la testadura no. 25: fernando zesati

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La Testadura, una literatura de paso no. 25: "La realidad es absurda" por Fernando Zesati.

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Page 1: La Testadura no. 25: Fernando Zesati
Page 2: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

Coordinación editorial:

Mario Eduardo Ángeles.

Equipo editorial:

Mo. Eduardo Ángeles, Pedro Serrot, Jesús Reyes, Lizeth

Briseño.

Fotografías e ilustraciones:

El Pulpo Santo.

Agradecimientos especiales a la Facultad de Lenguas y Letras de la Universidad Autónoma de Querétaro, a Roxana Jaramillo, Diana Isabel Enríquez, Cristian Padi-

lla, Tzolquín Montiel, Enrique Ibarra y David Morales.

Consejo Editorial: Manuel Bañuelos, Miguel Escamilla, Salvador Huerta, Pedro M. Serrot, Mo. Eduardo Ánge-

les, y Jesús Reyes.

Contacto:

[email protected]

[email protected]

México, Noviembre 2012.

Los derechos de los textos publicados pertenecen a sus

autores. Cuida el planeta, no desperdicies papel.

Page 3: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

Fernando Zesati

Tengo 23 años y es-

tudié en la facultad

de filosofía de la Universidad Autóno-

ma de Querétaro. He sido selecciona-

do en los certámenes "Tinta fresca"

2011 y "Pluma, tinta y papel" en el

2012. He publicado textos en la

(desaparecida) revista zacatecana

"Sigma" y en la compilación "Su

sombra y otros relatos" en 2011.

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CONTENIDO

Una situación sencilla

Una situación absurda

Una situación real

Una situación eterna

Una situación monetaria

Una situación complicada

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Una situación sencilla

Después del naufragio y después de

haberse reunido todos alrededor de un

fuego (casi dos docenas de sobrevivien-

tes), se sintieron envueltos por ese pe-

culiar vínculo que reúne a los hombres

durante las desgracias y nació en ellos

el sentimiento de comunidad.

Se organizaron, en poco tiempo,

para construir refugios, procurarse agua

La Testadura 1

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y alimento y encomendar a un grupo de

ellos que se encargara de las señales de

auxilio. Decidieron sólo usar las benga-

las, aunque tenían demasiadas, cuando

hubiera algún medio de rescate en su

proximidad. Y, en efecto, este medio se

presentó, quizás demasiado pronto.

A sólo seis semanas de encontrarse

ahí, un gran buque de apariencia militar

se detuvo a pocos kilómetros de la isla,

durante un día de abril con bastante

humedad y poco viento. Los náufragos

lanzaron una bengala y obtuvieron una

respuesta; se emocionaron mucho. Brin-

caron, algunos, y otros comenzaron a re-

La Testadura 2

Page 9: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

unir sus cosas, se abrazaron y dieron

gritos de júbilo, una joven se desmayó,

hubo lágrimas.

Pasaron un par de horas y, después,

un par de pares de horas, sin que el bu-

que se moviera de su sitio. Ellos lanza-

ron otra bengala y esta vez no hubo res-

puesta; sus rescatistas guardaron silen-

cio y la cosa se mantuvo así de ahí en

adelante. El buque pasó semanas fijo en

su lugar y ellos siguieron enviando seña-

les, a pesar de que estaban desespera-

dos y no comprendían porqué el rescate

tardaba tanto en realizarse. Pasaban

sus días contemplando el horizonte y, en

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él, se concentraban en ese barco que

debía llevarlos a casa; mantenían aún

las actividades necesarias para sobrevi-

vir – pescaban y recolectaban frutas,

entre otras cosas – pero su actividad

principal era observar al buque y espe-

cular el porqué de su lejanía.

Tenían tan fija su atención en ese

barco que todos estuvieron ahí el día en

que naufragó, en medio de un incendio,

soltando su contenido hacia los estóma-

gos del océano. Para ellos fue más una

muerte que un naufragio, la muerte de

quien los llevaría a casa, de su rescatis-

ta. Y, como toda muerte, los h izo llorar

La Testadura 4

Page 11: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

un poco y les quitó el sueño, pero ellos

no desistirían: seguirían lanzando ben-

galas, periódicamente, y haciendo seña-

les de todo tipo. Estaban convencidos

de que serían rescatados, de una u otra

manera, e interpretaban que lo sucedido

con aquel buque era de algún modo

presagio de ello.

Pero los días pasaron y se volvieron

semanas y meses, sin que nadie aten-

diera sus gritos transoceánicos de auxi-

lio. Ellos siguieron con sus bengalas, y

con todas las señales que conocían. Y

cada año, cuando llegaba el mes de

abril hacían una gran fogata y lanzaban

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Page 12: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

luminarias toda la noche para conme-

morar la aparición del gran buque de

apariencia militar.

Años más tarde, el día de hoy, pare-

cería que han enloquecido, ciegos todos

por un delirio sobrenatural, una fantasía

mitológica – se dice entre los náufragos

que el buque aguarda aún en el mismo

punto, pero bajo el agua, esperando

algo que debe ocurrir antes de que pue-

da rescatarlos.

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Page 14: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

Una situación absurda

No le molestó, en principio, que al-

guien más se hubiera convertido en diri-

gente de los náufragos, pues no estaba

tan necesitado de dirigir ni de dictar. La

molestia se había asomado a su rostro,

más bien, porque nadie lo consideró

siquiera para el cargo, que habría recha-

zado, de cualquier manera.

Sin embargo, independientemente

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Page 15: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

de que él quisiera o no llevar las riendas

del grupo, le parecía que haberlo convo-

cado para que lo hiciera era, sencilla-

mente, lo más lógico y lo más razonable,

considerando que había sido alcalde

antes de zozobrar en aquella miserable

isla. Y, si se le piensa bien, la situación

era por completo absurda: tenían a un

gobernante profesional entre ellos pero

decidieron, mejor, que un veterinario

jubilado fungiría como líder. Vaya mon-

tón de cabezas huecas.

Cuando, después de algunos días,

se acostumbró a la idea de no ser él

quien mandaba, comenzó a ver las ven-

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tajas y beneficios de aquella posición.

Nadie vendría a reclamarle si el alimen-

to era escaso, ni tendría que rendir

cuentas sobre el manejo del agua pota-

ble, ni planificar la construcción de refu-

gios, ni resolver los conflictos entre los

isleños; antes bien, sería él quien podría

hacer todos los reclamos que quisiera y

exigir que su líder pusiera el esfuerzo

necesario para satisfacerlos. O, al me-

nos, así lo veía él. Y quizás sólo él.

Lo cierto es que la gente se quejaba

poco y, más que eso, lo que hacían era

sugerir y cooperar para que las sugeren-

cias se vieran realizadas. Su pequeña

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Page 17: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

sociedad estaba muy lejos, como todas

las demás, de la perfección utópica con

que sueñan algunos hombres, pero la

cosa no iba tan mal, gracias a una preo-

cupación generalizada por el bien co-

mún (que resulta del todo comprensible,

pues no eran realmente tantos y, por

ello, todos tenían una función y necesi-

taban unos de los otros.)

Sólo él emitía constantes reproches

y se dedicó durante algunas semanas a

criticar las decisiones del régimen, sin

ser tomado en serio. . Y no se le escuchó

ni se le dio seguimiento a sus quejas por

una sencilla razón: no existía tal régi-

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Page 18: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

men.

Los náufragos habían colocado a

uno de ellos a cargo únicamente para

tener una especie de dictamen último

en las discusiones, algún baremo fijo

que no estuviera sujeto a sus variados y

ondulantes criterios. Pero ese líder nun-

ca decidía él mismo sobre nada; siem-

pre había consenso, siempre se habla-

ron los temas importantes y nadie le

reclamó asunto alguno, pues sabían

todos que cualquier reclamo estaría

dirigido a la comunidad entera.

Llegó el día – algún tiempo después

de la aparición y el hundimiento del bu-

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Page 19: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

que de apariencia militar – en que él,

que estaba tan molesto, aunque no que-

ría llevar las riendas, reunió al líder y al

resto de sus compañeros para hacerles

ver que si las decisiones las tomarían

comunitariamente, no hacía falta tener

al viejo veterinario ocupando su puesto.

Ellos lo pensaron un rato y, después, le

dieron la razón y decidieron que nunca

más habría entre ellos un jefe y que na-

die estaría más allá de nadie.

Eso representó para él el final de

todo cuanto era razonable y justo. No

soportaba la idea de que nadie mandara

y temió que el orden desapareciera y

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Page 20: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

comenzaran, pronto, a comportarse co-

mo salvajes; y pensó que quizás ya lo

eran: perdidos a mitad de una nada

oceánica, en una isla incivilizada, indó-

mita, inhumana, sin estructura y sin nor-

ma. Y eso lo hizo enloquecer un poco,

retirarse de los otros y pasar varios días

sin comer; hasta que una noche, sin que

nadie se diera cuenta, ató sus extremi-

dades a una valija que contenía la totali-

dad de sus posesiones y se lanzó a las

aguas y en ellas murió ahogado.

Es probable que se haya hundido

hasta tocar, con los pies aun dentro de

los zapatos, la cubierta del buque. Y pue-

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de que ahí haya descansado con una

sonrisa satisfecha, estando en una em-

barcación militar, donde, aún muerta la

tripulación, existen las jerarquías y, so-

bre todo, se respetan.

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Page 22: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

Una situación real

Siempre había sido una mujer socia-

ble y había ayudado enormemente a que

los náufragos se organizaran. Era una

importante pieza en la estructura social

que mantenía unidos a los sobrevivien-

tes, pero le gustaba, por qué no, pasar

un poco de tiempo a solas.

Cada mediodía se adentraba en las

pobladas selvas insulares y las recorría

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a paso lento, pensando o a veces ha-

blando consigo misma, lejos de todos

los demás. Y fue en uno de esos paseos

que realizó el bello descubrimiento: la

flor de pétalos amarillos con puntos de

un ligero tono magenta, que encontró,

sin pretenderlo, a la sombra de un árbol.

Esa flor o, mejor dicho, esas flores

tenían algo que la cautivaba y que la

llevó a comunicar el hallazgo a otros de

sus compañeros. Eran plantas únicas,

que no guardaban similitud con ninguna

otra que ella hubiera visto antes. Y, se-

gún confirmó con los otros, parecían

pertenecer a una especie aun no regis-

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Page 25: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

trada en las bases de datos de las co-

munidades científicas internacionales.

Ya que el descubrimiento había sido

suyo (y a nadie más le importaba tanto

como a ella) decidieron todos que ella

sería la encargada de ponerle nombre,

aunque todo el grupo debía estar de

acuerdo. Pero no se le ocurría ningún

apelativo y, además, no tenía noticia de

los latinismos que para eso se usaban,

ni conocía las reglas de nomenclatura

de los hombres de ciencia. Así que optó

por reunir a varios de los náufragos y

que la nombraran en conjunto.

Hubo una gran cantidad de opciones;

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Page 26: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

unas rendían homenaje a sus héroes y

familiares más caros, otras se derivaban

de palabras habituales y había algunas

de extravagante fonética, producto de

imaginaciones desbocadas. Lo que no

hubo fue un acuerdo.

Pese a las labores que debían reali-

zar para conseguir la subsistencia, los

náufragos tenían cantidades enormes

de tiempo libre y podían pasar tardes y

quizás jornadas enteras discutiendo

sobre este tipo de asuntos. Hablaron

sobre el posible nombre para la flor du-

rante semanas. Y hablaron y hablaron y

hablaron, sin llegar a una solución defi-

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Page 27: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

nitiva.

Ella, por otro lado, ya había perdido

el interés y se dedicaba, ahora, a reco-

lectar frutos y muy rara vez se demoraba

en el tema de las flores.

La última vez que pensó en el asun-

to, un martes típico en aquella isla

(mediodía, ninguna nube, sol amarillo),

la discusión le recordó al viejo diálogo

familiar, de hacía varias décadas, en el

que se habló largo y tendido sobre el

posible nombre de su hermana. Sus

padres decidieron, al final, llamarla

Claudia y eso a ella la dejó igual. Veía

los nombres como simples palabras,

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Page 28: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

vanos conjuntos de letras, y no le impor-

taba mucho si su hermana recibía eso

nombre o cualquier otro.

Mientras los demás seguían pensan-

do en cómo debía llamarse la planta,

ella había asumido que el nombre poco

importaba y que, de cualquier manera,

pasaría lo mismo que había pasado con

su hermana menor: tomaría un nombre

genérico que no podría describirla ja-

más, pues no hay nombre ni palabra que

permita conocer una cosa o una persona

en específico, sino que se aplican a

cualquiera por igual y sin distinciones.

Estando ahí, en una isla perdida en

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Page 29: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

algún punto del océano, lo había com-

prendido todo finalmente. Nunca podría

hablarse de aquellas flores, mucho me-

nos de una de ellas, ésa, que tenía ella

en la mano mientras pensaba estas co-

sas, pues flor se dice de cualquier flor,

de una flor abstracta, irreal. Las pala-

bras guardaban toda la lógica y el senti-

do de lo que podía hablarse y la reali-

dad, si es que la había, se encontraba

muy lejos de todo esto y debía ser inde-

finible, innombrable y por completo ab-

surda.

Ya lo había comprendido. Y estuvo a

punto de comentarlo con los otros, de

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no ser porque se enteró de que alguien

había vislumbrado un barco y parecía

que pronto podrían dejar la isla. Lo olvi-

dó todo de pronto y se concentró en re-

unir sus cosas y alegrarse por lo que

acababa de escuchar, esas palabras,

irreales palabras, esa promesa de poder

regresar a casa.

La Testadura 24

Page 31: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

Una situación eterna

Sabía muy bien que esa no era su

función, siendo apenas un grumete,

pero estaba dispuesto a hacer el trabajo

y a hacerlo lo mejor posible. Considera-

ba que esa era la oportunidad perfecta

para hacer ver a sus superiores que no

era tan torpe como muchos pensaban y

que, de hecho, podría tener un futuro

brillante, o por lo menos un poco ilumi-

La Testadura 25

Page 32: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

nado, en la marina y sus corporaciones.

Su trabajo era copiar la lista, ya revi-

sada por los oficiales correspondientes,

de las embarcaciones que llegarían a

los puertos y las que los dejarían. Era un

trabajo tedioso pero sencillo, como bus-

car un número o un nombre en el direc-

torio telefónico. Y eso no importaba, él

iba a realizarlo a la perfección y a de-

mostrar a todos que era capaz y eficien-

te, quizás más que la mayoría.

Tenía una intención firme de sobre-

salir en el cuartel, de hacerse notar por

su dedicación y esmero, y por eso, entre

otras cosas, hacía que su apariencia se

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Page 33: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

mantuviera dentro de las precisiones

que había leído en los códigos navales.

Cuidaba mucho el largo de su cabello

(que debía ser mínimo), la presencia de

la barba en su rostro y la limpieza de

cada partícula de su joven anatomía y

de su uniforme. Trataba de asimilar su

imagen a la de los cadetes en los afi-

ches. Y casi siempre conseguía una si-

militud exacta. Pero le parecía, a veces,

que era demasiado esfuerzo, no por

difícil de realizar, sino por la periodici-

dad y la constancia de su repetición.

Ahora que hacía la copia final de la

lista, revisaba doblemente cada número

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Page 34: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

de matrícula, poniendo todo el cuidado

del que era capaz y haciendo un enorme

esfuerzo por evitar confundir una fila con

la otra, una columna con su vecina. Pero

pensaba también en la repetición de las

sesiones de corte para su cabello, en la

necesidad de lavarse las manos todo el

tiempo, en la obligación diaria del baño.

Y no sólo eso: también repasaba el

asunto de la alimentación y del proceso

contrario a ella, la aparición del sueño

que siempre debía ser saciada en el

curso de una noche y, en general, en

todo aquello que debía hacerse una y

otra vez para mantenerse en condicio-

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Page 35: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

nes de ser considerado el mejor de su

grupo o, sencillamente, para mantener-

se con vida.

Los marineros de los afiches, por

otro lado, se mantenían siempre idénti-

cos, nunca tenían que cortarse el cabe-

llo, ni hacía falta que limaran sus uñas,

ni habían de lavarse el rostro. Y, ade-

más, sus uniformes se encontraban im-

pecables cada vez que los inspecciona-

ba.

Se imaginaba que esa permanencia

era justo lo que necesitaba. Lejos del

constante cambio y del flujo de todo, se

mantendría siempre igual, siempre per-

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Page 36: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

fecto y en las condiciones esperadas de

un oficial de marina. Aunque también

era cierto que el afiche mismo se había

deteriorado un poco; estaba manchado

en una esquina y era notorio el efecto de

la humedad en el papel. Y, además, el

estatismo de aquella imagen no era

exactamente lo que a él le convenía.

Él soñaba con crecer y subir de rango

en la marina y para eso había que cam-

biar, no mantenerse inmóvil, aunque

perfecto, como los cadetes del afiche.

Ellos no estaban vivos, pero tampoco

estaban muertos, quizás nunca hubieran

existido, o no de ese modo; quizá nunca

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Page 37: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

fueron soldados, sino actores o modelos

que recibían una paga por posar para

esos carteles. Ahora estaban ahí, en

aquella situación eterna, inmóviles,

mientras él los veía y admiraba su gra-

cia, más allá del tiempo y de todo cam-

bio.

Esa visión momentánea de la eterni-

dad en un afiche le produjo un pavor

extraño, que se disolvió a los pocos mi-

nutos cuando la lista estuvo terminada.

Él se sintió muy bien, yendo a entregar el

documento un cuarto de hora antes de

que se venciera el tiempo que le habían

asignado. Y comenzó otra vez a pensar

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Page 38: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

en que así demostraría lo capaz que era

y lo dedicado de su labor, arañando casi

un sueño que le parecía cada vez más

próximo, como si fueran a ascenderlo

sólo por haber hecho un esfuerzo tan

sencillo.

Y, de hecho, su esfuerzo resultó

vano. Desatendió, sin darse cuenta, los

números de catorce embarcaciones que

llegaban y nueve que se iban. Y fue da-

do de baja cuando los oficiales corres-

pondientes se percataron del enorme

error que había cometido, por estar en

pensando en eternidades y cortes de

cabello.

La Testadura 32

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Page 42: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

Una situación monetaria

Todos los hombres tienden por natu-

raleza al conocimiento, según dijo un

filósofo. Y tienden también, como todos

hemos visto, a acumular riquezas, qui-

zás por naturaleza, por costumbre o in-

cluso por un tedio insoportable, como

en este caso.

El barco llevaba meses en altamar y

parecía muy lejano el día en que tocaría

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Page 43: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

la tierra, así que la tripulación se entre-

tenía, por momentos, pues tenían otras

ocupaciones, en jugar a la baraja. Y

apostaban, como era de esperarse, y

perdían y ganaban, algunos más que

otros.

Él estaba entre los que ganaban más

frecuentemente, casi todo el tiempo, y

había acumulado una buena cantidad

de dinero. Al principio le interesaba sólo

jugar y pasar el rato, distraerse, no pen-

sar tanto en la continuidad ridícula de

las aguas oceánicas. Pero llegó el punto

en que su interés no era otro que el eco-

nómico: apilar las monedas una sobre

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Page 44: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

otra y pasar sus intervalos de ocio con-

tando billetes; no sabía por qué pero

algo en aquella pequeña fortuna, que

aumentaba constantemente, lo hacía

sentirse bastante bien.

Su función había sido mantener la

comunicación entre el buque y los puer-

tos, pero no habiendo puertos ni costas

ni playas, su trabajo se había esfumado

y sólo le quedaba juntar dinero. Jugó a

las cartas hasta que sus compañeros se

convencieron de que hacía trampas – y

las hacía, pero no siempre – y decidie-

ron no jugar contra él. Después comenzó

a vender las botellas que había traído a

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Page 45: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

bordo y de eso obtuvo una buena ganan-

cia, pues los rangos elevados mantenían

escondido, en algún compartimiento

secreto, el resto del licor (llevado por

ellos mismos pese a la clara prohibición

del reglamento naval).

Cuando se terminaron las botellas,

vendió parte de su ración alimentaria, se

ofreció a realizar las tareas de otros, por

un módico precio, y, en sólo tres ocasio-

nes, llegó a robar lo que descuidada-

mente había sido dejado a su alcance.

También vendió un poco de su equipaje,

fungió como intermediario entre otros

marineros y sustituyó a un hombre en un

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Page 46: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

par de peleas a puño a limpio; todo,

claro, con alguna ganancia.

Llegó el día en que se volvió propie-

tario de todo el capital que había en la

embarcación. No tuvo que hacer algún

trabajo, ni estafar a nadie con los nai-

pes, ni robar ni vender nada; simple-

mente encontró el billete, con un hermo-

so número cincuenta impreso en él,

mientras subía una de las escaleras que

llevaban a la cubierta.

Cuando supo, gracias a varias con-

versaciones con varios de los marinos,

que era el hombre más rico del barco, se

sintió contento como nunca antes en to-

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Page 47: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

da su vida. Jamás había sido el más

acaudalado de ningún lugar, bajo ningu-

na situación. Y ahora tenía todo el dine-

ro de un buque militar y era el hombre

más feliz del mundo. Y comenzaba a

sentirse distinto, como si hubiera, de

pronto, alcanzado un rango más alto

que cualquiera de los oficiales en el

navío, como si así nada más, casi por

accidente, se hubiera convertido en un

monarca marítimo.

A partir de ese momento no volvió a

realizar ningún tipo de trabajo en el bar-

co; convencía a todo mundo de hacer

sus labores, prometiéndoles un pago,

La Testadura 41

Page 48: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

que no acontecía jamás. Comenzó a dar

órdenes a sus compañeros y a promover

la idea de que al tener todo el dinero

tenía, también, todo el poder. Y eso le

funcionó muy bien, pero sólo durante

algunos días.

Un jueves, o quizás era martes, salió

de su camarote (ahora ocupaba una de

las habitaciones más grandes) y pidió a

un grumete que tendiera sus sábanas,

sin que el muchacho siquiera lo volteara

a ver. Después quiso que le lustraran las

botas y que recortaran su cabello, pero

recibió sólo negativas y en muchos ca-

sos risillas burlonas. Ni siquiera los más

La Testadura 42

Page 49: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

sumisos de los marineros parecían dis-

puestos a prestarle algún servicio, aun

cuando él les recordaba que era el hom-

bre más rico del barco.

De hecho, fue por recordar aquel

asunto de la riqueza que comprendió lo

que sucedía. Sus compañeros se lo ex-

plicaron, haciendo un enorme esfuerzo

por no soltar la carcajada a mitad del

diálogo. La noche anterior, en un conci-

lio que él desconocía por completo, se

acordó cambiar de moneda, por lo me-

nos hasta que desembarcaran en algún

lugar.

La nueva moneda, o más bien los

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Page 50: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

nuevos billetes, eran unas delgadas

tiras de papel blanco que llevaban un

número (había de cinco, de diez y de

cincuenta) y un sello del capitán que los

volvía oficiales y válidos. Cada marinero,

excepto él, que antes era el más rico de

todos, había recibido la misma cantidad

de billetes y era libre de hacer con ellos

lo que mejor le pareciera. Y, como era

obvio que iba a pasar, nadie quería que

uno solo de esos billetes tocara las ma-

nos del campeón de los naipes.

A él sólo le daban alimentos y los

insumos necesarios para permanecer

con vida, si realizaba las tareas que le

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Page 51: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

correspondían, dejándolo con una pe-

queña pero maciza fortuna de billetes y

monedas que no tenían, ya, ningún valor

más que el sentimental, que, por su-

puesto, no alcanza para comprar un solo

átomo de nada.

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Page 52: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

Una situación complicada

Después de haber visto la costa, el

capitán comenzó a sentirse muy alegre y

avisó a su tripulación que pronto pisa-

rían en firme y que la desdicha había

terminado. ¡Tierra, tierra, tierra! – gritó

frente a los marinos y éstos se prepara-

ron para desembarcar y pensaron que,

tal vez, les sería posible beber algunas

cervezas esa misma noche.

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Page 53: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

El capitán y su tripulación habían

sido víctimas, como tantos otros, de la

desidia de algún burócrata, que no

anexó el número de su buque a la lista

de navíos con autorización para volver a

casa. Y, debido a la guerra (esto ocurrió

hace bastantes años), ningún otro país

los quería cerca de sus playas; de modo

que habían pasado la mitad de un se-

mestre en alta mar y se estaban quedan-

do sin suministros. Por eso es que la

vista de un horizonte sólido emocionó

tanto a todo mundo y por eso se imagi-

naban a las puertas del Paraíso, a punto

de entrar.

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Page 54: La Testadura no. 25: Fernando Zesati

En algún momento las personas en

tierra lanzaron una bengala y ellos res-

pondieron con otra. Les pareció que eso

era un gesto de bienvenida y se sintieron

a salvo, por primera vez, tras varios me-

ses vagando sobre el agua salada.

Se sentían vivos y, sobre todo, segu-

ros, confiados y con ganas de celebrar; y

como ya no tenían que moderarse con

las provisiones, terminaron con sus bo-

degas en un banquete vespertino.

Calcularon que más adentrada la

noche podrían reabastecerse, pero, en

medio del júbilo, el capitán y sus subal-

ternos liberaron las botellas que habían

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mantenido escondidas y la cosa se puso

grave – la juerga fue tal que se olvidaron

de echar a andar los motores y desper-

taron, a la mañana siguiente, con una

resaca a cuestas y estando aún en el

mismo punto sobre el océano.

Pese al malestar, a la náusea y al

dolor de cabeza (que se agigantan con

sol de altamar), algunos miembros de la

tripulación se colocaron al timón y se

dispusieron a navegar hasta llegar la

costa.

Y navegaron, en verdad, y durante

muchas horas, pero daba la impresión

de que la isla permanecía siempre a la

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misma distancia. Parecía que no se mo-

vían o que la playa retrocedía mientras

ellos avanzaban o alguna otra cosa que

no podían comprender. Aceleraran o

desaceleraran, la costa seguía estando

sólo un poco lejos, como si pudiera

igualar su velocidad y detenerse cuando

ellos lo hicieran para mantenerse, siem-

pre, más allá de ellos. Eso, al menos, es

lo que parecía. Y no faltó, entre los mari-

nos, quien tuviera alguna ocurrencia que

explicara lo que pasaba; aunque, ya se

dijo, nadie sabía exactamente qué esta-

ba sucediendo.

La hipótesis más repetida, de hecho,

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durante semanas, fue que por haberse

embriagado y haber armado la bacanal

a bordo no merecían desembarcar y que

por ello la Isla se alejaba de ellos y les

negaba el rescate constantemente. Por

supuesto que no todos lo creyeron y se

formó una discusión, después una

disputa, luego un pleito y, finalmente,

un motín, en el que todos enloquecieron

y terminaron incendiando el buque.

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