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PUBLICACIÓN DEL CENTRE DESTUDIS AFRICANS I INTERCULTURALS (CEA) - BARCELONA Número 31 - Julio 2014 Mujeres de la diáspora africana en América Latina y mujeres del África subsahariana: representación y participación política* Análisis Maguemati Wabgou Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá. l arculo presenta una reflexión comparava acerca de la situación de las mujeres de ascendencia africana de América Lana y las de África subsahariana en los escenarios del poder políco; lo que implica aprehender, de manera críca, las dimensiones de su representación y parcipación po- líca. La tendencia inicial y metodológicamente lineal de la presentación permite avanzar en una clásica tarea comparava entre la situación de ambos grupos de mujeres en torno a la problemáca de la par- cipación y representación políca. La tentación de ulizar la comparación entre las mujeres de la diáspora africana en América Lana y las subsaharianas es fuerte porque puede haber, y de hecho muchas veces lo hay, un desfase entre ambos niveles. Al reflejar un panorama general de relación entre el Estado y la sociedad, marcado por un profundo desencuentro entre el Estado, la Nación y la etnicidad, América Lana y el África subsahariana se cons- tuyen en dos regiones geográficas, caracterizadas por disntas formas de desigualdades sociales y de género. De allí, surgen las raíces de la crisis estructural del Estado subsahariano y lanoamericano, actual- mente ampliada y reforzada por la globalización de la economía mundial. Mientras que la problemáca de la parcipación y representación políca de las mujeres afrodescen- dientes se explica por la combinación de factores estructurales de índole económico, políco, cultural y étnico-racial, se puede analizar la de las mujeres subsaharianas sólo con elementos culturales y estructu- rales derivados del capitalismo y de la crisis del Estado. Así mismo, el arculo desvela el entrelazamiento entre las categorías de género y pertenencia a un grupo étnico-racial como elementos claves y específicos E El presente arculo es fruto de reflexiones nutridas desde los escenarios de debates brindados por The SEPHIS Conference, “Equity, Jusce, Development: People of African Descent in Lan America in Comparave Perspec- ve”. Subtema: “Gender, ethnicity and power”. Cartagena, 21-23 de marzo 2011. *

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Publicación del centre d’estudis africans i interculturals (cea) - barcelona

Número 31 - Julio 2014

Mujeres de la diáspora africana en América Latina y mujeres del África subsahariana: representación

y participación política*

Análisis

Maguemati Wabgou Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá.

l artículo presenta una reflexión comparativa acerca de la situación de las mujeres de ascendencia africana de América Latina y las de África subsahariana en los escenarios del poder político; lo que implica aprehender, de manera crítica, las dimensiones de su representación y participación po-

lítica. La tendencia inicial y metodológicamente lineal de la presentación permite avanzar en una clásica tarea comparativa entre la situación de ambos grupos de mujeres en torno a la problemática de la parti-cipación y representación política. La tentación de utilizar la comparación entre las mujeres de la diáspora africana en América Latina y las subsaharianas es fuerte porque puede haber, y de hecho muchas veces lo hay, un desfase entre ambos niveles.

Al reflejar un panorama general de relación entre el Estado y la sociedad, marcado por un profundo desencuentro entre el Estado, la Nación y la etnicidad, América Latina y el África subsahariana se cons-tituyen en dos regiones geográficas, caracterizadas por distintas formas de desigualdades sociales y de género. De allí, surgen las raíces de la crisis estructural del Estado subsahariano y latinoamericano, actual-mente ampliada y reforzada por la globalización de la economía mundial.

Mientras que la problemática de la participación y representación política de las mujeres afrodescen-dientes se explica por la combinación de factores estructurales de índole económico, político, cultural y étnico-racial, se puede analizar la de las mujeres subsaharianas sólo con elementos culturales y estructu-rales derivados del capitalismo y de la crisis del Estado. Así mismo, el artículo desvela el entrelazamiento entre las categorías de género y pertenencia a un grupo étnico-racial como elementos claves y específicos

E

El presente artículo es fruto de reflexiones nutridas desde los escenarios de debates brindados por The SEPHIS

Conference, “Equity, Justice, Development: People of African Descent in Latin America in Comparative Perspec-

tive”. Subtema: “Gender, ethnicity and power”. Cartagena, 21-23 de marzo 2011.

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que deben ser transversales al análisis de la situación de la mujer afrodescendiente y subsahariana frente a las lógicas dominantes del Estado-Nación (I), de las cuales derivan formas de desigualda-des sociales y de género (II); lo que contribuye a restringir el ejercicio de su participación y repre-sentación política (III).

Desencuentro entre el Estado, la Nación y los grupos étnico-raciales

El análisis de los mecanismos de funcionamiento de los poderes (tradicional y moderno) en sociedades del África subsahariana, marcadas profundamente por una pluralidad étnica, clánica, de familias extensas, linajes y castas presenta la manera como las poblaciones subsaharianas se amoldan a las exigencias derivadas de la lógica estatal, mientras intentan resistir a la modernidad. Así, se observa que la gestión política del Estado se ejerce desde el poder central mientras existe una ruptura entre éste y las formaciones sociales integradas por pueblos campesinos y trabajado-res, principalmente.

Por su parte, en América Latina, los años de esclavización consiguieron traer a hombres y muje-res “arrancados al África” para trabajar en plantaciones de café, tabaco, algodón, arroz; las facto-rías de producción de azúcar y las minerías en distintos países de América Latina y el Caribe de los cuales destacan México, Perú, Gran Colombia (Colombia–Nueva Granada y Panamá), Venezuela, Cuba, Santiago de Chile, Costa Rica y Brasil. De este modo, se produjo una formación de la diáspora negra en América Latina que ha ido consolidándose a lo largo del tiempo (historia) en espacios lati-noamericanos donde las contribuciones socioculturales, filosóficas y políticas de África (improntas de africanismo) son evidentes; Brasil y Colombia representan los territorios latinoamericanos con mayor población negra de América Latina. Pues la población negra esclavizada en Colombia esta-ba localizada especialmente en los departamentos del Cauca, Antioquia, Chocó, Bolívar, Popayán, Cali, el norte del departamento de Antioquia y la Costa atlántica, con su centro en Cartagena. Va-rios de sus integrantes procedían de zonas que hoy corresponden a países africanos como Benín (antiguo Dahomey), Nigeria, Sierra Leona, Mozambique1, Angola, Cabo Verde, Senegal, Guinea; y pertenecen a distintos grupos étnicos africanos tales como los wolofs, mandingas, fulos, cazangas, biáfaras, monicongos, anzicos, engolas, entre otros. A pesar de las resistencias por parte de los futuros esclavizados, es evidente que integrantes de esto grupos étnicos africanos fueron traídos por la fuerza a Panamá y Colombia, amontonados en los barcos negreros.

Parte de los esclavizados africanos que fueron transportados forzosamente hacia plantaciones y minas de América fueron organizando resistencias para romper con las cadenas de la esclaviza-ción. De allí, surgieron varios movimientos cimarrones: los esclavizados empezaron a luchar por la libertad, mediante la insumisión, la elaboración y la ejecución de estrategias de resistencia, a partir de la segunda mitad del siglo XVI. Se registraban fugas de esclavizados en las colonias: huían para esconderse en territorios inaccesibles donde se reagrupaban a veces para organizarse en grupos de defensa contra cazadores enviados por sus dueños, o para refugiarse en territorios ocupados por indígenas a quienes terminaban enseñando métodos de insubordinación frente al

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colono español o portugués. Se señalan revueltas de esclavizados para conseguir la libertad en el istmo de Panamá2, la costa del Pacífico, Cartagena, Venezuela, Cuba, Brasil (los quilombos), Puer-to Rico, entre otros.

En esta misma línea, cabe resaltar las insurrecciones de los esclavizados en la colonia francesa de Saint-Domingue (actual Haití) que, iniciándose en la noche del 22 al 23 de agosto de 1791, culminó con la proclamación de la abolición de la esclavitud en 1793 y la adopción del decreto para la emancipación el 4 de febrero de 1794. La resistencia de los pueblos de Saint-Domingue al restablecimiento de la esclavización por parte de Napoléon Bonaparte, mediante el decreto del 20 de mayo de 1802, dio lugar a una sangrienta represión. Aunque la esclavitud fue instaurada de nuevo en las demás colonias francesas, Saint-Domingue consiguió su independencia el 1 de enero de 1804 con un nuevo nombre (Haití), tras un año de guerra cruenta contra los ejércitos de Bonaparte (1802-1803), la captura y la muerte del líder de la resistencia, Toussaint Louverture. La situación en Haití dio paso a varios movimientos de insurrección de esclavos africanos estableci-dos forzosamente en distintos países del Caribe y América; movimientos liderados por esclavos originarios de las zonas costeras del África occidental y central (Cabo Verde, Congo, Costa de Oro –actual Ghana–, Dahomey –actual Benín–, Nigeria).

Antes de la independencia de Haití, hay que resaltar el carácter excepcional y notable del li-derazgo de Benkos Bioho, esclavizado de origen africano, en la organización de resistencias y de ofensivas contra los españoles esclavistas, establecidos en las costas de Cartagena. Su papel fue tan sobresaliente que está considerado hoy en día como el “Bolívar negro” de los palenqueros. Fundó el pueblo de los negros cimarrones, conocido como el primer “pueblo libre de América” que se mantuvo aislado del resto de Colombia desde 1713, conservando sus identidades de origen africano. Hoy día la lengua palenquera es una mezcla de palabras bantú (lengua del África central) y criollo.

En todos estos procesos de resistencia, el papel de la mujer esclavizada ha sido importante. Al respecto, Mónica Espinosa y Nina S. de Friedmann (1993: 105) resaltan la participación de las mujeres en las luchas por la liberación de esclavizados: “en la lucha de los cimarrones, las mujeres habían combatido aguerridamente con dardos, macanas y lanzas, enfrentándose a los españoles […]”. En el mismo sentido, Mena García (1993: 88) reitera la magnitud del apoyo de la mujer negra durante la época colonial, pero lamenta la escasez de documentos históricos al respecto y la ne-cesidad de reconocer su presencia activa en las luchas antiesclavistas colombianas: “por muchos años los estudios sobre la mujer negra esclava estuvieron limitados por la profundización de as-pectos económicos de la esclavitud […]” (Castaño Zapata, 1993: 77).

Tanto en el África subsahariana como en América Latina, surgen los estados modernos, tras épocas diferentes de la colonización. Y en la era poscolonial, las identidades étnicas intentan aco-modarse a las exigencias derivadas de la nueva lógica del poder pese al surgimiento de contra-dicciones y paradojas en la gestión política del Estado. De este modo, se produce la confiscación

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del poder político, económico y del Estado por una minoría en contra una mayoría (campesinos, trabajadores, sindicalistas, mujeres, estudiantes, entre otros), recurriendo así mismo a estrategias etnicistas o a la etnización del poder y del Ejército. Con el legado colonial del poder, la gestión política se ve dificultada por querellas internas, inherentes a las incoherencias del poder asumido que terminan creando condiciones favorables al bloqueo del progreso social.

Las formas de organización y ejercicio del poder en África subsahariana presentan una com-plejidad que se refleja en la configuración de distintos grupos étnicos, familias extensas, clanes, linajes y castas. Esta heterogeneidad sociológica, antropológica y social, duplicada por las prácti-cas tradicionales y religiosas, tiene un impacto en las formas de organización socio-política en las sociedades subsaharianas. En este contexto, surge la necesidad de aprehender los mecanismos de funcionamiento de los poderes (tradicional y moderno) en estas sociedades, si se tienen en cuenta las agudas transformaciones sociales, culturales, económicas y políticas acaecidas tras la coloniza-ción y descolonización. Pues, atados a sus rasgos y prácticas culturales, estos pueblos no dejan de resistir la ofensiva de la modernidad impuesta por el poder central (el Estado).

La construcción de la nación, casi inexistente, en todos estos jóvenes estados de América Latina y el África subsahariana se vuelve una prioridad en medio de gobiernos demócratas, autócratas, populistas y dictatoriales. En África subsahariana, la era poscolonial se caracterizó por la intole-rancia étnica de parte de los gobiernos centrales que niegan el carácter multiétnico de la nación y se quedan con el sentido heredado de la revolución francesa: sentido de pertenencia a un mismo Estado, una misma identidad territorial con los mismos objetivos. Menospreciando el carácter vo-luntario de la nación –unión voluntaria y soberana de individuos autónomos e iguales–, los líderes políticos insisten desesperadamente en el desarrollo de una conciencia política nacional. El poder central carece de iniciativas, políticas e instituciones apropiadas para la educación de los pueblos en temas afines al civismo, ciudadanía, cultura política, participación, y se niega a reconocer los derechos políticos de los grupos étnicos que están al margen del ejercicio del poder o de la vida política creada o impuesta por el régimen dictatorial. Se establecen sistemas políticos o formas de gestión política atípicas basadas en ideologías y prácticas retrógradas y destructivas, tales como la africanidad y autenticidad africana al estilo Mobutu, el etno-clientelismo y el regionalismo, que terminan captando a los partidos políticos, aún en contextos multipartidistas. Y en América Latina, se establecen autoritarismos en varios países, recurriendo al clientelismo como una herra-mienta de Gobierno, doblada de exclusión y marginación de las poblaciones afrodescendientes. En general, el ejercicio de este poder central se caracteriza por la gestión y manipulación étnica de las poblaciones, la región y el Estado en detrimento del cultivo de la libertad de los pueblos, la equidad y la inclusión social.

De esta manera, en ambos casos, las identidades étnicas intentan acomodarse a las exigencias derivadas de la nueva lógica del poder. Además, en vez de centrar las políticas en el principio del “desarrollo endógeno”, los líderes políticos se dedicaron a poner en marcha un proceso de

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desarrollo dentro del marco del legado colonial; esto es, siguiendo la voluntad y estrategias de quienes quieren seguir explotando y dominando a ambos subcontinentes. Ni la consolidación de los estados ni el progreso de los pueblos se realizaron en condiciones idóneas sino que se produjo una modernización diferencial de aldeas y ciudades, un desarrollo desigual y un estancamiento del mismo proceso.

En realidad, la ordenación del Estado moderno no ha sido ventajosa para el África subsahariana y América Latina: todo lo contrario, los hechos vividos muestran el fracaso del Estado con los gol-pes de Estado. Así lo indican la debilidad de las instituciones políticas, la falta de cultura y prácticas “democráticas” (siendo éstos algunos de los valores intrínsecos al Estado-nación), la pobreza de las poblaciones, la dependencia de las economías respecto de la ex metrópoli con la intensifica-ción de la exportación de materias primas y la importación de tecnología para beneficio de las ne-cesidades de las burguesías locales y latifundistas más que para el servicio de la población. En este contexto, marcado por la ausencia o debilidad de un Estado construido sobre la base de la identi-dad nacional, a la cual se suma el desgaste del poder, se estallan los conflictos políticos internos a los países. Aunque en el caso subsahariano son, a menudo, de corte político con trasfondo étnico; en América Latina, suelen ser de índole ideológica, doblada de graves desigualdades sociales de-rivadas de las crisis del Estado–Nación. Así mismo, perteneciendo al mismo grupo étnico-racial (ser afro/negra) tanto las mujeres subsaharianas como las afrodescendientes, junto con sus niños/as, se vuelven víctimas principales de estos conflictos internos cuyo saldos en pérdidas humanas y materiales suelen ser graves en términos de despojo, crisis humanitaria, violación de derechos étnicos, violación de mujeres, niñas soldados, viudas, etc. Todo ello, conlleva a la consolidación de las desigualdades sociales.

Desigualdades sociales y de género

Un análisis de las desigualdades sociales (pobreza y la crisis socioeconómica) en África subsaha-riana y América Latina desde un enfoque de género debe partir de un entendimiento integral de las causas y efectos que esta situación puede generar. Hacer un análisis multicausal de la situación de pobreza que afecta a muchas mujeres del África subsahariana implica identificar las variables o factores que han desencadenado la crisis como la imposición de un modelo de Estado que no es compatible con las estructuras sociales tradicionales; la pervivencia de estructuras económi-cas de tipo colonial; la dependencia material e ideológica del mundo occidental; las condiciones medioambientales que se convierten en un obstáculo para el desarrollo productivo y la estabilidad socioeconómica de la población; y, un factor adicional que no puede ser catalogado como causa en estricto sentido pero que es un agravante para el deterioro de las condiciones de vida de la población: el problema de salud pública generado por la pandemia de VIH/Sida y por la malaria o paludismo. En América Latina, este análisis se refleja en los planteamientos de Campbell Barr (2003: 9), según los cuales: “Existe evidencia empírica y documental que demuestra la represen-tación desproporcionada de la población afrolatina entre los y las pobres y personas marginadas

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de la región y, sin embargo, hasta ahora no existen políticas, ni recursos económicos consistentes que pongan énfasis en la pobreza y la antidiscriminación y que dirija recursos especiales para las necesidades específicas de las poblaciones y mujeres afrolatinas. La situación de marginación eco-nómica de las mujeres afrodescendientes se manifiesta en su exclusión en la participación plena en la inversión en capital humano y empleo productivo de sus respectivos países, así como sus limitaciones estructurales de acceder a los recursos productivos”.

Además, las mujeres afrodescendientes y subsaharianas suelen soportar más que los hombres o solas las cargas de la crianza de los hijos, que constituyen a menudo una prole generalmente numerosa. Sin embargo, al padecer distintas formas de discriminación racial en sus sociedades, las mujeres de la diáspora africana de América Latina viven experiencias distintas a las de mujeres subsaharianas en la medida que “las mujeres afrodescendientes históricamente han tenido que asumir tanto el trabajo productivo como el reproductivo, aunque el primero en condiciones his-tóricas de discriminación” (Campbell Barr, 2003: 9). A su vez, con éstas los/as hijos/as comparten experiencias de desigualdad de género derivada de las formas patriarcales de relaciones sociopo-líticas y económicas ligadas a distintas formas de las instituciones capitalistas.

En este sentido, se observa que la desigualdad adquiere múltiples formas, teniendo en cuenta que una de las más graves es la que se produce entre hombres y mujeres en los países subsaha-rianos y latinoamericanos, pese a los avances hacia una mayor igualdad de derechos y oportuni-dades que se han ido dando. Así, se observa a menudo que la igualdad se ha conseguido más bien en términos jurídicos que reales, en la medida que las mujeres suelen ocupar menos cargos de responsabilidad en la política, lo que limita su participación política. De igual manera, en el campo económico, las mujeres suelen recibir salarios inferiores a los hombres en trabajos similares, car-gar con la mayor parte del trabajo doméstico y estar afectadas en mayor medida por el desempleo mientras que quienes se encuentran incorporadas al mercado laboral se enfrentan a la doble jor-nada (a la del trabajo y a las tareas domésticas).

Así mismo, la situación subsahariana actual está determinada transversalmente por procesos de marginalización económica, represión política y destrucción cultural que, en su complejidad e interrelación, proyectan un subcontinente estigmatizado globalmente al estar rezagado del avan-ce de las “sociedades modernas”, un espacio geopolítico en donde el modelo liberal de Estado falló, y frente al cual, pensar alternativas y vías de progreso de cara a su crisis socioeconómica, se hace cada vez más distante. Dentro de una escena global, el continente africano ha buscado su in-serción a través del mercado mundial; además ha reproducido una crisis caracterizada por el bajo nivel de fuerzas productivas, una agricultura desecha por la concentración exportadora, un déficit alimentario, el fracaso de la industrialización por sustitución de importaciones, la depreciación de materias primas en el exterior y la pobreza rural creciente. En este contexto, la pobreza de las mujeres rurales es más aguda que la de las zonas urbanas en general, y en cuanto al acceso a las tierras de cultivo y el comercio en el caso particular subsahariano.

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Pero en general, se observa una fuerte participación de las mujeres subsaharianas en activi-dades comerciales. En Togo, por ejemplo, un pequeño Estado situado en el oeste de África, las mujeres éwé y mina del sur se dedican en su mayoría a actividades comerciales. Venden todo tipo de productos agrícolas (legumbres, tubérculos, pescados, etc.) y manufacturados importados o no (telas3, tomate en lata, leche importados, etc.). Los varones son agricultores, pescadores y comerciantes. La agricultura en las regiones “Maritime” y “des Plateaux” es fructífera porque goza de buenas condiciones climáticas. Allí se cultivan grandes plantaciones de café y cacao. Los kotokoli del centro, mayoritariamente musulmanes, practican poco la agricultura. Sus mujeres se dedican a los negocios y los barones son principalmente conductores de transportes públicos. En el norte de Togo (Kara, “Savanes”), las actividades económicas son básicamente agrícolas. Tanto los varones como las mujeres desempeñan trabajos agrícolas aunque los primeros hacen los tra-bajos físicamente más exigentes y difíciles mientras las segundas se dedican a tareas más leves y menos agobiantes. La repartición de tareas entre hombres y mujeres se explica por el hecho de que las mujeres desarrollan también actividades comerciales, fundamentalmente la producción y venta de la cerveza tradicional de mijo4.

Igualmente, en América Latina, “muchas de las mujeres afrodescendientes están incorporadas en la economía “informal”, debido a la segmentación del mercado de trabajo. Sin embargo, aún no se encuentran estudios que permitan visibilizar la composición etno-racial de la economía in-formal de los países de la región. Es evidente, sin embargo, que sus responsabilidades económicas en la familia la obliguen a realizar diversas actividades productivas en jornadas ampliadas y en condiciones de marginalidad y explotación. El sector informal se caracteriza por la nula protección laboral y por la escasa posibilidad de generar cambios significativos que permitan algún tipo de movilidad social” (Campbell Barr, 2003: 9).

La ineficacia e incompetencia en lo político, la inexistencia de prácticas democráticas, la ex-clusión política y la coacción sobre el ejercicio de derechos fundamentales, son producto de la pervivencia de regímenes autoritarios y de elites autocráticas y han sido factores colaboradores en el mantenimiento de estructuras socioeconómicas que, alineadas con las intencionalidades de Occidente y de la mano de un proceso de globalización, han agravado la situación de estancamien-to económico del subcontinente africano y de deterioro de las condiciones de vida de las mujeres subsaharianas. Aunque América Latina ha conocido progresos notables en materia de prácticas democráticas y respeto de derechos humanos, la situación de las mujeres afrodescendientes ha empeorado en cuanto a desplazamientos forzado, lo que afecta su bienestar socio-económico. Por ejemplo, el desplazamiento forzado en Colombia es un drama humanitario grave, con implicacio-nes sociales, políticas, económicas, culturales y demográficas.

Así mismo, la situación de las mujeres afrodescendientes en Colombia se ve afectada por el conflicto interno al padecer procesos de violación de derechos étnicos, despojo y de expulsión de las cuales derivan los flujos de desplazamientos forzados que también obedecen a las lógicas de

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los intereses de capitales nacionales y transnacionales, y a las necesidades e intereses de quienes han detentado el poder político y el poder sobre la tierra. Las zonas del Pacífico donde existen asentamientos de poblaciones afrodescendientes, han sido vinculadas a la siembra de cultivos con uso ilícito y la ampliación del cultivo de palma aceitera; con lo que se legaliza el asesinato y la expropiación territorial que vienen sufriendo estas comunidades. Tanto en el África subsahariana como América Latina, los conflictos políticos internos de los países, caracterizados por el trasfondo étnico-racial, acentúan la formación de corrientes migratorias forzadas que pueden o no traspasar las fronteras entre países y continentes, convirtiéndose en un componente de los flujos intraconti-nentales e internacionales. Las personas huyen como desplazadas o refugiadas de la represión, la persecución política y la guerra en busca de lugares más seguros; lugares que esperan encontrar en una aldea, una ciudad, otro país latinoamericano, africano o de Occidente. Lo más grave es que las guerras alteran la organización social; multiplican el número de huérfanos, viudas, heridos, mutilados y enfermos, siendo las mujeres y los niños las principales víctimas. De allí, la necesidad de aplicar un enfoque diferencial étnico-racial y de género en las políticas públicas de atención a las poblaciones desplazadas.

De igual manera, las migraciones con carácter económico afectan a las mujeres subsaharianas y con ascendencia africana en la medida que cuando sus maridos o familiares son emigrantes, envían remesas de dinero al hogar; se benefician de estas remesas para paliar los efectos de la pobreza individual y familiar, sin poder realizar ningún tipo de inversiones. Con respecto a la uti-lización de las remesas, es necesario establecer mejores prácticas que contribuyan al alivio de la pobreza y, en general, a un mayor bienestar. Por consiguiente, los gobiernos de algunos países de ambas zonas (como Senegal, Malí, Colombia, El Salvador y México) y los organismos interna-cionales abogan por la necesidad de orientar las remesas a la creación de pequeñas y medianas empresas, así como a gastos que promuevan la formación de capital productivo y humano. Ade-más, se afianza la idea de que la interrelación entre las remesas y el desarrollo encierra un gran potencial aun no explorado, aunque existen riesgos de dependencia provocada por las remesas en las familias y comunidades receptoras. Pues, igual que en África subsahariana, en el caso latino-americano, “[…] cada vez se reconoce más ampliamente que la importancia de las remesas como fondos de inversión es la alternativa a la falta de otras fuentes de financiamiento de la inversión productiva, tanto públicas como privadas. En síntesis, este nuevo enfoque crítico apunta a que el menor desarrollo no se supera mediante la emigración, sino con políticas de desarrollo y fomento de la inversión, sea esta estatal o privada […] (Cepal: 2006: 31).

Una de las causas de las migraciones intracontinentales en África que se desarrollan en forma de éxodo rural, dejando las aldeas para llegar a las ciudades, es el deterioro del sector agrícola; deterioro que afecta a las mujeres igual que a los hombres ya que la agricultura es la actividad económica que más absorbe a ambos sexos de zonas rurales. Estos éxodos rurales pueden exten-derse a otras ciudades del mismo país o de varios países; en este último caso los movimientos migratorios se vuelven migraciones internacionales de carácter intracontinental. En el caso de

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las mujeres campesinas que emigran hacia centros urbanos, pretenden la mera búsqueda de una mejor vida aunque son empujadas por razones familiares (reunificación familiar), o por la conjuga-ción de ambos objetivos. Así, la situación será diferente según sea una mujer sin pareja o casada. Estas observaciones se resumen en la exploración que hacen Gugler & Ludwer-Enegdrun (1990)5 al establecer siete modelos del éxodo rural-urbano y de la residencia urbana de las mujeres: (1) las mujeres solteras que van a la ciudad por su propia decisión; (2) las mujeres divorciadas y viudas que van a la ciudad por decisión propia; (3) las mujeres que emigran con sus maridos a la ciudad y vuelven ambos al pueblo; (4) las mujeres que emigran con sus maridos, se quedan en la ciudad y sus maridos regresan a casa; (5) las mujeres que emigran con sus maridos a la ciudad para esta-blecerse allí permanentemente; (6) las mujeres que van a visitar a sus maridos a la ciudad; y (7) las mujeres mayores que se reúnen con su hijo mayor en la ciudad.

Es aquí donde mencionamos el papel de la educación en general, y la superior en particular, en la producción de las desigualdades sociales ya que ha siempre sido un campo de privilegios, exclusiones, promoción y reproducción de desigualdades. En el África subsahariana, tradicional-mente, la socialización de la niñez está asegurada por el papel social de los padres dando más peso a la dedicación de la madre. En las zonas rurales, la educación de los niños y niñas suele está condicionada por su sexo; el niño amplía sus espacios mientras la niña, confinada al espacio doméstico, se limita a la realización de tareas específicas que la convierten en sujeto de prácticas sociales ancladas en tradiciones subyugantes. Ella vive su socialización ocupándose de las tareas asignadas a la mujer por su naturaleza. En consecuencia, en la “pubertad unos están inclinados hacia el exterior y otras están preparadas a jugar su papel de esposa en el interior del universo do-méstico” (Yana, 1997). La poca educación femenina en África subsahariana se origina y mantiene fundamentalmente como consecuencia de factores históricos y culturales, doblada por factores económicos. Igual que en las zonas rurales con población mayoritariamente afrodescendiente, en la escuela primaria y secundaria la deserción escolar ocurre por los casamientos, embarazos precoces, la falta de perspectivas de futuro o la insuficiente e inadecuada orientación profesional. Sin embargo, existen casos en que la educación ha permitido que las mujeres ocupen cargos de jueces, educadoras o ministras, lo mismo que dediquen sus esfuerzos al ejercicio y desarrollo de profesiones liberales como médicas, administradoras o abogadas.

Desde estas posiciones y profesiones han desempeñado un importante papel para los cambios en los estándares de vida de la población y para la creación del desarrollo económico, incluso manteniendo grados de compatibilidad con las tradiciones. Por lo tanto, consideramos que “las estrategias inmediatas a aplicar para asegurar la reducción de las desigualdades por género y cla-se en la educación habrán de ampliarse para incrementar y diversificar su presencia en todas las áreas del conocimiento de la misma forma que la actividad económica abarca a muchas de ellas” (Wabgou & Munévar, 2001: 17).

En América Latina, aunque la situación está mejor en cuanto al acceso de las mujeres afro-

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descendientes a la educación formal, cabe mencionar que queda mucho por hacer, sobre todo en la educación superior, que debe ser más inclusiva. Debe contar con algunos lineamientos de base que deben elaborarse, teniendo en cuenta la necesidad de encontrar mecanismos concretos para incrementar la presencia afrodescendiente en el sistema educativo superior mediante cuatro niveles de articulación: la transversalidad de los temas afro, el acceso de estudiantes afrodescen-dientes en todos los niveles del sistema educativo (técnico profesional, tecnológico o profesional universitario), su permanencia y graduación en la educación superior.

Todo ello se vuelve necesario debido a que estas personas tienen dificultades de acercarse al conocimiento en las mismas condiciones que el resto de la población mayoritaria puesto que, su historia es marcada por la esclavización, la discriminación y el racismo estructural; lo que afecta negativamente la calidad de educación en las zonas (rurales y urbanas) desde donde provienen. Por lo tanto, se debe abrir un debate en torno a las desigualdades sociales y de género en lo que respeta a las mujeres afrodescendientes, teniendo en cuenta la problemática de la educación “inclusiva” o “pluralista”. En este contexto, “el sector educativo debe responder a las demandas y necesidades educativas de los grupos étnicos con estrategias para la ampliación de la oferta de programas académicos, la adecuación y flexibilización en el diseño curricular, la diversificación de las modalidades de aprendizaje y con la articulación entre conocimiento científico y otros saberes” (Garcés Aragón, 2010: 8).

En todo caso, la comprensión de esta realidad está atravesada por la necesidad de elaborar un esquema de entendimiento pluridimensional de la pobreza y la crisis socioeconómica, con varia-bles como las relaciones entre pobreza y género (el papel de la mujer en la reproducción econó-mica de las familias); la consideración de la pobreza como parte de procesos sociales, económicos y políticos dinámicos; las formas en que las condiciones geográficas (medioambiente, demografía, enfermedades) contribuyen a la agudización de la problemática; así como resulta indispensable prestar la atención debida a los aspectos de la pobreza que delinean y definen las capacidades y las participaciones de los individuos y los hogares en los procesos socioeconómicos y políticos.

Representación y participación política

Aprehender, de manera crítica, las dimensiones de la representación y participación política de las mujeres subsaharianas y afrodescendientes en América Latina implica precisar algunos térmi-nos conceptuales.

Representación política. El concepto de representación política se refiere a las formas como los representantes políticos deben ser portadores de las voces, opiniones y perspectivas de los ciudadanos tanto en los procesos de elaboración de políticas públicas como las cuestiones de pla-neación y participación ciudadana. De hecho, la representación política ocurre cuando estos re-presentantes, como actores políticos, hablan, abogan y actúan en el escenario político en nombre de otros porque poseen el poder político otorgado por un gran grupo para un período de tiempo

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determinado. De esta forma, se concibe la representación política “como un actuar con una par-ticular sensibilidad hacia los intereses […] no es más que un mecanismo mediante el cual se con-centran en un órgano de decisión los intereses de los distintos segmentos sociales a través de unos voceros cuya función consiste en cuidar de cada uno de esos intereses […]” (Laporta, 1989: 133 y 134). La noción de representación política se fundamenta en la de representación que, en política, designa el acto mediante el cual un representante (legislador o gobernante) opera en nombre de un representado (elector, por ejemplo) con la finalidad de satisfacer sus intereses. Por tanto, el representado puede exigir al gobernante el cumplimiento de sus responsabilidades por medio de mecanismos establecidos, institucionalizados y apropiados.

Se suele hablar de representación en las democracias representativas, en las que los represen-tantes son funcionarios electos que hablan en nombre de sus electores; aquí, “[…] la democracia aparece directamente como un proceso de negociación incesante de intereses a la búsqueda de una solución de compromiso, y el corporatismo no sería sino una extensión de la democracia” (Ibíd.: 134). Es aquí donde la participación y representación política de la población afrodescen-diente en posiciones de liderazgo local, distrital, nacional e internacional se convierten en factores de cambio sociopolítico; lo que implica la necesidad de examinar el concepto de liderazgo con el fin de identificar los mayores desafíos que enfrentan lideres y lideresas afrodescendientes en distintos niveles y espacios de participación formal e informal que han sido creados y los que de-berían crearse para su fortalecimiento. De esta forma, “la representación puede fungir más como espejo de las aspiraciones y necesidades de la sociedad y la participación como expresión, control e influencia de la sociedad sobre quienes ejercen mandatos” (Velázquez, 2003: 46-47).

Liderazgo. Entendemos por liderazgo la capacidad o el proceso de organizar y dirigir las activi-dades de un grupo con el fin de alcanzar objetivos determinados y de índole política, económica, social, cultural, entre otras. Por tanto, la persona líder es quien tiene la capacidad y aptitud de usar distintos mecanismos en aras de actuar sobre el grupo que lidera o influenciar sus miembros para el interés común. Entonces, el líder se destaca por su sentido agudo del compromiso con los inte-grantes del grupo liderado y de la defensa del interés común para el cumplimiento de objetivos. Es el que tiene capacidad de mando y la aceptación del grupo. En este sentido, afianzamos la consi-deración que hace Viveros (2003: 3) cuando afirma que el liderazgo es “[…] el correcto ejercicio del mando, que se traduce en satisfacción del grupo de trabajo y de la empresa por haber cumplido con los objetivos encomendados. El líder es el motor de la actividad que se ejerce desde el vértice del mando, inspirando y estimulando al grupo para cumplir con el trabajo encomendado […]”.

Participación. Este concepto se refiere a un proceso de implicación e intervención de los ciu-dadanos en distintos mecanismos de trabajo con el fin de incidir en la toma de decisiones rela-cionadas con su vivencia. En este sentido, “la participación puede ser entendida como una forma de acción individual o colectiva que implica un esfuerzo racional o intencional de un individuo o un grupo en la busca de logros específicos –tomar parte en una decisión, por ejemplo– a través

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de una conducta cooperativa […] En esa perspectiva, asumida por el presente estudio, la partici-pación es entendida como intervención antes que como incorporación. Es decir, se le mira como un proceso social que resulta de acción intencionada de individuos y grupos en busca de metas específicas, en función de intereses diversos y en el contexto de tramas concretas de relaciones sociales y de poder […] Entendida así, la participación opera en el escenario público y es en él don-de produce sus efectos […] Es, en suma, un proceso en el que distintas fuerzas sociales, en función de sus respectivos intereses (de clase, de género, de generación), intervienen directamente o por medio de sus representantes en la marcha de la vida colectiva con el fin de mantener, reformar o transformar los sistemas vigentes de organización social y política” (Velásquez, 2003: 40-41).

Entendida así, la participación se concibe en primer lugar como “[…] un proceso autónomo, en el que cada uno de los participantes opera sobre la base de decisiones propias, fundadas en su lectura de la realidad y en sus propios intereses y posibilidades. En segundo lugar, las asimetrías que operan en el proceso son de carácter horizontal. No todos los participantes están dotados de los mismos recursos (materiales, de información, de poder, etc.), pero se supone que ningún sec-tor por definición tiene algún privilegio en el proceso. Las fuerzas se van alinderando en el propio trayecto y, al final, es muy posible que la voluntad de uno o varios sectores se imponga sobre la de los demás. Lo importante es que existen reglas del juego claras y equitativas que impiden que las diferencias entre los participantes se conviertan en un hándicap para algunos de ellos. Finalmente, el objetivo de la participación no es necesariamente integrarse socialmente a una cultura domi-nante. Puede ser perfectamente la transformación total del orden vigente o la introducción de cambios (culturales, políticos, económicos, etc.) que modifiquen sus reglas del juego. En este sen-tido, no sólo está atravesada por relaciones de poder sino que puede apostarle a su redefinición” (Ibíd.: 42). En este nivel de análisis, es cierto que se puede distinguir dos tipos de participación, a saber la participación política y la participación ciudadana.

Participación política y participación ciudadana

Entendemos por participación política la suma de las posibilidades que tienen los ciudadanos de influenciar el curso de los acontecimientos o asuntos políticos de un Estado; eso implica la intervención, según el interés común, de los sujetos individuales o colectivos en la esfera públi-ca. Así mismo, el término se usa para referirse al conjunto de las actividades que permiten a los miembros de una sociedad intervenir, de una manera directa o indirecta, en la formación o cons-trucción de las políticas de Gobierno y también en la selección de los gobernantes. Este concepto está intrínsecamente ligado a la noción de participación ciudadana, que se refiere a los intereses globales: “[…] contempla instancias de representación y debe resolver, al igual que la democracia representativa, los problemas que se derivan de las relaciones entre representantes y sus bases sociales. De todos modos, al orientarse hacia el escenario público, la participación tiene necesa-riamente un punto de referencia político: a través de ella la ciudadanía exige la responsabilidad de los mandatarios, controla la transparencia de sus decisiones e interviene directamente en escena-

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rios de decisión política. En tal sentido, no niega el sistema de representación política sino que los complementa y perfecciona. La participación ciudadana aparece así más como un complemento que como un alternativa de la representación política” (Ibíd.: 43). Es aquí donde la noción de la representación se vuelve importante para aprehender la dimensión decisoria de la participación.

La participación tiene unas características relevantes: se caracteriza por su capacidad dinámica y transformadora en la medida que puede abrir posibilidades o espacios más bien de intervención que de incorporación de los individuos y grupos; siguiendo dinámicas sociales marcadas por ten-siones, disensiones, divergencias y acuerdos. Claro está que, en el estudio de caso, la diversidad étnica y racial es una de las pautas esenciales que marcan las orientaciones y los ritmos de estos procesos participativos. Es aquí donde esta visión afianza algunas ideas defendidas por la perspec-tiva marxista porque la participación da lugar a escenarios de diversidad, disenso, confrontación y acuerdos entre clases sociales, actores sociales y grupos étnico-raciales con distintos grados de cohesión, intereses diferenciados, recursos desiguales y apuestas divergentes sobre problemas específicos. Así, la sociedad es más bien un escenario de confrontación de fuerzas (clases, actores grupos) con distintos grados de cohesión, intereses diferenciados, recursos desiguales y apuestas divergentes sobre problemas que les conciernen

La participación ciudadana toma en cuenta a la sociedad civil entendida como “una sociedad organizada en grupos que defienden una amplia gama de intereses en el terreno de lo público, participativa, autónoma, fuerte que retroalimenta la gestión pública y equilibra los excesos del poder gubernamental. Son expresiones de la sociedad civil los movimientos sociales, sindicatos, gremios, organizaciones no gubernamentales, agrupaciones religiosas, asociaciones de mujeres, estudiantes, homosexuales, ambientalistas, etnias, negritudes, etc. Es así como la sociedad civil se convierte en la evolución de la sociedad, en un sistema político democrático” (Cruz Arenas, 2006: 36-37). De hecho, coincidimos con Velásquez (2003: 47-48) en que “[…] [sociedad civil] es un concepto central para la comprensión de la participación ciudadana. La literatura reciente sobre el tema hace la distinción entre espacio público y esfera pública. El primero, alude a la dimensión abierta, plural, permeable, autónoma de arenas de interacción social no institucionalizadas. La esfera pública, por su parte, es una estructura mixta en la que se verifica la presencia de sociedad civil, pero estableciendo un vinculo con el Estado. Es un lugar6 de libre expresión, de comunica-ción y discusión que media entre la sociedad y el Estado, entre los ciudadanos y el poder político-administrativo, a diferencia del espacio público, que se define más como lugar autónomo, plural, de encuentro y visibilización de actores sociales […] En síntesis, la esfera pública está constituida por organizaciones políticas, instituciones, medios masivos, grupos de intereses y asociaciones prestadoras de servicios. Por su parte, el espacio público está compuesto por asociaciones, enti-dades autónomas, grupos de ciudadanos, instituciones libres, no estatales ni económicas, que se relacionan con base en reglas y procedimientos discursivos y poco institucionalizados”.

Entonces, abogamos por la articulación de ambos lugares en la medida que la pluralidad que

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admite el espacio público abre campos de posibilidades para la conexión entre el Estado y la so-ciedad civil: nos referimos a una sociedad civil plural, con liderazgo y fuerte sentido de identidad. En este sentido, son los individuos o grupos quienes impulsan la participación, y sólo necesitan un agente externo (Estado, política pública, etc.) para acompañar, condicionar y favorecer el proceso participativo o crear condiciones favorable para el mismo: así, las instituciones políticas juegan un papel muy importante en este proceso porque desvelan la cuestión de la jerarquización de actores y grupos sociales en un contexto marcado por el poder y el contra-poder. Es aquí donde la partici-pación ciudadana se posiciona como una noción esencial para entender el grado y el ejercicio de participación política de mujeres afrodescendientes y subsaharianas.

En efecto, “la participación es a la vez un fin y un medio. Como fin, constituye una prácti-ca deseable, un valor democrático. Como medio, contribuye al logro de objetivos muy diversos (gobernabilidad, bienestar, eficiencia y eficacia de la gestión, acción colectiva, cambio político, etc.). En este último sentido, es importante mirar los efectos percibidos de la participación, es decir, la manera como la ciudadanía y los propios agentes participativos perciben la eficacia de la participación en el logro de determinados fines” (Velásquez, 2003: 48-49). Por consiguiente, la participación ciudadana tiene como objetivo hacer del/la ciudadano/a un sujeto político que intervenga más activamente en la forma de tratar los asuntos comunes a todos/as. Así mismo, esta parte del trabajo tiene como objetivo determinar las posibilidades –esferas e incentivos– de participación y protagonismo que se ofrecen a las mujeres subsaharianas y afrodescendientes en América Latina.

Participación y representación política de las mujeres afrodescendientes y subsaha-rianas en la vida política

La imagen de mujer subsahariana, pobre, sumisa, dominada por los hombres y expuesta a va-rios tipos de explotación y abuso, imagen justificada por creencias y prácticas culturales, contrasta con la de una mujer emprendedora, llena de vitalidad, solidaria con los miembros de la familia y orientada por valores de independencia económica. Este contraste es consecuencia de la realidad sociocultural femenina marcada, esencialmente, por situaciones extremas, y por la complejidad difícilmente aprehensible en su globalidad. En el caso de América Latina, la imagen de la mujer afrodescendiente está menos asociada a la sumisión, pero sí se habla de la poca participación y la subrepresentación de las mujeres afrodescendientes en escenarios de acción y representación política como el Parlamento, el Senado y la Cámara de Diputados. “[…] se ha convertido en una preocupación generalizada la participación de las mujeres en los órganos de decisión política pues la no representación en términos de paridad es una evidencia más de la discriminación de la cual todavía son víctimas las mujeres, es imperativo lanzar una voz de protesta con una propuesta con-secuente de que la subrepresentación de los pueblos afrodescendientes en general y de las muje-res afrodescendientes en particular debe de ser un objetivo de política pública y parte integral de la discusión sobre la democracia en la región” (Cepal, 2010: 27).

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En general, los hombres han considerado los sectores políticos como lugares de actividad re-servados exclusivamente a ellos y, por tanto, excluyentes de las mujeres, en general. Pero la lenta mejora del estatus de las mujeres mediante la promoción de la igualdad entre ambos sexos se ha convertido en la espina dorsal de discursos, iniciativas y proyectos políticos. La consecuencia más visible ha sido su participación en varios de estos sectores.

Entre las iniciativas más recientes en favor de la mujer subsahariana a nivel del continente, también en el ámbito internacional, podemos citar la Conferencia Regional Africana de Dakar (di-ciembre de 1994) y la Conferencia Internacional sobre la Mujer de Pekín (septiembre de 1995). La primera, fase preparativa de la segunda, conoció la participación de representantes de gobiernos africanos, ONG y otras organizaciones implicadas en acciones en favor de la mujer. Una platafor-ma africana común sobre desafíos y derechos de la mujer africana fue definida y presentada en la IV Conferencia de Pekín. Esta plataforma de Dakar insiste en el papel que pueden jugar las mu-jeres en todos los órdenes recogiendo la igualdad de oportunidades para acceder y participar en las estructuras del poder y la toma de decisiones políticas. Destaca el derecho de las mujeres al acceso al crédito y a la propiedad de la tierra, aboga por el cese de la marginación de las mujeres, promueve la igualdad entre hombres y mujeres ante la ley y, también, denuncia la situación de discriminación y explotación que sufren las niñas (Hesseling y Locoh, 1997; Adjamabgo-Johnson, 1997).

Desde esta perspectiva, la conferencia de Pekín fue muy significativa para las mujeres en la medida que participaron no sólo mujeres de presidentes y ministros africanos, como solía suceder, sino que también se hicieron presentes con sus voces y reclamaciones aquellas mujeres realmente comprometidas con la lucha en favor de la mujer africana. La conferencia fue “una oportunidad tomada por las africanas” para expresar sus deseos, aspiraciones, planes y determinaciones en-tusiastas que auguraron una nueva era precedida por la ruptura con las prácticas tradicionales perjudiciales a la mujer. Además, varias feministas subsaharianas comprometidas han venido ins-pirándose y nutriéndose del enfoque del “empoderamiento”7 que se articula con las nociones de capacidad de agencia8 y participación ya que “no es posible concebir la participación de la socie-dad civil en el diseño, puesta en marcha y evaluación de la política, a menos que ésta haya sido empoderada. Este empoderamiento pasa por el reconocimiento como integrante de un grupo de personas, e incluye el conocimiento de sus derechos individuales y colectivos, la forma en que se puede obtener la garantía de los mismos y la capacidad de análisis de la información que se con-sidere pertinente, entre otros elementos” (Mina, 2010: 1).

Es más, retomando las voces feministas latinoamericanas y reanudando los viejos debates de los años 1970–80 sobre los medios y estrategias adecuados para propiciar la emancipación femenina, las mujeres subsaharianas creen que es imposible mejorar su situación y promover la igualdad entre ambos sexos si no se cuestionan las relaciones asimétricas de poder entre hombres y mujeres histórica y socialmente valoradas en desfavor de las últimas. No obstante, saben que la apuesta es difícil de realizar en todas las sociedades patriarcales porque, el cuestionamiento

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de los poderes masculinos se topa con las relaciones de género, es decir, “relaciones socialmente construidas entre hombres y mujeres en todos los órdenes de la vida económica, social y afectiva” (Hesseling & Locoh, 1997).

“Conscientes de que la realidad cotidiana no cambiará sólo a golpes de discursos sino cuando estén éstos acompañados por acciones comprometidas y elaboradas para combatir las resisten-cias y apoyar iniciativas de la misma índole, proponen una red de soporte tanto institucional como informal dirigida a cambiar radicalmente las condiciones de vida de las mujeres africanas a nivel continental e internacional” (Wabgou & Munévar, 2001: 24).

Igualmente, existen espacios de convergencia como la Conferencia Internacional sobre la Mu-jer de Pekín (septiembre de 1995) y los foros sociales mundiales donde se desarrollan y se eviden-cian acciones transversales y transnacionales de solidaridad entre las mujeres de África, América Latina y Asia. El Foro que tuvo lugar en Senegal (FSM de Dakar, 2011) reunió a una multitud de asociaciones de mujeres, de las cuales se destacan las africanas, latinoamericanas y asiáticas. El protagonismo que han tenido las mujeres africanas en este Foro se articula con diferentes aso-ciaciones de mujeres venidas de lugares más lejanos como América Latina y Asia para reivindicar sus derechos como mujeres y ciudadanas, igual que como agentes imprescindibles para el cambio o la transformación social, siendo plenamente insertados en instancias de decisión. Tras estos fenómenos de movilización se afirma la capacidad cívica y política de las mujeres subsaharianas y latinoamericanas. Sin embargo, se observa que parte de la poblaciones femeninas, principalmen-te campesinas (clase social) y las más jóvenes (cuestión generacional) están un poco al margen de esta lucha de carácter más bien reivindicativo. Por tanto, es necesario incluir cada vez más a las mujeres del medio rural, mujeres implicadas en la limpieza y elaboración de productos de la pesca, entre otras, para no repetir la historia de las mujeres negras trabajadoras y su relación con las activistas feministas blancas de clase burguesa que ha impulsado el movimiento sufragista ini-ciado en EEUU a principios del siglo XIX, y que se desarrolló completamente alejado de las mujeres negras trabajadoras del campo, tal como lo explica Davis (2004). A su vez, las comprometidas con la causa creen firmemente en que esta lucha debe pasar por una mayor intervención de la mujer en la toma de decisiones políticas, incluso asociando a los hombres.

“El ejercicio político de las mujeres mediante la toma de decisiones es evidentemente una de las apuestas prioritarias de la lucha por mayor igualdad, hoy percibida como una exigencia para el desarrollo. Este enfoque particular [respaldado por instituciones internacionales como el PNUD] demuestra la voluntad de detener la baja contribución de las mujeres a la gestión de las cosas públicas, contemplada como una injusticia” (Adjamabgo-Johnson, 1997: 62).

La marginación política que padece la mayoría de las mujeres subsaharianas se refleja en varios niveles de la vida política de distintos países subsaharianos, tales como las instituciones oficiales y los partidos políticos. En ambos niveles la patente realidad muestra que las mujeres están casi ausentes de los núcleos de toma de decisiones y de la orientación de los planes de acción impor-

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tantes en las estructuras formales estatales; es decir, en el poder ejecutivo, legislativo y los cargos municipales y locales. Por ejemplo, en la historia política de Benín, pocas mujeres han participado en el Gobierno pese a un paulatino incremento. Durante el régimen de Mathieu Kérékou, hubo el nombramiento de una sola mujer en el puesto del ministerio de Salud Pública en 1989, sobre un total de 16 ministerios; lo que correspondió al 6,25% del total. Esta tasa de participación de las mujeres en el Gobierno subió al 14,28% en 1990, cuando el nuevo primer ministro de la transición democrática Nicéphore Soglo nombró a dos mujeres como ministras de Asuntos Sociales y del Empleo (sobre un total de 14 de ministerios). En 1996, el registro del número de mujeres en el Go-bierno no sufrió ningún cambio ya que se mantuvo en dos sobre un total de 21, lo que correspon-día al 9,52% del total. Fue solamente en 2003 que se observa un ligero aumento en la presencia de la mujer en el Gobierno de Mathieu Kérékou, con tres mujeres sobre un total de 20 ministerios, lo que correspondió al 15% del total. Esta tasa de participación femenina en el Gobierno subió al 20% en 2005, con el nombramiento de 4 mujeres por el mismo Gobierno. Asimismo, se observa en 2006, por la primera vez en la historia de Benín que, con el Gobierno del presidente Yayi Boni, el número de mujeres que ocupa un puesto de ministerio pasa a cinco sobre un total de 21; lo que corresponde al 23,8%, la tasa más alta de participación femenina en el Gobierno de Benín desde el año 1990 (Lagacé, 2007: 39-42).

En 1995, la evaluación de los cargos ministeriales desempeñados por mujeres da cuenta de una mayor inserción en la República de Seychelles, con un tercio de los puestos, y en Burkina Faso, con un 17%. En los parlamentos de países africanos, las mujeres parecen estar mejor representadas. En la república de Seychelles, el 27% de los diputados eran mujeres en 1995, el 24% en Suráfrica, el 17% en Ruanda, el 16% tanto en Mozambique como en Chad. Pero aquí tampoco son muchas las mujeres que hayan desempeñado tareas determinantes en la política nacional, o reconocidas internacionalmente por su intervención en las relaciones con otros países. Solamente en Costa de Marfil, Cabo Verde y Senegal, las mujeres han alcanzado en el Parlamento el puesto de vice-presidentas. En cuanto a los cargos municipales y locales, la actividad de las mujeres es de mayor envergadura. En términos globales, encontramos que en Burkina Faso y Camerún, el 18% de los ayuntamientos han estado bajo la responsabilidad de mujeres alcaldesas durante la primera mitad de la última década. Aun así, muchas de ellas no han introducido relaciones distintas a las acepta-das por la ideología dominante entre las mujeres y las políticas públicas.

La explicación de esta situación necesitaría el apoyo de algunas discusiones de mayor impacto relacionados con:

1. “La propia naturaleza de los puestos que se asignan a (o distribuyen entre) las mujeres condiciona de antemano una baja rentabilidad, cuestión que contribuye a ocultar la esencia de las problemáticas sociales derivadas de las relaciones entre hom-bres y mujeres.

2. La ausencia de compromiso político de fondo entre las mujeres que logran tras-

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pasar el techo de cristal y la falta de representación de los intereses de las mujeres, limitan el rendimiento de dichos sectores.

3. La actitud casi hostil por parte de los políticos de oficio y del conjunto de la so-ciedad, resistentes a aceptar la creciente participación femenina en la esfera pública, frena la reputación y el alcance de sus intervenciones y medidas políticas” (Wabgou & Munévar 2001: 27).

En el caso de América Latina, el nivel de la participación y representación política de las mujeres afrodescendientes en los partidos políticos, los poderes ejecutivos y legislativos es bajo. Es más, se observa que en los países con una población afrodescendiente considerable y que han avanzado en la participación política de las mujeres tanto en los poderes ejecutivos como legislativos, la incorporación de las mujeres afrodescendientes es escasa.

En un Documento Conceptual elaborado por Cepal (2010: 27), se menciona que: “En América Latina existen aproximadamente 4.200 legisladores, incluidos los de las cámaras bajas y altas. Aproximadamente, el 20% de todos esos legisladores son mujeres. Con niveles que van desde el 38,8% de Costa Rica, país que tiene en las Américas mayor representación de mujeres y el terce-ro en el mundo, hasta Guatemala, que tiene una representación en su Parlamento de apenas un 8,2%. En la mayoría de países que cuentan con Senado y Cámara de Diputados la participación de las mujeres decrece de manera sustantiva. Sin embargo, es muy importante recalcar que la parti-cipación de los afrodescendientes en total llega a apenas un 1% del total de legisladores, siendo prácticamente una tercera parte de la población de la región, y a menos de un 0,03% la represen-tación de las mujeres afrodescendientes en los senados y parlamentos de la región”.

Conclusiones y propuestas para dinamizar la representación y participación política de mujeres subsaharianas y afrodescendientes

La reflexión plasmada en este documento apunta que, en términos de representación y parti-cipación política, las mujeres afrodescendientes de América Latina están en una situación igual o peor que las subsaharianas, puesto que deben superar barreras relacionadas con el machismo y el sexismo, debido a la competencia con los hombres, y el racismo, debido a su competencia con las mujeres perteneciente al grupo mayoritario. Mientras tanto, en este punto, las subsaharianas buscan sobrepasar los obstáculos derivados solamente del machismo y sexismo.

Sin embargo, la situación descrita se explica por el hecho de que las primeras viven en socie-dades donde están consideradas como “minorías” étnico-raciales mientras que las segundas son étnico-racialmente mayoritarias en sus lugares de origen. Además, la comparación es muy dicien-te cuando abordamos la problemática de la pobreza, como freno a la participación de las mujeres: mientras que las mujeres subsaharianas son afectadas por un mayor grado de pobreza debido a una profunda crisis estructural y estatal, reforzada por el analfabetismo, se observa que las mu-jeres afrodescendientes logran en general tener un mínimo de estudios básicos que les permiten

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adquirir al menos un nivel “funcional” de empoderamiento y agencia, excepto en las zonas rurales pobladas mayoritariamente por poblaciones afrodescendientes.

En todo caso, las sociedades subsaharianas y afrodescendientes deben apostar por una mayor participación de las mujeres en todo proceso de toma de decisiones políticas de sus países. No obstante, la apuesta por la interseccionalidad étnico-racial y de género debe llevar tanto a las mismas mujeres como los hombres que adhieren a sus reclamaciones a abogar por la presencia de mujeres clave, verdaderamente progresistas y comprometidas con la causa del movimiento de mujeres en lugares apropiados y en momentos oportunos, con énfasis en el equilibrio proporcio-nal entre la cantidad y la cualidad de dicha presencia. Es decir, que la lucha en favor de la mayor (y real) participación de estas mujeres en la toma de decisiones en el nivel estatal debe tener en cuenta la dimensión cualitativa y estratégica (hacer alianzas) de las candidatas. Como sostiene Bop (1997: 71): “Para alcanzar sus objetivos, las mujeres […] necesitan el apoyo incondicional de los hombres [subsaharianos y afrodescendientes], sus compañeros en la lucha, de los ciudadanos y ciudadanas de los países del Norte para ejercer presión sobre las decisiones de sus respectivos gobiernos en relación con los países del Sur, de los organismos de cooperación internacional en-cargados de la mejora de las condiciones de las mujeres y de los gobiernos […], a fin de modificar las legislaciones y las políticas sociales y económicas encaminadas a la aplicación y el respeto de los acuerdos internacionales sobre los derechos inalienables de cualquier ser humano, hombre o mujer”.

Además, recomendamos a nivel político: (a) el fortalecimiento de las organizaciones de la socie-dad civil, organizaciones de mujeres y de derechos humanos, de población afrodescendiente para la incidencia política y la exigibilidad de sus derechos étnicos; (b) la coordinación y plataformas de incidencia común para la participación de las diferentes organizaciones de mujeres subsaharianas y afrodescendientes, instituciones y cooperación nacional e internacional, con el propósito de impulsar la unión de voluntades, recursos y acciones; (c) la articulación de los movimientos de mu-jeres afrodescendientes con los de las mujeres subsaharianas para la construcción de estrategias comunes entorno a problemáticas que comparten.

Igualmente, (d) las organizaciones sociales subsaharianas y afrodescendientes deben incorpo-rar de manera sistemática las demandas y prioridades de las mujeres y garantizar su participación en todas sus estructuras de representación y poder.

A la par, las políticas y los programas de población han de incluir postulados y acciones a favor de: (e) la salud y los derechos reproductivos, incluida la planificación familiar, por constituir la base para frenar el aumento de la población y preservar la salud materna e infantil; y (f) la educación de la mayoría de las mujeres por cuanto es una asignatura pendiente aunque se registren incre-mentos en las cifras de matrícula y graduación de alumnas en escuelas, institutos y universidades.

A nivel cultural, se requiere un (g) cambio de mentalidad en cuanto a la concepción de relacio-

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nes de género, muy marcadas por el patriarcalismo, sexismo y machismo, entre otros.

Por último, en el nivel económico, (h) habrá que fomentar y multiplicar sistemas accesibles de microcrédito para estas mujeres por el papel que ejercen en la vida económica familiar y comuni-taria.

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• Yana, Simon D. (1997): “Statuts et rôles féminins au Caméroun. Réalités d’hier, images d’aujourd’hui” en Politique Africaine, “L’Afrique des femmes”, No 65, pp. 35-47.

Notas:

1 A partir de 1645, Mozambique comenzó a estar afectado por el tráfico de esclavos (captura y exportación de esclavos), protagonizado por comerciantes portugueses ya que los holandeses controlaban Angola y Benguela que, cuatro años antes (agosto de 1641), estaban bajo el dominio portugués. A partir de 1830, muchas embarcaciones árabes, desde diferentes puertos de Mozam-bique llevaron gran número de esclavos a las islas Comores y Madagascar, entre otras regiones. Y a partir de 1839, la ciudad de Zanzíbar se convirtió en un verdadero centro del tráfico de esclavos en la costa oriental de África donde los árabes fueron los principales traficantes de esclavos.

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Mujeres de la diáspora africana en América Latina y mujeres del África subsahariana... - Maguemati Wabgou

Análisis

2 Durante la época colonial en Panamá, la colaboración de los cimarrones con los piratas y filibus-teros fue remarcable; aludimos al papel de guías de los piratas que jugaron en contra de la colonia.

3 Las famosas comerciantes de telas importadas de Holanda e Inglaterra, principalmente, con-trolan este negocio. Con fama de ser mujeres gordas y ricas, se les conoce bajo la denominación “nana benz” en referencia al lujo de los coches de marca Mercedez Benz que poseen muchas de ellas cuya forma ancha se asocia a su silueta. Pero en la actualidad son cada vez menos numero-sas, debido a la crisis económica que las ha arruinado al mismo tiempo que al país.

4 En Kara se llama el choukouchou, en la región “des savanes” se denomina chakpalo. Señalamos que la mujer del sur también se dedica a la venta de la cerveza de maíz “lija” y del vino de palma “deha”; sin embargo no constituye una actividad productiva de gran envergadura como la de las mujeres del norte.

5 Citados por Wabgou & Munévar (2001: 32).

6 Por ejemplo, los Encuentros Ciudadanos son una ilustración de estas esferas donde grupos e individuos, organizaciones, asociaciones, movimientos, entre otros, ejercen la libre expresión me-diante un proceso discursivo de deliberación de temas de su vida cotidiana en presencia de miem-bros o actores del sistema político distrital: son espacios espacio que les brindan la posibilidad de ejercer acciones de control y cuestionamiento del Estado y del mercado.

7 Se refiere a una garantía de la eficacia de la lucha para el desarrollo y contra la pobreza mediante el reforzamiento del poder político, la autonomía económica, la capacidad para ejercer los dere-chos reconocidos jurídicamente y el control del destino.

8 Se refiere a la libertad de agencia; es decir, “la capacidad de uno mismo para potenciar metas que uno desea potenciar” (Sen, 1995, citado por Tubino, 2008: 5). “o, en otras palabras, para ser o hacer aquello que tenemos razones para valorar” (Ibíd.).

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Para citar este artículo:Wabgou, Maguemati “Mujeres de la diáspora africana en América La-tina y mujeres del África subsahariana: representación y participación política”. Revista Nova Africa número 31, julio de 2014http://novaafrica.net/index.php/articulos/124-mujeresanlatina

ISSN 1136-0437Depósito Legal B-5104-96