los exámenes entre 1859 y 1880. libre
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Alumnos y catedraticos ante el examen: el debate
sobre la equidad y la justicia en la enseñanza. El caso del Instituto Provincial de Valencia1
Carles Sirera Miralles
Universitat de València
Teoría y práctica de los exámenes entre 1859 y 1880
Según el Reglamento de 1859, el primer examen que debían realizar los estudiantes de
enseñanza media era el de ingreso, que, como no existía un título oficial que corroborara el
paso satisfactorio por la escuela, comprendía las materias propias de la educación primaria.
Éste se dividía en dos partes, una oral centrada en cuestiones teóricas sobre Religión,
Matemáticas y Gramática, y otra práctica que exigía la resolución de un problema aritmético
y la ejecución de un dictado. Son estos últimos ejercicios los que han sobrevivido en su
práctica totalidad, mientras que de la parte oral no quedan testimonios. Sin embargo, sí que
hemos podido encontrar algunos exámenes íntegros. Sirva de ejemplo, éste realizado en las
Escuelas Pías de Gandía en 1865.
“Doctrina cristiana2 ¿Que quiere decir Jesús? ¿Porque llamamos á Jesucristo nuestro Señor? ¿Y como fue muerto el Señor?
Gramaticas castellanas ¿Que es nombre sustantivos? ¿Como se divide el nombre sustantivo? ¿Que es nombre colectivo?
Aritmetica Problª. Reducir á un común denominador los quebrados 2/3, 4/5, 1/6.
1 Esta ponencia recoge distintos epígrafes de mi Tesis Doctoral, que en la actualidad se encuentra en prensa. En caso de que alguien tuviese interés en citar parte de la información aquí contenida, agradecería que se pusiese en contacto conmigo para facilitarle los datos de la edición. 2 Todos los exámenes de los estudiantes se reproducen literalmente, con sus consiguientes faltas de ortografía. N. del. A.
Escritura La relajacion de costumbres, la ignorancia, inelistijistina [sic] violacion de la inmunidad eclesiastica vinieron sobre la Iglesia.”3
Si alguien supone que por transcribir incorrectamente “ilegítima”, este alumno fue
suspendido, debe saber que aprobó. De hecho, se debe destacar que un mínimo conocimiento
de las reglas ortográficas no era imprescindible para aprobar. Para hacernos una idea
aproximada, conviene resaltar que estos alumnos superaron el examen con las siguientes
reproducciones: Los romanos concigiero uma goria tangrande que notansolamente á llecabo
asta nuestris bias sino que seconserbava eternamente4, El tiempo y la esteriencia se
encargaron de desbalecer completamente la oradas y iniciones de algunos que quisieron ved
reducida la gramática á priego de papel5.
Es muy probable que esta condescendencia se debiera a una insuficiencia media
generalizada gracias a unos métodos pedagógicos que, al obviar la correspondencia entre
signo gráfico y fonema en sus explicaciones, al mismo tiempo que se instruía en una lengua
ajena a muchos contextos familiares de la provincia, difícilmente podían lograr un
conocimiento exacto de la ortografía castellana en la mayoría de pupilos, quienes tampoco
desarrollaban su infancia en un marco hegemónico de cultura escrita. En consecuencia, si el
único principio de aprendizaje en el uso de las grafías era la imitación de palabras escritas,
estás sólo podían reproducirse correctamente si habían sido aprehendidas a partir de un texto.
Pero, cuando la palabra no era más que una sucesión de sonidos, cuyo significado podía ser
desconocido, se hacía muy complicado saber cómo plasmarla con exactitud o, tan sólo,
discernir si el artículo que precedía al sustantivo no era más que un prefijo.
Por el contrario, la prueba de aritmética sí era decisiva. No poder solucionar el
problema, o equivocarse en su resolución, suponía suspender. Por lo tanto, el uso correcto de
las propiedades de la multiplicación y de la división era trascendental para alcanzar la
secundaria. Esto abre el interrogante de cuántos fueron capaces de superar con éxito el acceso
y, como demuestra el GRÁFICO 1, confeccionado con los datos recogidos en las memorias
del instituto referentes al ingreso (como esta información no era forzoso recopilarla según el
Reglamento de 1859, la serie no está completa), el número de suspendidos era casi
insignificante respecto al de aprobados, siempre por debajo del 10% del total de presentados.
3 AHILLV: Exp. Ac. Ángel Peris, V. Nº 4024 Caja 138 4 AHILLV: Exp. Ac. Forns Company, R. Nº 9910. Caja 333 5 AHILLV: Exp. Ac. Frasquet Marí, B. Nº 8973. Caja 303
2
Gráfico 1 Alumnos ingresados
0
50
100
150
200
250
300
350
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Por otro lado, las asignaturas curriculares se cursaban con éxito, al igual que hoy día,
si se superaba un examen final. Si, según el criterio del catedrático, el alumno estaba
preparado y no había incurrido en un exceso de faltas de asistencias, podía presentarse a las
pruebas de fin de curso. Estos exámenes eran públicos y sus tribunales estaban formados por
el profesor encargado de la asignatura, más dos compañeros que impartiesen materias
análogas designados por el director, cuya función era preguntar al postulante por tres
lecciones sacadas a suerte. Tras un interrogatorio que no se demoraba más de diez minutos, el
tribunal deliberaba en secreto para conceder las calificaciones, contra las que no se podía
presentar recurso de ninguna clase. Si alguien suspendía o no se presentaba, tenía una segunda
convocatoria en septiembre.
En términos generales, este trance, al igual que el examen de ingreso o el de grado, no
era excesivamente duro y la gran mayoría aprobaba, como puede verse en el siguiente cuadro.
CUADRO 1 MEDIA DE SUSPENSOS
1859-1866 1866-1868 1868-1875 1875-188013% 7,5% 17,85% 15%
FUENTE: Memorias del Instituto Se debe anotar que estas cifras no recogen el número de estudiantes que habían sido
excluidos de las listas de admitidos o, simplemente, no se habían presentado, porque dicho
dato solo se referiría desgajado a partir de 18796, aunque este contingente oscilaría entre el
15% o el 10%, estando siempre entre el 75%-80% el número total de los que pasaban curso. 6 MEMORIAS DEL INSTITUTO PROVINCIAL DE 2ª ENSEÑANZA. CURSO DE 1879 Á 1880. Valencia, Imprenta de Manuel Alufre, 1880, pág. 12
3
Es más, el mayor porcentaje de suspensos del Sexenio se explica por, precisamente, haber
aumentado la concurrencia a los exámenes al haberse suprimido la exclusión por faltas de
asistencia. Lógicamente, al recaer sobre los alumnos la decisión de someterse a la evaluación,
muchos eran los que preferían arriesgarse y tentar a la suerte. Asimismo, las bajas tasas de
reprobados del bienio de Orovio se deben a la casi total marginación del plan de estudios de
las asignaturas de contenido científico, que dejaron en excedencia a Antonio Suárez, quien era
el ¡terror de humanidades! […] verdadero sabio en Matemáticas, [que] sembraba el pánico
en torno suyo, por lo que exigía y lo que calabaceaba7. De hecho, solía más que duplicar la
media de suspensos, razón por la cual el rector Pizcueta, en el informe sobre el estado del
instituto remitido a la Dirección General de Instrucción Pública en 1861, se veía en la
necesidad de justificar su dureza por la importancia de la aritmética y el álgebra8. Del mismo
modo, al exigir las pruebas de matemáticas la resolución practica de problemas y operaciones
era más fácil evaluar con justicia y objetividad unos ejercicios eminentemente orales y breves.
No obstante, las tasas de aprobados y suspensos oscilaban, no tanto por la dificultad de
la materia, como por la idiosincrasia del presidente del tribunal, aunque, en Valencia, el resto
del profesorado no se desviaba tanto de la media como su compañero de matemáticas. Por el
contrario, en Castellón, con unos niveles de reprobados mayores, se daría el fenómeno de que,
con el cambio de catedrático, algunas asignaturas pasaban de otorgar las calificaciones más
severas a ser las más benignas, y viceversa9. Evidentemente, si había malestar por las
decisiones del tribunal, éste no podía expresarse formalmente, aunque es probable que la
mayor severidad en las evaluaciones exigida por la libertad de enseñanza del Sexenio, con un
máximo de suspensos del 27% para el curso 1871-72, despertase algunos recelos entre el
alumnado porque el director, el historiador Vicente Boix, dirigió en el acto de inauguración de
curso las siguientes palabras a sus pupilos:
“No, alumnos queridos de mi alma, no se complace jamás un Profesor en estigmatizar la carrera vacilante de sus alumnos; y seria una injusticia, si no es una iniquidad, atribuir un acto de severa é imparcial justicia á la inspiracion irritante de las malas pasiones, cosa que no cabe en el hombre que piensa, que siente, que enseña, que ama.[…] Sólo sucumben los que han dado pruebas de indiferencia, de torpeza vencible, ó de ese desenfado, con que osan resistir con la sonrisa en sus labios el consejo y la palabra del Profesor.”10
7 LLORENTE FALCÓ, Teodoro: Memorias de un setentón. VOL II. Valencia, Federico Doménech, 2001, pág. 418 8 AGA: Sección 5, Asuntos generales de institutos, Caja 32/09284 9 ALTAVA RUBIO, Vicenta: Aportaciones al estudio de la Enseñanza Media en Castellón, 1846-1900. Tesis Doctoral, Valencia, Universitat de Valencia, 1993, pp. 317-362 10 MEMORIAS DEL INSTITUTO PROVINCIAL DE 2ª ENSEÑANZA. CURSO DE 1873 Á 1874. Valencia, Imprenta de José Rius, 1874, pág. 11-12
4
En realidad, a pesar de la benignidad general en las calificaciones, no se puede obviar
el carácter revolucionario que tenía una prueba objetiva e igualadora para evaluar el mérito de
los postulantes. En sintonía con el pensamiento liberal, el examen era individual, público y
ecuánime y, en teoría, no estaba sometido a condicionantes fundados en el origen familiar o
las circunstancias personales. Todo esto contradecía un universo tradicional de valores
arraigado en la honorabilidad y dignidad del linaje y en la necesidad de establecer diferencias
en virtud de los privilegios ostentados. En consecuencia, es fácil entender la obstinación que
demostró el ministro Orovio entre 1866 y 1868 en su afán de destruir los institutos
provinciales y la secundaria como un espacio educativo con entidad propia en favor de los
seminarios conciliares.
Por esta razón, Real Decreto de 10 de septiembre de 1866 concedió a los seminarios la
posibilidad de ofertar los estudios de bachillerato completos y gravarlos como ellos
considerasen oportuno, incluso por debajo de los derechos estipulados por el gobierno.
Obviamente, estas medidas abrían la puerta a todo tipo de irregularidades, tejemanejes ilícitos
y estrategias subrepticias para graduarse en palmario fraude de ley. Los seminarios, entidades
en última instancia dependientes del gobierno, podían matricular y evaluar a los jóvenes como
considerasen oportuno, con total independencia respecto al rector o la Dirección General de
Instrucción Pública y, a pesar de actuar sujetos sólo a su propio criterio, conferir títulos
legales. Como es lógico, difícilmente una corporación educativa cuya misión principal era
encauzar la vocación religiosa hacia el sacramento del sacerdocio, podía cumplir el doble
objetivo de formación integral de la persona y preparación para las carreras universitarias
encomendado a la enseñanza media. Por lo tanto, un seminario no podía convertirse en un
servicio público riguroso y de calidad abierto a toda la sociedad. Se trataba de un peligro de
envergadura; sirva de ejemplo que para el curso 1867-68, el seminario tenía matriculados a
703 niños en el bachillerato, cifra equiparable a la del establecimiento público. Es más, la
profesionalidad de los sacerdotes se manifiesta al comprobar que de los 198 inscritos en el
primer curso, 125 aprobaron y sólo 3 suspendieron; pero, aún más extraordinario, los 70 no
presentados pasaron casi todos de curso en convocatoria extraordinaria, muchos de ellos con
la nota de ganado por asistencia11.
En definitiva, Orovio intentó enviar un mensaje claro a la Nación: el gobierno
considera que si su hijo se forma bajo la tutela de la Iglesia, sólo responde ante ella, y sólo a
ella debe su título y sus estudios, merece los mismos reconocimientos y derechos adquiridos
11 AHUV: Archivo General 462
5
al obtener un título expedido en un establecimientos oficial tras sufrir exámenes públicos
dirigidos por tribunales oficiales que deben responder ante la autoridad pública.
Desafortunadamente para sus propósitos, la Revolución Gloriosa y el ministerio de Ruiz
Zorrilla barrieron toda su obra legislativa.
Por otro lado, antes de 1880 no hubo una conflictos de especial relevancia entre los
colegios privados y la enseñanza oficial, porque el marco normativo creado por Antonio Gil
de Zárate había sido muy restrictivo con la creación de centros educativos religiosos y, en
consecuencia, el número de matriculados en dichos establecimientos no fue especialmente
significativo hasta que la libertad de educación decretada por el Sexenio abrió las puertas a la
proliferación de academias y escuelas religiosas que se consolidaron con la Restauración,
como puede observarse en el GRÁFICO 2.
Gráfico 2Alumnos de Estudios Generales según tipo de enseñanza
0
100
200
300
400
500
600
700
800
900
1000
1860-61
1861-62
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1863-64
1864-65
1865-66
1866-67
1867-68
1868-69
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// 1872-73
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Del mismo modo, el Reglamento de 1859 había dispuesto que los jóvenes inscritos en
colegios privados fuesen examinados por tribunales compuestos por dos catedráticos oficiales
designados por el director y el profesor de su centro que hubiese impartido la asignatura en
cuestión. De esta forma, se confiaba preservar la independencia del proceso, porque para
suspender a un postulante sólo eran necesarios dos votos negativos de los jueces. Por otra
parte, si el colegio estaba radicado en la misma capital de la provincia, los exámenes debían
realizarse en las dependencias del instituto, mientras que si se encontraba en una población
lejana, el director comisionaba a dos catedráticos que recibían sus dietas por desplazamiento y
manutención del propietario del colegio. Este sistema, que podía mostrarse endeble en su
cometido de garantizar la igualdad, no originó escándalos de ninguna clase por la poca
6
entidad de la enseñanza privada. Además, como el decreto de 14 de mayo de 1875 expulsó a
todos los profesores privados de los tribunales de examen, los primeros años de la
Restauración no afectaron tampoco al correcto desarrollo de estos asuntos. Sin embargo,
cuando el decreto de 28 de febrero de 1879 volvió a permitir que uno de los jueces
examinadores fuese un profesor particular, la situación era muy distinta a 1859, porque en
1875 se había iniciado una dura pugna entre las dos modalidades de enseñanza por la
preeminencia en el número de matriculados, una pugna que, como comentaremos más
adelante, adquirió relevancia política.
Teoría y práctica de los exámenes hasta las reformas de Romanones
Si bien uno de los puntos de mayor controversia entre los conservadores y los liberales
durante la Restauración fue la edad y los conocimientos mínimos exigibles para el ingreso en
la enseñanza media, en la práctica el examen de ingreso y sus requisitos se mantuvieron sin
modificaciones hasta que el decreto de 12 de abril de 1901 promulgado por Romanones
impuso El Quijote como el único texto válido para emplear en los dictados, prohibió las
dispensas de edad para evitar ingresos prematuros en la enseñanza media y elevó el nivel de
conocimientos exigidos para equipararlos con la instrucción primaria superior que deseaba
fomentarse.
Como es lógico, si la prueba era la misma desde la Ley Moyano, los resultados fueron
también muy similares, como recoge el GRÁFICO 3. Si en el periodo anterior, la tasa de
reprobados nunca superó el 10%, en estos años tan sólo se traspasó esta cifra en una ocasión
antes de 1902, aunque con posterioridad a las reformas de Romanones sí se observa un ligero
incremento de los suspensos. Igualmente, para aprobar el examen continuaba teniendo más
importancia la resolución del problema de cálculo que la correcta ejecución del dictado.
7
Gráfico 3 Alumnos ingresados
0
100
200
300
400
500
600
700
1880
-81
1881
-82
1882
-83
1883
-84
1884
-85
1885
-86
1886
-87
1887
-88
1888
-89
1889
-90
1890
-91
1891
-92
1892
-93
1893
-94
1894
-95
1895
-96
1896
-97
1897
-98
1898
-99
1899
-190
0
1900
-01 //
1905
-06
1906
-07
1907
-08
1908
-09
1909
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1910
-11
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-12
1912
-13
1913
-14
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sAprobadosSuspendidos
Por el contrario, los exámenes de asignatura sí sufrieron pequeñas alteraciones que
subvirtieron las garantías recogidas en el Reglamento de 1859. Si el decreto de 28 de febrero
de 1879 permitió nuevamente la presencia de un profesor particular en las comisiones
enviadas a los centros privados, la política educativa seguida por los gobiernos conservadores
en años posteriores tendría como principal objetivo privilegiar a los colegios religiosos. Por
ejemplo, el 20 de febrero de 1881 ordenaron formar una comisión para el Colegio de San
José, a pesar de que esta escuela de los jesuitas estaba emplazada en la misma ciudad de
Valencia. Además, ese año concedieron a los jesuitas la gracia de que los ejercicios de grado,
en vez de efectuarse en el instituto provincial como era reglamentario, se celebrasen en dicho
colegio12. Al año siguiente, se repetirían estos favores, que se ampliaron a las escuelas pías de
Valencia13 y un 36% del total de exámenes se verificaría ya en establecimientos privados;
pero dos años después, el porcentaje subiría a un 43%14.
Obviamente, defender la integridad del proceso dependía de los catedráticos, porque
en su mano estaba reprobar a quien lo mereciera. Ellos, empero, denunciaban en las memorias
que el sistema impedía una justa severidad por el gran número de pruebas orales que debían
evaluar en poco tiempo: “Mientras los primeros [alumnos oficiales] ven siempre en el tribunal al Catedrático de la asignatura objeto del examen, la inmensa mayoría de los examinados de privada, sufren sus ejercicios ante Tribunales distintos entre sí, especiales para cada colegio y formados por dos ó tres Catedráticos que examinan de todas las asignaturas de su sección ó de todas las de la 2ª enseñanza. Así resulta luego que en los premios llevan todos los cursos gran ventaja los Sobresalientes de
12 AHUV: Enseñanza Media 6 13 AHUV: Enseñanza Media 7/1 14 AHUV: Enseñanza Media 7/3
8
enseñanza oficial, demostrando la solidez de sus conocimientos, mayor que en los de las otras enseñanzas; y en los grados de Bachiller, como veremos más adelante, es mucho menor el número de Sobresalientes procedente de privada que los procedentes de oficial.”15
Por esta razón, se reclamarían soluciones a esta problemática de alcance nacional
como la constitución de tribunales únicos para la privada o, simplemente, la supresión de las
comisiones: “Los alumnos de los Colegios de fuera de la capital no son juzgados con tanta severidad como los que se examinan en el Instituto, porque las Comisiones de exámenes, por muchas causas que no son de este lugar, no pueden en las pequeñas poblaciones obrar con la independencia que en las capitales, y su constitución entraña tal desigualdad, que forzosamente se ha de reflejar en distintos criterios para juzgar á los diversos grupos de alumnos de las misma asignatura. Por eso es unánime la opinión de algunos Claustros contraria á la existencia de las Comisiones de exámenes, máxime donde la facilidad de comunicaciones permita que cada Colegio pudiera en uno ó dos dias traer á la capital y ver en ella examinados á todos sus alumnos.”16
En 1888, estos ruegos fueron atendidos por Canalejas, cuando ocupaba la cartera de
Fomento, y en su decreto de 28 de agosto prohibió tajantemente el envío de comisiones de
examen con el fin de que todas las pruebas se verificasen en el establecimiento oficial, aunque
respetó la presencia del profesor particular. Todo esto tuvo como consecuencia que: “Con la casi supresión desde este curso de las Comisiones que iban á los Colegios, y consiguiente igualdad relativa de los alumnos oficiales y de los privados comparecen hoy ante Tribunales sólo distintos por la entrada del Profesor privado, ha puesto claramente en evidencia que los frutos que al parecer obtenía en cursos anteriores, eran hijos de la menor competencia y de la desigualdad de criterio que por fuerza de las cosas entrañaban en sí las citadas Comisiones.”17
Desafortunadamente, una campaña de protesta apoyada por la prensa conservadora
finalmente lograría derogar este decreto para el curso 1889-9018. Sin embargo, en realidad
resulta difícil sostener que se produjesen agravios comparativos de importancia porque, como
demuestra el GRÁFICO 4, la enseñanza media no era especialmente exigente.
15 MEMORIAS DEL INSTITUTO PROVINCIAL DE 2ª ENSEÑANZA. CURSO DE 1881 Á 1882. Valencia, Imprenta de Manuel Alufre, 1883, pág. 10 16 MEMORIAS DEL INSTITUTO PROVINCIAL DE 2ª ENSEÑANZA. CURSO DE 1886 Á 1887. Valencia, Imprenta de Manuel Alufre, 1888, pág. 11 17 MEMORIAS DEL INSTITUTO PROVINCIAL DE 2ª ENSEÑANZA. CURSO DE 1888 Á 1889. Valencia, Imprenta de Manuel Alufre, 1889, pág. 9 18 DÍAZ DE LA GUARDIA, Emilio: Evolución y desarrollo de la Enseñanza Media en España 1875-1930. Un conflicto político-pedagógico. Madrid, MEC, 1988, pp. 66-67
9
Gráfico 4Porcentajes pérdida de curso
0%
10%
20%
30%
40%
50%
60%
1880-81
1881-82
1882-83
1883-84
1884-85
1885-86
1886-87
1887-88
1888-89
1889-90
1890-91
1891-92
1892-93
1893-94
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1895-96
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Los índices de pérdida de curso sólo eran elevados en el contingente de estudiantes
que cursaban la enseñanza doméstica o libre, mientras que la gran mayoría, los inscritos en el
establecimiento público o los colegios privados incorporados, presentaba unas tasas
moderadas que, además, fueron descendiendo progresivamente durante todo el periodo.
Obviamente, el 14% de media de los centros privados frente el 19% de media registrado en el
instituto provincial es notablemente inferior, pero esto no significa necesariamente una mayor
benignidad de las calificaciones, porque estos agregados comprenden tanto a los reprobados
como a los no presentados. Desafortunadamente, estas cifras, que el secretario Emilio Ribera
añadía voluntariamente a las memorias, no se desglosan, aunque su suma total sí se
presentaba desgajada en suspensos y no presentados.
10
Gráfico 5Razón pérdida de curso
0%
5%
10%
15%
20%
25%
30%
1880-81
1881-82
1882-83
1883-84
1884-85
1885-86
1886-87
1887-88
1888-89
1889-90
1890-91
1891-92
1892-93
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1894-95
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Años académicos
Porc
enta
jeSuspensosNo PresentadosTotal
Como puede verse en el GRÁFICO 5, la principal razón de pérdida de curso era el
abandono, si bien la tendencia general fue perseverar cada vez más en los estudios, así como
obtener mejores resultados, ya que el porcentaje de suspensos se reduce también
progresivamente hasta alcanzar una cuota testimonial del 5%. Lógicamente, todo esto hace
suponer que el mayor índice de fracaso escolar de los alumnos oficiales se debía,
principalmente, a razones de tipo personal como una precaria situación familiar que les
empujaba a una más pronta incorporación al mercado laboral. Probablemente, obstáculos de
esta índole les impedían proseguir con sus estudios, mientras que los asistentes a centros
privados disfrutarían de un mejor contexto económico que les protegería ante posibles
contratiempos. Por lo tanto, el supuesto favoritismo de algunos tribunales frente la neutralidad
de otros no era un factor determinante en el fracaso escolar, porque parece ser que, en
términos generales, eran bastante indulgentes. En consecuencia, la menor dureza de las
evaluaciones, así como un mayor esfuerzo por continuar los estudios, explican que el
porcentaje de egresados en la secundaria ascienda del 35% registrado entre 1859 y 1880 sobre
el total del alumnado al 50% de este periodo. Por otra parte, ese otro 50% que no completa el
bachillerato responde más al abandono voluntario de los estudios, que a la imposibilidad de
alcanzar el listón de conocimientos exigido. Es decir, un grupo destacable de estudiantes
cursaba satisfactoriamente las asignaturas de las que se habían matriculado, pero por motivos
personales, seguramente relacionados con su vulnerabilidad económica, no perseveraban
hasta lograr el grado.
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Críticas y reformas de los exámenes
Al igual que la mayoría de pedagogos reformadores, los políticos liberales encargados
de la educación como el mismo Groizard, Eduardo Vincenti o Romanones, criticaron
duramente el sistema de exámenes orales, así como los libros de texto que lo sustentaban. Los
manuales escolares intentaban ser exhaustivos y no estaban adecuados a un público lector
que, mayoritariamente, era menor de 16 años y no tenía una gran competencia lectora-
escritora. Si bien es cierto que los mejores volúmenes podían estar ilustrados con
clarificadores diagramas o correctamente estructurados, no por ello dejaban de contener más
de cuatrocientas o quinientas páginas escritas en un estilo solemne y aséptico. Pero, como los
escolares no podían retener tal cantidad de información, al final de los capítulos se añadía un
resumen esquemático según el modelo pregunta-respuesta o con los epígrafes de las lecciones
más un párrafo que condensaba lo más relevante. Lógicamente, como destacaba Eduardo
Vincenti, el examen condicionaba todo el aprendizaje: Lo mismo el profesor que el alumno
parecen sugestionados ante la perspectiva del exámen de junio. El profesor se ocupa del
programa y del número de lecciones que habrá de enseñar para llegar a junio, y el alumno en
aprender las primeras preguntas del programa y aprender las contestaciones
taquigráficamente19.
De este modo, tras las respuestas orales se podían enmascarar ante el tribunal grandes
lagunas o argumentaciones incoherentes, ya que los profesores debían calificar en muy pocos
días una gran cantidad de ejercicios. Esto obligaba a formar tribunales, especialmente cuando
se trataba de comisiones de exámenes, que podían estar integrados por docentes de materias
análogas, pero no por el titular de la asignatura en cuestión. Del mismo modo, el poco tiempo
disponible para contestar oralmente a las preguntas impedía hacerse un juicio certero sobre los
conocimientos adquiridos, porque no siempre era fácil distinguir a quién comprendía
correctamente el temario, pero los nervios le hacían argumentar trémula e incoherentemente,
de quienes repetían aleatoriamente fragmentos de los manuales memorizados.
Por otro lado, el trato de favor concedido a los colegios privados más la dejadez
administrativa que caracterizó a la Restauración propició una merma de la autoridad y
respetabilidad de los catedráticos. Por ejemplo, una corrosiva novela de principios del siglo
XX mostraba un extenso cuadro de prácticas reprobables como el pago de dietas superiores a
la tasas reglamentarias, hospedajes con doncellas de servicio incluidas, gratificaciones
extraordinarias añadidas a los derechos de examen u obsequios entregados por Navidad como
19 VINCENTI, Eduardo: Política pedagógica. Tomo I. Madrid, Imprenta de los Hijos de M. G. Hernández, 1916, pág. 113
12
turrones, licores y jamones con el fin de tentar al profesor linfaticón y panzudo, para el cual
todos los colegios eran buenos, siempre y cuando dieran dietas extraordinarias, buena cama
y mejor mesa20. En definitiva, más de un profesor debía sentirse agradecido ante estos actos
de altruismo y es muy posible que una de las principales causas que explique el bajo índice de
reprobados sea, simplemente, la presión social recibida por los catedráticos. Como se relataba
en la misma novela sobre Valencia: “Los universitarios examinadores se veían cortejados por los padres, parientes y amigos de los examinandos. Para las familias de los catedráticos eran los meses de Mayo, Junio y Septiembre la época feliz, cuando su presencia en los paseos, teatros, templos y demás lugares de concurrencia producía mayor impresión y acopio de zalemas, súplicas y recomendaciones. Por una costumbre mal tolerada, los espíritus fuertes, los intelectuales, se dejaban estrechar la voluntad y la conciencia en un círculo de hipócritas adulaciones y bajezas, en los que, burla burlando, iban acorralándoles las ambiciones y las vanidades de gentes que, una vez satisfechas, despreciaban al catedrático y á su asignatura. El Dr. Tururé se quejaba de que á ningún universitario de la Atenas del golfo se le había ocurrido contestar á la recomendación del político enfatuado, de la dama dominante, del ricacho vanidoso, del amigo entrometido, del conocido audaz ó del comprofesor insensato.”21
Por lo tanto, la cuestión de los exámenes y su imparcialidad era un tema capital de
discusión a principios del siglo XX, cuando la Asociación de Catedráticos Numerarios de
Instituto se reunió durante el mes de abril de 1900 en Madrid para discutir sobre el modelo del
bachillerato español e influir en las reformas que el ministro García Alix quería emprender.
En relación a los exámenes, concluyeron: “1ª. Aparte del fin esencial de la enseñanza, consistente en la adquisición firme de conocimientos para el que aprende, mediante el doble ejercicio de la actividad del profesor y el discípulo, el trabajo de uno y otro ha de menester una sanción inmediata […]. Bajo este concepto, los exámenes, severamente realizados, son la garantía del trabajo y de la disciplina, lo mismo para el Estado que para las familias, igual para el profesor que para los alumnos. 2ª. Los exámenes son absolutamente necesarios […]por lo cual la Asociación de Catedráticos cumple el deber moral de llamar acerca de ello la atención de los poderes públicos, dado que su silencio respecto á punto tan esencial, no sería explicable, no revelaría otra cosa que temor de exponer sus convicciones íntimas. 3ª. Los exámenes deben ser públicos, y las calificaciones públicas también, limitando éstas á las de Sobresaliente, Aprobado y No aprobado. […] 5ª. Los exámenes de asignatura consistirán en dos ejercicios, uno escrito y otro oral, no pudiendo pasar al segundo los que no hubieran sido aprobados en el primero. […] 7ª. Los tribunales de examen estarán constituidos para los ejercicios escritos por tres catedráticos numerarios, el de la asignatura ó quien hiciere sus veces, según la ley, y dos de asignaturas análogas, cuando de exámenes de asignatura se trate. […] El procedimiento á que hayan de ajustarse los exámenes escritos será de tal naturaleza, que el tribunal, al juzgar los trabajos escritos, no pueda conocer el alumno á quien pertenecen. 8ª. Los tribunales de examen de asignaturas para los ejercicios orales, estarán formados del mismo modo que los anteriores para los alumnos oficiales. Para los libres se reemplazará uno de los vocales, que no sea el de la asignatura, por el profesor particular del alumno, siempre que tenga
20 DOCTOR ESTEBAN DE MARCHAMALO: Los Universitarios (novela de tipos y costumbres académicas de 1898), Madrid, Biblioteca de la Educación Nacional, 1902, pp. 1-22 21 Íbid. pp. 195-196
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título. Cuando el profesor particular carezca de titulo ó no se presente á ejercitar su derecho de intervenir en el examen, el tribunal será el mismo que para los alumnos oficiales. 9ª. Se suprimen las Comisiones especiales de examen á los que se llamaban colegios incorporados.”22
García Alix, empero, cedió a los sectores conservadores y en vez de suprimir las
comisiones de examen dictó una orden el 26 de mayo que hacía recaer sobre los rectores la
responsabilidad de su nombramiento; estratagema que fue un cuchillo de doble filo, porque, si
bien por un lado reforzaba la autonomía del estamento académico, por el otro ponía a sus
superiores expuestos a las críticas de la opinión pública. En teoría, en virtud del decreto de 15
de mayo de 1891, existía la limitación de no formar comisiones de examen para los colegios
que no estuviesen radicados a más de 5 km de los institutos provinciales; pero, como ya
hemos señalado, los conservadores ignoraban dichos requisitos concediendo gracias
especiales que repetían habitualmente. Por lo tanto, ahora los rectores debían decidir
libremente cómo aplicaban la normativa sin poder escudarse en las decisiones tomadas desde
Madrid.
En este punto, se debe recordar que Valencia vivía en esos mismos años la ruptura del
turnismo político, porque los partidos dinásticos se habían visto superados por el blasquismo,
un partido republicano con un discurso democrático, popular y participativo, que había
logrado en 1899 unos magníficos resultados en las elecciones municipales que hacían prever
su pronta victoria por mayoría en 1901. Esto hizo reaccionar a los sectores católicos que,
auspiciados desde el arzobispado, se unieron en torno a la Liga Católica, una agrupación
política que confiaba poder aglutinar bajo su liderazgo a conservadores, carlistas e incluso
liberales moderados para hacer frente al avance del republicanismo. En este contexto de
ampliación de la base social de los correligionarios, de búsqueda de simpatizantes y de activa
movilización electoral, las campañas de denuncia promovidas por la prensa, que se alzaba
como guardián de la moral pública, o la organización de manifestaciones callejeras se
intensificaron hasta el punto de producirse pequeños brotes de violencia que alarmaron a los
estratos más acomodados de la ciudad23.
En consecuencia, cuando el director del instituto provincial de Valencia y católico
devoto, Pedro Fuster, concedió en mayo de 1900 comisiones de exámenes a las Escuelas Pías
de Valencia y a los jesuitas en contra de la voluntad del los propios profesores del claustro,
pero con el beneplácito del rector, el líder de la Liga Católica Nicolás Ferrer, se desató un
conflicto académico que podía merecer la atención de los periódicos políticos. El 11 de junio
22 LA SEGUNDA ENSEÑANZA: nº 177, 18 de abril de 1900 23 REIG, Ramiro: Blasquistas y Clericales. València, Institució Alfons el Magnànim, 1986
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apareció en El Correo de Valencia un artículo que denunciaba el abuso de las comisiones y, al
día siguiente, El Pueblo, medio de expresión del blasquismo, se hacía eco de la noticia:
“Nuestro Instituto y el clericalismo Reina disgusto entre los profesores de este Instituto por el nombramiento de comisiones de exámenes. […] El Sr. Fuster ha obrado en este asunto de una manera solapada, pues no sólo se olvidó de consultar particular ú oficiosamente al claustro de profesores del Instituto, sino que también hecho en olvido un acuerdo tomado por dicho claustro. […] Apoyándose estrictamente en la ley, debió informar desfavorablemente dicha petición. Pero era mucho más sencillo faltar á la ley de manera tan descarada á caer en desgracia para con los jesuítas y escolapios. […] Sabemos que de los profesores nombrados para dichas comisiones hay algunos dispuestos á rechazar dichos nombramientos y exigirán al Sr. Fuster las responsabilidades en que haya incurrido al emitir su tan desgraciado como ilegal informe, apurando para ello todos los medios legales. Bien por los profesores que, dando muestra de su independencia é imparcialidad, no aceptan imposiciones arbitrarias ni permiten que se falte á la ley impunemente, aunque el que la vulnere sea un superior jerárquico.”24
El día 13 de junio, el mismo periódico, con el titular El Clericalismo en la enseñanza-
Catedráticos humillados25, denunciaría que jesuitas y escolapios aprovechaban dichas
pruebas para cobrar a los padres tasas extraordinarias completamente innecesarias para el
pago de las dietas de los profesores oficiales y anunciaba que éstos pensaban renunciar a los
nombramientos por su ilegalidad. De esto también darían cuenta, pero con un lenguaje más
intenso y provocador, en el siguiente número:
“Los catedráticos á los pies de la reacción Rector culpable-Abuso consumado-Dimisión
Estafas á los padres de los alumnos- Vergüenzas- Porvenir negro La audacia del rector […] y sino audacia cobardía ante las imposiciones del jesuitismo, es inconcebible y va á armar ruido y escándalo. […] Positivamente sabemos que han presentado la renuncia de tales nombramientos los señores Milego, Orts y Polo y Peyrolón, […]. Los tres dimisionarios comulgan en distintos partidos políticos, desde el liberal señor Milego y el romerista D. José Antonio Orts hasta el tradicionalista Sr. Polo y Peyrolón. Con la protesta de tan distintas opiniones se demuestra cuán humillantes es para los catedráticos esta decisión del rector. Respecto al Sr. Calatayud suponemos presentará también la dimisión, pues es inconcebible se atreva dicho señor á figurar en un tribunal ante el cual han de presentarse hijos suyos y los discípulos del mismo colegio en que aquéllos se educan. Tenemos la seguridad de que todo el mundo calificará esta conducta en términos muy duros […] y verá en ella un peligro grandísimo para la imparcialidad que debe presidir estos exámenes, pues es de presumir se incline a la benignidad. Si examinamos las comisiones nombradas veremos que en ambos tribunales de francés figura D. Pedro Fuster, cuando debía ocupar este lugar el catedrático de alemán D. Donato King, que como profesor de lenguas vivas, es el más indicado para ellos. […] Esta postergación del Sr. King ha salido del rectorado á instancias de jesuítas y calasancianos, para quienes no es santo de su devoción dicho señor por sus ideas eminentemente liberales. Es verdaderamente vergonzoso para Valencia que el rectorado de esta Universidad esté á merced de la reacción, que impone por mano de jesuítas y escolapios su voluntad al Sr. Ferrer y Julve, que ha quedado convertido […] en el súbdito más humilde y obediente de los elementos clericales. […] ha pisoteado la dignidad de los catedráticos, enviándolos como siervos del jesuítismo á servir á […] los mercaderes de la religión y á ser cómplices de la estafa. [Ferrer y Fuster] Merecen la destitución de los cargos que desempeñan, cargos que han deshonrado al humillarse ante el profesorado clandestino. Pedimos á
24 EL PUEBLO: 12 de junio de 1900 25 EL PUEBLO: 13 de junio de 1900
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los catedráticos todos que tengan energía y no consientan de ningún modo estas vergüenzas. […] ¡Ay de ellos en lo porvenir si se dejan humillar por la reacción!”26
En siguientes entregas, El Pueblo reflexionó sobre el trato de favor que recibían los
colegios religiosos respecto a los alumnos oficiales, los libres y los matriculados en academias
privadas, que podía terminar por hacer desaparecer los establecimientos públicos, porque las
notas regaladas a los estudiantes luises (de centros religiosos) aumentaban la clientela de sus
escuelas y deterioraba una enseñanza que no podía acabar con la imbecilidad en España.
Finalmente, advertía a los catedráticos egoistas, más amigos de los frailes que de la dignidad
profesional, de que por el predominio de las órdenes religiosas dedicadas á la enseñanza
viene la muerte de hambre para vosotros27. Por el contrario, el 18 de junio atacarían
frontalmente a los catedráticos adscritos a la Liga Católica:
“El maquievelismo del Sr. Fuster ha empezado á conocerse. […] El rector, aunque tarde, sabemos que empieza á desconfiar de las protestas y juramentos del director del Instituto y le tienen en estudio. […] A pesar de lo muy preocupado que se encuentra D. Pedro el Católico y del efecto que en su ánimo producen los cargos, las desconfianzas y los recelos del rector, ayer aprovechó la mañana examinando de francés en la Escuelas Pías y devengando las correspondientes pesetejas de las dietas. […] Los Sres. Rivera, Suarez y Colveé pasaron el día de ayer examinando en el colegio de Liria. Así se aprovecha el tiempo y se llena el bolsillo. Calatayud pasa los días á mesa y mantel en el colegio de los jesuítas, y á pesar de esto aun tiene la frescura de hablar de tribunales de honor y amenaza con residenciar á los que facilitan antecedentes y noticias para campañas tan antirreligiosas como la de EL PUEBLO [sic]. Ignora Calatayud que nosotros á veces no necesitamos referencias ni delaciones de parte interesada para averiguar y denunciar abusos, mucho más tratándose como aquí se trata de asunto tan trascendental como el de la enseñanza. El tribunal de honor lo presidiría el señor Fuster y actuaría de fiscal el bueno de. D. Vicente y como secretario el insustituible señor Rivera. […] Tiene gracia eso del Tribunal de honor en boca de Calatayud. El Tribunal de honor debiera formarse para expulsar del claustro al catedrático que como Calatayud se atreve á examinar y banquetear en el colegio en que estudian sus propios hijos. Eso sí que es desahogo y… cutis de vaqueta. […] Sí: muchas cosas feas han cometido los señores Fuster y Calatayud, y si no hay bemoles en el claustro para formarles tribunales de honor, existe un tribunal más alto que les ha juzgado y condenado ya: el de la opinión pública. Cobren dietas, coman y callen esos catedráticos, á cambio de aprobar todo el plantel de calabacillas cultivadas en los laboratorios de las órdenes religiosas; pero no hablen jamás de cuestiones de dignidad profesional. Más valiera que hubiesen sabido volver por los prestigios de la cátedra y por la puridad de la enseñanza, en vez de dejarse pisotear por los zapatones de los clérigos. Que les rasuren la coronilla y les pongan bonete. ¡¡¡Jesuítas!!).”28
Como es lógico, estos conflictos de índole interna, con la ruptura del consenso
establecido gracias al turnismo dinástico, podían trascender los límites propios de la
autonomía académica y ser instrumentalizados por los agentes políticos que deseaban
movilizar la opinión pública con el fin de lograr una mayor y más activa participación
ciudadana en las elecciones. A pesar de que el discurso anticlerical respondía, según Manuel
Suárez Cortina, a un esquema dicotómico que enfrentaba tradición con modernidad o
26 EL PUEBLO: 14 de junio de 1900 27 EL PUEBLO: 16 de junio de 1900 28 EL PUEBLO: 18 de junio de 1900
16
confesionalidad frente a secularización29, la campaña de denuncia sostenida por los
blasquistas contraponía, más bien, privilegio contra igualdad al destacar que, gracias a sus
influencias, los jesuitas lograban que sus discípulos evitasen concurrencias abiertas donde
tuvieran que mostrar su valía ante los tribunales en las mismas condiciones que los
estudiantes oficiales. El enfrentamiento con la Liga Católica se producía por su
antiliberalismo y su antirrepublicanismo, ya que, como demuestra el GRÁFICO 4, la
controversia en torno a las comisiones de exámenes no se fundaba en las consecuencias
cuantitativas de este proceder, sino en su trasfondo ideológico. El examen como una prueba
igualadora e imparcial, que debía garantizar el triunfo del mérito individual, era puesto en
entredicho si el acatamiento a las reglas del juego no era escrupuloso. Por esta razón, el pago
de dietas por parte de los directores de colegios se configuraba como un elemento perturbador
del recto criterio de los jueces, que, además, recibían en metálico los derechos de examen de
mano de los mismos alumnos. Todo esto probaba que las congregaciones religiosas no
formaban parte de la sociedad civil, porque se negaban a aceptar las reglas de la libre
competencia y los jueces imparciales que, en teoría, debían regir para todos: sus pupilos,
protegidos por la Iglesia, accedían a sus títulos académicos sin haber sufrido esa lucha vital
que tanto defendían los pensadores regeneracionistas.
En realidad, en parte de la sociedad conservadora valenciana existía un miedo atroz
hacia los jueces imparciales y las pruebas de evaluación objetivas, a pesar de su carácter oral
y de su tasa testimonial de reprobados. De hecho, el interés puesto por el director del instituto
en la constitución de las comisiones de examen se debió a la presión social que recibió al
propagarse los rumores sobre una posible derogación de las comisiones de exámenes dictada
por García Alix. Antes del mes de Mayo de 1900, Pedro Fuster recibió 17 tarjetas de visita de
importantes abogados, jueces, fiscales y tenientes coroneles solicitando atención preferente
hacia sus hijos o protegidos30.
Del mismo modo, Romanones causaría un verdadero pavor en los colegios privados al
atender al pliego de demandas expuesto por el profesorado público. En un primer momento,
en virtud de su decreto de 12 de abril de 1901 y posterior reglamento de 10 de mayo, fijó que
los estudiantes no oficiales hiciesen tres pruebas ante los tribunales: responder a un
cuestionario oral, escribir una redacción sobre un epígrafe del temario sacado a suerte y
realizar un ejercicio práctico si era necesario, mientras que los matriculados en el instituto
29 SUÁREZ CORTINA, Manuel. LA PARRA LÓPEZ, Emilio (Eds.): El anticlericalismo español contemporáneo. Madrid, Biblioteca Nueva, 1998, pp. 127-210 30 AHILLV: Carpeta asuntos particulares del profesorado 1890-1900 ESAISLVV nº 170 C22/2
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provincial serían evaluados según el método decidido por el profesor titular, tras consensuarlo
en el claustro. Pero, como la aplicación inmediata de estas medidas suponía un cambio
excesivamente drástico, se optó por postergarla al curso siguiente y para 1900-01 tan sólo se
suprimieron las comisiones de examen y la presencia de los docentes particulares con voto en
los tribunales. No obstante, la consecuencia de estas simples modificaciones fue que el
porcentaje de pérdida de curso en la modalidad de enseñanza privada se disparó del 10% a un
poco más del 30% porque muchos jóvenes optaron por no presentarse a los exámenes de junio
y septiembre de 1901.
Por otro lado, Romanones intentó favorecer un aprendizaje más sólido fundamentado
en la valoración de los ejercicios prácticos y el trabajo diario en el aula como el medio más
adecuado para otorgar las calificaciones, en vez de enfocar la exposición de las lecciones
como un simple prolegómeno del examen de junio. Por esta razón, el artículo 8 de su
Reglamento de 10 de mayo de 1901 estableció que los profesores titulares podrían evaluar a
sus propios discípulos empleando el método que considerasen oportuno, tras recibir el visto
bueno de sus compañeros en el claustro, mientras que los inscritos en la modalidad privada
deberían pasar exámenes escritos, aunque en la práctica, la mayoría de catedráticos decidieron
calificar con los mismos métodos tanto a los alumnos oficiales como a los libres.
Sin embargo, la supresión de las comisiones de exámenes, de la presencia del profesor
particular, así como la exigencia del control escrito para las calificaciones de las asignaturas
como de pruebas de grado, sí se puede considerar un éxito de la acción de gobierno de los
liberales y Romanones, tras dos décadas de tablas legislativas en relación con la instrucción
pública. Desafortunadamente, como el claustro del instituto de Valencia decidió que no se
hiciesen públicos los exámenes escritos y se destruyesen después de la concesión de notas,
esta valiosa documentación no ha perdurado hasta la actualidad31. Del mismo modo, no es
posible confirmar con exactitud que las pruebas escritas repercutieran en una mayor exigencia
de los tribunales, porque, como los índices de pérdida de curso según la modalidad de
enseñanza eran unos cuadros estadísticos accesorios que Emilio Ribera incluía, precisamente,
con el propósito de ilustrar mejor su evolución cronológica, cuando Vicente Calatayud
accedió al cargo de secretario en 1901 dejó de elaborar estas tablas de datos y, en términos
generales, las memorias pasaron a ser mucho más escuetas y a contener solamente la
información requerida por la Dirección General.
31 AHILLV: Libro de actas de la Junta de Catedráticos 1892-1905 15/5/1902 ESAISLVV nº 2
18
De todos modos, en un principio no parece que la acción reformadora de Romanones
endureciera el bachillerato, porque, en la aproximación fragmentaria que realizó Emilio Díaz
a esta cuestión en los capítulos finales de su Tesis Doctoral, no registró un incremento del
índice de reprobados a nivel nacional, que oscila a principios del siglo XX entre el 10% y el
8%32. Igualmente, si tomamos los resultados de las pruebas de grado recogidas en las
memorias, serie que comprende desde 1880 hasta 1914, podemos ver también que no se
producen cambios de tendencia drásticos, como refleja el GRÁFICO 6.
Gráfico 6Aprobados exámenes de Grado
0%
10%
20%
30%
40%
50%
60%
70%
80%
90%
100%
1880
-81
1881
-82
1882
-83
1883
-84
1884
-85
1885
-86
1886
-87
1887
-88
1888
-89
1889
-90
1890
-91
1891
-92
1892
-93
1893
-94
1894
-95
1895
-96
1896
-97
1897
-98
1898
-99
1899
-190
0
1900
-01
1901
-02
1902
-03
1903
-04
1904
-05
1905
-06
1906
-07
1907
-08
1908
-09
1909
-10
1910
-11
1911
-12
1912
-13
1913
-14
Años académicos
Porc
enta
je
Graduados
No
Por lo tanto, a falta de investigaciones posteriores que analicen con mayor acopio
documental y rigor el primer decenio del siglo XX, se podría sostener que, a grandes rasgos,
las modificaciones decretadas por García Alix y Romanones, si bien robustecieron los
establecimientos públicos, clarificaron el procedimiento de los exámenes y establecieron
criterios más objetivos para su calificación, desde un punto de vista netamente cuantitativo no
supusieron en el medio plazo una mayor exigencia académica. Obviamente, esto evidencia
más aún que la polémica en torno a las comisiones de exámenes no estaba motivada por la
indignación que producían prácticas reales y concretas de favoritismo, sino que tenía un
trasfondo ideológico relacionado con cuestiones como la imparcialidad de la autoridad
pública, la igualdad ante las normas y la recompensa del mérito individual. Los adversarios de
las comisiones de examen, estuviesen próximos a los planteamientos liberales de Canalejas,
de Romanones o del republicanismo blasquista, tenían claro que las corporaciones religiosas y
sus centros educativos debían ser regulados de forma más estricta y someterse sus colegiales a
las mismas pruebas que sus compañeros de los institutos provinciales. No había espacio 32 DÍAZ DE LA GUARDIA, Emilio: Op. Cit. pp. 508-509
19
posible para que disfrutasen de circunstancias especiales o excepcionales. Al fin y al cabo,
tanto liberales como republicanos, en teoría, no podían tolerar la existencia de resquicios
legales que terminaran consolidándose en privilegios.
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