lanoción republicana de ciudadanía la diversidad cultural
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La noción republicana de ciudadaníay la diversidad cultural *
JUAN CARLOS VELASCOInstituto de Filosofía del CSIC
RESUMEN. En este artículo se aborda lacuestión de la diversidad cultural contemplada desde la concepción republicana dela ciudadanía en tres pasos: en el primero,se presenta el sentido polisémico de lanoción de ciudadanía y la acelerada evolución que ha experimentado en los últimostiempos; en un segundo paso, se ofrecenlos rasgos generales que caracterizan elenfoque neorrepublicano; y, finahnente, seda cuenta de las virtualidades que ofreceuna relectura de los tópicos republicanospara integrar la pluralidad de culturas yformas de vida que conviven en las complejas sociedades contemporáneas a raízde los procesos migratorios.
Palabras clave: ciudadanía, pluralismocultural, republicanismo, democracia, liberalismo, identidad, políticas migratorias.
Al escoger el título de este artículo se estádando ya por firmemente asentada la relevancia cívico-política de los problemassuscitados por la diversidad cultural. Estapresuposición se apoya -al menos implícitamente- en el reconocimiento de lapluralidad de culturas en las sociedadescontemporáneas no sólo como constatación empírica de un rasgo estructural delas mismas, sino también como un hechoineludible para cualquier reflexión signifi"cativa sobre la política. Éste es también el
ABSTRACT. In this article the question ofcultural diversity as itappears in the perspective of a republican conception of citizenship is discussed within three steps: ina frrst step, the ambiguous sense of thenotion «citizenship» and its recently accelerated evolution willbe presented; in asecond step, the general features of theneo-republican approach will be outlined;and finally, the chances offered by a relecture of the republican topics withregard to an integration of the plurality ofculturesand ways of life, which coexistwithin the complex contemporary societies and which base on migration pro"cesses, will be brought to mind.
Keywords: citizenship, cultural pluralism,republicanism, democracy, liberalism,identity, migration policies.
punto de partida del liberalismo preconi"zado por el «segundo Rawls»: el reconocimiento del hecho del pluralismo, esto es,de la existencia de discrepancias irreducti"bIes entre los ciudadanos de una mismasociedad sobre asuntos cruciales, talescOmO las concepciones del mundo o loscódigos culturales (cfr. Rawls, 1996). Noobstante, el dato desnudo no resulta en símismo problemático: culturas en contactoe incluso compartiendo un mismo territorio se han dado siempre a lo largo de la
* El presente trabajo se realizó durante el verano de 2005 en una estancia de investigación en la TechnischeUniversitiit de Berlín. financiada por la Deutsche Forschungsgemeinschaft (DFG). Mi agradecimiento a MirianGalante por la revisión del manuscrito original y por sus atinados comentarios.
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historia. Aunque la circunstancia de queen un mismo espacio social convivan individuos portadores de diversos valores yconcepciones, de que existan sociedadesheterogéneas cultural, nacional y étnicamente, es casi tan antigua como la propiahumanidad, y a pesar de que esa diversidad se haya relevado con frecuencia comofuente de riqueza y progreso, a nadie se leesconde que este hecho también puededarse conformando un escenario de tensiones y riesgos: «riesgo de que cada una delas comunidades culturales cancele, desdesu interior, la libertad de sus propios individuos; riesgo también de que las comunidades de mayor fuerza y tradición cierrenla posibilidad de desarrollo de las másdébiles; finalmente, de que la culturanacional, que es el cemento que une a lasociedad más amplia, se debilite y llegue ala desintegración total» (Salmerón, 1996,p. 70). Es esta percepción negativa la queha pasado ahora a ocupar la primera línea,haciendo de la diversidad cultural objetode reiterada preocupación.
A la hora de tratar esta forma de diversidad, mucha es la algarabía creada, aveces de manera interesada, pues en unmismo debate se entrecruzan con hartafrecuencia la inmigración, la convivenciaintercultural, el choque de civilizaciones yhasta la posibilidad de la desmembraciónde las sociedades, por aludir tan sólo aalgunos de los tópicos más habituales. Entodo caso, los riesgos y tensiones señalados son tan relevantes que no pueden serescamoteados en un planteamiento político global. No es entonces casualidad quela filosofía política de las últimas décadashaya convertido la diversidad cultural enuno de los temas centrales de su reflexión 1. Y no sólo desde la filosofía política en general, sinO desde las diferentescorrientes de pensamiento político se hatratado de dar respuesta a esta cuestión.Las aproximaciones más conocidas son lasefectuadas desde el pensamiento demócrata-liberal, que no en vano oficia en la
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actualidad como pensamiento dominante(aunque no único, por más que algunosdeseen considerarlo así). Otros planteamientos políticos, que pretenden presentarse como alternativas, o al menos comocorrecciones a la ortodoxia dominante,también tienen algo que decir sobre eltema. Éste sería el caso del republicanismo, cuyas propuestas son precisamente lasque se quieren analizar en este trabajo.
Al hablar de republicanismo es inevitable la referencia a aquella corriente depensamiento político surgida en algunasmunicipalidades italianas del renacimientoque confirió nuevo sentido a las tradiciones ciudadanas griegas y romanas, animógran parte de los debates políticos de laInglaterra de los siglos XVII y XVIII, influyósobre los padres fundadores de la independencia estadounidense y, tras casi dossiglos de discreto silencio, ha llegado hasta nuestros días como soporte de los clá"sicos ideales del vivere libero. Tras protagonizar un inesperado renacer, lascontribuciones de numerosos filósofospolíticos y iusfilósofos neorrepublicanoscontemporáneos han tenido la virtud devolver a plantear la cuestión de la libertadrepublicana -y el correspondiente rechazo de cualquier forma de servidumbreno sólo como un problema histórico, sinotambién corno un asunto filosófico de relevancia no coyuntural. No obstante, es preciso advertir que el nuevo republicanismo,al menos el que aquí se reivindica, representa una reconstrucción selectiva de esatradición (una tradición que, por otro lado,nunca generó una ortodoxia escolástica, niconstituyó un conjunto coherente y sistemático de postulados políticos), de la queconscientemente se resaltan ciertos motivos y se desechan otros. En todo caso, y alno tratarse de una concepción cerrada, separte del convencimiento de que «para losrepublicanos contemporáneos, la tarea nose reduce a escarbar», pues «la historia nonos provee de concepciones de la vidapolítica que puedan trasladarse mecánica-
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mente a los problemas actuales» (Suns"tein, 2004, p. 137). Hacen por ello una lec"tura parcial de la historia de la propia tradición republicana, una lectura que puedeacaso ser tildada de reflexión desmemoriada y de que torna los conceptos en abstracto, sin atender a su contexto de formaciónni a su encarnación histórica, pero no derememoración meramente historicista.Tampoco ha de extrañar que desde lecturas plurales de una rica tradición, losdiversos teóricos políticos contemporáneosconocidos como republicanos ~Quentin
Skinner, Philip Pettit, Cass Sunstein, Maurizio Viroli, Jürgen Habermas y un largoetcétera~ presenten perfiles bien diferenciados y no siempre conciliables (cfr.Ferrara, 2004). Si bien es cierto que laactual revitalización del republicanismoadolece, pese a su innegable aire academicista, de una notable imprecisión conceptual, sus diversos representantes poseen uncierto aire de familia que los hace recono"cibles en la medida en que tienden a rescatar de esa tradición política su compromiso con ciertos tópicos, entre los quedescuellan los siguientes: la igualdad política, la deliberación pública, el combate dela corrupción y, de forma eminente, la reivindicación de la ciudadanía.
En este artículo se abordará la cuestiónde la diversidad cultural contemplada desde la concepción republicana de la ciudadanía en tres pasos consecutivos: en el primero, se presentará el sentido polisémicode la noción de ciudadanía y la aceleradaevolución que ha experimentado en losúltimos tiempos (1); en un segundo paso,se ofrecen los rasgos generales que caracterizan en enfoque neorrepublicano (2); y,finalmente, se dará cuenta de las virtualidades que ofrece una relectura de los tópicos republicanos para integrar la pluralidad de culturas y formas de vida queconviven en las complejas sociedades contemporáneas sobre todo a raíz de la intensificación de los flujos migratorios (3).
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1. La noción de ciudadaníaen el debate contemporáneo
La recuperación de la noción de ciudadanía experimentada en las últimas décadasayuda a explicar en una gran medida elrenovado interés por la tradición republicana. Cuando hoy se invoca esta tradiciónpolítica como portadora de un robustomodelo normativo de ciudadanía resultaevidente que con ello se está pretendiendoconceder una base teórica respetable a losrepetidos llamamientos dirigidos a alentarel espíritu participativo y solidario en lassociedades contemporáneas. La vincula"ción entre ciudadanía, por un lado, y republicanismo y participación cívica, porotro, no es, sin embargo, la única que cabeestablecer. Ciudadanía es una categoríamultidimensional que simultáneamentepuede fungir corno concepto legal, idealpolítico igualitario y referencia normativapara las lealtades colectivas. Implica enprincipio una relación de pertenencia conuna determinada politeia (o comunidadpolítica), una relación asegurada en términos jurídicos, pero también denota unaforma de participación activa en los asuntos públicos 2. Por un lado, supone unacondición de status y, por otro, define unapráctica política.
Un dato empírico para mostrar el dinamismo y ~todo hay que decirlo~ también el cierto grado de confusión con elque se ha presentado la reflexión sobre laciudadanía: sólo en el intervalo compren"dido entre 1989 y 1995 se presentaron enel ámbito anglosajón al menos seis elaboradas propuestas para replantear el concepto: ciudadanía diferenciada (Young,1989), ciudadanía postnacional (Soysal,1994), ciudadanía neorrepublicana (vanGunsteren, 1994), ciudadanía cultural(Turner, 1994), ciudadanía multicultural(Kymlicka, 1995), ciudadanía transnacional (Baubock, 1995). Desde entonces esteinventario no ha dejado de aumentar: «Lalista de nuevos adjetivos puede alargarse y
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no hay ninguna duda de que así será.Todos estos nuevos lemas apuntan hacia lapropagación de la idea clásica de ciudadanía social defendida por Thomas Marshally la exploración de nuevos significados dela participación en los procesos de tomade decisiones públicas» (Baumann, 2001,p. 172). Precisamente por ello el grado dedispersión semántica es algo menor que loque en una primera impresión pudieraparecer, pues la remisión a Marshall resulta prácticamente obligada y de algunamanera ayuda a unificar los términos de ladiscusión 3. No obstante, esta común referencia no nos debe hacer olvidar que,como se acaba de apuntar, en el debatesobre la ciudadanía confluyen y se enfren"tan al menos dos lenguajes políticos diferentes: bien como «condición legal» (laplena pertenencia a una comunidad política particular) o bien como «actividaddeseable» (vinculada a la participación enel destino de la comunidad política). Laprimera lectura como visión básica delasunto es la que el liberalismo ha propicia"do tradicionalmente. Derechos y ciudadanía constituyen dos ingredientes básicosde la concepción liberal de la política: laciudadanía representaría en este caso elestatuto jurídico que sirve de soporte parael conjunto de derechos que pueda disfrutar un individuo. Por su parte, el tratamiento de la segunda acepción deviene amenudo en un lenguaje de las virtudespúblicas o, lo que es lo mismo, en un discurso republicano sobre las virtudes delbuen ciudadano, definidas éstas como unconjunto de predisposiciones hacia el biencomún necesarias para otorgar estabilidady vigor a las instituciones democráticas.Desde una perspectiva en parte confluyente con la anterior, como es la expresadapor autores como Hannah Arendt o Maurizio Viroli, la ciudadanía se identificaríatambién con el autocontrol democrático,esto es, con la capacidad de autogobiernode los sujetos mediante la participaciónactiva en la esfera pública.
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Sea de una manera o de otra, el interésque los filósofos políticos contemporáneosreservan a las cuestiones relativas a la ciudadanía viene a cubrir un importante vacíodejado por la teoría rawlsiana (cfr. Thiebaut, 1998). En el nivel teórico, la atención prestada a este tema desde hace unpar de décadas puede entenderse comouna derivación de la polémica que mantuvieron durante años liberales y comunitaristas: «se trata de una evolución naturaldel discurso político, ya que el conceptode ciudadanía parece integrar las exigencias de justicia y de pertenencia comunitaria, que son respectivamente los conceptoscentrales de la filosofía política de losaños setenta y ochenta. El concepto deciudadanía está íntimamente ligado, porun lado, a la idea de los derechos individuales y, por el otro, a la noción de vínculo con una comunidad particular» (Kymlicka y Norman, 1997, p. 5). Sea cierto ono, eso es 10 de menos, los comunitaristashabrían tenido éxito al difundir la sospecha de que tras las pretensiones de una ética universalista como la rawlsiana seescondería la quiebra de las lealtades particulares en aras de un vaporoso cosmopolitismo 4. Frente a la ingenua convicciónliberal de que una concepción compartidade la justicia aporta los necesarios vínculos de cohesión social, desde otras perspectivas no completamente opuestas seniega que esto sea una consecuencia nece"saria y consideran aún menos evidente queel participar de dicha concepción genere«una identidad ciudadana compartida quesupere las identidades rivales basadas enla etnicidad. Parece claro, pues, que éstees un punto donde necesitamos una teoríade la ciudadanía y no solamente una teoríade la democracia o de la justicia» (Kymlicka y Norman, 1997, pp. 32-33).
El retorno de la figura del ciudadanose encuentra conectado, no obstante, conla revitalización que de manera casi simultánea ha experimentado el discurso sobrela sociedad civil y su conversión en objeto
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de intenso debate académico e ideológico.Más allá de que la sociedad civil se conci~
ba, al modo de Tocqueville, como la seriede «estamentos intermedios» entre el indi~
viduo y el Estado o se presente, al modode Arendt o Habermas, como una estanciaregulativa que cribe las iniciativas políticas desde el cedazo de los intereses generalizables, ya el mismo hecho de postularla incluye en sí una demanda de unamayor implicación personal de los actoresen la esfera pública, esto es, que los ciudadanos asuman su papel de sujetos activosde una comunidad política. Aunque no sepuede negar que en el renacer de dichodiscurso hubo, sin duda, un componentede moda intelectual provocada en granparte por los procesos de democratizaciónen el Sur de Europa en los años setenta, enAmérica Latina en los ochenta y en Europa del Este a partir de la caída del muro deBerlín, también es cierto que conecta conuna potente tradición de pensamiento polí"tico (cfr. Cohen y Arato, 2000).
El sentido del término ciudadanía haido evolucionando a lo largo del tiempo aun ritmo parejo al que iba transmutándosela naturaleza del vínculo político. En elmundo actual, el Estado, concebido comoentidad política soberana de base territorial y forma organizativa básica, ha sidoreiteradamente cuestionado por procesosde integración supranacional y transnacional, por un lado, y por procesos de descentralización y fragmentación, por otro. Demodo similar, la nación en tanto que tipoparticular de comunidad política y en tantoque modo singular de lealtad también hasido puesta en cuestión por la irrupción deformas de identidad nuevas y más complejas, particularmente formas postnaciona"les, multinacionales y poliétnicas. Latransformación del Estado-nación y laemergencia de nuevos modos de lealtadrepresentan desafíos ineludibles que hande ser encarados desde la teoría políticacon el objeto de pensar nuevas fórmulasde vivir en común. La enorme difusión de
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la noción de ciudadanía en las cienciassociales y en la agenda política va unidaen gran medida a un intento de extender sucampo de aplicación. El concepto hademostrado poseer un carácter enormemente dinámico, en continua adaptación asituaciones y contextos diversos. La historia jurídico-política de la humanidad es, engran medida, la historia de la lucha por laciudadanía, de su reconocimiento y extensión a todos los seres humanos. En estalínea se han dado pasos importantes en losúltimos siglos, sobre todo a partir de lasrevoluciones del XVIII, pero la universalización de la condición de ciudadanos -ycon ella de la condición a ser titular del«derecho a tener derecho»- aún distamucho de ser completa y esta carencia origina no pocas veces situaciones de injusticia. A este respecto, no puede ocultarseque el status de ciudadanía de determinados Estados (principalmente, de las ricasdemocracias occidentales, aunque no sólo)se han convertido en un bien cada día másapreciado, en un título anhelado por loshabitantes de los países desfavorecidosque aguardan junto a sus fronteras la oportunidad de acceder y residir en esos territorios de presunta promisión. La historiade la ciudadanía se revela entonces tam"bién como la historia de la dialéctica de lainclusión y la exclusión por medio de lacual se va delimitando el demos constituti"vo de una determinada comunidad política. La construcción social del ciudadano ydel extranjero son respectivamente la caray la cruz de un mismo proceso. Esta ambigüedad constitutiva del término no puedeser pasada por alto. De ahí que hablar, porejemplo, de la ciudadanía como unagarantía frente al atropello y la arbitrariedad suene para muchos a amargo sarcasmo, precisamente para aquellos que alverse desprovistos de sus beneficios comprueban que se ha convertido en un factorde exclusión social.
El trato que los Estados soberanosterritoriales dispensan a los extranjeros
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que se afincan en el interior de sus fronteraS es la piedra con la que con mayor frecuencia se tropieza a la hora de dar respuesta cabal a la reivindicación de unaciudadanía igual para todos los individuos,sea cual sea su sexo, religión, cultura, ideología o procedencia. Con la ciudadaníava unida el reconocimiento de derechos,cuya cantidad y calidad ha ido ampliándo"se paulatinamente, pero resulta profundamente descorazonador observar cómo conciertos derechos se hacen excepciones yalgunos de ellos van cayéndose de lanómina establecida y sancionada: el derecho a inmigrar (y no sólo a emigrar), lalibre elección de la residencia, el derechoa la naturalización, el derecho de elegirnacionalidad, etc. Todos éstos son derechos con los que cada vez se regatea más,restringiéndose de manera discreta y pau"latina. Sin duda, esta tendencia regresivano ayuda nia integrar a los inmigrantes nia dar cabida política e institucional a ladiversidad cultural que con ellos aflora, talcomo se examinará en el apartado tercero.
2. Algunos rasgos de la concepciónrepublicana de la política
La rehabilitación y recomposición delideal republicano llevada a cabo en losúltimos años «es, después de los trabajosde John Rawls, uno de los acontecimientos teóricos más importantes ocurridos enel dominio de la filosofía política», cuyarelevancia estribaría en su cualidad parapresentarse como «eje privilegiado de unaproblematización fecunda de los principios de la modernidad liberal» (Savidan,2003, pp. 150-151). Desde la publicaciónde los trabajos de Wood, Skinner oPocock, la modernidad política ya no puede seguir concibiéndose como hechuraexclusiva del liberalismo. Aportaron datosy razones suficientes para pensar que algunos de los mecanismos que hoy tildamosde liberales son, en realidad, de genuinaprosapia republicana; esta hipótesis se tor"
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na aún más plausible si aceptamos elsiguiente punto de partida: el republicanismo representa «una vía de pensamientoque no sólo precede al liberalismo moderno, sino que también fue exitosamentesolapada por su triunfo» (Skinner, 1996,p. 142). O, dicho de otro modo: la tradición republicana «ha sufrido durantemucho tiempo el hecho de que ha sidorecubierta por la reescritura liberal» (Sadivan, 2003, p. 136). Por lo demás, resultadifícil negar una progresiva convergenciaentre ambas tradiciones. Los principalesrepresentantes contemporáneos del republicanismo (especialmente, Pettit y Sunstein) pueden ser tildados, sin ejercer vio"lencia alguna, de republicanos liberales 5.
Sin cuestionar radicalmente la democracialiberal, modelo político predominante enlos países desarrollados, el republicanismode corte liberal propone adaptar la democracia representativa a un modelo de ciudadanía mucho más participativa, aunquesin alcanzar los niveles de la democraciadirecta. Tanto republicanos como liberalesreivindican igualmente el ideal de un«gobierno de las leyes» (y no de los hombres), concebido como forma más adecuada de evitar la arbitrariedad y garantizar lalibertad como no dependencia de la voluntad de nadie. En consecuencia, para algunOs no Se trataría de proponer el republicanismo como una forma alternativa alliberalismo, sino de postular un liberalismo corregido (cfr. Ferrara, 2004, p. 6).
Las diferencias entre liberalismo yrepublicanismo no son empero nimias y seponen en evidencia en sus divergentesconcepciones de la ciudadanía. En la tradi"ción lib.eral se adopta un lenguaje juridicista y la ciudadanía se asocia a la posesión de derechos individuales. En latradición republicana se adopta más bienun lenguaje político y la ciudadanía sevincula con la participación en la esferapública. En este sentido, resulta significativo que los derechos de sufragio -tantoactivo como pasivo- hayan sido conside-
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rados tradicionalmente como el núcleo dela ciudadanía republicana: ciudadanos ensentido propio son aquellos que participanen el gobierno colectivo, bien sea demanera directa, bien sea votando a susrepresentantes. Mientras que el sociólogobritánico Marshall describía la ciudadaníacomo el bucle que entrelazaba los derechos civiles, políticos y sociales, filósofospolíticos desde la época de Aristóteles,pasando por Rousseau, hasta nuestrosdías, como Habermas o Walzer, hanentendido la ciudadanía esencialmentecomo un status de plena pertenencia a unapoliteia libre y autogobernada 6. Sinembargo, dentro de la tradición republicana se dan cita corrientes diversas que serelacionan con el pensamiento democrático de maneras incluso contrapuestas, quevan desde un elitismo político hasta unradicalismo democrático. Así, muchosrepublicanos comprometidos con la independencia norteamericana no ocultaban surecelo frente a las asambleas populares ypreconizaban medidas institucionales contramayoritarias. Republicano, y de tanpura cepa o más, era también el pensamiento de un Rousseau que concebía lalibertad republicana como autonomíapública, esto es, como autogobierno activoejercido participativamente por todos losciudadanos. El autogobierno ~la autonomía política de los ciudadanos- comonoción clave de la noción republicana delibertad se completa, no siempre armoniosamente, con la idea del «gobierno de lasleyes» frente al poder arbitrario de loshombres, pues se entiende que sin ley nohay libertad. Pero no se trata tampoco decualquier ley, sino tan sólo de aquella paracuya elaboración se ha contado con la participación de todos los afectados. Estosdos principios no son incompatibles, peromantienen una relación de tensión, ydependiendo del extremo del que se estiremás se explicarían esas variantes republicanas apenas esbozadas.
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Como el liberalismo, también el republicanismo hace de la libertad y la autonomía el núcleo normativo de su propuesta,pero mientras que para el liberalismo lalibertad es sinónimo de ausencia de coerción o de no interferencia, desde el republicanismo la concibe como ausencia dedependencia (Skinner) o de dominación(Pettit): una persona no es libre si dependede la voluntad de otros o si otros restringen sus posibles cursos de acción. Peromás allá de esta cuestión conceptual, desde el republicanismo se entiende la libertad de manera no meramente individual:sea lo que signifique la libertad, no cabeconcebir ser libre sin una sociedad libre.Es por ello por lo que vinculan la libertadcon el autogobierno, esto es, con la capacidad de la comunidad política para tomarcontrol de sus propios destinos.
La distancia entre la tradición republicana y la liberal se pone igualmente demanifiesto en el divergente tratamientodado a la noción de virtud cívica. La vidasocial, la convivencia política, precisa quesus miembros -miembros activos- presenten una fuerte disposición a poner lapropia existencia al servicio de la cosapública. Esta convicción republicana puede enfocarse conforme a los diversos autores de dos maneras básicas: al modo utilitarista (la virtud cívica es una condiciónimprescindible del buen funcionamientode la democracia) o bien al modo perfeccionista o aristotélico (la virtud cívica eleva el carácter de los individuos e inclusorepresenta la plenitud de la vida humana).Mientras que el liberalismo o bien asumela virtud cívica de modo utilitarista o bienignora su papel, entre los actuales republicanos es común conjurar los peligros delperfeccionismo y buscan activar ciertasenergías básicas para el debate democrático. Esto vuelve a ser bastante claro en elcaso de Pettit y Sunstein, pues ambosrechazan que el republicanismo esté vinculado con concepciones concretas delbien. En todo caso, la tradición republica~
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na aboga por una concepción de la ciudadanía que coloca el acento en el valor dela participación política y en la noción delbien común; subraya también el hecho deque el ejercicio de la ciudadanía permitegenerar y mantener vínculos capaces deunir a una comunidad política. Sus impulsores teóricos tienden a ser mucho másconscientes que los liberales de que elindividuo ha de disponer de vínculos afectivos, identitarios, emotivos, porque entienden que la mera razón no es suficientemóvil para la acción política, en general,y, menos aún, para el ejercicio de la solidaridad social, en particular 7. Consideranque las condiciones concretas de acción delos actores políticos forman parte de lateoría democrática (cfr. Hartmann, 2003).Todo ello contribuye a poner el énfasis enla relevancia de configurar «buenos ciudadanos», cumplidores de sus deberes públicos. Aunque la idea liberal avanzada porKant (en La paz perpetua) de que el problema del buen gobierno «puede serresuelto incluso en el caso de un pueblo dedemonios [con tal de que tengan entendimiento]» tiene hoy en día multitud de partidarios, no cabe duda de que la vida ensociedad se ve facilitada con el ejerciciode las virtudes públicas. El componentesubjetivo de la acción política debe completarse en todo caso con un adecuadodiseño institucional. Es por eso que paralos republicanos también resulte crucial,por ejemplo, tratar de evitar que unospocos acumulen una indebida y despro~
porcionada influencia política.Con frecuencia se le imputa al republi
canismo y a la concepción de la ciudadanía impulsada por él un carácter particularista y excluyente, así como una actitud dedesinterés con lo que acontece extramurosde la propia comunidad (cfr. Peña, 2003,p. 18). El republicanismo presentaría asíuna faceta igualitaria y comprometidahacia dentro, mientras que hacia fueramostraría su cara insolidaria y excluyente 8. Aunque históricamente hay
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numerosos datos que avalan dicha apreciación (tanto en la república romana comoen las ciudades renacentistas del norte deItalia), el republicanismo contemporáneoopta por recuperar otros aspectos de estatradición. Así, y lejos de sustentarse sobreraíces étnico-culturales irrepetibles, o postular una comunidad de sangre y suelo(Blut und Boden) , pone el énfasis en elcomponente democrático de su pensamiento. Éste sería el caso de Cass S. Sunstein o de Jürgen Habermas. En particular,el filósofo alemán ha mostrado no sólo susintonía con el republicanismo kantiano,sino que defiende explícitamente una «lec~
tura del republicanismo realizada desde lateoría de la comunicación» (Habermas,1999, p. 118). Partiendo de esa perspectiva retoma de la tradición republicana elénfasis en lo público, la valoración de laparticipación y la relevancia de la deliberación. En virtud de todo ello, bien cabríatildar el modelo político habermasiano derepublicanismo deliberativo.
El caso de Habermas no constituye unfenómeno aislado en el pensamiento repu"blicano, pues, como sostiene Ferrara (2004,p. 11), «el republicanismo tiene una claraafinidad electiva con las concepciones deliberativas de la democracia». Esta tradiciónpolítica concede un valor intrínseco a lavida pública y a la participación política: elciudadano ha de implicarse activamente enalgún nivel en el debate político y en latoma de decisiones, ya que ocuparse de lapolítica es ocuparse de la res publica, estoes, de 10 que atañe a todos. De clara raigambre republicana sería la obligación dediscutir y deliberar las normas jurídicas ylas decisiones políticas entre todos los posibles afectados por las mismas: «Quodomnes tangit ab omnibus tractari et approbari debet», tal como rezaba una secularmáxima del Derecho romano medieval(cfr. Luhmann, 1993). En todo caso, y frente a la lectura comunitarista que concibe ala sociedad republicana como una sociedadcerrada, estrecha en sus horizontes, princi-
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pios como el que se acaba de fonnular nosólo posibilitan, sino que alientan una praxis política mucho más abierta e inclusiva.Al acentuar la condición de posible afectado por una decisión política o una resolución jurídica se dejan oportunamente almargen los rasgos culturales característicosde cada individuo, ya sean étnicos, religiosos, de género o de herencia, de modo queéstos dejan de ser relevantes como criteriosde inclusión/exclusión. Por otro lado, elpropio ideal de deliberación parte de laconstatación de que no hay razones absolutas a las que recurrir en caso de disenso. Supráctica requiere también de ciertossupuestos que incitan la intercomunicaciónentre los individuos, como, por ejemplo, laconciencia de que uno no posee toda larazón y, sobre todo, de que el otro tambiénpuede tenerla. Por eso, la concepción de lapolítica deliberativa -el ideal de la discusión abierta y pública- implica que losciudadanos deben asumir el pluralismo y ladiversidad presentes en la sociedad y, enconsecuencia, enfrentarse a ideas diferentesa las propias. De este modo, tienen la posibilidad de enmendar y depurar sus propiasopiniones, así como alterar el orden de suspreferencias. Todas estas actitudes y capacidades subjetivas, estimuladas en un marco público, resultan sumamente recomendables, cuando no imprescindibles, para laconvivencia pacífica en una sociedad compleja y plural 9.
3. La ciudadanía republicanaen el contexto pluricultural
generado por las migraciones
Una gran parte de los conflictos políticosdel mundo contemporáneo giran, tal comose ha señalado al inicio de este artículo, entomo a la organización y gestión políticade la diversidad de sentimientos de pertenencia y a la convivencia entre diferentesfonnas de vida y de concebir el mundo.Incluso el indeclinable debate social -entorno a la persistencia de injustificadas
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desigualdades económicas entre los individuos- Se ha visto absorbido y desplazadoinjustificadamente por las tensiones identitarias y culturales. En este contexto, lareciente revitalización del pensamientorepublicano podría resultar inane si semostrara incapaz de dar respuesta al retoque representa el fenómeno de la multiculturalidad y la multietnicidad en el seno denuestras ciudades y países. Dar respuestaimplica afrontar políticamente tanto lastransformaciones sociales y culturalesgeneradas principalmente por la inmigración como la articulación de la convivencia entre comunidades con fonnas múltiples de identidad.
Las intensas corrientes migratoriasestán en el origen de transfonnaciones deenonne calado tanto en lo demográfico,como en lo político, lo social y lo cultural.Sus efectos se toman especialmente visibles en los ricos países occidentales, endonde se asiste a un acelerado proceso deconstitución de sociedades de corte multicultural impulsado por la llegada de inmigrantes de las más variadas procedencias.Las migraciones constituyen sin duda elprincipal factor de multiculturalidad y sinellas nunca hubiera surgido un espaciosocial realmente pluricultural. La respuesta política ante la diversidad política ha deempezar con la elaboración de una políticamigratoria articulada. Una política migratoria digna de dicho nombre debe incluirun conjunto de normas y medidas que permitan abordar coherentemente una seriede cuestiones diversas que, no obstante,están íntimamente conectadas entre sí: laregulación del acceso, la circulación, laestancia, condiciones laborales, así como 'la previsión de las diferentes irregularida"des en la residencia y el trabajo, entreotros muchos asuntos. En este listado nadaexhaustivo falta un instrumento central detoda política migratoria, a saber: la regula"ción de la adquisición de la ciudadanía.Este punto es crucial pues marca el hori"zonte de expectativas que se le ofrece al
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inmigrante dentro de una política de integración. Afrontar el reto de la emigracióny, a la postre, el de la diversidad culturalresultante implica enfocar la pertenencia yla lealtad política -vinculadas ambas conla noción de ciudadanía- de un mododiferente al habitual en los Estados nacionales.
La ciudadanía no es un principio universalista, sino un principio constitutivopropio de cada comunidad política. Determina quién constituye la comunidad política en cuestión, quién pertenece a la misma y quién no. y en la misma medida enque es un principio constitutivo resulta sertambién «un principio de inclusión quegenera exclusiones colaterales» (Colom,2002, p. 36). Siendo esto así, lo cierto esque no todas las concepciones de la ciudadanía poseen los mismos efectos prácticosen este particular. Difieren entre sí en virtud del mayor o menor peso otorgado a losatributos identitarios, a los rasgos adscriptivos requeridos para su concesión. Cuantomayor y más exigente sea el componenteidentitario de la ciudadanía menor será sucapacidad de inclusión. Rasgos densamente definidos son instrumentos potencialesde discriminación y dificultan por ende laintegración social. Dentro de este ejeinclusión-exclusión, ¿en dónde se situaríala noción de ciudadanía preconizada por elnuevo republicanismo? Aunque la ciudadanía republicana resulta exigente en sucomponente político (se articula en tomo avalores civiles y a una lealtad al ordenjurídico-institucional), está exenta en principio de atributos étnicos y culturales, detal modo que posee un poderoso potencialinclusivo.
Ante el pluralismo cultural e identitario cada vez más patente en las sociedadescontemporáneas, y sin negar las indudables dificultades que siempre se presentanen la práctica política diaria, la ciudadaníarepublicana tiene en principio la enormevirtud de convocar al entendimiento entrepueblos e identidades, entre lenguas y cul-
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turas. En particular, el tipo de identidadcolectiva característico de la tradiciónrepublicana, dado que no reposa sobrecomponentes étnico-culturales privativoscomo pudieran ser los lazos de sangre,lengua o religión, estaría bien posicionadoa la hora de proporcionar las bases queaseguren el mínimo de lealtad políticanecesaria para mantener la integración delas sociedades plurales. Asegurar la lealtady la cohesión en tales circunstancias representa un reto sobrevenido difícil de eludir:
«La considerable diversidad cultural de lasociedad moderna plantea problemas nuncaantes enfrentados por la filosofía política tradicional. Algunos autores anteriores supusieroncomunidades culturales homogéneas, donde losprincipios generales que desarrollaban podíanser aplicados a todos sus ciudadanos. [oo.) Porejemplo, suponían que cualquier tipo de obligación política que propusieran [oo.] podía aplicarSe de la misma manera a todos los ciudadanos ycomo más o menos autoridad moral. Hoy ya nopodemos sostener la misma suposición»(Parekh, 1996, pp. 20-21).
Las fuentes normativas y emotivas dela obediencia y la lealtad política se vencon frecuencia alteradas por la proliferación de la diversidad. Si la lealtad políticaes una variable derivada en gran parte delas formas de pertenencia al orden sociopolítico, la emergencia y progresiva acentuación de formas plurales de pertenencia-compartidas e incluso divididas dentrode una misma comunidad política- debilita sin duda dicha lealtad. La respuestamás adecuada al advenimiento de esteposible déficit no puede consistir, sinembargo, en potenciar una forma determinada de identidad colectiva cargada deelementos etnoculturales, aunque sean lospropios del tronco mayoritario de la sociedad. El republicanismo tiene de partida laventaja de que posibilita un marco deacción e identificación no exclusivo nicerrado. Eso no significa, sin embargo,que represente una solución definitiva alproblema \0.
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Que se señale que el republicanismorepresenta un marco de referencia aceptable, no deja ser un planteamiento controvertido. Hasta hace poco se le considerabacomo una respetable tradición política,digna de estudio, pero anquilosada y obsoleta. De ahí que más de un lector puedarevolverse incómodo al ver que se apela alrepublicanismo para dotar a la vida política de un mínimo armazón intelectual y deun cierto cimiento normativo, así comopara solventar algunos de los escollos conlos que se tropieza en las complejas y plu"ralistas sociedades modernas a la hora deencontrar un marco identitario aceptablepara todos sus miembros. ¿Qué elementosde la tradición republicana podrían valerpara dar respuesta a este difícil reto? Elénfasis en lo público, el aprecio de la participación, la valoración de la deliberacióny, particularmente, su noción de la ciudadanía constituyen un poderoso capitalpolítico aportado por dicha tradición quecabría recuperar para dicho fin.
El individuo es visto por el republica"nismo, como ya se ha señalado, fundamentalmente desde el prisma de la ciudadanía: «alguien que se defina por suvinculación a la ciudad y entiende que lagarantía de su libertad estriba en el compromiso con las instituciones políticas y elcumplimiento de sus deberes para con lacomunidad» (Peña, 2004, p. 123). La ciudadanía es el ámbito por excelencia de laautorrealización del individuo: la participación política y la vita activa en la respublica. La tradición republicana promueve una noción robusta de ciudadanía ypropugna una adhesión a la ley y al conjunto de instituciones públicas que hacenposible el ejercicio de la libertad civil. Noen vano, una destacada convicción republicana es que «el no ejercicio de las libertades positivas lleva a una fragilización delas libertades negativas» (Sadivan, 2003,p. 157). Mediante la generalización delstatus de ciudadano se busca configuraren definitiva una identidad colectiva basa-
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da en la participación activa y responsablede los individuos en los asuntos públicos.
El enfoque republicano pretende configurar la esfera pública poniendo el énfasisespecialmente en aquello que puede sercompartido por todos, en aquello queresulta común, dejando de lado las diferencias que separan para concentrarse enlas similitudes y coincidencias que unen alos integrantes de cada sociedad. En esoselementos es en donde se halla el fundamento común de la legitimidad de la politeia, los principios de la justicia política.En consecuencia, el republicanismo respondería a los problemas políticos generados por el pluralismo cultural no atendiendo a una concepción culturalista (quederiva la individualidad de la pertenenciaa una cultura particular), sino primando lasolución política. El punto crucial consisteal final en que «la identificación del ciudadano con la empresa común sea obtenidapor medios políticos» (Del Águila, 2004,p. 55). Ya el republicanismo clásico, deCicerón a Maquiavelo, buscaba y priorizaba la identificación de los ciudadanos conlas leyes que hacían posible la libertad.Más modernamente, Habermas, por ejemplo, postula la identificación de los ciudadanos con el valor intrínseco del pluralismo de formas de vida en el marco de larepública común que las hace posibles.Frente a nociones etnicistas y sustancialistas de la identidad política, esta varianterepublicana -que bebe de las fuentes deRousseau y Kant- posee virtudes inclu"yentes: «La autodeterminación democrática no tiene el sentido colectivista y altiempo excluyente de la afirmación de laindependencia nacional y la realización dela identidad nacional. Más bien tiene elsentido inclusivo de una autolegislaciónque incorpora por igual a todos los ciudadanos» (Habermas, 1999, p. 118).
Si eso es así, entonces desde el republicanismo se podría ensayar una respuesta política adecuada al reto de integrar ladiversidad cultural: «Desde luego, el
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patriotismo republicano tiene una dimensión cultural, pero es primariamente unapasión política basada en la experienciade la ciudadanía, no en elementos prepolíticos comunes derivados del haber nacidoen el mismo territorio, pertenecer a lamisma raza, hablar la misma lengua, adorar a los mismos dioses o tener las mismas costumbres» (Viroli, 2001, p. 7). Así,de acuerdo con una concepción republicana de la ciudadanía, su titularidad no sevincularía .a una determinada relación depertenencia, sea ésta un linaje o una etnia,ni al dominio de una lengua, ni a un lugarde nacimiento, sino que se asocia fundamentalmente a la condición de residenteen el territorio de una comunidad políticay, sobre todo, al hecho de compartir unavida en común (cfr. Peña, 2003, pp. 2526). En concordancia con ello, se rechazaría el denominado ius sanguinis comoprincipio preferente de asignación de laciudadanía y, por el contrario, habría queadoptar un ius solí, aunque cualificado: alrequisito habitual de la residencia acreditada habría que añadirle la implicaciónactiva en la vida de la sociedad (o almenos, la certificación de las condicionesy capacidades que habiliten para ello). Lareferencia no sería entonces la pertenencia a una nación (entendida en su sentidoprepolítico de comunidad de historia, lengua y tradiciones culturales), sino, comoya se ha indicado, la integración en unapoliteia o, en términos modernos, el Estado:
«La nación representa el "medio" en que elhombre nace, una sociedad cerrada a la que sepertenece por derecho de nacimiento. El Estado[... ] es una sociedad abierta, que rige sobre unterritorio en que su poder protege la ley y lahace. Como institución legal, el Estado sóloconoce ciudadanos, no importa de qué nacionalidad; su orden legal está abierto a todo el quedé en vivir en su territorio» (Arendt, 2005,p.257).
La tradición política del republicanismo siempre ha preconizado este tipo de
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identidad colectiva abierta basada en laparticipación y en la responsabilidad detodos los individuos. No es la pertenenciaa una etnia o la adscripción a un credoreligioso o ideológico lo que reúne oidentifica al miembro de la comunidadpolítica. El ideal de la autodeterminaciónde los ciudadanos es, sin duda, la intui"ción central del republicanismo, un idealque cabe describir así: «El corazón delautogobierno democrático es el ideal de laautonomía pública, a saber, el principiode que quienes están sujetos a la ley también deberían ser sus autores» (Benhabib,2005, p. 154).
La utilización de la ciudadanía comomecanismo de cohesión social constituye,sin embargo, una cuestión abierta a debate. La tesis de que conceder la ciudadaníaequivale a integrar no siempre está convalidada por la práctica social, por más quesea recomendable normativamente. Escierto que la implementación de políticasde inclusión cívica dirigidas a extender elestatuto de ciudadanía a los inmigrantes yaestablecidos tiene una indudable ventajaen aras de su integración social y política:impide la consolidación de una categoría,perpetuada de padres a hijos, de residentesno ciudadanos, de metecos. No es, contodo, un instrumento milagroso, pues elmero hecho de conceder el status de ciudadanía a los inmigrantes tras un períodorazonable de asentamiento no equivaleautomáticamente a integrarlos (en ello tendría razón Sartori, 2001), pero, por el contrario, también es cierto que mantenerlosapartados de la participación política yexcluidos de la función pública, por mencionar tan sólo dos aspectos onerosos quehabitualmente la privación de la ciudadanía comporta, no ayuda nada en este sentido. No puede negarse, en todo caso, queatribuir un estatuto definido de derechos yobligaciones evita formas flagrantes demarginación (laboral, civil, tributaria,etc.). La concesión de la ciudadanía constituye una condición necesaria para la inte-
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gración social plena, aunque, desde luego,no es condición suficiente.
Si los derechos de sufragio son centrales en la concepción democrática de laciudadanía, resulta relevante observar dequé modo se les reconoce y se les extiendetales derechos a dos colectivos bien diferenciados de individuos: los ciudadanos noresidentes (o residentes en el extranjero) ylos residentes no ciudadanos (extranjerosresidentes). Las diversas formas de reaccionar ante estas situaciones retratan conbastante exactitud modelos de comunidadpolítica bien diferenciados (cfr. Baubock,2005, pp. 765-766). Pero si importantesson los derechos de participación política,tanto o más son los derechos civiles, económicos y sociales, al menos en la apreciación de los inmigrantes. En los Estadosdemocráticos liberales, los derechos civiles y sociales -apuntados por Marshallcomo soporte de las primeras fases de laevolución de la ciudadanía en la edad contemporánea- hace tiempo que se han desconectado del status formal de ciudadanía.El disfrute de las libertades civiles básicasse entiende cada vez más como un derecho humano universal. La educaciónpública, la asistencia sanitaria y las prestaciones de la seguridad social se consideranbeneficios derivados bien de la condiciónde residente o bien del status de trabajadory contribuyente. El término denizenship-acuñado por Tomas Hammar (l990)describe ese nuevo y difuso status legal delos extranjeros residentes de larga duración por el que en la práctica disfrutan dela mayoría de los derechos de ciudadanía.Sin llegar a ser titulares de la condición deciudadanía, tales individuos ocupan unlugar intermedio entre extranjeros y ciudadanos, una posición que en muchos aspectos resulta mucho más próxima a la deestos últimos. De este modo se invertiríael esquema secuencial de Marshall: la ciudadanía social de los inmigrantes antecedey se detiene en el umbral de la ciudadaníapolítica. Es cierto que, contemplado desde
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la óptica exigente del republicanismo, quepersigue la equiparación legal de todos losindividuos, tal status no deja de constituiruna zona gris de transición. Pero, por otro,desde una perspectiva más indulgente yquizás más realista, constituye una res~
puesta razonable para conceder algún tipode acomodo a los nuevos vecinos procedentes de los flujos migratorios.
En este artículo se ha mantenido que laconcepción republicana está en principiobien dotada para dar cabida a la diversidadcultural. Ello, sin embargo, no significaque una política republicana haya de plegarse acríticamente a todas las demandasrealizadas en su nombre. La primacía delmomento democrático es incuestionabletambién en este punto. Las reclamacionesy exigencias de las minorías culturales-tanto de las minorías etnonacionalesasentadas en determinadas regiones delterritorio estatal o de los grupos de inmigrantes dispersos por ese mismo territorio- no son el punto de llegada de la política democrática, sino un punto departida. Las reivindicaciones en nombrede las peculiaridades culturales o de lasidentidades no están por encima delescrutinio democrático.
En una sociedad multicultural, unaidentificación estable y amplia de los individuos con el Estado sólo resulta factible ala larga si, en contra de lo que afirma elliberalismo clásico, además de garantizarlos derechos y libertades individuales, lasinstituciones públicas se muestran comprometidas en la defensa de la pluralidad deculturas en las que los ciudadanos se inscriben. Desde una perspectiva republicana,lo que se pretende es «el establecimiento yla aplicación estricta de derechos universales de ciudadanía e igualdad de oportuni~
dades, lo cual, después de todo, incluye laoportunidad de perseguir una gran varie~
dad de valores, estilos e identidades»(Offe, 2004, 2006). Las cuestiones relativas a la conducción de la propia vida noconstituyen en sí mismas objeto de regula-
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ción política, pero sí que lo son las condiciones fonnales y materiales que las posibilitan. Lejos de negar la diversidad cultural -de ignorar las diferentes identidadescoexistentes- lo que se trata es de hacerlas posibles. En este sentido, no puederesultar indiferente cuál sea el modeloconstitucional que haga suyo una políticainspirada en valores republicanos. Si buscarealmente dar cabida a la diversidad cultural,el republicanismo ha de amparar unacomprensión de la constitución como unproyecto abierto, que propicie una convivencia dúctil, respetuosa de la pluralidad,esto es, como una propuesta de solucionesy coexistencias posibles JI. En las sociedades pluralistas actuales, es decir, en lassociedades marcadas por la presencia deuna diversidad de grupos sociales con culturas, identidades proyectos diferentes,pero sin que ninguno tenga fuerza suficien~
te para hacerse exclusivo o dominante, «ala constitución se le asigna no la tarea deestablecer directamente un proyecto prede~
terminado de vida en común, sino la derealizar las condiciones de posibilidad dela misma» (Zagrebelsky, 1995, p. 13).
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NOTAS
I La reflexión sobre la diversidad no es ningunanovedad en la filosofía política. Quizás abora se lepreste una mayor atención. se hayan incluido nuevasconsideraciones y sean observables ciertos cambiosen su conceptualización. De hecho, a lo largo de lahistoria de la filosofía política esta noción ha idoadquiriendo distintas acepciones (cfr. Wolin, 1996,pp. 155-156, 158). En la reflexión ilustrada sobre latolerancia (véase, p.ej., Locke o Voltaire) la atenciónse dirigía hacia la diversidad de adscripciones más omenos voluntarias a las que el individuo no está adbe"rido biológicamente: sería el caso del pluralismo decreencias (religiones, cosmovisiones e ideologías).Por el contrario, en la reflexión contemporánea sobreel multiculturalismo el punto de partida es, con frecuencia, el reconocimiento de la multiplicidad de adscripciones a rasgos adheridos involuntariamente a susportadores: color de la piel, género, preferenciasexual, etc. No obstante, la pluralidad religiosa y,sobre todo, la lingüística (de la que difícilmente puededecirse que sea biológica, pero tampoco que seavoluntaria) también son objeto preferente de estudio.Las consecuencias políticas de esta distinción seríanimportantes: en el primer caso, las diversidades seríanmateria negociable; en el segundo, serían irreductiblesy requerirían concesiones o claudicaciones. No esextraño, sin embargo, que por conveniencia un tipo dediferencia sea reconceptualizado como si formara parte de la otra categoría.
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2 El hecho de que constituya un término estrella enel debate político actual no implica, por supuesto, nique su significado sea inequívoco ni que su aceptación sea generalizada. Así, tanto para la nueva dere"cha como para el neoliberalismo <<la idea de ciudadanía es uno de tantos dislates progresistas que sólosirven para calentar los cascos de la gente respecto alespacio social que ocupa, y para que los súbditos acaben por creer que no son sólo eso, súbditos obligadosa dejarse gobernar, sino también personas dotadas dederechos» (Robert Moure, prefacio a T. H. Marshall,1998,9).
3 El texto de referencia no es otro que el de T. H.Marshall «Ciudadanía y clase socia!», publicado en1950 (Marshall y Bottomore, 1998). He aquí su yaclásica definición: «La ciudadanía es aquel estatusque se concede a los miembros de pleno derecho deuna comunidad. Todo el que lo posee disfruta deigualdad tanto en los derechos como en las obligaciones que impone la propia concesión» (Marshall, 1998,37). La ciudadanía equivale, pues, al status legal querecopila los derechos que el individuo puede hacervaler frente al Estado. En la concepción de Marshall,los derechos sociales serían aquellos que posibilitanque los sujetos más desfavorecidos se integren en lacorriente principal de la sociedad y ejerzan plenamente sus derechos civiles y políticos. Esta idea contribuyó enormemente a la reconciliación del pensamientosocialdemócrata con la noción liberal de los derechos.
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4 No sólo desde presupuestos comunitaristas secuestiona la aspiración de universalidad del primerRawls. Así,p. ej., Rorty propone describir la nociónde «justicia» como el nombre que recibe la <<lealtadampliada» más allá de nuestros grupos primarios deparentesco y pertenencia (Rorty, 1998). Se enfrentaríaasí a quienes desde posiciones kantianas conciben lajusticia (o, si se prefiere, el «actuar justamente»)como una «obligación moral universal».
5 Siguiendo al mayor paladín del liberalismo contemporáneo, John Rawls (1996, pp. 239-241), cabedistinguir dos versiones del republicanismo: el republicanismo clásico y el humanismo cívico. El primerose caracteriza por la reivindicación de la participaciónactiva de los ciudadanos en la vida pública comomedio para preservar sus derechos y libertades; elsegundo, concibe la participación política como elcomponente crucial de la concepción de la vida buenay, a la postre, como una forma de vida con la que iríaadosada una determinada doctrina comprehensiva.Rawls considera que mientras que no existe incompatibilidad alguna entre liberalismo y republicanismoclásico, liberalismo y humanismo cívico se contraponen abiertamente.
6 La idea de que el núcleo de la ciudadanía vienedado, sobre todo, por los derechos de participaciónpolítica se remonta al menos hasta Aristóteles: «Elciudadano no lo es por habitar en un lugar determinado [oo.], ni tampoco los que participan en ciertos derechos como para ser sometidos a proceso judicial oentablarlo ['00]' Un ciudadano en sentido estricto sedefine por ningún otro rasgo mejor que por participaren las funciones judiciales y en el gobierno>} (Aristóteles, Política, Lib. III, 1275a).
7 El pensamiento republicano puede representareneste sentido una <<tercera vía>} entre el liberalismo y elcomunitarismo, «en la medida en que parece sercapaz de conjugar la vinculación comunitaria quereclaman unos y los derechos civiles de los ciudadanos que reclaman los otros» (Peña, 2004, p. 121).
B Con cierto fundamento histórico suele presentarse la propuesta republicana como una perspectiva normativa particularista y excluyente, como un planteamiento político que implica un espacio públicoclausurado y homogéneo, notas que así presentadassuponen el establecimiento de condiciones poco favorables para dar cabida a la diversidad cultural. Desdeestos planteamientos sería igualmente difícil asumir eluniversalismo moral contemporáneo expresado en losderechos humanos. En la variopinta y poco coherentetradición republicana hay autores ciertamente que responden a este negativo cliché. Entre ellos se encontra"rían algunos pronunciamientos de Rousseau, que ado-
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lecende un espíritu exclusivista, cuando no xenófobo.Esta negativa caracterización del patriotismo republicano sigue siendo moneda corriente. Así, por ejemplo, Béjar (1999, p. 39) sostiene que constituye «unapasión excluyente y absorbente. Deja fuera a losextranjeros porque no contribuyen a crear leyes ni amantener las costumbres de la libertad: aquellos quese quedan al margen del proyecto comunitario devienen extraños, cuando no enemigos. La identificaciónentre pertenencia y autonomía produce un cierre particularista incuestionable que el actual aggiornamentodel republicanismo pretende disimular>}.
9 El ideal de la deliberación no es el único tópicode la tradición republicana recuperable en tiempos demarcada complejidad y diversidad cultural. Tambiénserían rescatable por ejemplo, la defensa del Estadolaico o la promoción de la escuela pública. La vindicación de una visión laica de la esfera pública formaparte de los motivos básicos de la tradición republicana y este ingrediente laico posee enormes virtualidades para la integración igualitaria de las diversas formas de vida y visiones del mundo dentro de la vidapública. Ninguna de estas diferentes perspectivas puede demandar primacía y ninguna puede ser discriminada si no atenta contra los principios que permiten elpluralismo. Este planteamiento también ha de plasmarse en el sistema educativo (cfr. Gutmann, 2001).Dado que la escuela es el espacio privilegiado para lacohesión social y la formación democrática de la ciudadanía, cualquier forma de discriminación debepararse a la puerta de la escuela. En este sentido, actitudes como el proselitismo, la provocación y la propaganda religiosa en el ámbito escolar chocan no sólocon el laicismo, sino con la concepción republicanade lo público.
!O Desde la filosofía política, en estas cuestiones seha de ser muy consciente de las propias limitaciones:el problema práctico de la obediencia y la lealtad política en un Estado culturahnente plural carece de solución filosófica. A lo sumo, cabe apuntar marcos normativos para su posible articulación, argumentos eideas regulativas sobre las posibles referencias para lalealtad política, pero la integridad de las estructurassociales y estatales obedece a una compleja constelación de factores que no está en manos de nadie manipular arbitrariamente, como si se tratara de una obrade ingeniería política.
11 Habermas ~siguiendo aquí a Peter Haberletambién entiende la constitución de manera dinámica,esto es, como un proyecto siempre inconcluso ycarente, en consecuencia, de cualquier sesgo esencialista (cfr. Habermas, 1998, pp. 465-466).
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