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EL PÉNDULO DE LA MODERNIDAD 1 El bicentenario de la Revolución Francesa produjo un raro ejemplo de «falsa conciencia». El mejor intérprete del gran acon- tecimiento, Francois Furet, quien integró con éxito la tradición prerrevolucionaria y la revolucionaria en el contexto de la política moderna, declaró que el proyecto de 1789 había sido consumado hacía tiempo. Furet afirmó que la revolución política ya no tiene cabida en la estructura de la modernidad. Los que ali- mentan dichas ideas o juegan al «teatro revolucionario» o traman conspiraciones totalitarias. Pero las fanfarrias de la ceremonia apenas habían dejado de sonar cuando las revoluciones de la Europa del Este se presentaron clamorosamente, ofreciendo la continuación y la consumación de 1789. Y el polvo levantado por el tumulto se asentó sólo con la aún frágil victoria de la naciente democracia rusa (o «soviética») frente al golpe neoestalinista. Durante los años 1989 a 1991 ha quedado patente que la modernidad tenía que subir un peldaño más para poder establecer el marco necesario para la resolución de sus asuntos. En la última ola de revoluciones políticas tuvo que romper su camisa de fuerza, la asfixiante estructura de una revolución social totalitaria muerta hace tiempo, su propio fruto, para llegar a conseguir sus propios fines. Muy bien pudiera ser el caso, como de nuevo sostiene Furet (por lo que Dahrendorf le criticó), de que las revoluciones de 1989-1991 no hayan generado un solo nuevo principio para el establecimiento político de una modernidad «madura». Existe una cantidad limitada de auténticos principios políticos, y a veces se necesitan milenios para encontrar unos nuevos. Sin embargo, de seguir las cosas como están, ello no ocurrirá ciertamente después de 1989-1991. A través de las revoluciones de la Europa del Este, la modernidad ha alcanzado un relativo punto de Arquímedes desde el que será posible evaluar su propio pasado, el curso que ha seguido hasta el momento, al igual que sus posibilidades para el futuro. Pero con todas estas condiciones, la interpretación de la modernidad desde la posición ventajosa -relativamente ar- quimediana- del fin del totalitarismo y de la reanudación de la tradición de 1789 da lugar a preguntas inteligentes. Podemos preguntarnos: ¿fue realmente el totalitarismo fruto de la moder- nidad o fue una explosión de lo retrógrado, lo atávico que hay en nosotros? Si era un sistema moderno, ¿existe una inestabilidad 1 Heller, Agnes. El péndulo de la modernidad 1

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El pndulo de la modernidad

EL PNDULO DE LA MODERNIDAD

El bicentenario de la Revolucin Francesa produjo un raro ejemplo de falsa conciencia. El mejor intrprete del gran acontecimiento, Francois Furet, quien integr con xito la tradicin prerrevolucionaria y la revolucionaria en el contexto de la poltica moderna, declar que el proyecto de 1789 haba sido consumado haca tiempo. Furet afirm que la revolucin poltica ya no tiene cabida en la estructura de la modernidad. Los que alimentan dichas ideas o juegan al teatro revolucionario o traman conspiraciones totalitarias. Pero las fanfarrias de la ceremonia apenas haban dejado de sonar cuando las revoluciones de la Europa del Este se presentaron clamorosamente, ofreciendo la continuacin y la consumacin de 1789. Y el polvo levantado por el tumulto se asent slo con la an frgil victoria de la naciente democracia rusa (o sovitica) frente al golpe neoestalinista. Durante los aos 1989 a 1991 ha quedado patente que la modernidad tena que subir un peldao ms para poder establecer el marco necesario para la resolucin de sus asuntos. En la ltima ola de revoluciones polticas tuvo que romper su camisa de fuerza, la asfixiante estructura de una revolucin social totalitaria muerta hace tiempo, su propio fruto, para llegar a conseguir sus propios fines.

Muy bien pudiera ser el caso, como de nuevo sostiene Furet (por lo que Dahrendorf le critic), de que las revoluciones de 19891991 no hayan generado un solo nuevo principio para el establecimiento poltico de una modernidad madura. Existe una cantidad limitada de autnticos principios polticos, y a veces se necesitan milenios para encontrar unos nuevos. Sin embargo, de seguir las cosas como estn, ello no ocurrir ciertamente despus de 19891991. A travs de las revoluciones de la Europa del Este, la modernidad ha alcanzado un relativo punto de Arqumedes desde el que ser posible evaluar su propio pasado, el curso que ha seguido hasta el momento, al igual que sus posibilidades para el futuro.

Pero con todas estas condiciones, la interpretacin de la modernidad desde la posicin ventajosa relativamente arquimediana del fin del totalitarismo y de la reanudacin de la tradicin de 1789 da lugar a preguntas inteligentes. Podemos preguntarnos: fue realmente el totalitarismo fruto de la modernidad o fue una explosin de lo retrgrado, lo atvico que hay en nosotros? Si era un sistema moderno, existe una inestabilidad intrnseca en el orden moderno que lo ha hecho posible? Hay en la modernidad vlvulas de seguridad que puedan bloquear la reaparicin del totalitarismo? Puede la modernidad mantener sus promesas inherentes en la declaracin de 1789, sin tener que recurrir a la teora y a la prctica de un radicalismo que amenaza con cruzar el horizonte y lanzarse al abismo? Si esto no es posible, es entonces la modernidad un proyecto distorsionado o fragmentado que slo se enga a s mismo con la gran idea de un progreso y una armona universales? Puede sobrevivir la modernidad? Nuestras respuestas estn contenidas en la metfora del pndulo de la modernidad. Viendo el pndulo oscilar de un lado a otro, nos esforzamos por dar respuestas relevantes por lo menos a algunas de esas preguntas.

1. La modernidadLa yuxtaposicin moderno/premoderno parece seguir la arquetpica dicotoma de helnico frente a brbaro o cristiano frente a pagano. Los que hablan toman la postura de su propio mundo, y lo definen frente al de los Otros. Las yuxtaposiciones de este tipo son condiciones mnimas de autoconocimiento. Una personalidad se identifica por ser distinguible; es distinguible por ser definida (determinada) como algo que el Otro no es. Como Luhmann dira, hacer una distincin es el inicio de la constitucin de un sistema contra el oscuro teln de foro de un ambiente. Sin hacer la distincin original, nunca podramos asumir la posicin de observador. No necesitamos estar de acuerdo con una teora de sistemas para llegar a conclusiones similares.

Los modernos entienden su mundo como algo esencialmente diferente de todos los mundos premodernos, independientemente de si consideran el mundo moderno superior o ms bien inferior al premoderno, y de que, en definitiva, juzguen a ambos inconmensurables. Se supone que las diferencias son histricas, culturales y estructurales, pero sin afirmar claramente, o dar por supuesta, la identificacin con el mundo de los que hablan.

Histrico puede significar simplemente temporalizado: existe un antes y un despus. Dado que la modernidad (por definicin) lleg despus de la premodernidad, el uso del propio trmino presupone un pensamiento histrico. El nacimiento del orden moderno se supone que seala el final del orden anterior (premoderno), sin posibilidad alguna de retorno a su vieja forma. Pensar en trminos de antes y despus no es algo nuevo. Todas las historias del Gnesis lo ponen de manifiesto. Sin embargo, el judasmo (y el cristianismo) introdujeron un elemento sin precedentes en este modelo: era el mundo del que habla el que afloraba no slo como una nueva etapa en la historia (divina), sino tambin como una etapa esencialmente diferente y superior. Las primeras historias significativas sobre la aparicin de la modernidad siguieron este modelo judocristiano: se deca que la ltima etapa era la mejor, incluso la que traa la salvacin. stas eran (son) las grandes narrativas.

Se deber establecer aqu una conexin necesaria entre lo premoderno y lo moderno, bien en trminos puramente teleolgicos, o bien en trminos de determinacin causal (en este caso: una forma oculta de teleologa). Como una consecuencia, hemos de configurar el concepto universal de la Historia y atribuirle una dynamis. La historia es un actor metafsico que (quien) como dynarnis trae consigo en su ser inicial, su propia perfeccin, su fin y su propsito. Pero la asuncin de que lo premoderno es la condicin de lo moderno no afirma nada sobre su conexin y no detecta un telos oculto en las entraas del pasado. Es posible suponer que numerosos factores contingentes contribuyeron a la aparicin de la modernidad; poda haber aparecido antes, despus o nunca. Pero desde que hizo su aparicin, tenemos el derecho de buscar pistas que nos indiquen su posible aparicin y sus repetidos fracasos reales en tiempos anteriores. Como contingente, nuestra historia no tiene ningn propsito; no es ni el heraldo de la salvacin, ni el precursor de la cada. No puede encontrarse en ella ningn proyecto divino. El futuro sigue siendo desconocido, es ms, est sin decidir.

En las grandes narrativas tradicionales, el universalismo era visto como una de las mayores manifestaciones del venidero o recin alcanzado final de la historia. Los filsofos vean a toda la raza humana reunindose bajo el mismo cielo, y entendieron el pasado de todas las gentes y culturas desde esa posicin ventajosa como una larga preparacin para este resultado final. Se supona que todas la particularidades se agostaban (por ejemplo, en Marx) o llegaban a ser negadas (por ejemplo, en Hegel). ste era un concepto de universalismo fuertemente normativo. Nuestro concepto del universalismo es emprico. No es una idea ni una manifestacin de superioridad: simplemente hemos observado que el orden social moderno se asienta en todas las partes del mundo, y que los reductos del orden premoderno van disminuyendo con rapidez. Por lo tanto, universalismo emprico simplemente significa en todas las partes de nuestro mundo.

La indagacin sobre el carcter de la modernidad que a continuacin nos ocupa se lleva a cabo con el espritu de un escepticismo limitado. Los autores no creen que el enigma de la historia puede ser resuelto o, a este respecto, que tan siquiera exista dicho enigma. Reconocen el poder de la contingencia en dos interpretaciones (diferentes) del trmino poder. Como un poder, la contingencia frustra nuestras intenciones, ridiculiza nuestros sueos o los lleva a cabo milagrosamente. La contingencia tambin nos da poder para empezar: para comenzar y para introducir algo nuevo en el mundo, ya sea para mejor o para peor. Es ms, el escepticismo limitado reconoce la inescrutabilidad del mundo moderno al igual que su falta de transparencia reforzada por la diversidad de las perspectivas de su examen. La vieja dialctica socrtica de cuanto ms s, ms s que no s nada, tiene su apogeo en la modernidad. Pero esta dialctica nunca evit a ninguna persona seria y curiosa aspirar al conocimiento y al autoconocimiento. Si el pensar en la modernidad otorga un conocimiento digno de crdito es algo que puede seguir siendo un asunto pendiente. Pero si necesitamos o no pensar en las condiciones de nuestras vidas no es un asunto pendiente, ya que incluso deseamos este tipo de pensamientos. Finalmente, mientras que puede decirse muy poco sobre la contingencia, algo preciso puede decirse sobre las regularidades, las repeticiones, las conexiones habituales, todas esas cosas ante cuyo teln de foro ocurren los acontecimientos contingentes. A continuacin se tratarn dichos temas.

a. La dinmica de la modernidad

Distingamos entre la dinmica de la modernidad por un lado y el orden social moderno por otro. La modernidad necesita de ambos para salir adelante.

En los lugares en los que la modernidad se desarroll de forma natural, a travs del mtodo de tanteo, la dinmica de la modernidad apareci antes que el orden social moderno; la primera facilit el camino al segundo. En general, esta dinmica continu funcionando despus de que el nuevo orden ya se hubiera establecido. Pero en el siglo xix, y particularmente en el siglo xx, el orden social moderno demostr tener tanto xito que la gente empez a trasplantarlo a territorios donde la dinmica de la modernidad no haba hecho an su aparicin. Con independencia de si fue un trasplante voluntario o forzado, la ausencia total de tal dinmica (o su funcionamiento meramente intermitente) ha mantenido al orden moderno en un estado inestable en todas las regiones en las que, en comparacin con su modelo, tena un carcter distorsionado.

La dialctica es la dinmica de la modernidad. El trmino dialctica se utiliza aqu tanto en el sentido socrtico/platnico como en el hegeliano; ambos estn fundidos en este contexto.

Los modernos no reconocen lmites, los trascienden. Desafan la legitimidad de las instituciones, las critican y las rechazan; lo cuestionan todo y, al hacerlo, no destruyen, sino que ms bien mantienen el orden moderno. Los actos que en una ocasin fueron letales para todos los rdenes premodernos, mantienen con vida el orden moderno. La dinmica de la modernidad puede denominarse un juego, ya que tiene ciertas reglas, aunque no son rgidas. Los jugadores son lo nuevo y lo viejo. La dinmica de la modernidad es histrica; los participantes en el juego son gentes con una mentalidad eminentemente historicista. En general, la institucin existente es atacada desde el punto de vista de otra imaginaria (el futuro) y es transformada as en una institucin vieja; en la terminologa de Hegel, deviene positiva. Pero a veces (y sta es la tctica romntica) uno toma la posicin de una institucin ya desaparecida (ms antigua) contra la existente (ms nueva). Cuando ms se acepta el orden moderno, ms se asociar lo nuevo con lo mejor. En el caso de las instituciones, mejor puede significar ms eficiente o ms justa o ambas cosas.

La principal empresa de la dinmica de la modernidad es la justicia dinmica. En contraste con la justicia esttica, la justicia dinmica no trata de la aplicacin de los mismos criterios a todos y cada uno a los que se les aplican, consistente y continuamente, sino poniendo en duda y comprobando los propios criterios, ya sean normas o reglas. La justicia se reivindica de forma dinmica en la siguiente afirmacin: Este (orden) es injusto debera ser reemplazado por otro alternativo, que fuera ms justo o perfectamente justo. Si alguien rechaza una institucin por injusta, tambin tiene que recomendar soluciones institucionales alternativas, o de lo contrario no cumplira con su deber de participar en el juego lingstico de la justicia dinmica. Tambin se requiere que aquel que hace tal reivindicacin tenga que argumentar, directamente o a travs de un representante voluntario, a favor del orden alternativo (supuestamente ms justo o perfectamente justo). Ya que en el caso de la justicia dinmica el criterio de mayor o menor justicia no puede ser la propia justicia, el alegato normalmente tiene que recurrir a los valores de la libertad y/o la vida.

La prctica de la justicia dinmica aparece tambin en las sociedades premodernas, pero normalmente slo en tiempos de crisis, y con mayor frecuencia cuando un orden social es reemplazado por otro. En esos momentos la justicia dinmica es una intermediaria que desaparece cuando la cultura ganadora se hace consuetudinaria. Incluso entonces, la justicia dinmica apenas se practica de forma generalizada, ya que slo son impugnadas algunas instituciones aisladas, mientras que la mayora de las dems se aceptan, y normalmente se apela a las instituciones tradicionales, no a los valores de libertad y (o) vida. En la modernidad, la justicia dinmica se generaliza de tres formas. Primera, ninguna institucin se encuentra fuera de los lmites, todas y cada una de ellas pueden someterse a prueba y ser consideradas injustas o injustificadas. Segunda, todo el mundo puede plantear una demanda de deslegitimacin. Tercera, todos los argumentos que se puedan tener a favor de una alternativa recurren a la libertad y a la vida como valores generales (universales). En realidad, los tres aspectos se desarrollan de manera coordinada, y su combinacin final indica que se ha llegado a un punto sin retorno en la aparicin inicial (originaria) del orden social moderno.

La justicia dinmica es la mejor ejemplificacin del carcter dialctico del orden moderno. La imposicin de la justicia no es asimtrica. Una parte se enfrenta a la institucin, la otra la defiende. Se produce la colisin de dos concepciones de la justicia, pero el concepto es el mismo. Estas colisiones son los conflictos sociales ms tpicos, y cuando la vieja institucin ha desaparecido para siempre antes de que la nueva empiece a ser impugnada, nos encontramos en el momento de la negacin, dado que la mayor parte de las funciones, y tambin ciertas propensiones, de la vieja an se mantienen en la nueva. En ese momento puede dar comienzo la nueva ronda de impugnaciones. En tecnologa lo nuevo se convierte en viejo a una velocidad todava mayor, con o sin impugnaciones. Mientras que en el rea de la cultura (primero slo en la alta cultura, y posteriormente en la baja cultura) ocurre algo muy parecido, siempre se produce mediante impugnaciones abiertas, si bien no necesariamente sobre la belleza, pero s sobre la verdad y la sinceridad de las viejas formas de la creacin artstica. En este campo, la innovacin de la primera mitad del siglo XX fue el descubrimiento de lo muy antiguo, como un aliado de lo ms nuevo. Uno tiene la impresin de que el mundo moderno va corriendo hacia alguna parte: hacia adelante hacia el futuro, pero al correr hacia adelante en realidad se alcanza a s mismo. Es difcil afirmar si el ritmo de la dinmica de la modernidad es el normal, es decir, el ptimo para mantener el orden social moderno. Lo que hasta entonces haba sido un proyecto marginal, fue el centro de atencin por primera vez durante la Revolucin Francesa. El genio de Kant se dio cuenta de la crucial importancia de la imaginacin en este cambio decisivo. Un acontecimiento como ste, escribi, no deja que se le olvide (laesst sich nicht vergessen). Utilizamos el trmino proyecto de modernidad slo de mala gana. Un proyecto puede llevarse a cabo; existe un punto en el que decimos confiadamente que se ha logrado. En este sentido, la modernidad no es un proyecto. La Revolucin Francesa es el punto de lanzamiento simblico de la modernidad. La palabra lanzamiento indica que a partir de ese momento las principales categoras de la modernidad ya estn presentes, aunque tan slo lo estn como potenciales abstractos. Dynamis, mejor que potencial, es quiz la palabra correcta, ya que las categoras se encuentran en un estado de actividad constante (energeia). Se desarrollaban, ya que van a ser desarrolladas. Habermas menciona el proyecto inacabado de la modernidad. sta es una buena expresin si aadimos que el proyecto nunca se acabar, porque acabarlo significa matarlo. La modernidad (y en este caso queremos decir el orden social moderno como territorio de la dinmica de la modernidad) puede asumir variaciones prcticamente infinitas al igual que la premodernidad, pero su dynamis las incluyen a todas in nuce. La afirmacin de que la Revolucin Francesa, y todo lo que ella defiende, no deja que se le olvide significa algo ms que una frase inscrita en los anales de la historia. En este sentido elemental, nada que an podamos recordar de textos y vestigios puede ser olvidado. Pero en un sentido ms profundo, el mundo premoderno est ahora olvidado, al menos en Europa, sin considerar nuestro conocimiento sobre el mismo, en el sentido de que ya no es una fuente de memoria viva. La memoria viva es la impronta de nuestro propio mundo en nuestras actitudes, pensamientos e imaginacin. Es la insignia de nuestro horizonte. Recordamos los dioses muertos, pero slo los vivos no pueden ser olvidados.

b. El orden moderno

Por orden social fundamental queremos indicar la estructura constante de, y el mecanismo para, la distribucin (ordenacin) y redistribucin (reordenacin) de la libertad y de las oportunidades en la vida junto con el mantenimiento (reproduccin) de la unidad social completa. Esta determinacin es importante, ya que, si contemplamos un solo estrato aislado de un orden social, podremos ver los cambios y transformaciones radicales en la distribucin de la libertad o de las oportunidades en la vida, o de ambas, dentro del mismo orden. ste fue el caso en el seno de muchos rdenes premodernos, y es tpico en el del moderno.

Teniendo esto en cuenta, slo quedan dos versiones (tipos) de distribucin (redistribucin) fundamental de la(s) libertades) y las oportunidades en la vida, la de reciprocidad asimtrica y la de reciprocidad simtrica respectivamente. No existe una tercera posibilidad lgica. Todos los rdenes sociales premodernos estn basados en los modelos de reciprocidad asimtrica, mientras que los modernos se basan en los de reciprocidad simtrica. Desde luego, no existe una sociedad sin algn tipo de reciprocidad simtrica, ni tampoco existe ninguna sin algn tipo de reciprocidad asimtrica. La nica pregunta es, cul de ellas constituye el principio de ordenacin fundamental? Aristteles, el ms agudo observador del orden de la reciprocidad asimtrica, distingui entre el orden fundamental y los rdenes secundarios dentro del marco del orden fundamental, a la vez que atribua el primero a la naturaleza (physis) y el segundo a la convencin, la ley (nomos). Por lo tanto, los hombres son por naturaleza amos o esclavos, y las mujeres son por naturaleza inferiores a los hombres, pero el hecho de que los hombres libres sean gobernados por un hombre o por varios o por muchos se establece por convencin (ley). El orden premoderno tambin puede, por consiguiente, ser denominado artificio natural, ya que mientras dur y no fue impugnado se aceptaba como si fuera lo natural. Aristteles tambin aadi que la regla dorada de la justicia no se aplica a la relaciones de reciprocidad asimtrica, y tena razn.

El orden premoderno tambin puede ser denominado sociedad estratificada (y as ha sido denominado por Luhmann), porque en una estratificacin de artificio natural existe una prioridad frente a las funciones. Si una persona ha nacido en un estrato determinado, su posicin social en el momento de su nacimiento determinar la(s) funcin(es) que desarrollar a lo largo de toda su vida, y no al revs como ocurre en las sociedades modernas.

Rousseau afirm que todos los hombres nacen libres, pero an se encuentran hombres encadenados en todas partes. Esta pattica afirmacin puede ser interpretada de dos formas, igualmente relevantes. Una interpretacin puede decir que aunque la institucin imaginaria de la modernidad ha nacido, la modernidad an lleva en su propia estructura todos los vestigios del orden premoderno. Dado que todos los hombres han nacido libres, deben, por tanto, llegar a ser lo que ya son (al menos imaginariamente), a saber, realmente libres. La promesa tiene que realizarse por completo. Esta ltima interpretacin ofrece al menos otras dos posibles interpretaciones. Primera, la modernidad tiene an que desarrollar sus mejores potenciales, y segunda, la libertad es an condicional y no absoluta, por consiguiente debe pasar a ser absoluta. Esta ltima interpretacin no slo es normativa sino tambin maximalista. Porque aun cuando pudiera existir la libertad absoluta (lo cual dudamos), la libertad ciertamente no puede ser absoluta dentro de un orden social. La exigencia de la realizacin de un absoluto de este tipo puede terminar en la realizacin de exactamente lo contrario de lo que se reivindica, es decir, la servidumbre de todos en nombre de la libertad para todos. Slo bajo la condicin de que todos nazcamos libres, podremos todos convertir la libertad de todos en la esclavitud de todos. Existe otra forma de interpretar el mensaje de Rousseau; podemos mantener que describe sucintamente el peor resultado, o versin, posible del orden moderno. En realidad, este peor resultado posible corrobora lo que acabamos de decir: slo bajo la condicin de que todos nazcamos libres puede la libertad de todos convertirse en la esclavitud de todos. En los lugares en que todos nacen libres, la estratificacin en Estados desaparece.

El que todos nazcamos libres significa que todos nacemos (socialmente) contingentes. Nacemos como un haz de posibilidades abiertas, no recibimos un destino en el momento de nuestro nacimiento, ya que no tenemos ningn destino preestablecido. El mundo moderno no est construido teleolgicamente como lo estuvo el mundo premoderno. Por ello, la necesidad aparece aqu primero en forma de causa efficiens y no en forma de causa finalis. Podramos incluso ir ms lejos y afirmar que el credo todos nacemos libres en realidad significa que todos somos contingentes. Si nacer libre significa nacer (socialmente) contingente, se trata de una forma vaca de libertad, la libertad como nada. En realidad, ser lanzado a la libertad y ser lanzado a la nada significa exactamente lo mismo. Pero esta nada (contingencia) es, sin embargo, algo, porque promete que los hombres y las mujeres pueden (igualmente) llegar a ser libres puesto que ningn destino preestablecido (teleologa) impide su camino desde la libertad autocreada. Otros conceptos de la libertad, como la creatividad, la autonoma, el gozar de poder, la autorealizacin son conceptos de libertad ms ricos y ms concretos. Pero tanto lgicamente como (onto)lgicamente, la libertad vaca de la contingencia (social) se convirti tanto en la condicin de todas las dems libertades como en la condicin de la esclavitud autocreada.

El orden social moderno es diferente de la pirmide premoderna. Carece de una slida y amplia base en la vida cotidiana. Es difcil mantener la modernidad en equilibrio. Incluso las catstrofes menores (por ejemplo, la avera de las principales fuentes de energa durante un ao) podran perturbar su equilibrio. No sabemos si la modernidad ser capaz de sobrevivir y, si lo hace, cmo y durante cunto tiempo. Es todava un orden muy nuevo, tan nuevo que sera difcil adivinar su futuro inmediato. A continuacin, haremos una diagnosis sin demasiada prognosis. La diagnosis est basada en la observacin de una modernidad que ha experimentado cambios dramticos en doscientos aos y no slo ha sobrevivido, sino que tambin ha extendido su propio orden a todo el globo terrqueo. Adems, triunf en el refuerzo de algunas de sus tendencias originales y en el desarrollo de unas pocas instituciones semiestables, as como en el de unos pocos modelos regulares de gestin de conflictos y crisis. Es en este sentido en el que estudiaremos al vencedor y su estrategia.

2. Las lgicas de la modernidadLa tesis de las lgicas particulares de la modernidad han estado implcitas en el discurso terico desde la teora de las esferas autnomas de Weber que fue asimilada por el discurso de la modernidad de Habermas y por la teora de los sistemas de Luhmann. Luhmann aadi la nueva e importante cualificacin de que no existe un sistema particular diferenciado en la red de sistemas de la modernidad que sirva como centro y tenga la propensin natural o estructural de dominar y determinar a los otros sistemas. Toda teora de las esferas autnomas, sistemas o lgicas representa, implcita o explcitamente, una crtica racionalista al racionalismo de la Ilustracin, cuyo ltimo heredero influyente hasta ahora ha sido el marxismo. Lukcs revel, en Historia y conciencia de clase, el secreto del monismo de Marx al afirmar que la reintegracin de la aislada esfera de la economa (y junto con ella, la legal y la poltica) en un todo integrado es la precondicin para abolir la reificada falta de transparencia de la sociedad, que fue, segn Lukcs, el origen de los enigmas epistemolgicos (incluyendo lacosaens de Kant). Sin embargo, en la condicin posmoderna, la creencia en la posibilidad de una transparencia completa del mundo, junto con la necesidad de la misma, es rechazada casi consesualmente.

Las lgicas de la modernidad son tendencias movimentales introducidas y establecidas por el largo proceso de la deconstruccin de la Edad Media. La complejidad de esta gran labor de desmantelamiento del orden milenario (en el Renacimiento, la Reforma y la Ilustracin, simultnea y consecutivamente) se llev a cabo desde variadas situaciones y centrndose en diversos objetivos. Y las tendencias, una vez puestas en marcha por los distintos esfuerzos, se mantuvieron tercamente diferenciadas; incluso se hicieron autnomas y se resistieron a la reduccin de su complejidad por parte de cualquier teora o prctica monstica. La tesis de las lgicas de la modernidad comprende, pues, tres afirmaciones. Primera: afirma que la dinmica de la modernidad es inherentemente pluralista. Tiene muchas facetas; puede ser abordada y puesta en marcha desde ngulos totalmente distintos, comenzando con la desacralizacin de la Biblia (el tejido cultural de la Edad Media) y pasando por la emancipacin de la propiedad y de los mercados de la soberana del monarca. Asumir que existe una faceta particular en este multiverso que fuera la causa ltima determinante de todas las dems, una asuncin que fue de bon ton filosfico en la religin ersatz de los economistas desde Adam Smith hasta Karl Marx, equivale a privar a todos los dems de su autonoma (real o potencial). Implica tambin una antropologa en la que el homo oeconomicus es la funcin aislada ms importante del horno sapiens. Sin embargo, el rechazo a ver la economa como el centro determinante del mundo moderno no es equivalente a la negacin de la posicin central del mercado para una lgica particular de la modernidad, la de la divisin funcional del trabajo. Incluso para aquellos que lo critican vehementemente, o tratan de refrenarlo o reemplazarlo por otra cosa, el mercado sigue siendo crucial, porque la mayora de las funciones se reparten basndose en el mercado, y las funciones que se distribuyen fuera de l tienen una importante relacin con el mismo. Segunda: el concepto de las distintas lgicas de la modernidad no sugiere una teleologa preestablecida (no existe en absoluto ninguna necesidad lgica verificable que conduzca una lgica especfica desde la premissa a la conclusio). Con anterioridad, hemos negado especficamente el carcter teleolgico de la modernidad plenamente desarrollada, una poca que, ms bien, representa una ruptura radical con la teleologa de la predestinacin del viejo orden. Pero un telos, caracterstico de una lgica y diferente de todos los dems, se imputa de hecho a cada una de las tendencias que denominamos una lgica de la modernidad. Cuando Weber discuti la especificidad de las racionalidades de las distintas esferas, tena exactamente esta circunstancia en la cabeza. Tercera: mediante la imputacin de un telos funcional especfico a cada tendencia significativa, transformamos todas ellas en lgicas propiamente dichas, siempre y cuando el telos cree una consistencia inherente dentro de una tendencia determinada, excluyendo los elementos que perturban, e incluyendo otros que hacen posible su correcto funcionamiento.

Las principales lgicas de la modernidad son las de la divisin funcional del trabajo, el arte de gobernar y la tecnologa. El seleccionar tres lgicas entre una profusin de la gran riqueza de opciones no fue una decisin arbitraria; ello se basa en la conviccin de que no existen otras lgicas que fueran operativas en el mundo moderno. Una lgica es un trmino dinmico, no estructural; por consiguiente no puede ser identificado con una esfera (weberiana). En la modernidad hay ms esferas que lgicas; estas ltimas operan a travs de las primeras, traspasando, implicando y reestructurando aqullas. La zona dinmica de las distintas lgicas puede ser bien definida. La lgica de la divisin funcional del trabajo abarca los problemas y acciones por los que se distribuye la gente de una determinada sociedad entre las funciones socialmente cruciales (de produccin y reproduccin, distribucin y redistribucin). Como ya hemos mencionado, el mercado es el magma institucional de la lgica de la divisin funcional del trabajo. El modus operandi y la calidad concreta de esta lgica se define por cmo se distribuye la gente entre las funciones, por las proporciones respectivas de libertad y coaccin en el proceso de distribucin, por las formas jerrquicas o no jerrquicas de su distribucin entre funciones; y, en la medida en que la distribucin sea de un tipo jerrquico, por cules son los principios que determinan la jerarqua y cmo pueden justificarse en trminos de justicia dinmica. La lgica de la tecnologa tiene un impulso especficamente moderno para su sustrato: el impulso por el dominio de la naturaleza, la determinacin de no vivir dependiendo de las condiciones externas de la existencia humana y de hacer (en el sentido de fabricar) el mbito humano, en lugar de conformarse con su crecimiento orgnico. La lgica del arte de gobernar es un arte slo aparentemente (aunque est demasiado influido por una imaginacin tecnolgica). Es, ms bien, la expresin del espritu innovador universal de los modernos que no estn impresionados por el marco aristotlico de las formas lgicamente posibles de gobierno, pero tienen confianza en poder descubrir nuevas formas ms all de las limitaciones. De esta lgica pueden concebirse dos puntos de vista funcionales totalmente diferentes. En trminos del primero, su funcin no es autctona; ms bien sirve para la integracin de las otras dos, como una precondicin de su buen funcionamiento. En trminos del segundo, por ejemplo, en la filosofa poltica de Arendt, es una lgica existencial, independiente, ya que las actividades perseguidas en ella son objetivos por s mismos, como la prctica de nuestra suprema capacidad, la libertad.

Las tres lgicas de la modernidad siempre se presentan en forma compuesta, por lo que aislarlas es algo artificial; pero no es una empresa innecesaria o estril.

La dicotoma Estado frente a sociedad es un producto tpico de la modernidad resultante de la separacin progresiva de las tres lgicas (o, en otras palabras, la aparicin de las tres lgicas es equivalente a la separacin del Estado y la sociedad). A medida que iba surgiendo la dinmica de la modernidad, pero sin el establecimiento del orden moderno, existan precursores de esta dicotoma. Sociedad es al mismo tiempo un trmino inclusivo y exclusivo. La investigacin social intenta incluir todos los mundos bajo la gida de la sociedad, en la cual ya ha aparecido la dinmica de la modernidad. En este sentido, Luhmann tiene razn al afirmar que el objeto de la sociologa no es una sociedad en particular, sino ms bien el mundo social como tal. El trmino es tambin excluyente. En su uso ms restringido, denota todo lo que no es el Estado. Pero se trata de una distincin rudimentaria que necesita ser refinada por muchas razones. Primera: slo describe terrenos, no los principios operativos de una entidad completa. Segunda: sugiere un contraste demasiado agudo entre las dos mitades de la existencia social como si fueran dos continentes separados, con ocanos entre ellos. Finalmente, este fuerte contraste provoca el estril debate (antes tan vehementemente defendido en las polmicas del joven Marx contra la filosofa del derecho de Hegel) sobre cul de ellas domina, y debera dominar, a la otra. La alternativa hegemnica o la sociedad o el Estado es un caso paradigmtico de oposiciones binarias a los que el actual pensamiento posmodernista tan resueltamente rechaza. Nosotros creemos que la tesis de las lgicas de la modernidad proporcionan una interpretacin mejor (por ser dinmica) de la complejidad de la nueva era.

3. El pndulo de la modernidada. El significado de la metfora

El pndulo de la modernidad es una metfora dinmica. La esperanza normativa es que el pndulo nunca se detenga; su parada equivaldra al suicidio de la modernidad. Este requisito normativo est basado en la especificidad estructural de nuestro mundo mencionada anteriormente, que, en contraste con toda las premodernas, se alimenta con negatividad. La constante negacin y autointerrogacin de todos los logros modernos (en trminos tanto de justicia dinmica como de innovaciones tecnolgicas) ha sido incorporada por los modernos a su proyecto. Adems, la metfora del pndulo tambin contiene la crtica y la rectificacin de la imaginacin dinmica de nuestra era. El tpico autoengao de los modernos durante dos siglos ha sido la ide fixe del movimiento unilineal hacia adelante (o hacia arriba) del progreso (que, a su vez, fue contrarrestado por una percepcin cintica negativamente valorada de movimiento hacia atrs (o hacia abajo) de regresin). Slo en las ltimas dcadas, con la extensin y la firme estabilizacin de las democracias liberales haciendo posible la oscilacin del pndulo, y con la formulacin de una conciencia posmoderna, que niega tanto el progreso universal como la regresin universal, ha surgido una nueva imaginacin dinmica. Los modernos empiezan ahora a entender que mientras los movimientos de las lgicas, aisladas o conjuntamente, labran un campo a la modernidad, la dinmica tiene unos lmites estrictos. La fantasa de una marcha constante hacia adelante implica algn tipo de mecanismo de la sociedad, una locomotora social cuya energa sea ms potente que la de los esfuerzos humanos, siendo por tanto de un origen completamente misterioso. Una de las funciones de la metfora del pndulo es la de negar la validez del smil de la mecnica social, junto con sus potenciales ilimitados, y subrayar que, en cuanto la modernidad ha alcanzado su forma adecuada al menos en el arte de gobernar, las energas humanas no albergan necesariamente la intencin de presionar constantemente hacia adelante ni de negociar una trascendencia absoluta (ni son suficientes para ello).

Sin embargo, el pndulo de la modernidad no es una metfora conservadora que pudiera pasar de contrabando la idea de un mundo esttico con una simple oscilacin interna que no significa mucho ms que una turbulencia domstica. Las oscilaciones del pndulo labran y circunscriben un campo en constante crecimiento, y ciertamente ms claro y ms profundamente interpretado, sobre todo porque el lmite de una peligrosa expansin no procede exclusivamente, y ni siquiera principalmente, de la resistencia de la exteriorit (por emplear el trmino utilizado por Sartre). Ms bien, se deriva de la limitacin interna de los impulsos que genera la oscilacin del pndulo. Siempre se pueden hacer ajustes ante estas limitaciones; el pndulo puede ser colgado en un punto diferente, para asegurar el ensanchamiento del espacio que cubre su oscilacin.

b. Oscilaciones tpicas del pndulo

El movimiento del pndulo se encuentra en su punto ms paradigmtico cuando aqul oscila entre los polos opuestos individualismo y comunitarismo (entre Gesellschaft y Gemeinschaft). La modernidad es inherentemente individualista, tanto que tuvo que inventar el espritu comunitario para poder sobrevivir. Los ojos hostiles de Nietzsche detectaron correctamente el principium individuationis en el corazn del proyecto apolneo del que brot la primera versin (griega) de la Ilustracin. La investigacin crtica de la Ilustracin analiza minuciosamente y desintegra la unidad primordial de las cosas, la sustancia del mundo. El atomstico estado de las cosas que da como resultado esa investigacin (en el que las funciones, en plural, reemplazan a la sustancia, en singular) ser el punto de partida de los proyectos holsticos que quieran construir una nueva unidad y homogeneidad. Solamente el individuo es reconocido como el foco de toda autoridad moral, econmica y poltica importante, as como fuente de toda iniciativa en este nuevo orden del mundo. Adems, la tesis de la autonoma individual (en s misma emancipadora) se transform en la fantasmagrica idea de la autonoma absoluta, desde los romnticos a Marx, dentro de la atmsfera fustica del primer siglo de la modernidad. Pero este individualismo extremo de una temprana dinmica desenfrenada demostr ser autodestructivo. Los famosos anlisis de Karl Polnyi, a los que a menudo aludimos, detectaron no slo el carcter utpico de una teora excesivamente individualista de mecanismos supuestamente autoreguladores del mercado libre, sino tambin sus potenciales devastadores para el mundo. Si el orden moderno hubiera sido dejado a merced nicamente de los mecanismos del mercado, sin los controles y contrapesos de las regulaciones estatales y las presiones sociales, el mundo moderno apenas hubiera podido mantener su equilibrio durante un perodo de tiempo ms largo.

Una reaccin comunitaria o colectivista, una violenta oscilacin hacia atrs del pndulo estaba, pues, prevista. De hecho, esta reaccin lleg a darse en su versin ms ambiciosa (terica y prctica), en el proyecto de Marx de comunismo (o sociedad de productores asociados). (A pesar del nombre, era un proyecto colectivista, y no comunitario; los dos trminos no son completamente idnticos.) Marx era consciente de la tensin interna de su propio proyecto que abarcaba a la vez el postulado de la autonoma absoluta del individuo y el diseo de las dos entidades colectivas: la clase (del proletariado) y la nueva sociedad, ambos reclamando prioridad sobre el individuo. Su respuesta al dilema fue la ms radical y la ms utpica: subsumir la especie (humana) en el individuo. Esta idea fantstica exiga la trascendencia absoluta de la modernidad, el contraste exclusivo de dos mundos: el mundo existente y el proyectado. Entre ellos no se conceba una oscilacin del pndulo en ningn sentido, slo el salto sobre el abismo. Por tanto, el rgimen totalitario, que casi inmediatamente despus de su establecimiento acab con los sueos humanitarios de Marx, se refera a l; sin embargo, con cierto grado de justificacin; el pndulo de la modernidad fue forzada a detenerse en la sociedad de tipo sovitico. Los resultados de esta coactiva parada del pndulo han sido analizados varias veces y son bien conocidos de todos: la hibernacin completa del rgimen y su autoagotamiento hasta el punto de ser un caparazn vaco en el momento de su derrumbamiento final. Y la moral de la historia es igualmente obvia: el orden social moderno no puede sobrevivir sin admitir la libertad de movimiento de su pndulo.

Tras el fin del comunismo, ampliamente considerado como colectivista se espera totalmente el retroceso del pndulo hacia un mayor individualismo, pero en esta ocasin con una diferencia. A juzgar por los primeros sntomas, el lenguaje del retroceso ya no parece seguir la oposicin binaria socialismo frente a capitalismo ni utiliza el vocabulario de clase contra clase. Estar, ms bien, articulado en trminos de sexo, raza, religin y familia, tanto en su versin ms comunitariacolectivista como en la ms individualista. Y esta diferencia confirma la verdad de lo que se ha mencionado anteriormente: la oscilacin del pndulo de la modernidad no es de naturaleza cclica. No se repite, ni tampoco alcanza un crculo; cruza a travs de zonas completamente nuevas.

Una cuestin similar de diferente naturaleza es la de la secularizacin frente a la conservacin de lo sagrado. Desde la Alta Ilustracin ha sido casi siempre un dogma, con independencia de cules hayan sido las actitudes de los actores respecto a la religin, el hecho de que la secularizacin del espacio social y poltico es un requisito fundamental para el valor fundacional de la modernidad: la libertad. A este respecto, Estados Unidos pareci ser durante mucho tiempo la solucin paradigmtica. En ocasiones, el pndulo oscil violentamente en esta direccin; por ejemplo, en la poltica anticlerical de la III Repblica Francesa que pretenda la eliminacin de la religin como objetivo social. Sin embargo, siempre se ha sido consciente de los dilemas relacionados con una secularizacin total de lo social y lo poltico, siendo el ms obvio el de que la relacin del ciudadano con el cuerpo poltico y social nunca podr ser reducido al modelo ms secularizado: el del contrato mercantil. El resultado es que ha habido un movimiento recurrente del pndulo en sentido opuesto, con opciones polticas radicalmente diferentes. Vichy fue una respuesta totalitaria, con una coloracin conservadorareligiosa, a la secularizacin demasiado drstica de la III Repblica. El actual llamamiento del papa Juan Pablo II a la vuelta de lo sagrado al lugar central de la poltica est basado en una concepcin de los derechos humanos, pero tambin contiene opciones peligrosas (de diferente ndole) para la naciente democracia polaca. Y, de nuevo en este terreno, volver a detener por completo el movimiento del pndulo sera equivalente a la paralizacin de la modernidad, ya que en este campo tampoco existen soluciones finales, slo el vaivn del pndulo.

Un ltimo ejemplo es el tema del corporativismo. La teora y la prctica de la poltica europea tomaron una posicin demasiado marcada en la supuesta imposibilidad de reconciliacin de los dos polos, el de la democracia (basada en la representacin general o en la representacin de la voluntad general) y el del corporativismo como la autorrepresentacin de un determinado grupo profesional o estrato social. La Revolucin Francesa, obsesionada por la metafsica de la nation y la voluntad general mitolgica de Rousseau, expeli, con mano de hierro, a todo tipo de corporativismo. El joven Marx interpret la teora del Estado de Hegel como una concepcin del corporativismo y, por tanto, como insuficientemente democrtica. La tesis de la imposibilidad de reconciliacin de los dos extremos an resuena. Sin embargo, la prctica posterior a la Segunda Guerra Mundial de los regmenes democrticos establecidos ha demostrado, ms all de toda duda, que tambin a este respecto slo podemos percibir el movimiento del pndulo, que existe un ms o menos, pero no un oo.

3. El pndulo en el mundo

Es en el mundo occidental de una modernidad plenamente desarrollada, que muy recientemente se ha extendido a todo el Hemisferio Norte como resultado de las revo luciones de 1989 a 1991, donde nicamente el pndulo de la modernidad oscila no slo ms o menos libremente sino tambin rodeado de un creciente conocimiento de la existencia del mismo. En el conjunto mundial, simplemente contemplamos los primersimos intentos de colgar el pndulo sobre varios puntos fijos y vigilar su primer vaivn. Esta diferencia entre las dos partes del mundo tiene su explicacin en un fenmeno dialctico. Como ha sido analizado, en los tiempos premodernos la dinmica que apuntaba hacia la modernidad (el antiguo capitalismo primitivo, los primeros casos del avance de la reciprocidad simtrica) poda ser encendida ocasionalmente, pero el orden moderno nunca poda establecerse. Sin embargo, en las vastas periferias de lo que se ha venido a llamar el Tercer Mundo, la estructura formal del orden moderno es copiada diligentemente, pero la dinmica no puede encenderse, o est acumulando fuerza con grandes dificultades. En esas reas se redactan constituciones y cdigos penales, la economa se vincula formalmente a las operaciones del mercado mundial, se estn copiando (generalmente mal) las instituciones educativas y de salud tpicas de la modernidad desarrollada. Pero, la mayora de las veces, la red social bsica sigue estando basada en los lazos de sangre y de parentesco; el sentido legal dominante que no es necesariamente idntico a las leyes escritas del pas pone en tela de juicio el modo de ver los derechos; el individuo moderno dista mucho de haber nacido; la iniciativa individual constituye una excepcin, y no la regla; el espritu de inventiva es considerado como una actitud que viola la sagrada tradicin; la igualdad de razas y sexos no se reconoce, o al menos no se respeta; el modelo familiar predominante sigue siendo autoritario y paternalista y, de l, a su vez, brota una instintiva veneracin al autoritarismo poltico. Las dificultades para encender la dinmica de la modernidad pueden explicarse de diversas maneras; puede echarse la culpa al pasado de colonizacin y predominio occidental, o defenderse con una referencia al derecho de seguir siendo diferentes. Pero sea cual sea la explicacin, el hecho es que en la vasta periferia existe una tensin entre la aceptacin formal del orden de la modernidad y la incapacidad para encender su dinmica.

I. LAS OLAS REVOLUCIONARIAS

1. La primera ola: las revoluciones de dos mundos

El estallido de las dos revoluciones del Nuevo y el Viejo Mundo, que ha definido nuestra geografa poltica hasta nuestros das, tuvo lugar en una sola dcada. Al menos en la mente consciente de los actores de ambas revoluciones, esas violentas rupturas de la continuidad tenan una misin primordial, quizs nica: la creacin de las formas modernas de libertad poltica, el Estado libre. Se supona que una vez que se hubiera hecho esa labor, la revolucin estara acabada. Fue una autntica conmocin para los protagonistas del drama francs descubrir que las cuestiones adicionales, es decir, las cuestiones sociales y nacionales, tambin deban ser incluidas en la agenda poltica. Adems, al menos en la conciencia de los revolucionarios franceses, estas cuestiones secundarias pronto revelaron ser los prerrequisitos absolutos de la libertad. Y para los radicales, le bonheur du peuple lleg pronto a ser ms importante que la libertad. Este conocido volteface, que dio lugar a la dictadura jacobina, destruy la recin estrenada libertad poltica, y provoc en los ojos de la posteridad la visin de que la revolucin era un ciclo imparable de luchas mortferas y una tirana ms eficiente disfrazada de imperio de la libertad. Fue en este sentido que, en escritos histricos y en la teora poltica posteriores, el cataclismo francs fue considerado como una autntica revolucin. Simultneamente, la fundacin de la repblica norteamericana pareca necesitar de otra denominacin, diferente de la del espantoso acontecimiento llamado revolucin. Pero este entendimiento de los terremotos polticos regularmente recurrentes es, con riesgo de ser redundante, una evidente ignorancia del deseo revolucionario primordial, que no era otro que anunciarla era de la libertad de los modernos. La reaccin alrgica de tantos analistas modernos, al incluir la cuestin social en la agenda poltica de las revoluciones, tampoco es una garanta para la preservacin de la libertad. A1 no tomar en consideracin el problema de la esclavitud, a la vez poltica, legal y social, la repblica norteamericana conden durante un siglo a una considerable parte de su poblacin a una falta de libertad de la peor especie.

La extensin geopoltica de la primera ola fue limitada, y, al menos en un sentido directo, los temblores del terremoto slo alcanzaron a estos dos grandes pases. Fuera de sus fronteras, como afirm Kant, nicamente el espectador sufri la sacudida. Y el espectador fue casi siempre invariablemente una lite intelectual, incapaz de llevar a cabo acciones polticas. Europa como un sistema, al ser transformada de una familia de dinastas en una congregacin de naciones soberanas" se implic en la revolucin slo en forma de guerra revolucionaria. Y dado que esta ltima se llev a cabo bajo el liderazgo de un moderno prncipe carismtico, la tarea principal de la revolucin, que era el establecimiento de la formas modernas de libertad poltica, slo podra realizarse como mucho de manera indirecta. Del legado revolucionario nicamente han trascendido a las naciones espectadoras algunos aspectos de la cuestin social y del problema de la soberana nacional. En este sentido crucial, el nacimiento de la modernidad europea a travs de la propagacin de la revolucin fue asimtrico desde el principio mismo. Solamente existe una excepcin: la Amrica espaola. Sin embargo, aunque el detonante fue la conquista napolenica y el hundimiento resultante del imperio regido por la rama espaola de la dinasta borbnica, la rebelin republicana fue percibida por sus autores (tal y como inolvidablemente la describiera Carpentier en su obra El siglo de las luces) como el embrin de la revolucin. Como tal, nicamente se preocup de la libertad poltica de una lite aristocrtica (hasta el punto de un completo narcisismo social).

La modernidad, ese fruto de la tormenta, hered de la primera ola un legado importantsimo y muy problemtico: la narrativa revolucionaria. El ejemplo ms visible del poder de esa narrativa de amplia divulgacin fue la resurreccin consciente del jacobismo en el bolchevismo y su dominio sobre la imaginacin poltica del siglo xx. La era moderna cubri con rapidez el camino desde la aceptacin de la permanencia de las revoluciones como un hecho hasta el postulado filosfico de la generacin sinttica de las mismas. As fue como el revolucionario profesional se convirti en un filsofo diletante, pero de gran influencia. Su poltica se bas en la filosofa, y nos prometi nada menos que la realizacin de las promesas de la filosofa, la conclusin de la prehistoria y la entrada en la historia real.

2. La segunda ola: 1848

Las revoluciones de 1848, que en conjunto constituyeron una cadena de agitaciones sociales a lo largo del tablero poltico, sufrieron un extrao tipo de autoengao. Los proyectos que conscientemente quisieron copiar, en ocasiones con una pedantera pardica, fueron elaborados en 1789 y 1793 respectivamente, segn la eleccin del actor. Pero el curso que los acontecimientos siguieron normalmente no era otro que el de la revolucin nacional v_ social. Incluso su dinmica tena una simetra igual a la de un espejo con respecto al gran modelo. Rpidamente se radicalizaron en ambos polos. En el representativo caso francs, una temprana revolucin radical proletaria se enfrent en 1848 a un Lumpenproletarjat prefacista vestido con el uniforme de la garde mobjle. Pero incluso en aquellos pases en los que la modernidad se encontraba en una etapa embrionaria, surgi un radicalismo cuasimoderno (en su mayor parte de izquierdas), del que fue un claro ejemplo el comunismo terico alemn. Pero desde este estado de radicalismo, las revoluciones de 1848 dieron marcha atrs; algunas veces slo en la forma del legado que dejaron tras de s, es decir, hacia la admisin del liberalismo. Estas revoluciones aceptaron sinceramente la herencia de 1789, la del establecimiento de la libertad poltica de los modernos. Pero, en su mayor parte, los revolucionarios estaban preocupados por lo social o, en mucha mayor medida, por la cuestin nacional. Su grandeza fue un autntico respeto hacia la libertad poltica; su debilidad fue hacer la poltica de un nacionalismo triunfante al mismo tiempo que fracasaban miserablemente en el rea de la cuestin social. Detrs de los republicanos idealistas, una burguesa socialdarwinista se inclinaba a ser gobernada temporalmente por generales y dictadores plebiscitarios antes que financiar las primeras formas del Estado del bienestar, que eran los talleres nacionales fundados para los desempleados. De igual forma, en los pases ms retrasados, una nobleza liberal pero socialmente egosta se inclinaba ms a comprometerse con el pasado dinstico en detrimento de la independencia nacional, que a otorgar las ms mnimas concesiones al campesinado en el problema de la tierra. La crueldad de la burguesa socialdarwinista gener un tipo de radicalismo proletario en el que la libertad poltica apareci como una libertad fingida. La combinacin de todos estos elementos dej a la poltica europea una herencia explosiva y desagradable.

Las revoluciones de 1848 hicieron aflorar una contradiccin sintomtica de la poltica moderna. Por un lado, los temblores desencadenados por estas revoluciones ya estaban repercutiendo en un sistema global, en lo que entonces era considerado como el epicentro del universo poltico. En un sentido directo, la extensin geopoltica de la segunda ola fue mucho ms amplia de lo que lo haba sido la primera. Las revoluciones de 1848 no slo influyeron en otras revoluciones, sino que tambin las generaron la revolucin de Pars, las de Viena, Italia y Hungra. Se prometieron apoyo mutuo: Pars y Pest, la capital hngara, hicieron promesas a la Italia que se despertaba (promesas que luego habran de ser traicionadas). Las respectivas buena y mala suerte de aqullas le sirvieron a sta de inspiracin y le hicieron perder la esperanza. Los revolucionarios vieneses y hngaros observaron con talantes oportunamente variables la suerte cambiante de la Asamblea Constitutiva de Frankfurt. Todas ellas tuvieron tanto efecto sobre la Rusia zarista que su influencia fue valorada en sus crculos de poder como manifiestamente subversiva. A1 mismo tiempo, aunque las revoluciones se consideraban del sistema en su conjunto, siempre permanecieron como levantamientos limitados al marco nacional, y sus intereses entraban a menudo en colisin con los de otra nacin revolucionaria, incluso frente al enemigo comn que era la contrarrevolucin conservadora.

A pesar de su derrota, la poltica de emancipacin y unificacin nacional se abri paso y triunf, aunque bajo un liderazgo poltico conservador que, a su vez, tambin tuvo que hacer concesiones a la legitimidad nacional en lugar de a la dinstica . Se introdujeron algunas primeras medidas que apuntaban en la direccin de la respuesta futura a la cuestin social. Las figuras ms inteligentes del conservadurismo posterior a 1848, principalmente Bismarck, sentan un gran desprecio por el capitalismo, si bien por razones diferentes a las del proletariado; en consecuencia, aceptaron e integraron en su rgimen determinadas demandas de seguridad social de la clase trabajadora. La concesin de Bismarck, a pesar de su decisivo intento de aplastar a la organizacin poltica de los trabajadores, dej un imborrable impacto en la democracia social. La famosa, o infame, alternativa reforma o revolucin naci precisamente bajo el perodo de la concesin de Bismarck y la derrota parlamentaria de su poltica represiva. A1 mismo tiempo, la cuestin fundamental que haba estado en la cresta de la primera ola, la de crear el marco adecuado para la libertad poltica moderna, continuaba sin ser resuelta. Hacia finales del siglo, Francia era la nica democracia poltica europea, ms o menos consistente, con una constitucin republicana.

El balance de las dcadas que siguieron a la segunda ola fue muy contradictorio por lo que se refiere a la conciencia revolucionaria. Por un lado, la idea misma de revolucin como portadora privilegiada del cambio social arraig con firmeza en todos los sectores de la cultura europea. sta fue una importante innovacin que Europa transmitira con posterioridad al mundo. No todas las culturas estn familiarizadas con el trmino revolucin, y slo unas cuantas de las que lo estn le atribuyen un significado beneficioso o crucial. Es ms, aunque la denominacin de revolucionario fue abrumadoramente propiedad de la izquierda durante el siglo xlx, para entonces el radicalismo derechista y la revolucin de derechas ya haban dado los primeros pasos de su andadura. Tanto en la izquierda como en la derecha, la revolucin se revelaba como la forma adecuada, valiente, consistente y radical del cambio social, y la reforma era su alternativa poco exaltante y pusilnime.

3. La tercera ola: las revoluciones totalitarias

La tercera ola revolucionaria surgi con el nuevo siglo: con el principio y el fin de la Primera Guerra Mundial, que dej tras de s una completa desintegracin poltica, principalmente en los pases vencidos. El comienzo fue prometedor. En Rusia, todo el mundo haba esperado desde 1905 el derrocamiento de una monarqua absoluta plenamente arcaica y opresiva; Febrero de 1917 pareca ser la repeticin del espectculo de 1905.6 Una vez ms, la revolucin se centr en la consecucin de la libertad poltica, que, a todos los actores menos a uno, les pareca que era la llave para todos los problemas sociales no resueltos. Era un mito bolchevique el que se necesitara una segunda revolucin para solucionar el problema social ms importante de la Rusia prerrevolucionaria: la cuestin agraria. Al mismo tiempo, en Alemania, pese a similares cuentos de hadas histricos fraguados a posteriori, el problema principal, al que hizo frente y estuvo dirigida la revolucin de noviembre de 1918, fue la catstrofe nacional resultante de una estructura poltica insuficientemente libre (no demasiado democrtica). Los problemas sociales, por ejemplo, la reforma agraria democrtica asociada con la compensacin por el reparto de las tierras entre los campesinos, el frreo control social sobre el sector militar de la industria pesada alemana, junto con la profunda democratizacin y despolitizacin del Ejrcito, estuvieron de hecho muy estrechamente ligados a la modernizacin poltica. Sin embargo, en este sentido, y a pesar de la imaginacin espartaquista, no era necesaria una revolucin social, sino el reforzamiento de una democracia alemana muy dbil.Como es bien sabido, el estimulante comienzo de la tercera ola fue llevado casi de inmediato a un completo parn por las primeras revoluciones totalitarias. El virulento odio entre los fascistas y los comunistas no poda disimular el hecho de que la Italia proletaria de Mussolini y la Rusia proletaria de Lenin haban nacido bajo auspicios muy similares. Tenan un objetivo comn: la democracia, como la forma inadecuada de la modernidad. Tanto en la narrativa fascista como en la jacobinobolchevique, la democracia era equivalente a un gobierno dbil y a una hipocresa social organizada. Tras una dcada de esta atmsfera, la libertad poltica y la revolucin dejaron de ser trminos identificables; la revolucin era o bien comunista o bien fascista. En cuanto al aislado caso espaol, donde surgi la nica revolucin democrtica del perodo, result que sta se vio ante el trgico dilema de ser derrotada por una contrarrevolucin conservadora en complicidad con el totalitarismo revolucionario derechista, o bien ser devorada desde dentro por las fuerzas de la revolucin totalitaria de izquierdas.

El totalitario proyecto revolucionario social era igualmente holstico (ms que la alternativa nacionalistaracista). Prometa una sociedad completamente nueva que trascendera radicalmente todo el marco institucional y la estructura social de la modernidad, y resolvera la cuestin social in tofo y para siempre; una sociedad que integrara institucionalmente a la humanidad.

4. La cuarta ola

1. Cmo ocurri

Dado que la Revolucin sovitica de agosto de 1991 est an demasiado cercana como para ser discutida de un modo sistemtico, el cambio de la Europa centrooriental ser discutido como un modelo para la ejemplificacin de la cuarta ola. En esta regin, Rusia fue por una vez un observador benigno de los hechos, un libertador por defecto. Al mismo tiempo, la posicin del grupo de Gorbachov fue tan dudosa dentro del partido que en aquel momento pareca firmemente asentado en el poder, que ya slo este factor crucial prescribi un acelerado plan de accin a los europeos orientales (los que esperaban ansiosamente lo que aconteci con un retraso histrico en agosto de 1991: el golpe a las fuerzas del viejo rgimen). El carcter claramente improvisado de la poltica de Gorbachov hace del supuesto de una conspiracin bien planificada (entre l y los lderes de la reforma de la Europa oriental) una visin de la historia excesivamente racional y calculadora, pese a que algunos elementos de la conspiracin no estuvieran del todo ausentes. En cualquier caso, los actores consideraron a Gorbachov al menos como una fuerza refrenadora de la poltica sovitica. Sin tal interpretacin, los disidentes de la Europa oriental se habran mantenido voluntariamente dentro de los lmites de su cuasiconsenso anterior, logrado a mediados de los aos ochenta, segn el cual lo mejor que la oposicin poda conseguir era un compromiso socialnacional con la nomenklatura.

El ejemplo hngaro aclarar lo que realmente significa la prdida de la propia identidad comunista. Kdr y su equipo, que haban llevado a cabo las reformas econmicas de mediados de los sesenta, haban sido socializados polticamente durante la era clsica del bolchevismo. Por consiguiente, no tenan ninguna duda acerca de la interpretacin del trmino reforma, que para ellos equivala simplemente a reajuste tecnolgico. Pero la generacin poltica ms joven, formada por los economistas crticos y los funcionarios de la generacin de Pozsgay, se debata entre dos ideas contradictorias. Por un lado, vean que haba que promover las reformas con agresividad, emancipar el mercado, e incluso cuestionar v cambiar el carcter polticamente monoltico del Estado. Pozsgay fue el primer funcionario comunista del Bloque Oriental que especul pblicamente sobre la hipottica reaparicin del sistema multipartidista. Por otro lado, tenan cada vez menos claro, como personas de mente lgica, lo que en el nuevo rgimen sera especficamente comunista (incluso comunista reformista), una vez que hubieran sido introducidos todos los cambios que haban propuesto. (Por ejemplo, en qu se diferenciara de un Estado del bienestar bajo un gobierno socialdemcrata?) Si se leen los documentos claramente narcisistas de la bsqueda de identidad de los reformistas comunistas de 19881989," tan slo se apreciarn dos elementos de autoidentificacin. Uno de ellos es un vestigio retrico de la Primavera de Praga, el socialismo con rostro humano; el otro es una demanda, igualmente vaga, de propiedad pblica de los medios de produccin que, para muchos de los reformistas, ya no era equivalente a la propiedad estatal. En este confuso estado mental, el comunismo hngaro hizo su ltimo esfuerzo por frenar la marea, durante mayo de 1988, cuando Kdr fue desposedo de su liderazgo, para el ltimo congreso del Partido Comunista en octubre de 1989. Este perodo de menos de ao y medio se caracteriza porque se dedic incomparablemente ms a las luchas internas, a maniobras y contramaniobras tcticas, maquinando con el fin de lograr nuevas posiciones de poder que nunca fueron alcanzadas, que a intentar clarificar qu defendan los comunistas en la medida en que eran comunistas reformistas. No obstante, sus lderes se comprometieron solemnemente a llevar a cabo reformas serias a travs de sus negociaciones simultneas con la mesa redonda de la Oposicin.

Cuando lleg el momento del referndum de noviembre de 1989, el primero de los triunfos electorales aplastantes de un sector de la oposicin, ni los reformistas ni los comunistas conservadores entendan ya quines eran, qu representaban o, respecto al calendario poltico, en qu perodo vivan. El comunismo polaco sufri una erosin de su autoidentidad similar y paralela. Pero incluso en aquellos pases (Rumania, Checoslovaquia y Alemania Oriental) en los que las dictaduras parecan ser fuertes y estar seguras de s mismas, donde ningn discurso pblico presionaba sistemticamente al partido en el poder, se puso de manifiesto a la hora de la crisis que la autoidentidad del comunismo se encontraba profundamente minada. La transicin del comunismo a la socialdemocracia del tipo SauloPablo ocurrida de la noche a la maana, es considerada por muchos como un revoco de la fachada v una maniobra tctica. En cualquier caso, aunque no se tratara Jde un autntico cambio de doctrina, la facilidad con que fue repintada la fachada atestigua el hecho de que, durante un largo perodo, los comunistas haban albergado serias dudas sobre sus propios objetivos.

El Ejrcito es un factor ambiguo, pero siempre de vital importancia, durante los perodos de turbulencia interna en las sociedades de tipo sovitico (y tanto su ambigedad como su importancia se hicieron completamente patentes en el golpe sovitico de agosto de 1991). Las premisas tcitas para las consideraciones de los dirigentes sobre los modos de utilizar las fuerzas armadas en caso de emergencia interna deben haberse producido de la siguiente forma. El Ejrcito nunca poda ser un instrumento directo para reprimir rebeliones. No se poda confiar ms en un ejrcito de reclutamiento obligatorio que en el pueblo en su conjunto, siendo la nica diferencia que una insubordinacin civil poda castigarse mediante la prdida del empleo o penas leves de prisin mientras una sublevacin en el Ejrcito poda penarse con la horca o el fusilamiento. Por tanto, las unidades paramilitares del Ministerio del Interior y de la guardia del partido, milicias obreras, etc., tenan asignada la misin de terminar por la fuerza con las rebeliones eventuales, las manifestaciones y dems. La tarea principal del Ejrcito era proveer una slida fachada de lealtad y subordinacin, desalentando con su presencia como en otros tiempos disuadiera la flota britnica a los enemigos potenciales la proliferacin de la desobediencia masiva, y garantizando el aislamiento de los focos de resistencia. Estos ltimos podan a su vez ser barridos por las fuerzas numricamente muy inferiores del Ministerio del Interior y la guardia obrera.

Por estas razones fue tan decisivo el comportamiento del Ejrcito durante el curso de la cuarta ola. Los presagios eran alentadores para la oposicin. Las dudas internas manifestadas pblicamente por Jaruzelski y la autolaceraciones de Polonia de 1981 ya eran una indicacin de los cambios en el comportamiento de los mandos militares del conjunto del Pacto de Varsovia. Este hombre, una extraa combinacin de dos tipos diferentes de autoritarismo, el de la nomenklatura y el de los militares tradicionales, pudo convencer a Polonia durante un tiempo de que sus motivos cuando el golpe de Estado militar contra Solidaridad en 1981 eran tan patriticos como de naturaleza autoritaria. Debi de tomar en serio la obvia amenaza de Breznev de acabar con la soberana polaca meramente nominal y de anexionar formalmente Polonia, a menos que el Ejrcito polaco actuara por su cuenta contra Solidaridad. Sin embargo, una vez que termin el perodo Breznev y que la soberana polaca ya no estuvo amenazada, pareca que Jaruzelski tena la intencin de dimitir ms que de imponer de nuevo un dominio armado sobre la sociedad. Como posteriormente se vio, durante los agitados meses de enero a diciembre de 1989, prevaleci entre todos los jefes de los ejrcitos del bloque sovitico una actitud muy similar a la de Jaruzelski. (La crucial presencia del liderazgo de Gorbachov, que sin ningn tipo de ambigedad orden a su propio Ejrcito no hacer nada respecto a los cambios en la Europa oriental, fue implcitamente obvia.) En Bulgaria, el golpe de noviembre contra Zhivkov verific su potencial a travs de la resuelta postura prorreformista del ministro de Defensa y del propsito del Ejrcito de aplastar con las armas, si era preciso, a las fuerzas de seguridad." En Rumania, el cambio de forma de pensar de los jefes del Ejrcito, la lucha de ste contra la Securitate, salv a la revolucin y derroc a la dictadura Ceausescu. Los generales de Alemania Oriental no podan dar el menor paso sin la aprobacin formal de las fuerzas de ocupacin soviticas, que nunca llegaba. En Checoslovaquia, el ministro de Defensa trat desesperadamente de hacer disipar, como si de una idea aberrante se tratara, los rumores (probablemente ciertos) de la planeada intervencin del ejrcito durante los primeros das de la revolucin. En Hungra, el Ejrcito fue muy leal al proceso de transicin hacia la democracia, contrastando con el servicio de seguridad, que continu su vigilancia de las conocidas figuras de la oposicin incluso cuando la direccin del partido renunci al comunismo y al poder monoltico.

Pero todos los factores antes mencionados simplemente aportan el marco para la ruptura. En el contexto de este marco, que habra supuesto para Polonia la mayor humillacin nacional desde la Segunda Guerra Mundial. Aade que en trminos de la postura moscovita, que finalmente fue dejada de lado a instancias del general Jaruzelski, alrededor del noventa por ciento del ejrcito polaco habra estado bajo el mando directo de los generales soviticos. Aunque Jaruzelski era, sin duda alguna, un patriota, no aparece, sin embargo, como un estadista polaco responsable a travs de la entrevista con Kuklinski, quien sigue convencido de que una mayor resistencia por parte del Estado Mayor polaco habra, al menos, atenuado el ansia sovitica por intervenir.

El acto revolucionario fue ms claramente una hazaa libre de los actores, no determinada por ningn tipo de necesidad histrica ni siquiera en su imaginacin poltica, de lo que posiblemente nunca antes lo habra sido. Un catlogo de las diferentes formas de accin de las revoluciones de la Europa oriental incluira casi todos los elementos normales de un cambio violento (exceptuando una huelga general anunciada, pero no llevada a cabo, en Checoslovaquia). Hubo huelgas de advertencia con la clara intencin de presionar a la vacilante nomenklatura (en Polonia); manifestaciones multitudinarias (de forma continuada durante las revoluciones de Checoslovaquia y Alemania Oriental, y en ocasiones simblicas en Hungra); enfrentamientos armados en los cuales los dictadores fueron crueles e inflexibles (en Rumania); y desobediencia civil de diversas formas en todas partes. En este sentido, la cuarta ola no aport nuevas formas al arsenal de acciones revolucionarias que, en cualquier caso, constituyen un repertorio limitado y agotable.

Dos factores facilitaron el carcter no violento v tolerante de la cuarta ola. En primer lugar, la percepcin del tiempo por los actores fue radicalmente diferente a la de los protagonistas de la Revolucin hngara de 1956, como un ejemplo del pasado. Esta ltima vivi el momento otorgado por la sorprendente desgana de su adversario como un milagro, una gracia de la historia, cuyo logro deba ser consolidado a un ritmo febril. El sutil uso de la fuerza, caracterstico de los hngaros en 1956, consisti en arrebatar el espacio pblico (fbricas, oficinas, la propia calle) de las manos de un gobierno odiado por el pueblo. Esta tctica fue el resultado directo de un sentido febril del tiempo, que expresaba la conviccin de los actores: en el mejor de los casos, contaban con unos cuantos das para conseguir que los cambios fueran irreversibles. (Por supuesto, nunca pensaron en lo limitado que realmente eran su tiempo y el espacio de maniobra.) Uno puede comprender la diferencia si el agitado ritmo del cambio de 1956 se compara con el pausado paso con el que la Mesa Redonda de Oposicin pact con los delegados de un poder comunista erosionado en 1989 en Hungra.

El segundo factor, inseparable del primero, fue la deliberada indecisin respecto a las futuras instituciones en los actos de oposicin durante la cuarta ola. En 1956, los consejos de trabajadores y los comits revolucionarios surgieron de la nada en cuestin de das, con una clara intencin de permanencia. En 1980, en Polonia, la resistencia haba existido durante una dcada en la forma organizada de Solidaridad, el sindicato de trabajadores que era ms que un sindicato. Pero en 1989, los actores eran reacios a manifestarse definitivamente sobre el marco institucional que iba a surgir. De ah que el resultado fuera la preponderancia de foros, clubs, alianzas organizaciones con nombre poticos. La explicacin ms razonable de este fenmeno parece ser, otra vez, la nueva percepcin del tiempo. La oposicin y la multitud que le segua entendieron cada vez ms que sobraba tiempo, y que sera un error comprometerse con ciertas formas de organizacin que estaran anticuadas al da siguiente. Sin embargo, la vaguedad en la definicin del marco institucional promovi la primaca de la libertad en la accin.

Lo que Havel denomin en una brillante y breve declaracin el poder de la palabra puede sonar como un prstamo del pathos de un drama del siglo xlx excesivamente exultante."' Pero, de hecho, con esta frase identific el poder ms importante impulsado por las revoluciones de 1989. Haba un elemento bastante peculiar del comportamiento de la muchedumbre en ese ao (quizs con la excepcin de Rumania, donde la brutalidad del dictador impuso pautas de accin que emanaban ms de la naturaleza de la dictadura que de la del propio pueblo). Los manifestantes en Leipzig, Berln, Praga, Sofa, en las ciudades polacas, en Budapest durante el funeral de Imre Nagy o en el da de la declaracin de la nueva repblica se comportaron de hecho de manera muy singular y completamente fuera del modelo habitual, no slo medido respecto a los patrones de las pelculas soviticas sobre las revoluciones, sino cuando se compara con el comportamiento de la gente en las calles de Budapest en 1956. No estaban ocupando edificios pblicos (a excepcin de un reducido nmero de centros locales de la Stasi la polica de seguridad del Estado en Alemania Oriental, con el fin de descubrir si la polica secreta estaba realmente destruyendo documentos incriminatorios). No intentaban conseguir armas (tal y como inmediatamente hicieran los manifestantes durante la primera noche del levantamiento en Hungra en 1956, y tambin en Poznan, en junio del mismo ao). Tan slo amenazaron con una huelga general (en la cumbre de las movilizaciones, contra las maniobras claramente perceptibles del gobierno checoslovaco para conseguir ms tiempo); nunca paralizaron la vida civil de un modo permanente. Afirmaban solemnemente su slida conviccin de que el consenso nacional estaba del lado de los manifestantes, y no con el gobierno: que el poder de la palabra estaba de su parte. De este modo, la oposicin cre un nuevo espacio pblico para s misma, de un modo muy real, y lejos del sentido metafrico. Los representantes del poder oficial tenan que comunicarse utilizando el propio lenguaje subversivo de la oposicin; al menos, estaban obligados a escucharlo. Nadie saba mejor que esta autoridad oficial, tras haber perseguido durante decenios el uso de ese lenguaje, que realmente ste tena poder, y que dicho poder era subversivo. Porque una vez que entraron en conversaciones, tan slo haba dos alternativas; una de ellas puramente nominal: o arrestar a los interlocutores si eran demasiado insolentes (en aquel momento una opcin puramente nominal) o prometer tales cambios que de hecho alteraran el carcter totalitario de su mandato. El poder de la palabra tuvo, visiblemente, un efecto eminentemente prctico.

El modus operandi de la cuarta ola quizs ejemplific la forma ms pura de revolucin: tan slo se aplicaba la fuerza que era absolutamente necesaria para conseguir la condicin de lo que Habermas denomina comunicacin libre de dominacin. En tanto en cuanto los gobiernos se sintieran confiados en su capacidad del uso sin restricciones de la coercin, y mientras tuvieran el respaldo del Ejrcito sovitico, no poda establecerse ningn tipo de comunicacin entre ambas partes. Sin embargo, una vez que se vieron solos, nicamente pudieron hacer una cosa: que los manifestantes pusieran las cartas boca arriba mediante la aceptacin de sus canales de comunicacin (desde las negociaciones en mesas redondas a las elecciones libres) y cruzar los dedos, esperando sobrevivir.

Llegados a este punto, la prdida de la autoidentidad comunista se convirti en un elemento constituyente de la propia revolucin, porque la autoidentidad no era un apndice psicolgico de la posicin sociolgica de la nomenklatura, sino ms bien una parte integrante de la misma posicin. No se puede gobernar sin reconocer los lmites del poder a menos que se cuente con una narrativa filosfica, por muy pobre que sea, que justifique dicho modus operandi. Cuando ya no se tiene una creencia inexpugnable en la propia narrativa justificatoria (siendo esta ltima totalmente caracterstica de los aos de Breznev), el nico instrumento de poder que queda en una crisis es el ametrallamiento de la opinin disidente. Pero si una fuerza poltica est desprovista incluso de este ltimo remedio, lo que, debido a Gorbachov, fue precisamente la situacin de los comunistas de la Europa del Este, puede disfrutar de un poder aparentemente ilimitado un da, y absolutamente ninguno al da siguiente.

La gran superioridad poltica de los rebeldes de la Europa del Este fue el resultado de haber captado durante aos esta prdida de autoidentidad del comunismo y haber convertido la debilidad de sus oponentes en una ventaja para ellos. Una vez que los comunistas decidieron sentarse en la mesa de negociaciones con la oposicin, podan haber tenido rabietas, haber ido contra lo que haban prometido el da anterior, haber tratado de dividir a sus oponentes, todo lo cual hicieron pero, con todo, perdieron. No podan negociar sobre el tema ms importante: el mantenimiento de su propio poder, ya que, por definicin, el poder absoluto no es negociable. Pero una vez que ya no negociaban como comunistas, es decir, como los depositarios del poder absoluto, simplemente no tenan ningn argumento en su defensa.

La influencia arrolladora de los medios de comunicacin sobre los acontecimientos fue un signo del grado en que la revolucin de 1989 tuvo lugar en el nivel de confrontacin entre la libre autodeterminacin del pueblo frente a la prdida de identidad de los gobernantes. Los medios de comunicacin crearon una imagen de sincronizacin histrica, la impresin de que las acciones haban sido concertadas de algn modo, lo cual tan slo se hizo en realidad en virtud de esa imagen de sincronizacin que millones de personas reciban diariamente. La pantalla de la televisin tambin presentaba un contraste simple, casi en blanco y negro, entre el poder absoluto de ayer, en esos momentos a la deriva, sin brjula, y la legitimidad autntica depositada en el pueblo. Es ms, despoj al poder absoluto de una de sus armas ms importantes: las deliberaciones y decisiones secretas.

2. La cuarta ola: revoluciones posmodernas

La lectura tpica occidental de las revoluciones de 1989 es la siguiente: estos pases y sus pueblos han retornado a la historia normal. Si bien esto es correcto en un sentido, en el de la anormalidad de los regmenes totalitarios, en otro sentido es tan slo la mitad de la historia. La otra mitad, que se ha perdido en los comentarios condescendientes, es la autoconciencia posmoderna de estas revoluciones. La conciencia que emana de los acontecimientos de 19891991 al igual que de sus consecuencias, hace ms comprensible una importante, pero a veces oculta, tendencia occidental.

Esta tendencia se hizo bastante transparente durante los debates del bicentenario de la Revolucin Francesa que, irnicamente, terminaron en el mismo momento de la historia en que lleg la respuesta a cuestiones no resueltas: en el verano de 1989. La teora ms ambiciosa del bicentenario, la tesis de Furet del final de la Revolucin,t9 necesitaba realmente la cuarta ola para su realizacin prctica. El objetivo de Furet era la restauracin de la superioridad de la primera ola, con la libertad poltica en su pinculo, suprimida durante un largo tiempo por las narrativas que emanaron de la tercera ola, las revoluciones totalitarias. Pero los historiadores tan slo pueden ver hasta donde alcanza su horizonte, y en el horizonte de Furet no haba ningn acontecimiento que hubiera sugerido una ruptura prctica con la tercera ola y sus narrativas, ninguna revolucin que hubiera resuelto el problema de reconciliar la primaca de la libertad con la preocupacin por los problemas sustantivos. Con las revoluciones de 19891991 se ha constituido un nuevo hori zonte, un nuevo entendimiento de nuestra era, una nueva historicidad.

En una accin que tuvo un impacto radical, pero que rechaz en su ideologa todos los estigmas del radicalismo poltico, las revoluciones de la cuarta ola cuestionaron un sentimiento vital dominante de la modernidad, el de estar en la estacin de ferrocarril.' El impaciente anhelo de los modernos por la trascendencia absoluta, a menudo emparejada con la bsqueda de la redencin, hizo permanentemente en trnsito la vida en la modernidad. Oblig a la gente a esperar constantemente al prximo tren con destino hacia un futuro sin especificar, mientras cualquier apreciacin del presente pareca equivaler a un compromiso con la trivialidad.

Un fuerte impulso antiutpico y una hostilidad hacia la Historia escrita con H mayscula son los rasgos distintivos de las tendencias intelectuales entre los disidentes de las sociedades de tipo sovitico que, durante decenios, han estado preparando el terreno para el progreso. En los escritos tericos e histricos de la oposicin,` la utopa ha sido identificada como el deseo destructivo de trscender la modernidad a cualquier precio, para lo cual ni la vida de las presentes generaciones ni las tradiciones del pasado merecen consideracin o clemencia alguna. Las implicaciones filosficas de esta postura antiutpica no pueden ser discutidas aqu. Sin embargo, su significado tericopoltico es claro. La oposicin intelectual de las sociedades de la Europa del Este entendi, con tanta claridad como sus colegas en la comunidad intelectual occidental, que la bsqueda del progreso universal, ese sello de la modernidad, puede desencadenar indiferencia e incluso brutalidad hacia la vida del presente. La renuncia caractersticamente posmoderna a la idea de progreso universal tuvo algunas implicaciones polticas en la disidencia oriental que resultaron ser muy similares a las que prevalecieron en Occidente en la generacin posterior al 68.

La hostilidad hacia la Historia con mayscula es el mensaje explcito de La insoportable levedad del ser de Kundera. Sabina, la pintora checa, que fue educada bajo el mandato del puo de hierro de la Historia, aborrece la Historia; para ella, slo es un desfile interminable y sin alma. En cambio, para su amante, el occidental cosmopolita de la generacin del 68, la Historia tiene un atractivo irresistible: Era precioso celebrar algo, reivindicar algo, protestar contra algo; no estar solo, estar al aire libre y estar con otros. Las manifestaciones que bajaban por el bulevar Saint Germain o desde la plaza de la Repblica a la Bastilla, le fascinaban. La masa marchando y gritando era para l la imagen de Europa y su historia. Europa es la Gran Marcha. Marcha de revolucin en revolucin, de lucha a lucha, siempre adelante. A1 renunciar a la gran narrativa, el papel del intelectual ha sufrido un cambio igualmente drstico. Esto parece ser una afirmacin atrevida, ya que en ninguna otra parte del mundo desempean los intelectuales un papel tan crucial en la poltica, ocupando los puestos de presidentes, primeros ministros, miembros de gabinetes gubernamentales y parlamentarios. Su presencia casi hipertrfica parece ser, en parte, la continuacin del papel proftico de la intelligentsia en la misma regin en que fue acuado el trmino, y en parte la confirmacin de la bien conocida teora de Konrad y Szelnyi sobre el poder de clase de los intelectuales . Sin embargo, la funcin del ropaje anticuado utilizado por los intelectuales en la Europa del Este tras 1989 (un ropaje que pronto ser utilizado por muchos intelectuales de la Unin Sovitica despus de 1991) es considerada nueva (o posmoderna). Aqu los intelectuales se han visto curados de su enfermedad tradicional, casi profesional: el culto de los hroes, polticamente pernicioso. Adems, la gran era de la vanguardia y de la funcin redentora del intelectual ya ha acabado. Porque ningn intelectual puede jugar ya el papel redentor sin una gran narrativa adecuada, y tambin, a la inversa, las grandes narrativas de tipo redentorholstico son creadas por los profetas intelectuales.

Las revoluciones posmodernas de la Europa del Este y la URSS han acabado con la muerte en la misma forma del texto y de los guionistas. La intelligentsia, cuya personificacin es quiz Vaclav Havel, puede ser mejor entendida en los trminos de la interesante teora de la posmodernidad de Z. Bauman que en los de las teoras de Mannheim o KonrdSzelnyi. Ciertamente sus integrantes no son ni profetas ni legisladores; quiz sean traductores. Ya que, a falta de grandes narrativas unificadoras, han de traducir un minidiscurso en otro.

3. La cuarta ola: la primaca de la libertad

La preocupacin en los antiguos regmenes de tipo sovitico por el beb empapado del agua del bao al sacarlo de ste se oye a menudo hoy en da, y no slo en boca de los comunistas no reconstruidos. En esta metfora, el agua sucia es unida metafricamente a la faz pragmtica de los regmenes comunistas, que pocos intentan ahora defender, y el nio inocente que debe ser salvado representa los llamados logros colectivistas o socialistas. Es sta una forma fundamentalmente falsa de entender la sociedad de tipo sovitico construido por sus fundadores, sobre todo Stalin, de un modo consistente. En esta sociedad no existen derechos, nicamente asignaciones hechas al pueblo por un gobierno omnipotente; ninguna obligacin legtima, slo rdenes arbitrarias; ninguna propiedad colectiva, tan slo la propiedad corporativa de la lite en el poder. En estas sociedades no puede ser cambiado ningn elemento sin cambiar el conjunto, por tanto, nada puede ser salvado. El conjunto debe ser demolido para que surja una constitutio libertatis, y esto es lo que est comenzando a ocurrir en la Europa oriental y en la Unin Sovitica.

La emancipacin implica la liberalizacin de la tierra, de la fuerza de trabajo y de las unidades de produccin, del cautiverio en que han sido mantenidas hasta ahora por la dictadura sobre las necesidades. Tambin significa la creacin de instituciones polticas libres, y, con ellas, de ciudadanos libres. Pero existe una prioridad en este proceso. Si la primera parte del programa de emancipacin es llevado a cabo por cualquier otro que no sean los nuevos ciudadanos, una de las conocidas antinomias, el resultado ser una libertad creada sin libertad. Por lo tanto, debe ser realizado bajo la primaca de la libertad: los ciudadanos tienen la prioridad, la emancipacin de la riqueza nacional viene despus.

Pero, qu sucede con las divisiones en el seno del espacio cerrado? No es legtimo funcionar con las distinciones de derecha e izquierda precisamente en el espacio social que cuenta, el que dominar el futuro de las nuevas democracias? Si tomamos de nuevo, como punto de partida, las reglas de transaccin v, adems, si tratamos de ilustrar las formas de interaccin entre los principales elementos, as como las combinaciones significativas de estas interacciones, obtendremos los siguientes cuadros:

I. ESTADO - MERCADO

AB C

Libertad ilimitada del mercado. Dinmica dominante: emana del

mercado.Fuertes prerrogaovas del Estado sobre el mercado. Dinmica

dominante: nfasis estatal en la redistribucin. El Estado como guardin, mantiene el equilibrio; nfasis poltico

general en el mercado; pero carece de una dinmica dominante.

11. ESTADO - CIUDADANO

ABC

nfasis mnimo del Estado en el individuo, poltica y

Econmicamente.nfasis mximo del Estado (pero nunca totalitario) en lo

pblico, representado por el Estado. Lmite: pluralismo poltico

mantenido, derechos humanos.El Estado equivale a los ciudadanos, democracia directa,

autogestin.

111. CIUDADANO - MERCADO

ABC

La ciudadana econmica carece de sentido. nica relacin entre

el ciudadano y el mercado: contratos de trabajo e intercambio

garantizados por un Estado mnimo.El mercado debera estar bajo un frreo control del ciudadano a

travs de un Estado que puede ser mximo o ms dbil, pero

nunca mnimo.Ligero control del ciudadano sobre el mercado, principalmente

proteccin del consumidor, a travs de un Estado mnimo.

Las siguientes combinaciones fundamentales de las relaciones entre los elementos del cuadro deben ser consideradas polticamente. 1. aaa: el modelo liberal puro; 2. bbb: el modelo fuerte de Estado de bienestar que funcion en varios pases en el perodo de posguerra (nunca llevado a la prctica por completo, pero suficientemente desarrollado para provocar el contraataque thacherista); 3. cac: la versin blanda de la poltica del bienestar, puesta en prctica en varios pases que tienen un crecimiento econmico sostenido junto con un equilibrio social a largo plazo; 4. ()cb: modelo comunitarioigualitario, en el cual el espacio del Estado se ha dejado en blanco al ser (idealmente) coextensivo con los ciudadanos en unidades productivas y territoriales autogestionadas. Adems, debera aadirse a los elementos de posibles combinaciones futuras la dimensin comunitaria, no representada en el cuadro. Esta dimensin no juega ningn papel en las reglas de transaccin entre el Estado y el mercado. No existe ni un Estado comunitario ni un mercado comunitario. Pero las circunstancias que el trmino ciudadano puede denotar, en relacin con el Estado como con el mercado, tanto respecto al individuo como a una comunidad, tienen gran importancia. Adems, el trmino comunidad tambin tiene un doble significado. Puede denotar una unidad terri