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Consejo Nacional para la Cultura y las Artes

Gobierno del Estado de ColimaSecretaría de Cultura

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Consejo Nacional para la Cultura y las Artes

Rafael Tovar y de TeresaPresidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes

Saúl Juárez VegaSecretario Cultural y Artístico

Antonio CrestaniDirector General de Vinculación Cultural

María Eugenia Araizaga CalocaDirectora General de Administración

Gobierno del Estado de Colima

Mario Anguiano MorenoGobernador Constitucional del Estado de Colima

Rogelio Rueda SánchezSecretario General de Gobierno

Rubén Pérez AnguianoSecretario de Cultura

Josué Esaú Hernández VargasCoordinador Estatal de Fomento a la Lectura

D. R. © 2014Gobierno del Estado de Colima / Secretaría de CulturaCalz. Galván Norte esquina Ejército Nacional s/nTel. (312) 31 3 06 08 / C.P. 28000 / Colima, Col.

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El Mes Colimense de la Lectura y el Libro nació del sueño de distribuir libros gratuitos, casa por casa, para su

disfrute social. En este sueño nos acompañaron, desde un inicio, instituciones tan prestigiadas y vitales como el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y el Fondo de Cultura Económica, a las que confirmamos nuestro agradecimiento.

Para 2014 nos propusimos un doble reto: cumplir la meta de distribución de libros en todos los municipios del estado y difundir textos fundamentales de la literatura colimense.

La publicación y socialización masiva de este libro no sólo constituye un esfuerzo de difusión literaria, sino la materialización de nuestros esfuerzos cotidianos para alcanzar la igualdad de oportunidades en el acceso a la cultura.

Este año, que el Estado de Colima fue designado como Capital Americana de la Cultura por el Bureau Internacional de Capitales Culturales, aspiramos a que los colimenses encuentren en la lectura el principal motivo para sentir orgullo de su identidad.

Mario Anguiano MorenoGobernador de Colima

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Este tomo tres de la obra, “Del volcán a la mar”, reúne, al igual que el primero, textos que se han convertido

en referentes literarios locales. Sus temas comprenden elementos culturales, históricos, naturales, arquitectónicos y sociales de la vida cotidiana en Colima.

El nombre surge, precisamente, de esa intención de recopilar y difundir la literatura que nace inspirada en las peculiaridades de Colima, desde el paisaje de los volcanes hasta nuestras costas.

“Del volcán a la mar III” es también un ejercicio de memoria en torno a un esfuerzo realizado por diversas instituciones colimenses hace algunos años.

Recordemos que distribuir de forma gratuita miles de libros dedicados al placer de la lectura y entregarlos casa por casa y mano a mano es un esfuerzo único en nuestro país y quizás en el mundo.

Rubén Pérez AnguianoSecretario de Cultura de Colima

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Romance de mi tierraRicardo Guzmán Nava

I

¡Feria de la tierra mía,mujer costeña y preciosa,tierra suave y rumorosa,tierra imponente y bravía!

En tus ojasos, cabríael verdor de tus maizales,o el azul de los cristalesque rompes en la bahía.

Cual tus labios de alfajorla faja con que me ciño, me envuelve en rojo cariñopor el fuego del amor,que se quema en el caloral roce de tu corpiño.

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II

Abrazaré tu cinturaangosta, sobre el corcel, para beberme la mielde esta fruta ya maduray si la suerte duraa este amor aventurero,le juro a Dios que primeronos vamos a ver al cura.Envuelta en tu rebozo colimote y domingueroesos ojos de lucerome verán con alborozo,robarte un beso sabrosobajo el ala del sombrero.

III

Prendido el sol en tu pecho, riega el oro en las mazorcas,para llenar las alforjasmientras descansa el barbecho.Tus volcanes en acechose miran en tu silueta,por presumida y coquetay orgullosa que te has hecho.¡Feria de la tierra mía!,antañona y vocinglera,si mi espíritu pudiera,con ganas te robaríael sabor de tu alegría,tus auras de primavera.

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IV

Alégrame el corazóncon la sangre de tu boca,por si en esta vez me tocahacerme ya la ilusión.Si te mueve a compasióneste dolor que me aloca,dame el amor que provocala fiebre de mi pasión.Tu amor esquivo se fugay así mi sed no se apaga;dame en jícara doradatus frescos labios de uvaque ponen miel a la tubacon tus besos de cocada.

V

En tu feria pueblerina,vuelca la tierra sus dones; hay fragancia de peronesy un santo olor de cocina.Con tiras de papel de chinala vendimia se alborotay luce más colimotala exquisita golosina.El añil de tu marinaplaya que besa la espuma,con los rayos de la lunase engalana en seda fina,mientras jocunda te empinala rueda de la fortuna.

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VI

Para quererte sin prisajamás me podré mudar,porque me fui a resbalaren tu bruja Piedra Lisa.Tu ardiente carne mestizaque se ondula al caminartiene el vaivén de un palmary el alma pura y castiza.Cuyutlán puso en tus ojosla esmeralda de su mar; Suchitlán supo bordaren tus enaguas los rojoscolores pa’ tus antojoscon fulgor crepuscular.

VII

Con azúcar de sus cañaste hizo dulce Queseríaesa voz que a su alegríalas penas le son extrañas.Nunca la tristeza engañascon falsa melancolía,que de noche pintaríael arco de tus pestañas.Manzanillo hizo derrochecon azul de tus ojeras, y en estampas mineraslas perlas de sus quimeraste lo devuelve en un broche,para que luzcas de noche.

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VIII

Todita hueles a mango,dulce guayaba de china,que en esta feria divinatus sabores voy probando.Emociones va dejandotu garbo cuando caminasy en un poema se afinami lira que está sonando.En la prisa del guapango,luzco una hembra ladina,cayéndose de catrinamientras zapatea el fandangocon la música tocando“Camino Real de Colima”.

IX

En una fiesta sencilla,mi amor se quedó amarradopues lo dejaste embrujadocon sopitos de la Villa.En mi potranca tordilla,traigo un cariño robado,que en los toros he lazadocon piales de lechuguilla.Hay jolgorio en el tabladola chirimía sufre y chilla; cuando un ranchero de sillava en el toro encaramado,pide tocar “La Vaquilla”y “El Novillo Despuntado”.

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X

Aumenta la griteríacon las voces del gritón,que va diciendo el pregónde la ingenua lotería.Es tu feria algarabíafiesta de corrido y son,que en tumbos de guitarrónsuena de noche y de día.puso el alma en estribillola musa de Tecomán,para cantar con afán, en su lenguaje sencillo,el Marichi del Chiquillo,“Las olas de Cuyutlán”.

XI

La boruca ya se ha ido,se fue con su paso lento,suave se desliza el vientoque ni el silencio hace ruido.Solo quedándose prendidomi amor costeño y violento;acurrucado y friolento,en tus brazos se ha dormido.De violines un lamento suelta sus notas de plata;en la calle hay serenatay llora con sufrimientoen la reja de una ingratael dulce vals “Sentimiento”.

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¡Feria de amor y alegría!de mi tierra esplendorosa,hembra costeña y graciosa,¡te quiero porque eres mía!

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Desde 2007 a la fecha se intensificó en Colima el fomento a la lectura y la distribución gratuita de libros. Las actividades comprenden desde la capital del estado hasta las más pequeñas comunidades y se realizan en espacios formales e informales, incluyendo calles y jardines.

Las actividades permanentes comprenden programas como el llamado “Letras y trazos en la pared”, que consiste en la colocación de breves textos literarios en muros de calles y avenidas de los diez municipios, acompañados de ejercicios de interpretación pictórica de jóvenes artistas colimenses. Los murales son de naturaleza efímera, pero permanecen desafiando posibilidades. A la fecha superamos los quinientos.

También se logró el impulso a una infraestructura especial dedicada al fomento lector, con un diseño originado en Colima. Se trata de los llamados Centros de Cultura Escrita, de los cuales ya existen cuatro en la entidad.

Durante el Mes Colimense de la Lectura y el Libro, un programa diseñado en Colima y celebrado cada año, se reparten miles de libros mano a mano y en los hogares de miles de familias de todo el estado, en un esfuerzo único en el país y quizás en el mundo.

COLIMA

elLIBROY SUlectura EN

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En abril de 2013, por ejemplo, se entregaron 106,887 libros en igual número de hogares colimenses y 11,647 en brigadas especiales de reparto, de lo cual existe una constancia notariada, pero además una forma de contraloría social, pues en cada hogar visitado donde se entregó un libro también se pegó una calcomanía donde pudo leerse: “Aquí recibimos un libro”.

Durante el Mes Colimense de la Lectura y el Libro también se pegan calcomanías vehiculares con frases literarias y de fomento a la lectura, que permiten difundir letras dotadas de contenido diverso por las vialidades de la entidad.

COLIMAes la única entidad del país donde se

En Colima se

y se colocan calcomanías vehiculares con un

y de difusión cultural.contenido literario

pintan murales

miles de libros gratuitoscasa por casa.

Cada año se entregan

celebra un mes al año dedicado a la lectura y el libro.

En 2014, esta celebración se realizó en noviembre, para lograr un mayor alcance de los programas debido al periodo vacacional de la semana santa en abril.

El libro que tienes en tu mano forma parte de estos esfuerzos y su publicación se realizó como parte de la celebración de “Colima, Capital Americana de la Cultura 2014”.

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De la región y el ser colimenseMiguel Galindo

Si por una parte hay suma facilidad para satisfacer las necesidades de la vida, por la prodigalidad de la Naturaleza,

en cambio el calor constante y elevado, la humedad que dificulta la transpiración, la atmósfera haciendo presión de catorce toneladas sobre el individuo, dan por resultado una cierta lasitud corporal, una pereza material e indolencia intelectual para toda empresa que signifique grandes esfuerzos, y hay propensión a la vida muelle y tranquila. Sin embargo, las altas temperaturas irritan la sangre y producen no escasa inclinación a los actos de violencia; pero, en cambio, la fecundidad de la Naturaleza ha originado una elevada honradez en lo relativo a la propiedad, un respeto absoluto a lo ajeno. En la historia de las poblaciones colimenses se han hecho notables los robos y raterías, sólo cuando los trastornos políticos generales han llevado hacia ellos habitantes de otras regiones. Los nativos de Colima tienen, por decirlo así, el instinto invencible de respeto a la propiedad ajena. Por eso su carácter es franco y servicial; las comunicaciones familiares abarcan barrios enteros y ellas traen aparejada indiscreción, y que en la presentación de servicios gratuitos y espontáneos son imprescindibles las confidencias íntimas, y la franqueza del carácter colimense ha sido siempre una de las mayores atracciones para los extraños.

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La Mesopotamia de Américao casi la cuna de la humanidad

Miguel Galindo

Lo atractivo del paisaje colimense que detuvo en su marcha a los conquistadores que fundaron la capital,

la fecundidad de sus tierras, la abundancia de sus huertas, la variedad de sus flores, hicieron que muchas familias españolas fueran a radicarse en esa especie de paraíso que, de no estar en América, debió estar en el Asia, en el fondo de la Mesopotamia, cabe las floridas márgenes del Tigris o del Éufrates, y ser, en fin, el que soñó la humanidad. Por eso Colima bien pronto creció, y sólo la lejanía de la capital, y particularmente del puerto de Veracruz, entrada principal de la inmigración europea, hicieron que mantuviera en una modesta medianía de población, capaz de darles las ventajas de la concurrencia, sin quitarle las que proporcionaba la naturaleza exuberante y agreste.

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Un día saldremos todosFrancisco Díaz Corona

(Vendrá un Moisés entonces y extenderá su vara Y se abrirán los mares y los veréis pasar…)

Las gentes de mi pueblo no conocen el martienen mirada triste porque nacieron lejos,enjutas las facciones por vivir entre cerros.Sólo han visto los montes y el arroyo… pasar.

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Nunca han visto un espacio infinito delante.Nunca han visto una playa, nunca han visto un palmar.A veces peregrinos que van hacia el levantenos cantan en el pueblo los cantares del mar.

Las gentes de mi pueblo sólo han visto montañasy horizontes estrechos y caminos cerrados;las gentes de mi pueblo se mueren esperando,se mueren dando vueltas muy lejos de la playa.

Un día saldremos todos por sobre las montañasy haremos el camino al ponernos a andary parirán los momentos veredas y esperanza…(el pueblo está soñando, no tarda en despertar).

Un día saldremos todos en la misma mañanay pondremos el pueblo a la orilla del mar…

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El GentilGregorio Torres Quintero

Revolviendo un día mis papeles viejos, me encontré un pálido manuscrito, de letra izquierdilla, que trata de un

tema legendario de la costa.

Aquel viejo manuscrito, decía:

La puesta del sol había sido regia. El globo de fuego, de fúlgido cobre, había descendido entre doradas nubes hasta la superficie del océano, y allí simulaba una barca metálica navegando en el confín del horizonte. El disco se destacaba sobre un fondo azul de reflejos violetas, que era el cielo de la tarde, lleno de luces en aquella poética del crepúsculo. El mar mostraba una faja dorada, de orillas imprecisas y de rápidas facetas juguetonas, que venía desde el astro hasta nuestros ojos, pasando por encima de las gigantes olas de la playa, férvidas y arrolladoras: era el reflejo fulgurante del astro en la superficie de la llanura líquida.

Entre el variado y rico celaje, de todos colores, algunos rayos solares pasaban más allá de las nubes, por encima o debajo de ellas, rectos, como líneas geométricas, contrastando con las formas curvas de las mismas, hasta perderse bajo otros cúmulos o extinguirse insensiblemente en el pálido azul

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matizado de vívidos colores: era un esplendente abanico, de fúlgidas varillas, abriéndose y cerrándose, tomando como punto giratorio el sol.

El astro se iba hundiendo bajo las aguas. Y no era el astro, sino su imagen, pues los sabios dicen que el sol continúa visible después de haberse hundido en el horizonte por razón de la refracción luminosa.

Por fin, el astro desapareció. Pero la luz continuó en el cielo y en las nubes; y la faja dorada de orillas imprecisas que flotaba en el mar, se extinguió dulcemente.

¡Que bello crepúsculo! –exclamé arrobado.

Aquella tarde caminaba a caballo por la orilla del mar, no por el arenal de la playa, que sería intolerable para mi cabalgadura, sino pisando el morir de las olas, donde enjuta, recién mojada, la arena ofrecía mayor resistencia.

No iba solo. Tras de mí caminaba, también a caballo, un mozo de rancho, de poca o ninguna instrucción. Ibamos a la boca de Pascuales, donde desagua el río de la Armería, en la costa colimota, y de allí, pasaríamos a ciertos negocios a las salinas del Real y de Guazango.

El bello crepúsculo desapareció al fin. Las estrellas tachonaron los cielos con sus vívidos diamantes. El mar se obscureció. Apenas distinguíamos la ola verde, envuelta en gasas blancas al estallar. Mas las otras, después de correr mansamente, venían a extinguirse a nuestros pies con ligero rumor. Pero el tumbo de las olas semejante a cañonazos, y el ruido del eterno oleaje, de intensidad y tonos diversos, era la música

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que halagaba nuestros oídos. Las pisadas de nuestros caballos se ahogaban en medio de aquel bullicio de aguas agitadas.

Yo iba absorto en mis pensamientos. Pero hubo un momento en que, a pesar de todo, pude oír claramente a mi espalda esta voz:

—¡El Gentil!

Quise saber quién hablaba.

—¿Hablas tú, José Antonio?

—Sí, siñor.

—¿Qué has dicho?

—He dicho el Gentil.

—¿Qué es eso?

—El Gentil, siñor.

Detuve mi caballo y repetí mi pregunta:

—¿Qué es eso del Gentil?

—El Gentil, siñor.

Emparejé mi caballo al del mozo.

—Te he pedido una explicación y no me has dicho nada.Háblame claro.

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—Yo creiba que usté sabía del Gentil. Como toda la gente está al tanto. . .

—Nada sé, José Antonio. Dime de qué se trata.

—¡Ah, siñor! Es una aparición. . .

—¿Un fantasma?

—No sé que será eso. Pero por aquí aparece.

—¿Es un ladrón?

—Ladrón. . . Pué ser.

—A ver: Explícate.

José Antonio se rascó la cabeza e hizo un gran esfuerzo para decir:

—Durante las noches, por estos lugares, sale un hombre del mar.

—¿Un hombre de carne y hueso?

—Lo inoro. Pero pué que sí. Es un gigante. —Dime todo lo que sepas, José Antonio.

—Dicen que es un gigante. Tiene dos tamaños de nosotros. Tiene mucho cabello, y es largo, hasta la cintura. Su barba es tupida y le tapa el pecho. Sale encuerado. Yo no sé si tiene pies de cristiano; pero según los díceres son de chivo.

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—¿Es blanco o negro?

—Es blanco como la espuma del mar, y su pelo y barba son dorados como el sol.

—¡Vaya! Pues es bonito el Gentil. Pero vamos: ¿Por qué le llaman el Gentil?

—Pues ansina le dicen desde los tiempos antiguos.

—Según eso, ¡es muy viejo el gentil!

—Él no: es siempre joven; y como usted dice, es bonito, tiene ojos azules. Pero hablan del Gentil las gentes viejas; y las que se murieron también hablaron, y otras más.

—¿Y a qué sale?

—¡Ah, siñor!

—¿A qué. . . ?

—¡A robar hombres! ¡Le gustan los hombres!

—¡No más eso nos faltaba! Ahora ya no me gusta el Gentil. Si le gustaran las mujeres, me parecería hermosísimo. ¿Recuerdas de las sirenas?

—Sí, siñor, a ellas les gustaban los hombres, y los llamaban al fondo del mar; y les tocaban músicas, y les cantan con guitarra las canciones más rechulas.

—Veo que estás enterado. Pero que al Gentil le gusten los hombres, eso no me cabe.

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—Tampoco a mí me cuadra. Por eso yo no quepo en mí cuando ando de noche por estas playas.

—¡Ah!, ¿Sale de noche?

—Nada más de noche sale. Ya se ha llevado a innumerables pescadores y a muchos caminantes. Dicen que brota de súbito, que ataca como fiera, y se lleva a los hombres abrazados, entre las olas, más allá, de la reventazón, quien sabe hasta onde. Pero dicen que por allá tiene un jardín encantado, una casa de corales y muebles de perlas finas.

—Es un rey.

—Un rey del mar inmensamente rico.

—¡Hombre! ¡Quisiera verlo!

—¡Dios no lo permita, siñor!

—Pero hombre: ¡no ves que vamos armados!

—¡No hable usté ansia! El Gentil es invulnerable.

—¿Invulnerable? ¿Cómo sabes esa palabra?

—Ansina dicen las gentes; y es para dicir que el Gentil es inmortal.

—¡Hombre, hombre! La cosa se pone fea.De manera que si nos saliera en la obscuridad. . .

—¡Nos llevaría en seguida sin la menor resistencia a su casa de corales!

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Ambos nos quedamos en silencio. Cada quien estaba preocupado, José Antonio hablaba con la fe del campesino, fe dura e inquebrantable. Ningún argumento hubiera hecho mella en sus creencias. Nada le habría hecho variar sus ideas.

Y, sin embargo, yo pensaba en el Gentil sin poderlo evitar. Venía a mi pensamiento como una mosca tenaz. Lo ahuyentaba, y él volvía en seguida.

¡El Gentil! La expresión era rara, y más aún en la boca de un campesino. Gentiles eran los no cristianos, es decir, los idólatras, los paganos. ¿Tendría aquello un origen religioso?

Pero “gentil” es adjetivo que equivale a brioso, galán, gracioso. El Gentil lo era: era un soberbio hombre, nacido en la imaginación de un artista. Era una gran creación. Era la juventud misma. Imagináoslo con su estatura mayor de tres metros. Su talla era de estatua, propia para descansar en un bello zócalo, en un jardín florido. Blanco como la espuma del mar, es decir, tan blanco como VENUS. Tenía cabellos dorados, abundantes y largos. Asimismo, barba dorada, hasta cubrirle el pecho. Era rubio como el sol. Y los demás pelos y vellos de su cuerpo, rubios también. Y era natural que sus ojos fueran azules, tan azules como un girón del cielo. Por esas fechas, era un extranjero: de otra raza. Y aquella estatua descansaba en pies de cabra, para indicar sus inmensos apetitos, su amor extra-humano. Y era fuerte como Hércules, invulnerable como Aquiles, tan rico como Creso. Más que un hada, era lujoso, con su casa submarina, de perlas y corales. Todo un misterio: más profundo que un arcano. Sus manos serían aspas, su voz sería un clamor, o un rayo o un trueno. Correría en la tierra como un gamo y nadaría en el mar como un pez. Aparecería y desaparecería como un relámpago. Una aparición...

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Mientras más pensaba en él, más multiplicaba sus cualidades o atributos. Y hasta bordaba en mi mente aquella misteriosa figura, haciéndola más bella o más brutal. Y mi paleta y mi pincel trabajaban...

Pensaba en el pobre pescador. Me lo imaginaba en aquellas desiertas playas, en la absoluta soledad de la noche; acostarse en la arena floja; dormir bajo la brisa del mar; despertar poco antes de la hora del lucero; incorporarse lleno de esperanzas para la buena pesca; rezar como un profeta en aquel gran templo, sobre la arena y el cielo arriba, que Dios está en todas partes; dejar en tierra su pobre ropa, sus huaraches y su sombrero de palma; y marchar, vestido con calzones cortos, llevando un costal fajado en la cintura para guardar los peces, y su atarraya al hombro, cargada de plomos; marchar, bajar a la mojada playa, a donde las olas mueren con plácido rumor...

Y era tan fuerte mi imaginación en aquel punto de mi visión interior, que veía mentalmente al pescador, bajo un reflejo de luna, en una noche tropical y luminosa, bajar a la playa hasta donde las olas mueren. Y repentinamente, veía al Gentil salir de las olas, con su estatura colosal y sus cabellos de oro, y arrojarse sobre el pescador. Quise gritar; mas mi grito se ahogó en mi pecho. Y en aquel instante, un clamor terrible, producido detrás de mí, me sacudió de pánico...

—¡ El Gentil!, aulló José Antonio, corriendo en su caballo.

Aquel grito hizo temblar mi cerebro.

Inconscientemente, lancé mi caballo a correr sobre la angosta playa en donde van las olas a morir, José Antonio iba adelante y yo detrás, huyendo de un obscuro misterio, de

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un misterio que venía de tiempos viejos, de un misterio que estaba vivo, de un misterio que nacía de la superstición, de la superstición que de repente brota de nuestra alma, en el mismo momento en que brota en el alma ajena, preocupada por las mismas ideas. ¿No habéis sentido ganas de cazar una zorra cuando repentinamente se os muestra en el camino y corre junto a vos, por la yerba? Lo que creías muerto en vuestro cerebro: el instinto de caza, resucita de improviso.

A la derecha resonaba el mar con sus tumbos sonoros y sus ondas pérfidas, y a la izquierda, la orilla del bosque, negra como un cuervo, nos enviaba el mugir espantoso de las fieras. Sin poder desviar nuestro camino, corríamos hacia adelante, en aquella calzada de dura arena, recién mojada por las olas. ¡Ay!, sintiendo el terror, el terror inmenso en nuestras espaldas. Sentíamos que sus enormes brazos rodeaban nuestra cintura, endebles como cañas; sentíamos que el vello de su barba de seda rozaba nuestros hombros, y aun sentíamos que íbamos en el aire, en sus brazos, caminando al mar, en medio de un encanto divino, al jardín misterioso y a la casa de los corales.

Y corrimos, corrimos, corrimos, hasta perdernos de vista en lo más hondo y profundo de aquella noche negra, tan negra como el propio misterio que nos ahuyentaba. . .

Corrimos...

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Frente al marBalbino Dávalos

¡Oh mar de mi adorable costa nativaque se abrasa en el fuego del sol poniente,al fin te miro, y hierve, con el candentehálito de la tarde, mi sangre altiva!

Las brisas salitrosas, en fugitivaparvada de recuerdos, queman mi frente,y al estruendo armonioso de tu corriente,el amor que te tuve crece y se aviva.

¡Cuando niño, en tus aguas el cuerpo hundía;tus espumas de plata me fascinaban,y el golpe de tus olas me estremecían!

Hoy que al mar de la vida torno sereno,desdeñando peligros que no se acaban,¡cuán dócil me pareces, cuán manso y bueno!

Cuyutlán, Colima, 28 de noviembre de 1902

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festivalesY MESES DEDICADOS A UNA

EXPRESIóNartística

Muchos de los esfuerzos culturales en Colima se agrupan en festivales artísticos que permiten una mejor difusión y un mayor impacto en la sociedad. Una breve relación de los festivales realizados por la Secretaría de Cultura puede ser elocuente: el “Guadalupe López León”, dedicado a las expresiones

artísticas de los municipios; el llamado “Son por la tradición”, que atiende las manifestaciones musicales tradicionales de pueblos y comunidades; el Encuentro Regional de Danza, donde se dan cita agrupaciones de danza de las entidades de la región Centro-Occidente de México; el de Becarios, de naturaleza interdisciplinaria, donde los beneficiarios de

los programas de becas y estímulos a la expresión artística presentan los productos de su creación; el “Alfonso Michel” que rinde homenaje al pintor colimense Alfonso Michel (1897-1957) y en el que se realizan actividades que comprenden todas las expresiones artísticas; el “Jesús Alcaraz”, en homenaje al creador del vals “Sentimiento”, originario de Coquimatlán; el de Coros, con una activa presencia en iglesias de la entidad y el llamado “Tiempo de Navidad”, que

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atiende a públicos especiales situados en albergues, centros de rehabilitación y asilos de la entidad.

La Secretaría de Cultura también apoya la organización de diversos festivales municipales, como el de la Fundación de Colima y el del Centro Histórico de Manzanillo e interviene con eventos artísticos y programas especiales en todas las ferias municipales, así como en la estatal, llamada Feria de Todos los Santos,

sin olvidar su participación en fiestas de barrio, comunitarias y parroquiales, así como diversos eventos especiales de agrupaciones cívicas y sociales.

Existen también muchos festivales más donde la Secretaría de Cultura une fuerzas con otras instancias locales y federales, como el de monólogos llamado “Teatro a una sola voz”; el “Colima de Danza”; el de documentales llamado “Zanate”; “Guitarromanía” y otros más.

Una innovación colimense es la creación de meses especialmente dedicados a una expresión artística, como es el caso del Mes Colimense de la Lectura y el Libro, en abril; el Mes Colimense del Teatro, en junio y el Mes de la Danza, en marzo. No existe un esfuerzo similar de prolongación del concepto de festival a un mes completo, totalmente vocacionado, en otras entidades del país.

Los festivales a lo largo del año son disfrutados de maneragratuita por miles de familias colimenses.

la lectura, el teatro y la danza son algunos ejemplos destacados.

COLIMA es la única entidad del paísdonde se crearon meses totalmente dedicados

a una forma de expresión artística:

Los festivales artísticos y culturales comprenden más de200 días al año.

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El campanarioFragmento

Basilio Vadillo

A mediados de junio, Martín Loreto fue dado de alta en el hospital. En su primera salida, recogió, en la jefatura

de la Gendarmería, sus papeles de licencia absoluta, como inutilizado en el servicio; y, en la Pagaduría, cueva obscura de la planta baja de Palacio, recibió como cinco pesos de alcances. El pagador, Cosme Tinoco, muchacho enfermo del pecho, le había puesto la mano que mostró sus dientes negros, y le había deslizado, entre las monedas, una peseta falsa. Después tornó a la Dirección del Hospital, donde le entregaron su pequeña maleta.

Bajando por la calle de la Maestranza, todavía sin luces, se entregó Loreto, plenamente, a la emoción de su libertad; y parecía que un gran viento, venido de lo profundo, lo sacudía, como a una pluma, en el infinito de los cielos. Se remiraba sus últimas ropas de gendarme; un pantalón de dril, color de barro seco; el chaquetín, despojado, en la manga, de las cintas de cabo; los zapatos recios, chapeados de blanco por calvas de rozaduras; y aquel sombrero liviano, de arriscada falda, reemplazando la alta cubeta de corcho, que Loreto extrañaba al andar no sintiendo el campaneo de la larga mota, caída por la frente como clavellina mustia de hilillo rojo. Rengueaba del lado derecho. Quién sabe qué cuerda de

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nervios rota habían olvidado las manos del cirujano y de los muchachos practicantes, dejándole aquel balanceo sobre la pierna, bien cicatrizada ya, pero torpe,

Con un redondel entumecido por fuera de la rodilla. Fue a dejar su envoltorio a casa de Antonio Alfonso, soldado compañero, que vivía por el barrio de San Juan de Dios, casado con María Laguna, a quien la gente del cuartel llamaba María, la Brava. Después se dedicó a vagar por la ciudad, que aquella noche, le parecía de belleza solemne, iluminada en sus jardines como para una fiesta que iba a empezar; entregados, los paseantes de la calle, a un reflexivo deleite al aspirar los aires nuevos, tibios, aromáticos, que subían del Agua Azul en vibrantes soplos de la temporada de lluvias, proclamada robustamente por truenos remotos de nubes invisibles. Excursionó tímidamente por los portales inundados de luces y de personas elegantes; fisgoneó en las alacenas, tentado a comprobar baratijas, decidiéndose, al fin, por un cinturón de cuero y media libra de dulces. Y, ya noche, se encaminó a la pollería de Magdalena, por Mexicalcingo, a donde solía ir a cenar, los días de paga, en sus tiempos de soldado.

Allá, mientras chirriaba la manteca en el comal engrasado, brillante como espejo, tuvo Loreto que referir el episodio de su herida, entre exclamaciones compasivas de la fondera; el descarrilamiento del tren de México; la muerte de dos soldados de la escolta; las curaciones dolorosas en el hospital; su licencia absoluta con una pierna baldada.

—Y ahora ¡volver al pueblo! …

Ese era su deseo, volver a su tierra; buscarse la vida por allá; trabajar, no sabía en qué precisamente. Y como llegaron

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clientes, la pollera se hizo más movediza, secando platillos con el blanco mandil; llenando de ruidos alegres la salita, partida en dos huecos por la mesa, de planchado mantel, como atornillado por dos botellones rojos. A poco, se despidió Loreto de la buena mujer; siempre confuso en las fórmulas de los adioses; amable en la sonrisa a destiempo; como deseando fugarse de la casa.

Entró en una tienda del barrio, seducido por una gasa rameada de luz que había de muestra en el escaparate; y; a poco, se dejó arrastrar por el dependiente hasta veinte reales más, de una chalina que imitaba seda.

Agarrado a su paquete, sonando a renco sobre los emperadores; Loreto se recogió a la casa de Alonso, donde hubo larga velada, enternecidos todos; platicando, entre tragos de café con aguardiente, de proyectos para el futuro, Antonio Alonso había sido el amigo predilecto del cuartel; era indígena, de a un lado de Sahuayo y se trataban de hermanos desde una vez que Martín veló al amigo, día y noche, en un cuartillo de la costa, donde había caído enfermo de fiebres.

Y, al día siguiente, con boleto de tercera, Loreto subió al tren del sur, rumbo a Zapotlán. Se acomodó junto a una ventanilla, al lado de dos industriales pobretones de Acatlán; charros; de enormes sombreros de palma; que conversaron, larga y sobriamente de los bajos precios que alcanzaba, en aquel año, la “panocha”.

En la rápida marcha; cuesta abajo por las cañadas que reverdecían, moteadas de rojo y manchadas de gris por los rancos que humeaban, Loreto volvió a ver los horizontes conocidos, como en la cinta desenrollada de un carrete milagroso, tras la lente de la vidriera, diáfana la mañana

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espléndida. Arboles que huían, ahogados en masas de retoño; retazos de cielo pintados a grandes goterones de nubes, montañas que se alejaban, volviéndose azules, o que se acercaban, haciéndose verdes, imposible de acomodarse el paisaje al foco de la mirada; a poco, los borrones de las polvaderas, venidas de abajo, del vale de rescoldos de las lagunas secas de Zacoalco y de Sayula.

Y la memoria de Martín, influenciada por los horizontes familiares, desarrolló también como una cinta, los recuerdos…

El camino de a pie, a uno y a otro lado de los rieles, a veces se perdía entre la musculatura de los cerros, como una arruga, y, de repente, reaparecía a lo lejos, en cortes anchos, salvando manchones de arbustos. Viejo camino de las diligencias, con burdos empedrados destruidos, amarillentos los sillares en las gargantas de los arroyos; dentadura floja, ociosa desde hacía quince años. Quedó, a un lado, la hacienda del Plan, caserío agazapado bajo el mezquital; luego, Zacoalco, pueblo secular de indios, padre de tribus, con su iglesia de cúpula negra, sobresaliendo como gigante de pesado vientre dedicado a un plácido devorar de su ración sangrienta de tejados.

En la estación de Techaluta, subió al tren una muchacha con una maleta muy blanca; alegre, muy escotada la blusa color de rosa; con un diente de oro, y que pronto halló con quién platicar, a gritos, informando a todos de que era una maestra ayudante que volvía al trabajo, a Sayula, después de unas vacaciones en la montaña.

Martín seguía explorando el camino. Se perdía entre la tronconera de mezquites; rayaba las laderas; se dejaba cortar por los arroyos negros, de pedregales mohosos de vejez; pero siempre vivos; culebreando entre tunales cuyas pencas

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planas parecían palmas de mano reclamando parada; bajo los “organos”, candelabros de velas verdes, de donde el fruto, ya podrido por las lluvias, caía como pavesas. Creyó Loreto reconocer un sitio en el fondo de una curva, al pie de unas rocas cobrizas, de desnudez imponente. Por ahí había pasado él, dos años antes, con una cuerda al cuello, entre cinco gendarmes, Patiño el sargento, lo había invitado a beber agua en el arroyo cercano, librándolo de las ligaduras. Y, después, en el cuartel de Guadalajara, había recordado entre bromas, el aire de terror con que Martín se echó de bruces, soslayando la tropilla, temiendo un tiro por la espalda. No había sido aquella la ocasión de un asesinato, ni el sargento Patiño tenía los instintos del teniente Carbajal. El nombre de su jefe ensombreció en Martín las reminiscencias de su vida de soldado. Durante dos años, lo había acompañado por todo Jalisco, dando guarniciones, vigilando los caminos, transportando reos de cárcel en cárcel, acudiendo a cada lugar donde las fiestas o las ferias acumulan turbas de devotos o gentes de trueno que van, de lugar en lugar, siguiendo un intinerario de jolgorios en el almanaque variado de los mitotes lugareños. Carbajal, con su patrulla, era, en todas partes, un signo de brusca limitación al desorden, un restaurador, a sablazos, de la paz, en cada alboroto; un hasta aquí a todo bullicio extremista; un preventivo contra los desmanes que ponían en peligro las instituciones enfermizas de los pueblos. Era un hombrote de ojos grises, poblado de barba; de duro mirar bajo el sombrero charro, con aires de mal humor, de hombre siempre desvelado. De la región de los Altos, de por San Miguel o Jalostotitlán descendiente de los españoles que poblaron el rumbo, sobre la antigua ruta comercial de México a Guadalajara; un retoño de aquel reguero de barbas rubias que se volvieron negras, de ojos azules que se volvieron pupilas grises o verdes, dejado por

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los agricultores asturianos o andaluces que se asentaron en aquellas llanuras, que criaron caballadas que aún subsisten de limpia sangre y que organizaron el comercio sobre el único camino al occidente. ¡Carbajal! ¡Qué de leyendas fatídicas rodeaban este nombre¡ Era de un valor temerario; gustaba de entrar solo, jinete en su caballo, sable en mano, a la atmósfera de vino de los fandangos plebeyos, a apaciguar, a cintarazos, las disputas, a patalear sobre las cabezas, disolviendo como terrones las masas de la canalla peleadora. Su temida justicia, pronta y breve, nunca dejó con mancha el prestigio de la autoridad, pero solían quedar muchos rastros de sangre en los claros que abrían su machete y las patas de su caballo. Se le atribuían asesinatos. Cuando en los caminos, bajo un árbol, en el descenso de un arroyo, iba creciendo un montón de piedras coronando por una cruz, los viajeros rezaban, quitado el sombrero, tiraban una piedra más y pronunciaban el nombre de Pedro Carbajal… en vía Ameca a Mascotas, en lo alto de la sierra, en el punto llamado Ojo de Agua, había una cruz de aquellas, bajo un robledal; entre Mazamitla y Tamazula, en una cuesta pedregosa había otro túmulo de piedras; y los soldados contaban la historia de un muchacho que, en el camino de Hostopipaquillo, atado a un árbol, lloró como un niño, antes de recibir una descarga, y cuyo cuerpo fue arrojado a la barranca. En despoblado, solía detener al caminante que iba solo; lo interrogaba, poniendo largos silencios entre las preguntas, mirándolo como para grabarse aquella cara; y, al sospechoso, le daba la mano, como para saludarlo, buscándole los callos del trabajo. Y nunca hubo un hombre que no temblara al ser saludado por Pedro Carbajal . . . Acudió a la memoria de Martín la muerte de Pablo Lazareno, por Sihuatlán, pero espantado de aquel episodio, en que él había sido protagonista, se empeñó en alejarse aquella pesadilla y se volvió a la contemplación del paisaje.

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Habían bajado el plan de Sayula. En la rinconada de Atoyac, había nubes negras prendidas a la cresta de las montañas. Había llovido ya en la región, porque la inmensa planada estaba teñida de un suave color de rosa, como rubor de la tierra, y en el barro, cargado de “tequesquite”, había manchas de vello, aquí y allá, del áspero zacate que se encapricha en vivir, chupando el jugo salobre de la vieja laguna. Todo el plan, rojizo, parecía una piel curtida, saltón el ombligo de su isleta, llena de matojos verdes.

Poco antes de llegar a la estación, por el rumbo de Atoyac, una comitiva de tres, hasta de cuatro carruajes, tirados por mulas, adornados de banderas agitadas vivamente.

¡Son los exámenes! ¡Vienen de los exámenes! –gritó la muchacha del diente de oro explicando a todos, y pegándose a la ventanilla para ver el grupo, que se impacientaba por llegar a la hora del tren.

Otro informó que en el pueblo había carrera de caballos y tapadas de gallos. Feria de no sabía qué santo. Y todos observaban la procesión de los coches, llenos de gente, con estándares como aletas tricolores. Los carromatos parecían atascados en el barro pegajoso, y la mula, bien azotada por cocheros en camisa, estiraba los pellejos, en esfuerzos inútiles. Uno de los carruajes salió adelante, trotó, zancón, enlodadas las patas, y entró en lo ancho del marco de mezquites de la estación.

La caseta estaba desierta. Un empleado, de gorra de palma salió, abotonándose el uniforme, seguido de otros hombres del pueblo que corrieron hacia los vagones de adelante.

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Y, ya en el último minuto, cuando la máquina aflojaba sus frenos para seguir la marcha, los del coche zancón desembocaron en el patio. Uno, de anteojos, que vestía cazadora, de botas lustradas, echó a correr, con una petaquilla de cuero, hacia los carros de primera; y los otros dos, con sus frazadas a rastras, y unas botellas, se metieron en el último, de rondón, muriéndose de risa.

—¿Carreras? –Se sorprendió uno de los recién llegados, de la pregunta–. ¡Nada de eso! ¡Es la manifestación a Madero! ¡Aquí, en el tren, viene Madero! ¡Mírenlos!. . . ¡Todo el Ayuntamiento!¡ El maestro de escuela con el discurso! ¡ Y pegados en el lodo!

Y tornó a reir, muy divertido con el bromazo del pantano.

La hilera de coches volvió a verse entre el ramaje. Pareció oírse un ¡viva! Alargado y bien afirmado por rudos empujones de los estandartes a lo alto, más, una tanda de latigazosa las mulas. Luego, la escena quedó cubierta por la cortina del mezquital.

Los dos sujetos se hicieron campo junto a Martín cerca de la muchacha del diente de oro, entre otras mujeres del pueblo cuidaban unas cestas. El más grande, cuello de toro, con barbas de ocho días, vestía de chaqueta de gamuza, sudada en los altos; sin chaleco, saltaba la barriga en un corte blanco, como de hueso de mamey; cachiruleando el pantalón de color plomo, las pernazas redondas como troncos de madera metida al torno. Sudoroso, no hallaba dónde colgar el sombrero de soyate, con barbiquejo de correa, de alas acampanadas, hecho para las tormentas. El compañero era bajito; flaco; momia pequeña, metida en un pantaloncito de pana amarilla, raspado en las sentaderas. Ambos llegaban medio borrachos, muy bajo nivel de las botellas de ponche de granada...

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Católicos domingos de mi tierraJuan Macedo López

Católicos domingos de mi tierra,el ánimo paisano vaga y yerrapor tus portales grises y pesadosy en tus crepúsculos anaranjados, das al viento saludos campaneroscon tus bronces aéreos y parleros, y en la burgués mañana dominguera,una turba aseada y rezanderaexpurga sus pecados semanarios,

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mientras que los silencios proletariosse congregan en plazas y jardinesa criticar catrinas y catrines.

Católicos domingos colimotestediosos como graves estrambotes,en tus tardes preñadas de bochorno,te llenas del sabor de fruta de horno,de demócratas festines de pozole,de bolitas de olor y de pinole.Y tus mujeres envueltas de maliciasregalan a los ojos sus primiciascarnales, sutiles y escarlata,cuando la banda toca en serenatados días a la semanapara asustar la calma provinciana.

Tus mujeres, católicos domingos ciudadanos,cómo huelen a plátanos manzanos,a ciruelas y a mangos tropicales,y sus labios amigos y cordiales,carnosos como uva,tienen más dulce que la misma tuba.

Católicos domingos provincialestan sonoros de voces monacales,en las misas de diez para palomos con asomos de un próximo esponsal,tienes un sol gritón y sin igualy eres fuerte, buen sol, y tan humano,que te imagino un gesto campechanocuando te vuelcas sobre la ciudady haces prodigios de luz en la heredad.

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Y pues te repites todas las semanasy en las tardes y en todas las mañanas,eres un mozo de calzón de manta,que enamora, que riñe y que se encantaen catar un buen tuxca en la cantinamientras el arpa llora y desafina,yo apuro un sorbo de mezcla de olla,desdoblo un zapateado con mi pollay silbo de un jalón y como el trote, ese himno colimoteque tiñe de bermejo al jaripeoy es un rústico adorno en el jaleo:el sabroso “Novillo despuntado”que la musa ranchera ha edificado.

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tesorosCULTURALES DE COLIMALa Petatera de Villa de Álvarez, los Chayacates de Ixtlahuacán, el municipio de Comala, las Salinas de Cuyutlán en Armería, el Teatro Hidalgo, el Ballet Folklórico de la Universidad de Colima y el Paisaje de los Volcanes de Colima fueron elegidos en una votación ciudadana como los 7 Tesoros del Patrimonio Cultural de Colima.Un total de 42 candidaturas aspiraron a convertirse en

Tesoro del Patrimonio Cultural de la entidad.

La campaña de elección de los 7 Tesoros de Colima fue promovida por el Gobierno del Estado de Colima y el Bureau Internacional de Capitales Culturales, de manera coincidente con la designación de la Entidad como Capital Americana de la Cultura 2014. El objetivo de la campaña, en la que fueron emitidos 23,476 votos, fue promover y divulgar el patrimonio cultural del Estado de Colima de una manera didáctica, pedagógica, lúdica y motivar la visita

a los lugares seleccionados y elegidos. El ejercicio de votación sirvió, igualmente, para promover la participación ciudadana en procesos culturales con el objetivo de difundir en la entidad los elementos que otorgan identidad social.

Contamos con más tesoros que esperan ser valorados y promovidos por las y los colimenses. Como ejemplos podemos mencionar: La Piedra Lisa de Colima; las bebidas tradicionales, el pan y en general la gastronomía colimense; fiestas como la deLa Candelaria

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(Tecomán), la de la Virgen de Guadalupe (Colima) y el Señor de la Expiración (en Coquimatlán y el Rancho de Villa en Colima); la cerámica prehispánica colimense (donde destacan los magníficos perros de barro); las ferias tradicionales como la De Todos los Santos; los mariachis tradicionales y sus conocidos sones regionales; el paisaje de las palmeras y su cultura; paisajes naturales como la cascada de El Salto, en Minatitlán; fiestas de profunda raíz prehispánica como la Danza de los Morenos y Los Paspaques de Suchitlán; el famoso Camino Real de Colima, que comunicó a la región con el país y que cuenta con un bello son dedicado a su nombre; las pastorelas tradicionales

que aparecen en diversas comunidades del estado; el trabajo de las bordadoras de Zacualpan; la Catedral Basílica Menor de Colima; los puentes históricos de Colima; las ruinas arqueológicas e incluso hoteles de interesante historia como Las Hadas, en Manzanillo.

En fin, lo importante de ser Capital Americana de la Cultura durante 2014 es que los colimenses volveremos a mirar lo que somos, sabiendo que poseemos mucho para ser valorados frente al resto del mundo.

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La Petatera

EN COLIMAcontamos con

tesoros culturales como:

una plaza donde la definiciónde bien cultural materiale inmaterial se combina.

Los Chayacatesuna fiesta producto del sincretismo del ritual de fertilidad indígena y el afán catequizador de los conquistadores hispánicos.Comala

un pueblo con profundas resonancias en la literatura universal.

El Teatro Hidalgoun teatro centenario colmado de actividades artísticas.

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Las Salinas de Cuyutlán

que combinan productividad

con métodos tradicionales.

El Ballet Folklóricode la Universidad de Colima

de calidad mundial.

Y un paisaje asociado a los

volcanesde Colima,con profunda influencia en el cuento, la poesía, la fotografía, la pinturay la escultura.

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Manzanillo, puerto de altura del Pacífico declarado como tal desde 1848. Manzanillo, con su amplia y

bien protegida bahía, semirrodeada de pequeñas serranías y con la laguna o estero de San Pedrito. Con su majestuosa bocana desde la que se contempla el mar abierto. Mar de aguas claras, límpidas, tan transparentes que a tres o más metros de profundidad se ven sus peces bulliciosos exhibir su colorido y las rocas del Cerro del Vigía.

Manzanillo –1896– con sus quinientos habitantes sin otros extranjeros que Stoll y Shulte y Mr. Steaden, americano ferrocarrilero.

Manzanillo, de casas de madera a excepción de las Ruiz y Sucesores, don Teodoro Padilla y del derruído Palacio Municipal, víctima de las furias del mar. Con su única calle de La Laguna, su playa descuidada y sucia, transitable desde la subida al cerro del Vigía hasta los andenes de la Estación del Ferrocarril. Casas y oficinas de aspecto vetusto construídas unas en las partes bajas, frente y cercanas al muelle y otras frente a la Laguna de Cuyutlán de aguas pestilentes, amarillosas, habitadas por caimanes y una clase de peces incomibles; casas esparcidas aquí y allá en las faldas del cerro, sin trepar muchas a sus alturas.

Manzanillo (1896-1945)Manuel Velázquez Andrade

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La vida y ocupaciones de sus habitantes transcurría en medio de la escasez de un trabajo constante y la monotonía del ardoroso clima, en la lucha diaria contra el paludismo, la malaria, la fiebre amarilla con casos esporádicos, las fiebres intestinales y las de origen amibáceo. A las 14 o 15 horas en ciertos meses del año, nubes de mosquitos producían sobre una zona construida sombras de amplias superficie que parecían ondular de un lado a otro, y en efecto, se movían aquellas masas de mosquitos proviniendo en su mayoría del estero de San Pedrito y de la Laguna de Cuyutlán. Sin embargo, ¡con cuánto cariño te recuerdo, Manzanillo! ¡Cómo gozo al ver surgir en mi imaginación la escuelita en donde inicié mis primeros pasos en la ruta del magisterio primario, escuelita en cuyo pequeño patio de los recreos crecía un árbol tamarindo y debajo de su ramaje se gozaba de un poco de frescura y de protección de los rayos de un sol siempre calcinante!

Manzanillo, a pesar de ser puerto de altura, en aquel entonces vivía en aislamiento por largos períodos, no solamente del extranjero sino de la ciudad de Colima misma. El ferrocarril de vía angosta, inaugurado el 16 de septiembre de 1889, tenía una guía de tres viajes por semana en tiempos favorables cuando las lluvias no deslavaban trechos de vía o el río de Armería no arrastraba con parte del puente de su mismo nombre o se llevaba veintenas de metros de rieles en algunos lugares. Ese simpático ferrocarril con su locomotora de leña, de caminar a 20 o 25 kilómetros por hora, que encendía su caldera a las cuatro de la mañana, partía de la Estación de Colima a las ocho y llegaba a Manzanillo entre las doce y trece horas para regresar del puerto a las catorce y estar de vuelta en su punto de partida a las dieciocho: más frecuentemente a las veinte o al otro día por la mañana.

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La población de Manzanillo carecía de agua potable; nos moríamos de sed hiperbólicamente dicho y paradójicamente considerado–, estábamos rodeados en agua: el mar, la Laguna de Cuyutlán, el estero o laguna de San Pedrito. Antes de llegar a la playita de la Punta de Campos había unos baños de agua que se filtraba de la Laguna de Cuyutlán, agua semidulce pero buena para que hirviese el jabón. Bañitos de enramada sin ninguna comodidad, pero al fin se podía limpiar uno el cuerpo. Mi baño favorito era en el mar. Todas las mañanas lo hacía solo, pues las olas llegaban hasta la que fuera cocina de la casa del Director de la escuela y por las tardes lo repetía en compañía de alguno de mis alumnos.

El único depósito de agua potable para beber era el “aljibe” de la Casa Ruiz y Sucs, enorme depósito que ocupaba todo un patio rodeado por las habitaciones y un corredor que se llenaba con el agua de las lluvias. Un botellón de litro y medio o dos –escapa a mi recuerdo el volumen– costaba “un real”, doce centavos. La gente pobre se preveía de agua dulce a la llegada del tren a la Estación. Con su cántaro o bote se apiñaba la demanda frente al depósito de agua de la máquina y el “pasa leña” regalaba la que sobraba del viaje, pues era agua dulce puesta de alguno de los tinacos proveedores instalados a lo largo de la vía. En Manzanillo era repuesta con agua inservible para usos domésticos.

La existencia de familias solamente se contaba entre los trabajadores del mar, el ferrocarril, y entre los pocos artesanos y pequeños comerciantes. La sociedad de Manzanillo la constituían dos clases: la de trabajo de carga y descarga de los buques y la de empleados: del ferrocarril, del Estado, de la Aduana, Correo y Telégrafo, la Inspección Sanitaria, la de las Casas consignatarias y de despacho aduanal, que se ocupaban de tramitar la entrada y salida de mercancías del extranjero y

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de los productos nacionales. La mayoría de los empleados de la Aduana, del Ferrocarril, de la Federación, del Comercio y del Estado, éramos solteros y para más, jóvenes.

Se reunía diariamente un grupo al salir de las oficinas a “tomar la copa” –el que esto escribe lo hacía por excepción–en las tiendas –cantinas de don José Sánchez– padre –pero nos despachaba a veces el hijo que llevó su mismo nombre y en la de don Teodoro Padilla. Nos uníamos para la celebración de festejos cívicos, bailes sociales, días de campo, días de santo y en la misa dominguera, a la que concurríamos como espectadores y no como creyentes. Las críticas y hablillas hirientes las hacíamos todos, unos a otros pero había dos personas, un señor y una señora, a quienes todos temíamos porque nada ni idea escapaba a su lengua venenosa: doña R. llevaba la primacía y la seguía un señor Tesorero Municipal de acendrado fervor religioso. Amores y amoríos, engaños matrimoniales, inventivas calumnias, eran la materia prima de esa chismografía que no deja trabajar en paz y amarga carácter por más franciscano que se tenga.

El ambiente social de Manzanillo, la convivencia espiritual en 1896, tenía sinsabores, suspicacias, antipatías disimuladas. Chocaban la actitud provinciana con la actitud desenvuelta de los que llegaban del “interior” o de los extraños de otros lugares de la costa del Pacífico, actitud más cosmopolita en las costumbres y criterio de apreciación de vicios o virtudes. Los maestros teníamos que ser el espejo de la buena conducta, de la ejemplaridad austera de un apostolado laico, no obstante que algunos jefes de familia de lo que menos podrían ser ejemplo era de espíritu cristiano y de ética social. En Manzanillo nada estaba oculto, era lo que en México decimos de los pueblos pequeños en materia de relaciones sociales: “una gran casa de vecindad”.

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A pesar de tal el ambiente social, de clima moral semejante, cuando en 1898 el Gobierno del Estado me cambió a la ciudad de Colima como un ascenso, experimenté desolación y honda pesadumbre al tener que abandonar Manzanillo. Allí sufrí y gocé. Tuve amigos y pugnadores. En medio de aquél aislamiento, de aquella lucha diaria contra las enfermedades, las satisfacciones placenteras eran mayores. Nunca faltaron los momentos de solaz, de esparcimiento. Los días de campo pasados en la playita de la Punta del Cerro de Cuyutlán, a la playa de Santiago yendo por mar o tierra, a Punta de Campos donde Mr. Steaden poseía un rancho con una gran plantación de piñatas; ascensos al cerro del Vigía a contemplar la inmensidad del Océano Pacífico o ver arribar un buque; excursiones de remo dentro y fuera de la bahía en botes facilitados por la Aduana o la “Casa de Vogel”; bailes periódicos con motivo de festejos cívicos; visitas a los buques, pescas nocturnas fuera de la bahía y otros entretenimientos que hacían la vida más llevadera.

Volví a Manzanillo después de 29 años de ausencia.

Su aspecto geográfico había cambiado un poco. Empezaba a estar a la altura de la civilización. Su población era ya numerosa. Sus actividades marítimas y comerciales eran múltiples. Muy pocas de las personas que conocí y cultivé amistad sobrevivían. Me sentí extraño, como si jamás hubiese estado allí. Me vi solo. Un tumulto de recuerdos asaltó a mi mente. ¿Dónde estaba el Manzanillo de mi juventud? ¿Qué se habían hecho mis discípulos? Solamente me encontré el local de la vieja y muy amada escuelita con su verde tamarindo en el patio de los recreos. ¿Y los efectos? ¿Los sinsabores? Emigraron como yo lo hice y no volverán como no volverá mi juventud. ¡Qué piadoso es el olvido!

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AmorCarlos G. Govea

¿Es misterio el amor? ¿Es fuego santoque enciende el alma y que jamás responde?¿Es lágrima vertida por el llantoque en el altar del corazón se esconde?

¿Amor es ilusión?, ¿es dicha ufanaque en la existencia juvenil estalla?¿es una flor que nace en la mañana y al declinar la tarde se desmaya?

¿Es el iris que brilla en lontananza cuando el furor de la tormenta azota?¿es signo de consuelo? ¿es esperanza y suave arpegio que en el éter flota?

¿Es santuario el amor? ¿es la cadenciaque tanto arrulla al corazón opreso?¿es la savia que nutre la existenciay une las almas con su ardiente beso?

Decidme, pues, lo que el amor encierracuando del estro arranca su concento;no comprendo lo que es y está en la tierray acá en el fondo de mi ser lo siento.

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la infraestructurabrinda un soporte real

EN COLIMA

a los variados intereses culturales y artísticos de la sociedad. No hemos concluido, pero estamos logrando nuevas obras

y consolidando las existentes.

Un ejemplo de la continuidad del trabajo lo ofrece el

Teatro Hidalgo,

de la actividad artística de la

que desde su remodelación se convirtió en un referente

indispensableentidad, con una nutrida agenda de eventos durante el año,

en su gran mayoría totalmente gratuitos.

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En los últimos años en Colima se fortaleció la infraestructura dedicada al desarrollo cultural y artístico, facilitando el acceso de la sociedad a la oferta que de manera gratuita ofrece la Secretaría de Cultura. Entre muchas otras obras se pueden mencionar las siguientes: la construcción de la Casa de la Cultura de Armería; la remodelación y

CULTURALinfraestructura

revitalización del Teatro Hidalgo; la remodelación del Teatro al Aire Libre “Jesús Hernández” de Casa de la Cultura de Colima; la construcción y equipamiento del Museo de Ciencia y Tecnología “Xoloitzcuintle”; la construcción del Estudio Interactivo de Radio y Televisión “Comunicarte”; la remodelación del Edificio de Talleres de Artes y Artesanías en Casa de la Cultura de Colima, que incluye un anexo para talleres especiales dedicados a personas con discapacidad; la

remodelación de la Sala Alberto Isaac; la construcción de la Librería Miguel de la Madrid del Fondo de Cultura Económica; la Galería y Sala Virtual en Casa de la Cultura de Colima; cuatro Centros de Cultura Escrita, dedicados al fomento a la lectura; la construcción del Teatro del Pueblo en Villa de Álvarez; la remodelación del edificio del Archivo Histórico del Gobierno del Estado; la construcción de los centros culturales Balbino Dávalos y Daniel Cosío Villegas, en la zona oriente de Colima; la construcción del Centro Cultural Salagua,

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en Manzanillo; la remodelación del centro cultural situado en Quesería, Cuauhtémoc; la creación de la Sala Museográfica del Petroglifo, en Cuauhtémoc; la adquisición de un equipamiento completo para el audio de eventos masivos y la adquisición, también, de una pantalla gigante para proyecciones de cine en exteriores, entre muchas otras acciones de fortalecimiento de la infraestructura cultural del estado.

Para 2014 están considerados nuevos centros de cultura escrita, la creación de un museo arqueológico en Manzanillo, la construcción de un foro de usos múltiples en Minatitlán, la remodelación del Teatro de Casa de la Cultura y la remodelación de salas museográficas diversas.

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Estábamos bajo el tinaco del agua. Un sol duro mordía nuestras espaldas. El acre olor del chapopote entraba,

con un golpe silencioso, a los pulmones. El llano de El Peregrino, con su sombra de cuadros que parecían agitarse en pequeñas olas y que bajaba de los eucaliptos, se extendía inclemente hacia el sur y los sabinos que daban un hálito de frescura en el camino al Alpuyeque, era una mancha de verdura que nos traía retazos de imágenes del paraíso de San Antonio. Ramón Muraña haciendo de su mano una visera, murmuró alegremente: ahí viene el tren de los cañones. Los veíamos, desde lejos, con sus bocas apuntadas hacia nosotros.Luego pasaron frente al grupo. Estaban pintados de gris y eran diez o doce. Soldados yaquis los custodiaban. Cuando el convoy se detuvo situándose la locomotora a la altura del primer jardinillo de la estación, quisimos subir a los carros para palpar los monstruos adormilados que parecían tener un aire pacífico y amistoso. Pero los yaquis, en su idioma cahita gritaron algo y su mirada detuvo nuestro ímpetu. Uno de ellos descendió de la plataforma y nos empujó fuera de la vía, mientras sus compañeros contemplaban la escena impasibles.

Cárdenas a caballoJuán Macedo López

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Impacientes, nos retiramos al interior del edificio de la terminal en donde la silenciosa multitud contemplaba la batería. En el parque Hidalgo, convertido en campamento, los yaquis descansaban o dormían ante los pabellones de los máuseres. Imponían por su elevada estatura, su rostro de piedra y su dialecto musical. Borrachos eran temibles y a veces no atendían a sus propios oficiales.

Volvíamos a conocer la guerra de cerca. En nuestra infancia, desfilaron ante nuestro aturdimiento las huestes destructoras de Pedro Zamora y el Indio Alonso y un día vimos, como trágico racimo, pendiente de la rama de una higuera sobre el camino a Coquimatlán, próximo a El Manchón, el cuerpo de Cipriano Corona, uno de tantos caudillos que la violencia de la guerra civil produjo, como fruto natural de la sangre vertida en Colima. Cuando la rebelión delahuertista llegó a nuestra ciudad, un inquieto profesor que prestaba sus servicios en Cuauhtémoc, bajó a la capital del Estado y reclutó un batallón o dos, tal vez, de voluntarios, especialmente de gente de puño y garra, el maestro mezclado tan directamente en las andanzas revolucionarias, huyó a los Estados Unidos y acabó sus días en Sinaloa, después de ocupar puestos públicos de alguna importancia.

Nuestras vivencias de aquellos días de zozobra en los viejos y de aventuras milagrosas en los niños, se centran en aquel joven general a quien auroleaban la derrota, la valentía y la generosidad: Lázaro Cárdenas, prisionero en las fuerzas delahuertistas tras la batalla de Verdiá, librada entre los rebeldes al mando del general Rafael Buelna, el Granito de Oro de la revolución en el noroeste y el ejército federal. Vencidas las tropas que comandaba Cárdenas y muerto su segundo, el autlanense y profesor Paulino Navarro, Buelna

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remitió a su prisionero –ambos llevaron siempre ejemplar amistad– a Guadalajara y luego a Colima.

El corazón del general Cárdenas y su idilio figuró, por esos días, en las hablillas de todo Colima. Ella era alta, de armoniosas curvas, melena oscura que contrastaba con el blanco mate del hermoso rostro en el que esplendía la luz arrebatadora de dos ojos oscuros. Dicen que la bella rechazó la petición de mano de Cárdenas y con ella el destino de primera dama de la República.

Todas las tardes, el michoacano paseaba a caballo y al pasar bajo los balcones del Hotel Carabanchel, el trote del cuadrúpedo era acortado por la rienda en manos del jinete. Luego, el general seguía imperturbable su lento paseo vesperal.

Venida a menos la familia de la bella muchacha, cuando Cárdenas llegó a la presidencia, sabedor de que quien no había aceptado ser su esposa trabajaba en la Secretaría de Hacienda, ordenó mejorar su empleo burocrático.

No pudimos tener de 1934 a 1940 una colimense como primera dama del país. Un día del año 1933 volvimos a encontrar al general Lázaro Cárdenas, en los salones del Palacio de Gobierno como visitante y luego lo acompañamos a una corrida campestre por Suchitlán y Cofradía. Había perdido su esbeltez, pero su cuerpo, vigoroso, aún resistía pesadas fatigas.

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Al Volcán de ColimaGenaro Hernández Corona

Oh, coloso inmortal, yo te saludo;símbolo inmenso de la tierra mía,egregia es tu figura, y a porfíadel pueblo colimense eres su escudo.

Tú tienes feroz fuerza en tus entrañas,antiguo y gran guardián del pueblo mío;soberbia es tu silueta en desafíode embates y de insidias nada extrañas.

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Titán inmenso de nieves coronado,como pasión candente es nuestro afán:¡Tú, jamás serás de aquí alejado!

Tu progenie y estirpe es de Colima;auténticamente, así eres proclamado,y así los siglos venideros te verán.

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I

Cerca de la desembocadura de río de a Armería, en su margen izquierda, se levantan en grupo desordenado

cinco o seis jacales deformes y chaparros, que cobijan bajo sus techos de palapa (hojas de palma) a otras tantas familias de pescadores. Flanquean este pequeño caserío, por un lado, el río, y por el otro, hermosos campos de maíz y de hortaliza. Por el techo de los jacales y por las cercas trepan guías de calabaza, entrelazándose y mostrando al sol sus grandes hojas, sus flores amarillas campanuladas y los dulces frutos brillantes y redondos.

Confundidos en los rincones o recargados en las paredes, se ven arpones y azadas, solapones (especie de arpón de dos y aún de tres puntas), anzuelos y machetes, y colgadas de los tejabanes o extendidos en el suelo, las grandes atarrayas, asoleándose, protegidas de la furia del viento por el peso de sus plomadas.

Animan aquel cuadro algunos chiquillos juguetones; asnos rebuznando, perros que siguen a los chicos, gallinas que se espantan y abandonan sus baños de arena húmeda,

El TigreGregorio Torres Quintero

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espolvoreada con las alas; loros y guacamayas que hacen piruetas en sus anillos, parloteando sin cesar, y patos que, bamboleándose como ebrios, se arrojan pesadamente en las aguas del río.

Allá, debajo de una enramada, descansando o perdiendo el tiempo, se hallan algunos pescadores. Hay allí grandes hamacas, pendientes de las latillas del techo, moviéndose en gratísimo vaivén. Sobre una cama de carrizos, formadas en fila, se ven jícaras labradas con extraño primor encerrando la espumosa tuba (jugo de palma fermentado, extraído de las yemas florales); y en aquella atmósfera cargada con los aromas de la playa, deja volar de cuando en cuando sus argentinos acordes una guitarrilla de cinco cuerdas acompañando los versos picarescos de los sones.

¡No le mermes, compare, échale letra!, decía al guitarrero un negro de cabellos canos, semidesnudo.

El aludido se arriscó el sombrero, preludió un son y cantó con atiplada voz:

Si tu mamá te dice“cierra la puerta”haz como que obedeces,mi vida,déjala abierta.Déjala abierta, sí,Cielito lindo.Te esperaré debajo,mi vida,del tamarindo.

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—¡Hombre! Ora que has mentao eso, se me pone en la mollera ir a los tamarindos, ¿Qué dices, D. Galiana?

—Que sí, y en inter tú vas, nosotros iremos a pescar, y después cambiamos pescao por tamarindos.

—Ajá… ¡Cleojas! –gritó. ¿No oyes? Mañana me voy a los tamarindos: ¡hazme el bastimento!

Al grito, asomó una mujer por un agujero su rostro sudoroso y trigueño.

—Mira, Pijanio no quero que vayas, por que el Cuate me platicó que había Tíguere.

—¡Cállate tú, mujer, no e metas en mis aiciones!, dijo orgullosamente el costeño.

Cleofas, escondió la cara.

Epifanio bebió una jícara de tuba, se encaró con el guitarrero, y siguió cantando por su cuenta el tamarindo.

II

Aún no se disipaban las sombras de la noche ante la claridad que iba invadiendo el cielo, y ya Epifanio, acompañado de cinco perros, se dirigía al bosque de los tamarindos. Llevaba sus pasos por la orilla del río, dejando hondas huellas en la arena. Cargaba un huacal en la espalda, y del hombro izquierdo pendía el gran machete pando, afilado con mucho esmero la noche anterior.

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El bosque de los tamarindos está situado a la derecha del río; por eso, teniendo que atravesar este último, Epifanio llevaba los calzones altamente remangados, dejando al descubierto sus piernas trigueñas, de poderosa musculatura. Buscó el sitio en que el río corre en cauce más ancho, y, echando sus perros por delante, comenzó a vadear la corriente, no sin temor, a causa de los caimanes que se encuentran allí muy a menudo. En la orilla los perros se revolcaron en la arena y siguieron el camino, volubles y juguetones.

Algún tiempo después, llegaron al tamarindal. Este bosque, plantado por la naturaleza, está formado por sólo tamarindos, árboles gigantes que unen y entrelazan sus ramas provocando en ciertos sitios a mayor obscuridad. Cuando están en flor, corre allí en ondas de la brisa marina un aroma de paraíso; los pies encuentran suavísima alfombra en la capa de flores caídas; los ojos hallan grata visión, y el cuerpo, dulce frescura debajo de aquel techo tejido con hojas y flores. Cuando ya los frutos están en sazón, hay la misma frescura, suave alfombra formada con hojas menudas, pero en lugar de flores, cuelgas de las ramillas millones de legumbres de sabor delicado, y el bosque, verdeobscuro, adquiere aspecto imponente, como el de la ancianidad, y es que cuando se la mira en flor, representa la juventud, llena de aromas, cuando muestra el fruto en sus ramas, parece que nos dice: “He cumplido con la ley; dejo numerosa posteridad”.

Epifanio entró en el bosque: buscó el árbol de mejor acceso, con ramas delgadas y largas, para sacudirlas más fácilmente y hacer que sin gran esfuerzo el fruto cayese al suelo. Dejó machete y huacal a un lado e hizo una lumbrada con ramas secas para calentar su almuerzo.

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Hallábase en esta grata operación, cuando sus perros se levantaron repentinamente, ladrando y corriendo. Epifanio, asombrado, los siguió con la vista, ¡y cuál no sería su miedo al ver que el agente de aquella alarma era un tigre!

El pescador olvidó el machete y no pensó más que en salvarse. De un solo brinco llegó al tronco del árbol y comenzó a trepar.

Más ¡oh piernas perezosas, oh brazos trémulos!

¿Por qué no obedecéis al deseo?

Ya el tigre llegaba y Epifanio aún no subía lo necesario para escapar de sus garras. Logró por fin coger con su mano impaciente un gajo lateral, de los dos en que el tronco se dividía, y balanceándose en el aire, subió las piernas trabándose con ellas. En esta postura se hallaba cuando llegó el tigre. Pegaba la fiera el sanguinario hocico en el suelo, haciéndole estremecer con sus bramidos. Si Epifanio caía, sería devorado sin piedad. El tigre dio un salto tremendo, crujieron sus huesos, y el pescador sintió en la cara el cálido aliento de la fiera. Sentía también que se le agolpaba la sangre en la cabeza y que sus ojos se cerraban. Apretaba las piernas y los dedos nerviosa y convulsivamente; hizo un esfuerzo supremo, se meció, tomó impulso, dio medio molinete y al fin quedó montado en la rama.

El tigre rugió con furor. Los perros ladraban. Los ojos fosforescentes de aquél se fijaron en los espantados de Epifanio, que sintió desvanecimientos. El animal se dirigió al tronco de un salto. ¿Subiría? No: el tronco era demasiado delgado para eso. Ante esta imposibilidad, el tigre se abrazó de él y comenzó a darle sacudidas tales, que el fruto comenzó a caer. Luego pegando el hocico ya en el suelo, ya que el

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tronco, rugía con el mayor enojo. Hundió sus garras en el suelo y comenzó a escarbar, como los toros furiosos, dando vueltas al alrrededor del árbol, como queriendo derribarlo.

Los perros le ladraban sin cesar. Algunos se atrevían a morderlo; pero apenas le hincaban el diente, huían.

Así pasaron algunos minutos de la mayor angustia para Epifanio. En el tigre se repetían terribles accesos de furor; rugía, y sus rugidos eran semejantes a esos truenos sordos y prolongados que lleva el eco de la tempestad al ascender de los profundos valles.

Desparramó los tizones, las brasas, el bastimento: deshizo el huacal, arrojando a lo lejos las sueltas varillas, y destrozó el sombrero del pescador con sus garras y sus dientes, como hubiera destrozado al propietario.

Luego fijó y clavó sus ojos en Epifanio; permaneció así largo tiempo, y como sumido en sueño hipnótico, se quedó como estatua, inmóvil, resuelto a que el pescador bajara.

Pero los perros, engañados por aquella inmovilidad, seguían acosándolo más atrevidos que nunca. Uno, el más pequeño, se le encaró valerosamente, lanzándole las más negras injurias en el oído. El tigre lo cogió con una mano, casi con cariño, y con la mayor tranquilidad se sentó en él. Pero lo que más acabó de horrorizar a Epifanio, fue lo que hizo con otro perro llamado Sultán; el tigre le pasó su armada garra desde la cabeza hasta la cola, hundiéndole las uñas, y llevándose en cada una de ellas una correa de la piel viva del pobre animal. El sultán quedó tinto en sangre, aulló dolorosamente y huyó perdiéndose en la espesura del bosque.

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III

Ya era casi de noche. Sombras muy densas comenzaban a plegarse de tronco en tronco y de rama en rama. En medio de aquella obscuridad, tanto más negra cuanto el bosque era más espeso, los ojos del tigre, semejante a las luces de una luciérnaga, agujereaban la sombra, destacándose con espantosa intensidad.

¡Pero qué gusto dio a Epifanio observar que aquellos ojos se alejaban, perdiéndose poco a poco, apagándose como dos ascuas en el abandonado hogar, y ocultándose por fin en la profundidad de las tinieblas!

Epifanio bajó y se alejó también silenciosamente como un fantasma.

Al llegar al río se encontró con un grupo amigo. Eran los demás pescadores que venían en su auxilio, todos armados y temerosos de alguna desgracia.

¿Quién les había dicho que Epifanio peligraba?

El fiel Sultán, el pobre herido, el único de los perros que sobrevivió. Los otros, más fieles aún, habían muerto como buenos en el bosque de los tamarindos. Sus huesos todavía blanquean al suave rayo del crepúsculo que durante el día reina en aquellas augustas soledades.¡Paz a sus restos!

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Hay un frágil anhelo indescifrableen el vuelo impreciso de mi vida;es una sed extraña e insaciable, que llevo en mis entrañas escondida.

Busco algo que palpite con mi encantoy espero sin saber lo que presiento;hay un grave dolor en todo llantoy una hoguera sin fuego en el sediento. . .

Si tú me dieras el cántaro simbólicoque a mi lado endulzara su agonía,llorara en risas mi dolor neuróticoy riera en lágrimas toda mi alegría.

Labio sedientoJosé G. Alcaraz

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colimotas”, que realizaron una incursión por las distintas expresiones de la cultura local, expresada en creadores individuales y rasgos comunitarios.

En 2012, se realizó por primera vez un proyecto largamente anhelado: el Festival Colima de Cine, en el cual se exhibieron doce películas mexicanas de estreno y se contó con la presencia de actores, directores, cinefotógrafos y otros especialistas que formaron parte de los equipos de

EN COLIMA

creatividadaudiovisual

IMPULSOel a la

En Colima, desde 2007 a la fecha se intensificó el esfuerzo dedicado a la creatividad audiovisual, mediante el diseño e impulso de distintas colecciones de videos documentales producidos por la Secretaría de Cultura. Al respecto, destacan las colecciones “Voces de la cultura colimense” y “Tradiciones

filmación de las cintas proyectadas, quienes charlaron con el público que abarrotó las salas. Este festival fue totalmente gratuito para el público asistente, de forma coherente con la filosofía de accesibilidad a la cultura en Colima.

También en 2012 se logró una exitosa convocatoria a un certamen nacional de cortometrajes de ficción, llamado “Colima en corto”, que alentó la creatividad local y atrajo las miradas de talentos nacionales a la entidad.

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En 2013, fueron celebrados de nuevo el festival y el certamen, con una intensa participación y un mayor éxito. Además, se amplió la capacidad de asistencia social a las funciones mediante proyecciones de algunas películas y cortometrajes seleccionados del certamen en los diez municipios de la entidad, gracias

Colima es una de las pocas entidades donde existe un

EN COLIMAcelebramos un festival de cine que brinda funciones de calidad totalmente gratuitas.

Contamos con una pantalla itinerante que ofrece funciones de cine gratuito en los 10 municipios del estado.

Tenemos un certamen nacional de cortometrajes,

muy exitoso, llamado “Colima en corto”.

dedicado a niñas y niños.estudio de radio y televisión

a la adquisición de una pantalla itinerante que conserva la calidad de imagen y sonido en exteriores.

Un esfuerzo adicional es la construcción e inauguración, a finales de 2013, de un Estudio Interactivo de Radio y Televisión, llamado “Comunicarte”,

ubicado en el Parque de la Piedra Lisa de Colima, donde se estimulará la creatividad audiovisual de niñas y niños colimenses. El estudio ya está recibiendo exitosamente a decenas de nuevas y nuevos creadores.

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Los compiladores usaron como referencias: “Lecturas de Colima” publicado por el INEA en 1988; “Colima en letras”, editado por el sello “Libros del rincón, SEP” / Gobierno del Estado de Colima a través de su Secretaría de Educación en el año 2000; “Antología poética colimense” de Rigoberto López Rivera publicada por la Universidad de Colima / Ayuntamiento de Colima en 1991; “Colima”, Edición Especial, Artes de México; “Colima en el espacio, en el tiempo y en la vida”, de Miguel Galindo, Club del libro colimense, 1963; “Las ofrendas”, de Balbino Dávalos. Gobierno del Estado de Colima / Instituto Nacional de Bellas Artes, 1987; “Cuentos colimotes”, de Gregorio Torres Quintero. Gobierno del Estado de Colima / Secretaría de Cultura / CONACULTA, 1997; “Agustín Santa Cruz. Obra Reunida”. Ada Aurora Sánchez Peña y Marco Jáuregui. Primera edición 2008. Universidad de Colima.

Las fotografías que ilustran esta publicación forman parte del acervo conformado a partir de los Concursos de Fotografía Antigua convocados por la Secretaría de Cultura de Colima.

PortadaHuerta San Miguel en Colima, 1915.Propietario de la fotografía: Jorge Eduardo Ramírez Cárdenas.

Pág. 21En el Rincón del Limón con motivo del cumpleaños de la Sra. Martha Pimentel Llerenas, la acompaña su esposo Serafín Téllez Cobián y familiares de ambos, 1934.Propietario de la fotografía: Jesús E. Jiménez Pimentel.

Pág. 43El Obispo Ignacio de Alva y el Padre Miguel Sánchez con catequistas y alumnos a un costado de la iglesia de El Refugio, 1949.Propietario de la fotografía: Armando Zaizar Soto.

Pág.63Volcanes de Colima, 1943.Propietaria de la fotografía: Iris Paola Carrillo Blanco.

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Autores

Ricardo Guzmán Nava. Fue maestro, político y escritor. Fue presidente municipal de Colima en 1955 y Secretario de Educación Pública del Estado. Fue diputado local y diputado federal, así como rector de la Universidad de Colima.

Miguel Galindo. Médico, escritor, funcionario público, promotor cultural y poeta, escribió una ponencia: “Colima en el espacio, en el tiempo y en la vida”, para ser leída en una sesión de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística en 1928. De ella, extraemos algunos párrafos que revelan su sensibilidad literaria, su erudición y su amor por esta tierra.

Francisco Díaz Corona. Nació en El Chante, Jalisco, el 3 de septiembre de 1935, y falleció en Guadalajara el 15 de agosto de 1998. Estudió en el Seminario de Colima y en el de Montezuma, Estados Unidos; se ordenó sacerdote en 1961. Fue profesor de latín y literatura, capellán y vicario en Manzanillo y en barrios suburbanos de la Ciudad de México.

Gregorio Torres Quintero. Nació en Colima el 25 de mayo de 1866. Maestro de prestigio nacional, escritor y político. Fue creador del famoso método onomatopéyico para la enseñanza de la lectura y escritura, y protagonista de brillantes debates sobre el futuro pedagógico del país. Entre sus libros se encuentran las “Leyendas aztecas” y los bellísimos “Cuentos colimotes”, donde se combina la descripción geográfica y urbana, con la narrativa, el rescate legendario y la poesía.

Balbino Dávalos. Nació en Colima en 1886. Fue periodista, traductor, diplomático y rector de la Universidad Nacional. Miembro de las más prestigiadas academias y sociedades científicas de su época. Publicó poesía, traducciones y ensayo literario. Durante años fue olvidado, por los colimenses, quizá porque los mejores frutos de su talento conocieron la luz en otros ámbitos, lejos de su adorada costa nativa.

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Basilio Vadillo. Fue un educador, político, orador, diplomático y funcionario público, creador de la Escuela Normal Mixta en Colima y fundador de la inspección o supervisión escolar. Participó en las huestes revolucionarias de Álvaro Obregón como publicista. En Colima, creó el periódico El Baluarte y la Casa del Obrero Mundial.

Juan Macedo López. Fue narrador, periodista, profesor normalista y promotor cultural; fundador del Teatro Universitario, el Taller de Artes Plásticas, las Misiones Culturales y la Escuela de Danza en la Universidad de Colima. Colaborador de Ecos de la Costa, Letras de Sinaloa, Noroeste, Diario de Culiacán y El Norte de Culiacán.

Manuel Velázquez Andrade. Educador y revolucionario en las filas constitucionalistas. Nacido en San Gabriel, Jalisco, pero radicado desde muy niño en Colima y después en la ciudad de México. Dedicó varios de sus esfuerzos a la educación física, una disciplina entonces muy joven, sobre la que escribió varios libros y que él mismo estudió en Estados Unidos, Suecia y Francia.

Carlos G. Govea. Abogado. Fundador de la Sociedad Lírica “Manuel M. Flores”. Gran parte de sus trabajos literarios se encuentran publicados en el órgano de difusión de esa agrupación “La Musa de las Palmas”.

Genaro Hernández Corona. Profesor normalista e historiador. Fue director de la Escuela Normal de Maestros y secretario de la Dirección General de Educación Pública en el Estado. Entre sus obras se encuentran: “San Felipe de Jesús en la Historia de Colima”, “Gregorio Torres Quintero. Su vida y su obra” y “María del Refugio Morales, la poetisa colimense”.

José G. Alcaraz. Se desconoce lugar y fecha de nacimiento, pero murió muy joven en Comala en 1933. Profesor, periodista y poeta muy querido.

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Nota aclaratoria al Primer Volumen del Volcán a la Mar.

1. Los fragmentos del texto sobre la Conquista de Colima, autoría del maestro Ernesto Terríquez Sámano, fueron extraídos del “Atlas Histórico y Cultural de Colima”.

2. En la ficha biográfica de Felipe Sevilla del Río se afirma que éste fue autor de “La paleografía de la ya famosa `Relación sumaria de Lebrón de Quiñones´”. Sin embargo, cabe hacer la precisión que este trabajo fue realizado por el propio Ernesto Terríquez Sámano, mientras que Felipe Sevilla del Río realizó el rescate y paleografía de “La probanza de Colima”, texto sobre la defensa que hizo el Cabildo de Colima sobre la prohibición virreinal de arrasar con las plantaciones de coco en el territorio.

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Índice

9 Romance de mi tierra Ricardo Guzmán Nava

19 De la región y el ser colimense Miguel Galindo

20 La Mesopotamia de América o casi la cuna de la humanidad Miguel Galindo

21 Un día saldremos todos Francisco Díaz Corona

23 El Gentil Gregorio Torres Quintero

32 Frente al mar Balbino Dávalos

35 El campanario Fragmento Basilio Vadillo

43 Católicos domingos de mi tierra Juan Macedo López

51 Manzanillo (1896-1945) Manuel Velázquez Andrade

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56 Amor Carlos G. Govea

60 Cárdenas a caballo Juán Macedo López

63 Al Volcán de Colima Genaro Hernández Corona

65 El Tigre Gregorio Torres Quintero

72 Labio sediento José G. Alcaraz

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Del volcán a la mar III. Capital Americana de la Cultura 2014

Selección de textos y edición:Rubén Pérez Anguiano, Esaú Hernández Vargas, Victor Uribe Clarín.

se terminó de imprimir en noviembre de 2014con un tiraje de 40,000 ejemplares.Diseño: Liliana Ivette Amezcua Fletes

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