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Lima es una isla: La proyección de una imagen de nación en Otras tardes de Luis Loayza.Claudia Berríos Campos UNMSMLa obra en prosa de Luis Loayza se presenta hoy ante la crítica como una de las prosas más cuidadas, finas y depuradas de la narrativa peruana contemporánea. Esto es resultado de un arduo y preciso trabajo con el lenguaje, herramienta con la que se busca no solo representar un espacio y una temática común en su generación, sino entregar una visión singular de un estado anímico yTRANSCRIPT
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Lima es una isla: La proyección de una imagen de nación en Otras tardes de Luis Loayza.
Claudia Berríos Campos
UNMSM
La obra en prosa de Luis Loayza se presenta hoy ante la crítica como
una de las prosas más cuidadas, finas y depuradas de la narrativa
peruana contemporánea. Esto es resultado de un arduo y preciso trabajo
con el lenguaje, herramienta con la que se busca no solo representar un
espacio y una temática común en su generación, sino entregar una
visión singular de un estado anímico y de una manera de ser y estar en
el mundo que se concreta en la transformación y modernización que se
experimenta en la ciudad de Lima desde la segunda década del siglo XX.
Lima, concretamente el espacio entre el Centro, Miraflores y Barranco,
es el escenario privilegiado de los cuentos de Otras tardes. Las pocas
alusiones a un espacio ajeno al de la capital insinúan la necesidad de
mostrar en el mundo representado la virtual ausencia de la otra cara del
Perú en el imaginario colectivo de los limeños. Las referencias a las
provincias se limiten a clichés de lo provinciano, a una mirada de limeño
que piensa en el interior del Perú como un apéndice casi invisible de la
nación. Lima es una isla porque toda ella, su imagen, sus habitantes y su
discurso, se bastan para representar lo que vale la pena del espectro
nacional.
A través de esta ponencia se analizará la dinámica entre los
personajes, limeños típicos y su imagen de lo nacional, cómo la imagen
de una nación moderna y progresista se encuentra encapsulada por la
cerrazón a una ausencia evidente, la representación pasiva del otro Perú
encuentra su configuración en los (des)encuentros entre las diferentes
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facetas de la nación, especialmente en la dinámica ser/parecer, ley de
vida de los limeños representados en los cuentos.
1. La nación estacionaria.
En los tres primeros relatos del libro (“Otras tardes”, “Enredadera”
y “Padres e hijos”) el contraste de la tradición y los monumentos del
casco viejo con los parques y casas modernas (o que intentan serlo) de
Miraflores evidencia el desgaste del aura señorial de la vieja ciudad y la
imposibilidad de encontrar la esencia de la misma en la nueva versión.
En este sentido, las visitas al Centro Histórico se dan como momentos
de un pálpito de exotismo, un afán sin resultados por encontrar lo
perdido y el antiguo orden desplazado.
La modernización aparente de la ciudad no es paralela a una
evolución en la psicología conservadora de sus habitantes. En los
jóvenes no se identifica un interés por mantener viva la historia ni en
reconocerse en las tradiciones ni en los monumentos que
constantemente apelan por su atención durante sus paseos por el
Centro de Lima. La desidia de los jóvenes fortalece la sensación de no
pertenencia y desarraigo, anulando en ellos también la filiación a un
pasado que no reconocen como propio. Se ve de esta manera que en la
representación de la ciudad de Lima funciona la dicotomía ser/parecer,
que se traduce como la confluencia de un intento de modernidad con la
pervivencia de la tradición y de elementos de un pasado que se ven
constantemente evocados, sea por la incapacidad de mantenerlos
activos o por su rechazo.
El pintorequismo que caracteriza las descripciones del Centro se
extiende a las menciones del interior del país: la mirada para
representar a las provincias es la del turista. Cuando los personajes se
aventuran a salir de la ciudad siempre lo hacen fijándose en el aspecto
turístico y de postal de las ciudades. Esta imagen resalta en “Otras
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tardes”, en el que se cuenta la aventura amorosa de verano entre
Carlos, un joven profesor de literatura, y Ana, una joven casada. Carlos
habla de Cathy, una ocasional turista norteamericana que cuando visita
el Perú lo llama para breves encuentros, guía grupos de turistas, toma
fotos de iglesias coloniales en la sierra y compra ponchos a montones.
Esta visión desde afuera refleja un Perú totalizado en unos pocos retazos
que reunidos a duras penas forman el collage de una nación.
Por otro lado, en estos cuentos es constante la recurrencia a la
nostalgia para intentar reconstruir la imagen de una ciudad que empieza
a desaparecer, cuyas formas, ya no arquitectónicas sino sociales
empiezan a desentonar con la esperada modernidad. Sin embargo, la
modernización que experimenta la ciudad es solo una de las facetas que
llega a concretarse, pues la modernidad en las relaciones
interpersonales ha fracasado en los tradicionalistas y opacos limeños.
La relación de Carlos y Ana es un paréntesis en las estacionarias
vidas de ambos, tan estacionarias como la ciudad que los acoge, como
el país que habitan. Es curioso que este sea el único cuento que muestra
a los personajes recorriendo la ciudad en automóvil, pero sus acciones
nunca reflejan esa dinámica ni velocidad. Ana y Carlos se encuentran
tan estacionarios e inmutables como el departamento en el que se
desarrollan sus veladas. Las constantes referencias al mundo colonial
peruano (la tesis congelada de Carlos sobre la poesía del siglo XVII, las
edificaciones del Centro Histórico) evidencian que todavía impera la
imagen de una pre-nación, de un país en proceso de formación que
todavía no se concreta porque es incapaz de aprehender su diversidad
de manera activa. En este sentido, es interesante notar que aunque los
personajes no den la cara al interior del Perú no se refleja en ellos una
ansiedad por el extranjero. Carlos tiene la oportunidad de viajar a
Europa con una beca, pero para él el Viejo Continente es una opción
desencantada, inmóvil también, sin los atractivos suficientes para
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estimularlo a actuar: “Más valía aceptar la beca y en Europa le sobraría
tiempo para pensarlo. Lo malo es que el viaje tampoco alcanzaba a
interesarle, llegaba demasiado tarde. Años atrás hubiera estado lleno de
expectativa, de preguntas. Muchos de sus amigos habían partido cuando
él era estudiante y participó en sus descubrimientos desde Lima, donde
siempre se fue quedando” (LOAYZA 2000: 29).
En ocasiones, el espacio fuera de Lima se presenta como la
oportunidad de escapar a la propia capital, pero la “aventura” fracasa, el
tedio y la medianía siguen dominando las vidas de los personajes. La
temporada de invierno que pasa Ana en Chosica se presenta como un
intento de escapar del frío que impera en Lima, pero los amantes siguen
sintiendo frío, la misma frialdad que los envolvía en pleno verano, pero
que no parecían notar por la ligera novedad que representa la aventura
extramatrimonial en sus vidas.
2. Limeñísimas costumbres.
“Enredadera” transcurre en la década de los treinta y cuenta la
relación platónica entre el joven narrador y Adela, una muchacha que no
se encuentra satisfecha con el papel opaco y pasivo que espera la
sociedad de ella. Como muestra de su rebeldía inicia una relación
amorosa con el primo casado del narrador. En este relato se evidencia
claramente la dinámica social dominante en la esfera limeña: el juego
entre el ser y el parecer, dinámica que se ha convertido en un patrón
decisivo de las interacciones sociales y un importante elemento de
nuestra tradición literaria. Las casas del “barrio”, es decir las casas de
Miraflores, por ende las de Lima, suelen tener dos jardines: el de flores
finas que es primorosamente cuidado y que se encuentra al frente de la
residencia para mostrar sus bondades a los transeúntes; y el jardín de
atrás, en el que dominan las plantas silvestres y los geranios “que en
Lima saben defenderse solos” (45). Ese jardín de atrás y esas plantas
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descuidadas son como esa parte del Perú que se mantiene desatendida
por la mirada oficial. Sin embargo, para los jóvenes este jardín es el más
simpático, porque en él pueden mantenerse lejos de las miradas
intrusas de los adultos, porque pueden esconderse del qué dirán y ser
un poco más reales, un poco menos fingidos, un poco menos limeños.
Por otro lado, el narrador y su familia se sienten fuera de lugar
lejos del Centro de Lima: cuando llega a Miraflores y conoce el primer
día a las hermanas Castro se sentía “desterrado de Lima, es decir del
centro de la ciudad que es lo que propiamente se llama Lima, como si
los demás barrios más nuevos y alejados fueran ya el comienzo de las
provincias” (46). Miraflores y los otros distritos son la periferia virtual de
la capital, son, los “balnearios del sur”, la “provincia”, curiosa y
despectiva caracterización si se toma en cuenta que el Centro se cae de
viejo y que bajo la “provincialización” de los nuevos barrios se totaliza y
engloba a las provincias del interior del país. Bajo esta caracterización se
manifiesta que los moldes desde los que se configura el mundo
representado y desde los que hablan los personajes son de factura
limeña, limeñísimos como la mazamorra morada, la causa, los chismes y
la importancia de las apariencias.
Esta importancia de la “marca Lima” se observa en la curiosa
descripción de las hermanas Castro, todas ellas limeñísimas exponentes
de lo femenino, cada una su manera. Adela tiene la picardía y la
obstinación de las mujeres limeñas, Cecilia “su aire de señorita antigua”,
experta en las virtudes del bordado y la repostería, fiel modelo de las
fotografías de “Courret hermanos”. Pero la caracterización más curiosa
para mí se encuentra en la hermana menor, Julia, que solo aparece de
manera bosquejada en dos ocasiones. Ella será considerada como la
más hermosa de las hermanas, una “mujer bandera” (54). Bajo esta
etiqueta se reúnen los presupuestos que dibujan a la mujer peruana,
pero configurada como un producto de exportación. Lo curioso es que
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nunca se nos dan los datos suficientes para saber cómo debe ser la
imagen de mujer peruana: solo se sabe que debe sonrojarse mucho y
tener un gran sentido del humor. La dicotomía de las contradicciones
encuentra un amplio campo de posibilidades en la compleja
configuración de la mujer limeña.
La estrechez de la que se queja Adela se expresa como un intento
de escapar al gris y chato destino como la perfecta ama de casa limeña,
epítome de la mujer peruana. La perspectiva de tener una vida como la
de su hermana y su madre no le interesa, por lo que decide colocar su
mirada en otros horizontes. El narrador cuenta que ambos compartían
conversaciones y veladas en las que descubrían que los
animaba esa generosidad o ingenuidad de los jóvenes que aún son capaces de indignarse por abusos que no los afectan directamente, hablábamos de la miseria del Perú, que por entonces Lima ocultaba tan bien, de la hipocresía y la injusticia que nos rodeaban y de las que éramos beneficiarios. No es que nos tomásemos demasiado en serio, nos gustaba burlarnos de todo lo que nos parecía impuesto u oficial y más de una vez acabamos riendo hasta las lágrimas de la visión estrecha y conservadora que nos proponía nuestra clase (64).
Estos jóvenes intentan focalizar su conciencia en la cara que la
sociedad les esconde por lo desagradable que es, pero su interés es
puramente nominal. Sus intenciones no van más allá de charlas que
llegan a reflejar un prurito de seudorebeldía que no llega a concretarse.
Lima oculta de manera efectiva la miseria y ellos no hacen nada para
cambiar la situación. Esta preocupación se muestra como un mecanismo
para dar la contra a la mayoría, para burlarse del resto sin necesidad de
enfrentarse a ellos. Los jóvenes ríen y lloran, pero de sí mismos.
En sus continuos paseos por Lima, el narrador suele entrar a la
estación de trenes de Desamparados, la que casi siempre encuentra
desierta. Como el contexto histórico del cuento es la década de los
treinta la estación no presenta todavía el flujo migratorio de las
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provincias, pero en las décadas siguientes esta estación recibió por
miles semanales a habitantes de ese otro Perú que creían encontrar en
la capital la oportunidad proyectada por la Nación. La estación
Desamparados es una metáfora del aislamiento de Lima, del desamparo
de las provincias. El Perú es una nación sin enlaces efectivos entre sus
diversos elementos, es una nación a medio camino.
3. La discreción de lo dicho y lo no dicho.
En los cuentos “Padres e hijos” y “La segunda juventud” se da una
gran importancia a las revelaciones y a lo no dicho, a los silencios del
pasado que empiezan a soltar sus secretos y a los rumores que
comentan a media voz historias del pasado y pasos en falso del
presente.
“Padres e hijos” trata el encuentro de Jaime con su padre muerto,
el proceso de reconfiguración del propio personaje a partir de la
revelación de una aventura extramatrimonial en el pasado de su padre,
elemento que comparte el pasado reciente del hijo. Al igual que los otros
cuentos, la mirada nostálgica es el foco que ilumina no solo la
reconstrucción del pasado, sino la realidad arquitectónica y geográfica
de la ciudad, especialmente del modernizado barrio de Miraflores. La
mirada del arquitecto evalúa y enjuicia la nueva cara del barrio, que se
convierte en la de la ciudad, y por extensión, en la cara de la
modernización de la nación. Sin embargo, los desencuentros entre la
tradición y los nuevos aires no construyen un escenario armónico, de la
misma manera que el desarrollo y el progreso no llega a todas las
esferas de la nación. Es iluminador el siguiente fragmento: “¿En qué
consistía entonces la sensación de promesa no cumplida, el desinterés
ante la gente y las cosas? ¿Era la madurez, el comienzo de la serenidad,
la aceptación tranquila del fracaso?” (92). Esta reflexión en torno a la
vida de Jaime puede extrapolarse a una reflexión sobre el papel del
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ciudadano común en la configuración de una nación moderna. La
promesa fallida de la modernidad encuentra en el arquitecto, agente del
desarrollo y del crecimiento urbano, la voz para evidenciar las grandes
ausencias de este proyecto incumplido.
La mirada nostálgica e inquisitiva se observa en el recorrido casi
profesional por las dispares calles de Miraflores, una especie de
civilización desaparecida que nuestro protagonista ora observa como
arquitecto, ora como arqueólogo:
Para echar una mirada sobre lo mucho que se había construido en Miraflores, pero no tardó en reparar sobre todo en lo que no era reciente, en lo poco que iba quedando de otros tiempos. Por lo general, ambas arquitecturas, la vieja y la nueva, le parecieron mediocres (…). Los paseos fueron un recorrido casi profesional Solía repetir que la arquitectura es sólo buena o mala, sin más calificativos, pero descubrió que en la última existen varias categorías, entre ellas una arquitectura cómica, de la que son ejemplo las máquinas de vivir miraflorinas, llenas de perinolas y macetitas, construidas en los años treinta y cuarenta (…). . Empezó a ver las casas menos con ojos de arquitecto que de arqueólogo, que descifra en los monumentos la vida de una civilización desaparecida (…). Esa fue la respuesta a sus preguntas: la desconfianza, el temor, los malos modos eran la nota de la modernidad (94).
De la modernidad incumplida podríamos precisar. El balance del
agente del crecimiento arquitectónico se presenta como negativo. Ni el
pasado ni el presente evidencian un progreso real capaz de llegar a las
diversas facetas del espectro nacional, las promesas incumplidas en la
propia vida son un síntoma de las promesas incumplidas a la nación,
marcándola con el estigma del fracaso.
La imagen del pasado es inmortalizada como descripciones de
época, como imágenes postales que podemos observar en un museo,
como esas tarjetas de visita que popularizara el estudio fotográfico de
los hermanos Courret allá por la Lima decimonónica, pero que siguen
apelando por nuestra atención porque muestran una verdad no dicha a
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manera de un mudo grito que relata la eterna comedia de máscaras que
representamos los limeños:
Se detenía también ante los jóvenes espigados que caminaban disfrazados de adultos, sombrero y chaleco por las calles del centro, o de sarita y pantalón blanco por los malecones, sobre el mar gris, o que en el estudio del fotógrafo, el mentón en la mano o un cigarrillo humeante entre los labios, adoptaban un aire sin duda inteligente y misterioso: de otra manera de sonreír, de caminar, de estarse quietos, de retratarse (98).
La dinámica de la impostura y el aparentar es un refugio para los
limeños del pasado, pero también para los del presente. Esos aires de
dandy nos hablan de un sujeto que quiere adoptar la imagen del hombre
de mundo moderno, pero encerrado en una ciudad-aldea que siempre se
ve como una provincia, pero mejorcita.
En este sentido, optar por la realización fuera de Lima y dentro de
las provincias es síndrome de locura. Los viejos amigos de Jaime,
Bernardo y Claudia deciden mudarse al Cusco, lo que sus amigos
consideran insólito. Para la pareja de amigos, el optar por las provincias
se presenta como un intento de aislarse de la abulia capitalina, de
desaparecer del radar de la chismosería limeña. La visita al Cusco se
presenta para Jaime como un intento de escapar de las preocupaciones
del presente y los fantasmas del pasado, pero ambos se dan cita en la
pintoresca y antigua capital imperial. En esta secuencia también destaca
la mirada ajena de la provincia, la representación turística y pasiva de
los ambiente no citadinos: “A Jaime le gustaba lo que veía, una ciudad
no destruida, para variar, más animada que unos años antes, con más
turistas (él mismo no era acaso un turista) pero sin los mendigos de otro
tiempo, y los cusqueños con el aire de dignidad seguramente imperial
que les había encontrado siempre” (100-101). Cusco se mantiene
atractiva para los foráneos, o para aquellos que todavía se piensan como
foráneos. Esos mendigos que Jaime no ve no han desaparecido de la
ciudad, pero no se representan para no contradecir la bondadosa
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imagen turística que se ofrece a la mirada del visitante. Por otro lado,
ese aire de dignidad imperial es un traje que el ojo ajeno obliga a vestir
a los cusqueños, pues ellos no se ven representados por sí mismos, ni en
su presente ni en su pasado.
“La segunda juventud” empieza con el discurso chismográfico
limeño, pero enfriado por el interés amoroso del narrador por Graciela,
amor de juventud. El narrador ha pasado largas temporadas fuera del
país, pero todavía recuerda esos giros tan limeños y esa mirada que
representa la cara oficial del país. Una vez más se presenta la imagen de
la modernidad congelada:
Pero no hay duda de que mientras yo estaba al otro lado del mundo, redactando informes que nadie leía y charlando con sucesivos embajadores, aquí la gente ha ido mucho al cine y se ha modernizado. La conversación —hace un par de días, durante un almuerzo en casa de mi prima Maruja— se fundaba en unas cuantas conversaciones tácitas: somos muy modernos, respetamos la libertad ajena, cada uno hace lo que quiere y no nos sorprende nada (109).
El cine es el símbolo de la modernización y el medio para
construirse como sujetos modernos, pero es solo un pastiche, un
aparentar ser modernos, pues las formas sociales anticuadas se
mantienen, seguimos siendo “un poco provincianos, al menos en
nuestro interés por las vidas ajenas” (110). Esa tácita seudoactitud
moderna que no se dice, pero que se quiere aparentar habla mucho de
la verdadera actitud pacata y aldeana de los habitantes, a pesar de sus
aires de gran urbe moderna.
La imagen de Lima como una ciudad estacionaria que encierra a
sus habitantes se vuelve a repetir en este cuento. Graciela se queja del
encierro que representa Lima y de las rápidas escapadas a Nueva York,
siempre efímeras. Por el contrario, Europa es el espacio de la amplitud
de miras y formas, de la libertad.
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La antigua relación amorosa entre el narrador y Graciela es
caracterizada como un eterno proceso de congelación: “Mi amor fue
limeño, mortecino y desesperado como la garúa” (115). Frase típica por
su cursilería y por la climatológica representación de la pasión amorosa.
Como la relación de Ana y Carlos en “Otras tardes”, el amor de Graciela
y el narrador se muestra apagado y sin vigor como el clima limeño. La
palabra mortecino nos habla de un amor que está muriéndose. En este
sentido, el narrador es su peor enemigo, pues no se considera
merecedor del amor de Graciela: “Yo estaba de acuerdo con ellos, no me
sentía persuadido de que el matrimonio con una heredera no tuviese
algo de deshonroso” (116).
Esta mortandad amorosa por causa del clima se extiende a una
caracterización y justificación del espíritu limeño, una caracterización
que es representativa de la nación a través de la absorción de aquellas
caras no representadas: “He empezado a leer el libro que me traje: es
de un viajero francés que estuvo en el Perú a mediados del siglo pasado
y encontró que los limeños somos muy malas personas, dice que por
culpa del clima” (122).
A lo largo del análisis se ha encontrado que la imagen de la nación
en Otras tardes se da en razón del aislamiento de Lima con respecto al
resto del país, de su actitud de isla frente a una realidad que prefiere
ignorar o mirar de soslayo sin enfrentarla directamente, como quien no
quiere la cosa. Las constantes referencias al mundo colonial y a las
costumbres del siglo pasado evidencian su vigencia y aceptación entre
los habitantes. Los personajes intentan substraerse de las máscaras y de
la dinámica del ser/parecer, de esa marca limeña que caracteriza a los
embajadores de lo nacional, pero fracasan en su intento. Pobres
limeños.
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Bibliografía:
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2. CASTILLO, Gerardo: “Un espacio burgués en Otras tardes de Luis Loayza”, en: FERREIRA, César y Américo MUDARRA (Eds.): Para leer a Luis Loayza. Lima: Vicerrectorado Académico de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2009: 95-106.
3. CORNEJO POLAR, Antonio. “Hipótesis sobre la narrativa peruana
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4. ELMORE, Peter: Los muros invisibles. Lima y la modernidad en la
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5. FERREIRA, César: “La silenciosa presencia de Luis Loayza”, en: La casa de cartón de OXY. II Época, N° 25, Invierno – Primavera 2002: 51-54.
6. ---: “Lima y sus descontentos: lectura de Otras tardes de Luis Loayza”,
en: FERREIRA, César (y) Américo Mudarra (Eds.): Para leer a Loayza.
Lima: Vicerrectorado Académico de la Universidad Nacional Mayor de
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7. GUTIÉRREZ, Miguel: La Generación del 50: un mundo dividido. Lima:
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8. HUAMÁN MORI, Reinhard: “Una nación resquebrajada: crítica del
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FERREIRA, César (y) Américo Mudarra (Eds.): Para leer a Loayza. Lima:
Vicerrectorado Académico de la Universidad Nacional Mayor de San
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9. LOAYZA, Luis: Otras tardes. Adobe Editores. 2000
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10. MONDOÑEDO, Marcos: “La mirada nostálgica en Otras tardes de Luis
Loayza”, en: http://mjmondonedom.blogspot.com/2007/09/la-mirada-
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11. MUDARRA, Américo: “La narrativa de Luis Loayza: apuntes generales para un estudio”, en: FERREIRA, César y Américo MUDARRA (Eds.): Para leer a Luis Loayza. Lima: Vicerrectorado Académico de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2009:
12. ORTEGA, Julio: Crítica de la identidad. La pregunta por el Perú en su literatura. México, D. F.: Fondo de Cultura Económica, 1988.
13. OVIEDO, José Miguel: “Los héroes fatigados de Luis Laoyza”, en: FERREIRA, César y Américo MUDARRA (Eds.): Para leer a Luis Loayza. Lima: Vicerrectorado Académico de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2009: 157-160.
14. SALAZAR BONDY, Sebastián: Lima la horrible. Lima: Populibros peruanos, s.a.
15. SCHWALB TOLA, Carlos: “Las almas habitadas de Luis Loayza”, en: FERREIRA, César y Américo MUDARRA (Eds.): Para leer a Luis Loayza. Lima: Vicerrectorado Académico de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2009: 107-122.
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