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La suave líricaParte 3Mario Carrillo
Este es el tercero de una serie de textos que la revista nini está publicando a lo largo del año. En “La suave lírica”, con un lenguaje sencillo y haciendo uso de numerosos ejemplos, Mario Carrillo nos explicará qué es la poesía, cómo se conforma y cómo podemos acceder a ella.
El tema poético
“Oye, pero dijiste que cualquier tema es susceptible de poetizarse”, y lo mantengo.
Agregaré: todo tema es poetizable si uno se acerca a él de manera sincera, con empatía
y honestidad. Uno no debe escribir por modas, no debe escribir “a la manera de...”, ni
por buscar verdades, ni porque sea un “deber” hablar de cierto tema. En mi opinión,
Borges no escribió para ser reconocido por su literatura de alto contenido filosófico,
plagado de referencias cultas, de maestría intelectual; Borges escribió como Borges
porque no podía escribir de otra manera, porque era su interés genuino escribir sobre
el doble, el espejo, el laberinto y su querida Buenos Aires. Cuando hablo de honestidad
y sinceridad, quiero decir que lo que uno crea debe preocuparle genuinamente a uno
mismo y nada más.
Ahora, el conocimiento de figuras retóricas y poéticas, así como la destreza en
el uso de metros, permite articular con efectividad el lenguaje poético. Fondo y forma
se amalgaman para vibrar en consonancia.
¿Por qué nos es sencillo recordar canciones, oraciones y poemas? No es
casualidad que algunos poemas estén escritos con cierto tipo de metros. Si uno
observa la letra de las canciones populares, digamos, de los corridos, notará que
utilizan un metro definido y cierto tipo de rima, esto corresponde a una intención.
Mucho se ha discutido sobre cuál es la función del verso medido, la intuición nos
dirige hacia la mnemotecnia: recordar largos pedazos de un discurso. Pero yo
agregaría además el placer, el gozo. La repetición de sonidos y ritmos nos deleita.
En “El principio poético”, Edgar A. Poe puntualiza lo que rige a la poesía. Para
Poe, el sentido de lo bello reside en todos los hombres y ellos buscan y encuentran
deleite en la belleza que se localiza en la existencia. La simple repetición de las
múltiples formas que adopta el cosmos producen placer, pero estas repeticiones no
son poesía. Lo poético nace cuando el poeta, angustiado por lo bello y el gozo divino
que produce lo bello, lucha por apresar la hermosura celeste e intenta alcanzar una
porción de ella, lo cual se logra únicamente por medio de la creación rítmica de la
belleza. Este es el origen de lo poético, el ritmo y el gusto que se encuentran en lo bello
(habrá que acotar aquí que la Naturaleza no es poesía, aunque puede ser vista con los
ojos de lo poético, la poesía necesariamente es una creación del hombre; poiesis, raíz
griega de poesía, significa “creación”, “producción”, y deriva de poieo, “hacer”, “crear”).
Los versos de arte menor, es decir, cortos, como el octosílabo, otorgan
velocidad a la lectura, tal vez por eso generalmente se destinan a poemas que se
ocupan del tema elegido desde una perspectiva superficial o no tan profunda —no lo
digo de manera peyorativa. Así en Góngora, un niño le canta a su hermana la felicidad
que le causa un día de asueto:
“Hermana Marica,
Mañana, que es fiesta,
No irás tú a la amiga
Ni yo iré a la escuela.”
(“Romance 5”)
Sin embargo, siglos después, García Lorca aprovecha la musicalidad del romance para
hablar de temas sórdidos como la discriminación o las miserias de la guerra civil:
"Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche su puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos,
en la puerta golpeaban."
(“Romance sonámbulo”)
Por otro lado, los versos de arte mayor son los predilectos del poeta cuando quiere
escribir sobre temas “más” transcendentales, el endecasílabo es uno de los más
socorridos, ¿la razón? probablemente la velocidad: el discurso fluye lento, tranquilo o
firme. Así, Vicente Gerbasi inicia Mi padre, el inmigrante, un poema a la vez telúrico,
metafísico y fundacional, con versos alejandrinos:
“Venimos de la noche y hacia la noche vamos.
Atrás queda la tierra envuelta en sus vapores,
donde vive el almendro, el niño y el leopardo.”
Ars poética
Corrientes, tradiciones y estilos existen en abundancia. La poesía culterana y
conceptista, el clasicismo y el neoclasicismo, el romanticismo y el simbolismo, el
modernismo y las vanguardias subsiguientes, entre las que sobresale el surrealismo,
son algunas de estas escuelas que intentaron establecer un modo de entender la
creación lírica. Es verdad que existen manifiestos y tratados que explican preceptos,
sustentos teóricos y propuestas técnicas para la elaboración de poemas, pero la
realidad es que, en esencia, sólo se busca expandir límites. Tómese en cuenta que
dichos manifiestos no se pueden seguir al pie de la letra. No son instructivos.
Sin embargo, podemos leer estas “consejas” para mirar a través de las gafas
estéticas que plantean. He seleccionado fragmentos de algunos poemas que tienen la
particularidad de hablar sobre la poesía, metapoéticos, Ars Poetica. El primero es del
nicaragüense universal, nuestro padre Rubén Darío, quien reinventó la lírica
castellana apropiándose de la música del verso francés. Darío privilegia, ante todo, la
música de las palabras, el ritmo en su organización:
"Ama tu ritmo y ritma tus acciones
bajo tu ley, así como tus versos;
eres un universo de universos
y tu alma una fuente de canciones.
La celeste unidad que presupones
hará brotar en ti mundos diversos,
y al resonar tus números dispersos
pitagoriza en tus constelaciones."
(“Ama tu ritmo”)
Influido por la tradición francesa y algunas escuelas esotéricas, aportó a nuestra
lengua la idea del poema como canción, de las palabras como unidades sonoras
significativas correspondientes a la expresión emotiva, la equivalencia entre el
movimiento del universo, la música de las esferas, y el de la naturaleza y sus
habitantes, incluido el hombre. Esto no significa encerrarnos en una métrica rígida,
sino descubrir nuestra propia cadencia, “ritmar bajo nuestra propia ley”. Es curioso y
lamentable cómo la estética de Darío ha sido imitada en su forma más superficial, de
forma que aún hoy es posible encontrar libros de gente obscena que publica versos
con altas concentraciones de azúcar sin lograr en alguno sólo una línea agradable al
oído. El nicaragüense bien dijo en sus “Palabras liminares” a Prosas profanas: “Yo no
tengo literatura ‘mía’ —como lo ha manifestado una magistral autoridad—, para
marcar el rumbo de los demás: mi literatura es mía en mí; quien siga servilmente mis
huellas perderá su tesoro personal y, paje o esclavo, no podrá ocultar sello o librea.”
Unos años después, Huidobro propondría un postura ante el quehacer poético,
el poeta como pequeño dios, creador no sólo de poemas sino de bosques, mares,
cielos, montañas, animales y flores e incluso de nuevos lenguajes, nuevos mundos,
“Que el verso sea como una llave
Que abra mil puertas.”
(“Arte poética”)
Y, bien, sabemos que una puerta puede darnos acceso a recámaras asombrosas, pero
también a pasillos con otras puertas, claustros oscuros, cámaras de tortura y placer;
en otras ocasiones, puede conducir al exterior o a otras dimensiones. Las
posibilidades son infinitas. La palabra poética no tiene un sentido unívoco, es un lugar
de encuentros pero también un punto de partida hacia cualquier destino. Cuando esto
no es así es porque no se está escribiendo poesía, se está escribiendo un manual: la
puerta conduce a un muro. Huidobro es un representante de las vanguardias
latinoamericanas, junto con César Vallejo y Oliverio Girondo, quienes propusieron
nuevas metáforas, nueva sintaxis y el uso visual del verso: es decir, la descomposición
del lenguaje.
En reiteradas ocasiones he conocido lectores a los que no les agrada la poesía
de Jorge Luis Borges, les parece cerebral, fría y aburrida. Yo, en cambio, he tenido un
feliz encuentro con sus versos y no son pocos los que releo con gusto. Punto y aparte
del bienestar que me causan esos poemas, he aprendido o intentado aprender esa
claridad con la que resplandecen:
“Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
lloró de amor al divisar su Ítaca
verde y humilde. El arte es esa Ítaca
de verde eternidad, no de prodigios.”
(“Arte poética”)
Amplio conocedor de nuestro idioma, decepcionado de las vanguardias (fue un
ultraísta militante en la juventud) y sus rígidos preceptos, Borges trabajó una poesía
de estirpe clásica, sin excesos retóricos, sin las pretensiones totales de la época ni los
muy cómodos compromisos políticos de ciertos liróforos. Para el argentino, la poesía
debía construirse con la familiaridad del lenguaje vivo: en una de esas dos míticas
entrevistas con el periodista español Soler Serrano, Borges refería que la poesía no
debería utilizar la palabra “cerúleo” en vez de “azul”, más natural. Ahí reside la virtud
técnica de su poesía: en el ascetismo retórico, en la sinceridad lingüística.
Uno de los más importantes poetas mexicanos vivos, David Huerta, por cierto,
hijo de Efraín Huerta, escribió y describió el oficio del poeta que, semejante al del
buzo, se sumerge en las profundidades del lenguaje y el ser sin para recoger,
recolectar y separar palabras como si se tratasen de ostras con perlas, unas más
preciosas que otras:
"El escritor desvía los limos
y los dibujos de las palabras.
Al fondo del estanque se tejen
sílabas de oxígeno húmedo
que deberían ser como cristales:
burbujas o exclamaciones, lentos signos.
El escritor desvía y acumula."
(“Escritor en vilo” en El azul en la flama)
Por supuesto, siempre existe el riesgo de ahogarse o extraviarse. La escritura es un
proceso agotador, consta de varias etapas que no garantizan el éxito. Su libro
Incurable, un megalodonte de 400 páginas, escrito en versículo, es un mosaico
impresionante y desmesurado donde el poeta cede la palabra a otras voces y una
“suerte de inmersión en el magma del lenguaje”.
Creo que hay una cita que engloba todo lo que he querido decir de manera
sintética y precisa; obviando la idea, necesaria, de que cualquier disciplina artística
implica un oficio, el aprendizaje de una técnica; obviando que el arte no debe ser
panfleto ni que el ocuparse de ciertos temas ligados a un “deber moral” desde
cualquier posición política es una garantía; obviando todo esto, Borges —¿quién más
podía ser?— dice: “Dos deberes tendría todo verso: comunicar un hecho preciso y
tocarnos físicamente, como la cercanía del mar”. Eso, me parece, es el mejor consejo
que puede darse a un lector primerizo y a alguien que inicia el sinuoso camino de ser
poeta.