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Índice: Sábado Santo De la Sepultura del Señor Contemplación ante el Sepulcro VIGILIA PASCUAL DE LA NOCHE SANTA pág 1 LITURGIA DE LA PALABRA Y COMENTARIOS DE LA SANTA MISA DEL DÍA Pág 44 Sábado Santo: día de la sepultura de Dios. ¿No es acaso, de forma impresionante, nuestro día? ¿No comienza nuestro siglo a ser un gran Sábado Santo, día de la ausencia de Dios en el que incluso los discípulos experimentan un vacío que aletea en el corazón, que se extiende cada vez más, y por esta razón se preparan llenos de vergüenza y angustia a volver a casa y se encaminan sombríos y apesadumbrados en su desesperación hacia Emaús, sin darse cuenta de que aquel que creían muerto está en medio de ellos? “Descenso al infierno” —esta confesión del Sábado Santo— significa que Cristo ha sobrepasado la puerta de la soledad, que ha tocado el fondo inalcanzable e insuperable de nuestra condición de soledad. Significa que aun en la noche externa, no franqueada por palabra alguna, en la que todos somos como niños expulsados, llorando, se oye una voz que nos llama, una mano que nos coge y nos guía. La soledad insuperable del hombre ha sido superada desde el momento en que él ha pasado por esta soledad. El infierno ha sido vencido desde que el amor ha entrado en la región de la muerte y la “tierra de nadie” de la soledad ha sido habitada por él. CONTEMPLACIÓN ANTE EL SANTO SEPULCRO. Un José te protegió siendo niño, Otro José te desclava dulcemente de la cruz. En sus manos estás más abandonado que un niño en brazos de su madre. Introduce en el seno de la roca la reliquia de tu cuerpo inmaculado. Se rueda la piedra, todo es silencio. Es el shabbáth misterioso. Todo calla, la creación contiene la respiración. Cristo desciende al vacío total de amor. Pero lo hace como vencedor. Arde con el fuego del Espíritu. A su contacto se queman las cuerdas que atan a la humanidad.

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Page 1: LITURGIA DE LA PALABRA Y COMENTARIOS DE LA SANTA MISA … · 2011-02-17 · cuerpo de Jesús. Como en el caso de Lázaro, la muerte de Jesús no es más que un sueño. Mientras su

   Índice:

Sábado Santo De la Sepultura del Señor

Contemplación ante el Sepulcro

VIGILIA PASCUAL DE LA NOCHE SANTA pág 1

LITURGIA DE LA PALABRA Y COMENTARIOS

DE LA SANTA MISA DEL DÍA Pág 44

Sábado Santo: día de la sepultura de Dios. ¿No es acaso, de forma impresionante, nuestro día? ¿No comienza nuestro siglo a ser un gran Sábado Santo, día de la ausencia de Dios en el que incluso los discípulos experimentan un vacío que aletea en el corazón, que se extiende cada vez más, y por esta razón se preparan llenos de vergüenza y angustia a volver a casa y se encaminan sombríos y apesadumbrados en su desesperación hacia Emaús, sin darse cuenta de que aquel que creían muerto está en medio de ellos? “Descenso al infierno” —esta confesión del Sábado Santo— significa que Cristo ha sobrepasado la puerta de la soledad, que ha tocado el fondo inalcanzable e insuperable de nuestra condición de soledad. Significa que aun en la noche externa, no franqueada por palabra alguna, en la que todos somos como niños expulsados, llorando, se oye una voz que nos llama, una mano que nos coge y nos guía. La soledad insuperable del hombre ha sido superada desde el momento en que él ha pasado por esta soledad. El infierno ha sido vencido desde que el amor ha entrado en la región de la muerte y la “tierra de nadie” de la soledad ha sido habitada por él. CONTEMPLACIÓN ANTE EL SANTO SEPULCRO. Un José te protegió siendo niño, Otro José te desclava dulcemente de la cruz. En sus manos estás más abandonado que un niño en brazos de su madre. Introduce en el seno de la roca la reliquia de tu cuerpo inmaculado. Se rueda la piedra, todo es silencio. Es el shabbáth misterioso. Todo calla, la creación contiene la respiración. Cristo desciende al vacío total de amor. Pero lo hace como vencedor. Arde con el fuego del Espíritu. A su contacto se queman las cuerdas que atan a la humanidad.

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   Oh vida, ¿cómo puedes morir? Muero para destruir el poder de la muerte y resucitar a los muertos del infierno. Todo calla. Pero concluyó la gran batalla. El que divide ha sido vencido. Bajo tierra, en lo hondo de nuestras almas, ha prendido una chispa de fuego. Vigilia de pascua. Todo calla, pero en esperanza. El último Adán tiende la mano al primer Adán. La madre de Dios enjuga las lágrimas a Eva. En torno a la roca mortal, florece el jardín. Elevación Espiritual para este día. La tierra está extenuada. Todo duerme y espera. También reposa el cuerpo de Jesús. Como en el caso de Lázaro, la muerte de Jesús no es más que un sueño. Mientras su alma descendía a llevar lo victoria a lo más hondo de los infiernos, su cuerpo duerme pacíficamente en la tumba, esperando las maravillas de Dios. Y es que este Gran Sábado no es como otros. Algo ha cambiado radicalmente. El velo del Templo se rasgó hace poco, brutalmente, dejando al descubierto al Santo de los Santos. El Templo ya no está en su lugar. El sábado ya no está en el sábado. Ni la pascua en la pascua. Todo está en otro sitio. Todo está aquí cerca, cerca del cuerpo que duerme en la tumba. Todo es espero, ahora debe suceder todo. La Iglesia, esposa de Jesús, no se desorienta. Sigue junto a la tumba que encierra el cuerpo amado. El amor no flaquea, no se desespera. El amor todo lo puede, todo lo espera. Sabe ser más fuerte que a muerte. ¿Qué no habría hecho en aquella hora de tinieblas el amor de algunos, entre ellos el de la Virgen María, para que Jesús fuera arrancado de la muerte? Sólo Dios lo sabe. ¿Alguno ha presentido la densidad de vida que coima este cadáver y esta tumba, como jardín en primavera, donde incluso la noche es un crujido de vida y de savia que fluye? Nosotros no lo sabemos. Sólo sabemos que José de Arimatea hizo rodar una gran piedra hasta la boca de la tumba antes de irse, mientras María Magdalena y la otra María estaban allí, firmes junto a la tumba. Seguramente, no saben nada todavía, pero perseveran en el amor. El vacío que se ha creado de repente entre ellas es tan grande que sólo Dios puede llenarlo. Con ellas, toda la Iglesia espera en el amor.

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   SANTA VIGILIA PASCUAL DE LA NOCHE SANTA

Comentario de la Primera Lectura: Génesis 1,1-2.2 La narración de la creación —con la que comienza la Sagrada Escritura— nos lleva al “principio”, cuando la Palabra de Dios se alza potente sobre el caos primordial y de la desolación tenebrosa saca el universo armoniosamente ordenado. Todo corresponde a la voluntad divina, todo ordenado para un fin y aprobado por el Omnipotente (“Y dijo Dios... Y así fue... Y vio Dios que era bueno”). El vértice de la creación es el hombre, única criatura hecha a su “imagen y semejanza” (v. 26), su obra maestra, como lo indica la declaración: “Y todo era muy bueno” (v. 31). Dios tiene en el hombre un interlocutor al que puede confiar el servicio y honor de cuidar de las demás criaturas. Todo es armonía y belleza, paz y dicha. Como al principio las tinieblas cubrían el abismo, así ahora la bendición de Dios penetra y sostiene cada cosa, y todo refleja el esplendor divino.

Escuchar esta página es descubrir la fascinación de la vida y la dignidad de todo ser, y de un modo particular, la del hombre convertido en hijo de Dios por medio de Cristo muerto y resucitado. Comentario del Salmo 103

Este salmo es un himno de alabanza que bendice y da gracias al Dios creador. Una persona (1a.33-35) alaba a Dios ante las maravillas de la creación, recorriendo la totalidad de las cosas creadas, como si se tratara de un nuevo relato de la creación. De hecho, este salmo tiene muchos elementos en común con Gén 1.

El salmo tiene iguales la introducción y la conclusión: « ¡Bendice, alma mía, al Señor!» (1a.35b). El cuerpo del salmo (1b-35a) se puede dividir en cuatro partes: 1b-4; 5-24; 25-32; 33-35a. La primera parte (1b-4) celebra la grandeza y la majestad del Señor en el cielo. Según Gén 1,3, la luz fue lo primero que creó Dios, Se la presenta aquí como un manto que envuelve al mismo Dios (2a). El salmista no es capaz de describir plenamente la grandeza del Señor. Se contenta con decir algo, hablando de sus ropas: esplendor, majestad, luz. Están presentes los elementos celestes: los cielos, las aguas superiores (por oposición a las aguas inferiores), nubes, vientos, fuego (tres de los cuatro elementos de la naturaleza; el cuarto, la tierra, vendrá a continuación). Toda la creación está al servicio de Dios: los vientos y el fuego (los relámpagos) son sus

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   mensajeros. La segunda parte (5-24) vuelve su atención hacia la tierra y hacia todo lo que contiene, especialmente, el ser humano, centro de la creación (se recuerdan los días tercero y sexto de la misma, Gén 1,9-13.24-25). En primer lugar, se trae a la memoria lo que hizo Dios en el segundo día de la creación (Gén 1,6-8), cuando separó las aguas de la tierra (5-9). Para el pueblo de la Biblia, el océano (el abismo) era algo terrible. En cambio, aquí, no es más que el manto que cubre la tierra (6). Los israelitas consideraban un hecha admirable que la furia del mar nunca invadiera la tierra, sino que viniera a disolverse mansamente en la playa. El salmo lo atribuye a la sabiduría del Señor (9), mostrando cómo la tierra y el mar viven en perfecta armonía. De las aguas saladas se pasa al agua dulce, hablando de las fuentes (10) que calman la sed de los animales salvajes y de las aves (11-12), y de las lluvias (13) que fecundan la tierra. De este modo, llegamos al centro de la creación, el ser humano, que recibe todas estas cosas como un don de Dios (14). Pero no todo está acabado. El ser humano, del mismo modo que el Señor, también es creador. De hecho, trabaja todo el día cultivando la tierra para obtener de ella el pan, el vino, el aceite y el alimento que le da fuerzas (14b-15). No obstante, no todo lo ha plantado el ser humano. Hay árboles, llamados «del Señor», en los que anidan los pájaros. Se trata de los imponentes cedros del Líbano, en los montes donde habitan otros animales salvajes (16-18).

A continuación, la alabanza se vuelve a la creación de la luna y del sol, en sintonía con el cuarto día del relato del Génesis (Gén 1,14-19). Aparece, de este modo, la alternancia entre la noche y el día (19-23), entre el momento en que los animales buscan el alimento (la noche) y aquel en el que el hombre sale para su trabajo cotidiano (el día). El salmista elogia la sabiduría con que Dios ha hecho todas estas cosas, llenando la tierra con sus criaturas (24). Inmediatamente se pasa al mar (25-32). Estamos en la tercera parte, que recuerda el quinto día de la creación (Gén 1,20- 23). Además de mencionar alguna de sus características (su amplitud, la inmensidad de sus brazos), el salmista fija su atención en los innumerables seres que pueblan las aguas saladas, en los navíos que las surcan y en el Leviatán, el monstruo mitológico. Pero este monstruo no asusta en absoluto, pues Dios lo ha hecho como su juguete, para jugar con él (26). La vida de estos seres depende de Dios y es un misterio. Dios conserva a las criaturas del mar proporcionándoles alimento y manteniendo su aliento (respiración). La vida está siempre

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   renovándose pues, aunque muchos seres mueran, el soplo de Dios renueva la faz de la tierra (30). La contemplación de todas las cosas creadas (cielo, tierra, mar y todo lo que hay en ellos) concluye con un deseo: “¡Sea por siempre la gloria del Señor, que él se alegre con sus obras!” (31). La cuarta parte (33-35a) presenta la conclusión a que ha llegado el salmista. Va a dedicar toda su vida a cantar y alabar al Señor. Es una alabanza incesante, que enseguida nos hace pensar en el séptimo día de la creación, el día de fiesta y de la comunión con Dios. Es una especie de dedicatoria, en nombre de toda la creación, al Creador y dador de la vida. Se hace mención de los pecadores y de los malvados (35a), lo que indica que no todos piensan y actúan como el salmista. Se expresa el deseo de que estas personas desaparezcan de la tierra, que es pura manifestación de la gloria de Dios, pues no merecen vivir en ella. ¿De quién puede tratarse? ¿Son terratenientes o «latifundistas»? En cualquier caso, se trata de gente que le da la vuelta al proyecto del Señor, que consiste en que todos y todo tengan libertad y vida.

El principal motivo es la alabanza. Este salmista ha querido componer un gran himno de alabanza al Dios Creador, repasando toda la creación y viéndola corno un espejo del mismo Dios, Se habla también de «pecadores» y «malvados» y se pide su muerte, tal vez porque no merecen vivir en un espacio en el que todo es fruto de Dios que da su aliento y que alimenta. Este salmo está basado en un himno egipcio al dios Sol. Sin embargo, las diversas adaptaciones practicadas lo convirtieron en una liturgia de alabanza que sintetiza la actitud fundamental del ser humano ante el Dios que ha hecho todas las cosas: la alabanza. Todo lo que hizo el Señor era bueno (cf. el estribillo que se repite en Gén 1), y la mejor respuesta que puede encontrar el ser humano no es, ni más ni menos, que la alabanza. El rasgo principal de Dios en este salmo es su condición de Creador o, si se prefiere, de Creador aliado con el ser humano en la aventura de la vida. El nombre propio de Dios —Yavé, el Señor— no aparece muchas veces, pero está presente en cada una de las realidades creadas, que reflejan su esplendor, su majestad y su luz. Para profundizar en este detalle, basta que prestemos atención a todas las acciones de Dios que se describen, especialmente, a partir del versículo 5. Todo es vida y expresión de la vida que hay en él, Al ser humano no le queda sino la alabanza, convirtiéndose en la voz de toda la creación. De hecho, no se dice que las cosas creadas

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   alaben al Señor. Es el ser humano —la persona de nuestro salmo— quien tiene que hacerlo en nombre de toda la creación. En este salmo resuenan de varios modos las palabras y las acciones de Jesús. El nos invitó a contemplar la naturaleza, para que nos demos cuenta del cariño con que Dios nos trata. Y, si se comporta de este modo con las cosas creadas, ¿qué no hará con nosotros? (Mt 6,25-34). Además, nos enseñó a alabar a Dios (Mt 11,25-27), llamándolo Padre de todos nosotros (Mt 6,9ss). En el evangelio de Juan (Jn 5,17), Jesús afirma que su Padre trabaja sin cesar y que él también trabaja. Ambos están empeñados en poner cada vez más vida en la creación, recreando constantemente la vida y renovando la faz de la tierra… Hemos dicho que se trata de un himno de alabanza y, por tanto, se presta para la alabanza, Conviene rezarlo en comunión con todo el mundo, con todas las personas, criaturas preferidas de Dios, y en comunión con todas las cosas creadas, reflejo de la luz que hay en él. La liturgia relaciona Sal 104,29-30 con el Espíritu Santo, Es bueno rezarlo para fortalecer nuestra conciencia de la creación y nuestro compromiso con la vida...

O bien Comentario Salmo 32 Se trata de un himno de alabanza. Este tipo de salmos se caracteriza por la alabanza a Dios y por destacar uno o varios aspectos de su presencia y actividad en el mundo.

Los himnos de alabanza tienen normalmente una introducción, un núcleo central y una conclusión. Así sucede en este salmo. La introducción (1-3) está caracterizada por la invitación dirigida a los rectos y a los justos para que aclamen al Señor, lo alaben y canten y toquen en su honor. El clima, por tanto, es de alegría y celebración, todo ello animado por instrumentos musicales (la cítara y el arpa de diez cuerdas). En la invitación se pide, además, que se entone al Señor un cántico nuevo, acompañando con música el momento de la ovación, es decir, el momento en que se produzcan las aclamaciones de los fieles. Como puede verse, ese himno habría surgido en el

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   templo de Jerusalén, con motivo de alguna festividad importante. La novedad del cántico nuevo vendrá en el núcleo del salmo. En los himnos de alabanza, el paso de la introducción al núcleo central suele producirse por medio de un «pues...» o un «por que...»: así se introduce el motivo por el que se invita al pueblo o alabar al Señor. El núcleo, por tanto, comienza en el versículo 4 (y concluye en el 19), ¿Por qué hay que alabar a Dios? ¿En qué consiste la novedad? El núcleo central tiene dos partes: 4-9 y 10-19 En la primera parte (4-9), se celebra la Palabra creadora del Señor. Antes de describir lo que ha creado, se subraya su principal característica (es recta) y también la de su obra creadora (todas sus acciones son verdad, es decir, en la creación, todo es reflejo de la fidelidad de Dios, v. 4) y el rasgo fundamental del Señor en este salmo: es un Dios que ama la justicia y el derecho, cuya bondad llena toda la tierra (5). Se pasa, entonces, a describir lo que esta «Palabra recta» ha producido como rasgo de la fidelidad de Dios: el cielo y sus ejércitos —los astros, las estrellas— (6). Además, le ha puesto un límite a las aguas del mal; metiendo los océanos en inmensos depósitos (7). Después se expresa un deseo: que la tierra entera tema al Señor (8), pues su Palabra no es algo estéril, sino que es Palabra creadora (9). La segunda parte (10-19) muestra al Señor actuando en la historia de la humanidad. Hay un fuerte contraste entre los planes de las naciones y el plan del Señor. Dios frustra los proyectos de los pueblos y los planes de las naciones, mientras que el proyecto del Señor permanece para siempre (10-l1). Aquí se nota una tensión internacional. Se enuncia una bienaventuranza: «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él escogió como heredad» (12). A continuación, el salmo muestra a Dios como creador de todos y como conocedor de la intimidad del ser humano. Para Dios todo es transparente, incluidas las motivaciones profundas que mueven a actuar al ser humano (13-15). Si el Señor conoce por dentro al ser humano, es inútil buscar seguridad en otros seres o cosas (16-17), pues la seguridad de los que temen a Dios tiene nombre propio: Yavé —«el Señor»— (18). El los libra del hambre y de la muerte (19).

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    La conclusión (20-22) refuerza el tema de la esperanza y de la confianza que el pueblo tiene en el Señor, concluyendo con una petición: que la esperanza del pueblo se vea coronada por la misericordia del Señor. Este salmo habría nacido, ciertamente, en un día de fiesta, en el templo de Jerusalén. Parece ser reciente, pues hasta el exilio de Babilonia (que concluyó el 538 a.C.) y después de él, Israel no empezará a reflexionar sobre el Dios creador. A pesar de ser un salmo alegre, con música, no deja de mostrar, en su interior, una tensión o conflicto. De hecho, ya desde el inicio, aparece enseguida una polémica contra la idolatría de los astros. Encontrándose en Babilonia, en el exilio, el pueblo de Dios vio cómo les babilonios adoraban a los astros del cielo (el sol, la luna, etc.). En este contexto —y motivado por él— surge la idea del Dios creador. Los astros no son dioses, sino criaturas de Dios (6). Además de lo dicho, en este salmo hay una tensión internacional. Se habla de los planes de las naciones y de los proyectos de los pueblos. El Señor los frustra y los deshace (10). Más aún, los planes de las naciones y los proyectos de los pueblos no pueden con el plan del Señor. Sólo este permanece por siempre (11). Durante mucho tiempo se consideró al Señor como Dios sólo de los israelitas. Durante el exilio y después de él, se empieza a afirmar que el Señor es el único Dios, es el Señor de todos los pueblos. Se convierte en Dios internacional. De hecho, esta idea está muy presente en este salmo (8.13.14.15). Dios es el creador de todos y dichosa la nación cuyo Dios es el Señor (12). En esto consiste la novedad de este salmo. Otro foco de tensión (nacional o internacional) se encuentra en los versículos 16-17. En ellos se habla de tres situaciones incapaces de salvar: el rey con su gran ejército, el valiente que confía en su fuerza y el caballo que de nada sirve para salvar el pellejo a la hora de huir de la batalla. ¿Quién es ese rey? Probablemente cualquier rey de cualquier nación pues, si este salmo surgió después del cautiverio en Babilonia, no puede tratarse de ningún rey judío, ya que la monarquía desapareció con el exilio.

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   En este salmo encontramos dos rasgos determinantes de Dios: él es el Creador y el Señor de la historia. No es sólo el Dios de Israel, sino el de toda la humanidad. El versículo 5 resume esta idea de forma clara: «El ama la justicia y el derecho, y su bondad llena la tierra». Este salmo nos presenta al Dios que desea la justicia y el derecho en todo el mundo, y no sólo en Israel. Podemos, entonces, afirmar que nos encontramos ante el Señor, el Dios amigo y aliado de toda la humanidad. Y quiere, junto con todos los seres humanos, construir un mundo de justicia. Desea que todo el mundo lo tema y que experimente su misericordia y su bondad. Este Dios tiene un plan para toda la humanidad y quiere que este plan se lleve a cabo. En este sentido, cuando dice «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él escogió como heredad», este salmo no está asimilándolo todo a Israel, sino que está abriendo esta posibilidad a cada uno de los pueblos o naciones, en sintonía con algunos profetas posteriores al exilio en Babilonia. El Nuevo Testamento ve a Jesús como la Palabra creadora del Padre (Jn 1,1-18) y como rey universal. La pasión según Juan lo presenta como rey de todo el mundo, un rey que entrega su vida para que la humanidad pueda vivir en plenitud. La misma actividad de Jesús no se limitó al pueblo judío, sino que se abrió a otras razas y culturas, hasta el punto de que Jesús encuentra más fe fuera que dentro de Israel (Lc 7,9). Por tratarse de un himno de alabanza, se presta para una oración de aclamación alegre y festiva. Pero no podemos perder de vista las tensiones o conflictos que lo originaron. Alabamos a Dios desde una realidad concreta, y esta realidad es, con frecuencia, tensa y difícil. Este salmo nos invita a alabar a Dios por las cosas creadas, pues su obra es reflejo de su fidelidad; a alabarlo por su presencia y su intervención en la historia, construyendo, junto con la humanidad, una sociedad marcada por el derecho, la justicia, el amor y la misericordia; nos invita a descubrir esos nuevos lugares en los que Dios manifiesta su fidelidad y a cantar por ello su alabanza. Comentario de la Segunda Lectura: Génesis 22, 1-18. Después del pecado y la consiguiente expulsión del edén, el hombre vive

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   alejado del rostro de su Dios, pero —siendo creado a su “imagen y semejanza” — siente una vivísima nostalgia de él. Su patria es el cielo; la tierra, un destierro. Nómada por vocación, camina con la esperanza de que un día su peregrinar —y su sufrimiento— acabará. La egregia figura de Abrahán se distingue por la pureza de fe con la que testimonia su amor al Altísimo, al que rinde una obediencia incondicionada, hasta no negarle a Isaac, su único hijo, el hijo de la promesa. Figura de Cristo en esta su total disponibilidad a cumplir la voluntad de Dios, Abrahán es también imagen del Padre, que en el exceso de su amor por el hombre no perdonará a su Hijo Unigénito —el verdadero hijo de la promesa—, sino que lo entregará a la muerte para la salvación de todos.

Comentario del Salmo 15 Este salmo es un himno de alabanza. Se alaba al Señor con todas las fuerzas y se le da gracias por todos los beneficios que ha concedido a una persona (1b-2) y a todo el pueblo (7-19). El salmista bendice a Dios e invita a todas las realidades creadas a que hagan lo mismo. Es un salmo de confianza individual, en el que alguien expone su absoluta confianza en el Señor (2), al que considera su refugio (1), amigo íntimo (7) y alguien siempre cercano (8); en él pone una confianza total incluso ante la barrera fatal, la muerte (10), con el convencimiento de que Dios le mostrará el camino de la vida, proporcionándole una alegría perpetua (11). Las traducciones de este salmo suelen diferir bastante unas de otras. La razón es que el texto original (hebreo) se encuentra en mal estado de conservación y tiene palabras incomprensibles. Tal vez sea posible identificar tres partes: 1; 2-6; 7-11. La primera funciona a modo de introducción, Incluye una petición (“Protégeme”) y presenta un gesto de confianza («pues me refugio en ti»). La segunda (2-6) es una especie de profesión de fe. El salmista ha elegido al Señor como su bien (2), rechazando, por consiguiente, todos los ídolos y señores del inundo y todas las prácticas de idolatría a que dan lugar (3-4). Vuelve a hablar del Señor como su bien absoluto, diciendo que es la parte de la herencia —una herencia deliciosa, la más bella— que le ha tocado (en Israel, tradicionalmente, la herencia era la tierra) y su copa, en cuyas manos está el destino del salmista (5-6). La tercera parte (7-11) viene marcada por la idea del camino, El Señor es el

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   consejero permanente del fiel, incluso de noche (7); va caminando por delante, impidiendo que el salmista vacile (8), lo llena de alegría (9) y no permite que el fiel conozca la muerte (10), sino que le enseña el camino de la vida y le proporciona una alegría sin fin (11). «Confianza» y «alegría» son dos términos característicos de este salmo. Ambas realidades provienen, de hecho, de la gran intimidad que hay entre el salmista y Dios. En efecto, el Señor va por delante, mostrándole el camino, pero también está a la derecha del fiel (el lugar más importante). La conclusión del salmo sitúa al fiel, lleno de gozo y felicidad, ante el Señor e, inmediatamente después, es el fiel el que está a la derecha de Dios. Este baile de posiciones (delante, a la derecha) pone de manifiesto la intimidad entre estos dos amigos y compañeros. El cuerpo del salmista viene a ser como una especie de caja de resonancia en la que vibran la confianza y la alegría. Se habla de manos que evitan derramar libaciones a los ídolos y de labios que se niegan a pronunciar sus nombres (4); también se habla del corazón que se alegra, de las entrañas que exultan, de la carne (el cuerpo entero) que reposa serena (9), pues no conocerá el sepulcro, porque la muerte, la que destruye el cuerpo, va a ser destruida (10). Confianza, gozo, alegría e intimidad con Dios determinan la vida de esta persona noche y día (7) Quien compuso este salmo vivía en una situación difícil caracterizada por un ambiente hostil, De hecho, se habla de los «dioses y señores de la tierra» (3) que multiplican las estatuas de dioses extraños e invitan a la gente a que invoquen el nombre de los ídolos y les presenten ofrendas (4). Estamos, por tanto, en un período de idolatría generalizada bajo el patrocinio de los «señores de la tierra», los poderosos. ¿Qué es lo que le sucede al que no acepta esta situación? El Antiguo Testamento registra algunos casos paradigmáticos: ¿Qué es lo que pretendía hacer Jezabel en contra del profeta Elías? ¿Qué hizo el rey Nabucodonosor con quien no adoró la estatua que había levantado? (cf. Dan 3,1-23). ¿Y qué le sucedió a Eleazar cuando se negó a violar la ley de su pueblo que prohibía comer carne de cerdo? (cf. 2Mac 6,18-31). Algo parecido sucede en este salmo. Resulta difícil identificar la época en que surgió, pero es evidente que estamos viviendo un tiempo de idolatría generalizada, con el consiguiente conflicto entre los seguidores de los ídolos y los fieles al Señor. La gente va aceptando pasivamente los ídolos y les presentan ofrendas (las libaciones de sangre llevan a pensar en sacrificios humanos), abandonando de este modo el culto al Señor. Los que no se

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   conforman, ponen en peligro su vida. Por eso el salmista, expresando su confianza absoluta en el Dios de la vida, afirma: «No me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel que conozca el sepulcro» (10). Lleno de confianza, esta persona pide: “Protégeme, Dios mío, pues me refugio en ti” (1b), ya que es consciente de que su vida corre peligro.

Los versículos 5 y 6 hablan de la herencia, un lugar delicioso, la heredad más bella. Estas palabras nos recuerdan la tierra, el don sagrado que el Señor hace a su pueblo. Parece ser que este fiel ha perdido la tierra, la herencia del Señor, pero no la confianza. Tratándose de un salmo de confianza, muestra a un Dios próximo, refugio, el bien supremo de la persona, herencia y copa del fiel, aquel que tiene en sus manos el destino de la criatura, consejero que instruye incluso de noche, que camina por delante, que se pone a la derecha de la persona, que no la deja morir sino que, más bien, le enseña el camino de la vida y pone al salmista a su derecha, el puesto de honor. Este Dios sólo puede ser Yavé, «el Señor», el Dios compañero que, en el pasado, selló una Alianza con todo el pueblo. El salmista tiene esa confianza porque sabe que el Señor es el aliado fiel. Es algo que tiene en su mente, en su carne y en su sangre. Por eso manifiesta una confianza incondicional. En el Nuevo Testamento, Jesús es motivo de confianza para el pueblo (Mc 5,36; 6,50; Jn 14,1; 16,33). El mismo manifiesta una absoluta confianza en el Padre (Jn 11,42). Los primeros cristianos leyeron los versículos finales de este salmo a la luz de la muerte y la resurrección de Jesús.

Este salmo es adecuado para cuando deseamos manifestar una total y absoluta confianza en Dios; podemos rezarlo cuando vemos cómo se multiplican los ídolos y las prácticas idolátricas; cuando sentimos la tentación de abandonar la fe; cuando nuestra vida corre peligro; cuando queremos expresar con el cuerpo el gozo y la alegría que nos produce creer en Dios... Comentario de la Tercera lectura: Éxodo 14,15-15,1. Instalado en Egipto a causa de una hambruna, el pueblo elegido fue reducido a esclavitud. Pero Dios escuchó el grito de Israel y suscitó un libertador de en medio del pueblo, Moisés, figura de Cristo, que

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   vendrá a librar a la humanidad entera de una esclavitud mucho más grave: la del pecado. Bajo la guía de Moisés, el pueblo se dirige hacia la tierra prometida. Pero las inevitables fatigas y los peligros del camino se convierten pronto en una fuente de tentación: entregarse en manos de los egipcios que, potentemente armados, les persiguen, mientras delante de ellos se extiende, inmenso, el mar Rojo. En esta situación límite, donde el hombre experimenta toda su debilidad, interviene la omnipotencia de Dios. El estilo de la perícopa es revelador de su profundo significado teológico. Moisés es el designado para exhortar al pueblo y para extender la mano sobre las aguas... Hasta aquí el papel del mediador; luego cambia el sujeto. Moisés pasa a segundo plano y aparece con todo su poder Yavé, que vuelve a empujar el mar, mira desde lo alto, derrota a los egipcios y los arrolla... Las aguas del mar Rojo, que eran una amenaza de muerte, se convierten en fuente de salvación (por eso el cristianismo ha visto siempre en sus aguas un símbolo de las aguas bautismales).

El paso del mar aparece a los ojos de los protagonistas como una impresionante revelación del Dios que guía el curso de la historia. La perícopa concluye con tres verbos fundamentales: el pueblo vio, temió y creyó, verbos que reaparecen en las narraciones evangélicas de la resurrección de Cristo. Las maravillas realizadas por el Señor refuerzan la fe de los liberados, que pueden reemprender el camino y exaltar solemnemente la experiencia vivida, como aparece en el cántico de Moisés (Ex 15,1-18). Comentario del Salmo Interleccional: Ezequiel 15, 1-18. Cántico de Moisés. Este himno de victoria (cf. Ex 15,1-18), propuesto en las Laudes del sábado de la primera semana, nos remite a un momento clave de la historia de la salvación: al acontecimiento del Éxodo, cuando Israel fue salvado por Dios en una situación humanamente desesperada. Los hechos son conocidos: después de la larga esclavitud en Egipto, ya en camino hacia la tierra prometida, los hebreos habían sido alcanzados por el ejército del faraón, y nada los habría salvado de la aniquilación si el Señor no hubiera intervenido con su mano poderosa. El himno describe con detalle la insolencia de los planes del enemigo armado: «perseguiré, alcanzaré, repartiré el botín...» (Ex 15,9). Pero, ¿qué puede hacer incluso un gran ejército frente a la

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   omnipotencia divina? Dios ordena al mar que abra un espacio para el pueblo agredido y que se cierre al paso de los agresores: «Sopló tu aliento y los cubrió el mar, se hundieron como plomo en las aguas formidables» (Ex 15,10). Son imágenes fuertes, que quieren expresar la medida de la grandeza de Dios, mientras manifiestan el estupor de un pueblo que casi no cree a sus propios ojos, y entona al unísono un cántico conmovido: «Mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación. Él es mi Dios: yo lo alabaré; el Dios de mis padres: yo lo ensalzaré» (Ex 15,2). El cántico no habla sólo de la liberación obtenida; indica también su finalidad positiva, la cual no es más que el ingreso en la morada de Dios, para vivir en comunión con él: «Guiaste con misericordia a tu pueblo rescatado; los llevaste con tu poder hasta tu santa morada» (Ex 15,3). Así comprendido, este acontecimiento no sólo estuvo en la base de la alianza entre Dios y su pueblo, sino que se convirtió también en un «símbolo» de toda la historia de la salvación. Muchas otras veces Israel experimentará situaciones análogas, y el Éxodo se volverá a actualizar puntualmente. De modo especial aquel acontecimiento prefigura la gran liberación que Cristo realizará con su muerte y resurrección. Por eso, nuestro himno resuena de un modo especial en la liturgia de la Vigilia pascual, para destacar con la intensidad de sus imágenes lo que se ha realizado en Cristo. En él hemos sido salvados, no de un opresor humano, sino de la esclavitud de Satanás y del pecado, que desde los orígenes pesa sobre el destino de la humanidad. Con él la humanidad vuelve a entrar en el camino, en el sendero que lleva a la casa del Padre. Esta liberación, ya realizada en el misterio y presente en el bautismo como una semilla de vida destinada a crecer, llegará a su plenitud al final de los tiempos, cuando Cristo vuelva glorioso y «entregue el reino a Dios Padre» (1 Co 15,24). Precisamente a este horizonte final, escatológico, la Liturgia de las Horas nos invita a mirar, introduciendo nuestro cántico con una cita del Apocalipsis: «Los que habían vencido a la bestia cantaban el cántico de Moisés, el siervo de Dios» (Ap 15,2-3). Al final de los tiempos se realizará plenamente para todos los salvados lo que el acontecimiento del Éxodo prefigura y la Pascua de Cristo ha llevado a cabo de modo definitivo, pero abierto al futuro. En

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   efecto, nuestra salvación es real y profunda, pero está entre el «ya» y el «todavía no» de la condición terrena, como nos recuerda el apóstol san Pablo: «Porque nuestra salvación es en esperanza» (Rm 8,24). «Cantaré al Señor, sublime es su vitoria» (Ex 15,1). Al poner en nuestros labios estas palabras del antiguo himno, la Liturgia de las Laudes nos invita a situar nuestra jornada en el gran horizonte de la historia de la salvación. Este es el modo cristiano de percibir el paso del tiempo. En los días que se acumulan unos tras otros no hay una fatalidad que nos oprime, sino un designio que se va desarrollando, y que nuestros ojos deben aprender a leer como en filigrana.

Los Padres de la Iglesia eran particularmente sensibles a esta perspectiva histórico-salvífica, pues solían leer los hechos más destacados del Antiguo Testamento -el diluvio del tiempo de Noé, la llamada de Abraham, la liberación del Éxodo, el regreso de los hebreos después del destierro de Babilonia,...- como «prefiguraciones» de eventos futuros, reconociendo que esos hechos tenían un valor de «arquetipos»: en ellos se anunciaban las características fundamentales que se repetirían, de algún modo, a lo largo de todo el decurso de la historia humana. Por lo demás, ya los profetas habían releído los acontecimientos de la historia de la salvación, mostrando su sentido siempre actual y señalando la realización plena en el futuro. Así, meditando en el misterio de la alianza sellada por Dios con Israel, llegan a hablar de una «nueva alianza» (Jr 31,31; cf. Ez 36,26-27), en la que la ley de Dios sería escrita en el corazón mismo del hombre. No es difícil ver en esta profecía la nueva alianza sellada con la sangre de Cristo y realizada por el don del Espíritu. Al rezar este himno de victoria del antiguo Éxodo a la luz del Éxodo pascual, los fieles pueden vivir la alegría de sentirse Iglesia peregrina en el tiempo, hacia la Jerusalén celestial. Así pues, se trata de contemplar con estupor siempre nuevo todo lo que Dios ha dispuesto para su pueblo: «Lo introduces y lo plantas en el monte de tu heredad, lugar del que hiciste tu trono, Señor; santuario, Señor, que fundaron tus manos» (Ex 15,17). El himno de victoria no expresa el triunfo del hombre, sino el triunfo de Dios. No es un canto de guerra, sino un canto de amor. Haciendo que nuestras jornadas estén impregnadas de este sentimiento de alabanza de los antiguos hebreos, caminamos por las

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   sendas del mundo, llenas de insidias, peligros y sufrimientos, con la certeza de que nos envuelve la mirada misericordiosa de Dios: nada puede resistir al poder de su amor. Comentario de la Cuarta Lectura: Isaías 54, 5-14.

Casi como respuesta al cántico de Moisés que el pueblo elevó a su Dios como quien en la hora de la prueba ha experimentado su omnipotencia, esta lectura nos ofrece lo que se ha definido como el “cántico de amor de Yavé” por su pueblo, por su Esposa. Entre líneas se puede leer la infidelidad de Israel al pacto de la alianza sellada solemnemente en el Sinaí y renovada muchas veces. También se puede entrever como telón de fondo el sufrido período del destierro, interpretado teológicamente como corrección y castigo divinos. Pero todo esto se queda como en un segundo plano: es un pasado cancelado —perdonado— por el inmenso amor del Señor (v. 7), el Dios fiel, que se une a su pueblo —a la humanidad— con una alianza que no puede fallar porque está cimentada en su misericordia. Es el anuncio de la eucaristía, de la “nueva y eterna alianza”, gracias a la cual todo creyente se convierte en cuerpo de Cristo y en ciudadano de aquella Jerusalén celestial, prefigurada en los últimos versículos, que se va construyendo desde ahora y será nuestra morada eterna. Comentario del Salmo 29 Es una acción de gracias individual. El salmista manifiesta su agradecimiento porque el Señor ha escuchado su clamor. Esta persona se encuentra probablemente en el templo de Jerusalén, pues está rodeada de gente que escucha el relato de su liberación. En muchas ocasiones, después de ver sus súplicas atendidas, la gente iba al templo a ofrecer sacrificios de acción de gracias. Como la mayoría de los salmos de acción de gracias, también este tiene una introducción, un núcleo central y una conclusión. En la introducción (2-4), el salmista ensalza al Señor por su liberación, pues gritó a Dios y fue escuchado. El Señor les tapó la boca a sus enemigos. También se expone la dramática situación en que se encontraba esta persona, pues se habla de librar de sacar de la tumba y de hacer revivir de entre los que bajan a la fosa. En la introducción, el salmista se dirige al Señor.

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   En el núcleo central (5-11), el salmista se dirige a los fieles que están en el templo, pues quiere convertir su experiencia en catequesis para otros, Expone lo que le ha sucedido, cómo pasó de una situación tranquila, en la que nada podía hacerle vacilar, a vivir un drama existencial sin precedentes, como si le hubiera faltado el suelo bajo los pies. Entonces clamó al Señor, apostando fuerte con Dios: «Si muero, pierdes un buen aliado y tu fama se acaba; si no me escuchas, mis enemigos van a decir que no existes. Para ti, es mejor que yo viva, pues ningún muerto da testimonio de ti». Al Señor le convencieron los argumentos de esta persona y la sanó. En la conclusión (12-13) la persona curada promete convertir su vida en una continua acción de gracias. No se contenta con ofrecer un sacrifico en el templo. Toda su vida será una alabanza incesante. Este salmo muestra la superación de un terrible conflicto. A lo largo del texto, encontramos muchas referencias al conflicto «vida-muerte» («liberación» frente a «enemigos»; «sacar de la tumba» frente a «bajar a la fosa», etc.). ¿Qué es lo que habría pasado? El salmista vivía en una situación tranquila, tenía honor y poder (7-8a). No era pobre, sino rico. Imaginaba que esta situación de tranquilidad, sin sobresaltos, el honor y la riqueza, eran premios que Dios le concedía por su fidelidad. Los enemigos pensaban lo contrario. Creían que a Dios no le importaba ni la riqueza ni la miseria. De repente, esta persona se ve afectada por una enfermedad mortal (3b). Tiene la sensación de estar con «un pie en la tumba», corno se suele decía Está ya dentro del túnel, ve la tumba y la fosa (4). Y, ¿entonces? El no ha pecado. ¿Castigo de Dios? No. Sus enemigos dicen: « ¿Lo ves? ¿De qué te sirve ahora tanta fidelidad al Señor? ¿No decíamos nosotros que Dios no se mete en estas cosas? Ese Dios tuyo no existe». El salmista hace lo que no había hecho nunca: dama. Y descubre un nuevo rostro de Dios, el del Dios que escucha los clamores. En aquella época todavía no se creía en la resurrección de los muertos. Por eso esta persona apuesta tan fuerte por Dios. Si muere, esto supondrá la victoria de los enemigos y la derrota de Dios; si se cura, el Señor será el vencedor y seguirá teniendo en el salmista a un fiel aliado, y los enemigos tendrán que callarse. El Señor atendió su súplica y lo sanó. Entonces, esta persona va al templo, reúne a la gente y les cuenta cómo estaba antes de la enfermedad, cómo clamó, cómo negoció con Dios y expone la gracia

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   alcanzada (5-11), prometiendo vivir en un estado continuo de alabanza y de acción de gracias (13b). Evidentemente, estamos una vez más ante el Dios de la Alianza que escucha el clamor de los que sufren (3). Cuando invita a los fieles a celebrar con instrumentos musicales la «memoria sagrada» de Dios (5), el salmista está pensando en el Dios del éxodo, pues así fue como se reveló a Moisés, pidiendo que se recordara su memoria por siempre (Éx 3,15). ¿Qué sucedió con el salmista? Una especie de «mini éxodo», réplica fiel de la gran liberación de los israelitas. Y el Señor es ahora el mismo de entonces. Resulta interesante señalar el descubrimiento progresivo que esta persona hace de Dios, Antes de caer enfermo, cuando se sentía tranquila y segura, cuando disfrutaba de honor y poder, pensaba en un Dios comerciante: «La persona obra el bien y Dios le da honor y poder corno premio». La enfermedad mortal acaba con esta imagen de Dios; entonces el salmista tiene que aprender a clamar Al hacerlo, descubre que el Señor no es un comerciante, sino el aliado y amigo que escucha el clamor, el auténtico Dios del éxodo, que escucha las súplicas que se le dirigen. En tercer lugar, no se conforma con dar gracias mediante un sacrificio —cosa que le costaba poco—, sino que decide vivir en alabanza continua el resto de sus días. Descubre así una de las formas más bellas de relacionarse con Dios. Los enemigos del salmista tienen que cerrar la boca, pues son materialistas o ateos prácticos. Dicen que a Dios, si es que existe, no le preocupan ni la prosperidad ni la desgracia de la gente. El salmo responde a esta postura mostrando a un Dios aliado que interviene en la historia junto a los que claman a él. Recorriendo el Nuevo Testamento, nos damos cuenta de que Jesús es la presencia de Dios junto a los que claman. Son muchos los que le deben reconocimiento y alabanza por la liberación recibida. Este es un salmo de acción de gracias. Es conveniente que lo recemos siempre que sintamos la presencia liberadora de Dios y de Jesús en nuestra vida: tras la superación de conflictos personales, de enfermedades, de una visión estrecha y mercantilista de Dios o de Jesús; podemos rezarlo en solidaridad con aquellos enfermos que superan una etapa difícil; corno acción de gracias cuando pasamos de la «muerte a la vida»; cuando amamos profundamente la vida y queremos seguir viviendo más y más...

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   Comentario de la Quinta lectura: Isaías 55,1-11 Durante el destierro, Israel tuvo la dura experiencia de una extrema pobreza. La ausencia de pan y de agua expresa globalmente la privación de lo más esencial de la vida. El pueblo se encuentra en una situación de muerte que parece definitiva. Pero es entonces cuando el Señor, por boca del profeta, dirige una invitación que puede parecer paradójica por el fuerte contraste con la situación histórica real: “venid todos los sedientos, venid por agua”, “comprad de balde”... En esta agua dada gratuitamente está prefigurado el don del Espíritu que manará del costado de Cristo, inundando la Iglesia naciente y a toda la humanidad. Entonces es cuando se hace posible acoger la sentida exhortación de abandonar la impiedad y seguir los misteriosos caminos del Señor. De hecho, es el Espíritu quien dispone los corazones sedientos de Dios a acoger la Palabra, a guardarla y meditarla, de suerte que produzca los frutos de santidad de la que es portadora. El pueblo privado de esperanza vuelve a vivir, y con su existencia atrae incluso a los que yacen en las tinieblas de muerte. Lo mismo que el pueblo elegido, cada alma, gratuitamente salvada, se convierte a su vez en cooperadora de salvación, en canal donde discurre la gracia para llegar a los confines de la tierra. Así es la grandiosa vocación que nos une a todos en solidaridad universal para que todo hombre pueda conocer al único verdadero Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Comentario del Salmo Interleccional: Isaías 12, 2-6. El himno al que ahora nos referimos (cfr. Isaías 12, 1-6) es considerado por los estudiosos, ya sea por su calidad literaria, ya sea por su tono general, como una composición posterior al profeta Isaías, quien vivió en el siglo VIII antes de Cristo. Es casi una cita, un texto con las características de un salmo, pensado quizá para ser utilizado en la liturgia, introducido en este momento para servir de conclusión al «libro del Emmanuel». Evoca de él algunos temas: la salvación, la confianza, la alegría, la acción divina, la presencia entre el pueblo del «Santo de Israel», expresión que indica tanto la trascendente «santidad» de Dios, como su cercanía amorosa y activa, en la que puede confiar el pueblo de Israel. Quien canta es una persona que deja a sus espaldas una vicisitud amarga, experimentada como un acto del juicio divino. Pero ahora la prueba ha terminado, la purificación ha tenido lugar; a la cólera del

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   Señor le sigue la sonrisa, la disponibilidad para salvar y consolar. Las dos estrofas del himno demarcan por decir así dos partes. En la primera (cfr. versículos 1-3), que comienza con la invitación a rezar: «Dirás aquel día». Domina la palabra «salvación», repetida tres veces, aplicada al Señor: «Dios es mi salvación... Él fue mi salvación... las fuentes de la salvación». Recordemos, entre otras cosas, que el nombre de Isaías -como el de Jesús- contiene la raíz del verbo hebreo «yaša´», que alude a la «salvación». El orante tiene, por tanto, la certeza inquebrantable de que en el origen de la liberación y de la esperanza se encuentra la gracia divina. Es significativo poner de manifiesto que hace referencia implícita al gran acontecimiento salvífico del éxodo de la esclavitud de Egipto, pues cita las palabras del canto de liberación entonado por Moisés: «Mi fuerza y mi poder es el Señor» (Éxodo 15, 2). La salvación donada por Dios, capaz de hacer brotar la alegría y la confianza, incluso en el día oscuro de la prueba, es representada a través de la imagen, clásica en la Biblia, del agua: «Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación» (Isaías 12, 3). Recuerda a la escena de la mujer samaritana, cuando Jesús le ofreció la posibilidad de tener en sí misma una «fuente de agua que brota para la vida eterna» (Juan 4, 14). Cirilo de Alejandría lo comenta de manera sugerente: «Jesús llama agua viva al don vivificante del Espíritu, el único a través del cual la humanidad -aunque esté abandonada completamente, como los troncos en los montes, seca, y privada por las insidias del diablo de toda virtud-, es restituida a la antigua belleza de la naturaleza... El Salvador llama agua a la gracia del Espíritu Santo, y si uno participa de Él, tendrá en sí mismo la fuente de las enseñanzas divinas, de manera que ya no tendrá necesidad de los consejos de los demás, y podrá exhortar a aquellos que sienten sed de la Palabra de Dios. Así eran, mientras se encontraban en esta vida y sobre la tierra, los santos profetas, los apóstoles, y los sucesores de su ministerio. De ellos se ha escrito: “sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación”. Por desgracia la humanidad, con frecuencia abandona esta fuente que quita la sed de todo el ser de la persona, como revela con amargura el profeta Jeremías: «Me abandonaron a mí, manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas, que el agua no retienen» (Jeremías 2, 13). También Isaías, unas páginas antes,

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   había exaltado «las aguas de Siloé que discurren lentamente», símbolo de la potencia militar y económica, así como de la idolatría, aguas que entonces fascinaban a Judá, pero que la habrían sumergido. Otra invitación -«Aquel día diréis»-, es el inicio de la segunda estrofa (cfr. Isaías 12, 4-6), que se convierte en un continuo llamamiento a la alabanza gozosa en honor del Señor. Se multiplican los imperativos a cantar: «Dad gracias», «invocad», «contad», «proclamad», «tañed», «anunciad», «gritad jubilosos». En el centro de la alabanza se encuentra una profesión de fe en Dios salvador, que actúa en la historia y está junto a su criatura, compartiendo sus vicisitudes: «El Señor hizo proezas... Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel» (versículos 5 y 6). Esta profesión de fe tiene una función por decir así misionera: «Contad a los pueblos sus hazañas... anunciadlas a toda la tierra» (versículos 4 y 5). La salvación alcanzada debe ser testimoniada al mundo, para que toda la humanidad acuda a las fuentes de la paz, de la alegría y de la libertad. Comentario de la Sexta lectura: Baruc 3,9-15.32-4,4 En profunda continuidad con la lectura precedente, el texto del profeta Baruc es un himno que exalta la belleza y la fuerza de la Palabra de Dios. La Palabra de Dios es fuente de la vida, manantial de toda gracia, el don más precioso que el Señor Dios ha dado a su pueblo. Sin embargo, ha sido descuidada, la han olvidado, no la han acogido. Aquí hay que buscar la causa de todos los males que afligen a Israel. Pero no hay que detenerse aquí; es preciso avivar en el corazón la certeza de que Dios es fiel y de que no retira su don: todavía es posible volver a la Palabra; es más, éste es el único camino para hallar de nuevo la paz, la sabiduría, la vida. Si todo esto es cierto para el pueblo del Antiguo Testamento, lo es mucho más para el nuevo Israel, la humanidad redimida por la sangre de Cristo. Pues la Palabra de Dios no es letra muerta, sino una Persona, Jesús mismo, el Hijo unigénito al que el Padre, en su inmenso amor, no perdonó, sino que nos entregó para devolvernos la vida. Si nuestro pecado fue la causa de la crucifixión, adherirnos ahora a él, seguirlo, vivir de acuerdo con el mandamiento nuevo, el mandamiento del amor que dejó a los suyos antes de su pasión, significa poner fin al destierro en el que el pecado nos sitúa, para entrar ya desde ahora en la morada de paz que es la comunión

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   eterna con la Santísima Trinidad. Comentario del Salmo 18. El salmo 18 mezcla dos tipos de salmo, lo que ha llevado a mucha gente a dividirlo en dos. De hecho, del versículo 2 al 7 tenemos un himno de alabanza, sin ningún tipo de introducción. Aquí, el cielo y el firmamento, el día y la noche cantan —en silencio— las alabanzas de quien los creó. Se trata, por tanto, de un himno de alabanza al Dios creador. Pero la segunda parte (8-15) es de estilo sapiencial y presenta una reflexión sobre la ley del Señor. Lo que hemos dicho hasta ahora puede ayudarnos a ver cómo está organizado el salmo 19. Tiene dos partes, con estilos diferentes: 2-7 y 8-15. En la primera (2-7) tenemos una solemne alabanza al Creador del universo: el cielo, el firmamento, el día, la noche y, sobre todo, el sol, proclaman, sin palabras, la gloria de quien los creó. La alabanza silenciosa es lo más importante, pues viene a demostrar que las palabras no son capaces de expresar todo lo que se siente. El sol es comparado con el esposo que sale de la alcoba y con un atleta que recorre el camino que se le ha señalado. En la segunda parte (8-15) encontramos un poema sapiencial cuyo tema central es la ley del Señor, a la que se designa también como «testimonio» (8b), «preceptos» 9a), «mandamiento» (9b), «temor» (10a) y «decretos» (10b) son seis términos que se emplean para indicar básicamente la misma realidad. Al lado de cada una de estas palabras se repite el nombre propio de Dios: «el Señor» —Yavé en el original hebreo— (en esta segunda parte, este nombre aparece siete veces) y también un adjetivo: «perfecta», «veraz», «rectos», «transparente», «puro», «verdaderos». Después de cada una de estas afirmaciones se presenta a la persona o realidad que se beneficia de los efectos de la ley: el alma descansa (8a), el ignorante es instruido (8b), el corazón se alegra (9a), los ojos reciben luz (9b). Todo esto se resume en dos comparaciones: la ley es más preciosa que el oro más puro (es decir, más que lo más valioso que existe) y más dulce que la miel (la miel es lo más dulce que hay). Con otras palabras, este poema afirma que la ley es lo más valioso y lo más dulce que existe (11). Esta segunda parte puede, a su vez, dividirse en otras dos. Después de presentar el elogio de la ley perfecta, lo más precioso y lo más dulce que hay, el salmista se contempla a sí mismo viéndose imperfecto, impuro, arrogante y pecador (12-14), y concluye

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   expresando un deseo: que las palabras de este salmo, en forma de meditación, le agraden al Señor, su roca, su redentor (15). La primera parte de este salmo (2-7) presenta una tensión. De hecho, casi todos los pueblos vecinos de Israel consideraban al sol y a los astros como dioses. Para el salmista, el cielo y el firmamento son como una especie de gran tejido en el que Dios ha dejado impresos algunos signos de su amor creador. En silencio, las criaturas hablan de la grandeza de su Creador. Cada día le entrega al siguiente una consigna; lo mismo que cada noche a la posterior: han de ser anunciadores silenciosos del amor del Creador. Aun sin usar palabras, su mensaje silencioso llegará hasta los límites del orbe. Todos los días y todas las noches proclaman siempre la misma noticia. El sol no es Dios, sino una criatura de Dios. En aquel tiempo, se creía que el astro rey giraba alrededor de la tierra. Por eso se suponía que, por la mañana, salía de la tienda invisible que Dios había levantado para él en Oriente como el esposo de la alcoba, para recorrer su órbita como un héroe o un atleta, hasta entrar de nuevo en su tienda en Occidente. Como el esposo, porque es sinónimo de fecundidad; como un héroe, porque nada ni nadie escapa a su calor; como un atleta, porque nadie lo puede detener. La segunda parte (8-15) también esconde una tensión con las «naciones». De hecho, para Israel, el gran don insuperable que Dios le ha comunicado a Israel se llama «ley». Por medio de ella dejó perfectamente claro en qué consistía su proyecto y cuáles eran las condiciones para que Israel fuera su socio y aliado. ¿Qué es lo que tiene Israel que ofrecerles a las naciones? Una ley perfecta y justa, fruto de la alianza con un Dios cercano: «En efecto, ¿qué nación hay tan grande que tenga dioses tan cercanos a ella como lo está de nosotros el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos? ¿Qué nación hay tan grande que tenga leyes y mandamientos tan justos corno esta ley que yo os propongo hoy?» (Dt 4,7-8). Después de hablar de la perfección de la ley, el salmista piensa en la propia fragilidad (12-15). La ley es útil para la instrucción y el provecho del fiel. Pero él se siente pequeño. La ley es perfecta, él es imperfecto. La ley es pura como el oro fino, pero él tiene que ser purificado de las faltas que haya podido cometer sin darse cuenta. El problema principal consiste en la posibilidad del orgullo o la arrogancia que, dominando a la persona, vuelven responsable al individuo de las transgresiones más serias, del «gran pecado».

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   En este salmo hay dos imágenes muy intensas: la del Dios de la Alianza (8-15), que hace entrega de la ley a su pueblo, y la del Dios Creador, reconocido como tal por sus criaturas en todo el orbe (2-7). El Nuevo Testamento vio en Jesús el cumplimiento perfecto de la nueva Alianza; Jesús es aquel que permite ver de manera perfecta al Padre (Jn 1,18; 14,9). Jesús alaba al Padre por haber revelado sus designios a los sencillos (Mt 11,25) e invitó a aprender, de los lirios del campo y de las aves del cielo, la lección del amor que el Padre nos tiene (6,25-30). La primera parte de este salmo nos ayuda a rezar a partir de la creación, a contemplar en silencio el mensaje que nos viene de las criaturas. Es un salmo ecológico o cósmico. La segunda parte nos hace entrar en comunión con el proyecto de Dios presente en la Biblia, con el mandamiento del amor. Nos hace también pensar en nuestra propia fragilidad. Es un salmo que puede y debe ser rezado cuando queremos librarnos de la arrogancia y del orgullo... Comentario de la Séptima lectura: Ezequiel 36,16-17a.18-28. La última lectura propuesta del Antigua Testamento contiene un oráculo que carga las tintas y ofrece, por su mismo estilo, unos claros contrastes que nos llevan a reflexionar en la radical diversidad entre el modo de actuar del hombre y el de Dios. Con su infidelidad a la alianza, Israel ha contaminado con su pecado la tierra santa recibida como don, haciéndose indigna de ella. Castigado con el destierro con vistas al arrepentimiento, no se convirtió, sino que profanó más entre los gentiles el nombre de Dios. El mal engendra mal, acumulando nuevos motivos de condena, en una cadena que la fuerza humana no logra romper, sino que la hace más pesada aún. Aplastado por su perversidad, Israel —la humanidad entera— se siente condenado a muerte sin poder alegar ningún mérito para lograr la salvación. Pero he aquí el contraste: precisamente sin mérito alguno interviene la gratuidad de Dios, que nunca desespera del hombre y vincula indisolublemente la gloria de su nombre a la santidad de sus hijos de adopción. Al pueblo disperso y dividido le promete la vuelta a la patria; pero para que este regreso no sea sólo físico, sino más bien el comienzo de una nueva vida de comunión —anticipo de la vida eterna—, es preciso una purificación interior. Cambiará el corazón endurecido por el pecado, insensible a la Palabra de salvación, por un corazón de carne dócil y obediente; un corazón que se deja herir de amor y que

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   por amor se convierte a su vez en capaz de sufrir; un corazón en el que el Espíritu pueda morar de modo estable, sugiriendo a cada instante lo santo, verdadero, noble y lo que agrada al Señor. Comentario al Salmo 41 En su origen, este salmo formaba unidad con el siguiente, el salmo 43, que es, claramente, un salmo de súplica individual. Tomado de forma aislada, el salmo 42 puede clasificarse como de confianza individual. Nosotros lo consideraremos un salmo de súplica individual. Tiene dos estrofas (2-5 y 7-11) y un estribillo (6 y 12). La tercera estrofa es el salmo 43 (vv. 1-4), que concluye con el mismo estribillo (43,5) del salmo 42. Los motivos que predominan en la primera estrofa (2-5) son la cierva, el agua, la sed, las lágrimas, el pan y la nostalgia del templo de Jerusalén y sus celebraciones festivas. Ausencia de agua y nostalgia son elementos que se tocan y se funden entre sí. Encontramos una imagen enérgica, la de la cierva que brama de sed en busca de corrientes de agua. La persona que compuso este salino siente una feroz sed de Dios. A esto viene a añadirse la pregunta maliciosa: « ¿Dónde está tu Dios?», El estribillo (6.12) se pregunta por el motivo de la aflicción del salmista e invita a la esperanza de volver a encontrarse con Dios en el templo. La segunda estrofa (7-11) desarrolla la cuestión planteada en el estribillo: « ¿Por qué te afliges, alma mía, gimiendo en mi interior?». Los elementos más importantes son las montañas, las aguas violentas, los huesos quebrantados a causa de la pregunta malintencionada de los opresores: “¿Dónde está tu Dios?”. El salmista se dirige a Dios con la invocación «roca mía». La persona que compuso este salmo estaba vinculada al templo de Jerusalén, sus ritos y sus celebraciones litúrgicas. Esto es lo que podemos ver en el versículo 5: «Empiezo a recordar y mi alma se desahoga en mi interior: cómo marchaba al frente del grupo, hacia la casa de Dios, entre gritos de júbilo y alabanza, en el bullicio de la fiesta». También el estribillo (6.12) va en este mismo sentido. ¿Qué es lo que había sucedido con esta persona? Había sido exiliada, probablemente en la alta Galilea, cerca del macizo del Hermón. Es un lugar árido, con poca agua. El deshielo de las nieves del Hermón da lugar al comienzo del Jordán que, más abajo, forma cascadas (7-8). El salmo habla del enemigo que oprime (10) y de los opresores que

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   insultan al salmista preguntando: “¿Dónde está tu Dios?” (4,11). El salmista lo ha perdido todo: su vinculación a la tierra de Israel, en la que se encuentra su Dios; ha perdido la libertad, la alegría de estar en el templo participando de sus celebraciones, y, a cambio, ha recibido una profunda nostalgia de Dios. Dios se hace presente en su vida en forma de ausencia sentida, de añoranza. La nostalgia es un dolor maldito y bendito al mismo tiempo. Es maldito porque acusa una ausencia; es bendito porque la persona amada está presente, aunque en forma de morriña… La nostalgia es muy grande. Para hablar de la ausencia de Dios, se sirve de la imagen de la cierva que brama de sed (2). El alma del salmista (es decir, su garganta) está seca a causa de la sed (3). Es un modo de decir que todo su ser, sin la presencia de Dios, además de perder líquido (las lágrimas del versículo 4), se seca y muere. Más duro resulta aún tener que escuchar el regocijo de los opresores que, irónicamente, le preguntan si su Dios no ha tomado ninguna precaución (4). El recuerdo de lo que hacía en el templo le inunda de nostalgia y de tristeza (5). Todo esto hace que su alma se aflija y gima, que se encuentre postrada del mismo modo que se postraba ante Dios en el templo (6). Esta es la nostalgia maldita. La segunda estrofa (7-11) hace referencia al lugar en el que probablemente se encuentra exiliada esta persona (7); recuerda los rápidos y cascadas que dan origen al río Jordán, pero el salmista entiende todo esto como un torrente de desgracias que se abaten sobre él (8). Los montes del Hermón son imponentes, pero él prefiere esa «humilde montaña» que es el monte Sión, sobre la que se alza el templo de Jerusalén (versículo 7) y se dirige a Dios diciéndole «roca mía» (10). Tiene confianza, pregunta, reza, no se hace a la idea de tener que vivir lejos de Dios. Dios está presente en forma de nostalgia. En esta ocasión, la nostalgia se convierte en bendición, como signo de una presencia. O bien Comentario Salmo 50. Es un salmo de súplica individual. El salmista está viviendo un drama que consiste en la profunda toma de conciencia de la propia miseria y de los propios pecados; es plenamente consciente de la gravedad de su culpa, con la que ha roto la Alianza con Dios. Por eso suplica. Son muchas las peticiones que presenta, pero todas giran en torno a la primera de ellas: “¡Ten piedad de mí, Oh Dios, por tu amor!” (3a).

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    Tal como se encuentra en la actualidad, este salmo está fuertemente unido al anterior (Sal 50). Funciona corno respuesta a la acusación que el Señor hace contra su pueblo. En el salmo 50, Dios acusaba pero, en lugar de dictar la sentencia, quedaba aguardando la conversión del pueblo. El salmo 51 es la respuesta que esperaba el Señor: «Un corazón contrito y humillado tú no lo desprecias» (19h). Pero con anterioridad, este salmo existió de forma independiente, como oración de una persona. Tiene tres partes: 3-11; 12-19; 20-21. En la primera tenemos una riada de términos o expresiones relacionados con el pecado y la transgresión. Estos son algunos ejemplos: «culpa» (3), «injusticia» y «pecado» (4), «culpa» y «pecado» (5), «lo que es malo» (6), «culpa» y «pecador» (7), «pecados» y «culpa» (11). La persona que compuso esta oración compara su pecado con dos cosas: con una mancha que Dios tiene que lavar (9); y con una culpa (una deuda o una cuenta pendiente) que tiene que cancelar (11). En el caso de que Dios escuche estas súplicas, el resultado será el siguiente: la persona «lavada» quedará más blanca que la nieve (9) y libre de cualquier deuda u obligación de pago (parece que el autor no está pensando en sacrificios de acción de gracias). En esta primera parte, el pecado es una especie de obsesión: el pecador lo tiene siempre presente (5), impide que sus oídos escuchen el gozo y la alegría (10a); el pecador se siente aplastado, como si tuviera los huesos triturados a causa de su pecado (10b). En el salmista no se aprecia el menor atisbo de respuesta declarándose inocente, no intenta justificar nada de lo que ha hecho mal. Es plenamente consciente de su error, y por eso implora misericordia. El centro de la primera parte es la declaración de la justicia e inocencia de Dios:» Pero tú eres justo cuando hablas, y en el juicio, resultarás inocente» (6b). Para el pecador no hay nada más que la conciencia de su compromiso radical con el pecado: «Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre» (7). Si en la primera parte nos encontrábamos en el reino del pecado, en la segunda (12-19) entramos en el del perdón y de la gracia. En la primera, el salmista exponía su miseria; en la segunda, cree en la riqueza de la misericordia divina. Pide una especie de «nueva creación» (12), a partir de la gracia. ¿En qué consiste esta renovación total? En un corazón puro y un espíritu firme (12). Para el pueblo de la Biblia, el «corazón» se identifica con la conciencia misma de la persona. Y el “espíritu firme” consiste en la predisposición para iniciar un nuevo camino.

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   Creada nuevamente por Dios, esta persona empieza a anunciar buenas noticias: «Enseñaré a los culpables tus caminos, y los pecadores volverán a ti» (15). ¿Por qué? Porque sólo puede hablar adecuadamente del perdón de Dios quien, de hecho, se siente perdonado por él. Hacia el final de esta parte, el salmista invoca la protección divina contra la violencia (16) y se abre a una alabanza incesante (17). En ocasiones, las personas que habían sido perdonadas se dirigían al templo para ofrecer sacrificios. Este salmista reconoce que el verdadero sacrificio agradable a Dios es un espíritu contrito (18-19). La tercera parte (20-21) es, ciertamente, un añadido posterior. Después del exilio en Babilonia, hubo gente a quien resultó chocante la libertad con que se expresaba este salmista. Entonces se añadió este final, alterando la belleza del salmo. Aquí se pide que se reconstruyan las murallas de Sión (Jerusalén) y que el Señor vuelva nuevamente a aceptar los sacrificios rituales, ofrendas perfectas y holocaustos, y que sobre su altar se inmolen novillos. En esta época, debe de haber sido cuando el salmo 51 empezó a entenderse como repuesta a las acusaciones que Dios dirige a su pueblo en el salmo 50. Este salmo es fruto de un conflicto o drama vivido por la persona que había pecado. Esta llega a lo más hondo de la miseria humana a causa de la culpa, toma conciencia de la gravedad de lo que ha hecho, rompiendo su compromiso con el Dios de la Alianza (6) y, por ello, pide perdón. En las dos primeras partes, esboza dos retratos: el del pecador (3-11) y el del Dios misericordioso, capaz de volver a crear al ser humano desde el perdón (12-19). También aparece, en segundo plano, un conflicto a propósito de las ceremonias del templo. Si se quiere ser riguroso, esta persona tenía que pedir perdón mediante el sacrificio de un animal. Sin embargo, descubre la profundidad de la gracia de Dios, que no quiere sacrificios, sino que acepta un corazón contrito y humillado (19). Se trata, una vez más, del Dios de la Alianza, La expresión «contra ti, contra ti solo pequé» (6a) no quiere decir que esta persona no haya ofendido al prójimo. Su pecado consiste en haber cometido una injusticia (4a). Esta expresión quiere decir que la injusticia cometida contra un semejante es un pecado contra Dios y una violación de la Alianza. El salmista, pues, tiene una aguda conciencia (le la transgresión que ha cometido. Pero mayor que su pecado es la confianza en el Dios que perdona. Mayor que su injusticia es la gracia de su compañero fiel en la Alianza. Lo que el ser humano no es capaz

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   de hacer (saldar la deuda que tiene con Dios), Dios lo concede gratuitamente cuando perdona. El tema de la súplica está presente en la vida de Jesús (ya hemos tenido ocasión de comprobarlo a propósito de otros salmos de súplica individual). La cuestión del perdón ilimitado de Dios aparece con intensidad, por ejemplo, en el capítulo 18 de Mateo, en las parábolas de la misericordia (Lc 15) y en los episodios en los que Jesús perdona y «recrea» a las personas (por ejemplo, Jn 8,1-11; Lc 7,36-50, etc). El motivo «lavar» resuena en la curación del ciego de nacimiento (Jn 9,7); el «purifícame» indica hacia toda la actividad de Jesús, que cura leprosos, enfermos, etc. La cuestión de la «conciencia de los pecados» aparece de diversas maneras. Aquí, tal vez, convenga recordar lo que Jesús les dijo a los fariseos que creían ver: «Si fueseis ciegos, no tendríais culpa; pero como decís que veis, seguís en pecado» (Jn 9,41). En este mismo sentido, se puede recordar lo que Jesús dijo a los líderes religiosos de su tiempo: «Si no creyereis que “yo soy el que soy”, moriréis en vuestros pecados» (Jn 8,24). Este salmo es una súplica individual y se presta para ello. Conviene rezarlo cuando nos sentimos abrumados por nuestras culpas o «manchados» ante Dios y la gente o “en deuda” con ellos; cuando queremos que el perdón divino nos cree de nuevo, ilumine nuestra conciencia y nos dé nuevas fuerzas para el camino... Comentario de la Epístola: Romanos 6,3-11. Con la muerte y resurrección de Cristo se ha realizado una radical transformación de todo el universo, pero de modo particular del hombre, que, de esclavo, se ha convertido en hijo de Dios. La vida nueva se concede gratuitamente, pero debe ser libremente acogida. Esta realidad se lleva a cabo mediante el rito del bautismo, con su doble significado de inmersión en la muerte de Cristo y de incorporación a él. Muerto así al pecado, el bautizado es miembro vivo de Cristo y desde ahora vive una vida resucitada que hace de él un ciudadano del cielo, aunque todavía sea peregrino en la tierra, continuamente asediado por el mal y tentado de volver a ser esclavo del pecado. La semilla de eternidad que el bautismo sacramental ha puesto en el hombre debe guardarse para que la gracia de una vida nueva se

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   desarrolle en plenitud. En este sentido, el cristiano está llamado a combatir la batalla de la fe, pasando por muchas muertes y bautismos cotidianos, mediante los cuales participa siempre más íntimamente en la pasión de Cristo, que, aunque ya resucitado, permanece aún en la cruz hasta el final de los tiempos, cuando, completado el designio de salvación universal, podrá presentar al Padre a la humanidad entera como Esposa inmaculada, sin mancha ni arruga. Comentario del Salmo 117 En el conjunto del salterio, este salmo concluye la «alabanza» o «Hallel» (Sal 113-118) que cantan los judíos en las principales solemnidades y que cantaron también Jesús y sus discípulos después de la Ultima Cena, No cabe deuda de que se trata de una acción de gracias. La única dificultad que plantea estriba en determinar si quien da gracias es un individuo o se trata, más bien, de todo el pueblo. A simple vista, parece que se trata de una sola persona. Sin embargo, la expresión «todas las naciones me rodearon» (10a) lleva a pensar más en todo el pueblo que en un solo individuo, En este caso, el salmista estaría dando gracias, en nombre de todo Israel, por la liberación obtenida. Por eso lo consideramos un salmo de acción de gracias colectiva. Existen diversas maneras de entender la estructura de este salmo. La que aquí proponemos supone la presencia del pueblo congregado (tal vez en el templo de Jerusalén) para dar gracias. Podemos imaginar a una persona que habla en nombre de todos, y al pueblo, dividido en grupos que aclaman por medio de estribillos. De este modo, en el salmo podemos distinguir una introducción (1-4), un cuerpo (5-28, que puede dividirse, a su vez, en dos partes 5-18 y 19-28) y una conclusión (29), que es idéntica al primer versículo. La introducción (1-4) comienza exhortando al pueblo a que dé gracias por la bondad y el amor eternos del Señor (1; compárese con la conclusión en el v. 29). A continuación, la persona que representa al pueblo se dirige a tres grupos distintos (los mismos que aparecen en Sal 115,9-11), para que, de uno en uno, respondan con la aclamación: « ¡Su amor es para siempre!». Es tos tres grupos representan a la totalidad del pueblo: la casa de Israel, la casa de Aarón (los sacerdotes, funcionarios del templo) y los que temen a Dios (2-4). El pueblo se reúne con una única convicción: el amor del Señor no se agota nunca.

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   La primera parte del cuerpo (5-18) presenta también algunas intervenciones del salmista en las que se intercalan aclamaciones de todo el pueblo. Habla del conflicto a que han tenido que hacer frente (6-7); la intervención del Señor colmé al pueblo de una confianza inconmovible. A continuación viene la respuesta del pueblo (8-9), que confirma que el Señor no traiciona la confianza de cuantos se refugian en él. El salmista vuelve a describir el conflicto (10-14) La situación ha ido volviéndose cada vez más dramática. Se compara a los enemigos con un enjambre de avispas que atacan y con el fuego que arde en un zarzal seco (12). Pero el Señor ha sido auxilio y salvación. El pueblo interviene (15-16) manifestando su alegría y hace tres elogios de la diestra del Señor, su mano fuerte y liberadora. En el pasado, esa mano liberó a los israelitas de Egipto. Tras la nueva liberación, pueden oírse los gritos de alegría y de victoria en las tiendas de los justos. Vuelve a tomar la palabra el salmista, pero no habla ahora de la situación de peligro, sino del convencimiento que invade al pueblo tras la superación del peligro (17-13); habla de una vida consagrada a narrar las hazañas del Señor. La opresión es vista como castigo de Dios, un castigo que no condujo a la muerte. En la segunda parte del cuerpo (19-28) tenemos restos de un rito de entrada en el templo. Se supone que el salmista y los diferentes grupos se encontraban presentes desde el comienzo del salmo. El primero pide que se abran las puertas del triunfo (del templo) para entrar a dar gracias (19). Alguien de la casa de Aarón (por tanto, un sacerdote) responde, indicando la puerta (que probablemente se abriría en ese momento). Es la puerta por la que entran los vencedores (20). El salmista comienza su acción de gracias (21-24): en no del pueblo da gracias por la salvación y por el cambio de suerte. La imagen de la piedra angular (22-23) está tomada de la construcción de arcos. La piedra que se coloca en el vértice de un arco es la que sostiene toda la construcción. El día de la victoria es llamado «el día en que actuó el Señor» (24a). El pueblo responde, pidiendo la salvación, que se traduce en prosperidad (25). Los sacerdotes (los descendientes de Aarón) bendicen al pueblo (26), invitándole a formar filas para la procesión hasta el altar (27). Interviene por última vez el salmista, dando gracias y ensalzando a Dios (28). Se su pone que, a continuación, se ofrecerían sacrificios en el templo, culminando la alegría de la fiesta con un banquete para todos. Este salmo respira fiesta, alegría, es una acción de gracias que concluye con una procesión por la superación de un conflicto. La situación en que se encontraba el pueblo antes de la súplica era muy

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   grave. El salmo nos habla del clamor en el momento de la angustia (de los enemigos (7b) y de los jefes (Más aún, las naciones habían plantado un cerco contra el pueblo, aumentando cada vez más la opresión. El pueblo estaba siendo empujado, en una situación que hace pensar en la muerte (17a). Con el auxilio del nombre del Señor, el pueblo rechazó a sus enemigos, provocando gritos de júbilo y de victoria en las tiendas de los justos (15). El pueblo volvió a la vida (17) y ahora tiene la misión de contar las maravillas del Señor, que se sintetizan en la salvación (14b). El Señor cambió radicalmente la suerte de su pueblo; convirtió la piedra rechazada en piedra clave que sostiene el edificio (22). Esto se considera una «maravilla» (23), término que nos lleva a pensar en las grandes intervenciones liberadoras del Señor en el Antiguo Testamento. El día en que se produjo este cambio, es llamado aquí «el día del Señor», rescatándose así toda la esperanza que esta expresión le transmitía al pueblo, sobre todo en tiempos de dificultad. Resulta difícil determinar a qué momento de la historia se refiere este salmo. Pero esto, no obstante, no es de terminante. La petición de «prosperidad» (25b) nos lleva a pensar en la posterior inmediatamente posterior al exilio en Babilonia. Lo primero que nos llama la atención es la frecuencia con que aparecen el nombre «el Señor» y la expresión «en nombre del Señor». Sabemos que el nombre propio de Dios en el Antiguo Testamento es «el Señor» —Yavé, en hebreo— y que este nombre está unido a la liberación de Egipto. Su nombre recuerda la liberación, la alianza y la conquista de la tierra. Se entiende, pues, que este salmo insista en que su amor es para siempre. Amor y fidelidad son las dos características fundamentales del Señor en su alianza con Israel. El salmo dice que Dios escucha y alivia (5), que carnina junto a su pueblo y le ayuda (7a), haciendo que venia a sus enemigos (7b). El recuerdo de la «diestra» de Dios hace pensar en la primera «maravilla» del Señor: la liberación de Egipto. El pueblo ha experimentado una nueva liberación, semejan te a la que se narra en el libro del Éxodo. El «día del Señor», expresión que subyace al v. 24, muestra otra importante característica de Dios. Durante el caminar del pueblo, esta expresión hacía soñar con las grandes intervenciones del Dios que libera a su aliado de todas las opresiones. La expresión «mi Dios» (28) también surgió en un contexto de alianza entre el Señor y su pueblo. Jesús es la máxima expresión del amor de Dios. En Jesús aprendemos que Dios es amor (1Jn 4,8). Jesús fue también capaz de manifestar a todos ese amor, entregando su vida a causa de él Qn

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   13,1). La liturgia cristiana ha leído este salmo a la luz de la muerte y resurrección de Jesús. La carta a los Efesios (1,3- 14) nos ayuda a bendecid a Dios, por Jesús, con una alabanza universal. La liturgia nos invita a rezarlo en el Tiempo de Pascua, a la luz de la muerte y la resurrección de Jesús. Conviene rezarlo en comunión con otros creyentes, dando gracias por las «maravillas» que Dios ha realizado y sigue realizando en medio de nosotros; también podemos rezarlo cuando celebramos las duras conquistas del pueblo y de Los grupos populares en la lucha por la vida... Comentario del Santo Evangelio: Mateo 28, 1-10. Se quedaron como muertos. La narración mateana de los acontecimientos del primer día después del sábado se caracteriza por la presencia de fenómenos sobrenaturales típicos de las visiones apocalípticas (Dn 7,9; 10,6): el terremoto, como sucedió en el momento de la muerte de Jesús, y la presencia del ángel de rostro refulgente y vestiduras blanquísimas; a través de estos elementos manifiesta el Señor su potente intervención. La descripción de los hechos rezuma una gran viveza y una desbordante alegría. Los sumos sacerdotes llegan incluso a violar el sábado para pedir a Pilato una vigilancia del sepulcro; los guardias encargados de vigilar a un muerto “se quedaron como muertos” (v. 4) por el miedo. La alegría se manifiesta en el lenguaje que subraya los acontecimientos sorprendentes y los magníficos anuncios: se trata de frases cortas y densas, propias de un discurso inmediato (“venid a ver”, “id aprisa’ “mirad, os lo he anunciado”).

Con el anuncio del ángel, las mujeres se llenan de una inmensa alegría que llega al colmo cuando les saluda el Resucitado: “¡Alegraos!” (v. 9, literalmente) y se expresa en el gesto humilde y de adoración abrazándole los pies (literalmente, “se echaron a sus pies”). De nuevo aparece un gran contraste. También en un huerto, unos días antes, los guardias “pusieron las manos sobre Jesús y se apoderaron de él” (26,50). Entonces se entregó libremente en manos de los que le crucificaron por nuestra salvación. Ahora, libre de los lazos de la muerte y de la vigilancia de la guardia, se entrega libremente al que cree en él con fe y corazón amante.

La noche —el sábado y su tarde ha pasado (v. 1)— se ilumina en primer lugar con la refulgente blancura del ángel y, luego, con la

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   presencia de Jesús, el Viviente: comienza un nuevo amanecer, el tiempo del anuncio (v. 10) en la luz gozosa del Crucificado-Resucitado.

Comentario del Santo Evangelio: Mateo 28,1-10 , para nuestros Mayores. Mensajeros de la vida y del perdón. Con la muerte de Jesús parece quedar destruida tanto la vida de Jesús como su obra, La muerte es el final; nadie ha vuelto todavía de la muerte. Los adversarios han provocado al Crucificado para que demostrara la verdad de lo que él reivindicaba: «A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No es el Rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?» (27,42-43). Jesús no se ha salvado a sí mismo; no ha descendido de la cruz; Dios no ha intervenido; Jesús ha muerto sobre la cruz en la ignominia y la tortura. Con esto parece demostrado, de modo claro y definitivo, que él no es el rey de Israel ni el Hijo de Dios, sino un impostor (cf. 27,63), que ha tenido la muerte merecida. De él se ve el pueblo finalmente liberado. Así es también como se presenta la situación el día de Pascua. Pero este día introduce un cambio radical y completo. Las mujeres que van a la tumba del Crucificado escuchan ante todo que Dios ha intervenido y ha resucitado a Jesús de entre los muertos (28,1-8), e inmediatamente después, en el encuentro con el Señor resucitado (28,9-10), reciben la confirmación de lo escuchado.

Las mujeres que la mañana después del sábado se dirigen a la tumba del Crucificado tienen una larga historia con Jesús. Le han seguido ya en Galilea, le han acompañado y han participado en su muerte (27,55-56). Han presenciado también la sepultura de Jesús (27,61). A diferencia de los discípulos, que huyeron todos en el momento del arresto de Jesús (26,56) y siguieron después sin aparecer, ellas han permanecido con Jesús y son testigos oculares de todo su camino. Lo más pronto posible, se dirigen a la tumba, a pesar de ser la tumba de un hombre muerto en la ignominia y el desprecio. Sin disimular su debilidad, permanecen fieles a Jesús y quieren estar cerca de él.

En la tumba, en el lugar del final aparentemente definitivo de Jesús, las mujeres experimentan en el terremoto y en la venida de un ángel la manifestación de la poderosa intervención de Dios. Por este mensajero de Dios ellas llegan a saber lo que a Jesús le ha sucedido

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   (28,6) y reciben un encargo para sus discípulos (28,7). El ángel les dice: «Ya sé que buscáis a Jesús, el Crucificado». En la palabra «Crucificado» queda compendiado todo lo que los hombres han realizado con Jesús. El ha sido entregado en manos de los hombres (17,22; 26,45), que han llevado a término su obra de destrucción. Jesús se ha hecho así solidario de tantos seres humanos que en el curso de la historia han vivido un destino similar, entregados al arbitrio y a la crueldad de sus hermanos. La obra de los hombres es infamia, deshonor, violencia y destrucción. Y según la experiencia humana común, esta obra parece definitiva y sin esperanza alguna de transformación. Pero a esto se opone la obra de Dios. En el mensaje pascual se anuncia que Jesús ha resucitado. Dios lo ha resucitado. Dios ha acogido en su vida eterna e inmortal al Crucificado, a quien los hombres le han arrebatado con violencia la vida. Este es el cambio radical obrado por Dios con su intervención. Se trata de una intervención que afecta a Jesús crucificado, pero que irradia luz y esperanza también para todos los muertos, especialmente para las innumerables víctimas de la violencia injusta, ante las cuales se suele reaccionar sólo con resignación y desesperación.

Al mensaje va unido el encargo dado a las mujeres de transmitirlo a los discípulos. Ya en el camino hacia el huerto de los Olivo había anunciado Jesús a los discípulos que, tras su resurrección, les precedería en Galilea (26,32). Después de que realmente ha resucitado, el anuncio queda confirmado. Esto tiene para los discípulos una importancia decisiva. Con su huida, ellos han roto la comunión con Jesús; se han separado de él. Por sí mismos no pueden subsanar esa ruptura. Pero el Resucitado les otorga el perdón y la reconciliación. «Preceder» es el comportamiento típico del maestro, que encuentra su correspondencia en el «seguimiento» por parte de los discípulos. La afirmación de que les precede en Galilea significa que el Resucitado quiere seguir siendo su maestro, que ellos están invitados a seguirle de nuevo, que él perdona la culpa y elimina la separación. Después que los primeros discípulos han renegado de él, el Resucitado no llama a otros distintos; llama una vez más a los primeros, ofreciéndoles de este modo el perdón de la culpa. Rasgo característico de la Pascua es el perdón. Con un grandioso mensaje y con una misión maravillosa como mensajeras de la vida y del perdón, las mujeres dejan la tumba llenas de temor y, a la vez, llenas de gozo (28,8).

En el camino que las mujeres recorren a toda prisa —un mensaje

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   como el suyo no puede ser llevado nunca con la rapidez que merece—, ellas son detenidas y experimentan una gratificante sorpresa. Jesús, a quien han buscado y de cuya resurrección han recibido el anuncio, sale personalmente a su encuentro. Las saluda y las confirma en su gozo. Quien experimenta lo acontecido en Jesús, no puede más que alegrarse. Mayor motivo de alegría no puede existir. Por la gran alegría que en ellas suscita el hecho de que Jesús está vivo, que ha salido a su encuentro, que las ha encontrado y está con ellas, las mujeres le abrazan los pies. Jesús repite y confirma su misión, subrayando el aspecto de perdón al referirse a los discípulos como sus «hermanos». Los discípulos son remitidos a la experiencia del camino hacia Galilea, experiencia que Jesús había hecho con ellos en la otra dirección, anunciándoles todo su destino (16,21-20,34); reciben la promesa de que allí verán al Resucitado (cf. 28,16-20). Desde una experiencia profunda e intensa, las mujeres son las encargadas de transmitirles este mensaje.

La muerte de Jesús en la cruz parecía haber destruido su persona y su obra. Su resurrección viene ahora como el acontecimiento decisivo y como la revelación definitiva.

Ella muestra que Dios está a favor de Jesús y confirma en primer lugar toda su obra; muestra también que Jesús es el Hijo de Dios y que podemos fiarnos de sus palabras y de sus acciones; muestra además que el puesto de Jesús está junto a Dios, donde él vive y reina para siempre con el Padre; muestra que Jesús es el vencedor de la muerte; muestra que la última palabra no la tienen los hombres y su voluntad de destrucción, sino Dios con su amor y con su poder sobre la muerte. ¿Qué significado tiene la resurrección de Jesús para su persona y su obra?

¿Cuál es la historia de las mujeres con Jesús y cuáles son sus diversos cometidos?

¿Qué hubiera sido la resurrección de Jesús para los discípulos, si no se hubiera dado la oferta del perdón?

 

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   Comentario del Santo Evangelio: Mateo 28, 1-10, de Joven para Joven. No está aquí. Ha resucitado. Mateo ha recogido, para refutarla, la hipótesis de la presencia de guardias en la tumba de Jesús. Eso explica algunas diferencias respecto a los otros evangelios. Dado que el sepulcro está sellado y vigilado, las mujeres se acercan simplemente a verlo. La presencia de la guardia implica que encuentren el sepulcro todavía cerrado y que se abra por la intervención sobrenatural de un ángel. El evangelista se burla de los guardias, muy sacudidos después del signo teofánico de la sacudida del terremoto: los que estaban encargados de custodiar a un muerto y de intimidar a eventuales ladrones se quedan como muertos de miedo (v. 4).

Las mujeres, en cambio, no deben temer, porque ellas buscan a Jesús. Su fidelidad al Maestro en la hora del dolor (27,55.61) obtiene un anuncio sorprendente: «No está aquí: ha resucitado» (v. 6). Se las invita a constatar que el sepulcro está vacío: de este modo se convierten en testigos autorizados precisamente las mujeres, cuyo testimonio no era considerado válido en el mundo judío.

La secuencia de los verbos y de los adverbios (vv. 6b-7) expresa la urgencia de la misión confiada a las discípulas, que la acogen con una entrega total. La gran alegría que las anima se multiplica hasta el infinito cuando el Resucitado en persona es quien la augura y quien la otorga, saliéndoles al encuentro.

La carrera de las mujeres se detiene a los pies de Jesús. El mismo Señor les repite las palabras tranquilizadoras: «No temáis», y les confirma la tarea del anuncio a aquellos a los que llama «mis hermanos». La carrera de la palabra vuelve a partir para suscitar la fe, pero, al mismo tiempo, se difunde la calumnia de la incredulidad: a la primera la impulsa la alegría, mientras que la segunda pone en ridículo a sus mismos autores (vv. 11-15), unos centinelas de un espíritu tan torpe que no son capaces de reconocer el surgimiento de una aurora incomparablemente nueva en el horizonte de la humanidad. Alborear del primer día después del sábado, alborear de una creación nueva: Jesús ha realizado por completo en la tierra la obra que el Padre le encomendó (cf. Jn 17,4), y en el séptimo día reposó en el

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   seno de la misma tierra para preparar su transfiguración desde dentro. Sin embargo, no todos son capaces de captar lo que está sucediendo, puesto que sólo la fe y el amor iluminan la mirada interior. Los guardias del sepulcro ven también la intervención sobrenatural; sin embargo, quedan presos, primero, del terror y, después, de la avidez y de la mentira.

En cambio, ¡cuánta luz inunda el corazón de las discípulas de Jesús, mujeres humildes fieles en el amor hasta la muerte! En la oscuridad del sepulcro vacío se enciende la antorcha de su fe, que de inmediato se vuelve misión, camino hacia los hermanos. Tampoco faltan nunca, en la vida, las noches de la ausencia o incluso de la «muerte de Dios», cuando la esperanza parece verdaderamente sepultada bajo la decepción, bajo los repetidos fracasos. Sin embargo, el Señor prepara en esa oscuridad nuestra misma resurrección, la nueva criatura muerta al pecado y viva para Dios.

Debemos ser capaces de creer contra toda evidencia tomando del Evangelio la fuerza de la fidelidad: las mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle (cf. 27,55) no renuncian a seguirle y a servirle también cuando, con su muerte, todo parece acabado. Por su perseverancia y entrega las espera el Resucitado; también nos espera a nosotros, precisamente allí donde son más densas las tinieblas, para introducirnos en su misterio pascual. Allí donde nosotros ya no esperaríamos nada, Cristo nos ha preparado la magna alegría de un encuentro vivificante con él, para hacernos verdaderos discípulos suyos y enviarnos, en su nombre, a nuestros hermanos. No hay noche sin aurora, porque el día y la noche fueron creados en vistas al alba de la resurrección, que se hace presente de nuevo, con toda su eficacia de gracia, en la vida de cada discípulo de Jesús.

Concédenos, Señor, la mirada límpida de la fe y enciende en nuestro corazón un amor ardiente por ti, a fin de que podamos entrever en cada acontecimiento la luz de tu misterio pascual, la ocasión de gracia en la que tú nos esperas para un encuentro siempre renovado, para una misión más eficaz con los hermanos, para una alegría grande y sin fin.

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   Muchas predicciones nos dejaron los profetas en torno al misterio de Pascua que es Cristo, a quien sea dada la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Por su parte, él vino desde los cielos a la tierra a causa de los sufrimientos humanos; se revistió de la naturaleza humana en el vientre virginal y apareció como hombre; hizo suyas las pasiones y sufrimientos humanos con su cuerpo sujeto a la pasión, y destruyó las pasiones de la carne, de modo que quien por su espíritu no podía morir acabó con la muerte homicida.

Se vio arrastrado como un cordero y degollado como una oveja, y así nos redimió de idolatrar al mundo, como en otro tiempo libró a los israelitas de Egipto, y nos salvó de la esclavitud diabólica, como en otro tiempo a Israel de la mano del faraón; y marcó nuestras almas con su propio espíritu y los miembros de nuestro cuerpo con su sangre.

Éste es el que cubrió a la muerte de confusión y dejó sumido al demonio en el llanto, como Moisés al faraón. Este fue el que derrotó a la iniquidad y a la injusticia, como Moisés castigó a Egipto con la esterilidad.

Éste es el que nos sacó de la servidumbre a la libertad, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, de la tiranía al recinto eterno, e hizo de nosotros un sacerdocio nuevo y un pueblo elegido y eterno. El es la Pascua de nuestra salvación.

Éste es el que tuvo que sufrir mucho y en muchas ocasiones: el mismo que fue asesinado en Abel y atado de pies y manos en Isaac; el mismo que peregrinó en Jacob y fue vendido en José; expuesto en Moisés y sacrificado en el cordero; perseguido en David y deshonrado en los profetas.

Éste es el que se encarnó en la Virgen, colgado del madero, sepultado en tierra, y el que, resucitado de entre los muertos, subió al cielo.

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    Éste es el cordero sin voz; el cordero inmolado; el mismo que nació de María, la hermosa cordera; el mismo que fue arrebatado del rebaño, empujado a la muerte, inmolado de vísperas y sepultado a la noche; el mismo que no fue quebrantado en el leño, ni se descompuso en la tierra; el mismo que resucitó de entre los muertos e hizo que el hombre surgiera desde lo más hondo del sepulcro. Repite a menudo y vive esta Palabra: «Sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí, ha resucitado» (Mt 28,5s).

Elevación Espiritual. ¡Oh noche más clara que el día! ¡Oh noche más luminosa que el sol! ¡Oh noche más blanca que la nieve! ¡Más luminosa que nuestras antorchas, más suave que el paraíso! ¡Oh noche que no conoce las tinieblas; tú alejas el sueño

y nos haces velar con los ángeles! ¡Oh noche, terror de los demonios, noche pascual, esperada todo un año! Noche nupcial de la Iglesia, que das vida a los nuevos bautizados y vuelves inocuo al demonio entorpecido. Noche en la que el Heredero introduce a los herederos en la eternidad. Reflexión Espiritual. Es de noche, pero no una noche maligna, sin caminos, sino buena, rebosante de cercanía de Dios, y su Palabra nos guía. La seguimos y nos lleva a los orígenes de nuestra existencia. Hemos escuchado las profecías que muestran el camino de la salvación a través de la historia. La primera de ellas habla del comienzo del mundo, cuando Dios creó todas las cosas; la segunda, del principio de la historia sagrada, cuando Abrahán fue llamado y selló un pacto con él, y así las demás. Un acontecimiento tras otro, y nosotros vemos la concatenación de los hechos hasta aquella noche de la que se ha cantado en el Exultet noche “verdaderamente dichosa”, en la que el Señor resucita de la muerte y de la oscuridad de la tumba a la gloria de su vida eterna. No sólo escuchamos cosas de ella, sino que participamos en la experiencia que le da vida. Ahora está cercana porque cuanto él hizo y cuanto acaece es acción divina destinada a

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   penetrar siempre de modo nuevo en la experiencia cristiana, en el momento de la celebración sagrada. La misma celebración nos lleva a aquel principio en el que —ahora no nos es permitido decir nosotros, sino que cada uno debe decir seria y gozosamente “yo”— yo nací a la nueva vida de la gracia creadora de Dios, el bautismo. Cuando lo celebré, surgió la luz en mí. Aquella vida, que debe perdurar eternamente, comenzó en mí. En aquel momento acogí la vida de Cristo en lo íntimo de mi ser, en el alma de mi alma. Ahora asumo sus consecuencias: ser una persona que no sólo vive la vida humana, sino como quien ha recibido el sello del Señor.

Caminemos meditando la Palabra

La claridad y la alegría, que, para gran parte de nosotros, están unidas al pensamiento de la Pascua, no pueden cambiar nada respecto al hecho de que el contenido profundo de este día sea para nosotros más difícil de comprender que el de la Navidad. El nacimiento, la infancia, la familia, todo eso es parte de nuestro mundo de experiencias. Que Dios haya sido un niño y haya hecho así grande a lo pequeño, y humano, cercano y comprensible a lo grande, es un pensamiento que nos toca de un modo muy directo. Según nuestra fe, en el nacimiento en Belén, Dios ha entrado en el mundo, y esto lleva una huella de luz hasta los hombres, los cuales no están en condiciones de acoger la noticia tal y como es.

Con la Pascua es distinto: aquí Dios no ha entrado en nuestra vida habitual, sino que, entre sus confines, ha abierto un paso hacia un nuevo espacio más allá de la muerte. El no nos sigue ya, sino que nos precede y sostiene la antorcha en el interior de una extensión inexplorada para animarnos a seguirle. Pero, desde el momento en el que nosotros ahora sólo conocemos aquello que está a este lado de la muerte, no podemos relacionar ninguna de nuestras experiencias con esta noticia. Ningún concepto puede venir en auxilio de la palabra; permanece una salida en lo desconocido.

Pero Aquel del que habla la Pascua, Jesucristo, realmente «descendió al reino de los muertos». El ha respondido a la petición del rico Epulón: « ¡Envía arriba a alguno del mundo de los muertos, para que

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   así creamos!» Él, el verdadero Lázaro, ha venido de allá a fin de que nosotros creamos. ¿Lo hacemos ahora?

La Pascua tiene que ver con lo inconcebible; su evento nos sale al encuentro en un primer momento sólo a través de la Palabra, no a través de los sentidos. Tanto más importante es entonces dejarse aferrar un día por la grandeza de esta Palabra. Pero, puesto que ahora pensamos con los sentidos, la fe de la Iglesia ha traducido desde siempre la Palabra pascual también en símbolos que hacen presagiar lo no dicho de la Palabra. El símbolo de la luz (y con él el del fuego) juega un papel importante; el saludo al cirio pascual, que en la iglesia oscura pasa a ser el signo de la vida, es para el vencedor sobre la muerte. El acontecimiento de entonces viene así traducido en nuestro presente: donde la luz vence a la oscuridad, acontece algo de la resurrección. La bendición del agua pone de relieve otro elemento de la creación como símbolo de la resurrección: el agua puede tener en sí algo de amenazador, ser un arma de la muerte. Pero el agua viva de la fuente representa la fecundidad que, en medio del desierto, edifica oasis de vida. Un tercer símbolo es de otro tipo distinto: el canto del Aleluya, el canto solemne de la liturgia pascual, muestra que la voz humana no sabe solamente gritar, gemir, llorar, hablar, sino justamente cantar.

Si comprendemos el anuncio de la resurrección, entonces reconocemos que el cielo no está totalmente cerrado más arriba de la tierra. Entonces algo de la luz de Dios —si bien de un modo tímido pero potente— penetra en nuestra vida. Entonces surgirá en nosotros la alegría, que de otro modo esperaríamos inútilmente, y cada persona en la que ha penetrado algo de esta alegría puede ser, a su modo, una apertura a través de la cual el cielo mira a la tierra y nos alcanza.

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Ezequiel. En una visión casi surrealista el profeta se encuentra ante una interminable extensión de huesos calcificados, un inmenso panorama de muerte. Una voz le invita a invocar el pasaje del Espíritu creador que irrumpe para dar nueva vida a los esqueletos. El profeta proclama entonces a los cuatro vientos, es decir, a la totalidad del espacio, la irrupción del Espíritu divino (en hebreo, «viento» y «espíritu» se expresan con un mismo vocablo, ruah). Se cumple,

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   entonces, un suceso sorprendente: los huesos secos y sin vitalidad se recomponen hasta configurar otras tantas figuras humanas que se van cubriendo de nervios, carne, piel. Lentamente, a través de un chasquido impresionante, se ponen en pie criaturas nuevas, como sucedió en el momento inicial de la creación de la humanidad. Por fin, ante nosotros un ilimitado ejército de vivientes. El profeta que pinta esta escena de resurrección, muy adecuada para la celebración pascual de hoy por sus múltiples significados, es Ezequiel («Dios es fuerte»), que nos la ofrece en el capítulo 37 de su libro, sembrado muchas veces de imágenes, símbolos, visiones emocionantes e incluso de estilo «barroco». Su andadura profética había empezado en el 593-592 a, C. a lo largo de uno de los canales de Babilonia, donde vivía exiliado desde hacía cinco años, después de la primera deportación que llevaron a cabo los ocupantes babilónicos en la Tierra Santa en el 597-596 a, C. (véase 2Re 24, 10-17). A lo largo de aquel abundante canal de agua el Señor, en una majestuosa visión, lo había llamado a una misión de juicio. Barriendo todas las ilusiones de los hebreos exiliados en Babilonia y de los que quedaban aún en Jerusalén el profeta, en los primeros 24 capítulos de su libro, se ve obligado a anunciar la destrucción irrevocable del reino de Judá. Cuando tiene lugar este hecho en el 586 a.C., la misión de Ezequiel sufre un cambio radical. Esto es lo que aparece en los capítulos 33.39, donde está incluida la citada visión de los esqueletos secos que recuperan la vida. El cambio de dirección se describe también al final del libro, cuando Ezequiel dibuja el mapa de la Tierra Santa y de Jerusalén resurgidas (capítulos 40-48). Con una minuciosidad que se explica también por el hecho de que el profeta era un sacerdote de Jerusalén, se trazan el templo del futuro, su culto, su comunidad, mientras un río de agua viva, que brota del templo reconstruido, fecunda toda la tierra de Israel, incluido el mar Muerto, devolviendo vida y esperanza. Pero el cambio más profundo será el que obrará el Señor en la conciencia de los hebreos, transformando su corazón. Esto se anuncia en el capítulo 36, una página que se proclama en la Vigilia pascual cristiana. Estas son las palabras fundamentales de ese oráculo de salvación, que imita un mensaje análogo de Jeremías (31,31-34) y que reproduce otro pasaje de Ezequiel (11,19-20): «Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; quitaré de vuestro cuerpo el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré

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   mi espíritu en vosotros y haré que viváis según mis preceptos, observando y guardando mis leyes» (36,26-27).

LITURGIA DE LA PALABRA Y COMENTARIOS DE LA SANTA MISA DEL DÍA

Día 24 de Abril 2011. Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor.2ª semana del Salterio. (Ciclo A).Tiempo dedicado a la Pascua de Resurrección de Nuestro Señor.SS. María Salomé NT, Gregorio de Elvira ob, Benito Menni pb, María Eufrasia Pelletier vg. Santoral Latinoamericano: Sábado Santo. Santos: Jorge <<Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra Alegría y nuestro Gozo. Dad gracias al Señor porque es Bueno y eterna su Misericordia>> LITURGIA DE LA PALABRA Hechos de los Apóstoles 10, 34a.-43. Hemos comido y bebido con él después de su resurrección. Salmo 117. Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo. Secuencia (ad libitum) ofrezcan los cristianos... Colosenses 3, 1-4. Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo o bien: 1Corintios 5, 6b-8. Barred la levadura vieja, para ser una masa nueva Juan 20, 1-9. El había de resucitar de entre los muertos o bien (tarde) Lc 24,13-35. Quédate con nosotros, Señor, porque atardece PRIMERA LECTURA. Hechos de los Apóstoles 10, 34-43 Hemos comido y bebido con él después de su resurrección. En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: "Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Natzaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no ha todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados". Palabra de Dios. Salmo responsorial: 117

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   R/.Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo. Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Diga la casa de Israel: Eterna es su misericordia. R. La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es excelsa. No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor. R. La piedra que desecharon los arquitectos, es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. R. Secuencia (ad libitum). Ofrezcan los cristianos... Ofrezcan los cristianos ofrendas de alabanza a gloria de la Víctima propicia de la Pascua. Cordero sin pecado que a las ovejas salva, a Dios y a los culpables unió con nueva alianza. Lucharon vida y muerte en singular batalla y, muerto el que es la Vida, triunfante se levanta. ¿Qué has visto de camino, María, en la mañana? A mi Señor glorioso, la tumba abandonada, los ángeles testigos, sudarios y mortaja. ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza! Venid a Galilea, allí el Señor aguarda; allí veréis los suyos la gloria de la Pascua. Primicia de los muertos, sabemos por tu gracia que estás resucitado; la muerte en ti no manda. Rey vencedor, apiádate de la miseria humana y da a tus fieles parte en tu victoria santa.

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   SEGUNDA LECTURA Colosenses 3, 1-4 Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo Hermanos: Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y nuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria. Palabra de Dios o bien: 1Corintios 5, 6b-8 Barred la levadura vieja, para ser una masa nueva Hermanos: ¿No sabéis que un poco de levadura fermenta toda la masa? Barred la levadura vieja para ser una masa nueva, ya que sois panes ázimos. Porque ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo. Así, pues, celebramos la Pascua, no con levadura vieja (levadura de corrupción y de maldad), sino con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad. Palabra de Dios. SANTO EVANGELIO. Juan 20, 1-9 El había de resucitar de entre los muertos El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo a quien quería Jesús, y le dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto." Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro. Vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no había entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos. Palabra del Señor.

Comentario a la Primera Lectura: Hechos de los Apóstoles 10, 34-43. Hemos comido y bebido con él después de su resurrección. Pedro, lleno del Espíritu Santo, resume en un denso y escultural discurso todo el itinerario de Jesús de Nazaret. Por medio de Pedro, que ya ha dejado caer las barreras de la estricta observancia judía, llega por primera vez a los paganos el anuncio de la salvación —el —kerigma—. Muchos de estos paganos llegan a la fe porque su corazón está abierto a la escucha.

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   Al relatarnos este discurso nos transmite Lucas algunos fragmentos auténticos del ministerio de la “primera evangelización” de la Iglesia naciente. El tema de la predicación es único: la persona misma de Jesús de Nazaret, el Mesías consagrado por Dios en el Espíritu Santo (v. 28). Los apóstoles pueden atestiguar que Jesús, durante su vida terrena, hizo milagros, curó a enfermos, liberó del maligno a los que estaban bajo el poder de Satanás. Con todo, la fe, el impulso misionero y la incontenible alegría de sus discípulos proceden de la experiencia del misterio pascual, del encuentro con Cristo resucitado, al que creían muerto para siempre. Y de eso mismo dan testimonio: aquel Jesús que, rechazado, murió crucificado, «Dios lo resucitó», ratificando así la verdad de su predicación. Es importante señalar que la resurrección está atribuida aquí a Dios y no al propio poder de Cristo; eso es lo que atestigua la antigüedad de este fragmento kerigmático. Y Pedro insiste en su fogosidad: no se trata de fábulas o sugestiones, sino de una realidad tan concreta que puede ser descrita con dos términos muy cotidianos: «Comimos y bebimos con él». Jesús se ha manifestado a «a los testigos elegidos de antemano por Dios», pero esta elección está orientada a una apertura católica, universal. Los apóstoles han recibido el encargo de anunciar, porque todos deben saber que Dios ha constituido juez de vivos y muertos (cf. Dn 7,13; Mt 26,64) al Crucificado-Resucitado, que, mediante su propio sacrificio, ha obtenido la remisión de los pecados para todo el que cree en él (vv. 42s). Comentario al Salmo 117. Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo. Este salmo fue utilizado por primera vez el año 444 Antes de Jesucristo, en la fiesta de los Tabernáculos (Nehemías 8,13-18). Hace parte del ritual actual de esta fiesta. Según M. Mannati, especialista en el estudio de los salmos, se ha puesto en evidencia el diálogo entre los diversos actores de la celebración: los levitas... el rey... Ia muchedumbre... Podemos imaginar, el lirismo festivo, el entusiasmo comunicativo, la alegría rítmica, que irrumpen en este canto a varias voces. La fiesta de los Tabernáculos era la más popular: el "patio de las mujeres" en la explanada del Templo, permanecía iluminado toda la noche... Procesionalmente se iba a buscar el "agua viva" a la piscina de Siloé... Y durante siete días consecutivos, se vivía en chozas de ramaje en recuerdo de los años de la larga peregrinación liberadora en el desierto... En el Templo la alegría se expresaba mediante una "danza" alrededor del altar: en una mano se agitaba un ramo verde; la otra se apoyaba en el hombro del vecino, en una especie de ronda... se giraba alrededor del altar balanceándose rítmicamente y cantando "¡Hosanna! ¡Bendito sea el que viene en nombre del Señor!" Según testimonio de los tres evangelistas sinópticos, Jesús se aplicó explícitamente este salmo (Mateo 21,42; Marcos 12,10; Lucas 20,17), para concluir la parábola de los "viñadores homicidas": "la piedra que desecharon los constructores, se convirtió en la ¡piedra angular!". Jesús, se consideraba como esta "piedra" rechazada por los jefes de su pueblo (anuncio de su muerte), y que llegaría a ser la base misma del edificio espiritual del pueblo de Dios. El día de los ramos, los mismos evangelistas señalan cuidadosamente que la muchedumbre aclamó a Jesús con las palabras del salmo:

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   "¡Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor!". No olvidemos que el "rey" que habla en este salmo, es un símbolo, un "revestimiento midráshico". Todos los exegetas están de acuerdo en afirmar que la composición de este salmo se hizo después del exilio, es decir, en una época en que ya no había reyes en Israel. ¿Se trata entonces de una fábula? No. Porque este rey vencedor de todos sus enemigos, es el Rey Mesiánico. Y la victoria que se celebra aquí, es la victoria escatológica, la victoria completa y definitiva de Dios sobre todas las potencias del "mal". La obra de Dios, es la obra salvífica, la salvación del pecado y de la muerte. "Y el día que hizo el Señor, es el famoso día de Yahveh", en que su reino brillará a plena luz. Resulta extraño pues poner este salmo en labios de Jesús: este Rey que habla y que arrastra a toda la multitud en su "acción de gracias", es ¡El! Releámoslo en esta perspectiva. Hacer de este salmo la oración de Jesús de Nazaret no es nada artificial. Sabemos que El, efectivamente, cantó este salmo después de la comida de Pascua, cada año de su vida terrena, y particularmente la tarde del Jueves Santo, ya que hacía parte del Hallel al finalizar la comida Pascual. Sí, Pascua es el "dia que el Señor ha hecho". He ahí la ¡obra de Dios! Vanamente buscaríamos en el pasado la victoria o el acontecimiento histórico de Israel, en honor de los cuales se compuso esta exultante "Eucaristía", acción de gracias. Es evidente que el salmista no conoció a Jesús de Nazaret, su muerte o su Resurrección; pero esperaba ¡al Mesías, al Rey, al ungido, al Christos. Recitando este salmo con Jesús, el día de Pascua, cantamos la victoria de Dios sobre el mal. ¡Alegrémonos por este día de fiesta! ¡Jesús cantó su propia Resurrección, esa tarde! El salmo 117 se parece a un inmenso anfiteatro donde se representa una gran ópera. En el escenario se desarrolla una gesta de liberación, con aires casi épicos. Hay un personaje central que, con descripciones vivas y coloridas metáforas, narra cómo, en momentos determinados, se encontró con toda suerte de enemigos que, surgidos desde todos los ángulos, le cerraban el paso y ponían en jaque su vida. Pero con la «poderosa diestra del Señor» no sólo consiguió zafarse de las manos asesinas, sino que puso a todos sus opositores en vergonzosa desbandada. Hay también coros griegos que, a veces, comentan o celebran la victoria del personaje, y otras veces organizan y guían la procesión triunfal hasta el vértice mismo del templo. Y por encima del escenario planea, majestuoso, el binomio poder-amor del Señor Dios que, como un cóndor invencible, protege a sus hijos contra cualesquiera amenazas y peligros. La liberación a que se refiere el salmista puede encerrar diferentes significados. Puede tratarse de una verdadera escaramuza tribal en que el salmista pudo haberse visto enredado por sorpresa. Podría ser también esta narración una simple figura literaria para significar diferentes enemigos y amenazas: una grave enfermedad, situaciones de rivalidad u hostilidad en las relaciones humanas, dificultades de diversa índole en el quehacer humano, conflictos familiares o comunitarios, luchas espirituales en el logro de un ideal... Para cualesquiera de estas circunstancias es válido, y notablemente válido, el mensaje central del salmo 117.

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   El inicio del salmo es espectacular. Todos los metales de la orquesta, encabezados por las trompetas de plata, lanzan al aire, como un fanfare piafante, el grito de júbilo que dará el tono a todo el salmo: «Eterna es su misericordia». Exulte la tierra entera y salten de alegría las islas innumerables ante esta gran noticia: nuestro Dios está vestido de un manto de misericordia, le precede la ternura y le acompaña la lealtad, y, desde siempre y para siempre avanza sobre una nube en cuyos bordes está escrita la palabra Amor. Israel está en condiciones de confirmar esta noticia: desde pequeño fue tratado con cuerdas de ternura; fue para él -el Señor- como la madre que se inclina para dar de comer a su pequeño y luego lo levanta hasta su mejilla para acariciarlo, y, en su borrascosa juventud lo acompañó con su brazo tenso y fuerte hasta instalarlo en la tierra jurada y prometida. Esta noticia de su eterno amor lo pueden también constatar todos los fieles en cuyas noches brilló el Señor como una antorcha de estrellas, y fue sombra fresca para sus horas meridianas. ¡Gloria, pues, eternamente a Aquel que vela nuestro sueño y cuida nuestros pasos! El misterio de la liberación En el versículo 5, el salmista comienza la narración; y, aunque lo hace sin referencias específicas y con términos genéricos, sin embargo, en estos versículos 5-6 están encerrados los verdaderos mecanismos del conflicto, cualquiera sea la índole del peligro a la que quiera referirse el salmista; y el mecanismo es el siguiente. En el fondo último de la tragedia está siempre la soledad o, mejor dicho, la solitariedad: cuando el hombre se repliega en sí mismo, hasta sus últimas concavidades, comienza a sentirse desvalido, impotente, asustado. Esta encerrona o ensimismamiento es una auténtica noche; y, así como en la noche, y al descampado, la gente ve fantasmas donde no los hay, así el hombre, constreñido a la noche de las cuatro paredes de sí mismo, sufre dos cosas: susto y pánico. Y en este momento, una fantasía encerrada y asustada, comienza a sentirse insegura, se pone aprensiva, el miedo se apodera de sus cuatro costados, un miedo que, a su vez, imagina peligros, engendra fantasmas, supone acechanzas, y el hombre llega a sentirse irremediablemente perdido. Todo esto le sucede al salmista en los versículos 5 y siguientes, y también probablemente en los versículos 10-14. En suma, es la experiencia típica de la solitariedad, y de los miedos que de ahí derivan, y de las acechanzas que el miedo imagina. Y ¿qué sucede en ese momento? Sucede que «en el peligro grité al Señor, y me escuchó poniéndome a salvo» (v. 5) y que el salmista vio «la derrota de sus adversarios» (v. 7). ¿Qué significa esto? ¿Que los enemigos fueron tragados por la tierra? Ciertamente que no; sino que el salmista, al «gritar al señor», salió de la noche de su encerrona a los espacios divinos; e igual que a la aclarada se esfuman los fantasmas nocturnos, así el salmista, al asomarse a la luz del Rostro, se ve libre de sombras y peligros que tenían mucho de carácter subjetivo. Dicho de otra manera: así como la angustia y el susto eran efecto del sentirse solitario y encerrado, al experimentar el salmista que «el Señor está conmigo» (v.

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   7), al sentir que su solitariedad, fría y hostil, ha sido poblada por la presencia amante y omnipotente de Dios, entonces «nada temo» (v. 6), es decir, se esfuman todos los hijos de la solitariedad (miedos, inseguridades, suspicacias ... ) y comienza el salmista a participar de la omnipotencia divina, esto es, el hombre se transforma en un hijo de la omnipotencia, y desde ahora podrá gritar: «¿Qué podrá hacerme el hombre?» (v. 6), como cuando Pablo desafía: «¿Quién contra nosotros?» Esta es la verdadera victoria, la auténtica gesta de liberación que consigue el salmista por «la diestra poderosa del Señor» (v. 16), es decir, por su presencia potente y amante, experimentada por el salmista en la relación personal con el Señor. Este análisis es aplicable a una serie de salmos en los que el salmista describe situaciones semejantes. El salmista, volviendo a referirse al misterio de su liberación, reitera en dos versículos consecutivos (6 y 7), «el Señor está conmigo», dando a entender que aquí está el secreto central y la clave de toda salvación: cuando el hombre percibe que Dios está conmigo verdaderamente; que El se constituye para mí en poder y cariño, en columna de seguridad y ternura de mi vida, me protege con sus fuertes alas y me asiste noche y día, en fin, que mi soledad ha sido enteramente habitada, entonces todos mis enemigos se van de espaldas, mis fronteras quedan guarnecidas, las salidas de la ciudad cubiertas, y el hombre acaba por transformarse en una ciudadela impenetrable, en un ser prácticamente invencible. Y, a partir de esta experiencia, el salmista dará un testimonio personal ante la asamblea: «Mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres; mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los jefes» (vv. 7-8), utilizando los verbos refugiarse y confiar, en que hay un éxodo desde sus soledades, y un dejarse envolver y arropar con el abrigo de la Presencia, una presencia inmunizadora. Somos libres. No tenemos miedo. Una acertada pedagogía En los versículos 10-14 hace el salmista una descripción gráfica y viva de una aventura bélica en que se vio envuelto sorpresivamente. Desde las sombras salían pueblos y tribus para devorarme, pero el Señor se puso en medio como una muralla infranqueable (v. 10). Otro día aparecieron ante mí los mismos, envolviéndome por los cuatro costados y cerrándome completamente el cerco; parecían un enjambre de avispas, sus amenazas se asemejaban al chisporroteo de un zarzal en llamas, pero el Señor fue mi espada y mi victoria. De nuevo emergieron repentinamente desde la oscuridad, y se me aproximaron peligrosamente hasta poner sus manos sobre mí, y me empujaban una y otra vez con intención de derribarme en la fosa; pero el Señor se transformó para mí en un muro de contención (v. 13). ¡Loor y gloria a mi Libertador! La narración puede ser aplicada a múltiples situaciones humanas de diversa índole: las incomprensiones eran como avispas venenosas; como el sordo rumor de un río en crecida, los amargados de siempre no cesaban de murmurar en contra de mí mientras las enfermedades consumían mis huesos; los que siempre confiaron en mí, me retiraron los créditos, el afecto y la palabra, y me dejaron indefenso en la calle; las dificultades se levantaban ante mí altas como las olas de una pleamar; parecía que todos huían de mí, y me sentía como una isla perdida en el ancho mar. Y, cuando parecía que la muerte era mi único destino y refugio, salí a los espacios

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   divinos, invoqué el Nombre del Señor, y, ¡oh prodigio!, la tempestad amainó, las olas se calmaron, me nacieron alas, fuertes como las de las águilas, por mis huesos comenzó a correr un río de energía, los temores se dieron a la fuga, la seguridad penetró mis riñones, y la libertad levantó cabeza en mis patios como una columna de granito. Todo fue obra del Señor: «ha sido un milagro patente» (v. 24), «es el Señor quien lo ha hecho» (v. 23). «Este es el día en que actuó el Señor'» (v. 24) ¡cantos de victoria para el Señor! ¡Aleluyas y hurras para nuestro victorioso salvador!, «sea nuestra alegría y nuestro gozo» (v. 24), resuene la música en nuestra trastienda, sea nuestra existencia una fiesta, nuestros días una danza, y la alegría sea nuestra respiración. Ahora «viviré» (v. 17), ya que en los días de aflicción no vivía, agonizaba: mi existencia era un morir viviendo o un vivir muriendo, porque mi alma agonizaba en la fosa de la tristeza; ni podía respirar, la angustia tenía paralizados mis pulmones. Era la muerte. Pero ahora que «el Señor actuó» y «nos ha dado la salvación» (v. 25) y en que la vida se convirtió en una fiesta, ya «no he de morir» (v. 17), «viviré» para transformar mis días en un himno de gloria para mi Dios, «para contar las hazañas del Señor» (v. 17). El Señor, como Padre solícito y sabio, tuvo para conmigo una pedagogía acertada: «me castigó» (v. 18) una y otra vez: me abandonó en las sombras del desconcierto, me sentí mil veces con las aguas al cuello, las difícultades me desbordaban, me sentía como un muro en ruinas, mi prestigio recibió heridas de muerte, caí en las manos de la desesperanza, invoqué a la muerte.... pero «no me entregó a la muerte» (v. 18). Fueron sacudidas y golpes para liberarme de los atavíos postizos; yo creía que los muros de las apropiaciones me denfendían, pero en realidad me encarcelaban; tenían que caer esos muros para recuperar la libertad. «Me castigó» para no confiar nunca más «en mis caballos» ni «en los señores de la tierra», sino tan sólo en mi Dios, para experimentar el contraste entre mi contingencia y la consistencia del Señor, para saltar de la nada al todo, de la oscuridad a la luz, de la indigencia a la opulencia, para que, en fin, yo probara y comprobara en mi propia carne que el Señor es mi único salvador. Las puertas del triunfo Y en este momento el múltiple coro estalla en una cantata vibrante, y el estallido va saltando de grupo en grupo en la gran asamblea de los justos: «La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es excelsa» (v. 15). Comentario a la Segunda Lectura: Colosenses 3, 1-4. Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo En la Carta a los Colosenses —una de las llamadas «cartas de la cautividad»—, la reflexión de Pablo, que parte como siempre del acontecimiento pascual (cf. Col 1,12-14), llega a captar las dimensiones cósmicas del misterio de Cristo, denominado con algunos atributos fundamentales. Es creador junto con el Padre (1,16), primogénito de la creación y nuevo Adán (1,15), cabeza del cuerpo que es la Iglesia y redentor del mundo (1,16-20). El cristiano, por medio del bautismo, que

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   le hace partícipe de la muerte y resurrección del Señor, mediante una vida de fe que lleva a su pleno desarrollo el germen bautismal, se convierte en miembro vivo de Cristo. Esto trae consigo no sólo el compromiso de renunciar al pecado para caminar en una vida nueva, sino también una orientación resuelta a las realidades celestes, sostenida por la conciencia de nuestra propia identidad de hijos de Dios, peregrinos a la ciudad eterna, hacia la que, por una parte, tiende, mientras que, por otra —en Cristo resucitado—, se encuentra ya. De ahí la necesidad de elegir bien y de buscar «las cosas de arriba», de acuerdo con una vida resucitada, celeste. De ahí procede asimismo la invitación a prescindir de todo lo que vuelve la vida demasiado exterior y vacua (3,3). El cristiano ha muerto «a las cosas de la tierra» y vive escondido en Aquel que vive. Cuando Cristo se manifieste en la gloria, entonces se revelará también, a los ojos de todos, la belleza espiritual de aquellos que, actuando por la fe en adhesión a Cristo en la vida diaria, han encontrado en él la unidad y la plenitud (3,4). o bien: Comentario a la Segunda Lectura: 1Corintios 5, 6b-8. Barred la levadura vieja, para ser una masa nueva El encuentro con Cristo resucitado y vivo determina la conducta moral del cristiano, libre ahora de un sistema de normas más o menos severas o detalladas. Por eso, Pablo, sin forzar las cosas en modo alguno, puede remitirse al misterio pascual cuando considera que debe intervenir con autoridad firme en ciertas situaciones lamentables que se dan en la comunidad de Corinto. Pablo, refiriéndose al rito de la pascua judía, que Jesús llevó a cabo como memorial de su propia muerte salvífica, recuerda la costumbre de quemar antes de la fiesta toda la levadura vieja, en cuanto signo de corrupción que no debe contaminar la vida nueva (v. 7). Vosotros mismos —dice a los corintios— debéis ser pan puro, nuevo, que Cristo consagra con la ofrenda de sí mismo. El es la verdadera pascua, el cordero inmolado, cuya sangre nos protege del exterminador (Ex 12,12s). El cristiano, consciente del alcance de ese sacrificio, está llamado a vivir en la novedad, eliminando de su corazón el fermento de las viejas costumbres, de los pequeños y de los grandes vicios con los que muestra connivencia, de suerte que pueda presentarse a Dios con pureza y autenticidad, como el pan nuevo de la pascua (v. 8). Comentario al Santo Evangelio :Juan 20, 1-9. El había de resucitar de entre los muertos Los discípulos, antes de encontrar al Señor resucitado, pasan por la dolorosa experiencia de la tumba vacía: constatan la ausencia del cuerpo de Jesús. El cuarto evangelista subraya sobremanera este elemento, introduciendo una dialéctica de visión-fe-visión espiritual que recorre de manera creciente los capítulos 20-21, interpelando también al lector y a todos aquellos que creen sin haber visto (20,29). En esta perícopa se expresa esto mismo mediante el uso de tres verbos diferentes, traducidos en nuestro texto por «ver y comprobar», y que indican matices diferentes (v 1.5; y. 7; y. 8).

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    Los relatos de la resurrección se abren con dos precisiones cronológicas: “El domingo por la mañana” y «muy temprano, antes de salir el sol». El día inicial de una nueva semana se convertirá así en el comienzo de una creación nueva, en verdadero “día del Señor” (dies dominica), en el que la fe amorosa, no iluminada todavía por la luz del Resucitado, camina, a pesar de todo, en la oscuridad y va más allá de la muerte. María Magdalena es el prototipo de esta fidelidad. Al llegar al sepulcro —probablemente no sola, como muestra el plural del v. 2b— «captó con la mirada» (blépei, v. 1) que la piedra que tapaba la entrada había sido rodada. Como dominada por la realidad que ve, no se da cuenta de nada más, y corre enseguida a denunciar la ausencia del Señor a Pedro —cuya importancia en los acontecimientos pascuales es realzada por toda la tradición— y «al otro discípulo a quien Jesús tanto quería», probablemente el mismo Juan a quien remonta la tradición del cuarto evangelio. Este último fue el primero en llegar al sepulcro, pero no entró enseguida; también él «captó con la mirada» (blépei, v. 5) primero las vendas mortuorias de lino. Llega Pedro, entra y «se detiene a contemplar» (theoréi, v. 6) las vendas «mortuorias» —lo que permite pensar que se habían quedado en su sitio, aflojadas por estar vacías del cuerpo que contenían— y el sudario que cubría el rostro, enrollado en un lugar aparte. El evangelista nos suministra unas notas preciosas. Resulta significativa la diferencia entre estos detalles y los correspondientes a la resurrección de Lázaro (11,44). El lento examen a que somete la mirada de Pedro cada detalle particular dentro del sepulcro vacío crea un clima de gran silencio, de expectante interrogación... «Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro. Vio y creyó» (v. 8). El verbo usado aquí es éiden; para comprender su significado basta con pensar que de él procede nuestra palabra «idea». Ahora el discípulo, al ver, intuye lo que ha sucedido. Pasa de la realidad que tiene delante a otra más escondida, llega a la fe, aunque se trata aún de una fe oscura, como muestran el v. 9 y la continuación del relato. De éste se desprende que la fe no es, para el hombre, una posesión estable, sino el comienzo de un camino de comunión con el Señor, una comunión que ha de ser mantenida viva y en la que hemos de ahondar más y más, para que llegue a la plenitud de vida con él en el reino de la luz infinita. «Mi alegría, Cristo, ha resucitado.» Con estas palabras solía saludar san Serafín de Sarov a quienes le visitaban. Con ello se convertía en mensajero de la alegría pascual en todo tiempo. En el día de pascua, y a través del relato evangélico, el anuncio de la resurrección se dirige a todos los hombres por los mismos ángeles y, después de ellos, por las piadosas mujeres a la vuelta del sepulcro, por los apóstoles y por los cristianos de las generaciones pasadas, ahora vivas para siempre en El que vive. Sus palabras son una invitación, casi una provocación. Esas palabras hacen resurgir en el corazón de cada uno de nosotros la pregunta fundamental de la vida: ¿quién es Jesús para ti? Ahora bien, esta pregunta se quedaría para siempre como una herida dolorosamente abierta si no indicara al mismo tiempo el camino para encontrar la respuesta. No hemos de buscar entre los muertos al Autor de la vida. No encontraremos a Jesús en las páginas de los libros de historia o en las palabras de quienes lo describen como uno de tantos maestros de sabiduría de la humanidad. El mismo, libre ya de las cadenas de la muerte,

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   viene a nuestro encuentro; a lo largo del camino de la vida se nos concede encontrarnos con él, que no desdeña hacerse peregrino con el hombre peregrino, o mendigo, o simple hortelano. Él, el Inaprensible, el totalmente Otro, se deja encontrar en su Iglesia, enviada a llevar la buena noticia de la resurrección hasta los confines de la tierra. o bien Comentario al Santo Evangelio :Lc 24, 13-35. El había de resucitar de entre los muertos El domingo de Pascua, Cleofás y otro discípulo de Jesús recorren por dos veces el camino entre Jerusalén y Emaús. Se alejan de Jerusalén profundamente abatidos a causa de la crucifixión de Jesús. Retornan llenos de gozo llevando el mensaje pascual. Entre estos dos momentos se sitúa su camino, durante el cual Jesús se une a ellos sin dejarse reconocer, y se sitúa también la cena en Emaús, en la que se abren sus ojos al Resucitado. A lo largo de todo el camino los dos discípulos reflexionan sobre la suerte de Jesús. La ven, primero, desde su propia perspectiva, a partir de sus esperanzas, que se han visto frustradas. Hablan entre ellos y lo repiten al caminante que se les une. Este les abre una nueva perspectiva. Partiendo de la Escritura, muestra que el camino recorrido por Jesús es querido por Dios. Y al reconocer al Señor resucitado, ellos comprenden que el final del camino recorrido por Jesús no es la muerte, sino la gloria. No pueden hacer otra cosa que volver a Jerusalén y anunciar allí su experiencia, su encuentro con el Resucitado. Llegan así de nuevo al punto de partida, pero no ya como supervivientes faltos de coraje y decepcionados, sino como mensajeros de la resurrección. Los dos discípulos han esperado hasta el tercer día después de la crucifixión. Han perdido ya toda esperanza y se alejan de Jerusalén. No consiguen, sin embargo, distanciarse de sus experiencias precedentes. Discuten sobre ellas y se las cuentan al caminante desconocido. Echan una ojeada al tiempo transcurrido junto a Jesús, a las experiencias compartidas con él, a las esperanzas puestas en él, al hecho de que estas esperanzas se han visto completamente frustradas. Lo habían conocido como un gran profeta, poderoso en palabras y obras, como aquel que podía guiarles y ayudarles. Habían depositado en él sus esperanzas mesiánicas, pensando que habría liberado a Israel de todos los enemigos y habría establecido abierta y definitivamente el reino de Dios. Pero había sido crucificado y sepultado. Ellos continúan creyendo que ha sido un gran profeta enviado por Dios, que ha tenido que sufrir la suerte de tantos profetas. Pero, en cuanto a reconocerlo como Mesías, la cuestión ha quedado cerrada para ellos. Un hombre que ha sido crucificado y está muerto no puede ser el Mesías. ¡De él no se puede esperar plenitud de vida por el poder benévolo de Dios! El anuncio llevado por las mujeres sobre la tumba vacía y sobre la aparición de un ángel vuelve a encender la esperanza. Pero esto no les ayuda a seguir adelante. Los discípulos que quieren verificar este mensaje encuentran, ciertamente, la tumba vacía; pero no ha sido posible ver a Jesús en persona por ninguna parte. Esta mirada retrospectiva presenta la historia de una gran esperanza y de una frustración todavía mayor, que se concentra sobre estos dos hechos: Jesús ha muerto en la cruz; no es posible verlo por ninguna parte. La muerte de Jesús en la cruz y su aparente ausencia serán para siempre piedra de escándalo. Los dos discípulos están convencidos de que Jesús no puede ser el Mesías y que deben esperar a otro. Pero todo su pensar y dialogar sigue concentrándose sobre él. Aquí interviene él, el Resucitado que los acompaña, El discurso vuelve a tomar el

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   mismo argumento: el destino de Jesús. Él lo presenta según su punto de vista y les explica las Escrituras. El Resucitado mismo los introduce en la comprensión de las Escrituras y en la comprensión de su camino de tal forma que ya no se sienten tristes, sino que sienten arder el corazón. El camino de Jesús hacia la cruz ha sido determinado por la voluntad de Dios, revelada en las Escrituras. Su muerte en cruz no manifiesta su derrota, sino su incondicional fidelidad a Dios. Su camino no termina con la muerte, sino que, a través de ella, conduce a la gloria, a la comunión eterna con Dios. Jesús es el Mesías precisamente en cuanto crucificado. Por medio de él, que ha renunciado a todo, incluso a la vida, y se ha sometido únicamente a la voluntad del Padre, se manifiesta la plenitud del poder de Dios, que le ha hecho el don de la vida eterna. El no es el Mesías del reino y del bienestar de este mundo. Por medio de él, el poder de Dios da plenitud de vida más allá de la muerte, en la comunión eterna y gloriosa con Dios. Así esclarece Jesús cuáles son las esperanzas destinadas al fracaso y qué es lo que de él se puede esperar con plena confianza. Jesús deja que sean los dos discípulos quienes le pidan quedarse con ellos. No quiere imponerse; su presencia y su cercanía se han de pedir. En el banquete tiene él la presidencia: parte el pan. Entonces lo reconocen y entonces desaparece él de su vista, puesto que ha conseguido ya su objetivo. Ellos le han visto y saben que está vivo. Saben que el Resucitado les ha explicado su destino de sufrimiento y las Escrituras. Saben que su camino es todo él querido por Dios y que conduce a la vida. Han experimentado que de nuevo les ha dado, mientras estaban sentados a la mesa y gracias a su petición, la comunión con él. Esta experiencia los ha transformado. Sobre ella fundamentarán los discípulos su porvenir. La comunión de los discípulos con Jesús se ha caracterizado, hasta el momento de la muerte, por su presencia visible. El Resucitado no estará ya presente de forma visible junto a ellos. Pero, caminando con ellos, él los ha introducido en una nueva forma de comunión con él, caracterizada por la certeza de su vida plenamente cumplida: « ¡El Señor ha resucitado de verdad!». Como es aquel que ha alcanzado la plenitud, se ha sustraído a sus ojos. Pero permanece junto a ellos a través de la lectura y comprensión de las Escrituras, que él les ha regalado; a través de la profundización y la comprensión de todo su camino, tal como se lo ha mostrado. Los discípulos deben dejarse llevar continuamente por él hacia la comprensión. Las Escrituras permiten entonces comprender que todo su camino es querido por Dios. Y el camino de Jesús hace comprender entonces aquello de lo que hablan las Escrituras en el sentido más profundo. Además, Jesús permanece con ellos cuando se reúnen para la comida en común. Comentario al Santo Evangelio: Juan 20, 1-9, para nuestros Mayores. El había de resucitar de entre los muertos que la resurrección de Jesús es obra de Dios. Así nos lo recuerdan los elementos escenográficos que rodean su actuación. El terremoto es uno de los fenómenos que suelen acompañar las manifestaciones divinas en la Biblia, y Mateo lo relaciona tanto con la muerte (Mt 27,51-53) como con la resurrección del Señor, poniendo así ambos acontecimientos en relación con la plenitud de los tiempos (Mt 24,7). Además, el aspecto luminoso de este ser celeste recuerda al del mismo Jesús en la transfiguración, que ya suponía un atisbo de la Pascua (Mt 17,2). Al rodar la piedra del sepulcro y sentarse sobre ella, que era “grande” y además había sido “sellada”, corrobora la victoria definitiva sobre el poder de la muerte. Pero Mateo sitúa a otros personajes junto al sepulcro de Jesús: ¿Quiénes son? Si queréis saber por qué el

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   evangelista los incorpora a la escena, leed los dos episodios que la “enmarcan”: Mt 27,62-66 y Mt 28,11-15. Los soldados habían recibido el encargo de custodiar el sepulcro para evitar que los discípulos de Jesús robasen el cadáver y propagasen la noticia fraudulenta de su resurrección. Su presencia junto a la tumba del Crucificado sirve para desenmascarar la estrategia de los jefes judíos, que pretenden tapar con un soborno la verdad de lo sucedido. Los que acusaban a Jesús de “impostor” (Mt 27,63) se acaban comportando como tales. Por otra parte, esta escena presenta el esquema literario típico de una “anunciación”, formado por los siguientes elementos: “manifestación de un ser celeste”, “reacción del destinatario”, “anuncio del mensaje”, “señal” y “misión”. ¿Seríais capaces de reconocer cada uno de ellos en el pasaje? La presencia de un ser celeste que transmite un mensaje de parte de Dios a las mujeres responde a la estructura básica de una “anunciación”. Pero, curiosamente, son los soldados quienes reaccionan con temor. Son ellos los que “tiemblan” como la misma tierra y se quedan “como muertos”, una observación paradójica, pues la que vence es la Vida. Las palabras tranquilizadoras del ángel se dirigen, en cambio, a las mujeres y no a ellos. Después del “no temáis”, tan característico en estos casos, viene el anuncio propiamente dicho: “Ha resucitado”, al que se añade una señal, que es el sepulcro vacío de Jesús. Digamos de paso que éste no constituye una prueba irrebatible de la resurrección, pues no a todos les ayudará a creer (como en Mt 28,13), sino un signo que invita a la fe. Finalmente, el anuncio del ángel concluye con una misión y las mujeres son enviadas a transmitir esta buena noticia a los discípulos y a citarlos en Galilea. Ellas cumplen el encargo inmediatamente, impresionadas por lo que han visto y oído, pero llenas de alegría. Pasando a la segunda escena del relato (vv. 9-10), ¿qué semejanzas y diferencias presenta con la primera? Comparad lo que hacen y dicen Jesús y el ángel a las mujeres y lo sabréis. Ahora es Jesús quien “sale al encuentro” de las mujeres y las saluda. La reacción de éstas incluye tres acciones: “acercarse”, “echarse a los pies” y “adorar”, que expresan el reconocimiento del Resucitado como un ser divino. Entonces Jesús se dirige a ellas con las mismas palabras del ángel —“no temáis”—, que más que tranquilizarlas psicológicamente pretenden confirmar su fe. Finalmente ratifica la misión que aquél les había encargado, lo cual no deja de sorprender en una sociedad donde el testimonio de las mujeres ante los tribunales era considerado inválido. Pero Mateo insiste en presentarlas como “apóstoles de los apóstoles”. Aunque, a diferencia del ángel (v. 7), Jesús no los llama “discípulos”, sino “hermanos” (Mt 12,49), para recordar que desea restaurar las relaciones fraternas que ellos habían roto al abandonarle durante la pasión. o bien Comentario al Santo Evangelio: Lc 24, 13-35, para nuestros Mayores. El había de resucitar de entre los muertos La Palabra sigue ayudándonos a celebrar la Pascua del Señor y a reflejarla concretamente en nuestra vida. La experiencia de los dos discípulos de Emaús nos ayudará a reconocer la presencia del Resucitado en el camino de cada día. Un camino que se transformará en “la senda de la vida” si nuestra fe y nuestra esperanza reposan en ese Dios Padre, liberó a Jesús de las ataduras de la muerte. Lucas escribió su evangelio para cristianos que habían escuchado la buena noticia

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   de que Jesús estaba vivo pero no lo habían visto con sus ojos. Por eso se preguntaban cómo podían encontrarse con el Señor resucitado. Con una maestría narrativa y una gran capacidad pedagógica, el evangelista les responde a través del pasaje que vamos a leer. Es importante observar que aquel encuentro pascual se produce en el “camino”, un término que Lucas utiliza como símbolo del seguimiento cristiano. Seguimiento que, en el caso de los dos discípulos, atraviesa una crisis profunda. La conversación que llevan “por el camino” está llena de preguntas sin respuesta. Su regreso hacia Emaús es, en cierto modo, una huida. En medio de aquella tremenda decepción, Jesús se hace el encontradizo. Ellos le hablan de aquel profeta poderoso de quien esperaban que fuese el Mesías liberador de Israel. Pero la cruz es el escándalo contra el que se han estrellado todas sus expectativas. Su ofuscación es tan grande que no dan crédito al testimonio de las mujeres. Disponen de todos los datos, pero carecen de la fe que les da sentido. Ven a Jesús, pero sus ojos no son “capaces de reconocerlo”. Leamos ahora los vv. 25-27: ¿qué dice Jesús a los dos de Emaús? ¿Qué hace para ayudarles a superar su ceguera? Para Cleofás y su compañero, la muerte en cruz del Mesías era un sinsentido. Cerrados en sus esquemas, se muestran escépticos e incapaces de interpretar lo sucedido. Por eso, tras escuchar con paciencia su versión de los hechos, Jesús les recrimina su torpeza para comprender “lo que dijeron los profetas”, es decir, lo que Dios tenía ya previsto desde antiguo. Luego les “abre” las Escrituras para que entiendan que el plan de Dios debe cumplirse. Los ojos de la fe no se han abierto todavía, pero esa explicación del sentido de la cruz a través de las Escrituras surte su efecto: pone en ascuas los corazones y va preparando el reconocimiento definitivo (v. 32). Seguimos ahora con los vv. 28-32: ¿en qué momento se abren los ojos de los de Emaús? ¿A qué recuerdan los gestos que Jesús realiza delante de ellos? La sagrada costumbre de la hospitalidad hacia el forastero se transforma en una invitación insistente para que Jesús no pase de largo: “¡Quédate con nosotros!”. Al sentarse a la mesa, los papeles se trastocan. Jesús, el huésped, asume las tareas propias del anfitrión, a quien correspondía pronunciar la bendición y partir el pan para los comensales. Pero estos gestos adquieren de repente una significación mucho más profunda porque son los mismos que el Señor realizó durante la última cena (Lc 22,19). Gracias a ellos, los discípulos de Emaús reconocen por fin a Jesús. Por eso desaparece de su lado, porque ya no necesitan ver para creer. Se les han abierto los ojos de la fe y han aprendido a captar la presencia invisible del Resucitado “en la fracción del pan”. Acabamos leyendo de nuevo los vv. 33-35: ¿qué hacen los discípulos de Emaús después de reconocer a Jesús? ¿A quiénes encuentran al volver a Jerusalén? ¿De qué hablan con ellos? El encuentro con el Resucitado provoca la urgencia del regreso. Tienen algo muy importante que comunicar y no pueden esperar al día siguiente. Al llegar a Jerusalén, los dos de Emaús se reencuentran con la comunidad reunida que habían abandonado. Y es en ella donde pueden compartir su experiencia y percibir una vez más la presencia viva de Jesús en el anuncio gozoso de la Pascua: “Es verdad, el Señor ha resucitado...”. Comentario al Santo Evangelio: Juan 20, 1-9, de Joven para joven. El había de resucitar de entre los muertos

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   "El había de resucitar de entre los muertos" También en los relatos pascuales el evangelio de Juan presenta notables diferencias respecto a los evangelios sinópticos, si bien es probable que parta de tradiciones comunes, que, no obstante, han pasado por la criba de la teología propia del círculo juánico. En las palabras de María Magdalena resuena probablemente la controversia con la sinagoga judía, que acusaban a los discípulos de haber robado el cuerpo de Jesús para así poder afirmar su resurrección. Los discípulos no se han llevado el cuerpo de Jesús. Más aún, al encontrar doblados y en su sitio la sábana y el sudario, queda claro que no ha habido robo. La carrera de los dos discípulos puede hacer pensar en un cierto enfrentamiento, en un problema de competencia entre ambos. De hecho, se nota un cierto tira y afloja: "El otro discípulo" llega antes que Pedro al sepulcro, pero le cede la prioridad de entrar. Pedro entra y ve la situación, pero es el otro discípulo quien "ve y cree". Seguramente que "el otro discípulo" es "aquel que Jesús amaba", que el evangelio de Juan presenta como modelo del verdadero creyente. De hecho, este discípulo, contrariamente a lo que hará Tomás, cree sin haber visto a Jesús. Sólo lo poco que ha visto en el sepulcro le permite entender lo que anunciaban las Escrituras: que Jesús no sería vencido por la muerte. Ninguno de los discípulos se esperaba la resurrección de Jesús. Puede notarse el simbolismo de la escena del sepulcro vacío: Jesús se ha "desatado" de los lazos del reino de la muerte; en cambio, Lázaro tiene que ser "desatado" para poder caminar (para seguir a Jesús). Esto es lo que "ve", desde la fe, el Discípulo amado, y con él, la comunidad. Es el hoy del resucitado. Algo, sin embargo, me parece importante destacar a propósito del discípulo a quien Jesús quiere y que nunca tiene nombre propio. Esta falta de nombre no parece obedecer a un recuerdo de modestia del autor para evitar referirse a sí mismo (interpretación anecdótica), sino a la intención del autor de englobar a todos y cada uno de los creyentes en Jesús, incluidos los que no han conocido a Jesús según la carne, como diría Pablo. Por eso este discípulo no puede tener un único nombre propio. Su nombre es el tuyo y el mío, que este día de Pascua creemos en Jesús resucitado y experimentamos en nosotros el amor de Jesús resucitado. María hace una constatación en el sepulcro y comunica su interpretación a dos discípulos (vs, 1-2). Los dos discípulos inspeccionan por separado el sepulcro, llegando a conclusiones distintas (vs, 3-8). Comentario editorial explicando el presupuesto desde el que se había llevado a cabo la inspección (v. 9). Pre-texto. Isaías 26, 19-21: "¡Vivirán tus muertos, tus cadáveres se alzarán, despertarán jubilosos los que habitan en el polvo! Porque tu rocío es rocío de luz y la tierra de las sombras parirá. Anda, pueblo mío, entra en los aposentos y cierra la puerta por dentro: escóndete un breve instante mientras pasa la cólera. Porque el Señor va a salir de su morada para castigar la culpa de los habitantes de la tierra: la tierra descubrirá la sangre derramada y no ocultará más a sus muertos".

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   Sentido del texto. María va al sepulcro poseída por la falsa concepción de la muerte; cree que la muerte ha triunfado; busca a Jesús como un cadáver. Su reacción, al llegar, es de alarma y va a avisar a Simón Pedro (símbolo de la autoridad) y al discípulo a quien quería Jesús (símbolo de la comunidad). Las dos veces que hasta ahora han aparecido juntos ambos (cfr. Jn. 13, 23-25; 18, 15-18), el autor ha establecido una oposición entre ellos dando la ventaja al segundo. Es lo mismo que vuelve a hacer en este relato y que volverá a hacer en 21, 7. El discípulo amado llega antes (v. 4) y cree (v. 8); Pedro, en cambio, llega más tarde (v. 6) y de él no dice que creyera. Correr (Correr símbolo) más de prisa es imagen plástica para significar tener experiencia del amor de Jesús. Pedro no concibe aún la muerte como muestra de amor y fuente de vida. En el atrio del sumo sacerdote había fracasado en su seguimiento de Jesús (cfr. Jn. 18, 17. 25-27); el otro discípulo, en cambio, siguió a Jesús (cfr. Jn. 19, 26). De esta manera, puede ahora marcar el camino a la autoridad en la tarea, común a ambas, de discernir a Jesús y encontrarse con él; corriendo tras la comunidad es como podrá la autoridad alcanzar su meta. Ambas, autoridad (Pedro) y la comunidad (discípulo amado) habían partido de la misma no-inteligencia, de la misma obscuridad, del mismo sepulcro. Ni Pedro ni el otro discípulo habían entendido, cuando partieron, el texto de Is. 26, 19-21. Pero el otro discípulo, al ver, creyó, captó el sentido del texto: la muerte física no podía interrumpir la vida de Jesús, cuyo amor hasta el final ha manifestado la fuerza de Dios. Jesús ya ha transmitido el espíritu (cfr. Jn. 19, 30). De ahí que el que no nazca de arriba no puede ser del Reino (cfr. Jn. 3, 3). Arriba es la cruz. El espíritu es el amor capaz de dejarse matar por los demás. En el cuarto evangelio la cruz es trono y gloria: es la hora del triunfo de Jesús, pues pone de manifiesto quién es Jesús. La cruz expresa un estilo, un talante de vivir y de ser. o bien Comentario al Santo Evangelio: Lc 24, 13-35, de Joven para Joven. El había de resucitar de entre los muertos Lucas relata no sólo lo que aconteció hace veinte siglos en el día de la resurrección de Jesús, sino lo que ocurre hoy mismo. Estamos ante un bello relato teológico. Lo escribe para los cristianos nostálgicos de los años 80 que envidiaban la suerte de los contemporáneos de Jesús por haber convivido con él. Lucas les viene a decir: No tenéis nada que envidiar. Hoy podéis tener al Maestro resucitado más cercano que ellos, aunque hay que descubrirlo con la mirada de la fe. Dos discípulos caminan hundidos; habían puesto su confianza en el rabí de Nazaret, lo habían dejado todo para seguirle, y todo ha terminado en un fracaso vergonzoso: muriendo en una cruz como un vulgar delincuente. Todo ha terminado. Por eso vuelven a la vida de antes. Están tristes, añoran su presencia, porque era un hombre tan bueno... Se lo comentan a un desconocido que se les ha agregado en el camino y les pregunta por qué caminan con aire triste como si fueran a un funeral... Añoran la presencia del Maestro... Se han olvidado de lo que les había prometido: “Con vosotros me quedo cada día hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Lo mismo que a los de Emaús, Jesús resucitado nos acompaña. Lo que pasa es que su presencia sólo la descubren los que tienen mirada de fe. Jesús no es un personaje a quien hemos dejado veinte siglos atrás, sino alguien que camina con nosotros. Ser cristiano es sentirse contemporáneo de Jesús.

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    Jesús resucitado nos acompaña siempre, pero tiene lugares privilegiados para su manifestación. Éstas son las direcciones que nos ha dejado: En la comunidad. Lo pone de manifiesto el relato de Emaús. Son sólo dos, la comunidad más reducida, pero comunidad. Caminan como amigos, comparten su tristeza, dialogan. Por eso Jesús cumple con ellos su promesa: “Donde hay dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). Testimonian a diario miembros de la comunidad cristiana que animo: “La presencia de Jesús resucitado en medio de los suyos no es para nosotros una creencia teórica, sino una vivencia que venimos teniendo desde que empezamos a caminar en comunidad”. He escuchado este testimonio a otros muchos grupos y comunidades con los que comparto muchas veces la fe. Y este testimonio lo repiten miembros de numerosas “iglesias domésticas” que lo son de verdad. Lo que ocurrió a los de Emaús ocurre siempre. La comunidad es el sacramento visible que encarna el misterio de la Iglesia, esposa de Cristo, y es el sacramento que da sentido a todos los sacramentos, puesto que todos tienen una dimensión comunitaria. En este sacramento Jesús resucitado actúa salvíficamente. En el prójimo. Los de Emaús se encontraron con Jesús porque acogieron amistosamente a aquel desconocido que les salió al camino y practicaron la hospitalidad con él: “Quédate con nosotros porque atardece”. ¿Voy al encuentro del Señor en la dirección infalible, que es el hermano? ¿Siento, tal vez, la tentación de buscarlo en las nubes o en la plegaria vaporosa? En la Palabra. En el libro-encuesta Objetivo: Jesucristo de R. De Andrés, a la pregunta: ¿En qué lugares te encuentras más fácilmente con Jesucristo?, muchos responden: En la lectura, meditación y contemplación de la Palabra de Dios, sobre todo si la comparto con otros. Me sumo a su testimonio. Confiesan los de Emaús: “¿No ardía nuestro corazón cuando nos hablaba por el camino?”. Jesús es el Maestro que nos sigue hablando en su Palabra que enciende el corazón de quien la escucha dócilmente (Lc 10,39). ¿Acudo al encuentro del Señor, que me espera en su Palabra? ¿La escucho y reflexiono morosa y amorosamente? Elevación Espiritual para este día. Estarás en condiciones de reconocer que tu espíritu ha resucitado plenamente en Cristo si puede decir con íntima convicción: « ¡Si Jesús vive, eso me basta!». Estas palabras expresan de verdad una adhesión profunda y digna de los amigos de Jesús. Cuán puro es el afecto que puede decir: «¡Si Jesús vive, eso me basta!». Si él vive, vivo yo, porque mi alma está suspendida de él; más aún, él es mi vida y todo aquello de lo que tengo necesidad. ¿Qué puede faltarme, en efecto, si Jesús vive? Aun cuando me faltara todo, no me importa, con tal de que viva Jesús... Incluso si a él le complaciera que yo me faltara a mí mismo, me basta con que él viva, con tal que sea para él mismo. Sólo cuando el amor de Cristo absorba de este modo tan total el corazón del hombre, hasta el punto de que se abandone y se olvide de sí mismo y sólo se muestre sensible a Jesucristo y a todo lo relacionado con él, sólo entonces será perfecta en él la caridad. Reflexión Espiritual para el día En el fluir confuso de los acontecimientos hemos descubierto un centro, hemos descubierto un punto de apoyo: ¡Cristo ha resucitado! Existe una sola verdad: ¡Cristo ha resucitado! Existe una sola verdad dirigida a todos: ¡Cristo ha resucitado!

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   Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, entonces todo el mundo se habría vuelto completamente absurdo y Pilato hubiera tenido razón cuando preguntó con desdén: « ¿Qué es la verdad?». Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, todas las cosas más preciosas se habrían vuelto indefectiblemente cenizas, la belleza se habría marchitado de manera irrevocable. Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, el puente entre la tierra y el cielo se habría hundido para siempre. Y nosotros habríamos perdido la una y el otro, porque no habríamos conocido el cielo, ni habríamos podido defendernos de la aniquilación de la tierra. Pero ha resucitado aquel ante el que somos eternamente culpables, y Pilato y Caifás se han visto cubiertos de infamia. El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia: María de Magdala. Es una historia extraña la de María, la discípula de Jesús originaria de Magdala, un pueblo de pescadores junto al lago de Tiberíades, centro comercial de pescado denominado en griego Tariquea, es decir, «pescado salado». Su figura ha estado sometida a una serie de equívocos. Nos gustaría partir de aquel alba primaveral evocada en un fragmento del evangelio de Juan, que la liturgia de Pascua nos presenta, aunque sea parcialmente (20,1-8). María está delante del sepulcro donde pocas horas antes habían depositado el cuerpo exánime de Jesús. Es paradójica la equivocación en la que cae la mujer que confunde a aquel Jesús que ha vuelto de nuevo a la vida y está delante de ella, con el guardián del cementerio. ¿Cómo ha podido engañarse? La respuesta está en la naturaleza misma del suceso pascual que incide en la historia pero que es, al mismo tiempo, un hecho sobrenatural, misterioso, trascendente. Para «reconocer» al Resucitado, no bastan los ojos de la cara ni tampoco haber caminado con él y haber escuchado sus palabras en las plazas de Palestina o haber cenado con él; hace falta una mirada profunda, un canal de conocimiento superior. María «reconoce» a Jesús cuando la llama por su nombre y los ojos de su alma se abren y exclama «en hebreo Rabunní, que significa ¡Maestro!» (20,16) y así recibe la misión de ser testigo de la resurrección: “Anda y di a mis hermanos que me voy con mi Padre y vuestro Padre, con mi Dios y vuestro Dios”, María Magdalena fue a decir a los discípulos que había visto al Señor y a anunciarles lo que él le había dicho (20,17-18). María de Magdala había entrado en escena en los evangelios por primera vez como una de las mujeres que asistían a Jesús y a sus discípulos con sus bienes. En aquella ocasión se había añadido una expresión más bien fuerte: «de la que había echado siete demonios» (Lc 8,1-3). Como consecuencia de esta última noticia precisamente se ha venido a cometer otro equívoco. La expresión podía indicar por sí misma un gravísimo mal (el siete es el número de la plenitud) físico o moral que había atacado a la mujer y del que Jesús la había liberado. Pero la tradición, repetida mil veces en la historia del arte y que ha perdurado hasta nuestros días, ha hecho de María una prostituta y el único motivo es porque en la página evangélica anterior, el capítulo 7 de Lucas, se narra la historia de la conversión de una anónima «mujer pecadora que había en aquella ,innominada, ciudad», la que había ungido con aceite perfumado los pies de Jesús, invitado en la casa de un importante fariseo, los había mojado con sus lágrimas y los había secado con sus cabellos. Pero este gesto lo repetirá con Jesús otra María, la hermana de Marta y Lázaro (Jn 12,1-8). Y de ahí resultará un ulterior equívoco con María de Magdala, confundida

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   por algunas tradiciones populares con María de Betania, después de haber sido confundida con la prostituta de Galilea, Pero no ha terminado todavía la deformación de la identidad de esta mujer. Algunos textos apócrifos compuestos en Egipto alrededor del siglo III ¡identifican a María de Magdala incluso con María, la madre de Jesús! Y lentamente su transformación es tal que se convierte en un símbolo, o sea, en una imagen de la sabiduría divina que sale de la boca de Cristo. Por esto —y no por maliciosas alusiones que nos veríamos tentados a creer tras una lectura superficial— el Evangelio apócrifo de Felipe dice que Jesús «amaba a María más que a todos los discípulos y la besaba en la boca». Pues en la Biblia se dice que «la Sabiduría sale de la boca del Altísimo» (Si 24,3). Extraño destino el de María de Magdala, ¡rebajada a prostituta y elevada a sabiduría divina! Por fortuna el único que la llamó por su nombre y la reconoció fue el propio Jesús, su Maestro, el Rabbuní, en aquella mañana de Pascua. +