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LCDE057 - George H. White - Intrusos Siderales

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Intrusos siderales

Intrusos siderales

George H. White

La Conquista del Espacio/057

CAPTULO PRIMERO

Jodrell Bank, Manchester, 14. Radioastrnomos de Jodrell Bank interceptaron un misterioso mensaje de radio procedente del espacio exterior.

John Dukes ley por dos veces el retazo de papel que acababa de llegarle del teletipo, e inmediatamente formul una crtica mental contra el sujeto, quienquiera que fuese, que redact la noticia.

Un misterioso mensaje procedente del espacio exterior. La noticia tena gancho. Pero qu quera decir? Con unas cuantas palabras ms, muy pocas, el informador podra haber arrojado mucha ms luz sobre algo que, pudiendo ser interesante, resultaba ininteligible.

Dukes levant sus azules ojos hasta la media docena de relojes que, uno a continuacin de otro, sealaban la hora en distintas partes del mundo: Londres, Nueva York, San Francisco, Honolul, Manila y Mosc. Eran casi las once de la noche en San Francisco, las siete de la maana en Londres. En Nueva York eran las dos de la madrugada y las grandes rotativas estaran ya lanzando su edicin de la maana.

Si el parte facilitado por Jodrell Bank resultaba una noticia del estilo de las que le gustaban a Dukes, el San- Francisco Star podra beneficiarse de la diferencia horaria y ser el primero en darla en todo el pas.

Con el papel en la mano, Dukes abandon su mesa, cruz la ruidosa sala de redaccin con su embarullado teclear de mquinas, voces y timbres de telfono, y se dirigi al despacho encristalado de el gran jefe Ojo de Aguila, vulgarmente conocido por William Allen, jefe de redactores.

An antes de entrar, Dukes advirti que Allen no estaba solo. Una joven alta estaba de pie junto a Allen, inclinada sobre un montn de fotografas.

Ah tenemos a esa lagarta, se dijo Dukes, contrariado.

La lagarta era Yvonne Hotchkiss, una muchacha de largas piernas que figuraba en la nmina del Star desde haca dos semanas, y que desde entonces iba incansablemente de un lado a otro con su cmara al hombro en busca de reportajes grficos.

Pese a la dudosa originalidad de sus fotografas, Ojo de Aguila le publicaba dos o tres cada da. Era natural. La seorita Hotchkiss era la hija de uno de los editores del peridico y estaba all para aprender el oficio partiendo del primer peldao.

Dukes irrumpi en el despacho de Allen segn tena por costumbre; es decir, abriendo bruscamente la puerta y promoviendo una corriente de aire que siempre' haca volar los papeles sueltos que Allen tena sobre la mesa.

Dukes, algn da vas a hacer saltar esa puerta de sus goznes, y te descontar de tu sueldo la compostura! chill Allen, mientras atrapaba de un zarpazo un papel en el aire.

S, gran jefe dijo Dukes, imperturbable. Aqu tenemos un pedazo de basura que quiz tenga miga.

Cierra esa puerta! Y no me llames gran jefe!

S, gran jefe.

Los grandes ojos de la seorita Hotchkiss estaban fijos en Dukes con expresin regocijada. Tena unos ojos muy bonitos, justo era reconocerlo, de un azul profundo, casi violeta, y con largas pestaas. Sus cabellos eran largos y rubios, aunque probablemente no de un rubio natural.

Veamos qu traes ah gru Allen, arrebatando el papel a Dukes.

Le ech un vistazo. William Allen sola alardear de tener un ojo infalible para barruntar una gran noticia, de ah su apodo burln de el gran jefe Ojo de Aguila.

Tienes razn, esto es basura dijo, haciendo una bola con el papel y arrojndola a la papelera.

Jefe, ah puede haber una noticia indic Dukes.

Yo puedo oler una noticia a mil millas de distancia replic Allen, Ojo de Aguila, Ah no hay nada. Un mensaje misterioso procedente del espacio exterior, bah! Todava recuerdo aquella noticia, hace aos, en que un aficionado a la radioastronoma anunci haber recibido seales de radio de las estrellas, suponiendo que eran los habitantes de otro mundo que intentaban comunicarse con la Tierra. Esa puede ser una noticia para tu fanzine, John. No para un peridico serio como el nuestro.

Me permite nacer una llamada a larga distancia?

A Jodrell Bank? Ni lo suees, no a cargo del peridico, por supuesto!

Slo quiero telefonear a Stanford. Tengo un amigo funcionario de la NASA trabajando en el radiotelescopio de la Universidad de Stanford. Si Jodrell Bank capt un mensaje procedente del espacio exterior, cabe en lo posible que mi amigo lo escuchara tambin.

Vete a buscar un telfono pblico, llama desde l y aprovecha la noticia para tu ridculo magazine de ciencia ficcin dijo Allen con aspereza.

En efecto, y aparte su empleo como periodista de plantilla del Star, Dukes publicaba por cuenta propia, con la colaboracin de algunos jvenes entusiastas de la ciencia-ficcin, un magazine de modesta difusin.

Dukes se dispona a dar media vuelta para salir del despacho cuando intervino la seorita Hotchkiss.

Por qu no le permite que haga esa llamada, jefe? Qu puede perderse con hacerlo?

Bill Allen, que en su vida haba sido otra cosa que un mediocre periodista, encaramado a su puesto de redactor jefe a fuerza de adulaciones para con los editores y brusquedades para con sus periodistas, arri los foques y movi hbilmente la caa del timn dando un giro de 180 grados.

Despus de todo, Stanford no est muy lejos farfull. Haz esa llamada, pero s breve.

Un poco contrariado por tener que deberle este favor a la seorita Hotchkiss, Dukes descolg el telfono, solicit a la telefonista larga distancia y tom asiento en el borde de la mesa, dando la espalda a Bill Allen y a la seorita Hotchkiss.

Allen conect el interfono al telfono para poder escuchar a la vez lo que hablaba su periodista y lo que decan desde Stanford.

Universidad de Stanford? Deseo hablar con el seor Krebs.

Espere un momento, voy a ponerle con el laboratorio radioastronmico contest la soolienta voz del vigilante nocturno.

Repiquete un timbre. Levantaron el aparato.

S?

Por favor, quieren decirle al seor Krebs que se ponga al telfono? Es de parte de su amigo, John Dukes.

Quiere tener la bondad de esperar un minuto? No se aparte contestaron desde el otro extremo de la lnea.

Pas un minuto antes de que Krebs tomara el telfono.

Dukes?

Si, soy yo. Eres Tom? Oye, disculpa que haya venido a molestarte, pero tengo aqu un galimatas que acaso t puedas resolverme. Se trata de un parte de Jodrell Bank que acabo de recibir por teletipo.

Un parte de Jodrell Bank? exclam Krebs con voz alterada. Esto me lo vena temiendo yo. Qu dice ese parte?

Dice as: Radioastrnomos de Jodrell Bank interceptaron un misterioso mensaje de radio procedente del espacio exterior.

Nada ms?

Slo eso. Oye, Tom, con sinceridad. Habis recogido vosotros tambin ese mensaje? En qu reside su misterio? De qu se trata? interrog Dukes con vivacidad.

Se produjo un breve silencio, como si Krebs dudara antes de contestar.

Tom repiti Dukes. T sabes algo.

No puedo decir nada, John, no por telfono.

Cuntas millas hay hasta Stanford?

Cincuenta y dos, ms o menos...

Estar ah en una hora.

No vengas, nos veremos maana.

Maana puede ser tarde. Tengo toda la redaccin en suspenso, esperando a saber el tamao de los tipos que debern encabezar esta noticia.

Es que no te dejarn entrar, John gimi Krebs.

T eres alguien ah, o no?

Bueno, s, pero...

Tom, tengo la impresin de que algo importante est ocurriendo. No te reprocho que quieras guardar el secreto, si es que te han ordenado tener la boca cerrada. Pero yo soy un periodista y mi deber es tener informado al pblico. Voy a ir. Y no te preocupes, no mencionar tu nombre ni siquiera que somos amigos, si eso te importa.

Bueno, John murmur Krebs, resignado. Te conozco y s que nada te impedir venir. Y ya que vienes no olvides de traer contigo ese despacho de Jodrell Bank. Puede servirte de salvoconducto.

Gracias, Tom se despidi Dukes. Y colg el aparato en su horquilla, volvindose hacia Allen con una sonrisa burlona.

Y bien, gran jefe? pregunt.

Bien mirado, tu amigo no nos ha dicho gran cosa gru Allen.

De veras piensa eso, Allen? Yo creo, por el contrario, que nos ha dicho mucho aun sin querer decirlo rebati Dukes, Es evidente que Krebs se alter mucho cuando le notifiqu que habamos recibido un despacho de Jodrell Bank. Dijo: Esto me lo vena temiendo yo. Qu era lo que tema? Evidentemente, que Jodrell Bank u otro observatorio radioastronmico se les adelantara.

Se les adelantara en qu? inquiri Allen, incisivamente.

No me lo pregunte, no lo s. Krebs mostr mucho inters por conocer el contenido de ese despacho, y luego agreg: nada ms? Luego en Stanford saben mucho ms que en Jodrell Bank sobre ese misterioso mensaje procedente del espaci exterior. Es por otro lado que existe una censura sobre el asunto. Krebs se neg a comentarlo por telfono. Y me advirti que probablemente no me permitiran entrar. No obstante, si llevo conmigo el despacho de Jodrell Bank, puede servirme de salvoconducto. Si detrs de todo esto no se oculta alguna noticia sensacional, o estoy loco o no he aprendido todava a interpretar el significado de las palabras.

Bill Allen tamborile en el borde de la mesa con los dedos, al tiempo que espiaba a la seorita Hotchkiss con el rabillo del ojo.

Est bien, John. Puedes ir a ver si pescas algo autoriz. Aadiendo a continuacin: Pero conste que es una tonta jactancia eso de decir que tienes a toda la redaccin en suspenso..., esperando a que tu decidas el tamao de las letras que deber encabezar tu noticia.

Slo fue una argucia. Dejar a usted que tamao de los tipos y las columnas que llenar mi titular dijo Dukes. sonriendo. Y sali rpidamente del despacho.

Jefe, puedo acompaar a Dukes? pregunt la seorita Hotchkiss apenas el periodista hubo salido.

Ir con l? dijo Allen asombrado. Para qu? Lo ms seguro es que se vuelva con el rabo entre piernas. Ni siquiera van a dejarle entrar.

Usted no siente muchas simpatas por Dukes, verdad?

Sentir simpata por Dukes, dice? Acaso es simptico l? exclam Allen, Admito que es un buen periodista. Dinmico, jovial, intuitivo... No hay lugar donde Dukes no pueda entrar si se lo propone. Slo cuando se trata de asuntos relacionados con cosas del espacio pierde la chaveta. El edita una pequea revista sobre temas cientficos.... una especie de folletn dedicado a un pblico minoritario que cree en los platillos volantes y dems tonteras por el estilo.

Puedo ir con l? insisti Yvonne, viendo a travs de los cristales a Dukes que recoga su sobretodo, introduciendo en el bolsillo una libreta de apuntes.

Est bien, vaya con l si cree que merece la pena gru Allen.

Ivonne colg de su hombro la caja de acumuladores del flash, cogi su cmara y su gabardina y fue a inclinarse sobre la papelera, rescatando la pelota de papel que Allen arrojara en ella poco antes.

Sali corriendo del despacho, cruzando la oficina en persecucin de Dukes y llamndole:

Seor Dukes! Seor Dukes!

John Dukes se detuvo y se volvi a mirarla con extraeza. La joven le tendi la pelota de papel.

Olvidaba usted su salvoconducto.

El despacho de Jodrell Bank? Es verdad, lo olvid. Gracias.

Allen me autoriz para que fuese con usted. El piensa que tal vez necesite los servicios de un buen fotgrafo.

Dukes la miraba con socarronera.

Lo es usted?

Las mejillas de la muchacha se cubrieron de rubor. En sus bellas pupilas se reflejaron la contrariedad y la humillacin.

Puede que yo no sea muy buen fotgrafo dijo agresivamente. Pero tal vez su reportaje no merezca nada mejor.

Est bien sonri Dukes, apacigundola con un gesto. No crea que soy tan tonto que no me he dado cuenta que le debo este favor. Allen slo accedi a dejarme salir cuando usted intercedi por m... Puede venir conmigo. Despus de todo, no sabra cmo evitarlo.

Gracias dijo Yvonne entre dientes. Salieron de la oficina y entraron juntos en el ascensor. Dukes nunca haba estado tan cerca de la seorita Hotchkiss como en esta ocasin. Ella era una buena moza, rebasando con su cabeza el hombro de Dukes y esto a pesar de que Dukes era ya un hombre alto. Calzaba botas altas de cuero negro y vesta una minifalda que dejaba admirar hasta mucho ms arriba de las rodillas la esbeltez de unas bonitas piernas enfundadas en gruesas medias de punto de algodn.

Dukes deshizo la bola de papel, alis ste cuidadosamente y lo pleg antes de guardarlo en el bolsillo de su americana.

Una fina llovizna abrillantaba el asfalto de la zona de aparcamiento del edificio, mientras que los focos elctricos sacaban reflejos metlicos de las carroceras de los coches all estacionados.

Dukes se dirigi hacia su coche Ford de dos aos.

Es ste su auto? pregunt Yvonne, mientras Dukes buscaba la llave.

S.

Por qu no utilizamos el mo?

Cul es el suyo? interrog Dukes, mirando en derredor.

Aqul seal la seorita Hotchkiss.

Dukes vio un auto deportivo rojo, ancho, bajo y en forma de afilada cua, con gruesos neumticos que casi casi rebasaban el ancho de la carrocera, una mquina bella y a la vez poderosa, que se mantena montn de armatostes recargados de cromados como un galgo de pura raza que desdeara la promiscuidad con una jaura de perros mestizos.

Dukes, que admiraba cualquier cosa que representara un avance de la tcnica y la ciencia, se acerc al automvil rojo.

Europeo?

s- Un Alfa Romeo carrozado por Bertone. Serie limitada.

Slo para escogidos, eh? Este chisme debe correr mucho.

Si le parece bien haremos el viaje en l.

No. Prefiero ir en mi propio auto.

Tiene miedo?

Su vanidad masculina no le permita a Dukes admitir que lo senta.

Est bien, iremos en su auto refunfu.

CAPTULO II

Deslizndose suavemente a lo largo de Palm Drive, una amplia avenida bordeada de palmeras, el Alfa Romeo pas entre los pilares de piedra arenisca que guardaban la entrada a los 9.000 acres del campus de la Universidad de Stanford. Desde este punto, siguiendo las indicaciones de sucesivos carteles, subieron por una serpenteante carretera hasta la colina donde se alzaba el edificio del Observatorio Radioastronmico.

Con un ltimo ronquido, el poderoso motor del deportivo enmudeci en la zona de aparcamiento frente al edificio principal. En Palo Alto no haba llovido una sola gota. Iluminada por los focos elctricos, destacaba sobre el fondo negro del cielo nublado la metlica estructura que sostena la enorme antena parablica de cuarenta y ocho metros de dimetro.

Junto a la puerta de entrada al edificio montaba guardia un soldado de la polica militar con casco de acero y metralleta al hombro, bien arrebujado en su capote.

De una sola mirada, Dukes advirti la presencia de dos automviles militares. Uno de ellos era un jeep con las siglas P. M. en gran tamao sobre el cap. El otro coche era una limousine cerrada de color mostaza con estrellas de general en la portezuela.

Dukes esper a que Yvonne Hotchkiss se reuniera con l, sealndole la guardia y diciendo:

Se da usted cuenta? El Ejrcito ha ocupado el observatorio.

Eso es bueno o malo para nosotros?

Vamos a verlo repuso Dukes, echando a andar.

El soldado empu su metralleta al ver acercarse a la pareja.

Alto! Dnde van ustedes?

Somos los chicos de la Prensa dijo Dukes con desparpajo. Estamos citados con el general.

Qudense donde estn orden el soldado. Abri la puerta y llam a voz en cuello: Cabo!

Un cabo de la polica militar sali por la puerta.

Son periodistas seal el soldado. Dicen que les llam el general.

Sus nombres? interrog el cabo.

Yo soy John Dukes, del San Francisco Star. Ella es la seorita Hotchkiss, fotgrafo.

Puedo ver sus credenciales?

Dukes ech mano al bolsillo y sac su carnet profesional. El cabo le ech un vistazo y se qued con l, diciendo:

Le ser devuelto al salir, si es que les recibe el general.

Entrguele este papel junto con mi carnet dijo Dukes, sacando el arrugado despacho recibido por teletipo. Su general nos recibir.

El cabo tom el papel y desapareci por la puerta de cristales esmerilados. Dukes sac un paquete de cigarrillos. ofreci a la seorita Hotchkiss y tom otro para si. Le dio fuego a la muchacha, encendi el suyo y ambos se alejaron discretamente de la puerta.

De veras cree que nos recibirn? pregunt la joven.

Tengo ese presentimiento.

Cmo interpreta usted ese despacho de Jodrell Bank? Por ms vueltas que le doy no alcanzo a entenderlo.

Algo debe estar ocurriendo all arriba seal Dukes a una zona de cielo estrellado entre las nubes. Tal vez un astronauta perdido, demandando angustiado auxilio desde una cpsula que se aleja sin posibilidad de volver... Tal vez unas seales de radio procedentes de otro mundo habitado, descubriendo por primera vez la existencia de una vida inteligente en las estrellas...

No tenemos astronautas en el espacio en este momento, verdad?

No que sepamos. Lo cual no quiere decir que no haya sido lanzado alguno en secreto. Todo este despliegue militar debe tener su motivacin. Algo, no sabemos qu, se le est ocultando al mundo.

Usted es muy aficionado a la ciencia-ficcin, no es cierto?

S. Cmo lo ha adivinado?

Bill Allen lo dijo all en la redaccin.

Es cierto, el gran jefe Ojo de Aguila se burl de esta aficin ma. No le guardo rencor, Allen en el fondo slo es un pobre hombre.

En este momento el cabo que les haba atendido al llegar sali por la puerta y les llam. Dukes arroj su cigarrillo y se acerc seguido de la seorita Hotchkiss

El general Perkins les recibir dijo el cabo. Y devolvi a Dukes su carnet de periodista.

Poco despus los dos visitantes eran introducidos en una oficina de regulares dimensiones, amueblada con muebles funcionales de sobria sencillez. Sobre una mesa haba un telfono blanco, y formando parte de una estantera, junto a algunos libros, se vea un receptor de televisin.

Yvonne Hotchkiss se dej caer en una butaca mientras Dukes consultaba su reloj de pulsera. Eran las doce en punto.

Edwin Barnes debe estar para comenzar su boletn de noticias dijo.

Se dirigi al televisor, lo conect a la red y puls el botn de encendido. Mientras se calentaban las vlvulas iba surgiendo del aparato la sintona musical del noticiero Veinticuatro horas. Edwin Barnes, comentarista de la televisin, apareci en imagen sentado ante su mesa.

Buenas noches, amigos. Antes de resumir las principales noticias del da, vamos a darles cuenta del despacho recibido desde el Observatorio Radioastronmico de Jodrell Bank. El profesor Greenhow, director de dicho centro, informa haber captado un mensaje de radio procedente del espacio exterior...

En este momento se abra la puerta de la oficina y el general Perkins se paraba a escuchar. Era un hombre de unos cincuenta aos, alto y enjuto, de estirado y expresin grave.

El comentarista continuaba:

La misteriosa voz, escuchada y grabada por los radiotcnicos de Jodrell Bank, se expresa al parecer en un idioma desconocido. Una primera investigacin ha demostrado que no se trata de una lengua corriente Los fillogos britnicos aseguran no haber encontrado races que puedan asociar este idioma con ninguno de los que actualmente se hablan en la Tierra. Estamos ante un hecho inslito, cual sera la recepcin, por primera vez en la historia, de un mensaje radiado procedente de otro mundo? La respuesta podra ser decepcionante. Rusos y chinos podran haber lanzado al espacio una nave tripulada por astronautas que utilizaran para sus comunicaciones algn dialecto local poco conocido. Los propios norteamericanos podramos emplear astronautas de las tribus cheyenne o navajo cuyo idioma slo es conocido por unos pocos miembros de miembros de esas tribus. Respecto al misterioso mensaje, se dice que es como si una grabadora repitiera incansablemente las mismas palabras. Ciertamente el asunto aparece un tanto embrollado y misterioso. Mientras los hombres de ciencia tratan de desentraar este enigma, vamos a pasar revista a los acontecimientos del da.

John Dukes oprimi un botn, y la imagen y la voz se desvanecieron.

El general Perkins? dijo Dukes, saliendo al encuentro del militar.

Perkins estrech de mala gana la mano del periodista. A continuacin mostr a ste el arrugado papel que tena en la mano.

Ustedes vinieron por este despacho de Jodrell Bank?

En efecto. Dukes hizo una sea a la seorita Hotchkiss, quien se puso en pie aprestando su cmara. Si no es molestia para usted nos gustara tomarle una foto...

Djense de tonteras rechaz Perkins con gesto de enojo. No ha lugar a que ustedes me retraten. Nada puedo aadir a lo que ya conoce todo el mundo gracias a esa indiscrecin de los ingleses.

General Perkins, un periodista conocedor de su oficio cuenta de antemano con las evasivas de sus entrevistados. Siento decirle que su negativa va a servirle de poco. Antes de una hora habr aqu una nube de periodistas tratando de buscar una respuesta a la misma pregunta. Cuando una agencia de noticias enva una informacin, generalmente lo hace para todos sus abonados. Centenares de cablegramas idnticos a este habrn sido repartidos por todo el pas a la velocidad que normalmente transmite un teletipo. Nosotros nos encontrbamos ms cerca y fuimos los primeros en llegar, pero dentro de poco habr aqu muchos otros periodistas. Las llamadas telefnicas van a lloverles desde todas partes. Usted calific de indiscrecin la noticia lanzada desde Jodrell Bank. Puedo preguntarle por qu? Existe alguna razn especial para mantener en secreto lo que est ocurriendo?

Se vio vacilar al general Perkins.

Despus de esto, tal vez ya no.

Es cierto lo que suponemos? Stanford fue el primer radiotelescopio en recoger ese misterioso menaje procedente del espacio?

Hace una semana nuestros tcnicos captaron por casualidad esa voz y la registraron en cinta magntica.

Los norteamericanos no tenemos actualmente en espacio ninguna nave tripulada por astronautas navajos o cheyennes, verdad?

No.

Con una ventaja de siete das sobre los britnicos, supongo que nosotros hemos podido averiguar cul es se idioma ininteligible...

No.

Como un chispazo brill vivaz en los ojos de Dukes el inters.

Entonces..., cabe que se haya producido el hecho inslito al que se refera Edwin Barnes? Alguien nos est enviando un mensaje desde las estrellas! exclam.

Nada de eso. La fuente emisora de esa voz se encuentra mucho ms cerca de lo que suponen los ingleses.

En Marte quiz? Tal vez en algn otro planeta de nuestro propio sistema solar...

No puedo ser ms explcito, seor Dukes, lo siento.

La ms elocuente decepcin se pint en el rostro de John Dukes.

Pero si ya casi lo ha dicho todo, general!

Si, tal vez habl demasiado y no es suya la culpa.

Tendr que publicar lo que s..., dando por supuesto lo que usted no dijo y permiti adivinar.

Seor Dukes, le ruego que no publique nada acerca de nuestra entrevista. Arruinara usted mi carrera.

Todo cuanto estamos haciendo se halla bajo el ms estricto secreto militar.

No le parece a usted absurdo pretender guardar en secreto algo que los ingleses ya han proclamado a voces? Cunto calcula que tardarn en averiguar que esa voz no pertenece a ninguno de los idiomas ni dialectos que se hablan en la Tierra? Un da? Dos das?

El embarazo del militar, no slo era evidente, sino casi pattico. Perkins estaba en un apuro y tuvo que buscarle pronta solucin a su problema.

Seor Dukes, usted no publicar nada de nuestra entrevista... o me ver obligado a retenerles bajo custodia militar.

Por Dios, usted no puede hacer eso! protest Dukes. Somos periodistas, no estamos bajo jurisdiccin militar.

Voy a proponerle un pacto..., un pacto ventajoso para todos. En primer lugar debo comunicarme con Washington si el mando militar considera innecesario mantener el secreto por ms tiempo, usted tendr su premio en forma de copiosa informacin de primera mano Si pese a todo decide el mando continuar guardando el secreto por uno o dos das ms usted tendr que esperar y comprometer su palabra de no publicar nada hasta en tanto el secreto no sea levantado.

Cul es la ventaja para nosotros en el caso segundo? protest Dukes, acalorado. Cuando el secreto deje de ser un secreto, ser noticia para todos, sin primicias para nadie, y menos para mi si permanezco aqu bajo arresto.

No sea usted absurdo dijo Perkins irritado-. Mientras el Pentgono d a la Prensa un lacnico comunicado oficial, usted ya tendr en su libreta un montn de notas con todos los detalles del asunto Es decir, aunque forme en la lnea de salida con los dems, usted tendr la ventaja de poder correr directamente a la redaccin de su peridico, mientras sus compaeros todava no han iniciado la carrera en busca de informacin y de dnde obtenerla Qu me dice?

Dukes no tuvo que meditar mucho su respuesta.

Si, me conviene. Y ahora que formamos parte de secreto militar... Nos permitirn escuchar esa misteriosa voz?

Sganme al laboratorio indic el general con una sea. Dejen aqu su cmara y sus sobretodos.

Yvonne Hotchkiss y John Dukes siguieron al general hasta el corredor, y luego a lo largo de ste en direccin a la puerta cristalera del fondo. Al pasar ante la puerta abierta de una oficina, Dukes alcanz a ver el uniforme azul de un especialista de la armada sentado ante un teletipo.

Tenemos tambin colaborando a la marina? Pregunt el periodista.

Tuvimos que instalar un teletipo auxiliar con lnea recta a Washington y el mando de operaciones de la Defensa Area en Colorado Springs.

Cuando escucharon por primera vez el mensaje del espacio?

Hace una semana, por puro azar. El radiotelescopio est ocupado actualmente en la operacin de rastreo del ltimo Mariner que enviamos a Marte. El seor Krebs registr esa voz en cinta magntica, interes en el asunto al director del observatorio y trataron por su cuenta de descifrar el mensaje. Pero no les fue posible. La voz que ustedes van a escuchar no corresponde a ninguno de los idiomas hablados en la Tierra.

CAPTULO III

El general empuj la puerta y entraron en una amplia sala, cuyos muros aparecan prcticamente cubiertos de paneles de registro, con un largo banco de control adosado a la pared del fondo.

Haba siete u ocho hombres en el laboratorio, pero la nica voz que se escuchaba proceda de un gran altavoz suspendido sobre el banco de control. Era una voz tranquila, metlica, inexpresiva y extraamente fra Esta voz, de la que Dukes ni la seorita Hotchkiss comprendieron una sola silaba, ces al cabo de breves segundos. Se produjo entonces como un relajamiento colectivo de cuantos se encontraban en la sala. Los hombres rompieron su tensa inmovilidad y empezaron a charlar. Fue entonces cuando advirtieron la presencia de los periodistas, fijndose especialmente en la esbelta y atractiva figura de Yvonne Hotchkiss.

Thomas Krebs hizo una leve sea de reconocimiento a Dukes, mientras un hombre de unos cincuenta aos, ligeramente grueso y calvo, con grandes gafas de montura de carey, sala al encuentro del general Perkins. Este hizo las presentaciones:

El profesor Zinsser, director del Observatorio. La seorita Hotchkiss y el seor Dukes, periodistas.

Periodistas! exclam asombrado el profesor. Quin les autoriz la entrada?

Yo lo hice bajo mi responsabilidad aclar el general. Tanto el seor Dukes como la seorita han comprometido su palabra de no publicar nada hasta tanto no sea levantado el secreto. En verdad, el secreto es ya casi del dominio pblico. La televisin acaba de comentar el ultimo despacho recibido de Jodrell Bank. Los ingleses captaron tambin esa voz, la registraron en cinta magntica y han estado investigando sobre ella, llegando a la conclusin de que, probablemente, no corresponde a ningn idioma de los que se hablan en la Tierra.

El profesor Zinsser puso cara contrita. En este mismo instante se dej or una especie de zumbido modulado.

Zuump..., zuump..., zuump!

Todas las miradas se volvieron hacia el altavoz.

Es su contrasea dijo Perkins. Siguen ocho segundos de silencio y a continuacin el mensaje, que dura veintisis segundos justos,

Sigui un silencio tenso, slo animado por el zumbido animado de la corriente elctrica en el amplificador. Transcurrieron ms de doce segundos.

Que extrao! murmur el profesor Zinsser. Es la primera vez en una semana que se interrumpe ese mensaje.

Algo debe andar mal. Comprueben sus aparatos.

Siguieron unos instantes de desconcierto entre los tcnicos. Las bobinas giraban en el equipo de grabacin, pero el altavoz segua mudo. Los especialistas seguan comprobando cada indicador del intrincado panel de instrumentos. El sobresalto vino en forma una voz que gritaba:

Seales de televisin!

Qu? chill el general Perkins.

Seales de televisin! Estn transmitiendo por imagen!

Un hombre con bata blanca, el escudo de la NASA bordado sobre el bolsillo superior izquierdo, corri hacia un panel de control.

Pronto, preprense a grabar en video! grit Cogswell, conecte la pantalla!

Haba una pantalla de televisin incrustada en el muro entre los dems instrumentos. Todos cuantos se encontraban en el laboratorio abandonaron sus puestos y avanzaron cerrndose en semicrculo sobre la pantalla.

La pantalla se ilumin, y una imagen se fij en el cristal cobrando rpidamente vigor y nitidez.

Dukes, que haba seguido al grupo y se encontraba en ltima fila, mirando por encima de la calva del profesor Zinsser, vio algo que, a sus ojos profanos, no era ni ms ni menos que una carta de ajuste.

La figura principal y que primero llamaba la atencin, por ocupar tres cuartos de la superficie total de la pantalla, era un gran sol llameante. O lo que era lo , mismo, un crculo rodeado de pequeas lenguas onduladas,. en la forma elemental que un escolar representara al sol. En el centro del crculo, unos signos cabalsticos recordaban la forma peculiar de la escritura arbiga. Por ltimo, en cada una de las cuatro esquinas se adverta un pequeo crculo dividido en tres sectores de distintos tonos grises.

Una carta de ajuste! exclam Dukes

El profesor Zinsser se volvi para lanzarle una mirada de censura.

Qu sabe usted? gru

Es lo que parece, no? respondi Dukes, contrito.

Los tcnicos guardaban silencio. No slo parecan impresionados, sino tambin como asustados. Hasta que el general Perkins habl y dijo:

Eso tiene sentido. Si estn preparndose para enviarnos su imagen, es de lgica que transmitan antes su carta de identificacin.

La recepcin es muy buena observ Krebs. Adems, creo que estn transmitiendo en color. Esos sectores en los crculos pequeos de las esquinas deben corresponder a los tres colores elementales: rojo, amarillo y azul.

Tenemos receptor de televisin en color? pregunt Perkins al profesor Zinsser.

S, pero no aqu. Habra que traerlo del aula de Ciencias Naturales.

Bien, no importa. En color o en grises, si nos envan su imagen veremos igual qu aspecto tienen.

De donde Proceden esas emisiones? pregunt Dukes, Vienen de Marte, o de algn otro planeta?

En el ambiente electrizado del laboratorio, toda reserva haba sido olvidada. Los hombres, incluso el general Perkins, estaban excitados. Fue el profesor Zinsser quien asumi espontneamente la tarea de informar :

Sabemos que la fuente emisora no est en ninguno de los planetas vecinos. Proceden de un mvil que se desplaza en el espacio, acercndose a la Tierra a la increble velocidad de treinta y cuatro millones de kilmetros por hora; o sea, unos quinientos setenta mil kilmetros por minuto. La primera operacin de paralaje, verificada en la noche del da nueve, empleando simultneamente nuestro radiotelescopio y el radiotelescopio de Greenbank, en Virginia Occidental, situ al mvil a una distancia de tres mil doscientos ochenta y tres millones doscientos mil kilmetros. Los paralajes siguieron los das once y doce, demostrando que el mvil se desplazaba a una velocidad constante de treinta y cuatro millones doscientos mil kilmetros por hora.

Se trata, entonces, de una aeronave con sistema de propulsin propio? interrog Dukes, excitadsimo.

No lo sabemos. Podra ser tambin un asteroide de regular tamao, una especie de vagabundo del espacio, en cayo interior alguien hubiera instalado una emisora de radio con un dispositivo automtico para empezar a emitir un mensaje al aproximarse a otros cuerpos celestes de gran masa.

Una especie de sonda espacial sin tripulantes?

Nuestros conocimientos sobre el cosmos reducen a un mnimo las probabilidades de que una nave tripulada por seres vivos pueda llegar hasta nosotros desde la remota lejana de otros mundos habitados.

Pero no es absolutamente imposible, verdad? insisti Dukes.

Amigo mo, la barrera que nos separa de las estrellas no es la distancia, sino el tiempo. Suponiendo que dispusiramos de una astronave que viajase a la velocidad de la luz, o sea, trescientos mil kilmetros por segundo, invertiramos un trigsimo de segundo en cubrir la distancia San Francisco-Pars; un segundo y cuarto en ir de la Tierra a la Luna; ocho minutos, de la Tierra al Sol, y cinco horas y media, hasta Plutn, el ms exterior de los planetas de nuestro sistema. A partir de esta ltima frontera, nos adentraramos en un enorme vaci, en el que viajaramos durante cuatro aos y medio antes de alcanzar la estrella ms cercana a nosotros, Prxima Centauro. Para llegar a la constelacin ms prxima a nosotros, Andrmeda, nuestra astronave tendra que viajar durante un milln de aos; tres millones de aos para alcanzar la espiral conocida por Messier 81, y mil millones de aos hasta el punto correspondiente al poder de ampliacin del telescopio de cinco metros de dimetro de Monte Palomar. Si consideramos la duracin media de la vida del hombre y los tiempos citados...

Perdone que le interrumpa, profesor cort Dukes. Usted est utilizando medidas de tiempo terrestres, aplicadas a criaturas terrestres. Pero qu sabemos de la duracin de la vida en otros mundos? Inclusoen la Tierra, la duracin de la vida no es la misma para todas las especies animales. Mientras el hombre raramente alcanza el siglo de edad, sabemos de elefantes que vivieron ciento cincuenta aos, tortugas que han vivido trescientos aos y ballenas que se calcula llegaron a contar cinco siglos. Pero esto ocurre solamente en el reino animal. Por el contrario, si nos trasladamos al reino vegetal, encontramos numerossimos ejemplos de rboles varias veces centenarios, entre ellos nuestra propia sequoia gigante californiana, algunos de cuyos ejemplares se calcula tienen hasta cuatro mil aos de edad. Resulta, por tanto, aventurado suponer que el tiempo pueda constituir un obstculo mayor que la distancia para seres de otros mundos que tal vez no estn constituidos como nosotros.

Indudablemente, tiene usted razn profesor admiti el profesor Zinsser. No obstante sigo en mi opinin de que no se trata de aeronave tripulada alguna, sino de un simple asteroide que la casualidad trajo hasta nuestro sistema solar.

Cmo es posible que despus de una semana sepamos tan poco de ese asteroide o astronave? Ninguno de nuestros telescopios le ha visto?

No. Tenga en cuenta que hace slo veinticuatro horas todava se encontraba a ochocientos veinte millones de kilmetros de la Tierra, o sea, aproximadamente a la distancia de Jpiter, demasiado lejos para el alcance de nuestros mayores telescopios, sobre todo considerando que debe tratarse de un cuerpo relativa mente pequeo.

Dnde suponen que pueda encontrarse en estos momentos?

Si no ha frenado su velocidad, debe encontrarse en algn punto muy cerca de la Tierra.

En este momento, Richard Cogswell, que permaneca atento a la pantalla de televisin, dio la voz de alerta:

Atencin, algo est ocurriendo!

Todos los ojos se volvieron hacia la pantalla. Esta pareca cruzada de lneas horizontales en movimiento. La carta de ajuste haba desaparecido y sbitamente apareci una imagen en blanco y negro, clara y perfectamente contrastada.

Era una imagen de la Luna, semejante a las panormicas que los astronautas del programa Apolo enviaron repetidamente a la Tierra. La nica diferencia consista en que en vez de circunvalar la Luna, la cmara viajera se estaba alejando del satlite con apreciable rapidez.

Un sargento especialista de la Marina entr en el laboratorio v entreg un papel al general Perkins. Este ech una ojeada a las lneas mecanografiadas por el teletipo y anunci:

El mvil se encuentra a cuatrocientos mil kilmetros de la Tierra.

El paisaje lunar desapareci de pronto, y en su lugar apareci en la pantalla un cuerpo extrao...

El asteroide! exclam el profesor Zinsser. Pero tal como lo vea Dukes, influenciado por los relatos de ciencia-ficcin, el objeto se pareca mas a una astronave de forma lenticular que a un asteroide.

Es una astronave! exclam. Observen su forma aplastada y sus bordes redondeados simtricamente.

Un asteroide podra tener tambin esa forma rebati Zinsser. En realidad, podra tener cualquier forma: elptica, esfrica o poligonal... Nuestros clculos han demostrado sin lugar a dudas que mantiene una velocidad constante de treinta y cuatro millones doscientos mil kilmetros a la hora. Viene sobre nosotros y se estrellar contra la Tierra o pasar cerca de ella en menos de un minuto!

En menos de un minuto? exclam Dukes. Cundo calcularon su posicin por ltima vez?

Hace aproximadamente quince minutos. Las computadoras fijaron la posicin del mvil en las proximidades de la Luna, a unos cuatrocientos mil kilmetros distancia inform el general.

Pues de ser as, el mvil debera haber salvado esa distancia en un minuto y debera haberse estrellado y sbitamente contra la Tierra o estar alejndose de ella apunt Dukes.

cientficos se miraron entre s desconcertados. Mientras tanto, en la pantalla, la imagen de la astronave se acercaba con rapidez.

Observen eso seal Dukes Sea astronave o aerolito, la cmara que nos enva esa imagen debe marchar por delante de l.

Excepto que estn emitiendo por televisin una pelcula retrospectiva, por medio de la cual quieren mostrarnos un ejemplar de su avance tcnico rechaz el profesor Zinsser.

Y la panormica de la Luna era tambin una pelcula retrospectiva? pregunt Dukes, incisivamente.

No, esa debi sernos enviada directamente desde el asteroide o aerolito.

En cuyo caso debe haber alguien sobre ese aerolito manejando la cmara de televisin.

El profesor Zinsser guard silencio, probablemente por no saber qu contestar. En este momento se registraba un nuevo acontecimiento en la pantalla. La forma lenticular desapareci y en su lugar apareci una gran raja de brillante color blanco.

La Tierra! anunci uno de los tcnicos de la NASA, Ahora nos envan nuestra propia imagen!

La misteriosa voz del espacio se dej or de nuevo, clara y sonora.

Habl ininterrumpidamente durante algunos minutos.

Escuchen eso dijo Cogswell, lleno de emocin. Han dejado de transmitir su mensaje habitual. Me lo s de memoria. Las palabras no son las mismas... y hablan sin cesar!

De un modo perceptible, la gran raja de la Tierra en cuarto creciente estaba aumentando de tamao en altura y espesor, pudindose distinguir ya el inconfundible contorno de la pennsula Ibrica como colgando del extremo de una Europa casi totalmente Oculta por las nubes invernales.

Traen una buena velocidad observ el capitn Curtis, de las Fuerzas Areas. Adems, se estn desviando hacia Oriente.

Apuesto a que su intencin es circunvalarnos para explorar detenidamente nuestro planeta dijo Dukes. Y volvindose hacia Zinsser: Todava sigue sustentando la teora de que se trata de un aerolito en cada libre?

Sinceramente, empiezo a tener mis dudas admiti Zinsser.Puede un aerolito frenar su velocidad y modificar su rumbo a voluntad?

No.

Entonces, profesor, disipe sus dudas. No es un aerolito, sino una astronave.

Una astronave tripulada, cree usted?

S.

En tal caso, por qu no nos envan su imagen para que podamos verles la cara?

Tengamos calma, todo llegar a su tiempo repuso Dukes. Ellos actan segn un programa minuciosamente estudiado. Ignoran si les estamos recibiendo , por televisin, y ni siquiera saben si hemos recogido sus mensajes por radio. De momento nos hacen escuchar su voz para tranquilizarnos. Tal vez esperan que les respondamos con alguna seal de inteligencia. Lo hemos hecho acaso?

El profesor Zinsser , a quien iba dirigida esta pregunta se limit a mirar al general Perkins.

General Perkins dijo Dukes, volvindose entonces hacia este . Qu medidas hemos adoptado a fin de conseguir un entendimiento inteligente con esos seres?

Ninguna fue la seca respuesta de Perkins.

Y eso, por que?

No es cosa que dependa de mi. Personalmente, soy de la opinin de que si alguien debe hacer un esfuerzo para que lleguemos a entendernos, la iniciativa debe partir de los forasteros. Desde hace horas ellos estn escuchando nuestras emisiones de radio. Pueden ver en sus pantallas nuestros programas d televisin; por tanto, saben cmo somos, cul es nuestro aspecto fsico, cmo vivimos y nos relacionamos. Por el contrario, nada sabemos de ellos. Desconocemos su idioma, y ni siquiera tenemos una idea de cul sea su aspecto. Por qu esa reserva?

No lo s contest Dukes, Posiblemente nos den tiempo para que imaginemos cualquier cosa antes del choque psicolgico que creen vamos a sufrir vindonos ante unos seres que quiz difieran mucho de nosotros en todos sus aspectos.

Un timbre repiquete y el capitn Curtis acudi a levantar el auricular del telfono.

Es para usted, mi general dijo, cubriendo el micrfono. Del centro de Houston.

Pseme la comunicacin a la oficina dijo Perkins. Tras la salida del general, todo qued en calma. La extraa voz segua en su ininteligible parloteo, mientras los hombres permanecan atentos a cualquier cambio que pudiera producirse en la pantalla de televisin.

Pero nada ocurri, hasta que al cabo de un rato Ivonne Hotchkiss expres el sentimiento general diciendo en voz alta:

Cmo sern? Si se expresan por medio de la palabra no deben diferir mucho de nosotros.

No se fe de eso contest Dukes, Los monos, perros y muchos otros animales tienen cuerdas vocales como las nuestras. Incluso hemos ensenado a hablar a pjaros como el cuervo y los papagayos. Naturalmente, ellos no saben lo que dicen. Slo nos imitan. Pero no existe impedimento para que no hablen, excepto porque carecen de inteligencia para hacerlo.

Segn usted, es posible que veamos a una raza de perros inteligentes apendose de esa astronave?

John Dukes sonri, sacudiendo la cabeza.

Puesto que posee un titulo universitario, la supongo enterada de la teora de Carlos Darwin y todos lo estudios posteriores sobre la evolucin de las especie! Usted no ignora que el hombre, como el resto de la especies animales, es un ejemplar muy evolucionad adaptado, en el transcurso de millones de aos, a las condiciones ambientales de nuestro planeta. La constitucin, el peso, la piel, los pulmones y el sistema digestivo del ser humano estn condicionados por la fuerza de gravedad, el cambio de las estaciones, el aire, la luz y las especies animales y vegetales que nos sirven de alimento. Es decir, el hombre es un ser adaptado para habitar la Tierra tal cual es. Pero las circunstancias que determinaron las condiciones ambientales de la Tierra son a su vez fruto de factores muy diversos. Si existen otros mundos habitados no es probable que en stos reinen condiciones semejantes a las nuestras. Lo verdaderamente asombroso seria que la vida hubiese evolucionado all en condiciones y tiempo paralelos a la vida terrestre, dando lugar a formas idntica a las nuestras.

O sea que, con toda segundad, los tripulantes de esa astronave no son seres humanos dijo Yvonne.

Qu entiende usted por humano? Si en su forma externa, incluso en su naturaleza biolgica, estos seres son distintos de nosotros, eso no les excluye de ser tan humanos o ms que nosotros. Todo depende de si vamos a dar ms importancia a su forma fsica que a los valores del pensamiento, la inteligencia y el espritu.

Yvonne Hotchkiss guard silencio, fijando sus ojos en la pantalla de televisin.

CAPTULO IV

Separando sus entumecidos dedos, John Dukes abandon el lpiz y enderez su dolorida espalda, dejando escapar un suspiro. Eran las cinco de la maana y acababa de rellenar de apretada escritura mas de veinte pginas de su cuaderno de notas.

Al alcance de su mano estaba el cenicero, colmado de puntas de cigarrillo, y las ltimas espirales de humo se enroscaban en torno a la pantalla del flexor, que dejaba en la semipenumbra el resto de la habitacin.

La oficina era la misma en la que fueron recibidos por el general Perkins nada ms llegar de Stanford. Estirada en una de las butacas, con la cabeza recostada sobre el borde del respaldo tapadas las piernas hasta medio cuerpo con el sobretodo, Yvonne Hotchkiss se haba quedado dormida sin darse cuenta.

Dukes la contempl pensativo, admirando en ella la belleza, la juventud y el vigor que aun dormida pareca emanar del hermoso cuerpo de mujer, En este momento se abri la puerta y la joven abri los ojos sobresaltada.

Era el general Perkins quien acababa de entrar en a oficina.

Yvonne se enderez, recobrando su compostura mientras interrogaba:

Alguna novedad, general Perkins?

Como ya sabrn, perdimos contacto con la astronave hace aproximadamente una hora. La razn es que ellos estn circunvalando la Tierra en el mismo sentido de la rotacin de nuestro planeta, pero a mayor velocidad. De seguir todo igual, la astronave deber re aparecer por Occidente en tres o cuatro horas. Y ahora recojan sus cosas; nos marchamos.

Nos marchamos? A dnde? pregunt Dukes ponindose en pie.

Vamos a volar a Colorado Springs. La operacin de rastreo se efectuar en adelante por nuestras estaciones de radar. Stanford, Greenbank y los dems radiotelescopios de nuestra red continuarn a la escucha por si los forasteros nos regalan con otra emisin de imgenes y sonido, en cuyo caso conectarn con el mando de la Defensa Area en Colorado. Por cierto, ha ocurrido algo extrao. El radar de nuestra base de Tule en Groenlandia, localiz un objeto desconocido que volaba a siete mil kilmetros de altura y a cuarenta mil kilmetros por hora hacia el Este, internndose en Eurasia.

La misma astronave que vimos por televisin?

No, aqulla se encuentra todava a ciento sesenta mil kilmetros en el espacio exterior, girando alrededor de la Tierra.

De modo que tenemos dos astronaves, en vez de una? murmur John, pensativamente. Eso explicara por qu recibirnos la imagen de la astronave qu vimos en nuestra pantalla desde afuera Una nave piloto debe marchar por delante de la astronave nodriza. No lo cree as?

Quin sabe? gru Perkins, sacando los guantes de su capote militar. Vamos, no perdamos ms tiempo, el avin nos aguarda.

Dukes guard rpidamente su bloc de apuntes, tom su gabardina y ayud a la seorita Hotchkiss a ponerse la suya. Salieron andando por el pasillo detrs del general Perkins, a quien se haban unido el capitn Curtis y un soldado de escolta armado con una metralleta.

Fuera del edificio, el viento hmedo procedente del mar barra la zona de estacionamiento. Perkins dijo, haciendo un gesto:

Sgannos en su auto. Vamos al aeropuerto de Mills Field.

Los dos periodistas se introdujeron en la baja cabina del Alfa-Romeo,. Yvonne tom el volante y sigui al auto del general cuando ste se puso en marcha.

Sabe una cosa? dijo Yvonne, confidencialmente, mientras guiaba el auto por la tortuosa carreterilla. Nunca haba vivido una aventura tan emocionante. Me aterra pensar que tal vez estemos a punto de ser invlidos por una raza de seres superinteligentes.

Como en una pelcula de ciencia-ficcin?

S igual que en las pelculas de platillos volantes.

Vamos, por Dios! Se la ve trastornada por todos esos telefilmes pseudocientificos que nos da a diario la televisin. La verdad es que desde que H. G. Wells escribi La guerra de los mundos, parece como si a los forasteros que puedan llegar de otros planetas no les quedase otra alternativa que representar el papel de villanos. Eso, a mi modo de ver, slo es indicio de falta de imaginacin. Algn da, con toda certeza, los hombres de la Tierra estaremos en condiciones de emprender una expedicin cientfica por el cosmos. Tal vez, despus de larga bsqueda, encontremos un mundo habitado, lo cual, de seguro, nos producira indescriptible jbilo. Pero qu pensara usted de aquella gente, si nada ms echarse fuera de su astronave la recibieran con tiros y granadas de mano? usted pensarla que aquellos tipos eran unos salvajes ignorantes, sin el menor sentido de la curiosidad cientfica. Pues, lgicamente, tanta curiosidad como nosotros podamos sentir por conocer las sorprendentes formas que la vida pueda haber adoptado en otros mundos, deben sentir los que hoy llegan de un lejano planeta para conocernos a nosotros.

Ojal sea como usted dice! suspir Yvonne.

Hasta que salieron a la carretera principal, la marcha fue ms bien lenta. Luego, el conductor del sedn gris pis a fondo el acelerador y empez a distanciarse del deportivo rojo. Pero pronto Yvonne, haciendo rugir el motor de su aerodinmico Alfa-Romeo, acort distancias, pegndose a la zaga del auto que les preceda.

El aeropuerto de Mills Field, a 13 millas de San Francisco, quedaba justamente en la misma carretera N-101, que venan siguiendo desde Palo Alto. El viento haba, barrido de nubes el cielo y sobre las montaas de la cordillera costera se abran paso las primeras luces del amanecer.

Pasando sin detenerse ante la zona de aparcamiento para automviles, el coche del general Perkins continu adelante hasta una verja cerrada.

Tras breve pesquisa del guardin, ste abri la verja v dio paso I los dos automviles, los cuales rodaron un buen trecho por la zona de los hangares hasta detenerse cerca de un avin de las Fuerzas Areas que estaba calentando sus dos motores de hlice.

Suponiendo que el auto del general regresara a su parque Yvonne se alej un poco ms para estacionar el suyo junto a un hangar, donde supuso que no estorbara Las portezuelas se elevaron como las alas de una mariposa y John Dukes ech pie a tierra

Como si sta hubiera sido la seal esperada, las Sirenas del aeropuerto empezaron a aullar desaforadamente. Dukes qued inmvil, mirando a su alrededor y al espacio en torno, esperando ver algn aparato incendiado o cualquier otra emergencia que justificara el toque de alarma de las sirenas.

Mirando en direccin al mar, Dukes distingui de pronto un objeto brillante que vena en direccin al aeropuerto, volando con rapidez a unos 300 metros de altura. Debido al color rojo que irradiaba, como un lingote de hierro saliendo del horno de fundicin, Dukes pens por un momento que se trataba de un bombardero o avin comercial de gran envergadura ardiendo desde uno a otro extremo de las alas.

Sin embargo, no se advertan llamas ni humo.

Todo lo dems ocurri con sorprendente rapidez. Surgiendo de la oscuridad de la baha como grandes murcilagos, dos aviones de chorro pasaron en vuelo raso sobre el aerdromo, rugiendo ensordecedoramente

Inmediatamente detrs de los aviones lleg el aparato incendiado. Este pas sobre la autopista y sobrevol el aeropuerto. Pero en el mismo momento, de forma increblemente brusca, en una maniobra que pareca desafiar las leyes de la inercia, y que ningn avin habra podido realizar, redujo su velocidad a unos 50 kilmetros por hora.

Dos cazas a reaccin, que deban venir escoltando al extrao aparato, pasaron sobre el aerdromo y se alejaron aullando como demonios en direccin a las montaas.

Ahora, el objeto volador estaba movindose despacio, perdiendo rpidamente altura en direccin al centro del aerdromo. Ya no tena el aspecto de un avin. Era un enorme disco de cantos afilados, de no menos de 150 metros de dimetro, tan grande como un bombardero, pero completamente redondo.

Un platillo volante! exclam Dukes, roncamente. Y en el mismo momento record lo que el general Perkins le haba dicho antes de salir de Stanford respecto a un objeto sin identificar que el radar haba rastreado volando hacia el Este.

Irisado de tonalidades que iban desde el rojo cereza al rojo blanco del metal en fusin, en mitad del estruendo de las sirenas, el ruido de los motores del avin cercano y el aullido de los cazas a reaccin que volaban por encima, lenta y majestuosamente, el disco volante fue a posarse a unos mil metros de distancia del lugar donde se encontraba Dukes.

Yvonne Hotchkiss, que se encontraba de pie junto a su auto, miraba fascinada al fantstico disco. Dukes se volvi hacia ella.

Es nuestro platillo volante! le grit.

Qu? contest la muchacha, llena de confusin.

Suba al auto.

Esto si lo entendi Yvonne, pues, al igual que la inmensa mayora de las personas que aquel amanecer se encontraban en Mills Field, la presencia de la extraa aeronave slo le inspir un deseo: salir de all a toda prisa.

Yvonne se introdujo en el auto, al mismo tiempo que Dukes lo haca por el lado opuesto.

Adelante, vamos a acercarnos al platillo volante! grit Dukes.

Qu! chill Yvonne, pegando un brinco.

Si por fin nuestros amigos extraterrestres van a dar la cara, usted y yo seremos los primeros periodistas que les entrevisten!

Usted est loco! Yo quiero marcharme a casa!

A casa? rugi Dukes, furioso. Qu clase de reportero grfico es usted? Un fotgrafo de Prensa tiene que encontrarse oportunamente all donde surja la noticia- un terremoto, un incendio, un asesinato o un ser extraterrestre apendose de un platillo volante. Ponga en marcha el motor!

Yvonne actu mecnicamente, poniendo en marcha el motor.Y ahora enfile hacia esa cosa antes que nadie se nos adelante!

En su nerviosismo, Yvonne pis a fondo el acelerador y solt bruscamente el pedal de embrague. Las ruedas motrices giraron un momento en el aire antes que se agarraran al asfalto e impulsaran al auto con un salto hacia delante.

Junto a su auto, el general Perkins vio, atnito, cmo el deportivo rojo sala rugiendo a campo travs en direccin a la fantstica aeronave que en este momento se posaba en tierra.

A dnde van esos locos? grit, Eh, vuelvan ac!

El auto se alej velozmente y Perkins mir al rostro del capitn Curtis. Debido a la palidez del miedo y el fulgor rojo que despeda la extraa aeronave, la cara del capitn tena un engaoso y saludable color rosado. El avin par sus motores, obedeciendo a las sirenas, que todava chillaban en la distancia.

Suba al auto, capitn dijo Perkins, tomando una decisin. Tenemos que hacer volver a ese par de locos.

Quiere que nos acerquemos... a eso? balbuci el capitn.

S, por todos los demonios!, y no me diga que tiene miedo.

No, seor.

Yo lo tengo tambin aadi Perkins, haciendo una sea al soldado de su escolta. Dme esa metralleta soldado.

El soldado le entreg el arma y Perkins se meti en el coche junto al asiento del conductor. Sealando a ste la mole incandescente que brillaba en mitad del aeropuerto, le orden:

Llvenos all rpido.

El capitn tuvo apenas tiempo de meterse en el auto cuando este ya arrancaba.

Para entonces, el deportivo rojo de Yvonne Hotchkiss ya haba sacado una buena ventaja al coche del general.

De que materia estar hecho ese aparato? murmuraba Dukes, inclinndose hacia delante para mirar a travs del inclinado parabrisas. Se habr calentado tanto al entrar en la atmsfera, que parece en estado de fusin, o slo emana esa luz roja a travs de su casco?

Yvonne Hotchkiss, los labios apretados, manejaba el volante sin apartar sus ojos de aquella enorme cosa resplandeciente inmovilizada en mitad de la pista de cemento. Pronto descubri Yvonne que el disco o platillo volante no descansaba directamente sobre el suelo, sino que se mantena a unos tres metros de altura, posado sobre cuatro largas patas telescpicas, rematadas en sus extremos por sendos juegos de ruedas dobles.

La muchacha, intimidada por el formidable aspecto del extrao aparato, retir el pie del acelerador y empez a frenar cuando todava se encontraban a unos 200 metros de distancia.

Siga adelante, debemos acercarnos ms! la apremi Dukes.

Pero es que no le inspira a usted miedo esa cosa?

Estoy baado en sudor confes Dukes, Pero es emocionante. Piense que somos periodistas y que sta es, quiz, la ocasin nica de nuestra vida de ganar celebridad en una hora. Siga adelante, y tan pronto nos detengamos, tenga lista su cmara para fotografiar al platillo y a cualquier cosa que salga de l. Nunca tendr una oportunidad como sta!

Yvonne continu adelante, ahora a marcha reducida

Aunque se senta invadida por el miedo, algo interior la impulsaba hacia la portentosa maquina que all, bajo la fra luz del amanecer, irradiaba suaves ondulaciones de color rojo.

El auto, por fin, se detuvo a unos 20 metros de la astronave. Todo el recorrido, desde los hangares, lo haban hecho con las portezuelas levantadas.

Apenas el coche se haba parado cuando Dukes salt, plantndose con los pies separados ante la enorme mole. Le sorprendi descubrir que, en contra de lo que pareca la mquina no irradiaba calor alguno.

Dse prisa, seorita Hotchkiss, traiga aqu su cmara! grit a la muchacha, que todava permaneca en el coche, asida fuertemente al volante.

Yvonne, por fin, reaccion. El estuche de acumuladores del flash penda de su hombro cuando entr en el automvil. Ahora sac torpemente la cmara de la repisa posterior. Temblaba de pies a cabeza cuando puso pie en tierra, pero tuvo la suficiente presencia de nimo para calcular que la propia luz que irradiaba la cosmonave bastara para impresionar la pelcula sin tener que utilizar el flash.

Levant la cmara, enfoc y dispar.

La tom? pregunt Dukes, del otro lado del automvil.

Si! asinti Yvonne, dando diente con diente.

Crguela de nuevo, y enchfele ahora el flash.

Torpemente, Yvonne trataba de conectar el hilo elctrico a la cmara.

Tranquila, muchacha dijo Dukes, increblemente sereno. Est forjando usted su carrera como fotgrafo de Prensa. Todo va a salir bien

Dukes se interrumpi al advertir cierto movimiento en la parte inferior y central del casco de la astronave.

Una seccin circular se haba desprendido del casco y descenda, suspendida de tres columnas de acero, como un montacargas.

Haba tres figuras sobre la plataforma del ascensor!

CAPTULO V

Los cosmonautas abandonaron la plataforma apenas sta toc en el piso de cemento, se reunieron ya en tierra v echaron a correr hacia donde estaban los periodistas junto al automvil. Mientras tanto, el rojo resplandor que la cosmonave irradiaba en torno se iba apagando paulatinamente, haciendo ms difcil precisar la forma de los seres que se movan bajo aquella enorme mole.

Yvonne Hotchkiss lo advirti y tuvo una idea. Meti la mano bajo el volante de su deportivo y encendi las luces largas de carretera.

La potencia de las lmparas de halgeno ilumin de lleno a las tres figuras que corran hacia el coche... Quin dijo que corran? La luz de los focos arranc destellos de las escafandras y los brillantes trajes que vestan los cosmonautas. Pero aunque stos tenan su correspondiente par de brazos, no se adverta movimiento alguno de piernas...

Aquellas criaturas no tenan piernas! Su parte inferior adoptaba la forma de un envolvente guardafangos, y por debajo de ste se vea rodar... un neumtico!

John Dukes sinti las palmas de las manos hmedas, en tanto que un escalofro le recorra la espalda.

Seorita Hotchkiss, traiga aqu su cmara! grit, agudamente.

La joven se apart de su automvil y se acerc despacio al lugar donde estaba Dukes, pasando por delante de los faros. Otro automvil se acercaba por detrs de los periodistas. No haba tiempo que perder.

No tema, sgame!

Yvonne apresur el paso hasta situarse junto a Dukes, avanzando ambos hacia los tres cosmonautas que venan a su encuentro.

Los tres individuos tenan exactamente la misma altura, dos metros y medio aproximadamente. El volumen de sus cabezas, la longitud de sus brazos y su anchura de hombros pareca ser idntica en todos ellos. Los focos del automvil que se acercaba arrancaban metlicos reflejos de su cabeza y cuerpo...

Dukes dedujo de todo ello que venan metidos en armaduras, incluida escafandra. Esto no le sorprendi tanto como el hecho de que vinieran montados sobre una rueda. Carecan de miembros locomotores inferiores, o solamente haban adoptado la rueda como sistema de traslacin rpido?

De pronto escucharon un chirrido de frenos. Un auto les adelant por la izquierda, se detuvo en seco y abri sus portezuelas...

El general Perkins, con una metralleta, y el capitn Curtis, empuando una pistola de reglamento saltaron del auto. Perkins corri hacia Yvonne Hotchkiss y la detuvo asindola por un brazo.Detnganse, insensatos! Dnde van? --chill, furioso.

Yvonne protest dbilmente:

Debo sacarles una instantnea a esos hombres!

Qu hombres? chill el general, Sabemos acaso lo que son?

El coche del general se haba detenido justo bajo el borde de la cosmonave, que se prolongaba en voladizo sobre las cabezas del grupo. Dukes haba seguido avanzando y Perkins corri tras l.

Dukes, regrese al auto! grit, cruzndole la metralleta ante el pecho. Lo que est haciendo es una temeridad. Ni siquiera conocemos el poder destructor de estos seres!

Usted es militar y slo ve a esos seres como posibles portadores de armas destructoras de un poder superior a todo lo conocido contest Dukes. Yo soy un civil, un periodista, y un ciudadano del mundo en estos instantes. La opinin que de nosotros formen estos hombres en nuestro primer encuentro puede ser decisiva para el futuro de nuestras relaciones.

El nico e inmediato futuro que yo veo es que nos chicharren con un rayo de fuego o nos desintegren con algn arma diablica!

Est loco!

No usted es el loco! chill Perkins, empujndole Regrese al auto antes que sea demasiado tarde!

Ya es tarde para eso seal Dukes a las tres extraas criaturas que estaban a treinta metros de distancia. Si nos ven huir se inquietaran, y Dios sabe lo que pueda pasar. Ellos vinieron a conocernos. Por Dios, no les demos motivo de arrepentimiento!

Perkins se volvi, empuando la metralleta. Las tres gigantescas figuras se encontraban a menos de 50 metros de distancia, rodando erguidas y silenciosamente sobre sus negros neumticos.

Alto, no avancen ms o disparo! grit Perkins.

Perkins, no sea estpido! grit Dukes, abalanzndose sobre l.

Perkins era hbil esgrimista, y lo rechaz asestndole un golpe en el mentn con el culatn metlico del arma. Dukes sali andando hacia atrs, perdi el equilibrio y cay sentado en la pista de hormign. Libre del incordio del periodista, Perkins volvi nuevamente el can de la metralleta contra el tro de fantasmagricas figuras.

Quietos donde estn! Quietos! chill, agudamente.

Como si hubieran comprendido el gesto amenazador de Perkins, los gigantes de los extremos se detuvieron. El que iba en el centro sigui avanzando y levant un brazo.

Perkins, perdido el control de sus nervios, tir del disparador. Pero el arma no estaba cargada. Nervioso, el militar tir del cerrojo recuperador. El gigante se encontraba apenas a 15 metros cuando Perkins le enfil de nuevo con el arma.

Tablete la metralleta, escupiendo pequeas lenguas de fuego color naranja, y Dukes pudo ver, aterrado, cmo las balas acribillaban la brillante coraza del extraterrestre, trazando una lnea de agujeros sobre el metal.

Debido al impulso adquirido durante la marcha, la extraa criatura sigui en lnea recta hacia Perkins, pero faltando unos cinco metros para alcanzarle, perdi el equilibrio y cay de espaldas con ruido metlico. No obstante, todava sigui su marcha, resbalando sobre la pista, lo que oblig a Perkins a apartarse para no ser arrollado.

La vctima del general Perkins todava estaba deslizndose por el suelo cuando sus dos compaeros reaccionaron increble rapidez. Primero inclinaron sus cuerpos hacia delante, y a continuacin salieron disparados como brillantes torpedos, separndose para atacar simultneamente a Perkins y al capitn Curtis.

Curtis, que empuaba una automtica, levanto su arma e hizo un precipitado disparo contra el gigante que vena sobre l. La bala alcanz al cosmonauta en un brazo, sin detenerle, y Curtis no tuvo una nueva oportunidad. La extraa criatura rodante le embisti como un toro furioso. El choque fue brutal, pero ms para el capitn Curts, que sali despedido como un pelele girando por el aire antes de caer pesadamente contra el suelo.

Mientras esto ocurra, el ltimo de los cosmonautas se abalanzaba sobre el general Perkins. Este confiaba en detenerle con una rfaga de ametralladora, pero en tan crtico momento le fall el arma.

Perkins no tuvo otra oportunidad. El gigante le embesta con la cabeza gacha y el busto inclinado hacia delante. Perkins le arroj la metralleta, que rebot en la escafandra del cosmonauta con ruido metlico. Un segundo despus, la escafandra del fantstico personaje golpeaba en la frente a Perkins y ste sala reculando hasta caer de espaldas con el crneo abierto.

Perdida su confianza en las pacficas intenciones de los visitantes siderales, francamente alarmado, John Dukes se puso en pie.

El gigante de acero, despus de haber golpeado a Perkins, gir con increble agilidad y se dirigid en lnea recta hacia Dukes. Este pens por un momento que el extraordinario hombre-mquina iba a arrollarle, mas, inesperadamente, el cosmonauta se detuvo en seco y extendi su brazo.

De alguna parte del largo brazo de acero, cerca de la mueca, brot con fuerza un chorro de gas que alcanz de lleno a Dukes en la cara.

Mientras Dukes senta nublrsele la vista, no lejos de all el otro gigante se diriga hacia Yvonne Hotchkiss. Temblando de terror, casi sin saber lo que haca, la muchacha levant su cmara y oprimi el botn disparador.

Brill la lmpara de destello, y el monstruo se detuvo como deslumbrado. Yvonne gir sobre sus tacones y ech a correr, antes de que se hubiera alejado demasiado, el cosmonauta reaccion, lanzndose en su persecucin.

Yvonne ni siquiera escuch el rodar silencioso de] neumtico sobre el que iba montado aquel ser. Mientras corra le alcanz una nube de gas que la dej paralizada. Sinti que caa, aunque no not el impacto de su cuerpo contra el piso de hormign. Quiso gritar, pero no pudo. Una densa neblina lo envolva todo. Perdi el sentido...

Ms tarde volvi a la extraa niebla y vio un pequeo globo ambarino brillando en la lejana.

Debi estar contemplndolo durante mucho tiempo antes de empezar a preguntarse a qu distancia estara la luz. Una gran pereza le dominaba. Su mente estaba completamente en blanco.

La niebla, con el tiempo, fue aclarando, y con su desaparicin empez a entrar en el olvidado mundo de las sensaciones. Sinti sequedad en la garganta y dolor de rodillas. Un accidente? Movi piernas y brazos sin dificultad. No estaba herida. El globo amarillo entrevisto entre la bruma era un simple plafonier fijado al techo. Deba encontrarse en algn lugar cerrado, tal vez la habitacin de un hospital.

Hizo un esfuerzo por ordenar sus recuerdos. Tras largo divagar, un destello se hizo en su memoria:

El aerdromo de Mills Field! El platillo volante y los cosmonautas plateados!

Un estremecimiento de horror recomo su espalda. Record cmo hua, perseguida por uno de aquellos monstruos, cuando la alcanz una nube de gas que la detuvo. Qu pas despus?....

Hizo un esfuerzo y se volvi sobre un costado. All, a su lado, vio a John Dukes tendido de espaldas, los ojos abiertos fijos, como hipnotizado, en el plafonier del techo. La presencia del joven periodista junto a ella le proporcion inefable alivio. Ni por un momento pens que pudiera estar muerto.

Dukes! Seor Dukes! llam en voz baja.

El no pareci escucharla. Asustada, Yvonne se arrastr penosamente sobre el vientre hasta l. Le tom la cara con una mano y le oblig a volver la cabeza. Dukes la mir con aire ausente.

Dukes! Me ve usted?

Una expresin inteligente prendi en las azules pupilas de Dukes.

Qu ocurre? pregunto el, con voz ronca.

Se acuerda de m? Soy Yvonne Hotchkiss, del San Francisco Star. Salimos juntos para visitar el observatorio Radioastronmico de Stanford. Va recordando? E1 aerdromo de Mills Field..., la astronave que pareca de metal fundido y aquellos horribles seres plateados que andaban sobre una rueda...

Por la expresin de los ojos de Dukes, la muchacha comprendi que ste realizaba un poderoso esfuerzo para ordenar y coordinar todos los recuerdos que de una sola vez se amontonaban en su mente. Probablemente, el periodista haba aspirado mayor cantidad de gas que Yvonne; por esto tardaba ms tiempo en recuperarse de sus misteriosos efectos.

Hay mucha niebla en torno... murmur Dukes. Donde estoy?

Curiosamente, sta habla sido una de las primeras preguntas que se formul la propia Yvonne. Luego, lo haba olvidado.

Se incorpor sobre un codo y mir a su alrededor se encontraban en una amplia habitacin de forma circular, de unos 30 metros de dimetro, al parecer vaca. El piso era de planchas de acero. Los muros estaban formados por una serie de paneles metlicos, muchos de los cuales tenan relojes y cuadrantes con agujas indicadoras.. .

Volviendo la cabeza, para seguir con los ojos la forma circular de tan extraa habitacin, Yvonne sinti que el corazn le daba un vuelco al descubrir de pronto la presencia de algo que estaba detrs de ella tumbado en el piso. Era uno de aquellos monstruosos seres que saltaron del platillo volante en Mills Field!

Yvonne lanz un grito, apartando sus ojos de aquella horrible visin, y se arroj sobre Dukes, abrazndose a l.

Estn aqu! gimi, temblando de pies a cabeza. Hay uno de esos horribles monstruos all!

Dnde? pregunt Dukes. Y en el mismo momento vio al cosmonauta que yaca en el suelo entre tres gruesas columnas de acero.

La Visin del cosmonauta aceler la reactivacin de las sensaciones en Dukes. Todos los recuerdos anteriores a este momento penetraron brutalmente en l, e instintivamente rode con sus brazos a la muchacha, apretndola contra s en actitud protectora.

Despus de un minuto, la inmovilidad del extraordinario ser le devolvi la serenidad. Yvonne temblaba sobre el, y Dukes trat de tranquilizarla acaricindole la cabeza, que descansaba sobre su hombro.

Tranquila, muchacha..., tranquila. El hombre no se mueve. Tal vez est muerto. Debe ser el mismo tipo al que Perkins ametrall.

Tengo mucho miedo! gimi Yvonne.

Pero si no se mueve! Convnzase usted misma, chele una mirada.

Yvonne volvi lentamente la cabeza, mir hacia el monstruo y apart en seguida los ojos

No puedo mirarle! Siento que se me eriza la piel cuando le veo!

El aliento de la muchacha acariciaba el cuello de Dukes, pero este se senta demasiado preocupado para vivir la delicia de la proximidad de Yvonne.

Durante un rato permanecieron abrazados mientras Dukes haca trabajar intensivamente a su inteligencia. Igual que Yvonne hiciera antes, tambin el mir a su alrededor, comprobando que se hallaban en una habitacin de forma circular. Las tres columnas de acero le recordaron algo: el montacargas en el cual los tres cosmonautas descendieron del platillo volante.

Debemos estar a bordo de la nave murmuro.

Cmo dice usted? pregunt Yvonne, separndose ligeramente de l.

Que nos encontramos sobre el platillo volante que vimos aterrizar en Mills Field. Ellos nos tomaron prisioneros.

Dios mo! gimi Yvonne. Y sus dedos se agarraron fuertemente a los hombros de Dukes.

El se pregunt si, ya que se encontraban en la astronave, estaran volando hacia alguna parte. El piso pareca bastante firme, y no se experimentaba ningn fenmeno o disminucin de la gravedad. Cunto tiempo haba transcurrido desde que el gas les inmoviliz.Seorita Hotchkiss, deje de gimotear como una nia miedosa. Suponiendo que tuviera verdadero espritu aventurero, debera sentirse feliz de encontrarse aqu. Muchos periodistas querran estar en su lugar.

Dukes sinti cmo se aflojaba la presin de los dedos de Yvonne sobre sus hombros. La muchacha le solt y luego se apart de l, dejndose caer en el piso boca abajo. Dukes consult su reloj automtico de pulsera.

Las saetas sealaban las ocho y veinte minutos. Pero de la maana o la tarde?

El reloj de Dukes era a la vez calendario, y en la pequea abertura correspondiente a los das apareca la cifra 15.

Dgame, seorita Hotchkiss. Recuerda qu da era cuando fuimos a Stanford? pregunt Dukes, sorprendido.

El trece, nunca lo olvidar. Con razn dicen que el trece es nmero de mala suerte! exclam la muchacha.

Segn eso, era la maana del catorce cuando llegamos a Mills Field. Hemos permanecido sin sentido al menos durante veintisis horas!

Dukes hizo la comprobacin volviendo atrs las saetas de su reloj. Al volver la horaria a las doce el calendario seal el da catorce. Luego era la maana del quince, no la tarde. Mientras Dukes volva a poner en hora del reloj, not que el piso se mova. Se escuch un leve golpe metlico, seguido de un leve arrastrar y la inmovilidad completa.

Qu ha sido eso? pregunt Yvonne, temerosamente.

Debemos haber realizado la operacin de acoplamiento.

De qu?

De acoplamiento. Con la cosmonave matriz. Recuerda lo que dijo el general Perkins acerca de un objeto volante sin identificar, que el radar de la base de Tule rastre internndose en Eurasia? Ese era el platillo volante que luego vimos en Mills Field. Mientras Tule comunicaba al mando de la Defensa Area y nosotros bamos de Stanford al aerdromo el platillo volante vol sobre la redondez del planeta de oeste a este, y se present sobre California cuando nosotros llegbamos a Mills Field.

Luego nos encontramos a bordo del platillo volante.

Si.

Y el platillo volante.... dnde se encuentra ahora?

No tengo la menor idea.

En esto escucharon un zumbido sobre sus cabezas. Una seccin circular de unos tres metros de dimetro se desprendi del techo y empez a bajar suspendida de tres fuertes columnas. Haba dos figuras sobre la plataforma, los mismos seres cubiertos de una coraza plateada que vieran horas antes en la pista de aterrizaje de Mills Field, en California.

CAPTULO VI

Respondiendo a un ntimo sentido de la dignidad, John Dukes hizo un esfuerzo para incorporarse. La mano de Yvonne Hotchkiss tiraba de l, y Dukes se solt con rudeza, diciendo:

Deje de gimotear y pngase en pie. Mostrar temor ante ellos no nos favorecer en nada.

Dukes ya estaba en pie cuando la plataforma del ascensor se detuvo al llegar al nivel del suelo. Yvonne Hotchkiss se incorpor a su vez, temblando de pies a cabeza, rehusndose a mirar a la cara de los monstruos.

Pese a que el corazn le lata apresuradamente, Dukes, en realidad, no experiment sensacin de miedo alguno. Su curiosidad era ms fuerte en l que cualquier sentimiento de temor.

All, ante l, estaban los dos gigantescos cosmonautas mirndole fijamente. Dos tubos sobresalan del frente de la escafandra esfrica de estos hombres extraordinarios, separados entre s unos 15 centmetros. Cada tubo sobresala como un par de pulgadas. Cortados en bisel, resultaban un poco ms salientes por arriba que por abajo, y formaban a modo de una pequea visera.

Encajados en el interior de estos tubos, dos gruesas lentes de aumento brillaban con la frialdad del cristal. No era aqulla, ciertamente, una mirada tranquilizadora, y Dukes sinti que se estremeca, pero de nuevo la curiosidad se sobrepuso a sus temores.

Para Dukes, lo ms desconcertante segua siendo aquella extraa rueda que sala por debajo del envolvente guardafangos. La rueda en s no tena nada de particular, siendo del tamao aproximado de una llanta de automvil, incluso por el dibujo de la banda de rodaje. Lo curioso era la forma en que pareca insertada al final de un tronco humano, como solucin a un accidente que hubiera mutilado ambas piernas a un hombre corriente.

Esto era lo que pareca a primera vista. Pero fijndose mejor, John Dukes puso en duda que la constitucin real de los seres que iban dentro de la armadura fuese similar a la suya propia.

Tres anillas, a la altura de la cintura, servan de unin entre el tronco y el busto, permitiendo la flexin de ste. De cintura arriba, el pecho se ahondaba y el busto adoptaba una forma acusadamente triangular, ensanchndose hacia los hombros. La plancha que formaba los hombros sobresala un par de pulgadas a modo de una pequea visera sobre el sesgo por el que salan los brazos.

Los brazos podran haberse parecido a los de una armadura medieval, pero no eran de esta forma, sino como dos largos tubos articulados mediante la insercin de gran nmero de anillos, que eran ms anchos a la altura de los hombros y se iban estrechando hacia las muecas. Tambin el cuello, corto y robusto, estaba formado de varios de estos anillos.

La escafandra, una esfera de 40 centmetros de dimetro, ofreca la particularidad de presentar una rejilla a la altura de la boca. Haba dos rejillas ms, una a cada lado de la escafandra, sobre los odos. Un reborde metlico formaba por arriba y en la parte posterior de las rejillas una a modo de visera que deba hacer las funciones de pabelln.

Dulces se pregunt si los cosmonautas les hablaran, puesto que parecan dotados de un sistema para hacer or su voz. Pero los gigantes no hablaron. Ambos, movindose en perfecta sincronizacin, abandonaron la plataforma y se dirigieron hacia el lugar donde su compaero yaca acostado entre las columnas.

Uno de los cosmonautas alarg su brazo, agarr a su compaero muerto o herido por el borde del guardafangos y lo arrastr haciendo rodar su rueda hacia atrs. El arrastre del cosmonauta muerto produjo un ruido metlico que acab en estruendo cuando el otro lo dej caer.

Si en el interior de aquella armadura haba un cadver, su compaero, ciertamente, no demostr ningn sentimiento de delicadeza para con l.

Los dos cosmonautas fueron a situarse entre las columnas. La plataforma en la cual bajaron empez a subir sin que nadie oprimiera botn conmutador alguno, hasta cerrar completamente la abertura del techo.

Fue entonces cuando Yvonne Hotchkiss y John Dukes escucharon la primera palabra a los cosmonautas. Uno de ellos levant su brazo, apuntando a los periodistas, y luego, con energa, al piso junto a su rueda.

Asaun!

Nos indican que vayamos a reunimos con ellos dijo Dukes.

No ir con esos monstruos! No quiero! protest Yvonne.

Vamos, no sea chiquilla gru Dukes, propinndole un empujn. O se figura que estamos en condiciones de negarnos? Si se pone tonta, le administrarn una racin de gas nervioso... y dormir por otras veinticuatro horas.

Llevada a empujones por Dukes, la muchacha no tuvo ms remedio que dirigirse al lugar donde eran esperados por los monstruos. Las tres columnas de acero que iban desde el techo al piso dejaban entre ellas un espacio ms que holgado para los cosmonautas y sus prisioneros. Dukes haba comprendido desde mucho antes que las columnas formaban parte del sistema hidrulico de un elevador o montacargas, el mismo precisamente que los tres cosmonautas utilizaron para bajar a tierra en Mills Field.

En efecto, apenas Yvonne y Dukes estuvieron entre las columnas, se dej or un zumbido, y una gran seccin circular del piso sobre el que estaban empez a bajar suavemente,

La plataforma descendi a travs de un tubo de un metro y medio aproximadamente, y repentinamente se vieron baados por una luz blanca que proceda de abajo. El montacargas sigui bajando, y Dukes y su compaera se vieron en una habitacin circular de dimensiones algo mayores que la que acababan de abandonar. Pero aqu no haba paneles de esferas ni indicadores.

A todo lo largo del muro de acero se alineaban casi un centenar de cosmonautas plateados!

Todos idnticos, en una extraa inmovilidad, ofrecan un aspecto siniestro poco tranquilizador. Dukes volvi la vista en torno, murmurando:

Mire, el comit de recepcin.

Luego, Dukes apreci algo que le hizo cambiar de opinin. Las inmviles figuras eran en todo idnticas a los dos cosmonautas que les escoltaban..., excepto en un pequeo detalle: No tenan rueda! El borde inferior de su guardafangos descansaba directamente sobre el piso.

Hasta mucho ms tarde, Dukes no descubri la razn de esta anomala.

Era que cada hombre descansaba sujeto de alguna forma por el borde del guardafangos al piso, mientras que la rueda quedaba oculta en una hendedura hecha exprofeso para alojarla.

La plataforma se detuvo al llegar al nivel del piso de la gran habitacin circular. Cortada en bisel, la plataforma tena por lo menos 40 centmetros de grosor. Este deba ser el espesor del casco del platillo volante en su parte inferior.

En el centro geomtrico de la gran habitacin circular, los dos cosmonautas abandonaron la plataforma, deslizndose en perfecto equilibrio sobre la abrupta rampa que formaba el borde cortado al bisel. Uno de ellos se volva hacia los americanos, hacindoles una imperiosa sea.

Cualquiera habra comprendido que el gigante plateado les invitaba a seguirle.

John, mire todos esos monstruos! murmur Yvonne, sin soltarse de la mano de Dukes. Hay algo en su aspecto que no me gusta.

Vamos, no se detenga gru Dukes, tirando de ella.

Abandonaron la plataforma y echaron a andar a travs de aquella especie de plaza detrs del cosmonauta que les preceda. Los extraordinarios seres de otro mundo no producan ruido alguno al deslizarse sobre sus neumticos. Dukes calzaba zapatos con tacones de goma Pero los tacones femeninos de Yvonne Hotchkiss, al pisar sobre las planchas de acero, producan un ruido que resonaba en toda la sala con amedrentadores ecos. Tanto era as, que Yvonne se detuvo, asustada del estruendo de sus propios pasos.

No se detenga, siga la apremi Dukes, ponindose nervioso.

Pegada al muro vieron la jaula de malla de acero de un ascensor de gran capacidad. El cosmonauta que iba delante entr en el ascensor, los dos periodistas le siguieron y a continuacin lo hizo el que vena cerrando la marcha.

Como haba ocurrido anteriormente, el ascensor se puso repentinamente en marcha sin que ninguno de los cosmonautas se moviera para apretar ningn botn.

Apuesto a que estn comunicados por radio con algn control central.

Cmo dice? pregunt la temblorosa Yvonne.

Nada, no tiene importancia.

John!

S?

Mire esa mano! exclam Yvonne. Y Dukes sinti temblar la suave mano de la chica dentro de la suya.

Yvonne sealaba la mano de uno de los cosmonautas ms prximos. Era una mano de solo cuatro dedos.

Tcnicamente es una maravilla de perfeccin dijo Dukes, Observe esos anillos que cubren los dedos Slo tiene cuatro dedos!

No es para que le salgan a uno los cabellos blancos de horror, slo porque tengan cuatro dedos en lugar de cinco Mtase eso en su linda cabecita: ellos no pueden ser como nosotros. Si en alguna cosa nos parecemos, ser pura y rara coincidencia.

De cualquier modo, sean animales, vegetales o minerales, resulta difcil creer que nacieran con su rueda puesta, verdad?

En un mundo supermotorizado, como sin duda es el suyo y quiz llegue a ser el nuestro con el tiempo, las piernas pueden llegar a atrofiarse por falta de uso y constituir un estorbo ms bien que una ventaja...

Dukes se interrumpi, abriendo de par en par sus sorprendidos ojos.

El ascensor, cuyas paredes eran de alguna materia plstica transparente, acababa de irrumpir en un mundo de luz verdeazulada. El espacio a su alrededor era inmenso. Descendan desde una altura de ms de cien metros, equivalente a un edificio de cuarenta pisos, sobre algo que, por llamarlo de algn modo, se pareca a una extraa ciudad.

Tambin hubiera podido compararse a un jardn versallesco, donde en torno a una gran fuente central, los macizos de boj, cuidadosamente recortados, formaran circunferencias concntricas, cortadas a trechos regulares para dar acceso de una a otra calle.

En este caso no haba fuente alguna. Media esfera luminosa, de unos cincuenta metros de dimetro, ocupaba el centro de la plazuela. Rfagas de una fantstica luz opalina irisaban la superficie cristalina de la esfera que brillaba i como una bellsima perla en mitad de los montonos bloques de acero cromado.

Mire, Yvonne! Es fantstico! exclam Dukes con voz enronquecida por la emocin.

La delgada mano de Yvonne tembl dentro de la mano de Dukes.

Dios mo! gimi, a punto de desmayarse, Qu es esto? Donde estamos?

No lo comprende? contest Dukes, en el colmo de la excitacin. Y seal con su brazo en torno. Esta es la astronave matriz! Estamos dentro de ella... y es gigantesca!

Imposible! No pareca tan grande vista en la televisin..

Vista a travs de aquella pantalla, sin puntos de referencia conocidos, era imposible precisar su tamao En el cine vemos maquetas de barcos en un falso mar embravecido, que es slo un estanque, y nos parecen de tamao real. Aqu ocurri al revs. La lejana imagen de la astronave nos la haca parecer muy pequea... y es enorme!

El ascensor segua bajando. Los simtricos bloques de viviendas iban apareciendo en su tamao real. No deban ser edificios muy altos, apenas tendran tres metros desde la base al tejado, completamente plano. Dukes incluso dud de que se tratara de casas habitables. Ms bien parecan unidades de memoria de un enorme computador.

Pero Dukes desech inmediatamente esta idea. Aun admitiendo que fuera grande la complejidad de la astronave, el gigantismo del computador pareca desproporcionado respecto a la relativa dificultad de controlarla y dirigirla en el espacio. Entonces, qu otra cosa podan ser estos extraos bloques dispuestos en crculos concntricos alrededor de la cpula luminosa central?

Mientras Dukes se haca todas estas preguntas, el ascensor se detena al llegar al nivel del suelo de la ciudad. Igual que todas las veces anteriores, la puerta de la cabina se abri sin que mano alguna oprimiera un resorte.

Entonces, por primera vez, fue perceptible para los intimidados periodistas el ruido de un moderado, si bien que persistente zumbido, que pareca estar en el aire y llenarlo todo, haciendo imposible su localizacin

Uno de los silenciosos cosmonautas sali delante. Dukes sali detrs, llevando cogida de la mano a Yvonne y el segundo cosmonauta les sigui.

Se encontraban en una de aquellas calles vistas poco antes desde las alturas. Dukes levant sus ojos al techo y advirti que ste formaba una enorme bveda, cuyos extremos no poda ver por impedrselo los bloques de acero que a uno y otro lado formaban la calle. No haba focos ni puntos de luz visibles, ni en la alta bveda ni en parte alguna. La fantstica luminiscencia verdeazulada pareca estar en el aire mismo, de tal suerte que no existan sombras.

Dukes se haba parado para mirar al techo, y el cosmonauta que iba tras l le empuj suavemente, obligndole a andar.

La calle, de trazado en curva, era lo suficiente ancha para que dos camiones de gran tonelaje pudieran rodar uno junto a otro sin tocarse. El piso era de acero, como en la antesala de arriba, los tacones de Yvonne producan un ruido metlico que despertaba mltiples ecos. A derecha e izquierda, los muros de acero formaban a modo de sendas murallas. Siempre intrigado por lo que pudieran contener estos edificios, Dukes advirti algo que le excit sobremanera.

Los muros eran como colosales arcones llenos de cajones!

Involuntariamente, Dukes oprimi la fina mano de Yvonne Hotchkiss.

Ella se volvi a mirarle. Segua estando asustada.

Cree que esto sean casas, John? pregunt en voz baja. Vivir alguien en ellas?

Fjese bien y dgame dnde ha visto una cosa parecida dijo Dukes, excitadsimo.

En ninguna parte. Jams vi cosa igual.

Observe esos muros. No le sugieren la idea de los nichos de un cementerio? seal Dukes.

Yvonne mir atentamente a una serie de planchas metlicas, de 80 por 60 centmetros aproximadamente, que daban la impresin de estar pegadas a los muros Cada una de estas planchas tena pintados en negro unos caracteres de una pulgada de altura. Haba cientos de estas planchas formando interminables filas, de arriba abajo y a todo lo largo de los muros, a ambos lados de la calle!

La mano de Yvonne tembl en la de Dukes.

Es un cementerio? murmur, amedrentada.

No exactamente. Recuerda las palabras del profesor Zinsser respecto al obstculo insuperable que representaba el tiempo en los largos viajes interplanetarios? Zinsser se refera a la corta duracin de la vida del hombre con relacin a las enormes distancias a recorrer si, por ejemplo, tratramos de llegar hasta Alfa de Centauro, y yo le rebat insinuando que la vida podra tener perodos mucho ms largos en otros mundos...

S, recuerdo su discusin con el profesor Zinsser.

Bien, escuche esto. Recientes investigaciones han demostrado que la actividad de la vida puede ser retardada