los espacios de la memoria

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Los espacios de la memoria

Si a los humanos les da cncer, a la ciudad le dar humanos (Xplicitos, Anlisis)La pregunta por el espacio de la memoria no es ni novedosa, ni innovadora o lo suficientemente llamativa como para abigarrar encabezados de prensa o titulares en los noticiarios. Es ms, escribir sobre el espacio de una condicin, quiz un poco abstracta del ser humano, como lo es la memoria, puede resultar confuso o desprolijo dada la intimidad que arrastra esa condicin pensante, solitaria, de la evocacin de momentos de verdad inditos como lo son las esquirlas del pasado que nos llegan impertinentes, intempestivas. As, entonces, el espacio de esa memoria ntima sera el del silencio, la habitacin cerrada, los ensueos, la imaginacin, la intuicin.Pero qu decir del espacio de esa memoria que es escuchada y estremece con sus palabras y canto la cotidianidad pensante de una sociedad. Cuando la alegra y la tristeza, el amor y el fracaso, invocados con la narracin desajustan el cauce de lo social reclamando para s el lugar que ocupan vanas fantasmagoras, simulacros de una realidad menguada por la manipulacin. Cuando las concepciones de tecncratas, de bailarines como remoz Milan Kundera en La Lentitud, que detentan los medios de comunicacin, aplastan sin empacho las percepciones de vida de los hombres y mujeres que son la memoria. Cuando se niegan las relaciones sociales que ocultan las abstracciones de la realidad con las que nos alimentamos a diario.A esa negacin de la realidad es lo que entiendo como ilusin de la trasparencia, idea impresa por Henri Lefebvre. Esa ilusin manipula la mirada de quien se dispone a revisar los lugares de la ciudad: parques, plazas, puentes, edificios, etc., etc. Estos lugares ocultan, fetichizan, un pasado que agoniza entre nosotros, latente. En ese nivel de apropiacin no alcanza, lamentablemente, con la potencia evocadora de esa soledad pensante, intima, con la cual cada ser humano se prodiga a s mismo un espacio para su reconstruccin, una arqueologa de s. Cada ser humano recurre a s y a los suyos para atemperar una y otra vez el clima de la existencia. No olvidarse de s, no olvidar la gnesis de su historia.El entramado de la memoria, del cual estamos hechos, contiene, superpuestos y desordenados, una cantidad indeleble de sentimientos replegados. Unos dolorosos e insoportables, otros que alivian y sustentan ese inabarcable misterio de la vida, otros son fros y secos, otros no son porque se pierden con los aos en la nebulosa del olvido. Todos, sin falta, son necesarios para vivir, para resistir, Qu se puede esperar entonces de una sociedad que niega fragmentos de su memoria fragmentada, que se desconoce y niega a s misma? Qu esperar de una sociedad que manipula, mediante simulacros, el dolor, la angustia, lo insoportable?Aqu no alcanza, de nuevo lo lamento, la memoria intima como arqueologa de s. Se hace necesaria una memoria histrica y social como arqueologa del tiempo presente que no discrimen ni simule la potencia de aquellos momentos de verdad que marcan a una sociedad, que la obligan a crecer o decrecer, andar o desandar. Toda evocacin no ser ms que un mero reflejo del innegable acontecimiento del cual emana, pero sin duda que ese reflejo basta para consolidar hilos de ese entramado social que le entrega a una sociedad su lugar en el mundo, la memoria como arqueologa sera un recurso mtico para recordar por qu somos como somos. Los esfuerzos de espacios de la memoria como el Museo Casa de la Memoria, que nace arrastrando el lastre, la sombra, de un conflicto armado angustiante e insoportable para la mirada, permiten vivir esa arqueologa del tiempo presente. Rastrear los hilos del dolor, del sufrimiento, de la desesperacin de nuestra sociedad (Operacin Orin, Desplazamiento forzado, Conflicto Armado, Masacres, Miseria, Indiferencia, etc., etc.) desde los recursos que nuestro siglo ha consolidado como medios de representacin. Esos hilos alivian la mirada de aquella vana ilusin, huera, de la trasparencia que niega todo y desva todo. Hacen de lo insoportable un recurso vital, como el agua misma, para la resistencia a las imposiciones de los bailarines y sus polticas repetitivas sobre la transformacin de espacios fsicos para fomentar la distraccin y la simulacin, dejando a un lado la transformacin de lo social, de los espacios de representacin. Aquellos bailarines se quedan en el teatro de la ideologa sin ideas.La memoria no es un rgano de mera reposicin con el que podamos hacer presente lo pasado. En la memoria lo pasado cambia de continuo. Es un proceso progresivo, vivo, narrativo[footnoteRef:1]. Este proceso combativo transforma el presente, lo contamina, lo hierve. La memoria no tiene un suelo fijo, danza para construir constantemente la vida de una sociedad por lo que necesita de una potencia critica capaz de romper a martillazos las ilusiones y locuras de quienes niegan la crueldad de la realidad. Por eso es insoportable tener memoria, porque permite escarbar las entraas de una historia trgica y dolorosa, pero es a partir de esta tica de la crueldad, como seala Clment Rosset, que se puede soportar la vida. Los saberes del ser humano deben danzar junto con la memoria histrica e ntima para contaminar constantemente el presente. La historia, la filosofa, la antropologa, etc., estn llamadas a sealar y guiar, a escuchar y comprender para recabar cada vericueto de la memoria social donde el olvido no sea un arma de la simulacin de la realidad, de lo superficial y transparente. [1: E. Levinas en: Han, Byung-Chul, La agona del Eros. Herder: Barcelona, 2014]

Camilo Atehorta Henao