murillo, pintor barroco español
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Vida y pinturas de MurilloTRANSCRIPT
Rosa Abenójar
Fui una niña de pueblo donde los años transcurrían tranquilos, con muchas
esperanzas y bellas ilusiones que nos contábamos entre compañeros amigos
y vecinos. Las calles de mi pueblo están repletas de recuerdos de aquellos
años aunque ya no es lo mismo, ahora cuando paseo por él reina el
silencio, sus gentes y muchas de sus casas son todo nuevo para mí, se
fueron los padres y abuelos que conocí, mis compañeros y amigos ya no
están completos, unos emigraron, otros están muertos y los que quedamos
observando sus casas buscamos recuerdos, las promesas infantiles ahora
tienen otros dueños, nuevos amores, nuevos niños marcados por el progreso.
Las calles que yo recorrí andando ellos las recorren en coche y en mí se
hace el silencio pensando en aquella niña rubia de pueblo, paseando con su
vestidito confeccionado en la familia y sus ojitos tiernos.
Fusión de aromas y sabores cuando paseo por el casco antiguo del pueblo
vienen a mis recuerdos, las vistas espectaculares hacia otros pueblos,
perfectas y acogedoras, así lo recuerdo yo después de tantos años.
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Una de las cosas que más recuerdo es cuando iba a una gran tienda de
comestibles con mi tía o mi abuela y en su mostrador de madera maciza se
apilaban las latas de galletas, dulce de membrillo y chocolates con
imágenes de vírgenes y niños donde me quedaba ensimismada viéndolas, me
decían que esas pinturas existían en grandes museos del mundo, las había
pintado Murillo, un pintor sevillano, en nuestra gran Andalucía, y desde
entonces soñé que algún día los vería de verdad, mientras tanto me
conformaba con hacer colección de estampas donde aparecían sus cuadros
más famosos, hasta que por fin cuando fui mayor pisé aquellos museos
como los del Prado de Madrid o los de Sevilla. ¡¡¡Y fui tan feliz!!!
Desde niña sus pinturas me cautivaron, en malas copias sí y sobre todos
los soportes posibles, pero ahora de mayor sé que fueron el camino que
abrió mi curiosidad hacia los grandes museos del mundo.
Rosa Abenójar
Fue un pintor barroco español. Formado en el naturalismo tardío,
evolucionó hacia fórmulas propias del barroco pleno con una sensibilidad
que a veces anticipa el Rococó en algunas de sus más peculiares e imitadas
creaciones iconográficas como la Inmaculada Concepción o el Buen Pastor
en figura infantil. Personalidad central de la escuela sevillana, con un
elevado número de discípulos y seguidores que llevaron su influencia hasta
bien entrado el siglo XVIII, fue también el pintor español mejor
conocido y más apreciado fuera de España.
Autorretrato, hacia 1670,
óleo sobre lienzo, 122 x 107
cm, Londres, National Gallery.
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En este cuadro, pintado por deseo de sus hijos, Murillo se autorretrató
dentro de un marco ovalado con molduras, apoyando en él una mano para
reforzar el efecto naturalista del trampantojo y acompañado por algunos
instrumentos propios de su profesión, en una demostración de orgullo social
por la posición alcanzada con su oficio solo comparable en la pintura
El Buen Pastor, hacia 1660, óleo sobre lienzo, 123 x 101 cm, Madrid, Museo del Prado.
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española al autorretrato de Velázquez en Las meninas.
Condicionado por la clientela, en su mayoría formada por eclesiásticos, el
grueso de su producción está formado por obras de carácter religioso, pero a
diferencia de los restantes grandes maestros españoles de su tiempo cultivó
Niño riendo asomado a la ventana, hacia 1675, Londres, National Gallery.
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también la pintura de género de forma continuada e independiente.
La primera noticia conocida sobre su vida la proporciona su partida de
bautismo, que está fechada el día 1 de enero de 1618, según consta en el
archivo de la antigua parroquia de la Magdalena de Sevilla. Sus padres,
Gaspar Esteban y María Pérez Murillo, vieron culminar con este
nacimiento el proceso de una larga descendencia, ya que Bartolomé, nombre
que pusieron al niño, fue el último de catorce hermanos. El pintor utilizó
para denominarse el segundo apellido de la madre siguiendo la amplia
José y la mujer de Putifar, hacia 1645, óleo sobre lienzo, 196,5 x 245,3 cm, Kassel,
Gemäldegalerie Alte Meister. El cuadro, con una carga erótica poco usual en la pintura
española, fue adquirido a nombre de Murillo por el landgrave de Hesse antes de 1765.
Confiscado por las tropas francesas, se expuso en el Louvre de 1807 a 1815. Devuelto a sus
propietarios fue considerado obra italiana y atribuido por el museo a Simone Cantarini. En
1930 se descubrió la firma del pintor tras una limpieza, lo que no impidió que continuasen las
dudas acerca de su autoría reivindicada tras la aparición en colección particular de una
segunda versión del mismo asunto de autografía indiscutida.
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libertad en el uso de los apellidos que había en aquella época.
Inmaculada Concepción de El Escorial, hacia 1660-1665, óleo sobre lienzo, 206 x 144 cm,
Madrid, Museo del Prado.
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El padre, Gaspar Esteban, fue un hombre de discreta fortuna, de profesión
barbero-cirujano, cuya casa familiar estaba adosada a la puerta del
convento de San Pablo. Su bonanza económica le permitió mantener sin
problemas a su numerosa prole, que daría a su hogar una animada
vitalidad en la que el niño Bartolomé creció apaciblemente hasta que
cumplió los diez años de edad. La muerte de su padre en 1627 y la de su
madre en 1628 truncó su tranquila existencia, en la orfandad, motivo por el
que pasó a ser tutelado por Juan Agustín de Lagares, marido de su
hermana Ana, y a tener que compartir un hogar diferente con los hijos de
este matrimonio. Cuando su cuñado redactó su testamento en 1656 le
La curación del paralítico en la piscina probática, Londres, National Gallery.
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nombró albacea, dato que prueba que sus relaciones serían de mutuo afecto.
De la infancia y juventud de Murillo se sabe muy poco. Hacia 1635
debió de iniciar Murillo su aprendizaje como pintor, muy probablemente
con Juan del Castillo, que estaba casado con una prima suya.
Hemos de esperar hasta 1645 para disponer de un dato fundamental en la
vida del artista: con veintisiete años de edad, Murillo contrajo matrimonio
en la iglesia de la Magdalena de Sevilla, siendo ambos contrayentes
vecinos de la misma parroquia, por lo que seguramente sus familias se
conocían desde muchos años antes. Tuvo una trayectoria matrimonial
apacible y una buena situación económica, además de una prolífica
Abraham y los tres ángeles, Ottawa, National Gallery.
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descendencia, ya que existen testimonios documentales que señalan al menos
la existencia de diez hijos. Las noticias que proporciona la documentación
muestran cómo el joven artista emprendió una brillante carrera que
progresivamente le fue convirtiendo en el pintor más famoso y cotizado de la
ciudad.
El único viaje del que se tiene constancia que realizó Murillo se
documenta en 1658, año en que el artista estuvo en Madrid. No se sabe
con certeza el motivo del traslado, ni la duración exacta, pero puede
pensarse que en la corte mantuvo contacto con los pintores sevillanos que
allí residían, como Velázquez, Zurbarán y Cano, y con otros pintores
madrileños. Es muy probable igualmente que durante esta estancia en
Madrid, Murillo tuviese acceso a la colección de pinturas del Palacio
Real y que constituía un magnífico tema de estudio para todos aquellos
Jacob pone las varas al ganado de Labán, hacia 1660-1665, óleo sobre lienzo, 213 x 358 cm,
Dallas, Meadows Museum. El lienzo, perteneciente a una serie de historias de la vida de
Jacob, muestra la habilidad de Murillo en la creación de paisajes.
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artistas que pasaban por la corte. Lo cierto es que este viaje no duró más
que algunos meses, ya que a finales del año antes citado consta de nuevo la
presencia de Murillo en Sevilla. Solo aparecen datos que testimonian
cambios de domicilio y que nos lo muestran sucesivamente viviendo en las
parroquias de la Magdalena, San Isidoro, San Nicolás y Santa Cruz.
También aparecen referencias alusivas al nacimiento de sus hijos, alguno de
los cuales muere prematuramente, y datos de carácter económico que señalan
una vida desahogada. En efecto, tanto los buenos ingresos que obtenía por
las pinturas como las rentas que le proporcionaban las casas que eran de
su propiedad y que alquilaba, le permiten mantener un alto nivel de vida,
tener varios aprendices, tres criados e incluso una esclava. El paso de los
años le convierte en el primer pintor de la ciudad y como consecuencia de
ello el que mejores contratos obtenía, tanto con instituciones religiosas como
con personajes civiles. Muy pronto hubo pinturas suyas en las principales
iglesias y conventos sevillanos e igualmente en las más nobles mansiones de
la ciudad. En 1660 junto con Francisco de Herrera el Mozo, funda una
academia de pintura en la que los artistas pudiesen ejercitarse y
Nacimiento de la Virgen, 1660, París, Museo del Louvre.
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perfeccionar sus recursos técnicos. El fallecimiento de su esposa Beatriz de
Cabrera, tuvo lugar en 1663, circunstancia que dejó solo al pintor en
compañía de cuatro de sus hijos que habían sobrevivido. No volvió a
buscar una nueva esposa, permaneciendo viudo el resto de su existencia; por
otra parte, sus hijos fueron abandonando progresivamente el hogar del
pintor, por lo que en la última época de su vida Murillo vivió solamente
en compañía de Gaspar
Esteban y de sus criados.
Mientras tanto, su fama era
tal que traspasó los límites de
la ciudad de Sevilla, y se
extendió por todo el territorio
nacional. Existe una
referencia, facilitada por
Antonio Palomino, biógrafo de
los pintores españoles, que
indica que hacia 1670 el rey
de España, Carlos II, ofreció
a Murillo la posibilidad de
trasladarse a Madrid para
trabajar allí como pintor de
corte. No sabemos con
exactitud si tal referencia es
cierta, pero el hecho es que Murillo permaneció en Sevilla hasta el final
de su vida. Y este final aconteció en 1682 cuando vivía en el que fue su
último domicilio en la parroquia de Santa Cruz. Informa el mencionado
San Antonio de Padua, 1656, óleo sobre lienzo,
Catedral de Sevilla. El cuadro marca, en opinión
de A. E. Pérez Sánchez, la «definitiva inflexión» de
Murillo hacia el estilo barroco pleno.
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Palomino que, estando Murillo dedicado a pintar un gran lienzo para el
retablo de la iglesia de los capuchinos de Cádiz, se cayó del andamio que
tenía levantado en su taller para realizar la pintura, quedando muy
maltrecho y falleciendo a los pocos meses, exactamente el día 3 de abril del
mencionado año, siendo enterrado en la iglesia de Santa Cruz. A pesar de
haber sido hombre famoso y popular, son muy escasos los documentos y
referencias que nos hablan de Murillo.
La mayor parte de los datos que conocemos referentes a su personalidad
nos los proporciona Palomino, cuando menciona que fue «no solo favorecido
Sagrada Familia del pajarito, hacia 1649-1650, óleo sobre lienzo, 144 x 188 cm, Madrid,
Museo del Prado. Con un tratamiento de la luz y un estudio de los objetos inanimados
todavía zurbaranescos, Murillo crea un ambiente intimista de apacible cotidianidad que
será el característico de su pintura, abordando el hecho religioso, en el que la figura de San
José cobra especial protagonismo, con los recursos propios del naturalismo y una personal y
humanísima visión.
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del cielo por la eminencia de su arte, sino por las dotes de su naturaleza,
de buena persona y de amable trato, humilde y modesto». Estas leves
referencias concuerdan perfectamente con la fisonomía que evidencian los dos
autorretratos que Murillo realizó, uno en edad juvenil y otro ya en su
madurez; en ambos puede constatarse que fue persona inteligente y
despierta, dotado de una profundidad intelectual que le permitió traducir en
pintura el universo religioso y el ámbito social que le envolvía con serena
amabilidad y pausada percepción; sosiego y bondad parecen ser virtudes que
emanaron de su temperamento, las cuales, unidas a una notoria sensibilidad
artística, le permitieron ser perfecto intérprete de los ideales religiosos y
sociales de su época.
San Diego de Alcalá dando de comer a los pobres, hacia 1646, óleo sobre lienzo, 173 x 183
cm, Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
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Josua van Belle, 1670, óleo sobre lienzo, 125 x 102 cm, Dublín, National Gallery of Ireland.
Murillo retrató a Belle, comerciante holandés llegado a Sevilla en 1663, con la elegante
actitud propia del retrato nórdico que pudo conocer en las colecciones de pintura de los
comerciantes de esa procedencia establecidos en la ciudad, ante una cortina de vivo color
púrpura que no se aprecia en esta reproducción.
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Ostentando el monopolio del comercio con las Indias y contando con
Audiencia, diversos tribunales de justicia, entre ellos el de la Inquisición,
arzobispado, Casa de Contratación, Casa de Moneda, consulados y
aduanas, Sevilla era a comienzos del siglo XVII el «paradigma de
ciudad». Aunque los 130 000 habitantes con los que contaba a finales del
siglo XVI habían disminuido algo a consecuencia de la peste de 1599 y
la expulsión de los moriscos, cuando nació Murillo seguía siendo una
ciudad cosmopolita, la más poblada de las españolas y una de las mayores
del continente europeo. A partir de 1627 comenzaron a advertirse algunos
síntomas de crisis a causa de la disminución del comercio con Indias, que
lentamente se desplazaba hacia Cádiz, el estallido de la Guerra de los
Treinta Años y la separación de Portugal. Pero el mayor problema llegó
con la peste de 1649, de efectos devastadores, en la que el pintor podría
haber perdido algún hijo. La población se redujo a la mitad,
contabilizándose unos 60 000 muertos, y ya no se recuperó: amplias zonas
urbanas, sobre todo en las parroquias populares de la zona norte, quedaron
semidesiertas y con sus casas convertidas en solares.
El sueño del patricio.
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El mismo año de su matrimonio recibió el primer encargo importante de su
carrera: los once lienzos para el claustro chico del convento de San
Francisco de Sevilla, en los que trabajó de 1645 a 1648. Dispersos los
cuadros tras la Guerra de la Independencia, la serie narra con propósito
didáctico algunas historias pocas veces representadas de santos de la orden
franciscana, en especial seguidores de la Observancia española a la que
estaba adscrito el convento. En la elección de sus asuntos se puso el acento
en la exaltación de la vida contemplativa y de la oración, representadas en
el San Francisco confortado por un ángel, de la Real Academia de
Bellas Artes de San Fernando y La cocina de los Ángeles (Museo del
Louvre), la alegría franciscana, ejemplificada en el San Francisco Solano
y el toro (Patrimonio Nacional, Real Alcázar de Sevilla), y el amor al
prójimo, reflejado específicamente en el San Diego de Alcalá dando de
comer a los pobres (Real Academia de San Fernando). Con un fuerte
acento naturalista, en la tradición del tenebrismo zurbaranesco, recogió en
este último lienzo un completo repertorio de tipos populares retratados con
El patricio Juan y su esposa ante el papa Liberio.
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apacible dignidad, cuidadosamente ordenados en una sencilla composición en
planos paralelos y recortados sobre un fondo negro. En el centro, en torno
al caldero, destaca un grupo de niños mendigos en el que cabe apreciar ya
el interés que el pintor nunca abandonará por los temas infantiles.
En los años inmediatos al terrible impacto de la peste de 1649 un elevado
número de imágenes de devoción, entre ellas algunas de las obras más
San Juan Bautista niño (Murillo, 1670)
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populares del pintor. Las varias versiones de la Virgen con el Niño o de
la llamada Virgen del Rosario (entre ellas las del Museo de Castres,
Palacio Pitti y Museo del Prado), la Adoración de los pastores y la
Sagrada Familia del pajarito, ambas del Museo del Prado, la juvenil
Magdalena penitente de la National Gallery of Ireland y Madrid,
colección Arango, o la Huida a Egipto de Detroit, pertenecen a este
momento, en el que también abordó por primera vez el tema de la
Inmaculada en la llamada Concepción Grande o Concepción de los
franciscanos (Sevilla, Museo de Bellas Artes), con la que inició la
renovación de su iconografía en Sevilla según el modelo de Ribera.
Los niños de la concha, Óleo sobre lienzo, 104 x 124 cm, entre 1670 y 1675
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También pertenece a este momento, en el terreno ya de la pintura profana,
el Niño espulgándose o Joven mendigo del Museo del Louvre, el primer
testimonio conocido de la atención y dedicación del pintor a los motivos
SAN JUAN EL BAUTISTA NIÑO
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populares con protagonistas infantiles, en el que se ha visto una nota de
melancólico pesimismo al mostrar al pequeño esportillero desparasitándose
en soledad, pesimismo que abandonará por completo en sus obras
posteriores, de mayor vitalidad y alegría. De otro orden son la reaparecida
Vieja hilandera de Stourhead House, conocida con anterioridad solo por
una copia mediocre guardada en el Museo del Prado, y la Vieja con
gallina y cesta de huevos (Múnich, Alte Pinakothek), que pudo pertenecer
a Nicolás de
Omazur, pinturas
de género
concebidas casi
como retratos de
observación directa
e inmediata aunque
en ellas se acuse
también la
influencia de la
pintura flamenca a
través de estampas
de Cornelis
Bloemaert.
Con su arzobispo y
sus más de sesenta conventos, Sevilla era en el siglo XVII un
importante foco de cultura religiosa. La peste de 1649 hizo además que se
redoblasen algunas devociones con títulos tan significativos como las del
Cristo de la Buena Muerte o del Buen Fin, y que se fundasen o
Murillo, Esteban (1675). Dos muchachos comiendo una empanadilla
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renovasen cofradías como la de los Agonizantes, cuyo objetivo era procurar
a los hermanos sufragios y digna sepultura.
En 1655 llegó a Sevilla Francisco de Herrera el Mozo, procedente de
Madrid tras una probable estancia de algunos años en Italia. A poco de
llegar pintó el Triunfo del Sacramento de la Catedral de Sevilla, con la
novedad de sus grandes figuras situadas a contraluz en el primer plano y el
revoloteo de ángeles infantiles tratados con pincelada fluida y casi
transparente en las lejanías. Su influencia se podrá advertir de inmediato
en el San Antonio de Padua, cuadro de grandes dimensiones que Murillo
pintó para la capilla bautismal de la catedral sólo un año después. La
propia evolución de su pintura hizo posible esa rápida asimilación de las
novedades herrerianas. Del mismo año 1655, terminados en el mes de
agosto cuando se colocaron en la
sacristía de la catedral, son la
pareja de santos sevillanos
formada por San Isidoro y San
Leandro. De fecha próxima
pueden ser la Lactación de San
Bernardo y la Imposición de la
casulla a San Ildefonso, ambos
en el Museo del Prado, de
datación controvertida y origen
desconocido. Los cuadros se citan
por primera vez en el inventario
del Palacio de la Granja de 1746
como pertenecientes a Isabel de Farnesio, probablemente adquiridos
Niño con perro / Bartolomé Esteban Murillo / 1665 - 1670
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durante los años de estancia de la corte en Sevilla. Por su tamaño, de más
tres metros de alto y similares dimensiones, cabe suponerlos cuadros de
altar, aunque se desconoce la iglesia para la que fueron pintados y si la
procedencia, como parece, es la misma para ambos. Todavía se aprecia en
ellos el gusto por la iluminación claroscurista y las figuras monumentales.
Dos importantes conjuntos, cuyos encargos no han podido ser
documentados, podrían pertenecer también a este momento por su rico
sentido del color y la disposición de algunas figuras a contraluz: los tres
monumentales lienzos dedicados a la vida de Juan el Bautista, de los que
únicamente se sabe que en 1781 colgaban en el refectorio del convento de
religiosas agustinas de San Leandro de Sevilla, vendidos por el convento
en 1812 y actualmente dispersos entre los museos de Berlín, Cambridge y
Chicago, y la serie del Hijo Pródigo (Dublín, National Gallery of
Ireland), de la que algún boceto se conserva en el Museo del Prado, serie
inspirada en grabados de Jacques Callot pero que el pintor supo adaptar a
su propio estilo pictórico y al ambiente sevillano del momento en las
La cocina de los ángeles, Museo Nacional del Louvre, Murillo-1646, óleo sobre lienzo, estilo
barroco español
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vestimentas y fisonomías de sus protagonistas. Esta aproximación histórica
es especialmente reseñable en el lienzo llamado El hijo pródigo hace vida
disoluta, en el que se ha visto una escena costumbrista contemporánea con
todos los elementos propios de un bodegón y otros detalles naturalistas
hábilmente resueltos, como la figura del músico que, situado a contraluz,
hace más agradable el banquete, el perrillo que asoma bajo el mantel o los
generosos escotes de las damas engalanadas con ropas de vistosos colores y
comedido erotismo. Del año 1660 es también una de las obras más
significativas y admiradas de su producción: el Nacimiento de la Virgen
del Museo del Louvre, pintado para sobrepuerta de la Capilla de la
Concepción Grande de la catedral sevillana. En el centro, bajo un pequeño
rompimiento de gloria, un grupo de matronas y ángeles en composición
National Gallery of Ireland (Dublín). El hijo prodigo abandonado, 1660, óleo sobre lienzo
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decreciente deudora de Rubens se arremolinan alegres en torno a la recién
nacida, de la que emana un foco de luz que ilumina intensamente el primer
plano y se degrada hacia el fondo. Influencias holandesas y flamencas se
señalan también en sus paisajes, Los mejores ejemplares en este orden
corresponden a los cuatro lienzos conservados de la serie de historias de
Jacob que pintó para el marqués de Villamanrique, expuestos en la
fachada de su palacio en las fiestas de consagración de la iglesia de Santa
María la Blanca en 1665 y pintados probablemente hacia 1660. La
serie, que originalmente debía de estar formada por cinco cuadros de los que
solo se conocen cuatro, se encontraba en el siglo XVIII en Madrid en
Regreso del hijo pródigo, Museo: National Gallery (Washington), Fecha: 1668
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poder del marqués de Santiago y a comienzos del siglo XIX ya se había
dispersado. En la actualidad se localizan dos de sus historias en el Museo
del Hermitage, las que representan a Jacob bendecido por Isaac y La
escala de Jacob, y las dos restantes en Estados Unidos: Jacob busca los
ídolos domésticos en la tienda de Raquel, conservada en el Cleveland
Museum of Art, y Jacob pone las varas al rebaño de Labán, propiedad
del Meadows Museum de Dallas. Los amplios paisajes, especialmente en
estos dos últimos, ordenados en torno a un motivo central y abiertos a un
fondo luminoso lejano sobre el que se recortan los perfiles difusos de las
montañas, sugieren el conocimiento de paisajistas flamencos como Joos de
Momper o Jan Wildens,42 y quizá también de los paisajes italianos de
Gaspard Dughet, estrictamente contemporáneo, en tanto la atención
prestada al ganado, abundante en ambos cuadros, parece remitir a Orrente
reinterpretado a la rica manera del sevillano.
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San Juan Bautista niño de Murillo, 1670, óleo sobre lienzo, colección particular
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Tras algunas pinturas hechas hacia 1664 para el convento de San
Agustín, de las que cabe destacar la que representa a San Agustín
contemplando a la Virgen y a Cristo crucificado (Museo del Prado), entre
1665 y 1669 pintó en dos etapas 16 lienzos para la iglesia del convento de
capuchinos de Sevilla, destinados a su retablo mayor, los retablos de las
capillas laterales y el coro para el que pintó una Inmaculada. Tras la
desamortización de Mendizábal de 1836 los cuadros pasaron al Museo de
Bellas Artes de Sevilla, salvo el Jubileo de la Porciúncula que ocupaba el
centro del retablo mayor, conservado en el Museo Wallraf-Richartz de
Colonia. El repertorio de santos que forma este conjunto incluye, según
Pérez Sánchez, algunas de las «obras capitales de su mejor momento».
Las figuras emparejadas de San Leandro y San Buenaventura y de
Santas Justa y Rufina, que ocupaban los lados del primer cuerpo del
San Juan de Dios (detalle), 1672, Sevilla,
iglesia del Hospital de la Caridad.
EL Niño Jesús se pincha con la corona
de espinas, 1655-1660, Museo
Hermitage-San Petersburgo.
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retablo, tienen ese carácter tan propio del pintor de vivos retratos y de
profunda humanidad en sus expresiones serenas y melancólicas.
Las santas sevillanas, acompañadas por algunos cacharros de cerámica de
bella factura en alusión a su profesión de alfareras y a su martirio,
sostienen una reproducción de la Giralda en recuerdo del terremoto de 1504,
en el que según la tradición impidieron su caída abrazándose a ella, pero su
presencia en el retablo se debe a que la iglesia se había construido en el
lugar que ocupaba el antiguo anfiteatro donde habían recibido el martirio.
También san Leandro aludía a la historia del templo, pues la tradición
afirmaba que en aquel lugar había construido un convento antes de la
conquista musulmana de la península ibérica, que ahora traspasaba
alegóricamente a san Buenaventura, a quien, contrariamente a su habitual
iconografía, Murillo representó barbado, por ser convento de capuchinos, y
Descanso en la huida a Egipto. Murillo, 1667. San Petersburgo, Hermitage.
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con la maqueta de una iglesia gótica, probablemente copiada de un
grabado, para significar su antigüedad.
Se conocen cerca de veinte cuadros con el tema de la Inmaculada pintados
por Murillo, una cifra solo superada por José Antolínez y que ha hecho
que se le tenga por el pintor de las Inmaculadas, una iconografía de la
que no fue el inventor pero que renovó en Sevilla, donde la devoción se
hallaba profundamente arraigada.
“Santa Isabel de Hungría curando a los tiñosos y dando de comer a los pobres”. Murillo, 1.672.
Rosa Abenójar
La más primitiva de las conocidas probablemente sea la llamada
Concepción Grande (Sevilla, Museo de Bellas Artes), pintada para la
iglesia de los franciscanos, donde se situaba sobre el arco de la capilla
mayor, a gran altura, lo que
permite explicar la corpulencia de
su figura.
Sobre una peana de nubes
sostenida por cuatro angelotes
niños y reducido el paisaje a una
breve franja brumosa, la sola
imagen de María bastaba a
Murillo para explicar su
concepción inmaculada. La
Inmaculada pintada para la
iglesia de Santa María la
Blanca, responde por lo demás al prototipo creado por el pintor hacia
1660 o poco más tarde, años a los que pertenece la llamada Inmaculada
de El Escorial (Museo del Prado), una de las más bellas y conocidas del
pintor, quien se sirvió aquí de una modelo adolescente, de mayor juventud
que en sus restantes versiones. El perfil ondulante de la figura, con la capa
apenas despegada del cuerpo en dirección diagonal, y la armonía de los
colores azul y blanco del vestido con el gris plateado de las nubes por
debajo del resplandor levemente dorado que envuelve la figura de la Virgen,
son rasgos que se encuentran en todas sus versiones posteriores hasta la que
probablemente sea la última: la Inmaculada Concepción de los Venerables,
también llamada Inmaculada Soult (Museo del Prado), que podría haber
Santas Justa y Rufina
Rosa Abenójar
sido encargada en 1678 por Justino de Neve para uno de los altares del
Hospital de los Venerables de Sevilla.
Inmaculada Concepción de los Venerables o Inmaculada Soult, hacia 1678, óleo sobre lienzo, 274 x 190 cm,
Madrid, Museo del Prado.
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A pesar de su considerable tamaño, la Virgen aparece aquí de dimensiones
más reducidas al aumentar considerablemente el número de angelitos que
revolotean alegres a su alrededor, anticipando el gusto delicado del rococó.
Sacada de España por el mariscal Soult, cuando se tenía, según Ceán
Bermúdez, por «superior a todas las de su mano», fue adquirida por el
Museo del Louvre en 1852 por 586 000 francos de oro, la cifra más alta
pagada hasta ese momento por un cuadro. Su posterior ingreso en el
Museo del Prado se produjo como consecuencia de un acuerdo firmado
entre los gobiernos español y el francés de Philippe Pétain en 1940,
cuando la estimación del pintor había decaído, siendo canjeada junto con la
Dama de Elche y otras obras de arte por una copia del retrato de
Mariana de Austria de Velázquez, entonces propiedad del Museo del
Prado, que en aquel momento se consideraba la versión original del retrato.
Las bodas de Caná, hacia 1670-1675, óleo sobre lienzo, 179 x 235 cm, Birmingham, The Barber Institute. El banquete de bodas
permite a Murillo representar una escena de vivo colorido y diversidad de vestuario, con toques orientalizantes también en el
mantel, además de un variado repertorio de objetos de bodegón, con el gran cántaro de cerámica como eje de la composición.
Rosa Abenójar
Santo Tomás de Villanueva, hacia 1668, óleo sobre lienzo, 2383 x 188 cm, Sevilla, Museo de
Bellas Artes. Pintado para una de las capillas laterales de la iglesia de los capuchinos,
Murillo llamaba a este cuadro su Lienzo, según cuenta Antonio Palomino, quien destacaba
la figura del mendigo de espaldas, «que parece verdad».
Rosa Abenójar
La Virgen con el Niño en figura aislada y de cuerpo entero es otro de los
temas tratados con frecuencia por Murillo. En este caso se trata
La Virgen del rosario, Óleo sobre lienzo. Medidas: 166 cm x 112 cm. 1650-1655
Rosa Abenójar
generalmente de obras de reducido tamaño, destinadas probablemente a
oratorios privados. La mayor parte de las conservadas fueron pintadas
entre 1650 y 1660.
Murillo, Ecce Homo, 1670
Rosa Abenójar
Con idéntico aliento naturalista trató otros motivos del ciclo de la infancia
de Cristo, como la Huída a Egipto (Detroit Institute of Arts) o la
Sagrada Familia (Prado, Derbyshire, Chatsworth House). El interés del
pintor por los temas de la infancia y la propia evolución de la
sentimentalidad barroca se pondrán de manifiesto también en las figuras
aisladas del Niño Jesús dormido sobre la cruz o bendiciendo y del
Bautista niño, o San Juanito, de entre las que cabría recordar la versión
conservada en el Museo del Prado, obra tardía, fechable hacia 1675, y
una de las más divulgadas del pintor, en la que el Niño con gesto místico
y el cordero que lo acompaña se dibujan con pincelada fluida sobre un
paisaje plateado de perfiles deshechos. Del viejo tema del Buen Pastor,
interpretado por Murillo en versión infantil, se conocen tres versiones: la
que probablemente sea la más antigua de ellas, la del Museo del Prado,
pintada hacia 1660, presenta al Niño reposando una mano en la oveja
extraviada. Una versión posterior, en Londres, Colección Lane, con Jesús
en pie conduciendo el rebaño, deja más espacio al paisaje pastoril y el
rostro del Niño, dirigido ahora al cielo, gana en expresividad. Su pareja
en el pasado, el San Juanito y el cordero de Londres, National Gallery,
en el que el pequeño Bautista aparece con el rostro risueño mientras
abraza al cordero con infantil frescura. La última versión de este tema
(Fráncfort, Städelsches Kunstinstitut), trabajada con notable soltura de
pincel y colores suaves, pertenece ya a los años postreros del pintor, con un
sentido de la belleza más acentuadamente dulce y delicado.
En la amplia producción de Murillo se recogen también alrededor de 25
cuadros de género, con motivos principalmente, aunque no exclusivamente,
infantiles. Las primeras noticias que se tienen de casi todos ellos proceden
Rosa Abenójar
de fuera de España, lo que induce a pensar que fueron pintados por
encargo de algunos de los comerciantes flamencos asentados en Sevilla.
Algunos de ellos, como los Niños jugando a los dados de la Alte
Pinakothek de Múnich, aparecieron mencionados ya a nombre de Murillo
en un inventario efectuado en Amberes en 1698 y a comienzos del siglo
XVIII fueron adquiridos por Maximiliano de Baviera para la
colección real bávara.
Aunque sus protagonistas son habitualmente niños mendigos o de familias
humildes, pobremente vestidos e incluso harapientos, sus figuras transmiten
Niño espulgándose, hacia 1650, París, Museo del Louvre.
Rosa Abenójar
siempre optimismo pues el pintor busca el momento feliz del juego o de la
merienda a la que se entregan divertidos. La soledad y el aire de
conmiseración con que retrató al Niño espulgándose del Museo del
Louvre, que por su técnica y el tratamiento de la luz puede fecharse hacia
1650 o algo antes, desaparecerá en las obras posteriores, con fechas que
van de 1665 a 1675.
Con el mismo tono amable y
anecdótico, atraído por los
desheredados y la gente sencilla,
con sus reacciones espontáneas,
en Dos mujeres en la ventana
(Washington, National
Gallery of Art) retrató
probablemente una escena de
burdel, como se viene señalando
desde el siglo XIX. La
llamada Muchacha con flores
de la Dulwich Picture Gallery,
tenida alguna vez por pintura
de género y confundida con una
vendedora de flores, responde en cambio mejor al género alegórico y puede
interpretarse como una representación de la Primavera, cuya pareja podría
ser la personificación del Verano en forma de joven cubierto con turbante y
espigas, recientemente ingresada en la National Gallery of Scotland.
Niños jugando a los dados, hacia 1665-1675, óleo sobre lienzo, 140
x 108 cm, Múnich, Alte Pinakothek.
Rosa Abenójar
Aunque su número es relativamente
reducido, los retratos pintados por
Murillo se encuentran repartidos a lo largo de toda su carrera y presentan
una notable variedad formal, a lo que no sería ajeno el gusto de los
clientes. Muy singular es el Retrato de Don Antonio Hurtado de
Salcedo, también llamado El cazador (hacia 1664, colección particular).
Retrato de gran formato por ir destinado a ocupar un lugar de privilegio
en la casa de su cliente, luego marqués de Legarda, al que retrata en plena
montería, de frente y erguido, con la escopeta apoyada en tierra y en
compañía de un sirviente y tres perros.
Nicolás de Omazur, llegado a Sevilla hacia 1669, llegó a reunir hasta
31 obras de Murillo, alguna tan significativa como Las bodas de Caná de
Birmingham, Barber Institute. Otro de esos comerciantes aficionado al
pintor fue el genovés Giovanni Bielato, establecido en Cádiz hacia 1662.
Dos mujeres a la ventana. Widener Collection,
en la National Gallery of Art.
Muchacha con flores, 1670, Óleo sobre lienzo, 121 x 98
cm Dulwich Picture Gallery, Londres
Rosa Abenójar
Bielato falleció en 1681 dejando al convento de capuchinos de su ciudad
natal los siete cuadros de Murillo de diferentes épocas que poseía,
dispersos en la actualidad en diversos museos.
Retrato de Don Antonio Hurtado de Salcedo, también llamado El cazador (hacia 1664,
colección particular).
Rosa Abenójar
Además legó a los capuchinos de Cádiz cierta cantidad de dinero que
emplearon en la pintura del retablo de su iglesia, encargado a Murillo.
La leyenda de su muerte, tal como la refiere Antonio Palomino, se
relaciona precisamente con este encargo, pues habría muerto como
consecuencia de una caída del andamio cuando pintaba, en el propio
convento gaditano, el cuadro grande de los Desposorios de Santa Catalina.
La caída, sostenía Palomino, le produjo una hernia que «por su mucha
honestidad» no se dejó reconocer, muriendo a causa de ella poco tiempo
después. Lo cierto es que el pintor comenzó a trabajar en esta obra sin
salir de Sevilla a finales de 1681 o comienzos de 1682, sobreviniéndole la
muerte el 3 de abril de este año. Solo unos días antes, el 28 de marzo,
había participado aún en uno de los repartos de pan organizados por la
Hermandad de la Caridad, y su testamento, en el que nombraba albaceas
a su hijo Gaspar Esteban Murillo, clérigo, a Justino de Neve y a Pedro
Núñez de Villavicencio, va fechado en Sevilla el mismo día de su muerte.
En él declaraba que dejaba sin acabar, entre otras obras, cuatro lienzos
pequeños que le había encargado Nicolás de Omazur y el gran lienzo de
los Desposorios místicos de santa Catalina para el altar mayor de los
capuchinos de Cádiz, del que pudo completar sólo el dibujo sobre el lienzo e
iniciar la aplicación del color en las tres figuras principales, siendo
completado por su discípulo Francisco Meneses Osorio, a quien
corresponden íntegros los restantes lienzos del retablo conservados todos
ellos en el Museo de Cádiz.
Rosa Abenójar
Desposorios místicos de santa Catalina, completado por su discípulo Francisco Meneses
Osorio.
Rosa Abenójar
Niño Jesús dormido con la cruz
Rosa Abenójar
Su estilo se divide para un mejor análisis en tres fases o periodos
(denominados por Ceán Bermúdez): el estilo frío (hasta 1652), el cálido
(1652-1656), y el vaporoso (aproximadamente de 1667 a 1682).
Actualmente está considerado como uno de los grandes maestros y sus
cuadros se reparten en todos los
grandes museos del mundo.
La iglesia de Santa Cruz,
desapareció durante la ocupación
francesa en Sevilla, y su solar lo
ocupa actualmente la plaza de
Santa Cruz, en cuyo subsuelo y en
lugar ignorado reposan los restos
del gran pintor sevillano, uno de
los grandes maestros que la
pintura ha dado a nuestro país.
El museo de Bellas Artes de
Sevilla es la segunda pinacoteca
del país, después del Museo del Prado en Madrid. Tiene 14 salas que
contienen obras desde el gótico hasta el s. XX, con pinturas de Murillo,
el Greco o Zurbarán entre otros muchos. En la sala V: Barroco. Hay
que destacar la serie de cuadros que Murillo pintó para la iglesia del
convento de Capuchinos de Sevilla, se ha hecho una representación
aproximada del retablo mayor, y en Sala VII podemos ver una serie de
cuadros que Murillo realizó para el convento de San Agustín.
Murillo Santa Justa
Rosa Abenójar
Esta popular representación de La Virgen con el Niño pertenece a la serie que realizó
Murillo para la iglesia de Capuchinos de Sevilla. Es conocida como La Virgen de la servilleta
gracias a una leyenda originada a comienzos del siglo XIX según la cual Murillo pintó en una
servilleta la popular imagen para el hermano lego encargado del refectorio del convento.
Esta obra fue realizada en 1666. Se representa a la Virgen María con el Niño Jesús. Mide 67
x 72 cm. Es una de las representaciones más populares de la Virgen María y se encuentra
expuesta en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. La obra formó parte del retablo de la
citada iglesia de los frailes capuchinos durante más de 150 años. En la Guerra de la
Independencia estuvo a punto de ser requisada por el mariscal francés Jean de Dieu Soult,
un gran admirador de Murillo, pero los religiosos sabedores del valor de la obra,
consiguieron trasladarla junto con otras pinturas en 1810 a Gibraltar, donde permaneció a
salvo de la rapiña del ejército francés hasta el término de la guerra en 1814. En 1836 con
motivo de la desamortización de los bienes eclesiásticos decretada por el gobierno
presidido por el ministro Mendizábal, pasó a ser propiedad del estado y se integró en el
recién constituido Museo de Bellas Artes. La escena mueve a la piedad, el niño parece
intentar salirse del cuadro, mientras que la mirada de la Virgen conecta con la del
espectador y le transmite ternura e intimismo.
Rosa Abenójar
Museo de Bellas Artes de Sevilla - Retablo de la Iglesia, impresiona la Inmaculada de Bartolomé
Esteban Murillo , llamada “La Colosal” por sus dimensiones, que preside el retablo arropada por
una serie de lienzos salidos de la mano del genial artista.
Rosa Abenójar
Sala Capitular de la Catedral de Sevilla, en ella destaca la Inmaculada de Murillo
Rosa Abenójar
Murillo 1655-60. Museo del prado. 311x249 cm
Para el sevillano convento de San Clemente, Murillo pintó hacia 1655 una pareja de
cuadros en los que la Virgen tiene especial protagonismo al realizar los milagros a los que
éstos hacen referencia. Ambas obras fueron adquiridas por la reina Isabel de Farnesio, gran
admiradora de Murillo, en 1730.
Este es uno de ellos: la Virgen y San Bernardo
Rosa Abenójar
La adoración de los pastores, 1668-Museo de Bellas Artes de Sevilla. Óleo sobre lienzo:
282x188 cm
Santa Rosa de Lima: Lienzo de la Santa
por Bartolomé Esteban Murillo (1668).
Museo de la Fundación Lázaro Galdiano,
Madrid (España).
En 1958, Correos comenzó una tradición
que duró más de veinte años: una serie
anual sobre un pintor español. En 1960
el autor homenajeado fue Bartolomé
Esteban Murillo
Rosa Abenójar
ANTIGUA CAJA DE LATA AÑOS 20 C0N LA PURÍSIMA DE MURILLO LITOGRAFIADA
Preciosa caja metálica. Crema de MEMBRILLO. IMAGEN BUEN PASTOR
DE MURILLO.
CAJA METÁLICA DE GALLETES DE LA MARCA PLAJA - LOS
NIÑOS
FRANCISCO OSTOS - CAJA LATA DE
MEMBRILLO - AÑO 1962 -
INMACULADA DE MURILLO: Caja
Rosa Abenójar
De 1729 a 1733, fue un momento de gloria para la pintura de Murillo
dada la afición que le demostró la reina Isabel de Farnesio, que compró
Bartolomé Esteban MURILLO: Sagrada Familia (hacia 1665, Museo de San Petersburgo).
Rosa Abenójar
cuantas obras pudo y entre ellas gran parte de las que actualmente se
conservan de su mano en el Museo del Prado.
MUCHACHO BEBIENDO
Rosa Abenójar
Cuadros de Murillo se documentan desde fechas tempranas en colecciones
flamencas y alemanas, principalmente escenas de género como Niños
comiendo uvas y melón, en Amberes posiblemente desde 1658, y Niños
Fecha: 1670-75, Museo: Alte Pinakothek (Munich) Niñas contando dinero o vendedora de frutas
Rosa Abenójar
jugando a los dados, documentado en 1698 en la misma ciudad donde
ambos cuadros fueron adquiridos para Maximiliano II.
Dicen que su fama empezó a declinar en la segunda mitad del siglo XIX
cuando los
críticos le
acusaron de ser
un pintor
empalagoso
además de
propagandista de
la religión
católica. Mucha
responsabilidad
tuvieron las
múltiples copias
de muy mala
calidad que se
hicieron de sus
obras en todo
tipo de soportes,
desde estampas
devotas y
calendarios a cajas de bombones y dulce de membrillo. Aunque yo puedo
decir como niña de pueblo en la década de 1960, donde no había la
posibilidad de visitar grandes museos, que me hice gran admiradora de
Murillo al contemplar las estampas de comunión de mis hermanos, primos
Invitación al juego de Pelota, 1670, Dulwich Picture Gallery, Londres
Rosa Abenójar
y vecinos con aquellas imágenes del buen pastor, San Juan Bautista niño
o los niños de la concha.
Ya en el siglo XX, August L. Mayer o Diego Angulo Íñiguez, entre
otros, trazarán una biografía del pintor basada en la documentación y
despojada de mitos, a la vez este último presentaba en 1980, en vísperas
del tercer centenario de su muerte, el catálogo depurado de su obra
completa.
En diciembre de 2017
se conmemoran por
tanto los cuatrocientos
años de su nacimiento
en la ciudad de Sevilla.
Uno de los artistas
más singulares de
nuestra pintura en
España.
Un pintor que ha
pasado por diferentes
fases en el aprecio de su
pintura y que
desgraciada o
afortunadamente, si
pensamos en el ascenso
de su prestigio
internacional, ha sido uno de los valores más codiciados por coleccionistas,
Tres muchachos (Dos golfillos y un negrito), hacia 1670, Londres, Dulwich Picture Gallery.
Rosa Abenójar
viajeros y amantes del arte extranjeros desde el siglo XVII al XIX. El
interés por su obra alcanzó tal punto que aunque la ciudad de Sevilla
contaba con la mayor parte de su producción, se ha visto desde el mismo
siglo XVII desposeída o incluso, literalmente, saqueada de la obra de
uno de sus más influyentes artistas.
A lo largo de estos últimos años se han celebrado exposiciones que se han
centrado en estudiar aspectos parciales de su producción, géneros
iconográficos o conjuntos de obras coleccionadas por un determinado
mecenas, por la nobleza o atesoradas por un determinado país. En este
sentido, importantes han sido las exposiciones que se han dedicado a la
faceta más interesante por él cultivada, la de los niños: Scenes of
Childhood, Londres, Dulwich Picture Gallery y Alte Pinakothek y
Museo del Prado, 2001; o la de Bartolomé Esteban Murillo (1617-
1682). Paintings from American Collections, Forth Worth, Kimbell Art
Museum y Los Ángeles County Museum, 2002.
1 de enero 2016
Rosa Abenójar
Bibliografía:
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Rosa Abenójar
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Rosa Abenójar
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Rosa Abenójar
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