la tuna: una tradicion en constante evolucion
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Bajo el análisis de los cambios constantes en las costumbres de la Tuna, el autor analiza los elementos del Traje de Tuna y su origen.TRANSCRIPT
LA TUNA:
UNA TRADICIÓN EN CONSTANTE EVOLUCIÓN
ENRIQUE PÉREZ PENEDO
Murcia, 13 de abril de 2012
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Han sido tres las ocasiones que he tenido el honor de impartir una conferencia
sobre la Tuna del otro lado del “charco”, en Iberoamérica. La primera, en el año
2004, en Chile, en La Serena, dentro del marco del III Seminario Internacional del
Buen Tunar; repetí al año siguiente, en el IV Seminario Internacional del Buen
Tunar, y por último, en los actos del Vigésimo aniversario de la Tuna de Sonora, en
Hermosillo, México. Tengo que reconocer que siempre regresé a España agradecido,
ilusionado, esperanzado y en cierto modo, preocupado. Agradecido, por el cariño y el
trato recibido de todos los allí presentes; ilusionado y esperanzado por el ambiente de
tuna y el amor a la misma que allí encontré. La tuna que en muchos lugares de
España se encuentra en franca decadencia, con mala prensa entre los jóvenes e
incluso a punto de extinción en muchas universidades históricas, mantiene en
Latinoamérica –Chile, México, Perú, Colombia, …etc. una llama muy viva, muy
limpia, muy pura, que garantiza su supervivencia por muchos años. Allí hallé
ilusión, interés, ansias de conocer los orígenes, de hacer bien las cosas y de conservar
la tradición.
Ahora bien, también dije al principio que volví preocupado, y el motivo de mi
preocupación es muy sencillo. Escuché a muchos tunos, siempre con la mejor de las
intenciones, todo sea dicho, y en un afán a veces desmesurado de trasladar a sus
respectivas tunas el más puro y genuino modelo español, hablar de la tradición y
aplicarla cual si dogma de fe se tratara.
Tradición no escrita; en muchos casos, de escasa consistencia; en otros, sin
ningún rigor histórico.
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Fue un e-mail recibido, hace ya unos años, desde México, de alguien que me
merece mucho respeto como tuno y como amigo, Antonio Torres “Cachai”, y en el que
me preguntaba sobre la veracidad de cierta historia que corría por Internet y que le había
llegado procedente de Perú, lo que me hizo plantearme muy seriamente que había que
intentar aclarar algunos conceptos.
Esto que les voy a contar, no es nuevo, seguramente alguien me lo haya
escuchado ya en otras conferencias, pero me parece altamente clarificador.
El relato que me enviaba Cachai era el siguiente:
"El nombre de Tuna viene de una larga historia. Resulta que allá por el siglo
XVII los antiguos estudiantes tenían, como es sabido, la costumbre de
cantar en las tabernas para poder comer. En aquella época no había
espagueti, y el quitahambre más usual, rápido y económico, era el
tradicional bocadillo de atún en aceite. Cuentan que en una fiesta organizada
al Duque de Wellington aparecieron unos estudiantes que les dedicaron
hermosas canciones y le amenizaron la jornada de tal forma que quedó
prendado. A su regreso a Londres en la recepción de Buckingham Palace
con su majestad William VIII le comentó cual maravillosa había sido la
actuación de unos juglares españoles de los cuales no tenia mas referencia
que la de que no pararon de comer bocadillos de atún (sandwiches of Tuna).
El rey de Inglaterra intrigado mandó una misiva al rey Felipe IV instándole
a que " Their Tuna" –es decir los de su Tuna – fueran a una de sus fiestas,
el rey español perplejo le contestó que en España no había ningún grupo con
ese nombre, y como no envió a nadie se produjo un altercado diplomático
que afortunadamente no llegó a más ya que el Conde de Romanones
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esclareció el asunto. Desde entonces, y para evitar más incidentes que
enturbiaran la paz entre ambos países, el rey decidió que se llamara Tuna a
aquellos grupos de mozalbetes estudiantes que se ganaban la vida merced a
sus andanzas".
La historia no tiene desperdicio, y el que la montó es un genio de la ciencia
ficción. Baste decir que jamás existió un William VIII en Inglaterra, que en el siglo
XVII reinaba William III; que su reinado no llegó a coincidir por unos años con el de
Felipe IV; que el Duque de Wellington nació un siglo después de que dejara de regir
Felipe IV; que el Conde de Romanones nació en el siglo XIX, más concretamente en
1863, y que el palacio de Buckingham se construyó un año después de la muerte de
William III. De los sandwiches de atún ya ni hablamos.
Ante tal exposición “histórica”, tan documentada en cuanto a personajes públicos,
fechada y con tanto detalle ¿quién no pondría la mano en el fuego convencido del
origen de la palabra “tuna”?.
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Hoy vamos a dar un breve repaso, más bien, brevísimo repaso –el tiempo manda –
a uno de los aspectos de la tradición estudiantil de la tuna , el traje, e intentaremos ver
que hay en ella de ficción, que de realidad o si simplemente esa tradición la hacemos
entre todos día a día.
Ahora bien, cuando hablamos de tradición hasta donde nos remontamos. Cuánto
retrocedemos en el tiempo en busca de nuestros orígenes. ¿Siglo XIII? Estudios de
Palencia (1212), Universidad de Salamanca (1218) y Universidad de Valladolid (1292);
¿siglo XV? Universidad de Santiago (1495) y Universidad Complutense (1499); ¿siglo
XVI? Universidad de Granada (1531). Hablamos de una tradición de muchos siglos, de
tan sólo uno, o simplemente 50 años son para nosotros suficiente para asirnos a ella
como Moisés a sus tablas de la ley.
Comencemos pues por nuestra seña de identidad número uno: el traje.
¿Cuál es el origen del traje de tuno¿ ¿De qué siglo data? ¿Qué prendas –si es que
las hay– se han conservado fielmente con el paso del tiempo? ¿Vestían así los
estudiantes de las viejas universidades españolas o todo es producto del márketing,
cuando no existía aún ese concepto, de un grupo musical que en un momento
determinado supo vender una imagen y sin habérselo planteado acabó creando escuela?
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Haremos un breve recorrido por la historia del traje tradicional escolar desde el
inicio de la universidades hasta el decreto de su desaparición en el año 1835, y lo iremos
acompañando con imágenes para hacerlo más comprensible.
La primera pregunta que surge es, ¿por qué diferenciar a los estudiantes del resto
de la población?, ¿qué necesidad había de un traje escolar? Y la respuesta es muy
sencilla. En una sociedad poco instruida como la del medievo el recurso de identificar
ciertas galas exteriores con una concreta corporación era frecuente pues facilitaba
grandemente, sin necesidad de indagación alguna, el reconocimiento como
perteneciente a dicho grupo por parte de las personas ajenas al mismo.
No existía un modelo típico de atuendo estudiantil (salvo en el caso de los
colegiales en el que las Constituciones regulaban la forma en el vestir de los alumnos),
sino más exactamente prohibiciones expresas acerca de materiales, telas, colores y
ornatos que no debían formar parte del mismo, al no ser acordes con la austeridad
monacal que desde sus comienzos presidía los Estudios.
Un ejemplo de estas prohibiciones lo tenemos en los Estatutos de la Universidad
de Orihuela. En ellos se dedica un escueto capítulo a la presencia de los estudiantes en
la universidad, pero con un título harto significativo: "Prohibiciones a estudiantes".
En él se contenían toda una serie de tópicos repetidos en otras universidades y que
iban encaminados a erradicar una serie de males comunes en la masa estudiantil durante
los siglos XVII y XVIII. Entre estos tópicos, junto a la prohibición de portar armas, de
provocar peleas, de participar en juegos de azar o la prohibición de asistir a
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representación de comedias en horas y días de clase, figuraba la de "prohibición de
vestir prendas de color".
El origen eclesiástico de las primeras escuelas influyó en el uso de una serie de
prendas semejantes a las de los religiosos. Estas ropas eran la loba, el manteo y el
bonete.
Rezaba una copla popular:
El tuno es igual que el cura
en lo negro del color,
mas ante hermosas mujeres,
no, no ¡y no!.
Su uso era obligatorio, pues, cuando el estudiante nuevo llegaba a la Universidad
era examinado sobre sus vestimentas, antes de matricularse por el cancelario, quien
mostraba su conformidad extendiendo un boleto que decía “Va arreglado en el traje”.
Una vez admitido el escolar se cuidaba de no lavarlo, pues “El desaseo y deterioro de
este traje era una de las galas del estudiante veterano.”
Vemos en primer lugar las puertas de estanterías de manuscritos e incunables
de la Universidad de Salamanca, pintadas por Martín de Cervera en 1614.
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Nos fijamos en este detalle. Es una escena de clase.
La pintura representa el ambiente de una clase del antiguo Estudio salmantino y la
diversa indumentaria de los estudiantes, seglares en su mayoría a pesar de sus
apariencias. Diversidad en la indumentaria estudiantil que se aprecia en los distintos
colores de las lobas. Vemos negras, pardas. Diversos tipos de tocados, chambergos,
bonetes, y distintos colores de habitos según la orden religiosa del alumno.
En la Universidad de Valladolid, los Estatutos del siglo XVI, bajo un epígrafe
denominado «de la honestidad de los estudiantes» (art. 30), indicaban cuáles debían ser
las vestiduras propias para sus escolares: «...que los estudiantes desta Universidad,
anden honestos en su vestir y traje. Y que ninguno pueda traer ropa de seda, o cosa
guarnecida con ella, ni gorra, ni capa, ni sombrero de seda, ni lana. Sino loba o
manteo, y bonete castellano. Ni trayga sombrero grande sobre el bonete por las
escuelas, ni entre en los Generales con ellos. Ni trayga muslos de seda, ni acuchillados,
ni camisas labradas con oro o seda».
El artículo de los Estatutos era, como hemos visto, una llamada a la austeridad
pero sin embargo no olvidaba la existencia de universitarios llamados pobres. Para estos
decía «...permitimos que los estudiantes muy pobres y los que sirvieren, con licencia del
Rector puedan traer caperuça o gorra o capa, y no de otra manera».
El traje, así descrito por los Estatutos, se denominaba de manera genérica hábito.
Examinemos ahora cada una de sus partes.
La loba consistía en un alzacuellos que se ceñía en la zona del pescuezo y después
se ensanchaba hasta los hombros, para caer desde estos hasta los pies. Esta pieza tenía
una abertura delante y la parte superior, y dos en los laterales que les permitían sacar los
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brazos. Estaba confeccionada de paño y de amplio vuelo, aunque luego se recogió hasta
la pantorrilla.
Talla en madera conservada en el Rectorado de la Universidad de Salamanca.
Representa a un estudiante colegial. Porta una loba larga hasta los pies, y se puede
observar con mucha claridad los amplios cortes laterales para sacar los brazos. La
vestimenta es tremendamente austera, como mandaban los cánones, y si no fuera por la
beca podríamos pensar que se trata de un miembro de alguna comunidad religiosa.
Representación de un estudiante en una cerámica valenciana del siglo XVIII.
Observamos que el acortamiento de la loba es evidente
Antiguamente la loba se completaba con el capirote, que se unía a ella para
resguardar cuello y testuz de las inclemencias meteorológicas; esta prenda fue
reservándose paulatinamente para los maestros y reduciéndose hasta degenerar en la
actual muceta que usan los doctores en los actos universitarios solemnes.
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Doctor en Derecho, pintado por Zurbarán, y que representa fielmente la
vestidura académica española del siglo XVII.
Viste loba, predecesora de la actual toga, de corte talar y las grandes aberturas
laterales.
Observamos ahora el capirote. Si bien esta fue una prenda que nació con un
uso funcional determinado, con el tiempo pasó al terreno de los símbolos del mundo
académico y se convirtió en una distinción de la misión de enseñar. Su parecido con la
actual muceta ya es evidente.
El bonete, cubierto por una gran borla, y que con el paso del tiempo se
convertirá en el birrete que aún se emplea en los actos académicos solemnes.
Un detalle interesante es que bonete y capirote son de diferente color. Esto en
un principio fue así; pero en 1859 se decreta que ambos deberan ser del color del
capirote, que a su vez será del color de los estudios que representa. El color negro se
reserva para uso exclusivo del Rector.
Los estudiantes se tocaban con el bonete. Éste era un gorro que, como el resto
de sus vestiduras, no les era privativo, sino que se identificaba también con el de los
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eclesiásticos aunque su forma no fuese idéntica. Los graduados y colegiales, y por
extensión todos los escolares, tendían a llevar bonete de cuatro picos en las cuatro
esquinas, que en vez de subir como en el de los clérigos salían hacia afuera. El adorno
para cubrir su cabeza se hizo una seña de identidad de este cuerpo, hasta el extremo de
que el refranero lo utilizaba como sinónimo de letras y de hombres letrados. Así, por
ejemplo, se decía: «bonete y almete hacen casas de copete», para apostar por las letras y
las armas como las dos vías de promoción social de la Edad Moderna.
En este fragmento de las puertas de Martín de Cervera, pueden apreciarse con toda
claridad los bonetes con sus punta apuntando hacia fuera.
Esta ilustración corresponde a un estudiante del Colegio de los Irlandeses de
Salamanca. De nuevo el bonete con sus grandes puntas. Sobre este dibujo volveremos
más tarde al hablar de la beca de los colegiales.
Covarrubias nos define el bonete como “cierta cobertura de cabeza [...] de cuatro
esquinas que encima forma cruz”, sobre él ponían los doctores la borla, conjunto de
hebras rematadas en un botón, como insignia de su grado académico. La borla era del
color que la simbología asignaba a cada rama de la ciencia (colores que hoy, además se
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emplean en las becas), así amarillo para medicina, rojo para derecho, blanco para
teología, etc. Apenas existen textos que relacionen la simbología que conecta los
colores y los estudios por ellos representados, no obstante lo anterior, en “La
Protestación de la Fe”, obra escrita por Calderón de la Barca en el año 1656, se aclaran
algunas de estas relaciones:
Las plumas de mi tocado
Son de aquí exteriores muestras,
Que sólo dicen lo real
De mi física apariencia,
Significándome aquí,
Para que mejor me entienda,
La docta Universidad
De la Ciencia de las Ciencias.
El Altísimo creó
La medicina y por ella,
Me adorna, entre esotras flores,
La pajiza, macilenta
Color, porque con la muerte
A cada paso se encuentra.
La azul, que es color de cielo,
La filosofía ostenta,
Porque en el cielo la hallaron
El desvelo y la agudeza
De los que en él aprendieron
Aquella causa primera
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De las causas, Alma y Vida
De la gran Naturaleza.
De los Cánones Sagrados
La verde en mí representa
La católica esperanza
Que los pontífices muestran,
De que todo el Universo
Ha de estar a su obediencia,
Cuando a un redil y a un rebaño
Se reduzcan las ovejas.
La carmesí que es color
De la Justicia severa,
Es divisa de las Leyes,
A que humildes y sujetas
Las repúblicas están
Políticamente atentas.
En la Sacra Teología
La blanca color demuestra
De su docta facultad
El candor y la pureza,
Quien tiene a Dios por objeto,
¿Qué esplendor hay que no tenga?
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Ilustración que sirvió de cabecera a un entremés de Miguel de Cervantes, "La
elección de los Alcaldes de Daganzo", y donde podemos apreciar el manteo de un
estudiante luciendo un bonete.
La prenda de abrigo por excelencia del estudiante era el manteo. De esta palabra
derivó el apelativo manteísta, con el que se conocía a la generalidad de los estudiantes
para diferenciarlos de los que tenían beca en los colegios. Consistía en una capa de tela
gruesa, "de paño veintidoseno de Segovia", aseguraba Vicente Martínez Espinel en su
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Vida del Escudero Marcos Obregón, que llegaba hasta el cuello y que carecía de
esclavina, por lo que se anudaba gracias a dos cordones que colgaban de un cintillo que
fileteaba su extremo y en el que los escolares prendían las cintas de los corpiños de sus
amantes. Ya en La Razón de Amor, poema de principios del siglo XIII, un escolar recibe
una cinta de su amada en prenda de amor:
"Ela conocio mi cinta man a mano – qu´ela ficiera con la su mano".
Este puede ser el precedente más antiguo del que se tiene conocimiento de la
costumbre estudiantil de prender en las capas las cintas de los amores o seres queridos.
El manteo se remataba con una franja de paño picado con la que solía adornarse
su parte inferior, y que recibía por nombre "tirana". Por tirana se entiende también un
tipo de canción popular española, lo que puede hacer pensar en su origen estudiantil.
Precioso dibujo de Méndez Bringa (1916) mostrándonos a un estudiante
seguramente haciendo el camino de vuelta a casa en época vacacional, con su loba,
manteo, tricornio y su guitarra para ganarse el sustento.
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Diversas representaciones de estudiantes procedentes de romances en pliego
de cordel y que Joan Amades recogíó en sus obras de carácter tradicional y folclórico.
En todos ellos, el estudiante aparece indefectiblemente, como mínimo. con su manteo y
su chambergo. Joan Amades nació en 1890 y murió en 1959, entre sus obras más
importantes nos dejó una muy interesante de tema estudiantil, Els estudiants.
Loba, manteo y bonete debían ser de unas calidades de tela determinadas,
excluyendo las sedas, pero nada se dice del color en que debían de confeccionarse. En
principio, dado el carácter expresado en la normativa y la insistencia en la honestidad,
es posible considerar que debía excluirse todo colorido en los hábitos. Sin embargo, no
hemos de estimar que el color era negro, como tampoco lo eran todas las vestiduras
eclesiásticas. Los escolares podían introducir alguna variedad pero se debía eliminar,
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sobre todo, en los lutos reales, cuando de una manera especial se pedía a todo el gremio
universitario que se esforzara por ajustarse a un patrón respetuoso. En 1598
coincidiendo con los lutos por Felipe II, en la Universidad de Valladolid, universidad de
su ciudad natal, se pedía al claustro que vigilase que todos fueran vestidos con lutos de
bayeta, o por lo menos de paño, sin ningún género de seda. Tampoco los que llevaran
sombreros o herreruelos podían utilizarlos de seda, eso sí, llevando siempre hábito
largo. (El herreruelo o ferreruelo era una capa corta, con cuello y sin capilla, que según
Covarrubias recibió su nombre de los alemanes, que fueron los primeros en utilizarla).
Se pedía una multa de 2.000 maravedíes y cuatro días de cárcel para los que
incumplieran estas disposiciones, que a su vez eran contrarias al honesto vestir
estudiantil. Los propios Estatutos establecían unas sanciones para los que ignorasen lo
dispuesto. «Y el que... truxere alguna cosa o todas las sobre dichas, que las pierda. Y la
tercia parte de su precio sea para el Arca y las otras dos partes para el Rector que lo
sentenciare, y el merino que lo executare, y esté diez días en la cárcel.»
La mejor manera de asegurar la observancia de cualquier disposición era
implicando y beneficiando económicamente a la Universidad, y alguno de sus
individuos, con la percepción de las multas por incumplimiento. Pero, aún así, la
uniformidad se hacía bastante difícil.
En general, podemos considerar a priori que los universitarios llevaron con gusto
su atuendo. Sin embargo, y sin que falten ejemplos de la adaptación e identificación de
profesión e indumentaria, también han trascendido muchos testimonios de oposición a
tales atavíos.
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Las razones del rechazo a los manteos son sin duda varias. En primer lugar no
podemos olvidar que los hábitos identifican, pero también igualan. Los estudiantes, élite
cultural, no presentaban la misma homogeneidad en el ámbito económico. Sus
posibilidades eran muy diferentes, oscilando entre los escolares pobres que vivían de su
trabajo o de su picaresca y los que llegaban con los bolsillos bien repletos y estaban
respaldados por las fortunas de sus padres. Los había hidalgos y plebeyos, pero si
respetaban tajantemente las normas no presentaban en apariencia ninguna diferencia.
Esta disparidad la reconocía el fiscal del Consejo al Rector de la Universidad de
Valladolid en 1775, tras la solicitud de éste de una mayor exigencia en los trajes de los
universitarios:
"El asunto de los trajes... es muy delicado y de difícil egecución... No cabe regla
general adaptable a todas las clases de gentes que acuden a aquella Universidad, ni
parece razonable estrechar bajo una misma a todos con el pretexto de ser estudiantes
matriculados…".
En este sentido, la posibilidad de igualar que tenía el hábito podía ocasionar una
doble respuesta. Por una parte, gracias a él, algunos jóvenes podían ocultar su humilde
origen; si bien para algunos las limitaciones económicas eran tantas que los viejos
paños de sus lobas no escondían nada. Pero, por otra, no faltaban varones a quienes el
hábito les impedía lucir sus mejores galas, con las que podían demostrar el lugar que
ocupaban en la estratificación jerárquica de la sociedad. Los primeros podrían pretender
una ascensión social a través del vestido; los segundos la rechazan porque no aportaba
nada relevante a su ser social.
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Retrato de un estudiante posando en ropa estudiantil. Se trata del estudiante
Cabrera. Vestimenta austera, tricornio, y manteo terciado. Forma típica de lucir dicha
prenda por el colectivo estudiantil.
Esto por lo que respecta a los hábitos de San Pedro, que en lo referente a las
demás prendas que usaban los estudiantes no existía un patrón fijo, sino que se sometían
a los vaivenes de la moda, que influiría incluso en las tres prendas eclesiásticas.
Ejemplo de lo anterior es la adopción por parte de los estudiantes del sombrero
gacho o chambergo, y que el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española
define como “sombrero de copa más o menos acampanada y de ala ancha levantada
por un lado y sujeta con presilla, el cual solía adornarse con plumas y cintillos y
también con una cinta que, rodeando la base de la copa, caía por detrás”. Mas los
escolares no colgaban de la presilla plumas o cintillos, sino la cuchara necesaria para
tomar la sopa de los conventos, por lo que se les conocía con el nombre de sopistas o
caldistas.
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De nuevo volvemos al cuadro de Martín de Cervera, y observamos los
distintos tipos de sombreros con que se tocaban los estudiantes. Así junto al bonete,
vemos un chambergo en forma acampanada.
Y otro chambergo que empieza a tomar ya cierta forma, dejando caer un ala
y ligeramente levantando la otra. Ésta con el tiempo se fijaría con una presilla.
Una presilla es un cordón pequeño con forma de anilla que se
cose al borde de una prenda para pasar por él un botón, un corchete,
un broche, etc.
Nuevo grabado de época. Cada vez la deformación del chambergo es mayor
y el pliegue del ala más evidente.
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Aquí el estudiante luce su cuchara en el tricornio. Por otra parte y tal y como
comentábamos antes, lo raído de sus vestimentas no pueden ocultar su evidente pobreza.
Por esa razón, aunque los estudiantes tuvieran una uniformidad a la hora del vestir, la
calidad de sus paños y su estado de conservación decían mucho de su linaje o estrato
social.
El barón Charles Davillier y Gustave Doré, en su libro "Viaje por España",
recogen, entre otras, las siguientes coplas populares:
Las armas del estudiante
Yo te diré cuáles son:
La sotana y el manteo,
La cuchara y el perol.
Desde que soy estudiante,
Desde que llevo manteo,
No he comido más que sopas
Con suelas de zapatero
Chambergo y manteo sufrirían una nueva modificación a consecuencia del bando
provocador del conocido como Motín de Esquilache (1766), que ordenaba apuntar
sombreros y recortar capas para evitar que los portadores de tales prendas llevaran
armas y ocultaran su rostro. Alarcón, ridiculizando al Motín, describe la exageración
con que vestían algunos personajillos, entre los que cita a los estudiantes, en su comedia
La Culpa Busca la Pena y el Agravio la Venganza:
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Y el escolar que camina
con un matachín meneo
y hecho un rollo del manteo
se le encaja en la pretina
¿A quien no le causa risa?.
La pretina de que hablaba Alarcón, es una tira de tela de una prenda de vestir
que se ciñe en la cintura. En esta bella ilustración de Méndez Bringa, de la obra de
Diego San José "Como finó sus estudios Ginesillo Negrete", observamos como el
estudiante recoge su manteo hacia delante y lo encaja en la cintura.
Los estudiantes, como respuesta al bando, en vez de apuntar los sombreros,
levantaron las dos mitades de las alas del chambergo por encima de la copa y las
sujetaron con la presilla, dando lugar al sombrero de medio queso o tricornio, llamado
así por su característica forma triangular; pero no recortaron los manteos como
recomendaba el decreto, tan sólo aumentaron el tamaño de los cordones que fileteaban
su cuello atándolos sobre el pecho tras pasarlos por bajo de las axilas, con lo que se
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podía comprobar que iban desarmados. El tricornio, con los años fue perdiendo su
acentuada forma triangular y terminó denominándose impropiamente "bicornio".
Aunque el motín logra derrocar al ministro y derogar la norma, diversas órdenes
del Consejo del Rey, de julio de 1770 (reiteradas en 1777) emplaza a los órganos
rectores de las universidades a mantener aquella para los estudiantes.
"Una broma picante", ilustración de Emilio Sala (1902).
Aquí nos encontramos con un estudiante con su tricornio absolutamente ladeado, era la
forma habitual de llevarlo, y la cuchara de palo predida en él.
Poco a poco fue decayendo la sotana por dos razones fundamentalmente, la
progresiva independencia de los estudios de su origen eclesiástico, y la generalización
de los “trajes de gentes”, mucho más cómodos que la prenda talar.
Los escolares ricos comenzaron a vestir en corto para viajar y andar de noche por
las villas donde cursaban sus estudios, primeramente empleando la sotana corta y luego
el traje de galán, pero adaptándolo (aunque a veces no ocurría así) a las reglas
contenidas en las Constituciones Universitarias, principalmente el uso obligatorio de
colores oscuros, preferentemente el negro, prohibición en el uso de determinadas
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calidades de tela como la seda, de adornos costosos como pieles y joyas, de
acuchillados, de camisas labradas, de polainas, de guantes adobados, etc.
"Estudiantes de la Tuna viajando con los arrieros" Esta ilustración de
Gustave Doré realizada en su viaje por España nos muestra las condiciones en que
viajaban los estudiantes. Evidentemente, y aunque las condiciones de viaje no eran tan
crudas para todos, el traje talar no era precisamente el más cómodo. Dentro del archivo
de la Universidad de Salamanca se conserva la Sección de Pleitos, y es una de las
principales fuentes para conocer la historia de la Universidad. Gran parte de esos pleitos
nos hablan de los problemas con los arrieros, tanto con los traslados de enseres, como
de las vicisitudes de los estudiantes en dichos viajes.
En “El Pasajero” de Suárez de Figeroa, un estudiante expone su deseo de vestir
en corto y de color con las siguientes palabras:
“Hallábame ya en hábito decente: con armas digo y en corto; que en esto de
arrimar los largos sin tiempo, ninguno es perezoso, como los murciélagos, que algo
antes de llegar la escuridad suelen comenzar el paseo... Deseaba con ansias las noches
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para salir con el color [el traje] y todo el aparejo de reñir, afrecuantar las mocedades
que son propias de tan incautos años”.
El traje de gentes se componía de coleto (casaca con mangas que cubría el cuerpo
ciñéndolo hasta cintura, y que tenía unos faldones que no pasaban de las caderas), bajo
el que se encontraba la camisa de color blanco que sobresalía del coleto por cuello y
puños gracias a las lechuguillas, denominadas así por su forma parecida a la de las hojas
de lechuga; las calzas (prenda ceñida que cubría muslo y pierna llegando hasta la
cintura) con su soleta (pieza de cuero que se remendaba a la planta del pie de las
calzas); gregüescos acuchillados, (calzones anchos con una serie de cortes verticales que
dejaban ver otra tela de distinto color) que más tarde serían sustituidos por las calzas
folladas que llegaban a las rodillas a las que se ajustaban con ligas o cintas de tela
negra; y zapatos negros con hebilla.
José García Mercadal en su libro, Estudiantes, Sopistas y Pícaros define las calzas
folladas como“especie de gregüescos muy huecos y arrugados, en forma de fuelles,
donde los estudiantes solían esconder las gallinas hurtadas al alejarse de los mesones"
Como prendas típicas de los colegiales, estudiantes de los Colegios –tanto
Mayores como Menores–, estaban el manteo y la beca, cuyos colores servían para
distinguir la pertenencia del estudiante a un determinado establecimiento educativo.
La beca, en sus orígenes, no era como la conocemos ahora. Nos relata Blanco
White en su autobiografía que “se dobla por la mitad como formando un ángulo y
manteniendo la doblez delante del pecho, se echan las dos mitades sobre los hombros
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de manera que bajan por la espalda hasta cerca de los talones. La parte que cuelga del
hombro izquierdo se hace mucho más ancha a unos dos pies del extremo y en ese lugar
tiene un anillo circular de madera, de una pulgada de espeso cubierto con la misma
tela”.
La parte de la beca de la que cuelga el anillo circular es la chía, y el anillo recibe
el nombre de rosca. La rosca con el tiempo se fue independizando de la beca dando
lugar a la gorra, pero conservaría el color; de su uso por parte de los estudiantes más
humildes que subsistían del caldo de los conventos derivó el apelativo capigorrista o
gorrón, y la expresión “comer de gorra”, que indicaba precisamente la gratuidad que le
era propia. Como vemos el origen de la beca era noble y acabó siendo un símbolo de
identidad corporativa del gremio estudiantil, con la salvedad de que la rosca ya no
cubría la cabeza sino que se dejaba caer por la espalda.
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Estudiante del Colegio de los Irlandeses de Salamanca
Vemos la beca, y sobre todo la parte que más nos interesa es la que cae por la
espalda y es recogida por el brazo izquierdo, la chía.
La rosca forrada de tela del mismo color, hizo las veces de tocado, pero los
colegiales con el paso del tiempo se limitaron a dejarla caer por la espalda y se
cubrieron con el bonete, que porta este estudiante en su mano derecha.
Cabecera de romance representando a estudiantes pobres acudiendo a la sopa
del convento.
Los hábitos colegiales usaban también colores oscuros para el manteo (así negro,
pardo, morado...) con variaciones en las becas. Sirvan de ejemplo estas combinaciones:
en el Colegio de San Ildefonso de Alcalá los colegiales llevaban manto y beca del
mismo color pardo rojizo, en el Colegio de Santa Cruz de Valladolid la beca era de
color rojo... a veces el manto era de color menos austero, por ejemplo en el Colegio de
Vizcaya de Alcalá era blanco y en el de Santa Catalina de igual ciudad, verde.
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Tallas de madera representando a un colegial portando beca de su colegio
mayor.
Otro talla de la misma época. Si comparamos ambas, aparentemente iguales,
podemos observar como el distinto color ropas y sobre todo de su beca, nos está
indicando que se trata de estudiantes pertenecientes a colegios diferentes.
Desde 1773 profesores y escolares debían usar traje de paño de fabricación
nacional, hasta de segunda clase y color honesto, y en verano de seda lisa sin
guarniciones. Sólo podían llevar en todo tiempo trajes de seda el rector, el
maestrescuela, los doctores, maestros y licenciados por Salamanca. La obligatoriedad en
el uso de las ropas académicas quedó reducida para los estudiantes a los días festivos, en
los que vestían manteo y sotana negra de bayeta hasta el zapato con alzacuello blanco,
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chupa, calzón, chaleco de paño negro, sombrero de tres picos con presilla y calzado
decente.
La Universidad de Cervera en 1808. La ilustración nos muestra lo que podía
ser un día festivo a juzgar por las galas que lucen todos, desde el clero a los estudiantes,
donde todos aparecen uniformemente vestidos y arreglados.
En 1835 quedó definitivamente suprimido el traje escolar. Algunos escritores y
periodistas dieron a este hecho una trascendencia mayor que la que verdaderamente le
correspondía. Julio Monreal, por ejemplo, concedió a la abolición del traje académico
en su artículo "Correr la Tuna" publicado en el Almanaque de la Ilustración Española y
Americana en 1879, la siguiente lectura: “Por fin vino un día funesto para la tuna.
Mandose, de orden superior, suprimir tricornio, manteos y sotanas, y por más que diga
el refrán que el hábito no hace al monje, desde aquella fecha perdieron los escolares
sus antiguas tradiciones”.
Como hemos podido ver, la historia del traje estudiantil es un compendio de
prohibiciones, desde su inicio hasta su extinción. Nace sin un patrón definido de cómo
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debería ser, y sí de cómo no debía ser, y su desaparición también se recubre de ese
manto prohibicionista que le había acompañado a lo largo del tiempo.
Un interesante documento que avala lo anterior es el conservado en el archivo
Universitario de Barcelona, referido a la Universidad de Cervera, donde D. José Ginés
Hermosilla, director general de Estudios y eminente humanista, ordena el 8 de octubre
de 1835 se prohiba el traje talar a los alumnos de la Universidad, por considerar que no
está en armonía con las costumbres del siglo, acostumbrando a los jóvenes al desaliño y
decoro impropio a las personas bien educadas.
Estudiante de la Universidad de Cervera. Aunque las nuevas modas se han ido
imponiendo, manteo y tricornio se mantienen.
Posiblemente, antes de comenzar mi charla, algunos de uds. tuviera alguna duda
sobre el origen del traje de tuno; ahora, bastante avanzada la misma, tendrán, con toda
seguridad, muchas más. En este brevísimo repaso a la historia hemos visto retazos que
nos recuerdan a la tuna y a los tunos: tricornios, manteos, alguna que otra guitarra pero
no hemos encontrado el maniquí ideal con el que identificarnos.
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El traje que muchos hemos identificado durante años con una tradición que venía
de siglos no es más que un invento del último tercio del siglo XIX de las comparsas y
estudiantinas de carnaval. Muchos de estos grupos carnavalescos, muchos de ellos
auténticas orquestas profesionales de pulso y púa, adoptan ropas estudiantiles a supuesta
semejanza, y hay que recalcar lo de supuesta, de las de los antiguos moradores de las
universidades españolas. Entre estas comparsas alcanzó gran renombre la denominada
Estudiantina Española que en 1878, y coincidiendo con las fiestas de carnaval y la
Exposición Universal que se celebraba en Paris, decide viajar a la capital francesa
llevando consigo sus guitarras, flautas, violines, vihuelas, bandurrias y panderetas. El
éxito de la experiencia es recogido por "La Ilustración Española y Americana", el 15 de
marzo de ese mismo año, donde, con gran profusión de grabados, nos ofrece una
crónica entusiasta y detallada del periplo, y lo que más nos interesa a nosotros: una fiel
descripción de sus vestimentas.
El articulista se encuentra en la Plaza de la Opera con la Estudiantina Española, y
relata lo siguiente: "…y desfilando por delante de nosotros, nos dio ocasión para
examinar los ricos trajes de los sesenta y cuatro individuos de ella, que así se parecían
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á los de los genuinos estudiantes que por las aulas de Salamanca y Alcalá arrastraban
bayetas, como los vestidos de las pastoras del teatro á los de las verdaderas zagalas
que pasan la vida entre zarzales: jubón y greguescos de terciopelo negro con botones
de acero, y mucho cuello de encajes: medias de seda, también negras: zapatos de
charol con lazo de igual color y hebilla de acero: guante blanco de cabritilla: gorra de
terciopelo con un nudo de cinta amarilla y encarnada en unos pocos: en los más ,
sombrero apuntado (claque d'arlequin, dicen los periódicos de aquí), y una funesta
cuchara a guisa de escarapela: tal era el atavío de estos bachilleres, más o menos
auténticos, que doctores de los más encopetados se hubieran dado con un canto en los
pechos por tener en el siglo XVI para presentarse en la procesión del Corpus."
La Estudiantina Española, el 6 de marzo de 1978, en el jardín de Las
Tullerías, en París.
Ildefonso de Zabaleta y Joaquín de Castañeda, presidente y vicepresidente de
la Estudiantina Española.
Dura crítica a la Estudiantina Española la realizada por el comentarista de la
"Ilustración Española y Americana" en cuanto a la rigurosidad de su vestimenta, que
igualmente podría aplicarse al resto de las comparsas de carnaval y estudiantiles. Unos y
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otros se copian, cambiando apenas detalles a su conveniencia. Se generaliza el uso del
jubón. Al principio sencillo, sin adornos, para acabar con los años afarolado. El manteo
terciado deja su paso a la capa adornada de cintas y escarapelas –éstas también sobre los
instrumentos–. Se introducen también exagerados cuellos de encaje y puñetas, y el
tricornio con la cuchara, símbolo por excelencia de los sopistas, alcanza gran
protagonismo.
Otra Estudiantina que merece la pena reseñar es la Estudiantina Fígaro, fundada
en 1878 por el insigne músico Dionisio Granados, y que a comienzos de los años 80
inició su periplo americano, recorriendo EE.UU, Canadá, México, Guatemala, El
Salvador, Costa Rica, Cuba, Puerto Rico, Perú, llegando a Chile en 1884. A su paso se
fundaron en todos estos países numerosas estudiantinas, tanto masculinas como
femeninas.
Estudiantina Fígaro, 1880
Pero examinemos las fotos y grabados de la época, de la Estudiantina Española y de
otras agrupaciones de finales del siglo XIX y de principios del XX
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Veamos algunos ejemplos:
Tuna de Santiago, 1877.
Estudiantina cordobesa, 1891.
Estudiantina Española de Valparaíso, 1891.
Estudiantina Valenciana de la Facultad de Medicina, 1905.
Tuna Escolar de Veterinaria de León, 1914. Real C. Filarmónico de Córdoba, 1922.
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Estudiantina F. de Medicina de Cádiz, 1929. Tuna Universitaria de Salamanca, 1946
En principio advertimos que los trajes son mucho más sencillos que los actuales,
mangas rectas, ausencia de faroles, uso del manteo terciado, zapatos con hebilla, cuellos
y puñetas de puntilla –algunas exageradamente grandes –, golas cervantinas, y
generalización en el uso del tricornio. Con los años hemos confeccionado trajes más
vistosos, bonitos faroles con el color de la facultad, y cubierto los manteos, o sea las
capas, de cintas y escudos dándole colorido al traje. Hemos dejado de llevar la capa
terciada sobre el hombro para lucirla al viento. El tricornio deja de usarse salvo por unos
cuantos; y aún son menos los que lucen la tradicional hebilla en el calzado. Los cuellos
que comenzaron siendo de puntilla y las golas son sustituidos paulatinamente por otros
falsos de camisa convencional o simplemente eliminados para dejar asomar por el jubón
el cuello de la camisa que hay debajo.
Pero hay más, algo mucho más importante. Si nos fijamos bien en las fotos
anteriores podemos observar la ausencia de un elemento esencial e imprescindible para
todo buen tuno que se precie: ninguno lleva beca.
Ya avanzado el siglo XX ni tunas, ni estudiantinas, ni de carnaval ni universitarias
incluyen la beca entre sus ropajes . ¿Cómo puede ser eso? Pues muy sencillo. La beca,
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que tradicionalmente en las antiguas universidades estaba reservada a los colegiales
mayores y menores, y que los diferenciaba de los manteístas que eran todos los demás,
se incorpora al traje como un elemento colorista e identificativo de la Universidad, la
Facultad o Escuela con el uso del color corporativo correspondiente, a mitad del siglo
XX, en los años 50, y aún así no todas las tunas la lucen, sino que su incorporación fue
gradual a lo largo de los años 60, con alguna excepción que comentaremos a
continuación.
Tuna de la Facultad de Medicina de Barcelona, 1960.
Tuna de la Escuela Técnica de Aparejadores de Madrid, 1962.
Tuna Pericial de Reus, 1962.
Tuna de Peritos Industriales de Barcelona, 1963.
Tuna Universitaria de Barcelona, 1961.
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Tuna Universitaria de Barcelona, 1967.
La excepción a la que hacíamos referencia es la de la Tuna del Colegio Mayor
Hispanoamericano Nuestra Señora de Guadalupe de Madrid, tuna fundada en 1947,
aunque en su bandera figuraba 1948, que siguiendo quizás la tradición de los colegios
mayores y menores de siglos atrás incorporaron la beca a su uniforme. Esta era de color
azul, y en sus orígenes dispusieron de dos modelos que simultaneaban: una, la
fundacional, con una gran cruz de Santiago, y otra, que hace su aparición casi al mismo
con el escudo del Colegio.
Tuna del Colegio Mayor Hispanoamericano Nuestra Señora de Guadalupe en
el año 1947. Se aprecia la cruz de Santiago en sus becas. La foto está tomada frente al
Colegio Mayor César Carlos. Esta cruz debió nacer de forma provisional ya en el
mismo año este escudo formaría parte de sus becas. Escudo que sufriría con los años
ligeras modificaciones.
Valladolid, la misma tuna un año después. En la foto se aprecian dos
modelos diferentes de beca.
1949. Un grupo de los
tunos fundadores de la
Hispanoamericana posa delante de
las dependencias del Colegio Mayor.
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En el mismo año, otro grupo, todos con la beca nueva, se fotografían delante
del colegio.
Beca de la Tuna Hispanoamericana a principio de los años 50
Esta tuna que gozó de un gran prestigio participó con mucho protagonismo en
varias películas, a destacar: Mensajeros de Paz y Pasa la Tuna
En los años 50 el carnaval estaba prohibido por el gobierno del general Franco.
Las estudiantinas habían desaparecido, y la formación de las tunas en el ámbito de la
universidad tuvieron todo el apoyo del régimen que veía en ellas una forma de
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expresión cultural muy saludable. Fueron adscritas al Sindicato Español Universitario e
incluso reguladas en el Boletín Oficial del Estado (B.O.E.).
En el Boletín Oficial del Estado del 10 de marzo de 1955 se regula el desfile de
agrupaciones musicales universitarias de estudiantes, conocidas por tunas.
El texto es el siguiente:
1º A partir de esta fecha, para que puedan actuar y desfilar en la vía pública las
Agrupaciones musicales de estudiantes conocidas por “Tunas”, será requisito
indispensable la autorización escrita de la Dirección General de Seguridad, que
únicamente se otorgará previo informe del Sindicato Español Universitario.
Anexo a dicho documento, que deberá llevar en todo momento consigo el jefe de
la “Tuna”, irá la relación nominal de los componentes de aquella, con expresión de
domicilios y Facultad en la que cursen los estudios.
2º Por los Agentes de la Autoridad se exigirá, cundo así lo consideren oportuno,
la exhibición del aludido permiso, denunciando a la Autoridad Gubernativa
correspondiente las infracciones a lo anteriormente dispuesto, para su debida sanción.
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En la Orden, publicada en el BOE, el 7 de diciembre de 1955, sobre “Tunas
Estudiantiles”: Organización y funcionamiento se puede comprobar como el control de
la tuna quiso ser total y absoluto por parte del estado. Desde cómo, cuándo y quiénes
debían formarla, hasta matizar detalles en cuanto a los símbolos o vestuario.
En el Artículo 1º, leemos. No podrán existir más Tunas que las dependientes del
Sindicato Español Universitario, correspondiéndole exclusivamente al jefe del S.E.U. su
creación, organización y supresión. Para su funcionamiento dependerán del Jefe del
Departamento de Actividades Culturales..
En el artículo 3º, por ejemplo, indica los requisitos para que un universitario
pueda ingresar en la Tuna. Condiciones imprescindibles:
Tener más de 17 años y menos de 27.
No tener nota desfavorable en el expediente sindical.
Poseer los suficientes conocimientos musicales.
En los siguientes artículos, entre otras cosas, se concreta que el jefe de Tuna será
designado por el Jefe del S.E.U.; la prohibición de contratos publicitarios comerciales,
así como las cuestaciones y colectas públicas, aún para fines benéficos; la prohibición
de actuar en el extranjero sin permiso expreso de la Jefatura Nacional del S.E.U.; se
reglamenta lo concerniente a sanciones y expulsiones ;y unas aclaraciones en el artículo
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7º, relativas al traje. Este artículo dice así: Las Tunas Provinciales o Locales vestirán el
mismo traje que la de cabecera de Distrito. En el brazo izquierdo llevarán los tunos el
lazo con los colores de la Facultad o Escuela Especial a la que pertenezcan y sobre el
nudo el emblema del S.E.U.. La bandera llevará en una de sus caras el emblema del
sindicato y en la otra el color del Distrito Universitario.
Digamos que el detalle del lazo en la manga con los colores identificativos de la
Facultad o Escuela con los años fue suplido con los años por la beca.
Nuestros actuales trajes ya con escasísimas variantes son de esa época.
Como habéis podido comprobar la beca, símbolo por excelencia del mester de
tunería y cuya consecución lleva un gran sacrifico, sudor y lágrimas –que se lo digan a
más de un pardillo -, apenas forma parte del traje poco más de 50-60 años.
Es decir, y ya para terminar, una vez más la tradición ha vuelto a menguar.
Lo cual a lo mejor no es malo, sino que demuestra que la Tuna está en continua
evolución y que lejos de estar anclada tantos siglos atrás, sin perder su espíritu, está
muy viva.
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La tuna no es un maniquí, es una filosofía de vida, una manera de ser, de
comportarse, de relacionarse por medio de la música, y de compartir amistad y
experiencias. El traje, con todo lo que conlleva de seña de identidad no es más que un
envoltorio, y, el verdadero tuno, lo es con y sin traje
Muchas gracias a todos, y ¡Aúpa Tuna!
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