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Revista Electrónica de Psicología Iztacala. 16, (4), 2013 1339 www.revistas.unam.mx/index.php/repi www.iztacala.unam.mx/carreras/psicologia/psiclin Vol. 16 No. 4 Diciembre de 2013 LOS FUNDAMENTOS FILOSÓFICOS Y CIENTÍFICOS DE LA DENOMINADA NATURALEZA EMOCIONAL FEMENINA, ENTRE 1880-1920 1 Oliva López Sánchez 2 Universidad Nacional Autónoma de México Facultad de Estudios Superiores Iztacala RESUMEN Este trabajo pretende exponer un análisis crítico sobre los discursos filosóficos y médicos de finales del siglo XIX y principios del XX en el contexto mexicano, acerca de cómo se fundamentó la supuesta naturaleza emocional de las mujeres y la consecuente idea de su inferioridad mental y espiritual. El imaginario científico sobre la denominada inferioridad femenina siguió justificando la sujeción social de las mujeres hasta las primeras décadas del siglo XX. Los saberes científicos contribuyeron a naturalizar las diferencias entre los sexos, dentro de las cuales, la dimensión emocional resulta fundamental para entender cómo dichos saberes fueron construyendo identidades desigualadas entre los sexos, teniendo como dato la fisiología y la biología de los cuerpos 1 Este artículo es producto de la investigación: El lugar de las emociones en las categorías diagnósticas de la psiquiatría y su interrelación con la construcción de la salud mental en México 1900-1950. Proyecto PAPIIT IN304012 UNAM-DGAPA. Un agradecimiento especial al doctor Eduardo Menéndez y al grupo de investigadores del Seminario permanente de Antropología Médica del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS-DF), por el espacio de discusión que mes con mes se genera. 2 Profesora Titular “C” de Tiempo Completo Adscrita a la carrera de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México-Facultad de Estudios Superiores Iztacala. Correo electrónico: [email protected] [email protected] Z T A C A L I A Revista Electrónica de Psicología Iztacala Universidad Nacional Autónoma de México Facultad de Estudios Superiores Iztacala

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Revista Electrónica de Psicología Iztacala. 16, (4), 2013 1339

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Vol. 16 No. 4 Diciembre de 2013

LOS FUNDAMENTOS FILOSÓFICOS Y CIENTÍFICOS DE LA DENOMINADA

NATURALEZA EMOCIONAL FEMENINA, ENTRE 1880-19201

Oliva López Sánchez2 Universidad Nacional Autónoma de México Facultad de Estudios Superiores Iztacala

RESUMEN Este trabajo pretende exponer un análisis crítico sobre los discursos filosóficos y médicos de finales del siglo XIX y principios del XX en el contexto mexicano, acerca de cómo se fundamentó la supuesta naturaleza emocional de las mujeres y la consecuente idea de su inferioridad mental y espiritual. El imaginario científico sobre la denominada inferioridad femenina siguió justificando la sujeción social de las mujeres hasta las primeras décadas del siglo XX. Los saberes científicos contribuyeron a naturalizar las diferencias entre los sexos, dentro de las cuales, la dimensión emocional resulta fundamental para entender cómo dichos saberes fueron construyendo identidades desigualadas entre los sexos, teniendo como dato la fisiología y la biología de los cuerpos

1 Este artículo es producto de la investigación: El lugar de las emociones en las categorías diagnósticas de la psiquiatría y su interrelación con la construcción de la salud mental en México 1900-1950. Proyecto PAPIIT IN304012 UNAM-DGAPA. Un agradecimiento especial al doctor Eduardo Menéndez y al grupo de investigadores del Seminario permanente de Antropología Médica del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS-DF), por el espacio de discusión que mes con mes se genera. 2 Profesora Titular “C” de Tiempo Completo Adscrita a la carrera de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México-Facultad de Estudios Superiores Iztacala. Correo electrónico: [email protected] [email protected]

Z T A C A L I A

Revista Electrónica de Psicología Iztacala

Universidad Nacional Autónoma de México

Facultad de Estudios Superiores Iztacala

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según su sexo. La dimensión emocional ha sido tratada de manera general en los estudios sobre subjetividad y la propia historia de las mujeres. Las emociones constituyen aspectos importantes de la esfera de lo sociocultural que merecen un análisis desde coordenadas fuera de los cognitivo y psicofisiológico para aprenderlas en y desde sus propiedades socioculturales e históricas. Definitivamente, la inclusión del análisis de la dimensión emocional permite entender cómo se gesta un orden desde las formas del sentir y, en definitiva, desde la subjetividad. Palabras clave: emociones, ciencia, discurso, filosofía, mujeres.

THE PHILOSOPHIC AND SCIENTIFIC BASES OF THE SO CALLED FEMALE EMOTIONAL NATURE AMONG 1880-

1920

ABSTRAC This work aims to present a critical analysis of the philosophic and medical discourses of the end of the Nineteenth Century and the beginnings of the twentieth in the Mexican context about how was based the alleged emotional nature of women and the consequent idea of their mental and spiritual inferiority. The scientific imaginary about the called feminine inferiority continued justifying the social subjugation of women to the first decades of the Twentieth Century. The scientific knowledge contributed to naturalize the differences between sexes, in which, the emotional dimension results basic to understand how that knowledge was building the unequal identities between each sex, having as a reference the body´s physiology and biology according to their sex. The emotional dimension has been treated in a general way in studies of subjectivity and the own history of women; the emotions are important aspects of the socio-cultural sphere deserving an analysis since coordinates out of the cognitive and psychophysiological for learn them in and from their sociocultural and historical properties. Definitely, the inclusion of the emotion dimension analysis allows understand how an order is brewing since the feeling way and ultimately since the subjectivity. Key words: emotions, science, discourse, philosophy, women.

La mujer bien equilibrada no sacrifica los afectos del corazón á las vanidades del cerebro.

Carmen de Burgos Seguí (1900)

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En este texto pretendo exponer un análisis crítico sobre los discursos

filosóficos y médicos de finales del siglo XIX y principios del XX en el contexto

mexicano, acerca de cómo se fundamentó la supuesta naturaleza emocional de

las mujeres y la consecuente idea de inferioridad mental y espiritual. El imaginario

científico del siglo XIX sobre la denominada inferioridad femenina debe entenderse

en un marco social más amplio relativo a la búsqueda de bases científicas,

fundado en los principios de la biología para justificar la exclusión, la desigualdad y

la discriminación de la otredad: negros, indios, pobres, mujeres, locos y enfermos,

entre otros. Los saberes científicos no solo contribuyeron a naturalizar las

diferencias entre los sexos, también favorecieron la construcción de una

valoración de las diferencias reales e imaginarias en beneficio de los varones y en

detrimento de las mujeres. La supuesta inferioridad biológica de las mujeres ha

justificado el ejercicio del poder masculino hacia la otra mitad de la humanidad.

Ciertamente, esa noción se remonta a tiempos previos al siglo XIX. El

argumento de la inferioridad ha estado fundamentado en la anatomía y fisiología

sexual femenina. Por ejemplo, Demócrito, en carta a Hipócrates, se refirió al útero

como un semillero fecundo de calamidades (léase enfermedades). Por su parte,

Hipócrates, en el libro Las enfermedades de las vírgenes, se lamentaba de las

conmociones generadas en la vida de las mujeres a causa de sus órganos

genitales. En el mismo tenor, Platón asoció al útero con un animal dominante

dentro de otro animal falto de voluntad (López, 2007).

Durante siglos se pensó que las mujeres tenían los mismos genitales que los

hombres, con la diferencia de que los de las mujeres estaban en el interior del

cuerpo; debido a ello, éstas fueron consideradas hombres vueltos al revés.

Galeno, por ejemplo, asoció la anatomía sexual femenina a la de un macho

imperfecto. Esta representación es lo que Thomas Laqueur ha denominado

modelo metafísico unisexual, el cual perduró hasta finales del siglo XVIII. A partir

del denominado dimorfismo sexual, basado en la divergencia biológica, comienzan

a surgir las reflexiones y trabajos encaminados a demostrar las diferencias

fisiológicas entre hombres y mujeres, siempre como pretexto para justificar las

alienaciones (Berriot-Salvadore, 1993).

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Las investigaciones sobre la diferencia entre los sexos se orientaron a

demostrar la superioridad de los varones con respecto a las mujeres. Las

representaciones resultantes de estas indagaciones, así como la lógica binaria

occidental, asociaron a los hombres con la razón, la fuerza, la actividad, la energía

y lo variable; mientras, a las mujeres se les asoció con la emoción, la pasividad, la

pereza y lo estable. Como afirma Laqueur (1994), el siglo XVIII es el inicio del

predominio del discurso biológico, el cual sirvió para fundamentar el orden social

de los sexos; es decir, se convirtió en la episteme del orden de género. Una de las

diferencias señaladas por la episteme biológica sobre la diferencia sexual es la

relativa a las emociones. La diferencia emocional resulta fundamental para

entender cómo los saberes científicos fueron construyendo identidades

desigualadas entre los sexos basados no solo en supuestos biológicos sino

también psíquicos. El discurso científico de la diferencia emocional entre hombres

y mujeres se convirtió en la justificación fundamental para disuadir las

manifestaciones de liberación de las mujeres y su participación en la vida pública.

El objetivo en este artículo es ahondar en el análisis de los saberes

científicos sobre las explicaciones médicas y filosóficas sobre la naturaleza

emocional de las mujeres; con ello, pretendo contribuir a la historia de cómo se ha

construido científicamente la diferencia sexual emocional, con lo cual —supongo—

es también una manera de hacer historia cultural de las mujeres, al identificar

cómo se les impuso formas de sentir y cómo con ello se fue dando una lógica de

la construcción de la subjetividad femenina, desde un marco teórico científico tan

normativo y sujetador.

Parto de la premisa teórica de que el conocimiento científico y filosófico es un

componente más de la cultura que abrevó del imaginario social parte importante

de sus postulados en torno a la llamada naturaleza femenina, que visualizó a las

mujeres como seres inferiores y que, a su vez, ofreció datos —presuntamente

contundentes— de la supuesta naturalización emocional de las mujeres. La

construcción de las representaciones médicas sobre los cuerpos sexuados

coadyuvó a la conformación de identidades sexuales y de género desiguales.

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A partir del análisis de ciertos argumentos médicos y filosóficos esgrimidos

por algunos de los especialistas extranjeros y mexicanos más prominentes del

siglo XIX y principios del XX, orientados a demostrar la supuesta inferioridad

mental de las mujeres, pretendo mostrar cómo se construyó la representación

científica de la mujer como un ser predominantemente emocional.

Los presupuestos del trabajo son que estas representaciones fueron creadas

y recreadas por los discursos filosóficos, científicos y sobre la base de contenidos

religiosos, sociales y morales, por lo que el cuerpo femenino es, sobre todo, una

construcción social resultado de la confluencia de distintos discursos que han

tenido como propósito ordenar la vida social teniendo como base la episteme

biológica. La ausencia de cuestionamientos críticos que evidencien que la mujer y

el hombre son construcciones producidas por discursos y tecnologías sociales,

termina por concebirlos únicamente en su dimensión biológica y naturaliza sus

comportamientos e identidades, extendiendo un discurso decimonónico (De

Lauretis, 1991).

Un marco interdisciplinar para el estudio de las emociones.

Me sitúo en una línea de investigación interdisciplinaria que incluye la historia

cultural de las mujeres, la antropología de las emociones y la perspectiva de

género, para dar cuenta de cómo los saberes institucionales sobre el cuerpo y la

vida construyeron realidades que se encarnaron en los cuerpos sexuados. La

dimensión de lo emocional como construcción social permite dar cuenta de los

múltiples elementos involucrados en la experiencia, asunto que nos acerca desde

otro lugar al tema de la subjetividad(es) femenina(s) y la construcción de las

identidades de género.

Entiendo a las emociones como fenómenos socioculturales que forman parte

de la existencia humana; son dadoras de sentido y orientan la existencia

(Enríquez, 2008). Las emociones se encarnan, se viven, se experimentan, se

expresan y se trasmiten, pero también se regulan, se sancionan, se asignan y se

imponen. Se les considera parte de la estructura natural de los seres humanos, se

les ve como involuntarias y universales, y se reconoce un stock de emociones

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básicas como el miedo, la alegría, la tristeza, la sorpresa, el enojo y el disgusto. Al

ser consideradas comunes a la existencia humana, se ha invisibilizado su

dimensión sociocultural; entonces, han perdido su valor heurístico en la

explicación de la vida individual y social, y tan solo se han reducido a signos y

síntomas de salud mental.

La vivencia de las emociones, sus expresiones y la manera de nombrarlas

pasan por el tamiz de la cultura, lo cual nos permite rebasar la visión organicista y

reconocerlas como productos socioculturales e históricos. Entenderlas como

procesos socialmente construidas, culturalmente significadas e históricamente

situadas permite ampliar las explicaciones en torno a los aspectos implicados en la

vida emocional de los sujetos en distintos contextos y en los niveles micro-macro

(López, 2012).

Las emociones son indicadores de sentido, orientan la vida, son generadoras

de vínculos sociales e individuales y se constituyen en puentes entre lo individual y

lo social; son, como dice Illouz (2009), el eslabón perdido que conecta la

estructura con la agencia. La dimensión afectiva, por tanto, resulta ser un aspecto

fundamental para entender un sin fin de fenómenos sociales, culturales e

individuales (Moraña, 2012).

En el siglo XIX, las pasiones dejaron de ser territorio del alma y, con el

nombre de emociones, pasaron a formar parte de la psicofisiología, campo

epistémico que las consideró como componentes biológicos y cognitivos

inherentes e inmutables a la naturaleza humana. Históricamente, las emociones

se han asociado con la irracionalidad, la subjetividad y lo caótico; por lo tanto, se

conciben como peligrosas para la razón. En consecuencia, éstas se convierten en

enemigas tenaces de la razón y la salud mental porque las vulnera. Todas las

características anteriormente señaladas se han asociado con mayor fuerza a la

denominada naturaleza femenina; de esta manera, llegamos a una imagen

reduccionista de la mujer más cercana a la emoción y del hombre a la razón.

Las mujeres fueron asociadas a la emoción por su relación con el cuerpo y

función reproductiva, presupuesto que las colocaba más cerca de la naturaleza,

mientras que a los varones se les asoció con la razón. En palabras de Lutz (1986),

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dominar a las pasiones y emociones debe entenderse como sinónimo de la

subordinación femenina. Al respecto, la ciencia y la filosofía se han organizado,

como sugiere Ana María Fernández (2007), en dispositivos de desigualación, que

se tornan en discurso políticos sobre las relaciones de género; en particular, esos

discursos se han constituido en el núcleo duro sobre la feminidad y también sobre

la vida emocional de hombres y mujeres, al parecer irreconciliables.

Los procesos emocionales ocupan un lugar importante en las ideologías

sobre las relaciones genéricas, por la identificación de lo emocional con la

irracionalidad, lo subjetivo, lo caótico y otras características negativas, lo que ha

traído como consecuencia que se haya etiquetado a las mujeres como el sexo

emocional (Lutz, 1986). Esta diferenciación entre lo emocional y lo racional ha

implicado un manejo ideológico de estos fenómenos, reforzando con ello la

división entre valores como la cognición y la emoción, la primera asociada a un

valor e importancia sobre el conocimiento; la segunda, a un interés personal, sin

trascendencia social alguna, aparentemente (Lutz, 1986). El valor asociado a la

emoción, como algo negativo y opuesto a la razón, estructura al yo, pero —sobre

todo— tiene implicaciones sociales de desvalorización.

Por lo anteriormente expuesto, considero que pensar la emoción como algo

constitutivo de la supuesta naturaleza femenina tiene un origen histórico, social y

cultural que vale la pena reflexionar, como se hace en este trabajoanálisis, cuyo

corpus está conformado por textos filosóficos, científicos y médicos extranjeros y

mexicanos que circularon en el ámbito médico y filosófico mexicano en la época

de interés del estudio.

I. Los discursos filosóficos y científicos sobre la inferioridad femenina.

Existen diversos postulados filosóficos sobre la diferencia en el comportamiento

y la moral entre hombres y mujeres. En principio, y de manera breve, me referiré

primero a los del pensador de la ilustración J.J. Rousseau, quien en el siglo XVIII

afirmó que la mujer era igual al hombre, menos en lo que se refería al sexo. Según

Rousseau, no eran posibles las comparaciones entre hombre y mujer, pero sí había

que indicarlas. Su referencia era la anatomía, diferencia que se centraba en el sexo:

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“todo cuanto es común en ambos, pertenece a la especie, y cuanto es diferente es

peculiar del sexo” (Rousseau, 1997[1762] :361). Rousseau señaló que las

diferencias anatómicas tenían influjo en lo moral:

En la unión de los sexos, cada uno concurre por igual al objeto común, pero no de

un mismo modo: de esta diversidad nace la primera diferencia notable entre las

relaciones morales de uno y otro. El uno debe ser activo y fuerte, débil y pasivo el

otro; de precisa necesidad es que el uno quiera y pueda, basta con que el otro se

resista un poco. En lo común que hay en ellos, son iguales; en lo diferente no

son comparables (Rousseau, 1997 [1762]: 362)3.

Los postulados esgrimidos por Rousseau en torno a la naturaleza femenina

establecieron como natural su condición de sujeción frente al hombre, porque sus

funciones se limitaban a agradarlo y a acompañarlo como madre-esposa y a cuidar

de su prole. En cambio, la naturaleza del hombre era la razón, por lo tanto, le

correspondía el mundo de lo público y de la política.

El pensamiento rousseauniano apuntó hacia los siguientes hechos: las mujeres

no son sujetos de razón, por lo que deben ser objeto de la sujeción de la razón

masculina. La sujeción de las mujeres, como sostiene Pateman (1995), es la base

fundamental del contrato sexual y éste, del contrato social, el cual no tiene lugar sin

la sujeción previa de las mujeres al espacio doméstico, espacio de la reproducción

social y moral (Cobo, 1995). El espacio público, como espacio de la libertad y de la

autonomía del varón, no puede existir sin el espacio privado, lugar de reproducción

de un capital emocional-moral que constituye la consolidación del espacio público. El

contrato social, como sostiene Illouz, está fundamentado en la base de un proyecto

afectivo con funciones similares a las de las estructuras sociales, económicas y

políticas implicadas en el contrato social.

La desigualdad entre los sexos en detrimento de la mujer promovido por el

discurso de la ilustración, se vio reforzada con el trabajo de Carlos Darwin, quien en

su publicación de 1871 sobre la selección sexual señaló una distancia evolutiva entre

3 El énfasis es nuestro.

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el macho y la hembra de todas las especies (Darwin, 1971[1871]).4 Los estudios

evolutivos demostraron mayor desarrollo en el macho, el cual se iba trasmitiendo a

los hijos de su mismo sexo. Para Darwin, la alta variabilidad entre los caracteres

sexuales secundarios tanto en el hombre de la misma raza como en el de distintas

razas era la prueba de su mayor evolución respecto de las mujeres, quienes diferían

menos entre sí. La variabilidad aparece como un rasgo biológico de superioridad de

los machos de todas las especies, incluida la humana.

El fundamento de la teoría darwiniana sobre la selección sexual estuvo

apoyado en la demostración de que la variabilidad entre las razas y la evolución

misma dependía de las exigencias del medio según el sexo; los machos requerían

mayor fuerza, agresividad y valentía para subsistir en comparación con las hembras.

La lucha constante por el hábitat y por las hembras había generado en los machos

una fuerza física mayor que en las hembras de la misma especie, por lo que los

machos poseían una herencia distinta proveniente de sus antecesores machos. En

el caso de las razas civilizadas que ya no luchaban por conseguir las mejores

mujeres, los hombres seguían requiriendo una mayor fortaleza para mantener a su

familia, a su mujer y a sí mismos. Además, requerían desarrollar, a la par de su

fuerza física, la inteligencia y otras facultades mentales que se desarrollaban

notoriamente de manera distinta entre los hombres y las mujeres.

La mujer parece diferir del hombre en su condición mental, principalmente en su

mayor ternura y menor egoísmo; cosa es ésta que se observa aun entre los salvajes

[...] La mujer, siguiendo sus instintos maternales, despliega estas cualidades en sus

hijos en un grado eminente; por consiguiente, es verosímil que pueda extenderlos a

sus semejantes (Darwin, 1971[1871]:720).

4 El Origen del hombre y la selección con relación al sexo, con un prólogo escrito por el mismo Darwin, es la respuesta a las críticas hechas por sus detractores, quienes consideraron que era un error aceptar que todas las variaciones y los cambios de la estructura corporal y de las facultades mentales tendían a atribuirse exclusivamente a la selección natural. Darwin aceptó su fracaso y las limitaciones explicativas de su teoría de la selección natural para advertir las diferencias de las razas humanas, por lo que propuso que podía demostrarse que, además de la selección natural que obra en todas las especies, las diferencias de las razas humanas en color, pelo, forma de las facciones, etcétera, eran de naturaleza tal que muy bien pudieron haber sobrevenido por la influencia de la selección sexual.

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Tanto Darwin como otros contemporáneos suyos reconocieron que la herencia

era un factor determinante en la diferencia entre los sexos:

Está generalmente admitido que en la mujer las facultades de intuición, de rápida

percepción y quizás también las de imitación, son mucho más vivas que en el

hombre; mas algunas de estas facultades, al menos, son propias y características

de las razas inferiores, y por lo tanto corresponden a un estado de cultura pasado

y más bajo (Darwin, 1971[1871]:720).

Apoyado en John Stuart Mill (citado en Darwin, 1971[1871]), Darwin aseguró

que la energía y la perseverancia eran dos rasgos —uno físico y el otro

intelectual— exclusivos del hombre que marcaban la diferencia entre él y la mujer:

La principal distinción en las facultades intelectuales de los dos sexos se

manifiesta en que el hombre llega en todo lo que acomete a punto más alto que la

mujer, así se trate de cosas en que se requiera pensamiento profundo, o razón,

imaginación o simplemente el uso de los sentidos y las manos. Los hombres están

en decidida superioridad sobre las mujeres en muchos aspectos, el término medio

de las facultades mentales del hombre estará por encima del de la mujer (Darwin,

1971[1871]:721).

Darwin(1971[1871]) sostuvo que la ley de la igual transmisión de caracteres

a los dos sexos entre los mamíferos había controlado que la superioridad de

algunas de las facultades mentales del hombre no excediera a las de la mujer,

tanto como el plumaje decorativo del pavo real macho en relación con el de la

hembra. Del mismo modo, consideró que la inferioridad de las hembras de todas

las especies —incluida la humana— se debía, por un lado, a que su participación

en la lucha por la sobrevivencia había sido menor a la del macho y, por otro lado,

porque en las especies inferiores y en las razas salvajes los machos ejercen un

estado de sujeción más abyecto que el macho de ningún otro animal y razas

salvajes. No obstante que en las razas superiores la mujer no experimenta dicha

sujeción y puede elegir más libremente a su marido, ésta siempre dependerá del

hombre quien se ve obligado a desarrollar ciertas facultades físicas, mentales e

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intelectuales, ausentes en la mujer como parte de su herencia y el proceso

evolutivo, según la teoría evolutiva.

La ternura de la mujer propuesta por Rousseau coincide con la ternura de la

hembra propuesta por Darwin. Para Rousseau, los cuidados de la mujer hacia su

prole formaban parte importante de su función social, mientras que para Darwin,

esa entrega incondicional de cuidados y ternura era considerado un rasgo natural

propia de las hembras y de las razas poco evolucionadas.

Por su parte Augusto Comte (1838), basándose en la teoría frenológica5 de

Gall (Postel y Quétel, 1993), sentó las bases —presuntamente científicas— de la

diferencia en las funciones afectivas e intelectuales entre hombres y mujeres

ubicadas en la parte más importante del cuerpo: el cerebro. En México, como en el

resto de América Latina, la influencia de estos pensadores europeos fue

determinante en la producción de la ciencia y la filosofía nacional, amén de los

deseos de los mexicanos de hacer una ciencia propia.

A principios del siglo XX, tanto en México como en Europa —y en menor

medida Estados Unidos—, las discusiones sobre la diferencia emocional de

mujeres y hombres se convirtió en moneda corriente como estrategia para disuadir

la participación social de la mujer en el ámbito público, ya fuese para cuestionar

sus pretensiones de hacer una carrera profesional, de escribir en la prensa

asuntos ajenos a las mujeres o para disuadirlas de participar en la política.6

Ejemplo de este debate son las reflexiones de Horacio Barreda, hijo del ilustre

positivista mexicano Gabino Barreda.

5 Frenología (del gr. fine, inteligencia, y logos, tratado): f. Hipótesis fisiológica de Gall, que considera al cerebro como una agregación de órganos, correspondiendo a cada uno de ellos diversa facultad intelectual, instinto o afecto, y gozando estos instintos, afectos o facultades con mayor energía, según el mayor desarrollo de la parte cerebral que les corresponde. La frenología había asegurado que el alma se manifestaba objetivamente a través del cerebro y tomaba formas distintas dependiendo de sus características, lo que a su vez impactaba la forma del cráneo; en definitiva, la forma del cráneo era la forma y expresión del alma. Gall sostuvo una proto teoría organicista en la cual, cada parte de la corteza cerebral, a la cual denominó órganos, le otorgó una función particular que operaba en el nivel de los afectos, la inteligencia, la moral y las habilidades. Gall admitió 27 órganos; con los añadidos por Spurzheim y otros frenólogos, este número se elevó a 38. De éstos, 10 se han atribuido a los instintos, 12 a los sentimientos o facultades morales, 14 a las facultades perceptivas y dos a las reflectivas. Por tanto, la forma del cerebro podía dar cuenta de las capacidades e inclinaciones morales e intelectuales de las personas (Montaner y Simón, 1891). 6 Este tema lo profundizo en: López (2010)

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II. El positivismo de Horacio Barreda y la diferencia entre los sexos7.

Horacio Barreda recurrió a los postulados filosóficos positivistas y de la

biología para demostrar la imposibilidad constitutiva de la mujer en la participación

de las tareas consideradas propias de los hombres, como se ve en la siguiente

cita:

Todos aquellos partidarios decididos del feminismo que se miran obligados á

admitir la diversidad orgánica que presentan ambos sexos entre sí, una vez que no

les es posible negar ó desconocer las conclusiones biológicas correspondientes,

recurren al cómodo expediente de la educación […] De esta manera, se olvidan y

hacen á un lado de hecho, los datos fundamentales que suministra la biología, con

el fin de sostener que la acción educativa es capaz de borra esas diferencias en lo

porvenir (Barreda, 1909a:1).

Barreda (1909b) se apoyó en los postulados de J.J. Rousseau (1997[1762]),

A. Comte (1838) y Ch. Darwin (1971[1871) en torno a la diferencia biológica e

intelectual entre los sexos, para justificar la supuesta función social de la mujer

anclada en los designios de su naturaleza, los cuales marcaban los derroteros del

progreso doméstico que ni la educación racional podría variar.

En la primera infancia, sus diferencias, pueden decirse que son insignificantes y

pequeñas; pues salvo algunos detalles de conformación, aquellas pasan casi

inadvertidas bajo apariencias exteriores que se presentan como las mismas para uno

y otro sexo. Su capacidad craneana, la dirección y dimensiones de sus huesos, la

amplitud de la pelvis, sus diversos tejidos, el volumen de sus glándulas, su sistema

muscular, su sensibilidad nerviosa, etcétera, no ofrecen en efecto, esos aspectos

peculiares que vienen más tarde á diferenciarlos notablemente (Barreda,1909b:78).8

La cita anterior revela la influencia darwiniana y, en general, de los

postulados evolutivos, los cuales consideraban la biología y fisiología del cuerpo

femenino distinto, como sinónimo de imperfecto, incapaz de alcanzar un desarrollo

7 Esta temática ha sido ampliamente trabajada en: López (2012) 8 Énfasis nuestro.

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evolutivo comparable al del varón. Se pensaba que el niño era tan imperfecto

como la mujer, y cuando niñas y niños alcanzaban la pubertad, el hombre se

distinguía en capacidades intelectuales, morales y fuerza física, mientras que la

mujer quedaba presa de la biología de su útero. La pubertad se convirtió en una

etapa fundamental de la vida de hombres y mujeres biológicamente hablando;

según las representaciones científicas de la época, esa etapa definía el cambio y

la consolidación de la diferencia sexual no solo en el aspecto físicos, también en

los ámbitos intelectual y moral.

La subsecuente argumentación de Barreda (1909b) en torno a la diferencia

biológica entre los sexos, fue el de asignarle a la mujer una superioridad moral y al

hombre una superioridad intelectual. Basado en los postulados científicos en torno

a la organización del cerebro femenino que lo concibió como un músculo con

fibras nerviosas debilitadas, aseguró la existencia de un perfil nervioso en la mujer

y la falta de un juicio racional. En cambio, por su organización cerebral, estaba

más dispuesta a la imaginación y a la influencia de las emociones.

Apoyándose en los postulados darwinianos en torno a las emociones,

Barreda (1909a) reconoció dos inclinaciones naturales afectivas: las egoístas o

personales y las altruistas o sociales, Barreda señaló que las primeras ejercían

menor influjo en la mujer, en tanto que las segundas se manifestaban con mayor

fuerza en ella, porque su postulado: no hay función sin órgano, demostraba la

imposibilidad de la competitividad y —por consiguiente— del egoísmo en la mujer

a causa de su nivel evolutivo y organización cerebral; por eso era un ser moral y

no intelectual. La muestra de lo anterior se ejemplificaba con el denominado

instinto materno.

Luis E. Ruiz (1884),9 destacado médico higienista de finales del siglo XIX,

apoyaba la representación científica de la diferencia entre los sexos, en detrimento

de las mujeres. Por ejemplo, Ruiz se opuso a las ideas liberales en pro de la

9 Luis E. Ruiz (1853-1914), médico nacido en Veracruz, México. A temprana edad se dedicó a la

salud pública. Profesor de Higiene y Meteorología en la Escuela Nacional de Medicina, escribió

numerosos artículos sobre medicina y salud pública, publicó el famoso libro de Higiene Tratado

Elemental de Higiene, fue miembro de diferentes sociedades y organismos educacionales y salud,

destacando en la Academia Nacional de Medicina.

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instrucción intelectual de las mujeres, ofreciendo como argumento de su negativa

la supuesta naturaleza femenina. En todo caso, la educación de las mujeres —

según comentó el médico— debía dirigirse a favor del desempeño de su labor

doméstica y materna, y dejar la posibilidad de instrucción profesional solo a

aquellas que voluntariamente renunciasen a cumplir los preceptos de su

naturaleza, hecho que consideró una muestra de verdadera libertad y progreso.

Pero, advertía, de ninguna manera debería generalizarse ni mucho menos

estimularse.

Los sentimientos altruistas experimentados por las mujeres constituyeron la

evidencia inexorable de su función materna, mientras que el egoísmo natural entre

los varones los colocaba con mejor disposición a la faena de la vida material. La

dimensión emocional constituye un núcleo duro de la construcción del imaginario

sobre lo femenino; de esa manera, se conforma la subjetiva femenina. La

representación científica de una emocionalidad mayor en las mujeres se ha

convertido en una forma de control y sometimiento, además de la naturalización

de un capital emocional —asignado de acuerdo con el sexo— presuntamente

desarrollado de manera natural por la diferencia biológica y cerebral.

III. La inferioridad mental de la Mujer.

Para seguir reflexionando sobre los argumentos de la diferencia emocional y

su impacto en la también supuesta inferioridad mental, quiero presentar algunos

de los postulados del psiquiatra alemán P.J. Moebius (1900)10, quien escribió un

libro en el que argumentó de manera científica la inferioridad mental de la mujer.

Su cometido era demostrar la inviabilidad del movimiento feminista en la Europa

de finales del siglo XIX. La inferioridad mental de la mujer es un texto polémico

que atrajo adeptos y generó críticas severas o ambivalentes como las de su propia

traductora, la española Carmen de Burgos Seguí, quien escribió un largo prólogo a

la obra de Moebius.

10 Pablo Julio Moebius (1853-1907), médico psiquiatra alemán. Describió la enfermedad que lleva su nombre, también conocida como parálisis facial congénita. Postuló que la condición de la enfermedad era degenerativa y que su origen era tóxico. Célebre por su libro La deficiencia mental fisiológica de la mujer, en donde describe rasgos fisiológico-mentales que, según Moebius, colocan a la mujer en una condición intelectual inferior en relación con la del hombre.

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En mi concepto, su cualidad más preciosa es la de ser un libro útil, que hace

pensar, que provoca las discusiones y que ataca osadamente al feminismo nocivo.

La hembra ha formado á la mujer; la mujer á la madre; la madre creará

quizá otro tipo superior; pero no podemos suponer que evolucione en sentido

inverso y cree la mujer degenerada, mezcla de los dos sexos, igualmente

rechazada por ambos.

En las misteriosas germinaciones de la existencia, la mujer tiene un papel

activo de excepcional importancia, admirablemente determinado dentro de su

sexo. Todo lo que atropelle ó violente esta tendencia, redundará en perjuicio de la

sociedad primero y de la especie después (Burgos: X-XI, citado en Moebius,

1900).

Para Moebius, era indudable la inferioridad mental de las mujeres porque la

vida mental —aseguraba— tenía sus bases en la fisiología del cerebro; el cual,

según teorías médicas como las de Gall y los postulados evolucionistas del siglo

XIX, era inferior al masculino (López, 2012). Moebius intentó demostrar la falsedad

de los postulados que habían asegurado que la mujer se igualaba al varón a

través de sus capacidades morales y manuales en ciertas tareas.

Su primer argumento para demostrar la inferioridad fisiológica de la mujer fue

desarmar lo que él denominó como el falso concepto de la superioridad moral de

la mujer, con lo cual se llegó a suponer que era un rasgo que la igualaba al varón

o incluso lo superaba. Según Moebius, la capacidad moral de la mujer encontraba

menos obstáculos que en el hombre y porque las causas recíprocas en los

instintos eran diferentes, y como la constitución del alma femenina era más

sencilla que la masculina, en ella la lucha contra los instintos era menos violenta;

es decir, la naturaleza frágil de la mujer le permitía imponer su voluntad sobre la

fuerza de sus impulsos. Además, porque el amor conyugal y el materno

alcanzaban una primacía sobre las demás propensiones que, en condiciones

normales, la mujer obtenía la victoria sobre sus instintos sin esfuerzo.

Otro argumento fue el de echar abajo la idea de la existencia de capacidades

de las mujeres distintas a las de los hombres. Al respecto, Moebius fue categórico

y citó un antiguo proverbio de Schopenhauer para dar respuesta: “Cabellos largos,

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cerebro corto”; pero la moderna sabiduría —aseveró— no quiere comprenderlo;

para ella, la inteligencia femenina está al mismo nivel que la del varón.

Los postulados de Lombroso y Ferrero (1895) sobre La mujer delincuente, la

prostituta y la mujer normal le sirvieron de base para asegurar que el cráneo en la

mujer era más pequeño; por lo tanto, también su masa cerebral y su inteligencia:

“Desde el punto de vista total, haciendo abstracción de las características del

sexo, la mujer está colocada entre el niño y el hombre, y lo mismo sucede, por

muchos conceptos, desde el punto de vista psíquico” (Moebius, 1900:35). Esta

afirmación, es igual a la teoría evolutiva de Darwin, respecto de los sexos, solo

que ahora en lo mental.

La debilidad de los argumentos sobre la correspondencia entre el tamaño del

cerebro y la capacidad intelectual, no representó ningún obstáculo para Moebius,

quien insistió en la demostración de la inferioridad cerebral de las mujeres

recurriendo a la anatomía cerebral, en la cual, los fisiólogos y neurólogos, como

Rüdinger, habían probado que la circunvolución media del lóbulo parietal y la del

pasaje superior de las mujeres eran distintas a las del varón; por lo tanto,

experimentaba un retardo en su desenvolvimiento:

En todos sentidos queda completamente demostrado que en la mujer están menos

desarrolladas ciertas porciones del cerebro que son de grandísima importancia para la vida

psíquica, tales como las circunvoluciones del lóbulo frontal y temporal, y que esta diferencia existe

desde el nacimiento (Moebius, 1900:38).

Moebius (1900) se apoyó en Lombroso, quien postuló explicaciones

fisiológicas para demostrar la inferioridad sensitiva de las mujeres, particularmente

las sensaciones de dolor que eran menores en ella. Además, aclaró tener en

cuenta que se trataba, no de una menor agudeza del sentido del tacto sino de una

menor reacción psíquica hacia los estímulos internos. Otra evidencia del médico

alemán fue demostrar que la habilidad manual era una función de la corteza

cerebral, tal como el juicio acerca de las sensaciones; por lo cual, las diferencias

de los sexos en cada una de las facultades psíquicas debían analizarse bien para

no suponer erróneamente que las mujeres tenían mayor destreza manual.

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Moebius y otros contemporáneos consideraron que la manifestación del

instinto de las mujeres en la vida cotidiana se sumaba a la lista de evidencias

científicas de su inferioridad mental. Moebius aseguró que la característica de un

alto desarrollo psíquico estaba en función del control instintivo, y en el caso de la

mujer, su instinto era igual al de una bestia:

El instinto presenta grandes ventajas, es infalible (1) y no proporciona ningún

género de preocupaciones; el sentimiento participa de la mitad de estas ventajas.

De modo que el instinto hace á la mujer semejante á las bestias, siempre

dependiente de la influencia extrínseca, segura y consciente de sí misma. En ella

se agita la fuerza singular del instinto que la hace aparecer verdaderamente

admirable y atractiva (2) (Moebius, 1900:42).

Un estado intermedio entre el instintito y lo que era lúcidamente consciente o

racional, era el sentimiento; por eso, el sentimiento y la emoción iban de la mano

con las mujeres. La emoción, como una reacción más inmediata frente a las

demandas del medio, y el sentimiento, como el instinto un tanto razonado, más

cercano a la inteligencia del hombre. Bajo esta argumentación, la relación entre

instinto y razón se tornaba inseparable, pues el instinto formaba parte de la

inteligencia, en tanto que el sentimiento en las mujeres hacía las veces de

razonamiento, como el de los varones. La emoción en las mujeres era una suerte

de inteligencia elemental. Con estas premisas moebianas, la mujer y la bestia

siempre dependían de las influencias extrínsecas. La falta de sentido crítico se

manifestaba igualmente en la alta sugestionabilidad de las mujeres. Según los

argumentos científicos y filosóficos, el instinto de la mujer —léase

comportamiento— dependía del juicio dado por el amor, la vanidad o lo que les

pareciera digno de crédito.

IV. La belleza y la juventud en relación con el psiquismo.

Otro argumento esgrimido en la discusión de Moebius (1900) para demostrar

la inferioridad mental de las mujeres se basó en lo efímero de la juventud y la

belleza femenina; de lo cual, aseguró que así como era perecedera la belleza en

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la mujer, lo era su poca inteligencia. El florecimiento y desflorecimiento de la

belleza femenina correspondía —según la tesis del autor de referencia— a las

modificaciones psíquicas, las cuales tenían el mismo significado:

El espíritu de la virgen es terso, fogoso, agudo, por lo que su fuerza de atracción

está aumentada, tiene una parte activa en la elección sexual y una cierta paridad

de fuerzas con su adversario en el juego de las luchas amorosas. Toda la suerte

de la vida de la mujer depende de que la joven encuentre el hombre que le

conviene. Todas sus fuerzas se dirigen á este momento, verdadero punto

culminante de su vida, y todas las facultades mentales se hallan concentradas

hacia este fin (Moebius, 1900:69-70).

Según estas aseveraciones, las mujeres se conservaban bien durante los

primeros años de matrimonio, pero no tardaba en presentarse el decaimiento

provocado por los partos, “[…] y así como huyen la belleza y la fuerza física, así

huyen también las facultades mentales, y la mujer, como suele decirse, chochea”

(Moebius,1900:72). Según las explicaciones de Moebius sobre el desarrollo

biológico de la mujer, ésta solamente podía ser considerada completa en todas

sus facultades únicamente hasta los treinta años; en cambio, el varón podía

conservar las facultades adquiridas casi hasta el término de su existencia.

[…] la edad crítica significa la desaparición de la energía sexual. Ahora bien; el

organismo es único y las varias funciones están estrechamente coordinadas

entre sí; íntimas relaciones existen, especialmente entre la actividad sexual y la

actividad cerebral, por lo que cuando una aparece, otra se modifica, y cuando

se pierde aquélla se modifica de nuevo. Solamente que la primera modificación

es un notable más mientras que la segunda es un menos: de modo que como

consecuencia de la edad crítica por la cual la mujer se hace vieja, no podemos

menos de observar una debilidad en las facultades mentales (Moebius,

1900:75).

Por otro lado, la asociación de la fealdad con la malignidad en la figura de la

bruja medieval fue la misma entre la fealdad y la deficiencia mental en la figura de

la loca decimonónica. Así como en 1484, cuando los inquisidores dominicos

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Heinrich Kramer y Jacob Sprenger (2006) escribieron el Malleus maleficarum

(Martillo de las brujas) —un compendio dirigido a los inquisidores para descubrir y

castigar a las brujas—, en 1900, La inferioridad femenina de Moebius pretendió

ser un manual para los psiquiatras en su trabajo de diagnosticar a las mujeres en

su calidad de pacientes y enfermas mentales. Moebius, advirtiendo a sus colegas

de no tratar a las mujeres enfermas como varones con genitales femeninos,

intentó demostrar científicamente las diferencias intelectuales entre hombres y

mujeres, asegurando que la mujer se había adaptado magníficamente al rol

materno a causa de su inferioridad mental natural.

Para cerrar.

Así encontramos la historia de los argumentos científicos y filosóficos

decimonónicos esgrimidos para demostrar la inferioridad de la naturaleza

femenina que abarcó su biología sexual y reproductiva, y su vida afectiva e

intelectual. Reminiscencias de aquellos discursos siguen presentes en los

discursos científicos actuales y —sobre todo— en el lenguaje y la comunicación

cotidiana que refiere una cultura de género, en la cual los simbolismos y

representaciones de los sexos constituyen parte importante de las significaciones

de los actos de la vida de hombres y mujeres.

La asociación entre emociones y mujeres es el resultado de una larga

naturalización de los procesos corporales e intelectuales que tuvieron como

antecedente la referencia bíblica de la peligrosidad de las mujeres, y luego el

destino biológico de un cuerpo imperfecto, no evolucionado y preso de su

fisiología genital. Así, las emociones como procesos complejos se han

esencializado como rasgo dominante de la supuesta naturaleza femenina y, a

partir de dicha naturalización, se han construido estilos emocionales (Illouz,

2009)11 como el principal capital simbólico administrable por las propias mujeres.

Finalmente, estoy segura de que un análisis de los discursos científicos de la

naturalización de las diferencias reales e imaginarias entre los sexos —siempre en

11 Es la combinación de los modos de cómo una cultura comienza a “preocuparse” por ciertas emociones y crea estrategias a través de las cuales promueve formas de sentir, crea estructuras lingüísticas para referirlos, y construye rituales y simbolismos para trasmitirlas y regularlas.

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detrimento de las mujeres y de su condición social—, en clave de emociones,

constituye una estrategia metodológica de análisis para ahondar en el estudio de

las subjetividades de mujeres y hombres.

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