los poetas no pueden obligar a los pueblos a gustar de un género...

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XXII Encuentro Nacional de Investigadores del Pensamiento Novohispano PROPUESTA DE PONENCIA Mesa 4: Historia, arte y literatura novohispana Título: La batalla ilustrada contra la representación de comedias de santos en la Puebla de los Ángeles (1769-1821) María Elena Stefanón L. Los poetas no pueden obligar a los pueblos a gustar de un género de teatro que no esté en armonía con su carácter, con sus necesidades morales y con el tipo original de cada uno. 1 El 25 de mayo de 1760 fue inaugurado el Teatro Principal de Puebla, entonces conocido como Nuevo Coliseo. Había precedido a este evento una larga historia de actividad teatral en la localidad, que se había conformado inicialmente con las representaciones de comedias que acompañaban las grandes celebraciones (en donde destacaban las propias de Corpus Christi y de su Octava) y luego había encontrado sitio para su desarrollo profesional en corrales de comedias y coliseos que habían funcionado con relativa regularidad; pero la recién estrenada edificación teatral fue la primera de la ciudad en ser construida con material duradero: de “cal y cantoy, efectivamente, se mantiene en actividad hasta nuestros días. Durante su etapa colonial, el Nuevo Coliseo poblano, siguiendo la tendencia propia de todos los dominios españoles, ofrecía a su público un repertorio dramático en el que tenían indiscutible preeminencia las obras teatrales 1 Agustín Durán, en discurso sobre el teatro barroco escrito en 1828. Citado por María José Rodríguez de Sánchez de León, “La contribución española a la Weltliteratur: La canonización del teatro barroco en la crítica de la Ilustración y el Romanticismo”, en Enrique García Santo-Tomás (Ed.), El teatro del Siglo de Oro ante los espacios de la crítica. Encuentros y revisiones, Madrid: Iberoamericana/Vervuet, 2002, p: 267.

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XXII Encuentro Nacional de Investigadores del Pensamiento Novohispano

PROPUESTA DE PONENCIA

Mesa 4: Historia, arte y literatura novohispana

Título:

La batalla ilustrada contra la representación de comedias de santos en la

Puebla de los Ángeles (1769-1821)

María Elena Stefanón L.

Los poetas no pueden obligar a los pueblos a gustar de un género de teatro que no esté en armonía con su carácter, con sus necesidades morales y con el tipo original de cada uno.1

El 25 de mayo de 1760 fue inaugurado el Teatro Principal de Puebla, entonces

conocido como Nuevo Coliseo. Había precedido a este evento una larga

historia de actividad teatral en la localidad, que se había conformado

inicialmente con las representaciones de comedias que acompañaban las

grandes celebraciones (en donde destacaban las propias de Corpus Christi y

de su Octava) y luego había encontrado sitio para su desarrollo profesional en

corrales de comedias y coliseos que habían funcionado con relativa

regularidad; pero la recién estrenada edificación teatral fue la primera de la

ciudad en ser construida con material duradero: de “cal y canto” y,

efectivamente, se mantiene en actividad hasta nuestros días.

Durante su etapa colonial, el Nuevo Coliseo poblano, siguiendo la

tendencia propia de todos los dominios españoles, ofrecía a su público un

repertorio dramático en el que tenían indiscutible preeminencia las obras teatrales

1 Agustín Durán, en discurso sobre el teatro barroco escrito en 1828. Citado por María José Rodríguez de

Sánchez de León, “La contribución española a la Weltliteratur: La canonización del teatro barroco en la

crítica de la Ilustración y el Romanticismo”, en Enrique García Santo-Tomás (Ed.), El teatro del Siglo de

Oro ante los espacios de la crítica. Encuentros y revisiones, Madrid: Iberoamericana/Vervuet, 2002, p:

267.

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de origen peninsular2 y que pertenecían al teatro áureo y a sus sucedáneos. Se

trataba de una dramaturgia que poseía una tradición y que tardaría en rendirse a la

influencia de las emergentes ideas ilustradas, que empezaron a abrirse camino con

fuerza bajo el reinado de Carlos III y –siguiendo las premisas de un nuevo

clasicismo- se hicieron del todo patentes en la práctica teatral en las últimas

décadas del siglo.

A cinco años de su inauguración, el Nuevo Coliseo de Puebla debió

desterrar de su repertorio los autos sacramentales, que fueron radicalmente

prohibidos después de haber sido los espectáculos más taquilleros y que más

tiempo se habían mantenido en cartel. A los autos les seguían de cerca –por su

éxito y temáticas- las comedias de santos y de magia. Estos fueron también

objeto de la crítica ilustrada que buscaba reformar los espectáculos teatrales y

dar fin al teatro popular religioso. La censura, empero no impidió que -aún entre

altibajos- este tipo de comedias siguieran representándose, aún después de la

Independencia.

El movimiento del nuevo clasicismo, más allá de la búsqueda de determinados

aspectos formales en la creación y escenificación de textos dramáticos, iba aparejado

con una profunda revolución general en las mentalidades y de la mano de

importantes cambios sociales, económicos, políticos y culturales que se estaban

gestando a lo largo del mundo occidental.3 Entre otros problemas, era evidente

que la Iglesia, a cargo de la labor educativa, no lograba abatir las altas tasas de

2 Las causas de este predominio provenían, por un lado, del extendido criterio de considerar como superiores a los

autores de la península, con la consecuente subvaloración de los de origen novohispano y, por otro lado, de la

dificultad económica que implicaba para los autores nacionales el pago de los derechos de autoría, los cuales no se

exigían en el caso de las piezas teatrales provenientes de España. Germán Viveros, “Dramaturgia novohispana

del siglo XVIII”, Estudio introductorio en Héctor Azar (Dir), Teatro mexicano. Historia y dramaturgia,

México: Consejo Nacional de la Cultura y las Artes.1993, p. IX. 3 En España, particularmente, se padecían aún las secuelas de la Guerra de Sucesión (1700-1715) y se

vivían problemas tales como la crisis demográfica; la postración de Castilla y la generalizada decadencia

de las ciudades; así como el contraste entre el derroche de las élites y el incremento de la miseria en las

capas sociales más desprotegidas. Ibid.: 5-9

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analfabetismo; algo que también constituía un reto difícil de allanar a corto

plazo al otro lado del Atlántico. En este sentido, nada pareció mejor que el

teatro para iniciar reformas significativas, ya que se asumía como una ancestral

“escuela de costumbres” para el pueblo. Pero esta labor no tuvo una recepción

inmediata, pues habría de topar con un grueso público más ansioso de

diversiones ligeras que de comedias moralizantes.

Los argumentos formales de los iluministas para atacar las

representaciones antiguas o “populares” 4 se centraron en su falta de cumplimiento

de tres reglas que ellos consideraban indispensables en el teatro: 1) la preservación

de las unidades de acción, de lugar y de tiempo; 2) la imitación de las acciones

humanas de manera verosímil y 3) la doble finalidad de agradar y enseñar, como

verdadera “escuela de costumbres” que debía ser el teatro. 5

Hay que considerar, por una parte, que las comedias de santos compartían, a

los ojos de los ilustrados, varias de las transgresiones a estas reglas que detectaban

en los autos sacramentales, con el agravante de hacer un manejo cuestionables de

las temáticas de tipo religioso.

Por otra parte, hasta el siglo XVIII la dramaturgia hispana se había

caracterizado por reflejar una visión tragicómica de la vida. Aún en las obras de

tipo trágico, en el teatro español antiguo se preferían los finales felices.6 los

protagonistas, en vez de sucumbir, terminaban generalmente triunfantes y

4 Siguiendo la denominación a partir de la 2ª. Edición de la Poética, o reglas de la poesía en general y de

sus principales especies, de Ignacio Luzán, aparecida en 1789. (su primera publicación fue en 1737).

Citada en s/a, Teatro español del siglo XVIII, 2004, p. 1. Consultada por última vez el 20 de julio de

2008. URL: http://sapiens.ya.com/apuntesweb2004/teatrosigloxviii.htm 5 Según la clasificación de Guillermo Carnero, sintetizada en Ibid, pp. 4-6.

6 Francisco Ruiz Ramón, citado por Armando Aguilar de León, “Presencia de la tragedia” en Norma

Román Calvo (Coord.), Los géneros dramáticos. Su trayectoria y su especificidad, México: Paideia,

UNAM, 2007, p. 46.

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rodeados de un ambiente más o menos jocoso.7 Las tramas hagiográficas,

aunque declaraban tener un fin edificante, no escapaban de este sentido del

humor, muy poco apreciado por los ilustrados, quienes preferían la solemne

moralidad de las obras eminentemente trágicas.

La poética de la comedia que había enarbolado en su momento Lope de

Vega,8 validaba esta licencia de géneros y la extendía al libre manejo del

tiempo, del lugar y la acción, como un recurso válido para dar variedad al teatro

y complacer al público, mayoritariamente conformado por los estratos

populares; pero para los clasicistas del siglo XVIII y principios del siglo XIX,

resultaba inconcebible que fuera la sociedad (y no las autoridades instituidas, a

través de los preceptos de los eruditos) la que marcara el rumbo del teatro: era

indispensable separar claramente los géneros y hacer desaparecer un teatro al

que sin duda consideraban “vulgar”.

Las comedias de santos compartían con otras escenificaciones del

teatro español antiguo la participación activa del espectador en la

reconfiguración del tiempo, a través del derroche de la imaginación y de los

elementos que la alimentaban, tales como las visiones y apariciones, la

adivinación, las suertes mágicas y los sueños. Transgredían igualmente la

“unidad de lugar”, con sus constantes y variados cambios de decorado o la

presencia simultánea de varios espacios de acción. En contraposición, los

iluministas exigían que la ambientación escénica procurara en los espectadores

el efecto de reproducción de la realidad: la poética del teatro español antiguo

7 Hay que tomar en cuenta que la inserción de lo cómico en representaciones ajenas a este género no fue

tampoco algo completamente original del teatro áureo español, pues ya en la Baja Edad Media la Iglesia

había ido condescendiendo en que se intercalaran subdivisiones de la comedia (como los pasos y

entremeses) en las obras dramáticas, para disminuir la tensión característica de los temas religiosos. 8 En su Arte nuevo de hacer comedías, publicada en 1609.

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privilegió “la imaginación”; en tanto que la propia del nuevo clasicismo se

inclinó por “la ilusión”, es decir, por la imitación de acciones verosímiles.

Lo cierto es que, en el imaginario colectivo de la época –imaginario que poco

compartían las minorías ilustradas– aún se percibían como reales, en tanto que

verdades trascendentes, a entidades invisibles tales como Dios, la virgen María, los

santos, los demonios y los ángeles y se creía en el impacto directo del poder divino,

así como en “fuerzas malignas [que] movían y mantenían a las cosas, se

infiltraban en las pasiones de los hombres, premiaban y castigaban sus

acciones”.9 El carácter “fantástico” de estas representaciones precisa

adecuarse a su época, en la cual no existía, para la generalidad del público,

una delimitación específica entre lo real y lo posible. Figuras tales como la del

demonio (pieza fundamental del Mágico de Salerno y otras comedias de magia)

se presentaban con una fuerte dosis de concreción. Ésta era palpable en las

imágenes pictóricas de los templos; en las figuras alegóricas de las

procesiones y en las prédicas de los sacerdotes que alertaban contra sus

diarias acechanzas a los feligreses. El demonio era, pues, una imagen familiar

que, llevada al teatro, tenía efectos catárticos en el auditorio: “el encanto se

producía cuando la derrota del diablo sobre la escena permitía al público

superar su miedo o reírse de sus propias angustias”.10

El teatro popular le daba al público la oportunidad de ver esas

“verdades” encarnadas y activas: “ponía pues en contacto al hombre con el

más allá que dominaba al mundo. Su poder era así gigantesco”.11 Esta manera

9 Juan Pedro Viqueira Albán, ¿Relajados o reprimidos? Diversiones públicas y vida social en la ciudad

de México durante el Siglo de las Luces, México, FCE. 1987, p. 54. 10

Francois Sureda, Le théatre dans la société valencienne du XVIIIe siécle, Saint Estéve: Collection

Études, Presses Universitaries de Perpignan, 2004, p.533. 11

Id.

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de aproximarse al teatro debe apreciarse “en relación de continuidad con la

ficcionalización imaginaria de la literatura medieval y con usos y costumbres

hoy desaparecidos”12 como resultado del proceso de secularización de las

sociedades occidentales que dio inicio en el Siglo de las Luces, en el cual la

racionalidad científica buscó imponerse como el timón que debía dirigir el

rumbo universal.

Las mujeres del público, por su parte, podían identificarse con las

heroínas tanto de las comedias de magia como de las de santos y romper con

la discriminación asociada a su sexo, ya fuera a través de poderes mágicos o

de virtudes intelectuales o morales. En las comedias de santos tampoco

faltaban la intriga y los efectos espectaculares, los cuales, generalmente,

aparecían bajo la forma de milagros. De manera que el número de éstos tenía

una relación directa con el éxito de cada una de las piezas de este género.

Precisamente, esta entremezcla de magia y religión era lo que las hacía

“heréticas” a los ojos de las autoridades eclesiásticas y absurdas a los de las

élites ilustradas, que pretendían una reforma teatral de corte vertical que

pretendía catalizar una nueva visión del mundo.

Además de intentar hacer visible el más allá, el teatro español antiguo

buscaba dar concreción a las fuerzas del bien y del mal mediante la

transformación antropomórfica de diversas alegorías, apoyándose igualmente

para este fin en efectos escénicos de gran vistosidad. Todos estos elementos,

cuyas raíces provenían del medioevo, seguían siendo todavía de gran atractivo

popular en el siglo XVIII. Como es de suponerse, las obras que más empleaban

12

García de Arrieta, citado por Rodríguez, op. cit., p. 259.

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estos recursos eran los autos sacramentales, seguidos de las comedias de

santos y de magia. 13

Aunque no se anatematizaba directamente contra la religión, se deseaba

incidir en la piedad popular, que se quería depurar tanto en el teatro como en

todos los ámbitos de convivencia.14 En la práctica, la nueva moral ilustrada

impulsó la desaparición de todo vestigio del teatro religioso: resultaba claro que

el rechazo de lo fantástico en el teatro por parte de los ilustrados era una forma

de sustituir el imaginario popular por el de las nuevas élites en el poder:

En 1769, el Supremo Consejo de la Inquisición de Castilla envió a la

Inquisición de México una carta cuya orden impedía no solamente la

representación de autos sacramentales, sino también de comedias de santos en la

Nueva España, particularmente en las ciudades de México y Puebla.15 La carta

enfatizaba “que en la Puebla de los Ángeles y otros pueblos donde se supiese

se representan tales comedias, se pasen por medio de los comisarios iguales

oficios”.16 De hecho, el documento dejaba ver que ya se habían querido

desterrar las comedias de santos desde antes de 1765, en que se habían

prohibido los autos sacramentales.17

13

No puede negarse que, en ocasiones, los autos llegaban a exceso considerables en el afán de ser

asimilados sin problemas por el pueblo. Por ejemplo, en 1760, José Clavijo y Fajardo (director del

periódico madrileño de El Pensador, el cual se publicó entre 1762 y 1767) criticaba acremente una de

estas obras en la que Jesucristo iba vestido con “una bata morada, abierta, media blanca, zapato de hebilla

de piedras, corbatín, vueltas en la camisola, polvos, coleta y lazos”. Citado en René Andioc,“Los teatros”,

en Jean Canavaggio (Dir.) Historia de la literatura española, Tomo IV, El siglo XVIII, Edición española

a cargo de Rosa Navarro Durán, Barcelona: Ariel, 1995, p.105. 14

Ibid. p. 106. 15

“1769: Carta acordada del Supremo Consejo de la Inquisición en Castilla a la Inquisición de México,

ordenando se impida la representación de autos sacramentales y comedias de santos”, en Maya Ramos

Smith (Dir.), Censura y teatro novohispano (1539-1822). Ensayos y antología de documentos. México:

Escenología, 1998, pp. 510-511. 16

Id. 17

En la Real Cédula de junio de 1765 se aludía a disposiciones anteriores, emanadas de Fernando VI. “Real

Cédula del 8 de junio de 1765”, en Ibid, p. 507. Debemos agregar que, para 1768, en este mismo sentido

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Cabe mencionar que la prohibición de 1769 de representar comedias de

santos en toda la Nueva España se originó en un expediente de denuncia que el

1º de febrero de 1768 se había formado precisamente en la Angelópolis. En

éste se rechazaba “la indecente y ridícula representación de comedias de

santos que tanto en el Coliseo de Puebla, como en el de esta Corte [de México]

se practica”.18 La denuncia había sido hecha por don Cristóbal de Fierro y

Torres, quien la justificaba de la siguiente manera:

Por no aberme paresido regular, el que en el Coliseo de Puebla de los Ángeles, tan a menudo agan comedias de santos, que todas ellas causzan una notable hirrisión y poca veneración a los santos y algunas conversaciones, que de dichas comedias he oido nada christianas; y mas irregular me paresze todavía, la que se va a haszer el domingo día 7 de este mes.19

Como ejemplo de las censuras a obras hagiográficas que se hallaban en el

Coliseo de Puebla, estaban las acusaciones de “contener proposiciones erróneas,

escandalosas y temerarias, con abuso de la Sagrada Escritura”20 o estar provistas

de enseñanzas “”lascivas”; con datos de edición incompletos o proposiciones

heréticas; innovaciones a ritos y ceremonias sacramentales, palabras dudosas y

equívocas en el sentido católico, con “sabor de superstición, hechicería y adivinación

[y…] cláusulas que sujetan la libertad humana al hado, a la fortuna, o a signos y

señales supersticiosas”.21

Años más tarde (1788), un auto del Juzgado de Protección de Teatros de

Madrid reiteró la prohibición de representar comedias de santos y suspendió

temporalmente las de magia, aduciendo que las piezas “de mágica y de

se especificó la prohibición de las representaciones de coloquios en los espacios públicos, los cuales eran

característicos de las temporadas de Pascua y Navidad. Viqueira, op. cit., p. 77 18

Ramos, op. cit., p. 547. 19

Id. 20

Ibid., doc. 122, p. 515. Esto se asentó em 1771 para Las lágrimas de David, de Lope de Vega. 21

Ibid., doc. 99: 475-480. Fue el caso de La gitana de Menfis, Santa María Egipcíaca, prohibida in totum

en 1797.

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absurdos semejantes [eran] contrarias no sólo a las reglas más triviales y

menos estrechas del teatro, sino también a la religión, a la razón, a las costumbres y

a la decencia”.22

Para tener un panorama general de las comedias de santos y magia que

formaron parte del repertorio teatral de la ciudad de Puebla, hemos consultado

los inventarios existentes en el Nuevo Coliseo (1766- 1815), que forman parte

de los expedientes sobre teatro del Archivo del Ayuntamiento.23 Hallamos que,

para 1766, el repertorio poblano tenía poco que pedirle, en la suma de su

acervo, al del coliseo de la capital de la Nueva España. A más de un gran

número de piezas breves, Se hallaban enlistadas 322 comedias, de las cuales

41 eran de santos y de magia, es decir, un 15% de éstas. Las piezas mejor

cotizadas en dicho inventario fueron las de más reciente adquisición o las obras

consideradas más novedosas por aquel entonces: es interesante observar que

la mitad de ellas eran comedias de santos.

A pesar de que ya pesaba una fuerte censura y prohibición al concluir el

siglo, en 1796 fueron confiscadas, junto con otros libretos, dos comedias de

santos y dos de magia que se hallaban en un cajón que había sido detenido en

22

“1778: Informe del Juez de Teatro sobre reglamentación y censura en el Coliseo”, en Ramos, op. cit.,

documento 532. 23

Cabe aclarar que hemos considerado con reservas el contenido de los inventarios del Teatro Principal,

particularmente en el caso de su repertorio, dado que mucho de este material competía específicamente a

los empresarios que alquilaban el teatro al Ayuntamiento, el cual no solicitaba a los empresarios una

relación detallada de las entradas por funciones ni tuvo motivos para dar un seguimiento cronológico del

asunto. El examinar minuciosamente las piezas teatrales representativas del gusto del público sólo puede

efectuarse mediante el empleo de suficientes registros contables de temporadas teatrales. Un importante

ejemplo del trabajo que puede realizarse a través de ellos fue el emprendido por Francois Suréda en Le

théặthre dans la société valencienne du XVIIIe siềcle, en donde el autor pudo cuantificar, entre los años

1700 a 1746 y 1761 a 1779 los ingresos por cada pieza teatral en funciones por día y por temporada

“cómica”e incluso establecer su éxito diferenciando el mayor o menor número de entradas de los diversos

estratos sociales con base en las zonas de ubicación de los espectadores. Una posibilidad así para el siglo

XVIII luce muy lejana en el caso de Puebla y creemos que a pesar de tener mayor factibilidad tratándose

del Coliseo de México, aún presenta importantes limitaciones.

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la aduana por el Santo Oficio, el cual tenía como destino la ciudad de Puebla.24

Para 1815, el acervo total del repertorio teatral se vio disminuido, probablemente por

el poco propicio ambiente que generaba la lucha insurgente, 25 así que, de entre las

90 comedias enlistadas, sobrevivían en el repertorio del Teatro Principal de la ciudad

de Puebla una comedia de santos y seis de magia.26

Aún cuando era claro que las ideas ilustradas habían logrado ir apartando de

los foros las vertientes religioso-escatológicas del teatro ilusionista del Siglo de Oro,

todavía no lograba imponerse el realismo escénico en el gusto popular poblano, en el

que permanecía el interés por lo espectacular y fantasioso de las representaciones.

Debía resultar difícil justificar ante un público, habituado por más de dos siglos al

teatro religioso de carácter popular, esta nueva actitud de completo rechazo y

condenación por parte del poder civil, por lo que no era extraño que en la “plebe”

persistiera la expectativa de presenciar y exigir este tipo de obras sin alcanzar a

comprender las razones que, a los ojos de las autoridades, las hacían aparecer de

pronto tan indeseables. Es justo decir que la trama y la forma de representación de

muchas de las comedias de santos estaban concebidas hábilmente para atraer la

atención de las capas más amplias de la población, lo cual les procuraba un

disfrute bastante más sensual que edificante:

contenían como ingredientes principales ideales para la taquilla el sexo, la violencia y el humor, articulando y sazonando el espectáculo. Todo ello ingeniosamente suavizado con un final moralista que permitía equilibrar sentimientos encontrados, confrontados. Naturalmente, en ellas se enfatizaba la vida disipada –durante su juventud- de algunos santos, acompañados por el tradicional gracioso con el que el público podía identificar pasiones, equívocos y humores cotidianos. Los

24

Santa María Egipcíaca y Sansón el divino nazareno, de Montalbán y, de autores desconocidos El

mágico catalán y El monstruo de Cataluña. “1796: Puebla. Lista de un cajón de comedias detenido en la

aduana para revisión por el Santo Oficio”. Publicado en Ramos, op. cit., documento 162, pp. 605-607 25

Esto último se evidencia constantemente en el tomo 60 de los expedientes del AAP, que abarca este

período. 26

El mágico de Serván; Marta la Romarantina, Juana la Rabicortona y La mágica mexicana.

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dramaturgos se permitían así, para deleite del público y disgusto de religiosos y mojigatos, toda clase de irreverencias, obscenidades y burlas a la religión, excusándose finalmente con la alusión y recreación de la conversión o el martirio del futuro santo o santa.27

No formaba parte de las consignas de la monarquía ilustrada buscar que

el pueblo entendiera y, menos aún, discutiera nuevas medidas cuyo objetivo

era, precisamente, limitar a éste en los espectáculos que conjugaban tan

hábilmente la diversión con la temática religiosa. Se esperaba, simplemente,

que la gente asumiera que debía acatar sumisamente aquello que por su bien

determinaba un régimen que se manifestaba bajo el signo de un paternal

autoritarismo.

Aunque mediaran censuras parciales y prohibiciones totales para este

tipo de representaciones, debieron asegurar al Coliseo de Puebla un mínimo

aceptable de espectadores, pues al suprimirlas descendían preocupantemente

los ingresos de autores-empresarios y de artistas de la escena. Debió ser esa

la razón de que, más de una vez, estos últimos apelaran a la comprensión de

las autoridades inquisitoriales y civiles para obtener permiso de ejecutar las

comedias de santos. Así ocurrió, por ejemplo, en junio de 1773, cuando los

actores del coliseo poblano solicitaron –en vano– autorización, a pesar de que

se atenían a todas las correcciones que, a juicio de los calificadores del Santo

Oficio, se hicieran.28 En 1786, el Bachiller Don Mariano Miguel Carrama y

Cortés, asentista del Coliseo, logró obtener del gobernador el permiso para

representar comedias de “santos y tramoyas”, pero cuando fue consultado el

Santo Oficio, éste comunicó un año y medio más tarde que se sostenía la

prohibición, extendiéndola para la ciudad de Veracruz, en donde, seguramente,

27

Tito Vasconcelos y Xavier Lizárraga, “Pecados y virtudes de la pluma: La censura al texto dramático

(siglos XVII-XIX)”, en Ramos, op. cit., p. 191. 28

Ibid., doc. 146, p. 550.

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se daba una situación similar a la de Puebla.29 De acuerdo a los diferentes

expedientes sobre el coliseo en el Archivo Municipal, este último dato revela

que los actores poblanos se vieron entonces obligados a recurrir a las

funciones “de muñecos” mientras pasaban por semejante momento de crisis.30

La censura a las comedias de santos tampoco fue obstáculo para que

éstas se llevaran a cabo en otras zonas del país. Así lo constata una denuncia

hecha en Pachuca en 1778, en la cual se insistía en que no se tocaran ni

bailaran sones prohibidos. Otro caso similar ocurrió en Chihuahua con una

compañía de la legua y en Durango al interior de su teatro en 1794.31 En este

mismo año, en el Nuevo Coliseo de Puebla ya habían vuelto con toda

naturalidad las comedias de santos provocando el escándalo del comisario de

la ciudad, el Doctor Joseph Suárez, quien consultó sobre esto al Santo Oficio,

pues había notado:

Que en esta ciudad, apenas ay semana en que en el coliceo no se represente alguna comedia de santos; [...] en los carteles publicos [...] se pintan sus imágenes: he visto en los portales las de Christo Nuestro Señor, su Madre Santísima y San Juan convidando para el Coloquio de San Dimas, la del Santísimo Sacramento para la de la Perla de este misterio y para la de Santa Bárbara, la de San Agustín, la del Beato Aparicio y así de las [...] que se han estado representando con la impiedad y abuso que escandalisa a los que ven revestidos [...] de los hábitos de religiosos [...y] de las vestiduras sagradas a unos saltarines y farsantes de vida relaxada y escandalosa.32

En 1801 el virrey Marquina volvió a prohibir las comedias de santos y con este

objetivo envió copia de dicha notificación a Puebla, Veracruz, Oaxaca, Guadalajara,

San Luis Potosí, Guanajuato, Zacatecas, Valladolid, Tlaxcala, Nuevo León y Nuevo

29

Ibid., doc. 154, p. 574. 30

Esta situación se hizo frecuente en el coliseo de Puebla durante las últimas décadas del período colonial

y estaba relacionada, en parte, con la imposibilidad de ofrecer al público aquellas obras de mayor interés

para él y por las cuales estaba dispuesto a pagar con sus exiguos ingresos. Estas escenificaciones llegaban

a ser practicadas por los mismos cómicos del Coliseo en casas particulares para completar sus ingresos y,

además, eran el refugio para los actores impedidos o ancianos que ya no encontraban empleo en los

establecimientos teatrales. 31

Ramos, op. cit, docs. Vários, pp. 561, 597-99. 32

Ibid., doc. 159, p. 595.

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Santander.33 Tras esta última prohibición, el Ayuntamiento de Puebla tuvo cuidado de

dejar claro en su remate a los asentistas (los cuales generalmente hacían postura

exigiendo llevar a escena las piezas que ellos mismos determinaran a su arbitrio) que:

Las comedias no han de ser de Santos ni Autos Sacramentales, ni ninguna de las prohividas por el Señor Don Carlos Quarto y se espresan en las listas del Nuevo Teatro Español, a cuyo fin presentará una lista cada mes al Señor Governador intendente a fin de que su Señoría las mande revisar para darlas al público.34

Empero, los arrendatarios, a sabiendas de estas disposiciones,

buscaban obtener alguna ventaja en la selección del repertorio y asegurar con

ello, las entradas. En la temporada de 1810, por ejemplo, el Capitán Don

Vicente García de Huesca esperaba que de sus condiciones se aceptara

aquella que lo colocaría como licitante para ser libre de dar al público la

diversión que le conviniera e, incluso, de poder hacer diez o doce

representaciones de coloquios por navidad, ya fuera en lugar de las comedias

o después de éstas. A esto, el Síndico Municipal respondió, con molestia, que

no correspondía a la Real Junta tomar decisiones sobre representaciones que

se hallaban seriamente prohibidas por el Gobierno.35 De hecho, aún era

reciente la aparición del edicto promulgado por Lizana y Beaumont contra los

coloquios, cuya fecha era del 14 de diciembre de 1808.

La censura y el ataque a los coloquios fue tanto o más extensa que la de

las comedias de santos, pues eran representaciones que no sólo ejecutaban

los cómicos de coliseo o de la legua, sino también muchos neófitos en calles y

casas particulares. Era evidente, entonces, que tomaría tiempo extinguir

33

Ibid., doc. 170: 629 34

Archivo del Ayuntamiento de Puebla, Expedientes del Teatro Principal, Tomo 59, foja 25V. 35

Ibid., fojas 72R y 83R.

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aquellas costumbres que estaban tan arraigadas, como debió ser el caso en

Puebla.

A pesar de todos los antecedentes, en 1806 se reconsideró la permisión

de representar varias piezas teatrales ya suprimidas de los repertorios, con tal

de fomentar la entonces escasa asistencia del público. Bajo esta idea, en el

código teatral de Don Manuel de Campo y Rivas del 6 de abril de 1806, se

daba amplia apertura al empresario teatral para escoger las obras a

escenificar, “en consideración al público concurrente, a quien se ha de

lisongear en lo posible”.36 A esta libertad apelarían, en Puebla, los empresarios

teatrales por aquellos años, que aunque no podían llevar a escena las obras

explícitamente prohibidas, quedaba a su arbitrio el representar “comedias de

santos, de tramoyas y las que se titulan del vulgo”, tal como se reiteraría en

1816 para el Coliseo de México.37 Tras la Independencia, aún tardaron en

desaparecer las citadas escenificaciones.38

Aunque no es posible ser concluyente en cuanto a los gustos teatrales del

público poblano para las décadas que mediaron entre la inauguración del

Nuevo Coliseo (1760) y la consumación de la Independencia (1821) a partir de

los datos obtenidos, pueden observarse importantes tendencias sobre este

punto:

36

Ramos, op. cit., doc. 177, p. 638. 37

Ibid., p. 640. 38

Todavía en 1824, en un impreso relativo a las funciones del Coliseo de México se lee: “En la

temporada que acaba, se han desenterrado todas aquellas piezas que el buen gusto había condenado a

justo olvido, por ejemplo San Francisco Javier, Nuestra Señora de Guadalupe, Santa Margarita de

Cortona y toda la corte celestial convertida en diversión y mofa de nuestro vulgo, sin olvidar los Mágicos

de Salerno y de Astracán y Juana la Rabicortona, Agustín Lorenzo y una multitud de guapos que la

ignorancia estúpida ve salir con gusto sobre la escena”. Enrique Olavarría y Ferrari, Reseña histórica del

teatro en México, 1538-1911, Tomo I, México: Porrúa, 1961, p. 191

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o En Puebla, el contenido de las representaciones buscó adecuarse en

atención al grueso de los asistentes, los cuales son citados

constantemente en diversos documentos en calidad de “plebe”. Fue para

esta mayoría, perteneciente a los estratos sociales bajos, que el Ayuntamiento

poblano se interesó (no exclusivamente, pero sí de manera especial) en

sostener “las comedias”, más como un recurso para controlar el orden social

que como medio educativo, a pesar de que esta última tarea –acorde con las

premisas ilustradas– también estuvo presente.

o Es difícil saber qué tanto lamentó el público la ausencia de los autos

sacramentales dentro del Coliseo, pero en años posteriores, se constata

que prevalecía en los espectadores la búsqueda de lo mágico y lo

religioso. Prueba de ello es la insistencia, tanto de parte de los

asentistas como de los cómicos, en conseguir permiso para representar

piezas de santos y de magia, aún a sabiendas de que ya estaban

prohibidas.39

o Planteamos, entre las posibles causas de que Puebla se destacara entre

las poblaciones novohispanas que continuaron representando este tipo

de obras que esto -más que responder a excesos devocionales

tradicionalmente asociados con el carácter y los hábitos de los poblanos-

indicaba una fuerte necesidad popular de acceder a las temáticas

religiosas de forma relajada e incluso irreverente, lo cual trastocaba el

orden al convertir en simple diversión lo que bajo el púlpito tomaba

indispensablemente el cariz de sermones admonitorios.

39

Lo que no era muy diferente en la ciudad de México, pues ahí, en 1819, “para evitar que el Coliseo

perdiera todo su público hubo que hacer a un lado las comedias ilustradas y de buen gusto y programar

aquellas que eran del agrado del populacho”. Viqueira, op. cit., p. 125.