los caballos de abdera

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Los caballos de Abdera [Cuento. Texto completo.] Leopoldo Lugones

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Los Caballos de Abdera. Leopoldo Lugones

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Los caballos de Abdera[Cuento. Texto completo.]Leopoldo Lugones

Abdera, la ciudad tracia del Egeo, que actualmente es Balastra y que no debe ser confundida con su tocaya btica, era clebre por sus caballos. Descollar en Tracia por sus caballos, no era poco; y ella descollaba hasta ser nica. Los habitantes todos tenan a gala la educacin de tan noble animal, y esta pasin cultivada a porfa durante largos aos, hasta formar parte de las tradiciones fundamentales, haba producido efectos maravillosos. Los caballos de Abdera gozaban de fama excepcional, y todas las poblaciones tracias, desde los cicones hasta los bisaltos, eran tributarios en esto de los bistones, pobladores de la mencionada ciudad. Debe aadirse que semejante industria, uniendo el provecho a la satisfaccin, ocupaba desde el rey hasta el ltimo ciudadano. Estas circunstancias haban contribuido tambin a intimar las relaciones entre el bruto y sus dueos, mucho ms de lo que era y es habitual para el resto de las naciones; llegando a considerarse las caballerizas como un ensanche del hogar, y extremndose las naturales exageraciones de toda pasin, hasta admitir caballos en la mesa. Eran verdaderamente notables corceles, pero bestias al fin. Otros dorman en cobertores de biso; algunos pesebres tenan frescos sencillos, pues no pocos veterinarios sostenan el gusto artstico de la raza caballar, y el cementerio equino ostentaba entre pompas burguesas, ciertamente recargadas, dos o tres obras maestras. El templo ms hermoso de la ciudad estaba consagrado a Ann, el caballo que Neptuno hizo salir de la tierra con un golpe de su tridente; y creo que la moda de rematar las proas en cabezas de caballo, tenga igual proveniencia: siendo seguro en todo caso que los bajos relieves hpicos fueron el ornamento ms comn de toda aquella arquitectura. El monarca era quien se mostraba ms decidido por los corceles, llegando hasta tolerar a los suyos verdaderos crmenes que los volvieron singularmente bravos; de tal modo que los nombres de Podargos y de Lampn figuraban en fbulas sombras; pues es del caso decir que los caballos tenan nombres como personas. Tan amaestrados estaban aquellos animales, que las bridas eran innecesarias, conservndolas nicamente como adornos, muy apreciados desde luego por los mismos caballos. La palabra era el medio usual de comunicacin con ellos; y observndose que la libertad favoreca el desarrollo de sus buenas condiciones, dejbanlos todo el tiempo no requerido por la albarda o el arns en libertad de cruzar a sus anchas las magnficas praderas formadas en el suburbio, a la orilla del Kossnites para su recreo y alimentacin. A son de trompa los convocaban cuando era menester, y as para el trabajo como para el pienso eran exactsimos. Rayaba en lo increble su habilidad para toda clase de juegos de circo y hasta de saln, su bravura en los combates, su discrecin en las ceremonias solemnes. As, el hipdromo de Abdera tanto como sus compaas de volatines; su caballera acorazada de bronce y sus sepelios, haban alcanzado tal renombre, que de todas partes acuda gente a admirarlos: mrito compartido por igual entre domadores y corceles. Aquella educacin persistente, aquel forzado despliegue de condiciones, y para decirlo todo en una palabra, aquella humanizacin de la raza equina iban engendrando un fenmeno que los bistones festejaban como otra gloria nacional. La inteligencia de los caballos comenzaba a desarrollarse pareja con su conciencia, produciendo casos anormales que daban pbulo al comentario general. Una yegua haba exigido espejos en su pesebre, arrancndolos con los dientes de la propia alcoba patronal y destruyendo a coces los de tres paneles cuando no le hicieron el gusto. Concedido el capricho daba muestras de coquetera perfectamente visible. Balios, el ms bello potro de la comarca, un blanco elegante y sentimental que tena dos campaas militares y manifestaba regocijo ante el recitado de hexmetros heroicos, acababa de morir de amor por una dama. Era la mujer de un general, dueo del enamorado bruto, y por cierto no ocultaba el suceso. Hasta se crea que halagaba su vanidad, siendo esto muy natural, por otra parte, en la ecuestre metrpoli. Sealbase igualmente casos de infanticidio, que aumentando en forma alarmante, fue necesario corregir con la presencia de viejas mulas adoptivas; un gusto creciente por el pescado y por el camo cuyas plantaciones saqueaban los animales; y varias rebeliones aisladas que hubo de corregirse, siendo insuficiente el ltigo, por medio del hierro candente. Esto ltimo fue en aumento, pues el instinto de rebelin progresaba a pesar de todo. Los bistones, ms encantados cada vez con sus caballos, no paraban mientes en eso. Otros hechos ms significativos produjronse de all a poco. Dos o tres atalajes haban hecho causa comn contra un carretero que azotaba su yegua rebelde. Los caballos resistanse cada vez ms al enganche y al yugo, de tal modo que empez a preferirse el asno. Haba animales que no aceptaban determinado apero; mas como pertenecan a los ricos, se defera a su rebelin comentndola mimosamente a ttulo de capricho. Un da los caballos no vinieron al son de la trompa, y fue menester constreirlos por la fuerza; pero los subsiguientes no se reprodujo la rebelin. Al fin sta ocurri cierta vez que la marea cubri la playa de pescado muerto, como sola suceder. Los caballos se hartaron de eso, y se les vio regresar al campo suburbano con lentitud sombra. Medianoche era cuando estall el singular conflicto. De pronto un trueno sordo y persistente conmovi el mbito de la ciudad. Era que todos los caballos se haban puesto en movimiento a la vez para asaltarla, pero esto se supo luego, inadvertido al principio en la sombra de la noche y la sorpresa de lo inesperado. Como las praderas de pastoreo quedaban entre las murallas, nada pudo contener la agresin; y aadido a esto el conocimiento minucioso que los animales tenan de los domicilios, ambas cosas acrecentaron la catstrofe. Noche memorable entre todas, sus horrores slo aparecieron cuando el da vino a ponerlos en evidencia, multiplicndolos aun. Las puertas reventadas a coces yacan por el suelo dando paso a feroces manadas que se sucedan casi sin interrupcin. Haba corrido sangre, pues no pocos vecinos cayeron aplastados bajo el casco y los dientes de la banda en cuyas filas causaron estragos tambin las armas humanas. Conmovida de tropeles, la ciudad oscurecase con la polvareda que engendraban; y un extrao tumulto formado por gritos de clera o de dolor, relinchos variados como palabras a los cuales mezclbase uno que otro doloroso rebuzno, y estampidos de coces sobre las puertas atacadas, una su espanto al pavor visible de la catstrofe. Una especie de terremoto incesante haca vibrar el suelo con el trote de la masa rebelde, exaltado a ratos como en rfaga huracanada por frenticos tropeles sin direccin y sin objeto; pues habiendo saqueado todos los plantos de camo, y hasta algunas bodegas que codiciaban aquellos corceles pervertidos por los refinamientos de la mesa, grupos de animales ebrios aceleraban la obra de destruccin. Y por el lado del mar era imposible huir. Los caballos, conociendo la misin de las naves, cerraban el acceso del puerto. Slo la fortaleza permaneca inclume y empezbase a organizar en ella la resistencia. Por lo pronto cubrase de dardos a todo caballo que cruzaba por all, y cuando caa cerca era arrastrado al interior como vitualla. Entre los vecinos refugiados circulaban los ms extraos rumores. El primer ataque no fue sino un saqueo. Derribadas las puertas, las manadas introducanse en las habitaciones, atentas slo a las colgaduras suntuosas con que intentaban revestirse, a las joyas y objetos brillantes. La oposicin a sus designios fue lo que suscit su furia. Otros hablaban de monstruosos amores, de mujeres asaltadas y aplastadas en sus propios lechos con mpetu bestial; y hasta se sealaba a una noble doncella que sollozando narraba entre dos crisis su percance: el despertar en la alcoba a la media luz de la lmpara, rozados sus labios por la innoble jeta de un potro negro que respingaba de placer el belfo enseando su dentadura asquerosa; su grito de pavor ante aquella bestia convertida en fiera, con el resplandor humano y malvolo de sus ojos incendiados de lubricidad; el mar de sangre con que la inundara al caer atravesado por la espada de un servidor... Mencionbase varios asesinatos en que las yeguas se haban divertido con saa femenil, despachurrando a mordiscos a las vctimas. Los asnos haban sido exterminados, y las mulas sublevronse tambin, pero con torpeza inconsciente, destruyendo por destruir, y particularmente encarnizadas contra los perros. El tronar de las carreras locas segua estremeciendo la ciudad, y el fragor de los derrumbes iba aumentando. Era urgente organizar una salida, por ms que el nmero y la fuerza de los asaltantes la hiciera singularmente peligrosa, si no se quera abandonar la ciudad a la ms insensata destruccin. Los hombres empezaron a armarse; mas, pasado el primer momento de licencia, los caballos habanse decidido a atacar tambin. Un brusco silencio precedi al asalto. Desde la fortaleza distinguan el terrible ejrcito que se congregaba, no sin trabajo, en el hipdromo. Aquello tard varias horas, pues cuando todo pareca dispuesto, sbitos corcovos y agudsimos relinchos cuya causa era imposible discernir, desordenaban profundamente las filas. El sol declinaba ya, cuando se produjo la primera carga. No fue, si se permite la frase, ms que una demostracin, pues los animales se limitaron a pasar corriendo frente a la fortaleza. En cambio, quedaron acribillados por las saetas de los defensores. Desde el ms remoto extremo de la ciudad, lanzronse otra vez, y su choque contra las defensas fue formidable. La fortaleza retumb entera bajo aquella tempestad de cascos, y sus recias murallas dricas quedaron, a decir vedad, profundamente trabajadas. Sobrevino un rechazo, al cual sucedi muy luego un nuevo ataque. Los que demolan eran caballos y mulos herrados que caan a docenas; pero sus filas cerrbanse con encarnizamiento furioso, sin que la masa pareciera disminuir. Lo peor era que algunos haban conseguido vestir sus bardas de combate en cuya malla de acero se embotaban los dardos. Otros llevaban jirones de tela vistosa, otros, collares, y pueriles en su mismo furor, ensayaban inesperados retozos. De las murallas los conocan. Dinos, Aethon, Ameteo, Xanthos! Y ellos saludaban, relinchaban gozosamente, enarcaban la cola, cargando en seguida con fogosos respingos. Uno, un jefe ciertamente, irguise sobre sus corvejones, camin as un trecho manoteando gallardamente al aire como si danzara un marcial balisteo, contorneando el cuello con serpentina elegancia, hasta que un dardo se le clav en medio del pecho... Entre tanto, el ataque iba triunfando. Las murallas empezaban a ceder. Sbitamente una alarma paraliz a las bestias. Unas sobre otras, apoyndose en ancas y lomos, alargaron sus cuellos hacia la alameda que bordeaba la margen del Kossnites; y los defensores volvindose hacia la misma direccin, contemplaron un tremendo espectculo. Dominando la arboleda negra, espantosa sobre el cielo de la tarde, una colosal cabeza de len miraba hacia la ciudad. Era una de esas fieras antediluvianas cuyos ejemplares, cada vez ms raros, devastaban de tiempo en tiempo los montes Rdopes. Mas nunca se haba visto nada tan monstruoso, pues aquella cabeza dominaba los ms altos rboles, mezclando a las hojas teidas de crepsculo las greas de su melena. Brillaban claramente sus enormes colmillos, percibase sus ojos fruncidos ante la luz, llegaba en el hlito de la brisa su olor bravo, inmvil entre la palpitacin del follaje, herrumbrada por el sol casi hasta dorarse su gigantesca crin, alzbase ante el horizonte como uno de esos bloques en que el pelasgo, contemporneo de las montaas, esculpi sus brbaras divinidades. Y de repente empez a andar, lento como el ocano. Oase el rumor de la fronda que su pecho apartaba, su aliento de fragua que iba sin duda a estremecer la ciudad cambindose en rugido. A pesar de su fuerza prodigiosa y de su nmero, los caballos sublevados no resistieron semejante aproximacin. Un solo mpetu los arrastr por la playa, en direccin a la Macedonia, levantando un verdadero huracn de arena y de espuma, pues no pocos disparbanse a travs de las olas. En la fortaleza reinaba el pnico. Qu podran contra semejante enemigo? Qu gozne de bronce resistira a sus mandbulas? Qu muro a sus garras...? Comenzaban ya a preferir el pasado riesgo (al fin en una lucha contra bestias civilizadas), sin aliento ni para enflechar sus arcos, cuando el monstruo sali de la alameda. No fue un rugido lo que brot de sus fauces, sino un grito de guerra humano, el blico "alal!" de los combates, al que respondieron con regocijo triunfal los "hoyohei" y los "hoyotoh" de la fortaleza. Glorioso prodigio! Bajo la cabeza del felino, irradiaba luz superior el rostro de un numen; y mezclados soberbiamente con la flava piel, resaltaban su pecho marmreo, sus brazos de encina, sus muslos estupendos. Y un grito, un solo grito de libertad, de reconocimiento, de orgullo, llen la tarde:Hrcules, es Hrcules que llega!

Matas...Recin miro el video que sugeriste. Es extrao : hoy en la pared que como un frontn se proyecta hacia cualquiera que entre al aula, compuse con imgenes, un propsito a interpretar, a estudiar, a adoptar, a tener presente como acompaamiento, como sntesis del espritu de este ao a iniciar. Sobre una bandera argentina de algo ms de 6 m.cuadrados, que una mam cosi y le regal al grado, para un nmero especial que preparamos con los chicos, el ao pasado.Padres, padres de algo, constructores, de algo revolucionario, sin sentido comn, desprendido e iluminado, inconscientes de lo posible o lo imposible, conscientes nada ms del ideal y de la entrega absoluta para realizarlo.Padre del aula, ( hablo de educacin no me importa aqu la crtica poltica ).Padre de la Patria. La foto de los dos hombres que merecieron ese ttulo de honor. Un mapa del virreynato en el tiempo en que la Banda oriental era tambin nosotros. Al lado Argentina actual. Los smbolos patrios argentinos. Una frase que remita al bicentenario. Arriba de todo, la que siempre cito de San Martn : Sers lo que debes ser o no sers nada. Y Kirchner.Con los nios, con el contexto, construiremos el texto, el significado.Dos compaeras que entraron, dos pareceres : no estoy de acuerdo, una; qu bueno, la otra.Y llego al video. Y ahora mientras escribo, ya no me parece extraa la causalidad.Cuando Alejandro cit Los caballos de Abdera, yo sent que estaba citando una metfora de Kirchner. Dicen que no se debe estar seguro de nada. Yo no estoy de acuerdo. Los hombres precitados, nunca dudaron de ellos ni de su idea; podran dudar del acontecer, del devenir, pero no de las certezas que da el destino.Yo s que Alejandro Dolina, sinti. Y yo s que sent como l.Lo dems que se pueda decir, no cuenta.