. Se volvió hacia Etreum con la miradaaturdida.

– Esto es... –su mente no logró encontrar la palabra.

– ¿Horrible? –Etreum la ayudó– Es lo que solía pensar yo. No sé la razón, pero el caso es que un sacrificio aquí, cuando eltemplo se vuelve del color de la sangre es tan... desagradable...

Etreum no supo cómo ocurrió, ni le dio tiempo a descifrar lo que veía en milésimas de segundo, pero antes mismo de quepudiera acabar lo que estaba diciendo, oyó un grito de batalla y la sombra blanca que era su amiga guerrera voló al centrodel pequeño estanque y saltó justo al lado del rey Narmer, salpicando a todo el mundo. Después, cuando todavía permanecíaatónita, con los ojos desorbitados y la mandíbula caída, oyó la voz imponente de Xena demandar con urgencia una respuestaal mismísimo soberano, sosteniéndole la mirada.

– ¿¡Quién es ese hombre!?

Hubo un murmullo general en el templo y una espesa capa de soldados vestidos de negro salió de la nada desenvainandosus largos sables, mas el rey, todavía con la mirada de sus ojos oscuros en la claridad turbadora de los de Xena, alzó unamano sencilla que dejó muy claro que no quería intromisiones.

– ¿Quién eres, mujer, y cómo osas presentarte de esta forma ante mí? –dijo el rey con un fuerte acento egipcio, noobstante, en un correctísimo griego.

Xena no se hizo esperar.

– Me llamo Xena.

Antes de que la guerrera pudiera continuar, la expresión de Narmer se volvió una carcajada excesiva:

– ¡Oh, ya veo! ¿Xena, la gran Princesa Guerrera? Comprendo... –la sarcástica expresión de Narmer se volvió a enojada–¿Sabes lo que hacemos con los mentirosos en esta tierra? –vociferó.

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– No importa lo que les hagáis, porque yo no lo soy...

Xena levantó sin ceremonia alguna su traje arábigo blanco, dejando ver por un instante la línea perfecta de su piernaderecha, su armadura debajo. Cogió el chakram en un movimiento ágil y rápido, y lo lanzó con la fiereza de cualquier otrabatalla. El objeto voló con un efecto brillante y fue botando de una columna a otra, hasta recorrer las seis, dejando la marcade su filo. Sin más, volvió a la mano receptora de Xena. El murmullo de la gente se incrementó, y Narmer gritó enfadado:

– ¡¡Silencio!! –se volvió a Xena una vez más– Guardias, quiero a todo el mundo fuera.

– Pero, Majestad, el sol aún no ha salido por completo... –un joven sirviente apuntó.

– ¡No me importa! ¡Haced lo que digo!

A Xena no pareció importarle la orden, más preocupada por su pregunta anterior.

– Quiero saber quién es ese hombre –dijo señalando a uno de los guardias del rey.

Los guardias. Xena no los había advertido hasta que Narmer se dispuso a salir del estanque. Fue entonces cuando vio lassombras negras colocadas tras la multitud, fue entonces cuando lo vio, a la derecha de la primera esposa, sosteniendo susable, con una mirada escudriñadora sobre la gente, allí estaba: rostro moreno, ojos oscuros, perilla negra... Horus en unbrazo. Y su cara.

Tuvo que retenerse por dentro para no saltar a su lado y rebanarle el pescuezo allí mismo.

– No sé quién eres, mujer –el rey enunció tajante–dices ser Xena, pero no me creo una palabra, a pesar de tu habilidad conel chakram.

– ¿Cuántas Xenas conoces con uno como este? –la guerrera se impacientó.

– ¡Silencio! –el rey no perdonó la interrupción– En realidad no me importa quién seas. Si quieres que te llamen Xena, así sehará. Si quieres conocer la identidad de mi jefe de guardia –señaló al hombre oscuro– se te concederá. Pero no permitiréque tu cabeza esté por encima de la mía en mi reino, mujer guerrera. Te perdono la insignificante vida que puedas llevar portu condición de extranjera, y tu consecuente desconocimiento de nuestro protocolo, pero en un segundo desacato no seráasí, ¿queda claro?

Xena se sorprendió a sí misma aceptando las exigencias del rey, quizá porque la forma en que hablaba parecía más medidae ilustrada de lo que pensó en un primer momento. Tenía la corazonada de que si seguía correctamente los términos delsoberano lograría mejores resultados en su búsqueda de Gabrielle. Bajó su cabeza con un gesto gentil, afirmando.

El rey se sintió satisfecho ante aquello y lentamente abandonó el estanque. Sus sirvientes corrieron apresurados a taparlocon su manto rojo, ahora haciendo juego con los restos de sangre ceremonial que llegaban a sus rodillas. Serenamente,llamó a su jefe de guardia. El hombre podía notar los ojos de rabia de cierta mujer guerrera sobre cada poro de su piel.Ambos intercambiaron algunas palabras... y Xena se hartó. Avanzó, saliendo del estanque. Desenvainó la espada y sin dejartiempo a reaccionar colocó la punta del filo cortante en la garganta del guardia. Sus dos manos sosteniendo el armafirmemente, los ojos atónitos sobre ella, su voz tratando de no quebrarse.

– ¿Dónde está? –un susurro inintencionado.

El hombre de ojos oscuros conservaba una mirada más serena de lo que cabría esperar para alguien que tiene una espadaen el cuello. Su vista se volvió a su también tranquilo rey, luego de nuevo a la guerrera.

– Eso debes preguntárselo a mi rey –contestó el soldado con una sonrisa frustrante.

Xena sintió la fuerza de sus brazos desvanecerse. Su espada bajó por la inercia de aquel cansancio repentino, y sus ojosbuscaron la figura del rey Narmer.

– ¿Qué? –su voz desconcertada preguntó.

El rey sonrió. Era una sonrisa conocedora, como la de alguien con ventaja, como la de un padre que conoce el siguientemovimiento de un hijo travieso. Era una sonrisa que no gustaba a la Princesa Guerrera.

El sonido odioso de la gran puerta de entrada cerrándose recordó a Xena que no estaban sólo ella y sus problemas enaquella sala. Giró a su alrededor, sobre sí misma, mirando a todas partes. El templo estaba vacío. Tan vacío que uno parecíasentirse comido por la inmensidad.

Y qué error había cometido, pues ahora, sólo un rey y su guardia eran los espectadores de la guerrera. Xena recordó susrazones para estar allí, y retomó fuerzas de su fuente. Pero el ahogado grito desesperado que se advertía en su voz, fueinevitable.

– Yo vi a este hombre clavar su sable en el pecho de mi mejor amiga. Vi cómo le brotaba la sangre, y vi cómo la subía a sucaballo –Xena cerró los ojos un instante ante la pena de la visión regresando a su mente– Quiero una explicación, luego unadisculpa, y después a Gabrielle de vuelta. Si no consigo las dos primeras cosas, no las exigiré de nadie por las malas: si noobtengo la tercera, no obstante...

Con un gesto serio, el rey Narmer asintió ante aquel ultimátum, que sabía, tenía todas las de volverse cierto.

– Comprendo tu enfado... Xena –comenzó el rey–Pero, como bien ha dicho mi guardia Haleb, fue por orden mía que sebuscó a tu amiga.

Xena sintió la rabia revolviéndose dentro de ella.

– Por favor, déjame continuar. –el rey ofreció pacífico, Xena se obligó a permanecer callada– Gabrielle es una elegida. Unaescogida de los dioses. Ha sido seleccionada para una misión y me temo que va a ser imposible que ella regrese a ti: ahorapertenece a algo más grande que su vida... contigo.

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Está viva. Xena no dijo nada. Simplemente miró al soberano. Pasaron algunos minutos, en los que repasó cada momento deldía, cada situación. Se sintió terriblemente cansada, agotada, descorazonada, triste, y enfadada. Harta de la sospecha y ladesinformación, decidió que era hora de abandonar las formas de la sutileza, decidió que era el momento de una venganzaanticipada provocada por la desesperación.

Su grito de batalla hizo eco en el templo. Los ojos se llenaron no de vida, sino de muerte, la visión de la Princesa Guerreraacorralada por su propio pánico deslizándose de un lado a otro, desenvainando a un guardia tras otro. La mayoría eranjóvenes muchachos, caían como moscas sobre el charco sangriento del estanque que antes había sido agua cristalina.Cuando los apenas diez hombres de la guardia real cayeron, ninguno muerto, pero sí con un creciente dolor de cabeza, Xenafue consciente de que quedaba todavía su espina clavada en el corazón. Se dirigió hacia un pasivo rey Narmer, y entonces eloscuro raptor se interpuso en su camino con la espada alzada, pero no en una posición de combate. La voz egipcia delsoberano llamó desde atrás, instando al guardia a retirarse.

– Como dije... –Xena respiraba alteradamente– ... quiero a Gabrielle... de vuelta.

El rey se adelantó a su guardia que no tuvo reparo alguno en permitir a su señor encarar a la furiosa guerrera. Eran gentedemasiado desconcertante, que siempre parecían tener la situación bajo control.

– Ya te lo he dicho Xena, comprendo tus razones. Baja la espada, guerrera, y te llevaré hasta ella –el rey alzó una manoinocente, y de aparente sabiduría–Todo será explicado. Ten fe.

Xena estaba demasiado dolorida como para entender ya cualquier palabra o retener las lágrimas, pero el mencionar ver aGabrielle era demasiado preciado como para dejarse desfallecer ahora. Así que, con una mirada de advertencia sobre untenebroso jefe de guardia real, la Princesa Guerrera siguió al rey de Hierakómpolis, dejando atrás el rojo sangre de unestanque lleno de hombres inconscientes, y sus miedos a perder la luz de su vida. Por primera vez en el día, respiró con unmargen de tranquilidad, y trató de hacer uso del consejo: tener fe.

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Capítulo VI: Rosas, Mujeres y Whisky (¡Hay Algo en mi Bañera!) "Es mejor estar callado y parecer tonto, que hablar y despejar las dudas definitivamente"

– Groucho Marx – Campamento Arqueológico, Egipto, 1941.

– ¡Melinda! ¡Mel... espera!

Los pasos apresurados de Percebal Maxwell sonaron en la arena caliente tras miss Pappas, más ocupada de lo normal.

– Quiero fotos de la parte norte, y de las cámaras de las dos esposas, ¿de acuerdo?

– Sí, señorita Pappas.

Maxwell metió la cabeza entre el fotógrafo y la traductora de una forma estúpida, parpadeando y mirando de uno a otrotratando de descifrar las indicaciones de la mujer al joven. Hacía un sol bochornoso, era media mañana y el olor a tierra, asudor, los ruidos de palas y martillos, de excavadores y recaderos, hacía que Percebal echase de menos Londres.

El fotógrafo se encaminó hacia las pirámides, y Mel Pappas recogió algunos de los planos sobre la mesa situada a pleno sol,frente a Keops. Percebal tardó en darse cuenta de que se encontraba solo, anonadado en el picoteo continuo de algunosexcavadores.

– Hey, ¡Mel!

La mujer iba vestida más informalmente de lo normal, con camisa y falda marrones en una onda más "práctica", con bolsillosde auténtico explorador y algún que otro tajo, estaba incluso más sucia de lo normal. Un día ajetreado. Mel caminabarápidamente cuesta arriba en dirección a otra parte de la excavación. A su lado apareció un jadeante y enrojecido Maxwell.

– ¿Mucho trabajo, eh? –preguntó el hombre.

– No lo sabes tú bien –Mel respondió sin desacelerar el paso ni mirar a su amigo.

– ¿Y Janice? –el inglés recordó algo– Quiero decir... Covington.

– No lo sé –la respuesta de Mel sonó sistemática, tan rápida que fue casi ininteligible.

– ¿Qué? –Percebal no entendió bien.

– No la he visto en todo el día... Tendrá cosas que hacer –Mel se maldijo mentalmente ante el dolor que oyó en su propiavoz.

Su amigo se paró en seco al oír aquello. Con una expresión confusa, soltó un grito extraño:

– ¡¿Pero no sois un equipo?! –el hombre miró a ambos lados dándose cuenta de que estaba hablando muy alto– Quierodecir... la parte de dirigir excavaciones y todo eso... ¿no es cosa de Jan... Covington?

– Sí. Sí que lo es... –Mel sonó distante.

Maxwell frunció el ceño ante el inaudito estado de ánimo de la belleza morena: la tristeza. Desde el funeral del profesorPappas, el viejo amigo inglés de la familia no había visto aquella mirada en la joven.

– ¿Mel...? –fue lo único que dijo.

Melinda se giró de espaldas al sol y a su amigo. Los rayos del sol jugaron en su cabello negro, y de ahí a un instante,Percebal salió de su ensimismamiento en aquel espectáculo divino, avisado por unos sollozos ahogados. El corazón se leencogió.

– Oh, querida... –dijo el hombre suavemente mientras envolvía a Mel en un abrazo– ... ssshhh, no vale la pena, créeme...

– No... –Mel iba a decir algo entre sollozos, pero su voz la traicionó.

Se dejó llevar cuesta abajo de nuevo, no sabiendo ni la razón de su propio llanto, ni importándole siquiera.

Una taza de tila después, con lágrimas secadas por el pañuelo de cierto caballero inglés, Mel se encontraba frente a suamigo, sentados al sol egipcio en una pequeña mesa junto a su tienda. Sabía lo que se le venía encima.

– ¿Y bien, señorita, ahora piensas decirme qué es lo que te aflige tanto? –preguntó Maxwell.

Mel no deseaba sonar evasiva. Colocó su mano sobre la de su amigo y sonrió levemente.

– No es nada, Percie, en serio... nada más que tonterías...

– Algo tiene que ser cuando te pones a llorar en mitad de un día radiante, preciosa.

El silencio se hizo y Percebal deseó poder retirar sus palabras, desalentado por la posibilidad de provocar un nuevo llanto desu amiga. Mel, por su parte, bajó la cabeza y jugó con el pañuelo entre sus manos, deseando evadir de su mente lospensamientos que la acorralaban desde la noche anterior. Entonces fue cuando Percebal no pudo, ni quiso evitar pensar enalto.

– Es una pena que esa Covington no sepa apreciar lo que tiene... –dijo.

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Mel levantó la mirada con los ojos desorbitados. No podía ser, ¿tanto se le notaba? Decidió que era mejor cambiar las cosasantes de que todo se le fuera de las manos. Volvió a sonreír levemente, fingiendo lo mejor posible.

– No es eso, Percie. No es por ella, en serio. Janice y yo nunca hemos estado juntas... de esa forma... –su mente gritaba pordentro, mientras su cuerpo sonreía quitándole importancia– ... y nunca vamos a estarlo. Somos amigas, y compañeras detrabajo –una gran sonrisa final, y todo resuelto–Nada más.

– Oh, en ese caso, pido disculpas –el hombre pareció sonrojarse– Es sólo que di por hecho que vosotras dos... por la formaen que llorabas...

– ¿A qué te refieres? –Mel se quedó intrigada.

– Nada, cosas mías –Percebal sonrió abiertamente– Digo que tu forma de llorar, parece la de alguien con... el corazón roto,o algo... ¡pero bueno, no me hagas caso! –el hombre palmeó sus manos desenfadado e inquirió en otra pregunta–¿Entonces, si no es Janice, qué es lo que te hace sufrir, eh, querida?

– Ya te he dicho que es una cosa muy tonta.

– ¡Razón de más para que se lo cuentes al rey de la tontería!

Mel rió sonoramente. De hecho, ambos lo hicieron. No es que ninguno de los dos fuera el paradigma de la astucia o laagudeza, precisamente. Mel se dijo a sí misma que quizá, en ese caso, ella estuviese más hecha a la medida de Percebal delo que para Janice. Aquello le trajo los recuerdos agridulces de su madre recordándole encontrar un esposo que fuera unbuen partido, y con ello una profunda tristeza de estar predestinada a no compartir su vida con la arqueóloga rubia,ocurriese lo que ocurriese.

– Es sólo que a veces –comenzó Mel– me siento un poco... sola. Desde que papá murió y eso... bueno, Janice es una amigaestupenda, no me malinterpretes... es cierto que era un poco difícil al principio y tiene un genio bastante voluble, pero... –Mel barruntó qué más inventarse– No sé, es como si tuviese miedo de no encontrar nunca a mi alma gemela, de quedarme...sola... –miró a su amigo con ojos meditabundos– ¿Entiendes lo que quiero decir?

Maxwell, perdido en la inmensidad de los ojos azules, las líneas proporcionadas de la mandíbula, la suave floritura de la piel,contestó, llevando un mensaje entre líneas más claro de lo que le hubiese gustado:

– Mejor de lo que piensas.

Ambos permanecieron mirándose durante extensos minutos. Uno, decidiéndose a poner solución con su propia dedicación alas penalidades de su compañera. Ella, sin embargo, rogándole al cielo no condenarla por mentir a un buen amigo.

– Mel –la voz de Maxwell era tierna y consoladora, y puede que más– No creo que debas preocuparte por esas cosas. Hoyestás aquí, en medio del desierto, torturada por el polvo y el sol, sentada con un estúpido y ridículo hombre de negocioscomo yo, y quizá en un par de años te encuentres en una amplia casa con un par de críos y un apuesto, cariñoso y adorablemarido. Eso es lo que debes pensar, Mel, eres la mujer más bella y encantadora que conozco: las cosas vienen a nosotros,pero hay que tener paciencia. Ya lo verás.

Mel sonrió ampliamente y se mordió la lengua para no estallar en lágrimas. Una, por la amabilidad de su amigo, dos, porquesabía que Percebal no la veía sólo como una colega, y tres, porque esa vida de un marido condenadamente estable, conniños condenadamente adorables, con una casa condenadamente monótona no era lo que ella quería.

No, ella quería la incomodidad del desierto, la tortura del polvo y el sol, la idea de no saber dónde dormir mañana o si iba apoder siquiera comer. Todo eso era lo que le había ocurrido en el último año junto a Janice. Todo lo que Percebal habíanombrado como bueno, sin embargo, era la vida anunciada que ya le había parecido vivir: la que los demás esperaban queviviera.

Sin mayores acontecimientos, Mel se levantó lentamente, acercándose a su amigo. Lo besó gentilmente en la mejilla, y seencaminó hacia su tienda.

Un suspiro de Percebal Maxwell se sumó a la polifonía de martillos y palas. Fue entonces cuando decidió ser el pretendientecondenadamente estable de Melinda Pappas.

– ¿Pero qué coño estoy haciendo aquí?

Janice Covington cambió de dirección por vigésima vez.

– Voy a verla... no voy a verla... voy a verla... no voy a verla... ¡¡arrggg, voy a verla, maldita sea!!

Y de nuevo volvió hacia la tienda de Mel.

Sus posibilidades eran escasas. Las de salir viva de allí, claro. Repasando los acontecimientos de las últimas veinticuatrohoras, tenía unas cuantas cosas claras. Para empezar, la noche anterior había discutido con Mel. Punto uno: eso no era muybueno. Después, tras una madrugada insomne y fantasmal, había decidido coger el coche hacia El Cairo sin previo aviso.Punto dos: eso era peor. Ahora, sin aparecer en todo el día, sin mandar ningún mensaje a su colega, se encontraba de nuevoen plena medianoche caminando hacia la tienda de Mel, borracha, y decidida a gritar a los cuatro vientos que lo único quedeseaba era hacerle el amor a Melinda Pappas hasta que le suplicase que parase. Punto tres: eso era horroroso. Pero es quecuando Janice bebía, las cosas siempre se volvían peligrosas.

– ¿Mel..? ¿Meeee– eeeeel... yuhhuuuu? Cariño, ya estoy en caaaaaasaaaa...

Mel no estaba. Genial. Para una vez que el alcohol lograba darle la fuerza suficiente para declararse y Mel no estaba. No suposi dar gracias a Dios o soltar otra palabrota.

Cuando se dio de narices contra el suelo, le echó la culpa a la cómoda horterilla de Mel, y no a su borrachera. Se levantócomo pudo, musitando cosas ininteligibles en la jerga de una buena trompa, y trató de alcanzar en la oscuridad la lámpara

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para conseguir ver algo, aunque tampoco es que viera muy bien con luz o sin ella...

Sus planes de encender la lámpara se vieron frustrados cuando en la lejanía oyó una voz. El corazón se le salió del pecho.Un poco más y se hubiera caído de nuevo. Colocó la botella de whisky que mal llevaba en su mano sobre la maldita cómoda,y colocó un ojo cauteloso en uno de los agujeritos de la tela que cubría la tienda. Allí lo vio, su furia creció en su interior.

– ¡Gilipollas lameculos! –Janice dijo para el aire.

Janice no veía demasiado enfocado, pero advertía las formas y la voz irritante. A no demasiados metros de la tienda,Percebal Maxwell hablaba con un joven recadero egipcio, indicándole algo de una caja. El joven asintió con la miradailuminada cuando Maxwell sacó de su bolsillo unos cuantos dólares americanos y se los entregó al joven.

– Tiene carácter de político... –musitó de nuevo Janice con su mejor tono de odio, comentando lo de la prima.

Entonces los ojos verdes de la arqueóloga se abrieron desmesuradamente. Maxwell se encaminaba hacia la tienda de Mel.Pero eso no era lo peor. Llevaba una exuberante y bella rosa en su mano derecha. Janice sintió el cosquilleo de los celos y elimpulso de matar a aquel hombre allí mismo. Podría hacerlo, desde luego. Era de noche, y si escondía el cuerpo bajo laarena... claro que no podría colocarlo cerca de las excavaciones... ¡y después si la pillaban siempre podía alegar borrachera ydelirio momentáneo! Crimen pasional, no... por eso siempre te caían muchos años.

Una sonrisa pícara y malévola se dibujó en la cara de Janice Covington: se le había ocurrido algo muchísimo mejor quematarlo, aunque puede que en vez de eso, su idea le provocase tener un infarto.

Percebal tarareaba una romántica canción de amor. Iba de un lado a otro, regocijándose en cómo le diría a Mel Pappas quela amaba, en cómo transcurriría la noche. Una noche muy bella, todo había de ser dicho, pues las estrellas tintineaban sobresu cabeza resaltando su felicidad. Todo parecía estar a su favor. La tienda de Mel no tenía luz: Oh, menudo ángel, seguroque ya estaba dormidita como un bebé. Daba igual, debía despertarla pues lo que tenía que decirle era demasiadoimportante como para esperar hasta la mañana. Ya estaba allí, a unos pasos de la entrada de su objetivo, y entonces fuecuando sus ojos se salieron de su cara, su mandíbula tocó la arena, y las piernas le temblaron como un flan.

– ¡¡¡¡¡¡Ooooooooohhhhhhhhhhhhhhhhhhh, Diooooooooossssssss!!!!!!

La saliva le abandonó la garganta. Él conocía esa voz. Aunque nunca la había escuchado con tanta intensidad, claro. Dentrode la tienda sonaron los muelles chirriantes de una cama, cosas cayéndose al suelo, los ruidos de una pasión extrema.

– ¡¡¡Meeeeeeel!!! ¡¡Oh, siiiiiiiiiiiiiiiiiiii!! ¡¡Más, más, más, más...!!

Percebal Maxwell sintió ganas de llorar, como un bebé, como un niño mimado. No sólo Mel le había mentido, sino que ¡lamaldita maleducada y rastrera saqueadora de tumbas estaba disfrutando de lo que debiera haber sido suyo! Cuando sintiólos primeros pucheros, sus mejillas rojas de vergüenza y sonrojo, tiró la rosa allí mismo y colocó sus manos sobre sus oídos,corriendo cuesta abajo hacia ninguna parte. Lo que acababa de oír, siempre le acompañaría, pero por el momento, los ecosde aquella pasión, descubierta sin querer, siguieron oyéndose mientras el negociante inglés corría más allá de sus fuerzas,poniendo distancia entre él y aquella pesadilla:

– ¡¡¡¡Meliiiiiiiiiiindaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!!

Fue el último grito de placer que el loro inglés alcanzó a escuchar en boca de la doctora Covington.

La caja de bombones tendría que esperar.

Cuando Janice se percató de que el idiota Maxwell ya había echado a correr, paró de saltar sobre la cama y de tirar los librosde la estantería por todas partes. Su garganta se había quedado seca de tanto gritar: una pena que los gritos sólo fueraninterpretación. Una muy buena, no obstante. Janice, orgullosa de su pequeña fechoría para mantener alejado al colono,alcanzó la botella del whisky y tomó un buen trago que fue celebrado con uno de sus mejores y más satisfechos jadeos.

Janice se asomó afuera, y su cabeza, movida infantilmente, descubrió en el suelo una hermosa rosa abandonada. Laarqueóloga ebria sonrió ampliamente.

– ¡Gracias Percie! –exclamó divertida mientras la recogía.

Y ahora, a entretenerse con cualquier cosa hasta que Mel llegase. Por cierto, ¿dónde demonios se habría metido?

Mel se preguntó por enésima vez por qué se había pasado el día dando vueltas en una zona donde lo más que sabía era queabundaban las bandas de mercenarios. Conocía bien la razón, pero se negaba a poner más veces el dedo en la yaga. Teníael corazón roto, Janice no había aparecido en todo el día y ella... bueno, simplemente no sabía qué pensar. Ahora sólo teníala certeza de que quería llegar a su tienda, darse un buen baño, y meterse en la cama, a poder ser, sin despertar en unabuena temporada, hasta que todo esto hubiese pasado. O no.

Se internó en su tienda como una intrusa. No encendió las luces, de sobra conocía la situación de todo, y además, era muytarde. Se extrañó cuando su cómoda parecía estar cambiada de sitio. No le dio importancia. Se dirigió a la mesa, y lapreocupación aumentó al chocar con tres o cuatro libros desparramados por el suelo. Bueno, se le habrían caído de la mesa,o algo así. Se desnudó rápidamente dejando su ropa sin ceremonia alguna sobre la cama. Cruzó toda la tienda, hasta labañera anticuada, y bombeó un poco el agua. Metió una mano en el lado izquierdo y se dio cuenta de que la bañera yaestaba llena... demasiado cansada como para preguntarse el porqué, Mel Pappas se deslizó dentro con un estremecimientoante el agua fría. Trató de estirarse, pero por alguna razón le parecía más pequeña incluso que la última vez. Se quedó allí,acurrucada, con el agua cubriéndole hasta los hombros. Unos minutos después, simplemente dejó escapar un suspiro, y fueentonces cuando se llevó el susto más grande de su vida.

– ¿Mel...? ¿Es eso tu rodilla, o es que te alegras de verme?

– ¡¡Aaaaaaaaaahhhhhh!! ¿¿¿Janice... Janice...??? ¡¡¡Janice!!!

Miss Pappas salió de la bañera con una rapidez gatuna y casi instintivamente supo dónde estaba la lámpara, que encendió al

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instante para colocársela en las narices a una mojada (y desnuda) Janice Covington.

– ¡¡Por el amor de Dios, Janice, ¿qué demonios haces aquí?!!

Janice tenía una sonrisa tonta, de oreja a oreja.

– ¿Por el amor de Dios...? No, cariño: por el tuyo... –dijo exultante de alegría.

– ¿Qué? –Mel se hubiera dado con un canto en los dientes de haber tenido la oportunidad.

– Había pensado en muchas ocasiones en una situación como ésta, pero he de reconocer que verte desnuda y mojada endirecto es mucho mejor que mi imaginación... –Janice indicó la figura descubierta de Mel.

Entonces Mel se miró de arriba abajo, luego a Janice, luego a sí misma de nuevo, y luego a Janice otra vez. Con increíbletranquilidad, aunque era nerviosismo contenido, Mel acercó la lámpara a su chistosilla amiga.

– Agarra esto –dijo.

Janice sujetó el objeto y vio cómo su amiga desnuda se convertía en un bólido que iba al otro lado de la habitación, y casi alinstante volvía envuelta en un albornoz azul que privó a la arqueóloga rubia de la espléndida figura de Mel.

– ¡Oh, por qué has tenido que hacer eso, Mel! –Janice protestó.

– Y esto para ti –Mel ofreció uno de esos horribles camisones rositas.

– Ah, no, no, no... –Janice sonrió– No pienso ponerme una cosa de esas... a no ser... que vengas aquí y me lo pongas túmisma –la picardía se ensanchó con un guiño de su ojo izquierdo.

– ¡¡Janice Covington!! –Mel gritó indignada.

– Sí, ¡ese es mi nombre! –Janice palmeó sus manos infantilmente y se levantó, desnuda, esbelta y radiante frente a una MelPappas atónita– ¿Quieres decirme algo o esa bocaza abierta es un nuevo experimento de mosquitero, eh? –la rubia bromeó.

El cerebro sureño de Melinda Pappas sólo exclamaba: ¡ay, madre... ay, madre!

– ¿Qué... eh... qué? –Mel desvió su vista del cuerpo que acababa de analizar, y se concentró en los ojos verdes– ¿Estásborracha? –preguntó por fin.

Janice se llevó el índice a la barbilla y fingió pensarse la respuesta...

– Nooo–oooo... –dijo inocentemente.

– Ya. –Mel asintió dando la razón a un loco– ¿Y estabas borracha antes de decidir venir, o después de llegar, teemborrachaste?

Janice no quitaba aquella radiante sonrisa de su cara y aquello era algo que estaba perturbando la atención de Mel.

– Yo diría más bien que durante el viaje –contestó la mujer desnuda trabándose en cada palabra.

– Cúbrete –Mel volvió a ofrecer el camisón.

– ¡No!

– He dicho que te cubras.

– ¡No quiero!

– Si no te cubres, me marcho.

Covington se quedó callada, frunció el ceño, y a regañadientes extendió su mano volviendo la cabeza en señal deindignación.

– Pero sólo porque hace frío –dijo Janice aniñadamente.

Mel se encaminó hacia la cama mientras hablaba.

– Sí, claro... ¿qué pensabas, pasarte toda la noche desnuda?

– Bueno –comenzó Covington mientras salía de la bañera– Tenía en mente que cierta persona me mantuviese caliente...

– Para con eso, ¿quieres? –Mel sonó realmente molesta.

– ¿Por qué?

– Porque estás borracha, por eso. –había cierta tristeza en el tono de voz.

– ¿Y...? –Janice se acercó con cautela.

Mel evadió la mirada de la otra mujer, colocándose sobre la cama, con sus piernas dobladas mirando hacia Janice.

– Que todo lo que digas o hagas es efecto del alcohol, doctora, ya deberías saberlo... –Mel inquirió sin alzar la vista, mirandoal suelo.

– Si te digo que te quiero más que a mi vida no es efecto de ningún licor, Mel –Janice susurró.

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Cada músculo del cuerpo de Mel se tensó ante aquellas palabras. Cada pensamiento cuerdo se disipó en el placer de repetirel sonido una y otra vez en su mente. Pero no podía ser real.

La arqueóloga se colocó de rodillas frente a la morena. Suavemente cogió las manos de la otra, que no mostraronresistencia, y las llevó a su propio pecho.

– ¿Lo oyes, Mel¿ ¿Oyes a mi corazón? No es efecto del alcohol –siguió susurrando mientras se echaba lentamente sobre laotra mujer– Es tu efecto: eres tú.

Janice alzó una mano para erguir la barbilla de Mel, contempló su rostro un instante, los ojos azules hundidos en lágrimas,los músculos de la cara tensos, el labio inferior temblando. Sin más, se acercó a probar el sabor de aquellos labiosreconfortantes. Ya podía notar la sensación de la presión cuando Mel se apartó bruscamente dejándola caer contra elcolchón.

– ¡¿Pero qué...?! –Janice protestó exageradamente, y mientras se zafaba de las sábanas, comprendió que la magia se habíaroto.

– ¡Basta! ¿Me oyes? ¡Basta! –el llanto de Mel la hizo congelarse– ¡¡Tú no sientes esto, tú no me quieres, ¿entiendes?!! ¡¡Essólo esto!! –Mel cogió la botella de whisky vacía del suelo– ¡¡No me quieres, y nunca me querrás, doctora!! ¡¡Olvida todo loque se te esté pasando por la cabeza, porque no es real, Janice, no lo es!!

Mel se sentó bruscamente en la cama, llorando, ignorando la presencia de Janice. Covington por su parte, se sentíarealmente gilipollas, como nunca en su vida. Había causado dolor a la persona que más quería. No vio más solución queechar mano de una última carta.

– Mel... –susurró incorporándose– Mel... cielo... escúchame... siento lo de ayer, ¿lo sabes? Lo siento, perdóname, soy unaimbécil. –Janice se sentó de rodillas al lado de la otra mujer, sin atreverse a tocarla– Y siento haberme marchado a El Cairosin avisar. Necesitaba aclararme las ideas, Mel, en serio. Y es cierto que fui a comprar esa maldita botella de whisky, perotambién te traje esto...

Janice deslizó una mano bajo la cama para sacar una hermosa rosa y colocarla frente a Mel Pappas. Melinda alzó la cabezaante aquello, y pensó que ya podía morirse. Se derritió. Literalmente se derritió cuando vio aquella rosa delante de ella.

– Es cierto que cuando estoy borracha digo y hago cosas que no haría normalmente, pero no estaba ebria cuando compréesto para ti, Mel. Sólo para ti –Covington añadió.

Mel se giró para encarar los ojos verdes y analizar el nivel de sinceridad en ellos. No pudo hacerlo, porque sólo vioaceptación y amor, con un suave toque de embriaguez. Alzó su mano para coger la de Janice, tomando la rosa en el proceso,y sin pensarlo ni premeditarlo, Mel se abalanzó sobre la rubia comiéndosela con labios, manos, y el cuerpo entero.

Entre aquella maraña de voraces aunque dulces besos, Janice luchó por un poco de aire para hacer una última explicación:

– Mel... espera.... espera...

Melinda paró de repente, con la respiración acelerada, sus manos capturando las de Janice por encima de su cabeza.

– ¿Qué? –la morena preguntó con una sonrisa radiante.

Janice sonrió ampliamente para quitar hierro al asunto, aunque sabía que esto la iba a matar.

– Hay un pequeño problema... cariño... –Mel parpadeó esperando la explicación– Es que... cuando me emborracho... una vezque me duermo... nunca soy capaz de recordar... lo que hice...

Janice volvió a sonreír estúpidamente deseando que la tierra la tragase, y Mel se mordió el interior de la boca, irguiéndoselentamente, conteniéndose para no maldecir a todo el maldito planeta. Se levantó de la cama y caminó hacia la mesa. Cogióuna silla y se sentó.

– Estás diciéndome que si tú y yo... –dijo serenamente– ¿no vas a recordar nada?

Janice, incapaz de encontrar su voz, asintió con la cabeza.

– ¿Ni siquiera esto, tu declaración de amor... el beso? –Mel preguntó.

Janice volvió a asentir, destrozada, pero esperando un poco de comprensión.

– No te preocupes Mel, en serio. Esto es lo que siento de verdad –la arqueóloga argumentó desde la cama– Mañana iremosjuntas al yacimiento de Hierakómpolis, ¿eh? Tú y yo, como la primera vez. Y aunque no recuerde nada, tú me harásrecordar, Mel...

– No sé, Janice –la morena cortó, levantándose nerviosamente de la silla– Tengo que pensarlo.

– ¿Eh?

– Pensarlo. Espera un momento, ¿de acuerdo?

¿Desde cuándo se piensa el sexo? ¡Es una de las pocas cosas que no se piensan, se hacen! Janice prefirió silenciar a suborracho subconsciente.

Y Mel salió de la tienda rápidamente, dejando a Janice Covington con la palabra en la boca. Janice se vio a sí misma sola, unpoco abandonada, y habló con el aire.

– Vale... de acuerdo... ¡piénsalo si quieres, ningún problema! Pero, cielo... –Janice se acurrucó con la almohada– ... dateprisa porque tengo algo... de sueño... –lo último fue dicho en un gran bostezo.

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Al fin y al cabo, estaba borracha: hablar sola estaba permitido.

Mel se secó las nuevas lágrimas y miró al cielo. Después a su tienda, donde todos sus sueños estaban esperando parahacerse realidad. Pero tenía miedo. Tenía miedo de entregar su cuerpo, su mente, su corazón y su alma a Janice Covington yque ella no recordase nada por la mañana. No debía ser así. No de esa forma. Si de verdad la quería, entonces sería capazde esperar y hacerle el amor cuando ambas tuvieran la capacidad para recordarlo.

Mel observó de nuevo las estrellas y sonrió ampliamente. No sabía por qué, pero tenía la sensación de que su antigua ylegendaria antecesora tenía algo que ver con todo esto, por lo que se sentía inmensamente agradecida.

Se dispuso a entrar de nuevo en la tienda, dispuesta a explicarle a Janice su intención de esperar, de dar tiempo a ambas.Quizá mañana, cuando la resaca hubiese pasado, sería un buen momento para... ¡maldita sea: no podía olvidar ese beso!

– ¡Para ya, Melinda, no fue un beso tan maravilloso, por Dios!

Pero sí lo había sido. Todo pensamiento razonable se evaporó con el recuerdo del cuerpo desnudo de Janice Covington, o lossuaves labios que acababa de saborear. ¡Qué diablos, si Janice deseaba hacerla suya esa misma noche, así sería! Si de todasformas, en verdad la quería, no haría falta que recordase nada, sólo que la amase. Si no era así...

Mel entró en la tienda corriendo.

– ¡¡Janice, tómame, maldita sea... soy toda tuya...!!

–...

– ¿Janice...?

– ...

– ¿Jan...?

– Zzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz...

–¡¡Oh, Dios, no!!

Definitivamente, algún ser supremo debía estar conspirando contra su felicidad. Mel volvió a salir de la tienda, maldiciendo yjurando como no lo había hecho en su vida: hubiera hecho ruborizarse a cualquier rudo y bruto tabernero italiano.

Tras media hora de gritos, sus lágrimas la calmaron. Dentro, Janice Covington dormía profundamente, condenada a norecordar nada por la mañana, con la desafortunada Mel dispuesta a no despertarla.

Esto era una pesadilla, una broma pesada. Pero si al menos conseguía tener a Janice Covington durmiendo en su cama poruna sola noche, valía la pena el sufrimiento, y juró no pegar ojo, grabando en la memoria cada recuerdo del plácido sueñode Janice.

– Zzzzzzzzzzzzz... Aunque, quién hubiera podido dormir con el estruendo de aquellos ronquidos...

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Capítulo VII: Fe en Princesas de Cuentos de Hadas

"Los niños no tienen ni pasado, ni futuro y gozan del presente, cosa que a nosotros no nos sucede mucho"

– Jean de Bruyère – ¿La conoces?

– Es la del templo, la de antes.

– Uff... es hermosa, ¿eh?

– Ya lo creo.

– ¿Crees que de verdad es Xena? Quiero decir, ¿la legendaria y auténtica Xena?

– No lo sé... pero te aseguro que no me importaría nada comprobarlo personalmente.

– ¡Sanai!

– Aún eres joven, Mara, tienes mucho que aprender de los deberes de una primera esposa.

– ¿Cuáles? ¿Mantener satisfechos a los invitados del rey? Pensé que eso era cosa de nosotras, de las concubinas...

– Depende de quién sea el invitado, querida... depende.

Narmer entró en la gran sala real con Xena.

La Princesa Guerrera se preguntó si no habría sobrepasado ya las puertas de la fantasía y esto sólo fuera un cuento,procedente quizá de aquellas lejanas tierras, ¿cómo se llamaba aquel que le había nombrado Gabrielle en cierta ocasión, quetrataba de una esposa que para evitar su decapitación contaba una historia a su marido cada noche...? ¿Y cuántas noches...?Mil y una, quizá.

El palacio real estaba situado a tan sólo un hermoso paseo a caballo desde el templo, el que Xena había tenido que sufrir ensilencio, nadie queriendo contestar a sus preguntas. Desde aquella estancia se divisaba todo Hierakómpolis, la ciudaddespierta ya. El bullicio de las gentes yendo y viniendo por todas partes. El esplendor de las montañas desérticas al fondo: elhorizonte, el sendero hacia la nada.

El salón era espléndido, como todo. Las mismas columnas que había en el templo, con mayor altura. El trono, al fondo, condivanes y canapés a su alrededor, destinados a esposas y concubinas, adornados con exóticas telas y cojines. Los rayos delsol reflejándose, la gran estancia tornándose de color azul cielo.

Xena se sintió embriagada por aquella sensación de frescura. Pero un escalofrío nacido en su nuca le recordó con qué rapidezla naturaleza limpia del templo se había tornado tétrica. No quiso cometer la imprudencia de confiarse.

El rey Narmer sonreía a sus mujeres, que le devolvían sonrisas y guiños. Llegó al trono, Xena frente a él, sus guardias en lapuerta.

– Cerrad –ordenó el rey.

La gran puerta, al igual que las del templo, adornada con un Horus tallado en oro, sonaron como el último pulso del corazónde un guerrero. Al menos, esa impresión le dio a Xena. Ahora sólo estaban ella, media centena de mujeres y un rey, parasolucionar sus problemas.

– Bien, majestad – Xena comenzó con un tono irónico, aunque serio– No quiero ser grosera con tan espléndido recibimiento,pero me gustaría...

– Sí, sí, sí... –Narmer hizo un gesto ligero con su mano– Ya sé lo que quieres. ¿Pero no consideras que al menos tu cuerpodebiera reposar antes?

Xena no entendió la pregunta, su cuerpo lo expresó tensándose.

– Mírate –le indicó el rey.

Su túnica blanca empapada de la sangre del estanque. Sus manos sucias. Su cuerpo extenuado.

– Mi búsqueda no ha concluido todavía –Xena se mantuvo firme.

– No me cabe la menor duda –el rey esbozó una sonrisa.

El soberano Narmer se levantó, ahora su túnica resplandeciendo. Dio la vuelta hacia sus mujeres, y abrió los brazosefusivamente.

– Mis esposas, mis amadas, os presento a Xena –el rey se giró para encarar a la guerrera con aquella segura sonrisa–La quedice ser la Princesa Guerrera.

Hubo un murmullo entre las mujeres. Todas eran bellas. Y muy jóvenes.

El rey extendió su mano a una en particular.

– Esta es Sanai, primera esposa, sentada a la derecha del rey.

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Los ojos llenos de misterio, color carbón, oscuros como el universo negro. Un gesto grácil de la cadera para inclinarligeramente su cuerpo hacia la guerrera, mientras una voz sensual y cuidada salía tras el velo que cubría su rostro.

– Es un placer... "Princesa"...

La guerrera devolvió el gesto con una sutil indiferencia. Lao Ma, su mente mencionó, la misma sensación de curiosidad por elexotismo que le había provocado Lao Ma. Pero faltaba algo: no había... magia.

– ¿Es un título de nobleza?

Su mente volvió a la sala con el sonido de la voz femenina.

– ¿Perdón?

– Si es un título de sangre azul... –la primera esposa insistió.

No, Xena respondió en su mente, es un título de sangre fría.

– No. Me lo puso una vieja amiga. –contestó con un tono más amable.

Todo el mundo se quedó en silencio, y ni Sanai ni cualquier otra de las mujeres parecían tener la intención de decir nadamás. Ahora su marido se quedaba sólo ante la guerrera.

– ¿Y bien? –Xena enunció– ¿Dónde está?

– Ah, ¡mujeres! Siempre con impaciencia para lo que os conviene.

Dicho esto el rey se giró para ver la reacción de sus esposas, que esbozaron risas y cuchicheos conocedores de lo queaquella frase quería decir realmente.

Narmer volvió a su seriedad noble, la que en un primer momento había hecho a Xena tener confianza. Y fe.

El rey bajó unos pocos peldaños para acercarse más a ella.

– ¿De veras quieres verla, Xena? ¿Estás segura de que estarás preparada para lo que vas a encontrar?

Xena no pudo reprimir una sonrisa nerviosa y confusa.

– ¿Qué? ¿Es que va a cambiar en una noche... le habéis lavado el cerebro o algo así?

Cuando nadie contestó, la voz de Xena se arrugó en su garganta y el corazón se acurrucó en un rincón del pecho, rezando.

– Está bien –Narmer llamó a sus sirvientes–pero no puedes ir a verla, de esta forma...

Cinco súbditas rodearon a Xena tomándola por los brazos, guiándola hacia la puerta. La guerrera puso sus ojos en el reymientras la llevaba, sin mostrar resistencia, pero en su mirada había una súplica desesperada por saber qué estaba pasandode una vez por todas.

– Ve, Xena, deja que te preparen, y ella te recibirá.

Eso era todo lo que ella necesitaba saber para mantener la fe.

Cuando Xena se perdió tras el portón, Sanai se apresuró a excusarse a sus compañeras e ir tras la comitiva de la guerrera.El rey la llamó antes de abandonar el espacio del trono, instándola a hablar en privado.

– ¿Qué vas a hacer? – le dijo.

Narmer no veía el rostro de su esposa, pero sabía que detrás había una sonrisa.

– Sólo hacer que se sienta cómoda.

No hubo respuesta del soberano, que esperaba más aclaraciones.

– ¿Cuántas veces viene alguien como ella por aquí? –la mujer respondió como si hubiese recibido una reprimenda.

– Así que de verdad crees que es Xena –el rey sonrió.

– Puede que pienses que tus niñas –señaló al resto de las mujeres– o tu pueblo son idiotas, pero a mí no me engañas. Túsabes bien que ella es la auténtica Xena, y la chica es la Elegida, esa es la explicación –la esposa argumentó tajante.

– Es demasiado pronto para saber si es la auténtica Elegida. Aún no sabemos si ella hará cumplir la profecía.

– Tú serás rey, esposo mío, lo sé –la mujer se acercó a su esposo para acariciarle el rostro–Además, viaja con Xena, yasabes lo que dice el Libro del Profeta, ¿qué más pruebas puede haber?

– ¿Te recuerdo qué dice otra parte del Libro...?

– ¿A qué te refieres? –Sanai se alejó lentamente.

– No vayas esperando encontrar oportunidades con la "Princesa"... –Narmer bajó el tono, conocedor de las intenciones de sumujer.

– ¿Por qué? –parecía molesta.

– Hazle hablar de la Elegida, y verás a lo que me refiero.

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Sanai asintió indiferente.

Tras reverenciar hacia su marido, atravesó el salón dejando al rey sumido en los paisajes, en la lejanía del sendero hacia lanada.

– Es extraño... –dijo Xena con la mirada perdida.

– ¿Qué? –la muchacha frente a ella se sobresaltó.

– Nada... um... sólo pensaba. Pero es extraño.

– ¿El qué?

– Todo... esta ciudad, este... ambiente. Esto. Y mi forma de comportarme ante ello.

– ¿A qué te refieres?

– Supongo que es difícil de explicar. Yo soy una persona...

– ¿Ah sí? No me digas.

– ¡Eh!

– Lo siento, lo siento... ya sabes, las leyendas, como tú... no tendéis a permanecer en la mente de la gente como"personas". Sino como héroes, simplemente: no hay sentimientos, ni hay cambios de humor, ni si os pica la ropa interior o sise os revuelve el estómago en medio de una pelea –la muchacha pudo oír una risa contenida del otro lado.

– Esas cosas pasan más a menudo de lo que me gustaría, créeme. Pero yo me refería a que, en una situación normal, yo noestaría hablando contigo, por ejemplo. No de esta forma.

Al no haber respuesta del otro lado, Xena se sintió instada a continuar.

– Todo lo que he vivido me ha llevado a ser una persona no sólo reservada, sino desconfiada, expectante y callada.

– Bueno, pero es tu trabajo, ¿no? Para proteger a la gente hay que desconfiar de los malos.

– Sí, pero cuando pienso en todo lo que me ha ocurrido desde que he llegado aquí... En cada misión, siempre tengo lasensación de tener la situación bajo control, de poder adivinar el siguiente movimiento de todo el mundo, de adelantarme aellos. Y sin embargo, con esto, aquí... Aquí no sé si la siguiente pared me descubrirá el rostro de Gabrielle desangrándose,sacrificios que aún me acechan soñando despierta o el recuerdo de mi antigua mentora... Estoy... –Xena alzó la vista paramirar a la mujer que la escuchaba, con una súplica en sus ojos– ... perdida... –fue la torturada afirmación.– Lo había estadomuchas veces antes de todo esto, pero nunca así... no sé qué es lo que me pasa.

La chica frente a ella sonrió, casi tristemente, aunque con una sabiduría creíble y una comprensión imposible para lo raro dela situación, al menos para Xena.

– Bueno. Siempre hay una primera vez para todo, Xena –la muchacha dijo desenfadada, tratando de ser benevolente conaquel asunto–Ya ves... la gente no se cree que los héroes puedan ir mal de vientre, y hasta vosotros sufrís crisis de fe.

– ¿Una crisis de fe?

– Es posible. Tú misma dijiste que tu forma de comportarte ante esto era extraña, ¿cómo sino ibas a estar contándole eso auna simple sirviente?

La muchacha oyó la respuesta de la otra mujer, pero fue un susurro tan delicado y bajo, que no entendió bien.

– ¿Qué? –preguntó.

– Que me falta Gabrielle –dijo Xena con su boca apretada contra su brazo mojado, la mirada en ninguna parte, otra vez.

– Yo sé lo que es sentirse sola –dijo la chica–A pesar de tener a todo el mundo a tu alrededor.

Xena no dijo nada. Simplemente, no sabía qué podía decir ante eso.

– Mi padre... él, antes era un hombre bueno, amable, mi mejor amigo. Ahora es un hombre injusto, ansioso de poder yeternidad. Yo quiero cosas muy sencillas y él quiere cosas muy complicadas... para mí. Y todo eso fue causado por la pérdidade alguien. De la única mujer de la que ha estado enamorado, supongo. Le partió el corazón que ella lo abandonara. Aunquesupongo que no se podía convivir con él de aquella forma. –la muchacha miró a Xena de repente, y borró su tono triste– Asíque si me dices que te falta Gabrielle...

La muchacha advirtió movimiento tras los biombos de la habitación y se levantó, recogiendo el jabón y los paños. Xena lamiró sin decir nada, y la chica sonrió. Antes de desaparecer de su vista, la joven tuvo tiempo de hacer una observación alúltimo comentario de Xena:

– ...entonces ahí tienes la cruz del problema, heroína.

Xena se recostó como pudo dentro de la tina y cerró los ojos. Purificación, qué obsesionados estaban en este reino con lasmalditas purificaciones. Xena rió mentalmente cuando relacionó el concepto local de purificación con lo que en Grecia sehubiera llamado simplemente higiene. Acaso para ver a la Elegida, como todo el mundo se refería a Gabrielle, tenía que estaren la tina una hora y hacer "ejercicio mental". Xena se preguntó cuánto tiempo faltaba para poder ver a su amiga, y en esemomento oyó una voz vagamente familiar detrás de ella.

– ¿Qué tal está el agua?

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– No se me ha caído la piel, supongo que eso es buena señal.

Xena observó a la primera esposa rodear con paso delicado la tina y sentarse frente a ella, en los cojines que la jovensirviente había utilizado. Simplemente, se quedó allí mirando en las pupilas azules de Xena. Aquello la irritó.

– Sanai, ¿no? ¿Quién era la sirviente que me ha atendido? Ha sido muy... eficiente. Me gustaría darle las gracias. –Xenacomenzó a jugar una táctica ya mil veces practicada: la de dominar la conversación haciendo creer al otro que ella era ladominada.

– No era una sirviente. –la primera esposa sonrió– Era mi hija. –la sonrisa de Sanai se engrandeció ante la cara de asombrode Xena– Bueno, hijastra. Es hija de Narmer y la primera esposa que tenía... antes.

– Pero ella me dijo que...

– Sí, es así. Suele hacerlo. Finge ser una sirviente y así se pone a hablar y a molestar a todo cuanto invitado hay en palacio.Es una pena.

Xena frunció el ceño ante el tono despectivo.

– Es una chica inteligente –dijo.

– Quiere ser bardo, al igual que la Elegida. A ella no le cabe en la cabeza que en este reino se deben acatar las normas desu padre, y su padre ordena que se case con uno de sus hermanos.

– ¿Qué? –la guerrera quedó perpleja.

– Es la forma de preservar la dinastía. No sabemos qué consecuencias podría tener confiar en una mujer ajena a la familiareal para alumbrar la siguiente generación de reyes. –Sanai analizó como si fuese un espectador externo.

– Pero es una forma injusta para los niños. –Xena no escondió su condena.

– Nadie ha dicho que este mundo esté hecho para ellos, ¿cierto? –la primera esposa resolvió con frialdad–Sólo pasamos unapequeña parte de nuestras vidas siendo niños, y demos gracias a los Dioses por eso.

– Ya –Xena alzó una ceja y después su expresión se tornó idealista– El mundo no es así, y ya está. El mundo es comonosotros lo hacemos, créeme. Lo sé porque hubo un tiempo en que yo deseé construirlo a mi imagen y semejanza, y casi loconsigo: fue una bendición que no lo hiciera. ¿Gracias a los Dioses? No. Gracias a un niño, indefenso y sólo, que me hizo verlas cosas con una perspectiva que quizá no me dio tiempo a adquirir en ese corto período, en la niñez... pero tampoco en mivida adulta.

– Vale, Princesa... –Sanai se levantó, frente a la tina, erguida, desde su posición pudiendo observar la completa figuradesnuda de Xena– ... quizá debiera hacerle llegar a mi marido algunas de tus ideas. Ni que tú fueras la bardo...

En el blanco. Una Xena pálida miró a la primera esposa con desprecio.

– Dime Xena, ¿qué es lo que más te gusta de nuestra tierra, ahora que la has visitado por primera vez?

Sanai comenzó a caminar lentamente alrededor de la tina, unas veces cambiando el sentido, otras quedándose parada paracontemplar a Xena. La guerrera, por su parte, hacía caso omiso de esta especie de baile de cortejo, del cual sabía bastantebien la finalidad. Por dentro sonreía ante el descaro de la primera esposa, pero por fuera sus manos, bien apretadas bajo elagua, eran su distracción para privar de su mirada a su pretendiente.

– Bueno, aún no lo he visto todo, pero más o menos las cosas más importantes: la sangre, los sacrificios, los reyesdesconsiderados... aunque lo que más me gusta es la hospitalidad.

– ¿Ah sí? –Sanai también quería jugar al quién domina a quién, aunque se empezaba a sentir algo molesta con la distanciaque Xena lograba interponer con sus palabras.

– Sí: herimos y raptamos a tu mejor amiga, te llevamos ante reyes que no contestarán a tus preguntas, y finalmente, sólopor si te encuentras un poco cansada, te regalamos un baño. ¡Ni en Lesbos podrían tener una oferta turística mejor!

Sanai rió sin ganas. La balanza del juego seguía equilibrada.

– Pues aún no has llegado a la mitad del viaje, así que imagínate todo lo que puede pasar todavía.

– Uh, estoy ansiosa.

Quizá fueran los sentimientos contrapuestos que cada una sentía por la otra, pero el caso es que ambas mujeres decidieronque era hora de dejar de jugar. Tablas.

Sanai paró su baile seductivo y se agachó para colocar su cara a la altura de la guerrera.

– Y dime, Xena, ¿es la Elegida todo lo que dicen de ella?

Xena se tensó ante las palabras, no su significado, sino lo que implicaban, en cierto modo. Sanai estaba mandando unmensaje entre líneas intencionado.

– No lo sé. Si no oigo lo que "dicen" de ella, no puedo saberlo...

– Comprendo...

– Si son cosas malas –Xena interrumpió la frase de la primera esposa–, entonces son embustes. Si son buenas... –laguerrera volvió la mirada incapaz de detenerse– ... seguro que se quedan cortas.

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Xena cerró los ojos y sintió el aire de su derecha moviéndose, dejando el paso libre. Lo último que oyó fue un reprimidoaunque audible bufido de frustración y unos pasos rápidos y puede que incluso avergonzados.

– En fin, Princesa, pronto vendrán para llevarte ante tu gran inspiración, espero que te vaya bien, cuando veas lo que esahora.

La primera esposa se alejó hundida en despecho implícito, mientras Xena, la gran Princesa Guerrera, se quedaba en el aguaque comenzaba a volverse fría, preocupándose por aquellas palabras y comenzando a caer en otra crisis de fe... ¿fe? Pero¿no era eso lo que había querido mantener todo el rato? Un momento, ¿no había sido la fe lo que la había aguantado en subúsqueda de Gabrielle? ¿No era por lo que la conservaba: por Gabrielle? Entonces era el momento de preguntarse si esto erarealmente una crisis de fe o el temor de siempre... el mismo de siempre, en tanto que su razón negase y su corazón,callase.

Una sirviente vio pasar a la enfurecida primera esposa y preguntó por su preocupación.

– ¡Déjame! Sanai se perdió en la infinidad de los pasillos maldiciendo a los dioses y a cierta elegida, recordando las palabrasde su esposo, con la humillante idea de tener que darle la razón: era verdad... cuando hablaba de ella, se le encendía lamirada.

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Capítulo VIII:

"Lo malo de decir lo que uno siente, es que muchas veces siente uno haberlo dicho"

– Puck

Ahora que la veo sentada y tranquila me tomo la libertad de observarla en silencio, de dejar que sólo mis ojos la abandonenpor unos momentos para mirar a la pluma y al papel.

Así no puede verme, así no sabe lo que hago, realmente.

Lo único que quería cuando era pequeña era una muñeca rubia que había en el escaparate de una juguetería en la calledonde vivíamos. Era una princesa... una muñeca: si le dijese a Mel eso seguro que no se lo creería. No sé lo que puedepensar de mí, o lo que cree que soy, y eso me da miedo. Parece que llevamos toda la vida juntas, quizá porque lo llevamosen la sangre. Y a pesar de eso sigue habiendo lagunas infranqueables entre nosotras, que ninguna de las dos parece querersaltar. Me pregunto cómo se siente ella. O a lo mejor no le pasa esto. Bueno, ¡qué digo! ¿Cómo se va a sentir a mi lado, laimpenetrable, fría y ruda arqueóloga, hija del ladrón de tumbas? Espero que ella sepa que tengo que ser así para sobrevivir.Antes sólo tenía que preocuparme de mí misma para salir a flote en este mundo de hombres. Ahora tengo que cubrir dosespaldas, y lo malo es que una de ellas tiene largas piernas y acento sureño, y eso sí que los atrae.

Sobrevivir, nada más. Quizá al igual que lo hicieron Xena y Gabrielle. ¿Hasta qué punto somos Mel y yo iguales a ellas?¿Hasta qué punto nuestras vidas van paralelas a las de ellas?

Para sobrevivir, no te pueden gustar las muñecas. Así que cuando mamá cerró la puerta diciéndome "algún día, Jan,comprenderás que no hay mujer que pueda vivir con tu padre", dejé de creer en la fantasía. No creo que Harry Covingtonfuera tan difícil cuando se pasó toda la noche llorando, siendo consolado por una niña de siete años. Y luego Mel dice que mepreocupo demasiado... ¡Si ella supiera!

Hoy estaba especialmente rara, contando con que me desperté medio desnuda en su cama. Y eso... sé que estaba enfadada,que me escapé a El Cairo, pero no sé lo que hice después de volver en el coche con el volante en una mano y la botella dewhisky en otra. Ella dice que me preocupo demasiado, y sin embargo, no sabe que la temo como a nada en mi vida. Y poreso no me atrevo a preguntarle por anoche ni a sacar ese tema, porque cuando le dirijo la palabra veo pasar un halo demiedo en sus ojos.

Estoy sentada en una silla, todo el desierto extendiéndose ante mí. Mel y ese loro inglés hablan en una mesa, a unos treintametros frente a mí. Él la está haciendo reír... Si lo que me corroe por dentro son celos, no me importa: pienso enterrarlobien en el fondo, junto a todo lo demás.

A veces desearía no parecerme tanto a mi padre, supongo que entre otras cosas, también heredé su complejo de Polícrates:miedo a la felicidad, a que todo marche bien, y un día, nuestro castillo se venga abajo. Pasó en mi familia... me pasará a mí.Y sólo espero que cuando ocurra, Mel no forme parte de ella, porque lo último que quiero es volver a hacerle daño. Eso,nunca más.

Si pudiera, hacerla feliz, simplemente... He intentado dejarla muchas veces desde que nos conocemos. En el aeropuerto deMacedonia, se negó a abandonarme. En París, estuve a punto de decirle algo que la hiriese para hacerla marchar: yo lahabía llevado allí, y lo único que le había causado era la peor experiencia de su vida, cuando creyó que los nazis me habíanasesinado. Estuvo cerca, pero hacen falta más de tres agentes de la Gestapo para acabar con un Covington. Pero cada vezque volvía a encararla para decirle que no podíamos estar juntas, me miraba y sonreía radiante, y al preguntarme lo que mepreocupaba, yo siempre respondía que era mi mejor amiga, que gracias por estar ahí, o algo por el estilo. Eso la hacíasonreír aún más, y entonces, ¡adiós a la fuerza de Janice Covington, la sacerdotisa del desierto...!

Y ahora, aquí, ella encuentra a este antiguo "amigo" y se estará cuestionando si seguir a mi lado o marcharse. Sería unabuena forma de separarnos sin que yo tuviera que decirle algo que no es cierto, como que no la quiero conmigo, porejemplo.

Vuelvo a mirarla atraída por su silencio. Maxwell están contándole algo y ella parece triste, dolida... Ese tipejo se las va atener que ver conmigo como siga así. Mel se ha levantado, ahora está dándole la espalda. Él también se levanta y va haciaella. Está recorriendo su espalda con la mano... Le ha susurrado algo al oído. Definitivamente, creo que hemos perdido, Jan.

Sólo hacerla feliz, sólo eso. Yo dejé de creer en la fantasía, pero Mel... ¿cuáles son sus sueños? ¿Dónde los guarda? Yo nosoy sus sueños, desde luego, pero sería estupendo poder hacérselos realidad. Además, no sé por qué, siempre que estamosen un lugar donde han pasado Xena y Gabrielle, me siento más receptiva a tener fe en princesas de cuentos de hadas.

Egipto, yacimiento de Hierakómpolis. 9 de junio de 1941, J.C.

– ¿Cómo estás, Percie?

Maxwell se sentó fríamente junto a Mel Pappas, sin contestar a su saludo, sin mirarla, con los ojos fijos en la lejana JaniceCovington que escribía con delicadeza en un cuaderno, unos metros frente a ellos.

– Dime, Mel... ¿te lo pasaste bien anoche?

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Melinda se tensó ante los recuerdos de bañeras, rosas, whiskys y tristeza.

– No... –su cabeza bajó automáticamente y su tono de voz, se oscureció.

– Mm–mmm –Percebal no apartó su vista de Janice.

– ¿Por qué...? –Mel iba a decir algo, su mente extrañada.

– Hans me ha hablado mucho de Covington, ¿sabes? –Percebal cortó intencionadamente.

– ¿Ah, sí? –Mel no quería perderse una nueva oportunidad de saber más sobre el pasado de Janice.

– Sí... –Maxwell por fin miró a Mel, con un tono irónico, de alguien que quería incordiar, o más bien vengarse–¿No te hacontado nada Janice...?

Mel volvió a agachar su mirada.

– Bueno. No. Yo tampoco le he preguntado.

– ¡Oh, querida! En fin, en ese caso no creo que a Janice le convenga que te lo cuente... –la malicia iba creciendo dentro dePercebal.

Mel se mordió el labio inferior e ignoró el tono fastidioso de su amigo, concentrada en la verdadera cuestión:

– No hay secretos entre Janice y yo –dijo seria.

– ¿En serio? ¿Y entonces por qué no te lo cuenta ella misma? ¿Por qué no le preguntas?

– Porque...

– Es un tanto extraño para dos "amigas"... sin secretos, ¿no? –volvió a atacar el empresario inglés.

– No. No lo es. Se llama confianza, Percie. No necesitamos que vengas tú a cuestionar lo que pasa entre nosotras –Mel sehartó–Parte de ser amigo de alguien consiste en que la gente pueda guardar secretos. Yo respeto eso.

– Tienes razón, lo siento. Yo no soy quién para saber, ni entrometerme en vuestros... asuntos. Pero, dado que en ese caso,no le importará a "Jan", puedo contarte al menos lo que Hans me ha dicho de ella, ¿no?

– Adelante –Mel trató de reconciliarse con una de sus encantadoras sonrisas.

– No sé si conoces esta parte, pero Janice y Hans fueron juntos a la universidad. Por supuesto, en materias distintas. Hansestudió astronomía y Janice, es sabido de todos, arqueología... –el vengativo Percie hizo una pausa asegurándose de que suinterlocutora cogía cada palabra– Y... Janice tenía un grupo de amigos, muy "selecto" y muy "reducido". No se puede decirque la hija de Harry Covington fuera una compañía recomendable. Pero Hans la conoció por otro colega que estudiabaarqueología, y, ¡bueno! –Maxwell alzó las manos explicándose con todo el descaro posible– ¡Ya sabes cómo son estas cosas,Mel... un hombre... una mujer: plop! –y diciendo esto las juntó bruscamente.

– Quieres decir... que empezaron a salir –dijo Mel muy despacio.

Percebal se rió con grosería.

– Bueno, pequeña, ¡yo no lo llamaría salir! Digamos que tenían una relación muy cercana... físicamente. Muy cárnica.

Mel se sintió a sí misma deseando vomitar.

– ¿Te encuentras bien querida? Estás pálida como la nieve.

Mel negó ligeramente con la cabeza apenas encontrando su voz.

– No... nada... no es nada... Es que no he desayunado bien hoy.

La traductora palmeó ligeramente la mano de su compañero para que prosiguiera y el inglés sonrió para sus adentrossabiendo que había conseguido, en parte, devolver el daño de la noche anterior. Aunque esto no le hacía sentirse del todobien.

– Hans dice que era toda una leyenda en la facultad.

Mel tenía destellos de orgullo en los ojos, mientras la oscuridad de la sensación anterior iba enterrándose en suspensamientos.

– Parece ser que había también unos cuantos profesores a los que llevaba de cabeza. Eso, o sus piernas.

Mel iba a preguntar el significado de este último comentario pero Percebal siguió hablando, distante.

– ¿Sabes qué decían de ella? –Percebal miró a su amiga con una sonrisa y las cejas alzadas– Que era inteligente...ilusionada... trabajadora... emprendedora... creativa... atractiva... y obsesionada con un mito estúpido inexistentecomparable al de Papá Noël... Tiene merecido el apodo... ¡la sacerdotisa del desierto, jeje! ¡Tiene chispa y todo: podríaunirse a un circo como pitonisa!

Los ojos azules de Mel parpadearon. Se había dejado llevar en el baño de acertados adjetivos y ahora estaba atascada por laincredulidad de su compañero... y por su petulancia.

– Percie, Janice es mi socia desde hace un año y mi mejor amiga, y no creo que tengas razones para hablar así de ella, nisiquiera la conoces.

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– Oh, ¡he llegado a conocerla, créeme!

Mel ignoró el nuevo y desconcertante comentario.

– Pero eso no es cierto. Los pergaminos de Xena existen.

– Ya, ¿y quién lo dice? Eso sólo son rumores del Reich y tonterías de Hans.

– Yo lo digo.

Maxwell se quedó callado, su rostro serio e incomodado sobre Melinda Pappas.

– ¿Y eso? –el inglés pelirrojo preguntó desconfiado.

– Porque yo estaba allí cuando los encontró –Mel enrojeció ligeramente– aunque, en realidad, lo que se dice encontrarlos, lohice yo.

– ¿Ah, sí, Melinda? ¿De veras existen? Y dime, ¿entonces por qué no lo habéis publicado?

Mel comenzó a mostrar su molestia.

– No es el momento adecuado. El mundo no está preparado...

– ¿Para qué? ¿Para qué no está preparado el mundo? –Percebal se acercó a ella, sus ojos echando fuego– Echa un vistazo atu alrededor, Melinda, y dime para qué no estamos preparados: todos estamos con la porquería hasta la garganta, y si no lalimpia esta guerra no sé lo qué lo hará.

– ¿De qué estás hablando?

– ¿Hay algo que el mundo no haya visto, queda algo por lo que no sintamos asco o vergüenza? –Maxwell sabía que suspropias palabras no hablaban de hechos de guerra, sino de sus sentimientos hacia cierta arqueóloga rubia– Da igual lo quedigan esos pergaminos, créeme, nadie va a asustarse, porque ya estamos acostumbrados a que este planeta sea una letrinaputrefacta.

– Queda algo, Percie. Queda la guerra. Los nazis, y tantos otros que quieren convertir esa letrina de la que tú hablas en algoaún peor, en un cementerio gigante.

El silencio se hizo, y la situación se llenó de visiones de muerte y sangre que cualquiera que hubiese viajado por el viejocontinente en aquel año habría llevado consigo para siempre. Ambos las tenían. Pero ambos las veían de formas diferentes.

– Oí que Covington fue detenida en París –Percebal comenzó tras un rato, suavemente.

– Sí. Lo fue –Mel tragó saliva ante la dureza del recuerdo.

– ¿Por qué?

– ¿Por qué...? Pues por luchar con los aliados, por ayudar a la gente, por querer detener a los nazis... No sé, ¡¿por qué tequieren matar en una guerra?! –y con esto Mel rompió en sollozos ahogados.

– Mel, tranquila. Querida, ¿he dicho algo que te ha molestado?

Percebal Maxwell, el gran empresario inglés, aliviado por la tortura ejercida sobre Melinda Pappas con sus exageradashistorias de la universitaria Covington, decidió cambiar de actitud, y tratar de ser "el bueno". Tratar de conseguir a Mel, másallá de lo que Covington hubiese podido obtener de ella. Más allá de eso. La haría feliz, sólo eso. Y entonces ella cumpliríasus fantasías. Las de él. Si le pedía que se casara con él, la sacaría de su sufrimiento con la maldita saqueadora de tumbas.Sería limpiar el nombre de su familia, todo lo que los demás esperaban de ella. Y un buen partido, dada la fortuna de losPappas. Decidido.

– Shhhh... Mel, querida, lo siento –el pelirrojo posó una mano sobre las de Melinda– Lo siento. Seguro que debes de haberpasado por cosas horribles durante la guerra.

– Oh, ¡déjame, Percie! Yo... lo siento. ¡Tú no tienes por qué aguantar mis tonterías! –Mel dijo, con la culpabilidad de estarcontinuamente molestando a su amigo con sus penas.

– Como te dije en cierta ocasión muy similar a ésta, si es algo que te duele, no es una tontería.

– Ya lo sé –Mel forzó una sonrisa amarga– Pero no lo puedo evitar.

– ¿Todavía pensando en lo de estar sola? –al ver el asentimiento de Mel, Percebal bajó su tono de voz, intentando ser lo másclaro posible, en cuanto al significado– ¿Cuántas veces voy a tener que decirte que eres maravillosa, eh?

Mel se deshizo de la mano pretendidamente consoladora de Percebal Maxwell y se levantó, dándole la espalda, el desiertoinfinito abriéndose ante sus ojos, el sol en el ecuador del cielo, iluminando el suelo. Allí dejó escapar aquellos pequeñossollozos reprimidos.

No sabía Maxwell que era miedo a la soledad, sí, pero no a una soledad en la que no tuviera una pareja a su lado, o unafamilia, o incluso amigos, o como él había dicho, personas que la considerasen bella. Era la soledad de no tener a JaniceCovington. Ya podría tener a un ejército a sus pies: se seguiría sintiendo vacía sin la sacerdotisa del desierto...

Entonces sintió la mano de Percebal deslizándose por su espalda y todo pensamiento de amor se disipó en el aire, como... sinunca hubieran estado allí. Es difícil explicar por qué hay personas que pueden hacernos sentir que somos dueños delmundo, que con sólo su presencia podríamos conquistar todos los países y pueblos en nombre del amor, y otras quesimplemente nos dejan heladas y pequeñas, reducidos a defectuosos seres humanos con un poco de asco hacia uno mismo.El caso es que esas cosas ocurren, y Mel se preguntó por qué su eterno amigo, o mejor dicho, el hijo de un viejo amigo de

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su padre, le causaba con tanta facilidad la segunda sensación.

La distante traductora sintió una respiración lenta y caliente en su oído.

– Cásate conmigo.

Mel no supo qué era peor: que las piernas le temblaran o que la voz la abandonara. Su cerebro trataba de dar sentido a laspalabras, de asimilarlas y comprenderlas, pero era incapaz de creer lo que oía.

– Te lo daré todo, Mel. Cásate conmigo –Percebal repitió girándola para que lo encarase– ¿Qué me dices?

– Yo... –la voz temblorosa de Mel se recuperaba poco a poco– No... quiero decir... necesito...

– ¿Pensarlo? Bueno, pequeña, no voy a ir a ninguna parte en unos cuantos días. Tienes tiempo para pensarlo... tenemos... –Percebal corrigió.

Con sus manos paliduchas, el inglés pelirrojo acarició el rostro de Mel y le dio un beso en la frente. Se alejó sonrienteagitando su mano, convencido de que aquel gesto tierno la había dejado atontada. Una buena táctica a la que ninguna JaniceCovington podría responder: ¡esto era la guerra!

Los estómagos llenos de los descansados excavadores escuchaban atentos las indicaciones de la jefaza: una Janice Covingtonsubida a una silla que con su eterno sombrero y la camisa remangada pegaba gritos a un lado y a otro, mandando,recomendando, rogando y asegurando. Con dos palmadas y un agradecimiento por la rapidez del traslado desde Keops,Janice se bajó de la silla y sus vasallos rompieron filas.

Lo primero que hizo Janice en cuanto bajó de su improvisado palco, fue buscar a su colega.

– ¡Mel... Mel, espera!

Con una carrera apresurada, Covington estuvo al lado de su compañera jadeando por el calor y el esfuerzo. No meacostumbro a verla en traje de faena, Janice recorrió con la mirada el atuendo aventurero de su amiga. Sonrió para susadentros cuando recordó cómo Xena había rasgado su falda para poder luchar contra Ares en aquella primera vez. Quizá Melno quería que la historia se repitiese.

Cuando Mel se giró para encarar a Janice, parecía la persona más feliz del mundo. Sus manos entrelazadas por delante desu cintura, y la sonrisa más luminosa de la tierra. Pero algo fallaba.

– Me gustaría enseñarte algo –Janice tocó suavemente el antebrazo de Mel–Ahora –pidió con un susurro.

En ese momento, con su Janice Covington tocándola, con el atardecer comenzando a hacer acto de presencia en uno de loslugares más bellos del mundo, la morena traductora se sintió la persona más desdichada del mundo. Debía decirle a Janicela decisión que había tomado, y cuanto antes mejor. Iba a ser la señora de Percebal Maxwell. Tan sencillo como eso. La vidano le había ofrecido más, únicamente enseñarle las puertas del paraíso y luego cerrárselas en las narices: eso había sido lanoche anterior. Por su mente pasó el destello de una Janice durmiendo en su cama y todo su cuerpo tembló de dolor. Asíque, si la vida quería eso, ella no iba a pedir más. A cumplir con el deber. Pero debía decírselo a Janice, al fin y al cabo,seguían siendo amigas.

–¿Mel? ¿Meee–eeel? ¿Estás ahí?

– ¿Qué?

– Te he dicho hace un buen rato que quiero enseñarte una cosa... pero has pasado de mí...

– No, no. Sólo pensaba. Y bien, ¿qué es eso que tiene que enseñarme, doctora?

Mel se maldijo cuando inconscientemente ofreció un brazo para que Janice la guiara. Pero la maldición aumentó cuandoJanice lo aceptó con una encantadora sonrisa.

Mejor en otro momento. Éste no era precisamente el más adecuado para decirle a Janice que iba a casarse con otro... conPercie. No cuando tenía una de aquellas sonrisas.

Mel Pappas y Janice Covington caminaban una junto a la otra sobre el árido terreno de lo que una vez fue una de lasciudades más prósperas y antiguas de Egipto. De hecho, fue la ciudad donde se fundó Egipto.

Melinda agarraba disimuladamente la mano de Janice, aún colocada bajo su brazo, casi a la altura de su pecho. Eratranquilizador tenerla entre sus manos. Pero cosas más turbadoras aparecieron en su mente.

– Jan. Janice. –Mel se corrigió cuando vio a Covington desviar su vista del paisaje para encararla bruscamente.

– ¿Me has llamado Jan, o sólo has balbuceado? –la arqueóloga dijo con la estupefacción de la que no se sabe decir si esenojo o alegría.

– Bueno –Mel enrojeció– Te llamé Jan, pero...

– ¿Pero... qué? –Janice dijo rudamente.

Al observar cierta tristeza en los ojos de su amiga, Janice supo que una vez más su carácter fuerte había hecho que suspalabras fueran malinterpretadas. Recordó las líneas de su diario, y sonrió ampliamente, desenfadada, hacia el paisaje:

– Jan –dijo en un suspiro– ¡Me gusta! ¡Creo que me gusta mucho!

Janice no se giró para ver la reacción de su colega pero notó cómo los brazos que sujetaban su mano se relajaron.

– Pues bien, Mel... ¿qué me ibas a decir?

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– Es una pregunta personal. No sé si... ¡mejor olvídalo! –Mel liberó la mano de su compañera.

– ¡Eh! Tú puedes preguntarme lo que quieras, ya lo sabes.

– ¿Cuántos amantes has tenido?

La rapidez de Mel fue tal, que a Janice le pareció incluso que había ignorado su último comentario. De hecho, la había pisadoen la última palabra. Aquella pregunta sí que la pilló por sorpresa, estaba esperando algo como "¿por qué no me dejasmarcharme de tu lado y vivir mi vida, doctora egoísta?". No. Mel quizá pensase eso, pero su naturaleza era demasiado noblecomo para decirle algo así.

Y esta pregunta... era, por lo menos, extraña.

– ¿Puedo saber por qué? –Janice dijo en el límite de la seriedad y la comicidad.

– Simple curiosidad –Mel miró al cielo– Desde que te conozco, no te he visto con nadie. Y... me pregunto porqué.

Porque si no eres tú, no quiero a nadie más, la mente de Janice contestó automáticamente. Aunque esa frase fue descartadacomo posible respuesta unos segundos después, claro.

– Yo tampoco te he visto con nadie –Janice atacó– Bueno, a no ser con ese... Maxwell.

Mel sintió la punzada estrujándole el corazón. Eso sí que dolió.

– Y en respuesta a tu pregunta –Janice se sintió responsable de la situación ante el silencio de Mel– No sé el número exactode amantes que he tenido. Nunca me he parado a pensar en eso como en un "conjunto". Quiero decir, que nunca los hecontado ni ordenado por peso, estatura, ¡o si tienen pelos en la lengua!

Cuando Mel rió sonoramente, Janice se sintió aliviada por haber conseguido suavizar el ambiente con aquel chiste barato.

– ¡Hey, no te rías, hay gente que hace esas clasificaciones! –Janice protestó fingiendo indignación.

La risa de Mel aumentó y el mundo pareció volverse mejor con aquello. Claro que toda alegría tiene su baño de tristezadespués.

– No. Ahora en serio, Janice. Por ejemplo... –Mel fingió que no había premeditado la pregunta– Hans y tú...

– ¿Qué? ¿Qué si fuimos novios? ¿Qué si nos acostamos?

– Sí... –Mel bajó la cabeza avergonzada por su propia ansia de saber, de pedirle explicaciones a Janice por su pasado, algoque ni siquiera tenía derecho a hacer.

– Sí, Mel, lo fuimos. Pero hace mucho tiempo. Y además, no me resulta agradable acordarme de aquello porque le causémucho daño. Lo único que sentía por él era agradecimiento, no amor. Puede que ni siquiera deseo. Lo que hay, y lo quehubo entre nosotros es una profunda amistad, y un gran respeto. Nunca debí permitir que fuera nada más.

Mel alzó la vista para contemplar a la distraída Covington, sorprendida en extremo por la repentina apertura de su cerradacompañera.

– ¿Agradecimiento? –Mel preguntó con el ceño fruncido– ¿Cómo Xena y Hércules?

– ¿Qué?

Ante el nombramiento de la Princesa Guerrera Janice se encendió, tratando de encontrar el significado.

– Xena... –Mel explicó– ¿No te acuerdas? Hércules la redimió, y ella, bueno, ya sabes. No creo que lo que Xena sintió haciaHércules fuese amor. Sino agradecimiento.

– ¿Por qué crees eso? –Janice se quedó intrigada.

Mel sonrió débilmente.

– Sólo es una opinión. Pero, supongo que si Xena hubiese estado realmente enamorada de Hércules se habría quedado conél. Quiero decir, ¿habría algo más perfecto que dos héroes, de igual fuerza y decisión, luchando por el Bien Supremo yteniendo fuertes y sanos niños que a su vez crecieran para luchar y continuar el ciclo? No. Pero Xena decidió que aquel noera su lugar.

– ¿Y por qué crees que lo hizo?

Mel sonrió amplísimamente, sin poder evitarlo.

– Porque tenía que encontrar a Gabrielle, claro.

La traductora oyó un bufido cómico a su lado.

– ¿Y Gabrielle era mejor partido que Hércules? –Janice preguntó divertida.

– Sí. Supongo. Porque lo que es igual, aburre.

– ¿Cómo?

– Que las parejas iguales son estúpidas. Las personas con gustos parecidos, formas de comportarse idénticas... son genteaburrida, defraudada. Puedes salir a la calle y ver muchas de esas parejas, que a lo mejor llevan 40 años casadas, y sontristes y amargos. La diferencia, y la diversidad, es lo que hace el mundo divertido, doctora. –Mel se empujó el puente de

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sus gafas hacia arriba como toque final.

– ¿Los polos opuestos se atraen, eh? –Janice sonreía chispeante, muy cómoda en el rumbo que estaba tomando laconversación. Pero en ese instante, Janice se dio cuenta de algo y se paró en seco– ¡Un momento! ¡¿Por qué hemos estadohablando de Xena y Gabrielle como amantes?!

Su voz se quebró, no porque aquello la escandalizara o le pareciese extraño, sino porque la idea de que sus vidas pudieranser parecidas, aunque fuese sólo un poco, a las de sus viejas antecesoras, hacía que Janice Covington se imaginase a supropia Princesa Traductora. Las piernas le temblaron cuando vio una segura sonrisa en el rostro de Melinda Pappas, que noera muy habitual, precisamente.

– ¿Quién ha hablado de amantes? –Mel reía desempeñando el papel controlador– Sólo almas gemelas, doctora, sólo almasgemelas...

Janice se sintió a sí misma enrojeciendo, cosa que no le había pasado en mucho tiempo.

Quiso abrir la boca para decir algo, pero la voz no le salió. Melinda se adelantó ligeramente por delante de ella, divisando yalo que intuía como lo que Janice quería enseñarle.

– Ay, madre... –fue todo lo que Mel pudo decir.

– Estuvieron aquí, Mel. Puedo sentirlo. Sé que estuvieron.

– ¿Por qué iban a alejarse tanto de Grecia?

– No lo sé. Todo está muy confuso ahora. Seguimos sin lograr descifrar qué pasó tras la crucifixión ordenada por César.

– Me resulta extraño que no haya nada documentado sobre eso... coincidiendo justo con el asesinato de César. No sé. Esextraño.

– Probablemente, si había algo, fue destruido. Pero todo lo que podamos teorizar no es nada comparado con lo que podemosdescubrir con pruebas y artefactos, ¿no crees?

Del santuario que dominaba toda la ciudad de Hierakómpolis quedaba más bien poco. El primer templo conocido de Egiptoera ahora nada más que un rastro vago del pasado. Sólo quedaban grandes agujeros en el suelo de unos dos metros deprofundidad, lo que habían dejado las columnas. Janice y Mel contemplaron las ruinas.

– ¿Qué te hace pensar eso? –Mel preguntó sin apartar la vista.

– ¿Lo qué?

– Que estuvieron aquí. Que realmente Gabrielle y Xena estuvieron aquí.

– Estuvo todo el rato delante de nuestras narices y no me di cuenta –Janice suspiró.

– ¿Qué?

La arqueóloga volteó con sus manos en la cintura, observando a los trabajadores trabajando en el resto de las ruinas de laciudad.

– ¿Recuerdas los jeroglíficos de la pirámide? –Janice encaró a su compañera.

Mel asintió y la arqueóloga frente a ella tomó una expresión de confidencialidad, pero con aquel brillo en los ojos queindicaba que el fuego por la aventura comenzaba a crecer. Y era contagioso.

– En 1898 –Janice comenzó muy despacio–se descubrió en este yacimiento una paleta ceremonial de pizarra que contenía¡exactamente los mismos jeroglíficos que vimos en la pirámide! No tiene las mismas indicaciones sobre las dos mujeres o elchakram, pero sospecho que todo eso no era más que una pista. –Janice brilló con el entusiasmo aunque trataba deesconderlo tras una capa de precaución.

– ¿Una pista para qué? –Mel comenzó a sentirse igual de absorta en el descubrimiento.

– ¡La fundación de Egipto, Mel, el amanecer de una de las civilizaciones más grandes de la Historia!

– ¿Y Xena y Gabrielle formaron parte de él?

– ¡Sí!

– ¿Pero... cómo...? ¿Cómo pudieron hacer coincidir... todas esas civilizaciones que visitaron... y Cleopatra... carece desentido... quizá nos hemos equivocado en algo de los pergaminos?

Janice negó con la cabeza y agarró a su amiga por los hombros.

– No, Mel, no nos hemos equivocado. Todo está perfecto –Janice miró a su alrededor, como pretendiendo no ser oída pornadie–Lo único que pide de nosotras es un poco de...

– ¿Fe? –Mel terminó.

– Iba a decir –Janice sonrió ligeramente–trabajo. Pero supongo que la fe también vale.

Mel se percató en ese momento de que de nuevo la mano de Janice estaba entrelazada entre las suyas. La facilidad con laque estos gestos comenzaban a producirse había aumentado últimamente, si bien cuando conoció a la arqueóloga el contactofísico había sido muy violento: Janice tenía que sujetarla donde quiera que iban, tras el incidente de Xena entrando sucuerpo. Literalmente, se había quedado destrozado como si hubiese estado lanzando chakrams toda su vida.

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– ¡¡Doctora!! ¡¡¡¡Doctora Covingtooon!!!!

Gritos comenzaron a salir de todas partes del campamento. Janice, al oír su nombre, soltó la mano de Mel y corrió hacia elfoco de la llamada. Mel trató de seguirla tan rápido como pudo.

– ¿Qué pasa? –preguntó Janice abriéndose paso entre una multitud de excavadores curiosos.

Janice encontró a un entusiasmado Hans Harrer palmeando el hombro de su compañero Maxwell, mientras felicitaba a Olin, elrudo excavador egipcio que había gritado su nombre.

– Mire que encontrar nosotros, doctora.

Janice se congeló. Vio la alta figura de Mel Pappas, colapsando en el suelo, a su lado. En condiciones distintas, hubieracorrido a ayudarla a incorporarse, pero ahora ni ella misma se fiaba de la efectividad de sus piernas. Frente a ellas, en elsuelo, una superficie metálica se extendía, brillante y plateada. Sólo unos cinco metros estaban descubiertos, pero se podíaadvertir que sus dimensiones reales abarcaban muchísimo más terreno. Janice contempló inscripciones extrañas, símbolosque no reconocía, grabados sobre la superficie.

Esto era grande. Esto era muy grande.

Así que Janice Covington cayó de rodillas al lado de Mel Pappas, con la boca abierta, la sonrisa a flor de piel y pensando que,definitivamente, si esto no les reportaba una buena financiación para la próxima excavación, entonces nada lo haría. A sulado, la arqueóloga escuchó un comentario sureño que la hizo desternillarse. – ¡Ay, madre!

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Capítulo IX: La Hija Pródiga

"De nada le sirve al hombre lamentarse de los tiempos en que vive, pero siempre le es posible mejorarlos"

Thomas Carlyle La oscuridad la mató, prácticamente, cuando el recuerdo de cómo ésta se había apoderado de su cuerpo ysu mente, la acechó. Recordó la sangre sobre el pecho de ella, cómo el momento de luz se había bañado de sombras negrasy alargadas. Ahora que caminaba por largos pasillos estrechos, pasando estancias de luminosidad, le parecía estar aún máscerca de la oscuridad. Y eso que iba a verla... a ella.

– Hemos llegado.

El guardia, uno de aquellos que quizá había pateado en el templo de Horus, le quitó la venda de los ojos mientras anunciabael fin del trayecto.

– Buena suerte –dijo con algo más que ironía.

El joven se retiró, perdiéndose en la penumbra del estrecho pasillo. Xena miró al foco de luz, y suspiró. Con un paso firme seinternó en la estancia.

La luz que emanaba de las paredes era tan intensa que sus ojos tuvieron que entrecerrarse, puesto que habiendo insistidoNarmer en vendárselos, ni había podido negarse, ni tampoco conocer el camino. Sabía que estaban bajo la ciudad, y habíancaminado largos kilómetros, incluso. Ahora todo lo que sus ojos buscaban en aquella ceguera intensa era pelo rubio y ojosverdes.

Así que, con su mano protegiendo la vista de la intensa luz de la estancia, comenzó a ser consciente del ambiente. Delzumbido atronador que la envolvía. De un ser vivo gimiendo al fondo.

De un ser vivo, no. De algo. Porque aquella cosa que se retorcía y vibraba, con enormes membranas y una formanauseabunda, no parecía un ser vivo. Al menos no uno completo, todavía.

Trató de ignorar la presencia demoníaca de aquella cosa y recorrió la habitación. Más puertas que darían a más pasillos conmás habitáculos, quizá.

Y entonces, en una parte alejada de la estancia, la verdadera luz se alzó entre la falsa.

– ¿Gabrielle?

Xena, temerosa de que aquella visión fuese sólo un fantasma, llamó con toda la dulzura que su voz pudo mostrar.

– Gabrielle...

Gabrielle estaba envuelta en una larga túnica blanca, su cabello rubio ondeando sobre sus hombros... Xena tomó concienciade que estaba más largo de cuando la habían apartado de su lado. Pero eso era imposible en tan poco tiempo. Gabrielletenía una especie de punzón en su mano, y parecía absorbida en la tarea de grabar algo sobre la superficie de la pared.Xena avanzó un poco más hacia ella.

– Gabrielle, ¿me oyes?

No obtuvo respuesta y entonces se decidió a acercarse hasta poder estar a un paso de ella. Podía oír su respiraciónconstante, su decisión en cada arañazo que hacía sobre la superficie metálica y luminosa de la pared. Xena cerró los ojosante la visión de un hombro desnudo en movimiento. Era estupendo tenerla de vuelta, poder verla, poder oír cómo respiraba.

– ¿Gabrielle?

Una mano temblorosa se alzó para tocar la superficie más helada de lo normal de un perfecto hombro. Xena sintió la pielbajo su mano contrayéndose ante su tacto, y con un movimiento ligero hizo girar a la bardo para encararla.

Gabrielle tenía en su cara una expresión lejana, pero sonreía un poco, como si ese fuese el estado permanente de su rostro.Simplemente se quedó allí mirando a Xena, sin decir ni preguntar nada, ni quitar sus ojos de ella. Xena se preguntó a quéestaba jugando, ¿no se daba cuenta de que estaba muriéndose de ganas por abrazarla? Hacía un día, prácticamente, lahabía visto morir, con el pecho ensangrentado. Ahora la tenía en una estancia luminosa, viva y sonriente, y ni siquierarespondía ante su nombre.

Gabrielle entonces pareció darse cuenta de algo. Su expresión cambió, de repente pareció asustada, aterrorizada. Bajó lacabeza y se miró a sí misma, el punzón en su mano, la otra desnuda. Luego volvió a mirar bruscamente a Xena con el ceñofruncido y los ojos entrecerrados, buscando una respuesta en la mirada azul. Pero no la encontró. La bardo alzó una manopara acariciar la mejilla de Xena. Después su otra mano recorrió el cuerpo de la guerrera sin ningún tipo de pudor aparente.Pasó por entre sus pechos, por su estómago, por sus muslos, por sus piernas... su espalda. Siempre por encima de la túnicade Xena. Gabrielle parecía estar buscando algo. Algo que le pertenecía. A ella. No a Xena.

Giró alrededor de la guerrera, alzándole los brazos, mirando tras su cabello. Durante toda la inspección Xena fue incapaz demover un sólo músculo, tensados también cada vez que Gabrielle tocaba con su mano alguna parte de su cuerpo. Xenapensó que quizá estaba revisando si estaba herida, pero esa idea fue descartada cuando Gabrielle volvió a encararla ylevantándole el rostro con ambas manos, le preguntó:

– ¿Quién eres?

En ese instante el rostro de Xena quedó roto de dolor. Sus ojos comenzaron a fabricar líquido salado y su garganta se quedó

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seca, confinando su voz. Debía tener una expresión horrible por la forma en que Gabrielle la miró, incapaz de decir ladisculpa en alto pero manifestándola con manos alzadas rogándole a la guerrera no llorar. Gabrielle volvió a coger su rostro,acariciándolo con sus pulgares esta vez, y miró en un azul profundo.

– Perdóname. –dijo con voz quebrada– Seas quien seas, y fuéramos lo que fuéramos en el pasado, perdóname por norecordarte.

Y con los destellos traidores de las primeras lágrimas queriendo salir de sus ojos, Gabrielle se giró cara la pared y siguió conlo que estaba haciendo, clavando el punzón en la pared para escribir una nueva letra. Xena podía oír los sollozos de suamiga comenzando a ser incontrolables.

La guerrera fue incapaz de moverse. En vez de eso, sólo pudo apenas articular una inocente palabra buscando consuelo.

– ¿Gabrielle...? –Xena susurró.

– ¡No! –Gabrielle tiró el punzón al suelo y encaró a Xena con rabia en los ojos, pero no rabia dirigida a la guerrera– ¡Noimporta quién fueras, no importa! –gritó con lágrimas entrelazadas en palabras.

– Gabrielle, ¿qué...?

– ¡Deja de decirlo! –Gabrielle dio unos cuantos pasos sin rumbo, su mano sobre su frente, su rostro desesperado– ¿Ese es minombre, no? ¡Deja de decirlo!

– ¿Por qué? –Xena pudo oír el llanto en su propia voz.

Gabrielle se paró en seco y con el alma rota, miró en ojos azules demasiado familiares.

– Porque me duele, me duele cada vez que lo dices...

La joven pareció tomar fuerzas en ese instante, y con un gran suspiro, trató de sacarse las lágrimas y recogió su punzón.

– Vete –dijo fríamente.

– ¿Qué?

– Vete. Vete antes de que te hagan daño. O de que yo te lo haga.

Xena buscó en su mente una salida, una puerta que abrir ante el abismo. Se colocó rápida al lado de la bardo, tratando asíde que le viera el rostro.

– ¿No me recuerdas? Soy yo. Soy Xena.

– ¡He dicho que no lo digas! ¡No digas tu nombre!

Gabrielle colapsó en el suelo, sollozando, gritando, y si Xena oía bien, rezando en una lengua extraña. Que no la recordara lehabía roto el corazón. Verla así, la mataba.

– ¿Qué te ocurre? –Xena se sentó a su lado, de rodillas, queriendo atraerla hacia sus brazos, pero sólo alcanzando a tocarlade nuevo en un hombro– ¿Qué te ocurre? –volvió a demandar.

Para sorpresa de la guerrera, la bardo se abalanzó a sus brazos y sollozó en la melena azabache.

– No sé quién soy... –Gabrielle repetía– No sé quién soy...

Xena devolvió el abrazo lo mejor que pudo, atrayéndola con toda su fuerza, deseando fundirla consigo misma, musitandopalabras de consuelo que podían no tener sentido, pero sí algún efecto.

– Sí lo sabes –una voz profunda clamó desde una de las compuertas de la estancia.

Xena alzó la cabeza con rabia, sin dejar que Gabrielle levantara la vista. Sólo vio a un simple anciano de aspecto centenario.Su pelo había desaparecido y la piel le colgaba libremente de los marcados huesos. Apareció cubierto con una túnica negra,apoyado en un pequeño bastón de cerámica blanca.

– Eres la Elegida –el viejo sonrió.

Xena apartó con delicadeza a Gabrielle. Se levantó para encarar firmemente al anciano.

– De acuerdo. –dijo– He tenido paciencia hasta ahora pero definitivamente esto es la gota que ha colmado el vaso –Xenaindicó con su cabeza la Gabrielle dolida del suelo– Estoy agotada, exhausta, y aburrida. –la guerrera indicó con sinceridadamenazante– Lo último que va a ser Gabrielle es una Elegida de vuestros dioses... No queremos nada con ellos.

Xena parecía querer continuar pero fue cortada por la sublime tranquilidad del anciano.

– Xena –dijo el hombre–busca la herida de Gabrielle.

Xena frunció el ceño y miró a la bardo que trataba de incorporarse. Xena tomó su mano para ayudarla, y con la miradaconcentrada tocó suavemente el pecho de su amiga. Gabrielle notó la mano temblorosa de Xena cuando no dio con lo queesperaba encontrar. La guerrera miró a los ojos de su amiga, pidiendo permiso para continuar, y cuando no vio ni unacensura ni una permisión, se aventuró a continuar apartando ligeramente la túnica. Xena retiró la tela lo suficiente como parapoder ver el comienzo de los pechos de Gabrielle, pero allí no había nada. Ni una cicatriz, ni una marca, ni un rasguño sobrela piel. Todo su cuerpo se estremeció.

Xena no supo hacer otra cosa más que mirar al anciano.

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– ¿Cómo...?

El viejo sonrió seguro.

Miró a Gabrielle, que tenía surcos rojos de lágrimas marcados en las mejillas.

Xena no supo descifrar ni siquiera qué idioma era el que hablaban. El anciano dijo algo que hizo sonreír a Gabrielle, y sin ellale contestó en esa lengua extraña, como asintiendo, regresando a su tarea en la pared.

Xena se dirigía a evadirla de eso, pero el viejo alzó una mano y luego su dedo índice trazó una negación en el aire.

– Princesa Guerrera, –dijo– quiero mostrarte algo.

Xena miró de nuevo a Gabrielle antes de responder.

– No pienso dejarla sola –argumentó.

El anciano advirtió una sonrisa peculiar en Gabrielle al oír aquellas palabras.

– Te prometo, guerrera, que donde estamos ningún ser vivo se atrevería a hacer daño a la Elegida. Al contrario.

Una última sonrisa compartida y una mirada de admiración que Xena no había visto en Gabrielle desde hacía mucho tiempo,fue lo último que bardo y guerrera compartieron antes de que ésta última se perdiera con el anciano por una de lascompuertas y la rubia volviese a su tarea en la pared.

Xena caminaba casi arrastrada, molesta por tener que poner distancia entre ella y aquella desconocida Gabrielle, pero porotro lado, contenta de que por fin alguien estuviese dispuesta a contestar sus preguntas.

– ¿Por qué no me recuerda? –fue lo primero que Xena dijo mientras caminaban.

– Porque los recuerdos de su vida no son necesarios. Ocupan un espacio valioso. O los sentimientos, por ejemplo.

El anciano encaró a la mujer.

– Por cierto. Yo soy el sacerdote aquí.

¿Por qué este viejo enclenque que emanaba una sabiduría prudente no paraba de sonreír?

– Bien, sacerdote, ¿entonces para qué necesita Gabrielle todo ese "espacio valioso"? –Xena preguntó con su mejor cejaalzada y desconfiada.

– Oh... ahora lo verás.

Xena se dio cuenta de que habían estado caminando un largo rato. Y entonces fue cuando se dio cuenta de hasta qué puntoun ruido atronador se había ido intensificando.

– ¿Dónde estamos?

– Bajo el suelo. A mucha profundidad. En el corazón de la nave.

– ¿Nave?

– Nave, guerrera. De las que surcan los cielos.

– ¿Qué Hades...?

El sacerdote se paró en seco cuando la luz del fondo del tétrico pasillo se intensificó. No era una luz blanca y pura, como lade la estancia con la cosa viva... la cosa... Era una luz verde, artificial e impura, de alguna forma.

– ¿Qué dirías, Xena, si todo lo que conocemos no fuese más que una farsa? ¿Si nuestras vidas no pertenecieran a uncaprichoso juego de azar entre divinidades? Si fuésemos, en definitiva, parte de algo mucho más raro, grande y bello que unmundo de injusticia y despotismo... –el sacerdote miró a Xena buscando la comprensión. El hombre pensó que esos ojosazules eran una fiesta de estrellas y nebulosas–¿Lo comprenderías, Xena? ¿Entenderías la belleza, la fragilidad y la funciónde nuestro universo?

Xena se dijo a sí misma que nunca había estado en una situación como aquella.

– Sí –dijo– Probablemente no entendería el alcance, pero supongo que en conjunto, yo sí puedo decir que sé vivir sindioses...

– Claro –el viejo sonrió de nuevo– Tú, que incluso los has destronado...

Xena se sobresaltó.

– ...que has vuelto de la muerte en varias ocasiones, que has dormido durante décadas, y que eres una leyenda viva...aunque muchos crean lo contrario –el viejo miró al frente, a la luz verde, pensativo–Creo que es por eso por lo que ella es laElegida. Es especial, ¿no es cierto, Xena?

– Es lo mejor de mi vida –Xena susurró.

– Lo sé. Vamos, guerrera. Y por cierto, no te repitas en tus frases, ya sé que no es la primera vez que las dices...

Xena no quiso preguntar por miedo a la respuesta, aunque no sabía que era tan sencilla como que el sacerdote,simplemente, ya lo sabía. Al fin y al cabo, era sólo lo que veía.

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La Matriz se removía en su capullo, clamando y retorciéndose. Xena la contempló estupefacta.

– Como dije, Xena, la función del universo es todavía más sublime de lo que podamos imaginar.

Xena observó la primera hilera de gigantescos guerreros caminar hacia el centro del núcleo. El capullo verde, cuatro o cincoveces más grande que el anterior, el de la sala donde había encontrado a Gabrielle, era una masa verde que irradiaba luz ymisterio. En su interior se retorcía la Reina en un letargo milenario.

Esto ya no era una estancia, sino el núcleo de la nave. Grandes capas de escaleras y orificios en todas partes. ¿Qué alturatendría... 100, 200 medidas? Habría unos diez mil soldados allí, o lo que quiera que fueran. Todos parecían por lo menoseso, guerreros. Pero aquello no eran armaduras. Eran exoesqueletos. Una mancha negra pasó volando delante del sacerdotey Xena, que habían dado en salir por uno de los orificios, con un pequeño palco, muy cerca del techo, que les permitíaobservar el núcleo en su conjunto. Xena sintió su respiración acelerándose, igual que en una batalla. Por primera vez, unhecho, y no una persona, lograban conmoverla. Aunque descifrar lo que sintió cuando simplemente su mente descifró que loque estaba contemplando no era de este mundo, era tarea imposible. Sólo sabía que ahora la Humanidad había dejado deestar sola en el Universo. Pero, como había dicho al sacerdote, no alcanzaba a entender el alcance de ello, todavía.

– Míralos. Preciosos y raros. Feos en sus formas, hermosos en su naturaleza.

– Son como... mantis... o insectos...

– Pero maravillosos.

– Un bicho de estos podría liquidarte en segundos.

– Podría... pero no lo hacen.

– ¿Entonces, qué es lo que hacen?

– Esperan. Su mundo colapsó por su imprudencia. No piensan cometer el mismo error esta vez.

– No lo...

– Su Reina duerme en letargo. Lo que viste en la estancia donde se encontraba Gabrielle era su primogénito. El primero. Estaraza se compone de seres mucho más grandes y perfectos. No los soldados, ellos sólo son eso... obreros. Igual que lasabejas de una colmena, sólo que son seres inferiores a los auténticos. A la Reina le ha costado 8000 años formarlo, y ellatodavía no está completa.

– ¿Y cuándo lo esté, qué harán...?

– Para cuando lo esté, nosotros ya habremos cometido errores irremediables y el aire que respiremos o el agua que bebamosserá veneno para nuestros cuerpos y vida para los de ellos. Necesitan adaptarse a una selección natural antes de salir a lasuperficie.

– ¿Selección?

– Aún sabemos poco de la naturaleza, Xena, pero todas las especies sobrevivimos a base de paciencia y constancia. Si hayalgo que ellos tienen, es constancia, y para vivir en este mundo necesitan adaptarse a él, primero. Además, son demasiadonobles como para arrebatárnoslo. No, ellos no harían eso.

– Pero sí dejarán que nos matemos entre nosotros.

– No son quiénes para intervenir en eso.

– No dije que lo fueran. ¿Y qué tiene que ver Gabrielle en todo esto?

– Ella cumplirá su profecía.

– ¿Por qué sospecho que lo que voy a oír no me va a gustar nada?

– Estos seres, Xena, esta civilización, esta raza es más racional y noble de lo que nosotros aspiramos a ser. Son conscientesde que para comprender y vivir en este planeta necesitan conocer y saberlo todo sobre él. Cuando el suyo fue destruido, unprofeta vaticinó la venida a la Tierra y el encuentro con un nuevo Elegido, un humano, que daría esos conocimientos a supueblo y los guiaría hacia la resurrección. Han pasado muchos milenios buscando a ese ser especial. Creyeron encontrarlo enmí, pero se equivocaron. Creyeron encontrarlo también en otra mujer. Y también se equivocaron. Ahora por fin lo hanencontrado en Gabrielle.

– ¿Y si también se equivocaran? Gabrielle no...

– Gabrielle posee capacidades que desconocía y que desconoce. La viste hablar conmigo en una lengua desconocida, porqueya ha sido sometida a prueba, y ya se le han transmitido y potenciado conocimientos superiores a los de cualquier mortal.Por eso necesita espacio en su mente, y por eso no te recuerda, ni lo que era.

– Me estás diciendo que le habéis lavado el cerebro...

– No. Cuida tus medidas, guerrera, porque de no ser por ellos, Gabrielle no estaría viva. Ni yo tampoco. Tengo otra cosa quemostrarte...

– ¡¿Cuándo vamos a parar de dar paseos?!

– ¡Irás con ella pronto! Ahora ven conmigo.

Xena y el sacerdote bajaron hasta el mismísimo centro del núcleo, donde el zumbido aterrador pero natural del capulloresultaba traumatizante para los oídos. Xena observó cómo aquellos "soldados" alienígenas que se cruzaban en su camino se

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apartaban inmediatamente, muchos de ellos se arrodillaban cuando el sacerdote y ella pasaban por delante. Xena comenzó apreguntarse si realmente estaba comprendiendo una sola palabra de todo aquello o sólo siguiendo un juego del que lo másque podía decir era que desconocía el final.

El juego continuó, cruel esta vez.

– Gabrielle murió. Cuando la trajeron, estaba desangrada, llamando por ti con sus últimas fuerzas. Uno de los soldados lacogió en brazos y la trajo volando hasta aquí. Al igual que hicieron conmigo.

Xena observó una especie de cápsula en el suelo. Tenía dos compuertas, y la forma y dimensión eran parecidas a las de uncuerpo humano. La visión de Gabrielle, muerta, siendo colocada ahí dentro la golpeó.

– Todas las células del cuerpo humano son regeneradas, sustituidas por otras nuevas.

La guerrera volteó hacia el sacerdote al oír aquello.

– Eso equivaldría a una especie de rejuvenecimiento.

– Sí, algo por el estilo...

– Por eso ella tiene el pelo más largo, la regeneración produce un exceso en células sanas.

El sacerdote frunció el ceño sorprendido.

– ¿Cómo es que tienes tantos conocimientos de medicina?

Xena sonrió mirando al vacío.

– Siempre hay algún doctor en la casa –dijo.

Xena volvió su vista para contemplar el gran capullo latente, a sus pies la máquina de la resurrección.

– ¿Cuántos años crees que tengo?

La mujer alzó una ceja, ahora conociendo más de una regla del juego, confiada en aquel terreno.

– No puedo asegurarlo con certeza, pero desde luego tú debes tener más de un milenio.

El sacerdote esbozó una sonrisa admiradora.

– Tres, para ser exactos.

– ¿Y llevas tanto tiempo siendo... su guardián?

– Sí. Ellos me dan la vida, y yo los guío en ella. Aunque ahora, prácticamente no voy a hacer falta. Me conservarán porafecto... ahora tienen a Gabrielle.

– Eso ya lo veremos – afirmó Xena–Tengo una pregunta... ¿Si fuiste una especie de alternativa al Elegido durante todo estetiempo, cómo es que logras recordar?

– Porque yo no tenía a nadie a quien amar. Sólo mi conocimiento, sólo el pensamiento, así que no necesitaron buscar másespacio en mi mente.

¿Alguien a quien amar?

–Además, ahora mismo la mente de Gabrielle funciona como una máquina colapsada de información e ideas. Está trabajandoen sus conocimientos, revolviendo en su mente, para poder dárselo a ellos.

– ¿Era lo que estaba grabando en la pared?

– La verdad, es que está haciendo un poco de todo. Creo que ha escrito desde uno de sus pergaminos sobre tus hazañashasta una pequeña historia que le pedí que inventara, pasando por sus conocimientos de matemáticas o sus primerasconversaciones con los filósofos en Poteidaia.

– ¿Te ha contado ella todo eso?

– Xena... creo que no lo comprendes. No es sólo la inteligencia o la capacidad. Gabrielle es oráculo, como yo. Es una profeta,aunque ella aún no lo sabe.

– ¿Una profeta, eh? ¿Y de qué iba la historia inventada?

– De un pueblo muy parecido a este bajo el que estamos, de un profeta con un cayado y de 10 plagas asoladoras...

– Suena extraño para una historia de Gabrielle.

– No es una historia. Es sólo lo que vemos. Como te he dicho, ella tiene muchos talentos ocultos.

– Yo también tengo muchas habilidades... y agradezco todo lo que ellos han hecho por ella, pero esto no puede ser. Nopuedo permitirlo. Voy a llevarla conmigo.

– ¿Y si ella opone resistencia?

– No lo hará.

Xena comenzó a caminar decidida hacia la superficie del núcleo, sin prestar atención a que también ante ella se arrodillaban

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los soldados alienígenas.

– ¡¿Cómo estás tan segura, Xena? ¿Cómo sabes que éste no es su destino?! –el sacerdote gritaba tras ella.

Xena ya no estaba al alcance del oído del anciano milenario, pero metiéndose en el orificio que la llevaría de nuevo hastaGabrielle, gritó su respuesta. – Porque su destino soy yo.

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Capítulo X: Sagradas Escrituras

"Las religiones, como las luciérnagas, necesitan de oscuridad para brillar"

Arthur Schopenhauer

– ¿Janice?

– Queeeee...

– ¿Esto no te suena de nada?

– ¿Mmm?

– No es la primera vez que estamos en una situación como ésta.

– Nooo, no lo es.

– ¿Y recuerdas cómo acabamos la última vez?

– Lo recuerdo perfectamente, tesoro. En especial, recuerdo el estado final de tu falda.

– Muy graciosa, doctora.

– Siempre lo soy contigo, ¿no, Mel?

Mel no quería hacerlo, quería retenerse, mostrarse como una chica grande que no tenía miedo de nada. Pero entre suspiernas tambaleándose y la oportunidad de un nuevo roce con Janice Covington, iba pegada a la espalda de la arqueólogacomo una lapa. De hecho, la comitiva formada por Covington, en primer lugar, seguida de la propia Melinda, PercebalMaxwell, Hans Harrer, y el bronceado Olin, iban pegados los unos a los otros como niños pequeños tomados de la mano enuna excursión escolar. En especial, el musculoso obrero egipcio de aspecto obtusamente masculino iba girando su cabezahacia atrás a cada paso que daba, procurando que sobre sus hombros no cayese una mano esquelética o que una trampamaligna lo quisiese tragar desde el suelo.

Janice portaba la antorcha en su mano con la especial delicadeza que había aprendido en sus aventuras anteriores. Es decir,moverla bruscamente de vez en cuando por si los murciélagos, y pasarla de una mano a otra con sutil elegancia. Esemovimiento en especial se lo debía a sus encuentros con Henry Jones Jr, Indy para los amigos...

Se encontraban caminando por un largo y estrecho pasillo oscuro. No había luz al fondo. Cada vez se alejaban más de lasalida, llevaban recorridos cientos de metros. La noche había caído tras estar toda la tarde tratando de desenterrar lagigantesca superficie que se habían encontrado. No habían podido determinar de qué metal estaba hecha. Ni tampoco lanaturaleza de las inscripciones.

La escasa luz de la salida se debilitaba, cada vez más.

Olin agitaba su propia antorcha mientras miraba el débil foco a lo lejos con desesperación.

Janice se paró en seco, con lo cual, el ferrocarril humano se vio aplastado contra la inmóvil doctora. Mel se llevó la peorparte. Aún se podían oír las quejas de todos, cuando Covington los silenció con rudeza.

– ¡Shh! ¿No oís algo?

El grupo se quedó en silenciosa contemplación. Nadie hubiera podido articular palabras, de todas formas.

– ¿Abejas? –dijo Maxwell.

Janice soltó un suspiro gracioso, sólo eso.

– Sea lo que sea suena como una especie de zumbido –apuntó Harrer.

– Oscuridad mucha, ruido mal presagio para tumba faraón...

– ¿De veras crees que esto es la tumba de un faraón, Olin? –Covington refunfuñó.

Nadie se atrevió a discutir con Janice. Siguieron caminando, y Mel podía jurar que los tres hombres tras ella estabandescansando todo su peso sobre su cuerpo.

Al cabo de unos minutos, Olin, con algo más que miedo, apuntó que la luz de la salida había desaparecido por completo. Másde uno sintió la necesidad de echar a correr.

Janice volvió a detenerse de repente. El brazo libre se alzó.

– Que nadie se mueva – susurró–Hans, tú ven conmigo. Mel y los demás, quedaos aquí.

– Janice, ¿qué..?

– He dicho... que te quedes aquí, Mel.

Hans se adelantó con una mano en su revólver. Janice y él entraron en la profundidad de la sala oscura, llevándose por

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delante las telas de araña.

La antorcha de Janice apenas iluminaba, pero no fue difícil deducir que aquel sitio era muy grande.

– Escucha, es el zumbido –Harrer se paró.

– Aquí parece un poco más intenso, pero sigue sin provenir de esta sala. –dijo Janice.

La arqueóloga alcanzó la antorcha a su compañero y ni corta ni perezosa se agachó pegando la oreja al suelo.

– ¿Qué estás haciendo? –preguntó Harrer totalmente sorprendido.

– Shh... –Janice se concentraba.

La joven se irguió con rapidez, y de rodillas proclamó a su acompañante:

– ¡Viene de abajo!

Hans se sobresaltó un poco.

– ¿Del suelo? ¿Bajo tierra... más abajo?

– Eso parece.

Janice se levantó tomando la antorcha de manos de Harrer.

– ¿Y qué se supone que es, doctora?

La irritante voz de Percebal Maxwell salió de algún punto en la oscuridad. Por una razón superior a ella, Covington prefirióignorar la pregunta.

Janice trató de deslizarse con suavidad por la negrura. Llevó la antorcha de un lado a otro tratando de divisar lo que teníadelante con la suficiente claridad como para avanzar.

– ¡Metal mucho bueno, eh, doctora!

– ¡Aaaah! ¡¡Olin, joder!! ¿No te dije que te quedaras con Mel? ¡Me has dado un susto de muerte, maldita sea!

El pobre Olin se quedó allí, aguantando su antorcha y señalando débilmente con su dedo índice a una Melinda Pappas quesusurraba sus arcaicas expresiones mientras escudriñaba con sus manos cada rincón de la pared llena de símbolos, queparecían haber sido esculpidos toscamente sobre la superficie.

– ¿Pero qué coño...? – Janice frunció el ceño–¡Creo recordar que te mandé quedarte en la entrada!

– ¡Pero mira esto Janice!... ¡Es griego antiguo! ¿¡Y qué me dices de la caligrafía!? ¡¡Es Gabrielle, Jan, es nuestra Gabrielle!!

Janice Covington se avalanzó prácticamente sobre su colega, recorriendo con sus dedos las marcas en la pared.

– ¡Por el puñetero ego de Ares, es cierto, Mel!

– Cuide su lenguaje, doctora, o tendré que lavarle la boca con jabón –la sureña censuró demasiado emocionada como paraenfadarse de verdad.

– De acuerdo, pero sólo si la marca es Jack Daniels –Covington respondió con una sonrisa.

Ambas mujeres suspendieron en el aire sus miradas y, tras un largo instante de silencio, se dieron cuenta de que teníanotras cosas en las que pensar. Momentos como estos eran extremadamente dulces, pensaban, pues era la culminación de untrabajo en común bien hecho, la ilusión de ambas recompensada, y nadie disfrutaba tanto compartiéndolo como ellas dos.

– Doctora... símbolo lengua estar todas partes...

Olin mostró con su antorcha cómo las líneas de palabras se extendían en lo que parecían kilométricas cadenas.

– Te lo dije, Janice, esto es algo muy gordo... –Harrer apareció tras las dos mujeres.

Janice, en un impulso de alegría, el mismo que le hacía estar pegando botes infantiles alrededor de Mel, sostuvo con ambasmanos el rostro de su amigo y le dio un rápido pero firme beso en los labios mientras proclamaba un exagerado muuaac.

Hans se quedó tonto. Mel también. Sus miradas se cruzaron. Hans no dijo nada. Mel, casi llora.

– ¡Esto es la leche! Ojalá pudiera estar Harry aquí...

Janice se levantó sin abandonar su entusiasmo y recorrió con sus manos las letras, mientras avanzaba a lo largo de la pared.

– ¿Qué crees que será, Mel? Pueden ser textos de nuevos pergaminos... o quizá alguna revelación más sobre Xena... opuede que otra maldición: no nos vendría mal una de esas para sacarnos algo de pasta vendiendo argumentos a laUniversal, ¿verdad?

A lo lejos, la luz atiplada de la antorcha que sostenía Olin se concentraba en darle visibilidad a una Melinda atónita que no sepodía creer lo que leía. Una y otra vez repitió las frases en su cabeza, pero siempre había el mismo resultado. Aquello eratan desconcertante que comenzaba a pensar que había perdido sus dotes de traductora...

– ¿Qué...?

La antorcha de Janice alumbró algo grande, verdoso, oscuro, al fondo, donde acababa la sala. No tardó mucho en darse

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cuenta del horrible olor que despedía, de las formas orgánicas que parecía contener. Pero ni se movía, ni parecía vivo. Janicequiso llamar a Mel con un grito, pero una boca en su mano le impidió articular palabra. Su antorcha cayó al suelo, y la luz sedesvaneció.

Mel lo repetía una y otra vez en el idioma original. Olin y Harrer no comprendían nada.

– "Tomó seiscientos jinetes escogidos y todos los carros de Egipto..." ¡Ay, madre! "...los hijos de Israel pasaran a pie enjutopor medio del mar..." ¡Ay, madreee! ¡¡Janice, por el amor de Dios, esto es un pasaje de la Biblia!! Cuando la traductoraquiso girarse para poder reclamar la presencia de su amiga ante tan importante acontecimiento, se encontró sola. Laoscuridad se hizo de repente, y luego un fuerte golpe en la cabeza le hizo perder el conocimiento, aunque rogaba que esafuera la causa, y no la mala suerte de que Xena se hubiese apoderado de su cuerpo otra vez. Aunque fuera sólo por estaaventura, le haría ilusión conservar la falda intacta. Eso fue lo último que pasó por su cabeza antes de desplomarse en elsuelo.

Capítulo XI: Forget me not

"Nunca es igual saber la verdad por uno mismo que tener que escucharla por otro"

– Aldous Huxley

El golpe en la puerta fue intenso. La mujer abrió con prudencia, pero al reconocer la voz llamando al otro lado, se dio toda laprisa que pudo.

Cuando Etreum abrió la puerta, vio a una Xena agotada con una hermosa joven rubia en brazos, que parecía o muerta, odormida. Había una petición en los ojos de Xena.

– No tengo a dónde llevarla –dijo a modo de súplica.

– Claro, ¡pasa! –Etreum la ayudó un poco con Gabrielle y luego cerró la puerta– ¡Llévala a arriba!

Etreum comenzó a buscar paños y colocó un cazo con agua en el fuego. Cuando hubo encontrado todo, decidió subir lostrapos y alguna comida primero. Se encaminó escaleras arriba.

Etreum estaba a punto de pasar el umbral de la puerta, cuando vio algo que la acobardó. Xena estaba sentada sobre lacama, con la cabeza y el tronco apoyados en la pared. Sobre su cuerpo estaba el de Gabrielle, enroscada alrededor, sucabeza bajo el cuello de ésta. Xena estaba llorando, acunándola, y puede que sí, puede que no, mirando hacia el techo comodando gracias a quien quiera que fuese. Los sentimientos acumulados durante los últimos días y su fría reunión, explotaronen aquel instante. Besó la frente de Gabrielle con ternura y hundió su rostro en el pelo rubio, acunándola y tarareando unamelodía suave.

Etreum supo que había sido testigo de algo que no tenía derecho a profanar. Con una sonrisa interior, pero el rostroconmovido, se dio la vuelta, y bajó las escaleras.

– Se acabó... ¿o no? Xena, alguna vez... tienes la sensación de que algo no se acaba nunca realmente y continúaregresando... sólo que con una cara distinta. Aunque es lo mismo. ¿Comprendes lo que quiero decir?

– Claro. Yo estaba atrapada en un círculo de violencia y odio, y no importaba cómo intentara romper con ello; algo mearrastraba de nuevo. Hasta que llegaste tú.

– Xena...

– No, es verdad... tú hablas de encontrar tu camino, pero para mí, tú eres mi camino...

– ¿Cómo puedo ser tu camino si... yo misma estoy perdida?

– Yo también busco respuestas. Pero cómo las busquemos no importa, mientras las busquemos juntas,... tú y yo.

Gabrielle comenzó a deshacerse de su sueño con pereza, siendo arrastrada por la realidad por una voz a su alrededor. Algohizo eco en su mente, unas palabras... tú y yo. ¿Comenzando a recordar? No. Podía recordar el sueño... pero no lograbaencajarlo en ningún sitio. Aquello la desilusionó un poco. Trató de abrir los ojos.

– ¡Hola! –una voz entusiasmada la saludó.

Gabrielle quiso devolver el saludo pero apenas encontraba su voz. Se disculpó con una sonrisa débil.

Una mano joven le recorrió la frente y después un paño húmedo la sobresaltó un poco.

– Soy Zara –dijo la chica, de chispeantes ojos marrones–Mi madre ha dicho que Xena se ha ido, pero volverá pronto.

– ¿Cuánto... cuánto tiempo llevo dormida... desde que se fue?

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– Oh... tres o cuatro marcas de vela, más o menos.

– Ah.

Gabrielle comenzó a sentir la sensación de abandono creciendo en todo su cuerpo. ¿Eran estos los sentimientos que teníahacia Xena antes de perder los recuerdos? ¿Por qué se sentía tan desplazada entonces...? ¿Por qué Xena no la había llevadocon ella?

– ¿Sabes lo que ha ido a hacer o...? –Gabrielle preguntó claramente sin fuerzas.

La muchacha enérgica sonrió y se encogió de hombros.

– Supongo que habrá ido a descargar energía negativa, ya sabes. Creo que está comenzando a recuperarse su crisis...

¿Crisis?

La chica dibujó una expresión de admiración hacia ella, y entonces Gabrielle supo que, por alguna razón, esta joven laidolatraba profundamente. Esa sensación ya la había tenido antes: de otra gente hacia ella y de ella hacia otra gente.

Xena. Meleager... ¿Najara? Eli... ¿Korah?

Su mente recibió otro de esos flashes y sintió un creciente dolor de cabeza. Esta no era una buena forma de recuperarrecuerdos...

– Y ahora... ¿hablamos de cosas de bardos? La voz ilusionada de Zara, centelleó en el aire.

El filo cortante de la espada centelleó en el aire.

El primer golpe dejó al árbol sangrando savia.

¿¿No se acuerda de mí?? ¿¿Y no sabe quién es??

El brazo volvió a atrás. Dos pasos, y el cuerpo se giró para golpear otro árbol. La espada sonó con más fuerza esta vez.

¡¡No sabe quién soy!! ¡¡No sabe quién es...!! ¡¡No sabe quiénes somos!! ¡¡Quiénes éramos!!

Xena miró a su alrededor y vio un nuevo árbol frente a ella, tiró la espada y decidió que su propio cuerpo era mejor armaque cualquiera otra. Primero hizo una cadena de puñetazos, después patadas, pero su mente nunca dejó de gritar.

¡¡Y no me recuerda!! ¡¡Y no lo hará!! ¡¡Y no volverá a hacerlo nunca más!! ¡¡Nunca más!!

Su cuerpo colapsó en el suelo negándose contra la propia voluntad de la guerrera de seguir golpeando cosas antes de que sucorazón fuese el magullado. Aunque aquello, ya era inevitable.

– No recuerdo haber contratado a ningún jardinero –una voz familiar llamó detrás.

Xena cogió la espada y se levantó con rapidez ante el sonido vago.

– He venido para hacerte unas cuantas aclaraciones.

Narmer asintió y dio una vuelta rodeando a Xena, observando el destrozo en los árboles de los jardines de reales. Luegonegó con la cabeza.

– Te lo advertí, Xena. Te dije que ella no era la misma... ¿y ahora te pones así? Más bien deberías estar dándome lasgracias.

Por mucho que la hubieran advertido, nada la hubiera preparado para ser una extraña a los ojos de Gabrielle.

– ¿Y tú qué interés tienes en todo esto? –Xena preguntó desafiante y firme– ¿No los estarás favoreciendodesinteresadamente, verdad? No... Los reyes no hacéis eso. Dime, Narmer, ¿qué pintáis tú y Horus en todo esto, qué interéstenéis... en la profecía?

Xena se dio cuenta entonces de que la forma de la corona del rey la había visto en algún sitio, antes. ¡La Matriz!

Y había dado en el blanco, Narmer comenzaba a sentirse muy incómodo, mirando hacia las escaleras de palacio, rogando porencontrar algún guardia.

El rey miró a la nada con rabia.

– Mi pueblo... no... mi pueblo, no. Los esclavos son rebeldes, Xena. Así no se puede conquistar el Bajo Egipto. Necesitosometerlos, pero ellos quieren libertad... ¡como si se creyeran con derecho a hacer culto a otros dioses, o a desacatar misórdenes!

– O sea que ahí está el problema: conquistar el Bajo Egipto. Si unes los dos reinos, te conviertes en...

– Faraón. Seré el faraón de Egipto. Es mi destino. –Narmer clamó con la grandeza explícita que Xena había visto ya enmuchos de sus viejos enemigos. En uno en especial.

– No hables de grandeza, imperios, y destino, si no quieres acabar como Julio César, majestad.

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El rey bajó su mirada ilustre de los cielos y trató de entender las palabras. Las debió entender muy bien cuando por sugarganta bajó un trago de saliva nervioso.

– De todas formas, ya te dije en nuestro primer encuentro que me iré de aquí gustosamente, sin respuestas ni disculpas,siempre y cuando Gabrielle venga conmigo. Ella no entrará en ninguna profecía, ni las de ellos, ni las tuyas.

– Eso a mí no me incumbe. Yo sólo quería tener a nuestros amigos del subsuelo contentos... Son una raza poderosa –Narmer dijo con fuego en los ojos.

– Lo son. Pero no creo que entre en sus planes ayudar a un rey como tú.

–Su profecía me incluye, sí, pero todavía no sé de qué manera. De cualquier forma, yo seré faraón de Egipto.

– ¿Y no tendrá algo que ver en tu interés su... máquina de la resurrección? Sería interesante poder gobernar durantemilenios... ¿O puede que toda la eternidad?

– ¿Me consideras tan apegado al poder, guerrera? –el rey sonrió– Bueno, supongo que debo causar esa imagen en la gente.Es una pena que el pueblo hebreo no lo vea de esa forma –el rey frunció el ceño y luego llevó sus manos a la cintura–¿Quéhago con mis esclavos, Xena? ¿Tú... que has conquistado a tantos... qué harías con un pueblo rebelde?

– Lo liberaría –Xena no parpadeó.

Narmer rompió en una gran carcajada.

– ¿Cuándo perdiste la fe, majestad? –Xena dijo tratando de atravesar la capa de acero del rey.

Narmer volvió su expresión seria, y retiró la mirada.

– Cuando ella se escapó... de mi lado.

– ¿Ella? –Xena no quiso expresar la sorpresa en su voz.

– Mi primera esposa, la auténtica primera esposa. La única que amé. Me abandonó ella... me abandoné yo.

– Quizá ella esté más cerca de lo que crees, quizá todavía tienes la opción de recuperarla –Xena dijo mostrando algo másque optimismo en su tono.

– No. –el rey sonrió triste– Ella era un ángel. Yo soy un tirano.

– Siempre hay tiempo para cambiar, por mucho que duela el pasado –Xena aseguró, dando su propia experiencia comoejemplo.

– ¡Pues no el mío! –Narmer vociferó– ¡Yo la entregué! ¡Yo se la di a ellos! ¿Sabes cómo es el proceso, Xena, sabes cómosaben si es o no el profeta, sabes por lo que tuvo que pasar Gabrielle?

– Ellos la curaron. –Xena argumentó desorientada.

– Sí. Pero después de eso, uno de esos guerreros de ellos, un soldado de esos, seguramente la alzó en el aire y le clavó susgarras afiladas en la espalda, garras de metal que saben a frío y humedad, Xena. Luego buscó su médula entre huesos ysangre, y se acopló a ella. Y entonces fue dueño de todos sus sentimientos, pensamientos y poderes... y entonces fuecuando adquirieron todos sus conocimientos y borraron sus recuerdos para implantarle el deseo de enseñarles y profetizarleslo que debían hacer, Xena. Y ella murió de nuevo, seguro. Y por eso tienen esa máquina de la resurrección. Cada vez quequieren consultar algo al profeta, tiene que pasar por ese calvario de dolor y sangre. ¿Qué tal te sienta eso, Xena? ¿Qué talte sienta que tus sabios amiguitos del subsuelo sean tan crueles... con su Elegida?

Xena se quedó sin habla, con los ojos perdidos. En cada palabra, había visto una imagen. Gabrielle siendo alzada, Gabriellesiendo apuñalada, Gabrielle siendo privada de su memoria. Gabrielle siendo utilizada como instrumento.

– Márchate Xena –la voz de Narmer sonó colérica–lleva a tu chica lejos, porque lo que se avecina no lo puede ver ningúnprofeta. He decidido liberar a mi pueblo esclavo... de su sufrimiento. Y si te entrometes en mi camino, o ellos lo hacen, noseré condescendiente con vosotros, ¿me oyes?

Narmer no oyó la respuesta porque Xena ya había desaparecido cuando se giró.

– Vuela junto a tu mitad, Xena... Vuela, como un halcón.

Los ojos de Narmer se volvieron dementes cuando cruzó los jardines, de vuelta a palacio, pasando delante de la solemneestatua del dios halcón, de Horus.

– ¿Vas a seguir mi consejo, esposo? –Sanai preguntó desde el trono.

– Claro. Da las órdenes... querida –Narmer contestó.

– Bien.

La primera esposa, Sanai, se dispuso a buscar a su capitán de guardia Haleb para comunicarle que comenzara a preparar lastropas.

Que se fueran escondiendo los peces en el delta, y que se preparasen las cosechas de los del Bajo Egipto.

Hoy el Nilo bajará rojo de sangre hebrea.

– ¿Qué haces tú aquí? –Xena preguntó desde el marco de la puerta.

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– Sólo charlando con Gabby –Zara respondió con una deslumbrante sonrisa.

Xena trató de contener su confusión al encontrar a la hija del rey en la casa de Etreum. Entonces pareció comprender algo.Decidió que había unas cuantas cosas que aclarar, pero sin alarmar a Gabrielle, así que se dispuso a hacer una advertenciaimplícita.

– ¿No deberías estar en el Palacio... con tu padre? –dijo Xena entrando en la habitación– –Sí. Hora de marcharse –Zarabajó la cabeza, preocupada. Luego volvió a mirar a una Gabrielle muy juvenil, sentada sobre la cama–Bueno, Gabby, ha sidotodo un placer poder hablar con una leyenda viva.

La rubia postrada se vio quebrada por las palabras. Ni siquiera podía recordar eso. Los hechos por los que era idolatrada poresta chica. Pero había otras cosas, que sin embargo, parecían estar clavadas en su mente.

Gabrielle sonrió cuando la enérgica adolescente se adelantó para un rápido y fuerte abrazo.

– También ha sido un placer para mí, Zara –dijo–Y recuerda...

– ¿Si me levanto por la mañana, y sólo pienso en escribir, soy escritora?

– Sí.

– ¿Y si me acuesto por la noche, y sólo pienso en escribir, soy escritora?

Gabrielle amplió su sonrisa. Sus enseñanzas eran bien recordadas.

– Sí.

– ¿No importa lo que me digan ni lo que me ordenen, mi alma seguirá siendo de escritora?

– Sí...

– De acuerdo. Hasta pronto, entonces.

La muchacha se retiró y Xena no tuvo nada más que añadir, ante el despliegue de facultades de la antigua Gabrielle queacababa de observar. O sea, que había estado hablando con Zara de literatura. Y no sólo eso, sino enseñándola.

Quizá todavía hubiese esperanza.

Habiendo deseado hacerlo desde que había llegado al umbral de la puerta, dio unos pasos para sentarse en la cama, al ladode su amiga, cogiendo una de sus manos entre las suyas, y sonriendo ligeramente.

– ¿Cómo estás? – preguntó.

Gabrielle también sonrió. Pero tan triste...

– Ligeramente... agotada –su cabeza dio un meneo nervioso y quiso deshacerse de las manos de Xena–Me siento tanextraña.

– Bueno –Xena acarició su cabello, la palma de su mano tras la cabeza de Gabrielle–No sé cómo lidiar con esto, pero, pase loque pase lo haremos juntas... tú y yo.

Gabrielle irguió la cabeza con los ojos desorbitados. ¿Estaba reconociendo un recuerdo o su memoria vacía la estabaengañando? Xena se quedó congelada. ¿Qué había dicho?

– ¿Gabrielle, qué...?

La bardo perdió el contacto visual, su cabeza zumbando en mil direcciones distintas.

– Nada. Nada, en serio. Disculpa. Es sólo que... estoy teniendo unos... sueños muy extraños.

– ¿Qué clase de sueños? –Xena dijo más distante, perdida en sus propias posibilidades.

– Cosas... como si... ya las hubiera vivido.

Xena se tensó.

– ¿Qué clase de cosas?

No hubo respuesta desde el rostro que miraba hacia el otro lado de la habitación.

– Gabrielle, ¿qué clase de cosas? –la guerrera repitió cuidadosamente.

El silencio tomó la palabra, y la joven ante Xena se negaba a contestar, como si aquello fuese un secreto vergonzoso, unpecado.

– Tú y yo.

La respuesta de su amiga fue tan sofocada, tan perdida, tan suplicante, que Xena no supo hacer otra cosa que atraerla haciaella y tratar de acomodar la desembocadura de aquella conversación: las lágrimas que ya brotaban desde el rostro palidecidode Gabrielle.

Y era esta una Gabrielle tan desconocida, que Xena había visto sólo en un par de ocasiones con anterioridad... La guerrerase negaba a aceptarlo, pero la palabra era "perdida". Esta Gabrielle no conocía su camino. Quitándole sus recuerdos lehabían quitado todo lo que era como ser humano. Ella, que siempre había sido su luz, y ahora estaba perdida en medio deun mundo de sin sentidos. La certeza de Xena fue que ahora mismo su amiga la necesitaba más que nunca, que los papeles

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se habían invertido y ahora la alumna debía ser la maestra. Para hacer que la Gabrielle de siempre volviese, Xena tendríaque ser sus manos, para hacerle ver el tacto del mundo; sus ojos, para mostrarle cómo ver a través de las personas; o surisa, para enseñarle las cosas que valían la pena apreciar. En definitiva, todo lo que la propia bardo había sido para elladurante sus años juntas.

La rubia que lloraba lágrimas amargas en el pecho de la otra mujer, que se sentía tan atraída como asustada por aquelladesconocida que le aseguraba ser su compañera de viaje desde hacía seis años, se dejó llevar en aquel baile familiar quetenía la seguridad de conocer. No es la primera vez que estamos así. Ni la segunda, ni la tercera... Pero al mismo tiempo, elvacío que crecía en su mente, la hacía sentirse estúpida, casi ridícula por aquel festival de sentimientos que "esta mujer" notenía porqué aguantar, como si estuviera abusando de la confianza de un extraño...

Así que Gabrielle luchó en vano por deshacerse del abrazo.

– No... lo siento... yo no quiero... es sólo que... –suplicó entre sollozos–... logro reconocer sensaciones, y los sueños me...pero no puedo recordar... no puedo, no puedo...

Xena contempló a la mujer que se debatía por salir de su abrazo. Allí de rodillas, sobre la cama, la giró para que la mirase alos ojos. Cada una de sus manos rodeando el rostro dolorido de su amiga, demostrando la urgencia de su propio anhelo.

– Gabrielle, Gabrielle... –unas lágrimas fueron limpiadas con rapidez–Ya te he dicho que no te voy a dejar caminar sobreesto sola, ¿eh? –Xena sonrió suavemente, mientras regalaba caricias–Créeme cuando te digo que hemos estado ensituaciones peores y que hemos salido de todas ellas.

– ¿Bajo qué consecuencias?

El rostro de Gabrielle se había vuelto frío y las lágrimas habían cesado de repente. Xena percibió el ambiente oscuro deaquella pregunta.

– ¿Qué?

– Bajo qué consecuencias... ¿cuánta gente ha muerto por nuestra culpa... por mi culpa? ¿O a cuántas personas he matado?¿O... nos hemos odiado alguna vez?

– ¿De qué estás hablando?

– Preguntas, Xena. Preguntas que se forman en mi cabeza, que están ahí, pero no tengo las repuestas. Cosas que detecto,pero que desconozco. ¿De veras vale la pena, Xena? ¿De veras voy a tener que pelear para recobrar mis recuerdos y tenerque pasar por ese camino de dolor y muerte que he dejado tras de mí? Ellos me ofrecen otra cosa.

Xena supo qué significaba aquello y comenzó aplicándose sus propias conclusiones. Para hacer regresar a Gabrielle, deberíamostrarle las cosas en las que ella creía cuando su mente estaba completa.

Xena tragó saliva y habló con la mayor claridad posible a los torturados ojos verdes que tenía delante, esperando que enaquel profundo océano hubiera una luz que reposase paciente para salir a la superficie y recuperar su pasado.

– Hubo una vez en que estuviste de esta forma. Y tú elegiste regresar. Lo elegiste tú misma, nadie lo hizo por ti. Podíashaber borrado todo el dolor, pero también hubieses perdido la felicidad. Me dijiste que si borras los malos recuerdos, losbuenos pierden su valor, que no podías olvidar por muy dolorosos que fuera.

– Quieres decir...

– Quiero decir que las preguntas que me has formulado tienen respuestas que no te gustarán, pero por cada una de ellashay también las que responden a cuántas personas hemos salvado o en cuántos momentos nos hemos reído juntas. Y quierodecir, que si no los recuperas nunca serás realmente tú.

Gabrielle negó con la cabeza. Más para sí misma que para Xena. Se volvieron a fundir en la urgencia de un abrazo, y losminutos pasaron a su alrededor.

– Pero... pero... tengo que volver con ellos. Me necesitan.

– No.

– Xena, tú no lo entiendes. Tengo que ir.

– ¿Para qué? Mira lo que te han hecho.

– Tengo que salvarles...

– Que se salven ellos mismos...

– ¡Escúchame!

El grito de Gabrielle silenció a una Xena que necesitaba cada milímetro de su coraje para permanecer callada y simplementeescuchar. Gabrille tomó aire y trató de plantear sus pensamientos con aquel incesante martilleo de sabiduría que la estabaconsumiendo por dentro.

– Es cierto. No sé quién soy. La situación es esa, ¿no? Sólo vagos sueños, sólo repentinas sensaciones. Pero hay algo que síconservo, Xena –los ojos azules ante ella retenían lágrimas, y Gabrielle se maldijo por tener que continuar–Cada palabra deun idioma desconocido que escuché, cada frase de cada libro que leí, cada fórmula matemática que estudié, cada línea queescribí... todo sigue aquí, Xena –Gabrielle señaló su sien con una mirada llena sobrecogida– incluso.... se ha... ¡intensificado!–las lágrimas comenzaron a fundirse con carcajadas débiles–Puede que no sepa lo que he sentido antes de todo esto, puedeque, como tú dices, esté perdida en ese camino, pero lo que estoy sintiendo ahora mismo es lo mejor que me ha pasadonunca, ¡lo sé! Mi mente vuela, Xena, como nunca lo había hecho antes, siento que tengo el conocimiento de todo, como sitodos los rompecabezas de la Tierra ahora tuvieran solución, y eso me lo han dado ellos... y si los defraudo, o los

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abandono...

Perdida en la maraña de palabras que se acababa de cernir sobre ella, Xena sintió la necesidad de parar aquel nuevosacrificio que su bardo deseaba cumplir.

– Pero estamos hablando de tu vida, Gabrielle, si continúas así esto te acabará consumiendo y habrás dado la vida por unpueblo que...

– No es sólo su pueblo, Xena –la rubia dijo muy seria– Abarca mucho más. No logro ver todo,... no... hay cosas borrosas enel futuro, pero confía en mí, por favor.

Gabrielle suplicó con los ojos, y Xena sólo pudo abrazarla otra vez, dejando ahora que sus lágrimas vagaran por su rostrolibremente.

– A pesar de todo, no has perdido algo que siempre has tenido.

Xena encaró a su amiga que sonrió débilmente.

– Mi coraje –dijo Gabrielle tristemente.

– Sí... ¿cómo...?

Xena preguntó confusa ante aquella revelación.

– Puedo oírte– Gabrielle sonrió con debilidad–Creo que sólo en situaciones así, pero por alguna razón puedo oírte. Comocuando estaba en la nave. Te oía llamarme. Bueno, en realidad –la bardo bajó la mirada–te oí llorar... por mí.

Xena volvió a sentir aquel pinchazo en el estómago. La mezcla de vergüenza y felicidad no era un sentimiento nadareconfortante... en parte. Todo tapado con una buena sonrisa.

– Eh... ¿por qué no descansas un poco más? De aquí a Grecia hay un viaje muy, muy largo.

– Xena... –Gabrielle trató de advertir mientras se recostaba en la cama.

– Sí, sí, sí.. ya lo sé. Pero me gustaría que vieras a alguien, de todas formas.

– ¿A quién? –preguntó Gabrielle con curiosidad.

– A Eve –Xena sonrió ampliamente.

Gabrielle se mordió el labio inferior y perdió su mirada en el techo.

– Eve, Eve... –finalmente se rindió–¿Quién es?

La guerrera hizo una mueca de orgullo.

– Es mi hija.

Pero Gabrielle pareció aterrorizada con aquella revelación.

– ¿Tu... tu hija? ¿Tienes una hija?

Xena se puso seria y negó con la cabeza.

– Bueno. A decir verdad, no. Tenemos una hija. Nuestra hija –corrigió.

– Ah.

Gabrielle pareció contentarse con aquello y decidió no hacer más preguntas, por cualquiera de las razones que saltaban entodas direcciones en su mente.

Apoyó su cabeza sobre la almohada y se concentró en Xena. Ella, mientras tanto, caminó hasta una pequeña silla artesanal,escondida en una esquina de la habitación, en las sombras. Se sentó allí, contemplando las pequeñas rendijas que dejabanpasar la agotada luz del sol. Y comenzó a sentir la calma creciendo.

– ¿Xena...?

– ¿Sí?

– ¿Te quedarás aquí mientras duermo?

La petición de Gabrielle sonó tan dulce e infantil, que Xena pensó que quizá en parte su desvanecimiento de memoria lahubiese hecho sentirse como una niña, una vuelta involuntaria a la inocencia. Una Gabrielle tan lejana, como turbadora de suantiguo instinto de sobreprotección.

– Siempre.

Y tras contestar, desde la oscuridad, Xena oyó la relajación melodiosa de la respiración de Gabrielle.

Bajo su túnica, sacó un objeto que sostuvo en sus manos y apretó con fuerza. Presionó el sai de su compañera contra supecho, preguntándose de cuántos modos el cuerpo puede hacer recordar a la mente.

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Capítulo XII: Los Tiempos Felices

"La obediencia ciega a una bandera, nación o ideología es aborrecible y extremadamente diabólica"

– Sting (Gordon Summer)

Janice oyó que la llamaban. Esa voz...

– ¿Papá?

La voz insistió, y con recelo, Janice sentía que se iba haciendo cada vez más débil. No deseaba que su padre la abandonase.No tan rápido. Los sonidos se fueron mezclando. Los olores. Las formas. Los párpados haciéndose más y más ligeros.

– ¿Janice?

La llamada más suave.

– ¿Janice?

La única fuerza que parecía quedarle en el cuerpo consiguió levantar su cabeza y contestar suavemente.

– ¿Qué?

Si sólo pudiera retenerlo un poco más. Hay tantas cosas que quiero preguntarte.

– ¿Estás bien?

– No.

Harry, esto no es tan fácil como tú lo ponías. Ojalá estuvieras aquí. Ojalá estuvieras.

– Yo tampoco. Me han despeinado y creo que me he roto una uña.

De repente, la fuerza de Covington pareció sobrevenirle como un rayo. Sus ojos se abrieron exageradamente.

– ¿Mel?

Hubo un silencio molesto al otro lado... luego sólo un sureño tono irónico.

– No: tu tía de Wisconsin... ¿Han vuelto a golpearte en la cabeza, verdad? La próxima vez pídeles que lo hagan en elestómago... ¡o en la espinilla!

No hubo respuesta. Janice ya se encontraba analizando la situación.

Para empezar, no tenía el sombrero. Todavía se encontraban dentro de aquella sala en el gigantesco bicho metálico quehabían encontrado. Pero las cosas habían cambiado. Lo primero que notó fue la firme cuerda que la ataba a la silla, susmanos atrás, varias cuerdas cubriéndola desde los pies al tronco. Otra cuerda superior la unía a la espalda de la silla de Mel,que debía estar atada de la misma forma. Rogó porque no fuese así, imaginándose a una pesadísima Mel Pappas pidiendoque no la atasen demasiado fuerte por aquello de las arrugas en el vestido o diciendo algo como "es malo para lacirculación". Pero sospechaba que no iba a ser así.

Estaban en el centro. Ahora podían ver toda la estancia, porque habían sido colocadas antorchas similares a las suyas a lolargo y ancho de toda la sala. A Covington no le pareció buena señal. Eran muchas cosas, demasiada puesta en escena, yeso quería decir que quien quiera que fuese el que estaba haciendo esto, estaba bien organizado o tenía un grupo numerosode gente. Luego su mala espina pasó a pánico, y después, el asqueroso cosquilleo en la nuca del sentimiento de traición.Sólo estaban ellas: ni rastro de Olin, ni de Maxwell, ni de... Hans.

Dios santo, ¡¿Hans?!

– ¡Buenas noches, señoras!

El alma de Janice Covington se cayó de su cuerpo cuando el radiante Hans Harrer entró en la sala vestido en un traje deoficial nazi nuevecito, seguido por una comitiva con una veintena de soldados armados hasta los dientes.

Covington no necesitó meditar sus palabras ni premeditar su tono amenazante. Le costó algo más esconder los signos de ladecepción.

– Sean cuales sean las razones que te han llevado a esto, Hans, estás cometiendo un error, un gravísimo error, y lo sabes.

– Oh, Jan, ¡vamos! Por cierto, gracias por el beso de antes. Aunque no hacía falta...

Janice resopló con desprecio.

– Lo hago por las mismas razones que tú: dinero, por supuesto. ¿No es esa la palabra mágica para atraer a un Covington atus pies?

– Puede ser, aunque si quieres tener buenos resultados deberías añadirle sexo y drogas.

Harrer estalló en carcajadas.

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– ¡Ya veo que ni en situaciones como ésta pierdes el sentido del humor, Jan!

Entonces la risa del nazi se paró de golpe. Se acercó insinuadoramente a Covington y colocó su boca a la altura del oído dela arqueóloga, con su mirada puesta en Melinda Pappas, disfrutando de cada palabra.

– Oh, querida, pero si no recuerdo mal, salvo de la primera cosa que hasta aquí me ha traído, tú y yo ya tuvimos bastanteen la Universidad, ¿o es que la pobre Mel no es capaz de cubrir tus necesidades? Siempre fuiste muy difícil de contentar...

Janice sintió la ira creciendo como un calor incontrolable dentro de su pecho.

– Déjala en paz. Ella no tiene nada que ver en esto, yo soy quien os causa problemas. Vamos, Hans... ¿Hazme ese favor,ah? Déjala marchar, es a mí a quien quieres.

Harrer se irguió dando la vuelta para encarar a Mel. Covington no podía girarse del todo para poder ver lo que hacía, peronotó cómo Mel se retiraba hacia atrás todo lo que podía, pegando su cabeza a la de ella. Hans trazó con su mano la línea dela mandíbula de Melinda, para después descansar en una mejilla asustada, acariciándola cruelmente.

– No sé, Jan. Mel y yo aún acabamos de conocernos...

Harrer descendió con delicadeza hasta el rostro de Melinda.

– Dime, Mel, ¿eres fácil? ¿Hasta qué punto eres fácil?

– ¡He dicho que la dejes en paz!

Harrer sonrió y se irguió.

– No te la voy a quitar, tranquila. Sólo le preguntaba si ella y Percie son tan parecidos; al fin y al cabo... igual de idiotas.

– ¿Qué? –Janice no se pudo controlar.

– Bueno... es obvio que no fue demasiado difícil hacerme con M&M y convertirla en una tapadera para la Gestapo...

El cerebro de Janice ataba cabos con rapidez. Lo mismo hacía el de Mel.

– ¿A qué se dedicaba M&M? –preguntó Mel, con temor en el tono.

Harrer la miró alzando una ceja.

– A antigüedades, por supuesto...

Mel hundió su cabeza lo más que pudo. Antigüedades, una tapadera para la Gestapo. Y podía ser que quizá M&M hubieratenido algo que ver en la transacción que Janice quiso hacer en París con un viejo anticuario colega suyo. El mismo que fueasesinado antes de que ella fuese capturada por la... Staats Polizei.

– Creo recordar que te lo advertí –dijo Harrer– ¿Acaso no te pregunté, en la pirámide, antes de mostrarte el chakram deljeroglífico, si confiabas en mí, Janice?

Janice sintió un pinchazo en la nuca, cuando el recuerdo de aquella pregunta que le había extrañado volvió a su mente.

– Pues no debiste confiar, Jan.

El rostro de Harrer se volvió más frío, colérico, y se giró. Sus brazos clamaban con elocuencia y su cuerpo se movíaalrededor de las sillas para encarar a Janice.

– La vida tiene increíbles paradojas, ¿no crees? Quién me iba a decir a mí, a un pobre estudiante de astronomía, que iba aencontrar en la dulce patria que abandoné siendo niño, un auténtico espíritu afín para con mis propósitos.

– Yo no lo hubiera jurado, desde luego.

Tan rápido salieron las palabras de boca de la arqueóloga como llegó el puñetazo. Janice sintió su cabeza golpeando la deMel con el efecto. De ahí a un poco, notó la sangre en su labio inferior. Cuando su vista volvía a enfocar de nuevo tuvo lamaravillosa idea de, como siempre, mostrarse fuerte.

– Conque pegando a una mujer... Desde luego, con ese traje de mono y tus pequeñas demostraciones de masculinidad, nopuedes caer más bajo, Hansy...

El nazi vio la sangre en el labio de Janice y comenzó a carcajearse de nuevo.

– Tú no eres una mujer, Jan... Pero de acuerdo, de acuerdo... es tu juego. Si quieres hacerlo de esta forma... Sólo pretendíaque no me interrumpieras: quiero explicarte la historia con todo detalle.

Harrer se acercó a Covington hasta que su cabeza bajó y su aliento rozaba húmedo sobre el rostro de la arqueóloga. Janiceno hizo amago de retirarse, y Harrer le mordió el labio inferior, chupando la sangre. Covington se quedó rígida, mirando condesprecio cada centímetro de aquel uniforme.

El hombre se incorporó sonriente y palmeó sus manos. Llamó en alemán, y al instante dos hombres grandotes de pielestostadas, vestidos en uniformes de guerra muy parecidos a los del ejército turco, trajeron un baúl. En uno de los hombres,Janice reconoció a Olin. El ignorante excavador se encogió de hombros ante el contacto visual con Convington, se diría quehasta estaba avergonzado.

– Lo siento, doctora. Ustés ofresió vida llena de peligros, señor Harrer ofresió... ¡dinero!

Janice resopló asintiendo con la cabeza. La próxima vez excavaría con sus propias manos, si hacía falta. Eso si había próxima

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vez.

Harrer abrió el baúl con poca consideración. La tapa volviéndose y golpeando al abrirse de todo resonó en toda la estancia.

– ¡Aquí están! –proclamó con exageración.

Harrer sacó tres pergaminos del baúl y los movió con burla entre sus manos, mostrándoselos a Covington. Janice trataba deno mostrar nada en su rostro, pero la sorpresa no era lo que mejor disimulaba cuando le daba por ahí. Harrer se balanceópor la sala con los pergaminos en las manos, el cuerpo agitado, la voz, como un exagerado narrador de cuento infantil.Janice pensó que no sólo era nazi, además era más psicópata que ellos.

– Érase una vez, una chiquilla tonta de cierta aldea griega, una ramera más en un mundo de mentes más listas quenosotros, que sabían hacer la guerra, que conoció a una magnífica mujer, con una magnífica visión para la destrucción, y lasdos empezaron una cruzada falsa de salvación... –su voz se tornó lo más cursi posible– y amor. Saltándonos sentimentales yun tanto apocalípticos detalles, ambas son arrastradas por los bellos vientos del destino hasta tierra germana, ¡la tierra de laCreación, y la Luz, del dominio absoluto! Porque desde luego, no podían ser menos. Una leyenda como Xena no podía vivirsin pasar por la tierra de los únicos y auténticos dioses.

Harrer hizo una pausa para ver si su audiencia le estaba prestando atención. Vio a una Mel que parecía petrificada, con losojos clavados de terror en él, y se sonrió. Vio a una Covington asqueada que suspiraba de vez en cuando como aburrida, yvolvió a sonreír.

Janice, mientras tanto, se empezaba a preguntar si este tipo, que en otro tiempo –desgraciado, podía decir– había sido suamigo, y su fugaz amante, no era sino una reencarnación de Callisto, porque en cada sicótico movimiento y frase que decía,la arqueóloga encontraba similitudes estremecedoras con las descripciones de la archimalvada guerrera en los pergaminos.Tragó saliva temiendo que el escalofrío que le recorría la espalda pudiese ser notado por Mel.

Harrer continuó con su delirio de grandeza.

– ¡Y he aquí la prueba, la magnificencia de otra de las bellas obras de las que el pueblo alemán puede estar orgulloso, yagradecer a su Fürher nuestro futuro glorioso!

Harrer alzó los tres pergaminos en sus manos. Los soldados alrededor de él sonreían, como sonríen los muchachosadolescentes cuando uno de ellos se pavonea delante de una chica.

– Hans... ¿eres un oficial nazi o simplemente el ministro de propaganda?

Janice sonrió en la malicia de sus palabras. Cuando tienes a un loco delante, mejor no mostrarte muy asustada. Sobretodo sies un loco que te conoce. Más aún si eres una mujer. Y aún por encima, tienes que estar salvando no sólo tu trasero, sino elde tu mejor amiga.

– No, querida. Esas no eran mis palabras, sino las de Himmler.

Janice frunció el ceño y notó a Mel tensándose más aún. Himmler era el segundo del querido Adolf. Janice sabía de la místicanazi. Habían levantado una falsa religión sectaria basándose en los antiguos dioses mitológicos germanos. Se decía queHimmler se creía la reencarnación de Thor...

– ¿Qué tiene que ver el pequeño enano segundón en todo esto? –preguntó Janice.

Harrer sonrió con los labios apretados, alzando los pergaminos por encima de su cabeza tontamente. Janice comenzó a teneruna de esas corazonadas cuando le hervía la sangre. Sus ojos recorrieron cada movimiento de las manos de Harrer, cuandoéste comenzó a desenrollar uno de los pergaminos. Los otros dos eran apretados bajo su brazo. Harrer extendió elpergamino sin una pizca de delicadeza y Janice gritó:

– ¿Qué demonios haces? ¡Eso podría tener miles de años!

Harrer alzó una ceja y asintió.

– El oro del Rhein... –dijo.

Janice hizo silencio.

– Es el primero. Y no te preocupes, Jan, no son más que copias. Himmler no me hubiera permitido jamás quedarme con losoriginales...

Harrer siguió el mismo proceso con otro de los pergaminos. El que había desenrollado se quedó yaciendo en el suelo,expuesto. Janice se sentía como un niño al que le mostraban una chocolatina que no podía alcanzar.

– Éste es... –Harrer frunció el ceño mientras leía– Creo que se titula "El Anillo"... Sinceramente, no lo sé... misconocimientos de griego antiguo no son todo lo que debieran...

Otro pergamino más se extendió por el suelo ante los ojos de una arqueóloga frustrada.

Harrer resopló cuando desenrollaba el último.

– Y éste tiene un nombre curioso: ¡El Retorno de la Valkiria! –sonrió y lo tiró al suelo.

Después, el nazi caminó acercándose una vez más al rostro de Janice.

– Ya ves, querida, que tu tatarabuela milenaria tuvo mucho trabajo cuando pasó por tierras germanas.

– Estuvieron allí... –Janice susurró más para sí misma que para la audiencia.

– Sí, estuvieron. Y nuestro Fürher considera que estos pergaminos son una muestra más de la grandeza alemana y su

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relación con la cultura clásica...

Janice recordó que Hitler estaba obsesionado con el arte antiguo, la cultura romana... y griega. Su rostro se enfureció.

– ¡Antes que ese canalla ponga sus pezuñas sobre los pergaminos de Xena, yo seré miss Delicadeza!

– No te sulfures tanto, Janice... Él ya ha puesto sus "pezuñas" sobre los pergaminos. Al menos sobre estos. Y le hanencantado. El problema es que ahora quiere más.

– ¡¿Más?! ¡El Arca de la Alianza, el Santo Grial...! ¡Ese tipo quiere todo lo que hay de valor en este planeta!

– Tienes razón, sí. Sólo que el doctor Jones siempre mete las narices donde no debe. En su debido momento, nosencargaremos de él.

– Pues si Indy es el abejorro, yo soy vuestro grano en el culo –Janice sonrió.

Todo fue silencio de nuevo. Harrer esperaba con la delicadeza hipócrita del que sabe que tiene el poder. Podía ver el miedoen los ojos de Janice.

– De todas las situaciones en las que has estado, seguro que ésta es la peor de todas, ¿no?

Janice no quiso contestar.

– Vamos a ver: por mucho que un dios de la guerra te haya atado y casi aplastado, o que una patrulla de la Gestapo hayaquerido rellenarte de plomo,... creo que esto se lleva la palma.

– Ya veo que sabes muchas cosas. ¿No tienes miedo entonces de que Mel se vuelva a transformar en Xena? –preguntó laarqueóloga con un poco de esperanza.

Janice pudo notar cómo el cuerpo de Mel parecía aterrorizado más aún cuando dijo aquellas palabras.

– Puede que Xena fuese una supermujer hace dos mil años, pero ahora no sería problema con cualquier revólver cargado –contestó un Harrer algo molesto.

– Ya. Eso si no tiene un chakram cerca, ¿no es así, Mel? –Janice se giró un poco hacia su amiga.

La arqueóloga no sabía cómo se debía estar sintiendo su colega, pero desde luego Mel Pappas era un paradigma deinmovilidad cuando estaban en una situación difícil. Al menos mientras Janice llevase la conversación o ninguna guerreraantepasado suya la poseyese. Janice se volvió al nazi y se dijo que tenía que seguir manteniendo la conversación si queríansalir vivas de allí.

– Y dime, Hans, ¿cómo alguien tan inteligente y noble como tú pudo tocar fondo con la escoria del planeta?

Harrer sonrió complacido como si hubiese estado esperando con impaciencia aquella pregunta. Disfrutó con cada palabra desu respuesta.

– Verás, Jan, érase una vez un joven astrónomo que descubre algo interesante junto con cierta estudiante de arqueología...¿Te acuerdas, Jan, te acuerdas de nuestro descubrimiento? Explícaselo a Mel, ella tiene derecho a saberlo, ¿no?

Janice resopló y contestó mirando fijamente al nazi.

– Cuando estábamos en la Universidad yo comencé a investigar la búsqueda de los pergaminos de Xena con mi padre. Élhabía encontrado un fragmento en Macedonia, pero parece ser que otra expedición encontró en un yacimiento de Chinafragmentos de cartas astrales y estudios astronómicos que se relacionaban con unos pergaminos sin nombre que habían sidoescritos por una mujer en la Antigua Grecia. Mi padre pensó que había una relación...

– Aunque tú nunca lo viste claro. Pero yo sí, yo lo analicé y aquellos estudios hablaban de la explosión de una supernova quehabía sido vista desde la zona este de China rondando la época en que vivió Xena. Una supernova que debió explotaraproximadamente 60.000 años antes de Cristo... doctora. Y el resto de la historia nos lleva a repetirnos, señoras: un Hitlerobsesionado con lo clásico, tres pergaminos encontrados en Alemania... y esto.

Del baúl que aún reposaba en el centro de la estancia, Harrer extrajo un nuevo pergamino.

– Encontrado en el norte de África, cerca del Sahara, durante la ocupación, con tres partes diferenciadas, más extenso queningún otro pergamino, más importante que todos los demás juntos.

Janice dudó si decir algo. Aunque, ¿hubiera podido?

– ¿Tienes idea, Janice, sabes de qué puede tratar este pergamino? –preguntó Harrer, conociendo de antemano la respuesta.

Cuando nadie en aquella sala estaba dispuesto a respirar, no sólo por la asfixiante atmósfera, sino por la mirada ida deHarrer, entonces él contestó su propia pregunta.

– Todo. Todo, Janice, este pergamino lo dice todo. Todo sobre Xena y Gabrielle, todo lo que pasó aquí, en esta mismaestancia hace más de dos mil años. ¿Interesante, verdad? La Biblia... de Xena... podrías llamarlo. La mayor aventura que tuquerida antepasado vivió. ¿A que te corroe la curiosidad, eh?

Janice se preguntó por qué se sentía tan mareada si no había probado una sola gota de alcohol. La sangre que habíachorreado de su labio estaba ahora seca. El dolor parecía haberse congelado en un punto cómodo que no le molestaba. Tratóde mirar a Mel, pero no podía verle la cara. Notó cómo una mano se encontraba con la suya en su espalda, y la sostenía. Sesintió un poco mejor notando el calor de Mel, aunque también se maldijo cuando la mano que sostenía comenzó a temblarcon fuerza.

– Y eso, Janice. Gabrielle lo escribió. –Harrer señaló su alrededor– Bastante interesante que el Antiguo Testamento fuese

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inscrito por una bardo griega, en una nave extraterrestre, mientras ella misma tomó parte en algunos de los acontecimientosmás importantes del curso de esa misma historia...

La arqueóloga miró los grabados sobre la pared. Luego, las últimas palabras que había escuchado antes de perder el sentidovolvieron a su mente... ¡¡Janice, por el amor de Dios, esto es un pasaje de la Biblia!!

Janice entrecerró los ojos.

– ¿Cómo...? –preguntó con apenas un susurro imperceptible.

Harrer se arrodilló ante ella. Su mirada se volvió seria, sus manos casi temblaban. Janice se dio cuenta de que éste queahora tenía delante sí era su antiguo amigo, el que no iba a volver a ver nunca más.

– Nunca entendí tu afán por esto –Harrer la miraba a los ojos–, tu perseverancia, tu insistencia... –alzó una mano paraacariciar la mejilla enrojecida– ... ni tu ilusión. Sabía que era algo maravilloso, pero nunca lo entendí. –Harrer se irguió, yentonces la arqueóloga supo que su amigo se había ido– Cuando di con esto, todo tomó forma. Ver el sacrificio del pobre yamado Harry Covington ha dado sentido a mi vida, y te lo debo a ti, Janice...

– ¡No debería de haber más vida para ti!

El escupitajo hizo blanco en todo el ojo izquierdo. Harrer, sin embargo, ni se inmutó.

Con sumo cuidado, extrajo un pañuelo de su bolsillo derecho y se limpió el lapo como si fuese una manchita de té. Se girósobre sí mismo para encarar a los soldados colocados al fondo de la estancia. Fue entonces cuando Janice recordó lo quehabía encontrado antes de desvanecerse. La parte final de la sala no estaba iluminada.

Harrer mandó que lo iluminaran en alemán. Que iluminaran lo qué, ya era otra cuestión.

Los soldados que confinaban la parte más alejada, sacaron de sus mochilas unas potentes linternas. Así fue cómo Janicepudo contemplar perfectamente el enorme capullo reseco y envuelto en telas de araña que yacía en el fondo de la estancia.Le recordaba a los bichos mitológicos. Pero esto no podía ser real.

Harrer no la miraba. Estaba de espaldas a ella.

– Es una pena que tenga que matarte. Me caes bien, sabes, y de todas formas, tú y yo nos divertimos juntos en el pasado.

– Habla por ti mismo.

Harrer cruzó los brazos sobre su pecho, todavía sin darse la vuelta. El último pergamino todavía estaba entre sus manos. Losotros, esparcidos por el suelo.

– Es curioso el nombre que le puso. Bueno, la verdad es que venía a cuento. Pero me pregunto si todo esto no será al finalmás que una paradoja o broma pesada, sabes, Jan. Porque, que la religión más extendida de la Tierra sea realmente unaconsecuencia de una forma de vida que vino del cielo, no está exento de ironía –Harrer se giró para mirar por última vez aJanice Covington– Supongo que por eso Gabrielle se dijo que esto no era más que una... profecía: un anuncio de los quevivieron en el pasado que va dirigido a los que viven en el futuro, que siempre se está repitiendo en el curso de la Historia.

Harrer gritó algo en alemán. Los soldados se echaron sobre ellas. Las desataron. Janice fue golpeada. Mel no. Pero mientrasarrastraban sus cuerpos a otro pasillo de oscuridad, Janice no escatimó fuerzas en gritar.

– ¡Cuando te pregunté por qué, no me refería a esto! ¡Me refería a ti! ¡Tú no eres como ellos, nunca lo fuiste, Hans! ¿Cuándoperdiste la fe? ¡¿Cuándo dejaste de creer?! ¡Mi ilusión era la tuya, y lo sabes! ¡No hagas esto, Hans, no lo hagas!

Harrer oyó cómo en la distancia Janice Covington era golpeada de nuevo. Su compañera gritó su nombre y trató de ir haciasu cuerpo inconsciente en el suelo. Pero otro golpe la paró.

Por la mente de Harrer cruzaron mil contestaciones para Janice.

¿Por qué? No por perder la fe ni la ilusión. Sino porque en esta guerra, ya no hay lugar para aquello que me hacíamantenerlos. En el mundo ya no había sitio para los tiempos felices.

Capítulo XIII: Lara

"La mujer no nace, se hace"

– Simone de Beauvoir

– ¿Se puede saber qué es eso?

– Un cayado.

– ¿Qué?

– Cayado... un palo, un báculo... una estaca grande.

– Ya sé lo que es un cayado, gracias. ¿Pero para qué quiere Moisés uno de esos?

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– He pensado que quizá podría caminar mejor. Sus piernas comienzan a responder a los ejercicios que le has estadoenseñando, madre.

– Muy bien, pero espero que no te dé por empezar a hacer cabriolas con eso, no me gustaría que le sacaras un ojo a tuhermano... ¿entendido?

En el jardín de su casa, rodeado de flores y verdura, Etreum contemplaba a sus hijos. Ambos parecían tener la misma edad.Pero eran muy distintos. Uno, de pelo más castaño, caminaba débil por el jardín, apoyado en el brazo de su hermano, consu nuevo cayado en su mano libre. El otro de pelo oscuro, aparentaba robustez y buena forma, preocupado por cadamovimiento de su familiar.

– Etreum.

La mujer se dio la vuelta ante la llamada de su nombre.

– ¿Podemos hablar un minuto?

– Claro. Ven un momento, por favor. Con las prisas de la ocasión anterior, no llegué a presentarte a mis hijos.

Xena se vio arrastrada por el brazo hacia la luz del jardín. ¿Hijos? ¿Aparte de Zara?

Etreum observó con placer como sus dos críos se quedaban embobados ante la visión de una auténtica leyenda. Nodesapareció la sonrisa de su cara mientras se regocijaba en cada palabra de las presentaciones.

– Xena, Princesa Guerrera, estos son Aarón, y Moisés, príncipes de mi corazón...

Xena sonrió levemente mientras los muchachos permanecían con sus bocas abiertas. Parecía que estaban rogando quealguien los golpease. La guerrera observó que el que sostenía el cayado parecía enfermo, o por lo menos muy debilitado. Suconfusión se agrandó cuando el chico habló, con gran dificultad.

– ¿De–de–de ver–dad eres Xe–xe–xe... na?

En efecto, el chico era tartamudo, y su cuerpo parecía estar también ralentizando su metabolismo.

– Lo es, hijo. De veras que lo es –Etreum respondió.

– Guau, ¡qué dices, Ses, una auténtica leyenda, eh! –Aarón proclamó entusiasmado hacia su hermano–

– Tú te preocu–cu– pas por la–la gen–te. Ya ape–nas que–que–dan perso–nas así.

Xena se vio confundida ante la magia irreal que irradiaba el joven débil. Era la magia de un alma pura.

– Gracias. Pero yo no tengo el mérito –contestó Xena con su mejor sonrisa.

El cuarteto se quedó en un silencio cálido un instante. No había mucho más que decir.

– Bueno, chicos, ¿qué os parece si Xena y yo nos vamos dentro a hablar y vosotros dos aprendéis a manejar ese palo, deacuerdo?

– Cayado, madre, es un cayado... –Aarón resopló.

– Sí, sí, lo que sea.

Etreum se dispuso a salir pretendiendo llevar a Xena consigo, pero la guerrera parecía haberse quedado petrificada.

– ¿Ocurre algo, Xena?

Volvió al presente.

– No. No, es sólo que... –Xena alzó su tono para dirigirse a los muchachos–¡Hey, Moisés, buen cayado!

Aarón sonrió mientras caminaba con su hermano y el entusiasmado Moisés no iba a ser menos.

– ¡Gra–cias!

Los chicos se quedaron allí felices como pájaros en primavera, y las dos mujeres entraron en el interior.

Etreum se apoyó contra la chimenea apagada. No habló. Ni tampoco mostró indicios de nada. Xena se colocó frente a ella, abastante distancia.

Viendo que la mujer estaba con la vista perdida, en algún punto del suelo, Xena se dispuso a hablar. Aunque no fuenecesario.

– Sé lo que piensas. Y cuando digo eso no quiero decir que lo "intuyo". Sino que lo sé. Es sólo lo que veo, ya te lo dije.Tengo todas las respuestas. Si quieres formular las preguntas, de acuerdo. Pero no van a ser necesarias.

Dicho esto, Etreum alzó su cabeza para observar a una Xena aceptante, no sorprendida, ni extrañada.

– Creo que supe que eras tú desde que vi a Zara. Quizá por los cuidados, eran iguales.

– Es posible. ¿Empiezo ya?

– Por favor.

La mujer frente a la guerrera paseó hasta la ventana de la sala, sus manos se apoyaron en la repisa, su mente, no obstante,

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Page 84: La profecia de Ellie

volaba a kilómetros de allí.

– Mi auténtico nombre no es Etreum, sino Lara, nacida en Gapolis, para ser más exactos, una pequeña aldea no muy lejosde Tesalia, de la que nunca habrás oído hablar porque cuando era niña fue arrasada por un señor de la guerra. Porsupuesto, yo fui capturada y separada de mi familia. Era demasiado pequeña como para ser vendida a los harenes del Este,así que uno de los mercaderes, Hasid, egipcio, y con unas esposas que le descontentaban, me llevó con él para adoptarmeprimero como su hija, pretendiendo que algún día podría ser también su esposa.

Hasid acumuló una buena fortuna, y hacia el final de su vida decidió volver a su tierra, a Hierakómpolis, y asentarse por fin.Para entonces él había sido cegado en una pelea de taberna y no tardó mucho en morir. No tuvo ningún hijo varón, causa,supongo, por la que sus esposas lo irritaban tanto. Como dije, él pretendía hacerme su esposa, pero no pudo. No fue capaz.Yo, que no era hija de su sangre, y sin embargo fui a la que más cuidó, a la que más amó, a la única que llevó en susviajes. Al final, el infranqueable mercader deseoso de un hijo varón, no se atrevió a tocarme un sólo pelo a no ser paraacunarme en sus brazos.

Tras su muerte yo quedé como única y legítima heredera, y de esa forma, pasé a ser responsable de su fortuna, y tambiénde sus nueve esposas, y dieciséis hijas. Pero en ese momento apareció el joven rey Narmer, pidiendo mi mano por no sésabe qué intervención divina. Aunque yo lo sabía, y es que desde luego mi fama de chica sana era de sobra conocida...supongo que creyó que le daría buenos hijos. Así me convertí en la primera esposa del rey Narmer. Y no pasó mucho tiempohasta que nació Zara. Fue... magia. Ella nació, y el mundo cambió, todo fue distinto. Lo fue de tal manera, que aquello meunió tanto a Narmer, me sentí tan agradecida y complacida por aquel regalo, que me enamoré realmente de él. Y él, seenamoró de mí. Pero entonces llegó la necesidad de tener un hijo varón, un heredero al trono, y fue cuando descubrimosque yo no podía tener más hijos. Hubo presiones desde todas las partes del reino, Narmer se enfureció, tanto conmigo,como con su pueblo, como consigo mismo, y empezó a tomar esposas en serie. Eso no me hubiera dolido demasiado. Hastaque llegó ella. Sí, lo que estás pensando: Sanai. Una auténtica hija del mal. Una manipuladora. Sanai le dio un hijo varón,Ramsés, no mucho tiempo después.

Un hijo que ahora quieren cruzar con mi Zara... igual que a los perros... o los dioses.

Y entonces supongo que le ocurrió lo mismo que conmigo, en la cabeza de Narmer se revolvieron ideas de poder absoluto,incitado por Sanai, y también Haleb, su jefe de la guardia real. Ya te dije que aquí es como si el único con espíritu fuese elrey, el absoluto rey. Así que cuando el pueblo hebreo comenzó a levantarse contra la tiranía de mi marido, y yo no quiseelegir aquel camino de odio, fue revelado ante mí el secreto real: la alianza. Creo que ya has conocido a ambos componentesde ésta: unos, son la casa real... otros, el pueblo venido del cielo: la Matriz. Una alianza de protección mutua que pedía a losegipcios un profeta para los del cielo. Y como mis ideas no eran las adecuadas para una primera esposa, y mi capacidadmental de doblar espadas con la mente o adivinar el pensamiento, no demasiado conveniente para un rey de exacerbadahambre sanguinaria, fui entregada al sacerdote de la Matriz como nueva profeta. Sufrí las penas de las pruebas, fuiresucitada varias veces... la pérdida en mi memoria del amor por mi hija, y también comencé a redactar en la pared de lanave la historia que tu amiga estaba continuando, la historia que el sacerdote nos instó a escribir, sabiendo que nosotras ladesarrollaríamos con nuestros poderes. Pero algo me empujó, Xena, algo... algo más grande que mi necesidad de guiar aaquel pueblo o de proteger la Matriz: era mi hija, llamando por mí. Zara, mi pequeña Zara. No tardé en descubrir que estabaembarazada. Y yo me decía que no podía ser, imposible. Pero cuando fui a la Matriz para rogarle que me dejara marchar, yel sacerdote tocó mi vientre para darme su bendición, lo supe. "Llevas dos varones en tu seno, que serán hijos también de laMatriz y de lo que representa".

Así me dejaron marchar. No son una nación sanguinaria, como los hombres... porque la función del Universo es todavía mássublime de lo que podamos imaginar, y ellos ya han presenciado esa función...

Xena se dio cuenta de cómo los rayos del sol comenzaban a caer sobre la tierra. Su mirada volvió a la mujer que la mirabatranquila.

– Y ahora piensan que Gabrielle es su profeta –Xena analizaba sus propias palabras.

– Ya ves que dejaron que te la llevaras –Etreum caminó desde la ventana hasta la chimenea de nuevo–

– Sí. Pero ella quiere regresar.

– Es normal. Han implantado ese deseo en ella. El deseo de guiarlos.

– ¿¡Le han implantado eso y me han borrado a mí... a ella... a toda su vida!? –la guerrera se maldijo por perder con tantafacilidad el autocontrol.

– No la retendrán. No lo hicieron conmigo, ni lo harán con ella. El sacerdote, está con ellos desde hace tres milenios porquees lo que desea. Su vida estaba vacía y ahora tiene la misión de ser su guardián.

– Sí, pero no Gabrielle.

– Sé lo que te preocupa –Etreum guardó un largo silencio como deseando que la guerrera calmara su mente–Xena.... piensa.Yo recuerdo a Zara.

Xena se calló durante un largo instante mientras ordenaba el relato de la mujer, y sus propios sentimientos, atando cabossueltos.

– ¿Cómo lograste recordar? –preguntó por fin.

– Una vez me fui de su lado, los deseos que habían implantado en mí perdieron su significado. Oí a la Matriz hablarme,bendiciéndome y perdonándome. Dijo que yo recuperaría mis recuerdos si un sólo momento vital, algo que significase elemblema de todo lo vivido por mí anteriormente, se manifestaba. Entonces, yo recuperaría mi pasado. A Gabrielle ha deocurrirle lo mismo.

– ¿Un momento vital?

– Cuando di a luz a Aarón y Moisés, en esta misma casa, recordé el momento más feliz de mi vida: el nacimiento de Zara. Y

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entonces todo volvió a mí. Y fue cuando decidí, y mi elección fue tomar una nueva identidad como viuda con dos hijos parapoder estar libre de las manos masculinas, y ponerme en contacto con mi hija, con la mente. Ahora ella sabe que tiene doshermanos verdaderos y viene a mí cada vez que cualquiera de nosotros la necesita.

Xena volvió a beber del silencio. Del suyo propio. Se apoyó como pudo contra la pared y sus manos se juntaron, apretadascontra su barbilla, luchando por descifrar todos los enigmas planteados.

– Es admirable –dijo la guerrera.

– No. Sólo seguí lo que veía.

– Seguimos teniendo una profecía de por medio.

– La teoría ha evolucionado. Creo que está comenzando a pensar que quizá su Elegido no sea un individuo sólo, sino la sumade todos aquellos que están seleccionando a lo largo de los siglos como sus profetas. Gabrielle y yo somos parte de ello. Yno son sólo ellos, abarca mucho más. Por alguna razón, todos los que hemos ocupado ese lugar, el sacerdote, Gabrielle yyo, tenemos la certeza de que el alcance es mucho mayor, y hay algo borroso en el futuro que no logramos ver... Eso meda miedo.

Xena irguió la vista ante lo que acababa de oír. Etreum estaba pensativa y distante, sus ojos en la puerta que conducíahasta sus hijos.

– Los hice hebreos para protegerlos de que su padre los descubriera algún día –dijo la mujer–pero hay una amenaza que caesobre mis niños... y no sé lo que es.

Xena iba a decir una frase de apoyo a la mujer de espíritu fuerte que tenía frente a ella, pero un chillido en el interior de sucabeza hizo que el dolor la retuviese. La vista pareció volverse blanca por completo, cegándola. Unos segundos despuéscontemplaba a una Etreum recta e inmóvil que la miró reflexiva.

– Algo va mal. Es ella –dijo la mujer. Xena no necesitó más explicaciones para echar a correr escaleras arriba, anticipándoseclamando el nombre de Gabrielle.

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Capítulo XIV: De Padres e Hijas (y algunos sueños raros)

"No es la carne y la sangre, sino el corazón, lo que nos hace padres e hijos"

– Friedrich Schiller

Estaba en una estancia pequeña y oscura. Parecía un zulo, húmedo e incómodo, con apenas una luz tenue.

Janice se retorció lentamente. El dolor creció en la espalda al tratar de incorporarse, así que desistió. Sentía un pinchazo muyintenso en la espina dorsal. Debían haberle golpeado muy fuerte. Quizá los daños fueran bastante graves.

Abrió los ojos con lentitud por el temor de encontrarse sola.

– ¿Mel...?

Una mano giró con delicadeza su rostro. Vio a una Mel sin gafas, con algunos rastros de sangre en el rostro, magulladurasoscuras alrededor de un ojo. La sostenía sobre su cuerpo, con la espalda apoyada contra la pared.

– Janice... –Mel llamó.

A la arqueóloga no le salían las palabras. Mel descendió con cuidado y la besó en la frente.

– ¿Llorando? No llores... –Janice dijo mientras una lágrima propia resbalaba por su mejilla.

– No lo haré –respondió Mel.

Janice ladeó la cabeza confusa, y triste. Mel retuvo una sonrisa forzada.

Entonces una puerta se abrió frente a ellas. La luz las cegó, y la silueta negra de un soldado apareció.

– No tardará mucho –dijo el soldado.

La puerta se volvió a cerrar.

Janice cerró los ojos y se volvió a Mel. Ahora no tenía tiempo que perder.

– Yo te traje hasta aquí. Ha sido culpa mía.

Mel negó con la cabeza.

– Tenía la elección de no ser nada, o de ser tu amiga. Elegí el camino de la amistad.

Janice volvió a cerrar los ojos con fuerza.

– Lo siento... por todas las veces en las que no te he tratado bien.

– Janice, tú has sacado lo mejor de mí misma. Antes de conocerte, nadie me veía por lo que yo era. Me sentía... invisible.Pero tú viste todas las cosas que podía ser. Me salvaste, Janice.

La arqueóloga bajó su mirada.

– Desearía...

– ¿Qué?

– Haber leído tus traducciones por mí misma tan sólo una vez.

Mel sonrió.

– Te habrían gustado. – Lo sé.

Harrer miró hacia abajo. Ante él se extendían más de doscientos metros de intrincadas escaleras, de pasadizos, y abajo, unaMatriz muerta. Y la Máquina de la Resurrección. Uno de los soldados se acercó por su espalda. También se asomó concuidado, mientras hablaba.

– Ya están despiertas.

Harrer asintió.

– ¿Cuál de ellas? –preguntó el soldado.

El nazi cerró los ojos.

– La rubia.

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El soldado lo indicó a sus compañeros, situados en el estrecho pasadizo, tras él.

– Y seguro que lo que pone en el pergamino...

– No están vivos –Harrer sonrió al temeroso soldado–¿No me dirás que te dan miedo las historias de monstruos?

– No. Pero debiéramos ser prudentes, señor. Puede que algunos estén vivos.

– ¿¡Cómo!? ¿Cómo iban a sobrevivir durante más de dos mil años, eh?

– En el pergamino ponía que regresarían. Que sólo estaban dormidos. La selección natural...

– ¡Basta! ¿No has visto el capullo de la sala? El de ahí abajo está tan muerto como ése. Ahora lárgate y ve a hacer tutrabajo.

– Sí señor. El soldado se perdió entre la negrura del pasadizo, y Harrer dio un silbido. Un pelotón de unos veinte soldadosesperaban en él para bajar al fondo del núcleo, donde la oscuridad consumía todo atisbo de máquinas inmortales.

– Dios... hay tantas cosas que quiero decirte.

Janice luchaba con fuerza para no perderse en el deseo de cerrar los ojos, concentrada en Mel. La traductora sonrió condelicadeza.

– No tienes por qué decir nada –susurró.

Janice asintió con dolor y ladeó su cabeza hasta colocarla contra el brazo de Mel, descansando allí, contra la ropa manchaday sucia, apretándose contra la piel.

Pasaron largos minutos de silencio, de oración.

– Mel... –la arqueóloga sonaba débil, con dificultades para hablar.

– ¿Sí?

– ¿Sabes qué? Yo quería una muñeca de pequeña.

– ¿En serio? –Mel sonrió casi acunando a Janice en sus brazos.

– Sí... era una princesa –la arqueóloga también sonrió entre sollozos.– Era rubia. Estaba en un escaparate de una jugueteríagrandísima que había en Nueva York. Era preciosa.

– ¿Y no la tuviste?

El rostro de Janice se endureció.

– No. Dejé de quererla cuando mamá se marchó.

No hubo respuesta por parte de Mel, que miró al vacío reteniendo las lágrimas. Algo que Janice debió notar cuando levantócon cuidado una de sus manos para acariciar su mejilla.

– Shhh, tranquila... –dijo Janice– Tranquila.

Mel sollozó de repente y tomó la mano de Janice en la suya, rozando su rostro contra ella.

– Lo siento... siempre soy así de idiota. –Mel se disculpaba avergonzada.

– ¡No! No... Mel, tú no eres idiota –Janice argumentó con susurros intensos.

– Hasta Harrer se da cuenta, ¿no ves que lo dijo?

– ¿Y desde cuándo usted, señorita cum–laude por la universidad de Carolina del Sur, se preocupa de lo que diga un nazi hijode puta?

Mel se preguntó cómo era que Janice, aún sin la intensidad de toda su energía a punto, podía derrochar siempre tantaexpresividad incluso si estaba herida.

– Ese nazi... era tu amigo.

– Pues él se lo pierde, ¿no? Venga, tesoro, cuéntame tus sueños –pidió la arqueóloga en un esfuerzo por cambiar de tema.

– ¿Qué? –Mel alzó la cabeza mientras sorbía profundamente y perdía el contacto de la mano de Janice–¿Mis qué...?

Entonces las palabras fluyeron en su mente. Janice sin contestar, dándole tiempo a ordenar los significados. El rostro de Melse iluminó y sonrió con admiración.

– ¡Caray, Janice, es la primera vez que me preguntas...! –entonces la luz de Mel desapareció y su rostro parecíaconmovido–... que me preguntas algo así.

– Más vale que aproveches, entonces –Janice sonrió.

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– Oh, en fin, yo sólo pienso en tonterías...

– ¡Oye, yo te conté lo de mi muñeca!

– Pero es que...

– Vamos, Mel, puedes hacerlo –Janice alzó una mano tratando de llevarla al corazón– Palabrita de amiguita que no piensocontar nadita...

Mel rió a duras penas por la muestra de humor repentino de su compañera. Sobretodo, en momentos como ése.

– Bien. –Mel cogió aire– Pues, recuerdo que tenía un sueño muy extraño cuando era pequeña...

– Umm... un sueño... ¿No serás freudiana, eh Mel?

– ¿Qué?

– Era un chiste. Ya sabes. Chistes malos de la factoría Covington.

– Oh. –Mel pareció ligeramente sonrojada al reparar en lo que implicaba el freudianismo.

– ¿Y bien?

– Sí, verás –Mel pensó un rato con la mirada distante y los ojos entrecerrados– Vaya, Janice: creo que yo nunca he deseadonada...

Mel había resuelto la frase como si acabara de darse cuenta de la peor situación de su vida. Viendo aquella expresiónconfusa en su amiga, Janice supo que, realmente, a Mel no le había dado tiempo a desear.

– ¿Nada? ¿Nada de nada? –Janice preguntó tratando de sonar extrañada–¿Ni el lindo cachorrito de la vecina o la casita demuñecas de tu hermana mayor?

– Yo no tengo ninguna hermana, Janice.

– Bueno, ya, ya. Ya lo sé. Era en sentido figurado. Así que, en tu vida, ¿no has tenido ningún sueño que cumplir?

– Ya te dije que... sólo ese sueño. Pero es un sueño físico. Quiero decir, no un deseo.

– ¿Cómo era?

– Un tanto estúpido. Aunque hay algo muy curioso. Después de que Xena, bueno, de que Xena entrase en mi cuerpo o loque fuese, se intensificó. De algún modo, también pude encontrarle algo de sentido.

A Janice se le agrandaron los ojos. Como pudo, se aclaró la garganta.

– Cuéntamelo.

– Estoy en un sitio imposible de identificar. Sólo sé que es un espacio abierto, muy hermoso, como un jardín, una plaza, oalgo así. Me llena, me siento perfecta en él, y huele a... Historia. A viejo.

– Debe ser una biblioteca. –Janice comentó graciosamente.

Aunque Mel decidió ignorarla, absorta en su relato. Ni cuenta se daba de que mientras hablaba, jugaba entre sus manos conlos dedos de Janice, como una niña pequeña a la que se le regala una mano adulta por primera vez.

– Pero rezuma belleza. Yo estoy vestida de blanco, completamente, y a mi lado hay alguien o algo que me sostiene. Veo atodo el mundo como si estuviera elevada en el aire, no demasiado por encima de ellos, y son todas las personas queconozco, mi familia, mis antiguos amigos, parecen muy felices y me saludan... dependiendo de la etapa que esté pasando, elsueño cambia. Mi padre estaba en él, era el que más brillaba y sonreía de aquellas personas. Y desde que te conozco,simplemente no ha vuelto a aparecer...

– Oh –Janice no supo de qué otra forma tomárselo.

– Luego comienzo a sentirme horrible. Trato de mirar aquello que sujeta mi brazo, pero sólo sé que no puedo liberarme. Quees una condenación. No me hace fuerza, simplemente me he quedado inmóvil y soy incapaz de moverme. Así que grito, contodas mis fuerzas, grito a la gente, al salón, y chillido desesperado. Pero todos siguen sonriendo, todos siguen... siniestros ycallados, como... como si me estuvieran castigando por algo malo que he hecho... y simplemente, lo que me tira del brazome retiene y me lleva hacia algo que no quiero.

– Oh, tesoro. Siempre hay un héroe que va al rescate. –Janice hizo gala de su mejor dulzura mientras acariciaba la mejillahúmeda de Mel.

– ¿Héroe? ¡Mírame, Janice Covington, me merezco todo eso y más!

– ¿Qué? ¿Pero por qué...? No...

– ¿Y tú me lo preguntas? ¡Por quererte, Janice, por quererte!

Janice paró de repente sus protestas y sintió al corazón haciendo lo mismo. Cuando el aire frío comenzó a entrarle por laboca, se dio cuenta que la tenía completamente abierta, preparada para ser rellenada de moscas.

– ¡Es mentira que no haya deseado nada en mi vida! ¡Sí he deseado: a ti! ¡Te he deseado y te deseo con todas mis fuerzasy ahora ya no importa lo que digas ni lo que digan porque vamos a morir!

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Page 89: La profecia de Ellie

Janice separó cada letra de cada palabra con sumo cuidado. Que su mente estaba imaginando todo esto, o tergiversando laspalabras de Mel, era una posibilidad. Una posibilidad con muchas cartas para ganar. Pero, si por el contrario, algún caprichode ese destino en el que nunca creyó a pesar de ser descendiente de una mujer muy propensa a toparse con él, estabahaciendo que todas sus plegarias se convirtiesen en realidad en los minutos anteriores a su muerte, entonces, mejor hubierasido la primera opción.

– Mel...

En lo que a Melinda respectaba, lo único que lamentaba ahora mismo era que sus propias imaginaciones de Janiceconsolándola se escucharan en su mente mucho más alto que sus propios sollozos. Cuando notó a la mujer en su regazotratando de moverse, se maldijo por estar atrapada entre ella y la pared. De haber podido, habría echado a correr.

Unas manos frías y temblorosas retiraron sus manos, que protegían su lloroso rostro. Unos ojos verdes con sentimientosindescifrables en ellos la miraron. Luego, solamente unos labios débiles susurraron...

– Bésame.

– ¿¿Qué??

– Bésame de una puñetera vez.

– Pero...

– Ya no hay tiempo para peros. Bésame. Si vamos a morir, que sea una buena despedida, tesoro.

Una mano bajó a su costado. Otra rodeó su nuca. La presión que la empujaba hacia abajo aumentó y no hubo resistencia.

El beso fue dulce, delicado, elegante. Primero, los labios de Janice tocaron como una seda suave los de Mel, miedososincluso, tan derretidamente tiernos. Después, la propia Mel tomó una iniciativa esperada sabiendo que Janice no podía ponermucho de su parte debido a sus heridas. Partió los labios de su compañera con una boca que sonreía de felicidad en elpropio beso y cuando se quiso dar cuenta estaba dentro de Janice, suplicando por alargar el momento cinco segundos más.Al final, yacieron abrazadas, llorando y meciéndose la una a la otra.

Después, las lágrimas fueron un rastro confuso de niebla entre las risas. Las risas de lo bonito que pudo ser. No hubopalabras dichas en aquel intercambio de miradas con dos almas que se encontraban, no por primera vez, sino simplementeeso: se encontraban.

– Creo que hay dos personas con las que debemos estar profundamente agradecidas, pero también bastante cabreadas –dijoJanice mirando en un rostro que reflejaba su desahogo momentáneo.

– ¿Quiénes? –Mel preguntó con la sutileza de un cómplice.

– Harry Covington y Melvin Pappas.

– Oh...

– Harry y tu padre se conocían. Por culpa de Harry me hice arqueóloga. Por culpa de Harry llevo en la sangre lospergaminos de Xena. Por culpa de los pergaminos de Xena le envié a tu padre aquella carta. Por culpa de tu padre tú tehiciste traductora. Por culpa de hacerte traductora recogiste el mensaje. Por culpa del mensaje supiste lo de los pergaminos.

– ...Y, finalmente, por culpa de los pergaminos, llegué hasta ti.

– Cierto.

– Cierto. Pero, ¿no crees que la verdadera culpa la tienen Xena y Gabrielle?

– Uh, déjalas en paz. Bastante tuvieron con tener que lidiar con todos aquellos dioses.

– Y todos aquellos reyes...

– Sí, y todos aquellos monstruos...

– ...y todos aquellos... Joxers...

– ¿Joxer?

Mel se encogió de hombros. No pudo evitar descender de nuevo para besar a Janice. Cuando el beso se rompió, sus cejas seencorvaron con una elegancia que sólo podía ser de ella. Aunque de vez en cuando aquella delicadeza se confundiera conuna arraigada estupidez sureña...

– ¿Harry? ¿Llamabas a tu padre por su nombre de pila?

– Sí, bueno... así fue siempre. De vez en cuando, algún que otro "papá", pero era sólo cuando quería conseguir algo y paraentonces, él ya me veía venir.

Mel rió apretando a Janice un poquito más entre sus brazos.

– No creo que debamos estar enfadadas con ellos. No. Más bien, enormemente agradecidas. Le he agradecido a mi padrecada momento de mi vida. Y después de que falleciera, le he agradecido cada momento de la suya conmigo. Ahora tengoque agradecerle cada momento contigo.

Janice asintió con los labios apretados.

– Sabes, Mel, yo no soy precisamente del tipo religioso, pero ojalá existiera el puñetero Cielo para que Harry y Melvin

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pudieran estar viendo esto mientras se toman unas copas.

Mel sonrió con la belleza de todos los pensamientos sorprendentes y fascinantes que salían tan a menudo de la cabeza de suarqueóloga. Se quedó un rato largo mirando a Janice fijamente. Después, se mordió el labio inferior.

– Mmm... ¿Jan...? Mi padre no bebía.

Janice tenía los ojos cerrados, su cara hundida en el costado de Mel. Se dibujó una sonrisa en su rostro.

– Bueno, Harry tampoco –dijo muy seria sin abrir los ojos.

Mel asintió con la cabeza. Un segundo después, ambas estallaron en las débiles carcajadas que el estado físico les permitía.Harry Covington, que no bebía. Abrase visto.

Todo se relajó de nuevo. Mel se permitió descansar su cabeza sobre la adormilada Janice.

– Mel, vuelve a hacerlo, por favor.

– ¿Lo qué?

– Llamarme Jan.

– Que tengas dulces sueños, Jan.

– Mmm–hmm...

– Sueña conmigo, Jan.

– Mmm–hmm...

– Te quiero, Jan. – Mmm–hmm...

Capítulo XV: Las Plagas

"El Universo no fue hecho a la medida del Hombre, tampoco le es hostil; le es indiferente"

– Carl Sagan

– Te tengo... te tengo... tranquila.

Para cuando Xena había llegado a la puerta de la habitación, Gabrielle estaba gritando en una pesadilla, cubierta de sudor ylágrimas. Mientras la acunaba en sus brazos, sintiendo sus manos aferrándose a su espalda como si fuera la vida misma, sepreguntó cuánto tiempo más iba a durar una de las situaciones más dolorosas de su vida. Y de la Gabrielle. Y ambas habíanvisto mucho dolor a lo largo de los años.

Pasaron largos minutos mientras Gabrielle derramaba cada lágrima contra los hombros de Xena. Un rostro destrozado seirguió para encarar el azul intenso de la guerrera.

– Xena... –los sollozos de Gabrielle se adornaron con débiles susurros–¿Quién es Hope?

Gabrielle vio que su pregunta se quedaba con una respuesta incierta en el aire, incalculable. Xena sólo supo ladear sucabeza con ternura y regresarla al lugar donde pertenecía. A sus brazos.

El tiempo volvió a volar con delicadeza a su alrededor. Gabrielle por fin paró de llorar. Y su expresión cambió por completo.

– Hay algo más –dijo con el tono de la intuición–Está ocurriendo algo. Me están llamando. Cada vez más fuerte. Tienes quellevarme de vuelta.

– ¡Ni hablar! –Xena gritó levantándose.

La guerrera caminó hacia su ropa, acumulada en una silla y comenzó a empaquetar cosas nerviosamente.

– Xena, escucha. Algo no va bien, es muy grave. Ahora me necesitan más que nunca.

– No me importa –Xena paró bruscamente–¿Es que no lo entiendes? No pienso perderte.

– Y no lo harás. Pero tienes que llevarme con ellos... por favor.

Xena cerró los ojos en un intento por resistirse a conceder la súplica de Gabrielle. Entonces notó otra presencia en la sala.Cuando abrió los ojos, Lara hablaba con Gabrielle... en la misma lengua en que lo había hecho con el sacerdote. La mujeracariciaba el pelo de la rubia, ambas se sonreían, parecían una madre orgullosa y una hija complacida en el día másimportante de su vida. Después Lara dijo algo, y los rostros de las dos se metamorfosearon en una mueca de preocupación.Lara alzó la mirada.

– Es cierto, Xena. Algo está pasando. Sentimos el odio en el ambiente. Vienen a por nosotros.

Xena asintió. Luego simplemente volvió a su tarea, recogiendo su armadura y su espada.

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Etreum se acercó despacio.

– Xena. Tienes que llevar a Gabrielle allí. Ella es nuestra única esperanza...

La guerrera paró su actividad. Miró a la mujer, luego a Gabrielle. Tras un instante, suspiró, y volvió a encarar a Lara.

El chakram apareció de repente con un gesto ágil en la mano derecha de Xena y lo agarró con fuerza. Un destello plateadose posó sobre él. Xena respondió mientras lo miraba.

– Lo sé.

El chakram rebotó de un lado a otro del corredor en tinieblas provocando chispas y luz intermitente. Gabrielle observóasombrada a Xena. El chakram se perdió en la oscuridad y su sonido se alejó.

– ¿Xena, qué estás haciendo...? –Gabrielle preguntó.

Aquel baile magnífico de Xena y su arma letal le era familiar. Sabía que adoraba presenciarlo, pero sólo eso, simplementesabía que debía adorarlo antes de su pérdida.

– Shhhh –Xena silenció rápidamente.

Sus sentidos se aguzaron con sutileza y entonces el chakram apareció de vuelta delante de ella. Su mano lo recogió antes deque atravesara la garganta de Gabrielle.

– Por si las moscas. Camino despejado. Vamos.

Xena comenzó a caminar por el largo pasillo y Gabrielle se quedó allí un buen rato preguntándose lo que acababa de pasar.Pero le gustaba.

– Os estaba esperando.

El sacerdote observaba de espaldas, al capullo viviente, soldados alienígenas yendo y viniendo, se inclinaban al pasar pordelante de Gabrielle. Xena, ya en su armadura habitual, tuvo ocasión de comprobar cómo las paredes blancas luminosasresaltaban cada hermoso trazo de la escritura de Gabrielle, que se extendía a lo largo de toda la estancia. Dioses, tenía quehaber estado escribiendo desde que la... Desde que la resucitaron.

Gabrielle se había vestido en su traje amazona marrón habitual, pero iba cubierta además con la túnica blanca que le habíanpuesto. Volvió a saludar al sacerdote en aquella lengua común a ellos dos y Etreum... Lara.

– ¿Puedo preguntar por lo menos qué lengua es esa? –Xena sonó algo molesta.

Gabrielle sonrió.

– Arameo –explicó el sacerdote–Es la lengua que hablará el mejor de nosotros.

– El mejor de vosotros –Xena repitió a modo de pregunta–

– Él aún no ha nacido. Pero será el mejor de los profetas. Es... –Gabrielle fue interrumpida.

– No me lo digas –sonrió Xena–Es sólo lo que veis.

– Sí...

La mujer más joven pareció sonrojada. El sacerdote tuvo tiempo para sonreír observándola, devolviendo de vez en cuandouna mirada extraña sobre la guerrera morena, deduciendo conclusiones que lo hacían sentirse con esperanza.

– Habéis venido por el odio, ¿no es cierto? –el sacerdote preguntó volviendo su cuerpo al capullo. Los soldados seguíanyendo de un lado a otro.

– Sí. Puedo sentirlo. Puedo sentir el peligro –Gabrielle se adelantó hacia él.

– ¿Y eres consciente de a quién ataca ese peligro, verdad?

– A ellos. A la Matriz.

– No, Elegida. La Matriz está a salvo. Es el pueblo, el que no lo está.

– ¿El pueblo?

– Tu cometido aún no está cumplido. Y creo que está lejos de... nosotros, o la Matriz. Ahora ve, y salva al pueblo que correel verdadero peligro. Todos nosotros somos los protectores de la vida. Es uno de los principios que has conocido con laMatriz. Ella quiere que lo cumplas. Ella te ayudará a cumplirlo.

Xena seguía la conversación desde atrás, no entendiendo la envergadura del significado. Podía ser que realmente este fuerael destino de Gabrielle. Al fin y al cabo, ella siempre había vivido para proteger a los demás. Quizá por eso era una Elegida.

Xena observó cómo los trazos del rostro de Gabrielle hacían un gesto contraído para evitar llorar.

– No estoy preparada para guiarlos. Yo no soy la Elegida.

– Serás lo que la Matriz te indique. Serás su alma, y serás su espíritu. Y serás todo lo que representa.

La guerrera comprendió que aquella conversación no se estaba desarrollando sólo con palabras. Sino con mentes. Conpensamientos y sensaciones que probablemente la Matriz enviaba a Gabrielle. A una Gabrielle irreconocible. Y tan valiente

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como siempre.

– De acuerdo –dijo.

El anciano sacerdote milenario acarició la mejilla de Gabrielle y la besó en la frente. Xena no necesitó traducción paraentender unas pocas palabras en la lengua extraña como una bendición.

– Ahora, déjate llevar por lo que te dice –el sacerdote concluyó.

Gabrielle cerró sus ojos y respiró profundamente. Luego, simplemente los abrió con una rapidez aterrorizada.

– El odio –enunció mirando a Xena–Van a por ellos.

– ¿Qué? –Xena se acercó.

– ¡La guardia real, el ejército egipcio! Van a por los hebreos...

Xena comenzó a entender todo y sus ojos se agrandaron mientras cogía la mano de Gabrielle.

– Hay que salvarlos –dijo Gabrielle.

– ¿Pero... cómo? ¿Dónde metemos a todo un pueblo? –Xena preguntó con el aire de la incredulidad.

El sacerdote asintió a Gabrielle. Xena comenzaba a desear poder entrar en las malditas conversaciones telepáticas. Sacerdotey bardo sonrieron nada más la guerrera había pensado esto. Entonces supo que había sido delatada por su propia mente.

El sacerdote preguntó algo a Gabrielle como respuesta a la pregunta desesperanzada de Xena. De la frase, la guerrera sólosupo que era una pregunta, y que llevaba el nombre de Lara.

– Señora... ¿cómo...? Hace años que no os hemos visto...

– ¿Dónde está el rey?

– En... en la parte trasera. Los baños. En el río.

– Gracias, Musi.

– ¿Lara? ¿Volvéis para quedaros?

– No, querida. Sólo a saldar deudas.

Etreum entró en los baños reales que comunicaban con el Nilo. Tal y como los recordaba. El gran pasillo donde habíaencontrado a su antigua y fiel sirviente terminaba en otras nuevas seis columnas del mismo brillo que las que dominaban entodo el palacio. Las columnas sostenían la pequeña bóveda semicircular que cubría las escaleras, conductoras directas haciaaguas del Nilo.

Narmer se encontraba de espaldas a la entrada. Su torso desnudo, mientras el agua del Nilo le llegaba hasta las rodillas, ysu mirada se encontraba perdida en los vastos campos de Egipto.

– Nemes...

Oyendo su nombre de sucesión, un nombre que nadie había utilizado hacía mucho tiempo, Narmer se giró sobre sus piespara ver la figura fantasmal de su auténtica primera esposa.

– ¿Lara?

Y Sanai salió de entre la decena de mujeres amontonadas en la orilla del río.

– ¿Qué hace ella aquí? ¡Se supone que estás muerta!

– Para ti sí. No para mi hija.

Las mujeres se callaron. Sanai se revolvía en sus pensamientos de furia. Los sirvientes decidieron estar a la expectativa,mientras la guardia real se colocaba sigilosamente a ambos lados de las escaleras. Entre ellos, el capitán Haleb observabaminuciosamente a la mujer que él mismo había entregado hacía años a los seres del subsuelo.

Narmer, sin embargo, parecía perdido en la oscuridad de los ojos de Lara buscando a su esposa en aquel mar. No debióencontrarla cuando se volvió con rabia. O quizá no se encontró a sí mismo. Al que había sido.

– ¿A qué has venido? –preguntó el rey saliendo del agua, reclamando su túnica.

Una horda de sirvientes lo cubrieron con su manto rojo y él los disipó con un enfadado gesto de su mano.

– A pedirte que dejes en paz a mi pueblo.

– ¿Tu pueblo? ¿Acaso han acabado los del subsuelo siendo... tu pueblo?

– No será porque tú no lo intentaras. Pero no, no me refiero a los venidos del cielo. Sino a los hebreos. Los hebreos queestán protegidos por los venidos del cielo, sí. Porque tú rompiste tu alianza con ellos. Ahora nos protegen.

Narmer clavó su mirada en su antigua esposa. Una ola de recuerdos lo invadió. Después, sólo la nada. El vacío. Eldesinterés. La ira. Y el poder.

– ¿Así que ahora los hebreos son tu pueblo? ¡Sus desobediencias serán castigadas doblemente entonces! ¡Arrasaré a losisraelitas como a moscas, y no habrá ni un sólo niño ni una sola mujer que quede vivo!

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– ¡No! ¡Déjalos marchar!

El rey cambió su intención de retirarse. Cada músculo de su cuerpo tensado.

– ¿Y qué vas a ofrecerme a cambio, querida esposa?

Lara vio en los ojos de su antiguo rey la ira del abandono. Del abandono a sí mismo. Ella no le había dejado. Había sido alrevés.

– Mi vida.

Sanai sonrió ante la oferta. La provocativa primera esposa salió del agua para alcanzar a su inmóvil marido. Sus brazosacariciaron el torso bronceado de su esposo, y algo fue susurrado en el oído del monarca.

– Quiero su cabeza en una bandeja de plata.

Narmer asintió. Lara se encogió ante el pensamiento afirmativo que percibía desde la mente de su marido.

– Los israelitas serán capturados y sometidos. Y después, aniquilados –enunció el rey lentamente.

Lara cerró los ojos y dio la espalda al monarca, a su esposa, y a toda su guardia. La mujer se aproximó a las escaleras queconducían al Nilo.

– Si es eso lo que tu corazón ordena... –se agachó para mirar su reflejo en el agua–...que así se haga, Nemes... –Lara cogióun poco de agua en su mano–...pero lo que ordena la voluntad de la Matriz... –el agua volvió al río. Pero era roja –...es lapaz en la Tierra... –Lara se levantó para encarar al rey– ...a cualquier precio.

Narmer y los que lo rodeaban observaron con terror cómo el agua que había caído de la mano de la mujer se volvía roja. Lamancha comenzó a aumentar en las aguas del Nilo, y en instantes comprobaron que todo el río era ahora un panorama desangre. Auténtica sangre.

Lara permaneció seria y determinada ante el asustado rey.

– Observa, Nemes. Las aguas se han convertido en sangre. Los peces del río morirán, el río apestará y los egipcios tendránasco de beber en sus aguas. Habrá sangre en toda la tierra de Egipto, en tu río, en tus canales, en tu estanques, y en todostus depósitos.

Narmer salió de su ilusión con furia. Llamó a alguien.

– También en Egipto sabemos los vulgares trucos de magia.

El sacerdote de la ceremonia de Horus apareció con su largo cayado de oro. Portaba una jarra en su mano. Tiró el contenidoque parecía agua corriente, y antes de tocar la sangre del Nilo se mutó con asombrosa rapidez en un líquido rojo.

Lara no prestó atención al patético artificio del sacerdote.

– Sufrirás nueve plagas más, mucho más temibles y desastrosas que esta. Primero, del cielo y de la tierra saldrán inmensosejércitos de ranas que invadirán vuestros hogares. Después, el polvo de la tierra se volverá una inmensa mancha demosquitos que os castigarán con vuestras picaduras. En la tercera, serán los tábanos los que os ataquen. Y como cuartallegará la peste, de manera que todos vuestros animales morirán. La sexta serán las úlceras, todos sufriréis terriblesdolores. En la séptima, el granizo acabará con vuestras cosechas y el ganado que dejéis al descubierto. La octava ypenúltima, me es imposible revelarla porque ni siquiera la conozco. La décima, sin embargo, me duele tanto a mí, como tedolerá a ti, mi rey.... tu corazón se quebrará en pedazos, al igual que el mío.

Narmer mandó a sus guardias que apresaran a Lara. No hubo resistencia alguna por parte de la profeta.

– Y si tanto te duele, mi antigua esposa, ¿por qué acaso vas a dejar que ocurra?

Lara sostuvo la mirada impasible del rey.

– Para detenerte.

Narmer sonrió con crueldad.

– Lleváosla. Quiero su cabeza en una bandeja de plata – los hombres comenzaron a arrastrar a Lara– ¡Nada ni nadieimpedirá que yo sea faraón de Egipto!

En su mente, Narmer sintió un eco confuso. Pero perderás lo que más amas, Nemes.

– ¡Aarón, Moisés!

– ¿Xena? ¿Qué ocurre?

– No hagáis preguntas. Coged todo lo necesario para salir al desierto y avisar a todos los demás en Gosén.

– ¿Al desierto?

– ¡Sí, maldita sea! Escuchad. Estamos en peligro. Tendréis que intentar reunir al mayor número de gente posible. Cuando lohayáis hecho, dirigiros a la parte sur de la ciudad, alejaros todo lo que podáis del centro y sobretodo ¡ni se os ocurraregresar! Esperad allí por mí o por Gabrielle. Sólo entonces podréis marcharos, ¿de acuerdo?

– De acuerdo...

– Otra cosa. Moisés, ¿podrías dejarme tu cayado?

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– Cla–claro, Xena. To–to–todo lo mío es tu–yo.

– ¡Gracias! Tened cuidado.

– ¡Xena...! ¿Y tú, qué vas a hacer?

– Mi trabajo... limpiar la basura de esta ciudad. Nos dará un poco de tiempo. Cuida de tu hermano.

– ¿Dónde crees que están, esposo?

– Ella dijo que ahora los venidos del cielo los protegían. Quizá... ¡Haleb! ¿Si tuvieras que esconder a todo un pueblo... quémejor lugar que bajo la tierra?

– Partiré enseguida con toda la guardia, señor.

– Ah, por cierto. Acaba con la reina de los del subsuelo... eso que se empeñan en llamar la Matriz. Ya no les debemos nada.Y si das con esa Xena o la Elegida.... bueno, simplemente mátalas.

– Sí señor.

– Esposo... recuerda que tienes una ejecución que ordenar.

– Ah, sí. ¿Crees que Zara me perdonará algún día...?

– Acabamos de descubrir que Lara era hebrea... un pueblo que... va a ser desafortunadamente masacrado por la guardiareal. La niña no tiene por qué saber quién ordenó la muerte de su madre.

– Pero yo la amaba, Sanai.

– ¿Amor? ¡¿Quién ha hablado de amor, esposo?! Hay que pensar en el...

– Poder. Hay que pensar en el poder.

– Así es.

– ¡Guardia! ¡Procede con la del calabozo! La orden del rey resonó en el aire como el filo cortante de un sable.

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