loto negro - laura joh rowland
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cadáveres, Sano señala comoprincipal sospechoso a unasupuesta huérfana de quince añolamada Haru, quien, entre aturdiday desconfiada, se niega a confesao que sabe. Ante tal situación
Sano no tiene más remedio querecurrir nuevamente a su mujeReiko, y lo que ésta averigua es ta
espeluznante que el detectivesamurái se niega a creerlo. ¿EHaru una ninfómana y unamentirosa compulsiva, como afirma
Sano, o se trata de una víctima mádel Loto Negro, la secta que pareceestar detrás de los secuestros de
niños, del envenenamiento de lo
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pozos de agua y de ladesapariciones de adultos ocurridaen los últimos tiempos, comopretende haber descubierto ReikoAsí pues, marido y mujer, con surespectivos ayudantes, se
enfrentarán por separado a lonumerosos peligros de la corte ucharán contra una misteriosa
organización secreta para intentaresolver el caso y, en últimoextremo, salvar a su propia familia.
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Laura Joh Rowland
Loto negroSano Ichiro - 6
ePub r1.0Titivillus 11.04.16
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Título original: Black LotusLaura Joh Rowland, 2001Traducción: Gabriel Dols Gallardo
Diseño de cubierta: Joe RobertsEditor digital: TitivillusePub base r1.2
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a mi hermano, Larry Joh
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Templo de Zojo
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Edo
Periodo Genroku,año 6, mes 8
(Tokio, septiembre de 1693).
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Prólogo
零
El día de la tragedia amaneció con u
resplandor iridiscente en el cieloriental. Las estrellas desaparecieron, el cuarto creciente se apagó poco a poc
a la vez que el firmamento palidecía y eazul pizarra daba paso al añil. Lovagos contornos de unas colina
boscosas enmarcaban el templo de Zojo
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sede administrativa de la secta budistde la Tierra Pura, en Shiba, al sur decastillo de Edo. A lo largo de una vast
superficie de terreno se extendían lodominios de los diez mil sacerdotesmonjas y novicios que ocupaban más d
un centenar de los edificios que formaZojo en sí, y los cuarenta y ocho templosecundarios y más pequeños que s
concentran a su alrededor. Por encimde un sinfín de techumbres de tejas uncos se alzaban las agujas escalonada
de las pagodas y las estructuras abierta
de las atalayas de incendios. El distritdel templo de Zojo era una ciudadentro de la ciudad; una ciudad desiert
silenciosa en la penumbra qu
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declinaba.En aquel paisaje despoblad
destacaba una figura solitaria que estab
de pie en una atalaya: un jovesacerdote con la cabeza afeitada, la carredonda y de expresión inocente y l
mirada aguda. El viento de principios dotoño, que transportaba el olor de lahojas caídas y los deshechos de l
noche, hacía ondear su túnica azafránSu privilegiada posición lproporcionaba una vista espléndida das callejuelas, los complejo
amurallados y los patios quconformaban el distrito.
— Namu Amida Butsu —repetía e
sacerdote una y otra vez. «Alabado se
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Buda».El cántico garantizaría su entrada e
el paraíso tras la muerte, pero tambié
respondía al propósito de mantenerlatento durante toda la noche parproteger la comunidad religiosa de Ed
de la amenaza más peligrosa: el fuegoEl estómago le rugía de hambre; sidejar de recitar estiró los fríos
agarrotados músculos mientras anhelabalgo de comida, un baño caliente y uncama acogedora. Con la mente puesta eel final de su guardia, se volvi
entamente.A su alrededor el panorama de l
mañana iba cambiando. El ciel
adquiría un luminoso tono nacarado y e
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reconfortaba al sacerdote, su agudmirada descubrió una tacha en aquellparadisíaca escena.
Una nube pequeña y oscura flotaba baja altura por la parte occidental dedistrito. Ante sus ojos creció y s
extendió con perturbadora velocidadLuego le llegó el penetrante olor dehumo. Frenético, tiró de la soga qu
colgaba del techo de su atalayaRepicaron las campanas de alarma datón y su eco se extendió de punta
punta.
«¡Fuego!».
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El insistente tañer de una campana larrancó de una inconsciencia negra
profunda y la arrojó a un estupoaturdido. Estaba tumbada boca abajcon la nariz y la mejilla aplastada
contra la hierba húmeda y fragante¿Dónde se encontraba? La recorrió uacceso de pánico, seguido de la certezde que algo espantoso estab
sucediendo. Se incorporó sobre locodos y gimió. La cabeza le palpitaba ddolor; sentía una lacerante quemazón e
as nalgas y en las pantorrillas, entre lo
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muslos y alrededor del cuello. Sentípinchazos en todos los músculos. Emundo giraba en un vertiginoso
desdibujado remolino. Un aire acre espeso le llenaba los pulmones. Entroses, se tumbó nuevamente en el suelo
se quedó quieta hasta que se le pasó emareo. Luego dio una vuelta sobre smisma y aún aturdida miró a s
alrededor mientras el paisaje cobrabnitidez.Por encima de ella, altos pino
perforaban el tenue azul del cielo. E
humo velaba las linternas de piedra y laazucenas rojas del jardín en el que shallaba. Olía a humo y oía el crepita
del fuego. Se sentó, gimiendo. La asalt
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a náusea; su dolor de cabeza se agudiz se cubrió las orejas para amortiguar e
sonoro repicar de las campanas
Entonces vio la cabaña, que estaba unos veinte pasos de distancia, más allde los arces rojos que bordeaban e
estanque.Se trataba de un sencillo pabelló
hecho de yeso y madera de ciprés, co
celosías de bambú sobre las ventanas pronunciados aleros que daban sombra a galería. El fuego lamía los cimiento trepaba por sus paredes, rizando
ennegreciendo los paneles de papel das ventanas. El tejado de juncos s
prendió con un estallido de chispas
lamas. Instintivamente abrió la boc
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para pedir ayuda. Pero un primer atisbde memoria le acalló la voz hastconvertirla en un gimoteo aterrorizado
Por su cabeza desfilaron impresionefugaces y deshilvanadas: una voz ásperael sabor de las lágrimas, el resplando
de una linterna en una habitación oscuraun estrépito de golpes y sacudidas, uviolento debatirse de extremidade
desnudas, huir corriendo mientraanteaba con las manos… Pero ¿cómhabía llegado allí?
Perpleja, se examinó en busca d
pistas. Llevaba el quimono de muselinmarrón arrugado, y el pelo largo moreno enredado; sus pies descalzo
estaban sucios y tenía las uñas rotas
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mugrientas. Pugnó por ordenar y reunios recuerdos hasta formar un tod
comprensible, mas el terror borraba la
mágenes. La cabaña en llamas irradiabamenaza. Se alzó un sollozo de sdolorida garganta.
Sabía lo que había pasado, pero erealidad no.
La campana de alarma lanzaba surgente llamada, y un ejército dsacerdotes ataviados con capas y casco
de cuero y armados de cubos, escalera
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hachas atravesaba corriendo lasinuosas calles del distrito del templde Zojo. Una pujante nube de hum
negro salía de uno de los templosecundarios situados aparte, en recintovallados. El equipo de bombero
rrumpió por la entrada, en cuyoportales se podía ver el símbolo circulade una flor de loto negro de pétalo
puntiagudos y estambres de oro. Dentroun grupo de sacerdotes y noviciocorrían por los caminos que separabaos diferentes edificios del templo hast
legar a la amplia avenida enlosada quconducía al pabellón principal y a lparte de atrás del complejo, dond
estaba la fuente del humo. Los niños de
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orfanato los seguían como un rebañparloteante y emocionado. Unas monjacon túnicas de cáñamo iban detrás d
ellos; parecían pastoras tras sus ovejas trataban en vano de alejarlos de
peligro.
—¡Abridnos paso! —ordenó ecomandante de los bomberos, usacerdote musculoso de faccione
severas.Encabezó a sus hombres mientraatravesaban el caos, bordeaban epabellón principal, dejaban atrás lo
edificios más pequeños y se adentrabaen la zona arbolada. Vislumbró llamaentre los árboles, detrás de u
cementerio con lápidas de piedra. Lo
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monjes del templo del Loto Negrhabían formado una hilera que partía dun pozo cilíndrico de piedra, seguía po
un sendero de grava y cruzaba un jardíhasta llegar a la cabaña en llamas. Sban pasando los cubos y lanzaban e
agua al fuego que subía por los madero envolvía las paredes. Los bombero
colocaron con rapidez las escaleras par
levar agua al tejado. —¿Hay alguien dentro? —gritó ecomandante.
O nadie lo sabía o bien nadie le oy
a través del rugido del fuego y el barullde las voces. Acompañado de dohombres subió corriendo los do
escalones de la galería y abrió la puerta
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De dentro salió una avalancha de humoEntre toses, él y sus compañeros sajustaron los protectores faciales de su
cascos por encima de la nariz y la bocaAvanzaron a tientas por un corto pasillrodeados de un calor abrasador. L
cabaña tenía dos habitaciones, divididapor celosías y tabiques de papel elamas. Los juncos encendidos del tech
caían por entre las vigas. El comandantatravesó la puerta abierta de lhabitación más cercana. Un humo dens asfixiante llenaba el reducido espacio
Entre las formas borrosas de lomuebles se veía una figura humanumbada en el suelo.
—¡Sacadlo! —ordenó e
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comandante.Mientras sus hombres cumplían l
orden, él pasó como una exhalación a
siguiente cuarto, donde el fuego ardícon furia en las paredes y las esteras. Ecalor le chamuscaba la cara; le escocía
os ojos. Desde el umbral divisó dofiguras tumbadas contra la pared, unmucho más pequeña que la otra
rodeadas de ropa ardiendo. Mientrapedía ayuda a gritos, se abrió paso entrel fuego y sacudió los cuerpos con sugruesas mangas de cuero para extingui
as llamas. Sus hombres lo ayudaron acarrear los dos fardos inertes aexterior, justo antes de que el techo s
fuera abajo con un gran fragor.
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Colocaron los dos cuerpos en esuelo junto al otro que habían rescatadoejos del incendio. Entre toses
estertores, el comandante aspiragradecido el aire fresco. Se secó loojos llorosos y se arrodilló junto a la
víctimas. Estaban inmóviles seguramente ya estaban muertas cuandentró en la cabaña. El primero era u
samurái corpulento y barrigudo; sencontraba desnudo y sobre su coronillrapada tenía un mechón de pelo canosrecogido en una coleta. No s
apreciaban quemaduras. Pero los otrodos…
El comandante se estremeció al ve
sus rostros ennegrecidos y llenos d
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Acurrucada tras una piedra, observcómo los sacerdotes seguían lanzandagua a la cabaña mientras los bombero
partían a golpes de hacha la estructurardiente. Las llamas y el humo habíaremitido; las paredes estaba
destrozadas y los maderos humeaban; eaire estaba impregnado de olor a madercarbonizada. Enseguida el fuego estarí
apagado. Pero ni experimentaba alivini tenía deseo alguno de llamar a lobomberos que andaban por loalrededores y examinaban los restos co
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del templo.Entonces oyó que unos paso
decididos se le acercaban por detrás
Unas manos fuertes la alzaron y lgiraron y se encontró cara a cara con ubombero con túnica y casco de cuero
Tenía las severas faccioneembadurnadas de hollín y los ojos rojos
—¿Qué estás haciendo aquí, niña
—preguntó.Su mirada acusadora provocaba eella temblores de miedo. Gimoteandose retorció y pataleó en un débil intent
de escapar, pero él no la soltó. Trató dhablar, mas el pánico le ahogaba la vozel corazón le latía desbocado. Entonce
el mareo pudo con ella y el mundo fu
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一
«He venido a este mundo impuro ymalvad
a predicar la verdad supremaEscucha y te verás libre del sufrimienty alcanzarás la iluminación perfecta»
Del Sutra del Loto Negr
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Había aceite de lámparderramado por el camino de la cabaña os alrededores. —En la cámara d
audiencias privadas del castillo de Edo
Sano Ichiro[1] informaba al sogúTokugawa Tsunayoshi, supremo dictadomilitar de Japón—. Los bomberoencontraron en unos matorrales urecipiente de cerámica que contenía unpequeña cantidad de aceite. Y aregistrar el jardín descubrieron lo qu
parecía una antorcha: una rama de pincon un trapo chamuscado en la punta. Hexaminado el lugar y las pruebas. N
hay duda de que el incendio fu
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provocado. —Ah, esto es gravísimo.Una arruga surcó los rasgos afable
aristocráticos del sogún. Ataviado coel quimono de satén de color bronce cobordados y el tocado negro cilíndric
propios de su rango, se agitó conquietud en el estrado. Se hallaba d
espaldas a un mural de ríos azules
nubes plateadas y de cara a Sano, questaba de rodillas sobre el suelo datami[2], por debajo de él. Lo
sirvientes cambiaron de posición lo
cojines de seda que lo rodeabanlenaron de tabaco su pipa de plata
sirvieron más sake en la copa que tení
a su lado en una mesita baja; pero, co
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un gesto, el sogún les ordenó que sapartaran y se volvió hacia la ventanabierta para contemplar el crepúscul
carmesí que descendía sobre loardines. De la distancia llegaba e
piafar de los caballos, los pasos de lo
guardias de patrulla y el ajetreo mudo dos criados.
—En realidad esperaba que s
demostrara que las, ah, sospechas de lobomberos eran infundadas —prosiguicon aire taciturno— y que el incendio nfuera más que un accidente. Pero, ay, tú
has confirmado mis, ah, peores miedos.Aquella mañana había llegado u
mensajero con la noticia del incendio e
el templo de la secta del Loto Negro
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regresar. —Supongo —dijo el sogún— qu
ambién habrás confirmado la identida
del hombre que murió en el incendio. —Lamento decir que así es —
replicó Sano—. Sí que se trataba d
Oyama Jushin, comandante en jefe de lpolicía. Al ver el cuerpo lo reconocí dnmediato.
Antes de convertirse en esosakan-sama[3] del sogún —el muhonorable investigador de sucesossituaciones y personas—, Sano habí
servido en el cuerpo de policía de Edcomo yoriki[4], o comandante. Habísido colega de Oyama, aunque éste no l
caía demasiado bien. Como vasall
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hereditario de los Tokugawa cuyfamilia había servido al clan del sogúdurante generaciones, Oyam
menospreciaba a Sano, que era hijo dun ronin, un samurái sin señor. Oyamhabía ascendido el invierno anterior a
cargo que ocupaba cuando ocurrió smuerte. Los sacerdotes del templo deLoto Negro habían informado a Sano d
que el policía había ingresado hacípoco tiempo en la secta. Desde esmomento, la muerte de un importantfuncionario convertía el incendio en u
caso de asesinato con implicacionepolíticas y en una grave ofensa para ebakufu, la dictadura militar de Japón. E
destino había depositado en Sano l
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responsabilidad de atrapar al asesino. —Las otras dos víctimas todavía n
han sido identificadas —dijo e
nvestigador—. Una era una mujer y lotra un niño pequeño, pero los dos hapadecido graves quemaduras y po
ahora nadie sabe quiénes son. El númerde adeptos a la secta ha crecido corapidez; en la actualidad viven en e
recinto cuatrocientos veinte hombres mujeres sagrados, y cada día que pasa enúmero aumenta. Además, hay noventcriados y veintidós huérfanos. N
parece que se eche de menos a nadiepero tengo la impresión de que a la secte cuesta trabajo llevar al día lo
registros. Y dada la cantidad de gent
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que visita el templo, son incapaces dsaber quién se encuentra en el complejen un momento determinado.
Esa circunstancia era habituacuando una secta cobraba popularidaentre los que buscaban guía espiritual
un nuevo entretenimiento. La mayoría dos nuevos fieles del templo del Lotegro podían celebrar sus ritos
ncluso vivir juntos sin dejar de ser unodesconocidos. Resultaba fácil que dondividuos en particular hubieran pasadnadvertidos a los dirigentes de la secta
—Ah, hoy en día hay tantas órdenebudistas que es difícil seguirles la pista todas —dijo el sogún con un suspir
—. ¿Qué es lo que distingue a la de
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Loto Negro de las demás?Sano se había informado sobre l
secta durante el tiempo que había estad
en el templo. —Su doctrina central está recogid
en el sutra del Loto Negro —un sutra er
un texto sagrado budista escrito en pros verso, con parábolas y sermones, qu
contenía las enseñanzas de Sakyamun
el Buda histórico que había vivido en lndia aproximadamente mil años antesHabía unos ochenta y cuatro mil sutrascada uno de los cuales arrojaba lu
sobre un aspecto diferente de lsabiduría de su autor. Las distintaórdenes estructuraban sus prácticas e
orno a varios de esos textos—. Lo
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miembros de la secta creen que el sutrdel Loto Negro representa la enseñanzfinal y definitiva de Buda y contiene l
ey última, esencial y perfecta de lexistencia humana y la totalidacósmica. También creen que los fiele
que absorban la verdad contenida en esutra alcanzarán el nirvana.
El nirvana era un estado de pura pa
e iluminación espiritual, la meta de lobudistas. Tal estado no podía searticulado, sólo experimentado. Lexplicación pareció satisfacer
Tsunayoshi. —¿Tratarás de identificar a la muje
al niño muertos? —aventuró co
imidez. Dictador de poco talento par
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el liderazgo y aún menos confianza en smismo, vacilaba a la hora de hacesugerencias por temor a que resultara
estúpidas. —Desde luego que sí —le garantiz
Sano a su señor. La identidad de la
víctimas podría resultar crucial para lnvestigación. Por motivos relacionado
con la ley de los Tokugawa, Sano evit
mencionar que había enviado los trecuerpos al depósito de cadáveres dEdo para que los examinara su amigo consejero el doctor Ito.
—Es una situación penosa —samentó el sogún mientras manoseaba s
pipa. Un criado lo ayudó a colocarse l
boquilla entre los labios—. Ah, ¡ojalá e
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honorable chambelán Yanagisawestuviera aquí para expresar su opinión
Yanagisawa, el brazo derecho de
sogún, había partido a la provincia dEchigo en viaje de inspeccióacompañado de su amante y vasall
mayor, Hoshina; no se les esperaba dvuelta en dos meses. Aunque Sano npodía compartir el deseo de Tsunayoshi
ampoco agradecía la ausencia dechambelán a pesar de la dicha quhabría sentido en otros tiempos.
Desde los primeros días de Sano e
el castillo de Edo, Yanagisawa lo habívisto como un rival por el favor desogún, por el poder sobre el débi
dictador y, por tanto, sobre la nació
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entera. Había intentado repetidas vecesabotear las investigaciones de Sanodestruir su reputación e inclus
asesinarlo. Pero dos años atrás, un casrelacionado con la misteriosa muerte dun cortesano en la antigua capita
mperial[5] había suscitado unnesperada camaradería entre él
Yanagisawa. Desde entonces había
coexistido en tregua. Sano no esperabque esa armonía se prolongase parsiempre, pero tenía la intención ddisfrutar de ella mientras durara. En es
momento, su vida parecía estar llena dmaravillosas bendiciones y desafíosenía una familia a la que amaba
disfrutaba del favor del sogún y se l
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presentaba un interesante caso. —¿Tienes alguna idea de quién h
cometido este crimen atroz? —pregunt
el sogún. —Todavía no —respondió Sano—
Mis detectives y yo hemos empezado
nterrogar a los habitantes del templdel Loto Negro, pero hasta ahora nhemos encontrado ni testigos n
sospechosos… con una posiblexcepción. Los bomberos encontraron una chica cerca del lugar de los hechosSe llama Haru; es una huérfana d
quince años que vive en el orfanato deemplo. Por lo visto trató de escapar uego se desmayó.
Tsunayoshi bebió sake y meditó
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ceñudo. —¿Y tú crees que esa chica, ah, vi
algo? ¿O que provocó el incendio?
—Las dos alternativas son posiblespero no he sido capaz de sacarlnformación.
Al llegar al templo del Loto Negraquella mañana, las monjas ya habíaacostado a Haru en el dormitorio deorfanato: una sala larga y estrecha dondos niños dormían sobre colchones d
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levaran una infusión calmante, pero ellse negó a beber. Al cabo de una hora dntentos fallidos de calmarla
nterrogarla, le dijo a su vasallo mayorHirata, que lo intentara él. Hirata eroven, afable y popular entre las chicas
pero no obtuvo mejores resultados quSano. Haru lloró hasta atragantarse uego vomitó. Al final los detectives s
rindieron.Al salir del dormitorio, Sanpreguntó a las monjas:
—¿Haru le ha contado a alguien l
que hacía delante de la cabaña o lo quvio allí?
—No ha dicho ni una palabra desd
que la han encontrado —respondió un
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monja—. Cuando los bomberos y losacerdotes la interrogaron, se comportcomo acabáis de ver. Con nosotras est
más tranquila, pero sigue sin hablar.
Sano le contó todo aquello Tsunayoshi, quien sacudió la cabeza. —A lo mejor un demonio le h
robado la voz a la pobre chica. Ah, ¡qudesgracia que tu único testigo no puedhablar!
Pero Sano tenía otra teoría acerc
del comportamiento de Haru, y un
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posible solución al problema. —Mañana probaré otro medio d
romper su silencio —dijo.
Después de dejar al sogún, Sanbajó por la colina sobre la que s
encaramaba el castillo de Edoatravesando pasajes de piedra, pasandentre corredores cerrados y atalayaocupadas por guardias armadossuperando los controles de seguridadLas linternas que enarbolaban lapatrullas resplandecían en el avanzad
crepúsculo azul. Ese anochecer era cas
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an agradable como uno de veranoaunque una neblina dorada velara la luncreciente. El viento exhalaba aroma
humo de carbón y hojas secas. En ebarrio de los funcionarios, donde vivíaos vasallos de alto rango del sogún
Sano apretó el paso mientras dejabatrás mansiones rodeadas de jardinecon muros encalados. Anhelaba l
compañía de su familia, y además teníun plan.Atravesó con paso vivo las puerta
de su residencia y saludó a los guardia
apostados allí y a los que se encontró eel patio que daba acceso a la mansiónPasó por otra puerta interior y entró e
su casa, un gran edificio con entramad
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de madera y tejado de tejas marronesAl quitarse los zapatos y dejar laespadas[6] en el porche de la entrada oyvoces femeninas que reían y cantaban, os gritos emocionados de un niño
Sonrió desconcertado mientras recorrí
el pasillo que conducía a los aposentoprivados. Aún no podía creer que unminúscula persona hubiera transformad
su pacífica morada en un lugar dbulliciosa actividad. Se detuvo en lpuerta del cuarto del niño y su sonrisa samplió.
Dentro de la habitación, brillante cálida, estaba su esposa, Reiko, sentaden círculo con otras cuatro mujeres: s
vieja niñera O-sugi, dos doncellas
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Midori, una amiga de la familiaCantaban una melodía popular. Epequeño Masahiro, de dieciocho mese
de edad, vestido con un quimono ddormir de algodón de color verde, coel suave cabello negro desordenado
os mofletes encendidos, caminaba copaso inseguro de una mujer a otra dentrdel círculo. Sus alegres chillido
nfantiles se unían a la canción, y dabpalmas con sus manitas contra las dellas.
Reiko alzó la vista y vio a Sano. Su
facciones delicadas y encantadoras sluminaron.
—Mira, Masahiro-chan[7]. ¡Es t
padre!
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Con los brazos extendidos y riendde emoción, Masahiro corrió haciSano, quien lo cogió, lo lanzó al aire
volvió a cogerlo. Masahiro lanzó uncarcajada de júbilo. Sano abrazó a shijo con fuerza y disfrutó de su contact
suave y de su olor. El amor le atenazabel corazón; el sobrecogimiento lserenaba. Había sido padre a l
avanzada edad de treinta y cuatro años esa criaturilla bulliciosa parecía umilagro.
—Mi pequeño samurái —murmur
mientras le frotaba la cara con la nariz.O-sugi y las doncellas recogieron l
palangana y las toallas mojadas de
baño de Masahiro y salieron de l
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habitación. Sano saludó a Midori. —¿Cómo estás esta noche? —Bien, gracias.
Midori hizo una reverencia. En surechonchas mejillas aparecieron unohoyuelos y sus alegres ojos bailaron
Era hija de un poderoso daimio —useñor provincial— y a sus dieciochaños oficiaba de dama de honor de l
madre del sogún. Sano la habíconocido en el curso de unnvestigación hacía unos años. Ella
Reiko habían trabado amistad, y San
sospechaba que Midori y su vasallHirata eran algo más que amigos. Coma madre del sogún tenía otras sirvienta
que la atendieran y apreciaba mucho
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Sano, permitía que Midori visitara lmansión con frecuencia.
—Supongo que se ha hecho tarde —
dijo la chica mientras se levantaba—Será mejor que vuelva a palacio. —Luego, dirigiéndose a Reiko, le pregunt
—: ¿Puedo venir mañana? —Reiksonrió y asintió con la cabeza—. Buenanoches.
Cuando Midori se hubo ido, Sano Reiko jugaron con Masahiro comentaron su apetito, el estado de svientre y todas las monadas que habí
hecho ese día. Después Reiko anunció«¡A la cama!», lo cual acarreó muchomimos y buenas palabras, pero por fi
Masahiro cayó dormido en su pequeñ
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con nostalgia—: No tengo muchas mácosas que hacer.
Sano sabía que Reiko, única hija de
magistrado Ueda, había disfrutado duna infancia poco convencional. Sndulgente padre había contratad
utores para que le dieran la educacióque solía reservarse a los hijos dsamurái destinados a hacer carrera en e
bakufu. Sin embargo, a pesar de sadiestramiento, que se extendía inclushasta las artes marciales, las mujeres npodían ocupar puestos de gobierno n
rabajar más que como criadasabriegas, monjas o prostitutas. Y hast
que se casó con Sano y lo ayudó en su
nvestigaciones, no había encontrad
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nada en que poder desarrollar sualentos.
Había descubierto pistas en lugare
que le estaban vedados a un detective dsexo masculino. Había reunidnformación por medio de una re
compuesta de mujeres asociadas poderosos clanes samurái. Cofrecuencia, sus descubrimientos había
conducido a la solución del caso. Perodesde la llegada de Masahiro, Reikhabía pasado casi todo su tiempo ecasa. El niño la había tenido ocupada,
en las últimas investigaciones de Sanno había habido trabajo para ella.
—¿Qué has hecho hoy? —pregunt
Reiko.
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La ansiosa curiosidad de su voz lndicaba a Sano que añoraba los reto
de la tarea detectivesca. En es
momento reparó con consternación eque su esposa había perdido un poco dsu espíritu. Que no se hubiera dad
cuenta antes significaba que se habíadistanciado. A lo mejor una brevnterrupción en su vida de ama de cas
a motivaría y los acercaría más. —Tengo un nuevo caso —anuncióMientras comía arroz y daikon[9] evinagre, le habló a Reiko del incendio
as tres muertes. Describió enfructuoso interrogatorio al que habí
sometido a Haru y añadió—: Por s
actitud hacia los bomberos, lo
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sacerdotes, hacia Hirata y hacia mí, creque tiene miedo a los hombres. Hordenado que la trasladen del orfanat
al convento principal del templo de Zojporque no quiero que posiblesospechosos, como son todos lo
habitantes del templo del Loto Negronfluyan en mi único testigo. Me gustarí
que fueras allí y hablaras con ella. —
Sano sonrió—. Eres mi única mujedetective y espero que tú puedas sacarlalgo de información. ¿Quierententarlo?
Reiko se irguió; los ojos lcentelleaban y se despojó del cansancicomo de una prenda vieja.
—Me encantaría.
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—Debo advertirte que quizá Haru ncoopere contigo —le advirtió Sanoaunque le complacía el entusiasmo de s
esposa. —Bah, estoy segura de que l
convenceré de que hable. ¿Cuánd
podemos ir al templo? —preguntó coaire de estar dispuesta a levantarse dun salto y partir al instante.
—Mañana tengo que ir al depósitde cadáveres de Edo —dijo Sano—, uego haré unas pesquisas por la ciudad
—Al ver la cara de decepción de Reiko
añadió—: Pero mis detectives irán adistrito de Zojo por la mañana. Puedeescoltarte, si quieres.
—Fantástico. Estoy impaciente.
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Su esposa resplandecía de energía felicidad. Sano vio en ella a la jovenovia que el día de su boda le habí
rogado que le permitiera ayudarlo resolver un asesinato y había actuadpor su cuenta tras su negativa. Entonce
sintió una oleada de amor. —De acuerdo —dijo—. Por l
noche compartiremos nuestro
resultados.Los ojos de Reiko adquirieron unexpresión lejana, como si se hubierrasladado hasta el día siguiente.
—Se trata de un encuentro mumportante. Debo tener cuidado co
Haru. Cuéntame todo lo que sepas d
ella para que pueda decidir el mejo
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modo de hacerla hablar.Debatieron posibles estrategias tal
como hacían antes de que nacier
Masahiro. Sano se dio cuenta de quañoraba su trabajo en equipo y estabcontento de poder incluir a Reiko en l
nvestigación.
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El templo de Zojo, situado justo amargen del Tokaido —el camino qu
unía Edo con la capital imperiaMiyako[10] —, atraía un flujo incesantde viajeros, peregrinos y monje
mendicantes. En el acceso se formabuno de los mercados más ajetreados dEdo, donde se vendían refrigerios
reliquias budistas, hierbas medicinalescerámica y muchos productos más. Coel tiempo tan bueno que hacía ese día, emercado bullía de actividad. Bajo u
soleado cielo aguamarina que scombaba por encima de las colinaverdes a causa de la reciente estación d
luvias, samuráis a caballo y campesino
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a pie paseaban por los tenderetesmonjas y sacerdotes, por su partepedían limosna. La muchedumbre s
abrió para dejar paso a una comitiva dsamuráis a caballo que escoltaban upalanquín negro que lucía com
emblema una grulla con las aladesplegadas.
En el interior de la silla de manos
Reiko atravesó la puerta principal dZojo, una imponente estructura dcarpintería roja laqueada y tejado ddoble alero, cuyos tres portale
representaban las tres etapas de lravesía al nirvana. La ansieda
socavaba el placer que Reiko hallaba e
el viaje.
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La mañana había comenzado mal. Aratar de salir de casa, Masahiro s
había aferrado a ella entre lloros
gritos. Reiko, también al borde de laágrimas por el dolor de su primer
separación, le prometió que volverí
pronto. Había sopesado quedarse ecasa e intentarlo de nuevo al dísiguiente, pero la entrevista no podí
posponerse. Al final, las doncellasujetaron a Masahiro mientras Reiksalía corriendo por la puerta. En todo ecamino desde Edo no había dejado d
pensar en su hijo.Ante ella se cernían los blanco
muros del templo de Zojo. Tras éstos s
alzaban tejados picudos, múltiple
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pagodas y una elevación de madera. Lcomitiva cruzó el puente que sorteaba ecanal Sakuragawa. Los detectives d
Sano desmontaron y escoltaron epalanquín a través de la puerta y por uempinado tramo de escalones de piedr
hasta el recinto del templo principamás allá del depósito de sutras, lopabellones de oración y la enorm
campana de bronce que reposaba en saula de madera. Verjas de hierrforjado protegían las tumbas de lfamilia Tokugawa. Un gentío entraba
salía de un enorme pabellón principacon columnas y puertas talladas y uecho ondulante apoyado en un complej
armazón de soportes. A medida que s
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acercaba a su destino, un nuevo miedfue apoderándose de Reiko.
Tras su largo paréntesis apartada de
rabajo detectivesco, ¿sería todavícapaz de sonsacar información a lhuérfana? Aunque se había pasado gra
parte de la noche ensayandmentalmente la entrevista, pensaba questaba poco preparada, pero ya er
demasiado tarde para sus recelos. Lcomitiva subió más escalones hastlegar al refectorio del templo, l
residencia del abad y las dependencia
de los sacerdotes, los novicios y locriados. Los portadores depositaron epalanquín delante del convento, u
edificio de madera de dos plantas co
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balcones cubiertos, al abrigo de upinar.
Temblorosa por los nervios, Reik
cogió el paquete que había llevadconsigo, una caja redonda envuelta epapel floreado, y bajó del palanquín
Los detectives siguieron su camino haciel templo del Loto Negro para proseguicon la investigación del incendio. A l
puerta del convento, una monja le dio lbienvenida con una reverencisilenciosa. Reiko se presentó y explicel motivo de su visita. La monja entr
con ella y la condujo por pasillos dvigas descubiertas y suelos de tablonesUnas puertas abiertas mostraron la
dependencias de las monjas, que tenía
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ventanas con barrotes, sencilloarmarios y camastros de madera. Reikoyó quedas voces de mujer, pero no vi
a nadie. —¿Cómo se encuentra Haru hoy? —
preguntó.
La única respuesta de la monja fuuna vaga media sonrisa. El nerviosismde Reiko fue en aumento. Subieron una
escaleras y llegaron a otro pasillo. Lmonja abrió una puerta corredera, lndicó por señas que entrara, hizo un
reverencia y se fue.
Vacilante en el umbral, Reiko viuna celda amueblada con un futón sobruna plataforma de madera, un lavab
con jofaina, un armario y un brasero d
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carbón. Sobre una mesa había cuencode hierbas secas que parecían algúremedio medicinal. Junto a la ventan
abierta, arrodillada, había una niñmenuda y delgada vestida con uquimono añil de algodón con estampad
de hojas de hiedra blancas. Llevabsuelta la melena, larga y lustrosa, estaba de espaldas a la puerta. Se mecí
con suavidad adelante y atrás, y parecíembelesada por el panorama del cielbrillante entre las copas de los pinos, bien entregada a sus pensamientos.
—¿Haru-san[11]? —dijo Reiko eono tranquilo.
La muchacha dio un brusco respingo
Volvió hacia Reiko una cara con l
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frente despejada, ojos caídos y barbillpuntiaguda que le confería ciertaspecto de gatita. Cuando separó su
delicados labios, Reiko se imaginó quoía un maullido de temor.
—Siento haberte asustado —empez
mientras se acercaba a ella con pasocautelosos. La compasión que lnspiraba la niña mitigó su inquietud
Adoptó un tono tranquilizador—. Nengas miedo. Me llamo Reiko y hvenido a visitarte. —Se arrodilló junto Haru. La chica no habló, pero su mirad
recelosa traicionaba un destello dnterés. Animada, Reiko prosiguió—
Ayer conociste a mi esposo. Es e
sosakan-sama del sogún e investiga e
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ncendio del templo del Loto Negro…Haru retrocedió y se acurrucó con l
cabeza pegada al suelo. Lanzó un
mirada aterrorizada hacia la puertcomo si a la vez buscara una ruta descape y previera un peligro.
Demasiado tarde, Reiko cayó en lcuenta de que no debía habemencionado a Sano, a quien sabía qu
Haru temía, ni haber planteado tapronto el tema del incendio. Con lonervios y sus ansias de conseguinformación se había olvidado de
sentido común, la herramienta mámportante de un detective. Pese a todoa reacción de Haru indicaba que tení
a cabeza lo bastante clara para entende
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as palabras, si bien no parecía capaz dhablar.
—El sosakan-sama no ha venido —
se apresuró a decir—. Te prometo quno volverá a molestarte. —Haru srelajó, pero contempló a Reiko co
recelo—. Y no hablaremos del incendisi no quieres. Basta que noconozcamos. Me gustaría ser tu amiga
—Sonrió y le tendió el paquete—Toma, te he traído un regalo.Una tímida sonrisa curvó los labio
de Haru. Aparentaba menos años de lo
quince que tenía, y aceptó el paquete coa ansiosa curiosidad de una niñ
pequeña. Retiró con cuidado el cordel
el papel y abrió la caja, que contení
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pastelitos redondos espolvoreados coazúcar rosa. Dio un gritito ahogado dfeliz sorpresa.
—Están rellenos de pasta de castañdulce —anunció Reiko. Haru alzó lvista hacia ella con una pregunta en lo
ojos—. Adelante, prueba uno. —Lhuérfana cogió uno con delicadeza, ldio un bocado y masticó. Se le encendi
el rostro de gozo—. ¿Te gusta?Haru movió la cabeza arriba y abajcon entusiasmo.
Consciente de lo mucho que a la
chicas les gustan los dulces maginando que las huérfanas rara veos recibirían, Reiko pensó que s
golosina favorita le ganaría el apreci
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de la niña. Se felicitó por el éxito de sregalo. Esperó a que se comiera unocuantos pasteles más, se chupara e
azúcar de los dedos, le hiciera unreverencia de agradecimiento y dejara un lado la caja.
—¿Te tratan bien las monjas? —preguntó entonces. Haru agachó lcabeza y asintió—. ¿Cómo te encuentra
hoy?La chica guardó silencio con loojos bajos y mordiéndose la uña depulgar. Reiko reprimió su impaciencia
Pasó el tiempo; del piso de abajo llegel roce de una puerta corredera aabrirse o cerrarse. Entonces Har
susurró:
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—Mucho mejor, gracias, honorabldama.
Un escalofrío de júbilo recorrió
Reiko: ¡había conseguido que hablara! —Me alegro de oírlo. Y llámam
Reiko, por favor.
—Reiko-san. —En esa ocasión Harhabló más alto, con voz dulce y clara.
—¿Cuánto hace que vives en e
emplo del Loto Negro? —le preguntpara acercarse al tema que le interesabaComo si el esfuerzo de pronunciar lapalabras anteriores la hubiera dejad
muda, Haru alzó dos dedos en lugar dresponder—. ¿Dos años? —interpretReiko. Haru asintió con la cabeza—
¿Eres feliz aquí?
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—Oh, sí. —La niña alzó la vista estudió a Reiko. Lo que vio a todauces la tranquilizó, porque le dedic
una sonrisa tímida y fugaz. —Eso está bien —dijo Reiko
cautivada por Haru y complacida por l
armonía que estaba surgiendo entrellas. Puesto que no quería intimidar a lniña ni acentuar su diferencia de clase
se había puesto un modesto quimonverde oscuro con estampado de piñapiñoneras y se había recogido el pelo eun sencillo moño. En ese moment
sentía una renovada confianza en su bueuicio—. ¿Qué te gusta del templo?
—Me gusta cuidar de los niños de
orfanato —respondió Haru con vo
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parroquia, podía aportar a esas sectauna popularidad desbocada que sdesvanecía en cuanto la gente s
encaprichaba con una doctrina diferenteSin embargo, la desconocida secta deLoto Negro, establecida nueve año
atrás, gozaba de un atractivnusualmente extendido. Muchos criado
del castillo de Edo se habían unido
ella, pero el Loto Negro también sactaba de contar con fieles entre lomercaderes, los funcionarios del bakufuos clanes daimios y numerosas mujere
de samuráis conocidas de Reiko. Éstacuya familia era fiel al templo principade Zojo, compartía el punto de vist
predominante, que no veía en las secta
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advenedizas una gran amenaza para lsociedad, puesto que, aunque explotabaas debilidades humanas con fine
materiales, sus fieles recibían a cambibeneficios, como le había sucedido Haru.
—Anraku es el bodhisattva dePoder Infinito —dijo Haru con tonreverente.
Un bodhisattva era un hombrsagrado que poseía la sabidurínecesaria para alcanzar el nirvana, peren lugar de eso se consagraba a ayuda
al prójimo a lograr la iluminacióespiritual y a liberarlo del sufrimientoAlgunos adalides religiosos se ganaba
el título mediante buenas obras o l
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realización de milagros; otros simitaban a proclamarse bodhisattva
para atraer seguidores. Reiko s
preguntaba a qué tipo pertenecería esumo sacerdote del Loto Negro. Unsúbita tristeza nubló los bellos rasgos d
Haru, que se envolvió con los brazos. —Anraku y el Loto Negro son l
única familia que tengo ahora que mi
padres no están —confesó.Sin dejar de sentir una punzada dástima por la niña, Reiko notó que snstinto se despertaba.
—¿Te gustaría hablarme de tupadres? —preguntó Reiko coamabilidad. A lo mejor una confidenci
conduciría a otras más relevantes par
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a investigación.La ansiedad y la preocupación s
entremezclaban en las facciones d
Haru. Miró por la ventana. Abajo, unanciana monja conducía a un grupo dnovicias por un sendero. Las chica
anzaban risillas porque de una en una sadelantaban correteando a su superiormientras ésta permanecía serenament
ajena a todo. —Oh, no querría ser pesada —dijHaru.
—Me gustaría que me lo contaras —
nsistió Reiko.Haru se mordió el labio, asintió
habló con voz dulcificada por l
nostalgia.
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—Mi padre tenía un local de fideoen Kojimachi, cerca del Yamasakana —se trataba de un conocido restaurante—
Soy hija única. Mi madre y yayudábamos a mi padre a cocinar servir la comida. Vivíamos en l
rastienda del local. Trabajábamos muduro y nunca nos sobraba el dinero, peréramos felices. Mis perspectivas d
futuro eran buenas. Algún día, despuéde casarme, mi marido y yheredaríamos el local. Pero entonces…—Se le quebró la voz—. Lo siento —
susurró. —No pasa nada —dijo Reiko co
voz comprensiva.
Haru parpadeó para contener la
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ágrimas y continuó: —Mis padres enfermaron de fiebre
o teníamos dinero ni para llamar a
médico ni para medicinas. Yo los cuido mejor que pude, pero murieron. El dí
después del funeral, un prestamista s
quedó con la tienda como pago por ladeudas de mi padre. Había perdido mcasa. Tenía edad para casarme, per
nadie quiere a una novia sin dote. Nenía parientes que se hicieran cargo dmí. —Los sollozos le sacudían el cuerp—. Estaba tan sola, tan asustada… N
sabía qué hacer ni adónde dirigirme. —Sus, no pasa nada —murmur
Reiko, abrumada de lástima, como hací
para consolar a Masahiro. Haru, qu
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parecía una simple niña, despertaba lonstintos maternales de Reiko y sndignación ante un mundo cruel. E
desconsolado relato de la chica hacíque se avergonzara de su buena fortunaA la vez se sentía radiante de alegrí
porque la huérfana confiaba lo bastanten ella para abrirle su corazón—. Nlores. Ahora estás a salvo.
—¡No es verdad! —La apasionadexclamación salió como un estallido dentre los sollozos—. Cuando el templdel Loto Negro me acogió pensé que mi
problemas estaban resueltos. Algún dílegaría a ser monja y tendría un hoga
para siempre. —En los conventos
monasterios budistas, los fieles se veía
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ibres de las preocupaciones mundanas buscaban la iluminación espirituamantenidos por los donativos de l
comunidad seglar—. Ahora me haapartado de la gente a la que quieroVuelvo a estar sola.
—¿Por lo que pasó ayer en eemplo? —preguntó Reiko, haciendo un
referencia indirecta al incendio par
evitar que la chica se asustara y volviera recluirse en el silencio.Haru asintió. —Tengo mucho miedo de que todo
piensen que yo provoqué el incendio maté a esa gente. Mis amigas svolverán contra mí. Me expulsarán de
Loto Negro. La policía me arrestará
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Me atarán a un poste y me quemaráviva!
Aquél era el castigo por provocar u
ncendio, muriera alguien o no a resultade él. Incluso un fuego pequeño podíextenderse, destruir una ciudad entera
levarse por delante millares de vidascomo en el caso del Gran Incendio dMeireki, que había ocurrido hací
reinta y cinco años; en consecuencia, ebakufu reservaba un duro castigo a loncendiarios. El miedo que sentía po
Haru ensombrecía la sensación d
riunfo de Reiko por haber conseguidque le hablara del incendio. Por emomento la chica era la únic
sospechosa y por tanto un blanco fáci
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para la indignación pública y la censuroficial, fuera culpable o inocente. Reikexperimentó una pujante urgencia po
determinar lo que había sucedido y tavez prevenir así una atroz injusticia. Nquería romper su endeble comunicació
con Haru, pero necesitaba establecer uhecho antes de seguir adelante.
—¿Tú encendiste el fuego? —
preguntó.Haru la miró consternada. —Jamás haría algo tan espantoso. —
Las lágrimas fluían de sus ojos a su boc
emblorosa—. Jamás le haría daño nadie.
La voz de la chica destilab
sinceridad, aunque Reiko no querí
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creerla de manera precipitada. —Siento haberte perturbado a
preguntarlo —le dijo—, pero entiende
que la gente pueda tener sospechas, ¿noAl fin y al cabo, cuando ayer tnterrogaron por el incendio no quisist
hablar. ¿A qué se debe? —Estaba claro que esos detective
me miraban mal, que pensaban que habí
hecho algo malo. Y las monjas y losacerdotes se comportaban como si yno se fiaran de mí. Sabía que nadicreería nada de lo que yo dijera. —Har
vertía las palabras en un torrentagitado, y empezó a respirar en rápidoresuellos. Se levantó, retrocedió ant
Reiko y le clavó una mirada herida—
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Dices que quieres ser mi amiga, pero túampoco me crees!
—Yo no he dicho eso —protest
Reiko—. Sólo quiero entender…La chica cayó al suelo y rompió
sollozar con histérico abandono.
—No hay nadie que me ayude. ¡Voa morir!
Al observarla, Reiko experimentó e
desasosiego de los sentimientoencontrados. Los criminales a menudse proclamaban inocentes y montabaescenas convincentes para gana
credibilidad, pero una persona de quiese sospechara injustamente tambiéreaccionaría como Haru.
—Si eres inocente no tienes nad
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que temer. —Se arrodilló junto a loven y le dio palmaditas en la espald
hasta que los sollozos remitieron—
Quiero contarte una historia. —AunquHaru estaba de lado hecha un ovillo y lcara quedaba oculta por el pelo, s
repentina inmovilidad delató que atendí—. Cuando era muy pequeña mencantaban las leyendas de héroe
samuráis. A menudo me imaginaba quo era uno de ellos y cabalgaba hacia lbatalla con mi armadura y mis espadasPero mis ensueños favoritos era
aquellos en que protegía a locampesinos de los saqueos de loforajidos y derrotaba a los malvados e
duelos —Reiko sonrió al recordar su
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fantasías de juventud—. Mi padre es emagistrado Ueda, y de pequeñescuchaba los juicios de su tribunal. L
convencía de que algunas de lapersonas a las que acusaban de algúcrimen eran inocentes. Las salvaba de l
cárcel, de los azotes, del exilio o lmuerte. Desde que me casé con esosakan-sama he trabajado con él par
vengar a las víctimas inocentes. Emayor gozo de mi vida es enmendar lanjusticias y ayudar a la gente, sobrodo a las mujeres. —No mencionó qu
ambién ayudaba a su padre a extraeconfesiones de los criminales y a Sano entregar a los culpables a la justicia. E
ugar de eso, prefirió decir—: D
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verdad que me gustaría ayudarteHaru-san. Pero antes debes contarmodo lo que sepas sobre el incendio.
Durante un largo instante Haru squedó inmóvil, sorbiéndose la narizDespués se sentó y alzó una car
hinchada y sucia de lágrimas haciReiko. Un rayo de esperanza iluminabsus ojos; la duda le arrugaba la frente.
—Pero si no sé nada… No macuerdo —susurró sacudiendo lcabeza.
Reiko sabía que a veces lo
criminales trataban de esconder sculpabilidad alegando ignorancia amnesia, pero ocultó su escepticism
nstintivo.
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—¿Cómo puede ser eso? Estabapresente mientras la cabaña se quemabaAl menos podrás decirme lo que hacía
allí. —Pues no. —La voz de Haru estab
eñida de un pánico redoblado, y arrug
as facciones como si estuviera de nueval borde de las lágrimas—. La nochantes del incendio me acosté en e
dormitorio del orfanato, como siempreLo siguiente que recuerdo es que era poa mañana y estaba delante de la cabañ
en llamas. No sé cómo fui a parar allí.
A Reiko la historia le parecídescabellada, pero por el momentrefrenó sus objeciones.
—¿Viste a alguien por la
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abrieron—. ¡A lo mejor el incendiarime llevó allí para que todos pensaraque fui yo!
El escepticismo de Reiko fue eaumento: muchas veces los culpableuraban que les habían tendido un
rampa. —¿Quién te haría una cosa así? —No lo sé —dijo la chica co
risteza—. Quiero a todos los deemplo, y pensaba que ellos también mquerían a mí.
Que no tratara de desviar la
sospechas incriminando a otro hablaba favor de su inocencia, observó Reiko.
—¿Conocías al comandante d
policía Oyama? ¿O a la mujer y el niñ
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que murieron en el incendio?Con los labios fruncidos, Har
sacudió la cabeza de lado a lado.
—A lo mejor quien incendió lcabaña fue alguien que no pertenecía aemplo.
Otra costumbre de los criminales erculpar de sus hechos a misteriosodesconocidos. Reiko contempló a Har
con creciente desconfianza. Quería creea la chica, pero había muchas señaleque apuntaban hacia su culpabilidad.
La chica debió de percibir lo
recelos de Reiko, porque se encogimás e inclinó la cabeza.
—Sabía que no me creeríais. Per
es verdad que no me acuerdo de nada…
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excepto de que alguien me hizo daño esnoche.
—¿Te hizo daño? —repitió Reiko
sorprendida—. ¿A qué te refieres?Haru se quitó los calcetines, se pus
en pie y levantó la falda de su quimono
Se volvió y miró con nerviosismo Reiko por encima del hombro mientrae mostraba los arañazos sin cicatriza
que tenía en los tobillos y lapantorrillas.Aunque se estremeció por dentro
Reiko trató de mantener la objetividad.
—Eso podrías habértelo hechcuando intentabas escapar de lobomberos.
—Pero tengo más. ¿Lo veis? —S
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situó de cara a Reiko y se abrió ecuello del quimono. Unos cardenaleoscuros y recientes le manchaban la pie
en torno a la base de la garganta—. ¡Ymirad! —Con rápidos movimientoHaru se desanudó la faja, se quitó l
ropa y se quedó desnuda. Mámoratones, grandes y pequeños, en tonvioleta rojizo, le oscurecían los muslos
a parte superior de los brazos y epecho—. No los tenía cuando me fui a lcama. No sé cómo me los hice.
Reiko la miró llena de horror. A
mismo tiempo reparó en que, a pesar dsu constitución delgada y sus modalenfantiles, Haru tenía cuerpo de mujer
Tenía los pechos redondos y generosos
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as axilas y el pubis cubiertos de vellespeso. Esa incongruencia le recordó epeligro de sacar conclusiones basándos
en las primeras impresiones, pero unnueva posibilidad cobró forma en smente.
—Y me duele la cabeza —añadiHaru mientras se arrodillaba y sseparaba el pelo para mostrarle a Reik
un chichón rojo en la nuca.A lo mejor el incendiario habíraptado a Haru del orfanato, la habígolpeado, la había arrastrado por lo
alrededores del templo —lo cuaexplicaría los arañazos y cardenales— a había dejado en la cabaña. Com
pudo, Haru se las ingenió para escapa
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del edificio en llamas, especuló ReikoEl golpe en la cabeza podía justificar lpérdida de memoria. Sus duda
empezaban a resquebrajarse. Quizá Harno hubiera provocado el incendio. Suheridas eran prueba de que tal ve
alguien quería que ella fuera su víctima.Haru se envolvió nuevamente en s
quimono y se acurrucó en el suelo
nquieta. —Tengo mucho miedo de quvuelvan a hacerme daño. ¡Tengo muchmiedo a morir!
Su desdicha llevó a Reiko al bordde las lágrimas. A menos que hechoposteriores demostrasen que Haru er
culpable, tenía que concederle e
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beneficio de la duda. La abrazó dmanera impulsiva.
—No vas a morir, si pued
demostrar que eres inocente y encuentral auténtico culpable del incendio.
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3
三
«Honra y respeta la Ley justabusca el conocimiento universa
obra con perfecta claridad dconducta»
Del Sutra del Loto Negr
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florecía un verde oasis. En un pativallado crecía un jardín en pulcrahileras marcadas por estacas de bambú
donde revoloteaban las mariposas y laabejas. Allí Sano encontró a su amigo edoctor Ito, que cuidaba de sus hierba
medicinales. Recorrió el borde deardín y disfrutó de sus frescos aromas
Casi se imaginaba en el campo y no e
un lugar rechazado por la sociedad. —Buenos días, Ito-san —dijo couna reverencia.
Hombre alto y delgado de uno
setenta años, el doctor Ito correspondia su reverencia y sonrió. Su pelo corto blanco centelleaba al sol; una películ
de sudor le cubría las faccione
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ascéticas y surcadas de arrugas. —Bienvenido, Sano-san. Esperab
vuestra llegada.
El doctor Ito, en un tiempo respetadmédico de la familia imperial, fudescubierto practicando cienci
extranjera prohibida que habíaprendido de los comercianteholandeses utilizando canales ilegales
ormalmente los Tokugawa castigabacon el exilio a los estudiosos del sabeholandés, pero, en el caso del doctor Itoel bakufu lo penó a custodia
permanentemente el depósito dcadáveres de Edo. Allí, olvidado poas autoridades, continuaba con su
experimentos científicos. Tambié
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administraba tratamiento médico apersonal y los reclusos, y a menudo sexperiencia había contribuido a la
nvestigaciones de Sano. —¿Cómo está Masahiro-chan? —
preguntó mientras se limpiaba las mano
en la bata azul oscuro y se incorporabcon los rígidos movimientos propios da edad avanzada.
—Muchas gracias por interesaropor mi humilde e indigno hijo —respondió Sano, observando poeducación la costumbre de menosprecia
al propio retoño—. Su tamaño, su voz sus exigencias crecen día a día.
Un destello en los astutos ojos de
doctor reconoció el orgullo paternal qu
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ocultaba la modestia de Sano. —Me alegro de oírlo. Espero que l
honorable dama Reiko también s
encuentre bien. —Así es —dijo Sano, pero l
mención de su esposa enturbió su
pensamientos.Durante el trayecto desde el castill
de Edo había empezado a senti
resquemor por haberle pedido que layudara con la investigación. ¿Asustaría Haru con su exceso de entusiasmo echaría a perder sus posibilidades d
obtener la verdad de tan importantestigo y posible sospechosa? San
valoraba la excelente intuición d
Reiko, pero necesitaba un juez imparcia
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para interrogar a Haru y de forma tardíhabía comprendido que la parcialidade su mujer podía interferir con s
ecuanimidad. Deseaba haberlsolicitado que esperara a que pudierar juntos al templo de Zojo para habe
escuchado lo que hablaba con la jovenAunque Reiko no le había fallado nuncaemía lo que pudiera pasar con es
nvestigación. —¿Sucede algo, Sano-san? —nquirió el doctor Ito.
—No, nada —contestó Sano, que n
quería agobiar a su amigo con suproblemas, y luego desvió lconversación hacia el propósito de s
visita—. ¿Habéis recibido ya lo
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cuerpos del incendio del templo deLoto Negro?
La expresión del doctor Ito adquiri
gravedad. —Sí. Y lamento decir que m
examen ha puesto de manifiesto alguno
hallazgos que tal vez compliquevuestro trabajo.
Llevó a Sano al depósito, un edifici
bajo con paredes de yesdescascarillado y un mal cuidado techde juncos. El interior consistía en unsola habitación grande con unas artesa
de piedra para lavar los cadáveresanaqueles con herramientas y un estradcubierto de libros y papeles. El ayudant
del doctor Ito, Mura, un hombre qu
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rondaba los cincuenta años, de pelcanoso y rostro cuadrado e inteligenteimpiaba cuchillos. Inmediatament
dedicó una reverencia a Sano y a sseñor. Encima de tres mesas ququedaban a la altura de la cintur
reposaban tres cuerpos cubiertos pomortajas blancas. El doctor Ito se acercal cadáver más grande.
—El comandante Oyama —anunció le hizo una seña a su ayudante.Mura dio un paso al frente. Era u
eta, uno de los parias marginados qu
rabajaban en la prisión como celadoresorturadores, como encargados d
manipular cadáveres o como verdugos
El vínculo hereditario de los eta co
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oficios relacionados con la muerte comcarniceros o curtidores de pieles locontaminaba espiritualmente y le
vedaba el contacto con el resto de lociudadanos. Mura, que realizaba todo erabajo físico relacionado con lo
estudios del doctor Ito, retiró la mortajdel comandante de policía.
Aunque Sano había aprendido
controlar su aversión a los muertos en eranscurso de pasados exámenesexperimentó una sensación de impurezal contemplar el pálido y desnud
cadáver de torso y extremidadegruesos. Los ojos vidriosos y la bocabierta de Oyama le conferían un
expresión de estupidez que no dejab
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raslucir la inteligencia de un hombrque hasta hacía poco había sido eresponsable del cumplimiento de la le
en una ciudad de un millón dhabitantes.
—Dale la vuelta, Mura —dijo e
doctor Ito. El eta obedeció y el médicseñaló la nuca de Oyama. Se la habíaafeitado para mostrar un hueco en e
cuero cabelludo tras la oreja izquierdacon la carne enrojecida y abierta en ecentro—. Un golpe le rompió el cráne—explicó el doctor Ito.
Puesto que el examen de locadáveres o cualquier otrprocedimiento que oliera a cienci
extranjera eran ilegales, Sano habí
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aplazado el análisis detallado de Oyamen el templo del Loto Negro; habímirado lo justo para identificar la car
del comandante y no había reparado ea herida.
—¿Podría haberse producido tras s
muerte?El doctor Ito sacudió la cabeza. —Había sangre en el pelo y la pie
antes de que Mura lo lavase, y lomuertos no sangran. Oyama estaba vivcuando lo golpearon con un objeto dbordes afilados. Las heridas de tant
consideración suelen ser fatales. No squemó, y no muestra en su color lonalidad rosa que esperaría ver s
hubiera muerto por inhalación de humo
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Por tanto concluyo que fue el golpe, y nel incendio, lo que mató a Oyama.
—No encontré nada que parecier
un arma cuando registré la cabaña —dijo Sano—. Pero está claro que sasesinato fue deliberado y no u
accidente resultado del incendio. Efuego debió de ser provocado parocultarlo.
Sano suspiró y sacudió la cabezconsternado. Había abrigado lesperanza de que la muerte de Oyamfuera debida a la casualidad de estar e
el lugar equivocado en el peor momentoEn cambio, veía cómo el alcance decaso se extendía más allá de lo
confines del templo del Loto Negro. L
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ista de potenciales responsables dencendio, que antes encabezaba l
huérfana Haru y estaba limitada a l
comunidad del templo, crecía parncluir a todos aquellos relacionado
con un hombre que debía de habers
granjeado muchos enemigos a lo largde su vida.
Como si le leyera el pensamiento, e
doctor Ito le dedicó a Sano una miradcomprensiva y dijo: —Me temo que hubo más de u
asesinato antes de que el fueg
prendiera.Se acercó a la segunda mesa y Mur
destapó el cuerpo de la mujer. El aire s
lenó de un fétido olor a carne quemad
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putrefacta. A Sano se le revolvió eestómago. Tragó saliva al examinar ecadáver. Despojada de su ropa
excepción de las tiras carbonizadas dela que tenía pegadas, la muje
presentaba peor aspecto incluso que e
día anterior. Estaba tumbada sobre eado derecho, con las rodillas y l
cintura dobladas y los brazos torcidos
Quemaduras que oscilaban en textura color desde el rojo de las ampollahasta el negro de la carbonilla le cubríaas extremidades, el torso, la cara y e
cráneo sin pelo. Cuando Mura la girapoyándola en el otro costado, Sandistinguió trozos intactos de piel en la
partes expuestas.
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—Los puntos de su cuerpo questaban apoyados en el suelo escaparoal fuego —explicó el doctor Ito—, a
gual que esta zona de aquí.Señaló la base del cuello. La carn
muerta mostraba una marca profunda
estrecha y roja. Sano la inspeccionó máde cerca y distinguió un dibujo: lespiral de una soga fina. Se incorporó
se encontró con la mirada sombría demédico y dio voz a su pensamientcompartido:
—La mataron estrangulándola y l
dejaron para que ardiera en el incendio—Sano tenía no ya uno, sino doasesinatos deliberados, y si bien l
segunda víctima merecía tanto com
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Oyama que se le hiciera justicia, smuerte presentaba dificultadeadicionales—. ¿Cómo voy a descubri
quién y por qué la quería muerta si nsiquiera sé de quién se trata?
—A lo mejor era una conocida de
comandante Oyama —sugirió el doctoto—. Al fin y al cabo, estaban juntos ea cabaña. A lo mejor su familia l
conocía. —A lo mejor —concedió Sano—pero ¿quién va a identificarla de formdefinitiva en su presente estado?
—Era de estatura y complexiómedianas —dijo el doctor Itcontemplando el cuerpo. Con una fin
espátula de metal tanteó la boca de l
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muerta, en torno a la cual los labioquemados formaban una muecespantosa—. Le faltan dos muelas en e
ado derecho y una en el izquierdo. Lodientes restantes se encuentran en bueestado y están afilados en los bordes. L
piel sin quemar es firme y sin máculaCalculo que tenía unos treinta años. —Le señaló el pie y añadió—: La plant
está encallecida, hay tierra en lopliegues, y tiene las uñas desigualesEstaba acostumbrada a caminar descalzal aire libre, lo que sugiere que procedí
de las clases bajas de la sociedad. —Me impresiona que podái
conseguir tanta información en esta
circunstancias —comentó Sano—
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Ahora tengo una descripción de lvíctima.
—Sin embargo, esa descripció
coincide con la de millares de mujere—dijo el doctor Ito—. Tal vez la ropnos cuente algo más. —Ayudándose d
a espátula soltó una tira de tejidpegada al estómago de la víctima y ldesdobló para revelar el color y e
dibujo: azul oscuro, con un estampadde ramas blancas de bambú—. Es iguaque cualquier quimono de algodóbarato que se vende por toda la ciudad
que llevan innumerables campesinas. —Pero el hecho de que esta mujer l
levara indica que no se trataba de un
monja, que usaría cáñamo liso —apunt
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Sano—. A lo mejor era de fuera deemplo, lo cual explicaría por qué all
nadie parece saber quién puede ser.
El doctor Ito tanteó con la espátulpor debajo de la tela.
—Aquí hay algo.
Sano oyó el tintineo de lherramienta al tocar una superficie duraUn pequeño objeto cayó sobre la mesa
Se trataba de una figurita redonda deamaño de una cereza hecha de jadcolor ámbar y finamente tallada parsemejar un ciervo acurrucado
durmiente. De un agujero que latravesaba surgía un trozo de cuerda.
—Es un ojime —dijo Sano a
reconocer en el objeto una cuenta de la
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que se empleaban para unir los cordelede las bolsas o cajitas que los hombrese colgaban de la faja.
—Debía de llevarlo a la cintura —observó el doctor Ito—, a lo mejocomo amuleto.
—El diseño es especial, y parecvalioso —dijo Sano—. Quizá me ayuda identificarla.
Mura limpió el ojime y lo envolvien un paño limpio. Sano se lo guardó ea bolsa de cuero que llevaba al cinto
siguió al doctor Ito hasta la mesa de
ercer cadáver, una figurastimosamente pequeña bajo su mortaj
blanca.
—¿Al niño también lo asesinaro
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agitada, y transportaba el olor a humo carne quemada. Se mareó. Era el primecaso en el que intervenía que incluía l
muerte de un niño, y la paternidad habíresquebrajado su distanciamientprofesional.
Entonces notó que el doctor Ito lsacaba del depósito. El aire fresco depatio lo revivió. Se sentía avergonzad
por lo cobarde de su reacción. —Lo lamento —dijo—. Ya mencuentro bien.
Se dispuso a entrar de nuevo en e
depósito, pero el médico lo retuvo coamabilidad.
—No es necesario que veáis lo
restos. Puedo resumiros los resultado
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de mi examen. —Después de darle otrmomento para recuperarse, el médicexplicó—: Es varón. Present
cardenales antiguos y recientes en lpiel de la espalda que no se quemóTiene el cuello roto, probablement
como resultado de una estrangulaciónLe calculo una edad de dos años, peral vez fuera mayor: su cuerpo está mu
escuálido y es posible que padecierraquitismo. Creo que el niño fumaltratado y pasó hambre a lo largo dun periodo de tiempo anterior a
asesinato.Sano deploraba la tortura d
cualquier ser humano, pero, desde e
nacimiento de Masahiro, la idea de l
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violencia aplicada a los niños se lantojaba especialmente aberrante. Dodos los asesinatos, ése era el que má
o perturbaba. —No falta ningún huérfano de
emplo —dijo—. ¿Habéis reparado e
algo que pueda ayudar a determinaquién era el niño o de dónde venía?
El doctor Ito negó con la cabeza.
—Dado que encontraron el cuerpdel niño junto al de la mujer, seríógico suponer que eran madre e hijo
pero las suposiciones pueden se
engañosas. Por desgracia, existen entros pobres de Edo muchos niños igua
de desnutridos y maltratado
susceptibles de acabar muertos e
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circunstancias dudosas. Me temo qudeberéis emplear otros métodos pardentificar a la mujer y al niño.
—Ya he empezado. —Sano le habídado instrucciones a Hirata antes dsalir de casa—. Ahora me dirigiré a
domicilio del comandante de policíOyama para hablar con su familia y spersonal.
Tras despedirse de Ito, salió de lcárcel. Montó a lomos de su caballo recorrió las calles abarrotadas edirección al centro de la ciudad
encarando el trabajo que tenía podelante con una determinación máaguda de lo habitual. A lo largo de s
carrera se había consagrado a buscar l
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四
«Haré puro el mundo sin mácula o imperfección
Su tierra será de oromarcarán sus caminos cuerdas de plat
y los árboles darán flor y frutenjoyadas»
Del Sutra del Loto Negr
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R eiko decidió que el primer paso pardeterminar la culpabilidad o inocencide Haru era descubrir lo que le habí
pasado la noche anterior al incendio¿Cómo había sufrido sus heridas legado a la cabaña? ¿Quién salí
beneficiado si Haru cargaba con lculpa del incendio y el asesinato? Aciencia cierta las respuestas sencontraban dentro del templo del Lot
egro.Tras dejar el convento de Zojo
Reiko y su comitiva atravesaron hacia e
oeste el barrio circundante. Su palanquí
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avanzaba con lentitud; las callejuelaque separaban los muros de los templosubsidiarios eran un hervidero d
sacerdotes y peregrinos. Se puso pensar en Masahiro. ¿Qué estaríhaciendo en ese momento? Aunque l
echaba de menos, había accedido ayudar a Haru, cuya vida podídepender de ella.
Al llegar al templo del Loto Negrbajó del palanquín y entró sola en erecinto, sin la compañía de su escoltaTenía la desagradable sensación de qu
Sano no vería con buenos ojos su misió optó por no hablar con el personal de
Loto Negro porque eso podría interferi
en el trabajo de su marido. Se dedicarí
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a buscar a mujeres de la comunidad quhubiesen tenido una relación estrechcon Haru. Su punto fuerte com
detective radicaba en su afinidad con lamujeres, quienes podrían versntimidadas ante los hombres de s
marido.Se plantó en el interior del templ
para absorber impresiones. L
distribución era muy parecida a la de lmayoría de los templos. Una ampliavenida enlosada dividía el recinto edos. A cada lado se erguían pabellone
de oración, capillas, depósitos de sutrasuna fuente, una campana con su armazó otras edificaciones, todo construido a
estilo budista tradicional. El símbol
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del loto negro y dorado adornaba lohastiales, las puertas talladas y el altpórtico de dos tejados que daba acces
al pabellón principal, situado al final da avenida. El sol de la mañana, y
entrada, arrancaba destellos de lo
ejados de tejas grises y de una pagodroja. La diferencia que había entre esemplo y otros que había visitado era e
nusual diseño de los jardines.Los sicómoros extendían sus hojamoteadas por encima de la avenidprincipal; exuberantes pérgolas daba
sombra a las veredas secundariasPinos, robles, arces rojos y cerezoocultaban los edificios, y entre la
sendas de grava blanca crecían co
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voz femenina, se volvió y se encontrcon una mujer alta ataviada con uquimono gris pálido—. Bienvenida a
emplo del Loto Negro —dijo la mujecon una reverencia.
Una larga toca blanca le cubría l
cabeza. Cercana a los cuarenta añosenía la mandíbula cuadrada y una boc
carnosa y sensual. Sus ojos estrecho
anzaban destellos de inteligencia. Nenía la cara empolvada, pero sus cejaestaban afeitadas y llevaba unadibujadas en la frente en un elevad
arco, y una fina pátina de carmín lcoloreaba los labios. La edad habíesbozado leves líneas alrededor de s
boca y unas manchas marrones l
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afeaban las mejillas, pero de jovedebía de haber sido encantadora y aúposeía cierta belleza ajada. L
flanqueaban cuatro monjas, dos a cadado.
—Soy Junketsu-in, abadesa de
convento. Es un honor conoceros.Reiko sintió una punzada d
sorpresa mientras correspondía a l
reverencia con automática cortesía murmuraba con educación: —El placer es mío. —Nunca habí
visto a una abadesa maquillada,
aunque las mujeres santas solíaafeitarse la cabeza, vio que aquélllevaba el pelo recogido por debajo d
a toca. También la desconcertaba l
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pronta recepción oficial otorgada a svisita no anunciada—. ¿Cómo sabéiquién soy?
—Oh, sois demasiado modesta. —La abadesa Junketsu-in sonrió. Su voenía un timbre afectado y d
superioridad—. Todo el mundo conoce a esposa del sosakan-sama del sogún.
Pese a que Reiko era consciente d
que su trabajo con Sano había suscitadhabladurías en la ciudad, no erexactamente un personaje público¿Alguien había escuchado a hurtadilla
su conversación con Haru y habíordenado después al Loto Negro que lesperara? No le gustaba la mirad
atrevida y calculadora de la abadesa,
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su instinto le advertía que el aspecto y ecomportamiento de Junketsu-in erasignos de que había algo raro en e
emplo. ¿O estaba siendo demasiadsuspicaz porque sabía que podía cobijaa un asesino?
—Supongo que estáis ayudando vuestro esposo a investigar el incendi—dijo Junketsu-in, confirmando la
sospechas de Reiko. Puesto que sparticipación en el caso no era dedominio público y muchas mujerevisitaban templos por motivo
religiosos, ¿por qué iba a suponer tacosa Junketsu-in a menos que estuvieral tanto de la entrevista con Haru?—. O
ruego que me permitáis ayudaros.
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—He venido a investigar el posiblpapel de Haru en el incendio y easesinato —reconoció Reiko.
Junketsu-in ensanchó su sonrisaUnos dientes agudos e inclinados hacidentro le daban a su boca aspecto d
rampa. —Conozco muy bien a Haru
Podemos hablar en mis aposentos —
replicó señalando con la mano uestrecho camino. —En realidad tenía la esperanza d
conocer a sus amigas. —Reiko supus
que quizá el templo deseara mantener lnvestigación centrada en la chica, bie
por proteger al responsable del incendi
o bien para evitar que se husmease e
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os asuntos de la secta. No podía confiaen la palabra de ninguno de sumiembros capaz de sacrificar a un
huérfana como chivo expiatorio—. Sme indicáis cómo llegar al orfanato nhabrá necesidad de que os ocasion
molestias. —Eso no será necesario —dijo
Junketsu-in sin dejar de sonreír, aunqu
su mirada se endureció—. Estarencantada de proporcionaros toda lnformación que necesitéis.
Ella y las monjas rodearon a Reiko
Saltaba a la vista que no querían qurecorriera el templo por su cuentaDurante un momento se planteó recurri
a la autoridad de Sano y ordenarle a
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Junketsu-in que le dejara hacer lo qudeseara, pero no le parecía bien fingique actuaba por encargo de su marid
cuando éste ni siquiera sabía que estaballí. Al otro lado del recinto vio pasar dos de sus detectives, pero acudir
ellos los pondría ante la duda de teneque decidir si ayudarla suponídesobedecer a su señor. Además, sabí
que ganarse la enemistad de unreligiosa podía ocasionarle problemas Sano.
—Muy bien —dijo por fin,
permitió que Junketsu-in la escoltara poel sendero. A lo mejor aún lograríaveriguar algo de importancia.
El camino avanzaba por debajo d
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as pérgolas y entre edificiosombreados por los árboles a lo largde los cuales Junketsu-in la guió co
paso vivo, como si no quisiera que loviera bien ni hablara con las monjas coas que se cruzaban.
—Esto es el convento —anunció labadesa mientras le indicaba a Reikque entrara en una versión reducida d
su equivalente del templo de Zojo.Tomaron asiento en una salamueblada con sencillez del piso darriba. Las puertas correderas estaba
abiertas a un balcón con vistas a loejados de otros edificios. Una doncell
sirvió té. Las monjas se arrodillaron e
as esquinas como mudas centinelas. E
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ese instante Reiko reparó en que equimono gris de Junketsu-in estabhecho de fino algodón con un delicad
diseño de líneas onduladas en un tonmás claro, y no de basto cáñamo comas vestiduras de las monjas; además
ucía unos impecables calcetineblancos que contrastaban con los piedescalzos de las otras.
—¿Qué prácticas sigue la secta deLoto Negro? —preguntó Reiko, qusentía curiosidad por conocer lorituales que habían atraído a ta
numerosa congregación y la doctrina qupermitía a la abadesa violar lcostumbre budista de rechazar l
vanidad mundana.
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—La existencia humana está cargadde sufrimiento —contestó Junketsu-icon tono pío y altivo—. Dich
sufrimiento lo causa el deseo egoístaZafándonos del deseo podemoiberarnos del sufrimiento y alcanzar e
nirvana. Esto sólo podemos hacerlo sseguimos el camino correcto. —Reikreconoció en esos axiomas las Cuatr
obles Verdades, fundamento de todaas formas del budismo—. Nosotrocreemos que todo ser humano posepotencial para alcanzar el nirvana y l
gracia de Buda, la condición de supremluminación y poder sobrenatural. A
memorizar y recitar el sutra del Lot
egro y meditar sobre él nos hacemo
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con la verdad que contiene. El acto de lsalmodia canaliza todas las actividadede nuestra vida con el fin de liberar e
poder oculto en el reino de lnconsciente, donde podemos entende
el significado último del sutra. L
comprensión tiene lugar en una fusiómística entre el fiel y el sutra, y de estmodo conseguimos el nirvana y la graci
de Buda. —No conozco bien el sutra del Lotegro —apuntó Reiko—. ¿Est
relacionado con el famoso sutra de
Loto? —Ese escrito era la base de otrasectas—. ¿Qué dice?
—El sutra del Loto Negro es u
versículo único y antiguo que descubri
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nuestro sumo sacerdote. Afirma que ecamino correcto hacia el nirvanconsiste en una infinidad de camino
paralelos, cruzados, convergentes divergentes que se unen en uno, y que esumo sacerdote Anraku, bodhisattva de
Poder Infinito, nos mostrará a cada unel camino que debemos seguir. —Labadesa cambió de postura, incómod
—. Pero es largo y complejo, y sprecisa mucho tiempo para recitarlo, un estudio intensivo para comprenderloY me parece que vos queríais averigua
cosas sobre Haru y el incendio. —Sí —dijo Reiko, observando e
deseo de la abadesa de apartar l
conve