los sacrificios para el consenso

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EDITADO POR PRENSA ESPAÑOLA SOCIEDAD ANÓNIMA 26 DE AGOSTO DE 1998 DOMICILIO SOCIAL J. I. LUCA DE TENA, 7 28027 - MADRID DL: M-13-58. PAGS. 104 FUNDADO EN 1905 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA A' LOS LAIN Pey- refitte escri- bía en «Le Figaro» el quince de junio de 1988: «Después del doce de junio (día de elecciones) y con el horizonte de 1993 (otras elecciones), Francia tiene sed de consenso». En nuestra presente situación política me parece que so- mos muchos los que decimos también: «España tiene sed de consenso». Pero, ¿de qué consenso hablaba Peyrefitte? ¿Cómo se alcanza ese consenso que es deseado a uno y otro lado de los Piri- neos? Fue Augusto Comte (1798-1857) el que introdujo en el vocabulario de las ciencias sociales el término «con- senso», en su versión latina y tomán- dolo de los escritos de César, Cicerón y Tito Livio, los cuales lo entendían como acuerdo o consentimiento ge- neral. Pero Comté se inspira en la: medicina de su época, que utiliza la palabra «cónsensus» para describir la solidaridad entre las diversas par- tes del cuerpo huínano. Comte funda la sociología (ciencia que le debe el nombre) sobre los niodelos de la bio- logía. Busca la cohesión de la socie- dad a pesar de la diversidad de los in- dividuos que la componen, compara- ble a la variedad de los órganos que concurren a proporcionar unidad a los organismos vivos. Y llega a la conclusión de que el verdadero prin- cipio filosófico que configura el orga- nismo social es «este inevitable "cón- sensus" universal que caracteriza todos los fenómenos de los cuerpos vivos, y que la vida social manifiesta necesariamente en su grado más alto». El «cónsensus» de Comte no es una versión actualizada de la «voluntad general» de Juan-Jacobo Rousseau. En la doctrina positivista se incluye la idea del «poder espiritual», ausen- te en el «contrato social». Hay que re- conocer, sin embargo, que hasta aho- ra la «voluntad general» de Rousseau ha sido más operativa, ha servido para diseñar los edificios jurídico- constitucionales, que el «cónsensus» de Comte, a pesar del refuerzo que esta última idea recibió en los libros de Emilio Durkheim o, recientemen- te, en los autores norteamericanos, como Talcott Parson o Daniel Bell, que por los años cincuenta y sesenta se lanzaron a la cruzada de poner fin a las ideologías. El consenso, empero, ni se funda- menta en la desaparición de las dife- rentes maneras de ser y de pensar, ni es una especie de sincretismo ideoló- gico. Si así fuera entendido llevarían razón los ultras, de la derecha y de la izquierda, que lo consideran una prueba de cretinismo político. El con- SACRIFICIOS PARA EL CONSENSO senso que ahora anhelamos, como puntualiza también Thomas Fere- nczi, exige coraje e imaginación, ya que reposa menos en la eliminación de las diferencias que en la construc- ción de un espacio de diálogo que ase- gure la regulación de cualquier dis- crepancia. El consenso no se conci- be sin una tensión permanente en- tre las fuerzas que se emplean para estabilizar una situación y las que pretenden cambiarla, o, como sugie- re Paul Ricoeur, entre «ideología» y «utopía». El consenso, en definitiva, como ahora quisiéramos verlo reinstaura- do en la escena pública española, no es una solución fácil generada por la pereza de los espíritus o por el temor a la acción. Se trata, por el contrario, de una tarea compleja que ha de aco- meterse resueltamente arrostrando peligros. He escrito «verlo reinstaurado» porque los españoles supimos lo que era el consenso el año 1977 y gra- cias a este «amplio campo de diálogo» pudo elaborarse la Constitución, aprobada por una gran mayoría que reveló el acuerdo en lo fundamen- tal. Este consenso de los días funda- cionales de la presente democra- cia fue el fruto de muchos sacrifi- cios, algunos de ellos no suficiente- mente valorados. Se sacrificaron, en el sentido de renunciar a sus ideas, aquéllos que habiendo sido fieles al franquismo se sumaron sin reservas a la defensa y consolidación del régi- men democrático. Y se sacrificaron, en el sentido de olvidarse de agra- vios pasados, los que se sentaron en la misma mesa de negociación con quienes habían sido sus perseguido- res. El acto, de constitución de las Cortes, después de las elecciones del 15 de jimio de 1977, fue uno de esos espectáculos grandiosos que rarísima vez se dan en la historia. Ver en los escaños a quienes venían de un inter- minable exilio, o sahan de las prisio- nes por presuntos delitos políticos, junto a los que habían ostentado car- gos durante la dictadura de cuarenta años, es algo que movía el ánimo in- fundiéndole asombro, deleite, dolor u otros afectos más o menos vivos o no- bles. Desde luego, no dejó impasible a nadie. Se consiguió el consenso de 1977 y se mantuvo gracias a las renuncias y a los sacrificios de los españoles de aquel momento. Transcurridos vein- te años, el espacio común para el diá- logo se ha ido achicando. Produ- cen sorpresa las declaraciones po- líticas que men- cionan las dificul- tades presentes para llegar a un entendimiento. Com- parado lo que ocurre hoy en cual- quier ámbito (económico, militar, laboral, religioso, cultural o estricta- mente político) con lo que acontecía en 1977 en todos ellos, nos lleva a la conclusión de que las dificultades actuales, aunque distintas, son me- nores y, en cualquier caso, supera- bles. La diferencia entre 1977 y 1998 es que ahora falta, en la denominada «sociedad civil» y en la «sociedad po- lítica», la voluntad de sacrificio que entonces produjo el consenso. Se ha olvidado el sabio aforismo turco: «En determinadas situaciones es preciso sacrificar la barba para salvar la ca- beza». : El deseo de recuperar el consenso no debe interpretarse como un indi- cio de debilidad, de oportunismo o de afición por las medias tintas o solu- ciones eclécticas. Al contrario, y co- mo explica Julien Freund en sus es- tudios sobre los conflictos, el com- promiso exige una fuerte personali- dad y mucho valor para dominar las pasiones, superar rencores y amar- guras, a fin de alcanzar la serenidad necesaria para el diálogo de entendi- miento con los adversarios. Lejos de ser una expresión de oportunismo, el compromiso a que se llega en el ám- bito del consenso es fruto de una se- guridad en sí mismos que han de po- seer los interlocutores, los cuales dis- tinguen lo esencial de lo secundario y con capaces de transigir en lo acceso- rio sin renunciar a sus postulados. Por último, no son soluciones eclécti- cas las que se adoptan en un clima de consenso, sino las que resultan del diálogo, donde cada uno alega sus ra- zones. Georg Simmel sostuvo con induda- ble acierto que el compromiso es uno de los más grandes descubrimientos de la humanidad. Ahora bien, para que sea realmente beneficioso no basta con que se instaure un amiplio campo de entendimiento en el ámbito político. No es suficiente la buena disposición al compromiso de los po- líticos en escena. Los ciudadanos to- dos han de querer comportarse con- forme a las pautas del consenso. Sin sacrificios para el consenso en los go- bernados no se facilita el consenso entre los gobernantes; sin consen- so en la «sociedad civil» es muy difí- cil el consenso en la «sociedad políti- ca». Manuel JIMÉNEZ DE PARGA ABC (Madrid) - 26/08/1998, Página 3 Copyright (c) DIARIO ABC S.L, Madrid, 2009. Queda prohibida la reproducción, distribución, puesta a disposición, comunicación pública y utilización, total o parcial, de los contenidos de esta web, en cualquier forma o modalidad, sin previa, expresa y escrita autorización, incluyendo, en particular, su mera reproducción y/o puesta a disposición como resúmenes, reseñas o revistas de prensa con fines comerciales o directa o indirectamente lucrativos, a la que se manifiesta oposición expresa, a salvo del uso de los productos que se contrate de acuerdo con las condiciones existentes.

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  • E D I T A D O P O R PRENSA ESPAOLA SOCIEDAD ANNIMA 26 DE AGOSTO DE 1998

    DOMICILIO SOCIAL J. I. LUCA DE TENA, 7 28027 - MADRID DL: M-13-58. PAGS. 104

    FUNDADO EN 1905 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA

    A' LOS LAIN Pey-refitte escri-ba en Le Figaro el quince de junio de 1988: Despus del doce de junio (da de elecciones) y con el horizonte de 1993 (otras elecciones), Francia tiene sed de consenso. En nuestra presente situacin poltica me parece que so-mos muchos los que decimos tambin: Espaa tiene sed de consenso. Pero, de qu consenso hablaba Peyrefitte? Cmo se alcanza ese consenso que es deseado a uno y otro lado de los Piri-neos?

    Fue Augusto Comte (1798-1857) el que introdujo en el vocabulario de las ciencias sociales el trmino con-senso, en su versin latina y tomn-dolo de los escritos de Csar, Cicern y Tito Livio, los cuales lo entendan como acuerdo o consentimiento ge-neral. Pero Comt se inspira en la: medicina de su poca, que utiliza la palabra cnsensus para describir la solidaridad entre las diversas par-tes del cuerpo hunano. Comte funda la sociologa (ciencia que le debe el nombre) sobre los niodelos de la bio-loga. Busca la cohesin de la socie-dad a pesar de la diversidad de los in-dividuos que la componen, compara-ble a la variedad de los rganos que concurren a proporcionar unidad a los organismos vivos. Y llega a la conclusin de que el verdadero prin-cipio filosfico que configura el orga-nismo social es este inevitable "cn-sensus" universal que caracteriza todos los fenmenos de los cuerpos vivos, y que la vida social manifiesta necesariamente en su grado ms alto.

    El cnsensus de Comte no es una versin actualizada de la voluntad general de Juan-Jacobo Rousseau. En la doctrina positivista se incluye la idea del poder espiritual, ausen-te en el contrato social. Hay que re-conocer, sin embargo, que hasta aho-ra la voluntad general de Rousseau ha sido ms operativa, ha servido para disear los edificios jurdico-constitucionales, que el cnsensus de Comte, a pesar del refuerzo que esta ltima idea recibi en los libros de Emilio Durkheim o, recientemen-te, en los autores norteamericanos, como Talcott Parson o Daniel Bell, que por los aos cincuenta y sesenta se lanzaron a la cruzada de poner fin a las ideologas.

    El consenso, empero, ni se funda-menta en la desaparicin de las dife-rentes maneras de ser y de pensar, ni es una especie de sincretismo ideol-gico. Si as fuera entendido llevaran razn los ultras, de la derecha y de la izquierda, que lo consideran una prueba de cretinismo poltico. El con-

    SACRIFICIOS PARA EL CONSENSO

    senso que ahora anhelamos, como puntualiza tambin Thomas Fere-nczi, exige coraje e imaginacin, ya que reposa menos en la eliminacin de las diferencias que en la construc-cin de un espacio de dilogo que ase-gure la regulacin de cualquier dis-crepancia. El consenso no se conci-be sin una tensin permanente en-tre las fuerzas que se emplean para estabilizar una situacin y las que pretenden cambiarla, o, como sugie-re Paul Ricoeur, entre ideologa y utopa.

    El consenso, en definitiva, como ahora quisiramos verlo reinstaura-do en la escena pblica espaola, no es una solucin fcil generada por la pereza de los espritus o por el temor a la accin. Se trata, por el contrario, de una tarea compleja que ha de aco-meterse resueltamente arrostrando peligros.

    He escrito verlo reinstaurado porque los espaoles supimos lo que era el consenso el ao 1977 y gra-cias a este amplio campo de dilogo pudo elaborarse la Constitucin, aprobada por una gran mayora que revel el acuerdo en lo fundamen-tal. Este consenso de los das funda-cionales de la presente democra-cia fue el fruto de muchos sacrifi-cios, algunos de ellos no suficiente-mente valorados. Se sacrificaron, en el sentido de renunciar a sus ideas, aqullos que habiendo sido fieles al franquismo se sumaron sin reservas a la defensa y consolidacin del rgi-men democrtico. Y se sacrificaron, en el sentido de olvidarse de agra-vios pasados, los que se sentaron en la misma mesa de negociacin con quienes haban sido sus perseguido-res.

    El acto, de constitucin de las Cortes, despus de las elecciones del 15 de jimio de 1977, fue uno de esos espectculos grandiosos que rarsima vez se dan en la historia. Ver en los escaos a quienes venan de un inter-minable exilio, o sahan de las prisio-nes por presuntos delitos polticos, junto a los que haban ostentado car-gos durante la dictadura de cuarenta aos, es algo que mova el nimo in-fundindole asombro, deleite, dolor u otros afectos ms o menos vivos o no-bles. Desde luego, no dej impasible a nadie.

    Se consigui el consenso de 1977 y se mantuvo gracias a las renuncias y a los sacrificios de los espaoles de aquel momento. Transcurridos vein-te aos, el espacio comn para el di-

    logo se ha ido achicando. Produ-cen sorpresa las declaraciones po-lticas que men-cionan las dificul-tades presentes

    para llegar a un entendimiento. Com-parado lo que ocurre hoy en cual-quier mbito (econmico, militar, laboral, religioso, cultural o estricta-mente poltico) con lo que aconteca en 1977 en todos ellos, nos lleva a la conclusin de que las dificultades actuales, aunque distintas, son me-nores y, en cualquier caso, supera-bles.

    La diferencia entre 1977 y 1998 es que ahora falta, en la denominada sociedad civil y en la sociedad po-ltica, la voluntad de sacrificio que entonces produjo el consenso. Se ha olvidado el sabio aforismo turco: En determinadas situaciones es preciso sacrificar la barba para salvar la ca-beza. :

    El deseo de recuperar el consenso no debe interpretarse como un indi-cio de debilidad, de oportunismo o de aficin por las medias tintas o solu-ciones eclcticas. Al contrario, y co-mo explica Julien Freund en sus es-tudios sobre los conflictos, el com-promiso exige una fuerte personali-dad y mucho valor para dominar las pasiones, superar rencores y amar-guras, a fin de alcanzar la serenidad necesaria para el dilogo de entendi-miento con los adversarios. Lejos de ser una expresin de oportunismo, el compromiso a que se llega en el m-bito del consenso es fruto de una se-guridad en s mismos que han de po-seer los interlocutores, los cuales dis-tinguen lo esencial de lo secundario y con capaces de transigir en lo acceso-rio sin renunciar a sus postulados. Por ltimo, no son soluciones eclcti-cas las que se adoptan en un clima de consenso, sino las que resultan del dilogo, donde cada uno alega sus ra-zones.

    Georg Simmel sostuvo con induda-ble acierto que el compromiso es uno de los ms grandes descubrimientos de la humanidad. Ahora bien, para que sea realmente beneficioso no basta con que se instaure un amiplio campo de entendimiento en el mbito poltico. No es suficiente la buena disposicin al compromiso de los po-lticos en escena. Los ciudadanos to-dos han de querer comportarse con-forme a las pautas del consenso. Sin sacrificios para el consenso en los go-bernados no se facilita el consenso entre los gobernantes; sin consen-so en la sociedad civil es muy dif-cil el consenso en la sociedad polti-ca.

    Manuel JIMNEZ DE PARGA ABC (Madrid) - 26/08/1998, Pgina 3Copyright (c) DIARIO ABC S.L, Madrid, 2009. Queda prohibida la reproduccin, distribucin, puesta a disposicin, comunicacin pblica y utilizacin, total o parcial, de loscontenidos de esta web, en cualquier forma o modalidad, sin previa, expresa y escrita autorizacin, incluyendo, en particular, su mera reproduccin y/o puesta a disposicincomo resmenes, reseas o revistas de prensa con fines comerciales o directa o indirectamente lucrativos, a la que se manifiesta oposicin expresa, a salvo del uso de losproductos que se contrate de acuerdo con las condiciones existentes.