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Miguel Miramón

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Miramón, Caballero del Infortunio

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DEL MISMO AUTOR

Velasco, pintor cristiano . 1932. La burguesía mexicana y el catolicismo. 1933·

Trinidad Sánchez Santos. 1945· Las pinturas al fr esco del valle de Oaxaca. 1946.

Emilio R osenbluet h. 1947. H ierros Forjados. 1948. Las pinturas guadalupanas de Fernando L eal en el Tepeyac. 1950

TRADUCCIONES

E. VILLlEN. Lo que un seglar debe sab er de Derec ho Canónico.-1 94~

YVES DE LA BRIÉRE. El derecho de la guerra justa . 1944 .

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LUIS ISLAS GARCIA

Caballero del Infor

Editorial Jus

México

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} , Y'\

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Derechos registrados confor· me a la le y . México, 1950.

111/ }'/(so trI los Tallere s de la Editorial luso

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A

Antonio González Cárdenas

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PRIMERA PARTE

EL HEROE y EL REBELDE

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De cortos pilares nacen largos arcos que dan a la construcción un carácter robusto y chaparro. Falta luz, que apenas se cuela por las estrechas ventanas y la puerta de escape abierta a un callejón estrecho. Así es el sitio actualmente, pero en el siglo pasado, hasta antes de su mitad, era más sombrío: a los pocos metros había un ce­menterio y la sacristía descrita era el paso de la parroquia a las criptas. Hundida todavía más en la maciza cons­trucción, se abre otra bóveda: al centro, la pila bautismal. Por allí ingresaban los niños al cuerpo de la Iglesia en el templo de la Santa Vera cruz, por allí también pasaban después de la misa de difuntos, los cadáveres de la un día riquísima Archicofradía de los Caballeros, fundada por don Fernando de Cortés. Ellos habían construído la primera iglesia, ellos también, como lo dice la inscripción de la entrada, dieron los fondos necesarios para la se­gunda fábrica, que es la que ahora conocemos. Por esto, por los donativos, por la magnitud de su jurisdicción, era suntuosa la parroquia y muy española, tanto, que allí descansaba, al venir anualmente a la Capital, Nuestra Señora de los Remedios la víspera de la suntuosa función ca tedralicia.

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El día 2I de noviembre de 1831, se bautizaron tres niños. El último era debilucho, alumbrado penosamente; al ver el peligro, su mismo padre le ha?ía dado las ag~~s de un bautismo de urgencia cuatro dlas antes. El hiJO de Carmen Tarelo y del teniente coronel don Bernardo de Miramón, se llamaría Miguel, Gregario de la Luz, Atenó­genes.

Miguel era nieto de otro Bernardo, nacido en Juran­con, pequeño pueblo del antiguo reino de Na:rarra, en los Bajos Pirineos; y su padre y abuelo, respectivamente don Pedro y don Antonio, eran señores del lugar d'Ogue, cerca de Pau en la misma Francia, de donde proviene la que algunas veces se alega nobleza de don Miguel. Los abuelos firmaban todavía Miramont, y la t final se perdió al castellanizarse el apellido.

Pasó tiempo para que acentuaran la palabra, pro­nunciada en agudo, a la francesa. Según la R elación de los M hitos y servicios de don Bernardo Miramón, que publicamos al final (Apéndice 1), este Bernardo llegó a Cádiz, se dedicó al comercio, vino a Nueva España con el marqués de Croix en calidad de secretario particular, y vistas sus capacidades burocráticas fue nombrado ofi-cial quinto de tabacos en 1768. '

De ~eguro no habría ido muy lejos, como no fuera ~n los, mismos puestos b~roc~áticos, a pesar de trabajar

no solo en las horas ordmanas de oficina, sino también en .las extraordinarias del día y de la noche", de haberse resl~ado con su :m~l~o de oficial del Reino. Pero puso los oJo~ e~ una nq~lslma here~era, doña María Josefa de ArnqUivar y Unzar, con qUien contrajo matrimonio

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el año de 1770, Y así 10 vemos alegar ante la Corona en busca de un mejor puesto, no sólo los méritos propios, sino además "haber recaído en él por la representación de su mujer los méritos de su suegro don José de Arriquívar y Urizar", méritos que ni el Rey debe menospreciar ni él está dispuesto a dejar de hacer notorios.

No he podido averiguar qué parentesco exista entre este Bernardo, que reclama tan puntualmente honras fa­miliares, con otro del mismo nombre y apellido, al que alu­de Alamán trágicamente en las siguientes palabras: "An­tes de salir dió Liceaga orden de que fueran degollados D. Bernardo Miramón, subdelegado de Tenango, que ha­bía sido cogido al ir a México, y los treinta y dos españoles que con infracción de la capitulación de Pachuca habían sido hechos prisioneros en aquella ciudad y conducidos a Sultepec". La hecatombe fue en julio de 1813, a tres leguas del pueblo de Pantoja. Otro Bernardo Miramón, sin el "de" aparece en julio de 1842, con el grado de co­ronel, en Ures, Son., publicando proclamas de adhesión al gobierno. Por cierto dato curioso que la imprenta oficial la dirigía don Jesús P. Siqueiros. A este Miramón tampoco lo hemos logrado seguir.

Al hijo de nuestro Bernardo lo encontramos con su hermano Joaquín, según los datos que nos proporcionó nuestro erudito amigo don Joaquín Fernández de Cór­doba, al frente de un taller de imprenta del ejército Tri­garante, con un periódico que se llamó Diario Político Militar Mejicano. Según nuestro informador, el primi­tivo taller se estableció en Tepotzotlán y de allí pasó, co­mo lo indica el pie de un ejemplar del periódico que te­nemos fotocopiado, a San Bartolo Naucalpan, que por cierto llama Bartolomé y esto el 8 de septiembre de 1821. Otro ejemplar del mismo periódico ya es publicado en

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México, con la siguiente indicación: "Méjico: Oficina de los ciudadanos militares D. Joaquín y D. Bernardo de Miramon calle de Jesús numo 16".

Por ~l expediente que se conseIVa e? l?s archivo.s .de la Secretaría de la Defensa, tenemos las slgmentes ??t1Cla~ de don Bernardo, el padre de Miguel: era un mlht~r ru muy destacado ni muy afortunado, cadete ~n el Gobierno Español I Q de marzo de .1810 unos dIas antes <;le la revolución de IndependencIa; con el grado d.e, T.eruen~e Coronel efectivo es aceptado por el Jefe del Ejercito Tn­garante el 12 de diciembre de 1821, después ~e los traba­jos ya indicados a favor de la Independencia. Esto de teniente coronel efectivo, pone en su carrera de militar dudas sobre su escalafón y sus estudios especiales. Se le confirma en el grado de teniente coronel el 18 de diciem­bre de 1824 Y cuatro años más tarde septiembre 18 de 1828 publica en Puebla una proclama como Coman­dante del 69 Regimiento Permanente en que incita a sus tropas a permanecer unidas al Gobierno en contra de San­ta-Anna, quien después de jurar la carta constitutiva, "ha faltado escandalosamente a tan sagrado compromiso, se­parándose de la obediencia del gobierno". El otro her­mano, Joaquín, aparece en la lista de los que son conmi­nados bajo el gobierno de Victoria para que se presenten por sus pasaportes cuando la expulsión de los españoles, per?, a~go hace p~ra escapar ?e tal desgracia , pues en los penodlcos de la epoca anunCIa ya en 1831 que ha escrito un.~l~n General par~ la R eforma y Nu evo Arreglo de la Mdzcza del Esta1,o Lzbre de M éxic~) impreso en Toluca y que se vende al moderado precIO de dos reales sin e~barg? de ser un cuaderno en octavo con cinco y m'edio phegos Impresos".

Dos años más tarde de nacido Miguel, don Bernar-

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do recibe el grado de coronel efectivo 26 de octubre de 1833 a los veintitrés de servir en el ejército y a 20 de noviembre, es Fiscal Militar del Supremo Tribunal de Guerra. Todo hace suponer que la magnífica fortuna del oficial del marqués de Croix había casi desaparecido, que títulos y ascensos no le daban muchos beneficios al coronel, y sus apuros económicos y estrecheces, quedan de manifiesto al leerse un documento del mismo expe­diente en que con fecha 21 de octubre de 1835 reclama sus sueldos con estas palabras angustiadas: "contando con una numerosa familia y urgido por lo tanto para atender a su manutención, no puedo menos que ocurrir a la no­toria justificación de V. E. pidiéndole se digne tomar en consideración su lamentable situación ... ". La respuesta indica que se le autorizará el pago de su dinero al atribu­lado Fiscal.

Compartía las tribulaciones de don Bernardo su es­posa Carmen. María del Carmen Tarelo y Segundo de la Calleja era exquisita, sensible, femenina. Fina de cuer­po, breve de estatura, ojos claros y elocuentes; largo, abundante, bien trenzado el cabello, con matiz plateado de canas prematuras. Acompaña con verdadera devoción al coronel y le da más de una docena de hijos. Com­parte en silencio una pobreza llena de ínfulas: según pa­rece, de la vieja fortuna quedaron dos casas, una en la esquina del Relox y Monte Alegre, otra en San Pedro y San Pablo, pero esto no es obstáculo para que vayan a bautizar al chico a la Santa Veracruz, así sean sus padri­nos el mismísimo Joaquín de Miramón y una al parecer sobrina que se llama Mariana Gorriño y Miramón.

Por esta breve historia, se comprende que el viejo Bernardo estuviera decepcionado del ejército: una estre­lla nunca brillante había sido su vida. Entre las burlas

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de la política, encontramos que el viejo iturbidista, ~l que publica una procla~a contra Santa-An-?a, es pre~i­samente favorecido por este con el nombramiento de FIS­cal. Pero más tarde va a ocupar otro puesto, que creemos indica ya un paso hacia la decadencia: es Comand~nte del Depósito de Desertores y Reemplazos a 22 de nOViem­bre de 1836 y al año siguiente julio de 1837 2

Q Jefe del Depósito de Señores Jefes y Oficiales. La hoja de servicios de la Secretaría de Guerra nos dice que más tarde sería nombrado secretario del Tribunal Pleno de la Suprema Corte Marcial y acaban los documentos con éste no muy beligerante : "Mi ramón D. Bernardo, Coro­nel de Caballería permanente y Secretario de la Corte Marcial , solicita permiso para desempeñar la Prefectura de Tlaxcala a la que ha sido nombrado por el Gobierno de este Departamento. Enero 12 de 1846" . Pero le está vedada la política de provincia , porque aunque M. Mi­chelena le concede la licencia al día siguiente, el 19 se la niega sin mayor explicación. i Poca suerte del Fiscal cuan­do iba a mejorar de condición como Prefecto! ...

~od.o co~p~ra I:ara que Miguel no sea militar: era ~n chiqUillo ~ebil , son~~or, vo.luntarioso e inteligente, pero Sin muchas virtudes behcas ni la salud necesaria para ser soldado. Además, por lo que su padre veía a su lado por. lo que había sufrido, sabía que lo importante er~ subIr c?n la fo~tuna ~e los cuartelazos y pronunciamientos, y que estos vahan mas que las hojas de servicio. Un poco sus fracasos, otro poco su resentimiento el expediente habl~ del "cor?nel ~etirado" y su personal ex eriencia, exphcan la resIstencIa de don Bernardo para ha~er solda-

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dos a sus hijos. Tal vez el mejor camino, el más indepen­diente, era el de una carrera liberal, pensaría. O quizá el comercio, como el abuelo, por más que los riesgos nacio­nales lo perturbaban, pero era una esperanza. De todas maneras, para escoger camino, Miguel Miramón habría de ingresar a un buen colegio. Y el mejor, el de las fa­milias distinguidas, el de los señoritos en todas las fies­tas iban alumnos y maestros vestidos de negra etiqueta , era el de San Gregario, situado en las ruinosas y viejas construcciones del un día floreciente Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, en la hoy calle de San Ildefonso, desde la iglesia de Loreto hasta la esquina de la calle del Carmen. Por allí vivían los Miramón.

Allá va, de la mano del criado de la familia, como alumno externo, el hijo de don Bernardo. Con el tiempo se le había mejorado la salud, avivado el ingenio, acrecen­tado el natural voluntarioso. Rodríguez Puebla, el direc­tor de la institución con todo y lo que le debe la edu­cación en esos incomparables días de ruina ,era un dó­mine terrible. Hacía entrar los latines y las letras exac­tamente con sangre en la inteligencia de los discípulos. Allí estudiar era memorizar, temer los castigos, ocultar las personales disposiciones. Aquello no era un éxito: era lo único. Se cuidaban más las formas sociales que los espíritus, camino de esterilidades y de angustias.

Un día, Miramón platicaba con sus amigos después de leer una novela sobre las excelencias de la vida en el campo. Eran cinco pequeños rebeldes dotados de imagi­nación. No cabían dentro del patio estricto rodeado de canteras neo-clásicas. Allí, muy cerca, estaba la libertad; árboles y arroyos que tomaban dimensiones misteriosas en la fantasía infantil, montes distantes, donde en verdad vagaban los salteadores, pero que para ellos podían ser lu-

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M. 2

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gares de hazañas de caballeros. No más palmetas ni ca­labozos.

El lunes cuenta Carcía Cubas los criados de-jaron a los pequeños en la portería, y éstos, en~~beza~os por Miramón, corriendo escaparon de ella. Se lnan leJos y después de varias contradicciones, tomaron el rumbo del sur: el del Ajusco. No llegaron sino a San Agustín de las Cuevas, la romántica Tlalpan. El hambre crecía y pidieron a la primera casa abierta posada y trabajo de pastores.

i Los colegiales del aristocrático San Gregorio cui­dando cabras y ovejas! Rió la dueña de la casa, rió en su fuero interno su marido y les dieron de comer a "los cinco huérfanos", como ellos se presentaban. Después, como el señor tenía autoridad era el juez de Tlalpan ,los regresó sumariamente a sus casas de México.

El pequeño caudillo de la aventura entró a su casa. Era u,n prisi~nero. pon Bern~rdo lo miró secamente y arrugo su ceno de fIscal. Dona Carmen tenía los ojos húmedos y dichosos. '

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II

Por muy diversos modos se ingresa a una carrera mi­litar que puede ser heroica , y esto desde e! tiempo de los venerables poetas que cantaran, antes que la cólera, los temores de Aquiles.

Migue! ingresó al Colegio Militar no por la vocación de heroísmo de sus antepasados, no por sus particulares predilecciones: la fuga hasta San Agustín de las Cuevas le iba a significar un castigo. San Gregorio, el colegio al que reingresaría alguno de sus compañeros de aventu­ra, quedaría distante: no más togas, ni borlas doctorales ni etiqueta civil en las fiestas; clarines lo levantarían en la madrugada; después, quedaría sujeto a un rígido ceremo­nial para hacer fuerte el espíritu de cuerpo, tendría su diaria lección de obediencia, padecería e! diario ejercicio y el estudio bajo e! riesgo de arresto militar. Esas eran las disposiciones de don Bernardo, buen juez que empe­zaba por su casa y se habrían de cumplir al año siguiente, ya que e! de la fuga estaba por terminar.

Era más importante tener sujeto al hijo, cuando e! padre tenía sus planes para liberarse de la pobreza buro­crática en que vivía. Estos eran sencillísimos, pues ya diji­mos que había alcanzado, no sabemos con qué influencias,

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b do prefecto de Tlaxcala y quería cambiar el ser nom ra , , ' '1 , d 'l'tar por el sin duda mas Jugoso puesto CIVl . Juzga o rm Id' d ' , y si iba a radicarse a Tlaxcala, ten n~ que ,eJar sUjeto y bien sujeto al imaginativo Y volunt~noso, MIguel: ,

A 10 de febrero de 1846, es inscnto MIguel Mlram~n en el Colegio Militar. El nom~~e ?e su padre aparece sm la mención de su grado en el eJercito, ,con tod? y lo celoso que son los militares en esta maten~,: es slmpleme..nte Bernardo Miramón quien conduce al h1Jo de catorce anos, de buena salud, de ojos cafés, con la seña particular de un lunar oscuro en la mejilla derecha.

La historia de la institución en esos días no se con­serva: los archivos se quemaron en el propio lugar al año siguiente. Pero para darnos cuenta de cómo se des­arrolla el espíritu de Miguel, es mejor volver los ojos al exterior, unos meses más tarde, que en Chapultepec trans­currían cargados de rumores,

Apenas cuatro habían pasado fecha 16 de junio...­y por iniciativa del Ministro de la Guerra, Gral. Tornel, el Congreso Mexicano vota la siguiente declaración:

"La Nación mexicana, por su natural defensa, se halla en estado de guerra con los Estados Unidos de Amé­rica, por haber favorecido abierta y empeñosamente la insurrección de los colonos de Tejas contra la nación que los había acogido en su territorio y cubierto generosa­mente con la protección de sus leyes; por haber incorpo­rado el mjsmo territorio de T ejas a la Unión de dichos Estados p,or. acta de su Congreso, y sin embargo de que pert~neclO sIempre y por derecho indisputable a la Nación meXIcana y ~e .que lo reconocieron como mexicano por el tra~ado de hmltes de 1831; por haber invadido el terri­tono del ~eparta~ento de Tamaulipas con un ejército; por haber mtroduCldo tropas en la Península de Califor-

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nia; por haber ocupado la margen izquierda del río Bra­vo; por haberse batido sus armas con las de la República mexicana en los días 8 y 9 de mayo del presente año; por haber bloqueado a los puertos de Matamoros, Veracruz y Tampico de Tamaulipas, dirigiendo el fuego sobre las defensas de éste ..... ".

Este es un hermoso documento que honra a cualquier país. Se invocan los principios tradicionales que hacen justa una guerra: la restauración del derecho violado, la natural defensa contra la agresión. Un jurista tiene que entusiasmarse con la guerra cuando tiene semejantes fun­damentos. Mucho más un ciudadano común o un militar de carrera.

A Miramón se le amplía el horizonte. Ya presentía algo confusamente heroico en el Colegio durante el tiem­por anterior, por los rumores que llegaban de una guerra no-declarada: ensueños de adolescencia por encima de los árboles del bosque antiguo y pláticas al mismo tiempo pueriles y valientes. Pero ahora la guerra estaba encima. No le iba a ser posible hacer una carrera académica. Ten­dría que estudiar mucho, rápido, porque en la guerra, las bajas del ejército deben cubrirse apresuradamente.

Miguel Miramón puede satisfacer ampliamente su interna inquietud: era la aventura, no bucólica, sino he­roica. El desordenado colegial empieza entonces a alcan­zar altas calificaciones: sobresaliente en Ordenanza y en Tácticas de Infantería. ¿Había sabido acaso que un pa­riente suyo, a quien suponemos su primo, el teniente Joa­quín Miramón, con una carga de caballería en la batalla de Monterrey, había rechazado al frente de sólo cincuen­ta dragones un a taque enemigo? (Roa Bárcenas ) . Y se precipitan los acontecimientos.

No nos referiremos a ellos, que son de sobra conoci-

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dos: por las más variadas causas, cOI?- ~odo y heroísmo muchas veces compartido por jefes, ofIcIales y trop~, !as armas no corresponden al llamado del derecho. Mexlco va siendo derrotado. y lo que más sorprende, hasta el último instante, es la espléndida moral de la Nación, de las masas pasivas, de la población civil, de los volunta­rios. A veces, en el forcejeo de las batallas, parece que la suerte se inclina a nuestro lado: ráfaga de viento fa­vorable en la tormenta adversa, que no logra consolidar ninguna victoria parcial. Y suben los invasores hasta el Valle de México. Los restos de la división del Norte son exterminados en la batalla de Padierna y se quebranta la primera línea de defensa de la Capital. Las calzadas es­tán congestionadas de fugitivos, de heridos, de soldados que reciben órdenes nerviosas, no siempre eficaces, en me­dio de las cuales predomina la tendencia a concentrarse en la defensa de las trincheras citadinas. Simples acciones de retaguardia son las que se libran en Coapa y la muy desesperada y heroica de Churubusco. El versátil Santa­Anna detiene el avance mediante lo que creemos que es simplemente un ardid: el armisticio de agosto.

La topografía del Valle, cubierto de lagunas, surca­do de acequias, defiende la zona sur, que hasta hace unos año~ era lla~ura. ~l pintor Velasco recoge con su mano gemal sus tierras mundadas, esos aires luminosos y hú­medos que comenzaban en San Antonio Abad, región hermosa para el artista pero impracticable para el gene­ral. En cuanto a las calzadas, estaban defendidas con ar­tillería y su efec~ividad despedazaba los ataques enemigos con grandes baJas: por allí, bien lo saben los invasores es no la invencible, pero sí la más costosa entrada. '

Roto el armisticio, el sitio que hay que forzar es Cha­pultepec: no un castillo ni una fortaleza, que ésto quede

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bien claro, sino un puesto premiosamente afortinado y que no se pudo artillar según los planes. El moderno jui­cio del coronel de Estado Mayor Sánchez Lamego con­firma nuestra opinión: "no constituía una formidable fortaleza escribe ,ya que todas sus obras defensivas eran pasajeras y poco sólidas". Allí, entre los cincuenta alumnos del Colegio Militar, supervivientes de aquella tarde de junio, anterior un año, se encuentra el cadete Miguel Miramón. Su hoja de servicios dice con austera concisión militar las siguientes palabras:

"Se halló en el puesto de Chapultepec en los días 8, II Y 13 de septiembre de 1847, habiendo sido hecho prisionero por las fuerzas del ejército Norteamericano, en el asalto que hicieron el citado día 13, en cuya acción se manejó con la bizarría que lo hicieron los demás alum­nos".

Daran primero y luego otros en su seguimiento, dejan volar la fantasía y hablan de un negro, una herida de ba­yoneta en la mejilla y un oficial norteamericano compa­sivo que salva la vida del cadete por ver el valor que des­pliega o algo en ese estilo. Lo del negro debe apuntarse en la lista de los recursos puestos al servicio de un espíritu discrimina torio; en cuanto a la herida, no consta en nin­guno de los documentos de Miramón, sino como una in­terpolación a todas luces ficticia que se hace apare­cer en ocasión de que se revisaban grados militares en los días del Imperio. Antes no se lee en ninguna versión de las hojas de servicio del militar. Por otra parte, el ya citado coronel Sánchez Lamego, en un trabajo al parecer exhaustivo sobre la defensa de Chapultepec por los ca­detes, enlista según los informes y documentos de aquellos tiempos, a todos los que formaron el cuerpo de defensa y que eran miembros del Colegio: seis muertos y tres he-

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ridos, de los cuales ninguno es Miguel, son las bajas que tiene el Colegio de un conjunto de sesenta y nueve hom­bres, cincuenta de los cuales son estrictamente alurrmos.

Atenidos a la primitiva versión militar y a las nue­vas investigaciones, no se puede comprobar la leyenda del negro y el oficial. Reanudaremos nuestra historia agre­gando que como resultado de esta acción, ya libre el ca­dete, alcanzó el año siguiente una cruz y una medalla de honor: laureles de quince años.

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III

Seis meses más tarde, el 29 de febrero, se empieza a negociar un convenio militar entre las tropas norteame­ricanas y el ejército mexicano, el mismo mes en que fue suscrito en la Villa de Guadalupe el Tratado de paz de ese nombre, todavía pendiente de ratificación.

Por medio de ese convenio, se pondría en libertad a los prisioneros de guerra y Miguel Miramón recobraría la suya en junio.

México no aceptaría ni el "destino manifiesto" ni la extensión territorial norteamericana a costa de los es­tados fronterizos: la guerra quedaría con la plenitud de su injusticia y el instrumento mediante el cual fue acep­tada, como una legítima causa de contienda, como un legítimo motivo de justificación y de heroísmo para los que defendieron la Patria. Una idea tomaba fuerza cada día con mayor evidencia: se había perdido exclusiva­mente por debilidad militar; la derrota había sido me­cánica, material, y nunca implicaría el triunfo moral de los adversarios ni les daría teóricamente la razón.

Conforme se tuvo conocimiento de los múltiples erro­res, exclusivamente de arte militar, en que habían incu­rrido los invasores, se consolidó la convicción de que por

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lo menos algunas batallas p';ldieron g~n~rse si en las ~ro­pas nacionales hubiera habido un Hummo de. orgamza­ción; cuando se hicieron cuentas sobre los creCidos costos de la invasión, costos de sangre aumentad~s con f:ecuen­cia por la actitud decidida de las guardias. ?aclO~~les, constituídas por grupos con escasa preparaclOn mihtar, pero heroicos en medio de su impericia, el espectro de la derrota se hizo más llevadero con la esperanza de una pró-. . , Xlma recuperaclOn.

Las ideas antes expuestas eran el patrimonio común de la gente de México, del hombre del pue~lo así. como del ciudadano acomodado: no correspondian m a la realidad bien considerada, ni a la geografía, ni a los ante­cedentes y espectativas históricas, pero sí a un ideal de revancha del cual ha sido nuestra Patria apenas un dis­cretísimo exponente. Si ese era el pensamiento de los -civiles de la Metrópoli, i con cuánta mayor razón de los jóvenes militares, citados en la orden del día por la de­fensa bizarra del puesto de Chapultepec!

Los meses de prisión de nuestro cadete, fueron de reflexiones amargas, de sombrío resentimiento: su sen­sibilidad estaba en perpetua rebeldía y su espíritu libre, aventurero, se veía sujeto a las órdenes de los soldados extraños que en él veían a un prisionero. Esos meses lo transformarían en un hombre: dejaba de ser el adoles­cente al que su padre encuadró, para enseñarle la virtud d~, la obediencia~ en las filas de la milicia. Su imagina­Clon v,olaba haCia el futuro con ensueños gloriosos: si a medIas forzado la gloria no le era esquiva 'hasta dón­de podría lleg~r en caso de proponérselo, la in~eligencia y la ~olu~,tad dispuestas a perseguirla? y más cuando su asplraclOn correspondía a unánime sentimiento nacional cuando todo México proclamaba la necesidad de un ejér~

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cito que heredara las tradiciones de la población civil in­victa y de los soldados bellamente sacrificados por sus ideales.

Sale de la prisión e inmediatamente regresa al Co­legio Militar, con lo que frustra por completo el ensueño civilista del viejo don Bernardo: asciende a cabo por su interés y buenas disposiciones y reanuda su carrera bri­llantemente; meses más tarde, el 7 de noviembre de 1848, es agraciado con otro ascenso, el de sargento alumno.

Según sus calificaciones, destaca como sobresaliente en Instrucción, en Tácticas y en Ordenanza. Su conducta es tan irreprochable, que no sufre durante su estancia en la academia ningún castigo, ningún arresto, nada que vuelva a hacer creer que resucita el prófugo del colegio de San Gregorio: Miramón está en su elemento de obe­diencia y de mando.

Los años de estudio, que transcurren al parecer sin que las interminables discordias civiles perturben a los ca­detes, le ofrecen la posibilidad de nuevos grados milita­res dentro del propio Colegio: el 7 de marzo de 1851 llega al grado de subteniente alumno.

El '27 de octubre del año siguiente, es propuesto para ser habilitado teniente de artillería en el ejército mexica­no, por el general don Martín Carrera que sugiere su colocación en la I ~ batería de la '2" división, "pues tiene honradez y aptitud para desempeñar el empleo a que se le propone".

Su nombramiento es de fecha 1 3 de noviembre. El cuerpo estaba acantonado en Perote, bajo las órdenes de Patricio Gutiérrez, de manera que el ingreso de Miramón al ejército de línea, le significa al mismo tiempo el aban­dono de la ciudad, en la que siempre había radicado.

Empiezan a disputárselo los cuadros del ejército de

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línea, que le seducían, y sus superiores d~l Colegio Mili­tar, que lo necesitaban para ~a. cátedra. So~o unos ,cuantos meses permanece como habll~tado en la l ' batena de la 2~ división, pues en 13 de abnl de, I~53 es nombrad? Te­niente Catedrático Suplente de Tactlca de Infantena del Colegio Militar y a mediados de año 26 de junio , otra vez en el Ejército de Línea es nombrado Capitán del 2 9 batallón activo de Puebla, pero el Colegio Militar lo reclama y lo asciende con términos que hablan muy alto de la estima en que sus jefes le tenían. El general Ignacio de la Mora y Villamil, dice que es " ... una persona capaz de mantener la disciplina y de enseñar la ordenanza, el manejo de las armas, instrucción del recluta y de compa­ñía y las maniobras de infantería ... ". Su ascenso a ca­pitán de la 1~ compañía de alumnos del Colegio Militar, se basa en que, "en primero y único lugar", "el propuesto es benemérito para ser atendido". Los acuerdos relati­vos a su nueva situación, se firman el 16 de septiembre del mismo año.

Engreído con su rápida carrera de ascensos, hace una solicitud para alcanzar otro nuevo el 22 de agosto del año siguiente, en la cual aduce que ha sido puesto en inferior situación que "más de cien de sus discípulos; los que por su buen comportamiento, son sus iguales y algunos sus su­periores". En el Colegio se sabe lo que Miramón tramita -este es un curioso enredo y hay comunicaciones en las c~~les s~ pid; al Ministro de la Guerra que aunque e~ ofICIal Mlr~mon. s~a ascendido, no se permita su cam­bIO. ~el ColegIO MIlItar, pues con la interrupción de su actl~lda~ docente, "resultarí~ entorpecida la instrucción d: estos (los cadetes). Se SIgue una larga serie de ma­mobras en tomo al nuevo ascenso, pues las comunicacio­nes que se conservan al respecto son abundantes. Inclu-

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sive en una de ellas el Ministerio de la Guerra informa simplemente que no ha lugar a lo solicitado, por haber­se alcanzado otros ascensos con mucha premura. Pero no iba a detener esa negativa a Miramón, quien a 15 de octubre no sabemos mediante qué maniobras, recibe el nombramiento de Comandante del Batallón activo de la Baja California, llamado así porque la mayor parte de sus elementos eran nativos de aquella distante entidad.

Entonces la dirección del Colegio Militar acude a un expediente para no dejar escapar al catedrático: informa al Ministerio que no dejará ir al nuevo comandante que es el encargado de la caja del Colegio hasta que no haya terminado unas cuentas que le ha ordenado la dirección. En los archivos, también podemos leer variados papeles que tienen monótono, burocrático material sobre la dispu­ta de la Caja, con lo que tuvieron entretenido a Miramón hasta que terminara el curso, no obstante que el tono del Ministerio a veces revelaba que empezaban los jefes a perder la paciencia con la tosuda actitud del director. Por fin, hasta el año siguiente (1855) sale Miramón a ocupar su puesto de Comandante del Baja California, que a esas horas, se había movilizado para entrar en batalla.

y aquí viene un incidente que por una parte exageran los enemigos de Miramón, y por la otra ocultan sus pane­giristas, al extremo de no mencionarlo. Encontramos una comunicación que el Jefe de las Armas en la Ciudad de Toluca envía al Ministro de la Guerra, concebida en los ,. ..

termmos slgwentes: "Participo a usted para conocimiento de S. A. S. ha­

ber quedado en esta ciudad el Comandante del Batallón Activo de la Baja California, D. Miguel Miramón, a vir­tud de estársele formando causa, por heridas graves que

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infirió a un particular en este punto, l~, noche del 19 del corriente. Toluca, febrero 23 de 1855 .

Los que deturpan la mem~ria de Miramón, han exa­gerado el incidente y h~cho cIrcular l~, leye~~a de que así evitó una deuda de Juego. La verSlOn ofICIal de esa tendencia dice:

"Siendo capitán de cazadores de infantería en To­luca, perdió un día el dinero de su compañí~, de qu; era depositario· y para librarse de un compromIso, cayo, sa­ble en man~, sobre la persona con quien había jugado, y le hizo devolver el dinero". Como la información aspira a ser histórica y se supone que quienes la divulgan tuvie­ron material auténtico para elaborarla, hemos de obser­var, sumariamente y de paso, que por lo pronto Miramón no era capitán de cazadores de infantería sino coman­dante quizá este grado equivalía al actual de mayor'­y que no mandaba una compañía, sino como se dice ex­plícitamente, un batallón. Pero la versión que analiza­mos, no habla de heridas, sino simplemente de que cayó, sable en mano, sobre la persona con quien había jugado, y le hizo devolver el din ero. Todo ésto tiene el carácter de un cuento mal urdido.

Lo cierto es que Miramón, en la noche, tuvo una r!ña en Toluca; que ésta no fue por humos alcohólicos, s~no muy probablemente, dado su temperamento impul­s~vo y su sensibilid~d militar, por algún quisquilloso pun­tillo de honor o qwzá, lo que no sería difícil, como resul­tado de alguna aventura amorosa. En último análisis aunque haya sido 'p'0r ju~go, hemos de ponernos de acuer~ d? .en que un mIlItar Joven, de sólo veinticuatro años, facllmente reacciona y tira del sable, y el gesto no lo va­mos a, tomar c.omo un cargo terrible, sino casi como un ademan profesIOnal, de lógicas consecuencias.

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Todo hace suponer que el civil recobró la salud y la causa fué sobreseída el 12 de abril, pero se le puso de condición al indultado que de inmediato se uniera a su cuerpo, que ya iba por la ciudad de Iguala y se le marca una ruta precisa para su viaje: el camino de Cuernavaca. Iba a combatir a los rebeldes del Plan de Ayuda en el estado de Guerrero y seguramente influyó mucho para ese sobreseimiento el prestigio que como técnico militar ya había alcanzado el comandante Miramón.

En efecto, bajo las órdenes del general Rosas Landa, da las batallas de Mescala, Xochipala y Cañón del Zo­pilote. Consigue nuevo ascenso en la acción de Tepema­jalco, que le es expedido el 6 de julio: la vanguardia de Miramón, no sólo resiste todo el peso de las tropas de su adversario el general Pinzón, sino alcanza a contra-ata­car, lo rechaza, ocupa sus posiciones y cuando el jefe del cuerpo de ejército se presenta en el campo de batalla, no tiene más que felicitar al joven comandante y a su bata­llón tan superiormente organizado.

El cambio de régimen que vino luego, no afecta la situación militar de Miguel: entre sus papeles en la Se­cretaría de Guerra se encuentra su nombramiento de Te­niente Coronel de Infantería Permanente en el undécimo batallón de línea, fechado el 10 de diciembre de 1855, que otorga el General de División y Presidente de la República (interino), don Juan Alvarez: ese nombramiento, rati­ficaba el del gobierno de Santa Anna, que tuvo origen en la acción militar en que fué derrotado precisamente el grupo político que representaba el entonces ya nuevo pre­sidente.

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IV

Mientras así alcanzaba personales éxitos Miramón, los acontecimientos del país tomaban extrañas rutas. Vol­vamos en algunos años a encontrar los sucesos.

Hemos intentado caracterizar la figura de nuestro biografiado en los primeros años que siguieron al negocia­do del Tratado de Guadalupe. Conviene conocer lo que quien lo redactara por órdenes del gobierno de México, pensaba al respecto. El mismo dice las siguientes pala­bras en su Alegato: " ... Representa (el Tratado) sin du­da, una gran desgracia, la que han tenido nuestras armas en la guerra, pero creemos poder asegurar que no con­tiene ninguna de aquellas estipulaciones de perpetuo gra­vamen o de ignominia, a que en circunstancias tal vez menos desventuradas han tenido que someterse casi todas las naciones. Nosotros sufriremos un menoscabo de terri­torio, pero en el que conservamos, nuestra independencia es plena y absoluta, sin empeño ni liga de ningún género. Tan sueltos y libres quedamos, aceptando el Tratado, para ver por nuestros propios intereses y para tener una política exclusivamente mexicana, como lo estábamos en el momento de hacerse la Independencia. La pérdida que hemos consentido, es el ajuste de la paz que era forzosa

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M. 3

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e inevitable. Los convenios de esta cla:e realn;ente se van formando en el discurso de la campana, segun se. ganan o se pierden batallas: los negociado~es no hacen smo re­ducir a formas escritas el resultado fmal de la guerra. En ésta, no en el Tratado, se había perdido el territorio que queda ahora en el poder del enemigo. El Trata?o lo q~e ha hecho es no sólo impedir que crezca la pérdida conti­nuando la g~erra, sino recobrar la mejor parte del q',le ya estaba bajo las vencedoras armas de los Estados Umdos: más propiamente es un convenio de recuperación que de

., " ceslOn . Así pues, según el punto de vista de Couto que por

otra parte es extraordinariamente certero y realista , cuando se hacen las cuentas, las tristes cuentas de las po­sibilidades de nuestro ejército en los últimos combates de esa guerra, y cuando se leen los informes del Ministerio de la Guerra apenas celebrado el armisticio punto de vista que representaba la única posibilidad de un rena­cimiento nacional ,nos encontramos con que lo que más tarde debía observarse, era un verdadero trabajo de febril reconstrucción, en el limitado ámbito territorial a que quedaba reducida la República. Pero ocurrió todo lo con-

• trano. La república federal no pudo impedir la anarquía

entre. los estados .que la constituían; no pudo dominar las suce~lvas subverSIOnes que proliferaban en el país, ponían en nesgo const~nte la. vida de los ciudadanos y perturba­ban l~ economla ~aclOnal? preferentemente agrícola; no tuvo Jefes? caudillos sufICientemente hábiles y fuertes, para coordma~ .esas contradicciones y representantes de los &rupos ~OhtlCOS entonces existentes y ciudadanos sin par~ldo, pusle.ron sucesivamente sus esperanzas para que conjurara la mme . '. , nsa cnsls naCIOnal, en ese hombre que

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ocupa tan lleno de brillos y sombras una larga época his­tórica de nuestra Patria: don Antonio López de Santa Anna. Radicado en Turbaco, Colombia, una comisión fue a ofrecerle el poder: "en conferencia con la comisión expliqué sinceramente los temores que me retraían a la admisión del honor que me dispensaban. .. Por fin, fue­ron tantas las excitaciones de la cOlnisión, que me resigné a acatar la voluntad de la nación, abandonando mi agra­dable retiro y encaminándome para el puerto con la comi­sión y la familia", escribe en sus Memorias él mismo.

Al llegar a Veracruz, pronuncia uno de sus impresio­nantes discursos llenos de sentimentalismo popular que siempre le significan un triunfo:

"Demasiado tiempo nos hemos dejado arrastrar por ideas quiméricas dice ; demasiado tiempo nos he­mos perdido en disensiones intestinas. Una triste realidad ha venido a traernos un funesto desengaño: ¿ qué tene­mos al cabo de treinta años de Independencia? Echad una mirada por el mapa de nuestra Patria y hallaréis una gran parte de nuestro territorio perdida. Examinad el estado de nuestra hacienda y no encontraréis más que desorden, abuso, ruina. ¿ Cuál es vuestro crédito en el exterior? ¿ Cuál el concepto de que gozáis en las naciones extranjeras? ¿ Dónde está ese ejército en cuyas filas he tenido la dicha de militar, ese ejército que hizo la inde­pendencia en la que me glorío de haber tenido no peque­ña parte; ese ejército que yo conduje a través de los de­siertos, y venciendo dificultades insuperables, hasta la frontera de la República, a cuyo frente rechacé una in­vasión enemiga y en la que combatí con poca fortuna, pero no sin honor, cuando vuestra Capital fué ocupada por los enemigos? i Mexicanos! Volvamos sobre nosotros mis­mos; aprovechemos las duras lecciones de la experiencia;

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reparemos los err~res que ~emos cometido. Aquí me te­néis para contribwr c?n mi parte a e;ta honrosa repara­ción. Trabajad conmigo de buena fe. en esta obra. glo­riosa y todavía podemos tener Patna, honor naclOnal y un'nombre que no nos averg~:mzaremos de llevar". Con la parte crítica, quedaban .~atlsfec~?s .todos lo; hombres honrados; con la imprecaclOn al eJerCito, v~lvla el C~u­dillo por sus fueros; con el llamado al trabajo en comun, alentaba las esperanzas nacionales, poniendo así en relie­ve el General, una vez más, su multiforme habilidad.

y aquí es oportuno que tratemos un problema muy discutido de nuestra historia nacional: "Existía en 1848, como existió siempre en el país, una opinión conservadora, si bien los hombres que la profesaban, no estaban organi­zados en partido político, ya por la abnegación de que hemos hablado antes, ya por ser harto difícil aquella or­ganización tratándose de ideas que estaban extendidas por todas las clases y las condiciones de la sociedad", dice el editorialista de El Universal el 21 de mayo de 1853. Uno de esos hombres, quizá el que mejor representaba no las ideas de u~ partido inexistente, el supuesto partido Conservador, smo la bastante imprecisa "opinión conser­vadora" que flotaba en el ambiente, fue don Lucas Ala­m~n. No era "santanista", ni lo había sido nunca: en su Historia de México, que conocía el General lo describe con las sig~ientes palabras: " ... Conjunto de buenas y malas c~a~ldad~s; tal:n.to natural muy claro, sin cultivo n:ora~ ID hterano; espmtu emprendedor, sin designio fijo III objeto de~erminado; energía y disposición para gober­nar, oscurecida por graves defectos; acertado en los pla­n;~ generales ~e un~ revolución o una campaña, e infeli­ClSlmo en la dlrecclOn de una batalla de las que no ha ganado una sola; habiendo formado' aventajados discÍ-

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pulos y tenido numerosos compañeros para llenar de ca­lamidades a su patria, y pocos o ningunos cuando ha sido menester presentarse ante el cañón francés en Vera cruz, o a los rifles americanos en el recinto de Méjico, Santa Anna es sin duda uno de los más notables caracteres que presentan las revoluciones americanas ... "

A este Alamán se le atribuye una carta dirigida a Santa Anna, la primera atribución proviene del mismo Arrangoiz, que la publicó en un folleto en los Estados Uni­dos y más tarde en su historia ,que puede considerarse como la más sistemática exposición de los principios con­servadores. (Apéndice 11 ) . La parte en que la carta los enumera dice así: "Es el primero conservar la religión ca­tólica, porque creemos en ella, y porque, aun cuando no la tuviéramos por divina, la consideramos como el único lazo común que liga a todos los mexicanos, cuando todos los demás han sido rotos, y como lo único capaz de soste­ner a la raza hispanoamericana y que puede librarla de los grandes peligros a que está expuesta. Entendemos tam­bién que es menester sostener el culto con esplendor y los bienes eclesiásticos, y arreglar todo lo relativo a la admi­nistración eclesiástica con el Papa ... Estamos decididos contra la Federación; contra el sistema representativo por el orden de elecciones que se han seguido hasta ahora; contra los ayuntamientos electivos y contra todo lo que se llama elección popular mientras no descanse sobre otras bases. Creemos necesaria una nueva división territorial que confunda enteramente y haga olvidar la actual forma del Estado y facilite la buena administración, siendo éste el medio eficaz para que la Federación no retoñe. Pensa­mos que debe haber fuerza armada, en número compe­tente para las necesidades del país, siendo una de las más esenciales la persecución de los indios bárbaros y la se-

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guridad de los caminos; pero esta fuerza debe ser propo~­cionada a los medios que haya para sostenerla, orgam­zando otra, mucho más numerosa de reserva, como las antiguas milicias provinciales, que poco o nada costaban en tiempo de paz y se tenían prontas para caso de guerra. Estamos persuadidos de que nada de ésto puede hacer un Congreso y quisiéramos que usted lo hiciese, ayud~do por consejeros poco numerosos, que preparen sus trabaJos. Es­tos son los puntos esenciales de nuestra fe política ... "

Las mismas ideas, sólo que expuestas con mayor am­plitud, se encuentran en ese último capítulo XII de su Historia. Allí encontramos las siguientes palabras: "La independencia, no sólo era posible, pero ni aun prematura hubiera parecido, si no lo hubieran sido mucho las nove­dades que con ella han querido introducirse, dado caso que ellas sean posibles en ningún período de la existencia de las naciones, que no se han formado con el género de instituciones que se ha pretendido establecer. En esto ha consistido todo el mal, y esa misma falta de hombres pa­ra el gobierno del Estado, que se echa de ver en todo cuanto ha acaecido desde la formación de la junta guber­nativa provisional que tomó el título de soberana, no ha­?ría pa~ecido tan notable, si esos mismos hombres que tan incapaCltados se manifestaron en el nuevo sistema no hu­bieran hecho otra cosa que seguir en el orden de' cosas a qU,e estaban acostumbrados ... " . y lo que escribía Ala­man, de?e ~ompletarse con lo que El Univ ersal publicaba en su edlt~mal de 9 de enero de 1850: "El partido conser­vador ~Xlste entre nosotros desde que nació el partido co~trano, destructor. .. pero el partido conservador no qUiSO hacer uso de su fuerza en el terreno en que se pre­sentaban sus adversar.ios, en las intrigas tenebrosas de los clubes en las revoluclOnes a mano armada en los tras-, 38

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tomos públicos, terreno enteramente desconocido de sus hombres ... los hombres del partido conservador han fi­gurado algunas veces en la administración pública y han ejercido influencia en los negocios; pero influir no es do­minar". Este breve resumen de la "opinión conservadora" expuesta en su mejor época y por el más destacado de sus hombres, exhibe su escaso dinamismo y las condiciones estáticas de sus soluciones.

Tal declaración de principios, que era la base del entendimiento entre el grupo que representaba Alamán y la persona del gobernante traído de Colombia apoyado por todos los grupos nacionales ,fue en cierto modo respondida evasivamente por el mismo gobernante en su discurso que pronunciara en el Palacio Nacional al tomar posesión del puesto de Presidente omnímodo de la Re­pública. .. "Mis deseos, pues, son cultivar las relaciones de amistad con las potencias que las tienen con la Repú­blica; seguir en mi gobierno las ideas liberales hasta el punto que no degeneren en licencia: reducir el abuso de la autoridad a lo que es indispensable para el bien públi­co; dar impulso a todos los adelantos que los provecho,> del siglo nos han hecho conocer; hacer respetar la reli­gión y la moral, como las bases sólidas de la sociedad; con­servar a la propiedad sus derechos, proporcionando a b clase jornalera medios de subsistencia por un trabajo lu­crativo y organizar la fuerza armada bajo el pié que re­quiere el decoro de la nación y la seguridad de las fron­teras ... " De todos modos, Santa-Anna llamó al gabinete a don Lucas Alamán, en abril de 1853. Pero éste murió, sacrificándose con plena conciencia para servir a su país, en junio 2 del mismo año. Y con la muerte de Alamán, presidente del consejo de Ministros uno de los pocos políticos mexicanos que merecen el nombre de conser-

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vadores y por la sucesiva e irremediable entrega del mismo Presidente a su particular grupo de aduladores, segundones, agiotista s y negociantes de toda especie y sexo, las esperanzas de los repúblicos desaparecieron y creció la oposición al gobierno, que cultivaba los odios mediante medidas represivas sin tino que se hacían más notables por la completa falta de disposiciones constructivas.

Correspondía, pues, por completo a la realidad, la crítica que hacía el Plan de Ayutla del gobierno de Santa Anna, cuando decía que su permanencia "en el poder es un amago constante para las libertades públicas, puesto que con el mayor escándalo, bajo su gobierno, se han ho­llado las garantías individuales que se respetan aún en lo, países menos civilizados; que se hallan (los mexicanos) en el peligro inminente de ser subyugados por la fuerza de un poder absoluto ejercido por el hombre a quien tan generosa como deplorablemente se confiaron los destinos de la Patria; que bien distante de corresponder a tan hon­roso llamamiento, ha venido a oprimir y vejar a los pue­blos, recargándolos de contribuciones onerosas, sin consi­deración a la pobreza general, empleándose su producto en gastos superfluos, y formar la fortuna como en otra , , epoca, de unos cuantos favoritos ... )) El Plan de Ayutla era perfectamente aceptable, podríamos decir nacional. La reforma de Acapulco, iba a convertirlo en motivo de terrib~e discusjón y de no menos graves revueltas por lar­gos anos. DeCla el Plan originario: "Las instituciones re­publicanas so~ la,s únicas 9ue convienen al país .. . )) Co­monfo,rt c~mblana repubhcanas por liberales y a esto se le dana mas tarde un contenido sectario.

Sant.a Anna dejó el poder y así llegamos a encontrar­nos, dommando a la República, después de la victoria del

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Plan de Ayuda, a otro hombre que desde el punto de vis­ta humano nunca podía compararse con el presidente que lo había antecedido: don Juan Alvarez.

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Juan Alvarez, caudillo triunfante, se encuentra en la Capital de la República con un poder que, aunque lo am­bicionara, nunca lo había imaginado tan complicado y lleno de esas sutiles, amargas dificultades que son las de un mandatario ingenuo frente a las exigencias de un gru­po de políticos no escasos de mañas. Tan dura se le hace la situación, que termina por no llegar a la Metrópoli: sus tropas se encuentran aquí, en pleitos con la policía que la prensa de la época cuenta muy menudamente, no la prensa de un solo bando, sino hasta la más liberal. A algunos soldados, se les tiene que bajar por la fuerza de los árboles de frente a la Catedral: i los pobres y friolentos costeños desgajaban las ramas de los fresnos para hacer hogueras contra el frío capitalino! Su jefe, se había re­tirado a ese antiguo pueblo quieto que ya mencionamos, célebre por su feria anual, por sus juegos de gallos, un día capital del estado de México: San Agustín de las Cuevas, que hoy conocemos con el nombre de Tlalpan.

Pero había dejado, aparte de sus tropas, un gabine­te de desconcierto: Ocampo, Arriaga, Juárez, Prieto, Co­monfort y Degollado. Y ésto contra la misma voluntad

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del penúltimo de los citados, qu~, a pesar de in.vocar "l~~ principios liberales, con excluslOn, de cualqmera ot~o. -reforma de Acapulco ,no quena provocar una cnSlS nacional. No nacional, sino ministerial, se precipitó el 21 de octubre de 1855. Por esa crisis, Ocampo saldría del gabinete, pero en cambio, permane.~ería una figura que más tarde será arquetipo de adheslOn a los puestos públicos: Benito J uárez.

A este hombre se le debe la promulgación de la Ley sobre Administración de Justicia que apareció publicada en los periódicos de la Capital a fines del mes de noviem­bre del mismo año. En ella se suprimía el fuero eclesiás­tico y el fuero militar, entregándose todos los juicios de ambas instancias a la aventura de unos tribunales sin tra­dición y sin norma constitucional. Mientras el general Alvarez procuraba evadir los problemas de una primera magistratura, demasiado complejos para su simplicidad -terrible excluyente de responsabilidad ,el licenciado Juárez provocaba el disgusto de los militares que te­nían en sus tribunales una tradición jurídica perfectamen­te establecida que en muchos casos tiene que considerarse relevante , las protestas unánimes del Episcopado y como consecuencia, el disgusto nacional de los católicos. Debemos hacer notar que el gobierno que provino del Plan de Ayuda, otorgaba facultades omnímodas al Eje­c';ltivo, es decir, que como el anterior, era también una dIctadura. y a nombre de una dictadura ocasional se derrumbaban do~ i~stituciones: la del derecho militar ~ la del derecho canoruco. Esto, a los ojos de cualquier per­sona que tenga sentido jurídico e histórico resulta inusi-tado. '

Pero vayamos a la parte política: . Cuál fue la con­ducta que siguió Juárez al ver que toáo el Episcopado

,

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protestaba contra sus disposiciones? Entre la colección de documentos de la época, tenemos las cartas que se cru­zaron el Arzobispo de México y el funcionario del gobier­no, que ilustran perfectamente la situación. Al alegato del Prelado responde:

"S.E. se promete del sano juicio de V.S.l., de su amor al orden y sobre todo, del acatamiento que debe a la autoridad suprema de la nación, que sin trámite ulte­rior, manifestará su obediencia a la ley, sean cuales fue­ren las protestas que haga para salvar su responsabilidad, si en algo la encuentra comprometida; en el concepto de que las consecuencias del desobedecimiento de la ley, serán de la exclusiva responsabilidad de V.S.l. ... ", y unos días más tarde, a otro documento:

" ... las medidas que contienen los artículos referi­dos, está resuelto a llevarlas a debida ejecución el Eje­cutivo ,poniendo en ejercicio todos los medios que la sociedad ha depositado en sus manos para hacer cumplir las leyes y sostener los fueros de la autoridad suprema de la nación ... hechas las protestas que V.S.l. ha creído con­veniente para salvar su responsabilidad, no habrá de par­te de V.S.l. acto alguno de desobediencia a la ley que el Exmo. Sr. Presidente está en la firme resolución de llevar a debido efecto".

Esto era una invitación a la farsa y creemos que también una lamentable muestra de falta de habilidad política; el Arzobispo replicó: " ... no salvaría mi res­ponsabilidad ante Dios y ante los hombres, si sólo las hu­biere hecho de palabra (las protestas) : no puedo por 10 mismo omitir los actos consiguientes y demostrativos de la sinceridad con que las hice; y estoy cierto de que esta conducta será de la superior aprobación del Exmo. Sr. Presidente por su natural franqueza y buena fe... el

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único medio que hay, es el que propuse desde el principio, de que este asunto se 'pasase a N. Smo. P~dre el Romano Pontífice, no con el fm de que a su autondad y poder se sujete el de la nación, sino únicamente para que El, o me dé por libre. . . o me prevenga la conducta que debo se­guir en el particular".

Juan Alvarez seguía en Tlalpan, un poco fatigado por la carga que llevaba sobre los hombros y c?n la. ~ual no sabía qué hacer. Nunca pudo su~erar esa sl,tuaclO~ y como las molestias, planes y levantamientos creClan a oJos vistas, el 10 de diciembre, usando las "facultades omnímo­das", nombró sucesor a Ignacio Comonfort y se fue con sus "pintos" a la costa del Pacífico.

Exaltados escándalos en la Capital de la R epública anuncian la salida del presidente Alvarez, el más desta­cado de los cuales es el que frente a la Universidad pro­mueve un Miguel Buenrostro que cooperó con la in­tervención americana ,quien se dirige a las puertas de la Diputación para apoderarse de las armas y poner en prisión al gobernador del Distrito, Juan José Baz, en me­dio de grandes gritos contra el nuevo Presidente, contra el clero, contra los americanos y contra los cantos y mis­terios de la Iglesia. Juan José Baz tomó enérgicas medi­das contra los alborotadores y gracias a éstas no alcanzó prop?r.ciones sangrientas el motín. Al día siguiente, 11

~e dl~lembre, Comonfort ocupa por delegación la Pre­SidenCia omnímoda de la República.

Si esto acontec.í~ en la ciudad Capital, en los Esta­?O~ de la FederaclOn las arbitrariedades, las medidas Irntantes, los excesos jacobinos, los salteadores en despo-

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b1ado, son las plagas que acosan a los ciudadanos. Hay lugares en los que, siguiendo la antigua tradición muni­cipal, se unen los pueblos a deliberar sobre el estado de cosas que los aflije, y se pronuncian por fórmulas que publican en forma de planes. Para nuestra historia y pa­ra la vida de nuestro héroe, el más significativo es el Plan de Zacapoaxtla. Escasamente conocido, apodado de religión y fu eros, para así ocultar con frases polémicas la justicia de la causa reclamada, dice así:

"En la Villa de Zacapoaxtla, a los doce días del mes de diciembre de mil ochocientos cincuenta y cinco, reu­nidos en las casas consistoriales, los señores cura párro­co, sub-prefecto, jueces de la Villa y los de todos los pue­blos inmediatos, y los vecinos principales, después de una indicación que dirigió el señor Cura a la multitud de los concurrentes, todos acordaron que, cuando abandonó el poder el general Santa-Anna, se temió que una acefalía produjera el destrozo de nuestra sociedad, y la nación para salvarse, de tamaño mal, abrazó con entusiasmo el Plan de Ayuda, reconoció a sus jefes y depositó en sus manos con poder absoluto la suerte de la patria. Debió esperarse en consecuencia que haciendo cesar el estado de guerra en que nos encontrábamos, se procurara la unión y se hicieran efectivas las garantías que ofreció el mencionado Plan de Ayuda; pero nada menos que eso, aun antes de establecerse el gobierno del general Alvarez, hemos visto que poniendo en práctica principios disolven­tes y desplegándose una persecución encarnizada a todos los buenos ciudadanos que prestaron con fidelidad sus servicios a la administración anterior, el gobierno actual después de tres meses de existencia, siguiendo el camino que el propio se ha trazado, se ha enajenado las simpa-

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tías de los verdaderos libertadores y de todo ciu~adano que profese amor a su Patria, puesto que el relaciOnado Plan de Ayuda en sus manos, no sólo lo ha destrozado, sino que le ha dado un senti~o completame~te contra­rio. En lugar de garantías soclales ha producldo l~ per­secución de las dos clases más respetables de la socledad, el clero y el ejército, sin tener presente que atacando al primero se destierra de una vez del suelo mexicano la poca moralidad que existe, y persiguiendo al segundo, hoy que el enemigo de nuestra nacionalidad lo tenemos en el seno de la República, sin duda perderemos nuestra in­dependencia que nuestros padres compraron con su san­gre. En lugar de garantías individuales, sólo tenemos pri­siones, destierros y confiscaciones; y en lugar de conservar nuestro territorio, se faculta al gobierno para poder ven­der, cuyas arbitrariedades no han podido sufrir ni aun los mismos que fueron caudillos de la revolución y se han separado. ¿En qué hemos mejorado entonces? ¿No estos mismos hechos nos hizo sufrir la administración anterior? -El Plan de Ayuda, por tanto, no ha servido más que de pretexto para el triunfo de un partido débil. La revolu­ción que acaba de operar no ha tenido por objeto más que las personas, y nada más lejos de ella, que la felici­dad de los pueblos y la seguridad de la Patria. Triste, muy triste, es ~ste cuadro, pero verdadero; la República en.tera esta rru:ando con escándalo que mientras el ene­rrugo del extenor se presenta en la frontera del norte dis­frazado con el nombre de ejército libertador a las órde­nes del t~aidor Vidaurri, la parodia de gobi~rno que te­nemos, solo se ocupa de remover empleados sin cuidar de la se~uridad de los pueblos, porque los sal;eadores con ente:a hb~rtad cometen sus depredaciones, no sólo en los caffilnos, smo aun en el corazón de nuestras más populo-

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sas ciudades. Por lo tanto, para conjurar este estado de males, y poner con oportunidad el debido remedio, des­conocemos y rehusamos con toda energía las odiosas de­nominaciones de los partidos que dividen a los mexicanos: nosotros invitamos a todos los que tengan amor a su Patria, sea cual fuere su fe política, a que reunidos bajo una bandera nacional, concurran con sus luces a salvar nuestra nacionalidad y religión, porque primero es tener asegurada nuestra herencia, y como para esto sea nece­sario poner el gobierno en manos de personas que reu­niendo el patriotismo, la inteligencia y moralidad, obten­gan la confianza de los pueblos, invitamos a nuestros con­ciudadanos para que sostengan como lo hacen los que firman, el siguiente

PLAN:

Art. 1 Q Se desconoce el actual gobierno de la Re­pública y en consecuencia todos sus actos.

2Q Inter tanto la nación se constituye de una ma­

nera libre y legal, las autoridades civiles y eclesiásticas de esta Villa, su guarnición y vecindario en general, procla­man para el gobierno de la República las Bases Orgáni­cas adoptadas en el año de 1836.

3" Para la elección de los supremos poderes de la Nación, las mismas autoridades, guarnición y vecindario, se reservan hacer una declaración posterior, de manera que satisfaga los intereses nacionales.

4~ Mientras no se presente jefe de confianza y de más graduación, se reconoce por jefe de las fuerzas pro­nunciadas, al teniente coronel del Ejército, ciudadano Lo-

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M. 4

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renzo Bulnes. Siguen tres núl seiscientas setenta y ocho firmas, que han puesto los pueblos de este partido y fue!­zas pronunciadas de este r~mbo hasta ahora. ~~ copla del original a que me remIto. Zacapoaxtla, dIcIembre 12 de 1855. Francisco Ortega y García. Lorenzo Bul­nes" .

El calurmúado Plan de Zacapoaxtla es una pieza po­lítica de conmovedora ingenuidad: por sus orígenes, por su misma redacción, es un documento absolutamente po­pular; en él no se encuentran grandes afirmaciones ideo­lógicas, ni se suscitan discusiones sobre principios políti­cos, ni siquiera se señala la dinámica de una insurrec­ción: es algo tan sencillo como puede serlo la voz de un grupo de ciudadanos que están inconformes con la inep­titud de un régimen que los preside. El jefe militar del pronunciamiento, Lorenzo Bulnes, que se sabe él mismo un hombre oscuro en una situación muy superior a sus fuerzas, desaparecerá sin ruido de la historia de nuestra Patria después de esta proclama. Y si se quiere utilizar la palabra "rebelión", podemos decir que esto era ¡una rebelión consistorial!

Fueron movilizadas para derrotar a los pronuncia­dos las fuerzas de Comonfort.

Mie?!ras se hace propaganda al movimiento y hay una reuruon en las. ca?as consistoriales de San Juan de los Ll~nos en que se mVlta. a las autoridades y al pueblo a u~rse ~l Plan, que obtIene una respuesta negativa. Es afl~matIVa la que en las casas consistoriales de la munici­p~hdad de Zapotitlán tiene lugar el día 17 del mismo di­Clembre.

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VI

Hasta después del 14 de diciembre el teniente coro­nel Miramón sale de la ciudad a combatir a los pronun­ciados. Seguramente ya en el batallón se sabía de la proximidad de la campaña, pues el día 13 se le fuga el asistente a don Miguel y va a ocultarse a la casa de un albañil, "honrado albañil" según la prensa liberal. Irri­tado el militar, captura al desertor y al que lo encubre y los pone presos en el cuartel. Lo volvemos a encontrar, como segundo jefe del II de línea a las órdenes del coro­nel Benavides en camino a sujetar a los rebeldes de Zaca­poaxtla. La brigada entera se componía de 420 hombres del II de línea y como 200 de caballería de Zacatlán y otros cuerpos.

Su estricta conciencia de militar de carrera fue so­cavada por los acontecimientos. Las de sus últimos tiem­pos, habían sido experiencias lamentables: frustrado su ensueño de un ejército nacional poderoso, volvía a la gue­rra como poco antes, para combatir no a un enemigo ex­tranjero, sino a un grupo de nacionales. Hemos visto có­mo su reciente ascenso, alcanzado en el campo de batalla, había sido confirmado en uno de los últimos documentos que firmara Alvarez, gl0balmente, igual que otros cente-

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nares al terminar su gobierno. No hay datos que com­prueben nuestra afirmación, pero por el lógico desar.rollo de las circunstancias, tenemos que suponer que el teruente coronel, tuvo que hac~r maniobras, buscar~e influencias políticas cerca del presIdente, para quedar mclUIdo en la lista apresuradamente firmada: esto es una desilusión para cualquier militar que aspire a lucir su estrategia no en las antesalas de palacio, sino en los campos de batalla.

y ahora iba a marchas rápidas, por la sierra de Pue­bla, alternativamente helada o tórrida, según las alturas, a combatir a un grupo de hombres que en lo sustancial declaraban lo que él y sus compañeros oficiales habían pensado muchas veces. Llevaba también otra desilusión: el último presidente por el cual había combatido, abando­nó a sus tropas: que cada quien se salvara como pudiera, que cada jefe encontrara su propio camino, que cada ofi­cial peleara según su ingenio individual. El había tenido la fortuna que muchos de sus compañeros no alcanzaron, pero, ¿ qué vendría después, en esa o en ulteriores cam­pañas, cuando la institución militar perdía su tradición y el soldado hasta su tribunal? Así los tiempos, siquiera como pura defensa era indispensable proceder de otra ma­nera: dentro de las propias supremas convicciones, ju­garse a cara o cruz fortuna o infortunio. Tenía valor habi~idad y juvent~d. La triste situación de su padre n~ quena verla repetida en su vida.

Mientras marcha contra los pronunciados remonta-d 1 o , ,

?s oen e nncon norte del estado de Puebla, otros aconte-Clmlen tos se suceden' en 19 d d" b . ., . . e IClem re, el pnmItIVO el¡ mgenuo Plan de Z acapoaxtla, origen de lo que hemos amado una "rebe¡O, .. " o IOn conSIstan al , era modificado por

otro que ya fIrma '1' d n mI ltares e graduación: el general

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Francisco Güitián, Luis G. de Osol1o, que formará bri­llante pareja con nuestro biografiado y Juan Olloqui. Así desaparece de la historia el teniente coronel Bulnes.

Si en buena lógica no se le puede dar al primer Plan de Zacapoaxtla el nombre exclusivo de "plan de religión y fueros", el segundo, totalmente político, está todavía más alejado de esa calificación. Como este documento es también casi por completo desconocido, lo insertaremos en seguida.

"Los que abajo firmamos, reunidos en junta, toman­do en consideración: l. Que la revolución iniciada con­tra el régimen del gobierno de el general Santa-Anna era altamente nacional, y por lo tanto debió llevarse a cabo en provecho de los intereses generales de la N ación; 2.­

Que las principales causas de la revolución fueron la de falta de garantías para los ciudadanos, el exclusivismo más riguroso en la adrrúnistración y el desorden en la re­partición de las rentas nacionales; 3. Que el actual go­bierno presenta los mismos vicios, pues que existen la mis­ma falta de garantías, el mismo exclusivismo en la admi­nistración y un desorden todavía mayor en las rentas na­cionales; 4. Que el nombramiento del actual Presidente no es la expresión de la voluntad nacional; 5. Que si se permite que continúe por más tiempo el actual gobierno, no debe aguardarse otro resultado que la continuación de la anarquía, del desorden más espantoso, de la división de la República y de la escisión de algunos de sus estados; 6. Que tales resultados deben atraer en un tiempo tal vez muy corto la ruina de la República y de su nacionali­dad; DECLARAMOS QUE: 1. Se ha falseado el objeto de la revolución, haciendo que redunde en favor de algunos intereses particulares con perj uicio de los generales; 2.-

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Se desconoce el gobierno actual; 3· Se proclaman las Bases Orgánicas juradas en junio de 1843 Y por lo mismo comenzarán a regir inmediatamente en toda la Repú­blica; 4. Mientras se reúne el congreso en cumplimien­to de lo prevenido por dichas Bases, se nombrará un Pre­sidente provisional ampliamente facultado para gober­nar; 5. La persona a quien se nombre co~o. jefe para llevar a debido efecto el presente Plan, aSIstido de un consejo, compuesto de personas conocidas por su mora­lidad, talento y patriotismo, y que a la vez representen los intereses de todas las clases y localidades, sin distin­ción de partidos, procederá a la elección de presidente provisional; 6. El primer congreso que se reúna en vir­tud de lo prevenido por las Bases Orgánicas, queda am­pliamente facultado para revisar dichas Bases y hacer en ellas las reformas que aseguren el progreso de la Repú­blica y afirmen su independencia y nacionalidad; 7. Los individuos que componen el actual gobierno, darán cuenta de sus actos ante el primer congreso que debe reunirse según el presente Plan. Zacapoaxtla, diciembre 19 de 1855".

Esto era reclamar la vigencia de un orden jurídico frente a una dictadura personal. Y quien conozca las Ba­ses Orgánicas de 1843, ya no las de 1836, que proclama­ban como bandera los revolucionarios de la sierra de Pue­bla, y las compare con la declaración de principios atri­buída a Ala~án y r~conocida generalmente como plata­forma de la Ideologla conservadora, tiene que estar de acuerdo en que hay más puntos de divergencia que de contacto entre ambos documentos. Los consistoriales de Za~apoaxtla, los generales que firman el segundo Plan, qUIeren hacer un movimiento nacional: ni siquiera están

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contra el Plan de Ayutla, bajo cuyas banderas militaron algunos ni niegan la legitimidad de ese paso, sino que pro­testan por "el falseamiento de la revolución", porque ha servido "en favor de algunos intereses particulares con perjuicio de los generales": no hay pues, como han pre­tendido algunos historiadores y como se ha repetido casi mecánicamente, una antítesis del movimiento de Ayutla en el de Zacapoaxtla, ni se ha alcanzado todavía a pre­cisar la dimensión del término liberal de la reforma de Acapulco. Hay algo más y que tiene valor porque se han identificado los movimientos contra el Plan de Ayutla con movimientos precisamente clericales: el prelado de la dió­cesis, desde la ciudad de Puebla de los Angeles, ya se di­rigía a los pronunciados de Zacapoaxtla, de Zacatlán y pueblos circundantes, para disuadirlos del movimiento, declarando que tenía su confianza puesta en el presidente Comonfort para la solución de los problemas que habían amenazado a la Iglesia en su jurisdicción.

Miguel Miramón, conocía tanto como le es posible a un segundo jefe de brigada en acción el desarrollo de los acontecimientos, y en eso llegó a un pueblo que los periódicos de la época llaman Tetlauqui y que nosotros identificamos como el que los mapas actuales titulan Tla­tlauquitepec. El lugar es sumamente pintoresco, caliente, húmedo, rodeado de barrancas llenas de orquídeas y de grandes helechos; todo es un vaho perfumado y salvaje cuyo silencio rasgan los gritos de los pájaros. Era el 25 de diciembre.

La fatigosa marcha había rendido al comandante de la unidad y todo hacía ver que una acción era inmi­nente entre el gobierno y los pronunciados del próximo pueblo. Pero Benavides se entregó al sueño. Cómo se des­arrolló éste, no lo sabemos, sino que a las dos de la ma-

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ñana lo interrumpió por voces que lo increpaban y brazos que lo detenían: eran Miramón y los oficiales de la bri­gada que escogían unirse a los pronunciados. Este toma el uniforme del coronel y la capa, levanta de inmediato a las tropas, monta a caballo, arenga a sus soldados y marcha con ellos ya como pronunciado, al pueblo de Za­capoaxtla. Por el camino se le unirán grupos dispersos del escuadrón de Zacatlán. Carrión da en su Historia un re­sumen más abreviado del suceso.

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SEGUNDA PARTE

"PARECIA DICHOSO EN LAS BATALLAS"

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VII

Cunde el plan de los pronunciados. Dejan el rincón norte del estado de Puebla y otras unidades que van por encargo de Comonfort a combatirlos, también se les unen. La principal es la del general Severo del Castillo, que sus­cribe el segundo Plan de Zacapoaxtla en San Juan de los Llanos. Allí encontramos la firma de otro teniente coro­nel que tiene que ver con uno de los capítulos más paté­ticos de la vida de don Miguel: su hermano Joaquín. Tiene fecha I2 de enero de I856 esta adhesión.

Fuertes los pronunciados, llegan a la capital del Es­tado. El día I7 emprenden el ataque y el I I de línea, con su jefe, logra perforar las defensas el I8. La lucha se prolonga algunos días hasta que por fin el 23 en la ma­drugada evacua la ciudad el gobierno. Son caballerosos los jefes pronunciados y en las condiciones de rendición, encuentro este inciso:

"2 ~ Saldrán con sus armas, parque, tambor batien­te y bandera desplegada". .. . .. y para los que no per­tenecían a las fuerzas activas, se estipula: "se conservarán empleos y garantías a civiles y militares del bando de Co­monfort". Para esa fecha, Severo del Castillo y Güitián, que eran los militares de mayor graduación, están a las

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órdenes de un jefe supremo valiente y pintoresco: Haro y Tamariz. El ejército, llev~ un nombre sonoro, e~ de Ejército R estaurador de la Lzbertad y el Orden) y tIene efectivos que ascienden a tres mil quinientos hombres con armamento disímbolo: hasta siete piezas de artillería y un mortero de poco calibre, servidos por soldados profe­sionales; pero también están incorporados los indios zaca­poaxtlas, cuyo eventual equipo es de su sierra o de ~u mon­taña, porque las pesadas hachas, hasta ayer pegajosas de resina, son hoy las armas del pronunciamiento. Pero en todos hay tan exhuberante optimismo, que el indispensa­ble botín militar de los rendidos, las armas y el parque, sale delante de ellos sin que sea tocado.

Contra los alegres pronunciados, moviliza todas las fuerzas que puede el Presidente Comonfort. La conscrip­ción obligatoria lo pone al frente de una masa de soldados que aceptaban el hecho como una de las servidumbres de su estado humilde; las divisiones del ejército de línea y los militares de carrera, le permiten encuadrar suficiente­~ente a esos soldados noveles; el aspecto puramente polí­tIco del movimiento, la habilidad del gobierno y la poca visión política de algunos eclesiásticos, unida a la silen­ciosa abstención de las clases altas de la sociedad, dio co­m? resultado que pudo enfrentar a los pronunciados liD

bnllant.e cuerpo de ejército, cuyas banderas habían sido bendeCIdas en Chapultepec por el Arzobispo de México, con fecha 27 de enero. Dice don Mariano Cuevas varias duras verdades a este respecto en su Historia.

So.n desconocidos los motivos por los cuales Haro y ~amanz por una parte detuvo a su ejército inactivo en la CIUdad de Puebla durante algunos días y por otra lo hizo avanz~r hasta el estado de Tlaxcala en el punto llamado Ocotlan. ¿ Esperaba que hubiera nuevas defecciones en

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el ejército, con el conocimiento del Plan de Zacapoaxtla? ¿No quería decidirse a dar una batalla a campo abierto con los mínimos efectivos que tenía o sobre estimó la ca­pacidad de maniobras de sus comandantes, pensando con­jurar los riesgos de un sitio en Puebla frente a una cre­ciente concentración de fuerzas del gobierno?

El hecho es que el 8 de 'marzo, se encuentran alinea­dos en orden de batalla los ejércitos y que mientras Co­monfort podía contar sus tropas por divisiones y brigadas hasta completar trece mil soldados con cuarenta cañones, Haro y Tamariz las cuenta por batallones, llegan a tres mil quinientos sus hombres y sus piezas de artillería, con­siderando los más abultados números, suman dos doce­nas. Con valor personal se trata de suplir la deprimente inferioridad y otra vez el 11 de línea con su jefe Miramón, vuelve a combatir impetuosamente, cuesta arriba del cerro de Ocotlán, para desalojar de allí a los adversarios. Lo­gra subir a sesenta pasos de la artillería, es rechazado y después alcanza a ocupar la posición, que era la principal del enemigo. Ahora falta sólo voltear los cañones apro­vechando el desorden provocado por el avance en la loma de Montero, y con ellos desde lo alto barrer las columnas que ocupan la planicie en una inmensa distancia. Si esto no se logra, los pronunciados no podrán resistir la supe­rioridad numérica. Han sido dos horas y media de com­bate encarnizado, porque las alturas se toman cuerpo a cuerpo; ya capturaron el Batallón Ligero de Guanajuato y se defienden de un contra-ataque. Entonces se detiene la batalla: "el fuego cesó a las diez y media en pun­to" : los dos jefes de ejército, se han puesto a conferen­ciar cerca de un pirú, "en medio de los ayes desgarradores de los heridos". Los rumores hacen creer que pronto ven-

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drá un armisticio, pero todos están listos para reanudar la batalla interrumpida ...

Raro y Tamariz regresa y cerca de las tres de la tarde ordena a sus subalternos enganchar los cañones, re­coger y formar las tropas, .~esfilar frente a ?U enemi.go que los mira con espectaclOn. Salvo ochocientas bajas que ha tenido, se retiran hacia Puebla después de esa en­trevista entre el Presidente y el pronunciado, de la que no se conocen otros datos que no sea el hecho de la suspen­sión de las hostilidades. Pero al llegar a la ciudad, después de una marcha llena de conjeturas, el largo puente de México está ocupado por el enemigo, que ha tenido efec­tivos suficientes para destacar tropas hacia adelante mien­tras se libraba la batalla: toca de nuevo a Miramón dar la carga que permite el paso de los soldados.

Sin solución de continuidad estamos ante las acciones de Puebla. Cualquiera que conozca su topografía y tenga en cuenta el choque en el puente de México, puede su­poner lo que sucedió: que el segundo encuentro, fue en el c.erro de San Juan y que las tropas que retrocedían, en aCCIOnes de retaguardia libraron las de San Javier o la Penitenciaría y del Convento del Carmen. Hubo un mo­mento en 9ue, encerrados en la parte vieja de la ciuda~, y.a no pudIeron retroceder más y empezó el verdadero SI­tIO.

~os . pronunciados por el Plan de Zacapoaxtla, esta­b.an tecmcamente derrotados al encerrarse. Por el contra­no, ~l g~biemo se consolidaba y sus tropas llegaban a diez Y, seIS mIl hombres con cuarenta Y ocho piezas de artille­na. Las m.ayores bajas, ya desde Ocotlán, iban a cargo de los venCIdos. El golpe moral de la retirada tenía que tu~b~r su capacidad de lucha. y sin embargo' resistieron vemtIOcho d' l ' ' . las os pronuncIados a las crecientes fuerzas 51-

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tiadoras. Pero tuvo que llegar la capitulación, honrosa al principio y luego manchada por un decreto de Comon­fort: se degradaba a todos los oficiales capitulados, ofre­ciéndoseles la posibilidad de servir en el ejército como sol­dados rasos y se les permitía escoger, como mal menor, el destierro.

Por nuestro gusto, dejaríamos escapar al derrotado Miramón en una fuga espectacular o esconderse con sor­prendente habilidad en la misma Puebla, pero los docu­mentos no nos permiten las libertades que tienen otros biógrafos: con fecha I9 de mayo, aun lo encontramos pri­sionero en la fortaleza de Loreto, solicitando lo dejen en libertad, "pero de orden superior", para poderse trasladar a México y recibir licencia absoluta del ejército y el pa­saporte para salir del país. Se le concede una estancia de cuatro días en la Capital, con la condición de presentarse al gobernador del Distrito. Se traslada a México, y la fecha de expedición de su pasaporte para salir de la Re­pública es 24 de mayo. Dos días más tarde 30 de ma­yo recibe su licencia del ejército. (Expediente de la Sría. de la Defensa). Entonces se esconde: esto era muy sen­cillo, tanto más cuanto que el teniente-coronel aparecía como una figura todavía secundaria en la escena política y. su. lnismo grado, inferior al de muchos otros enjuiciados, SI bIen nos llama la atención retrospectivamente, no era para que los ojos del gobierno permanecieran vigilantes de sus actos. Quizá su misma hoja de servicios lo pre­s~rvó. de q~e juzgaran con dureza su desafortunada pe­npeCia recIente, y tienen su parte las costumbres todavía no crueles de la época. Así queda hasta el mes de octu­bre de ese núsmo año.

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VIII

El gobierno de Comonfort, para consolidarse, iba a satisfacer la reclamación de un orden jurídico que se en­cuentra en el Plan de Zacapoaxtla: con fecha 23 de mayo, promulga un Estatuto Orgánico Provisional, el cual en cierto modo limita los poderes dictatoriales, discreciona­les del presidente. "El Estatuto en general escribe La­fragua al Presidente ,está tomado de la Constitución de 1824 Y de las Bases Orgánicas de 1843, porque en uno y otro Código se encuentran consignados los principios democráticos" . Aquí recordaremos que precisamente los pronunciados reclamaban la inmediata vigencia de las Bases Orgánicas que aprovecha el gobierno para su Esta­tuto Provisional. Todo movimiento de esta especie, había, pues, perdido su bandera. Con mucha habilidad, el mis­mo Lafragua hace que el gobierno gane tiempo diciendo: "No conociéndose aun cuál será la forma de gobierno que la Constitución declarará. .. (queda por el Estatu­to) abierta la puerta para establecer la federación o el centralismo; porque ni a aquélla ni a éste se opone la de­claración de que la República es una, sola, indivisible e independiente" . El arto 30 de dicha ley, dice : "La Na­ción garantiza a sus habitantes la libertad, la seguridad,

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la propiedad y la igualdad"; y en el 65 , le.eI?os: ",La pr~­piedad podrá ser ocupada en caso de eXIglrl? aSI la U~I­lidad pública, legalmente comprobada, y m ediante previa y competente indemnización" .

Pero unos días m ás tarde, dos d ecretos llevan a la conciencia de todos la convicción d e que las garantías del Estatuto General son un engaño: con fecha 5 y 25 de ju­nio, se aprueba la supresión de la Compañía de J esús y la desamortización de los bienes de las corporaciones ci­viles y eclesiásticas. La insigne Compañía de J esús, ha­bituada a las persecuciones, recibe el nuevo golpe con en­tereza militante. La J erarquía, empieza a protestar por el despojo y comprende que está ante una situación sin esperanza; las comunidades civiles, indígenas en su ma­yor parte, no se dan cuenta del alcance de esa ley: la irán conociendo por dura experiencia, conforme se arrebate a los pueblos sus muy antiguas propiedades comunales y un día se levantarán en armas para reclamar ese daño, casi pasados sesenta años de la promulgación de la Ley Lerdo contra las dos sociedades inermes: la Iglesia y los indios.

. Los periódicos de la época, muestran que la Repú­bhca .está en una vorágine enloquecedora: ni el Gobier­no, m los sacerdotes, ni los políticos, ni los militares, se dar:,cuenta de lo que pueda surgir en tan precipitada su­ceSlOn de hechos. Algo sobresale en ese oleaje retorcido: 9ue se encarcela a los ciudadanos, que se expulsa a algún Jerarca de la Iglesia, que la piqueta d errumba las paredes de los templos y como los remolinos que se levantan en las llanuras P?lvosas barridas de viento allí donde las fuer-zas dIE ' represivas e sta do son escasas nos encontramos grup d .. , . , os e pronunciados, sm orden, sin plan como expre-

Slon de una sociedad desesperada. '

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Aquí es donde volvemos a encontrar a Miramón, frente a cinco versiones de un mismo acto que tuvo lugar en Puebla el 20 de octubre: la de Daran, la de Leonides de Campo, la de Carrión, la de Troncoso y la de Sánchez Navarro. Esta última es tan ingenua, de tal humorismo, que no resistimos transcribirla: "se presentó acompañado del valiente Leonides de Campo a las puertas de la Co­mandancia de la plaza. El oficial de guardia, al ver que se acercaban dos embozados, dio el "¿ quién vive?", y és­tos respondieron estentóreamente: "Miramón" y abalan­zándose sobre el oficial lo encerraron por la fuerza en el garitón de la entrada, desarmándolo. Fue tan rápida la escena que los centinelas no tuvieron tiempo de reaccio­nar", concluye. Pero esto es no conocer un puesto de guardia, ni un soldado, ni una ordenanza, ni la psicología del hombre en tiempo de revolución ; es confundir un sua­ve "¿ quién vive?" de juego de sociedad, con el ríspido "i quién vive! ... " no de un oficial, que no hacen éstos las guardias, sino de un soldado que ve avanzar a dos sospe­chosos y tanto, que embozados tratan de acercársele. Es, además, darle un prestigio mítico al apellido de un tenien­te coronel vencido, degradado y prófugo. Eso a parte de dos aportaciones: una relativa a la moral de los tímidos soldados en un puesto de guardia, que no tienen tiempo de reaccionar cuando ven a su oficial enredado en una lucha violenta cuerpo a cuerpo con dos desconocidos y otra, a la arquitectura del edificio, porque sucede que el Palacio de Puebla i nunca ha tenido garitón a la entra­da! Citaremos, porque es muy oportuna, la descripción que hace Carrión del lugar: "en la planta baja hay un patio regular que tiene en uno de sus ángulos una pieza y una pequeña caballeriza, la primera ha servido de cala­bozo algunas veces; cerca de la puerta principal hay una

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pequeña pieza que se ha ut~lizado para ~uar~,o de Ban­deras durante el arrendanuento al Gobierno.

Quedan pues, para esta historia, cuatro versiones: la de Daran, la de Leonides de Campo que me contó el licenciado Germán Fernández del Castillo y que Sánchez Navarro reproduce en su apéndice; la de Carrión y la de Troncoso. Las examinaremos, pero no sin antes ocu­parnos del ambiente que predominaba en la ciudad.

Sustituyendo al moderado Ibarra, estaba de jefe de la plaza Traconis, el cual desde el día 9 de ese núsmo mes había renunciado a su cargo. En su tiempo, su secretario Juan de la Portilla, por más señas licenciado, había ocu­pado los bienes de la colecturía de diezmos y un tal Duque Estrada en su apoyo había forzado las puertas del Cofre extrayendo la cantidad de trece mil pesos, de los cuales más tarde nadie supo dar cuenta. El clero poblano, al­gunos de cuyos actos ya conocemos, hizo todo lo que estu­vo de su parte que tales atropellos no dieran al traste con la precaria paz de la ciudad, y entonces el gobierno exp~lsó al obispo Labastida. Estaban en los fu ertes los p~lSloneros de la anterior batalla de Puebla y es muy ló­giCO suponer que en la ciudad sus familiares no fueran precisa.~en~e . admiradores del régimen: revueltos con la poblaclOn CiVil encontramos a algunos de los amnistiados de C~:n0!lfort, que vivían, como ya sabemos, degradados del eJ.erclto. i Excelente material reunido todo para una co ., , "L nsplraclOn. a mayor parte de estas personas se visi-tab~n entre sí en las noches sin que Traconis lo hubiera sabido y 1 '. 1 . , os pnnClpa es Jefes combinaron el apoderarse de la plaza de la manera que fuera posible", dice Carrión. b Propuestos a dar el golpe la noche del 19 de octu­

~de , contaron con el acuerdo del capitán 2 9 de Línea Leo-DI es de Campo b . que esta a en la guardia del PalacIO.

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"A la hora convenida empezaron a salir de las casas en que se encontraban dichos jefes, disfrazados unos y con sus uniformes otros en dirección a las calles adyacentes a la plaza; desgraciadamente un grupo en el que iban don Miguel Miramón, don Francisco A. V élez, don José y don Santiago Montesinos fue encontrado en la esquina de la calle del Mesón de Santa Teresa y Santa Clara por el jefe de día que lo era el coronel don Pascual Miranda, quien acercándose a dicho grupo preguntó a don José Montesinos que iba con levita militar:

-¿ Quiénes son esos hombres? -Son contestó Montesinos sin titubear unos bo-

rrachos que estaban escandalizando en un baile. - Pues lléveselos usted al Principal y entréguelos al

Comandante de Guardia, que yo iré después a disponer. -Muy bien respondió Montesinos ,y el grupo

siguió su marcha". Aclara Carrión que Miranda no conocía al personal

de la guarnición y que sirvió para el engaño que iba ya con los conjurados Leonides de Campo con su uniforme. Lo llama Leonides Campos. Y sigue el narrador:

"Era la una de la mañana (día 20 ) cuando llegó el grupo a la puerta del Palacio, que se quedaba entrecerra­da todas las noches, penetraron don Miguel Miramón y don Francisco Vélez con don Leonides Campos ordenan­do éste al comandante de la guardia que era del mismo batallón y compañía a que pertenecía Campos, que re­cibiera presas aquellas dos personas de orden del general don José María García Conde; el subteniente don Dona­ciano Martínez que era el comandante de la guardia dijo:

-Mi capitán, no hay adonde ponerlos, allá arriba tengo todo ocupado, está el teniente coronel Luis Reyes, a quien tengo orden de tener solo en una pieza.

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-Pues allí mandó Campos suba usted al señor -y señaló a Miramón.

Martínez en la confianza que el otro preso quedaba con el mismo Campos, subió llevando adelante a Mira­món, abrió la pieza donde est~ba d?n Luis G. Reyes ~reso, y en ese mismo momento Mlramon sacando una pl~tola la amartilló y afianzando por el cuello a don Donaclano Martínez, le dijo en tono resuelto:

- Entrégueme usted el santo; vea usted quién soy. -¿ Quién? preguntó don Donaciano ya sorpren-

dido, pues no conocía a su interlocutor. -j Miramón ! contestó éste, lacónicamente, sin sol­

tar del pescuezo a su interrogante, y como si el nombre de su agresor tuviera una influencia magnética, don Do­naciano sacó el papelito del santo que llevaba en la bolsa del pantalón y se lo entregó a Miramón que lo afianzó, y sin cuidarse de don Donaciano bajó precipitadamente la escalera". Esta es la narración de Carrión, muy pun­tual y verosímil.

Troncoso recoge la versión de los acontecimientos que da el propio José Montesinos: "Se sorprendían (en­tonces ) y tomaban las plazas con atrevidísimos golpes de mano, sin contar más que con algunos jefes y oficiales de los caídos, que arriesgaban el todo por el todo; se ata­c~ban fuerzas numerosas del gobierno existente, dispo­mendo solamente de pequeñas partidas, etc., etc., y todo con la mayor frescura, como si fuera un juego. .. Sólo co~~aban aquéllos (Miramón, V élez, etc. ) , con seis u ocho o{¡c¡ale? de la guarnición y algunos sargentos, y sin embar­go no titubearon en apoderarse de ella. Pepe Montesinos con su hermano ?antlago, también oficial, fue de los en­car.gados del arnesgado acto de hacer prisionero en Pa­lacIO al Comandante Militar, acompañando a los coro-

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neles Miramón y V élez que dirigían el movimiento; los hermanos Montesinos no tenían más armas, cada uno, que una gran pistola de un tiro. Después de media noche, ha­biéndose apoderado de la guardia de Palacio dichos je­fes , y mientras que Miramón iba atrevidamente a sacar a un batallón de su cuartel, y que Vélez quedaba con la guardia y otras pequeñas partidas, mandan a Pepe y a Santiago Montesinos a que apresen en los altos al Gral. Garda Conde; suben éstos y penetran hasta la habita­ción de este Comandante Militar, que estaba durmiendo; despierta azorado" y se encuentra bajo el riesgo de reci­bir el tiro de cada uno de los pistolones; lo arrinconan en la pieza y al poco rato suben Vélez y Miramón a obli­garlo "que ordenara la entrega de la guarnición de la plaza" .

La participación de Leonides de Campo es conocida por tradición de la familia del letrado que mencionamos con anterioridad y se explica en una carta de su hija: "se presentaron mi papá con Miramón, los dos solos en Palacio y adelantándose mi papá habló con el Jefe de la Guardia, diciéndole que allí llevaba un pájaro de cuenta, el General Miramón, y que fueran a encerrarlo en lugar seguro, pues era peligroso. Miramón se demudó pues por unos momentos seguramente dudó de mi papá y ya en la puerta de la pieza donde iban a encerrar a Miramón, mi papá le dió un empellón al militar del Gobierno encerrán­dolo y salió a arengar a la tropa tomando Palacio ... "

Doña Esperanza de Campo escribe una versión tan cariñosa para su padre como debe hacerlo una hija, pero incurre en algunas inexactitudes: la primera es que don Miguel no era todavía general; la segunda que iban los dos solos, cuando hay testigos en sentido contrario; la tercera que don Leonides es quien salva al conjurado Mi-

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guel, que ya se dejaba encerrar pacíficamente; la cu~rta puede interpretarse de dos modos: com.o qu; Leorudes arengó a las tropas o como que lo hIZO Mlramon. ~o q.ue queda en pie es precisamente lo que los otros, hIstona­dores aseguran: que el golpe de mano ~mpezo ~uando lograron que don Miguel entrara al PalaclO como SI fuera

• • pnslOnero. Así creemos que puede quedar bastante aclarada la

verdad histórica de este acontecimiento, en el cual don Miguel ocuparía ya uno de los primeros lugares de acción, con audacia que lo haría de grande y verdadera popula­ridad.

Apoderados los pronunciados de la Ciudad, dejan ir a las autoridades del gobierno de Comonfort y en la con­fusión de los primeros momentos una parte de las tropas logra escapar rumbo a San Martín Texmelucan.

Por su debilidad, los sublevados no pueden iniciar ningún movimiento en contra de la Capital de la Repú­blica y permanecen otra vez a la defensiva rodeados de . , enemigos que se proponían ahogar al movimiento en su lugar de ~rigen. Mientras pasa el tiempo. "Comonfort pudo reurur en tres días cuatro mil hombres con treinta piezas de artillería y enviarlos a Puebla al mando del ge­neral Tomás Mo~~no" . El 25 las fuerzas federales llegan fre~~e a la poblaclOn, que es animada por el paseo de unos rehglOsos con una bandera blanca que tiene una cruz roja en. el centr?: a ,su paso hay vivas para la Religión, para Miguel Mlramon, para Vélez y Orihuela el jefe su­pre~o de los rebeldes y mueras a Comonfort y a Tra­corus.

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El "sitio de Orihuela", nombre con que se conoce esta acción, dura desde el día 25 de octubre hasta el 5 de diciembre en que cae la ciudad: "No ve uno por todas partes más que ruinas y escombros. Hay calles por las que materialmente no puede transitarse", dice un testi­go. En la ofensiva se habían utilizado más de siete mil balas de cañón contra los defensores.

Pero no sólo se trató en esta vez de que los sitiados, con sus seis cañones y sus escasas fuerzas no pudieron con­trarrestar la incesante ofensiva; hubo otra circunstancia adversa: que las autoridades eclesiásticas de Puebla, pues­tos los ojos en considerar los acontecimientos más a lo re­ligioso que a lo político, quitaron al movimiento el sentido militante que tan acentuadamente había tomado. De las palabras de una contra-pastoral, aparecida en los últimos días del sitio 29 de noviembre ,dice el P. Cuevas: "fueron lamentable olvido o debilidad, pero la causa de la división de ideas, y de la desunión que vino a producir la caída de la plaza".

Los militares pronunciados defendieron todos los puntos con incomparable valor. Miramón se jugó la vida muchas veces : Daran cuenta cómo permaneció sobre una trinchera, frente al asta rota de una bandera, mientras aguardaba otra que debía sustituir al caído estandarte. El día 18 de noviembre, en la batalla de la Concordia, también se lució el caudillo: "se empeñó el combate en los claustros y casa de ejercicio que eran defendidos pal­mo a palmo", pero tuvieron que retirarse los defensores "al reducto que formaba la iglesia; entre tanto la torre era cañoneada rápida y certeramente. Llegó Miramón con 200 hombres de reserva a reforzar y sostener el punto, pero era tarde, a pesar de su arrojo fué rechazado ... ". En esos momentos caía gran parte de la torre de la Con-

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cordia de la cual "saltaban multitud de frailecitos y san­titos de barro cocido, de seis a ocho pulgadas de alto" que más tarde los soldados guardarían "como una ver­dadera curiosidad, pues estaban perfectamente hechos, con todos sus detalles".

Combinados debilidad y derrotismo, cae la plaza ya sin moral y sobre la derrota, se levanta todavía una pas­toral más 7 de diciembre que firma un canónigo contra los pronunciados: "Uníos, pues, en derredor suyo (de Comonfort), hijos todos de la iglesia de la cristiana Puebla, y defended con valor las autoridades establecidas por Dios y la voluntad de la nación", decía y Cuevas tiene que hablar de "la pequeñez intelectual" del canónigo fir­mante, pero en el pueblo esto hacía más daño que los cañones del sitio.

Al sucumbir la ciudad, entre los que escaparon para no firmar ninguna capitulación y también porque ya eran demasiado conocidos como valientes, se encuentran el jef.e del pronunciamiento, general Joaquín Orihuela y Miguel Miramón. El primero sería aprisionado pocos días más tarde y fusilado en San Andrés Chalchicomula. Quizá pensaba escapar por Vera cruz.

El segundo inicia una cabalgata totalmente opuesta, al frente de menos de una centena de hombres, entre los que se debe contar al mismo Francisco A. V élez de la h~zaña de Puebla y a otro militar que lo acompañará en dlve:sas fortunas: Rarnírez de Arellano. Recorren la dis­tanc~a. que separa a Puebla de Toluca, siempre escasos de rO~ISIO~<;S, de !"lUmerario, de armamento y para mejorar a sltuaclOn, ocurresele al audacísimo jefe sorprender me-

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di ante otro golpe de mano la capital del Estado de Mé­xico. Con sus dos amigos al lado y apoyado por parte de su tropilla que desmonta frente al cuartel, se apodera de los efectivos allí concentrados.

El comandante de la plaza, don Plutarco González, herido en su amor propio por el fracaso que esto signi­fica, organiza la persecución del pronunciado, que se re­tira y lo aguarda en los llanos de la hacienda de la Gavia. Las maniobras del jefe rebelde, llevan a su perseguidor a la derrota. Pero sigue retirándose con sus fuerzas, como quien se dirige hacia el estado de Guerrero y libra otra escaramuza tan encarnizada en Sultepec, que recibe grave herida en una pierna. Se desangra terriblemente y es conducido en hangarillas hasta la hacienda de Atenco. La herida aumenta de gravedad, hasta hacer probable la amputación. "En medio de las más grandes dificul­tades" es conducido a la Capital. Dice Daran: "gracias a cuidados inteligentes pronto Miramón está aliviado y se dispone ya a partir, cuando un criado infiel va a de­nunciarlo a la policía. Juan José Baz, Gobernador del Distrito, acude a la casa de Cervantes y se apodera de Mi­ramón a quien encierra en un calabozo".

En La Acordada, hace compañía a militares allí en­carcelados como presos políticos de otros pronunciamien­tos. Al cabo de un mes de reclusión volvamos a prefe­rir a Daran ,se encuentra con dos antiguos subordinados ese día encargados de su vigilancia: Trejo, antes orde­nanza, hoy teniente, e Ignacio Muciño, soldado ascen­dido en esos días a cabo. El plan de fuga se prepara rá­pidamente: vestirá Miramón el uniforme de Muciño y cuando el teniente forme su sección muy temprano para hacer el cambio de guardia y dejar franca esa tropa, allí

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estará alineado el falso cabo, marchará con todos y en la calle, al romperse las filas, quedará en libertad.

El plan sale bien y el fugitivo corre hacia los árbo­les del Paseo Nuevo, a!lí, por una casualidad favorable, se encuentra con su arrugo Raymundo Mora, que lo lleva a su hacienda de Pablo del Medio. En ella recobrará la salud, después de eso que llamaremos su convalecencia de la cárcel.

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IX

Mientras acontecía lo narrado y en tanto se presen­tan sucesos que a continuación referiremos, conviene re­cordar un hecho fundamental para esta historia: el 5 de febrero, se ha terminado y jurado la Constitución. Ni siquiera nos detendremos a analizarla: para los hombres de aquella época, tenía un valor más político que jurídi­co. Destruía las posibilidades de unidad nacional y orden; hacía imposible la vital armonía de las relaciones entre la Iglesia y el Estado, desengañando así las esperanzas de todos aquellos sacerdotes que creyeron que el régimen se daría cuenta de la realidad; en vez de "resolver todas las cuestiones y acabar con todos los disturbios, iba a suscitar una de las mayores tormentas que jamás han afligido a México", decía el promulgador Comonfort. En la actua­lidad, dentro de la armónica y abstracta dialéctica de un curso académico, se discute si esta o aquella garantía individual estaba salvaguardada por la Constitución, pero no era así como se veía el problema en aquella época; dando una respuesta defensiva después de que había pa­decido una agresión, la Iglesia por una parte, los particu­lares por otra, siempre más adelante éstos que aquélla,

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procuraban conjurar los males que amenazaban a la so­ciedad.

Curado el guerrillero de su herida, vuelve a montar a caballo: no le ha sido difícil encontrar un grupo de hombres, hasta doscientos, que troten a su lado en guerri­lla. Recorre la serranía del sur del Distrito Federal, con tanta audacia, que Zuloaga en pláticas el mes de noviem­bre en la casa de Payno, dice que baja hasta Tacubaya e invita a los soldados a pronunciarse. Bate la tierra en una gran extensión y sabemos que llega a ocupar Cuernavaca con su pequeña tropa, después de la derrota y muerte del hombre que lo ataca en un rancho cerca de Toluca.

En esas andanzas, que eran, como decíamos, fre­cuentes en toda la extensión de la República, hubiera per­manecido no sabemos cuánto tiempo si acontecirruentos imprevistos no hubieran cambiado por completo la vida de Miguel.

Porque no era de suponerse que el mismo Presidente de la República se iba a poner de acuerdo con su com­p~dre y con varios próceres del liberalismo para pronun­Ciarse contra la misma Constitución tan flamante y da­ñosa.: el "compadre" Zuloaga, Pay~o, Juan José Baz y el ml~mo Comonfort, se pusieron de acuerdo para invitar a vanos gobernadores y jefes militares de los estados para "explorar la opinión de la nación" y no imponer a fuerza la Carta del 57. I~iciaron una activa correspondencia y. alg~na c~rta fue mterceptada, leída en el Congreso y dlsc~tlda vIO!entamen~e. Pudo evitarse el peligro que ta­les mformacIOnes teman para los conjurados, pero uno de ellos, Juan José Baz, hizo públicos los planes y antes

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de que contestaran las cartas los gobernadores en quienes se tenía confianza, la Capital de la República supo que un nuevo pronunciamiento había estallado en la ciudad de Tacubaya el 17 de diciembre bajo el siguiente Plan:

"Considerando que la mayoría de los pueblos no ha quedado satisfecha con la Carta Fundamental que dieran sus mandatarios, porque ella no ha sabido hermanar el orogreso con el orden y la libertad y porque la oscuridad en muchas de sus disposiciones ha sido el germen de la guerra civil. Considerando que la República necesita ins­tituciones análogas a sus usos y costumbres y al desarrollo de sus elementos de riqueza y prosperidad, fuente verda­dera de la paz pública y de engrandecimiento y respeta­bilidad de que es tan digna en el interior y en el extran­jero. Considerando que la fuerza armada no debe soste­ner lo que la Nación no quiere y sí ser el apoyo y la defen­sa de la voluntad pública, bien expresada ya de todas maneras, declara:

Art. 19 Desde esta fecha dejará de regir en la Re­pública la Constitución de 1857.

Art. 2 9 Acatado el voto unánime de los pueblos ex­presado en la libre elección que hicieron del Excmo. Sr. Presidente don Ignacio Comonfort para Presidente de la República, continuará encargado del mando supremo, con facultades omnímodas para pacificar a la Nación, promover sus adelantos y provecho y arreglar los diversos ramos de la Administración Pública.

Art. 39 A los tres meses de adoptado este Plan por lo~ ~stados en que actualmente se haya dividida la Re­pubhca, el encargado del Poder Ejecutivo convocará a lIn Congreso Extraordinario sin más objeto que el de formar una Constitución que sea conforme a la voluntad

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nacional y garantice los verdaderos intereses de los pue­blos. Dicha Constitución antes de promulgarse, se suje­tará por el Gobierno al voto de los habitantes de la Re­pública.

Art. f Sancionada con este voto, se promulgará, expidiéndose en seguida por el Congreso, la Ley para la elección del Presidente Constitucional de la República. En caso de que dicha Constitución no fu ere aprobada por la mayoría de los habitantes de la República, volverá al Congreso para que sea reformada en el sentido del voto de esa mayoría.

Art. 59 Mientras tanto se expida la Constitución, el Excmo. Sr. Presidente procederá a formar un Consejo compuesto de un propietario y un suplente por cada uno de los Estados, que tendrá las atribuciones que le marca­rá una ley especial.

Art. 69 Cesarán en el ejercicio de sus funciones las autoridades que no secunden el presente Plan".

. El 20 de diciembre, Comonfort publicó un bando. Dice en algunos párrafos: "La perspectiva que se ofre­cía a mis ojos, la que todos palpaban era no la guerra civil sino cosa peor : la disolución completa de la socie­d~d. El grito ~e las tropas que han iniciado este movi­mIento, no es sm embargo el eco de una facción ni pro­clama el triunfo exclusivo de ningún partido: la Nación repudia?a la nueva carta y las tropas no han hecho otra cosa mas que ceder a la voluntad nacional" .

. ~i técnicamente es verdad que el movimiento de sus­penslOn de la Constitución realizado por Comonfort y Zuloaga fue un golpe de Estado y más un golpe militar, lo que resulta totalmente imposible de defender es que sus compo t f' l' , nen es, sus ma ldades, sus principios, fueran

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o tuvieran como punto de referencia los principios de la plataforma conservadora, si se quiere la única que estric­tamente puede llamarse así, la de don Lucas Alamán (Véase el apéndice II). Liberales eran los titulares del movimiento; democrático éste, por su espíritu y la técnica de sujetar la Constitución al referendum nacional; nacido de la exigencia de una Nación y no eco de facciones o "triunfo exclusivo de ningún partido", según la cita del mismo Presidente, el reformador liberal en Acapulco del Plan de Ayutla.

Pero es más fácil ser caudillo de un partido que cau­dillo de una Nación: éste necesita una superior visión de los problemas; rica imaginación, unida a claras intui­ciones políticas; acción intrépida y bastante ductilidad para coordinar intereses contradictorios. El partidarista, es, por el contrario, esquemático, simplemente lógico y queda satisfecho con aplicar la aprendida lección de sus inspiradores, sin que le interese una viva realidad circuns­tancial. Y Comonfort, que era un caudillo liberal, no tuvo las dimensiones requeridas para ser un caudillo nacional: era preciosa la oportunidad, hubiera ahorrado males que sólo ha logrado cicatrizar la inmensa vitalidad de México, pero el hombre no se dio cuenta de ese llamado a una gran vocación política.

En cuanto a Zuloaga, también tuvo una visión míni­ma que lo llevó a exclamar defensivamente: "mi compa­dre nos traiciona", y se pronunció contra Comonfort el II de enero de 1858. No él, sino uno de sus subordinados, el general J. de la Parra, publicó el consabido Plan de todo pronunciamiento. Las novedades que tenía en relación con el de Tacubaya, eran muy sencillas:

"Hace veinticinco días, -sólo transcribiremos la

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M. 6

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parte relativa que la guarnición de esta Capital se pro­nunció por el Plan R egenerador de T acubaya, que tan unánimemente fue acogido por la mayoría de la Nación; mas por desgracia el jefe del Ejecutivo, que fue el más entusiasta en sostenerlo, adoptó un sistema de vacilacio­nes que ha puesto en alarma a cuantos lo secundaron, ha­ciendo desconfiar de las promesas que hizo en su Mani­fiesto como garantía de él. Resueltas las fuerzas a mi mando a llevar a cabo la empresa de que se hicieron res­ponsables al proclamar el citado Plan, he resuelto mo­dificar el Art. 2

Q eliminando al Excmo. Sr. Comonfort del mando supremo de la Nación y proclamando como general en Jefe del Ejército R egenerador al Sr. General D. Félix Zuloaga ... ".

Yo tengo la impresión, al leer los sucesos inmediatos en los periódicos de la época, de que los pronunciados y los despronunciados buscaban antes que nada su tranquili­dad personal. El día 1 1 , los primeros ocupan la Ciuda­dela, el Convento de San Agustín y el de Santo Domin­go; los segundos, el Palacio, La Acordada, San Francisco y l~ Santísima. Al siguiente día los de Santo Domingo extienden sus líneas a la Aduana San Lorenzo La Con­cepción ~ Sa~ta Catarina Mártir ~ de la Ciudadela llegan h.asta la IgleSia de San José y San Diego. Los despronun­Ciados, ocupan la Diputación, la Profesa, la Merced, San Pablo, San Fer?a~do, San Pedro y San Pablo y Santiago: todos son mOVImIentos de tablero de ajedrez salvo uno, en donde los de la Ciudadela se encuentran c~n los de La

ameda.

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y no sabemos ni qué decir, cuando el Ayuntamiento de la Ciudad publica que "ha obtenido de las fuerzas beligerantes, que en caso de romperse las hostilidades ha­ya todos los días algunas horas de suspensión del fuego, a fin de que la población se provea de víveres" y luego, que ha conseguido "se suspendan las hostilidades de ocho a once de la mañana ... ". Escribe un periódico: "la po­blación toda visita los puntos de los pronunciados, y ve quiénes son los defensores de tales puntos" .

El día 14, repiques, dianas y cohetes de los pronun­ciados, escalonándose de los puestos del sur de la Capital hasta Santo Domingo rompen el silencio: los rumores tie­nen su explicación el día siguiente, cuando dos jóvenes militares, acompañados de un puñado de oficiales a ca­ballo, se presentan a la una de la tarde en el puesto de San Agustín, entre aclamaciones y luego galopan atrave­sando las calles del Puente del Espíritu Santo, Refugio, La Palma y la Alcaicería, hasta desembocar en el puesto de Santo Domingo: eran Osollo, el jefe, y con sus vein­tiséis años Miguel Miramón, en calidad de segundo.

Quieren llegar a un arreglo, y firman un armisticio que dura hasta el día 19. Pero aunque los viejos milita­res no quieren pelear, tampoco ceden. Y entonces ellos, que sí son capaces de lucha, el día 20 a las once de la mañana salen de la Ciudadela al frente de sus tropas mientras truena el cañón; a metralla, fusil y bayoneta toman La Acordada, allí sucumbe Martínez, el ayu­dante de don Miguel ; otra vez combaten hasta captu­rar San Juan de Dios y la Santa Veracruz; bate ince­santemente la artillería las posiciones enemigas, y em­piezan las rendiciones: San Francisco, La Profesa, Mine­ría. A las seis de la tarde, callan los cañones y estallan

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su júbilo las campanas, porque se rinden el Palacio y los últimos reductos.

Osol1o, como comandante general interino del Dis­trito de México y mayor general del Ejército Restaurador de las Garantías, publica una romántica proclama el día siguiente:

"Compañeros y amigos: Un solo combate ha basta­do para que la heroica Capital de la República se librase de los estragos de la guerra y fuera ocupada por las bene­méritas tropas del Ejército Restaurador: recordad el no­ble título que habéis ilustrado en el primer hecho de ar­mas, para que vuestros compatriotas al veros, digan con orgullo: estos son los restauradores de la República. El orden y la disciplina sean siempre vuestra divisa y el Dios de los Ejércitos proteja vuestra causa. j Viva la Repú­blica! i Viva la Paz y el Orden! j Viva el Ejército! Luis G.Osollo".

Los dos jefes vencedores, entregaron su triunfo en manos de Zuloaga y éste protestó como presidente.

Miramón, ascendió a general de Brigada, al frente del I

Q, 2

Q Y 3Q batallón de línea.

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x

Días después de la proclamación del Plan de Tacu­baya, el congreso de Jalisco y su gobernador el cubano Anastasio Parrodi, publican una serie de decretos, con fechas del 21 al 23 de diciembre, en los cuales se propo­nía una acción de los estados contra el citado Plan. Por medio de ellos, se anunciaba que Jalisco recobraba su so­beranía, levantaba un ejército para defender la Constitu­ción y ofrecía su territorio para que allí se refugiaran y establecieran los Supremos Poderes de la Nación; invitaba a los estados linútrofes a sostener los mismos puntos, bajo las órdenes del gobernador de Jalisco: Zaca tecas, Gua­najuato, Michoacán, Colima, San Luis Potosí, Aguasca­lientes y Querétaro, coaligados, invitarían a su vez a los estados fronterizos: Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila, Chihuahua, Durango, Sonora, Sinaloa y territorio de Baja California. Un tercer grupo estaba integrado por los es­tados de Guerrero, México, Puebla, Oaxaca, Vera cruz, Chiapas, Tabasco, Tlaxcala y Yucatán. Se reconocía au­tomáticamente al Presidente de la Suprema Corte Lic. Benito Juárez, como presidente provisional de la Repú­blica por lninisterio de la ley y en forma completamente

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al margen de la misma Constitución defendida, se inven­taba un Congreso provisional, que funcionaría has~a que pudiera reunirse el legítimo, con delegados de los dIversos estados como el del Plan de T acubaya. Este Congreso podía, también al ~argen .de la Ley, tener ,ta~ta eficacia que iba hasta a elegIr presIdente de la Repubhca. ¿ Otro gol pe de Estado?

Por su parte, el mencionado Presidente de la Supre­ma Corte, siguió una conducta sospechosa de complici­dad con Ignacio Comonfort, en el momento en que éste renunció a la Constitución. Lo siguió todavía en su lucha contra ella, hasta el momento en que por divergencias de criterio fue encarcelado. A mí se me hace muy cuesta arriba creer que quien está encarcelado, sigue en su cargo de Presidente de la Suprema Corte de Justicia: se discu­tirá si es legítima o no esa prisión, pero de allí nunca se podrá derivar nada en contra de esta realidad: cárcel y puesto son incompatibles. y si se dice que Comonfort se "arrepintió" y regresó Juárez al puesto del que había si­do llevado a la cárcel ¿ qué valor constitucional se le puede dar a los actos y nombramientos de un mandatario después del "golpe de Estado"? En todo caso, supuesta la legali­dad de la sucesión de Juárez, la misma Constitución de­clara.b~ Artículos 79, 80 y 82 que esa presidencia era provlSlonal, hasta el siguiente 1 Q de diciembre en que to­maría posesión de la presidencia el reemplazante. Sin ex­c~sa c.esaría el substituto o de nuevo "el supremo poder ejecutIVO se depositará interinamente en el presidente de la ,Suprema Corte" . Me interesa fijar todo esto, porque mas tarde se hablará de la "defensa de la Constitución", y se ~ondrán ejemplos que no pueden sostenerse. De una vez dIgamos que la misma Coalición era anticonstitucio­nal ; no otra cosa dice el artículo 1 1 1 de la de 57: "Los

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Estados no pueden en ningún caso: 1. Celebrar alianza, tratado o coalición con otro estado, ni con potencias ex­tranjeras ... " Agrava más la situación legal de los libe­rales el artículo 1 28 de la Inviolabilidad de la Constitu­ción: "Esta Constitución no perderá su fuerza y vigor, aun cuando por alguna rebelión se interrumpa su obser­vancia ... )) Pero dejemos estas disertaciones y la explica­ción que los hechos reclaman a los juristas. Más importan­te era lo que acontecía en el país.

Las fuerzas de la Coalición, se movilizaban rápida­mente contra las del ejército Regenerador; habían res­pondido a la invitación de Parrodi en Jalisco: Michoacán, Guanajuato, Querétaro, Aguascalientes, Zacatecas y Co­lima. Sin pertenecer a la Coalición, pero en contra del Plan de Tacubaya por viejas obsesiones localistas tam­bién estaban Nuevo León y Coahuila.

El gobierno de Zuloaga organiza sus fuerzas, entre­gando el mando supremo de las mismas al general Osollo, quien llevaba también de segundo a Miramón: los esta­dos de Puebla, San Luis Potosí, Chihuahua, Durango, Tabasco, Tlaxcala, Oaxaca, Sonora, Chiapas y Yucatán, se habían unido al Plan de Tacubaya.

La primera acción de don Miguel en esta época fue su salida hacia la ciudad de Toluca, a sujetar al general Lemberg. No fue una gran batalla, porque el general atacado prefirió abandonar la ciudad y retirarse con su gente. El 26 de enero, Miramón se posesiona de la recien­temente evacuada población y regresa a México para la campaña del interior.

Esta fue un paseo triunfal, frente al cual los ánimos

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vacilantes se inclinaban sin demora a la corriente de la victoria. Desde el punto de vista político, hacían su es­fuerzo los regeneradores con la solemne publicación de los decretos que el gobierno de Zuloaga mediante bando daba a conocer a la Nación. Por ellos se anulaba la ley de desamortización; también la ley sobre obvenciones pa­rroquiales; se restablecían los fueros eclesiástico y mili­tar; se reponía en sus empleos a los que se habían negado a jurar la Constitución de 57 Y se restablecía la Corte de Justicia a la situación que tenía antes de Juárez. Todas las medidas eran negativas, casi podríamos llamarlas "de­fensivas", sin fuerza nueva.

La marcha era tan arrolladora, que el general Artea­ga, cuando vio que se acercaba el ejército Regenerador a Querétaro, optó por salir rápidamente a buscar a Pa­rrodi 12 de febrero celebrando así triunfalmente su entrada los vencedores. Una acción de gran importancia era inminente: Parrodi había salido de Guadalajara para reclutar a los hombres que formarían el ejército de la Coa­lición. Su avance hacia el norte llegó cerca de la capital de San Luis PotosÍ. Luego volvió hacia el Bajío, con siete mil trescientos hombres y treinta piezas de artillería. Esos tenía al fortificarse en Celaya, mientras Osollo comanda­ba tres mil hombres con diez y ocho cañones, después de la fuga de Arteaga. Todavía Parrodi decidió avanzar has­ta Apaseo, convencido de que con sus escasas fuerzas el gobier?~ de México no podría dar batalla y después re­trocedlO a Cel.aya. Por fin Zuloaga pudo enviar refuerzos, con l? que b~Jo las órd.enes de Osollo, Miramón y Mejía, estuvIeron almeados cmco mil cuatrocientos hombres y cuarenta piezas de artillería. Puede decirse que en ese mo­ment,o, ;mpezó la batalla que decidiría el destino de la CoahclOn.

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Osol1o hizo una falsa maniobra, simulando marchar­se con todos sus efectivos fIImbo a Guanajuato. El con­trario, queriendo cortarle el paso, dejó sus posiciones y salió a perseguirlo: se dio cuenta tardíamente de que esa maniobra lo había comprometido, y entonces a su vez se retiró a Salamanca. El 8 de marzo Osol1o ocupó Celaya.

Salamanca es una bella ciudad, en cuyas llanuras se comprende perfectamente lo que significa la expresión El Bajío: la inmensa extensión de tierra cultivada se corta a la distancia por un peñasco roto, recuerdo inmemorial de una explosión volcánica. Un ruinoso convento muy grande, hace presente la antigua importancia cultural de la localidad. Todavía saludan, frente a la plaza, los viejos portales amigos. Tan clara como nosotros la vimos, debió estar ese día nueve de marzo, en que de madrugada las fuerzas de Osol1o tomaban posiciones. La superioridad de su artillería, que empezó a disparar a las dos de la tar­de y calló sus fuegos a las seis, dio el resultado que discre­tamente acepta Cambre: "este día hubo en las filas libe­rales algún desorden que pudo contenerse al cerrar la no­che" .

Parrodi, creemos que desesperado, tomó la iniciativa al día siguiente : con cargas de caballería quiso romper el frente contrario, que estaba distribuido bajo los siguientes mandos: ala derecha, general Cánova; al centro, general Miramón; ala izquierda, general Manero; reservas, tro­pas de caballería del general Mejía. La carga de la caba­llería liberal estuvo a punto de arrastrar las fuerzas de Cánova, pero Miramón se desprendió de algunos de sus efectivos y cubrió la derrota. Parrodi, sin embargo, insis­tió en cargar más tropas de caballería contra el lugar ya reforz~do: el coronel Calderón dirigió ese ataque con mu­cho bnllo y denuedo, pero entonces Osollo envió sobre la

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columna las reservas de Tomás Mejía. Todos los perfiles de las viejas batallas aparecieron en el choque de estas caballerías: la audacia individual, el valor personal, la capacidad de resistencia, la habilidad física para herir al contrario. Heroico se portó Calderón, como Mejía, pero fue herido varias veces, cayó del caballo, no fue secundado por sus auxiliares y pronto Parrodi se dio cuenta de que nada quedaba por hacer al ver sus batallones que se des­bandaban y detrás de ellos al enemigo con sus temibles lanzas. Gracias a que dos mil infantes todavía resistieron, pudo salvar algunas piezas de artillería y retirarse, per­seguido hacia Irapuato y Silao donde ya pudieron descan­sar, y luego hasta Lagos, el día 13.

Desde Lagos, cuando Parrodi vio que el avance del Ejército Regenerador no se contenía con acciones de reta­guardia, envió ingenieros a Guadalajara para que la ciu­dad fuera fortificada y llegó el día 18 apenas con mil hombres y escasa artillería. El anterior, la ciudad había sido declarada en estado de sitio. Para ayudar al ejército de la Coalición, J uárez nombró al vencido, Ministro de Guerra y Marina con lo que sus facultades quedaban am­pliadas. La ayuda que Juárez daba no le ha de haber pa­recido muy efectiva a Parrodi, pues declaraba en una jun­ta de guerra que no había fortificaciones ni dinero, ni vituallas y que lo único honroso era capitul~r. Y como sin que ya nadie los detuviera, estaban sobre Guadalajara los. ~el Ejército Regenerador, allí dejó el Presidente a su ~lmstro d~ Guerra p~ra ver qué hacía y "determinó sa­hr de la clUdad... sm que se supiera en el público" (Cambre ) .

La madrugada del 20 salió J uárez; se suspendieron las obras de fortificación y el 21 a las cinco de la tarde , empezo a correr el término de un armisticio de cuarenta

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y ocho horas, que se había negociado entre vencidos y vencedores. En el transcurso de ellas, se firmó la capitu­lación a fecha 23 de marzo: Osollo se comprometía a "excitar a los jefes de las partes contendientes para que se forme el pacto de concordia mexicana y unión del ejérci­to"; se estipulaba, además, que no serían perseguidos los contrarios políticos, la expedición de salvo-conductos a los vencidos y un plazo para que se acogieran a las capitula­ciones las fuerzas de Guadalajara.

Miramón, como segundo jefe del Ejército R estaura­dor de las Garantías, supo del grato sabor de esta victoria y de la generosidad con los vencidos, y el día 30, después de establecidas las autoridades civiles en Jalisco, después de publicarse las leyes de Zuloaga, después de una solem­ne misa en Catedral, salió al frente de dos mil hombres, a combatir hacia el mineral de Zacatecas .

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XI

Aquí tenemos que observar un hecho grave; mientras Oso110 y Miramón alcanzan victorias y conquistan terri­torio, alargan sus líneas y con un menor número de hom­bres tienen que cubrir más amplias demarcaciones. Se ha­brá notado que en la batalla de Salamanca, había algunos centenares menos de soldados del Ejército Regenerador que del Coaligado. Ahora que sale Miramón hacia el mi­neral de Zacatecas, sus efectivos son una tercera parte de los que tenía el ejército en Salamanca.

La llegada a Zacatecas se hizo sin mayor novedad: el día 10 de abril, ocuparon los regeneradores la ciudad y volvió Miramón a mermar sus elementos para dejar al general Manero, a Landa, a Gallardo, Dreschi y Aduna, con seiscientos hombres de guarnición en el mineral, mien­tras marchaba a posesionarse de la ciudad de San Luis Potosí. Se dice que haber dejado a tanta distancia de cual­quier socorro una guarnición tan reducida, fue un error de Miramón. No iba a dejar al grueso de sus tropas, ya bastante mermadas, en la vigilancia de una población, cuando lo que se proponía era ir en busca del enemigo y batirlo.

Lo encontró en Puerto de Carretas -17 de abril-,

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a siete leguas de San Luis Potosí, parapetado en espera del ejército en marcha.

No eran los vencidos soldados de la Coalición los que estaban delante: nuevas fuerzas aparecían .en la his­toria de México, hombres de frontera, .endurecldos en la batalla contra la ruda naturaleza y en la Implacable guerra contra los bárbaros, guerra sin piedad y sin cuartel, que todavía recuerdan los viejos de esas zonas; se resolvió esta disputa muchos años más tarde y a un precio muy alto: el total exterminio de importantes grupos indígenas, configurando la crueldad de la lucha el espíritu de los partici pan tes.

La batalla fue terrible : pudo más la capacidad del comandante metropolitano que el valor y el número de los norteños. Que fue encarnizada la batalla, se demuestra al saber que las tropas de Vidaurri y Zuazua fueron des­alojadas de sus fortificaciones, parte por el ataque a su flanco que dirigía con las tropas de infantería Miramón, parte por la efectividad de su artillería a las órdenes del general Eligio Ruelas, que despedazaba los puntos de de­fensa antes de la llegada de los infantes. Casi tomada la posición, pudieron las tropas del norte volverse a organi­zar y rechazaron al jefe R egenerador. Volvió a empezar la batalla, volvieron a ser batidas las fuerzas de Zuazua y !'1i.ramón quedó dueño del campo, al precio de grandes perdIdas. Aunque esa noche entraría a la ciudad de San ~uis, conviene hacer notar que por la escasez de sus efec­tivos, no pudo perseguir al ejército del norte ni destruir­lo; la consecuencia de esto habría de ser algo terrible. . ~uazua, c~n cuatro mil hombres y once piezas de ar-

bUen a, ~e lanzo sobre Zacatecas, defendida por los esca­sos contmg~nt~~ que hemos descrito; despedazó las de­fensas, pefSlgmo a los supervivientes hasta la cumbre del

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cerro de la Bufa y éstos capitularon atenidos a las leyes de la guerra que en general se observaban, a la buena dis­posición de los jefes militares para no fusilar a sus con­trarios casos de Comonfort, Parrodi , J uárez, etc. y además a la calidad humana todavía no corrompida por las pasiones políticas. Zuazua no entendía nada de esto; "se había distinguido. .. en sus luchas contra los indios salvajes" ; su grado de civilización era ínfimo y el ambien­te que lo formaba muy duro: a él le pareció lo más co­rrecto fusilar a todos los jefes capitulados 28 de abril , volviendo de ese modo lo que era una guerra decorosa, una implacable catástrofe sanguinaria que envolvería al país, arrastrando, a la larga, a los mismos Zuazua y Vi­daurri.

Osollo, desde el 8 de abril, llegó a la ciudad de Mé­xico, enfermo, pues la campaña la había hecho en preca­rio estado de salud. Parte de su división, entró a la ciudad el 22 del mismo mes. Pero por la forma en que los aconte­cimientos se desarrollaban, no vamos a creer que la sola enfermedad había determinado el viaje del joven caudillo a la Metrópoli, más cuando aquí tuvo frecuentes visitas del Arzobispo y el Presidente. El problema era otro y cada día resultaba más claro; la campaña militar, era insufi­ciente para controlar la situación. Había en el ejército R egenerador un buen número de militares de alta rrra­duación, pero no gratuitamente se dejaba en manos d t dos de los más jóvenes, Osollo y Miramón, ambos menores de treinta años, el mando de las fuerzas en trabajo de bata­lla. Si se piensa sobre esto los hechos son adversos al movi­miento R egenerador hasta en el aspecto militar: o los otros mili tares no eran de fiar o como hemos visto en los sucesos relacionados con el Plan de T acubaya carecían

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del espíritu necesario para batirse por los principios pro­clamados.

Pero había algo más: Zuloaga promulga sus decretos y se queda en la Metrópoli gobernando con inconrnov!ble indiferencia. Lo que hace todo gobernante que qUlere consolidar una situación política, o sea, desarrollar una gran actividad política, es lo que por ningún lado se en­cuentra en el titular del gobierno Regenerador. Casi nos atrevemos a decir que la derogación de las leyes persecu­torias, es un paso que da con la confianza de que la propia dinámica de las circunstancias dará vida a los nuevos de­cretas; también se trasparenta la idea de que hay la es­peranza de que el movimiento político quede transforma­do en una pseudo-mística con fundamento en la religión católica y que se quiere descansar sobre los hombros del clero una actividad política de agitación que no le com­pete y sobre cuya capacidad se tienen lecciones adversas en los tiempos de Comonfort. Ni otro modo de ser podía esperarse del presidente Zuloaga: era liberal, se había dado cuenta de los horrores de llevar esas ideas a sus últi­mas consecuencias y entonces había reaccionado. Un sim­plista reaccionario típico, con la incapacidad creadora de ~stos, con sus limi taciones, con su escepticismo: ese era el Jefe de la revolución Regeneradora. . E!l c~mbio, por parte de sus opositores, los revolu­clOnan~s hberales, la situación es muy distinta. Desde lue­go se tlenen que mencionar dos grupos: el de los del Centro del país, más ideóloo-os más resentidos más im-b 'd' ~ , ,

UI os en Ideas. teol?gicas, aunque negativamente era e~ grup.o. de los)acobmos , también más pobres y de téc­mc~ ~l11htar mas atrasada son los grupos que no pueden resls.tlr los ataques del ejército de línea y el grupo de los hberales del Norte que eran algo distinto: no actuaban

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tanto en función de anticlericalismo, de resentimiento, sino en forma más natural, podríamos decir más saluda­ble, movidos por cierta ruda euforia individualista, por cierto propósito un poco exagerado de asentar victoriosa­mente sus personalidades. Es en esos días cuando su más alto caudillo, Vidaurri, los pinta con mano maestra: "son de estos sentimientos, porque son propietarios, conocen sus derechos y de una vez quieren poner punto a las discordias para ocuparse de sus trabajos y disfrutar de una vida tranquila en el seno de sus familias. .. y van esos ciu­dadanos-soldados sin echar mano a las tropas destinadas a la persecución de los bárbaros que frecuentemente nos hacen una guerra asoladora ... ".

Osollo venía fundamentalmente a arreglar sus pro­blemas con el único con quien podía hacerlo, con su go­bierno; aquí preparó un plan de operaciones, fundado en no sabemos qué ofertas, y lo vemos salir el 15 de mayo para hacerse cargo de la campaña del interior. Simultá­neamente, el gobierno dicta leyes para hacerse de fondos, que encuentran gran oposición y provocan reclamaciones de los ministros de los extranjeros afectados, especialmen­te del de los Estados Unidos.

Con mucha lentitud , con sobradas preocupaciones, el jefe de la campaña del interior pasa en camino los úl­timos quince días de ese mes. Unido a Miramón, entra en San Luis Potosí: "son coronados por las señoras, felicita­dos por las autoridades y recibidos con gran júbilo yaplau­so" 30 de mayo . Allí acuñan moneda de cobre hasta la cantidad de diez mil pesos: la campaña del interior, por los datos que vamos dando, carecía de bases econó-

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micas y la solución de sus problemas quedaba en manos de los generales en el campo de operaciones.

En cambio, Degollado y Ogazón, en los meses de abril y mayo logran levantar en el sur de Jalisco y Colima un ejército de dos mil quinientos hombres, "bien armados, medianamente municionados y vestidos" (Cambre) y se proponen recuperar Guadalajara. Como no tenían artille­ría, establecen el primer contacto para una maniobra mili­tar con las tropas fronterizas: Zuazua, de mala gana, pres­ta varios regimientos de rifleros, a pie y a caballo y los cañones que se necesitaban para sitiar la capital de Jalisco. Los rifleros del norte que aquí aparecen, dotados de ar­mas norteamericanas de repetición, aportaban un aumen­to notable en la potencia de fuego de las tropas liberales. Esta potencia de fuego es de tal naturaleza que Cambre llega a decir: "no se dejó de pelear un solo día, esparcien­do el terror los rifleros del Norte por todos los vientos de la plaza, a donde dirigían sus certeras punterías" . La pla­za estaba a punto de caer: la defendían buenas fortifica­ciones, cuya primera línea fue sin embargo perforada en cruentos combates, que empezaron el 3 de junio y dura­ron hasta el 21, cuando Degollado levantó el sitio. ¿ Por qué no persistió en el asedio, hasta ocupar la ciudad?

Había informes en el campo liberal de la salida del general Miramón de San Luis Potosí hacia Guadalajara: tres mil hombres y catorce cañones eran los efectivos de q~e estaban dotadas sus fuerzas, según los liberales. Tres dlas antes de tener encima el a taque de Miramón, con muchas precauciones se retiró el ejército sitiador hacia el sur, por el rumbo de Ciudad Guzmán .

. ~? dejaremos que se marche, convencido de la im­poslbllidad de derrotar al joven caudillo, mientras asisti-

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mas a una ceremonia en la ciudad recién r ertada: el día 25 la catedral de Guadalajara está de lu o y en sus naves sube el eco de los responsos. Un hombre a muerto, mien­tras el ejército marchaba al combate: 1 espada, inmóvil, reposa en el catafalco; la espada que dejara caer como última voluntad en las manos de su ami Miramón. Hace siete días de esta tragedia: por eso no salió el nobilísimo Osollo al frente de las tropas: quedaba en cama, enfermo, en espera de noticias. Yana las recibió, sino el último sa­cramento. Tristísimo está el segundo jefe por la muerte de su amigo, mientras de rodillas musita requiescat; tristísi­mo el ejército Regenerador, que bate sus tambores enluta­dos y esa misma tristeza recorre la República, sin distin­ción de bandos, por la intacta grandeza del recién fallecido. Pero no es tiempo de llorar.

Al día siguiente, sale el ejército de Miramón a al­canzar a los que van de retirada. Hay que recorrer los ca­minos que éstos ya pasaron y en seis días, se empareja con Degollado, a doscientos veinticinco kilómetros de la Capi­tal de Jalisco, en la barranca de Atenquique.

El excelente manejo de la artillería inutiliza la supe­rioridad de fuego de los rifleros del Norte: los batallones de Monclova, Galeana y Lampazos, el de Hidalgo, el 59 de Línea y el de Aguascalientes, fueron los que recibieron las primeras cargas del ejército Regenerador. Tomar una posición que está defendida por una barranca de quinien­tos metros de profundidad, a la cual se tiene que bajar para subir combatiendo por el otro lado, esto es lo que hicieron las tropas de Miramón, mandadas en las acciones más ardidas, por el mismo Francisco V élez del que nos ocupamos en los sucesos de Puebla. Los historiadores li­berales, tienen que aceptar que desde el punto de vista

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técnico, la batalla de la Barranca de Atenquique fue ga­nada por los Regeneradores: validos de la noche, se reti­raron los soldados de Degollado. Bien habla de los terri­bles fuegos de artillería que los habían acosado, la frase de su parte que dice: "estimo como un favor del cielo que se conserven sanos y salvos el señor general Núñez y el te­niente coronel del 2 9 de rifleros de la frontera, D. Mariano Escobedo, pues a los dos les mataron los caballos con bala de cañón". De nuevo lo limitado de sus efectivos impidió al vencedor emprender la persecución del ejército que se retiraba. Además, aumentaba en el ejército Regenerador la cuenta de infortunios: con muy superiores fuerzas, Zuazua se apodera de San Luis Potosí y los rumores eran que, aparte de la debilidad de las tropas defensoras, había habido división entre sus jefes.

Esto era muy grave. Aunque Miramón había sido nombrado Jefe del Primer Cuerpo de Ejército de Ope­raciones, con fecha 30 de julio, se daba cuenta de que era indispensable su presencia en México. Retrocede enton­ces de Ciudad Guzmán a Guadalajara, organiza su defen­sa, pues será sin duda de nuevo atacada, sabe que en el gabinete de Zuloaga ha habido cambios mientras toda la línea norte de su frente se estremece en combates y llega a la Capital 28 de julio tanto para pedir ayuda como para organizar una nueva campaña del interior.

Su prestigio había crecido en un semestre increíble­mente. Ya era una figura nacional. La misma frase bur­lesca con que lo apodaran sus adversarios significaba res­~eto: .IP Joven M aca?~o . Pero ya vemos también que su s~tuaClon e~taba condICIOnada por fuerzas histórico-polí­ticas supenores a su voluntad personal. E iba a ascender a los mas altos puestos por el fatal impulso de esas fuerzas.

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XII

Casi dos meses pasan mientras se reponen de sus pérdidas los ejércitos que hemos visto luchar. Pocos días dura Miramón en la Capital, y el 1 9 de agosto sale otra vez al norte, a combinar sus operaciones directamente contra las tropas de Vidaurri. Pero para tener elementos suficientes, tiene que dictar leyes de emergencia, ya que las aportaciones del centro son ineficaces: como ejemplo de esto leemos el decreto en que se agravan las penas para la recolección de armas, que publica en Guanajua­to el día 13. Ese mismo día, el gobierno del centro hace nuevos esfuerzos desesperados para adquirir el numerario de que carece. En Guanajuato, el general procura que se le reúna la mayor cantidad posible de tropa: tiene cuatro mil hombres y cree que se reunirán mil doscientos de Márquez que acaba de regresar del destierro y ocho­cientos de Mejía. Sigue el resto del mes haciendo movi­mientos para aumentar sus efectivos.

Por su parte Vidaurri se ha ido al norte, con el mismo objeto que Miramón al sur. Lo encontramos entrando de nuevo a San Luis Potosí, mientras su adversario se organi­za. Al saberlo J uárez, le escribe: "aumentado nuestro ejér­cito con el resto de las fuerzas que V. trajo y dirigido

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por las acertadas disposiciones que V. sabe dictar, consi­dero, seguro que Miramón recibirá un golpe, que será decisivo pa. la causa de la libertad, porque entonces V. marchará sin obstáculo hasta la capital de la República".

Vuelve a aparecer don Miguel en Querétaro el31 de agosto: sus informes sobre Vidaurri son un poco vagos, pues cree tendrá entre cinco y siete mil hombres para de­fender la capital potosina y aproximadamente cuarenta piezas de artillería; él tiene cinco mil quinientas plazas y treinta y siete "piezas excelentes de artillería". En ese cho­que, espera terminar la campaña del norte. Y se dirige so­bre el enemigo, que prefiere retirarse a gran prisa; entra en San Luis el día 1 2 de septiembre.

Esa retirada lo llena de júbilo muy grande, ya que de todas maneras deja ver la inseguridad de los contra­rios : a cien kilómetros, éstos se fortifican en Ahualulco. El perseguidor tiene que detenerse en la Capital evacuada, pues de nuevo carece de fondos a pesar de que el gobier­no del Centro impone contribuciones extraordinarias a granel y exige alcabalas, llegando a gravar inclusive el maíz. Aliviada un tanto su situación económica por medi­das propias, sale a batir a los norteños.

Vidaurri confió demasiado en sus fortificaciones y en cambio Miramón en su movimiento ofensivo: el prime­ro fue flanqueado por el lado izquierdo, con tropas al ~ando de 1árquez, DÍaz de la Vega y Vélez, con efec­t~:,os hasta de tres mil hombres, mientras que Miramón f~Jab~ al enemigo mediante un ataque frontal, con la ar­tlllena y las caballerías de Mejía. Este fue un combate de corta duración: a las tres horas, las tropas de Vidaurri abandonaban l~s p~estos fortificados, treinta cañones, que eran toda la artlllena, y carros de aprovisionamiento, pero muy escaso número de prisioneros. Esto hace suponer que

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Vidaurri ordenó en lo posible la retirada cuando vio que la resistencia le habría servido sólo para perder el ejército. Tampoco puede Miramón perseguir ahora a los fugitivos: "la falta de recursos me obliga a regresar a San Luis y de allí yo marcharé para Zacatecas", escribe en carta íntima. En aquella ciudad lo encontramos el día 1 l .

Antes que sigamos adelante, conviene conocer el es­tado de ánimo del caudillo: allí está su carta del 1 2 de septiembre a la novia, que nos habla muy claro: "tengo la pena de anunciarte que la fortuna parece que no acom­paña a nadie sino a mí, porque tú no puedes ignorar los acontecimientos de Tampico, Aguascalientes y Huauchi­nango; y como yo no puedo estar dondequiera, temo, a la larga, cansarme (de me lasser ) y tener que tomar la re­solución de salir del país"; los traductores mexicanos de la obra de Daran, dicen: "temo llegar a cansarme y verme obligado a dejar este país".

Que tenía razón ese pesimismo lo confirmamos a los pocos días, cuando las fuerzas liberales de Blanco llegan en la capital de la República hasta las calles de San Cos­me y hasta la espalda del Palacio día 15 y son recha­zadas en una confusa batalla y perseguidas por el general Piña. Desde que las tropas liberales amagan la ciudad, el gobierno de Zuloaga telegrafía al caudillo: recorre en sesenta horas los quinientos kilómetros que separan las dos capitales, marchando noche y día, acompañado por su es­tado mayor armado de rifles. El 20 llega a la Metrópoli, cuando el peligro ha desaparecido, pero también cuando todos sus planes para ir en seguimiento de Vidaurri, esta­ban dislocados.

Ya en México, arregla asuntos personales que nos ocuparán páginas adelante y sabe día 27 que la ca­pital de Jalisco ha sido ocupada por las fuerzas de Dcgo-

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llado después de treinta y un días de sitio y que los jefes de la defensa han sido asesinados; tampoco pudo hacer nada en ayuda de sus compañeros de Guadalajara por los sucesos de México. En cambio de tantas malas noticias, el 29 recibe una cruz y una espada de honor por la victo­ria de Ahualulco y vuelve a salir en noviembre 10, porque ya va resultando que es el único que puede dar batallas triunfales.

Corre a San Luis, deja a V élez apenas aliviado de sus heridas de Ahualulco al frente de la plaza; moviliza sus tropas que están distribuidas por el ancho frente del norte, las concentra en Tepatitlán 8 de diciembre , en donde ofrece el indulto a los que se unan al ejército Regenerador conservando sus grados los que así lo hicie­ren; toma medidas para evitar el éxito de los préstamos forzosos de las fuerzas liberales y avanza contra Corona­do que se encuentra en Zapotlanejo; el movimiento en relación al suyo es el que normalmente se ha visto: las tropas de Coronado se retiran hacia el puente de Tololo­tlán, fortificado y protegido por el río.

El II llega a tomar contacto con el enemigo, batién­dolo ferozmente con su artillería. Dos veces quiere for­zar el paso del puente y ambas es rechazado entonces se retira y desenvuelve una maniobra de cerc~. Al día si­guiente forzó el paso del río en Poncitlán, estableció una cabez~ ~e puente y pasó la artillería, ochocientos jinetes y dos rrul mfantes 13 . A cinco kilómetros de Poncitlán, e~ el pueblo de San Miguel, alcanzó el día 14 a cuatro "}II homb~:s 9ue fueron ?atidos y perseguidos veinte ki­l?metros, dejando en mI poder varias piezas de artille­na, armas, parque y un sinnúmero de prisioneros", dice en su parte de 1 6 ~e diciembre y agrega en carta parti­cular que el enemIgo había perdido "28 cañones, 500

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prisioneros, 80 fusiles, muchas municiones y han perdido muchos hombres muertos y heridos". Las fuerzas que de­fendían el puente y todo el frente de las tropas liberales se quebrantó, retirándose con su jefe Degollado por el camino de Guadalajara hacia Colima.

Entra Miramón a la ciudad abandonada el 15 Y lan­za dos proclamas, una a la población y otra a sus tropas: lamenta no haber podido llegar a tiempo para socorrer a

• sus amIgos y agrega: "En menos de tres meses habéis librado dos batallas

campales, en las que vuestra disciplina y valor os han da­do la victoria; habéis atacado fuertes posiciones, atrave­sado ríos defendidos por un triple número de soldados enemigos, batiéndoos en una proporción de uno contra tres; habéis llevado siempre vuestras armas triunfantes, y vengado la sangre de vuestros jefes y hermanos vilmente asesinados. ¡Soldados! Me enorgullesco de manda-ros ... "

Restablece las autoridades civiles y pone de nuevo en movimiento al ejército para alcanzar a los fugitivos. Dice en una carta íntima a San Luis Potosí:

"En estos días de combates ... el último me ha cos­tado muy caro: recibí un balazo en la pierna izquierda, cuatro dedos abajo de la ingle; el golpe fué tan violento que creí me había roto el muslo, pero quiso mi buena suerte, o mejor dicho la Providencia, que la bala se en­contrara con el botón de plata de la bolsa de mis cha­parreras; y si a esto se agrega el espesor del cuero, resul­tó que la fuerza de la bala resultó amortiguada y sólo me causó una fuerte contusión, de la que estoy completa­mente curado, como podrás juzgarlo por las treinta y dos leguas que ayer hice a caballo, más las que anduve en di­ligencia" .

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El jefe liberal se había vuelto a detener en Aten­quique y Beltrán, las célebres barrancas, también confiado en sus fortificaciones. Pero Miramón no quiere repetir la batalla de la cual vimos que escapó el ejército sin que pudiera destruirlo: rodea las posiciones, que es cruzar barrancas, atravesar ríos, pasar bosques con todo y caño­nes e impedimenta . Muy bien llevada toda la maniobra, captura la ciudad de Colima, es decir, corta la retirada de los liberales día 25 y se regresa para tomarlos por la retaguardia.

Degollado ha comprendido tardíamente lo que pasa y cambia el frente de su ejército: ambos se encuentran en San Joaquín y fuera de posiciones el jefe liberal tiene que aceptar la batalla día 26 . Reñidísima, dura hora y media pero significa la completa derrota del cuerpo que perseguía Miramón. Aparte de las sangrientas bajas, todo el equipo, toda la artillería quedó en manos de éste. Ni siquiera hubo posibilidad de organizar una retirada; por distintos rumbos escaparon, dispersos, los vencidos: las barrancas no servían de fortificación, sino de penoso ca­mino donde resbalaban los caballos de los fugitivos. Años más tarde, otro gran militar, Ramírez de Arellano, habría de escribir esta breve frase que recordaba la actitud del vencedor: "parecía dichoso en medio de las batallas".

Quedaría incompleta la figura del Caudillo si no re­cordáramos aquí esta afirmación suya: "En los mil lances de armas que he tenido, no recuerdo uno solo en que du­rante la batall.a n? me hubiere ocupado constantemente en rezar el TnsaglO, y esto, sin dejar de cumplir con mi deber de soldado". (Publicado por La Voz de México de 1 de agosto de 1878 ).

Al regresar a Guadala jara 3 1 de diciembre 1858 encontró los papeles de su despacho de general de

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división, de fecha 22, "por los importantes servicios pres­tados a la causa del orden" y los "muy particulares" de la campaña de Guadalajara.

Pero volvía a estar sin dinero: impuso a la ciudad un préstamo de cien mil pesos. Ni tenía otro lugar de donde tomarlos ni otro modo. La situación de la Capital de la República, una vez más, lo iba a retirar de la gloria de sus ba tallas.

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XIII

La combinación militar mediante la cual el Gobier­no de Zuloaga tenía planeado terminar por su victoria con la guerra civil, entregó la campaña del norte al ge­neral Miramón: cómo iba realizándose ésta lo hemos visto en capítulos anteriores. Pero también era indispen­sable resolver el problema de Veracruz: allí estaba Juá­rez, después de las peripecias de sus fugas, ostentando el título de Presidente de la República, por supuesto ya en contra de artículos expresos que citamos, de la misma Constitución que decía defender.

Para resolver este problema, era necesario organizar otro cuerpo de ejército, llamado de Oriente, para atacar su objetivo en esos mismos días, cuando los calores de la costa eran menos intensos. Al frente se puso al gene­ral Miguel María Echegaray, hombre hasta entonces de las confianzas de Zuloaga, que por cierto tenía sólo en su favor la hazaña de haberse apoderado del fuerte de Perote. Y salieron las tropas, equipadas con muchos sacri­ficios y el 21 de diciembre estaban en Ayoda, a unos kiló­metros de la Capital.

Allí se pronunció contra el Presidente, amenazando

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con aprovechar las fuerzas a sus órdenes para el triunfo de sus personales predilecciones, lanzó un Plan con su pro­pio apellido en el que acusaba a Zuloaga de inepto y dos días más tarde la guarnición de la Capital de la Re­pública a su vez se pronunció por el Plan de Echegaray aclamando como jefe al Gral. Manuel Robles Pezuela: había fructificado una idea funesta , la de formar un ter­cer partido que reuniera las antítesis, y estos hombres eran los que se creían capaces de negociar la paz. Zuloaga, muy práctico, declaró que si él era obstáculo se retiraba, y entonces Robles Pezuela admitió la bastante forzada dimisión y quedó provisionalmente al frente del Gobier­no. i Lo que habrá agradado en Veracruz la medida de los mediadores!

El I9 de enero de I859, para resolver la situación, se reúne la Junta de Notables según procedimiento consue­tudinario para nombrar nuevo Presidente de la Repúbli­ca como lo requerían las circunstancias. La votación es reveladora: Miramón, general de veintisiete años, es fa­vorecido con cincuenta votos: Robles Pezuela, caudillo de la conciliación, obtiene cuarenta y seis. Zuloaga por supuesto ya no figura como posible presidente. Pero es bueno señalar, por lo que vamos a ver más tarde, que el partido de la conciliación casi obtiene la misma cantidad de votos que el de la acción núlitar. Y que éste, después de volver los ojos a todos lados, sólo encuentra como po­sible defensor la joven espada vencedora de Miguel.

Como en esta elección Miramón no tuvo la menor influenci~, como inclusive podemos afirmar que no supo de ella SInO hasta ya realizada es necesario conocer la . , , reaCClOn del Caudillo mientras se desarrollaban los acon­tecimien~os. a muchas leguas de distancia suya. Al saber del mOVImIento, con fecha primero de enero y precisa-

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mente cuando se le designaba presidente, escribía en una proclama en Guadalajara:

" ... no habiendo trabajado sino por los verdaderos intereses de mi Patria, si tan caros objetos se obtuvieran por los medios pacíficos y de conciliación que ahora tan falsamente se proponen, los preferiría aun cuando la san~ gre derramada por beneméritos Jefes y Oficiales se con­siderara estéril, porque contándome en el número de los que sean más adictos a los grandes principios de orden y estabilidad, que son los únicos que hacen vivir la indus­tria, el comercio y las artes, aunque tuviera recuerdos do­lorosos por los amigos que han muerto siguiendo sus ban­deras, los reservaría sólo en el fondo de mi corazón ... La obra tocaba ya a su término ... pero las viles aspira­ciones de unos cuantos hombres que no abrigan otras ideas que las de su propia conveniencia e interés, ha retar­dado tan fundadas esperanzas. .. creo de mi deber con­trariar con toda la fuerza de mi voluntad y con las armas que me obedezcan, la asonada que ha tenido lugar en México; porque no sólo la considero contraria a la opi­nión de sus buenos hijos, sino absolutamente perjudicial a la nacionalidad de la República. .. al manifestar a la N ación con la franqueza que me es característica, la reso­lución invariable que he adoptado de sostener el Plan pro­clamado en Tacubaya el 11 de enero del año próximo pasado, me sujeto al severo juicio de mis conciudadanos y arrostro todas las consecuencias que puedan sobrevenir­me ... y para esto cuento con la cooperación de todas las clases de la sociedad que estén por un gobierno de orden y estabilidad".

En cambio, dirigiéndose a Robles Pezuela, dice:

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"El Plan de V.E. es inoportuno, impolítico, contra­rio a la opinión de los buenos hijos de México y abso­lutamente perjudicial a la nacionalidad mexicana. En el Plan que V. E. me ha adjuntado, no se percibe sino la defección de un general y el triunfo del mismo partido a quien por un año he combatido ... Las grandes priva­ciones que han sufrido los valientes subordinados a quien tengo el honor de mandar, y demás empleados públicos por la falta de recursos que V.E. asegura que el señor Zuloaga no supo crear ni proporcionar, provienen en su mayor parte de no haber cumplimentado el señor Eche­garay las órdenes que se le dieron para la toma de Vera­cruz, pues este puerto le habría facilitado los recursos pecuniarios que necesitaba para salir del estado precario en que se hallaba" (Cuevas).

Se apresuró Miramón a organizar sus fuerzas en Gua­dalajara. Decidido a marchar sobre México, pero des­confiando de todos, envió como avanzada con los bata­llones 2

9 y 49 a sus hermanos Mariano y Carlos. Para es­tabilizar el gobierno de Jalisco, nombró el 8 de enero a Márquez Gobernador y Comandante General de ese De­partamento. El día 10, estuvo a punto de morir en la voladura del Palacio de Gobierno del Estado: "al prin­cipio dice Cambre aquella desgracia causada por el descuido o la imprudencia, se presumió ser una obra de l~ explosión de una mina de pólvora preparada por los lIberales, antes de salir de la ciudad y aún hubo quien pretendiera. demostrarlo; pero el general Miramón, que pudo. explotar en desprestigio de sus enemigos semejante espec.le, con franqueza que lo honra, se apresuró a des­mentIr esa aseveración en el siguiente documento:

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" ... Hoya los tres cuartos para las once de la maña­na, se ha incendiado e! parque que se hallaba en e! Pala­cio de Gobierno, volando el edificio y produciendo una detonación terrible ... ha sido preciso una escrupulosa vi­gilancia de la tropa para evitar que muchas personas no­tadas como pertenecientes al bando demagógico, no fue­sen inmoladas por e! furor popular: en los momentos de! conflicto se creyó e! incendio obra del bando caído. Co­mo el lamentable suceso de hoy pudiera referirse en esa ciudad de una manera extraña, me apresuro a rectificar las especies ... ". La misma versión es sostenida por Da­rano En cambio, e! periódico citadino Diario de Avisos, prohija la contraria.

Ileso de! accidente, se pone en camino para la Ca­pital con un poderoso ejército : tres cuerpos de infantería, dos de caballería, cuarenta cañones I2 de enero . En Tepatitlán le informan que ha sido nombrado presidente. Continúa su sombría marcha para México, lleno de irri­tación y desilusiones. Ya en la Metrópoli se ha conocido su decisión. Por si esto no fuera suficiente, manda a Ayes­terán con nuevos pliegos que la hacen más clara; éstos son conocidos e! I8. Era mucho general Miramón para que se le pudiera discutir entre generales, y la guarnición de México lo reconoce como jefe el 20. Por fin entra e! 22 a la ciudad entre aplausos, salvas, repique de campa­nas y hasta honores de presidente. i Si con eso se pudiera alcanzar la victoria! El 24, sólo como general en Jefe del Ejército, publica una proclama terminante:

" ... Queda restablecido en todo su vigor el Plan pro­clamado en Tacubaya en I7 de diciembre de I857, y reformado en la Capital e! I I de enero siguiente, y en consecuencia sigue en e! desempeño de (presidente) de la

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M. 8

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República el Exmo. Sr. Gral. D. Félix .Zuloaga .. : He ve­nido a esta ciudad no a ocupar la pnmera maglstratura de la República, a que la revolución me llamaba, he ve­nido a indicar al ejército el verdadero camino del honor, a hacer volver sobre sus pasos a las tropas que, sin adver­tirlo orillaban a un abismo el orden nacional, restituir , el poder a manos de la persona electa conforme a un Plan político verdaderamente nacional. La obra está ~onsu­mada, creo satisfechos los deseos de los buenos meXIcanos y atendida una necesidad imperiosa de la nación ... ".

Pero la milicia no es la política y aún en el ejército el soldado es disciplinado y respeta la Ordenanza hasta el momento en que se derrumba su moral. Esto ya ha­bía acontecido en Zuloaga: si Comonfort no esperó mu­cho para dar a conocer sus reticencias y vacilaciones, si (eso' que él mismo cargaba sobre sus hombros al poco tiem­po le pareció molesto y extraño, Zuloaga, en parte hala­gadas sus ambiciones, en parte sin poder seguir otra línea de conducta, se vio con un cargo que también era muy superior a sus capacidades: la ineptitud de su adminis­tración lo demuestra y su escasÍsima eficacia como crea­dor político de un movimiento de Regeneración: No era p:or que otros muchos presidentes que había tenido Mé­XICO, pero la coyuntura en que había obtenido el poder, requería un verdadero jefe de movimiento político y esta era una dimensión que él no alcanzaba. Ahora bien, la incapacidad política de un movimiento, implica su de­r~ota ~ pes~r. de las relativas victorias militares y las puras vlctonas rruhtares, si pueden consolidar una situación, lo hacen en forma transitoria.

En muchos aspectos, la mala dirección de Zuloaga, ya había derrotado en esos momentos al movimiento Re-

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generador; su economía estaba fundamentada sobre prés­tamos forzosos, sobre contribuciones extraordinarias, que irritaban lo mismo a los pobres que a los ricos: con esto, percibía menos dinero que los liberales, porque aquéllos tenían también mucho menos escrúpulos para imponer sus sanciones y una legislación expoliatoria eficacísima: allí está de ejemplo el saqueo de la Catedral de Morelia. Las "clases altas" que dan de baja a las de la revolu­ción anterior ,hacían que subiera al máximo su indigna­ción y sus protestas con las medidas de Zuloaga y fueron las que nombraron a Robles Pezuda: esto no 10 podían fraguar ante los liberales, porque su amor, sus bienes:­y hasta su vida, estaban en peligro. Ya hemos hablado de los extranjeros, que apelaron a sus representantes diplo­máticos. ¿ Y la Iglesia?

La Iglesia, como sociedad externa, había alcanzado en tiempo de Zuloaga un mínimo de garantías: las que tiene en toda sociedad civilizada de cultura occidental sin que pOÍ' ello se tenga que decir que el gobierno es cató­lico. Pero ni sus fines, ni su técnica, ni su organización, ni la formación de sus directores, permitían que fuera lo que era el movimiento Regenerador: una actividad político­militar. Y en cuanto a la ayuda económica del movi­miento, ¿ no el implacable despojo del liberalismo la dejó sin tierras, sin propiedades, sin diezmos y hasta sin la plata y los cálices y las custodias de sus altares y no todo eso fue aprovechado para combatir a los Regeneradores? ¿No conforme los Regeneradores luchaban por el Plan de Tacubaya, se evaporaba un botín fantástico, de millo­nes, malbaratado, depreciado, en las mismas manos del liberalismo?

,. Pero había algo más, terrible para un movimiento po­}¡tIco de libertad: había cierta frivolidad en las aprecia-

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ciones políticas del pueblo mexicano. Docenas de pro­nunciamientos, cada uno encaminado al disfrute del po­der público por su titular, habían llevado a la convicción de los ciudadanos la indiferencia para los problemas de esta índole. La política era oficio de militares con mano do de fuerzas y de sus publicistas: esa mecánica del poder, había salvado al pueblo en los momentos en que los abu­sos eran insoportables, pero sin su participación. Y en el momento en que hubo un problema político decisivo, fal­tó apoyo político ciudadano para esos militares que lu­chaban y a los que se aplaudía como si formaran parte de un espectáculo. La población mexicana era católica, pero no era ciudadana y no se va a pedir a todos los cre­yentes que sean mártires, frente a la complejidad del in­terno problema de las conciencias. Y el grupo que unos años atrás se había propuesto intervenir en el problema político nacional, los conservadores, tenían que hacer esta "confesión de parte": "desde el momento en que los de­lirios democráticos han suscitado contra ellos las pasiones han abandonado la escena" y también que su conducta "le ha valido más de una vez por parte de sus enemigos la nota de indolente". (El Universal de 21 de mayo de 1 853 ) .

~unque los liberales no ciudadanizaran, sí forzaban termmantemente a aquellos que vivían en las fronteras por ellos dominados, y para las conciencias vacilantes, para los ~petitos insatisfechos, para los resentidos, ofrecían ex­pedIta la propiedad y los intereses materiales mediante una muy ~I?plia legislación contra todas las comunidades y las posIbIl~dades de apropiación de los bienes del enemigo. Ademas, contaban con un nuevo instrumento de cuya

a ~ sIgmfIcar y desde entonces significaría en la vIda nacIOnal: esto era una Constitución. 116

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TERCERA PARTE

EL PRESIDENTE MIRAMON

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XIV

En tan críticas circunstancias, inútil Zuloaga para el mando, tildado Robles de ambicioso, incapaces o medro­sos los civiles del Gabinete anterior para ocupar el pri­mer puesto de la República, designa Zuloaga provisional­mente para el poder supremo al prestigiado general di­visionario de veintisiete años. Esto era a la vez absurdo y dramático, porque Miramón, que tampocO' era un po­lítico, se encontraba con un puesto inesperado y por prin­cipio proclama un plan precario de jefe de ejército, pero no de presidente de la República. Designado el 19 de fe­brero, escribía con fecha 2 un Manifiesto a la Nación.

" ... N o ha muchos días, fuí llamado a la presiden­cia de la República. Resuelto a sacrificarme por mi pa­tria de cualquier manera, en cualquier puesto que se me señale por orden legal, no pude aceptar las consecuencias de un pronunciamiento, que pedía a Dios fuese el últi­mo que figurara en nuestra historia. Hoy me llama al Gobierno la autoridad que tiene poder para ello: Zuloa­ga y no Robles; hoy se considera mi administración como indispensable para proporcionar todos los elementos ne­cesarios a fin de hacer la campaña de Veracruz, y acepto

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porque mi anhelo es ser útil a la Patria y porque confío en vosotros que estiméis el sacrificio patriótico que hago aceptando, con el carácter de supletoria y momentánea, la investidura que antes se me brindó como estable y duradera. .. Yo protesto que no permaneceré en este puesto, sino el tiempo absolutamente preciso para remover los obstáculos que se presenten, para llevar a cabo la re­conquista del primer puerto de la R epública". El mismo lo dirá unos meses más tarde, con absoluta sinceridad: "Sucesos ajenos a mi voluntad, y verdaderamente deplora­bles, me elevaron al difícil puesto de gobernante. Ocupa­do todavía en los primeros momentos de una campaña militar, no pude estudiar desde luego los negocios del Ga­binete ... " . Era un soldado, a la mitad del infortunio de un movimiento Regenerador.

Todas las actividades del gobierno de Miramón en estos días, se encaminan a alcanzar el muy limitado obje­tivo que señala en su manifiesto. Por desgracia, repeti­mos, la nula administración de Zuloaga no estableció nin­gún orden en las zonas controladas por el ejército y los gastos requeridos por la campaña veracruzana tuvieron que cubrirse con la aplicación de nuevas medidas de emer­gencia, más graves cuanto que eran impuestas al cabo de una serie de disposiciones anteriores de índole parecida. Como la más notable puede considerarse el decreto de 7 d.e febrero, que imponía una contribución de cinco por cle~to sobre los capitales "bienes e inmuebles, empleados o ~m. empleo, físicos o morales"; el decreto, aparte de las multlples aclaraciones que requirió para su aplicación, provocó especialmente muchas protestas y dificultades.

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Ramírez de Arellano es un cronista insustituible para la campaña de Veracruz: "el Exrno. Gral. Miramón al encargarse del poder encontró el Erario exhausto", dice confirmando lo que ya hemos señalado. "Cediendo a los impulsos de su bélico carácter, no vaciló en la determina­ción que debía abrazar y prefirió con gusto ir desde luego a sufrir las penalidades de los campamentos, dejando el descanso y las comodidades del poder". No eran muchas esas comodidades, agreguemos, y se pone en marcha con fecha 1 7: la desconfianza que los acontecimientos recien­tes habían despertado en él, hizo que llevara consigo a Robles Pezuela.

Los efectivos del ejército en marcha hacia el Puerto, ascendían a siete mil hombres y cuarenta cañones. Estas cifras parecen marcar el máximo de las fuerzas reunidas en un solo cuerpo por el general Miramón. Pero sus tro­pas, eran sólo la avanzada, podríamos decir, para colocar frente a la plaza: le faltaba equipo pesado, más dinero y más tropas para emprender un combate que sirviera pa­ra forzar la poderosa ciudad porteña. Así se explica la lentitud del viaje, contraria a las fulgurantes maniobras que hemos visto en todo lo que va de la vida del caudillo. Pasa, sin embargo, por Puebla en apoteosis. Sube las tre­mendas cumbres de Acultzingo y llega a Orizaba, donde se repite la triunfal recepción. Su propósito es marchar directamente por Córdoba hasta Veracruz.

Tiene que detenerse porque el enemigo parece que espera en la región de Huatusco que avance el ejército para atacarlo por la retaguardia. Previsoramente Mira­món destaca algunas de sus tropas al mando de los gene­rales Casanovas, Oronoz y Cobos a combatir a los con­trarios en el cerro del Chiquihuite. Una desgraciada ma­niobra de Cobos trastorna los planes de la ofensiva y Mi-

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ramón en persona tiene que tomar el mando de la acción -12 de marzo en que es derrotado el opositor que se retira hacia la Soledad. Miramón galopa para alcanzar a los fugitivos.

Esa retirada implica la destrucción de los puentes "incendiando todo cuanto encontraba (el enemigo) a su paso". Volvemos a, citar a ~amírez de Arella~o que acompaña a Miramon como teruente coronel de artlllena: "Una línea de fuego y densas colunmas de humo, que hacían penosa la respiración, marcaban desde Atoyac las huellas de los constitucionalistas. .. al huir incendiaban el pasto de los campos y las humildes chozas hasta de las más pequeñas rancherías. En una extensión de catorce leguas, que hay desde Atoyac a la Soledad, todo es fuego o cenizas ... ". Entre los puentes destruídos se encuentra el del Atoyac, construído a gran costo por el gobierno vi­rreynal. Lo dinamita un artillero norteamericano que es hecho prisionero pocos momentos más tarde y fusilado a pocos pasos de su obra. No obstante las dificultades, el ejército Regenerador puede maniobrar sobre los médanos del puerto el 18 de marzo.

"La plaza se hallaba apercibida escribe Balbontín, uno de los artilleros que la defendían . Se habían cons­truído obras exteriores que cubrían las débiles murallas de ladrillo. La artillería, que era numerosa y bien teni­da, ~staba col~c~da convenientemente y asistía un buen acoplO de mUOlClOnes. La Guarnición, compuesta de tro­pas ~~ línea y de guardias nacionales, tenía buena ins­trucclOn y excelente moral. La fortaleza de Ulúa se ha­llaba en buen estado y se contaba además con una flotilla, compuesta del vapor "Demócrata" de catorce cañones y de ocho o diez lanchas cañoneras ~rmadas con cañones bomberos de a 68. Con semejantes elementos de defensa,

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difícil había de ser que Miramón pudiera expugnar la plaza; pero se temía alguna traición, pues de otro modo no se podía comprender cómo Miramón se atrevía a em­prender semejante empresa con los elementos con que contaba".

BuInes da el siguiente cuadro de las fuerzas que se iban a encontrar en acción y comenta que el ejército de Miramón se había propuesto una maniobra de sitio:

General Miram6n Guarnici6n de Veracruz

6.000 hombres 46 piezas de artillería. 4 .000 hombres 160 piezas de artillería.

Daran coincide discretamente con los autores que an­tes citamos: "llega sin dificultades bajo los muros de Ve­racruz a mediados del mes de marzo de 1859, Y aunque la artillería de sitio hacía falta, rodea (investit) la plaza y se prepara para intentar un asalto. Veracruz es una plaza fuerte de alguna importancia rodeada de murallas y flanqueada por bastiones por el lado de la tierra: por el lado del mar, está protegida por el castillo de San Juan de Ulúa, que se eleva sobre un islote, más o menos a una milla de la plaza que domina completamente. Este castillo era, al mismo tiempo que un balneario, una for­taleza armada de cañones de 80 y cuyo ataque no se po­día intentar sino secundado por una fuerza naval. Ade­más, Veracruz había sido puesta en estado de defensa y sus obras de fortificación habían sido hábilmente comple­tadas". Era tan clara la situación para los defensores del puerto, que don Manuel Romero Rubio escribía mucho antes de la presencia del ejército Regenerador ante la ciu­dad: " ... allí, están muy entusiasmados, deseando la lle­gada del Macabeo (Miramón), y si ataca como dice, no dude usted de nuestro triunfo".

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Completaremos este cuadro con lo que escribe el tes­tigo que ya hemos citado. Dice para el día 21 de marzo: "La situación del ejército era altamente comprometida en aquellos momentos ... el convoy (de auxilios) tantas ve­ces repetido, no podía incorporarse al ejército antes de veinte días y el estado hambriento de nuestros sufridos soldados no permitía esperar ni veinte horas. Al dejar de recibirse en el cuartel general de Medellín los elementos que se aguardaban de México, quedaba el ejército pri­vado también de grandes cantidades de pólvora que ha­bía mandado elaborar el general en jefe a su paso por Puebla y Orizaba. Los efectos de primera necesidad, cuando solían encontrarse en los campamentos, subían su precio por horas y llegaban a tenerlo fabuloso. La car­ga de maíz costaba en T ejería el día 17 cinco pesos y el 19 valía 30; una onza de pan costaba medio real y en esta misma proporción todos los demás efectos. Sin exa­geración la paga de general no bastaba para la manuten­ción de un subalterno, y todo esto cuando el soldado lle­vaba nueve días de no recibir un solo centavo de su prest".

El general Miramón se dio cuenta de que los defen­sores habían limpiado perfectamente el campo de batalla en torno al puerto hasta una distancia un poco mayor que el alcance de sus cañones y que era "tierra de nadie" esa zona, perfectamente batida por la metralla. Desarro­lló pequeñas op~raciones de asedio, que eran más bien una guerra d~ nervIOS que un ataque en forma. Por las no­ches, el tIroteo subía de intensidad y algunos batallones del hambriento ejército sitiador se movían en la oscuri­dad de la playa. Al ser descubiertos también se movili­zab,~n las lan~has cañoneras y hacía u~o de sus fuegos. No se emprendla nada formal sobre la plaza" dice Bal-bontín. '

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Agregaremos que los defensores, por su parte, tampo­co podían hacer "nada formal" para romper ese equili­brio de fuerzas mediante una salida. Bastaba que el ejér­cito atacante se pusiera fuera del alcance de los cañones de Vera cruz, para que la batalla estuviera estacionada. Pero todavía en estas circunstancias los liberales tenían otro aliado: el clima, mortífero o por lo menos dañino para las tropas del altiplano, como eran casi todos los soldados que iban con Miramón: era la fiebre, la disente­ría, lo que diezmaba al ejército sitiador.

¿ Por qué había decidido el general-presidente esta operación militar? La respuesta es muy difícil de dar y tienen que tomarse en cuenta diversas circunstancias: muy probablemente Miramón sintió en principio la terrible necesidad de vigorizar su régimen mediante una batalla espectacular que se tradujera en la fuga de J uárez; re­flexionaría que el Bajío, fatigado del paso de las tropas, exhausto, no podía resistir más carga; tendría presente esas líneas militares que ya una y otra vez había alargado victoriosamente hasta Zacatecas, sin que el esfuerzo se tradujera en nada definitivo. Había, pues, que ir sobre Vera cruz, reuniendo todos los elementos que fuera posi­ble, inclusive la pólvora que para ulteriores batallas del norte estaba guardada en San Luis Potosí. Además, sale entonces de la Capital, no sólo porque "cedió a los im­pulsos de su bélico carácter" como dice Arellano, sino por­que quiso adelantarse a la mala estación en la tierra ca­liente y llenar de responsabilidad la espalda de sus pro­metedores colaboradores: armas, bastimento, dinero, ca­ñones de grueso calibre para el sitio, esto era lo que se enumeraba en la oferta que hemos mencionado. Apunta Ba.lbon~ín y lo comenta Bulnes, que también el general Mlramon esperaba que algunos cuerpos de soldados de lí-

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nea encerrados en el puerto, defeccionaran al saber que el brillantísimo caudillo se encontraba frente a sus posi-. , . ciones : cuando esto no aconteclO, tiene que reconocerse que los informes recibidos por el gobierno Regenerador eran falsos o exagerados, aunque hay que tener presente que los mismos defensores d.e la plaza se inclinan a ac~p­tar que en efecto había el nesgo apuntado, que se conJu­ró a última hora.

"Cuando en lugar de recibir los auxilios que impe­riosamente se necesitaban, o la noticia al menos de su próxima llegada, tuve la de que el más decidido e~peño del Ministerio había sido impotente para proporclOnar­los", escribe Miramón, vio que la operación militar, por la incapacidad de su régimen había fracasado. Hasta el día 29 permanece frente a la plaza en las pésimas condi­ciones ya descritas y comentaremos que gracias a su pres­tigio y a la lealtad de sus oficiales, no defeccionó el ejér­cito. Pero toda espera era inútil y alargar la situación podía tener consecuencias lamentables y a las ocho de la noche fue a Orizaba, para " proporcionarse recursos con que atender al ejército, que llevaba hasta esa fecha trece días sin socorros" . Un empréstito que impuso a los co­merciantes y a los propietarios, según cuenta el mismo Ra­mírez de Ar~llano, de sesenta mil pesos, le permite resol­ver perentonamente la situación en que lo habían puesto ofertas incumplidas.

El sit!o es levantado: "Por desgracia escribe el día ~ 2. de a~ml la campaña de Veracruz, lejos de tener el eXl to bnllante que era de esperarse ha venido a ser una prue~a más de que nada valen los ~sfuerzos de unos po­~os, Si no son ay~dados por la mayoría"; una burocracia mepta, unos partidarios rapidísimos y eficaces en las pro­mesas, pero lentos, reservados o inútiles en la acción, ha-

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bían hecho fracasar el sitio del caudillo, le habían mer­mado su intocado prestigio militar y en una palabra, le habían confeccionado una derrota. .

Un día antes de que se presentara ante los muros de Vera cruz, recibió noticias alarmantes: Degollado, con otros jefes liberales, había iniciado una maniobra para atacar la Capital de la República, "habiéndolo ejecutado en cumplimiento del compromiso pactado así con el go­bierno general (J uárez) de continuar las hostilidades de la Capital aun cuando fuesen derrotados a fin de lograr que Miramón levantara el sitio que tenía emprendido sobre Veracruz". El compromiso, según Bulnes, no tenía sentido por la conocida situación militar del puerto, y le sirve al rudo polemista liberal para disertar sobre "la obra funesta del pánico de J uárez". Degollado, como lo sabe todo el mundo, aunque Ministro de la Guerra de Juárez, no era figura militar que pudiera encamar nin­guna grande hazaña victoriosa y avanzó hacia la Capital, pero traía ya pegados a su retaguardia a algunos gene­rales del ejército Regenerador, mientras otros se reunían en la metrópoli a toda prisa para dar batalla. Miramón, que sabía contaba con la cooperación de sus generales -con excepción de Márquez, que tenía ambiciones por su cuenta, la mayor parte de los jefes de ejército entonces le eran adictos pudo continuar sus maniobras en el Puerto.

No obstante que el sitio ya había sido levantado, Juárez insistió en que Degollado diera la peligrosa ba­talla de la Capital. Tan lejos estaba el mal que Juárez quería evitar, que Miramón se encuentra en Puebla el

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10 de abril y en la noche sale para México ante la in­minencia de la acción ordenada sin sentido por El Im­pasible, como lo llamó con mucho acierto mi amigo Pérez Martínez, "escoltado a veces por piquetes de caballería, que se escalonaron violentamente en el tránsito" (Are­llano ) .

El día 11 de abril, después de que las vanguardias de Degollado fracasan al intentar penetrar a la Capi­tal por el lado de San Cosme, es forzado a un encuentro en las lomas próximas a la ciudad de Tacubaya: nueve mil hombres y noventa cañones, al mando de Márquez, se arrojan rudamente contra seis mil reclutas y veinte cañones de Degollado. Los acontecimientos se desarro­llaron dentro de lo previsible: éste padeció una derrota tan completa, que olvidó hasta el uniforme de divisiona­rio que en la misma tarde fue expuesto, como un espanta­pájaros, frente al Palacio Nacional.

Los fugitivos de la batalla, por el rumbo de la ha­cienda de Los Morales, se encontraron con una comitiva de jinetes que galopaban disparando hacia el sitio de las operaciones: eran Miramón y veinte oficiales, sudoro­sos y desvelados, que así terminaban su viaje desde Pue­bla. Su arribo al lugar del combate, sorprendió a todos.

Márquez, en vez de cuidar su triunfo, empezó a fu­silar desde luego y sin ningún sentido de responsabilidad a los prisioneros que tenía a su alcance, a unos, detenidos en el transcurso de la lucha y a otros, civiles, alejados del campo de batalla: ". _ . entre los prisioneros que se han hecho, . s~ cuenta el ex-general Marcial Lazcano y mu­ch~s ohclale~, que han expiado ya en el patíbulo que me­~ecl~n el cnmen que cometieron", informa a Miramón Jactandose de lo hecho en la mañana de ese día antes de recibir ninguna orden. Más tarde, recaba de Miramón

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una, ajustada a la ley de conspiradores, que decía: "A la una de la tarde de hoy y bajo la más estrecha respon­sabilidad de V. E., dará orden de que sean pasados por las armas todos los prisioneros que pertenecen al ejército de la clase de jefes y oficiales y me dará parte del nÚmero de los que hayan incurrido en esta pena". Fue infollna­do el Presidente que Márquez no sólo había fusilado a los eX-I1úlitares del ejército Regenerador, sino que sus medidas no encontraban límite y que en la noche todavía tenía en capilla a algunos detenidos para ejecutarlos. Mi­ramón personalmente los puso en libertad sin condiciones.

Años más tarde, Márquez quiso sincerarse de ese acto de crueldad, excusando su conducta con la orden del Presidente. Pero ya el asunto estaba perfectamente acla­rado por éste mismo. En su proceso, al responder al fis­cal por el cargo de Tacubaya, decía: "que las ejecucio­nes, no fueron ni ordenadas, ni autorizadas por él, sino solamente respecto a los oficiales prisioneros pertenecien· tes al Ejército que se habían pasado al enemigo y a quie­nes se aplicó una ley: que la muerte de otros prisioneros le disgustó y la desaprobó, y que si no castigó al respon­sable, que era el general Márquez, fue porque este general era el vencedor, y se sabe cuán difícil es administrar jus­ticia en México en casos como el que se trata". Los en­capillados supervivientes atestiguaron la verdad de las palabras de don Miguel.

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Miramón se enfrentó inmediatamente después de los acontecimientos arriba narrados, a problemas de ín­dole política de dos órdenes: el nacional y el interna­cional; a cosechar los males de la administración de Zu­loaga.

Este había p erdido el reconocimiento de los Estados Unidos, "por rehusarse terminantem ente a aceptar la pro­posición que el ministro Forshyth le hizo para que ven­diese a los Estados Unidos, la Baja C alifornia, Chihua­hua, Sonora y Sinaloa" . Tal negativa era legítima, honra al presidente que la hizo, pero nunca debió llevar a l rom­pimiento: una hábil diplomacia hubiera aplazado el pro­blema hasta la terminación de la guerra, lentas negocia­ciones habrían dejado a salvo la dignidad nacional, sin conflictos internacionales, pero esto no lo entendió ZuloJ. ­ga .

Juárez tenía un problema más sencillo : deseaba per­petuarse en el poder, y pa ra eso atendió a lo que el nor­teamericanc.. Flagg Bemis llama " los designios expan­sionistas de los poco escrupulosos gobiernos esclavistas demócratas de los Estados Unidos" . Podíamos llamar monstruosa la alianza entre Buchanan y J uárez; a és te le

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sirvió para alcanzar el reconocimiento y a aquél para que sus "designios expansionistas" triunfaran. Dejemos la palabra al antes citad.~ catedrático de la U~~ersidad de Yale: "Bajo la direcclOn de Buchanan, el mlrustro de los Estados Unidos en México, Robert M. MacLane, de Ma­ryland, negoció con el gobierno de Juárez un tratado (tra­tado MacLane-Ocampo) que a cambio de un préstamo de cuatro millones de pesos (de los cuales dos millones se reservaban para pagar reclamaciones de ciudadanos norteamericanos) hubiera ligado a México de arriba a abajo con derechos perpetuos de paso para Estados Uni­dos, con el derecho adicional de proteger el tránsito de fuerzas militares, correo, mercancías y suministros mili­tares a través del territorio mexicano por las siguientes rutas: por el Istmo de Tehuantepec (donde existía ya un derecho de paso por el tratado Gadsden de 1853) ; desde Matamoros o algún otro punto conveniente sobre el Río Grande, pasando por Monterrey hasta Mazatlán, sobre la costa del Pacífico; y desde Nogales, en la frontera de Arizona, hasta Guaymas en el Golfo de California; con puertos francos de entrada al final de esas rutas y el de­recho de intervenir en caso de un gran peligro, sin el consentimiento de México. Un convenio separado daba a Estados Unidos la facultad de intervenir en todo México para ejercer funciones policíacas. El Senado de Estados Unidos rechazó esos tratados por una votación abruma­dora de 27 contra 18, el 21 de mayo de 1860. Catorce senadores de los estados del sur y dos de los del norte, votaron a favor de los tratados; veintitrés norteños vota­ron contra ellos". "Nunca se afirmará con demasiado

VIgor, . agrega este mismo internacionalista que Esta-dos Urudos, ~omo. n~ción, se negó a seguir la bandera del perverso lmpenahsmo de este presidente de Pennsyl-

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vania. Sirva de testigo la gigantesca guerra de 1861-1865, reñida para detener la extensión de la esclavi-

d " tu ... . Así el decoro de México, fue salvado primero con

las consecuencias antes dichas por Zuloaga, y en la se­gunda ocasión, cuando había el riesgo de que los intereses nacionales fueran afectados en una forma definitiva por el Tratado entre Juárez y los esclavistas, encontró la pro­tección del Senado de los Estados Unidos. Pero Juárez había ganado el reconocimiento de Buchanan; el recono­cimiento le daba una sólida situación internacional y los justos ataques que el gobierno de Miramón dirigiera a esa política internacional, especialmente al propósito de ne­gociar los Tratados, sería aprovechada por los aliados mexicanos de los esclavistas del sur, para alejar más a grandes sectores transbravinos del espíritu de cooperación y de buena vecindad. El distinto lenguaje ideológico de ambas naciones y la total diversidad de historias, hizo más fácil el distanciamiento y la confusión. Capitalizó Juárez esta situación, aprovechando las violaciones de la neutralidad por Buchanan, y haciéndose de pertrechos y fondos en la Unión Americana.

Miramón, deCÍamos al principio de este capítulo, re­cibió una situación ya creada y casi diríamos irremediable. Le faltó tiempo para desarrollar una política internacio­nal. Pero con toda claridad escribía a este respecto: "Huestes revolucionarias han traído al país a tal estado de debilidad, que en un caso dado, en el evento de un rom­pimiento con una potencia extranjera, el honor nacional tendría mucho que sufrir, y esto precisamente, cuando los tras~omos inter.iores pueden presentar más fácilmente motivos de queja a las naciones amigas. Por otra parte, las tradiciones de la República, deben tener siempre en

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vigilancia al gobier:n~ respecto a l~ política de la Unión Americana, cuyos ultlmos actos ofICIales deben alarmar­nos más seriamente. Yo no pierdo la esperanza de que el conocimiento de los verdaderos sentimientos que me ani­man, el ver en mi administración un gobierno tan amante de la verdadera libertad, de la civilización y del progreso como el que más, atraiga a la causa del orden las simpa­tías del Gabinete americano" (Manifiesto). Esto era un punto de vista digno.

Lo más importante para Miramón era resolver los problemas de la política interna. El 12 de julio del año que nos ocupa, publica un Manifiesto con su programa de gobierno. El documento es tan importante, deja tan fuera de toda discusión las ideas políticas del joven pre­sidente, que lo publicamos íntegro como pieza de nuestro apéndice. (Apéndice III).

Tan sincero como siempre, en él expone el Presi­dente cuál ha sido su situación personal: "Yo, consagra­do desde mi edad temprana a la honrosa carrera de las armas, salí apenas de la escuela militar para emprender los trabajos de la guerra. Leal al gobierno supremo, me desentendía de las cuestiones políticas del país, que ni mi edad ni mis estudios me permitían profundizar. .. . .. Su­cesos ajenos a mi voluntad, y verdaderamente deplorables, me elevaron al puesto difícil de gobernante. Ocupado todavía en los primeros momentos de una campaña mili­tar, no pude estudiar desde luego minuciosamente nego­cios del gabinete. Vuelto a México, he tenido que seguir una marcha incierta, vacilante, como quien carnina por un t~r:eno que no c~noce, y tratando sólo de dominar las dIfIcultades del dla. Pero entretanto, averiguaba el verdadero estado de los negocios, entretanto, pensaba có-

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mo adaptar a las circunstancias mis ideas de reforma, cómo realizar la esperanza de reorganización social que la Nación podía cifrar en la revolución de Tacubaya. Hoy he tomado mi partido, he formado un programa que estoy resuelto a llevar a cabo con toda la fuerza de mi voluntad, con toda la energía de que mi carácter es ca-

" paz .. , . Miramón plantea por primera vez una nueva no­

ción de gobierno que años más tarde habría de resumirse en la siguiente fórmula: "poca política, mucha adminis­tración". Su antecedente, el Plan de T acubaya del que se siente realizador, lo predispone a ello: recordemos bre­vemente que la finalidad de este Plan, era no sólo dete­ner los malos efectos de la Constitución de 57, sino además convocar a un nuevo congreso constituyente que elaboraría la Carta adecuada a las necesidades y senti­miento nacionales, la cual sería sujeta al "referendum" nacional. Aceptada la Constitución que se reclama desde el Plan de Zacapoaxtla, de acuerdo con las disposiciones del Congreso se pasaría al nombramiento de las nuevas autoridades. ¿ Qué propaganda para llevar adelante una política combativa, se podía hacer dentro de la originaria limitación de aquel Plan? Cualquiera que haya tenido una pequeña experiencia política y vea esta dificultad, se po­drá dar cuenta de que quienes lo redactaron, o no sa­bían lo que hacían o tuvieron la seguridad de que los sucesos se desarrollarían favorable y rápidamente: no fue así y es también necesario reconocer que abandonada, olvi­dada la platafonna conservadora, y sin ninguna verdade­ra plataforma política, los militares y políticos más mi­litares que políticos que apoyaban el Plan de Tacubaya, estaban desarmados ideológicamente, más desarmados de lo que años antes habían estado los conservadores, que ya

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" ..,,, vimos se conformaban con sustentar una optruon que sólo don Lucas se atrevió a esquematizar. La masa na­cional católica que se sentía ofendida por los innecesarios ataques a sus creencias, no encontró los caminos para que su descontento se transformara en un auténtico, po­deroso movimiento político ni estaba preparada para es­to: Miramón entrevió que el despojo, el abuso económico, la inmoralidad administrativa, se habían apoderado del país, y fue así como propuso en su Plan una serie de re­formas que requerían el triunfo como condición previa.

"No puede fijarse la vista en un solo ramo de la ad­ministración, que no nos traiga una idea desconsoladora, que no despierte en nosotros un sentimiento de tristeza y de pena. Meditando en la causa del mal, desde luego se advierte... la poca economía, el despilfarro de los caudales públicos, y el no haberse empleado nunca, para nivelar los ingresos con los egresos del tesoro, los medios que se emplean en todos los países cultos: hacer produc­tivos, hasta donde sea posible, los elementos ordinarios y agotados éstos, establecer nuevos impuestos, crear ar­bitrios que igualen los recursos a las necesidades del país; sino que se ha dispuesto siempre, para cubrir las atencio­nes del ~omento, de los fondos futuros, por medio de con­tratos rumosísimos; se han hipotecado las rentas naciona­les por gruesas sumas, de las que una muy pequeña parte ha entrado .en las ~rcas nacionales; y se ha hecho más, se han garantizado diversos contratos con las mismas hipo­t~c.as, nulificand? los unos con los otros, con lo que el de­fICIente ha creCido constantemente en una proporción que asombra; las rentas han venido a quedar absoluta­mente agota~as, y el crédito del gobierno en el último gra­do de depreSión y abatimiento ... " . "Yo estoy resuelto a

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establecer la más severa econonúa, a reducir el número excesivo de empleados. .. a reducir el número de gene­rales, jefes y oficiales que hasta aquí han elevado a sumas enormes el presupuesto nacional, sin provecho; ... estoy resuelto a establecer en la celebración de contratos sobre los artÍCulos que forman el consumo del gobierno, un sis­tema que le pennita aceptar las mejores propuestas, y le facilite exigir el exacto y preciso cumplimiento de las con­diciones estipuladas. .. cuidará, en fin, de que no se ha­gan más gastos por el erario, que los absolutamente nece­sarios para la conservación decorosa del gobierno".

Corresponde a don Miguel Miramón presentar por primera vez en México, en un plan de gobierno, los li­neamientos de una política impositiva que hoy mismo tie­ne que considerarse como adelantada y oportuna:

" ... seguiré un camino enteramente distinto del que hasta aquí se ha observado. Quitaré la multitud de im­puestos que hoy molestan a todas las personas, sin co­rresponder jamás a las esperanzas fundadas en ellos, por­que su recaudación difícil los hace casi ilusorios, y esta­bleceré uno solo de recaudación sencillísima, cuyos resul­tados serán enteramente conformes con los cálculos del gobierno, y que si en el primer año no llega a su último grado de perfección, particularmente bajo el respecto de la justa participación por defectos de datos estadísticos, será siempre mucho más suave que las contribuciones actuales, y dará lugar a que en los años sucesivos se repa­ren los daños que se adviertan. Reformaré los aranceles aduanales, favoreciendo ampliamente la libertad de co­mercio, para atacar el contrabando en su principio yele­var las rentas nacionales. Vivificaré el crédito nacional,

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abriendo una amplia vía de amortización para las deu­das del Estado, asegurando el pago puntual de los dividen­dos, y sobre todo, observando en las transacciones una con­ducta enérgica y constante, conforme enteramente a los principios de moralidad y de honradez. Y cortando hasta aquÍ las antiguas cuentas para sujetarlas, con todas las rezagadas, a una glosa activa y severa, haré efectiva la responsabilidad de los empleados, simplificando los proce-d· . " ImIentos. .. .

Reforma judicial, con la misma tendencia de orga­nizar y hacer más fácil la administración de la justicia; actividad en el ramo de comunicaciones: "construcción y conservación de caminos, puentes y calzadas, que con­trataré en pública almoneda con empresas particulares"; una política de colonización extranjera, "que llene los grandes huecos que la guerra civil ha dejado en nuestra población, y que nos ofrezca las ventajas consiguientes al aumento de gente laboriosa"; impulso dentro de lo posi­ble a la instrucción pública; "orden jerárquico de la au­toridad" totalmente perturbado por la revolución y por la conducta de los jefes militares; todo esto y otras mu­chas cuestiones trata don Miguel en el documento que ve­nimos comentando, ¿ cómo sonarían esas frases en medio de la guerra civil?

Dos capítulos es indispensable mencionar. Uno es el que se refiere a la propiedad de la Iglesia. Según nues­tra lectura del Manifiesto, Miramón era partidario de una reforma, pero de acuerdo con la Santa Sede: esta es la for.ma de hacer modificaciones que se ha usado en veces rep~tldas por parte de regímenes civilizados. Y no se han temdo que vencer grandes dificultades ni provocado crisis

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para un entendimiento sobre las modificaciones, que sí han sido suscitadas cuando hay las habituales tropelías que se unen al despojo eclesiástico:

" ... sería una equivocación grosera escribe des­conocer un elemento poderoso que enardece la lucha de­soladora que sacrifica la República: hablo de los intereses cuantiosos, creados como consecuencia de la funesta ley de 25 de junio de 1856. Reconozco la nulidad de esa ley; protesto por mi honor el más alto respeto y la más segura garantía a los intereses de la Iglesia; protesto por mi ho­nor que no seré yo quien mengüe un solo centavo de sus riquezas; protesto sostener vigorosamente sus prerrogati­vas y su independencia; pero estoy resuelto a adoptar el camino más conforme con nuestras creencias y con los estatutos canónicos) para aniquilar ese germen de discor­dia que alimentará siempre la guerra civil en la R epú­blica) y cuento con ser secundado en mi propósito por el sentido recto e ilustrado del venerable clero m exicano".

Como contraste de la triste situación nacional, don Miguel tiene presente la de los Estados Unidos: "¿ y quién. .. no suspira por los medios de viabilidad de la República vecina, por la actividad de comercio que allí reina, por los elementos verdaderos de riqueza nacional? ¿ Quién no ve en la abundancia de trabajo, en el bienestar individual consiguiente, los cimientos de una paz estable que nuestros grandes políticos no han podido darnos? ... "

"Yo estoy íntimamente persuadido dice en uno de los párrafos finales ,de que ningún gobierno se ha con­solidado en el país, porque ninguno ha cuidado de propor­cionar al público el bienestar individual. Yo comprendo

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que el grande objeto con que se instituyó la sociedad, fue hacer felices a los asociados, y que el primer deber del gobernante es hacer que la sociedad consiga su fin. Yo estoy resuelto a hacer sentir una bené~ica influencia ?e} gobierno en los Departamentos sometidos, que cundua poco a poco entre los rebeldes ... ".

Después de leer este documento, se tiene que admi­rar al Presidente Miramón: en muchos aspectos supera la polémica de sus tiempos, anuncia remedios que más tarde se van a procurar y con una superior mirada crea­dora, llena de generosos prop6sitos, le da por fin ideas al minúsculo del Plan de Tacubaya y propone fórmulas que dadas las condiciones del país eran verdaderas utopías, pero las únicas que en medio de esos grandes males él creía que podían redinúrlo.

Ese programa iba a colocarlo en una situación muy difícil, porque equivalía a quedarse solo: era demasiado original para ser comprendido; su originalidad estribaba en aspirar a realizar el bien común simplemente dentro de una recta organización del Estado; en que se colocaba por encima de la división sectaria que tan artificialmente promueve, consiente y agrava el liberalismo; en que está situado muy arriba de los intereses de todos los partidos, en busca del supremo bienestar social. Tan intrépidamen­te se proI?one ésto, que señala la posibilidad ilmninadora ~e una dIscrepancia entre su régimen y los partidos polí­~lCOS: "consultaré la opinión pública por medio de la Imprenta: una .opos~~ió~ razonada siempre ilustra la mar­cha de un gobIerno , dIce, aunque antes de su gobierno y después esto sería una simple esperanza.

Con el programa de Miramón encontramos un ins­trumento político sin partido político que lo defienda:

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"no basta la fuerza de los ejércitos para consumar una revolución; porque es preciso desarrollar sus principios", decía apuntando la debilidad de su régimen. Pero la li­mitada experiencia política mexicana le era por comple­to adversa: Valadés cita un editorial de El Univ ersal escrito el año 1850, Y ese editorial tiene interés porque el periódico era lo que llamaríamos el vocero de la opinión conservadora: "El partido conservador tuvo bastante fuerza desde su principio. . . dice, pero el partido conservador no quiso hacer uso de su fu erza en el terreno en que se presentaban sus adversarios, en las intrigas tene­brosas de los clubes, en las revoluciones a mano armada, en los trastornos públicos, terreno enteramente descono­cido de sus hombres . .. ". y esta incapacidad que trata de presentarse con tanta elegancia, o esta elegancia que no era apta para disputar con el contrario en la plaza pú­blica, y en el club, y en la misma revolución, esta falta de adaptación, la confiesan los conservadores en su mejor época, cuando podían decir también: "los hombres del partido conservador han figurado algunas veces en la administración pública, y han ejercido alguna influencia en los negocios; pero influir, no es dominar".

El mal por otra parte venía de muy lejos: Dédalus, en su folleto sobre la masonería, cita un documento que toma de El Sol en el año de 1826, en que ya habla de la abstención de los ciudadanos don Miguel Barragán en el estado de Vera cruz : "Aquí si ganaron las (elecciones) primarias los yorkinos más bien fu e por haber faltado a votar los ciudadanos que por las artes y esfuerzos de aqué­llos". Y al estar Miramón delante de su terrible prueba, no puede menos que exclamar: "mis esfuerzos aislados son impotentes para dominar la situación que atravesa­mos" y habla de "la felicidad de la nación como premio

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debido a sus virtudes cívicas", con lo que completa el dra­mático grito que sirve de conclusión al Manifiesto que comentamos: "j Conciudadanos, auxiliad mis esfuerzos, hijos, os lo juro, de la mayor buena fe, y Dios nos premia­rá, salvando nuestra Patria!"

Para cooperar con su esfuerzo, Miramón cuenta ape­nas con un grupo de soldados fieles, pero en la miseria: su régimen tiene que sucumbir por una coalición de fuer­zas negativas, las mismas que quiere conjurar en su en­sueño político, esas económico-sociales que nunca ha po­dido cortar una espada ...

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XVI

Coinciden las fechas de publicación del Manifiesto de Gobierno del general Miramón y la L ey de N aciona­lilación de Bienes del Clero de Juárez. Ambos documen­tos tenían finalidades totalmente diversas. Por lo pronto y con una gran habilidad, J uárez buscaba consolidar la creación de intereses materiales que coincidieran con los puntos de vista políticos del partido liberal: nada mejor en una nación cuya economía había sido devastada por los pronunciamientos y las revoluciones, que ofrecer a los apetitos de los arruinados, de los hambrientos o de los ambiciosos los bienes del clero. J uárez alcanzó su oh j e­tivo, y los "adjudicatarios" se apoderaron de la riqueza eclesiástica. No eran los hombres mejores, pero sí los más decididos y audaces y por la ley .J uárez esta nueva fuerza se pondría al lado de los liberales. "Las esperanzas de lucro que la ley de desamortización había hecho nacer, -,dice Cosmes citado por Planchet instigó a tomar cau­sa en la contienda a multitud de personas extrañas antes a la política. Entre ellas figuraban muchos extranjeros que se hicieron adjudicatarios en grande escala. Estas personas no solamente eran otros tantos combatientes en las filas liberales, sino que armaban y pagaban gente para

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formar con ellas guerrillas que al grito de i viva la liber­tad! asolaban los campos, pOIÚan a rescate a los labra­dores y cometían infinitos desmanes en los pueblos y ran­cherÍas". Conviene hacer notar que la ley de J uárez fue dada en vista de las experiencias recogidas por las leyes de desamortización que habían promulgado en los estados de Nuevo León-Coahuila, Zacatecas y Jalisco, los gober­nadores liberales Vidaurri, Castro y Ogazón, y que el mismo Santos Degollado anteriormente había tomado me­didas económicas de índole parecida.

Cómo actuó ese grupo, su unidad de partido político con fuerzas disciplinadas que le faltaban al general Mira­món, lo explica Bulnes en las siguientes palabras: "En 1859, la masonería era la gran fuerza electoral, conspira­toria, revolucionaria del partido liberal. Su influencia era ardientemente solicitada, su apoyo era la seguridad del éxito de un hombre público, su poder era ternido, sus deci­siones acatadas respetuosamente por sus miembros, su or­ganización daba disciplina a los liberales; era un gran cen­tro de acción, revolución, coordinación, y expansión; con muy contadas excepciones, todos los rojos eran masones. En la gran masa de masones se encontraban casi todos los adjudicatarios de los bienes del clero conforme a la ley de 25 de junio de 1856, que deseab~n la expedición de la ley de nacionalización cuanto antes. La masonería re'pr~sentaba una gran cosa: los grandes intereses eco­n~:ml1cos que creaba la Reforma" (Juárez y las R evolu­CIOnes de Ayutla y de R eforma).

Miramón quiso enfrentar una débil maniobra econó-•

¡rrruca, cuya parte principal consistía en una emisión de bo-nos, a esa gigantesca creación de intereses nacionales que hemos descrito. La solución de su lninistro de Hacienda resolvería el problema en el seno del gabinete teórica-

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mente, pero no podría aportar ni un centavo, ni un fusil, ni un uniforme al urgido Ejército Regenerador. La velo­cidad con que se suceden los ministros de Hacienda del régimen de Miramón, hace ver que les era imposible so­lucionar los problemas econórrucos. En un esfuerzo para sortear esa catástrofe, negocia el ruinoso contrato con la Casa J ecker (octubre 29), en que a cambio de $ 1.465,677 -de los cuales "sólo $618,927 eran en numerario y el resto bonos, órdenes sobre las aduanas, vestuario para la tropa y diversos créditos" ,se comprometía la Nación a pagar i quince millones de pesos! Esto era lo que criti­caba en su Manifiesto.

Palabras de derrota son las que escribe Márquez en su Manifiesto de 25 de octubre al referirse a la situación precaria del régimen en el estado de Jalisco. Por repre­sentar con claridad la del país, vale conocerlas: "Una lucha prolongada entre la moral y la corrupción salvaje, ha reducido al verdadero partido nacional hasta el extre­mo de encontrarse exhausto de elementos de todo gé­nero. .. El sistema de hacienda no se plantea sino en la Capital y los suburbios, resultando de aquí que el erario público está completamente exhausto; y para hacer in­gresar a él pequeñísimas sumas, es indispensable hostili­zar a todas las clases que demandan a gritos un respiro, y que con una oposición puramente negativa, hacen, sin pensarlo tal vez, una guerra sorda, pero terrible, a la bue­na causa".

Pero no se trataba sólo de una oposición pasiva: el mismo general Márquez se encuentra entonces compro­metido en una serie de extrañas maniobras y rumores; el principal de ellos consiste en que está intentando repo­ner en la Presidencia de la República al general Santa-

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Anna, y que su propósito es tan firme, que no quiere se­gregar de sus tropas ni un soldado, así se lo ordene el Centro, así sean necesarios para combatir en el Bajío con­tra las fuerzas del Norte que de nuevo se acercan amena­zadoras. Y algo más: el mismo Márquez trata de resol­ver sus problemas económicos sin siquiera informar al go­bierno del Presidente Miramón, y de una buena vez ocu­pa seiscientos mil pesos de la conducta de plata de un millón novecientos mil que pasaba por Jalisco rumbo al puerto de San BIas, con lo que el presunto disidente consigue fondos para la guerra en cantidad casi igual a la que pudo conseguir el jefe del Movimiento Regene­rador mediante el contrato con Jecker.

Simultáneamente figuran publicados en los periódi­cos liberales algunos documentos, indiscretas cartas más precisamente, que dizque Márquez dirigía al Presidente, a su Secretario de Guerra y a los Obispos de Guadalajara y San Luis Potosí, que aparecen como papeles conquis­tados en acción de guerra a los correos núlitares del Go­bierno.

Todo este conjunto de hechos, que se cataliza bajo el pretexto de que los bienes de los particulares deben ser respetados en la guerra teoría de lo menos realista y ~uy poco miramoniana, por lo que hemos visto y se vera ,provoca una verdadera crisis en momentos en que era lo menos oportuna. La correspondencia que dirige la Secretaría de Guerra al disidente en potencia tiene pa­peles como el siguiente:

"~~ (carta) que aparece como dirigida a nú contie­ne notlclas tan exageradas acerca de nÚmeros y elementos ~on q~e cuenta el enemigo; pinta tan desfavorable la sltuaclOn para el Gobierno y la causa del orden· presenta, además, tantas dificultades y ofrece de parte' de V. E.

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tanta resistencia para hacer marchar sobre el Bajío una fuerza de mil quinientos hombres, según las órdenes su­premas que se han comunicado a V. E. al efecto por este Ministerio, que el E. S. Presidente no puede persuadirse que la publicación de tales documentos deje de ser un ardid de los enemigos para presentarse ante la República y ante el mundo todo en mejor situación que la que guar­dan realmente ... (Hay en esa comunicación) especies tan ofensivas al Gobierno como a la lealtad del General en Jefe del Primer Cuerpo de Ejército, puesto que los enemigos especulan con los términos en que está redac­tada dicha carta, y pretenden persuadir que existe des­acuerdo entre el Gobierno y V. E. llegando su avilantez hasta el punto de asegurar que V. E. amenaza a la Ad­ministración y que intentará arrojar de la Presidencia al J efe del Estado si insistiere en desmembrar las fuerzas del mando de V. E.".

Don Genaro GarcÍa ha publicado un tomo entero con la Causa instruída contra el General L eonardo M ár­quez, por graves delitos del orden militar y allí se pueden ver el documento que citamos y otros relativos al mismo asunto. De la lectura de esos papeles, se llega sólo a una sumaria conclusión: es verdad que había delitos milita­res graves, pero además, había gravísimas divergencias políticas entre el escurridizo Leonardo Márquez y el Cau­dillo.

Este necesita salir a los campos de sus habituales victorias para aprovechar hasta el máximo su prestigio militar frente a la crisis; aprovecha el préstamo de J ecker y en los días de muertos, cuenta Daran que sale en dili­gencia rumbo a Querétaro acompañado discretamente de s~~ ayu?a?-tes, después de haber mandado con anticipa­ClOn vemtIcuatro piezas de artillería a las órdenes del te-

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niente-coronel Oronoz (el original francés lo llama "Or­dóñez"). El día 4 llega a su primer objetivo: reúne (Da­ran) mil hombres de Mejía, ochocientos de Francisco V élez y trescientos de la guarnición de la plaza, al tiem­po que recibe informes de que los liberales quieren batir parcialmente primero a Oronoz, que iba con lentitud so­bre Querétaro con la artillería, y luego a Miramón que ya hemos dicho había llegado a la ciudad. Las fuerzas liberales, según el dato que da Cambre, alcanzan un total de seis mil hombres con veintinueve piezas de artillería, bajo el mando general de don Santos Degollado.

Fue iniciativa del jefe liberal enviar al coronel don Benito Gómez Farías para que tratara con el general­presidente un entendimiento que llevara al fin la guerra civil. Aceptó Miramón cambiar impresiones con el jefe liberal, y las pláticas entre ambos tuvieron lugar "la tarde del día doce entre las haciendas del Rayo y la Calera". Como la condición que puso Degollado era que Miramón reconociera la Constitución del 57, las pláticas no pudie­ron seguir adelante.

El día 13 fue la batalla, que se conoce con el nombre del lugar : Estancia de las Vacas. La superioridad numé­rica de los liberales dobló las alas derecha e izquierda del Ejército Regenerador y una hora más tarde de iniciada la batalla, siete de la mañana sólo el centro de Mi!"amón resistía desesperadamente con el apoyo de la artlllerí~ de Oron~z. Esa resistencia, que provoc~ en~r­mes ~~Ja~ al enemIgo, y la capacidad de reorgaruzaclOn del EjerCito Regenerador, que se retiraba derrotado en los flancos, cambió el aspecto de la contienda al extremo de ql:le a las once y media de la mañana las tropas liberales, tnunfantes p~r unos momentos, se retiraban en completa derrota perdIendo armamento, trenes, prisioneros, dos-

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cientos setenta muertos y un número proporcional de heri­dos. Entre los prisioneros estaba, gravemente herido, el general Tapia. Cambre reproduce el diálogo del vencido y el vencedor:

-"Disponga V. E. de mí dijo Tapia. Sólo reco-miendo a mi ayudante que, por fidelidad, no se ha sepa­rado de mi lado".

Miramón cortésmente le contestó: -"Siento encontrar a Ud. en estas circunstancias:

nada tengo que disponer más que lo necesario para su res­tablecimiento: nada tema Ud. por su ayudante, si Ud. muere, queda en libertad de ir a donde guste".

La persecución de los restos del ejército vencido, que­dó a cargo de los generales Mejía y Vélez, que alancea­ron al enemigo hasta Celaya y fue tan encarnizada, que el caballo de Mejía cayó muerto cuando su dueño iba a alcanzar con su arma al general liberal don Manuel Do­blado.

Miramón se dirige a Guadalajara a donde entra el día diez y nueve a las dos de la tarde, en medio de salvas y repiques; el veinte, en el Palacio Episcopal convertido en oficinas de gobierno, recibe el homenaje de los solda­dos, y de la población y autoridades civiles. Reveladoras de los sentimientos y el estilo de la época son las palabras que entre otros muchos discursos, le dirige el Magistrado del Tribunal de Hacienda al Presidente :

"Excmo. Sr. Acaba V. E. de añadir una nueva corona a las muchas que ya ciñen su victoriosa sien. A nombre de los Tribunales Superiores del Departamento,

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doy por ello a V. E. el más sincero pláceme. Fije V. E. la paz en este, hasta ahora, desgraciado suelo, y la patria agradecida escribirá en la lista de sus héroes, el nombre de su joven salvador".

Debajo de las manifestaciones externas de júbilo, ha­bía una gran inquietud local. La estancia de Márquez había significado para la sociedad tapatía la seguridad. Dentro del precio de esa seguridad, había quedado el apoderamiento de los seiscientos mil pesos de la conducta: "Si algunos juzgan que al fin dí un paso avanzado en que cometí un error decía el acusado ,yo les diré que estoy tan convencido de la necesidad que había de ejecu­tarlo para salvar la situación y de las buenas intenciones que me animaron al darlo, para no dejar pendiente cosa alguna ni causar perjuicios a nadie, que si volviera a ha­llarme en la propia situación, repetiría el paso, que sin du­da practicarían cuantos se encontrasen en mis circunstan­cias". Aparentemente, y por este capítulo aislado, toda la razón estaba de parte del general Leonardo Mirquez.

Sin embargo, la seguridad del Departamento de Ja­lisco, que era lo que alegaba Márquez y con lo que que­ría justificar sus procedimientos, llevaba aparejada la serie de hechos extremadamente peligrosos a que ya nos refe­rimos. En una palabra, aunque Márquez efectivamente resguardaba su zona militar, las consecuencias políticas ~e su conducta hacían ver que esa región en la que los lIberales no tenían influencia, estaba también sustraída a la <??e~iencia del Gobierno General por el mismo jefe de~ eJercIto. Había un elemento humano que no puede dejar de valorarse: cuando Miramón en su retirada de Vera cruz, no pudo ejercer su autorid~d frente a las tro­pelía~ sanguina,rias de Márquez, se dio cuenta de que éste carena de escrupuIos y menospreciaba órdenes o las inter-

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pretaba en un sentido diverso del que llevaban. Al llegar a Guadalajara, el prestigio militar renovado por la nue­va victoria sobre fuerzas superiores, las reiteradas desobe­diencias de Márquez, y el asunto de la conducta, coloca­ban al Presidente en una situación en la que tenía la de­seada oportunidad de recobrar la totalidad del mando e imponer su autoridad. Esta era una exigencia política, una necesidad militar y una satisfacción personal: Már­quez fue obligado a presentarse en la Capital de la Re­pública en calidad de prisionero, renunciando a su puesto en Guadalajara y a las seis de la mañana del día 24 de noviembre, salió con una pequeña escolta para ser en­juiciado en la Metrópoli.

En busca del enemigo sale Miramón para el sur de Jalisco, después de nombrar al general Adrián W 011 en el puesto de Márquez. Pasó por Ciudad Guzmán y el catorce de diciembre se encontraba de nuevo frente a las barrancas de Atenquique. El diez y ocho, los bata­llones Fijo de Guadalajara y 59 Ligero, pasaron la barran­ca utilizando veredas conocidas por guías de la región, movimiento que tardíamente supo el coronel liberal Rojas ----<destacado entre los jefes sanguinarios que unas horas antes había dejado el puesto. Volvió sobre sus pasos, y atacó a las tropas de Miramón en un esfuerzo para hacer­las retroceder. Lo que consiguió lo cuentan sus propias frases: "Brillante fue la conducta observada por el Ba­tallón Republicano de Jalisco. A mi vista peleó decidida­mente sin dejar nada que desear. Sucumbió, es verdad; pero sucumbió con gloria causándole pérdidas de mucha consideración al enemigo". Los días diez y nueve, veinte

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y veintiuno, maniobró Miramón para seguir derrotando a Rojas y pasar el río Tuxpan, llegando hasta el bajío de la Leona, a cerca de veinticinco kilómetros de Colima. Otro día más y entró en la ciudad, que había sido eva­cuada por el gobernador liberal, Contreras Medellín. To­das las fuerzas se habían concentrado para envolver al general-presidente, cortándolo de sus centros de abasteci­miento. Se acercaba una batalla decisiva.

Miramón no dejó pasar el tiempo, y volvió sobre el camino donde sabía que lo esperaban. El primer contac­to entre las fuerzas contendientes, tuvo lugar el veinti­dós: se cruzaron unos cuantos tiros a las tres de la tarde, en un punto situado entre la Barranca del Muerto y To­nila. A las tres de la mañana del día siguiente, Miramón ordenó el ataque: el ala derecha de los liberales, quedó quebrantada en menos de una hora la derrota se atri­buiría más tarde a la disposición del general liberal Juan N epomuceno Rocha para entenderse con el enemigo ; pero resistió el ala izquierda y la cruenta batalla duró dos horas y media más. De nuevo la capacidad de maniobra del general-presidente y la impetuosa decisión de sus tro­pas de caballería, le dio una victoria que puso en com­pleta desbandada al enemigo: los generales Ogazón, Va­lle, . Pueblita, Rocha, Contreras Medellín y los coroneles ~oJas Y el mismísimo Chesman, que: siendo norteame­ncano se hacía cargo de la artillería liberal, tuvieron que huir, éste último herido. Con esa batalla, que se conoce con los nombres de Albarrada o de Tonila vencía Mi-, , ramon una vez más a las fuerzas liberales de Jalisco.

Seguramente esos días son los de mayor gloria hu-

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mana de Miramón. Por lo menos su entrada a Guadala­jara y las ceremonias que allí se tuvieron y los comenta­rios que en forma de discursos y de personales declara­ciones circulaban en tomo al general-presidente, hacen visible lo que nosotros afirmamos.

El día veintiocho llegó el vencedor a Guadalajara y el veintinueve, los poderes civiles, militares y religiosos, Ayuntamiento y Universidad, se dirigieron a la casa del Presidente para acompañarlo a la Catedral. Una gran­diosa ceremonia tendría lugar: ingresado por la puerta principal, bajo las naves oyó en su honor: Salva, S eñor) a nuestro Presidente y llegó al altar mayor y subió al pres­biterio cuando todavía el coro cantaba la oración final pidiendo bendiciones para este siervo tuyo, Presidente Nuestro Miguel. Y más tarde, bajo un dosel, escucharía las imponentes estrofas del T e D eum y la cascada de elo­gios de los oradores, que lo comparaban con César, que lo destacaban como el "hombre señalado por el dedo de Dios para confundir la demagogia", que hacían algo más para un militar, decirle lo que el viejo Adrián Woll le decía: "Yo era ya general antes de que usted hubiera na­cido; yo no soy, sin embargo, menos dichoso por servir bajo vuestras órdenes ... ".

Al entrar a la capital de la República, en los festejos en su honor, se canta un himno cuya letra escribe don Francisco González Bocanegra, el mismo poeta del Himno Nacional, dedicado al "Excelentísimo señor Presidente de la República don Miguel Miramón, en su entrada a Mé­xico, después de la batalla de Colima". Dice fragmenta-

• namente:

Gloria, gloria al invicto guerrero de la Patria defensa y honor ...

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De Colima en las altas montañas y en los campos también de la Estancia de vil turba la necia arrogancia con su espada en el polvo la hundió ...

i Miramón! De la Patria doliente eres tú la esperanza más bella como luz que apacible destella anunciando feliz porvenir ...

Gloria, gloria al invicto guerrero ...

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XVII

Todo esto no decidía favorablemente la situación del general-presidente: cierto es que había derrotado con grandes pérdidas a dos ejércitos liberales, pero también era verdad que las derrotas implicaban sólo la dispersión de sus tropas y de ninguna manera su aniquilamiento; el esfuerzo que aprovechaba el alejamiento de las tropas del Ejército Regenerador, servía para levantar de nuevo a esos soldados dispersos, ya habituados a vivir de los frutos de la revuelta. Por otra parte, Miramón dominaba regio­nes del centro de la República, pero nunca tuvo éxito verdadero en sus operaciones en la zona norte; allí el li­beralismo vivió a sus anchas por un complejo de circuns­tancias históricas, contra las cuales ningún general podía hacer nada. Ya hemos hablado además de la situación internacional y de la economía del gobierno.

En el inexpugnable puerto de Vera cruz, continua­ba atrincherado el gobierno de Juárez, para el cual sig­nificaban relativamente poco las derrotas militares, ya que la situación que pretendía era legalista.

Además, mientras que los civiles que sostenían la causa de la revolución liberal, con el paso del tiempo habían aprendido a combatir, los soldados que formaban

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el ejército profesional, y que estuvieron con Osollo y Mi­ramón desde los días de la proclamación del Plan de Ta­cubaya, habían gastado sus fuerzas y muchos perecido en el desarrollo de las batallas.

Los cleros, cuya indiferencia en la guerra civil se ha visto señalada anteriormente, precavían sus mermados bienes para salvarlos de la rapiña liberal, cuidándose de hacer actos que por significar una ayuda al gobierno de Miramón, provocaran la ira y mayores despojos en sus afectadas propiedades. Había, además, llegado a su lí­mite la resistencia pasiva de la población civil: no que­ría más guerra, no quería hablar ni oír hablar de cues­tiones políticas; era una exigencia el negociado de una paz para los dos grupos contendientes. Con ese ambiente salió el general-presidente de la ciudad de Guadalajara, hacia la Metrópoli, el 30 de diciembre. Llega el 7 de ene­ro 1860 ,asiste al Te Deum en la Villa de Guadalupe y recorre las calles en carretela abierta al final de un sun­tuoso desfile de vehículos hasta llegar a Palacio. Allí pre­senciará los fuegos de artificio encendidos en su honor y escucharía el himno antes citado.

Un mes aproximadamente permanece en la Capital, dictando nuevas y apresuradas medidas económicas y re­cibiendo los informes contradictorios de la marcha de los ~contecim~entos ~nilitares. Una vez más comprende la ImportancIa de veracruz y sale hacia el puerto ocho de febrero precedido en su marcha por el general Ne­grete, que ocupa Jalapa, combatiendo el día doce. Mi­ramón llega el diez y siete, y ordena s~an sobreseídas las causas políticas del Departamento en un esfuerzo bien claro encaminado a demostrar su 'voluntad de paz.

Bulnes fue el primero en demostrar, a nuestro pare­cer con muy buenas cuentas y muy sólidas razones, que

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Miramón no podía tomar por la fuerza la plaza de Ve­racruz mediante un ataque terrestre. Resume sus obser­vaciones en las siguientes palabras: "En suma, había en la plaza perfectamente fortificada, artillada y municio­nada, 4,510 hombres y 154 piezas de artillería de gran calibre. Muy buenos jefes, excelente moral, abundantÍ­simas municiones y víveres por tiempo indefinido. Con­tra esos elementos, el general Miramón tenía 7 ,000 hom­bres, cuarenta piezas de artillería entre ellas seis morteros, el clima en contra, los médanos en contra para hacer pa­ralelas, las poblaciones del estado en contra y muy limi­tados recursos pecuniarios. En esas condiciones la plaza de Vera cruz debía calificarse núlitarmente como inex­pugnable" (Bulnes, juárez y las Revoluciones ... pág. 525). Se repetía un poco la historia del anterior sitio de Veracruz.

Previendo esto, con mucha anticipación había el ge­neral-presidente ordenado a uno de los pocos marinos que nos quedaban, Tomás Marín, que con el cargo de contral­mirante de una inexistente flota nacional, se trasladara a La Habana a comprar unos buques que sirvieran para cooperar al bloqueo del puerto y que también trajeran material de guerra para completar el equipo de los sitia­dores. MarÍn no encontró mejor cosa que "dos vaporci­tos de madera, mercantes, transformados en naves de gue­rra. Uno de ellos, el Marqués de la Habana tenía cuatro­cientas toneladas y el General Miramón cuatrocientas treinta", dice el mismo autor. Este último, en sus días de trabajo normal se llamaba simplemente Paquete Co­rreo núm. Uno y se pagaron por él setenta mil pesos, según cuenta Villaseñor y Villa señor. En cuanto al otro, se ofre­cieron cincuenta mil, pero consideró el comprador que era necesaria una demostración de sus condiciones. Tenía

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gicas y algunas verdades históricas: "aterrado, jadeante, descompuesto, neurasténico, apeló al remedio que ha man­chado al partido liberal: llamar las armas de los Esta­dos Unidos, para que ejerciesen en territorio patrio actos de guerra desleal contra ciudadanos mejicanos". (Op. cit. pág. 532). y volvamos a las fuerzas de tierra.

Desde Jalapa, avanzó Miramón rechazando las tro­pas liberales por el rumbo de Veracruz; el veintisiete de febrero se anunció en esta plaza su aproximación; "el veintinueve se avistaron las avanzadas; del primero al tres de marzo cambiáronse entre sitiadores y sitiados algunos tiros". Pero aquí surgen muchos problemas que es necesa­rio por lo menos plantear, a reserva de que nuevos docu­mentos nos permitan esclarecerlos.

Conviene, por principio, recordar la indudable capa­cidad de Miramón como militar, sobre todo en los com­bates de movimiento: allí vemos que con mucha frecuen­cia, con fuerzas inferiores a las contrarias, alcanza bri­llantes éxitos. Pero un sitio, que era de lo que se trataba en Vera cruz, es 10 contrario de una batalla de movimien­to y, como ya se ha señalado, sus fuerzas no podían ocu­par Veracruz por medio de un ataque frontal, ni aun con la ayuda de los barcos. Además, y esto ya se había visto desde el sitio anterior, las tropas eran leales: no había pues la posibilidad, que antes pudo suponerse y aun espe­rarse, de una defección. Entonces, militarmente, el ata­que a Veracruz era una gran torpeza . . .. Quedaba a favor del éxito de ese ataque, la sola po­slblh~ad de un estricto bloqueo que hiciera capitular al enen:ugo. En contra de tal suposición, existían dos circuns­tanCIas que también Miramón conocía: el clima, que aprovecharía a los bloqueados en contra de los sitiado­res y la imposibilidad de dominar el mar veracruzano tan

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completamente que el bloqueo fuera efectivo. Villaseñor y Villaseñor, citando un informe de Marín, nos enseña que el general-presidente, aunque no esperaba que el go­bierno esclavista de Buchanan tomara "parte en nuestras desavenencias políticas... considerando tal acto como una escandalosa violación de la neutralidad y del dere­cho de gentes", sí temía, dado el curso de las relaciones internacionales, que nuevos incidentes alejaran todavía más a los gobiernos de ambas naciones y había ordenado a MarÍn "que en tal supuesto, tomara todas las precau­ciones necesarias para evitar un choque que ocasionase un nuevo conflicto". Traducida esta situación al problema de la guerra en el mar, encontramos que los barcos de Estados Unidos, fuera de aguas jurisdiccionales, podían impedir el bloqueo del puerto en que estaba sitiado el gobierno de Juárez y que dentro de esas aguas, el bloqueo no era posible porque los fuegos de la plaza eran supe­riores y debían vencer con facilidad a los barcos mercantes elevados a la categoría de naves de guerra. De nuevo volvemos a nuestro punto de partida: que la operación del general-presidente, revela una inexplicable sucesión de errores, una sorprendente falta de habilidad militar, contraria a todo lo que había revelado con anterioridad. ¿Por qué Miramón incurría en ellos?

El planteamiento militar del problema no nos ofre­ce ninguna solución. Pero en cambio, sí la encontramos cuando, desprovistos de prejuicios de partido, la busca­mos en el campo de la política: en la correspondencia de Degollado, a propósito de la entrevista que para negociar la paz tuvo con Miramón antes de la batalla de Estan­cia de las Vacas, encontramos que el parte de dicha ac­ción tiene algunas consideraciones importantísimas para el asunto que nos ocupa: " ... nos reunimos los cuatro

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M. 11

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y entramos en explicaciones francas, que si no dieron un resultado satisfactorio, sí me convencieron de que Mira­món es caballeroso y de que, a su modo y con sus errores, desea el término de una guerra que confiesa no puede con­cluir sino por el triunfo de las ideas liberales". (Noviem­bre 18 de 1859). Vista la información anterior, en ella encontramos repetida una idea que el mismo Miramón confiara en carta íntima a su esposa, y que reproducimos , . , pagmas a tras.

Don Santos Degollado fue llamado a Veracruz, apa­rentemente, aunque era otra la causa, para concertar con el gobierno de J uárez un nuevo plan de campaña se­gún carta de puño y letra de Melchor Ocampo ,en el cual se utilizaran "debidamente los servicios que el tra­tado que acaba de formarse con los Estados Unidos es muy probable que proporcione al Gobierno" (15 de di­ciembre), y el 20 de ese mismo mes, Degollado se despe­día de los gobernadores y jefes del ejército liberal, advir­tiéndoles, después de hablar de su profundo conocimiento de la situación nacional, que deseaba se aprovechara és­te para así "abreviar el término de la guerra civil, que es el deseo de todos los hombres de bien de uno y otro bando, para quienes no puede ser indiferente tanta san­gre derramada, tantas fortunas destruídas, tantos teso­ros consumidos hasta hoy, sin llegar por una ni por otra parte al término apetecido", y decía llevar ante ]uárez y sus ministros, una proposición "para alcanzar breve­mente la pacificación de la República". La carta a los g~bernad~res y jefes militares, contiene elogios para el mIsmo MIramón y termina con estas palabras: "De Ve­racruz diré a la Nación y a mis subordinados el resultado de mis trabajos, y confío en que la Providencia hará cesar pronto los males de la guerra civil, ya sea porque nues-

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tros enemigos escuchen la voz de la razón y del patrio­tismo, o que, por medio de un grande y noble esfuerzo, se asegure de una vez el triunfo de nuestras armas". Esto, bien valorado, mucho significa y claramente quiere de­cir que había disposiciones para llegar a un entendimiento entre el más destacado jefe militar de Juárez, Degollado, y el jefe del gobierno Regenerador, don Miguel Miramón. ¿Qué mejor oportunidad pensamos nosotros que lle­var a cabo esas conferencias en la misma Veracruz, mos­trando al gobierno liberal que no sólo se tenían fuerzas para sitiar la ciudad después de la última victoriosa cam­paña del Centro, sino que inclusive ya empezaba a formar­se una marina para combatirla? ¿No se entiende entonces lo que Villaseñor y Villaseñor llama "una orden equivo­cada de Miramón" o sea hacer desfilar los navíos reciente­mente adquiridos en dirección de norte a sur a seis millas del Puerto, antes que anclaran en Antón Lizardo, más bien como un alarde, mediante el cual se dieran cuenta el gobierno de J uárez y toda la población de que el general Miramón estaba más fuerte que nunca?

Eso que militarmente no tiene explicación, sí lo tiene desde el punto de vista político: Miramón no podía tomar Veracruz y empezó a bombardearla. Pero el gobierno de ]uárez, Juárez concretamente menos podía alejar a sus adversarios y lo único que hizo para la defensa del Puerto, fue ocultarse en los sótanos de San Juan de Ulúa y lo demás. Esta era la prueba de que la guerra civil se­guía en un equilibrio tan completo militarmente, que se imponía el entendimiento de los grupos contendientes : Miramón había elaborado así la hora de don Santos De­gollado, su propia hora y se aproximaba una coyuntura superior a la de los intereses de partido: la de la unidad

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nacional. La ilegal intervención de Tumer en Antón Li­zardo, aplazó ese éxito que de seguro vislumbrara el cau­dillo sin fortuna.

Todavía los barcos capturados por la marina de gue­rra de los Estados Unidos no salían del país, antes del fallo del tribunal de Nueva Orleans; con su ejército intacto sitiando Vera cruz, pero ya a la vista el desarrollo adverso de los acontecimientos, Miramón hace un esfuerzo en la lnisma línea que hemos señalado y se dirige al jefe de la guarnición de Vera cruz, don Ramón Iglesias, para iniciar negociaciones que pusieran término a la guerra civil: "con gusto adoptaré un camino racional que se me presente para la paz de la República", decía con generosidad que lo honra . .J uárez acepta la invitación, y las negociaciones. en una caseta de ferrocarril próxima al Puerto. se llevan a cabo; no es simple coincidencia que por parte del gene­ral-presidente fuera de nuevo su único acompañante en las conferencias con Degollado en Estancia de las Vacas, el licenciado Isidro Díaz y además don Ramón Robles Pezuela y también debemos valorar debidamente que el mismo don Santos Degollado unido a don José de Empa­rán, fueron los representantes del gobierno liberal. Pero es más importante saber que los comisionados lograron entenderse, que formularon un convenio mediante el cual se suspenderían desde luego las hostilidades y se nombra­rían comisionados "con poderes bastantes" para ultimar la paz; que se solicitaría la mediación amistosa de Ingla­terra, Francia, España, Prusia y los Estados Unidos; que se revisarían los tratados internacionales de ambos gobier­nos eloMa~-Lane Ocampo y el Mon-Almonte ,y que, -. arto 5· Ambas partes contratantes en estos conve­ruos declaran que debe servir de base para los cOInisiona­dos que expresa el arto 2 9

, el principio de que sólo la

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Nación puede resolver los puntos que actualmente dividen . . " a los mejICanOS . No obstante haberlos nombrado él mismo, Juárez

desautorizó las negociaciones de sus comisionados, pro­poniendo en cambio la "convocación del Congreso con­forme a la Constitución de 1857". Es decir, impedía el éxito de las negociaciones condicionándolas a un estilo político que en casi noventa años no ha sufrido ninguna modificación: las elecciones según los artículos del 52 al 64 de la Constitución, eran indirectas y de acuerdo con la Ley Orgánica Electoral de aquella época, se iba a entrar a una complicada tarea: empadronamientos, nom­bramientos de electores, organización de juntas electorales de distrito y todavía después, elección de diputados. Ade­más, había principios en la Constitución y en el R egla­mento que eran inaceptables. Fracasaron los buenos pro­pósitos de estos hombres: el general-presidente, lleno a la vez de ira y decepción, durante tres días disparó sus cañones sobre la plaza y el veinte levantó el sitio.

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XVIII

Miramón, que había aceptado la presidencia por un conjunto de circunstancias especiales que la hacían un penoso compromiso sin salida; que la había aceptado, no sólo sin experiencia política sino quizá por falta de expe­riencia política; que ofreció primero un plan precario de jefe de ejército y después, elaborado en medio de ba­tallas, un programa de gobierno muy generoso; que en­contró colaboradores militares en sus antiguos compañeros y discípulos de Chapultepec y en algunos maestros que lo admiraban por su talento personal, no tuvo colaboradores para una labor política, ni pudo organizar un partido, ni alcanzó a encontrar los apoyos necesarios para una labor de gobierno.

Resulta triste encontrar al general-presidente fraca­sado en su esfuerzo por negociar una paz beneficiosa al país y censurado por aquellos que habían sido protegi­dos gracias a su esfuerzo militar, que mal interpretaban sin embargo los propósitos de las negociaciones de V cra­cruz y los atribuían a debilidad: "las intrigas tenían libre curso en México", escribe Daran al comentar la situación de don Miguel. En tales circunstancias, éste empezaba a ver aminorada su importancia psicológica y política de

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caudillo, no tenía la fuerza necesaria para establecer una dictadura militar, y por e! contrario, e! número creciente de intereses opuestos y de descontentos, hacían impracti­cable un gobierno aunque en forma exigua contara con e! asentimiento popular. Presidente sin organización ad­ministrativa; símbolo y defensor de! movimiento Regene­rador, pero sin fuerza política; jefe de un ejército que había combatido incesantemente, que había alcanzado brillantes éxitos militares, que no lograba, sin embargo, resolver una situación y que, por lo mismo, estaba muy próximo a la fatiga y a la derrota, esto era Miguel Mira­món e! 7 de abril de 1860, cuando desfilaba por las calles de México, entre salvas y repiques, j salvas preparadas de antemano para conmemorar los éxitos de Vera cruz !

En cuanto al estado militar de los dos grupos conten­dientes, hemos de darle todo su valor a la frase de Cam­bre: "Mientras el general Miramón se había entretenido en la estéril campaña de Veracruz y levantaba el sitio del Puerto, después de haber bombardeado la plaza, los libe­rales se organizaban en e! resto de la República". Se vie­ron los resultados de esa organización casi inmediatamen­te, cuando, por mala salud uno de los compañeros del general-presidente, el general V élez, herido en campaña, tiene que entregar en Guadalajara el mando del 2 Q Cuer­po de Ejército al general Rómulo Díaz de la Vega, viejo, inepto y obeso. Díaz de la Vega dejó que Uraga, su con-o. ,

trano, se orgamzara, para evitarlo V élez lo persegwa constantemente y no sólo, sino que dio una batalla en el ter:e~o que escogiera el mismo Uraga, con los resulta­dos fac¡}mente previsibles de tantos errores: una derrota que dejó prisionero al jefe recientemente nombrado jun­to con su Estado Mayor. Lo que esto significaba, era que de nuevo se levantaba amenazante, en el flúido e inmenso

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frente norte, el poder militar del liberalismo; que era ne­cesario combatirlo sin demora, para evitar las consecuen­cias que se presentían; que sólo podía salir a dar una bue­na batalla que por lo menos estabilizara parcialmente la situación, el mismo todavía invicto general-presidente. La importancia de la derrota de Díaz de la Vega se puede comprender mejor, si decimos que el cuerpo de ejército que comandaba y que fue destrozado, estaba compuesto de tres mil quinientos hombres y diez piezas de artillería, de las cuales seis eran de grueso calibre. La desmoraliza­ción que había cundido entre esos soldados, queda patente al agregar que aparte de los jefes y oficiales, mil hombres de tropa se rindieron prisioneros al enemigo.

La perpetua crisis económica del gobierno de Mira­món, agravaba los problemas que tenía que resolver. Uno nuevo iba a presentársele: Zuloaga, que le había here­dado esa situación tan difícil, de repente 9 de mayo , quiere recobrar la Presidencia de la República. El gesto de Zuloaga era índice del descontento que había entre un grupo de participantes en el Plan de T acubaya contra Miguel Miramón, que era quien mejor luchaba, no tanto por ellos personalmente, cuanto por una plataforma na­cional que permitiera la vida pacífica a la gente de orden. Las incomodidades y consecuencias de una larga guerra civil habían agravado el descontento de aquellos que sólo tenían la preocupación de sus intereses materiales y tam­bién de todos los que precisamente por su ideal de vida no estaban dispuestos a llegar al heroísmo.

En ese ambiente publica Zuloaga un decreto en el que depone al Presidente Sustituto y reasume la primera magistratura, decreto que indudablemente carecía hasta de requisitos formales. Tal publicación, era otro error político terrible cuando empezaba a cundir la desmorali-

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zación en el vacilante gobierno Regenerador, pero el error resultaba más abultado, cuando se sabía que las tropas del vencedor Uraga se encaminaban hacia el Bajío, sin que Zuloaga y sus consejeros pudieran hacer nada práctico para detener ese avance.

Don Miguel se da cuenta de la desesperada situación y realiza un golpe de mano desesperado: toma prisionero a Zuloaga. Entonces es cuando pronuncia la frase que conocemos por diversas versiones: "Le voy a enseñar a usted cómo se tiene una silla presidencial".

Este golpe de mano, que podía ser la solución inme­diata de una situación indefinida, para tener completo éxito exigía que el joven caudi1Io militar consolidara su régimen reorganizando inmediatamente todo el gobierno. Pero don Miguel no contaba con el tiempo preciso para hacer esos cambios pues el enemigo avanzaba por horas y lo cortaba de su otra plaza fuerte : Guadalajara. Sin resolver la situación política, confiado en que al llevarse a Zuloaga prisionero nadie tendría valor para disputarle el poder, impone un préstamo forzoso, "designando perso­nas y cantidades" a los habitantes de la Capital, y sale - día 10 a combatir al ejército que avanzaba. Pero convengamos, para entender mejor los acontecimientos que vendrán, que la fatalidad de la guerra colocaba al caudillo en una difícil posición legal, un poco forzada y hasta absurda cuando lo que se proponía i era defender el orden!

El día 19 se encuentran a corta distancia los dos ejércitos: Uraga en Lagos y el Presidente "de facto" en León. El jefe liberal, no obstante su reciente triunfo, no se arries~a a dar una batalla y empieza a retirarse hacia Guadalajara, asediada por ügazón y Valle y defendida por el General Woll. La retirada es lenta y la persecución

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cautelosa, como dando tiempo Uraga a que fuera tomada la ciudad, con lo cual podría volverse con nuevos ele­mentos sobre Miramón y como desconfiando éste de su estrella que siempre lo hizo audaz. Estos pasos y tanteos se alargan hasta el día 22 y hasta la ciudad de Guada­lajara. Tan estaba el ejército liberal seguro de su fuerza, que el mismo Uraga combina sus efectivos para llegar a una victoria sobre la ciudad sitiada: "Mañana mismo -dice en una orden general se emprenderán las opera­ciones sobre Guadalajara, y pasado mañana, 24, se to­mará la plaza. Después, si el Mandarín de México se acerca, doce mil bayonetas victoriosas responderán de su audacia". La firmeza de los defensores de la ciudad y lo imprevisto en el curso de las operaciones, no sólo hicieron que esta fuera una amenaza incumplida, sino que el mis­mo Uraga quedara herido y prisionero, se levantara el sitio y el 25 entrara triunfante Miramón.

La derrota liberal, como victoria para Miguel, era muy relativa. Ya más tarde veremos lo que este sencillo hecho va a significar: el eficaz jefe de la defensa y hom­bre de confianza del caudillo, había quedado herido en la acción. Había conseguido que la plaza no fuera tomada, pero los soldados que se retiraban obedeciendo órdenes del mismo Uraga, tuvieron habilidad suficiente al levan­tar el sitio para conservar los siguientes efectivos: "cinco mil infantes, mil quinientos jinetes, cuarenta piezas de artillería y suficientes provisiones de boca" . Proclamaba Ügazón días más tarde al frente de sus fuerzas : "Muy pronto el cañón volverá a despertar vuestro entusiasmo: muy pronto vuestros fusiles volverán a hacer fuego sobre Miramón y el último resto de sus tropas" .

Se encuentra el general-presidente en una situación que era indispensable afrontar: dentro de Guadalajara,

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no tenía sentido permanecer. Había que ir a buscar al enemigo, que amagaba sin dar batalla. Pero de nuevo está Miramón escaso de fondos y tiene la única solución de los casos de emergencia: el préstamo forzoso. Logra reunir, provocando muchos disgustos, ciento trece mil pe­sos el 2 de junio. Paga a sus soldados, reúne provisiones, toma un ligero descanso y el día 8, con seis mil hombres y treinta y dos piezas de artillería, vuelve a ponerse en marcha para alcanzar a los sitiadores de la capital tapa-, tia.

Los periódicos de la Capital publican por esos días la protesta que lanza al mundo este precario presidente sustituto, por el menoscabo de la autoridad pontificia en las tierras italianas. i Grito solitario y dramático que iba a perderse en el vacío!

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XIX

y así llegamos al último semestre dramático e infor­tunado de Miguel Miramón como Presidente "de facto". El día 1 1, llega a Techalutla, a la orilla de la laguna de Sayula, y pocos días después al pueblo de este nombre. Los caminos, llenos de fango, le impiden mover su artillería pesada. Y a unos pasos de Sayula, en la Cuesta de Zapo­tlán, está parapetado el enemigo. El número de hombres es más o menos igual: la desemejanza radica en los ca­ñones, porque los liberales pasaron por el camino antes de que el lodo lo hiciera intransitable.

El general-presidente no puede aventurarse a una operación sin éxito, cuando sabe lo escaso que son sus elementos. Es provocado por el enemigo que quiere dar la batalla en el terreno que ha escogido; allí está él también retando para que salga de sus fortificaciones, confiado en la suerte de una batalla de movimiento, su batalla fa­vorita de estratega. Y pasan los días. i Si se abriera el cielo y cesara la lluvia y el sol endureciera los caminos! Podría hasta llevar el ataque a las fortificaciones escalonadas y ascendentes con tal que hubiera artillería. Pero no hubo sol y el infortunado recibió informes de que mientras los contrarios lo tenían de nuevo inactivo, ya bajaban del

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norte nuevas tropas para cerrarle los caIninos. A la tropa contraria se agregaban las dificultades del gobierno, cada día mayores. Por fin, la madrugada del 21 de junio, sin combatir, ordenó que se levantara el campo para regresar a Guadalajara. Cambre deja entrever su sorpresa por la capacidad de maniobra del ejército de Miramón en estas palabras: "en silencio comenzaron a desfilar las tropas y los trenes, no obstante lo bromoso de éstos y el muy mal estado del camino por la estación de aguas, rindió el ejér­cito en el mismo día una jornada de doce leguas, hasta llegar a Zacoalco; el veintidós pernoctó en Santa Ana Acatlán y el veinticuatro regresó a Guadalajara". No fue un regreso sencillo: rechazaba los ataques que lo seguían a retaguardia y encontraba tropas enemigas en las encru­cijadas de los caminos, en los altos montañosos de que es tan pródiga la región. La llegada a Guadalajara sin vic­toria, provocó tal corriente de rumores, que tuvo que de­clarar oficialmente Isidro Díaz, el vocero del Presidente: "Convencido S. E. de que las fuerzas enemigas que se ha­bían fortificado en la cuesta de Zapotlán y alturas inme­diatas, se componían de nueve a diez mil hombres con cincuenta piezas de artillería aproximadamente y que su inmensa superioridad numérica sobre las del gobierno les permití.a cubrir completamente todos los puntos por don­de pudIera atacarse de frente sus formidables posiciones, consideró aventurado un ataque semejante y que en caso de un desastre las consecuencias serían muy graves ... ".

Como jefe del ejército, Miramón hacía perfecta­mente en cuidar a sus hombres, pero con facilidad puede suponers.e el resultado que en la moral de los partidarios d~} Goblerno Re~enerador produjo la anterior declara­ClOn: era.el senCIllo reconocimiento de que ya ni el ge­neral-presldente tenía en un momento dado un cuerpo

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de ejército bastante poderoso para combatir con el ene-•

rrugo. Las noticias que llegaban del centro del país y de la

Capital eran peores: como lo temía el joven militar y como lo dijo en una carta anterior, era el momento en que su presencia resultaba indispensable en todas partes. Te­nía que subdividirse, por falta de segundas manos para poder detener la fatal marcha de los acontecimientos. Me­ses antes, D. Manuel Payno había escrito las siguientes frases: "El señor General Miramón, con una actividad prodigiosa, ha recorrido de uno a otro extremo la Repú­blica, peleando sin descanso, no contando las dificultades ni los peligros, y sin mirar el porvenir, como no se ve a los veinte y seis años, ha querido oponerse al río que se des­borda, a la marea que sube, al volcán que revienta, y después de más de dos años tiene que emprender de nue­vo una especie de conquista de todo el territorio, que más de tres veces ha emprendido, y que tendrá que emprender otras tantas, sin que, ni aún, allá en el lejano horizonte, pueda percibir cuándo llegará el despejado y apacible día de la paz".

Para detener al ejército de González Ortega, que ba­jaba del norte, deja Guadalajara el día 27, mientras que circula una proclama en la que informa cómo la gravedad d~ los acontecimientos lo obliga a dejar al frente de su ejército a Severo del Castillo. Este general, cuyos méritos históricos quizá eran muchos, ya es conocido por sus defi­ciencias en la presente historia: es el mismo que necesita la ayuda de Osollo y Miramón para decidir la batalla de la Capital de la República. Se caracteriza por su inacti­vidad, por su inmovilidad: al recibir los efectivos del magnífico ejército del general-presidente, lo transforma en un cuerpo defensivo más que en un cuerpo combativo.

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Las disposiciones que toma apresurada y cuidadosamente para fortificar Guadalajara con el propósito de resistir un largo sitio, demuestran que carecía de la iniciativa necesa­ria para ir a buscar a un contrario que todavía a campo abierto podía ser batido por tropas experimentadas. "Lue­go que se retiró Miramón y se hacían los mencionados aprestos de defensa, comenzaron a emigrar las gentes que tuvieron recursos, yéndose para distintas partes especial­mente para México", dice el historiador jalisciense que pinta la desmoralización.

Cuatro mil hombres dejó don Miguel bajo el mando de Severo del Castillo. Consigo iban tres mil soldados inexpertos, no veteranos, encuadrados en una oficialidad de la confianza del jefe. Iría al Bajío otra vez contra el enemigo, a las extensas llanuras donde Miramón coloca­ba sus batallones con elegancia deportiva, hasta enton­ces victoriosa. Inclusive, mientras contenía en Lagos el avance contrario no tanto el verdadero poder de sus tro­pas, sino su personal prestigio de general sin derrotas, podría conseguir refuerzos que hicieran posible batir al ejército del norte en una batalla decisiva y luego se vol­vería contra las tropas que amenazaban Guadalajara. Pa­ra tener esos refuerzos movilizó a Mejía hasta Querétaro. y con el prestigio invicto y sus reclutas inexpertos, volvió cauteloso al contrario que no obstante sus fuerzas supe­riores no se decidió a atacar.

Los ~ugurios de la derrota llegaban no del campo de b~talla , SIlla d~ la retaguardia civil: los burgueses de Mé­Xlc~ ya se hablan cansado de la contienda. Sus palabras de Clan textualmente: "destruídas las rentas del Erario, a la vez que sus necesidades reales crecen en proporciones enormes, para acudir a los gastos de la guerra, no quedan

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más que ciertos arbit~i~s v~o.lentos y ruin<;>sos, cuya c~m­dición esencial es la mjUstIcla: las exaCCIOnes y los Im­puestos gravitan exclusivamente sobre una porción pe­queña de la sociedad ... ". La "exposición de paz" de julio 2, que circuló en la Capital de la República, era ver­dadera expresión de los sentimientos de un grupo de hom­bres indiferentes a lo que estaba en debate. No les intere­saba sino un problema: el de los empréstitos, el de sus capitales afectados, el peso que gravitaba "exclusivamente sobre una porción pequeña de la sociedad". i Como si nada hubiera gravitado sobre los miles de hombres movi­lizados en los dos grupos contendientes! i Como si los miles de pesos con que se defendían, entre otros, sus intereses y cuya entrega sólo podía conseguirse por medio del prés­tamo forzoso, significaran más que los miles de sacrificios de los soldados en batalla y de las poblaciones que pade­cían los horrores de los combates!

Detrás de un mal apareció otro: Zuloaga, el equívo­co político prisionero en León, "escapó con rumbo desco­nocido" el 4 de agosto. Hay que darse cuenta de lo que esto significaba además para Miramón, de la suma de problemas políticos que agregaba a la descomposición de su retaguardia, a la pobreza del Gobierno, a la escasa preparación de las tropas concentradas a su lado. Informa esto al Consejo de Gobierno sin demora el Jefe, haciendo ver que se presenta el problema de la desaparición del que reclamaba la Presidencia de la República en el Movi­miento Regenerador y que por lo mismo, era indispensa­ble nombrar presidente no con poderes delegados, sino con nombramIento expreso. El Consejo de Gobierno, que fue rec.to hasta el fin, respondió con fecha 9 de agosto a don .MIgUel, al tiempo que le ratificaba el nombramiento presIdencial: "... no es cordura pararnos en cuestiones

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de academia, dejando en gran riesgo los más preciosos intereses de la Nación ... Jl Un cambio de correspondencia entre el Consejo y Miramón sobre este asunto, revela que nuestro héroe rechaza la Presidencia mientras prepara la batalla.

La grave crisis ayudaba los movimientos decisivos del ejército liberal: para tener mayor seguridad de que el inactivo Severo del Castillo no haría ningún movimiento que impidiera la conjunción de las tropas batidas por Miramón en Jalisco, que González Ortega esperaba para entonces sí combatirlo en Lagos, los generales Ogazón, Vega y Zaragoza marchan sobre la Guadalajara que aguarda el ataque. Con su actitud defensiva, Severo del Castillo dejó que la división del Centro, a las órdenes de Zaragoza, desfilara tranquilamente por las goteras de la ciudad y se fuera a unir con el Ejército del Norte. Esto era lo que tenía órdenes de impedir, para esto le dejó Miramón sus mejores tropas y la falta de espíritu ofen­sivo del viejo soldado le entregó en cambio al jefe del ejército una completa derrota estratégica, mientras que­daba al mismo tiempo sitiado en la ciudad tapatía.

El 1 1 de agosto, en Silao, cosechó don Miguel los frutos de esa cadena de infortunios: se ve forzado a acep­tar sobre sus tres mil hombres el peso de los siete mil de González Ortega. No puede confiar en sus tropas inex­pertas pa,ra maniobras a campo abierto, y menos al v~r que su numero es muy inferior al del enemiO"o. La artI­llería de don Miguel, bate perfectamente el ~amino por 1~ Loma de las Animas. Con sus sobradas fuerzas, el jefe hberal puede .ocultar perfectamente sus dispositivos de batalla: cambia sus posiciones mientras Miramón hace descansar a sus soldados. Cuando amanece, aunque éste

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logra contener al enemigo con fuego de artillería, carece de elementos para lanzarlos oportunamente contra las fracturas del adversario. A las dos horas de combate, pier­den la moral los bisoños soldados que no saben qué hacer frente al acoso, frente a la muerte de sus jefes y de los ofi­ciales que han caído en primera línea. Miramón entre el fuego y la destrucción y su impotencia, persiste en ser ani­mador de tropas. Cuando se quiebran las líneas y llega la derrota y la fuga, galopa a las espaldas de sus últimas huestes y al alcance de las primeras caballerías de los ven­cedores. Escapa entre botes de lanza que logran herir a alguno de sus ayudantes; al más encarnizado perseguidor, le tira una bolsa de onzas de oro: disparo psicológico de una mano sin parque en las pistolas.

Es verdaderamente triunfal el parte de González Or­tega:

"Después de un reñido combate en el que ha corrido con profusión la sangre mexicana, ha sido derrotado com­pletamente D. Miguel Miramón por las fuerzas de mi mando, dejando en mi poder su inmenso tren de artille­ría, sus armas, sus municiones, las banderas de sus cuer­pos y centenares de prisioneros, inclusos en éstos algunos generales y multitud de jefes y oficiales. El combate co­menzó al romper el alba y concluyó a las ocho y nueve minutos de la mañana".

Llega a la Capital el vencido dos días más tarde. La encuentra en completa alarma: González Ortega dice marchar sobre México y ya no hay ejército frente a sus tropas, ni dinero, ni presidente, ni moral para seguir la

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lucha. Sólo un grupo que dice encarnar el orden y que por lo menos encarna la cultura pequeño grupo que será menor cada día representa la tradición de los No­tables, consuetudinariamente acatada. Me gusta recor­darlos, magníficos e irreales.

Estos Notables, el 14 de agosto nombran Presidente de la República a Miguel Miramón. A las ocho de la no­che es la protesta del electo. Separemos dos frases de su discurso, que pintan la situación: la primera es una con­fesión pesimista: "mis esfuerzos aislados son impotentes para dominar la situación que atravesamos"; la otra es una fórmula política que hoy mismo todavía tiene vali­dez: propone alcanzar "la felicidad de la Nación como premio debido a sus virtudes cívicas". Y al día siguiente, Festividad de la Asunción de Nuestra Señora, asiste a la gran fiesta de la Catedral: su nombramiento ha levantado los ánimos, como su presencia unos días antes había con­tenido un ejército adversario.

Pero un nuevo ejército, que era lo que se necesitaba con urgencia, no alcanza a formarse con sólo entusiasmo. Había que buscar, que encontrar dinero. Quiso conseguir una pequeña suma para empezar sus movimientos, que había conseguídola mayor en provincia: apenas sesenta mil pesos y señaló ciertos nombres para que la cubrieran, entre los que estaban algunos de los beneficiados con los "~egocios." del tiempo de Santa Anna. Unos a regaña­dientes dieron el dinero y otros se opusieron: dos sobre todo encabezaban la maniobra de resistencia en tan gra­,-:es momentos, frer:,te al enemigo que se paseaba con toda hbertad por ~l BaJlO y llegaba hasta Querétaro a apode­rarse de las Joyas de los templos. Miramón, exasperado, los puso en la cárcel: se llamaban Manuel de Rosas y Juan Goríbar (agosto 18).

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Los periódicos de la época nos llevan de la mano a damos cuenta de cómo estaban cada día más contra el Presidente no sólo sus enemigos, sino una economía y una corriente de rumores: un día se dice que ha tomado los fondos del Monte de Piedad (23 de agosto), cargo que obliga a una negativa oficial; otro, incauta los fondos que conserva la Academia de San Carlos para hacer una estatua monumental a Iturbide; al mismo tiempo, se pre­senta el problema del alza de los víveres, por especulación, en la Capital, contra la cual era bien poco lo que podía hacer el gobierno.

Con mucha objetividad, por su parte, el Ministro de España, Pacheco, se refería al problema en sus verdaderos términos: "estas grandes discordias de los pueblos no ter­minan nunca sino por acomodamientos que sean honrosos para todos" (24 de agosto) .

Pero ya hemos visto que los esfuerzos de don Miguel para negociar lo que llamaríamos una paz honorable, ha­bían fracasado. No quedaba sino dejar a la suerte adversa de las armas la decisión de cuestiones que no podían re­solverse por la violencia.

En esto el enjuiciado Márquez, que estaba al tanto de los acontecimientos, pide licencia para volver a la gue­rra. Ya hemos visto que don Miguel de lo que carecía era de segundas manos y el antiguo general vuelve a po­nerse al frente de un cuerpo de ejército (27 de agosto) para acudir en auxilio de los sitiados de Guadalajara, que padecían la plenitud de las consecuencias de la inmovili­dad defensiva de Severo del Castillo.

En los últimos días de agosto y primeros de septiem­bre, se mira en la Capital el intenso movimiento de las tropas que llegan concentradas de todas partes por el ge­neral-presidente. Con las tropas que vuelven y dejan des-

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amparados los últimos puestos de resistencia del Gobierno Regenerador, también se concentra la población flotante de los civiles que han abandonado los lugares evacuados: traen la moral deshecha, problemas económicos, proble­mas de habitación. Son los fugitivos que anuncian lo que es la derrota.

Miramón tenía confianza en que el pueblo daría su cuota de sangre. Pero eso no bastaba: era indispensable forzar más todavía la situación económica para tener di­nero y levantar soldados que colaboraran con las tropas concentradas en la ciudad. Parte de la historia de ese esfuerzo, la creciente fuga de las llamadas clases dirigen­tes una fuga ricachona ,se publicó en un periódico de la época con las siguientes palabras:

"De suprema orden han sido detenidos estos señores hace pocos días. Esta medida, por dura que parezca, ha sido necesaria atendidas las circunstancias que obligan al Supremo Gobierno a dictarla. Los señores Landa y Sán­chez Navarro formaron parte de la Junta que, como es público se convocó últimamente, a fin de arreglar un prés­tamo que diera los recursos que urgentemente exigen las circunstancias actuales. Dichos señores opusieron des­pués de haber asistido a la reunión, una obstinada resis­tencia a satisfacer las cuotas que se les asignaron, y hasta dejaron sin respuesta las comunicaciones que les dirigió el Exmo. Sr. Ministro de Hacienda: semejante conducta que por una parte es de egoísmo criminal en la situación actual del país, envolvía por otra una falta de respeto a la autoridad, que no podía pasar desapercibida. El Su­premo Gobierno está resuelto a castigar y ser inflexible con los que desconociendo sus deberes de ciudadanos, se

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niegan a prestar los servicios que de cada uno en su esfera reclama la situación actual; los señores a quienes nos re­ferimos por su culpable conducta, han tenido que sufrir las consecuencias de ella". (Diario de Avisos de 1 2 de septiembre) .

La "situación actual" a que se refiere el documento, era cada día más dramática: los cadetes del Colegio Mi­litar hacían maniobras de tiro en la plaza de Mixcalco y con los fondos conseguidos con las dificultades que se han esbozado, se reúne una nueva conscripción, pero mientras, las partidas liberales rodean por todos los rumbos la Ca­pital: en Tlalpan tienen completo dominio de la situa­ción, al extremo de que hay verdaderos depósitos de pro­visiones en sus manos para el futuro asedio de México; en Tlalnepantla se pasean libremente y unos días más tarde han de secuestrar al apenas nombrado abad de la Villa de Guadalupe para pedirle un fuerte rescate. Los periódicos dan con frecuencia la noticia de que alguna diligencia que debía llegar a la Capital siempre no llegó y agregan sardónicamente: "por algo será". Aunque el Presidente ha suspendido las felicitaciones para su onomástico, asis­te en la noche al teatro donde se presenta una obra de nombre EL Cerco de Pavía; la representación se interrum­pe al aparecer un hombre de apellido Olavarría, que le gritaba a Miramón pusiera térnúno a las hostilidades.

Pero a los veintiocho años que ésos tenía el gene­ral-presidente, por más que los acontecimientos lo habían envejecido no iba a abandonar esta lucha decisiva. Fra­casados y mucho sus esfuerzos para conseguir dinero, dic­ta un nuevo decreto por medio del cual impone una con­tribución directa de un mes de alquiler a las fincas rústicas y urbanas. La ineficacia de su burocracia volvió la medida un mal de escaso provecho ( 13 de octubre ) . y agrega a

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su estrella en ocaso dos golpes sucesivos: el ministro de Inglaterra, Mathews, abandona la ciudad y anuncia su rompinúento con el Gobierno Regenerador (17 de octu­bre) y el mes de noviembre empieza con la noticia de que la plaza de Guadalajara, arduamente defendida por Se­vero del Castillo, ha quedado por fin en manos de los liberales. Todo el ejército del Norte y del Occidente mar­chará en contra de la Capital. Se dice y se repetirá más tarde que Márquez ha sido un espectador indife­rente, con auxilios inoportunos y mal conducidos.

El general-presidente no se hace ilusiones y de nuevo reúne a los Notables (3 de noviembre) para que éstos decidan qué se puede hacer, "para que, ya que no es po­sible, por las circunstancias, consultar la opinión de la nación sobre los medios de salvar al país, conocer a ese respecto la de esas personas", dice. Poco pueden hacer los Notables, como no sea dar una solución conceptual: hay que luchar.

No sabemos qué pensó Miramón sino únicamente los hechos de su decisión oficial: activa la organización de la defensa, y publica un bando (13 de noviembre) en que declara la ciudad en estado de sitio. Se le vuelve a acabar el dinero: la penúltima medida desesperada, consiste en la imposición de un préstamo forzoso de trescientos mil pe~o~ en forma de cuota personal que gravitaría sobre mil qUlnIentas personas designadas por el Ayuntamiento (15 de novi~~bre ) . ,El control de los transportes y la libre in­troducclOn de vIve res a la ciudad son medidas que agrega a las anteriores. Y decide proclamar al país el estado en que se encuentra el Gobierno en su manifiesto de 17 de noviembre : '

"Cerca de tres años ha que triunfante en México el

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ejército que había proclamado el Plan de Tacubaya, em­prendió su marcha para plantar en los Departamentos el gobierno que emanaba de aquella revolución salvadora. De victoria en victoria llevó sus banderas por una gran parte del territorio nacional, y al expirar el año de 1859, la mayor parte y más importante de la República era regida por el gobierno supremo establecido en la Capi­tal .. , grandes desastres en la guerra han reemplazado a los espléndidos triunfos obtenidos antes por nuestras armas; sucesivamente han sido conquistados los Depar­tamentos que estaban unidos a la Metrópoli y hoy sólo México y alguna otra ciudad importante está libre del imperio de la demagogia. ¿ Será que la Providencia aun quiere probar la virtud del pueblo mexicano? ., Preo­cupado el gobierno en las operaciones militares, en vano ha pensado en mejorar la administración y los elementos todos que hacen dulee la vida social; apenas ha podido conservar en los lugares a su mando algún orden que ase­gurase las garantías individuales. .. obligado a hacer erogaciones exorbitantes, precisado a procurarse diaria­mente los recursos para cubrir las atenciones del momen­to, no ha podido establecer sistema alguno de hacienda, ni fOI mar combinaciones financieras, ni ha tenido otro arbitrio para subsistir que exacciones forzosas de dine­ro ... amo a mi Patria como el mejor de sus hijos, la veo con amargura desgarrada por dos partidos que se des­pedazan mutuamente, conmovido por los males que la aquejan, he brindado con el olivo de la paz al partido opuesto, haciendo una abstracción absoluta de mi persona y proponiendo como la gran base de la paz la voluntad nacional, y alguna garantía de estabilidad para el orden de cosas que resultara de esta revolución que ha venido a ser verdaderamente social. Pero parece que los jefes cons-

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titucionalistas temen oír la voz de la Nación libremente expresada ... y obstinados en imponer a la Nación una ley que rechaza, o más bien, interesados en prolongar in­definidamente una situación en la que ninguna ley im­pere, han frustrado las diversas negociaciones que con diversos motivos se han iniciado para buscar la paz ... ¿ Qué debo hacer en tan crítica situación? .. El enemigo, más fuerte hoy, será más exigente, seguirá gritando: i gue­rra contra la Religión de nuestros padres, que es esencial­mente civilizadora; guerra contra el Ejército, que es el sos­tén del orden y la salvaguardia de la independencia nacio­nal; guerra contra la Sociedad, en la que están cifrados los intereses de los individuos! y yo, con dolor aunque con energía, tendré que contestarles: i guerra en defensa de la Religión, guerra en nombre del Ejército, guerra en nombre de la Sociedad!. .. ¿ Quién será coronado con los laureles de la victoria? Hoy sólo está en el alto juicio de Dios ... " (Apéndice IV).

Va a lanzarse a combatir con tropas que están com­puestas con muchas plazas nuevas y algunos soldados vete­ranos reconcentrados. Necesita todavía más dinero y or­dena que se tomen los fondos destinados al pago de los acreedores de la deuda inglesa. Más tarde explicaría ese acto con las palabras siguientes: "sabía que con ellos co­merciaba el encargado de negocios Mathius, como lo prueba el hecho de haber gastado una cantidad; por la imperiosa urgencia en que estaba el Gobierno de recursos pecuniarios,. y por el temor. que abrigaba de que esos fon­dos se perdleran por ser bIen conocida su existencia en un conflicto de armas que hubiese en la plaza" (Ca'usa, etc.). y vuelve a las batallas.

De Ixtacalco, sobre los canales de víveres, tiene que

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desalojarse al enemigo: la ciudad puede volver a alimen­tarse gracias a esa acción y siguen otras similares. Perso­nalmente, busca al contrario en Tlalnepantla (4 de di­ciembre) y lo derrota. Don Miguel Negrete y su hermano Mariano Miramón, se lanzan sobre los posesionados de Tlalpan y se apuntan otra victoria (6 de diciembre) .

Para el día 8 la fiesta de su esposa doña Concha­anuncia una gran recepción familiar: secretamente pre­para el general-presidente ropas iguales a las de la van­guardia de los liberales por el lado de Lerma, la sorprende después de caminar toda la noche mientras lo hacían en el sarao y llega a Toluca: inesperadamente ataca a Be­rriozábal y después de una rápida batalla queda dueño de la plaza, (9 de diciembre). Regresa a México con sus prisioneros: Degollado, Berriozábal, Gómez Farías, Go­van tes y los trenes de artillería capturados (día 12) Y apresta sus fuerzas para la que iba a ser batalla decisiva.

Pero antes de quedar sitiado en la ciudad, como pa­recía iba a suceder, Miramón decide ir a encontrar al poderoso ejército liberal, integrado por las divisiones Za­catecas, San Luis Potosí, Guanajuato, brigada ligera de Jalisco, división Michoacán, además de las brigadas de caballería del Ejército del Centro y del Ejército del Norte y su artillería, compuesta por cerca de sesenta cañones. El general-presidente contaba para oponer a estos veinte mil hombres aproximadamente ocho mil y treinta piezas de artillería. La debilidad del Ejército Regenerador era manifiesta. Hay que agregar la situación moral de los combatientes: orgulloso, optimista, vencedor el de Gon­zález Ortega, deprimido el de Miramón y algo más que

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deprimido: minado por una intensa campaña que no se había detenido en derramar sumas de dinero que alcan­zan, aunque sin corromperlas, las manos de RamÍrez de Arellano y hasta las de un hermano de don Miguel.

El viernes 21 de diciembre se encuentran los dos ejér­citos, con la agravante de que el de González Ortega ya estaba posesionado de las lomas de San Miguel Calpu­lálpam. A las ocho de la mañana se lanza contra el flan­co izquierdo enemigo, en donde se encontraba la división Michoacán que sufre grandes bajas y retrocede: el plan de don Miguel es forzarla y pasar hasta la retaguardia del ejército de González Ortega, pero llegan en auxilio de la división que retrocede las de Jalisco y San Luis PotosÍ. Queda puesta en evidencia la superioridad nu­mérica del ejército liberal, que "pone de nuevo su línea de batalla frente a las tropas de Miramón" y toma la iniciativa con tropas de refresco de las divisiones de Gua­najuato y Zacatecas por el ala derecha: es tan terrible la defensa de Miramón, que tiene que retroceder de nuevo González Ortega, pero vuelve a imponerse la superioridad numérica de éste y logra mover tropas hasta la retaguar­dia del general-presidente, por lo que su situación resulta expuesta en extremo.

Quiere salir de ella mediante un golpe de audacia y ordena una carga de caballería a su hermano con las tropas que ocupan el centro de su línea y entonces culmi­na la intensa campaña de desmoralización del Ejército Regenerador: en el momento del ataque escribe un testigo presencial, de filiación liberal , "l~s soldados que minutos antes eran aun la única esperanza de la reacción vitorean a la libertad y al general Ortega incorporán-dose en las filas li berales" . '

Son las diez de la mañana. Hay que arrostrar un

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desastre total en el que no se salva ni un tren, ni un cañón, ni un grupo de ejército completo. Confirma la des­moralización de las tropas de don Miguel el dato sobre los prisioneros, que fueron en número de cuatro mil. En me­dio de un mar de vencidos deja el campo de batalla Mi­ramón: los hechos que no pudo controlar le quitan la presidencia. De él y de los pocos que lo acompañaron en la fuga, se empezaría a decir: "sólo se han escapado los principales cabecillas".

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CUARTA PARTE

AMORES Y DESTIERROS

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"Su misma figura imponía: estatura alta, cabeza erguida, todo su porte revelaba energía y voluntad; acos­tumbrada a que nada ni nadie le resistiera, su voz y sus gestos parecían tener manos invisibles para conducir a los demás, por el camino que ella se había propuesto". Así describe su nieta, doña Carmen Fortuño Miramón, a la mujer del caudillo cuando volvió a México a recoger sus restos y llevarlos a Puebla.

Por los retratos de la época, podemos imaginarla más voluntariosa que bella, de frente alta, boca grande y ojos un poco saltones. Quien la conoció, cuenta que era blan­ca, de pelo castaño y todos están de acuerdo en su desta­cada estatura y su fuerte temperamento. Las discreciones propias de la familia no nos han dicho nada de que era bien formada y tampoco han podido valorar esa femini­dad y esa fogosidad que impresionaron apasionadamente al cadete Miguel.

Porque éste y doña Concha Lombardo y Partearro­yo se conocieron en el Colegio Militar, como ella cuenta en sus M emoriasJ cierta ocasión en que fue con su her­mana a admirar las habilidades de los cadetes; don Mi­guel, que entonces era apenas Miguel, recibió la orden

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de acompañar a la señorita Concha y les explicó las ma­niobras que un pelotón de alumnos ejecutó frente a ellas: el vivaz oficialillo galanteó a la dama visitante, no va­mos a suponer que tocado por súbita pasión, sino por gusto viril de los atractivos de ella. La aventura que se inició en el Colegio iba a continuarse el día que el cadete lo­gró entrar a la casa de las Lombardo, pues un su amigo, por cierto muy calavera, era novio de la hermana de Con­cha: allí estuvo muy cerca del ridículo, porque llegó el padre de ellas y prácticamente se burló del oficialito, de sus apuros, de sus ingenuas evasivas. Todo hacía suponer que la aventura iba a terminar con esa intervención.

Pasa el tiempo y como hemos visto, Miguel asciende rápidamente en el ejército: vuelve a encontrar a Concha Lombardo, se cuela en su casa y tiene con ella una con­ducta un poco ruda: a las insistentes negativas de la pretendida, saca la espada y le pide un beso. Las M e­marias dicen que ella gritó que la matara, pero esa últi­ma resistencia no siempre indica una negativa absoluta y la señora al escribir sus recuerdos no cuenta más.

Es entonces cuando Miramón pasa por los estrechos de una condición absurda: a la señorita le gustaba la buena vida, tenía su orgullo, amaba los encajes y las sedas y i buena estaba ella para casarse con un oficialillo de incierta fortuna! i Buena para acompañarlo como una soldadera por los campamentos, como se lo dijo con to­das sus letras en una ocasión! No: se casaría con él, si acaso, no obstante la espada y la batalla del beso, cuando fuera general. De ningún modo antes.

A Miguel !le:', le quedaba otra cosa que hacer sino aceptar la condiCIOno Por otra parte después estuvo de­masiado ocupado en sus batallas par~ detenerse formal­mente ante el balcón de la mexicanita a la usanza de en-

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tonces. Más sinceramente todavía, agregaremos que ni él se conformó con velar el culto de la dama, ni la dama se puso a esperar la llegada del hipotético general. Se han olvidado los nombres de todas aquellas que ocupa­ron el corazón y los brazos del soldado de estos días: ape­nas se recuerda con eufemismo, "una novia en San Luis Potosí" que estrujaba ardientemente los laureles del cau­dillo.

Por lo que hace a Concha, ya decíamos que tampoco perdió el tiempo y tuvo un novio muy formal con el que pensaba contraer matrimonio y que le regaló, entre otras ofrendas, un escritorio estilo imperio forrado de verde, que todavía conserva su nieta la señora Fortuño. Este novio era de muy diverso temperamento que el caudillo, sus ideas andaban por otros rumbos, su profesión era la segura profesión comercial, sus relaciones eran excelen­tes: las de la embajada inglesa, él mismo era británico y se apellidaba o Perry o Percy, que en esto no hemos podido tener el dato preciso. ¿No era verdaderamente un buen partido?

Como se ha visto en otra parte de esta historia, Mi­guel alcanzó mejores grados con el tiempo y un. día llegó al convento de la Encarnación, donde estaba entre inter­nada y descansando la británica en espectativa, pues una familiar suya era la superiora. En una caja que le envió a la muchacha , iba la banda de general y unas líneas en que le decía más o menos que iba por ella para casarse, como se habían prometido: el mundo se le vino abajo a la presuntuosilla de Conchita, que se veía de nuevo ante la espada desenvainada de Miguel, sólo que ahora metafóricamente. Sin embargo, la cortejada no era para doblegarse tan fácilmente y quizá le pareció mal que

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cobrara cuentas tan a su modo el vanidoso Miguel, y aun­que intervino la superiora y la animaron para el matri­monio y el joven caudillo era muy estimado en ese am­biente, logró que la boda se aplazara: lo pensaría un po­quito mejor. Y como la guerra tiene exigencias, el gene­ral tuvo que irse de nuevo a sus campos de batalla.

Qué tan decidida estaba la voluntariosa Concepción a seguir en sus tratos con el inglés o a abandonarlo para corresponder a Miguel, es cosa que naturalmente no pue­de averiguarse, pero lo cierto es que el año 58 el comba­tiente le contaba por carta sus triunfos, sus penas en las batallas, el tiro en la pierna a que y;\nos referimos y que un día llegaron antes que él a la casa de la novia los ayudantes de su Estado Mayor a decirle que el general iba a llegar a la M etrópoli decidido a casarse, por lo que debía prepararse, que allí estaba en la puerta un coche con servicio de librea para lo que se le ofreciera y que Mi­guel había ordenado que se pusieran a sus órdenes para que desde el vestido, hasta los muebles y la casa, estu­vieran rápidamente dispuestos para la llegada de quien había ordenado ese "movimiento" . Y como no podía menos que acontecer, Miguel apareció, anunció que los padrinos iban a ser los presidentes de la República, que la boda sería en Palacio j e hizo otra de las suyas Con­chita al declarar que eso de la boda estaba muy bien, pero que sólo casada saldría de su casa y que el Presi­? ente y la Presidenta y el cura que los casara, deberían Ir por ella a sus habitaciones de la calle de la Canoa y allí ponerse al altar y de allí salir con el marido a donde él quisiera , inclusive a la fiesta en el Palacio Nacional! y se le hizo el gusto a la prometida .

Q ui en no la pasó muy a gusto fue el pobre británi­ca: doña Concha cuenta las cosas a su modo en sus

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M emorias, pero el hecho es que muy oportunamente fue encerrado en la cárcel de La Acordada y aunque la viu­da le quiere dar un cariz político al suceso y disculpa a Miguel de toda participación en el encarcelamiento, la coincidencia es demasiado elocuente para atribuirla a otra cosa que no fuera una precaución excesiva para conjurar cualquiera alteración de la flema inglesa frente a la ale­gría de los ilustres desposados.

Es cosa de magia y demuestra el poder del caudi-llo cómo se resuelven los problemas materiales en esas horas que van del anuncio del Estado Mayor a la reali­zación del matrimonio: se ve que todo lo había prepa­rado Miguel, menos el vestido de la novia, pero allí es­taba la pródiga mano del vencedor para que se hiciera el gusto de los enamorados; la casa es modificada también como por encanto: en una salida de la novia, cuando regresa encuentra muebles nuevos, lindos, colgaduras y tapices, alfombras de reino de hadas. El 24 de octubre, festividad de San Rafael Arcángel, es el día de la boda que toma caracteres populares.

Al salir los novios de la casa para ir a Palacio, se arremolina la gente, impide el acceso de los recién casa­dos al coche, hay forcejeo y la desposada pierde la sor­tija con que había querido que se realizara la ceremonia: el general, que ya había subido a la novia al coche, saca la cabeza por una portezuela y grita que tendrá una pro­pina magnífica quien la encuentre y la lleve a Palacio. y allá van entre los gritos de la muchedumbre. Al poco rato llega la sortija, pero sin la piedra que la adornaba, perdida para siempre: era un topacio.

Por la fecha de su boda, le correspondía ser feliz a don Miguel, pero no siempre ni en ese día se tiene tal fortuna: ella tuvo demasiado el sentido de la tierra, de

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lo inmediato, de lo conveniente, de lo oportuno, para se­guir en sus ensueños al caudillo; carecía como se vio desde el principio de la generosidad que éste había puesto en su destino militar; al amar la seguridad, lucha­ba contra la aventura sin esperanza del marido con toda su razón de mujer, con todo su instinto defensivo del ho­gar, pero el conjunto de circunstancias acercaría anticipa­damente las dificultades hasta llegarse a la crisis de los afectos.

Ya en su propio hogar, Miguel aplicaba un adje­tivo, cariñoso y todo a Concha, que sin embargo reve­laba la situación: "chinaquita", le decía aludiendo a sus diferencias o también "Doña Escolástica" por sus decisio­nes sin amabilidad, duras, tercas e irrebatibles. Tan no­toria fue la situación, que trascendió de la intimidad al campo de la política y de éste al de la musa popular. Por allí andan los versos que le hicieron los liberales a la pa­reja, con alusiones muy claras al espíritu burlesco e hi­riente de la mujer frente a los propósitos del hombre y sus infortunios :

"Los moscos de Vera cruz cuando pican hacen roncha ... -¿ Qué deveras, Miramón? - Como te lo digo, Concha" ...

Las diferencias entre los esposos se hacían más gra­w:s, de una parte por las intrigas sociales y de otra, en verdad, porque el caudillo tenía un indudable atractivo entre las mujeres: joven, impetuoso, rodeado de una le­yenda de virilidad y valentía, jefe del ejército y más tar­de Presidente de la República, con una mano llena de prodigalidad y apta la otra para las caricias cuando no

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empuñaba la espada, galante a lo militar, Venus no fue esquiva a las solicitaciones de este alegre Marte.

Por eso un día al entrar indignada al Palacio doña Concha, tuvieron que sacar discreta y rápidamente los ayudantes a una beldad de la época por la puerta más distante del paso de la celosa; por eso también otra vez en que se le rendían homenajes de vencedor a Miguel en Zapopan y paladeaba su triunfo con una hembra de la que se ha perdido el nombre la Justina de entonces , la fi esta se apresuró repentinamente para concluirse sin mayores trámites, porque en la carretera ya había descu­bierto la guardia de Miramón a la fustigada comitiva que hacía correr entre el polvo la generala. Por eso en los días de la batalla de Silao, en medio de los movimien­tos de tropas, poco antes del desastre, se cruzaban las car­tas de ambos con recriminaciones, con celos, con frases miramonianas de amor que trascienden retórica, mien tras galopaba sobre su caballo acompañado de sus ayudantes, para la riesgosa aventura del Bajío.

¿ y por qué no hemos de hacer más larga esta lista con algunas sombras de amor infortunado?

Ya muerto el caudillo, visitaba el hogar de Carlos, su hermano, un hombre llamado Juan Barrios : nunca quiso vivir con la familia , porque su casa estaba por las humildes calles del Campo Florido y había una misterio­sa lavandera a la que jamás quiso abandonar. Pero se le reconocía en la casa como hijo natural de Miguel y cuando hablaba en otra pieza, nos cuenta la hija de don Carlos que su voz era el duplicado de la voz del caudillo. ] uan Barrios, después de un suicidio frustrado, murió tu­berculoso.

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Pero de todas las historias que de Miguel pueden contarse, y de otras que se le puede atribuir, no hay nin­guna que tenga mayor fuerza que su idilio de Querétaro en los días del sitio. La conocemos por narración que nos hizo nuestro inteligente amigo Salvador Sánchez Septién y por obvias razones no podemos dar el aristocrático ape­llido de la dama, aunque también nos fue revelado.

Esta era viuda, virtuosa, joven y muy guapa y vivía en una casa cercana a la calle que va de la plaza de San Francisco a Santa Rosa. La calle era necesariamente re­corrida por Miguel varias veces al día, porque estaba en el eje de la defensa, entre el cerro de las Campanas y La Cruz. El caudillo vivía cerca del convento de San Fran­cisco y de allí subiría a ver al Emperador o correría a ver las fortificaciones del cerro: pasaba el general a ca­ballo, montado en su leyenda, mientras detrás de las ven­tanas María, la mujer, se agitaba al paso del héroe.

Un día retumbó la campana de los sentidos y el ge­neral escapó del fragor de la pelea en el fragor de la ba­talla de Eros; muchas otras desde esa primera se abrió la puerta de la casa para deleite del fatigado combat}en­te, que alternaba pólvora y perfumes; ella lo consolo en la adversidad con quejas dulces; de allí salió, mientras trinaba la alondra o el zenzontli que sólo escuchan los amantes, a sorprender a los enemigos con sus inespera­dos ataques. Un amanecer, hasta olvidó un combate. ¡Y flameaba la bandera de esa pasión que parecía inextingui­ble, entre los relámpagos de los disparos aislados de los centinelas!

Este cal?ítul~ podrí~ estudiarse mejor, pero d~ña Concha, que IdealIzo a MIguel después de muerto no Iba a contar sus infidelidades; la familia , ha echado ~obre la

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vida de sus trágicos antepasados un velo tan espeso, que se prohibió hablar de ella; sus amigos tenían apuros más graves que recordar su vida amorosa y sus enemigos se conformaron con matarlo y con él a sus anécdotas. Mi­guel Y Concha, no obstante, se amaban: allí están los nom­bres de sus hijos que perpetuaron el cariño: Miguel, Con­cha, Lupe y Lola.

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Nos cuenta Daran con minuciosidad lo que pas6 des­pués de la derrota de Calpulálpam: Miram6n y los que pudieron escapar regresaron a M éxico la madrugada ( 23 de diciembre ) que sigui6 a la batalla. Todavía se quiso hacer un último esfuerzo para evita r la divisi6n política del país en vencedores y vencidos, y ministros extranj eros y políticos mexicanos quisieron tratar con los militares contrarios. Esta última maniobra fue obviamente inútil, pues el general González Ortega intimaba en Tlalnepan­tia a la rendici6n. Berriozábal, prisionero como se ha di­cho, qued6 al frente de la plaza para cuidar el orden con ayuda de los cuerpos de extranj eros armados para su pro­pia defensa. Había acabado la guerra de tres años (24 de diciembre) .

El vencido quiso salir de la ciudad al frente de es­casas fuerzas por el rumbo de Toluca, pero en el Palacio Municipal intentaron aprehenderlo y escapó de nuevo por su valor personal y los disparos de sus pistolas. Ya no le quedaba sino ocultarse y escapar: las campanas de Ca­tedral esa Navidad, llena ron el aire metropolitano con el repique de los triunfadores, mientras don 'l igucl se escon­día en la embajada de España. Los días siguientes fueron

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de salvas incesantes, de desfile de tropas, de publicación de bandos: hasta hubo un buen incendio en los Bajos y Arco de San Agustín. Dicen que los primeros días de enero Mi­ramón todavía estaba en la ciudad y que fue también es­pectador de la entrada triunfal de las tropas liberales el 19 del año 1861. P ero su estancia en la Capital no podía prolongarse, ni había sitio en la República para él.

Entonces salió para Vera cruz volvemos a encon-trarnos con la crónica de Daran y por el once de enero está a punto de caer en manos de sus enemigos en Xico. Algunos afirman que fue aprehendido pero que logró es­ca par. Sea como fuere, sigue en su fuga perseguido de cerca, de tal modo que a veces los rumores de su prisión movilizan en la Metrópoli a familiares y amigos. De nue­vo están a punto de aprehender al caudillo en las mon­tañas, mientras galopa solitario: soldados liberales lo han rodeado. Entonces, con nueva desesperada hazaña per­sonal, se bate, mata de un pistoletazo en la cabeza al de mayor graduación, hiere al ayudante, huye en medio de la sorpresa, pero alcanza una bala al animal que lo ha salvado: el caudillo rueda por la falda de la montaña, en una barranca y descubre que no lo buscan más. Quizá te­mieron un encuentro con quien tan bien se batía y prefi­rieron consolarse con darlo por desaparecido. Fue esta una sonrisa de la fortuna , porque al caer la bestia, él se había dislocado un tobillo. Con dolores llega a Xalapa y descansa un poco, oculto en casa de un amigo y luego sigue la fuga; disfrazado de arriero, con su recua de mu­las, llega hasta cerca de Vera cruz. Le facilitaron sus ami­gos un carro lechero y encaramado en el pescante pasa por las calles del puerto hasta bajar frente al consulado de Francia. Un marinero le prestó el uniforme y disfra­zado así llegó a un barco francés para salir del territorio.

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Todavía frente al puerto estuvo a punto de perder la li­bertad porque los marinos ingleses del BellerophonJ re­claman a los franceses del M ercure la posesión del que ordenara fueran rotos los sellos de la embajada británica. Una respuesta caballerosa de los franceses , que proclaman su derecho a dar asilo a un fugitivo político, hace que ter­mine el incidente. Así llegamos al umbral de la monótona y amarga vida del desterrado.

Hay que tener presente el estado de ánimo de Mira­món en el camino del destierro. Era no sólo un vencido, si­no un desilusionado, porque la derrota le llegaba no por propia imprevisión, no por el cambio de la fortuna en una batalla, sino por la incapacidad de lucha del grupo al cual había defendido: allí tenía, desde el punto de vista negativo, enemigos implacables, censores difíciles de con­formar, políticos tan hábiles en la intriga como ineptos en la lucha y el peligro. Cierto es que los hombres mejores y más cultos estaban con él, pero ya no alcanzaban a con­vencer a la opinión en favor del caudillo.

Tan seguro estaba de las dificultades, que para no llevar solo la responsabilidad, quizá en un intento de uni­ficar a esas fuerzas que se habían agrupado en torno al Movimiento R egenerador, vimos cómo en los últimos días de duda y de gobierno, reunió a los Notables para pedirles su opinión sobre la lucha que estaba por decidirse. Pero conforme variaba la suerte en los campos de batalla, va­riaban las ideas políticas, los consejos sobre táctica, las sugestiones, las indecisiones de aquellos mismos que esta­ban más sinceramente en el lado de l\tliramón, que había podido conservar cierta unidad por el solo prestigio de su

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voluntad y su espada. El fracaso que tenía a la vista, en el mar y rumbo a Francia, era definitivo. Atrás dejaba no sólo vencedores a los liberales, sino también sus mé­ritos personales desgarrados en manos de muchos que se habían dicho sus amigos.

Llegó a París los primeros días de marzo de 1861 y vivió bajo el signo de acontecimientos que no eran los nacionales, pero que tendrían para nuestra Patria impor­tancia extraordinaria y que para el héroe serían definiti­vos.

Las fechas de nuestra historia, habían tenido sus pa­ralela~ en la de los Estados Unidos, hechos que se cono­cían en el Antiguo Continente y que querían aprovechar­se en función principalmente de los intereses europeos. A 20 de diciembre de 1860 la convención de Carolina dd Sur vota una Ordenanza de Secesión para separar al es­tado de todos los de la Unión. La Federación Norteame­ricana está en riesgo de dividirse, por una serie de inin­terrumpidos acontecimientos que llegarán a su punto crí­tico casi en las mismas fechas en que nuestro caudillo ha llegado a París: "es en medio de esta atmósfera de preo­cupación, de incertidumbre y de irresolución, en esta cri­sis aguda de la unidad, como Lincoln toma el poder", dice un autor. La fecha era el 4 de marzo de 186I.

Los franceses pensaron aprovechar la crisis de los Estados Unidos para establecer en América un imperio latino-europeo que detuviera el avance del norte. Y para establecerlo, estaban decididos a aprovechar toda clase de colaborado.res como instrumentos de su política. Fue esa la oporturudad que esperaban unos pobrecitos monar-

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quistas mexicanos, que durante largos años habían roda­do por las cortes europeas solicitando apoyo para sus ideas. Su ingenuidad hasta los hizo creer que era la hora de realizar sus ilusiones, que su influencia empezaba a sentir­se en Europa, que habían convencido a los políticos del Viejo Mundo, cuando no eran sino pequeños puntos de apoyo para un gran choque europeo-norteamericano, en su totalidad realizado en México y con sangre nacional.

Junto a Francia, se alinean los intereses de España y de Inglaterra: España, con su incurable idealismo im­perial y sus ambiciones territoriales, quería detener tam­bién a la nueva potencia en su avance, con ilusoria es­peranza de que un día podría combatirla con ayuda de la América Latina y se solidarizaba con Francia, además, por actos concretos de agresión de los liberales, como la expulsión de su embajador, el maltrato de sus nacionales y el caos general del país. Inglaterra, a quien no le ha disgustado nunca una aventura de la cual pueda provenir cierto beneficio en su situación internacional, también se­cundó a Francia en la sugestiva odisea, al suspender el gobierno de Juárez los pagos de la deuda exterior, porque se había dedicado con sus ministros a una proporcional­mente no igualada dilapidación de los bienes del clero y de los particulares y a la persecución sin cuartel de los que no eran sus incondicionales, con lo cual demostraba su absoluta incapacidad para hacer la paz y establecerse como gobierno de finalidades nacionales.

Don Miguel Miramón se ha de haber sentido verda­deramente sumergido en ese conflicto de fuerzas inter­nacionales contra las cuales nada podría hacer. Desde el punto de vista de la política en México, se daría cuenta de cómo los esclavistas, que lo habían combatido, eran a su vez combatidos por el Norte; que sus enemigos libe-

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rales, aliados de los esclavistas, iban a quedar sin apoyo; pero que se preparaba al mismo tiempo una intervención armada en México para asaltar los postulados de la doc­trina Monroe, intervención cuyas consecuencias nunca po­drían ser benéficas para el país del que había sido presi­dente.

Napoleón 111, ya había destacado al Conde de Morny para que se acercara al caudillo mexicano con una proposición: el apoyo de los franceses para que se esta­bleciera un dominio independiente en Sonora y Baja Cali­fornia. La misma proposición se hacía por los mismos personajes al entonces terrateniente y propietario de esas extensiones señor Martínez del Río. La proposición del de Morny, fue siempre extremadamente vaga, como lo co­mentaba conmigo don Pablo Martínez del Río, y su as­pecto era más el de una especulación del de Morny que el de una operación de franco realismo político. Esta "Francia en México", serviría para ulteriores operaciones contra los Estados Unidos, mientras que un gobierno me­xicano amigo de Francia o de la coalición europea, se con­solidaba e impedía el avance de Norteamérica en el Con­tinente. Miramón y Martínez del Río rechazaron la ofer­ta del Conde de Morny, que implicaba una mutilación del territorio. Los desterrados mexicanos monarquistas aprovecharon con habilidad el gesto del caudillo para des­prestigiarlo con Napoleón y con la Emperatriz: había que hacer a un lado a ese peligroso general rebelde, que iba a 9~itarles con su prestigio'y dignidad, a ellos, el ingenuo mento .de sus lab?~es monarquicas. Así lo explica Corti en ~u h~ro magmhco: "También quiso ser recibido en audIenCIa por el Emperador Napoleón dice de don Mi­guel . Pero sus paisanos 10 habían prevenido contra él y en todas partes encontró las puertas cerradas". Y luego

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transcribe un informe de Metternich: "La emperatriz odia a Miramón y ha comunicado que su marido no lo ha recibido". D. Miguel, en cambio, se refería a la poca cor­dura de algunos monarquistas ...

Los monarquistas le atribuían a don Miguel ambicio­nes tales como la de querer coronarse emperador y no obstante que mediante muy cuidadosos esfuerzos logró desvanecer un poco los cargos que le hacían sus envidiosos enemigos, su situación se volvió tan difícil que se vio en la necesidad de salir de Francia hacia Espaiía.

Lo encontramos en Madrid el mes de octubre, en compañía de los políticos españoles Narváez y Calderón Collantes: eran los días picarescos del reinado de Isabel Il, que no era ni la reina ni el régimen que podían encabezar el restablecimiento del imperio latino a que aspiraba Na­poleón IIl. No parece que la actividad política de Mi­ramón fuera mucha en ese país y al contrario, lo que se puede entrever es que se había recluido para hacer una vida de desterrado con los normales apremios económi-, . cos que estos tienen, mayores porque ya sabemos que su señora era dada a los lujos y buena vida, y él, por su parte, nunca fue ejemplarmente económico, como corresponde a la psicología normal del político mexicano.

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Conviene conocer el punto de vista norteamericano en la situación internacional que va a desarrollarse. Pa­rece que Flagg Bemis lo resume magistralmente cuando dice: "Tan pronto como se confirmó la gran lucha intes­tina de Estados Unidos, un ejército francés invadió a Mé­xico y puso un emperador, el archiduque austriaco Ma­ximiliano, bajo la protección francesa , en el trono de los antiguos aztecas, siendo reconocida prontamente la nue­va monarquía por las grandes potencias navales de Euro­~)a. Al principio esta intervención disfrutaba de una san­ción tripartita Francia, Gran Bretaña, España , bajo el disfraz de asegurar la satisfacción de reclamaciones • Justas por daños y perjuicios a sus nacionales que se ha-bían derivado del caos civil en M éxico ; pretexto idén­tico al que el presidente Buchanan había alegado sin éxito ante el Congreso de Estados Unidos para provocar la in­tervención en aquel país. Los socios británicos de las fuer­zas iniciales de desembarco se retiraron de México cuan­do se dieron cuenta cabal de los designios franceses. No era que no les agradara la idea de la monarquía, sino que se daban cuenta de la hostilidad que este paso habría de provocar en Estados Unidos, incluso en ambos bandos

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opuestos, y tenían que pensar en el Canadá. El gobierno de Isabel 11 había coqueteado durante mucho tiempo con los monárquicos mexicanos, pero prefería un príncipe de Borbón a un Hapsburgo para ocupar el trono; pronto Es­paña tuvo sus manos llenas en el asunto de Santo Domin­go y retiró también sus tropas de la peligrosa empresa mexicana, antes de que fuera demasiado tarde. En sus conceptos más grandiosos el insensato imperio inspiraba visiones de alianzas matrimoniales que hubieran unido México y el Brasil y los países intermedios, como asimis­mo Ecuador, Perú y Bolivia".

El historiador mexicano don Carlos Pereyra, resume a su vez los acontecimientos con las siguientes palabras: "Inglaterra y España, deseosas de concluir arreglos, no se entendieron con Francia, que buscaba pretextos. Las dos primeras se retiraron y Francia se quedó. El almi­rante }urién de la Graviére creyó caballerosamente que había llegado el caso de emprender la vuelta a la costa. Pero no obstante esto, prevaleció una interpretación vio­latoria de los preliminares de la Soledad. Los franceses continuaron su avance, y fueron detenidos en Puebla por la resistencia que les opuso el general Zaragoza (5 de mayo de 1862). Los invasores, reforzados, emprendieron nuevamente las operaciones. Puebla sufrió su asedio des­de el 16 de marzo.~asta el 17 de mayo de 1863. La toma de esta plaza a~no al general Forey la capital, abando­na~a por el gobIerno de J uárez, que pasó a San Luis Po­tOSI" .

Cuando las primeras tropas de invasión desembar­can en los.p.uertos mexicanos y ocupan Ulúa y Veracruz, -15 de dICIembre de 1861 Miramón se encuentra en

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La Habana al regresar de Europa. Su conducta, sus fi­nalidades, sus aspiraciones, no son las de un político, sino las de un desterrado que aspira a reintegrarse a su pa­tria al impulso de la marea que vuelve.

En La Habana, ha redactado un documento que se­gún Daran es una carta a Almonte y que Niox resume y publica en su libro. Dicha carta expresa las ideas de don Miguel respecto a la intervención: "que la intervención no es sino un pretexto para invadir el país; que se trata de una dominación extranjera y por consiguiente él ofrecerá su es­pada a los demócratas". El comentario de Niox dice: "probablemente esta carta es la que determina a varios ge­nerales del partido conservador que habían quedado en México a unirse a Juárez, aprovechando la amnistía que les había sido ofrecida". En cuanto a Miguel ¿cómo podía ofrecer su espada, si se le había excluído nominalmente de todos los decretos de amnistía? Sólo podía llegar al territorio en un lugar que no ocuparan las fuerzas de sus encarnizados enemigos: con un pasaporte español, bajo nombre supuesto y en el barco francés Avore cruzó la distancia de La Habana a Vera cruz y quiso desembarcar.

Pero los ingleses volvieron a reclamar como prisio­nero al que había ordenado fueran rotos los sellos de la Embajada de Su Majestad suceso que ya analizamos , y a los españoles, Prim el primero, les correspondió opo­nerse a ese acto de los británicos. El grupo francés fue solidario del español, pero para evitar disgustos y evitarle daños al disputado militar, decidieron que éste regresara a La Habana. Lo que la medida disgustó a Miramón, no lo sabemos, pero no es necesario ser hombre puntilloso como él era, para sufrir mucho con este nuevo destierro, que ya no le imponían sus compatriotas, sino una juris­dicción extranjera. El espejismo del 27 de enero de 1862,

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cuando quería bajar en Veracruz, se desvanecía por com­pleto el 29, cuando regresaba a La Habana.

Nos resulta imposible seguir la vida del desterrado en el año siguiente al incidente que hemos narrado. Lo único que sabemos de cierto, es que recorre mundo con indudables pobrezas y amarguras: se le puede localizar en Madrid, El Havre y Nueva York, con "indisposicio­nes" ocasionadas porque se lastimaban sus "sentimientos patrióticos". La tercera vez que habla de esas indispo­siciones, resulta como consecuencia de la pérdida de Pue­bla por el general González Ortega I7 de mayo de I863 . La carta que dirige a doña Concha al respecto, es elogiosa para los defensores mexicanos de plaza para él tan conocida y aunque aconseja otra maniobra que la realizada por el que lo venció en Calpulálpam opina con afecto, sin resentimientos, con una serenidad que no pue­de dejar de sorprendernos: "Sin embargo, no quiero pa­sar por un militar de café y a ti sola digo lo que pienso. Para juzgar con certeza la conducta de Ortega, sería bue­no conocer antes el estado de discordia y de desmoraliza­ción que reinaba en la plaza, porque ésto podría ser la excusa de su conducta". La carta tiene fecha I5 de junio I 863. Y el que no quería ser "mili tar de café", al ver la inmensa amenaza que se cernía sobre México, deja su alejamiento en Nueva York y aparece en Brownsville.

Se puede afirmar que había buena disposición en al­gunos funcionarios del gobierno de Juárez para el caudi­llo, pues de otra manera no se explicaría la carta que le envía Doblado, ministro de Relaciones desde San Luis , Potosí, con fecha I9 de junio. La parte más importante de ese documento dice después de presentar al licenciado

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Joaquín Alcalde amigo de ambos, como su enviado y re­presentante personal:

"Los lazos de antigua y buena amistad que os unen, me permiten pensar que lo recibiréis favorablemente y que estaréis convencido de que todo lo que os ofrezca en mi nombre y en el de J uárez, en tomo al cual yo usaré toda mi influencia para hacerle aceptar un arreglo, será escrupulosamente observado . El señor Alcalde os pon­drá también al corriente de las condiciones generales para un entendimiento. Según mi manera de ver, yo creo que en el fondo no diferimos mucho en nuestros juicios, la situación es de tal manera clara, que difícilmente se en­contrará alguno que pueda considerarla de otro modo . Yo no os propongo nada que no esté en relación con la alta posición que habéis ocupado y no tengo otra finali­dad que la independencia y el honor de la República ... "

La fecha de la carta de Doblado es la que encontra­mos en las dos versiones de Daran. En otro libro reciente se acaba de publicar otra fecha: un día de enero de 1864 Y otro lugar de origen: la ciudad de Zacatecas. Ni lla­maríamos la atención sobre esto si no fuera por la im­portancia del documento, pues el esfuerzo literario a que nos referimos está plagado de errores y omisiones, por otra parte muy explicables.

Ese documento, que Miramón recibe de segundas manos todavía en el extranjero, origina la ulterior con­ducta del general: su viaje de incógnito desde la frontera hasta el estado de San Luis Potosí y más concretamente hasta la hacienda de Cerro Prieto propiedad de su cuñado don Romualdo Fagoaga. Pero allí las cosas han cambiado no obstante promesas optimistas: la familia ha sido ex­pulsada por orden del gobernador)' las tropas de Escobe­do, no se sabe si por propia iniciativa o por órdenes supe-

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riores, se mueven para aprehender al pseudo-anmistiado que tiene que huir y llega a México el 28 de julio de 1863. Tal es la versión que tradicionalmente conserva la fami­lia.

En la capital gobierna la Regencia. Miramón quiere vivir como un simple particular, pero se encuentra frente a las exigencias de Forey que reclama su participación activa a favor del Imperio. El caudillo inventa diversos pretextos elusivos, pero se le amenaza con algo que ya no puede resistir por habérsele agotado sus recursos eco­nómicos: con un nuevo destierro si no retira sus negativas. De esta sucesión de hechos que forman la tradición verbal de los Miramón y que también cuenta Daran, aparecen los rasgos fundamentales en su proceso cuando declara: "que no podía reconocer al Gobierno Constitucional que lo había exceptuado de la amnistía, y que por la imposi­bilidad de seguir viviendo en el extranjero, se vió obligado a volver al país, cuya consecuencia fue reconocer al poder que halló en la Capital y servirle, porque tampoco le era posible que este poder lo dejase retirado en su casa".

Miramón es entonces un forzado de los franceses, pe­ro más de nuevo un prisionero de su mala fortuna. Sin embargo, Forey tiene el buen sentido de no llevar muy adelante sus propósitos iniciales con el expresidente y lo deja tranquilo en la Metrópoli durante casi todo el tiem­po que tiene el mando del ejército francés. En los últimos días de ese mando, el mes de noviembre, don Miguel re­cibe órdenes de organizar una división con su propio nom­bre, con el cuadro de jefes y oficiales que se puso a su disposición en la Capital. La división debía constituirse con gente del Bajío y su residencia sería Guadalajara: era un esfuerzo para crear el ejército mexicano que sus-

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tituyera al de ocupación, según los acuerdos que se habían firmado al respecto. Pero Forey fue llamado a Francia y -en su lugar entró Bazaine 19 de octubre .

Este no tenía confianza en la organización de un ejér­.cito mexicano y sí compromisos ideológicos y simpatías secretas con Juárez y su grupo que 10 predisponían contra don Miguel. Como hombre de las confianzas de Bazaine y probado en los campos de batalla, donde por cierto tuvo hazañas muy lucidas que culminaron con escenas de sangre y crueldad, había un coronel francés de apellido Gamier, comandante del 52 de línea. En Guadalajara se encontraron el hombre de las confianzas y el de las desconfianzas y a Bazaine le faltó la discreción necesaria para tratarlos. Tan grande fue su torpeza, que al salir de aquella ciudad, el 11 de enero de 1864, dejó una orden por la cual nombraba comandante supremo de la ciudad al coronel Gamier. Lo peor de la orden venía al final:

"No os ocuparéis en Guadalajara decía a don Mi­guel sino de la organización de la 3~ división de la ar­mada mexicana puesta bajo vuestro mando, para lo cual encontraréis elementos en las tropas auxiliares que ocupan el estado de Jalisco. Es claro que en el caso en que el co­mandante superior haga un llamado a vuestras tropas, éstas serán puestas a su disposición para la defensa de la .ciudad y del territorio, principalmente del lado de la ha­<:ienda de la Ascensión ... "

Esa orden era totalmente absurda, porque desde el punto de vista humano, Miramón no era hombre para ser tratado de esa manera; desde el punto de vista militar, resultaba una atrocidad poner a un general de división a las órdenes de un coronel y desde el punto de vista polí-

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tico, lo menos que podía considerar cualquiera que tuviera sentido de lo que estos asuntos son, era que el general de división don Miguel Miramón ya había sido hasta Presi­dente de la República, que no era intervencionista y que tenía que rechazar con energía y hasta con violencia la equívoca situación que para él se creaba. Podemos esta­blecer un contraste entre las torpes disposiciones de Ba­zaine y la ya citada carta de Doblado.

Al día siguiente contesta el airado Miguel por estas consonantes:

" ... Me dice usted, general, que yo no tengo que ocuparme sino de la organización de mi división y en el último párrafo de vuestra nota se me previene que en el caso de que el comandante superior tenga necesidad de mis tropas para defender esta ciudad o territorio, yo las ponga a su disposición, sin designarme, ni a los generales que me acompañan, el lugar que en semejante caso de­bemos ocupar. Yo he sentido mucho, general, haber re­cibido vuestra nota 16 horas después de vuestra salida, porque esto ha impedido toda explicación al respecto. Sin embargo, permitidme que os diga, con toda la fran­queza propia de mi carácter, que ni mi conciencia ni mi dignidad me permiten aceptar el papel que usted me ha reservado en el caso de un posible ataque a esta plaza, y que, en la alternativa de permanecer inactivo en la de­fensa del lugar o ponerme a las órdenes del coronel que es el comandante, me queda, como solución, retirarme a la Capital con mis cuadros y diferir al más antiguo co­ronel el mando de las escasas tropas que existen. De esta manera yo conservaré la dignidad del cargo con que fui investido por la nación .. , Pero yo quería todo ésto (el bien de México) conservando mi dignidad o por lo me-

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nos la dignidad del alto puesto que he ocupado en el ejército, y como vuestra determinación del día 10 hace esto imposible, yo os ruego, general, dar las órdenes en el sentido que he indicado y creed que me es muy lamentable no poder ayudaros de una manera eficaz y activa en vues­tras operaciones". Firmaba "el general de división Miguel Miramón". Los hechos que se desarrollaron en los días de esta carta, los cuenta don Luis Pérez Verdía en la forma siguiente : "Y aquí en Guadalajara presenciamos en prin­cipios de febrero de 1864, que con motivo de haberse aproximado unas fuerzas liberales, el coronel Garnier, del 5 I de línea, asumió el mando, a pesar de las protestas del general Miramón, que se hallaba al frente de una división, a quien aquél no hizo caso, por lo que éste tuvo que salir­se para ir a fortificarse a San Pedro".

Tal actitud, según Niox, le pareció sospechosa a Ba­zaine y don Miguel regresó a la Capital o mejor, fue traído, con la enemistad del jefe del ejército de ocupación que en todo encontraba motivos para molestar al caudi-110: ambicioso, insubordinado y hasta ladrón resulta el vencido y para hacer más patente la desconfianza que se le tiene, la policía del ejército vigila al que ya era moral­mente un prisionero.

No pierde, sin embargo, la fe en sí mismo y quiere ir a encontrarse y a hablar con el Emperador que venía ha­cia la Capital lentamente. Tiene que pedir perrniso lo que confirma su situación de prisionero virtual al jefe del Ejército ya la Regencia. Lo niega Bazaine con fecha 21 de abril y los intervencionistas Almonte con fecha 23, como consta en los documentos de su expediente en la Secretaría de Guerra.

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Maximiliano llega a la Capital 12 de junio por el lado de la villa de Guadalupe y sigue por los llanos de Aragón: "en estos llanos estaban formados, en dos alas, formando una calle muy ancha, doscientos coches abier­tos, con señoras de todas clases y condiciones, vestidas de lujo, con gorros, sombrillas y ramos de flores en la mano. Allí estaban también más de quinientos jinetes, también de todos colores, edades y condiciones. Las señoras iban presididas por las Escandones y los hombres por Barrón. Al llegar el Emperador y después de unas aclamaciones y voceríos inexplicables, recibió las felicitaciones de las señoras y sus flores y las de los hombres, y en seguida" se puso en movimiento para ser recibido por las autoridades, cuenta en una carta don José Ignacio Palomo.

Por fortuna hemos sabido por un testigo ocular algo sobre la estancia de Miramón en los llanos citados. La contaba don Leonardo González, cuyo testimonio inserta su pariente político don Manuel Marcué y Mutio en un trabajo inédito: "en tan solemnes momentos de la entrada de los Emperadores al llano de la hacienda de Aragón ... no demostraba en su rostro ni gusto ni tristeza; estaba se­reno y como indiferente".

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XXIII

Hasta un mes más tarde, don Miguel no había cru­zado palabra con el Emperador. Habló por insinuación del mismo Soberano, en una entrevista que preparó Leo­nardo Márquez en Palacio y que éste mismo contó después a don Miguel Marcué.

Fue a las once de la mañana en uno de los salones del piso alto y sentados en bellos sillones rojos. Era vier­nes. Miguel sufrió lo que podríamos llamar un examen de lealtad al Imperio liberal y también un examen sobre sus ideas respecto al país: situación del ejército, cultura popular, progreso industrial, transportes especialmente hacia el norte, ánimo nacional para el nuevo gobierno y perspectivas de las relaciones entre México y los Estados Unidos. Para el final , quedaron las relaciones entre la Iglesia y el Gobierno, punto básico en las diferencias na­cionales entre el pueblo de México y Bazaine y más tarde entre México y el Emperador. Después de haber contes­tado a todo, la entrevista tuvo un desenlace dramático. En la versión que utilizamos, copia del licenciado Salva­dor Noriega, pretexta el Emperador entregar a Márquez un legajo de papeles y se levantan ambos de los sillones.

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Retirados de Miguel al fondo de la estancia, junto a un mueble, dice Maximiliano:

" General, con este hombre no creo contar mucho. No es de toda mi confianza. Me ha demostrado desde to­dos puntos de vista, ser un "mocho", como dicen ustedes en México, a carta cabal. Ojalá sea usted quien modere su modo de pensar que lo anima". En otra copia que tengo en mi poder con la versión de la misma entrevista, se des­taca la indiferencia, el poco aprecio con que Maxirniliano escuchó la opinión de don Miguel sobre las relaciones entre la Iglesia y el Estado en México.

Después de la entrevista, Márquez quiso a su tumo conocer la impresión que el Emperador le produjera al ex-presidente y al interrogarlo, respondió "de una manera seca:

- Nada puedo decirle por ahora, compañero. Más tarde lo haré" .

El resultado de la entrevista, las intrigas que contra el vencido propiciaban todos sus enemigos, colocados en buena situación con el nuevo gobernante, las negativas de doña Concha para tratar a la Emperatriz cuando se hizo una maniobra para que aceptara que los Soberanos fueran sus compadres, dejaba al ex-caudillo en tal situación, que lo único que no se le discutía era su prestigio militar.

Bazaine llega a ponerlo en tela de juicio no obstante saber que podía lesionar más la ya afectada sensibilidad de Miguel y ordena una investigación sobre su grado de divisionario en el mes de octubre. Desde el punto de vista estrictamente legal, si se recorren sus ascensos y se presta atención a su paso de teniente coronel en la derrota de Puebla a general de brigada después de la victoria del Plan de T acubaya, estaremos de acuerdo con la afirma­ción que hace Márquez: "nunca tuvo despacho de coro-

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nel, a no ser que se lo haya dado el Directorio Revolu­cionario, que carecía de facultades para ello... logró ascender a general de brigada efectivo, salvando el grado que entre nosotros es de rigor antes de obtener el empleo". Miramón corre el riesgo de ser degradado en el escalafón y no se pueden calcular las consecuencias de esa probable decisión legal. Pero alguien interviene, muy probable­mente el mismo Emperador y con fecha 8 de octubre ~e le confirma su grado de divisionario. Otros no tienen la misma fortuna, y los periódicos liberales aprovechan esos errores del gobierno imperial y publican caricaturas en donde se burlan de la revisión de grados.

No sabemos si Miguel se resigna o se irrita frente a esa ofensiva, pero sí tiene plena conciencia de que para él la situación es insoportable en la Capital. Para asuntos propios pide un pasaporte con objeto de dirigirse a la hacienda de San Matías, en la jurisdicción de San Martín Texmelucan, con fecha 13 de octubre, pero sus "asuntos" se ven interrumpidos por un nombramiento imperial del 27 del mismo mes: "se le ocurrió dice Blasio de Maxi­miliano que fuera este jefe a residir a Berlín para que allí estudiara la táctica prusiana y después implantara en el ejército mexicano todos los adelantos de la milicia ale­mana". Pero la idea no fue originariamente del Empera­dor. Porque en la correspondencia de Bazaine al Ministro de la Guerra de Francia, encontramos una carta en que se insinúa la salida de Miramón con las siguientes palabras: "Como el general Miramón, a quien había yo enviado a Guadalajara con la esperanza de que pudiera organizar un núcleo de división con las bandas diseminadas en Ja­lisco y los desertores enemigos, no ha logrado más que gastar mucho dinero, sin resultados reales, le hago volver a México con su numeroso, pero inútil, Estado Mayor;

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serán puestos en disponibilidad, porque son incapaces de organizar nada por sí mismos. Es necesario, además, vigi­lar muy de cerca al general Miramón, porque es un am­bicioso y vanidoso que tiene siempre necesidad de dinero y que nos es poco favorable, y en la primera ocasión lo enviaré a Europa". La carta es del 9 de marzo de 1864, y está publicada en la IV Parte de "La Intervención Fran­cesa en México según el archivo del Mariscal Bazaine".

Lo que se conserva en el archivo de la Secretaría de la Defensa sobre el asunto, es material precioso que habla con exactitud de estos sucesos: en Toluca, el Emperador ordena a su rninistro Peza dicte la correspondencia nece­saria para que don Miguel Miramón "marche a Prusia con el objeto de estudiar el sistema militar de aquella na­ción ... debiendo hacer su viaje en el próximo paquete francés" . Se trata de hacerle salir lo más pronto posible del país y a fojas 154 encontramos un documento con el que se le quiere dulcificar el destierro: "Los talentos de V. E., su entusiasmo e interés por todo lo que tiende a las mejoras y adelantos de su noble profesión y desempeño (sic) y eficacia con que se ha consagrado siempre al ser­vicio público, lo señalan para una comisión tan útil como honrosa y en la que puede abrir al ejército de nuestra Pa­tria un camino de estabilidad y de gloria ... ", le decían.

Miramón no parece aceptar en los primeros momen­tos el estudio de "los adelantos que ha tenido en artille­ría" el ejército alemán y hasta el 4 de noviembre, frente a circunstancias que ve irremediables, contesta obedecien­do. Todavía el 9, pide que por lo menos le acompañen los generales Severo del Castillo y los coroneles Santiago Cuevas, Ramírez de Arellano, y el de infantería Antonio J.~uregui, pues por sí solo no podría cumplir con la comi­SlOn que se le encarga. Tampoco consigue que le sean

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nombrados los ayudantes que indica, pero el espíritu de la medida se ha traslucido con tanta claridad, que los pe­riódicos de la época hacen comentarios humorísticos y publican caricaturas alusivas.

En el campo contrario, se va a aprovechar el error de Maximiliano para mover contra el Imperio las simpa­tías que en el pueblo despierta don Miguel. Félix Díaz, en una proclama que publica dos meses después de salido el caudillo, llega a decir: " ... ¿ por qué no forman una armada mexicana? ¿ Por qué persiguen y exilian a nues­tros buenos generales como Miramón? .. "

Luego que se le niega la compañía de los jefes y ofi­ciales mexicanos, y por la urgencia de la orden, deja la Capital sin que siquiera lo acompañe su esposa y hace un rápido viaje hasta Veracruz. Toma pasaje en el navío francés Lousiana y la misma correspondencia que hemos citado cuenta cómo en diciembre llega a París y se le espera en Berlín a fin de mes. Le dio el gobierno de Maxi­miliano dos mil pesos para el viaje. Las fechas del viaje que resultan del análisis de los documentos del archivo de la Secretaría de la Defensa, no concuerdan con las de los periódicos de la época.

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M. 15

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XXIV

Se tiene la impresión de que don Miguel no toma muy en serio el encargo del gobierno imperial. Esto se de­duce de las cartas que seguimos citando de su expediente. Allí encontramos que doña Concha queda autorizada para ir a reunirse con su marido a 7 de febrero de 1865 y que recibe mil pesos para el viaje a cuenta de vencimiento de sueldos. Pero nos encontramos luego otra carta que reve­la muy a las claras cuán lejos estaba Miguel de atender la comisión de estudiar la artillería alemana. Fechada en París, a 20 de mayo de 1865, dice:

"Con fecha 15 de febrero pasado participé a V. E. que el excesivo frío que la estación del invierno hacía sen­tir en Berlín, me obligaba, a causa de mi delicada salud, a buscar un temperamento más templado, vine a París, en donde no hallando mejoría lo dejé por Italia; me en­contraba en Milán cuando supe la llegada de mi famili<t a París, he venido a su encuentro y después de algunos días de descanso regresaré a Berlín a ocuparme en el des­empeño de la comisión que S. M. ha tenido a bien con­fiarme. Hago a V. E. esta explicación, porque no ha­biendo contestación de mi carta núm. 6 del 15 de febrero, supongo no ha sido en su poder. .. )) (fojas 167).

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Tampoco parece que el Imperio estaba muy intere­sado en las observaciones de don Miguel, pues al calce de la misma carta aparece esta nota necesariamente humo­rÍstica: "que cumpla las órdenes y envíe observaciones sobre el Código Militar Prusiano, así como un ejemplar d 1 . " e mIsmo.

Su nieta nos cuenta que tuvo en sus manos unos apun­tes del abuelo con observaciones sobre el ejército prusia­no. Estos apuntes, si existen todavía, deben de estar entre los papeles del inolvidable maestro Osorio Mondragón. Por nuestra parte, lo que sí podemos afirmar es que el desterrado a falta de tropas que mandar se dedicó en Pa­rís a retratarse: la fotografía de Ch. Rautlinger en la calle Richelieu, hizo los espléndidos retratos que tanto le gustaron, entre los que se destacan uno de civil, con el sombrero alto en la mano y descansando en un mueble el brazo izquierdo y el otro de gran uniforme, brillantes botas y gorro emplumado, muy distintos ambos, tanto por el decorado como por el propio atildanúento del pero sonaje, del de Cruces y Campa que se hizo en México, al mismo tiempo que doña Concha.

Pero no obstante esa mutua indiferencia en que se tenían general e Imperio, él pudo observar una serie de acontecimientos durante su estancia en Europa, que iban a influir decisivamente en su vida.

Co~ facilida~ podem?~ imaginarnos la impresión qu.e el CanCiller de Hierro deJO en el espíritu de Miguel MI­ramón: "Pongamos de lado su casco y sus botas de cora­cero blanco así describe Bonnefon a Bismarck , que le dan aspecto de conquistador brutal (lo cual fue) y ade-

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más de espadachín impulsivo (que no era). Tratemos de penetrar en esta alma fuerte pero sin matices, en esta inteligencia genial pero sin flexibilidad apenas su perso­nal interés entraba en juego, en esta voluntad implacable, pero que no se ejercitaba sino a sabiendas"; pongamos la potente personalidad vencedora del gran político alemán, entonces en pleno ascenso, frente a los ojos admirados del caudillo mexicano, que ha de haber sentido la arrebata­dora emoción de los triunfos que contemplaba; tengamos presente que debía estar resentido con la política france­sa de Napoleón III, representada por Bazaine y debía tener un gran desdén y también resentimiento para la po­lítica austriaca, puesto que el hermano del emperador de Austria, había demostrado en México una incapacidad que a él lo tenía en el destierro y con estos sencillos datos, sigamos en las palabras de Bainville la descripción de los acontecimientos que pudo testificar don Miguel.

Bainville, nos hace retroceder en dos años: "En 1863 Polonia se revela contra la dominación rusa y Napoleón III ensaya intervenir. No alcanza sino el resentimiento de Alejandro II al cual Bismarck se apresura a unirse para conservar las provincias polacas de Prusia y al mismo tiempo, para ganar al Zar en sus designios sobre Alema­nia. Bruscamente, el año siguiente, la cuestión fue plan­teada por el problema del Schleswing-Holstein. En esta ocasión, Napoleón III rechaza la proposición inglesa pa­ra intervenir en favor de Dinamarca, atacada por Prusia y por Austria. (Conviene comentar que a los ojos de los hombres del Imperio de Maximiliano, por cuanto Bis­marck parecía seguir los objetivos de la política austriaca, sus actos en Dinamarca fueron vistos con simpatía ) . El emperador objeta que, defensor de las nacionalidades en Italia, no podía tomar otra actitud en Alemania: los du-

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cados eran reivindicados por la Confederación germánica. El resultado no fue solamente entregar a Alemania a los daneses del Schleswing: esta conquista fue para Bismarck el punto de partida de la unidad alemana, el pretexto del conflicto que necesitaba para expulsar a Austria de la Confederación. El plan era visible y no podía escapar a los que seguían el curso de los acontecimientos. Napo­león lo favoreció. Siempre en busca de un éxito para con· solidar su trono, volvió al sistema de compensaciones de la época revolucionaria: dejaba el campo libre a Prusia en Alemania y en cambio, Francia recibiría una amplia­ción de territorio. En la entrevista de Biarritz con el en­viado del rey Guillermo en 1865, el acuerdo se negoció sobre esa base, pero sin compromiso formal por parte de los prusianos. Al mismo tiempo, para completar la cade­na, Bismarck se alía a Víctor Manuel y le ofrece Venecia en el caso de una guerra común contra Austria. Esta com­binación, peligrosa para Francia porque asociaba la uni­dad italiana a la unidad alemana, la aprobaba Napoleón III porque esperaba que Venecia haría olvidar Roma íl

los italianos. Cuando se da cuenta del peligro es muy tarde, porque no podía oponerse a la expansión de Prusia ni sostener a Austria, sino renegando y destruyendo su obra en Italia".

Miramón es testigo de esta genial y complicada ma­niobra del Canciller de Hierro y viaja, informándose en los puntos más indicados de Europa, del desarrollo de los acontecimientos que a sus ojos indican la posible de­rrota austro-francesa. En octubre 13 de 1866, avisa a México lo siguiente en carta de Berlín: que va a buscar un clima "más benigno donde pasar el invierno; he pen­sado en P~rís y si no nos probara saldré para Italia, pero en cualqUIera de los dos puntos me seguiré ocupando de

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la comisión que el gobierno de S. M. ha tenido a bien confiarme". Así repite el viaje que un año antes hemos visto: Italia, Francia, Prusia.

Un día le empezaron a llegar al desterrado noticias muy tristes: del once de San Pedro y San Pablo la casa a la vuelta del colegio de su escapatoria había salido un féretro: allí llevaban a su madre, la dulce, la sufrida Carmen Tarelo. Con la noticia, con la esquela, llegaba algo que el general llevó consigo hasta momentos antes de morir como una especie de amuleto: la trenza que era al mismo tiempo recuerdo, herencia, prueba de cómo era el más recordado, porque era el que había tenido mayores sufrinúentos de todos los hijos. De los once, diez estarían presentes y los múltiples nietos, ese 12 de marzo de 1866. ¿Dónde recibió don Miguel la noticia? No se sabe, como tampoco lo que hizo luego.

Pasó un mes y completó su orfandad: poco pudo so­brevivir el viejo don Bernardo, general en los Tribunales Militares de México por la protección de su hijo, a la muerte de la esposa y a su vez falleció a las doce del día 14 de abril del mismo año. El acto tan rápidamente repe­tido tuvo otro escenario: la calle del Relox número 6, de donde se llevaron al marido junto a la esposa, al pan­teón de San Fernando, en el que todavía puede leerse la lápida.

Volvería Miguel a padecer la ausencia que lo aleja­ba de la última mirada de sus muertos, en un mundo vi­brante de hechos.

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"Esto no era todo agrega Bainville . Cuando la guerra estalla en 1866 entre Prusia y Austria sostenida por los estados de la Alemania del Sur, Napoleón nI es­taba empeñado en una aventura de América. En 1864 había enviado de acuerdo con Inglaterra y España, algu­nos navíos y algunas tropas a México, para apoyar la reclamación de los acreedores de ese país devastado por la revolución. El Emperador había sido seducido por la idea de fllndar allí una monarquía cuyo soberano fuera un Hapsburgo, el Archiduque Maximiliano, hermano de Francisco-José. Las más peligrosas concepciones napoleó­nicas se relacionaban con una idea central; trataba siem­pre de alcanzar en el exterior un éxito capaz de agradar a la imaginación de los franceses; trataba siempre de satis­facer una fracción de la opinión pública. Después de la expedición a Siria para proteger a los cristianos, la expe­dición de México desviaría quizá a los católicos franceses de pensar en Roma. El emperador de Austria, cuyo her­mano recibía una corona de manos de Francia, quizá estaría dispuesto a ceder Venecia sin combate".

Si así soñaba Napoleón JII, lo que Miramón tení:\ ante sus ojos era la convicción de que la política austro­francesa estaba derrotada. Esa convicción alcanzó su pun­to decisivo, sin que nos quepa ninguna duda, el 3 de julio de 1866, en la batalla de Sadowa, a la que asistió el gene­ral como observador del Estado Mayor Austriaco, según Daran, o con un papel semejante en el Estado Mayor Prusiano, como creemos nosotros, pues no hay ningún documento que oriente al respecto: "En Austria, tras una serie de combates felices, los prusianos derrotaron a los austriacos concentrando contra las tropas de Benedek tres ejércitos convergentes en Koeniggraetz. La jornada fue

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dura: la artillería austriaca, en un principio, estableció su superioridad. El fusil, a fin de cuentas, triunfó, al mismo tiempo que la disciplina de los infantes prusianos". Este es el resumen de la célebre y decisiva batalla.

Don Miguel tenía en Europa los siguientes datos pa­ra nonnar su criterio: que Austria derrotada no podía seguir ayudando al Emperador Maximiliano; que Fran­cia, comprometida por los errores de Napoleón III, tenía que reunir todas sus fuerzas para enfrentarlas a una Ale­mania triunfante y retirar el ejército francés que apoyaba al príncipe austriaco en México; en cuanto a la política del vecino del norte, Pereyra escribe las siguientes palabras de la tercera serie de datos que influirían en la conducta del desterrado mexicano: "La cancillería de los Estados Unidos trató la cuestión mexicana de un modo muy hábil, pues desde lejos podía apreciarse con frialdad, con método y sin apresuramiento. Dejó al Imperio de Maximiliano todo el tiempo necesario para que se derrumbara, y a Napoleón todo el que le hiciera falta para su desengaño". No podemos imaginarnos que don Miguel ignoró la pre­sencia de la Emperatriz en el Continente, en Francia y en Italia, ni el fracaso de su misión.

Si recordamos su audacia; si consideramos que sus informes fragmentarios le indicarían que en cierto modo el ejército de ocupación había alcanzado éxito contra las fuerzas liberales; si valoramos debidamente la influencia que el ejemplo de un Bismarck vencedor podía tener en el espíritu del general; si tomamos en cuenta que sa­bía que el Emperador era un carácter débil, voluble, apá­tico, en el que influiría sin duda una buena espada como

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era la suya; o en último análisis, si Miramón podía por su propia capacidad, en la que tenía confianza, ser el hombre dominante de una situación en la que el titular del poder fuera inclusive el Príncipe austriaco, repitien­do los sucesos de la presidencia de Zuloaga, estaba de nuevo ante su oportunidad, tendría que dejar Europa sin consultarlo con nadie y se presentaría en México para reverdecer los laureles de sus triunfos pasados. Todo era mejor que ese duro ostracismo al que lo condenaban las órdenes de Bazaine.

El 14 de octubre le deja al general don Santiago Cue­vas, en París, un breve recado en los términos siguientes:

"General: mañana salgo para S. Nazaire a fin de embarcarme con mi familia para América. En lo sucesivo V. E. se entenderá directamente con el Ministerio para todo lo relativo a la comisión de que estamos encargados en Europa" . Años más tarde (1870) el médico de Maxi­miliano va a escribir palabras que confirman lo que lleva­mos dicho sobre el regreso de Miramón: "Miramón (se) jugaba otra vez el todo por el todo. Volvía a México, quizá para servir a Maximiliano, quizá para poder tra­bajar por su cuenta propia. En este sentido se explicó, al menos, con el consejero H erzfel con quien se encontró en La Habana, y el cual le participó la resolución que Maxi­miliano tenía de abandonar a México". (Bach, R ecuer­dos de M éxicoJ pág. 69).

En La Habana se detiene el general y encuentra que Márquez ha sido llamado por el Emperador. Se confir­ma su plausible hipótesis: va a volver a sus ejércitos. Doña Concha no ha estado por completo enterada de los planes de su marido y deja a Miguel confiada en que po­drá arreglar algunos asuntos económicos en la Capital de

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México y en que el caudillo,la esperará en Cuba paciente­mente; el sencillo plan de la señora era regresar y en vista de las desiluciones del desterrado, retirarlo a la vida pri­vada, en homenaje a los pequeños hijos. Esto es tradi­ción familiar.

Pero don Miguel no tiene los mismos planes, y así encontramos un telegrama del Prefecto Político de Ve­racruz, a 10 de noviembre de 1866, que informa al Mi­nistro de la Guerra:

"Tengo la honra de participar a V. S. que han lle­gado en el vapor francés los generales Márquez y Mira­món", infonne que provoca esta reacción escrita al cal­ce: que se busque en el acto el expediente de Miramón. En ese mismo expendiente se encuentra un burlesco tele­grama de fecha 1'2, que envía don Miguel, ya en Oriza­ba, al Ministerio: "He llegado a esta Ciudad con el be­neplácito de S. M. el Emperador. Tengo el honor de co­municarlo a V. E. para su conocimiento. El Gral. de División Miguel Miramón". El comentario que hace el ministro Tabera al mariscal Bazaine de este suceso, tipi­fica la burocracia de todos los tiempos: " ... del contenido de esa nota se deduce la consecuencia, de que el general Miramón no tuvo autorización para regresar de Europa al territorio nacional y que a su paso por Orizava ha ob­tenido solamente la buena recepción de S. M.; pero en mi opinión esto no basta para considerarlo exento de la falta que cometió al dejar la comisión que desempeñaba en Europa, sin que para ello hubiera recibido órdenes de este Ministerio ... " (Foja 1 74 ) ' El detonante Zeus de los pendolistas, apto para servir al poderoso Mariscal, amenazaba con sus rayos al caudillo.

Más que los ataques del Ministerio, le afectaron al general los sucesos íntimos que se desarrollaron en la mis-

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ma Orizaba: porque sucede que doña Concha regresó de la Capital llena de horrible ira pues sus planes fraca­saban, con cólera tan grande, que al bajar de la diligen­cia imprecó al caudillo a grandes voces:

-j Nos has hundido, Miguel! gritaba, y no con-forme con la escena terminó por estrujarlo y morderle una oreja. Esta es también tradición conservada por sus descendientes.

Terminemos este capítulo con las reflexiones que Guérard hace de la situación en su magnífico libro sobre Napoleón III: "Para 1865, Napoleón III se dió cuenta, muy a su pesar, que el pensamiento más profundo ha­bía abortado. Maximiliano no tenía partidarios en Mé­xico y la Unión se había restablecido en el Norte, más hostil y más formidable que nunca. Además, la escena europea era inquietante; la insurrección polaca de 1863, el insoluble problema romano, la disputa de los ducados en 1864 y la tirantez cada vez mayor entre Austria y Pru­sia, exigían toda la atención del Emperador de los fran­ceses. La opinión nacional se volvía cada vez más intran­quila. No quedó otra cosa que hacer, que admitir el fra-

• caso y retIrarse. "Es injusto decir que después de haber enviado a

Maximiliano a una trampa en México, Napoleón III lo abandonó con toda insensibilidad. El Emperador sacri­ficó muchas vidas francesas y muchos millones de francos mientras hubo la menor posibilidad de éxito. Cuando la causa estuvo totalmente perdida a causa de la victoria del Norte, Napoleón III le dio no una, sino muchas opor­tunidades a Maximiliano para retirarse honorablemente.

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Pero éste, que había afectado desdeñar a Europa y había enviado a su familia relatos deslumbrantes sobre su exóti­co Eldorado, no podía soportar la idea de volver a Aus­tria como archiduque desposeído, como Emperador fan­tasma. Sin embargo, hubiese sido lo suficientemente sen­sato y humano como para aceptar la humillación y abdicar, de no ser por el orgullo enloquecido de Carlota. La pareja decidió quedarse, aun cuando los franceses partieran; hasta se engañaron en la creencia de que una vez alejado el arrogante, cruel y egoísta Bazaine, habría una reconciliación entre el buen pueblo mejicano y su Emperador ... En medio de la corifusión, no pudo resol­verse a partir, aunque comprendía la absurda locura de quedarse" .

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QUINTA PARTE

"TODAS LAS PUERTAS SE HAN CERRADO,

MENOS LAS DEL CIELO"

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No encontró Miramón en Orizaba el ambiente so­ñado en el espejismo del destierro. El propio Samuel Bach, que no puede ser testigo desfavorable al Empera­dor, cuenta alguna escena con las siguientes palabras: "Frecuentes entrevistas tenían Márquez y Miramón con el Emperador, sólo que sus esfuerzos eran estériles, y el pa­dre Fischer tenía que hacer prodigios para obligarlos a que tuviesen paciencia. ¿ Qué quieren ustedes? les di­jo un día a los dos generales que se quejaban amarga­mente : hasta ahora el Emperador no se halla dispuesto a volverse espontáneamente a México: ¿ tratan ustedes de llevárselo por fuerza a Palacio? Eso sería lo mismo que si a un enfermo se le exigiese levantarse y andar ... " Pe­ro al fin se decide Maximiliano, después de muchas entre­vistas y discusiones y opiniones de Notables y consejeros, a regresar a la Capital.

Las juntas de Orizaba, terminaron por acordar los dos puntos resolutivos siguientes: la subsistencia del Im­perio y la resignación del poder por el Emperador, si a este precio creía posible la paz y la salvación de México. En medio de una reñidísima votación, ofrecieron los con-

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sejeros al Emperador quince millones de pesos y treinta mil hombres sobre las armas (?).

Maximiliano interpretó ese acuerdo en una procla­ma que Blasio transcribe en su libro, proclama que fue corregida varias veces hasta llegar a su texto definitivo, lo que hace ver el cuidado que en ella puso el Empera­dor. La proclama, un verdadero absurdo político como al final se publicó, contaba con la oposición de los conse­jeros, quienes no pudieron, sin embargo, detenerla. Di­ce la parte central del documento:

"Nuestros consejos de ministros y de estado, convo­cados por Nos, opinaron que el bien de México exige que todavía conservemos el poder. Hemos creído deber acceder a sus instancias anunciándoles a la vez nuestra intención de reunir un Congreso nacional sobre las ba­ses más amplias y más liberales donde tengan acceso to­dos los partidos. Este Congreso determinará si debe sub­sistir el Imperio y en el caso afirmativo promulgará las leyes vitales para la consolidación de sus instituciones po­líticas. Con ese objeto se ocupan actualmente nuestros consejeros en proponer las medidas oportunas y al mismo tiempo se darán los pasos convenientes para que todos los partidos se presten a un arreglo bajo estas bases".

Pero ¿ quién podía lograr que ese propósito del Em­perador, la terminación de la guerra por el acuerdo de los partidos, se llevara a feliz término? Los consejeros no podían hacerlo, no sólo porque en verdad sus con­diciones políticas no eran de lo más destacado, sino tam­bién porque tenían en su contra la situación de subordi­na?os a ~ gobi;~no e~ .el cual había pesado demasia,do la mfluencIa pohtIco-nuhtar de Bazaine: esto en la prac-

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tica se traducía en todos los males de una manu militari contra un grupo de nacionales a quienes se daba el tra­tamiento de rebeldes con el menor pretexto. Tampoco podían hacerlo los jefes que al frente de los restos del ejér­cito imperial habían combatido a los republicanos: la situación de inferioridad en que el Imperio había tenido a los generales mexicanos impedía que pudieran ser los representantes del Emperador. Y ellos con algunas ex­cepciones, entre otras la de Mejía, que era generosol­habían sido también los que realizaron las represiones que imposibilitaban los acuerdos políticos. Quedaban dos figuras delante: la de Márquez, otrora desterrado pero con personalidad, odiado cordialmente por los republi­canos desde los fusilamientos de Tacubaya, que suma­ban al de Ocampo y al de L eandro Valle, lo que hacía impracticable cualquier política de entendimiento que él auspiciara, y el general Miramón, que ya hemos visto qui­so más de una vez acabar con la guerra civil por medio de un entendimiento entre los partidos, desde antes de la . . , mtervenClOn.

Dentro de tal conjunto de hechos, se comprende per­fectamente lo que la esposa del caudillo le declaró al periodista Carlos Stelluti Scala en la entrevista que éste publicó en el Giornale d'Italia del primero de mayo de 1910. Yo conocí esa entrevista porque me la envió el dis­tinguido historiador oaxaqueño don Luis Castañeda Guz­mán, del original que tiene en su poder el señor licencia­do Raúl Bolaños Cacho, catedrático del Instituto de Oaxaca. D ecía la señora Miramón:

"Primeramente buscó la manera de solucionar el con­flicto proponiendo a J uárez una conciliación con el fin de unir los partidos contendientes; habiendo fracasado

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este plan dedicó sus energías a la reorganización del des­moralizado ejército imperial: todo fue en vano. Yo con mi instinto de mujer comprendí que la ruina sería ine­vitable y me esforcé por disuadirlo de llevar adelante la empresa".

Entonces es cuando recibe un nombramiento con el máximo de poder, sólo que imaginario: dirigir un ejército cuyas operaciones abarcan toda la parte nor-occidental de la República, desde Jalisco hasta Sonora. Pero ese ejército del que es jefe no existe y las sensatas palabras que pronto dice Arango y Escandón muestran la situa­ción verdadera con todo y el eufemismo con que son pro­nunciadas: "El Ministerio acaba de exponer que cuenta con los hombres y los recursos necesarios para dar la paz al país. Yo tengo por muy veraces a los señores ministros; carezco de datos para refutar la palabra oficial; pero temo que no haya la necesaria exactitud en esas palabras", dijo en junta del 14 de enero de 1867.

Cuando ésta tenía lugar, ya don Miguel estaba muy lejos de la ciudad: atrás quedaban discusiones, intrigas, engaños. Lo vieron salir con traje de charro, de color negro, por la garita de la Tlaxpana, al frente de reduci­do grupo de ejército cuatrocientos hombres ,la ma­yor parte oficiales y dos piezas de artillería, rumbo al nor­te. Su plan era sencillo: tomar secciones de las fuerzas de Mejía en Querétaro, que mandarían sus oficiales de más confianza, los que iban con él de la ciudad; ordenar al general Severo del Castillo una maniobra encaminada a detener las tropas de Escobedo que estaban en San Luis PotosÍ, y mediante esa distracción atacar la sede del go­biern~ liberal, Za~ateca~, en un ;udaz golpe a la reta­guardIa del enemIgo. SI era posible y evidentemente

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el plan era ése tomaría prisionero a J uárez: tenía ór­denes estrictas de Maximiliano de conservarle la vida y traerlo a México. Era parte de la idea de acabar la guerra.

Se alcanzaban las siguientes ventajas si alguna de las operaciones tenía éxito: anular mediante un golpe de mano la ficción de legalidad del gobernante contrarío o impedir la unión de las tropas liberales del norte con las del occidente. Lo menos a que se podía aspirar era a esto último y había después la posibilidad de que el cuerpo de ejército de Miramón junto con las nuevas tropas ofreci­das por el Imperio, cayera por sorpresa a la espalda de cualquiera de los dos ejércitos liberales después de la batalla de Zacatecas. Todo el plan tiene el sello típico de la audacia miramoniana. "Márquez prometió a Mi­ramón enviarle prontamente los auxilios de que pudiese necesitar", dice Ramírez de ArelIano.

Severo del Castillo se pone en marcha con órdenes terminantes y llega hasta San Miguel Allende: allí se detiene durante ocho días, arguyendo falta de fondos ...

Pero don Miguel ha seguido su camino y evitado un encuentro con el ejército liberal, en clara persecución de sus objetivos: pasa entre las diversas tropas sin ser notado, cruza el ancho Bajío, el sitio de sus grandes batallas, deja a un lado los caminos transitables y se interna en las ári­das llanuras. Esta travesía es admirable: lleva un núme­ro indeterminado de hombres que oscilan entre los mil quinientos y los dos mil, y entre ellos, soldados de caballe­ría novatos, a quienes electriza su presencia, trescientos sesenta franceses, según datos de Niox, y doce cañones. A marchas forzadas va a conquistar una victoria, mientras a su espalda deja el ensueño de un plan maestro que es­pera ya realizado.

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El 27 de enero, envía al Ministerio de Guerra el si­guiente parte triunfal:

"Hoy he atacado y tomado la plaza de Zacatecas. Las fuerzas de Durango y Zacatecas han sido perseguidas tres leguas de la ciudad: artillería, armas, carruajes y pri­sioneros han quedado en mi poder. Juárez se ha salvado por la velocidad de su carruaje. Sírvase V. E. felicitar a S. M. y al Gabinete por este triunfo. El General en jefe. Miguel Miramón".

La batalla había sido muy brillante: llegó en la ma­drugada frente a la ciudad, adelantó a sus franceses por el lado del cerro de la Bufa, subió con ellos hasta la cumbre combatiendo y luego desbordó sus tropas hasta el palacio de Gobierno en irresistible avance. Los carruajes de la comitiva presidencial salieron desordenadamente por la carretera de Fresnillo, tan desordenadamente, que el mis­mo J uárez no pudo tomar el suyo: escapó por el camino de Jerez escasamente perseguido por las tropas vence­doras, que habían enloquecido con el triunfo y se apresu­raban a ocupar la población. Los resultados de la victoria levantaron los ánimos decaídos en la Metrópoli e hicieron concebir ilusorias esperanzas al Emperador.

Malogró esa victoria otra vez la incompetencia de Severo del Castillo, detenido como hemos dicho en San Miguel Allende. Libre Escobedo de ataques contrarios, puede mover desde San Luis Potosí contra Miramón las tropas que debían haber sido atacadas por el sur: siete mil hombres y veinticuatro piezas de artillería, con abun­dantes soldados a caballo, cerca de sus fuentes de apro­visionamiento y además, armados con fusiles americanos de repetición. El vencedor se da cuenta de cómo es corn-

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prometida su situación: puede inclusive quedar copado por el enemigo, tan lejos están otros soldados amigos y procura escapar de la trampa que le prepara la inca­pacidad de su subordinado (31 de enero). Tienen mayor movilidad las tropas frescas de Escobedo y alcanzan a Mi­guel en San Jacinto, un poco al sur de Ojo Caliente. Han visto que su propósito es no dar batalla, lo quieren envol­ver para hacerlo prisionero y entonces acepta forzado el combate: a la superioridad numérica, técnica y moral del enemigo, se une el pánico de las tropas bisoñas de Mi­ramón: el 2 9 Y el t regimientos de caballería se desban­dan sobre la infantería imperial. La derrota es completa, el jefe escapa disparando sus armas seguido por un pu­ñado de oficiales mexicanos y extranjeros. Al hermano de Miguel, Joaquín, lo hacen prisionero horas más tarde en un carruaje en que va herido.

Escobedo opaca su victoria del 19 de febrero con una carnicería sin precedentes : durante varias horas son fusilados los prisioneros franceses en número que Daran hace llegar a ciento cincuenta y siete. Esta matanza no es resultado de un momento de cólera: hasta el día 3, los prisioneros conservan la vida, pero en esta fecha el ven­cedor publica una proclama donde dice que "se hace in­dispensable presentar en ellos un ejemplar que los esca r­miente debidamente . .. Por tanto, procederá inmediata­mente esa Mayoría a pasar por las armas a todos los ex­tranjeros que se hicieran prisioneros ... con excepción de los prisioneros heridos, dándose cuenta a este Cuartel General del cumplimiento de esta orden" .

~1iramón mientras, busca afanosamente contacto con las fuerzas de Severo del Castillo, que por fi n se movili­za hacia el norte, o en busca de las tropas de Eseobedo o en un movimiento para salvar a su jefe, como apresu-

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rado en el momento de tener noticias de la derrota del general.

Otro cuerpo de ejército, el de Herrera y Cairo, se pro­pone acabar con los supervivientes de Zacatecas y San Ja­cinto, y va en su persecución. Por fortuna éstos han hecho contacto con el Regimiento de la Emperatriz, con cerca de quinientas plazas que acompañan al reducido grupo mandado por Miramón hasta la Hacienda de la Que­mada. Allí se reúnen con el grueso del ejército de Severo del Castillo, preparan la artillería que personalmente di­rige don Miguel y se libra la batalla que conocemos con el nombre de la hacienda: el terrible fuego de los cañones produce grandes destrozos en los cuatro mil hombres de Herrera y Cairo, que se desconciertan y completan su de­rrota "una carga de los coraceros de la Emperatriz co­mandados por el coronel Pedro González". (4 de febre­ro). Muerto el jefe republicano en el campo de batalla es recogido y Miramón ordena se le dé la debida sepultura.

Pero entonces se desencadenan los odios de Escobedo más todavía: atiende las insinuaciones de sus subordina­dos y ordena el fusilamiento del prisionero Joaquín Mira­món, que alcanza a escribirle a su esposa: "He caído en poder del enemigo y a consecuencia de este suceso voy a ser pasado por las armas dentro de una hora".

Hans cuenta detalles de esa escena: lo acarrearon al sitio de la ejecución y entonces "pidió que se le apoyase contra la pared, porque tenía mutilado un pie y quería recibir la muerte parado".

La noticia hiere profundamente a Miguel, que escri­be una sentidísima carta a su cuñada, ya desde Querétaro, pues la guerra no le dejó tiempo con anterioridad:

"Tengo la pena de participarte la irreparable pérdi­da que hemos sufrido, tú con tu esposo, Chole con su pa-

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dre, yo con mi hennano, la Patria y el Ejército en un buen mexicano y un soldado valiente; pérdida que jamás podremos reparar y que viene a hacer más acerbo nuestro dolor, por haber sido inmolado por los odios de partido, en recompensa de la generosidad con que yo he tratado siempre a los vencidos. El guante está arrojado, yo lo levanté y la sangre de Joaquín marcará en la carrera de mi vida, una transformación tal vez fatal para el país pero terrible para nuestros enemigos. Ningún consuelo huma­no puedo darte porque estas pérdidas sólo el tiempo y Dios pueden hacer que se olviden. Yo soy hombre y apenas sé cómo trazo estas líneas, pero como al faltar Joaquín yo debo velar por ti y por Chale, desde este mo­mento puedes contar con que todo lo que tengo y lo que valgo está a tus órdenes ... " .

Es pues sincera la inusitada exclamación de la pro­clama que lanza en ocasión de esta desgracia Miramón y que escribe Rarnírez de Arellano: "i Ay de los vencidos!" y la derrota repercute en el variable ánimo del Empe­rador y es comentada con saña por los habituales enemi­gos del Caudillo.

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La batalla de La Quemada, permitió al ejército del general Miramón libertad de movimientos y en obe­diencia a las órdenes recibidas del centro, se dirigió a Querétaro, lugar al que llega el 8 de febrero, once días antes que el Emperador.

Por la movilización que se hacía de tropas concen­trando allí las que se retiraban del norte, las de Michoa­cán, algunas de México y una parte de los soldados ex­tranjeros que se quedaron por su voluntad al irse el ejér­cito comandado por Bazaine cuando se había cerrado "para siempre el idilio de las ilusiones que cifraban en la ayuda europea el remedio de los desesperados males de México"; por esa movilización de nacionales y antiguos extranjeros, a los que el Emperador hiciera el siguiente llamado: "Entre nosotros existe un buen número de dig­nos militares que no vieron en México la primera luz, pero que son mexicanos por adopción y sentimientos: de­seamos ardientemente que la más perfecta armonía rein~ entre naturales y adoptivos; que unidos compartan las fatigas de la campaña, el peligro de los combates y las dulzuras de la paz ... " (Diario del Imperio), se suponía que Maximiliano y sus consejeros militares pensaban re u-

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nir un poderoso cuerpo de ejército con el cual salir a combatir a los contrarios.

A nadie se le podía ocurrir encerrarse en Querétaro, magnífico centro de comunicaciones en el corazón de la República, pero que según el Príncipe Salm-Salm "es el peor lugar del mundo para defender, pues desde los ce­rros que lo rodean se puede alcanzar cualesquiera casa a tiro de cañón", o como lo describe Hans: "Una ciudad abierta y dominada por todas partes por las montañas" ...

"Los sufridos y valientes soldados que en medio de la miseria y llenos de privaciones de todo género, estaban dis­puestos a seguir haciendo como hasta aquí por la salva­ción de la Patria aún más de lo que podía esperarse, han sentido centuplicar sus fuerzas al saber que V. M. lleno de solicitud y penetrado de las dificultades de la situación presente, volaba en auxilio de los defensores de una socie­dad infortunada, que espera con justicia que V. M. la salvará de los horrores de la anarquía, y de la próxima disolución que la amenaza", había escrito don Miguel al Emperador al saber que éste salía para Querétaro, y sus palabras representaban el sentir de las tropas. Terminaba el documento, y esto es muy interesante de subrayar para futuros acontecimientos en esta historia : "mien­tras que las tropas a mi mando pueden aclamar otra vez a V. M. en medio de las gratas sensaciones del triunfo, recibid de ellas la bienvenida y el homenaje de su lea Ita? y de su adhesión, que tributan a su Emperador, al pn­m ero de los m exicanos y al defensor de la Independencia Nacional".

Allá llegó Maximiliano el 19 de febrero, y salieron a recibirle don Miguel, Mejía, Severo del Castillo, Are­llano, y otros jefes y oficiales a un lugar situado en la

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Cuesta China como a ochocientos metros de la garita de México. Después de cruzarse discursos el Empera­dor y el General, "el Emperador entró a la ciudad, que estaba adornada con banderas y otras cosas y se dirigió al Casino a donde se alojó ... en medio del júbilo excitan­te de esa hora. Poco después recibió el Emperador al alto clero y autoridades de la ciudad y un gran número de oficiales le fueron presentados. Después prosiguió a la Ca­tedral a pie, adonde se cantó un solemne Te DeumJJ

,

escribe ese importante testigo presencial que se llama Salm-Salm. Así vio a algunos de los protagonistas de esta tragedia: Miramón "era ahora hombre buen mozo de cosa de treinta y cuatro o treinta y cinco años, de estatura mediana, de cuerpo y maneras elegantes, con el pelo, bigotes y piocha oscuros"; "D. Tomás Mejía era un in­dio feo y pequeño, muy amarillento, de cosa de cuarenta y cinco años, con una enorme boca y sobre ella unas cuan­tas cerdas negras que figuraban bigotes"; "D. Severo del Castillo es un hombre flaco, bajo de cuerpo, de pelo ne­gro, complexión débil y casi sordo"; "Ramírez de Are­llano es un caballero muy agradable, muy bien educado, de cosa de treinta años de edad, con una tez sumamente oscura y un arrogante bigote negro". En la tarde de ese mismo día, hubo un incidente que Blasio cuenta: "se sirvió un banquete, al que no asistió Maximiliano, por encontrarse muy fatigado. En ese banquete, Márquez pronunció un brindis lleno de sarcasmo y de ironía contra la juvenil temeridad de Miramón, y se refirió a su último desastre. Este valiente y leal militar, pálido de ira, se contuvo sin embargo, y brindó secamente por el ejército". y así empezamos a conocer las tristes intimidades del sitio de Querétaro.

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El día 22 (Salm-Salm) o el 23 (Hans), fueron el Emperador y sus generales a recibir a las tropas del ge­neral Méndez, que llegaba de Michoacán por la garita de Celaya. Según nuestro retratista, "D. Ramón Méndez era gordo y pequeño de cuerpo, con una fisonomía bastante bien parecida, pelo y barba negra y que parecía muy bien con su chaqueta de húsar mexicano". El entusiasmo des­bordó en las valientes y bien organizadas tropas michoa­canas, que eran en ese momento las mejores del Imperio. Tanta fue su alegría y tan exacta la pintura de Hans, ofi­cial de artillería de Méndez, que Sánchez Navarro con su habitual inexactitud prefiere poner ese relato mejor a la entrada del Emperador a Querétaro que en su debido sitio: "Pronto vimos un torbellino de polvo que se adelan­taba rápidamente hacia nosotros. El Emperador se pre­sentó a nuestra vista, rodeado de un brillante estado ma­yor, del que formaban parte Márquez y Miramón. Al verlo, una conmoción eléctrica recorrió la columna de uno a otro extremo; las tropas le acogieron con gritos frené­ticos de i Viva el Emperador! A su lado se hallaba el ge­neral Méndez, que le enseñaba, con un orgullo fácil de comprender, las viejas y fieles tropas que tantas veces ha­bía conducido a la victoria. Las bandas de los cuerpos to­caban el Himno Nacional, los tambores batían marcha. El Emperador, conmovido, se detuvo frente al cuerpo que llevaba su nombre, quiso tomar la bandera de su batallón y le dirigió algunas nobles palabras, de esas que llegan al alma y que tan fácilmente sabía encontrar en semejantes circunstancias. Los viejos soldados indígenas, que hasta entonces le habían servido con tanta fidelidad, y que de­bían ver algunos días después segadas sus filas por defen­derle, respondieron con frenéticas aclamaciones" ...

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Los días que vinieron después, fueron ocupados en pasar revista a las tropas, en un banquete ofrecido a los jefes y oficiales, en las honras fúnebres de Joaquín Mira­món, en pláticas previas y cambios de impresiones para el Consejo militar que decidiría las actividades del ejército y en completar su organización pues "ya era muy tarde y los elementos no abundaban".

"Yo creía encontrar en Querétaro algunos de aque­llos cuerpos nuevamente organizados, de que tanto ha­bíamos oído hablar, y tropas más brillantes por lo menos que las nuestras; pero nada de eso" dice Hans que visi­tó los lugares de las revistas y que en otra parte escribe: "me desengañé cruelmente . La política fatal de los primeros años de Imperio, los últimos desastres, la retira­da del cuerpo expedicionario y de las legiones extranjeras, el licenciamiento de los batallones de cazadores franco­mexicanos, habían dejado desprovisto al Imperio, y sin la llegada de nuestras tropas de Michoacán, no se habría podido detener al enemigo más que ante los muros de la Capital, porque las tropas concentradas en Querétaro no eran bastante numerosas, ni estaban en estado de empren­der una campaña seria". El total de las fuerzas allí reuni­das soldados de línea y reclutas de última hora , as­cendía a nueve mil hombres con treinta y nueve o cua­renta cañones.

Ese disímbolo ejército, bajo las órdenes de Maximi­liano y de Márquez, brazo derecho del Emperador co­mo jefe del Estado Mayor General , quedaba con los siguientes mandos: Miramón al frente de la infantería, "de la que se hicieron dos divisiones"; M ejía comandaba la caballería, compuesta de tres pequeñas brigadas; Are­llano, no obstante su grado de coronel, quedaba al frcnte de la artillería; y Méndez recibió el mando de una brigada

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mixta de reserva. Según Ramírez de Arellano, Miramón quedó en una situación muy equívoca, que no ocultó "pues quedaba bajo las órdenes de Mejía y Méndez". En esta ulterior frase de Ramírez de Arellano puede haber cierta exageración y la versión del príncipe Salm-Salm es que la infantería mandada por Miramón, estaba en sus dos divisiones a las órdenes de Méndez y Castillo, pero lo cier­to es que la jefatura militar no estaba unificada: Márquez le tenía mala voluntad a Miramón, como ya supimos y siempre lo demostró, dispuesto a oponerse a todos los planes que propusiera quien ya una vez lo había castigado por sus insubordinaciones. Márquez, además, tenía en el ánimo del Emperador una influencia que no había al­canzado don Miguel, quien ya vimos no se quedó en la Capital a intrigar y ganar posiciones, sino se fue al norte a combatir. Méndez, a su vez, envidiaba los éxitos de Mi­ramón, su simpatía personal, su cortesía y hábitos de hom­bre civilizado, y los instintos crueles del michoacano se veían repudiados por esa virtud que siempre se le reco­noció al general citadino: su generosidad. Mejía, por su parte, debió haberse sentido en una situación extrema­damente difícil: él no era un político, sino un militar bravísimo en la pelea y también generoso con los ven­cidos, retraído y leal, que aunque se diera cuenta de los problemas que aquejaban al mando del ejército, carecía de la habilidad necesaria para ser un factor decisivo en los consejos. Ranúrez de Arellano, en cambio, era por completo adicto a Miguel Miramón, y haría todo lo po­sible para oponerse a las maniobras de Márquez y Mén­dez, con lo que la división sería mayor. En cuanto al Em­perador, de proverbial escasa discresión en el trato de los hombres, a ella unía los defectos que señala Corti: "espiritualmente fantástico, en el fondo débil y bondado-

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so, pero también un poco obstinado y que se sobreestima­ba". i No auguraba el conjunto ningún éxito!

Estos problemas todavía no se traslucían al exterior: los habitantes de la ciudad pasaron días de dicha con la presencia del Emperador, las fiestas en el teatro de la localidad eran frecuentes y la euforia vital se impuso en la tibia y linda ciudad, en días amables en que iba a pre­sentarse la primavera y cuya próxima amargura nadie sos­pechaba. Dice románticamente Hans: "La crónica cuen­ta que gracias al sitio, más de una intriga llegó a su des­enlace, y que más de un héroe herido fue cuidado por bellas manos, lo que contribuyó poderosamente a su cu­ración. Otros, menos dichosos, heridos de muerte por el enemigo, fueron siquiera enterrados con cuidado y llo­rados por hermosos ojos. Sus cadáveres no fueron echa­dos a una fosa desconocida, sino enterrados en un sitio reservado, adonde no falta quien vaya algunas veces a arrodillarse y a evocar tiernos y dolorosos recuerdos ... ". Parece que este es un fondo magnífico para el ya estudia­do galante Miguel.

Además, la gente vivía con un exceso de esperan­zas: el ejército iba a aumentarse. Ya llegaría Olvera se decía ,el otro influyente de la sierra de Querétaro, con dos o tres mil indígenas a caballo y de la Capital, ya lle­garían también regimientos brillantes: el de húsares del conde Khevenhüller, el batallón del barón Hammerstein; los gendarmes de la guardia bajo las órdenes del conde Wickenburg y los cazadores de a caballo, con sus jefes Gerloni y Czismadai. Y otras piezas de artillería rayada, i y dinero, parte de los trece millones ofrecidos, porque se le habían acabado al Emperador cuarenta mil pesos que llevaba de México!

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Por lo pronto, Vidaurri, nuevo Ministro de Hacien­da, impondría un préstamo a la alegre ciudad, por sesen­ta mil pesos. . .

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Contra el ejército imperial, se dirigían dos cuerpos de ejército republicano: el Cuerpo de Ejército de Occidente, al mando del general Ramón Corona, que se acercaba por el camino de Lagos, y el Cuerpo de Ejército del Norte, al mando del general Mariano Escobedo, que venía por el camino de San Luis PotosÍ. La suma aproximada de esos dos cuerpos de ejército era de diez y ocho mil hom­bres, que formaban apenas el principio de la concentra­ción de tropas republicanas, constantemente reforzadas, con excelente artillería, algunos de cuyos servidores eran profesionales de la Guerra de Secesión ; con fusiles de repetición de diez y seis tiros en muchos regimientos el de Galeana entre otros y con una moral muy alta, que se justificaba por los constantes triunfos alcanzados.

Apenas ll egó Maximiliano a Querétaro, sabemos que hubo una junta del Consejo de Guerra del Emperador, en la que propuso Miramón ir al encuentro del enemigo y batirlo por partes : primero al Cuerpo de Ejército del Norte, y luego al Cuerpo de Ejército de Occidente. Vol­vemos a citar a Blasio, que no toma partido en las difi­cultades de los militares: "Pero bastaba que tal proposi­ción viniera de Miramón, para que l'dárquez se opusiera,

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y como éste gozaba de absoluta preponderancia en el áni­mo del Emperador, prevaleció la opinión del segundo y permanecimos en las más completa inacción ... ". El mis­mo Miguel, en el Consejo de Guerra de 10 de marzo, pro­dujo la siguiente declaración:

"Señor : haré a V. M. una declaración importante. El 22 del último mes, S. M. nos hizo reunir, y entonces fue resuelto que saliésemos de Querétaro el 26 del mismo mes, con el objeto de batir al enemigo parcialmente. Nada se hizo por razones que ignoro, pero el resultado inme­diato de esa adherencia ha sido que las tropas disidentes se han concentrado al frente de nosotros. Ha habido, pues, una falta cometida contra las regla~ del arte".

Penosas inculpaciones ulteriores, entre las que no ocupa el último lugar un panfleto de Márquez en que trata de justificarse flora común de todos los venci­dos , hacen todavía más confusos los acontecimientos: lo único que se puede aclarar de todo esto, es que se per­dieron días valiosísimos y que la única maniobra que pudo salvar al Imperio de la derrota, el ataque, con todo y haberse propuesto, discutido y aprobado, no se llevó a la práctica, lo que hizo posible que la unión de fuerzas republicanas alcanzara su completa realización, contra lo cual había combatido el Caudillo constantemente. y se presentaron frente a Querétaro en la mañana del seis de marzo.

Miramón recibió orden de ir a encontrar al enemigo con algunas tropas, con la esperanza de que quisiera li­brar una batalla; éste se concretó a desfilar a buena dis­tancia, como era natural, amagando sin embargo a los

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imperiales. Por su parte don Miguel, conocedor de la táctica de retiradas que habían utilizado siempre los re­publicanos en su guerra, estableció su línea frente al cerro de las Campanas y esperó nuevas órdenes. Era lo único que podía hacer; allá fueron a acompañarlo el Empe­rador y el Estado Mayor; pintorescamente el Archidu­que "donrúa en el suelo, envuelto como todos en su zara­pe nacional de colores jaspeados". "Las tropas republi­canas estaban ya ante la plaza que iban a sitiar agrega RamÍrez de Arellano , cuando el general Miramón, con­vertido en simple subteniente de zapadores, se ocupaba aún en construir una fortificación pasajera en el cerro de las Campanas. Después, durante el sitio de Querétaro, se ejecutaron trabajos semejantes sobre una línea de ocho kilómetros, línea de la cual muchos puntos fueron forti­ficados bajo el fuego de los sitiadores" . No llegaba, en cambio, el indispensable y ofrecido refuerzo de México, y se empezó a desesperar de los indígenas montados que bajarían de la sierra de Querétaro para ayudar al Im­perio; pero se permitió porque el número de fuerzas era muy limitado para que otra cosa se hiciera y tampoco había parque , que los republicanos reunieran más tro­pas hasta llegar a veinticinco mil hombres, más cañones, más bastimentas, se fortificaran frente a la ciudad y ocu­paran las alturas estratégicas.

La línea de defensa de Querétaro quedaría definitiva­mente establecida sobre dos puntos de apoyo extremos, que eran el Cerro de las Campanas y el Convento de la Cruz, en la colina que antiguamente se conoció con el nombre de Sangremal: "esta línea de defensa dice Hans fu e la misma que conservamos durante todo el sitio, y de la que los republicanos no pudieron ocupar un

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solo punto, a pesar de sus repetidas tentativas". La pri­mera de ellas sería el comba te del 14 de marzo.

Según Sóstenes Rocha, ese combate tuvo por fina­lidad apoderarse del cerro de San Gregorio. Pero resulta un poco extraño que los informes que se tienen de los si­tiados, no mencionen para nada el propósito de defender tal altura: ni en la polémica de los mexicanos, ni en la crónica de los extranjeros se encuentran datos que con­firmen el dicho de Sóstenes Rocha: "nuestra línea era muy extensa para nuestro débil efectivo", dice Hans an­gustiado y exacto.

Desde dentro de Querétaro, lo que se vio fue que ata­caban las fuerzas de Corona el Convento de la Cruz, adonde había trasladado su cuartel general el Emperador cuando los republicanos no avanzaron por el lado de las Campanas. Y que Sóstenes Rocha atacaba también con gran fuerza por el lado del cerro del Cimatario. y que había otro tercer ataque por el lado del puente de San Sebastián y un cuarto contra el puesto de las Campanas: la ofensiva implicaba un ataque a fondo.

Los defectos de la defensa se descubrieron muy pron­to: La Cruz, poderosa ciudadela que era el corazón de la misma, rodeada de altas murallas de piedra dentro de las cuales estaban el cementerio, la huerta, construcciones aisladas y la formidable arquitectura del convento propia­mente dicho; La Cruz, que se levanta sobre una suave eminencia, suave desde el punto de vista del visitante que sube por la ancha plaza empedrada del frente de la cons­trucción, pero que significa por el opuesto lado de los atacantes una pendiente más rápida y por lo tanto mejor

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acondicionada para el combate, no se fortificó como era necesario y al iniciarse el ataque de puesto tan impor­tante fueron rechazados sus defensores. Salm-Salm, con lenguaje un poco violento de soldado describe ' esa par­te de la batalla: "Sostenidos por un fuego tremendo des­de la Cuesta China, densas columnas de infantería avan­zaron ahora contra la parte occidental de La Cruz, y gra­cias al olvido estúpido o traidor de Márquez, la desocu­pada capilla del panteón fue asaltada, las murallas que daban al patio provistas de troneras y la azotea de la ca­pilla ocupada por soldados, quienes desde su elevada po­sición hacían fuego sobre nuestras tropas que defendían el convento"; Ranúrez de Arellano a su tumo dice: "el menor de los defectos de la fortificación del Convento de la Cruz, en vísperas del ataque del enemigo, era el no ofrecer ningún trabajo de defensa frente al ejército de Escobedo, mientras que ya ofrecía algunos en el interior de la plaza".

Corona, según cuenta Sóstenes Rocha, tenía órdenes de atacar La Cruz con un ataque falso, "pero con la pres­cripción de transformarlo en real y ocupar decididamente dicho puesto si las circunstancias eran favorables desde el principio de la operación" y después del éxito inicial que señalamos, sólo la obstinada defensa de los soldados allí establecidos detuvo el amenazante movimiento.

Al principio de la batalla, "el general Miramón acu­dió al galope adonde estaba el Emperador para pedirle instrucciones. El Emperador le dio carta blanca para de­fender toda la línea del Norte con la infantería y l\'lira­món se lanzó inmediatamente hacia el cerro de las Cam­panas" desde donde se arrojaría a todos los luga res de pe­ligro. Por prontas providencias tomó sobre su respon­sabilidad el desobedece r un mO\'imiento, de Sev('ro del

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Castillo, ordenado torpemente por el Jefe del Estado Ma­yor (Márquez), encaminado a retirar las tropas que ha­cían resistencia por el sur al poderoso ataque de Rocha para concentrarlas en La Cruz. Esto hubiera sido coope­rar con el movimiento de los republicanos y quizá "habría ocasionado la pérdida de la plaza". Es el más destacado de los atacantes de esa jornada, militar de carrera, el mis­mo Sóstenes Rocha, quien va a escribir las siguientes fra­ses sobre la actividad del caudillo: "el valiente general Miramón ... se multiplicaba por todas partes (y) los en­tusiastas gritos del adversario anunciaban su presencia en los puntos de mayor peligro".

Los cronistas del sitio, Ramírez de Arellano, Hans, Salm-Salm y Rocha, nos presentan diversas escenas de la actividad del general. Ya ha salvado la plaza, por pri­mera vez, al reponer la línea de Severo del Castillo y de­tener el avance de Rocha. Revisado ese frente, vuelve a la Alameda con infantería y artillería y derrota "la re­serva de las columnas que atacaban La Cruz". Vuelve a recorrer las líneas, siempre combatiendo, siempre orde­nando, siempre con su decisión que alienta a los que es­tán comprometidos, y es el último que deja de pelear a las cinco y media de la tarde, después de dirigir una carga de caballería sobre las tropas de Rocha que se retira por San Gregorio. Al volver de esa acción, dice Hans: "La plaza de La Cruz presentaba una animación extraordina­ria. El general Miramón llegó: el Emperador le tendió los brazos. Llegaron nuevos prisioneros y los trofeos qui­tados al enemigo". Entre éstos se encontraba "uno de esos rifles americanos de a diez y seis tiros, que causaban nuestra admiración".

Por las narraciones coincidentes de los testigos de esa batalla, se puede afirmar que Miguel Miramón ocupó

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en la práctica el primer puesto, el que las intrigas y los prejuicios habían dejado en otras manos. Pero como era natural, el éxito provocaría una reacción de envidia, de oposición callada e intrigante en otros generales que es­taban cerca del Emperador.

Este mismo no se acababa de dar cuenta de la situa­ción: el problema era al mismo tiempo político y mili­tar. Político, en lo que se relacionaba con el conjunto de acontecimientos de todo el territorio y que daba una suma adversa para los intereses del Imperio. En una sola palabra se puede decir que era menoscabar la importan­cia nacional de éste, concretarse a librar combates aunque estuvieran llenos de éxito nunca definitivo en los alrede­dores de Querétaro. Era indispensable superar esta si­tuación, que en todo caso implicaba una segura derrota política, así pudiera defenderse el ejército sitiado inde­finidamente. Ya se sabe que, desde el punto de vista militar, el encerrarse en una población es un grave error, más agravado por la mala situación geográfica y por los linútados efectivos de los sitiados. Pero también para dar una buena batalla, se tenía que considerar que no se jugaba sólo la vida de los generales y de las tropas, sino que allí estaba el Emperador, que era al mismo tiem­po motivo de aliento y también de preocupación entre sus subordinados.

Miramón quiso aprovechar las consecuencias de la batalla del q de marzo para atacar a su vez por sorpre­sa a las tropas republicanas que e taban en las alturas cercanas a San Pablo y San Gregorio. El movimiento, si tenía éxito, no era simplemente una batalla más ganada

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a los republicanos, sino que significaba la derrota de las mejores fuerzas sitiadoras, por su organización y por su mando: las de Sóstenes Rocha.

El Emperador, sin duda impresionado por los éxitos del general en días anteriores, estuvo de acuerdo con que se hiciera el movimiento y se tomaron las disposiciones necesarias la noche del 17.

Es significativa la forma como el ataque fue suspen­dido: extrañas coincidencias entre Márquez, López (el que más tarde traicionaría) y Méndez, paralizan la ac­ción. López "se espanta" pues se imagina que van a ata­car La Cruz, de la que es comandante, al ver que la di­división Méndez se dirige a ponerse a las órdenes de Mi­ramón; Méndez se detiene en el camino, inexplicable· mente paralizada su marcha por un carro de municiones volteado y una trinchera vacía, y se detiene frente al dis­gusto de los Dragones de la Emperatriz que "querían pasar a toda costa"; el mismo Méndez conocedor del "sus­to" de López, deja sus tropas entretenidas con el obstáculo y corre a avisarle al Emperador que la situación en La Cruz es muy comprometida:" su caballo estaba exte­nuado de cansancio " ; Márquez, que está cerca del Em­perador en Las Campanas y que no es partidario del ata­que de Miramón, inmediatamente contesta a las vivaces preguntas de Maximiliano urgiendo que la división Mén­dez regrese a La Cruz en peligro y entonces "el Empe­rador dio orden de suspender el ataque" y comisionó a Márquez para que fuera a trasmitirle las órdenes a don Miguel minutos antes de que empezara. Hans es tes­tigo de la escena final: "El general Márquez llegó en el momento en que Miramón, con la espada en la mano, pasaba al frente de sus tropas arengándolas y les comuni­caba su ardor y su fe ciega en el éxito de la jornada. El

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día iba a comenzar. Diez y ocho piezas de artillería, que se habían colocado en batería frente a las posiciones ene­migas, se disponían a comenzar el fuego. La orden, tras­mitida por el general Márquez en persona, la noticia de que el enemigo se disponía a tomar La Cruz que había quedado casi abandonada, y la de que la brigada de re­serva no se hallaba todavía en su puesto, causaron a Mi­ramón una desesperación furiosa. Envainó su espada, tiró al suelo su sombrero y dio orden a las tropas de volver a la ciudad. Volvió él mismo a Querétaro, pálido y llo­rando de rabia". En cambio se aclaró que nadie pensaba atacar La Cruz ...

La situación era en el mando del ejército imperial, por lo que se ha visto, extremadamente grave. Miramón ya había declarado su propósito de no tomar parte en ninguna acción de guerra con propia iniciativa, concre­tándose tan sólo a obedecer. El viejo Vidaurri trató de contener los impulsos del tan humanamente indignado ge­neral y mientras se ocupaban las fuerzas en mejorar las fortificaciones de la ciudad ante el fuego cada vez más intenso de la artillería sitiadora, se eliminaron las prin­cipales asperezas, para lo cual contribuyó sin duda el cé­lebre caudillo regiomontano y el día 20 hubo una impor­tantísima reunión del Consejo de Guerra del Emperado r.

Se discutió la conducta a seguir, bajo la presidencia de Miramón, mientras el Emperador, con gran delica­deza, se retiraba para no presionar con su presencia a los reunidos, adelantando la oferta de aceptar lo que allí se decidiera .

Para que se vea la diversidad de criterios de los je-

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fes, diremos resumiendo la minuta que transcriben Salmo Salm y Ramírez de Arellano que eran cinco diversas opio niones las que se proponían: la retirada del ejército ín· tegro; la retirada sin cañones ni carros; la defensa de la plaza con todo el ejército; la división del ejército en dos partes iguales, una para defender la plaza y otra para ir a México en busca de recursos; y por la quinta "se en­cargaría a una pequeña reserva de la importante per­sona del Emperador, en caso de desastre, y que uno de sus generales fuese nombrado para mandar en jefe a todo el ejército con orden de atacar el grueso del ejército enerni-

" go. .. . El mismo Márquez escribió años más tarde, irritado

por las acusaciones que con mucha justicia le hiciera Ra­núrez de Arellano, que la idea de retirarse de Queréta­ro hacia México él la había cultivado con sumo cuidado en la mente del Emperador. Alega en largas páginas có­mo así era posible la salvación del Imperio, pero entre too dos sus alegatos no se encuentra ninguna luz que esclarez­ca este problema: ¿ por qué, si estaba seguro de que la de­fensa de esa ciudad era imposible, llevó al Emperador a ella sin que le hiciera ninguna advertencia cuando lo tenía prácticamente en sus manos? ¿Por qué hizo impo­sible durante todo el tiempo que estuvo allí una acción decisiva por parte de Miramón? ¿ Por qué hasta el mo­mento de escapar del sitio, hizo creer a Maximiliano en una posible batalla victoriosa?

La actitud de los otros generales que formaban el Consejo de Guerra, podía resumirse en estas palabras: rechazar la idea de la retirada y en la imposibilidad de hacer otra maniobra, defender Querétaro lo mejor posi­ble, buscando una oportunidad para perforar las líneas enemigas y atacarlas por la retaguardia, ya fuera por los

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caminos de Celaya y San Juanico o como dijo el Presi­dente del Consejo: "si se prolongase nuestra actual posi­ción atacarlo a viva fuerza en San Gregorio". Diremos que frente a la opinión de los generales en Consejo, Már­quez no sostuvo su punto de vista y pareció ceder al plan de defensa. Quedaba pendiente una cuestión: ¿ cómo conseguir auxilios de la Metrópoli? .. El Emperador ante la decisión de los generales manifestó sincero entusiasmo.

A las cuarenta y ocho horas Miramón volvía a ser la figura más destacada del ejército imperial, de nuevo al frente de sus soldados. Los refuerzos de México estaban muy lejos, pero allí a cuatro kilómetros, en la hacienda de San Juanico, las tropas republicanas acababan de des­cargar cuatrocientos carros con provisiones y pastaban ga­nados en su contorno. El 22 al amanecer se lanzó al asalto con los jinetes fronterizos de Quiroga, el batallón de Celaya, una parte de los cazadores franco-mexicanos al mando del terrible combatiente que era el príncipe Salm-Salm y cuatro cañones. La maniobra fue fulmi­nante, como las mejores de don Miguel: era una batalla por el maíz, en la que se cargaban los carros vacíos del ejército imperial después de haber ahuyentado a las guar­dias republicanas. Estas no tardaron en regresar, refor­zadas y ya a cubierto por los fuegos de su artillería. Re­sistió Miramón el fuerte ataque para que pudieran retirar el botín hacia la ciudad y resisti eron también los jinetes de Quiroga con grandes bajas, mientras maniobraban las caballerías de Mejía. Otra vez Maximiliano, desde el Cerro de las Campanas, era testigo de los éxitos del cau­dillo. Cerca del medio día regresaron a la ciudad las úl­timas fuerzas, muchas horas después que los carros de

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• • provlSlones. Guerra.

Así se cumplían los acuerdos del Consejo de

Nunca se sabrá cuáles fueron las maniobras de Már­quez en esto, pero e! hecho es que fue designado por el Emperador para ir por refuerzos a la Metrópoli. Que se comprometió a no iniciar ningún golpe de mano o aventura que lo distrajera de su objetivo y a llevar tropas y dinero a Querétaro en un plazo de quince días. Tro­pas y dinero que había en la Capital. Lo acompañarían Vidaurri y mil quinientos hombres de caballería. Salió el día 23 poco después de media noche entre el cerro del Cimatario y e! Jacal y los republicanos, que creían esca­paba e! Emperador, enviaron en su persecución cuatro mil caballos que no lograron alcanzar al Lugarteniente de! Imperio.

Tristes presentimientos invadieron el campo impe­rial, al recordarse la conducta de otros días de Márquez. Yesos presentimientos serían justificados.

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XXVIII

Independientemente de las reflexiones derrotistas que la salida de Márquez provocaba en algunos, sin to­mar en consideración lo que tan arriesgado movimiento quería decir de la desesperada situación de la plaza, que­daba una gran dificultad para que los militares tuvieran puestas grandes esperanzas en el regreso del flamante Lu­garteniente del Imperio. Hans la presenta con toda cla­ridad: "La plaza estaba sitiada en regla y no se hallaba preparada para la resistencia".

Tal situación la conocía perfectamente el enemigo, que tenía organizado un magnífico servicio de espionaje en el interior de la población. Era más grave el día 24 porque ya se sabía que Márquez, antiguo jefe de la de­fensa, había salido con un fuerte núcleo de hombres que lo acompañaban y con el propósito de que la situación del Imperio se decidiera militarmente, desencadenaron la ofensiva de esa fecha. Por otra parte, mientras el nú­mero de defensores de la plaza disminuía, lograban las tropas republicanas reunir más soldados, más provisiones y más cañones: diez mil hombres que todavía no habían combatido estaban en las filas atacantes.

Ante los ojos de los sitiados se cubrieron casi todos

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los huecos que había en torno de la ciudad y perfecciona­do el sitio, frente a esos mismos soldados cuya esperanza estaba puesta en el regreso de Márquez se extendieron tranquilamente las fuerzas para una nueva batalla: seis mil hombres bajaron de la Cuesta China hasta la ver­tiente del Cimatario esa mañana. Formadas las colum­nas principalmente frente a la Alameda y la Casa Blan­ca, avanzaron al medio día protegidas por los fuegos de su artillería, abiertos desde horas antes. El Emperador encomendó a don Miguel la defensa. Volvamos al texto de Hans: "el cañón retumbó; pero no por eso dejaban de avanzar los republicanos con un orden, una rapidez y un aplomo que jamás se había esperado encontrar en ellos. Se veía que iban mandados valientemente por sus principales jefes Riva-Palacio, ]iménez, Vélez y Florenti­no Mercado". Este V élez es el mismo que aparece al principio del libro como amigo de Miramón: se pasó al campo que tanto había combatido después de una disputa sobre un piano con el caudillo.

Salm-Salm describe el ataque: "eran tropas nueva­mente llegadas y les habían asegurado que tendrían poco trabajo con nosotros ... les permitimos avanzar hasta que se encontraron a ciento cincuenta pasos de nosotros; mas allí recibieron por tres lados una lluvia tremenda de balas y metralla, que les sorprendió tanto, que muy pronto dieron la vuelta". Después de una terrible carga del Re­gimiento de la Emperatriz, agrega estas palabras: "ellla­no frente a la Alameda estaba cubierto enteramente con muertos y heridos, cuyos blancos uniformes hacían con­traste notable con el terreno oscuro".

Sóstenes Rocha que salva en esos momentos al ejér­cito republicano de una derrota segura, que además du­plica el número de los soldados comprometidos en la ac-

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ción al doble doce mil atacantes describe el momento del ataque del Regimiento de la Emperatriz como él lo vio: "comenzó a alancear y a acuchillar dispersos sem­brando el pánico que se trasmitió prontamente hasta el grueso de las fuerzas que no habían tomado parte en el combate y que aunque sin dispersarse, pronunciaron un rápido movimiento retrógrado hacia las altas cumbres de la montaña". Después de lanzar sus fuerzas sin espe­rar ninguna orden contra las tropas imperiales "no per­dí tiempo en estar contemplando aquel desastre", dice­y de que éstas se detiene~ y vuelven a la plaza sitiada, organiza un nuevo y terrible ataque que está a punto de romper la defensa.

A las tres de la tarde, pues, volvieron a avanzar los republicanos. Salm-Salm va a describir la nueva acción:

"La columna delantera consistía de cuatro mil hom­bres, y la que de ésta seguía, de seis mil. Las blancas co­lumnas venían por el ancho camino con gran intrepidez; el camino estaba descubierto por ambos lados, y por lo mismo daban lugar a que nuestra artillería descargase sus tiros de la Alameda y la garita sobre las densas masas del enemigo, lo que se hizo con gran precisión, especial­mente de la garita en donde se hallaba presente el gene­ral Arellano. La sangre fría y valor del enemigo bajo este fuego mortífero era realmente admirable; mas cuando su columna hubo llegado a cosa de cuatrocientos pasos de distancia de nosotros y le cayó una lluvia de metralla, comenzó a vacilar. Se recuperó sin embargo al instante y avanzó doscientos pasos más; y entonces al fuego de nuestra artillería se agregaron las repetidas descargas de nuestra infantería. De nuevo vaciló y esperábamos verla dar la espalda: eran momentos críticos, y comparando nuestro pequeño número con los miles de ellos, se podía

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M. 18 -

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muy bien dar lugar a la duda de lo que podía ser el re. sultado . El enemigo se detuvo, pero los oficiales se lan­zaron delante de la columna: su valeroso comportamiento de nuevo alentó a los soldados; marcharon a paso redo­blado y lograron llegar hasta el granero frente a la Casa Blanca .. , El lugar adonde había avanzado el enemigo no era sostenible; tenían que seguir adelante o retroceder. En ese momento crítico del que dependía el destino de la ciudad, el general Arellano saltó de su caballo, apuntó su cañón contra la masa más densa del enemigo, y le des­cargó una lluvia de metralla, que a una distancia tan corta causó una matanza horrible. Al mismo tiempo el valiente mayor Malburg, con su destacamento de caballe­ría, rodeó la casa violentamente, y atacó al enemigo por su flanco izquierdo. El efecto de la metralla y el repen­tino ataque de la caballería, cuyo número probablemente era exagerado, fue demasiado. Los liberales fueron so­brecogidos de un terror pánico repentino y huyeron ... Cosa de mil quinientos muertos y heridos cubrían el cam­po de batalla, que parecía como si una manada de carne­ros estuviera descansando en él. Tras el granero estaban tendidos en la primera línea de los muertos diez oficiales d 1 . " e enemIgo ....

Salm-Salm, que narra objetivamente el combate, no tiene mucho afecto por Miramón y su espíritu de soldado de fortuna extranjero lo hace protestar por su situación de subordinado: él deja entrever que muy bien podría haber mandado al ejército imperial sin los mexicanos. Por eso, calla que el desarrollo de la acción se debía al que actuaba como jefe supremo del ejército, y que inclusive la posición de la Casa Blanca se sostuvo porque Miramón pudo hacer que llegaran refuerzos y se concreta a escri-

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bir: "El general Miramón estuvo presente durante el combate, y mantuvo el puesto cerca de la Garita".

Hans, describe así el final de la batalla: "Habiendo terminado la acción de una manera favorable para nos­otros, el general Miramón fue a presentarse al Soberano. Apenas había echado pie a tierra cuando el Emperador le tendió los brazos y le estrechó en un abrazo fraternal . Después de haber recibido este público testimonio de esti­mación y de amistad, Miramón se quitó su quepí, y vol­viéndose hacia los testigos de aquella tierna escena, excla­mó con ese tono de entusiasmo y de mando que le era pe­culiar. "i Viva su Majestad el Emperador!" Respondie­ron a ese grito las más ardientes exclamaciones". El tar­dío abrazo del Emperador, no podía mejorar la pésima disposición moral en que estaban algunos jefes sitiados. El general Méndez dijo esa noche tales palabras contra don Miguel, que Salm-Salm tuvo que escribir: "en todas estas conversaciones mostró contra Miramón una hostili­dad inflexible".

La descripción de los testigos oculares de la batalla del 24 de marzo está llena de novedades que conviene ana­lizar: es la primera el hecho de que la capacidad comba­tiva del ejército republicano había alcanzado un nivel muy alto y que tenía por lo menos un grupo de jefes capa­ces y de oficiales decididos y obedientes. En las descrip­ciones que hemos reproducido, queda de manifesto la sorpresa de los expertos jefes imperiales en relación con ese cambio. Esa capacidad combativa, está sostenida por una corriente incesante de abastecimientos y de refuerzos, que faltan por completo en la ciudad sitiada; en casi mes

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y medio de inmovilidad, se han consumido grandes canti­dades de provisiones que no tienen renovación y el nume­rario vuelve a escasear. No obstante que el enemigo es re­chazado constantemente de sus últimos objetivos, con­viene resaltar que el resultado de la marea guerrera im­plicaba el lento desplazamiento de las tropas imperiales a posiciones cada vez más reducidas y por lo mismo siem­pre muy fuertes, mientras los republicanos ocupaban pues­tos un poco más avanzados después de cada derrota, lo que estrechaba el sitio constantemente. También haremos más visible otro hecho: las victorias imperialistas, dejaban un grupo variable de prisioneros, que al ser transportados a la ciudad, significaban una merma de los alimentos de los sitiados; al mismo tiempo, aunque las bajas de los defen­sores, por serlo, eran menores que las de los atacantes, ca­da soldado perdido no podía reponerse, era una baja abso­luta . La leal población civil de la ciudad, que corrió con el ejército imperial todos los riesgos de los combates, que pa­decía mayores bajas por los bombardeos que los soldados, que tampoco estaba dispuesta para un sitio, significaba otro problema cada vez más grave mientras la contienda se prolongaba.

Ramírez de Arellano escribe: "Este asalto que puso a la plaza en el peligro de caer en manos de los sitiadores, una vez repelidos victoriosamente, ocasionó que el sitio fuera más riguroso. De una parte y de otra se emprendie­ron trabajos en toda la línea, y una serie de combates, cu­yo recuerdo siempre será glorioso para el Emperador, pa­ra Miramón y para toda la tropa, comenzó inmediatamen­te. Presas de miseria y de hambre las tropas imperiales, hicieron en aquel día prodigios de valor y dieron pruebas de admirable abnegación". Y en los días que siguieron todo fue reparar cañones, hacer p'arque, poner en servicio

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fusiles inservibles, levantar fortificaciones: había que es­perar el regreso de Márquez durante quince días. Y vuelve a escribir Arellano: "Todas estas operaciones fue preciso practicarlas sin los útiles y sin las maquinarias tan indis­pensables en esta clase de trabajos".

Miramón se daba cuenta de todo, pero trataba de conservar el ánimo general a la necesaria altura. Lo pri­mero que hizo fue impedir que el Emperador se expusiera temeraria e inútilmente a los disparos del enemigo en su diario paseo frente a la plazuela del Convento de la Cruz. El secretario Blasio no puede menos que protestar al con­tarnos lo que hacía el Emperador en ese riesgoso paseo: i redactar un nuevo ceremonial de Corte! Y lo más curio­so es que ya había escrito M ax a la corte de Viena sobre las ilusiones que tenía de su nuevo ceremonial, el más per­fecto del mundo ... "Cosa que me parecía perfectamente ridícula", comenta Blasio. Al cesar los paseos, quedó "in­terrumpido y trunco el nuevo ceremonial de la corte".

y a por entonces la escasez de víveres era grande y difícil encontrar carne y maíz, por lo que el ejército y po­blación empezaron a comer carne de caballo y de mula. En esos días, el jefe de las tropas de infantería tuvo oca­sión de manifestar una vez más su buen humor:

"Un día que comíamos en la mesa del Emperador -dice Blasio llegó un asistente de Miramón trayéndo­nos un magnífico pastel, que comenzamos a saborear, pues estaba delicioso, cuando se presentó Miramón pregun­tándonos qué nos parecía el regalo. Contestamos todos que estaba exquisito y repuso:

- Pues siempre que ustedes quieran un manjar se­mejante, pueden decírmelo, porque aun tengo en mi ca-

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sa una buena provisión de gatos, para que no nos falten pasteles como el que están ustedes saboreando".

Sin duda también para levantar el ánimo de los com­batientes, la tarde del 30 de marzo se organizó una gran fiesta militar en la plaza de La Cruz: entre flores y ban­deras, música de las bandas militares y estampidos del cañón, el Emperador "con su propia mano condecoró a los jefes, oficiales y soldados que habían lucido su valor y su pericia en los últimos combates". Esa fue la ocasión que aprovechó ingeniosamente don Miguel para borrar todas las dudas que pudiera conservar en su contra Maxi­miliano: al terminar la ceremonia, después de que hubo repartido Su Majestad medallas de oro, plata y bronce, de las cuales ésta última era la más apreciada "dán­doles a la vez el abrazo mexicano", comenta con su espí­ritu tieso Salm-Salm ,tomó el general Miramón de las condecoraciones sobrantes una medalla de bronce, se di­rigió al Emperador y le dijo:

"Vuestra Majestad ha condecorado a sus oficiales y soldados como un reconocimiento de su valor, fidelidad y adhesión. A nombre del ejército de Vuestra Majestad, me tomo la libertad de dar esta muestra de valor y de honor al más valeroso de todos, que siempre ha estado a nues­tro lado en todos los peligros y fatigas, dándonos el más augusto y brillante ejemplo, distinción que merece Vues­tra Majestad, antes que ningún hombre". Y luego prendió la medalla en el pecho del príncipe .

Había roto las normas del protocolo de corte, sor-prendido indescriptiblemente tanto al Emperador como a la concurrencia, unido más a éste, que se portaba como cualquier mexicano sacrificado, con sus propios soldados. Maximiliano abrazó al joven, ingenioso e infortunado cau-

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dillo y desde ese día usó la condecoración como la primera y más preciada de las que terna.

y los días pasaban sin noticias de Márquez.

"El I Q de abril, poco antes de amanecer, el infatiga­ble general Miramón a la cabeza de un fuerte destaca­mento que dividió en tres trozos, dos para atacar ambos flancos y el otro como reserva, sorprendió la posición de­rrotando completamente a la referida fuerza de Antillón, no obstante la enérgica resistencia que, a pesar de haber sido sorprendido, desplegó", escribe Sóstenes Rocha al describir el principio de la batalla de San Sebastián.

Esta fue brevísima: como a las tres de la mañana - para seguir la narración de Hans "el general Mira­món salió de la ciudad a la cabeza de una columna de infantería y con su valor y su ímpetu habituales, logró sorprender la iglesia de San Sebastián llamada La Pa­rroquia. Miramón se aprovechó del buen éxito de este ataque audaz e inesperado y no quiso detenerse allí. Sin pérdida de tiempo continuó su marcha sobre la Cruz del Cerrito, otro edificio importante, a la derecha del cual los republicanos levantaban obras de fortificación demasiado avanzadas. Todo cayó en su poder, así como dos obuses de montaña. Antillón, que defendía aquel punto con el contingente republicano de Guanajuato, apenas tuvo . -" tiempo para escaparse en panos menores .

Fueron los soldados del príncipe Salm-Salm los que avanzaron más profundamente dentro de las líneas ene­migas y cuando Sóstenes Rocha en persona tomó la ini­ciativa del contra-ataque, corrieron el riesgo de quedar cortados. }'1ientras se retiraban lentamente para alcanzar

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al grueso del ejército desplegado, los republicanos lanza­ban sobre ellos masas de tropas frescas y enardecidas. Fue la artillería imperial disparando metralla y el intenso fuego de los fusileros desde las azoteas lo que contuvo la persecución, "obligándonos a nuestra vez a detener nues­tra marcha triunfante y protegiendo el repliegue a la pla­za de las últimas fracciones" (Rocha) . La batalla fue muy sangrienta, tanto por el estilo propio de los ataques de Rocha, que tenía un absoluto desprecio por la vida de sus soldados, como por la encarnizada y eficaz defensa de los imperiales.

A las nueve de la mañana todo había terminado: con dos obuses capturados y un reducido número de pri­sioneros, Miramón daba parte de la operación, que había sido vista por todos. Muy contra su voluntad, Salm-Salm escribe: "Al general Miramón parecía agradarle mucho el dar instrucciones para semejantes aventuras noctur­nas" .

Pero volvió a destacarse un hecho que ya menciona­mas: ese derroche de indispensable capacidad combativa era totalmente inútil, porque se tradujo, como en dife­rentes ocasiones sucedió, en que el general de la fuga en­tre los nopales del cerro fuera destituÍdo y en cambio, el puesto, que era débil, se ocupó sólidamente: "en la noche, -dice Rocha las barricadas se modificaron transfor­mándose en trincheras, se perfeccionaron todos los tra­bajos, se coronaron con sacos de tierra algunos edificios dominantes y habiendo hecho venir mi artillería con la segunda brigada, se armaron algunos parapetos. Al día siguiente la línea de San Sebastián era la más fuerte de las que componían el perímetro de circunvalación ... ".

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El silencio de Márquez empieza a ser inexplicable para los sitiados, que hacen grandes esfuerzos para tener informes del exterior: no ha de ser tan perfecto el círculo que no pueda pasar entre sus huecos el enviado que sale de noche. Se hace la experiencia y varias veces, para esta­blecer contacto con los que se supone amigos distantes y la experiencia es negativa y macabra, porque en las ma­drugadas, cuando los vigías pueden ver las faldas de los cerros, miran colgados los cuerpos de los enviados, con un letrero que dice:

Correo del Emperador.

Por último se envían tres correos: una mujer, un in­dígena y un oficial, los primeros atraídos por la oferta de una fuerte compensación en metálico y el último por una condecoración y un ascenso. El destino de los tres resulta completamente misterioso, pues nunca vuelven a saber los sitiados de ellos.

y la situación interior empeora. Cada día crece la seguridad de que el ejército imperial encerrado en Queré­taro está perdido sin remedio. Aunque las bajas de las tropas en cada salida no son excesivas, han fallecido al­gunos de los mejores y más valientes oficiales y su ausen­cia se hace sentir en las filas cansadas de lucha. Empieza a cundir la desmoralización. La población civil ha pade­cido lo indecible: dijimos antes que los civiles fueron las principales .víctimas del cañoneo republicano, ahora se combinan el hambre y la sed. La ración de carne de mula asada, cuesta ya un peso y el pan es muy escaso. Alguna vez llega de alguna casa particular, a escondidas, un polli-

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to asado para el Emperador, que se conmueve con esas gentilezas, pero la pésima comida llega a hacer protestar aunque sea discretamente, a Su Majestad. '

En cuanto al mando del ejército no está mejor: Me­jía ha caído en cama y aunque algunas veces se levanta para dar esas terribles cargas de su caballería que lo in­mortalizaron, cabalga sacudido por la calentura y vuelve al lecho después de la excitación del combate. Parece que la tuberculosis lo corroía. El otro general mexicano, Mén­dez, está resentido, lleno de envidia, y la vierte en los oídos de Salm-Salm. Este la verdad es que no conoce el medio ni la psicología de los participantes del drama: muy mili­tar, muy valiente, muy decidido a luchar por el Empera­dor, muy vanidoso, bastante déspota, ni siquiera se entien­de con las tropas mexicanas sino prefiere comandar sol­dados belgas, austriacos, franceses o alemanes, que de to­dos hay en las filas postreras del Imperio. Sus extrañezas son constantes, más cuando compara el ejército de la Gue­rra de Secesión, que es donde ha hecho su última cam­paña, con el ejército nacional, todo el cual se parece mu­cho sin distinción de partidos.

Pero Salm-Salm, da oídos a las bien calculadas intri­gas de Méndez y las lleva a su vez al corazón del Empera­dor, cuyo débil carácter se conturba en medio de la gra­vedad de la situación. Del Castillo sigue siendo el viejo militar, de cuya lealtad no puede dudarse, pero cuyas aptitudes ya no le permiten ser eficaz: i si diez años antes ya no pudo estar a la altura de las circunstancias, no en balde han pasado los nuevos sobre las espaldas del solda­do vencido y casi sordo! RamÍrez de Arellano sí es el auxi­liar que necesita Miramón: muy apto, muy valiente, muy capaz, se multiplica en todos los sitios de peligro como

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su jefe y amigo y está listo con sus cañones frente al ene­migo y con su sagacidad y don de gentes, presto también a disolver las intrigas que se deslizan casi sin sentir en ese cuartel general casi sin esperanza.

y se cumplen los quince días en que Márquez ofreció regresar y los sitiados siguen ignorantes de lo que pasa en el interior del país, pero el día 5 corre un rumor: que en algún lugar ha sido derrotado el Lugarteniente, por lo que no hay esperanza de auxilio. Se rechazó el rumor co­mo maniobra de enemigos, pero las dudas crecieron.

La ansiedad no podía detenerse; del campo republi­cano llegaron acentos de fiesta, de dianas, de salvas que eran seguidas de poderoso cañoneo sobre la ciudad; no se sabía si eran nuevos refuerzos que saludaban o algún su­ceso desconocido celebrado con tanto estrépito, alguna victoria que sería otra derrota del Imperio. ¿ Cuál podría ser esa derrota? ¿Sería verdad lo de Márquez? Pero ¿no se le había ordenado y se había comprometido a ir a la Metrópoli, regresar a Querétaro con tropas frescas, con los húsares, con cañones, con dinero, sin comprometerse en ninguna acción o aventura? ¿ Qué, estaban tan fuertes los republicanos que habían podido cortar el avance del Lugarteniente en un punto entre Querétaro y la Metró­poli?

Los más animosos se habían resignado a morir: entre ellos se destacaba el Cuerpo de Ingenieros, que trabajaba afanosamente reparando las trincheras que la artill ería enemiga destrozaba, levantando nuevos parapetos contra los posibles ataques, cavando fosos, todo frente al fuego que todos los días reducía su número. La conciencia de cuerpo, la seguridad de ia muerte, una conmovedora sen-

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timentalidad, los había llevado a construirse, dentro del Convento de la Cruz, un pequeño panteón privado que diariamente ocupaba un nuevo amigo muerto; osario de amistad frente al cual rezaban breves segundos para vol­ver al trabajo interrumpido.

En ese ambiente, el 10 de abril se conmemoró el ani­versario del Imperio, en un marco wagneriano de lucha sin esperanza. En el convento de La Cruz, Maxirniliano respondió a esa caricatura de representación cortesana que iba a felicitarlo: « .•• no es en los momentos difíciles cuando un verdadero Hapsburgo abandona su puesto ... Suceda lo que Dios quiera ... "

Al día siguiente II por órdenes de Miramón, el príncipe Salm-Salm atacó por el lado de la garita de México, con el propósito de hacer pasar un correo para tener informes de Márquez. Pero ya las fortificaciones re­publicanas habían alcanzado tal perfección, que ni siquie­ra logró mellarlas el furioso ataque del batallón del Em­perador, de los Cazadores y el 39 de Línea, apoyados por los húsares y el Regimiento de la Emperatriz: ce ••• la ga­rita y el mesón, así como las casas que los rodean, estaban fortificados en regla. El enemigo resistió. Nuestra colum­na, aunque valerosamente conducida, volvió sin haber hecho nada notable. Nuestras pérdidas fueron bastante sensibles", dice Hans, que no puede dejar de escribir : "cierta inquietud comenzaba a extenderse entre nosotros, por más esfuerzos que se hacían para vencerla". Esta fra­se toma importancia mayor cuando en el comentario de Salm-Salm sobre la batalla, se lee que se dio con muy es­casos efectivos porque Miramón ya "no tenía más infan­tería a su disposición".

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El 15 de abril decidió Maximiliano con Del Castillo enviar al general Mejía a través de las líneas enemigas para tomar contacto con Márquez, del que nada se sabe. Pero Mejía está en cama, totalmente imposibilitado para cabalgar. Un civil, Blasio, se hace esta pregunta: y si se hubiera mandado a Mejía con su división" ¿ qué quedaba en Querétaro para sostener la plaza?" Pocas horas más tarde se decide la salida de Salm-Salm, con poderes su­periores a los del Lugarteniente, salida que tendrá lugar en un plazo de veinticuatro horas. Esto se hace después de que el Emperador se ha negado a salir de la ciudad para él mismo llevar los refuerzos: pone por medio su dignidad y se queda en el sitio.

A media noche del 17 por el lado del cerro de las Campanas desfila la comitiva para internarse en la sie­rra. Noche de luna muy clara, poco indicada para pasar entre las filas enemigas por sorpresa. Ni Salm-Salm ni el general Moret lograron llegar al otro lado de la línea, por un cúmulo de razones que ambos alegaron: sólo escapó un guerrillero de apellido Zarazúa con cincuenta ca­ballos. Pero ése no llevaba poderes y carecía del prestigio de los otros enviados ...

Por fin , el día 21, en vista de que no es posible con­seguir informes sobre la suerte de Márquez, se envían al campo contrario nuevos espías para recabar datos. Uno de ellos aparece ahorcado la siguiente mañana , pero otro regresa setenta y dos horas más tarde y desvanece las dé­biles esperanzas de los sitiados: lVlárquez había querido ganar prestigio y después de reunir en la Metrópoli todas las tropas, todas las armas y todo el dinero de que pudo disponer, salió rumbo a Puebla para sorprender al ge­neral Díaz. Este lo supo, tomó la ciudad el 2 de abril, se

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movilizó rápidamente y a su vez sorprendió al Lugarte­niente que huyó hasta encerrarse en la Capital. Las tro­pas del Conde Khevenhüller hicieron una ejemplar reti­rada combatiendo y por esto se detuvieron los entusiastas soldados de Díaz. Después de esa batalla desde La Car­bonera a México, Márquez estaba sitiado en la Metrópoli, se había perdido gran parte del ejército, del dinero y de la moral y no había ninguna posibilidad de ayuda. Si la noticia no se hubiera guardado bajo el más estrecho se­creto, allí habría terminado la defensa .

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XXIX

"La existencia militar de Miramón escribe RamÍ-rez de Arellano en su interesante obra sobre el sitio , sembrada de célebres acciones durante la guerra civil, se eclipsó completamente ante los brillantes hechos de annas de Querétaro: era un meteoro que por última vez desplegaba todo su brillo para apagarse en el sepulcro". En cuanto a su existencia política, esta debió de haberle sido motivo de graves preocupaciones: él, como hemos dicho, llegó ilusionado por el espejismo de poner su espa­da y su voluntad entre el pueblo y esa sombra de gobierno que era la voluntad de Maximiliano. Los acontecimientos le revelaban fatalmente que la sombra del gobierno impe­rial se borraba por momentos, se contraía conforme se retiraban las tropas francesas , y su espada y su voluntad no podía aprovechar esa especie de tregua política que habían supuestamente impuesto las victorias imperiales para influir y aplicar sus experiencias de desterrado po­lítico, sino que por el contrario, tenían que sostener al trono vacilante. Había que agregar a esto el mal aspecto de sus dolores y angustias familiares. Mayor cuando su esposa quedaba encinta, dentro de la Metrópoli sitiada.

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Después de que Zarazúa había escapado por el lado de las Campanas, los republicanos decidieron también fortificar el punto para evitar nuevas fugas. Como las fortificaciones avanzaban demasiado sobre la ciudad, Mi­ramón ordenó una salida para destruirlas, que tuvo lugar el 24 de abril, cuando tanto por la situación de la defensa como por los ru mores corridos en la plaza, el ánimo estaba muy bajo.

En estos días, poco era lo que quedaba por ha­cer: ya los oficiales no recibían sino parte de la paga; ya las mulas y los caballos no era necesario sacrificarlos, por­que se morían de hambre: ya no había maíz en la ciudad y en todas partes flotaba la impresión de estar cercados de traiciones, pues el enemigo estaba muy bien informado de todos los movimientos, como se vio por la salida de Salm-Salm. Esta información era cierta, como se pudo comprobar al terminarse el sitio, y había montado hasta un sistema de señales en las azoteas para comunicarse con el enemigo. Surgieron los primeros casos de tifo y enfer­medades del estómago. La población sufría por la llegada temprana de las lluvias, por la peste de los muertos, por el bombardeo cada vez más cercano y constante que en­viaban, entre otros, los miembros de una "legión extran­jera" integrada por ciento cincuenta mercenarios norte-

• amencanos.

Antes de que las energías de los sitiados desaparecie­ran por completo, Miramón decidió librar una gran ba­talla que podía ser de resultados decisivos.

La mañana del 27 de abril, tuvo lugar el célebre combate del Cimatario donde brilló por última vez en todo

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su esplendor el genio militar del Caudillo. Se trataba de subir por las faldas del monte y desalojar a viva fuerza a las tropas enemigas. Todo tenía que hacerse mediante una maniobra fulgurante, pues como hemos repetido las tropas republicanas eran muchas veces superiores en nú­mero a las imperiales. Miramón movía dos mil quinien­tos hombres; la mitad de los efectivos de la plaza.

A las cinco de la mañana, todas las baterías dispo­nibles batieron las faldas del monte, cuyos soldados em­pezaron a desconcertarse. "El cañoneo duraría tres cuar­tos de hora dicen los apuntes de Sóstenes Rocha , tiempo que el general Miramón a la cabeza de cuatro mil hombres de infantería y caballería, empleó para desple­gar sus fuerzas y abordar nuestra posición a la bayoneta. Algunos tiros de cañón, y un fuego flojo mal dirigido de fusilería, fue el único elemento de defensa que durante algunos minutos pusieron en juego los republicanos, que en seguida se dispersaron completamente. La caballería imperialista que desde un principio había desplegado por el flanco más adecuado a la operación que se intentaba, cargando con la debida oportunidad cooperó del modo más eficaz al pronto desenlace y al buen éxi too La dis­persión de nuestras fuerzas entregó al enemigo por lo me­nos la tercera parte de nuestra línea de circunvalación y la más estratégica bajo el punto de vista de obligar al sitiador a levantar el sitio ... Veinte y tantos cañones, con sus respectivos carros de municiones, los parques de la línea de artillería e ingenieros, multitud de víveres y gran número de prisioneros, quedaron en poder de los imperia­listas que se apresuraron a regresar a la Plaza con sus tropas descuidando las ventajas adquiridas, por la vani­dad de ostentar su triunfo en la ciudad. El pánico se transmitió con rapidez a toda la línea de circunvalación,

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M . 19

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los jefes y oficiales y aun la tropa que comprendía vaga­mente la gravedad de la situación, se manifestaban in­quietos esperando ser atacados de repente por algún flan­co. .. hubo algunos, entre nosotros, (como) el Gral. Ri­va Palacio que abandonaron su línea, bajo cualquier pretexto buscando un abrigo y una base de retirada en la fragosidad de las montañas más próximas; otros como el general D. Félix Vega, emprendieron la retirada, con su tropa íntegra, sin haber disparado un solo tiro".

Si así veía el desarrollo de la batalla uno de los ge­nerales republicanos, Hans, el artillero imperial, nos da una descripción llena de euforia: "vemos nuestra colum­na de infantería lanzada sobre la derecha de las posi­ciones enemigas; muy pronto es seguida por una columna de caballería que parte al trote. Al mismo tiempo, el enemigo, apostado en las trincheras que se extienden en el llano y en las alturas del Cimatario, emprende la fu­ga ... nuestros batallones atraviesan a paso veloz el llano y trepan rápidamente las alturas; las piezas del enemigo enmudecen unas después de otras ... es que acaban de ser tomadas o abandonadas por sus artilleros .. , Oblicuamos cada vez más nuestro tiro a la derecha, tomando por blan­co aquellos grupos que huyen en las alturas del Cima­tario, en dirección opuesta a los nuestros ... El Empera­dor, acompañado del general Arellano, pasa al galope frente a nuestros cañones que han enmudecido; se dirige al Cimatario, seguido de su Estado Mayor y de un escua­drón de húsares austro-mexicanos. .. Miramón, allá de­lante, reorganiza las tropas imperiales que han roto sus filas en persecución del enemigo y reúne los cañones, ví­veres y prisioneros que van a llevarse a la ciudad, en me­dio de los atronadores gritos de victoria". La desbandada republicana incluía de nueve a diez mil hombres.

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Pero una parte de la batalla ha fallado y va a trans­formar ese triunfo: Del Castillo de nuevo fracasa en su ataque a la hacienda de Callejas, ataque planeado por don Miguel para detener las fuerzas republicanas de re­serva y las reservas pasan dando un largo rodeo por de­trás del terreno visible. Sóstenes Rocha las manda, pues Escobedo lo ha llamado cuando la situación es en extremo comprometida, y se movilizan los mejores soldados repu­blicanos: cuatro mil hombres dotados de armas de repe­tición, los famosos fusiles de diez y seis tiros que han pro­vocado sorpresa en el ejército imperial. Cambia el mismo jefe los mandos sobre el campo, cuando ve que éstos son ineptos. Así le pasó, por ejemplo, al coronel Doria: "Me dirigí al coronel Doria, jefe del cuerpo, ordenándole una evolución, pero aunque este caballeJO era muy pundo­noroso y honrado, careciendo de aquel valor indispen­sable sobre todo para el soldado de caballería, en aque­llos críticos momentos estaba como fuera de sí y no pudo comprenderme. Sin más miramientos" le quitó el mando.

Oculto en el terreno desplegó sus tropas y ordenó disparar: "Al través de la humareda escribe ,se vie­ron distintamente los anchos claros que nuestras balas abrieron entre las filas contrarias. .. En vano, a gri tos ordenaban sus jefes y oficiales el despliegue, ya no era tiempo, todo se resolvió en una masa confusa, la cabeza desordenó al centro y ambas faccion es a la retaguardia; los soldados, sin resolverse aun a huir, se removían des­ordenadamente y disparaban al aire, las espadas de sus jefes y oficiales se veían como relámpagos levantarse y caer sobre ellos, todos pretendían dar órdenes pero nadie se entendía y ninguno obedecía, y era tan espantosa la gritería que dominaba notablemente el fragor de las ar-

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mas. Por nuestra parte, no se escuchaba una sola voz, todo el mundo se ocupaba exclusivamente de apuntar bien y dar al fuego su máximo de rapidez. Era casi seguro que casi todas nuestras balas tocaban y era tal el frenesí, siem­pre creciente, de nuestros soldados al contemplar el efecto que producían, que no fijaban la atención en la espesa lluvia de proyectiles con que las baterías de la Alameda nos cubrían llevándose hileras completas, pues sobre ha­ber sido reforzadas, según después se supo, sus tiros fue­ron ese día, más que otros, sumamente certeros".

La parte final de esa peligrosísima batalla la manda también personalmente Miramón, que mira fracasar al Regimiento de la Emperatriz en una carga: "Los drago­nes caen sobre sus adversarios; pero éstos, armados de rifles de diez y seis tiros, los reciben con un fuego terrible, y abriéndose, descubren varios cuerpos de infantería ar­mados como ellos. Las primeras filas de dragones caen como heridas del rayo y el resto es espantosamente diez­mado . Entonces, viendo que su regimiento iba a ser des­truído antes de poder llegar sobre los republicanos, el coronel González manda emprender la retirada". En cuanto a los lanceros a cuyo frente estaba Miramón, los miraba a la distancia Hans: "El Cimatario, visto de le­jos, parecía un hormiguero humano, de donde se escapa­ban detonaciones nutridas y copos de humo blanco. En ese momento nuestras pérdidas fueron crueles: los hom­bres caían como moscas. Los malditos rifles de diez y seis tiros'y una posición d~>I~inante daban al fuego de los re­pubhcanos tal supenondad que el general Miramón mandó a nuestros batallones retroceder en buen orden . , paso a paso, sostemendo el fuego".

, Allí, entre el fuego, ~staban el Emperador, Arellano, l\1endez, Salm-Salm, qUIenes tenían que retirarse frente

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al avance de los republicanos. La proximidad de éstos a la ciudad, coincidió con el acrecentamiento de la metralla de la artillería sobre sus filas que avanzaban, con efectos terribles: literalmente se rompió como una ola la ofensiva frente al fuego de los cañones. Arellano mismo volvió a estar detrás de ellos, ayudado por servidores de las piezas que maniobraban frente al enemigo con una indiferencia y un estilo deportivo "como si estuvieran en un simula­cro" .

La única posibilidad ya no de victoria, que ésta se había desvanecido hacía tiempo, sino de salvación, era repetir con éxito la batalla que acababa de terminar: si se lograba detener una parte del ejército republicano en un punto, mientras atacaba Miramón con su energía indo­mable por otro lado de la línea, ésta sería quebrantada. La dificultad la primera era que no había parque en ese momento. La segunda consistía en que las fuerzas en servicio eran menos cada día y con un grupo de oficia­les cada vez más reducido. Pero por lo menos se había levantado un tanto la moral de la población; se habían llevado algunos víveres; los prisioneros republicanos, sol­dados y oficiales, contaban su pánico: todo esto servía . Como por fin Maximiliano conversara a solas con Mira­món y aunque tardíamente le había dado su confianza, Salm-Salm escribe esta reveladora frase: "la prolongada conversación que el Emperador tenía con Miramón nos ,.. , .., tema mqmetos y temlamos que ese mqUleto y Joven gene-ral induciría a S. M. a quedarse".

El día 27 no se pudo atacar a los republicanos por el lado de San Gregario por falta de parque. Hasta el día

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30 Ramírez de Arellano pudo reponerlo. El 19 de mayo se ordenó el ataque sobre la garita de México y las posicio­nes fueron entonces casi perforadas por el impacto de las tropas que comandaba el coronel Joaquín Rodríguez: una bala le partió el corazón a la mitad de la victoria y sus hombres se desmoralizaron sin jefe y fueron así bati­dos con grandes bajas. Es bueno hacer notar que la ba­talla se daba sin reservas, porque ya no había.

Vuelve a hundirse la moral de la ciudad y empiezan ya las deserciones, mientras se hace más intenso el fuego enemigo, lo que a todas luces reitera que hay más parque, más hombres y más bocas de fuego.

Las cartas que se juegan son desesperadas: el 3 de mayo sin embargo, "un hombre que no desesperaba de nada, el general Miramón", lleva a efecto el ataque de San Gregorio, sin reservas, como el anterior y con una co­lumna puede todavía desalojar al enemigo. El Empera­dor y don Miguel, ya no tienen ni oficiales de enlace y de esa pálida victoria se cuentan sólo los últimos caídos en una lucha totalmente perdida. " Pero allí también en­contramos que Del Castillo vuelve a fracasar y no logra atraer al enemigo mientras don Miguel avanza.

Ya los sitiados no harán otra salida.

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Los días que siguieron a la batalla del cerro de San Gregario fueron de profunda depresión: los soldados ha­bían llegado al límite de su quebrantada resistencia mo­ral. Una semana antes, ya un grupo de oficiales se había dirigido a Mejía proponiendo que le pidiera al Empe­rador negociara la rendición de la ciudad. Mejía logró inspirarles confianza y quizá porque de esto no dicen nada los relatos excitó el honor militar de esos abati­dos, quienes aceptaron seguir en sus puestos.

Fue por esos días macabro festín cuando un gru­po de oficiales pidió algo que comer que ya no fuera car­ne de caballo o mula. El dueño de la posada ofreció un cabrito, que en efecto estaba gordo, pero de extraño sa­bor. La sorpresa y el asco de los voraces festejados no tuvo límite, cuando se dieron cuenta de que el famoso ca­brito era un pobre perro sacrificado a sus exigencias, sólo que estaba gordo porque escapaba a la tierra de nadie para nutrirse con cadáveres humanos y restos de las caba­llerías destrozadas.

Del Castillo publicó un bando por medio del cual se ordenaba a todos los que tuvieran escondidos bastimentas, los pusieran a las órdenes del ejército bajo pena de muer-

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te. Como sucede en estos casos, el dinero imperial dejó de valer y el oro se ocultó no se sabe en qué rincones: fue necesario imponer nuevos empréstitos forzosos para hacer frente a las más apremiantes necesidades.

Por proceder de un extranjero, el elogio que hace Hans de las tropas mexicanas en esos días merece ser transcrito:

"A pesar de la espantosa miseria en que todos nos hallábamos sumidos, las deserciones no comenzaron a te­ner un carácter grave sino en los últimos días del sitio, y los oficiales no manifestaron por eso menos celo y abnega­ción .. , Los humildes soldados indígenas, abandonados y despreciados hasta entonces, observaban, en efecto, para con el Emperador Maximiliano, una conducta muy dife­rente de la de los austriacos y los belgas que habían ido de Europa para entrar a su servicio. Estos no cesaban de asaltarle con exigencias y reclamaciones de toda espe­cie ... En Querétaro, jamás soldado indígena alguno re­clamó su sueldo, ni se quejó, aunque le hostigaran el ham­bre y los sufrimientos. El Emperador visitaba las líneas todos los días y se ocupaba activamente en aliviar nuestros males. Se veía que tenía grande empeño en reparar la gran falta política que se le había hecho cometer no organizando un ejército nacional. Esto, agregado a la sim­patía extraordinaria que se desprendía de él, hacía nacer en nosotros una irremediable necesidad de adhesión". Magnífica glosa de la actitud del imperial ejército mexi­cano.

El 5 de mayo fue recordado en el campo republi­cano con el entusiasmo que da el impetuoso viento de la proximidad de la victoria y el recuerdo de las pasadas: "el concierto producido por cien piezas de artillería y la explosión de innumerables granadas" sobre la ciudad fue

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parte de los festejos. En la tarde, excitado el ejército re­publicano y sin preocupación de ninguna especie, se lan­zó sobre la ciudad: volvió a encontrarse con una tropa hambrienta, diezmada, pero que tampoco cedía en la ba­talla. A las diez de la noche volvieron los atacantes a sus puestos.

Por esa fecha fue cuando tuvo lugar la entrevista que cuenta Pala entre Rocha y Miramón, en la que tam­bién intervino uno de los más caballerosos jefes republi­canos: don Julio María Cervantes, y el mismo Montesi­nos que aparece en el sitio de Puebla. La entrevista fue provocada por Rocha y su propósito convencer a Mira­món de que se pasara al campo republicano; era de noche y en pleno caserío junto al puente de la Otra Banda. La respuesta de don Miguel fue sencilla: mejor pásense us­tedes del lado del Imperio. También Cervantes insistió para que su condiscípulo Miramón dejara las filas impe­riales. Su argumento era muy sencillo: que ya habían per­dido. Y era cierto, pero con el afecto con que se tratan dos amigos de colegio, caballerosos, insistió Miramón en el rechazo de las proposiciones. Cervantes dice, según Pa­la: "y la despedida fue un abrazo, sin pronosticar qué era lo que iba a suceder".

La resistencia del Caudillo no se le podía exigir a todos los soldados y la moral de los mejores empezó a sucumbir: "los desertores aumentaban de día en día, y el mismo Regimiento de la Emperatriz, que era uno de los más leales, contaba todos los días con algún desertor que iba a engrosar las filas enemigas". No pedían pelear -.alguien agrega a la nota de Blasio ,pedían qué comer. Por eso enviaron los republicanos un buey flaco a las fortificaciones imperiales con un papel en los cuernos que decía: "Para que tengan qué comer y vivos caigan en

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nuestras manos"; regresó de las filas imperiales uno de los últimos caballos macilentos con otra leyenda: "para que nos alcancen cuando rompamos el sitio" ...

En tan difíciles circunstancias, se electriza todavía la moral anunciando que se han recibido noticias de que Márquez llegará, que se han recibido informes suyos, pero Méndez finge que está enfermo y ya no quiere volver a ponerse al frente de sus tropas. Es más recto Mejía, que propone le dejen armar a los indios y a la población que quiera responder a su llamado para aumentar las fuer­zas. Se le concede el permiso y aunque ha pensado y di­cho que lo seguirán ocho mil hombres y se espera que sean dos o tres millos que acudan a su llamado, apenas consi­gue que doscientos cincuenta respondan. Ha llegado el fin.

De las juntas del Consejo de Guerra surge una sola proposición: hay que romper el sitio por algún lado, lan­zando toda la fuerza que pueda concentrarse contra una de las paredes de los republicanos. Maximiliano quiere salvar su responsabilidad y la de sus generales, ya que aunque desde hace semanas se le ha propuesto la deso­cupación de Querétaro él siempre se ha opuesto por dig­nidad. Con ese objeto manda redactar un Memorándum que es resumen del sitio y que reproducimos en nuestro apéndice según la versión del P. Cuevas. El memorán­dum fue escrito por RamÍrez de Arellano. Aquí sólo ci­tamos frases sueltas del documento:

"Atacando audazmente al enemigo, trabajando sin cesar para proporcionar la paga a las tropas, extrayendo el salitre y carbonizando la madera para hacer la pól­vora, fundiendo las campanas para transformarlas en pro­yectiles de artillería, arrancando la cubierta del techo del teatro para convertirla en balas de fusil , fabricando las

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cápsulas con papel, reparando las piezas sin los instrumen­tos necesarios, faltando al soldado el pan, maíz, café, aguardiente y aun leña para calentarse: he aquí cómo se ha sostenido la defensa de Querétaro más allá de los lí­mites que las circunstancias habían marcado. Mas esta defensa heroica, la primera de este género entre las que se han verificado en nuestro país, tenía un objeto exclu­sivo que no se ha obtenido: se esperaba el auxilio del ge­neral Márquez, en cuyas manos estaba la suerte de Vues­tra Majestad, la del país, la del ejército, desde el momento en que recibió plenos poderes para salvar la situación que él mismo había creado ... conviene al heroísmo de Vues­tra Majestad y del Ejército, que se han sacrificado esté­rilmente en Querétaro, hacer conocer al mundo que, sin elementos de ninguna especie y después de haber perdi­do a sus mejores jefes, cinco mil soldados sostienen ahora esta plaza, después de un sitio de setenta días, establecido por treinta mil hombres que tienen a su disposición todos los elementos del país; que en este largo tiempo, han transcurrido cincuenta y cuatro días esperando en vano al general Márquez, quien debía regresar de México en el término de veinte días; y, en fin, que durante la de­fensa de Querétaro, el enemigo ha sido atacado frecuen­temente por nuestras tropas, batido en sus propias posicio­nes, privado de la mitad del número de sus piezas de ar­tillería y arrojado de nuestra extensa línea de defensa, de la cual no ha podido forzar, ni ocupar alguno de sus puntos ... ha llegado el momento de dar fin a una defen­sa materialmente imposible de sostenerse por más tiem­po, pues que el ejército y el pueblo son presa del hambre que dentro de pocos días se hará sentir con todos sus ho­rrores, aniquilando con un solo golpe la constancia de la población y la moral del soldado, debilitadas por la mi-

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seria, por el rigor de la estación de las aguas, que se han adelantado este año, y por las fatigas de toda especie que hemos vencido desde el 6 de marzo último ... La inmensa responsabilidad de los funestos acontecimientos que van a precipitarse sobre México es completamente extraña a Vuestra Majestad y a su constante y valiente ejército ... "

El Consejo de Guerra dejó en manos de Miramón la elección del lugar por donde las tropas marcharían a romper el cerco. Incidentes diversos detuvieron el movi­miento por horas y así transcurrió el 14 de mayo: una sucesión de raras coincidencias paralizaba al ejército im­perial. Al despedirse D. Miguel de Maximiliano en las ti­nieblas del Cuartel General, fue cuando dijo la más afor­tunada de sus frases infortunadas: "Dios nos guarde en estas veinticuatro horas".

y entonces, en un escenario de hambre, derrotismo y vacilaciones, cuando ni los hombres ni las bestias comían ya sino con intermitencias, cuando la resistencia física predecía por horas el derrumbe, en el aire lleno de hedor de los muertos, surgió la traición. Fueron Miguel López y un judío de apellido Yablonsky o Jablosky quienes des­armaron a la guardia, cambiaron de sitio los cañones que acababan de cargarse con metralla, dirigieron a los sol­dados republicanos entre los parapetos y a través de las murallas y entregaron el puesto clave de la defensa, el que vio retroceder muchas veces a los contrarios: el convento de La Cruz, la vieja colina de Sangremal ...

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La traición encuentra al Caudillo de pie, todavía oscura la madrugada del 15, cuando el repique inespera­do de las campanas de La Cruz le llama la atención.

Se había levantado muy temprano, porque tuvo no­ticias de que por el lado del río la moral de los soldados era muy baja y habían desertado los oficiales. Su presen­cia levantó el ánimo de las tropas y reorganizó el mando del batallón con hombres de su confianza. Caminaba a pie acompañado de una docena de ayudantes, y aprove­chó después el tiempo para visitar otros puntos de la de­fensa.

Muy cerca de San Francisco lo alcanzó el extraño repique y entonces, como presintiendo algo, ordenó a sus ayudantes ir por los caballos mientras que otros eran des­pachados por tropas cercanas. Un momento quedó solo y apretó el paso, mientras su ayudante Ordóñez corría a cumplir las últimas órdenes recibidas y entraba a la pla­za de San Francisco, unos metros adelante del Caudillo.

Es alcanzado allí por un oficial que le cuenta jadean­te la traición, la entrega y la derrota y que escapa sin más porque se sabe perseguido. Al desembocar unos pasos adelante Miramón en San Francisco encuentra a su ayu­dante detenido por dos soldados enemigos a caballo: co­rre en su ayuda, desfunda su pistola y dispara y así pro­voca un relampagueante zafarrancho. Los de a caballo derriban de un tiro al prisionero y escapan; siempre a pie los persigue el Caudillo disparando, enloquecido de ira, ciego de turbias reflexiones: la última bala de los contra­rios le entra por la mejilla derecha y le sale cerca de la oreja, astillando el maxilar.

Excitado, sangrante, con la seguridad de tener una bala en la carne, quizá un poco conmocionado, todavía piensa en la defensa y da nuevas órdenes que ya no hay

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quien obedezca. En esos instantes, dice Arellano que el conjunto de sucesos inesperados "produjeron un desorden, una confusión y una desanimación indescriptibles. En me­dio del fuego a los soldados imperiales, que inhumana­mente eran asesinados en las calles, de las demostraciones victoriosas del enemigo y de la dispersión de los sitiados, desapareció y fue anonadado el pequeño cuerpo de tro­pas" ... Muchos soldados, jefes y oficiales fueron sorpren­didos descansando. "La confusión era horrible agrega Hans . Los republicanos repicaban a vuelo con las cam­panas de la iglesia de La Cruz y San Francisco y dispara­ban sobre cuantos encontraban en las calles .. , Nuestro pequeño ejército desapareció en algunos minutos, disper­sado o hecho prisionero". A las ocho de la mañana, todo había terminado.

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XXXI

La abundante hemorragia impidió a Miramón com­batir uniéndose a sus compañeros que escapaban hacia el cerro de las Campanas. Ocupó el valioso tiempo en hacerse atender por un médico para que le extrajera la bala que creía tener y para que en una forma rápida le contuviera la hemorragia. Así llegó a la casa de Licea. Según se supo más tarde, era éste uno de los jefes del ser­vicio de espionaje republicano en el interior de la ciudad, mientras que al mismo tiempo se fingía amigo de Mira-, mono

El herido cuenta Pola en un reportaje ,desper-tó al médico y le urgió atención profesional. Licea lo acos­tó en su misma cama y fingió prepararse para intervenir, mientras ponía el caso en conocimiento de un su cuñado de nombre Refugio 1. González, general con mala fama entre las tropas republicanas que habían entrado a la ciu­dad. Durante dos horas, mientras se consumaba plena­mente la derrota, mientras desaparecía hasta la más re­mota posibilidad de escapar combatiendo, el doctor Licea tuvo inmovilizado al general, para hurgarle la herida con unas pinzas y terminar por decirle que no tenía ya bala,

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que si su mandíbula hubiera sido menos recia, el impacto la habría despedazado. Cuando llegó a esto, ya allí esta­ban las fuerzas de González, dentro de la pieza del mé­dico, dentro de la recámara en que yacía el derrotado.

Cuando se dio cuenta el general de la situación, le escribió a su amigo, el coronel Cervantes la siguiente no­ta: "He sido descubierto; estoy herido. Te doy mi palabra de no fugarme", recado que fue transmitido a Escobedo que lo regresó con esta orden: "Queda prisionero bajo la responsabilidad del coronel Cervantes". Entonces lle­gó su amigo a confirmarle la prisión en el encierro en que ya lo tenían:

-"Pero hombre, ¿ qué pasó? Siempre se te había dicho el resultado" ,le dijo recordando pláticas anterio­res. y el vencido, con el abandono de Márquez presente, presentes también los diversos errores en el cumplimiento de sus órdenes que ya hemos visto, presentes sus solitarios esfuerzos, conjunto que determinaba la situación, más grave en su espíritu que en su cuerpo, exclamó:

-"Nada. Con pendejos y con muchachos, ni a ba­ñarse. Y con traidores menos" frase que ha sido reco­gida con las más diversas variantes.

Cervantes puso una guardia en casa de Licea, más para proteger al herido de algún atentado que porque temiera su fuga. Así se lo explicó. Su relato termina con estas palabras indicadoras: "No seguí hablándole, porque era una imprudencia; ese hombre estaba tan tremenda­mente excitado, que hubiera sido una crueldad".

Licea, en cambio, era un refinado: en el momento en que fingía atenderlo, le sacó de la levita la cartera con papeles y onzas de oro. Envió su "botín" a Escobedo y éste personalmente fue a ver a Miramón. Allí hubo el siguiente diálogo:

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-"General, aquí tiene usted su cartera; le aseguro bajo palabra de honor que no he leído sus papeles.

-Puede usted leerlos contestó Miramón : son papeles de familia y apuntes míos que no contienen secre­tos; pero por el peso conozco que faltan seis onzas, que dentro había.

-Debe haberlas cogido Licea dijo Escobedo , porque tenía oro en la mano cuando me entregó la car­tera: vaya hacer que las devuelva.

-No replicó Miramón ,si él las tiene, que las guarde en pago de lo que ha hecho conmigo".

Al día siguiente, por órdenes del mismo jefe, Mira­món fue trasladado con todo y cama al convento de Ca­puchinas.

Cuando Juárez supo la caída de Querétaro, ordenó lo siguiente que subrayan sus comentaristas: "A Maxi­miliano, Mejía y Miramón se les ha mandado juzgar en Consejo de Guerra, conforme a la ley de 25 de enero de 1862. Pudiera habérseles ejecutado con sólo la indica­ción de sus personas por hallarse en el caso expresado en la citada ley; pero el g9bierno ha querido que haya juicio formal en que se hagan constar los cargos y las defensas de los reos. Así se alejará toda imputación de precipita­ción y encono que la mala fe quiera atribuirle".

Ahora bien , si a los principales prisioneros se les iden­tifica y se les fusila, todo hubiera estado dentro de esa normalidad que llamaremos infortunio del vencido, del cual tenemos sobradas muestras en la historia. Lo irritan­te es esta ficción de legalidad. Porque indudablemente Juárez no había olvidado los terminantes preceptos del

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artículo 128 de la Constitución que decía no sólo repre­sentar y defender, sino encamar: "Esta Constitución no perderá su fuerza y su vigor, aun cuando por alguna re­belión se interrumpa su observancia. En caso de que por un trastorno público se establezca un gobierno contrario a los principios que ella sanciona, tan luego como el pueblo recobre su libertad, se restablecerá su observancia y, con arreglo a ella y a las leyes que en su virtud se hubieren ex­pedido, serán juzgados, así los que hubieren figurado en el gobierno emanado de la rebelión, como los que hubieren cooperado a ésta". Hay otros artículos allí que recordare­mos rápidamente; el 13: "En la República Mexicana nadie puede ser juzgado por leyes privativas, ni por tri­bunales especiales ... "; artículo 2 1: "La aplicación de las penas propiamente tales, es exclusiva de la autoridad judicial ... "; el artículo 23, en donde la pena de muerte "queda abolida para delitos políticos" y el artículo 29 que dice: "En los casos de invasión, perturbación grave de la paz pública, o cualesquiera otros que pongan a la sociedad en grande peligro o conflicto, solamente el Presidente de la República, de acuerdo con el Consejo de Ministros y con aprobación del Congreso de la Unión, y, en los rece­sos de éste, de la diputación permanente, puede suspen­der las garantías otorgadas en esta Constitución, con ex­cepción de las que aseguran la vida del hombre; pero deberá hacerlo por un tiempo limitado, por medio de prevenciones generales y sin que la suspensión pueda con­traerse a determinado individuo".

Contra la Constitución, ¿ quién era Juárez para cons­tituirse en poder judicial? ¿Por qué ordenaba que se juzgara a Miramón prisionero de Querétaro, con una ley de excepción y en un tribunal de excepción y por

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ciertos delitos políticos que eran precisamente los que desde el punto de vista legal no debían ser castigados con la pena de muerte? El mismo Escobedo, "que era quien era", como escriben por allí, no se atrevió a tocar a los tres prisioneros principales y en cambio sí le aplicó la ley del 25 de enero a Méndez: lo fusiló en veinticuatro horas y no fue el único que corrió esa suerte. Pero Esco­bedo, que representaba la voluntad de triunfo de un ejér­cito, comprendió que los prisioneros principales superaban con mucho los marcos de su jurisdicción y no quiso dar un solo paso sin antes consultar y recibir órdenes. El mis­mo Juárez caviló varios días en lo que tenía que hacer.

Además, si la ley del 25 de enero era válida según la Constitución, y debía aplicarse a los prisioneros con sólo identificación de la persona, repetimos ¿ quién era Juárez para detener el cumplimiento de la ley y habilitar a un grupo de militares a que se constituyeran en auto­ridad judicial, la única que podía aplicar exclusivamente penas según la Constitución entonces vigente?

Miramón siempre estuvo seguro de que lo fusilarían y tan pronto como sanó de su herida optó por seguir una conducta de acuerdo con esa convicción: si Escobedo ha­bía tratado ya una vez de sorprenderlo cuando entró por Brownsville, con el propósito de fusilarlo y sólo la fuga lo salvó, según narramos ; si había fusil ado a Joaquín, el hermano herido del caudillo y a sangre fría, era de espe­rarse que esta oportunidad no se le pasaría al fusilador. Alguien que lo conocía, Montesin?s, se dio ~uenta. ~c 9uC si Miguel no era fusilado por su ImportanCIa, qUlza SI lo serían otros hermanos suyos con grados de coronel que estaban también en Qucrétaro, el e nombres Carlos y Ma-

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riano, y con una generosidad que era superior a las di­ferencias de partido los escondió y escapó.

En cuanto a Maximiliano, que no tenía malos ins­tintos y era civilizado, nunca creyó que sería fusilado: en­tonces no se usaba en Europa fusilar o ahorcar a los jefes vencidos y el prestigio de la casa imperial a que pertene­cía le daba cierta seguridad en cuanto a conservar la vida e hizo más de una vez planes con su secretario al respecto: era uno de sus proyectos un precioso crucero por el Mediterráneo, que terminaría con la visita a las ruinas de Atenas, para atemperar en la fuente de la be­lleza apolínea la melancolía de la derrota.

Mejía tenía razones personales para confiar en que no sería fusilado: su vencedor, Escobedo, había sido tam­bién su prisionero y él le dio la libertad. Vida por vida, confiaba que le pagarían la deuda.

El 21 de mayo recibió Escobedo la comunicación del Ministerio de Guerra en la que se indicaba el procedi­miento que debía seguirse contra los tres prisioneros prin­cipales. Esa orden ya tiene apreciaciones muy extensas sobre el tamaño del "crimen" que se iba a juzgar. Para hacer ambiente en el proceso, al referirse a Miramón y a Mejía los menciona como los "llamados generales" del Emperador. Así se iniciaba el juicio mediante el cual, se­gún la frase consagrada, se iba a alejar "toda imputación de precipitación y encono". Pero los "llamados genera­les" y el Emperador estaban en muy diversas situaciones para ser juzgados, que es lo primero que debe hacerse notar en este asunto.

La ley del 25 de enero de 1862 no podía aplicarse a Miramón, ni obviamente a nadie por sucesos anteriores a esa fecha. Desde 1862 era bien sabido que Miramón se

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había desterrado, después de una fuga espectacular por la cual conservaba la vida; que no había tenido ninguna participación en los trabajos que otros hicieron para es­tablecer el Imperio, que se les había opuesto en la medi­da de sus posibilidades y que esa oposición le había va­lido un nuevo destierro bajo nombre de comisión; que en el último semestre, por propia voluntad, cuando cesaba la intervención, se había puesto de nuevo al frente de tropas mexicanas para defender sus ideas políticas, en las cuales bien poco significaba el Emperador. Así pues, si era un delincuente, era precisamente un delincuente po­lítico sobre cuya vida tendía su brazo defensivo la Cons­titución: ni podía alegarse que estaban suspendidas las garantías, porque esta suspensión veíamos que no alcan­zaba, según la misma Carta de 1857, a suspender "las que aseguran la vida del hombre".

El 26 de mayo, después de que había nombrado sus defensores a los licenciados .J áuregui y Alcalde de San Luis Potosí y de México, se le tomó su confesión con car­gos. Ya el día 24 se le había tomado la preparatoria. En nuestro apéndice se reproduce el texto completo de aqué­lla.

De la lectura del mismo se llega a las siguientes con­clusiones: de acuerdo con una ley de 1862, se iban a juzgar hechos sucedidos en años muy anteriores. De la vida de Miramón, lo único que no se presentó como car­go fue que hubiera sido defensor de Chapultepec y que hubiera estudiado la carrera de las armas: ya hemos ci­tado que su calidad militar se ponía en duda, sin embar-

1 . 1 "11 d 1" L " 1 " go, a cItar o como un ama o genera . as cu pas por las cuales se juzgaba a don Miguel alcanzaban a su intervención en el Plan d e Zacapoax tla) en los sitios de Puebla, en el Plan de T acuba)'a; por haber sido Pre-

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sidente de la República, por la muerte de los prisioneros de guerra en Tacubaya, por la ocupación de los fondos de la Convención Inglesa. Algunos cargos son positivamente absurdos, como aquellos en los cuales se le acusa de no ha­berse presentado ante el gobierno de J uárez, ni haberlo buscado para ponerse a sus órdenes, i cuando el gobierno de J uárez tenía el nombre de Miramón excluí do perso­nalmente de amnistía y cuando la vez que estuvo en con­tacto con los republicanos tuvo que escapar de prisa por­que Escobedo lo buscaba para fusilarlo! Otro de los car­gos fue haber servido al Imperio i que lo había tenido desterrado durante años! El documento termina: "Re­convenido: porque cuanto ha dicho para librarse del car­go anterior no es bastante a salvarle de la responsabilidad en que ha incurrido reconociendo la usurpación de Maxi­miliano y sirviendo a éste de seis meses acá, según su pro­pia confesión, con mando importante de armas, compli­cándose con él en los crímenes que durante dicho tiempo ha cometido, derramando por sí sangre de los mexicanos en Zacatecas, La Quemada y Querétaro, y perseverando hasta el fin en defender al pretendido Imperio, cuando a toda luz era éste ya insostenible, ni aun de hecho Res­pondió: como dijo en su primera declaración, creyó que una vez retirado el ejército francés, el Imperio se consolidaría, sostenido por mexicanos; y que el servicio que ha prestado en las armas era en su concepto el curn­plirniento de su deber" .

A todo esto los defensores todavía no habían ocu­pado su lugar en el proceso y como tardaban se le hizo nombrar otro abogado de los residentes en la ciudad: don Ambrosio Moreno.

El 29 de mayo Maximiliano le pide a Escobedo se

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declare incompetente para juzgarlo y que en consecuen­cia ni se nombre ni se instale el Consejo de Guerra. El dictamen del asesor jurídico es un magnífico sillar de ese monumento a la farsa legalista: "las dificultades que se­gún el encausado surgen hoy en su práctica, el legislador las debe haber tenido presentes cuando previno a usted que la cumpliese, y por lo mismo sólo a él toca apreciar­las". ¿Cuál supuesto legislador? ¿Juárez, presidente de la República, dotado de infalibilidad jurídica?

El 19 de junio el defensor de Miramón intenta el mismo recurso "para que se corrija y reforme la causa". El dictamen del asesor, que era el único abogado que tenían los vencedores es otro sillar del monumento ya indicado: "Y sobre todo termina el escrito con tono exaltado dirigiéndose a Escobedo siendo un hecho que usted no debe declararse incompetente, mal se podría admitir el recurso que hoy intentan, cuando no daría otro resultado que el entorpecimiento del proceso" . A ese y parecidos esfuerzos, Escobedo respondió con un de­creto 2 de junio : "No ha lugar a la declina toria de i urisdicción ... " . El Fiscal también echó su cuarto a es-•

padas en este debate, con las siguientes reveladoras pa-labras que insistían en la continuación del " juicio" : "Si usted con mejor acuerdo tuviese por justo declarar lo contrario, nada se había perdido con que el proceso siga entretanto su camino, y si mi parecer fu ese aproba?o por usted, no se habría demorado a causa de recursos lmper­tinentes la administración de la justi cia nacional" .

Al día siguiente Miramón ra tifica el nombrami e.nto del licenciado J áuregui también como def~nsor suyo y a las nueve de la noche recibieron J áuregUl y M oreno el proceso del general para evacuar la defensa en un plaz.o de veinticuatro horas. Pero como los defensores de M aXl-

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miliano, que habían salido de la Capital de la República no habían podido llegar a Querétaro, se tuvo que ampliar ese plazo. Cuando llegaron, con el Barón de Magnus, volvieron a insistir sobre la incompetencia del general Escobedo y lo indebido del procedimiento. Personalmen­te Escobedo trató a los defensores Vázquez y Ortega, "pe­ro nada obtuvimos", dicen los abogados, como no fuera una declaración retórica por la cual "manifestó, que el cumplimiento a la ley y a las resoluciones supremas, era el único norte de su conducta, y que, por lo mismo, no se desviaría una sola línea del camino trazado para el juicio" 8 de junio . El mismo "jurista" que lo aseso­raba daba el siguiente dictamen al respecto: " ... y sobre todo, que puesto que por orden terminante del superior se está sustanciando este proceso con total arreglo a ella, a usted sólo toca examinar a su debido tiempo, si los reos son o no responsables de algunos de los delitos que en ella se especifican".

Nuevas veinticuatro horas para preparar la defensa, en circunstancias que como se podía ver, eran perfec­tamente indefendibles. La prueba la iban a tener de in­mediato: apelaron de la resolución de Escobedo sobre la declinatoria de jurisdicción y el fiscal se incomodó: los recursos "vienen a complicarla (la causa) ya quitar mu­cho tiempo", decía preguntando al asesor qué se debía hacer. La respuesta echaría de espaldas a cualquier es­tudiante de derecho, pero es la que dio el que represen­taba la legalidad, las instituciones y el respeto a la Cons­titución: en cuanto al uso de esos recursos "a fin de evitar in.útiles demoras que serían consiguientes a su interposi­ción, no se les dé curso, sino que sólo por una diligencia

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los haga constar en el proceso". .. (10 de junio ) . Nuevo decreto de Escobedo en el sentido anterior.

El día 12 , después de haber negado nuevo plazo para la defensa de Maximiliano, es integrado el Consejo de Guerra; con el propósito de menoscabar la categoría de los vencidos, categoría que se debía a circunstancias muy por encima de la voluntad de sus vencedores, fue un gru­po de seis capitanes de ignorados talentos, presididos por un teniente coronel, el que tuvo a su cargo valorar las responsabilidades complejísimas de un Príncipe y dos Ge­nerales de división, de los más capaces que había en su época. ¿ Quiénes eran esos capitanes aun en sus propias filas? No se sabe que hubieran tenido especiales condi­ciones de cultura o de prudencia para ser los jueces de la complicada causa en que iban a intervenir; tampoco más tarde se destacaron ni como técnicos en el ejército, ni en las muchas formas en que puede destacarse un hombre in­teligente; eran sencillamente capi tanes que habían estado en el sitio, que conocían sólo el inmediato flujo y reflujo de las batallas y no más, a quienes una propaganda de años había hecho creer que esos hombres eran unos crimi­nales sin remedio; quizá todavía estaban resentidos o enardecidos por los combates recientes; quizá habían huí­do ante las tropas imperiales; esos eran los representantes ?e la justicia imparcial por cuya aplicación se iba a ale­Jar "toda imputación de precipitación y encono". Cuando se ve, además, que los comprometidos capitanes y el te­niente coronel, iban a juzgar a los prisioneros " por delitos contra la nación, el derecho de gentes, la paz pública y las garantías individuales", puede uno da rse cuenta del azoro Con que ellos mismos debieron presentarse en el Teatro de Iturbide, a las ocho de la mañana del día 13 de junio.

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Según el mismo reportaje de Pola que hemos ya usa­do porque reÚne preciosos datos que cuenta como testigo presencial el entonces coronel don Julio María Cervan­tes, pudo éste entrevistar a don Miguel: "Estaba en el pórtico en un asiento, echado para atrás, entre una valla de soldados. Entré a saludarle:

-Hombre, dile al Orejón (así le decían al Gral. Escobedo) me dijo que qué placer tiene en estarnos atormentando: ¿ para qué consejos de guerra y todas es­tas tonterías? Más valía que de una vez nos mataran y que se acabara así este mitote". Y agrega para describir el estado del prisionero: "Tenía su sangre entera; puede que yo esté más excitado, al relatar esto, que él en aque­llos instantes".

Había la certeza moral de que el juicio sería adverso a la vida de los prisioneros, por todas las circunstancias que lo rodeaban. Y frente a esas circunstancias, sólo con­taban los discursos que pronunciaran los defensores, para darles argumentos favorables a los perplejos capitanes. y los defensores cumplieron con su deber dentro de un estilo técnico y frío.

Después de que habló el defensor de Mejía, hizo uso de la palabra el primer defensor de Miramón, licenciado Ignacio J áuregui. Su punto de vista era por extremo im­portante por dos razones: porque era un hombre bien identificado con las ideas liberales y porque era uno de los supervivientes de la fusil ata de Tacubaya, en la cual había muerto otro de sus hermanos. La postura que sos­tuvo se puede resumir en las primeras palabras de su discurso: "Vengo a pedir el exacto cumplimiento de la Constitución federal que defendemos, como la piedra en que descansa nuestro edifi~io social y por el que hemos

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peleado con tanta constancia. Vengo, no a sustraer delin­cuentes de la pena merecida, sino a que las formas en que consisten las garantías del hombre vayan conformes con el final objeto de la sociedad". En cuanto a los su­cesos de Tacubaya, dijo: "Yo estaba en compañía de otros siete designado como su víctima (de Márquez ), esa mis­ma noche a la oración, encerrado en un calabozo, y fui salvado con mis compañeros por Miramón, sin es­fuerzos míos ni de mi familia, a la que no quise dar parte". Sobre la supuesta culpabilidad de don Miguel como cóm­plice de la intervención, éstas fueron sus palabras: "No ha sido él quien mendigara el príncipe extranjero, ni se hubiera hecho cómplice de los horrores cometidos por la intervención francesa. N o ha sido él quien sancionara, ni con su presencia, los decretos y órdenes de proscripción y de muerte, sirviendo sólo como militar en batallas re­gulares y sin hacerse reo personalmente de delitos contra el derecho común y de gentes .. , ya no era el éxito de la invasión extranjera el que se defendía en Querétaro". Más adelante comentaba: "A don Miguel Miramón no puede hacérsele más cargo de pública notoriedad que un delito político: haber tomado las armas en guerra ci­vil. .. La pena de muerte está expresamente derogada por nuestra Constitución para los delitos políticos y nin­gún tribunal puede imponerla, ni el legislador decretarla en tales casos" ... E insiste sobre un cargo que hacía el Fiscal: "Se le ha querido hacer cargo de traición a la Patria en guerra extranjera, y no aparece en el proceso el más mínimo dato. La presunción de un hecho propia­mente, no es más que una inferencia. ¿ De dónde ha infe­rido el ciudadano Fiscal un hecho que notoriamente no ha existido? Absolutamente no se comprende. Debiera designar antes los servicios que mi defendido prestó a la

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intervención, fundado en hechos, y hechos notorios, para que se le pudiera creer. ¿Tomó las armas en su defensa? ¿Aconsejó, obtuvo algún empleo o comisión? Se cita una, explicada por sí misma. En noviembre de 1864 se le man­dó a Berlín, y es público y notorio que fue un disimulado destierro, como lo atestiguan los periódicos de aquella época, y se le impuso precisamente por enemigo de la intervención francesa. Espera a que se vayan los fran­ceses para regresar al país, y en noviembre de 1866, es decir, cuando estaban ya saliendo fuera de la Repúbli-

" ca ... El otro defensor de Miramón, licenciado Moreno,

pronunció a su vez otro alegato cuyo propio resumen transcribiremos: "en resumen, ciudadanos del Consejo y en atención a que el proceso de que os ocupáis carece de justificación; a que no son notorios los hechos de que se hace cargo a don Miguel Miramón; a que la pretendi­da notoriedad no está probada con arreglo a derecho; a que el ciudadano Fiscal sólo ha tenido presente para su­ponerla, su convencimiento personal; a que los cargos que se hacen a mi cliente, en su mayor parte están fuera de la jurisdicción del Consejo, si es que la tiene, porque son por hechos anteriores a la ley de 25 de enero de 1862, que es la que debe observarse en el procedimiento; a que los posteriores a ella no pueden reputarse sino como erro­res de entendimiento, disculpables por sí mismos; a que no hay dato alguno, y sí hechos en contrario, de que se infiera que mi defendido no fue ni ha sido cómplice en la usurpación del poder público; a que para este delito el Consejo no es competente, según la Constitución; a que ésta garantiza la vida de don Miguel Miramón, que no ha sido traidor, intervencionista, ni enemigo de su Pa­tria; a que aun cuando la referida disposición de 62 fuera

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la regla de vuestro juicio, ella no comprende a Miramón, atentos sus hechos; a que según lo ordenado por el Go­bierno, no tenéis para sentenciar más norma que el de­recho público, en todo favorable a mi cliente; y a que en caso de que fueseis competentes, no tenéis pruebas de ninguna especie en que fundar un fallo racional, la jus­tificación del Consejo se ha de servir absolver a mi cliente por falta de justificación en el proceso, que legitime la sentencia y por la inculpabilidad moral y civil del proce-

d " sa o ... A la una de la tarde del mismo día, después de que

hablaron los defensores del Emperador, y de que el Fis­cal de la causa produjo su petición de sentencia en un largo alegato que hoy leemos en cincuenta páginas, se re­tiró a deliberar el Consejo de Guerra. La sentencia fue global, pues aunque nadie puede sostener que la situa­ción de los tres fuera la misma, eso no importaba para los fines de la reunión: "los condeno... a ser pasados por las armas"; "les condeno a ser pasados por las ar­mas"; "voto por que se les aplique la pena de ser pasados por las armas"; "voto por que se les aplique la pena ca­pital"; "los condeno a sufrir la pena de ser pasados por las armas"; "los sentencio a ser pasados por las armas"; "los condeno a la pena de muerte", así dice cada uno de los votos de los capitanes y el teniente coronel.

Eran las diez y media de la noche cuando se ponían en las manos de Escobedo las piezas del proceso, las sen­tencias y las vidas de los prisioneros: catorce horas y me­dia, usadas aprisa por un grupo de hombres que nunca se habían destacado ni por especiales virtudes militares, ni por su cultura, ni por su significación política, bastaron para juzgar después del discurso del FIscal a un Impe­rio y a dos grandes jefes mexicanos que estaban, todos,

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en diversas circunstancias legales, y también, todos, defen· didos con el carácter político de los cargos, por artículos expresos de la Constitución de 57· Allí, sentada con los reos, ella era también escarnecida y sentenciada.

El 30 de mayo, doña Concha Miramón llegó al me· dio día de la ciudad de México, que recordamos estaba sitiada. Acababa de alumbrar una niña, que bautizaron Lola, a quien no conocía el general. La conocería hasta el día siguiente y recordaría a su madre porque le en· contró los mismos ojos azules. Otro día más y sale doña Concha a San Luis Potosí a ver si mediante su presencia puede salvar a su marido. R egresa el día 5.

En los días de su prisión, el infortunado necesita un apoyo en la tierra y lo busca en su esposa : "Hoy he com­prendido cuánto la amo" ... "No se cuál será mi fin, in­clinándome a creer que será malo. Pero ésto mismo ha hecho que me entregase a Concha con toda la fuerza de mi cariño en estos últimos momentos", escribe. Por su­puesto, el violento temperamento de la señora ni allí le da la paz a que aspira: "El Emperador m e ha hecho ayer una visita y m e ha regalado una botella del Rhin . .concha, que se hallaba presente, le dijo algunas cosas que me pu­dieron mucho y que al Emperador lo conmovieron" ... "El resto del día lo hemos pasado m enos contento que otros, porque desgraciadamente se tocó la cuerda de lo político, que nunca ha sonado bien entre Concha y yo, pero mucho menos en estas circunstancias" ...

Otro problema para el prisionero era que además, tenía que levantar la moral de Maximiliano y de Mejía.

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Un diálogo que transcribe Daran con este último es po­sitivamente desgarrador: se queja de su mala fortuna y de cómo va a dejar a su esposa viuda y huérfana a su pequeña niña. No hay que olvidar que Mejía, tan débil en sus últimos días, estaba gravemente enfermo y que sus males se agravaron desde el sitio. Miramón le hacía ver que su situación era más penosa, que él dejaba varios hijos y luego lo animaba:

-" ... Usted es muy valiente en la pelea, general, y no debe dejarse absorber por esas ideas; mire que debe conservar toda su energía para mostrar al ejército cómo mueren los generales.

-"Lo que usted dice es cierto respondía Mejía . Pero cuando yo entro en campaña, jamás creo que una bala me va a matar. Es muy distinto ahora y en el mo­mento en que yo acababa de formarme una familia.

-"Me parece replicaba Miramón , que no se ~ebe usted inquietar tanto, porque yo seré la única vÍc­tIma. ¿ No ha salvado dos veces a Escobedo? No creo yo que en caso de que el consejo de guerra lo condenara, no intervenga Escobedo en favor del hombre que le ha dado generosamente la vida y que no haga pesar toda su influencia cerca de J uárez para alcanzar gracia". Así se levantaba un poco la esperanza de Mejía.

Don 1.figuel, en cambio, no se hacia ilusiones con­forme tomaba datos sobre la evolución de los aconteci­mientos: "Me han hablado que han escogido cuatro ca­pitanes de los más ignorantes y malvados. Eso era de suponerse". Cuando en medio de los rumores contradic­torios que le llegaban a la prisión sabe que el juicio va a tomar caminos leg~es, escribe: "de esta manera con­tamos con algún tiempo de vida y con más.probabilida­des de salvar ésta, supuesto que seremos Juzgados por

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hombres inteligentes y no por seis bárbaros capitanes, que no harían más que aquello que se les aconsejara". Y cua­tro días más tarde: "Concha vino a las doce, almorzamos juntos y estuvo más alegre que ayer; pero a las cuatro vino Corral a participamos que el Consejo era mañana y se acabó la moral. . . Han nombrado a un teniente co­ronel Platón Sánchez como presidente, y a seis capitanes, a cuyos individuos bien los conocerán en su casa". Cuando llegó el día, "Mejía y yo fuimos conducidos en carruajes escoltados por cuatro compañías de infantes, y una de caballería, a las nueve y media al teatro, donde se reunió el Consejo. En el pórtico nos pusieron dos sillas y ahí permanecimos; Mejía hasta las tres en que su abogado tomó la defensa, la que duró una hora; yo hasta las cuatro en que los míos tomaron la palabra y para lo cual me hi­cieron entrar y sentarme en mi banco sin respaldo. La defensa de J áuregui estuvo muy buena; la de Moreno lo mismo, pero ambas pronunciadas sin fuego, no lucieron ni hicieron la impresión que debían". Así veía el desarro­llo implacable de los acontecimientos.

A pesar de todos los esfuerzos de los defensores, que hacen renunciar al fiscal, la sentencia no se detiene: se nombra para perfeccionar el proceso al concuño de Li­cea, al cómplice de la entrega de Miramón y éste, para empezar por algo sonado, a su vez escoge para que lo ayude en tan delicado asunto i a un sargento segundo de ambulancia! Todo esto a 15 de junio.

Al día siguiente 16 se notificó a los detenidos la sentencia. El nuevo fiscal tuvo un deleite: se la notificó a Miramón en presencia de doña Concha que lo acompañaba en esos momentos. No fue muy lejos por

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un adecuado comentario de Miramón, que inmediata­mente hizo salir a su esposa pa ra prepararse a la muerte.

Era el medio día y la pena se cumpliría a las tres de la tarde; "separada de mí escribe de su esposa el cau­dillo como loca, me esperaba en casa, muerto ... ". Pero los defensores que estaban en San Luis Potosí, habían pro­movido la gracia de indulto y aunque el gobierno la nega­ba nuevo refinamiento : "con el fin de que los sen­tenciados tengan el tiempo necesario para el arreglo de sus asuntos, el ciudadano Presidente de la R epública ha determinado que no se verifique la ejecución de los tres sentenciados, sino hasta la mañana del miércoles diez y nueve del mes corriente", decía el telegrama. "Vemos pa­sar con la impaciencia y temor que puedes tú imaginar la hora señalada que fue a las tres, después las tres y me­dia y en fin las cuatro. En ese momento el ruido de la tropa me indicó el momento, y lo avisé al Emperador~ que con M ejía y nuestros sacerdotes que nos habían con­fesado, dado la Comunión y aplicado algunas indulgen­cias, estaba en el corredor esperando hacía una hora y cuarto", escribe Miramón al día siguiente : eran el Fiscal yel oficial que los iba a conducir al patíbulo, pero con el telegrama del gobierno. " La impresión fue terrible y la que causó en el Emperador fue extraordinaria; manifestó que dejamos la vida física por tres días cuando se nos ha­bía quitado moralmente haciéndonos sufrir todo lo de la muerte, era una verdadera crueldad. Yo dij e que siendo un beneficio que Dios concede a los buenos la larga vida, debíamos darle gracias y esperar" . Es en esa fecha cuan­do le escribe a su hermano Carlos :

"Dentro de unos momentos no existiré, he perdonado a los que me hacen pasar a la otra vida y quiero que tú

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M. 21

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los perdones. Abandona la carrera militar, porque en este país, el que la sigue y tiene honor se sacrifica, mantente oculto, deja pasar estos tiempos de sangre y venganza, y después unido con la persona que amas, dedícate al campo u otro giro. Concha con los niños sale para el extranjero, más tarde tal vez éstos pensarán (en ) su Pa­tria, procura que Miguel no piense en vengar a su Padre e impídelo si tal quisiera; y tú lo puedes. No puedo escri­bir más, dales a las muchachas y a todos los de la familia mi último adiós y tu recíbelo en esta. Tu hermano. Mi­guel".

Vuelve la lucha contra la muerte; sale de Querétaro doña Concha a procurar hablar con Juárez; pero an­tes que ella llegue a San Luis Potosí han llegado dos mensajes, el de los defensores que estaban cerca de los prisioneros: "Los tres acusados se habían confesado y comulgado cuando llegó la orden de suspensión. Habían, pues, muerto ya moralmente en ese momento en que de­bían ser sacados para ejecutarlos. Sería horrible darles segunda vez muerte el miércoles, después de haber muerto hoy la primera" y éste otro del Príncipe, que lo coloca a una altura difícil de igualar:

"C. Benito J uárez. Desearía se concediera conser­var la vida a D. Miguel Miramón y a D. Tomás Mejía, que anteayer sufrieron todas las torturas y amargura de la muerte, y que como manifesté al ser hecho prisionero, yo fuera la única víctima. Maximiliano".

Las horas pasan y en medio de la dramática contien­da, don Miguel purifica su espíritu. Ya desde que iba a

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entrar al Consejo, desde la víspera, se separaba de las cosas de la tierra : "Yo estoy resignado y nada espero de los hombres, todo de Dios". R escatado del fusilamiento, escribe "he tenido más tiempo de pensar en la eternidad" y aleja a Concha no con la esperanza de alcanzar la vida, sino para apartarla de nuevos sufrimientos, detenido qui­zá en esa maravillosa m editación del K empis de sus úl­timas reflexiones: "No es grave cosa despreciar la hu­mana consolación cuando tenemos la divina"; la víspera de su muerte, escribe estas palabras de perfecta acepta­ción del sacrificio: "Las ocho de la noche. Todas las puertas están cerradas, excepto las del cielo. Yo estoy re­signado ... " . Duerme unas horas ; luego que lo despiertan los movimientos militares, con mano firme escribe su fa­mosa despedida; él, que se había negado a agregar una sola palabra a la voz de sus defensores ¿ para qué, si sabía que la consigna era acabarlo? se va a dirigir al cuadro de soldados, en donde muchos lo admiran y lo en­vidian:

"Mexicanos: En el Consejo de Guerra mis defenso­res han querido salvar mi vida; aquí, listo a perderla y cuando voy a comparecer delante de Dios, protesto contra la acusación de traición que me han lanzado al rostro para excusar mi ejecución. Muero inocente de ese cri ­men, perdono a mis matadores con la esperanza de que Dios me perdonará y de que mis compatriotas alejarán de mis hijos cargo tan vi llano y me harán justicia. ¡Viva México !".

Cerca de las seis de la maña na escribe su última ca r­ta , también de letra y firma imperturbables :

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"Mi adorada Concha: Vengo de recibir a Dios y estoy lleno de confianza en su misericordia. Te ben­digo, así como a mis hijos; mi último pensamiento sobre la tierra será para ti y si Dios lo permite rogaré en el cielo por vosotros. Te suplico: resígnate y perdona a los que te causan un mal tan grande. Haz rogar por el reposo de mi alma y vela por nuestros queridos hijos. Tu esposo Miguel que parte para el cadalso".

Un papel queretano de la época describe así lo que sucedía en la calle ese 19 de junio: "a las cuatro de la mañana comenzaron a desfilar los cuerpos a la sordina, hacia el Cerro de las Campanas, donde se formó el cua­dro de 4,000 bayonetas, que quedó concluido a las seis. A las 6.30 salían los prisioneros, cada uno en un coche, del Convento de Capuchinas, y caminaron al referido cerro, con una guardia de dos batallones y un cuerpo de caballería. El coche del Príncipe iba adelante, y los se­guía una multitud de vecinos con los sombreros en las manos. Al llegar a su destino, se publicó por el mayor ge­neral un bando imponiendo la pena de muerte al que pi­diera el indulto de los sentenciados. Estos se apearon de los coches y con paso firme y sereno se dirigieron al sitio fatal, sin vendar los ojos. Se formaron en batalla ... ".

La mañana era maravillosa, uno de esos amaneceres queretanos finos de color, llenos de transparencias poli­cromadas, húmedos, con tenues veladuras donde se estre­mece la luz en la plenitud de su riqueza. Ni frío hacía en medio del gran silencio; Miramón ocupó el centro de esa formación en batalla, habló a los soldados: ya todo había quedado atrás.

Dijo: -" j Aquí 1", Y le llenaron el corazón de plomo.

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EPILOGO

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Maximiliano escribió al Ministro de Austria en Mé­xico, Barón de Lago, el 17 de junio de 1867 desde su pri­sión en Capuchinas:

"Tened también la bondad de hacer de modo que la señora Miramón, viuda de mi fiel compañero de armas, pueda embarcarse para Europa a bordo de uno de los na­víos de guerra. Tanto más cuento con el cumplimiento de esta voluntad, cuanto que yo he encargado a la señora Miramón se vaya al lado de mi madre en Viena".

Después de los fúnebres menesteres del traslado del cuerpo; del enterramiento en el panteón de San Fernan­do, cerca de los restos de los padres de ambos; después de haber construído el austero monumento que allí se con­serva y liquidado sus bienes, salió por fin doña Concha para Europa. El arreglo de todo esto le ocupó segura­mente todo el año de 67 y no sabemos si por fin salió en la misma fragata Novara que llevó en enero los restos ?e Maximiliano a Trieste, para ser inhumados el 20 del mIs­mo mes en Viena.

De todas maneras, se detuvo en París, para visitar la tambaleante corte de Napoleón, por más que no .cree­mos que sea muy exacto lo que afirma de que fue bnlIan­t~mente recibida, pero sí aprovechó el tiempo par.a ata­viarse con el lujo que a ella le agradaba y. ~on la nqueza que merecía el recuerdo del guerrero sacnÍlcado.

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Inmediatamente después, fue a visitar a la Empera­triz Carlota aprovechando una circunstancia favorable: el interregno de lucidez de ésta, casi durante un año des­pués de haber sabido la muerte de su marido: fue acalla­do un poco el dolor de la pérdida por la digna actitud del Príncipe ante la muerte, dicen cartas que publica la con­desa de Reinach-Foussemagne. De allí se traslada a Vie­na, donde es recibida con afecto y cortesía y tenemos en­tendido que percibe una pensión, como viuda del hombre que había muerto alIado del hermano de Francisco-José. Los hijos empiezan a recibir los beneficios de una educa­ción y viven dentro del refinamiento de la vida corte­sana. Simultáneamente, se agranda para doña Concha la figura del desaparecido.

A fines del siglo, por el año 90 viene a México: los Partearroyo, don José, hermano de su madre ,sus parientes liberales, le han dejado una herencia que supo­nemos cuantiosa. Encuentra una situación sorprendente: el general Díaz ha amnistiado hace mucho a todos los que participaron en los ya distantes acontecimientos. Le su­bleva que los desterrados, los prisioneros, los prófugos, hayan aceptado la amnistía y hasta ocupen puestos en el régimen: su yerno, por ejemplo, es diputado según las elecciones "de entonces". Con esto diremos de paso que su hija Concha no sólo se había casado, sino que inclusive tenía siete hijos, la mayor, del mismo nombre, en edad de ir a la escuela. Miguel, el hijo del caudillo, casado en Europa con una dama de los círculos aristocráticos, se supone que escapa de esa boda a todas luces realizada por conveniencia, viene a México, es favorecido por el general Díaz y pasa algunos años en el noroeste de la Re-

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pública. Por último quiere volver a Europa y muere tu­berculoso en el mar que lo acoge.

No sólo conoce a sus nietos doña Concha: también, contra la voluntad de todos los familiares, desentierra los restos del Caudillo y los inhuma en la Catedral de Pue­bla. Testigos de la macabra ceremonia, cuentan que el cuerpo estaba como dormido, sin corromper, con brillo el cuello de la camisa, lucientes las mancuemillas de oro: al extraerlo se le cayó un pie. En Puebla fueron recibi­dos los restos con grandes ceremonias y re inhumados en la Catedral: allí están. No quedó vacía la tumba, sino que guarda huesos de la familia Miramón y la trenza de su madre que lo acompañó en los últimos meses de su vida. Hay la versión de que el despedazado corazón del Cau­dillo, que doña Concha primero se llevó a Europa, está actualmente depositado en un convento de la misma ciu­dad de Puebla, pero no la hemos podido confirmar.

. Regresa a Europa para ya no volver más y pa~a su Vida en un pequeño departamento de Roma pnnClpal­mente en compañía d e su hija Guadalupe. Allí es visi­tada por todos los mexicanos que van a Roma y con ellos hace recuerdos y les enseña el último discurso de don Mi­guel, que conserva en un marco visible. Recibe el tra­tamiento de Condesa de Miramón, título que le otorgó según tenemos entendido, la monarquía austriaca. Su hija Guadalupe recobra el de y lo usa habitualmente. Des­pués de cincuenta y cuatro años de alejamiento de Méxi­co, muere en Tolosa, Francia , el 18 de marzo de 1921 .

Desconozco la suerte de la mayor parte de los her­manos del Caudillo. Los dos que lo acompañaron en Querétaro, logra ron ese a par por la generosa protección del coronel José l\1ontcsinos, amigo como ya hemos visto

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Inmediatamente después, fue a visitar a la Empera­triz Carlota aprovechando una circunstancia favorable: el interregno de lucidez de ésta, casi durante un año des­pués de haber sabido la muerte de su marido: fue acalla­do un poco el dolor de la pérdida por la digna actitud del Príncipe ante la muerte, dicen cartas que publica la con­desa de Reinach-Foussemagne. De allí se traslada a Vie­na, donde es recibida con afecto y cortesía y tenemos en­tendido que percibe una pensión, como viuda del hombre que había muerto alIado del hermano de Francisco-José. Los hijos empiezan a recibir los beneficios de una educa­ción y viven dentro del refinamiento de la vida corte­sana. Simultáneamente, se agranda para doña Concha la figura del desaparecido.

A fines del siglo, por el año 90 viene a México: los Partearroyo, don José, hermano de su madre ,sus parientes liberales, le han dejado una herencia que supo­nemos cuantiosa. Encuentra una situación sorprendente: el general Díaz ha amnistiado hace mucho a todos los que participaron en los ya distantes acontecimientos. Le su­bleva que los desterrados, los prisioneros, los prófugos, hayan aceptado la amnistía y hasta ocupen puestos en el régimen: su yerno, por ejemplo, es diputado según las elecciones "de entonces". Con esto diremos de paso que su hija Concha no sólo se había casado, sino que inclusive tenía siete hijos, la mayor, del mismo nombre, en edad de ir a la escuela. Miguel, el hijo del caudillo, casado en Europa con una dama de los círculos aristocráticos, se supone que escapa de esa boda a todas luces realizada por conveniencia, viene a México, es favorecido por el general Díaz y pasa algunos años en el noroeste de la Re-

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pública. Por último quiere volver a Europa y muere tu­berculoso en el mar que lo acoge.

No sólo conoce a sus nietos doña Concha: también, contra la voluntad de todos los familiares, desentierra los restos del Caudillo y los inhuma en la Catedral de Pue­bla. Testigos de la macabra ceremonia, cuentan que el cuerpo estaba como dormido, sin corromper, con brillo el cuello de la camisa, lucientes las mancuemillas de oro: al extraerlo se le cayó un pie. En Puebla fueron recibi­dos los restos con grandes ceremonias y reinhumados en la Catedral: allí están. No quedó vacía la tumba, sino que guarda huesos de la familia Miramón y la trenza de su madre que lo acompañó en los últimos meses de su vida. Hay la versión de que el despedazado corazón del Cau­dillo, que doña Concha primero se llevó a Europa, está actualmente depositado en un convento de la misma ciu­dad de Puebla, pero no la hemos podido confirmar.

Regresa a Europa para ya no volver más y pasa su vida en un pequeño departamento de Roma principal­mente en compañía de su hija Guadalupe. Allí es visi­tada por todos los mexicanos que van a Roma y con ellos hace recuerdos y les enseña el último discurso de don Mi­guel, que conserva en un marco visible. Recibe el tra­tamiento de Condesa de Miramón, título que le otorgó según tenemos entendido, la monarquía austriaca. Su hija Guadalupe recobra el de y lo usa habitualmente. Des­pués de cincuenta y cuatro años de alejamiento de Méxi­co, muere en Tolosa, Francia, el 18 de marzo de 192 1.

Desconozco la suerte de la mayor parte de los her­manos del Caudillo. Los dos que lo acompañaron en Querétaro, lograron es ca par por la generosa protecc.ión del coronel José Montesinos, amigo como ya hemos VIsto

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de don Miguel, protección en la cual participó sin ningún género de dudas el mismo don Julio María Cervantes, figura para mí particularmente estimable de los recuer­dos de mi madre. Al salir de Querétaro, como pudieron emigraron a Cuba: Mariano no resistió el clima y murió en el destierro. Carlos fue amnistiado por el general Díaz y volvió al país donde fundó una familia cuyos hijos viven.

Un día pasó Carlos por el antiguo Zócalo: bajo los árboles, sentado en una banca, estaba un viejo que figuró mucho en esta historia. De la mano del ex-coronel iba su hijo Eduardo:

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-Mira le dijo discretamente , ése es Márquez. y luego, sin un saludo, pasaron de largo ...

México, D. F. Festividad del Sagrado Corazón, 1948.

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DOCUMENTOS

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I

RELACIÓN DE LOS MÉRITOS y SERVICIOS DE DON

BERNARDO MIRAMÓN, OFICIAL TERCERO DE LA

DIRECCIÓN DE LA RENTA DEL TABACO DE LA

CIUDAD DE MÉXICO

Por una Relación formada en esta Secretaría del Consejo, y Cámara de las Indias, por lo tocante a la Ne­gociación de las Provincias de la Nueva España, en veinte y ocho de Septiembre de núl setecientos setenta y seis, con presencia de unas Letras Executorias de la Chancille­ría del Parlamento de Navarra existente en Pau, Reyno de Francia, su fecha veinte y siete de Febrero de mil sete­cientos setenta y dos, en que se insertan las probanzas de la filiación, y goces de nobleza del referido Don Bernardo Miramón, hechas con audiencia del Comisario Diputado del mismo Parlamento, y del Fiscal General; la Sentencia pronunciada en el proceso, y suplicatoria, que a nombre de S. M. Christianísima se hacía al Rey nuestro Señor, y sus respectivos Tribunales, a fin de que al expresado Don Bernardo se le amparase en el goce de las exenciones, y privilegios que le competían por su nacimiento en estos

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dominios; a cuyos documentos, que se presentaron origi­nales en la Sala de Jus~icia del mismo Consejo en diez de Julio del propio año, se les dio por ella el pase correspon­diente, para que obrasen los efectos que hubiese lugar en derecho, así en la Ciudad de México, donde residía el interesado, como en los demás parages que los presentase; y por otros documentos, que ahora se han exhibido: cons­ta que el citado Don Bernardo nació en el Lugar de J u­ranzon, uno de los de la sexta Merindad del Reyno de Navarra; y es hijo legítimo, y de legítimo matrimonio del noble Pedro Miramón, señor del lugar de D'Ogue, y de Doña Margarita Lafite: nieto del noble Antonio Mi­ramón Señor del Lugar de D 'Ogue, y de Doña Juana de Porte ; y que así estos, como sus padres, abuelos y demás ascendientes, y parientes, han profesado y profesan la Re­ligión Católica Apostólica Romana, sin que jamás hayan sido inficionados de alguna heregía; ántes bien han goza­do, y gozan todos los privilegios que su nacimiento, y an­tiguo catolicismo les dan en sus respectivos Lugares de Iseste, y Selespice de la Provincia de Bearne.

Que habiendo venido bastante jóven á estos Reynos, estuvo en Cádiz muchos años, enterándose en la prácti­ca del comercio en diferentes casas de considerable giro, y tráfico, hasta que por último, con motivo de haber con­ferido S. M. al Marques de Croix el Virreynato de la Nueva España, le llevó en la clase de uno de los depen­dientes mas distinguidos; y desde su arribo á México en todo el tiempo que permaneció en aquellas Provincias le mantuvo a su lado, hasta que se restituyó á estos Reynos, ocupado en los encargos de su Secretario de la correspon­dencia particular de confianza, los pertenecientes a su Pa­lacio, y otros asuntos importantes del Real Servicio, en que manifestó su aptitud, aplicación, inteligencia, y buena

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conducta, calificada con la aprobación del mismo Virrey, que en uso de sus facultades le nombró en diez y nueve de Agosto de mil setecientos sesenta y ocho por Oficial quinto de la Dirección general de la Renta del Tabaco de las referidas Provincias; cuya plaza, como las de Ofi­cial quarto á que fue ascendido, y la de tercero de la mis­ma Contaduría, que actualmente exerce, ha desempeña­do, y desempeña con la mayor satisfacción, habiendo me­recido por ello que su Gefe le destinase al trabajo, y des­pacho de los asuntos del servicio que ocurrían, no solo en las horas ordinarias de oficina, sino tambien en las extra­ordinarias del dia, y de la noche, portándose en todo con la puntualidad, exactitud, y habilidad correspondiente.

Que con la ocasion de haber contraido matrimonio el año de mil setecientos setenta con Doña María Josepha de Arriquivar y Driza, hija legítima de Don Joseph María de Arriquivar y Drizar, y de Doña Josepha Muñoz Pi­neda, personas de distinguida calidad en aquella Capital, pasó eficaces oficios al expresado Virrey en cartas de pri­mero de Abril de mil setecientos setenta y uno con los Ex­celentísimos Señores Conde de Aranda, Marques de San Juan de Piedras-Albas, Marques de Grimaldi, Don Julian de Arriaga, Don Miguel de Múzquiz, y Don Manuel de Roda, con objeto de proporcionar por su medio que S. M. se sirviese conferirle algun acomodo decente, interesán­dolos a fin de que le coadyuvasen á la consecucion. de sus deseos, respecto de que á mas de la.s ~ersonales CIrcuns­tancias, que asistían á su ahijado, era dI&"no d: 9ue S. M. le atendiese con preferencia por el espeCIal ~ento de h~­ber suplido la casa de su muger para urgenCIa del Erano en varias ocasiones mas de trescientos mil pesos, sin ha­ber jamas pedido gracia alguna; a que se agr~gaba. ha: berle ofrecido en aquel entónces el apronto de CIen mIl, SI

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S. M. los necesitaba para las ocurrencias de su Real Ser­vicio; y para el corte de la cuenta general de aquella Real Casa de Moneda, y la continuacion de sus labores, otros cincuenta mil, ó mas pesos; lo que tambien hicieron pre­sente al Rey el Superintendente de ella, el Regente del Tribunal de Cuentas y otros Ministros; añadiendo, que ademas de estos ascendian los donativos graciosos, que tenía hechos por sÍ, á mas de tres mil pesos.

Que hallándose la referida Real Casa de Moneda con algunas urgencias con motivo de haberse verificado despacho de caudales para la Habana, la hizo en tres de Julio de mil setecientos setenta y uno su tio Don Antonio de UrÍzar por medio del mismo Don Bernardo un suple­mento de cincuenta mil ciento veinte y quatro pesos, cin­co y medio reales para subvenir á ellas; y posteriormente en siete de Febrero del siguiente año, otro de veinte y cinco mil pesos por via de anticipación para engruesar las labores de la enunciada Real Casa; los veinte mil y sete­cientos en moneda de plata circular antigua, y los quatro mil y trescientos restantes en oro circular antiguo.

De además de haber recaido en él por la representa­cion de su muger los méritos de su suegro Don Joseph de Arriquivar y Urizar, se halla en el dia constituido en la clase de una de las personas de mayor arraigo, y pudientes de la mencionada Ciudad; y por esto, no contento con ha­ber procurado cumplir siempre exáctamente con las obli­gaciones de su empleo, deseoso de dar al Rey nuevas prue­bas de su agradecimiento, hizo una contrata por cinco años, y meses de conducir á la Dirección general de aque­lla Capital los tabacos que produxesen las Villas de Ori­zaba, y Córdoba, en que logró la Real Hacienda el cono­cido ahorro de doce núl pesos anuales, y verse libre de los

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apuros que ántes experimentaba por las escaseces de este género en los reales Almacenes.

Que habiendo acudido a S. M. solicitando le conce­diese Carta de naturaleza para gozar de los privilegios de los demás sus vasallos; en su visita, con procedente Consulta del Consejo de Cámara de Indias de veinte y quatro de Julio de mil setecientos setenta y seis, vino S. M. en concedérsela por gracia especial; y en su conse­qüencia se le libró el Despacho correspondiente con fecha de veinte y ocho de Agosto siguiente, a fin de que en su virtud pudiera gozar todas las honras, gracias, mercedes, libertades, exenciones, y prerrogativas que gozan, pueden, y deben gozar los que son naturales de estos Reynos, y de los de las Indias.

Que con motivo de las grandes necesidades, y epi­demia de viruelas, que se padeció en aquella Ciudad el año de mil setecientos setenta y nueve, atendiendo e! Cabildo de ellas a las prendas de caridad, zelo, y amor al Público, que concurrían en este interesado, le eligió en veinte y quatro de Octubre del mismo año por uno de sus Comisionados, para que cuidase de los pobres enfermos del Quartel de la Puente de Solano, y su distrito, dándole todas las facultades necesarias para que les contribuyese con los auxilios que necesitasen, y para que colectase las limosnas con que sus caritativos vecinos contribuyesen, haciendo á el efecto los demas actos que le dictase su prudencia, con proporcion á la esfera, calidad, y circuns­tancias de los pacientes; cuyo importante cargo desem­peñó con e! mayor esmero, y exactitud: por lo qual, y la limosna con que por su parte concurrió, le dió las más expresivas gracias la propia Ciudad con fecha de diez y nueve de Noviembre del referido año; y posteriormente habiendo informado a S. M. con e! expediente de! asunto

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M. 22 /-

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el Virrey de aquellas Provincias en carta del mismo mes, y año, participándosele por el Excelentísimo Señor Don Joseph de Gálvez, Secretario de Estado y del Despacho Universal de Indias, que habiendo tenido S. M. la ma­yor satisfacción en ver las oportunas providencias dadas por él, y los eficaces piadosos auxilios con que había con­currido al alivio de las calamidades públicas, asi el M. R. Arzobispo de aquella Ciudad, el Ayuntamiento de ella, las Ordenes Religiosas, los Diputados, y las personas particulares, entre quienes se repartieron tan carita­tivos oficios, quería S. M. que á todos se les ma­nifestase su Real gratitud por el esmero con que habian cumplido, unos las obligaciones de sus destinos, y otros las de buenos Ciudadanos; le comunicó la referida Ciudad en oficio de veinte y ocho de Noviembre de mil setecien­tos ochenta, que siendo él uno de aquellos Republicanos, que por sus caritativas funciones en la asistencia de los infelices contagiados, se hicieron acreedores á la Real gratitud, se lo hacian saber, para que tuviese esta satisfac­cion, repitiéndole las mayores gracias.

Ultima mente deseoso de contribuir al ahorro, y ven­tajas de la Real Hacienda, ofreció con la mayor libera­lidad en doce de J unÍo del propio año de mil setecientos y ochenta un Molino, que poseía en el Pueblo de San Angel, sin llevar estipendio, ni arrendarniento alguno, pa­ra que en él se moliesen los trigos que se destinasen para el acopio, y envio de harinas al Puerto de Vera cruz, y la Habana todo el tiempo que se necesitase; cuya oferta habiéndola aceptado el Virrey que fue de aquellas Pro­vincias Don Martín de Mayorga por su Decreto de pri­mero de Septiembre del mismo año, se lo participó con la misma fecha, á fin de que le entregase, manifestándole estuviese en la inteligencia de que la franqueza, y lealtad

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con que había hecho este servicio habian hallado en su concepto, y aprecio todo el lugar que m erecían: Segun mas por menor resulta lo expresado de los citados docu­mentos, que en ésta mencionada Secretaria presentó la parte, á quien se volvieron. Madrid veinte y (roto el ori­ginal) -setecientos ochenta y quatro.

Es copia de la original, formada el mismo día en la propia Secretaría, donde queda.

Martín O sorio. (rúbrica).

(El original de este documento está en poder de D . Edua rdo Mira· món).

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II

CARTA DE D. L U CAS ALAMÁN A S AN TA-ANNA

Muy Señor mio y de toda mi consideracion:

Por la carta que he escrito á V. por mano del Señor coronel Don Manuel Escobar le he manifestado las ra-, zones que me hicieron interrumpir la correspondencia, que habíamos seguido durante la permanencia de usted en Jamaica, y le he dado alguna idea de lo que le importa sa~er acerca de lo que ha pasado y está pasando aquí, dejando que el mismo Señor Escobar informe á V. más pormenor de todo lo que por sí propio ha visto y palpado.

Ahora la presente sirve de credencial para que el amigo Don Antonio de R aro, que será el portador de ella, exponga á V. más particularmente cuáles son las dis­posiciones en que se encuentra con respecto á V. y al país, ésto que se llama el partido conservador, habiendo pensado que estos informes no podría V. recibirlos de persona que le fuese a V. más grata, y en que mayor con­fianza pudiera tener; ni pa ra nosotros más segura, pues

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el Señor Haro está unido con nosotros en opiniones y de­seos. Acaso le acompañará otro amigo, que el mismo se­ñor Haro presentará á V. No estando los conservadores organizados como una masonería, no debe V. entender que el Señor Haro lleva la voz de cuerpo que le envía; mas estando relacionados todos los que siguen la misma opi­nión, de manera que nos entendemos y obramos de acuer­do de un extremo á otro de la República, puede V. oir todo lo que le diga, como la expresión abreviada de toda la gente propietaria, el clero y todos los que quieren el bien de su patria.

Usted encontrará á su llegada á ese puerto y en di­versos puntos de su tránsito á esta capital, multitud de personas que han salido ó van á salir en estos días á recibir á V., entre los cuáles se encuentran enviados de todos los que por algun carnino están especulando á expensas del Erario nacional; los de todos los que quieren comprome­ter á V. en especulaciones, de las cuáles á ellos les quedará el provecho y á V. la deshonra, y otros muchos que van á alegar méritos para obtener premios. Estos le dirán á V. que ellos han hecho la revolución para llamar á V., siendo así que han sido pocos, y entre ellos muy especial­mente el Señor Haro, los que han hecho esfuerzos y se han puesto en riesgo con aquel fin; muchos los que han hecho traicion y vendido á los que de buena fé trabaja­ban, y los más han sido un obstáculo para que la revo­lucion se efectuase, por el temor que inspiraba de que ca­yese en las manos más á propósito para desacreditarla, como por desgracia ha sucedido. Quien impulsó la re­volución en verdad, fué el gobernador de Michoacan Don Melchor Ocampo, con los principios impíos que derramó en materias de fé, con las reformas que intentó en los aranceles parroquiales y con las medidas alarmantes que

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anunció contra los dueños de terrenos, con lo que sublevó al clero y propietarios de aquel Estado; y una vez comen­zado el movimiento por Bahamonde, estalló por un inci­dente casual lo de Guadalajara, preparado de antemano por el mismo Señor Raro; pero aunque Suárez Navarro fué á aprovechar oportunamente la ocasión, no habría progresado aquéllo si no se hubieran declarado por el plan el clero y los propietarios, movidos por el Sr. D. N. P., que tomó parte muy activa, franqueando dinero por sus relaciones; desde entonces las cosas se han ido encadenan­do, como sucede en todas las revoluciones cuando hay mu­cho disgusto, hasta terminar en el llamamiento y elección de V. para la presidencia, nacida de la esperanza de que V. venga á poner término á este malestar general que siente toda la nacion. Esta, y no otra es la historia de la revolucion por la que vuelve V . á ver el suelo de su patria.

Nuestros enviados, á diferencia Je todos esos otros, no van á pedirle á V. nada ni á alegar nada; van únicamente á manifestar á V. cuáles son los principios que profesan los conservadores, y que sigue por impulso general toda la gente de bien.

Es el primero conservar la religión católica, porque creemos en ella, y porque aún cuando no la tuviéramos por divina, la consideramos como el único lazo comun que liRa á todos los mejicanos, cuando todos los demás han sido rotos, y como lo único capaz de sostener á la raza hispano-americana, y que puede librarla de l~s gran­des peligros á que está expuesta. Entendemos tambIe~ que es menester sostener el culto con esplendor y los bIenes eclesiásticos, y arreglar todo lo relativo á la administra­ción eclesiástica con el Papa; pero no es cierto, como han dicho algunos periódicos por desacreditarn~s, que que­remos inquisición ni persecuciones, aunque SI nos parece

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que se debe impedir por la autoridad pública la circula­cion de obras impías é inmorales.

Deseamos que el Gobierno tenga la fuerza necesaria para cumplir con sus deberes, aunque sujeto á principios y responsabilidades que eviten los abusos, y que esta res­ponsabilidad pueda hacerse efectiva, y no quede ilusoria.

Estamos decididos contra la federacion; contra el sistema representativo por el órden de elecciones que se ha seguido hasta ahora; contra los ayuntamientos elec­tivos y contra todo.1o que se llama eleccion popular, mién­tras no descanse sobre otras bases.

Creemos necesaria una nueva división territorial, que confunda enteramente y haga olvidar la actual forma de Estados y facilite la buena administracion, siendo éste el medio eficaz para que la federacion no retoñe.

Pensamos que debe haber una fuerza armada, en número competente para las necesidades del país, siendo lIna de las más esenciales la persecucion de los indios bár­baros, y la seguridad de los caminos; pero esta fuerza de­be ser proporcionada á los medios que haya para soste­nerla, organizando otra mucho más numerosa de reserva como las antiguas milicias provinciales, que poco ó nada costaban en tiempo de paz, y se tenían prontas para caso de guerra.

Estamos persuadidos que nada de ésto lo puede hacer un Congreso, y quisiéramos que V. lo hiciese, ayudado por consejos, poco numerosos, que preparasen los trabajos.

Estos son los puntos esenciales de nuestra fé política, que hemos debido exponer franca y lealmente, como que estamos muy lejos de pretender hacer misterio de nuestras opiniones; y para realizar estas ideas se puede contar con la opinión general, que está decidida en favor de ellas, y que dirigimos por medio de los principales periódicos de

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la capital y de los Estados, que todos son nuestros. Conta­mos con la fuerza moral que da la IIniformidad del clero, de los propietarios y de toda la gente sensata que está en el mismo sentido. Estas armas, que se han empleado con buen éxito no las pudo resistir Arista, aunque gastó mucho dinero en pagar periódicos que lo sostuviesen, y en ganar las elecciones para formarse un partido de gente que de­pendiese solamente de él, que fué precisamente lo que acabó de perderlo. Creemos que la energía de carácter de V., contando con estos apoyos, triunfará de todas las dificultades, que no dejarán de figurarle á V. muy gran­des los que quieren hacerse de su influjo para conservar el actual desórden, pero que desaparecerán luégo que V. se decida á combatirlas, y para ello ofrecemos á V. todos los recursos que tenemos á nuestra disposición.

Todos los puntos relacionados que puedan redactarse en forma de ley orgánica provisional, se tendrán arregla­dos para que, si V. adoptase estos principios, la encuentre hecha á su llegada á esta . Las mismas ideas las encontrará V. apoyadas, por multitud de representaciones de ayun­tamientos y vecinos de los pueblos que no dudamos reciba, y creemos que la misma opinión le manifestarán las comi­siones de varios cuerpos que le felicitarán á su llegada á esta ca pi tal.

Tenemos á la verdad por otro lado que, cualesquiera que sean sus convicciones, rodeado siempre por hombres que no tienen otra cosa que hacer que adularle, ceda á esa continuada acción, pues nosotros, ni hemos de luchar con ese género de armas. T ememos igual~ente que vayan á tener su cumplimiento algunos negoclOs ?e que acaso esté V. impresionado, por no .haberlos exa~mado b,ast.an­te, los que han sido ya demasiado oner?sos a la repubhca, y de que queda pendiente la parte mas desesperada, ca-

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paz por sí sola de acabar con el crédito de V. Tememos no ménos que, llegado aquí, vaya V. á encerrarse en Ta­cubaya, dificultándose mucho verle, haciendo muy gra­voso para todos el ir allá, y que por fin haga V. sus re­tiradas á Manga de Clavo, dejando el Gobierno en manos que pongan la autoridad en ridículo y acaben por pre­cipitar á v., como ántes sucedió.

Tiene V., pues, á la vista lo que deseamos, con lo que contamos y lo que tememos. Creemos que estará por las mismas ideas; mas, si así no fuere, tememos que será gran mal para la nación y aún para V. En ese caso le supli­co eche al fuego esta carta, no volviéndose á acordar de ella. En manos de v., Sr. General, está el hacer feliz á su patria, colmándose V. de gloria y de bendiciones.

El Señor Haro dará a V. más menudas explicaciones sobre todos estos puntos: yo me he extendido ya demasia­do para quien, acabando de llegar, se hallará rodeado de cumplimientos. Estamos deseando la pronta venida de V. para que haga cesar tantos desaciertos, que están com­prometiéndolo todo.

No me resta más que desear que haya hecho su viaje con toda felicidad, y que con la misma llegue á esta ca­pital, y satisfaga las esperanzas que han concebido todos los buenos.

Me protesto de V. muy atento S. S. Q. B. S. M.

(Tomado de México desde 1808 hasta 1867, por D. Francisco de Pau­la y Arrangoiz, T. 11, págs. 338 y sigs. ).

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III

MIGUEL MIRAMÓN) GENERAL DE DIVISIÓN) EN JEFE

DEL EJÉRCITO) y PRESIDENTE SUSTITUTO DE

LA REPÚBLICA MEJICANA) A

LA NACIÓN

CONCIUDADANOS:

Las grandes revoluciones que han conmovido a los pueblos todos, iniciadas por el estruendo de las armas, han llegado a su término por medio de trabajos de gabi­nete importantes por el desarrollo de los principios que ellas proclamaran. No podia ser de otra manera. Los sa­cudimientos que hieren a todos los individuos, que agitan a toda una sociedad, que la dividen en grandes masas, en grandes bandos que contienden con ardor hasta donde sus fuerzas alcanzan, no son ni pueden ser el resultado de pequeños intereses puestos en juego, o de aspiraciones aisladas; son la expresión de una grande necesi9ad social, muestran que la nación en que ocurren, demanda un cambio radical en sus instituciones, en su organización, en su manera de ser.

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Tiempo ha que el vasto territorio nacional es un vas­to teatro de escenas sangrientas y de horror: unas batallas se han sucedido a otras; una lucha encarnizada y tenaz ha costado la vida de mil y mil de nuestros compatriotas, las armas del gobierno supremo han sido siempre victo­riosas en los grandes encuentros, y sin embargo, nadie se somete, la revolución no se sofoca. ¿Por qué? Porque no basta la fuerza de los ejércitos para consumar una revo­lución; porque es preciso desarrollar sus principios; es preciso remediar las necesidades que la han determina­do.

Yo, consagrado desde mi edad temprana a la hon­rosa carrera de las armas, salí apenas de la escuela mili­tar para emprender los trabajos de la guerra. Leal al gobierno supremo, me desentendía de las cuestiones polí­ticas del país, que ni mi edad ni mis estudios me permitían profundizar. Una de nuestras convulsiones puso el poder en manos de una facción esencialmente desorganizadora y disolvente: el peligro de la patria era tan perceptible, que no pudo ocultarse a mi vista: consagré mi espada a conjurarlo, comba tí sin tregua para sostener el gobierno que debía plantear el programa de la revolución; pero permanecí extraño a los pormenores de la política y del régimen de la nación.

Sucesos agenos a mi voluntad, y verdaderamente de­plorables, me elevaron al puesto difícil de gobernante. Ocupado todavía en los primeros momentos de una cam­paña militar, no pude estudiar desde luego minuciosa­mente los negocios del gabinete. Vuelto a México, he teni­do que seguir una marcha incierta, vacilante, como quien camina por un terreno que no conoce, y tratando sólo de dominar las dificultades del dia.

Pero entretanto averiguaba el verdadero estado de

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los negocios, entretanto pensaba cómo adoptar a las cir­cunstancias mis ideas de reforma, cómo realizar la espe­ranza de reorganización social que la nación podía cifrar en la revolución de Tacubaya.

Hoy he tomado mi partido, he formado un programa que estoy resuelto a llevar a cabo con toda la fuerza de mi voluntad, con toda la energía de que mi carácter es capaz. Comprendo las dificultades que tengo que vencer: graves cuestiones que es preciso zanjar de un modo aun­que equitativo, violento; inveterados vicios que es nece­sario corregir; intereses bastardos de tamaños colosales que es indispensable nulificar. Pero a todo estoy decidido: me alienta mi conciencia de no aspirar sino al bien de mi ~atri?, Y.Ia esperanza de que ningún hombre honrado cri­tIcara IllI marcha.

La triste historia de nuestras revoluciones, demuestra una verdad importante. A medida que el poder ha pasa­do de las manos de uno a las de otro partido, hemos ensa­y~do diversos sistemas políticos, diversas formas de go­bIerno, diversas constituciones. Mas de una vez la nación ha esperado tranquila los resultados de un régimen que se inauguraba en toda la república, y de la elevación de nuevos personajes a los primeros puestos; Y sin embargo poco tiempo ha pasado sin que los síntomas de revolución hayan vuelto a turbar la tranquilidad pública, sin que sacudimientos profundos hayan cambiado el cuadro del gobierno.

Pero bajo los diversos sistemas que han regido en el país, se ha perpetuado una malísima organizació~ admi­nistrativa; nuestros gobiernos, oC~I?ados de .cuestIOnes de la más alta política, apenas han ÍlJado su VIsta en la ad­ministración, sino para cambiar el personal. de los. emplea­dos atendiendo en lo general, no a la aptltud, SIllO a los

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méritos contraídos en los trabajos revolucionarios de que los núsmos gobiernos emanaran. ¿ Qué debemos inferir de ahi? Antes lo he dicho; una verdad importante; que los males de México no están en la política, sino en la ad­ministración; que no es la época de resolver las cuestio­nes políticas, sino de herir las cuestiones adnúnistrativas.

La nación tiene de ello un sentimiento íntimo. Así, después de haber experimentado durante un período de tiempo regular el régimen constitucional, ha apelado a la dictadura, único gobierno que puede tener la bravura, la actividad necesaria para reunir otra vez los elementos con que cuenta el país, para reorganizar esta sociedad ca­si disuelta, para plantear su administración y preparar los medios de llegar a tener una constitución política adecua­da a su carácter, y duradera. Esta es la esencia de todos los planes que se han proclamado en los diversos movi­mientos revolucionarios ocurridos, desde el que iniciado en el Hospicio de Guadalajara, terminó por la vuelta del general Santa Anna, a la primera magistratura de la república.

¿ y quién al lamentar la suerte infausta de este her­moso país, no se preocupa en primer lugar de la hacienda pública, no suspira por los medios de viabilidad de la república vecina, por la actividad de comercio que allí reina, por los elementos verdaderos de riqueza nacional? ¿ Quién no ve en la abundancia de trabajo, el bienestar individual consiguiente, los cimientos de una paz estable que nuestros grandes políticos no han podido damos? Conciudadanos, yo sigo el sentimiento general: yo creo que debo emprender las reformas administrativas, así creo interpretar rectamente ese hermoso grito: "reac­ción", que resuena por todos los ángulos de la república,

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y que hoy no expresa otra idea que la de renacimiento, reconstrucción del edificio social.

El estado del país, bajo el aspecto administrativo, no puede ser más lam~ntable. La benemérita clase militar, que diariamente vierte su sangre en defensa de los dere­chos sociales, se encuentra en la miseria: a los empleados civiles no hay conciencia para exijirles el puntual desem­peño de sus funciones, .porque es muy raro el dia en que perciben un prorrateo ruin por cuenta de sus pagas; los pensionistas del erario y las viudas que disfrutan monte­pío, presentan un espectáculo repugnante y vergonzoso, acudiendo cada día al palacio en busca de una contesta­ción que tienen de antemano: "no hay dinero"; ni un centavo se abona por cuenta de la deuda interior consoli­dada; tampoco se cubren los más sagrados compromisos, los contraídos últimamente para proporcionar al gobierno una subsistencia verdaderamente precaria: en una pala­bra, el gobierno no puede atender ni a sus necesidades , . mas apremiantes.

Menos puede dispensar protección alguna a la agri­cultura, a la industria, al comercio. En muy extensos te­rrenos del país no se advierte huella de planta humana, por que faltan brazos para el trabajo; el tráfico mercan­til está verdaderamente obstruido por el es tado fatal de los caminos y por su inseguridad, que para mengua nues­tra, ha venido a ser célebre en el extranjero.

La administración de justicia, garantía de .los inte­reses del individuo, y hasta de su honor y de su Vida, pro­~o:a una grita general, por su poca energía y su poca ac­tIVidad, y a veces hasta por su poca rectitud: ~l respeto ~l testo de las leyes ha venido a ser nulo el) los Jue~es ~ tr~­bunales, y la lentitud con que marchan los negocIOS Judi­ciales aterra a los que se ven en el caso de intervenir en

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un litigio. La instrucción pública, dista mucho del estado floreciente en que se encuentra en Europa: los colegios distan mucho del estado de órden en que debieran en­contrarse, y la enseñanza mal sistema da, no puede ofrecer los frutos que fuera de desear.

Es notable la falta de una verdadera policía que cui­de de la seguridad individual, que prevenga los delitos, que facilite la persecución de los criminales, y avise a la autoridad los sucesos de que debe tener conocimiento.

No puede fijarse la vista en un solo ramo de la ad­ministración, que no nos traiga una idea desconsoladora, que no despierte en nosotros un sentimiento de tristeza y de pena.

Meditando la causa del mal, desde luego se advierte, respecto a la hacienda pública, que es palpable, que es de bulto, la poca economía, el despilfarro de los caudales públicos, y el no haberse empleado nunca, para nivelar los ingresos con los egresos del tesoro, los medios que se emplean en todos los países cultos: hacer productivos, hasta donde sea posible, los elementos ordinarios y ago­tados estos, establecer nuevos impuestos, crear arbitrios que igualen los recursos a las necesidades del día; sino que se ha dispuesto siempre, para cubrir las atenciones del momento, de los fondos futuros, por medio de contratos ruinosísimos; se han hipotecado las rentas nacionales por gruesas sumas, de las que muy pequeña parte ha entrado en las arcas nacionales; y se ha hecho mas, se han garan­tizado diversos contratos con las mismas hipotecas, nu­lificando los unos por los otros, con lo que el deficiente ha crecido constantemente en una proporción que asom­bra; las rentas han venido a quedar absolutamente ago­tadas, y el crédito del gobierno en el último grado de de­presión y abatimiento. En los demás ramos es indudable

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que el gobierno no ha fijado su atención con el esmero que debía; que no ha estado en un contacto inmediato con los funcionarios encargados de ellos; que no ha ejer­cido su acción sino de lejos, por medio de agentes, de resortes relajados. Y hoy que el mal estado de la admi­nistración es como jamás se había visto en la república, se debe a la revolución actual que tiene también un carácter imponente y grave, que jamás revolución alguna había tenido en nuestro país.

No es posible remediar en un momento, males anti­guos y arriesgados; pero hay entre los que he enumerado, algunos que más resaltan, que más hieren la vista de la sociedad, que por su mayor gravedad demandan más pronta corrección, y que no exigen como los demás un dilatado tiempo para destruir sus causas.

Yo estoy resuelto a establecer la más severa econo­mía, a reducir el excesivo número de empleados, necesa­rios tal vez hasta aquí por la marcha embarazosa y lenta que se ha llevado en los negocios, a lo que demanda el buen servicio público, conforme a una tramitación expe­?ita en los expedientes; a reducir el número de generales, Jefes y oficiales que hasta aquí han elevado a sumas enor­mes el presupuesto nacional, sin provecho; porque mmca hemos tenido tropas proporcionales en número a la ofi­cialidad existente a lo que necesitan nuestro ejército y armada: estoy re~uelto a establecer en la celebración de contratos sobre los artículos que forman el consum~ del gobierno, un sistema que le permita aceptar ~as meJor~s propuestas, y le facilite exigir el exacto y precIso cumph­miento de las condiciones estipuladas. Suprimiré .los mon­tepíos militares, que han venido a ser una espeCIe de ?e­fraudación para el soldado, dejando a cada ~o. qu~ cUide del porvenir de su familia; reemplazaré las JubIlaCIOnes y

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cesantías, en virtud de que las que es hoy inmenso el nú­mero de empleados, que sin obligación de trabajar tienen derecho a percibir sueldo, con premios para los empleados verdaderamente ameritados, que no aumenten el presu­puesto en una progresión siempre creciente; cuidaré, en fin, de que no se hagan mas gastos por el erario, que los absolutamente necesarios para la conservación decorosa del gobierno.

Para cubrirlos, seguiré un camino enteramente dis­tinto del que hasta aquí se ha observado. Quitaré la mul­titud de impuestos que hoy molestan a todas las personas, sin corresponder jamás a las esperanzas fundadas en ellos, porque su recaudación difícil los hace casi ilusorios: y estableceré uno sólo de recaudación sencillísima, cuyos re­sultados serán enteramente conformes con los cálculos del

gobierno, y que si en el primer año no llega a su último grado de perfección, particularmente bajo el respecto de la justa participación por defecto de datos estadísticos, será siempre mucho mas suave que las contribuciones ac­tuales, y dará lugar a que en los años sucesivos se reparen los agravios que se adviertan. Reformaré los aranceles, favoreciendo ampliamente la libertad del comercio, para atacar el contrabando en su principio y elevar las rentas nacionales. Vivificaré el crédito nacional, abriendo una amplia vía de amortización para deudas del Estado, ase­gurando el pago puntual de los dividendos, y sobre todo, observando en las transacciones una conducta enérgica y constante, conforme enteramente a los principios de mo­ralidad y de honradez. Y cortando hasta aquí las antiguas cuentas para sujetarlas, con todas las rezagadas, a una glosa activa y severa, haré efectiva la responsabilidad de los empleados, simplificando los procedimientos, cuanto lo permita la justa defensa de los presuntos culpables; y

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estableceré una contabilidad simplísima que constante­mente tenga a cada oficina vigilada por su inmediata su­perior, y a todas por el gobierno mismo.

Pero no seré yo quien destruya derechos legítima­mente adquiridos, no hundiré en la desesperación en un solo día, a tantas familias que no esperan su subsistencia si no del erario nacional; si en mi deber está buscar eco­nomías para el erario, tambien es cierto que ante Dios y el mundo soy responsable de la miseria pública. Por lo pronto, ocuparé de una manera útil a todos o a la mayor parte de los empleados cuyas plazas queden suprimidas, asegurándoles los sueldos que hoy disfrutan; y a los de­más, y a los militares que queden sin colocación, a los ac­tuales pensionistas y a las viudas que disfrutan montepío, les capitalizaré sus rentas, formándoles asi una fortuna mas o menos considerable, pero siempre efectiva, que po­drán legar a sus descendientes. Haré mas para suavizar la transición que hoy emprendo: a todos los deudores del erario, cualquiera que sea el orígen de sus adeudos, les proporcionaré una manera fácil de pago, que concilie la moralidad del gobierno con los intereses del deudor.

Por medio de una combinación financiera me pro­meto poner en breve tiempo la renta de peajes libre de las cuantiosas responsabilidades que reporta. Desde lue­go aplicaré empeñosamente sus productos y los mas fon­dos de que pueda disponer con tal objeto, a la construc­ción de caminos, puentes y calzadas que contrataré. en pública almoneda, con empresas particulares, concedIen­do a éstas franquicias que estimulen su acti~idad, y no du­do que el establecimiento de buenos camIllaS carreteros sea luego seguido por el de vías férreas que crucen la república en todas direcciones. Poco mas tarde promove­ré en grande escala la colonización extranjera, que llene

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los grandes huecos que la guerra civil ha dejado en nues­tra población, y que nos ofrezca las ventajas consiguientes al aumento de gente laboriosa.

En el ramo judicial son de suma importancia las re­formas necesarias. Es indispensable, por ejemplo, reducir nuestra voluminosa y complicada legislación, particular­mente la penal, a códigos filosóficos, acomodados a nues­tras costumbres y a las luces del siglo; pero entre tanto es dable realizar tan grandiosa empresa, atenderé a los males de mas pronto remedio, corregiré las leyes de procedi­mientos, según las observaciones que pediré a los tribu­nales, a los jueces, a los abogados y al público todo, sobre los inconvenientes que en la práctica hayan presentado, y restableceré el rigor en la administración de justicia, por medio de una ley sobre responsabilidades de los funcio­narios, que garantice resultados positivos a los agraviados; haciendo que el gobierno por sí mismo verifique la exac­titud de las quejas que cualquiera litigante le dirija; dic­tando las medidas más enérgicas a .que en cada caso haya lugar, y vigilando estrictamente por la asiduidad de los tribunales y jueces en el trabajo. Ni el gobierno supremo, ni los de los departamentos y territorios descuidarán un solo día la pronta y recta administración de justicia, no solo en los tribunales comunes, sino en todos los que ejer­cen jurisdicción en la república.

La instrucción pública es un ramo de la mas alta trascendencia que el gobierno considera como merece. Si por el momento no es posible establecer un nuevo sistema de enseñanza mas adelantado que el actual, sí lo prepa­rará, y por ahora, visitando los establecimientos frecuen­tem~nte, hará observar en ellos el mejor régimen en todo sentIdo. El gobierno cuidará escrupulosamente de la ad-

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ministración económica y de la recta inversión de los cuantiosos fondos destinados a tan elevado objeto.

La revolución ha echado por tierra el orden gerár­quico de la autoridad: ni en lo político, ni en lo militar, ni en el ramo financiero, puede determinarse fácilmente quién debe mandar y quién obedecer, ni hasta qué lími­tes. Los jefes que mandan fuerzas de operaciones, obli­gados por la necesidad, se arrogan toda autoridad, dis­ponen de los fondos públicos donde los encuentran, y exi­gen contribuciones y préstamos a los pueblos, causando un desconcierto, entre cuyas consecuencias funestas no es la menor la dificultad de exigir responsabilidad a los fun-

• • ClOnanos. Este estado de cosas no puede subsistir; él importa

la ruina del país. En la parte de la república en que im­pere el supremo gobierno, establecerá una división terri­torial, que por una parte favorezca los intereses locales, y por otra facilite la manera de que la acción del ejecuti­vo llegue casi directamente y con energía hasta los pue­blos mas lejanos. A esta división acomodaré el órden ge­rárquico de las autoridades en todos ramos; determinaré precisamente las atribuciones de cada funcionario; la pro­piedad dejará de estar en manos del primer jefe militar que se presente, cualquiera que sea su carácter, y ~n bre­ve espero ver reemplazado el caos, la confusión de hoy, con un orden que revele la existencia de un gobierno.

Me ayudarán poderosamente para plantear esta idea, los resultados que me prometo del sistema fina~cie­ro futuro, según el cual, los departamentos y las localIda­des todas quedan ámpliamente dotadas. El mismo siste­ma me proporcionará el atender con la preferencia debi­da la seguridad de los caminos, y crear en toda la repú-

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blica una policía que corresponda a los fines de su institu­ción, sin vejar ni oprimir a los ciudadanos.

El ejército pasa hoy por un crisol del que saldrá glo­rioso, en el que recobrará, no lo dudo, su antiguo brillo. Pero sería negar la luz del día, negar la necesidad de su reforma; la exigen imperiosamente la econonúa, la dis­ciplina y buena táctica. Yo organizaré la fuerza armada según el número que necesite la república, y no dejaré en la clase militar sino las personas absolutamente necesarias, según el reglamento del ejército. A la subsistencia de las que salgan proveeré de una manera decorosa, sin gravar a la nación. A las tropas que quedan, las someteré a la mas severa disciplina.

En una palabra, si no me es dado corregir en un mo­mento los vicios todos de nuestro sistema administrativo, corregiré los mas notables y de remedio rápido, y en lo demás, haré siempre (actos) preferibles a la falta ab­soluta de regla y de norma, al desórden completo que hoy existe: en todos los ramos se notará la acción de un gobierno, animado de las mas rectas intenciones.

Dije antes, que el carácter terrible que la revolución actual ha tomado, ha puesto nuestra administración en el estado mas lamentable en que jamás se ha visto. Dije que no basta la fuerza de las armas o los triunfos en los campos de batalla para consumar la empresa comenzada; que es necesario desarrollar los principios proclamados, remediar las necesidades sociales, y he ofrecido ga­rantías: parece, pues, que en mi sentir no hay mas que hacer. Pero no; sería una equivocación grosera descono­cer un elemento poderoso que enardece la lucha desola­dora que sacrifica la república; hablo de los intereses cuantiosos, creados como consecuencia de la · funesta ley de 25 de Junio de 1856. Reconozco la nulidad de esa ley;

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protesto por mi honor el mas alto respeto y la mas segura garantía a los intereses de la Iglesia; protesto por mi ho­nor que no seré yo quien mengüe en un solo centavo sus riquezas; protesto sostener vigorosamente sus prerrogati­vas y su independencia; pero estoy resuelto a adoptar el camino mas conforme con nuestras creencias y con los estatutos canónicos, para aniquilar ese gérmen de discor­dia que alimentará siempre la guerra civil en la república, y cuento con ser secundado en mi propósito por el sentido recto e ilustrado del venerable clero mejicano.

No puedo guardar silencio sobre un punto, que ex­traño a la administración, preocupa sin embargo altamen­te a los buenos mejicanos. Nuestras revoluciones han traí­do el país a tal estado de debilidad, que en un caso dado, en el evento de un rompimiento con alguna potencia ex­tranjera, el honor nacional tendría mucho que sufrir, y esto precisamente, cuando los trastornos interiores pueden presentar mas fácilmente motivos de queja a las naciones amigas. Por otra parte, las tradiciones de la república de­ben tener siempre en vigilancia al gobierno respecto a la política de la Unión americana, cuyos últimos actos ofi­ciales deben alarmarnos mas seriamente.

Yo no pierdo la esperanza de que el conocimiento de los verdaderos sentimientos que me animan, el ver en mi administración un gobierno tan amante de la verda­dera libertad, de la civilización y del progr.eso c~mo el que mas, atraiga a la causa del orden las slmpatlaS del gabinete americano. Pero ello no disminuiría la impor­tancia de conservar las mas firmes y cordiales relaciones con las grandes naciones europeas, y con todas las del mundo civilizado. Las promoveré con el mayor empe­ño, atendiendo en primer lugar a sus justas recIaI?a~lO­nes, hasta donde alcance la posibilidad de la repubhca,

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observando extrictamente los tratados, creando verdade­ros motivos de que tengan interés en la independencia, en la pacificación y en la prosperidad de Méjico, y sobre to­do, buscando su benevolencia por una justificación in­tachable en la conducta del gobierno.

Para plantear las reformas que intento, para diri­gir las riendas del gobierno, no me dejaré llevar solamente de mis inspiraciones; pediré y exigiré el consejo de las ilustraciones del país: encargaré la formación de cada ley o de cada reglamento a las personas mas distingui­das en el ramo, fijándoles ciertas bases a que necesaria­mente deban ajustarse; escucharé la discusión del conse­jo de Estado, que descubrirá los inconvenientes de cada proyecto para salvarlos oportunamente; y cuando fuere posible, consultaré la opinión pública por medio de la imprenta: una oposición razonada siempre ilustra la mar­cha de un gobierno.

Yo estoy íntimamente persuadido de que ningún go­bierno se ha consolidado en el país, porque ninguno ha cuidado de proporcionar al público el bienestar indivi­dual. Yo comprendo que el grande objeto con que se ins­tituyó la sociedad, fue hacer felices a los asociados, y que el primer deber del gobernante es hacer que la so­ciedad consiga su fin. Yo estoy resuelto a hacer sentir una benéfica influencia del gobierno en los departamentos sometidos, que cundirá poco a poco entre los rebeldes. Así, cuando la paz se haya establecido en toda la repú­blica, cuando llegue la época que el Plan de Tacubaya fijó para constituirla, zanjadas las cuestiones administra­tivas, se podrán tratar con calma y con frialdad las po­líticas.

Sé bien que una de las mayores dificultades que ten­go que vencer, consiste en la ninguna fé que inspira el gobierno mejicano. Pero, conciudadanos, permitidme que

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QS recuerde mi carácter; habeis podido comprenderlo en mi carrera militar; sabeis que mi lema ha sido MAR­CHAR, Y que ningún género de obstáculo me arredra en mis empresas. Como gobernante, no puedo cambiar mi temperamento ni mis convicciones; no puedo someterme a observar una rutina, a permanecer en un STATU QUo, que en política importa siempre el retroceso: preferiría con gusto volver a servir a la nación solo con mi espa­da.

Conciudadanos, auxiliad mis esfuerzos, hijos, os lo juro, de la mayor buena fé y Dios nos premiará, salvando nuestra patria.

Chapultepec, Julio 12 de 1859. MIGUEL MIRAMÓN.

(Tomado del T. xv de la Hist oria General de México por D. Niccto de Zamacois, págs. 935 y sigs. ) .

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IV

MIGUEL MlRAMÓN, GENERAL DE DIVISIÓN, EN JEFE DEL

EJÉRCITO y PRESIDENTE INTERINO DE LA REPÚBLICA

MEXICANA, A SUS HABITANTES

CONCIUDADANOS:

Cerca de tres años que triunfante en Mexico el ejér­cito que habia proclamado el Plan de Tacubaya, em­prendió su marcha para plantear en los Departamentos el gobierno que emanaba de aquella revolución salvadora. De victoria en victoria llevó sus banderas por una gran parte del territorio nacional, y al expirar el año de 1859, la mayor parte y la mas importante de la Repú­blica, era regida por el gobierno supremo establecido en la Capital.

Un hecho de eterno baldon para el partido cons­titucionalista, el memorable atentado de Anton Lizardo parece que vino a trazar 1Ina linea de demarcacion en­tre la marcha triunfal que habia llevado la revolución de Tacubaya, y la marcha decadente que desde enton­ces ha seguido: grandes desastres en la guerra han rem­plazado a los explendidos triunfos obtenidos antes por

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nuestras armas; sucesivamente han sido conquistados los Departamentos que estaban unidos a la Metropoli y hoy solo Mexico y alguna otra ciudad importante esta libre del imperio de la demagogia. ¿ Será que la Providencia aun quiere probar la virtud del pueblo mexicano? ¿ Será que quiere probar la constancia, la abnegacion y la fe del ejército nacional? ¿ O será que aun no suena la hora de que mi desgraciada patria goce de tranquilidad bajo la forma de un gobierno acomodada a sus costumbres, a sus tradiciones, a sus necesidades? Lo ignoro: un grande acontecimiento matará en breves dias la duda. Calma­ra la ansiedad que agita a este pueblo; un gran aconteci­miento indicará bien pronto cual es el porvenir que espera a la Republica.

Nuestra historia en los últimos años está llena de luto y de horror; campos talados, pueblos incendiados, ciudades asoladas cubren la superficie del país: por todas partes ha dejado su huella el azote terrible de la guerra. Preo­cupado el gobierno con las operaciones militares, en vano ha pensado en mejorar la administracion y los elementos todos que hacen dulce la vida social; apenas ha podido conservar en los lugares a su mando algun orden que ase­gurase las garantías individuales. En medio de la agita­cion en que ha vivido, ha intentado mas de una vez en­contrar una solucion conveniente y debida a las grandes cuestiones que dividen, no ya a los mexicanos, sino a los habitantes de todo este suelo; sus esfuerzos han oscilado en dificultades que no estaba en su mano vencer, y ha seguido la lucha que incesantemente ha tenido que sos­tener. Privado entretanto de las rentas publicas, obliga­do a hacer erogaciones exorbitantes, precisado a procu­rarse diariamente los recursos para cubrir las atenciones del momento, no ha podido establecer sistema alguno de hacienda, ni de formar combinaciones financieras, ni ha

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tenido otro arbitrio para subsistir que exacciones forzosas de dinero, las cuales combinadas con las que ha impuesto el partido comunista, y con la paralizacion y las perdidas causadas por la guerra a la agricultura, a la industria, al comercio y a todos los agentes de la riqueza publica, han arruinado muchas fortunas, puesto en grave e imponente peligro otras, y menoscabado las mas. ¿ Quien al ver el cuadro de la Republica que presenta nuestra historia mas reciente, no suspira, pronunciando esta bellísima pa­labra: Paz? Conciudadanos: yo soy mexicano, amo a mi patria como el mejor de sus hijos, la veo con amar­gura desgarrada por dos partidos que se despedazan mu­tuamente, conmovido profundamente por los males que la aquejan, he brindado con el olivo de la paz al par­tido opuesto, haciendo una abstraccion absoluta de mi persona y proponiendo como la gran base de la paz la voluntad nacional, y alguna garantia de estabilidad para el orden de cosas que resultara de esta revolucion que ha venido a ser verdaderamente sociaL Pero parece que los jefes constitucionalistas temen oir la voz de la Nación li­bremente expresada; parece preven que un grito de ana­tema saldrá de todos los labios mexicanos contra los mas notables de sus actos que hieren el sentimiento nacional como crimenes atroces y obstinados en imponer a la na­ción una ley que rechaza, o mas bien, interesados ~n pro­longar indefinidamente una situacion en la que mnguna ley impere, han frustrado las diversas negociaciones que con diversos motivos se han iniciado para buscar la paz.

Hoy el enemigo ha batido a nuestras tropas por to­das partes, dueño de una vasta extensión del país ~~pren­de su marcha sobre la capital rodeado del prestIglO que da la suerte prospera en las batallas y pocos dias pasaran antes de que sus baterias esten apuntando sobr~ .las ~uer­tas de la ciudad. ¿ Qué debo hacer en tan cntIca sItua-

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cion? ¿ Qué exigen del gobierno los caros intereses de la Patria?

Habria deseado que cada uno de mis conciudadanos respondiese a estas preguntas, estoy cierto de que el voto de la mayoria seria digno de los nobles corazones mexica­nos; pero no siendo po~ible, he escuchado el dictamen de una numerosa junta compuesta de las personas residen­tes en México, mas notables por su ilustracion y patrio­tismo, he encontrado su juicio conforme con los sentimien­tos que animan al gobierno.

Si la revolucion no limita sus pretensiones a la poli­tica y al ejercicio del poder, si no respeta a la Iglesia, si no deja incolumes los principios eternos de nuestra reli­gión, si no se detiene ante el sagrado de la familia, com­batamos a la revolucion, sostengamos la guerra aun cuan­do se desplome sobre nuestra cabezas el edificio social.

i Pluguiera a Dios que el enemigo, dócil al fin a las in­dicaciones de la recta razon, y oyendo los clamores de su conciencia, abriera un camino para poner termino a la efusion de sangre mexicana! Pero no, conciudada­nos, el enemigo mas fuerte hoy, será mas exigente, se­guira gritando: "i guerra contra la religión de nuestros padres, que es esencialmente civilizadora; guerra contra el ejercito, que es el sosten del orden y la salvaguardia de la independencia nacional; guerra contra la sociedad, en la que estan cifrados los intereses de los individuos!"; y yo, con dolor aunque con energía, tendre que contestar­les: i guerra en defensa de la religión, guerra en nombre del ejercito, guerra en nombre de la sociedad!

Numerosas fuerzas se presentaran ante las murallas de Mexico para asediarla; pero en el recinto de la plaza estara un ejercito que defendiendo sus principios y sus convicciones, ha hecho sacrificios heroicos, ha sufrido la miseria con una resignación que lo ennoblece y sabra de-

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rramar toda su sangre antes que deshonrarse. Grandes sucesos tendran lugar en el Valle de Mexico, grandes y sangrientos espectaculos presenciarán en breve los habitan­tes de esta hermosa ciudad; a sus ojos se verificara un encuentro decisivo entre las fuerzas de la demagogia y el ejercito nacional. ¿ Quien sera coronado con los laure­les de la victoria? Hoy solo esta en el alto juicio de Dios.

Conciudadanos: animo, constancia, un poco más de sufrimiento, un sacrificio mas en aras de la Patria y espe­remos con fe un porvenir de felicidad para Mexico.

Mexico, Noviembre I7 de 1860. Migu el Miramon.

(Publicado en el Diario de Avisos del lunes 19 de noviembre de 1860) .

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v

Ho J A DE SERVICIOS DEL GENERAL MIGUEL MIRAMÓN.

CAMPAÑAS y ACCIONES DE GUERRA EN QUE SE HA

HALLADO, SERVICIOS y COMISIONES MERITORIAS

QUE HA CONTRAIDO

En el mes de febrero de 847 estuvo en la defensa de una plaza sosteniendo al Supremo Gobierno. En el mis­mo año se halló en las acciones de guerra dadas al Ejér­cito Norteamericano en el Molino del Rey los días 8 y 11 y. en Chapultepec el 12 Y 13 donde cayó prisionero y he­ndo de posta en la cara en el asalto de dicho punto 1 per­maneciendo en ese estado desde el 13 de septiembre del mismo año hasta el mes de junio de 1848 en que se celebró la paz. En 852 en el mes de diciembre marchó a la cam­paña del Departamento de Jalisco a las órdenes del E. S. Gral. Miñón. En 853 cooperó a la pacificación del Departamento de México, batiéndose en los puntos de La Huerta, TejupiIco y Tlacuachinapa bajo las órdenes de los Grales. de División don Mariano Salas y Gradua-"

( 1) Esta parte subrayada es interpolación que no se encuentra en ninguna de sus otras hojas de servicio, y resulta más clara si se lee toda la frase.

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do Vicente Rosas Landa. En 854 marchó con su batallón a la pacificación del Departamento de Guerrero batién­dose en Mescala, Xochipala, Zopilote y Temajalco dis­tinguiéndose muy particularmente en la última, por lo que se le concedió el grado de Teniente Coronel. En di­ciembre de 855 marchó a la campaña de Puebla, y ha­biendo tomado parte en el movimiento político iniciado en Zacapoaxtla, hallándose en la batalla dada en Oco­tlán el 8 de marzo de 856, así como en el sitio de la plaza de dicha Ciudad batiendose con los batallones 10

y 11 en la Loma de Montero defendida por más de cua­tro mil hombres, concurriendo igualmente a la acción del día 10 del mismo mes de marzo dada en las garitas de Puebla, y cooperó eficazmente a la salvación de la Pla­za, retirándose expontanea y oportunamente al centro de fortificación y mandando ocupar su batallón los parape­tos más importantes a fin de rechazar como lo hizo a las fuerzas enemigas que se dirigían triunfantes al centro de la plaza de armas. Durante el sitio de la mencionada Ciudad tuvo una part<;: muy activa en su defensa y man­dó en aquellas circunstancias el punto de la Concordia. El día 20 de octubre del mismo año de 856 proclamó en Puebla la causa del orden habiendo tenido que dominar con cincuenta hombres a la guarnición de aquella plaza compuesta de más de mil hombres. Con el carácter de segundo jefe y a la cabeza de cuatrocientos homb.res y seiscientos paisanos del pueblo combatió defendiendo en esta vez la mencionada Ciudad el espacio de cuarenta y tres días de los ataques diarios de un ejército de diez mil hombres, rechazándolo todas las ocasiones que intentaban el asalto de la Plaza y puesto de nuevo al frente de ciento cincuenta hombres, sorprendió con ochenta de ellos el 18 de enero de 857 la ciudad de Toluca guarnecida por más de seiscientos hombres, apoderándose de ocho piezas de

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artillería clavando todas las de batalla se dirigió con las de montaña sobre Temascaltepec, cuya fortificación de­fendida por doscientos hombres atacó el día 21 de dicho mes, frus~rándosele la toma de dicha población por ha­berlo hendo. En el mes de abril fue reducido a prisión por el gobierno de Ayuda y habiendo logrado evadirse de ella en septiembre marchó en diciembre a unirse a las fuerzas de la reacción que había en el sur y con el ca­rácter de Segundo Jefe volvió sobre Cuernavaca cuya ciudad ocupó haciendo capitular las fuerzas que l~ de­fendían. De ese punto se diririgió en enero de 858 a la Capital de la República y el veinte del mismo mes atacó al Hospicio y a la Ex-Acordada, cuyos puntos tomó ven­ciendo la más tenaz y desesperada resistencia por la cual se le concedió el empleo de General en la Capital e inme­diatamente marchó con una brigada sobre Toluca, cuya Ciudad abandonaron los constitucionalistas a la aproxi­mación de esta tropa. En febrero de 858, marchó a la campaña del interior como Jefe de la Brigada de Van­guardia hallándose en las acciones de Salamanca dadas la tarde del nueve y mañana del diez de marzo mandan­do la Primera División y con el carácter de Segundo Jefe del Ejército. Destruída la Coalición se separó del campo de batalla en persecusión de los enemigos, cuyos últimos restos hizo capitular en Guadalajara. De ~st~ Ciudad marchó a reducir al orden a los de Aguascahentes y Za­catecas, concluído esto se dirigió en auxilio ge la p~aza de San Luis Potosí y en su tránsito dió el diez y Siete de abril la reñida acción del Puerto de Carretas en la que forzó el paso derrotando al enemigo, penet~ándose a la Plaza de dicha Ciudad y dejándola guarneCld.a la .I?laza contramarchó con la División del Norte con direcclOn al Departamento de Jalisco, cuya Capita! se ~allaba ama­gada por numerosas fuerzas ConstituclOnahstas, las que

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huyeron a la aproximación de las fuerzas del Ejército del Norte, persiguiéndolas hasta dar la acción de la Barranca de Atenquique, regresando de nuevo al interior diri­giéndose a San Luis Potosí con objeto de tomar la Capital que había sido ocupada por el enemigo, cuya plaza fue abandonada a la aproximación del Ier. Cuer­po de Ejército que era a sus órdenes, entrando a la men­cionada Plaza el doce de septiembre y restableciendo el orden salió en seguimiento del enemigo habiéndole dado alcance en el Pueblo de Ahualulco lo atacó en los días del veinticinco al veintinueve de septiembre, logrando en este último día desalojarlo de todas las posiciones ven­tajosas que ocupaba, derrotándolo completamente y qui­tándole treinta y un p~ezas. de artillería, todo su parque y demás trenes de guerra haciéndole un crecido número de muertos y mas de trescientos prisioneros. En diciem­bre del mismo año de 858 marchó sobre Guadalajara que se encontraba ocupada por el enemigo y a la cabeza del Primer Cuerpo del Ejército forzó el paso del río de San­tiago Tololotlán por el pueblo de Poncitlán y después de haber arrollado al enemigo en este punto dió la reñida acción de la Hacienda de Atequiza, ocupando en seguida la Capital del Departamento y restableciendo el orden, siguió en persecusión de las fuerzas enemigas forzando el río de Tuxpan por Los Novillos, rumbo a Colima, pene­trando en esta Plaza el veinticinco de diciembre logrando darle alcance al enemigo en San Joaquín el día veinti­seis del mismo mes, donde lo derrotó completamente qui­tándole treinta y dos piezas de artillería, todo su parque y demás trenes, dejando guarnecida la Plaza de Colima por fuerzas del Supremo Gobierno. En 859 marchó man­dando en jefe a la campaña de Vera cruz, forzando las cumbres de Acultzingo y La Soledad. En el mismo año de 859 en el mes de noviembre marchó a la acción de la

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Estancia de las Vacas; segunda campaña de Colima pa­sando segunda vez por el río de Poncitlán, batiendo a la fuerza contraria obligándola a abandonar su artille­ría, habiendo atacado el Perico, Tlasinastla y Barranca de Tonila. Todas las acciones mencionadas a excepción de la de Salamanca las dió como General en Jefe y por recompensa de su valor, instrucción, lealtad y capacidad, se le concedió el mando de aquel ejército al fallecimiento del señor General Osollo, una cruz y una espada de ho­nor y el merecido empleo de General de División. El día tres de enero del presente año fué nombrado por la Junta de Notables Presidente Interino de la República, cuyo nombralniento renunció de regreso a la Ca pi tal; aceptó unicamente el de General en Jefe del Ejército de la Nación que inició la guarnición de esta Capital, luego que restableció en el ejercicio del poder supremo al Go­bierno que había sido derrocado revolucionariamente. Deseoso de corresponder con dignidad a la confianza que con tanta justicia había merecido por su patriotismo y virtudes civiles y militares, r.1archó en febrero de 860 por segunda vez a la cat;npaña de Vera cruz, después de haber organizado según permitían las circunstan,cias el Ejército de Oriente (después de la acción de Silao ) . En dicha campaña de Veracruz desalojó al enemigo por la fuerza de todos los puntos que ocupaba, habiendo tenido lugar las acciones de .J amapa y La Soledad, quedando las fuerzas contrarias reducidas a la plaza de Vera cruz. En tal estado esperó todo el tiempo posible los efectos de guerra y recursos pecuniarios que debían manda.r1e de la Capital y no habiendo llegado estos, tuvo. neceSIdad p,or los riaores de la estación de ordenar la retIrada del EJer­cito, la cual se efectuó de la manera más honrosa. Des­pués de organizar la división que debía quedar en aquel rumbo, volvió a la Capital a encargarse del Poder, Supre-

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mo. En diciembre del mismo año marchó mandando en •

Jefe sobre la Plaza de Toluca que se hallaba ocupada por el enemigo, donde logró atacarlo el día nueve, quedando completamente derrotado el enerlÚgo quitándole su arti­llería y todos los pertrechos de guerra. En el mismo mes y año marchó a la batalla dada en San Francisco, Calpu­lalpan, la que tuvo lugar el día veintidós ...

Certifico: que la hoja de servicios que antecede es copia de la original que existe en el Ministerio de la Gue­rra. México, octubre 6 de 1864.

Premios que ha obtenido por acciones militares.

DISFRUTA la Cruz y medalla de honor concedida por decreto de once de noviembre de 846 y veintitrés de di­ciembre de 847. El grado de teniente coronel por los par­ticulares servicios que prestó en Tejamalco del Departa­mento de Guerrero. El empleo de General de Brigada efectivo por la parte tan activa que tuvo para la consecu­sión del restablecimiento del actual orden. En enero de 858 el empleo de General de División por el buen re­sultado que tuvieron las acciones que dirigió en Carretas, Atenquique, Ahualulco, Atequiza, y San Joaquín, conce­diéndosele además por la del tercer punto una cruz y una espada de honor. Presenta un diploma honorífico expe­dido por Su Santidad en Italia.

(El original se encuentra en el expediente del Gral. Miguel Miramón del Archivo de Cancelados de la Sría. de la Defensa, a fojas 139 y vuelta, 140 y vuelta).

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VI

MEMORANDUM DE LOS GENERALES SOBRE EL

SITIO DE QUERÉTARO

Señor: Los generales que suscriben, cumpliendo con la so­

berana disposición de Vuestra Majestad, relativa a quc informen a V. M. sobre el estado actual de defensa de esta plaza, así como acerca del partido que deberá to­marse, con presencia de la situación que guarda el ejér­cito imperial, después de haber estudiado concienzuda­mente las graves cuestiones indicadas, tienen la honra de manifestar a V. M. lo siguiente: para formar un juicio exacto del estado en que nos encontramos hoy y resolver con cordura lo que conviene hacer, necesario es dirigir una ojeada retrospectiva a los hechos que precedieron al plan de operaciones que se trazó el ejército, para afron­tar la situación político-mili'tar de fines de febrero y prin­cipios de marzo último.

Habiendo sido muy malos los consejos del Estado Mayor General cuando V. M. llegó a Querétaro, y cuan­do el enernigo se decidió a tomar la iniciativa sobre nues­tras tropas, los juaristas efectuaron sin dificultad una con-

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centración de sus fuerzas, que habríamos debido evitar a todo trance, batiéndolos en detalle en los momentos de su aproximación a Querétaro. Pasada la oportunidad que presentó la impericia del enemigo, para destruirlo en dos batallas, de éxito seguro para las armas imperiales, batallas que debieron librarse con las dos grandes fraccio­nes de la fuerza armada de los juaristas y habiendo sido tenaz la oposición del general Márquez para atacar al enemigo, con lo cual nos habríamos salvado; se creó in­mediatamente la difícil y peligrosa situación actual, re­ducida a defenderse el ejército imperial en esta plaza.

Una vez que de hecho se abrazó el partido de per­manecer a la defensiva, lo cual debía tener por consecuen­cia necesaria un sitio de la plaza, el primer Estado Ma­yor de los que ha tenido V. M. no se ocupó de ninguno de los preparativos que indican las reglas del arte para casos semejantes: no se almacenaron víveres y forrajes, no se levantó una fortificación, como exigía la defensa. A ma­yor abundamiento, las ricas haciendas de las cercanías de Querétaro, algunas de las cuales no distaban ni qui­nientos metros de la ciudad, quedaron llenas de granos de todo género, facilitando así la cómoda subsistencia del ejército sitiador, al mismo tiempo que la plaza se privaba del principal elemento de una larga defensa, que son los víveres y el forraje. Después de haber procedido así el Estado Mayor General de que venimos hablando, y a los ocho días de estar a nuestra vista el ejército juarista, ata­có éste la plaza el catorce de marzo con más de veinte mil hombres, pero fue rechazado por los ocho mil de las tres , armas que compoman entonces nuestras tropas.

Las faltas del Estado Mayor General hicieron que el veinte de marzo se considerara por algunos como insos­tenible por más tiempo la situación en que nos encontrá­bamos; y caracteres débiles y asustadizos se aventuraron

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a proponer a V. M. una retirada si necesario era cla­vando la artillería y a bandonando todos los trene;: las indicaciones en este sentido se avanzaron hasta pretender que S. M. celebrara una capitulación con el enemigo. La energía y dignidad de S. M., su heroica resolución de com­batir en favor de la salvación nacional y su fe en el triun­fo de una causa que es la del orden social y de la indepen­dencia de México, le aconsejaron someter el negocio a la resolución de una Junta de guerra, celebrada el mismo día veinte de marzo, con absoluta libertad, y sin que V. M. estuviera presente mientras duró la deliberación.

La Junta resolvió: que se continuara la defensa de Querétaro con más vigor que hasta entonces; que se for­tificara convenientemente la plaza y que se plantaran los establecimientos de construcción del material de guerra, que ofreció improvisar, corno lo hizo, el Comandante ge­neral de artillería que suscribe, a fin de que el ejército contara con el parque necesario para largo tiempo. Tam­bién.opinó la Junta de guerra por que se hicieran frecuen­tes salidas sobre el enemigo, y muy particularmente por­que viniera de México un ejército auxiliar, abandonando, si era preciso, la capital. .

V. M. tuvo a bien aprobar la opinión de la refenda J unta de guerra, y se dignó nombrar al señor General Don Leonardo Márquez, jefe del Estado Mayor entonces, lugarteniente del Imperio, ~on plenos poderes para obrar en México, adonde se dirigió saliendo de esta. p.laza en unión del señor general Vidaurri , nombr~do. n;lmstro ~k Hacienda y Presidente del Gabinete, el vemtldos del mIs­mo marzo, escoltados por mil y trescient.o~ caballos ~ lle­vando la misión principal de venir a auxlhar a Q~eretaro ~on el mayor número de tropa~ que f~era, POSI?le. El Jefe de Estado Mayor que suscnbe sustItUyO en este en­cargo, por voluntad de V. M. al general Márquez. El

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General en jefe del cuerpo de infantería abajo firmado, comenzó, previa autorización de S. M., a hostilizar al ene­migo, haciendo frecuentes ~alidas sobre el ejército sitia­dor, que han sido otros tantos triunfos de las armas impe­riales.

Las excursiones por los caminos de San J uanico y de Celaya, verificados en los días 22 y 23 de marzo, pro­porcionaron al ejército víveres y forrajes para algún tiem­po; la sorpresa del primero de abril, dada a una parte de las tropas que cubrían la línea del cerro de San Grego­rio, valió gran número de prisioneros quitados al enemi­go; la salida del 21 de abril sobre la trinchera del oeste de la plaza, costó al sitiador una gran parte del batallón de los Supremos Poderes, que fue hecha prisionera; el ataque del veintisiete de abril sobre la brillante posición del Cimatario, constituyó una victoria completa, en la que dos mil soldados del ejército imperial derrotaron a die­cisiete batallones juaristas, cuya fuerza total se elevaba a diez mil hombres, tomandoles en este glorioso hecho de armas veintiún piezas de artillería, seiscientos prisione­ros, víveres, forrajes, equipajes, etc.; la salida d.~l prime­ro de mayo sobre la hacienda de Calleja y portazgo de Arellano, dió por resultado desalojar al enemigo de dicha hacienda, causándole importantes pérdidas en el portaz­go de México; y por último el ataque del tres de mayo sobre el cerro de San Gregorio que fue preciso suspender después de haber desalojado al enelnigo de sus primeras posiciones, a causa de las favorables noticias que se tu­vieron por medio de los prisioneros juaristas; noticias que presentaron como segura la llegada del general Márquez en auxilio de esta plaza. Todo estq, Señor, ha puesto a raya los ímpetus del sitiador, reduciéndolo a una posición crítica, en la que todo ha debido esperarlo del tiempo y nada de la potencia de sus tropas. El ejército juarista,

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por su parte, después de rechazado el catorce de marzo permaneció en sus posiciones asediando a Querétaro; per~ reforzado por diez mil hombres más, la atacó de nuevo el veinticuatro del mismo marzo, poniendo en acción so­bre nuestra línea del sur unos diez y seis mil hombres.

V. M. vio el valor y el entusiasmo con que nuestras tropas volvieron a rechazar este formidable empuje del sitiador, que al fin. se persuadió de que era imposible to­mar por asalto la plaza de Querétaro. A partir del vein­ticuatro de marzo el enemigo se concretó como antes de esa fecha y después del catorce, a sostener un sitio rigu­roso, hostilizando constantemente nuestra línea con sus fuegos de artillería y de infantería. Tal regla de conduc­ta no fue modificada sino la noche del cinco de mayo, en que los sitiadores, al impulso de la embriaguez, ata­caron el puente principal de nuestra línea del Norte, don­de, como siempre, se les rechazó enérgicamente.

Cuando el general Márquez salió de esta plaza con dirección a México para venir a auxiliar lo más pronto posible, es decir, el veintidós de marzo, la situación se consideraba perdida por muchos, entre otros por aquel mismo general. De entonces acá, la firmeza y heroico valor de V. M.; los trabajos del Estado Mayor General sobre la organización de las tropas, sobre su pago y manu­tención; los ataques del General en jefe del cuerpo de ejército de infantería al enemigo, que destruyéndolo par­cialmente o arrebatándole sus víveres y forrajes, conserva­ban la moral, la disciplina y el entusiasmo del soldado, y los trabajos del Director de artillería, que han ba.stado para tener durante el sitio la pólvora, los proyectIles y las municiones, y las cápsulas que ha necesitado n.ucstro ejército, todos estos esfuerzos reunidos han sosterudo ~~ situación y neutralizado los fatales resultados que deblO

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traer la imprevisión del primer Jefe de Estado Mayor que estuvo alIado de V. M.

Al decir la Junta de guerra del veinte de marzo que continuara la defensa de Querétaro y al confiar V. M. al general Márquez la importante y gloriosa misión de venir a auxiliar al ejército imperial, V. M. y la citada Junta, creyeron, con justicia, que bastarían quince o veinte días para llegar al desenlace de la gran cuestión que estamos decidiendo. Parecía que el destino reservaba al general Márquez la grata satisfacción de poner un. término favo­rable al difícil estado de cosas que él había creado; mas por una fatalidad altamente deplorable, esto no ha su­cedido así.

El ejército a cuya cabeza se encuentra el más noble de los Soberanos, lleva ya setenta días de sitio y cincuenta y cuatro de estar esperandq el auxilio del general Már­quez. y esto en una plaza abierta que no fue fortificada ni abastecida oportunamente; que además está dominada en la mayor parte de sus puntos por alturas de primer orden, que ocupa el enemigo cuyas fuerzas se elevan a 30,000 hombres, mientras nuestras tropas, disminuidas primero por los mil trescientos caballos que fueron a es­coltar al general Márquez y desp.ués por el tifo y por el fuego del sitiador, se han reducido de ocho mil hombres a cinco mil, número despreciable con el que sostenemos una línea de ocho kilómetros, que, segun las reglas del arte, exige para su defensa un ejército de treinta y cinco mil hombres.

Atacando audazmente al enemigo, trabajando sin cesar en la nutrición y pago de las tropas, extrayendo el salitre y carbonizando las maderas para elaborar la pól­vora; fundiendo las campanas para tener proyectiles de artillería, arrancando al teatro su techumbre para fabri­car las balas de fusil, construyendo cápsulas de papel, en-

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granando las piezas sin máquina, etc.; manteniendo al ejército y al pueblo, primero con nuestra caballada y des­pués con la mulada de los trenes; careciendo el soldado en mucho tiempo de pan, de maíz, de trigo, de café, de aguardiente y hasta de leña; he aquí cómo se ha prolon­gado la defensa de Querétaro más allá del tiempo marca­do por las circunstancias. Pero esta heroica defensa, la primera por su naturaleza de cuantas se han hecho en nuestro país, tenía un objeto exclusivo, que no ha sido al­canzado: el auxilio del general Márquez, en cuyas manos quedó abandonada la suerte de S. M. para salvar la situa­ción que él mismo había creado.

Los generales que suscriben no abordarán hoy el te­rreno de los justos cargos, que creen poder formular con­tra el antiguo Jefe del Estado Mayor General de V. M., la historia se encargará de esa ingrata tarea; pero importa al heroismo de V. M. y del ejército que se ha sacrifi­cado estérilmente en Querétaro, hacer constar a la faz del mundo, que sin elementos de ninguna especie; cuan­do ya no hay azufre para elaborar la pólvora, y después de haber muerto en los combates los mejores jefes de ejército, cinco mil soldados sostienen hoy esta plaza, des­pués de un sitio de setenta días, establecido por treinta mil hombres, que cuentan con los recursos de todo el país; que de este largo período, cincuenta y cuatro d~as se ha aguardado inutilmente el auxilio del general Mar­quez, que debió volver de México en veinte; y por últi­mo, que durante la defensa de Querétaro, el enem!go ha sido atacado con frecuencia por nuestras tropas,. batIdo en sus mismas posiciones, privad<;> de más de !a mItad de su artillería y rechazado de nuestra ex~ens~ lm~a ?e !or­tificación, que no ha podido forzar Jamas, m sIqUIera ocupar en algunos de sus puntos.

La absoluta carencia de noticias del general Már-

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quez, que no ha dirigido a V. M. ni una sola comunica­ción en cincuenta y cu.atro días, mientras que sí se han recibido algunas d.el Ministro de Gobernación Iribarren, ha tenido a V. M. y al ejército en una duda horrible, desde el mismo día en que aquél salió de la plaza para México. Ante el hecho de que ese general no haya au­xiliado a Querétaro después de cincuenta y cuatro días y con presencia de las declaraciones de los prisioneros del enemigo, que hacen al general Márquez todavía en la capital del Imperio, lo cual es ya indubitable, ha lle­gado el momento de poner término a una defensa que es ya materialmente imposible, toda vez que el ejército y el pueblo son presas de la plaga del hambre, que dentro de breves días se hará sentir con todos sus horrores, ma­tando de un sólo golpe el sufrimiento de la población y la moral del soldado, rebajada por la miseria, por la des­nudez, por los rigores de la estación de las aguas, que se han anticipado extraordinariamente y por las penalida­des de todo género en que se ha visto desde el 6 de marzo último.

V. M. y el ejército entero tienen derecho a la or­gullosa satisfacción de haber puesto muy alto el honor de las armas nacionales, dando al mundo el ejemplo de un heroísmo poco común, que es capaz de las más atrevidas empresas, cuando lo dirige una voluntad enérgica y un sentimiento de verdadero patriotismo. La inmensa res­ponsabilidad de las funestas consecuencias que van a pre­cipitarse sobre México, es enteramente extraña a V. M. y a su sufrido y valiente ejército. A la altura en que se encuentra la cuestión militar que debatimos, los que sus­criben propondrían a V. M. el desenlazarla, pactando una capitulación con el sitiador, término legal y honroso para casos semejantes, establecido por la humanidad y sancio­nado por el derecho de gentes en todos los pueblos civili-

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zados. Mas esto no es posible cuando se lucha con un e~emigo salv~je, sir;t fe y sin honor, que tiene por principio vIOlar las capItula ClOnes que celebra, como lo hizo en Pue­bla, Guadalajara y Colima; que asesina en las tinieblas de la noche a los prisioneros, sin respetar sus heridas y que levanta sangrientas hecatombes con los vencidos, como la de San Jacinto. En la dura extremidad, los que suscriben creen cumplir con su deber de conciencia y de soldados, diciendo a V. M. que su alto carácter de Soberano así como nuestra calidad de generales, nos imponen un últi­mo deber, que será también un heroico y costoso sacri­ficio: atacar desde luego al enemigo hasta derrotarlo com­pletamente venciendolo en todos los puntos de su línea; si las tropas imperiales fueran rechazadas en este ataque, evacuar inmediatamente la plaza, inutilizando primera­mente la artillería y todos los trenes y rompiendo después el sitio a todo trance, único medio de salvar de la bar­barie del enenúgo al mayor número de soldados del ejér­cito imperial.

Tal es, señor, la concienzuda opinión de los genera­les que suscriben la cual someten a la soberana resolu­ción de V. M. p:otestándole que en todo caso están dis­puestos a sacrificarse a la cabeza de las tropas para cum­plir las órdenes de V. M. Cuartel General en Querétaro, 14 de mayo de 1867.

(Tomado de la Hist oria de la Naci6n Mexicana escrita por el Padre Mariano Cuevas de la Compañía de Jesús, páginas 918 y sigs. Ramírez de Arellano que fue quien lo redactó d ice en el extracto que publica en , , . ) su libro que lo finllaron Miramón, Mejía, Del Castillo y él mlsmo .

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VII

CONFESIÓN CON CARGOS DE MIRAMÓN

En la misma fecha (veintiseis de mayo), el Fiscal, en unión del suscrito escribano, pasó al aposento de D. Miguel Miramón, quien Preguntado: a qué personas encarga de su defensa, dijo: que ha llamado por el telé­¡¡rafo al Licenciado J áuregui, residente en San Luis Po­tosí y por extraordinario al licenciado D. Joaquín Alcal­de, que cree está en México, para que le sirvan de defen­sores. El Fiscal le manifestó que era ya llegada la oca­sión de tomarle su confesión con cargos, pudiendo ins­truirse antes de las piezas de este proceso que le concier­nen. D. Miguel Miramón se impuso de las órdenes que sirven de cabeza al proceso, y en seguida, Pregunta­do: para que confiese su constante rebelión contra el Go­bierno Constitucional de la República, Respondió: que no se juzga rebelde al Gobierno Constitucional de la Re­pública porque nunca lo reconoció, sino que después de la administración del General Santa Anna sirvió al Ge­neral Zuloaga como Presidente legítimo, y después él mis­mo tuvo el mando supremo de la nación por elección de una Junta de Notables, y no conforme con ella, como

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sustituto del Presidente Zuloaga. Reconvenido: cómo niega el cargo, cuando después de la administración de Santa Anna se estableció en la República el gobierno ema­nado del Plan de Ayuda, que fue reconocido en todo el país y por las potencias extranjeras, no menos que un poco de tiempo por el declarante, quien, estando a su servi­cio en las armas, se rebeló contra él, con la circunstancia agravante de haberse insubordinado violentamente a su jefe inmediato para llevarse al cuerpo que mandaba, y con la agravante todavía de haberse pasado a los pronunciados de Zacapoaxtla que acababan de desconocer al Gobierno, y a quienes iba a batir por disposición del mismo Go­bierno. Respondió: que el gobierno establecido en­tonces no era Constitucional, sino el de D. Juan Alvarez. - Vuelto a reconvenir, porque no se libra del cargo con decir que no era Gobierno Constitucional el que des­conoció, sino de D. Juan Alvarez; en primer lugar, por­que como él mismo confiesa, este Gobierno se hallaba establecido; en segundo lugar, el declarante lo había re­conocido y servido en el ejército, y en tercer lugar, si bien en efecto el Gobierno de D. Juan Alvarez no era constitu­cional todavía, porque no se había expedido la Constitu­ción, era sí emanado del Plan de Ayuda, consentido y legitimado por la nación, origen de la Constitución de cin­cuenta y siete y de los Gobiernos Constitucionales, de la misma manera que lo había sido del que presidió el gene­ral Alvarez, Respondió: que no juzga vivo este cargo, porque derrotado en PuebJa el ejército que proclamó el Plan de Zacapoaxtla y celebrado la capitulación en con­secuencia con la administración establecida entonces, el declarante perdió su empleo y fue sentenciado a servir como soldado por el artículo cuarto de la capitulación, con cuya pena quedó borrada la responsabilidad que pudo haber contraído. Vuelto a reconvenir, porque el descar-

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go .que pretende dar no hace mas que reagravar su t;e­behon y d.emostrar que fue en ella reincidente, pues la pena refenda que tal vez no llegó a cumplir, lejos de ser­vir para su enmienda, le dió quizá ocasión para volverse a sublevar de nuevo en Puebla, cuya plaza defendió bajo las órdenes de D. Joaquín Orihuela, hasta que volvió a ser vencido por las fuerzas del Gobierno, contra quien ya dos veces se había rebelado, Respondió: que confiesa, como lo ha hecho, la primera rebelión ya compurgada, pero no la segunda, porque ya no tenía mando de fuerzas ni era militar para el Gob~erno a quien seguía descono­ciendo. Vuelto a reconvenir por el cargo de rebelión, de que no puede disculparse, ni aun esta segunda vez, por­que en virtud de la capitulación de Puebla, que ha refe­rido, había quedado sometido al Gobierno, y sólo con esta circunstancia se comprende que haya podido compurgar la primera rebelión; si no, ésta es un nuevo cargo todavía contra él: y si quedó sometido al Gobierno, su continua­ción, que confiesa en desconocerlo, es realmente el prin­cipio de una nueva rebelión, que cometen, no solamente los militares .que mandan fuerzas, sino tambien los paisa­nos que se levantan contra la autoridad reconocida, Res­pondió: que vuelve a decir que por la primera rebelión no tiene cargo; y por la segunda, lo tiene solamente como paisano, porque el Gobierno lo había destituído de su empleo militar. Preguntado sobre el ca~go de haber cooperado eficaz y principalmente con los Jefes rebeldes que han mantenido la guerra civil a turbar la paz de la nación y hacerla víctima de todos los horrores de la gue­rra, Respondió: que su descargo consis~e en que la na­ción rechazó la Constitución que desconoc~ó el T?lsmo, ~re­sidente Comonfort, que debía a ella su eXIstenCIa P?}lt¡Ca. -Reconvenido: primero: porque dice que la naClOn re­chazó la Constitución, cuando es un hecho que ella con-

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tinuó rigiendo la República en todos los lugares no ocu­pados militarmente por los que se levantaron contra ella a consecuencia del Golpe de Estado de Comonfort y del Plan de Tacubaya; porque es también otro hecho que el Ejército Constitucional venció definitivamente a los pro­nunciados por el Plan de Tacubaya, y finalmente, porque de entonces acá ha continuado en pie la Constitución don­de quiera que no lo ha impedido la violencia de las armas extranjeras y del usurpador Maximiliano; segundo: por­que la defección de Comonfort fue un delito que no po­día servir de excusa a los que le acompañaron en ella, -Respondió: que tanto el Plan de Tacubaya como la Constitución han regido donde no ha habido enemigos armados, y que el haber sido vencidos los partidarios de este Plan, fue debido al auxilio que prestaron a los Cons­titucionales los buques americanos en las aguas de Antón Lizardo; que además advierte, que no se adhirió al Golpe de Estado, sino al Plan de Tacubaya. Preguntado para que conteste el cargo que le resulta de haberse abrogado el mando supremo de la nación sin otro título que el de la fuerza armada, y haber continuado con ese carácter la guerra civil, Respondió: que ya ha dicho antes que fue Presidente de la República por elección de una Junta de Notables; pero que no siendo de su aprobación este tí­tulo, entró a presidir a la nación en sustitución del General • Zuloaga, cuyo gobierno fue reconocido por la mayoría del país y por las potencias extranjeras, inclusos entonces los Estados Unidos. Reconvenido por el mismo cargo, pues­to que la sustitución de Zuloaga, título en que hace con­sistir la legalidad con que tuvo la investidura del Jefe de la República, no era en realidad sino el de la fuerza armada, como lo ha confesado al convenir en que regía el Plan de Tacubaya ya sólo donde lo sostenían las ar­mas, siendo por lo núsmo inadmisible el reconocimiento

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de la administración de Zuloaga por la mayoría de los mexicanos, y finalmente, porque el reconocimiento de di­cha administración por las potencias extranjeras, inclu­sos los Estados Unidos, ni añade ni quita nada a la consi­deración de la legitimidad de un Gobierno, por ser éste un asunto que pertenece a la soberanía interior de todo esta­do, Respondió: que en el mismo caso se hallaba el Go­bierno emanado del Plan de Ayutla y de consiguiente el Constitucional, ambos establecidos por la fuerza de las bayonetas. Añadió: que si hace mención del reconoci­miento que prestaron al Gobierno de Zuloaga las poten­cias extranjeras, es porque ésta misma razón se le ha dado al tratarse del Gobierno emanado del Plan de Ayutla. -Preguntado para que conteste el cargo de haber mandado ejecutar la pena de muerte en los prisioneros de guerra hechos en Tacubaya el once de abril de mil ochocientos cincuenta y nueve, sin exceptuar a médicos que asistían a los heridos, ni aun al ciudadano Jáuregui, que no tenía delito ni el más leve participio con el ejército vencido, cuyos hechos si no fueron todos ordenados sí fueron apro­bados después por él, Respondió: que las ejecuciones a que se refiere el cargo que se le propone, no fueron ordenadas ni autorizadas por él, sino solamente respecto de los oficiales prisioneros pertenecientes al Ejército que se habían pasado al enemigo y a quienes se apli~ó una ley : que la muerte de los otros prisioneros le dISgustó y la desaprobó y que si no castigó al responsable, que era el General Márquez, fue porque es~e. Gene:al .e:a el vencedor, y se sabe cuán difícil es admmlstrar J~stJ~:a en México en casos como el de que se trata. Anadw: que los prisioneros no fusilados el citado día ~uero~ m.an­dados poner en libertad por él, de que son t~stIm?ruo VJ~O, entre otros varios el coronel Chávez y el lIcenCIado J au­regui. Pregunt~do: para que conteste el cargo que le

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resulta de haber mandado con el carácter de Presidente de la República violar los sellos del Gobierno de Ingla-. . . , terra para extraer y consumir, como extrajo y consumlO, los fondos destinados por el Gobierno Constitucional al pago de la Convención inglesa. Respondió: que orde­nó la ocupación de dichos fondos, porque sabía que con ellos comerciaba el encargado de negocios Mathius, como lo prueba el hecho de haber gastado una cantidad; por la imperiosa urgencia en que estaba el Gobierno de re­cursos pecuniarios, y por el temor que abrigaba de que esos fondos se perdieran, por ser bien conocida su exis­tencia, en un conflicto de armas que hubiese en la plaza. -Reconvenido porque su contestación no hace desapare­cer el cargo, puesto que nada podía justificar la injuria cometida contra el pabellón inglés, y tanto menos cuanto que este hecho ha sido uno de los que principalmente con­tribuyeron el descrédito de México, y a preparar los pre­textos que para más tarde había de alegar la Europa para tratar de intervenir a mano armada en los negocios de la política interior de México, Respondió: que no hubo violación del pabellón inglés, porque no existía en la Ca­pital representante diplomático del Gobierno de la Gran Bretaña, y porque el dinero estaba depositado en un alma­cén particular, y que es falso que este hecho haya servido de pretexto a la intervención europea en México. Vuel­to a reconvenir: cómo dice que no hubo violación del pa­bellón inglés, cuando es público que se rompieron los se­llos de la Legación Británica que defendían las puerta del almacén, sin que haga perder a este hecho el carác­ter de un atentado la circunstancia de que la Legación no se hallara presente en la Capital, ni aun la de que pudiera alegar, de que el Gobierno de Inglaterra no tuviese un agente diplomático acreditado para con la administra­ción que existía en la Ciudad de México; y cómo niega

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que fuera ese uno de los varios pretextos que sirvieran para la intervención europea en México, cuando es tam­bien de universal notoriedad que se proporua este ejem­plo para acusarnos a los mexicanos de que atropellába­mos el derecho internacional y no había seguridad en el país para la propiedad extranjera. Respondió: que jus­tifican el hecho las circunstancias que deja referidas del comercio que se hacía con los fondos, y la urgente ne­cesidad que tenía de dinero el Gobierno: que en cuanto a que el mismo hecho fuere pretexto para la intervención extranjera, lo ignoraba hasta ese momento, pues sólo re­cuerda que sirvió de fundamento a la Convención de Lon­dres de treinta de octubre de sesenta y uno, la suspensión de pagos de la deuda extranjera, decretada por el Gobier­no Constitucional. Preguntado: para que conteste el car­go que tiene de haber tratado de desembarcar a principios de sesenta y dos en el puerto de Vera cruz, cuando lo ocu­paban las fuerzas de la triple alianza en virtud de la Con­vención de Londres, para ofrecer sus servicios a la inter­vención extranjera, o a lo menos para volver bajo el ampa­ro de ella al país de donde había salido a causa de su res­ponsabilidad política anterior; pues si bien se vio estrecha­do a alejarse de nuevo del territorio mexicano, porque el representante del Gobierno de Inglaterra lo reclamaba para que fuese juzgado o pedía su castigo por la .violación de los sellos y apoderamiento de los fondos; la mIsma p:?­tección que los agentes franceses le otorgaron, y .tambIen tal vez los españoles, para que se salvase del p~hg:~ que le amenazaba es cuando menos un vehemente mdIclO de su complicid;d en los planes del Gobierno francé~, .y tal vez del español, que se venían a des~rrollar ;n MexIco,. y cuya iniquidad él mismo ha conOCIdo, segun su propIa confesión, al mismo tiempo que el referido amparo de. los extranjeros que de hecho estaban en guerra con el GobIer-

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no Constitucional, es una prueba completa de que se va­lía de la intervención extranjera para eludir la respon­sabilidad en que había incurrido por su conducta polí­tica en la guerra civil. Respondió: que niega el cargo, porque su intento de volver al país a principios de sesenta y dos, sólo tenía por objeto el poder ver de cerca la con­ducta de los interventores extranjeros, con cuyos proyec­tos no estaba de acuerdo desde entonces, y los que más bien trataba de contrariar, aunque no le era posible, por­que el Gobierno de México lo había excluído nominal­mente de la amnistía que concedió a todos los demás que le habían hecho la guerra; y que la protección que le con­cedió el general Prim, y por su influencia el representante de Francia, fue un servicio alnistoso al mismo tiempo que el deber que tenía dicho general de oponerse al abuso que pretendían cometer los ingleses. Preguntado: para que conteste el cargo que le resulta de haber vuelto con posterioridad al referido acontecimiento a México bajo la protección de la intervención francesa y de Maximi­liano, de quien recibió además la comisión militar con que fue despachado a Prusia, sin que sea bastante a re­levarle de este cargo la circunstancia de que tal comisión fue más bien un destierro debido a su enemistad con los franceses, pues debía de considerar que estos eran el úni­co apoyo de Maximiliano, y que el mismo Maxilniliano nunca fue otra cosa en el país que un usurpador de los títulos de soberano. Respondió: que ni aun entonces vino bajo la protección de la intervención francesa, pues­to que desembarcó en Brownsville, de donde se dirigió a México, atravesando de incógnito por los estados de Ta­maulipas, Nuevo León, San Luis Potosí y Querétaro, ocu­pados aun por fuerzas constitucionales, y en México reco­noció al Gobierno de hecho, que era la Regencia; que en consecuencia admitió después la comisión que le dió Ma-

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ximiliano. Reconvenido por qué dice que la Regencia que precedió al llamado Imperio de Maximiliano era un gobierno de hecho, puesto que el título de un Gobierno de esta clase. no justificaba .el r~?onocimiento que le pres­taba un meXIcano, cuya obhgaclOn era buscar al Gobierno legítimo, tanto más cuanto que ni la consideración de Gobierno de hecho merecía la Regencia ni ha mereci­do después el pretendido Imperio, porque es bien sabido que no se sostenía ni se ha sostenido después por fuerzas propias sino por la violencia de las armas francesas, y porque en realidad Maximiliano sólo ha sido un usurpa­dor del nombre de soberano de México. El Fiscal le hizo

notar que precisamente en la época de la Regencia que él reconoció, era cuando ésta tenía menos visos de Gobier­no ni de hecho, porque la mayor parte del territorio me­xicano estaba sujeta al Gobierno de la República, el cual existía como ha existido hasta hoy, sin interrupción de un solo instante, dentro del territorio nacional, sostenido por fuerzas propias y dirigiendo la guerra que constante­mente ha hecho a la intervención francesa y al llamado Imperio, que fue en su resultado, Respondió: que no po­día reconocer al Gobierno Constitucional que lo había ex­ceptuado de la amnistía, y que por la imposibilidad de peImanecer viviendo en el extranjero, se vió obligado a volver al país, cuya consecuencia fue el reconocer al poder que halló en la Capital y servirle, porque tampoco le era posible que este poder lo dejase retirado en su casa. -Reconvenido: porque cuanto ha dicho para librarse d~l cargo anterior no es bastante a salvarle de la resp~~sabI­lidad en que ha incurrido reconocien~o la usurp~cJOn ge Maximiliano y sirviendo a este de seIS meses aca, segun su propia confesión, con mando importante de ar,?as, complicándose con él en los crímenes que durante dIcho tiempo ha cometido, derramando por sí sangre de los me-

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xicanos en Zacatecas, La Quemada y Querétaro, y per­severando hasta el fin en defender al pretendido Imperio, cuando a toda luz este era ya insostenible, ni de hecho,,­Respondió: que como dijo en su primera declaración, cre­yó que una vez retirado el ejército francés, el Imperio se consolidaría, sostenido por mexicanos; y que el servicio que ha prestado en las armas era por lo mismo en su con­cepto el cumplimiento de su deber. Y no teniendo que añadir a esta confesión, la leyó y se ratificó en ella; firman­do con el Fiscal y presente escribano. M. Azpíroz. Una rúbrica. Miguel Miramón. Una rúbrica. Ante mÍ.­Jacinto M elendez. Una rúbrica .

(Tomado de la Causa de Fernando Maximiliano de Hapsburgo, que s~ ha titulado Emperador de M éxico y sus llamados Generales Miguel Miram6n y T omás Mejía... México, A. Pola. Editor, calle de Tacuba n? 2j .-1907 . Págs. 50 y siguientes).

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FUENTES PRINCIPALES

Fuentes Orales. Debo mencionar principalmente como tras­misores del testimonio oral que he aprovechado a la señora doña Calmen Fortuño Miramón de Frank, nieta de don Miguel y a don Eduardo Miramón, sobrino del mismo. Ambos hicieron todo lo posible para allegarme la mayor cantidad del material que había tanto en sus recuerdos personales y familiares, como en los de sus más cercanas amistades. Puedo mencionar aquÍ el hecho de que inclusive algunos documentos, cartas y fotografías que se pu­blican por primera vez, provienen de la cooperación de esos fa­miliares del general Miramón.

Fu entes Inéditas. Cuatro son los cuerpos inéditos que prin­cipalmente aproveché: el expediente del general Miramón (Mi­guel) que se conserva en el Archivo de Cancelados de la Secretaría de la Defensa; el de don Bernardo de Miramón, que allí también se encuentra; las M emorias de doña Concha Lombardo que con­sulté eventualmente en el ejemplar que conserva la citada señora Fortuño y un estudio que escribió don Manuel Marcué y Mutio, del cual tenemos copia tanto don Salvador Noriega como yo.

Fuentes Periódicas. En el texto de la obra se mencionan periódicos de la época, consultados en las colecciones que conserva la Hemeroteca Nacional. He tenido especial cuidado de dar en

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cada referencia periodística los datos necesarios para su localiza­ción. Agradezco aquí a don Rafael Carrasco Puente, director de esa institución, las facilidades para mi trabajo y su amplísima coope-. , raclOn.

Fuentes Bibliográficas. Además de las obras generales de historia de M éxico que se encuentran en manos de todos, como Bravo U garte, Cuevas, Pereyra, Zamacois, los redactores de "Mé­xico a Través de los Siglos", etc., he aprovechado especialmente la siguiente

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ILUSTRACION ES

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D E LOS MERITOS, T SERVICIOS

DE DON BERNARDO MIRAMON Oficial tercero de la Direccíon de la Rent~

del Tabaco de la Ciudad de México.

una Relacion formada en esta Secre­taría del Consejo, y Cámara de las In· dlas, por lo tocante á la Negociadon de las Provincias de la Nueva España, en

veinte y ocho de Septiembre de mil setecIentos ~. tenta y seis, con presencia de unas Letras Execut~ rias de la Chancillería del Parlaa.anto de Navarra existente en Pau, Reyno de FrancIa, su fecha veinte y siete de Febrero de mil setecientos setenta y dos, en que se msertan las probanzas de la filiacion, y goces de nobleza del referido Don Bernardo Mi· ramon, hechas con audienCIa del Comisario Di­putado del mismo Parlamento, y del Fiscal g~ neral ; la SentencIa pronunciada en el proceso, y suplIcatOrIa, que a nombre de S. M Christianlslma se hacia al Rey nuestro Señor, y sus respectivos Tribunales, á fin de que al expresado Don Ber· nardo se le 3Jllparase en el goce de las exenciones, y privilegIOS que le competian por su nacimiento en estos dominios; á cuyos documentos, que se pre­sentaron originales en la Sala de Justicia del mismo Consejo en dIez. de Juho del propio año, se les dió

A por Primera página de la "Relación" en poder de don Eduardo Miramón. (Ver el lulo en el apéndice).

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DEL 6.0 •

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Olvidado el General Santa-Anna del solegoe juramen­to que prest6 ante el omnipotente Ser supremo, de guardar y obedecer la carta constitutiva, ha faltado escandalosamente á tan sagrado' compromiso, separán­dose de la obediencia al gobierno. Los males qqe traen consigo las convulsiones son incalculable", y muy de el peligro en que poDen nuestra cara independencia.

Vuestro patriotismo, dc que tantas pruebas habeis da­do rsellado con vuc!ltra sangre, mucho antes de la con-

o 8umacion de la grandiosa obra de nuestra emancipacion. es en el dia el (lue debe obrar con toda la firmeza que os acompa6a,- para el sosten de las leyes, único apoyo de las libertades patrias. .

Asi és que nada te~go que deciros, sino que conBtao. tes en vuestros principios no escucl .. ,'ilf mas voz que la que Olf dirijen vuestros inmcdiatoH gefes, .f)uien"" t"On el honor que tienen tan acreditado ('n su man"jo militar, os conducirán á alcanzar la gloria de In puf ria.

Evitemos, mis amados compañt.·fus, 1111 dC!iltruccion: unámonos al rededor del Supremo gohit>rno: acreditcmóll nuestra decision al órden y á la lib('rh\d, y obl't'tUos en

· UD todo como "erdadcros patriota!! 1D(· ... icnnoll, sostenit>n· do á costa de vidas el !li!4h· .. ~a de gobierno eS­tablecido, con lo quc cumpliremos COIUO ciucladauoa, y COlIJO militares republicanos.

Puebla setiembre 18 de 1828 . •

Bel"llllrllo tle •

•• ,reata .. 01 C. Pecll'O de la a- •

Manifiesto de don Bernardo de Miram6n. Original en poder de don Eduardo Miramón.

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Don Bernardo de Miram6n.

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Doña Carmen Tarelo de Miramón.

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Don Miguel Miram6n (litografía de la época).

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Don Miguel Miram6n (litografía de la ép~ca).

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Caricatura de "La Orquesta" alusiva al destierro de Miram6n y Márquez. Dicen los versos del pie:

Van en peregrinaci6n dos ilustres señorones,

uno en busca de instrucción y el otro con instrucciones.

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Retrato europeo de Miguel Miramón.

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Retrato europeo de Miguel Miram6n.

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D0 1ía Concha Lombardo de A-firam6n pocos meses antes tIe la maerte de D. J.figuel.

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Uno de los últimos retratos de Miguel Miramón al volver del destierro.

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Carta de Miguel Miram6n a su hermane> Carlos antes de ser fusilado.

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Retrato europeo de doña Concha Lombardo viuda de Miramón.

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INDICE

11. 26

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PRIMERA PARTE

El héroe y el rebelde • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • 9

SEGU NDA PARTE

" Parecía dichoso en las batallas" • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • 57

TERCERA PARTE

El presidente M iramón • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • , , 7

C UARTA PARTE

Amores y destierros • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • '9' Q UINTA PARTE

"Todas las jJU crtas se han cerrado, m enos las del cielo" • • • • • 239

EpÍLOGO ....... . ... . .. . . . . . . .......•........ ... . . . . . . 32 5 DOCU MENTO S . ..... ... ...... .. ...... ............ . ... . 33'

I.

n. III.

IV.

Relación de los méritos y servicios de Don Bernardo Miramón, oficia l tercero de la Dirección de la Renta del tabaco de la Ciudad de México . . .... . ...... . Carta de D. Lucas Alamán a Santa-Anna .. ..... . Miguel Miramón, General de División, en J efe del Ejército, y Presidente sustituto de la República Me-.. 1 N . , Jlcana, a a aclOn ... ................. . .. . ... . Miguel Miramón, General de D ivisión, en Jefe del Ejército y Presidente Interino de la República Me-

333 34'

347

jicana, a sus habitantes .. . ........ .. .... . .. .. . . 363

419

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V. Hoja de servicios del General Miguel Miramón. Campañas y acciones de guerra en que se ha ha­llado, servicios y comisiones meritorias que ha con-traído .. .. ............. . .. . . ... .. . . .. .. ... . .. 369

VI. Memorándum de los Generales sobre el sitio de Querétaro ............... . ... . ...... .. ... . ... 375

VII. Confesión con cargos de Miramón ..... ......... 385

FUEN'I ES PRINCIPALES .. ... . .• .••.. • ... . ..... .. . .....• . 395 BIBLIOGRAFÍA FUNDAMENTAL . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 396 ILUSTRACIONES .... . ... .....•• ... . .. •... .. ..... .. . . .. . 40 I

420

Primera página de la "Relación" en poder de don Eduar-do Miramón.

Manifiesto de don Bernardo de Miramón. Don Bernardo de Miramón. Doña Calmen Tarelo de Miramón. Don Miguel Miramón (litografía de la época). Don Miguel Miramón (litografía de la época). Oleo de la batalla de Silao desde el campo constitucio­

nalista. Caricatura de "La Orquesta" alusiva al destierro de

Miramón y Márquez. R etrato europeo de Miguel Miramón. Retrato europeo de Miguel Miramón. Doña Concha Lombardo de Miramón pocos meses antes de la

muerte de Don Miguel. Uno de los últimos retratos de Miguel Miramón al volver del

destierro. Carta de Miguel Miramón a su hermano Carlos antes de

ser fusilado. Retrato europeo de doña Concha Lombardo viuda de

Miramón.

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Se terminó la impresión de esta obra el día 22 de mayo de 1950, en los

Talleres de la Editorial ¡ us, S . A . - Mejía 19, México, D . F.-

El tiro fue de 1,500 ejemplares en papel Biblios y 200 en Malin che .

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