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www.buzos.com.mx buzos — 16 de marzo de 2015 18 REPORTAJE Álvaro Ramírez/Corresponsal [email protected] E l estruendo lejano se escu- chó casi al mismo tiempo en que el alud de nieve cayó aquel mediodía del 2 de noviembre de 1959 sobre los siete expedicio- narios del primer grupo de la Legión Alpina que ascendía al Citlaltépetl y se hallaba más allá de los cinco mil metros sobre el nivel del mar. Para cuatro de ellos, que estaban encor- dados e iban en la vanguardia, la avalancha también fue mortaja. Sólo un cadáver pudo ser recuperado a las pocas horas; los otros tres quedaron sepultados en una grieta y en el “hielo negro” que se cristaliza y endurece como si fuera del más sólido concreto. Sus nombres: Enrique, Juan, Manuel y Alberto. Ha pasado ya más medio siglo desde que los tres sobrevivientes –Luis Espinosa Ruiz, Marco Antonio Fernández y Darío Huesca (ya finado)–, quienes hace 56 años eran veinteañeros, bajaron tristísimos y enluta- dos del también llamado Pico de Orizaba para anunciar a cuatro familias que la mon- taña se había tragado a sus seres queridos. Con el cambio climático, con el deshie- lo que se vive actualmente en la cara norte del coloso y con la suerte que sopló a favor de la casualidad en la circunscripción del municipio poblano de Chalchicomula de Sesma, una de las tantas expediciones que cada año se realizan en el Citlaltépetl pudo descubrir uno de los cadáveres. Un nuevo ascenso, ya luego de las fotos y con la noticia corriendo por todo el mun- do, se encontró otro y al cierre de la edición hay esperanza de que un tercer cuerpo con- gelado y momificado pudiera aparecer en la nieve. Esperanza bendita Una semana después del hallazgo fortuito y ante la gran expectativa nacional e interna- cional, las autoridades federales tomaron el control a fin de recuperar los cuerpos para posteriormente realizar las pruebas de ADN que permitan confirmar que se trata de los mismos tres montañistas perdidos hace más de medio siglo. Lejos de la montaña, reiteradamente buscados por los medios de comunicación, familiares de “los que podrían ser” aguar- dan el rescate y desde la memoria, a veces nublada, tienen su propia versión y senti- miento. Las hipótesis más sólidas las han pro- porcionado un sobreviviente y dos familias, que han señalado que probablemente los cadáveres correspondan a quienes en vida llevaron los nombres de Juan Espinoza Ca- margo, La Voz , y Enrique García Romero, quienes integraban el primer grupo de siete personas de la expedición de la Legión Al- pina, que salió de la ciudad de Puebla el 1º de noviembre de 1959 para ver de frente a la muerte un día después. El exalpinista Luis Espinosa Ruiz, quien hoy tiene 78 años, cree que uno MEDIO SIGLO EN HIELO NEGRO LOS CADÁVERES DEL CITLALTÉPETL HABLAN PARA BUZOS LOS POSIBLES FAMILIARES DE LAS VÍCTIMAS

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www.buzos.com.mxbuzos — 16 de marzo de 2015

18REPORTAJEÁlvaro Ramírez/[email protected]

El estruendo lejano se escu-chó casi al mismo tiempo en que el alud de nieve cayó aquel mediodía del 2 de noviembre de 1959 sobre los siete expedicio-

narios del primer grupo de la Legión Alpina que ascendía al Citlaltépetl y se hallaba más allá de los cinco mil metros sobre el nivel del mar.

Para cuatro de ellos, que estaban encor-dados e iban en la vanguardia, la avalancha también fue mortaja. Sólo un cadáver pudo ser recuperado a las pocas horas; los otros tres quedaron sepultados en una grieta y en el “hielo negro” que se cristaliza y endurece como si fuera del más sólido concreto. Sus nombres: Enrique, Juan, Manuel y Alberto.

Ha pasado ya más medio siglo desde que los tres sobrevivientes –Luis Espinosa Ruiz, Marco Antonio Fernández y Darío Huesca (ya fi nado)–, quienes hace 56 años eran veinteañeros, bajaron tristísimos y enluta-

dos del también llamado Pico de Orizaba para anunciar a cuatro familias que la mon-taña se había tragado a sus seres queridos.

Con el cambio climático, con el deshie-lo que se vive actualmente en la cara norte del coloso y con la suerte que sopló a favor de la casualidad en la circunscripción del municipio poblano de Chalchicomula de Sesma, una de las tantas expediciones que cada año se realizan en el Citlaltépetl pudo descubrir uno de los cadáveres.

Un nuevo ascenso, ya luego de las fotos y con la noticia corriendo por todo el mun-do, se encontró otro y al cierre de la edición hay esperanza de que un tercer cuerpo con-gelado y momifi cado pudiera aparecer en la nieve.

Esperanza benditaUna semana después del hallazgo fortuito y ante la gran expectativa nacional e interna-cional, las autoridades federales tomaron el control a fi n de recuperar los cuerpos para

posteriormente realizar las pruebas de ADN que permitan confi rmar que se trata de los mismos tres montañistas perdidos hace más de medio siglo.

Lejos de la montaña, reiteradamente buscados por los medios de comunicación, familiares de “los que podrían ser” aguar-dan el rescate y desde la memoria, a veces nublada, tienen su propia versión y senti-miento.

Las hipótesis más sólidas las han pro-porcionado un sobreviviente y dos familias, que han señalado que probablemente los cadáveres correspondan a quienes en vida llevaron los nombres de Juan Espinoza Ca-margo, La Voz, y Enrique García Romero, quienes integraban el primer grupo de siete personas de la expedición de la Legión Al-pina, que salió de la ciudad de Puebla el 1º de noviembre de 1959 para ver de frente a la muerte un día después.

El exalpinista Luis Espinosa Ruiz, quien hoy tiene 78 años, cree que uno

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Álvaro Ramírez/[email protected]

de los cadáveres correspondería a En-rique García, quien era el guía de ese grupo y a quien por sus pómulos dema-siado pronunciados apodaban El Cala-vera.

En el mismo ánimo y con similar ex-pectativa está la familia García Romero, cuya voz y representación ha tomado la sobrina de El Calavera, Patricia Susana García Cortés, quien en conversación

con buzos tiene la “esperanza bendita” de que uno de los cuerpos sea de su tío, a fi n de “poder darle cristiana sepultura” aunque sea 56 años después.

En la otra familia, Reyna Espinoza Camargo, ora con sus otros seis her-manos, ya todos ancianos, porque uno de los cuerpos sea de su hermano Juan, quien tenía apenas 17 años en el momen-to de su desaparición en el Citlaltépetl.

A pesar de que ha transcurrido más de medio siglo, Reyna guarda algún senti-miento ahogado hacia su hermano Juan: “Si yo lo tuviera enfrente le reclamaría: te dijo mi mamá que no te fueras, dijo que no te fueras y la desobedeciste… y ¡mira!”

Sus familias y amigos poblanos no son los únicos que ven la posibilidad de que se trate de los alpinistas desaparecidos en 1959. En otros estados del país y en países

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como Estados Unidos y Australia también hay personas y grupos de alpinistas que sostienen la hipótesis de que los cadáveres recién localizados podrían ser de depor-tistas de esas naciones que hace muchos años perdieron la vida en la gran montaña mexicana y cuyos cuerpos no fueron loca-lizados.

Algunas de las personas interesadas en la identifi cación de los restos localizados se han puesto en contacto con el alcalde de Chalchicomula, Juan Navarro Rodríguez, con el propósito de mantenerse atentos tanto a su rescate como al posterior proce-so de reconocimiento científi co.

El hallazgo y la casualidadLa casualidad llevó a un grupo de alpi-nistas a encontrar, el pasado domingo 1º de marzo, primero un cuerpo, cuando uno de los expedicionarios resbaló y se halló con la mano cadavérica que emergía del “hielo negro”, en la cara norte del Pico de Orizaba, a cinco mil 270 metros sobre el

nivel del mar, en una grieta de la montaña que tiene una inclinación de 70 grados.

De ahí la difi cultad y peligrosidad de la misión: a esa altura la disponibilidad del oxígeno se reduce al 40 por ciento y la inclinación del terreno demanda perso-nal experimentado y equipo especial tan-to para moverse en el glaciar del volcán como para recuperar los restos.

Al bajar, el equipo que hizo el hallaz-go del primer cuerpo dio aviso a las au-toridades de Chalchicomula de Sesma, cuyo síndico, Hilario Aguilar Aguilar, es además integrante del Club Alpino. En un segundo ascenso, el 5 de marzo, Hilario Aguilar participó, realizando fotografías y video cuando se localizó un segundo cadáver. Fue cuando la noticia se proyec-tó a todo el mundo; la expectación de la opinión pública creció y el Gobierno fe-deral, a petición de la administración del estado de Puebla, atrajo el caso.

El sábado 7 de marzo, la Secretaría de Gobernación (Segob) del Gobierno

de la República informó, a través de un comunicado, que la recuperación de los cuerpos encontrados en la cara norte del Pico de Orizaba, que podrían ser de alpi-nistas que fueron sepultados por un alud en 1959, era asumida en su totalidad por la Coordinación Nacional de Protección Civil.

Una fuente del ayuntamiento de Chal-chicomula de Sesma confi ó a buzos que las autoridades municipal y estatal, así como los alpinistas y voluntarios, fueron excluidos de la logística, coordinación y ascenso que se realizará para evitar que se “comprometa su seguridad”.

La Segob determinó desde ese día que la expedición o expediciones en las que se recuperarán los cuerpos –que colo-quialmente han sido descritos por los me-dios como “momias”, por el estado que tienen y la presunción de que llevan más de medio siglo enterrados en el “hielo ne-gro”– serán responsabilidad exclusiva de la Brigada de Rescate del Socorro Alpino de México, A. C.

Sólo las malas condiciones climáticas que privaron en la cumbre del Citlaltépetl en los primeros días de marzo, y que fue-ron causadas por el frente frío número 41, retrasaron la salida de los expertos a ese paraje, conocido por los alpinistas como El Chichimeco.

El argumento y justifi cación de las auto-ridades federales fue que, dado el alto riesgo de la labor, por estar los cadáveres a más de cinco mil metros y en una pendiente con 70 grados de inclinación, requerían “equipo de alta especialización para el rescate”.

Efectivamente, según reconoció el di-rector operativo de Protección Civil de Chalchicomula, Francisco Rodríguez, a la altura de cinco mil metros el oxígeno dis-minuye hasta sólo 40 por ciento de lo que comúnmente respiran las personas, lo que además de causar fatiga, mareo y dolor de cabeza, en el peor de los casos puede gene-rar un infarto o derrame cerebral.

Además, los cadáveres están sepultados en el llamado “hielo negro”, totalmente cristalizado y endurecido, como “si se tra-

EXPECTACIÓN INTERNACIONALLa toma del control del caso por parte de las autoridades federales, que al cierre realizaban los trabajos de recuperación de los cuerpos, se da luego de la gran expectativa nacional e

internacional, específi camente de Estados Unidos y Australia.

De acuerdo con el alcalde de Chalchicomula de Sesma, cuya cabecera es Ciudad Serdán, Juan Navarro Rodríguez, familias de seis personas que desaparecieron en los últimos 10 años están a la expectativa de que pudiera tratarse de ellos.

En Estados Unidos existe es-peranza de que se trate de un hombre que ascendió en 2010 y cayó en una grieta de la que

su cadáver nunca pudo ser rescatado.

Ese mismo año, una alpinista australiana afectada por la hipotermia, se rezagó

del grupo con el que estaba a punto de alcanzar la cima del Pico de Orizaba y

sus compañeros de excursión no pudieron encontrarla.

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tara de concreto”, cuyo resquebrajamiento requerirá de herramientas especiales.

La memoria enlutadaA miles de kilómetros, en la capital pobla-na, las familias esperan que se trate de los suyos y los recuerdos que aún viven desde el luto reviven las historias de al menos dos de ellos: Enrique García Romero, El Cala-vera, tenía 24 años al morir, y Juan Espi-noza Camargo, La Voz, contaba apenas 17 años cuando fue sepultado por el alud.

Al primero, su familia, especialmente su hermano Jorge, quien hoy tiene 85 años, lo buscó en la montaña varias semanas después del accidente y las esperanzas de encontrar su cuerpo no cesaron incluso 25 años después, cuando se volvió a intentar sin éxito su recuperación, pues los exper-tos preveían que el ciclo natural del glaciar haría que se deshelara, “diera la vuelta” y dejara al descubierto lo que en años atrás la montaña se había tragado.

Patricia Susana, hija de Jorge y sobrina de Enrique, tenía un año y medio cuan-do desapareció su tío y sus memorias son posteriores a la avalancha que sepultó a El Calavera y a la tragedia que envolvió a su familia. “Sería una bendición muy grande encontrar el cuerpo de mi tío y darle cristia-na sepultura”, dijo a esta revista con la voz entrecortada.

Contó a buzos que Jorge García Romero hizo todos los esfuerzos posibles por recu-perar el cuerpo de su hermano y que sólo dejó de intentarlo cuando su salud y la edad se lo impidieron. Jorge le llevaba cinco años a Enrique.

La familia nunca olvidó a Enrique. Los días inmediatamente posteriores a su desaparición, Jorge buscó los restos de su hermano en las nieves del Pico de Oriza-ba. Estuvo una semana entera trepado en el coloso.

Los años siguientes fueron muy duros. El padre de Enrique, quien vivió la mis-ma desazón, ocultó a su esposa por varios meses la fatal noticia, pero finalmente ésta dañó la salud de ambos y en sólo tres años la muerte se los llevó también.

“La partida de Enrique se ha vivido a través de muerte, de tristeza, porque pensando en que estaba mi tío allá (en la montaña), al año murió su papá, o sea mi abuelo, luego falleció mi abuela. Le pe-díamos a Dios que (Enrique) no hubiera sufrido y ya. Que estuviera en donde es-tuviera y que no hubiera sufrido.

”Mi abuelo no encontraba cómo de-cirle a mi abuela que no aparecía mi tío. Era tanta la preocupación de mi abuelo –avanza en la narración con voz entrecor-tada– que falleció”.

La madre finalmente fue informada meses después, pero el daño a la salud es-taba sembrado en los dos, padre y madre de Enrique, quienes a la postre murieron, en buena medida, por el pesar del falleci-miento de su hijo.

Sin embargo, la esperanza de recupe-rar el cuerpo no cesó para la familia Gar-cía Romero y 25 años después “volvieron a subir, porque les dijeron que pasado ese tiempo daba la vuelta el glaciar… Volvió a ir la Legión Alpina, pero no los encon-traron y ya por la edad de mi papá, se dejó de buscar, hasta que salió ahora en las noticias”.

Durante la conversación que Patri-cia sostuvo con esta revista adquirió un ánimo distinto, con color a esperanza, cuando advirtió que en los recientes su-cesos hay varios elementos que la hacen suponer que podría ser Enrique uno de los cadáveres hallados. “Sí, podría ser mi tío”, dijo, apoyada en el hecho de que es-tos fueron localizados en la grieta y en la antigüedad estimada de los restos.

Lo mismo piensa Luis Espinosa Ruiz, quien asegura que uno de los cadáveres correspondería a Enrique García Ro-mero. Él, uno de los tres sobrevivientes de ese grupo de la expedición de 1959 recuerda: “El 1º de noviembre inició la ascensión y el accidente ocurrió a las 12:15, pasado meridiano, del día 2 de noviembre. La Legión Alpina llevaba dos grupos de siete. En el primer grupo eran dos cordadas de tres y cuatro, vanguardia y retaguardia”.

Un alud, de capas de hielo endure-cidas por el frío intenso de una noche antes, fue el causante del accidente sufrido por los alpinistas, quienes ca-yeron en una grieta, arrastrados por la avalancha y unidos por la cuerda con la que subían. Los cuatro de la vanguardia perecieron: Enrique García Romero, Juan Espinoza Camargo, Manuel Cam-pos, apodado el Indio Verde, quien tenía más de 100 ascensiones. Los tres cuer-pos nunca fueron recuperados.

Espinosa Ruiz narra que ya en las labores de rescate, encontraron horas después posiblemente a Alberto Rodrí-guez, el cuarto fallecido, cuyo “cuerpo sin vida quedó bocabajo y nos guiamos por la mano que estaba de fuera”.

Los únicos sobrevivientes fueron el propio Luis Espinosa Ruiz, Marco Antonio Fernández y Darío Huesca, quien posteriormente falleció por otras causas.

Luis Espinosa Ruiz, uno de los tres sobreviviente de la expedición de 1959.

Foto

: buz

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