mitologia la tierra, el cielo y la fuerza de eros
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MITOLOGIA -LA TIERRA, EL CIELO Y LA FUERZA DE EROS-
MITOLOGIA
La Tierra, el Cielo y la fuerza de Eros
Para los órficos, fieles seguidores de las enseñanzas del poeta Orfeo, el principio de todas las cosas es
Cronos (Saturno), el Tiempo. Este dios devorador es quien abría dado origen al Caos y al Éter.
Todo en derredor del Caos y el Éter existía la Noche, que abrazaba al gran espacio como una sólida
cascara, y le confería el aspecto de un gigantesco huevo.
En ese huevo nació Fanés, la luz, que se unió a la Noche y en ella engendró al Cielo, la Tierra y a Zeus
(Júpiter).
Contaban los órficos también que la Noche no formaba una cáscara, sino que era un ave negra de enormes
alas. Y que, fecundaba por el viento, puso un huevo de plata en el seno de la oscuridad original, entre el
Cielo que estaba arriba y la Tierra que yacía abajo.
Del huevo salió Eros, El Amor Universal, el Protógonos (“el primer nacido”).
A Eros no le gustaba vivir escondido en las tinieblas. Por eso, bajo la luz de Fanés, quien permanecía en el
huevo de plata, el Amor empezó a levantar los velos que cubrían a la naturaleza, uniendo al Cielo y la
Tierra en un abrazo violento y apasionado del cual nació rodo lo que faltaba nacer.
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MITOLOGIA -SATURNO, SEÑOR DEL UNIVERSO-
MITOLOGIA
Saturno, señor del universo
Más que a los Titanes y a las Titanias –cuenta Herodoto-, Urano (el Cielo) detesta a sus otros hijos, los
Ciclopes y los Hecatónquiros. Son criaturas brutales.
Para no tener que encararse con ellos, el Cielo estrellado los obliga a vivir en el vientre oscuro de Gaia (la
Tierra), sin ver jamás la luz del día.
A Gaia la hace sufrir esa reclusión de sus hijos. Sufre también con la continua fecundidad que le impone
Urano (desde que se unió a él su vientre no a cesado de engendrar). Y empieza a odiar a su celeste esposo.
Decide vengarse de él. Llama a los Titanes y les pide que la ayuden a destronar a Urano.
Todos se niegan. Solo Cronos (Saturno) acepta el encargo de su madre, porque ya se había rebelado ante
su sufrimiento.
El valiente guerrero del Tiempo promete a Gaia que la vengará. Y ella le entrega la afilada guadaña que,
con terrible propósito, venia preparando hacía tiempo.
Cuando Urano se aproxima a la esposa para fecundarla nuevamente, Cronos se arroja sobre su padre.
Lucha con él y lo vence.
Urano sangra y se retuerce. Un grito de dolor resuena en todo el mundo.
Los genitales de Urano vuelan por el espacio. La sangre corres sobre la tierra y sobre las aguas.
En el mar, los órganos con el semen expelido forman una espuma blanquecina, de la cual surge Afrodita
(Venus), diosa de la belleza femenina y el amor.
En la tierra, la sangre da origen a las Meliadas. Ninfa de los bosques, y a las Erinias (las Furias) vengadoras
de los crímenes semejantes al de Cronos.
Pero ellas no pueden hacer nada contra el vencedor de Urano, pues todo el poder del mundo le pertenece.
El titán soberano se une a Rea (Cibeles), su hermana, y en ella engendra una multitud de hijos. Sin
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embargo los devora a todos en cuanto nacen, para que no lo destronen.
Sólo una de estas criaturas escapó a su voracidad y lo destronó, quitándolo el cetro del mundo: Zeus
(Júpiter) el poderoso olímpico.
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MITOLOGIA -LOS DOCE HIJOS DE LA TIERRA Y EL CIELO-
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MITOLOGIA
Los doce hijos de la Tierra y el Cielo
Unida a Urano (Caelus) por la fuerza de Eros (Amor), Gaia (Tellus) tuvo inicialmente doce hijos: seis
varones y seis mujeres, los Titanes y las Titanias. Son fuerzas violentas que pueblan el mundo e inician
larga y penosa historia, afirma Hesiodo.
Algunos se destacaron por su poder; otros se destacaron por sus trágicas peripecias.
Poderosa es Temis, el Orden establecido, la Justicia, la Ley, voluntad de los dioses y equilibrio perpetuo
del Mundo.
Lo es Mnemosine, la memoria universal, el recuerdo que conserva tanto los monumentos como el alma de
los hombres.
Lo es Tetis, alma femenina del Mar, que, unida a su hermano, titán de nombre Océano, engendra tres mil
hijos: todos los ríos del mundo.
Lo es Hisperión, el “alto”, o “el que viaja por lo alto”, el Fuego Astral, esposo de la tímida Febe, padre de
Helios, el Sol; de Selene, la Luna; de Heos o Eos, la Aurora.
Trágico es Yapeto (Iapetós), quien, uniéndose a la oceánica Climene, engendró cuatro hijos infortunados:
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Atlas, el gigante condenado a sostener el mundo sobre sus hombros;
Menecio, que más tarde osaría combatir contra Zeus (Júpiter), el señor de todos los dioses; Prometeo, que
desafiaría el poder olímpico; y Epimeteo, que acompañaría a su hermano.
Trágico es también Cronos (Saturno), por su destino sin esperanza y los muchos trabajos que el futuro del
mundo le reserva.
Porque él es el dios del Tiempo –que todo lo regula, todo lo comanda- y le toca crear un nuevo orden en
los aires y en las cosas, Revolucionar constantemente la naturaleza. Alterar el escenario de la vida,
quitando de él a su propio padre.
Cronos es insaciable. El Tiempo devora todo: seres, monumentos, destinos. Sin piedad. Sin apego a lo
pasado. Lo que importa es construir el futuro.
Solo Mnemosine se opone a Cronos, preservando, dentro de
lo posible, la lúcida materia sobre la que reina: la memoria.
Pero Cronos vence siempre. Y continúa sin miedo su implacable cabalgata.
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MITOLOGIA -EN EL CAOS ESTA EL ORIGEN DE TODAS LAS COSAS--
MITOLOGIA
En el Caos está el origen de todas las cosas
“En el principio era el Caos”, cuenta el poeta Hesiodo. Era el espacio abierto, la pura extensión ilimitada,
el abismo.
Súbitamente, del Caos surgió la primera realidad sólida: Gaia o Gea, la Tierra (Tellus). Fue ella quien dio
sentido y un orden al Caos, al limitarlo, e instaló en él el suelo, escenario de la vida.
Después vino la Noche, la tiniebla profunda. Y debajo de la Tierra se constituyó el Erebo o Érebos (el
crepúsculo), morada de las sombras.
Quedaba todavía, sobre Gaia, un espacio vacío. Para llenarlo, ella “creó un ser igual a sí misma, capaz de
cubrirla por entero”. Por sí misma creo a Urano, el Cielo estrellado.
En soledad originó también a las Montañas y a Ponto, el Mar inquieto y profundo.
Como la Tierra –es decir, sin unirse a fuerza alguna- la Noche engendró al Éter –luz que iluminaria a los
dioses en las más altas regiones de la atmósfera- y el Día, claridad de los mortales que, en el espacio, se
alterna con su madre para no cansarla.
Por ese entonces rondaba en el Caos el poderoso Eros, el amor Universal. A partir de entonces ninguna
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fuerza podría engendrar nada sola.
Movida por Eros, Gaia se unió a Urano, su primogénito, engendrando con él muchos y muchos hijos. Una
raza violenta pobló la Tierra y la animó con nuevas formas de vida.
(El escenario del mundo está listo. Los personajes se preparan para vivir su drama).
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V I E R N E S 2 3 D E A B R I L D E 2 0 1 0
MITOLOGIA -LOS VIENTOS LIBERTAN EL ALMA DE PATROCLO-
MITOLOGIA
Los Vientos libertan el alma de Patroclo
En lo alto de la pira, el cuerpo inerte de Patroclo espera el momento de ser devorado por las llamas, para
que el alma del héroe se libere y encuentre la paz.
En vano los griegos tratan de que las maderas prendan fuego. La leña no enciende.
Afligidos por la suerte del amigo muerto, el bravo Aquiles se aleja de sus compañeros y ruega a Bóreas y
Céfiro que vengan desde lejos a inflamar la gran pira.
Los Vientos no lo escuchan, pero la veloz Iris, mensajera del Olimpo, oye las desesperadas súplicas del
bravo guerrero y sin demora parte hacia la morada de Céfiro.
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En el umbral de la puerta se detiene emocionada la mensajera. Los Vientos, que participaban de un
banquete, al verla se levantan respetuosamente y la invitan a sentarse a su mesa en el sitio de honor de
los huéspedes.
Iris, diosa del arco de todos los colores que une el cielo con la tierra, rehúsa y explica la razones de su
venida: “Aquiles implora a Bóreas y al impetuoso Céfiro que vengan, y les promete hermosas ofrendas,
para que soplen la llama en la pira donde se encuentra Patroclo, que todos los aqueos lloran”.
Enseguida va a reunirse con Aquiles. Y los Vientos se ponen en camino, empujando las nubes a su paso. Sin
demora llegan a los campos de Troya, se lanzan sobre la pira de Patroclo y durante toda la noche hacen
crepitar enormes llamas.
Al surgir la aurora, el cuerpo de Patroclo es sólo cenizas, y el alma del héroe, se encamina, libre, al reino
de las sombras.
Entonces Bóreas y Céfiro dejan morir las llamas y regresan a su reino, llevándose la gratitud de Aquiles y
los loores de los griegos.
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MITOLOGIA -BOREAS Y LA TRAGEDIA DE FINEO-
MITOLOGIA
Bóreas y la tragedia de Fineo
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Fineo, el rey de Tracia, suspiraba enamorado por la graciosa Cleopatra, hija del viento Norte. Y tan
intenso era su amor por ella, tan suplicante su voz al pedirla en matrimonio, que Bóreas consintió en la
unión.
Al principio la pareja vivió feliz, con cariño y risas. Después de nacerle dos hijos –Plexípo y Pandión- vino
la amargura. Sin explicación alguna, Fineo repudió a Cleopatra y se unió a Idea, bella princesa de
Dardania.
Dignamente, Cleopatra se retiró para siempre de la vida de su esposo. Con él dejó, sin embargo, a las
criaturas nacidas de su breve amor.
Voluntariosa y egoísta, Idea no aprobaba las actitudes cariñosas de Fineo hacia los dos niños. Y poco a
poco fue preparando aviesos planes para separarlo de sus hijos.
Por fin decidió enfrentar padre contra hijos: falsamente declaró a su marido que Plexípo y Pandión, poco
más que niños, habían intentado violarla.
Sin manera de defenderse, los muchachos estaban paralizados de espanto ante el padre temible que
avanza hacia ellos, puñal en mano, y en un gesto de odio les vacía los ojos.
Tanteando en la súbita oscuridad, gimiendo de dolor, los niños salen por el camino rumbo al palacio de
Bóreas. El viento Norte se estremece de cólera ante su desgracia. Y decide vengarse, infligiendo a Fineo el
mismo de sombras y desencantos.
Después de segar al cruel soberano, Bóreas lo entrega a las torturas de las Harpías y para culminar la
tragedia, desparraman penurias y hambre por todo el reino de Tracia.
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V I E R N E S 1 6 D E A B R I L D E 2 0 1 0
MITOLOGIA -LOS VIENTOS DESTRUYEN EL SUEÑO DE ENEAS-
MITOLOGIA
Los vientos destruyen el sueño de Eneas
El odio de Juno (Hera) hacia el pueblo troyano venía de lejos. Venía del día en que Eris, la Discordia,
irritada por no haber sido invitada a las bodas de Peleo y Tetis, arrojara entre los presentes una manzana
con la inscripción: “Para la mas bella”.
Tres eran las diosas más bellas del Olimpo: la misma Juno, Venus (Afrodita) y Minerva (Atenea). Sin
embargo, ningún inmortal se arriesgaba a elegir. Con su prudencia, Júpiter resolvió confiar el encargo al
joven Paris, príncipe pastor de Troya.
El mozo eligió a Venus. Minerva, diosa de la sabiduría, acepto la derrota. Pero Juno jamás perdono al
mortal.
Cuando Paris rapto a Helena, esposa de Menelao, rey de Esparta, el odio de la soberana olímpica creció
aún más. Por ser Juno la protectora de los matrimonios, no podía admitir el adulterio.
Así, al desencadenarse la guerra de Troya, resolvió ayudar a los griegos y, para vengarse de la afrenta de
Paris, arrasarlo junto con su pueblo, solidario con el príncipe.
Pero los duros combates también terminaron. Troya es una ruina. El pueblo vencido, conducido por el pío
Eneas –que había aconsejado devolver a Helena- parte en busca de otra patria. En busca de pan y ropas,
de justicia. Eneas está dispuesto a cruzar todos los mares y todas las tierras para encontrar un lugar sin
recuerdos, sin luchas, donde poder iniciar una nueva vida. Quiere paz. Olvido.
El mar es un desconocido, pero está calmo. No lleve, no truena, no hay tormenta. Los troyanos cantan y
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ríen. Y desde lo alto del Olimpo la majestuosa Juno se estremece de furor. Decidida a matar hasta la
última alegría de los troyanos, la diosa va a Eolia a conspirar con el rey de los Vientos. Le suplica que haga
naufragar los navíos de Eneas. A cambio, le ofrece doce hermosas ninfas para que lleven un poco de
alegría a la isla.
Eolo no puede rehusarse al pedido de Juno: fue ella quien lo envió al Olimpo y pidió a Júpiter (Zeus) que
lo hiciese rey de los Vientos.
Eolo reúne a sus súbditos y les ordena que se lancen sin piedad sobre la flota de Eneas. Los Vientos parten
inmediatamente en busca de las embarcaciones troyanas.
Nubes negras rodean los navíos. Los pilotos no consiguen recuperar el rumbo. Desorientados, ciegos,
comienzan a lamentarse de no haber muerto con sus parientes y camaradas.
Una ráfaga furiosa alcanza la vela y quiebra los remos. La proa cambia de rumbo ofreciendo el flanco a las
ondas furiosas. Soplan vientos de todos lados. Es el terror, el pánico.
Tres navíos son arrojados contra las rocas. El viento Noto arrastra otros tres y los destroza contra las
piedras.
Neptuno (Poseidón) oye el ruido del naufragio, empuña el tridente y sube a la superficie de las aguas.
Profundamente irritado por invasión de su imperio, y conmovido por la tragedia de los troyanos, llama a
Euro y Céfiro, y les dice: “¿Tamaña osadía os da vuestra estirpe? ¿Os atrevéis, Vientos, a confundir el cielo
y la tierra sin mi venia, y a levantar esas masas enormes? Conviene que aplaquéis ya las ondas agitadas.
Más tarde pagaréis el mal que habéis hecho. Apresuraos a huir e id a decir a vuestro rey que no es a él sino
a mí a quien cupo por destino el imperio del mar y el terrible tridente. El tiene las enormes rocas vuestra
morada. Que Eolo se enorgullezca de su palacio y reine en la cárcel donde se aprisiona a los Vientos”.
Dicho esto, calma las aguas revueltas y aleja las negras nubes de la tempestad. Los barcos de Eneas se
reúnen nuevamente. Los Vientos vuelven a su cárcel y explican a Eolo lo ocurrido. Eolo no puede hacer
nada contra Neptuno, tan poderoso como él.
Ayudada por el dios de los mares, la flota troyana prosigue su camino rumbo a la nueva patria.
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S Á B A D O 2 7 D E M A R Z O D E 2 0 1 0
MITOLOGIA -EL BANDOLERO PERIFETÉS-
MITOLOGIA
El bandolero Perifetés
A los que subvertían el orden, les esperaban severos castigos durante la vida y después de la muerte. En la
Tierra y en los Infiernos, los asesinos, especialmente, sufrían en carne propia el mal que causaron a los
otros.
A pesar de ser intimidados con tantos castigos los criminales no abandonaban sus fechorías. Al borde de los
caminos, ocultos entre los arbustos, incansables bandoleros acechaban a los viajeros, ricos en monedas,
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joyas y ropas preciosas.
Con extraordinaria habilidad, en el momento oportuno se lanzaban sobre la victima. La sometían. Le
arrancaban dinero y adornos. Y después, con gran violencia, le quitaban la vida.
Había malhechores que actuaban en banda. Pero también existían marginales solitarios. Uno de estos se
llamaba Perifetés. Decían que había nacido de la unión de Hefesto (Vulcano) con Anticlea.
Por arma usaba una maza de hierro, que le servía también de muleta, pues el asaltante tenía las piernas
muy delgadas, como su padre. De la mañana a la noche se pasaba en la puerta de su casa, matando a
todos los que pasaban.
Un día pasó el héroe Teseo. Instintivamente, Perifetés levanta la maza para derribarlo. No cuenta con la
agilidad del matador de monstruos.
Teseo sujeta el hierro con ambas manos. Tuerce el cuerpo del asaltante. Y lo arroja al suelo. Viéndose en
desventaja. Perifetés intenta reaccionar. Trata de sujetar las piernas del héroe. Nada consigue. Los ojos
brillantes de miedo, ve como su propia arma, empuñada por el adversario, se aproxima a su cabeza.
Después siente un agudo dolor, y nada más. Con el cráneo despedazado, queda inerte a la puerta de su
casa. Mientras tanto. Teseo parte de regreso al Ática, llevando la maza de hierro como recuerdo.
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M A R T E S 2 3 D E M A R Z O D E 2 0 1 0
MITOLOGIA -CÉCULO NACE DE UNA CHISPA-
MITOLOGIA
Céculo nace de una chispa
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De repente, una chispa salta del hogar y cae en el seno de la joven Preneste. No se ha dolido: sólo marcó
la piel delicada con una mancha roja, que la hace sentir un leve ardor.
La muchacha abandona por un momento los trabajos del hogar. Cierra los ojos, embelesada, y acaricia la
señal de la chispa. Sabe que acaba de concebir un hijo. Un hijo de Vulcano, dios del fuego.
Sabe también que sus hermanos no han de comprender el prodigio. Ellos andan por el campo, pastoreando
los mansos rebaños. Volverán a casa en busca de reposo y alimento, no de historias maravillosas.
Por eso la joven Preneste no les dice nada. Guarda el secreto durante largos meses. Después, al cumplirse
el término, se retira a un lugar escondido y allí, sola, da a luz el hijo del dios.
Cariñosamente envuelve en pañales al niño y lo besa con ternura. No puede llevarlo consigo: los hermanos
jamás habrían de aceptarlo en casa.
Llorosa, la joven Preneste lleva a su hijo hasta el templo de Júpiter. Y lo deposita a las puertas del
santuario, dejándolo al abrigo de una hoguera que allí ardía.
Por la mañana, las mozas de la aldea van a la fuente a llenar sus cántaros. De camino, pasan ante el
templo de Júpiter. Y se detienen. Ven junto a la puerta un cesto, cubierto de paños. Oyen un débil llanto.
Se aproximan y encuentran a un niño.
El niño tiene los ojos rojos de llanto. Parece no ver.
Las mozas olvidan su tarea. Abandonan sus cántaros, toman al niño y lo entregan, sin saber su origen, a los
hermanos de Preneste.
Los jóvenes lo aceptan, pues no imaginan que es hijo de su hermana. Lo llevan a casa y lo confían a
Preneste. Y al calor del hogar le dan el nombre de Céculo, que en su lengua significa Cieguito: debido a
sus ojos enrojecidos por el llanto y el calor de la hoguera.
En la aldea el tiempo pasa rápidamente. El hijo de Vulcano crece, aprende cosas, se convierte en hombre.
Sueña con conquistar el mundo solo. Quiere ser un héroe.
Se junta, pues, con compañeros de iguales ambiciones, se despide de su familia y con ellos parte para vivir
grandes aventuras.
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Un día se detiene en un lugar cualquiera, desolado y desierto. Y resuelve fundar una nueva aldea, a la que
denomina Preneste (Pracneste, hoy Pallestrina, ciudad del Lacio, en Italia).
Le falta gente para poblarla. Nadie quiere atender a sus llamados. Sólo un prodigio podrá atraer
habitantes a la fundación de Céculo.
Finalmente, el joven opta por reunir al pueblo de una aldea vecina, y ante él eleva preces a Vulcano. El
dios atiende su pedido. Súbitamente, surgen llamas de la nada y rodean a la multitud. A un gesto de
Céculo, el fuego desaparece.
El pueblo, espantado y temeroso, ve en Céculo u protegido de los dioses. Todos confían en su fuerza. Se
acogen a su protección. Y pueblan la nueva aldea de Preneste.
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D O M I N G O 1 4 D E M A R Z O D E 2 0 1 0
MITOLOGIA -LA DURA VENGANZA DE VULCANO-
MITOLOGIA
La dura venganza de Vulcano
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Durante muchos días la ciudad de Tebas celebró con gran pompa las bodas del rey Cadmo y la hermosa
Harmonía. Y, como la novia era hija de Afrodita (Venus) y Ares (Marte), las Musas cantaron en la fiesta, las
Gracias danzaron y todos los dioses comparecieron, llevando preciosos regalos.
De los presentes, el que más llamo la atención fue un collar de oro, admirable obra del talento de Hefesto
(Vulcano). No sabían los convidados las funestas consecuencias que traería esa dádiva.
Desde hacía tiempo el armero divino soñaba con dar rienda suelta al deseo de venganza que le causaron
las constantes infidelidades de Afrodita, su esposa. No deseaba, sin embargo, herirla directamente
porque, a pesar de todo, la amaba. Para castigarla, se había contentado con aprisionarla, al mismo tiempo
que a Ares, en una red finísima e irrompible que él mismo fabricara, llamando después a todos los
inmortales del Olimpo para que fueran testigos del adulterio. Avergonzados, los amantes se separaron.
Años más tarde, sin embargo, abrían de sufrir aún con las desgracias que se abatirían sobre los
descendientes de la hermosa Harmonía, hija de su adulterio.
Al principio, el rey Cadmo y su esposa vivieron felices. Pero tuvieron cinco hijos que, al convertirse en
adultos, conocieron el peso de la venganza de Hefesto. Porque el precioso collar fue el comienzo de una
secuela de tragedias.
La primera de las victimas fue Semele. Amada por Zeus (Júpiter), fue feliz hasta que Hera (Juno), celosa
esposa del rey del Olimpo, descubrió la aventura. Sabiendo que mortal alguno sobreviviría a la visión de la
divinidad en todo su esplendor, la diosa, disfrazada de nodriza de Semele, aconsejó a la joven insistir para
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que el amante se mostrase a ella en su verdadera forma. Así lo hizo la princesa, y cuando vio ante si la
refulgente luz de Zeus, cayó envuelta en llamas.
(Harmonía lloró ese día. El corazón de Afrodita se encogió de tristeza. El mismo Ares, en medio de la
guerra, sintió que sus ojos se humedecían. Pero, el la boca del volcán, Hefesto sonrió, contento).
Semele dejó un hijo, Dioniso (Baco) que la furia de Hera ansiaba exterminar. Para preservarlo, Ino,
hermana de la infeliz princesa, lo escondió en su palacio, desafiando así la ira de la reina del Olimpo.
Cuando Hera descubrió la desobediencia, castigó a Ino y su marido Atamante con la locura, que los llevo a
cometer terribles crueldades. Atamante, trastornado, mató a su primogénito, Learco, creyendo que se
trataba de un ciervo del bosque. Ino tomó a su hijo más pequeño, Melicertes, y lo arrojó a un caldero de
agua herviente. Después se abrazó al cuerpo desfigurado y se arrojó al mar. Compadecido, Poseidón
(Neptuno), transformó a los infelices en divinidades marinas.
(Nuevamente, Harmonía lloró, enlutada. Afrodita se entristeció, y Ares detuvo los combates. Pero en el
carácter del volcán, Hefesto sonrió).
La tercera victima del collar maldito fue Agavé. Presa de locura, por el poder de Dioniso, se arrojó como
una fiera contra su propio hijo, Penteo. Y, juntamente con una multitud de mujeres enloquecidas, lo
destrozo con uñas y dientes.
(El llanto bañó las mejillas de Harmonía. Afrodita se estremeció de angustia, y el rostro de Ares se
ensombreció. Al borde del volcán, Hefesto, sonrió otra vez enigmáticamente).
La próxima sonrisa la causaría Autonoe, madre de Acteón. El joven vivía cazando en los bosques,
acompañado de fiel jauría. Hasta que un día sorprendió a la casta Artemisa bañándose en una fuente. La
diosa, enfurecida por la intromisión, transformó al intruso en ciervo, y azuzó contra él a sus propios
perros, que los destrozaron sin reconocerlo bajo su forma animal. A Autonoe no le quedó ni siquiera el
consuelo de sepultar a su hijo con las habituales honras fúnebres.
(Harmonía ya no sabía llorar. Afrodita se inquietaba por la suerte de Polidoro, que debía ser la próxima
victima. Ares se enfurecía inútilmente. Y en la boca del volcán, Hefesto continuaba sonriendo).
Polidoro, el quinto hijo, no sufrió en propia carne. Pero la maldición del collar se abatiría con toda
violencia sobre Edipo, su infortunado descendiente.
Tiempo después para ensanchar la sonrisa de Hefesto, siete jefes marcharían sobre Tebas y, en vez de
triunfos, recogerían destrucción y muerte. Todo, por causa de la posesión del collar de Harmonía.
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S Á B A D O 6 D E M A R Z O D E 2 0 1 0
MITOLOGIA -TALOS Y VULCANO-
MITOLOGIA
Talos, el invencible guardián de bronce
El rey Minos no quería forasteros en si isla. Tampoco veía de buen grado las crecientes emigraciones de sus
súbditos. En vano recomendaba a sus guardias que redoblasen la vigilancia. Los extraños seguían entrando
en Creta. Y los cretenses, partiendo.
Era preciso encontrar un portero incansable, invencible, casi un dios. Tal vez el habilidoso Hefesto
(Vulcano), consiguiese crear en su fundición el guardián que Minos quería.
El herrero se dispuso prontamente a cumplir el pedido del rey. Le gustaba inventar artificios. Apenas Minos
se alejó. Hefesto se puso a la tarea.
La obra consumía días y noches de esfuerzo y dedicación. No podía tener defecto alguno: debía ser el
guardián invencible.
Al cabo de largo tiempo, Hefesto llamó al rey de Creta y le entregó su majestuoso gigante de bronce. Su
método de ataque, explicó el dios, consistía en arrojar grandes cantidades de piedras a largas distancias.
Si las piedras no bastaban, el gigante podía encender su cuerpo metálico hasta tornarlo incandescente.
Entonces se lanzaba sobre el transgresor de las órdenes reales con todo su peso y el calor insoportable de
su bronce.
Existía, sin embargo, un problema, que ni siquiera el gran ingenio de Hefesto había podido solucionar:
quedaba en la pierna del gigante una venita, que si fuera alcanzada, provocaría la muerte del guardián.
No obstante, no seria fácil herir ese punto vulnerable, que estaba defendido por un mecanismo de
protección cerrado con llave.
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Satisfecho con la obra del dios, Minos regresó a Creta, llevándose consigo al gigante de bronce. Apenas
llegó mandó apostarlo junto a las murallas, y licenció a los guardianes humanos.
Nadie osaba enfrentar la fuerza invencible de Talos, que era el nombre del guardián metálico. Ni intrusos
ni fugitivos se aventuraban a trasponer los límites de Creta. La paz reinaba en la isla. Y el rey Minos
cuidaba del gobierno con gran tranquilidad.
Hasta que un día llego a Creta la Mujer: Madea, la hechicera. Con sus mañas y encantamientos descubrió
donde estaba la vena fatal, abrió el mecanismo que la protegía y la desgarró. Así acabó con la seguridad
de las murallas y puso término a la vida del gigante Talos, hijo u obra de Hefesto.
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S Á B A D O 2 7 D E F E B R E R O D E 2 0 1 0
MITOLOGIA -VULCANO, EL HIJO DE LA SOLEDAD-
MITOLOGIA
Vulcano, el hijo de la soledad
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Las heridas que las constantes escapadas de Zeus (Júpiter) abrían en el celoso corazón de Hera (Juno) solo
podían aliviarse con duras venganzas.
Sola en su palacio, la reina del Olimpo tramaba planes para castigar las continuas infidelidades de su
divino esposo.
Luego de largas cavilaciones, se decidió. Era preciso denunciar a los dioses el abandono en que
virtualmente la dejara Zeus. Y, para ello, nada mejor que engendrar un hijo sin que el marido participase
de la concepción. Tendría que ser una criatura bellísima como la madre y haría vibrar de emoción y
felicidad la morada de los dioses.
Pacientemente, Hera esperó que naciese el hijo de la soledad. Tan pronto como lo dio a luz lo examinó
con ansiedad y sintió dentro del pecho la más profunda decepción: el pequeño Hefesto (Vulcano) era feo y
deforme. No le alegraba el corazón, pues jamás la hermosa diosa tendría el coraje de presentar ante los
ojos de sus pares tan horrenda criatura, pero podría servirle como instrumento de venganza.
Avergonzada, tomó al niño con ambas manos y, desde lo alto del Olimpo, lo arrojo al mar.
Desde el fondo del océano, la nereida Tetis y su amiga Eurinome, vieron cuando el pequeño cuerpo se
sumergía. Corrieron a recogerlo y, con profundo cariño, lo recibieron en sus brazos. Después lo llevaron a
una caverna escondida, donde cuidaron del niño feo como si fuesen realmente sus madres.
Durante nueve años vivió Hefesto en tan cariñosa compañía, pero ya crecido, partió para seguir su destino
de dios feo y solitario, habilidoso artesano de los metales, señor del fuego y de la fragua.
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M A R T E S 9 D E F E B R E R O D E 2 0 1 0
MITOLOGIA -CALIRROE-
MITOLOGIA
La bella Calirroe muere de amor
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Repentinamente se desencadena la tempestad, afanosos, corren desordenadamente de un lado a otro,
intentando evitar que el navío se sumerja.
Pero no hay como luchar de frente contra la violenta naturaleza. Todos los esfuerzos, gritos y órdenes se
pierden en la inmensidad del océano. El navío está naufragando en las costas de Licia.
Se improvisan balsas. Hombres desesperados se arrojan al mar, tratando de vencer con la fuerza de sus
brazos el fuerte oleaje que lo arrastra.
Por fin, sobreviene la calma. Los pocos que consiguen llegar a tierra se dejan caer sobre la arena y se
duermen profundamente.
Nadie sabe que en esa región vive Lico, hijo de Ares. Es un hombre cruel: aprisiona a todo extranjero que
por azar se acerca a su morada. Y después, en honor de su padre, tortura al cautivo hasta matarlo.
Al saber del reciente naufragio, el hijo de Ares se dirige a la playa aprisionando a Diomedes, héroe griego
que regresa de la guerra de Troya.
Diomedes no puede hacer nada en su propia defensa. Está débil y fatigado. Tras largos años de lucha,
quiere solamente volver a ver el país natal, los viejos compañeros. Y ahora está encerrado en una oscura
caverna, a la espera del momento final: por decisión de Lico, será sacrificado en honor a Ares.
Los días pasan tristemente para el prisionero. Allá afuera no quedan rastros de la tempestad. El cielo es
azul, el sol brilla en todo su esplendor.
En la playa, lejos del lugar donde está preso el héroe griego, la linda Calirroe, hija de Lico se divierte
chapoteando entre la espuma.
Ella sabe lo que su padre acostumbra a hacer con los extranjeros. Y, justamente por saberlo, no consigue
entender por qué aquel hombre encadenado sigue aún con vida.
De regreso a su casa, la joven pasa por la prisión de Diomedes. Conversa con el héroe. Promete aliviar su
sufrimiento.
Más tarde, a escondidas, vuelve a la caverna con un poco de comida. Y por varios días lleva al cautivo
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alimento y consuelo.
Diomedes va recuperando sus fuerzas. Hace confidencias a la muchacha. Le cuenta episodios de la guerra
de Troya.
Calirroe siente algo extraño por aquel hombre. No consigue definir qué, pero sabe que nunca sintió nada
igual por nadie. Tal vez ni por su propio padre.
Diomedes percibe su emoción, sus miradas afectuosas, el cariño tensamente contenido. La muchacha está
enamorada.
A partir de ese descubrimiento, el héroe siente revivir sus esperanzas de libertad. El amor de Calirroe será
la llave que abrirá las puertas de su prisión.
Trémulo de impaciencia, aguarda el nuevo encuentro. Las horas pasan demasiado lentas para su inquietud.
Por fin, la joven pisa el suelo de la caverna. Y Diomedes, ansioso, le declara un amor inexistente. Promete
desposarla y llevarla a Grecia consigo, donde serán felices para siempre. Calirroe cree en sus palabras y
ayuda Diomedes a huir de la prisión.
Combinan el gran viaje para el día siguiente. Pero cuando Calirroe llega al lugar del encuentro. Diomedes
ya está en alta mar, camino de su patria.
La joven comprende que ha sido engañada. No puede soportar la idea. Desesperada, se lleva las manos a
la cabeza. Sus dedos nerviosos desordenan los cabellos, arañan el rostro y llegan al cuello. Calirroe aprieta
su garganta como si estuviera aferrando a su amor perdido. Y ese gesto le da una funesta idea: Calirroe
decide ahorcarse mientras lejos, muy lejos ya, los pensamientos de Diomedes ni siquiera la recuerdan,
ansiosos de volver a su tierra y a su mujer, quien, en esos momentos, lo está traicionando con otro.
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L U N E S 8 D E F E B R E R O D E 2 0 1 0
MITOLOGIA -MARTE ES JUZGADO POR LOS DIOSES-
MITOLOGIA
Marte es juzgado por los dioses
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Cerca de la fuente de Asklepiós (Asclepio o Esculapio, dios de la medicina), en Atenas, el dios de la guerra
pasea despreocupado, gozando de la calma belleza del paisaje.
De repente, gritos de pavor hieren sus oídos y detienen su caminata. Sus ojos buscan rápidamente en
derrededor y se encuentran con una escena violenta.
Corriendo por la rivera, una joven huye de un mozo que intenta alcanzarla. Tiene las ropas parcialmente
desgarradas y el terror estampado en su bello rostro. Las manos se mueven y golpean, trémulas,
intentando defender la pureza amenazada. Sus pedidos de socorro silencian el canto de los pájaros.
Ares interviene prontamente. Rápido y preciso, sujeta a la muchacha y la defiende con su cuerpo.
Al verlo, el perseguidor se detiene, perplejo. No sabe que hacer. Todavía está jadeante de deseo, pero
ahora también tiene miedo.
Frente a él, crispado de cólera, Ares lanza un grito de guerra y ataca.
La sangre corre como un pequeño rio. Pero el agua de la fuente continua manando suavemente, como si
nada ocurriera.
Los ojos de la muchacha lloran horrorizados ante tanta violencia. Ella quiere olvidar la terrible escena. El
dios la saca de allí.
“Así sucedió” –relata Ares-. Y los inmortales escuchan atentamente sus palabras. Por primera vez todas las
divinidades del Olimpo están juzgando un homicidio.
Poseidón (Neptuno) apenas puede contener su irritación: el joven muerto cerca de la fuente era
Halirrotio, su hijo. Si se hubiese vengado personalmente de la afrenta sufrida –piensa el dios de los mares-
la cosa estaría resuelta. Pero, por lo contrario, resolvió conducirse de manera racional y convocó a las
divinidades para juzgar el crimen cometido por el señor de la guerra.
Ares se defiende con elocuencia. Actuó en legitima defensa, porque, después de todo, la joven que huía
asustada de aquel loco enfurecido por el deseo era –Ares se había dado cuenta cuando se acercaba- nada
menos que Alcipe, su hija.
Los murmullos se elevan de todos lados. Los dioses intercambian opiniones. Pasan unos instantes
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angustiosos. Hasta que se anuncia el veredicto final: Ares es inocente.
Poco a poco los inmortales se retiran. En la colina de Atenas donde se desarrolló el juicio solo quedan los
ecos de las palabras. Por haber recibido a Ares, en un momento de angustia, como acusado en un juicio
criminal, el lugar pasó a llamarse Colina o Distrito de jueces: en griego, Areópago.
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V I E R N E S 5 D E F E B R E R O D E 2 0 1 0
MITOLOGIA -MARTE, VENUS Y VULCANO-
MITOLOGIA
MARTE, VENUS Y VULCANO
Marte y Venus en la red de la venganza
Las mujeres que osaban rechazar su amor terminaban siendo violadas brutalmente. Porque él perseguía
ninfas con la misma furia devastadora que empleaba en la batalla. Partía para la conquista amorosa como
si marchase a una campaña militar: confiando en su fuerza.
Con Afrodita fue diferente. Para obtener su amor, Ares abandono las actitudes brutales. Se aproximó
ofreciéndole su cuerpo perfecto, como un desafío a la capacidad amorosa de la bella diosa. Le dijo
palabras de afecto. La colmó de ricos presentes. La amistad entre ambos fue aumentando cada día, hasta
que se dieron cuenta de que estaban enamorados. Hicieron planes y elaboraron ideas para unirse en el
amor.
Mientras Hefesto, el deforme marido de Afrodita, trabajaba la noche entera en la forja. Ares visitaba
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clandestinamente a la sensual amante.
Se sentían felices. Solamente una cosa podía estropear la aventura: Helios, el Sol, una divinidad a la que
no le gustaban los secretos.
Ares trató de tomar todas las precauciones posibles para no ser descubierto por el Sol. Cada vez que iba al
encuentro de la amada, llevaba al joven Alectrión, su confidente, mientras se deleitaba en los brazos de
Afrodita, el amigo vigilaba la puerta del palacio con la misión de advertirle el momento que comenzaba a
aparecer el Sol.
Una noche el fiel guardián, exhausto y aburrido, se adormeció. Ares y Afrodita se amaban, mientras tanto,
intensamente, olvidados de las preocupaciones.
El día amaneció claro y hermoso. El Sol despunto y sorprendió a los amantes, que dormían abrazados.
Indignado por la traición a Hefesto, Helios salió en busca del deforme herrero y le contó lo que había
visto.
Hefesto dejo caer el hierro que forjaba. Sintió que las fuerzas le faltaban. Agradeció al Sol la verdad.
Estaba avergonzado y humillado por el acontecimiento.
Y pensó que la fea acción no podía quedar sin venganza. Después de mucho reflexionar, el armero divino
tuvo una idea y se puso a trabajar. Con finísimos hilos de oro confeccionó una red invisible, pero tan
fuerte y resistente que ningún hombre (ni ningún dios) pudiera romperla.
Cuando termino su obra fue al encuentro de su esposa. Ocultando su odio y su tristeza.
Armó disimuladamente la red en el lecho manchado por la deshonra y dijo a Afrodita que debía ausentarse
por algunos días. Sin más explicaciones, se despidió y partió.
Ares, que lo espiaba todo, apenas vio alejarse a Hefesto corrió a la casa de su amante. Sin contener su
deseo, apenas vio a Afrodita le dijo: “Ven querida, al lecho: gran placer es el amor. Hefesto está de viaje,
según creo, camino a Lemnos”.
Se acostaron felices y no se dieron cuenta de que estaban aprisionados por la ingeniosa red construida por
el esposo traicionado.
En ese instante, Hefesto, que había fingido alejarse, retorna y sorprende a los amantes, presos en la trama
de oro.
Nunca sintió tanta vergüenza y tan intenso odio. Parado en el umbral de la puerta, llama la atención de
los otros olímpicos: “Zeus padre y todos los restantes dioses bienaventurados e inmortales, venid aquí a
presenciar una escena ridícula y monstruosa: por ser yo cojo, Afrodita, hija de Zeus, me cubre
continuamente de deshonra; ama a Ares, el destructor, porque es hermoso tiene las piernas derechas,
mientras que yo soy defectuoso de nacimiento. Pero la culpa no es mía, sino de mis padres, que habrían
hecho mejor si no me hubieran engendrado. Venid a ver este lamentable espectáculo, y como se fueron a
dormir, en brazos uno del otro, en mi propio lecho. Pero por mucho que se amen, no creo que deseen
quedar así acostados. Pronto querrán levantarse, pero mi trampa, mi red, los retendrá cautivos, hasta que
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el padre de ella devuelva todos los presentes que le di por su imprudente hija. Hermosa es, pero no tiene
decencia porque no domina sus raptos pasionales”.
De no mediar Apolo, tal vez nunca habrían sido libertados los amantes. Hefesto acabó aceptando las
palabras conciliadoras del dios y los soltó. Afrodita, avergonzada, se retiró a Chipre, su isla predilecta. Y
Ares se fue a Tracia, para tratar de olvidar la ridícula situación sufrida en medio de los ardores de la
guerra.
Pero, antes de partir, castigó a su amigo Alectrión, que por olvidar su deber provocara la situación: lo
transformó en gallo (en griego, Alektryón: gallo), condenándolo a advertir para siempre a los hombres la
salida del Sol.
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J U E V E S 4 D E F E B R E R O D E 2 0 1 0
MITOLOGIA -MARTE, EN LA SENDA DE LA DESTRUCCION-
MITOLOGIA
Marte, en la senda de la destrucción
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Los ejércitos están listos. El silencio se va apoderando de todo. No existe ya la noción del tiempo. Los
combatientes se han olvidado del pasado y tampoco consiguen soñar con un nuevo mañana. Todo se ha
vuelto efímero, en presencia de la muerte.
Súbitamente aparece él. El campo de batalla es su reino; la lucha con los soldados es su placer; la sangre
derramada, su triunfo.
Tiene el cuerpo grande y perfecto. Las manos y los brazos son muy fuertes. Cabellos espesos y largos
adornan su rostro. Viste una armadura forjada por Hefesto (Vulcano), el armero de los dioses. Usa casco y
lleva pesada lanza, a tiempo que se protege con enorme escudo.
Salta de su carro, que arrastran fogosos caballos, y se mezcla con los demás guerreros. Pero no defiende
un ideal. No tiene amigos ni enemigos. No es partidario de la justicia, porque no respeta las leyes. No
protege al valiente ni al cobarde. Reparte golpes al acaso.
Su grito de guerra resuena como un rugido que hace temblar hasta a los más valientes soldados.
Quieta, endurecida y silenciosa, la naturaleza aguarda la destrucción que él siembra a cada paso.
Es Marte (Ares), dios de la guerra, hijo del gran Júpiter (Zeus) y de majestuosa Juno (Hera).
Algún día, todo será nuevamente reconstruido. Flores, plantas y pájaros volverán a revivir en la antigua
morada. Mientras no regrese Marte. Y con él, la destrucción.
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S Á B A D O 2 3 D E E N E R O D E 2 0 1 0
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MITOLOGIA -EROS Y PSIQUIS-
MITOLOGIA
Eros y Psiquis
Eros (el Amor) herido por sus propias saetas
Ya casi nadie frecuentaba el templo de Afrodita para rendir culto a la divina Belleza. Pero, mientras el
santuario se iba convirtiendo poco a poco en ruina, de todas partes llegaban a la ciudad los peregrinos que
iban a admirar la extraordinaria hermosura de una simple mortal: la princesa Psiquis (gr. Psyjé: Alma).
Menospreciada por los hombres –que preferían rendir homenaje a una beldad humana- Afrodita se
encolerizó. Y, para vengarse, pide a su hijo Eros (Cupido) que use sus flechas encantadas y haga que
Psiquis se enamore de la criatura más despreciable del mundo.
Eros parte para cumplir su misión. Pero la belleza de la mortal era tan grande que tuvo el poder de
deslumbrar hasta a su corazón divino. Al verla, fue como si Eros hubiera sido traspasado por una de sus
propias flechas. Victima del encantamiento en que enredaba a dioses y mortales, el dios se hirió de amor.
Enamorado, no dijo nada a su madre; se limito a convencerla de que, finalmente estaba libre de su rival.
Al mismo tiempo que oculta sus sentimientos, hace a Psiquis inalcanzable a los amores terrenos. Aunque
todos los hombres la admiren, ninguno se enamora de ella. Contemplan extasiados su belleza, que ahora
parece aureolada de distancia e inalcanzable, pero eligen a las hermanas de la princesa, quienes, a pesar
de ser infinitamente menos bellas, se casan pronto con reyes. Psiquis, amada por Eros, permanece sola.
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Psiquis y el amor vedado
La soledad de Psiquis preocupaba y entristecía a sus padres, que querían verla bien casada, como sus
hermanas. Y así decidieron ir a consultar al oráculo de Apolo. A fin de solicitarle orientación y ayuda.
Pero Eros también había acudido a Apolo y lo había echo su aliado en la conquista amorosa. Y, para
auxiliar a su compañero del Olimpo, el dios de la luminosidad ordenó por el oráculo a los padres de la
princesa que la vistieran con ropas nupciales y la condujesen a lo alto de determinada colina; allí, una
serpiente alada y pavorosa, más fuerte que los propios dioses, iría a convertirla en su mujer.
La revelación del oráculo era terrible. La bella Psiquis parecía tener reservado un destino horroroso.
Aunque desesperados, el rey y la reina no podían sino cumplir con lo que le había sido ordenado. Y como si
la preparasen para sus funerales, entre lamentos y llantos, vistieron a su hija para las bodas y la llevaron a
la colina.
Dejada sola, la hermosa princesa aguarda valientemente que se cumpla su triste destino. Exhausta por la
prolongada y tensa espera se duerme. Y hasta ella llega la suave brisa de Céfiro (el dios-viento del Oeste),
que la arrebata, transportándola dormida a una planicie cubierta de flores. Cerca corren las aguas claras
de un arroyo. Más adelante se levanta un magnifico castillo.
Al despertar, encantada con el deslumbrante escenario, Psiquis oye una voz que la invita a entrar en el
castillo, a bañarse y después a comer. Atravesando corredores y salas, no encuentra a nadie. Y, sin
embargo, se siente como si estuviera siendo observada.
Durante la comida, la envuelve suave música, pero continúa sin ver a nadie. Está aparentemente sola en el
espléndido palacio. En su fuero íntimo, sin embargo, presiente que, al caer la noche, llegará el esposo que
le fuera prometido, la temible serpiente alada.
Y realmente, al anochecer, protegido por la oscuridad, Eros se aproxima a ella. Psiquis no le puede ver el
rostro; sin embargo, ya no la aflige temor alguno, alejado por las palabras apasionadas y las ardientes
caricias del dios.
Psiquis restablece lazos terrenales
Durante algún tiempo Psiquis se entregó a ese amante vedado, que la visitaba oculto por las sombras de la
noche.
En una de esas visitas nocturnas, evidenciando señales de preocupación, Eros le hizo una advertencia: que
se precaviese contra la desgracia que sus hermanas le podrían acarrear. Estas, le reveló, estaban junto a
la colina donde había sido dejada y la lloraban.
Pero Psiquis no debía dejarse conmover por sus lágrimas. Al contrario –dijo Eros-, era necesario que no se
dejara ver por sus hermanas. Del mismo modo –agregó-, para evitar la desgracia, no debería intentar
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jamás ver el rostro del amado.
La princesa prometió ambas cosas, pero se vio embargar por la tristeza de no poder ver ni consolar a sus
hermanas, que la creían desgraciada junto a un monstruo terrible. Y tanto lloró y pidió, que Eros
finalmente consintió en la visita de las jóvenes. Sin embargo, aclaró: acercándose nuevamente a ellas,
Psiquis estaba reanudando lazos terrenales y forjando su propio sufrimiento. Después le hizo prometer
nuevamente lo más importante de todo: no intentaría ver su rostro.
Al día siguiente, Céfiro llevó a palacio a las hermanas de Psiquis. Al principio, sólo hubo la alegría del
reencuentro. A las preguntas de las jóvenes sobre el marido, sin embargo, la amada de Eros respondió
exclusivamente con evasivas. Dijo sólo que el dueño de tan maravilloso castillo era joven y bello, y que se
había ausentado para asistir a una casería.
Pronto el sentimiento de las hermanas para con Psiquis fue cambiando. Antes, la lloraban imaginándola
desgraciada; después, partieron envidiosas de su felicidad. Y la envidia es mala consejera.
El Amor no vive sin confianza
Atendiendo a los insistentes ruegos de su amada, Eros permitió que las dos hermanas de Psiquis retornaran
al castillo. A partir de esa vez, movida por la envidia, astutamente hicieron que la desconfianza se
insinuase en el corazón de la princesa. Se habían dado cuenta, por las reticencias y contradicciones que
tenían sus palabras, que ella no sabia quien era su marido, al que ni siquiera había visto el rostro. ¿Cómo
podía estar segura de que no se trataba del monstruo descrito por el oráculo de Apolo? Y si realmente era
hermoso y joven, ¿Por qué se ocultaba siempre en las sombras de la noche?
Psiquis acabó, así, minada por la duda y el miedo. Aceptó finalmente el consejo de sus hermanas, larga y
maliciosamente planeado. Debía preparar una lámpara y un cuchillo afilado. Con la primera, explicaron las
muchachas, debía intentar ver el rostro del esposo, con el segundo, matarlo si era un monstruo.
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Durante todo el día Psiquis se debatió entre la incertidumbre y el temor. Amaba a su marido, con quien
fuera feliz hasta ese momento; pero, ¿y si él pretendiese asesinarla? Sólo había una manera de aplacar las
dudas que le asaltaban desde que oyera las advertencias de las hermanas: ver el rostro del amado y
descubrir si era o no el terrible monstruo de que hablara el oráculo.
Por la noche regresa Eros, ardiente y apasionado como siempre. Mientras se entrega a sus arrebatos
amorosos, Psiquis olvida el propio miedo y la duda. Pero, en cuanto Eros se duerme, la incertidumbre a
afligirle el corazón. Silenciosamente, va a buscar la lámpara e ilumina el rostro del esposo. Y se detiene
deslumbrada: no es un monstruo; al contrario, es el ser más hermoso que jamás ha podido existir.
Emocionada y arrepentida, la joven cae de rodillas. Sin querer, sin embargo, derrama una gota del aceite
caliente de la lámpara sobre el hombro del amado. Este despierta sobresaltado y se da cuenta de lo
sucedido. Su hermoso rostro se cubre de profunda tristeza. Y, sin decir palabra, Eros se va.
Psiquis intenta alcanzarlo en medio de las tinieblas de la noche. Es inútil. Sólo oye una voz que a lo lejos
le reprocha tristemente: “El amor no puede vivir sin confianza”.
Abandonada y desesperada, la hermosa Psiquis se echa a recorrer el mundo en busca de su amor perdido.
Psiquis en busca del Amor perdido
Eros regreso junto a su madre y le pidió que le curase la herida del hombro. Pero cuando le contó lo
sucedido, Afrodita se enfureció. Comprendiendo que había sido engañada por su propio hijo –y todo por
aquella simple mortal, causa de sus celos- alimentó desde entonces un solo pensamiento: encontrar a su
rival y castigarla.
La infeliz princesa vagó de templo en templo, pidiendo el auxilio de todos los dioses, rogándoles a que le
ayudaran a recuperar su amor perdido. Pero todos, temiendo la furia de Afrodita, se negaron a ayudarla.
Como último recurso, Psiquis decidió acudir a la presencia de la propia Afrodita, en la esperanza de que
Eros se encontrara en su compañía. Pero junto a la diosa no encontró sino burlas y la imposición de una
serie de pruebas humillantes.
La primera tarea que le ordenó Afrodita consistía en separar, antes de la noche, una cantidad inmensa de
granos pequeños de diversa especie. Parecía imposible cumplirla en el plazo establecido. Pero tan grande
era el sufrimiento de Psiquis, y tan angustiado su llanto, que despertó la compasión de las hormigas del
lugar. Las que en muchedumbres sucesivas cargaron todos los granos y, separándolos por especies, los
juntaron en varios montículos.
Llegada la noche, Afrodita se encontró con el trabajo terminado y se irritó todavía más. Ordenó entonces
a Psiquis que se acostara a dormir en el suelo, y por alimento sólo le dio un mendrugo seco. Espera
destruir a la belleza de la mortal que le avía alejado el culto y la admiración de los hombres.
Por otra parte, la diosa cuidó de que Eros permaneciese encerrado en sus aposentos conde convalecía de
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su quemadura. Temiendo que, volviendo a ver a la amada. Él se dejaría seducir nuevamente por sus
encantos.
Psiquis viaja a los infiernos
A la mañana siguiente, una nueva y peligrosa tarea aguardaba a Psiquis. Debía ir a un valle dividido por un
arroyo, y allí esquilar los carneros que pastaban en el lugar. La lana de esos carneros era de oro y la
caprichosa Afrodita quería para si un poco de ella.
Tras mucho caminar, la joven llegó al lugar indicado por la diosa. Por el cansancio y la desesperación
hasta pensó en ahogarse en el arroyo y terminar así de una vez su sufrimiento. En ese instante de
vacilación entre su intención y la muerte, se dejó oír una voz, proveniente de los juncos de la ribera del
arroyo. La voz le traía consuelo y orientación: no era necesario enfrentarse con los carneros para tratar de
esquilarlos; bastaban que esperar que saliesen de los bosquecillos de arbustos para ir a beber; en las
espinas quedarían presas hebras de lana, que seria fácil recoger. Psiquis siguió el consejo de la voz y así
los hizo.
Pero, al recibir la lana dorada, Afrodita no se dio por satisfecha. Alegando que seguramente la princesa
había sido ayudada en la ejecución de su tarea, le encargó un nuevo trabajo. Tenía que subir a la cascada
que provenía del nacimiento del rio Estigia y traerle un frasco de esa agua oscura.
Las piedras cercanas a la cascada eran escarpadas y resbaladizas, y la caída del agua extremadamente
violenta. Imposible satisfacer la exigencia de Afrodita. Sólo pudiendo volar realizaría Psiquis la tarea.
Estaba ya dispuesta desistir, cuando de las alturas descendió un águila que le tomó de entre las manos el
frasco, voló hasta la fuente y recogió en el frasco una cantidad suficiente del líquido negro.
Pero el agua del Estigia tampoco sació la sed de venganza de Afrodita. Y, así, ordenó a Psiquis que
ejecutara otra difícil tarea: ir al Hades (Infiernos) a persuadir a Perséfone (Proserpina) de que pusiera en
una caja, mágicamente, un poco de su belleza. Como pretexto, diría a la reina de los Infiernos que
Afrodita necesitaba de esa belleza para recuperarse de las largas vigilias que había pasado a la cabecera
del hijo enfermo.
Psiquis partió, buscando el camino de los Infiernos. Ya había caminado mucho y se encontraba perdida,
cuando una torre, apiadada de su aflicción, se ofreció a ayudarla.
Minuciosamente le describió todo el itinerario que llevaba al reino de Perséfone, donde vagaban las
sombras de los muertos en fúnebre cortejo. Psiquis debía recorrer un largo túnel, en cuyo término
encontraría el rio de la muerte. Para atravesarlo tenía que pagar un óbolo al barquero Caronte, que la
conduciría a la otra orilla. Entonces seguiría el camino que llevaba directamente al palacio de Perséfone.
Ante el portón del oscuro edificio encontraría a Cerbero, vigilante perro de múltiples cabezas, cuya
ferocidad debía ablandas ofreciéndole un bollo.
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Psiquis hizo lo que la torre le indicó, y así consiguió llegar a la presencia de Perséfone. De buen grado la
reina de los muertos atendió el pedido de la joven, a la que entregó la caja solicitada por Afrodita.
El regreso le resultó a Psiquis más fácil. En sus manos transportaba el fruto de la misión cumplida, pero
todavía estaba lejos la hora en que recuperaría el amor.
Eros y Psiquis, unidos para siempre
La próxima prueba por la que habría de pasar Psiquis no le fue impuesta por los celos de Afrodita, sino por
su propia vanidad. Temiendo que los sufrimientos y tribulaciones la hubieran afeado, creyó no parecer
atrayente a los ojos de Eros el día que volviese a encontrarlo. Quizá en la caja de Perséfone estuviera la
belleza perdida. La tentación era grande. Y Psiquis no resistió: en mitad del camino abrió la caja. Para su
sorpresa, no encontró nada. Pero la acometió tal sueño que cayó dormida allí mismo, como si estuviera
bañada por la belleza de la muerte.
Mientras dormía inerte en medio del campo, Eros, curado de su herida, abandonaba la mansión materna
burlando la estrecha vigilancia de Afrodita, y salía por el mundo en busca de su amada. Vagó por todas
partes, hasta que, finalmente, la halló acostada a la intemperie. Aprisiono al Sueño que pesadamente le
cerraba los ojos, y lo volvió a poner en la caja. Con gran suavidad la amonestó por la curiosidad que le
hiciera destapar la caja y, después, le mandó que le entregara a Afrodita, actuando como si nada hubiese
ocurrido.
Las pruebas de Psiquis habían llegado a su fin. Para tener la certeza de que nada más le acontecería a su
amada. Eros se dirigió al Olimpo y pidió a Zeus (Júpiter) que lo uniese en matrimonio con la bella joven.
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El soberano de los dioses recordó en esa ocasión cuantos momentos desagradables había vivido por causa
de Eros. Pero, a pesar de ello, resolvió complacerlo. Reunió a los dioses en asamblea y declaró que Eros y
Psiquis deseaban casarse. Para lo cual, sin embargo, era necesario que la princesa recibiese el privilegio
de la inmortalidad. Hermes (Mercurio) el mensajero del Olimpo fue a buscar a Psiquis y la presentó a los
dioses. El mismo Zeus le dio de comer la ambrosía que le confirió inmortalidad. Luego la declaró
oficialmente esposa de Eros.
Los celos de Afrodita se volvieron impotentes. Psiquis ahora era inmortal y estaba unida a Eros para
siempre. Nada podía separarlos, Y de esa unión nació Volupia.
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