los hombres araña de jupiter

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Tentado estuvo el intruso de dirigir contra ella los rayos desintegradores de su pistola, pero temió no sólo destruir la acerada puertecilla, sino lo que se guardaba tras ella y que a él tanto le interesaba. Volvió entonces hasta Stanley, se agachó sobre él y le registró rápida y hábilmente los bolsillos hasta encontrar un manojo de llaves. Probó una tras otra en la puertecilla de acero, pero no consiguió nada.

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Tentado estuvo el intruso de dirigircontra ella los rayosdesintegradores de su pistola, perotemió no sólo destruir la aceradapuertecilla, sino lo que se guardabatras ella y que a él tanto leinteresaba. Volvió entonces hastaStanley, se agachó sobre él y leregistró rápida y hábilmente losbolsillos hasta encontrar un manojode llaves. Probó una tras otra en lapuertecilla de acero, pero noconsiguió nada.Mostróse perplejo el desconocido,pues la cerradura de la puertecilla

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no parecía ofrecer nada departicular y se disponía ya adestruirla con los rayosdesintegradores, aun a trueque deestropear el contenido, cuando unaidea repentina hirió su cerebro.Recordó un aire que Stanley silbabacon cierta frecuencia y que entremuchas otras veces le habíaescuchado en las dos únicasocasiones que en su presenciahabía abierto la caja…

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Alf. Regaldie

Los hombresaraña de JúpiterLuchadores del Espacio - 10

Pánico en la Tierra - 3

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ePub r1.0xico_weno 14.09.15

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Título original: Los hombres araña deJúpiterAlf. Regaldie, 1954

Editor digital: xico_wenoePub base r1.2

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PERSONAJES

Mark Stanley. —Exoficial de laUnión de Naciones e investigador.

Ludow. —Excoronel de la Unión deNaciones.

Linda Leisen. —Periodista.Roy Manoin. —Oficial del ejército

de la Unión de Naciones.David Bootler. —Oficial del

ejército de la Unión de Naciones.Coronel Brendel. —Jefe del ejército

de la Unión de Naciones.Capitán Browers. —Oficial del

ejército de la Unión de Naciones.

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Aracnio-Bat. —Rey de Aracnia otierra de los hombres araña, país deJúpiter.

Morondo-Bat. —Rey de Dunkel-land, o país de los «morenos», deJúpiter.

Maiwa. —La bella Salvaje Blanca,hija del profesor Ross.

Profesor Ross. —Científico de laTierra.

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CAPÍTULO PRIMERO

UN ROBO

La pintura aparecía como iluminada ensu interior irradiando una luz suave,dulce, acariciadora, como la mirada delos azules ojos de la damita en el lienzorepresentada. El artista había sabidocaptar y plasmar toda la luminosidadexpresiva del bello rostro, la tersurajugosa de la piel, la vida interior, elalma, en una palabra… La damita noparecía tener mucho más de veinte añosy el cuadro estaba fechado veinticuatroaños antes. ¡Veinticuatro años! Si vivía,

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¿cómo sería ahora la atractiva damita?Mark Stanley suspiró contemplando

el cuadro. Le había atraído desde elprimer día que lo viera en casa delanticuario y se había apresurado aadquirirlo. Pero no había conseguidosaber la historia del mismo. Elanticuario lo había adquirido hacíatiempo en una almoneda en no recordabaqué ciudad inglesa. Trató Stanley deseguirle la pista y lo único queconsiguió saber fue que el cuadro habíasido pintado en América, en la luminosaCalifornia y que el pintor habíafallecido hacía sólo tres años. Era bienpoco, pero hubo de conformarse.

Stanley, joven, soltero, sólido de

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carácter y de estructura, sentíase solocon sus estudios, sus investigaciones ysus inventos y, atraído por la damita delcuadro, comprendía que se ibaenamorando de ella. ¿Absurdo? ¿Y qué?Él había sido siempre un poco soñador ylos absurdos le habían atraído un tanto.De ideas, en principio absurdas, propiasde locos o soñadores, habían salido susmejores realizaciones, sus inventos y lasmás bellas ideas de su vida, comoaquella pasión absurda también, perohermosa, que comenzaba a florecer pura,cálida y transparente en su alma.

Sólo una pequeña inquietudenturbiaba la paz de aquel nacienteamor. Hans Ludow, su antiguo

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compañero de armas, el disoluto Ludow,se había estremecido visiblemente alcontemplar el cuadro por primera vez.Pero no había querido hablar pese a laansiedad mostrada por Stanley. ¿Quépodía saber Ludow de la damita delcuadro si es que sabía algo?

Stanley entornó los ojos para vermejor y la belleza del cuadro parecióidealizarse, enriqueciéndose con nuevasy suaves tintas que le dieron cuerpo,adquiriendo nueva vida. El hombrerecibió la sensación de que la luz a sualrededor iba empalideciéndose toda enel cuadro. Notó Stanley una sensaciónde modorra que le envolvía y hasta lepareció percibir un gesto de ansiedad en

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la dama del cuadro. Luego de estopercibió un sabor dulzón y que la cabezase le congestionaba lentamente.

Intuyó entonces un peligro y quisolevantarse con ánimo de luchar, dedefenderse contra el enemigo quepresentía oculto. Ante él apareció elrostro de Ludow, un Ludow tal vezentrevisto, pero no conocido, el cualsonreía burlonamente y escondida en lasonrisa, como un estilete entre un ramode flores, una mirada de brillo maligno,siniestro…

La cabeza de Mark Stanley cayóentonces pesadamente sobre el pecho yel cuerpo osciló hacia adelante, primerolentamente hasta que, vencido el

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equilibrio, se derrumbó, quedando inerteen el suelo a los pies mismos de la belladel cuadro.

La vida pareció suspenderse porunos segundos en la pieza ocupada porel joven inventor, en la que sólo seescuchaba el leve y rítmico pendular delreloj hasta que una cortina comenzó amoverse lentamente, apareciendoprimero la mano que la movía y algodespués una figura que, con movimientolento terminó de apartar la cortina,adelantando la cabeza hacia donde Markyacía caído.

Vestía la figura un ajustado traje demalla de un negro absoluto que lo hacíacasi invisible por no reflejar la luz, y

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llevaba la cara cubierta con unaescafandra de plástico transparente ynegro también que daba al usuario unaspecto espectral. La mano diestra de lafantasmal aparición empuñaba unapistola de rayos desintegradores yapuntaba con ella al vencido cuerpo. Noestaba demasiado seguro el fantasma deque los gases que había soltado en lapieza hubiesen causado efecto.

Casi sin producir ruido y sin dejarde apuntar con la pistola, la fantasmalaparición llegó hasta donde había caídoStanley y tomándolo por la ropa lovolvió cara arriba. Una mueca desatisfacción se adivinó a través de latransparente máscara y un murmullo

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opaco se dejó oír, escapando de lamisma.

—Está bien dormido y no despertarájamás… La enguantada mano del intrusodejó junto al cuerpo de Stanley un sobrecerrado y escrito e inmediatamenteencaróse el hombre con el retrato de labella damita. A través del transparentede su máscara fulguraron sus ojos desiniestra expresión y la pistola de rayosdesintegradores fue apuntada contra laobra de arte; por unos instantes parecióque ésta iba a desaparecer, pero seprodujo en el desconocido unmovimiento de vacilación.

—No. Si lo destruyese podría llegara ser una pista en manos de un policía

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sagaz…Retiróse el intruso de junto al cuerpo

de Stanley y atravesó la pieza hastallegar frente a una talla de tipo primitivoque adornaba la pared, tocando en unángulo de ella. La talla se alzó sobre unoculto eje y dejó al descubierto unacortinilla de terciopelo rojo.

El desconocido la apartó e hizo ungesto de contrariedad al encontrarsefrente a una caja de acero empotrada enla pared y cuya puerta parecía pocodispuesta a dejarse abrir.

Tentado estuvo el intruso de dirigircontra ella los rayos desintegradores desu pistola, pero temió no sólo destruir laacerada puertecilla, sino lo que se

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guardaba tras ella y que a él tanto leinteresaba. Volvió entonces hastaStanley, se agachó sobre él y le registrórápida y hábilmente los bolsillos hastaencontrar un manojo de llaves. Probóuna tras otra en la puertecilla de acero,pero no consiguió nada.

Mostróse perplejo el desconocido,pues la cerradura de la puertecilla noparecía ofrecer nada de particular y sedisponía ya a destruirla con los rayosdesintegradores, aun a trueque deestropear el contenido, cuando una idearepentina hirió su cerebro. Recordó unaire que Stanley silbaba con ciertafrecuencia y que entre muchas otrasveces le había escuchado en las dos

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únicas ocasiones que en su presenciahabía abierto la caja.

Silbó procurando imitar el aireexactamente y falló las dos primerasveces, pero a la tercera consiguióhacerlo tan fielmente que escuchó variossuaves chasquidos metálicos y a poco lapuertecilla se abrió silenciosa sobre sueje.

Una intensa alegría inundó al extrañoser cuya faz expresó la viva emociónque lo embargaba; con mano temblorosa,tratando de dominar sus nervios, exploróla cavidad que la puertecilla habíadejado al aire y pronto tropezaron susdedos con una cartera de plástico que envarias ocasiones había visto en manos

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de Stanley; afanosamente la extrajo yestuvo revisando los papeles que habíaen ella y terminó expresando susatisfacción con un gruñido.

—Sí. Parece que está todo completo.Guardó la cartera en una abertura a

modo de bolsillo de su ceñida malla,pasando luego a asegurarse de que elescape de gas «cob» que él habíaabierto continuaba inundando lahabitación del venenoso producto y sedirigió a la puerta del departamento,seguro de que Stanley no podíasobrevivir más que algunos minutos, talvez ni eso. Dirigió una postrer mirada asu víctima y tras abrir la puerta, latraspuso, cerrando tras sí.

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* * *

El portero levantó la cabeza,sorprendido al oír el juvenil repiqueteode los tacones femeninos sobre el pulidoenlosado, sintiéndolo casi como unaprofanación en un lugar como aqueldonde sólo habitaban hombres solteros ydonde muy raramente se veía algunamujer. Sus ojos, un tanto irritados, seposaron sobre la armoniosa figurafemenina que, al avanzar a su encuentro,ofrecía a contraluz su recortada siluetaque aparecía aureolada de luz, causandoun efecto de deslumbrante belleza queacabó por desquiciar al irritado

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cancerbero, hombre de porte servil yademanes adustos. Con gesto que tratóde hacer imponente se adelantó a lajoven, oponiéndose a su paso.

—¿Puedo servirle en algo, señorita?Sabrá que esto es una residencia…

—Sí. Lo sé —le atajó la joven—. Yme tiene sin cuidado. Vengo al pisoprimero, departamento C. El señorStanley me espera…

Al oír el nombre de Stanley elportero se afectó visiblemente y ya sedisponía la joven a pasar cuando elhombre la atajó, colocándosele delante.

—Lo siento, señorita, pero el señorMark Stanley ha dado orden de que nose le moleste.

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—Eso es imposible, buen hombre.Indudablemente usted sufre un error. Talvez haya sido otro quien le ha dado esaorden…

—No, señorita. Ha sido el propioseñor Stanley. Conozco bien su voz yademás he comprobado en el cuadro quese trataba de su departamento.

—Está bien. A pesar de ello, subiré.Yo cargo con toda la responsabilidad.

Trató la muchacha de seguir su paso,pero el portero tornó a detenerla,cogiéndola esta vez por el brazo.

—¡Le he dicho que no se le puedemolestar y no le toleraré…!

Pero el portero no continuó la frase.La joven se había desasido con gesto

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violento, apareciendo luego en su manouna pequeña pistola con la que le apuntóal estómago.

—Le he dicho que me aguarda ypasaré a despecho de lo que sea —aseguró la joven con gesto decidido—.¡Venga! Métase en su garita.

—No es necesario, señorita, yo…—Trató de disculparse el portero cuyorostro denotaba servilismo y miedo.

—¡Basta! —atajó ella secamenteempujándolo con bastante violencia endirección a la garita—. ¡Métase ahídentro!

Contra su voluntad penetró elportero donde la joven le indicaba y éstase apresuró a cerrar la puertecilla con

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llave.Podía libertarse el portero

rompiendo la frágil puerta de pequeñoscristales inastillables, pero paraentonces la joven ya podía estar en eldepartamento de Mark Stanley sintropiezo alguno.

Ocupó la joven el ascensorabandonándolo a poco frente aldepartamento que ocupaba Stanley y sedirigió presurosa a la puerta del mismo,repiqueteando en ella con los nudillosde su mano.

—¡Abre, Mark! ¡Soy yo, Linda!Detúvose la joven a escuchar unos

momentos y viendo que no le abrían nila respondían tornó a apremiar.

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—¡Abre pronto, Mark! ¡Soy Linda!Tampoco ahora obtuvo respuesta la

joven y en cambio, oyó cómo la frágilpuerta de la garita donde habíaencerrado al portero saltaba hechatrizas. No vaciló más y dirigió los rayosde su pistola desintegradora contra lapuerta del departamento de Stanley.Desapareció un trozo de ésta,desencajando el resto y dejando huecosuficiente para penetrar una persona.

Iba a penetrar Linda en eldepartamento cuando un olor que eracasi un perfume, dulzón y mareante,concentradísimo, la hizo retroceder.Imaginó lo que era porque había oídohablar de ello a Mark y un desagradable

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pensamiento la dominó. ¡Mark estaba enpeligro, si no había muerto!

El ascensor ascendía en aquelmomento, deteniéndose ante el piso.Mas Linda no se detuvo y haciendoprovisión de aire en sus pulmones tomóimpulso para entrar corriendo en lapieza ocupada por Stanley. El porteroque salía en aquel momento del ascensortrató de detenerla sujetándola por unbrazo, pero ella se volvió rápida sindarle tiempo a nada y le golpeó en lacabeza, furiosamente, con la culata de supistola. El hombre se estremeció alrecibir los golpes, cubriéndose con lasmanos, tratando luego de apresarla a suvez; mas ella no se dejó dominar y ciega

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de furor continuó atacando conextraordinaria violencia, con unaenergía de la que no se creía capaz,hasta que el hombre cayó exánime con elcuero cabelludo ensangrentado.

La atmósfera del rellano se ibaenrareciendo con el gas que salía deldepartamento y Linda corrió a abrir dosde las ventanas laterales del mismo,estableciendo una fuerte y purificadoracorriente de aire.

El aire fresco le devolvió un tanto lacalma y despejó su cerebro y suspulmones y haciendo acopio de nuevo,corrió sin respirar, penetrando en eldepartamento de Mark. Notó el vahocaliente del gas y se apresuró a abrir

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dos ventanas del departamento quepermanecían herméticamente cerradas,con las fisuras cubiertas con algodón enrama.

Cuando terminó de abrirlas sintióque los pulmones le estallaban yasomando la cabeza fuera, expelió elaire de los pulmones, viciado ya, yaspiró aire nuevo, que sintió deliciosorenovando sus energías.

Corrió entonces Linda a la piezacontigua donde Mark tenía instalado supequeño laboratorio deexperimentaciones y se colocórápidamente una de las caretas antigásque aquel poseía. Tranquilizada en estesentido corrió entonces a cerrar el

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escape de gas «cob», uno de losinventos de Stanley y que eldesconocido había dejado abierto.

Abrió Linda todas las ventanas deldepartamento y pasó luego apreocuparse de Mark, arrastrándolohacia el rellano de entrada, donde el gasno había tenido tiempo de concentrarseni estabilizarse siquiera.

Se apresuró Linda entonces aaplicarle el antídoto que conocía por elpropio Mark y antes de que pasaramucho tiempo, el joven entreabrió losojos contemplando con expresión vagael rostro que tenía delante.

—¿Qué ha sucedido?—No lo sé, Mark. Yo te explicaré

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mi parte y tú dirás la tuya…El portero volvía en sí de su

desmayo y trató de escurrirse al ver quela joven atendía a Mark, pero Linda nole perdía de vista y le detuvoapuntándole con su pistola.

—¡Estése quieto o le voy a dar undisgusto serio!

—Pero yo me he limitado…—¡Cállese! Y, sobre todo, no se

mueva…Mark comenzaba a darse cabal

cuenta de lo que le rodeaba y unpensamiento de lo que podía habersucedido comenzó a atormentarle.

—Ayúdame, Linda. Vamos dentro.No quisiera que lo sucedido

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trascendiese…—Pero está la puerta…—Es cierto. Tendrán que arreglarla

cuanto antes. Temo que ha debidoocurrir algo muy grave.

Mark se había puesto en pie y Lindale interrogó:

—¿Eres capaz de valerte por timismo?

—Perfectamente. Has llegado tan atiempo…

—Pues entra que yo te sigo. Noquiero que este tipo se nos escape. Suactitud no me ha agradado…

—¿Poco clara?—Al contrario. Para mí demasiado

clara. Y lo declaro culpable. Este tipo,

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por lo menos, es cómplice. Porque tú nohas intentado suicidarte, ¿no es eso? Túno eres de los hombres que se suicidan.

—¡Naturalmente que no, Linda!Obligó Linda a penetrar al portero

en el departamento de Mark einmediatamente se encaró con élmientras el propio Mark corría junto a lacaja de hierro empotrada en la paredabriéndola por el mismo procedimientoque había empleado el desconocido. Untemor que pronto se convirtió encertidumbre, le dominaba. Tornó acerrar la caja y se encaró con Linda.

—¡Ha ocurrido algo muy grave,Linda! ¡Algo que no debe trascender!

Al hablar, Mark Stanley había

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empleado el idioma alemán,presumiendo que el portero que sehallaba sentado en uno de los sillones lodesconocería.

—Ya me lo imagino, Mark Stanley.Hablaremos más tarde de eso. Primeroentérate del contenido de esa carta quehay en el lugar donde caíste. La letra delsobre es tuya.

Mark tomo la carta que había dejadoel desconocido y la abrió.

—¡Son mi letra y mi firma! Pero esapócrifa. Yo no he escrito esto. Sinembargo, el que la ha escrito conocebastante bien mis asuntos y explica deforma bastante plausible las causas queme han llevado «al suicidio». Y esta

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firma, no cabe la menor duda que es lamía. Si no fuera porque yo sé que no lohe hecho, me haría vacilar…

Linda refirió entonces a Mark laoposición que había hallado en elportero al intentar llegar hasta sudepartamento. El portero, que habíapermanecido silencioso, pretendiójustificarse.

—El señor me dio orden porteléfono de que nadie le molestase…

Mark Stanley se volvió como si lehubiese picado una víbora y descargóuna sonora bofetada en el rostro delportero, derribándolo al sueloestrepitosamente.

—¡Embustero! Sabe usted de sobra

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que yo no le di orden alguna.El hombre permaneció en el suelo,

sin acabar de decidirse a levantarse,mirando medrosamente hacia Mark.

—Si no era usted, era su voz.Además, vi en el cuadro indicador queera desde su departamento desde dondehablaban.

—Levántese. Es posible que hayanrepresentado esa farsa, pero después deeso me ha visto usted subir seguramente,¿o prefiere que le refresque yo lamemoria? —interrogó Mark con acentoirónico. Y añadió—: ¡Vamos!Desembuche en seguida. Quién y cuántole han pagado por su parte en el«trabajo»…

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El portero se había decidido alevantarse y respondió tímidamente:

—Le aseguro que he dicho laverdad…

Pero la frase fue cortada por otrabofetada que le volvió a derribar.

—¡Rata inmunda! ¡Estoy dispuesto amachacarte si no dices la verdad! Ydespués de machacarte yo, a entregarte ala policía. No me ha agradado nunca tuaspecto…

El hombre, en el suelo, comenzó atemblar como un azogado.

—¡No! ¡La policía, no! ¡Yo se lodiré todo! Él me dijo que sólo queríagastarle una broma al señor y meamenazó si yo no accedía.

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—¿Quién es él?—¡Me matará si lo digo!—Y si no lo dices te mataré yo…

¡Pronto! ¿Quién es él? Y no temasporque él no se atreverá a acercarse.

El portero se volvió hacia laentreabierta puerta, tal que si temieraver aparecer por ella algún fantasma ycon voz débil habló:

—El señor coronel Ludow.—¡El coronel Ludow! Me lo

imaginaba, pero necesitaba estar segurode ello.

—Él conocía mi pasado. Sabía queestuve varias veces en prisión y que laúltima me fugué quebrantando lacondena. Le conocí allí cuando el

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escándalo aquel en que lo expulsarondel ejército. Pero le juro que yoignoraba que pretendía matarle…

—Eres un embustero y una malaficha. Vas a continuar en tu puesto, sinintentar escaparte…

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CAPÍTULO II

RUMBO A JÚPITER

Cuando el portero hubo salido, Mark yLinda quedaron frente a frente. Elhombre se pasó la mano por la frentecon ademán de fastidio y la muchacha seaventuró a preguntar:

—Es muy grave la cosa, ¿verdad?—Gravísima. Esas cosas en manos

de un hombre sin conciencia comoLudow pueden ser una verdaderacatástrofe.

—¿Puede saberse lo que se hallevado?

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—Sí. Pero tienes que ser discreta.Tú hubieras sido la primera en darlo ala publicidad una vez autorizado por elEstado Mayor, aun antes de realizar laspruebas oficiales. Son dos nuevosdescubrimientos míos para protegernosde cualquier ataque que pudiesevenirnos por el aire de cualquier otrolugar del Universo. Hace tiempo que metenía inquieto las continuas piraterías delas gentes de Venus y las de Júpiter y mepuse a trabajar sobre ello. Por eso mehabía retirado del ejército. Lo primeroes un aparato emisor de ondasinvisibles, pero de una potenciaextraordinaria y que hacen explotarcualquier artefacto en movimiento a

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distancias superiores a los quinientosmil metros. El aparato, combinado conel nuevo radar, localiza los artefactos agrandes distancias. Una vez localizados,automáticamente apunta la especie decañón emisor de rayos y dispara. El tiroes infalible, pues la emisión de ondasdestructoras está sincronizada con lasondas del radar y es imposible evitar laexplosión, que sólo se produce alchoque con el avión, buque o tanque. Yposeen también estas ondas la propiedadque se propagan como el nuevo radar enlínea recta o en curva paralela a la tierrasi así conviene.

—¡Es terrible! Hay que coger aLudow antes de que pueda escapar.

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—El segundo invento tiene unaimportancia defensiva extraordinaria. Setrata de una energía de tipo similar a laanterior, pero cuya forma de empleo esdiferente por sus características. Estaenergía, en estado latente y en forma degas, se siembra en el aire por los lugaresen que se esperan los ataques enemigosy allí queda. Su especial composiciónhace que las corrientes de aire no laarrastren y que se mantenga en el mismositio en que se la dejó sin que loscambios de temperatura puedan influirtampoco en ella. Al penetrar aeronaves,proyectiles dirigidos, cualquier vehículoque lleve una velocidad superior a lostrescientos kilómetros por hora, el

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choque producido por el desplazamientodel aire, produce una violenta reacciónen el gas, que explota haciendo explotara los vehículos que se hallan dentro desu órbita. Y Ludow se ha llevado lafórmula y procedimiento de fabricaciónen gran escala de ambos productos,planos de las máquinas necesarias paraello así como de los aparatos que debenproyectar las ondas ROC, nombre de lasprimeras y el gas VIC, nombre delsegundo. ¿Tengo motivos para estardesesperado?

—Motivos sobrados, pero esmomento de actuar.

—Lo mismo pienso. La perfidia deLudow me coloca en difícil situación

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ante el Estado Mayor y por eso quieroevitar que la cosa trascienda. Además,si la noticia llegase a conocerse, elpánico se apoderaría de las gentes y nosé lo que podía llegar a ocurrir.

—¿Conoce el Estado Mayor laimportancia de los inventos y el punto enque los tenía?

—Exactamente, no. Daré largas alasunto diciendo que debo realizaralgunos estudios en otros planetas. Nosé si llegarán a tragar el anzuelo, perodebo intentarlo.

—¿Crees que Ludow puede habersalido de la Tierra?

—¿Qué duda cabe? Si no ha salidosaldrá de un momento a otro.

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—Podemos avisar rápidamente paraque vigilen las salidas…

—Ya lo he pensado, pero estoy casiseguro de que no conseguiré nada. Noobstante, lo voy a intentar. Daré comomotivo para su detención un robo dejoyas… pero no. Los del Estado Mayorse echarían en seguida sobre mí y mequitarían las pocas posibilidades quetengo. Debo callar y actuar solo. Meacusarían de negligencia y mis enemigosse aprovecharían. El escándalo seríaterrible… y yo quedaría atado de pies ymanos que sería lo peor de todo.

—Creo que has hecho mal en soltartan pronto a ese hombre. Él sabrá cosasde Ludow.

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—No lo creas. Ludow no es de losque se confían a nadie. Me vas a hacerun favor, Linda.

—Estoy dispuesta a ayudarte entodo.

—El seis de diciembre hace diezaños que expulsaron a Ludow delejército. Antes de ello se vio suproceso, estuvo encarcelado, etc. Contal motivo los periódicos hablaronmucho de él. De lo bueno y de lo malo.Apareció la historia de su vida y hastala de sus padres y abuelos. Sus hechosnotables y sus acciones feas. Tienebastante de unos y de otras…

—¿Y bien?—Necesito las colecciones de

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prensa de aquella época, saber lo que sedijo de él. Aquel año estaba yodestacado en Marte y no pude seguir lacosa como hubiera deseado. Tal vez enla historia de su vida encontremos algoque nos sirva de guía.

—¿Qué piensas?—Nada en concreto aún. Él ha

robado eso porque necesita dinero. Élsiempre necesita dinero para llevar sufastuosa vida. No creo que tal cosapueda venderla en la Tierra por dosmotivos. Demasiado cerca para él ydado el estado en que nos hallamos noserviría a nadie para fines particulares.No tiene más remedio que haber salidofuera. ¿Venus? ¿Marte? ¿Júpiter? ¿Algún

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asteroide? Tiene que haber acudido alládonde le conozcan y haya un principiode acuerdo y donde le ofrezcan algunagarantía. Pues bien. Debemos averiguarrápidamente cuál es este lugar,localizarlo lo más exactamente posible.

—Está bien. Buscaré esascolecciones rápidamente, las repasaré yacotaré todo lo que pueda ofrecerinterés.

—Magnífico. Yo trataré de tenerconocimiento de todas lascomunicaciones interplanetarias quepueda haber habido en los últimos dosmeses, sobre todo la procedencia deaquellas que hayan sido cifradas y nooficiales.

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—Es una buena idea.—Eso creo. El tiene que haberse

mantenido en contacto con alguien paraofrecer la mercancía y discutir precios.

—¿Y si todo esto fracasa?—No quiero pensar en ello, Linda.

Pero yo soy de los que jamás se dan porvencidos y si preciso es, atacaré con susmismas armas…

* * *

Mark Stanley se despojó delsombrero y se dejó caer con gesto decansancio en un butacón en eldepartamento de la residencia deseñoritas en que Linda habitaba.

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—Estás cansado, Mark. ¿Te apeteceuna taza de té?

—Prefiero café. ¿Cómo te han idolas cosas?

—Bastante bien. He conseguidomucho. En ese montón que ahí ves estáreflejada toda su vida y milagros. ¿Y tú,qué has conseguido?

—Demasiadas comunicaciones ynada en concreto. Parece que esta últimatemporada se han divertidointercambiando ideas y mensajes, perono hay nada que me pueda interesar. Talvez haya otro intermediario en la mismaTierra, pero lejos de aquí y Ludowcomunicase con él y él con quien fuese.

—Cabe en lo posible. Están también

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las cuatro islas interplanetarias.Cualquiera de ellas puede haber servidode escala.

—Sí, es posible, pero no fácil. Lasemisiones allí están demasiadocontroladas para que nadie, por audazque sea, se exponga a un patinazo.

—¿No cabe una clave en las mismascomunicaciones oficiales?

—No se puede decir que no, perotambién es difícil. Veamos esa historiade Ludow.

Entregó Linda las diversascolecciones de periódicos a Stanley ymientras ella preparaba el agradablebrebaje, Mark se sumió en la lectura delos trozos que ella le había destacado.

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Sirvióle Linda y el hombre continuóleyendo hasta que lanzó un silbido deasombro, apurando de un trago el restode su taza de café.

—¿Has visto esto, Linda? ¡Aquí hayalgo de interés!

—Sí. Lo he visto. De bastanteinterés. En números siguientesencontrarás una amplia información,pero yo he ido más lejos y te he buscadolos periódicos de la época a que laexpedición se refiere. De hace unos 22años. Tú eras un crío y yo acababa denacer. Traen una amplia informacióngráfica del caso y debes procurar nodesmayarte.

Stanley levantó la vista

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contemplando a Linda con gesto atónito.—¿Por qué me había de desmayar?—Porque vienen varias fotografías

de mi rival…—¿Tu rival? No te entiendo.—Pues es fácil. La dama del cuadro,

la dama de quien estás enamorado. Sellama señora Ross, Thelma Ross… Sivive, cosa que no creo, tendrá ahoraalrededor de cuarenta y cinco años.

Mark Stanley dio un respingo en susilla.

—¿Quieres decir?—Si lo lees, te enterarás al detalle.

Hace veintidós años que partió unaexpedición de exploración hacia unadeterminada región de Júpiter. La

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expedición la dirigía el profesor Ross eiba con él, además de otros, su esposa,también científica, discípula de Ross. Elfinal de la expedición fue un verdaderodesastre según se pudo saber porLudow, único miembro de la misma queconsiguió salvarse después de una luchadesesperada, el único hombre queregresó.

—¿Sabes que eso es muyinteresante, Linda? —comentó Stanleyarrastrando las sílabassignificativamente.

—Mucho, Mark. De un tiro hematado dos pájaros. He descubierto a ladamita del cuadro y nos hemos puestosobre la pista de Ludow. Fíjate bien en

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todo mientras yo voy a recoger unosinformes sobre la situación de nuestrasfuerzas en Júpiter.

Sin aguardar a más se dedicó Mark ala lectora, mientras Linda salía endemanda de los informes quenecesitaban.

* * *

—¿Qué hay de nuevo? —interrogóMark al ver entrar a Linda.

—Ahí tienes una carta bastantedetallada de la región de Júpiter que nosinteresa. ¿Y tú, has sacado algo enlimpio?

—He sacado bastante. He analizado

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cuidadosamente las declaraciones deLudow cuando regresó de ladesgraciada expedición, he estadoviendo toda una serie de antecedentescuando su proceso y he sacado laconsecuencia de que debe estar caminode Júpiter. No me extrañaría nada que ladesgraciada expedición fuese entregadapor él y ahora no se ha atrevido a repetirconmigo, aunque lo ha intentado. Alrepasar todo esto me han venido a lamemoria algunas de las conversacionesmantenidas con él y determinadasproposiciones que llegó a esbozar, peroque no determinó ante mi actitud. Poreso, en vez de llevarme a Júpiter comoseguramente eran sus deseos, ha tenido

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que conformarse con robar el fruto demis trabajos y vendérselos a ellos. Peroveamos esa carta que me has traído.

—Me la ha facilitado Lange.Linda extendió sobre una mesita una

carta bastante detallada de una extensaregión de Júpiter y señaló en ella unazona.

—En esta zona residen nuestrasfuerzas. El pretexto para mantenerlasallí es la protección de los pueblos quehabitan en esas llanuras contra losasaltos de los hombres de la montaña,pero la realidad es otra. Había queterminar con los actos de piratería cuyocentro era Balagia y que no sólo seextendían sobre los otros países del

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planeta, sino que llegaban ya hastaMarte, Venus y Saturno. Y no atacaronnuestra Isla Interplanetaria número 1porque se les atajó a tiempo.

—Conozco algo de eso.—Nuestro «protectorado», se

extiende hacia estos países: Aracnia,Dunkel-land, Felsenwald, etc., pero senecesitaría un ejército demasiadonumeroso, por lo que se ejerce desdeBalagia y Flach-landia. Las relacionesde nuestro mando militar con loscaciques y tiranos de estos países sonmuy políticas y se ha de emplear muchotacto por parte del Residente Generalpara mantener unas buenas relaciones.Así y todo, continuamente hay pequeñas

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fricciones, caen soldados, son atacadospuestos pequeños…

—Ya comprendo.—La verdad es que aquella gente es

muy celosa de su independencia…—Es posible. Conozco bastante eso.

Son celosos de su independencia, perono quieren respetar la de los demás.Quieren vivir solos para poder preparartranquilamente y llevar a cabo con éxitosus piraterías.

—Así es. Lo cierto es que hay zonasen que nuestros soldados no puedenpenetrar y que el que penetra, no suelesalir; zonas que viven en un estadolatente de rebelión…

—Sí. Y que es el estado más

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apropiado para que los aventureros sinescrúpulos del tipo Ludow tengan unbuen ambiente. ¿No es precisamente enAracnia, cerca de la frontera conDumkel-land y Balagia, dóndedesapareció la expedición Ross a quenos referíamos antes?

—Así es.—Pues allí está mi hombre. ¿Me

ayudarás a hacer los preparativos parala expedición? Eres una mujer eficienteen grado sumo y tu ayuda me ahorraráese tiempo que necesito ganar a todacosta.

—¿No te resulto más que eficiente?En la voz de Linda había un dejo de

amargura que llamó vivamente la

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atención de Mark.—¿Por qué lo dices? Me resultas

también encantadora.—¿Tanto como la damita del

cuadro?—¿Qué te ocurre, Linda? —

respondió Mark extrañado—. Ella no esde este mundo y no te roba ni un ápicede mi afecto. Yo…

—No es necesario que continúes,Mark. Me lo sé de memoria. Soy unexcelente camarada, te gusto, no sabríasvivir sin mí, pero no eres capaz decasarte. El matrimonio no es para ti. Melo has dicho miles de veces. No eres unhombre apasionado, me lo has dichotambién muchas veces. ¡Eres odioso y

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no sé cómo continúo a tu lado!—Comprendo que si continúas cerca

de mí es porque sabes que te necesito yte lo agradezco. Eres abnegada y no lopuedes remediar. Tal vez cuando algúndía se calme mi sed de aventuras, si nohe hecho tarde, te pediré que te casesconmigo y nos retiraremos a algúnrincón…

—Gracias, Mark. No sé cómopagarte tanta bondad —respondió Lindasarcásticamente—. Creo que es mejorque nos ocupemos de nuestro viaje.¿Cuándo deseas que salgamos?

—No pienso llevarte, Linda. Quierosalir antes de tres días… Esto es, lamadrugada del tercer día… Te haré una

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lista…Pero Mark se vio interrumpido por

el resuelto ademán de Linda.—No es necesario que me hagas

lista porque no pienso ayudarte.Empiezo a estar cansada y tú ya eresmayorcito para valerte por ti mismo, ¿noes eso? Pues arréglatelas como puedas.Puedes disponer de mi departamentocomo si fuera tuyo. ¡Hasta nunca!

Mark, con gesto atónito, vio cómoLinda se ponía de nuevo su gorrito,tomaba su bolso y dirigiéndose a lapuerta salía por ella dando un portazoque hizo retemblar el piso.

—¡Eh, Linda! ¡Aguarda un momento!Pero Linda descendía ya en el

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silencioso ascensor y no podía oírle.

* * *

La aguda estructura del «Vamp-22»,propia para perforar los espacios avelocidades meteóricas, reposaba sobreel pequeño campo particular dedespegue, desde donde Mark Stanleyhabía decidido salir para evitar todaposible publicidad. Roy Marwin yDavid Bootler, sus dos compañeros deviaje, oficiales en activo destinados aBalagia, se hallaban ya en la cabina del«Vamp-22», y el propio Stanley estrechóuna por una las manos a los auxiliaresque quedaban en tierra, se colocó el

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casco y subió rápidamente la escalerahasta la cabina, desapareciendo en ellatras un último ademán de despedida alos que se quedaban.

La puerta se cerró herméticamentetras él, y el hombre lanzó una mirada enderredor. En aquel estrecho lugar debíapermanecer los largos días que duraríala travesía con la sola compañía de losdos elegidos para la aventura y que,como él, inspeccionaban con la miradalos instrumentos alineados ante ellos, ensu mayoría automáticos, y que lespermitirían un viaje relativamentedescansado, ya que les resolverían porsi la mayoría de los problemas que lesplantearía el largo viaje por zonas de

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composición tan dispar y con cambiosde temperatura demasiado frecuentes yradicales. La dirección del «Vamp-22»era un auténtico «robot», lleno desensibilidad, hasta el extremo de quepodía decirse de él que tenía cerebro.

Los tres hombres lo sabíanperfectamente y sonrieron confiados,seguros de sí y de la maravillosamáquina, la más veloz y perfecta de lascreadas hasta el momento.

Mark Stanley se aseguró de que elacoplamiento de los aparatos emisoresde ondas ROC era perfecto y de quehabían cargado todas las reservas deellas, así como de que habían colocadolos pequeños torpedos monoplazas

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cargados de su otro invento: el gas VIC.Pero a pesar de ello sabía que no teníasegura la victoria y que debía bregarmucho y bien si quería lograrla.

Desde lo alto de la cabina, losayudantes que habían quedado en elcampo le ofrecían una cómicaperspectiva que le hizo reír: le parecíanpequeños monstruos. Correspondió alúltimo saludo de ellos y se volvió a suscompañeros, situado cada cual en susitio:

—¿Todo dispuesto?—Dispuesto.Los motores y reactores del «Vamp»

fueron puestos en marcha, y el fuselajedel cohete, brillante, totalmente

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aerodinámico, se estremecióvisiblemente.

Keller, el ingeniero creador del«Vamp», interrogó desde el campo. Suvoz se notaba emocionada.

—¿Cómo va ahí dentro?—Perfectamente, Keller. No se nota

la menor vibración. Tendremos uncómodo viaje. Que despejen el campo.Hasta pronto…

Observó Mark cómo Keller y losauxiliares se separaban del cohetedejando el espacio libre, y con firmedecisión movió la manivela que poníaen libertad la energía para el despegue.La nave se puso en movimiento con unsuave tirón e inmediatamente

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percibieron sus tripulantes unasensación de ingravidez. Aún tuvierontiempo de ver a Keller y los auxiliaresque pronto fueron sólo unas motilas.

Mark dirigió entonces su miradahacia el altímetro y vio cómo señalabalos 6.000 metros, pasando rápidamente alos 7.000, los 8.000…

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CAPÍTULO III

SORPRESAS

Llevaban bastantes días de navegación yMark se hallaba satisfecho delfuncionamiento de los diversos aparatosy una vez más comprobó que la presióndel interior de la cabina, reguladaautomáticamente, era la precisa, asícomo la temperatura, tan diferente de laexterior a que en aquel momento se veíasometida la aeronave cohete. Se habíanproducido a lo largo del viaje dospequeñas averías, pero por medio de laelectrónica, éstas habían sido reparadas

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automáticamente.De improviso se oyó un ruido en el

fondo de la cabina y los tres hombres sevolvieron sobresaltados a tiempo de vercómo una especie de fardo sedesprendía del lugar en que se hallabanencajados los torpedos y se les veíaencima. Sendos gritos escaparon de susgargantas, pero el fardo, al caerpesadamente en el fondo de la cabinaquedó inmóvil, pudiendo ver entonceslos tres tripulantes de la aeronave que setrataba de un ser humano.

—¡Un espía! —exclamó Marwinmontando su pistola y saltando sobre elser que yacía inmóvil.

Marwin estaba exaltado y Stanley

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hubo de intervenir rápidamente paraevitar algo que podía ser irreparable.

—¡Quieto, Marwin! Temo que te hasequivocado. Me parece que «esto» no esun espía… Hubiera preferido que lofuera —añadió a tiempo que seinclinaba sobre el caído cuerpo y lovolvía cara arriba.

El bello rostro de Linda Leisen, perodemacrado, empalidecido y con los ojoscerrados, se mostró a los tres hombres.

—¡Linda Leisen! ¿Cómo habrápodido meterse aquí? —exclamóBootler.

Mark Stanley le contempló conexpresión de lástima.

—¡Pobre Bootler! ¿No sabes que

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cuando una mujer se propone una cosa lalogra casi siempre?

—Y cuando se trata de Linda Leisen,lo logra siempre —corroboró Marwincon acento de profunda convicción.

Habíanse inclinado los tres hombressobre la muchacha, tratando dereanimarla. Linda abrió los ojos y losposó con expresión de arrepentimientoen el rostro de Mark que se mostrabasevero.

—¡Oh, lo siento! Creí que podríallegar inadvertida hasta el final, pero ladebilidad me ha vencido. Hice mal elcálculo de mis provisiones… —expresóla joven con débil voz.

—¡Tiene hambre! Pronto, una taza de

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caldo con vitaminas —exclamó Stanley.Y luego, cuando los dos compañeros

se alejaron, uno para atender la peticióny el otro para vigilar el vuelo de laaeronave, añadió con acento duro:

—Debí figurarme que harías unacosa así, pero no te hagas ilusionesporque en cuanto lleguemos a Balagiatomaré mis medidas para que seasdevuelta a la Tierra en la primeraaeronave que salga de allí.

Linda esbozó una sonrisa ambigua.—Imaginé que harías algo así y por

eso resistí tanto como pude. Y lo siento,pero comprendo que he sido vencida. Enla vida hemos de saber admitir nuestrasderrotas.

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Mark se sintió conmovido y Lindallegó a pensar que iba a ceder, pero nofue así.

—Sé que te debo mucho Linda, perome alegro de haberte descubierto. Noquiero que continúes. La tarea es dura yno quiero que caigas en ella. Por miparte, en cuanto le dé fin, regresaré en tubusca y nos casaremos si siguesqueriéndome.

—Gracias, Mark, pero no quierolimosnas de amor. Sé que pretendespagar así mis servicios y el desconsueloque se haya producido en mí al serdescubierta, pero no lo admito. Y no mehables más de este asunto porque no loadmitiré… Y ten en cuenta que me

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fastidia terriblemente que se mecompadezca.

Bootler llegaba con el caldo, que lajoven bebió, sintiéndose reconfortada.Dio las gracias a sus amigos y se aislóde ellos. Necesitaba pensar.

* * *

Linda, que había mantenido unaferoz independencia en la aeronave, alsalir ésta de entre una formación denubes, logró divisar el planeta Júpiterque por aquella parte y según lasreferencias que la muchacha tenía,imaginó que sería punto menos queinabordable. Era aquella una zona

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helada, envuelta en vaporosas nubes quea veces se arremolinaban veloces yotras descansaban mansas, pesadas,cargadas de no se sabía qué.Probablemente allí no existía aún lavida y de existir, sería bajo formasmonstruosas. La zona helada fuequedando atrás y la altura a que volabael cohete permitió a Linda ver quevolaban entonces en zona de espesavegetación sobre la que se cerníanjirones de nubes. Daba la sensación dedominar allí una extremada humedad yaquello podría ser el reino de lasalimañas, lejos aún de toda posiblecivilización.

La aeronave cohete volaba casi

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paralelamente a la corteza del planeta.La penetración así no era demasiadorápida, pero les permitía una mejorobservación y las máquinas fotográficasy cinematográficas, estratégicamentesituadas, iban impresionando placas ymetros de película, recogiendo al detallelos accidentes visibles que más tarde lespermitía la corrección de las cartasgeográficas que ya existían y el formularnuevas cartas de las zonas aún porexplorar.

Linda parecía abstraída en lacontemplación del paisaje, pero noperdía detalle de los comentarios yobservaciones que los tres hombreshacían.

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Prontamente pudo apreciar quellegaban a zona civilizada y que volabanpor encima de aglomeraciones urbanas.Algunas ciudades de extraordinariaextensión desfilaron bajo sus ojosatónitos. No imaginaba que se podíaencontrar aquello allí, pero hubo derendirse a la evidencia. Escuchó a suscompañeros de viaje nombres conocidospor las cartas geográficas que habíanllevado a Mark y finalmente el nombreque ella consideraba mágico: Balagia,país de los hombres lagarto. En todoaquel extenso país y en el vecino Flach-landia, base del protectorado ejercidoen Júpiter, encontraría fuerzas de laTierra. Aquél era el lugar idóneo para

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llevar a cabo su proyecto de despistarsede sus compañeros de viaje, enparticular de Mark Stanley.

El «Vamp» volaba cada vez a menosvelocidad, signo evidente de que suscompañeros se disponían a tomar tierray Linda se decidió a obrar rápidamente.Con todo sigilo se fue corriendo hasta laparte trasera de la aeronave, donde sehallaban los equipajes y cargó con unpequeño equipo que tenía ya dispuesto.Aseguróse también de que las correas desu paracaídas estaban seguras y biensujetas y convencida de ello hizopresión sobre un pulsador con lo que seabrió automáticamente la portezueladedicada a la carga y descarga de los

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equipajes, y la muchacha, sin vacilaciónalguna, se lanzó por ella al espacio. Noera la primera vez que efectuaba talejercicio y con toda serenidad manipulósu paracaídas que se abrió como uninmenso hongo, deteniendo lavertiginosa caída.

Linda, meciéndose al extremo delparacaídas, hizo un ademán dedespedida a sus compañeros a los queimaginaba presos de la mayor sorpresa.Le hubiera gustado contemplarlos por unagujerito, sobre todo a Mark Stanley.Esbozó una enigmática sonrisa y sedispuso a tomar tierra. Un grupo desoldados salidos de una especie de«bunker» situado en mitad de una vasta

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llanura, corrían en la misma direcciónque ella, sin duda con la idea de poderlacoger tan pronto como tomase tierra.

Por su parte, Mark Stanley y sus doscompañeros de viaje, al sentir penetrarla violenta corriente de aire por laportezuela, corrieron como un solohombre a ella y aún llegaron a tiempo dever cómo Linda desaparecía por elagujero cuadrangular.

—¡Se va a matar! —exclamóMarwin.

—No hay cuidado —repuso Stanley—. La suerte es siempre su aliada y alfinal consigue lo que se propone… Voya avisar por radio para que la detengan,pero temo que no conseguiré nada. Me

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ha ganado la partida…

* * *

El excoronel Ludow, el hombresiniestro que intentara asesinar a MarkStanley con el gas «cob», robándoletodo lo referente a sus últimos inventos,las ondas ROC y el gas VIC, se hallabade pie ante un extraño ser que lecontemplaba con sus ojillos crueles,incisivos, en los que brillaban en aquelmomento destellos de maliciosa alegría.

Ludow tenía cuarenta y ocho años deedad, pero su rostro, señalado por losestigmas del vicio le hacía aparentarbastante más, así como sus espaldas,

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poderosas pero ligeramente curvadas ya.Vestía Ludow un traje de reflejosmetálicos bastante ajustado al cuerpo yque tenía de relieve su poderosamusculatura y su cabeza la llevabacubierta por una extraña escafandra dematerial transparente y de la parte altade la cual salían dos finos y flexiblestubos que morían en un pequeñodepósito adosado en la parte trasera dela propia escafandra. Tal escafandra leera necesaria para subsistir en unterritorio como el de Aracnia, donde laatmósfera, cargada de gases nocivospara aquellos que no eran producto delpaís, les hubiera hecho imposible la,vida en el mismo.

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El extraño ser ante el cual se hallabade pie Ludow, era el mismísimoAracnio-Bat, rey de Aracnia o país delos hombres araña.

El extenso territorio de Aracnia sehallaba en plena evolución geológica yclimatológica y pese a ello, a losinconvenientes que esto le imponía, eraposeedor de una civilización que, enmuchos extremos, era verdaderamenteenvidiable. Aracnio-Bat, su rey, eraambicioso y sabía que para laconsecución de sus fines de dominaciónnecesitaba de la civilización y novacilaba en hacerla avanzar a trueque delo que fuese, sin importarle el sacrificiode vidas, ni retroceder ante la

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monstruosidad si ésta servía a sus fines.Aracnio-Bat, al igual que los demás

naturales del país, estaba conformado deuna forma un tanto extraña, pero que seadaptaba perfectamente al medioambiente natural del país del queformaban parte.

La cabeza de los hombres araña eraredonda y pequeña y su piel era de uncolor semejante al de la tierra. Carecíande nariz tal como los hombres laconcebimos, pero tomaba el aire quenecesitaban por un agujero que teníansituado en la parte alta de la cabeza, elcual, tras pasar el aire por unos filtrosque lo purificaban, transformando lasmaterias nocivas que contenía el aire en

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otras necesarias para el organismo, lollevaban a los pulmones, siendo luegoeliminado el aire enrarecido por unaespecie de finísimos tubos que poseíanen los dos pares de brazos y en laspiernas. Tales extremidades, cubiertasde fina pelusa, eran finas y fuertes, comode acero y por medio de ellas losaracnios producían como una especie dehilo viscoso que se secaba rápidamente,tan pronto entraba en contacto con elaire. Con este hilo tendían trampas,redes para cazar a sus enemigos;servíanse también de él para, colgados,saltar de una parte a otra y también paradefender su cuerpo, formando telas conél, telas de gran poder aislante contra el

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enemigo mortal de los aracnios: laelectricidad en cualquiera de susmanifestaciones. El lenguaje de losaracnios, por medio de sonidossilbantes, era producido por los mismostubos de eliminación del aire enrarecidoque poseían en las extremidades y erafácilmente comprensible y de no difícilpronunciación para los hombres quehabitaban los territorios vecinos.

El cuerpo de los aracnios erapequeño, de poco peso y tenía formaoval, pero su estatura excedía por logeneral de los 1,70 metros por ladesmesurada longitud de susextremidades, en particular lasinferiores. Carecían de párpados los

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aracnios, pero sus ojos, salientes yredondos, con un amplio campo devisión, estaban protegidos por una capade una materia dura y transparente. Elcuerpo, sobre todo la parte del vientre,que era la parte más vulnerable, lallevaban protegida por una ligera corazade fino y durísimo acero acoplado enescamas, lo que les permitía hacer todaclase de movimientos. Y eran ademáslos aracnios, inteligentes, vivos demovimientos y astutos, con la astucia delos seres primitivos que no hacía aúndos siglos se mantenían en lucha abiertacon la naturaleza para poder subsistir.

Con su lenguaje silbante, Aracnio-Bat se dirigió a Ludow:

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—Vas a ver y oír algo interesante,viejo amigo Ludow. Algo que te va asorprender…

Ludow sonrió presuntuosamente.—Ya sabes que no soy hombre que

se sorprenda fácilmente, Aracnio-Bat.El rey de los hombres araña acentuó

su sonrisa, descolgó unos auricularessemejantes a los que él mismo llevabapuestos y se los tendió a Ludow.

—Toma, Ludow. Colócate eso ydirige tu vista a la pantalla.

Con visible temor, Aracnio-Batmanipuló las llaves de la pantalla que seveía al alcance de su mano y mientras lapieza en que ambos seres se hallabanquedaba a oscuras, la pantalla se

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iluminó, oyéndose un lejano zumbidoque fue decreciendo hasta perderse y enla pantalla aparecieron unas figurashumanas que primero resultaronimprecisas, pero que se fueron fijandocon toda claridad hasta llegar a vérselasperfectamente. Daba la sensación de unapelícula que se estuviese proyectandocon la sola diferencia de que lospersonajes que aparecían en la pantallano se les oía hablar, ni se percibían losruidos que producían. Pero tanto laconversación, como los ruidos, erantransmitidos por medio de losauriculares, por lo que ni Ludow niAracnio-Bat perderían nada de lo quelos hombres hablasen.

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A medida que las imágenes de lapantalla se fueron haciendo claras,Ludow cambiaba su tranquila expresiónpor la de asombro y temor mientrasAracnio-Bat acentuaba su gesto de cruelironía. Ludow finalmente no se pudocontener y exclamó:

—¡Mark! ¡Stanley! ¡Stanley enJúpiter!

—Veo que te ha sorprendido,Ludow. Tú estabas seguro de no haberdejado rastro alguno. Creías que MarkStanley habría muerto… Te vasvolviendo viejo, Ludow y comienzas afallar. Pero ya hablaremos de esto.Ahora resultará más interesante saber dequé hablan Mark Stanley y sus dos

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amigos, llegados con él de la Tierra. Eseque les recibe es el coronel Brendel,Comandante Militar de la zona ydelegado del Residente General. Es unbuen «amigo» el coronel Brendel —añadió Aracnio-Bat, matizando suspalabras de ironía—. Algún día losentaré a mi mesa. Él a mi derecha y tú ami izquierda. Es un coloso que parecetallado en piedra y podréis hacer muybuenas migas.

—Le conozco bien y celebraré verlosentado a tu mesa. Él fue quien presidióel tribunal que me separó del ejército ytengo la seguridad de que me hubieseejecutado a gusto. Él me inutilizó para lalabor de espionaje. Es el responsable de

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que no te haya podido hacer losservicios que hubiese deseado. Perocallemos y escuchemos…

* * *

Tal como Aracnio-Bat y Ludowestaban viendo y oyendo, el coronelBrendel recibía en aquel momento en eledificio de la Comandancia Militar aMark Stanley, Marwin y Bootler, loscuales se hallaban ajenos al espionajede que eran objeto.

—Celebro verles, señores. Siempreagrada recibir visitas de nuestra lejanaTierra y Su Excelencia el ResidenteGeneral me los recomienda con mucho

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interés. He oído hablar de usted, señorStanley y de alguno de sus interesantestrabajos y también he oído hablar delvalor de ustedes dos, señores. Eslástima que hombres de tanto valorpermanezcan en situación de excedencia,haciendo tanta falta en estos lugares.

—¿No hay tranquilidad ahora,coronel?

—Sí. Pero es sólo aparente. Larebelión está latente. Tenemos un vecinopeligroso cuyo pueblo nos es totalmentehostil y no es eso sólo. Tienesoliviantados a los demás pueblos,cuyos jefes le obedecen, unos por temor,otros porque al igual que a él, lesestorba nuestra presencia aquí, Somos el

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obstáculo a sus rapiñas e insanasambiciones y sólo esperan el momentoque consideren propicio para lanzarseen contra nuestra. Ellos saben lo difícilque es mantener una guerra a la distanciaque estamos de la Tierra y tratan deecharnos de aquí primero, para luegovolcarse sobre otros planetas y sobre lapropia Tierra.

Mark Stanley arrugó levemente elceño. ¿Qué diría el coronel Brendel situviese conocimiento de que sus últimosinventos estarían seguramente en poderdel terrible enemigo?

—Estoy informado de algo de eso,señor, y puede tener la seguridad de queal menor síntoma de alarma correríamos

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a ponernos a su disposición. SuExcelencia el Residente General noshabló de esto, aunque él no ve un peligroinminente.

—Eso es lo malo. En su palacio deMarania las cosas se ven suavizadas porla distancia y no pueden pulsar elpeligro como los que vivimos sobre él.Y seguramente si escucháramos al jefede alguno de los destacamentosavanzados en las fronteras de Aracnia,veríamos que la gravedad es mayor aúnde lo que digo. A pesar de ello, noquiero ser pesimista. ¿En qué puedoservirles? Mark Stanley tomó la palabra.

—Para poder continuar nuestrasinvestigaciones necesitamos un producto

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que, según los estudios geológicos deMuady, tal vez podamos encontrar,precisamente en la zona limítrofe conAracnia, tal vez en el interior de estemismo territorio. Su Excelencia noshabló de las dificultades y peligrosinherentes a nuestra empresa y nos hadirigido a usted para que nos facilite losútiles e informes que puedan facilitar sulabor.

—No quisiera ser indiscreto, perocomo militar… ¿Persigue usted algo deinterés?

—Sí, coronel. De interésextraordinario. El propio Gobierno de laUnión de Naciones se lo ha comunicadoa Su Excelencia el Residente General.

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Algo de lo que dependen la guerra o lapaz futuras. Si encuentro lo que necesitoposeeremos unas armas que nos harántemibles y seremos respetados y sialguien nos atacara veríainmediatamente lo equivocado de suacción. Pero esto es un secreto aún. Setrata de una nueva energía y un gas.Están casi conseguidos, pero para que sufuncionamiento sea eficaz necesito elproducto a que he hecho referencia.Siento no poder decirle más.

—Lo comprendo y gracias por suconfianza. Yo les puedo proporcionarguías e informes que les serán muynecesarios. Les proporcionaré tambiénlos elementos que les serán

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indispensables para subsistir en lascondiciones atmosféricas de Aracnia yalgunos elementos de defensa de los queustedes carecen. Los aracnios,verdaderos hombres araña, son genteresuelta, dura, fanática de susprincipios, de su religión y de su rey, alque consideran como una divinidad. Desu carácter le puede dar una idea elhecho de que no se ha podido jamásreclutar un solo espía entre ellos, niempleando las dádivas ni las amenazas.Son mi pesadilla, pero no tengo másremedio que admirarlos. Conservanesencias primitivas pero su civilizacióntiene poco que envidiar a la nuestra enorden a los adelantos… Pero tienen

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también su tendón de Aquiles: laelectricidad. La corriente eléctrica másligera los desintegra. Corrientes quecualquier hombre soporta sin la menormolestia, para ellos significan la muerte.Por ello hemos construido un arma quepara nosotros resulta inofensiva, peropara ellos es terrible. Es una especie deguante eléctrico que al golpear con élproduce pequeñas descargas. A nosotrosun golpe de ésos nos produciría lamolestia lógica, según la fuerza quellevara, pero para ellos es la muerte.Deben cuidarse…

Iba a continuar el coronel Brendelcuando sonaron unos golpes a la puertadel despacho mientras una voz

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solicitaba permiso para entrar. Diopermiso el coronel y penetró unordenanza, un nativo moreno y dearrogante presencia, portando unpequeño cajón en forma de cubo quedejó sobre la mesa, ante el coronel; éstepalideció al ver el cajón, pero aguardó aque saliera el ordenanza que lo habíaentrado. Luego se volvió hacia MarkStanley y sus dos amigos:

—Ustedes son hombres valerosos,por tanto, es conveniente que vean esteenvío.

Sin añadir más, el coronel abrió elcajón y con pulso que se empeñó enhacer firme sacó una cabezaensangrentada, perteneciente a un

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hombre joven y de hermosas facciones,aunque se hallaban un tanto alteradaspor el sufrimiento. El militar presentó elhumano despojo a los tres amigos que selevantaron de sus asientos lanzando unaexclamación de asombro.

—Ahí tienen lo que es la lucha. Éstees, mejor dicho, era, el capitánSwanson, uno de mis más preciadosauxiliares. Hubo de penetrar en Aracniapara conseguir determinados informessobre movimientos de fuerzas ycontrabando de armas…

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CAPÍTULO IV

EL PRIMER ENCUENTRO

Cuando la entrevista entre el coronelBrendel, Mark Stanley y sus amigoshubo terminado, Aracnio-Bat cerró elconmutador y la pantalla quedó enblanco mientras la pieza tornaba aquedar iluminada. El rostro de los doshombres Ludow y Aracnio-Bat,reflejaban cierta preocupación y el reyde los hombres araña fue el primero enhablar a tiempo que se quitaba losauriculares.

—Bien, Ludow. Ya has oído a Mark

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Stanley. Los dos definitivos inventos queme has traído, resulta ahora que estánpor terminar y por tanto…

Ludow contrajo las facciones antesde hablar, expresando rencor ydesconfianza.

—Eso no lo crees ni tú mismo,Aracnio-Bat. Es un truco de MarkStanley para hacerme creer que me heequivocado. Quiere ganar tiempo yengañarnos para despojarte y echarme amí la zarpa. Mark Stanley es muy astutoy uno de los hombres más peligrososque he conocido.

—Pero Mark Stanley no podía saberque le estábamos escuchando. Nadiesabe que yo, desde aquí, puedo ver y oír

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la mayoría de cosas que se producen enmil millas a la redonda.

—Aunque así sea. Mark Stanleyconoce de sobra lo que es la labor deespionaje. Sabe que apenas puso el pieen Júpiter alguien se encargaría deinformarte y tiene la convicción de quese le vigila y se le escucha. Por esotratará de engañarnos, engañando aunquesea a sus propios jefes. No te quepa lamenor duda de que lo que pretende esllegar hasta nosotros y recobrar lo quele hemos arrebatado. Deberás, cuantoantes, fabricar en pequeña escala lasondas ROC como el gas VIC, loprobaremos y verás cómo sus resultadosson definitivos.

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—Ya he encargado de eso allaboratorio que dirige tu viejo amigo eldoctor Ross. Está algo más viejo que laúltima vez que estuviste aquí, pero seconserva bien. El otro día me confesóque deseaba vivir para poderte echar lasmanos encima. Al principio creí quesólo le mantenía el deseo de ver crecera su hija, de estar cerca de ella, peroluego pude arrancarle lo otro. La verdades, Ludow, que tiene motivos paraodiarte…

El gesto de Ludow se ensombreció ala evocación y se volvió un tantoirritado hacia Aracnio-Bat que lecontemplaba sonriendo irónicamente através de sus crueles ojillos.

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—Dejemos eso, Aracnio-Bat. Noeres tú quien puedes darme lecciones deética; tú, que no vacilaste en envenenar atu propio padre. ¿Creías que no losabía?

El Tirano de Aracnia se revolviócomo si le hubiese picado una víbora ysilbó más que dijo:

—Haces mal en provocar mi cólera.Ten en cuenta que si yo te abandono,estás perdido.

—Me es igual, Aracnio. El día queno te sirva me echarás de tu lado o meharás asesinar si puedes. Pero mientraste sea útil me conservarás y cuidarás demí casi tanto como de tus propios ojos.Sé que no eres agradecido y si te sirvo

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es porque pagas bien y no eres tonto.—Precisamente es que va llegando

el momento en que dejarás de podermeser útil. Antes te decía que ibashaciéndote viejo y celebro que lo hayasrecordado para demostrártelo. Antes,cuando eras joven, no cometías errores.El asunto de los esposos Ross eramucho más difícil que éste y sinembargo no dejaste huellas. Ahora hascometido dos errores imperdonables: elprimero, dejar a Mark Stanley con vida.No debiste moverte de su lado hastaestar bien seguro de que había muerto.El segundo, haber robado los originales.Bastaba con que los hubiesesfotografiado y así nadie hubiera

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sospechado nada y ahora no tendríamosal peligroso Mark Stanley encima.

—Ya pensé en ello, pero no queríadejarles los originales. Con ellos podíanigualar nuestras fuerzas y lo único quehubiéramos conseguido eraneutralizarles.

—Eres poco sutil, Ludow. Podíashaber dejado los originales, pero tanestropeados por cualquier substanciaque incluso se hubiese podido achacar aello las causas del «suicidio» de MarkStanley. Ahora tenemos que apoderamosde éste y va a ser un peligro porque estáprotegido por el Residente Generalsegún has oído.

—¿No pensabas atacar de todas

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formas?—Sí. Pero no tan pronto.

Necesitamos más armamento del quetenemos para repartirlo entre loshabitantes de Felsenwald y los hombreslagarto de Balagia que han huido de allí.Tenemos que construir pistas deaterrizaje y un par de ferrocarrilesestratégicos. Quiero poner en marcha laproducción en gran escala de los dosinventos de Stanley. Ten en cuenta queno puedo ni debo fracasar.

—Creo que la guerra la debes llevarpor etapas. Ir debilitando al enemigo sinpresentar la cara. Pequeños golpes demano que se pueden achacar a laspartidas de bálagos que han huido a las

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montañas. Irnos apoderando de suarmamento. Sobre esto tengo una idea.

—¿Qué es ello?—El Bat Morondo de Dunkel-land

pasa por un buen amigo de losinvasores.

—Pasa por un buen amigo y lo es.Recibe de ellos bastante dinero yarmamento y les es fiel.

—Pero también es amigo tuyo.—Finge serlo. Me teme, por eso me

hace buena cara, pero sé positivamenteque no puedo fiarme.

—Debes fingir que le vas a atacar.Movimientos de fuerzas en sus fronterase indiscreciones de tus hombres quepermitan a sus espías llevarles informes

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sobre tu próximo ataque.—Pedirán auxilio a los hombres de

la Tierra.—Eso es precisamente lo que busco.

Los hombres de la Tierra no querránintervenir personalmente hasta tanto tuataque no se haya producido para teneruna justificación ante los demás pueblos.Pero le enviarán armamento en cantidadpara que pueda rechazar tu agresión.Partidas de hombres lagartos dirigidospor tus capitanes atacarán el convoy oconvoyes y os apoderáis del armamento.Ellos entonces reclamarán, teamenazarán, pero tú no sabes nada denada y como quieren evitar la guerra atoda costa, te dejarán en paz.

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—Varias veces he pensado en algoparecido y volveré sobre ello. Creo queestá bastante bien.

—Naturalmente que sí. Morondo-Bat se dará cuenta entonces de qué ladoestá la verdadera fuerza y se inclinará ati aunque no sea más que por instinto deconservación. Mientras tanto se habráincrementado aquí la producción deaeronaves y habremos conseguido losdos inventos de Stanley. Invitarás aMorondo-Bat a que lo vea todo y si nose convence de que debe estar a nuestrolado… le ocurre cualquier accidente decaza y seguramente su sucesor verá lascosas de otro modo.

—No te sienta mal ir haciéndote

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viejo, Ludow. Lo que has perdido enlimpieza de ejecución lo vas ganando enexperiencia, pero ¿qué hacemos conMark Stanley y sus dos amigos?

—Yo me encargaré de ellos. Yaoíste que necesitaban penetrar enterritorio de Aracnia. Tan pronto comolo hagan me apoderaré de ellos y losharemos bailar al son que queramosaunque mi consejo es que debesliquidarlos. No es hombre Mark que sedoblegue fácilmente y no llegaría aadmitir una situación como la que viveRoss.

—Ross la admite porque sabe quesi, no, su hija moriría inmediatamente.

—La hija de Ross… Creo que se

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parece a la madre, ¿no es eso?—Tanto que si aquélla viviera y

estuviese tal como era entonces, se lasconfundiría. ¿Por qué lo preguntas? ¿Notuviste bastante con ser la perdición desu madre?

—No es eso. Pensaba que lapodemos emplear como cebo si llegasea ser necesario. Con Mark Stanley nuncase puede estar seguro de nada.

—¿Y ella podría tener algunainfluencia sobre él?

—Sí. Él está enamorado del retratode la madre de ella. Cuando le ataquécon los gases y lo dejé por muerto quedóal pie del retrato. Creo que fue el retratolo que le salvó porque en aquel

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momento tuve miedo de la difunta. Medio la impresión de que iba a salir delmarco para pedirme cuentas por sumuerte, por la suerte de su esposo y lade su hija. Confieso que sentí miedo…

—¿Ves cómo te vuelves viejo? Nodebes pensar más en ello… a menos quepienses hacerle compañía a tucoterráneo Ross…

—No tengo esa idea, Aracnio-Bat.Tan pronto como liquidemos el asuntode Mark Stanley, pienso volver a laTierra. Allí está mi vida y mi diversióny desde allí te seré más útil.

—Veo que sólo piensas en serme útil—replicó Aracnio-Bat con ironía—. Meconmueve tanta lealtad.

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—Tanto como a mí la tuya paraconmigo. Me pagas bien y te sirvo bien.Tú me necesitas y yo necesito tu dinero.Es la vida… Si sabemos trabajar —continuó Ludow insinuante—, prontoseremos invencibles. Dominarás Júpiterpor entero y más tarde Marte, la Tierra,Venus. El espacio será nuestro y elUniverso estará a tus pies. Todos teobedecerán y bastará que muevas undedo para que tiemble un planeta.Riquezas, lujo, placeres. Podrás tener unharén reclutando las mujeres máshermosas de cada lugar para él, y serástan poderoso que todos olvidarán tufealdad para inclinarse a tus plantas.

—Mi fealdad… No seas estúpido,

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Ludow. Nosotros somos tan hermososcomo vosotros. Hace tiempo queaprendí que la belleza es sólo unconcepto y yo estoy tan satisfecho de mícomo siento desprecio por vosotros,más débiles, más vulnerables ymoralmente menos enteros que nosotros.Tus músculos son más abultados que losmíos y aparentemente eres más fuerte,pero estoy seguro de que no serías capazde resistir un solo puñetazo decualquiera de mis brazos.

—Espero que no tendremos queluchar jamás, Aracnio-Bat, pero si esedía llegara cambiarías de modo depensar. Es verdad que sois un pueblojoven, pero estáis ya corrompidos, tan

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corrompidos como nosotros.—No digas tonterías. Ya oíste antes

al coronel Brendel. Él mismo nosadmira. No han conseguido comprarjamás a ninguno de nuestros hombres.

—No te enorgullezcas. No hanconseguido comprar porque no hansabido. Si en vez de comprar gente delpueblo hubiesen intentado hacerlo conalgunos de tus funcionarios o capitanes,tal vez no hubiesen fracasado. Y si demomento fracasasen es porque se ven enplan de vencedores y piensan ganar másde la otra manera, no por integridadmoral.

—Eres detestable, Ludow. No sé porqué te admito en mi presencia ni cómo

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tengo confianza contigo.—Porque sabes que te digo la

verdad y hallas un placer morboso enescucharla. Tú eres un morboso, unenfermo, Aracnio-Bat. Sabesperfectamente que no eres un reformadorcomo pretendes, sino un ambicioso. Yo,en ocasiones, he llegado adespreciarme, pero tú, en el fondo, tedesprecias siempre. Por eso quieresaturdirte poniendo a los demás a tuspies; para creerte superior a ellos…

—¡Vete, Ludow! ¿Cómo hablas así,tú que lo has vendido todo?

—Pero yo no llevo máscara y tú sí,Aracnio-Bat.

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* * *

Mark Stanley y sus dos amigos,fuertemente impresionados aún por lavista de la ensangrentada cabeza deSwanson, se retiraron a la habitaciónque les había sido designada paradescansar. Bajo tal impresióncomenzaron a desnudarsesilenciosamente hasta que Marwinrompió el fuego.

—¿Cómo es posible que hayancazado a ese hombre, a ese pobrecapitán Swanson si su disfraz era tanperfecto, si conocía tan bien el terrenoen que se desenvolvía?

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—Lo habrá descubierto elcontraespionaje o tal vez lo entregó elespionaje de ese maldito Aracnio-Bat.Pueden haber intervenido las dos fuerzascombinadas.

—Pero nadie sabía que él salía deaquí a excepción de Brendel, nadie aexcepción del coronel conocía sumisión. Swanson salió de aquí endirección a la Tierra…

—¿Y quién te dice que lasconversaciones entre él y el coronelBrendel no fueron espiadas? ¿Quién teasegura que no somos espiados nosotrosen este mismo momento o que lo hemossido durante nuestra entrevista conBrendel? Tengo la impresión de que la

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llegada del macabro envío en elmomento preciso que lo hicieron fuecomo una amenaza dirigida a nosotros.

—Pero Swanson llevaba varios díasmuerto y ellos no sabían que nosotrosíbamos a venir.

—¿Qué sabemos lo que ellosconocen o lo que ignoran? Durante eltiempo de mi estancia en la Corte delTirano de Marte aprendí muchas cosas.¿Imaginas que mi propio automóvil teníaun micrófono escondido que recogíatodas las conversaciones, todos losruidos que se producían en el interiordel coche para llevarlos a oídosinteresados? En la misma Balagia,donde nos hallamos, según un relato que

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escuché, el propio rey mantenía bajoespionaje a su propia familia con unperfecto sistema de micrófonos. Tal vezfuera en este mismo palacio…

Mark Stanley, mientras hablaba,trazó rápidamente unas líneas en unpapel, mostrándoselas a sus amigos queleyeron para sí cada uno:

«Continuad charlando como si talcosa. Estoy seguro de que nos espían».

Continuaron los dos jóveneshablando de falsas experiencias y MarkStanley, sin producir el menor ruido sedirigió a la puerta del aposento,abriéndola el espacio justo para quepudiese pasar su cuerpo y volviendo acerrar tras sí. Se cercioró de que se

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hallaba solo en el pasillo y avanzó hastala ventana que se veía al extremo delmismo. Asomóse a ella y no vio a nadietampoco.

Aunque era arriesgadísimo, Stanleypasó por la ventana al exterior deledificio. La ventana se hallaba en untercer piso, a más de diez metros dealtura sobre el piso de la calle y elhombre de la Tierra se hubo de deslizarpor una estrecha cornisa, pegado a lapared y cogiéndose a los salientes que lamisma ofrecía. En tan difícil posturahubo de saltar la aguda esquina queformaba el edificio, pasando a la otrafachada convergente. Apenas en elladivisó la ventana de la pieza que

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ocupaba con sus amigos y en la partesuperior de la ventana, pegado a ella ycegando de la ventana del piso superior,una forma que le pareció monstruosa.Era un hombre araña que, apenas vioasomar a Stanley, cesó en su tarea y sedispuso a trepar por el mismo filamentode que estaba colgado.

Pero Stanley no estaba dispuesto aque se le fuera y de un arriesgadísimosalto cayó sobre él, aferrándose a sucuerpo.

Ante el violento impacto, el hombrearaña cedió, pareciendo que se hundíaen el abismo, pero se aferródesesperadamente, haciendo presión enlos filamentos que él mismo desprendía

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por sus extremidades y ambos seresquedaron colgados a más de ochometros de altura. La situación eraigualmente comprometida para ambos,ya que si el hombre araña soltaba,desligándose de los filamentos, caeríanestrellándose contra el suelo desde unaaltura que podía serles fatal.

El hombre araña se aferraba con suscuatro brazos mientras que con laspiernas trataba de librarse de Stanley,moviéndose violentamente y tratando degolpearle y de morderle con suspoderosas mandíbulas mientras silbabafuriosamente, vomitando insultos contrasu atacante que, si bien Stanley noentendía, proporcionaban un cierto

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desahogo al furioso hombre bestia.Por su parte Stanley había

comprendido lo irreflexivo de su accióny que no tenía más remedio que aguantarallí hasta que el propio hombre arañadiese la solución, ya que matarlo ogolpearlo simplemente era obligarle acaer y ello podía ser un verdaderodesastre.

En la dura lucha entablada en el aire,rodeados de oscuridad, el hombre arañaconsiguió hacer presa con susmandíbulas en uno de los hombros deStanley y éste sintió un agudo dolor pesea la protección de su vestidura metálica.

Afanosamente buscó entonces elcuello del hombre araña, haciendo presa

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con sus piernas en la cintura del mismoy aferrándose con las manos al cuello,obligándole a soltar la dolorosa presa.

Los silbidos del hombre arañaaumentaron entonces de volumen yStanley se dio perfecta cuenta de quedescendían, pero lentamente, pues elhombre araña iba soltando filamento porsus cuatro extremidades superiores.

La ventana de la pieza ocupada porsus amigos, se abrió y Stanley vioaparecer por ella las cabezas de RoyMarwin y David Bootler. Ambosestaban armados y se dirigieron a suamigo.

—¡Eh, Mark! ¿Qué ocurre?—Cuidado. No disparéis. Bajad,

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pero sin hacer ruido. Hay que evitartoda alarma.

Desaparecieron las dos cabezas yStanley hubo de poner el máximo deatención en la lucha contra su enemigo,que había roto uno de los filamentos,tratando de envolver a Mark con elbrazo en la viscosa sustancia.

Mark hizo entonces urna presión másviolenta sobre el cuello del enemigo yéste, aturdido, tratando de librarse delasfixiante abrazo, soltó otra de susextremidades.

El peso de los dos seres pudo másque los filamentos a que quedaronsujetos y éstos se rompieron con unavibración de cuerda metálica, viéndose

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los dos cuerpos precipitados en elvacío.

Afortunadamente la distancia delsuelo no era ya mucha y Mark Stanleytuvo la habilidad de maniobrar en elaire, volteando a su adversario quiencayó de espaldas, recibiendo toda lafuerza del golpe.

El propio Stanley quedóconmocionado, casi sin fuerzas,sintiendo cómo el hombre araña sedebatía debajo de su cuerpo. Se hallabainconsciente aún cuando se sintióimpelido por el aire, cayendoviolentamente al suelo mientras elhombre araña, autor de la hazaña, selevantaba, dirigiéndose contra él en

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actitud amenazadora.Stanley, medio inconsciente como

estaba, comprendió que estaba perdidosi el hombre araña, que tanextraordinaria vitalidad demostraba, leechaba la mano encima y de forma untanto maquinal echó mano a su pistola derayos desintegradores, desenfundándolay dirigiendo su boca contra el atacante,conminándole a que se detuviera.

—¡Quieto! ¡Quieto o disparo!Pero el furioso hombre araña o no

entendía o no quería entender y continuósu avance, extendiendo sus engarfiadasmanos por delante, buscando hacerpresa en el cuello de Stanley.

Destellaron brevemente los rayos

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desintegradores y el feroz hombre arañaquedó convertido en gas que lentamentefue perdiendo su forma, diluyéndose enel aire.

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CAPÍTULO V

ATAQUE AL «VAMP».

Marwin y Bootler, al llegar abajo,vieron cómo su amigo se levantabatambaleándose, pero no llegaron atiempo de ver al hombre araña.

—¡Mark! ¿Estás herido?—Creo que no, pero el golpe ha sido

morrocotudo. Menos mal que mienemigo cayó debajo y me sirvió decolchón, que si no, no lo cuento…

—¿Dónde está él? Nos pareció unser deforme, algo raro…

—He tenido que disparar sobre él y

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su espíritu habrá ido a reunirse con el desus antepasados. Lo siento, pues mehubiera gustado cazarlo vivo. Era uno deesos hombres araña de que nos hablóprimero el Residente y más tarde elcoronel Brendel. Una verdadera fieraque luego del terrible golpe recibido enla caída, aún se levantó con ánimo deestrangularme. Sus silbidos, cuandoluchábamos, eran horripilantes. Estabaespiando por la ventana cuando lesorprendí.

—Ya nos lo imaginábamos y al oírsus silbidos, comprendimos queluchabais y nos asomamos.

—No pensé que pudieran estar tanpronto sobre nosotros. Es como si nos

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hubiesen estado esperando o alguien leshubiese avisado de nuestra llegada. Seve que tienen un servicio de espionajesorprendentemente bueno. No me agradaesto —aseveró Mark Stanley.

—Ni a nosotros tampoco. Loencontramos demasiado sorprendente.

Mark Stanley pareció reflexionar.—¿Lleváis armas?—Las pistolas desintegradoras y los

puños eléctricos que nos ha facilitado elcoronel Brendel. Supusimos que tuenemigo era uno de esos hombres arañay por si habían más… ¿Qué piensashacer?

—Dar un vistazo a nuestro «Vamp».No estoy seguro con esta gente tan cerca

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de él. Si llegasen a apoderarse de élestábamos perdidos.

—Pero el coronel Brendel dispusoque le dieran guardia.

—Sí. Pero ya sabéis cómo se hacenestas guardias. En plan rutinario.Además es una guardia de nativosporque no dispone de fuerzassuficientes. Ten en cuenta que la gentebuena, la más segura, la tiene en lospuestos avanzados. Vamos adelante.

—Si se entera el coronel pensaráque no tenemos confianza en él.

—No lo creas. Pensará que en quienno tenemos confianza es en losindígenas. El asunto de Swanson me hapuesto muy sobre aviso y no me fío ya

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de nadie. Cuando hay por medio tantosintereses, cualquiera puede ser un espíao un saboteador. Ya sabes que el dineropuede más que los rayosdesintegradores. Funde las concienciassin producir heridas visibles ni dejarseñal exterior alguna.

—Tienes razón. Vamos allá.Marwin dio a Stanley el puño

eléctrico y los tres hombres sesepararon silenciosamente de laresidencia del Comandante Militar,dirigiéndose al no lejano lugar donde sehallaba enclavado el hangar en que seguardaba el cohete que los había traídode la Tierra.

A medida que se iban acercando,

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iban apresurando el paso y desdeñandolas precauciones que al principiotomaran, tal que si una voz secreta lesavisara que la hermosa aeronave y losimportantes secretos que guardaba,corrían un serio peligro.

—Es la última vez que nosseparamos todos de ella —dijo MarkStanley—. Desde hoy uno de los tresquedará siempre en ella.

—Está bien pensado.—Como que sería una verdadera

catástrofe que el enemigo hubiese caídosobre ella.

Divisaron finalmente la mole delhangar, destacando en la oscuridad,rodeada de espinosas alambradas

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electrificadas.—Ahí está el hangar —dijo Marwin

señalando para él—. No creo que loshombres araña se atrevan a acercarse.Las alambradas están electrificadas y yasabes lo que dijo el coronel respecto aeso.

—También dijo que los hombresaraña son unos fanáticos que no temen ala muerte cuando de cumplir algunamisión se trata. Para ellos morircombatiendo al enemigo es ganar elcielo. ¿Lo has olvidado?

—Es cierto. Vamos.Tomaron los tres hombres a sus

primitivas precauciones, aumentándolas,y al estar cerca se tumbaron en el suelo,

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avanzando a rastras para presentarmenos visibilidad. De esta formaavanzaron hasta colocarse bajo la mismasombra proyectada por el hangar,iluminado brillantemente por uno de loslados por una de las lunas jupiterinasque brillaba esplendorosa en el cielo.

Mark Stanley, que marchaba encabeza, señaló hacia la puerta delhangar que se hallaba desierta y cerrada.

—No se ve vigilancia algunaexterior.

—Estarán dentro. Estas nochesjupiterinas son terriblemente frías y lagente las teme…

Mark se colocó junto a una de lasalambradas y escuchó atentamente,

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acercando luego su cara hasta casirozarlas.

—Oye, Marwin. Estas alambradasno llevan corriente. Algo anormal ocurreaquí.

—¿Estás seguro?Y sin aguardar la respuesta, Marwin

se puso un guante aislante y tocó laalambrada con la punta de su cuchillo.

—¡Es cierto! —exclamó conexpresión de alarma—. ¡Vamos prontodentro!

—Calma —recomendó serenamenteStanley—. No conviene que nosprecipi…

Pero un alarido espantoso,infrahumano, que salió del interior del

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hangar, los hizo poner en pie. Markhabía sido el primero en saltarplantándose ante la puerta del hangar ydirigiendo contra ella los rayosdesintegradores, practicó un boquete enla misma.

—¡Adelante! —exclamó a tiempoque se lanzaba por la abertura.

Lo primero con que tropezaron suspies fueron los ensangrentadoscadáveres de tres de los guardiasnativos y hubieron de saltar sobre ellospara no tropezar y caer, corriendo endirección a donde un grupo de hombresaraña maltrataba a otro de losguardianes, el que había lanzado elalarido.

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El cuchillo de Stanley, fuertementedirigido, cruzó el espacio como unasaeta y tropezó contra uno de loshombres araña, pero en vez de clavarseen él, se quebró como si hubiese sido decristal mientras el ser a que iba dirigidose volvía rápidamente, soltando alguardia que cayó inerte.

Dos lenguas de fuego partieron endirección adonde avanzaba Stanley, peroya éste, de forma instintiva, se habíalanzado al suelo, evitándolas, y gritandoa sus compañeros para que le imitaran.

La respuesta de Stanley fuefulminante, disparando varios haces derayos desintegradores, con lo que elgrupo de hombres araña quedó reducido

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a dos hombres que se alejaronvelozmente a esconderse en el «Vamp».

A espaldas de Stanley sonaron dosgritos de advertencia y varios hacesluminosos de rayos desintegradoresestallaron sobre él, a un metro escaso desu cabeza. Habían sido disparados porMarwin y Bootler que le habían libradoasí de varios hombres araña que, desdelo alto del «Vamp», se habían lanzadosobre él.

Pero ni lo rápido de la actuación desus amigos ni la presteza de su actuaciónpara volverse hacia el punto de dondepartía el nuevo ataque, le pudo librar deque uno de los hombres araña cayesesobre él, empuñando una afilada arma

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blanca de tipo similar al «kris» de losmalayos.

Stanley lo vio brillar sobre su caracomo un relámpago y aún pudoesquivarlo apartando la cabeza ygolpeando al hombre araña, desviándolode su trayectoria. Tras el primerosaltaron tres o cuatro mis y Mark Stanleyapenas si tuvo tiempo de lanzar alprimero por el aire de un par de patadasponiéndose luego en pie para hacerfrente a los nuevos enemigos. La pistolade rayos desintegradores había rodadopor tierra y sin tiempo para recobrarlase lanzó contra sus enemigos, tratandode alcanzarlos con el puño eléctrico.

Mientras tanto Marwin y Bootler

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habían sido atacados por diversosgrupos surgidos de varios puntos delhangar y los latigazos de las pistolasdesintegradoras se producían casi sininterrupción, llenando la atmósfera de unnauseabundo olor de carne quemada.

Stanley hubo de esquivar un nuevopistoletazo atacando seguidamente a suagresor con un terrible golpe dederecha. Apenas si rozó el guanteeléctrico la cabeza del hombre araña,surgió un chispazo y el hombre quedóreducido a pavesas.

Los furiosos silbidos de las extrañascriaturas atronaron el espacio y Stanleyfue alcanzado por un duro golpe que lolanzó contra una de las patas del

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«Vamp». Su cabeza chocó violentamentecontra el duro material y recibió lasensación de que el mundo se le veníaencima; percibió cómo dos hombresarañas, armados con sus «kris» leatacaban con idea de rematarlo yesquivó de nuevo, arrojándose al suelo ygolpeando al caer a uno de los hombresen una de las piernas. El resultadosorprendió al propio Stanley que se violibre del enemigo mientras el segundoera alcanzado por una emisión de rayosdesintegradores lanzada por Marwin queacudía corriendo en auxilio de su amigo.

Bootler se hallaba enfrentado aúncon un grupo de aquellos seres y Markgritó:

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—¡Coged uno vivo! ¡Hay que cogeruno con vida!

Pero Bootler, duramente acosado, nose podía detener a escoger una forma deataque adecuada que le permitieracumplir la orden y hubo de ser Marwinquien, libre de enemigos, atacase a unode ellos por la espalda, golpeándolefuertemente en la cabeza con una barrade hierro.

El hombre araña lanzó un silbidoestridente y se tambaleó, dando lasensación de que iba a caer, pero aún serehízo y atacó a Marwin lanzándole suscuatro brazos al cuello, tratando dealcanzarle con sus poderosasmandíbulas. El hombre de la Tierra se

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sintió derribado y se trabó una dura yfuriosa lucha por la existencia. La barrase le escurrió de las manos, quedándolesólo éstas para defenderse del furiosoataque.

Pero Mark Stanley se había repuestodel golpe sufrido y requiriendo la barrade hierro atacó a su vez, cuidando de notocar a su amigo y descargándolavigorosamente contra la cabeza delhombre araña.

El choque fue espantoso, pero estavez el hombre araña, tras estremecersevisiblemente, rodó como un fardo allado de Marwin que jadeaba por elforzado tren a que había tenido queluchar.

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Bootler se libraba en aquel instantedel último de los hombres araña y unasonrisa brotó de sus labios al ver a susamigos en pie y con el prisionerologrado.

—¡Victoria, amigos! Ahora veremossi han estropeado algo en nuestro«Vamp».

—Sí —repuso Mark—. Lo tenernosque repasar bien no hayan hecho algúnsabotaje y se nos destroce al ponerlo enmarcha. Esto va a retrasar un tantonuestra marcha. Me hubiera agradadosalir mañana mismo, a más tardar,pasado mañana.

Por su parte, Marwin, totalmenterecobrado, zarandeó al hombre araña

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que habían hecho prisionero.—¡Uf! En la vida había

experimentado una cabeza tan dura. Elprimer golpe ha sido como para matarloy, sin embargo, apenas si lo acusó.

Recobraron Marwin y Stanley suspistolas y mientras el primero quedó deguardia abajo, Stanley y Bootlersubieron a la cabina del cohete, conánimo de registrarla.

Apenas si Stanley había asomado sucabeza por ella cuando un objetobrillante pasó silbando junto a él,obligándole a retirarseprecipitadamente. Del interior de lacabina salió entonces una mezcla desilbido y de carcajada burlona, algo que

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fue variando de tono hasta convertirseen pavorosamente amenazador.

Stanley se retiró rápidamente,hurtándose al peligro y se dirigió aBootler que venía tras él:

—Procura entretenerlo haciendoalgún ruido a esta parte como si fueses aatacarle. Voy a darle la vuelta por laentrada de equipajes.

Mientras Bootler llamaba laatención del hombre araña golpeando enla parte exterior de la cabina, Stanley sedeslizaba hacia la cola del cohetepenetrando en él por la parte destinada alos equipajes.

Escurriéndose con el sigilo quepodía hacerlo una serpiente avanzó entre

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los depósitos de gas y los torpedosvoladores llegando así hasta la cabina.Al llegar a ella, el asombro y el temor ledejó paralizado unos instantes,contemplando las maniobras del hombrearaña que quedaba en la cabina.

El extraño ser había confeccionado atoda prisa un paquete explosivo quehabía colocado en los mandos del«Vamp» y se disponía a prenderle fuegoa la mecha, una mecha corta, que salíade él.

El rostro del hombre araña,iluminado por la vacilante llama de unencendedor automático, expresaba todala salvaje alegría que el hecho queestaba realizando le producía.

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Mark no dudó ni un momento. Seaseguró de que el guante eléctrico estabaen condiciones de entrar en funciones ysaltó como un tigre; pero el hombrearaña se dio cuenta a tiempo aún de lapresencia del enemigo y esquivó elprimer golpe dejándose caer de lado.

Mark, al fallar el golpe, se fue debruces, perdiendo el equilibrio y esemomento lo empleó el hombre arañapara prender fuego a la mecha cortísimaque comenzó a arder rápidamente.

Trató de arrancarla Mark, pero elhombre araña se aferró a él con suscuatro brazos, impidiéndole todomovimiento y en la salvaje alegría de suexpresión comprendió Mark que

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sacrificaba gustoso su vida con tal dedestrozar el «Vamp».

—¡Pronto, Bootler! ¡La mecha!Pero cuando Mark gritó, ya Bootler,

advertido por el ruido de la lucha,saltaba al interior de la cabina. Pasandopor encima de Mark y del hombre araña,corrió hasta la mecha; llegaba ya a ellacuando se sintió cogido por una piernaen la que sintió una brusca presión quele obligó a caer. La mecha llegaba casial paquete y un gesto de angustia seretrató en el semblante de Bootler quien,con un supremo esfuerzo, se desprendióde una fuerte patada y arrancó la mechaa trueque de quemarse la mano con ella.

El peligro estaba salvado.

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Mark Stanley continuaba su luchacon el hombre araña que se debatíaferozmente tratando de escapar a lapresa que Stanley le había hecho alcuello con un brazo mientras con la otramano le tapaba los agujeros de la nariz,impidiéndole la toma de aire. Bootlercorrió en auxilio de Stanley y el hombrearaña fue reducido al fin, siendoamarrado para que no pudiese escapar.

Los tres amigos se reunieron con elúnico superviviente de la guardia el cualse había recobrado, gracias a lasatenciones de Marwin.

—¿Qué ha ocurrido? ¿Cómo osdejasteis sorprender?

—Yo no saber. Ellos ser muchos y

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caer del aire. Nosotros estar cerradosaquí porque hacer frío…

Los tres amigos dirigieron la vistahacia el techo del hangar en el que loshombres araña habían practicado unamplio boquete.

—Sí. Por ahí se descolgaronvaliéndose de sus filamentos, peroquisiera saber cómo pudieron cortar laelectricidad de las alambradas.

Mark se dirigió nuevamente alsuperviviente de la guardia.

—¿Dónde están las dinamos queproporcionan la energía eléctrica a laalambrada y para el servicio del hangar?

—Allí.El indígena señaló hacia un

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departamento en el fondo del hangar yMark con Bootler se apresuraron a ir ainspeccionarlo mientras Marwinquedaba con los dos hombres arañaprisioneros y el guardián indígena.

—¡Es extraño! —exclamó Mark—.Esto funciona normalmente.

Los dos hombres se dirigieronentonces al cuadro de conmutadores.Todos daban paso a la corriente aexcepción de uno.

—Mira. Debe ser el de lasalambradas. Esto está hecho desdedentro. Trae para acá al indígena ese.

Partió Bootler y a poco volvía conel indígena, al cual se dirigió Stanley.

—¿Sabes qué conmutador es el de la

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alambrada exterior?—Ése —señaló el indígena sin

titubear.Stanley había dado corriente a las

alambradas con lo que la palanca delconmutador estaba en la misma posiciónque las demás.

—¿Estás seguro que es ése?—Sí. Mucho seguro.—¿Y el jefe de la guardia, dónde

está?—Muerto. Todos muertos. Hombres

arañas no perdonar.—¿Por qué te martirizaban?El indígena vaciló unos momentos

antes de contestar.—Ellos querer saber cómo manejar

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máquina volante. Decir que matar si yono declarar…

—Pues es una lástima que no tehayan matado porque te voy a matar yopor embustero…

—¡Yo decir verdad! ¡Yo decir todaverdad!

—¿Quién subió la palanca esta delconmutador?

—No sé… Tal vez subirla cabo deguardia…

—¿Ves como eres un embustero? Yohe echado unos polvos misteriosos a lapalanca y ellos me han dicho que hansido tus manos. ¡Dame esa mano, a ver!

El indígena escondió su mano en laespalda, mostrando su faz una expresión

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angustiosa a tiempo que balbuceaba.—No… Yo no moví palanca…Pero Stanley, sin hacer caso de sus

ademanes de protesta, le tomó la manoderecha, examinándosela detenidamentey examinando después la palanca delconmutador.

—¿Ves cómo sí eres tú quién lasubió? Dejaste la inconfundible marcade tus dedos. ¿Por qué has tratado deengañarme?

El indígena comenzó a temblar comoun azogado, yendo sus asustadas miradasde Mark a Bootler y de éste a aquél. Deimproviso dio un salto y se lanzó contraStanley tratando de herirle con un puñalque había aparecido en su mano. Pero

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Stanley estaba prevenido y saltóágilmente de costado, esquivando laacometida y apenas si el cuchillo habíapasado rozando su anatomía, cuandoavanzó de un leve salto, metiéndose denuevo en el terreno del indígena ydesplazando su puño derecho conterrible ímpetu, se lo descargó contra laoreja derecha. La cabeza del indígena,al violento choque, dio la sensación deque iba a estallar, quedandoensangrentada y el indígena cayó debruces, fulminado.

—Bien. Ya sabemos que éstos notienen la cabeza tan dura como loshombres araña —murmuró Stanley—.Átalo como a los otros dos y nos lo

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llevaremos también. Uno de nosotros sehabrá de quedar aquí de guardia.

—Me quedaré yo mismo —respondió Bootler—. ¿Cómo adivinastela complicidad del granuja este?

—Era fácil deducirla. La corrienteeléctrica hubo de ser cortada desdedentro, pues los hombres araña no lahabían arrostrado, pues de lo contrarioalguno, de ellos hubiese perecido.Necesariamente debían tener uncómplice dentro y no podía ser más queéste, el único superviviente de laguardia. Apenas terminamos la lucha meextrañó en gran manera que, pese a susaullidos y al «martirio» a que había sidosometido, estuviese tan enterito. En

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segundo lugar, los hombres araña quehan atacado esto saben sobradamenteque un tipo de éstos no sabe nada denada. El grito y lo que vimos despuésfue pura comedia para que este hombrese hubiese podido justificar ante susjefes y continuar luego haciendoservicios de esta índole. Pero nocontaban con nosotros y es lo que les haperdido…

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CAPÍTULO VI

LA GRAN PATRAÑA

El capitán Browers, ayudante delcoronel Brendel, se dirigió a MarkStanley que interrogaba vanamente a losdos hombres araña que habían hechoprisioneros.

—Es inútil. He interrogado y hevisto interrogar a cientos de estos seresy jamás pudimos arrancarles palabra aninguno. Créame y no se canse. Estoscasos sé muy bien cómo tratarlos. Encuanto al traidorzuelo éste, habrá vistoque en cuanto se ha reunido con los

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otros dos ya no ha conseguido ustedsacarle una palabra más del cuerpo…

—Así ha sido.—Les tienen un absurdo miedo a

estos hombres araña. Los creensuperiores y esto les pierde. En elfondo, los odian.

—Sí, pero les sirven.—Esto es.—¿Y qué piensa hacer con ellos?—Quiero darle un disgusto a

Aracnio-Bat. Quiero pagarle en lamisma moneda enviándole la cabeza deestos tres fieles servidores.

—Pero eso es una crueldad quenosotros no debemos cometer. A unsalvaje como Aracnio-Bat se le puede

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disculpar, pero a nosotros, portadoresde la civilización…

—Palabras y palabras. Lo malo esque Aracnio-Bat está tan civilizadocomo nosotros. Se equivoca usted sicree que es un salvaje. Posee una culturamuy sólida y una inteligencia pococomún. Todo ello unido a una ambicióndesmedida es lo que nos lleva decabeza.

—¿Si tanto molesta, cómo no le hanarrebatado la jefatura de su pueblo y hanelevado a ella a otro que sea mássensato?

—Es difícil. Aracnio-Bat tienefanatizado a su pueblo y no hemosconseguido introducir agentes para

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desenmascararlo ante sus fielesseguidores, pues se deshace de ellos conprontitud. Los servidores de espionajeque tiene son buenos y los decontraespionaje no le van en zaga. Porotra parte tiene la habilidad de noponerse abiertamente en contra nuestrapara justificar una invasión de suterritorio y destrozarlo y el día que hagaesto será porque estará seguro de susuperioridad y nos dará un gravedisgusto. Además, la penetración en susdominios es difícil por toda una serie defactores, muchos de los cuales ustedconoce ya.

—Sin embargo, es peligrosoaguardar cruzados de brazos a que él

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desencadene la ofensiva.—Así es, pero ¿qué quiere? Los

políticos y diplomáticos son menosexpeditivos que nosotros los militares yno tenemos más remedio queresignarnos.

—Está bien, capitán Browers. Leentrego a los prisioneros. Yo no puedollevarlos conmigo y a fin de cuentas, susuerte no me interesa. Vamos, Marwin.Quiero darle una ojeada al lugar dondenos estaba espiando el hombre arañaprimero. El que hayan descubiertonuestra presencia aquí y nos hayanenviado gente tan pronto me tiene unpoco desconcertado.

Mark Stanley y Marwin se dirigieron

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al aposento del tercer piso que leshabían designado y el primero de losdos hombres, tan pronto como legó a élse encaramó en el alféizar de la ventana,saliendo por él hacia el exterior.

—¿Qué buscas ahí? Te vas a caer —exclamó Marwin que le veía maniobrar.

—Ven y ayúdame.Stanley, ayudado por Marwin trató

de alcanzar el montante de la ventana,pero sin resultado.

—Es inútil. No consigo llegar dondequiero. Alcánzame los «kadem» de miequipaje.

Marwin alcanzó a Stanley lo queaquél le pedía, especie de ventosas dematerial plástico y flexible que,

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adaptables a pies y manos, permitíansubir por una pared lisa. Dichosaparatos obraban a modo de lostentáculos de un pulpo, adhiriéndose alas paredes con fuerza suficiente pararesistir el peso del cuerpo y sedesprendían a voluntad del usuario porun simple mecanismo interior.

Colocados tales útiles en pies ymanos, Stanley llegó fácilmente hasta ellugar que se había propuesto, encima dela ventana. Apenas llegado metió lamano en un agujero que se veíarecientemente fabricado y no tardó ensacarla mostrando en ella un curiosoobjeto de material plástico, transparentey con una serie de dispositivos

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interiores.—¡Aquí hay algo extraño, Marwin!

—gritó jubilosamente—. Toma y tencuidado no se te caiga y se rompa.Quiero ver si queda algo más aquídentro.

Pero nada más consiguió Stanley quea poco se reunió con su amigo, el cualcontemplaba curiosamente el curiosohallazgo.

—¿Qué me dices de esto, Stanley?Es algo curioso.

—Muy curioso. Jamás había vistonada igual. Fíjate en este dispositivo.Parece un ojo… Stanley estaba excitadoy continuó:

—Y tal vez lo sea. ¡Sí! ¡Fíjate bien

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en esto! Es una especie de objetivofotográfico, pero por su peculiar forma,recoge las imágenes en cualquier lugarque estén situadas dentro de su radio deacción… Y esto es un verdaderomicrófono… Empiezo a comprenderlotodo. El hombre araña estaba instalandoesto y así nos hubieran tenido vigiladosy todas las conversaciones quehubiésemos celebrado en el aposento lashubieran escuchado. Cuando le descubrísolamente le faltaba terminar deacoplarlo y hacer la conexión. ¿Vesaquel agujerito junto a la moldura? Allíhubiese estado situado esta especie deojo objetivo. Ahora pienso que en todoel palacio este debe haber instalados

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bastantes aparatitos de éstos. No meextrañaría que el propio Aracnio-Batestuviese viéndonos y escuchando laconversación que mantuvimos con elcoronel Brendel.

—¿Crees tú…?—Estoy casi seguro. ¡Vamos!

Debemos entrevistarnos cuanto antescon el coronel.

El coronel, advertido de los sucesosocurridos en el palacio y en el hangar sehabía levantado y salió inmediatamenteal encuentro de los dos amigos.

—¿Qué es lo que me han dicho queha ocurrido? —exclamó al verles—.Haré que pongan una guardia decoterráneos nuestros aunque andan

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escasos. No dispongo apenas de gente.Este Aracnio-Bat, con sus cosas, nostrae de cabeza.

—Así es, coronel. Temo queAracnio-Bat es más peligroso de lo queimaginamos. Me agradaría que viniesehasta el hangar con nosotros a fin de quepueda ver cómo se ha producido elataque. No creo necesario que nosacompañe nadie… Allí está nuestrocompañero Bootler y vamos bienarmados.

Una vez los tres hombres fuera delpalacio y camino del hangar, Stanley sedirigió al coronel.

—Lo hemos sacado del palacioporque tengo la casi completa seguridad

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de que allí dentro somos continuamenteespiados, coronel. No quiero llamaraquí la atención de los espías queposiblemente nos estarán observando,pero tan pronto lleguemos al hangar lemostraré un curioso aparato que heencontrado. Seguramente trataban deinstalarlo anoche para tenernoscompletamente vigilados y enterarse denuestros planes.

Y Mark Stanley puso al coronelBrendel al corriente de todo losucedido. Brendel no se pudo contener yexclamó:

—Debemos volver rápidamente alpalacio, buscar la instalación de esosartefactos y desmontarlos todos. Y haré

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también una escrupulosa selección delos servicios de él. Y al espía quecojamos lo ejecutaremosinmediatamente y enviaremos su cabezaa Aracnio-Bat.

—Eso piensa hacer el capitánBrowers con los tres que hemos cogidohoy. Pero no creo que sea conveniente…

—Ni inconveniente tampoco.Quisiera ver si Aracnio-Bat reaccionabade una vez de forma violenta y nospresentaba batalla, porque con su actualpolítica nos va diezmando poco a poco,va desmoralizando a la gente y terminarápor salirse con la suya.

—Coronel Brendel. Si me permiteuna sugerencia. Este hecho me ha dado

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una idea…—Diga usted, Stanley.—Sabiendo que somos objeto de un

espionaje implacable yo meaprovecharía de ello. Continuaríaignorando su existencia y lesuministraría al enemigo toda una seriede datos tendenciosos y equivocadosque lo harían ir de cabeza y así lomarearía mientras me conviniese.También me serviría de ello para irdesenmascarando a los espías quetuviese en derredor y así, cuando llegaseel momento de darle el golpe, sería tancontundente que no les permitiríalevantar cabeza en mucho tiempo.

Brendel meditó unos momentos, al

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cabo de los cuales repuso:—Creo que es una buena idea.

Gracias. Son sutilezas dignas delenemigo que tenemos enfrente.

Llegaban en aquel momento los treshombres al hangar y Bootler les salió alencuentro.

—Saludos, coronel, buenos días. Noha habido novedad alguna después de lalucha. He estado revisando nuestro«Vamp» y en su empeño de ponerlo enmarcha lo han averiado un tanto.Cuestión de unos días de trabajo ypodremos partir.

Mark Stanley interrumpió a su amigomostrándole el útil de plástico que habíaencontrado.

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—¿Conoces esto?Bootler lo contempló con asombro.—Un objetivo semiesférico… un

micrófono… Es el aparato másmaravilloso que he visto y no creía quese hubiera conseguido realizar. Muchoshombres de ciencia tratan de hallar lasolución. Pero aquí falta el generador deenergía que recoge imagen y sonido paratransmitirlos sin necesidad de alambresni instalación adicional alguna. Hubo unsabio, el profesor Ross, que casi teníalogrado esto cuando desapareció,precisamente aquí, cerca de Balagia…

Stanley, que no había referido a susamigos cuanto conocía acerca de ladesaparición del profesor Ross, sonrió

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significativamente.—¿Qué sabes de eso?—Muy poco. Los alumnos de los

cursos de especialización decomunicaciones conocemos esa cuestióntal como la dejó el profesor Ross. De élsabemos que desapareció con su esposay no se ha vuelto a saber de él. De estohace más de veinte años…

—No es mucho, pero es algo. Esposible, Bootler, que este aparato estéfabricado bajo la dirección del propioRoss. ¿Y dices que sin la adición delgenerador esto no puede hacer latransmisión?

—Naturalmente que no.—Así es mejor. De lo contrario,

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Aracnio-Bat se hubiese enterado decosas que es preferible que ignore…

* * *

Aracnio-Bat paseaba furioso anteLudow que lo contemplaba entre irónicoy risueño. El bat de Aracnia habíaperdido aquella fría e irónica serenidadde que solía hacer gala y se detuvo antesu servidor y amigo.

—¡Brendel pagará caro lo que hahecho con Barodio-Ras! ¡Su cabeza severá expuesta a los caminantes hasta quelas aves de rapiña la limpien totalmente!Me ha matado a uno de mis mejoreshombres y no se lo perdono.

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—Te he dicho un sinfín de veces queno debías ser cruel con los hombres deél que cogías y menos aún hacer elalarde de crueldad que has hecho. Élahora te ha pagado con la mismamoneda. Y debes espabilarte si noquieres que lo haga con otros. Eshombre duro que no vacila ante nada niante nadie y malo es que hayaemprendido esa senda. Debes acabar deuna con él o, sin dejar tu táctica, hacerteamigo de él. ¿Coges uno de sus espías?Lo empleas o lo matas, pero debesignorarlo y si te reclama, hacer protestasde inocencia…

—Tengo que ganar tiempo aún,Ludow. Las cosas no están maduras. No

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somos bastante fuertes como paraaplastarlos. Seguiré tu consejo y me harésu amigo. Iré diezmando sus fuerzas, meiré apoderando de su armamento, irécreciendo mientras él mengua…

El rostro, la expresión de Aracnio-Bat, se transfiguraba ante la idea de irvenciendo al enemigo con sus sutilezas ysus malas artes.

En las molduras del techo, entre lasque se hallaban escondidos, destellaronunos puntos de luz de diversos colores yAracnio-Bat se dirigió a la pantalla quetenía sobre una mesa, manipulando en elcuadro de conmutadores. La sala quedócasi en la oscuridad y la pantalla seiluminó mientras el bat de Aracnia se

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dirigía a Ludow.—Ven aquí, Ludow. Será interesante

que escuches esto. Tenemos conferenciaen la residencia del Comandante Militarde Balagia y nos puede interesar aambos.

En la pantalla, muy en primertérmino, se veía la cabeza y parte delbusto del coronel Brendel que paseaba,dando evidentes signos de mal humor yen un segundo plano, y sentados, se veíaa Mark Stanley, a Bootler y al capitánBrowers. El coronel estaba en el uso dela palabra:

—La comunicación de Morondo, batde Dunkel-land, me tiene bastanteintranquilo. Parece que numerosas

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fuerzas de Aracnia están realizandomaniobras cerca de sus fronteras contodo lujo de armamento. Dice Morondoque se observa en ellas una actitudclaramente hostil y pide ayuda. Nuestrosobservadores de los puestos avanzadosconfirman la noticia y hasta nuestrasfuerzas del aire que se han arriesgado enunos reconocimientos lo han podidoobservar también y su informe no esnada tranquilizador.

El capitán Browers intervinoentonces.

—Pero nosotros no podemosdistraer fuerzas enviándolas a Dunkel-land, señor. Nuestra situación aquí, sientonces se le ocurriese atacar a

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Aracnio-Bat, sería bastantecomprometida.

—Ya lo sé —repuso el coronel—,pero podemos enviar a Morondoarmamento y algunos oficiales. Lo quemás me encarece es el envío dearmamento. Él tiene un buen ejército,pero carece de armamento, sobre todo,armamento moderno.

—¿Y no corre peligro esearmamento que enviemos a Morondo depasar a manos de Aracnio-Bat? —interrogó Mark Stanley—. ¿Es Morondoun hombre adicto, seguro?

El coronel pareció meditar unosinstantes.

—Sí. Morondo no ve con agrado el

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poder creciente de Aracnio-Bat. Enparte es nuestro amigo porque le teme ysabe que somos los únicos que lepodemos proteger contra las ambicionesdel bat de Aracnia. Además, tengopensado hacer una visita a Morondo.Quiero ir personalmente y así measeguraré de sus intenciones y le daréánimos para oponerse al de Aracnia.Puesto que ustedes deben iniciar sustrabajos por aquella parte, les podríaacompañar en su aeronave cohete. Tengoganas de experimentarla. Sé que es másrápida que todo lo que poseemos aquí.

—Así es, coronel —aseveró Stanley—. Y además, va bien defendida pararesponder a cualquier ataque de que se

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le pudiera hacer objeto. Por esa parte nohay cuidado. Pero se me ocurre otrapregunta: ¿Y si las fuerzas de Aracnio-Bat atacasen el convoy de armamento?El viaje es largo y debe atravesarcomarcas peligrosas.

—No creo que Aracnio-Bat seatreva a hacer tal cosa. Eso significaríala guerra y por ahora no le conviene. Noestá en condiciones aún…

—No debe confiarse, coronel. Tengoentendido que es hombre muy audaz.

—Sí. Pero también es cauto.Además, para engañar a su espionaje,haremos creer que el convoy de armasva por un sitio y lo enviaremos por otro.Podemos hacer un buen simulacro.

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El coronel Brendel se acercó a unmapa de gran tamaño que había en lapared y señaló con un puntero.

—El convoy irá realmente por cercade la frontera de Aracnia, casi a la vistade ellos. Así tiene la ventaja, en caso deataque, de que podrá ser socorrido pornuestros puestos avanzados. La rutapuede ser ésta aproximadamente.

El capitán Browers aprobó:—Es una buena idea, señor.—El segundo convoy, el falso —

continuó el coronel—, saldría de nochey simularíamos en torno a él toda clasede precauciones…

—¿Cree que los engañaremos,señor?

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—Son astutos, pero nosotros no lesvamos en zaga. Confío en que si…

Cuando tras ultimar ciertos detallesse terminó la reunión en la residenciadel comandante militar de Balagia,Aracnio-Bat apagó la pantalla y sevolvió con gesto de triunfo a Ludow.

—Este invento del profesor Ross esalgo genial. Nos resuelve cosas que unhombre no podría resolver y nos ahorramuchas vidas.

—Así es, Aracnio-Bat. Pero lasarmas que te he traído ahora serándefinitivas.

—Falta que Mark Stanley lasultime…

—No creas eso, Aracnio. Esas

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armas están resueltas. Lo demás es todouna añagaza del astuto Stanley. Sé que eltiempo me dará la razón.

—Pronto lo sabremos. Nuestroshombres de ciencia están ya sobre ello ypronto se habrá producido de una y otracosa. Ahora veamos de disponer elataque al convoy. Y para que nosospechen de nosotros, estaremostambién en Dunkel-land. Hace tiempoque prometí una visita a Morondo-Bat yéste es el momento de hacerla. Veremostambién el famoso «Vamp» de Stanley,la aeronave más rápida y potente delmomento…

—Y estrecharás tu amistad con elcoronel Brendel. Le invitarás a que te

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haga una visita. No se podrá negar yposiblemente aprovecharemos esemomento. Sobre todo si tus laboratorioshan conseguido las ondas ROC y elgas VIC.

—Mucho corres, Ludow. Ahoracuando salgas di a Jawin-Ras y a Dwno-Ras que deseo verlos. Ellos seránlos que se encargarán de atacar elconvoy. ¿Piensas venir con nosotros aDunkel-land?

—No es útil que me vean ni Stanleyni Brendel. El primero, mientras no mevea, podrá dudar, en cuanto al segundo,no deseo verlo.

—Como quieras. Pienso llevarconmigo a Maiwa, la Bella Salvaje. Es

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la única dama hermosa de que dispongo,según el concepto que vosotros tenéis dela hermosura, para tratar de embaucar aStanley.

—Tienes esclavas balagas y deDunkel-land que son igualmentehermosas…

—Pero ésas las reservo para cuandonos visiten ellos aquí. Ahora sólollevaré a Maiwa. Ella es la única capazde atraer a Stanley o de hacer perder lacabeza al que yo le señale. Sabes que lehe enseñado y es la única que tienetalento para atraerlos sin quemarse ella.Emplear la mujer en estas cuestiones esun arma de dos filos, Ludow. Te sirvenfielmente, pero si se enamoran pueden

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convertirse en tu peor enemigo. SóloMaiwa es segura. No hay miedo de quela embauquen…

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CAPÍTULO VII

LA BELLA SALVAJE

Las puertas del gran salón se abrieronpara dejar paso al coronel Brendel y suEstado Mayor en el que, entre otros,figuraban el capitán Browers, MarkStanley y Bootler. El anciano bat deDunkel-land, rodeado de un reducidoséquito se adelantó a recibir a loshombres de la Tierra. El gesto yademanes de Morondo-Bat erancorteses, pero a través de su sonrisa, untanto forzada por las circunstancias, sepodía adivinar una gran contrariedad.

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—Sean bienvenidos a mi modestacasa los hombres de la Tierra. Confiesoque no os esperaba y por eso mi alegríaes aún mayor. Pasad y beberéis de mivino, comeréis de mi pan y gozaréis porentero de mi hospitalidad.

—Gracias, Morondo-Bat. Noesperaba menos de ti y por eso me heapresurado a venir tan pronto comohemos tomado tierra. He queridopreceder el fuerte envío de armamentoque te hago y que viene porprocedimiento un poco menos rápidoque el empleado por nosotros. Al llegarhe podido comprobar con satisfacciónque tu pueblo nos recuerda con agrado.

—Mi pueblo sabe que sois los

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portadores de la paz y el progreso y poreso os quiere como yo mismo. Pero pasay que pasen contigo los tuyos. No osquedéis ahí a la puerta. Tu visita no hapodido ser más oportuna, ya que tendrásocasión de conocer a un buen amigo míoy que seguramente desea serlo tuyotambién. Se trata del bat Aracnio, delvecino país de los hombres araña…

El coronel Brendel no esperaba nimuy remotamente que Aracnio-Bat fuesehuésped de Morondo, pero supodisimular su sorpresa, al igual que loshombres que le acompañaban. Uno yotros, precedidos por Morondo,avanzaron hacia el interior del vastísimosalón donde la fiesta de bienvenida a

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Aracnio-Bat había quedadomomentáneamente suspendida. El jefe delos hombres araña se había puesto enpie y contempló a Brendel curiosamente.Cuando Morondo-Bat los presentó, seinclinó cortésmente y silbó ante él unasfrases de agrado y bienvenida quefueron correspondidas por el coronel.

—Celebro conocerte, Aracnio-Bat.Mucho he oído hablar de ti, pero noesperaba encontrarte aquí en estaocasión. Me habían dicho que estabas endisposiciones un tanto hostiles conMorondo-Bat. Celebro habermeequivocado.

Aracnio-Bat sonrió con expresiónladina y respondió:

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—Las gentes se manifiestan a vecescon exceso de ligereza. Es cierto que herealizado maniobras de entrenamientode parte de mi ejército cerca de lasfronteras de Dunkel-land, pero eso,además de servirles de entrenamiento esun subterfugio mío para que Morondo-Bat pueda comprobar la calidad delarmamento que sale de las fábricas deAracnia y se decida a hacerme a mí suspedidos. Estoy pobre y necesito vendery los hombres de la Tierra me hacéis unacompetencia ruinosa.

—Eres injusto, Aracnio-Bat. No tehacemos competencia alguna puesto queno vendemos armamento.

—Ya sé que no lo vendéis y eso es

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peor, porque lo regaláis y no haycompetencia posible.

Aracnio-Bat habló en tonohumorístico que hizo reír a lospresentes.

—Si es ese todo tu problema —repuso el coronel Brendel—, nosotrosestamos dispuestos a comprarte todo elexceso de armamento que fabriques,siempre que por su calidad responda.

—Tú sabes que el armamento quesale de las fábricas de Aracnia esbueno, tanto como el tuyo. Para ellotengo mis buenos técnicos. No creo quenos llevéis ventaja ni aun en aviación, amenos que tengáis algo nuevo. He oídohablar de un aparato cohete que han

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traído unos exploradores. Me gustaríaverlo competir con alguno de los míos.

—Podrás verlo porque lo hemostraído. Hemos viajado en él y desdeluego es veloz y estoy dispuesto aapostar por él en contra del que túdesignes. Pero hemos interrumpido lafiesta, Morondo-Bat y eso no es justo.Veo que la juventud está ansiosa y deseabailar. Por su parte, mis jóvenesoficiales tienen tan pocas ocasiones dedivertirse…

* * *

Mark Stanley, acodado en labarandilla que daba a un perfumado

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jardín interior del palacio de Morondo-Bat, observaba con gesto indiferente a lajuventud que bailaba y de tanto encuanto sus miradas se dirigían, no sincierta inquietud, hacia donde el coronelBrendel conversaba con Aracnio-Bat.Stanley, en los breves momentos quehabía escuchado al bat de los hombresaraña, había calibrado con bastantejusteza la peligrosidad de éste y temíaque, con sus habilidades dialécticas,pudiese envolver al coronel. No porqueéste fuese incapaz, sino porque Aracnioposeía una mala fe y una doblez a que elcoronel no estaba acostumbrado.

De improviso Stanley sintió unaextraña sensación, como si alguien le

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estuviese taladrando alevosamente porla espalda con un soplete. Estaba segurode que alguien le observaba atentamente,con inusitado interés, pero tuvo elsuficiente dominio sobre sí mismo parano volverse. Sus oídos parecierontenderse hacia atrás para mejor recogerlos sonidos y pudo captar, por elextremo de la galería, el deslizarse deunos pasos alados, leves, que fuepercibiendo cada vez más cerca. Elcorazón comenzó a latirleapresuradamente.

—Me da la sensación que ha entradoalguien en mi vida que va a tener unainfluencia decisiva en ella —murmuróStanley para sí, pero sin volverse.

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Se sintió envuelto en una oleada defino perfume, agradable, enervante, y unser casi ingrávido pasó junto a él, perosin mirarle, tal que si ignorase supresencia. Se trataba de una lindísimajoven rubia, de dulces ojos azules, y a lacual pudo contemplar Stanley a su sabordurante unos instantes. La mirada de losojos azules iba tendida hacia adelante,pero la hermosa y atractiva rubia, alpasar frente a Stanley no pudo evitar eldirigirle una mirada rápidamente desoslayo.

Por su parte, Stanley se quedó mudoy sin capacidad para moverse.

—¡Es increíble! ¡Pero si es ella, ladama del retrato! ¡La señora Ross! —

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exclamó al fin a media voz.Pero inmediatamente rectificó.—No. No puede ser ella. Ésta

apenas si tendrá la edad que aquéllatenía entonces y han pasado demasiadosaños. ¿Y por qué no puede ser su hija?¡Eso es, su hija! ¿Qué hará ella aquí, enel palacio de Morondo-Bat?

Stanley pasó en un instante de lainactividad a la acción. El baile, al quela joven había llegado, ya no le eraindiferente y corrió tras ella. La sacaríaa bailar antes de que se le adelantaraotro cualquiera, en particular alguno deaquellos repulsivos jóvenes hombresaraña del séquito de Aracnio-Bat.

La indiferencia, casi desdén, que la

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linda joven había mostrado al pasarfrente a Stanley, fue sustituida por unacautivadora sonrisa cuando al penetraren el recinto donde se bailaba vioposadas sobre ella las ardientes miradasde Browers y David Bootler. Los dosdesearon lo mismo en aquel momento:bailar con ella, pero sólo Bootler estabaen condiciones de hacerlo, puesBrowers bailaba en aquel momento conla hija de Morondo-Bat.

Se apresuró Bootler a ofrecer elbrazo lanzándose los dos jóvenesinmediatamente en el torbellino de ladanza. Bootler sentíase emocionado alcomprobar que la bella aparición no eraun sueño. Sentíase embriagado por su

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perfume y sus miradas limpias,transparentes. Sentía deseos de hablarla,pero algo más fuerte que él mismo se loimpedía. Ella apoyaba su busto degraciosa e incomparable línea sobre elbrazo de él y le sonreía como tratandode animarle y al fin pudo Bootler hallarpalabras.

—Perdóneme si me encuentra torpe,pero es que estoy como deslumbrado.Juraría que la conozco hace muchotiempo, que la he visto antes confrecuencia, pero no puedo recordardónde.

La linda Maiwa sonrió comprensiva,animándole.

—Si ha estado usted alguna vez en

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Aracnia es posible que me haya visto,pues es la primera vez que he salido deallí, aunque yo no lo recuerdo y son tanpocos los extranjeros que nos visitan…

—¡Pero usted no es de Aracnia! ¡Nopuede serlo! ¡No tiene nada de comúncon esos seres horribles…!

Un extraño fulgor cruzó por laspupilas de la joven y Bootler seapresuró a rectificar comprendiendo quese había excedido.

—Perdón… No he querido decireso. Es usted muy diferente a ellos y auna los propios habitantes de Dunkel-landy los de Balagia. Usted podríapertenecer tal vez a la raza blanca de losbálagos, a la raza de los escogidos…

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—Siento defraudarle, amigo mío,pero he nacido y crecido en los bosquesde Aracnia. Ellos dicen que soy como unmilagro. Nadie conoce a misprogenitores y yo he vivido entre losanimales de la selva, con ellos me hecriado y ellos me han enseñado adefenderme y a vivir…

—Pero todo eso es imposible. Yo lahe visto.

¡Sí! Ahora recuerdo perfectamentedónde… Y he dialogado con usted.Usted es un ser irreal que vive en unapintura, la más bella pintura que he vistojamás allá en la Tierra. Usted es de losnuestros y nos pertenece…

Bootler sintió unos suaves

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golpecitos en la espalda y seinterrumpió, deteniéndose con su pareja.Un gesto de desencanto se dibujó en surostro al ver a Stanley que sonriendogalantemente a la damisela, le ofrecía sumano para continuar el baile.

—¿Me permite, linda jovencita? Túhas bailado ya bastante y debesdescansar unos instantes…

La expresión de Maiwa cambióradicalmente; tornándose glacial, perose dejó llevar de Stanley que, bailando,la fue apartando discretamente deltorbellino de parejas.

—Me resulta extraño encontrar aquíuna antigua conocida. Es como un sueño,un bello sueño. La bella dama del

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cuadro, por la que tanto he suspirado. Yel caso es que debí pensar más de unavez que podía encontrarla aquí —susurró Stanley acercando su boca alpido de Maiwa.

Pero ésta se retiró un tanto y clavó laglacial expresión de sus pupilas en elrostro de Stanley.

—¿Por qué no usa otro truco? Ése loha empleado ya su amigo. Debíanponerse de acuerdo para no emplearlo elmismo día y con la misma mujer…

Iba Stanley a responder, pero sintióque le tocaban en la espalda y aún no sehabía repuesto de la sorpresa que lacontestación de Maiwa le causara,cuando ya ésta le abandonaba para

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correr a Browers que le tendía su manoinvitadoramente.

—Lo siento, amigo Stanley, pero nole conviene acaparar tanta belleza…

Mark Stanley deploró lainterrupción, pero hubo de resignarse ymientras veía cómo la juvenil pareja sealejaba, sintió que Bootler se situaba asu espalda.

—Es un fastidio que lo interrumpana uno cuando está tan a gusto, ¿no eseso? Y dime una cosa: ¿Te has fijado enel extraordinario parecido que tiene conla damisela del cuadro del cual eresposeedor envidiado? ¡Es lo másextraordinario que he visto en mi vida!

—Sí. Muy extraordinario —

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murmuró el descontento Stanley entredientes.

De nuevo vio Stanley sonreír aMaiwa. Su actitud glacial había duradojustamente los instantes que había estadocon él. ¿Por qué aquello?

Bootler interrumpió suspensamientos.

—¿Puedes imaginar que ese dechadode perfecciones físicas sea un productode la selva aracnia? Ella misma me haasegurado que ha nacido y crecido allí;ignora a sus padres y dice de sí mismaque es un milagro… Es amable ysimpatiquísima y resulta increíble que sehaya criado entre animales y hombresaraña…

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Stanley sólo atendía a su amigo amedias. En cambio, era todo ojos paraMaiwa y el capitán Browers que habíanabandonado el salón donde se bailaba,retirándose discretamente por unaamplia escalinata hacia el frondoso yperfumado jardín.

Stanley se sintió molesto. Le dolía elglacial recibimiento que le había hechola joven, la preferencia que ésta habíademostrado por el entusiasmadoBrowers y luego el hecho de que se lollevara al jardín. Algo parecido a loscelos comenzó a torturarle; pero enaquel momento sintió clavadas sobre éllas malévolas miradas de Aracnio-Bat yprocurando disimular sus impresiones se

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acercó a la hija de Morondo-Bat, linda yatractiva morena, lanzándose con ella alos placeres de la danza.

Pasó rápidamente el tiempo paraStanley, ávido de conocer tipos y gentes,de sorprender gestos y conversaciones.Y así se vio sorprendido por el capitánBrowers que traía de la mano a Maiwa.

—Supongo que me habrá perdonadoque se la haya arrebatado antes, Stanley.Pero ella está interesadísima por usted yse la devuelvo. Me ha preguntado la marde cosas que yo no he podidoresponderle. En fin ahí se quedan.

La joven Maiwa, antes tan glacial,sonreía ahora invitadoramente a Stanleymientras Browers se alejaba sonriendo.

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Tomó Mark a la muchacha de la mano yse alejó con ella en dirección a lagalería.

—¿De quién es el truco ahora?¿Suyo o de Browers?

Maiwa sonrió con timidez, dejandocaer la mirada de sus ojos hacia la puntade sus pies, como tratando de buscar enellos la respuesta adecuada a lainterrogación de Stanley. Pero no hubolugar a nada porque el propio Aracnio-Bat se acercó a los jóvenes,dirigiéndose a Maiwa.

—Está bien, hija. No deseo que tecanses y si te has divertido bastantedesearía que nos retirásemos a nuestrosdepartamentos. Esta noche hemos de

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trabajar aún y mañana también será undía de bastante ajetreo…

La muchacha se inclinó cortésmenteante Stanley, sonriendo amablemente, sedespidió de él con un breve «hasta lanoche» y cogiéndose de uno de losbrazos del rey de los hombres araña sealejó con su andar alado, gracioso.Stanley creyó sorprender en los ojos deella una expresión de corza asustada yperseguida y se sintió conmovido. Loscontempló hasta que desaparecieron porel extremo de la galería, por la mismapuerta por la que la había sentido entrar.Suspiró.

—El monstruo y la bella… ¿Quéhabrá detrás de todo esto?

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* * *

Tras Aracnio-Bat se retiraron lamayoría de oficiales de su séquito, quesiguieron a su rey hasta los aposentosque le habían sido designados en elpalacio de Morondo-Bat Rápidamentefueron registrados los aposentos asícomo el exterior de los mismos paraasegurarse de que no había escondido enellos ningún enemigo y que no podíanser espiados.

Los oficiales se distribuyeronrápidamente de modo que nadie pudieratener acceso a su rey sin conocimientode ellos y Aracnio y la joven Maiwa se

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quedaron solos.Aracnio-Bat se hallaba disgustado,

pero sin embargo, no había dejadotraslucir su disgusto ni a sus enemigosprimero, ni a sus amigos después.

—Maiwa, pienso que el jovenStanley es demasiado duro ynecesitamos actuar con rapidez. Lo heestado observando y no es un adversariofácil. Ludow tenía razón.

—Ludow tiene razón casi siempre.Es el único mérito que le reconozco.Pero no quiero verlo cerca de mí. Me damiedo y sé que le odio, sin saber porqué.

—Eso no tiene importancia ahora,Maiwa. Lo interesante es que tu objetivo

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ha variado. He observado también a losotros dos jóvenes. A Bootler y aBrowers y me quedo con éste. Es el másdébil y al que más odio. Él fue quienhizo ejecutar a Barodio-Ras. Él fue elautor de la idea de enviarme su cabezaporque sabía que me haría daño coneso…

—Los tres me son igualmentedesagradables, Aracnio-Bat.

—¿Tanto como Ludow?—No. Eso es difícil.—Pues bien. Esta noche debes

procurar enredar a Browers sin que losotros dos se den cuenta y te lo llevarásal jardín como has hecho esta tarde. Allíle estarán esperando.

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—¿A qué hora debo hacerlo?—Después de la fiesta de la noche.

Cuando todos se hayan retirado. Durantela fiesta quedarás con él para que tevaya a buscar más tarde. Le puedesdecir que debe librarte de mí. Que soyun ogro… Lo que quieras, peroenternécelo y que no falle. Lonecesitamos.

—Descuida, Aracnio-Bat. Por loque a mí respecta, lo tendréis…

Después de la fiesta dada en suhonor, por la noche, el coronel Brendelcon su Estado Mayor se había retirado adescansar. Brendel se había retiradosatisfecho, con el convencimiento de quela amistad entre Morondo-Bat y

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Aracnio-Bat era pura fórmula y que elrey de Dunkel-land permanecía fiel a laalianza con los hombres de la Tierra.Había comprendido que el viaje deAracnio-Bat a Dunkel-land respondía amaniobras oscuras contra las cualesdebía prevenirse a tiempo, pero noestaba descontento de cómo se habíanllevado las cosas hasta entonces. Al díasiguiente demostraría a Aracnio-Bat lasuperioridad que tenían en el aire sobrelos hombres araña y confiaba que con taldemostración haría retroceder albelicoso bat en sus planes de agresión.Brendel tenía suficiente experienciapara saber que a los partidarios de latuerza, únicamente la fuerza los hace

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retroceder.Mark Stanley, sin embargo, estaba

bastante inquieto. Había charlado,sondeando hábilmente a Aracnio-Bat ypese a la habilidad de éste, había sacadoel convencimiento, la seguridad casiabsoluta de que Ludow estaba con él yque le había llevado sus inventos. Lassospechas que lo habían arrancado de laTierra conduciéndolo allí, se habíanconvertido en certidumbre; y por lomismo, sabiendo la superioridad que elposeer tales armas daría a Aracnio-Bat,no podía compartir la satisfacción deBrendel.

Tenía también el convencimiento deque Maiwa era la hija del matrimonio

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Ross y pensaba que si no los dos, almenos el profesor, había vivido hastahacía poco, como lo demostrabandeterminados adelantos que Aracnio-Batexhibía. Tenía que darse prisa aarrebatar al jefe de los hombres araña suinvento si no quería tener que deplorarluego un gran desastre. Mark Stanley,analizando así las cosas, se sentía untanto culpable por haber permitido quesus inventos le fueran arrebatados.

Otro motivo de inquietud había sidola extraña conducta observada porMaiwa con él. Después delacercamiento iniciado por ella alfinalizar la tarde, por la noche, cuandocreyó que iba a disfrutar de su compañía

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y aprovechar la ocasión para sonsacarlecuanto pudiera, la linda joven le habíarehuido de una forma clara, tornando aBrowers, al cual había envuelto en susencantos, llevándolo prendido durantetoda la velada.

Stanley tenía la convicción de quetodo aquello había sido una premeditadamaniobra y detrás de ella vio lashabilidades de Aracnio-Bat. ¿Trataría elastuto jefe de los hombres araña desacar informaciones que le fuesen útilesvaliéndose de ese medio? ¿Qué podíahaber hablado Browers? Browers erainteligente, pero mimado por la fortunacon exceso, no le ofrecía grandesseguridades a Stanley.

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En la pieza vecina, ocupada porBootler, se oyó un rebullir en la cama yla voz del joven se dejó oír:

—¿Qué te ocurre, Stanley? ¿Por quéno te acuestas de una? Mañana tenemosque volar y vencer y debemos estar biendescansados y con los nervios bienasentados.

Stanley pasó a la habitación de suamigo.

—No estoy tranquilo, Bootler. Temoque las cosas no van como debieran.¿Crees que Browers habrá sabidoresistir ante el encanto de Maiwa?

—¿Es eso lo que te inquieta? ¿Noserán los celos?

—No seas tonto. Tú sabes muy bien

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que no. No puedo resistir a la tentación.Voy a ver un momento a Browers.Necesito cambiar impresiones con él.

—Ve a donde quieras, pero déjamedormir tranquilo.

Stanley no contestó y salió endirección al aposento del capitánayudante de Brendel. Pero cuando llegóa él, Browers no estaba y el lechopermanecía intacto.

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CAPÍTULO VIII

EL RAPTO

Cuando todos se hubieron retirado a losaposentos que se les había designado,Browers se encerró en el suyo y notardó en apagar la luz para que suscompañeros recibieran la sensación deque se hallaba descansando. El coronelBrendel había prohibido que nadieabandonase el aposento sin su permiso yBrowers tenía necesidad de hacerlo.Sabía que si era descubierto, sudesobediencia le valdría una seriareprimenda del coronel y un arresto,

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pero Maiwa bien valía que se arriesgaseuno por ella.

Dejó Browers transcurrir un buenrato, siempre pendiente del reloj, ycuando calculó que ya todos se habríanacostado, salió sigilosamente de suhabitación. Prefería ser él quienaguardase a Maiwa a que la joven,cansada de esperarle, se retirase. Ella lehabía pedido que la arrancase de lasgarras de Aracnio-Bat, que la llevase acualquier sitio donde aquél no pudieseencontrarla. Y él se disponía a hacerlollevándola a un lugar donde le conocíany donde tendría a la joven hasta quepudiese ir a recogerla.

Cuando Browers llegó al lugar

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donde la joven le había citado, ésta nohabía llegado aún, pero no tardó enaparecer. Vestía sencillamente ycaminaba rápida, volviendo confrecuencia la cabeza hacia atrás como sitemiese ser seguida. El joven capitán seadelantó a recibirla, tendiéndole lasmanos con ademán protector. Maiwa seaferró a ellas y en su actitud había algotiernamente suplicante que conmovió aBrowers. La expresión del rostro de lamuchacha era de temor, un temorinfantil, enternecedor.

—¡Vamos de prisa! ¡Temo que mesiguen!

—Pues no temas yendo conmigo…No se atreverán…

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Browers no estaba demasiadoseguro de lo que decía y tomando delbrazo a la joven echó a andar junto aella. El miedo que manifestaba Maiwaera tal que era ella quien tiraba deBrowers; éste, como medida deprecaución había llevado consigo elguante eléctrico que, con disimulo, parano alarmar a la joven, se colocó en sumano diestra.

La joven llegó a contagiar suintranquilidad y sus temores a Browersde tal modo que éste comenzó a lamentarno haber avisado a alguno de sus amigospara que le guardase la espalda.

A sus espaldas le pareció oír ruidode pasos, lo que le obligó a volverse

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repentinamente, pero no vio a nadie.También le pareció sentir como sialguien anduviese por las copas de losárboles bajo los cuales atravesaba, perotampoco consiguió ver nada, mas no porello consiguió tranquilizarse.

Maiwa se había apretujado contraél, comunicándole con su miedo, elcalor de su cuerpo, envolviéndolo en laola de perfume que la acompañaba atodas parte.

—Llévame lejos de aquí —musitabatremolante Maiwa—. Lejos de esehorrible monstruo que me tortura; dondeél no me pueda alcanzar. Tengo muchomiedo. Si volviese a caer en sus manosme haría quemar viva o haría algo peor

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conmigo.—Ahora te llevaré a un lugar donde

conozco y de allí te recogeré mañana…—No. Llévame lejos ahora mismo.—Pero no tenemos medios…—En cualquier aeronave, en unas

horas, me llevas a Balagia. Puedes estarde vuelta antes de que sea de día y seenteren de tu ausencia. Sólo allí estarésegura.

—¿En qué aparato te voy a llevar?Están todos vigilados.

—En uno cualquiera. Los deAracnio no dirán nada si ven que meacerco a ellos…

—Como quieras. Vamos.Los dos jóvenes salieron de los

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lugares próximos al palacio deMorondo-Bat y tomaron el camino delvasto campo de aviación donde sehallaban los aparatos. Era un ampliocamino flanqueado a ambos lados porfrondosos árboles y totalmente solitarioa aquellas horas. Algo ideal para unaemboscada.

Browers pensó en esto y searrepintió de su credulidad. ¿No leestaría burlando la hermosa Maiwa? Untropel de pensamientos acudió a sumente, empeñando una lucha, por locontradictorios, dentro de su cabeza.Pero la suerte estaba echada y debía decontinuar. En aquellos momentos devacilación notó que la joven se le

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apretujaba fuertemente, percibiendo ensu cuerpo la presión de sus delicadasformas y una sonrisa prometedora acabóde decidirle.

Continuaron andando un largo trechoy ya divisaba Browers las edificacionesdel aeropuerto cuando sintió un crujidode ramas sobre su cabeza. Ambosjóvenes elevaron la vista al lugar dondese producía el ruido y vieron algoinforme que descendía rápidamentesobre ellos.

Maiwa emitió un leve grito de terrorque pareció quedar estrangulado en sugarganta y se aferró fuertemente aBrowers, como queriendo protegersecontra su cuerpo. El joven se sintió

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punto menos que inmovilizado por lajoven y le dio un empellón, separándolade sí. Pero ya era un poco tarde paradefenderse con la debida efectividad,pues uno de los hombres araña caíasobre él mientras otro descendía a sulado, cogiéndole de las piernas y tirandode ellas para obligarle a caer.

Browers hizo un esfuerzo y conectósu puño derecho sobre la cara del que sehabía tirado sobre él; brotó un chispazoy el hombre quedó desintegrado. Pero yaotros hombres araña rodeaban alcapitán, descendiendo otros de losárboles, deslizándose con ayuda de susfilamentos.

Browers se sintió caer y antes de

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que eso pudiera ocurrir descargó elguante eléctrico sobre el que habíahecho presa en sus piernas y se sintiólibre, pues también el hombre arañaquedó desintegrado; mas en el mismomomento recibió un duro golpe en laespalda que le hizo perder el equilibrio,proyectándolo contra el suelo. Trató degolpear de nuevo con el guante ylevantarse, pero dos hombres cayeronsobre él, inmovilizándole el brazo y elcuerpo. Entre las brumas de la lucha viocómo Maiwa trataba de escapar, perodos hombres araña la cogían, tratándolacon muy pocos miramientos. Aquello, enmedio de su desgracia, le sirvió deconsuelo. La joven —creyó él— no le

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había engañado.Sintióse entonces Browers una

punzada en la espalda y poco a poco fueperdiendo la conciencia hasta quedarsumido en la oscuridad cerebral.

Uno de los hombres araña, el quedirigía el grupo, hizo levantar a Browersque se mantuvo en pie, rígido, como siestuviese idiotizado.

—Ya le ha hecho efecto la droga.Ahora me obedecerá en todo. No seránecesaria la fuerza. Quitadle la pistola yel guante eléctrico…

Maiwa se acercó al grupo ycontempló a Browers con gestodespectivo.

—Ya tenía ganas de terminar la

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comedia. Estaba harta de sus tonterías.El jefe del grupo se dirigió a

Maiwa.—Ahora debes volver cuanto antes a

tu aposento. Sería conveniente que nadiesupiera que has salido de él. Teacompañarán cuatro hombres…

Dio el hombre araña algunasórdenes y varios hombres de los que lehabían ayudado volvieron a trepar a loalto de los árboles, mientras otrosacompañaban a Maiwa, quedando eljefe del grupo únicamente con doshombres y Browers que se mantenía enpie, pero completamente ajeno a cuantoocurría en derredor de él.

El hombre araña se dirigió entonces

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a Browers.—Vamos, hombre de la Tierra. La

aeronave te espera.El capitán inició la marcha como

podría hacerlo un autómata,encaminándose hacia el aeropuerto y lostres hombres araña le siguieron decerca. Así llegó Browers hasta donde sehallaba la aeronave cohete que les habíatraído. Los soldados que prestabanguardia a la puerta del hangar donde laaeronave se hallaba, saludaroncorrectamente a la llegada de su jefe,cediéndole paso.

—Voy a probarla para ver si está encondiciones de tomar parte en elconcurso de mañana. Abran totalmente

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las puertas del hangar.Las inflexiones de voz de Browers,

opacas, monótonas, extrañaron a los queestaban de guardia, pero no obstante seapresuraron a obedecer.

Browers, hipnotizado por el poderde la droga que le había sidosuministrada, no hacía más que obedecerlas órdenes que mentalmente le daba eljefe de los hombres araña. Así subió alcohete, en cuya proa se podía leer elnombre de «Vamp» y tomando losmandos lo puso en marcha. El ruido demotores y turborreactores atronó elespacio, haciendo trepidar la estructuradel aparato que fue saliendo lentamentedel hangar, rodando por el campo

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primero hasta alejarse de él.De las sombras proyectadas por otro

hangar destacaron entonces los treshombres araña que habían acompañadoa Browers y con agilidad de simiostreparon hasta la carlinga del «Vamp»,desapareciendo en ella y segundosdespués la hermosa aeronave despegabamajestuosamente, elevándose en lanoche y tomando rumbo a las tierras delos hombres araña.

Mark Stanley irrumpió en lahabitación de Bootler.

—¡El capitán Browers no está en suhabitación!

—¿Y qué quieres que le haga yo?¡Déjame dormir en paz, por favor!

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—¿Pero no comprendes que si elcoronel se entera tendrá un seriodisgusto? ¡Puede ocurrirle algo! ¡Estanoche estaba un tanto trastornado con lajoven ésa!

—¡Pues allá él y ella!—¿No comprendes que esa joven

está obrando de acuerdo coninstrucciones recibidas de Aracnio-Bat?¿Te olvidas de lo que nos ha traído aJúpiter? ¿De lo que nos ocurrió en lapropia Balagia apenas llegados? ¿Quehay un convoy de armamento en camino?

Bootler no necesitó escuchar más yse levantó de un salto, vistiéndoserápidamente y poniéndose a las órdenesde su amigo y jefe.

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—Tienes razón. Estoy dispuesto.¿Por dónde empezamos?

La pregunta desconcertó un tanto aStanley. Tenía razón Bootler. ¿Por dóndeempezar? Desde la ventana, en cuyacristalera se había apoyado, le pareció aStanley divisar una figura femenina yalada atravesando el jardín.

—¡Maiwa! ¡Y viene sola!No aguantó más y echó a correr

aunque procurando no llamar laatención. Bootler, sin acabar decomprender todo aquello, le siguiódócilmente.

Al llegar al jardín, Stanley seencaminó hacia el lugar por dondecalculó que podía estar entonces Maiwa,

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no tardando en encontrarse con ella. Lajoven, al percibir la figura, se detuvo,pero Stanley la abordó inmediatamente.

—¿Puede saberse dónde ha dejado ami amigo, el capitán Browers?

Iba a contestar la jovennegativamente pero Stanley lo adivinó yla interrumpió con gesto hosco.

—¡No me diga que no lo sabe! ¡Loshe visto antes, cuando salieron juntos!

Stanley no los había visto, peroquería a toda costa saber la verdad y nole cabía la menor duda que aquél era elmejor camino.

Maiwa pareció vacilar unosinstantes al verse interpelada de aquellaforma un tanto agria, pero sintió que los

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hombres araña que la escoltaban surgíande las sombras colocándose a su lado yapuntando sus armas para Stanley y estole hizo cobrar valor. Se recreció ydirigió a Stanley una miradaprovocadora y arrogante.

—Es usted bastante descortés, señorStanley y no creo que tenga derechoalguno a interrogarme y menos en laforma que lo hace. No obstante, si ustedes nodriza del capitán Browers, lotendré en cuenta para lo sucesivo aunquepuede usted quedarse tranquilamente conél. Por mi parte no tendrá que temer.

Tentaciones tuvo Stanley de obligara la joven a hablar pero temió alescándalo. Los hombres araña le

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apuntaban con sus armas, pero esto nopreocupaba a Stanley que sabía aBootler a sus espaldas aguardando laseñal de ataque.

—Está bien, joven. Usted gana estavez. Sus fieros acompañantes me hanasustado. Pero yo que usted rogaríaporque al capitán Browers no le ocurranada. Buenas noches.

Reanudó Maiwa su marcha sincontestar al joven y éste, una vezpasaron los hombres araña siguiendo aMaiwa se reunió con Bootler.

—¿Qué me dices de esto?—Que he estado aguardando la

orden de ataque. No me ha gustado laactitud de esa joven.

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—Ni a mí tampoco, pero nopodíamos hacer otra cosa. Es huéspedde Morondo-Bat, igual que nosotros y nopodíamos promover un escándalo. ¿Dedónde puede venir a estas horas? Daríaalgo por saberlo…

Quedaron silenciosos los doshombres; entonces algo que para ellosresultaba insólito atrajo su atención.

—¿Oyes? Aseguraría que es elcohete que nos ha traído. La imitaciónde nuestro «Vamp»…

Bootler escuchó atentamente unosinstantes.

—También yo lo aseguraría. Yparece que se aleja.

—Así es. ¡Vamos!

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Los dos jóvenes avanzaron rápidos,penetrando de nuevo en el palacio ydirigiéndose a sus habitaciones pidieroncomunicación con el aeropuerto.Prontamente consiguió Stanley ponerseal habla con la guardia del hangar y lanoticia que le llegó de allí acabó decolmar la medida de su estupor. Colgóel aparato y se volvió a Bootler.

—Lo he oído y no acabo de creerlo.La guardia del falso «Vamp» dice que hallegado allí Browers y que ha sacado elaparato en vuelo de pruebas. Dicen quehan notado algo extraño en él. Daba laimpresión de ser un sonámbulo. Segúndicen, iba solo.

—Y puede que sea sonámbulo. Creo

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que nos hemos sobresaltado tontamente.Lo mejor es que nos retiremos a dormir.Él no tardará en regresar, una vez hayasatisfecho su capricho o le haya pasadoel fenómeno.

—Nada de eso. Aquí ocurre algoextraño e inmediatamente lo voy a poneren conocimiento de Brendel. No hacerloasí sería una traición que no estoydispuesto a cometer ni por Browers nipor nadie.

Y Stanley pasó a ver al coronel,despertándole e informándole de lo queocurría.

—¡Pero eso es absurdo! ¡EsteBrowers debe haberse vuelto loco!

—Temo algo peor, señor. ¿Sabe

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usted si el capitán padece desonambulismo?

—En absoluto. Y cuente que loconozco desde niño, pues es sobrinomío, hijo de mi hermana mayor. Es unniño mimado y lo he traído aquíconmigo para endurecerlo.

—Pues es una lástima que no lotenga en un puesto avanzado en lafrontera de Aracnia. Si no padecesonambulismo debe obrar bajo losefectos de una droga…

—Sea como sea, no es momento delamentaciones —interrumpió el coronel—. Que esto no trascienda y si no tieneinconveniente, haga venir el verdadero«Vamp». Por encima de todo, mañana

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debemos darle en los hocicos un buenbadilazo a Aracnio-Bat. No podemospermitir que se ría de nosotros.

—Creo lo mismo, señor. Ahoramismo me pondré en comunicación conMarwin y antes de que amanezca puedeestar aquí con nuestro «Vamp», el cualtripularé personalmente…

* * *

Aracnio-Bat, Brendel y Morondo-Bat, sentados en la tribuna que se habíaalzado en el aeropuerto, habíanpresenciado la prueba de algunas armasy diversos vuelos de exhibición de loshombres araña. Morondo-Bat sentíase

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fuertemente impresionado por la fuerzaque demostraba poseer Aracnio-Bat yéste se crecía en su asiento, contandocon la sorpresa final al no comparecerel cohete de la Tierra que debía volar encompetencia con uno de los últimosproductos salidos de sus fábricas deaviación, el «Halcón V-7», tipo coheteque llevaba algunas innovaciones enaquella época de vertiginosos adelantosy del que Aracnio-Bat estaba justamenteorgulloso.

El hangar del «Vamp» permanecíaherméticamente cerrado y Aracniomiraba de soslayo a Brendel, gozándoseen la confusión que necesariamentedebía sufrir dentro de breves momentos.

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Brendel permanecía tranquilo y un tantoindiferente, sin que los alardes defuerzas del bat de Aracnia le hubiesenimpresionado lo más mínimo. Viendo laindiferencia del coronel, Aracnio-Bat nopudo resistir y se dirigió a él.

—Si venzo, como es seguro, estoydispuesto a darte la revancha en tuspropios dominios de Balagia. Iré allí aluchar contigo.

Brendel recogió la alusión y repusoflemático:

—No creo que sea necesario.Venceré yo y también estoy dispuesto adarte la revancha en tu propio territorio.Lucharemos en tu cielo, ante tus propiossúbditos…

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El «Halcón V-7», hasta entoncescelosamente guardado, había salido desu hangar, exhibiendo ante lasasombradas miradas de los espectadoressu fina construcción, sus líneas huidas,en forma de huso, propias para perforarel aire y conseguir velocidades devértigo. Pese a su finura, daba el aparatotambién sensación de potencia y levantóuna tempestad de aplausos entre losespectadores, más o menos interesadosen la prueba.

Aracnio-Bat, mirando siempre desoslayo a Brendel, sonrió satisfecho ycambió una mirada de triunfo conMaiwa, que se hallaba en el palcoinmediato, con las hijas de Morondo y

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algunas damas de la corte de éste.Brendel fingió no darse cuenta de

nada e hizo la señal para que se abrierael hangar que cobijaba al «Vamp». A laseñal de Brendel se oyó el fuerte ruidode los motores del «Vamp» y se pudoapreciar que las paredes del hangartrepidaban ostensiblemente. Abrióse lapuerta rápidamente y el «Vamp»apareció dominando el momento con elrugido de sus potentes motores queluego se silenciaron, escuchándoseentonces una clamorosa ovación que losespectadores dedicaban al aparato.

Brendel sonrió apaciblemente ydirigió su mirada franca en dirección aAracnio-Bat, cuya burlona expresión

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desapareció para ser sustituida por otrade estupor que fue recorriendo toda lagama hasta llegar al furor. Pero haciendoun esfuerzo pudo contenerse aún atrueque de sufrir una congestión y sedirigió a Brendel.

—Hermoso aparato, coronelBrendel, aunque me parece un tantopesado para competir con mi«Halcón»…

—Eso, ellos lo dirán y no van atardar mucho.

Por su parte Maiwa habíapalidecido, dirigiendo una interrogadoramirada a Aracnio-Bat a la quecorrespondió éste con otra furibunda.

Morondo-Bat, al ver la potente

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máquina de sus aliados de la Tierra,había recobrado su aplomo y, desde supuesto, por medio de la radio-teléfono,dio la orden para que los dos aparatosse pusiesen en línea. Luego dio la ordende partida.

Sin ruido alguno, como dosexhalaciones, salieron los dos cohetesque rápidamente se perdieron de vista,pero no tanto como para que no sepudieran apercibir que el «Vamp»,desde el primer momento, había tomadoventaja. Morondo-Bat, satisfecho, dio laorden de volverse y de que iniciasen elvuelo de ascensión en vertical pudiendoapreciarse también de que el «Vamp»llevaba ventaja. El color terroso del

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rostro de Aracnio-Bat habíase tornadoverde y el jefe de los hombres arañaparecía próximo a estallar, aferrándosenerviosamente con sus cuatro manos a labarandilla de la tribuna.

Morondo-Bat dio entonces la ordende descender en picado y pese a hallarseel «Vamp» a mayor altura, se le vioalcanzar prontamente al «Halcón»,dejándolo atrás. Stanley, en un alarde dedominio, dejó llegar el «Vamp» a lavertiginosa velocidad que llevaba hastacasi tocar el suelo, para entonces,gracias a los mandos automáticos,elevarse de nuevo graciosamente,haciendo a renglón seguido incontablese inconcebibles acrobacias que fueron

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acogidas con una estruendosa ovación.Los tripulantes del «Halcón» intentaronhacer lo mismo, pero pronto hubieron dedarse por vencidos. Quedabademostrado que ni el «Halcón» ni sutripulación tenían talla para medirse conel «Vamp» y la tripulación de éste.

Cuando Mark Stanley, Bootler yMarwin descendieron del «Vamp», lacalurosa ovación se reprodujo yAracnio-Bat se dirigió a Brendel.

—Tú has ganado, coronel. Dentro dequince días te aguardo en Aracnia.Veremos si allí puedes vencer. Confíoque no faltarás.

—No faltaré, Aracnio-Bat. Meinteresa conocer tu pueblo de cerca.

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Creo que es interesante. Y también allíte venceré… hagas lo que hagas,Aracnio-Bat…

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CAPÍTULO IX

MARTIRIO SALVAJE

Un destartalado y minúsculo vehículo demotor tipo jeep, de los que usaban loshabitantes de Dunkel-land para suscorrerías por las ferias y mercados,avanzaba dando tumbos por un estrechoy tortuoso camino que bordeaba laespesa selva. Ocupaban el vehículo dos«morenos», como llamaban a loshabitantes de Dunkel-land, los cuales,bajo sus brillantes vestiduras de fibraartificial, dejaban entrever la brillantecoraza de escamas de acero, ligera y

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flexible, que defendía sus cuerpos contracualquier posible ataque.

—Lo que no comprendo —dijo unode ellos en el más puro acento inglés—,es por qué hemos venido por aquíteniendo esas magníficas pistas aéreas,con puentes sobre la selva, libres de lospeligros que aquí nos acechan a cadapaso y de las incomodidades de estosdesastrosos caminos, más propios parafieras que para supercivilizados sereshumanos.

—Creo que la necesidad de llevaresa transparente escafandra te haatrofiado un tanto la cabeza, amigoBootler. Esos cómodos caminos estánmás llenos de peligros para nosotros que

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éstos. Las fieras no entienden gran cosade razas, nacionalidades ni otrastrivialidades de ésas, pero la vigilanciaque domina esos despejados caminos aque aludes entiende demasiado y máspronto o más tarde llegaría adescubrirnos. Y puesto que soporto laescafandra para poder vivir, tendré quesoportar estas incomodidades para lomismo y para poder llegar a nuestrodestino. No olvides, Bootler, que, sisomos vencidos, nadie podrá evitar elcataclismo.

Al llegar a un recodo del caminodivisaron, emergiendo al parecer deentre los altos árboles que formaban laselva, la parte alta de una especie de

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rampa que se elevaba en forma deespiral, pareciendo desafiar a las nubesbajas que se cernían sobra ella. Larampa, como un gigantesco tobogán,estaba montada al aire y como lascarreteras aéreas de aquel extraño paísresultaba una maravilla de la ingeniería.

—¡Mira aquello, Stanley! ¡Esmaravilloso! ¡Acerquémonos un pocomás para verlo! —exclamó excitadoBootler.

—Nada de eso, amigo mío.Acercarnos ahí podría significar nuestramuerte. Eso es un aeródromo y aun lospropios aracnios no autorizados paraello son ejecutados inmediatamente si,se acercan a ellos.

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El campo que seguían se apartóbruscamente del aeródromo que fuequedando a sus espaldas y a pocodivisaron una ciudad, edificada en unacolina, rodeada de selva y cuyosprincipales edificios se alzaban en unaespecie de tobogán similar al queconstituía el aeródromo, pero más bajo.Una carretera aérea partía de la partealta de la ciudad, uniéndose con otra quepartía de la parte media y arriba, en lacúspide del tobogán, dominándolo todo,se veía una hermosa edificaciónbrillante, construida casi toda ella dematerial plástico y cuyas partes altasestaban rematadas por diversas antenasy otros aparatos receptores y emisores

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de rayos y ondas.La vista resultaba un tanto fantástica

y pese a estar preparados para ello, losdos amigos se detuvieron contemplandoel espectáculo con asombro.

—Ahí tienes. La civilización en sugrado más elevado emergiendo de laselva. Es la verdadera expresión de loque es este pueblo: un pueblo de fierassupercivilizadas. El brillante edificioque lo dominaba todo es el palacio deAracnio-Bat, pero no debemosconfiarnos en su brillante aspectoexterior y en su aparente transparencia.Ten la seguridad de que dentro existennegras mazmorras e ideas más negrasaún y que bajo tan brillante aspecto hay

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gente que gime en cautividad, hayesclavitud y servilismo…

—¿Habrá llegado ya el coronelBrendel?

—No lo creo. La cita es para dentrode cinco días. Es una gran imprudencia,pero no hubo forma de hacerle desistir.Él no comprende que Aracnio-Bat lohará asesinar sin remordimiento algunoy que se lanzará inmediatamente sobreBalagia que, falta de mandos, seentregará inmediatamente, así como lapropia Dunkel-land y Felsenwald.Quedará Flach-landia, pero cuando elResidente General se entere de lo queocurre, será tarde y nuestras fuerzas ynuestra influencia pacificadora quedará

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borrada del territorio. Ya sabes lodifícil que resultará luego volver aponer pie aquí si antes Aracnio-Bat,valiéndose de su propia fuerza y de misinventos, no arrasa la Tierra y se imponeen ella.

—Es un enternecedor panorama —comentó Bootler—. Me agrada verte taneufórico. Animas a cualquiera.

—Tienes razón. No hagas caso demis ideas pesimistas y adelante. Hemosde vencer a toda costa. Ten en cuentaque de lo que ocurra me siento un tantoculpable…

El jeep reanudó su marcha y a pocopenetraban en la capital de Aracnia,cuyos arrabales estaban enclavados en

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la misma selva, disputándole el terrenoa la desbordante naturaleza. Lasedificaciones bajas se veían pobres,pero limpias y todas tenían defensascontra los peligrosos vecinos de laselva. Las calles estaban semidesiertas,no viéndose en ellas más que algúnmilitar que otro y las hembras de loshombres araña que iban y venían en suscotidianos quehaceres.

—¡Es asombroso! No se ve un soloniño.

—Hora escolar, amigo, y esto aquíes bastante serio por lo visto. Y loshombres están en su trabajo. Losharaganes aquí son ejecutadosrápidamente.

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—Está bien, pero lo encuentro unpoco duro…

El jeep se vio repentinamente en unavía un, tanto más ancha que aquéllas porlas que habían circulado hasta entonces,pero que resultaba estrecha por la granafluencia de vehículos de todas clasesque se observaba en ella y que,afortunadamente, iban todos en unamisma dirección.

La mayoría de los que llevaban losvehículos eran «morenos» o de otrasrazas parecidas, viéndose muy pocoshombres araña en tales menesteres, loque no dejó de llamar la atención de losdos amigos.

Siguiendo aquella arteria pronto

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remontaron los dos amigos hacia laparte media de la ciudad, donde secelebraba el mercado, en el cual seinstalaron una vez mostraron la debidalicencia para ello, sacando de su jeeplas atrayentes mercancías que prontovolcaron sobre ellos la atención de lasmujeres araña.

Bootler era el encargado de atendera la clientela mientras Mark Stanley, conlos ojos bien abiertos, observaba. Huboun instante que salió de su sitio. Lehabía llamado la atención una figura quehabía entrevisto, pero tras andar un ratoabriéndose paso a codazos entre elgentío había tenido que volver a su sitiototalmente desilusionado.

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—¿Qué ha ocurrido? —interrogóBootler tras pedir un precio elevadísimopor su mercancía para alejar al cliente.

—Me ha parecido ver a LindaLeisen entre el gentío. Si era ella, ibavestida como las esclavas de Aracnio-Bat. No sé por qué esa muchacha se haempeñado en seguir esta peligrosaaventura.

—Espíritu deportivo. Tal vez leocurra lo mismo que a nosotros y sesienta un poco heroína…

—Déjate de tonterías. Me agradaríaverla a millones de kilómetros de aquí.

—Y a mí también. Sería la señal deque todos habíamos salido con bien dela aventura.

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—Silencio y cuidado… ¡Fíjate quiénse acerca!

Bootler palideció dentro de sutransparente escafandra al reconocer enla persona que se acercaba a Maiwa, laBella Salvaje.

—¡Es la última persona que hubiesedeseado ver en estas circunstancias! —exclamó al oído de Stanley.

—Y yo también. Creo que hubierapreferido ver al propio Aracnio-Bat enpersona.

La joven no vestía de dama, comocuando ambos amigos la conocieran.Ahora llevaba el ajustado traje deescamas de acero sobre ropas debrillantes fibras artificiales,

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ajustándoles uno y otras el busto deamazona y un corto faldellín de cuerorepujado y lleno de brillantes adornos.Las piernas las llevaba desnudas y lospies iban calzados con una especie debotas de flexible y brillante material quele protegía hasta casi media pierna. Laparte alta de las piernas, rodillas ymuslos lucían bastantes rasguños yligeras cicatrices, clara demostración deque el nombre de Bella Salvaje con queera conocida estaba sobradamentemerecido. La ligera escafandra que seveía obligada a llevar, semejante a la delos dos amigos, completaba suestrambótico atuendo, dándole unaapariencia aguerrida que no carecía de

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atractivo.Maiwa, que se dirigía hacia donde

se hallaban los dos hombres se viointerrumpida en su marcha por unpequeño helicóptero que, viniendo de laparte alta de la ciudad, se posó delantede ella. La gente se apartó un tantoasustada al ver el helicóptero,confiándose luego al ver que de éldescendía Ludow, el cual, sin hacer casode la notoria curiosidad que despertabaentre los «morenos» y mujeres araña, seacercó a Maiwa, quien lo recibió con elceño un tanto fruncido.

Los dos amigos se quedaron rígidos,tal que si en vez de ser de carne yhuesos estuviesen fabricados en piedra y

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desearon hallarse a bastante distancia deallí. Como pudieron, ocultaron suscabezas entre la mercancía, tal que situvieran gran necesidad de ordenarla.No obstante vieron cómo Maiwahablaba con bastante altivez a Ludow yque éste, con gesto y ademanes dehallarse bastante contrariado, volvía amontar en el autogiro, elevando el vueloy alejándose en dirección al palacio deAracnio-Bat.

—Creo que lo tenemos bastanteclaro. Debemos apoderarnos de esehombre cuanto antes. Él nos dirá degrado o por fuerza dónde está lo querobó de casa.

Maiwa, una vez vio que Ludow se

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alejaba reanudó su interrumpida marcha,acercándose al puesto de los dosamigos, agachándose y cogiendo uno delos artículos que éstos ofrecían alpúblico, un brocado bellísimo obra delos artesanos de Dunkel-land.

—Me agrada esto y me lo llevo.Bootler, menos conocido de ella, se

atrevió a dirigirse a Maiwa, casi sinsacar la cabeza de entre los géneros.

—¿Desea saber la señora el precio?—Me es igual. Irán a cobrarlo al

palacio de…La joven se interrumpió, quedándose

parada, mirando fijamente a Bootler.—Es inútil. No es necesario que

esconda la cabeza. Le conocí antes de

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llegar aquí, pero quise cerciorarme.Estaba vigilando porque imaginé quevendrían a salvar a su amigo.

Mark Stanley, sin cambiar deposición, sin demostrar la menorinquietud, se dirigió a la joven. Suexpresión era sonriente pero su mano,cubierta por algunos géneros, empuñabafirmemente su pistola desintegradora.

—Estimada jovencita. La tengoencañonada, así es que procure no darun paso en falso. Es usted una viborillay no sentiré el menor remordimiento sila hago desaparecer del mundo de losvivos.

Maiwa sonrió desafiadora.—¿Dónde ha dejado su galantería,

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señor Stanley? Estoy segura de que nova a disparar, así que es inútil que meamenace…

—Tiene razón. No dispararé, perono es por lo que usted imagina, sinoporque usted es de los nuestros. No sécómo no se ha dado cuenta de ello, yestá usted ayudando a ese ser siniestromientras su padre se consume en lacautividad a que Aracnio-Bat lo hasometido.

—No crea que va a embaucarme consus embustes. Lo he conocido a tiempo.Yo no tengo padres.

—Naturalmente que no. Usted hasurgido por generación espontánea.¿Para qué le sirve esa linda cabeza?

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Jamás creí que uno de los nuestrospudiera llegar a tal grado de estupidez.Pregúntele a Ludow por sus padres, queél podrá decirle algo, algo horrible yque usted ignora.

Maiwa vaciló unos instantes y MarkStanley vio ganada la partida. Bootlersintió correr el sudor por su frente, perorespiró. Tal vez habían ganado unaaliada o por lo menos, habíanneutralizado un enemigo.

—Está bien —respondió Maiwa—.Esta vez, de momento, gana usted.Procuraré enterarme de eso pero nointenten alejarse de la ciudad. Loscazarían antes de que se hubiesenseparado diez millas. Y si me han

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mentido, prepárense a morir porque noles perdonaré.

—Descuide, que no nos iremos. Nosha agradado el clima este ypermaneceremos en él mientras nos lopermita la magnificencia de Aracnio-Bat…

La expresión de la joven cambiórepentinamente mirando detrás de dondese hallaban los dos amigos, de dondepartió una voz burlona bien conocida deStanley.

—Es peligroso hablar en esta tierrade determinadas cosas, tan peligroso omás que saberlas. No te muevas, MarkStanley, ni tú tampoco, Bootler. Aquí notengo por qué guardar el mismo cuidado

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que en la Tierra.—¡Ludow! ¡Traidor! ¡Perjuro,

asesino!—¡Basta! Les he mantenido

vigilados desde que entraron enterritorio de Aracnia y si no les hedetenido antes es porque he preferidoque se confiasen un poco y llegasenhasta aquí por sus medios. Ahora podránreunirse con su amigo Browers. Tal vezlo encuentren un poco desfigurado, peroles aseguro que es el mismo. Lo que leha ocurrido no es nada grave, pero seempeñó en no querer hablar.

Mark Stanley y Bootler sintieroncómo les eran arrebatadas las pistolas ylos puños eléctricos. Ludow volvió a

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hablar.—Veo que se han vuelto sensatos y

que desean vivir y es posible que loconsigan si son buenos chicos. Si tienensentido, llegaremos hasta a poder seramigos. Ahora, en marcha…

Un helicóptero de seis plazas,escoltado por otros más pequeños quese mantuvieron en el aire, se posó en laplaza y Ludow dirigió a los dos amigoshacia él.

—Vamos. El helicóptero lesahorrará las molestias de la marcha apie hasta arriba. Sube con nosotros,Maiwa.

—No. Prefiero ir sola. No meagrada tu compañía ni la de esos

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hombres.

* * *

El propio Aracnio-Bat, acompañadode Ludow, se enfrentó con los dosprisioneros que se hallaban atados depies y manos. El jefe de los hombresaraña estaba haciendo grandes esfuerzospor no perder la paciencia.

—No seáis tontos. Vuestra causa escausa perdida. Browers quiso resistirpero terminó hablando y hoy, el convoyque enviabais a Morondo-Bat está en mipoder. No ha valido vuestra astucia.Conozco también ya todo lo referente aldescubrimiento de la red de micrófonos

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y cámaras de televisión en el palacio deBrendel. Este mismo no tardará en estaren mis manos con todo su Estado Mayory lo mejor de su aviación. Pero vosotrosme tenéis que decir dónde está elverdadero «Vamp», el veloz cohete quevenció a mi «Halcón». Sé que Brendelno lo lleva consigo. Sé que es cosavuestra…

—Sabes muchas cosas, Aracnio-Bat.¿Para qué quieres saber una más? ¿Porqué te interesa tanto nuestro «Vamp»?Sabes que él solo es suficiente paraderribar todos tus planes, ¿no es eso?Pues ya puedes empezar tu tormentoporque no diremos nada…

Maiwa, que se hallaba al fondo de la

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sala, avanzó hasta llegar frente a los dosprisioneros. Su expresión deindiferencia había desaparecido.

—Hablen. Hable. Mark. Vuestraresistencia es inútil, pues el «Vamp»acabará por caer en nuestro poder.Además, nuestros laboratorios estánproduciendo ya el gas VIC y las ondasROC.

—No os servirán de nada. No estánlogrados aún y no los tendréis jamás.Vuestros científicos se romperán lacabeza…

Una expresión de temor fuesorprendida por Stanley en las miradasde Ludow y Aracnio-Bat y comprendióque con un poco de entereza y suerte

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podía ganar aún la partida. Y se dirigióa Maiwa.

—Y usted, en vez de ayudar a esapareja de indeseables, más vale que lespregunte qué han hecho de sus padres,los profesores Ross.

Maiwa dirigió una mirada de terroren dirección a donde se hallabanAracnio-Bat y Ludow y vio cómo elprimero sonreía astutamente mientras elsegundo, incapaz de dominarse, seadelantaba hacia Stanley y le cerraba laboca de un fuerte puñetazo. Laescafandra libró en parte al joven de lapotencia del golpe, no obstante lo cualcayó, teniendo que ser ayudado alevantarse por Maiwa. Stanley sonrió

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amablemente.—Ésa es la mejor prueba de tu

culpabilidad, Ludow. Y tu final, que estápróximo, será desastroso…, para que seadelantase.

Aracnio-Bat detuvo a Ludow que seiba a lanzar de nuevo contra Stanley ehizo seña al verdugo.

—Cálmate, Ludow. Comprendo queante tal calumnia estés justamenteindignado, pero ellos deben buscarnuestra desunión y recurren a todo.¡Verdugo! Convence a estos testarudosde que deben hablar.

El verdugo se adelantó, tirándosesobre Stanley y descalzándolorápidamente. Dos hombres más le

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ayudaron, sujetando los pies deldesgraciado, en cuyos dedos, entre lasunas y la carne, encajaron largas cuñas.Stanley soportó el martirio con la bocaapretada, sin lanzar un solo gemido,mientras sentía todo su cuerpo bañadopor el sudor, un sudor frío, febril.

—¿Hablarás ahora? —interrogó muysuavemente Aracnio-Bat.

Pero Stanley abrió los ojos, negandocon la cabeza y lanzándole una miradade desprecio. Maiwa, que se habíavuelto de espaldas cubriéndose los ojoscon las manos, lanzó un gemido. Aracniohizo un gesto al verdugo para quecontinuase y después se dirigió a lamuchacha:

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—Puedes marcharte, Maiwa. Mástarde hablaremos.

Un olor a carne chamuscada seextendió por la estancia y Maiwa, alpercibirla, escapó corriendo. El verdugohabía prendido fuego a las delgadascuñas que habían quemado las uñas ydedos de Stanley. Pero éste soportó elnuevo martirio con entereza, sin haceruna mueca de dolor ni lanzar un sologemido.

Bootler, que había presenciado laescena con los ojos desencajados por elterror, sintió que el verdugo seapoderaba de su persona y se hizo lafirme decisión de resistir como lo habíahecho su amigo.

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La escena se repitió, pero tambiénBootler supo resistir el tormento yAracnio-Bat se dirigió a ellosdespechado:

—Ya hablaréis. Os tengo entre misgarras y no podéis escapar. Y si no osapresuráis, el coronel Brendel pagarálas consecuencias. ¡Vamos, verdugo!Retírelos con el otro. Él les convenceráde que deben hablar y si no lo hacen,repetiremos mañana esta mismaexperiencia. La constancia es un armaque suele vencer todos los obstáculos.

Bootler y Stanley fueron arrojados almismo calabozo donde se hallabaBrowers. Éste se levantó de su asientoal verlos.

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—¿Ustedes aquí? ¿También se handejado cazar? Pero veo que han tenidomás valor que yo. ¡Oh, cuánto medesprecio! ¿Y Maiwa? ¿Qué han hechode ella?

Stanley miró a Browers con dureza.—Es usted muy ingenuo, capitán.

Ella está libre y disfruta de buena salud.Y la vi pocos minutos después de surapto. Pero ahora ya no vive tantranquila. He conseguido sembrar en sualma la duda. Le he abierto el camino dela verdad y no tardará en rebelarse.Ella, en el fondo, es inocente.

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CAPÍTULO X

LUCHA A MUERTE

Al día siguiente se repitieron lostormentos, pero con idénticos negativosresultados para los deseos de Aracnio-Bat que de nuevo ordenó que los dosjóvenes fueran arrojados al calabozo. Ytranscurrieron varios días sin sermolestados de nuevo, lo que lespermitió reponerse un tanto de losdolores sufridos.

Amanecía el quinto día cuandollamó la atención de Stanley el desusadomovimiento que se producía en el patio

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al cual daba el enverjado ventanillo desu calabozo. Pero no alcanzaba con lavista al ventanillo y hubo de llamar aBootler.

—Ayúdame, Bootler. Quiero ver loque sucede ahí.

Trepó Mark a los hombros de suamigo y se sujetó a los barrotes. A laincierta luz del naciente día vio unalegión de hombres araña quedescargaban grandes cajas, las cualesiban depositando en un almacénsubterráneo, situado al otro extremo delpatio, en un ángulo de la edificación.

—¡Son armas! ¡Es el convoy quedestinábamos a Morondo y que ahora sevolverá contra nosotros! Lo menos se

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puede equipar con ellas un par dedivisiones, que son más fuerzas de lasque nosotros disponemos en Balagia. Silas pudiéramos inutilizar cuandomenos…

Stanley se dejó caer hasta el suelo yse dirigió a Browers, con el que semantenía en unas poco amistosasrelaciones.

—Ya está ahí el convoy de armasque usted entregó al enemigo. ¿Cómopudo ser tan cobarde? Ellas serán lacausa de la muerte de muchos de losnuestros. Y todo, ¿para qué? ¡Parasalvar su miserable vida! Me dan ganasde machacarle la cabeza, Browers… Talvez las empleen para asesinar a su tío, el

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coronel Brendel, y a todo su EstadoMayor. Él viene, aunque no lo haquerido confesar, para saber de usted,para tratar de salvarlo imponiéndose aAracnio-Bat. Usted lo trae a laperdición, ¡cobarde!

Browers se puso en pie,enfrentándose con Stanley.

—¡Basta! No tiene usted derecho atorturarme. Sé que he cometido una faltay algún día la expiaré pero usted nopuede ser mi juez. No he podido resistirla tortura y hablé y hablaría mil veces yno toleraré que me torture usted ahora…

—¡Cobarde!La expresión de desprecio fue

acompañada de un fuerte puñetazo y

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Browers rodó, gritando como una rata,pidiendo socorro, y Bootler hubo decontener a Stanley que se hallabadispuesto a patear la cabeza delcobarde.

—¡Por favor, Stanley! ¡Esto nosoluciona nada!

—No. Pero al menos, me desahogo.¡Toma, perro! ¡Levántate y lucha!

Stanley había conseguido zafarse deBootler y había descargado un puntapiéen el costado de Browers, el cual tornóa gritar, pidiendo socorro.

—¡Cálmate!—¿No ves que es un cobarde? —

rugió Stanley—. ¡Vamos, levántate ylucha o te deshago!

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Se oyó ruido de pasos apresuradosque bajaban las escaleras que conducíanal calabozo y Bootler exclamó:

—¡Cuidado, que bajan!Stanley guiñó un ojo a su amigo y le

susurró al oído:—¡Ahora zúrrale tú! Es necesario

que continúe gritando.Stanley corrió hacia la puerta del

calabozo y Bootler, comprendiendo laidea de su amigo, le obedeció y continuógolpeando sin compasión a Browers;éste gritó, reclamando auxilio con todassus fuerzas, esperanzado al oír el ruidode pasos por la escalera. Y la puerta seabrió bruscamente, dejando paso a unhombre araña que apuntó con su fusil de

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rayos desintegradores a Bootler atiempo que exclamaba:

—¡Basta! ¡De…!Pero no pudo terminar la frase,

Stanley, agazapado tras el quicio de lapuerta, lo había cazado con una llave delucha y lo había lanzado por el aire,dando una voltereta en dirección adonde se hallaban Bootler y Browers.Tras el primer hombre araña veníanotros dos, armados también; mas lasorpresa los mantuvo paralizados unosinstantes, los suficientes para queStanley atacara, derribando al primerode un cabezazo en el bajo vientre. Elsegundo disparó, pero Stanley se habíaarrojado al suelo y los rayos

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desintegradores no llegaron a tocarle.Vio el aracnio cómo el fusil le eraarrebatado de las manos y antes de quelograra gritar socorro, vio la respuestaante sus ojos, siendo el cegador brillode los rayos la última sensación quepercibió en la vida. Momentáneamente,la situación había sido dominada porStanley, que remató al segundo hombrearaña mientras Bootler se encargaba dehacer lo propio con el que había caído asus pies.

—¡Vamos fuera! Tenemos que dar labatalla y mantenernos, al menos, hastaque llegue el coronel. Es necesario quese den cuenta de que luchamos para queno caigan en la trampa. ¡Y debemos

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volar el convoy de armas para que no sepuedan aprovechar de ellas!

Como dos centellas salieron los dosamigos. Cada uno empuñaba un subfusilde rayos desintegradores y con ellossalieron a un patio, en aquellosmomentos desierto.

Stanley señaló hacia una torrecillaen la que se veía emplazado un cañónligero de proyectiles atómicos deenorme potencia destructiva. Pero elcañón estaba guardado por dos hombresaraña y el emplazamiento era difícil deescalar.

—¡Si conseguimos llegar hasta allípodríamos sostenernos un buen rato!Desde allí se domina los sótanos donde

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están descargando el armamento y lascargas de energía y en caso de apuro,amenazaríamos con volarlo. Ellosignificaría la destrucción de más de lamitad del palacio.

—¡Adelante, pues!Browers, con su subfusil en la mano,

se colocó junto a Bootler y Stanley.—¡Tienen razón para despreciarme

porque he sido un cobarde, pero estoydispuesto a hacer lo que sea para borrarmi falta!

Los tres hombres se estrecharon lasmanos en silencio e inmediatamentesalieron del lugar donde se hallabanagazapados. No necesitaban hablar paraestar de acuerdo. Como una exhalación,

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sin producir el menor ruido, Bootler selanzó, atravesando el patio sin ser visto,hasta llegar al pie de la torrecilla dondeestaba emplazado el cañón. Le tocabaentonces salir a Stanley e inició elmovimiento, pero Browers, de unmanotazo lo retuvo sentándole y echó acorrer en su lugar. Llegó sin ser vistohasta donde estaba Bootler ysirviéndose de la espalda de éste comoun trampolín, saltó, encaramándose conagilidad suma en la torrecilla.

Los hombres que hacían guardiasobre el cañón, se volvieronsorprendidos y uno de ellos recibió unadescarga de rayos desintegradores, peroel segundo la esquivó de un salto y lanzó

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su cuchillo contra el asaltante. Browerssintió cómo la acerada hoja le penetrabaen la garganta, desgarrándole lostejidos, pero aún tuvo fuerzas, antes dederrumbarse, para soltar una nuevadescarga de rayos que esta vezalcanzaron de lleno a su matador,desintegrándolo. Tras Browers escalóStanley la torrecilla quien llegando atiempo aún de recibir en sus brazos alcapitán que, con su gesto heroico, habíaconseguido borrar su falta.

—Esto se acaba… Stanley. Procureque mi tío… no conozca mi debilidad…Sería… terrible para él.

—Descuide, Browers. Ha sido ustedun valiente. Yo lamento lo ocurrido. Fue

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una estratagema para conseguir salir.—Gracias… Ella me ha dado la

ocasión…Se oyó un estertor y Browers dejó

caer la cabeza. Estaba muerto.Un ligero silbido de Bootler llamó

la atención de Stanley que se volvió aél, tendiéndole las manos para ayudarlea trepar.

—¡Vamos, date prisa!—Eso mismo pensaba yo. ¿Qué ha

ocurrido?—Nada. Que han cazado a Browers.

Él lo deseaba y lo ha conseguido.Seguramente ha salvado mi vida… Yahora quédate aquí. Voy a tratar dealcanzar aquella ametralladora.

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El día había despertado totalmente yStanley se dispuso a ocupar la nuevaposición que se había señalado, pero enaquel momento, desde uno de losextremos del circuito que rodeaba elpalacio, les dispararon una descarga derayos que destruyó parte del torreóndonde se refugiaban, sin tocarlos a ellospor verdadero milagro.

Stanley, con la agilidad mental y demovimientos que le caracterizaba,volvió su arma contra los agresores ydisparó. Torrecilla, ametralladora yservidores quedaron convertidos en unanube de ligero humo, en un recuerdo.

Bootler corrió entonces sinabandonar el subfusil, avanzando por el

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afilado borde del muro en dirección a laametralladora que Stanley habíaseñalado. Pero los servidores de lamisma habían descubierto a los dosamigos y volvieron la ametralladoracontra Bootler, que hubo de saltar alpatio para evitar la descarga. Trataronde perseguirlo allí, pero de nuevo entróen funciones el cañón atómico,destrozando la torrecilla casi por subase y haciendo volar cuanto en ellahabía.

Aquello obligó a Bootler adesviarse, atacando Otro puesto,derribando a los que lo ocupaban desdelo alto de la muralla. Así los dos amigosse podían cubrir las espaldas y hacer

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frente a lo que viniera. La alarma habíasido dada y los hombres que se hallabandescargando aún el armamento seapresuraron a destapar algunas cajas,distribuyendo las armas, pero laametralladora de rayos desintegradoresmanejada por Bootler los frenó, matandoa muchos y haciendo huir al resto,dejando aislado el cargamento de armas.

Un altavoz estratégicamente situadoles intimó a la rendición. Stanleyreconoció la voz de Aracnio-Bat ysonrió despectivo, contestando a su vez.Sabía que no lejos de él habría algúnmicrófono y que su voz llegaría hasta elrey de los hombres araña.

—¡No pienso rendirme, Aracnio-

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Bat! Y si intentáis algún movimiento encontra de alguno de los dos, volaremostu palacio y con él el depósito de armas.

La voz de Aracnio-Bat llegó a él denuevo.

—No podréis resistir demasiadotiempo. Al final caeréis y seréimplacable. Si os rendís ahora osperdonaré la vida.

—¿Y qué me importa la vida? ¿Nocomprendes que si me importara noestaría aquí?

Alrededor del palacio parecía habercesado la vida, pero Stanley no las teníatodas consigo. Sabía que Aracnio-Batera hombre de recursos y que podíasorprenderles, o al menos, hacerles la

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situación insostenible.Mientras Bootler vigilaba las

espaldas de Stanley, dada su posición,éste vigilaba los menores movimientosque se produjesen en la parte delpalacio que dominaba. Tenía que ganartiempo. Una vez viera las aeronaves enque llegaba Brendel ya no le importaríaempezar la zarabanda. Aquellosignificaría la destrucción de Aracnio-Bat, aunque también su propia muerte.Pero con la victoria de Brendeldesaparecería el peligro que Aracniarepresentaba y sabiendo a Linda Leisencerca de ellos, estaba seguro de que susinventos volverían al lugar de donde nodebían haber salido. ¿Dónde estaría

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ahora la bella periodista? ¿Conocería susituación?

Un hombre araña armado aparecíaen una de las ventanas del palacio y yadirigía Stanley su arma contra él cuandosurgió una figura que golpeó al hombre,haciéndole soltar el arma yprecipitándolo por la ventana al vacío.

Se oyó el silbido de espanto delhombre araña al no tener tiempo deaferrarse a ningún sitio y la fugazaparición salvadora desapareciórápidamente, pero no tanto que Stanleyno reconociese en ella a Maiwa. Peroésta había sido alcanzada por Ludowque la había seguido y ahora se debatíaen los brazos de él, pugnando por

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herirle, por deshacerse de él. Pero elhombre era más fuerte y consiguiódominarla.

Transcurrieron varios minutos deaparente calma, al cabo de los cuales sevolvió a oír la voz de Aracnio-Bat.

—¡Ríndete, Stanley! Estás vencido.Estamos aislados de la zona peligrosa yaunque vueles el palacio entero nolograrás nada.

—Tú sabes que sí, Aracnio-Bat ypor eso tienes miedo.

—¡Tengo en mi poder a la hija deRoss y a su padre! Si persistes en tuactitud los mataré.

—Puedes hacerlo. Si yo me rindomorirán muchos más.

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Una voz sobradamente conocida deStanley llegó entonces a él.

—¡Resiste, Mark! He avisado porradio a Marwin y viene en nuestroauxilio con el «Vamp». Me handescubierto y estoy cercada de estoshorribles hombres, pero voy a tratar dereunirme contigo.

¡Por fin Linda había dado señales devida! ¡Y estaba en peligro! ¿Cómopodría ayudarla?

De improviso vio a la joven asomarpor una ventana, llamando su atención.¡Estaba localizada y ahora debía perdertodo temor!

Enfiló el cañón atómico contra unaparte del edificio e hizo tres disparos

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consecutivos. Parte del arroganteedificio se desintegró, quedando en unaespesa nube de humo que lo envolviótodo y algunos muebles salierondespedidos por el aire, destrozándosecon estrépito. Por algunos huecos vioStanley huir a la desbandada a unaporción de hombres araña y volvió adisparar, tratando de cortarles laretirada, restándole perseguidores aLinda.

La muchacha volvió a aparecer poruna de las ventanas, pero esta vezllevaba con ella una cuerda, la cual atórápidamente, saltando fuera cogida aella. Stanley la vio unos instantes penderen el espacio y se desesperó de no

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poder socorrerla. Un hombre arañaapareció entonces. Al darse cuenta delprocedimiento empleado por la jovenpara escapar sacó un cuchillo dispuestoa cortar la cuerda. Afortunadamente larapidez de acción de Bootler atacandoal hombre araña con su ametralladoradesintegradora, la salvó. Pero la cuerdaquedó resentida y Linda, al sentirlacrujir, se quedó inmóvil segura de que almínimo esfuerzo se rompería y se veríalanzada contra las piedras del patio. Losdos hombres sudaban viéndola enpeligro y sin poder acudir en su socorro.Al fin ella, con enorme presencia deánimo, se deslizó por la cuerda y cuandoésta se quebró, ya ella había logrado

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cogerse a la barandilla que cerraba laventana del piso inferior.

Los dos hombres respiraron y ya, sinmiedo alguno, la emprendieron contra elpiso que ella había ocupado,destrozándolo en segundos y con él a losperseguidores.

Toda la parte alta del edificio habíavolado así y entonces Stanley se hubo deocupar de ir destruyendo todos loslugares próximos que sus enemigospodían emplear como parapetos paracercarle. Linda apareció más tarde en unpiso bajo por una de cuyas ventanassaltó a un muro y bordeando ésteconsiguió llegar hasta donde se hallabaBootler. Con ella portaba una gruesa

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cartera de cuero y un radio emisor deconversión para receptor.

Stanley la saludó alegremente desdeel lugar que ocupaba y tranquilamenteinició la demolición total del magníficoedificio que entonces significaba más unpeligro que otra cosa.

Pero pronto hubo de cesar en tallabor, pues varias escuadrillas deaviones cohete y aerorrotores se dirigíancontra ellos.

—¡Malo! Éstos van a intentar por lomenos volar los explosivos parahacernos desaparecer a nosotros conellos.

Stanley dirigió la puntería del ligerocañoncito atómico contra la escuadrilla

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que venía delante y disparó. El primeravión fue alcanzado de lleno por laexplosión y se desintegró en el aire, yalguno de los aviones que le seguíanexperimentaron también los efectosatómicos y sensiblemente averiados seprecipitaron en barrena contra el suelo.

A la vista de ello las restantesescuadrillas abrieron la formación yStanley, comprendiendo que no podíahacer frente a todos, abandonó el cañóny corrió hasta donde estaban sus amigos.

—¡Hemos de ponernos a salvo!Estos salvajes no tardarán en volar eldepósito de energía si continuamos aquí,en cuyo caso volaríamos con él.

—Ya lo he pensado —intervino

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Linda—. Ahora tendréis que someterosa mi dirección. Conozco esto mejor quevosotros.

—¿Es tu venganza, no es eso? Vamospues.

Por una escalerilla internadescendieron los tres amigos, ella,cargada con su cartera y su emisora yellos portando sus fusiles de rayosdesintegradores. Cuando cruzaban porun oscuro pasillo se oyó la estentóreavoz de Ludow, saliendo por unosaltavoces invisibles.

—¡Es inútil cuanto hagáis! ¡Ostenemos localizados y no escaparéis denuestras garras! Toda una serie de lucesque se encienden paulatinamente nos van

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señalando vuestro trayecto. No tenéissalvación. No tendremos piedad devosotros…

Al final se oyó una carcajada larga,escalofriante, que puso un punto detemor en el ánimo de los tres amigos,temor que rápidamente fue desechadopor el animoso Stanley.

—No hay que hacerles demasiadocaso. Si hubieran podido, ya noshubieran aniquilado. Cuando no lohacen, es que no pueden…

Stanley, que iba delante en el oscuropasillo, se sintió enredado entre unosfilamentos viscosos que lo detuvieroncasi en seco y dio la voz de alarma.

—¡Cuidado! ¡No avancéis un paso

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más!Trató de desenredarse de aquel

material pegajoso que le impedía losmovimientos y entonces sintió que uncuerpo caía sobre él. Era uno de loshombres araña que, armado de un«kris», trataba de degollarlo. Mas élconservó su presencia de ánimo y sujetócon su izquierda la mano armadamientras con la derecha le atenazaba elcuello, punto que sabía bastantevulnerable en los hombres araña. Contodo, la situación, en medio de aquellaoscuridad casi absoluta, resultabaangustiosa.

Linda, que iba inmediatamentedetrás de Stanley, casi cayó en la artera

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trampa, pero pudo retroceder, dándoseperfecta cuenta de lo que sucedía al oírluego los silbidos del hombre araña.Afortunadamente ella poseía un guanteeléctrico, lo sacó rápidamente de lacartera, colocándoselo en la mano ygolpeó casi, a ciegas. El primer impactolo hizo sobre uno de los brazos deStanley, pero el chispazo le descubrió lasituación exacta del hombre araña y alsegundo golpe quedó éste desintegrado.

A la luz de los chispazos eléctricos,adivinaron más que vieron los tresamigos, otros hombres araña al fondodel oscuro pasadizo, los cuales seafanaban en tender nuevas redes delviscoso material.

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—¿Esto es subterráneo? —interrogóBootler a Linda.

—No. Y no creo que las paredessean excesivamente gruesas.

—Pues voy a practicar una salida.Ellos nos aguardarán en otra parte ydeben quedar chasqueados.

Mientras Stanley terminaba dedesenredarse, Bootler dirigió un haz derayos contra la pared e inmediatamenteentró la luz a raudales por el huecopracticado, hueco suficientementegrande para poder escapar por él.

Salieron a la parte exterior delrecinto y vieron que quedaba en la partealta del tobogán. Las escuadrillasenviadas contra ellos habían

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evolucionado alejándose y cuando seconsideraban momentáneamente libresvieron avanzar en dirección a ellos unaformación de «Colosos», especie detanques formidablemente equipados.

—¡Tenemos que escondernos antesde que nos vean! Son invulnerables a losrayos desintegradores —exclamó Linda.

—Pues no veo medio. A nuestrasespaldas sólo tenemos el precipicio —repuso Bootler en tono humorístico—, ypor mi parte os aseguro que no sé volar.

Stanley que oteaba en el horizonteseñaló hacia un punto movible en elespacio.

—¡Allí tenemos el «Vamp»!¡Nuestro «Vamp»!

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Volvieron los tres amigos a penetraren el agujero practicado en el muro ymientras Linda conectaba la emisora,estableciendo comunicación con el«Vamp», Stanley y Bootler hacían frentea los hombres araña que se les echabanencima ansiosos de acabar con ellos yganar la prima que Aracnio-Bat habíaofrecido por su captura, muertos ovivos.

Los rayos desintegradores sirvieronpara despejar la situación, librándolesde los pegajosos hombres araña, perolos tanques, avisados por Aracnio-Bat,habían comenzado su labor dedestrucción para dejar al descubierto alos tres amigos y terminar con ellos. Los

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tres amigos, acurrucados en un rincónque por su construcción les ofrecía lasmáximas seguridades, percibían cómo latierra se estremecía bajo sus pies ycómo grandes lienzos de pared eranderribados por los «Colosos». SóloLinda actuaba, dirigiendo por medio dela radio al «Vamp», señalándole elpeligro en que se hallaban.

Se oyó un agudo silbido y que el aireera desplazado violentamente, con talfuerza, que los tres amigos sintieron elchoque que los apretó fuertemente contrala pared y luego tres explosionesseguidas, que lo conmovieron todo,haciendo saltar trozos de muralla.

—¡Son las ondas ROC! —exclamó

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Stanley alegremente—. ¡Vamos fuera!Linda dio orden al «Vamp» para que

tomara tierra en la rampa que formaba eltobogán y pronto pudieron saludar aMarwin que, desde la carlinga lessaludó.

—Son estupendas esas ondas ROC,Stanley. ¡El tiro no puede fallar! ¡Estoymaravillado!

Primero Linda y después ellos dos,saltaron todos a la carlinga del «Vamp»comenzando a sentirse seguros. Antes decerrar la cabina sobre sus cabezas,Stanley señaló hacia el cielo que sehabía cubierto de nuevo de aeronavesque, procedentes de diversos puntos,convergían todas hacia el lugar donde el

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«Vamp» había recogido a los amigos.—Pues voy a tener ocasión de

probar también el gas VIC porque pareceque tienen verdadero empeño endestrozarnos.

Bootler levantó la cabeza mirandohacia donde Stanley señalaba y calculóen más de doscientas el número demáquinas volantes de todo tipo que sedirigía contra ellos.

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CAPÍTULO XI

LOS DOS INVENTOS

El «Vamp» se elevó veloz einmediatamente puso proa hacia la masade aviación que se dirigía contra él,acortando distancias sensiblemente. Noconociendo sus características ni supotencia ofensiva y defensiva, sehubiera pensado que estaba tripuladopor locos y que se dirigíandeliberadamente a un suicidio.

Desde la parte media de la ciudad,bien protegidos en un «bunker», Ludowy Aracnio-Bat se disponían a dirigir el

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combate en el que, pese a ladesproporción existente, no estabanseguros de resultar vencedores.

Aracnio, desde el micrófono, dio laorden de ataque a sus fuerzas aéreasordenándoles además que abrieran laformación para ofrecer menos blanco.

Pero la orden de ataque erainnecesaria ya que el «Vamp» se habíaencarado con el centro de la formaciónenemiga y había comenzado a descargarsus baterías automáticas de ondas ROC,abriendo una terrible brecha en laformación, cuyos aparatos, alcanzadosde lleno por la infalible puntería de lasondas, volaban destrozados en el aire.

Pero así y todo la cantidad de

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enemigos era excesiva y el «Vamp»hubo de maniobrar, virando ypresentando su popa, alejándose sindejar de disparar, procurando ganardistancia que le librara de la potenciaofensiva de sus enemigos. Éstoscomenzaron a disparar sus cohetes yproyectiles dirigidos y únicamente lagran velocidad y rapidez de maniobradel «Vamp» habían logrado que no fuesealcanzado a su vez.

Aracnio-Bat se mostró satisfecho alnotar la fase en que entraba la lucha.

—¡Ya huyen! ¡Haré que salgan a suencuentro de todos los aeródromos, detodas las direcciones, los cercaré y nopodrán huir!

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Pero Ludow no se sentía seguro ytuvo la audacia de manifestarlo.

—No cantes victoria aún, Aracnio-Bat. Mientras los vea en el aire sé quepueden darnos un disgusto serio.

—¡Calla, ave de mal agüero! Y sialgo ocurre, culpa tuya es. Pero teaseguro que si somos vencidos no tereirás de mí…

Aracnio-Bat vio entonces cómo del«Vamp» se desprendían dos pequeñostorpedos voladores que, mientras el«Vamp» continuaba su huida, partíanveloces en dirección opuesta buscandolas dos alas extremas de la formación deaeronaves arácnidas. Ludow, al ver lamaniobra, pensó inmediatamente en el

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gas VIC y palideció extraordinariamenteal dirigirse a Aracnio-Bat.

—¡Ordena a tus formaciones que sedetengan! ¡Que se vuelvan!

—¡Calla, estúpido! ¡No sabes lo quedices! ¿Van a retroceder mis aeronaves,mis halcones, por esos abejorros?

—¡Es el gas VIC! ¡Van a destrozarse!Pero ya era tarde. Las aeronaves de

Aracnio-Bat, celadas en la persecucióndel «Vamp» al que iban considerando yacomo una presa segura, se habíanprecipitado contra la barrera de gas VICque Stanley y Bootler, en los diminutos yveloces torpedos, iban tendiendo.

Comenzaron a producirse lasexplosiones en el aire, haciéndose trizas

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la mayoría de las aeronaves y Aracnio-Bat, loco de furor y de espanto, repitióla orden de retroceder mientrasfulminaba a Ludow con la mirada.

Varios cohetes y proyectilesdirigidos partieron de los aviones quehabían quedado indemnes, buscando alos pequeños torpedos, pero la estela degas que éstos iban dejando inutilizaban alos proyectiles, haciéndolos explotarbastante antes de ser alcanzados porellos, mientras continuaban tendiendo labarrera de gas en torno a los avionespara envolverlos en ella.

El «Vamp», mientras tanto, habíavuelto, tornando a lanzar sus mortíferasdescargas de ondas ROC, causando un

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verdadero desastre entre las pocasunidades aéreas que hasta el momento sehabían librado.

El cielo había quedado despejado deaviones, dominando el espacio el audaz«Vamp» y los dos abejorros, como loshabía llamado Aracnio-Bat.

El bat de Aracnia, al contemplar laderrota que había sufrido su escuadraaérea de la que tan justamente orgullosoestaba, volvió su odio contra lasvíctimas que más a mano tenía: elprofesor Ross y Maiwa, que al conocerla verdad de su vida se había atrevido aenfrentarse contra Ludow y Aracnio-Bat.Se volvió a ellos y exclamó:

—No os servirá de nada el triunfo

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de vuestros amigos, porque cuandolleguen a vuestro lado sólo encontraránvuestras cabezas…

Ross era inteligente y comprendióinmediatamente el partido que podíasacar de la ciega furia que destilabaAracnio-Bat y lejos de arredrarse sedirigió a él:

—¿Y qué beneficios conseguirássacrificándome? Yo te he servido y tepuedo continuar sirviendo si nosrespetas a mí y a mi hija. Nosotros notenemos la culpa de este fracaso, sinoLudow que con su falta de visión haconseguido atraer sobre ti la cólera detan fuertes enemigos cuando aún noestabas preparado para recibirlos

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dignamente.Aracnio-Bat estaba convencido de

que Ludow no tenía culpa de nada yaque él no se dejaba llevar de nadie y erael verdadero responsable de todo, portanto, pero la idea de librarse ante supropia conciencia de la culpa, le agradóy se revolvió contra Ludow.

—¡Ya te dije que nos ocurriría algode esto! Te empeñaste en precipitar losacontecimientos y ahora…

Pero Ludow le interrumpió:—¡Estúpido! ¿No ves que el

profesor se burla de ti y trata devengarse de mí? Stanley desea salvarlosporque está enamorado de ella. Si sabesaprovecharlo podrás convertir una

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derrota en una victoria. No hemosperdido todo, ni mucho menos y tenemosque ganar tiempo, unos días para quepodamos poseer también nosotros lasondas ROC y el gas VIC. ¿Te hasconvencido de lo que te dije? Estabanlogrados y todo aquello era una granañagaza de Stanley…

Aracnio-Bat no vaciló un segundo ydirigiendo una mirada despectiva a Rosstomó la emisora, entrando encomunicación con el «Vamp», en el quese hallaban de nuevo Bootler y Stanley.

—¡Atención! ¡Mark! ¡Stanley!¡Habla Aracnio-Bat! Si no os retiráisinmediatamente, saliendo del territoriode Aracnia, el profesor Ross y su bella

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hija Maiwa serán sacrificados. Cambio.La respuesta no tardó en llegar de

boca del propio Stanley.—No nos interesa el regalo,

Aracnio-Bat. Puedes matarlos si es tugusto. Ambos te han servido demasiadopara que podamos considerarlos amigos.Prefiero destrozarte a ti y tusinstalaciones industriales. Salvaré asímuchas vidas que valen más que esasdos.

El eco de la voz de Stanley pareciódanzar unos momentos gravitando sobrelas conciencias de los cuatro seres allíreunidos. El primero en reaccionar fueel propio Aracnio-Bat que tornó ahablar por micrófono:

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—No tienes derecho a hacer eso,Mark Stanley. Estoy dispuesto a llegar aun acuerdo contigo. Cambio.

—No me hables de derechos,Aracnio-Bat, cuando los has violadotodos. Si te entregas sin lucha seréclemente contigo. Sal de donde estás ymuéstrate a mí sin armas. Deberá ircontigo Ludow, también desarmado, elprofesor Ross y Maiwa.

Ludow comprendió que todo elinterés de Mark Stanley, todo su rencor,estaba centrado en él; se dio cuenta quede los cuatro era la única verdaderavíctima si se entregaban y se revolviócomo una furia, sacando su pistola yencañonando con ella al propio

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Aracnio-Bat.—Supongo que no habrás pensado

en entregarte y mucho menos enentregarme a mí. No nos perdonarían.Debemos huir momentáneamente y yavolveremos. En las montañas podemosreclutar un buen ejército y sorprenderloscuando todo esto haya pasado.

Pero como si los estuviese oyendo,la voz de Mark Stanley se dejó oír denuevo:

—Decídete, Aracnio-Bat ocomenzará la destrucción de todo. Bajodeterminadas condiciones terespetaremos la vida, pero nos habrásde entregar a Ludow. Podrás continuaral frente de tu pueblo y hasta mantener

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un ejército de paz… Si no aceptasrápidamente, sucumbirás.

Aracnio-Bat estaba decidido y unasonrisa maliciosa iluminó su semblante;pero detrás de él se hallaba Ludowamenazando con su arma. Si consiguieraengañarle…

—Tienes razón, Ludow. Vamos. Poraquí podemos salir a la ciudad baja y deallí pasaremos a la selva. Lo quedestruyan ya lo reconstruiremos.

La tensión de Ludow cedió un tantoy se apartó para dejar paso a Aracnio-Bat que se dirigió hacia la puerta de unpasadizo; pero aquel movimiento le fuefatal, pues dio la espalda a Maiwa y alprofesor Ross y los dos, como si

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previamente se hubiesen puesto deacuerdo, saltaron sobre él. La pistola derayos desintegradores cayó de manos deLudow que fue arrojado de brucescontra el suelo y mientras Maiwa seapoderaba rápidamente del arma, elprofesor Ross se había apoderadobruscamente de la escafandra,arrancándosela. Ludow, con rápidomovimiento, consiguió quitarse deencima a Ross, poniéndose en pie conánimo de atacarle y arrebatarle laescafandra, pero se encontróencañonado por su propia armaserenamente esgrimida por Maiwa.

—¡Quieto, Ludow! ¡Traidor yperjuro!

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—Mi escafandra…—No la necesitarás.El último en hablar había sido

Aracnio-Bat que se había vuelto ymientras hablaba descargó un fuertegolpe en la nuca a Ludow que cayócomo fulminado.

Era el final.El bat de los aracnios había

recobrado su tranquilidad y aquellaapariencia de dignidad que engañaba acualquiera que no lo conociese y sedirigió al profesor Ross y a Maiwa.

—Vamos, amigos. Ya es hora de querecobréis vuestra libertad. No quieroreteneros más. Ayudadme a sacar a estebandolero traidor fuera…

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* * *

En el momento en que Aracnio-Batsalía a la amplia explanada que seformaba en la conjunción de lascarreteras de la ciudad alta y la ciudadmedia, una nutrida formación deaeronaves aparecía en el cielo, pidiendolugar para aterrizar.

Del propio «Vamp», cuyostripulantes se dieron a conocer,partieron las instrucciones precisas ymomentos después tomaban tierra en laexplanada las aeronaves de la Tierra,escoltadas por algunas unidadesaracnias, ignorantes aún de lo sucedido.

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Aracnio-Bat pensó por unosinstantes sacar partido de la situación,apoderándose del coronel Brendel y suséquito para poder tratar su rendición enmejores condiciones, pero desistió alver que el «Vamp» continuaba en el airedominando la situación. Así salió alencuentro de Brendel que en aquelmomento ponía pie en tierra.

—Aquí me tienes dispuesto a dartela revancha, Aracnio-Bat. Como verássoy puntual a la cita y vengo dispuesto avencerte de nuevo.

—Bienvenido, coronel Brendel. Estavez no me vencerás… porque nolucharemos. He llegado antes a unacuerdo con tus amigos. Hábiles

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diplomáticos. Y ahora que recuerdo,debo presentarte al profesor Ross y suhija Maiwa. Ellos son coterráneos tuyosy se han cansado de ser mis huéspedes,han manifestado deseos de irse convosotros.

Brendel contempló con estupor alpadre y a la hija que permanecíanabrazados y como amedrentados.

—El profesor Ross. Recuerdo haberoído hablar de él. Celebro conocerle,profesor, y a usted también, señorita,aunque ya la he visto antes en el palaciode Morondo-Bat.

El «Vamp» se posó por unosinstantes en tierra, descendiendorápidamente de él Stanley y Linda

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Leisen que se apresuraron a reunirse conel coronel. Brendel tendió sonriendo lamano a Mark Stanley que la estrechóefusivamente.

—Todo ha ido bien, señor, aunquetengo el sentimiento de comunicarle queel capitán Browers ha muertoheroicamente. Con su vida ha salvado lamía y ha conseguido que pudiéramosimponer la ley y el orden.

—Está bien, señor Stanley. Lefelicito. El bat de los aracnios sólo hatenido elogios para usted.

—El bat de los aracnios es muybondadoso y sólo ha tenido atenciones ydelicadezas para conmigo y mis amigosen estos días qué hemos sido sus

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huéspedes. Pero falta el señor Ludow aquien también quiero dar las gracias.¿Dónde está el señor Ludow?

Aracnio-Bat se volvió mostrandosorpresa.

—Ahora mismo estaba aquí, entrenosotros… ¡Oh, mírelo! ¡Ahí lo tiene!

Y el bat de los aracnios señaló parael cuerpo de Ludow que se hallabatendido en tierra, muerto.

—¿Cómo ha podido ocurrir esto? Seha olvidado de ponerse la escafandra yestá muerto… Siempre dije que leocurriría algo así. Tenía una memoriadesastrosa —añadió el aracnio con elmás firme convencimiento.

Stanley contempló el cuerpo de

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Ludow, asegurándose de que era él y deque estaba muerto.

—Así es. Está muerto. Es unalástima que tuviese tan mala memoria.Afortunadamente a mi no me ocurre lomismo —añadió mirandosignificativamente para Aracnio.

El bat, siempre en su papel, sevolvió a un coronel de aviación de losque habían custodiado las aeronaves deBrendel.

—Coronel Amon-Ras.—¡A la orden, Magnífico Bat!—Mientras disputo un «match» con

el coronel Brendel, atiende tú al señorStanley por extraño que te parezca loque él ordene. Ahora eres tú mi segundo

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y nadie debe oponerse a tu voluntad ni túa la del señor Stanley. Son nuestrosmejores amigos y las cosas debencambiar según lo que he tratadopersonalmente con el señor Stanley.

Alejóse majestuosamente Aracnio-Bat en compañía del coronel Brendelque no acababa de comprender lo quesucedía y Amon-Ras se puso a lasórdenes de Stanley. Éste a su vez sedirigió a Linda:

—Veamos esos documentos quellevas ahí para saber dónde podemosempezar.

—Creo que podemos empezarporque se unan a nosotros el profesorRoss y Maiwa. Ellos dos conocen todo

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esto y serán nuestros mejores guías.Stanley se dirigió al profesor Ross.—¿Algún inconveniente, profesor?—Ninguno. Estoy deseando poder

ser útil. He llevado demasiados añoslaborando en contra de mis propiasconvicciones por conservar a mi hija.No quería verla muerta, como vi a sumadre. Menos mal que el monstruo eseha muerto. Era cien mil veces peor queel propio Aracnio-Bat.

—¿Cómo va la producción del gasVIC y de las ondas ROC, profesor?

—Está estancada. Comprendí laimportancia que tenía y la he idosaboteando. Enseguida le entregaré lasfórmulas. Las conservo íntegras y no he

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permitido que nadie las estudiase.—Gracias, profesor.—Algo debía hacer. En los

laboratorios y centros de producción hayotros seres esclavos como yo. Algúncoterráneo nuestro y de Marte, Venus eincluso del propio Júpiter, pero que senegaban a colaborar voluntariamente.Todos ansían ser liberados…

Los aracnios, que después de laespantosa derrota aérea habían salido denuevo a la luz del sol, contemplaban alos arrogantes extranjeros con gesto deasombro y de vez en cuando elevaban lavista hacia el, para ellos, fabuloso«Vamp» que continuaba evolucionandosobre sus cabezas.

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Dos horas más tarde todos lostécnicos que Aracnio-Bat manteníasecuestrados, se hallaban libres, y lafórmula del gas VIC y las ondas ROC enpoder de Stanley. Éste, al recobrarlas,respiró con la satisfacción que hacíatiempo no había conseguido.

Y antes de partir, entre los atónitosojos de los hombres araña concentradosen la parte media de la ciudad, fueronvoladas las instalaciones que Stanley, deacuerdo con el profesor Ross,consideraron un peligro para la paz y laseguridad de los pueblos vecinos, de lapropia Tierra y de los otros planetas.

Aracnio-Bat, al ver toda su obradestruida, sintió por unos momentos que

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algo se rebelaba dentro de él y pensó enlanzar a los aracnios sobre el reducidogrupo de extranjeros, seguro deexterminarlos rápidamente. Pero elreposado vuelo del «Vamp» lo volvió atraer a la realidad, y el instinto deconservación pudo más en él. Ya que susambiciones quedaban cercenadas,procuraría sacar a los extranjeros elmáximo de beneficios, procuraría hacerpagar cara su nueva actitud.

Al despedirse del coronel Brendelen el momento en que éste subía a laaeronave que lo debía conducir haciaBalagia, aún tuvo un rasgo de humor:

—Que conste que no me ha vencidotu fuerza, coronel Brendel, sino la sabia

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diplomacia de tu amigo. A ella me heentregado…

* * *

Terminado el espinoso asuntopromovido por la traición de Ludow,hecha una limpieza a fondo en losservicios oficiales de Balagia, habíacesado la excedencia solicitada por RoyMarwin y David Bootler que seincorporaron a su destino en Balagia,poniéndose a las órdenes del coronelBrendel.

—Bien me engañaron ustedes elprimer día —comentó éste riendo.

—Mark Stanley ordenaba, señor. Él

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era nuestro jefe entonces. Tenía miedo alespionaje, y la realidad demostró quesus precauciones eran justificadas. Élsabía que el menor descuido podíahacernos perder la batalla y nosjugábamos en ella demasiadas cosas.

—A mí la cosa me ha servido bien.Aracnia ha quedado pacificada, almenos de momento, y se me ha quitadouna pesadilla de encima. Stanley hasabido aprovechar el momento parademostrar que la violencia partía deAracnio-Bat y así su propio pueblo seha debido resignar. Tenía razón Aracnio-Bat. Stanley es un magníficodiplomático, pero con los puños biensólidos. Es la diplomacia que más me

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convence…Por su parte, Mark Stanley llamaba

en aquel momento a la puerta delaposento de Linda Leisen.

—¡Adelante, Mark! Llegas a tiempo.Estoy preparando un excelente café.

—Lo celebro, porque lo necesito.Pero es hora de que lo vayas preparandotodo para nuestra marcha. Mañanasalimos para la Tierra. Quisiera que teencargaras también de lo mío. Ya sabeslo desmañado que soy.

—Pues ya es hora de que aprendasporque no pienso ayudarte ni piensomarcharme tampoco. Me siento muy agusto aquí y me quedaré una temporada.

—Tú vendrás conmigo, Linda.

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—¡Ni hablar de eso! Confórmate conMaiwa. No es exactamente la dama delretrato, pero es el mejor sucedáneo quepodías hallar, ya que es su propia hija yse le parece como una gota de agua aotra.

—¿Celos, Linda?—¿Celos? No seas tonto. Hombres

como tú los hay a patadas. Bootler,Marwin, el mismo coronel Brendel, queestá aún de muy buen ver y que pareceque no le desagrado…

—Debí figurármelo, pero no sesaldrán con la suya. Tú tienes que serpara mí. Te quiero demasiado paradejarte perder. Cuando te vi en poder deAracnio-Bat me di cuenta… y me olvidé

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para siempre de la dama del retrato y detodo lo que pueda parecérsele. Aquellofue sólo un sueño y pasó. En cuantolleguemos a la Tierra regalaré el retratoal profesor Ross. Es a quien por derechole corresponde…

—¿Es eso cierto, Mark? ¿No me lodices porque me tienes lástima?

—¿Qué lástima ni qué ocho cuartos?Te lo digo porque te quiero y no podríavivir sin ti…

—¡Amor mío!Linda se echó en brazos de Stanley

con tan loco ímpetu que lo hizo caer deespaldas. Y buscando su boca lo besócon loco frenesí.

En aquel momento se abrió la puerta

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y aparecieron en ella Roy Marwin yDavid Bootler, quienes al ver el cuadrotosieron significativamente, haciendoque los dos enamorados se separasenrápidamente.

—¡Pobre Stanley! ¿No sabías quecuando una mujer se propone una cosa lalogra casi siempre?

—Y cuando se trata de Linda Leisen,lo logra siempre —corroboró Marwincon acento de profunda convicción.

—Ya os lo dije yo —repuso Stanley—. La suerte es siempre su aliada y alfinal se sale con la suya…

Y los tres jóvenes hubieron de salircorriendo para evadirse a la lluvia dezapatos y otros proyectiles de diversa

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índole que cayó sobre ellos. Pero Markdetuvo a sus amigos en su huida congesto de consternación:

—¡El café! Estaba haciendo unexcelente café…

—Pues nos entregamos sincondiciones. ¡A por el café!

FIN

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Alfonso Arizmendi Regaldie (1911 -2004) más conocido por el seudónimoAlf. Regaldie formado con laabreviatura de su nombre y con susegundo apellido, de origen francés,aunque también utilizó el de Carlos deMonterroble. Arizmendi había nacido en1911 en la localidad canaria de San

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Cristóbal de la Laguna, pero durante lamayor parte de su vida residió enValencia, por lo que se le puedeconsiderar con toda justicia miembro depleno derecho de la escuela de ciencia-ficción valenciana. Tras la Guerra Civil,escribió multitud de novelas de quioscoy algunas de las historietas de cuadernode aventuras como la célebre RobertoAlcázar y Pedrín. También adaptónovelas clásicas al cómic para lascolecciones «Adaptaciones Gráficaspara la Juventud» o «Selección deAventuras Ilustradas», siempre deValenciana, excepto una pequeñaincursión en La Conquista del Espaciode Bruguera.