mÁs allÁ de lo confesional, por los senderos del humor: la letra e de augusto monterroso

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    MS ALL DE LO CONFESIONAL, POR LOS SENDEROS DELHUMOR:LA LETRA EDE AUGUSTO MONTERROSO

    MARTHA ELENA MUNGUA ZATARAIN

    INSTITUTODEINVESTIGACIONESLINGSTICO-LITERARIASUNIVERSIDADVERACRUZANA, MXICO

    El hombre es fundamentalmente un ser que se tortura.Yo soy hombre;

    luego, tratar de torturar a los dems.

    La letra e

    Cobijo mi trabajo presente con el epgrafe anterior, primero, porque es abso-

    lutamente monterroseano, y segundo, porque rubrica a la perfeccin lo que mepropongo hacer ahora: torturar al posible lector con estas notas sobre la escrituradiarstica de Augusto Monterroso. A lo largo de mi trabajo intentar explicar enqu consiste el arte tan particular del juego desenmascarador en el que estuvosiempre comprometido este autor latinoamericano. No voy a detenerme demasia-do en la presentacin de su obra ni su vida porque asumo que es un escritorbastante conocido de ambos lados del ocano; entonces, solamente dir unascuantas palabras introductorias que ayuden a refrescar la memoria.

    Nunca se est bien seguro de qu nacionalidad atribuirle a Augusto Monterro-

    so, salvo la de exiliado: l se reconoca guatemalteco porque ah se cri, peronaci en Honduras y pas su vida adulta en Mxico, donde hizo su obra, por loque los mexicanos lo reputamos mexicano; pero esto no tiene mayor importan-cia: es una figura fundamental en la tradicin literaria hispana y eso s que im-porta. Monterroso fue un renovador de la escritura en muchos sentidos; es elautor del cuento ms breve y ms citado de todos los que se hayan escrito enlengua espaola, El dinosaurio: Cuando despert, el dinosaurio todava estabaall (Monterroso, 1980, 77). Revitaliz y le dio nuevos sentidos a la fbula regre-sndola al terreno de la tica y quitndosela al de la moraleja didctica. Quin

    puede volver a comer ancas de rana sin pensar melanclicamente en el fatal

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    destino de esa rana que quiso ser autntica para acabar en el plato de unos in-sensibles comensales que slo aciertan a comentar lo mucho que se parece alpollo? Y cmo sustraernos a esa mezcla de dolor y de risa que trasmina la his-

    toria del mono que quiso ser escritor satrico pero no pudo por el miedo delastimar a todos sus amigos y quedar marginado de la vida social?

    Adems de escribir fbulas y cuentos, Monterroso cultiv la novela en Lo de-ms es silencio (La vida y la obra de Eduardo Torres)de 1978; fue, sobre todo,creador de ensayos y textos hbridos, como los reunidos enLa vaca(1998) o losdeMovimiento perpetuo(1972). A pesar de la fobia que le tena a las aparicionespblicas, a la fama y al boato de la vida de los escritores reconocidos, sucumbauna y otra vez a la concesin de entrevistas, tantas que l mismo lleg a recopi-lar las que giraban alrededor del tema de la fbula en el clebre Viaje al centro

    de la fbula(1981). A pesar de todo, se le vea en congresos o participaba encharlas sobre otros escritores, y aprovechaba estas apariciones pblicas para des-pus hacer burla de s mismo, como cuando escribe en su diario sobre las razo-nes que lo llevaron a aceptar participar en una charla sobre Kafka:

    Me vi finalmente opinando sobre Franz y su vida y su obra, despus de, en undescuido, haberme comprometido a hacerlo, como siempre con la esperanza deque el da que uno acepta para presentarse en pblico no llegar nunca si el plazofijado se va partiendo en mitades, una vez tras otra, hasta el infinito, como encualquier y vulgar apora de Zenn (Monterroso, 1995, 231).

    Y esta cita es oportuna porque seguramente esto es lo que nos pasa a muchos delos que de pronto aceptamos entusiasmados participar en congresos y charlasde diversa ndole.

    Hay un detalle en la vida literaria de Monterroso, ligado con lo anterior, quevoy a comentar y que pienso que me dar la pauta para entrar a hablar de sudiario: fue un hombre modesto, con mucha conciencia del ridculo, poco dado ala exhibicin y, sin embargo, acab siendo un escritor constantemente homena-jeado, recibi premios y condecoraciones el Juan Rulfo en 1996 y el Prncipede Asturias en el 2000, entre otros; sus amigos y sus crticos hablaron una yotra vez de l y de su obra; se editaron libros con fotografas suyas en Xalapase public, por ejemplo, Con Augusto Monterroso, en la selva literaria (2000),donde se incluyen fotografas del nio Monterroso, adems de algunos de susdibujos. Este rasgo de su temperamento ha sido a veces fuente de perplejidadpara sus lectores, pues no es nada fcil empatar una figura tmida con la delhombre pblico del que se exhiben hasta sus fotografas de niez. Pero adems,est el hecho de que tambin result ser un escritor volcado en la prctica degneros tradicionalmente inscritos en la esfera de la intimidad, de lo privado ysubjetivo, como la autobiografa Los buscadores de oro(1993), en la que recreasus aos de infancia, y el texto que ahora me ocupa, La letra e (fragmentos deun diario),publicado en 1987. Entonces, ante una personalidad retrada, que no

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    busca el elogio, poco dado a la exhibicin vanidosa de s mismo, surge la pre-gunta por el tipo de escritura que pudo practicar en gneros tan orientados a laintrospeccin del yo.

    Para evitar caer en vanas especulaciones sobre el modo de resolver esta apa-rente paradoja, hay que declarar de entrada que Monterroso no se embarc en latarea de escribir y publicar un diario ntimo, de carcter confesional, sino que,con plena conciencia de que era material publicable, ofrece a sus lectores estelibro unitario, compuesto por los fragmentos de su diario que abarcan de 1983 a1985. Los fragmentos estn organizados en estos tres aos, aunque no se da unseguimiento puntual a las fechas: algunos textos aparecen fechados, la mayorano. Pero cada uno tiene un ttulo que a veces sintetiza el contenido, otras vecesslo alude vagamente a lo que el lector encuentra en el texto. Con esta organi-

    zacin del material, ya estamos de entrada ante un diario peculiar, que se resistea someterse del todo a la condena de la cronologa sucesiva de los das. La ne-gacin a registrar con minuciosidad la fecha que le corresponde a cada fragmen-to puede leerse como un gesto que busca borrar el anclaje de lo evocado por lamemoria del autor en das especficos. Y esta decisin nos lleva, me parece, auna consecuencia ms: la actitud polmica de Monterroso con uno de los supues-tos que est en la raz del gnero elegido: por una parte, arraiga su escritura enla cotidianidad y, por otra, los hechos relatados se convierten en acontecimientosque no se someten a la regularidad que da el seguimiento de la cronologa.

    As pues, los fragmentos del diario de Monterroso estn ubicados justo en losumbrales del gnero: se resiste al registro detallado de la cotidianidad, a la vezque le apuesta todo al inters que se desprende de lo aparentemente insignifi-cante de los das comunes. Y me parece que esto es fundamental en la decisindel autor de acudir a esta forma de creacin. Monterroso siempre opt por laescritura de textos ubicados en los linderos de los gneros: sus fbulas son y noson fbulas a la vez, sus cuentos juegan a serlo y buscan puertas de salida. Cmono iba a sentir atraccin Monterroso por un tipo de escritura que por su mismanaturaleza est abierto al registro de casi cualquier tipo de asuntos, en cualquierestilo, sin ninguna pretensin de entrada; l, que le dedica todo un libro a lasmoscas? Qu mayor libertad que la que abre el diario para dialogar con otrosescritores, con amigos ausentes, con otros libros, con otras perspectivas? Pero nose deduzca de esto que para Monterroso el gnero es un mero pretexto para laexperimentacin. Me parece que en la eleccin de esta forma anida un proyectoartstico trascendente: la recuperacin de la experiencia para la memoria, pensan-do la experiencia como esta relacin profunda del hombre con las vivencias decada da y esto resulta ms trascendente porque, como bien lo ha observado

    Agamben, nuestra vida contempornea tan llena de ruidos, de aparente informa-cin, tan pletrica de grandes acontecimientos, paradjicamente, ha ido cada vezms vaciando al hombre, hacindole hueca e insoportable su existencia cotidiana

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    (2004, 8-9). En un mundo banalizado y despojado de memoria, Monterroso vuel-ve al registro cotidiano de esos hechos que para la contemporaneidad se volvie-ron intranscendentes: el placer de la amistad, la lectura, la ociosidad del juego.

    Ahora bien, la eleccin del ttulo del diario es indicativa de la orientacin suigenerisque tendra: por una parte La letra e. Por qu la letra e? Qu tiene departicular esa letra? Por qu no simplemente diarios, como suelen llamarse casitodos los publicados hasta ahora, de escritores o no? Ruffinelli ensaya una hip-tesis al respecto en el prlogo al libro: en La letra eyo leo a la vez egoy escri-tura, el yo y la literatura. De eso se trata (1995, 223). Y no me parece nadadescartable la propuesta porque este diario es la fusin completa del yo en laliteratura y viceversa. Pero tampoco deberamos dejar de tener en cuenta qu e, apesar de lo que pudiera parecer, es justo la letra e la ms frecuente en el espaol,segn lo han demostrado estudios de fontica, al menos en el espaol de Hispa-noamrica. Pero an queda pendiente el problema del parntesis que abri des-pus de este ttulo:fragmentos de un diario. Y ah los lectores nos preguntamossi debemos entender esto literalmente: se trata de las partes entresacadas para supublicacin que en realidad pertenecan a un texto ms amplio, el cual perma-nece bajo resguardo del autor?, o bien, es legtimo entender que alude a la ori-ginal y deliberada concepcin de una escritura fragmentaria, al modo del diario?Nunca podremos saber cul es la verdad detrs de esta disyuntiva pero s resultapertinente hacernos cargo del peso de la palabra fragmentos, pues si bien lanaturaleza de toda escritura diarstica es la fragmentacin dada por el transcurrir

    de los das, la convencin genrica s obliga a una continuidad, dado que laconstruccin de la imagen del yo est dada en gran medida por la acumulacinsucesiva de las notas de los mltiples das que se encadenan uno a otro. En pug-na con este principio del gnero, el diario de Monterroso se abre a la libertad dela lectura discontinua: uno puede, sin ningn problema, saltar libremente de unfragmento a otro y en estos trminos La letra eresulta un clsico libro ms bieninscrito en el gnero del fragmento, cuya prosa caracteriz Wilfrido Corral as:est llena de yuxtaposiciones y extravagancias; es cabalstica, huidiza (1996,464).1

    Cul es el sentido y la funcin que adquiere en esta escritura el gnero diario?Acaso lo est utilizando Monterroso, a pesar de todo, para bucear en las interio-ridades de su yo privado? Est ligado, de alguna manera, al espritu de la rendi-cin de cuentas, al modo de quien se confiesa a la espera de una absolucin? Esun mero juego, uno de los tantos que emprendi el autor en su trabajo de ensa-

    yar diversas formas y gneros literarios? Elena Liverani, por ejemplo, s acepta leer

    1 A pesar de que l ha caracterizado mejor que nadie el fragmento como gnero literario, llama laatencin que vea el diario de Monterroso como una excepcin al modo de ser del fragmento, en la medi-da en que juzga que hay una continuidad narrativa y es una apreciacin que no comparto (Corral, 1996,464).

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    esta obra como una forma de confesin, en la medida en que encuentra nume-rosas referencias a la experiencia personal del autor (1995, 175) y s que las hay;sin embargo, no me parece tan claro que predomine una escritura con tintesconfesionales. Hay un fragmento titulado La letra impresa que es un buen indi-cador de la actitud con la que Monterroso parece relacionarse con la escrituradiarstica: despus de referir que Montaigne ofreci uno de sus libros como unaobra de buena fe, aade:

    Seguramente quiso decir que se trataba de un libro sincero. Pues bien, lo que aquescribo es tambin de buena fe y me propongo que lo sea siempre. Se puede serms sincero con el pblico, con los dems, que con uno mismo. El pblico, comola otra parte del escritor que es, suele ser ms benvolo, ms indulgente que esaotra parte de uno llamada superego (Monterroso, 1995, 244).

    En estas palabras parece cifrarse el planteamiento de un nuevo tipo de rela-cin entre el escritor de diario y su yo, el escritor y los otros. Con estas reflexio-nes Monterroso remonta el problema de la escritura de un gnero que supone lasinceridad radical que slo puede darse en la intimidad, de espaldas a los otros.El escritor postula un nuevo sentido de la sinceridad de cara al lector, la revalo-racin constante de la presencia del otro que es el que posibilita la propia exis-tencia del yo. Se cierra as el dilema de por qu y para qu escribir un diario confines de ser publicado en vida del autor: un diario, para Monterroso, es otra for-ma posible de entrar en comunicacin comprensiva con el otro ese otro quetambin incluye al yo de la escritura y aqu se halla, como veremos, una de lasrazones fundamentales para el ejercicio de una escritura humorstica. Pero antesde pasar a este rasgo del tono humorstico que atraviesa todo el libro, quierodetenerme un poco ms en las reflexiones constantes del autor sobre la escrituradel diario, la propia y la de otros.

    Hay un texto titulado Problemas de la comunicacin dedicado por completoa pensar en la propia escritura del diario. Voy a citar un pasaje para que podamosapreciar su postura:

    Hasta ahora he sido incapaz de hacer de esto un verdadero diario (la parte publi-cable). Demasiado pudor. Demasiado orgullo. Demasiada humildad. Demasiado te-mor a las risitas de mis amigos, de mis enemigos; a herir; a revelar cosas, mas,de otros; a hablar de lo malo que parece bueno y viceversa; de lo que me aflige; delo que me alegra; de lo que vanamente creo saber; de lo que temo no saber; de loque observo [] (Monterroso, 1995, 277).

    Y sigue una larga lista de sucesos y sentimientos posibles, cotidianos o extraor-dinarios, pero susceptibles de ser parte de cualquier diario normal. De estasuerte, los lectores asistimos al examen de conciencia de un autor que escribe undiario y que sabe que no est respetando del todo las reglas del juego; sin em-bargo, conforme va enlistando sucesos y pensamientos que no ha logrado incluiren su diario, parece haberse distrado del asunto que motiv ese fragmento; pero

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    al final, nos regresa humorstica y sutilmente, en un acto de magia, al sentido queanida en la escritura: se demora en el relato de los amores de su perro con unaperrita trada a su jardn con esos fines, le dedica lneas a esta ancdota para

    cerrar diciendo que, una vez retirada la novia, poco a poco su perro vuelve a lanormalidad, observa que persigue sombras de mariposas sobre el pasto: tenien-do a las mariposas en persona al alcance de la boca, de la mano o de la pata ode lo que sea, pero siempre tras las sombras, y l sabr por qu y yo no piensosacar de esto ninguna ridcula conclusin filosfica (Monterroso, 1995, 278), conlo que, juguetona y astutamente, parece cifrar el autor el sentido de su trabajo demanera poco grandilocuente: no hay ms que el juego de cazar sombras, en vezde mariposas y, as, ya nos alert de modo indirecto sobre la mana crtica debuscar sentidos ms hondos a lo que se presenta as, sin ms, con simpleza. C-mo no ver el absurdo de la tarea crtica siempre empeada en este afn de extraerridculas conclusiones filosficas hasta del devenir cotidiano de una vida normalconsignada en un diario.

    Hay una serie de constantes temticas en las anotaciones de Monterroso enestos fragmentos: viajes, amigos, otros escritores, otros textos, la propia escritura

    y la publicacin de su obra sobre todo, el miedo a la recepcin, pero tam-bin y muy constante, las referencias a otros diarios y a la pregunta sobre qu esescribir un diario y para qu. Liverani propone ver La letra ecomo un vivero desugerencias y de consejos para una aproximacin ms eficaz, y desde luego unalectura an ms satisfactoria, de toda la obra monterroseana (Liverani, 1995, 162).

    Y s, ciertamente, puede utilizarse como gua de orientacin para los lectores,pero creo que, en el fondo, cada texto de un autor funciona siempre un poco deesta manera: uno es gua de lectura del otro y viceversa; no pienso que los diarioscumplan de modo ms eficiente que otros este papel de conductores de lecturade las otras obras del autor. Me parece que en ellos alberga una potica particu-lar la cual est inevitablemente en relacin con las otras obras del autor. En Laletra eestn todos los motivos recurrentes en la obra de Monterroso y sus rasgosms distintivos: brevedad, fragmentariedad, sentido crtico, honda tristeza, humore irona, as como su impecable maestra estilstica.

    Ahora bien, hay en este texto una incesante reflexin sobre el propio acto deescribir y leer diarios. Pero no parece haber autor de diarios que pueda evitarpreguntarse para qu y para quin escribe y Monterroso no es la excepcin. Al-gunos tal vez lo hagan para conocerse mejor, otros para desahogarse, habr quienlo haga para esculpir una imagen mejor de s mismos ante la posteridad, hayquien lo hace para ir creando un archivo de ancdotas a la vez que ensaya estilos,

    y as puede elaborarse una larga lista de posibles razones y sentidos; para el casode Monterroso me parece ms justo decir que lo hace para comunicarse literaria-mente con sus lectores; el diario como una forma que le da otras posibilidadesde entablar un dilogo consigo mismo a la vez, y sobre todo, con los otros, con

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    la tradicin literaria. Por esta razn en el diario se cruzan los dos grandes tonosy actitudes emocionales y estticas: el humor y la melancola fundados en unatica de amor y solidaridad con el otro.

    Puede decirse de Monterroso que es un escritor profundamente escptico ymelanclico, a pesar de todo. Tal vez por eso su denodada negacin a recono-cerse como un escritor humorstico, dado que este mote suele borrar frvolamen-te el sentido de bsqueda, de profundidad en la escritura y tiende a recluir demanera automtica a los escritores al territorio de lo trivial y lo superficial, almero ejercicio del divertimento.2Sin embargo, si recuperamos el hecho de queen la risa anida una honda seriedad, podemos reivindicar la creacin de Monte-rroso como una creacin humorstica en toda la dimensin tica de la palabra.He visto que todos los crticos de la obra monterroseana aciertan al sealar lapresencia del componente humorstico, pero no he visto que se detengan a ex-plorar los efectos y el sentido de publicar los fragmentos de un diario presididopor los acentos de la risa.

    Monterroso habla de s en el diario y parece hacerle confesiones al lector,pero curiosamente, muchos de estos momentos el autor los utiliza para configuraruna imagen de un yo que atenta contra la mitificacin, la autoalabanza y por esose ocupa de contar no cmo ha sido reconocido, homenajeado o celebrado, sinoque ms bien busca recuperar para la memoria justamente los momentos en queha sufrido ataque de timidez, donde no ha tenido nada que decir o francamentepasajes ridculos, como cuando va a ver en Barcelona a la elegante y bella edi-tora Carmen R. ante quien se presenta seguro de s mismo, parlanchn, asumien-do que ella sabe quin es l, la tutea familiarmente, mientras ella permaneceamable, pero seria y distante; la ancdota termina cuando l descubre que lamujer no tena ni el ms mnimo indicio de quin era ese estrafalario personajeque se le apareci en la oficina, y cierra el relato de la bochornosa experienciaanotando y sal con una enorme cola enredada entre las piernas, como un animalamericano dibujado por Oski y que segn Carmen, probablemente, no solo ha-blaba, sino que encima le hablaba a la gente de t (Monterroso, 1995, 243).

    De esta manera, una experiencia dolorosa o vergonzosa para cualquiera, porobra del sentido del humor de Monterroso se transfigura en una vivencia ubicadaen los linderos de lo cmico, sin que se le despoje de la carga de sufrimientoretroactivo que siempre implica el recuerdo de escenas de este tipo que todoshemos vivido. As, puede estar claro por qu la polmica riente que establece consu admirada y querida Susan Sontag, quien haba reflexionado sobre el porquleer diarios de escritores y haba apuntado con toda solemnidad que era porque

    2 Dice, con toda razn Jos Miguel Oviedo: llamar humorista a un escritor es casi como conside-rarlo un ciudadano de segunda clase en la Repblica de las Letras, alinendolo dentro de categoras oactividades que asociamos con lo ligero, lo meramente entretenido o banal (Oviedo, 2000, 12-13).

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    el artista es quien ha alcanzado un nivel de sufrimiento ms profundo y una ma-nera profesional de sublimarlo al convertirlo en arte (Sontag, 1996, 74-75). Mon-terroso se distancia de esta visin, primero intercalando en la discusin el relato

    de las inoportunas y chuscas llamadas telefnicas de periodistas, crticos o entre-vistadores que interrumpen una y otra vez su trabajo, con lo cual va rebajandodeliberadamente esa idea del escritor como sufridor. Cierra la polmica de modoprovisional al citar una frase de Eduardo Torres, el personaje de su novela, quecrea una solucin ldica: los pensamientos que no valen la pena deben apuntar-se en un diario especial de pensamientos que no valen la pena (1995, 263).

    El humor en Monterroso es una forma particular de visin artstica y es poresta razn por la que su diario trasciende la insignificancia de lo banal y de loindividual para convertirse en escritura literaria tendida hacia el encuentro solida-

    rio con los otros. El humor busca siempre al otro, es en ese otro donde se arrai-ga su sentido y su razn de ser. La risa monterroseana no es censuradora, porms que se entretenga en las desdichas humanas; lo hace siempre de un modocompasivo, y no hay que olvidar que para el autor la compasin es: el sentimien-to ms profundo ante la miseria humana. Toda la buena literatura est impregna-da de compasin, de comprensin de uno hacia los dems y hacia la desdichageneral (Ugarte, 2000, 183). Y en esta medida puede apreciarse la decidida orien-tacin tica que siempre tuvo la escritura de Monterroso.

    Dice Alberto Giordano:No hay diarista al que no lo atormenten los fantasmas de la frustracin y el fracaso,

    que no registre el sufriente da a da de su divorcio con el mundo, como tampoco

    hay diarista que no pueda identificarse con el joven Gide cuando reconoce que las

    pginas de su diario, aunque sin demasiados mritos literarios, dan por supuesta

    una gloria, una celebridad futura que les procurar un inters (2006, 127).

    Y me parecen muy justas estas apreciaciones para pensar el gnero diario y c-mo, en efecto, todo esto forma parte de los fragmentos de Monterroso, pero esel humor el mecanismo fundamental que libera su escritura del decidido y ensi-

    mismado acento de la frustracin y el fracaso. xito, elogios, frustracin y fracasoestn mezclados en esta escritura y si Monterroso habla del reconocimiento no lohace en un gesto de narcisismo y de autocomplacencia, gracias a la relacin au-tocrtica que establece con el personaje que construye de s mismo: un persona-je que duda, que le tiene terror a la publicidad, a la vez que honestamente acep-ta y goza del elogio, lo que logra hacerlo mucho ms convincente y entraablepara su lector:

    Los elogios me dan miedo, y no puedo dejar de pensar que quien me elogia se

    engaa, no ha entendido, es ignorante, tonto, o simplemente corts, resumen de

    todo eso; entonces me avergenzo y como puedo cambio la conversacin, pero

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    dejo que el elogio resuene internamente, largamente en mis odos, como una m-sica (Monterroso, 1995, 370).

    Dije lneas arriba que la escritura de Monterroso estaba cargada con los acentos

    del humor pero tambin de la tristeza y la melancola y es que tal vez todo ge-nuino escritor amase su obra con estos dos grandes componentes de la risa y laafliccin. Puede resultar sorprendente constatar la gran cantidad de fragmentosde este diario que son francamente tristes, melanclicos o denodadamente seriose introspectivos, como el fragmento lrico en el que reconoce su incapacidadpara escribir diarios de viaje:

    Cmo registrar la emocin? Cmo escribir vi una ola, sa que fue especial entremiles; vi un rbol, vi un pjaro, vi el gesto de un hombre en la fbrica, vi determi-nados zapatos en los pies del nio que iba a la escuela y que me conmovieron portodos los nios que en el mundo no tienen zapatos, ni escuela, ni pap trabajandoen la fbrica mientras dos poetas sudamericanos de lo ms bien intencionados ledicen sus poemas en que hablan de jovencitas y nias muertas en sus pases, odesaparecidas en sus pases? Todo almacenado en la emocin; no anotado en nin-gn cuaderno (Monterroso, 1995, 371).

    Y considero necesario tener en cuenta esto por la decidida negacin de Monte-rroso a reconocerse como un humorista o un ironista, o ms an, a su resistenciaa reconocer la irona como uno de los aciertos en su escritura. Hay fragmentosque dedica a este problema en los que confiesa su recurrencia a la irona, perolejos de verla como virtud la descarta como vicio mental, virus incluso,pero sospecho que ms movido por una necesaria reaccin ante la ceguera pre-dominante entre los crticos en su constante confusin para tomar todo lo que haescrito como divertido, chistoso y, por tanto, leve. Cunto mejor sera recuperarla idea de la irona como enemiga del dogmatismo, pues es esto mucho msjusto para pensar la escritura monterroseana o bien, evocando a Chris Marker,decir que el humor en el diario de Monterroso puede ser la cortesa de la de-sesperanza y as podramos empezar a librarnos de la daina separacin que hahecho nuestra cultura moderna entre risa y seriedad.

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