lefevre metamorfosis

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VIENTO SUR Número 116/Mayo 2011 35 Hace algunas décadas se tenía la impresión de que lo urbano –como suma de prácticas productivas y de experiencias históricas– sería portador de nuevos valores y de una civilización distinta. Estas esperanzas se difuminan al mismo tiempo que las últimas ilusiones de la modernidad. Ya no podría escribirse hoy, con lirismo y con esa especie de éxtasis modernista tan del gusto de Apollinaire: Noches de París ebrias de ginebra Llameantes de electricidad Los tranvías con fuegos verdes Cantan su locura de máquinas A lo largo de los rieles (Apollinaire, Vía Láctea) La crítica de la ciudad moderna remite, tarde o temprano, a la crítica la vida cotidiana en el mundo actual. Pero en seguida aparecen en el balance algunas paradojas. La primera consiste en que cuanto más se extiende la ciudad, más se degradan las relaciones sociales. La ciudad ha conocido un crecimiento extra- ordinario en la mayor parte de los países desarrollados desde el final del siglo XIX, suscitando muchas esperanzas. Pero en realidad, la vida en la ciudad no ha dado lugar a relaciones sociales enteramente nuevas. Ocurre como si la extensión de las antiguas ciudades y la constitución de nue- vas sirviese de abrigo y de refugio a las relaciones de dependencia, de domina- ción, de exclusión y de explotación. En definitiva, el marco de la cotidianeidad se ha modificado muy poco, los contenidos no han sido transformados. Y se podría llegar a decir que la situación de los habitantes de la ciudad se ha agra- vado, por un lado, con la extensión de las formas urbanas, por otro, con el esta- llido de las formas tradicionales de trabajo productivo. Una cosa va con la otra. La aparición de nuevas tecnologías conduce a otra organización de la produc- ción y a otra organización del espacio urbano, interactuando una sobre la otra y agravándose recíprocamente más de lo que se mejoran entre sí. 1. Crisis urbana y derecho a la ciudad Henri Lefebvre Metamorfosis planetarias

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Metamorfoses do espaço habitado

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  • VIENTO SUR Nmero 116/Mayo 2011 35

    Hace algunas dcadas se tena la impresin de que lo urbano como suma deprcticas productivas y de experiencias histricas sera portador de nuevosvalores y de una civilizacin distinta. Estas esperanzas se difuminan al mismotiempo que las ltimas ilusiones de la modernidad. Ya no podra escribirse hoy,con lirismo y con esa especie de xtasis modernista tan del gusto de Apollinaire:

    Noches de Pars ebrias de ginebraLlameantes de electricidad

    Los tranvas con fuegos verdesCantan su locura de mquinas

    A lo largo de los rieles(Apollinaire, Va Lctea)

    La crtica de la ciudad moderna remite, tarde o temprano, a la crtica la vidacotidiana en el mundo actual. Pero en seguida aparecen en el balance algunasparadojas. La primera consiste en que cuanto ms se extiende la ciudad, ms sedegradan las relaciones sociales. La ciudad ha conocido un crecimiento extra-ordinario en la mayor parte de los pases desarrollados desde el final del sigloXIX, suscitando muchas esperanzas. Pero en realidad, la vida en la ciudad noha dado lugar a relaciones sociales enteramente nuevas.

    Ocurre como si la extensin de las antiguas ciudades y la constitucin de nue-vas sirviese de abrigo y de refugio a las relaciones de dependencia, de domina-cin, de exclusin y de explotacin. En definitiva, el marco de la cotidianeidadse ha modificado muy poco, los contenidos no han sido transformados. Y sepodra llegar a decir que la situacin de los habitantes de la ciudad se ha agra-vado, por un lado, con la extensin de las formas urbanas, por otro, con el esta-llido de las formas tradicionales de trabajo productivo. Una cosa va con la otra.La aparicin de nuevas tecnologas conduce a otra organizacin de la produc-cin y a otra organizacin del espacio urbano, interactuando una sobre la otray agravndose recprocamente ms de lo que se mejoran entre s.

    1. Crisis urbana y derecho a la ciudad

    Henri LefebvreMetamorfosis planetarias

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    Hubo una poca en que el centro de las ciudades era activo y productivo, ypor tanto popular. La ciudad exista sobre todo por su centro. La dislocacin deesta forma urbana comenz a finales del siglo XIX, abocando a la deportacinde todo lo que la poblacin tena de activo y de productivo hacia barrios cadavez ms lejanos. Podemos echar la culpa a la clase dominante; aunque habraque decir que sta slo ha utilizado con habilidad una tendencia de lo urbano yuna exigencia de las relaciones de produccin. Era posible mantener fbricase industrias contaminantes en el interior de las ciudades?

    No obstante, la ganancia poltica para los dominadores es clara: el aburguesa-miento de los centros urbanos, la sustitucin de aquella centralidad productivapor un centro de decisin y de servicios. El centro urbano se convierte no sloen lugar de consumo, sino tambin en valor de consumo.

    Exportados, o ms bien deportados, hacia los barrios, los productores retornancomo turistas hacia el centro del que han sido desposedos, expropiados. Sepuede ver hoy da cmo las poblaciones perifricas se apoderan de los centrosurbanos como lugares de ocio, de tiempo vaco y desocupado. El fenmenourbano se ha modificado profundamente. El centro histrico ha desaparecidocomo tal. Slo quedan, por una parte, centros de decisin y de poder, y por otra,espacios fcticos y artificiales. Es verdad que la ciudad persiste, pero en unaspecto museificado y espectacular. Lo urbano, concebido y vivido como prc-tica social, est en va de deterioro, y tal vez de desaparicin.

    Se produce una dialctica especfica de las relaciones sociales, y sta es lasegunda paradoja: centros y periferia se suponen y se oponen. Este fenmeno,que tiene races lejanas y precedentes histricos clebres, se acenta en nues-tros das hasta el punto de extenderse al planeta entero, por ejemplo en las rela-ciones Norte-Sur. De ah surge una cuestin crucial que desborda lo urbano.Se trata de formas nuevas que surgen en todo el mundo y que se imponen a laciudad? O se trata, por el contrario, de un modelo urbano que se extiende pocoa poco a escala mundial? Segn una tercera hiptesis, asistimos a mutaciones,a lo largo de un perodo transitorio, durante el cual lo urbano y lo mundial seremodelan uno al otro y se perturban entre s.

    Continuemos con el balance crtico. A finales del siglo XIX, el conocimientocientfico comenz a ocuparse de la ciudad. La sociologa urbana, como disci-plina cientfica, se inaugur en Alemania, con Max Weber entre otros. Pero estaciencia de la ciudad no ha cumplido sus promesas. Ha suscitado lo que hoy sellama el urbanismo, que se resume en consignas muy imperiosas para la crea-cin arquitectnica y en informaciones muy vagas para las autoridades y losgestores. A pesar de algunos meritorios esfuerzos, el urbanismo no ha alcanza-

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    do el estatuto de un pensamiento sobre la ciudad. Y poco a poco se ha encogi-do, hasta convertirse en una especie de catecismo para tecncratas.

    Cmo y por qu tantas investigaciones y perspectivas no han llevado a la rea-lizacin de una ciudad viva y habitable? Es fcil echar la culpa al capitalismo yal criterio de rentabilidad y de control social. Esta respuesta parece tanto msinsuficiente por el hecho de que el mundo socialista conoce las mismas dificul-tades y los mismos fracasos en la materia. Por tanto, no habra que interrogary cuestionar el modo de pensamiento occidental? Despus de tantos siglos,nuestro pensamiento sigue dependiendo de sus orgenes terrenos. No se hahecho completamente ciudadano y slo ha sabido producir una concepcinestrechamente instrumentalista de lo urbano. Esta concepcin domina desde losgriegos y en ellos se basa su pensamiento. Para aquellos, la ciudad era un ins-trumento de organizacin poltica y militar. En la Edad Media se convirti en unmarco religioso para acceder ms tarde, con la llegada de la burguesa industrial,al rango de instrumento de reproduccin de la fuerza de trabajo. Hasta ahora,slo los poetas han comprendido la ciudad como morada del Hombre. As puedeexplicarse un hecho asombroso: slo de forma lenta y tarda ha tomado concien-cia el mundo socialista de la inmensidad de las cuestiones urbanas y de su carc-ter determinante para construir una sociedad nueva. Esta es otra paradoja.

    Sin embargo, graves amenazas se ciernen sobre la ciudad en general y sobre cadaciudad en particular. Estas amenazas se agravan da a da. Las ciudades caen bajola doble dependencia de la tecnocracia y de la burocracia, de las instituciones enuna palabra. Pero lo institucional es el enemigo de la vida urbana, cuyo devenirparaliza. Las ciudades nuevas exhiben de forma demasiado visible las marcas dela tecnocracia, marcas indelebles que muestran la impotencia de todos los intentosde animacin, ya sea por la innovacin arquitectnica, por la informacin, por laanimacin cultural o la vida asociativa. Los ayuntamientos, como todo el mundopuede constatar, se organizan segn el modelo estatal; reproducen en pequeo loshbitos de gestin y de dominacin de la alta burocracia del Estado. Los habitan-tes de las ciudades ven menguar sus derechos tericos de ciudadanos y la posibi-lidad de ejercerlos plenamente. Se habla mucho de decisiones y de poderes dedecisin, pero de hecho estos poderes siguen en manos de las autoridades.

    Otra amenaza: la planetarizacin de lo urbano. Durante el tercer milenio seextender al espacio entero, si nada viene a controlar este movimiento. Estaextensin mundial representa un gran riesgo de homogeneizacin del espacio yde desaparicin de las diversidades. Ahora bien, la homogeneizacin va acom-paada de una fragmentacin. El espacio se divide en parcelas que se comprany se venden. Su precio depende de una jerarqua. De esta forma el espaciosocial, homogeneizndose, se fragmenta en espacios de trabajo, de ocio, de pro-

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    duccin material, de servicios diversos. En el curso de esta diferenciacin,surge otra paradoja: las clases sociales se jerarquizan inscribindose en el espa-cio, lo cual ocurre en forma creciente y no de forma languideciente, como tan-tas veces se pretende. Pronto no quedar sobre la superficie de la Tierra ms queislas de produccin agrcola y desiertos de cemento. De ah la importancia delas cuestiones ecolgicas: es exacto afirmar que el marco de vida y la calidaddel entorno alcanzan el rango de las urgencias y de la problemtica poltica.Una vez que se acepta este anlisis, las perspectivas y la accin se modifican enprofundidad. Hay que restituir el lugar eminente de formas bien conocidas aun-que un poco olvidadas, como la vida asociativa o la autogestin, que adoptanotro contenido aplicadas a lo urbano. La cuestin es saber si el movimientosocial y poltico puede formularse y rearticularse sobre problemas puntuales yconcretos que afectan a todas las dimensiones de la vida cotidiana.

    A primera vista, la cotidianeidad parece muy simple. Viene muy marcada porlo repetitivo. Pero el anlisis descubre pronto la complejidad y las mltiplesdimensiones: fisiolgicas, biolgicas, fsicas, morales, sociales, estticas,sexuales, etc. Ninguna de estas dimensiones est fijada de una vez por todas, ycada una de ellas puede ser objeto de mltiples reivindicaciones, porque la vidacotidiana constituye el lugar ms atravesado por las contradicciones de la prc-tica social. Estas contradicciones se van descubriendo poco a poco. Por ejem-plo, entre el juego y la seriedad, y tambin entre el uso y el intercambio, lo mer-cantil y lo gratuito, lo local y lo mundial, etc. En la ciudad, en particular, eljuego y la seriedad se oponen y se mezclan; habitar, salir a la calle, comunicary hablar, es a la vez serio y ldico.

    El ciudadano y el habitante de la ciudad han sido disociados. Ser ciudadanoequivala a residir largo tiempo en un territorio. Pero en la ciudad moderna, elhabitante est en movimiento perpetuo; circula, se establece, pronto se cambiade lugar o quiere hacerlo. Adems, en la gran ciudad moderna, las relacionessociales tienden a hacerse internacionales. No slo por los fenmenos migrato-rios sino tambin y sobre todo por la multiplicidad de medios tcnicos decomunicacin, por no hablar de la mundializacin del saber. A partir de estosdatos, no habra que reformular los marcos de la ciudadana? El habitante dela ciudad y el ciudadano deben reencontrarse, sin por ello confundirse.

    El derecho a la ciudad implica nada menos que una concepcin revolucionariade la ciudadana.

    Traduccin: VIENTO SUR

    Henri Lefevbre fue Gegrafo, filsofo y socilogo (1900-1991). Autor, entre otros,de Derecho a la ciudad (1968), La produccin del espacio (1974) y Crtica de la vidacotidiana (tres tomos, 1947, 1962, 1981).

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