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Mariana Favila Vázquez Veredas de mar y río. Navegación prehispánica y colonial en Los Tuxtlas, Veracruz

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Mariana Favila Vázquez

Veredas de mar y río.Navegación prehispánica y colonial

en Los Tuxtlas, Veracruz

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Universidad Nacional Autónoma de México

Dr. Enrique Graue WiechersRector

Dr. Leonardo Lomelí VanegasSecretario General

Dr. Alberto Ken Oyama NakagawaSecretario de Desarrollo Institucional

Dr. Javier Nieto GutiérrezCoordinador General de Estudios de Posgrado

Dra. Ana Bella Pérez Castro Coordinadora del Programa de Maestría y Doctorado

en Estudios Mesoamericanos

Dra. Cecilia Silva GutiérrezSubdirectora Académica

de la Coordinación General de Estudios de Posgrado

Lic. Lorena Vázquez RojasCoordinación Editorial

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Veredas de mar y río.NaVegacióN prehispáNica y coloNial

eN los TuxTlas, Veracruz

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La Colección Posgrado publica, desde 1987, las tesis de maestría y docto­rado que presentan, para obtener el grado, los egresados de los programas del Sistema Universitario de Posgrado de la uNam.

El conjunto de obras seleccionadas, además de su originalidad, ofrecen al lector el tratamiento de temas y problemas de gran relevancia que con­tribuyen a la comprensión de los mismos y a la difusión del pensamiento universitario.

Universidad Nacional Autónoma de México

Coordinación General deEstudios de Posgrado

Programa de Maestría y Doctoradoen Estudios Mesoamericanos

Colección Posgrado

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uNiVersidad NacioNal auTóNoma de méxico

México, 2019

Mariana Favila Vázquez

Veredas de mar y río.Navegación prehispánica y colonial

en Los Tuxtlas, Veracruz

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Corrección de estilo: Lorena Vázquez RojasFormación de planas y diseño de portada: Columba Citlali Bazán LechugaLectura de pruebas: Julio Gustavo Jasso Loperena y Consuelo Yerena Capistrán

Primera edición PDF: 29 de junio de 2019

D.R. © Universidad Nacional Autónoma de México Coordinación General de Estudios de Posgrado Ciudad Universitaria, 04510, Coyoacán, Ciudad de MéxicoD.R. © Mariana Favila Vázquez

ISBN (PDF) 978-607-30-1935-4

DOI: https://doi.org/10.22201/cgep.9786073019354e.2019

Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

Impreso y hecho en México

Favila Vázquez, Mariana, autor.Veredas de mar y río : navegación prehispánica y colonial en los Tuxtlas, Veracruz / Mariana Favila Vázquez. – Primera edición. – México, D.F. : Universidad Nacional Autónoma de México, Coordinación de Estudios de Posgrado, 2016.

288 páginas : ilustraciones, mapas ; 21 cm. – (Colección posgrado)Bibliografía: páginas 257­276Programa de Maestría y Doctorado en Estudios MesoamericanosISBN (Impreso) 978­607­02­7639­2 1. Indios de México – Veracruz – Botes – Historia. 2. Navegación – Tuxtlas,

Región de los – Historia. 3. Indios de México – Veracruz – Transportación – Historia. 4. Veracruz – Historia. 5. Veracruz – Antigüedades. I. Universidad Nacional Autónoma México. Coordinación de Estudios de Posgrado. II. Título. III. Serie.

972.6101­scdd21 Biblioteca Nacional de México

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agradecimieNTos

Quiero expresar un profundo agradecimiento al doctor Xavier Noguez, quien desde hace unos años me ha ayudado a guiar mi camino; por sus consejos, por el tiempo, por escucharme

y, sobre todo, por el apoyo en los momentos difíciles del trayecto. También agradezco al doctor Sergio Guevara por su in terés en la investigación, y por mostrarme la visión y el camino para el enten­dimiento de las relaciones entre el hombre y su entorno.

La culminación de este trabajo no habría sido posible sin el apo­yo del Programa de Maestría y Doctorado en Estudios Mesoameri­canos de la Universidad Nacional Autónoma de México, en especial de la doctora María del Carmen Valverde a quien agradezco su papel como coordinadora del programa, y a Myriam Fragoso y Elvia Casto­rena, por su paciencia y ayuda en todo momento. Asimismo, mi gra­titud a los miembros del Comité Académico, por haberme impulsado durante los dos años de mi maestría. Tengo una deuda enor me con la Coordinación de Estudios de Posgrado y su Programa de Apo yo de Estudios de Posgrado, sin su ayuda económica esta investigación no hubiera llegado a buen término.

Un especial agradecimiento a los arqueólogos César Hernández y Gerardo Jiménez, de la mapoteca del Instituto de Investigaciones Antropológicas, ya que sin su apoyo no hubiera, ni remotamente, al canzado a bosquejar algunas de las ideas que presento en estas pá­ginas; al doctor Alfred Siemens por los comentarios y reflexiones que me aportaron, sobre todo al inicio, un panorama enriquece dor para el desarrollo de este proyecto de investigación; a la doctora Lourdes Budar y a su equipo quienes, en el marco del Proyecto Arqueoló gico

10 Veredas de mar y río

Piedra Labrada, Sierra de Santa Marta, Los Tuxtlas, Veracruz, me per­mitieron comprender mejor a la región.

Un profundo agradecimiento a las instituciones y personas que me autorizaron la reproducción de documentos, mapas y fotogra­fías que forman parte de este libro: a la Dirección de Publicaciones y de Di fusión del Archivo General de la Nación; al Archivo General de In dias de Sevilla; al Instituto de Ecología A.C., especialmente al doctor Sergio Guevara; a Alexandra Biar; y a la Real Academia de la Historia.

Gracias al maestro Tomás Pérez, por su calidez y apoyo; a la doc­tora Johanna Broda, quien me dio la oportunidad de integrarme a su taller del Programa de Maestría y Doctorado en Etnohistoria de la Escuela Nacional de Antropología e Historia y aprender de ella la ma­nera en cómo hacer investigación, lo cual espero se vea re flejado en estas páginas; y al doctor Gabriel Espinosa, por su in terés y apoyo incondicional desde el momento en que nos conocimos.

Un profundo agradecimiento a la maestra Bertilla Beltrán, por el apoyo como representante de los alumnos del posgrado en Estudios Me soamericanos y como colega de la maestría; de igual manera a to dos los compañeros, profesores y amigos que dejaron huella en mi camino.

Por el apoyo de mis padres y de mi querida hermana, gracias; siem­pre con el cariño inagotable de quienes nunca dejan de acompañar­nos. Y a ti, Aban, por tu inmensa paciencia, tu tiempo y tu dedicación para que este libro pudiera enriquecerse y concluir, gracias por todo.

Finalmente, expreso mi gratitud a todas las personas de la región de Los Tuxtlas que me abrieron sus casas, contaron sus historias y com­partieron su tiempo, en particular a Alma y Alejandro. Gra cias a los pescadores que me recibieron, en ellos encontré un pozo de conoci­mientos y un mundo de posibilidades que aún me es difícil com pren­der del todo. Gracias a ustedes que surcan las aguas en busca de un destino que represente una mejora para sus comunidades.

íNdice

PrólogoIntroducción

1. Surcando las aguas en navíos antiguos ................................. 27 El problema de la evidencia .................................................... 27 Navegación en el sur de Veracruz ........................................... 30 Navegantes de piedra .............................................................. 36 Canoas de jade, canoas fortuitas ............................................. 43

2. El paisaje de Los Tuxtlas: enfoque histórico-ambiental ..... 53 Sobre las teorías del entorno ................................................... 54 La dimensión histórica del paisaje .......................................... 56 El paisaje en Mesoamérica ................................................. 57 Isla de lava enclavada en la costa del golfo ............................ 60 Edafología de Los Tuxtlas ....................................................... 67 El clima de la sierra ................................................................. 69 Entre acahuales y la reserva de la biósfera .............................. 70 Testimonios polínicos en la historia de Los Tuxtlas ......... 78 La fauna de Los Tuxtlas .......................................................... 80 Paisajes fluviales de Los Tuxtlas ............................................. 83 Cuerpos lacustres ............................................................... 88 El paisaje costero ..................................................................... 92

3. Contextos arqueológicos, contextos navegables ................ 101 Investigaciones arqueológicas de la región (siglos XIX­XXI) ................................................................... 103

12 Veredas de mar y río

La historia previa a la Conquista .......................................... 110 Periodo Formativo (1400 a.C.­300 d.C.) ........................ 113 Formativo Temprano (1400­1000 a.C.) .................... 114 Formativo Medio (1000­400 a.C.) ............................. 115 Formativo Tardío (400 a.C.­100 d.C.) ....................... 117 Periodo Formativo Terminal (100­300 d.C.) ............. 118 Periodo Clásico (300­1000 d.C.) .................................... 121 Clásico Temprano (300­450 d.C.) ............................. 123 Clásico Medio Temprano (450­550 d.C.) ................. 126 Clásico Medio Tardío (550­650 d.C.) ....................... 127 Clásico Tardío Temprano (650­800 d.C.) ................. 128 Clásico Tardío Tardío (800­1000 d.C.) ..................... 129 Periodo Postclásico (1000­1521 d.C.) ............................. 130 Problemáticas interdisciplinarias ................................ 130 Toztlan: joya de la corona mexica .............................. 134

4. Construyendo un modelo heurístico: evaluación del potencial de navegación de Los Tuxtlas ....................... 149 El vínculo entre los Sistemas de Información Geográfica (SIG) y la arqueología ........................................ 152 Propuesta metodológica para el estudio de la navegación en Los Tuxtlas ....................................................................... 155 Parámetros teórico­metodológicos del análisis espacial ....... 157 ¿Qué queremos saber? ...................................................... 157 ¿Cómo se establecieron las variables? .............................. 158 Derivación de información nueva ................................... 161 ¿Cómo integrar y analizar las variables? .......................... 163 Correlación de datos ........................................................ 165 5. Derroteros coloniales de Los Tuxtlas ................................. 171 Fuentes históricas y geográficas: enfoque de aproximación .. 173 Relaciones geográficas del siglo XVI ................................ 177 La isla de lava vislumbrada desde el mar .............................. 183 Los Tuxtlas y el marquesado del valle de Oaxaca ................ 188 Provincia de Tlacotalpan ................................................ 198 La villa de Tuztla ............................................................. 204 Provincia de Coatzacoalcos ............................................. 205

Índice 13

6. Caminos de agua en tierra firme y mar abierto .................. 215 Pintura de Tlacotalpa (1580) ............................................... 218 Pintura de Coatzacoalco (1580) ........................................... 223 La línea de costa de Los Tuxtlas (siglos XVI­XVIII) ........... 225

Consideraciones finales ................................................................. 249Abreviaturas ................................................................................ 255Fuentes consultadas ..................................................................... 257Anexo .......................................................................................... 277

prólogo

En el territorio mexicano existe una gran diversidad biológica y cultural, sólo comparable con pocas regiones en el mundo. Este te rritorio fue colonizado por numerosos grupos humanos que usa­

ron intensiva y extensivamente la tierra y los recursos naturales. De ello surge una paradoja: a pesar de la fuerte y prolongada perturbación se ha mantenido la diversidad que ahora existe.

Esa contradicción se resuelve en los paisajes mexicanos, forma­dos por ecosistemas naturales y transformados que se integran en sis­temas heterogéneos cuya estructura y funcionamiento han sido mode­lados a lo largo del tiempo por el efecto de eventos naturales y por el manejo humano. En la historia de esos cambios —historia am bien­tal— está la clave del mantenimiento de la diversidad actual.

La historia ambiental del paisaje puede ser develada, aunque para lograrlo se requiere de la participación de diversas disciplinas, natu­rales y sociales, capaces de describirlo a partir de distintas escalas de espacio y tiempo. La historia ambiental es quizás una de las discipli­nas más promisorias para llevar a cabo estudios multidisciplinarios que permitan conocer el paisaje como resultado de su adaptación a la per­turbación natural y al manejo humano.

Ciertas regiones de México tienen una especial importancia para la historia ambiental; tal es el caso de Los Tuxtlas que, por su geogra­fía, características naturales y temprana colonización, tiene un gran potencial para ahondar en los antecedentes de la civilización mesoa­mericana. Se trata de una sierra, un complejo montañoso de origen vol cánico, aislado en la planicie costera del sureste del golfo de Mé­

16 Veredas de mar y río

xico; la sierra es llamativa por la altura de sus montañas y por la ri­queza biológica de sus ambientes y ecosistemas.

Debido a sus características biofísicas esta región ha sido desde su origen un refugio para la flora y la fauna; un sitio privilegiado para el asentamiento humano debido a la fertilidad de sus suelos de origen vol­cánico, a la enorme disponibilidad de agua, a la diversidad de su flora y fauna, a la planicie costera que la rodea, y su intrincada topografía que permitió que los asentamientos humanos de la región se mantu­vieran aislados entre sí.

La región de Los Tuxtlas destacó en la cosmovisión mesoameri­cana, considerándola como parte del tlallocan, con lo cual ejerció un gran encanto entre los pueblos de toda Mesoamérica; más tarde ocu­rrió lo mis mo con los europeos, para ellos la sierra fue un importante re ferente geográfico, una reserva forestal inestimable para la cons­trucción de sus embarcaciones y un lugar fructífero por la calidad de sus suelos.

Las montañas de Los Tuxtlas están orientadas en un eje norte­sur, de manera paralela a la costa, lo cual explica que retengan tremen­das cantidades de humedad provenientes del golfo de México, con­virtiéndose así en la región donde nace el agua, fuente de infinidad de arroyos, lagunas y humedales costeros; y tierra adentro está ubicada entre dos cuencas, pues divide su escurrimiento entre los ríos Papaloa­pan y Coat zacoalcos.

Desde hace más de 50 años, la región de Los Tuxtlas ha ejercido tam bién su encanto sobre numerosos científicos y académicos, me xi­canos y extranjeros, quienes han llevado a cabo estudios geográficos, geológicos, antropológicos y arqueológicos, entre otros.

La sierra cautiva a quien la conoce. En esta ocasión, Los Tuxtlas atrapó a una joven arqueóloga que quedó fascinada por su paisaje y por su historia ambiental: lo logró al develarle el gran secreto del agua, el vínculo establecido desde tiempos prehispánicos entre el agua que corre y se estanca, y la actividad humana para apropiarse del paisaje y conectarse con el entorno mediato e inmediato. Son los caminos en el agua, como Mariana los llamó, un enigma que se había conservado celosamente oculto.

Mariana Favila se preguntó acerca de la existencia e importancia de la navegación prehispánica y para responder estas incógnitas em­

Prólogo 17

prendió una investigación interesante y fructífera. Partió de que la sierra es pródiga en ambientes y ecosistemas distintos, distribuidos en una abrupta topografía y que sólo están conectados por corrientes de agua, por lagunas, humedales y la costa. Se propuso averiguar qué tan importante fue la navegación en esos cuerpos de agua para la movi­lidad de la población prehispánica con fines de apropiación de los distintos ambientes, desde las alturas de los volcanes hasta la costa, y a lo largo de las montañas que integran el macizo. Los resultados que obtuvo son muy provocativos y representan una aportación para la historia ambiental de Los Tuxtlas y una contribución sustantiva a la ecología del paisaje.

Su método de investigación fue elegante. Mariana partió del con­cepto de paisaje para hacer sus recorridos de campo y para analizar las imágenes de satélite. Así elaboró un sistema de información geo­gráfica que le permitió concretar un conjunto de propuestas bien fun­damentadas acerca de la navegación prehispánica en la región de Los Tuxtlas.

Se enfrentó con la carencia de evidencias y restos de la navega­ción prehispánica, debido al poco conocimiento que hay acerca de los posibles puertos o atracaderos en ríos y lagunas, y a la labilidad de la madera en este ambiente tan húmedo. Sin embargo, reunió prue­bas y las integró en una serie de propuestas interesantes acerca de la navegación lacustre, costera y fluvial, y bosquejó temas para futuros estudios, por ejemplo acerca de la tecnología de las embarcaciones y de la navegación.

Empleó las fuentes coloniales para documentar las actividades de navegación en esta región. En los archivos encontró mapas revela­dores que le permitieron reconstruir las vías acuáticas empleadas y pro poner que éstas correspondían a las rutas prehispánicas.

Desde el punto de vista de la historia ambiental considero que es te trabajo cuestiona la idea del aislamiento de la sierra y de la lentitud en el desplazamiento de los pobladores a través de ella, así como de la composición de su dieta. Permite vislumbrar una intensa y extensa co­nectividad entre este territorio y otras regiones y pueblos del sureste de México.

Los datos que aquí se presentan modifican nuestras ideas acerca de la percepción del paisaje prehispánico, el cual considerábamos restrin­

18 Veredas de mar y río

gido a la sierra y tierra adentro. También en cuanto a la visión que teníamos acerca de lo que yo denomino “las atalayas mesoameri­canas” —sitios en las alturas de las montañas más altas y bien posicio­nadas, empleados por los habitantes originales como lugares de ob­servación del clima y del cielo, lo que comprendo como percepción del paisaje—. Pensábamos que los nativos vivían absortos en el as­pecto terrestre, y pues no, también incorporaban al paisaje las costas y lagunas, añadiendo a la planeación del uso del paisaje el control del tráfico acuático. Se trata de una percepción desde la sierra hacia el exterior, que contrastó con la percepción de la sierra desde el exterior que prevaleció durante la Colonia y hasta bien avanzado el siglo XX. Esto último probablemente es una de las causas de haber soslayado durante mucho tiempo el tema de la navegación.

Eran las mismas vías de agua las que permitían a unos entrar y sa lir de la sierra y a otros rodearla para acceder a las planicies y desembo­caduras de los ríos Papaloapan y Coatzacoalcos.

Desde el punto de vista de la ecología del paisaje, la navegación sugiere entender que los sitios planos, las laderas y las cimas de la sie rra estaban más integrados de lo que suponíamos, que la agricultura per­manente y temporal formaba parte de un mismo plan que tenía que ver con la producción de alimentos y con la recolección, caza y pes­ca en toda la región. Un paisaje que integra los ecosistemas ligados a las diferentes altitudes, a la humedad y a los suelos. Por cierto, el uso de la vegetación riparia, y de la orilla de lagunas y costas tuvo una gran importancia.

Este libro también suscita preguntas y abre nuevas perspectivas a la historia ambiental del paisaje de la región de Los Tuxtlas, entre las cuales se podrían mencionar algunas muy audaces en este momento: ¿acaso los caminos terrestres estuvieron más ligados a la agricultura trashumante y los caminos del agua a los cultivos permanentes de las tierras bajas?, ¿podría ser entonces que la tecnología hidráulica y de na vegación estuviera ligada al manejo de la fertilidad del suelo que se ponía en movimiento por la erosión ocasionada por los desmontes?

Como todo buen trabajo de investigación, este estudio ha gene­rado una gran cantidad de preguntas y perspectivas históricas para entender la relación entre los pobladores de Los Tuxtlas y la diversi­

Prólogo 19

dad. Ésta es una historia diferente de percepción y apropiación de la sierra con tecnologías y propósitos distintos.

Pero hay algo que me in quieta de esa información y resultados, ¿los chaneques navegaban…?

Dr. Sergio Guevara SadaInvestigador del Instituto de Ecología, A.C.

iNTroduccióN

Los ejes temáticos para el estudio de Mesoamérica son diversos y han despertado en la comunidad académica el interés por desa­rrollar distintas propuestas para aproximarnos a un pasado remo­

to que se presenta huidizo la mayoría de las veces, y cuya silueta trata de delinearse con el apoyo de las hoy llamadas “fuentes” creadas en tiempos prehispánicos, novohispanos, mestizos y presentes.

Dentro de nuestro proceder, esta investigación surge de la inquie­tud de entender una actividad cuyas huellas parecen más difusas que otras. Se trata de una de tantas formas de apropiación del entorno que el hombre desarrolló en su historia. Me refiero a la navegación prehispánica y colonial acerca de la cual, aunque constituyó un siste­ma y una tecnología de transporte fundamental, aún no conocemos del todo su importancia para la comunicación, su participación en la integración de unidades regionales, ni sus implicaciones en el desa­rrollo tec nológico y cultural de las sociedades mesoamericanas.

El tema ha resultado difícil de abordar dado que las evidencias del mundo precolombino acerca de esta actividad se reducen a algunos objetos y contados hallazgos arqueológicos, lo que obedece a que las em barcaciones o los remos utilizados se han perdido bajo la tierra de­bido a su naturaleza orgánica. Por lo tanto, la navegación practicada antes de la llegada de los españoles, así como su transformación y con­tinuidad en la época colonial, es planteada en estas páginas como un problema de investigación que requiere una postura interdisciplina­ria para su estudio.

Ante esta condición, la problemática que se aborda desde la ar­queo logía invita a enriquecerse con aportes que provienen de la

22 Veredas de mar y río

geo grafía y de la historia. Esto permite dotar a nuestro objeto de es­tudio de una dimensión espacial e histórica que nos ayuda a iluminar un poco más el camino.

El tema de las siguientes páginas es, entonces, el de una tradición de navegación prehispánica apenas perceptible, muchas más de las ve ces inferida y no comprobada en una zona particular del sur de Ve­racruz: el macizo montañoso de Los Tuxtlas. Es también sujeto de nues tra investigación la huella de los navegantes europeos en esta zo ­na y sus formas de surcar las aguas a lo largo de la costa novohispana.

En este contexto general, las dos preguntas principales que se busca responder son: ¿se puede identificar una tradición de nave ga­ción prehispánica en la región de Los Tuxtlas, Veracruz?, de ser así, ¿de qué manera ésta convivió o se integró a una tradición europea de na ve gación con la llegada de los primeros españoles y a lo largo de la época colonial? Para resolver estos cuestionamientos se presentan seis capítulos.

En el primer capítulo se responde la siguiente pregunta: ¿cuáles son los datos disponibles en relación con el tema de la navegación pre­hispánica y colonial en la región de Los Tuxtlas? Esto da pie a llevar a cabo una revisión sobre los antecedentes respecto al tema, generando un espacio en el que se desarrolla la justificación de la investigación. Se presentan trabajos que han abordado la navegación durante la épo­ca prehispánica en la región; en éstos se identifican varias tendencias temáticas que involucran a esta actividad, así como diversas metodo­logías y propuestas que resultan en la confirmación por distintos au­tores de que en tiempos muy remotos, al menos desde la época olmeca (2 500 a.C.), ya se practicaba la navegación. Aunque ésta parece ser una interpretación no necesariamente errónea, veremos que, como tal, la afirmación sobre la práctica de la navegación en época pre­hispánica no se sustenta con datos concretos. También se enlistan, analizan y critican algunas de las evidencias que se han localizado en contextos arqueológicos. Con esto, englobamos y tratamos de presen­tar los datos disponibles respecto a la navegación antigua en el sur de Veracruz. Este primer panorama nos lleva a plantear la necesidad de expandir el horizonte de nuestra información, dirigiendo la atención a la unidad regional de Los Tuxtlas y conceptualizándola como un

Introducción 23

“paisaje”, o bien, como un conjunto de paisajes que serán estudiados, lo cual nos conduce al siguiente capítulo.

El segundo apartado del libro gira en torno a la pregunta ¿cómo definir el paisaje de Los Tuxtlas para su estudio? Para responderla se establece una postura teórica en relación con la unidad conceptual del paisaje. Se presenta una revisión del concepto, su origen cuanti­tativo­geográfico y su relación con las disciplinas humanistas, en par­ticular la historia. De esta manera es posible dotar de una dimensión diacrónica a nuestra región de estudio con el afán de entender que las relaciones entre el entorno y la presencia humana, a lo largo del tiem­ po, nos permiten dilucidar sobre las formas de interacción del hombre con los cuerpos de agua y la tierra firme, por medio de la navegación. Da do que la región está inundada de ríos y arroyos, lagos y lagunas, así como flanqueada por la costa del golfo de México, no fue la intención que estos cuerpos de agua y los volcanes que soportan funcionaran ex­ clusivamente como el escenario de los distintos grupos humanos que han rondado la región durante milenios. Se buscó percibir las nocio­nes histórico­ambientales que se han generado en la misma, mediante estudios del ecosistema y del aprovechamiento de sus recursos. Así, una vez delimitado, conceptualizado y comprendido el medio tan com ple­jo de Los Tuxtlas, podemos continuar con el siguiente paso que con­siste en entender, en la medida de lo posible, los procesos de relación entre el hombre y su entorno en la época previa a la llegada de los es­pañoles a las costas del golfo.

En el tercer capítulo se presentan algunas de las consideraciones necesarias para abordar los datos arqueológicos disponibles, específi­camente para contestar: ¿qué nos dicen los contextos prehispánicos acerca de la navegación? En primer lugar, es necesario entender de dónde provienen nuestros datos, quiénes han sido responsables de su sistematización, y el porqué se ha planteado que se navegaba en la re gión. La revisión, tal vez siempre insuficiente, de la historia de la ar­ queo logía, en este caso de Los Tuxtlas, nos ayuda a delimitar los sec­tores de los cuales se tiene la mayor cantidad de datos. Esto, a su vez, permite reconstruir las rutas de navegación que se pueden inferir de todo el cúmulo de información organizada temporal y espacialmente.

Es necesario mencionar que a primera vista se percibe una historia fragmentada, pero que sugiere que los ríos, los paisajes en movimiento,

24 Veredas de mar y río

las lagunas y la costa fueron un importante espacio de congregación de los asentamientos humanos. Estos cuerpos de agua funcionaron co mo caminos que conectaban algunos de los principales centros po bla cio­nales, como ejes importantes de la organización espacial hu ma na de la región. Sin embargo, parecía que faltaba algo por resolver. Un entor­no tan complejo como el de Los Tuxtlas, lleno de serra nías, lo meríos, pendientes pronunciadas, planicies fluviales y costeras requiere de un argumento más contundente para asegurar que los cuer pos de agua que lo inundan eran navegables. Esto nos lleva a conside rar la unidad del paisaje como un objeto de estudio, con lo cual surge la pregunta del siguiente apartado que guio el proceso de investigación.

El cuarto capítulo busca resolver el cómo aproximarnos al estudio de la navegación mediante el análisis del paisaje. Se centra en el plan­teamiento y desarrollo de una metodología que implica el uso de sis temas de información geográfica y su aplicación a nuestro proble­ma de estudio. Se presenta un modelo de análisis espacial basado en parámetros geográficos para comenzar a plantear la necesidad de sis­tematizar el corpus de indicadores de la navegación, tanto del medio natural como del cultural. Por ahora, y reconociendo las li mitaciones de la información disponible, se decidió trabajar con dos pa ráme­tros geográficos, aclarando siempre que el modelo acepta la inclusión de variables culturales debido a la flexibilidad de su estructura. Debe quedar claro que esto es una propuesta de carácter metodológico que se presenta ante la necesidad de ampliar nuestras fuentes analí ticas y de información para abordar un problema concreto de in vestigación.

Para contextualizar este cuarto capítulo se explica la relación en­tre las he rramientas de análisis espacial y la arqueología; se exponen algunas consideraciones teóricas y de uso, así como algu nas de sus li mi taciones. Posteriormente, se desarrolla, paso a paso, cada uno de los requerimientos metodológicos para elaborar el modelo, y el resul­tado de su aplicación se compara con la reconstrucción de las rutas navegables derivada del tercer capítulo. Con este pro ceder es posible enriquecer los argumentos que buscan sustentar la existencia de una tradición de navegación en la región, al menos desde la época prehis­pánica.

Introducción 25

Una vez que se tiene un panorama más claro acerca de la navega­ción antes de la llegada de los españoles, se plantea una última pre­gunta: ¿cómo se dio la interacción entre la tradición de na vegación indígena y la europea? Para esto se presenta en los capítulos quinto y sexto un análisis de las fuentes coloniales y de la cartografía histórica disponible, respectivamente, con el fin de reunir información para en tender cómo fue que la tradición náutica europea tuvo un anclaje sobre la línea de costa, apropiándose de rasgos de un nuevo paisaje que formaron parte de su propia infraes tructura de navegación. Es decir, la región jugó un papel importante para los marinos europeos como indicador de diversos rasgos notables sobre la línea de costa y se men­cionó a lo largo de la época colonial en documentos y mapas de di­versa índole; éstos permiten entender cómo la sierra de Los Tuxtlas formó parte de las rutas de comercio y la vida cotidiana de aquellos que la recorrían en el mar o a través de los cuerpos de agua de tierra adentro.

En el capítulo quinto se abordan los datos más significativos que se recuperaron de documentos de la época colonial temprana como las Relaciones geográficas del siglo XVI y otros más que presentan in­formación sobre las rutas navegadas por marineros europeos. Mientras que en el capítulo sexto se presenta la identificación de los puntos re­levantes del paisaje costero y fluvial de Los Tuxtlas a partir del estu­dio de mapas pertenecientes al Archivo General de la Nación y al Archivo General de Indias, entre otros. Con todo esto, se presenta un panorama que permite tener una comprensión cabal sobre la uni­dad paisajística de Los Tuxtlas y las actividades de navegación flu­vial, lacustre y de cabotaje que la hicieron parte de la historia del So­taven to veracruzano durante la época colonial.

Finalmente, el objetivo de esta investigación es, antes que nada, plantear vías para abordar un tema difícil, la mayoría de las veces es­curridizo, cuya importancia tiene que ver con el entendimiento de diversos procesos relacionados con los mecanismos de interacción y apropiación del hom bre sobre su entorno. En este caso enfocándonos en el medio acuá tico: umbral al inframundo, nicho de recursos que la mayoría de las veces se perciben inagotables, sendero que agiliza los traslados, o bien, que constituye la peor amenaza debido a su inmenso poder de destrucción.

26 Veredas de mar y río

Así, los cuerpos de agua son todo menos agentes pasivos en la historia de Mesoamérica, por lo que cabe entonces preguntarse: ¿có­mo fue esa relación entre el humano y una región inundada de lagos, lagunas, ríos y mar?

capíTulo 1

Surcando las aguas en navíos antiguos

AEl problema de la evidencia

l estudiar el pasado prehispánico se percibe de inmediato la carencia de tecnología que pudiera facilitar el traslado tanto de personas como de objetos; sin embargo, las evidencias ar­

queológicas y los relatos escritos por cronistas españoles y testigos oculares al momento de la Conquista, nos dan testimonio acerca de cómo los pueblos que habitaban el territorio mesoamericano logra­ron resolver un problema tan fundamental como lo fue el transporte de objetos y personas.

Todo parece indicar que además de la existencia de los cargado­res —tlameme en náhuatl, j’ihcatsnom en tzeltal, tzambawa en zoque, quitay inic en huasteco o ah cuch en maya­yucateco—1 la forma más eficaz de realizar intercambios de bienes, transporte de materias pri­mas, de objetos manufacturados y de seres humanos, pudo haber sido por medio de la navegación tanto en cuerpos de agua en tierra firme como en las costas del territorio y mar abierto.

Sabemos con certeza que aunque la rueda se conoció en Mesoa­mérica antes de la llegada de los españoles, ya que se puede observar su uso en miniaturas de cerámica, no se utilizó para el transporte. Al res­pecto, Lorenzo Ochoa afirma que existía en todo el territorio mesoa­mericano una compleja red de caminos y rutas, tanto terrestres como acuáticas, que eran tan eficientes como para permitir el comercio a largas distancias de norte a sur y de costa a costa.2

Una de las principales motivaciones de esta investigación surge, a pesar de las afirmaciones referidas en los párrafos previos, del hecho

28 Veredas de mar y río

de que los estudios sobre las tradiciones náuticas en las sociedades me­soamericanas en nuestro país no han sido tan profusos como los de otros campos. Esto tal vez se deba a la menor presencia de restos ar ­queológicos, como embarcaciones, embarcaderos, remos y otros im­plementos usados por grupos asentados al interior del continente, o bien cerca de la costa, los cuales convivieron con lagos, lagunas, ríos, cenotes, humedales y mar.

Como investigadores debemos enfrentarnos al problema de que los indicadores materiales que permiten inferir y describir la nave­gación como un sistema complejo son, en efecto, difíciles de localizar y caracterizar en algunos de los espacios geográficos donde la histo­ria pa re ciera sugerir que la navegación se practicaba desde la época prehispánica, por su ubicación y la profusa cantidad de cuerpos de agua. Tal es el caso de la región de Los Tuxtlas, en el sur de Veracruz.

En este sentido, el eje de este libro consiste en presentar una pro­puesta que sugiere cómo acceder al estudio de una tradición3 de na­vegación cuyo origen se identifica parcialmente durante la época pre hispánica, y que se puede rastrear y describir gracias al análisis de diversos documentos históricos generados durante la época colonial. Algunas de estas descripciones del siglo XVI permiten proponer que esta tradición implicó la creación de una tecnología sencilla, pero que dio como resultado un complejo sistema de navegación que per­meó más de una esfera cultural en las sociedades mesoamericanas.

La navegación prehispánica podría describirse como una activi­dad que involucró la apropiación del medio acuático, haciendo suyos territorios con gran biodiversidad y buscando el aprovechamiento de los recursos, así como una tecnología, dado que no es lo mismo na ve­gar con corrientes y oleaje en el mar, que en un río o en un lago, por lo tanto, las características de las embarcaciones de bieron ser distintas; podría considerarse también como un fenómeno político­so cial, pues no sólo se navegaba para transportar objetos si no también personas, lo que generaba lazos de interacción más complejos; finalmente, la na­vegación también se puede caracterizar desde la perspectiva de una práctica simbólica, como el mecanismo para adentrarse en un ambien­te acuático que requería de un fuerte grado de especialización y que era concebido como un es pacio liminar desde la cosmovisión mesoa me­ricana.

Surcando las aguas en navíos antiguos 29

En específico, el arqueólogo ha tenido que enfrentarse al proble­ma de que la evidencia para el estudio de la navegación prehispáni­ca que muestre la existencia de este complejo sistema es, como ya se men cionó, escasa.4 La naturaleza del problema tiene que ver con el ma terial utilizado: la madera, que por su propia constitución orgá­nica sufre numerosos y constantes procesos de descomposición. Una vez talado el árbol, la madera se convierte en un tejido inerte que sir ve de alimento para diversos microorganismos, volviéndose práctica­mente invisible en el registro arqueológico, a menos que el contexto, por sí mismo, posea ciertas con diciones para su conservación,5 lo cual influye en el acceso que el in vestigador pueda tener a la evidencia tangible.

En el acervo arqueológico del país podemos encontrar dos embar­caciones prehispánicas recuperadas en Veracruz y que constituyen la mayor parte del patrimonio de canoas rescatadas en un contexto ar­queológico;6 una más se localiza en el Museo Nacional de Antropo lo­gía, en la sala mexica, y se trata de una canoa monóxila7 encontrada en 1959, en la Ciudad de México, durante las excavaciones del paso a des nivel sobre la calzada de Tlalpan en su cruce con la calle Emi­liano Zapata.8

Canoa monóxila mexica resguardada en el Museo Nacional de Antropología, Ciu dad de México. Fuente: Alexandra Biar, 2011; dibujo: Aban Flores Morán.

30 Veredas de mar y río

A pesar de las escasas evidencias, a lo largo de estas páginas remarcaré que me parece un error dentro de la investigación arqueológica el descartar la posibilidad de hablar de la navegación en determinados ambientes —en este caso un contexto costero y fluvial que involucra la presencia de diversos cuerpos de agua— debido a la ausencia de un objeto que confirme esta práctica; carencia que, como ya se explicó, se debe a la naturaleza perecedera de un material arqueológico. An­tes de asumir esta posición es necesario tomar en cuenta que ésta im­plica que el investigador deberá ampliar el horizonte de sus fuentes de información. Sin pretender resolver este problema en la discusión actual, pero como paso necesario para comprender el proceso que se llevará a cabo más adelante, es necesario conocer quié nes y cómo han intentado superar la ausencia de un objeto de estudio tan gible, en este caso para hablar de la navegación en la región de Los Tuxtlas, y así mostrar el escenario en el cual nos introduciremos en los si­guientes capítulos.

La valoración de los datos que se presentan aquí, permite co­nocer lo que se ha dicho en torno al tema desde la disciplina arque­o lógica, así como hacer una primera mención de algunas de las múl­tiples fuentes históricas. El propósito es conocer la forma en que los investigadores han hablado de la práctica de la navegación y en torno a qué problemáticas se ha dado su estudio en las últimas dé­cadas.

Navegación en el sur de Veracruz

Nuestra área de interés se encuentra en el sur del actual estado de Veracruz, en la gran provincia de la cuenca del río Papaloapan, com­partiendo territorio con la cuenca del río Coatzacoalcos. La primera se extiende por las tierras bajas que rodean la zona montañosa de Los Tuxtlas, limitada al norte por la cordillera que se acerca al golfo des­de el Cofre de Perote y el Pico de Orizaba; al oeste y sur por la cordi­llera de la Sierra Madre Oriental; e interrumpida en el sector este por el inicio de la región pantanosa de Tabasco.9

Las grandes montañas de Los Tuxtlas forman una enorme ba­rricada que detiene la humedad del aire que sopla desde el golfo de

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México, el cual al chocar con las laderas de las montañas provoca fuertes precipitaciones, lo que ha llevado a que se le considere co mo el sitio más lluvioso de la zona que va de la península de la Florida, en Estados Unidos, a la península de Yucatán.

Los Tuxtlas es uno de los últimos refugios de la selva húmeda en la costa del golfo de México, en los estados de Veracruz y Tabasco, y forma parte de la frontera norte de la selva tropical húmeda que se extiende desde la selva amazónica en las tierras bajas de América del sur, a lo largo de Centroamérica, hasta llegar a México.10

Resulta necesario hablar de la región más amplia, en la que se lo­ ca lizan Los Tuxtlas, en el sur del actual estado de Veracruz. Por su po si ción como corredor de paso de tierras bajas, selváticas, en extremo calurosas, es un área descrita por Antonio García de León como: “Una gigantesca hoya atravesada por selvas, ríos, lagunas y marismas”.11

Durante el Clásico y Postclásico, después de ser un centro civili­zador donde se desarrolló la cultura olmeca, se convirtió en una zona de conexión entre el Altiplano Central y las regiones del sureste ha­bi tadas por los mayas. Durante la época prehispánica, fue un terri­torio especial del trópico húmedo del golfo de México que, desde el cen tro de Veracruz, el río de Alvarado y las montañas de la costa, pro­porcionaba distintos tributos —como productos agrícolas y bienes suntuarios— a la Triple Alianza asentada en el centro de México. Era un paraíso terrenal si se le compara con el Altiplano Central, mucho más seco, y donde la antigua cultura olmeca constituía una fuente de prestigio, incluso en los años anteriores a la Conquista.12

Respecto al tema que nos interesa, se ha hablado desde diversas perspectivas sobre cómo los antiguos habitantes de dicho territorio prac ticaban la navegación en cuerpos de agua de tierra firme, siguien­do la costa y adentrándose en mar abierto, afirmación que surge de la interpretación de la historia ambiental de la región.

Alfonso Caso fue, tal vez, el primero en dirigir la atención hacia el papel que desempeñó el entorno geográfico del sur de Veracruz en el desarrollo de la sociedad olmeca, exaltando la importancia de la com­pleja red hidráulica que permea esta demarcación. Caso afirmaba que a esta zona se le podía llamar la Mesopotamia americana, dado que no era una cultura aldeana sino una sociedad compleja la que se desarro­llaba a lo largo de los ríos, los habitantes aprovechaban hábilmen te

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sus desbordes, producto de las crecientes, con lo cual se renovaba el suelo agrícola y se usaban como vías fluviales de comunicación al interior.13 De esta forma, los pobladores de la región olmeca habrían elegido las riberas y lomas cercanas a las áreas de inundación, con lo cual aprovechaban también los espacios para la captura de diversos animales acuáticos. Gareth Lowe asegura que los ríos y lagunas facili­taron la comunicación y el transporte, siendo éstos uno de los tantos factores geográficos que favorecieron la fundación de centros cere­mo niales en el periodo Preclásico.14

Michael Coe y Richard Diehl publicaron un estudio de la eco­logía de la región ribereña de San Lorenzo en el sec tor donde el río Chiquito se conecta con el río Coatzacoalcos. También, derivado de un ejercicio etnográfico, sistematizaron y presentaron datos acerca de los modos de vida de la llamada people of the river (gente del río), es decir, de los habitantes contemporáneos de la misma zona donde realizaban su proyecto arqueológico y etnográfico. Buscaron así rea­lizar analogías que les permitieran entender las formas de interac­ción con el entorno y el posible origen de los asentamientos durante la épo ca prehispánica. El resultado fue un estudio integral en el que se incluyeron datos de carácter histórico, recalcando las dificultades que esto implicó durante la investigación debido a la escasez de los mismos.15

Más recientemente, Ann Cyphers y Judith Zurita han hecho hin­capié en que la presencia de numerosos ríos navegables, en las pla­nicies de la cuenca baja del río Coatzacoalcos, tuvo relación con el desarrollo de un sistema de transporte que ayudó al intercambio en­tre la capital de San Lorenzo y su área de influencia. El diseño de las redes de transporte dependió de los caminos, tanto terrestres como fluviales, que a su vez incidieron en el desarrollo político y económi­co de la región.16

Lorenzo Ochoa y Martha Hernández explican la presencia de grupos olmecas en ríos y lagunas en las tierras ba jas noroccidentales del área maya al sugerir que estos habitantes tenían la costumbre de asentarse en ambientes como los de la costa del Pacífico, siguiendo la idea de Piña Chan de la llegada de un grupo proto­olmeca desde esa región; estos inmigrantes son los fundadores de San Lorenzo y La Ven­ta, lugares donde desarrollaron una tecnología que reprodujeron a lo

34 Veredas de mar y río

largo de su historia.17 Esta hipótesis fue ligada con la de Puleston y Puleston, quienes postularon que algunos de los primeros grupos del territorio maya fueron cultivadores de estuarios.18

Así, la presencia de materiales de indudable carácter olmeca en las tierras bajas de Tabasco se ha explicado de la siguiente manera: se trasladaron debido al comercio; los grupos identificados gracias a los materiales arqueológicos, se establecieron en la región dada la pre­sencia de importantes vías de comunicación como los ríos; o bien, se trató de una expansión del grupo olmeca hacia el sur del área clímax.19

En cuanto a la demarcación que nos interesa, Robert Santley y Philip J. Arnold III propusieron que, después de un evento de caída de ceniza en Los Tuxtlas, a mediados del tercer siglo de nuestra era, la parte alta del valle del río Catemaco fue invadida por inmigrantes de Teotihuacán quienes posiblemente huían de los problemas políticos en su metrópolis.20 El asentamiento de Matacapan se con virtió en la dirigencia de una gran zona organizada en poblaciones asentadas a lo largo del valle del río Catemaco. Los investigadores su gieren que el río funcionó como una ruta de transporte mayor en el oeste de Los Tuxtlas y que fue utilizada para importar materiales a la región y ex­portar bienes producidos localmente.21

Con las evidencias arqueológicas de asentamientos humanos en toda el área, habitacionales y ceremoniales, no ha sido di fícil inferir que los habitantes realizaban un manejo intenso de los sis temas lagu­nares, fluviales y costeros mediante prácticas como la pes ca ribereña, aprovechamiento del manglar, y cacería y recolección, entre otras.22

Una de las lagunas más importantes de la zona es la de Sonteco­mapan,23 lugar donde convergen las corrientes de los ríos Coxcoapan, Yohualtahajapan, Basura, Chuniapan, Los Pollos, Fraile, La Boya, El Tronero, Agua Agria, La Laguneta y otros escurrimientos que llegan de las montañas.24 Alfred Siemens encontró, sobre toda la línea de costa de la región, en la desembocadura de esta laguna y en las orillas de algunos de los ríos que vierten sus aguas en el mar, restos de mura­llas que identificó como remanentes de fortalezas del periodo Clásico, lo cual, para el autor, sugiere que en esas áreas existía un intenso mo­vimiento de comercio a lo largo de la costa y hacia el interior, a través de lagunas y numerosos ríos.25 Aunado a esto, Siemens localizó con vuelos aéreos sobre la región oriental de Los Tuxtlas, en la planicie

Surcando las aguas en navíos antiguos 35

costera de la sierra de Santa Marta, conocida como “La perla del gol­fo”, centros ceremoniales ubicados recurrentemente en el piede­monte, a lo largo de la costa, donde el terreno se vuelve más plano, resaltando su localización en la margen de los ríos.26

Desde 2007, Lourdes Budar se encuentra realizando el Proyecto Arqueológico Piedra Labrada, Sierra de Santa Marta, Los Tuxtlas, Ve­racruz, en el que se ha abocado al estudio de los asentamientos men­cionados por Siemens y ha localizado otros más, ya que su estudio abarca toda la porción oriental de la sierra de Santa Marta. En este sentido, y por su ubicación como un punto estratégico para el control de los recursos entre los pueblos del centro y el sur de Mesoamérica, Budar indica que se debe considerar a la región costera de la sierra de Santa Marta, en Los Tuxtlas, como una ruta alterna para el traslado de productos por medio de la navegación en la época prehispánica. Enfatiza que “por la magnitud de los asentamientos de la zona coste­ra y debido a la cantidad de esteros que existen, no es difícil pensar que esta actividad se realizó con objeto de trasladar produc tos a otros puertos ya identificados de la costa del golfo de México, e incluso de la península de Yucatán”.27

Con esta breve revisión, podríamos sugerir que todas estas formas de aproximación han tomado como base las características propias de la región para afirmar la práctica de la navegación desde tiempos muy remotos; en este sentido, puede decirse que los autores estudiaron el paisaje y lo consideraron como una realidad tangible, pero también co mo un elemento identitario28 que participó en la conformación de los grupos sociales que habitaron las cuencas de los ríos Papaloapan y Coatzacoalcos en la época prehispánica. Ésta es la primera forma en que se podrían englobar los estudios que tomaron en cuenta la prác tica de la navegación en la antigüedad, a pesar de que no con­taban con evidencia material al respecto. Volveremos sobre esta pro­blemática en los capítulos tercero y cuarto en los cuales se proponen vías metodológicas para llevar a cabo el estudio de la navegación.

36 Veredas de mar y río

Navegantes de piedra

Además del enfoque previo que prioriza la geografía y da pie para dis­cutir acerca de la navegación en los cuerpos de agua de tierra firme, el pro blema del transporte de grandes monolitos ha resultado otra manera para referir a la práctica de dicha actividad en la región. La hipótesis de quienes han abordado este tema es que las piedras, que podrían pesar hasta 20 t, eran movidas desde las montañas de Los Tuxtlas hacia San Lorenzo —el centro más importante en el periodo 1 200 a 900 a.C. — y La Venta en Tabasco.29

Ignacio Bernal menciona que el traslado de grandes piedras desde lugares remotos requirió de una organización compleja y que, proba­blemente, se transportaron en canoas unidas, para lo cual se necesitó un número considerable de trabajadores que tiraran los árboles, ela­boraran y cargaran las balsas, y las condujeran a lo largo del recorrido costero o fluvial.30 Recordemos que el territorio entre el punto de ex ­tracción de la piedra y su destino estaba configurado por pantanos, planicies fluviales y ríos de rápidas corrientes, los cuales se tenían que cruzar forzosamente.31

Howel Williams y Robert F. Heizer trataron de resolver el pro­blema indicando que los monumentos de La Venta están elaborados con andesitas muy similares a las del río Teapa y provienen del volcán de La Unión, en Tabasco, señalando a este lugar como el origen de mu chas de las piedras en bruto del sitio arqueológico pero, a su vez, sugieren que otras fueron extraídas de diversas regiones y trasladadas a través del Istmo; en específico, pro ponen que el origen de las co­lumnas de basalto se encuentra en Roca Partida, al norte de Monte­pío, hacia el norte de Los Tuxtlas, sobre la línea de costa; también elaboraron un mapa esquemático que ilustra las probables rutas para su transporte.32

A partir de esta propuesta, un equipo de trabajo integrado por el arqueólogo Alfredo Delgado Calderón e investigadores de la Uni­versidad Veracruzana (UV), de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y del Centro de Investigaciones y Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional (Cinvestav­IPN) —Jorge Rhi Sausi, Ricardo Peralta y Fabi, Lourdes Muñoz, José Luis Ruvalcaba, Ponciano Ortiz y José González Sierra— presentaron en

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julio de 2012, en el LIV Congreso Internacional de Americanistas, celebrado en Viena, Austria, los resultados de su investigación. Este equipo interdisciplinario sostiene la hipótesis de que los afloramien­tos de basalto de Roca Partida constituyen el punto de origen de las columnas encontradas en La Venta, como ya lo habían comprobado Williams y Heizer.

Afloramientos de basalto sobre la costa, cercanos a Roca Partida. Fotografía: Aban Flores Morán.

Como resultado de los recorridos por mar y tierra de los integrantes de este proyecto, se localizaron grandes piedras denominadas “de labor” que el arqueólogo Delgado atribuye a la cultura olmeca, identificando posibles talleres de extracción de estas columnas.33 Se realizaron tam­bién análisis PIXE34 comparando la constitución mineralógica de frag­mentos de basalto recuperados de La Venta y de Roca Partida, dando como resultado una similitud en la composición de ambos materia­les. En diciembre del mismo año, los integrantes del proyecto lle­varon a cabo el Primer Encuentro Transdisciplinario sobre la Costa del Olman, en Los Tuxtlas, Veracruz, donde expusieron los fructífe­ros resultados de su investigación.

Surcando las aguas en navíos antiguos 39

El interés por entender la presencia de grandes esculturas pétreas en diversos lugares de la región olmeca también fue expresado por Gonzalo Aguirre Beltrán, quien en sus escritos menciona que el he­cho de que la cabeza colosal de Hueyapan se localice en las proximi­dades de la serranía de Los Tuxtlas, conlleva grandes problemas para su transportación desde el sitio donde se pudo haber labrado hasta el lugar donde todavía hoy se encuentra inamovible. En cambio, el au­tor considera que otras cabezas, como las de La Venta, fueron acarrea­das por más de 50 km y trasladadas a través de ríos, esteros, lagunas y pantanos en una época en la que el brazo del hombre era la única fuerza de tracción disponible, lo cual habría implicado además la necesaria existencia de una gran población humana.35

Leslie C. Hazell concuerda con los argumentos que sustentan que el esfuerzo humano requerido para mover las piedras debió ser inmenso y menciona que, en caso de haber existido rutas terrestres, éstas debieron demandar que la vegetación se retirara, se realizaran ca minos y que aquellas energías invertidas en las actividades agríco­las es tuvie ran enfocadas en resolver estos inconvenientes.36 Sin em­bar go, para Hazell, el conocimiento olmeca sobre embarcaciones no es claro y, por supuesto, recalca la falta de evidencias contundentes al respecto. El autor realiza un análisis sobre la me cánica y la viabi­lidad del uso de balsas —troncos unidos formando una superficie plana—.

Esta última fue inicialmente una propuesta de Velson y Clark37 quienes a su vez presentaron un análisis de las operaciones de trans­porte en la antigüedad, asignando valores cuantitativos a parámetros determinados por la energía y horas que los hombres debieron dedi­carle a las actividades de explotación de canteras, a la construcción de medios de transporte, al viaje en agua y tierra, y al uso de suministros diversos. Se concentraron en el basalto transportado hacia La Venta y el sitio de San Lorenzo, tomando como punto de origen el cerro Cintepec y propusieron tres rutas hacia el segundo centro ceremonial.

La primera ruta sigue el contorno sur de Los Tuxtlas en direc­ción a las planicies aluviales del río Coatzacoalcos, para lo que fueron necesarias balsas que permitieran el cruce de pequeños ríos y hon­donadas.38

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La segunda ruta, propuesta originalmente por Michael Coe,39 menciona que las piedras debieron transportarse en balsas hacia el golfo de México, costeando para llegar a la boca del río Coatzacoalcos y arrastrarse río arriba hacía la planicie de San Lorenzo,40 posibilidad que Velson y Clark descartaron debido a la dificultad de atravesar las montañas de Los Tuxtlas para poder llegar a la costa. Pa ra ellos, la única posibilidad era el descenso de Los Tuxtlas en dirección sureste, girando al este para alcanzar el mar.

A pesar de los problemas de este modelo, para estos autores la pro­ puesta de Coe en torno al transporte sobre agua resultó valio sa por va­rias razones: la superficie de un río amplio o del mar en calma pre sen­ ta menos obstáculos, así como menos necesidad de fuerza humana para mantener estable la embarcación. Un río podría no ser la ruta más directa, pero en ocasiones pareciera ser la única, y recuerdan lo anotado por Bernal en relación con que la mayor parte del área ol­meca, excepto por algunas zonas de planicies aluviales y pantanos, es taba cubierta por vegetación impenetrable, de tal manera que los úni cos espacios abiertos eran los creados por los ríos y, por lo tanto, éstos eran los que facilitaban y propiciaban la comunicación.41

La tercera ruta, que es para Velson y Clark la más probable, im­plica dejar las montañas de Los Tuxtlas siguiendo su contorno hacia el su reste, cruzando la planicie costera en la misma dirección para así lle gar al río Coatzacoalcos y subir por el río de Minatitlán. Des de ahí la ruta fluvial sería la indicada para llegar a San Lorenzo.42

Entre otras propuestas respecto a la tecnología de transporte, Vel­son y Clark señalan que las balsas de troncos y las canoas podrían ser consideradas como el mecanismo utilizado para mover los monumen­tos de piedras, pero también indican que, por la cantidad de fuerza hu ­mana requerida para realizar esto, tampoco resulta probable. Anotan que de haber existido balsas de dos niveles de troncos de ceiba, éstas debieron utilizarse para cargar los monumentos de mayor peso, mien­tras que las canoas monóxilas se habrían utilizado para transportar pie dras más pequeñas. Además, sugieren la existencia de una “balsa de canoas”, es decir, varias canoas juntas formando una superficie pla­na la cual, quizá, fue la mejor opción para el transporte de los pesados materiales.43

42 Veredas de mar y río

El estudio de Hazell, el cual parte de los supuestos de Velson y Clark, incluyó además datos oceanográficos, meteorológicos y flu viales como variables para elaborar una replicación teórica de las con diciones de navegación, así como un replanteamiento de los pa rá ­metros para definir la intervención humana y la capacidad de carga del transporte. Las conclusiones del autor son que la capacidad hu­mana, la integridad estructural y la estabilidad derivadas del análisis cuantitativo basado en datos fisiológicos y mecánicos, sugieren que el viaje en balsas en mar abierto no es compatible con la confiabilidad requerida para el traslado de las valiosas cabezas colosales.44

Sin embargo, es importante recalcar que el estudio de Hazell se basa exclusivamente en el problema del traslado de objetos con un pes o notable, lo cual por supuesto debió ser un desafío difícil de re­solver, pero no consideró datos sobre el origen de las piedras, ya que no menciona la importancia de Roca Partida, antes señalada por Williams y Heizer, y por el grupo de investigadores interdisciplinario de la UNAM, la UV y el Cinvestav­IPN. Algunos de los datos que Hazell usa para hacer los cálculos en tor no a los ríos, para descartarlos como vías, están basados en información proporcionada por Her ­nán Cortés en 1519 quien menciona, por ejem plo, que la profun­didad de la desembocadura del río Coatzacoalcos era de 3.6 ­ 4.5 m a 9 ­ 11 m.45

El problema principal con este último argumento sería el siguien­te: desde el momento en que se emplearon o no, a la fecha del dato del conquistador, estas entradas habrían sido utilizadas tal vez duran­te ya más de 1 000 años, durante los cuales la acumulación de sedi­mentos en la desembocadura y las desviaciones en los cauces proba­blemente generaron cambios de profundidad, provocando la pérdida de varios metros de agua, incidiendo por supuesto en la viabilidad de su navegación en las condiciones que sugiere Hazell.

Sin embargo, el análisis del autor pone sobre la mesa numerosas variables que deben ser retomadas para el estudio de la navegación, no sólo en la región olmeca sino en cualquier otro espacio que se con sidere navegable en época prehispánica. Es un valioso aporte dado que es necesario reconocer la dificultad de realizar tal traslado de ma teria les tan pesados en mar abierto, y aunque dicha investi­gación no aclara el problema, la postura de Hazell constituye uno de

Surcando las aguas en navíos antiguos 43

los anteceden tes más importantes para el tema; sus conclusiones su­gieren que las rutas terrestres deben reconsiderarse como probables vías, aunque no nos da ningún indicio de cómo proceder para realizar dicha consideración.

Aun así, partiremos de que el papel de la navegación en época prehispánica debe entenderse como parte de una unidad en la que territorios acuáticos y terrestres funcionaron, y fueron apropiados de manera integral en el paisaje mesoamericano.

Canoas de jade, canoas fortuitas

En general, las aproximaciones anteriores se han acercado al problema de la navegación sin realmente contar con datos arqueológicos, de tal manera que su existencia se ha interpretado tangencialmente; ahora es el momento de referir aquellas evidencias o datos concretos que han dado pie a hablar de la actividad durante la época prehispánica.

Existen ejemplos de evidencia tangible que podrían sugerirnos, no sin algunos inconvenientes de contextualización, la existencia de la práctica de la navegación en el sur de Veracruz. Uno de ellos es el conjunto de cuatro canoas miniatura talladas en jade, reportadas por Eric Orlando Cach Avendaño en un estudio que indaga sobre su posible significado.46 La más conocida de estas esculturas fue re­cuperada del sitio de Cerro de las Mesas y fechada para el periodo Preclásico Medio (1 300 a 800 a.C.). La segunda pertenece a una co ­lección particular en Campeche y procede de isla Piedra. La tercera se localiza en el Museum of Fine Arts de Boston. Por último, la cuarta está en The Brooklyn Museum, en Nueva York. De acuerdo con el au­tor, las piezas son de distintos tamaños, pero comparten una técnica similar de elaboración, guardando proporciones que parecieran evi­denciar un patrón de diseño. Para Cach Avendaño, este “complejo de canoas de jade” representa un cosmograma47 que forma parte de un mito olmeca que influyó en las ideas acerca de la creación que los mayas desarrollaron en épocas posteriores en relación con el mito del Dios del Maíz.48

Independientemente de la pertinencia de la propuesta de Cach, resulta difícil trabajar con estos objetos arqueológicos para aseverar

44 Veredas de mar y río

Por su lado, Enrique Florescano vincula la canoa de Cerro de las Me­sas con una escultura que representa a una deidad del maíz sentada sobre una pequeña embarcación, la cual fue tallada en un estilo Olme­ca Tardío, reportada por Covarrubias y estudiada por Karl Taube.

Canoas estudiadas por Cach: 1) Canoa recuperada del Cerro de las Mesas (Preclásico Medio 1300-800 a.C.). 2) Colección particular de Campeche. 3) Museum of Fine Arts de Boston. 4) The

Brooklyn Museum, Nueva York. Fuente: Cach, 2005; dibujo: Aban Flores Morán.

algo acerca de ellos, dado que se ha cuestionado su naturaleza como representación miniatura de embarcaciones. Al menos una de ellas, la que se encuentra en The Brooklyn Museum, cuando se coloca en otra posición se observa que no fue elaborada con la intención de repre­sentar una embarcación, sino que se trata de una miniatura en for ma de mano que funciona como pendiente, o bien, podría representar una canoa reutilizada para tallar dicha figura.49

Pectoral tipo canoa tallado en jadeíta (20.5 x 6.7 x 3.2 cm) de procedencia desconocida, localizado en The Brooklyn Museum of Art, Nueva York; corresponde a la canoa 4 de Cach.

Fuente: Coe et al., 1995; dibujos: Aban Flores Morán.

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Escultura que representa al Dios del Maíz sentado sobre una pequeña canoa. Fuente: Covarrubias, 2012; dibujo: Aban Flores Morán.

46 Veredas de mar y río

Todos los autores mencionados relacionan estas esculturas con los antecedentes del simbolismo del Dios del Maíz en diversas cul turas mesoamericanas, al igual que Eric Orlando Cach lo hizo con el com­plejo de canoas de jade.50 Estas evidencias arqueológicas son relevan­tes y han guiado a los autores a rea lizar propuestas en torno al víncu­lo con los mitos que tu vieron estas representaciones olmecas.

Por otro lado, uno de los hallazgos fundamentales relacionado con el tema es el que tuvo lugar entre los meses de noviembre y diciem­bre de 2007, cuando se encontraron en el lecho del río Coatzacoal­cos los restos del recubrimiento de chapopote de dos canoas que aún tenían madera, algunas piezas de jadeíta, cerámica foránea, restos de fauna marítima y pesas de redes; este descubrimiento fue dado a co­nocer en su momento por los arqueólogos Alfredo Delgado Calde­rón, Rodolfo Parra Ramírez y Ponciano Ortiz Ceballos.51 Estas em­barcaciones se localizaron gracias a las actividades desarrolladas en el proyecto de Salvamento Arqueológico del Túnel Sumergido Coat za­coalcos.

Los investigadores explican que hallaron las canoas en una pa­leoplaya, en un terreno llamado El Cocal o Casco Viejo ubicado en la margen izquierda del río Coatzacoalcos, dentro de un estrato de are­na negra. La primera canoa identificada mide 5.45 m de largo, 84 cm de ancho y tiene una altura de 40 cm. La segunda se describe con 7.20 m de largo, 75 cm de ancho y una altura también de 40 cm. De acuerdo con la explicación de los arqueólogos las terminaciones de la proa y la popa tienen una forma redondeada que no permite dife­renciarlas entre sí; mientras que su planta es de forma rectangular. En el terreno cercano se observó la huella de un poste con restos de car bón y una mano de metate con residuos de chapopote, objetos que fue ron asociados con las embarcaciones dado que pudieron servir para impermeabilizarlas o repararlas.52

Además del extraordinario descubrimiento de las embarcaciones, resulta muy interesante lo que los investigadores reportan y conclu­yen acerca de las plomadas prehispánicas para redes de pesca que lo­calizaron durante estas excavaciones, entre muchos otros materiales. Se trata de 1157 contrapesos recuperados del material de excavación en la zona de Dique Seco, punto ubicado entre la desembocadura del río Coatzacoalcos, la laguna de Pajaritos y las dunas costeras. Con estas

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evidencias los autores sugieren que es posible identificar esta región como una antigua pesquería, lo cual se confirma con la información de un mapa realizado por Francisco Stroza Gali, el cual ilustra la Re la­ción geográfica de Coatzacualco, escrita por Suero de Cangas y Quiño­nes en el siglo XVI y a la cual nos referimos más adelante.53

Este tipo de datos podrían sugerir la continuidad en la práctica de la navegación y, sobre todo, la apropiación por parte de los espa­ñoles, al menos durante la época colonial temprana, de algunos pun­tos específicos que se observaban durante la travesía por la costa. Éstos, por sus propias características geográficas y el uso que el humano hizo de ellos, podrían considerarse repositorios de una tradición de nave­gación en la que parecieran convivir dos mecanismos de interacción con el entorno: el europeo y el mesoamericano; ambos integrando cuerpos de agua de tierra firme y referentes sobre la línea de costa que facilitaban la navegación. En los últimos dos capítulos abordaremos este tema a partir del estudio de la ocupación de la región por los con­ quistadores, quienes vislumbraron Los Tuxtlas como una isla de lava desde el mar, considerándola punto de referencia para la navegación en las aguas del golfo y aprovechando sus selvas como reserva forestal estratégica para la construcción de barcos.54

Los españoles de la expedición de Juan de Grijalva —realizada en 1518— que llegaron en navíos por mar desde Cuba se sorprendie­ron por la aparición de la sierra de Los Tuxtlas; el primero en vis­lumbrarla fue un soldado llamado San Martín, nombre con el que se bau tizó a la cumbre más alta.55 Más tarde, aparecieron flotillas de pi­ratas en el golfo comandadas por Nicolás Agromón y Lorenzo Jácome, alias “Lorencillo”, quienes llegaron a la laguna de Sontecomapan por ser un lugar estratégico y que funcionó como escondite debido a su profundidad.56 Los piratas usaron embarcaciones de pequeño cala­do —balandras y jabeques—57 que les facilitaron su movimiento en aguas someras, permitiéndoles penetrar en las lagunas costeras y al­gunos de los ríos, así como esconderse en cuevas marinas o pequeñas caletas con el fin de evitar encuentros con la flota de Barlovento de la Corona española. Estos hombres llevaron a la costa de Los Tuxtlas enfermedades como la fiebre amarilla, la viruela, el sarampión y el tifo que diezmaron a la población y despoblaron el lugar. Actualmente, los recuerdos en algunos de los pueblos nahuas y popolucas aluden a

48 Veredas de mar y río

migraciones y desplazamientos causados por las constantes amenazas y extorsiones de los piratas.58

Una vez mencionados los principales antecedentes y el carácter un tanto problemático de la práctica de la navegación en la región de Los Tuxtlas y algunas demarcaciones vecinas, deberá advertirse que se deben tomar en cuenta las dificultades propias de la cronología de la región que se relacionan con la dificultad de identificar transicio­nes temporales precisas a partir del estudio de la cerámica, la cual se encuen tra la mayoría de las veces muy erosionada. Esto ha generado va cíos importantes para conocer las dinámicas que se dieron en la zona antes de la llegada de los españoles, problema que se abordará en el capítulo 3.

A pesar de estas limitantes, se puede avanzar en el intento de ac­ ceder al conocimiento acerca del sistema de navegación de la región si nos acercamos al estudio del paisaje mediante los datos geográfi­cos, cartográficos e históricos. Es necesario recalcar que las evidencias tangibles que nos hablan de esta actividad en la época pre hispánica no son claras, lo cual permite plantear una pro puesta que integre diversas disciplinas como la historia ambiental, la geografía his tórica y el es­tudio del paisaje, para rastrear la tradición de navegación en la región de Los Tuxtlas.

La necesidad de considerar el desarrollo de la región durante el periodo colonial tiene que ver con la variedad de fuentes, tanto es­critas como plasmadas en mapas, que hacen referencia a la práctica de la navegación, de las cuales es posible rescatar diversos rasgos del pai saje que son parte de las rutas que los navegantes españoles es­tablecieron desde su llegada a la costa. En este sentido, se plantea la po sibi lidad de contrastar el sistema de apropiación de la época pre­his pá nica con el de los marineros europeos, quienes surcaron el mar abierto con gran maestría y establecieron una forma distinta de re­lacionarse con los cuerpos de agua en tierra firme. Como veremos, ambas tradiciones de navegación convivieron en la costa sur del Sotavento veracruzano y, en particular, su integración en Los Tux­tlas permitió el desarrollo de una red de vías fluviales y terrestres que le die ron un lugar muy particular a la región en el entorno mercantil, social e histórico que se desplegó a lo largo de la época colonial.

Surcando las aguas en navíos antiguos 49

Así, se invita al lector a seguir este proceso en el que se discierne acerca de cómo pudo ser el sistema de navegación antes de la llegada de los españoles, dado que las afirmaciones planteadas en los estudios previamente realizados sugieren una actividad de gran relevancia du­rante esa época. Será entonces un primer paso en nuestro camino el estudio del paisaje y su historia ambiental, con el afán de generar una propuesta para la caracterización de una práctica náutica cuyas raíces se anclan en los ríos, esteros, desembocaduras, la gunas y mar, desde la época prehispánica y que más adelante coexistió o, al menos, compar­tió algunos rasgos y difirió en muchos otros de la forma de apropiarse de los cuerpos de agua que los europeos tenían, dando como resultado una tradición de navegación en la región que todavía hoy sobrevive entre los pescadores de Los Tuxtlas.

NoTas

1 El término en tzeltal se extrajo de Marianna Slocum (Slocum et al., 1999); mien­tras que en zoque se obtuvo de Roy Harrison (Harrison et al., 1981). Los otros términos son referidos por Lorenzo Ochoa (Ochoa, 1994).

2 Ochoa, 1994. 3 Por el concepto de “tradición” entendemos “la transmisión de elementos im­

portantes que dan orden y sentido, que cohesionan una sociedad de diferentes maneras. Es la creación de modelos transmisibles a partir de la reflexión y la imaginación. Los modelos pueden ser objetos, ideas, creencias, imágenes, per­sonajes, prácticas, instituciones que surgen de las estructuras previas de todo tipo de comprensión” (Budar, 2010: 52). Al respecto, creo pertinente agregar la dimensión diacrónica que conlleva la existencia de la misma.

4 Leshikar, 1996; Lombardo, 1998; Favila, 2011. 5 Filloy, 1992. 6 Se trata de dos improntas de canoas reportadas por Alfredo Delgado, Rodolfo

Parra y Ponciano Ortiz en su informe (A. Delgado et al., 2008). 7 Es decir, tallada con el tronco de un sólo árbol. El nombre en náhuatl, registrado

en el Vocabulario de Fray Alonso de Molina, es acalli. 8 Torres, 1964; Leshikar, 1996. 9 García de León, 2011: 20. 10 Guevara, 2010. 11 García de León, 2011: 19. 12 Ídem. 13 Caso, 1965; Bernal, 1991. 14 Lowe, 1998: 25.

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15 Coe y Diehl, 1980. 16 Cyphers y Zurita, 2006. 17 Ochoa y Hernández, 1977. 18 Puleston y Puleston, 1971. 19 Ochoa y Hernández, 1977: 84­85. 20 Santley y Arnold III, 1996. 21 Santley y Arnold III, 1996; Santley, 2007; Arnold III, 2008: 70. 22 Santley y Arnold III, 1996; Santley, 2007; Arnold III, 2008; Lunagómez, 2008;

Vásquez, 2008; Siemens, 2010; Budar, 2008, 2010 y 2012. 23 A la laguna costera de Sontecomapan, algunos pobladores del imperio mexica

le llamaron Tzontecom Apan, expresión náhuatl cuyo significado se ha referido como “cabeza de río” (Barbosa, García y Ramírez, 2004), aun que la palabra proviene del sustantivo Tzontecomatl que de acuerdo con el Vocabulario de Fray Alonso de Molina refiere a “cabeza cortada y apartada del cuer po”. Al unirse con el sustantivo locativo Apan (de la palabra atl, “agua” y el locativo pan, “sobre”) forma un topónimo cuya traducción cercana es “cabeza sobre, o en el agua”.

24 Barbosa, García y Ramírez, 2004. 25 Guevara, 2010: 127; Siemens, 2010. 26 Siemens, 2010. 27 Budar, 2012: 55­56. 28 Thiébaut, 2013: 82. 29 Gracias al trabajo etnográfico en la región, el día de hoy se sabe que algunos lu­

gareños explican el misterio del traslado por selvas y pantanos de los grandes bloques en que se tallaron las colosales cabezas, “altares”, tronos y monumen­tos olmecas, remitiéndose al tiempo en que las piedras y las grandes rocas estaban vivas y caminaban por sí mismas, por lo cual pudieron dirigirse sin ayuda de los hombres a las ciudades construidas en medio de la selva, para allí ser talladas y veneradas, después de un largo y sinuoso recorrido (García de León, 2011: 77).

30 Bernal, 1991: 69. 31 Hazell, 2013: 140. 32 Bernal, 1991; Williams y Heizer, 1965. 33 Comunicación personal con el doctor Alfredo Delgado Calderón durante el

“Primer Encuentro Transdisciplinario sobre la Costa del Olman”, celebrado en San Andrés Tuxtla, Veracruz, el 17 de diciembre del 2012.

34 Por sus siglas en inglés: Particle Induced X­Ray Emission, es un método no des­tructivo para identificar los componentes de una muestra material a partir de la emisión de rayos “X” sobre la misma.

35 Aguirre, 1992: 106. 36 Hazell, 2013. 37 Velson y Clark, 1975. 38 Ídem. 39 Coe, Diehl y Stuiver, 1967. 40 Ídem.

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41 Bernal, 1991; Velson y Clark, 1975: 6. 42 Velson y Clark, 1975: 6­7. 43 Velson y Clark, 1975: 17. 44 Hazell, 2013: 150. 45 Ibíd: 148. 46 Cach, 2005. 47 Un cosmograma es una representación del cosmos en miniatura que general­

mente tiene cuatro direcciones y un centro (Broda, 1996). 48 Cach, 2005: 67­68. 49 Véase figura 82 del libro de Michael D. Coe et al., 1995: 194. Aunque también

existe la hipótesis de que pudo funcionar como un tintero (comunicación per­sonal con el maestro Tomás Pérez Suárez durante el “Seminario Monográfico Culturas de la Costa del Golfo I”, que se llevó a cabo en el Instituto de Inves ti­ga cio nes Filológicas de la UNAM, el 4 de septiembre de 2012).

50 Florescano, 2004: 40; Taube, 2004: 69; Covarrubias, 1946. 51 Delgado, Parra y Ortiz, 2008. 52 Ídem. 53 Ibíd: 19. 54 Guevara, 2010. 55 De la Cerda, 1933; cit. pos. Guevara, 2010: 32. 56 Barbosa, García y Ramírez, 2004. 57 De acuerdo con el Diccionario de autoridades de la Real Academia Española, de

1770, una “balandra” es una embarcación con una sola vela que se usaba para transportar bienes y en las actividades de los corsarios. Por otro lado, el “jabeque” es una embarcación muy usada en el mar Mediterráneo que solía tener remos, habiéndolos de varios tamaños.

58 Guevara, 2010: 128.

capíTulo 2

El paisaje de Los Tuxtlas:enfoque histórico-ambiental

R esulta común en el cuerpo de una investigación contar con un capítulo que presente datos relacionados con el entorno del fe­nómeno a explicar; en nuestro caso, la presentación de un pa­

norama del ambiente resulta fundamental, ya que la región que se ha seleccionado presenta características ambientales que han incidido en los asentamientos de población desde milenios atrás.

Volcanes, lagos, ríos, selva y mar se congregan en Los Tuxtlas, en este capítulo, se buscará describir su constante devenir y transforma­ción en la historia. Esto no sólo para dotar de un escenario a nuestro objeto de análisis sino también para entender los mecanismos de in teracción y apropiación humana del entorno, especialmente de có­mo el hombre navegando logró hacer suyos territorios acuáticos que la mayoría de las veces resultan peligrosos para quienes se adentran en ellos.

Mucho se ha discutido acer ca de la navegación de los habitantes del sur de Veracruz y las evi dencias que revelen su práctica en la épo­ca prehispánica, por lo tanto, en este capítulo se aborda la descripción del paisaje de Los Tuxtlas como una unidad de análisis que permite aproximarnos a la identi fi ca ción de los rasgos geográficos que po­drían funcionar como indi ca dores de la navegación. Es decir, tratare­mos de contestar si la región de Los Tuxtlas pudo o no ser navegable.

En este libro no se asume una postura geográfica determinista, la cual podría llevarnos a generar un argumento como el siguiente: “si existe un río, debió navegarse”. A pesar de que Los Tuxtlas, como ve­remos, es una región que se encuentra inundada de agua, presenta una topografía compleja, inmersa en pliegues y relieves que inmediata­

54 Veredas de mar y río

mente hacen dudar sobre la navegabilidad de la misma, a diferencia de otras tierras como las de su vecino más próximo, el pantanoso Ta basco.

Es por eso que conoceremos a profundidad este ambiente, que fue navegado de acuerdo con los autores citados en el capítulo anterior; además, esto nos servirá más adelante para plantear un modelo de análisis espacial geográfico que busca sustentar estas afirmaciones. En este sentido, necesitamos reconocer las propiedades intrínsecas que nos puedan indicar que la topografía era navegable, es decir, debemos responder la siguiente pregunta: ¿cuáles son los parámetros geo grá fi­cos que hacen que la región de Los Tuxtlas haya sido potencialmente navegable en la época prehispánica y colonial? La respuesta se delinea conociendo primero las características geográficas de la región, co mo son topografía, hidrología, edafología y vegetación, entre otras, den­tro de un marco histórico que nos ayuda a desarrollar criterios para construir un modelo de análisis espacial y así respaldar las evidencias que sustenten la práctica de la navegación en la época prehispánica.

Debido a lo anterior, estamos obligados a buscar el entendimiento del entorno y cómo fue apropiado por el ser humano. En particular, hablaremos del “paisaje” que constituye un concepto que nos ayuda a esta blecer la vía más adecuada para este estudio, para ello, aborda re­mos tres aspectos sobre este concepto. El primero en relación con su uso en las ciencias sociales y naturales, lo cual conlleva a su plan tea­mien to como un concepto unificador de la dicotomía entre el es­pacio na tural y el cultural, para lo cual se presenta, en segundo lugar, una revisión concisa sobre cómo el término adquirió su dimensión his tórica y finalmente una revisión del papel del concepto dentro de los estudios en Mesoamérica.

Sobre las teorías del entorno

Durante mucho tiempo el uso del vocablo “paisaje”1 en el campo cien­ tífico fue patrimonio propio de los geógrafos, al referirse exclusi­vamente al medio y sus características fisiográficas. Actualmente, el estudio acerca de las relaciones o polarizaciones entre los componen­tes naturales y sociales en un espacio no resulta de ninguna manera no vedoso,2 ya que en los últimos 100 años la antropología —en su orien­

El paisaje de Los Tuxtlas: enfoque histórico­ambiental 55

tación ecológica— y la geografía cultural han estudiado los vínculos entre diversas colectividades humanas y sus ambientes. La an tro po­geografía, la ecología cultural, la antropología cognitiva, la ecología humana, la ecología del paisaje o la etnoecología, son al gunos de los enfoques desde los cuales se ha indagado en torno al vínculo natu­raleza­sociedad.

En distintos momentos, y con diversos argumentos respecto a la relación colectividades humanas y ambientes, se ponderó acrítica­mente la hegemonía de una sobre la otra.3 En los últimos 40 años las relaciones teórico­metodológicas entre la geografía, la antropología4 y la his toria han permitido concluir que el espacio ocupado por el hom bre es por sí mismo cultural.5 Esto se contrapone con la idea de que el paisa je es sólo un medio homogéneo, un área de localización geo gráfica, o bien un lugar continuo e ilimitado en el que se sitúan cuer pos físicos. Parece más adecuado entenderlo entonces como el ámbito construido por las sociedades en el que se dan las tradiciones y donde se reproduce la organización social y territorial.6

Así, se pueden distinguir los conceptos de “espacio natural” y “pai­saje” de tal manera que, siguiendo a Joan Nogué, se entenderá por el primero a un entramado físico, químico y biológico cuya organiza­ción y dinámica se construyen mediante interrelaciones de carácter material y energético; mientras que el “paisaje” es un complejo cuya organización y dinámica se fundamenta en interrelaciones de carác ter social y cultural, sobre una base natural y material. El espacio natural existe per se, mientras que el paisaje no. Este último aparece sólo en relación con el ser humano, en la medida en que éste lo percibe, lo construye y se apropia de él. Al hablar de paisaje nos referiremos a una porción de la superficie terrestre que es modelada e interioriza­da a lo largo del tiempo por las sociedades que viven en ese entorno.7 Hay diferentes criterios para definir un paisaje, los más contrastan­tes se usan para distinguir entre paisajes naturales y culturales, aunque se hace cada vez más difícil identificar entornos no modificados por la ocupación humana. De hecho, de acuerdo con Alfred Siemens, todos los pai sajes son culturales porque han sido cambiados por la gente, como ocurre en la región de Los Tuxtlas. Actualmente el término se utiliza más para representar una fracción de la superficie terrestre afec­

56 Veredas de mar y río

tada por el tiempo, la circunstancia y la predisposición del observador que lo distingue y designa con un determinado propósito analítico.8

Partiendo de los planteamientos de Pedro Urquijo y Narciso Ba­rrera, llamaremos entonces “paisaje” a la unidad espacio­temporal en la cual los elementos de la naturaleza y la cultura convergen en una sólida, pero inestable, comunión, siendo una categoría de aproxima­ción geográfica que se diferencia del ecosistema —concepto que ex­plica el funcionamiento biofísico de una fracción del espacio— y del territorio —unidad espacial socialmente moldeada por las relaciones de poder—, ya que en el paisaje confluyen tanto los aspectos natura­les como los socioculturales, de tal forma que resulta ser “la dimensión cultural de la naturaleza, o bien la dimensión natural de la cultura”. La concepción del paisaje se construye así como una posición unifica­dora frente a la dicotomía naturaleza­cultura que dificulta cualquier comprensión ecológica y social de nuestro presente y pasado.9

La dimensión histórica del paisaje

Al concebir al paisaje como el resultado de una transformación co­lectiva de la naturaleza, es decir, como la proyección cultural de una sociedad en un espacio determinado, debemos aceptar y reconocer su carácter dinámico intrínseco.10 Como producto intelectual y material de un grupo social, el paisaje forma parte de una cosmovisión comple­ta que se inserta en un proceso de larga duración.11 Para explicar esto, debemos referirnos a la categoría del tiempo, la cual es una dimensión fundamental para los arqueólogos siempre preocupados por su inte­gración con el espacio. Siguiendo esta inquietud propia de nuestra dis­ciplina resulta pertinente mencionar que al ser parte de un proceso de larga duración, el paisaje y sus modificaciones se deben valorar y con siderar, ya que constituyen parte de la historia: “todo paisaje es una acumulación... una fuente enormemente rica de datos sobre las gentes y las sociedades que lo crearon”.12 Por ello, en este capítulo se presenta la conjunción entre una mera descripción fisiográfica y los datos que nos permiten dotar de un carácter histórico al paisaje de Los Tuxtlas.

El paisaje de Los Tuxtlas: enfoque histórico­ambiental 57

Antes de continuar es necesario entender el vínculo entre la geo­grafía y la historia, de tal manera que nos remitiremos a la primera mi­tad del siglo XX, en Francia, cuando la llamada Escuela de los Anna­les, bajo la dirección de Marc Bloch y Lucien Febvre, comenzó una serie de estudios históricos que analizaban la relación entre los fac­tores sociales y ambientales. Los trabajos de Bloch proponen que al observar un paisaje es posible identificar sus etapas anteriores me­diante una perspectiva de conjunto, por lo que se le ha considerado uno de los postulantes de la geografía retrospectiva.13

No fue hasta la segunda generación de los Annales cuan do se consolidó una geografía histórica basada en un modelo ecológico y sociocultural. Esta propuesta la desarrolló Fernand Braudel en su obra El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II,14 donde planteó sus estudios históricos en tres tiempos y escalas dis­tintas: larga duración, tiempo medio o coyuntura y tiempo corto o acontecimiento. En particular, los estudios de procesos de larga du­ración permiten reconocer las acciones y pensamientos de los se res humanos vinculados a las fuerzas de la naturaleza, aunque con esto el au tor no busca plantear la supremacía del medio sobre los seres hu­manos —co mo lo explica el determinismo geográfico—, ni lo contra­rio; se trata más bien de ponderar el valor histórico del paisaje como un constructo humano, en el complejo devenir de la sociedad.15 En con secuencia, hoy en día el geógrafo, el historiador y el arqueólogo han de investigar qué rasgos de un paisaje determinado, de un conjun­to geográfico aprehendido o históricamente reconstituido se explican o pueden explicarse por la acción continua, positiva o negativa, de un determinado grupo humano o de una forma de organización social.16

El paisaje en Mesoamérica

A mediados del siglo XX, la propuesta de Braudel de realizar estudios geohistóricos de “larga duración” tuvo en México seguidores impor­tantes que contribuyeron a una reformulación de la geografía histó­rica y cultural, en oposición a la geografía descriptiva y cartesiana que se ocupaba sólo de los rasgos fisiográficos. Varios años antes, Carl Sauer, al frente de la Escuela de Berkeley, hizo parte de sus indagacio­

58 Veredas de mar y río

nes en México partiendo de un análisis del concepto de paisaje, co mo lo plasmó en su ensayo The Personality of Mexico en el que estableció criterios territoriales que antecedieron a la propuesta para identificar las áreas culturales de Paul Kirchhoff, publicada en su libro de 1943: Mesoamérica: sus límites geográficos, composición étnica y caracteres cultu­rales. La diferencia entre el criterio regionalista, como el de Kirchhoff, y el paisajista, es que el primero postula realidades espacia les objetivas delimitadas por una serie de rasgos tanto culturales como geográficos, mientras que el segundo considera la subjetividad tan to del observa­dor como de los sujetos que definen sus territorios.17

Urquijo y Bocco señalan que en nuestro país fueron los historiado­res quienes desarrollaron el concepto de paisaje, entendido éste co mo la unidad entre naturaleza y cultura.18 Los autores explican que esto se debió a que la institucionalización de la historia en México tiene un pasado más remoto que el de la geografía y a que entre las ra mas de estudio preferidas por los historiadores estaba la geografía histórica. Con este énfasis volcado a la historia, el paisaje en el ámbito socio­cul tural tomó dos vertientes: la de los mesoamericanistas y la de los his toriadores­geógrafos. En la vertiente mesoamericanista, especia­listas en el México indígena incursionaron en el estudio de las cosmo­visiones étnicas, con especial énfasis en la concepción mítica del es­pacio y en la organización territorial. Entre ellos destaca Johanna Broda quien formó una escuela y grupos de investigación, proliferando así nu merosos estudios de caso referentes a los sistemas de creencias vinculados al medio, utilizando el concepto de “paisaje ritual”.19 Por otro lado, el investigador Gabriel Espinosa, alumno de Broda, desa­rrolló, en su obra El embrujo del lago, un estudio fundamental que in te­gra el análisis profundo del paisaje lacustre de la cuenca de México, asociado a la explicación de los procesos de percepción y apropiación que la sociedad mexica desplegó sobre su entorno.20

Entre los historiadores­geógrafos, Urquijo y Bocco refieren a los trabajos de Federico Fernández Christlieb quien, influenciado por la geografía cultural francesa, resaltó la importancia de “reintegrar” los componentes paisajísticos, para lo cual realizó revisiones histórico­conceptuales que lo llevaron a enfatizar lo que a su consideración eran las características fundamentales en la concepción de un paisaje:

El paisaje de Los Tuxtlas: enfoque histórico­ambiental 59

Es un producto intelectual y material de una sociedad, y por lo tanto éste forma parte de una cosmovisión completa; es un producto social de individuos que se suceden generacionalmente, es decir, una entidad de larga duración; es un es­pacio moldeado tanto por fenómenos de la naturaleza como por la acción hu­ma na; es una unidad física de elementos tangibles, lo que no impide que también posea una dimensión simbólica; y su escala es principalmente humana.21

En relación con el último punto de Fernández Christlieb, cabe resal­tar que el parámetro del paisaje será siempre el humano, lo cual nos obliga a no perder de vista que las interpretaciones sobre un mismo paisaje no siempre coinciden, por lo que hay que considerar el con­texto espacio­temporal en el que se generan, así como las diferencias culturales de los sujetos sociales que en él intervienen. Habrá que tomar en cuenta que “en un mismo espacio convergen procesos de percepción y apropiación del medio, acordes a disímiles procesos cul­turales”.22 Sin embargo, en este caso, es posible que el estudio del pai­saje sea una vía para el estudio de la navegación prehispánica y colo­nial. Para esto se considera ampliar las perspectivas sobre los modos de subsistencia de los antiguos pobladores de las tierras bajas, con una apreciación de la complejidad física y del potencial del sustento en tierras inundables y los contrastes de estas formas de apropiación en relación con las europeas, como veremos más adelante.23

Sobre las formas prehispánicas de interacción con el paisaje, si­guiendo las propuestas de Gabriel Espinosa, es necesario tomar en cuen ta que las técnicas de caza, de pesca, el vínculo con los seres a cuá ticos, la apropiación de los entornos lacustres, fluviales y de di­ver sos cuerpos de agua, no fueron exclusivos de un solo valle, o de una sola cuenca —refiriéndose en su caso a la cuenca de México—, sino producto de una delicada relación de las sociedades mesoame­ricanas con los cuerpos de agua.24 Es entonces necesario profundizar acerca de la relación histórica entre el paisaje de Los Tuxtlas, que se integra por numerosos cuerpos de agua y rasgos montañosos muy par­ticulares, y su población.

Se puede hablar de numerosos sucesos que han modelado este entorno a lo largo de la historia, desde el inicio de la ocupación de la región hasta finales del siglo XX; a tales sucesos Sergio Guevara los llama “las raíces del paisaje de Los Tuxtlas”. El primer acontecimien­to es la colonización de la sierra, hace aproximadamente 4 500 años,

60 Veredas de mar y río

y con ella el inicio de las primeras sociedades sedentarias, la domes­ticación de plantas, el cultivo y el aprovechamiento de los recursos naturales mediante la caza, la pesca y la recolección. El segundo es la introducción de ganado y cultivos tropicales, provenientes del trópi­co africano y asiático, durante la Colonia española; agregaríamos el papel en la región del sistema de navegación colonial que trataremos en el último capítulo. El tercero se refiere a la explotación agroindus­trial en los siglos XIX y XX.25 Nos enfocaremos ahora en hacer una presentación exhaustiva de la información que consideramos rele­vante para entender algunas de estas raíces del paisaje tuxtleco.

Isla de lava enclavada en la costa del golfo

La sierra de Los Tuxtlas se ubica entre los 18°05’ y 18°45’ de latitud norte y 94°35’ y 95°30’ de longitud oeste. Se localiza dentro de la pro vincia geomorfológica de la planicie costera del golfo de México y en la subprovincia de la planicie costera de Veracruz. La región tie­ne 80 km de largo en dirección noroeste­sureste y 55 km en su parte más ancha, su extensión alcanza los 3 300 km2. La sierra es de origen volcánico lo cual la hace distinta edáfica, geomorfológica y climática­mente al interior de la planicie costera de la cuenca baja del río Pa­paloapan y del río Coatzacoalcos, y rodea la zona hacia el este.26 Los rasgos geomorfológicos de la sierra de Los Tuxtlas presentan una gran diversidad y su influencia en la hidrología, el microclima, la forma­ción del suelo, y la distribución de la flora y la fauna nos brindan el marco de referencia para comprender la historia natural y cultural de la región,27 misma que se caracteriza porque la fisiografía que presenta cambios con la alti tud, va desde pendientes moderadas en las faldas montañosas que recorren hacia los bordes y valles más escarpados, has­ta los cráteres en la cima de los principales volcanes. A lo largo de la historia de la re gión, la ocupación humana ha sido favorecida por los suelos fértiles de origen volcánico —andosoles— y por la profusa red hidrológica que proviene de las tierras altas que aseguran la disponi­bilidad de agua.28

Para la delimitación espacial de la sierra de Los Tuxtlas se ha em ­pleado un criterio geomorfo­edafológico que la considera una área

El paisaje de Los Tuxtlas: enfoque histórico­ambiental 61

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bajo la influencia de los volcanes, limitada por la planicie costera que está sujeta a procesos de sedimentación.29 Así, la mayor particularidad de la región de Los Tuxtlas es que se encuentra aislada de cualquier otro sistema montañoso, convirtiéndola en una “isla vol cánica” en la gran planicie costera del golfo de México.30 En la sierra se identifican siete volcanes de importancia y cerca de 300 conos pe queños. Los edi­ficios volcánicos sobresalientes son los volcanes San Martín Tuxtla y Santa Marta; y los cerros El Campanario, en la sierra Yohualtajapan, Mono Blanco, San Martín Pajapan, El Vigía y Blanco.

El vulcanismo, que ha producido rocas ígneas como los basaltos y basanitas, comenzó en el Terciario y continúa activo hasta la actua­lidad. Los volcanes San Martín Tuxtla y Santa Marta son los paisajes montañosos más elevados de la región, con una altura de 1 680 m. Las sierras de Yohualtajapan y San Martín Pajapan son de menor altitud, pero presentan un pronunciado desnivel de 1 497 m y 1 056 m, res pec­tivamente. Todas son montañas bajas y cerros de laderas abruptas y escarpadas que surgen como resultado de la disección de los edificios volcánicos originada por ríos y arroyos, siguiendo un diseño radial alrededor de las cimas. El drenaje es más denso en Santa Marta, Yo­hualtajapan y San Martín Pajapan respecto al volcán San Martín Tuxtla, lo cual indica que los primeros son relieves más antiguos y más desgastados, y que el volcán San Martín Tuxtla fue parcialmente rejuvenecido por depósitos volcánicos recientes.31

En general, la región de Los Tuxtlas se puede dividir en dos subre­giones: por un lado, la del volcán San Martín Tuxtla, caracterizada por sus terrenos escarpados pero con suelos fértiles; y por otro, las laderas de suaves pendientes del sur y suroeste del volcán Santa Marta y los valles radiales cortados en esas laderas que, a su vez, son el territorio de la sierra popoluca desde tiempos prehispánicos, y aún lo son a pe­sar de la reciente inmigración de mestizos.32 Estos paisajes de alta mon­ taña han funcionado como escondite en tiempos de disturbios po­líticos y de levantamientos a principios del siglo XX, también han sido “área de refugio” para las poblaciones indígenas en tiempos de presión y conflictos.33 Así, el relieve montañoso de la sie rra se perci­be a distancia, o sobre un mapa de pequeña escala, como un macizo vol cánico que se levanta sobre la planicie costera del golfo de México.34

El paisaje de Los Tuxtlas: enfoque histórico­ambiental 63

La morfología antes descrita implica conocer el proceso de vul­ca nismo que dio lugar a la región, puesto que se trata del extremo orien tal del Eje Neovolcánico Transversal.35 El vulcanismo en Los Tux tlas se es ta blece en dos épocas: un primer periodo temprano du­rante la época del Mioceno —de 23 a 5 millones de años—, en adelan te representado por el macizo montañoso suroriental de Santa Marta y San Martín Pajapan; le sigue un periodo de intensa activi­dad, desde fines del Mioceno hasta el Plioceno —con una antigüedad de 5 a 3 millones de años— en el Terciario —edad que duró 65 mi­llones de años— que se prolonga del Cuaternario hasta la actualidad, representado por el maciso montañoso de San Martín Tuxtla en la parte noroccidental de la sierra, y se caracteriza por tener picos me­nores y depósitos volcánicos recientes tales como flujos de lava, blo­ques, cenizas y un cúmulo de conos cineríticos.36

Debido a las erupciones existen abundantes depósitos de flujos de lava sobre la región que al enfriarse formaron basaltos ricos en olivi­nos, piroxenos y plagioclasas de grano fino y grueso; también pro vo ca­ron la formación de nubes de cenizas volcánicas en el aire. Wesley Stoner ha reportado que ambos elementos, el basalto y las ce nizas, presentan los mismos componentes; estas últimas produjeron gruesas capas que se pueden identificar como par te de la composición de la ce­rámica prehispánica local.37

Los macizos montañosos más antiguos pueden considerarse poli­genéticos, es decir, resultado de varias erupciones, una ocurrida sobre la otra, de diferente consistencia y todas erosionadas de manera di­ferencial. En cambio, la porción noroccidental es más reciente y tiene características monogenéticas pues es el resultado de episodios erup­tivos individuales. La mayor variación paisajística se encuentra en las unidades que combinan laderas volcánicas con zonas costeras; aque­llas que no cuentan con una línea de costa sobresalen por la riqueza de las formas volcánicas. La lava fluyó hacia la costa norte, hoy día se observa como un remanente resistente a la intemperie y a la acción erosiva de las olas. Las plataformas marinas expuestas indican el cam­bio histórico del nivel promedio del mar y la tierra.38

La forma de las montañas se debe al desarrollo de las dos épocas volcánicas de la región. Al primer periodo corresponden los volcanes

64 Veredas de mar y río

Santa Marta y Martín Pajapan en el sureste, el cerro Pelón en el sur —respecto a estos volcanes—, y los cerros Blanco y El Vigía en el ex tremo occidental de la sierra. La topografía de todos ellos ha sido suavizada por intemperización y erosión. En las laderas, esta erosión ha sido mayor en las secciones norte y noreste, lo cual refleja la direc­ción de las erup ciones más antiguas y la cuantiosa precipitación pro­veniente del golfo de México. El resultado es una infinidad de cres­tas, colinas y valles escarpados que se extienden en forma radial desde las cimas. Esto es especialmente extenso y complejo hacia el noroeste del volcán Santa Marta.39

En el cuadro 1 se presenta la clasificación de las formas montaño­sas realizada por Geissert, la cual nos permite ver la variación en el paisaje de Los Tuxtlas y tener una primera impresión de cuáles podrían ser las zonas con mayor aprovechamiento para la navegación; nos referimos al paisaje clasificado como planicie baja acumulativa.40

Cuadro 1. Unidades de relieve de montaña y paisaje de Los Tuxtlas41

Paisaje geomorfológico

Relieve NombreSuperficie

(km2)

Montaña baja (altitud entre 1 000 y 2 000 msnm).

Laderas abruptas de volcán (pendiente entre 15° y 35°) con barrancas profundas radiales; numerosos conos volcánicos adyacentes.

Volcán San Martín Tuxtla.

25.92

Laderas escarpadas (>35°) con barrancas profundas radiales; cráter con escarpes y conos adyacentes.

Volcán Santa Marta.

111.94

Laderas escarpadas y lomeríos con numerosas barrancas muy profundas.

Sierra Yohualtajapan.

102.58

San Martín Pajapan.

49.80

Cerro. Laderas muy onduladas a abruptas de volcán con numerosas cañadas profundas; lomeríos bajos a intermedios; algunos conos volcánicos bajos y pequeños lagos cráter.

El Vigía. 129.43

continúa...

El paisaje de Los Tuxtlas: enfoque histórico­ambiental 65

Planicie baja acumulativa.

Planicie costera fluvio-lacustre asociada a laguna costera, esteros, dunas y loma aislada.

Sontecomapan. 66.90

Planicie fluvial asociada a cauce sinuoso, esteros y playa.

Tecuanapa. 23.80

El más elevado de los volcanes es el pico de San Martín, actualmente inactivo, entró en erupción por última vez en marzo de 1783. Cova­rrubias relata el testimonio del científico y explorador José Mariano Moziño, quien dejó una vívida descripción del ruido subterráneo que precedió a una gran columna de fuego. El fantástico espectáculo duró dos días, seguido de seis horas de movimientos sísmicos y lluvia de ce­nizas. Dos meses y medio más tarde se produjo la segunda erupción, esta vez más violenta. Hubo necesidad de quitar la arena y las cenizas acumuladas sobre los techos para que no se derrumbaran los edificios con su peso. La ceniza que flotaba en el aire llegó hasta Oaxaca, situa­da a casi 300 km tierra adentro en línea recta. La tercera erupción se produjo en junio y continuó alternándose con devastadoras tormen­tas hasta octubre, oscureciendo el cielo durante 30 días seguidos, se­gún afirma Moziño, y ocultando de la vista incluso las montañas más cercanas. Como consecuencia de estos eventos se organizaron proce­siones y la gente dirigió plegarias de lamento a Nuestra Señora del Vol cán, venerada todavía hoy en el lago de Catemaco como la santa patrona de toda la región.42

Se han registrado alrededor de 10 erupciones en la parte oeste de Los Tux tlas en los últimos 5 300 años. La ocupación humana se ex­tiende desde ese tiempo, pero Robert Santley menciona no tener evi­dencias claras sobre las consecuencias de estos eventos en los asen­tamientos humanos antes del año 1 000 a.C. Los datos arqueológicos de excavaciones en Matacapan y de sitios vecinos como Bezuapan y La Joya, muestran que nueve de estas erupciones ocurrieron entre 1 000 a.C. y 650 d.C. La fuente de éstas fueron una serie de respi­raderos cercanos al cerro Mono Blanco, localizados en la orilla oeste del lago de Catemaco a sólo 5 km de Matacapan.43 La primera erup­ción tuvo lugar al terminar el llamado periodo Formativo Temprano (1 250­900 a.C.), la segunda se dio al final del periodo Formativo Tar­

continuación...

66 Veredas de mar y río

dío (150 a.C.) y la tercera en el Formativo Terminal (150­250 d.C.).44 La evidencia arqueológica indica que la población prehispánica res­pondió a estos eventos de distintas maneras. Durante los periodos del Formativo Medio y Temprano las poblaciones emigraron lejos de la fuente del evento; en contraste, las sociedades estatales unificadas del Clásico Temprano y Medio se mantuvieron en la zona resolviendo los daños. Santley menciona que otros factores que jugaron un papel clave en la respuesta cultural al riesgo volcánico durante el periodo Clásico fueron: el aprovechamiento del transporte en agua; una ma­yor dependencia en la economía que se basó en la especialización ar tesanal, y los lazos políticos con el centro urbano de Teo tihuacán.45 Estos puntos se tratarán con mayor detalle en el capítulo siguiente.

Debemos recordar que el basalto, resultado de las erupciones del intenso vulcanismo de la región, fue el material más utilizado para la elaboración de esculturas olmecas. La mayor cantidad de éste se ha localizado en las faldas del cerro Cintepec, volcán extinto del Plio­Pleistoceno localizado en el sur de la sierra, algunos kilómetros al su­reste del lago de Catemaco,46 Velson y Clark mencionan también que, además del cerro Cintepec, otros lugares fueron puntos de extracción de este material, por ejemplo, el cerro El Vigía, volcán que se loca­liza 4 km al oeste de Santiago Tuxtla y que parece ser la fuente del basalto utilizado en el sitio de Tres Zapotes, así como Roca Partida, sobre la costa, para La Venta.47

De esta manera, la consideración de los fenómenos vulcanoló­gicos y de la topografía característica de Los Tux tlas, en comparación con las tierras bajas que le rodean, nos hacen tomar en cuenta las diferencias en cuanto al aprovechamiento de los recursos acuáticos, así como del uso de al menos una vía fluvial que pudo haber sido el río Catemaco. Mientras que muchos sitios del periodo Formativo se localizaron cerca de dicho río, éste es mucho más pequeño e incluso más rápido que el Coatzacoalcos. De acuerdo con McCormack, mien­tras que el cultivo y la pesca eran fá cilmente practicados en las tierras bajas, coordinar estas actividades en el sector de San Martín Tuxtla pudo haber involucrado algunos conflictos de organización.48

Recordemos que la región puede dividirse en dos grandes seccio­nes, por un lado, la del volcán San Martín que podría describirse con pendientes pronunciadas y una topografía más irregular; y por el otro,

El paisaje de Los Tuxtlas: enfoque histórico­ambiental 67

el sector del volcán Santa Marta, que parece reunir las condiciones de pendientes más suaves, con ríos que en su distribución radial co­nectan la línea de costa con el interior del territorio. El modelo de análisis espacial que se presenta más adelante toma en cuenta para su elaboración es tos parámetros topográficos y las pendientes de ambas regiones para identificar las áreas potencialmente navegables.

Edafología de Los Tuxtlas

Los suelos son importantes para entender la ocupación humana de Los Tuxtlas, dado que proveen el medio para la producción agrícola y la materia prima para la producción cerámica y la creación de espacios arquitectónicos. Como ya se ha mencionado, los suelos en Los Tux­tlas son andosoles derivados de materiales ígneos expulsados por los volcanes San Martín Tuxtla, Santa Marta y San Martín Pajapan. Las condiciones geográficas que se establecen allí han dado origen a una diversidad importante de suelos. El sustrato de la sierra consiste en rocas ígneas —basalto y andesitas— mezcladas con cenizas volcáni­cas. Los suelos superficiales se constituyen por arcillas y arcillas limo­sas; limos arenosos también están presentes en zonas de mayor ele­vación.49

Debido a que la precipitación anual es alta, el suelo en Los Tuxtlas es propenso a la lixiviación y carece de calcio y potasio. La zona que rodea Matacapan es actualmente la más fértil, mientras que la más productiva se localiza a lo largo del curso del río Ca temaco, que en ocasiones se inunda durante la temporada de lluvias. La zona menos fér til abarca desde Teotepec hasta Monte Pio y la laguna de Sonte­comapan.50 En las laderas sur y oeste del volcán San Martín Pajapan el sue lo llega a tener más de 3 m de profundidad, con características muy favorables para su labranza, sin embargo, debido a su acidez, re­sulta poco fértil.51

Ríos MacBeth divide la historia del suelo de Los Tuxtlas en fun­ción de la identificación de una serie de formaciones, tres de las cuales aparecen en la superficie de la zona de Matacapan.52 De la for mación más antigua a la más reciente, éstas son La Laja­Depósito, Concep­ción y Filisola. Las tres estaban originalmente enterradas, pero ahora

68 Veredas de mar y río

se muestran en la superficie debido a la reciente acción del vulcanis­mo, razón por la cual se observan sobre o ligeramente bajo la superfi­cie moderna.

Los suelos más profundos expuestos vienen de la formación del Mioceno Medio de La Laja­Depósito y se constituyen con arcillas in­tercaladas, arcillas tobáceas y arenas que contienen el mayor porcen­taje de los fragmentos volcánicos. El afloramiento de suelos y rocas que corresponden a la formación La Laja­Depósito se ve expuesto en una pequeña área al sur de San Andrés Tuxtla y está rodeado por suelos de la formación más joven: Concepción.53

De acuerdo con Robert Santley, en la formación La Laja­ Depósito están las arcillas de origen marino y los suelos arcillosos de la forma­ción Concepción. El mineral arcilloso predominante de ésta parece ser la caolinita; otros constituyentes minerales importantes in cluyen calcita, dolomita, mica, óxidos de hierro, cuarzo, pirita y gra nos finos de arena. Se presentan carbonatos que se ven como concreciones amor­fas de conchas o microfósiles y yeso. La formación Concepción se pue­de separar debido a la ubicación vertical de sus com ponentes; los más profundos son ricos en arcillas marinas, mientras que los estratos supe­riores poco a poco se transforman en la formación Filisola y son ricos en inclusiones de cuarzo y arena. Estos últimos son los que, de acuer­do con los análisis de elementos traza, se preferían para las pastas con las que se elaboraba la cerámica en el pe riodo Clásico.

Finalmente, la formación Filisola se encuentra sobre la Con­cepción y se constituye con arenas finas y arenas de mayor tamaño poco consolidadas, alternando con conglomerados de ba sal to y arci­llas con ceniza volcánica. Esta secuencia indica una regresión del nivel del mar durante el proceso de deposición de la for mación Con­cepción y su emergencia eventual en el área.54

La heterogeneidad en los tipos de suelo, junto con la variabilidad geomorfológica, el clima y otros factores, han permitido el estable­cimiento de diversas comunidades vegetales que van desde las coní­feras de zonas altas, hasta selvas tropicales y vegetación de dunas costeras. En la actualidad estas formaciones vegetales han sido impac­tadas por actividad agropecuaria, como la ganadería y la agricultura, restringiéndose a las áreas más inaccesibles con pendientes fuertes y

El paisaje de Los Tuxtlas: enfoque histórico­ambiental 69

suelos pobres o pedregosos no aptos para la agricultura, como las la­deras y las cimas de los volcanes.55

El clima de la sierra

En la sierra de Los Tuxtlas el clima está determinado por la compleja to pografía, su gradiente altitudinal y su cercanía al mar. Esta sierra funciona como una barrera entre el mar y el interior del continente, generando diferencias climáticas entre la vertiente noreste orientada hacia el golfo de México y la vertiente suroeste que da al interior del continente.56 De hecho, el clima que impera en la propia sierra y tie­rra adentro depende de lo que se denomina la sombra de lluvia —som­bra pluvial—; esto se refiere al efecto que tienen las altas montañas al retener la humedad del aire, limitando su llegada al otro lado de la sierra donde favorecen condiciones de clima más seco. La forma alar­gada y estrecha de la sierra tiene en el norte una ladera lar ga y alta orientada hacia el mar, llamada ladera de barlovento —expuesta al viento— y otra que mira hacia el continente, hacia tierra adentro, cu­yo nombre es ladera de sotavento —protegida del viento—. Al final del verano y principios del otoño, ocasionalmente arriban huracanes o ciclones tropicales, aunque es poco común en la región de sotaven­to; este término es utilizado por los navegantes y se refiere a la ba ja frecuencia que tienen los vientos huracanados y las tormentas tropica­les provenientes del Caribe. Hoy en día, la región de sotavento se ex­tiende desde Coatzacoalcos hasta el centro del estado de Ve racruz.57

La temperatura anual promedio va de los 22°C a 24°C en la ma­yor parte de la región, pero baja hasta 21°C o menos en las elevacio­nes que están sobre los 1 000 msnm. Temperaturas menores a 6°C son ra ras, aunque se han registrado heladas en el volcán San Martín. El mes más seco es mayo y los más lluviosos de julio hasta noviembre. De no viembre a febrero la región de Los Tuxtlas es afectada por el desplazamiento de masas de aire polar continental provenientes de Cana dá y Estados Unidos que, al pasar sobre el golfo de México, se car gan de humedad provocando el aumento de la precipitación inver­nal y des cen sos rápidos en la temperatura. Los vientos fríos y húmedos

70 Veredas de mar y río

generados alcanzan velocidades de hasta 80­100 km/h y se conocen como “nortes”. La precipitación es temporal, con una media anual de lluvia que varía entre 1 700 y 3 000 mm. La mayor cantidad de lluvia cae en las laderas expuestas del norte del volcán San Martín y al este del lago de Catemaco.58

Entre acahuales y la reserva de la biósfera

La singularidad e importancia biológica de la sierra de Los Tuxtlas han sido reconocidas desde hace mucho tiempo. En 1979 se decretó al volcán San Martín Tuxtla como zona protegida forestal y de refugio para la fauna, a partir de la cota altitudinal de 1 000 m hasta la cima, abarcando una superficie de 5 630 ha. En 1980 se decretó a los vol­canes Santa Marta y San Martín Pajapan como zonas de protección fo restal y refugio de la fauna silvestre, mismas que fueron reclasifica­das en 1988 como Reserva Especial de la Biosfera, con una extensión de 82 800 ha. La creación y decreto de la Reserva de la Biosfera de Los Tuxtlas, en 1998, permitió que la región se incorporara en 2006 a la Red Mundial de Reservas de Biosfera de la UNESCO.59

Es relevante mencionar que actualmente en la sierra se mantiene la diversidad biológica de casi todos los ecosistemas originales, aun­que hay que tomar en cuenta que en tiempos recientes la vegetación se ha modificado por eventos culturales y na tu ra les: la actividad volcá­nica y sísmica, los mo vimientos de tierra provocados por las abundan­tes lluvias o por el uso del suelo, y el aban do no de las tierras dedica­das a la ganadería o al cultivo.60 La selva de Los Tux tlas tiene gran capacidad de regene ración ante la perturbación una vez que ésta ce­sa, la cual no puede desligarse de las prácti cas de ma nejo y uso que sus habitantes han im plementado en ella. Durante la época prehispá­nica la regeneración de la vegetación forestal en acahuales, es decir aquella flora que crece en un área previamente usada para la agricultu­ra, fue parte integral del ciclo de roza­tumba­quema de la agricultu ra milpera prehispánica.61

En estas montañas tropicales destaca la secuencia de cambios am bientales altitudinales. La terminología difiere pero la secuencia empieza con la vegetación costera, después pasa a la selva tropical hú­

El paisaje de Los Tuxtlas: enfoque histórico­ambiental 71

meda o lo que queda de ella hasta los 900 msnm, le sigue la selva alta pe rennifolia, la selva mediana perennifolia, el bosque mesófilo y el bosque de niebla que se encuentra en los picos más altos.62

Existen diversas clasificaciones de la vegetación, trataremos aquí de seguir el orden altitudinal para explicarlas. Guevara comienza agru­pando la vegetación de Los Tuxtlas como paisaje de selva húmeda el cual se extiende en 217 076 ha —65% de la superficie de la sierra— y está formado por selva alta perennifolia, selva mediana subperennifo­lia, acahual de selva, potreros arbolados con milpa, cultivo y acahual, potreros no arbolados, cultivo de café, y cultivos comerciales. Este pai­ saje se encuentra desde el nivel del mar hasta 1 000 m de altitud; es el más extenso, diverso y complicado por la cantidad y distribución de fragmentos que quedan en el presente, dado que es una vegetación pri­ maria desde hace 3 000 años. En estas zonas altas —con una precipita­ción entre 2 500 y 5 000 mm— las especies dominantes pueden crecer hasta 25 m de alto e incluyen: palo de tortilla (Bernoullia flammea),63 árbol de Ramón, conocido como ax en el sur de Veracruz (Brosimum ali castrum), abrecapalo (Ficus tecolutensis) y pentetomate (Pseudolme dia oxyphyllaria); estos árboles crecen en andosoles que derivan de ce ni­zas volcánicas. La selva mediana perennifolia —entre 700 a 900 msnm en áreas de más de 1 800 mm de precipitación— está dominada por el árbol de Ramón que crece en suelos rocosos bien drenados. La sel va baja perennifolia sólo se encuentra en la cumbre del volcán San Mar­tín Tuxtla y posiblemente también en el Santa Marta.64

Se reporta la presencia de una zona de transición entre la selva baja y mediana perennifolia —1 200 a 900 m de elevación—, en ésta se encuentran: liquidámbar (Liquidambar macrophylla), encino (Quer­cus skinneri), olmo (Ulmus mexicana) y palo blanco (Meliosma alba).65 La resina del liquidámbar fue usada por los mexicas y demandada por Toch tepec, dado que Los Tuxtlas caían dentro de esta provincia del imperio mexica.66

En orden altitudinal ascendente se agrupa la vegetación en el pai­ saje de bosque mesófilo, el cual cubre 11 776 ha repartidas en las cimas de los tres volcanes más altos de la sierra: San Martín Tuxtla, Santa Marta y San Martín Pajapan; es el tipo de vegetación mejor conserva­do de la región. Le sigue el paisaje de pino y encino; el bosque de pino

72 Veredas de mar y río

(Pinus oocarpa) se localiza al sur del volcán Santa Marta —de 400 a 900 msnm, 2 034 ha—, igual que el encinar (Quercus spp).67

El paisaje de manglar y selva baja perennifolia inundada tiene una extensión de 504 ha; aparece en zonas de agua dulce, al noroeste de la laguna costera de Sontecomapan. En sitios sujetos a inundaciones periódicas tales como planicies bajas cercanas a la desembocadura de ríos caudalosos, se pueden encontrar franjas o manchones domina­dos por el apompo (Pachira aquatica).68 En particular el manglar ocu­pa una extensión de 523 ha y está ubicado al sureste de la laguna de Sontecomapan, limitando al noroeste por la selva baja perennifolia inundada; es un tipo de vegetación de 20 a 25 m de altura, con tres es­pecies características: mangle rojo (Rhizophora mangle), mangle negro (Avicennia germinans) y mangle blanco (Laguncularia racemosa), cuyas raíces les sirven tanto para fijarse al suelo lodoso como para captar oxígeno.69

El paisaje de sabana presenta una composición florística y estruc­tura típica de las sabanas neotropicales en una extensión de 9 357 ha, es fácil reconocerlo pues es un pastizal con árboles dispersos de po ca es tatura. Se identifica por sus bosques semicaducifolios en elevacio­nes bajas, principalmente en las laderas del sur de Los Tuxtlas; se en­cuentra so bre todo bajo los 150 msnm donde la precipitación anual es de 1 700 mm. Las especies que lo conforman son: uvero (Coccoloba barbadensis), tachicon (Curatella americana), nanche (Byrsonima crassi­ fo lia), peine (Apeiba tibourbou), encino (Quercus oleoides), ciruelo (Spondias mombin), dormilona (Mimosa púdica) y árbol de la cera (My­rica cerifera).70

El paisaje costero presenta dunas que en conjunto abarcan una ex tensión de 238 ha a lo largo de toda la línea de la costa; se observan especies arbustivas y arbóreas provenientes de tipos de vegetación de tierra adentro.71 Santley agrega un apartado más de la clasificación de la vegetación que denomina como las áreas perturbadas por el hu­mano que presentan cambios dramáticos, sobre todo en la parte más baja de Los Tuxtlas donde se localizan potreros y campos de cultivos de maíz y caña que cubren áreas que antes presentaban bosques.72

Para cerrar este apartado es necesario conocer cuáles eran las especies de árboles utilizadas para elaborar los cayucos en la época prehispánica. Recordemos que Delgado y sus colaboradores reportan

El paisaje de Los Tuxtlas: enfoque histórico­ambiental 73

el hallazgo de dos cayucos monóxilos en el río Coatzacoalcos, posi­blemente del periodo Postclásico,73 la especie del árbol no está iden­tificada. Los registros etnográficos de los últimos 50 años indican que algunos de los árboles utilizados para tallar las canoas podrían haber sido la ceiba (Bombax ellipticum), el zapote (Lucuma campechiana) y la caoba (Swieteneia macrophylla).

Drucker reporta que las canoas monóxilas utilizadas por los habi­tantes de la región en la década de los setenta se elaboraron de ceiba o caoba74 —aunque la ceiba es conveniente, no es demasiado fuerte, se rompe y humedece rápida mente a menos que se trate con alguna re sina como sellador, se prefiere la caoba porque es más fuerte, durable y no se pudre con faci lidad—.75 En el área maya se hace referencia al uso de la ceiba como el árbol principal para elaborar cayucos y se sugiere también en la re gión olmeca, tanto en la época pre hispánica co mo en la actualidad.76 En Los Tuxtlas, se informa77 el uso de ceiba, za pote,78 cedro (Cedrela mexicana) y súchil (Plumeria rubra) recubier­tos de chapopote, al menos hasta la in troducción de las lanchas de fibra de vidrio y de motor a mediados del siglo pasado.

En una representación localizada en la foja 43 del Códice Dresde se observa una deidad maya navegando en una canoa cuyos cos tados presentan líneas con pequeños círculos adyacentes. Este símbolo se localiza también en otro cayuco donde se recrea la muerte del Dios del Maíz en una escena labrada sobre un hueso localizado en el entierro 116 de Tikal; este símbolo se pudo identificar en el diccionario de je­roglíficos mayas de Stone y Zender donde se hace referencia al glifo TE que indica todo aquello hecho de madera; los autores mencionan además la relación estrecha del glifo con el árbol de la ceiba. Esto se complementa con su identificación en la estela 27 de Izapa, así como en la escena de un vaso maya donde se observa a Juun Ajaw disparar con una cerbatana a la representación aviar de Itzamnaaj, quien ade­más está posado sobre una ceiba que presenta el glifo TE.79 Hace mos estas observaciones en función de que es necesario in tegrar todos los da tos disponibles que permitirán complementar una visión de cómo pudo haber sido la antigua tradición de navegación en Mesoamérica.

74 Veredas de mar y río

Deidad maya en una canoa que presenta el glifo TE en el Códice Dresden, foja 43. Fuente: SLUB Dresden, http://digital.slub-dresden.de/id375693750 (CC-BY-SA 4.0).

El paisaje de Los Tuxtlas: enfoque histórico­ambiental 75

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Estela 27 de Izapa, donde se observa un árbol con el glifo TE. Fuente: Guernsey y Love, 2005: 43; dibujo: Alban Flores Morán.

El paisaje de Los Tuxtlas: enfoque histórico­ambiental 77

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78 Veredas de mar y río

Testimonios polínicos en la historia de Los Tuxtlas

El primer apogeo de la población en Los Tuxtlas coincide con el auge de dos ciudades olmecas: Tres Zapotes y Laguna de los Cerros, ambas si tuadas al oeste y al sur, respectivamente, de la parte más baja de las la deras de las montañas.80 El auge de estas ciudades se inició ha­ce 3 000 años y se prolongó por 800 más hasta el periodo Preclásico (del año 1 200 al 400 a.C.). El segundo pico de población coincide con el florecimiento del centro ceremonial urbano de Matacapan, alre­dedor del año 300 d.C., ubicado al suroeste del lago de Catemaco en la misma diagonal de ocupación prehispánica, al centro de la sierra de Los Tuxtlas.

Los resultados de los estudios palinológicos de los sedimentos de lagos de Los Tuxtlas muestran que durante los dos picos de población disminuyó la cantidad de polen de especies arbóreas y aumentó la del maíz y malezas asociadas a la milpa, lo cual indica una deforestación extensiva;81 también es evidente que con la disminución de la den si­dad de población, la vegetación forestal se recuperó rápidamente, aún después del periodo de mayor deforestación ocurrido entre 200 a.C. y 700 d.C., lo que implica que el paisaje mantuvo remanentes importan­tes de selva durante este largo periodo.82 La fragilidad del ecosistema de la selva y la vulnerabilidad de la biodiversidad son inconsistentes con la diversidad que permanece en la región a pesar de la deforestación y fragmentación, como lo atestiguan las 3 356 especies de plantas y las 851 de vertebrados reportadas, así como por la capacidad de rege­neración del sistema.83

El conocimiento acerca de la historia de la vegetación de Los Tux tlas se ha basado en un núcleo de sedimento tomado de la laguna Pompal, ubicada en las laderas del oeste del cerro Campanario.84 De igual manera, se recuperó polen de un núcleo obtenido del lago de Ca­temaco, el cual indica que el área alrededor del mismo fue explotada por agricultores de maíz, aunque debe tomarse en cuenta que esta se­cuencia polínica no fue fechada correctamente debido a la contami­nación de origen volcánico.85

Goman divide la secuencia polínica de la laguna Pompal en cin­co zonas.86 La zona 5 abarca de 2 350 a 1 550 a.C. y corresponde al pe riodo Arcaico Terminal en la cronología mesoamericana; árboles

El paisaje de Los Tuxtlas: enfoque histórico­ambiental 79

de bosque tropical, pastos y hierbas fueron comunes, el polen de maíz está presente, sugiriendo que la agricultura precedió al estableci­miento de villas sedentarias.87

La zona 4, fechada de 1 550 a 650 a.C., corresponde al Forma tivo Temprano y Medio en la cronología de Los Tuxtlas y se caracteri za por la ausencia de maíz, lo que puede responder a que el área alrede­dor del lago se abandonó por un movimiento hacia la región cercana a Matacapan y a la parte baja del río Catemaco durante el Clásico Temprano.

Amber VanDerwarker, en su trabajo sobre arqueobotánica de La Joya y Bezuapan para el periodo Formativo, agrupa los restos recu­perados en las siguientes categorías: cultivos, árboles, frutas, nueces y plantas misceláneas. Los pobladores de estos dos sitios cultivaron y con sumieron maíz, frijol, aguacate, coyol y zapote, entre otros.88 Los grupos arqueobotánicos de La Joya y Bezuapan incluyeron una com­binación de plantas cultivadas y silves tres cuyos requerimientos eco­lógicos involucraron algún tipo de intervención humana, con lo cual la autora sugiere que la información eco lógica recuperada indica que la gente del periodo Formativo modificó su ambiente, enfocándo se en el consumo de algunos recursos económicamente importantes.89

La zona 3 del núcleo va del 650 a 550 d.C., es decir, en el Forma­ti vo Tardío, Clásico Temprano y Clásico Medio Temprano en la cro nología de Los Tuxtlas; el polen de maíz y de otras especies que in dican perturbación por agricultura aparece en abundancia. Esta zo na corresponde al Clásico Medio, periodo con un aumento en la po blación en Los Tuxtlas, por lo tanto, el núcleo de la laguna Pom­pal indica que las tierras altas fueron explotadas con propósitos agrí­colas.90

La zona 2 abarca de 550 a 1 550 d.C. y corresponde al Clásico Medio Tardío, Clásico Tardío y Postclásico; en la laguna Pompal se registra polen arbóreo, mientras que el maíz está pre sente señalando que los agricultores explotaban el área cercana a la laguna.

Finalmente, la zona 1 se fechó para un denominado “periodo his­tórico”, durante el cual se practicó la agricultura intensamente y se eliminaron áreas de bosque como consecuencia de la colonización es pañola, lo cual se identificó por un alto influjo de carbón.91

80 Veredas de mar y río

En conjunto, la evidencia palinológica muestra dos periodos de deforestación y regeneración.92 Restos de cerámica y otros artefactos corroboran la presencia humana desde hace 3 500 años (1 400 a.C.);93 desde entonces hasta la llegada de los colonizadores españoles, a principios del siglo XVI, la presencia humana en la sierra de Los Tux­tlas ha sido continua.94

Con la llegada de los españoles, Hernán Cortés escogió una zona no tan escarpada en el extremo noroeste de la sierra para establecer, en Tepeaca, la primera plantación de caña de azúcar en la Nueva Espa­ña y así establecer el primer asentamiento colonial en la región, con lo cual la zona de Los Tuxtlas integró una parte importante de su vas ta encomienda.95 Al finalizar el periodo colonial, entre Acayucan y San­tiago Tuxtla, existían siete hacendados propietarios de 270 350 ha.96 La distribución de las haciendas y de los sitios alrededor de las ciuda­des de Acayucan y Santiago las convirtió en los centros económicos de Los Tuxtlas, desde entonces hasta fines del siglo XIX. Los principales productos comercializables eran azúcar, seguido por algodón, tabaco y extracción de madera; se transportaban por el río San Juan hasta Tlacotalpan y de ahí a Veracruz.97

La fauna de Los Tuxtlas

La economía de subsistencia olmeca se caracteriza por la mezcla de cul tivos, pesca, recolección de tortugas y caza de animales terres­tres.98 Las evidencias arqueológicas indican que el aprovechamiento de recursos acuáticos y el cultivo de maíz probablemente se combina­ron con el uso de las tierras adyacentes a los cauces de los ríos.99 De acuerdo con Borstein, los pobladores se enfocaron menos en la agri­cultura antes del año 1000 a.C., que en la explotación de los recursos acuáticos; afirma que el acceso a éstos está relacionado con el aumen­to en la complejidad social al interior de las comunidades asentadas en la región sur de Veracruz.100 Por su parte, VanDerwarker sugiere que las tierras contiguas a los ríos eran igualmente importantes para los cultivos de maíz, así como para la explotación de los recur s os acuá ticos, de tal manera que ambas actividades hacían que esas zo­nas fueran muy codiciadas.101

El paisaje de Los Tuxtlas: enfoque histórico­ambiental 81

El aislamiento que por su origen volcánico sufrieron los sistemas acuáticos de la región desde el Plio­Pleistoceno —periodo que inicia hace 5 000 000 de años hasta 12 000 años— se manifiesta en un eleva­do número de especies endémicas de peces.102 Este fenómeno es fre­cuente en todas las lagunas volcánicas del Eje Neovolcánico Trans­versal, pero debido a la menor latitud y altitud de Los Tuxtlas y su si tuación en la parte continental de la región neotropical de Améri­ca, se propicia una diversidad faunística mayor. La diversidad íctica de Los Tuxtlas ha sido poco estudiada, pero en los sistemas más co­nocidos, como los lagos de Catemaco, Escondida y Zacatal, se ha re­gistrado un alto número de especies endémicas. Pocos sistemas acuá­ticos han sido objeto de un análisis minucioso, al respecto sobresalen los trabajos efectuados en los ríos Máquinas, Col, Grande de Catema­co y La Palma, en los que existen especies exclusivas relacionadas con su ori gen volcánico.103

De los estudios arqueozoológicos de VanDerwarker en La Joya y Bezuapan se recuperaron especímenes tanto de agua dulce como de mar; entre los animales de agua dulce se encontraron pejelagartos (Lepisosteus spatula), mojarras (Cichlasoma sp.) y especímenes de la fa ­milia Catostomidae (bagre o bobo),104 que se pueden encontrar en ríos y lagunas. Los pejelagartos abundan en temporada de lluvias y las mo­jarras habitan incluso el lago de Catemaco105 aunque prefieren aguas someras y son tolerantes a los cambios de salinidad. Se localizaron tam­bién especímenes de pez gato de la familia Pimelodidae; al gunas es­pecies de ella se encuentran en aguas costeras, mientras que otras en lagos y ríos de agua dulce, incluyendo el lago de Catemaco. Los peces marinos incluyen robalo (Centropomus sp.), jurel (Caranx sp.) y par­ go (Lutjanus sp.). El robalo se aloja en cuerpos de agua continentales, principalmente lagunas, estuarios y en los tramos bajos de los ríos;106 los jureles se encuentran en diversos hábitats, la mayoría de sus espe­cies en aguas abiertas del mar y en arrecifes, aunque algunos prefieren aguas continentales y estuarios; en cuanto al pargo, éste tien de a habi­tar aguas someras alrededor de los arrecifes, así como arenales en las bahías y estuarios, y costas con manglares. De acuerdo con VanDer­warker todos estos peces se podían capturar tanto en la costa como en los estuarios, lo que indica que tal vez no se hacían viajes en em­barcaciones rumbo al mar abierto.107

82 Veredas de mar y río

Los anfibios identificados en La Joya y Bezuapan incluyen el sapo (Bufo sp.) y la rana (Rana sp.). Los especímenes de sapo podrían repre­sentar una de las dos especies nativas de Los Tuxtlas: el sapo de caña (Bufo marinus) o el sapo de la costa del golfo (Bufo valliceps);108 am­bas comunes en hábitats perturbados asociados a lugares habitados por humanos. En opinión de VanDerwarker estos sapos no se consumían y probablemente eran una plaga. En cuanto a las ranas pudo existir la rana Vaillant (Rana vaillanti), la más común de la región, pero la ausencia de especímenes comparativos hace la identificación im­posible.109

Por otro lado, VanDerwarker reporta que entre los reptiles se pue­den identificar tortugas, iguana verde (Iguana iguana) y víboras; de las primeras se encontraron la tortuga de ciénega gigante mexicana (Staurotypus triporcatus) y la tortuga pintada (Trachemys scripta), am­bas acuáticas y que prefieren lagos y pantanos; la tortuga pintada pue de encontrarse en ríos y arroyos. Los habitantes de La Joya y Bezuapan las obtenían junto con las iguanas verdes del lago de Catemaco y del río Catemaco. La boa constrictor (Boa constrictor) fue la única ser­piente identificada.110

Se registraron también pájaros como patos, aves de rapiña, pája­ros terrestres y carpinteros. Los patos se pudieron haber cazado en las áreas cercanas al río Catemaco o al lago de Catemaco. En el conjun­to arqueofaunístico se localizó el pato criollo (Cairina moschata), el cual co múnmente se encuentra en lagos y ríos, así como en pantanos. De las aves terrestres se identificó al guajolote (Meleagris gallopavo) y a la codorniz (Colinus virginianus), además de un halcón (Buteo sp.) y un chu pasavia norteño (Sphyrapicus varius). De acuerdo con VanDer­warker estos especímenes podrían no representar alimentos, sino que más bien eran capturados para usar sus plumas.111 La importancia que tenían las aves en esta región se refleja en la discusión en torno al gentilicio “Tuxtla”, ya que hay autores que argumentan que viene de tochtli (conejo) o, como menciona Roberto Williams, Tuxtla es la voz castellanizada de toztlan que podría traducirse como “lugar de loro” o “lugar donde abundan los pericos amarillos”; este topónimo se compone de toztli, especie de loro de plumas amari llas y del locativo –tlan. Además Williams refiere que en el Códice Men docino, en su lámina 46, entre los pueblos tributarios de los mexicas aparece uno

El paisaje de Los Tuxtlas: enfoque histórico­ambiental 83

que tiene escrita la palabra toztla bajo un ave amarilla identificada como un loro.112

Continuando con la fauna que VanDerwarker localizó, los mamí­feros son la clase que presentó una diversidad superior de especies en el contexto arqueológico. Los de mayor tamaño incluían el pecarí de co llar (Tayassu tajacu), el venado cola blanca (Odocoileus virginianus) y el cabrito (Mazama americana); los de menor tamaño fueron zari­güeyas (Didelphis sp.), tuza (Orthogeomys hispidus), armadillo (Dasypus novemcinctus), conejo (Sylvilagus sp.), mapache (Procyon lotor), ocelo­te (Leopardus pardalis) y el perro doméstico (Canis familiaris). El hecho de que se localizaran restos de perros sugiere que éstos se utilizaban como alimentos. De hecho Elizabeth Wing,113 en su estudio osteoló­gico, demuestra que durante el Formativo la fauna más consumida en el golfo eran las tortugas acuáticas, el pescado —principalmente robalo— y el xoloizcuintle. En general, es importante recalcar que los animales que se localizaron en La Joya y en Bezuapan representan una amplia variedad de hábitats. Entender la ecología local en térmi­nos del aprovechamiento de los recursos faunísticos resulta ser esen­cial para tener pistas acerca de cómo los humanos organizaron sus actividades de caza, pesca y cautiverio.114

Paisajes fluviales de Los Tuxtlas

La consideración de los paisajes fluviales nos permite acercarnos al entendimiento del proceso de apropiación social y cultural de los es­pacios acuáticos por sus habitantes. Resultan importantes porque pue­den considerarse elementos móviles que representan realidades va­riadas, tanto temporal como espacialmente, ya que siguen un eje central a lo largo de uno o varios kilómetros.115 Se trata de espacios alargados, inestables, escurridizos, donde metafóricamente, como re­fiere Fernández: “desde la ribera, lo que se mueve es el agua, no las em­barcaciones que pasan por él; desde la orilla, es el tiempo que trans­curre. En cambio, si el observador va en bote, el paisaje está hecho de ruidos y fragmentos conectados por un hilo líquido; desde el agua, es el espacio el que se sucede a manera de mosaico”.116 Estos pueden definirse como los espacios que están relacionados con un río y se

84 Veredas de mar y río

localizan en un valle fluvial. El eje central de estos paisajes es la co­rriente de agua. Son paisajes móviles ya que se suceden a la orilla del curso del río, con usos de suelo diversos y se transforman a lo largo del año según la variabilidad del caudal, las inundaciones y otros eventos.117

Los Tuxtlas, en particular, es una región que vierte sus aguas plu­viales hacia dos cuencas hidrológicas —Papaloapan y Coatzacoal­cos—;118 el agua escurre hacia la cuenca del río Papaloapan a través del río San Juan y hacia el mar, hasta donde llegan innumerables ríos y arroyos que atraviesan la planicie costera alimentando las lagunas costeras de Sontecomapan y el Ostión, así como el lago de Cate­maco.119 Las subcuencas de la cuenca del Papaloapan que integran el sector de Los Tuxtlas son las de Tecolapilla al norte, Papaloapan ha cia el oeste, San Andrés y el lago de Catemaco al centro, y al sur la de San Juan. La cuenca del río Coatzacoalcos ocupa la región por me­dio de dos subcuencas al sureste: la del río Calzadas y la de la lagu­na del Ostión.

Se pueden distinguir tres vertientes hidrológicas: la vertiente nor te y noreste que desemboca en el golfo de México y está delimi­tada por la subcuenca Tecolapilla que es parte de la cuenca del Papa­loapan; en esta zona hay numerosos ríos y arroyos de recorrido relati­vamente corto provenientes de los volcanes San Martín Tuxtla, San Martín Pajapan y Santa Marta, los cuales derraman directamente sus aguas en el golfo o en la laguna costera de Sontecomapan. En la zona costera de esta vertiente hay sistemas lagunares temporales o permanentes, como Delicias y La Joya, que se han formado en las hondonadas de las dunas, estas lagunas reciben agua del manto freá­tico y de la lluvia.120 En los levantamientos volcánicos se originan numerosos ríos cuyas características dependen de la vertiente a la que pertenecen: en la del golfo hay ríos largos y permanentes que desem­bocan en el mar como los ríos Salinas, Manantiales, Oro y El Rejón, cuyas cabeceras están bien conservadas puesto que se originan en las zonas más altas que aún mantienen la vegetación original; también se encuentran pequeñas cuencas con ríos de corto recorrido, fuerte pen­diente e independientes entre sí, como los ríos Gachapa, Liza, Los Órganos y Revolución cuyo cauce se inicia desde las cimas. En su porción media, entre los 200 y 300 m de altitud, los ríos tienen cau­

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Laguna de Sontecomapan y golfo de México. Fuente: Guevara, 2010: 121; fotografía: Gerardo Sánchez Vigil.

dales permanentes, pero muy variables, ya que responden a la precipi­tación pluvial de las partes altas; sin embargo, la naturaleza permea­ble del suelo hace que sus partes bajas lleven agua sólo en la época de lluvias, por lo que son considerados como ríos intermitentes.121 El río Tepango, más pequeño que el río Catemaco, está situado en el área oeste del macizo montañoso; ambos se unen para formar el río Tux tla en los pies del sector suroeste antes de integrarse al río San Juan que, a su vez, se descarga en la cuenca Papaloapan.122

La vertiente continental abarca las subcuencas de los ríos San Juan y San Andrés y la del lago de Catemaco, las cuales también forman parte de la cuenca del Papaloapan. Esta vertiente —que se inicia al sur del volcán Santa Marta— es la de mayor superficie. El río San Juan es muy importante ya que recoge parte de las aguas prove­nientes de los volcanes San Martín Tuxtla y Santa Marta, a través del río Hueyapan, y desemboca en la laguna de Alvarado. En esta ver­tiente se encuentra el lago de Catemaco que tiene un gran efluente, el río Grande de Catemaco cuyas aguas vierten también hacia el San Juan;123 el río Catemaco no sólo proveyó de agua y recursos acuáticos

El paisaje de Los Tuxtlas: enfoque histórico­ambiental 87

a los habitantes de la región durante la época prehispánica sino que también, como Wesley Stoner lo caracteriza, fue la ruta de transpor­te que conectaba con la región de las tierras bajas sureñas, dado que se une con el río Tepango.124 En esta vertiente se encuentran las co­rrientes provenientes de los volcanes San Martín Tuxtla y Santa Mar ta, con cauces largos que drenan en el río San Juan, como es el caso de los ríos Xoteapan, San Joaquín, Chuniapan, Matacapan y Saltillo Caracolar. A lo largo del río Xoteapan, situado entre el río Catemaco y el Tepango, se asentaron comunidades en la época pre­hispánica. De acuerdo con Stoner, los sitios localizados al borde de esta corriente pudieron haber servido como límite para regular las in­teracciones entre Totocapan y Matacapan.125

La vertiente sureste, que forma parte de la cuenca del río Coatza­coalcos, incluye la subcuenca de la laguna costera del Ostión y la del río Calzadas. Algunos de los ríos y arroyos que descienden del volcán Santa Marta desembocan en el río Coatzacoalcos y otros, que provie­nen del volcán San Martín Pajapan, llegan a la laguna costera del Os ­tión. Las corrientes de agua que atraviesan estas llanuras de suave pen­diente fluyen durante todo el año y debieron ser muy útiles para los asentamientos localizados justo donde el terreno cambia de pendien­te; esos puntos de quiebre daban acceso a recursos de hábitats ad ya­centes.126 Al respecto, Bernal describió a la región como infestada de llanuras húmedas y pantanos, cubierta de monte alto, constituyendo así una selva inextricable que sólo se abría para dejar pasar a los ríos, concebidos como los únicos caminos posibles para transitarla.127

Se pueden identificar varias zonas con mayor detalle por sus ca­racterísticas hidrológicas. Como ya se ha mencionado, la zona mon­tañosa presenta una red de drenaje radial determinada por la topo­grafía. De las montañas bajan arroyos de corriente rápida y aguas cristalinas, diferentes a los lentos y turbios grandes ríos que se desli­zan en la planicie y cuyas orillas están marcadas por corredores de manglares.128 En el volcán Santa Marta la red hidrológica es muy abundante y poco ramificada, con cauces muy profundos que drenan rápidamente hacia las zonas bajas, en la vertiente del golfo. En cam­bio, en la vertiente del volcán San Martín Tuxtla hay ríos que nacen en las partes altas pero son intermitentes debido a la presencia de sue­lo poroso. En las partes medias (entre 300 y 400 msnm) se vuelven

88 Veredas de mar y río

permanentes, con caudales muy variables que dependen de la precipi­tación en las partes altas y, en las partes bajas, desembocan en el golfo. En la vertiente continental de la sierra, la red hidrológica está más jerarquizada, organizándose en cauces que recogen caudales de cuencas más extensas y que llegan al río San Juan. Algunos de estos ríos cruzan las ciudades de San Andrés Tuxtla y Santiago Tuxtla. En la zona de influencia del volcán San Martín Tuxtla son muy frecuen­tes los cuerpos de agua asociados a cráteres. Ahí se encuentra cerca de 80% de los lagos de agua dulce de la región.129

La relevancia de los ríos como proveedores de alimentos y agua dulce se complementa con el papel que pudieron tener en la comu­ni cación al permitir el movimiento mediante los caminos natura­les, mis mos que rodean e integran la región de Los Tuxtlas y que se prestaban para ser vías multifuncionales, ya que los ríos principales conducían de fuera del área olmeca hacia adentro. Bernal los perci­bía como una fuerza centrípeta en la que los materiales pesados se deslizarían con las corrientes y sólo los objetos ligeros tendrían que remon tarlas.130

Cuerpos lacustres

Entre los sistemas lacustres más grandes de la sierra destacan el lago de Catemaco y la laguna costera de Sontecomapan, ambos ubicados entre los volcanes San Martín Tuxtla y Santa Marta como unida­des que separan ambas regiones. El primero, a 330 m de altitud en la vertiente continental, tiene 7 437 ha de extensión, 12 km de diáme­tro aproximado y 50 km de perímetro, con una profundidad media de 7.5 m y una máxima de 11 m.131 La sierra que le rodea está motea­da de numerosos lagos pequeños redondeados que ocupan los mi­núsculos cráteres volcánicos llamados “lagos maars”132 como Majahual, Chalchoapan, Manantiales, Verde, Mogo y Encantada, entre otros.133

El lago de Catemaco se ha definido como un “espejo enmarcado por selvas y montañas”;134 se formó por las barreras de materiales pro­ducidas por la erupción, derrames lávicos Plio­Pleistocénicos que in terceptaron el drenaje natural de un valle tectónico de rocas sedi­mentarias en el Terciario Medio, sobre todo hacia el noreste, y que

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blo quearon el drenaje de su actual cuenca. Cuando las aguas sobre­pasaron el lago, éstas siguieron escurriendo hacia el norte, lo que dio forma más adelante a la cascada de Eyipantla.135 En su superficie se pueden observar dos bordes de un cráter expuestos que han forma­do las islas de Agaltepec y Tenagre en las cuales se ubicaron centros ce remoniales durante la época prehispánica. El nombre Agaltepec se de ri va del ná huatl y podría significar “en el cerro de la canoa”, por la unión de ­agal­ (de acalli­ canoa), ­tepe­ (de tepetl­ cerro) y el locativo “en” ­c.

Varios ríos y arroyos alimentan el lago de Catemaco —Escaceba, Espagoya, Tebanca, La Margarita, Ahuacapan, Pozolapan y Cuetza­lapan— que sólo tiene una salida: el río Catemaco que fluye hacia el su roeste para unirse con el río San Juan, uno de los muchos tributa­rios del río Papaloapan.136 El río Catemaco tiene dos fuentes de agua mineral, Arroyo Agrio y Coyame, sus aguas poseen también un ver­tedero que desemboca en la bahía de Sontecomapan y las dos islas: Agaltepec —que alberga el Tégal o “cueva” donde apareció en 1 664 la virgen del Carmen de Catemaco— y Tenagre. Recibe también agua de mantos freáticos cercanos a la superficie y de la precipitación plu­vial que es muy alta, siendo el promedio anual de lluvias cercano a los 5 000 mm. El lago está sometido a fuertes presiones humanas, entre ellas la tala de la vegetación circundante que ha provocado un elevado aporte de sedimentos a la cuenca lacustre, modificando su pro­fundidad y forma, además de la intensa pesca del topote —una pe­queña sardina de la es pecie Dorosoma petenense— y del caracol tego­golo (Pomacea patula). Además de la contaminación proveniente de la ciudad de Catemaco y de los pequeños poblados que se encuentran alre dedor del lago que inciden en la calidad del agua de la laguna, y por lo tanto, de los productos que se pescan.137

El siguiente cuerpo de agua importante es la laguna costera de Son tecomapan que se ubica en la costa con una superficie de 9 km2 —12 km de largo y 1.5 km de ancho—, divide el macizo montañoso en el sector de los volcanes San Martín y Santa Marta. Su conexión permanente con el mar se da mediante la barra de Sontecoma pan don de la laguna registra su mayor profundidad —5.5 m—, mientras que el resto tiene alrededor de 2 m en promedio. Pre senta niveles de salinidad bajos debido al influjo constante de agua dulce de los ríos

El paisaje de Los Tuxtlas: enfoque histórico­ambiental 91

La Palma, Basura, Sumidero, Del Fraile, Sábalo, El Carrizal, Yohualta­pan, Coxcoapan, el manantial La Poza y el arroyo Agua Ca liente.138 Los ríos principales que desembocan en la laguna conservan bosques de ribera o galería y una extensión de selva baja inundable, ecosiste­mas que en gran medida han sido transformados en pastizales inun­dables y tulares.139 La región presenta un sistema de dunas costeras; en la costa noroeste hay algunos cerros y acantilados con selva alta perennifolia y acahuales.

La laguna se sitúa en la cuenca que forman los volcanes San Mar­tín Tuxtla y Santa Marta, que a su vez separa las cuencas terciarias de Veracruz y Salina del Istmo. Su suelo está formado por rocas volcáni­cas clásticas y presenta en su fondo cenizas volcánicas provenientes de la actividad del macizo por acarreo fluvial o por procesos eólicos de ce nizas volcánicas preexistentes. En la parte noreste de la laguna se localiza una boca que la comunica con el mar; al noroeste un depó­sito de sedimentos; hacia el otro extremo de la boca existe un derrame basáltico llamado Roca Morro; y al noroeste de la laguna hay un va­lle con acumulación de materia orgánica que propicia la agricultura. Es ta región abarca unos 300 km de la cordillera Neovolcánica desde Punta Delgada hasta Coatzacoalcos y en sus porciones central y sur cubre a la planicie costera de Sotavento.

El sistema lagunar se divide en: la barra, que compren de desde la playa a Roca Morro; y el canal Real, que abarca la zona del río La Pal­ ma y que termina en un canal que se abre y conforma la laguna, con una profundidad promedio de 1.5 m. Se divide en tres zonas debido a dos deltas formados por el río Coxcoapan. Su litoral presenta man­glares donde las especies dominantes son mangle negro (Avicennia germinans), mangle blanco (Laguncularia racemosa) y mangle rojo (Rhi­zophora mangle) que alcanzan alturas entre 15 y 25 m con una flo ra rica en epífitas. La laguna alberga las especies de cangrejo Callinectes sapi­dus y C. rathbunae, junto con una gran comunidad de moluscos for­mada por 60 especies de gasterópodos y bivalvos.140

Una vez establecido el panorama fluvial y lacustre, se presentarán más adelante las distintas funciones que tuvieron los ríos y lagunas en el pasado para las comunidades de la región como vía de comunica­ción y eje de los asentamientos humanos y las actividades produc­tivas. Partiendo de datos geográficos, arqueológicos e históricos, y

92 Veredas de mar y río

tomando en cuenta estos paisajes, nos concentraremos en describir cómo fueron aprovechadas las características hidrológicas regionales, así como el bagaje cultural y las rutas de comercio prehispánico y co­lonial que incidieron en el desarrollo de la conformación cultural de la región.

El paisaje costero

En la cuenca del golfo de México, entre el puerto de Veracruz y el macizo montañoso de Los Tuxtlas, se extiende la lla ma da planicie costera de sotavento. La parte central de la planicie está do minada por el río Papaloapan, cuyo cauce se desliza en dirección nor te hasta desembocar en la laguna de Alvarado. En Los Tux tlas, el mar ha es­culpido, a lo largo de la costa, puntas y riscos donde los flu jos de la va llegaron hasta el agua adentrándose en ella. El efecto del oleaje, combinado con el descenso del nivel del mar, formó barras de arena transversales a la boca de los ríos, en las cuales se retuvieron los se ­di mentos acarreados por ellos mismos, produciendo la elevación de sus bordes y riberas, dando lugar a lagunas a cada lado. Pronto se es ta­blecieron manglares alrededor de dichas lagunas y la co lonización de las plantas formó islotes interiores; lo anterior se ve con claridad en las lagunas del Ostión y de Sontecomapan,141 así como en los pe­queños embalses a lo largo de la costa arenosa, alrededor de Santa Mar ta, y en las lagunas y humedales en el contorno del extremo no­roeste de Los Tuxtlas.

Las principales civilizaciones se han establecido en asociación con los humedales dependiendo de sus recursos, sobre todo el agua; éstos, con sus distintos ambientes y gran biodiversidad, fueron y siguen siendo fuente de numerosos productos de flora y fauna, apoyo im­prescindible para el transporte y la generación de energía, por lo que en sus orillas surgieron asentamientos de distintos tipos. En algunos de esos humedales Alfred Siemens ha identificado las marcas de lo que podrían ser remanentes de antiguos canales.142

La palabra “humedal” evoca una estrecha relación con condi­ciones de humedad, con presencia de agua. La mayor superficie de humedales se encuentra sobre la planicie costera, ubicándose en las

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Derrame de lava que se adentra en la costa del golfo en Los Tuxtlas. Fuente: Guevara, 2010, 160-161; fotografía: Gerardo Sánchez Vigil.

tierras bajas inundables que reciben el escurrimiento del altiplano, así como en aquellas zonas donde hay influencia de las mareas.143 Des­de la llegada de los españoles los humedales se han considerado tie­rras inhóspitas donde se producen vectores de enfermedades y malos olores, lo que en la actualidad parece repercutir en un gran desco­nocimiento del papel que han jugado y siguen jugando en nuestra sociedad.144 Alfred Siemens ha hecho hincapié en esta situación a lo largo de sus estudios en el centro y sur de Veracruz, incluso en alguna ocasión, al visitar el sitio arqueológico de Tres Za potes, quedó sor­prendido al encontrar un gran humedal adyacente al que no se le ha­bía dado ninguna importancia en la literatura.145

Debemos recordar que la cosmovisión mesoamericana recoge los rasgos más abstractos de lo que tuvieron en común la mayoría de sus pobladores; éstos establecieron contacto con cuerpos de agua, in clui­dos los humedales, de manera más compleja de lo que suele su po ner­se. Los lagos más productivos en términos ecológicos —es decir, los de mayor biomasa producida por unidad de tiempo— no son los más profundos sino los superficiales. Las ciénagas son ecosis temas de un

94 Veredas de mar y río

gran valor que, lejos de ser un estorbo para la cultura humana, fue ron verdaderos paraísos con recursos de todo tipo, en particular alimen­ticios.146

La riqueza natural y la facilidad de comunicación fluvial de tie rra adentro hacia el mar y viceversa, no pasaron desapercibidas para los conquistadores españoles que pronto colonizaron los 45 540 km2 que comprenden la cuenca baja del Papaloapan, ámbito que, al igual que a la sociedad prehispánica, modeló a la colonial, integrada por hispanos, indios y una creciente población afromestiza.

Enmarcada en claros límites geográficos, la economía regional se apoyó en el comercio, la ganadería, la pesca y la extracción de madera. El comercio trashumante del ganado, el de los víveres y las grandes haciendas marcaron los senderos de tierra, así como la navegación se­ñaló los caminos de mar. Transportes terrestres y marítimos convi­vieron en este ámbito, mientras un universo intermedio, el de la red fluvial, se erigió como entramado natural del espacio en tierra aden­tro.147 In tegrando esta red de aguas dulces y esteros se construyó el paisaje como una unidad que ahora constituye parte de nuestro ob­jeto de es tudio pues, siguiendo a Di Méo, al mismo tiempo que la iden­tidad le gitima a un grupo en el espacio, el proceso identitario utiliza el territorio co mo uno de los cimientos de la construcción social: “los grupos sociales se identifican con elementos territoriales específi­cos co mo objetos, lugares y, sobre todo, paisajes”.148

Ya hemos mencionado que los pobladores del sur de Veracruz apro vecharon barras y dunas litorales para sus asentamientos, espacios laterales de los cursos de ríos activos e inactivos,149 así co mo humeda­les y cuerpos lacustres, integrándolos como parte de su colectividad. En este sentido, Nogué considera que “los paisajes evocan un marca­do sentido de pertenencia a una colectividad determinada a la que le otorgan un signo de identidad”.150 Recordemos que los paisajes no son sólo una realidad física, sino además una construcción social car­gada de valores culturales y de significados, y que algunos de sus ele­mentos se vuelven simbólicos. Es importante señalar tam bién que la configuración de estos paisajes, elementos de la identidad de los gru­pos sociales, evoluciona de manera constante, de tal forma que al­gunos de sus componentes desaparecen, y otros se transforman.151 Es este proceso el que tratamos de rescatar estudian do el paisaje de Los

El paisaje de Los Tuxtlas: enfoque histórico­ambiental 95

Tuxtlas. Enfocándonos en el entorno fluvial, lacustre y costero se ha asumido la posición de pretender alcanzar un mínimo entendimien­to de los procesos de apropiación de estos paisajes que se pudieron haber dado, en parte, gracias a la práctica de la navegación.

Para concluir este apartado diremos que en Los Tuxtlas el vulca­nismo y los procesos geomorfológicos relacionados han producido tierras elevadas con un conjunto de formas particulares. El clima y la vegetación se gradúan más o menos vertical y concéntricamente. Los ríos corren en forma radial. Fisiográficamente, Los Tuxtlas son una entidad bien definida. El término es plural: hay varios Tux tlas, esto se aplica no sólo a dos de sus pueblos dominantes, Santiago Tuxtla y San Andrés Tuxtla, sino también a la dualidad de una región volcá­nica occidental con un volcán principal reciente y una región orien­tal con dos volcanes más antiguos.152 Hay que añadir el papel que la región ha tenido a lo largo de su historia. Isla de lava enclavada en la costa, recordemos que las islas se navegan. Dividida por lagos, flan­queada por océanos, e integrada interna y externamente por circui­tos fluviales. Como veremos en las páginas siguientes, de acuerdo con los estudios arqueológicos que se han realizado en la región, las diversas fuentes documentales y las personas que hoy día siguen reco­rriendo estos caminos de agua, la región fue navegada antes y después de la llegada de los españoles.

NoTas

1 En su sentido más literal el término landschaft equivaldría al inglés landscape o al castellano paisaje. Sin embargo, en un contexto geográfico dicho término se asocia siempre a la escuela de Landschafts Geographie, nacida a finales del siglo XIX en Alemania y caracterizada por el hecho de concebir la geografía como “una ciencia del paisaje”, preocupada sólo por el estudio y la clasificación ade­cuada de las formas de los paisajes y de las regiones (Nogué, 1985: 94).

2 La investigación arqueológica había prestado poca atención a la manera en que las sociedades no occidentales conceptualizaban su relación con el medio am­biente, por lo que comúnmente se utilizaban enfoques materialistas —como el marxismo o la ecología cultural— con el fin de explicar el comportamiento humano, en tanto que los rasgos culturales específicos eran considerados como me ras respuestas adaptadas a las limitaciones del medio. La relación hombre­

96 Veredas de mar y río

naturaleza era definida así en términos eurocéntricos a partir de un lenguaje po si tivista. En la actualidad, muchos estudiosos concuerdan en que las concep­ciones de la naturaleza y del medio ambiente circundante son construidas socialmente, y evolucionan y se transforman de acuerdo con los contextos cul­turales y determinaciones históricas (Iwaniszewski et al., 2011: 7­8).

3 Urquijo y Barrera, 2009: 227­252. 4 En los campos de la geografía y la antropología, Eugenio Turri convierte el pai­

saje en un objeto de estudio básico, iniciando así una línea de investigación que en sus últimas expresiones parece coincidir con los presupuestos de la geografía humanista (Turri, 1974: 97).

5 Nogué, 1985: 93. 6 Velasco, 2007: 64. 7 Nogué, 2010: 124. 8 Siemens, 2002: 42­43. 9 Este concepto es construido por Pedro Urquijo y Narciso Barrera a partir de los

planteamientos teóricos de Sochava, 1972; Raffestin, 1980; Sauer, 1995; R. Gar­cía y Muñoz, 2002; Ojeda, 2005; Urquijo, 2008; y Urquijo y Barrera, 2009: 231.

10 Nogué, 2010: 123­136. 11 Braudel, 1993; Baker, 2004; y Urquijo y Barrera, 2009: 232. 12 Meinig, 1979: 44, cit. pos. Nogué, 1985: 101. 13 Urquijo y Barrera, 2009: 243. 14 Braudel, 1976. 15 Urquijo y Barrera, 2009: 244. 16 Nogué, 1985: 94­95. 17 Kirchhoff, 1960; Urquijo y Bocco, 2011: 44. 18 Ídem. 19 Urquijo y Bocco, 2011: 45. 20 Espinosa, 1996. 21 Urquijo y Bocco, 2011: 46. 22 Ibíd: 39. 23 Siemens, 1989: 11. 24 Espinosa, 1998: 60­61. 25 Guevara: 2010. 26 Santley, 2007: 12; Geissert, 2006: 163; Guevara, Laborde y Sánchez, 2006: 19. 27 Geissert, 2006: 159. 28 Siemens, 2006: 47­48, 50. 29 Guevara, Laborde y Sánchez, 2006: 19. 30 Siemens, 2006: 12; Guevara, 2006. 31 Geissert, 2006: 163, 165 y 166. 32 Foster, 1940; Siemens, 2002. 33 Aguirre, 1967; Siemens, 2006: 53. 34 El origen remoto de esta disposición de promontorio sobre la costa con los tres

volcanes: San Martín Tuxtla, Santa Marta y San Martín Pajapan, es explicado todavía por los nahuas y popolucas de la región por medio de un mito fun dador

El paisaje de Los Tuxtlas: enfoque histórico­ambiental 97

re cuperado por Antonio García de León: “Lo que hoy vemos como una serranía es consecuencia de que un destronado señor de Cholula fuera perseguido por sus enemigos durante una época en la cual el Sol todavía no iluminaba la Tierra con sus rayos. En su huida del Altiplano hacia el oriente trató de construir un puente con las piedras gigantescas que el gobernante arreaba desde su reino noc­turno como si fueran una partida de ganado. El objetivo del hé roe perseguido, y de los que lo acompañaban, era construir un puente para cruzar el mar pero en el intento, cuando había llegado con todas estas piedras a la orilla del océano del Este, fue sorprendido en la playa por los nacientes rayos del pri mer Sol, los que le dieron a las piedras el peso y la dureza que las caracterizan hasta ahora” (García de León, 2011: 76).

35 Andrle, 1964; Álvarez del Castillo, 1977: 3­54; Martín del Pozzo, 1997, cit. pos. Siemens, 2006: 44.

36 Siemens, 2006: 34; Santley, 2007: 2; Guevara, 2006: 57. 37 Stoner, 2011: 153. 38 Siemens, 2006: 34, 43­44; Geissert, 2006: 177­178. 39 Siemens, 2006: 53. 40 Geissert, 2006. 41 Modificado a partir del cuadro 2 de Geissert, 2006: 166. 42 Covarrubias, 2012: 69. 43 Santley, 2007: 18 y 20. 44 Santley y Arnold III, 1996. 45 Santley, 2007: 20. 46 Williams y Heizer, 1965; Velson y Clark, 1975: 4. 47 Williams y Heizer, 1965: 154. 48 McCormack, 2002. 49 Siemens, 2006: 43­44; Campos, 2006: 181­182. 50 Santley, 2007: 21. 51 Guevara, 2006: 71; Campos, 2006. 52 Ríos, 1952; cit. pos. Santley, 2007: 22. 53 Santley, 2007: 22. 54 Ibíd, 22­23. 55 Campos, 2006: 191­192. 56 Soto, 2006: 196. 57 Guevara, 2006: 36, 39­40. En Veracruz, el término “costa de Sotavento” es una

noción desarrollada durante la época colonial y definida por el ingeniero y co­ronel Miguel del Corral y el capitán de fragata Joaquín de Aranda, en 1777. El Sotavento colonial se extendía desde el puerto o desde la punta de Antón Ni­zardo —llamada así por un marinero de Niza, hoy Antón Lizardo— hasta el río Tortuguero, en los límites con el mundo maya (García de León, 2011: 19).

58 Soto, 2006: 196; Santley, 2007: 13­14. 59 Guevara, 2006: 249. 60 Ibíd: 41 y 49. 61 Laborde, 2006: 76.

98 Veredas de mar y río

62 Álvarez del Castillo, 1977; Gómez Pompa, 1977, cit. pos. Siemens, 2006: 53. 63 Todas las referencias a los nombres comunes y científicos fueron verificados en

Martínez, 1979. 64 Guevara, 2006: 152; Santley, 2007: 16. 65 Santley, 2007: 16. 66 Martínez, 1979; Venter, 2008; Stoner, 2002: 161. 67 Guevara, 2006: 157; Santley, 2007: 16. 68 Guevara, 2006: 92, 157­158. 69 Ibíd: 92. 70 Martínez, 1979; Andrle, 1964; Gómez Pompa, 1973, cit. pos. Santley, 2007; 17;

Guevara, 2010: 92, 158. 71 Guevara, 2006, 93. 72 Santley, 2007: 17. 73 Delgado, Parra y Ortiz, 2008. 74 Velson y Clark, 1975: 17. 75 Ídem. 76 Ibíd: 16. 77 José Villegas, 76 años, pescador de El Real, Veracruz; Don Camerino, 45 años,

cam pesino/pescador, Salinas, Veracruz; Manuel Cárdenas, 72 años, pescador, ejido 2 de abril, Veracruz. Todos ellos habitantes de la localidad 2 de abril y de la laguna de Sontecomapan. Entrevista realizada entre diciembre de 2012 y enero de 2013.

78 Heather McKillop reporta el hallazgo de un remo en K’ak’ Naab’, Belice, fe­chado para el Clásico Tardío maya; tallado en una especie de zapote identificado como Manilkara de la familia Sapotaceae (McKillop, 2005: 5632).

79 Stone y Zender, 2011: 50 y 71. Un profundo agradecimiento a Gabriela Rivera Acosta y a Daniel Moreno Zaragoza por proporcionar estos valiosos datos.

80 Coe, 1965. 81 Byrne y Horn, 1989. 82 Laborde, 2006: 63. 83 Guevara, Laborde y Sánchez, 2006: 105. 84 Santley, 2007: 17. 85 Laborde, 2006: 63. 86 Goman, 1992: 17. 87 Santley, 2007: 17. 88 VanDerwarker, 2006: 80. 89 Ibíd: 86, 91. 90 Santley, 2007: 17; VanDerwarker, 2006: 46­47. 91 Goman y Byrne, 1998: 83­89. 92 Santley, 2007: 18. 93 Santley y Arnold III, 1996; Santley, 2007. 94 Laborde, 2006: 62. 95 García Martínez, 1969; Siemens, 2006: 51­52. 96 Aguirre, 1992.

El paisaje de Los Tuxtlas: enfoque histórico­ambiental 99

97 Ibíd: 66. 98 Aguirre, 1992; Coe y Diehl, 1980. 99 VanDerwarker, 2006: 35. 100 Borstein, 2001; cit. pos. VanDerwarker, 2006: 39. 101 VanDerwarker, 2006: 39. 102 H. Vázquez et al., 2006. 103 Ibíd: 218. 104 VanDerwarker, 2006. 105 Coe y Diehl, 1980: 118. 106 Ibíd: 117. 107 VanDerwarker, 2006: 123­124. 108 Ibíd: 125. 109 Ídem. 110 Ibíd: 126. 111 Ídem. 112 Williams García, 2006, cit. pos. Guevara, 2006: 32. 113 Wing, 1981: 22­25, cit. pos. Lowe, 1998: 70. 114 VanDerwarker, 2006: 116, 123­129. 115 Thiébaut, 2013: 83. 116 Fernández, 2013: 134. 117 Valette et al., 2004, cit. pos. Thiébaut, 2013: nota 1, 91. 118 Las cuencas hidrológicas están delimitadas geográficamente a partir de los par­

teaguas en las montañas. Son las unidades espaciales que deben considerarse para hacer el ordenamiento del territorio ya que en ellas se conjuntan procesos hidrológicos, flujos de nutrientes, procesos de erosión, etcétera (Moreno e In­fante, 2010: 90).

119 Vázquez et al., 2006: 34.120 Guevara, 2006: 71­78.121 H. Vázquez et al., 2006: 204­205.122 Stoner, 2011: 152.123 Guevara, 2006: 72.124 Stoner, 2011.125 H. Vázquez et al., 2006: 204; Stoner, 2011: 152.126 Siemens, 2006: 51; Guevara, 2006: 71­72.127 Bernal, 1991: 22.128 Ibíd: 20­21.129 H. Vázquez et al., 2006: 202­203; Guevara, 2006.130 Guevara, 2006: 122.131 Ídem.132 Byrne y Horn, 1989.133 Siemens, 2006: 45­46; Guevara, 2006.134 Covarrubias, 2012: 44.135 Andrle, 1964; Martín del Pozzo, 1997; cit. pos. Santley, 2007: 12; García de

León, 2011: 73.

100 Veredas de mar y río

136 Santley, 2007: 12.137 Vázquez et al., 2006: 207­208.138 Lara et al., 2009.139 Plantas herbáceas de las orillas de los lagos o de lugares muy húmedos (Martínez,

1979).140 Castañeda y Contreras, 2001.141 La laguna de Sontecomapan tiene importancia internacional porque cuenta

con uno de los manglares mejor conservados de la provincia biogeográfica de la costa del golfo de México y porque está enriquecido con especies debido al contacto con la selva alta perennifolia. La comunidad más representativa del área la constituyen sus aproximadamente 523 ha de manglares, de altura consi­derable (20­25 m), equiparables con los de Centla, Tabasco, México. En Son­tecomapan se encuentran tres de los cuatro mangles presentes en México y en categoría de protección especial: mangle rojo (Rhizophora mangle), mangle ne­gro (Avicennia germinans) y mangle blanco (Laguncularia racemosa), con alturas considerables de 25­30 m. Los bosques de mangle protegen de los fuertes vientos —nortes y algunas suradas— a las comunidades cercanas, como Sontecomapan y El Real y evitan la alteración de la línea de costa y de las orillas del cuerpo de la laguna (Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas, 2003).

142 Siemens, 2006: 46­47; Moreno e Infante, 2010: 45; Guevara, 2006: 159­160.143 Siemens, 2006; Guevara, 2006; Moreno e Infante, 2010: 13, 28 y 33.144 Moreno e Infante, 2010: 16.145 Siemens, 2006: 5.146 Espinosa, 1998: 62, 65.147 Velasco, 2004: 145; García de León, 2011: 24.148 Di Méo, 2002; Di Méo, Sauvaitre y Soufflet, 2004, cit. pos. Thiébaut, 2013: 83.149 Jiménez, 1990: 13.150 Nogué, 2010: 136.151 Thiébaut, 2013: 83.152 Siemens, 2002.

capíTulo 3

Contextos arqueológicos,contextos navegables

En este capítulo se desarrollan dos apartados para abordar el tema de la navegación durante la época prehispánica. Como ya hemos indicado, las evidencias arqueológicas tienden a ser escasas, por

lo que es necesario sistematizar la información de los estudios que se han realizado sobre el tema. Cabe mencionar que la unidad geo mor ­fológica que constituye a Los Tuxtlas no se ha investigado desde el cam po de la arqueología. Bajo esta óptica, la pregunta es: ¿por qué es necesario revisar e integrar los datos disponibles de la historia de esta región? La respuesta es que, al considerar a Los Tux tlas como una uni­ dad regional, nos obligamos a tener un conocimien to detallado y pre­ ciso acerca de los procesos de poblamiento humano a lo largo del tiem­ po, con el cual podemos obtener información que nos sugiera cuáles fueron los espacios navegables durante la época pre hispánica.

Un primer problema surge de inmediato, los sectores espaciales que aborda cada proyecto de investigación responden a diversos cri­terios, por lo tanto, la información se debe articular considerando es te aspecto, lo que puede resultar problemático si deseamos obtener una perspectiva unitaria de Los Tuxtlas —al respecto, se ha observado que las cronologías arqueológicas de las tierras bajas del golfo son “no­toriamente vagas y pobremente documentadas” y se basan “más en la fe y la sabiduría aceptada, que en información arqueológicamente verificada”—.1

Cristopher A. Pool aborda este problema desde el proceder de las investigaciones más recientes en la costa del golfo, y ha identifica do que mucho del trabajo de campo en la parte central y sur del estado de Veracruz se ha realizado con recorridos arqueológicos de superficie,2

102 Veredas de mar y río

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Contextos arqueológicos, contextos navegables 103

los cuales dejan de lado los procesos de fechamiento absoluto —ra­diocarbono hidratación de obsidiana, entre otros—. En este sentido, para Pool, la forma en que se ha recuperado la información ha sido tan general que provoca ambigüedad en cuanto a los límites temporales de los periodos arqueológicos.3 Al respecto, Lourdes Budar apunta que:

…las investigaciones realizadas allí [Los Tuxtlas] por Robert Santley y su equi po de trabajo a lo largo de 30 años […] han articulado un conjunto de datos que se refuerzan y que sirven para entender la dinámica de la región. Cabe señalar que debido a la falta de investigaciones en las zonas núcleo II, III y sus áreas de amortiguamiento,4 las explicaciones acerca de la historia arqueológica de Los Tuxtlas aún son parciales.5

En función de esta problemática, explicaremos en este primer apar­tado dónde, cómo y por qué se han desarrollado diversos proyectos de investigación arqueológica en los últimos años; en el segundo apar­tado, presentaremos la información recuperada, relacionada y sis­tematizada en torno a las investigaciones arqueológicas que nos per­miten acceder a la historia cultural de la región, enfocándonos sobre todo en las zonas navegables a partir de la ubicación de los asenta­mientos hu manos. El resultado final de este proceso de análisis y sis­tematización de datos son tres mapas que explican, en función de los periodos culturales y de la información disponible acerca de los asen­tamien tos prehispánicos, cuáles pudieron haber sido las rutas navega­bles en la región de Los Tuxtlas, Veracruz, antes de la llegada de los españoles. (véase anexo: mapas 1, 2 y 3).

Investigaciones arqueológicas de la región (siglos XIX-XXI)

Entre los antecedentes de investigación en la región de Los Tuxtlas destacan las publicaciones de José María Melgar y Serrano a finales del siglo XIX, éstas contienen información sobre el monumento 1 de Tres Zapotes, la primera cabeza localizada en el sur de Veracruz; esta escul­tura llamó la atención de personajes como Alfredo Chavero, Leo­poldo Batres, Eduardo y Cecilia Seler, Franz Blom y Oliver La Far­ge, quienes incrementaron el corpus de evidencias arqueológicas al recorrer la región de Los Tuxtlas. Las expediciones realizadas en esta

104 Veredas de mar y río

época no plantearon un problema de investigación concreto, en cam­bio, presentaron al mundo, que era ajeno a esta área cultural, un primer acercamiento a la cultura tuxtleca.6

Más adelante, las descripciones y descubrimientos aislados de es­culturas en la zona cercana a Tres Zapotes despertaron el interés de algunos personajes e instituciones de la arqueología estadounidense. Este sitio se localiza en la planicie aluvial y en las terrazas del arroyo Hueyapan, donde el río emerge de las tierras altas sedimentarias del piedemonte de Los Tuxtlas, dirigiéndose hacia el oeste a lo largo del delta del río Papaloapan. Por su ubicación, y debido a los hallaz­gos asociados a él, comenzaron a desarrollarse investigaciones desde la década de los treintas. Mención especial merecen los trabajos ela­borados entre 1938 y 1939 por la Smithsonian Institution con fon­dos de la National Geographic Society, encabezados por Matthew Stirling quien realizó los primeros croquis del sitio y descubrió un frag­mento de la célebre Estela C que despliega una de las fechas en cuenta larga más antiguas de Mesoamérica (32 a.C.). Drucker se unió al pro­yecto en 1939 y diseñó la primera cronología cerámica para la re gión de Los Tuxtlas basada en la estratigrafía. El desarrollo de la Segunda Guerra Mundial interrumpió estas actividades; las cuales se retoma­ron hasta finales de 1945.7

Karl Rupert y Juan Valenzuela8 realizaron exploraciones en los si­tios de Agaltepec, Matacapan, Totocapan, La Mechuda, Matacanela y Catemaco. Las excavaciones se localizaron al interior y alrededor de la arquitectura monumental, dado que el objetivo de Valenzuela era localizar ofrendas de entierros;9 fue el primero en notar las simi­litudes entre los materiales encontrados en Matacapan y Teotihua­cán. A partir de estas investigaciones se propuso que durante el pe­riodo Clásico (300­1000 d.C.) la región de Los Tuxtlas recibió una fuerte influencia cultural desde el Altiplano Central, especialmente en el sitio de Matacapan.10

En 1970 inició el Proyecto Olmeca de Los Tuxtlas, dirigido por Robert Squier y Francisco Beverido, con el fin de conocer acerca de la ocupación olmeca y evaluar el patrón de asentamiento regional. Para ello, se elaboró un plano topográfico de Tres Zapotes que incluía el sector este del arroyo de Hueyapan, ya que se pensaba que era allí donde se encontraría “la más temprana ocupación olmeca”.11 De ma­

Contextos arqueológicos, contextos navegables 105

nera fortuita se descubrió la cabeza colosal de Cobata que hoy se en cuentra en Santiago Tuxtla, así como el complemento de la Este­la C cuyo primer fragmento fue descubierto y analizado por Matthew y Marion Stirling.12

Ponciano Ortiz y Robert Santley iniciaron en 1979 una investi­gación en Los Tuxtlas, en el sitio de Matacapan; indagaciones ante­riores sugerían que los pobladores habían tenido alguna relación con Teotihuacán, conclusión derivada de la presencia en la zona de al me nos un templo con el estilo talud­tablero y algunos artefactos de carácter ritual semejantes a los teotihuacanos.13 En 1982 estos acadé­mi cos llevaron a cabo un estudio en Matacapan para determinar la naturaleza de la influencia teotihuacana y buscar evidencia de inter­cambios a larga distancia. En un inicio, como parte del proyecto, ela­boraron un mapa que abarcó los 5 km2 de Matacapan y recuperaron 5 500 objetos tanto en la superficie como en las excavaciones de 83 pozos estratigráficos.14 Para 1984 Santley exploró en lo que serían los alrededores e interior del llamado barrio teotihuacano, es decir, la zona en donde Valenzuela había excavado 40 años antes.15 Como resultado del proyecto se presentó una secuencia cerámica con el fin de recons­truir la historia ocupacional del sitio, así como para entender la in­fluencia teotihuacana y los contactos con asentamientos lejanos.16

Estos datos y propuestas derivaron en la creación de proyectos etnoarqueológicos de investigación enfocados en la documentación de técnicas de siembra de cultivos tradicionales y en la producción de ce­rámica contemporánea.17 A su vez, estos trabajos sirvieron para alcan­zar dos conclusiones: los pobladores de Matacapan utilizaron cantida­des significativas de cerámica con estilo teotihuacano; y existió una gran producción cerámica con una distribución a gran escala.18

Ejemplo de lo anterior es el estudio geológico de la producción ce rámica y de los procesos de intercambio realizados en 1986 por Christopher Pool, quien registró en un mapa la distribución de las formaciones Concepción y Filisola, los dos depósitos que produje­ron las arcillas que se utilizaron en la cerámica de Matacapan;19 más adelante, Pool llevó a cabo excavaciones en la comunidad de Bezua­pan, localizada al este de Matacapan20 y que, a su vez, ayudaron a Killion a definir la transición del periodo Formativo al Clásico, ade­más de entender las correlaciones arqueológicas de la configuración

106 Veredas de mar y río

de los asentamientos de caseríos con base en un estudio de carácter etnoarqueológico.21 Por su parte, Arnold desarrolló una investigación similar enfocándose en los métodos empleados para la producción de cerámica en comunidades modernas, comparándola con los estudios anteriores de evidencia arqueológica de producción cerámica recu­perada en Matacapan.22

Al término de las excavaciones en Matacapan, Arnold y Santley comenzaron un recorrido por la región que rodea el sitio y que abarca una extensión de 400 km2 aproximadamente. Debido a que estudios previos indicaban que Los Tuxtlas constituía una fuente importan­te de materiales como el basalto, el cacao y el algodón —productos que se intercambiaron durante la época prehispánica—, la segunda fase del proyecto de Santley se enfocó en el patrón de asentamien­to de la porción occidental de Los Tuxtlas —su metodología se pue­de comparar con la que utilizó Sanders en su proyecto en la cuenca de Mé xico—, donde registró 183 sitios23 y utilizó por primera vez una visión diacróni ca de los asentamientos prehispánicos en el sector cen­ tral oeste de Los Tuxtlas y dejó entrever que Matacapan había de­ten tado un gran control a lo largo de todo el periodo Clásico, de tal manera que la do minación sociopolítica se trasladó de Tres Zapotes a Matacapan a finales del periodo Formativo.24

En 2007, Santley reporta que la ocupación teotihuacana no fue exclusiva de Matacapan y se pregunta acerca de las razones por las cuales dicho grupo se interesó en este lugar; concluye que fue de bi do a que esta zona se consideraba como una fuente de basalto para la ela­boración de herramientas —a pesar de no haber encontrado ves ti gios de talleres de trabajo de dicho material en ninguno de los sitios ar­queológicos—.25 Otras hipótesis tienen que ver con que Matacapan, en particular, pudo haber sido un centro de trabajo de obsidiana ver­de procedente de Pachuca —de acuerdo con Santley tampoco se han localizado talleres—; la información que se tiene es que se producía cerámica, misma que se distribuía en regiones vecinas a Los Tuxtlas, razón por la cual los teotihuacanos pudieron establecer una base.26

De acuerdo con lo anterior, se diseñó para Los Tuxtlas una tipo­logía de asentamientos basada en las siguientes variables: presencia de arquitectura cívico­ceremonial y plataformas de residencia de éli­tes, escala y cantidad; población de los sitios estimados por la densidad

Contextos arqueológicos, contextos navegables 107

de la superficie; población por la densidad de clase; área sobre la cual una densidad específica se distribuye y el número de montículos ha­bitacionales. Los tipos en su mayoría incluyeron centros grandes, pe­queños, pueblos grandes y pequeños, y caseríos.27

Desde 1980 hasta 1991, los equipos de recorrido de Santley re­gistraron en mapas cuatro zonas de la región oeste de Los Tuxtlas; el trayecto inicial incluyó el sitio de Matacapan y su área de sustento in­mediata.28 Un viaje en 1991 cubrió tres zonas adicionales: un corre­dor paralelo al río Grande de Catemaco desde Matacapan hasta Chuniapan de Abajo; un segundo corredor del lago Catemaco al gol­fo de México y el área que incluyó las regiones altas del norte de Matacapan y San Andrés Tuxtla; por último, las zonas no ribereñas en las partes altas de los volcanes y en las tierras altas adyacentes a los sistemas de ríos.

La investigación regional de Santley y Arnold fue diseñada con el fin de establecer la escala del sistema económico prehispánico para Los Tuxtlas, documentar su estructura regional e identificar variacio­nes en la configuración del sistema, tanto en el espacio como en el tiempo. De acuerdo con ellos, el transporte en agua debió ser crucial para mover bienes dentro y fuera de Matacapan, por lo cual el reco­rrido se concentró en los posibles corredores de comunicación que lo unían con su área de explotación de bienes y la planicie costera que le rodea. Una de estas rutas sigue el río Catemaco y conecta Mataca­pan con el sistema ribereño al sur y al oeste; una segunda ruta cruza las montañas hacia el norte y el este, vinculándolo con el golfo de México.29

Posteriormente, Christopher Pool recorrió y realizó excavaciones en Tres Zapotes con el objetivo de estudiar su organización política, su producción artesanal y su historia.30 Knight, por su parte, realizó excavaciones en el sitio Palo Errado ubicado en el área de explota­ción de bienes de Tres Zapotes; mientras que Kruszczynski buscó, en esta misma área, ya cimientos del basalto utilizado en la producción de monumentos y otras herramientas de piedra; utilizó una estrategia que involucró el recorrido intensivo sobre 25 km al sur y el oeste del cerro El Vigía, y pudo localizar numero sos indicadores de ocupación prehispánica, más no depósitos de basalto.31

108 Veredas de mar y río

En La Joya y Bezuapan se realizaron excavaciones con el fin de obtener información acerca del periodo Formativo. Arnold excavó el sitio La Joya, al sur de Matacapan, complementando así sus recorridos anteriores;32 este proyecto fue el origen de varias investigaciones, en­tre ellas la de Stephen A. Nelson y Bentley K. Reinhardt relacionadas con la historia geológica de Los Tuxtlas y el impacto del vulcanismo en la prehistoria.33 Por su parte, McCormack estudió en La Joya los patrones de sedentarismo en relación con la formación de grupos más complejos.34 También, Wesley Stoner analizó los elementos traza en la cerámica arqueológica de varios sitios a lo largo de Los Tuxtlas y Hueyapan, en el sur de la región.35 Amber M. VanDerwarker se con­centró en el proceso de intensificación agrícola y el papel que tuvo la complejidad sociocultural en el desarrollo de la región, se basó en datos arqueobotánicos y arqueozoológicos que le permitieron recons­truir los patrones de dieta en las fases del periodo Formativo.36

En 1998, Killion y Urcid recorrieron las zonas fisiográficas del sur de las montañas de Los Tuxtlas y los alrededores del drenaje del río Hueyapan, encontrando un patrón de asentamiento distinto al iden­tificado en el valle de Catemaco; desarrollaron el Proyecto Arqueoló­gico Hueyapan con el objetivo de recolectar datos que les permitieran rastrear las transformaciones sociales en el sur de Veracruz a lo largo de 3 000 años de ocupación prehispánica. Para esto, recorrieron una superficie de 200 km2, desde el drenaje del río San Juan hasta el piede­monte y las zonas montañosas del sur del lago de Catemaco.37 Las di ferencias en los patrones de asentamiento localizados por estos in­vestigadores podrían explicarse en función de que las metodologías del reconocimiento en superficie fueron distintas entre los diferentes pro­yectos, pero en general todo parece indicar que el poder político y la población se encontraban centralizadas en las montañas y distribuidas entre varias localidades del área de Hueyapan.38

Arnold y Venter realizaron estudios durante 2002 con el fin de poder definir el periodo Postclásico en Los Tuxtlas. Arnold inició su investigación en la isla de Agaltepec,39 ubicada en el lago de Ca te ma­ co, en función de algunas reconfiguraciones de la provincia de Toch­tepec que tributaba a la Triple Alianza mexica.40 Él buscó reconocer la intensidad de la ocupación regional a lo largo del Postclásico, ya que en estudios previos se habían presentado dificultades para la identifi­

Contextos arqueológicos, contextos navegables 109

cación arqueológica.41 Sus propósitos fueron conducir un estudio sis­temático de la isla que incluyera la recuperación de los artefactos de la superficie; y documentar la construcción arquitectónica en el sitio, partiendo de una selección de pozos de saqueo para generar perfiles arquitectónicos.42 Las investigaciones realizadas en la isla Agaltepec proporcionaron la primera evidencia arqueológica para poder hablar de una presencia humana tardía en Los Tuxtlas, sugiriendo que la isla estaba ocupada durante la fase temprana del periodo Postclásico.43 Durante este estudio se identificaron tipos cerámicos y elementos de la tecnología de obsidiana que podrían ser usados para fechar mate­riales del Postclásico.44 Marcie Venter continuó el estudio enfocándo­se en este periodo y lle vó a cabo su investigación en Totogal, localidad tributaria de los mexicas durante el periodo Postclásico Tardío ocupa­da por los españoles.45 Recientemente, Arnold realizó un estudio en Teotepec, a lo largo de la costa noroeste del lago de Catemaco, este lugar estuvo ocupado por un largo tiempo, su auge fue durante el Clá­sico Tardío. Al parecer, la importancia de este sitio aumentó confor­me disminuyó la de Matacapan.46

En 2007, Wesley Stoner dirigió un recorrido por Totocapan que abarcó 120 km2 a lo largo de los ríos Tepango y Xoteapan en di­rección sur. Pudo identificar 176 sitios, entre ellos El Picayo —tam­bién co nocido como Totocapan— posiblemente uno de los asenta­mientos más grandes de la región.47 Su propósito fue recolectar datos para realizar comparaciones políticas, económicas y sociales entre las localidades ubicadas en los valles de Tepango y Catemaco, y entre las de Totocapan y Matacapan.48 Para este autor, los ríos Tepango y Xoteapan tuvieron una gran influencia en la distribución de los asen­tamien tos prehispánicos, y los considera vías fluviales que funciona­ron como fuentes de comida, agua, transporte y, posiblemente, mar­cadores de diferencias entre los grupos sociales.49

Por su parte, Lourdes Budar ha venido desarrollando desde 2007 el Proyecto Arqueológico Piedra Labrada­Sierra de Santa Marta, Los Tuxtlas, Veracruz, con el fin de conocer una de las regiones menos es­ tudiadas desde el punto de vista de la arqueología de Los Tux tlas, al este de las faldas del cerro Santa Marta; en un inicio su estudio lo en­focó en el sitio Piedra Labrada50 y, posteriormente, amplió sus re co­rridos a toda la planicie costera de este sector.51 Los trabajos de cam po,

110 Veredas de mar y río

realizados en el marco de este proyecto (enero de 2008), comenzaron con un recorrido sistemático de superficie que abarcó 6 km2; el equipo estuvo integrado por alumnos de la licenciatura de Arqueología de la Universidad Veracruzana, contó con el apoyo de la Facultad de An­tropología, el Mu seo de Antropología de Xalapa, la Secretaría Acadé­mica de la Uni versidad Veracruzana, así como con la colaboración del arqueólogo Roberto Lunagómez y del geólogo Pierre Masson.52 Ac­tualmente el pro yecto se mantiene vigente y genera continuamente avances en cuan to al conocimiento de este sector de Los Tuxtlas.53

Como se puede inferir después de hacer una breve historia de la arqueología tuxtleca, los distintos proyectos realizados en la zona no han abarcado la región de Los Tuxtlas como una unidad, lo cual no re presenta un problema si la misma no se aborda como tal. Sin embargo, en este trabajo consideramos al macizo montañoso como nuestra unidad de estudio, ya que es la única manera de obtener da­tos de ca rácter histórico que nos permitan entender el papel de la re­gión dentro de los sistemas de na vegación colonial. Debido a que cada proyecto arqueológico ha abarcado porciones diversas de Los Tuxtlas, en el siguiente apartado se presenta una visión general de la historia cul tu ral de la región, tra tando así de rescatar los datos e in­ferencias pre sentadas por todos los estudiosos del tema de la nave­gación prehis pánica.

La historia previa a la Conquista

Las montañas de Los Tuxtlas son parte importante de todos los pe­riodos de la historia precolombina; desde los olmecas arqueológicos hasta los mexicas del Postclásico, la región fue testigo del desarrollo cultural más importante de la antigua Mesoamérica y desempeñó un papel fundamental en la cosmovisión de los grupos que habitaron a lo largo del sur de las tierras bajas del golfo.54 Santley menciona que con el descubrimiento de la primera cabeza colosal en el siglo XIX, la cultura olmeca se posicionó como candidata para ocupar el lugar de una sociedad temprana y compleja en competencia con la sociedad maya; la diferencia con esta última, de acuerdo con el autor, radica en que su adapta ción fue parcialmente ribereña.

Contextos arqueológicos, contextos navegables 111

Los Tuxtlas es una región dentro de la zona olmeca donde los estados comenzaron a desarrollarse en la etapa Formativa, con ocu­paciones significativas en periodos tardíos.55 Una larga secuencia ar­queológica comienza con el periodo Formativo Temprano y termina con el contacto europeo,56 de tal manera que la ocupación prehis­pánica en Los Tuxtlas se ha identificado en un periodo que va de 1 400 a.C. a 1 519 d.C. (véase cuadro 2). Esta reconstrucción crono­lógica está basada en una tipología cerámica que ha ido evolucionan­do desde 1975.57 Existen numerosos problemas para fechar los sub­perio dos dentro de este rango temporal debido a que las muestras del material de excavación no siempre están disponibles, o bien, los mate­riales de superficie se encuentran demasiado erosionados. Esto ha provocado algunos vacíos importantes de información, pero no impi­de la posibilidad de presentar un bosquejo general de la historia cul­tural de la región.58

Cuadro 2. Periodos arqueológicos de Los Tuxtlas59

Periodo o fase Rango temporal

Formativo temprano 1400-1000 a.C.

Formativo medio 1000-400 a.C.

Formativo tardío 400 a.C.-100 d.C.

Formativo terminal 100-300 d.C.

Clásico Temprano 300-450 d.C.

Clásico Medio Temprano 450-550 d.C.

Clásico Medio Tardío 550-650 d.C.

Clásico Tardío Temprano 650-800 d.C.

Clásico Tardío Tardío 800-1000 d.C.

Postclásico 1000-1521 d.C.

Los datos arqueológicos indican que la región de Los Tuxtlas fue la fuente de rocas ígneas que se utilizaron para elaborar esculturas mo­

112 Veredas de mar y río

numentales, así como tecnología doméstica, en la costa del golfo du­rante la época olmeca.60 Existe información arqueológica y etnohis­tórica que refiere a una importante ocupación humana posolmeca, de tal manera que se puede decir que esta población participó en una esfera de interacción panmesoamericana que incluyó las tierras bajas centrales de la costa del golfo, la región maya, el centro de México y el valle de Oaxaca.61

El primer apogeo de la población coincide con el auge de Tres Za­potes y Laguna de los Cerros, ciudades situadas en la parte más baja de las faldas de las montañas; la primera, al sur del volcán San Martín Tuxtla y la segunda, al sur del cerro de Santa Marta. Ambos sitios ar­queológicos se cuentan entre los primeros centros ceremoniales ur­banos de Mesoamérica.62 Su esplendor se prolongó por 800 años du­rante el periodo Formativo (1 400 a.C. a 300 d.C.) y su ubicación al pie y extremos de la sierra sugiere que controlaban la extracción y distri­bución de roca basáltica para la elaboración de esculturas, cabezas, es­telas y altares olmecas que fueron transportados a lugares tan lejanos como La Venta, en Tabasco.63 Además, se localizan en terrenos férti­les y casi planos con disponibilidad de agua, indispensable para el desarrollo de la agricultura en áreas extensas.64

La transición hacia el periodo Formativo Tardío (400 a.C.­ 100 d.C.) se caracteriza como el momento del colapso de la sociedad ol­meca, aunque fue durante esta fase que Tres Zapotes se estableció como centro regional. Los modelos actuales proponen que la economía po­lítica olmeca contaba con una jerarquía de al menos tres niveles: el primero, los centros de mayor tamaño con arquitectura monumen­tal —San Lorenzo, La Venta y Laguna de los Cerros—; el segundo, los centros secundarios, con algunos monumentos; y el tercero, peque­ñas poblaciones que no presentan construcciones monumentales.65 Así, excavaciones y recorridos recientes en la región de Los Tuxtlas han revelado ocupaciones en el periodo Formativo, contemporáneas a los grandes centros políticos establecidos en las tierras bajas del sur de Veracruz y Tabasco.66 Durante esta etapa los habitantes de esta re­gión tuvieron contacto con sus vecinos del sureste, e incluso compar­tieron estilos cerámicos.67 No obstante, se ha concluido que el sistema de asentamientos no fue tan jerárquico como en las tierras bajas,68 de tal manera que una jerarquía de asentamientos se ha podido identificar

Contextos arqueológicos, contextos navegables 113

hasta el periodo Formativo Tardío, después del colapso de los grandes centros olmecas de San Lorenzo y La Venta.69

El segundo apogeo de la población coincide con el establecimien­to del centro ceremonial urbano de Matacapan, cuyo desarrollo se ha vinculado con Teotihuacán; se ubica al suroeste del lago de Catema­co, al centro de la sierra de Los Tuxtlas. En el año 500 d.C. el centro de Matacapan contaba con aproximadamente 40 000 habitantes en una superficie de 7 ha, el mayor asentamiento de la época.70 La ocupación precolombina dentro de la sierra de Los Tuxtlas cambió a partir del 900 d.C., periodo que marcó una reorganización regional significati­va debido a las migraciones en las tierras bajas del golfo,71 movimien­tos que contribuyeron al decaimiento poblacional, aparente balcaniza­ción72 de los asentamientos, y aparición de un patrón arquitectónico diferencial en unos cuantos sitios de Los Tuxtlas.73

Para el estudio de esta región, el periodo Postclásico presenta pro­blemas particulares, pues a pesar de que las fuentes etnohistóricas in di­can altas densidades poblacionales, los hallazgos arqueológicos no han podido confirmar esta condición. Partiendo de esta primera contex­tualización, profundizaremos en cada uno de los periodos de ocupación humana.

Periodo Formativo (1400 a.C.­300 d.C.)

El periodo Formativo en Mesoamérica se define como el intervalo de tiempo en el que inició el desarrollo de los asentamientos seden­tarios, la agricultura comenzó a tener un papel relevante y la confi­guración social se tornó más compleja. Los estudios realizados en las montañas de Los Tuxtlas indican que durante el Formativo Tempra­no y Medio los habitantes de esta región se organizaron de forma poco jerárquica, sin muchas distinciones económicas y sociales internas. En contraste, los datos del Formativo Tardío y del Clásico Temprano sugieren la existencia de asentamientos con una organización más di versa, aunque se presentó más tarde de lo esperado.74

Las ocupaciones del periodo Formativo en Los Tuxtlas abarcan de 1400 a.C. a 300 d.C. Este rango se divide a su vez en cuatro periodos: Formativo Temprano (1400­1000 a.C.), Formativo Medio (1000­400

114 Veredas de mar y río

a.C.), Formativo Tardío (400 a.C.­100 d.C.) y Formativo Terminal (100­ 300 d.C.). Esta periodización se basa en el estudio de muestras y análisis de radiocarbono en Matacapan y en la comparación con otros sitios de las tierras bajas del golfo.75

A continuación se presentan las características propias de cada subperiodo y los datos vinculados a la práctica de la navegación.

Formativo Temprano (1400-1000 a.C.)

La ocupación más temprana de Los Tuxtlas se ha fechado para este periodo. Santley y sus colaboradores registraron una gran diagonal de ocupación humana prehispánica durante las épocas mesoamericanas convencionales; esta diagonal se extiende del suroeste al noreste, pa­sando por la ribera occidental del lago de Catemaco, desde las tierras bajas hasta la orilla del mar.76 Santley y Arnold también detectaron 24 sitios de los cuales sólo tres pueden considerarse aldeas y los de­más pequeños caseríos;77 el núcleo de mayor tamaño integra 21 sitios y la gran mayoría de estos están concentrados en torno a Matacapan, donde también se establecieron los tres mayores asentamientos: La Joya, Bezuapan y Matacapan.78 La jerarquía de asentamientos indica que la región no tuvo una integración política fuerte y que probable­mente se constituyó con sistemas independientes.

Al parecer, La Joya fue un asentamiento disperso, cuyas familias vivían en solares con estructuras de madera construidas alrededor de un patio situado junto a un gran huerto;79 su localización en la par­te al ta del valle del río Catemaco ha explicado su función como la zona más productiva para la agricultura debido a la presencia de ce­nizas volcánicas en el suelo.80 En cuanto al asentamiento de Bezuapan, éste se localizó 10 km río abajo, hacia el suroeste, cerca de la comu­nidad actual de Chuniapan de Abajo.81 Respecto a Matacapan, esta población desapareció debido a la erupción del volcán Cerro Mono Blanco, evento que forzó a la población a trasladarse hacia la parte baja del valle del río Catemaco.82

McCormack opina que la familia era la unidad básica de interac­ción social, lo que pudo haber cambiado debido a la erupción volcáni­ca.83 Las excavaciones en Matacapan indican que casi al final de este periodo la explosión impactó la parte oeste de Los Tuxtlas; este even to

Contextos arqueológicos, contextos navegables 115

depositó hasta un metro de ceniza, lo cual podría explicar el cambio de ubicación de los asentamientos.84 El hecho de tener que abandonar esta zona cercana al lago de Catemaco provocó que algunos poblado­res incrementaran su sedentarismo y por lo tanto se desarrollara el cul­tivo del maíz; aunque los datos muestran una baja densidad poblacio­nal durante este periodo que podría sugerir que la actividad del cultivo jugó un papel menos significativo en comparación con etapas pos­teriores.85

Killion y Urcid reportan para la zona de Hueyapan, al suroeste del macizo de Los Tuxtlas hasta la costa suroeste del lago de Catemaco, la localización de cerámica y la importancia de los ríos Hueyapan y San Juan para la comunicación y el transporte.86

Para el sector donde se ubica Tres Zapotes los materiales se han agrupado en la fase Arroyo; las investigaciones recientes han permiti­do identificar núcleos pequeños de asentamientos y algunos hallazgos aislados que sugieren que las comunidades en esta etapa eran peque­ños pueblos o caseríos. La dificultad para identificar asentamientos durante este periodo se debe a la presencia de una fuerte depositación aluvial que cubre muchos de los sitios de interés.87

Formativo Medio (1000-400 a.C.)

Este periodo se caracteriza por un profundo cambio en la ubicación de los asentamientos. La parte alta del valle del río Catemaco, prin­cipal foco de población durante el Formativo Temprano, fue práctica­mente abandonada en este momento y la mayor cantidad de asen­tamientos se localizaron a lo largo de las zonas bajas y medias del río Catemaco y sus arroyos tributarios.88

De acuerdo con Santley ésta fue una etapa donde comenzaron a desarrollarse jerarquías al interior de la población de Los Tuxtlas. En la zona estudiada por Santley y Arnold se reportó el aumento en el número y tamaño de los sitios que provocaron cambios en la dis­tribución de los asentamientos, los cuales aparecen más dispersos. Se tienen identificadas dos grandes unidades poblacionales, La Joya y Teotepec, seis pequeños poblados y algunos caseríos. En conjunto, formaron tres grupos que constituyeron entidades políticas indepen­dientes: el primero, de pequeños caseríos alrededor de Matacapan,

116 Veredas de mar y río

incluyendo el sito de La Joya; el segundo, de pequeñas localidades y caseríos situados a lo largo del río Catemaco y el río Tajalate; y el tercero, de dos pequeños caseríos localizados al noroeste del lago de Catemaco y del sitio de Teotepec.89

Este periodo se caracteriza porque la población se puso a salvo en lugares de refugio en las zonas menos afectadas por la erupción del Ce rro Mono Blanco. Los asentamientos se localizaron en la parte ba­ja del valle del río Catemaco y la costa del lago de Catemaco donde la pesca proveía de lo necesario para la subsistencia.90 Incluso es posible que en la parte alta y media de este río se practicara la caza ocasional y la recolección, ya que debido a la erupción se removió la vegetación selvática. Para Santley los sitios localizados en esta área eran campa­mentos temporales, concluye que la sociedad del Formativo Medio continuó siendo relativamente igualitaria, y los solares independien­tes y autosuficientes.91

En el área que estudia el Proyecto Arqueológico Hueyapan se han ubicado asentamientos en tierras más altas, lejos de las zonas de inun­dación, como resultado de distintos procesos de colonización. Uno de ellos, como apuntó Santley, pudo ocasionarse debido a las erupcio­nes volcánicas,92 otro por el establecimiento de nuevos asentamientos en el piedemonte de las montañas de Los Tuxtlas y el inicio del cul ti­ vo de maíz lejos de los ríos. La nueva ubicación de los asentamientos también indica la explotación de los yacimientos de Hueyapan para la obtención de piedra que era conducida a centros carentes de este material. Killion y Urcid proponen que el traslado debió haber sido en­tre 50 km y 90 km hacia el sur y este, a lo largo de las vías fluviales.93

La primera evidencia de ocupación humana en el área del valle de Tepango, estudiada por Stoner, se ha identificado para la fase Pi­cayo Inicial que se atribuye al periodo Formativo Medio. El patrón de asentamiento era muy disperso y se han encontrado 48 si tios de los cuales el de mayor tamaño y concentración es Totocapan; le sigue un pueblo llamado Cruz de Vidaña, otro de menores di men siones cono­cido como Ocelota, cuatro pequeños pueblos llamados Arroyo Salado, Bella Vista, Oteapan Sur y Sehualaca, y 41 caseríos. La mayor densi­dad poblacional se concentró en el norte del valle, a lo largo del río Tepango. Este reordenamiento quizá se debió a la temprana influencia

Contextos arqueológicos, contextos navegables 117

de Totocapan. En general, todos estos pueblos se localizaron en las már­genes de los ríos Tepango y Xoteapan.94

El único centro regional de gran tamaño durante este periodo fue Tres Zapotes que quizá alcanzó un tamaño de 80 ha y contó con una larga tradición de construcción de montículos y creación de escultu­ra monumental;95 los límites políticos de Tres Zapotes alcanzaron parte del valle de Tepango. Debido a que no había otros centros regio­nales en el área, no se ha realizado un análisis de los límites políticos del sitio.

Para Stoner resulta interesante que la cabeza Cobata, que pudo ser esculpida por artesanos de Tres Zapotes, se localizara entre el ce­rro El Vigía y el cerro Azul. Esta monumental cabeza posee los rasgos del arte olmeca del Formativo Medio localizado en Tres Zapotes y en La Venta, su análisis indica que tuvo algún significado ritual. Si son ciertas las interpretaciones de que las cabezas colosales eran re­tratos de líderes, entonces ésta puede representar un importante mar­cador político para definir el límite este de Tres Zapotes.96

Formativo Tardío (400 a.C.-100 d.C.)

En este periodo se producen cambios mínimos en el número de sitios detectados en los recorridos de Santley y Arnold. Se puede identi­ficar un significativo aumento poblacional, lo que trae consigo una recolonización incipiente de la zona de Matacapan y un crecimiento en la jerarquía interna de los asentamientos. Se registran 43 sitios de los cuales Chuniapan de Abajo y La Joya son los de mayor tamaño, ocho pequeños pueblos y alrededor de 33 caseríos. La mayoría de estos se localizan en la parte baja del valle del río Catemaco, aun­que el crecimiento de La Joya en la parte alta del valle provocó mo­vimientos de recolonización.97 Este proceso se vio afectado debido a la erupción del cerro Nixtamalapan, cercano al lago Catemaco.98 A pesar de los cambios internos en la complejidad de las comunidades, el nivel general de jerarquías sociopolíticas no fue tan pronunciado como en otras áreas de las tierras bajas del área olmeca.99

En los sitios más importantes se registran actividades como la producción textil, el trabajo en obsidiana y la manufactura de cerámi­ca, que continuaron durante el periodo Clásico. La subsistencia fue a

118 Veredas de mar y río

base del consumo de maíz, frijol, achiote, aguacate, coyol, así como la caza de mamíferos como el venado cola blanca, pecaríes, armadillos, conejos, ratones, patos, ranas y mojarras. En general, las especies ca­zadas eran aquellas que preferían hábitats perturbados como jardines, bosques y terrenos con vegetación secundaria.100

En la región de Hueyapan, las áreas recorridas sugieren un aumen­to en la frecuencia de materiales recuperados en superficie, en compa­ración con aquellos identificados para el periodo anterior; así como que los habitantes locales pudieron haber aumentado su número y su distribución en el área al romper con la tradición de asen tarse en las zonas ribereñas.101

En el área de Tres Zapotes, durante la fase Hueyapan (400 a.C.­1 d.C.), que corresponde al Formativo Tardío, el asentamiento cre­ció de 80 ha a 500 ha en comparación con el Formativo Medio. En este sitio se identificaron alrededor de 160 montículos, plataformas y terrazas habitacionales, incluyendo cuatro complejos de montículos piramidales que rodeaban plazas y otros alargados que se encontraban ais lados.102 El paisaje político de Los Tuxtlas durante este periodo fue dominado por Tres Zapotes.103 Más allá de esta área no se tiene co­nocimiento acerca de los asentamientos y la población existente en este periodo, pero se asume que era mayor en comparación con la de Totocapan, segundo centro en importancia, le siguieron Cruz de Vi­daña y Arroyo Salado.104

Periodo Formativo Terminal (100-300 d.C.)

Esta etapa comienza en el 100 d.C. y termina en el 300 d.C. Se ca­racteriza por una disminución en los índices de población, por ejem­plo en el área del centro y oeste de Los Tuxtlas, el sitio de La Joya es abandonado por la mayor parte de sus pobladores y se crea un nue­vo centro urbano en Chuniapan de Arriba. Este cambio ocurrió como respuesta a la erupción del cerro Nixtamalapan, pequeño cono vol­cánico cercano a la moderna ciudad de Catemaco.

Aquellos pobladores que se quedaron en La Joya continuaron con la práctica del cultivo de maíz. A partir de ello se ha llegado a la conclusión de que la historia ambiental de la zona jugó un papel im­portante en la intensificación de este cultivo durante el periodo For­

Contextos arqueológicos, contextos navegables 119

mativo Terminal.105 VanDerwarker lo explica en función de que aun­que la ceniza volcánica afectó la totalidad del área, ésta no cayó de manera homogénea debido a los efectos del aire y la lluvia. La autora se pregunta si aquellos que se retiraron del lugar fueron los que vivían en las zonas más dañadas por la ceniza, ya que las excavaciones reve­lan que ésta afectó toda la zona, lo cual la llevó a considerar que la decisión de quedarse o retirarse se basó, en parte, en el grado de inte­gración de sus habitantes dentro de la jerarquía regional política.106 Es probable que la disminución de la población se relacione también con los movimientos hacia la región de Hueyapan, en el sureste de Los Tuxtlas.107

Por otro lado, en el valle de Tepango, este periodo corresponde con la fase Chinita, la cual marca un aumento gradual en la densidad de los asentamientos. Se puede identificar un solo centro de gran ta­maño —Totocapan—, dos centros pequeños —Tilzapote y Cruz de Vidaña—, dos pequeños poblados —Chilchutiuca y La Cuchilla—, tres poblados dispersos —Francisco Madero, Oteapan y Bella Vis­ta— y 64 caseríos.108 En este periodo Totocapan comenzó a ejercer influencia a escala regional, a lo largo del sector sur del río Tepango. El declive de Arroyo Salado como centro importante determinó la ex­pansión del área de influencia de Totocapan.109

Durante este periodo, en Tres Zapotes comienza un declive gra­dual que se observa con la disminución de su tamaño a 400 ha; aun­que esto representó una disminución de 20% de su área, continuó como el centro regional más grande e importante de la región —el valle de Catemaco, Chuniapan de Abajo y La Joya ya habían dismi­nuido su tamaño e influencia política, y se habían remplazado por el pequeño centro de Chuniapan de Arriba—.110 La posición geo­grá fica de Tres Zapotes jugó un papel importante; el arroyo Hueya­pan le dio a este sitio un medio de transporte fluvial para comunicar­se con los ríos tributarios del delta del río Papaloapan, y contó también con una ruta natural para el traslado a pie a lo largo del estrecho va lle formado por el cerro El Vigía.

En este periodo, Tres Zapotes tenía el control sobre las rutas que conducían a Los Tuxtlas por el norte y alrededor del cerro El Vigía y, posiblemente, tan lejos como el río San Juan, a casi 20 km al sur. Este control fue relevante debido a que nuevos centros en la cuenca del

120 Veredas de mar y río

Papaloapan comenzaban a cobrar importancia, como Cerro de las Mesas.111 En el valle de Tepango, las localidades de Totocapan, Cruz de Vidaña y Tilzapote se mantuvieron con cierto poder independien­te; estas tres poblaciones se beneficiaron con la pérdida de control de Tres Zapotes y su aliado Arroyo Salado.112

Para concluir, es necesario reflexionar, de acuerdo con VanDer­warker, cómo a partir del estudio de las unidades habitacionales y los asentamientos, los investigadores han recuperado datos para recons­truir el desarrollo regional en la zona montañosa de Los Tuxtlas du­rante el periodo Formativo. Los diversos autores coinciden en que apenas se comienzan a entender los procesos regionales y que estos se relacionan con los momentos de transición hacia el sedentarismo y la emer gencia de la complejidad política. Ha resultado evidente que estos procesos son diferentes en Los Tuxtlas, en comparación con otros sec tores de las tierras bajas del golfo en el sur de Veracruz. El me dio tan particular de la región ha permitido que algunos indivi­duos o grupos adquirieran una subsistencia mixta que involucró el cul­tivo de plantas, la caza y la pesca.113

La condición relativamente igualitaria, en términos sociales, que se identifica hasta el periodo Formativo Tardío se mantuvo cons tan te hasta que los centros de San Lorenzo y La Venta comenzaron a per­der poder. Al contrario de lo esperado, los residentes de Los Tuxtlas no se volvieron del todo sedentarios hasta finales del periodo Forma­tivo Temprano, después de que el maíz se hubiera vuelto tan producti­vo como para asegurarse poder depender de él. El cambio al sedenta­rismo coincidió con la erupción del volcán Cerro Mono Blanco, lo cual pudo haber restringido la movilidad de los habitantes debido a que los recursos se encontraban más dispersos en Los Tuxtlas que en las tierras bajas, resultando difícil una subsistencia económica mixta.

En consecuencia, VanDerwarker sostiene que los habitantes de Los Tuxtlas comenzaron a practicar de manera intensiva el culti vo del maíz a finales del periodo Formativo Temprano, en el momen­to an terior al surgimiento de una jerarquía regional política. Dentro de este escenario, aún no se tiene clara la naturaleza de los procesos que dieron lugar al incremento en la diferenciación social interna y el consecuente surgimiento de jefaturas durante el Formativo Tardío.

Contextos arqueológicos, contextos navegables 121

La aparición de Tres Zapotes como centro político afectó el de­sarrollo político local. Tampoco ha quedado clara la relación entre los habitantes del lugar durante los periodos Formativo Temprano y Medio, y los habitantes de las regiones circundantes —San Lorenzo y La Venta, por ejemplo—; aunque es un hecho que tenían contac­tos entre sí, ya que compartieron tradiciones cerámicas similares y explotaron el basalto del cerro Cintepec —localizado 6 km al sur del lago Catemaco—, para construir monumentos y herramientas di ver­sas.114 La erupción volcánica que tuvo lugar a finales del Forma tivo Tardío tuvo como consecuencia una despoblación masiva a nivel re­gional, haciendo que una de las capitales más importantes, al menos en el sector centro­oeste de Los Tuxtlas, se trasladara a Chuniapan de Arriba.115

Periodo Clásico (300­1000 d.C.)

La región costera del golfo presentó diversas conexiones con Teo­tihuacán.116 En particular, en Los Tuxtlas, Matacapan es la localidad que tiene la mayor evidencia de esta interacción con el centro de Mé­xico. Numerosos investigadores han considerado que funcionó como un enclave teotihuacano, lo cual ha estado sujeto a debate y revisión durante los últimos 20 años.117 La primera mención sobre la rela­ción en tre Teotihuacán y Los Tuxtlas la hizo Seler Sachs en 1922, quien propuso que la región de Los Tuxtlas formó parte de la ruta de comercio hacia las tierras bajas mayas, sugerencia también plan­teada por Michael Coe.118 Arnold y Santley han cuestionado esta suposición, al preguntarse cuál sería la necesidad de los comercian tes para llegar hasta las montañas de Los Tuxtlas y continuar su cami­no.119 Estos mismos autores han propuesto que un grupo de deserto­res de Teotihuacán huyeron de los problemas políticos y sociales de la an tigua ciudad, estableciéndose en Matacapan.120 Independien­temente de las razones de la llegada de estos hombres, lo que se tiene por seguro es que los líderes de Matacapan tenían una importante re lación con Teotihuacán, cuyos símbolos definieron la identidad del régimen rector de Matacapan y un segmento del sector ribere­ño del valle de Catemaco.121

122 Veredas de mar y río

Los indicadores arqueológicos que se han considerado para de­mostrar este vínculo son: afinidad arquitectónica con Teotihuacán, la presencia de candeleros, vasos cilíndricos con soportes trípodes huecos y sólidos de forma rectangular, un pequeño porcentaje de ce­rámica anaranjada delgada, figurillas con estilo teotihuacano, prácti­cas mortuorias semejantes, y un alto porcentaje de obsidiana verde.122 Valenzuela fue el primero en excavar en Matacapan y encontró una estructura con estilo talud­tablero y algunas cabezas de figurillas al es­tilo teotihuacano. Otro indicador importante de la interacción fue el hallazgo del glifo “ojo de reptil” en un tepalcate.123

Para la zona de Santa Marta y en relación con el periodo Clásico, Budar reporta que:

…ocurrió un fenómeno interesante. En un área de 14 km2 se ubica una serie de 14 sitios monumentales unidos entre sí por medio de terrazas habitacionales; este sitio se denomina Piedra Labrada, cuenta con 257 montículos, algunos alcanzan 25 m de altura […] Los estudios de esta zona son aún demasiado re­cientes y no se cuenta con antecedentes de investigación arqueológica, por lo tanto es difícil proporcionar una interpretación.124

A pesar de esto, el sitio Piedra Labrada muestra iconografía asociada con Teotihuacán.125 De acuerdo con Santley, éste es un sitio inusual porque está localizado en la costa del golfo de México; debido a que el terreno detrás de éste es muy escarpado, el acceso debió haber sido muy difícil, por lo tanto, Santley explica su ubicación en función de que operaba como un punto de escala para el tráfico en canoas des­de Monte Pio y La Barra hacia la costa de Tabasco.126 Al respecto, Budar indica que “debemos pensar la zona costera de la región como una ruta alterna para el traslado de productos, ya que se encuentra amurallada naturalmente por la sierra de Santa Marta y por el océano Atlántico, hecho que facilita el control del camino”.127 Respecto a la posibilidad de la práctica de la navegación anota que:

…gracias a la magnitud de los asentamientos de la zona costera y a la cantidad de esteros que existen, no es difícil pensar que esta actividad se realizó con ob­jeto de trasladar productos a otros puertos ya identificados de la costa del golfo de México, e incluso de la península de Yucatán.128

Contextos arqueológicos, contextos navegables 123

La presencia de los teotihuacanos en el golfo de México también se ha planteado como resultado de la búsqueda de materias primas, como plu­mas de aves tropicales, cacao y yacimientos de cinabrio y caolín. Se ha establecido que los grupos teotihuacanos que fundaron la colonia en Matacapan tenían el objetivo de asegurar el acceso a las materias primas y el dominio de la laguna de Sontecomapan, importante paso de intercambio en el que confluyeron rutas comerciales proceden­tes del norte de Veracruz, de la península de Yucatán, de las costas de Guatemala —vía el istmo de Tehuantepec— y de las Mixtecas, por la ruta de Teotitlán­Tuxtepec. En el periodo Clásico no hubo abando­no ni desplazamientos y al final se ocuparon nuevos sitios en la costa, lo que denota una mejora en el uso de nuevas vías de comunicación interna —por río, laguna y costa— y de intercambio con otras regio­nes de la costa veracruzana.129

Clásico Temprano (300-450 d.C.)

Desde el punto de vista arqueológico no se conoce bien este perio do debido a las pocas excavaciones realizadas que lo puedan fechar. San t­ley caracteriza esta etapa con tres rasgos: el primero, un cambio en el asentamiento hacia la parte central del valle de Catemaco; el segun­do, la fundación de un centro importante en Matacapan; y el tercero, el establecimiento de contactos con la metrópolis de Teotihuacán.130

Existe una dramática disminución en el número de sitios debi do al vulcanismo y cambios en la producción agrícola, sólo 10 datan de es ta fase y se ubican en la zona de Chuniapan y en las estribacio ­nes al norte de Matacapan, cubren un total de 57 ha.131 Algunos de los asen tamientos se agruparon en un núcleo principal localizado a lo lar go del curso inferior del río Catemaco y sus arroyos tributarios; otros en caseríos dispersos en las tierras altas sobre los 400 msnm.

Santley y Arnold explican la disminución de población a partir de un proceso de migración hacia otras zonas de Los Tuxtlas, o bien hacia la planicie costera adyacente. Una causa para esta migración pudo haber sido algún episodio de actividad volcánica, aunque en rea­ lidad se carece de datos que confirmen esto; otra, una disminución en la fertilidad del suelo que hubiera reducido el potencial agríco la pro­vocando la salida de las poblaciones de la región. Al final del periodo

124 Veredas de mar y río

se dio la erupción del cerro Puntiagudo, cono volcánico cercano a la costa oeste del lago Catemaco; este evento parece no haber incidido en la distribución de los asentamientos.132

Matacapan rápidamente se convirtió en la cabeza de una gran re gión organizada en unidades políticas a lo largo del valle del río Ca te maco; gran parte de este crecimiento regional fue consecuencia de una inmigración adicional. De acuerdo con Arnold, este río pro­veyó una ruta de comunicación mayor en el oeste de Los Tuxtlas que se utilizó para importar materiales en la región y exportar bienes pro­ducidos en Los Tuxtlas. Las importaciones contemplaron la obsidia­na desde varias fuentes, incluyendo la muy apreciada obsidiana verde de Pachuca, Hidalgo. Las exportaciones abarcaron cerámica manu­facturada en el centro de producción local de Comoapan, mientras que la tela de algodón, el liquidámbar y las plumas de aves tropicales pro bablemente venían de Los Tuxtlas.133

Los cambios en la distribución de los asentamientos a lo largo del tiempo sucedieron en función de la productividad agrícola. Actual­mente las tierras más fértiles se encuentran en el valle de Matacapan. El área alrededor de este centro urbano era el principal foco de los asen­tamientos en el Formativo Temprano, así como durante la ocupación en el periodo Clásico. Contrario a lo esperado, la zona menos pro­ductiva para la agricultura se localiza alrededor del lago Catemaco y a lo largo de las rutas hacia el norte en dirección al golfo de México. En esta última zona los suelos son muy someros, con afloramientos de basalto en la superficie, o son inundables durante las temporadas de lluvia. En esta área la evidencia arqueológica sugiere pocos asen ta­mientos, sin importar el periodo. En cambio, los suelos a lo largo del río Catemaco y sus tributarios son bastante productivos debido a la de­posición anual de sedimentos aluviales procedentes de las tierras al­tas de Los Tuxtlas. Ésta fue, de hecho, el área favorecida para su ocu ­pa ción humana durante el Formativo Medio, el Formativo Tardío y el Clásico Temprano.134

Durante el periodo Clásico, el sitio de Totocapan en el valle del río Tepango creció en lo que fue el asentamiento precolombino más gran­de en el occidente de Los Tuxtlas, sin mostrar las conexiones con Teotihuacán tan aparentes en Matacapan, en cambio, parece haber experimentado un desarrollo autóctono con mínima influencia extra

Contextos arqueológicos, contextos navegables 125

regional.135 Para esta zona, la fase que correspondería con el Clásico Medio se ha nombrado Santiago A. Durante este periodo dos núcleos de asentamientos se desarrollaron en el área estudiada por Wesley Stoner. Uno estaba concentrado al norte, alrededor de Totocapan, y el segundo, una ocupación más dispersa, en el sector sur del área re­corrida. Se localizaron 54 sitios: un centro grande —Totocapan—, un poblado grande y disperso —Oteapan—, una villa pequeña —Texco­chapan—, un poblado pequeño disperso y 50 caseríos. La mayoría de la población se localizaba en Totocapan, El Picayo y Oteapan. Para este periodo Totocapan perdió más de la mitad de su tamaño anterior, ocupando un área de 85 ha.136 Aunque era el centro principal en el valle del río Tepango, la distribución de los asentamientos no indi­ca una unidad política regional unificada. Hacia finales del periodo Clásico esta localidad se había fragmentado en entidades po lí ticas separadas y el patrón de asentamientos en el valle del río Tepango re­flejó la distribución de unidades pequeñas, autónomas, competitivas, que también caracterizaron al valle del río Catemaco.137

El Clásico Temprano (200­400 d.C.), en la región de Hueyapan, parece caracterizarse por ser un momento de abandono de acuerdo con la ausencia de cerámica diagnóstica. Este mismo abandono lo re­gistró Santley en su área de estudio; Santley y Arnold lo atribuyeron a los disturbios volcánicos.138 En la zona de estudio del Proyecto Ar­queológico Hueyapan, adyacente a las tierras altas del este de Los Tux­tlas, no ocurrieron estos acontecimientos volcánicos. Por lo tanto, Killion y Urcid explican esta supuesta ausencia argumentando que la cerámica del periodo Clásico Temprano podría ser indistinguible de aquella del Formativo Tardío, o bien, del Clásico Medio, generando una falsa impresión de abandono de la región. Pool y Britt139 han su­gerido que el Formativo Tardío duró mucho más de lo que Santley y Arnold propusieron,140 probablemente hasta el 300 d.C., lo cual po­dría explicar la laguna poblacional.141

Como veremos más adelante, la sensación entre los investiga­dores de que algunas cronologías cerámicas podrían haber abarcado más tiempo en sus intervalos, es recientemente una constante en los estudios de la región. Esto se ha explicado en función de la dificultad en el reconocimiento de diferencias precisas en la cerámica que se re­cupera erosionada y que, además, no presenta decoraciones que per­

126 Veredas de mar y río

mitan asociarla con etapas temporales precisas, entre otros factores que se han detectado mejor para el periodo Postclásico.142

Clásico Medio Temprano (450-550 d.C.)

El periodo Clásico Medio es el mejor conocido arqueológicamente en Los Tuxtlas. Se divide en dos fases: Clásico Medio Temprano (450­550 d.C.) y Clásico Medio Tardío (550­650 d.C.).143 Santley men ciona que de hecho no hay muchas diferencias entre ambos pe­riodos y que podrían tratarse como uno solo. En general, éste se defi­ne por un aumento en la población regional, el posicionamiento de Matacapan como un centro regional importante, la recolonización de la parte baja del valle del río Catemaco y el desarrollo de una eco­nomía diversificada.144 Ocurrieron también erupciones volcánicas im­portantes que prácticamente no tuvieron efectos en la historia de la ocupación de Matacapan o en los patrones de asentamientos regiona­les del periodo Clásico en esta demarcación.145

En el periodo Clásico Medio Temprano hubo un marcado creci­miento en la población y el número de sitios a escala regional en el área de Matacapan. La jerarquía de estos se volvió mucho más elabo­rada en estas fechas, los más importantes fueron Matacapan, Ran­choapan y Teotepec.146 La mayoría de los asentamientos se localizaron alrededor de Matacapan, o bien, a lo largo de las partes bajas de los ríos Catemaco, Tajalate y sus tributarios. Excepto por las islas Agaltepec y Tenagre que presentan sitios ceremoniales en el lago Catemaco, los centros pequeños se ubicaron lejos de aquellos de mayor tamaño. Una ocupación importante se dio en el corredor costero del golfo. Algu­nos de estos sitios, en particular Monte Pio (sitio 142) y La Barra (si tio 139), funcionaron como puestos para el intercambio por vía coste­ra,147 dato que resulta de vital interés para nuestra investigación.

En el área del valle de Tepango se han recuperado datos que per­miten inferir relaciones cercanas entre el centro de Totocapan y la cuenca baja del Papaloapan. En particular, Totocapan presenta ciertos elementos arquitectónicos que pueden localizarse en la región Mix­tequilla. También se ha encontrado cerámica similar al tipo acula rojo/naranja del sitio de Patarata y la región de Mixtequilla.148 Stoner ha propuesto que la ruta de interacción más viable entre ambas regiones

Contextos arqueológicos, contextos navegables 127

tendría que ser a través del río Tecolapan para entrar a Los Tuxtlas y después subir a pie hacia Totocapan.149

En el sector donde se localiza Tres Zapotes, el sitio persistió co­mo un centro regional importante con un tamaño de 80 ha. Mientras que en el área de Hueyapan, estudiada por Urcid y Killion,150 durante este periodo se identificaron centros secundarios, pero ninguno con la relevancia de Matacapan.151

Clásico Medio Tardío (550-650 d.C.)

En el área investigada por Santley, se reportan 122 sitios. Tres de ellos —Matacapan, Ranchoapan y Teotepec— grandes centros poblacio­nales, cinco de menor tamaño, una localidad amplia, 25 poblaciones pequeñas y los demás caseríos. Asentamientos secundarios se locali­zaron lejos de Matacapan, como las islas Agaltepec y Tenagre en el lago Catemaco cuyas funciones fueron rituales y ceremoniales.152

Es importante mencionar que durante este periodo se mantuvie­ron los pueblos de Monte Pio y La Barra en la costa, cuyos habitan­tes, de acuerdo con Santley, practicaron la pesca en mar abierto y operaron también como puertos marinos, uniendo a Los Tuxtlas con el mundo exterior.153 El patrón para los asentamientos del Clásico Medio Tardío fue el mismo que para el periodo anterior. La mayor can tidad de pobladores siguió concentrada en Matacapan con sitios dedicados a la manufactura de cerámica y el trabajo de obsidiana. La ocupa ción del corredor de la costa alcanzó su pico poblacional. La zo ­na con más ocupación fue Teotepec con 80 ha y más de 100 montícu­los. Monte Pio y La Barra eran pequeños pueblos que alcanzaron su máximo tamaño. En La Barra se registraron siete montículos y cinco en Monte Pío; la arquitectura de ambos se compone de largas plata­formas que cubren entre 1 700 y 2 150 m2.154

Teotepec, localizado en la costa oeste del lago Catemaco, presen­tó su ocupación más importante entre el Clásico Medio y el Clásico Tardío. Este sitio cubrió 79.7 ha y presentó alrededor de 101 montícu­los. Se localizó una plataforma de 375 m de longitud orientada de norte a sur que, a su vez, presentó varios templos y plataformas adi­cionales. Al este de la plataforma principal se localizaron montículos largos paralelos que se dirigen hacia la orilla del lago. De acuerdo con

128 Veredas de mar y río

Santley éstos funcionaron como muelles para canoas de los pesca do­res. Teotepec es un asentamiento inusual caracterizado por su arqui­tectura de tierra, ahí residían las élites y se sostuvo la práctica de ceremonias. Santley sugiere que no tenía exclusivamente una función po lítico­religiosa, en contraste con otros centros como Matacapan y Ranchoa pan que funcionaron como focos económicos.155 Los asenta­mientos que rodearon a Teotepec no se han investigado debido a la gran cantidad de vegetación presente que complica la visibilidad en superficie. Su posición geográfica sugiere que controló el pasaje hacia la costa del golfo, en dirección a Monte Pio.156

Para el periodo Clásico Medio (400­700 d.C.) y el Clásico Tardío (700­1000 d.C.) se registra una densidad considerable en los asen­tamientos identificados en Hueyapan.157 Esta alza contrasta con la dramática caída ocupacional en las planicies aluviales de los ríos Coat zacoalcos y Tonalá para los mismos periodos.158 En el valle de Tepango, los sitios Francisco Madero y Totocapan fueron los más im­portantes del Clásico Medio. Probablemente Francisco Madero fue el que funcionó como centro administrativo de muchos de los asen­tamientos a lo largo del río Xoteapan.159

Clásico Tardío Temprano (650-800 d.C.)

Durante este periodo hubo una importante disminución de población, se abandonaron varios centros y se dio un declive en la influencia de Teotihuacán. Se localizaron 116 sitios, de los cuales tres fueron gran­des centros, siete pequeños, 17 pequeñas villas y 89 caseríos. Algu­nos de estos cambios pudieron haber reflejado la emigración de la población de Los Tuxtlas hacia áreas vecinas como la región de Hue­yapan.160 Matacapan continuó siendo el lugar más importante de la región, aunque comenzó a perder tamaño en comparación con loca­lidades como Ranchoapan y Teotepec que ya rivalizaban con él en cuanto a poder e influencia.161

La mayor pérdida de población ocurrió en Matacapan, mientras que se registró un aumento en el número de asentamientos en la zona de los cerros, al noreste del centro. Otros dos sectores de la región se abandonaron en esta época: el área oeste del río Tajalate y las tierras altas del norte de San Andrés Tuxtla. Sin embargo, se continuó con la

Contextos arqueológicos, contextos navegables 129

producción de cerámica y obsidiana en Matacapan y Ranchoapan.162 La disminución de asentamientos se mantuvo en el Clásico Tardío Tardío (800­1000 d.C.). Mucha de esta pérdida se debió a un abando­no virtual de Matacapan; el número de pequeños pueblos disminuyó significativamente, pero no tanto el número de caseríos que indican asentamientos de tipo rural. Se mantuvo la ocupación en los gran­des centros como Ranchoapan, Matacapan, Teotepec y en las islas del la go de Catemaco.163 La disminución del poder de Matacapan se ha explicado en función de varias razones, entre ellas: Teotihuacán co­menzó a perder influencia en todo Mesoamérica; el declive en la pro ducción agrícola, ya que la región había estado bajo fuerte explota­ ción a lo largo del Clásico Medio; y, de acuerdo con Santley, erupcio­nes que redujeron el potencial agrario del área alrededor de Mata­capan.164

En el valle de Tepango, la fase Chaneque (650­800 d.C.) corres­ponde con el Clásico Tardío Temprano en la cronología del valle de Catemaco.165 De acuerdo con Stoner, el patrón general de asenta­miento se mantuvo intacto, aunque los centros de mayor tamaño em­pezaron a deteriorarse, perdiendo población y poder político; Toto­capan, Oteapan, Tilzapote y Franciso Madero también comenzaron a fragmentarse. El único centro que manifestó algún tipo de creci­miento fue Maxyapan, localizado a lo largo del río Xoteapan hacia el sur, cubriendo 34 ha. En relación con Tres Zapotes, éste ya se había convertido en un centro relativamente pequeño. En general, las ca­racterísticas de este periodo en relación con la disminución de po­blación en varios de los centros más importantes como Matacapan y Totocapan se mantuvieron en el Clásico Tardío Tardío.166

Clásico Tardío Tardío (800-1000 d.C.)

Durante este periodo continuó el patrón de declive en el número de sitios y de la población regional en el valle de Catemaco, que había comenzado en el periodo anterior. Varias de estas pérdidas se relacio­na ron con el abandono de Matacapan. Para este momento Ranchoa­pan fue el asentamiento más grande de la región, pero no mucho más que otros centros, sugiriendo así que Los Tuxtlas se había vuelto po­líticamente fragmentado.

130 Veredas de mar y río

Se registraron nueve centros en la región, distrubuidos en tres gru pos evidenciando así la desintegración política y social de este pe riodo: uno incluía Teotepec y las islas Agaltepec y Tenagre; otro, Matacapan, Ranchoapan y Santa Rosa; uno más, Aponponapam, Za­cuetepan y Loma Perdida.167 Ranchoapan ya jugaba un papel impor­tante en este momento en relación con la distribución de obsidiana de Zarago za­Oyameles a lo largo de todo el sector centro y oeste de Los Tuxtlas. Es te material fue el más utilizado durante todo el perio­do Clásico, de tal manera, que para finales del mismo, Ranchoapan eclipsó a Matacapan como el principal centro regional.168

Periodo Postclásico (1000­1521 d.C.)

Problemáticas interdisciplinarias

Este periodo en la arqueología de Los Tuxtlas no ha presentado la misma cantidad de datos en comparación con el Formativo y el Clá­sico, se caracteriza por la manifestación de una fuerte incongruencia entre dos categorías: la arqueológica y la documental.169 La eviden­cia etnohistórica y la ubicación geográfica de Los Tuxtlas, cercana a las rutas comerciales del istmo de Tehuantepec, han sido suficientes para sugerir la importancia de la zona en función del intercambio in­terregional que se llevó a cabo durante el periodo previo a la llegada de los españoles. A pesar del aumento en las investigaciones, desde 1980 hasta la fecha, la evidencia arqueológica que dé cuenta de la po­blación ha sido prácticamente inexistente.170

En las primeras expediciones, los sitios o esculturas encontrados en Monte Pío, isla Agaltepec, Matacanela y Totogal, fueron atribui­dos al periodo Postclásico. Los investigadores que encontraron estas evidencias no dudaron en relacionar estos objetos y sitios con los pe ­riodos Tolteca y Mexica.171 Venter menciona que los investigadores, al abordar la historia de Los Tuxtlas, se han enfocado principal mente en su relación con Teotihuacán.172 Como resultado de ello, los pe­riodos Formativo y Clásico han sido sujetos de investigaciones ar­queológicas rigurosas, y no es sino recientemente que comienzan a identificarse algunos materiales del Postclásico, aun cuando profusos

Contextos arqueológicos, contextos navegables 131

documentos coloniales indican que en Los Tuxtlas hubo una pobla­ción numerosa entre 1520 y 1530.173

A pesar de la poca atención que se ha prestado a este periodo, los datos comienzan a ser cada vez más, gracias a diversas investigaciones desarrolladas en los últimos años —al menos dos décadas—.174 Por ejemplo, Arnold volvió a examinar la obsidiana recuperada durante sus recorridos en el valle de Catemaco, fechada para el momento de transición entre el Clásico y el Postclásico. Con esto, el autor propo­ne que en vez de que la región del río Catemaco sufriera un colapso de vastador y una disminución radical de población, más bien reor­ganizó sus asentamientos y redes de producción e intercambio.175 Aunque los niveles de población disminuyeron, el cambio no fue tan catastrófico como en algún momento se pensó y, en realidad, las téc­nicas usadas para elaborar diversos artefactos, como los de cerámica, tuvieron una continuidad temporal más amplia, que no se había re­conocido.176

Como Arnold y otros autores han notado,177 el problema ha sido asumir que los cambios en los estilos de los materiales recuperados por los arqueólogos deben coincidir con el inicio o fin de algún pe­riodo cronológico preexistente y arbitrario, en este caso el periodo Clásico. En parte, se ha tomado esta posición debido a que se han re­conocido estas modificaciones en otras áreas de las tierras bajas del golfo, donde la presencia de inmigrantes pudo contribuir a las trans­formaciones locales de los materiales que, siglos después, permiten a los investigadores seguir catalogando.178 Contrario a lo esperado, lo que sucede es que muchos estilos cerámicos se utilizaron desde el Clá­sico hasta el Postclásico, reflejando que los habitantes de Los Tuxtlas no decidieron abandonar sus tradiciones cerámicas ni modificarlas, tal vez, durante muchos siglos. Como resultado de esto, es posible que sitios del Postclásico se hayan asignado al periodo Clásico Tardío en función de los análisis cerámicos.179

Así, la constante en el estudio de esta etapa ha sido la discrepancia entre los datos arqueológicos que sugieren una especie de ca ta clismo al final del periodo Clásico, y los documentos coloniales de unos si­glos posteriores que más bien dejan entrever una cuantiosa cantidad de pobladores en la región a la llegada de los españoles.180 De acuerdo con Venter, los antecedentes de las poblaciones descritas por los au­

132 Veredas de mar y río

tores coloniales fueron las ciudades prehispánicas, no obstante, ha si do en extremo difícil entender los datos que sugieren una disminución de población en el Clásico Tardío y la existencia de po blación duran­te el periodo de contacto. Esto es todavía más desconcertante debido a que las poblaciones de las primeras décadas de la ocupación colonial desaparecieron por las enfermedades introdu cidas por los españoles.181

En la región del valle de Catemaco, Santley y Arnold habían iden­ tificado sólo cuatro asentamientos: Catemaco (sitio 163), isla Agal­te pec (sitio 124), isla Tenagre (sitio 178) y el sitio 94, encontran do ma terial de superficie fechado para el periodo del Postclásico (1 000­1 500 d.C.).182 Esta ausencia de datos para el material Postclásico tam­bién la explican en función de la dificultad para reconocer cerámicas propias de este periodo. Sugieren que pudo haber una caída en la fer­tilidad del suelo, o bien eventos volcánicos que forzaron a las perso­nas a salir de la región de nuevo, por lo que el área no fue reocupada hasta poco antes de la conquista española.183

La revisión de Arnold en función del análisis de la obsidiana in­crementó el número de sitios potenciales del Postclásico en el valle de Catemaco, de la cifra inicial de 4 pasó a 21.184 Estos se agruparon en tres áreas: una alrededor del lago de Catemaco y otros a lo largo de corredores de agua que conectaban el cuerpo montañoso con las tie­rras bajas que le rodean. De acuerdo con los nuevos datos presen­tados por este autor, los sitios del Postclásico se establecieron cerca de los cursos de agua más importantes funcionando así como vías, principalmente en el valle del río Tepango donde se acerca a los ríos Catemaco, Hueyapan y San Juan (Michapa). Los sitios del Postclá­sico parecen establecerse también a lo largo de corredores de comu­nicación en tierra firme.185

El trabajo de campo arqueológico preliminar de la isla Agaltepec proporcionó la primera evidencia inequívoca sobre la ocupación en el periodo Postclásico en Los Tuxtlas. Parte de la naturaleza de dicha ocupación ha sido tema de muchas discusiones debido a las reconfi­guraciones recientes de la geografía política de la provincia de Toch­tepec, tributaria de la Triple Alianza.186 Los datos disponibles sugie­ren una ocupación Postclásica de la isla y los hallazgos preliminares indican que diferentes porciones de la misma reflejan episodios ocu­pacionales diferentes, quizás fases más tempranas y más tardías del Post­

Contextos arqueológicos, contextos navegables 133

clásico.187 Esto se infiere a partir de la distribución espacial de artefac­tos de superficie. El complejo arquitectónico más grande (área C) se ha asociado con una porción más temprana del Postclásico; también se le conoce como “complejo de Valenzuela” y está ubicado dentro de la sección noreste de la isla Agaltepec.188 El esquema de este complejo sugiere que era una fortificación consistente en una serie de montícu­los rectangulares que encierran un área interior de aproximadamente 4 000 m2.189 Un basamento piramidal grande (C­1) marca el lado es te del complejo y se levanta a una altura de casi 9 m. La apertura del noroeste conduce abajo hacia la costa de la isla, donde una serie de terrazas y una escalera indican un punto de embarque.190 Un comple­jo más pequeño (área A) sugiere una presencia posterior, mientras que una serie lineal de montículos (área B) parece ser residencial por naturaleza y los modelos de artefactos cerámicos de este sector indi­can una fecha tardía en el Postclásico.191

Para la región de Hueyapan, Killion y Urcid reportan una gran ausencia de cerámica diagnóstica, excepto por algunos tipos fecha­dos en el Postclásico Temprano.192 En el sector montañoso, al sur del lago de Catemaco, durante los recorridos se documentaron dos es­culturas de piedra en las colecciones del museo de Santa Rosa Loma Larga; éstas carecen de procedencia, pero se localizaron en los límites municipales de esta comunidad popoluca. Una de las esculturas es un sapo con el glifo 2 pedernal en su dorso. De acuerdo con estos auto­res, si este glifo se colocó ahí como una fecha anual, sería importante des de el punto de la historiografía tenochca, ya que diversas fuentes do ­cumentales del centro de México indican el año 2 pedernal como el año de la muerte de Motecuzoma Ilhuicamina y el entronamiento de su hijo Axayacatl (1468 d.C.). Ésta y otra escultura de un Xipe Totec su gieren, para ambos investigadores, que los mexicas comisionaron a artistas locales a esculpir objetos que se dieron como regalos a seño­ríos locales. Con esta estrategia se pudo haber dado el primer pa so pa ra asegurar el control de las planicies aluviales del río San Juan, con el fin de ganar acceso a otros bienes como el algodón.193

134 Veredas de mar y río

Toztlan: joya de la corona mexica

Las características propias de la región, en relación con sus recursos de flora y fauna, incluyendo las aves tropicales y los árboles de liqui­dámbar, hicieron que durante el periodo Postclásico los residentes de Los Tuxtlas pagaran tributo a la Triple Alianza con plumas de aves, resina de liquidámbar, algodón y cacao.194 Es tal vez por eso que hace más de 50 años William Sanders caracterizó al sur de Veracruz como un área importante para el estado mexica, identificando a Los Tuxtlas como “joya de la corona”.195 Siguiendo los datos que confirman que esta región entregaba tributos a la Triple Alianza por medio de los se­ñores de Tochtepec, es necesario mencionar que, al parecer, la región conformaba una alianza con otras dos provincias del golfo sometidas también por los mexicas desde tiempos de Axayacatl: Izcalpan —La Rinconada— y Cuetlaxtla —hoy Cotaxtla—, a orillas del río Atoyac.

Peter Gerhard confirma que Izcalpan, Cuetlaxtla y Tuxtla fueron los principales estados indígenas, los cuales Cortés se atribuyó desde un principio, sobre todo porque los habitantes de Cotaxtla estable­cieron buenas relaciones con los españoles entre 1518 y 1519.196 Izcal­pan enviaba su tributo a Cuauhtochco, mientras que Cuetlaxtla tenía un importante centro ceremonial y una guarnición mexica donde reu­nía el tributo de numerosas comunidades; y Tuxtla estaba controlado por la guarnición mexica de Tochtepec y tenía al este una frontera con el hostil territorio de Coatzacoalcos.

De acuerdo con Melgarejo, antes de la llegada de los españoles la región era parte de una importante ruta que iniciaba en Tehuacán y llegaba a la provincia de Tochtepec, punto desde el cual podían to­marse los caminos hacia el Anáhuac —istmo de Tehuantepec—, Ayo tlan y Xicalanco en Campeche. También partía de Tochtepec la vía que recorría los pueblos del Papaloapan, muy probablemente a lo largo del río San Juan. Este autor menciona que en tiempos más antiguos fue de gran importancia el camino Atlazintlan (Alvarado)­Tlapalapan­Tuztla­Catemaco. La provincia de Coatzacoalcos imponía muchas limitaciones a los comerciantes del Altiplano —sólo permi­tía el paso y contratación, a decir de Sahagún, a los comerciantes de Tenochtitlan, Tlatelolco, Huitzilopochco (Churubusco) y Cuauhti­tlan, vía Tehuantepec—.197

Contextos arqueológicos, contextos navegables 135

Se ha debatido durante mucho tiempo acerca de la extensión del imperio mexica en la zona del istmo de Tehuantepec, sobre todo en las tierras bajas del golfo. Con cada reacomodo de los límites de la provincia tributaria se han incluido o no a Los Tuxtlas.198 Usando el Códice Mendoza, Barlow199 dibujó la frontera imperial al este del lago de Catemaco identificando 12 de 22 comunidades enlistadas como sujetos tributarios de la provincia de Tochtepec.200 Berdan y sus colaboradores identificaron 13 de las comunidades sujetas a Tochte­pec,201 reduciendo el tamaño de la provincia tributaria y cambiando la frontera del imperio al oeste de los Tuxtlas y más cerca, si no es que reduciendo su tamaño, a lo largo del curso del río Papaloapan, con lo cual las montañas de Los Tuxtlas quedaron fuera del control im­perial mexica.202

Las interpretaciones más recientes del imperio Tenochca, reali­zadas por Carrasco,203 parten del Códice Mendocino, y otras fuentes de Texcoco y Tlacopan dan como resultado una lista de 48 pueblos tri ­butarios de la provincia de Tochtepec y la identificación de 33, aumen­tando así el tamaño de la provincia;204 los recolectores de tributos estaban localizados en Tochtepec, Tlacotalpan y Toztlan.205 Las inter­pretaciones de Esquivias y Carrasco presentan una posición interme­dia entre la propuesta de Barlow —quien incorpora prácticamente la totalidad de la región— y de Berdan, en la cual Los Tuxtlas no es parte del imperio mexica.206 Por su parte, Gerhard no trató de definir los límites de la provincia de Tochtepec directamente, sino que utili­zando los límites coloniales presenta la división entre Toztlan —pro­vincia del siglo XVI colonial— y Coatzacoalcos —que era inde­pendiente del imperio mexica— en el lago de Catemaco,207 con lo cual Venter sugiere que este autor estableció en ese punto el límite de la provincia de Tochtepec.208

De acuerdo con Esquivias, el Memorial de Tlacopan utilizado por Carrasco fue muy útil ya que registró una localidad que funcionaba como la entrada al istmo de Tehuantepec: Toztlan.209 Esta mención su giere que dicho pueblo debió localizarse en las montañas de Los Tux tlas, cerca del istmo, y no a lo largo del río Papaloapan al oeste, como Berdan y sus colaboradores lo habían sugerido.210 En el Códice Mendocino Toztlan se menciona en la página 46r., y también en la Re lación geográfica de Tuztla (o Tustla) escrita por Juan de Medina en

136 Veredas de mar y río

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Contextos arqueológicos, contextos navegables 137

1580.211 Utilizando el Códice Mendoza como su única fuente, Barlow incluye a este pueblo entre los 22 principales pueblos sujetos a la pro­vincia imperial de Tochtepec, sin sugerir dónde podría localizarse. Berdan propone su ubicación a lo largo del río Papaloapan donde ac­tualmente se localiza la ciudad de Tuxtilla, Veracruz. Carrasco, por su parte, identifica a Toztlan con la moderna ciudad de San Andrés Tux­tla, en el sur de Los Tuxtlas. Con el uso de la información obtenida en la Relación geográfica de Tlacotalpa, Urcid y Esquivias proponen que Tustla o Tuztla corresponde a la ciudad moderna de Santiago Tux­tla.212 Esta identificación es apoyada por Medel y Alvarado quienes mencionan que San Andrés Tuxtla se fundó alrededor de 1530 d.C., posterior a la erupción del volcán Tiltepetl —que hoy se conoce co­mo el volcán San Martín—, forzando a la población del pueblo de Ixtlan a trasladase a este nuevo poblado.213 Es decir, que de acuerdo con Esquivias, el nombre de Tuztla o Toztlan que aparece en las fuen­tes se refiere probablemente a la ciudad moderna de Santiago Tux tla.214 Por otra parte, Del Paso y Troncoso, en 1905, menciona que en el Có­ dice Mendoza el glifo de la ciudad de Tuztla es un pájaro.215 En el dic cio nario de Molina, en su sección de nahuatl­español, la palabra náhuatl para perico o macaco es toznene.

Venter propone que el sitio arqueológico conocido como Toto­gal es el que representa la cabecera prehispánica de Toztlan, región tributaria de la provincia de Tochtepec. Después de la llegada de los españoles, la población de Totogal fue trasladada a Santiago Tuxtla que se convirtió en el centro colonial más importante de la provincia de Tuxtla en el siglo XVI.216 Gerhard ha dejado claro que los es­pañoles impusieron sus propios sistemas jerárquicos y la organización de asentamientos donde se encontraban los centros del imperio me­xica o las cabeceras de los pueblos conquistados por ellos.217 Esta estructura del Postclásico Tardío fue reforzada por los españoles al es­tablecer su administración colonial. Debido a que Santiago Tuxtla se volvió el centro colonial más importante de Los Tuxtlas, Venter pro­pone que con estos datos, y las tradiciones escritas y orales es posible que Totogal, en vez del sitio de Totocapan o San Andrés Tuxtla, fuera el lugar prehispánico de contacto entre el imperio mexica y las montañas de Los Tuxtlas.218 De acuerdo con la autora, los agentes del imperio mexica debieron iniciar sus relaciones con Totogal por su

138 Veredas de mar y río

ubicación y el acceso al istmo mediante las rutas de comercio que pa saban del Papaloapan hacia Coatzacoalcos, así como por su posi­ción cercana a la intersección entre la montaña y la planicie costera de donde se obtenían importantes recursos, incluyendo productos cul­tivados, como el algodón.219

El Toztlan del siglo XVI fue renombrado como Tuxtla cerca de 1525, poco después de que los españoles entraron al área en 1522 y el centro administrativo se reubicara de Totogal hacia Santiago Tux­tla.220 En la primera distribución de encomiendas, Hernán Cortés se adjudicó una gran extensión territorial en la costa del golfo de Mé xico, la cual incluyó Cotaxtla, Toztlan y la cuenca del río Alva­rado, hasta la Chinantla, posesión del marquesado conocido como Tuxtla y Cotaxtla. Después de que la antigua Toztlan fue sustituida por Santiago de Tuxtla, su poder político se concentró en un alcal­de mayor, al igual que las demás fundaciones, pero en 1540 se decidió suprimir las alcaldías y se creó la figura del magistrado quien gober­naba sobre los pueblos de Tuxtla y Cotaxtla, la cual tenía su sede en Tuxtla. A recomendación de Diego de Ordaz, quien había explorado la región por órdenes de Cortés, en 1534 se eligió el pueblo de San­tiago —ubicado en el extremo norte de la serranía— para establecer la primera hacienda azucarera de la Nueva España, la hacienda de Tepeaca.221

A continuación se presenta un cuadro que contiene, por regiones y proyectos, las propuestas de las zonas navegables, las rutas principa­les y las asociaciones entre los distintos centros arqueológicos (véase cuadro 3). Aunque existen muchos vacíos, podemos ubicar las vías po tenciales más utilizadas de acuerdo con las interpretaciones de los investigadores que han trabajado la región de Los Tuxtlas. Asimismo, al hacer una cronología tenemos una idea de las zonas navegables en función de las etapas temporales identificadas en cada área de es­tudio. Además se presentan tres mapas que contienen la información del cuadro 3 (véase anexo: mapas 1, 2 y 3), lo que permite visualizar, de manera más clara, las posibles vías fluviales internas y el papel que desempeñó la costa.

Contextos arqueológicos, contextos navegables 139

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Contextos arqueológicos, contextos navegables 141

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1 Diehl, 2000, cit. pos. Arnold III y Pool, 2008: 5. 2 Estas metodologías, independientemente de las ambigüedades que puedan ge­

nerar, basan su proceder en que la recuperación de la información en campo debe servir para el análisis de los patrones de asentamiento —no sólo de registrar lo identificado—, con lo cual se busca reconocer las fuerzas dinámicas que se encuentran detrás del registro espacial estático de los antiguos asentamientos (Arnold III y Pool, 2008: 12).

3 Pool, 2006: 189­241, cit. pos. Arnold III y Pool, 2008: 5. 4 De acuerdo con Budar, la zona II es la sierra de Santa Marta, y la III la del vol­

cán San Martín Pajapan (Budar, 2012: 53­54). 5 Budar, 2012: 57. 6 Vásquez, 2008: 24; Stoner, 2011: 168. 7 Drucker, 1943; Coe, 1965: 684­686; Pool, 2007; Vásquez, 2008: 24, cit. pos.

Stoner, 2011: 169. 8 Valenzuela y Ruppert, 1942: 113­130; Valenzuela, 1945a: 83­107 y 1945b: 81­94,

cit. pos. Vásquez, 2008: 25. 9 Stoner, 2002: 169. 10 De acuerdo con Stark y Arnold III, la naturaleza de las relaciones entre Teo­

tihuacán y las tierras bajas del golfo ha sido un tema constantemente sometido a un debate infructuoso (Stark y Arnold III, 1997: 10). La discusión se ha en­focado en torno al grado en que Teotihuacán pudo haber tenido un impacto económico en las tierras bajas del golfo, así como en la existencia de una imita­ción estilística de las élites teotihuacanas, o bien si hubo o no una interferencia política por parte de las mismas. Los investigadores llaman la atención respecto al hecho de que el tema ha sido trabajado con datos insuficientes y un escaso en­ten dimiento de la historia local de la región como para contrastarla con eviden­cia relacionada con Teotihuacán. El hecho es que esta importante ciudad del Altiplano Central parece haber establecido diferentes relaciones con distintos segmentos de las tierras bajas del golfo, de los cuales aún no se entienden del todo sus sistemas económicos y políticos (Vásquez, 2008: 24).

11 Beverido, 1987: 185, cit. pos. Vásquez, 2008: 27. 12 Tellenbach, 1977; Vásquez, 2008: 26­27. 13 Santley, 2007: 3. 14 Pool, 2007: 168; Santley et al., 1984, cit. pos. Stoner, 2011: 169. 15 Santley, 2007: 5. 16 Ortiz y Santley, 1988; Santley, Kneebone y Kerley, 1985: 107­119; Santley,

Yarborough y Hall, 1987: 115­134; Pool, 1990: 168, cit. pos. Stoner, 2011: 169­170.

17 Arnold III, 1987; Pool, 1990, cit. pos. Santley, 2007: 6. 18 Stoner, 2002. 19 Santley, 2007: 170. 20 Pool, 1997a; Pool y Britt, 2000: 139­161, cit. pos. Stoner, 2011: 170.

142 Veredas de mar y río

21 Killion, 1987; 1990: 191­215. 22 Arnold III, 1988: 357­383, cit. pos. Stoner, 2011: 170. 23 Sanders, Parsons y Santley, 1979; Santley y Arnold III, 1996: 225­249, cit. pos.

Vásquez, 2008: 29. 24 Williams y Hazer, 1965; Stark, 1978; Santley, 1989; Arnold III et al., 1993;

Sant ley y Arnold III, 1996: 225, cit. pos. Vásquez, 2008: 29, 31; Stoner, 2011: 170.

25 Santley, 2007: 3. 26 Ibíd: 4. 27 Ibíd: XII. 28 Santley y Arnold III, 1996: 226. 29 Ibíd: 225­226. 30 Pool, 1997a y 2007. 31 Knight, 1999; Kruszczynski, 2001, cit, pos, Stoner, 2011: 171. 32 Santley y Arnold III, 1996; Arnold III, 1999: 157­170; Arnold III y McCor­

mack, 2002, cit, pos, Stoner, 2011: 171. 33 Santley et al., 2000; Reinhardt, 1991. 34 McCormack, 2002. 35 Stoner, 2002. 36 VanDerwarker, 2003. 37 Santley y Arnold III, 1996; Killion y Urcid, 2001: 4; Urcid y Killion, 2008:

261; Stoner, 2011: 172. 38 Stoner, 2011: 172. 39 La isla Agaltepec la mencionaron primero Blom y La Farge, en 1926, posterior­

mente la estudiaron Valenzuela, en 1937, y Coe, en 1965. 40 Berdan et al., 1996; Carrasco, 1996; Smith y Berdan, 2003. 41 Santley y Arnold III, 1996; Esquivias, 2002. 42 Arnold III, 2004: 2­3; Stoner, 2011: 172. 43 Arnold III, 2004: 23­24. 44 Stoner, 2011: 172. 45 Venter, 2008; Stoner, 2011: 172. 46 Stoner, 2011: 171. 47 Arnold III, 2008: 67. 48 Stoner, 2011: 40. 49 Ibíd: 167. 50 Este sitio fue registrado durante la exploración de Tulane, en 1925, y se mostró

por primera vez un dibujo en la obra Tribus y templos de Franz Blom y Oliver La Farge. En 1960 el maestro Alfonso Medellín Zenil dio la instrucción de trasladar el monumento al Museo de Antropología de Xalapa. En la década de los seten­ta el arqueólogo Marco Antonio Reyes realizó excavaciones en las que se recu­peraron fustes de columnas y otros objetos (Budar, 2008: 106­107).

51 Budar, 2008: 106­107. 52 Ibíd: 107. 53 Budar, 2008, 2010 y 2012.

Contextos arqueológicos, contextos navegables 143

54 Arnold III, 2008: 73. 55 Santley, 2007: 1. 56 Santley y Arnold III, 1996. 57 Ortiz, 1975; Ortiz y Santley, 1988; Pool, 1995; Knight, 1999; Kruszczynski, 2001,

cit. pos. Stoner, 2011: 21. 58 Santley, 2007: 24. 59 Tomado del cuadro 3.1 de Santley, 2007: 249. 60 Coe y Diehl, 1980. 61 Santley, 2007: 2. 62 Coe, 1965; Stuart, 1993. 63 Stuart, 1993. 64 Laborde, 2006. 65 Drucker, 1981: 29­47; Rust y Sharer, 1988: 102­104; Grove et al., 1993: 91­95;

Grove, 1997: 51­101, cit. pos. VanDerwarker, 2003: 33. 66 Santley, 1992; Pool, 1997a; Santley, Arnold III y Barrett, 1997. 67 Santley y Arnold III, 1996; McCormack, 2002; VanDerwarker, 2003: 40. 68 Stark y Arnold III, 1997. 69 VanDerwarker, 2003: 41. 70 Santley y Arnold III, 1996. 71 Ochoa, 2000. 72 Fraccionamiento de las entidades políticas. 73 Arnold III, 2008: 71­72. 74 Santley, Arnold III y Barrett, 1997: 174. 75 Ibíd: 179; Santley, 2007: 249. 76 Santley y Arnold III, 1996. 77 Ibíd: 228; Santley, 2007: 25. 78 Vásquez, 2008: 33. 79 Santley, 2007: 27. 80 Santley y Arnold III, 1996: 228; Santley, Arnold III y Barrett, 1997: 181; Sant­

ley, 2007: 26. 81 Santley y Arnold III, 1996: 228. 82 Ídem; Santley et al., 2000; Santley, 2007: 27. 83 McCormack, 2002. 84 Santley y Arnold III, 1996: 231. 85 Ídem: Santley, 2007: 30­31. 86 Killion y Urcid, 2001: 7. 87 Pool et al., 2010: 101. 88 Vásquez, 2008: 33. 89 Santley y Arnold III, 1996: 229; Santley, 2007: 32. 90 Santley, 2007: 32. 91 Ibíd: 32­33. 92 Santley, 1992. 93 Killion y Urcid, 2001: 7 y 9. 94 Stoner, 2011: 305­306.

144 Veredas de mar y río

95 Pool, 2007. 96 De la Fuente, 1996: 41­9; Pool, 2007: 117­118, cit. pos. Stoner, 2011: 309. 97 Santley, 2007: 33­34. 98 Santley y Arnold III, 1996: 231; Santley, 2007: 34. 99 Santley y Arnold III, 1996; McCormack, 2002.100 Santley, 2007: 42.101 Killion y Urcid, 2001: 9.102 Pool, 2007: 247.103 Pool y Ohnersorgen, 2007: 24, cit. pos. Stoner, 2011: 318.104 Stoner, 2011: 318.105 VanDerwarker, 2003: 202.106 Ibíd: 47­52.107 Santley, 2007: 43.108 Stoner, 2011: 321.109 Ibíd: 324.110 Santley, 2007.111 Pool, 2007: 246.112 Stoner, 2011: 325.113 VanDerwarker, 2003: 114.114 Ibíd: 64­65.115 Santley, Arnold III y Barrett, 1997; VanDerwarker, 2003: 114.116 Daneels, 2002: 655­683; Pascual, 2002: 79­82; Stark, 1990: 243­285; Santley,

Arnold III y Barrett, 1997; Yarborough, 1992, cit. pos. Stoner, 2011: 15.117 Santley, Yarborough y Hall, 1987: 85­100; Yarborough, 1992: 41­55; Santley,

1994: 243­266; Spence, 1996: 333­353; Cowgill, 1997: 129­161; Ortiz y Sant­ley, 1998: 377­460; Arnold III y Santley, 2008, cit. pos. Stoner, 2011: 16.

118 Coe, 1965: 704­705, cit. pos. Stoner, 2011: 137.119 Arnold III y Santley, 2008: 296.120 Ibíd.121 Pool, 1997a: 41­55, cit. pos. Stoner, 2011: 16.122 Arnold III y Santley, 2008, cit. pos. Stoner, 2011: 15.123 Santley, Yarborough y Hall, 1987: 85­100; Pool, 1997a: 41­55; Spence, 1996:

333­353, cit. pos. Stoner, 2011: 137.124 Budar, 2012: 68­69.125 Arnold III, 2008, 70; Budar, 2010; Santley, 2007: 63 y 66.126 Santley, 2007: 160.127 Budar, 2012: 55.128 Ibíd: 55­56.129 Guevara, 2010: 105.130 Santley, 2007: 45.131 Vásquez, 2008: 33.132 Santley y Arnold III, 1996: 231; Santley, 2007: 46.133 Arnold III, 2008: 70.134 Santley y Arnold III, 1996: 232; Santley, Arnold III y Barrett, 1997: 183­184.

Contextos arqueológicos, contextos navegables 145

135 Arnold III, 2008: 70­71.136 Stoner, 2011: 328.137 Arnold III, 2008: 71.138 Santley y Arnold III, 1996.139 Pool y Britt, 2000: 139­161, cit. pos. Killion y Urcid, 2001: 9.140 Santley y Arnold III, 1996.141 Killion y Urcid, 2001: 9.142 Venter, 2008.143 Santley, 2007: 48.144 Ídem.145 Santley, Arnold III y Barrett, 1997: 168.146 Santley y Arnold III, 1996: 233­234.147 Ibíd: 236.148 Stark, 1989, 2001, cit. pos. Stoner, 2011: 297.149 Stoner, 2011: 297.150 Urcid y Killion, 2008.151 Stoner, 2011: 350.152 Santley, 2007: 48.153 Ídem.154 Santley y Arnold III, 1996: 236.155 Santley, 2007: 56.156 Santley, 1991, cit. pos. Stoner, 2011: 351.157 Killion y Urcid, 2001: 9.158 Coe y Diehl, 1980; Rust y Sharer, 1988: 102­104; Gómez Rueda, 1996; Nagy,

1997: 253­277; Sisson, 1983: 195­202; Symonds y Lunagómez, 1997: 144­173, cit. pos. Killion y Urcid, 2001: 11.

159 Stoner, 2011: 351.160 Santley, 2007: 65­66.161 Ibíd: 66.162 Santley y Arnold III, 1996: 239.163 Ibíd: 239­240.164 Santley, 2007: 68­69.165 Santley y Arnold III, 1996; Santley, 2007.166 Stoner, 2011: 357, 360, 363­364.167 Santley, 2007: 70.168 Arnold III y Santley, 2008: 293­294.169 Coe, 1965; Scholes y Warren, 1965; Stark, 1978; Santley y Arnold III, 1996;

Killion y Urcid, 2001; Esquivias, 2002; Venter, 2008: 7; Budar, 2012.170 Venter, 2008: 14.171 Seler, 1922: 543­556; Friedlaender y Sonder, 1923: 162­187; Blom y La Farge,

1926, cit. pos. Venter, 2008: 32­33.172 Como las esculturas de basalto zoomórficas de Totogal o los montículos en

Monte Pío estudiados por E. Kerber en 1882.

146 Veredas de mar y río

173 Del Paso y Troncoso, 1905; Scholes y Warren, 1965; Stark, 1978; Gerhard, 1986: 342; Venter, 2008: 25.

174 Pool, 1995; Killion y Urcid, 2001; Esquivias, 2002; Arnold III y Venter, 2004; Venter, 2008.

175 Arnold III, 2005, cit. pos. Venter, 2008: 27.176 Venter, 2008: 27.177 Pool, 1995; Killion y Urcid, 2001; Arnold III, 2004; Venter, 2008.178 Daneels, 1997: 206­252; Stark, 2008: 38­63, cit. pos. Venter, 2008: 45.179 Venter, 2008: 45.180 Del Paso y Troncoso, 1905; Esquivias, 2002.181 Venter, 2008: 32.182 Santley y Arnold III, 1996.183 Ibíd: 240.184 Arnold III, 2005, cit. pos. Venter, 2008: 42­43.185 Venter, 2008: 42­43.186 Esquivias, 2002; Smith y Berdan, 2003; Arnold III, 2004.187 Arnold III, 2004: 8.188 Valenzuela, 1937 y 1945a, cit. pos. Arnold III, 2004: 6.189 Arnold III, 2008: 72.190 Arnold III, 2004: 6­7.191 Ibíd: 4.192 Killion y Urcid, 2001: 15.193 Ibíd: 17­18.194 Stark, 1978; Arnold III y Santley, 2008: 295.195 Arnold III y Santley, 2008: 295.196 Gerhard, 1986: 350.197 Melgarejo, 1949: 311.198 Gerhard, 1986; Barlow, 1992; Berdan et al., 1996; Carrasco, 1996; Esquivias,

2002; Venter, 2008: 5.199 Barlow, 1992.200 Esquivias, 2002: 50.201 Berdan et al., 1996.202 Esquivias, 2002: 50.203 Carrasco, 1996.204 Esquivias, 2002: 50.205 Killion y Urcid, 2001: 16.206 Carrasco, 1996; Esquivias, 2002.207 Gerhard, 1986.208 Venter, 2008: 6.209 Carrasco, 1996.210 Berdan et al., 1996.211 Esquivias, 2002: 50.212 Urcid y Esquivias, 2000.213 Medel y Alvarado, 1993: 29.

Contextos arqueológicos, contextos navegables 147

214 Esquivias, 2002: 51.215 Del Paso y Troncoso, 1905.216 Gerhard, 1986; Medel y Alvarado, 1993.217 Gerhard, 1986.218 Venter, 2008: 2.219 Ibíd: 9­10.220 Bermúdez, 1978; Medel y Alvarado, 1993; Rivas, 1999; Urcid y Esquivias,

2000, cit. pos. Venter, 2008: 47.221 Guevara, 2010: 116­117.

capíTulo 4

Construyendo un modelo heurístico:evaluación del potencial de navegación

de Los Tuxtlas

En los capítulos anteriores se presentó la revisión de antecedentes que permitió identificar cuáles han sido los ejes temá ticos para analizar una posible práctica de la navegación durante la época

pre hispánica. Derivado de esto, se concluyó que no hay evidencias su ficientes respecto a la misma; no que no haya existido, sino que pa­rece ser que no se han detectado evidencias claras. Por lo tanto, el ar gumento para hablar sobre esta actividad se ha establecido en fun­ción de dos líneas temáticas: la primera, las características pro pias de un paisaje que está inundado y rodeado de ríos, y que presenta pla ­ni cies aluviales; la segunda, la potencialidad de la región como yaci­miento de basalto, el cual, de acuerdo con los estudios realizados, se de bió transportar por ríos o por la costa, aunque no se tienen pruebas contundentes de esto.

Con el desarrollo de la caracterización del entorno se planteó la unidad regional de Los Tuxtlas, concebida como un paisaje, es decir, como el entorno percibido, modificado y valorizado por el ser hu­mano. Se le estableció como nuestra unidad de estudio, integrando datos ambientales, arqueológicos, históricos y cartográficos, con el pro pósito de poder acercarnos al problema de la navegación tanto en la época prehispánica como en la colonial.

Posteriormente, la revisión de las condiciones particulares de los estudios arqueológicos que se han realizado en la región, y la sistema­tización, interpretación y evaluación de la información disponible, nos permitió generar mapas que señalan las vías potenciales de nave­gación. Por supuesto, esto con algunas carencias y en función de los trabajos revisados resulta aún limitado.

150 Veredas de mar y río

Así, en tanto que los datos arqueológicos pueden ser por ahora in­suficientes para hablar de la navegación, en este capítulo se plantea una metodología que surge de la aplicación de Sistemas de Informa­ción Geográfica (SIG) a nuestro problema. Como ya mencionamos, el paisaje ha sido abordado por los enfoques cuantitativos como un objeto de estudio geométrico y abstracto, pero recordemos que también ha sido reivindicado por las nuevas corrientes como un paisaje huma­nizado.1 Sin necesidad de separarse de esta última posición, que es la que hemos adoptado desde el inicio, consideramos la pertinencia de plantear un modelo de análisis del paisaje enfocado únicamente en pa­rámetros y aspectos geográficos que busque resolver el problema fun­damental para poder abordar la navegación. Este problema gira en torno a la evaluación de la unidad regional de Los Tuxtlas como uni dad fisiográfica navegable, es decir, la pregunta que conduce esta evaluación sería: ¿cómo se pueden identificar las áreas navegables de nuestra región de estudio? Contestar esta pregunta tan básica pue­de parecer innecesario, pero es en realidad fundamental comenzar a generar un corpus de indicadores tanto geográficos como culturales que en conjunto nos permitan caracterizar la práctica de la navegación de manera más contundente.

Para plantear esta propuesta, cuyo carácter puede definirse como metodológico, brevemente contextualizaremos cómo el interés por el estudio del paisaje en la historia y la arqueología, a lo largo del siglo XX, ha generado nuevas interrogantes y perspectivas en la comunidad académica. En el caso de la arqueología la corriente más clara donde la integración de disciplinas se ha desarrollado es en la rama de la ar­queología del paisaje. Sin embargo, carente aún de una metodología general clara, e incluso de una definición compartida por todos, con­lleva el riesgo de la particularización que hay que evitar en la medida de lo posible, siendo conscientes del alcance y las posibilidades de los es tudios parciales y estableciendo, desde el principio, planteamien­tos que permitan su integración en visiones a mayor escala.

En la arqueología del paisaje conviven hasta la fecha, de forma qui zás algo caótica y en ocasiones ecléctica, las tendencias de los últimos años en la arqueología: historia, geografía y antropología. En este corpus interdisciplinario la evolución y perfeccionamiento de téc­

Construyendo un modelo heurístico... 151

nicas de teledetección y fotointerpretación, y el uso de los SIG, han generado importantes aportes.2

De acuerdo con Orejas, se puede llevar a cabo un estudio serio si consideramos el riesgo de generar algunos reduccionismos: ejemplo de esto es el peligro de “cosificación” al considerar el paisaje como un reflejo, una materialización concreta de la sociedad, sin someterlo real­mente a un análisis sociohistórico. De aquí derivan dos riesgos más: continuar haciendo una arqueología objetual en la que simplemente cambiamos de escala. Es decir, limitar el estudio a un análisis morfo­lógico que puede ser exhaustivo a partir de la recopilación de un con­junto de detalles que llegan a ser extremadamente finos. Este análisis morfológico del paisaje permite la detección e identificación de rasgos individuales y sus relaciones; correctamente estudiado proporciona una sólida base, pero no cierra el análisis, por lo que debemos evitar caer en lo que Orejas denomina “un descriptivismo complejo”, es decir, una profusa cantidad de datos que en conjunto y sin ser inter­pretados no dicen nada. El segundo riesgo es caer de nuevo en visio­nes estáticas, no podemos olvidar que un paisaje es el efecto de una sociedad por lo que debemos plantearlo en los términos dinámicos de la formación social, en construcción continua a lo largo del tiempo. Como se ha mencionado antes, el espacio es social tanto como la so­ciedad es espacial, por eso hablamos de paisaje.3

Debemos recalcar además que el paisaje es multiforme, todo me­nos homogéneo. Una lectura plana nos lleva a una de las más peligro­sas trampas en la arqueología del paisaje: la correspondencia directa entre elementos morfológicos del paisaje y su significación social y cultural.4 En este caso, no se trata de asegurar la navegabilidad de la región en función de los numerosos cuerpos de agua presentes en ella; más bien se plantea una propuesta de análisis espacial que busca ge­nerar más argumentos para sustentar que en la región había ríos na­vegables. La propuesta que se desarrolla es un paso inicial dentro de un proceso de argumentación que más adelante incluirá datos de carác­ter histórico para sostener que hay evidencias que permiten rastrear la práctica de la navegación en la época prehispánica. Es un modelo que además debe ser enriquecido con nuevas variables y que es flexi­ble, ya que pue den modificarse los parámetros que se manejan.

152 Veredas de mar y río

Antes de pasar al desarrollo del mismo, debemos considerar que la aplicación de una técnica o el uso de un documento, por muy sofisti­cado que sea y por mucha información que pueda proporcionar, no constituyen una labor de investigación sino un apoyo. El tratamiento de los datos nunca los hace más reales ni resuelven de todo el proble­ma, tan sólo los dispone, los prepara, los analiza, destacando algunos aspectos que de otro modo pueden pasar desapercibidos o a la inver­sa.5 Precisamente con esta visión es que se elabora una metodología que nos permite comenzar a identificar áreas navegables a partir de da tos geográficos, recalcando siempre que a esto deberían idealmente integrarse los indicadores culturales.

El vínculo entre los Sistemas de Información Geográfica (SIG)y la arqueología

Antes de comenzar la explicación del método propuesto y su aplica­ción en la región de Los Tuxtlas, debemos mencionar algunos aspec­tos pertinentes respecto a los SIG y su relación con la arqueología. Estos pueden inicialmente definirse como un conjunto de elementos que permiten el acceso, consulta, tra tamiento, análisis y presentación de datos espaciales, contenidos en formatos alfanuméricos digitales cuya visualización es en forma de ma pas.6 Es decir, la información que se plasma en un mapa siempre estará vinculada a éste en forma de una matriz de datos que se visualiza co mo una tabla y que contie­ne la información alfanumérica que se ha reco lectado en campo —por ejemplo, al realizar una topografía o mediciones con un GPS— o que fue solicitada a alguna institución gubernamental o privada —por ejemplo al Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI)—.

Desde la aparición de los SIG, a principios de la década de los noventa, su extensión y aplicación ha resultado imparable, siendo en la actualidad una plataforma de trabajo imprescindible en el trata­miento, gestión y análisis de la dimensión espacial en la arqueología.7 Los análisis con base en los SIG se han planteado pa ra procesar la información espacial integrada por datos materiales y factores geo­

Construyendo un modelo heurístico... 153

gráficos. El uso más conocido a lo largo de la historia de la dis ciplina arqueológica y su relación con los SIG ha consistido en de sarrollar medidas meticulosas para producir mapas de distribución de puntos —estos pueden representar, por supuesto, cualquier cosa que le inte­rese al investigador, como sitios o rasgos arqueológicos—, y han sido algunos de los únicos medios efectivamente científicos de los ar queó­logos para evaluar el espacio. La importancia de producir estos mapas radica en la comprensión horizontal de las relaciones en tre los rasgos arqueológicos. Es importante notar que estos marcos analíticos sólo revelan aspectos estáticos del espacio donde el signifi cado de las acti­vidades humanas en el pasado y los factores que incidieron en ellos no siempre han sido el foco de interés de las investigaciones.8

No nos adentraremos ahora a las múltiples aplicaciones que se le han dado a los SIG, para esto existe una numerosa bibliografía dis po­ni ble que trata sobre el tema;9 más bien nos enfocaremos en el im pac­to que los SIG han tenido en la disciplina arqueológica y que ha re­basado la gestión de datos, planteando un importante debate con res pecto a las consecuencias que su uso ha podido tener en un orden más interpretativo y teórico. Por ejemplo, con respecto a la concep­ción del propio registro arqueológico, el resurgimiento —o reforza­miento— de las ex plicaciones de carácter determinista medioam­biental de las estrategias de adaptación humana en el territorio, o bien su relevancia en el aná lisis de paisajes cognitivos dentro de las pro­puestas posprocesualistas inspiradas en la hermenéutica y la fenome­nología.10 Estas discusiones han hecho que existan tanto detractores como entusiastas en cuanto al uso de los SIG en la arqueología. Por ejemplo, en cuanto a la precaución en su aplicación, Kimura advierte cómo la populariza ción del uso de los SIG puede derivar en aproxi­maciones simples no analíticas que sólo buscan un despliegue gráfico basado en su impacto visual.11 Sharon y sus colaboradores hacen un recuento de los prin cipales problemas que puede representar el uso de los SIG,12 resumidos a continuación:

• La cantidad de tiempo que necesita un usuario para familiarizarse con el diverso software existente y aprender a manejarlo de ma­nera efectiva, resulta excesiva.

154 Veredas de mar y río

• El tiempo que se requiere para el procesamiento de datos puede llegar a ser muy largo, dependiendo de las capacidades técnicas del equipo con el que se cuente y de la capacitación del usuario.

• Considerar que es realmente poco lo que se puede hacer con es­tos sistemas y que sólo sirven para digitalizar la información que es creada manualmente.

En general, éstas son las circunstancias que muchos usuarios experi­mentan al enfrentarse a los SIG por primera vez, por lo cual plantea­remos que en realidad constituyen problemáticas que van de la mano de la necesidad de entender de lleno las limitaciones y la potencia­lidad de estas herramientas, así como de la capacitación en el uso de las mismas. Antes que nada debemos entender que constituyen una valiosa herramienta que permite plantear nuevas preguntas y algu­nas vías para responderlas, más nunca para alcanzar la respuesta en sí. Recordemos que un mapa, sea uno del siglo XVI o de la época mo­derna, es una representación de la realidad en dos dimensiones, por lo tanto, al ser una imagen nunca podrá proporcionarnos la informa­ción objetiva que nosotros tendemos a solicitar de ellos. Los mapas son interpretaciones de la realidad en función de su creador y de la fi­nalidad de su elaboración. Pareciera que si hay una verdadera objeción para este tipo de herramientas, ésta iría en relación con adjudicarles el poder o la capacidad de modelar el comportamiento humano. En un análisis espacial, por ejemplo, al calcular la distancia entre un asenta­miento prehispánico y un cuerpo de agua, no debemos creer que es­tamos haciendo el cálculo del nivel de aprovechamiento del primero sobre el segundo; estamos calculando una relación exclusivamente espacial que podría responder a numerosas razones, tal vez ninguna de ellas vinculada con su explotación.

No profundizaremos más en esta discusión, pero sí cabe recalcar que hemos intentado ser muy cuidadosos con el proceso aplicado a nuestros datos geográficos, la selección primaria de las variables uti­lizadas y la interpretación del resultado. Así, concluimos que los SIG pueden y deben ser utilizados para algo más que para reelaborar la tra­dicional cartografía arqueológica de puntos sobre un mapa, ya que po­sibilitan la generación de mapas analíticos y temáticos que contribu­yen a la interpretación arqueológica, histórica y geográfica, utilizando

Construyendo un modelo heurístico... 155

plenamente las técnicas de análisis y manipulación de la información espacial de que disponen —interpolación, cálculo de visibilidad, dis­tancia, topografía, etcétera—.13

Propuesta metodológica para el estudio de la navegación enLos Tuxtlas

Esta propuesta metodológica puede presentarse como un conjunto de pasos que requieren el uso de un software que integre las herramien­tas para manejar información de tipo cartográfica. El software utili­zado para la elaboración de este modelo es ArcGis10.2, conjunto de programas que integran herramientas de diversos tipos para el análi­sis espacial, generado por ESRI (Enviromental Systems Research Ins­titute). Debemos recalcar que el uso de la información geográfica y la interpretación de los resultados constituyen un primer paso que busca sistematizar indicadores inicialmente de tipo geográfico, pero que pos­teriormente debe aceptar la integración de variables culturales. El modelo que se ha elaborado puede nombrarse Modelo de Evaluación de Áreas Navegables que constituye un modelo porque se conforma de pasos metodológicos ordenados, donde cada uno cumple un objetivo y cuyo resultado final se presta a interpretación. Es modificable, pues pueden integrarse variables o cambiarse los parámetros de las mismas. Por otro lado, en función de la evaluación de los criterios que explica­remos más adelante, puede determinar la identificación de un área que cumpla con los mismos. Si éstos cambian, la identificación del área también se verá modificada.

Antes de continuar se debe definir el tipo de datos con el cuál se tra baja en los SIG. Se trata de dos modelos de formatos digitales: raster —archivos de imagen como JPG, TIFF, PNG— y vectorial —puntos, líneas y polígonos—. El formato raster incluye fotografías y cualquier tipo de imagen digital. Su principal característica es que la imagen se integra por pequeñas celdas de igual tamaño conocidas como pixeles, las cuales poseen un valor numérico. El valor de cada cel da determina su color, con lo cual puede observarse la imagen to­tal de manera clara. Por otro lado, los datos de tipo vectorial se pue­den clasificar de la siguiente manera: punto, que puede ser un objeto

156 Veredas de mar y río

repre sentado con coordenadas (X, Y, Z) sin dimensiones —por ejemplo, la localización de un árbol, de un basamento arqueológico, de un poste o una casa—; línea, que se constituye por una cadena de pun tos y su principal propiedad es la longitud —puede representar un camino o un río, entre otros—; y polígono, que es un conjunto de puntos, donde el punto de inicio es al mismo tiempo el punto final, formando una figura geométrica cerrada con un interior y un exte­rior, sus atributos son perímetro y área —por ejemplo, una cuenca hidrográfica, un lago o un área de cultivo—.14

Con esta concisa definición de los tipos de imágenes y datos, tra­taremos de definir el proceso típico de análisis de la información geo­gráfica:15

• Entrada de datos: la información espacial disponible se introdu­ce en el SIG mediante la digitalización. Estos datos pueden ad­quirirse por varios métodos: escaneo de imágenes de fotografías aéreas, recolección en campo y elaboración de tablas; informa­ción obtenida de herramientas como estaciones totales y GPS, entre otras.

• Creación de una base de datos espacial: es toda la información al­fa numérica que se convierte en capas que pueden ser visualizadas y que cada una de ellas contiene un tema distinto. Por ejemplo, una capa de tipo de suelos, de red hidrográfica, de ubicación de sitios, entre otros.

• Manipulación y análisis: por medio del SIG se puede acceder a distintas funciones que permiten realizar análisis espaciales, con­sulta y modelado de datos.

• Visualización: la creación de mapas de diversos tipos y con propó­sitos específicos es el producto final que generalmente se asocia con este software. Ésta se considera la función más importante de los SIG.

Esta pequeña introducción al funcionamiento general de los sistemas de información geográfica es necesaria para poder explicar el proceso metodológico que se describe a continuación. Bastará recordar los ti­pos de datos y los procesos generales que implican el uso del SIG, cuyo

Construyendo un modelo heurístico... 157

objetivo final será mostrar diversos mapas que se prestan a la inter­pretación del usuario.

Parámetros teórico-metodológicos del análisis espacial

¿Qué queremos saber?

A lo largo de los capítulos anteriores hemos hablado del concepto de paisaje como nuestra unidad de estudio principal. Nos vimos obliga­dos a proceder de este modo ante la carencia de datos concretos e integrados que nos permitan el análisis de la práctica de la navega­ción, al menos durante la época prehispánica, lo que no sucede en la época colonial donde contamos con datos mucho más exhaustivos.

Dado que uno de los principales objetivos que nos planteamos des­de un inicio consistió en elaborar una propuesta para abordar el pro­blema desde el estudio del paisaje, la forma de cumplirlo fue median­te la elaboración de un modelo sencillo de evaluación multicriterio planteado a partir de la siguiente pregunta: ¿qué hace que un área sea navegable? Ésta puede parecer una pregunta de lo más sencilla, sin em­bargo, habría que buscar no caer en un reduccionismo para contestarla en función de la presencia de un cuerpo de agua. Es decir, la presen­cia de un río, por ejemplo, no necesariamente implica que haya sido navegable. La relevancia de esto radica en que, como se vio en el apartado de la hidrografía de la región de Los Tuxtlas, la presencia de ríos es abrumadora, tanto dentro como rodeando el sector monta­ñoso, con lo cual podría afirmarse que por la presencia de estos cuerpos de agua el área fue navegada. Como hemos visto, muchas de las in­terpretaciones que desde la arqueología se han elaborado sobre las posibles rutas, se han planteado en función de la presencia de los ríos y su asociación con asentamientos prehispánicos cercanos o lejanos. Esta interpretación no es necesariamente errónea, pero ante las afir­maciones sobre la práctica de la navegación en Los Tuxtlas, sistema­tizadas en los apartados anteriores con la revisión de antecedentes y de los datos disponibles, consideramos que hace falta mayor susten­to del por qué y cómo pudo haber sido navegada la región. Para esto se

158 Veredas de mar y río

ha considerado plantear cuáles serían los parámetros geográficos con el fin de identificar la navegabilidad de un área.

Para identificarla se lleva a cabo un análisis espacial que se basa en un modelo analítico que busca determinar la correlación entre dos variables: por un lado, la presencia de un río principal —éstos se eli­gieron por ser los de mayor longitud y cauce— por otro lado, derivado de la altitud, se ha considerado el factor de la pendiente del terreno.16 La razón de elegir estos dos parámetros proviene de la necesidad de la presencia de un cuerpo de agua para navegar y que el terreno por don de éste pase tenga ciertas características que permitan su nave­gación. Se ha seleccionado la pendiente del terreno porque resulta ser una variable que puede obtenerse de los datos de altitud y que es necesario integrar por las propias características morfológicas de la re­gión, y que presenta numerosos cambios de elevación y de inclinación en su superficie debido a la presencia de volcanes. Por supuesto, esta elección es básicamente arbitraria y pueden incorporarse más paráme­tros, pero se decidió trabajar con estos dos —presencia de ríos princi­pales y pendiente— para simplificar la explicación de la metodología.

En el siguiente esquema se presenta la secuencia para llevar a ca bo la eva luación de los criterios y así generar un mapa que indique cuáles son las áreas que de acuerdo con los dos parámetros geográficos cum­plen con las condiciones establecidas por el modelo para ser navega­das.17 A continuación explicaremos cada uno de estos procesos.

¿Cómo se establecieron las variables?

El paso 1, que consiste en la introducción de datos, tiene que ver con la toma de decisión respecto a la información requerida. En este caso es necesario explicar cómo se establecieron las variables. Como he­mos mencionado antes, la primera pregunta fue: ¿qué hace que una región sea navegable? No existen lineamientos definidos de variables correctas para el análisis, pero se pueden identificar variables poten­ciales. Por supuesto, la primera respuesta es que exista un cuerpo de agua con determinadas características; la segunda, son las condiciones fisiográficas del terreno. Esto nos llevó a elegir el factor de la elevación y, derivado de esto, el de la pendiente del terreno en función de que

Construyendo un modelo heurístico... 159

Esquema que presenta el orden de lospasos necesarios para llevar a cabo una evaluación multicriterio

su inclinación medida en grados tendría que intervenir en la posibi­lidad de que el cuerpo de agua fuera o no navegable.

Se descartó cualquier otra variable que implicara la extrapolación de los datos al pasado. Es decir, no hubiera sido útil considerar un mapa de vegetación actual después de la revisión histórica realizada so bre la modificación de la región desde la llegada de los españoles. Así que a la pregunta de ¿qué requiere un área para ser navegable? La primera respuesta es: se necesita un cuerpo de agua y de un terreno que permita un traslado seguro. Los parámetros utilizados son “cuer­po de agua”, para lo cual se eligió a los ríos de mayor cauce —San Juan, Tepango, Tecolapan, Grande de Catemaco, Michapan, Cuetzala­pan, Ozuluapa, Texizapan, Huazuntlan, Prieto y San Agustín—, y los tres principales cuerpos de agua de la región —lago de Catemaco y lagunas de Sontecomapan y del Ostión— de acuerdo con la clasifica­ción de INEGI y con los datos disponibles en la red hidrográfica en escala 1:20 000.18 Se decidió trabajar con estos datos para ilustrar la metodología de manera más concisa, aunque los arroyos y las corrien­tes de menor tamaño se pueden integrar sin ningún problema. El pa­

Fuente: McCoy et al., 2001-2002: 23; cuadro modificado por la autora.

160 Veredas de mar y río

rámetro de elevación se estableció a partir del mapa de curvas de nivel en escala 1: 20 000.

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Construyendo un modelo heurístico... 161

Derivación de información nueva

Una vez que tenemos al menos dos variables definidas: elevación y cuerpos de agua, necesitamos plantear qué nueva información po­demos obtener con la aplicación del SIG. En este punto se lleva a cabo el paso 2 que consiste en crear datos nuevos de la información disponible —cuando sea posible—. Del mapa de las curvas de nivel es posible derivar un mapa de elevación que consiste en una imagen ras ter —con pixeles— en la cual se interpolan los datos de altitud en­tre una curva y otra para generar una superficie continua que mantiene los datos de elevación en cada pixel que constituye la imagen (véase anexo: mapa 4). Este mapa se utiliza posteriormente para elaborar uno de pendientes que es realmente la variable que nos interesa, en el cual los valores de altitud son reemplazados por valores de la incli­nación del terreno medida en grados (véase anexo: mapa 5).

Aquí, es necesario apuntar que los datos vectoriales, es decir, las líneas que constituyen el mapa de curvas de nivel fueron transforma­dos en una imagen raster, es decir, el mapa de elevaciones que pre­senta una superficie continua con valores altitudinales. De este mapa de elevación es posible derivar el de pendientes.19 En el mapa 5 se presentan las dos variables principales resultantes: pendiente y cuer­pos de agua —tanto lagos como ríos— que consideramos para elabo­rar la evaluación de la navegabilidad en la región.

Conforme se avanza en este proceso es necesario reconocer la au sencia de otros parámetros. Como ya hemos mencionado, uno de ellos pudo ser la vegetación, en este caso tal vez la presencia de hu­medales, pero se considera que el hecho de contar con información actualizada podría sesgar el resultado hacia la época moderna, auna­do a la imposibilidad de elaborar una reconstrucción paleoambiental precisa para la región. Por otro lado, se decidió no incluir ningún tipo de variable cultural bajo el riesgo de integrar datos cuya tempo­ralidad no es clara y para evitar una asociación de presencia­ausencia en función de los asentamientos prehispánicos cercanos o lejanos a los ríos. Esto no significa que no deba ser considerado más adelante; por ahora se propone una primera metodología considerando las dos va­riables mínimas que podrían mantenerse más o menos constantes a

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lo largo del tiempo: presencia del cuerpo de agua, en este caso ríos y lagos, y la pendiente del terreno.

Posteriormente, fue necesario plantear un criterio para la elec­ción del rango de pendiente medida en grados a partir de la interpo­lación de los datos altitudinales de los mapas de curvas de nivel ob­tenidos de INEGI en escala 1:20 000. El mapa de pendientes presenta 10 categorías en las cuales en color verde se representan los rangos de pendiente de 0° a 15° y en amarillo, naranja y rojo los rangos con pen­diente de 15° a 85°. El rango de pendiente es seleccionado en función de la descripción de las unidades de relieve de Geissert,20 donde el aná lisis de las mismas —lomeríos, sierras, etcétera— permite percibir que los valles fluviales no aparecen más allá de este valor de pendien­te (0° a 15°). Valores de pendiente superiores implican la presencia de serranías y lomeríos que dificultarían la práctica de la navegación. Por supuesto este valor puede ser modificado en función de la región de estudio, pero se decidió utilizar como rango óptimo para la navega­ción entre 0° y 15° de inclinación del terreno para el modelo.

El siguiente problema que se debe resolver es cómo correlacionar ambas variables. Es decir, cómo generar un mapa que no sólo encime una variable sobre otra, como se observa en el mapa 5 (véase anexo). Pues eso no estaría reflejando la correlación real de los parámetros que nos interesan, sino sólo empalmando una variable sobre la otra. De­bemos tener en cuenta que la variable de los cuerpos de agua es de tipo vectorial, constituida por líneas que indican los ríos y polígonos que representan los lagos y lagunas. Para que la correlación entre am­bas va riables pueda llevarse a cabo en el programa, es necesario que las dos sean del mismo tipo de dato, es decir, ambas vectoriales o ambas una imagen raster. De lo contrario, habría áreas del mapa de pendien­tes que no tendrían ningún dato con el cual correlacionarse al sobre­poner los vectores (véase anexo: ilustración 1).

Para resolver esto es necesario crear una imagen raster que derive de la capa vectorial de los cuerpos de agua. Esta imagen raster tiene que contener pixeles con algún dato que pueda ser correlacionado con el mapa de pendientes. Para el caso de los ríos esto representa un problema, pues cómo podemos asignar valores a una línea que repre­senta un río en el SIG. La forma de resolver esto es generando un valor de presencia para el río que se pueda observar en una superficie

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amplia. La presencia o ausencia de cualquier rasgo u objeto se da en función de su relación con otras cosas, en este caso, a través de la dis­tancia, entendida como una unidad métrica entre dos puntos. Con esto es posible elaborar un mapa de distancia en relación con los ríos. Esto queda más claro en la ilustración 1 donde se sobreponen los vectores sobre el mapa de pendientes. El área que éstos tocan —so­bre el mapa de pendientes— es mínima, por lo tanto no hay manera de correlacionar las variables.

En este sentido una opción es crear un mapa que indique de algu­na manera la presencia o ausencia de los cuerpos de agua. Esto se pue­ de lograr creando una imagen raster —con pixeles y que cubra un área continua— a partir de los vectores —líneas y polígonos— que repre­sente los cuerpos de agua y ríos. En ésta se observan áreas que muestran distancias cercanas o lejanas respecto a los vectores (véase anexo: mapa 6). De esta manera es posible empalmar las dos imágenes para establecer una correlación entre la variable de pendiente y la de los cuerpos de agua (véase anexo: ilustración 2). En el mapa 6, que re­presenta ese cálculo de la distancia respecto al río, el área amarilla contiene la menor distancia al cuerpo de agua, pero podemos consi­derarlo como el rango de presencia del mismo que cubre potenciales áreas inundables o de desborde del río. A los siguientes anillos de co­lores, aunque indican mayor distancia respecto al río, se les asigna el valor de no­presencia del río. De esta manera se genera un parámetro que cubre toda la superficie y que puede correlacionarse con el mapa de pendientes. Así, se concluye el paso 2 que consiste en construir los mapas de las variables que nos interesan.

¿Cómo integrar y analizar las variables?

El paso 3 se ha definido en el esquema anterior como una reclasifica­ción en una escala compartida (1­10) para dar los valores más altos a los atri butos o condiciones necesarias establecidas. Es decir, ya se ha elaborado el mapa de pendientes y el mapa que indica distancias res­pecto a los cuerpos de agua, del cual debemos recordar que la prime­ra área próxima a los vectores indica un área de “presencia”.

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Recapitulando, el propósito de esta metodología consiste en iden­tificar en un territorio determinado el espacio que cumpla con las variables establecidas las cuales, por supuesto, son arbitrarias con el fin de identificar el potencial de navegabilidad del mismo. Este mode­lo está enfocado en la correlación de variables basadas en la identifica­ción de factores ambientales en un área —puede incluirse cualquier otro tipo de información como sitios arqueológicos, rasgos culturales, etcétera— siempre y cuando la información se transforme en imáge­nes raster. Los valores que constituyen estas imágenes son, en el caso de la pendiente, los rangos en grados de inclinación de los cuales se consideran idóneos entre 0° y 15°, valores representados en color ver de en el mapa 5 (anexo). Por otro lado, en la imagen raster que presenta las distancias (véase anexo: mapa 6), el único valor real­mente importante es el de la distancia inmediata a los vectores de los cuerpos de agua, representada en color amarillo.

El paso 3, como ya se mencionó, consiste en reclasificar, es decir, recategorizar los dos mapas, el de pendientes y el de distancias, am­bos en imágenes raster cuyos valores en los pixeles sean de la misma clase. Esto es, necesitamos hacer equivalentes las dos imágenes, de lo contrario no podemos integrar kilómetros —del mapa de distan­cias— con grados de inclinación —del mapa de pendientes—. Para esto, se categorizan o reclasifican los dos mapas en una escala del 1 al 10, dándole el valor de 10 a las condiciones más idóneas de nave­gación y decreciendo hasta 1 que serían las condiciones menos fa­vorables (véase anexo: mapas 7 y 8). En este caso, el 10, en el mapa de la distancia, corresponde al área que está a no más de 3.5 km de los vectores, o bien, lo que es igual, al área amarilla del mapa 10. Del 9 al 1 serían los siguientes anillos o valores de distancia donde no hay cuerpos de agua. Sucede lo mismo con el mapa de pendientes, el 10 corresponde al rango de pendiente entre 0° y 2°; el 9 correspon­de entre 2° a 5°; el 8 entre 10° a 15° y así sucesivamente como puede observarse en el cuadro de equivalencias de categorías (véase cuadro 4). Ambas escalas indican que las mejores condiciones de navegación llevan el valor de 10, así que los pixeles con esos valores al correla­cionarse deberán dar como resultado la identificación de las áreas que cumplen con las variables de presencia de cuerpo de agua y de pendiente idónea. Esta correlación se refiere a que al juntar las dos

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imágenes, cada una con sus áreas asignadas con esta nueva escala, los pixeles con los mismos valores se fusionarán en uno solo, permi­tiendo que haya una nueva imagen donde pueda verse este comporta­miento de los valores. Esto se explicará más a detalle en el paso 4.

Cuadro 4. Categorías de los mapas de distancia y de pendiente, en relación con la escala única de valores del 10 al 1. Equivalencia entre ambas escalas

Valores de distancia (Km)

Escala equivalente Valores de pendiente (°)

0-3.5 10 0 - 2

3.5-7 9 2 - 5

7-10.5 8 5-10

10.5-14 7 10-15

14-17.5 6 15-20

17.5-20 5 20-30

20-25 4 30-35

25-28 3 35-40

28-30 2 40-50

30-35 1 50-85

Correlación de datos

En el esquema anterior, el último paso consiste en establecer valores de in fluencia de las variables para luego combinarlos, con el fin de vi sua­li zar la correlación entre éstas. Esto se refiere a que una vez que tene­mos los parámetros en la misma escala, con los mismos valores del 10 al 1, debemos combinar ambos mapas. Esto se hace con una herra­mienta del software ArcGis llamada calculadora raster que puede in­tegrar y analizar los valores de cada pixel —recordemos que los pixe­les de nuestros dos mapas tienen valores del 10 al 1— y combinarlos de distintas manera para ver la relación entre las imágenes. En ese sentido lo que se hace es volver a ponderar las variables para darle un

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peso al efecto que tiene la presencia de un cuerpo de agua y la carac­terística de la pendiente sobre si es o no navegable. Se trata de una evaluación del impacto de las dos variables.

Básicamente lo que sucede en este punto es que ambos mapas constituyen una unidad o poseen un valor de 100%. Así que se tiene que dar un valor de influencia a cada una de las variables de acuerdo con la importancia que se le dé a cada una de ellas. Por ejemplo, en este caso se le asignó un valor de 50% al mapa de distancia y 50% al de pendientes, con el fin de establecer una relación equilibrada en­tre ambas variables. La interpretación más sencilla de esto sería que es igual de significativo que haya un cuerpo de agua, a que haya una pendiente no inclinada en el terreno. Esto puede modificarse, por ejem plo, si asignáramos un valor de 75% al mapa de distancia y 25% al de pendiente, estaríamos indicándole al programa que es más im­portante que haya un cuerpo de agua y mucho menos la pendiente sobre la que se presenta. A partir de esta asignación de valores en re­lación con el peso de las condiciones establecidas para que se cumpla un criterio, el programa realiza una suma aritmética de los valores de cada pixel y presenta como resultado una imagen donde esta corre­lación se puede visualizar claramente. Así, en el mapa 9 se observan de nuevo las 10 categorías del 10 al 1, siendo los valores más altos los que cumplen con las mejores condiciones en relación con los crite­rios establecidos previamente (véase anexo: mapa 9). De tal manera que los colores azules indican las zonas que presentan tanto un cuer­po de agua como una pendiente idónea, de acuerdo con los criterios geográficos que se han explicado en esta metodología, en relación con la posibilidad de que estas áreas sean navegadas.

Finalmente, esta imagen se reclasificó en seis categorías que se re ­lacionan con las áreas que presenta un río y una pendiente determina­da: altamente navegable, navegable, potencialmente navegable y tres categorías de colores distintos —blanco, amarillo y naranja— para in­dicar las áreas no navegables con más claridad. Las tres primeras pre­sentan el resultado de integrar la presencia del cuerpo de agua con los rangos de pendiente que establecimos como idóneos para que se pudie­ra practicar la navegación. Como podemos ver en el mapa 10 (véase anexo) los sectores navegables son aquellos en el color azul más oscuro.

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En cuanto a las limitaciones de esta primera propuesta debemos re calcar que aún es necesario profundizar en los indicadores de la na­vegación prehispánica pues, por ejemplo, no nos hemos basado aquí en la correlación espacial de ubicación de los sitios en relación con los cuerpos de agua. Aunque éste ha sido el primer criterio derivado de la interpretación de los estudios arqueológicos revisados en el ca­pítulo 3, no se ha podido elaborar un corpus de indicadores culturales en función de los datos arqueológicos disponibles.

Así se da un primer paso, intentando plantear un modelo que sugiera la existencia de áreas potencialmente navegables, basado ex­clusivamente en criterios geográficos. Debe quedar claro que será necesario trabajar arduamente en elaborar criterios que incluyan los canales, las modificaciones, los restos arqueológicos, lo que bien po­dríamos llamar la infraestructura de la navegación, pero que queda por ahora pendiente para la época prehispánica. El modelo se elabo­ra en función del espacio, al que deben añadirse los factores de índole cultural. El diagrama 1 (véase anexo) resume los cuatro pasos desa­rrollados anteriormente. Debemos apuntar además que esta primera construcción basada en el análisis espacial, donde cabe la posibilidad de cotejar con la información arqueológica e histórica, puede o no confirmarse.

Para finalizar, podemos concebir a la navegación como un siste­ma de conectividad del paisaje, no sólo al considerar la ubicación de los asentamientos arqueológicos a partir de lo cual se reconstruye­ron las rutas navegables, sino tomando en cuenta también las carac­terísticas geográficas propias de la región, con lo que se ha intentado identificar, de acuerdo con la geografía, cuáles pudieron ser esas rutas navegables. Así, se presenta esta propuesta como un modelo espacial que plantea la integración del uso de vías fluviales, lagunas volcáni­cas, costeras y las condiciones de inclinación del terreno, definiendo a la práctica de la navegación en Los Tuxtlas como una unidad indi­soluble de comunicación e integración del entorno que funcionaba en conjunto con las vías terrestres.

Lo interesante de este primer análisis, cuyos parámetros aún deben ser mejorados, es que confirma algunas de las rutas propuestas deriva­das de los estudios arqueológicos de la región. El río San Juan de fi ni­

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tivamente se muestra como una ruta importante que rodea el macizo montañoso, mientras que el río Tecolapan parece ser navegable en una gran porción. Los ríos Tepango y Grande de Catemaco presen­tan pendientes más inclinadas, pero aun así parecen ser parcialmente navegables. Por otro lado, hay sectores en la costa, sobre todo en la planicie costera del cerro Santa Marta, que confirman que pudieron ser navegables, así como las áreas ocupadas por los cuerpos de agua de ma­yor tamaño —lago de Catemaco y lagunas del Ostión y de Sonteco­mapan—. Para tener una comparación entre las rutas derivadas de las investigaciones arqueológicas y aquellas que resultan del modelo del análisis espacial, se ha elaborado un mapa final en el cual se inte­gran ambos datos (véase anexo: mapa 11). Esto permite comparar y, hasta cierto punto, afinar la interpretación respecto a las rutas na ve­gables, tomando en cuenta que con eso se busca sustentar de manera más contundente los datos de una práctica de la navegación durante la época prehispánica.

NoTas

1 Orejas, 1995: 107. 2 Ibíd: 106­107. 3 Ibíd: 116. 4 Ibíd: 116­118. 5 Ídem. 6 Sharon, Dagan y Tzionit, 2004: 156. 7 García San Juan, 2003: 2. 8 Kimura, 2006: 7­9. 9 Paynter, 1982; Baena et al., 1999; Church, Brandon y Burgett, 2000; Evans y

Daly, 2006. 10 García San Juan, 2003: 3. 11 Kimura, 2006: 29­30. 12 Sharon, Dagan y Tzionit, 2004. 13 García San Juan, 2003: 12. 14 Puerta, Rengifo y Bravo, 2011. 15 Wheatly y Gillings, 2002: 11­13. 16 El planteamiento de la metodología ha sido modificado y replanteado a partir

del tutorial para análisis espacial de McCoy et al., 2001­2002. 17 Un profundo agradecimiento a Gerardo Jiménez, del Instituto de Investigaciones

Antropológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México, y al arqueó­logo César Hernández por el apoyo para concebir este modelo.

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18 Se utilizaron los datos de la cartografía topográfica en formato vectorial dispo­nibles para su descarga gratuita en la página de INEGI: http://www.inegi.org.mx/geo/contenidos/topografia/default.aspx

19 Se elabora con la creación de un modelo digital de elevación que, en sí, es la misma imagen raster con los datos de altitud en una superficie continua. Este modelo se transforma en una imagen raster llamada slope, la cual es el resultado de calcular la inclinación de la superficie y constituye por sí misma el mapa de pendientes.

20 Geissert, 2006.

capíTulo 5

Derroteros coloniales de Los Tuxtlas

En los capítulos anteriores hemos señalado la dificultad de contar con una certeza acerca de cómo funcionó el sistema de navegación en Los Tuxtlas durante la época prehispánica. A pesar de ello, se

sugiere que esta actividad se puede concebir como un sistema de conectividad del paisaje, no sólo por la ubicación de los asentamien­tos arqueológicos sino también por las características geográficas pro­pias de la región, con lo cual se ha planteado la existencia de sub re­gio nes navegables. Lo anterior nos conduce a presentar esta propuesta como un modelo espacial que plantea la integración del uso de vías fluviales, lagos volcánicos, lagunas costeras y las condiciones de in­clinación del terreno, funcionando como una unidad indisoluble de comunicación e integración del entorno junto con las vías terrestres.

En este capítulo se desarrollan los argumentos que hacen suponer que la tradición de navegación europea y sus usuarios tuvieron un anclaje en la región de Los Tuxtlas, en un inicio en la línea de costa y posteriormente gracias a la apropiación de este sistema de conecti­vidad del paisaje; es decir, que la navegación tuvo un papel activo en la avalan cha de procesos históricos durante la época colonial. Esto implica el reconocimiento de marcadores del paisaje costero con los cuales los navegantes europeos se familiarizaron, reconociendo algu­nos pun tos geográficos que seguramente fueron importantes durante la época prehispánica, aunque esto no lo sabremos con certeza hasta que se realicen más investigacio nes arqueológicas con esta orientación.

La revisión de documentos coloniales nos permite detectar la for­ma de apropiación del entorno costero y fluvial, así como su importan­cia para la navegación de cabotaje y en tierra firme, practicada en la

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época novohispana y posiblemente en la prehispánica. Se ha tratado de reconstruir este paisaje partiendo de la recopilación y el análisis de documentos cartográficos de los siglos XVI, XVII y XVIII, con lo cual es posible observar una evolución en la forma de nave gación tanto en tierra firme como por la línea de costa de Los Tuxtlas.

Resulta pertinente aclarar lo siguiente: no se exponen datos e in­terpretaciones que deriven en alguna propuesta de continuidad inalterada a lo largo de los siglos, de una práctica de la navegación que aún requiere de numerosos datos para su caracterización, pero que puede ser detectada en la época prehispánica. Hace falta elaborar criterios para integrar e identificar indicadores que puedan percibirse en el paisaje y que evidencien la práctica de la navegación antes de la llegada de los españoles, como canales, embarcaderos, rampas, etcétera.

Para entender el mundo mesoamericano es necesario comprender, en la medida de lo posible, el mundo que se le contrapone, el occiden­tal, para así interpretar las formas de interacción que resultaron del proceso de colonización.1 Acercarnos a otras disciplinas como la his­toria nos permite crear un puente al pasado para buscar el diálogo, no para crear un discurso paralelo sino una retroalimentación con la ar­queología, lo cual nos ha permitido obtener datos que amplían nuestra perspectiva.

Ernesto Vargas y Lorenzo Ochoa ya habían llamado la atención acerca de cómo tanto la información arqueológica como la proporcio­nada por las fuentes históricas, por fragmentaria e incompleta que sea cada una, es posible utilizarlas en conjunto para tener un mayor en­tendimiento de diversos objetos de estudio.2 Agrupamos así, en dos grandes conjuntos, las evidencias estudiadas en este caso: por un la­do, aquellas que podrían haber implicado la participación de los indí­genas, aunque fuese de manera marginal —nos referimos en particular a las Relaciones geográficas del siglo XVI—; y por otro lado, un conjunto de documentos de carácter colonial —mapas de origen diverso, docu­mentos de navegantes europeos, crónicas de autores españoles, entre otros—. La tendencia en general fue la de utilizar documentación car­tográfica, por lo cual se requiere explicar la manera en que nos hemos acercado a este tipo de evidencia.

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Fuentes históricas y geográficas: enfoque de aproximación

Debido a que se acudió a diversas fuentes históricas para sustentar los argumentos que se presentan más adelante, explicaremos los cami­nos teórico­metodológicos que tuvieron que recorrerse y gracias a los cuales se integraron aspectos históricos y geográficos a esta investi­gación. De esta manera, se simpatiza con la postura que Raquel Urroz identifica en cuanto a que hoy en día la historia busca encontrar un nuevo equilibrio entre hechos, documentos y su literalidad, conside­rando también lo retórico, la interpretación simbólica, las metáforas, la semiótica, la sociología y otros temas o enfoques culturales. En es te sentido, es posible mirar a la historia no sólo como una disciplina ca paz de aprehender la realidad pasada estableciendo un marco espacial de referencia, sino además reconociendo en ella el peso que tiene el es­pa cio geográfico en el análisis histórico e incorporando concepciones del territorio a su discurso.3

Los lazos entre la historia y la geografía se remontan mucho tiem ­po atrás. Desde un punto de vista epistemológico, ambas disciplinas cuentan con elementos en común que se complementan en la ela bo­ración de su quehacer. La geografía, en su condición de descripción del espacio, debe tener en cuenta la construcción histórica que el hom bre hace dentro de y sobre su medio. Con esto, se reconoce que no se estudian espacios en abstracto, sino significados culturales cons­truidos en el tiempo. Además, la historia requiere del marco espacial donde guardar la memoria de sus acciones. Así, el espacio­tiempo es un en granaje presente en la actividad humana y en su realidad cir­cun dante. Entre ambas disciplinas y en la confluencia de varias más, se ha definido una geografía humana que orienta el estudio del es­pacio relacionado con el tiempo y sus actores sociales. Esto es, una geografía cultural que se encuentra con una perspectiva histórica; un ámbito que estudia las formaciones socioespaciales referidas a pro­cesos históricos.4 En el seno de esta confluencia interdisciplinar apa­rece el mapa como la concretización de un esquema mental del es­pacio, siendo no sólo un auxiliar sino convirtiéndose en nuestro ob­jeto de estudio.

Como se ha mencionado, el propio carácter de esta investigación nos obligó a recurrir a un particular conjunto de documentos que nos

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proveyeron de una enorme cantidad de información valiosa para entender el papel de Los Tuxtlas en relación con las actividades de navegación practicadas durante la Colonia. Al igual que con cual­quier tipo de evidencia, se debe exponer el enfoque de aproximación para subrayar cómo se dio el uso de la misma y con qué tipo de precau­ciones nos acercamos a ella. No se hace una revisión de la historia de los mapas en la antigüedad,5 sino que basta apuntar, por ahora, que el estudio contemporáneo ha redescubierto la relevancia que tiene el aná­lisis de estos objetos —así como el de las instituciones, racionalidades y prácticas involucradas en su producción, circulación y consumo— para investigar y comprender mecanismos de construcción y control de territorios; para la generación y reproducción de imaginarios e ideo­logías, y para la configuración de determinados órdenes sociales, polí­ticos, económicos y culturales.6

En relación con el mapa como una evidencia histórica, Urroz realiza una valiosa distinción entre el mapa antiguo y el mapa histó­rico, siendo el segundo el resultado de concebir al primero como un documento que contiene datos susceptibles de ser detectados y utili­zados por el investigador.7 Así, el mapa antiguo se convierte en un mapa histórico cuando el lector se ha propuesto dotarlo de sentido, reconociendo en él las técnicas, los símbolos y trazos de un espacio geográfico que se ha convertido y se interpreta como una nueva terri­torialidad. En este sentido, no se puede limitar la cartografía dispo­nible a un tipo de representación práctica y científica de una superficie terrestre, marina o costera. Debemos considerar que en la elaboración de mapas inciden los conocimientos con base en el razonamiento, así como la percepción, el bagaje y el contexto cultural del cartógrafo. De esta manera, éstos pueden constituir ricas fuentes de información no sólo del medio físico­geográfico sino también del contexto histórico­cultural que les da lugar.8

El interés en los análisis históricos sobre la cartografía ha variado profundamente desde la primera mitad del siglo XX, cuando las preo­cupaciones eran de tipo empirista, más enfocadas en la precisión de la información contenida en los mapas antiguos que por compren­der el contexto o los procesos específicos en los que estaban inmersos la producción y el uso de los mismos. La historia de la cartografía se interesó por utilizar los mapas como pruebas de la acumulación del

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conocimiento geográfico y como evidencia de la evolución científica de la disciplina. Sólo hasta la década de los ochenta se cuestionaron las aspiraciones positivistas de la cartografía y su visión tecnocrática, sentando las bases de una agenda humanista de la historia de la car­tografía.9

Raquel Urroz distingue dos grandes tendencias filosófico­metodo­lógicas dentro de la cartografía: la positivista y la historicista. Ambos enfoques, que provienen de la geografía, se desarrollaron desde fina­les del siglo XIX cuando la disciplina construía su propia definición e institucionalización. La tendencia positivista estuvo protagonizada por Friedrich Ratzel, en Alemania, quien buscó establecer la geogra­fía social como ciencia sustentada en una filosofía y metodología em­pirista. Su contraparte: la corriente antipositivista o historicista fue desarrollada en Francia por Paul Vidal de la Blache, cuya propuesta consistió en la comprensión y no en la explicación de los datos geo­gráficos, creando métodos específicos para el desarrollo e incorporación del componente social y humano en el conocimiento geográfico.

De los planteamientos vidalianos nace el enfoque regional que se basa en localizar, conectar, comparar y analizar la evolución de es­pacios concretos, de forma que se compruebe cómo el hombre neutra­liza las condiciones negativas del entorno y explota las positivas. La región, es decir, el sustrato natural y el influjo humano, se convierte en objeto de estudio: se afirma su existencia real y su esencia como la interacción de factores diversos. Con este nuevo giro, actualmente las cartas o mapas se han llegado a concebir como una compleja “cons­trucción social” que contiene un discurso que de principio los sitúa en el contexto del poder político y de la cultura de la sociedad que los produjo.10

Retomando, dentro de las dos directrices generales que se reco­nocen en la cartografía —positivista e historicista— se identifican algunas trayectorias principales teórico­metodológicas: los trabajos de recopilación y exposición de los mapas mexicanos, con una perspec­tiva positivista que buscaba caracterizar la calidad del mapa en función del grado de precisión científica; aquellos trabajos que hacen énfasis, sobre todo, en el aspecto técnico del mapa y reflejan una preocupación constante por mantener la actualización de las técnicas cartográficas; y por último, estudios que, a nivel interdisciplinario y desde criterios

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relativistas, atienden a los elementos geográficos en el espacio repa­rando también en los conceptos, condiciones, procesos y aconteci­mientos del mundo humano plasmados en él. Esta perspectiva cultu­ral considera al mapa como un tipo de lenguaje cargado de símbolos que envían mensajes y que expresan una determinada percepción del medio.11

La perspectiva cultural fue desarrollada por Brian Harley quien realizó un aporte a la metodología de análisis de los mapas, logrando una profunda interpretación, planteando el estudio del contexto his­tórico como única vía de acceso para responder a la pregunta: ¿qué cosa es lo que los propios cartógrafos, las instituciones y la sociedad a la que ellos pertenecían, intentaron representar y dar a conocer?12 Harley veía a los mapas como parte del reino del lenguaje y, como Carl Sauer planteaba, es posible hacerlos hablar sobre el mundo so­cial del pasado.13 Para la década de los ochenta, Harley había desa­rrollado ya la idea del mapa como un texto y a la cartografía como una especie de literatura funcionando como un discurso. El argumento principal fue que el acto de construir cierta realidad —en vez de pa­labras, con imágenes— se realiza de una manera arbitraria, personal y como un espejo de ella misma. A partir de esta reflexión, Harley se referiría a los signos cartográficos como “imágenes retóricas”.14 Es decir, los mapas estaban diseñados como un tipo de lenguaje consti­tuido por símbolos que integraban un sistema formal de comunica­ción, el cual era capaz de expresar una realidad cargada de valores cul turales emergidos de una determinada sociedad que ha consen­suado cierta visión del mundo.15

Siguiendo estos enfoques socioculturales, consideraremos aquí el espacio —así como el tiempo— como una dimensión cultural y no una categoría estática. No se examina la región de Los Tuxtlas como un sitio inmóvil y fijo, o como un determinado escenario en el que se desenvuelven los eventos que pueden interesar al investigador. Así, la integración de las categorías de espacio­tiempo, como un solo con ­cep to, fue producto de sus actores quienes eligieron un lugar pre ciso para construir y transformar un sitio ordenado. El estudio del espa­ cio busca ir relacionado con el del cuerpo social, el cual, partiendo de una base geográfica, lo concibe y determina ideológicamente. De

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esta manera, es posible mirar nuestra región de estudio como un lugar con formado mediante significados sociales y culturales.16

Así, es necesario presentar el análisis de los documentos carto­gráficos bajo esta perspectiva, de tal forma que la integración de los datos disponibles en ellos y en las fuentes escritas permita definir el papel de la región en relación con las actividades de navegación du­rante la época colonial. A continuación, se contextualizan y describen algunos de estos documentos coloniales para integrar los datos dis po­nibles en orden cronológico, lo que permitirá percibir la trans for ma­ción en cuanto a la región de Los Tuxtlas y la navegación que se practicó tanto en los ríos que la rodean como en las costas que la limi­tan en el golfo de México.

Relaciones geográficas del siglo XVI

Algunos de los documentos que se usaron para obtener información respecto al papel de Los Tuxtlas en la época colonial, provienen de las Relaciones geográficas del siglo XVI que se elaboraron a partir del cuestionario impreso en 1577 titulado “Instrucción y memoria de las relaciones que se han de hacer para la descripción de las Indias que su majestad manda hacer para el buen gobierno y ennoblecimiento de ellas”. Éste fue enviado a las alcaldías mayores de la Nueva España y otras regiones para conocimiento de la vida social, económica, polí­tica y religiosa de los pueblos conquistados por los españoles, con la finalidad primordial de ejercer sobre ellos una mejor administración.17 La preparación del cuestionario surgió a partir de otros elaborados pre­viamente. En 1569, cuando fue visitador del Consejo de Indias Juan de Ovando, se planearon algunas reformas administrativas, y entre 1570 y 1573 se enviaron varios listados. El cuestionario de 1577 fue preparado por Juan López de Velasco quien, como cosmógrafo y cronista mayor, tenía la encomienda de recopilar informes sobre la historia y geografía de las Indias, para lo cual elaboró el in terrogatorio final que constó de 50 preguntas.18

La conformación de estos documentos formó parte de un impor­tante proyecto científico que buscó conocer la realidad novohispana; fue la culminación de una serie de intentos emprendidos por España

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para definir su imperio, iniciado desde la integración del Nuevo Mundo hasta el siglo XVI.19 Esta necesidad de la Corona española por conocer sus posesiones, introdujo el requerimiento de elaborar pinturas o ma­pas que acompañaran a las relaciones. En tres rubros de la Instrucción y memoria se solicitó la elaboración de pinturas o mapas: el tópico con el número 10 se refiere al sitio y asiento de los pueblos “como quiera que se pueda rasguñar fácilmente en un papel, en que se declare qué parte del pueblo mira al mediodía o al norte”; el 42 trata acerca de los puertos de las costas “y la figura y trata de ellos en pintura como quie ra que sea en un papel, por donde se pueda ver la forma y talle que tienen”; y el 47 acerca de las islas que pertenecían a las costas “en pintura si pudiere ser”.20

La mayoría de las Relaciones geográficas del siglo XVI se acompa­ñaron de estos mapas que, en algunos casos, se elaboraron de manera independiente a los textos, e incluso algunos se diseñaron antes de la redacción de éstos.21 Acuña advierte sobre la importancia de no relegar a un plano secundario estas pinturas, ya que no funcionaban como una mera ilustración accesoria; son parte esencial de cada re­lación geográfica, cuya información complementan. De acuerdo con él, en casi todos los casos, las pinturas fueron elaboradas por lugare­ños, eventualmente por españoles que eran o habían sido pilotos de oficio y algunos excelentes cartógrafos y, en general, por personas que no intervinieron en las encuestas que condujeron a la versión final.22

Karl W. Butzer y Barbara J. Williams enlistan algunas de las razo­nes por las cuales estas pinturas son sumamente útiles para el inves­tigador: 1) fueron elaboradas al mismo tiempo y es conocida su fecha de elaboración; 2) fueron comisionadas con el mismo propósito, con instrucciones explícitas para dibujar un pueblo, y para ilustrar el sitio y situación de cada uno de ellos; 3) el texto de las relaciones provee información de los indígenas principales y ancianos, quienes propor­cionaron la mayor información en las respuestas, mientras que los mapas indígenas son presentados en más de una ocasión como evi­dencia; y 4) la información que da una relación ayuda a explicar las características de la pintura correspondiente.23

Por último, Butzer y Williams agregan que aunque las pinturas no son enteramente de tradición prehispánica y que, en cambio, cum­

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plen un objetivo europeo, señalan que en conjunto constituyen una cartografía poco familiar.24 Elia Hernández nos remite a cómo Barba­ra Mundy y Walter Palm señalan que en estos mapas sobresale su diseño y organización a partir de una interpretación social, en donde la “realidad del espacio fue definida y estructurada por las relaciones sociales”. Con esto, Palm desarrolló la idea de estudiar el proceso de aculturación “de los esquemas tradicionales de representación” de los modelos cartográficos entre indios y españoles.25 En el caso de los ma­pas de las Relaciones geográficas del siglo XVI se presentan ambos tipos de perspectivas: tanto las características descritas de tradición indíge­na, como las de influencia europea.26 Manso indica que el estilo de los mapas se ha clasificado en tres: europeo, nativo y mixto.27

Las encuestas describen aspectos de la geografía física como son clima, relieve, hidrografía, latitud y vegetación. Integran también in­formación de minas, vegetales y producciones, e incluyen datos sobre los habitantes: la vida económica, topónimos, lenguas, división políti­ca y costumbres.28 Nos hemos acercado a esta fuente porque, además de los valiosos mapas, las preguntas con los números 19, 20, 38, 39­45 y 47 del formato contenido en las relaciones, son las que cuestionan sobre el tema de los cuerpos de agua, complementando lo obtenido de las imágenes y sus glosas, aunque no siempre se obtuvo información específica. El rubro 19 solicitaba información sobre:

El río o ríos principales que pasaren por cerca, qué tanto apartados dél [sic] y a qué parte, y qué tan caudalosos son; y si hubiere que saber alguna cosa notable de sus nacimientos, aguas, huertas y aprovechamientos de sus riberas, y si hay en ellas o podrían haber algunos regadíos que fuesen de importancia.

En el rubro 20: “Los lagos, lagunas o fuentes señaladas que hubiere en los términos de los pueblos, con las cosas notables que hubiere en ellos”. En el rubro 38: “Y si los pueblos fueren marítimos, demás de lo susodicho, se diga en la relación que dello se hiciere la suerte de la mar que alcanza, si es mar blanda o tormentosa, y de qué tormentas y peligros, y en qué tiempos comúnmente suceden más o menos”.

Del 39 al 45 y 47 se requería información acerca de las costas o playas, arrecifes, mareas, cabos, puntas, ensenadas, bajíos, puertos, de­

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sembarcaderos, capacidad para los navíos y cuestiones referentes a las posibilidades de navegación por mar, así como informes sobre las is­las y sus recursos.29

Sin embargo, hay varios hechos que Hernández resalta respecto a la elaboración de las Relaciones geográficas del siglo XVI: no todos los rubros del cuestionario se contestaron y algunos fueron descritos me­jor que otros.30 Algunas de las relaciones no incluyeron imagen o mapa, y varios de ellos, así como sus respectivos textos, se extravia­ron. La autora nos refiere a que Howard Cline planteó una tipología de las relaciones designándolas como “simples”, “compuestas” y “com plejas”. Consideró “simples” aquellas que fueron reportadas por un solo oficial, y de un único corregimiento, así como el envío de una so la relación; “compuestas” a las descripciones de cada poblado prin­cipal conformando una relación geográfica; y “complejas” a aquellas en las que se reportó información de ciertos tópicos de los lugares prin­cipales. Acerca del tema de quiénes fueron los que elaboraron las relaciones, los informes señalan que hubo una intensa participación in­dia, mestiza y española. En teoría, los responsables de elaborar las res­puestas al cuestionario debían ser los corregidores o alcaldes mayo­res, aunque por el contenido de los textos se puede ver el aporte, la participación o la intervención de sujetos que debieron ser mestizos e indígenas. En la “Instrucción” se solicitaba que se firmaran los docu­mentos, por lo que en algunos textos se halla información de autores españoles, mestizos y pocos nombres de indígenas.31

Bárbara Mundy y René Acuña han elaborado interpretaciones sobre la ausencia de una firma en la mayoría de los mapas, lo que tie­ne como consecuencia que sea difícil saber si fueron o no elaborados por indígenas. En este sentido, Mundy cuantifica en 65% los mapas que fueron elaborados por indígenas, y en 35% por criollos o españo­les.32 De acuerdo con Hernández, los estilos son muy variados. La au­tora señala la presencia de trazos de compleja elaboración, co mo en los mapas de tradición prehispánica, en los que se observan rasgos paisa­jistas cuando la intención del autor era representar una vista en pers­pectiva o en panorama. En otros casos identifica dibujos de tipo rena­centista a tinta negra y sin ninguna conservación de color, así como la existencia de mapas que presentan una gran influencia de la pre­sencia española, como el caso de todas las cartas geográficas náuti cas

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desde el siglo XVI y en las que se encuentran elementos cartográficos europeos como medidas y escalas.33

Sobre la veracidad del contenido de los textos de las Relaciones geo gráficas del siglo XVI, Acuña señaló que al comparar firmas entre los autores de varias de ellas y encontrar al mismo autor en diver sas re la ciones, puede interpretarse como que algunos de ellos con side ra ron el cuestionario un mero formulario y anotaron contenido du doso o más bien de carácter general.34 Un claro ejemplo es la Relación de Te­quizistlan —región de Teotihuacán y Acolman—, en la cual los responsables de responder y elaborar fueron el alcalde Francisco de Castañeda y su escribano Francisco de Miranda, quienes también elaboraron la Relación de Teotitlán del Camino —en Oaxaca— donde Castañeda también fungió como al calde en otro momento. Hernán­dez señala que Robertson, Acuña y Mundy llegaron a la conclusión de que estas relaciones tienen mucha semejanza en su contenido, tanto en el texto como en el estilo de los mapas. Por esto mismo, Acuña ad­virtió sobre la necesidad de retomar la información de cualquier re­lación con cautela, planteando que se deben buscar más datos en otras fuentes para contrastar, complemen tar y respaldar el contenido de las descripciones.35

De acuerdo con Delgado y Vázquez, los mapas fueron elaborados por individuos que en aquella época expresaron realidades históri­cas y estéticas complejas y heterogéneas, con lo cual se buscó cumplir los requerimientos de la Corona española, no sólo para una mejor ad­ministración del espacio sino también para un conocimiento profun­do de la organización político­social del mismo. En palabras de los autores:

…una de las características que tiene el espacio geográfico es la de ser carto­grafiable; se representa en el mapa y las cualidades del espacio se detienen en el papel y nos habla de lo que interviene en su formación. Pero su valor no ter­mina aquí, como documento histórico­geográfico detiene el tiempo y se con­vier te en una ventana que permite asomarse a una particular cosmovisión del pasado.36

Dos son las relaciones que hablan acerca de la región de Los Tuxtlas: Relación geográfica de Tlaxcala y Relación geográfica de Antequera. La pri mera fue entregada en 1585 a la Corona y pertenece a la serie de

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res puestas que se elaboraron para la Instrucción y memoria de 1577.37 De acuerdo con Acuña, la singularidad de esta relación geográfica con­siste en que se hizo al margen del aparato oficial por una persona semi­privada y mestiza, sin que la firmara el alcalde mayor o que la hiciera un escribano legal y público, sin indicar el lugar donde se escribió y sin fecha. La única firma que aparece en el documento es la de Diego Muñoz Camargo. Además, este escrito fue entregado en propia mano al rey Felipe II quien lo conservó en su biblioteca en calidad de artícu­lo personal. Siguiendo la clasificación establecida por Cline,38 Acuña describe esta relación como compleja debido a su extensión y la can­tidad de información que contiene.39 A su vez, se integra de numero­sas relaciones de pueblos del obispado de Tlaxcala: Tlacotalpan y su partido, Cotastla, Tepeaca, Acatlán, Chila, Tetlalzingo, Ahuatlán y su partido.40

En particular aquella que contiene información de la región de Los Tuxtlas es La relación de Tlacotalpa y su partido, la cual consta de 13 fojas. La pintura, que describe su costa y jurisdicción, ocupa los folios 5v y 6r del manuscrito y mide 31 x 42 cm. Su texto ha sido edi­tado por Francisco del Paso y Troncoso en sus Papeles de la Nueva Es paña,41 con una reproducción de la pintura. Acuña la clasifica co­mo una relación de las llamadas “compuestas” y nos deja saber que comprende la descripción de la sede de la alcaldía mayor y las de los pueblos de Tuztlan y Cuetlaxtlan, hoy llamado Cotaxtla. La pintura que la ilustra se elaboró el día 5 de febrero de 1580 y las relaciones de Tlacotalpan, Cuetlaxtlan y Tuztlan se prepararon, sucesiva y respec­tivamente, los días 18, 20 y 22 de febrero del mismo año. Sin embar­go, al juntar los cuadernillos correspondientes, Acuña advierte que las relaciones se colocaron sin atender a su orden cronológico. La Relación de Tuztlan, preparada el 22 de febrero, precede a la de Cuetlaxtlan, escrita el 20 del mismo mes. Juan de Medina, alcalde mayor de Tlaco­talpan y juez en las cabeceras que comprendían aquella jurisdicción, condujo encuestas independientes en cada localidad, convocando para el efecto a “las personas que al fin de [cada relación] firman, y, ansimismo… [a] los indios viejos y antiguos” de cada pueblo.

Juan de Molina, escribano real, se hizo cargo de redactar los in­formes y el capitán Francisco Stroza Gali elaboró la pintura que des­cribe las costas de Tlacotalpan desde Punta Gorda hasta más allá del

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Pan de Minzapa —es decir, la sierra de Santa Marta— cubriendo una extensión de más de 40 leguas,42 según la escala del mapa.43 Sobre Francisco Stroza Gali, autor del mapa, Acuña advierte que en reali­dad se tiene poca información acerca de su persona y lo califica como un “curioso sujeto” que, después de recorrer las costas del golfo, quien elaboró también la pintura de Coatzacoalcos, más tarde se dirigió a la ciudad de México donde, en tiempos del virreinato interino de Moya de Contreras, fue puesto al frente de una expedición a Filipinas.44

Por otro lado, la Relación geográfica de Antequera —o del antiguo obispado de Oaxaca— escrita en 1579 por Juan López, comprende des de la descripción de los pueblos de la Mixteca —alta, baja y de la costa—, hasta los que fueron corregimientos de Coatzacoalcos y Te­huantepec, abarcando un territorio de cerca de 60 000 km2.45 La que nos interesa es la Relación de la provincia de Coatzacualco, villa del Es­píritu Santo, que consta de cinco fojas y un mapa. Está fechada en la villa del Espíritu Santo el 29 de abril de 1580 y firmada por el alcalde mayor, Suero de Cangas y Quiñones, quien dice haberla compuesto “en compañía de Diego Basurto, alcalde ordinario desta villa, y Juan Martín de Valencia y Gonzalo Hernández Alconohe, hombres vie­jos y antiguos en esta provincia”. Entretanto, el autor del mapa, de acuer do con la leyenda que aparece en el centro, fue Francisco Stroza Gali, el mismo que hiciera la Relación de Tlacotalpan y a quien se le ha atribuido la profesión de marino originario de Italia.46

Caracterizados algunos de los documentos que utilizaremos a lo largo del capítulo, presentamos pues una descripción del contexto histórico en el cual se inserta la región de Los Tuxtlas desde la llega­da de los españoles, con lo cual podremos entender las condiciones de poblamiento, abandono, desarrollo e integración de la región duran­te la época novohispana, para posteriormente recuperar los datos que nos interesan de cada provincia.

La isla de lava vislumbrada desde el mar

Este apartado inicia con la presentación de los datos históricos dispo­nibles que nos remiten al primer contacto entre los navegantes eu­ropeos y la región de Los Tuxtlas. Desde la llegada de los españoles,

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la zona pareció ser importante en función de la mención de los rasgos en el paisaje que llamaron la atención de los navegantes. En particu­lar, y como veremos más adelante, en la sección donde se tratan los mapas antiguos, existen ciertos puntos en la línea de costa que queda­ron como huellas en la memoria de los europeos y que se plasmaron desde la época más temprana de la Colonia en mapas que difieren en escala y temporalidad, siempre manteniéndose como una constante de los espacios representados cartográficamente. La razón podría ser que el litoral de esta sierra inmediata al mar llamó la atención de los primeros navegantes españoles desde 1518, sobre todo por la promi­nencia rocosa llamada Roca Partida. Sin embargo, era una zona bas­tante peligrosa para la navegación, pues desde ahí hasta el peñón de la antigua Villa Rica de la Vera Cruz se extiende un frente de arrecifes poco visibles cuando la marea es alta. Añadido a esto, la peligrosidad de esta parte del golfo se debía a los sorpresivos frentes húmedos y vientos del noreste, por lo que el segmento costero de Los Tuxtlas “con el abrigo de bahías, acantilados y cuevas accesibles en marea baja, ofrecería un excelente refugio a los piratas y bucaneros poco después de la Conquista”.47

En el mes de junio de 1518, la expedición capitaneada por Juan de Grijalva ya había dejado atrás la península de Yucatán y recorría el litoral de la costa del golfo de México llegando más adelante que el último punto visitado por Hernández de Córdoba, quien en 1517 había alcanzado Champotón antes de regresar a Cuba.48 El piloto ma­yor de esta incursión fue Antón de Alaminos quien acompañó tam­bién a Hernán Cortés en 1519. El grupo de Grijalva descubre Cozu­mel para después penetrar en la bahía de la Ascensión. A partir de Champotón iniciaron una serie de encuentros de gran trascendencia al llegar a la boca oriental de la laguna de Términos —puerto Desea­do— e internarse en sus aguas. Alaminos expresa: “Aquí parte Térmi­nos la isla de Yucatán.” De acuerdo con Lacroix, el capitán comete un error geográfico al pensar que las bahías de la Ascensión y Térmi­nos se comunicaban, por lo que Yucatán quedaba convertida en isla en la mente del navegante. Más tarde se descubren los ríos San Pedro y San Pablo, Grijalva o Tabasco, Tonalá, Alvarado o Papaloapan y al llegar a Jamapa toman contacto por primera vez con representantes

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del imperio mexica, al soltar las anclas frente a los arenales de Chalhi­cueyehcan, Veracruz.49

Después de tocar Campeche —la laguna de Términos y la boca del río San Pedro y del San Pablo— tienen un encuentro de paz con los mayas chontales del río tabasqueño. Antes de abandonar la de­sembocadura del ahora río Grijalva el 11 de junio y avanzando hacia el poniente, dieron con las dos lagunas de la región conocida como Ayahualulco, unidas por una franja de arena a la que llamaron La Rambla que refiere a un estero. El soldado cronista Bernal Díaz del Castillo describió medio siglo después ese primer contacto con estos pueblos pescadores al este de la provincia de Coatzacoalcos:50

…vueltos a embarcar, de allí a dos días vimos un pueblo junto a tierra que se dice el Ayagualulco. Y andaban muchos indios de aquel pueblo por la costa, con unas rodelas hechas con conchas de tortuga, que relumbraban con el sol que daba en ellas, y algunos de nuestros soldados porfiaban que eran de oro ba jo. Y los indios que las traían iban haciendo pernetas, como burlando de los na­víos, como ellos estaban en salvo, por los arenales y costa adelante. Y pusimos por nombre a este pueblo La Rambla, y así está en las cartas de marear. Y yendo más adelante, costeando, vimos una ensenada, donde se quedó el río de Tonalá (que a la vuelta que volvimos entramos en él) y le pusimos nombre de río de Santo Antón.51

Continuando con la ruta hacia San Juan de Ulúa, durante el trayecto hacia el puerto, se bautizó a las sierras de San Martín cuyos dos prin­cipales volcanes, el Pan de Minzapan y el de Tuztla —que corres­ponden a los volcanes de San Martín Pajapan y San Martín Tuxtla, respectivamente— recibieron el apellido del nombre del soldado que primero las vio desde la cubierta del navío:

…y yendo más adelante navegando vimos en donde quedaba el paraje del gran río de Guazacualco, quisiéramos entrar en la ensenada por saber qué cosa era, sino por ser el tiempo contrario […] y también vimos otras sierras que están más junto a la mar, que se llaman de San Martín. Y pusímosle este nombre porque el primero que las vio desde los navíos fue un soldado que se decía San Martín y era vecino de La Habana, que iba con nosotros.52

De acuerdo con Antonio García de León, San Martín fue también el santo patrón de Acayucan, pueblo situado al sur de estas sierras. Y

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aquél que primero vio el macizo montañoso pudo haber sido el solda­do Francisco de San Martín, quien más tarde formaría parte del cuerpo de regidores del primer ayuntamiento de la Villa Rica de la Vera Cruz, entre 1519 y 1520.53

Otro testimonio temprano sobre la región de la costa del golfo es el de Juan Díaz, capellán54 mayor de la armada de Juan de Grijalva y quien escribe sobre la zona de Potonchan y el camino hasta la isla de Sacrificios:

La gente es muy lúcida, que tiene muchos arcos y flechas, y usa espadas y ro de­las: aquí trajeron al capitán ciertos calderos de oro pequeños, manillas y bra­zaletes de oro. Todos querían entrar en la tierra del dicho cacique, porque creían sacar de él más de mil pesos de oro, pero el capitán no quiso. De aquí se partió la armada y fuimos costeando hasta encontrar un río con dos bocas, del que salía agua dulce, y se le nombró de San Bernabé, porque llegamos a aquel lugar el día de San Bernabé. Esta tierra es muy alta por lo interior, y presúmese que en este río haya mucho oro; y corriendo por esta costa vimos muchas humaredas una tras otra, colocadas a manera de señales, y más adelante se parecía un pueblo, en el cual dijo un bergantín que andaba registrando la costa, que había visto muchos indios que se descubrían desde la mar, y que an­daban siguiendo la nave, y traían arcos, flechas y rodelas relucientes de oro y las mujeres brazaletes, campanillas y collares de oro. Esta tierra junto al mar es baja, y de dentro alta y montuosa; y así anduvimos todo el día costeando para descubrir algún cabo y no pudimos hallarlo. Y llegados cerca de los montes, nos encontramos en el principio o cabo de una isleta que estaba en medio de aque­llos montes, distante de ellos unas tres millas; y surgimos y saltamos todos en tierra en esta isleta que llamamos isla de los Sacrificios.55

En palabras de García de León:

…la apropiación verbal del litoral, era como ir soltando piedras de colores en un fondo transparente y así iluminar el camino de regreso, como si bautizando los nuevos ríos, los ancones, las lagunas, las montañas, se fuera dejando una huella definitiva, útil para arraigar a los españoles a estas nuevas tierras descubiertas.56

Este proceso de apropiación, como lo define el autor, resulta todavía más interesante después de haber revisado el Directorio marítimo, ins­trucción y práctica de la navegación, noticia de los puertos de España des de Cantabria a Gibraltar, y los de Nueva­España, Tierra­Firme é islas adya­centes, impreso en el año 1728, dedicado al Ilmo. Señor don José Pati­

Derroteros coloniales de Los Tuxtlas 187

ño, escrito por don Pedro de Rivera Márquez, quien en su capítulo XX explica que los nombres que los navegantes dan a las diferentes sec­ciones de la tierra son reflejo de su poca educación en los conceptos geográficos, resultando en sustantivos que le parecen extraños al ma­rinero pero que al leerlos son de hecho aquellos que inundan la costa de Sotavento hasta el día de hoy:

De algunos nombres, que los navegantes dan a varias partes de la tierra. No ay [sic] en la clase de marineros sencillo, persona que sepa lo que significa Equa­dor, Zodiaco, Zona, etc., ni menos Hidrophilacio, Euripo, Ponto, Escollo o Pie­ lago; porque todos valiéndose de otros términos, forman sus disputas curiosas: Al continente: llaman Tierra Firme. Al promontorio: Cabo, o Punta. Dicen también Sierras. Costas. Playas. Ensenada. Bahía. Rada. Puerto. Caleta. Sumi­dero. Anclage. Río. Arroyo. Estero. Laguna. Barra. Broa. Canal. Canalizo. Isla. Islote. Cayo Mogote. Farallón. Baxo. Restinga. Banco. Veril. Sonda. Roques. Peñas. Múcaras. Ceobrucos. Estrecho. Lastre. Cascajo. Zahorra. Arena. Siendo estas nominaciones las mismas que practican.57

La pertinencia de esta anotación radica en que podemos identificar algo más acerca de la identidad de aquellos hombres que percibieron esta región desde alta mar. Como veremos, son distintos los autores de las fuentes consultadas, tanto clérigos como soldados y geógrafos ilustres, cuyos orígenes e intereses distintos desembocan en un con­junto de datos que debemos tratar de integrar no de manera unitaria sino distinguiendo, en la medida de lo posible, el contexto de produc­ción de la información a la que hemos echado mano.

Por ejemplo, nos parece útil la distinción que Carlos Bosch hace entre los hombres de mar y los hombres de tierra responsables de la colonización.58 Al comparar el carácter del marino y del conquista­dor, para el autor resultan dos tipos de hombre con valores muy dis­tintos. Los marinos fueron los responsables de hacer los viajes y de mantener las comunicaciones entre la Corona española y sus colo­nias y menciona que “ellos tuvieron que moverse en un elemento incierto y de zozobra, como lo es el mar desconocido que requiere de tolerancia, de habilidad y de liberalidad, características muy especia­les necesarias a quienes a los quehaceres navales se dedican”.59 A esta mentalidad se contrapuso la del hombre de tierra, cuya vida se desarrolló en un ambiente en el cual pudieron imponerse las institu­

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ciones, reglamentos, la esclavitud y la religión.60 Como veremos, esta naturaleza, propia de los españoles que llegaron a las costas, parece cobrar más sentido conforme evaluamos los datos disponibles.

Los Tuxtlas y el marquesado del valle de Oaxaca

Antes de adentrarnos en el análisis y desarrollo del papel de la región de Los Tuxtlas en el contexto marítimo y de navegación colonial, será necesario entender su integración a la nueva estructura econó­mica y política novohispana, para lo cual debemos presentar una des­cripción concreta de su inserción dentro del señorío más importante de la Nueva España, el marquesado del valle de Oaxaca.

El papel de la región de Los Tuxtlas durante la época colonial, dentro de un contexto de actividades marítimas de cabotaje, y nave­gación fluvial y lacustre, se caracterizará más adelante con el fin de presentar el análisis e integración de los datos documentales que per­mitan entenderla como una unidad paisajística que presenta las si­guientes características: a) constituyó un área definida y delimitada por los españoles a partir de sus rasgos geográficos; b) fue un marca­dor o un punto de referencia importante dentro de las derrotas de los navegantes europeos que recorrían la costa de Sotavento; c) jugó un papel fundamental en el comercio legal e ilegal de la Colonia que se activó, en parte, por la presencia de los caminos fluviales y la navega­ción costera, con lo que se integró a la región dentro de un contexto económico y administrativo más amplio; d) fue un entorno de refu­gio y desarrollo de las actividades de piratería durante este periodo; y e) como resultado de la apropiación por parte de los distintos agentes que se vincularon con la región fue representada y aludida constan­temente en diversos tipos de documentos como mapas, derroteros, relaciones geográficas y crónicas coloniales.

Todos estos rasgos iniciales se pueden entender partiendo de la idea de que la conquista, la colonización y el comercio europeo que se dieron en América deben concebirse como parte de una gigantes­ca empresa particular que conformó el rumbo mismo de un capitalismo mer cantil en expansión desde el siglo XVI y que hizo de la Nueva

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España el centro de una red interregional que conectaba el extremo oriente con Europa durante la Colonia.61

Bajo esta lógica general se ubica un mercado interior que, de acuer­do con García de León, era apenas perceptible en la región del sur de Veracruz. Este espacio se ha caracterizado por la presencia de ríos gran­des y pequeños y en él se desarrolló la historia de un modelo econó­mico y social que de alguna manera reproducía la geografía particular del Sotavento veracruzano62 “recreando un delta, meandros, afluentes y tributarios en una circulación mercantil permanente”, a velocida­des y escalas distintas.63 De acuerdo con el mismo autor, los documen­tos del siglo XVI hacen referencia en general a una subdivisión del sur de Veracruz en tres grandes regiones: la del río Alvarado —o Pa­paloapan—, la sierra de Los Tuxtlas y la provincia de Coatzacoalcos. De acuerdo con Scholes y Warren, esta última era la de mayor tamaño y la que representaba el mayor interés para los españoles, pues incluía el sector sur de la sierra de San Martín, la cuenca del río Coatzacoal­cos y las tierras bajas del golfo, desde el río Tonalá hasta la laguna Tupilco en Tabasco.64

Así, las cuencas de los ríos Papaloapan y Coatzacoalcos, con la región de Los Tuxtlas justo en medio de ambas, se conformaron du­rante los siglos coloniales como el hinterland65 natural del puerto de Veracruz, integrando cinco jurisdicciones que eran, en lo general, an­tiguas provincias y señoríos prehispánicos, renovados y reestructu­rados bajo la administración colonial. Estas jurisdicciones fueron la Veracruz Nueva, el marquesado Del Valle en el golfo —que incluía a Los Tuxtlas, Cotaxtla y La Rinconada—, Cosamaloapan, Guaspalte­pec y Coatzacoalcos.66 Las regiones interiores del Sotavento, a pesar del caos que parecía reinar, tenían también configuraciones distintivas visibles desde entonces:

• En cuanto a la Veracruz Nueva, su demarcación incluía los puer­tos de Veracruz y Alvarado, y el atracadero fluvial de Tlacotalpan. En su ámbito inmediato comprendía a algunos pueblos antiguos como Tlalixcoyan, así como una villa de españoles fundada en 1522 y casi desaparecida poco después, llamada Medellín, en la cuenca baja del río Jamapa. Esta región se fue conformando len­

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tamente y, mientras el puerto definitivo se asentaba en la playa inmediata al islote de San Juan de Ulúa, atraía a la población de La Antigua y de Medellín.67

• En segundo lugar aparece el marquesado de Hernán Cortés en el golfo, en la región montañosa de Los Tuxtlas, situada al occiden­te del lago de Catemaco y cuya cabecera era Santiago Tuxtla. Se constituyó como una demarcación que poseía dos sujetos exte­riores situados en la región semiárida cercana al puerto: Cotaxtla y La Rinconada —Izcalpan—. En sus tierras más bajas, en el para­je de Tepeucan, la comarca albergó el primer experimento cañe­ro y esclavista de Hernán Cortés, el “ingenio de Tuxtla”, que se diluyó debido a varias circunstancias que no le favorecieron.68 Como hemos visto, este sector costero y tripartita del marquesado era un antiguo señorío disperso —enlazado lingüística y cultural­mente entre sí—, primero sujeto a la Triple Alianza y luego al estado del marqués Del Valle.

• En tercer lugar se extiende la región de tierras bajas y pantanosas del río de Alvarado o bajo Papaloapan, que durante la mayor parte de la época colonial se conoció como jurisdicción de Co­samaloapan que conformaba un conjunto de pueblos ribereños nahuas, popolucas y mixtecos que habían estado sujetos a diver­sos aliados y barrios de Tenochtitlan, Tlatelolco y Tacuba. Cons­tituyó primero una de las regiones más ricas del imperio mexica, y después, una de las principales extensiones ocupadas por las mer­cedes de tierras ganaderas concedidas por la Corona a los poblado­res europeos.69

• Luego, y en la misma cuenca, se hallaba el desaparecido señorío de Guaspaltepec, situado en los afluentes del margen derecho del río Papaloapan, camino prehispánico del Altiplano hacia Coat­zacoalcos y los confines de Xicalanco. Esta provincia era el límite oriental de la dominación mexica en estas tierras y terminó por ser un territorio casi despoblado y un área de disputa entre Cosa­maloapan y Villa Alta —Oaxaca—, ocupado por el ganado mayor de las estancias otorgadas a unos cuantos criadores españoles.70

• El extremo sur del Sotavento constituía la gran comarca de Coat­zacoalcos, dividida en dos regiones, “Guazacualco” y “los Ahualul­ cos” que, a diferencia de las cuatro anteriores, no tributaba a los

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mexicas sino que conformaba una provincia autónoma. En los días de la Conquista su cabecera era el pueblo ribereño de Coatza­coalcos situado a pocos kilómetros de la desembocadura del río del mismo nombre, lugar en donde los conquistadores fundaron, casi un año después de la caída de la capital mexica, la villa del Espí­ritu Santo. La provincia entera, que se extendía con un centenar de pueblos y sujetos desde la sierra de Los Tuxtlas en Veracruz has­ta los actuales municipios de Cárdenas y Huimanguillo en Tabas­co —el partido de “los Ahualulcos” situado en lo que hoy es la cuenca del Tonalá y el delta del Mezcalapan— se convirtió en una extensa alcaldía localizada después, a partir del siglo XVII, en la cabecera de San Martín Acayucan, y sustituyó a la villa cuan do ésta fue arrasada por los piratas.71

Todo este sistema regional recibía la influencia del puerto de Veracruz y en su interior se encontraba atravesado por las rutas comerciales, tanto fluviales como terrestres, que comunicaban la región con más de un sector de tierras cercanas y lejanas. Los indígenas tenían ru­tas con numerosos centros comerciales y religiosos, transportaban sus mercancías por caminos terrestres y vías fluviales; durante la Colonia el comercio se incrementó con la construcción de mejores embarca­ciones, la arriería y el transporte en carretas.72

Concentrándonos en la región que nos interesa, antes de la llega­da de los españoles, recordemos que Tuztla fue una importante co­marca de la frontera oriental del imperio azteca. Scholes y Warren re fieren respecto a la obra de fray Bernardino de Sahagún, específica­mente el capítulo 29 del libro 10 de su Historia general de las cosas de Nueva España, titulado “De los Olmecas, Uixtotin y Mixtecas”, a los términos “olmeca” y “uixtotin” que hacen referencia a los habitan tes de las costas del sur de Veracruz y del oeste de Tabasco.73 En el capí­tulo 9 se da cuenta del comercio de larga distancia de bienes suntuo­sos que se tenía con la región olmeca desde el centro de México. Esta imagen de prosperidad plasmada en la obra de Sahagún se ha querido confirmar a partir de la consideración de los diferentes tipos de tri­butos que eran pagados por la provincia tributaria de Tochtepec a los mexicas,74 cuyos problemas de identificación han sido ya menciona­dos.75 La lámina 31 del Códice Mendocino anota a los pueblos del bajo

192 Veredas de mar y río

y medio Papaloapan que en 1518 se hallaban sujetos a los mexicas y que eran los siguientes: “Tochtepec, Xayaco, Otatilan, Cozamaloapan, Mixtlan, Michapan, Teopantepec, Michatlan, Teotitlan, Xicalte­pec, Oxitlan, Tzinacanoztoc, Tototepec, Chinantlan, Ayotzintepec, Cuezcomatitlan, Poctlan, Teteutlan, Tlacotlala, Toztlan, Yautlan e Ixmatlan”.76 El tributo anual consistía en:

…200 cargas de cacao; 800 pellas de liquidámbar; 16 000 pellas de hule; 80 ma nojos de plumas de quetzal; 8 000 manojos de plumas verdes; 8 000 manojos de plumas coloradas; 8 000 manojos de plumas azules; 4 manojos de plumas pe­queñas de colores; 4 800 cargas de mantas de colores; 800 cargas de huipiles; 800 cargas de enaguas; 1 arma de plumas ricas; 1 rodela de plumas ricas; 1 rodela de oro; 1 divisa de oro como ala para adorno del yelmo; 1 apretador de oro; 1 dia de­ma de oro; 2 collares de oro; 8 cuentas de chalchihuitl; 20 piedras de cristal de roca con matiz azul y engaste de oro; 20 bezotes de berilo, esmaltados de azul y engaste de oro; y 20 bezotes de ámbar claro con su engaste de oro.77

La invasión mexica en la zona tuvo como consecuencia la existencia de un confuso mosaico étnico en el momento de la llegada de los es­pañoles a Veracruz. Para principios del siglo XVI existían pueblos de distinta formación lingüística, fuertemente nahuatizados, pertenecien­tes unos al grupo yuto­azteca, otros al macro­mayance y otros más al macro­otomangue. Los de lengua náhuatl predominaban en Tlacotal­pan, Otatitlan, Puebla, Tlalixcoyan, Amatlan, Tuxtepec y Tuztla; los de lengua mixteca en Cozamaloapan; y los de lengua popoloca en Acuezpaltepec, Chacaltianguizco, Tlacojalpan y Tesechoacan.78

Los registros muestran que después de que Hernán Cortés entra­ra a Los Tuxtlas, luego de haber encontrado la población nativa de Totogal y reclamado el derecho sobre la tierra —tributos, recursos na­turales y trabajo de los indígenas—, demandó que los habitantes de Tuxtla —Totogal— descendieran de la montaña y se reubicaran. Una porción de esta población se asentó en el barrio del marqués en San­tiago Tuxtla. De acuerdo con Venter, esta reubicación forzosa pudo haber iniciado como parte de las reducciones a lo largo de toda la Nueva España, alrededor de 1532.79

Así, después de la conquista, en el siglo XVI, se estableció la po­blada comarca de Tuztla cuya cabecera era la villa de Santiago, a ori llas del río de Tepango. La provincia colonial se desplegaba desde

Derroteros coloniales de Los Tuxtlas 193

la margen derecha de la desembocadura del río de Alvarado y los arenales de Chocotán, hasta las riberas orientales del lago de Cate­maco. El otro eje se desplegaba entre el golfo y el curso del río San Juan Michapan, ocupando toda la parte occidental del macizo mon­tañoso de Los Tuxtlas y una fracción de las tierras bajas aledañas a la margen derecha del bajo Papaloapan, en el sitio en que el río da un giro hacia el noroeste antes de desembocar en la laguna de Alvarado. El punto de referencia más importante de la región era el volcán de San Martín Tuxtla. De acuerdo con García de León, esta sección del marquesado de Cortés sería un territorio colonial que corresponde con el de los actuales municipios de Lerdo de Tejada, Ángel R. Cabada, San tiago Tuxtla, San Andrés Tuxtla y Catemaco. Pero además, de aquí dependía el gobierno de las otras dos fracciones del mar quesado: Co­taxtla y La Rinconada. Cotaxtla corresponde al actual munici pio del mismo nombre y La Rinconada a la parte sur de los mu nicipios ac­tuales de Apazapan y Emiliano Zapata.80 Los principales pueblos iden­ tificados a lo largo del siglo XVI fueron la “villa” de San tiago Tuz tla con ocho barrios, San Andrés Tzacualco —hoy San Andrés Tux­tla— con tres barrios y los pueblos sujetos o estancias de San Juan Chuniapan, San Juan Matacapan, San Miguel Catemaco, Conchiu­h can, Tepeuhcan, Acatlan Apan, Iztapan, Santa María Asun ción, Ca xiapan y Tzoncalhuacan.81

El hecho de que Los Tuxtlas constituya una unidad geomorfoló­gica no significa que coincida con la unidad histórica —en el sentido de su delimitación religiosa o civil—. Es decir, que estaba separada en un sector que perteneció al obispado de Tlaxcala y en otro del obis­pado de Oaxaca. Durante la época colonial, esta división, tanto en lo civil como en lo eclesiástico, no coincidió en sus límites respectivos. El río Papaloapan era la frontera que separaba a los obispados vecinos de Tlaxcala y Oaxaca, de modo que todos aquellos pueblos —como Al varado, Tlalixcoyan, Cuauhtla, Puctla, Tlacotalpan, Amatlan, Co­zamaloapan y Puctlancingo— que se asentaban sobre la margen iz­quierda, pertenecían a la diócesis de Tlaxcala con su sede en la ciudad de Puebla de los Ángeles. Por el otro lado, aquellas otras poblaciones —como ambos Tuztlas, Catemaco, Otatila, Tuxtepec, así como Huaz­paltepec y sus allegados Tesechoacan, Chacaltianquizco y Tlacojalpan

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situados en la margen opuesta— correspondían para su doctrina a la diócesis de Oaxaca.82

En cuanto a la jurisdicción civil, había dos grandes corregimien­tos, uno denominado alcaldía mayor de Tlacotalpan y su partido, y otro corregimiento de Huazpaltepec. La alcaldía mayor de Tlacotalpan tenía bajo su gobierno a todos los pueblos de la zona pertenecientes al obispado de Tlaxcala, con excepción de Cozamaloapan y Amatlan, así como a los pueblos de Tuztla y sus barrios correspondientes al obis­pado de Oaxaca.83 Tenía, además, jurisdicción sobre Cotaxtla y La Rinconada, pueblos del marqués Del Valle que se hallaban un tanto alejados de la zona. La cabecera de esta alcaldía era Tlacotalpan y el sueldo del acalde mayor era pagado en parte por el marquesado de Cortés.84 Además, como se observa en el mapa, el sector este de Los Tux tlas —desde Catemaco hasta Coatzacoalcos— era parte de la pro­vincia de Coatzacoalcos que, a su vez, pertenecía al obispado de Antequera. Estas características hacen que localizar la información respecto a Los Tuxtlas nos obligue a entender que la región no está ais lada, por lo que ha sido necesario reconocer su identidad frag­mentada en diversas figuras civiles y religiosas a lo largo de la época colonial.

De acuerdo con Aguirre Beltrán, después de establecida la pro­vincia de Tuztla, ésta fue uno de los tres focos de irradiación desde los cuales se comenzó a poblar la cuenca baja del Papaloapan85 donde se constituyó la Villa Rica de la Vera Cruz, el primero de los estable­cimientos fundados por Cortés —de ahí se inició una corriente que tuvo por escala intermedia el pueblo de Tlalixcoyan, puerto al que iban a parar los productos de la región después de un largo viaje por las aguas de ríos, esteros y lagunas—. El segundo foco lo formó el pueblo de Tuztla, hoy Santiago Tuxtla, en cuya jurisdicción estableció Cor­tés uno de los primeros ingenios de azúcar en el país —el ingenio se encontraba en las tierras bajas de la serranía, en un lugar denomina­do Coamapa que en la actualidad pertenece al municipio de Ángel R. Cabada y es conocido por “El ingenio”—. El lugar principal de residencia de los españoles procedentes de Tuxtla fue el puerto de Al­varado, que antes llevaba el nombre de Atlizintla y que era un barrio del cacicazgo de Tlacotalpan; Atlizintla era el lugar de paso entre Ve­racruz y Tuztla y en él se establecieron casas para almacenar azúcar,

196 Veredas de mar y río

cueros y demás productos procedentes del feudo del marqués Del Valle. El tercer foco de irradiación lo constituyó la villa del Espíritu Santo fundada en 1522 por Gonzalo de Sandoval, cumpliendo órde­nes de Cortés, en la cuenca del río Coatzacoalcos. La villa, poblada por alrededor de 80 conquistadores, poco después fue casi totalmente abandonada, trasladándose la mayoría de ellos hacia las estribaciones inmediatas de la Sierra Madre, lugar que se denominó villa de San Ildefonso de los Zapotecas.86

La provincia de Tuztla tuvo una administración tributaria regida desde la villa cabecera de Santiago donde un alcalde mayor gober­naba la comarca. Tuztla fue tasada en 1544 cuando empezaba a darse una fuerte disminución de la población indígena. Los tuztecos eran entonces obligados a proveer textiles, maíz, indios de servicio para el ingenio del marqués, dos carpinteros de la villa y cantidades variables de sal y chile.87 De acuerdo con El libro de las tasaciones de pueblos de la Nueva España, siglo XVI, tenían que dar:

…cinco casas de indios para que hagan formas (de azúcar), las cuales cada do­mingo han de dar treinta formas, las diez grandes y las veinte pequeñas […] Le han de dar cada domingo cinco gallinas de la tierra, y los viernes y sábado un chicobite (canasto) de pescado y veinte huevos y un petate pequeño de ají (chi le) y una carguilla de sal de dos almudes […] En un año le han de dar se­sen ta mantas, de cuatro piernas, y cuarenta naguas y cuarenta camisas de in­dias y diez cargas de pescado salado, que tenga cada carga treinta pescados […] le han de hacer una sementera de maíz de cuatrocientas brazas en largo y doscientas en ancho y otra de riego del mismo tenor, de manera que han de ser dos sementeras cada año, y lo que de ellas se cogiere lo han de llevar al In­genio, y no han de dar otra cosa ni se les lleve, so penas de las ordenanzas.88

Existían varias salinas, de poca producción pero que alcanzaban para los consumos locales, en las cuales se hacía “alguna sal, cocida en agua salobre”. Pero ya en 1580, al igual que en todo el litoral, la mayor parte de la sal consumida provenía de las salinas de Campeche. Reflejo de este tráfico es la existencia del actual barrio llamado “Campeche” en San Andrés, poblado con mayas de aquella región que transpor­taban en canoas la sal. La pesca en los ríos, las lagunas y el mar era tam bién una actividad importante que caracterizaba a pueblos de pescadores como Catemaco o Caxiapan, y parte del tributo en espe­cie era producto de la pesca, como se indica en el Libro de las tasacio­

Derroteros coloniales de Los Tuxtlas 197

nes, y de la piscicultura practicada desde tiempos muy antiguos en las lagunas, ríos, estanques dedicados a ellos, y esteros aledaños a la costa.

La caza, que tiene a la fecha un sentido ritual, era la base de una gran actividad de subsistencia y de todo un complejo religioso aso­ciado con el origen mitológico de la cordillera marítima,89 y de ser con siderada en todo el sur de Veracruz como asiento del Talogan,90 y la morada del dueño de los animales del monte, también conocido co mo chaneh, es decir habitante. Abundan en el siglo XVI las referen­cias a las pesquerías marítimas, en su mayoría en poder de los indíge­nas, y la abundante pesca de la laguna de Catemaco.91 Para finales del siglo XVI ya habían desaparecido Tepeuhcan debido al ingenio, así co mo Conchiuhcan, Iztapan, Tzoncalhuacan y Acatla­Apan, en el actual río de Cañas, cerca de la laguna de Amezcalapa o laguna del Marqués.

Joseph de Solís propuso en 1604 congregar a todos los pueblos en la villa de Tuztla y en San Andrés, lo cual no fue posible. San Juan Chuniapan estaba muy posiblemente al sur de San Andrés, cerca del Salto de Eyipantla —hoy Chuniapan de arriba, Chuniapan de aba­jo—. San Juan Matacapan es la zona arqueológica, el enclave de Teo­tihua cán hoy destruido entre San Andrés y Catemaco. Este último es el mismo poblado actual y Caxiapan desapareció por efecto de las incursiones piratas desde 1672; estaba en el arroyo Cajapa, cerca de Roca Partida y a 2 km de la playa.92

Desde 1530, cuando Cortés retornó de su primer viaje a España con los títulos del marquesado que le hacían señor sobre “22 villas y 23 000 vasallos”, los magistrados y funcionarios del marquesado en el golfo se aposentaron en Santiago Tuztla y desde allí empezaron a con trolar el tributo de las diferentes poblaciones, usando a veces a los cobradores anteriores. El marquesado no tuvo en estos primeros años una continuidad de sus intenciones empresariales pues sufrió di versos periodos de secuestro, es decir, de confiscación por parte de la Audiencia, creando una situación de abandono recurrente. Estos periodos fueron: primero, el secuestro total entre 1567­1574, cuando Martín Cortés fue desterrado por su participación en la conjura de los hermanos Ávila. Cuando por fin fue absuelto en España se le devol­vieron sus propiedades y rentas, así como el derecho a los tributos. El segundo secuestro tuvo lugar de 1574 a 1593, éste pesó sobre la juris­

198 Veredas de mar y río

dicción civil y criminal, mientras que en sus tiempos Cortés gozó del marquesado como si fuera una encomienda más.93 Como resultado de una Cédula Real de restitución, la comarca fue devuelta a fines de abril de 1595. Esto explica el porqué La relación de Tuztla de 1580 fue re­dactada por el alcalde mayor de Tlacotalpa, Juan de Medina. Según Peter Gerhard, “durante las décadas de 1570 y 1580 […] Tuztla y Co­taxtla estuvieron anexadas a la alcaldía mayor de Tlacotalpan e Izcal­pan­Rinconada a la de Vera Cruz […] Desde 1787 la jurisdicción fue anexada de facto a la Intendencia de Vera Cruz”.94 Un tercer periodo de confiscación se dio entre 1710 y 1720, y el último y definitivo lle­vó a la desaparición del marquesado después de la consumación de la Independencia.95

Una vez presentado un panorama general de la situación de Los Tuxtlas al inicio de la Colonia, se integrará a continuación, en fun­ción de la organización civil de las dos provincias que incluyen a la villa de Los Tuxtlas —Tlacotalpan y Coatzacoalcos—, la informa­ción recuperada que alude a cuestiones de navegación fluvial y marí­tima durante el siglo XVI, con el fin de ordenar el conjunto de datos disponibles en función de los propios criterios de la época.

Provincia de Tlacotalpan

La relación geográfica de 1580 escrita por Juan de Medina establece que Tlacotalpan tenía cinco estancias sujetas: Atlicintla —Alvara­do—, Tlacintla, Aguateupa, Tlapazola y Chuniapa, y refiere que todas éstas se conectaban por agua. Posteriormente menciona que tiene en su jurisdicción a la villa de Tuztla, que se encuentra a 10 leguas de Tla cotalpa, así como a la villa de Cuetlaxtla a 18 leguas. La comarca de Tlacotalpan estaba ubicada a cuatro leguas de la boca del mar, jun to al río Alvarado, el cual es caracterizado como muy caudaloso, y cuando lo anegaba todo se perdían los cultivos de maíz y camote. También menciona que en la ribera del río se hallaban muchos man­gles blancos y colorados que por la dureza de la madera se utilizaban para construir casas.

Un dato interesante es que para responder a la pregunta 3096 se contesta que: “Hacen sal [pero] poca y ruin. Provéense della [sic] de

Derroteros coloniales de Los Tuxtlas 199

Campeche, que la traen en barcas para las pesquerías y, en el pueblo y su comarca tienen algodón, de que se visten”,97 con lo cual se refuer­za la idea de que se practicaba la navegación de cabotaje desde tierras lejanas. También se menciona que:

…[s]on pescadores: toman cantidad de pescado. Y algunos españoles que viven entre ellos tratan en pesquerías, y otros tratantes traen y tratan ropa de Castilla y de la tierra, machetes y cuchillos y tijeras, lienzo y vino (con su pena, que es tá vedado), porque todos los indios en general son muy amigos dello y lo pa­gan muy bien.98

Sobre sus límites hacia el norte se menciona que:

…alcanza este pueblo, en jurisdicción, la costa de la mar que viene de la isla de San Ju[an] de [U]lúa, como va en la pintura que con ésta va. Es la mar tor­mentosa de sur, y [tiene] nortes muy recios y peligrosos: reinan, desde agosto, hasta todo febrero; aunque, en este t[iem]po, se pasan quince días, y un mes, sin que viene norte.99

Se menciona de la costa que tiene playa y que hay grandes oleajes, y que la marea sube hasta 12 brazas. También se señala que pueden entrar hasta más de 500 navíos por el río de Alvarado.100

Como hemos mencionado unas líneas arriba, la jurisdicción ci­vil de Tlacotalpan tenía bajo su resguardo a la villa de Tuztla. Para el sec tor más bajo de la cuenca del río Alvarado se tienen registrados al menos 30 pueblos indígenas durante la primera mitad del siglo des­pués de la Conquista. Los asentamientos más grandes se encontraban en Tuxtepec, Mixtlan, Cosamaloapan, Amatlan, Puctla y en Tlacotal­pan. Cada una de estas cabeceras tenía uno o más sujetos o estancias. De acuerdo con Scholes y Warren, este arreglo de los asentamientos sin duda alguna estaría reflejando el orden político administrativo de los señoríos que existían cuando los mexicas controlaban la región. Los autores también mencionan que el principal medio de comunicación entre los pueblos eran las canoas.101

Al respecto, parece necesario referir algunas de las primeras im­presiones que los europeos tuvieron acerca de la región de la costa, al sur de Veracruz. Algunos datos de nuestro interés son mencionados por fray Toribio de Paredes o de Benavente, el célebre Motolinia,

200 Veredas de mar y río

quien viajó por la cuenca del Papaloapan recién erigidas las encomien­das y describe:

…la tierra que este río riega es de la buena y rica que hay en toda la Nueva Es­paña, y a donde los españoles echaron el ojo como tierra rica y los que en ella tuvieron repartimiento llevaron y sacaron de ella grandes tributos y tanto la chu paron, que la dejaron más pobre que otra y como estaba lejos de México no tuvo valedores.102

Estrictamente, el catolicismo no fue aquí adoptado jamás con el fer­vor del Altiplano, pues las comunidades nunca habían tenido sino un mínimo contacto con las creencias europeas. Este “paraíso terre­nal” del cronista indiano era para los clérigos y órdenes de Puebla, An tequera o la Veracruz, de acuerdo con García de León, “la antesala del infierno: el reino de las enfermedades, las castas, las supersticiones y los insectos, un lugar que había que evitar a toda costa y exprimir a prudente distancia”.103 A diferencia de la vecina Oaxaca, las órdenes religiosas presentes en el puerto funcionaban más como agentes del comercio que como evangelizadores y jamás llevaron a cabo ninguna empresa religiosa consistente entre las comunidades de la región.104 Sin embargo, Motolinia refiere sobre las visitas por parte de los frai­les, la relevancia del transporte en embarcaciones y algunos datos que resultan de gran importancia para identificar aquella escurridiza tra­dición de navegación prehispánica que tanto nos ha ocupado:

Cuando los frailes van visitando por esta tierra y duermen en el campo en des­poblado, trabajan de hacer buenas lumbres, porque los leones y los tigres tie­nen temor al fuego y huyen de él. Por estas causas dichas, lo más del trato y ca mino de los indios por aquella tierra (Amatlán) es por agua en acales o bar cas; acale en esta lengua, según su etimología, quiere decir “casa de agua” o “casa sobre el agua”.105 Con éstas navegan por los ríos grandes, como lo son los de la costa, y para sus pesquerías y contrataciones, y con éstas salen a la mar, y con las grandes de estas acales navegan de una isla a otra y atraviesan algún golfo pequeño. Estas acales o barcas cada una es de una sola pieza, de un árbol tan grande y tan grueso como lo demanda la longitud e latitud del árbol, y para éstas hay sus maestros, como en Castilla, de naos; y como los ríos se van ha­cien do mayores cuanto más se allegan a la costa, tanto son mayores estos aca les. En aquestas barcas o acales salen a recibir y llevar a los frailes de un pueblo a otro. En todos los ríos grandes de la costa, e muchas leguas la tierra adentro hay tiburones y lagartos que son bestias marinas. Algunos quieren decir que estos

Derroteros coloniales de Los Tuxtlas 201

lagartos sean de los cocodrilos de los cuales se lee en el Vita Patruum. Son al­gunos de tres brazas, y aun me dicen que en algunas partes los hay más largos, y cuasi de gordor de un caballo; otros hay harto menores. A do éstos y los ti­burones andan encarnizados, nadie osa sacar la manos fuera de la barca, porque estas bestias son muy prestas en el agua, y cuanto alcanzan tanto cortan, e llévanse un hombre atravesado en la boca.106

Resulta fundamental rescatar los siguientes datos: las canoas que descri be Motolinia son de carácter monóxilo, es decir, talladas en un solo árbol de gran tamaño, lo cual coincide con la forma de las em­barcaciones miniatura talladas en jade referidas en el capítulo 1 y con aque llos moldes de canoas reportadas por Delgado y sus colaborado­res.107 Previamente se han identificado otros distintos tipos de barcas de tradición prehispánica para la cuenca de México108 y para Me soa­mérica en general;109 por el momento, para el sur de Veracruz no pare­ce haber indicios de otro tipo de embarcaciones más que éstas. Por otro lado, parece necesario prestar más atención a aquellos maestros “como en Castilla, de naos”, pues la existencia de un sector dedicado a la construcción de las embarcaciones prehispánicas todavía parece difícil de identificar claramente. Habrá que tomar además con cau­tela la aseveración del fraile sobre los viajes a altamar que po dían rea­lizarse con estas embarcaciones.

Aunque la tradición de uso de canoas talladas en un tronco, pre­via a la Conquista, aún resulta poco conocida, es un hecho que con­forme avanzó la colonización se fue desarrollando la construcción de navíos con una capacidad de carga de hasta siete toneladas que podían transportar cerca de 60 pasajeros. Estos navíos se construían en los astilleros que, para tal fin, fueron habilitados en el puerto de cabotaje de Alvarado y en el fluvial de Tlacotalpan. En ellos había aserrade ros y se construían embarcaciones de grandes dimensiones, así como los bar cos de quilla plana especiales para remontar corrientes fluviales. Las embarcaciones que tenían una mayor dimensión y calado se con­cluían en el puerto de Veracruz.110 Velasco nos informa que el armado de embarcaciones fue una actividad que se permitió “a cualquier va­sallo de los dominios de España”, imponiéndose como única restricción la prohibición de su venta a los “extranjeros aunque tengan carta de naturaleza, ni han de tener parte de su valor ni recibirse de ellos dinero con ese objeto”.111 En cambio, las canoas llamadas “viajeras”

202 Veredas de mar y río

y las trajineras pesqueras continuaron fabricándose a partir de una sola pieza de árbol. Por las referencias que da Miguel del Corral112 se desprende que los constructores de las primeras eran especialistas que también se dedicaban al corte de madera y labraban las canoas en el mismo lugar donde derribaban el árbol. Mientras que las piraguas las hacían los propios usuarios y “era raro el vecino que no la tiene”, aun que sólo la utilizara para transportarse durante la temporada de inundaciones y visitarse “unos a otros”.113

Por otro lado, Aguirre Beltrán de hecho caracteriza a los habitan­tes de Tlacotalpan y demás pueblos de la cuenca asentados en tierras inundables como dedicados al oficio de la pesca; menciona por su­puesto que en algunos lugares altos, escasos y que bien podría ser el caso de la sierra de Los Tuxtlas, sembraban maíz y algodón por ser pro­ductos básicos de su economía; pero recalca que su actividad principal se lleva a cabo en los esteros y lagunas que dejan las inundaciones cuan­do se retiran.114 A partir de su revisión de documentos coloniales el autor menciona que:

Los pescadores son expertos en el conocimiento de los hábitos y patrones en vida de las diferentes especies de peces, crustáceos, moluscos y pájaros, habi­tan tes obstinados de la marisma, y modifican la geografía del pantano para fa­cilitar la captura; arrastran sus canoas por la tierra cenagosa y abren caminos que una buena corriente ahonda; construyen corrales en los esteros para obtener co secha abundante y fresca; guardan la veda en tiempo de cría o desove y mue­ven sus pesquerías de los ríos a los arroyos en los meses de invierno, “cuando el peje huyendo de las frialdades y corrientes de los ríos principales se guarece en arroyos y lagunetas”; fabrican en las riberas rancherías “teniendo todo lo me nes­teroso para el uso y ejercicio de la pesca en virtud de la posesión inmemorial y costumbre centenaria que tienen y han tenido siempre.115

De acuerdo con Aguirre, la pesca se ejercía en el mar, ríos y esteros, arroyos y lagunas de poca corriente. En el mar y en los ríos los pesca­dores españoles utilizaban la red redonda o chinchorro redondo; en los esteros y arroyos los pescadores indios usaban el chinchorro o red corralera. En este último caso los corrales y redes cerraban la salida a peces chicos y grandes; para su captura, los pescadores golpeaban el agua y hacían, gritando, un ruido ensordecedor para dirigir así a los peces en dirección al chinchorro que funcionaba como corral. El in­vestigador llama la atención sobre cómo, a diferencia de la pesca en el

Derroteros coloniales de Los Tuxtlas 203

mar o en los ríos navegables, la pesca en esteros y lagunas se practi ca ba en función de los límites territoriales y de jurisdicción de las ha cien­das ganaderas, dentro de los límites de su jurisdicción que en la maris­ma comprendía aguas cenagosas, arroyos y riachuelos.116 Un siglo después, la situación de los indios pescadores de Tlacotalpan muestra cambios dramáticos, al operar en tal lapso el proceso de exclusión, desplazamiento y despojo, el colonialismo español termina exclu­yendo a los indios de la pesca como principal fuente de ingreso.117

Por otro lado, arrieros y remeros de canoas siempre eran bienveni­dos en los centros de producción, en los sitios de almacenaje y en los puertos de intercambio donde porteaban las mercancías y recogían otros productos con los cuales abastecían a los diferentes pueblos si­tuados dentro de su ruta.118 Durante el primer siglo de la Colonia, y ante la escasez de animales de carga, el comerciante español utilizó la fuerza de trabajo india especializada en transportar las mercaderías: el tameme. Estos indios cargadores estaban organizados y capacitados para cumplir con su función, además conocían las rutas, los vados pa ra cruzar los ríos y los sitios de descanso y relevo. Pero a pesar de ser una fuerza de trabajo fundamental para el abasto, su empleo no estuvo exen­to de la brutal explotación. Ante las múltiples protestas de los pue­blos, el virrey Luis de Velasco ordenó, el 26 de abril de 1563, que de los pueblos del río Alvarado —Papaloapan— no se dieran “por ninguna vía tamemes a ninguna persona que sea para poco ni mucho cami­no”.119 La orden tuvo efecto al poco tiempo, no tanto por la amenaza de la multa a la que se harían acreedores, sino porque para esta fecha en la región del Papaloapan ya existía una buena cantidad de ganado caballar que pronto sustituyó al sufrido tameme y permitió extender el naciente sistema de transporte llamado de recua o arriería que se combinó eficientemente con la navegación fluvial.120

La cuenca baja del Papaloapan, lejos de ser un espacio hostil o im posible de habitar para los españoles, se convirtió en un escena­rio del que se podía sacar provecho una vez que se establecía una re­lación con el entorno lleno de múltiples corrientes fluviales, lagunas y la cos ta. La idea de que la tierra caliente era la “antesala del infier­no” no fue tan aterradora para evitar la mirada de colonos decididos que se asentaron en ese espacio cuyas condiciones eran favorables pa ra la práctica del comercio, la ganadería extensiva, la pesca y la extrac­

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ción de maderas finas. Los ríos navegables que permitían penetrar varios kilómetros tierra adentro y que proporcionaban una fácil sali­da al mar para comunicarse con el puerto de Veracruz, se constituyeron en el eje de una sociedad colonial que aprendió a vivir y desarrolló una cultura vinculada al entorno marítimo.121

La villa de Tuztla

Acerca de la descripción de la villa de Tuztla elaborada por el alcalde Juan de Medina en 1580, y en relación con nuestro tema, haremos pri mero referencia a que la población fue ubicada a 75 leguas de la ciu dad de México y se le adjudican seis estancias: Conchihca, San Andrés Tzaqualco, Matlacapan, Caxiapan, Chuniapan y Catemaco. Medina refiere como vecinos de Tuztla a Chacalapa —de la provincia de Coatzacoalcos— y a Tlacotalpan que se ubica a 10 leguas de dis­tan cia en el río de Alvarado. Se refiere acerca del consumo de maíz, frijol, gallinas, frutas y yerbas. Sobre su entorno inmediato describe a los montes y sierras con el término de tuztlantepeque que bien po ­dría traducirse como “cerros de Tuztlan”,122 por lo cual dicha palabra en náhuatl pudiera explicar el origen del nombre de la sie rra con ce­bida como la unidad de un macizo montañoso.

Se hace referencia a un río caudaloso que aparentemente alcan­zaría a llegar hasta Coatzacoalcos y que se une con otro que viene de Minchapa —podría referirse al río San Juan Micha pa— uniéndose a cuatro leguas de la villa de Tuztla —alrededor de 16 km—. Este río, que de nuevo podría referirse al San Juan Michapa, va a dar al sistema del río Papaloapan. También se menciona otro río caudaloso a tres le guas de Tuztla, llamado Tecolapa, el cual surge en las sierras de San Martín y desemboca en el río de Alvarado. A cuatro leguas de la vi­lla, y de acuerdo con el alcalde, en dirección hacia Coatzacoalcos se en cuentra la estancia que nombra Acatemaco —Ca temaco— don­de ubi ca la gran laguna con 20 leguas de boj.123 Alude que la lagu­na desagua con un río muy caudaloso —sin duda el río Ca te maco— que se junta con el de Minchapa —el río San Juan— y que llega has ta el río de Alvarado. Indica también la presencia de la isla de Agaltepec y hace la analogía entre la misma y una canoa. También menciona

Derroteros coloniales de Los Tuxtlas 205

que la laguna tenía mucho pescado pequeño. A legua y me dia del pueblo de Acatemaco ubica otra laguna grande que está conectada con el mar, sin duda alguna la laguna costera de Sontecomapan, re­firiendo que hay en ella mucha “manera de pescado y lagartos”.124

Finalmente, se explica que a seis leguas de la villa de Tuztla está otra laguna que se llama Amatzcalapan y traduce su nombre como “la­guna de Conchas”. Menciona que tiene cinco leguas de boj y que desagua en el río de Cañas. Acerca del abastecimiento de sal, el cual es uno de los productos más preciados; informa que en la villa se hace un poco de la misma “cocida en agua salobre”, pero que al igual que en Tlacotalpan se proveen de ella gracias a que llega desde Campeche, de la misma manera que arribaba a Tlacotalpan, en canoas que van navegando por la costa. Describe también que la costa es parte de la villa que es playa y es “costa muy brava en tiempo de norte y sures”.125

Provincia de Coatzacoalcos

La provincia de Coatzacoalcos era la más grande y ocupaba poco más de la mitad de todo el Sotavento. Se extendía desde la parte orien­tal de las montañas de Tuztla hasta la desembocadura del río Copilco o Tortuguero en Tabasco. Su territorio abarcaba gran parte de las cuencas de los ríos San Juan Michapan, afluente del Papaloapan que vierte sus aguas frente al caserío de Tlacotalpan. En términos moder­nos, la antigua comarca corresponde a un conjunto de 24 municipios en el sur de Veracruz: Acayucan, Soteapan, Hueyapan de Ocampo, San Juan Evangelista, Sayula de Alemán, Jesús Carranza, Soconus­co, Mecayapan, Tatahuicapan, Pajapan, Chinameca, Texistepec, Jál ti­pan, Oteapan, Zaragoza, Hidalgotitlán, Cosoleacaque, Coatzacoal­cos, Minatitlán, Nanchital, Ixhuatlán del Sureste, Moloacán, Agua Dulce y Las Choapas.126 Hemos mencionado ya que la jurisdicción civil de la provincia de Coatzacoalcos, cuya cabecera estaba en la vi lla del Espíritu Santo, integra el sector este de la sierra de Santa Marta y el volcán San Martín Pajapan hasta la laguna del Ostión. De la rela­ción redactada por Suero de Cangas y Quiñones, alcalde mayor, recu­peramos algunos datos importantes que son útiles para caracterizar este sector de Los Tuxtlas en el contexto que nos interesa.

206 Veredas de mar y río

Muchos de los datos recuperados de esta relación se elaboraron to mando como punto de referencia a la villa del Espíritu Santo, Coatzacoalcos, la cual de acuerdo con el escrito fue descubierta por Hernán Cortes después de la caída de Tenochtitlan y se ubica en 17° latitud norte. Para su localización en el espacio se dice que respecto a la ciudad de México se encuentra a 125 leguas; de la villa de Tabas­co a 40 leguas y respecto a la villa de Tuztla se menciona que sobre el mismo camino que se sigue para ir hacia México, ésta se encuentra a 30 leguas al noroeste desde Coatzacoalcos. Acerca de las caracterís­ticas de la región se le califica como en extremo cálida, con un exceso de lluvias y tormentas, y se indica la presencia de nortes de septiembre a marzo. La tierra se describe como llana, con montes y muchos ríos, así como con fuen tes de agua abundantes. Menciona que algunos pue­blos de la provincia se encuentran en tierras bajas, las cuales se carac­terizan por ser cenagosas y con numerosas lagunas, muy cerca del río Coatzacoalcos. De otras menciona que se encuentran en la cordillera de las sierras de San Martín —probablemente San Martín Pajapan— y que éstas se lo calizan cerca de arroyos de agua cuya tierra ade más es fértil.127 Refiere que hay algunos pueblos cerca de la costa —a los que se les nombra pueblos a la marina—. Se responde también que las sie rras más cercanas son las de Minzapa y San Martín ubicadas hacia el noroeste y sobre el mar respecto a la villa.128 Sobre la costa de la pro­vincia se men ciona que “quiebra mucho, y toda la costa es bajío y es la mar brava, especialmente en tiempo de nortes, que son desde oc­tubre hasta enero, donde suelen dar a la costa los navíos de España, y barcas que andan en el trato de Campeche”.129

Sobre los puertos y desembarcaderos que hay en esta provincia se alude a los ríos Coatzacoalcos, Tonalá, El Agualulco y la laguna de Min zapa —actual laguna del Ostión— a las faldas del cerro San ta Mar­ t a. Se marca como punto de inicio de la zona a las sierras de San Martín Pajapan hasta Tabasco; se menciona que se entra a los puer­tos y ríos con viento de norte, noroeste, nordeste y este, y que se sale de ellos con los contrarios. Con el mismo punto de referencia y hasta el río de El Agualulco se indica que no hay sierra, ni isla alguna sino sólo playa.130

En 1580 los pueblos se asentaban en cuatro tipos de hábitat, siem­pre marcados por la presencia del agua que constituía sistemas propios

Derroteros coloniales de Los Tuxtlas 207

que a veces coincidían con los límites de señoríos locales. García de León establece la siguiente clasificación por su ubicación: 1) en las orillas de los ríos y lagunas, o entre pantanos y bordes de litoral; 2) en las partes altas de los bancos interiores formados por sedimentaciones pro longadas; 3) sobre la costa del litoral del golfo, frente a dunas y regiones de playa; 4) en las faldas montañosas de la sierra de Santa Marta y San Martín Pajapan. Para fines de la Colonia, la mayor par­te de los pueblos sobrevivientes se ubican en las partes más secas, porque siempre habían estado allí, o porque habían sido obligados a abandonar los litorales y las riberas por la acción depredadora de los piratas y los contrabandistas.131

García de León nos explica que la expansión de las epidemias y la recomposición demográfica de las comunidades indias y vecinas co­menzaron a alterar, a fines del siglo XVI, el orden regional impuesto por las primeras congregaciones de pueblos. Uno de los efectos de todo esto fue la destrucción de las jerarquías que separaban a los pue­blos cabeceras de sus sujetos o “estancias”. En el caso de los Ahualul­cos, al inicio del siglo XVII, “todos los pueblos se volvieron cabece­ras” al modificarse las antiguas categorías y las escalas locales del poder, pues al mismo tiempo los sobrevivientes se integraban a la ca­tegoría de los “macehuales” y un gran desorden comenzó a generalizar­se. Así, y a pesar de varias medidas destinadas a proteger a la población tributaria, ésta se veía sujeta a las presiones del despoblamiento, por lo que comienza un proceso de fuga hacia “la montaña” debido a la presencia molesta del ganado mayor y al crecimiento de una red comer­cial completamente distinta y ajena para los habitantes de la región.132

En este contexto, una de las provincias más afectadas por el despoblamiento indígena fue la de Coatzacoalcos, cuyos pueblos pro­curaban durante la primera mitad del siglo XVII reubicarse, para lo cual se alejaron de los caminos y los cursos navegables de los ríos. García de León explica este comportamiento en función de que los poblado­res no querían ser molestados por la actividad de los tratantes y los arrieros, por las partidas de ganados y sus vaqueros, o por la búsqueda de riquezas de los filibusteros y contrabandistas. La capital regional, la villa del Espíritu Santo, que decaía desde 1560, terminó por desa­parecer en el siglo XVIII, sufriendo casi un total abandono en 1601, así como varios ataques piratas entre 1646 y 1648.133 Hacia finales del

208 Veredas de mar y río

siglo XVI la diezmada y dispersa población indígena fue congregada en los nueve pueblos que hasta la actualidad se localizan junto al río Papaloapan: Alvarado, Tlacotalpan, Amatlán —hoy Amatitlán—, Cosamaloapan, Chacaltianguis, Tlacojalpan y Otatitlán, Acula e Ix­matlahuacan. El poblado de Acula permaneció a orilla del río que le da su nombre, e Ixmatlahuacan conservó su antiguo asentamiento por estar ubicado en la ribera del río Santiago, afluente del Acula, que desemboca en la laguna de Alvarado.134

Por otra parte, a lo largo de los ríos San Juan Michapan, Tese­choacán, Obispo y Blanco, fueron instalados diversos centros de acopio y almacenamiento de mercancías. En ellos se porteaban los productos para ser transportados en canoa de muelle a muelle, a la vez que los arrieros recibían las mercancías que en su retorno trasla darían hacia otros mercados. El flujo de cambio de bienes a través del com­plejo fluvial facilitaba tanto la comunicación con la región monta­ñosa de Oaxaca, como con la zona del Istmo o con el altiplano central, al igual que se conectaba con la navegación de cabotaje en la laguna de Alvarado para comunicarse con el puerto de Veracruz y Campe­che. Esta red fluvial permitió el desarrollo de un sistema dendrítico y la delimitación de un hinterland económico determinado por el al­cance del flujo de las mercancías entre los puntos periféricos de fácil navegación fluvial.135 En el siguiente capítulo veremos cómo, median­te el análisis de diversos mapas coloniales, es posible llevar a cabo la iden tificación de algunos de los nodos de la red fluvial descrita por Velasco, así como del camino de la costa y su combinación con rutas terrestres. Los caminos de agua y tierra fueron utilizados por los ha­bitantes de la región de Los Tuxtlas en la época colonial, integrando la región a los procesos de movilización mercantil tanto legales co ­mo de contrabando propio de los años posteriores a la llegada de los españoles a la costa del golfo.

Derroteros coloniales de Los Tuxtlas 209

NoTas

1 Gruzinski ha reflexionado sobre cómo las limitaciones inherentes a las fuentes disponibles para conocer el mundo indígena nos obligan a acercarnos a la épo­ca colonial y entender de manera profunda los procesos de occidentalización. En este sentido, el autor advierte que “pretender pasar a través del espejo y captar a los indios fuera de Occidente es un ejercicio peligroso, con frecuencia impracticable e ilusorio” (Gruzinski, 1991: 13).

2 Vargas y Ochoa, 1982: 60. 3 Urroz, 2012: 31­32. 4 Ibíd: 32­33. 5 De acuerdo con Urroz, en países iberoamericanos como México aún no se ha ex­

plorado la distinción entre la cartografía histórica y la historia de la cartografía. La autora apunta la falta de reflexión conjunta sobre el estudio y análisis de los mapas antiguos que se han elaborado en distintos contextos históricos de Mé­xico y cómo, a pesar de que el interés por estos mapas ha aumentado en los últi­mos años, el acercamiento a los mismos se ha desarrollado como una práctica sui generis de otras disciplinas como la geografía o la historia (Urroz, 2012: 13).

6 Russo, 2005; Ángel Díaz, 2009: 182. 7 Urroz, 2012: 17. 8 García Rojas, 2008: 15­16. 9 Ángel Díaz, 2009: 184. 10 Orejas, 1995: 28; García Rojas, 2008: 11; Urroz, 2012: 26. 11 Urroz, 2012: 26­27. 12 Harley, 2001. 13 Ídem; cit. pos. García Rojas, 2008: 19. Desde inicios de los años ochenta Har ley

formó parte de un grupo de cartógrafos que abogaron por una transformación en la ma nera de interpretar la naturaleza de los mapas, has ta entonces centra­da en un paradigma evolucionista que situaba el desarrollo de la cartografía moderna en un camino de progreso hacia la perfección de sus técnicas, prácti­cas y herramientas (Ángel Díaz, 2009: 184).

14 Harley puso en evidencia el carácter político de los signi ficados de los mapas y su manipulación “en beneficio de los intereses de los poderosos”, rechazando las pretensiones de neutralidad de la cartografía empirista y los cánones de la crí­tica cartográfica tradicional “con sus oposiciones binarias entre mapas ciertos y falsos, precisos e imprecisos, objetivos y subjetivos, literales y simbólicos, o los ba sados en una noción de integridad científica opuesta a la de distorsión ideológica”. El acercamiento al trabajo de Michel Fou cault proporcionaría a Har ley los argumentos para interpretar los mapas como tecnologías de poder y para explicar hasta qué punto el carácter aparentemente “neutro” de la car­tografía científica moderna imponía sus propios valores a la sociedad (Ángel Díaz, 2009: 185­186).

15 Urroz, 2012: 39­40.

210 Veredas de mar y río

16 Ibíd: 29. 17 Acuña, 1984: 9; Hernández, 2004: 1. 18 Hernández, 2004: 16. 19 Delgado López, 2010: 97. 20 Hernández, 2004: 17. 21 Ibíd: 17. 22 Acuña, 1985: 12. 23 Butzer y Williams, 1992, cit. pos. Delgado López y Vázquez, 2010: 94. 24 Ibíd: 94. 25 Mundy, 1996: XVI; Palm, 1973: 109­119, cit. pos. Hernández, 2004: 14. 26 Hernández, 2004: 14. 27 Manso, 2012: 35. 28 Urroz, 2012: 50­51. 29 Acuña, 1984: 5. 30 Hernández, 2004. 31 Cline, 1972: 191, cit. pos. Hernández, 2004: 17. 32 Mundy, 1996: 30, cit. pos. Hernández, 2004: 18. 33 Hernández, 2004: 18­19. 34 Acuña, 1984, cit. pos. Hernández, 2004: 18. 35 Hernández, 2004: 20. 36 Delgado López y Vázquez, 2010: 111. Joaquín García Icazbalceta adquirió en

España, a mediados del siglo XIX, gran cantidad de relaciones geográficas pro­venientes de los fondos del Archivo General de Indias de Sevilla. En 1864, cuan­do Manuel Orozco y Berra escribió sus Apuntes para la geografía de las lenguas y carta etnográfica de México, utilizó información contenida en las relaciones geo­gráficas de la colección de Icazbalceta. Más tarde, entre 1905 y 1906, Francisco del Paso y Troncoso, director del Museo Nacional de México, recopiló en ocho to­mos las relaciones con el título de Papeles de la Nueva España, su trabajo no fue concluido pues nunca publicó los tomos II, VII y VIII (Carrera, 1968: 4).

37 Acuña, 1984: 9­10. 38 Cline, 1972: 191­193. 39 Acuña, 1984: 16­19. 40 Carrera, 1968: 11. 41 Del Paso y Troncoso, 1905: 1­11. 42 La equivalencia de una legua, de acuerdo con René Acuña, sería de 4.2 km, equi­

valencia que recupera de la pintura de Tlacotalpa elaborada por Stroza Gali en 1580 (Acuña, 1985).

43 Ibíd: 281. 44 Ibíd: 14. 45 Carrera, 1968: 10; Acuña, 1984: 13. 46 Acuña, 1984: 13. 47 García de León, 2011: 71 y 169. 48 Ibíd: 33.

Derroteros coloniales de Los Tuxtlas 211

49 J. Díaz, 1972: 8. 50 García de León, 2011: 35. 51 Díaz del Castillo, 1957: 22, cit. pos. García de León, 2011: 35. 52 Díaz del Castillo, 1957: 22. 53 García de León, 2011: 36. 54 De acuerdo con el Diccionario de Autoridades de la Real Academia Española de

1729, capellán es “el que goza renta eclesiástica por razón o título de capella­nía”, y en la segunda entrada del mismo vocablo se define como: el sacerdote que asiste a decir misa en la capilla u oratorio de algún señor (Real Academia Espa­ñola, 1729: 140).

55 J. Díaz, 1972: 67. 56 García de León, 2011: 34. 57 Rivera, 1728: cap. XX, 54­55. 58 Bosch, 1991. 59 Ibíd: 25. 60 Ídem. 61 García de León, 2011. 62 La gran región del Sotavento se desplegaba en 41 888 km2 y corresponde a cer­

ca de 57 municipios del centro y sur de Veracruz, dos de Oaxaca y dos de Tabasco. Las jurisdicciones coloniales se convirtieron en cantones bajo la república libe­ral y son hoy grupos de municipios. Su altura no rebasa los 200 metros sobre el nivel del mar, salvo en su cordillera central —la sierra de Los Tuxtlas y Santa Mar ta— (García de León, 2011: 20).

63 García de León, 2011: 18. 64 Scholes y Warren, 1965: 776. 65 Hinterland: término de origen alemán, empleado en economía, que significa las

tierras que rodean una ciudad o zona de las que ésta puede abastecerse (Hassig, 1990: 13).

66 García de León, 2011: 18­20. Las comarcas prehispánicas convertidas en juris­dicciones coloniales eran en realidad estructuras mercantiles de larga duración, zonas de irradiación de mercados pueblerinos. Es por eso que la matriz del So­tavento se sitúa en esas áreas de control comercial y tributario, más que en el pue blo cabecera; y que cada jurisdicción constituye un sistema hecho de subsis­temas anteriores (García de León, 2011: 57­58).

67 Ibíd: 54. 68 Ibíd: 54­55. 69 Ibíd: 55. 70 Ídem. 71 Ibíd: 55­56. Después de la conquista, la villa del Espíritu Santo, Coatzacoalcos,

tendría una jurisdicción de gobierno que comprendía el sur de Veracruz y el oc ­cidente de Tabasco. Desde su fundación por el capitán Gonzalo de Sandoval, el lunes 9 de junio de 1522, tuvo un ayuntamiento, y a partir de 1525 pasó a ser alcaldía mayor. En 1587 se cambió una legua adelante, a un lugar más saludable

212 Veredas de mar y río

que poco después fue abandonado. En consecuencia, Acayucan se convirtió en el asiento del gobierno de la provincia de Coatzacoalcos (Münch, 1994: 27).

72 García de León, 2011: 20­21. 73 Los grupos étnicos arriba mencionados recibieron de los nahuas del Altiplano la

designación genérica de olmecas. El territorio que ocupaban, por su feracidad y extrema abundancia de agua, fue considerado como el paraíso terrenal, el mito­lógico Tlalocan. En él fijaron su atención las tribus alteñas de habla náhuatl, pasado un periodo en que se verificaron operaciones comerciales más o menos pacíficas, los guerreros de la confederación mexica cayeron sobre el Papaloapan y lo sometieron (Aguirre, 1992).

74 Scholes y Warren, 1965: 776­777; Barlow, 1992: 97­98. 75 Esquivias, 2002; Venter, 2008. 76 Aguirre, 1992: 125. 77 Ibíd: 125­126. 78 Ibíd: 15. 79 Rivas, 1999: 33, cit. pos. Venter, 2008: 55. 80 García de León, 2011: 167. 81 Ibíd: 171­172. 82 García de León, 2011: 177­178. 83 Cuando el alcalde mayor de Tlacotalpan y juez de sus cabeceras, Juan de Medina,

redactó La relación de Tlacotalpa y su partido, en la cual incluyó a Tuztla y Co­taxtla, las dos villas eran reclamadas por la diócesis de Tlaxcala, siendo que solamente la segunda le pertenecía, pues la primera, hasta el final del periodo colonial y por encontrase al este del río de Alvarado, fue administrada en lo re­ligioso por el obispado de Antequera. Medina refiere en este documento de 1580 que los pueblos, antes de la Conquista y en los reacomodos de la primera déca­da, no siempre habían estado en sus asentamientos conocidos, pues preferían es tar “en lo alto”, es decir, hacia las montañas vecinas, y que una serie de catás­trofes seguida de una original política de congregaciones los habían reubicado (García de León, 2011: 177­178).

84 Aguirre, 1992: 47; García de León, 2011: 53. 85 Aguirre, 1992. 86 Ibíd: 16. 87 García de León, 2011: 171. 88 González de Cossío, 1952: 581. 89 García de León, 2011: 182. 90 El Talogan hace referencia al concepto de Tlalocan como un lugar lleno de ri­

quezas cuya ubicación sería generalmente subterránea (García de León, 2011: 183; López y Toledo, 2009).

91 García de León, 2011: 182­183. 92 Ibíd: 183­184. 93 García Martínez, 1969: 75­76. 94 Gerhard, 1986: 351. 95 García de León, 2011: 170.

Derroteros coloniales de Los Tuxtlas 213

96 El rubro 30 del cuestionario de 1577 solicita la siguiente información: “Si hay sa linas en el dicho pueblo o cerca del de donde se proveen de sal y de todas las otras cosas que tuvieren falta para el mantenimiento o el vestido” (Acuña, 1985: 17).

97 Del Paso y Troncoso, 1905: t. II, 285. 98 Acuña, 1985: 284. 99 Ibíd: 285. 100 Ibíd: 285. 101 Scholes y Warren, 1965: 779. 102 Fray Toribio de Benavente, 1971: 229. 103 García de León, 2011: 339. 104 Ibíd: 339. 105 El diccionario de Molina presenta la entrada léxica en su sección náhuatl­

español: acalli, y lo define como: navío, barca, canoa, etcétera. 106 Fray Toribio de Benavente, 1971: 227. 107 Delgado, Parra y Ortiz, 2008. 108 Favila, 2011; Biar, 2011. 109 Meide, 1998. 110 González, 1991: 97. 111 Quiroz, 1986: 227, cit. pos. Velasco, 2004: 151. 112 Miguel del Corral fue uno de los ingenieros que elaboró numerosos mapas de

carácter militar en el siglo XVIII (Moncada, 2003). 113 Caveros y Rendón, 1995: 44, cit. pos. Velasco, 2004: 150­151. 114 Aguirre, 1992: 203. 115 AGN. Tierras 169.2, cit. pos. Aguirre, 1992: 204. 116 AGN Tierras 169.2, cit. pos. Aguirre, 1992: 206. Esto parece ser una práctica que

se mantiene hasta el día de hoy. Al menos en varios sectores de Los Tuxtlas los ríos son parcelados en función de los límites actuales de las rancherías y terre­nos privados.

117 Aguirre, 1992: 206. 118 Quiroz, 1986; González, 1991: 95, cit. pos. Velasco, 2004: 149. 119 Aguirre, 1992: 168. 120 Velasco, 2004: 149. 121 Velasco, 2004: 162. 122 Si tomamos como un sustantivo locativo tuztlan, separado de –tepe que podría

venir del sustantivo tepetl y finalmente el sufijo –que, refiriéndose a la pluralidad de la palabra.

123 De acuerdo con el diccionario, la palabra boj proviene de bojar que significar rodear, medir el circuito de una isla o cabo (Real Academia Española, 1737: 110).

124 Acuña, 1984: 111. 125 Ibíd: 112. 126 García de León, 2011: 205­206.

214 Veredas de mar y río

127 Esta información está designada en la relación como respuesta al noveno punto de los cuestionarios, aunque parece haber aquí una equivocación del alcalde Suero de Cangas y Quiñones, dado que es la pregunta 10 la que solicita informa­ción acerca de “el sitio y asiento donde los dichos pueblos estuviesen”, mientras que la novena pregunta es sobre los nombres y la razón del nombramien to de cada pueblo.

128 Acuña, 1984: 116. 129 Ibíd: 118. 130 Ibíd: 119. 131 García de León, 2011: 210­211. 132 Ibíd: 397­398. 133 Ibíd: 401­402. 134 Velasco, 2004: 147. 135 Velasco, 2004: 147­148.

capíTulo 6

Caminos de agua en tierra firmey mar abierto

En este último capítulo abordaremos documentos que provienen de la cartografía, la cual entendemos como la representación vi­sual de una realidad geográfica que responde a distintos propósitos.

De acuerdo con Raquel Urroz, particularmente en México, ha existido una rica y larga tradición en cuanto a la elaboración de mapas con el fin de cumplir objetivos de índole política, ideológica o metafórica, es el caso de aque llos que, con fines utilitarios y prácticos, se elabora­ron tras la recopilación de datos a partir de distintos viajes de reco­nocimiento.

La gama de mapas que podemos estudiar incluye a aquellos que muestran el modo de concebir el espacio mesoamericano; las cartas que se produjeron en la época colonial y que hoy fungen como impor­tantes testimonios de los procesos de diálogo intercultural; los mapas donde se sitúa a México en la geografía universal; los trabajos carto­gráficos que fueron parte del proyecto de la Corona para conocer la si­tuación de sus territorios en ultramar; las cartas de conjunto realizadas durante el siglo XVII por parte de los ingenieros militares del país y aquellas que, desde finales del siglo XIX y todo el XX, fueron elabora­das por las diversas comisiones e instituciones que, preocupadas por la precisión científica en el trabajo cartográfico del país, incrementa­ron la producción de mapas y planos.1

De acuerdo con Urroz, la mayoría de los estudios dedicados a la cartografía colonial se han enfocado en el siglo XVIII, dejando el siglo anterior un poco vacío.2 En general, la cartografía en el periodo virreinal se ha descrito haciendo hincapié en los avances de la ciencia europea. La elaboración de mapas en la Nueva España sufrió adapta­

216 Veredas de mar y río

ciones y modificaciones que buscaban encajar en los cánones e ideales de la ciencia y el arte europeo. De esta forma, mientras se consolida­ban en Nueva España los rasgos científicos e innovaciones técnicas al mo do occidental, paralelamente el campo de la cartografía crecía en su especialización. Como ejemplo, se perfeccionaron los levan­tamientos de mapas topográficos mediante el trabajo de campo con ins trumentos de medición, con lo cual se logró el reconocimiento oficial del oeste de Norteamérica, del océano Pacífico y del golfo de México.3

Para finales del siglo XVIII ya se habían obtenido importantes re­sultados en la elaboración de la cartografía con base en criterios cien ­tíficos. Por ejemplo, la proyección de Mercator, que había sido idea­da desde 1569 para elaborar planos terrestres, fue utilizada en planos de navegación debido a la facilidad de trazar rutas de rumbo constante y mantuvo, durante mucho tiempo, su vigencia para recorrer grandes dis­tancias en el mar. Comenzaron a usarse escalas y coordenadas fijas, con lo cual fue posible levantar planos y mapas marcando cordilleras y cursos de ríos con mayor precisión, estableciéndose así el uso de sig­nos y símbolos convencionales y comprensibles. La confección de mapas generales, paralela a una cartografía náutica, venía desarrollán­dose desde el siglo XVI gracias a las observaciones astronómicas de agrimensores españoles y novohispanos. Desde que comenzó el pro­ceso de conquista y colonialismo español por tierras americanas se sucedieron viajes de reconocimiento —expediciones marítimas y ex­ploraciones por tierra—.4 En estos desplazamientos continuos, los via­jeros, exploradores y navegantes elaboraron relatos, crónicas, trabajos de descripción y derroteros, produciendo así grandes acervos de in­formación científica y cultural, algunos de los cuales nos han pro­porcionado valiosos datos respecto a la naturaleza de Los Tuxtlas en el con texto marítimo novohispano.

Para la comprensión de la historia de la cartografía, Elías Trabulse propone agrupar la cartografía colonial en los siguientes rubros: 1) ma­pas elaborados a partir de la recopilación de datos, observaciones y avances en las técnicas astronómicas y en los levantamientos topo­gráficos realizados por geógrafos; 2) mapas regionales, los cuales se ori­ginaron a partir del repartimiento de parcelas y tierras mediante las mer cedes, y a lo largo de un proceso de tenencia y distribución de la

Caminos de agua en tierra firme y mar abierto 217

tie rra en la época colonial; 3) mapas parciales que reflejan los litigios burocráticos producidos a raíz del crecimiento de las haciendas y de la necesidad de precisar las jurisdicciones para poner fin a las dispu tas territoriales, por lo cual fue necesario adoptar métodos y técnicas car ­tográficas más precisas y científicas que las usadas por la agrimensu­ra tradicional. Esto condujo a que en el siglo XVIII se desarrollara una cartografía particular más acorde con la realidad. Se hicieron planos lo cales y regionales trazados con cálculos exactos que mostraban di­visiones o subdivisiones del territorio de ciudades, minas, haciendas, ju risdicciones eclesiásticas, etcétera. Este acervo cartográfico también reflejó el desarrollo de la ingeniería hidráulica, la red de caminos, la hi drografía y orografía en los planos topográficos y la explotación minera.5

Partiendo de esta primera caracterización de la cartografía virrei­nal se eligieron 12 mapas para elaborar una reconstrucción de la línea de costa desde el siglo XVI hasta el siglo XVIII que, junto con la con­textualización histórica de esta época, nos permite entender la im­portancia y el papel de Los Tuxtlas en relación con las prácticas de navegación coloniales. Como hemos visto, desde que fue vislum­brada por los primeros navegantes, la sierra de Los Tuxtlas funcionó como un referente de navegación, lo cual no debe sorprendernos ya que es el único cuerpo montañoso sobre la costa, de ahí que su iden­tificación fue fundamental para la orientación de quienes recorrieron las costas. Uno de los rasgos más importantes, representado desde el siglo XVI, fue Roca Partida cuya presencia es notoria en cada uno de los mapas que presentamos, sin importar la escala ni la temporalidad y junto con la sierra figura como un importante marcador geográfico en los derroteros.

Partiendo de estas primeras impresiones, intentaremos adentrar­nos en la historicidad del paisaje, accediendo a la identificación de las recreaciones, continuidades o rupturas en la permanente transfor­mación del medio, pues las formas paisajísticas fueron definidas en di­ferentes momentos históricos, aunque no hay que olvidar que son coexistentes en el momento actual.6 La historia del paisaje de Los Tux­tlas nos permitirá conocer cómo las colectividades humanas han visto e interpretado el espacio inmediato, cómo lo han transformado y cómo han establecido vínculos con él.

218 Veredas de mar y río

Para una mejor comprensión se organizó este apartado sin seguir el orden espacial anterior —el de las provincias civiles y eclesiásti­cas—, se muestra un orden cronológico que permite una exposición clara y organizada de la documentación y el contexto histórico que le rodea.

Pintura de Tlacotalpa (1580)

Como hemos mencionado, la pintura de Tlacotalpa acompaña a la Re­ lación de Tlacotalpa y su partido, elaborada en el siglo XVI como parte de las relaciones geográficas. Carmen Manso sugiere que esta pintura es una carta náutica de acuerdo con la clasificación de Robertson.7 En la glosa, se puede leer que el autor del mapa es Francisco Stroza Gali y el autor del texto Juan de Medina, alcalde de Tlacotalpa. Esta carta muestra una escala en la que 14.7 cm sobre el mapa representan 10 leguas en el mundo real; se encuentra orientado con una rosa de ocho vientos y aparece el relieve con cerros de perfil, desembocaduras de ríos y afluentes, lagunas, islotes, notas sobre pies de aguas en cana­les y la costa sombreada. Además de los pueblos de Tlacotalpa y Tus­tla, que se citan en la relación geográfica, en la carta se dibujan otros pueblos de la costa o de las proximidades de los ríos que desembocan en el mar. Estos se colocaron en función de su latitud septentrional —o latitud norte—.8

En el mapa se representa la línea de costa desde San Juan de Ulúa, en su extremo izquierdo, hasta el punto llamado Opan de Minzapa que corresponde al volcán San Martín Pajapan ubicado en el extremo este de Los Tuxtlas. De la región que nos interesa se hizo un acerca­miento que abarca desde el río Alvarado hasta el Opan de Minzapa.

Es notorio que, de acuerdo con la transcripción que hace Acuña de la glosa del mapa,9 los puntos que se representan desde Alvarado hasta Coatzacoalcos son los siguientes: en tierra firme Guateupa, que corresponde a Aguateupa, una de las cinco estancias sujetas a Tlaco­talpan; Chuniapa, estancia de la villa de Tuztla al sur de San Andrés, muy cerca del salto de Eyipantla; Tlacotalpa, haciendo alusión a la villa principal; Tapazula, que no ha sido posible identificar; un em­barcadero ubicado junto a un río que podría ser el de San Juan Min­

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220 Veredas de mar y río

Detalle del mapa de Tlacotalpa de la región que abarca el río de Alvarado y el volcán San Martín Pajapan identificado como Pan de Minzapa.

Caminos de agua en tierra firme y mar abierto 221

chapa o Evangelista, sugiriendo la importancia del mismo como vía fluvial; y Tlacintla, otra de las estancias sujetas a Tlacotalpan. En la Relación de Joan de Sahagún de lo de Tuztla e ynjenio y estancias y de lo de Cotlaxtla, 1562 se menciona que todo lo que se tributaba de Los Tuxtlas se transportaba en tamemes hasta el embarcadero de Tlacin­tla para llevarlo en chalupas y almace narlo en Veracruz,10 lo cual co­bra sentido al ubicar el embarcadero y dicha localidad, próximos entre sí. Cerca de éstas se observa el hato del marqués que debe correspon­der a su estancia ganadera, ya que el significado de hato, de acuerdo con el Diccionario de autoridades de la Real Academia de la Lengua (1737) significa “rebaño o manada que consta de muchas cabezas de gana­do”.11 Se observa también la desembocadu ra del río de Cañas y se men­ciona que tiene dos pies de agua de profundidad. Este río es el mismo que se menciona en la Relación de la villa de Tuztla donde desagua la laguna del Marqués y se ubica a seis leguas de la misma. De igual manera, se identifica el ingenio del Marqués, el primero estableci­do por Cortés en la localidad de Tepeuhcan. En la costa se observa una población con el nombre de Caxiapa, cer ca del actual arroyo Ca­ja pa el cual es mencionado por los informantes de Sahagún en las Listas de augurios y sueños de los memoriales de Saha gún al referirse al animal llamado Tzoniztac “el blanco de la cabeza”, es decir, al musté­lido hoy conocido como “cabeza de viejo” (Eira bar bara) que todavía se encuentra en la ladera montañosa del volcán.12

Ya en el sector de la sierra de Los Tuxtlas se observa dibujada la villa con su respectiva glosa “Tuztla” y sobre la línea de costa la famo­sa Roca Partida. De acuerdo con García de León una leyenda local se refiere a la punta de Roca Partida como el lugar en donde el dios Tez­catlipoca perdió un pie, devorado por un pez sierra —cipactli, en el na hua local—. El mismo Hernán Cortés, al mencionar las sierras de San Martín que los emisarios aztecas le mostraron en un mapa, afir­ma que “son tan altas que forman un ancón por donde los pilotos, hasta entonces, creían que se partía la tierra en una provincia que se dice Mazamalco”.13 Esta última referencia es un lugar cercano a lo que luego sería el ingenio de Cortés, llamado Mazacalco “en la casa de los venados”. Por su parte, Juan López de Velasco comenta que esta Roca Partida “es una punta de tierra que sale en la costa de las

222 Veredas de mar y río

sierras de San Martín dentro, en la mar, con una quebrada tan baja que de alta mar parece que está partida la tierra y así comúnmente es te­nida por isla”.14

Se dibujó una laguna costera que sin duda alguna corresponde a Sontecomapan y que es nombrada como laguna de la Sierra, indicán­dose que tiene cuatro pies de profundidad; posteriormente se ubicó la punta de Sapotitlan, en el sector de la planicie costera del cerro San­ta Marta y donde hoy día hay un faro. El último punto marcado sobre esta línea es Pan de Minzapa que corresponde al volcán San Martín Pajapan y se le llamaba así por los dos pueblos más cercanos a ellos: San Francisco Minzapan y Santiago Minzapan.15

Desde finales del siglo XVI las playas cercanas a Sontecomapan, Montepío y Caxiapan eran un perfecto refugio para los piratas que comenzaron a aparecer en la historia de Los Tuxtlas desde tempranas fechas, después de la llegada de los españoles. Hasta hoy, las leyen­das locales aluden al tesoro de Laurens de Graaf, “Lorencillo”, supues­tamente oculto desde el ataque a Veracruz en 1683 en los alrededores de Montepío; la tradición oral alude a que en una cueva está el teso­ro de “Lorencillo”; otros narran que está al norte, en Roca Partida, o aun cerca de las marismas de Caxiapan y Agatajapan o río de Las Ca­ñas. Incluso, en algunos lugares de la extensa costa que rodea al volcán de San Martín Pajapan, desde la desembocadura de la laguna del Os­tión hasta el peñón que llaman Terrón Cagao, se dice que durante la noche corren luces en la playa, se oyen pasos, carreras, gritos inexpli­cables y otros sucesos que han desalentado a quienes han querido cons­truir campamentos permanentes para la pesca. Ahí aparecen balas de cañón, empuñaduras de espadas y restos de antiguas pistolas.16

Una gran variedad de incidentes, así como los detalles de estas relaciones peligrosas, quedaron grabadas hasta hoy en la memoria oral de los pobladores de estas regiones mediante mitos, leyendas y creen­cias populares. Las relaciones establecidas a lo largo de más de un si glo en el golfo de México por algunos de estos piratas de diverso origen con las autoridades españolas, negros y mulatos de la región y, sobre todo, con las comunidades nahuas y popolucas, zoques, chontales y mayas campechanos, fueron en extremo complejas, derivando algunas veces en asaltos y ataques violentos, aun cuando en ocasiones se ca­racterizaron por una interacción pacífica particular basada en un inter­

Caminos de agua en tierra firme y mar abierto 223

cambio de ventajas establecidas desde el origen de las relaciones de poder y cacicazgos entre indios y españoles, algunas de las cuales per­duraron hasta el siglo XIX.17

Pintura de Coatzacoalco (1580)

El mapa que acompaña La relación geográfica de la provincia de Coatza­calco se realizó en blanco y negro, y se ubica dentro de los mapas que se identifican como europeos debido a la señalización de medidas en latitudes y longitudes, brazas, pies y leguas.18 El mapa lo realizó tam­bién Francisco Stroza Gali, quien lo firma; es además el único mapa del conjunto que se encuentra firmado por su autor pues, en contra­parte, el de Tlacotalpa sólo presenta la firma de Juan de Medina quien fuera el alcalde. La relación alude en sus descripciones a la existencia de abundante agua por los ríos, lagunas, manantiales, salinas y ciéna­gas. Los puertos y desembarcaderos de esa región eran los ríos Coat­zacoalcos, Tonalá y Agualulco, así como la laguna de Minzapa19 que corresponde a la actual laguna del Ostión, límite lacustre de la región de Los Tuxtlas hacia el sureste. Se ilustra completo el río Coatzacoal­cos desde la costa hasta Utatepeque, en Oaxaca, indicado como “pue­blo viejo”. La glosa que se puede leer es:

Verdadera descripción de la entrada del río Guazacalco y de la subida del dicho río hasta Utatepeque ques en la provincia de Teguantepeque, situada bien y fiel mente con su altura de latitud septentrional longitud occidental, por mí, Fran cisco Stroza Gali, por mandado del ilustre señor Suero de Cangas, Alcalde Mayor por su Majestad de la provincia de Coatzacoalcos. Está la dicha boca del río en 18 grados de latitud septentrional. Está la dicha boca del río en 77 gra­dos de longitud occidental.20

Resulta pertinente acotar que en este mapa sucede aquello que Alain Musset apunta respecto a cómo el agua fue determinante en la ubica­ción de los elementos de un mapa:

…representados a lo largo de su curso, los ríos hallan esas nociones de longitud, distancia, dirección y orientación que dan al mapa un verdadero sentido: es a partir de ellos que se sitúan los lugares, las ciudades, los personajes y en cierto modo los acontecimientos, es decir, el curso del tiempo. La noción de red hi­

224 Veredas de mar y río

dro gráfica no se excluye de la representación: el río forma parte de un contexto en el que se descubre la gama completa de las posibilidades ofrecidas por el agua que fluye, y cuyos diferentes cursos se separan, se juntan, divergen o conver gen.21

De la región de Los Tuxtlas se observa la laguna de Minzapa —laguna del Ostión— situada en la costa y conectada con Pan de Minzapa que corresponde al volcán de San Martín Pajapan. Tiene señalada una medida con la glosa “boca de la laguna en tres pies de agua” y está re­presentada con una acumulación de puntos en su interior. Sobre la línea de costa a los pies de Pan de Minzapa se puede leer la glosa “ro que de Minzapa”; el término “roque”, de acuerdo con el Diccionario de au­to ridades de la Real Academia, podría venir de roca y apunta a “una for­t a leza que se suele hacer a la frente de los enemigos”.22 No hay una re­ferencia clara en el texto a este rasgo, pero podría apuntar al ca rác ter volcánico de la sierra adentrándose en el mar, o bien, al arre cife cora­lino que corre paralelo a esta costa.

Posteriormente se observa la glosa que indica la sierra de Sapo­titan que, si comparamos con el mapa de Tlacotalpan y ubicamos además el otro rasgo que se observa en este lugar como punta de Sa­potitan, tiene que referirse a la sierra de Santa Marta, pues el rasgo de la punta de Sapotitan en ambos mapas se encuentra localizado en la planicie costera de esta sierra. A las faldas de Pan de Minzapa se lo­calizaban los pueblos de San Francisco y Santiago Michapan,23 en la jurisdicción de la villa del Espíritu Santo de Coatzacoalco cuyas tie­rras quedaban, en gran parte, comprendidas dentro de la cuenca del río Papaloapan o, para ser más exactos, del afluente río Michapan. Los dos Minzapas formaban una población indígena de nación mixe­popoloca que, según las relaciones publicadas por García Pimentel, tenía en 1569 unos 700 tributarios, número que decayó a fines del si glo XVI, jamás volvió a recuperar el número original en todo el curso de la dominación española.24

Antonio García de León nos indica que los cursos de los ríos y deltas de Tabasco, de los Ahualulcos y de todo el sur de Veracruz fue­ron las rutas predilectas de la pequeña trata o el saqueo, dependien do de las circunstancias. A menudo, contrabandistas y filibusteros se alia­ ban no solamente con las comunidades vecinas sino también con fun­cionarios menores criollos o con señores naturales indios, quienes

Caminos de agua en tierra firme y mar abierto 225

llegaban a acuerdos en cuanto al comercio ilegal de cacao, maíz, puer­cos, madera, palo de tinte, tabaco, e incluso mujeres. Cuando los pi­ratas o con trabandistas eran denunciados, se daba la ruptura. Las in­cursiones se volvían entonces violentas, se capturaban rehenes indios y se atacaban las poblaciones nahuas y popolucas o los emplazamien­tos españo les fundados en la región poco después de la conquista. Así desapa recieron poblados como Santa María de la Victoria en Ta­basco y la villa del Espíritu Santo en Coatzacoalcos. Se despobla­ron los Ahualulcos en la región de La Venta y dejó de haber pueblos indios en los márgenes del río Coatzacoalcos, en las cercanías de la laguna del Ostión y en la costa de Los Tuxtlas.25

La villa del Espíritu Santo desapareció en el último tercio del siglo XVII. Su abandono ocurrió por el año 1658. Una de las últimas referencias es del 20 de mayo de 1676, cuando don Pablo de Hita Salazar informó que los piratas se encontraban en la barra del Coat­zacoalcos pidiendo el desalojo de la villa. Alfredo Delgado Calderón asegura que la villa fue asediada por los piratas durante varias déca­das;26 el más famoso de ellos fue Laurens de Graff, “Lorencillo”. Coat­zacoalcos fue incendiada en 1672 y, en junio de 1682, la villa quedó totalmente destruida por el pirata Van Horn. Además de la villa es­pañola, varios pueblos de la cuenca del Coatzacoalcos desapare­cieron también, sobre todo durante la segunda mitad del siglo XVII y como efecto de los ataques filibusteros y de la presencia esporádica de bandas de piratas en el litoral. Los efectos de los ataques piratas so bre las poblaciones indígenas fueron devastadores y definiti vos, ya que las obligó a replegarse.27

La línea de costa de Los Tuxtlas (siglos XVI-XVIII)

Durante la época colonial la región del Sotavento se volvió un fuerte atractivo económico para algunos colonizadores hispanos, a pesar de las altas y sofocantes temperaturas de las llanuras de la costa del gol­fo. La ausencia de metales preciosos y la reducción de la población india durante el primer siglo de la Colonia no fueron suficientes para alejar a los españoles, pues la riqueza del paisaje natural y sus recursos, así como la posición geográfica y la navegabilidad de los ríos que ro­

226 Veredas de mar y río

deaban la región de Los Tuxtlas, fueron factores suficientes para que a partir de la segunda mitad del siglo XVI se empezara a desarrollar una economía regional basada en cuatro vertientes fundamentales, co­mo nos indica José Velasco Toro:

• El sistema generado a partir de la convergencia hacia el Papaloa­pan y el Coatzacoalcos de diversos ríos navegables que facilitaron la comunicación y el tránsito interregional,28 que es posible iden­tificar en diversos documentos y mapas coloniales, como veremos más adelante.

• La explotación de productos tropicales que fue la base de la econo­mía de exportación que sustentó al sistema mercantil regional e interregional.29

• La apropiación de enormes extensiones de tierra que fueron dedi­cadas a la reproducción de ganado bovino, dando origen a la gran hacienda ganadera y que tuvo como consecuencia que los pobla­dores de la región de Los Tuxtlas se encuentren dedicados a esta actividad hasta la actualidad.30

• La pesca y salazón del producto para su venta en los mercados de la sierra y el valle de Oaxaca, y en los del Altiplano Central,31 lo cual además implicó relaciones de comercio con Campeche por la línea de costa para el comercio de la sal.

Los españoles aprovecharon las rutas fluviales que anteriormente con­trolaron los pochtecas. También aprovecharon los conocimientos téc­nicos que los indios tenían para construir canoas de una sola pieza de árbol, pero sobre todo de la habilidad de los canoeros que conocían a la perfección las épocas del año y las características de navegabilidad de los ríos, con lo cual el río Papaloapan reafirmó su posición de en­lace entre la llamada “tierra caliente” de la vertiente del golfo de Mé­xico con la “tierra fría” situada en la meseta central y la zona monta­ñosa de Oaxaca.32 Los ríos que rodeaban a Los Tuxtlas formaban par te de este sistema de enlace y convirtieron a la región en una zona de co­yuntura para el comercio y el paso hacia el sureste de la Nueva España.

Para entender los mecanismos de apropiación y aprovechamiento de las rutas fluviales y de la costa de Los Tuxtlas se eligieron diversos

Caminos de agua en tierra firme y mar abierto 227

mapas de los cuales cuatro representan a todo el país y algunos otros a secciones del continente americano. El análisis de estos mapas ha permitido reconstruir la línea de costa durante la Colonia en función de los rasgos y las formas, esta información se complementó con las fuen tes que hemos trabajado a lo largo de los apartados anteriores. Se retomó de los mapas de las Relaciones geográficas del siglo XVI la infor­mación que existe de algunos puntos relevantes. El primero de ellos es la unidad de la sierra de San Martín que, como vimos, fue identifi­ca da desde que los primeros españoles llegaron a las costas de Sota­vento y es uno de los primeros rasgos, junto con Roca Partida, que se plasman en los mapas sin importar la escala de representación y que continuó siendo referencia fundamental durante toda la Colonia para los navegantes que pasaban por sus costas.

Los mapas utilizados fueron elaborados en gran escala por cartó­grafos europeos y redibujado el sector que muestra la región de Los Tux tlas. El primer mapa lo hizo el cartógrafo español Diego Gutiérrez en 1562, titulado Americae sive quartae orbis partis nova et exactissima descriptio. Auctore Diego Gutiero Philippi Regis Hisp. etc. Cosmographo. Hie ro Cock Excude. 1562. En éste se observan los nombres de R. Ca­part, haciendo alusión a Roca Partida, sierras de S. Martin y la glosa R. de Guaçacual que sin duda indica la presencia del río de Coatza­coalcos. En este punto, es necesario mencionar que los rasgos que se plasman en los mapas sobre la línea de costa son los mismos que los men cionados por los navegantes que recorrían la zona y que en sus de rroteros describían este sector en función de los mismos puntos del paisaje costero que se observan en todos los mapas descritos.

Por ejemplo, ya hemos mencionado el Directorio marítimo, instruc­ción y práctica de la navegación, noticia de los puertos de España desde Cantabria a Gibraltar, y los de Nueva­España, Tierra­Firme é islas ad­yacentes, impreso en el año 1728 y dedicado al Ilmo. Señor don José Patiño, escrito por don Pedro de Rivera Márquez, quien en su capí­tulo XXVII describe toda la ruta desde el puerto de Veracruz hasta la sierra de San Martín, sobre ésta última apunta:

De la boca del Rio de Alvarado a las Sierras de San Martin, que están en 18. Grad. 8. Minut. Latitud, 272. Gr. 36.min. en longit. Ay 30 leg. Corre la Costa al Sueste; intermedian algunas Playas, el Río de Cañas, y otros pequeños Arroyos;

228 Veredas de mar y río

es perteneciente este País a la Jurisdicción del Alcalde Mayor de Tustla, y en lo Eclesiástico a la Mitra de Oaxaca.33

En el capítulo siguiente de dicha obra se describe el camino desde Coatzacoalcos hasta la laguna de Términos:

De las Sierras de San Martin, al Rio de Guazacualco, que está en 17.gr.30.min.lat.178.gr.20.min.longit. ay leg. 20. Corre la Costa al Sueste, intermedia Roca Partida principio de estas Sierras; y siguiéndolas hasta finalizarlas en el Pan de Minzapa, es lo restante Playas desiertas, y algunos Arroyos.34

Otros de los documentos utilizados fueron: Insulae americanane in ocea­ no septentrionali, cum terris adiacentibus, elaborado por Willem Jans­zoon Blaeu en 1636; Stoel des oorlogs in america waar in vertoont werden alle desself voornaamste eylande, hecho por Cornelius Danckerts en 1697; y A map of the british empire in America with the french and span­ish settlements, realizado por Henry Popple en 1746. En todos estos, al igual que en el mapa anterior, se observa Roca Partida con la par­ticularidad de que se presenta como un conjunto de dos, tres o cuatro pequeños islotes. Si observamos el mapa de la Relación de Tlacotalapa de 1580 con atención, Roca Partida se muestra también como una pe queña isla frente a la costa; y podrían corresponder también al islo­te llamado Terrón Cagado que en la tradición oral concuerda con la en trada al inframundo llamado talogan y cuya ubicación geográfica es tá bajo las sierras de Los Tuxtlas y Santa Marta. El talogan suele tener mu­ chas “puertas”, umbrales que se ubican en pozos, manantiales, cas ca­das, lagunas, salinas, cuevas, árboles de ceiba, zonas arqueológicas y algunos cerros —como Mono Blanco y Mono Prieto de Catemaco y La Palma de Mecayapan, entre otros—, en su interior viven los chane cos, ayudantes del dueño de los animales cuyas canoas son cocodrilos y los armadillos sus bancos.35

Continuando con el análisis de la cartografía disponible, debe­mos entender que el espacio de dominación establecido en el siglo XVI y apenas sostenido en el XVII se basó en la existencia de las con­gregaciones de los pueblos indios, en los puertos, en los caminos y en algunos establecimientos o bodegas de paso;36 de manera conjunta y durante al menos tres siglos la actividad mercantil tuvo también co­mo soporte la navegabilidad de los ríos, a través de ellos se extendieron

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230 Veredas de mar y río

Detalle del mapa Americae sive qvartae orbis partis nova et exactissima descriptio. Fuente: Diego, Gutiérrez Philippi, 1562; dibujo: Aban Flores Morán.

Detalle del mapa Insulae Americanane in Oceano Septentrionali, cum terris adiacentibus. Fuente Willem Janszoon Blaeu, 1636; dibujo: Aban Flores Morán.

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Detalle del mapa Stoel Des Oorlogs in America waar in Vertoont Werden alle Desself Voornaamste Eylande. Fuentes: Cornelius Danckerts, 1697; dibujo: Aban Flores Morán.

Detalle del mapa titulado A map of the British empire in America with the French and Spanish settlements. Fuente: Henry Popple, 1746; dibujo: Aban Flores Morán.

232 Veredas de mar y río

Detalle del mapa The cost of New Spain from Nueva Vera Cruz to Triste Island. Fuente: Thomas Jeffreys, 1775; dibujo: Aban Flores Morán.

Detalle del mapa Carte general du royaume de la Nouvelle Espagne. Fuente: Alexander von Humboldt, 1809; dibujo: Aban Flores Morán.

Caminos de agua en tierra firme y mar abierto 233

Titulado Santiago Tuxtla, Tacotalpam y Cosamaluapan; marquesado de Oaxaca. Fuente: anónimo, 1798 (AGN, número de pieza: 3034 clasificación: 978/1679;

referencia: Hospital de Jesús, leg. 121, exp. 24, f. 46bis.)

234 Veredas de mar y río

diversos productos tropicales destinados a los mercados externos y se introdujeron mercancías y bienes de consumo popular. De entre los pro ductos de la tierra que se exportaban hacia los mercados del puerto de Veracruz, Orizaba, Tepeaca y Puebla se encuentran: el algodón, que se cultivó en el área comprendida entre Cosamaloapan y Tlalixcoyan; el pescado seco y salado, de gran demanda en Oaxaca y el altiplano central; el cacao; y la madera de cedro (Cedrela odorata), muy solicita­da en las ciudades de Puebla y México, así como en La Habana y el mercado de ultramar.

El sistema tuvo como base a los puertos rurales de recolección; en ellos se reunían los productos regionales cuyo destino era la ex­por ta ción, para de ahí trasladarlos por tierra o en canoas hacia los puer­tos de embarque localizados estratégicamente a orilla de los ríos y en los límites de los mercados locales. De los puntos de embarque, los productos partían rumbo a los puertos y centros de almacenaje o bode­gas, sitios nodales donde se concentraban todas las mercancías para enviarse al puerto de Veracruz y a los mercados del Altiplano Central.37

El sistema terrestre­acuático de comunicación funcionaba en con­junción con los ríos navegables, el manejo de una tecnología náutica autóctona y la existencia de rutas de comunicación bien establecidas, estos constituyeron componentes que a los colonizadores les facili­taron la apropiación y el control del comercio regional e interregional. Al respecto Velasco indica:

La cir culación de mercancías y los flujos mercantiles tanto en la cuenca del Papaloapan como en la del Coatzacoalcos continuaron teniendo co mo soporte la navegabilidad de los ríos y, en buena medida, la reutili za ción de los puertos de intercambio prehispánico que se transformaron en centros de recolección, embarque y almacenaje.38

La principal ruta comercial que conectó el centro de México con el norte de Yucatán por medio de canoas, corría a lo largo de los estua­rios de la costa.39 La laguna de Términos sirvió de base al comercio ilícito hacia el puerto de Veracruz, es decir, a la ruta del contraban­ do de la sal, sobreviviendo por décadas hasta el fin de la piratería y que terminó por enlazar a Campeche con el principal puerto de la Nueva España. En el territorio intermedio de esta ruta fortalecida, en la región del bajo Papaloapan, redes complejas de comercio abierto y

Caminos de agua en tierra firme y mar abierto 235

clan destino permitieron el crecimiento económico y demográfico de Cosamaloapan, Tlacotalpan y Acayucan. Desde esta última villa, con vertida en capital de su provincia después del abandono defini­tivo de la villa del Espíritu Santo, se controlaba la entrada de géneros holandeses e ingleses desde la costa de lo que hoy es la laguna de Pajaritos y la barra del Tonalá.40

Acayucan comenzó su ascenso desde finales del siglo XVII y ter­minó siendo un centro de acopio y de arriería, de actividad comercial, así como la cabeza de la jurisdicción. Su clima más agradable y su po­sición estratégica cercana al antiguo camino de Tabasco a Veracruz la convirtieron en la capital comarcana de Coatzacoalcos y los Ahua­lulcos, permitiendo el tráfico de cacao y de ganado. Su acceso más cer­cano a las vías fluviales se encontraba a seis leguas hacia el suroeste: era el paso de San Juan, sobre el río San Juan Michapan, localidad que se convirtió en su bodega natural, su muelle comercial en el tráfico que se dirigía río abajo hacia Tlacotalpan y Veracruz, o hacia Cosa­maloapan y Orizaba. Además, la pequeña cabecera de San Martín Aca­yucan ejerció cierto control en las comunidades de la margen oeste del Coatzacoalcos, sobre su cuenca y sobre los poblados de las sierras de San Martín Pajapan y Santa Marta.41

Al parecer, en esta época Acayucan albergaba ya a las dos etnias más representativas del litoral, con una parcialidad nahua y otra po­poluca.42 A finales del siglo XVII el pueblo de San Andrés Tuztla era sujeto de Santiago Tuztla y contaba con una población mayor que su cabecera, así como una gran diversificación de actividades comercia­les, agrícolas y artesanales, además de la pesca obtenida por segmentos de su población en el lago de Catemaco y la bahía marítima de Son­tecomapan. García de León la caracteriza como una comunidad muy diversa, prometedora para el comercio y con aldeas sujetas que man­tenían relaciones de contrabando por medio de sus extensiones hacia la costa, en especial con la región de Campeche, principalmente de sal, cacao y otros.43

Bernardo García nos refiere cómo se hacía, a finales de la época co lonial, el comercio de Tuztla con el centro de México: los produc­tos de la jurisdicción se almacenaban en dos poblados donde existían unas bodegas: las de Oteapa o de Santiago Tuztla y las de To toltepec o de San Andrés.44 De allí, en canoas grandes, eran transpor tados los

236 Veredas de mar y río

productos por vía fluvial hasta la laguna de Alvarado, desde donde remontaban el río Blanco hasta Tlaliscoyan, sitio donde se almacena­ban de nuevo y seguían su camino por tierra a Puebla y Mé xico pasan­do por Cotaxtla. García hace notar que las vías fluviales constituían el camino más fácil, corto y barato para el transporte de esos produc­tos y que, a pesar de que existía un camino grande que co municaba Veracruz con Los Tuxtlas y más adelante con Coatzacoalcos y el ist­mo, la mayor parte de las vías estaban dispuestas de manera que comu­nicaran las zonas productoras de la baja montaña y los alrededores de Santiago y San Andrés con los ríos, independiente mente del camino grande.45

Esto queda ilustrado en el mapa localizado en el Archivo General de la Nación titulado Santiago Tuxtla, Tacotalpam y Cosamaluapan; mar quesado de Oaxaca de autor anónimo, elaborado en 1798. Su con­tenido de acuerdo con la ficha descriptiva tiene que ver con un litigio por tierras propiedad del duque de Terranova. Desde 1629, a la muerte del hermano de Hernán Cortés, don Pedro Cortés Ramírez de Arella­no, los marqueses del valle fueron mejor conocidos como duques de Terranova debido a que la siguiente heredera del cargo del marque­sado fue la sobrina de don Pedro, Estefanía Carrillo de Mendoza y Cortés, quien estaba casada con Diego de Aragón, IV duque de Te­rranova. El que se refiere en el mapa debió haber sido el XII marqués del valle de Oaxaca, Héctor María Pignatelli de Aragón, quien sus­tentó el puesto entre 1765 y 1800.46

En este mapa la representación de los ríos como vectores de nume­rosas actividades, siempre ubicados en un primer plano, nos señala la importancia que tuvieron en la percepción de los artistas y, sin duda, en gran parte de la población;47 todo parece indicar que el autor es eu­ropeo, sobre todo si seguimos las pistas que nos da Manso quien men­ciona que signos propios de una tradición occidental son las herradu­ras que señalan los caminos para las caballerías, el sol antropomorfo —una cara circular con rayos— y poblaciones unidas por caminos que recuerdan a los mapas de peregrinación europeos que señalan las rutas hacia los lugares santos.48 Pareciera que este mapa cumple con to­dos estos rasgos, además de la glosa europea que puede leerse en la re­lación entre los números que indican distintos puntos del mismo.

Caminos de agua en tierra firme y mar abierto 237

Para esta investigación, la información relevante que nos propor­ciona este documento cartográfico tiene que ver con la manifestación de los ríos como principales vías fluviales que conectan toda la serra­nía de Los Tuxtlas con los poblados que le rodean como Tlacotalpan, Alvarado y Cosamaloapan hacia el oeste, y Acayucan que no aparece en el mapa pero que sí marca el camino que conduce a dicho lugar. Para su mejor comprensión se ha separado el siguiente mapa en cuatro secciones (A­D) donde se identifican los poblados y ríos que pudie­ron ser reconocidos.

División del mapa para su análisis por cuadrantes de A a D.

238 Veredas de mar y río

Cuadrante A. Volcán de San Martín y algunas embarcaciones indígenas y españolas.

Volcán San MartínOriente

La Vigía

Roca Partida

Barra deAlvarado

Camino realpara Tuxtla

Canoas

La Cañada

El Mesón

Puente paracruzar un río

Cuadrante B. Barra de Sontecompan y lago de Catemaco.

Canoas

Camino deAcayucan

Sn. Christobal

Puchuapan

Sta. Bárbara

Amapan

Tepango

BebederoSn. DiegoMasatlán

Barra de Sontecomapan

Cerro Mono Blanco

Pueblo de San Andrés

Bodega de Sn. Andrés

Monte de Tuxtla

Tuxtla

Laguna de Catemaco

Caminos de agua en tierra firme y mar abierto 239

Piedra incadaRío Blanco

Salta Barra

Arroyo de Cañas

Rancherío

Río de Gueiapan

Zamatepeque

Boca deSan Miguel

Potrero

Tecomate

Sapotal

Naranjal

Consolación

Sta. Rita

Tacotalpam

Cosamaluapan

Cuadrante C. Sistema del río Papaloapan o Alvarado en el lado izquierdo.

Tapacoyam

Arroyo Largo

Entrada de Bidaña Masatlan

Ayoxin ApanJuan Roque

Bodega de Tuxtla

La Pitualla

La Serca

Las AnimasRío de Acayucan

Potrerillo

Laguna del Nopale

Salto de Teteuca

Boca deAlonso Lázaro

Boca del Burro

Cuadrante D. Río de Acayucan o San Juan y otras vías fluviales conectándose con poblaciones en sus riberas.

240 Veredas de mar y río

La conectividad del paisaje se da por la presencia de las vías fluviales que se aprecian en el mapa. También se marcan con líneas puntea­das paralelas algunos caminos reales y otros que no lo son. De la prác­tica de la navegación se observa una embarcación de tradición euro­pea con al menos tres velas en la parte superior izquierda, navegando justo frente a Roca Partida (cuadrante A). Más adelante, sobre la lí nea de costa, se dibuja la barra de Sontecomapan y su cercanía con el la­go de Catemaco donde se pueden ver dos pequeñas embarcaciones que nos aventuramos a decir son canoas monóxilas con pescadores so­bre ellas (cuadrante B). Del lado izquierdo del mapa se observa la barra de Alvarado (cuadrante A) y tres pequeñas embarcaciones sobre un río que debe de ser el Papaloapan y que se convierte en el río San Juan al virar hacia el oeste. Los detalles y la información que se obser­van en la imagen son inmensos. Pareciera que todo el sistema de vías terrestres y acuáticas quedó perfectamente plasmado como una uni­dad indisoluble por el autor del mapa.

Este documento cartográfico permite entender cómo la región de Los Tuxtlas estuvo inmersa en un entramado de ríos que la co­nectaron con las regiones aledañas. Era una isla de lava que se comu­nicaba gracias a los caminos terrestres y acuáticos que creaban una red de pun tos de almacenaje —como las bodegas de San Andrés o de Tux tla— y de redistribución, comunicando a las comunidades de la sierra y al sector costero con poblados de gran importancia como Aca­ yucan, Al varado, Tlacotalpan y Cosamaloapan. Puede percibirse tam­bién el sistema de conectividad del paisaje, con el cual hemos tratado de describir la práctica de la navegación en relación con la integra­ción de distintos rasgos culturales y naturales a través de vías acuáticas y terrestres.

Debe quedar claro que la integración de Los Tuxtlas a la red de co­mercio fluvial, costero y terrestre estuvo condicionada por prácticas de contrabando y piratería. El dominio de la Corona sobre la región resultaba prácticamente nulo y, en consecuencia, para la segunda mi tad del siglo XVII, un tercio del intercambio era legal y aparece cuantificado por vía de las cargas fiscales y los registros. Sin embargo, las dos terceras partes de ese comercio, lo desconocido, constituyen lo importante y sus fluctuaciones son imposibles de medir. Es entonces el contrabando lo que más influye en la vida de los habitantes de la

Caminos de agua en tierra firme y mar abierto 241

costa sur de Veracruz, en particular de Los Tuxtlas. Para finales del siglo XVII esta actividad fue un asunto atribuido a los franceses.49

Los navíos ingleses, holandeses y franceses, ignorando todos los tratados, se acercaban a los puertos de la América española para tra­ficar de manera directa con todo lo que cargaban en sus naves.50 La permanencia de la relación compleja entre fraude, contrabando y pi­ratería se debía a varios factores que García de León abrevia de la si guiente manera:

• La existencia de una demanda creciente de diversos productos lo­ cales y europeos, aumentada por el crecimiento de la población desde 1660, insatisfecha por las políticas restrictivas de la Coro­na, acom pañada de un aumento de la capacidad adquisitiva y de las necesidades de una población cada vez más ávida de consumo.

• Las debilidades del sistema mercantil español, caracterizado por la lentitud, el alto costo del transporte, los impuestos, un complejo sistema de recaudación, la ineficiencia y la corrupción.

• El contrabando, en gran medida controlado por los holandeses y por sus intermediarios ingleses, ofrecía cada vez más una creciente variedad y cantidad de productos.51

Así, Velasco menciona que a la par de las transacciones mercantiles que se realizaron dentro de los márgenes impuestos por el control del consulado de México, hubo comerciantes que combinaron la prác­tica legal con el contrabando, tanto de productos de la tierra como de aquellos procedentes de ultramar. Fue una actividad mediante la cual se podía lograr una rá pi da capitalización, por lo que los comerciantes de la región del Pa paloa pan no desaprovecharon la ocasión de obte­ner ganancias evitando el pago de la alcabala y otros gravámenes. El autor concluye que el aislamiento geográfico y el fácil acceso por la costa y los ríos, sin faltar las autoridades coludidas con el intercambio ilegal de mercancías, facilitaron su práctica.52

Las incursiones holandesas, francesas e inglesas siguieron la mis­ma ruta de la sal desde Campeche, penetrando tierra adentro por el río Coatzacoalcos, la laguna de Sontecomapan y el río Papaloapan, in­volucrando a algunas autoridades locales, españolas e indígenas, que habían establecido alianzas con los contrabandistas aprovechando la

242 Veredas de mar y río

situación geográfica y las necesidades económicas de ciertos pueblos. Por ejemplo, del puerto de Alvarado, de la región marítima de Los Tux­tlas, de la cuenca del Coatzacoalcos y de la despoblada costa de los Ahualulcos frecuentada por los filibusteros hasta 1718.53 En función de los mapas existentes en Sevilla, podemos agregar que esto preo­cupó a las autoridades del puerto de Veracruz desde 1680 hasta fines de la época colonial.

Uno de estos mapas es el Plano de entradas y salidas furtivas por el partido de Agualulcos, localizado en el Archivo General de Indias en Sevilla. Es un plano de autor anónimo, elaborado en 1722, que permi­te iden tificar las diversas rutas seguidas por los contrabandistas en el parti do de Agualulcos, perteneciente a la alcaldía de Coatzacoalcos. El pla no denuncia los parajes por donde se sacaban cacao y tabaco. De acuerdo con lo que se puede leer en la glosa, las mercaderías se trans­por taban en canoas por el curso de los ríos Coatzacoalcos, Tonalá, Hui manguillo y San Juan Minchapan, rodeando la sierra de Los Tux­tlas. Se específica que este transporte fluvial se comunicaba con el acarreo a lomo de mulas por los caminos terrestres. En el mapa, justo bajo la rosa de ocho vientos, puede observarse dibujada la sierra de San Martín, referida con la letra X que indica en la glosa que era parte del te rreno de la alcaldía de Acayucan.

Sobre los sitios privilegiados para la piratería, la primer área de ocu­pación de los bucaneros se estableció alrededor de la punta de Roca Partida y en la desembocadura de la laguna de Sontecomapan, apro­vechando la parte despoblada y marítima de la serranía de Los Tux­tlas, pues un enclave más al norte, entre la punta de Antón Lizardo y Alvarado, nunca pudo establecerse por la cercanía del puerto de Ve racruz y por la vigilancia de sus milicias. Esta creciente presencia del enemigo en la región de Los Tuxtlas causó, desde finales del XVI, la desocupación de varias comunidades indias tributarias en esta parte del marquesado de Cortés.54

Otro punto importante de actividad en cuanto al contrabando se situó al sur de la pequeña cordillera marítima, desde las faldas del vol cán San Martín Pajapan —conocido en la época como Pan de Min­zapan— hasta la desembocadura del río Coatzacoalcos. A esta zona se le llamó isla Mariana, Juliana o Santa Ana, la arenosa barra isleña que forman el golfo, el Coatzacoalcos, el Calzadas y la laguna del Os­

Caminos de agua en tierra firme y mar abierto 243

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244 Veredas de mar y río

tión55 y que aparece señalada en los mapas como La Barrilla.56 Estos puntos se perciben en el mapa Porción de la costa del seno mexicano des de la puntilla de Piedra al sureste hasta la barra de Coatzacoalcos; ist­mo de Tehuantepec hasta el mar del sur, elaborado por Miguel del Corral y Joaquín de Aranda en 1793. Este mapa comprende pueblos, hacien­das, rancherías y ríos (véase anexo: mapa 12), de la barra de Alvarado, situados al sureste de la barra de San Tecomapa —hoy día barra de Son tecomapan— y Roca Partida, al sur de la barranca de Coatzacoal­cos y el río con el mismo nombre. Esta cartografía se levantó por or­den de don Antonio María Bucareli y Ursúa con el fin de marcar las costas de Barlovento y Sotavento a finales del siglo XVIII.

Para finalizar la reconstrucción de la línea de costa que se puede observar en el mapa de la página 229, se utilizó una carta náutica ela­borada en 1775 por Thomas Jeffreys, llamada The Cost of New Spain from Nueva Vera Cruz to Triste Island (véase página 229). En ésta se marcaron puntos importantes sobre la línea de la costa desde Roca Partida, hasta la llamada punta El Morro de San Martín; la presen­cia de arroyos y formaciones rocosas visibles sobre la costa y la laguna de San Andrés —que debe ser la laguna costera de Sontecomapan—; des de este punto hasta la punta de Zapotitlan, que desde el siglo XVI se representa en los mapas, se pone una glosa que dice “Costa brava de Sabrucales”; no hemos podido identificar este último término, pero tal vez se refiere a la peligrosidad de ese sector debido a la presencia del arrecife paralelo a la línea de costa. Se lee la glosa “Punta de Sapo­tlan” que debe hacer referencia a la punta de Sapotitlan o Zapotitlan indicada desde el siglo XVI en la cartografía disponible. Justo en ese sector se puede leer la glosa Passage for barks, indicando la vía idó nea para el traslado de navíos.

Se añadió un mapa más de inicios del siglo XIX para tener un último referente de cómo se representó la región a finales de la época colonial y cuáles fueron los puntos sobre la línea de costa que se man tuvieron. Este mapa es la Carte general du royaume de la Nouvelle Espagne elaborada por Alexander von Humboldt en 1809, que apa­reció en su Atlas géographique et physique du Royaume de la Nouvelle­ Espagne que acompañó las ediciones alemana y francesa de su Essai politique sur le Royaume de la Nouvelle­Espagne (véase página 229). En la ilustración se pueden observar las puntas Roca Partida, Morrillos,

Caminos de agua en tierra firme y mar abierto 245

Zapotitlan, Xi cacal y San Juan, hasta La Barrilla que es la laguna del Ostión antes referida.

Para comprender de manera muy superficial cuál era el contexto en relación con las formas de comunicación de la región, Montero nos hace saber que para inicios del siglo XIX todos los productos que del interior llegaron a San Andrés y a Catemaco lo hicieron por las po­blaciones de Alonso Lázaro y Palo Herrado, desembarcaderos per­tenecientes al vecino municipio de Santiago Tuxtla y que pueden observarse en la cuadrante D (véase página 239). Para este momen­to, las comunicaciones no estaban a la altura de los cambios expe­rimentados en las transacciones comerciales; no existían caminos carreteros, y el tráfico por los ríos continuaba siendo en canoas; la co n­ducción de cargas a San Andrés Tuxtla era costosa y tardada. El autor refiere que las di ficultades para viajar en el cantón no habían desa­parecido, pues co mo no se contaba con camino carretero para el in­terior, los viajes se efectuaban a caballo hasta Alonso Lázaro, siendo de gran dificultad en época de lluvias porque el terreno era arcilloso, accidentado e intran sitable. De Alonso Lázaro a Tlacotalpan y Alva­rado había canoas y buques de vapor que pertenecían a la Compañía Mexicana de Na vegación de los ríos de Sotavento.57 Durante la é po­ca de sequías, el ma yor obstáculo para las embarcaciones era la poca agua que aca rreaban los ríos San Juan y Tesechoacán. En esos días, las canoas que hacían el trayecto entre paso de San Juan y Tlaco­talpan demoraban hasta seis días en el viaje y las salidas desde playa Vicente tardaban el doble. Para los canoeros era un problema cruzar muchos de los ríos, por lo que la idea de construir un ferrocarril que llegara a Los Tuxtlas cobró mayor fuerza con el despegue tabaquero y azucarero, ya entrado el siglo XIX.58

Hemos decidido detenernos al final de la Colonia porque nues­tro propósito es entender cuál ha sido el papel de Los Tuxtlas y cómo se dio la navegación durante la época colonial en la región. Co mo po­demos ver, los datos son de diversa índole, desde los cartográficos que nos muestran rasgos del paisaje continuamente representados hasta los do cumentos escritos, juntos nos permiten entender el papel de la mis ma como zona de refugio, de comercio lícito o ilícito, como punto nodal de la comunicación entre el sur de la costa del golfo y el centro de la misma, así como con las tierras del centro de México en el Altiplano.

246 Veredas de mar y río

Los Tuxtlas fueron receptores de la tradición marítima europea desde la llegada de los españoles. Los navegantes europeos anclaron su forma de surcar las aguas sobre la costa de este pequeño sector y un vistazo a la percepción que se tuvo de la misma en los tres siglos de la Colonia se observa en la reconstrucción generada a partir de algunos de los mapas analizados (véase página 229), conviviendo con la so­ledad que permeaba sus playas ante el decaimiento de la población indígena. La particularidad de los sucesos y la importancia de la re­gión se puede rastrear en las diversas fuentes que se han presentado, pero apuntaremos aquí que debemos entender que la navegación nun­ca funcionó como un sistema aislado. La unidad de esta actividad junto con los mecanismos terrestres de comunicación y apropiación del entorno es indisoluble.

Bajo este contexto, Velasco hace un interesante aporte e interpre­tación sobre cómo el navegante de estos cuerpos de agua pudo ha ber percibido su espacio.59 De acuerdo con el autor se trataba de hombres que en su mayoría vivían en las riberas y sobre la costa, trasladándose de un lugar a otro a lo largo de los ríos y arroyos, por lo que su refe­rente no era la tierra firme, si no la ex tensión de la superficie acuática que consideraban como una prolongación de su propia comunidad. La superficie acuática se convertía en un territorio colectivo recono­cido por el derecho y la tra dición.60

Sólo mencionaremos que este es el sentir de las comunidades ac­tuales, de los navegantes que hoy surcan las aguas, quienes parcelan los ríos, seccionan el mar y siembran las lagunas. El vínculo con los cuerpos de agua, siguiendo la propuesta de Velasco, parece haber sido y es en la actualidad de dos formas: sustancial y relacional.61 Sus­tancial porque en ellos existe aquello que les proporciona los medios para subsistir; relacional porque en la convivencia cotidiana se vincu­la la vida contenida en el espacio acuático con la sociedad y la cul­tura de los navegantes, sean estos pescadores, contrabandistas, trans­portistas o pasajeros de una canoa. Las aguas de la región no son todas navegables, pero inundan sin duda alguna la historia de la región.

Caminos de agua en tierra firme y mar abierto 247

NoTas

1 Urroz, 2012: 24­25. 2 Ibíd: 181. 3 Trabulse, 1994: 155­191, cit. pos. Urroz, 2012: 182. 4 Urroz, 2012: 182 y 183. 5 Trabulse, 1994: 155­191, cit. pos. Urroz, 2012: 187­189. 6 Urquijo y Barrera, 2009. 7 Robertson estableció cuatro tipos de mapas en las relaciones geográficas: planos

de ciudades; paisajes con el área circundante; combinación de planos con pai­sajes y cartas náuticas (Manso, 2012: 34).

8 Manso, 2012: 23­52. 9 Acuña, 1985. 10 AGNM, HJ, 121, 2, pp. 1­14 cit. pos. en García de León, 2011: 179. 11 Real Academia Española, 1737: 131. 12 García de León, 2011: 172. 13 Cortés, 1975: 131. 14 García de León, 2011: 169. 15 Guevara, 2010. 16 García de León, 2011; Guevara, 2010: 209­210. 17 García de León, 2011: 406 y 408. 18 Véase figura 8 en Mundy, 1996: 24. 19 Hernández, 2004: 91. 20 Ibíd: 92. 21 Musset, 1992: 39; Hernández, 2004. 22 Real Academia Española, 1817: 642. 23 La cabecera municipal de Pajapan congrega hoy hablantes de una variante muy

particular del nahua del golfo, pero en tiempos coloniales fue una hacienda ga­nadera única en su género, pues fue entregada como merced de estancia para ganado mayor a la comunidad de San Francisco Minzapan, que es hoy uno de los pueblos desaparecidos de su municipio. Esta merced de dos sitios se con­cedió en 1605. San Francisco se localizaba en el sitio hoy llamado “Minzapan viejo”. El antiguo caserío de Minzapan, del actual municipio de Pajapan, es el an tiguo pueblo de Santiago o Santa María Minzapan. Los “Minzapas” fueron de la encomienda de Juan de España, su viuda y su sucesor Alonso de Horta de Lo renzo Genovés sucedido por Gonzalo Rodíguez de Villa fuerte (García de León, 2011: 393 y 394).

24 García Pimentel, 1904: 167. 25 García de León, 2011: 409. 26 A. Delgado, 2004. 27 García de León, 2011: 402. 28 Velasco, 2004: 146. 29 Ibíd: 146.

248 Veredas de mar y río

30 Ídem. 31 Ídem. 32 Ídem. 33 De Rivera, 1728: 67. 34 Ibíd: 69. 35 López y Toledo, 2009: 54; García de León, 2011: 440. 36 García de León, 2011: 726. 37 Velasco, 2004: 148. 38 Ibíd: 151. 39 Gerhard, 1991: 39. 40 García de León, 2011: 616. 41 Ibíd: 401­402. 42 Ídem. 43 Ibíd: 741­742. 44 García Martínez, 1969: 137­140. 45 Ídem. 46 Ibíd: 119. 47 Thiébaut, 2013: 86. 48 Manso, 2012: 35. 49 García de León, 2011: 631. 50 Ídem. 51 Ibíd: 618. 52 Velasco, 2004: 156. 53 García de León, 2011: 637. 54 Ídem. 55 Ibíd: 404. 56 Actualmente se conoce como Las Barrillas. 57 Montero, 2008: 29. 58 Ibíd: 30. 59 Velasco, 2004: 162. 60 Ídem. 61 Ídem.

coNsideracioNes fiNales

Después de los sinuosos caminos que hemos tenido que recorrer para poder llegar a esta última sección de la investiga ción, éste resulta ser el espacio pertinente para evaluar y reconocer las li­

mitaciones y alcances presentados en este libro.Recordemos que al inicio de nuestro estudio nos preguntamos:

¿existió una tradición de navegación prehispánica identificable en la región de Los Tuxtlas, Veracruz? De ser así, ¿de qué manera con vivió o se integró a una tradición europea de navegación? Las mismas fuen­tes consultadas nos llevaron a ampliar el espectro temporal y dis ci pli­nar para responder a estas preguntas y plantear otras durante el pro­ceso de investigación, manteniendo siempre un eje a lo largo de la misma: el estudio del paisaje. Este eje constituyó el objeto principal de análisis y nos permitió ampliar las fuentes de información respecto al tema. El propósito desde el principio consistió en encontrar alguna congruencia entre los datos discursivos de tipo histórico, cartográfico y arqueológico, o bien establecer la independencia entre ellos.

Recapitularemos exponiendo algunas consideraciones finales, si­guiendo a Raquel Urroz,1 en este libro se concibe el espacio en cuanto a su territorialidad como la base material que estructura la identidad colectiva y así, en ambos sentidos, la cultura que se produce llega a enlazarse con un sitio determinado, mientras que el medio natural se va transformando en otro cultural por el pensamiento del hombre. En este sentido, buscamos no únicamente ser descriptivos, pues no só­lo nos enfocamos en la mera localización exacta de los fenómenos en el espacio, sino que relacionamos dicho territorio con su ámbito cul­tural, con la idea de un “paisaje humanizado”.

250 Veredas de mar y río

Mediante el estudio del paisaje se buscó generar indicadores de ti po geográfico que nos mostraran las condiciones necesarias para identificar una actividad que involucró la apropiación de espacios la­custres, fluviales y costeros. El análisis espacial que se aplicó no preten­dió forjar una postura geográfica determinista sino interdisciplinar, y se asumió como un paso necesario ya que la zona se ha concebido co mo navegable desde la época prehispánica de acuerdo con datos arqueológicos y, como hemos visto, continuó siendolo durante toda la época colonial.

En este sentido, el uso de los sistemas de información geográfica (SIG) debe tomarse como parte de una metodología, no su base. Son herramientas que ayudan en la visualización y el procesamiento de datos espaciales y culturales, es decir, una herramienta para el análi­sis del paisaje. Al modelo de análisis espacial que se aplicó, le hacen falta más indicadores culturales, lo cual puede representar una desven­taja, sin embargo, al ser un modelo su plasticidad resulta conveniente en gran medida en función de los parámetros y variables que se pue­dan ir agregando subsecuentemente.

Por otro lado, la navegación prehispánica puede proponerse co­mo un sistema de conectividad de paisaje, un modelo espacial que plantea la integración del uso de vías fluviales, lagunas volcánicas y cos teras, humedales y esteros, junto con vías terrestres, constituyendo en una unidad de significado al paisaje, en este caso, de Los Tuxtlas. Esta conectividad probablemente sucedió entre diversos elementos del paisaje —caseríos, centros poblacionales, centros ceremoniales, áreas de explotación de recursos fluviales, estuarios, lacustres y entornos ma­rítimos— junto con los terrestres.

Esta tradición de navegación prehispánica en la región de Los Tux­tlas dista de ser comprendida. Pareciera que aún falta la in tegración de más datos, no obstante, caracterizado por el aprovechamiento de los entornos acuáticos pudo haber tenido un engranaje con la tradi­ción naval europea sobre la línea de costa, donde puntos en el paisa­je que posiblemente fueron de gran importancia durante la época pre­hispánica lo hayan sido de manera continua, al menos en cuanto a su reconocimiento espacial por los navegantes y cartógrafos europeos, y más tarde mestizos, que reconocieron y plasmaron este sistema en la cartografía de la región durante al menos tres siglos.

Consideraciones finales 251

El engranaje entre la tradición de navegación prehispánica y la eu ropea se buscó a partir de la reconstrucción de la línea de costa, con las dificultades que los datos arqueológicos implican y con la enorme cantidad de datos históricos recuperados. Sobre la línea de costa, la bisagra de ambas tradiciones descansa en los rasgos arqueológicos men­cionados por Siemens2 y que son parte del desarrollo de proyectos ar queológicos vigentes —en este trabajo sólo se menciona su existen­cia— los cuales podrían tener una coespacialidad en relación con los rasgos plasmados en la cartografía occidental. No es posible más que sugerir que algunos de estos puntos, como Montepio o Sonte­comapan, formaron parte de los derroteros prehispánicos costeros; agre garíamos también Roca Partida ya que actualmente es un punto clave y lo fue durante la época colonial, por lo cual se ha sugerido su relevancia durante la época prehispánica.3

Cabe recalcar que en ningún momento se trató de subsanar el va cío prehispánico con el estudio de la época colonial, al contrario, siem pre se buscó caracterizar este periodo por sí mismo en función de entender los distintos procesos de apropiación del paisaje de Los Tux­tlas, sugiriendo que la tradición prehispánica debió existir y que al ser distinta de la española era necesario entender cómo ésta última se habría anclado y sobrevivido a lo largo del tiempo en el paisaje de es ta región. La trascendencia de entender estos procesos de apropiación tiene que ver con la comprensión respecto al papel de Los Tuxtlas en la historia del paisaje. Si hemos dicho que formó parte de sistemas de comercio e intercambio más amplios, buscamos responder también có­mo es que esta isla de lava se integró a partir de la práctica de la nave­gación. Sin embargo, sigue siendo necesario continuar la exploración de las formas de navegación prehispánica que integran los distintos puntos del paisaje y funcionan de manera unitaria con la apropiación de la tierra firme. Por otro lado, reconocemos y tratamos de establecer el desarrollo local de una tradición europea que en aguas profundas desplegó una maestría como ninguna otra, la cual se vio alterada an­te la nueva geografía de la región, en peligro y obligada a anclarse a la línea de costa ya antes navegada, recorrida y conocida.

¿Dónde se da esa coyuntura de ambas tradiciones? Pienso que ahí, donde ambas tenían algo que compartir, sobre la línea de la costa que con sus bocas de río, sus pequeñas lagunas costeras, sus prominencias

252 Veredas de mar y río

rocosas y su oleaje traicionero fue el receptáculo de ambas formas de apropiación de un entorno tan complejo como el marítimo. Como menciona Antonio García de León, la percepción del litoral por sus pobladores no era algo natural, más bien, la aprensión de este espacio específico, que constituye un territorio intermedio entre tierra y mar, fue consecuencia de una construcción cultural que se concreta en la historia y se modifica con ella, al mismo tiempo que se inscribe en el campo de las relaciones sociales y se modula en función de sus acto­res quienes posaron su mirada sobre este espacio particular, al que con­tribuyeron a identificar como suyo y casi a “inventarlo” en oposición a otros.4 En la creación de los puertos, puntos de referencia, derroteros, áreas de contrabando y piratería, intervinieron factores políticos, es­tratégicos, técnicos y económicos que involucraron funciones de go­bierno, de defensa militar y tráfico, de control del “territorio líquido y terrestre” sobre el que una institución mucho más compleja, como lo fue el puerto de Veracruz en la Colonia, creyó poder ejercer su control.

A lo largo de la época colonial los sistemas territoriales poco a po­co se integraron creando estructuras cambiantes, de tal forma que la construcción del paisaje en los siglos XVI y XVII se modeló bajo las condiciones de este proceso histórico­social. Los ríos se sumaron a esta red formando un sistema dendrítico, es decir, articulándose al­rededor de varias desembocaduras, entre ellas las de los ríos Coat­zacoalcos y Papaloapan que rodeaban a Los Tuxtlas, conformaron la lí nea de costa. A lo largo de este proceso, la isla de Los Tuxtlas, la de lava, fue todo menos eso, un sector aislado y solitario. La población hu mana se ha visto atraída a ella desde siempre, tal vez sea la magia de la que habla Sergio Guevara, tal vez sea porque parece tenerlo todo. La altura de un vigía que alcanza a vislumbrar todo aquello que la ro­dea; las planicies no siempre placenteras por las condiciones extre­mas que las permean, aunque siempre llenas de abundantes recursos. El paisaje marítimo, el volcánico, el lacustre, todos ellos aprovechados en la época prehispánica, tal vez fueron vistos de otro modo con la llegada de los españoles. Algo es seguro, Los Tuxtlas se impreg naron en la me moria de los navegantes conquistadores desde el primer mo­mento en que la región fue vislumbrada desde alta mar. Posteriormen­te representó un refugio, tal vez lo ha sido siempre, si evaluamos la

Consideraciones finales 253

información arqueológica disponible, pero ¿refugio de quién? de aquél que fuera ca paz de apropiarse de ella.

Finalmente, retomamos la siguiente reflexión de Westerdahl,5 en la cual el autor nos hace recapacitar sobre cómo la arqueología y la historia de las embarcaciones, de las prácticas de navegación, conti­núan siendo fundamentales, siempre buscando la contextualización ho lística de esta práctica. Así, de acuerdo con el autor, encontramos que la integración de la forma de apropiación acuática y terrestre fun cionó la mayoría de las veces como una unidad. Eso es precisa­mente lo que hemos intentado hacer aquí. No darle un lugar a la na­vegación superior al de cualquier otro tipo de mecanismo de vincu­lación con el paisaje, sino tratar de caracterizarla en un principio, para después co no cer su desarrollo al lado de las formas de apropiación terrestre. Co mo el mismo autor reflexiona, la única manera de lograr esto es usan do fuentes poco convencionales, ya que la historia y la ar­queología de estos procesos resultan ser la mayoría de las veces escasas.

Para terminar, insistimos en que el estudio de las tradiciones de navegación durante la época prehispánica debe entenderse a su vez como el estudio de las posibilidades de rutas de comunicación no ex­clusivamente en tierra firme; del entendimiento de una tecnología a primera vista sencilla, pero que sobre todo fue efectiva y permitió que las sociedades mesoamericanas se desplazaran, comunicaran e inte­graran dentro de un complejo entorno. La navegación, como un sis­tema que involucró tecnologías y conocimientos especializados que aún están lejos de ser del todo entendidos, ayudó a que el hombre me soamericano surcara las aguas que hoy en día podrían verse como simples obstáculos, o descartarse como opciones de movilidad. El es­tudio de su permanencia a lo largo de la Colonia permite entrever que los españoles que llegaron a las tierras inundadas supieron apro­vechar por algún tiempo estos sistemas de comunicación, comercio y transporte, y que con el paso de los años fueron relegados ante la irre­mediable preponderancia de los caminos terrestres y la tecnología que de forma irremediable alcanzó al territorio novohispano.

254 Veredas de mar y río

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aNexo

Mapa 1. Rutas fluviales de acuerdo con los datos e interpretaciones arqueológicas disponiblesdel periodo Formativo. Elaboración: Mariana Favila Vázquez.

Mapa 2. Rutas fluviales de acuerdo con los datos e interpretaciones arqueológicas disponibles del periodo Clásico. Elaboración: Mariana Favila Vázquez.

278 Veredas de mar y río

Mapa 3. Rutas fluviales de acuerdo con los datos e interpretaciones arqueológicas disponibles del periodo Postclásico. Elaboración: Mariana Favila Vázquez.

Mapa 4. Altitudes del terreno en relación con el mar (metros sobre el nivel del mar).Elaboración: Mariana Favila Vázquez.

Anexo 279

Mapa 5. Se observa la diferencia de pendientes en el terreno y, sobrepuestos, los principales cuerpos de agua de la región. Elaboración: Mariana Favila Vázquez.

Mapa 6. Se representan áreas que indican la distancia respecto al río o cuerpo de agua. En este caso para indicar la presencia del río, dado que se requería de una imagen tipo raster que se pudiera

vincular con el mapa de pendientes. Elaboración: Mariana Favila Vázquez.

280 Veredas de mar y río

Mapa 7. Las categorías del mapa de distancias original (mapa 6) han sido cambiadas por una escala del 1 al 10. Elaboración: Mariana Favila Vázquez.

Mapa 8. Las categorías de pendiente del terreno del mapa 5 fueron sustituidas por la escala del 1 al 10. Elaboración: Mariana Favila Vázquez.

Anexo 281

Mapa 9. Resultado de la integración de las dos variables (presencia del cuerpo de agua y pendiente del terreno). La escala es del 10 al 1 e indica que el color azul, que corresponde al 10, son las áreas

que cumplen con las condiciones establecidas. Elaboración: Mariana Favila Vázquez.

282 Veredas de mar y río

Mapa 10. Mapa final que reduce las categorías a seis, presentando en azul oscuro las áreas más navegables y su contrastación con los ríos usados para el modelo.

Elaboración: Mariana Favila Vázquez.

Anexo 283

Mapa 11. Se comparan las rutas navegables derivadas de las interpretaciones arqueológicas y las zonas navegables derivadas del análisis espacial. Elaboración: Mariana Favila Vázquez.

284 Veredas de mar y río

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Anexo 285

Diagrama 1. Esquema de pasos para elaborar el modelo de análisis espacial. Fuente: McCoy et al. 2001-2002: 23; esquema modificado por la autora.

286 Veredas de mar y río

Vectores (cuerpos de agua)

Imagen raster (pendientes)

Ilustración 2. Sobreposición de las dos imágenes raster que resultan del paso 2 del diagrama 1, que consiste en derivar información de los datos que tenemos (recordemos que estos eran los ríos en

formato vectorial y las curvas de nivel, también en formato vectorial).

Ilustración 1. Se sobrepone la capa vectorial de cuerpos de agua sobre la capa rasterde las pendientes. Al ser diferentes tipos de formatos digitales hay espacios que no se

tocan entre ambas imágenes.

Imagen raster (distancia)

Imagen raster (pendientes)

Veredas de mar y río. Navegación prehispánica y colonial en Los Tuxtlas, Veracruz—editado por la Coordinación General de Estudios de Posgrado

y el Programa de Maestría y Doctorado en Estudios Mesoamericanosde la Universidad Nacional Autónoma de México—

El cuidado de la edición y la coordinación editorial estuvo a cargo de:Lic. Lorena Vázquez Rojas

Diseño de portada y formación tipográfica: D.G. Citlali Bazán Lechuga

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