los gauchos insufribles

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    Revista Pilquen Seccin Ciencias Sociales Ao XII N 13, 2010

    Rec ib ido : 1 2/ 1 1/ 1 0 A c e p t a d o : 1 7/ 1 1/ 1 0

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    COLABORACIN

    LOS GAUCHOS INSUFRIBLES*

    Por Jos Amcola1

    Universidad Nacional d e La Plata

    RESUMEN

    El artculo empieza con una reflexin sobre la nocin de frontera en el campo literariolatinoamericano, tomando como punto de partida la f igura del habitante urbano que se traslada almbito rural, y que en muchos ejemplos de la literatura argentina se presenta como un rito de pasajerealizado en un viaje en tren, aqu un fractal de toda la construccin. La bsqueda de la paz rural porparte de un individuo con cultura metropol i tana da lugar a un choque cultural pero tambin a unabsqueda simblica de races. Esta escena primigenia de los textos hispanoamericanos es utilizada porBolao en su cuento El gaucho insufr ible para parodiar el estil o campero argentino, diri giendo sus

    dardos a la artif icialidad de toda construccin literaria, en este caso la gauchesca que en la Argentinaha sido vista como el gnero de la Patr ia . Realismo lit erario y t radicin se ven as inter venidos en lamedida en que la escritura postmoderna de Bolao asesta un riguroso golpe sobre cualquier certezal i teraria.

    Palabras clave: Gauchesca; Campo l i t erario; Viaj e; Frontera; Fractal.

    LOS GAUCHOS INSUFRIBLES

    ABSTRACT

    The art ic le begins with a ref lect ion about the not ion of border in the lat inoamerican l i terary f ie ld,taking as issue the moment of passage of the urban inhabitant to the rural region, that in many casesof t he Argenti ne lit erat ura is given as a rit e de passage made on t he tr ain, seen hier as a fr actal of t heent ire construct ion. The searching for the rural peace of an individual with a metropol i tan culturegives opportunity to present a cultural shock and also a symbolical search of roots. This Ur-scene oft he Hispano-Amer ican t exts is used by Bolao in his short st ory El gaucho insufr ible in order t o makea parody of the Argent ine rural style, addressing his cri t ics to the art i f ic ia l way of every l i teraryconst ruct ion, i n thi s case the gauchesca lit erary genre that in Argentina was seen as t he Patr iot icgenre . Realism and tradit ion are modif ied by Bolao s post modern wr it ing which gives a mightyknock on the head of every l i terary cert ainty.

    Key words: Gauchesca l i terature; Literary f ie ld; Travel; Border; Fractal.

    * Este trabajofue presentado como ponencia en el Coloquio de Literatura Mexicana y Latinoamericana de la Universidad de

    Sonora, Hermosillo (Mxico) el 10 de noviembre de 2009.

    [email protected]

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    En la estacin de Capitn Jourdan slo se baj Pereday una mujer con dos nios. El andn era mitad demadera y mi tad de cemento y por ms que busc nohal l a un empleado del ferrocarr i l por ninguna parte.La muj er y los nios echaron a caminar por una pista decarretas y aunque se alejaban y sus f iguras se ibanhaciendo diminutas, pas ms de tres cuartos de hora,calcul el abogado, hasta que desaparecieron en elhor i zonte .

    (Robert o Bolao. El gaucho insufrible. 2003: 24)

    He tomado el texto que antecede, pensando en una puesta en escena de lo paradigmticamenteargent ino, pues dif ci lm ente pueda darse una descripci n ms ajustada y cabalment e indirect a de laplanicie pampeana como la que nos da el f ragmento citado en este epgrafe. Por otra parte, laimagen de vastedad de esta descripcin me permit ir poner de rel ieve algunas pistas para unaint erpret acin de lo lat inoamer icano act ual que me gust ara compart ir con t odos ust edes.

    Quiero comenzar estas ref lexiones part iendo, entonces, de un prrafo que parece contenerbuena parte de la l i teratura lat inoamericana del sig lo XX, como si fuera la f igura de un fractal, esaform a de moda en las ciencias que repit e como un cri st al en cada part e la conf iguracin de un t odo.

    Antes de in iciar este viaje mental, preguntmonos, sin embargo, como corresponde a losestudios universitarios que desean revisar todos los supuestos antes de comenzar la discusin, siexiste realmente una l i teratura lat inoamericana como la que enseamos los profesoresespecial izados en el tema. Es el momento quizs para permit irse el derecho a la duda. Tal vez la Liter atura Lat inoamer icana , con maysculas, no sea ms que una const ruccin que t i ene comocomet ido darle ent idad a algo que se present a siempr e en pequeos bloques sin nimo d e const i t u irun conjunto. Srvanos, por eso, la f igura tan bien postulada por la cr t ica de Roberto Bolao comoparadi gma par a esa discusin.

    Se habr notado, desde el principio de mi exposicin, que lo que aqu interesa es poner elacento en el hecho de que el texto citado parece excepcionalmente signif icante, porque en suconcepcin minimalista exhibe una amalgama de recuerdos l i terarios, act ivando un espectro quedesborda el territorio de las Amricas. En efecto, desde mediados del siglo XIX (pensemos pore jemplo en Anna Karnina), la narrat iva viene regoci jndose con la oportunidad que le brinda elcontraste de movi l idad y estat ismo que produce la descripcin de los viajes en tren, una t p icacircunstancia decimonnica como la fotografa y que se unieron -ferrocarri les y fotografa- a lapasin por lo novelesco como prct ica burguesa bajo la bandera del real ismo l i terario. No esazaroso, entonces, que la novela del siglo XIX piense en comunin con esos inventos del Progresoeuropeo. Ese impulso decimonnico fue reciclado, en efecto, tambin por la l i teraturalat inoamericana del sig lo XX con el propsito de calcar un sent imiento de anonadamiento frente alos espacios desconocidos ganados a la visin del viajero. Surgen aqu, claro est, las ideas deinconmensurabi l idad y vaco que no preocupaban tanto a los europeos, por lo menos de Europa

    Central, pero s a los americanos y, claro est, tambin a los rusos.

    En el pasaje citado de Bolao, como en otros fragmentos que traer a colacin enseguida,se trata del episodio que t iene que ver con el momento del descenso del t ren, que en un nivelsimblico estara funcionando casi como un r i to de pasaje. No cabe duda de que en ese momentoclave se produce un pasaje hacia lo Otro desconocido y, por lo tanto, inquietante. El pasaje nodescribe solament e el hecho f sico de un dej ar un vehculo sin m s. Hay aqu una carga enorme desent i do. Esa naturaleza otra que se descubre en la percepcin del pasaj ero de la moderni t parece ser en estos textos seleccionados por m un punto capital en la narracin, porque eseinstante revela la precariedad de la existencia urbana, presentada aqu como una isla inestablefrente al mar de lo Otro que sera la verdadera naturaleza. Esa revelacin se dir ige tanto a loshroes y heronas de las novelas como a sus lectores y lectoras que se identif ica con losprot agonistas de f iccin.

    La concepcin bsica que const i t uye el princi pio const ruct ivo de El gaucho insufr ib le noes, por otro lado, slo la relacin con lo Otro, sino en un giro muy inusitado, la relacin con loMismo que ahora aparece extraado. A mi ju icio, la matriz de la construccin l i teraria que est en

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    la base de la obra de Bolao tiene que ver con la constante alusin a otros textos en un deseoposmoderno de l i t eratur ofagia . Una cuest in que no dej a de aparecer en cualquier discusinsobre lo lat inoamericano y que t iene que ver, en r igor, con la imposible e insufr ib le cal idad que elautor chi l eno le impri me a un text o que est ablece como hbrido de muchos t ext os.

    Veamos en qu estoy pensando con otros ejemplos de gauchos insufribles, empezando porest e ejem plo fundant e (de 1944):

    El tren laboriosamente se detuvo, casi en medio del campo. Del otro lado de las vas quedabala estacin, que era poco ms que un andn con un cobertizo. Ningn vehculo tenan, pero elj ef e op in que t al ve z pud ier a co nse gu ir un o en un co merci o a un as diez , doc e, cu ad ras.

    Dahlmann acept la caminata como una pequea aventura. Ya se haba hundido el sol, peroun esplendor f inal exaltaba la viva y si lenciosa l lanura, antes de que la borrara la noche.Menos para no fatigarse que para hacer durar esas cosas, Dahlmann caminaba despacio,aspi rando con grave fel i c idad el o lor del t r bol .

    Jorge Luis Borges, d e El Sur , en Ficciones1974: 528

    Veamos ahora este otro fragmento que se coloca bajo el parmetro del anterior, pero es de1948:

    Se detuvo el t ren y aprovech el momento oportuno: me asom a la ventani l la como siesperara a alguien, me precipi t afuera y camin un rato por el andn. E l calor de la tardeestaba en su apogeo. Senta el sol ardiente sobre mi cabeza. En un rincn, en la sombra,cuatro o cinco hombres esperaban, como hipnotizados. Un gato blanco dorma en un banco dela sala de espera.

    Silvina Ocampo, tomado de su nouvel le t i t u lada El impostor , en Autobiografa de Irene1999 I: 98

    Ambos fragmentos podran ser puestos en contraposicin con otro l igeramente anterior (de1929) muy diferente, aunque tambin profundamente r ioplatense:

    Un trozo de andn de la estacin de Tmperley estaba dbi lmente i luminado por la luz quesala de una puerta de la oficina de los telegrafistas. Erdosain sentse en un banco junto a laspalancas para los cambios de vas, en la oscuridad. Tena fro y tal vez f iebre. [] Un discorojo br i l laba al extremo del brazo inv is ib le del semforo: ms al l otros crculos rojos yverdes estaban clavados en la oscuridad, y la curva de riel galvanoplastiado de esas lucessumerga en las t inieblas su redondez azulenca o carminosa. A veces la luz, roja o verde,descenda. Luego todo permaneca quieto, dejando de rechinar las cadenas en las roldanas, ycesando el roce d e los alambr es en las piedras.

    Fragmento t omado de Roberto Ar l t , en su novela Los siet e lo cos, 1981 I: 171

    Y, por f i n, veamos el e jem plo m s cercano al de Bolao, que revela cunto viaj amos en tr en(o viaj bam os?) los argent ino s:

    Como un funcional monumento estoico, la estacin Brigadier Mardones opone una indiferenciade v idr io y alum inio a los contr asent idos del v iento pampeano. Tiem bla un poco, no obstante,mient ras al rededor avanza un crepsculo nublado, y O Jaral toma un caf, va al bao,explora el fam lico ki osco de pr ensa. [ ] En los bancos de la sala de espera viajer os conbultos dormitan como paquetes, gente hecha a las tardanzas, al olor a acarona y fri tanga, y asu propio ol or a carne rel egada.

    De Marcelo Cohen, d e El t est amento de O Jaral (1995: 42

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    Volvamos, sin embargo, a pensar en la obra del magnf ico lat inoamericano que es Bolao.Segn lo que sost iene el cr t ico alemn Roland Spil ler en un art culo reciente (2009) unacaracterst ica de la obra de Robert o Bolao sera su denuncia del f r acaso de l o nacional y de al l queel Lei tmot i v del f racaso y de l os fr acasados sea un element o que est e autor de origen chi leno ut i l i cepara marcar esa idea, que, por otra parte, habra encontrado en los escri tores del Cono Sur del

    cont inent e de quien l parece sent i rse t r ibut ario, aunque sin dej ar de insert arlos en una perspect i val i teraria. Aqu se pretende la condicin de cancelacin de las fronteras de la cultura de nuestrasnaciones.

    En el relato del que he tomado el epgrafe del in icio la cuest in principal g ira en torno a laidea de cules son las expectat ivas de lo que debe ser la real idad, una temtica que parece haberocupado con r igor a los escri tores r ioplatenses a los que alude Bolao, teniendo como teln defondo la as l lamada l i t erat ura gauchesca , que ent onces aparece en el banquil lo, por su rot undapret ensin de describ i r lo real. En est e sent i do, el pr otagonist a del relat o El gaucho insufr ib le conel que comenc mi exposicin, el j uez Pereda, sale al campo para ir a su campo y, en def in i t i va,esa excursin no es otr a que la de un inter narse en ciert o campo l i t erario . Esa descripcincampera que pret ende darle la espalda a la moderni zacin no advierte (o no quiere advert ir) que enel ao 2002, cuando se desarrol la la accin, en p lena crisis f inanciera, l os fer rocarri l es argent inos ya

    hace rato que no t ienen ninguna signif icacin, porque el neol iberal ismo internacional de la dcadaanteri or los ha l iquidado. Sin em bargo, el narr ador se empecina en hacer viaj ar a su prot agonist a enun tren ms por seguir le el t ren a la tradicin l i teraria que por atender a aquel lo que se l lamara lacot id ianeidad de la vida argent ina actual. Por otro lado, ese no acusar los cambios de lamodernizacin haba sido ya una caracterstica propia de la literatura gauchesca obsesionada porpintar una situacin que perteneca al pasado pero que era l lamativo recrear en un presentef lotante e incierto. Esta pampa, sin embargo, que se supone, segn las anteriores escri turas direct a, varoni l , s in subter fugios (ci t o los t rmi nos del relat o) aparece atr avesada por signosincomprensibles que se transforman en elementos de premonicin siniestra. Si la casa seorial seencuentra en ruinas, como corresponde a un l i b r e t t o previamente ledo, lo que se sale de l es laextraeza de un paisaje que en lugar de vacas presenta conejos en forma de plaga. Los conejos, ascomo las gallinas clonadas, de un texto de Csar Aira ( Embalse) hacen trastabi l lar no solo latradicin l i teraria gauchesca, sino el mismo pi lar principal de esa tradicin: la condicin gaucha.

    Aqu los t rm inos en disputa son, cl aro est , lo gaucho y lo gauchesco .

    Hay un refer ente concreto en el t exto fant st i co de Bolao? En ri gor, e l via j e desde la granciudad al mbito de la l lanura pampeana aparece motivado en el texto de Bolao por la crisisfinanciera que hizo insoportable la vida en Buenos Aires (aos 2001-2002). Si ese punto de partidahacia el Sur est pensado para aunar lo real cot id iano con la tradicin borgeana, el re lato seencarga tambin de sugerir que el protagonista, como corresponde a la clase de los hacendados,reniega de un pasado pol t ico que encarna el peronismo, a quien denomina la madrastra de laArgent i na , segurament e en alusin a la condicin m t ica de su f igura icnica, Eva Pern. Ahorabien, este inters zigzagueante de la narracin por buscar y negar alternat ivamente el verosmill i terario puede tomarse, al mismo t iempo, como un juego pardico con la tradicin en susvertientes nacionalistas como con sus opositores. As, tomndoles la palabra a los ensayoshumorsticos de Borges, en estos pueblos de la pampa, se venden picklest r a dos d i rectamente de

    Inglaterra y eso hace justamente lo te lrico del campo argent ino, cuanto ms anglf i lo msargentino. En esa lnea de discusin, se mencionan en el texto los nombres de Jos Hernndez yDomingo Sarmiento, que son los ejemplos paradigmticos de posiciones antagnicas con respecto ala idea clave del sig lo XIX que opona crasamente civi l izacin contra barbarie, sin darse cuenta decun brbaros eran los civi l izados que ponan como modelos los part idarios de la corrienteeuropesta. La transformacin del juez Pereda de Bolao que t iene en su mente la entelequiagauchesca pone, as, tambin en entredicho el b inomio sarmient ino, puesto que el protagonistaacaba tomando part ido por el mundo qui jotescamente inexistente de lo ledo, donde rige todava laley del cuchi l lo y del valor varoni l y donde el gaucho af i na indef in idament e la guit arra sin decidirsea tocar una cancin deter minada, t a l como lo haba ledo en Borges .

    En def i n it iva, el j uez Pereda va al Sur para asumir su dest ino americano , l o que signif icaen l renegar de su condicin de letrado urbano, pero encuentra que en la pampa los gauchos noconocen la l i teratura gauchesca y, por lo tanto, no pueden comparecer como test igos de susexpectat ivas. Estos gauchos ahora son t imoratos e insufr ib les, porque han perdido el atr ibuto delcoraje, esencial en la herencia dejada por Borges. Estos gauchos no solo no manejan el cuchillo,sino que hasta t ienen escrpulos ante la idea de desol lar conejos. Pereda, empecinadamente,

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    insist e en que la pampa era lo et erno , casi ci t ando a otro creador de mit os como el escri t orEduardo Mallea, r ival de Borges. Y l lega tan le j os como para i mponer una ley que, en r i gor, es unaley l i t eraria. Por el lo el re l ato nos cuenta lo siguient e:

    Aqu podemos l legar, di jo Pereda, y sac su cuchil lo. Durante unos segundos pens que losgauchos haran lo mismo y que aquella noche se iba a cifrar su destino, pero los viejosretrocedieron temerosos [] La luz de la fogata conceda a sus rostros un aspecto atigrado,pero Pereda, temblando con el cuchi l lo en la mano, pens que la culpa argentina o la culpalatinoamericana los haba transformado en gatos. Por eso en vez de vacas haba conejos(Bolao 2003: 45)

    Pereda se envalentona, ent onces, de t al m anera con su qui j otesca visin l i t eraria que com oDon Quijote se mete en los pliegues de la escritura desafiando a cuchillo a esos gauchosdegenerados para descubrir f inalment e que su gest o no es comprendido y no m erece una r espuest a.En ese gesto el protagonista y el narrador del relato estn queriendo decir que se meten en elcampo, per o que est e campo no es el de la l lanura y el est ircol, sino que es un campo l i t erario que

    est minado y que ya no es ni siquiera el campo id l ico de la l i t eratur a gauchesca (con Mart n F ier roy Don Segundo Sombra), sino el campo de Pierre Bourdieu. El verdadero desafo de Pereda pareceerigirse, entonces, contra la ordenacin de los vectores por donde pasa la l i teratura argent ina, ycon el la por Borges y, de m odo t angencial, con los rest antes subcampos del cont inent e.

    Estos gauchos hablan ya como comentaristas deportivos, porque desconocen el guin que losescri tores porteos les han puesto en la boca y, en cambio, estn a merced de los medios masivosde comunicacin que l legan desde las ciudades. No es de extraar, pues, que Pereda termine porbuscar despus una ria pero en la metrpolis y que su contendiente no sea ya un gaucho sino unescri tor novel, en def in it iva tal vez un escri torzuelo que posa de escri tor vanguardista en un cafl i terario, cuyo aspecto es ms bien de agente publ ici tario porque la diosa Mercado lo ha ganadotodo. La r ia gaucha se materia l iza f inalmente en el terreno de la escri tura, porque en def in it iva delo que se tr ata es de una r ia l i t eraria.

    En una conferencia reciente de Roland Spil ler, antes mencionado, y catedrt ico de laUniversidad de Francfort , este acadmico seal para su auditorio argent ino que la atencin querecibe la obra de Bolao en las instituciones acadmicas del mundo tiene que ver con su deseo deuniversal ismo y t rascendencia de fr onter as. Es cierto que Bolao carece de un cent ro, como m uchosescri tores que la dispora producida por los gobiernos dictatoria les produjeron en la regin quel lam amos Lat inoamrica. Su l i t erat ura puede caracteri zarse como post local ista y, en muchosaspectos, esto no se produce sin la incidencia creciente de la nueva diosa que es el Mercado. Porotr a parte, segn observa t ambin la lat inoameric anist a Celina Manzoni un relat o como El gauchoinsufr ib le pret endera no solo la universal idad, sino la reorganizacin de la l i t erat ura r ioplat ense(con menciones explcitas de Borges, Di Benedetto, Jos Bianco), que para Bolao aparece comoparadigmtica dentro del terr i torio ms amplio iberoamericano. En esa misma direccin, hay quesealar, en part icular, que el inters por Borges en Bolao revela una interpretacin de la obraborgeana como hacindola pesar en contra de la congelacin del canon, y, a l mismo t iempo, sera

    en su lectura el pendant ideal con la de Cortzar como escri tor que representa el paradigma de loin tercu l tura l .

    Por el lo, p uede decirse j ust ament e que en el re lat o El gaucho insufr i b le encontram os lacondensacin del mundo de El Sur de Borges expresament e mencionado, per o t ambin l apululacin de conej os del cuent o Cart a a una seorit a en Pars de Cort zar puestos a correr enuna pampa que se parece a las reverberaciones fantsticas de Aira, ya de por s pardicas. Por si loapuntado no fuera suf iciente para manifestar el deseo de provocar una intertextual idad lectoradentro del campo l i terario r ioplatense, la sucesin de estaciones con nombres de prceresinventados que reproducen la toponimia argent ina consagrada a mil i tares vencedores en lascampaas del siglo XIX contr a los pobladores orig inarios ( Capitn Jourdan , Coronel Gut ir rez )repite art i f ic ios similares de su colega argent ino posmoderno Marcelo Cohen. Ese relato es unrelato, entonces, hecho de retazos de la tradicin que entre el past iche y la parodia juega con el

    placer del reconocimiento, sin dejar de apelar al humor al baut izar al cabal lo del visi tantepampeano con el nombre de Jos Bianco, famoso Secretario de Redaccin de la longeva revista Sury ahora revalorizado escri t or, crecido a l a sombra de los ms aceptados.

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    Volviendo a m i pr im era argument acin, exist ir acaso una posibi l idad de p ensar laliteratura latinoamericana como un todo segn la idea que enarbolan las obras de Bolao? Es sabidoque la idea de una unidad en ese conjunto no es ms que un constructo de los intelectuales; esdecir, una idea imaginaria de la Ciudad Letrada que pasa por alto muchos elementos para poderconst i tu irse como tal. No hay, por cierto, una unidad, pero los cr t icos seguimos apostando en

    congresos y coloqui os, en c omp ilaci ones y ant ologas a esa ut opa de la im aginacin.

    Hubo, en r igor, un momento de la historia de nuestro cont inente cuando a esa construccinpareci serle dada una gran cuota de real idad. Me ref iero al momento del as l lamado boom.Ciudades metropolitanas como Buenos Aires y tambin La Habana y Mxico se arrogaron el derechode ser l as brechas de dif usin de product os de t odo el t err i t orio. As no es de ext raar que novelascomo La ciudad y los perrosy Cien aos de soledad se editaran en la capital argent ina y que de al l fueran r ecibidas por el rest o de Iberoamri ca como si e l hecho de su edicin en esa ciudad les dieraya carta de ciudadana de reconocimiento internacional y entrada en el canon lat inoamericano. Elfenmeno se revel, sin embargo, como coyuntural. Con el robustecimiento de la industr ia editoria len Espaa esa marca t err i t oria l volvi a una sit uacin anterior , q ue ubicaba la cual idad de selecciny canonizacin en Europa (Barcelona y Madrid para los hispanohablantes) La situacin polt icamentecompleja y encerrada de Cuba, as como las desastrosas polt icas editoriales y no solo editoriales en

    Mxico y la Argent ina provocaron la agona de una central izacin cultural posible, radicada enalgunos de los propios terr i torios de produccin. Ahora escri tura y editorizal izacin se encuentrandesconectados y desenraizados y, con el lo, tan fragmentados como en la poca de la colonia. Losnegocios espaoles, por supuestos, cont ent os. Pero qu es lo que se ori gina con esta nuevasit uacin presuntam ente global dent ro de las letr as lat inoamericanas?

    Susana Zanett i en un t rabaj o de 1994 rechaza la posibi l idad de que hablem os de un campoli t erario lat inoamericano , por l o menos para el perodo que est udia, basndose en la imposibi l idadde encontr ar un cent ro estable de ese campo en el m oment o del pasaj e al siglo XX. Segn Zanett i ,no es lo mismo pensar la cuest in dentro de la cultura francesa, por ejemplo, desde donde, al f in yal cabo, sale el concepto de campo int elect ual , cuando se t iene una met rpol is como Pars queposee la hegemona indiscutida del territorio francs y europeo desde hace muchos siglos y, sinalt ibajos, por los menos hasta la mitad del sig lo XX, que tratar de apl icar el concepto en unterr i torio que aparte de la cuest in id iomtica, se caracteriza desde hace siglos por unabalcanizacin rei t erada y per sist ente. Los ideales de unidad, siempr e ref lot ados, siguen siendo unaquimera dif ci l de alcanzar por la total fa l ta de autonoma de las unidades ms pequeas queforman el total. As, para Susana Zanett i habra que resaltar que existen en Lat inoamrica lazos,f idel idades y rel igaciones. En def in it iva, se trata de enlaces parciales. Esta idea permit ir a,entonces, encarar el estudio de l os vnculos efect ivos concret ados de m uy diversos modos a lolargo de nuestra historia l i teraria entre autores y obras, entre stos y los lectores y cr t icos, entrelos diversos centros de Amrica Lat ina y entre sus inst i tuciones formales e informales ms al l delas front eras nacionales (1994: 6)

    Sosteniendo la idea de las religaciones, me gustara, mencionar algunos casos en los queesos vnculos se ef ect an de t res modos concret os:

    El primer caso t iene que ver con la omnipresencia de Borges, como rel igador dentro del

    mbito lat inoamericano, que en esta circunstancia cuenta con la adhesin de algunos paseseuropeos como Espaa. Se t rat a aqu de una ancdota personal, dado que lo que quiero contar t i eneque ver con mi asistencia a un homenaje realizado hace algunos aos en Buenos Aires y auspiciadopor el Fondo Nacional de las Artes de la Argentina. Haba all representantes mexicanos, brasileos,y segn recuerdo tambin espaoles, adems de otros pases latinoamericanos y, por supuesto,muchos argent inos. Lo que me l lam la atencin fue lo temprano que muchos de los part ic ipantesen el coloquio haban descubierto la estrella singular de Borges en las Letras de esta regin delglobo y el efect o part icular para la propia escri t ura que l os escri t ores convocados sealaban. En esaocasin no pude menos que pensar que la obra de Borges haba sido leda ya en la dcada de los 50con una part icular devocin como la que se experimenta antes los maestros absolutos y que esadisposicin part icular de los lectores tempranos de Lat inoamrica que luego seran a su vezdestacados publicistas en sus respectivos pases no poda dejar de presentarse como un efectoespecial de re l igac in la t inoamericana.

    Otro caso sumamente interesante lo representa la adaptacin cinematogrf ica de lanouvel ledel chi l eno Jos Donoso El l ugar sin l mi tes (1966) que el escri t or argent i no Manuel Puigreal iz para el d i rect or de cine m exicano Art uro Ripst ein (1977). Hay que recordar aqu para nuest ro

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    asunto de las religaciones que el texto de Donoso lleva la dedicatoria a Rita y Carlos Fuentes. En eseguin hecho por un autor argent ino se dio la conf luencia real de tres regiones diferentes deLat inoamericana de un m odo sumament e exit oso, aunque Puig poco antes de est renarse el f i l m hi zoret irar su nombre de los crditos por miedo a que la censura mexicana de los aos 80 no pusierasuf icientemente en evidencia cunto les haba interesado al novel ista y al adaptador acentuar la

    visin ant i-homofbica del relato. En ese momento tres variedades de la misma lengua seencontraron sel lando un pacto de entendimiento fruct fero, como puede verse en los manuscri tosdispersos encontrados en el escritorio de Puig, muerto en la ciudad de Cuernavaca en 1990.

    Lo que esos manuscri tos incompletos nos revelan acerca de la adaptacin del texto deDonoso al vocabulario cinematogrf ico de una pelcula que deba ser f i lmada en Mxico es laincreble manifestacin l ingst ica de un escri tor argent ino que, experimentado en la escucha oralde cada regin, da pie para la transformacin del texto a otra regin. Los dact i lo-escri tosencontrados en el escritorio de Puig revelan ese cuidado, dado que aparecen subrayadas laspalabras necesitadas de cambio para producir la cuota de oral idad mexicana que f inalmente va aobtener el producto f inal. Al parecer habra intervenido en la f i lmacin Jos Emil io Pacheco paradotar al texto de los mexicanismos orales que le dan al producto f inal la impronta de suma verdadl ingst ica. En este sent ido el t r ingulo que forma el proyecto de f i lmacin del texto de Donoso con

    la implicacin de Chile, Argent ina y Mxico me parece un ejemplo excelente en el momento depensar en una red de rel igaciones que perm it e est udiar un m apa especial de la r egin. Del t exto d eDonoso Puig hizo un guin extr aordinario que se desarrol l a t omando como pi vote una fr ase del autorchi leno: La Manuela se incl in hacia Pancho y tr at de besarlo en la boca mient ras rea (1966:129) El pueblo de El Olivo con su terrateniente omnipotente Don Alejo t iende un puente por encimadel mapa desde el Cono Sur al terr i torio agreste mexicano. La comunidad de los puebloslat inoamericanos se ve herm anada por l a mi sma f rula del poder y de la explot acin. Sobre esa basese erige nuest ro derecho a una comn cart ografa en la histor ia de la cul t ura.

    El tercer caso al que quiero referirme t iene una extraa y posmoderna f i l iacin con ladedicator ia de la obra de Donoso ( a Rit a y Carlos Fuentes ) en la ext ravagante novel i t a delargentino Csar Aira de 1999 El congreso de l i teratura, en la que se narra la asistencia a eseCongreso en Venezuela del escritor mexicano con su actual esposa Silvia, mientras en su costado deautof iccin (es decir: del escri t or que se crea una vida paralela), e l Csar novelst ico seautopresenta como sabio loco que ha robado una clula de Carlos Fuentes para clonar un genio,pero por error lo que ha conseguido es una clula de los gusanos de seda que han intervenido en lafabri cacin de su corbat a azul. La clonacin t erm ina con la invasin de l a ciudad de Mrida donde secelebrara el Congreso de gusanos gigantes, dado que el clonador estaba colocado en el activador de genio . Es imp osible no ver aqu ms que una st i ra contr a la ubicuidad cultur al de Fuentes, unasut i l venganza del escri tor novel contr a las f iguras consagradas. Sugiero, por mi part e, q ue la f igurade Carlos Fuentes en el texto habra podido leerse como un comodn supranacional que hubiesetenido la tan trada y l levada f igura de Borges, por donde estamos nuevamente en el punto departida de mis ejemplos. Los gusanos que siguen con vida y se duplican cuando se los secciona sonel smbolo de una escri t ura pululant e como la del pr opio Aira.

    Para concluir con estas ref lexiones quera ensanchar mi tema trayendo al debate una tesisatrayente de la investigadora francesa Pascale Casanova, quien hace algunos aos sostuvo que, por

    una parte, Pars haba dejado de ser el meridiano canonizante de las l i teraturas tanto en lenguafr ancesa como en ot ras lenguas, para ser reemp lazada especialment e por centr os innovadores comoNueva York, y, por otr a part e, que ha l l egado la hora de pensar m enos en l i t eratur as nacionales confronteras estrechas dadas por los Estados que en cruces y una extensa globalizacin de la cultura,que, de hecho, ya se haba dado cuando Pars era el ombligo de la cultura mundial. En ese sentido,y rel acionando con las ideas que expuse al com ienzo de est a charla, podemos decir que l os cr t i cosy profesores de l i teratura lat inoamericana tenemos el derecho de armar una red l i teraria, siempre ycuando tambin pensemos en la porosidad de las fronteras. En esta misma lnea, se puede pensarque podemos pensar en nuestras propias l i teraturas a escri tores que por dist intos motivos noescrib ier on en espaol o portugus, per o que ejer cieron una enorme inf luencia dentr o del mapa queme interesa dibujar. Tengo i n ment e en est os mom entos el caso del p olaco Witold Gombr owicz o elfranco-argent ino Copi, con una obra mayormente escri ta en francs; ambos, creo, deberan serestudiados dentro de nuestros programas, a pesar de su condicin exgena, repatriados para lal i teratura lat inoamericana gracias al convencimiento que asoma en nuestra poca de que nosadentram os en una poca de la global izacin de las front eras.

  • 7/31/2019 Los Gauchos Insufribles

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    Jos Amcola

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