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Publicado en: Estudio Integral de la Frontera México-Belice, Tomo I (Análisis socioeconómico), págs. 131-198, Centro de Investigaciones de Quintana Roo (CIQRO), Chetumal, México, 1993. LAS ACTIVIDADES FORESTALES Y SU DESARROLLO HISTÓRICO Hugo Alfredo Galletti La historia forestal del sur de Quintana Roo resulta un elemento clave para entender la historia y la geografía humana de la región, ya que ésta fue durante décadas la actividad económica central. Además, la actividad forestal es comparativamente muy extensiva, y la relación entre tierras agropecuarias y forestales ha sido tradicionalmente un factor central en la evolución del paisaje, por lo cual la misma está estrechamente ligada con las formas de organización espacial, y por ende con las formas de asentamiento humano y los modos de vida correspondientes. En este sentido, la historia de la actividad forestal puede constituír el hilo explicativo para una tipificación histórica de las formas de ocupación del espacio. El sur de Quintana Roo representa un caso paradigmático de evolución de la forestería tropical, en el cual los aspectos forestales no se limitaron a las primeras fases de ocupación espacial, sino que mantienen importancia hasta la actualidad. El poblamiento a lo largo de la ribera del río Hondo, y el drástico cambio en el modo de vida cuando se construyen las carreteras y la vía de acceso deja de ser fluvial, guarda estrecha similitud con otros casos de ocupación de selvas vírgenes tropicales en América Latina: la Selva Lacandona de Chiapas, las zonas caucheras de la Amazonia del Brasil y el Perú, la región del Alto Paraná en la Argentina. En todas ellas, la primera actividad es básicamente extractiva y la población dedicada a la misma es de carácter seminómade. Los grupos humanos ocupan la selva en forma estacional a partir de un punto central ubicado fuera de las áreas forestales (respectivamente Chetumal, Tenosique, Manaos, Iquitos y Posadas), desde donde extendían sus actividades utilizando una vía de comunicación fluvial. Los tipos humanos correspondientes también guardan analogía: los chicleros, los seringueiros, los mensú. En las márgenes de los ríos se va estableciendo lentamente un segundo grupo social: pequeños agricultores, con un patrón de

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Publicado en: Estudio Integral de la Frontera México-Belice, Tomo I (Análisis socioeconómico), págs. 131-198, Centro de Investigaciones de Quintana Roo (CIQRO), Chetumal, México, 1993.

LAS ACTIVIDADES FORESTALES Y SU

DESARROLLO HISTÓRICO

Hugo Alfredo Galletti

La historia forestal del sur de Quintana Roo resulta un elemento clave para entender la historia y la geografía humana de la región, ya que ésta fue durante décadas la actividad económica central.

Además, la actividad forestal es comparativamente muy extensiva, y la relación entre tierras agropecuarias y forestales ha sido tradicionalmente un factor central en la evolución del paisaje, por lo cual la misma está estrechamente ligada con las formas de organización espacial, y por ende con las formas de asentamiento humano y los modos de vida correspondientes. En este sentido, la historia de la actividad forestal puede constituír el hilo explicativo para una tipificación histórica de las formas de ocupación del espacio.

El sur de Quintana Roo representa un caso paradigmático de evolución

de la forestería tropical, en el cual los aspectos forestales no se limitaron a las primeras fases de ocupación espacial, sino que mantienen importancia hasta la actualidad. El poblamiento a lo largo de la ribera del río Hondo, y el drástico cambio en el modo de vida cuando se construyen las carreteras y la vía de acceso deja de ser fluvial, guarda estrecha similitud con otros casos de ocupación de selvas vírgenes tropicales en América Latina: la Selva Lacandona de Chiapas, las zonas caucheras de la Amazonia del Brasil y el Perú, la región del Alto Paraná en la Argentina.

En todas ellas, la primera actividad es básicamente extractiva y la

población dedicada a la misma es de carácter seminómade. Los grupos humanos ocupan la selva en forma estacional a partir de un punto central ubicado fuera de las áreas forestales (respectivamente Chetumal, Tenosique, Manaos, Iquitos y Posadas), desde donde extendían sus actividades utilizando una vía de comunicación fluvial. Los tipos humanos correspondientes también guardan analogía: los chicleros, los seringueiros, los mensú. En las márgenes de los ríos se va estableciendo lentamente un segundo grupo social: pequeños agricultores, con un patrón de

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asentamiento lineal y disperso, cuyas actividades no guardan relación con el grupo anterior. Ello estableció a su vez un patrón de relación rural-urbana que en algunos aspectos continúa hasta la actualidad.

Sin embargo, en el sur de Quintana Roo hay dos elementos que

marcarán una diferencia fundamental. Por una parte, el carácter ejidal de la ocupación espacial en la región. Ello significa un patrón de asentamiento con un punto central (el núcleo urbano) alrededor del cual hay tierras de uso común. La dotación comunal evita la dispersión de las unidades de tenencia forestal (grandes bosques comunales vs. pequeños bosques parcelarios, económicamente poco viables) y la disgregación de las decisiones para la planificación del uso del suelo. Obviamente es más fácil para el estado tener como interlocutor unos pocos grupos de interés que enfrentarse con una multitud de intereses particulares.

Esto sienta la base espacial para el segundo elemento: la colonización

con criterios forestales. Ésta representó un avance único para su época. Recién en la actualidad, más de medio siglo después de la colonización chiclera en Quintana Roo, Brasil está empezando a desarrollar el concepto de reservas extractivas, y luego de innumerables conflictos sociales ha comenzado a reconocer los derechos de los recolectores de caucho.

El análisis de un caso paradigmático de la historia forestal reviste otra

importancia: el aspecto forestal (y por extensión el problema de la utilización de las tierras comunales) ha pasado relativamente desapercibido para sociólogos y antropólogos. Resulta sintomático que en un clásico de la antropología mesoamericana(1) el problema de la tierra comunal, de la extensión forestal del núcleo de población, de la silvicultura, no es siquiera considerado. Sin embargo, la relación entre la posesión de tierras comunales y los derechos a su usufructo resulta central en la historia forestal (p.ej., la Markgenossenschaft germánica y los commons anglosajones), y en la actualidad este tipo de bosques representa la forma central de tenencia en varias regiones europeas.

Por último, la historia forestal del sur de Quintana Roo es una

herramienta central de análisis para entender varios elementos específicos del desarrollo social y económico de la región: una lucha por un mayor control espacial, enmarcada dentro de una lucha por un mayor control social local, en la cual los actores son los intereses de empresas extranjeras, contratistas nacionales, la población local y la burocracia como elemento mediatizador, de control y de consolidación ideológica.

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Los orígenes de los aprovechamientos forestales y las grandes concesiones extranjeras Los acontecimientos que signaron la historia forestal del sur de Quintana Roo tuvieron comienzo hace mucho tiempo y en un lugar lejano. Desde fines de 1600, Gran Bretaña había acariciado el sueño del monopolio mundial de la producción de palo de tinte. Para ello comenzó la explotación de facto de los "establecimientos de la Bahía de Honduras", el origen de la actual Belize. En 1763 España reconoció a Gran Bretaña derechos para esta explotación en dicha región.

Durante el siglo XVIII se impuso la moda de la caoba en Europa. En 1770 se produjo un "boom" en la demanda de esta especie por parte de la industria de muebles de lujo inglesa. Ello dio un nuevo sentido estratégico al acuerdo logrado con España. La caoba, que en 1765 constituía solamente una cuarta parte del valor de las exportaciones de Belize, en 1770 se había convertido ya en el rubro más importante. En 1783, la caoba consumida sólo en Gran Bretaña superaba diez veces la cantidad de palo de tinte consumida en toda Europa. En 1786, la Convención de Londres permitió oficialmente el corte de caoba(2). Ésta fue la luz verde para que Belize se transformara en un emporio maderero de la metrópoli.

La ampliación del mercado significó una reorganización espacial de la

región. El corte del palo de tinte había tenido lugar en las zonas bajas y pantanosas cercanas a la desembocadura de los ríos. El "boom" de la caoba fue permitido por la densidad de esta madera, que flota y puede, en consecuencia, ser transportada por agua. Ello condicionó el patrón de extracción.

Para el corte de caoba los madereros ingleses remontaron los ríos, lo

cual llevó a la ocupación de áreas anteriormente vírgenes. El frente del corte de caoba subió por el río Belize, luego el New River, y por último el río Hondo, hasta ocupar toda la zona centro y noroeste de la actual Belize. Estos tres ríos marcaron, aproximadamente, el límite de la gran reserva maderera de la región. Esta situación perduró hasta bien entrado el siglo XX (3). La reorganización espacial estuvo acompañada de una triste reorganización social: se trajo población negra de otras partes del Caribe, ya que la base de estos aprovechamientos forestales fue la esclavitud.

Un segundo "boom", que tuvo lugar entre 1830 y 1840, fue la moda de

fabricación de carros de ferrocarril de caoba. Ello llevó a los colonos británicos a buscar ampliar su base de abastecimiento. En 1839, Walker y Caddy hacen una expedición hasta Palenque, subiendo el río Belize, con miras a ampliar el frente de corta hacia el Petén. Es de observar que el río

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Hondo adquirió, ya entonces, un carácter estratégico como vía de saca, y llevó a una ocupación de facto de la región.

En 1847 estalla la Guerra de Castas en Yucatán, la cual marcó durante

medio siglo no sólo los enfrentamientos, sino también las alianzas regionales. La ocupación de la región por tropas federales llevó, luego de años de guerra, a la institución del territorio de Quintana Roo. Gran Bretaña apoyaba con armas a los rebeldes de Chan Santa Cruz, como elemento de negociación con México para ampliar su frontera colonial. No es casual que en 1862, cuatro años después de la caída de Bacalar en manos de los mayas rebeldes y de la emigración en masa de la población yucateca hacia Belize, ésta fuera declarada Colonia.

Por su parte los grupos mayas de Chichanhá e Icaiché (los "pacíficos

del sur"), que vivían del otro lado del río Hondo, estaban enfrentados con los de Chan Santa Cruz, pero tampoco reconocían derechos británicos sobre el norte de Belize. Esto llevó a diversos enfrentamientos, en los cuales los mayas invadieron varias centrales madereras y demandaron una renta por cortar en su territorio. Ello condujo a una intervención del ejército británico, que en 1867 llevó a cabo una política de tierra arrasada en varios poblados mayas situados del lado beliceño. En 1882, el gobernador Harley firmó un tratado con el general Santiago Pech, de Icaiché, fijando los límites de la colonia en el río Hondo.

Esto prácticamente significaba el fin del coqueteo con Chan Santa Cruz.

La situación había tomado un cariz que no convenía ni a México ni a Gran Bretaña. En 1886 el imperio británico comenzó negociaciones con México, que llevaron a la firma en 1893 del tratado de límites Mariscal-Spencer, ratificado en 1897. Gran Bretaña obtuvo la franja entre el río Hondo y la bahía de Chetumal, ubicada al norte del paralelo limítrofe México-Guatemala. Conseguía así una importante zona maderera, una vía de saca, y el beneficio de la inmigración yucateca que se había instalado en el norte de Belize huyendo de la Guerra de Castas.

La firma del tratado de límites significó una relación de nuevo tipo en la

economía maderera de la región. Coincidían para ello dos políticas: la del porfiriato y la de la Gran Bretaña victoriana.

Durante el porfiriato, la acción del Estado tiene como fin principal la

recaudación a través de tasas e impuestos. Es decir, para el Estado la actividad forestal tiene importancia básicamente como fuente de ingresos fiscales (hay que tener en cuenta que durante la segunda mitad del siglo XIX el segundo rubro de exportación, después de la plata y metales preciosos, era justamente el de maderas preciosas y tintóreas)(4).

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Un segundo aspecto era el geopolítico. Para el Estado, la actividad

forestal tenía importancia como forma de control del territorio. México era en ese entonces un país muy grande y muy poco poblado, y específicamente casi deshabitado en zonas de importancia geopolítica (límites con Guatemala y la entonces colonia de Honduras Británica, istmo de Tehuantepec). De ahí la ligazón estrecha existente entre el desarrollo de la actividad forestal y la acción de las compañías deslindadoras.

Otro aspecto era el tipo especial de relación política al que estaba ligada

la actividad forestal. No cualquiera podía dedicarse a ella, sino que la actividad estaba ligada al otorgamiento de concesiones. Para ello, se debía contar con contactos políticos en las más altas esferas de poder. Es decir, pertenecer a la élite de poder del porfiriato. La actividad forestal, por lo tanto, tenía las características de un servicio que el particular hacía al poder político constituído (el deslinde y control del territorio), por el cual recibía una prebenda (la propiedad de parte de la tierra y el derecho a la explotación maderera).

El tipo de relación que surgía era desde el punto de vista político muy

centralizado, pero desde el punto de vista de la actividad forestal en sí totalmente liberal, quedando todas las decisiones a cargo del empresario maderero, sin ninguna ingerencia (ni técnica ni administrativa) por parte del Estado, que se limitaba a cobrar las tasas e impuestos después que la madera salía del monte, y aún de la región (p. ej. en puertos de embarque).

La actividad forestal de esa época era de tipo exclusivamente extractivo,

destinada a la exportación (y en consecuencia muy selectiva), debiendo solucionar como problemas técnicos centrales la saca y el transporte (debido a la falta de infraestructura). Se trataba en general de empresas extranjeras, con personal jerárquico de monte muy experimentado y con amplísimas atribuciones de autoridad. La participación de la población local se reducía a la de peones contratados fuera de la región por toda la temporada maderera.

En lo que hace a la política británica, desde mediados del siglo XIX se

había promovido en Belize una política de concentración del capital, que llevó al reemplazo del empresario independiente (blanco y esclavista, pero asentado en la región) por grandes consorcios con sede en la metrópoli. Desde 1850 había tenido lugar una depresión en el mercado de caoba, lo que significaba que el elemento de escala en las operaciones, ligado al control espacial, cobraba una gran importancia. De 1858 a 1862 tuvo lugar un cambio que culminó en la Honduras Land Titles Act, que permitió la venta de tierras no tituladas. Tal era el caso de casi todos los madereros

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locales, al borde de la bancarrota. En 1859 se creó en Londres la que más tarde se llamaría la Belize Estate & Produce Co., que en pocos años acaparó la mitad de las tierras privadas de la colonia(5).

Después del tratado de límites, "...el primer acto de poderío que se

ejerció por el Gobierno Federal en esta región, perteneciente entonces al Estado de Yucatán, pero substraída en su totalidad a la acción gubernamental, fue el establecer una Oficina Aduanera en un pontón amarrado en la Bahía de Chetumal, frente al lugar en donde hoy se encuentra la Ciudad de Payo Obispo, limitándose a cobrar algunos derechos de exportación sobre el chicle y las maderas que las empresas que disfrutaban de concesiones del Gobierno Federal y del permiso de los indios, llevaban a Belize, como hasta hoy, por medio de balsas"(6).

En 1902 se creó el Territorio Federal de Quintana Roo. Tal ambiente fue

el marco económico y legal para el otorgamiento de grandes territorios de propiedad de la Nación, en un principio en la forma de contratos de arrendamiento por un período determinado (cinco a diez años), y luego en la forma de concesiones. La zona sur de Quintana Roo fue repartida entre cuatro concesiones: J.E. Plummer (en actividad desde 1895), Mengel & Co., Stanford Manufacturing Co. (en actividad desde 1898), y el Banco de Londres y México(7).

El resultado fue el desarrollo de una típica economía de enclave,

subsidiaria de Belize, que como vimos a su vez era un enclave forestal británico. El puerto de Belize era el "embudo" que canalizaba la producción (incluída la del lado mexicano) hacia la metrópoli o hacia Nueva Orleáns (en ese entonces el gran puerto para el acceso al mercado americano).

Característica de las actividades de esta época fue la maquinización

precoz de las actividades de extracción. Ésta dependió de las características de formación del enclave (alta concentración de capital, poca población, carácter extensivo del aprovechamiento y consecuentemente necesidad de control de grandes espacios). Ello imprimió su huella en el "modelo" de extracción que se heredó durante décadas (maquinaria pesada). Hubo poca utilización del transporte animal, poco "avance tecnológico paso a paso".

El grado de concentración de las actividades madereras fue de un

carácter impresionante para la época, y reflejan una gran dominio espacial en los aspectos de extracción. Si bien el río Hondo constituía (y constituyó durante décadas) la principal vía de saca, la seguridad fundiaria, la gran concentración y disponibilidad de capital permitió enormes avances en la extracción por vía terrestre. El campamento Mengel llegó a contar con

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1,500 trabajadores, contra 1,000 habitantes de Payo Obispo en la misma época(8).

Dos de las compañías contaban con ferrocarriles para el transporte de

trozas hasta el río, lo que les permitía ampliar en gran escala los frentes de corta: "...Mengel, punto de partida de un ferrocarril que se interna al Oeste por unos 30 kilómetros" y "...otro de 16 kilómetros... construído por la Compañía Stanford, para uso exclusivo de la empresa maderera...que corría de Agua Blanca, en río Hondo, hacia el interior del bosque, rumbo a Icaiché"(9).

La situación anterior marcó el futuro desarrollo forestal de Quintana

Roo. En esta economía de enclave no habían elementos de procesamiento industrial ni elementos de silvicultura. Toda la caoba se exportaba en trozas a Belize, y los bosques eran considerados extensiones ilimitadas. Esto último determinaba que la idea en sí de manejo del monte y de rendimiento sostenido no existiera (el concepto de manejo silvícola surge, justamente, cuando se visualizan los límites para la utilización del recurso). En este ambiente, no resulta casual que los avances ulteriores se refirieron durante mucho tiempo a aspectos de extracción (paso del transporte por agua al transporte terrestre a través de la construcción de caminos, modernización de la maquinaria pesada de arrastre) o bien a una mayor generación local de valor agregado. Pero nunca reflejaron una superación de la explotación selectiva de caoba, tendiente a una utilización integral del monte, con una industrialización diferenciada de distintas especies, y buscando desarrollar un aprovechamiento de tipo sostenido.

En lo que hace a aspectos de organización espacial el río Hondo (única

corriente superficial de importancia en la región del lado mexicano) se constituyó en la gran calle del Territorio, la vía tanto de saca de la madera como de ocupación territorial, situación que mantuvo durante más de medio siglo. La población del río Hondo tuvo desde el comienzo una mira geopolítica de ocupación de las zonas fronterizas. Por un lado, el reemplazo de la población beliceña que trabajaba en la madera y el chicle(10). Por el otro, la creación de una "cuña" de población mexicana entre Belize y los mayas, recién dominados pero todavía beligerantes. Los actuales poblados tienen su origen en las centrales madereras y chicleras de esa época. Los aprovechamientos de tierras públicas por permisionarios nacionales después de la Revolución

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El problema forestal, importante sólo desde el punto de vista de los intereses de los exportadores, en realidad pasa casi desapercibido para la Revolución. En los primeros años del poder revolucionario cambian algunos aspectos de la actividad forestal, pero la mayoría de los elementos básicos del modelo anterior se mantienen.

Los aspectos geopolíticos pierden importancia. La política porfirista de concesión a extranjeros como meta es reemplazada por una política que sigue siendo de favoritismo, pero en la cual se tiende al reemplazo de los empresarios extranjeros por empresarios nacionales. Básicamente, cambia el tipo de relación política entre el poder central y el concesionario. En el porfiriato, el poder político constituído estaba representado por una élite del poder estable, y un número muy limitado de favoritos tenía acceso a dicho reparto. Luego de la revolución, el poder político se disgrega. Aparecen fuerzas políticas y cacicazgos locales, y el otorgamiento de permisos de explotación está ligado a una nueva red de relaciones.

El aspecto de recaudación fiscal va perdiendo importancia. La política

oficial sigue siendo la de incidir en el otorgamiento de permisos, pero no incidir en los aspectos de la actividad en sí, si bien en esa época se comienzan a dar los elementos legales que llevarán a concebir los bosques como un bien público, en el cual los derechos para ejercer actos de dominio y usufructo quedan regulados por el Estado.

Aparece un nuevo actor social: los campesinos, que han logrado el

reparto agrario. Si bien en los primeros años de la Revolución el reparto es restringido, comienzan a aparecer los bosques (anteriormente de propiedad privada o pública) como sujeto potencial de reparto agrario. En la práctica, hay una separación tajante entre el reparto con fines agrícolas y la tenencia de los bosques. P.ej., la ley de terrenos baldíos de 1923 autoriza la cesión gratuita de terrenos nacionales, pero la donación no comprende los bosques, que seguirán siendo de propiedad de la nación(11).

Con todo, no había todavía presión demográfica sobre los bosques. Las

zonas forestales del país seguían siendo básicamente terrenos deshabitados, había una gran existencia de recursos, y la falta de límites para la utilización del recurso forestal permitía la continuación de la práctica de la "minería forestal" (es decir, explotar el monte hasta agotarlo). Ello era particularmente válido para Quintana Roo y otras regiones del Sureste, prácticamente despobladas en esa época.

En 1917, el gobierno de Venustiano Carranza, en medio de un ambiente

hostil e intervencionista frente a la Revolución por parte de los Estados Unidos, hizo caducar las concesiones a personas o empresas extranjeras.

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La presencia de estos grandes feudos en áreas casi despobladas y geopolíticamente muy sensibles (como las fronteras) era vista como una amenaza directa a la estabilidad del poder político recién constituído. Con ello se sentaron nuevas bases para las concesiones forestales.

El rechazo al aprovechamiento forestal como alternativa estable de uso

del suelo en realidad viene de ahí. En la visión política del uso forestal como un tipo de ocupación que no garantiza el control del territorio hay una fuerte carga ideológica.

En Quintana Roo se eliminaron las grandes centrales madereras

extranjeras y la presencia de chicleros beliceños, y se comenzó a aplicar, si bien en una escala reducida, una política de colonización mexicana, como necesidad de ocupación de un espacio vacío.

Luego del reconocimiento del gobierno mexicano por parte de los

Estados Unidos, hubo interés por parte de empresas americanas por invertir en el rubro forestal.

Las explotaciones de productos forestales en terrenos propiedad de la

Nación se otorgaron por medio de contratos-concesión, para extensiones mayores de 5,000 hectáreas, y por permisos precarios para una extensión menor a la citada. Estos contratos-concesión contemplaban el pago de cuotas por ocupación del terreno y por producto. Los impuestos se cobraban por derecho de explotación u ocupación del bosque, por cada mil Ha. o fracción. En el caso de maderas, se cobraba además por árbol(12).

Se introdujo una cláusula muy interesante. La Secretaría de Agricultura

y Fomento, de acuerdo con la de Comunicaciones y Obras Públicas, exigió a los contratistas para explotación forestal de maderas, gomas y resinas, la construcción de 6 kilómetros de carretera por cada concesión de 100,000 hectáreas.

A pesar del exiguo kilometraje exigido, esta cláusula reflejaba de todas

maneras una clara visión geopolítica. El problema principal del sur de Quintana Roo era su aislamiento del resto del país, y su dependencia de Belize para toda comunicación. Quintana Roo no contaba con fuentes de ingresos propios salvo los de las concesiones forestales. La imposición en especie era una forma de obligar a las compañías a "hacer obra", más verificable que la recaudación monetaria.

En 1918 se entregaron en Quintana Roo diecisiete concesiones, con la

obligación de construír 40 kilómetros de carreteras. Se anularon las concesiones a extranjeros, pero los nuevos concesionarios fueron simples

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prestanombres de empresas americanas, en el caso del chicle la Chicago Wrigley's Co., con representación en Belize. Ésta aparece como refaccionaria y compradora de los productos, pero de hecho explota las concesiones otorgadas a mexicanos, que no las ocupan sino que viven en la capital.

El cumplimiento de la cláusula de construcción de caminos era

fácilmente verificable. Los caminos que se construyeron al amparo de la misma fueron los únicos existentes en el territorio. Dos concesiones habían construído sus tramos. En 1924 se habían construído 28 kilómetros de carreteras, 17 de la carretera a la bahía del Espíritu Santo (al proyectado Puerto Madero) y 11 de la carretera a Tabasco.

Los ingresos del erario público fueron subiendo sin interrupción en los

años de 1921 a 1923, debido a las entradas por "Arrendamiento y explotación de terrenos nacionales", por las cuotas que cubrían los concesionarios para el corte de maderas y aprovechamientos de gomas y resinas(13).

Durante el período del 12 de Diciembre de 1923 al 17 de mayo de 1924,

el Territorio estuvo substraído al control del Gobierno Federal. La guarnición militar local tomó partido por la rebelión de Adolfo de la Huerta, último intento de independencia yucateca. El importe de los impuestos forestales fue cubierto por el representante de la Chicago Wrigley's Co. a dichas autoridades.

Con el pretexto de falta de cumplimiento de algunas cláusulas de los

contratos-concesiones, en 1924, la Secretaría de Agricultura y Fomento declaró la caducidad de los mismos. Sin embargo, el motivo central fue que el importe del impuesto de referencia se aprovechó para fomentar la causa rebelde. El resultado fue el abandono inmediato y total de las obras en construcción, la huída de los trabajadores y el retiro del capital invertido, con fuertes pérdidas para las compañías y un descenso fundamental en los ingresos del erario público(14).

La caducidad de estas concesiones marca en realidad el fin de la etapa

anterior, con mayor claridad que la anulación de Carranza de 1917. Luego de 1924 se entregaron nuevas concesiones, con bases similares

a las de 1918 (cuotas por ocupación y por producto). En esto, el estado continuaba con su política recaudatoria y de control del producto en los puertos de embarque, fuera de las áreas de producción. Pero la cláusula relativa a caminos sufrió una modificación sustancial: se dejó a la elección del concesionario llevar a cabo los trabajos o pagar $ 400.00 anualmente.

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Esta última estipulación no sólo hizo irrisoria la obligación de construír el

tramo de carretera correspondiente a cada una de las concesiones, sino que nulificó por completo este propósito. Un tramo de camino desmontado, desenraizado, conformado y drenado, costaba en ese entonces de 4 a 5,000 pesos por kilómetro, ante lo cual la cuota supletoria resultaba una bagatela. La construcción de caminos en Quintana Roo fue totalmente abandonada.

La falta de exigencias de las nuevas concesiones permitió que los

aprovechamientos fueran llevados a cabo por empresas más pequeñas, con un grado menor de concentración del capital. Gran parte del proceso de capitalización en Quintana Roo tiene este origen. A partir de esa época aparecen en las listas de permisionarios apellidos de madereros locales que se repetirán durante años, muy diferentes a los que aparecen en la lista presentada por Aguirre para el período anterior. En resumen, luego de 1924 comenzó un período en el cual hubo una mayor participación de empresarios locales, con un menor grado de concentración del capital.

Las nuevas condiciones dieron origen a un estilo de empresario forestal:

el ex subcontratista maderero de las grandes empresas se convirtió en permisionario, sin posibilidades económicas para una visión de gran negocio o de negocio a largo plazo. En realidad repitió lo mismo que sabía hacer, sólo que ahora como intermediario de las grandes compañías.

Se ofrecieron concesiones a corto plazo y sólo con fines de recaudación

fiscal. No hubo una política de usar la concesión para la creación de infraestructura, dando a la misma seguridad en la explotación, controlando la operación de las mismas a través de la presencia institucional pero al mismo tiempo creando condiciones para la colonización. La consecuencia es que se prolongó una política de "lumpen enclave" a cargo de explotaciones mexicanas de segundo orden, que fungían de contratistas de la empresa madre americana. Ni una ni otra se preocuparon por la inversión. Las empresas no contaban con el capital suficiente como para inversiones de gran envergadura, y su carácter intermediario las hacía dependientes de las decisiones de las grandes compañías americanas.

A diferencia de la primera etapa, las características de esta segunda

etapa estuvieron marcadas por el continuo cambio de lugar de las centrales madereras, ya que ante la falta de infraestructura terrestre (y de capital y seguridad en la tenencia de la tierra para encarar su construcción) era indispensable que el producto se encontrara en un radio cercano al río.

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La extracción seguía siendo el problema técnico central, pero en esta etapa, el río Hondo tuvo una importancia aún mayor que en la anterior como vía de saca, al tiempo que se limitó el acceso a los bosques del interior. Esto retardaba el surgimiento de condiciones que permitiesen superar la economía de enclave. La limitante absoluta para la explotación era el transporte. Se conocía ya el valor de maderas decorativas "ébano y granadillo y otras, que son mucho más finas y más valiosas para los productos de ebanistería que se fabrican con ellas, pero que no se exportan, porque su densidad no les permite flotar..."(15).

El problema de la falta de vías de comunicación resultaba

particularmente claro para Aguirre, quien propuso la utilización del ejército para la construcción de un ferrocarril desde Santa Lucía (sobre el río Hondo) a Peto, pasando por Bacalar, Santa Cruz Chico, Noh Bec, Santa Cruz de Bravo y Sacalaca, y dar facilidades a aserraderos para la utilización del mismo. De esta época data también una propuesta hecha a Aguirre por Robert Turton, representante de compañías americanas en Belize, para la construcción de un ferrocarril que a partir de la rehabilitación de la línea decauville de Mengel se extendiera hasta la localidad de Juárez, en Campeche, con una extensión de 176 kilómetros, en donde conectaría con el ferrocarril decauville de 80 kilómetros que tenía construido la Mexican Exploitation Co. y que llegaba hasta Champotón, a cambio de una concesión forestal en una faja a los costados de la vía.

Esta alternativa "economizaría a los productos del Territorio como a las

mercancías de entrada un flete de alrededor de 1,000 kilómetros, y muy principalmente abriría a la explotación forestal y cultivo de la tierra la rica región de los Chenes, perteneciente en parte al estado de Campeche, y que pocos o ninguno de sus habitantes conocen, a excepción de la parte muy al Norte"(16).

La situación discutida ejemplifica muy bien el problema central de los

aprovechamientos madereros de la época: pasar del transporte acuático al transporte terrestre (o complementar ambos), con lo cual la accesibilidad de los montes aumentaría muchísimo. Pero la concentración empresarial y de capital necesaria para controlar un espacio grande de territorio, en forma de crear condiciones diferentes iba en contra de las condiciones políticas. El Estado no quería "imperios" al interior de sus fronteras, particularmente en zonas fronterizas delicadas.

Esto marca las contradicciones para la superación de la economía de

enclave. Por un lado, un estado con el poder político desperdigado y con una capacidad administrativa y de control geopolítico débil, que actuaba por omisión, buscando condicionar el tipo de inversión. Por el otro,

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compañías americanas que trabajaban con un sistema de intermediarios locales que casi no tenían capital propio, y a los cuales refaccionaban. De la forma en que se hizo, la infraestructura se construyó muchas décadas después, y en el ínterin los bosques se fueron explotando anárquicamente.

Estas limitaciones de transporte no existían para el chicle, y en

consecuencia este tipo de aprovechamiento forestal tuvo una extensión espacial y un grado de concentración no directamente determinado por las características de las vías fluviales de comunicación. En el aprovechamiento chiclero no existe la necesidad de capital fijo característica de la industria maderera. El acceso a los montes era fácil, y la inversión era básicamente en capital de trabajo. Ello permitió a los contratistas controlar grandes áreas sin arriesgar capital en infraestructura. Estructuralmente, sin embargo, los contratistas chicleros tenían el mismo carácter que los madereros. La materia prima se exportaba en bruto, y su papel era el de intermediarios de la empresa americana compradora.

Este tipo de aprovechamiento tuvo en esta época como características

una gran extensión espacial y el movimiento y concentración de grandes grupos de trabajadores provenientes de distintas partes del país (p.ej. Tuxpan, Veracruz). El carácter estacional de la producción determinaba un carácter estacional de los asentamientos humanos.

Según una crónica de la época, "para la explotación de mil quintales

(46,000 k.) de chicle se necesita hacer el "monteo" (exploración previa) de 50,000 hectáreas de terreno, en el que luego se establecen cinco "hatos" o campamentos, de 15 a 20 hombres cada uno, que extraen, aproximadamente, 200 quintales por grupo, o sea, en total, cuarenta y seis mil kilogramos de chicle"(17).

Este carácter concentrado del aprovechamiento y estacional de los

asentamientos se fue dispersando y haciendo más estable con el tiempo. En la actualidad, los grupos son más chicos y el control espacial por parte de cada grupo es también mucho más pequeño. Los grupos humanos son sedentarios.

Desde esa época comenzó a surgir el servicio forestal como un

elemento de control externo al monte, no silvícola y básicamente policial. Varias de las características descritas en una crónica de 1924 muestran una singular actualidad:

"...por falta de información, la Secretaría de Agricultura y Fomento ha expedido tarifas a tanto el árbol, digamos de Caoba y Cedro, y que han clasificado de primera clase, y a tanto otros árboles cuyas maderas

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clasifican de segunda clase, aunque son muy superiores a las primeras, pero que tienen menos mercado por las circunstancias de densidad de que ellas obran y de que se ha hablado antes. Cuando un arrendatario de una pequeña parcela va a formar su jacal para habitarlo y emprender su cultivo, como cada horcón es un árbol, no importa su dimensión, se le cobra un peso por árbol o sea por cada horcón, que no vale más que el trabajo que implica su corte y acarreo, porque bosque de esta naturaleza estorba para cualquier cultivo. También se le cobra a tanto el centenar de hojas de palma (chite o guano) para cubrir el techo del jacal, y hasta la leña que consume, si la trae al poblado; y estos cobros se hacen por empleados secundarios, desde que utilizan como leña los árboles caídos, que son abundantísimos, y hasta las maderas muy finas, desde el ciclón de 1916, cuyos cobros son clandestinos...El actual encargado de la Agencia...desde su llegada manifestó mucho celo, pero sin salirse de los lineamientos de sus predecesores, que son los que dejo apuntados, y como es demasiado joven y sin conocimientos del Territorio, se entrega por completo en manos del viejo personal viciado, y entre el que no había sino un Ingeniero Topógrafo, a quien ningún trabajo le daba el jefe de la Agencia"(18).

Una discusión final de las características del período se refiere al

régimen de tenencia de la tierra. En 1924, en concepto de terrenos particulares para cultivos, fundos legales y zonas federales en el Territorio se registraban solamente 17,542 Ha.(19). Es decir, la inmensa mayoría de la superficie seguía siendo nacional. En la región prácticamente no hubo dotación de ejidos. Esta situación persistió casi sin modificación hasta la época de Cárdenas.

¿Por qué tardó tanto en aparecer la propiedad fundiaria en Quintana

Roo?. Hay aquí elementos de conveniencia económica de las grandes compañías, pero al mismo tiempo elementos políticos.

En primer lugar, la condición de terrenos nacionales resultaba favorable

para las compañías madereras. No tenían que pagar una renta de la tierra a propietarios particulares, sino sólo derechos de monte y aduanales al estado. Estos derechos de monte eran de un carácter muy modesto, prácticamente insignificante. En ocasiones éstos ni siquiera se pagaban: gran parte de la madera salía de contrabando(20). Por añadidura, la política de terrenos vacíos favorecía la falta de control. Ello reducía sistemáticamente el papel del estado en el desarrollo forestal, y mantenía al mismo en el arcaico papel de simple recaudador.

Lo anterior significa que los contratistas capitalizaban a su favor casi

todo el valor de la renta de la tierra. No tenían que enfrentarse con

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terratenientes ni comunidades que tuvieran el monopolio de la misma. La apoyatura ideológica para esto fue la concepción de los bosques como propiedad de la Nación. Esto determinó que uno de los papeles principales del estado fuera la selección de los elegidos para la realización de los aprovechamientos forestales.

Estas condiciones explican por qué la madera fue en Quintana Roo el

pilar de la capitalización, y un gran negocio prácticamente sin riesgos. El mismo se desarrollaba a través de concesiones o permisos directos otorgados por la Federación, con todo el apoyo oficial y sin ninguna presión social.

Esto siguió en la mente de las autoridades estatales por décadas. Aún

después de la generalización del reparto agrario, se establecieron medidas burocráticas y de control tendientes a lograr que los bosques quedaran fuera del control de las comunidades. La colonización chiclera y el movimiento cooperativo Esta etapa estuvo caracterizada por la confluencia de dos factores: la organización de la extracción del chicle en forma cooperativa, y el gran reparto agrario, que en Quintana Roo fue hecho tomando en cuenta centralmente el aspecto forestal. Ambos procesos significaron un cambio radical, por una parte en las relaciones socieconómicas y por el otro en la estructura de tenencia de la tierra.

La ideología cooperativista fue considerada por varios gobiernos de la Revolución como una alternativa estratégica de participación social, de eliminación del intermediarismo y de reemplazo de formas de dependencia directa con respecto al capital extranjero. En el Sureste, en un principio, se buscó organizar el aprovechamiento chiclero en forma cooperativa, pero sin afectar el régimen de tenencia de los bosques, que siguieron siendo nacionales.

En 1930 el presidente Pascual Ortiz Rubio dictó un acuerdo que

consideraba al chicle como riqueza pública, en virtud de ser extraído en su mayor parte de bosques nacionales. Para su explotación, la misma debería llevarse a cabo por sociedades de régimen cooperativo, bajo la vigilancia y protección del Gobierno Federal. A tal efecto se organizaron cooperativas y se concedió a las "tribus mayas" del centro de Quintana Roo permiso para la libre explotación del producto, sin pagar los derechos de ley. Igualmente se concedieron permisos especiales para que los particulares pudieran comprar a los mayas el chicle que produjeran, a un precio fijo y previo pago

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de los derechos de que se había eximido a los habitantes de la selva, a fin de que el fisco no dejara de percibir su ingreso respectivo. En 1931, al siguiente año de dicho acuerdo, las "tribus mayas" del centro de Quintana Roo lograron extraer más del 21 por ciento de la producción total de chicle(21).

Nótese que en esta época se instituyó un concepto que iba a ser

arrastrado durante décadas en la práctica forestal: se argumentaba que los bosques eran un bien nacional y que por su explotación debían pagarse derechos al estado. Al mismo tiempo, se eximía de dicho pago a la población local, y se trasladaba esta obligación al comprador. El caso es que se siguió con esta práctica aún después del reparto agrario, a pesar de que el mismo incluyera teóricamente tierras y montes.

Pero el gran momento del cambio en las condiciones de la tenencia

forestal sobrevino durante el gobierno del presidente Cárdenas. La ideología cooperativista se hizo confluír con cambios radicales en el régimen de tenencia de los bosques. El reparto agrario, hasta entonces restringido a una concepción agrícola parcelaria, afectó importantes áreas forestales. Se entregaron tierras y montes. Surge el concepto de "ejido forestal", recogido en varias legislaciones forestales. Un nuevo sujeto cobró, ahora sí, importancia: los campesinos.

Durante el cardenismo hubo un franco apoyo al empresariado nacional

para que encarara actividades en el rubro forestal, algo congruente con el proyecto económico de ampliación del mercado interno y de reemplazo de importaciones con productos nacionales.

La implementación de este proyecto requería de determinadas

herramientas administrativas, que en lo forestal tienen una manifestación específica. El gobierno de Cárdenas consideró la actividad forestal como un elemento estratégico del desarrollo. Es el único momento, en la historia del México contemporáneo, en que la autoridad forestal (con la jerarquía de departamento, al mismo nivel que el departamento agrario y el departamento de asuntos indígenas) forma parte del gabinete presidencial.

Durante el sexenio del gobierno de Cárdenas se sentaron las bases

para el surgimiento de una administración pública forestal, con ciertas concepciones y limitaciones que, al desarrollarse, serán en cierto modo el origen de la crisis actual de la administración forestal.

La política del cardenismo fue la de crear una administración federal

capaz de sobreimponerse a los cacicazgos locales (lo cual, como contraparte, significa una tendencia del estado a la centralización). En tal

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sentido, la creación del Departamento Forestal y de Caza debe verse dentro de la perspectiva de nacionalización de actividades estratégicas de la economía.

El gobierno de Cárdenas marca el único momento en el cual la

administración forestal reconoce las particularidades de las formas de tenencia de la tierra: hay una dirección para los bosques nacionales, otra para bosques privados, y otra para bosques ejidales y comunales.

Quintana Roo, donde la actividad forestal tenía las características de un

enclave y donde el negocio estaba en manos de una pocas compañías extranjeras, representaba el escenario propicio para intentar modificar dicha a través de un proyecto social y de reparto agrario radical, que implicaba la eliminación del sector privado de la producción chiclera y la dotación ejidal de enormes superficies forestales.

Esta política fue realmente pionera en América Latina. Adelanta en

medio siglo las propuestas actuales de creación de "reservas extractivas" en manos de la población local para dar respuesta a la destrucción de la selva tropical, como es el caso de varios países de la cuenca amazónica.

El criterio para el cálculo de la unidad de dotación en los ejidos

forestales fue asegurar la subsistencia familiar a través de la producción de látex de chicozapote para la fabricación de goma de mascar. Se dotaron 420 ha. por ejidatario, con la obligación para los mismos de aprovechar comunalmente los bosques y evitar su destrucción. Ello tuvo como efecto la conservación de los recursos naturales por parte de la población local. El éxito de esta conservación ecológica en manos de los campesinos se debe a la conjunción de varios elementos socioeconómicos:

1. El producto principal (resina de chicozapote) no requiere de grandes inversiones de capital fijo, sino que prácticamente sólo se necesita de la inversión de trabajo. Esto pone a este aprovechamiento al alcance de la población local. 2. La extracción puede llevarse a cabo a partir de una organización del trabajo de tipo individual, pero yendo al monte en pequeños grupos asociativos que se forman a partir de relaciones personales. 3. La producción prácticamente se autorregula, asegurando la persistencia del recurso, ya que el medio de producción (el árbol) no se destruye. Si el rendimiento baja, la población local deja descansar más a los árboles.

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4. El mercado estuvo asegurado por muchos años, hasta que comenzó el reemplazo de la resina natural por resina sintética. 5. La materia prima no presenta dificultades de conservación ni de transporte. 6. La región, que hasta hace pocos años se mantuvo aislada, no ofrecía otras fuentes alternativas de ingresos(22).

Estos elementos explican, asimismo, la viabilidad que tuvo el

movimiento cooperativo en la actividad chiclera. El escenario era el propicio para intentar quebrar el monopolio formado por los contratistas, concesionarios y comerciantes representantes de las firmas compradoras. La herramienta iba a ser la alianza campesinos-apoyo estatal y la conjunción tenencia de la tierra-organización cooperativa.

El surgimiento del movimiento cooperativo tuvo un primer ensayo piloto

con el surgimiento de la primera cooperativa chiclera en Pucté, en el año 1935. Dicha cooperativa fue organizada y refaccionada por el gobierno federal, comenzó a producir chicle el mismo año de su creación, y le vendió el látex a la empresa Wrigley en forma directa.

La diferencia de precio fue enorme: los trabajadores obtuvieron un

ingreso neto de $63.91 por quintal (46 kilos) de chicle, en lugar de $20.00 y $25.00 que hasta entonces recibían los trabajadores asalariados contratados por los explotadores de la resina(23). El efecto de la anulación de la intermediación quedó demostrado en forma patente (tanto para los campesinos como para el gobierno), y luego de probado el éxito el ejemplo cundió rápidamente.

El gobierno del general Melgar centró todos sus esfuerzos en lograr la

socialización de toda la industria extractiva del chicle. Para ello promovió dos tipos de cooperativas: de producción, procurando romper con el sistema de contratistas, y de consumo, tratando de romper con el sistema de tiendas de raya. A través del crédito estatal, a su vez, buscó romper con el sistema de anticipos.

La producción quedaba asegurada por el tipo de organización

productiva, individual y relativamente simple.: "...realmente no es una cooperativa sino más bien un sistema de trabajo en común, ya que descontados los gastos, el producto líquido se repartirá a cada uno de acuerdo con el chicle que entrega. La cooperativa actúa así como agencia de ventas sin cobrar comisión...El aspecto cooperativista está más bien en la parte de consumo, pues la "provisión", es decir los alimentos, se pagan a

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prorrata, sin hacer distingos entre las varias capacidades de consumo que puedan existir entre los socios. La "provisión", sin embargo, no incluye lo que llaman "mercancías", esto es, los artículos de uso personal"(24).

La práctica del trabajo individual pero realizado en grupos que se

internaban al monte en común resultó muy útil para organizar la extracción, pero la tradicional falta de mecanismos de administración y capitalización locales en cada cooperativa (la Federación de Cooperativas funcionó siempre como agente de retención centralizado) estabilizó por décadas la costumbre del reparto inmediatista de toda la utilidad, y no permitió el surgimiento de prácticas internas de control social del manejo de fondos. Ésta fue una de las limitantes principales, años más tarde, para el funcionamiento de las empresas forestales.

En 1937 habían sido integrados al movimiento cooperativo la totalidad

de los campesinos radicados en Quintana Roo que se dedicaban a la extracción de chicle(25). Ese año el gobierno del Territorio emitió un acuerdo para terminar con la actividad de los contratistas que quedaban en el mismo, para "socializar totalmente la producción de chicle desde la presente temporada(26). Se entregaron $ 400,000 en fideicomiso al Banco Nacional Hipotecario, Urbano y de Obras Públicas para la refacción de las cooperativas. Previamente, el gobierno del Territorio les había estado adelantando créditos puentes financiados con el erario territorial(27).

El 5 de marzo de 1940, en el primer congreso de cooperativas del

Territorio, se constituyó la Federación de Cooperativas. Al congreso concurrieron representantes de 43 cooperativas que afiliaban a 2,727 socios en la temporada chiclera 1939-1940(28). A través de la misma se organizó, por primera vez en el Territorio, un sistema de asistencia técnica gratuita, medicinas a bajo precio y préstamos personales.

Como el chicle representaba el único producto comercial en manos de

la población local, de la organización de su mercadeo dependían los ingresos monetarios de la misma. La Federación buscó solucionar los problemas de financiamiento de la producción a través de un mecanismo crediticio relativamente simple (la pignoración del producto). Uno de los éxitos de dicha organización comercial fue la de contar con un fondo para el pago de anticipos, con lo cual pudo pagar la compra antedatada del producto a los campesinos chicleros.

Hacia el fin del gobierno de Melgar, "el capital extranjero había sido

desplazado de los procesos de producción y comercialización, limitándose la acción de las compañías extranjeras a la condición de simples compradoras de materia prima...Con la Federación de Cooperativas se

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daba fin a un descarado enclave norteamericano en Quintana Roo"(29). Había en Quintana Roo 76 cooperativas: 48 se dedicaban al chicle, dos a la explotación de maderas, y las restantes a otras actividades(30). Las cooperativas agrupaban al 75% de los trabajadores del campo. En este sentido, la acción de Melgar constituyó el proyecto político más integral de la Revolución.

Varios elementos, sin embargo, no cambiaron. La Federación de

Cooperativas fue durante décadas un arma de control directo por parte del estado: el gobernador de turno era el presidente de facto de la misma, práctica que siguió hasta que Quintana Roo se transformó en estado y la misma fue eliminada en 1978 por su primer gobernador constitucional. Dicha imposición significó la muerte de parto de la autonomía del movimiento cooperativo: una vez finalizado el gobierno de Melgar el mismo quedó en manos de los sucesivos caprichos e intereses de los gobernadores venidos del centro. El gobierno se encargó (aún se encarga) de poner a la Federación de Cooperativas en contacto con las compañías extranjeras interesadas.

Con respecto a la política de colonización y ocupación espacial, la

dotación ejidal significó la concentración de la población en los núcleos urbanos de los ejidos, lo cual permite concentrar también la prestación de servicios (agua, escuelas, oficinas públicas y brigadas sanitarias). Esto tuvo particular efecto en la ribera del río Hondo, donde el patrón de asentamiento había sido lineal y disperso. Aquí tuvo lugar una reconcentración de la población. Con la reconcentración el carácter lineal de los núcleos de población no se perdió (el río seguía siendo la vía de comunicación) pero en cada uno de ellos los asentamientos tuvieron un carácter concentrado, con el núcleo urbano en las márgenes del río y las áreas forestales extendiéndose en forma de fajas hacia el interior. Por otra parte, en ejidos dotados fuera del área de influencia del río Hondo y donde su ubicación no estuvo condicionada por el carácter lineal del acceso fluvial (p.ej. Caobas y Tres Garantías) el patrón fue concentrado y central. Ello permitió un mayor control espacial, y tuvo efectos sobre la conservación de las masas forestales.

El proceso de dotación ejidal significó un gran avance desde el punto de

vista de la estabilización de la ocupación humana de los montes. Los trabajadores nómades, que tenían su base en Chetumal (o en otros puntos del país) e iban a la selva por largas temporadas (meses), fueron reemplazados por grupos humanos estables, con una estructura familiar, que tenían su base en el núcleo urbano del ejido, y que iban a la selva por temporadas cortas (semanas). Esto representaba una acción pionera en la colonización forestal de América Latina, e implicaba un grado mayor de

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control espacial. En otros países el problema tradicional fue, durante mucho tiempo, justamente la imposibilidad de estabilizar la población flotante dedicada a actividades forestales tropicales.

Lo anterior tuvo una consecuencia central sobre la dinámica de uso del

suelo. La tendencia a la conservación de la selva como base productiva de las comunidades locales marcó un patrón de uso del suelo muy característico: la comunidad, como ente de decisión colectiva, defendía su fuente de ingresos a través de la conservación del bosque, y la realización de actividades agrícolas (básicamente de subsistencia) se combinaba espacial y temporalmente con las actividades forestales. El criterio para el crecimiento agropecuario fue el de utilización de los terrenos más apropiados para el desarrollo de actividades agrícolas más o menos persistentes (p.ej., suelos de yaaxhom). Este proceso fue lento, y realizado casi sin presión sobre el recurso forestal(31).

Desde el punto de vista del surgimiento de un espacio económico, la

organización espacial de la extracción del chicle marcó por varias décadas la pauta regional de desarrollo y el patrón de uso del suelo. Desde el punto de vista técnico, en esta época aparece por primera vez la preocupación por el problema de la sostenibilidad del aprovechamiento, si bien referida exclusivamente al chicle(32).

La evolución del sector maderero en la época fue muy diferente. Si bien

hubo intentos por cooperativizar la extracción y procesamiento de la madera, éstos no tuvieron éxito. Faltaba capital y capacidad de organización a las cooperativas.

No se puede comparar el aprovechamiento chiclero con la extracción de

madera, que requería de una gran intensidad de capital fijo en las condiciones de la época (en la actualidad, por el contrario, se puede reducir la intensidad del capital: los bosques son más chicos, más accesibles, hay más tareas silvícolas que generan empleos, etc.). El transporte del chicle se hacía a lomo de mula o por avión. El transporte de la madera, exportada en trozas, exigía un alto grado de coordinación y de maquinización, y en este sentido quedó fuera del alcance de la población local. Además, el problema de la administración y división técnica del trabajo es mucho más complejo que en la chiclería.

Los pocos intentos de cooperativizar esta actividad fueron muy

confusos. Se creó la cooperativa "Ejidatarios de Chetumal S.C.L.". Dicha cooperativa no aprovechaba montes propios, sino terrenos nacionales del río Hondo. En la misma había carpinteros, ebanistas, de construcciones de madera y fabricantes de tejamaniles. Los socios no participaban

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personalmente en la producción, sino que se contrataban asalariados. La cooperativa se dividió en dos: una de extracción, con los obreros que habían venido trabajando como asalariados, que operó en el río Hondo, y otra con los carpinteros, que instalaron talleres semiartesanales en Chetumal. El gobierno proporcionó al grupo de extracción un equipo completo de arrastre y una embarcación de motor para el transporte. Al grupo de carpinteros proporcionó un aserradero, talleres y un pequeño equipo de arrastre para aprovechar madera en los montes cercanos(33).

Esto desencadenó una dinámica muy extraña. La cooperativa de

extracción tenía que vender su madera en rollo, pero la otra (los otros, porque en realidad era un grupo de carpinteros que trabajaba en forma independiente) podían sacar a su vez madera por su cuenta. El aserradero fungía como una especie de maquiladora.

En términos de organización espacial y tendencias a la delimitación de

los montes, la cooperativización de las actividades madereras no tuvo absolutamente ningún efecto. Directamente, no hubo una ocupación efectiva del espacio, se utilizaban terrenos nacionales, y la gente vivía a gran distancia de los montes.

Con todas sus limitaciones, estas acciones representaban un intento

para comenzar el procesamiento local de la madera. Sin embargo, el mercado local era en ese entonces extremadamente limitado. No es de extrañar que estos intentos fueran en poco tiempo abandonados. El negocio maderero en grande, el de la exportación de caoba en trozas, siguió en manos de contratistas, con las mismas prácticas que en el período anterior. En términos comerciales, la economía de enclave cambió muy poco. El chicle se siguió entregando en marquetas, y la caoba en rollo. Los contratos y entregas tanto de maderas finas como de chicle se siguieron haciendo en Belize. Las grandes concesiones paraestatales La herencia del cardenismo fue el surgimiento de empresas forestales nacionales de tamaño intermedio (que reemplazaron a los grandes concesionarios monopólicos), la aparición de bosques ejidales que constituían una parte importante del acervo forestal nacional, y el surgimiento de un servicio forestal de carácter federal y único para todo el país. Ello significaba una recomposición de fuerzas sociales y económicas,

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e implicaba el surgimiento de negociaciones directas entre los empresarios y los campesinos, una práctica de carácter nuevo.

El incipiente grado de organización de los nuevos núcleos agrarios, sumado al incipiente grado de industrialización de los nuevos empresarios (lo cual significó un bajo aprovechamiento del bosque, y en consecuencia bajos ingresos originados en la actividad forestal) y la desigual competencia por la materia prima dio origen a situaciones muy conflictivas, y en gran medida a la explotación excesiva de los montes.

La primera reacción del estado fue la imposición de vedas. Durante todo

un lustro (Ávila Camacho) la política forestal del estado se limitó de hecho a la prohibición de la actividad forestal. Esto no solucionaba los problemas. Simplemente, indicaba la incapacidad del aparato público forestal por incidir en las prácticas reales.

Luego de esta etapa de indefinición, durante el gobierno de Miguel

Alemán se produce una nueva recomposición de fuerzas. En esta época se constituye lo que podemos llamar el paradigma del modelo forestal mexicano(34). El mismo tiene como características:

- Un sesgo hacia el aspecto industrial. Se considera que el desarrollo forestal está dado por el desarrollo de industrias forestales más avanzadas que los tradicionales aserraderos y explotaciones domésticas, y que es función del estado apoyar este desarrollo industrial. - Una subordinación de todos los otros aspectos a éste, que se considera estratégico. Esto significa: los campesinos y el monte deben adaptarse a las necesidades de la industria. Los montes (y sus dueños) se limitan al papel de proveedores de materia prima para las fábricas. A los campesinos les cabe un papel de simples expectadores o, en el mejor de los casos, de peones en las tareas de extracción. - El uso ideológico del concepto de los bosques como propiedad de la Nación como mecanismo de exclusión social.

La especificidad de las formas de tenencia de la tierra aplicada a los

bienes forestales y su administración, con una política específica para cada tipo de propiedad -reconocida durante el cardenismo- se perdió. Se desarrolla el concepto de una legislación forestal que uniformice las prácticas administrativas sin importar el tipo de tenencia. Este concepto es justamente una de las bases (desde el punto de vista de la relación entre la administración pública y los sectores ligados a la actividad forestal) de la

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hipertrofia del servicio forestal en un aparato policial de vigilancia. La ideología de esta suplantación es que el estado les da la tierra a los campesinos, pero se reserva el derecho de decirles qué tienen que hacer con los montes.

Se pretende que el Estado administre toda la hacienda forestal del país.

Dado el carácter reciente de la conquista social del reparto agrario, el estado alemanista no se animó a quitar la tierra a los campesinos para constituír bosques públicos. Pero reglamentó su aprovechamiento de tal manera que les confiscaba el derecho al usufructo y al manejo forestal. Ello signó el carácter policial del servicio forestal(35).

El estado garantizaba a la industria el abastecimiento de materia prima

barata eliminando a otros sectores sociales del negocio. Ante el panorama de graves enfrentamientos y conflictos (en el cual las empresas privadas difícilmente arriesgarían su capital) el modelo evoluciona hacia el reemplazo de los industriales privados por la participación de la industria paraestatal.

Para el éxito de esta política se creó toda una apoyatura legal y

administrativa fuertemente corporativa. Se entrega la tierra en ejidos pero en los bosques de dichos ejidos no se autoriza a los ejidatarios la libre apropiación de sus recursos forestales. El aprovechamiento de los bosques se declara caso federal de interés público, y por lo tanto la Nación se reserva el derecho de decidir a quién concesiona su aprovechamiento. Se declara de utilidad pública el funcionamiento de una empresa determinada, y por decreto se le entregan en concesión grandes superficies forestales en forma exclusiva. Esto garantiza a dicha empresa condiciones monopólicas en dicha región. El papel del servicio forestal se limita al de dar una legimitación de carácter público a este tipo de industrias en sus aspectos de operación cotidiana. Se crea por decreto la figura corporativa de Unidad Industrial de Explotación Forestal, a través de la cual específicamente se quita el manejo forestal a los distintos dueños de montes, se los amarra en una unidad administrativa forestal controlada por la empresa, y se los obliga a entregar su producto a esta última.

Este modelo lleva a una concepción faraónica: grandes empresas que

explotan grandes extensiones de bosques. Se desarrolla así un neoenclave de carácter paraestatal, que en realidad traba el desarrollo regional. Por una parte, es prácticamente imposible la planificación regional, porque no hay elementos sociales y económicos interactuantes. La planificación se convierte en una ficción tecnocrática. Por otra parte, a nivel comercial no hay relaciones horizontales a nivel regional. La gran industria forestal se convierte en la herramienta para la extracción del excedente de la región.

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Hay en este modelo una triple suplantación:

1. Por un lado, la industria paraestatal suplanta a la iniciativa privada, y utiliza las ventajas de una situación de monopolio. 2. Por otro lado, el estado suplanta a los propietarios de los montes, al imponer una serie de normas reglamentarias que de hecho impiden que los campesinos encaren el negocio forestal por su cuenta. 3. En tercer lugar, la ficción del servicio forestal federal suplanta al surgimiento de un verdadero servicio forestal, dedicado a la administración de los montes. Este exclusivismo ha impedido que en México los bosques sean administrados por sus propios dueños.

Se trata de un caso típico de conflicto programado. El resultado de todo

esto ha sido la destrucción de los terrenos forestales por parte de los campesinos, la irracionalidad técnica por parte de la industria, y la corrupción generalizada del servicio forestal oficial.

El crecimiento demográfico y la mejoría de las condiciones de vida y

educativas de la población rural (lo cual conlleva mayores aspiraciones a tomar en sus manos el control de sus recursos naturales) puso en crisis dicho modelo, y con ello un modelo de relación deformada entre la administración pública forestal y los sectores sociales ligados a dicha actividad.

Desde el punto de vista técnico toda una generación de profesionales

forestales participó de la visión de que las concesiones paraestatales creaban condiciones técnicas más favorables que las anteriores para el desarrollo de prácticas de manejo. Su acción significó que se dieran avances insoslayables en lo que se refiere a la definición y ordenación de superficies forestales de gran tamaño(36), que independientemente de los problemas de la participación campesina pusieron a México en varios aspectos técnicos a la vanguardia en América Latina.

En Quintana Roo, dentro de este período deben reconocerse dos

etapas: 1) antes de la creación de la concesión MIQRO, en el cual aparecen varios de los elementos de suplantación discutidos en los párrafos anteriores, pero aislados, y 2) la época de la concesión MIQRO, que representa la aplicación acabada del modelo forestal descrito. Período pre-MIQRO

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Luego de la época de Melgar tuvo lugar un proceso de sustitución de las organizaciones cooperativas y campesinas. El corporativismo estatal previsto en el modelo alemanista tuvo en Quintana Roo, en un principio, la versión primitiva de corporativismo unipersonal durante los largos años del gobierno despótico de Margarito Ramírez. El uso del aparato del estado para el enriquecimiento personal a través de la promoción o encubrimiento de ilícitos se hace en esta época de una manera integral, y sin contrapesos sociales o políticos.

Esta etapa es un ejemplo paradigmático de una situación común en el Sureste: lo forestal constituye históricamente el negocio fácil de la burocracia gobernante. Permite una política de capitalización a corto plazo basada en la apropiación personal de bienes públicos. Quintana Roo, con una superficie forestal mayor que la de muchos países europeos pero prácticamente despoblado y consecuentemente casi sin presiones sociales, era un campo fértil para ello.

Se buscaron eliminar los elementos progresistas de la época anterior, y

en tal sentido este período debe considerarse un paso del monopolio de empresas extranjeras al monopolio de la burocracia gobernante(37). El proceso tuvo manifestaciones particulares en el caso del chicle y en el caso del aprovechamiento de caoba.

En el caso del chicle se utilizó la Federación de Cooperativas, digitada

directamente desde el Gobierno mediante la imposición del Gobernador como gerente, para fomentar un agudo proceso de centralización, que incluyó el otorgamiento de permisos globales de aprovechamiento del chicle otorgados a nombre de la Federación. Esto permitía usar los permisos en forma discrecional para sacar chicle de diversos predios en forma indiscriminada. Ello significó, durante muchas décadas, la falta de herramientas administrativas para lograr una ordenación técnica del aprovechamiento chiclero. El manejo discrecional del crédito refaccionario permitía el favoritismo, y servía como herramienta para que los pignoradores tuvieran una función de contratistas disimulados.

El gobierno estatal fungía como intermediario directo entre las

cooperativas y el comprador americano. Este papel fue continuado años más tarde por la paraestatal Importadora y Exportadora Nacional. El control último del negocio quedaba así en manos de unas pocas personas.

Como este mecanismo no existía para el caso de la caoba, el mismo se

creó expresamente. El gobernador, como presidente del consejo de administración, solicitó a la Federación de Cooperativas la creación de la

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Sección Maderera, por medio de la cual se monopolizó el corte y aserrío de maderas preciosas(38). A través de la misma se vendieron millones de pies a la Freiberg Mahogany Co. Los beneficios de esta operación no fueron recibidos ni por la Sección Maderera ni por la Federación(39).

Huelga decir que esta situación representaba una simple continuación

de las viejas prácticas de los contratistas que operaron luego del período de las concesiones. No había elementos de ordenación técnica de los montes, ni nuevas prácticas de extracción o de procesamiento industrial. Se extraía exclusivamente maderas preciosas. La mayor parte de la madera seguía vendiéndose en troza en Belize, si bien ahora los contratos se hacían en México y conformes a la legislación mexicana(40). La concesión MIQRO El surgimiento de la empresa Maderas Industrializadas de Quintana Roo (MIQRO) se debió al esfuerzo de un grupo de industriales de la región que originalmente solicitaron una concesión para la instalación de una fábrica de triplay, aserradero, elementos para muebles, etc. Más adelante la industria fue comprada por el estado.

Ello fue parte de una política de desarrollo forestal de carácter regional, que fomentó el otorgamiento de grandes concesiones a empresas con valor agregado relativamente alto, especializadas en una línea productiva, y con un gran control centralizado del espacio. Es el caso de Colonia Yucatán, Zoh Laguna, La Chiquita, y más tarde el complejo COFOLASA-Triplay de Palenque. Esto resultaba coherente con la política nacional de sustitución de importaciones, que en estos casos buscaba refuncionalizar la utilización de grandes espacios en gran parte vacíos.

En el momento de surgimiento de la MIQRO Quintana Roo, que

representaba el 2.57% de la superficie total del país, tenía el 12% de los bosques del mismo, con una superficie de 3,033,000 Ha.(41). En este enorme espacio, con la excepción de un aserradero, había una ausencia total de industrias. La caoba y el chicle se seguían exportando en bruto.

La situación representaba un reto difícil: el paso de una economía de

enclave a una de mercado. En este sentido, el surgimiento de una fábrica como la MIQRO representaba una gran refuncionalización industrial, con claros efectos a nivel nacional. Pero en los aspectos socioeconómicos su efecto como elemento dinamizador del desarrollo regional resultaba nulo.

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Para la utilización intensiva de los bosques en su momento se recomendó el uso integral de especies y productos (tejas, cajas, mangos, etc., con la utilización de cortas dimensiones para elementos para muebles), pero se reconoce difícil el paso "por la lejanía de los mercados". Es por ello que se aceptó centrarse en el procesamiento de triplay de maderas preciosas. Se previó una capacidad instalada de 500,000 m2 de triplay, que se cubriría con la utilización de 16,600 m3 rollo anuales de maderas preciosas, y además el aserrío de 2,100,000 de pies tabla, que se cubriría con 4,980 m3(42).

Resultaba además casi imposible implementar la propuesta de

utilización más integral con una estructura centralizada y de gran tamaño, y no habían otras industrias con las cuales desarrollar relaciones de integración vertical y horizontal. La idea de utilización de otras especies y fabricación de nuevos productos siempre figuró como uno de los objetivos teóricos de desarrollo de la MIQRO, pero nunca llegó a implementarse. El único producto aparte del triplay y una pequeña proporción de chapa decorativa fue el aserrío complementario de la caoba no apta para debobinado (es decir, un paso técnico menos avanzado).

No obstante, durante la administración de la empresa por el Ing. Mario

Ávila se llevaron a cabo varios intentos de diversificación a través de la utilización de maderas corrientes tropicales, novedosos para la región(43). Estos intentos fueron luego abandonados por la empresa, cuando cambió su administración y su política comercial, volviendo al esquema selectivo.

La MIQRO representó de hecho un enclave industrializado, basado en

la utilización selectiva de dos especies (caoba y cedro), el procesamiento de un producto (triplay), y su venta al mercado nacional. La fábrica fue el elemento central en el Territorio, que a la sazón, con una población total de 27,000 habitantes y una densidad de 0.5 hab/Km2, constituía la entidad menos poblada de la república. Sus ingresos llegaron a triplicar el presupuesto del gobierno local.

A pesar de ello, no se debe en absoluto subestimar los efectos que tuvo

el procesamiento local de la madera. Se previó un coeficiente de utilización de la troza del 75%, calculado en base a las grandes trozas de primera calidad de caoba(44). Esto representaba una mayor utilización del volumen total árbol, en comparación con con el 60% del coeficiente de aserrío usual para la región (y por supuesto con la cero utilización local de la venta de madera en troza). El aumento de ingresos en concepto de valor agregado fue del orden del 60% en comparación con la venta de trozas al exterior. El funcionamiento de la MIQRO sentaba las bases de procesamiento local

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para la eliminación de la salida en trozas de la región, la cual fue prohibida poco después.

Para garantizar el abastecimiento de madera, la empresa solicitó la

concesión de 1,352,000 Ha. de terrenos nacionales y ejidales. El gobierno federal, por decreto del 30 de julio de 1954, le otorgó la concesión de 462,984 Ha., reduciendo el área de la solicitud original. Casi inmediatamente el ciclón Janet (27/9/1955) afectó una franja de 600,000 Ha., constituída en su mayor parte por bosques productivos. Esto tuvo un efecto nodal en la historia forestal de la región: significó una reordenación profunda del espacio forestal de Quintana Roo. Los bosques que habían sido la fuente tradicional de la riqueza forestal de la zona sur, ubicados en la ribera del río Hondo y al oeste de Bacalar, quedaron en el suelo. Los bosques de la concesión se vieron afectados en 334,061 Ha. (45). Es por ello que, manteniendo la misma superficie, se solicitó el cambio de la ubicación de la misma, en la forma de dos lotes ubicados respectivamente al norte y al sur del área afectada por el ciclón (lote norte 367,611 Ha., lote sur 95,333 Ha.).

La concesión se otorgó en dos situaciones de tenencia de la tierra

diferentes: 1) terrenos nacionales despoblados, y 2) seis ejidos forestales, los únicos existentes en dicha época en el área de la misma. En el primer caso, la concesión pagaba un arancel al estado en concepto de derecho de monte para el aprovechamiento de terrenos nacionales. En el segundo caso, la empresa pagaba un derecho de monte a los campesinos, fijado arbitrariamente por el estado. Tal suma no era pagada directamente al ejido, sino que la misma era retenida por una institución oficial ubicada en México D.F. (Fondo Nacional de Fomento Ejidal, FONAFE), y sólo era devuelta a los campesinos previa presentación a la misma de un "proyecto de interés social".

A través de este tipo de mecanismos, empresas capitalistas como la

MIQRO materialmente obligaban a los campesinos a generar excedentes de los cuales se apropiaban para su exclusivo beneficio(46). No había ningún mecanismo de mercado para la compraventa de madera en rollo. Los precios solamente se formaban a partir de la industrialización de la madera por la fábrica. Los ejidos no tenían opción: o entregaban la madera a la MIQRO en estas condiciones, o no la entregaban a nadie.

Lo anterior ilustra claramente los mecanismos del modelo tradicional a

través de los cuales el Estado, a partir de considerar a los bosques "patrimonio nacional" en abstracto, y actuando al servicio de las concesionarias en forma de garantizarles un "área de abastecimiento" donde no surgieran verdaderas relaciones comerciales, actuaba en

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detrimento de los intereses de los dueños de los montes. Se generaba así una cadena directa: grandes concesiones 6 madera barata y segura 6 ineficiencia industrial 6 costo pagado por los campesinos. El capital se acumulaba en base a la apropiación del entorno no capitalista, en las condiciones típicas que hacen posible la acumulación primitiva(47).

En los aspectos de manejo forestal se dieron avances muy importantes.

Se pretendía que esa concesión fuera un modelo de aprovechamiento para el trópico, y de hecho constituyó un ejemplo pionero de ordenación de montes tropicales en América Latina. Por primera vez se desarrollaron en la región prácticas de ordenación forestal. Para lograr el permiso de explotación la empresa debió llevar a cabo un estudio dasonómico de grandes dimensiones y presentar un proyecto de plan de ordenación(48), a ser revisado a los diez años(49).

Para la ordenación de los aprovechamientos se adoptó un ciclo de corta

de 25 años, y se utilizó el criterio de diámetros mínimos cortables. Para los terrenos nacionales se adoptaron dos planes de corta globales (uno para el lote norte y otro para el lote sur). En estas áreas los frentes de corta fueron avanzando de este a oeste, comenzando la explotación en las zonas más cercanas a la fábrica. Esto permitió concentrar la maquinaria de extracción, e ir aprovechando año con año la infraestructura construída. En los seis ejidos constituídos en la época de realización del plan de ordenación de la unidad, se previeron planes de corta particulares para cada uno de ellos. Esto significó que en cada uno de estos ejidos la actividad extractiva forestal revistió un carácter sostenido y anual.

Se tomaron en cuenta los datos y proyecciones de incrementos con que

se contaba en la época. El tipo de explotación que llevó a cabo la MIQRO no provocó una alteración estructural del monte. No había peligro para la desaparición del monte dentro de los presupuestos silvícolas del modelo. Cuando mucho, se podría producir una sobreexplotación de la caoba hacia el fin del ciclo de corta. Dentro de este modelo, sin embargo, el capital generado por la explotación forestal no se reinvertía en el monte para lograr el aprovechamiento sostenido. Durante la primera etapa de la concesión, la reforestación no se llevó a cabo en las áreas de aprovechamiento sino en plantaciones compactas fuera de las mismas. En términos de manejo forestal, hubo una incidencia en el control espacial de las actividades de monte a nivel macro, pero no a nivel micro. Éste logró grandes avances con respecto a las etapas anteriores (la extracción se ordenó espacialmente por áreas anuales de corta y cuadrículas de 100 Ha.), pero fue casi nulo desde el punto de vista silvícola(50).

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En los aspectos de extracción y transporte se observan varios avances. No había habido nunca en Quintana Roo semejante concentración de capital para la explotación forestal. Las operaciones de extracción representaron una utilización intensiva y concentrada de la infraestructura fluvial-lagunar. Al mismo tiempo, la empresa tuvo un importantísimo papel en la construcción de caminos, y en consecuencia en hacer accesibles los montes, con efectos secundarios para otras actividades económicas. En un principio, esto se llevó a cabo coordinando las vías acuáticas y terrestres, con un botadero de madera en el río Hondo para el lote sur (Estero Franco) y otro en la laguna de Bacalar para el lote norte (Xtocmoc). En este sentido, la empresa tuvo un gran efecto desde el punto de vista de la organización espacial.

A través de la MIQRO se centraliza el capital y el control territorial, y se

vuelve a una situación similar a la de principios de siglo, pero con mayor grado industrial y de organización espacial. El alto grado de concentración permite aumentar el grado de maquinización y consecuentemente el radio de acción. Éste está determinado por la capacidad para hacer caminos. La empresa pagaba el elevado costo de su construcción con el valor de la maderas preciosas.

Al interior de los ejidos surge una contradicción entre los criterios de

organización espacial de la empresa y los de los campesinos, que al principio coincidían por el aprovechamiento del chicle, pero que con la generalización de prácticas agropecuarias divirgieron y dieron origen al desmonte.

En resumen, desde el punto de vista técnico la instalación de MIQRO

introduce los siguientes avances:

1. Procesamiento local en una empresa de alto valor agregado. 2. Abastecimiento del mercado interno (por primera vez la tendencia no

es hacia la exportación). 3. Se aplican elementos de ordenación forestal. 4. Concentración y gran dominio espacial de las operaciones de

extracción y transporte. 5. Se hace accesible el interior de la selva (construcción de caminos)(51).

Al mismo tiempo, se deja abierta la contradicción por la planificación del

uso del suelo y el control del recurso entre la empresa y los propietarios de montes.

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La colonización agrícola y la destrucción masiva de los recursos forestales Los gobiernos de López Mateos, y más aún de Díaz Ordaz y Echeverría, representan un segundo reparto agrario, pero en tierras más marginales (básicamente desiertos y selvas tropicales). En la política de desarrollo rural hubo una prioridad agropecuaria (ampliación de la frontera agrícola), pero en la cual los terrenos eran en gran parte de vocación forestal.

En el período presidencial de Echeverría se buscó solucionar los problemas creados por el reparto agrario a través del concepto de "organización campesina". Se dio prioridad a la creación de colectivos, se centralizó el crédito rural, y el estado intentó una intervención directa a través de organismos federales autónomos. Éstos tienen una expresión específica en los planes faraónicos de colonización de áreas forestales tropicales (Plan Chontalpa, Plan Balancán-Tenosique, Uxpanapa, etc.).

La participación del estado en este período se caracteriza por los

intentos de suplantar y tratar de dirigir la iniciativa campesina, quedando la decisión en las manos de un aparato administrativo burocrático no preparado para ello. El estado intenta aplicar una planificación de tipo normativo, centralista y tecnocrática, que no deja ningún espacio para la participación autónoma de los productores directos. Los proyectos son pagados con dinero del erario público (las más de las veces a través de préstamos de instituciones internacionales como el BID, que compartían criterios similares), y aún por dinero expropiado a los propios campesinos. Para ello se perfecciona el verticalismo a través de la creación de la Secretaría de la Reforma Agraria, que manipula los fondos comunales a través del Fondo Nacional de Fomento Ejidal.

El centro de la cuestión forestal en esta época radica en la crisis del

modelo del período anterior. Hay una doble confrontación programada. Por un lado, colonización de tierras forestales y transformación de las mismas para el uso agrícola. Por el otro, continuación del modelo forestal tradicional. El estado toma cuenta de ello, pero intenta dar una solución burocrática contemporizadora.

Hay en este período dos políticas forestales contradictorias y

coexistentes: la tradicional, que no cambia, y la de "participación campesina", aplicada a través de FONAFE y la Dirección General de Desarrollo Forestal. No había integración entre las dos visiones. A los campesinos se les dejaba trabajar si no afectaban los otros intereses.

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El estado no funge como conciliador de los distintos intereses en juego, sino que mediante la aplicación de una concepción funcional corporativa pretende "repartir" el juego entre los distintos sectores involucrados, sin replantear a fondo el problema. Se visualiza una complementariedad ficticia entre el sector campesino y el industrial. En segundo lugar, se hace más patente el enfrentamiento entre el sector industrial monopolista beneficiado por el estado y los intereses de la pequeña y mediana industria, que quedaba fuera de este tipo de negocio. A pesar de que comenzaban a surgir nuevos actores políticos y socioeconómicos fuera del aparato forestal tradicional, éste siguió siendo centralista, tecnocrático y de competencia exclusiva federal. Esto implicaba la falta de mecanismos locales de conciliación. Criterios de la colonización en Quintana Roo La colonización dirigida en Quintana Roo buscó dar salida a demandas agrarias en otras partes del país ofreciendo tierra aquí. En la zona sur del estado, las principales áreas de colonización fueron los terrenos nacionales de los lotes norte y sur de la concesión MIQRO y la superficie intermedia que había sido afectada por el ciclón Janet. En varios ejidos ya constituídos se metió nueva gente a fuerza para ampliar la frontera agrícola. Ésta fue la principal política en la ribera del río Hondo.

Este tipo de colonización se montó sobre una concepción geopolítica acerca de la importancia del cambio de uso del suelo como forma de ocupación y control del espacio, sobre todo en áreas de alta sensibilidad como las fronteras. Esto hizo que el proceso de colonización, como herramienta de ocupación del espacio, no se separara conceptualmente del proceso de cambio de uso del suelo. En esta concepción, el aprovechamiento forestal era sinónimo de espacios vacíos y población trashumante. Se consideraba que sólo la agricultura de tipo industrial y la ganadería extensiva "fijan" al campesino a la tierra. Algunos antropólogos sostienen esta visión. Con un lenguaje un tanto florido, Chenaut nos dice:"Se taló el monte, se quemó la selva. Y en su lugar, se cercó la tierra (el cerco, límite a la trashumancia) y el paisaje del río Hondo en la actualidad nos muestra verdes pastizales o brillantes cañaverales"(52). La misma visión era compartida, si bien en forma menos lírica, por la mayoría de las instituciones públicas.

Pero esta concepción es falsa. Parte de la generalización de un tipo

particular de aprovechamiento forestal, el selectivo extensivo, posible sólo en determinadas condiciones históricas, demográficas, sociales, de control del espacio y de operación del aparato del estado. Las instituciones

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oficiales hicieron de este tipo de aprovechamiento forestal el modelo genérico. Por ello conceptualmente opusieron frente al mismo la colonización agrícola, y el negocio maderero se dejó fuera de las manos de los ejidatarios. Sin embargo, el concepto de aprovechamiento de una extensión ilimitada (baldía), característico de la etapa anterior, estaba dejando de ser viable justamente por la nueva situación de tenencia forestal (montes de tamaño mediano, que significaban un límite a la extensión espacial de los aprovechamientos) introducida por la colonización.

Se desconoce un hecho esencial: la silvicultura también fija al

campesino a la tierra. No se tuvo la visión a largo plazo de las posibilidades de una concepción de desarrollo forestal moderna, tendiente a la utilización intensiva de los bosques y basada en el desarrollo de una economía forestal comunal, como había sido el camino histórico en los países forestalmente desarrollados(53). Nadie visualizaba la perspectiva del uso sostenido del monte en bosques de extensión modesta. Ello era ya posible por los cambios que habían tenido lugar en la accesibilidad de los montes, debidos a los cambios en las vías de acceso. La MIQRO había construído una importante infraestructura caminera. Además, en la década de los 50 y 60 se abrieron las carreteras de acceso al territorio, y en los 70 la de La Unión. Se requería en estas condiciones de menos capital para aprovechar los montes, lo cual ponía al aprovechamiento maderero al alcance de la población local. Características de la colonización Los factores técnicos, económicos y de tenencia de la tierra que habían promovido la conservación de los recursos forestales y su coexistencia con actividades agrícolas poco intensivas, pero que no significaban una presión sobre aquéllos, cambiaron drásticamente. La dotación per capita se redujo desde 420 Ha. forestales por ejidatario, con carácter comunal y la obligación de conservar los recursos forestales, a 20 Ha. con carácter parcelario y fines agropecuarios. El uso forestal se desestimuló abiertamente. Un ejemplo de ello es el expediente dotario del ejido Chan Santa Cruz: el mandamiento del gobernador del territorio se hizo aplicando los criterios tradicionales de la colonización chiclera, con la obligación campesina de conservar los bosques de una gran superficie comunal. La política agraria cambió sobre la marcha, y la resolución presidencial se emitió aplicando un criterio de dotación parcelaria con fines agropecuarios, sin obligaciones conservacionistas.

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A través de la dotación de parcelas de gran tamaño se buscaba convertir a los campesinos tradicionales en modernos "farmers" (sobre todo bajo la presidencia de Díaz Ordaz, en la cual el lema colonizador fue la "vuelta al mar"). Con Echeverría, la utopía cambió (a través de la creación de colectivos y de la digitación vertical automática) hacia transformarlos en modernos cooperativistas del kibutz. La dinámica campesina de cambio de uso del suelo Los colonos tenían distinto origen, distinta historia personal y distinto grado de apoyo por parte del estado. Los nuevos pobladores, a diferencia de los ejidos forestales, no traían consigo una "cultura forestal". Las nuevas condiciones de ocupación espacial eran:

1. Grandes extensiones de tierras prácticamente vírgenes. Ello da origen a explotaciones muy extensivas.

2. Falta de redes de producción y comercialización. Ello da origen a una tendencia a la producción de autosubsistencia.

3. Inversión inicial para la preparación de los terrenos para la producción sin contar con capital. Ésta se basa en el trabajo individual.

Sobre esta situación se sobreimponían los diferentes proyectos de

capitalización de los colonos. Hubo cierta relación entre el origen de los inmigrantes y el uso del suelo: los colonos tabasqueños y veracruzanos traían un proyecto de capitalización ganadera, los yucatecos de capitalización apícola y frutícola, etc. Dentro de la población de origen chiclero, una vieja demanda era la utilización maderable de sus propios bosques. En general el período estuvo caracterizado por una tendencia a la incorporación a la economía de mercado, si bien las condiciones podían hacer lento el proceso.

En lo que hace a la ocupación espacial hubo una clara tendencia a la

sedentarización parcelaria. No es cierto para este período lo descrito por Redfield sobre la milpa itinerante maya ("Los bosques son libres para el que quiera hacer su milpa... pero, una vez que el terreno usado se abandona, el primer milpero que lo trabajó no tiene mayor derecho a él que cualquier otro...")(54). Aún en los ejidos colectivos los derechos individuales se ampliaron de facto: del derecho por dos o tres años sobre la milpa a derechos sobre los acahuales, y por último derechos sobre extensiones delimitadas de terreno. En este sentido la colonización del sur de Quintana Roo, aún cuando persisten formas de uso del suelo tradicionales, sienta una matriz capitalista.

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Durante años, el gran tamaño de las parcelas dotadas y la relativa abundancia de recursos forestales promovió la continuación de prácticas agrícolas poco intensivas (la roza-tumba-quema tradicional). Si sobran recursos naturales, la productividad del trabajo puede ser mayor en la roza-tumba-quema que en otros sistemas más intensivos. El recurso natural subsidia la explotación agrícola: hay mucho desperdicio, pero éste da los insumos necesarios para la producción. Dentro de cada núcleo ejidal, la producción agropecuaria se extendió a través del desmonte de terrenos forestales, pero no por intensificación de las explotaciones. En vez de promover una mayor productividad del esfuerzo humano, esta política de colonización fomentó el desperdicio de recursos.

A ello contribuía el carácter indivisible de la parcela. Teóricamente, se

trata de un reaseguro para evitar el minifundio. En las condiciones del sur de Quintana Roo, constituye de hecho una herramienta que evita la intensificación de los sistemas agrícolas. Como hacia el interior de la parcela no hay presión de población, el sistema se extiende espacialmente hacia las áreas comunales del ejido, normalmente bosques.

El proceso continúa hasta que se comienza a visualizar un límite

espacial para la utilización de los recursos. En este momento sería necesario un elemento interno que permitiera el replanteo de las actividades productivas. Pero la ocupación parcelaria ya ha creado derechos y las tierras no se vuelven a repartir. Esto significa que el sistema no ofrece alternativas al crecimiento poblacional. Esta combinación de factores económicos, técnicos y de tenencia de la tierra tiene por resultado que en las parcelas ya asignadas se mantiene una agricultura (o en su caso ganadería) extensiva y atrasada, con poco capital y con pocas exigencias técnicas y laborales. No hay, así, una relación entre el aumento de población y la creación de trabajo, y la nueva población se ve obligada a emigrar, o bien a medrar en una situación precaria(55).

Sin embargo, en este proceso todavía se mantiene un elemento de

racionalidad: la elección de terrenos agrícolas por parte de los productores individuales se hace tomando en cuenta las potencialidades productivas del suelo para un tipo determinado de producción, en condiciones técnicas determinadas (p.ej., suelos de yaaxhom). Los programas agropecuarios oficiales

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A la dinámica anterior, básicamente generada por elementos de decisión internos de las comunidades, debe sumarse una dinámica de cambio de uso del suelo introducida desde afuera por la acción de las instituciones oficiales. No se trata de apoyar la iniciativa del pequeño productor agropecuario, sino de crear toda una estructura externa a la dinámica de desarrollo propia de la comunidad. Típicamente, este tipo de programas exige la creación de grupos colectivos de trabajo y la localización de superficies compactas en la cual desarrollar los mismos. Como dicha superficie no puede tomarse de las parcelas individuales ya repartidas, el efecto de estos programas es que "se crece" a costa de nuevas tierras. Sobre la estructura interna surgida de la colonización se sobreimpuso así una nueva estructura debida a la acción institucional.

Como a su vez las únicas tierras comunales con que cuentan los ejidos son por lo general los bosques, esta forma de operación significa que por parte de las instituciones oficiales se trata al bosque como tierra baldía o sin uso. Esto tuvo particular efecto en el caso de los proyectos ganaderos, que compiten con la silvicultura por los mismos tipos de suelos (p.ej. kankab). El bosque no era considerado ni siquiera como simple minería: fue sólo el campo de ensayo de estos experimentos burocráticos.

El proceso de toma de decisión no está en manos de los campesinos,

sino de los burócratas. La aceptación de estos planes oficiales fue la única y exclusiva vía para lograr acceso al crédito agrícola. A ello se suma el subsidio masivo como reaseguro contra posibles fracasos. Todo lo anterior hace imposible una evaluación económica comparativa de diferentes alternativas productivas. Los planes oficiales promovieron en casi todos los casos un desarrollo capital-intensivo a través de la compra anárquica de maquinaria agrícola pesada, sin prever alternativas intermedias entre la tecnología tradicional y la tecnología mecanizada.

La acción oficial se dio siempre en la forma de promoción de los

aspectos productivos. Los aspectos comerciales fueron sistemáticamente dejados de lado. En consecuencia, las decisiones no se toman en función de las posibilidades reales de desarrollo paulatino de una red de relaciones comerciales locales y regionales, sino simplemente de la entrega de un paquete tecnológico. Se supone que los campesinos deberán luego solucionar este tipo de problemas, espontáneamente y sin ningún apoyo específico. No hay una relación estructural entre producción y mercadeo de los productos. Se crea entonces un espacio productivo ficticio, desestructurado de todo espacio económico.

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El sector forestal en el marco de la colonización masiva Ante la nueva situación social, de tenencia de la tierra y de disponibilidad de recursos, el modelo forestal siguió exactamente igual. La planificación de la extracción, los trámites, el manejo de la maquinaria, etc., estaban en manos de la concesionaria. Los campesinos quedaban totalmente fuera del negocio maderero. Se generó una situación dual: la tierra para quien la trabaja, el bosque para los favoritos de la burocracia. Esto iba en dirección opuesta a la tendencia social predominante.

Durante el lapso que duró la concesión, la colonización se sobreimpuso sobre la estructura de los aprovechamientos que ya existían. El número de ejidos ubicados dentro de la misma aumentó de seis a sesenta y dos, y se destruyó casi la mitad del área arbolada original.

A pesar de que todo el contexto había cambiado, se pretendió seguir

con el esquema de ordenación original. El resultado fue una ficción de aplicación de los planes de ordenación. La empresa siguió sacando el mismo volumen de superficies forestales cada vez menores. Los planes de corta, que originalmente preveían dos unidades de ordenación en los dos grandes lotes de terrenos nacionales deshabitados, con grandes áreas de corta anuales para ser distribuídas en los mismos, se aplicaron en unidades discretas: los terrenos ejidales dispersos. Esto significó que las existencias cortables de un ejido (cuya superficie total era en muchos casos sólo un área de corta anual dentro de la unidad de ordenación mayor) fueran totalmente explotadas en una (o unas pocas) anualidades. La fábrica evitaba así la dispersión de su maquinaria de extracción y obtuvo durante bastantes años un suministro estable de materia prima, pero lo anterior significó el abandono del principio de persistencia del monte.

La discusión anterior, por último, muestra que las unidades de manejo y

administración forestal no coinciden con las unidades de tenencia de la tierra. La unidad económica industrial forestal tampoco concuerda con la unidad económica forestal ejidal, lo que impide afianzar un aprovechamiento forestal de tipo sostenible. Ésta fue una de las causas del fracaso del modelo en las condiciones particulares de Quintana Roo.

Para los ejidos constituidos con posterioridad a la fecha de aprobación

del plan de ordenación de la concesión, el aprovechamiento forestal tuvo un carácter esporádico y rapaz. Para algunos ejidos ya constituidos en la época de inicio de la concesión y que contaban con su propio plan de ordenación, pero en los cuales se introdujo nueva población a fuerza

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(casos Botes y Chacchoben) éste también significó el agotamiento prematuro de sus montes.

Ello muestra cómo una aplicación formal de herramientas de

planificación forestal fuera de contexto (y a pesar de contar con una estructura administrativa forestal propia) significa una práctica real totalmente caótica.

Los últimos años de la concesión las contradicciones entre la estructura

de tenencia de los bosques y el modelo de aprovechamiento forestal resultaban ya insostenibles. En lugar de acabar prematuramente con la concesión y hacer otra cosa (lo cual ni siquiera se planteó) se intentó reducir el conflicto refuncionalizando el papel de los campesinos, y buscando una "complementariedad" con el modelo forestal tradicional.

En el área de la concesión se puso en marcha un plan del Fondo

Nacional de Fomento Ejidal, que preveía la entrega de maquinaria de extracción, la instalación de aserraderos y carpinterías ejidales. Se dieron indiscutibles avances en aspectos de capacitación de la población local, pero no había participación campesina en serio. Los ejidatarios aprovechaban el sobrante que dejaba MIQRO. Sólo se les autorizó el aprovechamiento de puntas y ramas, pero el aprovechamiento de fustes de caoba (que era el verdadero negocio) se reservó a la concesionaria. El FONAFE instaló aserraderos de disco, un tipo de maquinaria que por los reglamentos de la SARH no está autorizado para el aserrío de caoba.

Fuera del área de la concesión, las nuevas condiciones de accesibilidad

de los montes permitieron la entrada al negocio de pequeños madereros particulares. En estos casos no hubo ningún elemento técnico de planificación de los aprovechamientos. La explotación era llevada a cabo sin plan alguno, o con alguna caricatura de plan de ordenación(56). Esto hacía del aprovechamiento forestal una actividad sin futuro a largo plazo.

Si bien la ausencia de una concesión permitió el surgimiento de precios

de la madera por encima de los derechos de monte, el ambiente creado por la concesionaria ponía a los madereros en posición favorable para fijar precios de compra particularmente bajos. Además, el estado no fomentó el surgimiento de prácticas claras de mercado, sino que más bien trató de digitarlo burocráticamente a través de la Secretaría de la Reforma Agraria, la forestal y el gobierno local. Esto era una causa más para la destrucción de los montes.

En resumen, la política oficial de "ampliación de la frontera agrícola"

tuvo como resultado una dinámica descontrolada de destrucción de

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recursos forestales sin lograr el éxito económico ni la estabilidad ecológica de la producción agropecuaria. Al despilfarro de fondos públicos se sumó el despilfarro de recursos naturales. El estado pagó la destrucción de la superficie forestal sin reemplazarla prácticamente por nada. En pocos años la superficie forestal del sur de Quintana Roo se redujo en forma impresionante, al tiempo que se amplió en la misma proporción la superficie de acahuales, quemadales y desmontes improductivos.

En esta situación no había un elemento conciliador institucional, capaz

de dar cuerpo y concretar una nueva visión participativa dentro de un verdadero replanteo de la política forestal. No se replantearon elementos tales como el tipo de industria requerido para un determinado tipo de monte y determinadas condiciones sociales, ni las prácticas locales de comercialización de la madera. Hacia una alternativa forestal campesina Esta etapa está caracterizada porque la presencia de nuevos actores sociales interesados en el aspecto forestal fuera del aparato forestal tradicional adquiere un carácter insoslayable. Por una parte, la realidad del surgimiento de nuevas fuerzas políticas al interior de los estados de la Federación. Por otra, en la opinión pública surge la preocupación por el deterioro ambiental (ecólogos, biólogos, medios de comunicación, partidos políticos). El derecho de los dueños de montes a su administración directa, sistemáticamente denegado en el modelo tradicional, es una demanda social cada vez más clara. Una nueva generación de promotores rurales incorpora este problema como parte de la estrategia de desarrollo. Al mismo tiempo hay una recomposición de fuerzas a nivel nacional. Son necesarias reglas determinadas, y básicamente respuestas diferenciadas para cada situación. La situación exige redefinir la relación entre la administración pública y los diferentes sectores sociales ligados a la actividad forestal.

En este contexto surgió una nueva administración forestal, con miras a desarrollar una visión participativa dentro del sector forestal. Se reconoce la presencia de los nuevos actores sociales, se visualiza la necesidad estructural de la participación de los propietarios de montes como únicos actores sociales interesados en su conservación y persistencia a largo plazo, y se intenta fomentar la organización de los mismos para la defensa de sus intereses.

Sin embargo, los cambios se adoptan básicamente desde una

perspectiva intrainstitucional. No se llega a plantear una redefinición de las

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relaciones entre la administración forestal y los sectores de la sociedad civil. El negocio forestal, desde el punto de vista administrativo, sigue siendo materia exclusiva federal en manos del mismo aparato sectorizado y centralista. Aparece el concepto de transferir las actividades forestales a sus propietarios, pero siempre a través de dicho aparato, y manteniendo todas sus funciones. Se trata de evitar a toda costa el surgimiento de espacios de decisión autónomos fuera del mismo.

Hay un concepto de política forestal subyacente en este tipo de

propuestas: el problema se define desde el recurso y no desde la población productora, como lo ejemplifican varias alternativas planteadas en esta época.

Ante la crisis del modelo de las concesiones a grandes complejos

paraestatales, se interpreta que los problemas de empresas como MIQRO, COFOLASA, TRIPSA, etc., no se deben a su inadecuación para un tipo de bosque y situación social determinados, sino que los problemas se debían a la forma de tenencia. La solución propuesta fue "darle la industria a los campesinos", sin tomar en cuenta aspectos específicos de administración, posibilidades organizativas, viabilidad de surgimiento de formas internas de control, etc.

El segundo caso es la solución que se dio al problema del ejercicio de

los derechos de propiedad sobre los bosques por parte de sus dueños. En lugar de reconocer lisa y llanamente el derecho de los mismos a administrar sus propios montes, el servicio forestal federal se reserva este derecho en forma exclusiva, a través de una serie de acciones a las que denomina "servicios técnicos forestales", que pueden ser concesionados a particulares. Es decir, el estado ya no concesiona montes, pero se reserva el derecho de decidir a quién otorga la concesión de los servicios técnicos forestales. Se exige la organización de una dirección técnica y la contratación de un profesional forestal. Éste requiere de una autorización personalizada por parte del servicio forestal, y la responsabilidad de dichos servicios se hace recaer sobre el mismo. Sólo se otorga esta concesión a quien esté en condiciones de pagar esta estructura compleja. Esto introduce un círculo vicioso: el servicio forestal tradicional no sirve a los intereses de los campesinos, pero para lograr asistencia técnica forestal a la medida de sus necesidades los mismos deben pagarla. Todo ello dio origen, aún cuando el estado realmente intentó la participación campesina, a un tipo de relación subordinada entre los propietarios de montes y la administración forestal.

Como quiera que sea, esta política abrió nuevos y muy importantes

espacios para el desarrollo de alternativas forestales campesinas. Ello

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significaba, de hecho, una recomposición de fuerzas entre los distintos sectores que participaban en el negocio forestal, y a pesar de las limitaciones descritas apuntaba, como vía para lograr la conservación de los recursos forestales, a una alianza estratégica entre el estado y los propietarios de montes.

Esta política encontró la oposición del sector forestal tradicional.

Resultado de estas contradicciones fue la nueva ley forestal sancionada en 1986, que al tiempo que reconoce algunos derechos a los propietarios de montes mantiene rígidamente la concepción centralista. Los tímidos logros de la ley fueron invalidados en la práctica por su reglamento, un intento acabado de reglamentación vertical y burocrática. No se diferencian distintas medidas para distintas situaciones regionales, políticas y de tenencia de la tierra, sino que se ve como panacea la adopción de criterios tecnocráticos (como la pretensión del "manejo integral" de los recursos) en lugar de desarrollar estrategias de avances paso a paso. Todo ello en la práctica va a contrapelo de la propia posición descentralizadora del gobierno federal. El período está así caracterizado por diversas contradicciones intrainstitucionales.

Ello llevó a la situación actual, en el cual se está dando una nueva

recomposición de fuerzas. Ante la experiencia histórica del viejo aparato forestal, hipertrófico en los aspectos reglamentaristas y sin ninguna incidencia en la práctica, la solución que se plantea es la desregulación total, partiendo del supuesto de que la gran industria va a manejar los bosques en serio. No se prevén medidas que garanticen los derechos y promuevan a corto y largo plazo la participación de los propietarios de montes. El problema de la participación de la población local como condición estratégica para lograr la conservación de los montes queda soslayado. Esto conlleva el peligro de una vuelta a la alianza privilegiada entre el estado y los industriales.

Frente a ello, la vía para un desarrollo forestal que involucre a los

propietarios de montes, como alternativa para evitar el deterioro ecológico y económico de su base de recursos, es una adecuada utilización por parte de los mismos de los espacios de decisión surgidos en la última década, con miras a recomponer la balanza a su favor en situaciones específicas. La evolución de la situación forestal en el sur de Quintana Roo durante este perído resulta un ejemplo ilustrativo de lo anterior.

En 1983, en un ambiente de inconformidad de la población y de

destrucción masiva de los recursos forestales, finalizaba la concesión MIQRO. Ello abría una coyuntura particularmente favorable para la aplicación de una nueva política forestal. En los gobiernos estatal y federal

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se habían dado cambios en tal sentido. Por otra parte, la propuesta de la empresa simplemente buscaba la renovación de la concesión, ampliando sus líneas de producción para el procesamiento de corrientes tropicales.

Hacia fines de 1982 y principios de 1983 se hicieron varias

propuestas(57) que llevaron a la implementación del Plan Piloto Forestal de Quintana Roo. El mismo partía de la tesis general de que si se busca la conservación del bosque a largo plazo, éste deberá representar una alternativa económicamente interesante para sus dueños.

Se buscaba explícitamente adaptar la industria a las características de

los montes, sin que ésta dejara de ser rentable. Ello permitía llevar la unidad de planificación desde la industria hacia la unidad de producción forestal (el ejido y sus bosques), lo cual sentaba las bases para el desarrollo de una economía forestal comunal(58). Esto resultaba central para lograr la detención de la dinámica de desmontes como primer paso hacia el manejo y aprovechamiento racional de la selva.

La participación campesina debía ser real. Se preveía el surgimiento de

una verdadera alternativa forestal campesina(59). La entrada se hizo en forma de promover el surgimiento de un mercado local de la madera, como forma de eliminar las viejas prácticas extracomericales. La producción forestal campesina no se concebía como el abastecimiento de materia prima a una determinada industria, sino como una producción para el mercado.

Se adoptaron los criterios de la planificación estratégica situacional(60) en

condiciones locales muy definidas(61). Ello implicaba aceptar metodológicamente que en la implementación de la propuesta iban a haber confrontaciones de diversos intereses tanto económicos como institucionales.

Se trataba de hacer surgir, a la mayor brevedad posible, un nuevo actor

social capaz de hacer valer sus intereses y derechos frente a la forma tradicional de operación de las instituciones.

El elemento movilizador fue un grupo técnico-promotor, muy

institucionalizado pero que funcionó con gran autonomía operativa y sin las limitaciones de los cánones burocráticos tradicionales. Para ello, dicho grupo contó con el apoyo personalizado del gobernador del estado y el subsecretario forestal.

El elemento conciliador fue el gobierno del estado, como actor

institucional capaz de fijar reglas del juego sin tener una incidencia central

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en los aspectos operativos. Las acciones no deberían abarcar indiscriminadamente la superficie estatal, sino que deberían seleccionarse áreas con carácter piloto, en las cuales hubieran condiciones particularmente favorables para el desarrollo de esta alternativa.

El plan contemplaba diferentes aspectos, con una estrategia

determinada en cada caso.

a) Aspectos campesinos Se trataba de responsabilizar y hacer participantes a los grupos ejidales en los aspectos de extracción y comercialización de madera en rollo de sus montes, buscando la superación de su tradicional papel pasivo que se limitaba a la venta de arbolado en pie. Para ello se fomentaría su participación en todas las actividades forestales a nivel local. De esta forma, no solo aumentarían sus ingresos en concepto de ventas de madera, sino también su control de la actividad productora y su capacidad negociadora. Para lograr esto último, el proceso no podía ser iniciado en un solo ejido, sino que varios ejidos forestales (los que tuviesen mayores volúmenes de caoba) deberían formar alguna instancia asociativa que les permitiera negociar en conjunto la venta de su madera. La forma de promover la participación campesina debía ser el respeto por las decisiones ejidales y la organización existente. No habría "organigramas" preestablecidos. Una de las principales funciones del equipo técnico-promotor debía ser la de elemento catalizador de la organización campesina. La tendencia general debería ser el surgimiento de formas de administración forestal en el propio ejido. b) Aspectos silvícolas Se partió de la necesidad de adoptar un numero mínimo de medidas capaces de regular el aprovechamiento caótico que se estaba llevando a cabo, y desencadenar una tendencia hacia el aprovechamiento sostenido de los montes. La primera medida fue la delimitación, por parte de los propios ejidatarios, de áreas que se dedicaran a un uso forestal permanente. Ésta era precondición básica para una perspectiva a largo plazo y para una futura ordenación del monte. La segunda medida era lograr el aprovechamiento de un mayor numero de especies, es decir, superar la tradicional explotación selectiva. Ello

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era así no sólo por razones económicas, sino tambien silvícolas. Se debían tomar algunas decisiones con carácter provisional (por ejemplo ciclo de corta) e ir afinándolas a medida que las circunstancias lo permitieran. c) Aspectos industriales La tendencia general debía ser aumentar la productividad por hectárea de los montes a través de una utilización más intensiva de los mismos. Esto era instrumental para lograr avances en las líneas anteriores. Para ello era necesaria la aceptación de un numero mínimo de maderas corrientes tropicales por parte de la industria local.Se contaba con estudios tecnológicos de la mayoría de las especies maderables con cierta perspectiva económica, pero faltaban ensayos prácticos sobre su trabajabilidad. No había una tradición local de carpintería de esas especies. La industria local fabricaba productos con problemas de diseño, terminación y selección de la madera de acuerdo a sus características decorativas. Si bien había cierta experiencia local para la fabricación de contrachapados con maderas blandas tropicales, la industria prefería basarse en el tradicional uso de caoba. Estos aspectos, debido a su complejidad, no podían ser abarcados directamente en un comienzo. Su solución debería posponerse para una segunda fase, cuando ya estuviera constituída una organización estable de productores de materia prima. d) Aspectos de comercialización La tendencia general debía ser el logro de negociaciones de mercado más claras en el negocio maderero, y la racionalización del aprovechamiento de la caoba. En los primeros pasos, deberían reducirse al mínimo los elementos impredecibles que hicieran recaer los riesgos sobre el sector mas débil, pero al mismo tiempo el único capaz de garantizar la permanencia de los bosques: los campesinos forestales. Para ello, debía lograrse que éstos reforzaran su capacidad negociadora. Debían preverse también acciones reguladoras del Gobierno del Estado sobre las ventas de madera en rollo a la industria, para limitar esos elementos impredecibles. e) Aspectos institucionales Un plan que abarcara todos estos aspectos necesitaba de una estrategia de implementación flexible, no acorde con los cánones aplicados en los programas de desarrollo rural. La tendencia general debía ser hacia el surgimiento de un equipo que contara con gran autonomía, tanto en aspectos de operación como de decisión, que

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reemplazara el tradicional papel policial de la forestal por el estímulo y la promoción. No se buscaba prima facie la coordinación institucional, sino lograr un espacio operativo para el equipo y que éste pudiera desarrollar su acción sin grandes interferencias y sin limitaciones sectoriales de sus atribuciones.

El surgimiento de un nuevo actor social forestal La conyuntura excepcional de la finalización de la concesión debía ser aprovechada para inducir un cambio muy rápido en poco tiempo y con poca inversión. Para ello, el criterio de entrada fue mantener iguales funciones desde el punto de vista técnico, pero reestructuradas de distinta manera y a cargo de distintos actores. Esto significa que en un primer momento se siguió haciendo básicamente lo mismo, pero cambiando el modo de participar de los campesinos, las empresas y el servicio forestal.

Hubo sin embargo un cambio importante en los aspectos de planificación espacial. Los campesinos delimitaron parte de la superficie ejidal como área forestal permanente. Esto implicaba acabar con la indefinición acerca del destino de las tierras de uso común en los ejidos, que había llevado de hecho a considerar el monte como terreno baldío. Esta medida fue adoptada por todos los ejidos que se incorporaron a la nueva alternativa forestal, y significó el surgimiento -por primera vez en el trópico mexicano- de verdaderos bosques, en el sentido de una superficie delimitada y administrada. En contraste con las antiguas superficies arboladas ilimitadas, estos bosques eran de una extensión mucho más modesta, y en todos los casos tenían un régimen de tenencia definido.

Como no se tenía acceso a todos los problemas institucionales ni

industriales, la acción se centró en la empresa paraestatal MIQRO. El gobierno del estado fomentó la compra por la misma de un volumen de maderas corrientes tropicales equivalente al doble de las preciosas consumidas. Se repartían así los riesgos: los ejidos debían solucionar los problemas de extracción, y la industria los del procesamiento. Durante varios años, la presión del gobierno sobre la MIQRO significó la compra de volúmenes muy importantes de maderas corrientes tropicales.

En lo que hace a la participación ejidal, la eliminación de la concesión

permitía el surgimiento de condiciones de mercado. En un año, el precio de la caoba se elevó de $ 800/m3 en concepto de derechos de monte, a $ 19,000 en condiciones de venta libre. Ello tuvo un efecto demostrativo impresionante sobre las posibilidades del negocio forestal entre la población campesina(62).

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Los ejidatarios tomaron el negocio forestal en sus manos, y comenzaron

a administrar las operaciones de monte. En la primera temporada, debieron depender en gran parte de la renta de maquinaria de extracción. Pero ese año el gobierno del estado otorgó (por primera vez en el rubro maderero) créditos para la reparación de la maquinaria de extracción. Ésta fue la señal política para la apertura del crédito bancario en el sector forestal, que en pocos años se hizo una práctica rutinaria. Los principales ejidos iniciaron una política de compra de maquinaria de extracción, que a los tres años les permitió extraer y transportar la madera con medios propios. Esto los ponía en condiciones de acceder al mercado local a través de la entrega de madera en rollo puesta en fábrica, lo cual mejoraba su capacidad de negociación.

Pero la principal acción que reforzó la capacidad negociadora de los

ejidos fue la formación de un frente de comercialización para negociar los precios y condiciones de venta de la madera. Éste fue el elemento que condicionó la extensión espacial del plan: los ejidos que formaron dicho frente contaban con aproximadamente el 60% de las existencias cortables de maderas preciosas en el estado.

El frente de comercialización fue la base para el surgimiento, en 1986,

de la Sociedad de Productores Forestales Ejidales de Quintana Roo S.C., con una superficie forestal de aproximadamente 110,000 ha. Pocos meses después se formó una asociación similar, la Organización de Ejidos Productores Forestales de la Zona Maya S.C., con 150,000 ha. forestales. La superficie forestal representa aproximadamente el 50% de la superficie total. Estas dos sociedades cuentan con la mayor parte de las existencias preciosas del estado.

En el aspecto industrial el proceso no fue tan lineal. La paraestatal

MIQRO siguió comprando las nuevas especies por obligación política, pero no reacondicionó su planta ni sus prácticas comerciales. Esto iba a generar más adelante un cuello de botella. Para encarar el problema del procesamiento de las maderas duras tropicales, se decidió la instalación de una fábrica de parquet laminado. En la empresa privada coexistieron empresarios con una mayor visión industrial (que aprovecharon las promociones oficiales para instalar plantas con mayor valor agregado que las tradicionales) con los madereros tradicionales, que siguieron con las mismas prácticas. Salvo en algunos casos en que se buscó diversificar la estructura del abastecimiento, hubo gran resistencia a la utilización de nuevas especies. La actitud general fue esperar el cambio del gobierno estatal en 1987 apostando a una reversión hacia la situación anterior, lo

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cual resultaba de todas formas congruente con la historia del sector forestal. Pero si bien había contramarchas, la tendencia era al cambio. Marchas y contramarchas del proceso en los ultimos años Desde 1987 hasta la fecha, en los aspectos de estabilización de los bosques, manejo forestal y extracción hubo considerables avances. Los ejidos comenzaron el inventario de sus áreas forestales permanentes. Con la evaluación de sus existencias el abasto de materia prima adquiriría un carácter previsible. Los ejidatarios participaron activamente en la evaluación de sus recursos forestales, en un paso que no tuvo un carácter fortuito, sino que fue el seguimiento lógico de varios años de prácticas de organización técnica de la extracción por parte de los grupos forestales ejidales(63). Con la realización de los inventarios, los volúmenes de caoba se ajustaron, y los de otras especies o grupos de especies se hicieron previsibles.

Las sociedades forestales lograron la concesión de sus servicios técnicos forestales, lo que les permitió contar con su propio servicio forestal. Ello significaba romper con la vieja alianza entre el aparato tradicional y los madereros locales, y permitió una nueva forma de trabajo en la cual el técnico estaba en el monte y en el análisis de sus problemas, más que en el escritorio. Como los costos de la conservación no pueden recaer solamente sobre los campesinos, se implementaron nuevas formas de financiamiento para este tipo de asesoría técnica, en la cual el estado financia parte del personal y los campesinos los gastos de operación.

Esto permitió avances en los aspectos del manejo silvícola. Se hicieron

estudios preliminares sobre los efectos silvícolas de los aprovechamientos(64). Se sentaron las bases para el desarrollo de empresas forestales en las cuales el elemento de manejo fuera parte central de su problemática(65). Se comenzaron a desarrollar a nivel piloto diversos ensayos y tareas silvícolas. Se comenzó la realización de un inventario forestal continuo, que permitirá la obtención de datos de crecimiento. Se desarrolló un sistema computado de información geográfica, que permite su utilización para la ordenación forestal, la planificación espacial de la extracción y otras tareas silvícolas y el control de las actividades(66).

En varios ejidos, aparte de la maquinaria de extracción, los propietarios

del monte cuentan con maquinaria para la construcción de caminos. Ello les da las herramientas para la planificación espacial de las actividades

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silvícolas. La red caminera forestal de la región es, en promedio, notoriamente mayor que la densidad usual para los bosques tropicales.

Surgió el concepto de reserva forestal estratégica, constituída por la

suma a nivel estatal de las áreas forestales permanentes de cada predio. Este concepto sentaba las bases para la planificación del uso forestal a nivel estatal, y para implementar su aplicación en 1989 se constituyó el Plan Forestal Estatal(67). El gobierno del estado promovió su delimitación e inventario, y apoyó el surgimiento de nuevas sociedades de propietarios forestales. El efecto fue, en forma tendencial, la extensión del proceso de organización que hasta entonces había tenido carácter piloto a toda la superficie forestal productiva de Quintana Roo.

En la actualidad abarca casi medio millón de hectáreas de áreas

forestales permanentes delimitadas (aproximadamente el 90% del área forestal productiva del estado). Ello redujo espacialmente los elementos del entorno que habían tenido un efecto negativo sobre las actividades del Plan Piloto Forestal (la continuación de las prácticas forestales tradicionales en los ejidos no organizados tenía un efecto de boicot sobre las prácticas de los ejidos organizados).

Un efecto de esta verdadera política de ampliación de la frontera forestal

fue el surgimiento de intereses forestales más claros por parte de los campesinos. Se formaron tres nuevas sociedades de productores forestales, que sumadas a las dos que ya existían involucran a nueve mil familias campesinas. Además de los ejidatarios con bosques comunales, surgieron nuevos actores sociales en lo forestal: los pequeños propietarios forestales y los ejidatarios con montes parcelados. En el primer caso, ello llevó al surgimiento de la primera asociación de pequeños propietarios forestales en el Sureste de México. En el segundo caso, si bien a nivel piloto, significa un verdadero replanteamiento de las características de la tenencia de bienes forestales al interior del ejido (reconocimiento al usufructo individual de parcelas forestales que se aprovechen con criterios de permanencia del bosque).

La formación de diferentes grupos intermedios de interés al interior de

los ejidos abre nuevas perspectivas de respuesta campesina frente al peligro de disgregación de las decisiones comunales que introduce la nueva ley agraria. Se abandona la pretensión del comunalismo total en lo forestal -concepto condicionante en sucesivas leyes agrarias- pero no las formas asociativas voluntarias.

El sujeto social unificador para lograr la persistencia de los montes a

largo plazo surgió cada vez más claro: el sector de los propietarios de

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montes, comprendiendo diversas condiciones de tenencia de los bienes forestales.

En el aspecto industrial la situación evolucionó de una manera dual. El

gobierno abandonó la presión sobre la industria para la compra de nuevas especies. El resultado fue una confrontación aguda entre industriales y ejidatarios por los volúmenes de caoba, y presiones para que el gobierno estatal fijara el precio de la madera a favor de los industriales (lo cual iba abiertamente en contra de la política federal de desregulación). Hubo intentos por bloquear el funcionamiento de los aserraderos ejidales (es decir, de eliminar burocráticamente la competencia) a través de prohibir la salida de caoba en tabla del estado.

En 1988 el gobierno federal cambió su política aduanera. Ello permitió la

importación de madera, y la industria local cambió masivamente su base de abastecimiento a Guatemala y Belize. Ello les permitió continuar con el aprovechamiento selectivo basado en la caoba y abaratar la compra de su materia prima, pero significó un nulo papel en el desarrollo forestal regional. El esquema de rapiña tradicional de los montes simplemente se trasladó a los países vecinos. Algunos madereros, por su parte, siguieron utilizando como reaseguro los ejidos no organizados. Es decir, las áreas fuera del plan, donde no había control.

Como quiera que sea, la nueva situación significó menor demanda por

parte de la industria local sobre la madera preciosa de Quintana Roo, y consecuentemente menores presiones sobre el gobierno para que éste garantizara el abasto industrial de materia prima a costa de los ejidatarios. Ello fue aprovechado por estos últimos para desarrollar una activa política de industrialización ejidal.

La mayoría de los ejidos con bosques ricos y extensos cuentan en la

actualidad con aserraderos banda, lo cual los faculta para el aserrío de caoba. Para los ejidos, la producción de tablas significó dos cosas: en primer lugar, la capitalización local del valor agregado, que permitió duplicar la utilidad por volumen extraído. En segundo lugar, el acceso al mercado nacional (porque en esta etapa de procesamiento la distancia de transporte deja de ser una limitante), donde venden esta especie sin problemas en diferentes partes del país. Están comenzando a dar pasos para el procesamiento de maderas duras tropicales, a través del uso de sierras con dientes de estelita. Algunos han comenzado actividades tendientes a la diferenciación de actividades productivas, al acceso a nuevos mercados y al logro de mayor agregado: instalaciones de secado, venta de madera dimensionada, fabricación de productos finales, acceso al

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mercado de productos de origen ecológico (dado que se pretende un manejo forestal de este carácter), etc.

En los ejidos pequeños, cuyo volumen anual no paga la instalación de

aserraderos fijos ni la compra de maquinaria pesada de extracción, se están comenzando a aplicar tecnologías más livianas: aserraderos portátiles, arrastre con camiones o tracción animal, etc. Esto les permite superar la dependencia de un solo comprador, y tener más libertad para organizar los aprovechamientos tomando en cuenta aspectos económicos y silvícolas. Se cumple así una de las premisas metodológicas de que las acciones de desarrollo deben presentar una respuesta técnica específica para cada situación.

El desarrollo industrial ejidal ha tenido tres efectos: por una parte, es

una vía para la creación de empleos permanentes en los ejidos. En este sentido, se abre una puerta para la absorción del crecimiento poblacional a través de la diferenciación social y técnica. En segundo lugar, las ganancias producto de un mayor valor agregado "quedan en casa". En tercer lugar, ha obligado al surgimiento de nuevas formas administrativas y de gestión, y ha promovido la diferenciación del trabajo al interior de las comunidades. En este sentido, los intereses que está desencadenando el proceso al interior de las comunidades (a pesar de que en el mismo se han dado tantos avances como contramarchas) tienden a afianzar la alternativa forestal campesina. Sientan, al mismo tiempo, la base para un auténtico replanteo del tipo de inversión privada necesaria para lograr un aprovechamiento sostenido de los montes. Situación actual y perspectivas En la situación regional son de observar una disparidad de situaciones. Hay una gradación que va desde ejidos con una economía forestal estable hasta ejidos que recién están comenzando a tomar en sus manos el aprovechamiento forestal. Hay ejidos con bosques ricos, que permiten un desarrollo más centrado en lo forestal, y ejidos con bosques pobres en los cuales los problemas son mayores. Esto tiene un efecto directo en lo que respecta a los ingresos que permite obtener la actividad forestal, lo cual está relacionado con la sostenibilidad de los aprovechamientos. La estabilidad de las áreas forestales permanentes depende así del logro de una utilización ampliada de las potencialidades productivas del monte, que haga rentable el uso forestal del suelo aún en bosques pequeños.

Para estabilizar esta situación, es necesario desarrollar y ampliar el mercado de maderas corrientes tropicales. A pesar de los avances que se

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han dado en este sentido, el cuello de botella sigue siendo la falta de una utilización más intensiva de especies y del arbolado por parte de la industria, con precios de venta de la materia prima que hagan rentable el negocio para los dueños del monte. En las condiciones actuales el carácter errático del mercado y los bajos precios ponen el negocio al borde de la rentabilidad, y para lograr utilidades es necesario una mayor capitalización local del valor agregado. Esto marca una tendencia para el desarrollo industrial ejidal.

Los ejidos han dado varios pasos hacia la industrialización, pero la

industria privada en su mayor parte utiliza solamente preciosas y se abastece del exterior. Ello dio origen a una estructura industrial dual: por una parte hay avances, por la otra se sigue con lo mismo del otro lado de la frontera. Se repite el esquema del enclave forestal, con el mismo tipo de integración regional deformada que caracterizó a la frontera sur, sólo que ahora el pico del embudo es Quintana Roo.

Resulta obvio que Guatemala y Belize están en una etapa del desarrollo

forestal que en Quintana Roo ya se superó: la de la explotación selectiva, las concesiones y la explotación de tierras públicas. Ello abarata la madera proveniente de estos países, lo cual desestructura las relaciones locales. La importación de madera a bajo precio desestimula el mercado local, y consecuentemente los esfuerzos hacia la conservación.

Por otra parte, la industria no invirtió, o al menos no lo hizo en forma de

estabilizar las relaciones de mercado. Las industrias no pagan los precios que pretenden los campesinos, y la situación se mantiene en un círculo vicioso: sin cambiar las líneas de producción, elevar la calidad del producto e invertir en maquinaria moderna la industria local no puede competir en el mercado. Pero sin capacidad de competencia no puede pagar los precios que hacen rentable al negocio para el productor forestal local, más altos que los de la madera importada porque los mismos incluyen los costos de conservación del monte.

La respuesta a esta situación por parte de los propietarios de montes

ha sido tomar en sus manos los pasos industriales que estén a su alcance. Ellos son los únicos cuyo capital no es especulativo, ya que está formado en gran parte por las existencias forestales de sus propios montes. Pero resulta claro que la industria ejidal no puede ser la respuesta a todos los problemas, y que la falta de procesamiento de nuevas especies y productos representa un gran espacio de inversión subutilizado.

Lo anterior sienta las bases para una redefinición del papel del estado.

El mismo debe ser el elemento racionalizador de la inversión. Grandes

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industrias con grandes demandas de abastecimiento deben ser desestimuladas, como asimismo industrias con una estructura de abasto estrictamente selectiva, ya que las mismas no resultan acordes con la nueva situación de tenencia de los montes. Se deben fomentar industrias pequeñas y diversificadas, cuya demanda volumétrica de materia prima no sea desproporcionada con la capacidad de oferta de las unidades de producción local (las áreas forestales permanentes). En las condiciones locales, una cifra razonable es un consumo máximo de 5,000 m3 anuales.

El dominio del aserrío por parte de los propietarios del monte introduce

una nueva situación: la industria privada no deberá utilizar como materia prima la madera en rollo, sino comprar lo que producen los ejidos e incorporar un mayor valor agregado a los productos intermedios comprados localemente. De hecho esto se da en la actualidad, si bien en forma espacialmente desestructurada, por parte de industrias situadas fuera de la región, las cuales pagan mejores precios por la materia prima que las locales (lo cual demuestra que el proceso es perfectamente viable). Ello hace de la industria ejidal el núcleo a partir del cual se deben dar pasos hacia el surgimiento de una industria con diversos grados de integración vertical.

La tarea política del estado debe ser, en este sentido, la separación

definitiva del industrial de las tareas de extracción. Esto es así no sólo por razones económicas sino también silvícolas: la conservación de la selva depende de las expectativas económicas de quien la trabaja, y el que tiene el control físico sobre el recurso es quien define el margen de utilidad para que el aprovechamiento resulte económicamente atractivo en su concepto. El control físico de las operaciones de monte por parte de sus propietarios no es una garantía en sí para la persistencia del mismo, pero es un punto de partida insoslayable como tendencia de desarrollo.

Lo anterior indica que, como vía para evitar la especulación forestal, es

necesaria una alianza estratégica entre el estado y los propietarios de montes. Resulta lógico que la industria privada -que no tiene montes- tenga intereses de capitalización inmediatos, y decida la inversión especulativa a corto plazo a costa de la estabilidad de las existencias forestales. Esto ha sucedido a nivel mundial y en diversos períodos históricos. De la misma no pueden surgir los elementos que lleven a la racionalización de los aprovechamientos.

Dicha alianza, pues, constituye el elemento racionalizador de un

desarrollo forestal regional con miras al largo plazo. Las tendencias positivas que ha tenido el proceso deben ser afianzadas: el establecimiento de una hacienda forestal estable, la evaluación y manejo sostenible de los

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recursos forestales, la participación de los propietarios del monte en su administración, manejo e industrialización, y sobre todo el comercio libre de los productos forestales, para evitar el surgimiento de mafias comerciales locales que descarguen el costo de su capitalización sobre los campesinos y el monte. Los elementos faltantes deben ser promovidos: racionalización de la inversión industrial y desarrollo del mercado de nuevos productos y especies.

Una consecuencia particular de esta alianza se refiere a las

necesidades de financiamiento y coparticipación en el manejo. Los pasos que se dieron en este sentido deben ser consolidados. La selva es sujeto de exigencias de la sociedad en su conjunto. Su conservación no puede ser financiada solamente por sus propietarios, sino que deben desarrollarse mecanismos de participación financiera de toda la sociedad, sin perjudicar el proceso de autonomía de decisión campesina con respecto a su utilización económica.

Debe establecerse, asimismo, un marco regional concertado que evite

el surgimiento de disparidades estructurales que atenten contra la persistencia de los montes. Esto no se refiere solamente a Quintana Roo, sino que involucra el tipo de integración que se ha dado con Belize y Guatemala. Deben preverse mecanismos acordados que lleven a la creación de condiciones ecológicas y de mercado similares para el desarrollo del capital industrial forestal, como primer paso hacia la estabilización del marco regional.

El desarrollo de la situación representa, en resumen, un caso

paradigmático de la evolución de los problemas del desarrollo forestal. Ejemplifica una lucha clara de intereses, unos tendiendo a la formación de capital a costa de la estabilidad de los ecosistemas forestales, y otros (si bien tendencialmente y en un proceso que dista de ser lineal) tendiendo a asumir los costos de un desarrollo forestal equilibrado y estable a largo plazo. Este tipo de confrontaciones se ha dado en todos los casos en que el aprovechamiento de los montes involucró a distintos actores sociales e institucionales con intereses contrapuestos. Pero estas marchas y contramarchas, con todas sus contradicciones, representan simplemente los dolores de parto de la superación de la etapa de minería forestal y el surgimiento -por primera vez en el trópico mexicano- de un aprovechamiento forestal basado en los principios de sostenibilidad en los montes tropicales, en un lento proceso cuyas implicaciones a nivel práctico son muchas veces incomprendidas aún para sus propios actores. Con toda la carne y jugo de las cosas que se dan a nivel real y no en discusiones académicas, en este proceso está en juego el desarrollo de una nueva economía ambiental en la región.

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N O T A S

(1) Palerm, Angel y Wolf, Eric, 1972. Agricultura y civilización en Mesoamérica. México, SepSetentas, Nº 32.

(2) Bolland, O. Nigel, 1988. Colonialism and Resistance in Belize. Surveys in Historical Sociology. Belize, Cubola Productions, p. 17.

(3) Bolland, op. cit., p. 93. (4) En 1988 se realizó un trabajo inédito (Janka, Helmut; Galletti, Hugo y

Lobato, Rodolfo, El sector forestal y la administración pública, 21 pp.) sobre el desarrollo del sector forestal y su relación con la administración pública en México. Varios aspectos de la situación general en cada período se han tomado de aquí.

(5) Bolland, op. cit., pp. 105-106. (6) Aguirre, Amado, 1925. Informe que rinde al C. Presidente de la República el

jefe de la comisión nombrada por el mismo, para hacer el estudio del Territorio Federal de Quintana Roo. Estudio practicado de Enero a Abril de 1925. México, Imprenta de la Dirección de Estudios Geográficos y Climatológicos, p. 35.

(7) César Dachary, Alfredo y Arnáiz Burne, Stella Maris, 1983. Estudios socioeconómicos preliminares de Quintana Roo. Sector agropecuario y forestal (1902-1980). CIQRO, Puerto Morelos, p. 57 y ss.

(8) Sánchez, Pedro C. y Toscano, Salvador, 1918. Informe rendido por la comisión geográfico-exploradora de Quintana Roo al C. Secretario de Fomento, México, Oficina Impresora de la Secretaría de Hacienda, pp. 8-9 y 22.

(9) Aguirre, op. cit. pp.19 y 23. El ferrocarril de Mengel tenía cincuenta millas según Sánchez y Toscano, op. cit., p. 10.

(10) Sánchez y Toscano, op. cit. p. 10. (11) Chenaut, Victoria, 1989. Migrantes y aventureros en la frontera sur.

SEP-CIESAS, México, p. 42. (12) Aguirre, op. cit., p. 29. (13) Aguirre, op. cit., pp.22 y 34. (14) Aguirre, op. cit, pp. 30-31 y 34. (15) Aguirre, op. cit., p. 30. (16) Aguirre, op. cit., pp. 23-24, 28 y 55-56. (17) Menéndez, Gabriel, 1936. "Cómo se explota el chicle y cómo viven los

chicleros". Recop. in: Careaga, Lorena (comp.),s.f. Lecturas básicas para la historia de Quintana Roo. Antología. Chetumal, Fondo de Fomento Editorial del Gobierno del Estado de Quintana Roo, tomo 6, p. 43.

(18) Aguirre, op. cit., p. 51. (19) Aguirre, op. cit., p. 26.

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(20) Villanueva Arcos, Efraín, 1975. Estudio sobre las relaciones de explotación en una zona indígena de Quintana Roo. Tesis profesional, UNAM, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, p. 67.

(21) Menéndez, op. cit. p. 47. (22) Galletti, Hugo, 1989. "Economía política de la planificación comunal del

uso del suelo en áreas forestales tropicales. Una experiencia de caso en Quintana Roo, México". in: Simposio Agroforestal en México. Sistemas y métodos de uso múltiple del suelo. Universidad Autónoma de Nuevo León-Sociedad Alemana de Cooperación Técnica GTZ. Linares, N.L., 14-16 de Diciembre de 1989. Tomo 2, pp. 707-734.

(23) Gay Baños, Germán, y Pérez Gómez, Federico, 1937. El movimiento cooperatista en Quintana Roo. Mérida, Gamboa y Guzmán. Cap. "La organización de las cooperativas", pp. 5-12. Cit. in: Careaga, op. cit., t.II, pp. 248-253. Muchos años más tarde, el Plan Piloto Forestal iba a tener el mismo tipo de efecto demostrativo.

(24) Beteta, Ramón, 1937. Tierra del chicle. México, s.ed. Cit. in Careaga, op. cit., T.6, pp. 54 y 55.

(25) Gay y Pérez, op. cit., p. 11. (26) Periódico Oficial del gobierno del territorio de Quintana Roo, tomo II, nº 43,

Chetumal, 16 de Noviembre de 1937. (27) Gay y Pérez, op. cit. p. 9. Como se ve, también en esto hubo cierto

paralelismo metodológico entre el proceso de organización de las cooperativas y, muchos años más tarde, el Plan Piloto Forestal.

(28) Hoy, Carlos, 1983. Historia de Quintana Roo. Chetumal, p. 145. (29) Villanueva Arcos, op. cit., p.82. (30) Rosado Vega, Luis, 1940. Un hombre y un pueblo. México, A. Mijares y

Hno. (31) Galletti, Hugo, 1989, op. cit. (32) Lundell, Cyrus L., 1933. "Chicle Exploitation in the Sapodilla Forests of the

Yucatan Peninsula". Field and Laboratory Journal, V. 2, Nº 1, pp. 15-21. (33) Gay y Pérez, op. cit., pp. 5,6 y 7. (34) Galletti, Hugo y Argüelles, Alfonso, 1987. "La experiencia en el

aprovechamiento de las selvas en el estado de Quintana Roo, México. Del modelo forestal clásico a un modelo forestal alternativo". Taller Internacional sobre Silvicultura y Manejo de Selvas, SARH-COFAN-FAO, Chetumal, México, 11 al 20 de Mayo de 1987. 27 pp.

(35)" El manejo de los bosques de México es grandemente afectado por el sistema de tenencia de la tierra...es política gubernamental repartir los terrenos forestales aún en su poder a pequeñas comunidades y pequeños propietarios ...a diferencia de casi cualquier otro servicio forestal (el mexicano) no maneja los bosques" (FAO-SARH, 1965, Proyecto de Inventario Nacional de México, pág. 9)

(36) Citamos un estudio pionero en Quintana Roo: Rodríguez Caballero, Rodolfo, 1944. La explotación de los bosques de caoba (Swietenia

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macrophylla King) en el territorio de Quintana Roo. Tesis de grado, Escuela Nacional de Agricultura, Chapingo, México.

(37) Villanueva Arcos, op. cit., p.91. (38) Villanueva Arcos, op. cit., pp. 89-90. (39) Alvarez Coral, Juan, 1975. Galería de gobernadores de Quintana Roo.

Edición del Gobierno de Quintana Roo, Chetumal, p 142. (40)Hoy, op. cit., p.196. (41) Huguet, Louis, 1956. Informe sobre la Unidad Industrial de Explotación

Forestal otorgada a la compañía Maderas Industrializadas de Quintana Roo, S.de R.L. México D.F., 50 pp. (mimeo), p. 2.

(42) Huguet, op. cit., pp. 6-7. (43) Avila Hernandez, M., 1960. "Ordenación de los bosques de la península

yucateca", Proceedings of the 5th. World Forestry Congress, págs. 2054-2057.

(44) Huguet, op. cit., p. 5. (45) Huguet, op. cit. p. 4. (46) Villanueva Arcos, p. 96. (47) Luxemburgo, Rosa, 1912. La acumulación del capital, Grijalbo, México,

1978, p. 266 y ss. (48) Medina, Bernardo, 1956. Proyecto General de Ordenación de la U.I.E.F.

MIQRO. México, s.e. (49) Medina, Bernardo; Cuevas, Armando y de los Santos, Manuel, 1968.

U.I.E.F. MIQRO. Ajuste al proyecto de ordenación. México, s.e. (50) Galletti, Hugo y Argüelles, Alfonso, 1987, op. cit. (51) Hay que tener en cuenta que los grandes contratistas sí lo hacían con

anterioridad (p.ej. la Sección Maderera), pero los contratistas medianos sacaban la madera cerca del río.

(52) Chenaut, op. cit., p. 47. (53) Steinlin, Hansjürg, 1981. "Contribución de la economía forestal al

mejoramiento de la situación económica y a las condiciones de vida en las áreas forestales tropicales y subtropicales". In: Alternativas para el uso del suelo en áreas forestales del trópico húmedo, SARH-INIF, Publ.Esp. nº 26, T. 1, pp. 9-33.

(54) Redfield, Robert, 1944. Yucatán: una cultura de transición. México, FCE, p. 212.

(55) Galletti, 1989, op. cit., pp. 5-6. (56) Galletti y Argüelles, 1987, op. cit., pp. 9-10. (57) Galletti, Hugo y Acopa, Deocundo, 1982. Bases para la formulación de una

política forestal para el estado de Quintana Roo, con referencia especial a los aprovechamientos forestales, Chetumal, 123 pp., mimeo. Janka, Helmut; Zapata, José María; Galletti, Hugo y Peralta Porras, Eliseo, 1983. Lineamientos de política forestal y propuestas de acción para el estado de Quintana Roo, 21 pp., mimeo. Janka, Helmut y Zapata, José María, 1983.

Estudio Integral de la Frontera México-Belize

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Propuesta de pasos a seguir para la implementación de los lineamientos generales en la región sur del estado de Quintana Roo, 25 pp., mimeo.

(58) Janka, Helmut, 1985. "La economía forestal comunal. Algunas consideraciones acerca de una nueva política forestal". Reunión Nacional sobre Economía Forestal, Guadalajara, México, 23 de Enero de 1985. SARH-INIF, Publ. Esp. nº 47, pp. 73-80.

(59) Lobato, Rodolfo y Janka, Helmut, 1984. El surgimiento de una alternativa forestal campesina. Acuerdo México-Alemania, 40 pp., mimeo.

(60) Matus, Carlos, 1981. Política y planificación en situaciones de poder compartido. México, CENDES, mimeo, pp. 45 y ss.

(61) Galletti, Hugo y Argüelles, Alfonso, 1987. "Planificación estratégica para el desarrollo rural. El caso del Plan Piloto Forestal de Quintana Roo". In: Evaluación de Tierras y Recursos para la Planeación Nacional en las Zonas Tropicales - Land and Resource Evaluation for National Planning in the Tropics. Conferencia internacional y taller. Chetumal, México, 25-31 de Enero de 1987. U.S.D.A., Forest Service, publicación nº GTR WO-39, pp. 317-325.

(62) Es notable, en este sentido, el paralelismo con el enorme efecto demostrativo que tuvo la fundación de la primera cooperativa chiclera en Pucté en el año 1935, a través de la eliminación de la intermediación.

(63) Stöger, Klaus y Galletti, Hugo, 1987. "Evaluación de recursos forestales en selvas tropicales y su relación con comunidades rurales". In: Evaluación de Tierras y Recursos para la Planeación Nacional en las Zonas Tropicales - Land and Resource Evaluation for National Planning in the Tropics. Conferencia internacional y taller. Chetumal, México, 25-31 de Enero de 1987. U.S.D.A., Forest Service, publicación nº GTR WO-39, pp. 343-347.

(64) Stöger, Klaus y Galletti, Hugo, 1987. "El efecto silvicultural del sistema de aprovechamiento actual en el Plan Piloto Forestal de Quintana Roo, México" (16 pp.); y Alvarez Alatriste, Alejandro, 1987. "Perspectivas de la regeneración natural y de plantaciones de enriquecimiento en las áreas de aprovechamiento de los ejidos del Plan Piloto Forestal de Quintana Roo, México" (14 pp.). Taller Internacional sobre Silvicultura y Manejo de Selvas, SARH-COFAN-FAO, Chetumal, México, 11-20 de Mayo de 1987.

(65) Argüelles, Alfonso, 1991. Plan de manejo forestal del bosque tropical de la empresa ejidal Noh Bec. Tesis profesional, Universidad Autónoma Chapingo, México.

(66) Estos trabajos, hasta la fecha no publicados, han sido desarrollados principalmente por Felipe Sánchez Román, Henning Flachsenberg, Eduardo Ramírez Segura y Salvador Gutiérrez.

(67) Argüelles, Alfonso; Galletti, Hugo y Flachsenberg, Henning, 1989. Lineamientos para la implementación del Plan Forestal Estatal de Quintana Roo, Chetumal, 37 pp., mimeo.