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1 LA TABERNA DE ANTONIO Rafael Granizo

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LA TABERNA DE ANTONIO

Rafael Granizo

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La taberna de Antonio

Rafael Granizo

Teatro

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Personajes de la comedia

Don Camilo (cura) Belmonte (Alcalde) Alfredo (Guardia civil) Antonio (Tabernero) Basilio (Médico) Marqués Marina (mujer del Marqués) Emilia (Hija de Marina y Marqués) Charito (Florista) Madame Eloisa

María Angustias ( Maestra) Borracho Arturito (Tonto) Lotero Virtudes (Vecina)

Escenario: Una taberna.

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Primer acto

Sentados en una mesa de la taberna, Belmonte y Basilio charlan mientras

esperan a don Camilo y Alfredo para iniciar una partida de mus.

Belmonte— Son muchos los cotilleos que hay en el pueblo, no se deja títere

con cabeza.

Basilio— ¡Y para todos hay, Belmonte para todos!

Belmonte— Digo. ¿No ha de haber? Mire don Basilio que donde no hay faena

la lengua se venera y ¡se envenena! y en este pueblo nos conocemos todos,

solo tenemos una procesión y en ella no falta ni dios.

Antonio— Pues debe estar bien enfadado el Señor.

Basilio— ¡No lo dude Antonio! aquí todo el mundo es juez. Mientras una mano

se santigua, la otra se mueve como una anguila.

Antonio— Digo, algunas las tengo en la cocina…

Belmonte— Las que tú tienes son chiquitas. Y esas ni van a misa, ni tienen

lenguas tan viperinas.

Antonio— y otras, hace ya hace tiempo que no respiran. Beben y fuman,

mientras olvidan. —mirando a la madame sentada en una mesa con un cigarro,

una botella de Anís y una copa.

Alfredo entra en la taberna.

Alfredo— Buenas tardes. Veo que ya está montada la homilía. Antonio, lo de

siempre.

Belmonte— Solo falta don Camilo. La sacristía aún le retiene en demasía.

Alfredo— No hay un solo día que sea el primero en la partida. Este hombre es

tan fúnebre como viste. Y me canso ya de tanto chisme.

Basilio— Voy a tener que cambiar de hábito. Son muchas las esperas que nos

hace pasar don Camilo. Anda Antonio ponte un poquito…

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Antonio—Tengo mucho que preparar. Además si estará al llegar… el Señor

está muy ocupado con estar en todos los lados. Seguro que le manda pronto

“paca”. Pruebe usted con la madame.

Basilio— Antonio no sea usted descarado. ¿No ve que está enferma? –todos

la miran y ella que se siente observada se acicala y sonríe.

Belmonte— ¡Pobrecilla!

Alfredo— Y usted Belmonte, como alcalde, debería sancionar a quién le hace

esperar.

Belmonte— A los curas hay que perdonarlos para que sea más llevadera, la

penitencia de los pecados… son peores ustedes los civiles que con una mirada

nos hacen sudar…

Basilio— El caso es quejarse Belmonte.

Antonio— De todas maneras es que se han juntado el mejor ganado.

Alfredo— Usted calle Antonio y no se meta de por medio, hombre, que al

menos le hacemos caja, de un día, medio…

Antonio— ¿Caja con ustedes? con un botellín y un vino sacian su bolsillo… y

de ese medio, la otra mitad se la devuelvo con lo mismo.

Basilio— Antonio no exageres que invitar, invita muy poquito.

Antonio— Si le parece les traigo la botella y el grifo y a mi mujer y a mi hijo y

después me voy a su consulta, doctor, por deprimido.

Basilio— Usted y todos los vecinos que la consulta parece un circo, una tos

una herida, un fuerte dolor de barriga, el caso es ir a por medicinas…

Entra don Camilo. La madame se da media vuelta dándole la espalda a don

Camilo a la vez que Antonio le cambia el cenicero mientras la calma.

Don Camilo— La paz sea con ustedes, veo que me están esperando.

Basilio— Como siempre don Camilo que, para eso es Santo y por ello tiene

usted permiso.

Don Camilo— Hombre Basilio no exagere usted tanto.

Belmonte— Quién fue ahora, una feligresa arrepentía o un feligrés con

“parné”.

Don Camilo— Esa no es merienda para usted.

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Belmonte— Hombre, don Camilo, en un pueblo siempre se ha de comer… y

compartir el mantel a uno le hace caer bien…

Don Camilo— Mire que contar lo ajeno no es bueno y si además uno, es

beato, ustedes saben que es doble el pecado.

Alfredo— Don Camilo que en este mercado, todos tomamos el mismo caldo.

Basilio— Además… qué más da si no se va a enterar su Santidad, don

Camilo.

Don Camilo— ¿Usted también Basilio?

Basilio— Es para que se queden tranquilos los vecinos… cuente, cuente don

Camilo.

Don Camilo— Vamos que tengo que contar el lío. Pues que alguien se tape

los oídos. Fue la mujer del marqués. Dice que su hija no reza en todo el día.

Alfredo— ¿Y qué puede hacer usted?

Don Camilo— De momento jugar, después usted me dirá…

Alfredo— ¿Yo don Camilo?

Don Camilo— Si usted. Y veo que no se ha tapado los oídos…

Belmonte— Ya se ha vuelto a meter en otro fregado.

Antonio— Es que el uniforme es muy respetado alcalde.

Basilio— Ya lo creo porque el de alguna muchachilla ya casi lo veo

almidonado…

Alfredo— ¿Cómo dice? —repartiendo las cartas.

Basilio— Alfredo que estás muy enterado.

Alfredo— No sé de qué hablan ustedes pero yo… voy a envidar.

Belmonte— Así se hace, antes que recular, tirar para delante.

Alfredo— Si hay alguien que quiera decirme algo, que lo diga, o si no, que

envide a la grande porque a la “chica” le hecho tres.

Don Camilo— Pareces un pervertido Alfredo, solo piensas en el gatillo.

Alfredo— Soy militar y vivo en un cuartelillo.

Belmonte— De formación, don Camilo.

Don Camilo— Pues busque usted en otro olivo que éste aún es jovencito.

Basilio— Don Camilo, a veces son lo más curtidos…

Antonio— ¡Qué listo es don Basilio!

Alfredo— Antonio tú a callar y a limpiar el bar.

Antonio— ¡Yo estoy en mi casa!… pero usted es autoridad.

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Belmonte— Alfredo al menos sea respetuoso con el tabernero.

Alfredo— Joder es que me estáis sacando de quicio. Vengo a jugar una

partida y me encuentro con un juicio.

Don Camilo— Han tirado todos ustedes del hilo.

Alfredo— Pues si es mío no les autorizo a que me hagan picadillo. Juguemos

la partida o me marcho a la otra orilla.

Basilio— Allí, en la otra orilla, Alfredo, no hay partida.

Alfredo— Ni cotillas —todos le miran— …es por la madame no nos quita el ojo

de encima –ahora todos la miran.

Entra el marqués en el bar.

Marqués— Antonio ponme un café a ver si la cafeína me suaviza la mala leche

que llevo encima…

La madame que lo ve se acicala nuevamente y al mirar al cura vuelve a

sentarse.

Antonio— Marqués, será un vaso de agua por lo que pueda pasar… que esto

es una taberna y solo tenemos alcohol o vino del lagar.

Marqués— ¡Pues eso! que a mí me da igual, que la leche que llevo, veo que

se me va a cortar.

Belmonte— Alfredo, me parece que te van a frenar.

Alfredo— A mí no me frena ni San Nicolás. Si alguien quiere verme, me va a

encontrar —levantándose de la mesa.

Antonio— Ya está armada.

Don Camilo— Prudencia señores, prudencia que todo se puede hablar.

Marqués— Pues yo creo que no, don Camilo. Hay algún señorito que encontró

mejor apetito… —mirando desde la barra a Alfredo.

Alfredo— ¿Pues no sé donde dice que por militar se tenga que estar

reprimido?

Antonio— La he cagado.

Belmonte— Alfredo haga usted el favor de callarse. Y usted marqués habrá

otra manera de solucionar sus problemas.

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Marqués— Claro que la hay alcalde, a bofetadas limpias, como hombres y ¡sin

uniforme!

Basilio— Joder que lío, Belmonte, por si acaso envido.

Alfredo—El envite fue mío, Basilio, pero espere que el marqués si que se ha

metido en un lío.

Marqués— El lío es porque usted se ha metido en mi nido.

Don Camilo— No voy a consentir señores que se enfrenten dos vecinos. ¡Ea!

Antonio— Eso está bien don Camilo

Marqués— Pues dígame como lo va evitar porqué yo no le voy a perdonar.

Don Camilo— Quizás con otro ovillo…

Alfredo— Antonio ponme otro botijo.

Belmonte— Cuente, cuente, que aunque para usted sea doble pecado, hoy

esta perdonado…

Don Camilo— Veo Belmonte que tiene usted el oído muy fino.

Marqués— ¿Qué quiere decir don Camilo?

Don Camilo— Si marqués que el pueblo es pequeño y se sabe quién es quién.

Belmonte— Pues… usted nos dirá —mirando a la madame.

Marqués— No me provoque usted, que le quito el “don” a Camilo…hombre,

que la taberna no es la iglesia ¡Deje el púlpito para ella!

Antonio— Pulpitos no marqués, olivas de la huerta.

Basilio— No es usted muy fino, Marqués, mire que querer arreglarlo con otro

lío…

Antonio— Belmonte, ¿son estas las anguilas que van a misa?

Belmonte— De esas y no de las fritas.

Marqués — ¿Y ahora que pasa conmigo?

Don Camilo— Que son todos ustedes los finos. A los Mandamiento le han

quitado el noveno.

Marqués— Eso se lo tiene muy bien aprendido.

Belmonte— ¿Y qué dice ese noveno mandamiento, don Camilo?

Don Camilo— Prohíbe la concupiscencia de la carne.

Belmonte— ¡Don Camilo que somos de pueblo! Hable claro.

Basilio— ¡Otra vez potaje!

Antonio— Potaje y del bueno. Aquí se han juntado el garbanzo y el bacalao…

esta vez un poquito anisado…—mirando a la madame.

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Don Camilo— Antonio, deje usted de añadir más especies al guiso.

Antonio— Yo callo, don Camilo.

Belmonte— ¿Me puede decir alguien que es eso de la “co- cu- pes- cen- cia” o

como se llame?

Basilio— A ver como se lo explico Belmonte, es el apetito sexual de un pecado

de carne, ya me entiende, carne con ojos, manos y algo que sobresale.

Antonio— …Y un par de cántaros o un botijo… digo.

Marqués— Hombre Antonio no sea tan explicito que todos lo hemos entendido.

Alfredo— Ven ustedes, parece que todos tenemos pecados…

Don Camilo— No generalice usted, Alfredo…

Alfredo— ¿Pregunto al resto…? —Mirando a la madame— Venga padre que

en este pueblo todo se sabe. Y los santos hace ya tiempo que cruzaron al otro

lado.

Don Camilo— Frivoliza usted demasiado…

Basilio— Hombre Alfredo no sea usted tan descarado que el clero es muy

honrado.

Antonio— Y no creen ustedes que ya que salimos todos tan mal parados en

esos mentideros, nos olvidemos de lo pasado y que sigan la grande y chica en

la mesa tratando de hacerse con las perrillas. Y a usted marqués, le doblo su

faena con unos chanquetes de Huelva.

Marqués— ¡Ni hablar!, porqué los de Huelva no me van a hacer olvidar lo que

el civil se ha merendado ¡es mi hija y es lo más sagrado!

Don Camilo— No blasfeme marqués que lo sagrado, sagrado… tan solo en la

iglesia se ha consagrado.

Marqués— Pues mi hija pasó por ella.

Don Camilo— Y yo bendije su cabeza, marqués, pero tiene que darse cuenta

que su hija se ha hecho mujer…

Marqués— Pues no precisamente para él.

Belmonte— ¡Quieto! —frenando el ímpetu de Alfredo que se siente agredido—

permitan al alcalde que ejerza la autoridad, ¡ea! …pues ya una vez enterado de

la que se ha armado y como alcalde que soy y si a ustedes le parece,

debemos sacar tajada de tanta algaraba. Digo yo que, si usted marqués, recibe

las excusas de Alfredo, además de evitar una pelea, evitamos que alguien

suelte el freno… ya me entiende…(apriete el gatillo)

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Alfredo— No lo dude… —con la mano en la cartuchera.

Belmonte— Y como tampoco le va a hacer olvidar su buen ratito... ¿Por qué

no se sienta y que el Antonio nos traiga toda Huelva?

Antonio— Joder Alcalde como agudiza el oído. Es usted muy fino.

Marqués— Yo no me siento con ese miserable… y usted lo de “buen ratito”

déjelo para sus funcionarios agradecidos.

Belmonte— ¿Pero es que usted cree que el próximo doncel de su hija le va a

pedir permiso antes de ir al paraíso?…

Marqués— ¡Así debía de ser!

Belmonte— Vamos que yo tengo dos y nunca quise saber quienes formaron

parte de su colección.

Alfredo— Por mi correcto. Antonio, venga Huelva por un perdón. Además

Marqués que todos sabemos con quien anda usted…

Marqués— ¿Con quién?

Antonio— Joder ¿También usted, Marqués?

Marqués— ¿Yo también qué?

Antonio— Las anguilas que dan mucha sed… ¡Su señora! —viendo a Marina.

Marina entra en escena.

Marqués— Marina ¿Qué haces aquí?

Marina— ¿Tú qué crees?…Pues yo quisiera saber ¿quién es?

Marqués— ¿Quién es quién?

Marina— Eso es lo que quiero saber, que como esposa es mi deber y también

lo de su colección y saber si formo parte de alguna de las de ustedes. Parece

mentira señor alcalde y usted don Camilo formando parte de este nido.

Marqués— Mujer no enredes más. Son cosas de hombres…

Marina— Pues no los veo por ninguna parte.

Basilio— Visto lo visto yo me retiro, si usted quiere marqués, le dejo el sitio…

Marina— No te digo. Ahora toca quedarse vacío el nido.

Antonio— Será que se ha quedado el potaje frío.

Marina— Vaya Basilio un hombre menos, el soltero del pueblo y al que no se le

conoce un piquito…

Marqués— ¡Mujer que el doctor no anda metidos en guisos!

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Basilio— Me voy que la tensión ha subido.

Marina— De hombre a hombrecillo, Basilio ¿Usted también está en algún lío?,

por el pueblo algo he oído…

Basilio— Yo me retiro…—saliendo del bar.

Marina— Adiós cariño…

Marqués— ¡Mujer! Que te estás pasando un poquito que además de Marqués

soy tu marido.

Marina— ¿Qué me estoy pasando un poquito? Ven aquí leoncito, ven, lo que

estoy es callando muchito, porque la florista te saca el polen y para mi deja el

pellejito…

Don Camilo— ¡No blasfeme usted!

Marqués— ¡Que exagerada eres, Marina!

Antonio— Señores por favor que están haciendo más grande el río, les pongo

a Huelva y la Giralda de aperitivo pero dejen en paz los líos… ¡por mi saloncito!

Don Camilo— Señora no habla usted tras la reja con el mismo brío.

Marina— Mire don Camilo el respeto que la rejilla manda es el mismo que hay

en toda casa, pero cuando a una mujer se la degrada no hay hombre sino un

canalla. Y por lo que veo aquí hay más de uno —mirando a Alfredo y a su

marido— y todos con medalla.

Alfredo— Señora ya le he dicho a su marido que no es de canalla tener buen

apetito.

Marina— A por ti venía y a por tu apetito. Te diré algo soldadito si vuelves a

acercarte a mi hija nunca volverás a sacarla del nido.

Alfredo— ¿Debo tener miedo?

Marina— Pánico, por tu pajarito —mirándole el pajarillo.

Entra Emilia.

Belmonte— Su hija.

Emilia— Mamá, Papá…

Alfredo— Hola Emilia.

Marina— ¿Qué haces en esta guarida?

Marqués— Eso hija ¿a qué has venido?

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Emilia— Me dijo la vecina que le buscabais. Quiero que sepáis que estoy

enamorada de él — mirando a Alfredo.

Alfredo— A mí también me gustas Emilia, pero no son formas las amenazas

de tus padres…

Emilia— ¿Amenazas? papa, mamá, que vuestra niña ya se ha hecho mujer

—mirándose.

Marqués—Eso, encima muéstralo bien, muéstralo, que hoy tenemos a la

autoridad presente… Mira Emilia este hombrecillo no me gusta, son

demasiados los panales que pica.

Alfredo— ¿Y tú qué sabes?

Marqués— Todo se sabe en este pueblo.

Alfredo— Lo ves Emilia.

Emilia— Todo el mundo tiene escarceos, son necesarios para acertar en el

blanco o es que quieres que me case sin catar el caldo.

Marqués—Marina, que ésta no es mi niña.

Don Camilo— Belmonte, eso es la concupiscencia de la carne…

Belmonte— Ya me voy enterando…

Marqués— Deje ya esa palabrita, don Camilo. Y a ti hija, para los escarceos

aún no te ha llegado la hora…

Marina— Eso hija, aún es pronto, eres pollita y no gallina…

Marqués— ¡Mujer!

Emilia— Yo diría que ya es tarde –mirando a Alfredo.

Marina— ¡Ay Dios mío! Ay Dios mío...

Marqués— ¡Gallina y muy fina, la niña!

Belmonte— Señores, son muy respetables sus argumentos pero o

empezamos la partida o me retiro a mi sacristía.

Don Camilo— Llegado a este punto deberíamos poner todos un poco de

raciocinio a semejante lío.

Antonio— Eso está bien, don Camilo.

Marqués— Ya está otra vez el cura con el sermoncito.

Don Camilo— Digo yo que si todos cedemos, el agua no llegará al río. Para

empezar Antonio puede darnos algún pinchito, acompañado con unos vinos.

Antonio— Ya no está tan bien.

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Don Camilo— Mire Marina y usted Marqués, deben saber que siempre hay

una primera vez y es mejor estar a bien con su hija y no tenerla en rebeldía, al

fin y al cabo no podrán comprobar sus agravios…

Marqués— Es obvio, don Camilo que usted no tiene hija.

Don Camilo— Pero tengo muchos hermanos, como usted. En cuanto a ti

Emilia y a ti Alfredo, no seáis tan impacientes con los juegos. Sembrar antes

vuestros sentimientos que lo agradeceréis en el futuro. Y en cuanto a lo que a

mí me corresponde y por todo lo aquí oído, propongo como penitencia

llevarnos bien como vecinos…

Marqués— Ya le he dicho don Camilo que predicar sin hijos es muy sencillo.

Antonio— Me vuelvo a ahorrar los chanquetes.

Marina— Don Camilo que no está usted en la homilía.

Alfredo— Eso digo yo, juzgue usted en su caseta y no en la taberna.

Don Camilo— Cuidado con tu comentario que es pecado, la caseta se llama

confesionario.

Alfredo— Pues eso, confesionario. Pero pecar, pecamos todos, padre, porque,

en este pueblo y en los otros, la cosecha depende de la siembra a pesar de

que siempre sale alguna mala hierba —mirando a la madame— y mire usted:

no hay razón para pensar que somos una de ellas…

Marqués— La hay y mucha… mi hija, aún es mía y será lo que yo diga. Y

usted soldadito, haga el favor, vaya a picar a otra bahía.

Alfredo— ¿Lo ves Emilia?

Belmonte— Nada, que no hay partida…—a don Camilo.

Alfredo— Si que la hay— poniéndose en pie—, pero va a ser la cara de

alguien como siga. Les diré algo señora y señor, yo no sé todavía si la amo,

pero en ello estoy, y no voy a permitir que nadie, ni ustedes, interfieran entre

Emilia y yo, y si tengo que hacer uso de este traje, lo haré, o si usted quiere

Marqués, me despojaré de él…

Marqués— ¡Ea, pues adelante!

Emilia— No quiero ser causa de honor de ninguna disputa. Me decepcionáis

los dos.

Marina— No te das cuenta hija ¡si no te quiere!

Emilia— Ese es un problema mío, mamá.

Belmonte— Don Camilo, están huérfanas las sacristías…

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Don Camilo— Sí, será mejor. Ayúdeme a preparar el pan divino…

Belmonte— Las Hostias don Camilo…

Antonio— No las mente Belmonte que éstas no son de trigo… y por lo que se

ve vuelvo a llevarme el vino.

Don Camilo y Belmonte se retiran. La madame se da la vuelta.

Antonio— Adiós, valientes, en algunos casos la autoridad no es competente.

Belmonte— Qué le vamos a hacer. Ninguno da su brazo a torcer…

Antonio— ¿Y ustedes no creen que es en sus casas donde tienen que arreglar

sus diferencias?

Don Camilo— Esa es una buena medicina, Antonio.

Alfredo— Yo estaba aquí tomándome un botellín y pienso seguir.

Emilia— Y yo lo acompaño. Antonio un vino y con sifón, por favor.

Marqués— ¿Pero chiquilla un vino? Eso no te lo permito. Tú te vienes a casa.

Ves Marina el civil la ha pervertido.

Marina— Pero hija ¿estás ciega?

Emilia— No. ¡Preñada!

Don Camilo y Belmonte— ¡Hostias!

Marqués, Marina y Antonio— ¿Cómo?

Todos se quedan paralizados excepto, don Camilo y Belmonte que frenan su

retirada.

Don Camilo— ¡Las Hostias….pueden esperar, Belmonte!

Belmonte— ¿Cómo?

Don Camilo— El pan divino, Belmonte, que tiene poca demanda… y en este

pueblo hay que fomentarla. Antonio ponga un par de vinos.—Volviendo a

colocar sus abrigos y volviendo todos a su estado normal.

Emilia— Antonio a ese vino ya no hace falta el sifón que ahora me toca hablar.

Antonio — Ya decía yo…¿Se los llevo a la mesa?

La madame vuelve a dar la espalda a don Camilo.

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Belmonte— Ahí mismo, Antonio.

Marqués— Ahora la autoridad vuelve a mandar, ¿No?...Te mato desgraciado.

Emilia— ¡Papá!

Marina— Por Dios hija ¿qué barbaridad es esa?

Emilia— ¡Sí!. Estoy embarazada, y del hombre al que quiero.

Marina— Pero si eres una cría.

Marqués— ¡Una cría y muy niña, Marina!

Alfredo— ¿Estás segura, Emilia?

Emilia— Llevo una falta y quince días.

Marina— Pero puede ser solo un retraso…

Emilia— Hace unos días lo confirmé…

Marina— ¿Te vio don Basilio?

Emilia— Sí.

Belmonte— El Basilio ya dejó intuir algo...don Camilo.

Marina— Ese mal nacido…vayamos a él a ver qué se puede hacer…

Emilia— ¿Qué pretendes, mamá?

Marqués— Es evidente hija, hay que evitar la co-se-cha de la mala hierba —

mirando a Alfredo.

Alfredo— Si yo soy el padre, yo decido, marqués ¿me ha oído?.

Emilia— ¡Quien decide aquí soy yo!

Don Camilo— Ni lo piensen. No toleraré un aborto en este pueblo.

Marqués— ¡Su oficio no tiene aquí sitio!

Belmonte— Antonio, el vino.

Antonio— ¡Shhhhhhh! No le oigo Belmonte, con tanto ruido —haciéndose el

distraído.

Belmonte— ¡Y con los chanquetes como aperitivo!

Antonio— Belmonte ¿no ve que ahora no hay lugar para la publicidad?… que

hay emoción en el bar.

Alfredo— Todo hay que hablarlo querida…

Marqués— Eso es hija.

Antonio— Por fin de acuerdo una vez.

Emilia— ¿Cómo? Este bebé sale para adelante y ni tú, ni mis padres vais a

evitarlo.

Antonio— ¡Digoooo! ¿A ver quien dice que la pollita no es gallina?

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Don Camilo— Es una joven con carácter, Belmonte.

Antonio— ¡Y en cinta!

Belmonte— Demasiado joven, Padre.

Marina— ¿Quieren callarse? Qué a ustedes no les ha dado vela en este

entierro nadie…

Belmonte— Ó no me entero o estábamos hablando de un nacimiento…

Marqués— Estas autoridades creen tener despacho en todas partes.

Emilia— ¡Basta ya!…soy yo la embarazada.

Alfredo— Emilia y yo un poquito.

Emilia— Pues no lo pareces. Y por lo tanto quien tiene la palabra. Vosotros

Padres con mejor o peor agrado aceptareis al vástago como vuestro nieto y tu

Alfredo, como hijo. A usted don Camilo le corresponde poner orden a todo lo

ocurrido. Por favor haga hueco en su agenda y cerremos este lío con una

fiesta, poniéndole a nuestro enlace, fecha.

Don Camilo— Yo pondré de mi parte, claro está, eso sí, si se avienen todas

las partes.

Alfredo— ¿No vas demasiado deprisa, mujer?

Emilia— ¿Deprisa? ¿Qué?, que te dejaste el freno en el cuartel ¿no?

Alfredo— …Emilia a veces se falla…

Emilia— …Y otras se atina. Alfredo ese pajarito ya ha hecho nido…ó sola ó

acompañada, yo saco adelante a este niño.

Alfredo— …Pero si no tenemos casa… mujer.

Antonio — El benemérito es ahora “Alfredito”.

Marqués— Yo me niego a que este sinvergüenza viva en la nuestra, Marina.

Marina— Tú te callas. Y aguantarás lo que me dé a mí la gana. Por canalla.

Marqués— ¡Yo me callo! …

Antonio— Otro igual de marqués a marquesito.

Marqués— Pero al benemérito que le parta un rayo.

Marina— Y a ti te tenía que caer otro en el estómago, por ¡sinvergüenza!

Marqués— No saques más trapos sucios mujer…

Marina— Si, sinvergüenza y canalla. Quién ensucia mi casa eres tú con esa

fulana…

Emilia— ¿Es verdad entonces, lo de la florista Papá?

Marqués— Hija, son rumores.

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Antonio— ¡Ole sus cojones!

Marqués— Quieres callarte Antonio. Hija, tu madre hace demasiado caso a los

ecos del vecindario.

Belmonte— Nosotros no hemos hablado, solo escuchamos.

Marqués— Ustedes se han invitado.

Belmonte — Eso no es muy exacto…pero lo de la “con-cupes-cen-cia” ya lo

tengo claro.

Don Camilo— Es por si hay que redimir pecados, ya me entiende usted.

Marqués— Sí, ya lo vamos entendiendo —mirando a la madame.

Antonio— ¡Ole sus coj!…botones, por la sotana…

Alfredo— Antonio, enhorabuena que ahora es santa la taberna…

Marina— Este confesionario es demasiado bastardo con tantos becarios.

Emilia— ¿Y no será que, tú padre, estés de donante?

Marqués— No te permito que dudes de tu padre.

Marina— Pues duda hija, duda que tu padre…

Entra Basilio en el bar.

Basilio— ¿Ya se han…? ¡Oh! aún están con el lío.

Marina— Hombre Basilio, que calladito lo tenias.

Basilio— ¿De qué me habla, doña Marina?

Marina— De guirnaldas, de globos y… ¡de mi hija que está en cinta!

Basilio— Son secretos profesionales. No es competencia del médico develar

las afecciones de los pacientes.

Marqués— Pero a un padre que puede ser abuelo, los secretos profesionales

le importan un bledo.

Basilio— Es a su hija, a quién corresponde desvelar, lo encubierto.

Marqués— Pero hombre somos algo más que vecinos…

Don Camilo— Basilio, en su mantel no hay caldo para los amigos…

Belmonte— Es un pecado muy chiquitito don Camilo.

Antonio— ¿Les pongo otro vino?

Belmonte— Si. Fuera debe hacer mucho frío.

Marqués— Y llegado a este punto ¿no se podría hacer algo, Basilio?

Emilia— ¡He dicho que no! Que el pueblo va a tener un nuevo niño.

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Marina— La niña lo tiene claro, marido.

Don Camilo— La iglesia también.

Marqués— Pues yo lo veo bastante turbio compartir a mi hija y mi nieto con

este “picoleto”.

Antonio— Ahora quiere ser padre, el suegro.

Alfredo— ¿Lo ves Emilia? Tu padre parece estar en celo. Y no le permito que

me llame “picoleto”.

Marqués— Te llamaré como quiero, que a mi ese uniforme no me da miedo.

Alfredo— Mira Emilia que me parece que antes de que nazca su nieto, entierro

al suegro.

Emilia— Aquí los que vais de entierro sois todos vosotros —arrebatando el

arma a Alfredo y poniéndosela en la sien.

Alfredo— ¡Ea!, pues lo dicho, buscaremos piso.

Marqués— Baja el arma hija que es un orgullo tener al ejercito en la familia.

Alfredo y el Marqués se abrazan. Música. Escenario en negro.

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La taberna de Antonio

Teatro

Segundo acto

Antonio recoge un caballete con un menú donde pone “Un año después”.

Alfredo— ¡Buenos días Antonio!

Antonio— Buenos días. ¿Cómo anda ese niño?

Alfredo— A gatas y dando la lata.

Antonio— Su suegro dice que es una bendición divina.

Alfredo— Lo es, Antonio, lo es…

Antonio— Ya esta entonces usted más tranquilo…

Alfredo— Bueno, tranquilo… me temo que la tranquilidad no se lleva bien con

los niños.

Antonio— Eso nos pasa a todos. ¿Te pongo un botijo, Alfredo?

Alfredo— Venga que ahora hay que aprovechar entre faena y faena.

Antonio— ¿Y los abuelos?

Alfredo— Están que se les cae la baba con el niño.

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Antonio— Me alegro ¿Van también hoy a jugar la partida?

Alfredo— Hoy no, tengo prisa, debo acompañar a mi mujer.

Antonio— …Ya no es como antes…—mientras le sirve— casado y bien

cazado…

Alfredo— Hombre Antonio que a todos nos ha pasado…

Antonio— Ya lo creo. En una miaja pasamos del cielo al infierno. Mi mujer, de

soltero que te voy a decir, eso, que era un cielo, si tropezaba con una piedra,

la maldecía por ponerse en medio y ahora la muy jodía me llama torpe y viejo si

vuelvo a tropezar de nuevo… y no quiero referirme cuando hay sabanas de por

medio…

Alfredo— …Tiene ganas de hablar, Antonio.

Antonio— Y qué voy a hacer en este bar.

Entra Don Camilo.

Don Camilo— Dios sea con ustedes ¿No decías Alfredo que hoy no podías…?

Alfredo— Y no puedo, me he escapado a por el botijo, que sabe Dios, cuando

terminará el doctor con el niño.

Don Camilo— Eso está bien, la familia lo primero.

Alfredo— ¿Y usted... a quién espera?

Don Camilo— Bueno tan solo es una parada en la faena de la iglesia…

Alfredo— Pero no son horas para usted…don Camilo.

Don Camilo— Antonio el vino… ¿decías?

Alfredo— Que es pronto para que usted de rienda suelta a su sed.

Entra la madame y al ver a don Camilo le da la espalda marchándose a su sitio.

Alfredo— Algún día tendrá que explicar porqué ese entusiasmo de la

madame…

Don Camilo— Son manías de una oveja descarriada.

Antonio— Alguna mala confesión, Alfredo porque últimamente, la taberna

parece la posada del clero.

Don Camilo— No eche más leña al fuego, Antonio, que la pobre es de

compasión.

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21

Alfredo— ¿No habrá tenido un lío, don Camilo?

Don Camilo— Alfredo no empiece usted otra vez que es sacrilegio manchar al

clero con enredos.

Alfredo— Usted perdone, pero parece una cita en la que yo estoy por medio.

Don Camilo ve que llega Basilio.

Don Camilo— Bueno… yo… espero a Basilio que quiere charlar un rato… ya

sabes enfermedades de párroco…

Basilio— Buenas.

Alfredo— Buenas, Basilio. Extraño sitio ¿No? –Mirando a don Camilo.

Don Camilo— Le estaba diciendo a Alfredo, Basilio que viene a darme el parte

de enfermo… —Haciendo un guiño— sí, de mi visita, ya sabe usted.

Basilio— …Eso los curas a pesar de tener mano en el cielo, también tienen

heridas en el cuerpo…

Alfredo— Si claro, y es en el bar donde prescribe el medicamento. Bueno,

bueno está claro que en esta fiesta no tengo sitio… primero la madame y ahora

don Basilio... no tarde usted, que en un ratito bajo a verle con el niño. Y usted

don Camilo, cuide su salud que su aspecto lo tiene bien curtido. Adiós Antonio,

ahí te dejo también lo de los amigos.

Antonio— Gracias Alfredo —Mientras sirve a la madame— y que no sea nada

lo del niño.

Don Camilo— El Alfredo no se ha ido muy convencido…—Sentándose en la

mesa.

Basilio— Es normal. Yo también estoy sorprendido ¿Qué pasa don Camilo?

¿Qué esconde con tanto sigilo?

Don Camilo—…Bueno… ah sí, Basilio vuelve a decirse que anda usted con la

Marina y me preocupa, sinceramente, porque ahora hay armas en la cocina. El

civil es militar y usted eso no lo debe olvidar.

Basilio le mira y le vuelve a mirar.

Basilio— ¿…Esa es su enfermedad?

Don Camilo— Vamos Basilio no se haga usted el santo que ya soy yo beato.

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22

Basilio—…Perdón ¿me está usted tomando el pelo?

Don Camilo— Tomar el pelo a un hermano en mi religión es pecado. Solo trato

de aconsejar a un hermano.

Basilio— Espere un rato. Yo he venido a tomar un trago antes de pasar a mi

despacho. Y me encuentro con Antonio, Alfredo y al cura del pueblo… ¿No le

parece a usted extraño? Antonio está en su fuero. Alfredo se ha ido

mosqueado por no estar invitado. Solo queda usted y… la madame. No

entiendo muy bien cuál es el fregado, pero hoy, o se salta el sacramento de la

comunión o usted lo recibe en pecado.

Don Camilo— Ahora es usted quien me toma el pelo…

Basilio— Soy médico y no peluquero. Bien, don Camilo, no tengo reparo en

contestarle a cuanto se dice en los mercados… ella, Marina, viene a verme

preocupada por su salud… ya le he contestado; ahora le toca a usted… y ella

¿por qué la asusta usted tanto?

Don Camilo— Basilio no tire usted tanto del hilo que no hay motivo. En cuanto

a usted y a la Marina, se dice que no echa corto el rato además de ser

prácticamente a diario.

Basilio— No me ha contestado. Me parece que aquí hay gato encerrado. Bien

seguiré jugando al perro y al gato. Lo que dice que se dice de la Marina, eso,

es cierto… pero le aseguro que en el despacho no hay razón para tanto.

Don Camilo— ¿Para tanto? ¿Entonces?

Basilio— Es obvio que Marina a pesar de la edad, aún guarda belleza en su

rostro y no le voy a negar que entre tanto dolor, me guarde un rato para su

encanto.

Don Camilo— Pero hombre, el Marqués y ahora la Guardia Civil, ¡juega usted

con fuego!

Antonio— ¿Les cambio el aperitivo?

Basilio— Trae dos vinos.

Antonio— Como estaban ustedes tan callaos…

Don Camilo— Hágame caso, déjese de fregaos que tiene usted un buen

puesto y busque en otro sembrado…que en este pueblo ya hay muchos

enterraos.

Basilio— Yo, don Camilo le agradezco su preocupación y le prometo que

trataré de poner remedio… pero va a tener que echarme una mano, porque

Page 23: La_taberna_de Antonio.pdf

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ante el apetito no hay guiso que esté mal cocido. Y yo imagino que usted en

tanto tiempo de Santo habrá saciado su sed de cuando en cuando —mirando a

la madame— y si no es así es obvio que tiene usted la receta para evitarlo.

Don Camilo— Ataca usted con doble fuego. Ya le he dicho que la señora no

obedece a ningún desatino. Los religiosos no andamos mezclados en enredos

amorosos.

Antonio— El celibato que es muy sagrado, Basilio.

Basilio— Pero es evidente, y no le culpo a usted de ningún fregado, que quede

claro, solo digo que en todos los pueblos, al menos eso es lo que dicen los

dichos, siempre ha existido algún cura que lo del celibato no lo ha respetado.

Antonio— Digo… ¡yo conozco a cinco!

Don Camilo— Antonio más respeto al alzacuellos…es usted como “el Alfredo”,

no me ponga en aprietos que es usted quien está en primera línea de fuego, y

no mezcle al clero en sacrilegios.

Basilio— ¿Está seguro don Camilo? …mire que yo creo que son ustedes los

que siempre reparten el bacalao… hacen del hábito su toga, apadrinan a

cuantos feligreses van a misa e incluso a los que rechazan la homilía —

mirando nuevamente al madame. Y hoy parece que es mi día…vamos que me

ha tocado.

Don Camilo— No tiente al diablo, Basilio que la tranquilidad del alma es algo

más que ir a la sacristía. Como Pastor del municipio es mi obligación prevenir

la tormenta… busque usted en otro sitio donde no haya marido…

Antonio— Haya o no haya marido siempre será mejor que este aperitivo...—

llevándoles un aperitivo.

Don Camilo— Usted Antonio, tápese los oídos que es serio este cocido.

Antonio— No va a ser serio don Camilo, uno te llena la tripa, el otro te deja

molido…

Basilio— Antonio no se meta en este lío. Mire usted don Camilo que la

tormenta es tan solo un nubarrón y de algún mal parido. ¡Coño, cuente usted!

No ande con tanto sigilo, que yo aquí solo he venido a tomarme un vino.

Don Camilo— ¿Otra vez Basilio? Esa dama reniega del alma. Solo eso una

oveja descarriada.

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Basilio— Y dale al molino. Mire don Camilo yo no he quedado con usted, ni me

importa ya sus patrañas con la madame. Me voy a la consulta que allí esta mi

liturgia… —dirigiéndose a la salida.

Don Camilo— Pues ande con cuidado Basilio que no es uno, sino muchos los

que dan rienda suelta a sus oídos.

Entra el Marqués.

Marqués— Ya lo creo porque a mí me pitan por todos los lados ¿Es cierto eso

Basilio?

Antonio— Otra vez que la hemos armado.

Basilio— Mire Marqués que si hacemos caso a cuanto se dice no quedaría hilo

en el ovillo.

Marqués— Pues explique si es mi esposa la que se ha salido del nido.

Don Camilo— Vamos señores no hagan de un rumor, caldo de cultivo.

Basilio— Cállese que este chaparrón es por usted.

Marqués— Si don Camilo parece que usted lo está regando para ser todo un

santo. Que no es este el sitio, usted con las hostias y el vino…y ante el “Santo

Oficio” y deje el bar para los pecados del municipio. Y tú Basilio dime lo cierto

de lo que dice el gentío que quiero saber con quién estoy comprometido.

Entra Marina.

Marina— Yo te lo digo.

Marqués— Esposa mía ¿Cómo sabías que venía?

Marina— No lo sabía. Te he seguido.

Antonio— Lo que digo, otra vez el lío.

Marina— Sí, otra vez y cuantas sean menester. Y tú, marido, lo único cierto

hasta el momento es que de la florista no te has escondido ¿Con que derecho

vienes a honrar nuestro compromiso?

Marqués— Mujer que ya te he dicho que lo de la florista tan solo es un dicho. Y

no pregones nuestros asuntillos.

Marina— ¿Que no pregone nuestros asuntillos? ¿Y qué haces tú aquí?

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Don Camilo— Señora que tan solo es un mal entendido. Su marido y Basilio

han sido comedidos y le aseguro que la sangre no ha llegado al río.

Marina— Pues no es eso lo que he escuchado. Se hablaba de mi compromiso

del doctor y de mi marido. Y quiero saber que pinto yo en este guiso ¿Basilio

que le has contado a don Camilo?

Basilio— Nada. Que al igual que en el confesionario, los chismes del paciente

son sagrados.

Marina— Pues yo lo autorizo, Basilio cuénteles, cuéntales nuestro lío.

Basilio— No señora yo mismo no me autorizo.

Marina— Pues seré yo quien lo cuente Basilio. El doctor me ha encontrado una

hemorroide de gran tamaño, ¡ea!, ese es mi pecado. ¿Qué debo hacer

señores, lo público por todos los lados?

Marqués— Pero mujer eso no lo sabía ¿Por qué no me lo has dicho?

Marina— Porque me hubieras mandado al pueblo de al lado. No soportarías

saber que el doctor mira una y otra vez el trasero de tu mujer.

Don Camilo— ¿Basilio, ese es su pecado?

Basilio— Si don Camilo, que no hay nada más en el cocido. La señora Marina

es una paciente y como el resto, honra merece. Desvelar traseros ni da rango

al vocero ni nobleza al oficio. Y salir de cruzada no sirve para nada. Don

Camilo, créame, que usted tiene mejor morada. A usted se le desnudan del

alma y aunque a veces duela más, usted no halla almorranas.

Antonio— Vaya pomada.

Marqués— ¿Qué dices tú?

Antonio— Que parece que las aguas amainan.

Marina— Señores si no han satisfecho las ganas les diré que para la próxima

semana en la ciudad será extirpada.

Marqués— Mujer esas cosas se dicen en casa… ¿Y cómo no me has dicho

nada?

Marina— Estabas muy ocupado marido…

Marqués— Pero mujer…

Marina— ¡Pero nada!, que las flores la tienes muy bien regadas.

Marqués— La de las flores se llama Charito y ya te he dicho que todo lo que

se dice en el pueblo de la mitad, ni un poquito.

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Entra Charito.

Marina— Pues tendrás que explicarme como gastas tanta saliva con tu amiga.

Charito— Yo te lo explico, pero antes quiero que sepas que siento tu desgracia

que un grano en cierto lado no forma parte del vestuario.

Marina— Vaya si está aquí la citada.

Charito— Si, aquí estoy, por fin voy a hablar que ya es hora de poner

paraguas a la tempestad. Se oyen muchas cosas y pocas son verdad.

Marqués— Ya se lo decía yo, Charito.

Marina— Pues hable, hable y cuente su cuartada.

Antonio— Otra vez se va armar. Señores paz, que solo tengo un bar.

Charito— ¿Se lo dices tú o se lo digo yo?

Marqués— No Charito déjame servir el cocido…aunque sea un poco frío.

Don Camilo— Antonio otro vino.

Antonio— Ya lo imaginaba don Camilo. Y a usted también don Basilio, ¿no?.

Basilio— Bueno, hagamos del tinto su voluntad.

Marqués— Hombre que en este caso no necesitamos consejos de sabios.

Charito— Déjalo que así se es más sabido.

Don Camilo— Si ustedes quieren nos vamos de retiro.

Marqués— En todos los patios hay un oído. Pues verán ustedes…

Entra Alfredo.

Alfredo— ¿Puedo pasar?

Antonio— Claro esto es un bar.

Marqués— ¿También tú?

Antonio— Qué más da uno más… pasa, pasa tú suegro va hablar.

Marqués— ¡Jesús! cierra el bar.

Antonio— Antonio, si le da igual.

Marqués— Bueno pues verán…

Entra Emilia.

Emilia— ¿Alfredo, otra vez en el bar?

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Alfredo— Emilia…Acabo de llegar.

Antonio— Pase usted que a la taberna se viene a rezar.

Alfredo— ¿Y el niño?

Antonio— De camino, digo.

Marqués— Usted a callar.

Marina— ¿Emilia y el niño?

Antonio— Eso mismo yo he dicho…

Emilia— Con la vecina mamá ¿…y qué hace la Charito con papá?

Marina— A eso he venido…

Charito— Pues si quieren ustedes empiezo ya…

Marqués— No Charito, no, déjame a mí hablar: La Charito fue quien… les

compró a ustedes el piso.

Marina— ¿Cómo dices, marido?

Marqués— Sí, lo que he dicho. La Charito a los chicos les ha comprado más

de medio piso y a nosotros también nos ha ayudado un poquito.

Antonio— Andan tiempos jodidos, parece que en el marquesado se come más

cocido que guisado.

Marina— Usted Antonio meta la lengua en otro sitio.

Antonio— Como antes eran palacios y ahora pisos… pero yo calladito.

Marina— Y tú marido deberás justificar de donde te ha exprimido la

Chaaarito…

Marqués— No mujer, no, no pienses mal que esta mujer es de honrar.

Basilio— ¿Yo puedo hablar?

Marina— ¡No!… bueno, una vez nada más…

Basilio— Que eso, que la Charito es muy honrada; en la consulta ha dejado

muestra de su generosidad, hay medicinas que el pueblo no puede pagar…

Charito— Eso doctor, es harina de otro costal. Déjeme que lo voy a explicar.

Alfredo— Pues dese prisa que el doctor no puede esperar.

Emilia— Eso, no se haga esperar, que el zagal y don Basilio tienen otra cita y

no en este bar.

Basilio— Enseguida termino el vino.

Marqués— Si quieres Charito yo sigo contando lo ocurrido.

Basilio— Qué más da. Uno ó el otro, ó los dos, pero empiecen ya.

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Charito— A ver como empiezo sin molestar. De momento voy a hacer un sitio

más —Coge una silla y amplia el corrillo—

Basilio— ¡Ahora se va a sentar!

Charito— No es para mí, sino para la Madame. —Invitándola a que se siente y

rechazando ésta la silla.

Antonio— Ya no atiendo a nadie en el bar. Yo me siento como uno más.

Basilio— ¡Caray! La consulta puede esperar.

Don Camilo— Aquí ya no cabe nadie más.

Entra Belmonte.

Belmonte— ¿Se puede pasar?

Marqués — Antonio cierra el bar.

Belmonte— ¡Jodo! Esto parece navidad.

Marina— A cotillear…Alcalde, ¿No?

Emilia— Siempre lo hace, madre.

Belmonte— No es de extrañar, Marina. Desde la ventana del ayuntamiento les

he visto llegar, uno tras otro y digo esto es cosa de don Camilo que cambia la

procesión en la calle, por un “vía crucis” en el bar y como soy yo quien siempre

la presido…

Alfredo— …Se ha puesto, usted el traje de los domingos.

Antonio— Pues Alcalde si quiere un vino espere a que hable la Charito.

Belmonte— ¿La Charito, desde cuando es cliente Antonio?

Antonio— Desde hoy mismo. Pero calle alcalde.

Belmonte— Que hable, que yo no respiro.

Entra la maestra.

María Angustias— Señores, ¿cabe uno más?

Marqués— ¿Pero no has cerrado el bar, Antonio?

Antonio— ¡Hombre!, la científico de los cerebros de los niños, pase, pase,

aquí todo el mundo es bienvenido. Señores, la maestra, ¿le hago sitio? …María

Angustias, llevamos la tarde echándola de menos, decíamos ¿y en este pueblo

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29

que habrá pasado con la maestra, será la única honrada? Pase usted que al

fondo hay sitio.

María Angustias— Bueno… parece que había huelga general…

Marqués— ¡Claro! aquí estamos los sindicatos y la patronal.

Antonio— Y el trabajador, que de todos el único que curra, permítanme, soy

yo.

María Angustias— Si ustedes creen que molesto, me voy…

Don Camilo— Ni hablar, la ciencia no ocupa lugar.

Marqués— No es usted fino con los dichos… y como usted en su misa invita a

toda la bahía, pues cree que los secretos de sus fieles son asuntos del

municipio. Es usted, don Camilo, un santo muy listo, pero que muy listo. Pero

bueno ya que usted, María Angustias, se ha colado en este fregado, y como

futura maestra de mi nieto, hágase un sitio en el saloncito, vamos que se puede

hasta sentar. Eso sí, de lo que se hable aquí, no haga una materia que a

nuestros niños pueda enseñar.

María Angustias— Yo a callar.

Antonio— Como todos, ¡hasta que salga del bar!

Marqués— Y Antonio, tranque usted la puerta, o mire a ver si queda alguien

por pasar. Lo digo por empezar que me están sacando de quicio tanto oído.

María Angustias— Les voy a decir que en el zaguán hay quince más.

Antonio— ¿Los hago pasar?

Marqués— ¡Ni hablar!

Antonio— Esos se contentan con escuchar.

Charito— Pues yo voy a empezar…

Alfredo— Si no le importa voy a orinar…

Todos— ¡Ni hablar!

Alfredo— Parecen ustedes piquetes frente a la autoridad.

María Angustias— Yo solo he venido a escuchar… y ya veo lo interesante que

es el bar.

Marqués — ¡Pues a callar! Y el que vuelva a abrir la boca lo va a lamentar.

Emilia— Papá que eso no se puede aguantar.

Belmonte— ¡Na que tendremos que esperar!

Don Camilo— Ni hablar, vamos Charito suéltalo ya. Y usted Alfredo ponga

freno al mochuelo

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30

Alfredo— Yo lo intento…

Antonio— El militar al final me mancha el bar.

Charito— Que todos ustedes sepan que la florista es hermana de la Marina…

Marina— ¿Cómo?

Todos— Chismorreos entre todos

Antonio— La florista no se ha operado de anginas.

Charito— ¡Sí… su hermana! Putativa pero su hermana.

Don Camilo— ¡Hostias, empezó el lío!

Antonio— ¡No es momento de comulgar!

Basilio— Ni de sacrilegios, don Camilo.

Alfredo— Antonio un botijo que la familia a crecido.

Antonio—Ya no sirvo.

María Angustias— Está claro que algo me he perdido… ¿No se podría

empezar por el principio?

Belmonte—Eso, así todos nos ponemos al corriente de lo ocurrido.

Emilia— Ni hablar y ustedes a callar y que explique de dónde ha salido.

Marina la mira en derredor

Charito— Sobrina, por el mismo agujerito que tú.

Emilia— Eso no hace falta que lo digas.

Marina— El mismo, mismo. ¡No!

Charito— Pues muy parecido.

Alfredo— Y ustedes dos por el mismo… ya me entiende…

Emilia— No seas borrico, Alfredo que te mando al cuartelillo.

María Angustias— La educación sexual no es un delito…me alegro por los

niños. Lo que no tengo tan claro es si no sería mejor aula la taberna.

Don Camilo.— Quieren dejar hablar a la Charito.

Antonio— Eso.

Marqués— Que esto es privado, Antonio.

Antonio— Hombre, privado, privado. Don Basilio sabe de agujeros oscuros, es

evidente —señalando Marina. Don Camilo de eso está perdonado; el alcalde,

preside todos los fregaos, ¿y qué le voy a decir de la maestra doña María

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Angustias que enseña el uso del pecado?... el resto es tu familia. Y solo quedo

yo, de.. ¡apoderado!

Marqués— Como sigas hablando nos vamos para otro lado…

Antonio— Yo callo que a mi vela en este entierro nadie me la ha dado.

Marina— Queréis hacer el favor de callar y dejar a la Charito que cuente mi

her-man-dad.

Charito— Gracias hermana.

Marina— Eso está por demostrar.

Charito— Y voy a hacerlo si me dejan hablar.

Belmonte— Pues empiece ya.

Todos—Shhhhh —a Belmonte.

Belmonte— ¡Hombre! respeto a la autoridad.

Don Camilo— Coño, Belmonte deje de hablar.

Antonio— Ese es el nombre familiar… del agujerito que decía la Charito.

Charito— Me voy a marchar.

Todos— ¡Ni hablar!

Alfredo— …Y yo a manchar.

Antonio— Le recuerdo Charito que está cerrado el bar.

Charito— Pues callen y déjenme hablar

Todos — Shhhhhh.

El tonto del pueblo entra en el bar.

Arturito— Que viene el alcald... —tic.

Belmonte— Belmonte si te da igual, Arturito y llevo aquí ya un ratito.

Marqués— ¡El que faltaba! tras la conciencia de la escuela —señalando a

María Angustias—, el que no paso por ella.

Antonio— !En todos los pueblos hay uno!

Alfredo— …Y en algunos dos.

Don Camilo— Antonio es usted un malnacido, como se atreve con el

muchacho...

Antonio— Don Camilo aquí hay de todos los oficios, uno, ...un médico, un

cura, un alcalde, un marqués, ¿sigo? y un...

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Marqués— ¡Calle Antonio! y ...hágale un sitio, que lo de la almorrana, en el

pueblo ya es un grito —señalando a todos— y sinceramente veo más parco en

palabras al Arturito que a cuantos aquí se han hecho con un escaño.

Arturito— Me parece que hablan de mi...tic —tirando de la chaqueta de

Basilio.

Marqués— Sí, estoy hablando de ti, Arturito y de cuantos están aquí.

Basilio— Antonio pon al chaval una limonada.

Antonio— Oído, Basilio.

Marqués— Vamos que nuevamente se ha abierto el grifo... ¿alguien más

desea pedir? lo digo para que la Charito pueda hablar...

Belmonte— El que tenga que decir alg...

Todos— Shhhhhhh.

Charito— Bien, eso está mejor, ahí va: Al agujerito de mi madre el bichito de tu

padre vino a picar. Hace ahora treinta y siete años y fue en el hospital, mientras

tu “Santa” estuvo interna. Que por cierto, no puedes decir que no te pareces,

pues de eso mismo se fue a operar, la almorrana, que parece un grano familiar.

Y allí estaba mi mamá que no era médico ni enfermera sino doncella de fregar.

Y como un desliz cualquiera lo puede dar… fue el electricista, tu padre, quién la

bombilla quiso colocar, con tan buena estocada que a los ocho meses y medio,

a luz fue a dar. Y, ¡ea! aquí está la “Charito” a la que por fin dejáis hablar.

María Angustias— Una cosa parecida es la educación sexual.

Todos—Shhhhhhhh.

María Angustias— Perdón era por hilar.

Marina— ¿Y tu madre?

Charito—Mi madre, mi madre pronto mudó de hogar, otro electricista esta vez

del litoral.

María Angustias—Eso ya es la adulteración sexual.

Belmonte— Eso se llama concupiscencia, María Angustias.

Marina— ¿Se quieren callar? ¿Te abandonó?

Charito— Que va, en manos de la abuelita me dejó.

Emilia— ¿Y?

Charito— Que me quede sin abuelita…

Basilio y Alfredo— ¿Y?

Charito— Y me quedé sin un real.

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Marina— …y sin un real Charito, ¿Cómo puede comprar pisos y medicinas

para la localidad?

Charito— Hace dos años, la fortuna me sonrió en Navidad.

Silencio y expectación.

Todos— ¿Y?

Charito— Pues… que de mi madre nunca supe nada —mirando a la

Madame— y emigré a esta localidad. A la vera de mi única familia.

Marina— ¿Pero como supiste que nos tenías aquí?

Charito— Mamá a la abuela se lo contó y ella fue al hospital, y allí encontró el

historial de las nalgas de tu mamá.

Antonio— ¿La almorrana?

Todos— ¡Claro!

Charito— Y eso es todo.

Silencio.

Marina— ¿Y todo eso se puede demostrar?

Charito—Don Camilo…—señalando a la Madame.

Todos a la vez le miran a excepción de la Madame.

Basilio— El “hostias” de antes le ha sobrado, a menos que explique lo que

tanto tiempo ha tenido callado.

Don Camilo— Si no queda más remedio, —Se levanta y se coloca al lado de

la madame— que me perdone el “Santo Oficio”, por hacer público los cotilleos

de mi oficio.

Marqués— No se preocupe don Camilo, que ya es conocido que yo me

acuesto con el trasero del pueblo, ...y su inquilino.

Marina— ¡Tú lo has querido, marido! y deja hablar a don Camilo que estamos

todos esperando.

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Don Camilo— Como ustedes saben, lo del confesionario va a misa y sin

licencia de los feligreses yo no puedo decir nada y como dice don Basilio,

“Desvelar secretos ni da rango al vocero, ni nobleza al oficio.”

Basilio— No exactamente, pero sigue siendo bueno el dicho.

Marina— Vamos don Camilo vomite cuanto tiene guardado.

María Angustias— Eso don Camilo, al menos saber de qué va este lío…

Don Camilo— Tu padre, “el electricista”,

Arturito— E-lec-tri-cista... —haciendo una muecas como si le diera corriente.

Don Camilo— Como decía tu padre el "electricista" no es que nos dejase muy

confesado pero antes de despedirse, me contó lo de tu hermana Charito, y…

—secándose el sudor de su frente.

Todos— ¿Y?

Don Camilo—Pues eso que es tu hermana, Marina…

Marina— Eso ya no es noticia…

Don Camilo— Y la Madame, también…

Todos— ¿También qué? —a la vez que todos giran la cabeza.

Don Camilo — Así es…—asintiendo con la cabeza.

Antonio— Salió fino el electricista.

Don Camilo— Y… yo...

Marina— ¿Usted qué?

Don Camilo— ¡Soy tu hermano!, ¡ea!

Antonio— ¡Esto sí que es un parto! ¿Quién más, don Camilo?

Arturito levanta el brazo

Marina— ¿Te quieres callar Antonio y tú Arturito ve a jugar ?

Emilia— ¡La madre que me parió!

Marina— Esa, hija, fui yo.

Belmonte— ¿Está segura?

Marqués — Lo estoy yo. Siga cuñado…

Antonio— Joder como acorta el brazo, ya le llama al cura ¡cuñado!

Arturito— Cu-ña-do —tic.

Emilia— Antonio si vuelves a abrir la boca te la coso con hilo. Sigue tío.

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35

Antonio con los labios cerrados esboza algún sonido, mientras Emilia le espeta

con su índice.

Alfredo —Emilia, mejor “don Camilo” que de momento a la muchedumbre le

da risa que le llames tío.

Basilio— Les recuerdo que hay pacientes impacientes…

Belmonte— Y en el Ayuntamiento están sin jefe.

María Angustias— Y en mi clase no están inquietos. Los niños estudian los

mandamientos, de momento…

Belmonte— Pues no les cuente el noveno, doña María Angustias, que ya

tendrán tiempo.

Basilio— Ya es todo un experto, Belmonte. Se lo aprendió usted con mucho

brío.

Antonio— Digo…la concupiscencia en este pueblo…

Marina— ¿Se callan ya los señoritos del municipio? —silencio— Siga usted

don Camilo.

Entra el borracho y se les queda mirando.

Todos— ¿Otro más?

Antonio Sólo viene a mear —todos le miran mientras va a orinar.

Don Camilo— Sigo…—cuando se escucha una catarata de aguas sucias.

Todos callados y observando la salida de los aseos…

Emilia— Aprovecha querido.

Alfredo— Me temo querida, que ya no cabe más agua en el río…

Al asomar el borracho, todos se le quedan mirando.

Antonio— “Curvas”, venga usted “pa cá” que hoy se puede quedar…

Entra el lotero.

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Lotero— ¿Puedo?— todos en silencio— ...decía que vacio se ha quedado el

pueblo hoy me lo gasto en vino y ea, aquí he venido... y aprovechando el atino

les digo que aún me quedan la niña bonita, el canario y ...el borracho.

Antonio— Shhhhh... y hazte sitio...

Entra Virtudes.

Virtudes— ¡Marina!—desde fuera.

Basilio— Si lo sé me traigo el fonendoscopio.

Marina— ¡Es la vecina!

Virtudes— Que le traigo la Virgen que en su casa no hay quien abra la puerta.

Don Camilo— Están todos en esta taberna.

Antonio— Aproveche don Camilo que teniendo ya la imagen puede usted decir

misa.

Belmonte— "La virgen", que taberna más concurrida.

Marina— Nunca mejor dicho. Para ser todo un político esta vez Belmonte, no

ha mentido.

Emilia— Si usted quiere le trasladamos el despacho, aquí al menos haría algo.

Alfredo— Hace ya mucho que lo tiene, Emilia.

Virtudes— Yo, si quieren, me pongo de rodillas, tengo permiso de la cofradía.

Marqués— ¡Tu Virtudes coge una silla!, si quedan...

Antonio— Aquí tengo una.

Marqués— Y a todos ustedes por el amor de Dios dejen acabar a don Camilo

que ya empiezo a pensar que la almorrana se ha trasladado de sitio.

Belmonte— Perdón, ¿eso también es concupiscencia? es carne, con ojo y que

sobresale.

Marina— Y la barriga de usted...Alcalde que —yendo a por él.

Marqués— !Quieta Marina! déjalo ya y vamos a terminar.

Virtudes— No quería ser causa de nin...

Todos— Shhhhhhhh!

Arturito— Shhhhhhh! —Todos le miran.

Don Camilo — Qué diferente es la homilía en el bar, pensaré en traerme al

Cristo para acá. Continuo… Yo fui el primero y por ello primogénito; mi madre

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vivía en un palacio. Era de noble familia… Se lo pueden imaginar, sigo, se

fundieron los plomos y llamaron al electricista y a los nueve meses hubo luz en

la cocina. Mi educación fue en el seminario de Alcoceber. Una noble y un

chispa, no era pareja bien vista. Como también se pueden imaginar, mi destino

aquí no fue fortuito. Estabas tú, Marina. Nunca encontré el momento para

decírtelo. Mis quehaceres en la sacristía me llevaron a indagar y supe de otra

hermana, la Madame Eloísa. La luz de esa bombilla brillaba en mil colores de

purpurina. Marqueses y terratenientes, diplomáticos y delincuentes a todo ser

viviente que tuviese algo que ofrecerle les convertía en clientes. En

colaboración de las altas jerarquías conseguí sacarla de allí. Y aquí la tienes,

Marina, enganchada al alcohol, al tabaco, pero al menos digna. Ella no me lo

perdona. Pero esa es una batalla que aún no está terminada.

Todos en silencio.

María Angustias— ¡Caray con el electricista! Menos mal que no es materia

mía.

Arturito— E-lec-tri-cis-ta —tic.

Antonio— Don Belmonte una calle para nuestro “General”.

Alfredo— Yo voto por ello.

Emilia — ¡Tú votarás cuando yo te lo diga!

Alfredo— Mujer que es un artista….

Antonio— Alfredito, ve a cambiar la bombilla.

Belmonte— Yo si ustedes lo quieren lo propongo con mi firma.

María Angustias— Yo no me voy a oponer, y en los libros de texto lo he de

poner que exportar energía, para este pueblo, es toda una dicha.

Marina — Nos ha salido fina la maestra.

Antonio— ¡Es científica!

Marqués— Yo doy el visto de la familia.

Marina— Tú te vas a callar.

Antonio— Marques mire a ver si el Alfredito le necesita en la oscuridad.

El “curvas” se levanta de la silla y se dirige a…

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Todos— ¡Otra vez!

…Servirse un poquito de anís de la madame.

Antonio— Se ha quedado sin riego.

Don Camilo— ¡Señores se acabó la homilía! Marina, esa es la historia de la

familia…

Marina— Hermano, ahora empieza una nueva vida. Hermana, bienvenida.

Emilia— ¡Tía!

Charito— ¡Sobrina!

Arturito— Elec-tri-cista— abrazando al lotero.

María Angustias— Antonio un vino, por favor.

Basilio— ¡Caray con la maestra!... que el alcohol quita la razón.

Virtudes— Tras lo oído, ¿puedo yo tomarme otro? en la cofradía no me lo han

prohibido.

Belmonte— ¡Claro!, ya que la familia ha crecido brindemos todos pues no hay

pueblo más pródigo que aquel que riega con vino las gargantas de sus vecinos.

Hoy el Ayuntamiento arrima el bolsillo. ¡Vamos Antonio el vino… y el aperitivo!

Antonio— ¡La jodimos! una deuda más en mi bolsillo.

Don Camilo— ¡Señores!, solo una cosa más.

Marina— ¿Más, hermano?

Don Camilo— Si, más…

Marina— ¡Todos a callar!... que veo que aún me sale algún hermano más.

Todos— ¡Shhhhhh!

Antonio— Silencio… hable don Camilo, que hoy la confesión es general.

Marqués— Coño, deje usted de hablar.

Don Camilo— Pues verán…—se les queda mirando.

María Angustias— Arranque don Camilo.

Emilia— Eso tío.

Marina— Vamos hermano...

Alfredo— Si hace falta, yo le protejo.

Basilio— Don Camilo que los partos son de mi oficio.

Don Camilo— A ver cómo se lo digo…

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Belmonte— Como si fuera un domingo. Al fin y al cabo los feligreses estamos

reunidos.

Marina— ¡Vais a estar callados! Venga hermano.

Don Camilo— Pues que Dios me pille confesado.

Antonio— Eso es seguro, don Camilo.

Charito— Pero si usted, hermano, está perdonado antes de cometer pecado.

Cuéntelo, si no quiere que sea yo.

Antonio— ¡Jodo!

María Angustias— ¡Nada, que la que hoy hace pellas, soy yo!

Don Camilo— Lo que falta por decirles es que la Madame Eloísa…

Todos— ¿Qué?

La música empieza a sonar y la madame empieza a bailar. Todos la miran

mientras ella se levanta y empieza a bailar.

Don Camilo— Pues eso que “Madame Eloísa” es su nombre artístico —

silencio—...su verdadero nombre es Jacinto. —contemplando como la madame

comienza a quitarse pestañas, pelucas y guantes mientras baila la canción.

Cuando vuelve a sonar la música. Esta vez, una rumba, todos acompañan con

su voz, su baile y levantando las copas. Se cierra el telón.

Fin