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L L a a V V i i v v i i f f i i c c a a c c i i ó ó n n Michael Bishop ¿Qué ocurriría si toda la gente del mundo se despertara una mañana y se encontrara en un país distinto al suyo, rodeada por una babel de personas de las más dispares procedencias, todas ellas en su misma situación? ¿Serían capaces de enfrentarse a las nuevas circunstancias para proseguir la civilización tal como hoy la conocemos? ¿Desearían hacerlo? ¿Este es el angustioso dilema al que se enfrenta Lawson el protagonista de este relato, cuando se despierta de pronto en una ciudad española desconocida, a orillas del Guadalquivir rodeado de gente también desconocida procedente de Africa, el Tibet, Canadá, Afganistán, Australia... y todos ellos tan sorprendidos como él. Michael Bishop, autor del celebrado relato En la Calle de las Sierpes (ND 131), ganó con La vivificación el premio Nebula a la mejor novela corta de SF publicada en 1981 y fue nominada también para el premio Hugo, quedando en destacada posición entre las finalistas. Lawson emergió de su sueño sintiéndose aturdido y desorientado. En lugar del murmullo del tráfico de Rivermont y los ladridos de los perros de cada mañana, escuchó el sonido de pies que corrían y una agitada orquestación de gemidos y lamentos, No había ninguna cortina que actuara de pantalla o suavizara el sol que golpeaba su cara; una incandescencia azulina había reemplazado al techo. —¿Marlena? —dijo Lawson, con incertidumbre. Temió que alguna de las niñas estuviera enferma y se dijo que debería levantarse para prestar ayuda. Cuando trató de perforarse, al arañar con el hueco de la mano sobre una piedra esculpida firmemente en un pilón, descubrió que su cama se había convertido n un parapeto situado junto a un río que huía atravesando una ciudad desconocida. Llevaba puesto, en vez del verde pijama estilo campesino chino que Marlena le había regalado por Navidad, un traje caqui 1505 de sus días en las Fuerzas Aéreas y un par de andrajosas zapatillas de tenis marca Converse. Torpemente, como si acabara de salir de una losa mortuoria, Lawson se apartó

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  • LLaa VViivviiffiiccaacciinn

    Michael Bishop

    Qu ocurrira si toda la gente del mundo se despertara una maana y se encontrara en un pas distinto al suyo, rodeada por una babel de personas de las ms dispares procedencias, todas ellas en su misma situacin? Seran capaces de enfrentarse a las nuevas circunstancias para proseguir la civilizacin tal como hoy la conocemos? Desearan hacerlo? Este es el angustioso dilema al que se enfrenta Lawson el protagonista de este relato, cuando se despierta de pronto en una ciudad espaola desconocida, a orillas del Guadalquivir rodeado de gente tambin desconocida procedente de Africa, el Tibet, Canad, Afganistn, Australia... y todos ellos tan sorprendidos como l. Michael Bishop, autor del celebrado relato En la Calle de las Sierpes (ND 131), gan con La vivificacin el premio Nebula a la mejor novela corta de SF publicada en 1981 y fue nominada tambin para el premio Hugo, quedando en destacada posicin entre las finalistas.

    Lawson emergi de su sueo sintindose aturdido y desorientado. En lugar del murmullo del trfico de Rivermont y los ladridos de los perros de cada maana, escuch el sonido de pies que corran y una agitada orquestacin de gemidos y lamentos, No haba ninguna cortina que actuara de pantalla o suavizara el sol que golpeaba su cara; una incandescencia azulina haba reemplazado al techo.

    Marlena? dijo Lawson, con incertidumbre. Temi que alguna de las nias estuviera enferma y se dijo que debera levantarse para prestar ayuda.

    Cuando trat de perforarse, al araar con el hueco de la mano sobre una piedra esculpida firmemente en un piln, descubri que su cama se haba convertido n un parapeto situado junto a un ro que hua atravesando una ciudad desconocida. Llevaba puesto, en vez del verde pijama estilo campesino chino que Marlena le haba regalado por Navidad, un traje caqui 1505 de sus das en las Fuerzas Areas y un par de andrajosas zapatillas de tenis marca Converse. Torpemente, como si acabara de salir de una losa mortuoria, Lawson se apart

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    del muro. El mundo haba dado la vuelta durante su sueo. Las fronteras de una confusa anarqua haban empezado a asegurarse.

    La ciudad estaba llena de gente. Lawson saba, seguro como que exista el infierno, que no se trataba de Lynchburg; que el ro que corra atravesndola no era el James. Unas pocas personas, con expresiones aterrorizadas y en posturas defensivas, se deslizaban ms all de Lawson, sobre el paseo junto al parapeto. Muchos chillaban o balbucan mientras corran. Otras formas humanas, ni siquiera remotamente vestidas de manera parecida, brotaban confusas desde las piedras pavimentadas, o los bancos junto a la ribera, o el arcn de la calzada. Lawson advirti que su aturdimiento y su miedo apenas reprimido reflejaban el suyo propio: como l, estas gentes estaban despertando a la pesadilla.

    El terrible hecho de su desplazamiento pareca ms importante que los diez mil detalles psquicos que se le enfrentaban. Resultaba duro percibirlo todo a la vez, pero Lawson intent calibrar y asimilar lo que vea.

    La ciudad era extranjera. Su arquitectura, una mezcla del gtico y el estril modernista de pseudoadobe; un estilo a cada margen del ro. En esta banda, unas palmeras agitaban sus copas de ensueo en intervalos precisos a lo largo de todo el paseo. Hacia el interior de la ciudad, la intrincada torre de una catedral defina por su gran altura casi todo debajo de ella. El sol crepitaba sobre la torre roscea con una rida ferocidad. Lawson, que jams antes haba salido al extranjero, la defini como mediterrnea... Lejos, a su izquierda, un puente conduca a una zona ms moderna de la ciudad. All, edificios de ladrillos rojos y color beige se apiaban como tumbas. A ambos lados del puente, autobuses, taxis y otros vehculos motorizados yacan en las- calles, aparcados o abandonados.

    Lawson reflexion. No era familiar, pero tampoco sobrenatural. Reconoci cosas, vio la impronta de una cultura de alguna manera similar a la suya propia. Y, por un momento, dej que el inanimado bulto de la ciudad y la languidez de sus palmeras y

    buganvillas apartaran su visin del horror humano que tena lugar en las calles.

    Una mujer de tez oscura, vestida con un sari, pas presurosa por su lado. Lawson tendi una mano hacia ella. Recuperando los residuos de algn curso de lengua en la escuela superior, grit: "Habla espaol?". La mujer aliger el paso, cruz la calle, volvi a cruzarla, la cruz de nuevo... Sus movimientos eran desatinados, motivados, pareca, por el pnico y la complicada necesidad de hacer algo.

    Esto es Espaa! Estamos en algn lugar de Espaa!grit Lawson a un hombre negro vestido con un mono de peto que deambulaba parapeto abajo . Es todo lo que s! Habla usted ingls? Espaol? Sabe qu es lo que nos ha pasado?

    El negro, haciendo una mueca que le tens la piel alrededor de los pmulos, se aplast contra el muro como un lagarto. Arque los codos y estrech los ojos hasta hacerlos dos rendijas. Al mirarlo, Lawson percibi que el hombre estaba

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    escuchando atentamente un sonido que haba estado subiendo constantemente de volumen desde que Lawson haba abierto los ojos: La ciudad entera estaba llorando. Desde los solares, edificios de apartamentos, tabernas y plazas, un lamento arrastrado y discordante se elevaba en la suave y azul indiferencia del da. Estaba compuesto de muchos sonidos. El negro del peto pareca determinado a separarlos y recoger los que le hablaran ms directamente. Lade la cabeza.

    Spain! Chill Lawson a este tumultoEspaa!

    El negro le mir, pero el jeroglfico de reconocimiento no apareci entre ninguno de aquellos que brillaban en sus ojos. Como para desalojar el llanto de la ciudad, mene la cabeza. Entonces, todava aplastado como un lagarto, empez a golpersela metdicamente contra las piedras. Lawson, impotente y espantado, permaneci all hasta que, insensible, el hombre hubo quedado reducido a una enfermiza y repetitiva salpicadura de sangre.

    Pero Lawson era el nico que miraba. Cuando se acerc al hombre para comprobar si se haba matado, sus ojos fueron apartados del africano por un movimiento en el ro. Un manojo de alguna clase flotaba en las aguas grises bajo el muro: Un nio, vestido solamente con una camisa. Los jirones de la camisa dejaban un rastro tras el nio como las speras y vacilantes patitas de un nade. Lawson se pregunt si en Espaa existan nades.

    Mientras tanto, an subiendo de volumen, la impotente sirena de cuatrocientas mil voces se elevaba sobre los rascacielos y los jardines rabes. Lawson maldijo el sonido. Entonces, se cubri el rostro y comenz a llorar.

    La ciudad era Sevilla. El ro, el Guadalquivir. Lynchburg y el ro James, alrededor de los cuales Lawson se haba criado, hijo mayor de un itinerante predicador fundamentalista, estaba a varios miles de millas y un ocano infernal de distancia. No podas llegar all nadando, y si imaginabas que tus seres queridos estaran esperndote cuando volvieras, lo que haras, posiblemente, sera falsear la naturaleza del cambio que sacuda la realidad de este mundo. Nadie estaba ya en el lugar al que haba pertenecido, y Lawson se senta afortunado de poder darse cuenta de dnde se encontraba. La mayora de los desposedos, la gente desplazada que hoy habitaba Sevilla, no saba gran cosa: apenas la intolerable crueldad de su desarraigo, el dolor de haber sido separados de maridos, esposas, hijos, amantes, amigos. Este tipo de cosas, y el temor.

    Los cuerpos de los nios flotaban en el Guadalquivir. Y Lawson saba, desde sus primeros reconocimientos de la ciudad a lomos de una motocicleta que haba encontrado cerca de los Jardines de Mara Cristina, que miles de adultos yacan ya muertos en las calles y en las casas, vctimas de los golpes producidos por el pnico o de sus propios corazones traumatizados. Quin saba exactamente qu estaba sucediendo en aquel caso? Babel haba regresado, y con ella, como parte del equipo, la total disolucin de todos los lazos familiares y sociales. No podas doblar una esquina sin encontrar a una niita de alguna extica casta tnica, la cara cubierta de mocos, sollozando en voz alta o tal vez corriendo por encima de una amalgama de cuerpos aplastados y gritando nombres en una legua extraa.

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    Qu se supona que tenas que hacer? Rodando en su moto, Lawson o bien ignoraba a estos chiquillos o escrutaba sus caras para comprobar cunto se parecan a sus hijas.

    Dnde estaba ahora Marlena? Dnde estaban Karen y Anna? A la par que se volva sordo a los llantos de los nios en los paseos, Lawson tuvo que endurecerse contra las implicaciones de estas preguntas. Mientras dialectos germnicos, chinos, bantes, rusos, clticos, y un centenar de otras lenguas zumbaban en sus odos, su moto fue dejando atrs una horda de coches y autobuses con conductores de aspecto inseguro al volante. Posiblemente, l tambin debera haber escogido un vehculo cubierto. Si estos frustrados y colricos conductores que rabiaban en desafos polglotas su temor a la situacin decidan atropellarlo, lo haran con impunidad. Quin podra detenerlos?

    Quizs en Estambul, o en La Paz, Mangalore, Jonkoping, Boise Citv, Kaesongsu propia esposa y sus hijas haban ya perdido la vida a manos de personas convertidas en asesinas por el miedo y la ausencia de hombres de uniforme armados con pistolas y con porras. Tal vez Marlena y las nias estaran muertas...

    Estoy en Sevilla, se dijo Lawson mientras continuaba la marcha. Haba determinado el nombre de la ciudad poco despus de encontrar la moto, al pasar junto a una seal que deca Plaza de toros de Sevilla: Un estadio circular de considerable tamao cerca

    del ro. La plaza de toros. El espaol de Lawson era suficientemente bueno para descifrar los signos y posters inscritos en sus paredes. Corrida a las cinco de la tarde (Garca Lorca, pens, inseguro de dnde haba venido al nombre). Sombra y sol. Esa maana dio tres o cuatro vueltas con la moto alrededor del coso y despus se encamin hacia el centro de la ciudad.

    Lawson no quera saber nada de los edificios amorfos al otro lado del Guadalquivir, pero tampoco tena una idea concreta de lo que iba a hacer en la ribera rabe o gtica. Todo lo que saba era que la plaza de toros vaca, con su dormido potencial de muerte, le asustaba. Por otra parte, cmo iba a establecerse el orden de una ciudad cuya poblacin no haba elegido libremente estar all?

    Lawson estaba seguro de que la poblacin sevillana haba sido distribuida a lo largo de toda la faz del globo, como piezas de ajedrez derribadas desde lo alto. La poblacin de todas las otras comunidades humanas de la Tierra habia experimentado desplazamientos similares. El resultado, como por un designio malvolo, era el caos y el sufrimiento. Tus odos intentaban cerrarse a las manifestaciones de este dolor, pero tus ojos no dejaban de informarte, y te odiabas a ti mismo por ignorar el lloriqueo del nio rabe, la mujer polinesia violada, el viejo de ojos azules cuyas palmas sangraban mientras rezaba a la sombra del toldo de un almacn. Casi te odiabas a ti mismo por sobrevivir.

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    A primeras horas de la tarde, en la entrada de la Calle de las Sierpes, Lawson se baj de la moto y la apoy contra una parea. Luego, avanz entre la multitud y levant el brazo derecho por encima de la cabeza.

    I speak English! llam. Hablo un poco espaol! Por favor, cualquiera que hable ingls o espaol, que se acerque.

    Un hombre que poda haber sido vietnamita, o camboyano, o malayo incluso, rob la moto de Lawson y rod con ella en un inestable zigzag calle abajo. Una gruesa mujer rubia de rojas mejillas mir con indignacin a Lawson desde un portal, y un chiquillo de doce o trece aos que pareca italiano se agarr vidamente a su cintura, buscando proteccin en un adulto, esperando su conmiseracin. Aunque no intent quitarse de encima el abrazo del nio, Lawson evit sus ojos.

    Ms abajo de la calle, Lawson vio a otro hombre con la mano levantada; llamaba en un seco pero meldico dialecto eslavo, y haba conseguido atraerse a tres o cuatro personas. De hecho, las gentes de habla similar parecan estar agrupndose en la repleta avenida, imprimiendo en Lawson el temor de que hubiera llegado demasiado tarde para poner fin a su desolacin. Qu pasara si aquellos que hablaban ingls o espaol se haban reunido ya en grupos de supervivencia? Qu si ya se haban dirigido al campo, donde la lucha para obtener comida y bebida sera un poco menos predatoria? Si lo haban hecho, l sera un virginiano perdido y solitario en medio de esta Babel. Simplificado a un lenguaje de signos y sonidos guturales con los que hacer conocer sus deseos, podra morir reducido a la nada.

    Signore gema el nio colgado de su cintura Signore.

    Lawson dej que sus ojos, a la deriva. se posaran en el rostro del chiquillo.

    Ciaodijo. Era la nica palabra de italiano que conoca, o la nica que record inmediatamente, y la pronunci mucho ms enrgicamente de lo que pretenda.

    El nio sacudi vehementemente la cabeza y se apret con ms fuerza a su cintura. Sus palabras sonaban como una descarga en el retrete de una habitacin oscura, ninguna de ellas era distinta o reconocible.

    English!grit Lawson. English here!

    English here, too, manrespondi una voz desde la multitud apretujada en la desembocadura de la calle. Espere un minuto, voy hacia usted!

    Un hombre pequeo y musculoso de cabeza grande y no demasiada barbilla emergi de un hueco entre la gente y tendi la mano hacia Lawson. Su apretn era fuerte. Mientras estrechaban las manos, coloc su brazo izquierdo sobre el hombro del chiquillo italiano. El nio dej de hablar y boque ante el recin llegado.

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    Dai Secombedijo el hombre. Me fui a la cama en Aberystwyth, donde enseo filosofa, y me despert en Espaa. Encantado de conocerle, seor...

    Lawson.

    El nio empez a balbucir otra vez, cambiando su mano de la cintura de Lawson a la camisa de franela del gals. Secombe tom la mano del nio en la suya.

    No te preocupes, chico. Hay un grupo de compatriotas tuyos en un pub por aqu cerca. Ven, te llevar.Mir a Lawson. Espreme, seor. Volver en un momento.

    Secombe y el nio desaparecieron, pero en menos de cinco minutos el gals estuvo de vuelta. Se present de nuevo.

    Irse a la cama en Aberystwyth y despertarse en Sevilla dijo. Es terrible. Me alegro de estar vivo.

    Tiene usted familia?

    Slo mi padre. Ochenta y cuatro aos.

    Es usted afortunado. Quiero decir que no tiene a nadie ms por quien preocuparse.

    Tal vezdijo Dai Secombe, un repentino rastro de acritud en su voz. Ayer no habra pensado as.

    Los dos hombres permanecieron mirndose el uno al otro mientras el llanto de la ciudad se modulaba a un zumbido menos histrico pero todava inhumano. La gente los rodeaba, los escrutaba desde esquinas y balcones, tomaba sus medidas al respecto. Por el rabillo del ojo Lawson vio a una mujer de cara redonda vestida con pieles de reno desplomada abrupta y dolorosamente en medio de la calle. Una esquimal. La imagen era casi cmica, pero la mujer estaba muriendo. Un nio con un garfio intentaba robarle un collar de dientes y conchas que colgaba de su cuello.

    Lawson se apart de Secombe para observar el saqueo del cuerpo de la mujer esquimal. Colrico, se quit el reloj de la mueca y lo arroj contra la cabeza del nio; lo alcanz en la oreja.

    Largo de aqu, pequeo chacal!

    La mujer de mejillas sonrosadas que haba estado mirando a Lawson se apresur a dar una patada en el trasero del nio del garfio y lo hizo a un lado. Recogi el reloj cado, lo escondi entre sus ropas y regres al oscuro interior del caf desde cuya puerta haba estado escuchando.

    Con este clima, con este ambiente, un esquimal est condenado dijo Dai Secombe a Lawson. Es algo tan psicolgico y emocional como fsico. Debe

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    haber unos pocos ms que ya habrn muerto por razones similares. No hay mucho que podamos hacer, amigo.

    Lawson se volvi hacia el gals con una mezcla de aversin y desdn. Cmo haba podido este tipo, a lo largo de tres o cuatro horas, llegar a comentar tan insensiblemente las muertes de los dems? Simplemente porque el cielo era todava azul y los edificios de otra poca seguan en pie?

    Ha perdido el reloj de una manera intil, Lawsondijo Secombe.

    Cmo diablos vino esa pobre mujer aqu?demand Lawson, abarcando con un gesto la ciudad entera. Cmo diablos vinimos todos nosotros?El hedor de las heridas abiertas y las primeras secuelas de descomposicin se burlaron de su ardor.

    Buenas preguntasrespondi el gals, tomndole del brazo y conducindole fuera de la Calle de las Sierpes. Es una pena que yo no pueda contestarlas.

    Esa noche, comieron juntos pescado frito y bebieron cerveza en un pequeo y sucio apartamento sobre una tienda cuyas cajas de cristal abiertas estaban llenas de preservativos de ltex. Haban conseguido el pescado en una pescadera voluntariamente atendida por hombres y mujeres de origen griego y yugoeslavo, gente que haba regentado tiendas similares en sus respectivos pases. Obtuvieron la cerveza en uno de los bares de la Calle de las Sierpes. Tanto el pescado como la cerveza estaban a temperatura ambiente, pero no saban peor por eso.

    Con la cada de la tarde, el llanto que durante el da haba degenerado hasta ser un gemido empez a reverberar de nuevo con su carga de pesadumbre. Lawson pens que si el sonido no era tan fuerte como lo haba sido durante la maana se deba posiblemente a que haba menos gente en la ciudad. Muchos hombres haban muerto, y otros muchos ms, inconscientes de las distancias, haban emprendido el camino de regreso a sus patrias.

    Lawson masticaba un trozo de adobo y lo ayudaba a pasar con un sorbo de la vagamente amarga cerveza Cruzcampo.

    No es curioso?dijo Secombe, depositando sus colillas en las baldosas del alfizar de una de las ventanas. Cenar encima de una sex-shop. Y este es un pas catlico.

    Yo era baptistadijo Lawson, advirtiendo por primera vez que su confesin no era un hecho certificado.

    Ohdijo Secombe de inmediato. Entonces supongo que puede tomar todos los condones que quiera.

    Claro. Por docenas. Para utilizarlos en cualquier motel de las afueras.

    Lo sientose excus Secombe.

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    Comieron en silencio durante un rato. Lawson tena la espalda apoyada en una fra pared de yeso; apoy tambin la cabeza contra ella y dej escapar un profundo suspiro. Entonces, sosteniendo el sonido, gimi de nuevo, aadiendo su propio pesar a la cacofnica armona que flotaba sobre la ciudad. No era diferente de los otros desconsolados que compartan su dolor concentrndolo en el de todos.

    Qu haca usted... en Lynchburg?pregunt de pronto Secombe.

    Papeleo para la Administracin de Veteranos. Viajaba a cuatro colegios diferentes en la zona resolviendo los problemas de la gente a punto de entrar en filas. Trataba de ser su... Dios mo. Secombe, a quin le importa? He perdido a mi esposa. Temo que mis dos hijas hayan muerto.

    Karen y Anna?

    Tienen tres y cuatro aos. Les he enseado a jugar al ajedrez. Karen es lo bastante buena como para ganarme de vez en cuando si le ofrezco mi reina. Anna conoce los movimientos, pero no tiene la paciencia de su hermana. Slo tiene tres aos, ya sabe. S. A veces arroja las piezas del tablero y cruza los brazos, y nos cuesta Dios y ayuda recuperarlas todas. Hay peones debajo del sof, caballos boca arriba en la alfombra...Lawson se detuvo.

    Ella los igualadijo Secombe. Todos nosotros hemos sido igualados. El caballo no vale ms que el pen, ni el rey es ms importante que el alfil.

    Lawson pudo haber dicho que el gals estaba tratando de distraerlo de su dolor, pero aadi la metfora:

    No creo que hayamos sido "nivelados", Secombe.

    Claro que lo hemos sido. Adivine a quin vi esta maana cerca de la catedral, a poco de despertarme.

    Slo Dios sabe.

    Dios y Dai Secombe, amigo. Vi al dictador marxista de... Oh, ya sabe, ese pequeo pas africano donde hace poco han dado un golpe de estado. Reconoc al bastardo por los reportajes que dieron en televisin sobre las purgas internas a que haba sometido al pas. Bueno, pues all estaba, con un baador blanco y una camiseta mugrienta. Aterrorizado, Lawson, tan insignificante como usted o como yo. Haba sido "nivelado". Mejor que lo crea as.

    Me pregunto si estar vivo esta noche.

    Los ojos del gals fluctuaron con una repentina perspicacia. Extendi el cono gris de papel de peridico de la pescadera.

    Otra rodaja de pescado? Vamos, slo queda una.

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    Ser nivelado, Secombe, significa ser puesto a la par con los dems. Su dictador, incluso privado de su rango, es un hombre adulto. Qu hay de los nios? Los recin nacidos y los adolescentes? Y qu hay de la gente como esa mujer esquimal que no ha tenido siquiera una oportunidad en un entorno desconocido, incluso si sus habitantes no parecen hostiles? Esta maana vi a un hombre machacarse los sesos contra una piedra porque ech una ojeada alrededor y vio que no tena nada que hacer aqu. Quizs pens que estaba en el infierno, Secombe. No lo s. Pero su oportunidad de sobrevivir no es exactamente como la nuestra.

    Saba que no podra adaptarse.

    Claro que no poda adaptarse. No me venga entonces con esa mierda sobre la nivelacin!

    Secombe dio la vuelta al cono de papel y recogi el ltimo pedazo de pescado.

    Me lo voy a comer yo, si no le importa.As lo hizo. Mientras masticaba, coment: No cre que los baptistas de Virginia fueran tan mal hablados. Tsk, tsk. Eso echa por tierra todas mis preconcepciones.

    He perdido los nervios.

    No los hemos perdido todos?

    Lawson tom un sorbo final de cerveza caliente. Entonces, arroj la botella. Fragmentos de cristal mbar se esparcieron por todas partes.

    Dios! llor. Dios, Dios, Dios! Sollozando, no era diferente de las tres cuartas partes de los nuevos habitantes de Sevilla. Por qu, entonces, mientras moqueaba, lanzaba esas miradas culpables y amenazadoras al gals?

    Contine.Le consol Secombe, arrugando el cono de papel. Yo tambin siento lo mismo.

    Por la maana, una extravagante mujer de unos cuarenta y cinco aos se les acerc en el callejn fuera de la tienda. Llevaba una pistola militar en una cartuchera de cuero prendida de su falda. Lawson advirti rpidamente que su aspecto vivaracho estaba en funcin de su apariencia y sus movimientos: Sus ojos eran tan torvos y asustados como los de cualquier otro. Pero, tan pronto como salieron de la tienda, la mujer se les aproxim sin temor, saludando a Secombe como si fueran viejos amigos.

    Nos dej usted ayer, seor Secombe. Por qu?

    Vi que todo se disolva en pequeos grupos organizados.

    Se disolva? Se una, querr usted decir.

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    Secombe sonri resignado. Present la mujer a Lawson como la seora Alexander.

    Ella es una de los suyos, Lawson. Viene de Wyoming, o de algn otro lugar por el estilo. La encontr fuera de la catedral ayer por la maana, cuando los primeros muecines autoproclamados empezaban a llamar la atencin de los de su propia lengua. No tena una pistola entonces.

    La cog en uno de los puestos de la Guardia Civildijo la seora Alexander. Y djeme decirle que me siento mucho mejor con ella.Mir a Lawson. Est usted en las Fuerzas Areas?

    Ya no. Me despert con estas ropas.

    Mi marido est en las Fuerzas Areas. O estaba. Nos haban destinado a Warren, en Cheyenne. En realidad, yo soy de Nueva York. Y estas son las ropas con las que me despert.Una falda de montar, una blusa y zapatos bajos de suela de goma. Creo que ellos intentaron darnos las ropas ms tiles entre las que tenamos en nuestros armarios, pero han tenido ms xito en unos casos que en otros.

    Ellos ? Pregunt Secombe.

    Quienquiera que hizo esto. Es slo una manera de hablar.

    Qu es lo que quiere?Pregunt Secombe. La brusquedad de su tono sorprendi a Lawson.

    La palabra adecuada es Exportadora.Replic ella con una sonrisa. Estamos tratando de llevar a cuantos hablen ingls a Exportadora. All es donde est localizado el centro comercial para los tcnicos americanos y sus familias, justo a la salida de una de las principales avenidas, al sur de aqu.

    En un trozo de papel, la seora Alexander garabate un tosco mapa y explic que su esposo haba estado destinado en Zaragoza, al norte de Espaa. Ayer, ella record que Sevilla era una de las cuatro ciudades espaolas que mantena una presencia militar americana. Con persistencia y un poco de suerte, un par de DPs angloparlantes (la abreviatura era da la propia seora Alexander), haba descubierto el lugar de la administracin militar americana antes del anochecer. Cuando llegaron, una imposible mezcla de extraos saqueaba el lugar, muy ocupados en sacar las mercancas del viejo edificio. Pero los desposedos de la seora Alexander desalojaron a los saqueadores simplemente acelerando el motor de su taxi y tocando el claxon como para anunciar el Armageddon. En menos de diez minutos, el pequeo enclave americano se haba vaciado de gente. Despus de eso, al conocer todos los DPs de habla inglesa de la ciudad la existencia de Exportadora y encaminarse hacia all, el lugar haba empezado a llenarse de nuevo.

    Hay una base area en Sevilla?Pregunt Lawson.

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    No, no realmente. La base en s misma est cerca de Morn de la Frontera, como a unas treinta millas de aqu, pero es en Sevilla donde est la accin real.

    Tras una breve pausa, elevando las cejas, se corrigi.

    Estaba.

    Confi el mapa a las manos de Secombe.

    Aqu. Vayan a Exportadora. Yo buscar alguno ms de los nuestros. Ustedes son los primeros que encuentro esta maana. Hay otros que tambin estn buscando. Quizs las cosas pronto empiecen a adquirir sentido.

    Secombe sacudi la cabeza.

    Nosotros, ellos. No hay nadie ahora que no sea un desposedo, un "DP", ya sabe. Esto de reagruparnos sobre la base de afiliaciones culturales ya gastadas me parece un error. No me gusta.

    Pero usted se ha aliado con el seor Lawson, no?

    Por casualidad, se lo aseguro. Pareca perdido. Adems, uno ha de tener compaa de alguna clase, especialmente cuando va a parar a un lugar extrao.

    Exacto. Esa es la razn de que queramos reunirnos en Exportadora.

    Es un error, seora Alexander.

    Por qu?

    Por la misma razn que sus misteriosos "ellos" decidieron empezar por desplazarnos, supongo. Esa es mi impresin.

    Los antiguos vnculos culturales son una garanta de estabilidaddijo la seora Alexander, muy seria. Mientras hablaba, Lawson tom el mapa de las manos de Secombe. Este caos que nos rodea no desaparecer hasta que la gente no se establezca en grupos homogneos. Es un proceso natural. Empezar desde cero. Mire, caminando junto al ro esta maana, vi a un puado de personas de igual habla enterrando a los muertos de ayer. Las iglesias y las capillas de la ciudad han comenzado a llenarse tambin.

    Todava, en habitaciones solitarias, pueden orse llantos de miedo y desconsolacin, por supuesto, pero esto no durar siempre. Establecern sus contactos o morirn. Yo no soy de los que desean morir, seor Secombe.

    Quin desea eso?Intervino Lawson, asombrado por el torbellino metafsico de este cambio y por la irracionalidad de Secombe. Aunque la seora Alexander tena razn, no tena que defender su postura tan largamente. El mapa era la contribucin ms importante para el retorno del orden en sus vidas, y Lawson la necesitaba para que le dejase utilizarlo.

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    Venga, Secombedijo. Vamos a Exportadora. Es posiblemente la nica posibilidad que tenemos de llegar a casa.

    No creo que haya ninguna posibilidad de regresar, Lawson. Ninguna.

    Notando que la mujer iba a preguntar al gals por qu, Lawson se gir y dio varios paseos por el callejn.

    Vamos, Secombe. Tenemos que intentarlo. Qu demonios puede hacer solo en esta ciudad cabeza abajo?

    Buscar a alguien con quien hablar, supongo.

    Pero un momento despus Secombe estuvo al lado de Lawson ayudndole a descifrar la confusa geometra del mapa de la seora Alexander. La propia mujer, antes de regresar a la calle de las Sierpes en busca de ms de los suyos, los llam.

    Slo les llevar veinte minutos o as caminando. Les ver ms tarde. Buena suerte.

    Mientras echaban a andar, pasaron junto a una chiquilla de piel blanca que yaca a la entrada de un callejn adyacente a un patio poblado por una manada de perros vagabundos. La cabeza de la nia estaba cubierta por un abrigo, pero pareca estar respirando. Lawson ni siquiera sinti la tentacin de examinarla ms de cerca. Mantuvo los ojos fijos en el mapa.

    El puesto de peridicos del pequeo enclave americano no haba sido saqueado. Al segundo da de estancia de Lawson en Exportadora, todava contena libros de bolsillo y las revistas de noticias y curiosidades ms recientes, incluyendo el diario militar "Barras y Estrellas". Nadie saba lo atrasadas que podan ser estas publicaciones, porque todos ignoraban cunto tiempo haba durado la redistribucin de la poblacin a lo largo del mundo. Cunto haba dormido cada uno? Y qu decir de las diferencias horarias entre un lugar y otro o las distintas horas de sueo a las que estaban acostumbradas las gentes de las mismas zonas? Estas cuestiones parecan ahora bizantinas, porque quienquiera que los haba transferido haba acompasado tambin, aparentemente, a cada ser humano de la Tierra.

    Mientras pasaba vagamente las pginas de un ejemplar de "Barras y Estrellas", Lawson encontr un artculo sobre la problemtica de los hospitales militares. Se pregunt cuntos enfermos en todo el mundo se haban despertado condenados a una muerte inmediata porque no tenan a mano el cuidado que requeran. El olor del tabaco de mascar converta a la librera en un lugar agradable desde el que contemplar estos horrores. Incluso mientras su consciencia divagaba y un contingente de impacientes desposedos le esperaba, Lawson continuaba repasando el peridico.

    La rechoncha figura de Secombe apareci en el umbral.

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    Cre que estaba buscando un mapa de carreteras.

    Ya lo he encontrado. Slo estoy echando un vistazo a las noticias.

    Vamos. Los compaeros estn listos para partir.

    Reticente, Lawson le sigui al exterior, donde el rido sol andaluz rompa como una ola invisible contra el pavimento y la frgil carrocera del autobs de las Fuerzas Areas. Era una variedad del Bluebird. Lawson record el campamento de verano en la base de Eglin, en Florida, y los trayectos en autobs desde los barracones hasta los campos de entrenamiento y supervivencia cerca de los pantanos. Haba pasado mucho tiempo, pero este Bluebird poda haber salido de una era todava ms distante. Se le vea tan tosco y frgil que pareca surgido de alguna lnea directa con 1954 como si estuviera fabricado con latas torcidas en vez de acero. La gente que aguardaba en su interior haba abierto las ventanillas. Muchos de los que estaban situados en el lado del conductor miraban a Lawson y Secombe aproximarse.

    Muevan el culo! les grit un hombre. Hay que hacer que sople un poco de viento a travs de esta cosa antes de que todos padezcamos una insolacin.

    Siga hablandole advirti Secombe. Eso le har bien.

    En el autobs haba un abigarrado montn de americanos, sbditos britnicos y australianos; dos o tres europeos que hablaban ingls y un nativo de la India educado en Oxford completaban el lote. Lawson tom asiento junto a una ventanilla, sobre la joroba de una de las ruedas traseras, y Secombe se apretuj a su lado. Unas pocas personas se presentaron; otras, perdidas en su embelesamiento, optaron por ignorarlos. Lo que ms inquietaba a Lawson era la ausencia de nios. Aunque estaban divididos proporcionalmente en hombres y mujeres, no haba en el grupo nios o nias menores de doce o trece aos.

    Lawson despleg el mapa de Espaa que haba encontrado en el puesto de peridicos y sigui con su dedo la ruta desde Sevilla hasta los enclaves americanos fuera de la ciudad, Santa Clara y San Pablo. Ms al sur estaban Jerez y la ciudad portuaria de Cdiz. El corazn de Lawson se llen de dudas: Los nombres resultaban todos tan extraos, tan formidables en lo que evocaban, y senta esta empresa tan desesperada...

    Hacia la mitad del autobs, una mujer negra sollozaba contra el borde de su blusa, y un hombre encaramado en el amplio asiento trasero, con las manos enlazadas tras las orejas, trataba de tocar sus rodillas con la cabeza. Lawson pleg el mapa y lo coloc en la abertura existente entre el asiento y la pared del vehculo.

    El comn denominador aqu no es que todos nosotros hablemos inglsdijo Secombe, en un cuchicheo. Es lo que estamos sufriendo.

    Guiado por uno de los exploradores originales de la seora Alexander, un mdico de Ivanhoe, Nueva Gales del Sur, el Bluebird se estremeca y daba bandazos a un

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    lado y a otro. En un momento dej atrs Exportadora y se encamin estrepitosamente por una de las anchas avenidas que le conduciran fuera de la ciudad.

    Y nuestro sufrimientocontinu Secombe, an cuchicheandonos une a todos esos pobres diablos que desvaran por las calles y duermen boca abajo sobre sus propios vmitos. Usted sinti eso la otra noche en la tienda de los condones, Lawson. S que lo sinti, al hablar de sus hijas. A qu se debe que vaya tan rpido a buscar lo que no espera encontrar? Por qu est tan dispuesto a unirse a esta familia creada artificialmente de la catstrofe? Cree realmente que va a encontrar un avin que le lleve a Lynchburg? Cree que el pjaro que conduce esta lata de sardinas va a regresar alguna vez a Australia?

    Secombe...

    Lo cree, Lawson ?

    Lawson pas una de sus manos sobre la rodilla del gals y la apret.

    No estara pinchndome de esta forma si tuviera una familia propia. Qu demonios quiere que hagamos? Quedarnos aqu para siempre ?

    No lo s exactamente.Quit la mano de Lawson de su rodilla. Pero tengo un padre, amigo, y sucede que le quera... Todo lo que s cierto es que las cosas se suponen ahora distintas. No deberamos precipitarnos para restaurar lo que ya tuvimos.

    Mierda murmur Lawson. Apoy la cabeza contra la base de la ventanilla situada junto a l.

    Desde el interior de la ciudad, llegaba el tenue ruido de unos disparos. El conductor del Bluebird, en respuesta a este sonido y como reaccin a los carros y automviles que haban sido emplazados en las calles como obstculos, empez a driblar y avanzar

    en zigzag. El autobs retumb alarmantemente. Rechin al alcanzar una interseccin sobre un puente de piedra, lo atraves como si fuera algo vivo y se encamin hacia un suburbio semiindustrial donde una factora de envases de Coca Cola y una cerveza local levantaban anchos cartelones de competencia.

    En lo alto de uno de los edificios, Lawson vio a un hombre con un rifle que haca rpidos disparos a cualquiera que se pusiera a la vista. Varias personas yacan muertas alrededor.

    Un momento despus, el parabrisas del Bluebird qued hecho aicos. Otra bala rebot en su flanco y todos en el autobs empezaron a gritar o a llorar. Cuando Lawson levant los ojos, el parabrisas pareca haberse convertido en una intrincada tela de araa.

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    El Bluebird derrap sin control, pero el mdico de Ivanhoe pudo enderezarlo y lo condujo con considerable habilidad hasta la carretera de San Pablo. Una vez en ella, el autobs moder la marcha en una tranquila travesa que hizo que este incidente final en Sevilla (excepto por la evidencia del parabrisas roto) pareciera el rescoldo de una pesadilla. Quizs, finalmente, estaban en el camino correcto.

    Otra buena razn para tratar de volver a casadijo Lawson.

    Qu le hace pensar que all las cosas van a ser distintas?

    Cre que pensaba que este cambio era alguna especie de perfeccionamiento.

    Quizs lo sea. Finalmente.

    Lawson hizo un gesto de despedida y se volvi a contemplar el campo de olivos que se extenda a su izquierda. Quin recogera la cosecha? Quin pondra otra vez en funcionamiento las fbricas, las destileras, las plantas qumicas y textiles? Quin atendera aquel grano sembrado en los campos vacos?

    Tal vez Secombe tena razn. Tal vez, cuando escapabas hacia tu casa, escapabas de la realidad que te rodeaba. Los efectos de la llegada de esta nueva realidad no iban a desaparecer muy pronto, no importaba lo que hicieras. Pero tratar de restablecer el orden anterior creara probablemente un modelo ms aceptable que aceptar este caos y trabajar para conducirlo. Sin embargo, cmo poda desenvolverse mejor en l? Quizs tratando de volver a casa...

    Lawson sacudi la cabeza y pens en Marlena, en Karen, en Anna. Pens en la distante y brumosa cuna del Blue Ridge. Seor.

    Resultaba ms fcil adaptarse a aquel paisaje que a la spera tristeza de este valle andaluz. Si te quedas aqu, se dijo Lawson, el dolor no se ir nunca.

    Dejaron atrs Santa Clara, una zona residencial para los oficiales americanos que haban sido destinados en Morn. Con sus vallados perfectamente parejos, sus altas farolas de aluminio y sus casitas bajas provistas de garaje, Santa Clara recordaba a un barrio de clase media en el extrarradio de Nueva Jersey u Ohio. Sin embargo, una humareda negra se elevaba sobre el rea, y la gente de las calles y los jardines de csped no eran definitivamente americanos: Eran boers trasplantados, nativos amaznicos, polacos, etopes, slo Dios saba qu. Cuanto Lawson poda deducir era que unos pocos de esta gente se haban trasladado a las casas vacantes (tal vez se haban despertado en ellas), y que otros haban encendido hogueras alrededor de la vecindad. Como no soplaba viento, estos fuegos ardan con una enloquecedora lentitud y falta de urgencia.

    Pequea Amricadijo Secombe en voz alta.

    Eso est en la Antrtidacontest Lawson con sarcasmo.

    Cierto. No importa donde se suponga que est.

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    Encima suyo.

    Su punto de destino era ahora San Pablo, los americanos disponan de un hospital, una librera, cine, snack bar, comisara y, conjuntamente con los espaoles, un pequeo aerdromo militar y comercial. San Pablo estaba ya tan slo a unas cuantas millas, y Lawson acarici la idea de un vuelo a Portugal. Cules seran las posibilidades, suponiendo que llegase a Lisboa, de cruzar el Atlntico, bien por mar o por aire, y alcanzar una de las ciudades costeras de los Estados Unidos? Una entre cien? Entre mil? Menos?

    Un par de asientos detrs del conductor, un ingls de erizado bigote y una mujer americana con acento sureo discutan las ventajas de pasar de largo San Pablo y encaminarse hacia Gibraltar, una posesin britnica. El ingls pareca estar convencido de que Gibraltar habra escapado al vuelco del que haba sido vctima el resto del mundo, mientras que la americana pensaba que estaba loco. La conversacin degener en un dilogo a gritos que envolvi a otros cinco o seis pasajeros ms. Finalmente, con su paciencia al lmite, el conductor del Bluebird coloc un codo sobre el claxon y lo mantuvo ah hasta que todos se callaron.

    Iremos a San Pabloanunci. No a Gibraltar ni a ningn otro sitio. Habr un avin esperndonos cuando lleguemos all.

    Haba dos aviones aguardando, un par de remendados DC-7 que haban pertenecido alguna vez a la compaa area espaola conocida por Iberia. La seora Alexander haba reclutado a uno de los pilotos de entre los desposedos que haban alcanzado Exportadora; el otro, un veterano retirado de la TWA de Riverside, California, haba llegado por sus propios medios al aeropuerto en virtud de unos tratos previos que haba mantenido con Sevilla y las instalaciones militares americanas. Los dos hombres estaban encargados de llevar a los pasajeros a casa, una va recalando en Lisboa y la otra usando Madrid como peldao hacia las Islas Britnicas. La esperanza era que pudieran trasladarse a otros aviones en los aeropuertos ms cosmopolitas de estas ciudades, pero ninguno hablaba de los obstculos reales a sortear que ya haban empezado a producirse: caos civil, demoras, comunicaciones inadecuadas, poca reserva de combustible, contratiempos mecnicos, duda, ignorancia y mil cosas ms.

    Al anochecer, Lawson permaneca junto a Secombe en la valla formada por eslabones de cadena unidos delante de la carretera de acceso a San Pablo, y contemplaba la luz de la tarde resplandeciendo sobre las alas de los DC-7. Baados en un brillo mudo, los dos viejos aviones eran casi hermosos. Incluso aunque la seora Alexander les haba informado de que tendran que pasar la noche instalados en el cine, para que as el Bluebird pudiera hacer varios trayectos ms a Exportadora, Lawson crea realmente que estaba ya camino de su casa.

    Adisle dijo Secombe.

    Adis? Oh, se refiere a que usted ir en el otro vuelo?

    No, le digo adis porque me voy, Lawson. Ahora mismo.

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    Dnde va?

    De vuelta a la ciudad.

    Con qu medio? Para qu?

    Supongo que ir andando. Y la razn tiene algo que ver con que no quiero soliviantar a los misteriosos "ellos" de la seora Alexander. Adems, quiero averiguar qu ha pasado con todos nosotros. Creo que Sevilla es el lugar adecuado.

    Entonces, por qu ha venido hasta aqu?

    Para decirle adis, maldito imbcilsonri Secombe; agarr la mano de Lawson, y la estrech de todo corazn, ya que no he podido hacer que cambiara de opinin.

    Con esto, dio la vuelta y camin junto a la cancela hasta que encontr la carretera ms all de las instalaciones de la comisara. Lawson le vio desaparecer tras el complicado esistema de rampas de carga del edificio. Despus de un rato, el gals reapareci al otro lado, pero, contra el vasto cielo espaol, su forma compacta y arqueada rpidamente se empequeeci hasta convertirse en una mancha imperceptible. Una mancha en la oscuridad.

    Adisdijo Lawson.

    Esa noche, empotrado en una silla, durmi con otras sesenta personas en el cine de San Pablo. Un quinceaero, a pesar de algunas protestas, se empe en mostrar todas las antiguas pelculas que haba guardadas en cajas en la sala de proyeccin. Como resultado, Lawson se despert una vez en la mitad de Apocalipsis Now y otra ms hacia el final de La Mano Izquierda de la Oscuridad, de Stanley Kubrick. La blancura de la pantalla, abarcando todo su horizonte, le llen de fro, removiendo algn resquicio sensitivo en su memoria.

    Pequea Amricamurmur. Volvi a dormirse.

    Lawson, junto con los otros pasajeros destinados a Lisboa, permanecan de pie en la verja donde se haba despedido de Secombe y observaba las vueltas color de plata de las hlices mientras se calentaban los motores del avin. El DC-7 que volara a Madrid no partira hasta ms tarde, principalmente porque todava quedaban varios asientos vacantes y la seora Alexander estaba segura de que an podran encontrar en la ciudad otros desposedos que hablaran ingls.

    Los que estaban en la verja junto a Lawson se movan ansiosamente y cuchicheaban entre ellos. Los motores de su avin salvador tronaban ensordecedoramente v la pista entera pareca temblar. Qu ojos ms abrumados tenan las mujeres, pens Lawson, y los hombres parecan delgados como rales de tren. Acariciando su mandbula, comprendi que l mismo no era ms

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    atractivo o bien alimentado que cualquiera de los que esperaban a su lado. Igual que ellos, Lawson esperaba impaciente la seal de embarcar, los pulgares levantados que indicaran que el avin haba pasado sus ltimos tests rudimentarios.

    Al menos, se consol, no ests comiendo patatas fritas a las diez y media de la maana. Disgustado, dio la espalda a un hombre de orejas saltonas que estaba justamente haciendo eso.

    Hay ms gente aqu de la que nuestro avin puede transportardijo el comedor de patatas fritas. Eso podra ser peligroso.

    Pero no estamos tan lejos de Lisboa, no?replic una mujer. Y ninguno de nosotros tiene equipaje.

    S, pero... El hombre se atragant con una patata, tosi,

    intent hablar de nuevo. Mirando deliberadamente hacia otro lado, Lawson pens que las palabras del hombre slo adquiriran elocuencia si se presentara voluntario para viajar en el compartimento de equipajes del DC-7.

    La seal para subir a bordo se produjo finalmente, y el hombre de las orejas saltonas no tuvo oprtunidad de terminar sus observaciones. Arroj al suelo el paquete de celofn, y Lawson oy cmo era aplastado por las pisadas de la gente que se apiaba para atravesar la verja de entrada a la pista.

    Con la intencin de fijar San Pablo en su memoria, Lawson dio media vuelta y retrocedi cruzando el campo. Vio que, custodiando la parte trasera, haba cuatro hombres provistos de armas automticas, armas obtenidas de las instalaciones de la estacin de polica. Estos hombres, al igual que Lawson, hacan el camino de vuelta, pero mantenan los ojos y las armas fijos en la extraa banda de gente que acababa de aparecer, surgida de ninguna parte, alrededor de la valla del aerdomo.

    Uno de este nuevo grupo no llevaba puesto encima ms que unos andrajosos shorts; otro, un albornoz hasta los tobillos; un tercero, un par de pantalones sujetos con una cuerda. Haba tambin una muchacha de ojos de gacela con el torso desnudo y un anillo de brillante coral en su mueca. Pero haba otros ms, tambin, y todos parecan haber sido convocados por el rugido del motor del avin. Se movan a lo largo de la valla como espectros desposedos. Mientras los primeros miembros del grupo de Lawson suban al aparato, todava ms aparecieron. Eran una amalgama de nmadas, cazadores, peones, pescadores, gente agrupada en un rebao. Aparentemente, todos comprendan para qu serva un avin. Un hombre de tez oscura se aventur en la pista implorando con los brazos en alto.

    Dnde van?grit. Dnde van?

    No hay ms espacio!respondi un hombre vestido con un blue-jean que portaba una ametralladora. Vuelva atrs! Tendr que esperar otro vuelo!

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    Oh, seguro, pens Lawson, el de Madrid. Estaba al pie de la escalerilla del avin. El hombre de grandes orejas que haba estado comiendo patatas fritas le espet bruscamente:

    Mejor que suba grit por encima del fuerte bramido de los motores del aparato, antes de que tengamos compaa indeseable pisndonos los talones!

    Despus de usted Lawson se hizo a un lado.

    Detrs del hombre cetrino que importunaba a los guardias armados buscando un sitio en el avin, gritaban treinta o cuarenta personas ms; su nico parecido real era su deseo de salir de all.

    Dnde van? Dnde van?chillaban los ms valientes o los ms desesperados, pero todos queran subir al avin del que se haban apropiado los encargados de la seora Alexander. La mayora de ellos podan ver que era demasiado tarde para cumplir su propsito sin alguna clase de riesgo. El hombre que haba estado gritando en ingls, junto con otros tres o cuatro, trot como un perro hacia el avin. Aunque sus gritos continuaban siendo suplicantes, Lawson advirti que los guardias se crean ahora bajo

    un ataque directo.

    Un estallido de fuego a discrecin son por encima del campo y produjo un eco como de lluvia tamborileando sobre un tejado de zinc. El hombre que haba estado gritando cay de bruces. Otros ]o hicieron junto a l, incluyendo a la mujer del brazalete de coral. Movido por el pnico, o enardecido por esta evidencia de la vulnerabilidad de sus asaltantes, uno de los guardias dispar una andanada contra la verja, derribando a algunos de los que ya haban empezado a retirarse y lloriqueaban por los gritos de dolor y el incongruente y penoso sonido de las detonaciones. Entonces, misteriosamente, volvi la tranquilidad.

    Suba a ese avin! grit uno de los guardias a Lawson. Era el nico pasajero que todava quedaba en tierra, y todos le queran dentro del avin para poder retirar de una vez la escalerilla.

    Creo que nose dijo Lawson.

    Corri hacia la verja y el crudo mandala de cuerpos que la bloqueaban parcialmente. La matanza de la que acababa de ser testigo le haba sacudido como un eco abismal de la historia reciente, y l no quera pertenecer a esa historia. Ms all, el avin era el smbolo de una carga que l no quera soportar nunca ms, aunque pareciera representar la promesa de un pasaje a casa.

    Eh! Dnde demonios cree que va?

    Lawson no contest. Anduvo con precaucin entre los cadveres esparcidos a los lados de la pista, se detuvo ms all de la verja y, con los ojos nublados por una indignada y punzante turbacin, se volvi a contemplar el DC-7. En la lnea que marcaba el final del campo, el avin inici una vuelta y empez a recorrer el

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    camino que ya haba hecho. Pronto rechin como un colosal dragn metlico, adquiriendo velocidad. Cuando se elev del suelo, sus neumticos chirriaban con las ltimas series de explosiones antes de despegar. Lawson contuvo la respiracin.

    El ala derecha del avin se inclin, volvi a inclinarse, golpe el suelo, y se desgaj como un pedazo de madera de balsa; se astill en un montn de esquirlas brillantes. Despus, el avin empez a botar, a girar a lo largo del camino de grava, en direccin al desolado campo abierto, donde su carcasa y el ala restante se vieron sbitamente envueltas en llamas. Podas or a la gente achicharrndose en ese infierno; podas oler la gasolina y la carne quemada.

    Jessmurmur Lawson.

    Se descolg de la verja del aeropuerto, corri a travs del campito de hierba ms all de la biblioteca de San Pablo, y se uni a un grupo de aquellos que acababan de escapar al fuego de las armas automticas de los guardianes. Los encontr en la carretera de vuelta a Sevilla, y camin entre ellos como uno ms. Aunque algunos miraron con suspicacia sus pantalones 1505, ninguno objet que no era de los suyos, y nadie amenaz con cortarle el cuello.

    Tan desmaado e indescriptible como la mayora de sus compaeros, Lawson miraba sus zapatillas de tenis avanzando sobre el pavimento como los pies de un juguete mecnico. Se pregunt qu iba a hacer de vuelta en Sevilla. Esquivar las balas y comer pescado frito, si tena suerte. Hablar con Secombe otra vez, si es que poda encontrarlo. Y, si tena algn sentido, tratar de organizar su vida en torno a algn otro propsito que el insano y deseesperanzado de regresar a Lynchburg. Qu propsito, sin embargo? Qu propsito aparte del bsico propsito animal de permanecer con vida?

    Alguno de ustedes tiene hambre?pregunt.

    Los otros le miraron con curiosidad

    Hambrerepiti. Tienen hambre?

    Ingls? Espaol? Ninguno funcionaba. Qu idiomas tenan estos refugiados de un enigma? Pareca como si todos hubieran intentado hablar antes y comprobado el hecho imposible, porque movindose a lo largo del asfalto bajo el caliente sol andaluz, usaban para expresarse gestos y sonidos fcilmente interpretables.

    Advirtindolo, Lawson se llev a la boca los dedos de la mano derecha y chasque los dientes como si masticara.

    Esta vez fue entendido. Un hombre descalzo y delgado vestido con una ancha camisa de lino y pantalones le gui fuera de la carretera, hacia un campo de naranjos. La fruta no estaba an completamente madura, y saba amarga por esto, pero doce o trece personas del grupo comieron, dejando que el jugo corriera por sus brazos. Cuando reemprendieron el viaje a Sevilla, la mente de Lawson estaba saciada casi por completo. La nica cosa que le perturbaba ahora

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    era el temor de no saber qu hacer cuando llegara. Nunca supo si el otro vuelo planeado, el de Madrid, haba llegado felizmente a su destino, pero esto le pareca poco importante Se limpi la boca y continu caminando.

    Viva en lo alto de la tienda de anticonceptivos. Por las maanas, atravesaba el callejn hasta la panadera que haba tomado bajo su cargo una mujer de suaves rasgos mongoles. A cambio de una racin diaria de pan y un porcentaje de los beneficios acumulados en el comercio de ste, Lawson barra el suelo, lavaba los utensilios que se ensuciaban cada da y atenda al mostrador. Su habilidad ms reconocida, sin embargo, era la de comunicarse con aquellos que acudan a comprar algo. Manejaba un imposible puado de distintas variedades del lenguaje de signos, y en ocasiones se encontraba hablando una jerga de monoslabos cuyo origen era un completo misterio. A veces pensaba que la haba inventado l mismo; otras, crea haberla aprendido de los sevillanos trasplantados entre los que vivan ahora.

    El idioma ingls, en cambio, pareca esfumarse gota a gota de su mente como un delgado fluido imperceptible.

    Para entonces, las tres o cuatro semanas de caos que siguieron al Cambio haban enderezado su curso, una circunstancia que sorprenda a Lawson. Ahora podas yacer por la noche en tu jergn sin or disparos o temer que algn vagabundo nocturno fuera a incendiar tu vivienda. La mayora de los servicios esenciales de la ciudad (electricidad, agua, alcantarillado), funcionaban otra vez, aunque de manera insegura, y los productos agrcolas empezaban a llegar de los alrededores. La gente haba vuelto a hacer lo que mejor saba, mientras que aquellos cuyos trabajos anteriores podan ofrecer poca cosa al sistema bsico de supervivencia da-a-da eran ahora aprendices de albailes, carpinteros, panaderos, pescadores y tcnicos. Nadie pareca encontrar perturbador o antinatural que los hombres y mujeres eligieran vivir separadamente y que los nios fueran escasos como zafiros. Un nuevo modelo de sociedad se haba establecido. Vivas entre tus conocidos sin tensiones o querellas, y no creabas relaciones ntimas peligrosas.

    Una noche, mientras estaba asomado a la ventana, la rodilla de Lawson golpe una baldosa floja en el muro. Removi el azulejo y lo coloc en el suelo. Cada noche, durante los dos meses siguientes, desprenda al menos una baldosa y, con cuidado para no rayarlas ni romperlas, las apilaba en una pared interior junto con aquellas que ya haba extrado.

    Despus de completar su tarea, mientras yaca en su jergn, oa frecuentemente a un hombre o a una mujer que cantaba en voz alta, en algn lugar de la ciudad, una dulce cancin cuyas palabras no tenan significado para l. Algunas veces, un par de voces se respondan mutuamente, siempre en lenguas distintas. Hacia el final del verano, mientras contemplaba los listones y las vigas de las paredes que haba expuesto metdicamente, Lawson se sinti impulsado a cantar una melanclica letana propia. Y la cant sin saber su significado.

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    Los das se hicieron ms fros. Lawson sola cerrar la panadera durante el cierre del medioda y se acercaba, cruzando la Calle de las Sierpes, a una bodega cerca de la plaza de toros. Un grupo de silenciosos peones, que trabajaban con bastante determinacin a pesar de que no tenan ningn patrn aparente, estaban desmantelando el coso. A Lawson le gustaba verlos mientras beba vino y coma las barras de pan que llevaba consigo.

    Otros grupos a lo largo de la ciudad derribaban cuidadosamente los edificios gubernamentales, los bancos y las capillas de barrio que ya no se frecuentaban, preservando los ladrillos, las baldosas y las vigas como si tuvieran la esperanza de utilizarlas en alguna construccin futura de carcter especfico. Para entonces, el propio Lawson haba derribado la pared posterior de su habitacin y senta una fuerte identificacin con los trabajadores que se afanaban en despojar a la plaza de sus barandas y barricadas. Finalmente, desde luego, todo tendra que ser derribado. Todo.

    Vino la poca de las lluvias, el viento, el fro. Lawson continuaba visitando el caf cerca de las ruinas del coso taurino. Como la destruccin de la plaza continuaba incluso con este mal tiempo, llevaba un impermeable recin adquirido y se apostaba en una mesa resguardada bajo el toldillo de la bodega. Era en este sitio donde acostumbraba a sentarse.

    Un da particularmente borrascoso en que llova a cntaros, Lawson estaba sacudiendo su paraguas cuando se encontr con que haba otro hombre sentado frente a l. Sobre la mesa haba un tablero de juego de alguna clase, dividido en pequeo recuadros blancos y negros.

    Hola, Lawsondijo el intruso.

    Lawson parpade y lami sus labios pensativamente. Aunque haca tiempo que no conservaba en mente su familia y ahora se preguntaba si haba estado realmente casado alguna vez y haba sido padre de dos nias, la cara de Dai Secombe se le haba aparecido ocasionalmente en la oscuridad de su habitacin. Pero ahora no poda recordar el nombre del gals, ni su personalidad, y no tena idea de qu decirle. Las primeras palabras que articul, por consiguiente sonaron como una confusa jerigonza, como una voz reproducida en un fongrafo. Para decir hola se vio a la indignidad, casi cmica, de hacer un movimiento infantil con la mano.

    Secombe, sealando el tablero, indic que jugaran. Extrajo las piezas de una caja de madera tallada con un forro de terciopelo y las fue colocando sobre la mesa. Luego, las dispuso a ambos lados del tablero. Ajedrez, pens Lawson vagamente, pero realmente no reconoca las piezas. Parecan diferentes de cmo crea que deban ser. La pieza que ms le recordaba el caballo se mova de acuerdo con dos criterios distintos, dependiendo de si empezaba en una casilla blanca o en una negra; las "torres", en cambio, podan saltar a veces por encima de las piezas del oponente. El juego hizo vacilar el raciocinio de Lawson. Despus de diez o doce movimientos, retir la silla y tom un largo trago de vino agridulce. La lluvia continuaba cayendo como una interminable cortina de cuentas de rosario.

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    Est biendijo Secombe. No lo acabo de comprender del todo. Un amigo butans cerca de donde vivo hizo las piezas, ya ve, y hace poco me ense a jugar.

    Con dificultad, Lawson trat de formular una pregunta.

    En qu trabaja ahora?

    Estoy en la demolicin. Como estaremos todos muy pronto. Es la nica ocupacin realmente constructiva.El gals cloque suavemente, termin su vino y se levant. Al alzar el paraguas, dijo adis a Lawson con una palabra que, cuando ste trat de repetir y asimilar intelectualmente, no tuvo ningn significado.

    Cada tarde de aquel lgubre y lluvioso invierno, Lawson regres a la misma mesa, pero Secombe no se dej ver por all nunca ms. Lawson tampoco lo sinti mucho. Se haba acostumbrado a la extraa riqueza de su propia compaa. Si quera hablar con la gente, todo lo que necesitaba era quedarse tras el mostrador de la panadera.

    La primavera volvi. Todas las paredes interiores de su habitacin haban sido derribadas, y le resultaba divertido poder ver la taza del lavabo mientras suba las escaleras de la tienda de anticonceptivos.

    La argamasa que haba martilleado nunca sera til a nadie, por supuesto, pero haba salvado de los escombros aquello que mereca la pena. Con la vuelta del buen tiempo, llegaron a la ciudad hombres en carros de bueyes para recoger este tipo de cosas. No se vea a nadie que intentara conducir un vehculo motorizado, posiblemente porque, tras el invierno, la mayora haban sido retirados. La escasez de gasolina y la falta de piezas de recambio podan haber sido otros factores, pero, en verdad, la gente pareca no querer mezclarse con los motores de combustin interna. El fin de la polucin y el ruido no tena tampoco nada que ver. La gente con estircol en los zapatos y frente hundida no estaba muy convencida de que aquello supusiera una gran mejora en el medio ambiente, y el traqueteo de los carros de madera y el resonar de las ruedas sobre el asfalto derruido poda ser tan ensordecedor como los zumbidos y el bramido del trfico motorizado. Sin embargo, a Lawson le agradaba escuchar a los carros de bueyes en su callejn. Ms de una vez, llamado por el ruido, haba ayudado a sus conductores a cargarlos con tiles de albailera, puertas, marcos de ventanas e incluso con mantones bordados.

    En la panadera, la mujer mongol con la que Lawson trabajaba desde haca ya casi un ao, tom el mango de su escoba y le confi su nombre. Hablando el extrao dialecto monosilbico que casi todos en Sevilla haban aprendido, ella le pidi que la llamase Tij. Lawson no saba si ese era su nombre antes del Cambio o si acababa de inventrselo. Complacido de cualquier forma, respondi confesndole su nombre propio. Titube al decirlo, y cuando Tij encontr tambin problemas para pronunciarlo, rieron juntos la torpeza de sus lenguas.

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    Una semana ms tarde, l se traslad al lugar donde Tij viva. Dorman en la misma "habitacin", tres plantas encima de un patio lleno de basuras amontonadas. Como todas las paredes haban sido echadas abajo, Lawson senta frecuentemente que estaba viviendo en una barraca al aire libre. La gente deambulaba sobre su jergn para llegar a la escalera y se vesta delante de l como si no estuviera all. Tras un rpido estudio, emul su casual conducta.

    Y cuando el hielo de sus entraas finalmente empez a derretirse, se volva en la oscuridad hacia Tij sin preocuparse en lo ms mnimo de si era propio. Su apareamiento era invariablemente silencioso, y la descarga que Lawson experimentaba era siempre ms serena que estremecedora. Despus, con el olor de las basuras que impregnaban el edificio, Tij y l yacan uno al lado del otro como un par de larvas de abeja, mientras la luna proyectaba sombras sobre sus cuerpos desnudos.

    Todos los das, despus de que terminaran de hacer el pan y comerciaran con l, Tij y Lawson cerraban la tienda y daban largos paseos. Vagabundeaban frecuentemente entre los caminos vallados y las pequeas verjas oxidadas al pie de la catedral. Desde estos caminos, tan abrumados estaban por los contrafuertes de piedra que ni siquiera podan ver la veleta de bronce que representaba la Fe en lo alto de la Giralda. Pero, tarde tras tarde, Lawson insista en volver a aquel sitio, y al fin su persistencia y su sentido de la espera fueron recompensados por el sonido de los martillos golpeando sobre el mrmol en cada una de las cinco enormes naves de la catedral. El y Tij, cogidos de la mano, entraron.

    En el interior, hombres y mujeres trabajaban removiendo los tabiques del altar, las verjas de orfebrera, las pinturas al leo, las ventanas de cristal coloreado, las reliquias religiosas. Una docena de carros de bueyes estaban aparcados bajo la bveda de la catedral, y el eco de los martillos se repeta de una nave a otra, desde el suelo hasta el cavernoso techo. Los bueyes permanecan tan complacidos en su yugo que Lawson se pregunt si los conductores, de alguna forma, habran conseguido volverles sordos. Tij se solt de la mano de Lawson para cubrirse los odos. El hizo lo mismo, pero no funcion. Slo podas quedarte en la catedral si aceptabas el ruido y resolvas ser partcipe de su destruccin. Mucha gente haba tomado esta determinacin. Eran un enjambre que se mova a travs de las cmaras de piedra como una variedad espectacularmente eficiente de termitas.

    Un hombre albino de una raza indeterminada, tan plido como una termita l mismo, confi a Lawson su piqueta. Este descubri sus odos y tom la herramienta por el mango. Tij, un momento despus, encontr una palanca que colgaba precariamente en el flanco de uno de los carros. Juntos, cruzaron la nave por la que haban entrado y se detuvieron delante de un imponente mausoleo. Luchando contra la pobre luz de la catedral y la interferencia lingstica dentro de su cabeza, Lawson descifr la inscripcin de la tumba.

    Cristbal Coln est enterrado aqu dijo.

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    Tij no le escuch. Lawson hizo una seal indicando que ste era el lugar por donde empezaran. Tij asinti, haciendo ver que comprenda. Juntos, pens Lawson, desmantelaran el mausoleo del descubridor del Nuevo Mundo y sacaran sus restos corruptos a la calle. Despus de todos estos siglos, liberaran al hombre.

    Entonces la estatua de bronce de la Fe en lo alto de la torre caera, y la torre misma vendra detrs. Despus seguiran los contrafuertes, las galeras, las paredes; cada una de aquellas hermosas piedras corruptas.

    Dolera destruir la catedral, y tomara mucho, mucho tiempo. Pero, considerndolo todo, era la nica opcin con sentido de que disponan. Lawson levant el pico.

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