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El país de Altamira La región cantábrica ocupa una superficie de 2.155.630 hectáreas a lo largo de la fachada norte de la Península Ibérica, entre las desembocaduras de los ríos Eo (Ribadeo) y Adour (Bayona). Es un espacio bien definido, paralelo al litoral del Mar Cantábrico, compuesto en lo esencial por un fren- te montañoso perfectamente orientado de Este a Oeste, formado en la Orogenia Alpina. La vertien- te septentrional de la región presenta una estricta y repetitiva compartimentación en cortas y estrechas bandas lineales deprimidas, orientadas genérica- mente de Sur a Norte, que se identifican con los valles fluviales, y una franja litoral, –en general como llana- conformada a modo de “corredor” paralelo a la costa. Modelada por la acción del último período glacial y por la corta pero enérgica red fluvial, la región se articula, por tanto, en tres grandes unidades: “la Marina”, o franja litoral, los valles, ortogonalmen- te dispuestos y alineados perpendicularmente a la línea costera y los macizos montañosos de la Cordillera Cantábrica, que cierran por el Sur este espacio y lo separan de la Meseta Norte y el Valle del Ebro. Por otra parte, la región presenta dos ámbitos morfoestructurales: el occidental (oeste y centro de Asturias), constituido por materiales del zócalo paleozoico y el oriental (Cantabria y País Vasco), compuesto por rocas mesozoicas y terciarias. El segundo se superpone al primero en una zona de contacto poco definida que ocupa el oriente de Asturias y el extremo occidental de Cantabria. El “país de Altamira” se sitúa en el centro de la región cantábrica, dentro de la actual Comunidad Autónoma de Cantabria. Presenta netamente dife- renciadas las tres unidades descritas, alcanzando, tanto la franja litoral (La Marina), como los valles de la zona (Saja, Besaya, Pas y Miera), los máximos desarrollos en extensión a lo largo de la misma. En general, este sector central se caracteriza por la presencia de relieves ondulados, con altitudes moderadas nunca superiores a los 600 m. Destacan, únicamente, la Sierra del Escudo de Los tiempos de Altamira: El Solutrense y el Magdaleniense en el centro de la Región Cantábrica Ramón Montes Barquín y Pedro Rasines del Río Entorno de la Cueva de Altamira. lostiempostexto29.qxd 11/09/2002 16:43 Página 19

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El país de Altamira

La región cantábrica ocupa una superficie de2.155.630 hectáreas a lo largo de la fachada nortede la Península Ibérica, entre las desembocadurasde los ríos Eo (Ribadeo) y Adour (Bayona). Es unespacio bien definido, paralelo al litoral del MarCantábrico, compuesto en lo esencial por un fren-te montañoso perfectamente orientado de Este aOeste, formado en la Orogenia Alpina. La vertien-te septentrional de la región presenta una estricta yrepetitiva compartimentación en cortas y estrechasbandas lineales deprimidas, orientadas genérica-mente de Sur a Norte, que se identifican con losvalles fluviales, y una franja litoral, –en generalcomo llana- conformada a modo de “corredor”paralelo a la costa. Modelada por la acción del último período glacialy por la corta pero enérgica red fluvial, la región searticula, por tanto, en tres grandes unidades: “laMarina”, o franja litoral, los valles, ortogonalmen-te dispuestos y alineados perpendicularmente a lalínea costera y los macizos montañosos de laCordillera Cantábrica, que cierran por el Sur esteespacio y lo separan de la Meseta Norte y el Valledel Ebro.Por otra parte, la región presenta dos ámbitosmorfoestructurales: el occidental (oeste y centrode Asturias), constituido por materiales del zócalopaleozoico y el oriental (Cantabria y País Vasco),compuesto por rocas mesozoicas y terciarias. El

segundo se superpone al primero en una zona decontacto poco definida que ocupa el oriente deAsturias y el extremo occidental de Cantabria. El “país de Altamira” se sitúa en el centro de laregión cantábrica, dentro de la actual ComunidadAutónoma de Cantabria. Presenta netamente dife-renciadas las tres unidades descritas, alcanzando,tanto la franja litoral (La Marina), como los vallesde la zona (Saja, Besaya, Pas y Miera), los máximosdesarrollos en extensión a lo largo de la misma. En general, este sector central se caracteriza por lapresencia de relieves ondulados, con altitudesmoderadas nunca superiores a los 600 m.Destacan, únicamente, la Sierra del Escudo de

Los tiempos de Altamira: El Solutrense y el Magdalenienseen el centro de la Región Cantábrica

Ramón Montes Barquín y Pedro Rasines del Río

Entorno de la Cueva de Altamira.

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Cuadro crono - cultural delPaleolítico Superior.

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Cabuérniga y Peña Cabarga, con altitudes quealcanzan los 569 m. Es un área donde, geológicamente, predominanlas calizas del Cretácico, lo que ha favorecido eldesarrollo de fenómenos kársticos, con la forma-ción de abundantes cavernas, en general de tama-ños discretos, muchas de ellas utilizadas por elhombre durante el Paleolítico.La zona se encuentra actualmente fuertementemodificada por la acción del hombre. Hasta fechasrecientes, aparecía cubierta de potentes encinarescantábricos en terrenos de roquedo calizo, bos-quetes de robles y avellanos, y densos “bosquesgalería” a lo largo de los cauces de los ríos. Lasespecies animales más características siguen sien-do el corzo, el jabalí y el ciervo, aunque éste últi-mo llegó a desaparecer y fue reintroducido en lareserva nacional existente en la cuenca del río Saja,a mediados del siglo XX. El poblamiento humano de este sector de laregión se inició, al igual que en el resto de laCornisa Cantábrica, hace algo más de 200.000años, durante el Paleolítico Inferior. Grupos de

Homo heidelbergensis, muy similares a los recupera-dos en la Sima de los Huesos de Atapuerca, ocu-paron la franja litoral y, de manera más puntual yesporádica, los valles medios. Estas primeras ocupaciones, que se realizan prefe-rentemente al aire libre y siempre cerca de los ríoso la costa, han generado una amplia red de casi100 yacimientos al aire libre, mas algunas ocupa-ciones en determinadas cuevas, como Linar,Covalejos y El Castillo. En estos lugares se hanhallado industrias líticas del complejo industrialAchelense, entre las que son muy frecuentes los can-tos tallados, hendedores y bifaces, generalmenterealizados sobre cantos rodados fluviales de cuar-cita y arenisca.Desde finales del ultimo interglaciar, hace pocomás de 100.000 años, comienza a generalizarse latecnología propia de los neandertales, elMusteriense, caracterizada por la presencia masivade las herramientas sobre lasca: raederas, denticu-lados y puntas, esencialmente, en detrimento delutillaje pesado, propio de la fase precedente. ElPaleolítico Medio es también la “época de los

Distribución de los yacimientossolutrenses

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neandertales”, tipo humano heredero de los hei-delbergensis europeos, que pobló el continenteentre 150.000 y 30.000 años antes del presente. Susasentamientos se ubican preferentemente en cavi-dades como El Pendo, Covalejos, Linar, El Castilloo Morín, aunque se documentan algunas estacio-nes al aire libre, especialmente en relación con lacaptación y procesado de nódulos de sílex de lazona costera.Si bien existen fechas absolutas que informan de lallegada de los primeros humanos modernos desdehace 40.000 años (Cueva del Castillo), parece quela completa sustitución de los últimos neandertalespor las poblaciones modernas del PaleolíticoSuperior no concluye hasta hace unos 35.000 años,momento a partir del cual se desarrollan el com-plejo industrial Auriñaciense y, posteriormente, elGravetiense. Estas primeras industrias delPaleolítico Superior muestran, primordialmente,dos aspectos: el desarrollo de las industrias líticassobre soportes laminares y la aparición y desarro-llo de las herramientas y elementos ornamentalessobre hueso y asta: azagayas, colgantes, etc.

LA ÉPOCA SOLUTRENSE

(21.000-16.500 AÑOS ANTES DEL PRESENTE)

El Solutrense es el período central del PaleolíticoSuperior y se desarrolla en Europa a lo largo deunos 4.500 años, entre las fases Gravetiense yMagdaleniense. Se caracteriza principalmente porla aparición y generalización, entre el instrumentallítico, del retoque plano o “invasor”, especialmen-te aplicado a las puntas de caza fabricadas sobresílex y cuarcita: puntas de muesca, de hoja desauce y de base cóncava. Además, podemos rese-ñar el hecho de que el resto de las industrias líticasadquiere gran variabilidad, aumentando progresi-vamente los utensilios realizados sobre hojas ylaminillas, no muy diferentes a los de las etapasinmediatamente anterior y posterior. En losmomentos más avanzados del Solutrense aparecenindustrias líticas semejantes a las magdalenienses,

con tendencia a la desaparición de las puntas,abundancia de hojitas retocadas —generalmentede dorso— y mayor frecuencia de buriles, ademásde las piezas de dorso abatido.En lo que a la industria sobre hueso y asta se refie-re, se pone de manifiesto un progresivo aumentode su diversidad y, sobre todo, una relativa abun-dancia de agujas y azagayas, siendo característicasde este periodo las aplanadas y curvadas con elbisel central, y las de sección circular y cuadrangu-lar con biseles en la base que presentan incisionespara facilitar el agarre al astil de madera. Otrosutensilios, como los punzones, espátulas y basto-nes perforados son frecuentes, aunque en menormedida.

Clima, vegetación y fauna

Durante el Solutrense, el clima conoce, dentro delámbito siempre frío de la glaciación würmiense,dos grandes fases: el interestadio Würm III–IV,con condiciones más benignas, y los comienzosdel último estadio glacial, el Würm IV, con fríomás intenso. Hace 18.000 años, se produjo elmáximo desarrollo conocido del casquete PolarÁrtico, que alcanzó el sur de las Islas Británicas,Holanda y Alemania, dejando a buena parte deEuropa bajo condiciones periglaciares. La regióncantábrica, al igual que el resto del sudoeste delcontinente, se convirtió entonces en un área “refu-gio” para la flora, la fauna y los grupos humanos1. Todo parece indicar que la menor latitud y el efec-to atemperador de las corrientes marinas sobre ellitoral cantábrico provocaron un aumento de lapresencia humana y una intensificación de laexplotación de este territorio que constituía, enesos momentos, una de las regiones con mayorbiodiversidad de Europa. La bajada del nivel del mar, consecuencia de laabsorción de agua por la extensión del casquetePolar Ártico, generó una ampliación de la zonacostera cantábrica, abierta e inmediata al frío yborrascoso Mar Cantábrico. Esta superficie quedó

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tapizada por brezales y praderas similares a las delos ambientes esteparios. El interior, más monta-ñoso y con numerosos valles más bien cerrados,mantenía algunos hábitats abrigados de los vientosdel mar, recibiendo precipitaciones suficientespara permitir el desarrollo de manchas de arbola-do y bosquecillos locales. Las altas crestas y losvalles elevados de la Cornisa Cantábrica estabanocupados por glaciares y las nevadas debían de serabundantes, situándose el nivel de nieves perpe-tuas a unos 1.500 metros de altitud en los momen-tos más fríos. Las laderas con fuertes pendientes y,especialmente, las orientadas al norte, probable-mente se hallarían desnudas. A pesar de las rigurosas condiciones climáticas,este medio era rico en caza, pescado y marisco. Porello, debió de tener un gran atractivo para los gru-pos de cazadores-recolectores, comparado con elambiente menos productivo y más áspero del cen-tro de Europa o de la Meseta española.A lo largo y ancho de las llanuras litorales, ricasen pastizales, se produjo una notable expansiónde las manadas de bisontes, caballos y ciervos,con la aparición esporádica de otras especies,como los renos, en los momentos más rigurosos.La cabra montés y el rebeco eran también fre-cuentes en zonas bajas de roquedo calizo próxi-mas al mar. En los cortos y relativamente cauda-losos ríos cantábricos, la presencia de salmones,truchas y otras especies menos aptas para el con-sumo era abundante, fundamentalmente, en losmeses centrales del año. La presencia de pequeños animales sensibles a loscambios climáticos, como el topillo nórdico —ahora su límite meridional de expansión esHolanda— o el molusco marino denominadoCyprina islandica —en la actualidad habitante delMar Ártico— informan de las frías condicionesque reinaban en la región.

Los yacimientos: situación y caracteres

El clima debió de condicionar enormemente laelección del hábitat, como revela la ausencia deasentamientos de esta época por encima de los 400metros de altitud.En la actualidad, conocemos un total de 22 yaci-mientos con evidencias solutrenses en el “país deAltamira” (a ellos podemos sumar la cueva de LaLlosa, con manifestaciones artísticas presumible-mente solutrenses, pero sin yacimiento acreditadode este período). De ellos, 19 son yacimientos encavidades, y tan sólo 3 se ubican al aire libre. Estaproporción habría que atribuirla tanto al ambientemás bien frío, que invitaría a buscar refugio en lascuevas, como a la mejor conservación del registroarqueológico en las grutas. Así, serán los abrigos y cuevas de la llanura litoral,con vestíbulos amplios y soleados, los lugares pre-ferentemente elegidos para la instalación de los

Puntas solutrenses de sílex(Cueva de Altamira)

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campamentos, resultando más escasos los yaci-mientos ubicados al interior de la región y, aúnmás raros, los localizados al aire libre. Además,éstos últimos parecen estar más bien relacionadoscon actividades concretas de subsistencia, como lacaptación y talla de sílex o la caza, que con fun-ciones de residencia.La mayor densidad de cavidades ocupadas en ellitoral puede tener relación con la existencia de unmodelado orográfico menos tortuoso y con la pre-sencia de vastas zonas abiertas, salpicadas de áreasmás resguardadas (vallejos o amplias dolinas calcá-reas) donde el bosque caducifolio subsiste, a pesarde los rigores invernales de la glaciación.No podemos olvidar que, debido a la recuperacióndel nivel del mar, al finalizar la última glaciación,muchos enclaves costeros quedaron sumergidos,lo que seguramente supuso su pérdida irreparable.Únicamente conocemos los yacimientos que seencontraban en áreas interiores de La Marina, comola propia Altamira.

Es una constante que tan solo se documente unnivel estratigráfico por yacimiento con eviden-cias de este período, con la excepción de lacueva del Ruso I, en donde se han localizadodos: uno del Solutrense pleno, y otro, de losmomentos finales. Los niveles suelen ser espe-sos —entre 50 y 100 cm— aunque existenexcepciones que indican, bien una conservacióndeficiente de los estratos originales, debida acausas naturales (erosiones), bien que las ocupa-ciones fueron limitadas o esporádicas. Los estra-tos espesos, como los de La Meaza (80 cm), laPeñona de Caranceja (80 cm), Hornos de laPeña (al menos 50 cm), El Pendo (+ de 50 cm)o Altamira (entre 40 y 80 cm), parecen el resul-tado de la acumulación de presencias reiteradasa lo largo del tiempo, más que de una perma-nencia continuada y estable.En ninguno de los enclaves del “país de Altamira”ha sido posible, hasta el momento, discriminaráreas de actividad cotidiana diferenciadas, nidocumentar enterramientos. Por otro lado, sólodisponemos de dos dataciones absolutas, ambasobtenidas por Carbono 14, de estos yacimientos.La primera se obtuvo en el nivel de Altamira, conun resultado de 18.540 + 540 años antes del pre-sente. La segunda, procede del nivel delSolutrense final del Ruso I, con una fecha de16.410 + 210 antes del presente.

Las evidencias del Solutrense

Una característica común a todos los yacimientosubicados en cavidades es la elevada concentraciónde vestigios, tanto de industrias sobre piedra, astao hueso, como de alimentación (huesos y conchasmarinas, esencialmente). Ello parece fruto de unaocupación intensa de los asentamientos, segura-mente por tratarse éstos de “campamentos base”con una función de hábitat semipermanente y,también, por producirse un incremento en losefectivos de la población humana que implicó,por primera vez en la región, la utilización de

Puntas de azagayas solutrenses deasta de ciervo (Cueva de Altamira)

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Arte solutrense: caballos y ciervopintados en el techo de la “galería A”de la Cueva de la Pasiega

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todas las áreas susceptibles, orográfica y climáti-camente, de ser ocupadas.Incluso los yacimientos interpretados como asen-tamientos estacionales o especializados —aposta-deros de caza, estaciones en zonas de recolección,etc.— registran, habitualmente, una considerabledensidad de restos que viene a confirmar el usoreiterado de los mismos.La tabla 1 sintetiza los contenidos arqueológicosconocidos en los yacimientos de la zona y la hipó-tesis de interpretación más comúnmente aceptadapara cada enclave, en función de su ubicación y suscaracterísticas.Durante el Solutrense, se alcanza la plenitud de lossistemas de explotación intensiva del territorio, apartir de una serie bastante limitada, pero muy ren-table, de recursos. Los cazadores-recolectores seespecializan en la caza del ciervo, en el área litoral,y de la cabra montés, en las zonas interiores deroquedo -a lo que hay que añadir la progresiva dis-minución de la caza de grandes ungulados, comocaballos y bóvidos-. Aumenta, paulatinamente, elconsumo de alimentos de origen marino —lapas ycaracolillos esencialmente, aunque aparecen inclu-so restos óseos de focas y de otras especies mari-nas— y de pescado fluvial: trucha y salmón prin-cipalmente. También se recurría a la recolección devegetales comestibles.La difusión del retoque plano —frecuentementebifacial—, que se asocia a la fabricación de puntaslíticas, constituye el hito tecnológico más caracte-rístico de esta fase. De hecho, debido a que su apa-rición y desarrollo coinciden plenamente con ella,estos proyectiles son conocidos como “puntassolutrenses”. En casi todos los yacimientos apare-cen en mayor o menor cantidad, siendo especial-mente abundantes las puntas de base cóncava y, alfinal de período, las de muesca. Las puntas de basecóncava son prácticamente exclusivas de la regióncantábrica y parecen ser el resultado de una adap-tación técnica a la fabricación de puntas sobrematerias primas de difícil talla como la cuarcita,muy empleada en la región ante la relativa escasezde sílex. La desaparición de las puntas de retoque

plano, asociada a otros avances, marca el final delSolutrense cantábrico.A las puntas debemos sumar otros tipos de uten-silios: buriles, raspadores y perforadores, entreotros, y una cantidad de laminillas de borde abati-do cada vez más importante que seguramentetiene relación con la aparición y generalización deutensilios compuestos como piezas de madera,hueso o asta con ranuras, donde se insertan,mediante el encolado con resinas de abedul o pino,estas pequeñas piezas líticas.La generalización de las agujas de coser sobrehueso y el progresivo aumento de las azagayassobre asta —incremento limitado por la importan-cia de las puntas líticas de retoque plano— sonotro hecho destacado desde el punto de vista de lacultura material. Entre las azagayas destacan, porsu frecuente aparición, las de sección circular conbisel en la base, y las biapuntadas de aplanamientocentral, por ser casi exclusivas de este período.

Formas de vida

A partir de la distribución de los yacimientos y delas evidencias recuperadas en los mismos, es posi-ble un mínimo acercamiento a los modos de sub-sistencia de los grupos humanos del período, loscuales exponemos a continuación.Se ocupan la totalidad de las áreas que, biogeográ-ficamente, reúnen condiciones adecuadas (vallesbajos y área litoral, principalmente). Son las másbajas y próximas al mar, las más intensamentehabitadas, mientras que las áreas más interiores yabruptas se utilizan estacionalmente, seguramenteen los meses de primavera y verano.Determinadas cavidades, estratégicamente ubicadasen el territorio litoral y con amplios y soleados ves-tíbulos, son reiteradamente ocupadas, apareciendouna serie de pequeños yacimientos tanto en cuevacomo, en menor medida, al aire libre, diseminadosen zonas particularmente estratégicas, bien para laexplotación estacional de recursos, bien para la cap-tura de especies animales concretas (tabla 1).

A la derecha Tabla 1:Yacimientos Solutrenses.

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Yacimientos Solutrenses

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Se deduce, a partir de lo anterior, la existenciade una estudiada y compleja estrategia de explo-tación del medio, con movimientos estacionalespor áreas relativamente pequeñas pero muyproductivas.La especialización en la caza de ciervos en LaMarina y zonas bajas de los valles, de cabras enzonas de roquedo, así como la recolección demoluscos marinos, se incrementa a lo largo deesta fase. La recolección de vegetales, a pesarde su importancia, pudo verse condicionadapor las limitaciones de un paisaje vegetal sujetoa fuertes degradaciones climáticas, donde laspraderías debieron de adquirir un notable pro-

tagonismo en detrimento de las zonas boscosasmás fértiles.La difusión y perfeccionamiento de las agujas decoser informa de la existencia de artesanías rela-cionadas con la fabricación de ropas, recipientesy tiendas de piel.En definitiva, el Solutrense supone el inicio de laépoca de plenitud de las sociedades de cazadores-recolectores que poblaron la región cantábricadurante el Pleistoceno y la consolidación de lasformas de vida que permitieron, tanto en esta fase,como en el Magdaleniense, alcanzar las mayorescotas de bienestar y progreso tecnológico conoci-das en los tiempos paleolíticos.

Arte solutrense: Cierva y caballopintados (Cueva del Pendo)

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Los artistas solutrenses

El arte de esta etapa supone un puente entre losinicios de la expresión plástica, constatados alcomienzo del Paleolítico Superior (Auriñaciense yGravetiense), y la eclosión de las grandes manifes-taciones artísticas del posterior períodoMagdaleniense, momento en el que se alcanzará elcenit del arte de los pueblos cazadores europeos. Alo largo del Solutrense irán surgiendo y desarro-llándose muchos de los recursos técnicos y estilís-ticos que permitirán la creación de obras artísticasde la calidad de los bisontes de Altamira o lasespectaculares representaciones sobre asta y huesopropias de las fases finales del Paleolítico. Prácticamente todos los yacimientos del entorno deAltamira han proporcionado objetos decoradossobre asta, hueso y diente. En estas decoraciones,son especialmente frecuentes los motivosgeométricos en colgantes y objetos utilitarios yotros de uso desconocido, siéndolo algo menos lasrepresentaciones de animales y signos. En cualquiercaso, este arte mobiliar parece estar más relacionadocon el adorno personal y la vida cotidiana que conel simbolismo de tipo religioso. Entre los elementosmás representativos podemos citar varias esquirlasóseas con grabados incisos finos de líneas paralelasy en damero, el colgante denominadotradicionalmente “Venus de El Pendo” (fig. 32 delcatálogo) y los colgantes, sobre hueso hioides decaballo, de Altamira (fig. 26 del catálogo). Más escaso es el arte rupestre, posiblemente por-que sólo se produjo en las cavidades que acogieronritos de corte espiritual. En lo esencial, se caracte-riza por el dominio del color rojo, el empleo de lostrazos simples y los realizados con puntos —tam-ponados—, la ejecución de figuras animales a par-tir de la extensión del pigmento por la pared—técnica de la tinta plana— y la generalización delos grabados realizados a buril, habitualmente detrazo simple y único. Los temas más representati-vos son, por este orden, los cérvidos, especial-mente las ciervas, los caballos, las cabras y, enmenor medida, los bóvidos, rebecos y otras espe-

cies animales. Los signos cuadriláteros, los realiza-dos con líneas de puntos y, con menor frecuencia,el resto de signos son, asimismo, habituales enestos conjuntos. La representación de manos,característica de fases presolutrenses, también sedocumenta puntualmente. Es el caso de las manosnegativas, en negro, y las positivas, en rojo, del sec-tor derecho del techo de Altamira.A pesar de que actualmente existen algunas basessólidas para retrotraer la cronología -presuntamen-te solutrense-, de ciertas representaciones de lacueva de La Garma (sector III), del conjunto delfriso de las pinturas de El Pendo, quizás de LaLlosa, e incluso, de las pinturas rojas del Salitre,caracterizadas por la aparición de animales realiza-dos a partir de tintas planas, tamponados y trazos“babosos” de color rojo, hasta fechas que alcanzanel Gravetiense pleno, tendemos a considerar estosconjuntos parietales como partes de un mismogrupo artístico pre-magdaleniense. Dentro de ésteno se documentan rupturas estilísticas ni temáticasimportantes y sí una notable filiación y cierta con-tinuidad, tanto en los temas como en técnicasdesde, al menos, el final del Gravetiense hasta laspostrimerías del Solutrense.Los conjuntos más representativos de cronologíaSolutrense, en la zona que analizamos, son: LaMeaza, el sector derecho del gran techo deAltamira, parte de los conjuntos de El Castillo y LaPasiega, El Pendo, La Llosa, el sector III de LaGarma, El Salitre, y quizás Cualventi, es decir, untotal de 10 de los 22 yacimientos conocidos. Uncaso aparte lo constituye la cueva de LasChimeneas, la cual, hasta fechas recientes, ha sidoconsiderada solutrense desde un punto de vistatanto técnico como estilístico y, sin embargo, unadatación absoluta por Carbono 14 ha situado en elMagdaleniense Inferior.Al margen de los conjuntos, quizá más antiguos,de La Garma y El Pendo, la mayor concentraciónde este período se registra en las cavidades de LaPasiega (galerías A, B y C), El Castillo y, muy espe-cialmente, en el sector derecho del gran techo deAltamira, donde encontramos un gran conjunto

Recreación de los cazadores –recolectores del Paleolítico Superior

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de caballos realizados en tinta plana y tamponado—todo ello en rojo— algunos animales comple-mentarios, cabra y bisontes, y varios signos realiza-dos con puntos rojos. En los restantes casos noshallamos ante pequeños paneles dominados, bienpor los signos (La Meaza, La Llosa…), bien porlos temas animales más frecuentes (Salitre). Enalgunas grutas, como Cualventi o Alto delPeñajorao, no se conoce con precisión su compo-sición temática, al tratarse de restos muy perdidoso manchas informes.

LA ÉPOCA MAGDALENIENSE

(16.500 – 10.800 AÑOS

ANTES DEL PRESENTE)

El Magdaleniense es un período cultural definidoa partir de los tipos de herramientas de piedra y,sobre todo, de asta y hueso que se han conserva-do. En realidad, hay una continuidad entre lasfases más tardías del Solutrense y las primeras delMagdaleniense. A menudo, los niveles magdale-nienses más antiguos se depositan directamentesobre los últimos solutrenses. Apreciamos lasdiferencias a través de las dataciones absolutas, dela presencia de determinados “fósiles–guía” (ele-

mentos característicos de un período) y de ciertaspeculiaridades de sus industrias. Nada induce apensar en un cambio drástico en sus formas devida y subsistencia; más bien se produce una pau-latina evolución tecnológica que irá acelerándosedurante las últimas fases del Pleistoceno Superior.En la industria lítica, el inicio del Magdaleniensesupone la desaparición del retoque plano caracte-rístico del Solutrense. Aunque los instrumentosmás frecuentes son los raspadores y los buriles,existe una notable diversidad de útiles, elaboradospara realizar las tareas propias de su modo devida: grabar, descuartizar los animales abatidos,cortar la carne y el cuero, curtir las pieles, perfo-rarlas para coserlas, trabajar la madera, el hueso yel asta de ciervo, etc. Su forma es similar a la delas etapas inmediatamente anteriores. Para elabo-rar estos objetos se extraen láminas de tamañomedio o grande a partir de núcleos, habitualmen-te de sílex y en menor medida de cuarcita. La tec-nología basada en la producción y retoque depequeñas láminas tiende a incrementarse en lasfases más recientes del Magdaleniense y, especial-mente, en el período siguiente, el Aziliense.Pero lo que verdaderamente caracteriza alMagdaleniense es la variedad de útiles de granperfección técnica y con frecuencia decorados,realizados sobre hueso y asta: espátulas, varillas,puntas de azagaya para la caza, arpones para lapesca, punzones y agujas para coser, colgantespara el adorno personal, bastones perforados,etc. La decoración de estos objetos se limita amotivos geométricos aunque, en ocasiones, segraban bellas figuras de animales que, en losejemplares más refinados, llegan a constituirauténticas obras de arte. Este tipo de decoraciónes más frecuente en los artefactos de mayor dura-ción e incluso en objetos sin aparente funciónútil, como huesos planos o placas de piedra.

Bisontes europeos

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Clima y Paisaje

Todo el Magdaleniense discurre en el último tramode la glaciación de Würm, dentro del períododenominado Tardiglacial. Es un clima riguroso enel que se suceden momentos frescos y húmedoscon otros más fríos y secos. La alternancia de estosepisodios produjo sucesivos descensos y elevacio-nes del nivel del mar que se tradujeron en varia-ciones en la posición de la línea de costa. En losmomentos más crudos, ésta retrocedía hacia elnorte y quedaba al descubierto una franja litoralque, entonces, era ocupada por el hombre y cuyosyacimientos se encuentran, en la actualidad,sumergidos en el mar. Durante esta época, el “país de Altamira” ofreceuna notable diversidad de biotopos y microclimas.En pocos kilómetros se pasa de la zona litoral,receptora de la influencia oceánica, a los parajes demontaña. Los valles, en ocasiones profundos y tor-tuosos, alteran el sentido de los vientos y causanuna sucesión de solanas y umbrías.

El paisaje vegetal se transformaba al tiempo que lohacían las condiciones ambientales. En general,fue abierto, dominando las grandes extensiones delandas y praderas. Los escasos árboles y arbustostendían a concentrarse en manchas boscosas ybosquecillos desarrollados en los lugares más favo-rables para su crecimiento, aprovechando las varia-ciones de la orografía y los microclimas.Todo ello propició el desarrollo de una fauna ricay variada. Como en el Solutrense, los ciervos y, enlas regiones más abruptas, las cabras monteses fue-ron las especies más cazadas, seguidas del caballo,los grandes bóvidos, el rebeco, etc.

Cronología y períodos

El Magdaleniense se desarrolla en la región cantá-brica durante casi seis milenios (16.500 - 10.800años antes del presente). En este vasto intervalotemporal no sólo se produjeron modificaciones enel clima, sino que la cultura humana evolucionó

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Distribución de los yacimientosmagdalenienses

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continuamente, adaptándose a nuevas circunstan-cias, lo que ha permitido a los prehistoriadores dis-tinguir varias etapas. En su primer momento, el Magdaleniense Inferiorarcaico, las condiciones ambientales son de transi-ción entre el final de una fase muy húmeda y elcomienzo de un período seco y de temperaturasmás severas. De esta época, tenemos evidenciasen la cueva de Rascaño donde, al margen de ladesaparición de las puntas solutrenses, son carac-terísticas las azagayas de base monobiselada ydecoración en espiral.El Magdaleniense Inferior, rico en raspadoresnucleiformes y azagayas de sección cuadrangular ybase en monobisel, es una fase bien representadaen la Cornisa Cantábrica. Se extiende entre el16.500 y el 14.000 antes del presente. ParaAltamira, esta fue una época de esplendor, la cuevafue ocupada con frecuencia durante más de dosmilenios, y el santuario rupestre se enriqueció conla creación de las famosas “pinturas policromas”que continúan causando sorpresa y admiración alhombre actual.

Los cazadores-recolectores también vivieron enotras cavidades del entorno inmediato deAltamira. En la cuenca de los ríos Saja y Besaya, lacueva de Hornos de la Peña fue ocupada duranteestos momentos antiguos del Magdaleniense. Enel valle del Pas, las magníficas condiciones para elhábitat de la Cueva del Castillo, tal y como suce-día desde hacía más de cien mil años, seguían atra-yendo a los grupos paleolíticos, que dejaron unaestratigrafía arqueológica de este momento demás de 1,5 m de espesor. En la zona litoral, habi-taron intensamente la cueva del Juyo, donde acu-mularon un ingente depósito de restos con milla-res de huesos de ciervo. Hacia el interior, explota-ron, sobre todo en la primavera y verano, el paisa-je abrupto de la cueva de Rascaño, cazando prefe-rentemente cabras y pescando salmones y truchasen el río Miera. La cueva de la Garma (Omoño)también sirvió de refugio a las bandas delMagdaleniense Inferior.El Magdaleniense Medio (14.000 – 13.000 B.P.)es una fase más corta que ha dejado menornúmero de yacimientos. Existen evidencias en la

Buriles magdalenienses de sílex(Cueva de La Pila)

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cueva de La Garma y, probablemente, en las deAltamira, Rascaño, El Castillo y El Juyo.El Magdaleniense Superior-Final (13.000 -10.800 B.P.) se caracteriza por la progresivaabundancia de útiles microlíticos, el incrementodel porcentaje de buriles y la presencia de arpo-nes sobre asta de ciervo de una y dos hileras dedientes y de azagayas de doble bisel. En estaetapa, ya no se habita la cueva de Altamira quehabía sido cerrada por el derrumbe del techo dela entrada. No obstante, crece el número de cue-vas ocupadas, tal vez coincidiendo con unaumento demográfico: Sovilla, El Linar, La Pila,El Castillo, El Pendo, Morín, Rascaño, La Garmay, quizá, El Piélago.

El Poblamiento

El estudio de los yacimientos arqueológicos mag-dalenienses nos permite conocer su distribuciónen el territorio, cuáles se utilizaron para vivir, cuá-les fueron santuarios rupestres, cuáles participaronde ambas actividades y cómo los hombres y muje-res de esta época respondieron a los retos que lavida les planteaba.Presumiblemente, los asentamientos al aire libre,sobre todo, campamentos menores, de paso oespecializados, no debieron de ser raros. Sinembargo, sus restos han sido borrados por la ero-sión o enterrados. Fueron las cuevas y abrigos loslugares que ofrecían el mejor amparo ante lasinclemencias del tiempo y los preferidos comocampamentos residenciales y logísticos.La continuidad con el patrón de poblamientoanterior es evidente. Los magdalenienses habita-ban preferentemente la zona costera; seguramen-te por disponer de mejores comunicaciones —tanto a lo largo del corredor litoral como paraadentrarse hacia el interior de la región a través delos valles fluviales—, contar con un clima menosriguroso que en las zonas de montaña y disponerde mayor riqueza de recursos para la subsistencia.Los yacimientos magdalenienses coinciden en

numerosas ocasiones con los solutrenses. Suelenlocalizarse cerca de la orilla actual del mar, en lascrestas o en colinas de las llanuras costeras y enlos valles fluviales bajos.De este modo, las sociedades magdalenienses ocu-paron la franja costera, remontaron los cauces flu-viales y alcanzaron zonas de montaña. Vivieron,no sólo en la Cueva de Altamira, sino también enotras cavernas situadas en el entorno (tabla 2).El apreciable incremento de yacimientos magdale-nienses respecto a los solutrenses acaso esté mar-cando, siempre dentro de la baja densidad depoblación propia de todo el Paleolítico, un ciertocrecimiento demográfico, que se acentuará en losmomentos finales del período.

El arte del Magdaleniense

El arte paleolítico evoluciona y alcanza durante elMagdaleniense su apogeo, tanto en sus manifesta-ciones parietales como muebles. Las obras de artemobiliar son más abundantes que en cualquier otro

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En la página siguiente tabla 2:Yacimientos Magdalenienses

Puntas de azagayas magdaleniensesde asta de ciervo (Cueva del Castillo).

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Yacimientos Magdalenienses

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período anterior, sobre todo en algunas estacionesprivilegiadas, como El Pendo, que ha proporciona-do una de las mejores colecciones de todo elPaleolítico europeo: bastón perforado decoradocon ciervo, ciervas y équido (fig. 38 del catálogo);bastón perforado con cabra en visión frontal;hueso grabado con caballo en el anverso y serpen-tiforme en el reverso; hueso con caballo y bóvido;compresor con caballo (Foto. 12); colgante decora-do denominado “bramadera del Pendo” (fig. 39 delcatálogo); colgante con representación de pez (fig.10 del catálogo)... Podemos mencionar otras bellasobras halladas en el “país de Altamira”: el contor-no recortado de cabeza de cierva del Juyo (fig. 34del catálogo); el hueso con grabado de caballo deLa Pila (fig. 35 del catálogo); el bastón perforadocon ciervo de Cualventi (fig. 37 del catálogo); elbastón perforado con ciervo del Castillo (fig. 36 delcatálogo); la espátula de hueso decorada con cabra

montés de La Garma; los omóplatos con ciervasdel Castillo (fig. 33 del catálogo); las plaquetas dearenisca de Sovilla (una con cabeza de cabra, y otracon una línea cérvico-dorsal de cuadrúpedo) etc.Los artistas se esforzarán por acercar la imagen delos animales a la realidad, adoptando la perspecti-va adecuada (especialmente patente en las corna-mentas), el despiece en el interior de la figura (paramarcar el límite entre superficies de distinta colo-ración o longitud de pelaje) e introduciendo recur-sos técnicos como el grabado estriado o la combi-nación de dos colores. Resulta, ahora, más fre-cuente que en los períodos anteriores la asociaciónde pintura y grabado, el empleo de éste en formade trazo simple repetido, la representación de lascuatro patas de los animales -incluyendo detallescomo ollares, ojos y boca- y el equilibrio entre laslíneas que configuran las siluetas (pectoral, ventral,cérvico – dorsal, extremidades, etc.).

Arte magdaleniense: fragmento dehueso con caballo grabado (Cueva delPendo)

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Arte magdaleniense: bisonte pintado(Cueva de La Pasiega)

A veces, ciertos procedimientos de despiece seaplican en función de la especie animal. En loscaballos pueden aparecer líneas de división en elextremo de la cara que aislan el morro, o bien sedistribuye la zona interior a través del despiece en“M” que marca el límite entre el área ventral y elresto del tronco. Sin embargo, en las cabras, el des-piece ventral suele ser rectilíneo. Los bisontes pue-den llevar una línea oblicua, extendida desde laspatas anteriores a la cola que individualiza la giba ola pelambrera del cuello, seguida de una peculiarbarbilla apuntada. Estos bóvidos portan, habitual-mente, una línea que se extiende desde el ojo alnacimiento del cuerno y la oreja.En el Magdaleniense proliferan los santuariosrupestres: Altamira, El Castillo, La Pasiega, LasMonedas (Puente Viesgo), Chimeneas (PuenteViesgo), Las Aguas (Novales), El Linar (La Busta),Sovilla, Hornos de la Peña (Tarriba), La Garma....Tras este período de florecimiento, el arte parietalse desvanece y no se encuentran rastros de él en laépoca aziliense.

El Magdaleniense: un estilo de vida

Conocemos la vida de los cazadores-recolectoresmagdalenienses gracias a los restos de sus activida-des descubiertos en las cuevas que ocuparon.Pudo existir hábitat al aire libre, como sucedió enotros lugares de Europa, pero en la región cantá-brica no se ha encontrado ninguna evidencia. En los vestíbulos de las cavernas, iluminados porla luz diurna y protegidos de las inclemenciasmeteorológicas, desarrollaban las tareas cotidia-nas. En este entorno acogedor, acondicionaronel espacio y distribuyeron sus quehaceres, regu-lando, según el ciclo solar, el ritmo de sus activi-dades. El calor y la luz de los hogares, especial-mente a partir del crepúsculo, aglutinarían la vidadel grupo. Al final de la jornada, este ambienterecogido y sugestivo posiblemente animó la con-versación y la transmisión oral de las tradicionesy las leyendas ancestrales.

Las cornamentas de los ciervos y los huesos eranla materia prima para fabricar instrumentos meti-culosamente pulimentados, como punzones paraperforar las pieles, delicadas agujas para coser ypuntas de azagaya para la caza. Tallaban piedras desílex y cuarcita, entre otras, convirtiéndolas en efi-cientes herramientas: raspadores, buriles, perfora-dores, cuchillos, raederas, denticulados, muescas,laminillas de dorso, etc. Debieron de aprovechartambién la madera para fabricar un diversificadoinstrumental aunque, debido a su carácter perece-dero, su conservación es excepcional.Las pieles de los animales abatidos eran secadas,una vez retirada la grasa de la cara interna con ras-padores de piedra, en bastidores de madera. Mástarde, se curtían con ocre y otras sustancias.Finalizado este proceso servían para confeccionarropa, zurrones, etc.

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Los magdalenienses se preocuparon de completarsu vestimenta, ataviándola con diversos objetoscomo dientes, manifestando predilección por loscaninos atrofiados de ciervo, y las conchas perfo-radas que se cosían a la ropa o formaban parte dellamativos collares.La caza, la pesca, el marisqueo y la recolección devegetales les proporcionaban el sustento. En elterreno cinegético, los magdalenienses se especia-lizaron en la cacería del ciervo y, en las áreas mon-tañosas, de la cabra. Otras especies, como el bison-te, el caballo e, incluso, el rebeco fueron captura-das, aunque con menos frecuencia. Se aprovecha-ban íntegramente: carne, grasa, tuétano, tendones,cuero, astas, huesos... También se incrementó laexplotación de diversos recursos como la pescafluvial, sobre todo, de salmones y truchas, y elmarisqueo, con preferencia por lapas (Patella vulga-ta) y caracolillos (Littorina littorea) de buen tamaño. La recolección de vegetales, seguramente, fue muyimportante en su dieta pero, dada su efímera pre-servación, apenas ha dejado rastro en el registroarqueológico. No obstante, el estudio de dos dien-tes recuperados en la cueva del Rascaño apuntahacia la importancia de los recursos vegetales en laalimentación cotidiana.Vivían congregados en bandas de cazadores-reco-lectores. Es decir, agrupaciones itinerantes, conescaso número de personas, apenas unas decenas,unidas por lazos de parentesco, con tendencia a ladistribución igualitaria de los bienes, en las queexistiría un liderazgo informal. El trabajo se repartiría, muy posiblemente, segúnla edad, el sexo, la habilidad y la posición de cadamiembro del grupo. La supervivencia era una tareaen la que todos participaban: hombres y mujeres,adultos y niños. La mayoría de los adultos eranjóvenes, siendo poco habitual la supervivencia porencima de los cuarenta o cincuenta años.Desconocemos dónde y cómo enterraban a susmuertos. En nuestras latitudes, a diferencia deotras regiones de Europa, no se han encontradoenterramientos de esta época, ni en cuevas, ni alaire libre.

Nos hallamos, en el momento álgido de los grupospaleolíticos: su régimen de vida había alcanzado lamadurez. Eran seminómadas y sus movimientospor el territorio fueron más fluidos y planificados,buscando, en cada circunstancia, los lugares máspropicios en función de los desplazamientos de losanimales que les servían de alimento y de losdemás recursos disponibles. El pasillo litoral y losvalles de los ríos servían de vías de comunicación,rigiéndose, los traslados, por ciclos estacionales.Así, las zonas de montaña, adecuadas para la cap-tura de especies adaptadas a una orografía abrup-ta, como la cabra, se ocuparían en primavera yverano, cuando las temperaturas se moderaban. Laépoca en que el salmón remonta el curso de losríos para el desove atraería a los hombres hacia lasriberas, mientras que los períodos de mareas vivasinvitarían a acercarse a la costa para practicar elmarisqueo con mejor rendimiento. Las tempora-das de maduración de los diversos frutos silvestresmarcarían el viaje hacia áreas fecundas para larecolección de cada uno de ellos. Estas actividades económicas no siempre suponíanel traslado de toda la banda, sino que se podíanorganizar partidas que explotaban puntualmente elrecurso y regresaban al campamento base donde locompartirían con el resto del grupo. Esta dinámica de asentamientos por el territoriohizo que no fuera uniforme el sistema de ocuparlas cuevas. Unas, como El Castillo, amplias y biensituadas en lugares estratégicos algo elevados, condominio visual del territorio y control de los movi-mientos de la caza y otros grupos humanos, res-guardadas de las crecidas de los ríos, próximas azonas de aprovisionamiento de materias primas,con agua y copiosos alimentos en su entorno, serí-an campamentos base, poblados durante buenaparte del año. Otras, más pequeñas, ubicadas juntoa recursos estacionales, como Rascaño, acogeríanpartidas menos numerosas en intervalos de tiem-po más cortos. Serían campamentos satélite, arti-culados en torno al campamento base. Podríandesempeñar distintas funciones: campamentos depaso para muy cortas estancias, campamentos de

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trabajo para el abastecimiento de materia lítica,caza, recolección, etc. Ciertas cavernas de hábitatcuentan con manifestaciones artísticas parietalespero otras no. Además, existen grutas con arterupestre sin vestigios de habitación (Chimeneas yMonedas), por lo que parece que su única funciónfue la de santuario.Quizá, los grupos locales de un amplio territoriose reuniesen periódicamente en unidades residen-ciales importantes, aprovechando la concentra-ción de recursos en puntos precisos, como laszonas de paso de manadas en sus movimientosmigratorios, en determinadas épocas del año.Estos sitios de agregación de las bandas tal vezposeyeran una especial significación simbólica yacogieran ciertas celebraciones. Servirían para elintercambio no sólo de productos, técnicas yexperiencias, sino también de personas, lo queevitaría problemas de endogamia y consanguini-dad. Algunos prehistoriadores piensan queAltamira pudo ser uno de estos lugares.

El ocaso de los tiempos glaciares

Hace unos 10.000 años, durante el período cultu-ral Aziliense, acababa la última pulsación fría de laglaciación de Würm y con ella el Pleistoceno.Comenzaba entonces el período en el que nosencontramos actualmente: el Holoceno. El clima experimentó un cambio decidido haciacondiciones menos rigurosas. De este modo, lastemperaturas ascendieron y aumentó la pluviosi-dad, avanzando los bosques y transformándose elpaisaje vegetal. Los árboles propios de clima oceá-nico colonizaron los valles y las laderas de lasmontañas. Los animales mejor adaptados al fríomigraron hacia latitudes septentrionales o se extin-guieron, mientras proliferaron otros, como elcorzo o el jabalí, más favorecidos por los ambien-tes templados y boscosos. La cultura cambió, acomodándose a los nuevostiempos y adquiriendo nuevas estrategias de super-vivencia. El mundo espiritual, los mitos y creencias

de los cazadores-recolectores del PaleolíticoSuperior se diluyeron y su formidable arte, expre-sión primigenia del genio creador humano, quedódormido en el subsuelo y en las paredes de lascavernas. El gran libro de la Historia había pasadouna de sus páginas más pasionantes.

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1 Ver capítulos de Altuna, J. y Carrión, J. S.; Dupré, M.en este mismo libro.

Notas

Arte magdaleniense: caballo y renopintados (Cueva de Las Monedas)

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