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EN COLABORACIÓN CON PAULO G. CONDE Lorenzo Meazza LAS CASAS DE NUESTRA VIDA

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EN COLABORACIÓN CON PAULO G. CONDE

Lorenzo Meazza

LAS CASASDE NUESTRA VIDA

Introducción

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Casa La Piazzetta

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Casa Baia del Silenzio

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Casa Marcantonio

44

Casa Rue Labat

56

Casa Baracken

66

Casa Minneberg

76

ÍNDICE

Casa Via Guerrazzi

100

Casa Avenue Victor Jacobs

118

Casa Lilla Torpet

138

Casa El Encinar

164

Casa Petite Gabrielle

180

Casa Mirabelle

202

Conclusiones

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Puede que hayáis llegado a este libro sin saber nada de mí, o puede que lo hayáis cogido conociendo ya una parte de Lorenzo Meazza (solo una parte; siempre es vital dejar un halo de misterio y, también, un poco de intimidad al margen). He dedicado los últimos veinte años de mi vida profesional a las casas. A las mías y las de muchísimas otras personas, con la intención constante de convertir un espacio concreto en un hogar. «¿Qué es exactamente un hogar?», se preguntarán algunos. Para mí, es el escenario de muchos de los momentos más importantes de nuestras vidas. El lugar donde, presumiblemente, pasaremos gran parte del tiempo que se nos ha concedido. El refugio donde, compromisos fuera, podremos ser no-sotros mismos. Me gusta pensar en cualquier casa como un espacio que todo el mundo puede ha-cer suyo: funcional, bien decorado, agradable... Concibo como un reto necesario que cualquier persona, sin necesidad de complicaciones ni recursos desmedidos, pueda as-pirar a tener su casa. La casa de su vida. Una posibilidad que todos deberíamos tener sin importar el lugar, el presupuesto o los metros cuadrados.

INTRODUCCIÓN

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Ese es el motor principal de este libro: he querido compartir las distintas expe-riencias que he vivido, a través de las casas de mi vida, con la intención de facilitar a cualquier persona las claves de un equilibrio ideal entre estética y función. Es decir: la posibilidad de generar una vida más feliz. Este trabajo es fruto no solo de una reflexión acerca de mi vida y mi trabajo, sino también del viaje a la raíz de mi interés por el hogar. Y, consecuentemente, de la pa-sión que siento por muchas de las cosas que hago. Aquí se manifiestan el deseo y la necesidad de crear realidades, dimensiones donde sentirse bien y entrar en contac-to con la parte más profunda de uno mismo. Esas realidades he podido proyectarlas no solo en mis casas, sino también en las de esas otras personas que decidieron no renunciar a tener lo que a todos nos hace falta: un apoyo en nuestro día a día siem-pre complicado, lleno de estrés; un refugio en el que poder descansar, desconectar, desarrollar nuestras pasiones, amar, educar, acoger. Hay mucho amor en estas páginas. Muchas historias bonitas y muchas ideas. Es un placer compartirlas ahora con todos vosotros.

C A S A LA PIAZZETTA

«Es en el hogar familiar donde mejor podemos entender que el espacio donde vivimos es un reflejo de quienes somos».

NIDO, APRENDIZAJE, FAMILIA

M I L Á N

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odos tenemos una casa que vinculamos a nuestra infancia. En ocasiones, no vivi-mos en un único domicilio cuando somos niños (mudanzas por motivos laborales,

personales, padres separados...), pero siempre hay un hogar que definimos como «el de nuestra infancia». En mi caso, este es el de la casa de la piazzetta, pues a la entrada de la urbanización donde se ubica hay una pequeña plaza. Es la casa donde nací, donde disfruté de la infancia y de la adolescencia. Y sigue siendo la casa de mis padres, a quienes no les hace especial ilusión que me olvide de que es suya y me refiera a ella como «mi casa». Soy un ET incom-prendido, qué le vamos a hacer. Así que hablemos mejor de «hogar familiar». Me referiré a ella en pasado porque, a pesar de seguir siendo nuestra, quiero transmitir lo que supuso para mí desde mi perspectiva de niño. El barrio es el mismo, y a la vez no. La casa es la misma, y a la vez no. Volver a ella es regresar al origen y dar-me cuenta de todo lo que ha cambiado mi vida. Es el contacto con mi niñez, con mis primeros recuerdos. Sí, se ha transformado a lo largo de todo este tiempo (sobre todo con mi influencia y empuje), pero conserva la misma esencia. La casa donde me crie estaba ubicada en una zona residencial del norte de Milán. Una de las cosas que con mayor cariño recuerdo de ella era que tenía mucho verde alrededor, pues estaba cercada por parques y muchos árboles. El privilegio de mi infancia: poder bajar al jardín y jugar, estar en contacto con la naturaleza en medio de una ciudad como Milán, tan falta de espacio y repleta de tráfico. Me encantaba reco-rrer la urbanización en bici, en compañía de los otros niños del vecindario.

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125 m2

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Mis padres se casaron muy jóvenes y se establecieron en una casa muy típica de esa época, donde vivían muchas parejas jóvenes con niños; era el boom. El piso tenía una de-coración muy típica de los años setenta, con muebles hechos por artesanos. Una vivienda cool pero de calidad, puesto que los abuelos les habían regalado muy buen mobiliario. Todo era supercompacto y coordinado, cada habitación era un set. En aquel entonces se compraba por conjunto: las estancias venían diseñadas. Cosa que ahora la gente rehúsa hacer porque aburre muy rápidamente. Vivíamos en la última planta del edificio, por eso teníamos mucha luz y buenas vistas. Cuando iba al piso de un compañero de la primera planta me daba la sensación de estar en un edificio completamente distinto. Los vecinos comentaban que nuestra casa era siem-pre la mejor. Y no voy a negar que siento orgullo de eso.

ENTRADA

En la entrada, la mamma Elisabetta tenía la «famosa» mesa de recibidor con todas las fotografías de la familia, objetos con valor emocional... No era más que una pequeña mesa antigua que ella ha revestido de significado con el tiempo, y que permite que, nada más acceder a la vivienda, tengamos la sensación de cruzar el umbral de un hogar.

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Es una manera de dar la bienvenida a la gente con tu historia, que se puede ir renovando y actualizando.

Un concepto que he utilizado y recreado en muchas casas. Puede cambiar de lugar (ahora, por ejemplo, este «rincón» lo tengo en mi cuarto), pero es una forma de recordar a nuestros seres queridos y nuestras raíces. El teléfono estaba en un pasillo entre funciones vitales (baño, cocina, habitación...), sobre un mueble recibidor con múltiples cajones pequeños. Al lado de ese mueble había una silla para poder sentarnos a conversar. Si era una llamada rápida te que-dabas de pie, si era larga te sentabas. Más tarde, por suerte, vino mi abuelo a insta-larnos el adaptador que nos permitía llevar el teléfono a otra estancia. Pensábamos por aquel entonces: «¡Qué evolución!». Anda que no ha cambiado ni nada la cosa...

SALÓN

De todas las épocas que ha vivido (y todos los cambios que ha experimentado), re-cuerdo el primer salón como una pieza bastante oscura: de tonalidades marrones, con papel pintado imitando el lino; sofá angular de piel y respaldo alto; televisor; mesa auxiliar de cristal clásica, perfecta para golpearse con la pierna en ella cons-tantemente... El mobiliario era muy compacto. Todas las funciones organizadas en una sola pa-red: había un mueble bar con puerta de cristal ahumada y también una vitrina para la vajilla recibida como regalo de boda. También disponía de varias librerías de un mismo estilo (marrón oscuro con un suave matiz cremoso), y que en la parte más baja contaba con muchos cajones donde guardábamos todo tipo de juegos. Recuerdo con intensidad los pomos de metal para abrir esos cajones. Ahora hay muchos menos muebles, y la reina en la actualidad (ha resistido el paso del tiempo) es una alacena de madera satinada con cristal para almacenar los platos, a la que guardo mucho cariño, heredada de mi abuelo y que lleva mis inicia-

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les serigrafiadas. Una pieza muy simple pero que encaja a la perfección; le insufla una personalidad al espacio que para mí tiene significado propio. Es una sensación atemporal. Huelo la madera, cierro los ojos y viajo en el tiempo. Frente al sofá, estaba el «agujero» de la tele. Todo un clásico de aquellos años. Y luego había una cortina ondulada, muy grande, que se convertía en un elemento primordial a la hora de jugar al escondite con mi hermana o en el escenario ideal para nuestros shows. Además, conectado al salón teníamos un balcón-terraza que, de niños, utilizábamos como extensión para nuestros juegos.

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La alfombra del salón era el sitio de recreo. Siempre nos acomodábamos en el suelo para jugar. La importancia de este tipo de tejidos no reside exclu-sivamente en el aspecto estético: en una casa familiar, pueden ampliar las posibilidades de goce y de momentos compartidos. En nuestro caso, mi padre tenía un trabajo que le permitía pasar tiempo en casa, por lo que lo invertía en noso-tros. Eso lo convirtió en una figura muy paternal. Recuerdo estar en la alfom-bra con él, jugando a distintas cosas: el desastre de desplegar todos los jugue-tes sobre el tejido, juegos revoltosos cuando éramos más pequeños... son recuerdos grabados para toda la vida. Esos «primeros recuerdos».

JUGAR EN FAMILIA A LA BIGLIERA

Pocas cosas hay más entrañables que madurar y atesorar recuerdos de una época en la que fuimos felices con total inocencia y sencillez. Para eso, los juegos familiares son una opción fantástica. En Milán, nosotros teníamos uno por excelencia: la bigliera, y aquí os explico con qué facilidad podéis uniros a esta tradición:

• Coger una caja de zapatos y hacer varios agujeros en uno de sus laterales. • Numerar los agujeros.• Cada jugador coge sus canicas y se prepara para tratar de meter todas las

posibles en los agujeros de mayor numeración.

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¿Quién gana? Por supuesto, quien más puntos sume. Una diversión al alcance de cualquier mano y en la que puede participar toda la familia. A mí me gustaba ganar siempre, y creo que alguna vez mi abuelo se dejó perder para no tener que aguantar un berrinche. Me encanta el hecho de que mi padre mantenga la tradición de jugar con mis hijas.

HABITACIÓN DE MATRIMONIO

El dormitorio es un fenómeno curioso: permanece idéntico, ha resistido al paso de los años (y a mis ganas de reformarlo). Pero me gusta que mis padres hayan querido conservarlo así, a su manera. Un distintivo es su enorme armario empotrado, optimizado al estar construido por un ebanista. El exterior de sus puertas está forrado de tela, y la cama aguarda siempre en consonancia con este armario. El tejido del cabecero, las cortinas y el color de las paredes han ido cambiando, con la voluntad exitosa de refrescar el dormitorio. No podía faltar el típico mueble de televisión, muy de la época. Un hecho curioso es que la habitación ha conservado siempre la misma distribución.

Una antigua creencia italiana dice que mover la cama de sitio puede traer mala suerte a la pareja. Como no costaba demasiado

respetarla, pues para qué arriesgarse...

Nunca cambiaron los muebles pero, eso sí, fueron añadiendo piezas. Es inevita-ble que la vida nos ofrezca nuevas cosas. El gusto de mis padres también fue mo-dulándose con el tiempo. A través del tejido y de mobiliario antiguo (una cómoda, una silla...) el aspecto de la estancia se renovó con paso lento pero firme. De hecho, tengo ya mi plan para poner un papel pintado nuevo, que yo mismo he dibujado, y los he convencido. Bueno, casi. Cuando regresábamos de nuestro viaje anual a París, era tradición volver con te-las nuevas. Un bonito recuerdo es que nos poníamos a tapizar juntos, en familia, tan

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pronto podíamos hacerlo. Mi padre y yo llevábamos a cabo los cambios de la tela. Él no ha sido nunca muy manitas, pero se prestaba a hacer-lo. Lo cual daba lugar a discusiones entre las maneras de concebirlo de uno y de otro. El Lorenzo experto en decoración tuvo que pelear también por demostrar sus habilidades en su propio hogar. Tenía muy buena iluminación natural, algo muy enriquecedor en un dormitorio. La cama se utilizaba más

que el sofá. Pero no solo por parte de mis padres: era el centro de reuniones familiar. Puedo vernos a mi hermana y a mí jugando en la cama, viendo la tele... Incluso escogíamos el cuarto de mis padres para estudiar. Y, cuando estaba enfermo, también era mi nido de convalecencia. Todavía hoy mis padres me dicen: «Vente, ven aquí con nosotros». Confieso que la siesta prefiero echarla en su dormitorio, y nunca digo no a empezar la tarde viendo la tele con ellos, allí, en su cuarto...

HABITACIÓN DE LOS NIÑOS

Mi hermana y yo compartíamos habitación. Lo que, como muchos niños sabrán, tiene sus ventajas y sus inconvenientes. La nuestra era muy pequeña, no había demasiado espacio para jugar a gusto (de ahí que recurriésemos al salón como centro de operaciones de divertimento). Había capacidad justa para dos camas y un escritorio. Era poco práctico porque, como los dos íbamos al conservatorio, no podíamos estudiar con los instrumentos al mismo tiempo. Tocaba buscar espacios alternativos. Y, además, era difícil recibir

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a amigos que viniesen a jugar o que se quedasen a dormir, los conocidos sleepover, aunque en mi tiempo no era todavía una práctica muy extendida.

No obstante,

una de las posibilidades mágicas que ofrece compartir habitación tiene que ver con los vínculos afectivos.

La relación entre hermanos es más estrecha. Puede haber más peleas, más discusiones, pero tam-bién mayor confianza, más secretos compartidos. Y esto es algo que marca para toda la vida.

Si en la casa familiar los niños van a compartir dormitorio,

es fundamental tener en cuenta lo siguiente:

Sean dos, tres o cinco (bueno, mejor dosificar el número de niños si se quiere conservar la habitación en pie durante cierto tiempo...), debemos calcular que cada uno tenga suficiente espacio para realizar con comodidad sus funciones primarias, además de dormir, practicar sus hobbies o acti-vidades, almacenar su ropa... Por eso los conceptos «flexible», «plegable» y «muebles multifuncionales» pueden ser los mejores aliados.

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Que, a pesar de ser varios y distintos entre sí, los hermanos puedan sentir la estan-cia como propia. Que puedan crear su propio rincón, su mundo. En la adolescencia, el cuarto se convierte en una casa dentro de nuestra propia casa. El hecho de que haya gustos o intereses dispares no debe conducir a la decisión de convertir el cuarto en un lugar neutral o aséptico. Sobre todo cuando son más pequeños, necesitan sentirse en un espacio acogedor y protegido.

COCINA

La cocina era de tonos rojo anaranjado y blanco, muy de moda en los años se-tenta. Comíamos con frecuencia allí, por lo que había una mesa extensible para los cuatro. A veces la utilizaba para desplegar el material escolar sobre ella y es- tudiar allí. Me gustaba sentarme en un rinconcito que recibía luz exterior y hacer los deberes con la iluminación que iba menguando por las tardes. En la actua-lidad, la estancia es más pequeña porque se extrajo de ella el espacio para un baño de servicio. Había un televisor, algo muy típico de aquel tiempo. Uno de aquellos televisores en blanco y negro con los botones ruidosos para cambiar de canal. También teníamos un «carro para las meriendas»: en él colocábamos todos los alimentos que utilizábamos para esta comida. Un detalle que tengo muy presente es que se ponía mantel. Siempre. Costumbre que mis padres mantienen; me encanta llegar a casa y ver que mi madre todavía lo coloca, y sin embargo este hábito parece haberse perdido con el tiempo. Intenté en alguna ocasión cambiar el aspecto de la cocina con papel pintado

Un recurso que adquirí de mis padres fue repintar la cocina. Al ser un espacio que tiende a quedarse frío, o más impersonal,

es una solución ideal para insuflarle un poco de vida. Pintábamos mal, no teníamos práctica, pero la experiencia nos daba luego mejores

resultados y mayor satisfacción.

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lavable, pero no me terminaba de convencer el resultado. El color rojo me condicio-naba muchísimo a la hora de elegir tonos y estampado. Era el lugar más colorido de toda la casa. Los sábados era el día de hacer las hamburguesas. Era una costumbre familiar muy exótica, un boom de los ochenta, algo cool que provenía de América. Yo había ideado un menú con distintos modelos que dibujaba, y que luego colgaba en la pared como si fuese el mostrador de un fast food. Cocinábamos en familia, juntos. Éramos los precursores de McDonalds, que todavía no había conquistado el mundo.

Vale la pena tener en cuenta que la cocina puede ser un espacio muy familiar, donde colaborar o trabajar en equipo, donde

pasar tiempo charlando o compartiendo momentos mientras se cocina o se come.

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En relación a esto, tengo que destacar que mi madre tenía también costumbre de hacer tantissimi ravioli, que luego regalaba a toda la familia. Yo era el catador ofi-cial: los probaba crudos y evaluaba los de un año comparándolos con los anteriores. Y esta bonita tradición no ha muerto. Mi madre sigue haciéndolo, y yo he entregado el testigo: ahora la ayudan sus nietas.

Lo que fallaba en la cocina era la iluminación. Así que añadí más puntos de luz, aunque había un poco de lucha acerca de cuál era la más conveniente: a mí me gusta más baja, de atmósfera; a mis padres más alta. Esto es algo que sí ha cambiado con el tiempo.

Aprender a apreciar que la cocina es un espacio a cuidar, dejar de convertirlo en un sitio frío y otorgarle calidez.

Me gusta llegar a casa y ver que está todo organizado. Nadie en su sano juicio rechaza el orden, ¿verdad? (Otro asunto es cuánto nos apetece ponernos a estable-cerlo). En ocasiones, en nuestro hogar, no sentía que la cocina estuviese lo suficiente-mente organizada (a pesar de que había muchos armarios para organizar el espacio): mil tipos de pasta repartidos por distintos sitios, sartenes aquí y allá... había tantas cosas que se acumulaban en la cocina, que empecé a reflexionar sobre cómo hacer todo más efectivo. ¿Por qué tenemos que doblarnos o contorsionarnos, o rebuscar para encontrar algo que utilizamos a diario? Observé cómo se preparaba la mesa, qué materiales, alimentos y condimentos se utilizaban con mayor frecuencia, y pensé en una mejor distribución para todo ello. Es una cuestión muy simple, en realidad.

Valorar qué cosas ya no se utilizan o se emplean en menor medida, y no acumular por el mero hecho de no tirar.

Con el tiempo fui aprendiendo y tomé decisiones que estableciesen una lógica dentro de la cocina. Me gustaba esta sensación de meter en vereda al caos. Además del placer estético, había un componente... de paz.

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Parte de mi forma de ser procede de dos líneas distintas pero en continua co-nexión:

El cambio de aquello que no me gusta con el afán de mejorarlo, y la búsqueda de un sentido estético.

BAÑO

Para acondicionar el baño fuimos a Ikea, que en aquella época era la novedad. En Milán, en sus comienzos, se convirtió en un fenómeno de lujo, exclusivo: compraban allí los futbolistas, las señoras ricas... Era como el lugar de capricho. Tenían muebles de diseño a precios increíbles respecto a la oferta general de Milán (hay que tener en cuenta que Milán ha sido la capital del diseño), y el concepto de montaje resultaba muy exótico, por lo que era algo totalmente innovador. Fue un fenómeno curioso, ya que la idea de la marca era precisamente estar abierta para toda la gente, no ser un símbolo de exclusividad. Algo que han conse-guido: tener cosas estupendas a un precio muy asequible (por mucho que lo diga alguien que ha terminado trabajando ahí, sabemos que es así). Así que allá nos fuimos, picados por la curiosidad, y empezamos a comprar cosas para el baño que, a día de hoy, permanecen en él.

Nuestro baño era muy tradicional. De madera, cerámica marrón y azulejo de color más arenoso y con bañera.

Los muebles eran de color madera. Un aspecto curioso es que la lavadora, en Italia, por costumbre se ubica en el baño. Así que ahí estaba la nuestra. Por suerte, tenía una ventana. Como daba al jardín, estaba bien iluminado y ventilado. Me encantan los baños con una buena iluminación. No solo natural, que no siempre depende de uno mismo, sino artificial, que sí está en mano de todos ajustar o mimar. Los baños cálidos aportan mucho bienestar. Para aprovechar el espacio, construimos una pared de almacenaje por encima de la puerta.

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En habitáculos de dimensiones limitadas hay que animarse a discurrir y en-contrar el mejor modo de sacar partido. Muchas veces vemos un cuarto minúsculo y nos da miedo el mero hecho de pensar en meter mobiliario dentro. Pero existen muchos tipos de muebles, y siempre habrá alguno dispuesto a ajustarse a nuestras necesidades.

Durante una temporada, montamos en el baño una cámara oscura de revelado: así de artistas nos sentíamos. Instalábamos la máquina sobre la lavadora y hacíamos el revelado en la bañera. Lo menciono porque incluso un espacio con un uso tan marcado como el del baño puede convertirse en un lugar que admita actividades atractivas. Yo le agradezco a mi padre estas inquietudes tan artísticas. Aunque mi madre y mi hermana no estaban muy de acuerdo con el tiempo que dedicábamos a esta práctica. No obstante, lo primordial es no olvidar que el baño acoge nuestros momentos de desconexión y cuidados: es el área del bienestar. El olor a crema, a jabón tradicio-nal, a suavizante si está en él la lavadora... son aromas que suman mucho al momento de relax. Muy experiencial. La luz hay que bajarla un poco con respecto al resto de la casa. Para mí es clave tener siempre alguna vela a mano, cuidar la iluminación de «nuestro altar».

En este baño pusimos también cuadros y marcos en las paredes para subir la calidez de la estancia, algo que sigo haciendo en estos espacios.

EVOLUCIÓN DE LA CASA

En la evolución de la casa de mis padres cometimos tres grandes errores (a mi juicio):

1. El gotelé. En aquel momento me parecía una moda increíble, lo confieso. Mi padre y yo hicimos gotelé casero. Me encantaba pintar la pared de mi casa, ese momento de cambio. La sensación de desear el cambio. Con gotelé decoramos la entrada, el cuarto de mis padres... Pero hoy no soy precisamente un defensor de esta técnica. Sus tiempos de gloria ya han pasado.

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Alternativas: para el cuarto que compartía con mi hermana usamos el —como yo lo llamo—, «efecto pizzería», que resulta mucho más efectivo: paredes de madera al estilo casa de montaña. Nos parecía lo más en ese momento: muy cálido, muy cozy. Y es un recurso estupendo para calentar la pared. Ahora está pintada en blanco, y el «efecto pizzería» ha sido sustituido por el «cottage escan-dinavo».

A mí, personalmente, me encantan las paredes paneladas con madera, empa-pelando la parte superior (para haceros una idea más concreta, buscad boiserie en Google y decidme que no os encanta la mayor parte de lo que veis ahí).

2. Los «muebles puente». Este tipo de muebles eran un clásico hace unas décadas. Pueden ser muy funcionales, pero los encuentro poco estéticos. No me convencen porque resultan demasiado compactos, demasiado grandes. Eficientes, tal vez, pero les falta tanto suavidad como gracia. Sin embargo, eran la opción más eficaz para optimizar los espacios reducidos, por eso también entiendo su éxito. En su momento me gustaba esta organización. Claro que esto ha cambiado.

A pesar de todo, a lo largo de mi trayectoria como interiorista me he marcado retos en los que diseñar «muebles puente» con estilo. Que no se diga que soy un radical.

Alternativas: sería ideal conseguir la misma funcionalidad utilizando piezas de geome-tría más irregular: varias redondas o una pieza solitaria… Pero si no podemos hacer eso, se podría recurrir al «efecto camaleón»: reducir la voluminosidad mimetizando el color de pared o el mismo estampado. Tal cual hacen estos reptiles, consiguiendo pasar to-talmente desapercibidos. Se trata, en resumen, de llevar matices al espacio. Los muebles y tejidos crean. Aportan calidez.

3. Pared de espejo. A día de hoy, mi padre sigue manteniendo que es muy bonito. Claro, por aquellos años no destacaba negativamente, pero verlo hoy en día... Teníamos un mó-dulo de espejos adhesivos con el cual forramos toda la pared de la entrada obteniendo la

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doble función de decoración más espejo, porque los azulejos adhesivos llevaban estam-pado un motivo central. En nuestro caso, era una primavera Belle Époque con flores rosas. Retiramos la pared de espejo en el último cambio que sufrió la casa. Sin embargo, mi padre guardó todas las piezas, y más tarde las reutilizó en secreto, sin decirme nada, para la terra-za de la casa de la playa. Pero esa es otra historia.

Esto no significa que las paredes de espejos sean un desacierto; hay muchas formas de darles uso, quizás más actualizadas que la de la primavera. Creo que son un recurso interesante a la hora de conferir pequeños toques personales a la pared para crear estancias con carácter.

Alternativas: en consonancia con lo dicho sobre el gotelé, apuesto por los revesti-mientos de paredes para crear sensaciones e imprimir carácter a una estancia. Que no se reduzca a azulejos ni a espejos. Hay muchas maneras de dar personalidad a las paredes:

1. Utilizando papel pintado.2. Creando geometrías con colores.3. Con revestimientos de maderas (el color y la textura de la madera dan calidez) o molduras.

Hay que tener en cuenta que, en aquellos años, el Do it yourself («Hazlo tú mismo») era un concepto muy vanguardista para la mayoría de la gente. Cada uno personalizaba o actualizaba su hogar según un concepto muy general, muy básico. Eran movimientos muy sutiles. No había grandes puntos de venta presentes en la ciudad, ni referentes de decoración, ni videoconsejos como los que ahora podemos encontrar en YouTube. En Milán, además, los referentes de decoración

No es cuestión de cambiarlo todo, ni de gastar con locura. Pero hay que perder el miedo a probar un mínimo cambio por creer que no tendrá repercusión, que no merece la pena dar una oportunidad a esas ideas

que nos rondan la cabeza. Hay que experimentar.

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eran todos muy de alto nivel por su historia y tradición en el mundo del diseño de muebles.

Esto, por una parte, era mejor, ya que las personas gastaban menos pero, claro, también disponían de una casa menos adaptada para acogerles en su seno.

Considero que la casa de mis padres ha sido, a lo largo del tiempo, un «labora-torio de experimentación», donde he sido testigo de la evolución de una tendencia estilística, pero también generacional, respecto a las personas. He visto cómo mis padres han cambiado. He visto cómo yo he cambiado.

En ella aprendí a hacer las cosas por mí mismo, a perder el miedo a llevar a cabo una reforma, un cambio por grande o pequeño que fuese. Aprendí a panelar, a pintar, a empapelar... a repensar. A cuidar la estética, pero también la propia alimentación. A cuidar, en definitiva, el día a día para tener una calidad de vida mejor.

Y en ella entendí que el espacio donde vivimos es un reflejo de quienes somos. La casa de la familia tenía algo especial: era muy creativa.

A la hora de convivir en familia, también es importante una buena organización. Compartir, respetar los espacios comunes. Es algo a lo que debemos atender para facilitarnos la vida en nuestro propio espacio. También es necesario preservar el orden en cuanto a rutina se refiere. No dejar las cosas en cualquier lado: que cada una tenga su espacio y que este sea funcional para evitar romper esos esquemas, esquemas que en realidad ayudan y no son un engorro, como muchas veces queremos pensar.

Todos tenemos derecho a llegar a casa, abrir la puerta y experimentar la sensación de entrar en un lugar donde nos sentiremos a gusto. Lleguemos cansa-dos, enfadados, tristes, enérgicos, contentos... debe ser un espacio donde poda-mos ser nosotros mismos, y donde poder acomodarnos de la manera en que más lo necesitemos.

El hogar es una parte de nosotros, por eso no invitamos a él a cualquier persona. Es una zona íntima donde al llegar nos deshacemos de

cualquier tipo de filtro. Y recibir a gente en casa, poder hacerlo sin temores, es algo que también debemos valorar.

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Consejo personal para el hogar familiar

EXPRESAD VUESTRAS AFICIONES

Si a vuestra madre y a vosotros os gusta la música, si a vuestro padre le apasiona la pintura, si a vuestra hermana le encanta el cine... nadie debe renunciar por completo a que la casa se empape de esas aficiones que son parte de la familia. No tienen por qué ser necesariamente espacios compartidos (en caso de que se trate de algo que enamore a unos y moleste a otros):

¿Eres apasionado de la lectura? Crea tu espacio. Una pequeña biblioteca con tus úl-timos libros o tus clásicos favoritos, un despacho donde no ser molestado, un rincón con un sillón cómodo de respaldo alto y una buena iluminación, un cojín, una manta, una mesita donde servirse una taza o una copa de vino, y una alfombra cálida donde reposar los pies.

¿Te gusta dibujar? Dispón una mesa escritorio con superficie suficiente para el mate-rial necesario, una lámpara situada a la izquierda para evitar las sombras, una cajone-ra con ruedas donde guardar todo (pinceles, papeles…), una silla cómoda ajustable y con respaldo reclinable, unos altavoces para escuchar la música adecuada, y una vela aromática, por qué no, para crear una atmósfera relajante.

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Qué sensación tan bonita volver a Milán con la mamma que te está esperando y te ha preparado todo lo que te gusta.