livingstone. los habitantes del África central 335 . la

11
N.° 11 LIVINGSTONE. LOS HABITANTES DEL ÁFRICA CENTRAL. 335 su sala á recrear, que no se le estorben;... porque por andar la Marquesa y sus hijas, sin que la Reina las vea, mandan á las mujeres que no le dexen salir á la sala y corredores, y la encierran en » cámara, que no tiene luz ninguna sino con velas, y no tiene más á donde se retraiga de la cámara y no se saldrá aunque la saquen por fuerza, y cuando otra, cosa proíase están ahí las mujeres.* Increíble parece, pero ni los ruegos y conse- jos de sus más leales servidores, ni las súpli- cas y lamentos de su hermana, que llegó á enfermar de sama en aquella mísera habitación, movieron á Carlos I á mejorar el estado de pri- sión, de tinieblas y de martirio á que se hallaba reducida su madre. ¡Estos son los príncipes que la cristiandad aclama católicos y la historia Ro- ñosos/ La osadía del Marqués de Denia creció hasta el punto de querer imponerse también á las conciencias de la Reina y de su hija, tratando de obligar á la primera al cumplimiento de ciertas prácticas religiosas, y á la segunda privarla de su antiguo confesor, sometiéndola á otro más de su agrado. Al fin, después de cuarenta y seis años de for- zosa reclusión en aquella tenebrosa cárcel, des- pués de padecer, por espacio de más de medio si- glo, los más crueles desengaños, las más horren- das amarguras y los dolores más acerbos, suce- sivamente causados por su marido, por su padre y por su hijo, falleció la Reina Doña Juana á los setenta y cinco años de edad, recobrando con la muerte su perdida libertad. La noticia de su fallecimiento causó general admiración y sorpre- sa, porque sus ilustres carceleros habian cumpli- do tan á maravilla las prescripciones de sus amos, que ni los ancianos se acordaban ya de aquella Reina Doña Juana que habian jurado en las Cortes de Toro, ni los jóvenes tenían apenas noticia de su existencia. ¡Porque era vehemente y apasionada en la ex- presión de sus sentimientos, porque quiso del todo consagrarse al amor de su esposo, porque ante esta idea menospreció la vanidad y la am- bición humana, los unos, por interés propio, fin- gieron que estaba loca, los otros, por credulidad ó por cálculo, lo creyeron y afirmaron! Mas unos y otros ¿no tuvieron también por locos á Colon, á Juan de Padilla, á Lutero, y por traidores á Gon- zalo de Córdoba, á Hernán Cortés y á Pescara? Los que prendieron á Colon, degollaron á Padilla y se mofaron y persiguieron á Lutero, los que establecieron la inquisición, expulsaron los ju- díos, quemaron en la plaza pública tesoros de ciencia, de historia y de literatura, faltaron á lo capitulado en Granada y provocaron las germa- nías, ¿tendrán derecho á ser creidos al apellidar loca á Doña Juana y disculpar la perpetua prisión á que la redujeron? V. R. LOS HABITANTES DEL ÁFRICA CENTRAL. LA ESCLAVITUD.—EL HARÉN.—LA VIDA DOMESTICA.— LA AGRICULTURA. — LAS MISIONES CRISTIANAS (1). Ounyanyembe, Sudeste de África, 9 de Abril de 1873. Mi querido señor: Al tratar de daros una idea del comercio de escla- vos en estas tierras y de los males que ocasiona, im- porta no decir toda la verdad para que no se me culpe de exagerar las cosas. Seria, sin embargo, difícil pintar nada tan triste como la realidad, y creo imposible exagerar las enormidades que se cometen. Las obser- vaciones que ha hecho Sir S. Baker acerca de la atroz conducta de los tratantes de esclavos en el Nilo Blan- co, están exactamente de acuerdo con las mias res- pecto á los tratantes de esclavos árabes y á los mesti- zos portugueses más hacia el Sur. Los espectáculos á que he asistido, aunque sean incidentes ordinarios de este pretendido comercio, son lan terribles que procuro perder la memoria de ellos. Ordinariamente logro, ayudando el tiempo, ol- vidar las cosas desagradables; pero no sucede así con estas escenas de esclavitud, constantemente en mi imaginación, á despecho de los esfuerzos de mi volun- tad, y á veces me despierto á media noche horrorizado viéndolas desfilar ante mis ojos con toda su horrible realidad. Posible es que algunas personas vean en esto un indicio de "espíritu débil, poco filosófico, puesto que sostienen que toda la familia humana ha pasado por la esclavitud, progreso necesario para salir del estado bestial, canibalismo, edades de piedra, de bronce y de hierro. La idolatría y la esclavitud, dicen, son parte inte- grante del progreso de la humanidad. Los defensores de estas teorías citan muchos interesantes hechos en su favor. Es admirable la aplicación, la fuerza de vo- luntad del mayor número de esos intrépidos investi- gadores de la verdad científica. Obsérvese que estos sabios no tienen ideas preconcebidas, y siguen la ver- dad adonde les conduzca. ¿Hay nada más bello, por ejemplo, que la calma y la serenidad con que Darwin ha sostenido su famosa teoría sobre el origen de las especies? Sus sucesores (1) Entre les papeles del doctor Livingstone que Be han recibido en el Ministerio de Negocies extranjeros de Inglaterra, se encuentra esta carta dirigida por el célebre viajero á Mr. James Gordon Bennelt, pro- pietario del New York Heraldo y que se ha publicado ha pocos días en Inglaterra.

Upload: others

Post on 05-Nov-2021

2 views

Category:

Documents


1 download

TRANSCRIPT

Page 1: LIVINGSTONE. LOS HABITANTES DEL ÁFRICA CENTRAL 335 . LA

N.° 11 LIVINGSTONE. LOS HABITANTES DEL ÁFRICA CENTRAL. 335

su sala á recrear, que no se le estorben;... porquepor andar la Marquesa y sus hijas, sin que la Reinalas vea, mandan á las mujeres que no le dexen salirá la sala y corredores, y la encierran en » cámara,que no tiene luz ninguna sino con velas, y no tienemás á donde se retraiga de la cámara y no se saldráaunque la saquen por fuerza, y cuando otra, cosaproíase están ahí las mujeres.*

Increíble parece, pero ni los ruegos y conse-jos de sus más leales servidores, ni las súpli-cas y lamentos de su hermana, que llegó áenfermar de sama en aquella mísera habitación,movieron á Carlos I á mejorar el estado de pri-sión, de tinieblas y de martirio á que se hallabareducida su madre. ¡Estos son los príncipes quela cristiandad aclama católicos y la historia Ro-ñosos/ La osadía del Marqués de Denia crecióhasta el punto de querer imponerse también á lasconciencias de la Reina y de su hija, tratando deobligar á la primera al cumplimiento de ciertasprácticas religiosas, y á la segunda privarla desu antiguo confesor, sometiéndola á otro más desu agrado.

Al fin, después de cuarenta y seis años de for-zosa reclusión en aquella tenebrosa cárcel, des-pués de padecer, por espacio de más de medio si-glo, los más crueles desengaños, las más horren-das amarguras y los dolores más acerbos, suce-sivamente causados por su marido, por su padrey por su hijo, falleció la Reina Doña Juana á lossetenta y cinco años de edad, recobrando con lamuerte su perdida libertad. La noticia de sufallecimiento causó general admiración y sorpre-sa, porque sus ilustres carceleros habian cumpli-do tan á maravilla las prescripciones de susamos, que ni los ancianos se acordaban ya deaquella Reina Doña Juana que habian jurado enlas Cortes de Toro, ni los jóvenes tenían apenasnoticia de su existencia.

¡Porque era vehemente y apasionada en la ex-presión de sus sentimientos, porque quiso deltodo consagrarse al amor de su esposo, porqueante esta idea menospreció la vanidad y la am-bición humana, los unos, por interés propio, fin-gieron que estaba loca, los otros, por credulidad ópor cálculo, lo creyeron y afirmaron! Mas unos yotros ¿no tuvieron también por locos á Colon, áJuan de Padilla, á Lutero, y por traidores á Gon-zalo de Córdoba, á Hernán Cortés y á Pescara?Los que prendieron á Colon, degollaron á Padillay se mofaron y persiguieron á Lutero, los queestablecieron la inquisición, expulsaron los ju-díos, quemaron en la plaza pública tesoros deciencia, de historia y de literatura, faltaron á locapitulado en Granada y provocaron las germa-nías, ¿tendrán derecho á ser creidos al apellidar

loca á Doña Juana y disculpar la perpetua prisióná que la redujeron?

V. R.

LOS HABITANTES DEL ÁFRICA CENTRAL.

LA ESCLAVITUD.—EL HARÉN.—LA VIDA DOMESTICA.—

LA AGRICULTURA. — LAS MISIONES CRISTIANAS (1).

Ounyanyembe, Sudeste de África, 9 de Abril de 1873.

Mi querido señor:Al tratar de daros una idea del comercio de escla-

vos en estas tierras y de los males que ocasiona, im-porta no decir toda la verdad para que no se me culpede exagerar las cosas. Seria, sin embargo, difícil pintarnada tan triste como la realidad, y creo imposibleexagerar las enormidades que se cometen. Las obser-vaciones que ha hecho Sir S. Baker acerca de la atrozconducta de los tratantes de esclavos en el Nilo Blan-co, están exactamente de acuerdo con las mias res-pecto á los tratantes de esclavos árabes y á los mesti-zos portugueses más hacia el Sur.

Los espectáculos á que he asistido, aunque seanincidentes ordinarios de este pretendido comercio,son lan terribles que procuro perder la memoria deellos. Ordinariamente logro, ayudando el tiempo, ol-vidar las cosas desagradables; pero no sucede así conestas escenas de esclavitud, constantemente en miimaginación, á despecho de los esfuerzos de mi volun-tad, y á veces me despierto á media noche horrorizadoviéndolas desfilar ante mis ojos con toda su horriblerealidad.

Posible es que algunas personas vean en esto unindicio de "espíritu débil, poco filosófico, puesto quesostienen que toda la familia humana ha pasado porla esclavitud, progreso necesario para salir del estadobestial, canibalismo, edades de piedra, de bronce yde hierro.

La idolatría y la esclavitud, dicen, son parte inte-grante del progreso de la humanidad. Los defensoresde estas teorías citan muchos interesantes hechos ensu favor. Es admirable la aplicación, la fuerza de vo-luntad del mayor número de esos intrépidos investi-gadores de la verdad científica. Obsérvese que estossabios no tienen ideas preconcebidas, y siguen la ver-dad adonde les conduzca.

¿Hay nada más bello, por ejemplo, que la calma yla serenidad con que Darwin ha sostenido su famosateoría sobre el origen de las especies? Sus sucesores

(1) Entre les papeles del doctor Livingstone que Be han recibido enel Ministerio de Negocies extranjeros de Inglaterra, se encuentra estacarta dirigida por el célebre viajero á Mr. James Gordon Bennelt, pro-pietario del New York Heraldo y que se ha publicado ha pocos días enInglaterra.

Page 2: LIVINGSTONE. LOS HABITANTES DEL ÁFRICA CENTRAL 335 . LA

336 REVISTA EUROPEA. 1 0 DE MAYO DE 1 8 7 4 . N'.'H

inmediatos, sus compañeros de trabajo, participanigualmente de su calma y de su filosofía. Cualesquieraque sean sus congeturas sobre el pasado de la raza hu-mana, estos verdaderos sabios tienen sentimientos be-névolos para las razas más degradadas de los hom-bres, considerando la esclavitud como una inmensadesgracia para los esclavos, y como otra desgracia, sicabe mayor, para los dueños. Casi todos desean viva-mente que la educación sea accesible á todos losmiembros de la humanidad, y el mayor número tra-bajan con ardor por medio de sus conferencias y desus obras, por cuantos recursos tienen en su poderpara esparcir la instrucción en las masas.

El progreso humano nada debe temer de los hom-bres de esta clase; pero hay otros que convierten laciencia en locura, gentecilla, prodigios de ciencia enembrión, que signe los rastros de los verdaderossabios. Reiria á carcajadas hasta un caballo, perdo-nadme la expresión, al verles llenos de orgullo subir-se al trípode y sacar de los hechos más sencillos lasdeducciones más extrañas,aumentando su regocijo enproporción de Ia3 extravagancias délas consecuencias.

Recuerdo haber oido en Londres á cierto señor unaMemoria sosteniendo que la raza humana existia hacecien mil años, y probablemente hace doscientos mil,sin tener en cuenta que esto supondría en dicha razamuchos siglos de una ignorancia absoluta.

Si fuera cierto que necesitaba pasar por la horribleescuela de la esclavitud y del comercio de esclavos,habría que desesperar de nuestra raza y casi desearque desapareciese lo más pronto posible.

Con frecuencia, durante mi estancia en Inglaterra,me han preguntado: ¿Querrían trabajar los africanos?Sí; pagándoles. Mi respuesta producía un efecto in-variable; veia alargársele la cara á mi interlocutor,tanto y tan bien, que imaginaba, acaso por falta decaridad de mi parte, si querría hacerles trabajar gra-tis; es decir, ser dueño de esclavos. Sospecho queuna parte, al menos, de las simpatías que en Inglater-ra encontraban lo que los ingenuos llamaban la causadel Sur, durante la guerra civil en los Estados-Unidos,provenia de 'in secreto deseo de poseer esclavos.

Un inglés, por lo menos, ha intentado poner enpráctica la be'.la teoría de aprovechar, sin que nada lecueste, el fruto del trabajo de una raza inferior. Teniaun hermano representante de una de las grandes ciu-dades de Inglaterra en el Parlamento, y su madre, almorir, le hatea dejado diez mil duros, que dedicó ácomprar en el Cabo de Buena Esperanza una carreta,bueyes, y una pacotilla, compuesta principalmente detabaqueras de papel prensado, cada una de las cualestenia un espejito en el interior de la cubierta. Las re-feridas cajas eran en su concepto el nervio de la guer-ra. Se puso en camino y llegó adonde yo me encon-traba, á 1.600 kilómetros en el interior de las tierras.Entonces advirtió que ni siquiera podia proporcionar-

se alimentos en cambio de tabaqueras. Pregúntelepor qué había empleado su dinero en objetos tan in-útiles, y me respondió que habia leido en una relaciónde viajes que á los indígenas gustaba mucho mirarseen un espejo, y que adoraban el tabaco, por lo cualhabia creído adquirir mucho marfil en cambio de suspreciosas tabaqueras. Hablando con él advertí quehabia alimentado la esperanza de que lo eligieran jefede alguna tribu; díjome que conocía á un joven quetenia esta pretensión, y confieso que le atribuí el pen-samiento. A excepción de sus famosas tabaqueras, noposeía absolutamente nads, y vivió con nosotros cercade dos meses. Nuestras provisiones se agotaban rápi-damente; yo era recien casado, y á mi joven esposarepugnaba la idea de faltar á la hospitalidad con uncompatriota; pero una voz interior, que me mandabair á visitar otra tribu, resolvió la dificultad.—¡Oh! dijonuestro huésped, yo os acompañaré.—Más vale queno, le respondí, sin darle ninguna otra explicación.Al abandonarnos nos dejó algunas docenas de taba-queras, que para nada me sirvieron. Con frecuencia,decia:—Se supone á estos negros ignorantes y estúpi-dos; pero, ¡qué diablo! son capaces de dar lecciones áun inglés.

Por fortuna hay pocos individuos tan absurdoscomo el citado, y sin embargo, ¿por qué tantas perso^ñas parece que sienten la emancipación de los escla-vos en Jamaica y en los Estados-Unidos del Sur? Haygentes que no hablan de emancipación sin condenarlacomo falta enorme, y lo cierto es que el difunto y re-verendo doctor Channing, que había estudiado esteasunto durante toda su vida, y que lo conocía mejorque ningún otro en el mundo, declaró que losplantadores del Sur, al restablecer la esclavitud, ha-bían cometido insigne locura. Los acontecimientoshan demostrado que tenia razón, y si los Estados delSur restablecen algún dia la esclavitud, ésta ocasio-nará la ruina del país. Acaso no sea respetuoso com-parar las razones de los llamados filósofos, que to-mando ejemplo de la antigüedad pretenden que laesclavitud es cosa natural y necesaria al hombre, conel razonamiento de ciertos indígenas de la tribu de losManyuema, en Bambarre; pero ved cómo tienen al-guna analogía. Los Manyuema habian muerto un monpgorilla, que en su país llaman soko. Este animal te-nia las orejas taladradas con agujeritos para ponerseanillos. Grande emoción produjo el descubrimiento, yhubo largo debate, llegando á convenir en que eraevidente que el gorilla habia muerto siendo hombre yresucitado soko. En pro de esta teoría, por lóme-nos habia un hecho, el de los agujeritos en tas orejas.Este punto era para mí indiscutible.

I.

Voy á daros idea de la felicidad perfecta en wtadela cual estos pretendidos árabes cometen toda clase

Page 3: LIVINGSTONE. LOS HABITANTES DEL ÁFRICA CENTRAL 335 . LA

<M L1V1NGSTONE, LOS HABITANTES DEL ÁFRICA CENTRAL. 337

de atrocidades en el África central. Conversando undin con un príncipe árabe de raza mestiza, me asegu-raba, siguiendo la opinión general del país, que lasmujeres son malas, absolutamente malas; convenia,por mi parte, en que hay algunas que no valen grancosa, pero que muchas son buenas y fieles. Respon-dióme que los ingleses dejaban tanta libertad á susmujeres, porque no las conocían bien como los árabeslas conocen.—No, no, insistía; no hay mujer buena;ni árabe, ni inglesa: ninguna puede ser buena: todasson malas.—Y después elogió mucho la sabiduría y laprudencia de sus compatriotas que impiden á sus mu-jeres ver á otro hombre que al esposo. Respondíleriendo y comparando á sus compatriotas con los car-celeros, ó con los animales, como, por ejemplo, eltoro, que tan despóticamente reina entre las vacas dela ganadería. Nuestra conversación tuvo por términoque me invitara á visitar su harén, para probarme quepodía ser tan liberal como un inglés. El capitán S...de la corbeta X, aceptó también la invitación de ir áofrecer sus respetos á las mujeres prisioneras delpríncipe y á partir el pan con ellas.

La madre del príncipe, gruesa señora de cuarentay cinco años, presentóse la primera en la sala dondenos encontrábamos con su hijo. Debia haber sido muybella, y aún se notaban los restos de su hermosura.Nos dio un apretón de manos, se informó de nuestrasalud, y por complacernos se sentó en una silla; perofácilmente se notaba que hubiera preferido hacerlosobre un tapiz. Preguntó al capitán si conocía al al-mirante Wyvil, que había mandado la estación navaldel Cabo. Años atrás un barco inglés naufragó en lascostas de una isla donde ella habitaba, y esta excelen-te dama acogió en su casa á todas las mujeres queiban en el buque, tratándolas con mucha cortesía. Elalmirante le envió las gracias por escrito, y aun fue ádárselas de viva voz. Queria escribirle para manifes-tarle sus recuerdos, y el capitán le prometió que lle-garía la carta á sus manos. Esto, al menos, no demos-traba la mala opinión que su hijo tenia de todas lasmujeres.

Al poco tiempo levantaron una cortina roja que cer-raba una puerta por delante de donde estábamos sen-tados, y apareció la primera mujer, admirablementevestida. Adelantóse con menudos pasos y encantadorasonrisa, y nos presentó un pastelillo. Cada cual deNosotros tomó un pedazo, que la etiqueta nos obligaba¿comer inmediatamente. Sus modales eran muy gra-<:ioeos, su apostura y su conversación como las de lasioglesas, que reciben amigos de sus maridos y deseanque estén con confianza en sus casas. Sus admirablesOjos, grandes y «egffQB como el- azabache, atraíantanto la atención <pe pasó algún tiempo antes de quepudiéramos examinar su traje, en el que evidente-mente habia puesto particular cuidado. Llevaba á laostoeaa ur>. gorrito rojo, parecido á los de los rabinos

TOMO i.

ó de algunos sacerdotes católicos: estrechaba su cuer-po, bajando hasta la cintura, una chaquetilla roja cu-bierta de bordados de oro, y entre la chaquetilla y lafalda de muselina blanca de la India, sembrada depuntos bordados con seda roja, quedaba al descubier-to la carne en el espacio de un dedo de ancho. El pan-talón bajaba hasta los tobillos, adornados con gruesosanillos de plata: calzaba sus pies con babuchas amari-llo-verdosas, con las puntas levantadas y bastanteanchas para suponer que no tenia callos ni ojos degallo: rodeaban su cuello muchas cadenas de oro yplata, y llevaba anillos, no sólo en la parte inferior delas orejas, sino colgando de agujerillos hechos alre-dedor de las mismas. Brazaletes de oro y plata de fa-bricación india cubrían sus brazos, y en cada uno desus dedos, incluso el pulgar, resplandecían sortijascon piedras preciosas. Sólo una mujer podría descri-bir traje tan rico y gracioso, y por mi parte renuncioá ello. Lo único que podia censurársele, era llevar loscabellos cortados; han adoptado esta moda para quese sequen pronto después del baño; pero da á la murjer un aspecto algo masculino, al menos para nosolroslos europeos.

Mientras hablábamos con la principal esposa delharón, entró la segunda, y repetimos la ceremoniadel pastelillo: vestia con tanto lujo como la primera;tenia unos diez y ocho años; las formas eran admira-bles, y un poco más alta que su compañera. Sus cortoscabellos estaban humedecidos con aceite, y cuidado-samente peinados. Un bucle á cada lado de la cara y ála altura de las orejas le daba gracioso aspecto feme-nino. Hablaba poco: pero sus ojos, realmente admi-rables, parecían hablar; eran pardos y brillantes, y lomismo que «los ojos de Jeanie Deans llenos de lágri-mas, centelleaban como ámbar.» No os admiréisporque os^able tanto de ojos; los he observado cui-dadosamente desde que asistí á las conferencias deMr. Hancok en el hospital de Charing Cross.

Entró después otra mujer y partió con nosotrosotro pastelillo. No tan bella como laidos anterioreshuríes; era hija del jefe principal de la región. Las trestenían el cutis moreno. El principe nos dijo que sólotenia tres esposas, aunque su rango le permitía doce.

«¡Oh! Si pudiéramos vernos tales y como nos ven,de cuántos errores y de cuántas ideas falsas nos des-prenderíamos.»

Asi dice el poeta escocés; pero hay diferencia en lamanera de ver las gentes, ios ministros de la religiónlas ven del mejor modo. Guando se espera su visita,colócase una Biblia ó un libro piadoso sobre la mesa,y todo reviste un aspecto sereno. Los abogados laaven déla peor manera, costándoles á veces gran tra-bajo impedir que sus clientes, irritados, se lancen ir-reflexivamente en multitud de pleitos. Los médicos,al contrario, ven las personas tal y conforme son: nose trata de disimular con ellos. Pues bien, algunos mi-

22

Page 4: LIVINGSTONE. LOS HABITANTES DEL ÁFRICA CENTRAL 335 . LA

338 REVISTA EUROPEA.—10 DE MAYO DE 1 8 7 4 . N,°H

ñutos antes de la frase del príncipe relativamente á lasdoce mujeres, su madre acababa de suplicar á un mó-dico probase á su hijo que el amor á tres mujeres learruinaba.

Lo que precede es un paréntesis, y vuelvo á miasunto. Pasado un momento entró una esclava negra,vestida como sus amas, pero menos ricamente, y lle-vando una bandeja llena de copas con sorbetes. Laprimera esposa nos ofrecía flores y la nuez de betel,envuelta en hojas, que, por galantería, tuvimosque aceptar. La nuez de betel tiene gusto ligera-mente amargo y astringente, y acaso se ha contraídoel hábito de mascarla, como la nuez de kola en elÁfrica occidental, á guisa de tónico y de preservativocontra la fiebre. La primera esposa preparó algunaspara sí y para sus compañeras, añadiéndoles cal; estamezcla hace salivar mucho, y como la saliva es decolor de ladrillo, teñía sus lindos dientes y sus labios,lo que por cierto no aumentaba su belleza; pero así es!a moda, que allí exige escupir artísticamente salivaroja manchando todo el pavimento. La madre delpríncipe no había mezclado cal á la nuez de betel yconservaba sus dientes blancos: pregúntele la razónde esta anomalía, y me contestó que había hecho unaperegrinación á la Meca, y que por tanto era Hadjí.

Aquella escena ofrecía un cuadro á la vez singulary agradable. Las mujeres habian procurado compla-cernos y lo consiguieron por completo.

Salimos satisfechos de aquel estudio de la vida deharén; pero por falta de talento, ó de saber, ó porcualquiera otra causa, prefiero el sistema monógamo.Después de practicarlo durante unos diez y ocho años,no cambiaría el liaren monógamo, poblado de jovialesy bulliciosos niños, por todos los harenes polígamos deÁfrica ó del mundo. He procurado describiros estaescena bajo su punto de vista más brillante, porqueel harén es la suprema felicidad de los árabes mesti-zos, y por procurárselo cometen todas las atrocidadesque acompañan al comercio de esclavos. Añadiré,aunque esto no forme parte de mi visita al harén, quepasado algún tiempo el príncipe se refugió en nuestrobuque á fin de que le protegiéramos contra sus acree-dores: le había engañado un titulado coronel Aboo,que recorre el mundo diciéndose cristiano perseguido,y que tiene el mismo cristianismo que un guarda-cantón.

II.

A unas ochenta millas al Sudoeste de la extremi-dad meridional del lago Tanganyika, se encuentra laaldea fortificada del jefe Chitimbwa. Mientras estabaen la extremidad meridional del lago habia estalladola guerra entre un partido de árabes, que contabaseiscientos fusiles, y el jefe del distrito situado al Oestede Chitimbwa. Al saber los árabes que habia un in-gles en el pais, preguntaron naturalmente dónde

estaba, y los indígenas, temiendo que me sucedieraalguna cosa, negaron positivamente haberme visto, yme aconsejaron con insistencia que me refugiase enuna isla habitada; pero como callaban la razón delconsejo, sospeché que querían tenerme prisionero, loque hubieran podido hacer fácilmente apartando lascanoas, porque la isla se encuentra á más de unamilla de la costa. Contáronme después lo que habianhecho para engañar á los árabes y apartar todo peli-gro de mi persona. El lago termina en una profundacabidad en forma de copa, cuyos lados perpendicula-res se elevan en algunos sitios á 2.000 pies sobre elnivel del agua. En las rocas, de pizarra arcillosa roja,brota por distintos puntos frondosa vegetación, ydesde lo alto del precipicio caen magníficas cascadas.Este paisaje es admirable. Rebaños de elefantes, búfa-los y antílopes animan la escena, y las aldeas fortifi-cadas, ocultas á la orilla del agua entre bosques depalmeras, acaban de realizar el paraíso de Jenofonte.

Preparábame á abandonar la aldea de Mbette óPambete, situada á orillas del lago, y á trepar por elescarpado sendero que nos habia conducido á ella,-cuando la mujer del jefe se adelantó y dijo á su mari-do y á la multitud que nos miraba hacer los prepara-tivos de partida: «¿Por qué dejais marchar á estehombre? Bien sabéis que caerá en manos de los Mazi-¡:tu y calláis.» Me informó entonces, y parecióme cierto;que estos merodeadores robaban en aquel momentolas aldeas situadas en la altura del precipicio, en cuyofondo nos encontrábamos. Esperamos seis dias, du-rante los cuales los aldeanos estuvieron haciendoguardia sobre un nido de hormigas, situado fuera delas fortificaciones de la aldea, aguardando á cada mo-mento ver aparecer al enemigo. Cuando llegamos á lameseta donde reconocimos las huellas de los Mazitu,iban en camino recto al través del país, sin apartarseá derecha ni á izquierda, y sin preocuparse en seguirlos senderos trazados por los indígenas; también pudi-mos ver los rastros de su pillaje; pero no se habiavertido sangre. Reconocimos entonces que las noti-cias de la buena mujer eran completamente ciertas.

Desde allí, rodeando la extremidad del lago, lleguéá la aldea deKarambo, situada en la confluencia deun gran rio, que los jefes no me dejaron atravesar,porque, según decían, los árabes se estaban batiendocon el pueblo que vive al Occidente, habiendo ya dosmuertos, aunque no iban en busca de marfil. «Si vaisal Oeste del lago, anadian, el pueblo puede supone*que sois árabe, y no queremos dejaros correr eseriesgo.» No convenciéndome estos argumentos, hSoé'algunas observaciones; Karambo pasó el dedo por >la!garganta, y añadió: «Os autorizo á cortarme el cuellosi alguna vez sabéis que he mentido.» Aquel mismodia llegaron á la aldea dos esclavos árabes en buscade marfil, y me confirmaron cuanto me habia diebóKarambo.'

Page 5: LIVINGSTONE. LOS HABITANTES DEL ÁFRICA CENTRAL 335 . LA

N. 'H LIV1NGST0NE.—LOS HABITANTES DEL ÁFRICA CENTRAL. 339Había sufrido mucho de la fiebre, y sufría aún; no

tenia medicamentos, y atribuía á la irritación produ-cida por la enfermedad la absurda desconfianza queme hizo dudar tres veces de las intenciones de aque-llos hombres, quienes, en último caso, sólo deseabanservirme. Esta misma causa es acaso la que impide ágran número de viajeros modernos tener una palabrabenévola para los indígenas; y, siendo cierto que lossalvajes rara vez engañan cuando se apela á su ho-nor, es injusto afectar tanto desden hacia ellos. Losviajeros modernos nos presentamos con aire de infi-nita superioridad, y sin embargo, á cada paso nuestragrande y noble elevación se traduce en innobles en-gaños.

No pudiendo ir hacia el Norte me dirigí al Sur, ca-minando unos 241 kilómetros; después volví al Oeste,y tuve intento de marchar en esta dirección hasta pa-sar la región agitada para tomar en seguida la direc-ción del Norte; pero, después de andar 96 kilómetrosal Oeste, supe que el campamento árabe estaba á 32kilómetros al Sur, y me acerqué á él para saber noti-cias. Recitriérorime admirablemente, porque aquellatropa componíase en gran parte de personas que yahabía conocido en' Zanzivar; hombres muy distintosde los asesinos que debía ver más tarde en Manyue-ma. Los árabes sospechaban que el jefe con quien es-taban en guerra hubiese huido hacia el Sur, y temianque, caminando en esta dirección, cayera en sus ma-nos. Había mejorado algo mi salud, y creí lo que medecían; ellos proyectaban hacer grandes compras demarfil, y por su parte también me creyeron cuandoles dije que no lo conseguirían fácilmente si conti-nuaban las hostilidades. Nadie, en efecto, piensa envender mientras tiene probabilidades de ser recibidoá tiros. Era indispensable ajustar la paz; pero comoen los preliminares, la mezcla de la sangre, el casa-miento con la hija de un jefe, etc., ocupan tres mesesy medio, pasé este targo tiempo en casa de Chi-timbwa.

La empalizada de la aldea de Chitimbwa está si -tuada á orillas de un arroyo, habiendo por uno de loslados, y alrededor de un manantial, espeso bosque deelevados árboles, y del otro una llanura bastante biencultivada. El clima es frió, pues el país se encuentra áunos 4.700 pies de altura (1.410 metros) sobre el niveldel mar; hay muchos bosques, y de vez en cuando seven cadenas de colinas. Los árabes habían establecidosu campamento al Oeste de la empalizada. Una de lasesposas de Chitimbwa me cedió su habitación. Chi-timbwa es un anciano de barba y cabellos grises y debuen carácter. Tenia cinco esposas, y siendo la chozaque yo habitaba una de las que formaban círculoakededor del patio central de su morada, al sen-tarme á la puerta para leer ó escribir, tenia ocasiónde estudiar la vida doméstica en el África central, sinque pareciera que espiaba á la familia de mi huésped.

La esposa principal, madre del heredero da Chi-limbwa, era de alguna edad, aunque no vieja, y man-daba como ama en la casa; las otras cuatro eran jó-venes, de bellas formas y de un aspecto muy agrada-ble, sin que en nada se parecieran al tipo africano dela costa occidental; tres tenían cada una un hijo; demodo que, con el heredero ó hijo mayor, formabancuatro. La primera esposa demostraba el mayor res-peto al marido, porque al verle acercarse se separabapara dejarle el paso libre, arrodillándose mientras pa-saba. Ocupábanse en aquella época del año en sem-brar y escardar, y el trabajo cuotidiano de casi todaslas familias de la aldea se arreglaba del siguientemodo.

Entre las tres y las cuatrode la mañana, cuando losahullidos de las hienas y los rugidos de los leones yde los leopardos indicaban que habian pasado la no-che en ayunas, oíanse los primeros ruidos humanosproducidos por las mujeres que sacudían la extremi-dad de los palos, cubierta de cenizas durante la no-che, y que encendían chispeante fuego, alrededor delcual se agrupaban viejos y jóvenes, por ser la hora demayor frió. Algún fumador de psangé encendía lapipa y atronaba la choza con ruidosa y desagradabletos. A las cuatro de la mañana empiezan á cantar losgallos y á llamarse unas á otras las mujeres para po-nerse encamino. Se van, formando grupos,á sus huer-tas, y cuidando de hablar mucho y en .voz alta con elfin de espantar á los leones y á los búfalos que no ha-yan vuelto á sus guaridas. Lo3 indígenas están per-suadidos de que el sonido de la \ot humana produceinfaliblemente este resultado.

Las huertas ó plantaciones encuéntranse ordinaria-mente á unas dos millas de distancia de la aldea, paraevitar los destrozos que en los plantíos producen lascabras y lo? animales domésticos, y también porquecon frecuencia se encuentran á orillas de los arroyosexcelentes tierras negras que lús indígenas prefierenpara cultivar el maíz y el horcus sorghum, mientrasque para una especie de maíz pequeño, llamado mi-lesa, escogen ordinariamente un pedazo de terrenode bosque, que se abona quemando sobre el suelo lasramas de los árboles. A causa del camino que tienenque andar las mujeres, llegan á las huertas al ama-necer. Llevan fuego, y empiezan por coger ramas deárboles y encender una hoguera, sobre la cual ponenuna marmita conteniendo una especie de habas, le-gumbre que necesita cocer largo tiempo, y toda la fa-milia empieza el trabajo del dia con verdadera satis-facción. El marido, que precede al escuadrón de mu-jeres con la lanza en la mano y un hacha pequeña alhombro, empieza á cortar todos los retoños que cre-cen junto á los árboles, dejados al tiempo de roturarel terreno, y también tiene á su cargo destruir losbo3quecillos de arbustos. Después, corta ramas parahacer vallados alrededor de los plantíos, porque se ha

Page 6: LIVINGSTONE. LOS HABITANTES DEL ÁFRICA CENTRAL 335 . LA

340 REVISTA EUROPEA. 1 0 DE MAYO DE 1 8 7 4 .

observado que muy pocos animales salvajes se atre-ven á saltar por encima de lo que tiene evidenteshuellas de la mano del hombre.

Teniendo particular afición los cerdos á los cacahue-tes (Arachis hypogcea), es preciso rodear estas plan-taciones con numerosos hoyos, ó con un foso profun-do, ó con un muro de tierra. Si algún otro animal vaá alimentarse á costa de la familia, el marido examinacuidadosamente la pista del invasor, hace un pro-fundo agujero y lo cubre con ramas de árboles, yeni'odiariamente á ver si ha caído en la trampa. Las mu-jeres, por su parte, manejan vigorosamente la azada,añadiendo de continuo á sus huertas nuevas parcelasde tierra virgen; los hijos le ayudan arrancando lashierbas, que reúnen en montones para que se sequen,antes de ser quemadas. Los indígenas conocen bienal parecer todas las plantas que se crian en aquelloscampos, y apropiándose cuantas tierras pueden culti-var: cuanto más cultivan, mayores son sus medios desubsistencia y sus ahorros.

En algunos puntos de África el trabajo lo desem-peñan exclusivamente las mujeres, y se dice que loshombres son para ellas feroces. Por regla general, enel centro de África no sucede tal cosa, y puedo añadirque las mujeres tienen la mayor parte de autoridaden la familia. La ley y la costumbre obligan á loshombres á hacer las roturaciones; pero toda la fami-lia toma parte en las demás operaciones agrícolas. Lasjóvenes, mientras sus madres están en el campo, cui-dan de los niños de pecho, y para ello se las colocaen una especie de garitas construidas sobre pos-tes á 12 ó 14 pies de altura; garitas en que habitatoda la familia cuando el maíz comienza á madurar,para espantar los pájaros durante el dia, y los antílo-pes por la noche. A cosa de las once del dia el calores tan fuerte, que no puede continuarse el trabajo.Toda la familia se reúne entonces á la sombra de lagarita ó de uno de los árboles dejados en pió coneste objeto. La madre distribuye entonces el guiso,que ya está cocido, echando una porción de él encada par de manos, porque se considera impolíticorecibirlo con una sola mano. Todos comen con muchoapetito, y con tanto placer, que es costumbre servirsede la mano er. vez de usar la cuchara. La madre tieneal niño de pecho mientras come su ración.

El niño es el favorito de todos. No se le deja versino cuando está trasformado en verdadera bola degrasa; para adornarle todos se privan gustosos de lascuentas de vidrio que adquieren. Cuando las pobresmadres no tienen leche, mezclan un poco de harinay agua en el hueco de la mano y se la dan al pe-queñuelo. Los niños se crian admirablemente en elÁfrica central, acaso por la pureza del aire y por labondad del clima; yo he notado que mis propios hijosgozaban excelente salud. Terminada la comida, lamadre, acompañada casi siempre de su hija, va al

bosque para recoger ramas secas. Entonces lleva alniño á la espalda atado de manera que explica la in-mensa cantidad de narices chatas que se ven enÁfrica. Con el haz de leña sobre la cabeza, y acompa-ñada de sus hijos que llevan la azada, se dirige des-pués á la aldea.

Cada mujer tiene un granero particular, en el cualreúne los productos de su huerta. Estos graneros,como las chozas, tienen forma de colmenas, y su3paredes una altura de 12 ó 15 pies, apoyándose enuna plataforma elevada unos 18 pies sobre el niveldel suelo. Su diámetro es de cinco piós, y el techoestá cubierto con hierbas. La puerta se encuentracerca del techo, y es preciso una escalera para llegará ella. La primera operación que hace la mujer, al lle-gar á la choza, es ir al granero y tomar de él lo quenecesita para la familia; después extiende el grano alsol, y mientras se seca descansa algunos momentos,pues desde por la mañana ha trabajado constante-mente. Algunas peinan á sus maridos ó á sus vecinas,y otras enfilan perlas. Hubiera deseado verlas algomás indolentes, pues la negra tendida debajo de supalmera es tan agradable como la mujer blanca re-costada en su diván; pero les gusta el trabajo. Encambio los hijos gozan de la vida como todos los so-res humanos debieran gozar, y sus padres no agotanla savia vital de los pobres muchachos, como lo ha-cen on Inglaterra los fabricantes de vidrio, de ladri-llo, etc. En las épocas del año que no es tan nece*sario el trabajo del campo por estar recogida la co-secha, viven menos ocupados y se alegran con sucerveza indígena llamada pombe; pero estos puebloslibres, habitantes de un país libre, y bajo el imperio deleyes paternales, en ningún caso se parecen á lo queson los pueblos esclavos. Cuando el grano está secose le tritura en un gran mortero de madera para qui-tarle la capa ó gluma que separan con la mano, ydando al mortero un movimiento á la vez vertical yhorizontal, tan difícil de describir como de ejecutar,se le quita todo el polvo: entonces se muele el granoentre dos piedras, y preparada así la harina, ya en-trada la tarde, las mujeres van á buscar agua, lle-vando un gran cántaro en que caben de 48 á BO li-tros, y que, lleno en el arroyo, lo colocan sobre sucabeza y vuelven á la choza sin necesidad de soste-nerlo con las manos. Los indígenas rara vez comen;carne. Cuecen la harina en forma de sémola ó papi-llas, dándole un sabor especial con las hojas de cier-ítas plantas salvajes ó cultivadas, y á veces les mez-clan con cacahuetes reducidos,á harina. Los negso*.comprenden la necesidad de corregir su alimentación;demasiado farinácea con sustancias aceitosas, comO'las contenidas en los cacahuetes; otros mezclan eoft,el maíz un puñado de granos de palma de Cristo, ytodo junto lo convierten en harina. Durante todos es-tos prepaVativos, los hombres se ocupan en hacer las

Page 7: LIVINGSTONE. LOS HABITANTES DEL ÁFRICA CENTRAL 335 . LA

N.° 11 L1VINGST0NE. LOS HABITANTES DEL ÁFRICA CENTRAL 341

esteras que les sirven de lecho, en preparar las pie-les para sus vestidos, en reemplazar los mangos delas azadas ó en construir cazuelas de madera. Al os-curecer vuelven al lado do sus familias para asistir ála principal comida del día, antes de acostarse.

Los negros saben bien la agricultura, y escogencon habilidad los terrenos propios para tal ó cualcultivo. Al presenciar el Obispo Mackensie sus opera-ciones agrícolas, me dijo: «Cuando estaba en Ingla-terra ó iba de meeting en meeting hablando de nues-tra misión, aseguraba siempre que tenia el intento deenseñar agricultura á los africanos; pero veo que laconocen mejor que yo.» Uno de los misioneros quele acompañaban, queriendo ser útil á los salvajes queiba á evangelizar, antes de salir de Inglaterra tomóalgunas lecciones de un cestero; pero las admirablesmuestras de esta industria que por todos lados veia,le hicieron comprender que lo mejor que podia hacerera no hablar de su pretendida habilidad en estepunto, muy inferior á la de los indígenas.

Acabo de pintaros en términos tan sencillos comoverdaderos la vida cuotidiana de las poblaciones deÁfrica. Esta narración representa tan exactamentelas costumbres de una aldea africana, como la queprecede la vida on el harén árabe. Los viajeros pre-sentan á los pobladores de otras regiones bajo peoraspecto. Las tribus que viven cerca de la costa orien-tal, y que con frecuencia reciben las visitas de los co-merciantes de esclavos árabes, dícese que están enperpetua guerra: los hombres sólo piensan en robar,y las mujeres no cultivan tierra bastante para procu-rarse el alimento necesario durante el aña. A estoconduce la trata de esclavos. El capitán Speke havisto en Uganda un estado de salvajismo y de bruta-lidad, que yo no he encontrado en ninguna parte. Lastribus que yo he visto no hubieran consentido lashorribles matanzas del jefe Metza ó Metsa. En cual-quier otro país que no fuera Uganda, el asesinato delas hijas de los principales jefes hubiera ocasionadoinmediatamente el asesinato del rey. No tengo motivoalguno para suponer que Speke se haya engañado encuanto al número de mujeres conducidas al suplicio,aunque encontré aquí 200 subditos de Baganza-Metza,y los más inteligentes me han afirmado que no se te-nia el intento de matarles, y que sólo se les habiacondenado á los trabajos del campo. Grant ha vistoademás una de esas mujeres con la azada al hombro,lo cual parece confirmar los informes que he adquiridosobre este asunto. Por lo demás, las explicaciones dete. gente de Metza significan poco ante las explicacio-nes de Speke y Grant, porque estas gentes compren-den hoy que las naciones civilizadas detestan el ase-sinato, y desean naturalmente echar, como sueledecirse, tierra al asunto.

En caso parecido, todas las demás tribus de Áfricacentral tienen un recurso; la deserción; el tirano

queda impotente porque todos los habitantes se vancon la mayor tranquilidad ú ponerse á las órdenes deotros jefes, sin acordarse de volver á sus antiguastierras. Mucho tuvieron que sufrir las tribus someti-das por los makololo, pero no ocurrió nada parecido álas terribles exterminaciones ordenadas por Metza; ysin embargo, la mayor parte de la población emigróhacia el Norte, y muchos enviados á Zette se nega-ron á volver á sus aldeas, haciendo lo mismo 17 in-dividuos que me acompañaron hasta Shire para ad-quirir medicamentos que necesitaba el jefe. Cuandoéste murió, dispersóse la tribu. Paréceme Metza unaespecie de loco que no ha sido bien castigado. Los200 subditos suyos que he encontrado aquí, dondepermanecían durante muchos meses, se han acos-tumbrado muy bien al país, y sin embargo no quie-ren quedarse en él. Mucho me sorprende este apresu-ramiento por ir á ponerse bajo la férula del feroz so-berano.

La experiencia que he adquirido en el África cen-tral me autoriza á decir que los negros que no hanestado en contacto con los comerciantes de esclavosson muy amables y tienen muy buen sentido. Algu-nos cometen actos muy reprensibles, sin atribuirlesgrande importancia, pero en cambio otros ejecutanexcelentes acciones, sin enorgullecerse por ello. Sise contaran sus acciones buenas y malas, podría de-cirse que allí, como en Europa, hay hombres muybuenos y hombres perversos, en vez de emplear lafrase estereotipada de que los africanos presentan cu-riosa mezcla de bondad y de maldad. Tienen una cua-lidad muy notable, la de la honradez; cualidad que seadvierte hasta en los caníbales Manyuema, y recuerdoque en Bambarre un tratante de esclavos y yo tuvi-mos que confiar nuestras cabras y nuestras gallinasá los Mancuerna, porque los esclavos de nuestroscompañeros do residencia las robaban continuamente.

Otro rasgo de su carácter es la confianza. Las tri-bus del África central son bajo este punto de vista locontrario que los indios de la América del Norte. Ennada so parecen á sus compatriotas que se han en-contrado en contacto con los mahometanos, los por-tugueses ó los holandeses. Si estos indígenas recono-cen pronto la superioridad de los extranjeros parahacer daño, en cambio están siempre dispuestos áaceptar y seguir un buen consejo. Después déla cruelmatanza de Nyañgwe que, por desgracia mia, tuveque presenciar, 14 jefes, cuyas aldeas habían sidodestruidas, y de cuyos subditos muchos habian sidomuertos, se pusieron bajo mi protección, pidiéronmeque firmara la paz con los árabes, y que me trasla-dara con ellos á la orilla opuesta del rio Lualaba pararepartirles el territorio, indicarles dónde debian cons-truir las nuevas aldeas, y formar nuevas plantaciones.Pronto se ajustó la paz, pues los árabes no tenían ex-cusa por los asesinatos cometidos, y cada cual echaba

Page 8: LIVINGSTONE. LOS HABITANTES DEL ÁFRICA CENTRAL 335 . LA

342 REVISTA EUROPEA. 10 DE MAYO DE 4 8 7 4 .

la responsabilidad á su vecino. Ambos partidos mesuplicaron que asistiera á las ceremonias hechas enhonor del restablecimiento de la paz; y de no cono-cer la natural confianza de los africanos, hubiesecreído que ejercía una influencia personal considera-ble; sin embargo, lo único que me recomendaba erami moderación y mis buenas relaciones con ellosAcaso supieran también que habia hecho lo posiblepor mejorar la suerte de los esclavos en Zanzivar.

III.

Los Manyuema comprenden perfectamente que nohay moralidad de ninguna clase en la religión árabe,y puedo asegurar que esta inmoralidad es lo que siem-pre ha impedido que el mahometismo penetre en elÁfrica oriental. Es muy sensible que nuestro excelenteObispo de África central, aunque consagrado en laabadía de Westminster, haya preferido, fiándose de laopinión de un coronel, permanecer en Zanzivar envez de ir á su diócesi, donde de seguro hubiera po-dido aprovechar grandemente la instintiva confianzade las tribus para propagar la fe cristiana. Los mi-sioneros católicos que últimamente fueron de Ingla-terra al Maryland para convertir á los negros, hubie-ran podido también, sin duda alguna, atrincherarsedetras de la opinión de media docena de coroneles, ypermanecer en Nueva-York ó en Londres; pero á na-die pidieron parecer, y en todo caso, como tienensangre irlandesa en las venas, hubiesen respondido:«Mezclaos en vuestros asuntos; haced la guerra si te-neis necesidad de ello, pero dejadnos cumplir nues-tro deber.»

El venerable Obispo de Baltimore dijo á aquellosexcelentes sacerdotes que sufrirían fiebres; pero noañadió que huyeran cuando se sintiesen con calentura.Los misioneros de Zanzivar, al contrario, cuando tie-nen fiebre van á hscer un viajecito de recreo á lasislas Sechelles á bordo de un buque de guerra. Natu-ral es que cuiden de su salud; pero como Zanzivar esel punto menos saludable de la costa continental afri-cana, al poner el gobierno inglés un buque de guerraá disposición de estos buenos misioneros para ayu-darles en sus misiones, sólo consigue que no lasrealicen.

Hace ocho años que los cristianos caritativos dansu dinero para evangelizar el África central, y estadiócesi está ocupada por el diablo. Lo digo con pena,pero me parece que los misioneros que se contentancon observar sus diócesi con telescopio, deberían ha-cer algo más útil.

Hacia 1868 habia doce congregaciones de cristonos indígenas en la capital de Madagascar, productodel trabajo de misioneros independientes durantecincuenta años. Los suplicios más crueles y las másespantosas torturas no quebrantaban la fe de loscristianos malgachos. Los primeros misioneros tuvie-

ron que abandonar la isla, pero los convertidos po-seían Biblias impresas en su idioma, y continuabanreuniéndose en secreto para rogar á Dios, á riesgo demuerte segura si eran descubiertos. Un cambio de;obierno permitió á los misioneros volver á su puesto,

y posteriormente las gestiones de la reina Victoriainsiguieron del sucesor de la vieja reina de Mada-

gascar la libertad del culto cristiano: la sociedad pro-testante para la propagación de la fé, envió inmedia-tamente misioneros á Tamatava, puerto principal dela isla donde hay miles de paganos, y al verles partir,el enérgico Obispo de Bueña-Esperanza los recomen-dó que no se ocuparan de las iglesias ya fundadas;pero apenas desembarcaron aquellos hombres celosospidieron inmediatamente á Londres que se les en-viara á la capital de la isla.

Estoy persuadido, aunque parezca falta de caridadde mi parte, que de haber una docena de iglesias in-dígenas ya establecidas en Ounyauyembe, Oujiji óen las orillas del Tanganyika, hace ocho años que elObispo de África central se hubiera trasladado inme-diatamente á su diócesi, á despecho de la opinión detodos los coroneles del mundo.

No quiere decir esto que los directores de la misiónde que antes he hablado faltaron á la caridad cris-tiana, apropiándose los trabajos de sus antecesores,cuando habia millones de paganos por convertir. Estoproviene de la falta de buena inteligencia. Hace algu-nos años ocurrió un hecho parecido en Honolulú. Élvenerable apóstol de los malgachos, Mr. Ellis, trabajabaallí desde principios del siglo; llegaron misionerospresbiterianos de norte América buscando teatropara sus conversiones, y Mr. Ellis les abandonó inme-diatamente su casa, su escuela, su iglesia, la imprentaque habia fundado, y se trasladó á otro país. Los ame-ricanos han trabajado con celo y éxito en Owyhee,como le llamaba el capitán Cook, y gracias á ellos, laeducación de la fe cristiana se ha extendido en todo elgrupo de las islas Sandwich. Pero so advirtió última-mente que los indígenas necesitaban un Obispo de lasecta episcopal: enviósele uno muy poco político,que sin preocuparse de los misioneros americanos,cuyo éxito habia demostrado el verdadero espírituapostólico, recorrió Honolulú con un gran sombrerodé papel en la cabeza, declarando que el recien venidoera el único Obispo: convendría que los misioneros, ysobre todo ios Obispos misioneros, estuvieran mejoreducados.

Acaso no debiera decirlo; pero es lo cierto quemientras estaba en Ounyanyembe forzosamente inac-tivo esperándolos hombres que Mr. Stanley dsbiá en-viar desde la costa, es decir, durante dos largosmeses, porque hay una distancia de 800 millas (800kilómetros) pensaba que tenia todo el África centralá mi espalda, y preguntábame la causa de que noapareciera ningún misionero en el horizonte, cuando

Page 9: LIVINGSTONE. LOS HABITANTES DEL ÁFRICA CENTRAL 335 . LA

N.° 11 L1V1N0ST0NE. LOS HABITANTES DEL ÁFRICA CENTRAL. 343

la iglesia de Inglaterra y las universidades inglesashabían provisto á la evangelizacion de aquel territorio.Los excelentes Obispos de la Iglesia anglicana, quetanto interés demuestran por las misiones del Áfricacentral, sentirán seguramente que el resultado de to-dos sus esfuerzos haya sido tan sólo la creación deuna plaza de capellán para el consulado de Zanzíbar,y se alegrarán cuando sepan que los misioneros setrasladan al África central, único teatro digno de sustrabajos.

Si tuviese autoridad bastante para dirigirme á losque titubean en venir, les diria. «Acudid, hermanos; osadmirará encontraros tan bravos el dia en que ven-gáis. I ios verdaderos paganos que 03 esperan tienenmuchos defectos, pero también muchas cualidades queestimareis.»

Ni los árabes ni yo hemos visto á las madres ven-der á sus hijos, aunque un viajero pretenda que estacostumbre es general, para referir una novela quehabía imaginado. El viajero vio vender un hijo porsuperstición, es decir, un niño que tuvo la desgraciade que le salieran los dientes de la mandíbula supe-rior antes que los de la inferior; se cree que si losniños á quienes esto sucede permanecen en el senode la familia, ocurrirán á ésta grandes desgracias.Juzgará un pueblo por un hecho aislado equivale álo que hacia el francés, que habiendo visto á un in-glés ahorcarse en Noviembre se apresuró á publicarque el suicidio era general en Inglaterra en el mesde Noviembre, durante el cual los árboles á orillasde los caminos estaban llenos de ahorcados. Tambiénhay niños expósitos en Inglaterra, y no puede decirsepor ello que las inglesas sean madres desnatura-lizadas.

Comprendo las grandes dificultades para establecermisiones en países desconocidos. La cintura de bos-ques que rodea la isla de Madagascar ha causado lamuerte de numerosos trabajadores por la fe, antes deque pudieran llegar á las altas tierras del interior, porno saber que hay estaciones en que se pueden atrave-sar estos bosques sin peligro. La sociedad de misio-neros de Londres ha vencido, á fuerza de energía,este obstáculo obteniendo grande éxito.

En África pudiera empezarse por las tribus que vi-ven cerca de la costa sin temor alguno, á lo menosrespecto á vituallas, por estar en comunicación cons-tante con Europa; pero todas las tribus que han estadoen contacto con los árabes y los portugueses, y quehan sufrido la esclavitud y el resultado de las quere-llas religiosas de estas gentes que se llaman civilizadasno miran bien á los extranjeros, y la vida de un hom-bre no bastaría para desarraigar todos los vicios y to-das las preocupaciones engendradas por esta preten-dida civilización.

Para civilizar el continente africano es preciso em-pezar por el interior, y los misioneros que acometen

esta empresa deben tener en cierto grado el ánimo yel valor de Robinson Crusoé. He visto hombres quoantes de abandonar su patria estaban dispuestos ásacrificarlo todo, hasta su vida, al servicio del Evan-gelio, y que después se creen sumidos en la miseriamás atroz porque les falta azúcar para el té. Los chi-cuelos que al leer las novelas de niños abandonadosdel capitán Mayne Reid quisieran verse en el casode éstos, son los quo tienen verdadero espíritu demisioneros.

Speke habla con verdadero entusiasmo de la orga-nización de las misiones cristianas en el país que él haatravesado, como Karagwé, gobernado por Ruman-yika (á quien llama Rumanika), jefe bondadoso ó in-teligente, y Buganda, que los árabes llaman Ouganda,país de población compacta y amable que se encuen-tra á las órdenes de Metza, hombre vano y cruel, yque sin embargo fue muy atento para Speke. Metza hasido el primer jefe á quien los árabes han intentadoconvertir á su religión en el África Oriental. Gha-mees-bin-Abdullah, excelente hombre, que ha sidomuerto aquí hace poco, habia enseñado á Metza áleer el Suáhelí en caracteres árabes. Su discípulo ledio en recompensa unos SOO jóvenes esclavos y unacantidad considerable de marfil. Ghamees era unárabe de Mascata, y como casi todos los hombresde su clase, bravo, honrado y verdaderamente be-névolo.

Las madres de los árabes nacidos en el continenteson ordinariamente esclavas; por ello estos árabes notienen, por regla general, ni honor, ni probidad, nicelo. Infatigables merodeadores, como los Boers ho-landeses del África meridional, son muy bravos, ácondición de que los indígenas no posean armas defuego. La conversión al mahometismo se reduce á losiguiente: ̂ nseñan á los esclavos algunas oracionesdel Koran en lengua árabe para que puedan matar losanimales, á fin de que sus amos puedan comer lacarne sin temor de mancharse. Después se les poneuna larga túnica de indiana y un gorro de algodón;este es el método para obtener un buen musulmáncon poco trabajo; pero conviene decir que los conver-sos, parecidos á mujeres gruesas en camisa, llegan áser tan embusteros y cobardes como sus amos. Cuandono hay peligro, es difícil saber quién huirá más pron-to, el amo ó el esclavo, y cuidan de llevar siempre latúnica levantada para poder correr más rápidamente.El pobre Ghamees-bin-Abdullah lo supo á costa suya,pues aunque llevaba 80 hombres armados, ningúnesclavo pensó en defender á su amo.

IV.

Antes de daros algunos detalles acerca de la altallanura interior, permitidme añadir que los árabeshabían aconsejado á Speke adoptar el traje femeninode que he hecho mención; pero como valiente que

Page 10: LIVINGSTONE. LOS HABITANTES DEL ÁFRICA CENTRAL 335 . LA

344 REVISTA EUROPEA. 1 0 DE MAYO DE 4 8 7 4 .

era se negó á vestirlo. El doctor Roscher, por el con-trario, lo adoptó, y esto contribuyó indirectamente áque perdiera la vida. Vestido de árabe y afeitada lacabeza cual ellos la llevan, ningún indígena le reco-nocía como europeo. Su guia árabe le presentó áMataka, jefe de los Waiyau, como un pobre árabe. Yohabia ido al mismo tiempo que una caravana de nego-ciantes árabes á la extremidad inferior del lagoNyassa, y cuando llegaron á la aldea de Mataka dije-ron al doctor Roscher qne habían encontrado un es-clavo blanco.

Esto ocurría dos meses antes de que el doctorRoscher llegara á las orillas del lago que yo habiadescubierto. Si los árabes que le acompañaban sabíanque era europeo no lo dijeron sino largo tiempodespués á Mataka. Más tarde recorrí el camino quehabia andado Roscher. La multitud corría por todaspartes á mi encuentro para conocerme, y todos decla-raban no haber visto jamás un hombre blanco. Matakamismo lo afirmaba. El árabe que servia de guia áRoscher volvió á Zanzíbar después de la muerte desu amo, y el sultán le envió inmediatamente al inte-rior para exigir justicia contra los asesinos, y cuandoasí lo manifestó á Mataka, contestóle éste: «¿A quéconduce matar á un hombre por el asesinato de un po-bre diablo de árabe?» El guia opinaba lo mismo. Losasesinos creyeron que podían apoderarse tranquila-mente de los vestidos de Roseher y que nadie secuidaría de él. De viajar el pobre doctor Roschercomo europeo, el nombre inglés le hubiera protegidoen todo el país, y acaso viviría aún.

Con frecuencia me preocupaba su suerte y pregun-taba á los indígenas, que siempre recuerdan donde hanvisto un hombre blanco; pero no tenia esperanza dedescubrir el punto por donde habia llegado al lago.Nusseewa, sitio mencionado en el despacho del coro-nel Rigby, fiándose de las declaraciones de los ser-vidores del doctor Roscher, era completamente des-conocido; pero al tin descubrí esta palabra en elnombre del rio Losefa, que vierte sus aguas en el lago,casi enfrente de Kotakota ó Nkotakota, cuya posiciónestá determinada en la ribera occidental. Los indíge-nas de Mataka no pueden pronunciar la letra f. En suboca Losefa se convierte en Losewa. Los árabes ha-cen dura la pronunciación de todos ios nombres, yLosefa viene á ser entre ellos Nussewa ó Rusewa: losgoaneses habian así llegado á pronunciar Nusseewa.El jefe de aquel paraje era muy benévolo para suhuésped Roscher, y cuando murió éste ó̂ ió asilo ásus sirvientes y ayudó después al guia árabe á apode-rarse de los asesinos y conducirlos á Zanzíbar. No fui áLosefa, aunque el sendero desde Mataka conducía áaquel sitio, porque las gentes de Mataka habian hechorecientemente una razia, sin decirlo á su jefe. Este,cuando lo supo, envió á su casa á los prisioneros conlos ganados. Le alabé el acto de justicia, y volvién-

dose triunfalmente hacia sus gentes furiosas por ha-ber perdido el fruto de sus rapiñas: «Veis, les dijo;hasta este hombre blanco aprueba mi determina-ción.»

Toda la planicie situada á 3.500 ó 4.000 pies sobreel nivel del mar es comparativamente fria. La tem-peratura mínima durante la estación seca correspon-diente á nuestro invierno, varia entre 12°,2 centígra-dos y 16°,6 y la máxima es de 23°,3 centígrados. Estatemperatura tan poco elevada no es, §in embargo, unainmunidad completa contra la fiebre. Dicha enfermedadreemplaza aquí á nuestros rehumas y nuestras tisis;pero no es de resultados tan fatales para quien ni esperezoso, ni está obligado á tener vida sedentaria. 'La superficie es ondulada asemejando inmensas olassolidificadas; las crestas de las olas son colinas pocoelevadas cubiertas de árboles y arbustos. Por distintospuntos aparecen redondeadas masas de granito grisclaro, que es en general la roca del país. En las partesbajas se encuentran numerosos manantiales; la hierbaes corta y excelente para los animales, que abundanmucho. Las hierbas que en las tierras bajas y calientesllegan á una altura de cinco ó seis pies, tienen aquíuno ó dos pies. Se cultiva con facilidad el trigo y elarroz, y bastan tres meses para que maduren comple-tamente.

Atendiendo á lo que dicen los indígenas respecto álas estaciones favorables para la agricultura, los mi-sioneros, al poco tiempo de vivir en estas tierras, nonecesitarían recursos de Europa. El cafó crece en es-lado salvaje en Karagew: los Manyuema lo cultivan.La caña de azúcar se cultiva por todas partes. Cuandotuve que detenerme entre aquellos pueblos canívales,no pudiendo caminar á causa de las úlceras que teniaen los pies, machacaba caña de azúcar en el morterode madera de que se sirven los negros, y después ex-traía el jugo apretando los pedazos con las manos.Este jugo, cocido hasta tomar el espesor de la almí-bar, reemplazaba bastante bien el azúcar; pero, á faltade cal para corregir la acidez latente, se conservabapoco tiempo. Me procuraba cebollas y rábanos enabundancia. Los árabes cultivan el naranjo, el limo-nero, el granado, las cebollas, las sandías, el guaya-bo, el manga, el papayer, la curga, y empiezan ya ácultivar la viña. Creo que todas las legumbres deEuropa se darían aquí admirablemente si 3e aprove-chara con cuidado la estación para las semillas y lasllevaran en cajas de hoja de lata para que no estuvie-ran en contacto con el aire.

Los viajeros deben rechazar todos los aparatos in-ventados para su comodidad por pesados, engorrososé innecesarios para quien sabe servirse de sus ojos yde sus oídos. Los únicos objetos necesarios para unmisionero, son algunos útiles ligeros, algunos libros,vestidos, jabón y zapatos. Cuatro vestidos de paño grisme han bastado durante cinco años, y los hubiera po-

Page 11: LIVINGSTONE. LOS HABITANTES DEL ÁFRICA CENTRAL 335 . LA

N.° 11 LIVINGSTONE.-—LOS HABITANTES DEL ÁFBICA CENTRAL. 345dido llevar mucho más tiempo, porque he visto á losárabes que los habian comprado á mis criados usarlosmucho después de desechados por mí. Un hombreenérgico, amante del trabajo, podría rodearse enseguida de todas las comodidades á poca costa, ypronto comprendería que si abandonaba su patriaera para realizar una noble empresa. Bajo cierto puntode vista, los niales que desoían el África son insupe-rables. Cuando visitó á los makololo y otros pueblosdel interior, creí que se podría regenerar el África, yhacer entre los makololo más que San Patricio ha he-cho en Irlanda; pero ignoraba entonces que me rodea-ban por todas partes los portugueses, y el comerciode esclavos que mantienen, y que parece ser verda-dera maldición del cielo, oponiendo infranqueablebarrera á todos los progresos. Hoy no tengo tanta es-peranza; ignoro cómo se trocará el mal en bien; peroestoy seguro de que así sucederá en último caso porla confianza que me ¡aspira la infinita sabiduría delSoberano de todas las cosas.

Un paquete de números del New Yorck Herald queacabo de recibir me hace ver las cosas con coloresmenos sombríos. El desarrollo del comercio une connuevos lazos á los pueblos que geográficamente estánmás alejados, y el paganismo sólo crece con el aisla-miento. Entre los Manyuema el paganismo aleja álos habitantes unos de otros, y sólo se encuentrancomo nuestros antepasados para batirse. El jefe deuna aldea, compuesta de media docena de chozas, sepasea alrededor de sus plantaciones con un palo en lamano, que tiene en ambas extremidades dos amuletos,y regocijándose al oir que le llaman Mologhwe, jefeó ciudadano libre y soberano, su único deseo consisteen el exterminio de los demás jefes vecinos suyos.Los guias que tomamos para atravesar los impenetra-bles bosques que separan los distritos, contentos yalegres al tiempo de partir, se alarmaban al acercar-nos á las habitaciones humanas, y por nada en elmundo nos querían acompañar á las nuevas aldeas,temiendo, según decian, que los mataran y se los co-miesen. Invitándonos á parar en sus chozas cuandovolviésemos, se apresuraban á regresar á ellas.

¿No quedan acaso algunos restos de este paganismoen nuestros sistemas de pasaportes y de aduanas, yen las diferencias entre las sectas religiosas? Algunoscristianos de ideas mezquinas no quieren, según pa-rece, comprender que los adoradores de Jesús, cual-quiera que sea la secta á que pertenezcan, son supe-riores á los musulmanes , á los budhistas, a losbrahmanes y a los demás paganos. Muchas personasafirman, dejándose guiar de una imparcialidad exage-rada, que la moral del Koran es casi igual á la delEvangelio. Dios nos ordena la humildad, y sin dudaalguna tenemos gran necesidad de ella; pero lo ciertoes que el canal de Suez, el camino de hierro inter-oceánico, los ferro-carriles de la India y del Asia occi-

dental, el túnel del Mont-Cenis, el ferro-carril pro-yectado por el valle del Eufrates, el proyecto deapertura de istmo de Panamá, las líneas telegráficasy los buques de vapor que recorren todos los mares,son obras de los cristianos que combinan sus esfuerzospara hacer del mundo una sola nacionalidad.

La influencia de una nación sobre otra produce casisiempre grandes bienes. La abolición de la esclavituden los Estados-Unidos producirá la libertad de tresmillones de esclavos que hay todavía en el Brasil, yresultará entonces un gran beneficio á esta pobreÁfrica tan castigada, que dejará de ser el desiertodel mundo. A los hombres de Estado filantrópicos y ála prensa corresponde trabajar para que cese el co-mercio de esclavos en la costa oriental de África. Loshombres de Estado deben ser los principales misio-neros.

Confieso que durante largo tiempo les he miradocomo á hombres que tenian por único propósito ejer-cer el poder y procurarse honores, sin que les pre-ocuparan gran cosa los medios de conseguirlo. Noquiero hablar de los vivos; pero las circunstancias mehan obligado á tratar á algunos con intimidad, y entreellos al excelente lord Palmerston, debiendo entoncesreformar mi opinión errónea. Durante catorce añosha trabajado sin descansar para la supresión de latrata de negros en la costa occidental de África, trataque se hacia en grande escala. Mi larga permanenciaen este país perdido, me ha quitado de tal suerte laafición á la política de partido, que sin temor declaroque los grandes hombres de Estado ingleses en mitiempo han dirigido su política á hacer el bien engrandes proporciones. Su constante trabajo y sincerodeseo por hacer el bien y sólo el bien, me inspirahacia ellos profundo respeto, y mientras viva elogia-ré á lordv1>almerston, á lord Clarendon y al presidenteLincoln. Que nuestra raza continúe estas obras ver-daderamente cristianas y acabe para siempre la habi-lidad de los antiguos diplomáticos reducida al deseo deengañarse mutuamente.

La trata en la costa occidental del África ha des-aparecido ya por fortuna, y es preciso que los puebloscivilizados se unan para que cesen los crímenes contrala humanidad que todavía manchan la costa oriental.Si el Virey de Egipto, de acuerdo con su lugarte-niente Baker, logra suprimir el comercio de esclavosen el Nilo, merecerá el título de bienhechor de lahumanidad. Cuanto puedo hacer en mi aislamiento esinvocar la bendición del cielo para cualquiera, seaamericano, inglés ó turco, que ayude á cicatrizar lavergonzosa llaga que todavía corroe una costa delmundo.

DAVID LIVINGSTONE.