musa celeste i - taboada, jesús

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Musa

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Page 1: Musa Celeste I - Taboada, Jesús
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AKAL / LITERATURAS25

Director de la colección:

Francisco Muñoz Marquina

La colección Akal Literaturasproporciona a estudiantes yprofesores textos esmerada-mente editados y anotados,precedidos de una sencillapero completa introducción yacompañados de un conjuntode actividades que favorecen,de un lado, la adecuada com-prensión de las obras por par-te del alumno y, de otro, loaniman a desarrollar su creati-vidad y expresión personal.Todos los volúmenes incluyen,además, una cuidada selecciónde documentos complemen-tarios y el comentario de untexto de la obra editada quepuede servir de modelo al es-tudiante para la redacción desus propios comentarios.

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Maqueta de portada: Sergio Ramírez

Diseño interior y cubierta: R.A.G.

Traducción de Francisco Torres Olivier

© Jesús Taboada, 2006

© Ediciones Akal, S. A., 2006

Sector Foresta, 128760 Tres CantosMadrid - España

Tel.: 918 061 996Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN-10: 84-460-1825-XISBN-13: 978-84-460-1825-4Depósito legal: To. 153-2006

Impresión: Edibook, S. L.Yuncos (Toledo)

Impreso en España / Printed in Spain

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el artículo 270 delCódigo Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertadquienes reproduzcan sin la preceptiva autorización o plagien, en todo o en par-te, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

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MUSA CELESTE IUN RECORRIDONARRATIVO POR LOSANTIGUOS MITOSGRIEGOS

Jesús Taboada

Jesús Taboada (Granada, 1960) estudió en la universidad de di-cha ciudad Filología clásica. Profesor de griego desde 1983, pri-mero en el Instituto de Enseñanza Secundaria de Adra (Almería)y, a partir de 1988, en Madrid, realiza estudios de cinematografía,guión de cine e interpretación dramática, griego moderno y li-teratura neohelénica. Además de publicar artículos sobre estaúltima materia en la revista universitaria Más cerca de Grecia,obtuvo el Primer Premio de Novela Corta «Francisco Umbral»(Novela policíaca) 1997 con la obra Anochece pronto (ZócaloEditorial, 1998), así como el Primer Premio «Decano Pedrol» 1999de relato corto con El osito y los forajidos.

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INTRODUCCIÓN ........................................... 9

1. El mito ..................................................... 112. El mito como relato y otros géneros

literarios .................................................. 213. Fuentes mitológicas ................................ 254. Antiguas interpretaciones del mito ........ 325. Mito y religión ........................................ 386. Musa celeste ............................................ 81

BIBLIOGRAFÍA ................................................. 83

MUSA CELESTE ............................................ 87El Olimpo ......................................................... 89Creta ................................................................. 223Argos ................................................................ 307Tebas ................................................................ 377

PROPUESTA DIDÁCTICA ............................. 495

ACTIVIDADES ................................................. 4971. Actividades de comprensión ............ 4972. Actividades de recapitulación .......... 5173. Otras actividades .............................. 520

TEXTOS COMPLEMENTARIOS ............................. 523COMENTARIO DE TEXTO .................................. 553ÍNDICE ONOMÁSTICO ...................................... 561

ÍNDICE

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Para Angustias y Miguel,de quienes primero aprendí el significado

de palabras como «cariño», «ternura»,«esfuerzo» o «amor»...

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INTRODUCCIÓN

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Definición

Usos deltérmino enla Antigüedad

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1. EL MITO

¿Quién no sabría decir qué es un mito? Esta-mos tan habituados a calificar de míticas tantasrealidades sociales, personalidades de gran rele-vancia, acontecimientos admirables, retos hu-manos aparentemente inalcanzables, que, en unprimer momento, parecería fácil su definición.Sin embargo, nada más huidizo e inconcreto. ElDiccionario de la RAE nos ofrece la siguiente: «fá-bula, ficción alegórica, especialmente en materiareligiosa». En ella, se destaca el carácter narrati-vo, su naturaleza subjetiva, en cuanto interpretaciónsimbólica de una realidad, así como su parentescocon la religión. No obstante, esta definición, en suambigua generalidad, igualmente podría aplicar-se a otros tipos de relatos, emparentados con losmitos pero claramente diferentes, como el cuen-to, la leyenda, la parábola, etc.

Ya los antiguos griegos razonaron sobre el sig-nificado de este término, mito. Frecuente desdeépoca homérica, durante siglos tendrá el valorde «palabra» o «discurso», en sentido amplio, uti-

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lizándose en ocasiones como sinónimo de «ru-mor», «mensaje» o incluso «conversación», siem-pre referido a un acto de habla. Habrá que es-perar hasta el poeta Píndaro (518-438 a.C.) paraencontrar el vocablo en su acepción de «relatotradicional», por oposición a otro término, logos,sinónimo aquí de «discurso racional o auténtico»:

Muchos prodigios hay, sí, pero también los mor-tales a veces hablan saltándose el logos auténti-co: afiligranados con múltiples mentiras los mi-tos engañan.

(Olímpica, I, 28-9)

Profundamente piadoso, muestra aquí el poe-ta su rechazo a los elementos irracionales y vio-lentos que transmiten los relatos tradicionalesacerca de los dioses; o sea, los mitos, relatos queél se propone racionalizar, aplicarles el logos, des-cubrir en ellos lo auténtico, la verdad.

Pero será el filósofo Platón, ya en pleno siglo IVa.C., quien con más profundidad y amplitud teo-rice sobre la diferencia entre mito y logos, con-siderando el primero como un mero relato tra-dicional sin fundamentos verídicos, en tanto queel segundo se aplicaría al discurso razonado. Deeste modo, distingue claramente entre el razo-namiento (logos), instrumento de conocimiento,y los relatos transmitidos por la tradición o in-ventados por el poeta o el propio filósofo (mi-tos), consciente y expresamente utilizados en sufunción simbólica. A partir de entonces, se mul-tiplica el uso de la palabra mito y una enormecantidad de derivados suyos, tanto adjetivoscomo verbos, con el mismo significado con quehoy los entendemos. Incluso, cuando parece pri-mar un sentido diferente, como en el caso de Aris-tóteles, su valor de «relato tradicional» subyace demanera evidente. Este filósofo, en su Poética, lo12

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utiliza a veces en su sentido propio; pero, juntoa este significado, coexiste el de «argumento» re-ferido a la trama de una tragedia, lo que no estan sorprendente si tenemos en cuenta que lapráctica totalidad de las tragedias antiguas tomansu argumento de asuntos mitológicos tradicio-nales.

A partir de aquí, puede hacerse una primeradistinción entre mito y logos, entendida esta úl-tima palabra en el sentido de «discurso razona-do». Mientras que éste busca «la verdad», la «ob-jetividad», siendo la expresión auténtica de laciencia, la historia y la filosofía; el mito conllevasu propia lógica y verosimilitud interna, más sim-bólica que realista. El mito nos transmite un co-nocimiento sobre el mundo de manera plástica,sugerente, vívida, fabulosa; el logos, por el con-trario, racionaliza el discurso buscando hacer mástransparente la realidad circundante o la realidadinterior del propio sujeto. Ambos son dos mo-dos diferentes de lenguaje, diferentes expresio-nes del pensamiento.

El hecho de que numerosos mitos estén refe-ridos a dioses o participen en su argumento fi-guras divinas ha llevado en ocasiones a consi-derar el mito como un relato puramente religioso,parte integrante del ritual y las liturgias propiasde toda religión. Un estudioso como Jan de Vries,en 1961, lo define como «historias de dioses.Quien habla de mitos tiene, por tanto, que ha-blar de dioses. De lo que se deduce que la mito-logía es una parte de la religión». Religión y mitolo-gía, sin embargo, a pesar de compartir ámbitos deinfluencia, no se reducen a un común denomi-nador. Aunque aparezcan dioses, hay mitos queno son religiosos, estando más cercanos al mun-do de la leyenda o la fábula. Por el contrario, enotras ocasiones, el mito explica el origen de ele-mentos del culto o de la religión, como en el

Mito y logos

Mitología yreligión

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caso de Apolo instituyendo su oráculo en Del-fos. Aun en el caso de los mitos que nos hablandel nacimiento o las bodas o el destronamientode un dios, no son propiamente mitos por la pre-sencia en ellos de dicho dios, sino por el sim-bolismo subyacente. La mitología puede ofrecerleun apoyo a la religión, como la música, la poe-sía o las artes plásticas, pero en absoluto se iden-tifica con ella.

Es más, en el caso de la antigua sociedad grie-ga, al carecer, como otros pueblos, de una reli-gión revelada, con pretensiones de infalibilidady absoluta posesión de una verdad única, el mitono se encuentra sometido al monopolio de unclero que, en el caso de los antiguos sacerdotesde Grecia, ejercía su tarea como una profesión,meros funcionarios de un estado que conserva-ba en sus manos la organización de los ritos ycultos religiosos. Los antiguos griegos carecieronde una Biblia que legislase la vida espiritual y ra-cional del hombre.

El mito pretende ser una explicación del mun-do, en todos sus órdenes. Reduce los fenómenosnaturales, la vida circundante, la civilización, lossucesos históricos, los procesos psíquicos a agen-tes divinos que, a imagen y semejanza del hom-bre, son accesibles mediante la súplica o el enten-dimiento. De alguna manera, los mitos domesticanla naturaleza, la hacen más accesible a las capa-cidades humanas; todo lo incomprensible, lo pro-digioso, lo aterrador se presenta regido por di-vinidades cuya voluntad e inteligencia están alalcance de la conciencia humana. Nadie podríadirigirse de palabra al rayo fulminante, salvo queéste sea lanzado por Zeus. ¿Quién podría im-plorar al terremoto para eludir su devastadoraviolencia, salvo que el terremoto esté producidopor Poseidón? El hecho de que los olivos estu-viesen protegidos en la región del Ática por la

Mito comocosmovisión

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ley, penándose con los castigos más severos cual-quier daño ocasionado, no se basa sólo en quedichos árboles suponían un elemento importan-te para la economía ateniense, sino, principal-mente, en que eran regalo de la diosa Atenea. Elmito explica de una manera simbólica el univer-so, la naturaleza, el propio pasado, las normasde convivencia, el desarrollo de la cultura y lacivilización, las emociones, los miedos.

En la sucesión de Urano, Cronos y Zeus, fácil-mente se reconoce la idea de sucesivas edadesen la historia del mundo: un primer orden pura-mente natural, genésico, encarnado por la unióndel cielo y la tierra, Urano y Gea, que engen-drarán a las criaturas y elementos del cosmos, in-cluidos los monstruos, personificación poliva-lente de lo desconocido y de los más oscurostemores del alma humana. A éste sucederá el rei-nado de Cronos, el tiempo «devorador de suspropias criaturas», reinado que quedará derroca-do por su hijo Zeus, en quien se encarnan losconceptos de ley, justicia y civilización. El mitoculmina con los sucesivos matrimonios de Zeus,tras la instauración de los olímpicos como guar-dianes del universo, primero con la oceánide Me-tis, encarnación de la prudencia, y luego con latitánide Temis, personificación de la ley, con la quetendrá tres hijas: Eunomía, Irene y Dike, el or-den, la paz y la justicia, respectivamente.

Incluso en esta última acepción, podemos com-probar cómo el mito no agota sus posibilidadesen una explicación única. No es sólo una alego-ría de algo que pudiera expresarse de otro modomás directo. Volviendo a la cosmogonía integra-da por la sucesión de Urano, Cronos y Zeus, enella podemos vislumbrar elementos históricos–mitos habrá en los que el componente históri-co sea predominante, no hay más que recordarla obstinación de Schliemann por descubrir la

Polivalenciasemántica

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existencia de Troya, así como la historicidad dela guerra que destruyera dicha ciudad al final delperiodo micénico, incluso la supervivencia deelementos históricos en los poemas homéricos–,así como determinadas ideas sobre la concep-ción cósmica de los griegos más antiguos, e in-cluso inferir aspectos sociales de la comunidadque dio voz a esas creencias y apreciar los valo-res poéticos de su estructura narrativa.

G. Steiner define el conjunto de la mitologíacomo «un cuadro completo del hombre en elmundo». El mito transmite, con la vívida inme-diatez del relato, una radiografía social y mentalde la comunidad que lo alimenta y de los dis-tintos estadios por los que ha ido pasando has-ta llegar a ser tal como es en ese momento, com-pleja, contradictoria, inhumana, vital. En el mitose actualizan los impulsos más primarios, los de-seos más profundos y humanos del ser, las nor-mas de convivencia y la conciencia política deun pueblo, sus miedos y sus errores, sus logrosy sus aspiraciones.

Y lo hace remontándose a los orígenes, los orí-genes del universo, los orígenes de la civiliza-ción, los orígenes de un rito o una norma con-creta. El mito nunca trata la actualidad, siemprese remonta a un tiempo primordial, originario,un pasado indeterminado, los albores de aque-llo que hoy constituye el presente más inmedia-to. La realidad, en ellos, se remonta al momen-to en que lo sobrenatural y lo sagrado irrumpeen el cosmos, transformándolo en lo que hoy es,justificando su existencia por su origen divino.Puede tratarse de la fundación de una ciudad,del descubrimiento de las técnicas de cultivo ode la navegación, del nacimiento de una flor de-terminada o de una costumbre. Todo, personas,animales, la naturaleza entera, el cosmos inac-cesible, está en ellos animado, transido por su

El tiempooriginaldel mito

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origen fabuloso o divino. Su verosimilitud no ra-dica en la adecuación a las constantes actualesde una sociedad determinada, sino por su refe-rencia a un tiempo situado más allá de la reali-dad actual, en los albores de lo inmediato, segúnsus propias leyes paradigmáticas. De esta mane-ra, el mito salva el desgaste de la cotidianidad,rescatando en ella la esencia de aquel tiempo ori-ginario, prestigioso y memorable, tocado por losdedos vivificantes de la divinidad, siempre pre-sente, cuando no protagonista.

En algunos mitos, puede predominar la expli-cación física (el origen de la Vía Láctea o de unaconstelación, el nacimiento de ríos y montes, elcircuito diario del sol y la luna, el origen de es-pecies vegetales como el narciso o el jacinto,etc.); en otros, la explicación social puede ser lavoz dominante (la institución del rito del sacrifi-cio por Prometeo, la difusión de la agriculturapor Triptólemo, la creación del alfabeto, la sa-cralización de las normas de hospitalidad debi-da al extranjero, etc.); puede sobresalir el ele-mento histórico (fundación de ciudades, alianzasy rivalidades entre diferentes estados, etc.) o elpensamiento metafísico (la dualidad vida/muer-te expresada en el rapto de Perséfone, la natu-raleza del amor encarnada en la figura de Afro-dita, etc.). Pero, en todos ellos, destaca unaunidad básica: la interpretación global del uni-verso, en su multiforme complejidad.

Frente a otras formas de relato tradicional, el re-pertorio de mitos griegos no es un conglomeradode historias aisladas o ensartadas artificialmente.Todo mito, por mínimo que sea, está integrado enel conjunto de los restantes motivos míticos. Unossuponen los demás para su completa compren-sión. Aunque pueda considerarse cada mito en símismo, su verdadero sentido queda plenamentedesarrollado dentro del conjunto de todos los mi-

El mitointegrado enunaestructuramítica

Los mitoscomo sistema

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tos que se relacionan con él. Y esto, gracias a lasgenealogías y relaciones de parentesco entre suspersonajes, se consigue mediante la ubicación cro-nológica de los distintos acontecimientos, comosi de una historia universal se tratase, pero unahistoria universal cifrada en el mundo simbólicoque los mitos transmiten. De ahí tanto la dificul-tad de considerar los mitos de una manera aisla-da, en calidad de cuentos independientes, comoel intento de ver en ellos una estructura narrativacerrada, con un principio y un final.

Algunos mitos se agrupan en torno a un perso-naje, formando auténticas sagas, como la de Hera-cles o Teseo, o en torno a una familia real o acon-tecimiento significativo, constituyendo verdaderosciclos temáticos, como el ciclo tebano o el ciclo tro-yano. Aun en estos casos, nunca muestran una te-mática cerrada en sí misma. Los protagonistas deestas sagas o ciclos míticos son permeables a otrosmotivos o personajes de la mitología, permitiendola irrupción de un héroe completamente ajeno a latrama o incluso participando ellos mismos en otrosrelatos, pero siempre conservando su particular per-sonalidad. Todo personaje se define por sus rela-ciones con el resto de personajes, sean relacionesde parentesco o relaciones sociales, cuando no lamás somera concurrencia en un enclave mítico con-creto, la ciudad de Micenas, Tebas, Yolco, el mon-te Pelión o cualquier otro escenario tradicional. Tra-tar de considerar el conjunto de antiguos mitosgriegos es como meter la mano en un cuenco decerezas: cuando intentas coger una, arrastras conella todas las que se le han ido engarzando, unascon otras, sin un orden aparente.

Por otro lado, los mitos griegos no nacieroncomo relatos perfectos e inalterables. Al contra-rio que en otras culturas, cuya plasmación míti-ca viene avalada por una casta sacerdotal encar-gada de mantener el relato mítico en una forma

Reinterpreta-ción mítica

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definitiva, los mitos griegos fueron continuamentereinterpretados, de acuerdo con la concepcióndel mundo en cada momento histórico, o enatención a los intereses concretos de una comu-nidad determinada, adecuados al prestigio con-temporáneo de cada ciudad, o atendiendo a ri-validades entre ciudades. La presencia de Atenasen el universo mítico, casi ausente en sus inicios,irá cobrando protagonismo a lo largo de la his-toria, por obra principalmente de los grandes tra-gediógrafos atenienses. Heracles fue muy vene-rado por las tribus dorias, Jasón alimentó suleyenda con la memoria de las primitivas migra-ciones jonias, Teseo es un héroe indiscutible-mente ático. Pero, tal como las diferentes tribusse consideraban partícipes de una unidad supe-rior, el pueblo griego, claramente distinto frenteal resto de pueblos que no hablaban su mismalengua; así también todo mito local queda inte-grado en el conjunto de un mismo universo mí-tico, la antigua mitología griega.

Dicho conjunto fue transformándose a lo largode la historia, amalgamando elementos de di-versas épocas, introduciendo figuras de otras cul-turas diferentes (fundamentalmente de las reli-giones egipcias o del Asia Menor), perfectamenteintegrados en la propia mitología. Por otro lado,llama poderosamente la atención la libertad in-dividual frente al mito. Pocas culturas han acep-tado reinterpretaciones tan audaces y, en oca-siones, tan irreverentes de sus propios mitos.Éstos, en el antiguo mundo griego, se desarro-llaron fundamentalmente a través de la literatu-ra, que siempre renovó sus puntos de vista so-bre la tradición, bien para reafirmarla con unsentido auténticamente religioso, bien para de-nunciar a través de sus personajes una concretarealidad social. El teatro de Eurípides, por ejem-plo, puso en escena a personajes, fundamental- 19

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mente femeninos (Medea, Fedra, Hécuba), queescandalizaron a sus conciudadanos por la críti-ca feroz contra las costumbres o creencias con-temporáneas.

Finalmente, los mitos forman parte de la cul-tura, del pensamiento humano en su discurrircambiante y contradictorio, lo reflejan y estimu-lan. Es un elemento más del conocimiento delpueblo que a través de ellos se explica el mun-do y su propia situación dentro de él, expresaun conocimiento distinto del científico y filosó-fico, más simbólico, más plástico, más pregnan-te. Podría decirse que forma parte de los distin-tos lenguajes con los que el hombre dialoga consu entorno y consigo mismo, pero no el hombrecomo individuo, sino integrado en el conjuntode la comunidad. El mito, como las restantes tra-diciones compartidas, como ingrediente impor-tantísimo de la memoria colectiva, es un ele-mento de cohesión social, de reconocimiento desí mismo como grupo.

Por otro lado, es necesario distinguir entre mitoy mitología. Esta última palabra, sin embargo,ofrece dos acepciones claramente diferenciadas:en primer lugar, por «mitología» entendemos elconjunto o repertorio formado por los diferentesmitos de una comunidad. Y en este sentido lautiliza ya Platón en su República, uniendo en ellalos dos términos, mito y logos. Para ello, tiene elprecedente de Homero, quien en la Odisea (XII,450) usa el verbo mythologeúo (muqologeuvw) conel significado de «relatar»: «Pero ¿para qué te re-lato estas cosas?».

En segundo lugar, «mitología» se usa para de-signar la ciencia que estudia los mitos, su origen,evolución, significado y función. La confluenciasimultánea de ambos sentidos en una misma pa-labra ha llevado en no pocas ocasiones a graveserrores de interpretación.

Mito y cultura

Mito ymitología

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2. EL MITO COMO RELATO Y OTROSGÉNEROS LITERARIOS

Por su esencia fundamental de «discurso» o «re-lato», el mito está emparentado con otros géne-ros, con los que comparte características pero delos que claramente se diferencia y es, precisa-mente en esas diferencias con éstos, donde másclaramente aparece la naturaleza distintiva delmito.

Frente a la historia y la novela, el mito ocupa unlugar intermedio, equidistante de ambas. La his-toria narra acontecimientos partiendo de un idealde objetividad que la justifica plenamente; el mitobasa su esencia en su propia verosimilitud inter-na, obtenida mediante el principio de un absolu-to simbolismo: el oyente percibe la realidad histó-rica como vivencia actual, ambigua por naturalezacomo es ambiguo nuestro propio diálogo con elmundo. Eso no quiere decir que los antiguos grie-gos restasen historicidad a sus mitos: casi todoslos historiadores antiguos, en mayor o menor me-dida, acuden al acervo mitológico para explicarsu propia prehistoria; es más, en época histórica,podía verse la tumba de Helena en Esparta y, loque causaría horror a espíritus exclusivamente re-ligiosos, se mostraba en Creta la tumba del pro-pio Zeus, ¡la tumba de un dios! Incluso cuando elmito parte de un acontecimiento histórico con-creto, como es el caso de Troya, la manera de en-carar los acontecimientos persigue la síntesis deotros valores modélicos, más allá del mero acae-cer anecdótico; no indaga en las causas profun-das de los sucesos, como la historia, buscandodesentrañarlos, sino revivirlos en la conciencia co-lectiva de la comunidad que los comparte comocreencias y patrimonio espiritual.

Por su parte, la novela se diferencia de la his-toria y el mito por su naturaleza intrínsecamen-

Mito, historiay novela

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te fabuladora; aun en el caso de la novela histó-rica, ésta es siempre recreación libre e imagina-ria a partir de determinados datos históricos; po-dría entonces hablarse de novela historicista, másque de novela histórica, puesto que el elemento«objetivo» aun en este caso sólo es un ingredientemás de la libre invención que caracteriza al gé-nero. Tan real es don Quijote como el empera-dor Adriano de la novela homónima de Mar-guerite Yourcenar. Frente al mito, el elementosimbólico, característico de éste, no forma partede la naturaleza de la novela.

Mito y leyenda comparten aspectos comunes.Ambos son relatos tradicionales; ambos se dis-tinguen de la historia y la novela por la presen-cia en ellos de elementos maravillosos e inexpli-cables, prodigios que se asumen como naturales;en ambos, se nos ofrece la ubicación geográficay las relaciones de parentesco de los héroes, loque convierte a estos relatos en parte de la me-moria colectiva y de los ideales que cohesionanel grupo de oyentes. Ahora bien, el mito, auncuando se centre en el protagonismo de un hé-roe o heroína, como en el caso de Jasón y Me-dea en el ciclo de los argonautas, sacraliza las vi-vencias que relata mediante su permanentecomunicación con la divinidad; no se trata depersonajes con actitudes o comportamientos re-ligiosos, al fin y al cabo «sociales», sino una au-téntica intimidad con el elemento divino propiode todo universo mítico.

Por otro lado, aunque la leyenda pueda orga-nizarse en ciclos completos alrededor de un hé-roe determinado, constituyendo una auténticasaga, el mito lleva esta implicación más allá. Nisiquiera ciclos tan completos como el de Hera-cles o el de la casa real tebana podrían conside-rarse propiamente mitos si no estuvieran rela-cionados con el resto de mitos que conforman

Mito, leyenda,saga

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la antigua mitología griega. Podría decirse que lahistoria de Melampo, por ejemplo, sería una le-yenda, si no estuviese orgánicamente involucra-da en el conjunto de los mitos relativos a la ciu-dad de Argos, partiendo de la unión de Zeus conla mortal Ío, así como éstos se relacionan prác-ticamente con todos los demás por medio de lasrelaciones de parentesco de sus protagonistascon personajes de otros «ciclos míticos».

También con el cuento comparte el mito algu-nas características, desde el momento en que losdos son formas diferentes de relato, en los dos des-taca el interés por lo sobrenatural y extraordina-rio, ambos constituyen formas de sociabilidad eintercambio de valores (más personales o indi-viduales en el caso del cuento, colectivas en eldel mito, lo que ha llevado a decir a Propp: «Elmito que ha perdido su significación social seconvierte en cuento»). Sin embargo, son notoriaslas diferencias que los separan, hasta el puntoque, en una misma sociedad y en un mismo mo-mento histórico, ha llegado a plantearse la in-compatibilidad del mito y el cuento.

Primero, el cuento busca entretener y aleccio-nar; por el contrario, el mito integra al individuoen el curso de la historia y en la naturaleza a tra-vés de su pertenencia a una colectividad concre-ta, con una ubicación precisa, no plantea cues-tiones morales o éticas como el cuento sino que,a través de dioses y héroes ejemplares, reafirmaen el hombre su propia trascendencia, exenta demoraleja. El mito, podría decirse, es un espejo su-jeto por los dedos de un dios ante la mirada aten-ta de la colectividad; en el cuento han desapare-cido los dioses, un hombre instruye a otro hombreproponiéndole una historia como confirmaciónde una determinada norma o situación social.

A los personajes del mito, en su calidad de hé-roes o dioses, se los siente como reales, auténti-

Mito y cuento

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cos antepasados; los personajes del cuento sontotalmente imaginarios. Éstos, por lo general,mantienen una clara indeterminación en cuantoa su familia y localización, ignorándose muy fre-cuentemente incluso su propio nombre. Nuncasabremos cómo se llamaba Blancanieves, ni quié-nes eran sus padres, ni dónde vivió sus expe-riencias; lo mismo podría decirse de Cenicienta,Pulgarcito o tantos otros; a veces, el protagonis-ta es denominado simplemente «el hijo del rey»,«la madrastra», «la abuelita», etc. Es más, el tiem-po del cuento es generalmente negado; ya lasfórmulas clásicas de iniciarlo dan fe de ello: «Éra-se una vez...», «Había una vez en un país...», «Vi-vió en otro tiempo un hombre...» Frente a todoello, en el mito está perfectamente ubicado cadapersonaje, conocemos su nombre, su filiación,su lugar de origen y su cronología relativa den-tro del universo transmitido por el conjunto dela antigua mitología griega.

Lo prodigioso, que en ambos aparece, presen-ta características bien diferentes según el caso.En el mito, lo fabuloso y lo sobrenatural perte-nece a la propia naturaleza de lo narrado, estáen su esencia, no es llamativo por sí mismo; porsu valor extraordinario, fuera de lo corriente, enel cuento, en cambio, lo prodigioso busca sor-prender, provocar admiración.

Si los personajes del mito presentan una com-pleja caracterización psicológica que permite laidentificación con el oyente, los personajes delcuento, generalmente, suelen ser uniformes, me-cánicos, alegóricos, su única razón de ser es evi-denciar la lección moral que el relato pretendeimponer. Esto se lleva al extremo en una de lasvariantes del cuento, la fábula. En ella, el carác-ter puramente imaginario de los personajes seacentúa al recurrir a animales con un comporta-miento completamente humano, con lo que de-

Fábula

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jan de ser tanto animales como hombres para ha-cerse portavoces y encarnación alegórica de unamoraleja. Cuando en el mito lloran o hablan loscaballos de Aquiles, no constituye la escena unafábula, pues estos animales en ningún momentopierden su naturaleza propia, sino que a travésde ellos se manifiesta la divinidad, que de conti-nuo presta voz a la naturaleza entera, por lo queno representa un prodigio sino una nueva cons-tatación de la sacralidad del tiempo mítico.

En fin, en su imparable caudal, arrastra a ve-ces el mito elementos de otras formas narrativas,como el cuento, la novela o la leyenda. Temastan frecuentes en el cuento como el encumbra-miento del menor a costa de los mayores, gene-ralmente el hermano más pequeño, o el del en-gullimiento y posterior regurgitamiento de unpersonaje por un animal (piénsese en «El lobo ylos siete cabritillos» por ejemplo) los encontra-mos a menudo, sin ir más lejos, en la aspiraciónal trono de Creta de Minos y sus hermanos, o enHeracles engullido por el cetáceo para salvar aHesíone. La Odisea está plagada de pequeñasaventuras con una clara estructura de cuento, loscíclopes, las sirenas, etc., lo que le confiere esetono de modernidad un tanto desacralizada fren-te a la Ilíada, por ejemplo, en la que, por el pro-pio tema, predominan los elementos caracterís-ticos de la leyenda. Sin embargo, la complejidadque introduce en estos temas el pertenecer a ununiverso mítico concreto es lo que hace del mitouna forma autónoma y claramente diferenciadade otras estructuras narrativas.

3. FUENTES MITOLÓGICAS

Aunque nuestras fuentes de conocimiento so-bre la antigua mitología griega son muy abun-

Elementosextraños enel mito

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dantes, es mucho lo que a lo largo de la historiase ha perdido de aquella civilización, por lo queno deja de haber lagunas fundamentales e inse-guridades a la hora de valorar o comprender ple-namente determinados aspectos del mito. No obs-tante, el manejo de toda la información recibidapermite hacerse una idea global de esa sorpren-dente manifestación del pensamiento humano.

La primera dificultad para el estudioso de lamitología es deslindar lo puramente mítico delmarco en que ésta nos ha sido transmitida. Cier-tamente, los mitos no se nos presentan, como uncuento o una leyenda o una novela, completa-mente autónomos. El pensamiento mítico atrave-saba todas las manifestaciones del espíritu anti-guo; a través de él, se expresaba la literatura, elarte, la fiesta, el rito, el pensamiento, hasta el pun-to que el primer pensamiento científico empren-de su reflexión por oposición al mito. La prácticatotalidad de las antiguas tragedias griegas utiliza-ban como argumento un momento concreto de lavida de un héroe, generalmente el momento desu ocaso o ruina, nunca el de máximo esplendorde su gloria. Una tragedia antigua no es un rela-to mítico completo, sino la reflexión sobre el des-tino del héroe caído, a partir de un argumento desobra conocido por los espectadores a los que es-taba dirigida la obra. En palabras de C. GarcíaGual, «la tragedia supone una mirada patética so-bre el repertorio de la mitología heroica». Tanto lamayor parte de la escultura como de la pintura,sobre todo la cerámica, representaba figuras mi-tológicas, condicionadas por una funcionalidadque no siempre nos es claramente comprensible.

Los antiguos griegos, lo hemos dicho, no re-dactaron jamás un texto canónico de sus mitos.La mayoría de la información, fragmentaria y con-tradictoria, nos llega a través de su literatura, sóloparcialmente conservada. De hecho, ya se con-

Fuentesliterarias

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sideraba entonces a Homero como el auténticofundador de su mitología. Los jóvenes iniciabansu educación memorizando la Ilíada y la Odisea,a través de estos poemas accedían al universo mí-tico común. Si alguna obra sirvió de canon parala antigua mentalidad griega, fue sin duda lasgrandes creaciones homéricas. Las principales fi-guras del mito griego, sus funciones y personali-dades características quedaron definitivamente fi-jadas en la memoria colectiva por obra de Homero,que no era un profeta o un «iluminado», sino unsimple aedo, un versificador, un poeta, el prime-ro conocido (s. VIII a.C.).

Casi contemporáneo suyo, un espíritu clara-mente diferente, más moralista y religioso, menosaristocrático, más pragmático y didáctico, Hesío-do, compuso fundamentalmente dos poemas, laTeogonía y Los trabajos y los días, además de unextenso catálogo de heroínas del que sólo con-servamos fragmentos, con los que sistematizó ydio coherencia al conglomerado de motivos míti-cos, organizándolo mediante la genealogía. Su in-terés no era tanto, como el de Homero, deleitar aun auditorio sino instruir. Heródoto, el padre de lahistoriografía, escribe a principios del siglo V a.C.:

Puede decirse que hasta ayer o anteayer los grie-gos no conocían el origen de los distintos dioses,ni si ellos eran eternos, ni cuál era el aspecto decada uno. Pues yo creo que Homero y Hesíodovivieron, a lo sumo, cuatrocientos años antes queyo, y ellos son los que han establecido los naci-mientos y parentescos de los dioses, les han dadosus nombres, distribuido sus cargos y oficios, yfijado su figura.

(Historia II, 53, 1-2)

A partir de estos precedentes, pocos géneros li-terarios permanecerán ajenos al universo mítico. 27

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Toda la épica antigua, los poemas cíclicos, tan malconservados sin embargo, siguen las huellas mar-cadas por Homero. El conjunto de 33 Himnos con-servados bajo la denominación de homéricos, ycompuestos entre los siglos VII y IV a.C., desarro-llan y amplían la visión del panteón helénico.Gran parte de la poesía lírica centra sus motivoso evoca peripecias míticas. Pocos historiadores co-menzarán sus exposiciones sin recurrir a la pre-historia mítica. La tragedia y el drama satírico to-man sus argumentos de motivos mitológicos.Incluso la filosofía mantendrá un constante diálo-go con la tradición de los mitos. A pesar de lasprofundas transformaciones sociales e ideológicasque trajo consigo el periodo helenístico a partirdel siglo III a.C., la poesía no deja de recurrir almito para hallar sus motivos literarios, ya no ex-presión de una religiosidad más o menos conflic-tiva pero viva, sino alarde de erudición artística.

A la hora de utilizar estas obras como informa-ción mitológica, que no como creaciones litera-rias, hay que actuar con precaución. En primerlugar, raramente encontramos en ellas relatadopor extenso el mito en cuestión, tarea innecesa-ria, por otro lado, ya que el pueblo al que esta-ban destinadas lo conocía perfectamente. La lite-ratura evoca el mito, reflexiona sobre él, lo aludecomo punto de referencia, lo apunta sin des-arrollarlo. Por otro lado, al no existir una tradi-ción fija, siendo el mito reflejo de las tensiones yrivalidades existentes entre las distintas ciudades-estado, entre las distintas etnias y grupos socia-les, tanto en los detalles como en su conjunto sele ofrecían al autor infinidad de variantes posi-bles, entre las que seleccionar su material narra-tivo, escoger diferentes soluciones a los conflic-tos míticos o reelaborarlos para sus propios fines.A este respecto, es sintomática la transformaciónque experimenta el personaje de Prometeo a lo28

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largo de la historia literaria griega: en Hesíodo(s. VII a.C.), se trata de una divinidad astuta y men-tirosa, que intenta sin conseguirlo socavar la leyimplantada por Zeus en el universo; Esquilo(s. V a.C.), por el contrario, nos lo presenta comoun dios filantrópico que, con trágica rebeldía, seenfrenta a la tiranía olímpica; Platón (s. IV a.C.),en el Protágoras, interpreta en la figura del titánal dios civilizador, generoso dispensador de lacultura y el progreso, complemento perfecto dela justicia encarnada en la figura suprema deZeus. Partiendo de un mismo argumento, el per-sonaje va ocupando posiciones totalmente con-trapuestas según la ideología del autor.

Con el afán enciclopédico que caracteriza a laépoca helenística, surge un nuevo concepto derelato mitológico, que ya no utiliza el mito ni lointerpreta, ni siquiera pretende ser literatura enmuchos casos; consiste en la mera exposición ar-gumental de conjuntos de mitos, lo que nos seráde gran utilidad para un conocimiento más pre-ciso de éstos. A sus autores se les puede consi-derar auténticos mitógrafos en el sentido moder-no del término. Su interés es reunir y compilarseries determinadas de mitos. Conservamos, en-tre otros, los Catasterismos de Eratóstenes (reco-pilación de mitos relativos a la transformación depersonajes en estrellas o constelaciones) así comola Biblioteca de Apolodoro, obra de gran claridadexpositiva y rica en detalles. Tenemos noticia deunas Metamorfosis de un tal Nicandro. Tras el en-cuentro con el mundo griego por parte de los ro-manos y su sumisión intelectual a dicha cultura,se multiplican estas compilaciones de mitos, don-de el poeta puede encontrar fácilmente reperto-rios y motivos literarios. Surgirán así los Sufri-mientos de amor de Partenio de Nicea (s. I a.C.)y los Relatos del mitógrafo Conón (s. I a.C.-I d.C.).Tradición que será continuada por otros autores,

Antiguosmitógrafos

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ya en latín, como Antonino Liberal con sus Trans-formaciones, las Fábulas y la Astronomía de Hi-gino, o la exquisita obra de Ovidio Metamorfosis.Fue enorme la cantidad de compendios genera-les o sobre tipos de mitos concretos que se escri-bieron en la Antigüedad tardía, algunos de ellosanónimos, como los tres conocidos como Mitó-grafos vaticanos. De algunos conservamos frag-mentos, otros son refundición de obras anterio-res, pero en casi todos ellos aparecen variantes odetalles de otro modo inéditos para nosotros. Aun-que pocas de ellas dan idea de la riqueza expre-siva y temática de los mitos, transmitida sobre todoa través de la literatura, resultan muy útiles parahacerse una idea de la continuidad argumental demuchos de ellos, o para conocer detalles concre-tos que, de otro modo, ignoraríamos.

Emparentada con estas últimas fuentes, la co-rriente pedagógica que, a partir de la sofística,dará lugar a una amplia producción de tratadossobre los temas más diversos, obras tanto de di-vulgación como de instrucción, lo más parecidoentonces a nuestra ensayística, se ocupará enocasiones de disertar sobre motivos relacionadoscon el mito, ofreciéndonos una inestimable apor-tación a nuestro conocimiento del mismo. La Des-cripción de Grecia, de Pausanias, una obra tan-to geográfica como etnográfica, literatura deviajes que recoge innumerables noticias directa-mente de la tradición oral; la Geografía de Es-trabón, equiparable a la obra de Pausanias perono centrada exclusivamente en el mundo helé-nico; a su lado, algunos de los tratados de Plu-tarco, sobre el oráculo de Delfos, sobre otros te-mas relacionados con el rito y las creencias,compendios como el Sobre ríos falsamente atri-buido al propio Plutarco, o los tratados filosófi-cos de Plotino. Todos ellos, de alguna manera,completan nuestra visión sobre el tema.

Tratadistas

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No son desdeñables otras fuentes muy par-ticulares de información: las inscripciones y losescolios. Son muchísimas las inscripciones con-servadas sobre edificios antiguos (las ruinas delsantuario de Delfos, por ejemplo) o en estelas orestos arqueológicos. El hecho de estar grabadassobre piedra las ha conservado en un buen es-tado, lo que ha permitido un mayor conoci-miento del mundo antiguo. Suponen un amplioacervo de información sobre detalles particulares,históricos, legislativos, sociales, etc. Entre estas in-formaciones, encontramos datos fundamentalessobre ritos, lugares de culto, descripciones de fes-tividades, etc. Muchos de ellos, cambiando nues-tra visión sobre determinados aspectos de la tra-dición mitológica, sobre el valor de ciertas variantesmíticas, han enriquecido un conocimiento cadavez más completo de determinados personajesmitológicos, a los que a veces encontramos cita-dos en las inscripciones con una personalidadsorprendente e inesperada en épocas o en zo-nas concretas.

Estas informaciones se completan con otra fuen-te de conocimientos igualmente precisos y especí-ficos, los escolios conservados. Los antiguos gra-máticos, auténticos estudiosos y «editores» esmeradosde la tradición literaria griega, escribieron desdemuy pronto comentarios a las más importantesobras clásicas. Durante siglos, fue intensa la tarearecopiladora y el estudio de la tradición escrita, en-tre otros centros de estudio, en las Bibliotecas deAlejandría y Pérgamo, lo más parecido a nuestrasactuales universidades. Muchos de estos comen-tarios, resumidos, pasaron a los códices de dichasobras, escritos al margen, es lo que se conocecomo escolios (algo así como nuestras anotacionesal margen). Son innumerables las copias conser-vadas con dichos escolios, auténticos tomos com-pletos de noticias e informaciones en el caso de

Inscripcionesy escolios

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autores como Homero o Teócrito, por ejemplo. Enellos, encontramos abundante información sobrelos aspectos más oscuros o desconocidos, cuandono locales, de determinado mito.

Por último, aportan igualmente una valiosa in-formación las manifestaciones plásticas del arteantiguo, sobre todo la escultura y la cerámica. Res-pecto a la pintura, es de una pobreza desoladoralo que hasta nosotros ha llegado de la antigua flo-ración pictórica de la que tenemos noticia a tra-vés de sus comentadores. Un porcentaje impor-tante de estas obras lógicamente se servían delmito como motivo temático. Tanto las estatuascomo la pintura sobre cerámica conservan ex-traordinarias representaciones de acontecimientosmíticos, aunque su interpretación es extremada-mente difícil e insegura cuando no se apoyan orefrendan en alguna fuente escrita. Aun así, sonfundamentales como documentos contemporá-neos. Representan la iconografía palpable deaquello que los textos evocan mediante la pala-bra. Por sí mismas, pueden confirmar o informarsobre la evolución de una figura concreta (a esterespecto, es magnífico, por ejemplo, cómo la ce-rámica ática nos deja ver en sus representacionesla transformación temática del personaje de Ores-tes, cómo va ganando protagonismo y va hacién-dose cada vez más profundo y contradictorio elpersonaje), pueden desvelarnos la inesperada pre-sencia de un héroe en un mito completamenteajeno a él, o datar la introducción de un rito o di-vinidad foránea en la antigua cultura griega.

4. ANTIGUAS INTERPRETACIONES DELMITO

La lectura de los antiguos mitos griegos pro-voca actualmente a veces estupefacción e incre-

Esculturay cerámica

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dulidad, cuando se les aplica un racionalismo ex-tremo a sus argumentos. «Pero ¿de verdad creíanlos antiguos griegos en cuentos tales?, ¿los sen-tían como auténticos?» Es frecuente plantearse laverosimilitud de dichos relatos en términos pa-recidos. Y, sin embargo, durante veinte siglospueblos enteros han creído y muchos siguen aúncreyendo ciegamente en «milagros divinos», enresurrecciones y apariciones, en profetas rapta-dos con carros de fuego, en diluvios universales,en primigenios paraísos perdidos por la tenta-ción de una serpiente. Cuántos no han ido a lahoguera, real o figurada, por afirmar que la Tie-rra no es el centro del universo, ordenado porDios a mayor gloria de su obra, o por plantearla evolución de la vida en la Tierra de un modonatural y no teocrático. ¿De qué sorprendernos,entonces? Si no tenemos en cuenta el valor sim-bólico de la antigua mitología griega, no habre-mos penetrado en su sentido profundo y siem-pre enriquecedor, nos habremos quedado en lasuperficie, palpando una realidad opaca, sin vis-lumbrar todo su potencial poético e intelectual.

Y, sin embargo, este mismo asombro escanda-lizado ante las fabulaciones míticas dio lugar enla Antigüedad a diversos tipos de interpretaciónmitológica. El primero de ellos, históricamente,es el alegorismo. Frente al creciente ataque in-telectual de filósofos y poetas contra la inmora-lidad e inverosimilitud de los dioses y héroes dela tradición, la teoría alegorista defiende una lec-tura poética de los mitos, ajena a la razón, al lo-gos, independiente de él. El alegorismo cree veren los mitos un lenguaje puramente metafórico.Rechazando una lectura literal de los mismos,considera que, bajo un ropaje poético, transmi-ten conocimientos y enseñanzas profundas, quehan de ser interpretadas, descifradas. Obstinadosen descubrir, bajo los increíbles prodigios y la

Interpretacióndel mito

Alegorismo

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escandalosa inmoralidad de dioses y héroes,mensajes profundos sobre la vida cotidiana o losfenómenos naturales, la mayoría de estos alego-ristas llegan, sin embargo, a conclusiones trivia-les, absurdas en muchos casos.

Uno de los primeros comentaristas de Home-ro, Teágenes de Regio (s. VI a.C.), expuso porprimera vez la teoría alegorista, en un intento desalvaguardar de las acusaciones de inmoralidadla poesía de Homero, en la que, entre otros mo-tivos de rechazo, aparecían dioses batallando en-tre sí. Teágenes planteó la convicción de que,bajo las figuras divinas, el poeta nos estaba ha-blando de conceptos físicos y morales, y así lla-maba al fuego Apolo, Helios o Hefesto, al aguaPoseidón, Ártemis a la luna, Hera al aire, a la in-teligencia Atenea, a la audacia temeraria y a lasoberbia Ares, Afrodita al deseo y al lenguajeHermes.

Este método interpretativo tuvo una amplia re-percusión. Un siglo después, otro comentaristadiscípulo del filósofo Anaxágoras, Metrodoro deLámpsaco, retomó el concepto, aplicándolo igual-mente a los héroes, de modo que Agamenón re-presentaba el cielo, Aquiles el sol, Héctor la luna,Paris el aire y Helena la tierra. No se detuvo enconsideraciones tan peregrinas, sino que llegó avulgarizar la poesía homérica, al intentar defen-derla de otros ataques, interpretando en el pan-teón olímpico un símbolo del cuerpo humano,en el que Deméter representaba el hígado, Dió-nisos el páncreas y Apolo la vesícula biliar.

Pero no sólo él, fueron muchos los filósofosque adoptaron este mismo modo de entender elmito, interpretándolo a la luz de sus propias teo-rías. Aparece ya en Heráclito, Parménides, Em-pédocles y Anaxágoras, quienes reconocen enlos dioses personificaciones de ideas éticas y fí-sicas. Pero serán algunos sofistas y, sobre todo,

Teágenes deRegio

Metrodoro deLámpsaco

La filosofía

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los estoicos, en claro enfrentamiento con los epi-cúreos, y los neoplatónicos, en un intento de sal-var la tradición frente al hostigamiento de los pri-meros pensadores cristianos, quienes recurrancon mayor frecuencia a la interpretación alegó-rica de los mitos, con la intención de descubriren ellos una concepción mística y filosófica deluniverso. El propio Platón, en el Gorgias, nos in-forma de la interpretación ético-alegórica del mitode las danaides hecha por los pitagóricos, quie-nes descubren, en la tinaja agujereada que hande llenar las asesinas, un símbolo del alma insa-ciable y fácilmente corruptible abandonada a lasensualidad; el cedazo representaría el alma delhombre ignorante, dominada por la concupis-cencia.

Una modalidad particular del alegorismo pre-tendía descubrir, bajo el ropaje mítico, símbolosde un pensamiento filosófico, acudiendo a la in-terpretación etimológica de las principales figu-ras, generalmente basándose en falsas etimolo-gías. Este método, practicado ya por Platón, llegaincluso hasta Cicerón, quien escribe: «Y nosotrosle llamamos [a Cronos] Saturno porque está sa-turado de años».

Junto a esta corriente, surgió otra de signo pa-recido, el evemerismo, que planteaba igualmentela necesidad de interpretar los mitos bajo una luznueva. Para el evemerismo, los mitos se basaban,no en símbolos, sino en sucesos reales, históricos,revestidos de elementos fabulosos y extraordina-rios con el fin de excitar la imaginación de losoyentes. Basta con eliminar de un mito estos ele-mentos, para descubrir en él su auténtico fondohistórico. Esta teoría gozó de extraordinaria reso-nancia sobre todo en el periodo helenístico.

Su nombre deriva del primer autor que la plas-mó por escrito de una manera sistemática, Evé-mero de Mesene, a finales del siglo IV a.C. En un

Evemerismo

Evémero

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texto de carácter novelesco y pseudoprofético,como inspirado por una revelación, la Historiasagrada, del que sólo conservamos algunos frag-mentos, postula su autor que tanto los diosescomo los héroes fueron reyes y hombres impor-tantes de otro tiempo, glorificados a su muertecon el rango con que son conocidos por la mito-logía. Su teoría se veía reforzada por los hechoscontemporáneos. Tras la muerte de AlejandroMagno, figura nimbada de un halo de leyenda yexótico poder de evocación, que impregnó po-derosamente la imaginación de sus contemporá-neos, y siguiendo el ejemplo de otros pueblosorientales con los que habían entrado en con-tacto durante su expedición de conquista, los su-cesores de Alejandro en los distintos reinos he-lenísticos fueron adoptando en muchos casos lacostumbre de recibir honores divinos, la mayo-ría a su muerte, otros aún en vida, práctica trans-mitida luego a los emperadores romanos. Retro-trayendo dicha costumbre hasta la prehistoria,Evémero veía en esas prácticas contemporáneasuna confirmación de su teoría.

Este tipo de interpretación del mito como do-cumento histórico encubierto bajo un manto poé-tico no fue exclusivo de él. Anteriormente, loslogógrafos jonios, precursores de la historiogra-fía a través de la crónica genealógica, habían apli-cado ya al mito una explicación racionalista si-milar. El más representativo, Hecateo de Mileto(finales del s. VI a.C.), del que apenas nos hanllegado unos trescientos fragmentos, comienzaasí sus Genealogías: «Así habla Hecateo de Mile-to; escribo lo siguiente tal como me parece ver-dadero. Pues las historias [mitos] de los helenosson, a mi parecer, contradictorias y risibles». Sumétodo consistirá en un ingenuo racionalismo,mediante el cual, a modo de ejemplo, interpre-ta la captura de Cerbero realizada por Heracles

Logógrafos

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y su salida del Hades por el cabo Ténaro di-ciendo que nunca existió tal monstruo infernal,sino que, en aquella región, existía una serpien-te muy venenosa que había mandado con susmordeduras a muchos hombres al Hades, éstafue la que mató Heracles.

Una generación posterior, el historiador Heró-doto aplicará este mismo método a la prehistoriagriega, haciendo de los raptos de Ío y Europa unsimple acto de rapiña por parte de navegantes fe-nicios. Lo mismo sucede con Proteo, quien, de di-vinidad marina, pasa a ser un antiguo rey egipcio.

Dicha interpretación racionalista del mito sehace sistemática en la obra de Herodoro de He-raclea, a finales del siglo V a.C. Además de unaHistoria de Heracles en diecisiete libros, escribióacerca de los argonautas y los pelópidas, obrasestas últimas hoy perdidas. Para Herodoro, el en-cuentro de Heracles con Atlas no fue con un ti-tán, sino con un astrólogo frigio del que apren-dió a orientarse; Prometeo salvado del águila porHeracles era, en realidad, un rey escita apresadopor sus súbditos por no haber sabido hacer fren-te a unas inundaciones y la consiguiente ham-bruna, Heracles entonces desvía el río Águila ha-cia el mar y Prometeo recobra la libertad; si sedice que Apolo y Poseidón alzaron los muros deTroya, esto es debido a que su rey Laomedontegastó para su construcción el dinero destinadoal culto a dichos dioses.

El grado de trivialización y vulgaridad al quepudo llegar el alegorismo nos lo prueba un au-tor del siglo IV a.C., Paléfato, quien, en su obraHistorias increíbles, nos ofrece una interpreta-ción sistemáticamente racionalizada de los prin-cipales mitos. Así, la muerte de Acteón por supropia jauría ejemplifica los desastres a los quepuede conducir una pasión desmedida por lacaza y los perros, arruinando haciendas y des-

Heródoto

Herodoro

Paléfato

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trozando vidas. La transformación de Níobe enpiedra alude a la estela funeraria alzada sobre sutumba. Linceo, del que se decía que era capazde ver incluso bajo tierra, fue en realidad el in-ventor de la lámpara de minero. Europa fue rap-tada por un cretense llamado Toro. Eolo, un as-trólogo, no un dios, enseñó a Ulises la cienciade los vientos y la navegación. Medea, capaz derejuvenecer a alguien echándolo a un calderohirviendo, en realidad fue la inventora de unatintura para el pelo y de unos baños de vapormuy saludables.

5. MITO Y RELIGIÓN

Uno de los rasgos más representativos de lamitología griega es su radical antropomorfismo.Los dioses griegos son semejantes a los hombresno sólo en su aspecto exterior, sino también ensu mundo interior. Dioses y hombres compartenlas mismas pasiones, las mismas preocupaciones,los mismos impulsos. Una misma psicología yunas mismas necesidades hacen de unos la ima-gen invertida de los otros, como en un espejo.Los únicos rasgos que diferencian a las divini-dades son su mayor estatura y corpulencia, lamáxima belleza, la luminosidad y el exquisitoaroma que exhalan sus figuras, su poder ilimita-do, y, sobre todo, la inmortalidad y la eterna ju-ventud (obtenidas gracias al alimento: el néctary la ambrosía), así como la felicidad perpetua.Aunque padezcan y se enfrenten unos a otros oincluso sean lastimados a veces por los huma-nos, su alegría imperturbable, un gozo que ema-na de su propia hermosura y del bien supremo,una felicidad gemela a su propia eternidad, noestando sometidos al desgaste imparable deltiempo, será la característica que más los distin-

Dioses yhombres

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ga de los hombres. No en vano los epítetos másfrecuentes son «los inmortales» o «los siempre fe-lices». La existencia de dioses tan cercanos a lohumano supone una santificación del ser, sacra-lización de la propia existencia palpitante en unmundo vivo y cambiante.

Por otro lado, los dioses están perfectamenteintegrados en la naturaleza, participan de la vidaigual que el hombre y las restantes especies. Alcontrario que en otras religiones, fundamental-mente monoteístas, los dioses no crean el mun-do, sino que el mundo, en su tránsito del caosal cosmos, origina a los dioses como parte inte-grante de ese universo ordenado. Dioses y hom-bres habitan el mundo, el único, compartiendoambos, a diferencia de los animales, el fuego delespíritu racional, fuego del que Prometeo robóunas chispas en el Olimpo para entregárselas asus criaturas, los humanos.

Este rasgo antropomórfico está tan acentuadoque de la mitología griega prácticamente ha desa-parecido el primitivo fetichismo conservado porotras religiones mediterráneas, como la egipcia.La originaria adoración de formas totémicas oanimales puede vislumbrarse aún en determina-dos elementos del rito, como el sacrificio de ani-males, en los que la víctima asume simbólica-mente la personalidad del dios, por lo que suconsumición por parte de los participantes su-pone una auténtica comunión con la divinidad(caso arquetípico será la ingestión cruda de víc-timas por las bacantes), o bien en la reelabora-ción de motivos míticos, como el laberinto (ima-gen totémica en la primitiva religión minoica),en los epítetos de algunos dioses, como el de«ojos de vaca» aplicado a Hera, el de «ojos de le-chuza» a Atenea o la invocación como toro deDiónisos. Los propios animales asociados a cadadivinidad, el águila de Zeus, el pavo real de Hera,

El fuego dela inteligencia

Fetichismo

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el caballo de Poseidón, el cisne de Apolo, nosinforman de estadios anteriores en que proba-blemente dichos animales fuesen el propio dios.Las metamorfosis adoptadas por algunas divini-dades igualmente podrían ser reminiscencias deestadios muy primitivos de la religión. La mito-logía griega no se formó de una vez para siem-pre. Es el producto de múltiples influencias y re-elaboraciones a lo largo de los siglos, de modoque cada figura ha ido enriqueciéndose y resul-tando más compleja a medida que asimilaba ras-gos de otras culturas.

La moral de estos dioses es igualmente huma-na. Sus reacciones son puramente instintivas. Elhombre griego no buscaba en sus dioses un es-pejo de virtud, sino verse reflejado, en su con-ducta y en sus pasiones. Es éste otro de los ras-gos más significativos de la antigua religióngriega, la ausencia de dogmas. No fue la griegauna religión que implantase artículos de fe o pro-hibiciones, nunca intentó regular la vida de susdevotos. De hecho, careció de un libro canóni-co o de un código escrito. La batalla por la le-galidad se planteó en el terreno social, nunca enel religioso. Fuera de algunas normas de con-ducta, más cercanas a la superstición que a pres-cripciones divinas, como la prohibición de cor-tarse las uñas durante un sacrificio o dejar lacuchara atravesada sobre el recipiente del vino,nunca ofrecer una libación o cruzar un río conlas manos sucias, no procrear a la vuelta de unentierro o entrar en el templo después de habercopulado sin lavarse antes, no defecar al bordede un camino, etc., los dioses griegos no impu-sieron al hombre un código de mandamientos.La moral individual se miraba en el espejo de lopúblico. Para calibrar la excelencia de una per-sona, nunca se alzaban los ojos al cielo. El ám-bito natural del mito lo ocupó la poesía en ge-

Ausencia dedogmas

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neral; es en la poesía donde se manifiesta en todasu riqueza, al tiempo que, podría decirse, la ma-yor parte de la poesía griega antigua, de una uotra manera, es eminentemente mítica. Religióny mito iban parejos en las ceremonias y grandesfestividades de la comunidad, pero los sacerdo-tes no se ocupaban de esos relatos sobre los dio-ses, sino de los pormenores del ritual.

Esto no suponía una ausencia del elemento re-ligioso en la vida de la comunidad. La religiónde la polis griega, la ciudad-estado, fue herede-ra directa de la primitiva religión familiar. Cuan-do el estado asume la organización de la vida re-ligiosa de la comunidad, el cuidado de los ritosy celebraciones oficiales recae en funcionariospúblicos, no en un cuerpo sacerdotal con pode-res exclusivos. El hombre antiguo participaba delpatronazgo de las distintas divinidades, como delas leyes, los beneficios de la ciudadanía en ge-neral, a través del estado, en el marco políticode la polis; de aquí que uno de los máximos cas-tigos fuese el exilio, con lo que se privaba al reode todos los derechos, incluido el derecho a par-ticipar de la religión colectiva.

Lo que no impedía una relación más directa ypersonal entre el hombre y la divinidad. Junto alas celebraciones públicas, el individuo se encon-traba en contacto directo con la religión en los as-pectos más inmediatos de la cotidianidad. Cadaciudad se hallaba bajo el patronazgo de una divi-nidad, la diosa protectora de Atenas era Atenea, lade Argos Hera, Poseidón de Corinto. Cada hogarerigía a la entrada de la casa una columna con lacabeza de Hermes y los atributos viriles esculpi-dos, para propiciar la fecundidad y prosperidad.Cada acontecimiento diario estaba presidido poruna libación a los dioses, el acto de derramar vinoen su honor tras beber de la copa. Algunas partesde la casa estaban consagradas a determinados dio-

Organizaciónreligiosa

Religiónpersonal

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ses, como el hogar a Hestía o el patio a Zeus, don-de acudían los habitantes a hacer sus ruegos. Almismo tiempo, el templo no estaba concebido,como en otras culturas, como el lugar de culto,sino como la casa del dios. Éste manifestaba supresencia en la naturaleza, auténtico templo. Así,árboles, ríos, fuentes podían recibir adoracióncomo lugares consagrados. Algunos centros im-portantes se erigieron como receptores de una re-ligión más personal y canalizadores de una ideo-logía más concreta, fuesen los grandes santuariosoraculares, como Delfos o Dodona, lugares de ini-ciación como Eleusis, o los estadios de las gran-des competiciones panhelénicas como Olimpia.

Uno de los aspectos más importantes de la an-tigua religión griega era la adivinación. Puesto quelos dioses habitaban la naturaleza, ésta podía con-vertirse en portavoz de los pensamientos divinos.El mundo era un libro abierto, a la espera de serinterpretado. Y los encargados de interpretarloeran los sacerdotes mediante la mántica o adivi-nación. Los oráculos podían recibirse según elvuelo de las aves, por las entrañas de la víctimade un sacrificio, por la caída de los dados, por lossueños; en el oráculo de Zeus en Dodona, era elrumor del follaje del roble sagrado y el zurear delas palomas o el tintinear de los calderos colgan-tes de sus ramas lo que transmitía el vaticinio; enDelfos, la Pitia, sentada sobre un trípode sagrado,recibía en los efluvios salidos del interior de la tie-rra la voz de la divinidad. No hay acontecimien-to importante, tanto individual como colectivo,que no estuviese precedido por una consulta aloráculo, tratárase de guerras, decisiones de esta-do, negocios particulares o cuestiones de la vidapráctica, como la paternidad o el matrimonio.

Los dioses griegos no detentaban el destino delos hombres, producto como ellos mismos delequilibrio cósmico. Al no crear el mundo, sino

Laadivinación

El destino

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ser engendrados en él, la forma del destino esuna fatalidad que ni los inmortales pueden alte-rar; por el contrario, su propia existencia es ga-rantía del mismo. Es este destino, superior a lapropia divinidad, inmanente a la propia natura-leza, el que se manifiesta a través de los diosesmediante los oráculos.

La mitología griega se formó en sus rasgos fun-damentales durante el periodo micénico, sobreuna primitiva base religiosa minoica. De la con-fluencia de ambas corrientes, surgieron los prin-cipales motivos temáticos del conjunto míticogriego. Tanto la organización social, la «monar-quía palaciega», como jurídica, conservadas auncuando no respondan ya a la realidad social detiempos posteriores, recuerdan las de los gran-des palacios de Micenas, Tirinto, Pilos, etc., mu-cho mejor conocidas tras el desciframiento de lastablillas escritas en Lineal B (tipo de escritura si-lábica utilizada en los archivos palaciegos micé-nicos), en las que, confirmando esta teoría, apa-recen ya nombres de divinidades como Zeus,Poseidón, Hera, Atenea, Ártemis, Diónisos o Ares.Su cualidad de registros internos de palacio haceque en ellas no encontremos relatos míticos o decualquier otro tipo, pero sí valiosas informacio-nes sobre creencias y prácticas del culto. De estemodo, puede decirse que la mitología griega noes esencialmente indoeuropea, aunque en ellaaparezcan figuras tan representativas de otras cul-turas de este mismo tronco común, como Zeus,señor del rayo y las tormentas, con paralelos in-cluso etimológicos en el ámbito latino, germáni-co e hindú; a pesar del culto a los héroes, des-arrollado a partir del originario culto ofrecido alos muertos en el seno de la familia patriarcal in-doeuropea. El encuentro de las primeras oleadasde pueblos procedentes de centroeuropa con for-mas de pensamiento y creencias basadas en una

Mitologíaminoica ymicénica

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religiosidad fundamentalmente ctónica, más ape-gada al cultivo de la tierra, como la desarrolladapor la civilización minoica en Creta sobre la basede una hipotética religiosidad primitiva, esen-cialmente totémica y fetichista, a partir del II mi-lenio a.C., marcará definitivamente el carácter delos más importantes mitos griegos de época his-tórica.

Dicho proceso de asimilación continúa de ma-nera ininterrumpida durante los siglos posterio-res a la caída de la civilización micénica, incor-porando figuras de otras religiones orientales conlas que entran en contacto a medida que los grie-gos se embarcan en la expansión por la cuencaoriental del Mediterráneo, figuras como Afroditao Hefesto. Mitos fundamentales como el viaje delos argonautas o las aventuras de Odiseo para re-gresar a Ítaca conservan el recuerdo de las pri-meras migraciones jónicas hacia Asia Menor y eloccidente desconocido.

En muchos casos, dicho sincretismo religioso osíntesis de creencias diferentes en una sola se pro-duce mediante la fusión de figuras preexistentes,con lo que la divinidad resultante asume una per-sonalidad más compleja y contradictoria, que laacerca a la psicología del hombre como indivi-duo. Afrodita es, sin duda, el resultado del en-cuentro de dos tradiciones diferentes, como diosaoriental del amor y como diosa de la vegetación,de carácter eminentemente helénico, cuya pre-sencia supone la consagración de la primavera;ambas perspectivas se arrojan mutuamente luz enuna simbiosis enriquecedora. Poseidón, por ejem-plo, será adorado en Atenas como dios del mar,mientras que en el Peloponeso lo es como diosde las fuentes. Este proceso de fusión continua-rá incluso en época histórica, cuando vemos cómofiguras como Helios o Selene, por compartir ras-gos de carácter o ámbito de influencias, van sien-

Sincretismo

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do asimilados en sus funciones y personalidad pordivinidades de mayor rango como Apolo y Árte-mis, hasta dar así lugar a Apolo-Sol y a Ártemis-Luna respectivamente.

Durante los siglos en que van constituyéndo-se las diferentes ciudades-estado de la época ar-caica, el mito se empapa de la realidad social quelo alienta, dejando su impronta en ellos. La or-ganización del panteón olímpico, con Zeus a lacabeza de unas divinidades dotadas de prerro-gativas y funciones personales, dispuestas en oca-siones incluso a socavar su mando, refleja los in-tereses de la monarquía jónica, su dificultad parasometer a los distintos príncipes herederos de losantiguos palacios micénicos, su intento de ven-cer la resistencia a su autoridad de poderosos se-ñores independientes. Estos mismos intereses po-líticos fueron sometiendo las genealogías míticasa profundas reelaboraciones, que diversificarony, al mismo tiempo, estructuraron el conglome-rado de mitos de diversa procedencia en una cos-movisión única, capaz de ofrecer una identidadcomún, la helénica, a estructuras políticas autó-nomas, las distintas polis emergentes.

Los poemas homéricos, cuya composición coin-cide con la aparición de la escritura alfabética enGrecia alrededor del siglo VIII a.C., herederos deuna larga tradición poética transmitida oralmen-te por aedos y rapsodas, fijan de manera perma-nente el mundo mítico en la memoria colectiva,dotándolo de un aliento poético universalizante.No sólo por lo que relatan, episodios concretosdel ciclo troyano, sino por el caudal de alusio-nes y sugerencias de momentos míticos relacio-nados o evocadores, tanto la Ilíada como la Odi-sea sientan un núcleo mitológico alrededor delcual podrá gravitar en adelante la totalidad del pen-samiento mítico. La cronología mítica relativa seestablecía por deducción de generaciones a par-

Edad «oscura»

Homero

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tir de la guerra de Troya, ocaso del mundo plas-mado por la mitología aquea y aurora de otronuevo al que el mito tampoco será ajeno.

Sin embargo, las divinidades homéricas no re-flejan la totalidad de los dioses griegos de la épo-ca, sino una selección conforme a los círculosaristocráticos para los que dichos poemas secompusieron y de cuyos heroicos antepasadoshablaban sus relatos. Figuras tan fundamentalesdel panteón olímpico como Diónisos apenas tie-nen un papel destacado tanto en la Ilíada comoen la Odisea, apareciendo fugazmente y de ma-nera nada significativa, por tratarse de dioses declara raigambre popular y cercanos a una cultu-ra fundamentalmente agraria; toda corriente mís-tica está por completo ausente de estos poemas.Será Hesíodo, una generación posterior, quienconcluya esta síntesis de los diferentes elemen-tos míticos dispersos en un cuerpo mitológicoestructurado, sistematizándolos mediante árbo-les genealógicos y ordenándolos por ciclos. Conlos recursos técnicos de la épica aristocrática,dará voz al pensamiento mítico del agricultorque, frente a los poderosos, sólo posee una par-cela de tierra en las montañas de Beocia, fun-damentalmente en dos poemas de carácter emi-nentemente didáctico, Teogonía y Los trabajos ylos días. A partir de estos dos precedentes bási-cos, la práctica totalidad de la poesía griega an-tigua tomará ese universo mítico como motivotemático sobre el que reflexionar e interpretarsu mundo mediante constantes relecturas de lapropia tradición. Muy pronto, incluso, en contrade esa misma tradición. Los ataques al mito, pormotivos religiosos, morales o puramente filosó-ficos, comenzarán temprano, ya en época arcai-ca, sin que ello logre restarle fuerza y valor. Laincipiente ciencia arcaica, el logos, nace de estaoposición.

Hesíodo

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El periodo que se extiende desde el 800 al 500a.C. aproximadamente fue una época de gran-des transformaciones. La organización estatal enpolis independientes, la aparición y rápida difu-sión de la escritura gracias a la creación del al-fabeto griego, a partir del fenicio, la introducciónde la moneda, las mejoras en la navegación, laadopción de la técnica hoplítica o formación deejércitos equipados de escudo y lanza medianteel reclutamiento de los ciudadanos, frente a losantiguos combates caballerescos, todo ello con-ducirá a un rápido desarrollo económico y socialsaturado de tensiones y enfrentamientos. El au-mento de la población, consecuencia de las me-joras económicas, en un país con poca tierra cul-tivable, y la emergencia imparable de una nuevaclase media que ya no necesita basar su riquezaen cabezas de ganado sino en la acumulación demoneda y el comercio marítimo con los demáspueblos de la cuenca mediterránea, el progresi-vo empobrecimiento de amplios sectores de lapoblación cuyas pequeñas parcelas de tierra vansiendo acaparadas por una clase aristocrática quepoco a poco ve perder sus privilegios, todo ellodará como resultado una sociedad convulsa ypolíticamente enfrentada, que buscará solucio-nes por dos medios diferentes: la migración yfundación de colonias por las costas del mar Ne-gro, Egipto, Sicilia y el sur de Italia, llegando has-ta España (Ampurias) y Francia (Marsella); porotro lado, las revueltas ciudadanas en pos de uncódigo de leyes que, transformando su primiti-vo sentido religioso por un legalismo estricta-mente social, eliminen la arbitrariedad en los jui-cios, cuando no la más drástica supresión de laoligarquía dominante mediante regímenes tirá-nicos, muchos de los cuales desembocarán en lainstauración de las primeras democracias. Seráésta la época de la lírica, de la conciencia del yo

Época arcaica

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individual, de la expresión del ser más íntimo através de una toma de conciencia de la propiapersonalidad y de su fuerza frente a las presio-nes ambientales.

Será también la época en que se consolidendeterminados centros religiosos como irradiado-res de una moral de justicia, razón y mesura, ne-cesarios para calmar las tensiones de una sociedadque se transformaba rápida y traumáticamente;por encima de todos, Delfos. En estos momen-tos de efervescencia social y desasosiego políti-co, de luchas de clases internas y frecuente ri-validad entre las polis emergentes, rivalidad resueltaen la mayoría de los casos echando mano de lasarmas, el mensaje de orden y equilibrio perso-nificado en el dios Apolo cala hondo en la so-ciedad griega, que acudirá a su oráculo en Del-fos no sólo para conocer su destino, sinotambién en busca de ese sentido de proporcióny justicia proclamado por Apolo en la sentenciade entrada al santuario: «Conócete a ti mismo»;este dios se convertirá así en portavoz y garan-te de los nuevos cambios políticos. Como tal,acudirán a él las ciudades para que sancione yratifique la nueva codificación legal redactadapor sus legisladores. Acorde con los cambios ex-perimentados y el acceso a cotas de poder en-tre la población más humilde, un dios tan con-trario a él como Diónisos es admitido comocontrapunto necesario en el recinto sagrado deDelfos, donde fue adorado durante los meses deinvierno. La polis, de este modo, no trató de re-primir el éxtasis y el misticismo revolucionariorepresentado por el dios del vino sino que, ca-nalizándolo y reglamentándolo, lo puso a su ser-vicio, resultado de lo cual será posteriormenteel extraordinario florecimiento del teatro comoexpresión de la voz de la comunidad en las de-mocracias clásicas.

Delfos

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Junto a este ideal de equilibrio, que marca de-finitivamente a la cultura griega antigua, la insa-tisfacción ante la religión colectiva da lugar a im-portantes corrientes mistéricas, en las que elindividuo entra en un contacto más directo y per-sonal con la divinidad. Será el gran momento delantiguo culto micénico dedicado a Deméter y Per-séfone en Eleusis. Durante la celebración de susmisterios, el iniciado se pone en comunicacióncon los sentidos más profundos y trascendentesde la vida y la muerte, ámbito de actuación com-partido por Diónisos y su mensaje de liberaciónpersonal, por lo que no tardó dicho dios en en-trar a formar parte de los ritos eleusinos.

Tan importante como los misterios eleusinos,aunque con una organización menos centradaen un lugar de culto concreto, será la nueva co-rriente del orfismo. Tomando su nombre de Or-feo, al que se atribuyeron una gran cantidad dehimnos religiosos de claro espíritu místico, el or-fismo erige en dios central de sus creencias aDiónisos, al que da el sobrenombre de Zagreo,evidenciando de este modo su carácter popular.Los órficos dan réplica a las teogonías tradicio-nales, alterándolas. Según éstos, todo el univer-so surgió de un huevo del que habría nacido elprimer dios, Eros. Luego, Zeus quiso transferir aDiónisos el gobierno del mundo, pero los tita-nes se apoderaron de él, lo descuartizaron y selo comieron, todo salvo el corazón, que, resca-tado por Atenea, fue llevado hasta Zeus, el cual,a partir de ese órgano, creó un nuevo Diónisos.El dios supremo, como castigo, fulminó a los ti-tanes, reduciéndolos a cenizas, y de estas ceni-zas fue creado precisamente el hombre, que, porello, tiene una naturaleza doble: la malvada y co-rruptible, procedente de los titanes, y la chispadivina, o aliento de eternidad, garantizada por lacarne de Diónisos que aquellos habían devora-

Eleusis

Orfismo

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do. Estarán así los órficos entre los primeros enplantear una concepción dualista del ser, dividi-do en cuerpo y alma como elementos antagóni-cos y no orgánicos. A partir de esta concepción,el orfismo reglamenta la vida de un modo ascé-tico, que busca rescatar al dios que todos lleva-mos dentro, a expensas de lo perecedero, elcuerpo y los sentidos. Así, deduciendo de ello latransmigración de las almas como premisa de in-mortalidad y una vida de ultratumba que com-pense los sufrimientos e injusticias del mundo,prohíbe matar animales, imponiendo un régimenvegetariano y otras normas de vida que busca-ban redimirla y purificarla. Religión de elites, enun principio, pronto se propagó entre las capassociales con menos recursos.

Otra vía de escape a la dominación ideológicadel individuo en el estrecho marco de la polisserá la de la reflexión filosófica y científica comobúsqueda de la verdad. Desde esta posición, noirán sino en aumento los ataques directos a la re-ligión, en general, y al mito en particular, ataquescentrados en la irracionalidad de sus propuestaso por motivos morales.

Ya en el siglo VI, el poeta Jenófanes (580-475a.C.), del que apenas nos queda una treintenade fragmentos, clama contra la religión oficial, ri-diculizándola:

A los dioses atribuyeron Homero y Hesíodo cuan-to es entre los hombres objeto de vergüenza ycensura: robar, cometer adulterio, engañarse mu-tuamente. (fr. 11)

Los mortales creen que los dioses han nacido e in-cluso tienen vestidos, voz y figura como ellos. (fr. 14)

Pero si tuvieran manos los bueyes, los caballosy los leones y pudieran pintar y representar imá-

Críticas almito

Jenófanes

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genes como los hombres, dibujarían las imáge-nes de sus dioses y modelarían estatuas, los ca-ballos con forma de caballos y los bueyes conla de bueyes, conforme a la figura que cada unoposeyera. (fr. 15)

Los etíopes afirman que sus dioses son chatos ynegros y los tracios que tienen los ojos azules yson pelirrojos. (fr. 16)

Teognis (finales del siglo VI a.C.), un elegíacoaristócrata, clama con virulentos acentos contralo que él considera una corrupción de la socie-dad: los mejores (la nobleza) sometidos a la vo-luntad de los peores (el populacho) y al poderdegradante del dinero. En sus orgullosos repro-ches a Zeus, como garante de la justicia, roza lacrítica, sin abandonarse a ella, impedido por supropia ideología aristocrática:

Y esto, rey de los inmortales, ¿cómo es justo, queun hombre apartado de acciones injustas sin serculpable de fechoría o perjurio, siendo justo, noreciba un trato justo? ¿Qué otro mortal, al verlo,respetará después a los inmortales, con qué áni-mo, cuando un hombre injusto e insensato, queno evita la cólera ni del hombre ni de los in-mortales, se sobrepasa saciado de riquezas,mientras que los justos se consumen agobiadospor la dura pobreza? (743-752)

Una curiosa forma de salvaguardar la verdadprofunda del mito, frente a los crecientes ataques,nos la proporciona el poeta lírico Estesícoro (pri-mera mitad del siglo VI a.C.), cuando reaccionacontra el juicio desfavorable hacia la figura de He-lena, primitiva diosa local, componiendo su Pa-linodia. En ésta, es Estesícoro el primero en afir-mar que, en realidad, Helena nunca fue a Troya,

Teognis

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sino un fantasma suyo o imagen inanimada, mien-tras la esposa de Menelao permanecía en Egiptoal cuidado del dios marino Proteo.

No es verídico este relato, tú no embarcaste enlas naves de hermosas barandillas ni llegaste alas rocas de Troya. (fr. 11)

Con estas palabras comienza su «retractación»del mito, motivo que será posteriormente reto-mado por Eurípides en su tragedia Helena.

Pero serán fundamentalmente los filósofos jo-nios quienes, en tanto los poetas continúan man-teniendo vivo el sentido poético y simbólico de laantigua mitología, inicien el ataque más radical alos aspectos irracionales o maravillosos del mito.Todos ellos buscarán el origen de la vida no enuna intervención divina, sino en la sustancia últi-ma de la que se han originado todos los seres vi-vos; el agua para Tales y Anaximandro, el airepara Anaxímenes, el fuego para Heráclito, etc. Ta-les de Mileto (principios del s. VI a.C.) considera-ba que todo está animado y lleno de dioses, perono los dioses personales de la tradición mítica,sino fuerzas inmanentes a la propia naturaleza.

El segundo de estos primeros filósofos, Anaxi-mandro de Mileto (610-546 a.C.), casi contem-poráneo de Tales, de quien se decía discípulo,proponía, frente a las representaciones míticas,una explicación natural. Así, a partir de su teo-ría de un origen único de toda la vida, «el ápei-ron» (lo indeterminado), reflexiona sobre un es-tado originario en el que el agua cubría la tierra;tras el desecamiento de grandes superficies, losseres vivientes, el hombre entre ellos, adaptaronsu existencia a las nuevas condiciones de vidaterrestres. Para Anaximandro, por ejemplo, los te-rremotos no los causa el «sacudidor de la tierra»,Poseidón, sino la tensión originada por las alter-

Primerosfilósofos

Anaximandro

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nancias de humedad y sequedad, calor y frío enlas cavidades de la Tierra.

Heráclito de Éfeso (535-470 a.C.) parte de unaconcepción cosmológica y religiosa del univer-so, totalmente contraria a la visión mitológica tra-dicional. Plantea la realidad como una continuatransformación, este cambio perpetuo sería elque define al ser; para Heráclito no hay presen-te sino en la confluencia de lo que ya ha sido ylo que está a punto de ser. A partir de su con-cepción del fuego como elemento originario detodo lo existente, espiritualiza la naturaleza, con-cibiéndola como fuerza creadora bajo las apa-riencias cambiantes de lo particular, de ahí su re-chazo a cualquier intervención trascendente:

Este mundo, el mismo para todas las cosas, nofue creado por un dios ni un hombre, sino que fuesiempre, es y será fuego eternamente vivo quese enciende y se apaga rítmicamente. (fr. 30)

O bien:

Dios es día y noche, invierno y verano, guerray paz, hartura y hambre. Se transforma como elfuego cuando se le añaden perfumes y se lenombra entonces según los olores. (fr. 67)

Con ello, está negando no sólo cualquier ca-racterística antropomórfica a la divinidad, sinoincluso la esencia misma del politeísmo heléni-co. No desafía directamente a la religión, sinoque revela en ella, por encima de los ritos y ac-tos de culto concretos, un valor simbólico tras-cendente. Su ataque ni siquiera se detiene antelas prácticas religiosas de su tiempo, como la pu-rificación del que ha cometido un delito medianteun sacrificio a los dioses o la oración a las esta-tuas:

Heráclito

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En vano intentan purificarse manchándose desangre, como uno que, caído en la suciedad, qui-siera lavarse con más suciedad. [...] Y a esas imá-genes oran, como uno que charlara con casas,sin saber lo que son los dioses y lo que son loshéroes. (fr. 5)

Algo posterior, irrumpe la rica personalidad deEmpédocles de Agrigento (493-433 a.C.). Grandefensor de la democracia, lo que le valdría eldestierro, rechaza igualmente el mito en aras deun conocimiento racional del mundo. Partiendode los filósofos jonios, reduce los elementos fun-damentales de la vida a cuatro (tierra, agua, airey fuego), constantemente sometidos a la acciónde dos principios opuestos: amistad y discordia(atracción y rechazo). Retoma la concepcióndualista de la transmigración de las almas de losórficos y pitagóricos, planteando la existenciade dos mundos distintos, el sensible o terreno yel suprasensible o celeste, habitado este últimopor espíritus divinos o divinidades no persona-les (los démones). Todos los seres vivos partici-parían de esa doble naturaleza a través del cuer-po y el alma, de ahí su radical rechazo a lapráctica de los sacrificios. Su rechazo a las per-sonalidades divinas del mito no puede ser máscontundente:

Feliz el que ha logrado un tesoro de espíritu di-vino, desgraciado aquel que aún se encuentrapreso en la oscura locura de los dioses. (fr. 113,4)

Para salvar las formas externas de la religióntradicional, reinterpreta a los dioses tradiciona-les mediante un claro alegorismo, según el cualZeus se identifica con el fuego, Hera con el aire,Hades con la tierra, Nestis con el agua, Helios ySelene con el sol y la luna respectivamente, Cro-

Empédocles

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nos con el planeta Saturno, Afrodita y Ares se-rían las energías creadoras de todo lo existente.

Si el ataque de los filósofos representa el afánracionalista de pensadores individuales, otras vo-ces de mayor proyección social iban socavandoal mismo tiempo la imagen popular de las divi-nidades, sin llegar a negarlas, simplemente pa-rodiándolas, mostrando los aspectos más ridícu-los de éstas. Es lo que se propone precisamentela primitiva comedia siciliana de un Epicarmo,por ejemplo. Los títulos de sus obras nos remi-ten al mundo mitológico tradicional (Ulises de-sertor, Cíclope, Prometeo, Hefesto, Bodas de Hebe,etc.). Pero, por los fragmentos conservados, des-cubrimos el valor paródico de sus argumentos.Así, por ejemplo, Diónisos logra que Hefesto li-bere a Hera del trono en el que está prisioneraemborrachándolo. En las bodas de Hebe y He-racles, Poseidón envía al Olimpo deliciosos pes-cados en barcos fenicios, las musas aparecencomo pescaderas. Será a partir de este comedió-grafo cuando se extienda la imagen de Heraclescomo fanfarrón, comilón voraz y borrachín:

Sólo con verlo comer [a Heracles] morirías de es-panto: su garganta muge, la mandíbula ocasio-na un gran estrépito, resuena el molar, chirría elcanino, hay en sus narices estridencias y sacu-de las orejas. (fr. 21)

En otro fragmento (131), lo vemos arremetercontra las estatuas de dioses:

De cualquier tronco de madera puede tallarsefácilmente un yugo o incluso un dios.

El periodo comprendido entre el comienzo delas guerras médicas (492-448 a.C.) y la conclu-sión de la Guerra del Peloponeso (431-404 a.C.)

Epicarmo

Siglo V a.C.

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supone, por diversos motivos, la culminación delproceso de afianzamiento político y social de lasdiferentes ciudades-estado griegas. La rebeliónde Mileto contra el poderoso Imperio persa, so-metida a él desde el 546 a.C., levantamiento rá-pidamente sofocado, llevó al rey persa Darío nosólo a movilizar su ingente ejército contra las ciu-dades e islas griegas de la costa asiática, sino aintentar la conquista de los diferentes pueblosgriegos. La expedición, iniciada por Darío y re-tomada diez años después por su sucesor, Jerjes,supuso una clamorosa derrota de los persas y elindiscutible predominio de la Hélade sobre el marEgeo. Las consecuencias de esta victoria fueronmúltiples, tanto en el terreno social como en elpolítico. La estructura de la ciudad-estado, talcomo se había configurado en los siglos prece-dentes, salió reforzada en su propia ideología: lalibertad como valor indiscutible y, junto a él, laautonomía. Pero, frente a la anterior autarquíade las diferentes polis, un nuevo concepto irrum-pe con fuerza: la conciencia de lo griego comovalor característico frente a lo extranjero, la uni-dad dentro de la diversidad. Si ha sido posible,por primera vez, la unión de todos en un frentecomún, esto se debe a la comunidad de lengua,pensamiento, intereses, religión y cultura de losdiferentes estados griegos. La confianza en sí mis-mos impulsa nuevas creaciones tanto en el terre-no social como cultural y afianza rasgos caracte-rísticos y contradictorios de su propia civilización,como la religión y el afán especulativo. El des-tacado papel de Atenas durante las guerras mé-dicas hará de esta ciudad un auténtico centro po-lítico, intelectual y económico. Puede decirse queel presente siglo es el siglo de Atenas más queningún otro; con su hegemonía y predominiofundamentalmente marítimo, se asientan sus va-lores propios, que irradian sus logros sobre el56

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resto de la Hélade: la democracia como garantede la libertad individual, el equilibrio como ob-jetivo social e intelectual, el amor a las manifesta-ciones artísticas y del pensamiento como expre-sión de las capacidades individuales y políticas.Sin embargo, las tensiones no sólo con otros es-tados griegos de cariz conservador, principal-mente con la oligárquica Esparta, sino en el senode la propia democracia, entre los partidarios deésta y una aristocracia fuertemente conservado-ra, no irán sino acrecentándose. La creciente ri-validad entre las dos ciudades-estado más influ-yentes, Atenas y Esparta, polarizará al resto endos bloques de diferente ideología, enfrenta-miento que desembocará en una desastrosa gue-rra civil de 27 años a finales del siglo V, la Gue-rra del Peloponeso.

La religión tradicional, y con ella el mito, pa-rece haber sido ratificada por el conjunto de va-lores comunes que han llevado a las diferentescomunidades griegas a una rotunda victoria con-tra los persas. Los grandes templos construidossobre las ruinas de los destruidos por la guerra,como el Partenón de Atenas, serán el símbolo lu-minoso de los valores griegos dominantes. Nosólo se consolida la religión estatal de épocasprecedentes, sino que la introducción de nuevasfiguras divinas o la preponderancia otorgada porlos gobernantes a dioses de marcado carácter po-pular buscan contrarrestar tanto la ideología aris-tocrática del panteón clásico como la influenciadel pensamiento independiente de los filósofos.De este modo, alcanza una destacada implanta-ción una divinidad como Asclepio, dios de la me-dicina, introducido en Atenas el 420 a.C., y po-pularizado en Delfos, Pérgamo, y sobre todo enEpidauro, con costosas edificaciones. Este diosofrecía una religión más personal y utilitaria, ofre-cía consuelo y remedio a uno de los males más 57

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terribles, junto con la muerte, del hombre, la en-fermedad; el menesteroso podía acudir a él conun fervor más cálido, más directo. En esta mis-ma línea, se promueve desde el estado la figurade Diónisos a través de los grandes festivales detragedia atenienses. Lo que había supuesto la épi-ca para la aristocracia aquea y la lírica para laconvulsa sociedad arcaica, lo supone ahora latragedia para la democracia: un amplio marco dereflexión y educación popular, a partir de argu-mentos casi exclusivamente mitológicos.

La filosofía, durante esta época, experimentaun doble desplazamiento: por un lado, la mira-da se vuelca sobre el hombre, «medida de todaslas cosas», alejándose del estudio fundamental-mente físico; por otro, como el resto de las ma-nifestaciones artísticas, los filósofos acuden a laciudad de Atenas, que a partir de entonces nodejará de ser el centro cultural por excelencia detoda la Hélade.

En esta línea, encontraremos actuando en di-cha ciudad a los dos últimos pensadores y estu-diosos de la naturaleza. Anaxágoras de Clazo-mene (c. 500-430 a.C.) se instaló a los cuarentaaños en Atenas, donde fue íntimo del gran esta-dista Pericles y del círculo intelectual del que serodeó éste junto a su mujer Aspasia. Su confian-za en la inteligencia del hombre y en la libertadde espíritu para investigar la naturaleza (la fina-lidad de la vida es para él «la contemplación y lalibertad que de ella nace») caló hondo en la so-ciedad de la época. Su concepción del mundono deja lugar para el mito. A partir de una men-te rectora (el nous), que explica los procesos na-turales como puros movimientos mecánicos, que-da excluida la participación en el mundo físicode personalidades divinas.

Demócrito de Abdera (460-370 a.C.) es el crea-dor de la física atomista. Partiendo del «átomo»

Anaxágoras

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(lo indivisible) como sustancia última de todaslas cosas, concibe la vida como un proceso pu-ramente mecanicista y determinista, en el que notienen cabida los dioses tradicionales; no niegasu existencia, sino su inmortalidad, pues inmor-tal lo es sólo la materia última constitutiva delser. Si todos los pueblos tienen representacionesdivinas éstas no pueden haberse inventado de lanada, pues de la nada no puede provenir nada.Sus reflexiones sobre el origen de la religión tu-vieron bastantes seguidores. Para Demócrito, elculto a los dioses fue introducido por antiguaspersonalidades que, ante el terror por los fenó-menos naturales como el rayo, los terremotos,los eclipses, y ante la expectativa frente a otrosbenéficos como la luz del sol, la lluvia y los cam-bios estacionales, alzaron los ojos al cielo parainvocar a un Zeus inexistente. Por ello, el hom-bre debe librarse de todas esas representacionessupersticiosas que angustian su alma. Este apa-rente ateísmo no significa, sin embargo, un re-chazo a los valores implantados por la religión,sino la asunción de esos principios como normaética: «abstenerse de faltas no por miedo, sinoporque se debe» (fr. 41).

Esta creciente desconfianza hacia las formastradicionales del mito está presente en la anéc-dota sobre el poeta Simónides de Ceos (556-466a.C.) transmitida por Cicerón. A pesar de consti-tuir la mitología importante materia narrativa desus poemas corales, se cuenta que, interrogadopor el rey Hierón de Siracusa sobre qué es undios, Simónides solicitó para pensar la respues-ta primero un día y luego más tiempo, al térmi-no del cual declaró que, cuanto más lo pensaba,tanto más oscuro le parecía el asunto.

Frente a ello, va acentuándose en algunas per-sonalidades la tendencia a una espiritualidad másacusada y un pensamiento mítico que busca la

Demócrito

Simónides

Píndaro

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sublimidad y la piedad en la religión. Dentro deeste marco, se observa una naciente predisposi-ción al monoteísmo, que hace de la figura deZeus sinónimo de dios y garante absoluto de lajusticia y la equidad. En este sentido, la aristocrá-tica poesía del conservador Píndaro (522-442 a.C.)busca eliminar como sacrílegos todos los aspec-tos irracionales del mito y, sobre todo, aquellosque nos muestran a los dioses bajo una luz deinmoralidad. En ellos, predica la pureza, la pie-dad, la excelencia individualizadora propia de laideología de su clase. Al perder parte de su per-sonalidad mítica, los dioses de Píndaro se des-dibujan como figuras concretas, acercándose deeste modo al concepto de divinidad, en sentidometafísico, representada sobre todo por Zeus,como dios omnisciente y omnipotente, símbolode pureza moral, soberano y juez del universo.

Claro representante de los valores de la de-mocracia ateniense contemporánea, el tragedió-grafo Esquilo (525-456 a.C.) plantea el conflictooriginario inherente a todo mito como una his-toria sagrada en el camino de conquista de lapropia libertad y la justicia. Comparte con Pín-daro, del que le separan sus convicciones de sig-no ideológico contrario, su convicción en la mo-ralidad de los dioses. La preeminencia otorgadaa Zeus, señor de la justicia, rey del universo, pa-dre protector, garantía de equidad, hace empali-decer, sin embargo, la figura de los restantesolímpicos.

En claro contraste, la gran difusión del movi-miento sofístico marca definitivamente el pen-samiento griego durante este periodo, al que aveces se ha llamado «racionalista» y «época dela ilustración griega». Estos filósofos desplazancompletamente su centro de interés de la natu-raleza al hombre, al hombre como individuo ycomo ser social. Aunque muy diferentes entre

Esquilo

Sofística

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sí, todos ellos persiguen la educación del indi-viduo para hacerlo autónomo, independientemediante la razón y el intelecto. Sólo el traba-jo de la inteligencia puede socavar la irraciona-lidad de costumbres e instituciones aparente-mente inmutables. Tema de gran debate a partirde ahora será la oposición entre lo que es pornaturaleza y lo que es por educación y con-vención social. Puede decirse que ellos, los so-fistas, son los creadores de la pedagogía. Su en-señanza no está ya dirigida a una elite sino quealcanza a sectores cada vez más amplios de lasociedad. Sus temas de reflexión son muchos,tantos como tienen por sujeto al hombre, alhombre tanto en su ámbito de actuación públi-ca como privada; principal importancia tendránsus reflexiones sobre el lenguaje y la influenciapersuasiva de un discurso racional y coherentesobre el auditorio, con lo que se convierten asíen inventores de la retórica y primeros estu-diosos del acto de habla.

El auténtico introductor de la retórica en Ate-nas fue el sofista Gorgias (483- principios del si-glo IV a.C.). Partiendo de la premisa de que noes posible conocer la existencia de nada y, aunsiendo cognoscible, dicha realidad no podría sercomunicada mediante el lenguaje, su actividadse centró principalmente en el estudio de las téc-nicas para hacer del discurso un objeto artístico,persuasivo, un instrumento de influencia sobreel oyente. Como práctica de sus teorías, compu-so ejercicios retóricos, entre los que conserva-mos una Apología de Helena y un Palamedes, enlos que el elemento religioso ha desaparecidocompletamente del mito. Ambos personajes sontratados en su exposición como inculpados enun litigio judicial. La fuerza y la musicalidad desu prosa influyeron no sólo sobre otros orado-res sino también en historiadores y poetas.

Gorgias

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Antístenes, por ejemplo, amigo de Sócrates,adoptó la forma de discurso o diálogo mítico, almodo de su maestro Gorgias, para dar expre-sión a sus pensamientos filosóficos, centradossobre todo en la ética práctica, la negación deque el conocimiento conduce directamente a lavirtud, el ideal de autarquía obtenida por el re-chazo de toda pasión y de todo placer. En estesentido, escribió un Heracles en el que presen-ta al héroe como ejemplo de domeñador de lasdebilidades humanas, así como un Áyax y unUlises. Posteriormente, otros retores como Isó-crates o Alcidamante seguirán su ejemplo, es-cribiendo discursos sobre Helena y Ulises, res-pectivamente.

Uno de los sofistas de más influencia, amigopersonal de Eurípides y Pericles, quien le en-cargó redactar la constitución de la colonia pan-helénica de Turios, fue Protágoras (485-411 a.C.).Su relativismo subjetivista, expresado en la fa-mosa sentencia «el hombre es medida de todaslas cosas», busca liberar al hombre de conven-cionalismos. El alma, para él, no es más que elconjunto de percepciones de los sentidos. Laúnica moral posible es la personal, aquello quecada uno crea bueno para sí, y que no tiene porqué ser bueno para la mentalidad de otro. Alconsiderar la religión como un producto cultu-ral lo mismo que la lengua, el estado y el arte,muestra ante las figuras de los dioses un agnos-ticismo radical. Su libro Acerca de los dioses co-mienza con el siguiente fragmento, único con-servado:

No puedo saber de los dioses ni si existen nicuál es su forma y naturaleza. Pues hay muchosobstáculos en esta investigación: tanto la oscu-ridad del asunto cuanto la brevedad de la vidahumana.

Antístenes

Protágoras

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Pródico de Ceos, contemporáneo de Sócrates yEurípides, siguió la tradición sofística al estudiarpor primera vez el fenómeno lingüístico de la si-nonimia. En su obra más famosa, Horas, planteael origen de la religión no en el miedo del hom-bre primitivo ante el mundo, como Demócrito,sino en su gratitud ante los dones de la naturale-za. Así, fue la agricultura la que llevó al hombrea venerar todo aquello de lo que dependía suvida: el sol, la luna, las estaciones, los ríos, el fue-go, el pan, el vino. Posteriormente, al hacerse loshombres inventores de nuevas técnicas, creyeronque no eran los objetos los auténticos dioses, sinosus inventores, Diónisos en el caso del vino y De-méter en el del pan, seres humanos promovidospor su filantropía al rango de divinidades.

Critias (460-403 a.C.), personaje de mentalidadprofundamente reaccionaria, enérgico enemigode la democracia, discípulo de los sofistas, prolí-fico escritor de obras en prosa, elegías y algunastragedias, da en la que lleva por título Sísifo unacuriosa y cínica interpretación historicista de la re-ligión:

Hubo un tiempo en que la vida de los hombresestaba sin leyes, bestial y sometida a la violen-cia, sin honor alguno para los buenos ni castigopara los malos. Después los hombres, a mi jui-cio, establecieron leyes punitivas a fin de quereinase la justicia sobre todos sin excepción ysometiera en esclavitud a la violencia; así se em-pezó a castigar a todo el que cometiera una fal-ta. Pero dado que las leyes impedían llevar acabo acciones violentas y, sin embargo, las rea-lizaban ocultamente, entonces un hombre astu-to y sabio –diría yo– inventó para los hombresel temor de los dioses, para que los malos tu-vieran un freno si hacían, decían o pensabanalgo encubiertamente.

Pródico

Critias

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El ambiente racionalista y crítico con las con-venciones sociales, en concreto con el mito y lareligión, creó un clima de ateísmo que rápida-mente se extendió por amplias capas de la so-ciedad, sobre todo entre las más cultas. Son nu-merosos los testimonios que dan fe de ello. Elorador Lisias (450/440-380 a.C.) nos habla de unpoeta, Cinesias, que formó en torno a él un círcu-lo de ateos en cuyas reuniones, cada festividadde la luna nueva, hacían burla de los dioses y delas costumbres. Jenofonte (430/425-354 a.C.), es-píritu creyente y conservador, nos presenta ensus Memorables a un joven ateniense, Aristode-mo, que no ofrecía sacrificios a los dioses ni creíaen los oráculos. Alcibíades fue acusado de im-piedad por realizar durante un banquete en sucasa una parodia de los misterios eleusinos, dela que fue denunciado por sus propios esclavos.El gran historiador Tucídides (460/450-400 a.C.),en su búsqueda incansable de la objetividad, eli-mina todo lo sobrenatural de su obra histórica.De él dice su biógrafo: «Por la alegría que le pro-duce la verdad, es un enemigo de los mitos». Unade las noticias más relevantes sobre la extensióndel ateísmo al final del siglo V nos la ofrece Pla-tón, en las Leyes:

Afirman que los dioses no existen por naturale-za, sino que son simples y artificiosas imágenesde la fantasía, basados en la ley y la costumbre,y que por eso son diferentes en los diferentespueblos, según se decidiera en cada uno de ellosal establecer las leyes. [...] Todo esto, amigosmíos, predican hombres sabios a la juventud enprosa y en verso, afirmando que lo más justo eslo que puede imponerse por la fuerza. Así caenlos jóvenes en acciones condenadas por los dio-ses, pensando que no hay tales dioses, como laley manda creer.

Ateísmo

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Frente a este creciente rechazo de la tradiciónmítica y la fría práctica cotidiana de la religiónestatal, las clases medias y las capas más mo-destas de la población se mantenían apegadas auna tradición religiosa en la que creían ver con-firmada su posición dentro de la sociedad de laépoca. En ellas se apoyaron los espíritus más reac-cionarios para promover una ferviente resisten-cia al empuje de las mentes racionalistas y críti-cas. La fuerte personalidad de Pericles, claropartidario de las nuevas corrientes de pensa-miento, logró contener algo el escándalo y lostemores supersticiosos de la población; se cuen-ta que, al producirse una reacción de pánico en-tre el ejército por un eclipse de sol, el estadistaateniense extendió su capa ante los ojos de lossoldados y les preguntó si veían algo sobrenatu-ral en la sombra que ésta proyectaba. A su muer-te, en plena Guerra del Peloponeso, las tensio-nes entre los racionalistas y los conservadores nohicieron sino acentuarse drásticamente. Todavíaen vida de Pericles, los grupos más antidemo-cráticos intentaron socavar su política, presen-tando acusaciones de ateísmo contra personali-dades de su círculo privado. Efectivamente, enla cuna de la democracia, donde la libertad depensamiento y palabra era casi ilimitada, un adi-vino, Diopites, en nombre del grupo oligárqui-co, consiguió en el 432 a.C. que se aprobara unaley por la que «se llevaría ante los tribunales alas personas que no creyeran en la religión o im-partieran enseñanzas de astronomía». Atacar a lareligión de estado, desde entonces, significaríaatacar al propio estado, por lo que el culpable seconvertía en reo de la pena máxima. La primeraen recibir la acusación de impiedad fue Aspasia,la mujer del propio Pericles, quien la defendióante los tribunales, consiguiendo su absolución.No se detuvieron ahí: el siguiente acusado de

Procesosreligiosos

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ateísmo fue el filósofo Anaxágoras, que evitó lacondena huyendo a Lámpsaco. Pero fue en ple-na Guerra del Peloponeso, con los ánimos pro-fundamente exacerbados por las tensiones delconflicto bélico, cuando estos procesos religio-sos alcanzaron casi el nivel de histeria colectiva.De ahí el escándalo ante la mutilación de los Her-mes en vísperas de la expedición contra Sicilia;de ahí la acusación contra Protágoras por su obraAcerca de los dioses. Los ejemplares de dichaobra fueron confiscados y, uno de los pocos ejem-plos de esta práctica luego lamentablemente tanfrecuente entre los cristianos, quemados en laplaza pública. Tras la derrota de Atenas y con lainstauración por parte de Esparta de la tiranía delos Treinta, régimen de auténtico terror en el quemás de 1.500 ciudadanos acusados de demócra-tas fueron condenados a beber la cicuta duran-te los ocho meses que duró este régimen, Critias,uno de los Treinta Tiranos, pudo servirse sin ta-pujos de dicha ley para condenar a muerte a grancantidad de espíritus libres. Tras su caída y el res-tablecimiento de la democracia, se produjo, sinembargo, el último y más famoso de los proce-sos por impiedad, en 399 a.C., el que llevó a lamuerte a Sócrates. La acusación contra éste, pre-sentada por tres hombres del partido democráti-co, se planteó por no venerar a los dioses del es-tado, introducir nuevos dioses y corromper a lajuventud. El auténtico motivo era la crítica filo-sófica de Sócrates a instituciones democráticascomo el principio de igualdad y el sorteo de fun-cionarios. La fe del filósofo en un dios personal,que no tiene por qué coincidir con las persona-lidades divinas impuestas por el estado, fue laexcusa para procesarlo, acusación de la que nointentó él defenderse sino con la reafirmación ensus propias creencias: «Antes obedeceré al diosque a vosotros».66

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En este ambiente, no es de extrañar la conflictivarelación del tragediógrafo Eurípides (480-406 a.C.)con su público ateniense. Uno de los más apre-ciados tras su muerte, tras los cambios socialesque se avecinaban, fue, sin embargo, constanteobjeto de escándalo por las ideas y argumentospresentes en sus tragedias. Espíritu afín a las dis-tintas corrientes racionalistas de la época, Eurí-pides se hace eco de los ataques de filósofos ypensadores a los convencionalismos, al oscu-rantismo supersticioso, a la inmoralidad presen-te en los propios mitos, que, a su vez, parecenrefrendar ciertas conductas inmorales en la so-ciedad, poniendo continuamente en cuestión laideología tradicional. Si la perfección de su esti-lo y lo novedoso de sus innovaciones artísticasseducían a sus espectadores, no podían menosde irritarse con la denuncia de la situación de lamujer, por ejemplo, en su Medea o en el Hipóli-to, cuanto más con afirmaciones tan radicalescomo las siguientes:

Sí, eso dicen, que hay dioses en el cielo.Pero no, no. No los hay,Salvo que un loco quiera prestar fe al viejo mito.(fr. 286)

Si los dioses hacen el mal,no son dioses. (fr. 292)

El incesante hostigamiento del pueblo lo haríaexiliarse voluntariamente y acabar sus días en lacorte de Macedonia. La misma gente de la quehabía huido, sin embargo, guardó luto por sumuerte, considerándolo sólo póstumamente unode sus más ilustres poetas.

La sociedad que sobrevivió al fin de la Guerradel Peloponeso era una sociedad desgastada porlos largos años de lucha, por los exacerbados en-

Eurípides

El siglo IV a.C.

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frentamientos internos. La restauración de la de-mocracia no pudo devolver el antiguo vigor delas instituciones y la confianza ilimitada en suspropios valores y capacidades. Se mantiene elespejismo de la antigua gloria y de que el hom-bre es portador de su propio destino, cuando yase perfilan en el horizonte nuevos impulsos po-líticos que rápidamente darán al traste con la vie-ja organización social de la ciudad-estado. La dis-tancia que separa a los pudientes de los quemenos tienen se agranda de manera insalvabley, con ello, la incomunicación entre los sectoresmás cultos y aquellos que tienen más difícil acce-so a una educación completa. El paso devastadorde la guerra ha arruinado a pequeños propieta-rios y agricultores, mientras que la especulacióny el medro jurídico y social dan ocasión a losnuevos ricos de incrementar su patrimonio. Elagotamiento individual ante una realidad socialcada vez más conflictiva se manifiesta claramen-te en la decadencia de toda manifestación poé-tica. El siglo IV será el siglo de la prosa, ya se tra-te de retórica, historia o filosofía. La reflexión sedirige al hombre como ciudadano y como indi-viduo, en un intento de explicarse la posicióndel hombre como ser social y las mejores formasde gobierno que le permitan desarrollar sus ca-pacidades. La ideología se hace beligerante engrado sumo. El pensamiento libre reacciona re-fugiándose en la especulación dentro de escue-las que ya prefiguran nuestras actuales universi-dades, sean las fundadas por Platón y Aristóteleso, ya en las postrimerías de dicha época, por losestoicos y epicúreos.

Platón (427-347 a.C.), tras la injusta muerte desu maestro Sócrates, asqueado con el sistema de-mocrático y una masa popular continuamente za-randeada por la codicia de los demagogos, asu-mirá en sus reflexiones el papel de un auténtico

Platón

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reformador social, puramente teórico (su intentode poner en práctica sus propias teorías en la cor-te de Dionisio II de Siracusa fracasó estrepitosa-mente). Llevado de una poderosa conciencia declase, plantea una sociedad estamental y policial-mente estructurada, dividida en tres clases: pue-blo, soldados y gobernantes o filósofos. La tareade los gobernantes es educar a la población en lajusticia y el respeto. Para ello, prohíbe el teatro yla poesía, por inducir a engaño con sus razona-mientos perversos y sus manifestaciones inmora-les, prohíbe cualquier música suave y corruptora,propugna la educación del cuerpo mediante lapráctica de la gimnasia y la medicina. En cuantoa los mitos, rechaza todos los elementos inmora-les e indignos de los dioses, tal como nos los re-lataron Homero y Hesíodo. Los violentos derro-camientos de Urano y Cronos, el encadenamientode Hera por su hijo Hefesto, la gigantomaquia, lasluchas entre los dioses, todo ello debe quedar des-terrado de su estado ideal. Rechaza incluso cual-quier interpretación alegórica o simbólica de losmitos. En absoluto niega Platón la existencia dela divinidad; por el contrario, igual que pretendelimpiar la sociedad de la violencia y la injusticiaque la mancilla hasta mostrarle la verdad de losconceptos eternos, ideales: el Sumo Bien, del mis-mo modo expurga a la divinidad de cualquier ras-go que la presente con las debilidades propias delhombre ignorante:

Dios es sencillo y veraz en la palabra y la acción;no sufre metamorfosis ni engaña a los otros, nide palabra ni por el envío de señales, ni en la vi-gilia ni en el sueño.

(República, II, 382e)

Con ello, no sólo recusa las formas tradiciona-les del mito sino incluso la práctica de la adivi- 69

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nación. No obstante, en su mundo ideal, no re-chaza totalmente la mitología; por el contrario,aplaude su uso adecuado cuando así convieneal estado para educar al pueblo, como el médi-co cuando edulcora la medicina para el enfermo.En esta línea, no duda el filósofo en introduciren sus diálogos mitos, o bien adecuadamentereinterpretados o bien directamente elaboradospor él (el mito de la Atlántida, el de la caverna,el del origen del amor en la partición como cas-tigo del hombre originario, por ejemplo). De estemodo, la práctica religiosa, según él, conve-nientemente controlada y depurada, debe impo-nerse a la masa del pueblo, buscando siemprepurificar su espíritu, aunque el gobernante-filó-sofo conozca perfectamente su mero carácter uti-litario. En las Leyes, su última obra, condena alos ateos a prisión y, si persisten en su error, a lapena de muerte. Los seguidores de su escuela,la Academia, irían poco a poco abandonando elinterés social reformador del maestro, internán-dose, mediante el desarrollo de sus principiosdualistas del ser, en un camino de misticismo cós-mico individual y redentor.

Seguidor de Platón, junto al que permaneció has-ta la muerte del maestro, Aristóteles (384-332 a.C.),educador del joven Alejandro de Macedonia, aca-bó distanciándose irreconciliablemente del funda-mento filosófico de Platón, la teoría de las Ideas,y fundando su propia escuela, el Liceo, en la quedesarrolló una enciclopédica sistematización y aná-lisis de todo el saber. Supeditando las distintas ra-mas por él clasificadas a la lógica y la teoría delconocimiento, se ocupó tanto de las ciencias físi-cas (la biología y la anatomía, la psicología, las ma-temáticas, la física, la fisiología y la meteorología),como de la metafísica (o ciencia de Dios), de éti-ca y política, de retórica y poética. Del estudio dela naturaleza extrae el concepto de causalidad que

Aristóteles

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le lleva a considerar causa última de todo lo exis-tente o motor primero del universo a Dios. Todo,desde las formas vivas más sencillas hasta el cieloestrellado, se encuentra ordenado en un sistemaarmónico cuya cima está representada por Dios,la perfección suprema. De este modo, la divinidades motor de la existencia, agente físico, completa-mente despersonalizado, nada que ver con los dio-ses tan extraordinariamente humanos de la mito-logía. Según Aristóteles, el mito es el primer intentode liberarse de la ignorancia. Despejando al mitode su recubrimiento fabuloso y antropomórfico,puede descubrirse un fondo de verdad sobre lanaturaleza divina del ser originario o causa pri-mera, situado por Aristóteles en el cielo primero.Para él, el origen de la religión está en la admira-ción del hombre primitivo al contemplar el firma-mento estrellado, admiración hábilmente transfor-mada por hombres de estado en relatos míticosque hablan de dioses semejantes a los humanos yutilizada para obtener la fe del pueblo y mante-nerlo obediente a las leyes.

Su sucesor al frente del Liceo, Teofrasto (371-287 a.C.), espíritu eminentemente científico, si-gue fiel a la teoría de Aristóteles sobre el origendel mito, al que ataca, junto con las prácticas re-ligiosas, mediante explicaciones racionales o ale-góricas; y así, el fuego que aportó a los hombresPrometeo es la sabiduría, pues fue el primer fi-lósofo; se tiene por milagro el que algunas esta-tuas de los dioses suden, sin percatarse de quela madera de olivo, ciprés o cedro rezuma unamateria grasa cuando sopla un viento húmedo ycálido. Lo que más lo escandalizaba eran los sa-crificios de animales en honor de los dioses;como estudioso de animales y plantas, sobre loscuales escribió, además de ser el primer histo-riador griego de la religión, reconocía un paren-tesco esencial entre todos los seres vivos.

Teofrasto

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El camino emprendido por Aristóteles y conti-nuado por Teofrasto queda perfectamente defi-nido en uno de los fragmentos conservados delsucesor de este último al frente del Liceo, Estra-tón de Lámpsaco (320-270 a.C.):

No necesito la ayuda de ningún dios para explicarla estructura del mundo. Todo lo que existe es obrade la naturaleza. Toda la fuerza divina está en lanaturaleza, la cual lleva en sí las causas de la gé-nesis, del crecimiento y de la decrepitud, pero ca-rece de toda conciencia y de toda forma personal.

Esta recusación del mito por parte de filósofos ypensadores tiene su paralelo en el cinismo y des-vergüenza con que son tratados los héroes y divi-nidades por la comedia que se escribe en este pe-riodo, especialmente la «comodotragedia», y suamplia aceptación entre el pueblo, de la que danfe los numerosos títulos y fragmentos de obras quese nos han conservado. Sin embargo, mientras quesocialmente se acepta esta ridiculización del mitotradicional, se asimilan nuevos dioses o ritos másexóticos, las prácticas mistéricas y las supersticio-nes comienzan a proliferar, ocupando el espacioabandonado por la vieja religión declinante en elespíritu angustiado de aquellos que no pueden ac-ceder al razonamiento intelectual o se resisten a él.Máximas de un desaliento extremo se repiten enlos autores de este tipo de comedia («Con sus im-previsibles cambios, la vida parece un juego de da-dos», «La providencia es ciega», «Lo único inmortales la muerte») junto a parodias de dioses humani-zados hasta la irrisión: en este momento se fijará laimagen de Heracles como un bebedor, de Diónisoscomo un cobarde o de Zeus como un adúltero.

El mundo que siguió a la hegemonía panhelé-nica comenzada por Filipo II de Macedonia ycontinuada por su hijo Alejandro Magno, defini-

Estratón deLámpsaco

Comodotra-gedia

Periodohelenístico

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tivo vencedor del Imperio persa y conquistadorde Egipto y los territorios orientales que se ex-tienden hasta el río Indo, en una impresionantecampaña militar de apenas tres años de duración,es un mundo completamente distinto del ante-rior. En él, se consuman ciertas tendencias pre-sentes ya en siglos anteriores, sobre todo en losplanteamientos teóricos de pensadores indivi-duales, así como en la incipiente tendencia filosó-fica hacia la especialización científica, y aparecennuevos condicionantes sociales a consecuenciade la extraordinaria expansión de la cultura he-lénica por nuevos territorios y la incorporacióna ella (incorporación favorecida desde un prin-cipio por la política integradora de Alejandro) deelementos procedentes de estos nuevos pueblossometidos, en una síntesis singular y, por primeravez en la historia, ya no de carácter «patrio» sinouniversal. Los nuevos reinos helenísticos surgi-dos tras la muerte del joven caudillo macedonio(323 a.C.) heredarán el amor propio del griegoorgulloso de su preeminencia cultural, pero aho-ra tamizada por las aportaciones de otros pueblosfundamentalmente orientales. A partir de este mo-mento, la máxima de que «se es griego no por na-cimiento sino por educación» será una realidad.La ciudad de Atenas mantendrá su condición decapital de la cultura, a ella seguirán acudiendotanto los filósofos como los espíritus inquietospor iniciarse en las líneas fundamentales del pen-samiento. Pero, al mismo tiempo, surgen nuevoscentros de irradiación cultural, capaces de hacer-le sombra, con un espectacular desarrollo artísti-co y teórico, como Alejandría o Pérgamo. En susrecién fundadas bibliotecas y museos, verdade-ros templos de un saber activo y enciclopédico,los hombres más preparados trabajarán en el es-tudio, clasificación y fijación de los autores pre-cedentes, siendo ellos mismos autores, en la ma- 73

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yoría de los casos, de nuevas obras que, a partirde este momento, tienen ya conciencia de perte-necer a una tradición, una larga tradición artísti-ca que, iniciada por Homero y Hesíodo, se proyectaininterrumpidamente hacia el futuro, herederosde dicha tradición y artífices ellos igualmente deésta con sus diferentes aportaciones.

Las antiguas ciudades-estado han dado paso alos nuevos reinos helenísticos, que ya no se de-finen por la homogeneidad racial de sus habi-tantes sino por la mezcla de individuos de dis-tinta procedencia. Una nueva lengua, la «koiné»,basada en el dialecto ático simplificado en su usopor los antiguos «extranjeros», como instrumen-to de comunicación de los súbditos, ya no ciu-dadanos, y una nueva mentalidad de individuoprivado de participación en la toma de decisiónpolítica de su propia realidad, ahora en manosde los reyes helenísticos, darán lugar a una nue-va conciencia del individuo, de su soledad fren-te a la complejidad del mundo, de la hermandadnatural de todos los hombres, de nuevos valoresfilantrópicos. La pérdida de conciencia políticapor parte de los ciudadanos de las nuevas urbespopulosas y mezcladas dará lugar a una resig-nada aceptación de la vida, teñida de pesimismoante las adversidades (y la mayor de ellas, lamuerte) y de hedonismo escapista o revolucio-nario. El antiguo hombre griego vivía la religióncomo un asunto público más, cuestión de esta-do, del que participaba activamente. Al desapa-recer este marco político, la religión pierde sufundamento práctico. El ciudadano de los nue-vos reinos helenísticos se refugia en nuevas vi-vencias: bien sea el escepticismo más radical ola especulación filosófica, primordialmente decarácter ético. Las nuevas escuelas filosóficas bus-can la liberación o la integración del individuoen un mundo adverso y contradictorio: el cinis-74

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mo, «el más resuelto enemigo del politeísmo»,combate radicalmente al estado y sus institucio-nes, la familia, la propiedad privada, la religión,al promover un ideal de autonomía capaz devencer los contratiempos con la fuerza moral yla propia voluntad de un hombre que ahora seconsidera ciudadano del mundo; el epicureísmobusca integrar al individuo en un mundo quesólo a través de los sentidos puede ser conoci-do, un mundo del que se han eliminado los te-mores y las necesidades, para liberar al hombrede la tiranía de las supersticiones –«Así yace lareligión vencida a nuestros pies, y el triunfo noslevanta a nosotros hasta el cielo»–; el estoicismoplantea una moral utilitaria y una resignada acep-tación de lo existente como inevitable y regidopor una voluntad absoluta, de cuyo rostro handesaparecido completamente los rasgos huma-nos de la antigua religión. Son muchos los que,en este ambiente de fuerte tendencia agnóstica,adoptan como pura manifestación cultural losformalismos rituales de una religión oficial diri-gida en cada reino helenístico por los interesesparticulares de su gobernante (es sintomática laadopción del culto de Serapis y su asimilación alos antiguos ritos por parte de Ptolomeo I en Ale-jandría, intentando fusionar mediante la religióna la población egipcia autóctona con el nuevoelemento griego). Entre el pueblo llano, es aho-ra impresionante la extensión de la magia y otrasprácticas supersticiosas, mezcladas con nuevastendencias mistéricas y místicas. El sincretismode elementos orientales y griegos en la nueva re-ligión helenística se define del modo más patenteen la práctica de los primeros reyes helenísticos,práctica adoptada después por los emperadoresromanos, del culto al príncipe, elevado general-mente a su muerte a la categoría de dios y un-gido en vida por la gracia divina. 75

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En este nuevo marco urbano y despolitizado,frente a la antigua idea de justicia como elementorector de la sociedad, presente en la cultura grie-ga desde la época arcaica, otra mentalidad vaabriéndose paso hasta apoderarse de gran partedel espacio ocupado anteriormente por los dio-ses: la idea del azar como potencia rectora deldestino, personificada, con un timón en unamano y el cuerno de la abundancia en la otra,en la figura de Tyche. Se levantaron templos yestatuas para el culto de esta nueva diosa sin ros-tro y sin personalidad mítica por los distintos rei-nos helenísticos. El azar mueve el mundo, él esel motor de todos los desastres, de todas las bon-dades, de todos los accidentes de la vida terre-na, sólo al azar hay que dirigir desde ahora lasplegarias para que resulte favorable al individuo.De la falta de fe en la antigua mitología y el gra-do de escepticismo al que ha llegado el hombrehelenístico nos puede dar testimonio el epigra-ma XIII de Calímaco:

—¿Es aquí donde yace Cáridas? —Aquí yace, site refieres al hijo de Arimas de Cirene. —Cári-das, ¿qué hay allí abajo? —Una oscuridad com-pleta. —¿Y el camino de vuelta? —Mentira. —¿YPlutón? —Una fábula. —¡Estamos perdidos! —Éstas son mis palabras verdaderas; si quieresotras más agradables, que sepas que en el Ha-des un buey gordo cuesta un óbolo de Pela.

La irreverencia de Calímaco no se detiene ennegar la existencia de retorno tras la muerte y lasvisiones del mundo de ultratumba de la Anti-güedad, sino que incluso ironiza sobre la cos-tumbre de dejar un óbolo bajo la lengua delmuerto para pagar el pasaje a Caronte.

En este ambiente de pesimismo desolado, cala-rán hondo entre las clases menos acomodadas, y76

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por lo tanto con menos acceso a la especulacióncientífica y filosófica, determinadas creencias yprácticas supersticiosas importadas fundamental-mente de Oriente. Una de las más extendidas serála astrología. Procedente de Babilonia, la idea deque las estrellas pueden influir sobre la vida te-rrestre y, por lo tanto, también sobre el destino delos hombres fue fundamentada por escritos «her-méticos» que circularon a partir del siglo II a.C. enEgipto bajo la supuesta autoría de nombres comoNequepso-Petosiris y Hermes Trimegisto. El bar-niz científico le venía dado por la adopción de losúltimos descubrimientos astronómicos y la orde-nación helenística de los astros. A partir de ello,la astrología consideraba el universo como un gi-gantesco aparato mecánico en el que todas laspiezas colaboraban activamente, influyendo la ac-ción de unas sobre las otras. De aquí que la prác-tica de la hechicería y la magia se extendiera rá-pidamente, ocupando el lugar de antiguas prácticasreligiosas. Un magnífico ejemplo de la extensiónde dicha superstición nos la ofrece Teócrito en susegundo idilio, donde, bajo el título precisamen-te de La hechicera, nos describe ampliamente laejecución de un hechizo de amor.

Esta nueva corriente astronómica tuvo una con-secuencia más, en el terreno mítico, y fue la pro-liferación de «catasterismos» (o transformación dehombres y animales en astros) en los relatos mi-tológicos, hasta el punto de constituir una cate-goría especial de mitos, algunos de ellos recogi-dos en la obrita atribuida a Eratóstenes y asítitulada: Catasterismos.

Por otro lado, la idea de que el hombre pu-diese influir con prácticas concretas sobre el des-tino, con fundamentos puramente astronómicos,quedó aparentemente validada por un tal Bolode Mendes (s. III a.C.), considerado el «padre dela alquimia», quien, conocedor de viejas recetas 77

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egipcias para la coloración de metales, piedraspreciosas y telas, mantenía la tesis de las pro-piedades mágicas de diversos objetos y materia-les. Para demostrar su existencia, echó mano dela idea de fuerza desarrollada por los filósofos apartir de Aristóteles y especialmente por los es-toicos. En manos de los astrólogos, la noción defuerza y energía se transformó en fundamentode toda práctica de hechicería y ocultismo. Todo,hombres, animales, plantas y minerales, todo seconsidera portador de fuerzas secretas capacesde influir, por «simpatía» o «antipatía», en la mar-cha de los acontecimientos. Mediante hechizosy amuletos, los hombres helenísticos buscaron elremedio a las enfermedades, a los sufrimientos,a la pobreza, a la infelicidad, que anteriormentebuscaban en la religión. Los textos más tardíosabundan en alusiones a ritos mágicos, bebedi-zos, conjuros, amuletos, ruedas mágicas.

Otro aspecto importante en la religión hele-nística, de gran trascendencia posterior en elmundo cristiano, fue la creencia cada vez mayoren démones. La palabra, que anteriormente teníael significado genérico de «divinidad», en Platónalude a una idea de la divinidad, sobre todo deuna divinidad personal, exenta de los rasgos an-tropomórficos del mito y presente en el univer-so real. Uno de sus sucesores, Jenócrates, a par-tir de ciertos pasajes de su maestro, desarrolló lateoría de la existencia de démones: seres inter-medios entre los dioses y los hombres, habitan-tes de la atmósfera inferior a la luna, participande ambas naturalezas, los hay buenos y malos y,a través de ellos, los hombres entran en contac-to con la divinidad única. La intención de Jenó-crates era limpiar la religión y el mito de ele-mentos supersticiosos, pero el resultado fue elcontrario. Este compendio de elementos irracio-nales en la religión, el concepto de azar ciego y78

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rector, la noción de fuerza y, su consecuencia, lahechicería y la magia, la tendencia filosófica alconcepto de divinidad y, con ello, al monoteís-mo hicieron que los tradicionales dioses griegosfueran perdiendo su antiguo papel protagonistaen el trato cotidiano con el hombre medio, que,en cambio, sentía más cercana la presencia deesos démones, sobre los que podía influir me-diante los remedios que le ofrecía la hechicería.Al ser más frecuente acudir a dichos démonescuando el destino se presentaba desdichado, és-tos fueron adquiriendo en la conciencia de loshombres el sentido de démones malos a los quehabía que calmar, de aquí a su consideración porparte del cristianismo como agentes del mal sóloquedaba un paso, que dio lugar a la figura de losdemonios en la futura mitología cristiana.

Por otro lado, la filosofía y la especulación cien-tífica sustituyeron definitivamente a la religióncomo rectora del hombre y consuelo frente a lasadversidades. Una filosofía que, sobre todo, bus-ca la liberación del individuo de todo aquelloque lo angustia y le impide desarrollarse en ple-nitud. Casi todos aquellos que siguieron defen-diendo la religión basaron su defensa en la ca-pacidad de ésta para mantener bajo control a lamasa del pueblo. Leemos, por ejemplo, en Poli-bio (VI, 56):

Si fuera posible formar un estado de hombressabios, probablemente todo eso no sería nece-sario. Pero como la muchedumbre es irreflexivay está llena de apetitos ilícitos, de ira irracionaly de espíritu violento, no hay más remedio quedominarla con temores de cosas desconocidas ycon espantos propios de una tragedia. Por eso,me parece que los antiguos no introdujeron sinrazón ni al azar las creencias en los dioses y enlas penas del Hades; por el contrario, me pare- 79

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ce que los modernos se esfuerzan en vano y deun modo absurdo por eliminar esas creencias.

Este avance de la superstición, por un lado, yde la especulación filosófica y científica, por otro,sobre la antigua religión estatal vació de conte-nido al mito, que, no obstante, pervivió en laobra de los poetas con todo su potencial estéti-co y simbólico. Aislado así el mito de sus fuen-tes populares y de su fundamentación religiosa,la mitología se convierte en un repertorio temá-tico, en una retórica estilística o fuente argumen-tal. Las versiones míticas se hacen más o menoscanónicas, especialmente en las recopilacionesque a partir de esta época comienzan a escribir-se y proliferarán al entrar en contacto con el mun-do romano. La literatura se había hecho individualy consciente de sí, como la filosofía. El referen-te inmediato de la obra literaria comienza a serla antigua literatura. Mira el mundo abigarrado ycomplejo para describirlo y, para ello, sigue con-tando con el mito, que ya no es espejo del mun-do real sino conciencia histórica y cultural. Lamateria de la poesía siguió en muchos casos sien-do el mito o aludiendo a él, pero ahora con uncarácter erudito y puramente estético; abundanlos elementos narrativos en lugar de la reflexión,abunda el elemento fantástico y fabuloso en unaliteratura que con el paso del tiempo va adqui-riendo cada vez más un cariz romántico y esca-pista. Muchas obras a partir de esta época sonauténticos repertorios de conocimientos mitoló-gicos y erudición académica; pero tampoco fal-taron quienes supieron encontrar precisamenteen el mito el elemento estimulante para creacio-nes completamente nuevas y personales; surgennuevos géneros o se popularizan otros ya exis-tentes, como la bucólica, el epigrama, la novela,el mimo; la literatura, como el arte en general,80

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tiende cada vez más a retratar la realidad coti-diana, con una conciencia cada vez menos he-roica y más urbana. Los mitos han dejado en ellade reflejar la conciencia colectiva de un pueblo,pero mantienen intacta su capacidad evocadora,simbólica, que heredará, a través del mundo ro-mano, la civilización occidental.

6. MUSA CELESTE

El texto que se ofrece a continuación preten-de ser, como el subtítulo indica, un recorrido porlos antiguos mitos griegos, no un repertorio o undiccionario, sino un intento de ofrecer la cos-movisión presente en la antigua cultura griega através de una estructura narrativa abierta.

La primera dificultad ha sido la selección entrelas diferentes versiones de un mito o parte de unmito. Cuando me he encontrado ante esta difi-cultad, he recurrido bien a una racionalizaciónmínima (en atención puramente a la lógica es-pacio-temporal del relato), bien a escoger la va-riante más difundida tanto en la antigua civiliza-ción griega o en su posterior transmisión a travésde las distintas civilizaciones occidentales, here-deras de aquélla; cuando ello ha sido posible sintraicionar el discurso narrativo original, se hanintroducido diferentes variantes, ya sea en formade relatos orales alternativos, ya integrándolosen yuxtaposición cronológica.

Para su uso didáctico, lo he dividido en sietecapítulos (cuatro en el primer volumen y los tresrestantes en el segundo), aun de manera arbi-traria, que permitiesen su lectura independiente.El texto, así, puede leerse como relatos inde-pendientes, no sólo capítulo a capítulo, sino in-cluso como pequeños episodios incrustados enel cuerpo general de cada capítulo; o bien como

Recorridonarrativo porlos antiguosmitos griegos

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un conjunto con sentido unitario, dentro de suaparente diversidad.

Con objeto de evitar la tediosa reiteración deepisodios a menudo similares, he optado por irtransformando también el estilo en cada capítu-lo, desde el «arcaísmo» de la cosmogonía origi-nal hasta la narrativa «novelística» del retorno deOdiseo, sin que ello impida una unidad de vi-sión a lo largo de todo el texto.

En todo momento, he buscado un acerca-miento lo más directo posible a las fuentes, uti-lizando como base de cada episodio los títulosclásicos de la antigua literatura griega. Ello noquiere ser un sustituto de la lectura de dichasobras; al contrario, sería deseable, por el contra-rio, que despertara el interés por el conocimien-to de aquellas obras que permanecen vivas paranosotros.

Cada época ha de releer los antiguos mitos ala luz de sus propias vivencias. En tiempos tancaóticos y contradictorios, tan irracionales y trá-gicos como los que nos han tocado vivir, Musaceleste pretende ser, en último caso, una lecturade esa herencia palpitante y enriquecedora enlos albores del siglo XXI.

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Debido a la enorme cantidad de libros publi-cados sobre la materia, reseñamos algunos deellos de manera puramente orientativa:

BURN, L., Mitos griegos, Madrid, Akal, 1992.

Breve pero amena exposición en que la auto-ra sintetiza algunos de los más importantes mi-tos griegos relativos a héroes como Heracles,Teseo, Odiseo, Jasón, Perseo, Edipo o la gue-rra de Troya, con abundantes ilustraciones.

CRESCENZO, L., Los mitos de los dioses, Barcelona,Seix Barral, 1994.

Compendio de los más importantes mitos re-lativos a los antiguos dioses griegos expues-tos de forma amena, con el característico sen-tido del humor y la rigurosidad propia de esteestudioso italiano.

FALCÓN-MARTÍNEZ, C.; FERNÁNDEZ GALIANO, E. y LÓ-PEZ MELERO, R., Diccionario de la mitología clá-sica, Madrid, Alianza Editorial, 21981, 2 vols.

BIBLIOGRAFÍA

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Interesante diccionario con lemas que reúnenla práctica totalidad de personajes de la anti-gua mitología griega y romana. De fácil ma-nejo, debido al formato de libro de bolsillohabitual en dicha colección.

GRAVES, R., Los mitos griegos, Madrid, Alianza Edi-torial, 1988, 2 vols.

Amplia y sistemática compilación de la anti-gua mitología griega, tan erudita como poéti-ca, cuyo método, en palabras del autor, con-siste en reunir en una narración armoniosatodos los elementos diseminados en cadamito, apoyados por variantes poco conocidasque pueden ayudar a determinar su significa-do, y en responder a todas las preguntas quevan surgiendo en términos antropológicos ohistóricos.

GRIMAL, P., Diccionario de mitología griega y ro-mana, Barcelona, Paidós, 1981.

Magnífico diccionario sobre la materia, ela-borado por un indiscutible especialista, pro-visto de una breve pero cuidada introduccióny una muy útil relación de los textos clásicosen que aparece cada uno de los distintos per-sonajes reseñados.

HAMILTON, E., La Mitología, Barcelona, Daimon,1976.

Amena recreación de los principales mitosgrecorromanos (con alguna incursión en lasmitologías nórdicas), ordenado por temas(dioses, relatos de amor y aventuras, grandeshéroes anteriores a la guerra de Troya, los hé-roes de la guerra de Troya, grandes familias84

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mitológicas, mitos menores y mitos nórdicos).Cada relato está expuesto con una cuidadosanarración en la que se tienen en cuenta y, amenudo, se citan las fuentes clásicas.

RUIZ DE ELVIRA, A., Mitología clásica, Madrid, Gre-dos, 1984.

Excelente libro de consulta, en el que se or-ganiza sistemáticamente el conjunto de la an-tigua mitología griega. La erudición de quehace gala el autor, tendenciosa a veces, difi-culta un tanto una lectura menos especializa-da, aunque permite su uso para trabajos deinvestigación y comprensión más profunda.

Siendo deseable e insustituible el acudir a lasantiguas obras literarias griegas para admirar elmito en toda su grandeza, indicamos a conti-nuación algunos títulos imprescindibles. Al sertantas las traducciones disponibles de cada unade ellas, y la mayoría tan meritorias, nos limita-remos a señalarlos:

BIÓN, Canto fúnebre por Adonis.ESQUILO, Prometeo encadenado.—, Siete contra Tebas.—, Suplicantes.EURÍPIDES, Bacantes.—, Hipólito.HESÍODO, Teogonía.HIMNOS HOMÉRICOS:Himno a Afrodita.Himno a Apolo.Himno a Deméter.Himno a Hermes.SÓFOCLES, Antígona.—, Edipo rey.—, Edipo en Colono. 85

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MUSA CELESTE

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Todo relato ha de comenzar por las Musas*.Ellas conocen el presente, el pasado y el futuro.Saben, cuando quieren, inspirar palabras verda-deras. Pero, cuidado, también saben infundirmentiras con apariencia de verdad, cuando elhombre sólo busca en ellas su propio interés. Desu boca brota el canto, el conocimiento, la poe-sía. A quien tiene su alma desgarrada por el su-frimiento, saben ellas confortarlo con profundasrazones y melancólicos ritmos. Al alegre confie-ren el desenfreno del pensamiento como caucepor el que desbordar su alegría. En el juez siem-bran el respeto a la palabra otorgada por Zeuspara impartir justicia. Al sabio acompañan en subúsqueda de la verdad. Armoniosas y delicadas,glorifican la vida que late en el interior de los

* En la literatura clásica era frecuente, sobre todo en la poe-sía narrativa, épica o lírica, comenzar la obra o seccionesespeciales de ella con una invocación a las Musas, diosasde la inspiración poética, en la que se solía exponer, a modode declaración de intenciones, el pensamiento del autor so-bre la materia del relato o la actividad poética en general. 89

EL OLIMPO

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hombres y los dioses, hasta el último confín dela tierra. Tras lavar sus delicados miembros enlas aguas violáceas de la fuente Hipocrene*, lan-zando al viento su melodiosa voz, celebran conhimnos a los dioses siempre felices. Toda la tie-rra resuena al son de su canto y de sus alegrespasos de danza. Una hebra de miel fluye de susbocas. Resplandeciente se vuelve ante sus pala-bras el inmenso cielo y las cumbres del monteOlimpo. Todo el universo se hace gozo radian-te y armonía cuando ellas alaban con sus cánti-cos la augusta estirpe de los dioses, desde losorígenes hasta las hazañas de los héroes, y el co-mún de los mortales.

Al principio era el Caos**. Un abismo incon-mensurable de materia informe, sin movimiento,sin luz, sin tiempo. Un enorme bostezo cósmi-co. Un vacío denso y gaseoso. Una confusa mez-colanza de elementos indeterminados, sin ener-gía ni voluntad. Violento como un mar, sombrío,exuberante y salvaje.

* Literalmente «fuente del caballo», se trataba de un manan-tial situado en el monte Helicón, en la región de Beocia,una de las residencias habituales de las Musas. Se decía quela fuente era un regalo de Zeus, quien, deseoso de regaraquellas montañas anteriormente sin agua, hizo que el ca-ballo alado Pegaso hendiese de una coz la roca por la quebrotaría aquel fresco arroyo.** Como la mayoría de las culturas, la griega adoptó su pro-pia cosmogonía u origen del mundo, en la que se intenta-ban expresar de un modo mítico o simbólico las ideas ge-nerales sobre el despertar de la vida y la formación deluniverso tal como el propio pueblo se lo representaba. Engeneral, suponía un compendio de conocimientos, intui-ciones o simplemente recreaciones ideales sobre los tiem-pos más remotos, a la vez que refleja la conciencia históri-ca del pueblo y del tiempo que les ha dado forma. Aunqueposteriormente diferentes escuelas filosóficas o sectas mís-ticas forjaron otros relatos sobre el principio del universo,la versión que fijó el poeta Hesíodo en su poema Teogoníano se vio ensombrecida ni suplantada por ninguna otra.90

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Pero he aquí que del propio Caos emana unafuerza poderosa, el impulso irresistible del de-seo, Eros1, que todo lo penetra y todo lo cohe-siona, el ímpetu del anhelo, el más poderoso detodos los dioses a pesar de su aspecto frágil e in-genuo. La más bella de las criaturas, que debili-ta los miembros y subyuga el alma y la voluntadde todos los dioses y todos los hombres. Y deesa voluntad de ser nació Gea*, la tierra, la deamplio pecho, sede segura de todos los inmor-tales. En medio de la oscuridad y el silencio, larespiración profunda de esta diosa originaria tra-jo consigo la existencia, el germen de toda vida.

En lo más profundo de la tierra, en los ci-mientos del universo, existía el Tártaro, lugar detinieblas, tan alejado de la superficie del mundocomo éste lo está de la bóveda estrellada.

Sucesivamente irán surgiendo también del CaosÉrebo, las tinieblas infernales, y la Noche. La No-che y Érebo, en unión amorosa, engendrarán alÉter, la atmósfera celeste, y al Día.

La Noche residía en el extremo oeste del mun-do, mucho más allá del país de Atlas**. En aquelrincón del universo fue engendrando, por sí mis-ma, sin participación de elemento alguno, pri-mero al maldito Moros, que siempre aparececomo un sarcasmo ante los hombres en el cum-

* La Tierra (Gea, en griego), como muchas de estas prime-ras divinidades, es un personaje ambiguo. A veces actúacomo un personaje con características individuales y com-portamientos propios, otras veces como personificación deuna realidad o de un concepto, en este caso el planeta Tie-rra tal como entonces lo concebían, como un plato flotan-do sobre las aguas. De todas formas, los espacios geográ-ficos, en estas primeras etapas, aún son muy inciertos ynada lógicos.** «El país de Atlas» se llamaba al continente africano, de-nominado generalmente por el mundo griego con el nom-bre de Libia. Su extremo oeste se consideraba uno de losconfines del mundo.

1 Eros: dios deldeseo amoroso,recibe entre losromanos elnombre deCupido.

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plimiento de su destino mortal, y a la negra Ker,diosa funesta que con su presencia arrastra ladesgracia y la angustia del final al ser humano.

Uno tras otro fue la Noche engendrando sintregua a Tánatos, la propia muerte, dios impla-cable y enérgico, y a Hipnos, el sueño*. El sue-ño luego llegaría a tener mil hijos, los ensueños,que de noche pueblan el alma de los mortales.Morfeo adopta formas humanas para aparecerseal hombre que duerme, Ícelo se muestra con fi-gura animal, Fántaso se transforma en todo tipode objetos para asediar con fantasmas y enigmasel reposo de los hombres.

Parió luego la Noche a las tres Moiras2. Cloto,Láquesis y Átropo son sus nombres. Inexorablesy terribles. Gélidas hijas de la oscuridad, les estáencomendado marcar y ejecutar el destino per-sonal. Cada nacimiento estará presidido por Clo-to, quien, nada más desgarrar el primer llanto lamembrana de la vida, inmediatamente comien-za a hilar en su rueca el destino del individuo;Láquesis lo trenza en una trama de sufrimientosy alegrías, inseparables unos de otras; la inflexi-ble Átropo será la encargada de cortar definiti-vamente el hilo de esa existencia, cuando éstallegue a su término fijado, propiciando así la en-trada de Tánatos, la muerte, en el hogar del des-dichado. Ellas tres, las Moiras, encarnan incon-movibles una ley universal que ni siquiera losdioses pueden transgredir sin poner en peligroel frágil equilibrio del universo.

Parió entonces la negra Noche a Némesis, azo-te para los hombres. Némesis, eterna vigilante,insobornable, será la vengadora de toda desme-

* Para la antigua mentalidad griega, el sueño y la muerteeran hermanos. Concebidos uno y otra con similares atri-butos, se diferenciaban sólo por la cualidad irreversible ono de su cometido.

2 Moiras:diosas del

destino, seránllamadas por losromanos las tres

Parcas.

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sura que trastorne el orden del mundo y atentecontra el equilibrio cósmico. Némesis castiga tan-to el exceso de felicidad como el dolor desme-surado, el orgullo desmedido, la arrogancia des-proporcionada, pero, sobre todo, castiga el crimen,cuidando que ningún delito contra la vida que-de impune.

Luego engendró la Noche al Engaño, a la Ter-nura, y a la funesta Vejez. Parió por último la No-che a la astuta Eris, la discordia. Es ésta una dio-sa terrible, pendenciera. Su presencia arrastrasiempre disputas y enfrentamientos, se compla-ce en las querellas y las desavenencias. La mal-dita Eris, a su vez, parió a Ponos, el esfuerzo, aLete, el olvido, parió el Hambre, los Dolores, losCombates, las Guerras, los Asesinatos, las Masa-cres, las Disputas, las Mentiras, las Palabras, pa-rió las Ambigüedades, parió el Mal Gobierno yla Destrucción, y el Juramento.

Una multitud de dioses inclementes poblabanlas sombras con sus voces roncas y lastimeras.Fuerzas primitivas con la violencia irresistible delterremoto, de los huracanes y del volcán. Su vidaera la tensa respiración de una vehemencia la-tente, que de pronto estallaba en monstruosassacudidas capaces de alzar montañas donde ha-bía valles y hacer emerger nuevos valles vacian-do el mar.

Gea, entre tanto, sin mediar encuentro amo-roso alguno, paría al viejo Ponto, el oleaje, en-crespado y violento, y a Urano, el cielo estrella-do. Parió a Urano de sus mismas proporciones,para que así la contuviera y pudiera de estemodo ser sede segura para los dioses felices. Pa-rió a las Montañas, las más elevadas montañasde crestas inaccesibles y siempre nevadas y lascolinas suaves y ondulantes, lomas tapizadas deárboles y vegetación. Engendró a las Montañaspara que en ellas pudieran nacer y vivir las nin- 93

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fas, jóvenes de una belleza extraordinaria cuyapresencia santifica a la naturaleza. Ellas habitanlos campos, los bosques, las grutas, los árboles.Pocos mortales han podido verlas. Se las pre-siente en el rubor del amanecer, en el crujir delas hojas caídas, en el susurrar de los densos ra-majes. Sus risas centellean en el verdor cuajadode amapolas y amarillos jaramagos que cubre ala tierra. Su encanto inaccesible la hace germi-nar, cubrirse de flores delicadas y vistosas, lapreña de frutos en sazón. Las ninfas rehúyen ge-neralmente el encuentro con dioses y mortales;en la respiración del mundo vivo su existenciase manifiesta, misteriosa y atractiva.

Posteriormente se unió Gea al violento Ponto,con el que tuvo cinco hijos. Nereo era el mayorde ellos, también llamado El Viejo del Mar. Comoel agua, carece de forma definida, pudiendoadoptar el aspecto deseado en cada ocasión.Para rehuir el encuentro de dioses o mortales,no dudará en transformarse en todo tipo de ani-males y objetos. Dios clarividente, conoce el pa-sado y el porvenir. El dolor de ver tan clara-mente los destinos lo hace, sin embargo, reacioa manifestar lo que sabe y, así, cada vez que al-guien quiere forzarlo a contestar a sus pregun-tas, Nereo escapa de cualquier trampa meta-morfoseándose3 en toda clase de bestias feroceso elementos peligrosos. De ahí que su carácterbenévolo y apacible lo llevara a vivir en la so-ledad de su palacio, en el fondo del mar. Des-de allí protegerá a los marineros, que siemprese pondrán bajo su amparo al emprender cual-quier navegación.

Después de Nereo, Gea y Ponto tuvieron alenorme Taumante, al arrogante Forcis, a lahermosa Ceto, de mejillas sonrosadas, y a suhermana Euribia, de corazón más duro que elacero.

3 metamorfosis:cambio de

forma,transformación.

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Forcis era un dios compulsivo y jactancioso4,se vanagloriaba de sus propios atributos. Nadamás verla, sintió nacer en sí una atracción irre-sistible por su hermana Ceto, quien acabaría rin-diéndose a la fuerza incontenible de aquellapasión, y juntos fueron a vivir a la región deArimnio, en las montañas de Acaya*. En la sole-dad de su apartamiento, tuvieron hijas mons-truosas. Nacieron primero las tres Grayas. A pe-sar de sus mejillas encendidas y tersas, nacieronya viejas, decrépitas. Un matojo de canas tiesascomo la paja cubría sus cabezas. Pero, lo más te-rrible de su existencia tan precaria, poseían unsolo ojo y un solo diente para las tres. Cada vezque querían mirar algo, iban pasándose el ojopor turnos rigurosos. Cuando el hambre las ha-cía rabiar, el único diente iba pasando de una aotra para poder masticar el alimento y así aliviarsu insaciable apetito.

Pariría luego la hermosa Ceto a otros tres se-res, deformes y feroces, las Gorgonas. Esteno,Euríale y, la más famosa, Medusa son sus nom-bres. Sólo Medusa no era inmortal, lo que la con-virtió en la más cruel de las tres. Aún más mons-truosas que sus hermanas las Grayas, tenían unamelena formada por serpientes, colmillos de ali-maña asomaban por sus labios cuarteados. Todoaquel que las mirara de frente quedaría irreme-diablemente petrificado. Mira, si puedes, a unasola de las Gorgonas fijamente a los ojos, el es-calofrío del horror helará tu sangre y tu carnequedará para siempre convertida en dura roca.

Como maldición de su propia naturaleza, elarrogante Forcis y Ceto continuaron engendran-do monstruos. Y así nació Equidna, azote para

* Región montañosa, situada al noroeste de la penínsuladel Peloponeso. Estuvo habitada desde tiempos prehistó-ricos.

4 jactancioso:fanfarrón.

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el mundo. Sus propios padres se horrorizaron alverla. Una muchacha de aspecto sencillo, cuyocuerpo, carente de piernas, se alargaba en unagruesa y poderosa cola de serpiente. Con ella searrastraba por el suelo, serpenteando entre rocasdesnudas y acantilados. Su sonrisa engañosa em-belesaba con el veneno de su mirada. Su lenguabífida5 raspaba como la lija y ardía como un as-cua. Nada más nacer, se ocultó en el interior deuna gruta, en la región de Cilicia*, y allí, en lahúmeda oscuridad de su retiro, fue pariendomonstruos tan sanguinarios como ella misma.

Mientras tanto Gea, que había engendrado aUrano con sus mismas proporciones inmensaspara que la abarcara, como el recipiente a sucontenido, pronto se vio sometida a la brutali-dad de éste. En efecto, el dios estrellado, som-brío, taciturno, cayó sobre ella como el primerseñor del mundo, en un abrazo bestial, pene-trándola y sometiéndola a su insaciable concu-piscencia.

Aplastada bajo el peso de su propio hijo, Geaquedó preñada de una prole monstruosa, terri-ble. Los hijos que crecían en sus entrañas le pro-ducían dolores insoportables que ni siquiera sunacimiento aliviaba. Pues su padre, Urano, nadamás nacer, los condenó ya a vivir en las estre-chas profundidades del mundo subterráneo. Na-cieron tres hijos enormes y violentos, cuyo nom-bre nunca ha de pronunciarse, si es que no sequiere atraer la desgracia sobre aquel que se atre-va a nombrarlos. Y así los conocemos como he-catonquiros. Cien brazos tenía cada uno y cin-cuenta cabezas. Una fuerza incontenible y una

* Región de Asia Menor, en la actual Turquía, al sur de Ca-padocia y frente a las costas de Chipre, formada por un am-plio valle y una escarpada zona montañosa. Fue conquis-tada por Alejandro Magno el verano del año 333 a.C.

5 bífido:partido en dos.

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naturaleza salvaje los hacía especialmente peli-grosos. Nada más verlos, Urano los hundió cíni-camente en la cuna del abismo y, amontonandoroca sobre roca, los encerró en las oscuridadesde lo más profundo de la tierra. Sus bramidos re-tumbaban en la superficie de su cárcel.

Pero el abrazo de Urano no dejaba un instan-te de respiro a Gea. Ésta sufría bajo el yugo deesa posesión insaciable. Y quedó nuevamenteencinta de otros tres hijos fabulosos, que, comosus hermanos, nacerán para padecer la condenainclemente de una existencia de reclusos. Na-cieron los tres cíclopes, Brontes, Estéropes y Ar-ges, en todo semejantes a los dioses, de impo-nente estatura y belleza legendaria, si no fueraporque un único ojo completamente redondopresidía sus frentes. Su fuerza sólo se asemeja asu extraordinaria habilidad. Pero ni fuerza ni ha-bilidad les sirvieron de nada ante los negros de-signios de Urano, que los aborreció nada másverlos y los encadenó en las tenebrosas profun-didades del Tártaro, y allí vivieron sepultados,angustiados en su horrible penar, rumiando unodio inextinguible hacia su progenitor.

Los sufrimientos de Gea, sin embargo, no ha-bían concluido aún. Ni un instante de respiro leconcedía el terrible Urano, que se cebaba sobreella en su apetito bestial. Y así fue sucesivamen-te engendrando a cada uno de los titanes y acada una de las titánides. Seis titanes nacieron yotras tantas titánides. Primero nació el divinoOcéano y luego Ceo, Crío, el hermoso Hiperión,Jápeto. A continuación nació la titánide Tea, y lailustre Rea. Nació Temis, cuya voluntad encarnael principio de toda ley, y Mnemósine, la me-moria, predestinada desde el principio a traerosal mundo a vosotras, Musas felices que dotáis desentido el balbuciente anhelo de los hombres.Nació la brillante Febe, coronada de oro, y la en- 97

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cantadora Tetis. Por último, nació un dios terri-ble, un titán de mente retorcida y crueles pen-samientos, nació embargado ya por un intensoodio hacia su padre: Cronos, encarnación deltiempo destructivo, del desgaste continuo detodo lo que tiene existencia, de la imparable de-cadencia de todos los seres y todas las cosas.

Urano odiaba profundamente a sus hijos y noles permitía ver la luz. Constreñidos en el vien-tre de la madre, aplastados bajo su propia pre-sencia insensible, sufrían en su cárcel una vidasin destino. La monstruosa Gea, entre tanto, hin-chada de sus propias criaturas, no dejaba de ru-miar en su interior el modo de deshacerse delcruel Urano, y decidió acudir a sus hijos, los ti-tanes, ellos podrían liberarla. Uno a uno les ha-bló en secreto, uno a uno les confió a todos lasamarguras de su corazón. A todos les rogó ayu-da y todos enmudecieron amedrentados. El terrora Urano los dominaba y ninguno de ellos se atre-vía a hablar. Sólo el más joven, con desafiantegallardía, Cronos temerario, osó responder al rue-go de su madre: «Madre, prometo realizar lo queme pidas, por muy sanguinario que ello sea, puesno siento ningún respeto por nuestro padre, yaque fue él el primero en cometer bestiales ac-ciones contra sus hijos».

Al oírlo, Gea sintió renacer en su interior el la-tido de la esperanza, y sonrió con un suspiro.Constriñendo la inmensidad de su cuerpo, searrancó el mineral con el que formar una gigan-tesca hoz de hierro bien afilada, luego la ocultóen uno de sus repliegues. Cayó entonces sobreella Urano, el primer señor del mundo, comocada día, conduciendo consigo a la noche; an-sioso de amor se echó sobre Gea, cubriéndolaen toda su extensión. El bronco jadeo retumba-ba monstruoso en medio del silencio abismal. Suinmenso cuerpo sudoroso forcejeaba en esterto-98

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res animales. Cuidándose bien de no ser visto,Cronos salió de su escondite y empuñó en sumano derecha el arma cortante que su madre ha-bía fabricado para él. En un movimiento fuertey preciso, agarró a su padre con la izquierda y,enarbolando la brillante hoz, de un solo tajo lesegó los genitales y los arrojó a sus espaldas, almar. Un bramido horrible atravesó a toda velo-cidad el espacio y chocó contra las paredes delmundo, haciéndolas retumbar. Un aullido gutu-ral y espantoso. Urano, desprendido, ascendiódefinitivamente a las alturas, con lo que su mu-jer pudo respirar aliviada de ese peso constante.

Pero he aquí que las gotas de sangre que sal-picaron a Gea, la de amplio pecho, preñándolade violencia, fructificaron, y de ellas nacerían, enmedio de un espantoso chirriar como de mur-ciélagos en desbandada, las Erinias6, diosas im-placables. No reconocen otra autoridad ni más leyque ellas mismas. Seres horribles, con alas gela-tinosas a sus espaldas, con sinuosas culebras en-marañadas entre sus bucles, de sus ojos no de-jan de brotar lágrimas sanguinolentas, sus manosson antorchas que blanden venenosas serpien-tes a modo de látigos. Ellas serán las vengado-ras de todo crimen cometido en el seno de lapropia familia. Perseguirán sin piedad alguna alparricida. Aquel que atente contra su propia san-gre, se verá acosado por la furia de las Erinias,que reducirán como perras rabiosas a su víctimatorturándola con un remordimiento atroz hastadejarla al borde de la locura.

Nacieron asimismo de la sangre de Urano losgigantes, abriéndose paso a través de la dura rocanacieron, nacieron en medio de un cataclismode tierra removida y piedras pulverizadas a pu-ñetazos, como un volcán irrumpieron en la su-perficie de su madre, seres colosales, de fuerzadescomunal y terrorífico aspecto. Apenas si pue-

6 Erinias:tambiénconocidas entrelos romanos conel nombre deFurias.

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des distinguir sus rasgos por entre la espesa me-lena grasienta y la barba encrespada. Su mirarproyecta un reflejo similar al del fuego abrasa-dor de los desiertos. De poder semejante al delos otros dioses, pero mortales en todo caso.

Hubo, sin embargo, un instante de absoluto si-lencio en el universo*. Como si el mundo com-pleto hubiera contenido de pronto la respiración.Sólo el chapoteo de los genitales de Urano alcaer al mar quebró ese mutismo de amanecer.Un escalofrío recorrió las brumas celestes. El aguaquieta comenzaba a encresparse en torno almiembro divino, que bogaba a la deriva. Alre-dedor de los genitales, tensos de esperma, fueformándose una blanca espuma. El frío del marinmenso la transportaba en la cresta de un oleajecreciente. Y he aquí que en medio de esa espu-ma emergió una joven desnuda. De una sencillezsobrecogedora, la perfección de su hermosura ce-gaba. Todo en ella era gracia, encanto, atractivodesnudo de adornos. Un pálido rubor encendíasus mejillas. Un apunte de sonrisa avivaba sus la-bios carnosos. Invocaban a una sensualidad sinargucias sus pechos turgentes, apenas cubiertoscon recato por rubios mechones empapados deagua de mar y algas. Las curvas de su cuerpo re-cuerdan el ala de una paloma, su mirada deja en-trever la hondura insondable del deseo. Afrodita7

la llaman dioses y hombres. Diosa celeste delamor, de la fecundidad. Radiante emergió de laespuma del mar y aupada a una caracola nave-gó, impulsada por los vientos, hasta la isla de Ci-

* La diferencia de carácter y atributos de Gigantes y Erinias,por un lado, y de la diosa Afrodita, por otro, no sólo se re-fleja en su distinto origen (la sangre y el semen respectiva-mente) y en el lugar de la fecundación (la tierra en el pri-mer caso y el mar en el segundo), sino también en lascircunstancias violentas del nacimiento de unos y el estre-mecimiento de sublime admiración que preside el segundo.

7 Afrodita:equivalente a la

diosa latinaVenus.

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tera*, desde allí se dirigió sin demora a las dora-das costas de Chipre, festoneadas por espu-meantes olas, isla divina al acogerla y hacerlasuya. Por eso la llaman también diosa Citerea yChipriota. Pero nadie deja de invocarla en algúnmomento de su vida como Afrodita, terrible y go-zosa dispensadora del amor. En su presencia, lavida interior despierta y la naturaleza entera re-vitaliza su fuerza procreadora. Dulce Afrodita,iracunda Afrodita, danos el ímpetu de sondearen los misterios del placer, en la inefable8 vo-luntad de la carne transitada por el espíritu. Sa-lió del mar la augusta diosa y bajo sus delicadospies la isla entera se cubrió de hierba. Una pri-mavera luminosa vistió sus campos, sus valles,sus montañas. El agua corría en riachuelos tra-viesos. Las flores competían en donaire9. A su al-rededor revoloteaba, rompiendo en haces de luzlos rayos del día, una bandada de blancas palo-mas. Todos los dioses, la naturaleza entera se es-tremecieron en un voluptuoso10 impulso, mara-

* Isla situada al sur del Peloponeso.

8 inefable: queno se puedeexpresar conpalabras.

9 donaire:gracia, encanto.

10 voluptuoso:sensual.

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El nacimiento de Venus, Boticcelli (Galería de los Uffizi, Florencia).«Radiante emergió de la espuma del mar y aupada a una caraco-la navegó, impulsada por los vientos, hasta la isla Citera.»

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villados, sobrecogiéndose ante la rara perfecciónde aquel cuerpo divino y la recatada sensualidad desus formas, y las promesas de placer ilimitadoque irradiaba su mirada candorosa y picarona.Afrodita se rodeó de rosas, que entonces eran decolor blanco, y macizos de oloroso arrayán. Ciñóde violetas sus rubios cabellos. Majestuosa y ra-diante se desplazó en un carro tirado por palo-mas, una corte de gorriones la escoltaban. Laacompañó Eros desde el principio, como un hijoa su madre. Juntos procuraron a hombres y dio-ses la enfermedad sagrada del amor. Aquel quees tocado por Eros jamás camina entre sombras.

Libres ya del peso de Urano, todos los titanessalieron a la luz. Tardaron un instante en habi-tuar sus ojos a ella. Con un amplio bostezo sedesentumecieron y, saboreando los delicadosaromas de la vida, se dispusieron a emprenderuna existencia libre.

Pero muy pronto iba a revelarse Cronos* comoun dios tan temible y sanguinario como su pa-dre, si no más. Ostentando la dignidad de unrey entre los dioses, escogió a su hermana Reacomo esposa. Nada más saberlo, su madre, Gea,se apresuró a advertirle que su destino era su-cumbir, como su padre Urano, a manos de al-guien nacido de esa unión. Y así decidió ir de-vorando sin piedad alguna a cuantos hijos lediera la titánide. Uno tras otro, iba la madre de-jando a los recién nacidos, por orden expresasuya, en las rodillas de Cronos, quien, sin me-diar palabra, se los tragaba inmediatamente, sinpiedad ni compasión. Rea sufría en su corazón.

* Aunque la raíz griega del nombre de Cronos es diferentede la palabra que designa el tiempo, la similar pronuncia-ción de ambos términos hizo que ya los griegos los identi-ficasen, concibiendo a este dios como una encarnación deltiempo, devorador de sus propias criaturas.102

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Más que el dolor del parto le dolía la pérdidainmediata de unos hijos traídos al mundo en me-dio de un tormento condenado de antemano alsinsentido.

Sus hermanos, los restantes titanes y las res-tantes titánides, se unieron entre sí, dotando aluniverso de nuevas divinidades.

Océano era un dios venerable y justo, un an-cho y profundo brazo de mar que abraza al dis-co de la tierra. En su superficie se refleja la lu-minosa transparencia de la atmósfera celeste y laplomiza pesantez del cielo anubarrado. Unién-dose a su hermana, la titánide Tetis, engendrótodos los ríos que por el mundo corren. Los ríoscaudalosos y los impetuosos torrentes. Los ríos pro-fundos de curso apacible y los que despeñán-dose de cascada en cascada se precipitan rápi-damente al mar. Los renombrados y aquelloscuyo nombre apenas nadie menciona. Febriles yvoraginosos, incansables. Empapan con su cau-dal la tierra sedienta, propiciando la vida que enella late. Nacieron así el Nilo y el Alfeo, el Erí-dano. Nacieron el Istro, el Estrimón, el Meandro.Nacieron el Aqueloo, el Gránico, el Sangario. Na-ció el ilustre Ínaco*, destinado a encabezar conel tiempo la dinastía real de Argos**. Nació el di-

* Tal como ocurre con las dríades, ninfas de los árboles, aveces los nombres de los ríos, como seres divinos, parecendesignar al personaje con cuyo nombre se identifican o alpropio río personificado. En algunos casos, la identificaciónes tan absoluta que actúan como auténticas corrientes deagua y, al mismo tiempo, como individuos capaces de en-tregarse al deseo sexual o al arrebato bélico, como veremosen el caso del río Escamandro luchando con Aquiles.** Importante ciudad antigua, tanto histórica como mitoló-gicamente, al límite occidental de la Argólide, región situa-da al nordeste del Peloponeso, entre el golfo Sarónico y elgolfo de la Argólide. Otras ciudades destacadas dentro deesta comarca fueron Micenas y Tirinto y, ya en época his-tórica, Epidauro. 103

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vino Escamandro. Tres mil ríos nacieron. Difícilsería para cualquier mortal decir los nombres detodos ellos. Tan difícil como nombrar una poruna a las tres mil oceánides11, gráciles hijas delpoderoso Océano y su hermana Tetis. Frutos deun deseo limpio, cristalinas y rientes nacieron enuna efusión de vida incontenible. Don divino,revitalizan en sus corrientes de frescor palpitan-te el cuerpo fatigado, en su transparencia refle-jan los movimientos y evoluciones del universo.En ellas habita el alma de las fuentes y manan-tiales, arroyos y estanques, lagunas y marismas.Nació Pléyone, y Electra. Nacieron Asia, Dóridey Díone. Nació Perseis, Clímene. Nació la augustaMetis. Fílira nació, envuelta en un manto azafra-nado que, sin embargo, no pudo ocultar su be-lleza a Cronos.

El hijo de Urano la vio e inmediatamente sin-tió por la oceánide un deseo descabellado. Unaimpetuosa corriente libidinosa12 lo hizo aban-donar el lecho de su esposa, Rea, y, bajo el as-pecto de un brioso caballo, presentarse así anteFílira. La muchacha no temió el alarde de fuer-za del hermoso corcel, que piafaba13 resoplan-do un aliento cálido y húmedo. Al inclinarse dó-cil ante ella, la oceánide no sospechó, ni dudóen subirse inocente a su lomo; Cronos, de re-pente, se lanzó a un salvaje galope hasta llegara un lugar apartado, donde la poseyó entre re-linchos con brutalidad desahogante. De estemodo fue engendrado el centauro Quirón. Lamitad inferior de su cuerpo conserva la formaadoptada por el padre para su alumbramiento.Mitad caballo y mitad hombre, su inteligencialogra dominar, pese a todo, los violentos instin-tos de su media naturaleza animal. Ésta, a su vez,confiere una fuerza sobrehumana a los dictadosde su mente juiciosa y magnánima. Quirón, hijode Fílira, habitará los frondosos bosques del

11 oceánide:hija de Océano.

12 libidinoso:que provoca o

experimentaapetito sexual.

13 piafar:lanzar patadas

o escarbar en latierra el caballocon las pezuñas

delanteras,como muestrade inquietud.

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monte Pelión*, adonde acudirán con el tiempolos más ilustres héroes para ser educados por suprudente sensatez y su inteligencia natural.

De Océano y Tetis nacieron la dulce Eurínomey la solemne Estigia, la más importante de todas,y así hasta completar las tres mil oceánides, cu-yos nombres alegran el corazón de todos aque-llos que habitan junto a sus riberas. Tetis enton-ces se retiró a la que sería su eterna morada, enel extremo occidental del mundo, en la regióndonde cada atardecer el sol concluye su curso.

El enorme Taumante, hijo de Ponto y Gea, que-dó prendado de los encantos de la oceánideElectra y, raptándola, engendró en ella a la ve-loz Iris, destinada a ser mensajera de ilustres dio-sas, y a las Harpías. Tres eran igualmente las har-pías: Aelo, Ocípete y Celeno. Sólo con verlas, sete erizarían los pelos. A pesar de su rostro de mu-jer y su melosa voz humana, tienen el cuerpo ylas extremidades de ave rapaz. Un oscuro plu-maje de grueso cañón las recubre. Sus patas ter-minan en garras de uñas retorcidas y afiladísi-mas. Con amplias alas, batiendo el aire, compitencon las ráfagas de viento y las más veloces aves.Disfrutarán raptando niños y todo tipo de cria-turas inocentes.

Vio Nereo, el Viejo del Mar, a la oceánide Dó-ride nadando en sus aguas y desde entonces laamó en su corazón. Sentado en su palacio de co-lumnas de nácar y alfombras de coral, desde latransparencia celeste de su morada, la anhelabaen lo más profundo de sí. Logró persuadir a la

* Impresionante cadena montañosa de la región de Tesalia,junto a la actual bahía de Volos. En sus faldas se encontra-ba la antigua ciudad de Yolco, de donde partiría la expe-dición de los argonautas. Sus frondosos bosques y la pre-sencia constante del mar al fondo encendieron la imaginaciónpoética de los antiguos griegos, convirtiéndola en escena-rio de numerosos sucesos mitológicos. 105

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diosa su respeto enamorado, y la hizo suya. Deambos nacieron las cincuenta nereidas14, jóveneshermosísimas que habitaron el palacio de su pa-dre. Sentadas cada una en su trono de oro, hila-ban y tejían preciosos velos de espuma, mientrasentonaban unánimes susurrantes melodías. Cuan-do no nadaban entre tritones y delfines, o acu-dían a las oscuras soledades donde el vagido delas ballenas hace memoria de la dureza de laexistencia, hacían cabriolas y retozaban entre loscaballitos de mar, sus largos cabellos como he-bras de oro ondulándose en el agua, mecidas porlas olas.

El titán Hiperión amó a su hermana, la titáni-de Tía. Su amor fue fecundo y glorioso. Juntosengendraron a Helios, el sol, a Selene, la luna, yfinalmente a Eos, la aurora.

Helios era un joven de una magnífica belleza,sobrecogedora, en la plenitud de su virilidad. Surubia cabeza emanaba un fulgor de rayos quecaían en cascada por su espalda como una on-dulante cabellera de oro. En un carro de luz tira-do por cuatro corceles velocísimos, recorre todoslos días la inmensidad del cielo. Cada amanecer,se lanza Helios desde el país de los indios porun estrecho sendero que pasa por el centro delfirmamento. A galope tendido alcanza las alturasy cubre la ruta que lo lleva del oriente al po-niente, donde, cada atardecer, concluido el cir-cuito, baña a sus caballos fatigados y resoplan-tes, todo sudorosos y tensos de energía, en lasaguas de Océano. Él entonces se retira a su pa-lacio de oro, del que volverá a partir de madru-gada. Precisamente en aquel palacio amó a laoceánide Perseis y ésta, con el tiempo, le dio hi-jos ilustres, pero mortales todos ellos: la hechi-cera Circe, el bárbaro rey Eetes, Pasífae, hijos en-cendidos por la pasión que abrasa en el corazónde su padre. Helios, majestuoso y magnánimo,

14 nereida: hijade Nereo.

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cumplía su tarea de luminaria vivificante. Pero,aunque nadie pudiera figurárselo, tal es la sere-nidad que su rostro ofrece al mundo, un pro-fundo dolor late en su pecho, la memoria de unhijo desgraciado. En efecto, un arrebato lo hizoamar en secreto a la oceánide Clímene, con laque tuvo siete hijas, las helíades15, y un hijo detriste memoria, Faetón.

Selene, no menos hermosa que su hermano, sibien velada por un recato espectral, recorre losamplios espacios estrellados de la noche sobreun carro de plata tirado por dos airosos caballosalbos. Sus brazos blancos como el alabastro losdirigen con maestría al trote sereno de las con-fidencias y los secretos últimos. Su augusto man-to de luz opaca tiende sobre los espíritus fatiga-dos un refugio de misteriosa quietud. Desde laoscura soledad del firmamento, su palidez decera ilumina el alma del mundo con reflejos deenigmática intimidad.

Su hermana Eos irrumpe al alba para abrir consus delicados dedos de rosa las puertas del cie-lo al carro del sol. Sus mejillas color cereza inau-guran en un estallido de luz el día.

El titán Crío amó a Euribia, hija divina de Geay Ponto, y de esa unión iban a nacer el podero-so Astreo, Palante y el sabio Perses. Astreo seunió a la aurora, Eos, y juntos tuvieron ilustreshijos, los impetuosos Vientos. Zéfiro es el mayor,el suave soplo del oeste, cuya caricia despeja denubes la atmósfera, y el violento Bóreas, el fríoaquilón que desde el norte a su paso nieves ylluvias arrastra; Noto era el más joven, el ardien-te austro del sur.

La titánide Febe visitó el lecho de su hermano,el titán Ceo, y quedó preñada la diosa. De ellanacerá la ilustre Leto, destinada a ser madre dehijos sobresalientes. Pero también parió a Aste-ria, de quien se enamoró Perses, hijo de Crío y

15 helíade: hijade Helios.

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Euribia, y un día se la llevó a su espléndido pa-lacio para hacerla su esposa. Allí se entregó a ellacon una delicadeza infinita y el matrimonio tuvodescendencia. Nació la oscura Hécate, diosa noc-turna, con la que es propio congraciarse. Amigade las sombras y los escondites, Hécate fre-cuentará las encrucijadas de los caminos y los lu-gares solitarios, los despoblados, las mudas ciu-dades de los muertos. A su paso aúllan los perrosy grazna la corneja. Se estremecen las tumbas.Ella preside la magia y los embrujos. Toda he-chicería tiene en Hécate una aliada temible.

Jápeto, el titán, y la oceánide Asia tuvieron cua-tro hijos de renombre y sufrida existencia. Pro-meteo y el torpe Epimeteo* fueron hermanos in-separables. Menecio dejó claro desde la cuna sucarácter irascible. Atlas, el gran Atlas, sintió muypronto el deseo de descendencia y, uniéndose ala oceánide Pléyone, fue padre de las siete plé-yades y luego de las Hespérides, las tres ninfasdel ocaso.

Pero no podía haber alegría en el mundo. Cro-nos reinaba como un señor absoluto, intransi-gente y temerario, con una crueldad sin entra-ñas. Todos conocían el vivo sufrimiento de Rea,cada vez más intenso a medida que su esposoiba devorando uno por uno a cuantos hijos lesnacían, pero nadie se atrevía a actuar. Mucho erael miedo a las represalias del violento Cronos.Uno tras otro, fue éste tragándoselos sin el másmínimo resquemor. Sin darles apenas tiempo aabrir los ojos a la luz, los hacía de un sólo bo-cado desaparecer en su vientre, abriendo másque boca salvajes fauces. Eliminó así primero a

* Los nombres de ambos titanes sugieren ya el carácter con-trario de cada uno, siendo su significado «sensato» o «pru-dente» el del primero e «insensato», «imprudente» o «irrefle-xivo» el del segundo.108

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su hija Hestía16 y luego a Deméter17, a Hera18, alpoderoso Hades* y a Poseidón19, pues quería evi-tar a toda costa que ninguno de sus hijos osten-tase nunca su propia dignidad real entre los in-mortales. Ningún remordimiento lo perturbaba.Vivía presa de su propia obsesión destructiva.Siempre al acecho, temiendo un engaño de su es-posa o cualquier intento de derrocamiento. De na-die se fiaba. Tenía muertos los sentimientos. Un

* Propiamente el nombre corresponde al lugar donde re-posan las almas de los muertos. Por temor a invocar al pro-pio dios, nombrándolo, se le designaba con el nombre desus dominios, cuando no se utilizaban eufemismos como«Plutón» –literalmente, «rico»–, pues se consideraba que enel seno de la tierra, donde se encontraba el Hades, estabael origen de toda riqueza; allí es donde duerme la semillaantes de germinar y dar frutos, allí es donde espera el mi-neral la mano del hombre que lo haga herramienta o ar-tículo.

16 Hestía:equivalente a laVesta latina.

17 Deméter:recibirá entrelos latinos elnombre deCeres.

18 Hera: no esotra que la Junolatina.

19 Poseidón: sunombre latinoes Neptuno.

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Saturno devorando a sushijos, Francisco de Goya(Museo del Prado, Madrid).«Uno tras otro, fue éstetragándoselos sin el másmínimo resquemor. Sindarles apenas tiempo aabrir los ojos a la luz, loshacía de un solo bocadodesaparecer en su vientre,abriendo más que bocasalvajes fauces.»

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duro caparazón le cubría el alma. Rea, entre tan-to, sufría sin poder hacer nada y sin ayuda.

Estando, una vez más, embarazada Rea, aquien algunos llaman Cibeles, abrazaba su vien-tre con ambas manos y lloraba en su corazón.Su amargura terminó conmoviendo a su madre,Gea, que acudió en su consuelo. Pero no habíaconsuelo posible, ni esperanza, para el hijo quellevaba dentro. Gea pronunció oscuras palabrasde resignación. No cabía alegría en el mundo.Fue entonces la propia Gea a hablar con Urano,y éste vio al fin con satisfacción la posibilidadde aplacar su sed de venganza contra su propiohijo.

«Te irás a Creta y allí, oculta, parirás en secre-to. Zeus20 será su nombre, el más ilustre entrelos inmortales, pues está llamado a establecer unnuevo orden en el mundo, tras suceder a su pa-dre, Cronos, y aplacar así a las Erinias, que cla-man venganza por su impía acción contra mí,Urano, su propio padre. No le tengo ningúnaprecio. Ve, hija mía, y usa el engaño.»

Rea partió reconfortada por las palabras de supadre Urano y, al llegar el momento del parto,se retiró a los montes de Creta. Allí, en la espe-sura de los frondosos boscajes del monte Ida,sintió los primeros dolores anunciando el inmi-nente alumbramiento. Pugnabas ya por nacer,niño Zeus, y tu madre se tendió al pie de unaencina centenaria y te trajo al mundo. La nochequedó como suspensa en un silencio reverente.Tu madre buscaba una corriente de agua dondelavar tu cuerpecito, pero entonces no corrían to-davía por el Ida los ríos que luego le han dadorenombre. Rea temía que llorases y tu llanto pu-diera despertar las sospechas de tu padre Cro-nos, mientras buscaba en vano una fuente o unarroyo. Enérgica alzó el cetro y con vigoroso bra-zo golpeó una roca enorme, que instantánea-

20 Zeus:llamado por loslatinos Júpiter.

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mente se partió en dos, dejando brotar un abun-dante caño de agua. Tú, con ojitos impacientes,veías por primera vez las estrellas en el firma-mento y las robustas ramas de las encinas alum-bradas por el pálido reflejo de la luna. Tu madrelavó con diligencia tu pequeño cuerpo en la co-rriente, Zeus celestial, y lo cubrió con pañales.Entonces te confió al cuidado de la ninfa Amal-tea, padre Zeus, y, sin pérdida de tiempo, en-volvió una gran piedra en los mismos pañosmanchados por la sangre del feliz parto y seapresuró a acudir en presencia de su esposo Cro-nos, quien, satisfecho, sonrió con mirada mali-ciosa y, agarrando bruscamente el envoltorio, apunto estuvo de descubrir la verdad, se lo tragóde un solo bocado, poderoso Zeus, sin sospe-char el engaño.

En el interior de una gruta te crió, padre Zeus,la paciente Amaltea. De ella aprendiste el origendel mundo y todo lo que en él habita. Con la le-che de una enorme cabra te amamantó. Sonreíaembelesada cada vez que te veía beber conaquella voracidad directamente de la ubre delanimal, el líquido blanco te desbordaba la bocay chorreaba por tus mofletes. Cuando la nochete atemorizaba y los silbidos de los búhos o losaullidos de los lobos te hacían llorar, los curetesinventaron una ruidosa danza guerrera, con unestruendoso entrechocar de lanzas y escudos,con algarabía de gritos y patadas, para que el rui-do ahogase tu llanto y así tu padre Cronos nopudiera descubrirte. Entre tanto ibas creciendo,lozano y robusto, alimentado por la miel que lasabejas del monte Ida destilaban para tu sustentoy la sabrosa leche de la cabra. ¿Recuerdas, mag-nánimo Zeus, cuando con tus juegos de niño lepartiste sin querer un cuerno al pobre animal?Pero ya entonces tu pecho albergaba buenos pro-pósitos y, agradecido, se lo regalaste a Amaltea 111

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con la promesa de que aquella cornucopia, ocuerno de la abundancia, se le llenaría siemprede todo aquello que deseara o necesitase. La po-bre cabra llegó a vieja, tú la veías renquear porel monte, apurando sus últimas fuerzas. Su estó-mago apenas si admitía ya alimento. Decrépitamurió y tú, vigoroso adolescente ya, no olvidastesu lealtad. Para eterna gloria del animal, lo deso-llaste y con la piel curtida fabricaste tu famosoescudo, la égida que te haría invencible, temidopor unos y respetado por otros, Zeus inmortal.

Pues no era su destino una vida común y apar-tada. Desde el primer momento, su mente habíaconfigurado el imperio de su voluntad, una vo-luntad de regir el mundo con patrones de armo-nía y justicia que desterraran de él, en lo posible,la violencia gratuita y la impunidad. Cuando sin-tió dentro de sí el vigor suficiente para enfrentar-se a su padre, Zeus visitó a Gea, quien le acon-sejó que acudiera a la oceánide Metis. Encarnaciónde la prudencia que debe regir todo pensamien-to, ésta escuchó a Zeus y aprobó sus intenciones.Con juiciosas recomendaciones, le confió el se-creto de una hierba que crece al borde de losacantilados. Con ella haría vomitar a su padre Cro-nos los hijos que, engullidos en su estómago, se-guían padeciendo. Nunca olvidaría Zeus aquellaprueba de afecto. En lo más profundo de su co-razón, nació un sentimiento de gratitud que en-noblecería en adelante todas sus acciones. Se des-pidió de Metis con ánimo emprendedor y entregóa su madre la poción preparada con las hierbasque la oceánide le había indicado. Rea advirtió in-mediatamente la gravedad del momento. Estabagozosa en lo más íntimo, a pesar del temor a loarriesgado de la empresa. Convencer al descon-fiado Cronos de los beneficios de aquel bebedi-zo no fue tarea fácil. El titán, sin embargo, termi-nó escuchando a su esposa y bebiéndose lo que112

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él creía una pócima robustecedora. Ésta no tardóen hacerle efecto. Todo su estómago comenzó aretorcerse con violentas contracciones. Un inten-so dolor como un desgarrón le ardía en las en-trañas. Entre arcadas bestiales, Cronos fue vomi-tando uno por uno a los hijos que antes habíadevorado. Hestía fue la primera en volver a pisarla tierra. Y tras ella irían saliendo por las faucesconvulsas del titán sus restantes hermanos, la au-gusta Hera, la nutricia Deméter, el corpulento Po-seidón y el sañudo Hades. Todos ellos cayeron atierra con un grito de júbilo y, sin tardanza, acu-dieron a la llamada de Zeus, que los invocaba des-de la cima del monte Olimpo. El encuentro col-mó sus espíritus de gozo y esperanza y fue selladocon un juramento de lealtad. Cronos seguía re-volcándose por el suelo, angustiado por las vio-lentas sacudidas de su estómago. Rea se retiró aFrigia*, donde, bajo el nombre de Cibeles, vivióuna existencia apartada.

Las crestas del Olimpo se yerguen majestuosassobre un mar de nubes como de blanco algodón.Bajo ellas se extiende una perenne bruma ceni-cienta e inquietante, enredándose en su pleamarentre los recios troncos de los pinares; nievesperpetuas cubren la tierra. Pero a través de esatechumbre de nubes sobresalen las airosas cum-bres donde habitarán los dioses siempre felices.Allí reina una paz radiante e imperturbable. Eseaire transparente y luminoso jamás se ve altera-do por la lluvia o la nieve. Ni siquiera el más sua-ve viento amenaza la paz del Olimpo**. Un fir-

* Antigua región de la actual Anatolia, en Asia Menor, sucentro lo ocupa el valle del Sangario, situado al este de Ca-ria.** Este nombre designa a veces el monte más elevado de Gre-cia (2.917 metros de altitud), situado entre las regiones de Te-salia y Macedonia; a veces es la residencia de los dioses, en lu-gar indeterminado, cuando no en el propio cielo. 113

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mamento azul sonríe a la blancura esplendoro-sa del sol. Desde allí hizo Zeus una llamada a losrestantes dioses. Se trataba de derrocar al des-pótico Cronos, librar al mundo de su furor des-tructivo. Zeus proclamó que a ninguno de losdioses que combatiera a su lado contra el mástemible de los titanes se le mermarían en el fu-turo honores. Por el contrario, cada uno conser-varía siempre su rango entre los inmortales. Y sialguno hubiera sido deshonrado y privado dedignidad por la crueldad de Cronos, tras la vic-toria accedería al rango y atributos que le son le-gítimos. No todos los dioses, sin embargo, acu-dieron igualmente. La oceánide Estigia fue laprimera en presentarse ante Zeus. Éste contem-pló el arrojo en la mirada de la diosa y sonrióasintiendo. Océano, que en todo momento sehabía mantenido apartado de Cronos, pues abo-rrecía su comportamiento, no dudó en sumarsea los ilustres olímpicos. Helios igualmente sepuso de su parte. Y otro tanto hizo Prometeo, apesar de que su padre Jápeto, junto con sus her-manos Atlas y Menecio, tozudos y ciegos los tres,tomaron partido por el tiránico Cronos. Igual queHiperión, en apoyo de sus hermanos los titanes.Desde el monte Otris* éstos, desde el OlimpoZeus y sus aliados, rompieron hostilidades y co-menzó una sangrienta guerra, la primera de to-das, en la que cada bando buscaba la destruc-ción del contrario.

Fabulosas rocas eran usadas como armas arro-jadizas. Toda la tierra resonó con los bestialesimpactos y el salvaje grito de guerra. Los pro-yectiles cruzaban silbando la llanura en una y otradirección. Chispas como puños estallaban al cho-car una enorme piedra lanzada por al aire con-tra la firme montaña, cráteres colosales abrían los

* Monte de la región de Tesalia.114

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peñascos al golpear la tierra blanda. Diez añosduraron los brutales combates. Titanes y olímpi-cos se tendían cruentas emboscadas, pero lasfuerzas estaban tan igualadas que ninguna es-tratagema conducía a una victoria definitiva. En-tre tanto, Zeus descubrió el alimento de la eter-na juventud, el dulce néctar y la fresca ambrosía, unreconfortante aguamiel. Cuando repartió entresus filas aquel alimento, en todos ellos nació unrenovado vigor y una ardiente pasión que hizola lucha más encarnizada. El cansancio y la de-sazón, sin embargo, comenzaron a hacer mellaentre los combatientes, aunque la furia por ven-cer al otro mantenía encendida la llama del va-lor. Diez años llevaban ya contendiendo cuandoZeus tomó la determinación de ir a solicitar elconsejo de Gea. Ésta pronunció oscuras palabras,transmitía oráculos pronunciados al principio delos tiempos. Sólo con la ayuda de los hijos deUrano lograría la victoria definitiva sobre su pa-dre Cronos. Zeus se puso en camino inmediata-mente. Emprendió un arriesgado viaje al interiorde la tierra, hasta las profundidades del Tártaro,donde los cíclopes y los hecatonquiros habíanpermanecido encerrados desde su nacimiento.En agradecimiento a su liberación, decidieronaliarse con los olímpicos, acometiendo la luchacomo propia.

Tras un primer instante de pavor, a la vista desus figuras monstruosas, cien brazos y cincuen-ta cabezas tenía cada uno de los tres hecaton-quiros, un solo ojo en la frente a pesar de su cor-pulencia e inmensas proporciones los cíclopes,fueron éstos recibidos por los olímpicos con en-tusiasmo. Rápidamente pusieron los industriososcíclopes manos a la obra y forjaron para sus alia-dos las armas que les habrían de ser propias enaquella lucha y para siempre. A Zeus regalaronel rayo, el trueno y el relámpago. A Hades, un 115

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casco empenachado que hacía invisible ante losdemás a su portador. A Poseidón, el duro tri-dente, con él podía sacudir tierra y mar provo-cando violentos terremotos. Así pertrechados,reanudaron un combate que ya no ofreció tre-gua. Los titanes se reafirmaron en sus posicio-nes. Con fanfarronería provocativa, hacían os-tentación del poder de sus brazos arrancando deraíz enormes rocas que alzaban sobre sus cabe-zas. Pero Zeus y sus hermanos fueron acorra-lándolos con violencia desatada. Desde su raízvibró el elevado Olimpo bajo los pesados pies ala carrera. Toda la tierra retumbó con gran es-truendo y todo el mar resonó azotando los acan-tilados con olas colosales. Hasta las profundida-des últimas del tenebroso Tártaro llegaba laviolenta sacudida de las pisadas. Al frente ibaZeus, radiante, encendido de bélico furor. Susentrañas se llenaron de cólera y con una fuerzainaudita comenzó a disparar rayos y truenos queensordecían los oídos y destrozaban todo a supaso. Poseidón sacudía con el tridente las posi-ciones enemigas, haciendo tambalearse el suelobajo sus pies. Hades, invisible bajo el casco, aco-metía a los titanes con furia sin cuartel desde lasubicaciones más insospechadas. Zeus, a cubier-to tras la égida, avanzaba lanzando sin pausa ra-yos y truenos que no dejaban de abrir barrancosen pico e incendiar los atrincheramientos con-trarios. La tierra entera fue un incendio, un cru-jir fragoroso provocaba el fuego en los bosquesen llamas, borboteaban todas las corrientes delOcéano, hervía el mar. El tridente de Poseidónsacudía con rabia al mundo produciendo terre-motos devastadores. En la vanguardia, los heca-tonquiros marchaban imparables arrojando sinrespiro trescientas rocas cada vez, una con cadauno de sus cien brazos. Con salvajes aullidos,desatada la furia acumulada por tantos años de116

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encierro, fueron cubriendo de rocas a los titaneshasta sepultarlos completamente. Imposibilitadosbajo aquella mole de peñascos, no pudieron hacernada cuando Gea se abrió en dos para hundirlosdefinitivamente en el Tártaro. Rápidamente los cí-clopes construyeron en torno a las víctimas ungrueso muro de bronce y una techumbre de trescapas de gigantescas rocas. Poseidón selló su cár-cel con candados de hierro. No había salida posi-ble. Pero Zeus encargó, sin embargo, a los heca-tonquiros su perpetua custodia. Todavía humeabael mundo tras los combates, sólo se oía el chas-quido de las brasas extinguiéndose, cuando Zeusencontró a Atlas en su escondite y le impusocomo castigo la obligación de sostener eterna-mente sobre sus hombros el vasto cielo, allá enlos confines de la tierra.

Una vez eliminado Cronos, Zeus victorioso pro-clamó un nuevo reinado presidido por la justiciay basado en la convivencia, bajo el patronazgode dioses dotados de prerrogativas inviolables.Erguido cuan grande era, no olvidó honrar aquien fuese la primera en atender a su llamada,la oceánide Estigia, otorgándole el privilegio deser en su nombre, vertiendo sus aguas, como losdioses en adelante realizasen sus juramentos. Ele-vó el juramento al rango principal, proclamán-dolo, junto con la hospitalidad, compromiso sa-grado. Cada vez que una rencilla o una disputaentre los inmortales atente contra la verdad, elpropio Zeus enviará a Iris al palacio de la so-lemne Estigia y la divina mensajera volverá deallí con una copa de oro llena del agua heladade la oceánide. Aquel de los dioses que, al de-rramar el agua sagrada mientras pronuncia el ju-ramento, cometa perjurio, inmediatamente cae-rá debilitado, sus miembros exangües, sin aliento,y así permanecerá durante un año, tendido porel suelo, sin respiración, sin fuerzas, imposibili- 117

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tado, sin voz y sin alimento, embargado por unpesado sopor. Transcurrido este tiempo, aún lequedará la prueba más dura, permanecer durantenueve años apartado de la compañía de los dio-ses, sirviendo como esclavo, sin participar de lasasambleas en las que, a partir de este momento,se habrán de resolver por consenso los litigios yse tomarán las decisiones trascendentales, sin to-mar parte en los banquetes, donde el néctar y laambrosía reavivan su eterna juventud, apartadode sus risas festivas y su felicidad inmaculada.

De este modo inaugurada la nueva era olímpi-ca, los tres hermanos decidieron repartirse a suer-tes el reinado del mundo, y así lo hicieron. Tocóa Zeus el dominio de los cielos y todo lo que laluz alcanza, proclamado padre de los dioses y detodas las criaturas. A Poseidón correspondió elmar. A Hades, que en adelante sería también lla-mado Plutón, correspondió reinar sobre las re-giones subterráneas, en el tenebroso poniente,allá adonde van a reposar las almas de los quemueren. Hades se llamó también esta región, don-de las sombras de los que un día vivieron acce-den al olvido. La tierra quedó como espacio neu-tral. El pacto fue solemnemente sellado mediantejuramento en las cimas del Olimpo.

Veíase al inteligente Prometeo meditando mien-tras paseaba por el valle. Con las manos agarra-das a la espalda, gacha la cabeza, caminaba len-tamente, dando pequeñas patadas a los terronesdel suelo o a las piedras de río, pulidas y redon-deadas. Su mente iba hilando un pensamiento conotro. Sobre la tristeza de la memoria, acosada porlas imágenes de crueldad y violencia vividas du-rante la guerra contra los titanes, despuntaba unatenue sonrisa que le dulcificaba el gesto. Sin ha-cer partícipe a nadie de sus proyectos, se acucli-lló en una postura cómoda y comenzó a mezclar118

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tierra con agua para hacer barro. Con maestría,fue modelando pequeñas figuras que reproducíanlas formas y los rasgos de los dioses. Intentó do-tarlos de su misma belleza; pero, al verlos frentea sí, con sus ojos inanimados, sus bocas sin ha-bla, rígidos y duros, comprendió que carecían dealma y del aliento de la vida. Sólo eran pequeñasfiguras inertes. En medio de un mundo rebosan-te de energía, esos pequeños seres tan semejan-tes a los dioses parecían querer arrancar a andar,moverse y emitir ruidos, tocar, ver, sentir. Cogióuno y lo miró a los ojos, unos ojos inexpresivosy ausentes. Sonrió enternecido. Lo acercó a suboca e, insuflándole mediante un soplo la vida,formó al hombre.

Epimeteo despertó al fin de una agradable sies-ta a la sombra de la higuera y vio a su hermanoenfrascado en una tarea que no entendía y tam-poco hizo nada por entender. Prometeo, muchomás industrioso y reflexivo que él, siempre an-daba por ahí ideando cosas, de las que Epime-teo raramente participaba. Aunque carecía de ini-ciativa, tampoco sentía rivalidad alguna contrasu hermano. Epimeteo actuaba atolondrada-mente, a impulsos repentinos de voluntad. Ter-minó de desperezarse con un bostezo y echó lavista a lo lejos. Entonces recordó el encargo deZeus, repartir entre los seres vivos los dones queles permitieran sobrevivir, defendiéndose del ata-que o atacando ellos mismos. Y así fue distribu-yendo a unos la fuerza y a otros la velocidad, elvalor a unos y la astucia a otros, proveyó de fuer-tes zarpas al león y al águila de garras afiladas,dio a la liebre la rapidez en la huida y al cama-león la capacidad de camuflarse, el tiburón tuvocolmillos como puñales y veneno el escorpión,tuvieron un caparazón a cuestas las tortugas ylas cabras pezuñas con que escalar. Cuando Pro-meteo terminó de hacer al hombre, su hermano 119

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había gastado ya todos los dones en los anima-les, de modo que nada quedaba para que estenuevo ser pudiera salir airoso en su lucha porsobrevivir.

Prometeo miró a las criaturas que había crea-do y las vio tan indefensas en medio de un mun-do tan peligroso que sintió una profunda com-pasión por los hombres. Tenían ojos, pero nosabían mirar. Tenían oídos, pero no discernían.Les faltaba la luz del entendimiento. Las hormi-gas eran diestras constructoras de galerías sub-terráneas en las que vivir y reproducirse a buenresguardo. Las abejas eran expertas en la cons-trucción de panales, dentro de los cuales se dis-tribuían sus habitantes, formando sociedadesdesarrolladas. Pero el hombre no sabía cómo le-vantar una casa, excavar una cueva. No conocíala sucesión de las estaciones, ni el cultivo de latierra. Huía despavorido ante el rayo y el grani-zo. Lo desconcertaban, cuando no despertabanen él un ciego terror, las mareas, volcanes y eclip-ses. La ignorancia los hacía desconfiados y agre-sivos. Se temían unos a otros, sin reconocerseentre sí, viviendo aislados, presa de un pánicoatroz. Y Prometeo decidió hacerlos partícipes delfuego sagrado de los dioses. Marchó hacia po-niente y, ya junto a Océano, encontró el carrode Helios, que volvía encendido de gloria decompletar su circuito. Tras prender una tea en larueda del sol, corrió a entregar el fuego a loshombres. Les enseñó a cocinar el alimento y adefenderse del frío y del ataque de otros anima-les con hogueras. Les enseñó los rudimentos dela civilización y el fuego vivo de la palabra. Lesenseñó a convivir en sociedades y a estudiar conotros ojos su entorno, para conocerlo y recono-cerse a sí mismos en cuanto los rodea.

Zeus estaba irritado. No comprendía las inten-ciones de Prometeo al hacer tan fuertes a esos120

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seres, dotándolos de razón. Tomó como unaafrenta personal la entrega del fuego a los hom-bres. Su máximo temor: que éstos llegasen a sertan poderosos que se volviesen soberbios y arro-gantes e intentasen atentar contra los dioses. Pro-meteo salió en su defensa. En adelante, seríanlos hombres quienes les proporcionasen el ali-mento. De cada animal sacrificado, una parte se-ría para los siempre felices y el resto quedaríapara ellos. Los hombres venerarían a los dioses,guardándoles respeto y lealtad, y éstos a su vezlos ampararían con su justicia y su patronazgo alfrente de cada comunidad, creando así un nue-vo equilibrio. Zeus aceptó aquel pacto.

En el valle de Mecona, Prometeo selló medianteun sacrificio ritual las relaciones entre los diosesy los humanos. Sobre un altar de piedra, el titánmató con gran solemnidad un buey. Lo descuar-tizó, separando todas sus partes. Luego lo repar-tió en dos lotes. A un lado puso la carne y las vís-ceras del animal, al otro los huesos junto con lagrasa y el pellejo. Entonces llamó a Zeus para queescogiese la mitad del animal que en adelante lecorrespondería en cada sacrificio. Cada uno delos que se celebrase renovaría el pacto de amis-tad y convivencia entre dioses y hombres. Zeusmiró detenidamente ambos lotes y dudó. A unlado, se veían tajadas de carne sanguinolenta en-tre las entrañas del animal. Al otro, la piel repro-ducía perfectamente sobre la estructura ósea suforma primitiva, dejando asomar una buena capade blanca grasa. El padre de hombres y diosesescogió este último, dándose cuenta demasiadotarde del engaño, pues bajo juramento había ele-gido para sí la peor parte, un montón de huesosenvueltos en grasa y pellejo. Su cólera fue infini-ta. La rabia de verse burlado se apoderó de él y,quitándoles de nuevo el fuego a los hombres, noquiso saber más de ellos. Se volvió al Olimpo. 121

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Fueron tiempos terribles. Los hombres, inde-fensos, corrieron despavoridos a refugiarse en laprofundidad de oscuras grutas. Allí el frío y elmiedo los tenían agazapados, temblorosos, en-trechocando diente con diente. No se atrevían asalir a plena luz del día y exponerse así a los ata-ques de las fieras, ni mucho menos cuando laopaca claridad de la luna hacía del mundo unafantasmagoría engañosa. La tristeza se apoderóde sus almas, en medio de una existencia casisalvaje, sin fuego para cocinar los alimentos, ti-ritando de frío. De nada les valían los conoci-mientos aportados por Prometeo, faltos de losrecursos imprescindibles para enfrentarse al mun-do. No sabían cómo luchar contra el hambre,contra la superioridad manifiesta de los demásanimales. El terror al presente y la apatía frenteal futuro amenazaban con la extinción del hom-bre sobre la faz de la tierra. Prometeo, una vezmás, tuvo compasión de ellos y, en un descuidode los dioses, entró en el Olimpo. Se acercó sinllamar la atención hasta el hogar sagrado. Allí lesrobó unas chispas del fuego divino, que encerróen el interior hueco de una caña, y las llevó todolo rápido que pudo a la tierra. Cuando Zeus, des-de las cumbres de su majestuosa sede, vio brillarcon inequívoco resplandor las primeras hogue-ras y escuchó el júbilo desatado por la recupera-ción del fuego, se sintió herido en su autoridady profundamente irritado en su corazón por elrobo. Ideó entonces un castigo soberbio tantopara los hombres como para su benefactor.

Mandó sujetar con fuertes grilletes a Prometeoen la roca más alta del Cáucaso. Allí, desnudoentre crestas siempre cubiertas de nieve helada,encadenado a la dura piedra, permanecería pre-so por los siglos de los siglos, sin que nadie lo-grara mover el corazón de Zeus a la clemencia.Pero no apaciguaba ese castigo totalmente su ira122

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y envió una enorme águila que día tras día iríadevorando a picotazos el hígado del titán. El pa-dre de los dioses, en su infinita sed de vengan-za, hizo que cada noche se le regenerase el hí-gado para volver a servir de pasto al alba a lavoracidad del águila, convirtiendo así en eternoel suplicio.

En cuanto a los hombres, Zeus sonrió maqui-nando una tortuosa venganza. Encargó a los dio-ses la creación de una hermosa calamidad, la mu-jer*. Tras modelar en arcilla una figura de bellezasólo comparable a la perfección de Afrodita, todaslas diosas y dioses la revistieron y adornaron consus dones particulares. Bajo su delicada hermosu-ra, alentaba la seducción, la desvergüenza, el en-gaño. Si sus encantos la hacían irresistible, no me-nos imperioso resultaba su poder de persuasión.Hábil e industriosa la hicieron, pero también tai-mada y pendenciera. Su gracia y su voluptuosidadsólo eran comparables a su afán de medrar y a sucapacidad para emplear todo tipo de tretas hastasatisfacer su capricho. Su piel olía a violetas y arra-yán. Su mirada desnudaba como la luna al posar-se en el lago. Sus dedos sabían despertar los másintensos goces dormidos bajo la piel. Rencorosa yvengativa la hicieron. Tan indefensa físicamentecomo poderosa en su capacidad de imaginación.Una vez terminada, la vistieron y perfumaron, laadornaron con joyas exquisitas, las propias diosastrenzaron sus cabellos en complicados bucles. Lallamaron Pandora y, entregándole una caja, la en-vió Zeus al mundo.

Llegó Pandora a la tierra mientras Epimeteodescansaba de sus tareas rutinarias. Fuera quizás

* Como en la mayoría de las culturas mediterráneas, inclu-so hasta tiempos recientes, la mujer es vista como maldi-ción o castigo, lo que servía de justificación para la acen-tuada misoginia de estas civilizaciones. 123

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el calorcillo del mediodía o el instinto sensualdel titán, y a pesar de que su hermano Prome-teo le aconsejara una y otra vez no aceptar nin-gún regalo de Zeus, desconfiar de sus obsequios,Epimeteo vio a Pandora y fue inmediatamentearrebatado por un deseo imperioso de poseerlay hacerla para siempre suya. Se unieron ambosen una existencia terrena y rutinaria, en la quela mujer aportaba la esencia ambivalente de ladivinidad al comportamiento irreflexivo de Epi-meteo. Pandora, sin embargo, vivía en un per-manente estado de tristeza. Se sabía portadoradel mal que podría acarrear la desgracia a loshombres. A pesar de haberle advertido que nun-ca abriese aquella caja, Epimeteo mostraba unacuriosidad insensata por conocer su contenido.Se refrenaba ante Pandora, pero en secreto ardíaen deseos de averiguar qué era aquello tan ce-losamente guardado. Un día, en un descuido,alzó ligeramente la tapa. De repente, todos losmales allí encerrados se desparramaron a todavelocidad por el mundo: la enfermedad, el cri-men, las plagas, la envidia, las catástrofes, la gue-rra, la muerte, todos los males se instalaron en-tre los hombres. Para cuando Pandora quisodarse cuenta de lo ocurrido y volver a cerrar latapa con un gesto violento de reproche, sóloquedaba allí dentro la esperanza, que así quedóencerrada para siempre en el interior del nefas-to regalo de Zeus, la caja de Pandora.

Una vez instalados los poderosos Olímpicos ensus respectivos dominios, Hestía, desoyendo elfervoroso cortejo de Poseidón, pidió a Zeus lagracia de preservar para siempre su virginidad,como celosa guardiana del hogar, viviendo unavida de recogimiento y silencio en sus mansio-nes del Olimpo; Deméter, diosa augusta del tri-go, del alimento que la tierra hace brotar y apor-124

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ta el sustento a los cuerpos fatigados de los hom-bres, ocupó su sitial preeminente entre los olím-picos, y junto a ella su hermana Hera, de ojos re-dondos y oscuros; Poseidón ocupó su palacio deoro y marfil en las azuladas aguas del mar, sóloabandonado para acudir en su carro tirado por tri-tones marinos a las asambleas y alegres festinescelebrados por los dioses en las cumbres del Olim-po; Hades se instaló en las oscuras regiones in-fernales, donde las almas de los muertos alcanzanel reposo y el grano duerme hasta su resurreccióncomo espiga, donde la abundancia de los meta-les espera en sueño inerte la mano que los ex-traiga para convertirlos en herramienta, y por elloes también llamado Plutón, señor de todas las ri-quezas; Zeus entonces quiso inaugurar su reina-do con un acto simbólico de gran trascendenciapara el universo habitado y desposó a la oceáni-de Metis, encarnación de la prudencia que deberegir todo pensamiento y todo dictamen.

Zeus se sentía satisfecho de todas sus acciones.Vigilante de la justicia equitativa, protector delextranjero que hasta un portal desconocido vie-ne pidiendo cobijo, santificando con ello el donde la hospitalidad, permanecía sentado en su tro-no coronando el mundo, a cada lado una alfor-ja, repleta de males una, de bondades la otra,con cada mano iba haciendo llover alternativa-mente de una y otra alforja sobre los destinos delos mortales. El humo de los sacrificios ascendíahasta el Olimpo en columnas que sellaban supacto de convivencia y respeto mutuo.

Metis se hallaba encinta del padre de los dio-ses y los hombres. El carro de Helios traía cadadía la bendición de la luz sobre valles y monta-ñas, ríos y lagos. El arco de Eros encendía indis-criminadamente los corazones, Afrodita les dabala fuerza de la voluptuosidad y el coraje del de-seo. Cuando el fuego del sol requemaba la tie- 125

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rra y sus pastos, Zeus llovía con generosa pro-digalidad.

Sin embargo, no todo eran felices augurios paraZeus. Un día acudió junto a la arcana Gea y éstalo puso sobre aviso. Antiquísimos oráculos anun-ciaban que, tras el nacimiento de la anunciadahija, un hijo fruto de la unión de Zeus y Metis sealzaría contra su padre, tal como éste había he-cho contra el suyo, destronándolo. Las arrugasde la preocupación ensombrecieron el ceño deZeus, que meditaba esas terribles palabras. Lasleyes inflexibles del destino condicionan desdeel ser más miserable e insignificante hasta el másencumbrado, glorioso Zeus, sometido al dilemaentre su deseo y la férrea determinación deloráculo. Fue la propia Gea quien le aconsejó,para evitar el cumplimiento del vaticinio, que setragase a Metis junto con la hija que crecía en suseno. Y así lo hizo. La hija de ambos continuósu gestación en la cabeza de Zeus.

Transcurrido el tiempo conveniente, los dolo-res del parto hicieron presa de su mente, mien-tras se retorcía bajo la presión de esa presenciapujante bajo su cráneo. Acudió a Prometeo, cuan-do todavía éste gozaba de su favor, y le pidióque de un hachazo le abriese la cabeza. No dudóni se intimidó el titán por la orden del dios su-premo. Alzando el hacha con ambas manos,asestó con todas sus fuerzas un golpe seco so-bre su cabeza, por cuya herida surgió una jovencompletamente armada de pies a cabeza, la lan-za en una mano y en la otra el escudo; posadaen el hombro de la diosa, una lechuza mirabacon sus ojos redondos el mundo. Nada más na-cer, Atenea21 profirió un grito de guerra que re-sonó como un látigo en el cielo y en la tierra. Susojos azules irradiaban un brillo estremecedor deinteligencia. Su pelo rubio asomaba bajo el cas-co. Todos los dioses quedaron maravillados ante

21 Atenea:equivalente de

la Minervalatina.

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esta aparición prodigiosa, cuya mirada despeja-ba el cielo y llenaba de vigor el espíritu de losque la veneraban. Atenea, nacida de la cabezade Zeus, aplicó su inteligencia al valor guerreroy al esfuerzo civilizador, patrocinando la tácticay la estrategia, así como la habilidad que poneal servicio del hombre juicioso y reflexivo los ins-trumentos de su propio desarrollo material. A pe-sar de su figura femenina, se complace en lacompañía de los hombres cuyo valor anda pa-rejo con su eficacia en el combate, protege consu presencia y apoyo especialmente a los héroesy al hombre anónimo que en su taller mejorapara los suyos las condiciones de vida, a la mu-jer que con sentimiento artístico y talante prácti-co desarrolla las técnicas del telar. Aborrece lacrueldad en el combate, el ensañamiento con lasvíctimas, la fuerza bruta y sanguinaria. Su favores el don del razonamiento, que estimula al hom-bre de acción. De acuerdo con su naturaleza, yen presencia de los restantes olímpicos, admira-dos y rendidos, pidió a su padre Zeus, nada másnacer, le fuese permitido permanecer siemprevirgen, y éste agachó sus cejas asintiendo so-lemnemente. En adelante, la llamarían tambiénPártenos*, la Virgen, y Palas, Palas Atenea, nom-bres con los que será invocada como protectorade ciudades y sostén en los esfuerzos del com-bate y las acciones heroicas de los hombres.

Junto a sí había colocado Zeus, desde el princi-pio, a la titánide Temis, como consejera en sus de-cisiones y veredictos. Encarnación divina de laequidad, de esas normas no escritas que rigen ycohesionan las relaciones entre los hombres, supresencia confería al padre de los dioses una dig-nidad indiscutible. De esa relación nacieron tres hi-

* De dicho epíteto deriva el conocido nombre de su tem-plo más famoso, el Partenón, en la Acrópolis de Atenas. 127

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jas insignes, las Horas. Ellas presidirán los ciclos dela vegetación y asegurarán el equilibrio social. Tresson las Horas, y sus nombres –Eunomia, Irene yDike– dan testimonio de su fuerza allí donde ac-túan, preservando el orden, la paz y la justicia*.

Se cuenta que, en un principio, Dike habitó en-tre los hombres. Con su juicio sereno, presidía lasrelaciones entre ellos. Atemperaba las reaccionesdemasiado violentas, distribuía los bienes con im-parcialidad, equilibraba los intereses particularesen beneficio del bien común. Los mortales goza-ban los frutos de una vida justa y desinteresada.Pero, poco a poco, la codicia fue sembrando ladiscordia. La riqueza dividió a los hombres, quecomenzaron a mirarse entre sí con desconfianza.Las armas que antes les habían servido para pro-curarse el sustento ahora se volvieron contra sussemejantes. El robo y la piratería se hicieron prác-tica habitual. El respeto pasó a ser una atenaza-dora imposición en lugar de un impulso espon-táneo. Cuando el hermano levantó el cuchillocontra el hermano y las poblaciones empezarona resolver sus conflictos con las armas, Dike, es-pantada, huyó al cielo, abandonó la tierra**. Pero

* Tal es el significado respectivo de las tres Horas: Econo-mía (orden), Irene (paz) y Dike (justicia).** Un mito, transmitido principalmente por Hesíodo y enprincipio irreconciliable tanto con la cosmogonía tradicio-nal como con el de Prometeo y Pandora, cuenta que, en unprincipio, en tiempos de Cronos, hubo una edad de oro,presidida por la justicia, donde una raza de hombres libresde penalidades, de la vejez y de la muerte, vivían como losdioses. Las razas de los hombres fueron degradándose porla violencia y el abandono de toda norma, primero en unaedad de plata, en la que aparecieron las enfermedades y lamuerte, y luego otra de bronce, presidida por guerreros vio-lentos y despiadados, que habría dado lugar a la raza de loshéroes, últimos supervivientes de aquel estado primigeniode armonía y prosperidad. En el último grado de la dege-neración, en la edad del hierro, vivían los hombres de tiem-pos históricos, los contemporáneos del propio Hesíodo.128

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no quiso desaparecer completamente de la vistade los hombres. Bajo la forma de una constela-ción, Virgo, permaneció en el firmamento comomemoria de tiempos más justos, con su apariciónseñalará el comienzo de la vendimia.

Inmediatamente después visitó Zeus a la oceá-nide Eurínome en su palacio de mármol rodea-do de oscuros cipreses junto al mar. Ésta lo aco-gió favorablemente. Bajo la luz cenicienta de unaluna grávida se amaron, los broncos mugidos deloleaje creaban un espacio de intimidad sonora asu gozosa pasión. Sobre una roca blanca, cuyasaristas habían sido pulidas por el lamido de lasolas, parió Eurínome a las Cárites, las tres Gra-cias: Aglaya, Eufrosine y Talía. Resplandecientes,magnánimas, florecientes, las tres hermanas for-maron cortejo con la diosa Afrodita. Allá dondesus pies pisaban, el entorno entero mostraba susencantos más felices, sus colores más atractivos,la delicadeza de sus formas más exquisitas. Comoun rocío bienhechor esparcen a su paso la ale-gría de lo que está vivo.

Zeus entonces sintió que debía unirse a una delas diosas de máxima majestad. Su hermana De-méter lo recibió con dignidad regia, pero decli-nó cualquier unión duradera con el dios. Sobreun campo de amapolas se amaron. El sol hacíaresplandecer sus hermosos cuerpos desnudos.Los trigales se mecían al vaivén de un céfiro sua-ve. De aquel encuentro iba a nacer Perséfone.La muchacha vivió junto a su madre. Una abso-luta confianza y un sentimiento de recíproca ter-nura las hacía pasar los días en mutua compañía.Madre e hija eran inseparables, sin un desgarro,como el fruto en la rama. El firmamento sonreíaa esa pareja de mujeres, grave y magnánima una,cándida y alegre la más joven. En las mansionesdel Olimpo eran respetadas con espontánea de-voción. 129

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Pero he aquí que bajó una mañana Perséfonecon un grupo de oceánides a los valles de Nisa*sin su poderosa madre. El cielo aparecía comple-tamente despejado. La tierra se había recubiertode una impresionante profusión de alegría y es-plendor. El color y la luz manaban regocijo. A ori-llas de un arroyo, fueron desperdigándose las jó-venes para recoger entre risas y juegos ramilletesde flores con que adornarse. Perséfone no deja-ba de gastar bromas y competir con sus amigasen pequeñas carreras a ninguna parte y en la bús-queda de las flores más hermosas. Apartándosede ellas, encontró para su sorpresa unos mato-rrales de rosas silvestres. Desbordante de alegría,recogió entre la hierba del prado la humilde flordel azafrán, un puñado de violetas, se embelesótras un recodo del arroyo con las airosas varas degladiolos irguiéndose en un campo de tréboles.Pero lo que más llamó su atención fue descubriral borde del agua un macizo de narcisos.

Efectivamente, nunca antes se había visto unaflor así, su cucurucho amarillo parece encerrar laluz del sol. Zeus, con taimadas intenciones, ysólo por favorecer a su hermano Hades, con elque previamente se había puesto de acuerdo, lahabía hecho entonces brotar ante la mirada des-lumbrada de Perséfone.

Se dice que Narciso, un joven bellísimo, vivíaen la población de Tespias, cerca del monte He-licón. Su hermosura se había hecho legendaria,así como su orgullo y su desprecio por los de-

* Aunque ya los antiguos griegos desconocían la localiza-ción exacta de este lugar, tendían a situarlo en Palestina, enel valle donde en el 254 a.C. Ptolomeo II instaló a su con-tingente escita sobre la antigua ciudad judía de Beth-Shan,fundando el emplazamiento de Escitópolis, una de las diezciudades del llamado Decápolis helenístico, junto al mar deGalilea y cerca de Damasco.130

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más. Nadie podía apartar la vista de su cuerpo yde esa cara de rasgos viriles y sensuales cada vezque pasaba, pero también es verdad que todosconocían su insensibilidad hacia los sentimien-tos ajenos y su arrogancia presuntuosa. Nadiepodía vanagloriarse de haber conseguido una pa-labra amiga de su boca, ni una mirada com-prensiva. Sus ojos verdes restallaban como un lá-tigo que escuece donde golpea, con una luz queachicharraba como el sol de agosto. Se cuentaque un joven, Aminias, en cierta ocasión, se acer-có desesperado hasta Narciso para hacerle con-fidente de su insufrible pasión. Lo amaba conuna violencia desasosegante. Le dolía el amor.Sólo pedía permanecer a su lado, poder con-templarlo en silencio, una palabra. Pero Narcisolo rechazó con insultos y amenazas. Muchas jó-venes hacían corrillos a su paso para verlo o de-jarse ver, con esperanzas sin futuro. A espaldasdel joven Narciso, los suspiros resignados erancomo el gorjeo de los pájaros, adorno de su exis-tencia. Aminias se sentía sin fuerzas para en-frentarse a su deseo sin perspectivas, sólo podíallorar. Narciso lo ignoraba como ignoraba a todoel mundo, pero tampoco se contenía de ofendera ese muchacho que venía cada día a importu-narlo con su presencia melancólica. Cansado ya,le mandó un día una espada como regalo. Ami-nias, obediente, la aceptó, fue hasta la casa desu amado y, una vez allí, ante aquella puerta sor-da a sus suspiros, él mismo se la hincó en el pe-cho. Tampoco la vista de aquel muchacho sinvida logró conmover el corazón insensible deNarciso. Retiró de su puerta el cadáver sin nin-guna consideración ni remordimiento alguno.

Ni siquiera el amor de una ninfa logró hacermella en su alma. Eco lo vio cuando marchabasolitario de caza por los densos bosques del He-licón, y se sintió vivamente atraída hacia él. A 131

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pesar de su naturaleza remisa a todo encuentro,no pudo dejar de seguirlo procurando no ser vis-ta. Cuando Narciso se detenía a otear22 el hori-zonte, ella se embelesaba con un suspiro que sehacía rocío en el aire. Cuando él corría tras unaliebre, la ninfa arremangaba sus livianos ropajespara no quedarse atrás. Oculta tras unos arbus-tos, espió al joven cuando éste llegó hasta unacharca en un calvero23 del bosque. Contenida larespiración, lo vio despojarse de sus ropas y des-nudo entrar en el agua. Un rayo de sol esmalta-ba de luz su soberbia desnudez. No pudo con-tenerse Eco, salió corriendo a abrazarlo. PeroNarciso la rechazó con despectiva violencia nadamás sentir esas manos en sus espaldas. La ninfa,avergonzada, corrió a refugiarse entre las rocas.Sus lágrimas perlaban de ámbar las soledades delbosque. Narciso renegó de hombres y dioses,maldijo el amor, que no dejaba de poner obs-táculos a su paso, abominó de la ninfa cuya pre-sencia adivinaba en las frondas del monte. «Eco,si estás ahí y me ves, yo te maldigo, ¿por qué nome dejas en paz?» La venganza de Némesis pen-día desde ese momento sobre su cabeza. Cadavez que subía a los cerros más solitarios, el ulu-lar de los pinos le hablaba del amor desespera-do de Eco. Pero no hay mayor sordo que el queno quiere oír. El joven no se reprimía de mostraren cada oportunidad su desprecio. Eco se ence-rró al fondo de una cueva, donde se dejó con-sumir en su pena. No comía, no bebía, nada laalentaba a vivir. Tan sólo repetía el nombre deNarciso como un brebaje necesario que le de-volviera el don de respirar. Fue adelgazando has-ta quedar en los huesos, poco a poco llegó a te-ner menos volumen que un suspiro. De supersona, sólo quedó finalmente un hilo de vozque, con cadencia lastimera y como ausente, re-petía el final de lo que otros pronunciaban, como

22 otear: divisardesde una

altura.

23 calvero: unclaro en el

bosque, espaciodespejado de

árboles.

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si fuera indiferente hablar, como si una palabrau otra carecieran de relevancia cuando no sepuede decir lo que nos destroza el alma, sino re-afirmar nuestra precaria existencia en la voz quela lejanía nos devuelve en eco.

La justicia de Némesis no se hizo esperar. Eraun mediodía muy caluroso. Narciso había trota-do peñas arriba persiguiendo una presa difícil.Todo sudoroso y jadeante llegó hasta un peque-ño estanque transparente entre castaños cente-narios. Agachándose, se disponía a beber. Cuan-do iba con ambas manos a formar una copa bajoel agua, descubrió en la superficie reflejada supropia imagen. Vio unos ojos que miraban lossuyos. Vio unos labios que se entreabrían comoen un interrogante. Sintió una suave corriente deternura hacia esos rasgos cansados y sorprendi-dos. No podía dejar de mirar esa cara que des-de el reflejo del agua lo miraba a él. Cuando elviento rizó la superficie del estanque, desvane-ciendo esa imagen, Narciso, desesperado, bus-caba recuperarla, pero nada podía hacer sino es-perar, impacientarse en la espera, permanecer enun estado de ansiedad paralizante con la cabe-za inclinada hacia el espejo del agua. Cada vezque ésta se calmaba y los rayos del sol le devol-vían su dibujo transparente, veía una lágrima in-sensata correr por su mejilla. Lo miró profunda-mente a los ojos y pronunció, en un susurro,como avergonzándose: «Te amo». Ya no pudo se-pararse ni un instante de aquel lugar. Languide-cía sin fuerzas, sólo la violencia del amor lo man-tenía erguido sobre su propio reflejo. Si intentabaacariciarlo, éste desaparecía en las ondas. Y asípoco a poco fue dejándose morir. Zeus vio ce-rrarse la cadena de la justicia en torno al cuellodel joven sin perspectivas. En el mismo lugar desu desgracia, hizo brotar la hermosa flor amari-lla que lleva su nombre. Precisamente ésa fue la 133

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flor elegida por Zeus para embelesar en los va-lles de Nisa a la joven Perséfone.

Tenía ya junto al regazo una brazada de rosasy violetas, de azafrán y de gladiolos, pero fue verlos narcisos y quedar prendada. Se inclinó an-siosa por oler aquella flor cuando la tierra re-pentinamente se abrió ante sí con una falla im-ponente, por la que ya surgía como un terremotoel carro de Hades arrastrado por dos fogosas ye-guas negras a una velocidad de vértigo. Todo elvalle retumbó bajo las pezuñas y las sólidas rue-das como si la corteza de la tierra hubiese sidosacudida de raíz. Majestuoso y terrible, el señorde los infiernos agarró a la joven de un brazo yla forzó a montar en él, estrechándola fuerte-mente contra sí. Ella dio un grito de socorro querecorrió como una flecha el espacio. Hades se-lló los labios de la muchacha con los suyos. Elcielo tronó cuando rápidamente el carro em-prendió una enérgica retirada a las sombrías mo-radas del interior de la tierra. Perséfone, aterra-da, echó un último vistazo a la luz de la que eraarrebatada y con gritos desesperados llamó porúltima vez a su madre.

Deméter se encontraba cepillando su abundantemelena de cabellos rubios como el trigo cuandoescuchó con un estremecimiento el grito angus-tiado de su hija. No entendía qué estaba suce-diendo. No podía ni imaginar cuál podría ser elpeligro que le había hecho gritar con tal desespe-ración. Corrió a asomarse a las cumbres siempreresplandecientes a tiempo sólo de ver cómo latierra de nuevo se cerraba tragándose una in-mensa nube de polvo entre el que pudo vislum-brar las ropas de Perséfone. Gritó con furia atroz.Voló hasta el valle de Nisa, donde sólo encontrócaídas junto al lecho de un arroyo unas flores queya comenzaban a marchitarse. Se cogió el pelo a134

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puñados. Se arañó las mejillas. Lloró con rabia.Nadie se atrevía a acudir a consolarla.

Presa de un dolor insoportable, Deméter se echóun velo negro sobre la cabeza y recorrió el mun-do en busca de su hija. En cada mano llevaba unaantorcha encendida. En sus ojos, las marcas pro-fundas de su sufrimiento. Cada uno a los que pre-guntaba, mortal o inmortal, por el paradero de lajoven, volvía en silencio la cabeza, avergonzado,sin saber o sin poder dar respuesta a la augustadiosa, que en su desesperación había dejado detomar la divina ambrosía y beber el dulce néctarde la vida, que ya no se cuidaba de bañarse niacicalarse. Con voz quebrada por el llanto y elcansancio, repetía el nombre de Perséfone en laspoblaciones y en los barrancos, en los acantiladosy en las llanuras. Nueve días anduvo errante lu-chando contra el desaliento. Al décimo, llegó has-ta el carro del sol y ante él se arrodilló. Helios,que todo lo ve, no podía contemplar así humilla-da ante sí a esa diosa de bondadoso corazón. Perole ataba la lengua el temor al dios supremo.

«Respétame tú al menos, Helios, como diosaque soy, y dime, si es que lo sabes, quién raptóa mi hija, a mi alegría. Oí sus gritos llamándomecon espanto y no pude hacer nada. Alivia mi do-lor, sol. Dime lo que has visto.» Las lágrimas ba-ñaban sus mejillas.

Helios la hizo sentar en su propio carro y, apar-tándole de la frente los cabellos que el sudor dela carrera le había pegado al ceño, se sinceró conella: «Aunque me busque la enemistad de Zeus,venerable Deméter, he de decirte que sólo él esel culpable. Zeus fue quien dio permiso a su her-mano Hades para raptar a la muchacha y hacer-la su esposa. Resígnate, pues como dios no esun yerno indigno. Ella reinará entre los muertos,desde su palacio rodeado de álamos esbeltos ycenagosos cañaverales». 135

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Calló Deméter, pero un dolor más agudo le ha-bía hincado ahora sus garras en el corazón.Abandonó la asamblea de los dioses y las mora-das del Olimpo, desapareció de las poblacionesy de la compañía de los hombres. Echándose unmanto raído por los hombros, con el aspecto deuna vieja sin recursos y con toda su pena a cues-tas, fue recorriendo los caminos, vagabundean-do sin objetivo, apartándose de los lugares con-curridos. La soledad era su única confidente.

Llegó así una tarde hasta la bahía de Eleusis*,donde habitaba una población de hombres hu-mildes y laboriosos. Junto a un pozo de las in-mediaciones se sentó a descansar. A su corazónfatigado lo mantenía todavía en actividad tan sólola pena. Cuando llegaron a la caída del sol unasjóvenes a por agua, se encontraron a una ancia-na con signos evidentes de fatiga. Le ofrecieronun poco de agua para aliviar su sed y refrescar-se la frente. La anciana las miró con ojos turbiosde lágrimas. Veía en cada una de ellas a su hijadesaparecida. Las cuatro muchachas le fueronpreguntando su nombre, de dónde venía, adón-de iba, si tenía familia o alguien en quien sus-tentarse. La diosa callaba. La mayor de ellas leofreció su casa. Vio cómo la mujer la miraba emo-cionada. Deméter entonces ocultó su identidad,

* Pequeña población del Ática, al oeste del Pireo. Su ex-traordinaria importancia durante toda la antigüedad radica-ba precisamente en los cultos mistéricos celebrados allí cadacinco años; en los que, partiendo en procesión desde Ate-nas, los participantes eran iniciados en ritos que nos sondesconocidos, pues estaba prohibida su divulgación, y queprecisamente el mito del rapto de Perséfone intenta ex-plicar. Su extraordinario poder de convocatoria perduródesde su fundación en época micénica (c. 1425 a.C.) has-ta su prohibición y destrucción del templo, junto con la de-finitiva clausura de los juegos olímpicos y la masacre de7.000 paganos de Tesalónica, por el emperador cristianoTeodosio, en 391 d.C.136

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haciéndose pasar por una anciana cretense rap-tada por unos piratas. Contó cómo había logra-do escapar de ser vendida como esclava, cómohuyó en la noche y corrió sin descanso para ale-jarse lo más posible de sus raptores. Se encon-traba así en tierra extranjera, sin nadie que la aco-giera o le diera hospedaje. Las hijas de Celeo nodudaron, conmovidas, en ofrecerle su humildecasa. Un hermano acababa de nacerles y su madreMetanira seguramente necesitaría una nodriza24.La anciana asintió. Las cuatro hijas de Celeo co-rrieron como alegres gacelillas a anunciarlo encasa. Quedándose un poco rezagada, con el man-to de duelo cayéndole desde la cabeza, gacha lamirada, fue siguiéndolas Deméter en silencio.

Nada más cruzar el pórtico, ya en el patio, antesde entrar donde Metanira, sentada junto a un pilar,adormecía en sus brazos al pequeño Demofonte,un resplandor misterioso inundó la sala. La reve-rencia y un temor confuso se adueñaron de los pre-sentes. Le ofrecieron un asiento a aquella anciana,pero ella lo rehusó. Las hijas explicaron a su madrelo sucedido y ésta aceptó acogerla como nodrizapara su hijo. En prueba de hospitalidad, le ofrecióalgo para la sed, pero la diosa le confesó que sólole era lícito beber ciceón. Metanira la miró extraña-da, nunca había oído semejante palabra. Pensó que,pues era extranjera, sería un término de su tierra,sin sospechar siquiera la naturaleza de quien teníaante sí. Deméter explicó que se trataba de una in-fusión de harina de cebada y agua con poleo. Lue-go se retiró a las dependencias de las criadas.

Las mujeres del servicio descansaban de las ta-reas del día charlando en torno al fuego. Leabrieron hueco en el corro que habían formadoante la chimenea. Sólo momentáneamente ha-bían interrumpido sus chismorreos y ocurrenciaspicantes, que reanudaron en cuanto se sentó en-tre ellas la anciana. Pero pronto se dieron cuen-

24 nodriza: lamujerencargada de lacrianza de unhijo que no essuyo.

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ta de que la tristeza la tenía abatida. Sólo un ge-mido se le escapó por respuesta a las preguntasindiscretas de las mujeres. Todas le aconsejabanque olvidara sus antiguas preocupaciones, habíasido acogida por un hombre bueno con el que,si bien no tenía grandes riquezas, tampoco le fal-taría nunca un trozo de pan y el abrigo de unfuego. Pero ella se resistía al consuelo. Su almaestaba desgarrada. En medio del bullicio de lascriadas, una mujer muy fea saltó al centro del co-rro y comenzó a contar chistes groseros y a ha-cer gestos procaces25. Las demás reían a carcaja-das con las bromas de Yambe, sólo la ancianapermanecía taciturna y ausente. Al levantar losojos para mirar a la que intentaba apartar la tris-teza de su corazón con su desvergonzada chá-chara, Yambe se alzó los faldones mostrando unsexo igual que una grulla despeluchada y De-méter no pudo contener la risa, que estalló comouna cadena al romperse. La risa no mermó sutristeza, pero alivió su presión asfixiante.

Permaneció entonces Deméter en la casa deCeleo y Metanira, como nodriza de su hijo De-mofonte, durante muchas lunas. El chaval fuecreciendo robusto y saludable. La diosa, en se-creto, le daba a mamar de sus propios pechos.Junto con la leche divina el crío bebía sus lágri-mas. Fue tal el afecto que cobró al niño que de-cidió hacerlo inmortal. De día ungía sus hombroscon divina ambrosía. Al llegar la noche, mientrastodos dormían, lo sumergía en las brasas de lachimenea para quemar toda su naturaleza mor-tal. No había nadie que no admirara su hermo-sura y su gracia serena, como espejo en el quese contemplara un dios. Todos se sorprendíande su portentoso crecimiento, de su fuerza y des-treza inauditas en alguien tan sumamente joven.Pero la que más preocupada estaba con el pro-digioso desarrollo de Demofonte era su propia

25 procaz:grosero y

licencioso.

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madre. Metanira sospechaba que algo anormalestaba ocurriendo en su casa y decidió espiar ala nodriza. Fue así como la sorprendió una no-che hundiendo a su hijito en el fuego, y no pudodejar de chillar despavorida. Deméter arrojó as-queada el niño al suelo y lanzó duros reprochesa la desconfiada madre.

«¡Hombres ignorantes! Incapaces de prever elbien o el mal que se os viene encima. Con tu in-sensato comportamiento, Metanira, has causadoun daño irreparable a tu hijo. Me disponía a con-cederle el raro privilegio de la eterna juventud yla inmortalidad. Pero tu suspicacia lo ha echadotodo por tierra. Ahora vivirá como un simplemortal, arrastrando la pesada carga de la vejez yla enfermedad.» Mientras pronunciaba estas te-rribles palabras, fue manifestándose en su au-téntica naturaleza. La belleza inmarchitable vol-vió a su rostro, mientras un perfume embriagadorse esparcía por la estancia. Un misterioso res-plandor, que inundó toda la casa, emanaba desu cuerpo. Metanira y las criadas que la acom-pañaban temblaban de miedo.

Deméter, sin embargo, quiso agradecer a aque-llas gentes su hospitalidad y ordenó a Celeo queallí mismo, junto al pozo donde sus hijas la ha-bían encontrado, se le construyese un gran tem-plo que, con el tiempo, llegaría a ser el centro desu culto, al que acudirían todos los hombres parahonrarla y venerarla. Celeo así lo hizo, bajo la mi-rada atenta de la diosa. Una vez concluido, se ins-taló Deméter en él, apartada de los hombres y losdioses, obstinada en su nostalgia y su melancolía.

Fue aquél el año más espantoso que se re-cuerda. Con la retirada de la diosa, la tierra per-manecía estéril. La semilla no germinaba. Los ani-males no parían ni producían leche. Los árbolesdaban frutos raquíticos y sin jugo. La vida habíaabandonado el mundo desde que Deméter re- 139

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negara de las acciones de los dioses y los mor-tales. Los hombres sufrían un hambre atroz. Dé-biles y consternados se arrastraban sobre la tie-rra cuarteada rebuscando en vano algo quecomer. Desfallecía la humanidad entera, pero De-méter había jurado apartarse de sus funcionesmientras no recuperase a su hija. Intervino Zeus.

Mandó primero a varios dioses para que in-tentasen convencerla. Ni razones ni ruegos, nadapodía doblegar su empecinada obstinación. ¿Pue-de respirar el pez fuera de su elemento? ¿Sobre-viviría la espiga enraizada en el aire? ¿Y cómopretendían que volviera a tomarle gusto a la vida,privada de su hija de un modo tan brutal? El pa-dre de los dioses se vio en la obligación de ce-der y envió a buscar a Perséfone.

Nada más escuchar las órdenes de Zeus, son-rió el señor de los muertos, Hades, con un mo-vimiento de cejas. Y, volviéndose hacia la que yaera su esposa, le habló con afectuosas palabras,al tiempo que en una bandeja le ofrecía encen-didas granadas abiertas por la mitad.

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Proserpina, Dante Gabriel Rossetti (TateGallery, Londres).«“Pero si es tu voluntad partir y ello tedevolverá la sonrisa, no seré yo quiente retenga.” Al tiempo que lo decía,alargaba la bandeja de granadas aPerséfone, que fue comiendo unos gra-nos mientras escuchaba.»

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«Perséfone, vuelve, si es tu deseo, junto a tumadre. Conserva siempre el talante y el ánimoen ti. No soy un esposo indigno, por el mismopadre de Zeus fui engendrado. Rey de los muer-tos soy, sobre ellos mantengo mi cuidado y mehago honrar. Venerable serías en tu trono a milado, donde yo te respetaría con un amor sin do-bleces. Pero si es tu voluntad partir y ello te de-volverá la sonrisa, no seré yo quien te retenga.»

Al tiempo que lo decía, alargaba la bandeja degranadas a Perséfone, que fue comiendo unosgranos mientras escuchaba. Cuando terminó dehablar, la joven dio un salto de alegría, manifes-tando así su voluntad. Rápidamente fueron en-ganchadas las negras yeguas al tiro y, al restallarde la fusta, recorrieron con Perséfone el caminode retorno a la tierra.

No habría de ser, sin embargo, la única criatu-ra viva en volver a la luz tras permanecer en lasestancias subterráneas de los muertos. Un hom-bre, Orfeo, iba a conseguir igualmente descen-der vivo al Hades y regresar.

Había nacido este Orfeo en una montañosa re-gión del norte, Tracia. Viven allí hombres senci-llos pero apasionados, aman las tradiciones an-cestrales y aman la fiesta, aman la música, cordónumbilical que los une a la memoria más remotade su propia existencia. Fue precisamente Orfeoel músico más reconocido incluso al otro lado delas fronteras de su comarca. Cuando tocaba la lirao la cítara, cuyo número de cuerdas aumentó élmismo de siete a nueve, para que el espectro desonidos fuese más rico en matices, o cuando in-terpretaba una de sus canciones, la melodía eratan dulce, su voz tan aterciopelada y emotiva, tansencilla la complejidad de su composición, quenadie ni nada podía resistirse a su poder arreba-tador. En los bosques profundos y tranquilos de 141

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las montañas de Tracia, cuando él marchaba to-cando una nueva melodía en la cítara, hasta lasbestias salvajes acudían dóciles a echarse a suspies, los árboles y las plantas todas se inclinabana su paso, incluso los arroyos cambiaban su cur-so para escucharlo. Cuando en las plazas públi-cas entonaba Orfeo una hermosa canción, su mú-sica conseguía suavizar el carácter de la gente másarisca, doblegaba la pasión de los más violentos,a los melancólicos prestaba expresión cabal a suabatimiento, con lo que lograba hacerlo más lle-vadero, interiorizarlo, comprenderlo en un estre-mecimiento del alma. Orfeo era admirado y res-petado en la región. Muchos venían de lejos paraconocerlo o para aprender de él. Pero no se va-nagloriaba por ello. El don que le habían otor-gado los dioses no era para Orfeo un regalo, sinouna hermosa responsabilidad. Sólo a través de suplena realización se haría digno como personade sus condiciones como músico. La felicidad desu serena existencia se vio colmada el día que co-noció a Eurídice y, unánimes en un amor sin fi-suras, la hizo su esposa.

Pero la dicha no dura más que el esplendor deun crepúsculo. Caminaba un día por el monterecogiendo hierbas Eurídice sola, o eso era loque ella creía. Oculto en la maleza venía si-guiéndola un hombre, Aristeo, que la deseaba.En la soledad del monte la abordó, se insinuó aella, probó todo tipo de artimañas, exaltar su be-lleza, calumniar a Orfeo, bendecir las excelen-cias del placer ciego, inmediato. Pero la joven seresistía. La agarró de la muñeca, pero ella logrósoltarse y escapar. Aristeo salió corriendo tras Eu-rídice, que llamaba a gritos a su esposo. Al cru-zar un arroyo, en medio de la persecución, unaserpiente la mordió en un pie. Fue fulminante.El veneno entró rápidamente en su sangre. Lasfuerzas la abandonaban. Se le nublaban ya los142

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ojos y seguía repitiendo en un murmullo el nom-bre de Orfeo. Viéndola en la hierba tendida, conla palidez de la muerte apoderándose ya de sucara, Aristeo la deseó aún más, pero tuvo miedoy huyó, dejándola allí. El dolor de Orfeo al en-terarse fue inmenso. Su voz se astilló. Su llantoestremeció hasta las piedras.

No pudiendo vivir sin ella, tomó la decisión másterrible, lo que ningún mortal antes que él habíaintentado, bajar en su búsqueda al Hades. La deses-peración se hizo valentía y, sin pensar en los ries-gos ni en las posibles consecuencias, se puso encamino. En la mano, su mejor aliado, la lira.

Se encaminó primero a la meseta de Enna* parabuscar, a través de una profunda sima, la grietade entrada a las regiones subterráneas. La oscu-ridad helaba la sangre, las paredes de la cuevarezumaban un líquido frío con un intenso olorácido, parecido al azufre. El suelo era resbaladi-zo y escarpado. Ecos de lejanísimos lamentos tur-baban el silencio como reverberando en el inte-rior de un embudo. La tristeza, sin embargo, leinfundía coraje. Descendió por un angosto pa-sadizo hasta las tenebrosas regiones del Érebo,que atravesó a paso lento, en medio de una nie-bla espesa y pegajosa. Para infundirse valor yvencer cualquier posible dificultad, Orfeo iba to-cando la lira mientras caminaba. Los sonidos searrastraban lentos, como cargados de pesadum-bre. Pero la música conseguía abrir en las tinie-blas un camino que lo condujo directamente has-ta el Cócito.

El Cócito es el río de los lamentos. Una anchalengua de agua helada en la que unas pobres al-

* Ciudad siciliana, al sur de la actual Palermo, situada so-bre una meseta a 1.000 metros de altura. Como iremos vien-do, fueron varias las que se supusieron, en la Antigüedad,entradas al reino del Hades. 143

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mas gastaban sus últimas lágrimas. Orfeo espe-ró a que éstas lo hubiesen cruzado, vadeándolopor un recodo de escasa profundidad. Luego sedescalzó y metió un pie en la corriente, estabagélida. La piel se le amorataba rápidamente alcontacto de un agua tan fría. Pero lo cruzó condecisión, sin detenerse un instante, tiritando, perofirme en su propósito.

Ya en la otra orilla, tuvo que seguir el curso delrío hasta su confluencia con el Flegetonte. Ho-rrible río de fuego cuyas llamas consumen los úl-timos restos mortales de quienes lo atraviesan.Orfeo no dudó. Se detuvo para observar si ha-bía algún puente o algún vado que le permitie-ra cruzar sin daños esa corriente de fuego. Perono halló ningún paso seguro. Debía atravesarlo.Orfeo improvisó en su lira una melodía tan dul-ce, tan serena, que logró apaciguar la violenciade las llamas y hacer que éstas, como un libro,se abrieran en dos, permitiéndole atravesar elFlegetonte en medio de un calor asfixiante, perosin daño.

Aún hubo de proseguir, siguiendo el curso deesa corriente de borboteante agua hasta su des-embocadura en una fragorosa cascada que, sindescanso, escupe caudalosos mantos de agua hir-viente sobre el inmenso Aqueronte. El Aqueron-te. El río de la Aflicción. Tan grande como unmar. Casi estancado, puede dar la sensación deuna profunda laguna, si no fuera por las violen-tas corrientes que agitan en su lecho esas aguastan negras. Sus márgenes son fangosas. Todo elvalle que llega hasta sus riberas es un inmensolodazal en el que sólo crecen cañaverales. Im-posible cruzarlo a pie. Orfeo vio cómo unas al-mas se encaminaban hasta un embarcadero y lassiguió. Allí se encontraron con un viejo. Su caraera una pura arruga. Sus articulaciones estabanhinchadas y tumefactas. Caído de hombros, una144

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deforme chepa lo obligaba a andar renqueando.Su nombre es Caronte. Su misión, atravesar enuna barca desvencijada las almas de los muertosa la otra orilla. Orfeo vio cómo cada uno se sa-caba de debajo de la lengua el óbolo con el quelo habían enterrado en la tierra, para eso servíala moneda con que se sepultaba a los que mo-rían. Era el pago debido. Caronte los trataba conuna brutalidad sin miramientos. Les daba las ór-denes a voces para que tomasen sus posicionesen la barca y cogiese cada uno el remo que lecorrespondía. Orfeo no dudó en ponerse en lacola. Pero cuando le llegó el turno a él, Carontedio un grito de rechazo. Sus ojos se inyectaronde sangre. Lo empujaba con ambas manos paraecharlo de allí. A ningún mortal le estaba per-mitido cruzar el Aqueronte, no iba a ser Orfeouna excepción. Pero éste, en lugar de suplicar,cantó sus penas con tal sentimiento que todos,incluido Caronte, se dejaron embargar por lacompasión. Si hubiesen tenido todavía lágrimasque llorar, éstas no habrían tardado en aparecer.El llanto había quedado arriba, no así la aflicción.Caronte cedió. Le fue permitido ocupar un asien-to en la barca que sólo transportaba almas de di-funtos, ésta acusó el peso del vivo hundiéndosebastante más de la mitad, y así cruzó esas aguasnegras y espesas, quietas, espantosas.

Desde la otra orilla continuó Orfeo solo. Pri-mero pasó junto a la Estigia, la venerable lagu-na por cuyas aguas hacen los dioses sus solem-nes juramentos. Luego rebasó la fuente de Lete,cuyas aguas hacen a los muertos olvidar su vidaterrestre. El encanto del lugar y la transparenciadel agua llamaban a beber de una manera im-periosa. Orfeo se sintió atraído. Una sed muy vivaforzaba su voluntad. Todo su cuerpo pedía a gri-tos probar las aguas del olvido. Sólo invocandoel nombre de Eurídice, reviviendo intensamente 145

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su memoria, Orfeo consiguió pasar de largo sinprobar ni una gota.

Y de este modo llegó hasta las puertas del Ha-des. Allí lo aguardaba, como a cualquiera quepretendiese cruzar esas pesadas hojas de bron-ce, un ser monstruoso, Cerbero26, un perro ho-rrible, con tres cabezas de colmillos rabiosos, ba-beantes, con cola de serpiente, cuyo contactoprovocaba un escozor tan vivo que aquel a quienrozase terminaba arrancándose la piel. Allí lo ha-bía puesto Hades para impedir la salida a nin-guna de las almas que yacían en sus dominios.Tampoco permitiría la entrada a ningún ser vivo.Cuando Orfeo se plantó ante Cerbero, las tres ca-bezas mostraron sus fauces dispuestas al ataque,tenso el cuerpo como para saltar sobre él, peroOrfeo pulsó con el plectro27 la lira. Aquel primersonido de rabia, de impaciencia, dio nuevos bríosal animal, que rezongó con broncos gruñidos,mostrando sus afilados colmillos. El joven no searredró. La lira fue tensando con unánimes bra-vatas toda la agresividad del espantoso guardiánde aquellas puertas y, en un requiebro de la me-lodía, transformó luego la bravura en interrogan-te, el instinto en sensibilidad, el enfrentamientoen diálogo, hasta acabar el animal morreándosecomo un cachorrillo entre sus piernas. La músi-ca, una vez más, descubría en su auditorio la sin-fonía oculta del alma, permitiéndole así entrar enlos reinos de las sombras.

Entonces se presentó directamente ante Hades,que se maravilló de su osadía. Le preguntó lasrazones de ese viaje inaudito, pero Orfeo nopudo articular palabra, las lágrimas le conges-tionaban la garganta. El soberano de las sombrasy el silencio volvió a indagar los motivos de unapena tan profunda como para infundirle tal va-lor. Orfeo sólo tenía el nombre de su esposa enla boca, sólo esa palabra permanecía viva en él,

26 Cerbero:conocido, sobre

todo, a partir dela tradición

latina, con elcompuesto

Cancerbero.

27 plectro: púacon que los

músicostocaban

antiguamentelos instrumentos

de cuerda.

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con la fuerza suficiente como para quebrar elmuro del dolor. Orfeo puso en posición la lira y,tras un breve preludio que hiciera de llave al can-to, comenzó a entonar su más sentida melodía.

«Todo hombre nacido de mujer os pertenece.Toda belleza claudica bajo vuestro imperio. Re-tardamos sobre la tierra sólo el momento de ve-nir a rendiros homenaje. Todo lo que nace estállamado a cumplirse en el silencio de vuestra ver-dad»*.

Eurídice había muerto sólo a medias, pues for-maba con Orfeo una unidad inseparable. Si noera posible que ella volviese a la vida, suplicabaentonces permanecer él allí, junto a la personamás querida. Y lo que las palabras nunca hu-bieran conseguido, lo consiguió su música, la sin-ceridad de su canto, su alma desnuda en aquellacanción. Hades hizo una excepción permitiendoque la joven volviese a la tierra junto con Orfeo.Sólo puso una condición: no debía mirarla a lacara ni hablarle hasta que no hubiesen abando-nado el mundo de los muertos. Orfeo sintió re-nacer en su interior, como una fuente vivifican-te, la esperanza. En el semblante de todas las

* La figura y el mito de Orfeo constituyeron la base de unmovimiento religioso arcaico de signo mistérico, el orfismo,que, bajo el patronazgo de este personaje y pretendida-mente fundado por él, se extendió rápidamente por las ca-pas más populares y luego, desarrollado como doctrina,ejerció notable influencia en escuelas filosóficas como elpitagorismo o el platonismo y, a través de éste, incluso enla religión cristiana. Una de sus más importantes ideas, es-timulada a partir del descenso al Hades de la figura mítica,es la creencia en la inmortalidad del alma. En su desarrollohistórico, el orfismo fue concretando sus creencias con laelaboración de un cuerpo de mitos propios, en los que en-contraron cabida divinidades del panteón helénico comoDiónisos. Atribuidos al propio Orfeo, se conservan gran can-tidad de Himnos órficos de un acentuado misticismo. Lospropios griegos dudaban de la existencia histórica o míticadel cantor tracio. 147

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almas que se habían arracimado a su alrededor,al escuchar su canto, se dibujó una casi imper-ceptible, imposible sonrisa.

Eurídice corrió junto a Orfeo nada más serleanunciado. La felicidad hacía resplandecer su her-mosa palidez. Corrió a abrazarlo, pero éste laapartó con una mano. Ella se extrañó. Con ungesto le indicó él que lo siguiera y ella obede-ció. Hicieron sin contratiempos el camino devuelta, pero Eurídice no comprendía la negativade Orfeo a mirarla, a hablarle, a cualquier expli-cación. La joven dudó del amor de Orfeo, se sin-tió relegada, utilizada de alguna forma. Sólo que-ría vivir en su amor, sin él no habría recuperadonada. Le rogó que la mirara, que le dejase ver ensus ojos la verdad de sus sentimientos. Orfeo vol-vía el ceño, sufriendo en silencio las órdenes deHades. Tanto insistió ella, desesperada e igno-rante, que, ya a las puertas de salida, no pudo élmás y en un gesto casi involuntario miró de re-ojo a la que tras sí lloraba sin consuelo. Fue nada,un roce de ojos, un instante decisivo, y ya la jo-ven volvía a desvanecerse sin remedio, mientrasalargaba las manos a un Orfeo impotente, deso-lado, que la veía así volverse definitivamente almundo infernal.

Orfeo volvió solo a la tierra, desconsolado. Laalegría no volvió a iluminar su cara. Renunció acualquier tipo de compañía. Se refugió en unasoledad abrumadora. En el corazón del bosque,cantaba su dolor. Cada nota era un gemido, cadapalabra un pedazo de su alma. Pero nadie per-manecía insensible ante su arte. Las mujeres em-pezaron a acudir escondidas entre los matorralespara escucharlo. Suspiraban con él. Se sintieronarrebatadas y encendidas por sus quejas. Su mú-sica despertó en ellas una pasión que las poseíapor completo. Salieron de su escondite. Queríanalentarlo. Le aconsejaban que olvidara a Eurídi-148

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ce, cualquiera de ellas podría colmarlo de con-suelo. Pero Orfeo las rechazó como si profana-sen con sus palabras la memoria de aquélla. Ellasinsistían en su buena voluntad, pero él denigrósus sentimientos como un insulto. Airadas por surechazo, trataron de ofenderlo despechadas, peroOrfeo no se defendía, la pena había consumidosu voluntad. Las miraba a su alrededor, como ani-males enfurecidos. Escuchaba sus insultos e im-precaciones, y no comprendía, no podía actuar.Cuando las mujeres, sintiéndose profundamentedespreciadas, cayeron sobre él, Orfeo dedicó susúltimos pensamientos a Eurídice, mientras ellas,enfurecidas, lo despedazaban con sus propiasmanos, con dientes airados arrancaban trozos desu carne, con brazos que la humillación conver-tía en armas le arrancaron las extremidades. Unade ellas salió corriendo con su cabeza entre losbrazos. No dejó de correr hasta llegar a orillasdel Hebro*, donde la arrojó con furia. La cabezade Orfeo fue arrastrada por las aguas del río has-ta el mar y, de allí, flotando, llegó hasta las cos-tas de Lesbos**, donde vosotras, divinas criaturasque nunca negáis a la verdad ni su manifestaciónmás terrible ni su esencia más sublime, Musascelestes, la encontrasteis una mañana entre lasarenas de la playa. Milagrosamente, la cabeza se-guía cantando con el mismo poder clarividente.

* Río de la antigua región de Tracia, marca en la actualidadla frontera entre Grecia y Turquía.** Tercera isla en tamaño de Grecia, después de Creta y Eu-bea, de población eolia, se encuentra próxima a las costasde las antiguas regiones de Misia y Lidia, en Asia Menor,cuyo lujo y prosperidad repercutió en el modo de vida delos habitantes de aquella hermosísima isla. De Lesbos fue-ron algunos de los más importantes poetas líricos arcaicos,como Safo y Alceo, lo que hizo que se la considerase cunay templo de la poesía, impresión que recoge el mito de Or-feo, haciendo que la cabeza del mítico cantor recalara ensus playas. 149

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La entregasteis a unos marineros que por allí fae-naban, con el encargo de construirle un santua-rio. Desde entonces, la isla sería santuario de lamúsica y la poesía.

En homenaje a su portentosa sensibilidad, Zeustransportó la lira de Orfeo hasta el cielo, con-vertida en constelación.

Cuando al fin Perséfone se reunió de nuevo consu madre, ésta se abalanzó hacia ella como un to-rrente imparable de alegría. La hija bajó de un sal-to del carro y corrió hacia Deméter con gritos queeran guirnaldas de júbilo. Echándose los brazosal cuello, se abrazaron, se besaron, llorando jun-tas de gozo. Dolía el gozo como duele la luz cuan-do la miras de frente. Pero muy pronto comenzóa bullir el resquemor en el interior de Deméter,sospechando algún engaño. Conocía bien a sushermanos. Con la ternura asomándole a los labiosy una leve sombra de angustia, preguntó a Per-séfone si había tomado algún alimento, aparte dela ambrosía, durante su estancia en el Hades y ellarespondió con total seguridad que nada había en-trado en su boca durante su ausencia, pero De-méter insistía, un fatídico presentimiento se habíainstalado en su razón. Cuando Perséfone recordólos granos de granada que acababa de tomar du-rante la despedida, su madre comprendió la gra-vedad del suceso. Aquel alimento la obligaría apermanecer para siempre en el Hades, Perséfonepertenecía ya al reino de los muertos.

Zeus entonces, temeroso del poder de la dio-sa, llegó a una transacción con ella. Una terceraparte del año, Perséfone debería permanecer jun-to a su esposo, en las profundidades de la tierra,el resto del año viviría con su madre. Cada pri-mavera abandonaría las mansiones subterráneas,trayendo la fecundidad a la tierra. Durante el in-vierno, mientras el grano reposa en el silencio de150

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las profundidades, Perséfone permanecería comodiosa de las tinieblas, consorte del terrible Hades.Deméter accedió, aunque ya nunca iban a desa-parecer de su semblante las huellas del dolor*.

Inmediatamente el grano volvió a germinar ydar prietas espigas. La tierra entera se cubrió defrondas y flores. Los frutos hacían vencerse lasramas de los árboles.

Deméter no olvidó la acogida que le habían dis-pensado en sus momentos de mayor desolaciónlos habitantes de Eleusis y volvió a casa de Ce-leo para recompensar su hospitalidad. A su hijoprimogénito, Triptólemo, le entregó un carro ti-rado por dragones alados con instrucciones paraque recorriese el mundo habitado y enseñase alos hombres el cultivo de la tierra, cómo prepa-rarla con el arado y alimentarla con el estiércol,cómo sembrar la semilla y cuidarla igual que aun crío pequeño hasta su madurez; los tiemposde la cosecha; cómo proteger los plantones delas heladas; cómo injertar la rama buena en eltronco infructuoso; los ciclos estacionales.

Luego se volvió hacia el hijo menor, Demofon-te. A él le encargó fundar y perpetuar sus ritos sa-grados, ritos que perdurarían durante siglos de ge-neración en generación. Cada cinco años, duranteel tiempo de la siega, se celebrarían sus misterios,prohibidos para todo aquel que no estuviera ini-ciado en su significado, el misterio de la muertey la vida, de la resurrección que en la semillaaguarda. Cada otoño, suspendiendo sus activida-

* Como mito agrario, la doble estancia de Perséfone en latierra y en el Hades establece los ciclos estacionales. Igualque la hija de Deméter, el grano de cereal debe perma-necer bajo tierra antes de brotar a la luz y fructificar en es-piga. Éste era el fundamento de la creencia en la inmor-talidad del alma que, al parecer, se transmitía en losmisterios eleusinos y que los emparentaba con los ritosórficos. 151

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des cotidianas, los hombres acudirán a Eleusispara participar en la más solemne de las celebra-ciones, aquella que les revelará los límites y con-diciones de su humanidad, enseñándoles no sóloa vivir con alegría sino a morir con esperanza.

Satisfecho del nuevo orden establecido, Zeus,quisiste dotar a la vida de la percepción de sí mis-ma con la memoria. En el valle de Pieria, en la re-gión de Macedonia, glorioso Zeus, te reuniste conla titánide Mnemósine durante nueve días conse-cutivos. Los gorriones enmudecían suspensos deaquellos encuentros. Un manto de azucenas ex-halaba un aroma sensual y delicado. Los riachue-los serenaban la corriente a su paso. La hermosatitánide abrió su vaporoso peplo28. La desnudezde la diosa irradiaba una transparencia de pétalossuaves. El viento cesó inmediatamente. Una lán-guida cadencia se instaló en el correr de las horas.

Y, transcurrido el tiempo oportuno, nacisteisvosotras, Musas celestes, para hacer florecer lavida en el entendimiento de los hombres, paraensalzar con el reconocimiento de lo auténticola voluntad de los dioses. Nueve sois. En las la-deras del Helicón ofrecisteis a los humanos eldon de la elocuencia, la virtud de la persuasión,el compromiso de la sabiduría. Con palabras con-vincentes y juicios imparciales asistís a gober-nantes y a todo aquel encargado de impartir jus-ticia. En las noches oscuras del invierno, cuandolos sufrimientos acosan la soledad del hombre,con vuestra música y cantos infundís el alivio dereconocerse en la memoria común. Vosotrasprestáis voz y sentimiento a la expresión de laalegría más inefable. En las escarpadas estriba-ciones del monte Parnaso*, tenéis por habitácu-

* Uno de los montes más altos de la Grecia continental, enla región de Fócide, a cuyo pie fundará Apolo su santuario

28 peplo:antigua

vestidurafemenina

griega, suelta ysin mangas,sujeta a los

hombros conbroches.

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lo una cueva en la que recogeros del mundo. Alpie de aquellas montañas, brota una fuente, lainsigne Castalia, cuyas aguas, tocadas de vuestrapropia transparencia, limpian de toda perversiónde la conciencia. Cualquier hombre que beba deellas quedará más puro, de sus ojos se despren-derá el tupido velo de prejuicios que nos ocultala realidad.

Nueve sois, divinas dispensadoras de la armoníay el conocimiento*. ¿Quién podría olvidar vuestrosnombres? Ellos han estado siempre presentes enel alma de todo aquel que un día mira de frentela belleza del mundo buscando respuesta a las pre-guntas últimas. La ilustre Clío29 observa la complejacorriente de pasiones e intereses que subyace bajolas apariencias. La deliciosa Euterpe30 escucha elsignificado oculto en los ruidos que alientan al uni-verso, el canto del ruiseñor, el entrechocar de laspiedras en el lecho del río, el silbido del aire enlos cañaverales, el fragor de las cataratas, sonidospara los que permanece como extranjero el hom-bre, atento sólo a conservar el dominio sobre elotro que le ofrece el uso de la palabra. No permi-te disfraces a la realidad la brillante Talía31, con esasonrisa que desbarata todas las convicciones. Laentrañable Melpómene32, cuya voz hecha cantoencuentra a las lágrimas el cauce que las orientehacia la belleza espiritual y la sabiduría. La jovialTerpsícore33, que descubrió la poesía en el movi-

de Delfos; en sus cumbres habitaban las Musas, donde sereunirán con ese dios.* La distribución de actividades entre las nueve musas que-dó más o menos fijada sólo en el Renacimiento. Durante laAntigüedad, las referencias particulares al patronazgo decada una son esporádicas y contradictorias. Para la con-ciencia antigua, las nueve, sin confundir nunca su indivi-dualidad, actúan en grupo. Riano de Creta escribió en unconocido fragmento: «Pues todas escuchan cuando se in-voca el nombre de una».

29 Clío(«Gloriosa»):musa de lahistoria.

30 Euterpe(«Encantadora»):musa de laflauta y de lamúsica engeneral.

31 Talía(«Floreciente»):musa de lacomedia.

32 Melpómene(«Celebrada concantos»): musade la tragedia.

33 Terpsícore(«Encantadoraal danzar»):musa de ladanza.

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miento de las mieses mecidas por el aire, en el pla-near de los vencejos sobre las cosechas, en los ri-zos de espuma y luz del oleaje, en la caída de lahoja hasta el suelo. La adorable Erato34 presta imá-genes adecuadas a la inexplicable complejidad deluniverso que en cada individuo se ha encarna-do. La fecunda Polimnia35 revela en el gesto lariqueza de matices que en el silencio late. Ce-leste Urania36, ¿tienes tú la llave para abrir losgrandiosos y recónditos secretos que el hombre,en su precaria existencia, observa sin alcanzar susentido cabal? Calíope37, tu enérgico aliento im-pide al olvido caer con sus garras de presa so-bre el torrencial de la vida, haciéndonos, en laopacidad de los hechos desnudos, aún más dé-biles, más ciegos, más perversos.

Nacisteis vosotras, Musas, e inmediatamente elOlimpo resonó por todo el espacio con los bri-llantes himnos con que celebrasteis la vida.

La dicha parecía presidir el ánimo de los in-mortales. El nacimiento de aquellas gloriosas hi-jas del padre de dioses y hombres daba la im-presión de que, en adelante, las discordias ydesavenencias se salvarían fácilmente en la ar-monía conciliadora de sus himnos, la músicacomo punto de encuentro de todas las diferen-cias. Pero estalló entonces un conflicto entre Zeusy su hermano Poseidón. Ambos habían puestosus ojos en la nereida Tetis*. Uno y otro se la dispu-

* No hay que confundir a la nereida Tetis con la titánide ho-mónima. Aunque, al transcribir los respectivos nombres grie-gos, ambos den en castellano un resultado igual; en griegopresentan una pequeña diferencia de pronunciación que losdistingue perfectamente. Ahora bien, si la titánide Tetis ape-nas interviene en otros relatos míticos aparte de la cosmo-gonía, la nereida desempeñará un papel fundamental en di-versos episodios, y de manera decisiva mediante su boda conel mortal Peleo, futuro matrimonio que, precisamente en esteenfrentamiento entre Zeus y Poseidón, tuvo su origen.

34 Erato(«Adorable»):

musa de lalírica.

35 Polimnia(«La de muchoshimnos»): musa

de lapantomima.

36 Urania(«Celeste»): musa

de laastronomía.

37 Calíope(«Bella voz»):

musa de laépica.

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taban como un trofeo por cuya conquista por-fiaban obstinadamente. La tensión fue creciendoentre los olímpicos, amenazaba con destrozar lapaz reinante en las mansiones celestes. Tetis per-manecía al margen de esta contienda, ajena a undestino que la hacía protagonista. En las aguascambiantes del mar la felicidad era para ella esacompenetración con el medio, el gozo de desli-zarse en las ondas azules, evolucionar elástica-mente bajo el agua henchida de luz o dejarsearrastrar serenamente por los titilantes caminosque la luna trazaba en su superficie. Su sonrisano sabía nada del deseo que inconscientementedespertaba en los hijos de Cronos. Cuando éstosse enfrentaron finalmente en una discusión sinretorno, la titánide Temis se presentó ante loshermanos para zanjar la cuestión. Con su voz,dictada por la equidad y la justicia, reveló anti-guos oráculos: el hijo nacido de la unión con lanereida Tetis sería infinitamente más poderosoque su padre*. Al escuchar aquella sentencia, elespanto se dibujó en los rostros de Zeus y Po-seidón. Sus bocas no se atrevían a pronunciarpalabra. Se miraron fijamente. Los lazos de la san-gre volvían a fluir entre ambos. De mutuo acuer-do, decidieron, llegado el momento, permitirlesólo que se uniese con un mortal, tratando deevitar así los terribles designios que señalaba eloráculo. Zeus volvió a su trono de blancas nu-bes. Poseidón partió cabizbajo hacia su palaciosubmarino.

Pero he aquí que, en plena marcha, una vozllamó su atención. Pasaba Poseidón junto a la

* El temor que despierta esta profecía entre los olímpicosse funda en la idea de que un hijo más poderoso que ellosmismos podría atentar contra su poder, igual que ellos ac-tuaron contra Cronos y éste, anteriormente, lo había hechocontra Urano. 155

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isla de Naxos, en pleno corazón de las Cícladas*,cuando escuchó una melodía cristalina. Acer-cándose a una prudente distancia, vio a la nerei-da Anfitrite danzando por la orilla. Acompañabasus joviales movimientos con palmas acompasa-das al ritmo de un alegre estribillo. Su cuerpo deadolescente se transparentaba a través del her-moso peplo de agua. Sin saberse observada, seentregaba a inocentes gestos poco recatados. Lasaves marinas creaban un fondo sonoro de graz-nidos que buscaban participar del baile. Posei-dón se enamoró de la nereida con una pasiónsin réplica.

Arreó a sus fogosos corceles y apareció en todosu esplendor ante Anfitrite, pero sólo consiguióasustarla y que, echándose a la carrera al agua,huyera de él. Poseidón no se dio por vencido.La siguió a través de la corriente. Clamaba en elfragor del oleaje el nombre de Anfitrite, pero ella,pudorosa, escondía la mirada. Ante la insisten-cia tenaz del dios, Anfitrite se ocultó en las pro-fundidades del Océano, adonde raramente llegala luz.

Pero un día fue descubierta por un grupo dedelfines, que la miraron ya como soberana. Evo-lucionando en círculos a su alrededor, fueronpoco a poco venciendo su resistencia, conta-giándole su entusiasmo. Escoltada por un so-lemne cortejo de sinuosos delfines, fue conduci-

* Archipiélago situado al sureste de Grecia, es el más cer-cano al continente. Antiguamente estaba formado por lasislas de Andros, Delos, Melos, Naxos, Paros –famosa por sumármol–, Kéa, Kithnos, Míkonos, Sérifos, Sifnos, Siros y Ti-nos. La civilización que en ellas nace, ya en el tercer mile-nio a.C., por su estratégica situación como puente entre am-bas orillas del mar Egeo, recibe influencias de las culturasvecinas contemporáneas, pero presenta los suficientes ras-gos propios como para hablar de una específica civilizacióncicládica.156

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da ante el soberano de las aguas, que la recibiócomo esposa y la respetó en todos sus deseos.Juntos tuvieron una prolífica descendencia de tri-tones, seres de torso masculino y magnífica colade pez que, soplando en grandes caracolas amodo de trompa, escoltan el magnífico carrodonde, en la plenitud de su gloria, se desplazanPoseidón, armado con el tridente, y Anfitrite, se-ñora de los mares, rodeados por un solemne cor-tejo de nereidas y delfines.

Zeus decidió entonces unir su destino al deuna diosa de su misma dignidad y solicitó enmatrimonio a su hermana, la augusta Hera, pri-mogénita de Cronos, imponente en su bellezasevera, sus negros ojos redondos se clavan don-de mira.

Se dice que Zeus la deseó como mujer duran-te trescientos años*, pero ella se apartaba de todocontacto, celosa de su propia independencia. Undía se encontraba la venerable diosa sentada ysola en el remoto monte Cóccige. Un manto os-curo le caía desde los hombros al suelo. Su her-moso cabello negro se desbordaba en cascadasde bucles, graciosamente recogidos atrás con unalfiler de oro. Miraba a lo lejos, un grupo de ála-mos abanicaba el aire con sus hojas plateadas.Acababa de levantarse un aire frío que soplabaa ráfagas cada vez más desapacibles, amenazan-do tormenta. Pero Hera ni lo advertía, ensimis-mada en las rápidas evoluciones de unas algo-donosas nubes oscuras. Se arrebujaba un pocoen el manto los hombros cuando un pequeñocuclillo aterido de frío vino a posarse en su re-gazo. La diosa sintió compasión del pobre ani-mal al verlo tiritando e intentó darle calor arro-

* Evidentemente, al ser inmortales, el tiempo de los diosesy el de los hombres siguen patrones diferentes. 157

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pándolo en sus propios vestidos. Pero el cucli-llo no era otro que el propio Zeus, transforma-do para sus intenciones en dicho animal, sólo élera el causante de esta amenaza de borrasca pro-vocada como estrategia para conseguir sus ob-jetivos. Al revelarse entre los brazos de su her-mana con su figura propia, ésta dio un grito ytrató de apartarlo de sí. Pero Zeus ya la tenía afe-rrada junto a su cuerpo y un deseo insoportablele ardía en las entrañas. Hera le suplicó que ladejase. No lloró, porque es de corazón duro yvoluntad firme. Sus súplicas tenían la contun-dencia de una orden, pero ¿cómo enfrentarse alpoder de Zeus directamente? En nombre de sumadre común, Rea, Hera rogó a su hermano quela respetase. En ese momento vio Zeus en losojos bovinos de la diosa resplandecer la durezade su carácter, y la amó con una grandeza sinsentimiento. Le prometió hacerla su esposa.

Las bodas se celebraron con gran solemnidad.Hera fue transportada en majestuosa procesiónbajo un palio de lirios y helicrisos, bañada enaguas virginales y ungida de aceites aromáticos,engalanada con un peplo bordado en hilo de orosobre blanco y ajorcas también de oro en los to-billos, igualmente de oro unos grandes pen-dientes finamente labrados y una dorada diade-ma de airosas hojas de encina en la frente. Lapalidez de su cara resaltaba bajo el pelo negrode fugaces reflejos azulados. Hasta el jardín delas Hespérides*, en el extremo occidente, fueconducida por los jubilosos himnos de boda delas Musas, que la custodiaban. Nada más ponerel pie en tierra, una esplendorosa primavera se

* Vagamente localizado al extremo occidental del mundoconocido, se lo ha querido identificar con las islas Canarias.El mito probablemente recoja la memoria de las primerasincursiones de griegos más allá del estrecho de Gibraltar.158

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38 Ares:equivalente deldios latinoMarte.

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extendió por el jardín, donde la esperaba un im-ponente Zeus en toda su resplandeciente natu-raleza. Como regalo de bodas, hizo brotar en eljardín unos manzanos de impresionantes frutasde oro, cuyos cuidados y custodia encargó res-pectivamente a las hijas de Atlas, las Hespérides,y a un dragón, Ladón. Una vez de la mano losdos hermanos, el resto de la comitiva se retirópudorosamente y una nube dorada envolvió a lapareja para la consumación de su matrimonio.

Desde entonces, la diosa quedaba consagradacomo severa guardiana de la fidelidad conyugal,inflexible protectora de la familia en su funciónperpetuadora. De aquella unión, sin embargo,sólo iba a nacer un hijo, un ser violento y san-guinario, Ares38, dios de la guerra y de la bruta-lidad. Su recia hermosura física andaba parejacon un instinto sanguinario y cruento. Su des-nudez produce la impresión del rayo de sol re-flejándose sobre el escudo de bronce. A su paso,florecen los gemidos y el duelo, la tierra enroje-ce de sangre y crueldad. Frente al valor dome-ñado por la razón, que es el atributo primero deAtenea, Ares provoca la sinrazón de la violenciagratuita y la matanza ciega. Sólo en la furiosa em-briaguez del combate los hombres se atreven ainvocarlo. Normalmente las madres esconden sunombre bajo el puño.

Hera compartía junto a su esposo la preeminen-cia en la asamblea de los dioses. Sentada junto aél, mostraba una severa dignidad y una presenciaimpasible. Pero, en lo hondo de sí, mascullabael terrón de sal de una tormentosa envidia haciaZeus, pues éste había parido por sí mismo unahija, Atenea, dejándola a ella, como mujer, en si-tuación de inferioridad. Despechada, comenzó apasear en silencio, sola, apartada de todos, me-ditando, deseando con tanta intensidad repetirla proeza de su marido que terminó quedando

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embarazada sin participación no sólo de Zeussino de ningún otro ser, por sí misma, por la fuer-za de su férrea voluntad.

Ufana caminaba Hera con su barriga visible-mente hinchada entre la comunidad de los olím-picos. Desairando cualquier murmuración, ellamisma explicaba a quien quisiera escucharla elorigen de la criatura que gestaba en su interior,orgullosa de su propia hazaña. Ni siquiera se cui-dó de recatar el acontecimiento del parto.

En medio de una gran expectación, alumbróHera a su hijo Hefesto39. Una estruendosa car-cajada estalló unánime entre los siempre felicesal contemplar a la criatura. El recién nacido eraun jovenzuelo completamente deforme. Pati-zambo y cojo, algo cargado de un solo hombro,feísimo. Pasado el primer estupor, todos los dio-ses se fueron contagiando una risa incontenible.La madre, furiosa, despechada, agarró al niño deuna pierna y lo arrojó sin compasión al abismo.

Pero Hefesto cayó milagrosamente sano y sal-vo, aunque algo contusionado, al mar, donde fuerecogido por la oceánide Eurínome y la nereidaTetis. Ambas lo ocultaron a la vista de los hom-bres y de los dioses y lo cuidaron y protegieroncon mimo maternal. En las grutas donde el ríoOcéano nace entre borbotones de espuma y vio-lentos remolinos de agua vivió el dios cojo en elamor jovial y desinteresado de las dos diosas. Allíse despertó en el niño el interés por el trabajodel bronce y otros metales, y poco a poco fuecultivando y desarrollando una técnica todavíapoco conocida. Sus primeras obras fueron bro-ches y brazaletes, sortijas y artísticos collares conlos que agradecía a sus benefactoras sus cuida-dos y su cordialidad. De ellas aprendió la ternu-ra, y la gratitud iluminó su feo rostro con unahermosura imperecedera. La mueca de su sonri-sa despertaba en ambas sentimientos entraña-

39 Hefesto: secorresponde con

el Vulcanolatino.

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bles. Pero Hefesto, a medida que iba creciendo,fue madurando en secreto un odio insaciablecontra su madre, a la que no ahorraba los insul-tos más feroces y despectivos en su interior. Alcabo de nueve años, ya fortalecido en su propiaestima y alcanzada la plenitud de su triste loza-nía, se despidió de Tetis y Eurínome, no sin an-tes sellar con ellas un firme propósito de eternoreconocimiento.

En las brillantes alturas, mientras tanto, repuestaya del vergonzoso trance de aquel parto desa-fortunado, Hera volvía a ocupar su sitio de ho-nor entre los olímpicos. Nadie se atrevía a pro-nunciar el nombre de Hefesto en aquellasmansiones. Como si nunca hubiera existido. Undía, sin que nadie supiera dar razón de su pro-cedencia, apareció en las mansiones celestes untrono hermosísimo, enteramente repujado en oro,con incrustaciones de marfil figurando guirnal-das de lirios en los brazos y, en el respaldo, unpavo real multicolor enteramente fabricado conpiedras preciosas. Los primeros rayos de Helioscayeron sobre aquel trono nunca antes visto, queal contacto del sol parecía resplandecer con unfuego propio. Todos los dioses quedaron sus-pensos ante aquella maravilla, pero ninguno seatrevía a sentarse en él. Tan sólo Hera, en su ca-lidad de consorte del padre de dioses y hombresy soberano absoluto del universo, osó apropiar-se de aquel asiento y, en medio de una gran ex-pectación, ocupó su sitial.

Un grito horrible salió de su boca nada mássentarse. Nadie comprendía las razones de esefuror repentino. Nadie se atrevía a hacer nada,aunque Hera no dejaba de chillar como enlo-quecida: «¡Soltadme! ¡Soltadme!». Efectivamente,el trono no era más que una trampa de su hijoHefesto. Nada más entrar en contacto con el me-tal, el cuerpo de la diosa quedó aprisionado por 161

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unas fuertes cadenas que la inmovilizaron, in-movilizaron sus brazos, su cuello contra el res-paldo, sus pies en el escabel. Por más que in-tentaron liberarla, tirando de ella, tratando deforzar las argollas de bronce, ninguno era capazde devolverle la libertad. Hera gritaba inmóvil,como petrificada. Ni siquiera su esposo Zeus te-nía poder sobre aquel artilugio. Cuando la ten-sión se hizo ya insoportable entre los dioses, sepresentó ante ellos Hefesto. Ninguno se atrevióni siquiera a sonreír en esta ocasión. Hera y He-festo se miraron como perros rabiosos a los ojos.La madre escupió: «¡Tú! ¡Has sido tú quien se haatrevido a cometer esta ofensa contra tu propiamadre!», a lo que Hefesto no tuvo que respon-der nada en su defensa. Los restantes olímpicoscallaban. Cuando Hera, ya exhausta, dejó de lan-zar insultos contra su hijo, éste accedió a soltarlacon dos condiciones: ser reconocido como hijosuyo en el Olimpo, a lo que todos asintieron conun movimiento de cabeza, y recibir como espo-sa a la diosa más bella. Un denso silencio cayóentre los presentes. Aún no había pronunciadosu nombre, cuando ya todos tenían la miradavuelta hacia Afrodita. El nombre vibró como elmetal de una campana en la boca de Hefesto, yla diosa del amor agachó la vista, como man-chada por la deformidad de aquel que la solici-taba. Hera gritó a Zeus: «¡Dásela!», y éste tomóla mano de la radiante diosa del amor y la dejósobre la mano del dios cojo. Inmediatamente,las ligaduras del trono saltaron como por arte demagia.

Hefesto construyó su propio palacio en elOlimpo, donde se disponía a vivir en unión des-igual con Afrodita. En adelante, iba a alternar supasión por la forja y el trabajo de los metales conotro cometido: en las reuniones y asambleas delos olímpicos, él sería el encargado de preparar162

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en las cráteras* la bebida de la eterna juventudy repartirla entre los dioses. En esta nueva fun-ción de copero, era una alegría verlo arrastrar supierna cojitranca con la copa en la mano, suscontorsiones al moverse eran el regocijo y la bur-la de todos los presentes, el inestable equilibriodel líquido a punto de derramarse con las con-torsiones de Hefesto al caminar producía la hi-laridad general. La risa y la felicidad volvían apresidir los cónclaves divinos**.

Parecía en un principio que la dulce diosa delamor se hubiera resignado a su nueva situación.Pero no es la resignación un sentimiento que dig-nifique a quien a él se somete ni forma parte dela nobleza que debe presidir todo afecto. ¿Pue-de atarse la eclosión de vida que como una des-carga eléctrica recorre cada abril el seno de latierra? Pronto las alas de Eros comenzaron a re-volotear igual que un airecillo fresco y reconfor-

* Antigua vasija en forma de gran copa, donde se preparabael vino antes de beberlo, misión encomendada al copero. Hade señalarse que los antiguos griegos bebían el vino mez-clado con hierbas aromáticas y agua, a veces también conmiel. La frecuencia con que, en los textos antiguos, se reco-mienda no beber el vino puro, por su peligrosidad, que po-día llevar incluso a la locura, aconsejando mezclarlo con tres,cuatro o incluso cinco partes de agua, y el hecho de que elproceso de la destilación no se hubiese descubierto aún, conlo que la graduación de dichos vinos no podía ser muy alta,ha llevado a pensar que muy probablemente los tomaranaderezados con alguna sustancia alucinógena o estimulante;se ha planteado como hipótesis la utilización del cornezue-lo del centeno, hongo de gran poder psicotrópico actual-mente utilizado contra las hemorragias.** La antigua mentalidad griega no se enfrentaba a la de-formidad física con un talante moralizador, la considerabaotra manifestación particular de la naturaleza, motivo de re-gocijo en su individualidad. Como enfermedades o desvia-ciones de la norma física se consideraban también acci-dentes psíquicos como el amor o la inspiración poética, asícomo la epilepsia, en la que veían la posesión de la perso-na por un dios. 163

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tante en las estancias del palacio. La poderosasensualidad de la carne despertaba un lánguidoaliento en sus suspiros. Cuando un día se pre-sentó ante ella el joven Ares, Afrodita estaba yapreparada sin saberlo para entregarse como unafruta madura a la boca de ese joven musculosoy decidido. Sólo una clámide40 corta cubría sucuerpo dorado por el sol, bajo la tela blanca seerguían dos muslos firmes, sus musculosos y tos-tados brazos parecían capaces de arrancar decuajo un mundo para ponerlo a sus pies. Sus me-chones negros se encrespaban en airosos rizos,enmarcando un rostro de rasgos duros y sen-suales; en sus labios carnosos y prietos parecíatemblar una pregunta innecesaria y decisiva.Afrodita estaba recostada ante un pebetero deesencias aromáticas. Se miraron a los ojos. Laspalabras abandonaron rápidamente la sala y die-ron paso a un silencioso gorjeo de sobreenten-didos. La diosa del amor dejó caer una mano hastael suelo. Dos gotas de sudor perlaban su frente.Ares se acercó a ella y con delicadeza las limpiócon su mano. Ella dejó caer hacia atrás su cuer-po, como avasallado por un repentino oleaje ar-diente. Cerró los ojos. Sintió en sus labios la agri-dulce presión de otros labios.

No fue aquél el único encuentro secreto de lapareja. La alegría volvía a ser un estímulo vitalpara la dulce Afrodita. Cada vez que Hefesto par-tía hacia la isla de Lemnos*, donde tenía su fra-gua, el violento y ardiente Ares apostaba en lapuerta del palacio a un niño, Alectrión, cómpli-ce suyo, con el encargo de avisarle de la llega-da del día, y él se dejaba rendir en los brazos de

* Accidentada isla al nordeste del Egeo (actual Limnos) de for-mación volcánica, con zonas portuarias habitadas y otras to-talmente inhóspitas. Su impresionante relieve la hizo escena-rio de varios sucesos mitológicos. Aparte de Hefesto, reapareceráen el mito de los argonautas y en el ciclo troyano.

40 clámide:túnica corta

usada por losantiguos

hombres griegos.

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Afrodita para consumar una pasión que lo enar-decía igual que potro desbocado.

Alectrión fue cumpliendo cabalmente su tarea,pero una noche no pudo vencer el sueño y cayódormido, con lo que dio ocasión a que el carrodel Sol asomara por el horizonte, descubriendoasí Helios a la pareja desnuda y abrazada en ellecho conyugal. Sin dudarlo un instante, avisó almarido, que se sintió más ultrajado que apena-do y meditó una retorcida venganza.

Instaló en torno a la cama una finísima red dehilos de oro. Tan delgados eran que costaba tra-bajo percibirlos a simple vista sobre los ricos ro-pajes del lecho, como si fuesen invisibles, perocapaces de soportar cualquier peso, resistentesa la tijera y al cuchillo. Se preparó entonces comopara una larga ausencia y, tras una efusiva des-pedida, partió para Lemnos. Cuando Ares lo viomarcharse, el júbilo floreció en sus sentidos y,encendido de amor, se presentó ante Afrodita,que lo recibió con un ligero rubor de entusias-mo encendiéndole las mejillas. Pero el gozo delencuentro duraría poco. Nada más echarse en lacama, los hilos de oro se cerraron en torno igualque una inmensa telaraña, aprisionándolos enuna fabulosa red invisible. Por más que force-jearon, resultaba imposible romperlos o abrir unabrecha en esa trampa dorada. Hefesto, que sólohabía dado un rodeo para fingir que se alejaba,regresó a palacio, sorprendiéndolos en actitudtan poco decorosa. La rabia se apoderó de su co-razón al ver a los amantes, atemorizados en suprisión. Con roncos alaridos llamó a los restan-tes dioses para que compartiesen su humillación,para que fuesen testigos del ridículo y la ver-güenza que debía soportar. Quería que todos loseternos contemplasen la desfachatez de los cul-pables. Pero he aquí que, conforme iban llega-do, uno a uno, alterados por la excitación de los 165

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gritos de Hefesto, fueron todos quedando so-brecogidos por la gloriosa desnudez de la jovenpareja. La lozanía de esos cuerpos en pleno vi-gor dejó sin habla incluso a Zeus, que no en-contraba en su interior palabras condenatorias.Ninguno podía apartar la vista de ese prodigiode belleza sin mancha. La carne tiene su propiainocencia. Pueden forzarla la violencia o los pre-juicios, pero siempre conserva en sí la semilla desu propia eclosión imparable y libérrima.

Decepcionado y humillado, Hefesto acabó re-tirándose definitivamente del Olimpo. Bajo el vol-cán del Etna*, instaló su legendaria fragua, don-de ayudado por los cíclopes hace hervir lamontaña en un fuego abrasador, toda la isla re-suena a los golpes del fuerte martillo contra elyunque. Inmensos fuelles no dejan día y nochede avivar una actividad sin descanso. La fatigadel trabajo adormece su pensamiento herido.Ares marchó airado a los salvajes montes de Tra-cia, no sin antes castigar por su descuido a Alec-trión, convirtiéndolo en gallo y obligándolo asía anunciar cada mañana la salida del sol con suestridente quiquiriquí. Afrodita, la diosa que amala risa, humillada y dolida se refugió en su islade Chipre. Allí la lavaron las Gracias de todamancha y la ungieron con aceites aromáticos. Ensu seno llevaba el fruto de sus amores con Ares,una hija que nació marcada por los atributos desus padres: la singular Harmonía.

En la tierra, entre tanto, los hombres habían lle-gado a constituir una raza de seres sanguinariosy perversos, ninguna ley ni respeto mutuo atem-peraba su carácter destructivo. Como fieras sal-vajes, se tendían trampas para apoderarse de loajeno o someter a sus semejantes a su voluntad

* Volcán todavía activo en la isla de Sicilia.166

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y beneficio. Habían olvidado granjearse la be-nevolencia de los dioses mediante sacrificios, nobuscaban en el seno de la tierra el alimento, pre-firiendo el pillaje y el robo. No tomaban lo quela naturaleza maternalmente les ofrecía, se dedi-caban a atesorar el producto del trabajo ajenopara someter con más violencia a sus semejan-tes. Zeus estaba furioso con la raza humana, consu insolencia desdeñosa, con su absoluto des-precio a toda norma de convivencia, con la ari-dez de sus sentimientos, roídos por una ambi-ción desmesurada. Y decidió exterminarlos.

Ideó entonces enviar un diluvio que cubriera latierra entera y ahogara en sus aguas fangosas aesos seres miserables. Sólo una pareja humana ha-bía vivido con piedad y nobles sentimientos*. Deu-calión era hijo de la oceánide Clímene y de Pro-meteo, que todavía seguía sufriendo su horriblecastigo, encadenado a una roca, en las cumbresperpetuamente nevadas del Cáucaso, sirviendo depasto a la voracidad del águila. Pirra era hija deEpimeteo y Pandora. Deucalión y Pirra formarondesde jóvenes una pareja de respetuosos aman-tes, sensibles al dolor que ensombrece la vida delos hombres. Su piedad se dirigía tanto a las co-sas más grandes como a las más pequeñas. Des-de el venerable padre de dioses y hombres hasta

* El tema del diluvio universal y de la pareja salvada de ladestrucción general es común a las mitologías de muchascivilizaciones antiguas, algunas de ellas muy alejadas entresí. Con variantes, pueden comprobarse los paralelismos en-tre el mito de Deucalión y Pirra entre los griegos y el bí-blico Noé, el sumerio Gilgamesh, el germano Gylfaginning,los indios Satapatha-Brahmana y Bhagavata-Purana, el ira-nio Avesta. Yendo más allá, reaparecen igualmente mitossobre la destrucción de la humanidad por un diluvio en an-tiguas culturas de Australia, Filipinas, Tailandia. Polinesia,Melanesia, el legendario rey chino Yu, entre los yoruba deÁfrica, los aymara de América del Sur y los aztecas de Amé-rica Central, entre otros. 167

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el último insecto que por la tierra se arrastra, todoera digno de su respeto y su afectuosa sensibili-dad. Prometeo penetraba los pensamientos deZeus y, cuando comprendió sus intenciones, in-tercedió en favor de su hijo Deucalión y su espo-sa Pirra, pidiéndole que les perdonase la vida yles permitiese fundar una nueva raza de hombresmás humildes. Zeus asintió.

Prometeo encargó a su hijo que construyeseuna gran arca de madera y se encerrase en ellacon su mujer, sin salir para nada en tanto dura-se el castigo divino. Y así lo hizo Deucalión. Co-menzaba ya a anubarrarse el cielo, caían los prime-ros goterones, cuando éste concluía su embarcaciónsalvadora. Mientras la cubría bien de brea parahacerla más impermeable, una gran cantidad deanimales de todas las especies acudieron a aquelrefugio. Pirra, que corría reuniendo provisionesy almacenándolas en el interior del arca, los aco-gió benévola.

Nueve días y nueve noches seguidas llovióZeus torrencialmente. Los ríos desbordaron sucauce arrastrando en su salvaje estampida lo queencontraban a su paso. Las aguas inundaron va-lles y gargantas. Rápidamente fueron subiendode nivel, ahogando todo vestigio humano. Y elaguacero no cesaba. Gigantescos remolinos cho-caban sin cauce contra las más impresionantesmontañas y los acantilados más abruptos. Nue-ve días de desesperación en que el agua no de-jaba de golpear contra la techumbre de la em-barcación como mortíferos proyectiles. Al vaivénde un fragoroso oleaje iba el arca a la deriva, so-portando la furia del agua, entre borbotones deespuma y barro. Al noveno día encalló en la cimamás alta del Parnaso.

La ira de Zeus se había templado. El cielo apa-recía sereno y luminoso. Pero, cuando Pirra abrióuna ventana al día, vio Deucalión ante sí una in-168

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terminable extensión de agua, un mar absolutoque cubría la totalidad de la tierra. Imposible vi-vir en aquel escenario desolado. Zeus tuvo com-pasión de ellos e hizo que las aguas descendie-ran, volviendo a sus cauces primitivos. Los doshumanos desembarcaron y, con sincera piedad,ofrecieron a Zeus un solemne sacrificio de agra-decimiento. Pero sus corazones estaban llenosde dolor. La soledad del mundo era espantosa.El padre de los dioses penetró en su tristeza ycomprendió.

Una potente voz ordenó: «Cubríos la cabeza y lan-zad a vuestras espaldas los huesos de vuestra ma-dre». Pirra quedó horrorizada ante la irreverenciaque se le exigía. Dijo: «¡Jamás!», y miró a su esposobuscando su asentimiento. Pero éste meditaba, sa-bía que las palabras de los dioses han de ser in-terpretadas, nunca han de tomarse en su sentidoliteral. «La tierra es nuestra madre común, Pirra, detodos los seres. ¿Qué otra cosa pueden ser sus hue-sos sino las piedras?» Con estas palabras, conven-ció Deucalión a su esposa. Uno y otro entoncesempezaron a arrojar piedras a sus espaldas. Con-forme iban cayendo al suelo, de las de Deucaliónbrotaban hombres y mujeres de las de Pirra.

De este modo, la humanidad tuvo una segun-da oportunidad sobre la tierra.

¿Cómo no embriagarse de emoción cuando lamente se dispone a rememorar tu alumbramien-to, soberano Apolo, ilustre dios de la armonía yla luz de la razón? Toda Grecia está sembrada detu memoria. Tú le indicaste el camino e ilumi-naste su entendimiento. Porque no es lo impor-tante lo que se hace, sino cómo se hace, y paraqué se hace. Tú enseñaste a los hombres el equi-librio que no condena a los contrarios, sino quebusca lo común en lo diferente y la relación enlo que parece antagónico, hermoso dios de la 169

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música y el ritmo; tu cuerpo encarna la perfec-ción de lo bello en la armonía de sus miembros,tus ojos irradian el profundo resplandor del co-nocimiento, enmarcados entre bucles de reflejoscomo el sol dorados. La belleza, física o moral,es siempre una cuestión de proporciones.

Mi boca tiembla conmovida cuando se prepa-ra para pronunciar tu nombre sagrado, Apolo, ocualquiera de tus epítetos, Febo Apolo, Peán*.Para invocarte debería inundar mi boca con laluz del día, pero sólo cuento con palabras, hu-milde remedio, perecederas como son las pala-bras todas, mientras tú tiendes a lo que perma-nece, a la eternidad latente en todo lo caduco.

Pues había amado Zeus en secreto a Leto, hijadel titán Ceo y de la titánide Febe. De esos amo-res ocultos resultó embarazada la dulce Leto. Lagestación transcurrió sin sobresaltos. La madresentía dentro de sí el pálpito vivo de lo que essustancia de su sustancia. Pero, quién sabe cómo,si es que algún otro dios la había informado o elpensamiento de los dioses penetra lo infran-queable, Hera acabó enterándose de quién erael progenitor. Estaba furiosa. Los celos la recon-comían. Hervía de rabia contra Zeus por la infi-delidad cometida, pero nada podía contra él. Parahacerle insufrible, si es que no imposible, el par-to a su rival, Leto, lanzó Hera una terrible mal-dición contra cualquier tierra firme que acogie-ra a la parturienta en el momento crucial.

Y, de este modo, al sentir los primeros movi-mientos dentro de sí, Leto se preparó para traeral mundo el fruto de sus amores con Zeus, perotodas las tierras que pisaba huían despavoridas

* Entre los numerosos epítetos o sobrenombres con los quees invocado Apolo en toda la literatura antigua y moderna,son éstos los más frecuentes, hasta el punto de llegar a asi-milarse en ocasiones con el propio nombre del dios.170

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bajo sus pies, temerosas todas de la venganza dela diosa. Recorrió la pobre Leto, agobiada por lapresión de vida que empujaba dentro de sí, todala isla de Creta y luego se dirigió a la comarcade Atenas, visitó las islas de Egina y Eubea. Su-bió a las escarpadas cumbres del monte Atos ya las boscosas estribaciones del monte Pelión.Acudió a las islas de Samos y Esciros, Focea, Im-bros, Lemnos, Lesbos, la espléndida Quíos, Mi-leto y Cos, la ventosa Naxos, Paros. En cuantoponía el pie en cualquiera de estas regiones, elsuelo comenzaba inmediatamente a temblar. Te-nían miedo. Les aterraba la maldición vengativade Hera. Ninguna se atrevía a acogerla, todas lerogaban a la doliente Leto que, por favor, lasabandonase, que no las sometiese a una des-trucción cierta. Leto se sentía derrotada. Resig-nada, abandonaba cada uno de esos territoriospara buscar uno que no la rechazara. Y así lle-gó hasta una isla diminuta, insignificante, unaisla rocosa y árida, en la que apenas crecía nadavivo. Era todavía una isla errante, pues aún nohabía sido enraizada al fondo marino. Los vien-tos salinos la azotaban y la lluvia la rehuía. Or-tigia la llamaban los dioses y Asteria los hom-bres, porque todo, hasta lo más nimio41, recibesu nombre.

Los dolores se le hacían a Leto cada vez másinsoportables. Desesperada, cayó de bruces enla playa, rogó hospitalidad con lágrimas a la isla.«Nada tienes que perder. No posees tierras decultivo ni pastos que atraigan a los hombres, notienes buenos fondeaderos para construir puer-tos de acogida, tu ubicación es desconocida paratodos, pues errante vas a la deriva. ¿Quién seacuerda hoy de ti? Si recibes a los hijos que lle-vo dentro, serás consagrada como templo vivode los excelsos dioses que ahora mismo estánllamando a las puertas de la vida, serás lugar de

41 nimio:insignificante.

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peregrinación y respeto.» Y la isla asintió. Nadapodía contra ella la maldición de Hera, pues éstahabía jurado sobre cualquier tierra firme, en tan-to que la isla aún flotaba sobre el mar.

Leto, pues, estaba preparada para el parto, suseno era presa de insufribles contracciones, lavida que alentaba dentro de ella presionaba confuerza por salir a la luz. Pero el odio de Hera per-manecía intacto, indiferente a los horribles do-lores de la joven. ¿Por qué no se producía de unavez el esperado alumbramiento, si todo en sucuerpo estaba dispuesto según las leyes de la na-turaleza? Nueve días y nueve noches se retorcióLeto traspasada por inhumanos dolores, tal erala violencia divina de las criaturas que pugnabanpor nacer. Todas las diosas habían acudido ensu ayuda. Temis, Rea, Dione, Anfitrite, Deméter,Atenea. Pero ninguna podía hacer nada. Todasmenos la irascible Hera, que, inflexible en suvenganza, había retenido a la diosa provocado-ra del parto, Ilitía, en su palacio del Olimpo, sinpermitirle socorrer a la extenuada parturienta.Ésta se retorcía por el suelo, abrazándose el vien-tre hinchado, crispada por un sufrimiento que nodejaba de hacerse cada vez más intenso, al bor-de de la locura. Las restantes diosas no sabíanqué hacer, cómo ayudarla. Atenea determinó en-viar a Iris como embajadora ante Ilitía y ofrecer-le, a cambio de su ayuda, una guirnalda de mag-níficas cuentas de ámbar engastadas en hilo deoro, una extraordinaria joya de un espesor denueve codos. Persuadida Ilitía por el regalo, par-tieron ambas diosas igual que palomas temero-sas hacia Ortigia.

Nada más llegar, encontraron a la desesperadaLeto agarrada con ambas manos a una palmera,único ejemplar vegetal en toda la isla, las rodillasseparadas, hincadas en el duro suelo, la boca con-traída en una mueca de dolor, apretados los ojos.172

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Fue tocarla la mano liberadora de Ilitía y sentir yaLeto dentro de sí cómo se relajaban las ligaduras,abriéndose todo su cuerpo al deseado parto.

La primera en nacer fue tu hermana, Ártemis42.Exultante joven de belleza singular, de largos ca-bellos rubios. Armada desde su nacimiento conun arco de grandes proporciones, amó desde elprimer momento la naturaleza salvaje e indómi-ta, complaciéndose en la soledad de los barran-cos y los desfiladeros, en las cumbres más inac-cesibles, en los bosques más impenetrables.Diosa siempre virgen como los territorios que ha-bita y protege, la blancura de su piel parece to-mar ese reflejo nacarado de la misteriosa clari-dad lunar*. Su sensualidad tiene la perfección delo intacto, de lo que no puede ser palpado sinpervertirlo hasta su destrucción. Protectora de lasfieras indómitas que habitan los lugares más ale-jados de toda población, favorece la caza en piede igualdad**. El silencio de las más agrestes so-ledades a veces se ve interrumpido por el pasocercano del magnífico carro de Ártemis, tiradopor cuatro fabulosos ciervos y acompañado porun cortejo de ninfas. Difícilmente podrás verlo,sentirás su presencia.

* Al final del periodo clásico, la diosa Ártemis comenzó aidentificarse con la luna, asumiendo en ocasiones la per-sonalidad de Selene, así como su hermano Apolo acabóidentificándose con el sol y suplantando frecuentemente ensus funciones propias a Helios.** En el nacimiento de los gemelos, Ártemis y Apolo, se pon-drá de relieve uno de los caracteres primordiales de la cul-tura griega clásica: la búsqueda del equilibrio en los con-trarios, la asunción de lo real como convivencia de elementosy fuerzas antagónicas. La propia diosa protectora de los ani-males salvajes es al mismo tiempo la patrona de la caza. Delmismo modo, Apolo será el dios «Arquero» por excelencia,vengativo y justiciero, de sus flechas brotan todas las epi-demias, pero al mismo tiempo es el patrón de la medicina.La vida y la muerte son las dos caras de la existencia, negaruna de ellas significa el rechazo de ambas.

42 Ártemis: suequivalentelatina será ladiosa cazadoraDiana.

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Y después de Ártemis naciste tú, certero Apo-lo, saltaste a la luz y todas las diosas gritaron uná-nimes. Te proclamaron Febo, resplandeciente,porque irradiabas la fuerza cegadora del sol. Lanaturaleza entera sonrió. Y cuando ellas te hu-bieron lavado en la corriente del Inopo y, en-vuelto en blanquísimo lino, te tenían ceñido conlazos de oro, la sensata Temis te amamantó conel néctar de la inmortalidad y la ambrosía de laeterna juventud. Inmediatamente comenzaste aretorcerte entre los pañales, rabiando por libe-rarte de ellos, hasta que con una fuerza insos-pechada en un recién nacido conseguiste soltar-te y, saltando de los brazos que te sostenían,caíste a tierra en tu divina figura adolescente, ra-diante de noble hermosura, Febo Apolo, con elarco a las espaldas y la lira en una mano. Tu pa-dre Zeus dejó oír su voz en un trueno que rajóla cúpula del cielo, ordenándote que te dirigie-ras en primer lugar a Delfos. Pues, deseando sa-ber dónde se encontraba el centro exacto de latierra, el excelso dios de los cielos había lanza-do dos águilas en direcciones opuestas, que alreencontrarse indicaron el valle de Delfos comoel ombligo de la tierra. Y hoy era allí adonde teenviaba tu padre, radiante Apolo.

Las diosas allí reunidas no dejaban de admirartu gallardía sin ostentación. Tú preludiaste en lalira unos sencillos acordes y toda la isla se cubriómilagrosamente como de un reflejo de polvo deoro y en ella el sol caía a bendecirte y saludarte.Tú te volviste hacia aquella tierra reseca y pedre-gosa y le hablaste, Febo Apolo, con corazón agra-decido. Enraizada quedaría en adelante en mediode las Cícladas, exactamente en el centro del mun-do griego, y, en lugar de Ortigia, recibiría pornombre Delos, la brillante, porque sólo ella te dioasilo donde nacer y hoy resplandece sobre el azuldel mar como una estrella en el horizonte.174

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Un carro alado arrastrado por siete cisnes acu-dió a recogerte. Pero ¿no fue así que, en lugarde conducirte al valle de Delfos, tal como Zeuste había ordenado, los cisnes continuaron su rutahacia el norte? Una corte de ruiseñores te escol-taba. Y tú, con tu enigmática sonrisa de enten-dimiento, llegaste al extremo norte habitado, ala mítica región de los hiperbóreos, más allá dedonde sopla el gélido Bóreas. Viven éstos bajoun cielo perpetuamente puro, un aire nunca con-taminado hace allí de los días una saludable ex-periencia, la templanza del clima invita a sus ha-bitantes a vivir al aire libre, sin casas ni posesiones,sin diferencias entre ellos. El suelo produce doscosechas al año, suficiente para satisfacer las ne-cesidades de todos. No conocen la violencia nila codicia. Su carácter afable templa cualquier di-ferencia en un delicado equilibrio de pasiones ysentimientos. Su pensamiento busca su propiaarmonía con las leyes que rigen la vida. Carecende prejuicios y aman la belleza. Se dice que vi-ven muchos más años que el resto de los hom-bres, pues ni la vejez ni la enfermedad consu-men sus fuerzas. Cuando los más ancianossienten que han colmado su existencia con losdones de la vida, sonrientes, coronados de flo-res como para una festividad, se arrojan desdeun acantilado al mar, donde encuentran la sere-na dulzura de la muerte*. Un año completo per-maneciste, Apolo, entre los hiperbóreos, conquienes te unía una mutua afinidad y un senti-

* La religión griega tradicional no busca trascender la muer-te con promesas de ultratumba, sino aceptarla como ley na-tural. En su búsqueda por superar este fatalismo pesimista,tanto la mitología como la literatura y, posteriormente, la fi-losofía descubrirán el alma humana como escenario de lasfuerzas positivas y negativas que implica la dualidad muer-te/vida, contradicción brillantemente asumida en los plan-teamientos del filósofo Epicuro. 175

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43 melisma:tipo de canto

reiterativo, enconjuntos de

cinco o seisnotas cantadas

sobre unamisma sílaba,muy usado en

la músicapolifónica desdela Edad Media.

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miento de recíproco respeto. Transcurrido estetiempo, regresaste a Grecia. Allá por donde pa-sabas, alegres cantos triunfales te rendían tribu-to y te glorificaban. La tierra entera era bendeci-da por tu presencia, que la hacía expresarse enhimnos medidos y jubilosos, armonizando el cris-talino sonido de las fuentes y arroyos con el sen-sual melisma43 de las cigarras y el melodioso gor-jeo de los ruiseñores. Cada diecinueve añosdesde entonces, el tiempo necesario para que losastros efectúen una revolución completa antesde volver a su posición inicial, regresas por unatemporada al país de los hiperbóreos, entre quie-nes te purificas del contacto agresivo con la exis-tencia. En las noches templadas de la primave-ra, resuena en el silencio el eco de tus himnossagrados acompañados por el sonido vibrante detu lira.

Y así llegaste al majestuoso Parnaso, en cuyaladera se yergue la impresionante meseta de Del-fos. Sus escarpadas cumbres siempre nevadas in-funden una impresión de solemne grandeza.Desde su cima puedes admirar a lo lejos el mary la llanura de Crisa, cuajada de plateados oli-vos. El lecho seco del Plistós, en el profundo yamplio barranco, parece retorcerse entre los de-dos de la cadena montañosa, como estremecidopor las heridas de una vida que lucha por respi-rar cuanto pueda en la luz. Ascendiendo ya ha-cia las cumbres, se alcanza entre paredes de rocay montes como partidos de un hachazo el ma-ravilloso anfiteatro natural de Delfos, colgadocomo un balcón sobre la amplitud del espacioabierto. Oteando desde su meseta rodeada de pi-nares, sientes que estás en un lugar apartado delresto del mundo, un fulgor interior la hace pal-pitar en la luz y el aire. Desde ella, la ascensiónse hace escarpada y peligrosa incluso para losanimales más montaraces. Las imponentes estri-

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baciones parecen buscar con titánico entusiasmolas alturas.

Allí te presentaste, Apolo, ante la gruta sagra-da, donde las musas recogen con una mano elfruto espiritual del cielo y con la otra el de la tie-rra. El suelo de la cueva permanece siempre hú-medo y resbaladizo. En la semioscuridad tinti-nean reflejos destellantes sobre el delicado encajede húmedas estalactitas. El sol, entrando por laestrecha boca de entrada, golpea sus paredes conirisaciones rosáceas y verdosas. Las nueve don-cellas te rodearon como blancas palomas nadamás verte y te erigieron como conductor o guíade sus coros, Apolo Musageta*. Tu sensibilidady su sensibilidad emanaban de una misma aspi-ración a la verdad, la verdad interior que no tie-ne por qué coincidir con las verdades aparentescon las que justificamos a diario nuestra conductaramplona y egoísta. Tú, Apolo, en un solemnebautismo de luz, las fuiste nombrando una a una,definiendo sus funciones y atributos, como con-sortes en tu actividad artística. Tú, Urania, ibas apresidir en adelante la astronomía. Talía purifi-cará de convencionalismos la mente del hombremediante la risa, con la restallante explosión dela comedia. Calíope, tú desbrozarás el sentidoprofundo de las hazañas de los hombres, ocultoen la trama de acciones violentas y audaces, que enla épica alcanza su expresión más depurada. Clío,¿quién mejor que tú para desentrañar las ense-ñanzas de la historia, memoria viva del transcursoirracional y pujante del tiempo? Euterpe, tú ilu-minaste el poder transformador del sufrimientomediante la tragedia. Tú, Melpómene, abristeventanas al alma y a la propia conciencia en elintimismo de la lírica. Terpsícore, nunca dejes detransformar en vuelo interior, con la danza, el ím-

* Literalmente «Conductor de las Musas». 177

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petu de movimiento que en el hombre palpita.Un mismo sentido de la proporción gobiernadesde la música de las estrellas hasta la sociedadde las hormigas. Tú, Polimnia, revelas sus leyeseternas mediante el estudio matemático. No me-nos gloriosa que tus hermanas, Erato, recibisteel encargo de presidir la armonía y el canto ele-gíaco.

Miradlo, Musas, como una columna firme y ai-rosa, contemplad a Apolo, radiante en la luz,cómo desde la escarpada cima del Parnaso bajóentonces a enfrentarse con la monstruosa ser-piente Pitón. Era ésta un ser espantoso, hijo dela tierra, que envenenaba las aguas de la fuenteCastalia, donde vivía. Desde allí salía a saquearsembrados y establos con afán destructivo. De-voraba los ganados y las piezas de caza que me-rodearan por los alrededores de Delfos. Sus ha-bitantes estaban horrorizados, apenas si seatrevían a salir de sus casas, que en ocasioneseran abrasadas por el aliento fétido de la ser-piente. Muchos hombres habían encontrado unamuerte horrible entre sus venenosos colmillos.Tú, Apolo, decidiste fundar tu santuario más im-portante en aquella región y, para purificarla, te-nías que enfrentarte a Pitón y destruirla.

La serpiente te lanzó una mirada salvaje, inyec-tados de sangre los ojos. Pero tú no dudaste. Ten-sando bien el arco, disparaste una flecha que fuea clavársele justo en medio de la frente. El animalse retorcía entre alaridos espantosos, que hacíantemblar las ramas de los pinos. Te escupió fuegoenvenenado, que tú detuviste con la palma de lamano. Y le lanzaste una segunda flecha, que letraspasó el corazón. Chorreaba sangre a borboto-nes espesos. Jadeaba violentamente, latigando elsuelo con su gruesa cola a un lado y a otro. Tú laesquivabas con saltos precisos. Una tercera flechale atravesó la garganta, cuando aullaba cabeza en178

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alto, saliendo por el otro extremo la punta. La ser-piente Pitón murió entre estertores terroríficos, aunmuriendo inspiraba pavor. Y tú, Apolo, dijiste:«¡Púdrete en la tierra!* Ya no aterrorizarás más alos habitantes de este santuario. El sol y las salesde la tierra descompondrán tu carne, que así vol-verá, alimentándolo, al suelo del que naciste»,como si las oscuras energías de ese cuerpo co-rrompido fuesen el abono necesario en el que en-raizara y fructificara la potencia, Apolo, de la ar-monía, el coraje del conocimiento, la fuerza de laluz, que así irradiaría a todo el mundo desde allí,en el templo que, andando el tiempo, iba a al-zarse junto a la fuente donde encontró la muertePitón. Rodeándote en un jubiloso revuelo de pe-plos al aire, las Musas entonaron el primer peán**de victoria en tu honor, coronándote con el des-tello de sus voces cristalinas.

Emprendiste entonces un largo viaje, Apolo,hasta el idílico valle del Tempe***, donde en lasaguas del río que lo atraviesa te purificaste de lamatanza de la serpiente. Sólo entonces volvistea tu santuario para dar sepultura al cadáver dePitón, bajo el ónfalos**** que marca el ombligo

* Los antiguos griegos interpretaron el nombre mítico de Pi-tón como procedente de la misma raíz del verbo que sig-nifica «pudrir» (puvqw).** El peán es un canto de victoria, cuyo nombre deriva dela palabra de júbilo que hace de estribillo, «peán». Prontose especializó como forma hímnica en honor de Apolo, deahí la utilización de la propia palabra como epíteto del dios.*** La hermosura de esta frondosa garganta, a la entrada dela región de Macedonia, la convirtió pronto en un lugar co-mún de la literatura antigua. Mencionar el Tempe era alu-dir a un paraíso en la tierra, bien localizado y bien admira-do, nunca perdido, siempre anhelado.**** La palabra «ónfalos» significa en griego ombligo. En estecontexto, se la utiliza como sinónimo de «centro», el centrodel cuerpo humano, el centro del mundo. Como tal, se en-cuentra en Delfos una pequeña escultura con forma de me-dia cápsula, esculpida; marcaba precisamente el «ónfalos», 179

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del mundo. Y en torno a él instituiste, en re-cuerdo de aquella hazaña, unos juegos fúnebres,que se denominaron Píticos e iban a celebrarsecada cuatro años*.

Fue en Delfos donde estableciste tu lugar de cul-to y luego fundaste tu oráculo. Con madera de lau-rel, traída del valle del Tempe, alzaste tu primertemplo en aquel luminoso balcón abierto al mun-do. Todos los hombres vendrán durante genera-ciones, a través de los siglos, para venerarte y con-sultar tus vaticinios. No habrá humano, particularu hombre de gobierno, que alguna vez en su vidano acuda a Delfos para aprender de ti la conduc-ta adecuada, interrogando a tu profetisa, la Pitoni-sa, que, sentada sobre el trípode sagrado, recibedel centro de la tierra las emanaciones sulfurosasen que se expresan tus profecías, profecías queella interpreta a los hombres con palabras oscurasy sentencias difíciles. Porque conocer es un duroejercicio de constancia y reflexión. Toda la huma-nidad te honrará por siempre, Apolo, en el aireresplandeciente de Delfos y en las aguas purifica-doras de la fuente Castalia, en la luz del día y laluz de la razón. En el frontón de entrada al recin-to sagrado, una sentencia recibirá a todo hombreque acuda a ti: «Conócete a ti mismo».

Zeus mostraba su rostro más radiante ante lasencilla majestad de su hijo. Hera lo miraba conojos condescendientes. Los restantes olímpicos

el centro del mundo, determinado por Zeus según nos na-rra el mito.* Los juegos Píticos, junto con los Olímpicos, los Ístmicos ylos Nemeos, eran algunas de las más importantes competi-ciones celebradas en la antigüedad. Aunque, en su origen,se trataba de ritos fúnebres para honrar la memoria de al-gún personaje importante, pronto se convirtieron en un ele-mento de cohesión social y de pacífica rivalidad entre lasdistintas ciudades griegas, así como un excelente instru-mento de promoción social para los vencedores y sus fa-milias.180

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admiraban con respeto la rica personalidad delnuevo dios y su equilibrio mesurado. Tu lira,Apolo, lograba conmoverles el alma y despabi-lar su entendimiento. Sereno como un amanecer,tienes los ojos puestos en el mundo. La verdades una cuestión de luz. La felicidad es una cues-tión de luz. Pero toda luz está alimentada por po-sos profundos de sombra. ¿La melancolía queyace bajo tu imperturbable sonrisa, glorioso Apo-lo, acaso es la memoria latente de aquel amordesafortunado?

El ala de Eros rozó tu frente y viste ante ti almuchacho lacedemonio. Jacinto* era hermoso yviril. Su natural espontaneidad no estaba reñidacon los interrogantes eternos. Ninguna maldad,fuera de alguna chiquillada o picardía, ensom-brecía sus pensamientos. Bebía la vida a rauda-les como un bien que en cualquier momento pue-de romperse entre las manos. Se entusiasmabacon la belleza del mundo. La indolencia de loscrepúsculos le traía el aroma delicado y frágil dela eternidad. Pero también disfrutaba desfogan-do su vitalidad incontenible en carreras y cabrio-las igual que un cervatillo joven.

Nada más mirarse, se compenetraron el dios yel mortal perfectamente. Uno parecía contem-plarse en el otro como en un espejo en el quever su propio reflejo invertido. Las fuentes delbosque conocieron sus cuerpos desnudos. Suspalabras se hacían íntimas y trascendentes cuan-do la emoción hacía presa de sus corazones.Aprendían uno en el otro los límites de su pro-pia naturaleza. Corrían juntos monte arriba. Apo-

* Según las teorías que preconizan una religión preheléni-ca, de carácter eminentemente agrario, en la cuenca delEgeo, la figura de Jacinto podría enmascarar a un antiguodios de la vegetación, cuya usurpación de atributos por par-te del dios indoeuropeo Apolo quedaría reflejada en el mitomediante los amores desgraciados de ambos personajes. 181

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lo tañía su lira con acentos conmovedores, Ja-cinto relataba leyendas ancestrales oídas al ca-lor de su infancia. Un sentimiento de plenitudlos dejaba echados en la hierba, de cara al sol,cogidas las manos en un anhelo de contactounánime.

Competían una mañana en el lanzamiento deldisco. Le correspondía el turno al dios y, esfor-zándose en una rivalidad puramente lúdica44, lolanzó con todas sus fuerzas al aire. El viento Bó-reas acechaba oculto, enamorado también delmuchacho, con la serpiente de los celos retor-ciéndose bajo su vientre. El disco alcanzó una al-tura increíble. Los dos enamorados miraban conojos suspensos su trayectoria hacia el cielo. Larespiración detenida. Bóreas, roído por la envi-dia, sopló con todas sus fuerzas, desviando asíel curso del disco, que fue a caer en veloz des-censo contra la frente de Jacinto.

Cuando Apolo, apenas sin comprender lo ocu-rrido, tan rápido sucedió todo, vio la sangre correrdel tajo abierto en su frente, quebró su propiagarganta en un grito de desesperación como ja-más antes se había escuchado. Repetía entre bor-botones de llanto incontenible su nombre, «¡Ja-cinto! ¡Jacinto!», pero éste no respondía. El almahabía abandonado su cuerpo. Las lágrimas caíancomo gotas de fuego por las mejillas divinas. Laimpotencia de un dios puede detener por com-pleto el mundo, su infinita tristeza puede volvera crearlo de nuevo. De la sangre del muchacho,caída en la tierra, brotó una nueva flor, que ensu honor fue llamada jacinto. Apolo, con unanueva serenidad, que ahora conocía la honda in-tensidad del dolor, inscribió en sus pétalos la ini-cial de su sufrimiento, para perpetuar la memo-ria de la fragilidad de todo bien. La tristezasembró el conocimiento en la belleza inmortalde su mirada.

44 lúdico:propio del juego.

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Maya es la menor de las hijas de Atlas, las fa-mosas pléyades. Ignorantes del destino que lasaguarda, pasan su vida en los montes, en alegrecompañía de las ninfas, retozando y espiando alos pastores que en primavera llevan a los mon-tes sus ganados. Ninguna de las siete compartióel castigo de su padre Atlas tras la derrota de lostitanes por los olímpicos, pues las siete se man-tuvieron neutrales en la contienda, sin decantar-se por ninguno de ambos bandos. Su existenciaestá marcada por las alegrías de un vivir sin di-ficultades. Se bañan en las fuentes más cristali-nas, adornan sus hermosos cabellos con floressilvestres, ríen al despuntar del día. Pero nadiedebe jactarse de haber vivido una vida dichosahasta que ésta haya llegado a su cumplimiento.

Cierto día, estando en los montes de Beocia,se encontrará con ellas el forzudo Orión. Éste noes otro que el hijo de Poseidón y Euríale, un au-téntico gigante de fuerza descomunal y un ex-celente cazador. Su valentía sólo es comparablea su arrogancia y desprecio ajeno. Será precisa-mente durante una cacería, en el transcurso dela feroz persecución de una pieza difícil, cuan-do Orión se cruce en su camino con las siete her-manas. Un deseo indeterminado pero imperiosose apoderará de él, un fuego incontenible que loabrasará por dentro, inmovilizándolo. Al princi-pio permanecerá como fulminado, inmóvil, ata-do a la tierra, desconcertado por aquel repenti-no deseo carnal, más poderoso que toda razón,destructor de toda prudencia, ante el temerosotemblor de las muchachas. No dirá una palabra.Alargará su imponente brazo para agarrar a lamás cercana; pero ellas, comprendiendo rápida-mente sus intenciones, se negarán a su apetito yemprenderán una huida desesperada que lashará correr durante cinco años incansablementeperseguidas por los gritos lascivos y salvajes de 183

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Orión. La misericordia de Zeus las rescatará cuan-do, ya desfallecidas, alcen los ojos suplicando suayuda. Ante la mirada atónita del gigante, las sie-te pléyades alzarán el vuelo transformadas en pa-lomas, ascendiendo victoriosas, escapando en lasalturas, alcanzando el punto más alto, dondeZeus las fijará en un racimo de estrellas, la cons-telación de las pléyades, la más querida de to-das, cuya aparición al principio de cada prima-vera marcará a los hombres el comienzo de laépoca favorable para la navegación y la trashu-mancia, para la siembra y la siega*.

El castigo de Orión no se hará esperar. Su te-meraria arrogancia lo arrojará un día a intentarposeer incluso a la propia Ártemis. Y ésta, diosaterrible cuando es violentada, hará surgir de lasentrañas de la isla de Quíos un espantoso es-corpión cuyo veneno acabará con las hazañasdel gigante. La propia Ártemis, en memoria delo ocurrido, como advertencia ejemplar, elevaráentonces al cielo a Orión, transformado en es-trella y eternamente perseguido por la brillanteconstelación de Escorpio.

Pero todo ello habrá de acontecer en tiemposvenideros, cuando la voluntad de Zeus y su jui-cio impenetrable hayan completado el PanteónOlímpico con las figuras divinas que han de re-girlo. Maya, la menor de las siete hermanas, nove con malos ojos el cortejo del padre de los dio-

* La transformación de un personaje en constelación es loque se conoce como catasterismo. Ésta de las pléyades, ac-tualmente asimilada a la constelación de Tauro, fue de vi-tal importancia en la Antigüedad, pues, tras marcar el equi-noccio de primavera hacia el año 3000 a.C., coincidiendocon el nacimiento de muchas civilizaciones desarrolladas,se convirtió en el principal indicador del calendario agrí-cola y de navegación. En época helenística, la pasión porla astrología dará lugar a un mayor estudio de las conste-laciones y a toda una literatura sobre catasterismos e influ-jos de las estrellas sobre el destino.184

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ses. Se siente distinguida y agasajada. Cede connaturalidad a sus insinuaciones galantes. Es unajoven risueña y ávida de emociones. La curiosi-dad la mantiene siempre abierta, expectantecomo un gorrioncillo. Bajo el majestuoso arco dela luna, mientras hombres y dioses duermen,consuman su deseo en los bosques del monteCileno, en la rica región de la Arcadia*, la plé-yade Maya y el soberano Zeus.

Y allí mismo, cuando la décima luna surcó elcielo, el llanto de un recién nacido, rompiendoel oscuro silencio de la cueva donde Maya se hainstalado para escapar a la vigilancia de Hera,proclama la gloria del padre de hombres y dio-ses en el vigor pujante de su nuevo hijo.

Acomodado por su madre, una vez lavado yvestido, en una rústica cuna de madera, Hermes45

se revuelve en ella, impaciente por actuar. Enre-da sus dedos menudos en la tela, deshilachán-dola. Patalea como animalillo chapoteando enun charco de blanca espuma. Ensaya la risa consu voz todavía gangosa. Agarrándose al borde dela cuna, espía con ojos vivarachos el mundo que leaguarda fuera. Palmotea a lo desconocido, quese materializa en una mariposa revoloteando so-bre su cabeza, y él trata de atraparla con los dosbrazos en alto. Cae en un sueño beatífico, delque pronto despierta arrobado por el carrusel delos sueños. Berrea hasta que Maya lo amamantay su carita se enciende como una amapola. Seenreda en los pañales desatados y revueltos ypatalea, ella vuelve a arreglarlo, le canta una dul-ce canción. El pequeño Hermes queda embar-

* La Arcadia es una región situada en el centro del Pelopo-neso, de frondosas montañas. Uno de los escenarios pre-feridos, junto con Sicilia y la isla de Cos, para la poesía bu-cólica o pastoril, fue idealizado sobre todo por los poetaslatinos como paraíso ideal; como expresión de ese anhelode paraíso, quedó la frase «et in Arcadia ego».

45 Hermes:correspondienteal dios latinoMercurio.

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gado por una corriente de serenidad estremeci-da. Sonríe y palpa su cuerpo todavía inexperto.

Corre ya el sol a precipitarse en el Océano,cuando Maya lo deja, bien envuelto en vendasde lino y aparentemente dormido tras volver aamamantarlo, solo en la cueva. Confía en queningún peligro lo ataque durante su ausencia.Pero Hermes aprovecha que está solo para sal-tar al suelo y salir al aire libre. La inminencia delcrepúsculo no lo asusta. Se pone en camino, an-sioso de contemplar el mundo al que acaba deabrir los ojos. Aún no ha transcurrido un díacompleto desde que naciera y ya marcha a gran-des zancadas, silbando por el camino. Salta arro-yos con la agilidad de un cervatillo. Corre a tra-vés de los valles, tras lanzarse por pendientes devértigo. Pronto llega a los frondosos bosques dePieria, al pie del Olimpo, tras un recorrido porla mayor parte de Grecia.

Iba acercándose, cuando le ha llegado de lejosel olor de las vacas que Apolo guarda en los es-tablos divinos. Son unos hermosos ejemplares dereses consagradas a los dioses bienaventuradosy Apolo es el encargado de cuidarlas y pasto-rearlas. Las tenía ya en el redil cuando ha llega-do Hermes. La idea surge repentina y feliz en sumente. Travesura o impulso natural, separa Her-mes cincuenta vacas de la manada y, arreándo-las con un palo a modo de cayado46, las aleja deallí. El cielo aparece cárdeno hacia poniente. Elvelo de la noche está a punto de caer. Hermes,con previsora astucia, hace que los animales ca-minen hacia atrás, para confundir sobre su rutaa cualquier perseguidor. Para borrar sus propiashuellas, se construye unas sandalias de mimbrecon ramas de mirto y tamarisco atadas a los ta-lones, que a modo de escoba barran el suelo pordonde avance. Una sonrisa de picardía le avivael gesto.

46 cayado:bastón rústicousado por los

pastores.

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La noche lo acompaña. Marcha contento, sa-tisfecho de su hazaña. Su expresión es de rego-cijo burlón cuando imagina la cara que pondrásu hermano Apolo al descubrir el robo. Pero heaquí que, al pasar junto a una choza, un ancia-no que tomaba el fresco sentado a la puerta love y reconoce los ganados. Hermes no se preo-cupa. Se dirige a él y le pregunta su nombre.«Bato», le responde. «Pues bien, Bato,» le dice en-tonces el pícaro niño, «cuanto hayas visto, comosi no lo hubieras visto; oigas lo que oigas, sé sor-do y calla». Así se lo promete el anciano Bato.Pero Hermes desconfía de la palabra dada porel mortal y, tomando el aspecto de Apolo*, re-gresa a la choza. «¡Anciano! ¡Anciano! ¿Sabes túquién me ha robado mis vacas? ¿Hacia dóndelas lleva? ¿Pasaron por aquí? ¿Lo has visto contus propios ojos? Apiádate de mí, anciano, ydime lo que sepas.» Éste permanece en silencio,perplejo. Pero, cuando escucha la sustanciosarecompensa que se le ofrece a cambio de la in-formación, no tiene escrúpulos en delatar rápi-damente al niño. Hermes reaparece entoncesen su auténtica forma e, indignado, transformaa Bato en una roca sin vida. Luego continúa suruta.

La luna está avanzada y Hermes quiere volvera su cuna antes de la salida del sol, así que enuna cueva descubierta al pasar por la región dePilos encierra el ganado. El hambre se le ha des-pertado. Pero Hermes es persona de grandes re-cursos, a pesar de su corta existencia. Reúne leña

* Para aparecerse a los mortales, los dioses tienen la facul-tad de encarnarse en cualquier figura, haciéndose visiblessólo para quien ellos deseen. Por otro lado, cuando semuestran en su auténtica naturaleza divina, se distinguende los mortales por su mayor estatura y corpulencia, por laluz que exhalan sus cuerpos y la delicada fragancia que deellos emana. 187

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para hacer un fuego y, tras sacrificar una de lasreses, la asa en la lumbre.

Comiendo está tranquilamente ante el establoimprovisado y, mientras traga la carne que ledevolverá el vigor, observa ante sí a una tortu-ga que, con pasos remolones, pasta la jugosahierba. Hermes se echa a reír al verla. Su avan-zar parsimonioso, su cabecita arrugada y viva-racha, la magnífica concha que arrastra a las es-paldas. El crío, que no puede parar de ideartravesuras, comienza a jugar con ella. Le da me-dia vuelta para verla patear en el vacío. Piensa.Sus ojos tienen el brillo del que trama algo yestá a punto de acometerlo. Pensamiento y ac-ción son todo uno en Hermes. Con un rápidomovimiento de cuchillo, vacía el interior del ani-mal, dejando completamente limpia la concha.Sobre ella ajusta perfectamente un trozo de pielde vaca, encaja en uno de los bordes un codode madera y sobre él tensa siete cuerdas de tri-pa del mismo animal sacrificado. Al pulsar elinstrumento, al que da el nombre de cítara47, undelicioso sonido se extiende por el bosque. Unamúsica nunca antes oída. Pero Hermes no seembelesa. Debe regresar a su cueva antes deque descubran su ausencia. Rápidamente sepone en camino con el nuevo instrumento bajoel brazo.

Se hunde ya la horquilla de la luna en el hori-zonte, cuando Hermes llega a su cueva del mon-te Cileno. No se ha cruzado a lo largo del cami-no con nadie, mortal o inmortal, ni siquiera losperros se han atrevido a ladrar a su paso. Entrade puntillas. Pronto puede vérsele en su cuna,como un crío pequeño, jugueteando a enrollaruna tira de los pañales en los que ha vuelto a en-volverse, con la cítara a un lado, sonriente en suprimer día de vida. Su madre, de regreso, lo miraembelesada.

47 cítara:instrumentomusical de

cuerdasparecido a la

guitarra–nombre

procedenteprecisamente de

esta palabragriega– pero

más pequeño ycon tres órdenes

de cuerdas.

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Cuando la Aurora con sus dedos de rosa des-corre el velo del día, Apolo descubre que le fal-tan cincuenta vacas de sus rebaños. La indigna-ción es soberbia. ¿Quién puede haberse atrevidoa cometer tal latrocinio? Busca las huellas, peroéstas lo desconciertan aún más. Su dirección pa-rece indicar más bien un retorno. Comprende quese enfrenta a alguien muy astuto. Interroga en losalrededores. Nadie ha visto nada. No duda en po-nerse en camino. Ha de descubrir al culpable. Elcastigo será ejemplar. Apolo recorre en vano loscaminos de Grecia. Mira al cielo. Un águila vuelamajestuosa y en sus vuelos el dios de los orácu-los comprende la ruta que ha de seguir y que leconduce hasta Pilos. Allí oye unos mugidos apa-gados que bajan de la montaña. Siguiendo ese ras-tro, da con la cueva, pero no puede descorrer laenorme piedra con que el ladrón ha cerrado laboca de entrada. El águila continúa su rumbo ha-cia Arcadia. Apolo, dios clarividente, comprendeentonces todo. El enojo le hace correr a la velo-cidad de la luz y pronto llega al monte Cileno.Una fresca fragancia esparce el amanecer entre lasarboledas, muchas ovejas pacen por sus laderas.El eco de las esquilas pone mansos acentos en elprimer gorjear de los habitantes del bosque.

«¡Niño, devuélveme las vacas!», es lo primeroque grita Apolo al encontrarse con Hermes. «Amí no me engañas. No disimules. Tú me las hasrobado.» En la placidez de la cuna, Hermes mues-tra su rostro más dulce, su sonrisa más encanta-dora. La inocencia parece brillar en sus ojuelosvivarachos. Ante las amenazas de su hermano,se hace un ovillo. Se arrebuja como si los gritoslo asustaran, comenzando a hacer pucheros, einterviene su madre Maya: «¿Cómo hablas así aun crío? Robarte un recién nacido... ¿Qué tonte-rías estás diciendo?». Pero Apolo no se deja em-baucar por el tierno candor de la criatura. «¿Ton- 189

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terías?», exclama. «Este mocoso me ha robado cin-cuenta vacas.» Parece tan increíble. ¿Quién seimagina a un bebé cometiendo tal proeza? ¿Dón-de encontraría fuerzas para llevarla a cabo? Esabsurdo. Apolo está muy enojado. Da fuertes pa-tadas en el suelo cada vez que habla. «Devuél-vemelas ahora mismo o no serán palabras. Tehundiré en las sombrías profundidades del Tár-taro y ni tu padre ni tu madre podrán volver asacarte a la luz.» Hermes, con los dedos cruza-dos bajo el pañal, sigue jurando y perjurando queno ha sido él, ¿cómo podría haberlo hecho?

«¡Mentiroso! ¡Marrullero! Buena pieza estás túhecho.» Se enciende Apolo, al tiempo que aga-rra a Hermes de un brazo y a rastras lo saca dela cueva. No dice nada Apolo, anda delante conpaso decidido; Hermes, cogido de la muñeca, vaa trompicones tras él, preguntando adónde van,qué pretende hacerle, pero Apolo no responde.

Así llegan hasta las alturas del Olimpo, dondese presentan ante Zeus. Un delicioso aroma a in-cienso envuelve las mansiones divinas. Todos losdioses se han congregado rápidamente al escu-char los gritos. Ellas, sobre todo, quedan pren-dadas de la gracia cautivadora del crío. Apolopide justicia a su padre. Le explica lo ocurrido.Un rumor de conversaciones a media voz inva-de la sala. La candorosa desfachatez del jovendios se ha ganado la voluntad de los olímpicos,que observan con indulgencia*. Hermes se de-

* La actitud de los dioses, no sólo disculpando sino inclu-so practicando el robo, el adulterio, la venganza, etc., hasido frecuentemente tachada de inmoral, olvidando que es-tas figuras míticas nacen al margen de cualquier esquemamoral, espejos poéticos en los que el alma compleja delhombre se observa, y se observa en acción. Como ya dejóclaro el filósofo Jenófanes en el siglo VI a.C., los dioses grie-gos no crearon al hombre a su imagen sino que fue el hom-bre quien creó a los dioses a su propia imagen.190

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fiende con gran soltura, negando los hechos. Nodice una sola mentira, sólo verdades a medias ysignificativos silencios. Zeus, que todo lo ve, nopuede reprimir una carcajada al comprobar lasartimañas de ese bribonzuelo que es su hijo. Notiene ánimo para un castigo demasiado severo.Le ordena simplemente devolver a Apolo lo quees suyo.

Apolo no está demasiado satisfecho con el ve-redicto, pero lo acepta. Se deja guiar hasta la cue-va de Pilos. Allí Hermes vuelve a hacer gala desu fuerza. A pesar de su tamaño infantil, consi-gue correr con toda facilidad la gran piedra quecierra la entrada. Apolo entra inmediatamente acomprobar si falta alguna. Hermes, mientras tan-to, queda en la puerta, pensativo, como ausen-te. Se sienta en una roca y comienza a tocar lacítara. La música se extiende como un ensalmo.Una música cadenciosa, de lánguidos acentos,que invita al amor y a la alegría. Inmediatamen-te se apodera de Apolo un dulce deseo. Su es-píritu se siente traspasado y conmovido por esoslimpios sonidos. Sale al exterior de la cueva, don-de lo recibe en toda su magnificencia la luz deldía, y escucha en silencio, casi sin respirar, loscautivadores ritmos que Hermes interpreta a lacítara. Cuando éste termina, Apolo está embar-gado, como transformado en otro ser diferente,más puro, más sublime, el poder de esa músicalo ha fascinado. Le pide a su hermano el instru-mento y Hermes, como a regañadientes, esceni-fica el pesar que le produce separarse de él.Como si le fuera la vida en ello. Pero se trata desu hermano y sus deseos son órdenes para él.Apolo no puede dejar de sonreír. Qué embuste-ro y qué astuto es el mocoso éste. Con qué gra-cia sabe salirse con la suya. Le concede enton-ces las vacas robadas a cambio de la cítara. Entrelos dos, nacerá una fraternidad indisoluble.

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Hermes pastoreará en adelante sus rebaños porlos montes de Arcadia. Será no sólo protector de lospastores, sino también de los caminantes, delos comerciantes, de los ladrones.

Un día, cuidando sus vacas a orillas del río La-dón, cortó unas cuantas cañas de diferente ta-maño y, uniéndolas con esparto seco, inventó lasiringa48. El sonido de este nuevo instrumento eramás vivaracho, más fresco, como el murmullo delos ríos o el balido de los corderillos. Sus trinosinvitaban al baile y a la despreocupación. Apololo escuchó y una luminosa corriente de alegríacomenzó a saltar dentro de él. Quiso saber dequé se trataba. Visitó a su hermano y le pidió quese lo mostrase. Hermes no dudó en ofrecérselo,como muestra de buena voluntad. Apolo, agra-decido, le regaló a su vez el caduceo de oro, es-pecie de cayado formado por una larga vara encuyo extremo se enroscan dos serpientes, instru-mento que siempre llevará consigo.

Zeus contemplaba a su hijo desde el Olimpo.En su fuero interno, estaba satisfecho de su ha-bilidad y de sus recursos. Lo mandó llamar paraglorificarlo entre los inmortales y que siempreocupara su sitio de honor entre los felices olím-picos. Zeus lo nombró heraldo suyo, ilustre men-sajero de los dioses, para cuya tarea le regaló unpar de sandalias aladas, con las que podría tras-ladarse a la velocidad del relámpago a los luga-res más recónditos. Su tío Hades quiso honrarlotambién y le encomendó guiar las almas de losmuertos desde la tierra a su última morada, paraello le entregó su propio casco, que hacía invi-sible a quien lo portara.

No por ello dejó Hermes de cuidar sus reba-ños, y no sólo los suyos. En la próspera Arcadia,siendo dios, se encargó de apacentar los gana-dos de un simple mortal, Dríope, de cuya hija sehabía enamorado el joven Hermes. Para estar

48 siringa:también

llamada «flautade pan», se trata

de uninstrumento

musicalformado por

varios tubos ocañas sin

boquilla y conel extremo

inferior cerrado,atados entre sí.

En laAntigüedad, se

consideraba uninstrumento

rústico, propiode pastores ypersonas de

condiciónpopular.

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más cerca de ella, acudía cada día a los redilesde Dríope, donde conversaba con la joven y lehacía pequeños regalos, con los que esperabaganar su aprecio, mientras sacaba las innumera-bles ovejas para conducirlas con su caduceo has-ta los prados de las altas montañas. Ella fue pocoa poco sintiendo nacer dentro de sí sentimientosde ternura hacia el dios. Su alegre locuacidad ysus gracejos le despertaron un vivo deseo de per-manecer junto a él, escucharlo, empaparse en elfresco caudal de sus palabras. Y, cuanto más seenredaba su voluntad en la personalidad del jo-ven dios, más ardientemente deseó sentir su cer-canía física, abrazar su cintura, tocar sus hom-bros, su pecho desnudo, palpar sus labios, undeseo confuso y sin alternativa que la manteníaexpectante, exaltada. Aguardaba impaciente eljubiloso retorno de la Aurora para encontrarsede nuevo con él. Comenzó a acompañarlo en susmarchas, entre balidos de ovejas y las bendicio-nes de una tierra rica en arroyos y fuentes y ver-des frondas bajo una luz sin mancha. A la som-bra de una encina, un mediodía, Hermes la hizosuya.

El encuentro resultó fructífero. Una nueva vidacrecía en el seno de la hija de Dríope. Cuandollegó el momento del parto y la criatura salió aluz, la madre quedó horrorizada. Dejando caeral niño al suelo, se apartó de un salto y se cu-brió los ojos con las manos. No era un ser nor-mal el hijo de Hermes pastoril. Nació ya con unaespesa barba de chivo. Igualmente de cabra te-nía las orejas y las extremidades inferiores, aca-bando los peludos pies en dos pezuñas hendi-das. De su frente salían dos pequeños cuernostambién caprinos. Sus ojos mostraban un brillode astucia y una lascivia bestial. Pero Hermes lorecogió satisfecho del suelo y, tomándolo en susbrazos, voló hacia el Olimpo. En su fuero inter- 193

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no, se alegraba extraordinariamente. En el hijose manifestaban rasgos de carácter que en el pa-dre permanecían ocultos bajo su desparpajo em-baucador. Ocupando su asiento junto a Zeus,Hermes presentó su hijo a éste y al resto de losolímpicos, que se alegraron en su corazón. Larisa y el regocijo cundió entre los dioses. Todosse acercaron a hacerle cucamonas y a provocarsus pujos infantiles, cuya ronca estridencia másrecordaba al berrido de una cabra que a sonidohumano. Pan* lo llamaron los dioses, porque atodos alegró el ánimo aquel día. Pero Pan no eraun dios para permanecer en las prístinas man-siones del Olimpo.

Errante por los montes de Arcadia, tan prontoanda medio oculto entre los breñales49 y male-zas, espiando a todo el que se aventure por esasaltas soledades, como se complace en el frescorde las fuentes y arroyos adonde baja a beber oen las umbrías de los bosques, o trota al son dela siringa por los suaves prados donde el azafrány el jacinto brotan entre mantos de hierba, cuan-do no trepa, ágil y raudo, peñas arriba por es-carpados roquedales. Su apetito sexual es insa-ciable. De él depende la fecundidad de losrebaños. Pero su propia deformidad espanta acuantos requiebra, por lo que se ve obligado aespiar a las ninfas para intentar atraparlas entresus brazos velludos y desahogar en ellas su fo-gosa voluptuosidad. Tampoco desdeña a los pas-tores que se crucen por su camino. Su deseo notiene límites. Su vitalidad sexual es insaciable.

* El nombre de este dios es idéntico a la raíz de la palabragriega que significa «todo». Por otro lado, la palabra «páni-co» procede del nombre de esta divinidad, pues su apari-ción, con ese aspecto mezcla de hombre y macho cabrío–se decía– provocaba la huida despavorida entre los ejér-citos y en aquellos que sorpresivamente se lo encontrabanpor los montes, así como las estampidas de animales.

49 breñal:terreno cubierto

de peñascos ymatorrales.

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Las mismas cabras y las ovejas tampoco están asalvo de su lascivia irrefrenable. Y, cuando la oca-sión no se presenta y la llamada de la carne losaca fuera de sí, el propio Pan se procura a símismo satisfacción, quedando luego extenuadopero feliz a la sombra de un pino o de un sa-liente de roca. No lo despiertes nunca de su sies-ta. A la hora de mayor calor, Pan duerme en plá-cida soledad. Cualquier ruido o presencia que losobresalte y lo saque de su sueño despierta in-defectiblemente su ira más violenta. Instintivo yespontáneo, es capaz, cuando está enfurecido,de provocar el pánico entre los rebaños o entrelos hombres. Su grito gutural siembra el miedomás irracional en el pecho de quien lo escucha.

El mundo es complejo y contradictorio. El bieny el mal equidistan de la verdad tanto como delas apariencias que rigen nuestra conducta. Fuer-zas oscuras y poderosas permanecen latentesbajo nuestro afán racional, como condenadas alos sótanos del entendimiento. Toda persona esno sólo impulso hacia la luz, sus raíces más in-dividuales se hunden necesariamente en el po-der transformador del magma irracional.

Varias generaciones de hombres se habían su-cedido desde el terrible diluvio al que sólo Deu-calión y Pirra sobrevivieron. Muchas poblacio-nes nuevas habían sido fundadas. Las leyes deZeus inspiraban a sus gobernantes. De numero-sos amores y actos violentos había sido escena-rio el mundo. Cadmo, hijo de Agénor y Telefa-sa, reyes de Sidón*, tras una adolescencia y

* Una de las principales ciudades fenicias en Asia Menor,habitada desde el 4000 a.C., fue famosa sobre todo por susartículos de vidrio y la elaboración de un tinte púrpura muyapreciado para las telas. Actualmente es la tercera ciudadmás importante del Líbano. 195

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juventud llenas de contratiempos y sinsabores,llegó a ser rey de Tebas, ciudad beocia que élmismo había fundado bajo la protección de ladiosa Atenea. Todos los olímpicos celebraban supiedad y su prudencia. El propio Zeus le conce-dió como esposa a la hija de Ares y Afrodita, lasingular Harmonía, tras su proclamación real.

Las bodas de Cadmo y Harmonía se celebra-ron con grandes festejos en la Cadmea, la ciu-dadela alta de Tebas. No sólo acudieron los ha-bitantes de la ciudad, sino todos los dioses enpersona. Varios días duraron las celebraciones.Las propias Musas, con Apolo al frente, entona-ron los himnos nupciales. La alegría invadió loscorazones con presentimientos de felicidad me-recida. Muchas reses se consumieron durante losfestines. Las danzas enardecieron los ánimos.Guirnaldas de violetas y arrayán adornaban lafrente de Harmonía. Cadmo se sentía pletóricocomo anfitrión y como esposo. Todos los dioseshabían acudido cargados de regalos para la no-via. El más preciado de todos fue un maravillo-so vestido, tejido por las Gracias, y un fabulosocollar de oro. A ninguno de los dioses pasó desa-percibido el regalo ni el donante, que no era otroque Hefesto. Todos dudaban de la buena vo-luntad del dios cojo y deforme. Y no era paramenos, tratándose como se trataba de la hija deAfrodita, Harmonía, inocente criatura aborrecidapor el dios del fuego, hija de un adulterio quetanto le había hecho sufrir. ¿No sería un regaloenvenenado? ¿No atraería, en el fondo, la des-gracia sobre la pareja? Pero los recién casadosestaban demasiado felices, ensimismados en supropia dicha, para recelar intenciones ocultas.Vivieron aquellos días gloriosos sin una sombrade preocupación. Y, cuando los festejos conclu-yeron y la vida volvió a su cauce lento y monó-tono, Cadmo se consagró a regir los destinos de196

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sus súbditos con justicia y equidad, bajo la mi-rada condescendiente de los eternamente felices.

Cuatro hijas tuvo la pareja. Ágave, la mayor,Autónoe, Ino y, la más pequeña, Semele. El quin-to nació niño, Polidoro. La casa real vivía en unambiente de respetuosa cordialidad, atento cadauno a sus tareas. Los hijos iban creciendo. Rápi-damente pasaban de la niñez a la adolescenciay de ésta a la primera juventud. Pronto el bozocubrió las mejillas de Polidoro. El curso de losdías parecía precipitarse serena pero imparable-mente, hasta aquel en que la mirada de Zeus seposó sobre la joven Semele.

Acababa ésta de peinar su larga melena cuan-do fue visitada por el padre de los dioses, quiense dio a conocer bajo un aspecto humano. Suspalabras suaves y poderosas se precipitaron so-bre los oídos de la muchacha igual que una cas-cada de pétalos. La conmovedora gravedad deaquella voz infundía en Semele el sentimiento deque precisamente en aquel momento estabacumpliéndose el tiempo de los juegos y las ve-leidades para empezar a mirar su destino conojos independientes, más penetrantes. Cuandoel brazo de Zeus rodeó su cintura, ella dejó caerhacia atrás la cabeza, abandonando sus labios albeso del soberano del universo. Sus largos ca-bellos rozaban el suelo. Una pelota de lana, conla que jugaba al presentársele Zeus, se deslizóde su mano caída y rodó por las frías losetas.

Pero todos sabemos lo difícil que es guardar-nos la felicidad para nosotros solos y no procla-marla. No por presunción, sino por desahogar laplenitud asfixiante que la felicidad produce. Se-mele cometió la imprudencia de contarle a sushermanas su increíble aventura. Ágave la mirópor encima del hombro. Ino y Autónoe abrieronojos de estupor. «A mí no vas a engañarme», dijoÁgave, «Demasiado bien sé yo que, con lo alo- 197

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cada e imprudente que tú eres, seguramente tehabrás entregado a cualquiera y ahora tienes mie-do de confesarlo». Semele juró y perjuró que setrataba de Zeus, él mismo se lo había dicho. Lashermanas prorrumpieron en una estruendosa car-cajada. «¿Y tú te lo has creído?» Semele, de naturalcrédulo y confiado, protestaba enérgicamente, sinentender la incomprensión de sus hermanas. «Situ amante era Zeus, yo soy Afrodita.» Las bromasla herían. «¿Y quién eres tú para que el gran Zeusse fije en una niña tan fantasiosa? ¿Quién te cre-es que eres?» Las lágrimas asomaban a sus ojos.«¡Fue Zeus! Lo he visto con mis propios ojos. Lojuro.» Ino puso una mano en el vientre de su her-mana. Todas la miraron expectantes. Ágave pre-guntó: «¿Estás embarazada?». Y Semele asintió aga-chando la cabeza. Las demás se dieron mediavuelta y la dejaron sola, sin decir palabra, con-vencidas de que su hermana pretendía engañar-las para evitar así que su padre, Cadmo, la cas-tigara*.

Zeus, en la intimidad de la noche, venía a con-fortarla y a secar sus lágrimas con una infinitaternura. Pero no pasaron desapercibidos estosencuentros a la terrible Hera, quien, en un pri-mer momento, furiosa de celos, determinó des-truir a la joven; temiendo, no obstante, enfren-tarse a su esposo, urdió planes más perversos.Con fingida humildad, se presentó ante Semele.Apareció imponente y regia, soberana del uni-verso, provocando el estupor de la joven. La viotemblar espantada y el ánimo de la diosa se re-gocijó, pero no mostró su satisfacción. Le impu-so su mano en la frente, en un gesto que busca-

* El rechazo que sufrirá el hijo de Zeus, Diónisos, antes deser reconocido como un auténtico dios, se manifiesta yadesde su concepción en la incredulidad de sus tías, las her-manas de Semele, sobre la paternidad de la futura criatura.198

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ba ganar su voluntad, le secó el sudor que elmiedo destilaba en ese rostro contraído. Se sen-tó a su lado, al borde del lecho, como lo haríauna madre preocupada por su hija enferma. Lehabló con palabras engalanadas de afecto. Que-ría conversar con ella de mujer a mujer. Le dijoque sabía de quién era el hijo que gestaba en suvientre. Le arregló un poco las colchas para quese tendiera, al advertir muestras de cansancio enla futura madre. Le prodigó todos los cuidadosusuales en tales trances. Mientras le frotaba lospies, fue explicándole que ella, una simple mor-tal, podría haber mantenido una relación adúl-tera con el más grande de los dioses, pero esono quería decir que lo hubiese conocido real-mente; nunca como ella, la propia esposa del reyde los cielos. Diosa también, se había unido aZeus en la plenitud de su majestad y esplendor,no con las miserias de la carne perecedera. Elque lo ha visto una vez en su figura radiante ymás hermosa nunca más querrá vivir en las som-bras de lo aparente. De este modo sembró laduda en Semele y la desazón.

La pobre muchacha se sentía sola, abrumada.Sus hermanas no la creían, la acusaban de unosamores vulgares y de ser una mentirosa. Por otrolado, el propio Zeus no la hacía partícipe de laplenitud de su ser. Su sed de amor crecía al parque el hijo engendrado. Cuando se le presentóZeus, dócil a los requiebros de la carne, ya lo te-nía ella decidido. Echada sobre su ancho pecho,rodeada por sus musculosos brazos, Semele ibahablando y el dios se embebía en sus palabrascomo en un hechizo placentero, hasta que la jo-ven le hizo jurar que le concedería un deseo.Zeus irreflexivamente juró por la Estigia. Enton-ces Semele le pidió que se le mostrase en su au-téntica naturaleza, le pidió verlo sólo una vezcomo dios en su plena magnificencia. Éste com- 199

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prendió inmediatamente el peligro que ello su-ponía, pero no podía dar marcha atrás. El jura-mento lo ataba. Intentó persuadir a la muchachade que desistiera a cambio de regalos y otros milofrecimientos. Pero cada alternativa propuesta alarriesgado deseo de la joven sembraba nuevosrecelos en el interior de ésta. Se sentía menos-preciada. Dudaba de la sinceridad de su aman-te. Zeus trataba en vano de convencerla de suerror. Semele cayó en un estado de melancolía.Vivía su amor como una derrota. El dios supre-mo se vio atrapado, no podía permitir que la hijade Cadmo dudase de sus sentimientos. Temero-so, recomendó encarecidamente a Semele quetuviese cuidado y no se le acercase bajo ningúnpretexto. Ella respiró anhelante, asintió sin pen-sarlo. Zeus se apartó e, inmediatamente, su cuer-po mortal fue absorbido por una poderosa co-rriente de luz, en la que se materializó hermosoy viril. Cientos de rayos salían despedidos detoda su figura. Un fragor de relámpagos lo cir-cundaba. Su voz era un tronar glorioso. Una llu-via de centellas lo revistió. Semele quedó estu-pefacta, ansiosa de amor. El deseo era máspoderoso que ella. Con una pasión imperiosa,corrió a abrazarlo. Pero el fuego prendió inme-diatamente en su carne y, antes de que él pu-diera hacer nada, la muchacha caía medio car-bonizada al suelo. Sólo tuvo tiempo el dios dearrancar de su vientre a la criatura a medio ges-tar y, tras abrirse una hendidura en el muslo, in-troducirla en él, cosiéndose entonces la herida,hasta que se cumpliera el tiempo prescrito parasu nacimiento.

Y llegó la hora del parto. Zeus volvió a rasgarseel muslo y sacó a su hijo a la luz, vivo y robusto,un hermoso niño de bucles negros y risueños mo-fletes, a quien llamó Diónisos, destinado a ser unode los dioses más poderosos. A fin de evitar el ren-200

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cor de su esposa, se lo entregó a Hermes nada másnacer, para que confiase sus cuidados a las ninfasdel mítico valle del Nisa, que algunos sitúan enAsia Menor, aunque nadie ha podido verlo o visi-tarlo. De este modo se burló la vigilancia de Hera.Las ninfas lo criaron en el interior de una cuevaque, en honor a la nueva divinidad, se tapizó conuna refrescante cubierta de hiedras frondosas. Undía en que el niño corría por las inmediaciones,bajo la mirada atenta de las ninfas, prodigiosa-mente brotó de sus huellas una nueva planta nun-ca antes conocida, la vid*. Surgían como muñones

* Dios agrario, desde su concepción aparece rodeado de pro-digios; se trata de una de las figuras más contradictorias delpanteón olímpico. Provocando la desmesura de una fertilidaden plena efervescencia, libera las fuerzas pasionales latentes 201

Hermes sosteniendoal pequeño Baco ensu brazo, Praxíteles(Museo de Olimpia).«Sacó a su hijo a laluz, vivo y robusto,un hermoso niño debucles negros yrisueños mofletes,destinado a ser unode los dioses máspoderosos. A fin deevitar el rencor desu esposa, se loentregó a Hermesnada más nacer,para que confiasesus cuidados a lasninfas del míticovalle del Nisa.»

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resecos de la tierra, que rápidamente verdeabanbajo la eclosión de frescos pámpanos y, entre ellos,jugosos racimos de uvas.

Así fuiste creciendo, Diónisos, poderoso dios.Liberador, dios del profundo bramido, dispensa-dor de la alegría, también llamado Baco, tú quedescubriste la vid y la elaboración del vino paralos hombres, dios de la pasión, del éxtasis, de lalocura. Eras todavía un muchacho cuando dejas-te la gruta que te albergó y fuiste a aprender tusritos sagrados junto a Rea Cibeles*. Imponente entu gloriosa desnudez, coronado con ramos de en-cina y de abeto, con una piel de ciervo sobre loshombros, en la mano el tirso, la larga vara ador-nada con támaras de hiedra, te iniciaste en los ri-tuales orgiásticos, danzando en frenéticas evolu-ciones al son de las flautas frigias y de lospanderos, acentuado el ritmo febril a golpes decrótalos50 y platillos. Danza, Diónisos, clamandoal cielo tu grito ritual: «¡Evohé, evohé!»; danza has-ta desfallecer el sentido y percibir dentro de ti lacorriente vital que atraviesa al universo entero,partícipe de sus fuerzas descontroladas, en un éx-tasis que haga comulgar tu espíritu con el espíri-tu de todo lo que está vivo. Libéranos de las ata-duras de nuestra condición de simples mortales.

bajo los imperativos de la razón, en clara contraposición alequilibrio y el orden representados por la figura de Apolo, conquien, sin embargo, compartirá el santuario de Delfos. Razóny pasión son dos elementos constitutivos de la personalidadhumana, no es posible doblegar una a la otra sin destruir elequilibrio de fuerzas que operan en el interior del hombre.* Aunque, en un principio, Cibeles era una diosa frigia, la«Madre de los Dioses» o «Gran Madre» adorada por las co-munidades agrarias de Asia Menor, su culto, rodeado de ri-tos orgiásticos, se extendió pronto a Grecia y, posterior-mente, con mucho mayor empuje, a Roma, asimilada a ladiosa Rea. Se contaba que, tras el destronamiento de su es-poso Cronos, Rea se retiró a la montaña frigia de Cibele, dela que tomó su nuevo nombre.

50 crótalos: unode los más

antiguosinstrumentos

musicales,derivado del

cual serán lasactuales

castañuelas.Generalmente

consiste en dosconchas ovalvas deanimales,

cuando nohuesos huecos o

cuencos demadera, queproducen su

sonidocaracterístico al

entrechocarambos por la

parte cóncava.En la

Antigüedad,frente a la

flauta o la lira,se consideraban

instrumentospropios para

danzasfrenéticas y

desbordantes.

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Entonces emprendiste tu viaje iniciático, unaepifanía51 que mostrara al mundo tu propia di-vinidad, enseñando a los hombres el cultivo dela vid y los poderes del vino para aliviar el almade sus cargas y ponerla en comunicación con unalma colectiva emancipada de los grilletes conque nos condicionan nuestras propias normas deconvivencia. Sobre un carro tirado por dos ne-gras panteras, recorriste el mundo, convencien-do a los hombres de los beneficios de tu donigualitario, formando el cortejo triunfal de tus se-guidoras, las bacantes, mujeres que dejaban atrássu vida servil y, coronadas de abeto, vestidas conuna piel de corzo, con el tirso de hiedra en lamano, al grito ritual de «Evohé», suben de nocheal monte en el entusiasmo místico de tus ritos or-giásticos. A tu paso, los ríos transforman el aguaen leche y miel, el suelo hace brotar manantia-les de vino oloroso. Paren espontáneamente losanimales del bosque. Todo se multiplica y todolo penetra tu delirio orgiástico. Tus bacantesmontan sobre el león como si fuera un mansorocín. Otras amamantan con sus pechos desnu-dos a las crías del tigre. Cuando no se lanzan enun delirio entusiasta contra el macho cabrío y,dándole alcance, lo descuartizan con sus propiasmanos y allí mismo devoran su carne cruda y en-sangrentada, comen la fuerza del dios en la fuer-za del animal, para ser poseídas por su espíritutransgresor. A ningún hombre le está permitidoasistir o presenciar tus nocturnas celebraciones,en las cumbres de los montes, donde tu presen-cia libera a tus bacantes de las ataduras de supropia condición individual y así, entre danzasfrenéticas y agotadoras carreras, comulgan conlas fuerzas ancestrales de una naturaleza virgen,terrible. Ningún hombre puede contemplar consus propios ojos la violenta transfiguración de tusorgías sin incurrir en una sacrílega impiedad, no

51 epifanía: laepifanía es unamanifestaciónpública,generalmenteunaproclamaciónde la propiapersonalidad;en este caso, unreconocimientopúblico de lapropiadivinidad deDiónisos, talcomoposteriormenteel cristianismocelebrará con elnombre deepifanía elreconocimientode la divinidaddel reciénnacido porparte de losReyes Magos.

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así participar en tu cortejo liberador, donde cual-quier diferencia desaparece y el rico no es másque el pobre, ni el hombre vale más que la mu-jer; libre o esclavo, joven o anciano, todos estánllamados a venerarte en una exaltación comúnde las fuerzas poderosas que rigen la vida.

Nada más abandonar el valle de Nisa, cuandoaún nadie te conocía, hallándote solo frente almar, con tus negros cabellos ondeando al vien-to y un manto púrpura sobre tus hombros, en lasoberbia hermosura de tu adolescencia, unos pi-ratas tirrenos52 que por allí pasaban se fijaron enti. Por hijo de reyes o, al menos, de ricos nota-bles te tomaron. Calcularon poder conseguir unimportante botín con tu rescate. Dirigieron rápi-damente la nave a tierra y, echándose sobre ti,que no opusiste resistencia, te raptaron sin difi-cultades, siendo ellos muchos y tú uno solo. Túlos mirabas con una sonrisa ambigua, dejándo-los hacer. Sólo uno, el timonel, comprendió quetú no eras un mortal cualquiera, apenas podía elbarco soportar tu peso. Pero el capitán lo consi-deró una prueba más de tu importancia y dio ór-denes de izar las velas al viento para alejarse con-tigo de allí. No sabían en qué sacrilegio estabanincurriendo. Pero muy pronto iban a descubrir aquién se enfrentaban. Pues cuantas veces inten-taron amarrarte al mástil central, las cuerdas sefueron soltando una y otra vez por sí solas, in-capaces de apresarte con nudos aquellas manosde expertos marineros. Tú los mirabas con unasonrisa desafiante, tranquila. En torno a ti ema-naba un almibarado aroma a ambrosía, el aireparecía hacerse música sutil a través de flautasinvisibles, por las ensambladuras de las tablas co-menzó a borbotear a chorros un vino aromáticoque inundó rápidamente toda la cubierta, dejan-do estupefacta a la tripulación. Los prodigios sefueron sucediendo sin respiro. De los palos que

52 tirrenos:procedentes del

mar Tirreno,junto a las

costasoccidentales deItalia, entre las

islas deCórcega,

Cerdeña ySicilia.

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sujetaban las velas, comenzaron a brotar sar-mientos de vid cuajados de verdes pámpanos,grandes racimos de uva colgaban sobre sus ca-bezas. En torno al mástil trepó un espeso follajede hiedra que lo ocultó completamente. El mie-do se apoderó de los piratas. Gritaban todos. Elpropio capitán, atemorizado por los prodigios,ordenó al timonel poner rumbo a tierra. Pero erademasiado tarde. Tú, pacífico Diónisos, te habíastransformado en un espantoso león de gran en-vergadura. La sangre se les heló. Quietos, conojos de espanto, temblaban ante ti, que alzandola melena al cielo lanzaste un rugido feroz. To-davía rugías fabuloso en tu poder cuando los ma-rineros, aterrorizados, corrieron a arrojarse al mar.Pero nada más tocar el agua, uno a uno fuerontodos transformándose en delfines. Sólo el ti-monel fue salvado. Cuando ya se disponía a huircomo los demás, tú, sereno y hermoso adoles-cente de nuevo, lo detuviste con tu mano en suhombro y te diste a conocer.

Y a partir de entonces manifestaste al mundola divinidad que hay en ti, y a través de ti en cadauno de nosotros, viajando en comitiva triunfalpor el oriente. Recorriste las ricas tierras de loslidios y los frigios, visitaste las soleadas mesetasde los persas, te transfiguraste en las regiones delos medos, de inviernos rigurosos y abrasadoresveranos, otorgaste la bendición de tus beneficiosa toda la Arabia feliz hasta llegar a la India. Encada ciudad, los hombres te recibían extasiadosante tus prodigios, acogían el don del vino, quedesata en nosotros lo que nos constriñe y apri-siona, con verdadero entusiasmo. Un pacíficoejército de bacantes se iba formando en torno ati. Uno es el hombre bajo sus apariencias múlti-ples. La gozosa universalidad de lo que parecíadividido se expresaba con contundencia en susdanzas extenuantes y cantos jubilosos. Poco a 205

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poco fueron incorporándose a tu cortejo y cele-braciones otras divinidades que fecundaban tumensaje de orgiástica hermandad. Feo y chato,con mirada turbia por la continua borrachera, unanciano, desaliñado, completamente desnudo,Sileno, sosteniéndose como puede sobre unasno, se suma a tu «Evohé» liberador en proce-sión multitudinaria. Bulliciosos y lascivos correnjunto a tu carro los sátiros, dioses de la vegeta-ción, con cuerpo de hombre y patas de machocabrío, de sus traseros cuelga y ramonea una lar-ga cola de caballo, sus miembros viriles siempreerectos exhiben su apetito insaciable y la ener-gía regeneradora de la propia vida. Ni aun ebriosson capaces de contener su apremiante volup-tuosidad. Asimismo Príapo, el deforme dios delos huertos y jardines, dotado de un pene des-comunal, monstruoso, corre entre tus bacanteshasta caer rendido de exaltación orgiástica y mú-sicas exultantes*.

Cuando en todo el Oriente fuiste aclamadocomo dios benefactor, decidiste hacerte recono-cer en tu propia tierra, en suelo griego, y haciaaquí te dirigiste. No fue fácil, implacable Dióni-sos, dulce dispensador de alivio. Los poderosostemían perder su poder ante tu mensaje libera-dor y fueron ofreciendo resistencia.

¿Recuerdas cómo entraste en Tracia? ¿Recuer-das aquella entusiasta procesión que despertó el

* Esta exaltación del miembro viril, que la moral cristianatacharía de obsceno y pecaminoso, lo hacía símbolo de fer-tilidad, de la fuerza regeneradora de la naturaleza, poten-cia vivificante. Propio de ritos agrarios, su figura continuópresidiendo muchas de las casas y edificios públicos, ya enun ambiente plenamente urbano, como símbolo de pros-peridad. Así, sátiros, Sileno y Príapo, antiguos dioses de lavegetación y los jardines, dotados de una potencia sexualinagotable, pronto pasaron a formar parte del cortejo deldios liberador de las oscuras corrientes vitales, Diónisos.206

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recelo de su rey, Licurgo? ¿Recuerdas cómo éstete cerró el paso con sus ejércitos y cómo orde-nó apresar y encadenar a tus bacantes? Dicen queel miedo te hizo huir. Que la cobardía te forzó adar media vuelta y corriste a refugiarte en el mar.¿Qué miedo? Tú, que al miedo levantas inex-pugnables fortificaciones en el interior de loshombres. Rehúyes el enfrentamiento, pues tu po-der no conoce límites y dejas que sea la verdadinterior la que prevalezca o destruya al arrogan-te. Y, de este modo, imposible fue para Licurgoprender a tu comitiva. Cada cuerda que era ata-da a los pies o manos de las bacantes, se desa-taba milagrosamente. Licurgo acabó enloque-ciendo ante el inexplicable prodigio. En torno aél, no dejaban de surgir del suelo retorcidas ce-pas cargadas de uvas. Furioso agarró un hachay comenzó a cortarlas con rabia desatada. En suciega ira, destrozaba a hachazos cuantos sar-mientos de vid regeneraba la tierra. Y así hastacaer rendido y sólo entonces hacérsele la luz enlos ojos y comprender. Tendido en el suelo, ja-deando, Licurgo vio con horror lo que acababade hacer. Entre los leños aparentemente resecosy, sin embargo, cargados de vida, yacía des-cuartizado a hachazos su propio hijo, al que ensu insensata violencia había confundido con tusodiadas cepas. Diónisos, ¿lo recuerdas? ¿Recuer-das su dolor? Pero aún seguía renegando de ti,haciéndote culpable de su locura. Y la esterili-dad se apoderó de aquellas tierras. Ni los cam-pos germinaban ni los animales parían, ningúnhijo fue engendrado en el país de Licurgo. Cuan-do la población entera se levantó ante su rey,exigiéndole que tomase las medidas necesarias,el oráculo predijo que sólo volvería a ser fructí-fera Tracia cuando su rey pagara con la muertela afrenta cometida contra el dios. Sus propiossúbditos apresaron a Licurgo y, conduciéndolo 207

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hasta el monte Pangeo, ataron cada una de susextremidades a un caballo diferente, que luegoespolearon en direcciones opuestas. Entre gritosespantosos, Licurgo fue desgarrado por la fuer-za de los animales desbocados. Allí mismo fueerigido un templo en tu honor.

¿Quién es ese joven parado ante las ruinas? To-davía humea el lugar donde Semele pereció abra-sada en el fuego de Zeus. Su padre Cadmo com-prendió y santificó este escenario, convirtiéndoloen jardín y recinto reservado a la memoria de suhija. Aunque sus hermanas siguen creyendo quesu muerte fue el castigo del padre de los diosesy los hombres por jurar en falso que sólo Zeusera el padre de su hijo. Profundo fue el dolor deCadmo ante el cadáver todavía humeante de suadorable Semele. La tristeza desbordó su cora-zón y terminó renunciando a la corona a favorde su nieto. Hoy es Penteo, el hijo de Ágave,quien reina sobre Tebas. Su corazón es duro ysu mente práctica. Gobierna a sus súbditos conuna férrea voluntad de control. La razón al ser-vicio de la eficacia dicta sus juicios. Ha prohibi-do acercarse a la sagrada tumba de su tía Seme-le, considerándola un recinto impuro. Pero alguienha desobedecido sus órdenes y permanece enpie ante el fuego inextinguible. Si lo miras de cer-ca, verás la tristeza en su mirada. Diónisos ha en-trado en Tebas bajo la apariencia de un jovenmortal. Una lágrima resbala por su mejilla antela tumba materna y jura que un día descenderáal Hades para llevar consigo a su madre y en-tronizarla en el Olimpo junto a sí.

Todavía el sueño, inocente a la presencia de ladivinidad, pesa en palacio y en las casas, y ya lasmujeres tebanas abandonan en secreto los lechospara seguir al dios que las conduce lejos, a la so-ledad de las montañas, a las cumbres del Cite-rón. Cuando finalmente despierte el día, la in-208

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certidumbre y el desasosiego se apoderarán delos hombres, privados de sus esposas, madres,hijas, hermanas. Nadie sabrá explicar lo ocurri-do. Serán los pastores quienes, al crepúsculo,traigan noticias de sus mujeres, locas bacantesque hasta caer rendidas bailan invocando a unnuevo dios que nadie allí conoce.

¿Por qué te alzas iracundo, Penteo, y en pie antetu trono, sin querer saber, condenas a ese indivi-duo y ordenas apresarlo? Tus soldados inmedia-tamente parten, completamente armados, en subúsqueda. No será necesario andar mucho. El be-llo joven parecía esperarlos a las puertas de laciudad, sin arma con que defenderse, sin ofrecerresistencia. Les habla con dulces y oscuras pala-bras, que dejan en el aire un aroma a incienso.Ignoráis lo que creéis conocer. Lo que realmen-te conocéis, está dentro, esperando salir a la luz.Su sonrisa es cautivadora, despierta confianza.Pero las órdenes son tajantes. Y lo conducen anteel soberano, manso como un corderillo. Penteole preguntará con ruda voz dónde está ese quese dice dios y cuál es su nombre. Diónisos, el hijode Semele, le responde: «Está en todas partes,también aquí, ahora mismo», palabras ambiguasque el rey malinterpreta al tomarlas en su senti-do literal*. «¿Aquí está? ¿Ahora mismo? ¿Y dónde?,que yo no lo veo.» ¿Por qué consideras siempre,Penteo, lo que no comprendes como una burla?¿Por qué te enfureces sin escuchar y acusas al ex-tranjero de haber enloquecido a las mujeres te-

* La ironía es un elemento clave de la dramaturgia griega.Las palabras, cargadas de sentidos contradictorios, engañanal que pretende estar en posesión de la verdad. Penteo, sinreconocer la realidad que tiene ante sus ojos, obsesionadopor su propio afán de poder, sin ver a su presa en el jovenDiónisos, a quien interroga como cómplice, se enreda enla ambigüedad de preguntas y respuestas, con lo que él mis-mo precipita así su propia desgracia. 209

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banas, arrastrándolas hasta el monte, haciéndo-las dormir a cielo raso, en la incontinencia delvino y de la carne? Pero no está en Diónisos laincontinencia, sino en la propia naturaleza, aun-que tu falta de confianza pretende condenar hoya la naturaleza para así evitar la falta. ¿Y esa or-den de capturar a las bacantes y, encadenadas,arrojarlas a los más oscuros calabozos para lue-go venderlas como esclavas? ¿No comprendes,Penteo, que Diónisos está con ellas y las libraráde sus ataduras? Espantado verás caer de sus ma-nos cuantos grilletes pretendan apresarlas. Verásabrirse por sí mismos cerrojos y candados, fran-queándoles la huida. Su júbilo festivo encenderáaún más en ti una ira que ha de precipitarte entu propia ruina.

Calumnias al joven seguidor del dios, que noes otro que el propio Diónisos en figura huma-na, tachándolo de afeminado por su hermosura,de vicioso por su mensaje liberador, de cobardepor no presentarte batalla. Ordenas encerrarloen la oscuridad de tus establos, desafiando unpoder que quiso revelarte los límites de todo po-der. Y, efectivamente, ninguna cadena querrá ce-rrarse en torno a él, ninguna puerta querrá pri-varlo del aire libre, cualquier estancia se inundaráde su propia luz, iluminando las tinieblas. ¿No teamedrentarán los prodigios, que tú, insensato,pretendes contener? ¿Tienes ojos y no ves?, ¿oídosy no escuchas?

¿Te atreves, Penteo, incluso a burlarte de tupropio abuelo al verlo con los atavíos del dios,con la piel de corzo a los hombros y el tirso enla mano, dispuesto a acoger la revelación de esavida interior, oscura y poderosa, a la que tú teenfrentas, confundiendo tu obsesión de ordencon el auténtico gobierno? Lo tachas de insensa-to, te burlas de su edad. «Chocheas, abuelo.¿Adónde crees que vas, así disfrazado? Me aver-210

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güenza, abuelo, el poco respeto que muestras atus propias canas.» ¿Qué es el respeto? ¿Qué esel conocimiento? ¿Sumisión? Y Cadmo te miradesde la profundidad de los años. En tu cordu-ra, Penteo, no hay cordura ninguna. Sólo orgu-llo. No te atreves a levantar la mano contra el pa-dre de tu madre. Pero la ira te ciega totalmentey ordenas que traigan de nuevo al forastero a tupresencia. O pone fin a los desórdenes o serádecapitado.

En la mente de Diónisos, está todo ya dis-puesto, sólo queda su efectivo cumplimiento.Con palabras ambiguas responde a tus acusa-ciones. No se defiende. Prende en ti la llama dela curiosidad. Te ofrece la oportunidad de con-templar con tus propios ojos aquello que recha-zas. Te invita a presenciar los desmanes que in-tentas refrenar por la fuerza, subir a ocultas alCiterón para comprobar por ti mismo qué hacenexactamente tus mujeres. Intuyes el peligro, perote sientes seguro desde tu posición privilegiada.«¿No será peligroso? ¿No estarás tratando de ten-derme una emboscada?», le preguntas todavía in-deciso. Pero una vida sin riesgo es una vida sinvivir. No podrás subir a las cumbres con la es-colta que te hace de escudo. Ninguno de tus sol-dados podrá acompañarte. Ningún arma te seráde utilidad. Sólo tu voluntad de saber te abriráel camino hasta las alturas donde las mujeres ce-lebran con sus orgías, que tú condenas sin co-nocer, al hijo de Semele. A ningún hombre le estápermitido participar de sus ritos, ni siquiera asis-tir a ellos como espectador. Pero el joven al quete enfrentas se ofrece a conducirte, te aconsejair disfrazado de mujer. La curiosidad te ha enve-nenado y te entregas con insensato entusiasmovengativo a esa transformación. Con tal de sor-prenderlas en lo que imaginas actos lujuriososy vergonzantes –tus intenciones siguen siendo 211

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punitivas53, saboreas de antemano la victoria detu poder–, te vistes de vaporoso lino, cubres tucabeza con una melena de rizos artificiales. El jo-ven termina de acicalarte y perfumarte como auna novia para el encuentro con su amado. Lue-go, llevándote por callejones y calles solitarias,te sacará de la ciudad. Andaréis por empinadoscaminos y angostos senderos, hasta llegar a unamplio calvero en las alturas, completamente cu-bierto de hierba, rodeado de grandes peñascos,en medio de un tupido pinar. Allí, en silencio,procurando hacer el mínimo ruido, verás lo quebuscas.

Sin comprender en ningún momento quién esrealmente tu guía, te dejarás aconsejar y, ayuda-do por él, subirás por el tronco de un abeto has-ta las ramas más altas. Desde allí podrás con-templar mejor a las bacantes. ¿No es lo quepretendías? ¿Y qué esperabas? Verás mujeres ex-tenuadas, tendidas por el suelo, descansando delas danzas frenéticas con que Diónisos revitalizósus cuerpos demasiado sometidos. Unas bebenplácidamente en los frescos arroyos. Otras pare-cen dormir en una beatitud santa. Alguna respi-ra en el aire lo que no está en el aire, sino en sucorazón. ¿Decepcionado, Penteo? No te impa-cientes. Mira al joven al pie del abeto. ¿No adi-vinas la dulce violencia victoriosa que anima susonrisa?

Cuando Diónisos alzó un brazo, señalando alespía oculto en la copa del abeto, el cielo y latierra se empaparon en una poderosa luz de cre-púsculo, el aire quedó en silencio, en silencio losramajes del bosque. No se oía ni un aullido defiera, ni el piar de ave alguna, ni siquiera el zum-bido de las abejas o el áspero restallido de las ci-garras. Las corrientes de agua detuvieron su cur-so. La vida estaba como paralizada, expectante.Una a una fueron las mujeres incorporándose.

53 punitivo: decastigo.

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Buscaban en el entorno, sin comprender. Peroel dios entró en ellas y descubrieron a Penteodisfrazado de mujer en lo más alto del árbol. Laira se desató como una tempestad. Sus voces te-nían la cualidad del tambor y el chillar desga-rrador de las trompetas. Fuera de sí, poseídas porla fuerza del dios, corrieron hacia el sacrílego yen torno del abeto comenzaron a gritarle con vo-ces guturales y resonantes. Sus ojos estaban in-yectados de sangre, sus bocas eran fauces ra-biosas contra el intruso. Agarrando entre todasel árbol, lo sacudieron con una fuerza inimagi-nable hasta arrancarlo de raíz como si se tratarade una simple amapola. Penteo cayó al suelo. Enmedio de grandes dolores, veía espantado a sumadre y a sus tías totalmente fuera de sí entrelas demás bacantes, que lo rodeaban igual queuna jauría en torno a su presa. Por más que lasinvocaba, ninguna parecía reconocerlo. Llamó asu propia madre por su nombre, Ágave. Y esapalabra pareció encender en ella una fuerza so-brehumana y la violencia de un sacrificio nece-sario. Cayó sobre la víctima, en la que veía a unfabuloso león, tratando de estrangularlo con suspropias manos. Cuanto más la invocaba Penteo,más se enardecía Ágave en su furor contra losrugidos del indómito animal. Hundió los pulga-res en su garganta. Ante el chorro de sangre, to-das las bacantes jubilosas se echaron sobre él.Su tía Autónoe le retorcía un brazo hasta desga-rrárselo. Su tía Ino hundió en su vientre el puñohasta arrancarle las vísceras. Las demás bacantesle arrancaban la carne a puñados, hundiéndolelas uñas como garras. Otras bebían su sangre.Pero Diónisos lo mantuvo con vida hasta el fi-nal. Ni las lágrimas de Penteo ni sus súplicas con-seguían aplacar a las mujeres. Ágave terminóarrancándole la cabeza de cuajo y, con ella comotrofeo, corrió hasta la ciudad. 213

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¿Ves, Cadmo, a tu propia hija, Ágave, toda des-greñada y ensangrentada? ¿Ves la expresión desus ojos? Encendida de entusiasmo y furor satis-fecho, ¿no produce espanto? ¿La ves cómo correufana y pletórica hasta ti, para presentarte su ha-zaña? Esa soberbia cabeza de león. ¡Con qué pa-labras de triunfo te invoca! Reclama para sí la glo-ria de la victoria. Pero tus lágrimas la contienen.Tú, noble Cadmo, que ves la verdad, pretendesengañarla y que no descubra el horror que llevaentre sus manos. Pero la tristeza ha endurecidotus ojos y en ellos se ve, como en un espejo em-pañado. Ahora que el dios la ha abandonado asu suerte, mira desesperada lo que en realidadsostiene, la cabeza sangrante de su propio hijo,y no tiene palabras para chillar su dolor.

Para todos fue manifiesto que tú, señor Dióni-sos, terrible dios para quien a ti se enfrenta, dul-ce Baco liberador, eres en realidad hijo de Zeusy de Semele, digno de respeto y veneración, ha-bitante por derecho del Olimpo.

Y así, como punto de referencia imprescindi-ble, señor de la vida y de la muerte que todosllevamos dentro, fuiste recibido junto a tu her-mano Apolo en su santuario de Delfos y, señorde la tierra fructífera y del éxtasis, junto a De-méter, serás invocado en los misterios sagradosde Eleusis. Serás celebrado cada año por loshombres en el tiempo sereno de la vendimia.

Pero la paz celeste estaba condenada a afron-tar una violenta amenaza.

En el mudo abismo de su soledad cósmica,Gea, la Tierra, nunca había perdonado a los olím-picos la derrota infligida a sus hijos, los titanes.En silencio sufría viéndolos sepultos en las pro-fundidades del Tártaro. Rumiaba sin descansouna venganza definitiva. Buscaba a alguien ca-paz de alzar la fuerza de su brazo contra el po-214

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der de Zeus triunfante. E inspiró en sus hijos, losgigantes, la idea de una victoria posible contralos señores del universo. Sólo ellos tenían el vi-gor y el coraje suficientes para presentarles bata-lla. Éstos, de pobre raciocinio pero de extraordi-naria corpulencia, capaces de alzar una montañaentera con sus propias manos, de terrorífico as-pecto bajo sus greñas hirsutas y su mirada fusti-gante, instigados así por su propia madre, irrum-pieron una mañana en los campos de Flegra, enla península Calcídica, y sin mediar argumentoscomenzaron a lanzar árboles encendidos comoteas y enormes rocas contra el cielo. El fuegoprendió rápidamente en las moradas olímpicas,los rocosos proyectiles alcanzaban fácilmente susobjetivos, el estruendo de su impacto destructi-vo arrancó de su sueño a los inmortales, sem-brando el pánico entre ellos. Aquella inesperadaagresión cogió desprevenidos a los siempre feli-ces, que buscaban atemorizados resguardo se-guro. Los gigantes, aprovechando la ventaja queles ofrecía el ataque sorpresivo, comenzaron aamontonar grandes peñascos sobre rocas colo-sales, para escalar hacia las alturas y así invadircon su fiereza arrasadora las celestes moradas.

Zeus entonces tomó la iniciativa y, reuniendo alos dioses, los organizó en un frente común, lesinfundió el valor. Los gigantes son seres de talladescomunal y terrible fuerza, su aspecto produceespanto, carecen de sentimientos y respeto a otracosa que no sea su propio instinto. Pero no soninmortales. Si lo parece, sólo es porque gracias auna hierba mágica, que a tal fin produce Gea, sa-nan sus heridas y sus males, recuperando inme-diatamente el vigor y la fortaleza. Zeus prohibió aHelios, a Selene y a la Aurora que brillasen, nin-guna luminaria debía despejar sobre la tierra lasdensas tinieblas de la noche, y, amparado en ellas,salió a buscar dicha planta, antes de que ningún 215

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otro la hallase. De este modo, privó a los gigantesde su único medio de inmortalidad. Sólo entoncesenarboló su égida al frente de los olímpicos.

No se atrincheraron a la espera del ataque. Per-trechado cada uno con sus armas, profirieron suhorrísono grito de guerra y se lanzaron en ve-loz carrera contra sus terribles atacantes. El uni-verso entero se hizo eco de aquel bramido. Elchoque produjo la conmoción de un terremoto.Con violencia encarnizada, los gigantes blan-dieron sus propias manos, grandes como uncontinente. Sus puños golpeaban con la fierezadel martillo contra el yunque. Sus gargantas au-llaban atronadoras amenazas. Lanzaban monta-ñas enteras contra los dioses. Pero éstos los per-siguieron sin vacilación, destruyéndolos de unoen uno.

Atenea logró acorralar a Palante, a quien sególa cabeza de un tajo. Bajo su mirada impasible,el gigante se desangró caído. La diosa entonceslo desolló y con su pellejo se fabricó el escudodel que en adelante se serviría en las restantescontiendas. Luego se volvió hacia Encédalo, conel que mantuvo un encarnizado combate, hastaque éste, de una patada, logró derribar a la dio-sa y darse a la fuga. Ella se incorporó con pres-teza, se sacudió el polvo y corrió en su perse-cución hasta alcanzarlo. Cogió con sus manos laisla de Sicilia y, arrancándola de sus raíces, laarrojó sobre Encédalo, que quedó definitiva-mente aplastado bajo ella. La sangre tiñó los ríos.El cielo se tapaba los oídos, ensordecido por elviolento fragor de la lucha. Atenea, en el ardorde la refriega, respiraba violencia. Con la lanzaapoyada, contemplaba los combates que a su al-rededor se desarrollaban, cuando, atrapándoladesprevenida por la espalda, el salvaje Alcioneotrató de estrangularla con su brazo, arrebatán-dole así las fuerzas a ese cuerpo de mujer. Pero216

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ella logró zafarse de aquel abrazo que la priva-ba del aire, hundiéndole con todas sus fuerzasel codo en el vientre. Libre ya, golpeó desde aba-jo su mandíbula, machacándosela y haciéndolemorder el suelo. Una y otra vez hincó su lanzaen el musculoso cuerpo del gigante. Pero cadavez que Alcioneo caía a tierra, ésta le devolvía elvigor, renaciendo en él el aliento vital y el ardorguerrero. Atenea tuvo que pelear hasta conse-guir agarrarlo con un brazo y así, sosteniéndoloen vilo, sin que sus pies tocasen en ningún mo-mento el suelo, hincó con la otra mano la lanzaen su garganta. Un chorro de sangre empapó ala diosa, que lo mantuvo en alto clavado igualque una res en el matadero hasta verlo expirar.

Porfirión se encontró ante Hera, que, en com-plicidad con su esposo, se mostró seductora yvoluptuosa para el gigante. Éste fue derrotadopor el deseo y, mientras desvestía con manos ru-das a la diosa, fue fulminado por los rayos deZeus. Su cuerpo se hizo antorcha crepitante, as-cua viva, entre alaridos desgarradores. Poseidónclavó los arpones de su tridente en el hombrode Polibotes. Pero éste, aunque ligeramente he-rido, tan dura era la costra de su pellejo, em-prendió la huida corriendo a grandes zancadaspor tierra y por mar, hasta llegar a la isla de Cos,donde fue finalmente alcanzado por el magnífi-co carro de Poseidón, arrastrado por raudos tri-tones. El dios arrancó una parte de la isla, la ac-tual Nisiros*, y arrojándola con fuerza sobrePolibotes, consiguió aplastarlo en su escondite**.

* Pequeña isla volcánica situada junto a la isla de Cos, conla que forma parte del llamado Dodecaneso («Doce islas»).** Que la vivencia de lo divino, santificando todos los ele-mentos de la realidad, estaba presente incluso en la rela-ción del antiguo hombre griego con su entorno, lo mues-tran estas explicaciones de la orografía y los accidentesgeográficos con antiguas hazañas míticas. 217

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Apolo aguardó a pie firme el ataque del mons-truoso Efialtes. Éste corría hacia el dios, enarbo-lando una roca gigantesca sobre su cabeza. Sumirada rugía brutalidad. Babeaba de furor san-guinario. Cuando se encontraba ya a escasa dis-tancia, Apolo disparó contra él una flecha que leatravesó completamente el ojo izquierdo, aso-mando por su nuca. Con ensordecedor estruen-do, se desplomó sin vida. Hécate, con pavorososaullidos, igual que una perra rabiosa, acometió aClitio, golpeándolo sin descanso con una antor-cha de increíbles proporciones. Hefesto derribóa Mimante lanzando contra él proyectiles de hie-rro incandescente. Diónisos se enfrentó a Éuri-to, al que enloqueció golpeándolo con el tirso:el propio gigante se desgarró las carnes con susmanos. Invisible bajo el casco, Hermes dio ba-talla al gigante Hipólito. Éste sentía en su cuer-po dolorosos golpes y la presa de unas fuertesmanos en su garganta, pero no veía a su con-trincante. Imposible devolverle el golpe o esca-par. Rabioso de ira, fue dando puñetazos al aire,hasta caer rendido. Hermes lo remató, macha-cándole el cráneo con un peñasco. Ártemis diomuerte al gigante Gratión. Las Moiras mataron aAgrio y Toante, armadas con mazos de bronce.A los restantes gigantes, a Óbrimo y a Reto, a Pe-loro y Énfito, a Teodamante, Zeus los persiguiódisparándoles sus rayos hasta fulminarlos, a Ascoy Oromedonte, a Damástor y Peloreo, a Equíon.Ninguno de aquellos que se alzaron contra el po-der de los olímpicos quedó con vida.

Una nueva era de paz amanecía sobre la tierrahumeante y ensangrentada.

Pero no estaba dispuesta Gea a rendirse anteaquel fracaso. Su sed de venganza sólo habíaconseguido acrecentarse. La terrible diosa madrese entregó a Tártaro en amoroso abrazo y en-218

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gendró al ser más monstruoso que imaginarsepueda, el salvaje Tifón. Éste abrió su llegada almundo con un rugido bestial. Su propia madrese espantó al contemplarlo. De estatura y cor-pulencia mayor que la mayor de todas las mon-tañas, rozaba su cabeza el cielo. Cuando exten-día los brazos, con uno tocaba el oriente, eloccidente con el otro. De sus robustas piernasbrotaban como protuberancias venenosas víbo-ras. De sus espaldas colgaban dos alas inmensas,como de murciélago. Cuando las desplegaba, ungélido escalofrío recorría el orbe. Y de sus de-dos salían cien cabezas de dragón. Tonos de vozhabía múltiples y espantosos en aquellas cabe-zas. Imitaban unas la suave melodía de los dio-ses, pero como distorsionada en una burla ma-cabra. Emitían otras el indómito mugido del toro,el salvaje rugir del león algunas. Silbaban la ma-yoría, y era ese silbido como un frío filamentocortante. Otras bramaban igual que oleaje tem-pestuoso o gruñían con la espeluznante estri-dencia de aves carroñeras. Incluso había la quese expresaba con el roto gemir del recién nacidoabandonado. Bajo sus espesas cejas, su miradadespedía chispas incandescentes. Todo el horrorde la naturaleza se había concentrado en aquelser, como buscando una destrucción definitiva.

Tanto es así que los olímpicos, aterrorizados alverlo erguirse amenazante, huyeron despavori-dos a esconderse en Egipto. Ninguno se atrevíaa responder a su desafío. Incluso el padre de losdioses, para escapar a sus intenciones, fue el pri-mero en metamorfosearse en toro. Siguiendo suejemplo, todos fueron adoptando la figura de unanimal distinto: Hera la de una vaca, Apolo la deun milano, Hermes la de un ibis, Afrodita la deun pez, Ártemis la de una gata, Ares la de unaescurridiza anguila, Diónisos la de un macho ca-brío, Hefesto la de un buey, Pan fue a transfor- 219

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marse en caracola marina, pero el terror se ha-bía apoderado de él y sus cuernos de cabra per-manecieron sobre su nueva figura, creando unanimal monstruoso; ninguno quería caer en lasgarras del monstruoso Tifón.

Pero éste rugió el nombre de Zeus y Zeus co-bró valor. Respondió con un tronar tan podero-so que toda la tierra resonó y resonó el mar hen-chido de violencia, y los abismos se hicieron eco,hasta tambalearse en su base el propio Olimpo.Con grandes rugidos corrieron el uno hacia elotro y eran sus pisadas terremotos estremecedo-res. Vomitaba Tifón fuego contra su adversario yZeus no dejaba de lanzarle a la carrera rayos ful-minantes. Resplandecía el cielo herido de re-lámpagos. Todos los ríos y todas las corrienteshervían a borbotones. Espesas humaredas esca-laban los barrancos. El choque se produjo en elmonte Casio de Siria. La violencia de los golpesestremeció a la tierra entera. Cuantas cabezas dedragón segaba Zeus con sus rayos, rápidamentese regeneraban. Cuantas heridas descomunalesabría en el salvaje monstruo, con un puñado desu madre tierra eran rápidamente sanadas. Unestruendo insoportable enloquecía el orbe. PeroTifón, aun herido, logró ceñir con las serpientesde su cuerpo a Zeus e, inmovilizándolo así, lecortó los tendones de los brazos y los pies, de-jándolo sin vigor y totalmente indefenso. Su bra-mido victorioso anubarró el firmamento.

Cargó a Zeus a sus espaldas y lo llevó hasta Ci-licia*, donde lo encerró en una caverna. Miró en-tonces orgulloso al mundo, como señor absoluto.Luego, para asegurarse el poder, escondió los

* Una de las regiones de Asia Menor, al sur de Capadocia.Ya en el segundo milenio formaba parte del imperio hitita.Compuesta por una zona de fértiles valles y otra montaño-sa, fue apreciada por sus minas de hierro y plata.220

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tendones de Zeus en una piel de oso y los entre-gó para su custodia al dragón Delfine.

Los olímpicos languidecían en la zozobra. Pri-vados de la ambrosía y atemorizados por elmonstruo, no se atrevían a abandonar su escon-dite. Parecía definitiva la derrota, en tanto Zeusno recobrara la fuerza perdida. ¿Y quién sería ca-paz de devolvérsela? ¿De qué manera?

Extenuados y abatidos, estaban a punto de aban-donarse a su destino, cuando Hermes cobró áni-mos y decidió hacer un intento. Invisible bajo sucasco, logró burlar la vigilancia del dragón y re-cuperar los tendones. Rápidamente, en compañíade su hijo Pan, cuya forma caprina, recuperadade nuevo, no despertaba sospechas, volvieron acosérselos a Zeus. Y éste, recuperado el vigor yla firmeza de sus extremidades, se lanzó con elcorazón encendido de furia contra el monstruo.

Sobre un carro tirado por velocísimos caballosalados, persiguió a Tifón, disparándole con unay otra mano fulmíneos rayos, sin tregua. Éstehuyó espantado ante la cortina de incesantes ra-yos flamígeros, que lo convertían en una co-lumna de llamas implacables, y, en su huida,arrancaba montañas enteras que arrojaba contrasu perseguidor, pero Zeus las detenía con el po-der de sus armas, protegido tras la égida, sin de-jar ni un instante de arrojarle una tormenta derayos incandescentes. Aunque no conseguíanabatir al monstruo, sí al menos debilitarlo cadavez más. Al cabo, retorciéndose de dolor por lasllagas que el fuego abría en su carne inmortal,extenuado, llegó Tifón hasta el mar de Sicilia,donde Zeus, concentrando todo su vigor en losbrazos, alzó contra él el monte Etna. Lo descar-gó a plomo sobre su cabeza hasta aplastarlo. To-davía puede oírse el rugido desesperado de Ti-fón, cuando no ver las llamaradas de su odioinsaciable, por la boca de la montaña, en las en- 221

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trañas de cuyo volcán se revuelve de tiempo entiempo el monstruo allí aprisionado.

Jubilosos por la derrota, los olímpicos aban-donaron su escondite y disfraz. Afrodita, paraglorificar el animal que la había salvado de lapersecución de Tifón, lo elevó al cielo en formade constelación, Piscis; sus doce estrellas deste-llarían en el firmamento como rúbrica de salva-ción. Pan, con burlesca coquetería, no quiso sermenos que la diosa y fijó en la cúpula de las es-trellas el curioso animal en que se había trans-formado, mitad pez mitad cabra, como la cons-telación de Capricornio*.

El reinado de Zeus brilló a partir de entonces,como señor indiscutible de la convivencia y lajusticia.

* Literalmente «cuerno de cabra».222

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CRETA

La vida es un largo río tranquilo. Pequeños ca-taclismos y accidentes singulares no consiguentransformar el trazado de sus márgenes de formaapreciable. Pero, bajo su superficie inalterada,nada permanece idéntico. Lo que parece más fir-me y seguro, el tiempo va socavándolo. Lo másinsignificante puede revelar de pronto su natura-leza y alzarse hacia la luz. Sin embargo, el caudalde los días lima toda estridencia. Desde las altu-ras de los dioses, los acontecimientos humanosresultan pasatiempos triviales. Desde el suelo don-de vive en su postración el hombre, las historiasde los dioses se ven casi idénticas, familiares, perotan distantes, inalcanzables. Espejo donde una mis-ma existencia se refleja, invertida.

Dos mujeres de imponente estatura pugnan porella. La joven se debate entre ambas, angustiada.Una la tiene aferrada de un brazo. La otra, Asia,la agarra con una fuerza sobrehumana del otroy trata de arrastrarla hacia sí. La joven es objetode una enconada disputa completamente ajenaa su voluntad. Los rostros graves y severos de lasdos mujeres le producen espanto. Pero no pue-

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de zafarse de esas manos que la aprisionan. Laque se hace llamar Asia le hinca los dedos has-ta hacerle daño. Tira de ella violentamente. Laexige como privilegio otorgado por Zeus. Susojos dominantes se le clavan como arpones.

Europa despertó sobresaltada por la pesadilla,la frente encharcada en sudor. Oía los latidos desu propio corazón en el silencio de la estancia.Permaneció inmóvil, todavía agitada su respira-ción por las visiones del sueño, tan real. Prontoel alba entró por la ventana, aclarando la oscu-ridad con una luz cenicienta. Y la joven saltó dela cama.

No podía permanecer más en palacio. Las vi-siones la perseguían. Llamó a sus doncellas paraque la acompañaran. No quería pensar. Queríaolvidarse. Con cestillos para recoger flores fue-ron hasta las praderas que lindan con el mar. Legusta pasear entre la profusión de lirios y rosassilvestres y el rumor del oleaje.

Era esta hermosa joven, Europa, la hija menorde Agénor y Telefasa, reyes de la ciudad de Si-dón, en Siria. Allí vivió una adolescencia lumi-nosa y serena en compañía de sus hermanos, Fé-nix, Cílix y Cadmo. Ellos pasaban los díasentregados a los ejercicios que suelen practicarlos hombres, la carrera, el arco, lanzamientos dedisco y jabalina, competiciones de lucha, mien-tras que Europa se ejercitaba en las artes de Ate-nea con la rueca y el telar, cuando no jugaba consus doncellas a la pelota, o se bañaban en el mar,paseaban juntas recogiendo flores para luego ce-ñirse con fragantes guirnaldas. Ella dormía en elpiso superior, en las dependencias de las muje-res, apartada de los hombres*.

* La situación de la mujer en la antigua Grecia era de ab-soluto sometimiento. Posesión del hombre, fuese éste el es-poso, el padre o el hermano; como la casa, las cabezas de224

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Aquella mañana salieron temprano. La Aurorapuso sus dedos sonrosados en el horizonte ytoda la extensión del mar se tiñó del color delfuego. Luego Helios irrumpió cegando el espa-cio con destellos de oro. Embelesada en el em-brujo de aquel amanecer, Europa olvidó la pe-sadilla. Los pies de las jóvenes pisaban descalzosla hierba empapada de rocío. Algunas corrieronhasta la orilla. Con los vestidos un poco arre-mangados, reían igual que jilgueros mientras lasolas iban y venían mojándoles los pies. Otras sequedaron con Europa, bromeaban, se hacíanconfidencias entre sí. Europa se reía con sus in-quietudes pueriles. Se acercó sola hasta un rosalsilvestre cuajado de flores. Al apartar una rama,la sorpresa la paralizó.

El susto la dejó sin habla. Fue precisamente susilencio lo que alertó a las compañeras, que acu-dieron corriendo junto a ella. Pero pronto la cu-riosidad sustituyó al temor. Un magnífico toroblanco avanzaba a su encuentro. El mayor ejem-plar de cuantos hasta entonces habían visto. Susairosos cuernos se alzaban hacia arriba igual queuna media luna. Sus ojos mostraban firmeza y de-terminación. Impresionaba el porte de su muscu-latura. Pero, a pesar de ese aspecto imponente, lamansedumbre del animal inspiraba confianza.Todo él exhalaba una deliciosa fragancia, entre al-mizcle1 e incienso. Lentamente se les iba acer-cando, hopeando2 el rabo, inclinando la cervizcomo en una graciosa reverencia. Cuando estuvo

ganado y los esclavos, su voluntad estaba sometida a la vo-luntad de su dueño. Situación que se refleja incluso en elhecho de que ocuparan ellas la parte de la casa más reca-tada, espacio conocido con el nombre de gineceo. El con-trol total sobre la mujer, contrariamente a las transforma-ciones sociales que condujeron al establecimiento de lademocracia, no dejó de incrementarse con el tiempo, ha-ciéndose cada vez más opresivo.

1 almizcle:sustanciaaromáticautilizada comoperfume, seextrae de unapequeña bolsasituada bajo elvientre de unmamíferollamado,precisamente,almizclero.

2 hopear:menear la colalos animales aun lado y aotro.

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junto a Europa, mugió con un sentimiento conte-nido, como solicitando afecto. Pasó meloso sushocicos por la mano de la muchacha, le lamió elcuello. Y ella, enternecida y sonriente por las cos-quillas, le dio un beso en la frente, entre los doscuernos. Le acarició con delicadeza el lomo. Eltoro se echó a sus pies, invitación y homenaje.

Europa estaba fascinada. En un arranque in-consciente, se montó a horcajadas3 del animal. Ale-gre, invitó a sus doncellas a hacer lo mismo. Peroen ese preciso instante el animal se incorporó brus-camente y arrancó a correr en dirección al mar, lle-vando a lomos a Europa. La muchacha, agarrán-dose con una mano de uno de sus cuernos,zarandeada por el veloz trote, hinchadas sus ro-pas al viento igual que las velas de un navío, gri-tó, pidió auxilio, se giró hacia sus compañeras, que

3 a horcajadas:forma desentarse,

principalmentesobre animales,

echando unapierna a cada

lado.

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El rapto de Europa, Tiziano (Isabella Stewart Gardner Museum, Boston).«La muchacha, agarrándose con una mano de uno de sus cuernos,zarandeada por el veloz trote, hinchadas sus ropas al viento igualque las velas de un navío, gritó, pidió auxilio, se giró hacia sus com-pañeras, que rápidamente quedaban atrás, estupefactas, aterrori-zadas al ver cómo el fabuloso animal corría con Europa a cuestas.»

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rápidamente quedaban atrás, estupefactas, aterro-rizadas al ver cómo el fabuloso animal corría conEuropa a cuestas. Al llegar a la orilla, tampoco sedetuvo. Galopando por encima del oleaje, el torohuía de allí con su preciosa carga. En salvaje ca-rrera, pronto quedó atrás la tierra firme. Sólo el cie-lo sobre sus cabezas y, bajo sus pezuñas, la inmensaextensión de las aguas. Y el miedo de Europa sehizo espanto y luego recelo. «¿Quién eres tú, queasí me llevas? Ni animal ni humano, ninguno po-dría correr de este modo sobre el mar. ¿Por quéme has raptado? ¿Adónde me llevas?»

Supo entonces que era el propio Zeus quiense había apoderado de ella mediante aquel ar-did. Para escapar de la vigilancia de Hera, en-cendido de amor por Europa, se había trans-formado en toro y, sólo si ella consentía, la haríasuya. De la muchacha nacerían hijos ilustres. Lafelicidad la visitaría cada día de su existencia.

En palacio, mientras tanto, no duermen. La preo-cupación mantiene revueltas a las mujeres. El reyAgénor está profundamente indignado, pensandoque ha sido obra de piratas o saqueadores y acu-sando a los suyos de imperdonable negligencia.Cuando su esposa Telefasa trata de serenar su áni-mo con palabras prudentes, Agénor la mira furi-bundo, la culpa del rapto, ¿dónde estaba ella queno cuidaba de su hija? Los hermanos de Europacallan, nunca han visto a su padre tan enfurecido.Tienen miedo. Sus rostros de pronto son másca-ra de espanto. Quisieran ser ahora mismo estatuasy pasar desapercibidos. «¿Y vosotros, malos her-manos, pensáis quedaros ahí cruzados de brazos?¿Es que no vais a hacer nada por vuestra herma-na?» El menor de los tres, Cadmo, se atreve sóloa pronunciar la palabra padre con voz balbuciente.Pero el corazón de Agénor parece hoy más quenunca de roca y esa dura roca se ha convertido 227

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en proyectil que amenaza de muerte. «No me lla-mes padre», le grita. «No soy ya vuestro padre. Re-niego de vosotros», les grita. «Quitaos de mi vista,abandonad la ciudad ahora mismo; y tú también,mujer, no quiero veros a ninguno en tanto mi hijaEuropa no vuelva a alegrar con sus risas estas tris-tes paredes. Buscadla en las ciudades, bajo las pie-dras, donde sea. Y no penséis en regresar nuncasi no es con ella. Marchaos ahora mismo», les gri-tó. Ellos, aterrorizados, cogieron rápidamente cua-tro cosas y, en la noche, salieron de la ciudad,marcharon a lo incierto.

Nueve años anduvieron errantes preguntando encasas reales y plazas públicas por la hermana. Nue-ve años de penurias sin encontrar quien les dieseuna pista. La soledad era descomunal bajo la pe-sada carga de la amenaza paterna. Nueve años sinsaber uno del otro. Pues, nada más partir, deci-dieron separarse y buscar cada uno en una direc-ción. Poco a poco fue entrando en su alma el desa-liento y, con el desaliento, la certidumbre de quesu tarea estaba de antemano condenada al fraca-so, y así fueron uno a uno desistiendo de ella.

El primero de los tres fue Fénix, que, en lle-gando exhausto y desesperanzado a una her-mosa región, puso punto final a sus calamidadesy se instaló en ella, dándole a partir de entoncessu propio nombre, Fenicia*.

A éste siguió Cílix. Su destino, como el de suhermano, no era otro que el dar nombre al paísque lo acogiera, Cilicia.

Cadmo permaneció al cuidado de su madre, Te-lefasa. Ésta parecía haber envejecido tanto en tan

* Uno de los motivos mitológicos más importantes para lamentalidad antigua era la fundación de ciudades o estadospor parte de un héroe mítico o con el patronazgo de undios, dando así carta de naturaleza y trascendencia social ala existencia de dichas unidades políticas. La mitología seocupa siempre de los orígenes, del tiempo primordial.228

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poco tiempo. Llevaba el sufrimiento marcado bajolos ojos. Cuantas más atenciones le prodigaba suhijo, más duro se le hacía el amargo desarraigo delque huía, aún más doloroso por huir de los su-yos*. Las dificultades del viaje fueron minandopoco a poco su salud, ya resquebrajada por la tris-teza, la decepción. Cuando llegaron a la región deTracia, Cadmo encontró una calurosa acogida porparte de sus habitantes. Los hospedaron, los hi-cieron partícipes de lo suyo con una generosidadilimitada. Pero ya era tarde para la madre, que serefugió en una alcoba prestada y allí cerró los ojospara no volver a abrirlos más. El dolor de Cadmofue inmenso, sus benefactores se volcaron en con-solarlo, en apartar de sus pensamientos las som-bras del desasosiego. Cadmo honró la memoriade su madre celebrando unas sentidas honras fú-nebres y, acompañado por unos jóvenes que seofrecieron a asistirle en su peregrinaje, partió deallí para consultar al oráculo de Delfos.

«Abandona toda búsqueda, Cadmo. Allí dondela vaca** se detenga, funda una ciudad que llega-rá a ser renombrada entre los hombres.» Descon-certado por la respuesta de Apolo pero sumiso,Cadmo desiste de todo lo que hasta entonces ha-bía alentado su ánimo, hallar a su hermana, vol-ver a su tierra, restituir la memoria de su madre.Ya nada de eso tenía sentido. Abandonó Delfossin saber qué dirección tomar, entregándose sin

* El tema del padre que envía a sus hijos a una misión deextrema dificultad, siendo el menor de ellos el que mues-tra una «piedad filial» más acusada, es típico del cuento po-pular; pero, integrado en un contexto mitológico de mayorenvergadura, transforma su sentido lúdico en simbólico opuramente mítico.** Las cabezas de ganado, fundamentalmente vacas y bue-yes, son de importancia capital en el universo mitológico,reflejo de la sociedad premonetaria en que dichos ciclosmíticos se configuraron y en la que la riqueza del individuose medía por las reses que poseyera. 229

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reservas a la voluntad del destino. Con una hu-mildad resignada pero con el entusiasmo del quese sabe cargado de buenas razones, en compañíade los intrépidos tracios que voluntariamente seofrecieron a seguirlo, abandonan los caminos fre-cuentados, esperando encontrar una señal que lesindique el rumbo. Cuando descubren en un pra-do una magnífica vaca, con el signo de la lunamarcado en ambos flancos, que, ante su presen-cia, deja de comer y los mira con sus grandes ojosserenos antes de darse media vuelta y echar a an-dar, Cadmo no lo duda. La siguen a distancia, ob-servándola, estudiando sus movimientos. El ani-mal no se detiene, parece poseído por una ideafija, por una voluntad superior que le confiere unafortaleza extraordinaria.

Ni para comer o beber ni para descansar, la vacano se detiene ni de día ni de noche. No sigue uncamino recto. Su deambular los lleva por senderosescarpados y por barrancos a través de Beocia. Sie-te días anduvieron tras el animal. Al séptimo, cayórendido en tierra, agotado. Con un mugido desfa-lleciente, la vaca hincó los cuernos en tierra.

Los compañeros de Cadmo gritaron de júbilo.Pero él no se dejó embargar por el entusiasmo.Sabía que tenían aún una larga y difícil tarea pordelante. No es un juego de niños fundar de lanada una nueva ciudad. Requiere no sólo unenorme esfuerzo físico sino también un comple-jo trabajo de organización. Decide ponerse des-de el principio bajo el amparo de Atenea, pro-tectora de las ciudades. Mientras él prepara lavaca para ofrecérsela a la diosa, envía a sus com-pañeros en busca de agua para el sacrificio. Peropasa el tiempo y éstos no vuelven.

No vuelven. Algo debe de haberles ocurrido.Cadmo sale en su búsqueda. Los llama por susnombres, ninguno responde. La angustia comienzaa hacer presa de su corazón. Negros presenti-230

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mientos lo acosan. Corre en su ayuda. Demasia-do tarde. Cuando los encuentra, un espectáculodesolador le aguarda. En torno a la fuente de Ares,los cadáveres desparramados de sus compañeros.Horribles heridas sangran por todo su cuerpo. Noha acabado de preguntarse quién puede habersido el autor de esa carnicería, cuando un silbidoa sus espaldas lo pone sobre aviso. Se gira a tiem-po de ver cómo una espantosa serpiente surge dela fuente para atacarle con colmillos como puña-les. El horror se apodera de Cadmo, pero el do-lor por sus amigos muertos le hace reaccionar atiempo de desenvainar la espada y, con furia ven-gativa, acometer al monstruo. Con gran agilidad,va dando botes a un lado y otro, amagando fal-sos ataques, evadiendo las dentelladas de la ser-piente, cada vez más furiosa a medida que la es-pada de Cadmo va abriendo brechas fatales ensus gruesos anillos, hasta que, en lucha sin respi-ro, cae desangrado el horrible animal.

Cadmo observa con la respiración todavía agita-da los despojos de su víctima. Los ojos se le llenande lágrimas viendo los cadáveres de sus compa-ñeros. Está vivo. Ha vencido. Pero sus amigos hanmuerto. La victoria está preñada de llanto. En mediode su desolación, advierte una misteriosa presencia asus espaldas. Como un escalofrío. Un aliento vivoen su nuca. Tras él, los ojos azules de la diosa lesonríen. Atenea está con quienes no desesperan,con los que afrontan cualquier adversidad sin en-tregarse al desaliento, con todo aquel que de su in-teligencia hace su fuerza y su valentía. La diosa,con su sola presencia, borra las lágrimas del rostrode Cadmo. Le habla con cálida firmeza, como unaamiga, como un camarada. Le ordena fundar allímismo la ciudad de Tebas. Pero Cadmo plantea susdudas, ¿él solo?, ¿qué hombre tendría fuerzas sufi-cientes para echarse en solitario tamaña tarea a loshombros? En los labios de Atenea, se ilumina una 231

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sonrisa. Su presencia exhala un perfume delicioso.Cuando apoya con varonil delicadeza una manoen su hombro, el alma de Cadmo recobra la ener-gía igual que un pajarillo remontando las alturas.

«Cadmo», le habla Atenea, «debes arrancarle losdientes a esa serpiente muerta y sembrarlos en latierra donde más tarde se asentará la sagrada ciu-dad de Tebas. De cada diente nacerá un hombreadulto y vigoroso, completamente armado. Ellosserán tus compañeros. Te ayudarán a establecerun reino próspero y justo. Pero tú no podrás par-ticipar de él en tanto no expíes tu crimen. Efecti-vamente, la serpiente que acabas de matar era hijade Ares. De su padre había heredado ese afán des-tructivo e inmisericorde. Ya no vive y está bien queasí sea. Pero deberás pagar su muerte para vertelimpio de esa mancha. Durante ocho años estarásal servicio del dios, sirviéndolo como un vasallofiel. Sólo entonces podrás regresar a Tebas y ocu-par su trono. No es un castigo. Los dioses ven entu corazón y te aman. Para colmar tu dicha, te en-tregarán por esposa a Harmonía, la hija de Ares yAfrodita, con quien vivirás tras la muerte en la lu-minosa beatitud de los Campos Elíseos. La felici-dad sólo es un modo de andar el camino».

Iba a responder Cadmo a Atenea con reveren-te humildad, pero la diosa ya no estaba allí. Ha-bía desaparecido. De nuevo se encontraba soloante el futuro.

Europa entre tanto había sido llevada por Zeusa tierra cretense, la isla en la que había transcu-rrido la infancia secreta del dios. Allí, en las cer-canías de Gortina*, a la sombra de unos frondo-

* Importante ciudad al sur de Creta, habitada ya a finalesdel Neolítico (3000 a.C.), en ella se produjo un excepcio-nal descubrimiento arqueológico, al hallarse uno de los másantiguos códigos de leyes (siglo VII a.C.) inscrito en las pa-232

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sos plátanos, que en muestra de gratitud no severían nunca más desnudos de hojas, Zeus amóa Europa. Y ella le dio tres hijos magníficos. Sar-pedón era el mayor, y a éste siguieron Rada-mantis y Minos. Pero ¿qué puede hacer una mu-jer sola en un mundo dominado por hombres?

Zeus visitó en sueños al rey de la isla, Asterión*.Le infundió visiones henchidas de futuro. Le pro-metió la dominación de los mares, siempre quela virtud guiase su conducta. Creta sería señora delas aguas, vigilante de rutas surcadas por barcoscargados de ricas mercancías, opulentas embar-caciones protegidas por la flota de Asterión con-tra piratas y asaltantes. En medio de aquella vi-sión poblada de delfines y gaviotas, apareció lafigura de una mujer, envuelta en ondulantes teji-dos, misteriosa y sensual, que le tendía las manos.

Despertó Asterión sobresaltado. Echó atrás lacolcha y de un salto se puso en movimiento. Enpalacio, sólo se oían ruidos en las dependenciasde la servidumbre. La quietud se enseñoreabaaún en los salones regios. Rápidamente engan-chó al carro los caballos y salió a recorrer sus te-rritorios. El sueño lo obsesionaba. Se lanzó enveloz carrera a lo largo de la orilla. El oleaje mar-tilleaba en sus pensamientos. Cuando vio venirhacia él a una mujer esbelta como un ciprés ycomo la humilde violeta recatada, con tres chi-quillos cogidos de su mano, supo que era ella,la mujer de su sueño. El rey acogió a Europa consus hijos en palacio, la hizo su mujer. Europa traíacomo regalo de bodas los presentes que Zeus lehabía encomendado. Un gigantesco autómata de

redes de un Odeón romano de época muy posterior. Se lasconoce como «Leyes de Gortina».* Los antiguos griegos veían en los sueños un carácter pre-monitorio, como advertencia o consejo divino. El sueño es-taba emparentado con la adivinación, la locura y la inspi-ración artística, todas ellas infundidas siempre por un dios. 233

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bronce fabricado por Hefesto. Talos era su nom-bre, prácticamente invencible, salvo en la parteinferior de la pierna, donde una clavija cerrabala vena que recorre todo su cuerpo. Tres vecesal día daba la vuelta a la isla, costeándola, paraimpedir que ningún extranjero entrase furtiva-mente en ella o la abandonase sin permiso real.Quien fuese atrapado en flagrante delito de des-obediencia, podía esperar los peores suplicios.Con el infractor fuertemente abrazado contra supecho, entraba Talos en el fuego hasta quedarincandescente, un ascua mortífera. El segundoregalo de bodas fue un perro de caza inalcanza-ble, veloz como el rayo, nunca dejaba escaparsu presa. El tercero, una jabalina que siempre ati-naba en el blanco.

Zeus entonces glorificó la memoria de Euro-pa, elevando al cielo, bajo el aspecto de una bri-llante constelación, al toro con cuya forma ha-bía arrancado a la muchacha de su entorno, laconstelación de Tauro, única entre los signos delzodíaco.

Ha muerto Asterión. El rey ha muerto. Vacan-te ha quedado el trono de Creta, la isla de lascien ciudades*. En el magnífico palacio de co-

* Durante el tercer milenio y parte del segundo a.C., sedesarrolló en la isla de Creta, la mayor de las islas delEgeo, una floreciente cultura, independiente de la cultu-ra cicládica y de las culturas mesopotámicas y egipcia,con las que, sin embargo, presenta puntos de contacto,conocida como cultura minoica. Ésta, de carácter refina-do y palaciego, inspirada por una sociedad comerciantey artesana, de ningún modo bélica, contrasta con la po-breza del mundo griego contemporáneo en el continen-te. Su poder se basaba en el control de la cuenca del Egeomediante una flota muy desarrollada, dominio de las ru-tas comerciales marítimas conocido como «talasocracia».Al ser conquistada, después del 1400 a.C., por los pue-blos micénicos, servirá de base para el desarrollo de lacultura griega propiamente dicha, tanto mitológica comoartísticamente.234

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lumnas púrpuras arden hachones de duelo. Lascaras, espejo de un dolor reverente, miran al sue-lo. En las montañas, los rebaños de cabras y ove-jas permanecen en sus rediles. En los fértilescampos de los valles, los arados, quietos, hinca-dos en la tierra. No se oyen voces en los merca-dos, ni tenderetes cargados de productos. Losbarcos bambolean un bosque de mástiles des-nudos en los fondeaderos. Nadie sale de sus ca-sas. Grande es el dolor por la pérdida de un so-berano justo y prudente, mucha también laincertidumbre. Asterión ha muerto. ¿Quién ocu-pará ahora el trono?

Cuando el dolor remite y entra en una hondaserenidad de estanque quieto, los ojos miran alfrente con una percepción más profunda, másintuitiva, más desapasionada. Los tres hijos adop-tivos de Asterión aspiran a suceder a su padre.Sarpedón se sabe con dotes de mando, se ha de-mostrado en su adolescencia a sí mismo que escapaz de dirigir las voluntades de sus compañe-ros en una acción común. Y a eso es precisa-mente a lo que aspira, rodearse de compañeros,que no vasallos. Radamantis tiene una capacidadinnata para resolver pleitos. Su prudencia y susentido de la justicia rigen en todo momento suconducta. No en vano, siendo todavía un mu-chacho, ideó y redactó una serie de normas quefacilitaran la convivencia y concedieran igualdadde oportunidades a todo el mundo, código deleyes escritas que su padre adoptó e impuso entoda la isla de Creta, como garantía de equidad.Minos posee un espíritu vivo y un afán de orga-nización que le hacen dar pronta respuesta acualquier circunstancia. Es un hombre cargadode recursos, inquieto, seguro de sí. De mutuoacuerdo han decidido que sean los propios ha-bitantes de la isla quienes elijan al sucesor de As-terión. Mañana se someterán en la plaza a la pro-

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clamación pública del rey. Con prudente previ-sión han acordado que sólo permanecerá en elpalacio real de Knosos* el elegido. Para evitar fu-turos enfrentamientos o posibles revueltas parti-distas, los otros dos hermanos abandonarán lacorte y se instalarán en otro lugar. Mañana se so-meterán al arbitrio de su pueblo. Ninguno deellos puede esta noche conciliar el sueño.

Minos no puede dormir. Ha salido a pasear. Ca-mina bajo un techo de estrellas, acompañado porel zumbar del oleaje, inmerso en sus meditacio-nes. Piensa en las palabras con que mañana tra-tará de convencer a sus conciudadanos de suidoneidad. Sabe que las palabras son traicione-ras y escurridizas, mejor apoyar sus argumentosen algo visible que impresione al pueblo. Le que-da poco tiempo. Dentro de unas horas, el albaanunciará el momento decisivo. Ha llegado has-ta un escarpado promontorio contra el que se es-trellan las negras olas en combates de espuma.Impone esa mole a la luz indecisa de una lunamenguante. Apoyándose en manos y piernas, laescala hasta la cumbre. Desde allí invoca a Po-seidón, dios de los mares. Le pide su ayuda. Lepromete sacrificarle la mejor res de sus rebañosa cambio de su asistencia. Por un instante, el in-cansable bramido de las aguas contiene el alien-to. La brisa queda como un velo transparente sus-

* La antigua ciudad cretense de Knosos, situada a unos cin-co kilómetros de la costa, ha estado habitada desde el Neo-lítico hasta nuestros días. En ella fue excavado por el ar-queólogo inglés A. Evans uno de los más lujosos y antiguospalacios cretenses, al que denominó precisamente «Palaciode Minos». Probablemente, sus magníficos frescos, entre losque destaca por sus numerosas representaciones la figuradel toro, y la disposición laberíntica del propio palacio (puesno se construyó siguiendo un plan previo, sino añadiendoestancias, dependencias y almacenes a la construcción ori-ginal) inspiraran a los antiguos micénicos las leyendas delminotauro y el laberinto.236

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pendido sobre su cabeza. En medio del silencio,la ronca voz del dios asiente, y el mar se lanzaa una violencia tempestuosa. Lo azota el viento.Densos nubarrones borran toda luz del cielo.

Sarpedón y Radamantis han expuesto ya susrazones ante la asamblea de los ciudadanos. Mi-nos explica su proyecto de gobierno. Sus pala-bras muestran seguridad. Todos los oyentes es-tán absortos en su discurso sencillo y contundente.Una tormenta se avecina por el horizonte. La fies-ta de la elección podría deslucirse si lloviera. Mi-nos habla, ni el viento ni el cielo amenazante loestorban. Cuando señala con un dedo extendi-do a la zona portuaria, sin que nadie pueda ex-plicárselo, un prodigioso toro enfurecido surgedel mar a galope tendido. Con fiereza descomu-nal embiste a todo lo que encuentra a su paso,personas y animales, cercas y establos, destro-zando sembrados, matando a cornadas ganadoy caballos, sembrando el terror entre la gente,que huye despavorida en busca de refugio. To- 237

El salto sobre el toro, fresco minoico, 1700-1450 a.C. (Museo He-raklion, Creta).«Cuando el toro llega hasta la tribuna de Minos, éste alarga la mano,avanza lentamente hacia él, no le tiene miedo, se acerca hasta sen-tir el tibio aliento de sus hocicos en su propio pecho, extiende los de-dos sobre su frente. Inmediatamente, la fiereza del animal se vuel-ve mansedumbre.»

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dos gritan ante esa testuz bestial que los persi-gue. El terror se ha apoderado de los ciudada-nos. Nadie se siente a salvo ante esa fiera capazde derribar árboles enteros y echar abajo laspuertas de las casas. Cuando el toro llega hastala tribuna de Minos, éste alarga la mano, avanzalentamente hacia él, no le tiene miedo, se acer-ca hasta sentir el tibio aliento de sus hocicos ensu propio pecho, extiende los dedos sobre sufrente. Inmediatamente, la fiereza del animal sevuelve mansedumbre. La brutalidad de su mira-da se desvanece en una entrega dócil. Se echa alos pies de Minos. Nadie puede creer lo que estáviendo. Todos miran al cielo buscando una ex-plicación. Minos es aclamado unánimemente en-tre vítores de alabanza.

Muchos animales fueron sacrificados en agrade-cimiento a Poseidón. No así el toro enviado poréste. Minos lo conserva celosamente, lo quiere parasí. El mejor semental para multiplicar sus rebaños.

Sarpedón no tardó en partir lejos de su tierraadoptiva. De acuerdo con lo pactado, reunió uncontingente de camaradas y embarcó hacia AsiaMenor. Allí, en la región de Licia, fundaría la ciu-dad de Mileto.

Radamantis se exilió a la parte más septentrio-nal de la isla, a la ciudad de Malia, protegida deincursiones por la garganta de los Muertos. Allíconstruyó un palacio de mármol rosa y hermo-sas escalinatas de piedra azulada. Organizó laciudad y la gobernó con tal equidad que, a sumuerte, Hades le confió, junto a su hermano Mi-nos, la tarea de juzgar a los muertos.

Fueron magníficas las bodas de Minos y la hijade Helios, Pasífae*. Dignatarios de los más re-

* Tucídides (segunda mitad del siglo V a.C.), el primer his-toriador racionalista, refiriéndose a los primeros tiempos de238

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cónditos lugares bajo la protección del rey cre-tense acudieron a sus celebraciones con regiosregalos. La prosperidad sonríe a la casa real. Nun-ca antes la isla conoció una fama tan merecida.Los dioses bendijeron aquella unión con una pro-le numerosa y dócil, respetuosa con sus mayo-res y con las tradiciones. Minos hizo llamar almás reconocido artista de entonces, Dédalo, in-ventor, escultor y arquitecto, para engrandecerel ya de por sí soberbio palacio.

Era este Dédalo un ciudadano ateniense. Allíhabía desarrollado las dotes inventivas que le die-ran celebridad por todo el mundo griego. A sutaller acudían desde todos los rincones hombresilustres y simples ciudadanos, hasta extranjeros,en busca de una solución a sus necesidades par-ticulares o de herramientas que les facilitaran lastareas de todo tipo. Construía máquinas capacesde levantar los edificios más sobresalientes, in-geniaba instrumentos útiles para el trabajo coti-diano, incluso máquinas bélicas, para sembrar elterror y la confusión entre las filas enemigas. Susestatuas mostraban una dignidad serena, impre-sionaba la sonrisa velada de sus rostros, la pro-fundidad de su mirada. Merecido era el renom-bre del que disfrutaba.

Pero nadie está exento de sucumbir, en algúnmomento de su vida, a la ceguera irracional delas pasiones. A Dédalo, incomprensiblemente, lo

Grecia, al comienzo de su Historia de la Guerra del Pelo-poneso, interpreta el mito cretense de Minos en términoshistóricos: «Minos fue el más antiguo de los que, sabemosde oídas, adquirió una flota y dominó la mayor parte delmar griego actual, ejerció su poder sobre las islas Cícladasy se convirtió en el primer colonizador de la mayor partede ellas, expulsando a los carios y estableciendo allí a suspropios hijos como soberanos; verosímilmente, acabó conla piratería en el mar, en la medida de sus posibilidades,para que le llegaran mejor los ingresos» (I, 4). 239

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venció la envidia. Para nada necesitaba acrecen-tar todavía más su fama. Todos lo considerabanuno de los hombres más inteligentes e indus-triosos. Muchos en su taller obedecían sus ins-trucciones con admiración y respeto. Y entreellos su sobrino Pérdix, el hijo de su hermana,al que había acogido entre sus discípulos. En unprincipio, miraba arrobado al muchacho entre-garse con pasión a sus manualidades. En el fon-do de sí, sin embargo, fue poco a poco nacien-do el descontento, pues el ejemplo de Pérdix nolograba hacer mella en su propio hijo, Ícaro, unjoven atolondrado y voluble. Miraba al uno, afa-nándose en superarse y cultivar al máximo sucreatividad, y miraba al otro, entreteniéndose conel vuelo de una mosca, desinteresándose de cual-quier actividad que requiriese esfuerzo o con-centración, entusiasmándose con fruslerías y chi-quilladas. En su sobrino veía el hijo que le hubieragustado tener.

Pérdix admiraba la imaginación de su tío ymaestro. Intentaba en todo momento emularlo,reconociéndole su pericia. Era un muchacho sinsoberbia ni dobleces. Cuando inventó el primertorno de alfarero, Dédalo admiró la magníficasimplicidad del instrumento y su sencilla utilidad.Por momentos, sin embargo, se le iba haciendocada vez más insoportable la presencia de ese alque comenzó a considerar un intruso. Los celosacabaron agriándole los días. Observando unamañana cómo una serpiente abría una boca deafilados dientes para tragarse un ratón, Pérdixtuvo una idea. Basándose en las mandíbulas delanimal, fabricó el primer serrucho. Al compro-bar Dédalo la utilidad de esa herramienta, lo re-concomió la envidia, preguntándose cómo no sele había ocurrido a él algo tan simple. Se volvióirascible. Respondía a cualquier demanda conexabruptos. Paseando, como era su costumbre240

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para observar el vuelo de las aves y aprender dela naturaleza, en compañía de Pérdix, se inicióuna discusión que éste hacía todo lo posible porsuavizar, pero Dédalo insistía en las descalifica-ciones y buscaba nuevos motivos de reproche.Cada vez más encendido, comenzó a acusar in-sensatamente al sobrino. Éste no comprendía. Apunto ya de las lágrimas, confuso, implorante,Pérdix no dejaba de manifestar el respeto que leprofesaba, invocando los lazos de afecto que losunían. Dédalo estaba cada vez más ofuscado. Nisiquiera se privó de insultarlo. En un arrebato,terminó golpeándolo con el puño, con tal fatali-dad que el muchacho tropezó con una piedra yse precipitó al vacío desde lo alto de la Acrópo-lis. Sólo al escuchar aquel grito horrorizado y elgolpe fatal de la caída, Dédalo fue consciente desu improcedente conducta. La desesperación learrancó lágrimas desoladas. Él mismo confesó sucrimen ante el tribunal del Areópago. Roto porel remordimiento, escuchó la sentencia. Días des-pués, Dédalo partía, acompañado por su hijo Íca-ro, camino del exilio.

Fue al poco tiempo, nada más enterarse de susituación, cuando Minos requirió los servicios deDédalo, enviándole una nave cargada de pre-sentes y ofreciéndole hospedaje. Una vez en Cre-ta, Dédalo enriqueció el palacio real incorpo-rándole nuevas salas adyacentes, comunicadasentre sí por hermosas galerías porticadas queconvergían en un gran patio empedrado, ele-vando el número de graneros, talleres, almace-nes, cocinas y archivos. En el centro de todo elconjunto, una suntuosa sala del trono, pavimen-tada con losas de alabastro, daba acceso, por dosescalinatas subterráneas de piedra azulácea, a lacámara del tesoro y a la sala ritual, donde Minoscelebraba los sacrificios anuales a la diosa de lasserpientes. Todas las paredes estaban cubiertas 241

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de hermosísimos frescos de rico colorido: multi-tud de elásticos delfines, un príncipe paseandoentre lirios, unos jóvenes haciendo acrobaciassobre un toro. Minos y Pasífae quedaron encan-tados con la maestría de Dédalo, que permane-ció en la isla al servicio de su rey y ciudadanos.

El matrimonio real se sentía en la plenitud desus aspiraciones. Nada parecía poder turbar suprosperidad ni el goce sereno de los días. Peroel tiempo fatal de las preocupaciones acechabaen lo oculto. Y cuando comienza la tormenta,ésta es imparable.

Desde hace unos días, Pasífae ha comenzadoa interesarse obsesivamente por el personal a suservicio. Visita las dependencias de sus sirvien-tes y esclavos. A cada uno pregunta por su acti-vidad. Bulle algo dentro de ella que la mantienecontinuamente excitada, extraña. Se mueve porla infinidad de habitaciones y dependenciascomo si la acuciara algo urgente y de repente sequeda quieta, como extraviada. Pregunta a suspalafreneros, a sus escribientes, a los pastoresque cuidan sus rebaños. Parece interesada pormil cuestiones cotidianas que nunca hasta aho-ra la habían preocupado. Visita los rediles, lasherrerías. En un rincón de los establos, ilumina-do sólo por una claraboya en el techo, como siuna misteriosa presencia divina alentara en aquelchorro de partículas luminosas, Pasífae observael magnífico ejemplar que Poseidón hizo salir delmar para entregarle a su esposo el trono de Cre-ta. Aunque había prometido sacrificárselo, aúnno lo ha hecho. El animal parece transpirar fuer-za soterrada. Algo se ha despertado en el cuer-po de la mujer. Todavía no tiene palabras paranombrarlo. No puede apartarse de aquel toro su-mido en la penumbra. Siente cerca su aliento, elcalor de su cuerpo poderoso. El sudor apareceen sus mejillas ligeramente coloreadas. Un día y

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otro acude sola al establo. No ve la mano ven-gativa de Poseidón en las extrañas sensacionesque experimenta. A nadie habla de lo que le ocu-rre. Siente que ninguna palabra humana podríarestituir la intensidad abrasadora de ese senti-miento. Mira al animal y bajo la piel la recorreuna llamarada inexplicable. El animal que debíahaberse sacrificado a Poseidón y aún permane-ce vivo. Y es el propio dios quien siembra la pa-labra deseo en la mente enfebrecida de la mu-jer. Una vez pronunciada, no hay retorno. Pasífaesufre. Vive su locura en secreto. Se siente derro-tada. Cuando ya no puede más, acude a confiarsu infierno al prudente Dédalo*.

Dédalo ha quedado perplejo, pero ya no le es-candalizan las pasiones humanas, por aberran-tes que puedan parecer. Trata de convencerla delo absurdo de su situación. Cuando ve realmen-te el sufrimiento por que esa mujer está pasan-do, se compadece de ella y le promete una so-lución. La cita tres días después, los dos solos,junto al pesebre del toro.

Dédalo ha estado trabajando en secreto, porlas noches, para evitar miradas indiscretas. Cuan-do llega el día fijado, transporta su creación has-

* La zoofilia, dejando aparte las transformaciones adopta-das principalmente por Zeus para escapar a la vigilancia desu esposa Hera y seducir a las mujeres a las que se une, esprácticamente ajena a la mitología griega, que, sin rechazarcompletamente lo prodigioso, suele ceñirse a un humanis-mo realista, reflejando las normas de conducta de la socie-dad que le ha dado forma. La ausencia de un imperativomoral en el pensamiento mítico griego, sin embargo, per-mite algunas desviaciones a esta norma, aunque justificán-dolas. En cuanto a Pasífae, además del castigo enviado porPoseidón al no sacrificarle su esposo Minos el toro prome-tido, como hija de Helios que es, igual que sus hermanos,Circe y Eetes, padre de Medea, sin llegar a ser dioses, po-seen atributos excepcionales, generalmente emparentadoscon la magia y una sensibilidad desbordante. 243

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ta el lugar establecido cubierto por una manta.Es una noche oscura, ni una hebra de luna rayael cielo, las estrellas muestran una palidez enig-mática. Rompe un búho el silencio como dibu-jando en la oscuridad un interrogante o un re-proche. Llega la mujer envuelta en ropas viejasy harapientas, como una más de sus criadas. Noquiere ser reconocida. Su piel transpira los em-briagantes perfumes y los aceites aromáticos queha extendido por todo su cuerpo. Sus negras pes-tañas miran al suelo con el imperceptible tem-blor del deseo. Dédalo la toma de una mano paratranquilizarla y con la otra retira la manta. Pasí-fae contempla atónita ante sí una vaca de ma-dera perfectamente diseñada. El animal parecerespirar un aire de vida que sólo es efecto deltrabajo humano y la oscuridad del establo. Dé-dalo desnuda a la mujer y la hace entrar por unatrampilla dentro del animal hueco. Le dice queél estará fuera esperando. Si necesita algo, o biencuando termine, no tiene más que avisarle y élvendrá a sacarla de allí. Luego embadurna bienal animal con auténtica grasa de vaca para exci-tar el instinto del toro y sale. Sale a la calle. Nose aparta de la puerta, por si ella necesita su ayu-da. Desde allí escucha un oscuro mugido, quebrota directamente de las entrañas, y mira el cie-lo tachonado4 de estrellas pálidas como el azufre.

Pasífae ha dado a luz. El largo embarazo, tantortuoso, ha llegado a su fin. Pero Minos no pa-rece estar muy contento. De hecho, todo el tiem-po del embarazo ha mantenido una actitud ex-traña. No quería hablar con nadie en privado.Incluso en las audiencias públicas, parecía comoausente. Finalmente fue sacrificado el magníficotoro que surgió del mar y que el rey guardaba tancelosamente en sus establos. El rito fue de una so-lemnidad y un esplendor sin precedentes. Cuatro

4 tachonar:adornar con

tachones,clavos de

cabeza gruesa.

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veces se recorrieron las innumerables calles de laciudad en procesión multitudinaria al son de las cí-taras y bocinas de mar. Todas las casas, todas lascabezas, resplandecían con variadísimas guirnal-das de flores. El sacerdote hundió de un tajo lagran hacha ritual de doble hoja en el cuello dela víctima y luego leyó el futuro en sus entrañas.Entonces cambió el semblante de Minos. Su ma-jestuosidad bajo los ricos adornos de oro se en-sombreció de repente. La fiesta continuó hastabien entrada la noche, aunque todos sabíamosque algo había cambiado, algo había visto el reyMinos en las entrañas del animal que lo alteró sinremedio. Hoy debería ser un día de gozo: Pasífaeha dado a luz. Pero ninguna llama proclama ale-gría en las ventanas en sombra del palacio.

Diez horas lleva encerrado Minos en sus de-pendencias privadas. Se escucha el ruido de suspisadas ir y venir incansablemente. Esta mañanarompió aguas su mujer, que parió entre gritosdesgarradores; ahora bien, ninguno comparableal que profirió su esposo al serle presentada lacriatura. Primero se sobresaltó ante los sem-blantes desencajados de las esclavas que habíanasistido a su mujer. Cuando vio ante sí ese sermonstruoso, con cuerpo humano y cabeza detoro, todo su ánimo se derrumbó. En vez de llan-to, escuchó un mugido. Inmediatamente reco-noció el castigo de Poseidón en aquella criatura.Sin embargo, en lo más hondo de sí, nació unodio irreprimible contra su mujer, que aún se de-batía entre dolores indecibles.

Estaba todavía desconcertado, sin saber quéactitud ni qué decisión adoptar ante el desgra-ciado prodigio, cuando emisarios urgentes lle-garon a palacio. Acababan de desembarcar y,sin pérdida de tiempo, corrieron a anunciar a surey la triste noticia. Había muerto su hijo An-drogeo. Bien sabía él que no debía haberle per- 245

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mitido participar en aquellas competiciones or-ganizadas por el rey de Atenas, pero cómo ne-gar a un hijo que busque gloria y reconoci-miento. Las preocupaciones inmediatas por unembarazo desafortunado le nublaron la mente yno pudo negarse ni concederle permiso: sim-plemente lo dejó ir a su arbitrio. Ahora llorabadoblemente, preguntó a los heraldos cómo ha-bía ocurrido, quería saber aunque saber dolie-ra. Éstos relataron pormenorizadamente los des-graciados acontecimientos que llevaron a su hijoa la muerte en la corte del rey Egeo. Minos sesentía hundido.

Diez horas lleva encerrado en sus aposentos.No ha querido ver a nadie. De pronto se abrenlas puertas de par en par y por ellas aparece unhombre nuevo. Minos ha tomado decisiones ter-minantes después de largo meditar. Su rostromuestra una dureza impenetrable. Rápidamen-te va dando órdenes. Manda avisar a Dédalo ya los generales de su ejército. Una criada vienehorrorizada a su encuentro para relatarle cómoel Minotauro devora la carne cruda, y sólo car-ne, con un ansia implacable, incluso le ha arran-cado de un mordisco un dedo a la esclava quele daba de comer. Minos le ordena guardar si-lencio.

Dédalo no tarda en comparecer ante Minos.Éste lo amenaza de muerte si no construye en elmáximo de los secretos una cámara donde en-cerrar al Minotauro, de forma que nunca puedaescapar de allí, ni hombre alguno que se atrevaa entrar logre jamás encontrar la salida. Dédalole propone la construcción de un laberinto. Elrey le ordena que esté construido para su vuel-ta, pues tiene intención de partir esta misma no-che, todo lo más al amanecer, con toda su flotade guerra en expedición contra el rey de Atenas,Egeo.

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Egeo era el sexto rey de la ciudad desde sufundación por hombres autóctonos*. Desde unprincipio, Atenea y Poseidón se disputaron supatronazgo. Tal era la rivalidad entre ambos quellegaron al acuerdo de que fuesen los propioshabitantes de la región del Ática quienes esco-giesen a su dios protector. Poseidón, queriendoimpresionarlos, hincó el tridente en la altiplani-cie de la acrópolis e inmediatamente se abrió laroca, dejando aparecer una laguna de agua sa-lada. Por su parte, Atenea apoyó su escudo con-tra una pared, comenzó a cavar hoyos en las la-deras cercanas y en cada uno fue plantando unárbol hasta entonces desconocido, el olivo. Lue-go fue explicando a sus habitantes su cultivo ypropiedades, la preparación de la aceituna comoalimento, la obtención del aceite. Prometió laprosperidad a la ciudad si cuidaban esos troncosrugosos y retorcidos, tenaces rastreadores de vidaincluso en la tierra sedienta y extenuada. Ateneafue aclamada y venerada en lo sucesivo comoúnica benefactora y patrona de Atenas**.

Tras diversos altercados en la línea sucesoria,Egeo fue coronado como el sexto rey de la ciu-dad. Quería evitar a toda costa las vicisitudes di-násticas y las rencillas por la sucesión que em-pañaron el pasado de una familia muy ramificada,enfrentados unos con otros. Desde que ocupó eltrono, tomó mujer y toda su obsesión fue en-

* Frente a otros mitos fundacionales, los atenienses se va-nagloriaban de no haber sido fundada su ciudad por ex-tranjeros venidos de otras latitudes. Contrariamente a la ló-gica histórica, se consideraban descendientes del rey míticoCécrope, nacido directamente de la tierra al pie de la coli-na de la Acrópolis, siendo por tanto autóctonos desde unprincipio.** Precisamente el cultivo de los olivos y la navegación fue-ron, junto con la artesanía, cuyo patronazgo ostentaba tam-bién la diosa Atenea, las principales fuentes de riqueza enlos primeros tiempos históricos del Ática. 247

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gendrar un sucesor digno, capaz de hacer fren-te a cualquier intento de apoderarse del poderque sólo a él correspondería. Pero pasaban losaños y el matrimonio resultó estéril. Egeo repu-dió a Meta, aunque la colmó de regalos que leaseguraran un porvenir sin dificultades, y des-posó a Calcíope. Parecía que el maleficio habíasido conjurado. La mujer concibió, pero el hijonació muerto. En público mantenía una actitudregia, pero en la intimidad se lo veía abrumado.El respeto y la consideración hacia su nueva es-posa no fueron suficientes para alentar la llamadel cariño, que poco a poco se iba apagando.Pasaba el tiempo y el hijo tan deseado seguía ha-ciéndose esperar. Pronto iba a llegar a una edadpreocupante sin haber dado a su reino un suce-sor. No quería mostrar ningún signo de debili-dad que pudieran aprovechar sus hermanos paraconcebir el propósito de usurparle el trono, peroel nerviosismo se iba apoderando de él. Pen-sando que su esterilidad pudiera estar provoca-da por los celos de la diosa Afrodita, introdujosu culto en la ciudad e instituyó magníficos fes-tejos en su honor. Toda Atenas se convertía cadaprimavera en un efímero jardín esplendorosopara mayor gloria de Afrodita. Sin embargo, lasituación de Egeo no variaba, parecía condena-do a morir sin descendientes. Terminó repu-diando igualmente a su segunda esposa.

Antes de tomar ninguna otra decisión, resolvióconsultar al oráculo de Delfos. Siete días duró elviaje antes de llegar a las laderas sagradas sem-bradas de cipreses y acebuches5. Se purificó delcamino en las aguas de la fuente Castalia y pe-netró en el templo de Apolo. La respuesta de laPitia no pudo ser más enigmática: «No desates tú,el mejor de los hombres, el cuello que sale delodre de vino antes de haber llegado a lo más altode la ciudad».

5 acebuche:olivo silvestre.

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Egeo emprendió el regreso cabizbajo y confu-so. ¿Qué había querido decir el oráculo? ¿A quécuello se refería? ¿Qué podía significar lo del odrede vino? A mitad de camino, hizo una parada enla ciudad de Trecén. Su rey Piteo lo recibió con to-dos los honores. Fue festejado y agasajado conabundantes regalos. La tristeza de Egeo era ma-nifiesta, a pesar de su voluntad de correspondera su huésped. Piteo organizó espléndidos ban-quetes. Excelentes flautistas los amenizaban conlas melodías más alegres. Los rapsodas6 de pala-cio recitaron las hazañas de los dioses con unamaestría singular. No obstante, nada podía levan-tar el ánimo de Egeo, que permanecía mudo,como ensimismado, correspondiendo sólo a loscumplidos de su anfitrión con formales sonrisasde gratitud. Piteo insistía en conocer las razonesde su desánimo. «Habla, amigo. Desahógate. Y, sies que algo puedo hacer por ti, cuenta conmigo.»Egeo no quería empañar la magnánima acogidade su huésped con sus preocupaciones persona-les y se resistía a hablar. Piteo fue llenándole a susespaldas la copa y el vino acabó soltando la len-gua y el ánimo de Egeo, que finalmente hizo unrelato completo de sus inquietudes y su visita aDelfos. Le abrió su alma, demasiado abrumada.

Piteo vio inmediatamente la luz nada más es-cuchar la respuesta de la Pitia. Su capacidad deleer en lo oculto le había allanado el camino enotro tiempo, previniéndole contra posibles des-gracias. Comprendió que Apolo prohibía a Egeosoltar su miembro viril, «el cuello del odre», an-tes de llegar a su destino, donde por fin engen-draría un héroe de gran renombre. Y concibiórápidamente un plan para hacer que sólo su úni-ca hija, Etra, fuese la madre de ese muchachodestinado a reinar con fama imperecedera, glo-ria eterna de la ciudad de Atenas y, de ser Etra sumadre, de la vecina ciudad de Trecén.

6 rapsoda:principalmenteen la Greciaanterior a laaparición de laescritura (s. VIII

a.C.), existíandos tipos decantores opoetas errantes:el rapsoda, querecitabapoemas épicoscompuestossobre lamarcha,basándose enel materialpoéticopreexistente,marcando elritmo con unbastón(rapsodasignifica «elque cosecantos»);mientras que elaedo cantabade memoriapoemas de losque él no era elautor.

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Los vinos corrieron en abundancia por aque-llas mesas. Piteo había prometido a Egeo resol-verle el enigma y el rey del Ática, al calor deaquella amistad, relajó sus preocupaciones y dis-frutó de los placeres que se le ofrecían. Cargadopor la bebida, se retiró a sus aposentos. Pero nohabía conciliado el sueño aún cuando, en la os-curidad, una muchacha entró desnuda en sucama y le deparó placeres que nunca hubieraimaginado. Cayó sumido en un sueño profundo.

Piteo lo retuvo en palacio con nuevas mani-festaciones de amistad y camaradería. Cada no-che, un poco aturdido por el vino y los cantosde los banquetes reales, recibía en su cama a unamisteriosa joven. Nunca había visto su rostro enla oscuridad. Sólo conocía su tacto suave y el aro-ma a hierbas silvestres de su piel, y la fogosa in-tensidad de su deseo. Sólo cuando ella le confióque estaba embarazada, pudo conocer su iden-tidad. Su alarma se hizo recelo al comprobar quePiteo estaba al tanto del asunto, si es que no eraél mismo quien había empujado a su propia hijaa sus brazos. El amigo lo tranquilizó explicán-dole que ése era el sentido del oráculo, cumpli-do en la persona de Etra, para mayor gloria deAtenas y Trecén, ciudades emparentadas desdeentonces en el hijo que de esa unión naciera.Egeo se sintió aún más abrumado por el rumbode los acontecimientos, pero lo acató como unadecisión divina más que humana. Puso su manoen el vientre de la muchacha, donde comenza-ba a palpitar una vida que era vida suya, y la ter-nura le arrancó dos lágrimas de gozo.

Antes de partir para Atenas, enterró bajo unaenorme roca su propia espada y un par de san-dalias. Luego tomó a Etra de la mano y la con-dujo hasta aquel lugar. «Cuida a la criatura quellevas dentro, Etra. Si es un niño, edúcalo comoal futuro sucesor del trono de Atenas sin reve-250

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larle su identidad. Sólo cuando sea capaz de le-vantar esta roca para obtener lo que esconde,podrás decirle quién es su padre, y que él elijasu propio destino.»

De vuelta en la ciudad, Egeo quiso celebrar suregreso organizando un gran festival panatenai-co7, para cuyas competiciones deportivas con-vocó a los más destacados jóvenes de toda Gre-cia. Numerosos heraldos partieron para anunciarla convocatoria. El interés que despertaron estosjuegos, cuya victoria sería celebrada con festejossin parangón, llegó a las más recónditas pobla-ciones. Muchos eran los que se preparaban paraparticipar en las carreras de carros y en el lan-zamiento de disco y jabalina, en la lucha cuerpoa cuerpo, en las carreras a pie.

Cuando se conoció la noticia en la isla de Cre-ta, el hijo de Minos, Androgeo, tomó la decisiónde participar, en parte por alejarse del ambienteenrarecido que se vivía en palacio, en parte porafán de conseguir fama y prestigio entre los hom-bres. A pesar de la desaprobación paterna, em-barcó henchido de satisfacción. Confiaba plena-mente en su propia destreza y en su fuerza yresistencia. El azul luminoso del cielo y el azulturquesa del mar copiaban en su claridad cente-lleante el buen ánimo de Androgeo.

A pesar de la juventud del muchacho, su par-ticipación en los festivales panatenaicos no pudoser más ejemplar. Compitió con tesón, midién-dose con jóvenes quizás más diestros en ejerci-cios concretos pero pocos tan esforzados al lí-mite como él. Sin trucos vergonzosos ni trampasde ningún tipo, fue imponiendo su superioridaden cada una de las pruebas a que se sometió. Elentusiasmo del público vibraba dentro de sícomo una conquista y un reconocimiento em-briagador. Recibió los mejores regalos, fue col-mado de invitaciones. Todos querían verlo y ad-

7 panatenaico:de todas laspoblaciones ycomarcas queconstituían laregión delÁtica, incluidala capital,Atenas.

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mirarlo. Pero los participantes atenienses estabanfuriosos. Habían confiado demasiado en su co-nocimiento del terreno y su preparación rutina-ria, sin esperar un rival a su altura. Rabiaban sinatreverse a decir nada. La envidia y el despecholos corroía. No iban a quedar las cosas así. Cuan-do Androgeo salió de regreso de la ciudad, letendieron una emboscada y, en la soledad delcamino, le dieron muerte, sin piedad, saborean-do su macabra revancha.

La escuadra de Minos, por mar, y sus ejércitosde tierra han puesto sitio a la ciudad de Atenas.Ante las poderosas armas enemigas, los ciuda-danos se refugiaron en el interior de la acrópo-lis. Muchos abandonaron sus casas en los cam-pos vecinos, por temor a ser saqueados o muertos.En las minas de la comarca ha cesado toda acti-vidad. Minos ha amenazado con reducir a la po-blación entera a la esclavitud. Cuando el hambrecomenzó a hacer mella entre los asediados, tra-tó Egeo de impedir el desastre. Para reparar lamuerte de Androgeo, condenó a sus asesinos ala pena capital, ordenando despeñarlos desde lasaltas murallas del recinto, a la vista de Minos.Pero éste permanece impasible. Sus ejércitosapuntan hacia la ciudad. Su sed de venganza esdifícil de aplacar. No sólo quiere castigar a losatenienses por el asesinato de su hijo, sino portodas las calamidades de su vida. Es implacable.Le reconforta ver las caras consumidas por elhambre y la sed de los asediados. Nada lo con-mueve, ni siquiera esa epidemia que comienzaa diezmar a la población hacinada dentro de losmuros de la acrópolis y que él considera justocastigo de Apolo. Se muestra altivo e intoleran-te, cuando el propio rey Egeo acude a negociarcon él la rendición. No parlamenta con un igual,habla con un derrotado. Le exige, como repara-ción y única condición para abandonar el ase-252

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dio, que cada siete años le sean enviados comotributo nueve muchachos y nueve muchachasentre lo más selecto de Atenas. Ellos serviránde pasto y alimento al Minotauro. Los atenien-ses observan, con el corazón todavía encogidopor el horror, cómo la flota cretense emprendeel regreso, dejando atrás esa sanguinaria mal-dición.

En Creta las cosas no han mejorado. Sus habi-tantes viven a la sombra de ese tétrico edificiodonde, se dice, habita el monstruo que parió lareina. En el silencio de la noche, algunos dicenhaber oído un vagido que parte el alma. En to-dos anida el temor, continuamente alimentadopor todo tipo de habladurías, al laberinto dondelos secretos de Minos han sido encerrados. El reymuestra ahora un aire de implacable autoridaden su mirada. Se ha vuelto más irascible. Parecehaber olvidado su antigua capacidad de escuchara todos por igual. Nadie puede saber lo que estápensando en ese momento. Famosas se han he-cho sus escapadas en busca de amor, un amordesesperado que le hace dar tumbos de unosbrazos en otros. Ni las ninfas de los montes nilas jóvenes de los alrededores escapan a su ape-tito insaciable. Ansioso de nuevas experiencias,incluso comparten sus noches hermosos mu-chachos de bozo8 incipiente. Sus labios están se-dientos de besos que a nada comprometan. Sedice que ha rechazado a su mujer. Desde que Pa-sífae cayera en aquella concupiscencia bestial, elasco le hace apartarse de ese cuerpo al que con-sidera mancillado. La reina ha envejecido muchoen los últimos tiempos. La tristeza se ha cebadoen sus carnes. Ni los perfumes ni los ungüentosson capaces de devolverle una lozanía que el do-lor le está marchitando. Cada nuevo rumor so-bre las aventuras de Minos es como un escupi-tajo en su conciencia. Pero Pasífae es descendiente

8 bozo: vellofino queaparece en losadolescentessobre el labiosuperior antesde salir elbigote.

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del sol y ningún hijo de la luz desconoce la fuer-za potencial de las sombras. Su resentimiento seexacerba de día en día. No pudiendo soportarmás su rechazo, maldice una noche sin luna aMinos, quien, en lo sucesivo, eyaculará escor-piones y alacranes cada vez que, en su furor se-xual, penetre otro cuerpo, llegando así a la des-esperación. El matrimonio se resigna en su odiomutuo.

Entretanto, el ciclo atroz continúa. Cada sieteaños, las naves atenienses, con negras velas deduelo, traen a la isla su fardo de horror. Los cre-tenses ven desfilar a los dieciocho adolescenteshasta el palacio de Minos, de donde saldrán enluctuosa9 procesión, adornados como víctimaspropiciatorias, hasta el laberinto. Ninguno jamásha logrado salir de allí. ¿Qué horrible criatura pue-de exigir esas frágiles vidas para su sustento?

Dédalo permanece retenido en la isla. Minos leha prohibido abandonarla y hablar con nadie, portemor a ver desvelados sus más íntimos secretos.La vida en Creta se ha convertido en una autén-tica cárcel sin barrotes ni cerrojos. Sólo el miedomantiene a los cretenses como prisioneros.

En la ciudad de Trecén, el hijo de Etra y Egeose ha convertido en un apuesto joven, animosoy emprendedor. Teseo es su nombre. Su adoles-cencia, una ininterrumpida sucesión de demos-traciones de valentía. Todos los muchachos bus-can su amistad, tienden de modo natural adejarse dirigir por su iniciativa entusiasta. En sumadre batallan el orgullo y la preocupación porlos peligros que el carácter intrépido de su hijoentraña. Cuando el muchacho alcanza el es-plendor viril de la juventud, acuciada por sus pre-guntas, Etra conduce al joven Teseo hasta unagran roca en las inmediaciones y lo reta a mo-verla. Teseo sonríe indulgente. La tarea enco-mendada es para él un juego. Ante el descubri-

9 luctuoso:triste, doloroso.

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miento de las sandalias y la espada allí enterra-das, Teseo recibe por primera vez noticias de supadre.

No cabe en sí de alegría. Desde que conoce suidentidad, todo su ánimo aspira a reunirse conél. Insiste ante su madre, que con gran pesa-dumbre ve cumplidos sus presentimientos. Tan-to Etra como su abuelo Piteo le recomiendan enca-recidamente que vaya a Atenas por mar, evitandoel camino por tierra, ciertamente más corto peroplagado de peligros. Le recomiendan no darse aconocer hasta que esté seguro en la corte deEgeo, para eludir cualquier asechanza por partede sus primos, ansiosos de suceder a su padreen el trono. Pero Teseo no tiene miedo y sí unauténtico afán de ganar notoriedad y reconoci-miento entre los hombres. Armado con la espa-da de Egeo, calzado con sus sandalias, se despi-de de Etra y Piteo y emprende la ruta que ha dellevarlo hasta la ciudad de Atenas. Sabe que ten-drá que enfrentarse a los crueles bandidos queinfestan esa ruta y la hacen prácticamente in-transitable. ¿Qué mejor gloria que liberar a loshombres de esa pesadilla?

Efectivamente, a la altura del istmo de Corin-to, no tardó en encontrarse con el malvado gi-gante Sinis, quien no permitía a nadie cruzaraquel paso obligado. Al atrevido que lo intenta-ra, lo ataba de pies y manos a dos pinos que élmismo había juntado previamente forzando sustroncos hasta doblarlos. Al soltarlos de nuevo yvolver éstos a su posición original, el desgracia-do moría horriblemente desgarrado por la vio-lenta sacudida de los gruesos árboles. Teseo seenfrentó a él. No le temblaba ni una pestaña antela superioridad manifiesta del gigante. Burlandocon ágiles quites los torpes movimientos de Si-nis, pues era tan grande como desmañado, Te-seo logró encaramarse a sus espaldas y apresar 255

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entre sus brazos el cuello del gigante. Ni las vio-lentas sacudidas de Sinis ni los ineficaces puñe-tazos que lanzaba atrás conseguían que Teseosoltase su presa. Por el contrario, la insistentepresión del hijo de Egeo le estaba cortando larespiración, produciéndole un ahogo asfixiante.Cuando el gigante cayó aturdido por la falta deaire, Teseo se apresuró a reducirlo, maniatándo-lo, e infligirle el mismo castigo al que él duran-te generaciones había sometido a sus víctimas.

Antes de su encuentro decisivo con Procrustes,Teseo ya había dado cuenta de Escirón, a quienarrojó por un acantilado al mar, y del salteadorde caminos Perifetes. Había aniquilado a Cerción,aplastándolo contra el suelo, para que nunca másasaltase a los caminantes; cuando se encontrófrente a frente con el temible Procrustes. Era ésteun gigante fanfarrón y sanguinario, que tenía unaforma muy particular de acoger a los que pasa-ban por sus territorios. Primero los agasajaba conuna copa de vino, para luego obligarlos a acos-tarse sobre un lecho de madera. Si su víctima eramás pequeña que éste, inmovilizado con argo-llas lo estiraba, entre gritos de dolor y crujir dehuesos, hasta que alcanzara la talla del lecho. Encaso contrario, cortaba sus extremidades hastaajustar a las dimensiones de aquel espantoso ca-mastro el cuerpo del desgraciado, que moría de-sangrado ante las carcajadas flatulentas del gi-gante. Teseo logró embaucar a Procrustes con suhábil locuacidad para que le hiciese una de-mostración personal de lo que había oído con-tar sobre su famoso lecho. Aturdido por el vinocompartido y la fingida ingenuidad del mucha-cho, entre bromas y veras Procrustes se tumbó,lo que aprovechó Teseo para inmovilizarlo rápi-damente con las argollas y castigarlo con la mis-ma pena a la que él había condenado anterior-mente a todas sus víctimas.256

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De este modo, cuando Teseo, todavía sin re-velar su identidad, se presentó en la corte deEgeo, venía ya precedido de una fama mereci-da. Todos quisieron ver e incluso tocar con suspropias manos al héroe que estaba limpiando laregión de peligros. Ningún ateniense permane-ció en sus casas o en sus ocupaciones cuandollegó la noticia de que Teseo se disponía a en-trar en la ciudad. Entrada que fue multitudinariay gloriosa, entre vítores y alabanzas, ya desde laspuertas hasta el mismo umbral del palacio real.Tal fue el clamor de la población que Egeo, sinreconocer en el extranjero a su propio hijo, tuvomiedo de que el joven sobresaliera hasta tal pun-to que la fama le hiciese concebir el propósitode derrocarlo, y decidió enviarlo a una pruebamortal, de la que nunca esperaría verlo regresarcon vida.

Teseo, sin sospechar las intenciones ocultas,emprendió con entusiasmo la nueva empresa, di-rigiéndose hacia la llanura de Maratón. Efectiva-mente, estaba siendo esta región desde hacía yatiempo asolada por un toro furioso que devasta-ba los sembrados y embestía salvajemente a todapersona o animal que encontrara en su camino.Nadie había podido domesticarlo ni darle caza.Su tamaño y fiereza eran legendarios. Se decíaque el vaho de sus hocicos hervía, que su pezu-ña, al correr, cavaba hoyos del tamaño casi deuna persona. Teseo no se asustó. Muchos díasestuvo espiándolo, estudiando sus movimientos.Cuando lo vio desprevenido, saltó sobre su lomoy agarrándose firmemente a los cuernos se man-tuvo sobre él a pesar de las violentas sacudidasy las carreras desesperadas del toro para derri-barlo. Tres días resistió Teseo a su grupa, hastaque el fiero animal acabó rindiéndose y, atadocomo un perrillo, lo condujo hacia Atenas. Pordonde pasaba, las gentes salían a admirarlo, tem-

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blorosos ante la imponente presencia de aque-lla bestia, sin atreverse a mirar de frente a joventan cumplido. Todos los campesinos arrojaban asu paso una lluvia de hojas verdes entre clamo-res de júbilo. Las mujeres querían todas coronarlocada una con su ceñidor. La noticia llegó a Ate-nas antes que Teseo. Egeo estaba horrorizado,temía levantamientos o insurrecciones entre lapoblación. Comenzaba a murmurarse que sóloTeseo podría librar a Atenas del odioso tributoal Minotauro. Tan abiertamente se manifestabanestas esperanzas que pronto habían llegado a oí-dos del rey, acentuando sus temores. Salió a re-cibir al joven, con la oculta intención de sacrifi-car públicamente al animal en honor a Poseidóny luego dar muerte, en secreto, a quien lo habíacapturado*.

En medio de una ferviente multitud, con elaliento todos contenido, Teseo se disponía a de-gollar sobre el altar al toro cuando Egeo, comoherido por un rayo, reconoció la espada que conambas manos alzaba el muchacho y corrió aabrazarlo llorando a lágrima viva; sólo atinabaentre el nudo de lágrimas a pronunciar una pa-labra: «Hijo... hijo... hijo...».

La ciudad de Atenas se preparaba para vestir-se de luto por tercera vez en los últimos veinteaños, con el envío del horrible tributo impuesto

* Teseo fue desde muy pronto el héroe por excelencia ate-niense. La mayoría de los mitos recogidos para enaltecer lacreciente prosperidad de Atenas lo tienen como protago-nista, creándose en torno a él una auténtica saga a partir deelementos, entre otros, de cuento popular, que lo sitúan ala par de figuras legendarias como Heracles o Jasón, agen-tes de civilización por librar al hombre de «monstruos» y pe-ligros, así como abrirle nuevas rutas hasta entonces desco-nocidas o inabordables. Sin embargo, la personalidad deTeseo se empapará de las transformaciones sociales que lle-varon a Atenas a experimentar los primeros regímenes de-mocráticos.258

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por Minos, en el momento en que Teseo fue pú-blicamente reconocido como hijo legítimo deEgeo y su único sucesor al trono. La alegría, enesas circunstancias, estaba empañada por el in-minente sorteo de los jóvenes que en esta oca-sión servirían de pasto al Minotauro. Todos sepreguntaban hasta cuándo duraría tal desgracia.¿No iba a hacer nada su rey por atajar la situa-ción? Teseo habló en privado con su padre. Leanunció que quería ser uno de los destinados aviajar en el barco de luto hasta Creta. Lógica-mente, Egeo se negó en rotundo. De ninguna delas maneras. Él era su sucesor, no podía expo-nerse a una muerte tan absurda. Teseo insistía,le daba buenas razones. Egeo veía con compla-cencia la nobleza de su carácter y su altruismo,pero no podía aceptar. «Padre», dijo en un tonode imponente respeto, «iré en ese barco y darémuerte al monstruo, se lo debo a mi pueblo».

El día no puede ser más azul. El mar parecehenchido con la límpida luz del sol. Bandadasde gaviotas ponen una pincelada blanca sobreel turquesa del agua. Pero la gente está triste, havenido al Pireo*, el puerto de la ciudad, a des-pedir a sus jóvenes. Egeo parece cargar bajo elmanto con un peso aplastante. Coge a su hijo delos hombros y lo mira a la cara. Las lágrimas bu-llen sin salir en sus ojos. «Vuelve, Teseo, vuelve.Te estaré esperando. Si en verdad consigues aca-bar con esa desgracia, cambia el velamen al re-gresar. Arría esas velas de luto e iza blancas ve-las que repiquen a cielo abierto. Así sabré quevuelves vivo.»

* El Pireo es, desde la Antigüedad, el puerto de Atenas, si-tuada a unos ocho kilómetros del mar. Con la prosperidadateniense en el periodo clásico, creció su población hastaconvertirse en uno de los barrios más populosos de la ciu-dad, ocupado principalmente por armadores, comerciantesy lo que podrían considerarse los primeros banqueros. 259

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La navegación marcha sin contratiempos. A gol-pe de remo y empujados por un viento favora-ble, pronto dejan atrás las resplandecientes Cí-cladas, islas blancas como talladas en la roca porel rayo. En cubierta, las futuras víctimas tienenla mirada gacha, el miedo contenido esculpe suscaras. Pero el capitán que gobierna el navío seha fijado en una de las jóvenes atenienses, Eri-bea. La ronda sin esconder su inclinación hacia ella.La agasaja con palabras que transparentan su fal-sedad y ella repudia con recato. Le hace abier-tas proposiciones que sonrojan a la muchacha.Cuando la impertinente insistencia del capitánprovoca en Eribea un rechazo abierto, él mues-tra toda su arrogancia haciendo valer su posicióndominante. Eribea no le tiene miedo, ¿qué mie-do puede superar a la angustia de ir a una muer-te segura? La negativa de la joven hiere el orgu-llo de ese hombre despreciado delante de sussubordinados, que pretende utilizar la fuerza paraconseguir su objetivo. Teseo, que hasta ahora seha mantenido como un simple observador, puesno quiere que trascienda aún su filiación e in-tenciones, siente la humillación como propia einterviene. Le exige al capitán que la deje en paz,y éste se burla del muchacho, ¿quiere acaso élocupar el lugar de Eribea? Teseo lo reta. El ca-pitán se carcajea ante sus narices: pura fanfarro-nería por su parte, pues ¿cómo podría alzar lamano contra alguno de los jóvenes a su cargo?,tendría luego que enfrentarse a las represalias deMinos. Lo mira con ojos de alimaña. Lo aplasta-ría allí mismo si pudiera. Todos observan en si-lencio. ¿Qué pretende hacer? Se está quitando elanillo de oro. Lo muestra en alto. Lo ha tirado alagua. «Si tan valiente eres, recupéralo.» La fraseha sonado como el silbido de una flecha ras-gando el silencio de la tripulación y el silenciodel mar.

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Pero Teseo no va solo en su inmersión, tresdelfines lo acompañan. Unas nereidas de ojosazules y elásticas cinturas nadan a su alrededor.Guiado hasta los palacios de Anfitrite, Teseo re-cibe de la diosa el anillo de oro y una coronacomo recompensa. Poseidón a su lado, impo-nente y majestuoso, señor de los mares, sonríecomplaciente a Teseo y le concede el cumpli-miento de tres deseos a lo largo de su vida. Lostritones escoltan con sus bocinas el regreso a lasuperficie.

En el barco, mientras tanto, nadie se atreve adecir nada. Lo que parecía una fanfarronada delmuchacho puede acarrearles penosas conse-cuencias a los propios súbditos de Minos. Pasa eltiempo. El silencio compite espeso con el rumordel agua contra la panza del barco. Nadie se mue-ve. Todos los ojos fijos en la superficie azul. Depronto, rompiendo la angustia de los que espe-ran, emerge Teseo entre la espuma del mar co-ronado y radiante, con un manto púrpura sobrelos hombros y el anillo de oro en la mano.

La joven Ariadna, la mayor de las hijas de Mi-nos y Pasífae, está tejiendo un tapiz en el patiode la cisterna, bajo unas arcadas de mirto y fra-gantes rosas que le dan sombra. Desde hacetiempo, rehúye las zonas del palacio más fre-cuentadas. El ambiente en general aparece cadadía más enrarecido. Las expresiones destempla-das y los desaires son la norma. A toda la corteparece habérsele contagiado el malestar de surey y el pesar de la reina. Todo son negativas yreproches. Y más estos días, cuando se acerca elmomento de recibir el horrendo tributo para elMinotauro. Ariadna busca la soledad protectorade estos patios silenciosos. Su hermana menor,Fedra, está con ella. Le explica detalladamentelo que está tejiendo, aún le queda bastante, pero 261

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ya se ven las líneas maestras del dibujo. En el ta-piz, Ariadna representa la tragedia de Aracne*.

Era esta Aracne una mujer lidia famosa en lacomarca por su técnica del tejido. Tan bien sa-bía manejar los hilos y las tinturas que sus tapi-ces mostraban la perfección de una obra de arte.Sus figuras parecían tener vida propia. Tantas ytantas alabanzas recibió la mujer que su vanidadigualó a su maestría. Y es que todos deseamosser los mejores en nuestras habilidades y que és-tas nos sean reconocidas. Pero cuando ese afánnos domina y se impone sobre cualquier racio-cinio, el torreón de orgullo que levantamos anuestro alrededor nos impide ver lo que tene-mos ante nuestros propios ojos. Aracne, con te-meraria soberbia, llegó a jactarse10 en público desu arte inmejorable. Ni la propia Atenea podríasuperarla con el huso y la rueca. Cuanto más se-guros nos sentimos en nuestra posición, antessufrimos los desaires de las circunstancias. La dio-sa escuchó aquella ostentación y se presentó antela mujer, bajo el aspecto de una anciana, dis-puesta a retarla.

En la región se vivió con gran expectación lacompetición entre Aracne y esa anciana desco-nocida. Varios días duró el trabajo de ambas.Aracne representó en su tela los amores de Aresy Afrodita con todo lujo de detalles. No mostróningún recato en la gloriosa desnudez de las di-vinidades. Las figuras parecían de carne y hue-so, jóvenes, hermosas, deseables. Atenea, por suparte, representó en su tapiz, como advertencia,el castigo de Apolo a Marsias.

La propia Atenea había inventado casi por ca-sualidad la flauta de doble caña. Un día observóla cantilena del viento al silbar por la boca dedos cañas vencida una sobre la otra y logró re-

* El nombre de la mujer, Aracne, en griego significa «araña».

10 jactarse:alardear,presumirpúblicamentede algo.

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Apolo y Marsias, Perugino (Museo del Louvre, París).«Tanta fue la tosca petulancia de Marsias que incluso llegó a desa-fiar al propio Apolo. Éste aceptó el reto, pero puso una condición. Elvencedor tendría libertad para actuar como quisiera con el vencido.»

producir ese sonido soplando ella misma. Tanufana estaba de su hallazgo que no se ocultó decelebrarlo entre los olímpicos. Ante Hera y Afro-dita quiso hacer una demostración del nuevo ins-trumento, pero las diosas no pudieron contenerla risa viendo cómo se le deformaba la cara alsoplar. Su regocijo iba en aumento cuanto másse afanaba Atenea en acallarlas con su música.Con más ahínco soplaba la diosa, más se le hin-

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chaban los carrillos, más carcajadas cada vez másviolentas. Y no es que la música no fuese boni-ta. Pero es que se ponía tan fea al tocar, inflan-do las mejillas hasta parecer una manzana en-carnada. La diosa guerrera se ofendió. Tiróindignada la flauta, maldiciéndola.

El sátiro Marsias, en sus correrías por los mon-tes, la encontró caída al pie de un árbol. Su mú-sica le pareció la más maravillosa del mundo. Lospastores se divertían con los sones bulliciosos delsátiro y éste se crecía, sintiéndose Apolo ante elcortejo de las Musas. Tanta fue la tosca petulan-cia de Marsias que incluso llegó a desafiar al pro-pio Apolo. Éste aceptó el reto, pero puso unacondición. El vencedor tendría libertad para ac-tuar como quisiera con el vencido. Marsias se sen-tía tan seguro de sí que no dudó en aceptarlo.Ambos ejecutaron algunas melodías cada uno ensu instrumento, pero los pastores que hacían dejueces no se atrevían a pronunciar un veredicto.Si el sátiro les hacía mover los pies con su músi-ca festiva e inmediata, la lira de Apolo los con-movía llenándoles el alma de sensaciones y sen-timientos infinitos. El dios estaba muy irritado conlas groserías de Marsias, que se vanagloriaba desu arte insuperable. Apolo lo retó a tocar el ins-trumento invertido. La lira igualmente por ambascaras seguía produciendo sus maravillosos soni-dos, no así la flauta. Con lo que acabaron pro-clamando vencedor a Apolo, el cual celebró suvictoria descargando en el sátiro su cólera. Des-olló vivo a Marsias y luego colgó su piel de lasramas de un plátano*. Se dice que, arrepentido

* La antigua civilización griega desconoció completamenteel concepto de pecado; en su lugar, concedía una gran im-portancia al de falta, y la falta consistía sobre todo en que-rer sobrepasar los límites de la propia naturaleza: querersuperar a un dios atenta contra las leyes naturales y siem-pre recibe su castigo.264

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Apolo de reacción tan violenta, transformó luegoal sátiro en un río de aguas cantarinas donde lospastores y ganados vinieran a calmar su sed.

El castigo ejemplar de Marsias, hábilmente na-rrado con absoluto realismo en el tapiz por la an-ciana, fue contemplado por los allí reunidos entodo su horror. Aracne no se dejó intimidar por eltema de su oponente. Reclamaba para sí el triun-fo, para la audacia de su obra y su delicada fac-tura. Nadie hasta entonces se había atrevido a plas-mar el adulterio de Afrodita, nunca antes unoscuerpos dibujados habían mostrado su mórbido11

pálpito con tanta sensualidad. Ella era la mejor detodas, sin duda. Airada por la arrogancia de la mu-jer, creció la diosa, no esperó el veredicto, se re-veló a todos en su aspecto terrible, imponente.Todavía estaba Aracne estupefacta, muda, con laboca abierta, cuando fue transformada por Ate-nea en araña y condenada a vivir en adelante pen-diente de un hilo, tejiendo sin descanso frágilestelas, que el viento destrozaba, el resto de sus días.

Y así, entre historias y otras confidencias, trans-curría la mañana. Ariadna se embelesaba con laidea de abandonar la isla en pos de otro lugardonde la alegría entrase a chorros como el solpor las ventanas, y hacía partícipe de sus anhe-los a su hermana Fedra. Ambas soñaban en vozalta con un futuro a medida de sus deseos. Laluz del mediodía restallaba en el agua de la grancisterna circular, arrancándole destellos fugacesa la superficie verdosa.

Cuando las trompas anunciaron la llegada delbarco a puerto, las dos hermanas corrieron a aso-marse por encima del muro que cerraba la ex-planada. Por allí debían pasar los jóvenes ate-nienses camino de los calabozos. Una granmultitud silenciosa se agolpaba en las calles.Ariadna vio al pasar las caras de las víctimas mar-

11 mórbido:aplicado sobretodo al cuerpohumano,«suave ydelicado».

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cadas por el miedo, y la compasión se le agarrócomo una zarpa al pecho. Sin apartar la mirada,cogió de una mano a su hermana. Los ojos se lefueron tras un joven destacado. No se parecía alos demás. Miraba de frente, como desafiante, sinperder el porte. Ariadna se preguntó quién po-dría ser y cómo era capaz de mantener la apos-tura en aquellas circunstancias. La impresiona-ron sus rasgos suaves pero firmes. Lástima quepronto dejara de existir junto con sus compañe-ros. La vida le pareció en aquel momento terri-blemente injusta y sin sentido.

Ahora duermen todos en palacio. No todos. Losjóvenes atenienses no pueden conciliar el sue-ño, tampoco hablan entre ellos. Ni siquiera lacompañía de Teseo logra detener el vendaval deoscuros pensamientos. Ariadna se revuelve en ellecho. No puede quitarse de la cabeza a ese jo-ven condenado. Una angustia nueva para ella lahace saltar de la cama, dar vueltas por sus apo-sentos. Se mira a un espejo de plata y marfil. Salefuera a contemplar las estrellas. Se escuchan enla lejanía las pisadas del cambio de guardia.¿Quién será ese joven?

Desde niña sintió una viva curiosidad por el ta-ller de Dédalo, por sus extrañas maquinarias. Mu-chas horas pasó junto al viejo artesano y su hijo.El padre le explicaba el funcionamiento de algu-nas herramientas y le proponía curiosos acertijos.Con Ícaro se reía de sus torpezas y atolondra-mientos, que siempre le valían condescendientesreprimendas. Esta noche no duda en acudir jun-to al anciano. Sabe que duerme poco, posible-mente esté levantado, estudiando algún nuevoartefacto. Siempre le ha abierto su puerta. ¿A quiénacudir sino a él? Su madre..., su madre no está yaen este mundo. Parece perdida en sus propias tri-bulaciones. Tampoco la comprendería en estosmomentos.266

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Dédalo recibe a la muchacha. Desde el primermomento, se da cuenta de que alguna preocu-pación enturbia su natural risueño y desenvuel-to. Le arranca las palabras como a pesar suyo.Ariadna pronuncia por primera vez la palabraamor, no sólo ante un hombre, ante sí misma.Dédalo intenta hacerle comprender lo descabe-llado de sus pretensiones. Aún es muy joven. Nosabe a lo que se expone. ¿Está segura de sus pro-pios sentimientos? ¿No teme la cólera de su pa-dre? Ariadna llora. Se siente perdida. Dédalo fi-nalmente se enternece ante la sinceridad de suafecto. Ve un rayo de vida en medio de las bo-rrascas que vuelven irrespirable el aire de la cor-te. Nada puede hacer por ese joven en su en-frentamiento con el Minotauro, pero sí le sugiereun medio de encontrar la salida del laberinto, sies que es capaz de vencer al monstruo. Le acon-seja que ate un hilo a la entrada y vaya desen-rollándolo a medida que se interne en sus tor-tuosos pasadizos. Para el regreso, bastará conque se deje guiar por el hilo indicador.

Ariadna ahora corre eufórica. Con la excusa dellevarles un poco de agua a los prisioneros, se lepermite entrar donde éstos velan hasta el ama-necer. Tardan un instante los ojos de la mucha-cha en acostumbrarse a aquella oscuridad. Peroenseguida lo distingue al fondo, tan hermosocomo antes, al verlo pasar por las calles de Cre-ta, aún más. Le escancia12 un cuenco de agua.No sabe cómo empezar a hablar. Por los ador-nos de su cabello, Teseo reconoce en ella a lahija de Minos. No comprende. Duda de las in-tenciones de la joven. Pero su mirada muestratanto arrobo. Le ha dicho su nombre, Ariadna; leha preguntado el suyo, Teseo. Teseo le da lasgracias por el agua pero ella no se marcha, per-manece ante él, muda, como si aún tuviera al-guna otra misión que no se atreve a emprender.

12 escanciar:verter unlíquido en lacopa o el vaso.

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Teseo se despide. Ariadna se dirige hacia la puer-ta, pero un volcán de palabras le arde en el es-tómago. Se da media vuelta. «No quiero quemueras», le grita como un insulto. Teseo se sor-prende, no esperaba algo así. Le coge una mano,advierte el temblor de ella. Se la besa. Ariadnalo mira fijamente a los ojos. Teseo comprendeque nadie la ha enviado y le sonríe. Ella sienteque todo su cuerpo se hace líquido que hiervey tiende hacia él. Con su mano todavía sosteni-da por Teseo, Ariadna le comunica atropellada-mente, con la urgencia del deseo poniéndolezancadillas en los pensamientos, cómo le ha ex-plicado Dédalo que podría volver a salir del la-berinto. Le da para ello un ovillo de lana quetraía escondido y corre fuera de allí. Pero la vozde Teseo la detiene en la puerta del calabozo.«¿Por qué haces esto por mí?», le ha preguntado.Ariadna no responde, no puede responder, nosabe la respuesta. Cuando tiene de nuevo losojos azules de Teseo ante los suyos, no puedecontener más el llanto, llanto de dolor, pero tam-bién de alegría infinita, y Teseo comprende. Lepromete que saldrá sano y salvo y la llevará conél. Juntos partirán para Atenas, donde la hará suesposa. El corazón de Ariadna quiere romper lanoche. Huye corriendo, llorando de felicidad.

Al alba, la voz ronca de los tambores acompa-ña a la comitiva de jóvenes atenienses en su ca-mino hacia el laberinto. No se oye un ruido a pe-sar de la multitud reunida en las calles. Teseomarcha al frente. Cuando se abren las puertas delimpresionante edificio, Teseo, en lo más hondode sí, gastando en ello uno de los tres deseosprometidos cuando se sumergió a recuperar elanillo de oro, pide a Poseidón su ayuda para ven-cer al Minotauro.

Las calles están desiertas. Según costumbre, to-dos permanecen en sus hogares tras ofrecer al268

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hijo de Pasífae el tributo debido. No obstante, esla primera vez que las puertas del laberinto sehan vuelto a abrir para dejar escapar a los jóve-nes, que, en esta ocasión, no han sufrido el me-nor rasguño. Ninguno de ellos dirá nunca nadade lo que allí dentro vio. Ni siquiera Teseo des-velará su secreto. Sin embargo, la triste miradadel Minotauro lo perseguirá el resto de sus días.

Los dieciocho corren hacia el puerto. Embar-can sin atreverse todavía a manifestar su júbilo.Teseo, según lo acordado, ha recogido a una go-zosa Ariadna, que huye de su pasado. El hori-zonte se abre ante ellos y, sin pérdida de tiem-po, se hacen a la mar.

El viento es favorable y la nave avanza comoimbuida de la alegría de la tripulación. Corta lasuperficie como si trazara en el agua un himnode alabanza. Y es su venturoso avance entre lasplateadas espumas danza desenfadada. Ariadnase deja envolver por el aire salobre, agarrada alpalo mayor. Con la cabeza echada hacia atrás,sus cabellos ondeantes, el viento la coge del cue-llo en una caricia tonificante. Cierra los ojos, paraseguir contemplando el azul del cielo en su in-terior, para contrastar el color del cielo con elpaisaje mental de su propia alegría. Teseo la cogepor la cintura y ella deja la cabeza en su hom-bro. Qué rápidamente va quedando atrás aque-lla muchacha dominada por los rigores de la cor-te. Pronto llegarán a la altura de las Cícladas. Unacala de luna aparece en el cielo todavía claro.Todo en torno de repente calla. El viento ha ce-sado. El mar, completamente quieto. Nada aho-ra impulsa al barco. Un silencio extraño se apo-dera del crepúsculo. A golpes de remo arribanhasta la isla más cercana, Naxos. Allí pasarán lanoche. Se preparan para ello. Teseo ha arregla-do con montones de hierba fresca y una piel detoro un lecho para Ariadna. Sus compañeros bus- 269

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can leña para encender hogueras con que ahu-yentar el frío nocturno. Todos ahora están en si-lencio. Una sensación de solemne quietud pendesobre ellos. Ariadna está muy cansada, demasia-das emociones acumuladas. Sus ojos se cierran.El sueño la acuna.

El frío relente de la mañana la despierta. No vea Teseo junto a sí. No ve a ninguno de sus com-pañeros. Se extraña. Las hogueras se han con-sumido, apenas si quedan cuatro tizones entrelas cenizas. Tiene frío. Llama a Teseo. No recibeninguna respuesta. Comienza a intranquilizarse.¿Qué pasará? Preocupada, Ariadna baja corrien-do hasta la orilla. Allí no hay nadie. Grita. Tam-poco se ve el barco. Ariadna chilla el nombre deTeseo. Ni siquiera el aire le responde. Sube has-ta un pequeño promontorio. Con los ojos des-encajados, descubre las negras velas del barcoen el horizonte, la impaciencia por llegar haceolvidar a Teseo el encargo de sustituirlas porotras blancas, Ariadna las mira con ojos incré-dulos, alejándose, cada vez más pequeñas, estásola, la han abandonado, en esta isla desierta.

«¿Por qué, Teseo? ¿Qué ha ocurrido? No creoen tu mala voluntad. Nadie que albergara per-versas intenciones miraría como tú me mirabas.¿Por qué me has abandonado? ¿Debo creer quealgún dios te infundió el olvido para castigarme?¿Un viento inesperado os arrastró mar adentromientras preparabais los aparejos? ¿Y no has te-nido un solo pensamiento para tu Ariadna? ¿Nopiensas volver a recogerme? ¿Me dejarás aquísola? Qué dolor, Teseo. El dolor me ha hechomujer para ampliar los límites del sufrimiento.Teseo... Teseo...»

Desesperada, mientras el barco no cesa de ale-jarse veloz, Ariadna repite el nombre de su ama-do entre convulsas bocanadas de lágrimas que leaporrean el pecho. Le arden los ojos, le arden las

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13 sordina:aditamentoutilizado en losinstrumentosmusicales parahacer que elsonido resultemás apagado.

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mejillas, el dolor le arde. En la misteriosa beati-tud que mantiene en tenso silencio el aire delamanecer, como si una presencia invisible hicie-se del universo templo de su propia existencia,un extraño sonido se va haciendo perceptible,apagado, lejano, como un batir de tambores aho-gado por la distancia, como un bullicioso festejoque el eco rescatara. Agitado todavía por los so-llozos el corazón, la joven alza extrañada los ojos.Mudo el mar. El día, como suspenso de un hilo.De pronto, una bandada de gaviotas arranca achillar en evoluciones frenéticas. Ariadna prestaatención, escucha el espejismo de una multituden sordina13, como cánticos festivos apagados porla lejanía. Otea el horizonte. Al irrumpir el discoincandescente del sol, una visión confusa tomacuerpo en la línea última. Viene hacia ella. Seacerca rápidamente a la isla. Ariadna está sobre-cogida. Por encima del agua, entre resplandoresmetálicos y llameantes, avanza una abigarrada co-mitiva. Al frente, agigantándose por momentos,un hermoso joven erguido sobre un carro arras-trado por negras panteras. Una magnífica piel deleopardo le cubre los hombros. Bajo ella, su glo-riosa desnudez ciega. Un tropel de sátiros y ba-cantes celebran con sus cánticos, al son de pan-deros y tambores, la explosión de los sentimientos.Ariadna apenas respira, presa de una confusa agi-tación. El joven Diónisos, en su recorrido triun-fal por tierras griegas, hace un alto en la isla deNaxos. Con divina cortesía extiende una manohacia la joven solitaria. Ariadna se siente transfi-gurada, removidos los cimientos de su personapor una ola de libertad que la limpia de telarañasy sombras. Diónisos la toma de las manos. Su mi-rada destila sonriente serenidad y gotas de ám-bar. Ariadna cae en sus brazos rendida. El dios,en solemne matrimonio, la hace suya. Resplan-dece en toda su singularidad la respiración de

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todo lo vivo. Como regalo y señal de eterna fi-delidad, Diónisos ciñe a la que será su mujer conuna corona de doce estrellas centelleantes, cuyoreflejo quedará signado en el cielo con la cons-telación que la representa, la Corona Boreal, enorgiástica apoteosis*.

Como cada día, sentado al borde del acantila-do en cabo Sunion**, Egeo tiene los ojos fijos enla lejanía turquesa del mar. Desde que calculó elposible regreso de su hijo, ha abandonado cual-quier otra ocupación que no sea la de esperarlocon el alma en un puño. La impaciencia lo alejade la ciudad. Desde cabo Sunion, será el prime-ro en ver virar el barco hacia la embocadura delPireo. Los instantes se le hacen eternidades. Noescucha a quienes le aconsejan que se cuide. Suaspecto demacrado y deprimido tiene preocu-pada a la corte, no se comenta otra cosa en laciudad de Atenas. En vano tratan de animarlo aemprender cualquier actividad que le ocupe elpensamiento, en vano tratan de distraerlo. El an-ciano vive pendiente de una noticia, respira im-paciencia. Pero las horas pasan, los días pasan,las semanas pasan, y el barco no aparece. Tiene

* Sobre la iconografía de Ariadna, en plena apoteosis, co-ronada de estrellas y con la luna a sus pies, inflados sus ro-pajes al viento, el cristianismo forjó la imagen de la In-maculada. Las religiones no destruyen formatos, los reciclancomo instrumento de penetración para sus propios fines.** Impresionante cabo situado al extremo sudeste del Áti-ca, a unos 60 kilómetros de la capital, Atenas. El viajero quenavegaba hacia ella, podía vislumbrar las costas áticas nadamás girar por cabo Sunion. Se dice que, ya desde allí, po-día verse a lo lejos la gran estatua de Atenea erigida por Fi-dias en la acrópolis. Zona afectada por fuertes vientos y vio-lentas corrientes marinas, tras la derrota del ejército invasorpersa, Pericles ordenó construir (440 a.C.) en honor de Po-seidón un templo dórico, contemporáneo del Partenón, hoyen día una de las ruinas más espectaculares en su soberbiasoledad, con sus majestuosos restos de columnas, sobre lacima del acantilado.272

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los ojos cansados de tanto mantenerlos fijos, es-crutando el horizonte. Pero no desfallece, la es-peranza es una fuerza irracional, poderosa. Ensu interior, pide a Zeus que el barco regrese convelas blancas. No podría soportar lo contrario.

Algo aparece finalmente a lo lejos. Es todavíaun punto. El corazón late descontrolado en elpecho de Egeo. Se ha puesto en pie. Nuevasfuerzas vivifican sus miembros. Con la mano porvisera, trata de discernir el color de las velas querápidamente se acercan. La nave va tomando for-ma. Sólo una silueta a lo lejos, una mancha so-bre el celeste luminoso. Egeo se frota las manos.Pone una sobre su pecho. Palpita expectante. Elaire se le hace nudos en la garganta. Como unpez arrojado a la orilla, su boca abierta tiembla.No puede creer lo que está viendo. No puedeser verdad. Golpeando de muerte sus deseos, elnegro velamen se destaca airoso.

«¿No pudiste con el monstruo, hijo? No escu-chaste a tu padre. Nunca podré sobreponerme atu ausencia. Teseo.»

Repite su nombre como si besara una mortaja.Las lágrimas saben a veneno. El negro de las ve-las invade el mundo. Egeo está ciego para todolo que no sea su propia desesperación. Extien-de los brazos como si quisiera abrazar el almadel hijo, como si quisiera besarlo por última vez,y se deja caer al vacío.

Egeo, despeñado, dará nombre a ese mar queen estos momentos surca en feliz regreso su hijoTeseo.

En Creta, la ira de Minos por lo que cree el rap-to de su hija a manos de los atenienses fugitivos,la furia por la muerte del Minotauro –al fin y alcabo éste le deparaba un útil instrumento paraamedrentar y mantener su dominación sobre losterritorios sometidos–, la cólera de verse burla- 273

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do lo vuelven aún más irascible. Culpa a Déda-lo de todo ello. Primero lo amenazó de muertesi intentaba abandonar la isla. No estando segu-ro del inventor, terminó encarcelándolo con suhijo Ícaro en el propio laberinto.

Pero Dédalo no se rinde. Sabe que el hombretiene su mayor recurso en su propio ingenio. Es-tudia el modo de escapar y, observando desdeun patio interior el vuelo de las aves, concibe laidea. Puede ser difícil huir por tierra y por mar,pero el aire y el cielo todavía son libres. Se ponemanos a la obra y construye para sí y para Ícaroun par de alas con plumas caídas, ajustándolascon cera a una estructura. Conoce la fragilidad desu invento. Antes de utilizarlo, habla con su hijo.

«Sé prudente», le dice. «Nunca llegarás a volarcomo un auténtico pájaro. Esto sólo es un mediopara escapar. No es muy seguro. Pero si no teabandonas a tu atolondramiento, pronto estare-mos a salvo lejos de aquí. Ten siempre presentenuestro objetivo, no te dejes llevar por una falsaseguridad. Recuerda lo ocurrido al hijo de Helios.»

Hasta bien entrado en la adolescencia no supoFaetón quién era en realidad su padre. La oceá-nide Clímene había guardado celosamente el se-creto, conocedora de las desgracias que perse-guían a todo descendiente del sol. Esta ignoranciaacosó al niño durante toda su infancia. Recha-zaba lo que tenía al alcance de la mano, soñan-do con perspectivas que el desconocimiento desu propia paternidad le tenía vedadas. Jugaba aser hijo de un centauro y de una humilde cam-pesina. Se imaginaba heredero de inmensas for-tunas y destinado a realizar increíbles aventurastras las huellas de un padre errante. Vivía en elanhelo, un estado de permanente ansiedad,como a la espera de una inminente revelación.Pero todos sus intentos por averiguar quién lohabía engendrado chocaban contra el silencio de274

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la madre. Se abrazó a su vientre, le suplicó la ver-dad. Tal fue su insistencia que Clímene no tuvomás remedio que rendirse a la voluntad del hijoy acabar confesándoselo.

La realidad magnificaba cuanto su mente ha-bía imaginado. A Faetón se le abrían de repentelas puertas de un mundo nuevo, nuevas posibi-lidades, nuevas alternativas. Por lo pronto, contoda su emoción a cuestas, determinó presen-tarse ante Helios para darse a conocer.

No le fue difícil, dado el entusiasmo, llegar has-ta las lindes del Océano y desde allí embarcarsehacia el palacio de su padre. Pocos mortales ha-brían soportado la vista de ese escenario res-plandeciente. Una luz cegadora brotaba de susmuros de oro y marfil, incrustados de piedras pre-ciosas. Deslumbraba la luz en el agua de sus nu-merosos surtidores y albercas. Centelleaba el aireigual que polvo dorado. Dolía aquel resplandorimplacable. Faetón logró llegar hasta el trono don-de una figura luminosa le hizo cerrar los ojos. Es-cuchó así, ciego de luz, su bienvenida.

Helios quitó de su áurea cabeza la corona delsol y el joven pudo mirarlo y admirar la hermo-sa juventud que le tendía los brazos. Venciendola impresión de aquel encuentro, Faetón le pre-guntó si en verdad era su padre.

«Sírvate este abrazo de respuesta», le oyó decir.Pero tanto insistía el muchacho en que se lo de-mostrara que Helios le prometió por la Estigiaconcederle su más ferviente deseo. En ese mo-mento piafaron los caballos ya enganchados alcarro del sol, ansiosos por emprender su reco-rrido. Faetón no lo dudó un instante. Pidió sus-tituirlo sólo por un día al frente de aquel carromaravilloso. Helios lo miró incrédulo, luego ho-rrorizado. Trató de disuadirlo. Le explicó los pe-ligros. Le ofreció a cambio cuantas riquezas pu-diera imaginar. Pero el muchacho insistía y él 275

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había pronunciado un solemne juramento. Eldios estaba atrapado en sus propias palabras, nopodía echarse atrás, tampoco podía vencer laobstinación del muchacho y disuadirlo de su des-cabellada ambición. Le dio todo tipo de reco-mendaciones, le suplicó prudencia. Hasta el úl-timo momento, intentó en vano hacerlo cambiarde parecer.

Apenas abrió la Aurora las puertas de Orientetiñendo el firmamento de rosáceos reflejos, Fae-tón partió con las doradas riendas bien sujetas ensus manos. Iba extasiado, la emoción le conteníael aliento. La carrera a alturas nunca antes imagi-nadas lo fue embriagando de un intenso senti-miento de poder y libertad. Deslumbrado por sen-saciones de velocidad y vértigo insospechadas, nise atrevía a respirar, su mente estaba arrobada porla energía de los divinos corceles, que sólo él di-rigía. Miraba bajo sus pies la tierra empequeñeci-da por la altura y a su alrededor la claridad eté-rea del firmamento. Saboreó por una vez la febrilelectricidad de dominar, señor de las alturas, unafuerza muy superior a sus propias capacidades.El viento azotaba su cara y la propia luz dolía,pero nada podía compararse al esplendor deaquel instante. Los blancos caballos, sin embargo,advirtieron la impericia del que los guiaba y, aban-donando su ruta habitual, emprendieron una des-aforada carrera a través del espacio. Faetón tira-ba con todas sus fuerzas de las riendas, tratandode contenerlos para hacerlos volver a su senda,pero era incapaz de dominarlos. Los caballos serevolvían y erraban a galope tendido sin direcciónni gobierno. Al penetrar en las desoladas expla-nadas de las constelaciones, las gigantescas figu-ras del zodíaco espantaron al muchacho, que ce-rró los ojos y soltó las riendas. Los animalesentonces se desbocaron frenéticos, acercándosepeligrosamente a las cumbres del Olimpo, galo-276

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pando con incendiarios cascos a ras de tierra, as-cendiendo de nuevo hasta los vacíos y gélidos es-pacios siderales, dejándose luego temerariamen-te caer en picado. Los dioses estaban espantados.En la tierra, tan pronto se enfriaba el aire hastacongelar los ríos y lagos, como prendía en su fue-go cuanto rozaba el ígneo14 carro; los boscososmontes ardían, los campos dispuestos para la sie-ga quedaron abrasados, hervía el agua de ma-nantiales y lagunas, todo se convirtió en un instanteen una terrible y peligrosa hoguera. Faetón, cu-briéndose la cabeza con los brazos, agachado en lacaja del carro, gritaba aterrorizado. El mundo estabaen inminente peligro, cuando Zeus, para impedir eldesastre, lanzó sus rayos contra el muchacho, quecayó igual que una bola de fuego al río Erídano*. Ex-tendiendo luego su mano, el padre de hombres ydioses atrajo hacia sí el carro del sol y, una vez con-trolados los animales, lo devolvió a Helios.

Las hermanas de Faetón, las helíades, al co-nocer lo ocurrido, corrieron a orillas del río,pero nada pudieron hacer por su hermano. Lasaguas habían apagado el cuerpo incandescentedel muchacho, tragándoselo en su voraginosacorriente. Fue tanta su pena por la pérdida delpequeño, que día y noche lloraron sin poderapartarse de aquel lugar, al que invocaban conel nombre del desdichado, golpeándose en sudolor el pecho y mesándose15 los largos cabe-llos. Zeus se compadeció de ellas y allí mismolas transformó en álamos, cuyas hojas, estreme-cidas al soplo del aire, llorarán sin descanso lamuerte de Faetón**.

* Mítico río generalmente localizado al norte de Grecia.** El trágico destino de Faetón ha perdurado en la culturaoccidental como símbolo o metáfora del que, ciego a suspropias limitaciones e inexperiencia, se embarca en ambi-ciosas aventuras que lo sobrepasan, ya sean aventuras ar-tísticas, amorosas, personales o sociales.

14 ígneo: defuego.

15 mesarse:arrancarse loscabellos o lasbarbas o hacermuestra de ellocomomanifestaciónde dolor.

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Ícaro volvió a escuchar embelesado el relato desu padre, pero no le sirvió de nada, lo recibiócomo un pasatiempo. Dédalo ajustó a las espal-das del hijo mediante correas las alas fabricadascon plumas y cera y luego se puso él las suyas.Volvió a recomendarle prudencia y que no se ale-jase de su lado. Luego subieron, ayudándose enlos salientes de la sillería del muro, hasta el teja-do y se lanzaron, primero el padre y luego el hijo,al vacío. Batiendo las alas artificiales consiguieronganar altura y, escapando así a la vigilancia de Mi-nos, huir de Creta. Bajo ellos el mar, sobre sus ca-bezas el cielo. Todo iba bien hasta que Ícaro, con-fiado en las alas postizas y cegado por la emociónde la aventura, comenzó a remontar el espacio.Abismado en la brillante enajenación del vértigo,voló cada vez más hacia las alturas, desoyendolos gritos de su padre. Iba excitado, sobrecogido,el entusiasmo le hacía dar virajes y cabriolas en elaire. Sobrepasó a un águila. Y seguía subiendo, ysubiendo, sin darse cuenta de que, conforme ibaacercándose al sol, el calor del astro derretía fa-talmente la cera. Las plumas fueron desprendién-dose de la estructura, hasta que Ícaro, privado dela suspensión que le conferían las alas, fue comosuccionado por la garganta de la tierra, igual queel hierro por el imán, en una caída en picado, queacabó estrellándolo por los alrededores de Samoscontra un escollo en el mar, mar que desde en-tonces recibirá el nombre de Icaria, mientras queDédalo, venciendo el dolor y el deseo de reunir-se con su hijo, continuaba su huida. Llegó hastala lejana isla de Sicilia. Allí fue recibido y hospe-dado por el magnánimo rey de Camico*, Cócalo.La fama de su inventiva lo precedía.

Minos no se resigna a la fuga de ese traidor.Está furioso. Manda emisarios en su búsqueda;

* Actual ciudad de Agrigento.278

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todos vuelven con las manos vacías. Parece ha-bérselo tragado la tierra. Sabe que es muy astu-to, pero también el más ingenioso, y el ingenio,cuando se lo instiga, puede hacer perder la pru-dencia. Proclama que dará una fabulosa recom-pensa a quien sea capaz de enhebrar una cara-cola marina perforada en su extremo. La noticiase extiende rápidamente por todo el mundo ha-bitado. Muchos son los que intentan obtener fá-ciles ganancias con lo que parece un juego; sinembargo, nadie es capaz de realizarlo.

Animado por su anfitrión, el rey Cócalo, a Dé-dalo termina ocurriéndosele cómo conseguirlo. Atael extremo del hilo a una hormiga y luego haceque el animalito atraviese la espiral interna de laconcha. Cuando el soberano de Camico envía aMinos la caracola así enhebrada, éste comprendeque sólo Dédalo puede haber sido su artífice. Aho-ra conoce su escondite. No tiene más que dirigirsu ejército hacia Sicilia y reclamar al traidor.

Cócalo se encuentra sumido en un terrible di-lema. Ha ofrecido hospedaje y protección al ilus-tre inventor, pero también se debe como rey asu pueblo. ¿Entregará al que considera su amigoy huésped o expondrá a la ciudad al ataque delos ejércitos cretenses? Dédalo le aconseja quereciba a Minos en palacio y le ofrezca, antes delfestín de acogida, un baño.

El propio Dédalo había construido estos bañospara el rey, empotrando bajo el suelo y por las pa-redes de la sala un complejo sistema de cañeríasque, manteniendo constantemente el agua a latemperatura deseada, la caldeaban antes de verterun incesante flujo de chorros calientes en la ba-ñera central. Una vez estuvo Minos, confiado, enla sala de los baños, fue cerrada la puerta de sali-da y, cambiada el agua por pez hirviente, perecióabrasado sin que ninguno de sus soldados pudie-ra socorrerlo, ni siquiera conocer su desgracia.

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Teseo, templado en adversidades, nunca per-dió el entusiasmo ni la iniciativa. Tras acabar de-finitivamente con las expectativas sucesorias desus primos, los Palántidas*, ocupó el trono delÁtica. No asumió la corona como un privilegio,sino como quien se echa a cuestas un deber paracon los hombres que ha de gobernar. Todos susdesvelos se encaminaron a hacer de aquella re-gión un lugar más habitable, más justo y equita-tivo. Inculcar la idea de casa común entre los ciu-dadanos, en la que todas las ideas e iniciativastuvieran cabida, y fortalecer los vínculos y la par-ticipación en la vida pública fue su preocupaciónconstante, restablecer al humillado, enaltecer almagnánimo, socorrer al desprotegido.

Emprendió una serie de reformas para hacerde la región un modelo de convivencia. En pri-mer lugar reunió en la ciudad a todos los queanteriormente vivían diseminados en pequeñasaldeas, haciendo así de Atenas una de las ciuda-des más fuertes por su cohesión. Para celebrarla unidad política de la región en una comuni-dad soberana, instituyó unas fiestas en honor dela diosa protectora, las Grandes Panateneas, du-rante las cuales la imagen de Atenea es bajada almar para lavarla de las impurezas del trato conlas debilidades humanas y luego es ascendida enprocesión multitudinaria al sacrificio ritual detodo el pueblo en la colina de la Acrópolis. Elafán de medrar a costa del otro hacía difícil, sinembargo, la convivencia. Teseo trató de regularlas relaciones entre sus súbditos estableciendotres clases: la de los nobles, la de los artesanosy la de los agricultores. A cada grupo confirió susprivilegios y sus obligaciones respecto a los de-más. Pero un hombre, desnudo de dignidades y

* Hijos de Palante, quien era a su vez hijo del mítico rey deAtenas Pandión y hermano de Egeo.280

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prerrogativas, es igual a todo hombre. Teseo de-seaba una ciudad de hombres iguales, de hom-bres libres que libremente tomasen las decisionespúblicas con el acuerdo de la mayoría. Reunióal pueblo en asamblea y le confirió el derecho adecidir su destino común, y a este nuevo régimenlo llamó democracia. Para facilitar las transaccio-nes comerciales entre los ciudadanos y llegar asíAtenas a ser más rica en su conjunto, se acuñó mo-neda propia. Sentía que estaba creando una ciu-dad grande y quiso enaltecerla, que cualquieraque la contemplase se sintiese orgulloso de serateniense. Como expresión material de ese sen-timiento de dignidad, impulsó la construcción demagníficos edificios en cuya belleza se reflejasela espiritualidad de la vida pública.

Unos años después, el Ática sufrió la invasiónde las Amazonas.

Tras reglamentar la vida de la ciudad, Teseo te-nía las manos libres para abandonar por un tiem-po Atenas, que a sí misma se gobernaba y de laque él se consideraba un mero representante.Acuciado su espíritu aventurero por las noticiasque llegaban sobre ese pueblo legendario de mu-jeres solas, Teseo emprendió una expedición dereconocimiento. Llegó tras duras jornadas de via-je a las riberas del caudaloso Danubio, en las fríasregiones de la Escitia meridional, y fue recibidopor su reina Hipólita, que lo colmó de atencio-nes. Allí conoció a este pueblo de mujeres gue-rreras, descendientes del dios Ares. Cómo vivende manera frugal, sin lujos ni comodidades, ali-mentándose de carne cruda y hierbas silvestres,practicando todo tipo de ejercicios físicos, espe-cialmente la lucha y el arte de la equitación, pre-paradas siempre para repeler cualquier agresióno acometer cualquier acción bélica que las cir-cunstancias aconsejen, sin la participación dehombre alguno. Cómo, ya en la pubertad, para 281

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disparar con mayor comodidad el arco desde lapropia montura, cortan a todas las jóvenes uno delos pechos. No admiten hombres en su sociedad.Cada cierto tiempo, para perpetuarse, invitan apersonalidades del otro sexo, con los que coha-bitan hasta quedar embarazadas. Sólo mantienencon vida a las niñas que nacen de estas uniones.

Se cuenta que Teseo, durante cinco meses, fuepródigamente agasajado por su reina, Hipólita,compartieron mesa y lecho, intercambiaron opi-niones y experiencias, se admiraron mutuamentecomo estadistas. Teseo alabó el arrojo y la prepa-ración de esas mujeres, cuya vida se negaba a símisma para ponerse por completo al servicio dela comunidad; sin embargo, prefería para sí la li-bertad del individuo para hacer de su concienciasu propio destino y la fuerza de hombres que, sinmiedo a equivocarse, abandonaban lo trillado enbusca de nuevas soluciones a los retos de cadadía. Teseo e Hipólita mantuvieron el frío forma-lismo protocolario, pero la mutua admiración quela personalidad de cada uno iba encendiendo enel alma del otro no dejó de cavar profundas simasde afecto recíproco, mudo, soterrado pero pujan-te. Sin rendirse a la evidencia, se forzaban a vivircada noche la unión de sus cuerpos como unasimple cuestión de estado. Sólo al concebir ellaun hijo, comprendieron ambos que Eros se habíaservido del afecto para prender secretamente ensus espíritus la combustión del amor. Demasiadotarde. Una vez cumplido el precepto procreador,Teseo debía abandonar la tierra de las Amazonas.

Hay quien asegura que él la invitó a visitar sunave y, mientras se encontraba Hipólita admi-rando las excelencias de su construcción, zarpóa traición con ella a bordo. Pero ¿no pudo ser quela misma reina hubiese cedido a sus más pro-fundos sentimientos y, por temor, embarcase enla nave ateniense por propia iniciativa, para es-282

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capar al castigo que esa ruptura de la norma con-llevaba? ¿Es cierto que Hipólita, ya en alta mar,conducida a traición por Teseo, intentó abortargolpeándose a puñetazos el vientre y, sólo cuan-do él le agarró las manos para impedírselo y lamiró directamente a los ojos, suplicante y seve-ro, en aquella extrema cercanía, aliento con alien-to, Hipólita acabó rindiéndose a la evidencia deuna pasión que hasta entonces había sabido man-tener en los estrechos límites de lo establecido?Hay también quienes sostienen que Teseo fue entodo momento inocente, que nunca entró en susplanes rematar aquella visita con la reina de lasAmazonas como botín y sólo se vio empujadopor las circunstancias. ¿Fue realmente ella quien tra-mó la fuga para escapar de unos preceptos que depronto la asfixiaban? ¿Fue el mutuo amor quiencegó a la pareja y la forzó a actuar en connivencia16

de una manera que necesariamente arrastraría la-mentables consecuencias para todos?

Las Amazonas no tardaron en poner en marchaun numeroso ejército contra la ciudad de Atenas.Cayeron por sorpresa sobre la región sin encon-trar una oposición demasiado firme y pusieron si-tio a la ciudad. Los combates fueron encarnizados.Si la pasión guerrera de las mujeres hacía estragosentre los sitiados, éstos no dejaron de ofrecer des-de las murallas una resistencia heroica. Entre tan-to había nacido el hijo de Teseo y la Amazona. Elpadre, para alejarlo del peligro, envió al pequeñoHipólito al palacio de su abuelo Piteo, en Trecén.

Muchos fueron los que cayeron en uno y otrobando durante aquellos cuatro meses de acoso.La propia Hipólita murió traspasada por una fle-cha en la garganta durante la batalla decisiva jun-to a la colina de la Pnix*. Los atenienses, aban-

* Una de las varias colinas de la ciudad de Atenas, ubicadafrente a la Acrópolis. Desde los cambios democráticos de

16 enconnivencia:ponerse deacuerdo dos omás personaspara actuar demaneraengañosa ofraudulenta.

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donando el recinto amurallado en varios escua-drones a intervalos y por posiciones diferentes,salieron con la férrea determinación de expul-sar del Ática aquella pesadilla o sucumbir en elintento. La lucha fue aquel día feroz. Parecía lle-var una clara ventaja la tropa de las mujeres,cuando Teseo atacó por sorpresa su retaguardia,acorralándolas entre sus arqueros y la columnade hoplitas. La batalla cuerpo a cuerpo dejó asu paso un horrible escenario de cadáveres ymalheridos. El pie de la Pnix se convirtió en uncampo de muerte. La sangre se mezcló con elbarro y envenenó el aire. Miles de cuerpos mu-tilados yacían entre gritos de dolor y angustiaante el destino último. Las pezuñas de los ca-ballos tropezaban y coceaban a los numerososmoribundos derribados entre los pies de los con-tendientes. El horror parecía no tener límites.Cuando el cerco de la destrucción se hizo tanopresivo que no dejaba ninguna otra salida sinola mutua aniquilación, se firmó una paz honro-sa entre Amazonas y atenienses. Durante todala vida de Teseo, ningún otro pueblo se atrevióa atacar la ciudad consagrada a la protección deAtenea.

La fama de Teseo no dejaba de crecer de díaen día. Todos se hacían eco de su valor y su di-ligencia en socorrer al suplicante y defender alperseguido. Un día le llegaron noticias de quealguien estaba apoderándose de sus ganados,criados por sus esclavos en la llanura de Mara-tón. Aún no habían podido atrapar al ladrón, nisiquiera averiguar su identidad, mientras que elreguero de las reses desaparecidas no dejaba deaumentar. Cada día faltaban nuevas cabezas, pero

Clístenes (c. 570-507 a.C.), en ella se reunió cuatro veces almes la Asamblea Popular, el más importante órgano de go-bierno ateniense, antes de trasladarse al teatro de Diónisos.284

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nadie vio rastro alguno del saqueador. Teseo sepresentó en Maratón con intención de poner per-sonalmente fin a aquellos robos y montó guar-dia oculto en las inmediaciones. Sobrevino el cre-púsculo y cayó la noche. A la hora en que losfogones se apagan en los hogares y abre la le-chuza sus redondas pupilas, vislumbró Teseodesde su escondite una silueta recortándose enun claro de luna, lo vio penetrar furtivamente ensus rediles. Sin hacer el más mínimo ruido quepudiera delatarlo, observó cómo le echaba el lazoa tres robustos novillos y los sacaba impune-mente consigo. El ladrón abandonó inmediata-mente el camino y se internó por un desfilade-ro, ascendiendo por el lecho seco y pedregosode un torrente. El rey de Atenas abandonó supuesto de vigilancia y corrió tras sus pasos consigilo. A medida que avanzaba, el desconocidoiba borrando tras de sí las huellas con ramajes.Lo siguió luego por un sendero empinado entreencinas hasta una cueva en lo más recóndito deaquellos parajes, en la que entró con los anima-les. Teseo desenvainó su espada y lo esperó a lasalida de la gruta. Cuando el otro apareció, setopó de frente con él. Rápidamente echaronmano de su arma. Ambos se encontraban frentea frente, las espadas en alto. La luna iluminabasus rostros con una veladura misteriosa. Perma-necían inmóviles, tensos, en actitud de ataque.Pero las espadas cayeron de sus manos. Reso-naron contra el suelo. Los dos estaban comomagnetizados por la hermosura del otro, por suairosa apostura. Un soplo de divinidad alentabaen sus ojos. Toda violencia había desaparecidode la nobleza de sus semblantes. El atacado seechó a los pies de Teseo, abrazó sus rodillas.

«Así que tú eres el gran Teseo. Ardía en deseosde conocerte. Jamás me he arrodillado ante na-die. Mi nombre es Pirítoo, hijo de Ixión, pertenezco

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al pueblo de los lapitas*. Había oído tanto de tushazañas y valor que se me hizo imperioso me-dir con el tuyo mi ingenio. Eres mi oponente ele-gido y, ahora que te conozco, si es también tuvoluntad, serás mi amigo, más que amigo, her-mano. Pero si sientes que he herido tu honor, re-cobra multiplicados tus ganados y tómame comoesclavo. Con gusto te serviré hasta que veas enmí un compañero dispuesto a secundarte.»

«Levántate, Pirítoo. Ningún hombre libre debearrodillarse ante nadie. ¿No has visto que inclusoa los dioses adoramos en pie? También ellos pre-fieren tratar con hombres de espíritu indepen-diente**. En cuanto a los ganados que me has sus-traído, quédatelos en prenda de amistad, comosi yo mismo te los hubiera ofrecido. Nadie que teofenda podrá en adelante ser amigo mío, todo elque te calumnie se calumniará a sí mismo.»

La amistad nacida en tan extrañas circunstan-cias fue más fuerte que el hierro y el pedernal ybendijo sus corazones con un hontanar17 de afec-to recíproco. De este modo, era natural que Pi-

* Pueblo de la región de Tesalia, al norte de Grecia, famo-so por la doma de caballos, pertenece más a la mitologíaque a la historia, en la que apenas dejó huella. De la luchaque mantuvieron contra los centauros, nos quedan dos mag-níficas y muy significativas representaciones escultóricas enel frontón occidental del templo de Zeus en Olimpia (460a.C.) y en las metopas de la cara sur del Partenón (440 a.C.);el tema fue muy representado en la Grecia clásica, tras lavictoria sobre los persas, como símbolo de la victoria con-tra la barbarie.** Efectivamente, a los antiguos griegos repugnaba la acti-tud de humildad y sometimiento adoptada por los pueblosorientales y semitas al arrodillarse ante sus soberanos y susdioses, considerándola, más que humildad, una humillaciónpropia de esclavos, personas sin autonomía. La libertad yla independencia siempre han sido valores primordiales enla mentalidad helénica hasta nuestros días. El hombre ha-bla con sus superiores y se dirige a la divinidad en pie, deigual a igual.

17 hontanar:terreno rico en

fuentes omanantiales.

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rítoo pensase entre los primeros en Teseo comoinvitado de honor a la hora de celebrar su ma-trimonio con Hipodamía. Hasta el país de los la-pitas viajó Teseo con magníficos regalos para losnovios. Su felicidad sólo era pareja a la felicidadde su amigo.

A la ceremonia habían acudido numerosos in-vitados. Incluso los centauros, emparentados porparte de padre con el novio, abandonaron por unavez sus habitáculos montaraces para honrar consu presencia a Pirítoo. Los festejos se celebraroncon fastuosa prodigalidad al aire libre. La alegríaresplandecía en las caras de los presentes, la mú-sica acentuaba la predisposición a gozar de aquelinstante, innumerables guirnaldas de flores her-moseaban los rostros sonrientes y el escenario deaquella unión. Apetitosos perniles asados y fru-tos de todo tipo colmaban las bandejas. El vinocorría con prodigalidad sin límite. Y fue precisa-mente éste el que provocó la desgracia. Los cen-tauros, viviendo una existencia agreste sin los be-neficios de la civilización, desconocían el vino;pronto quedaron seducidos por la desinhibiciónque esta bebida provocaba en sus espíritus. Sucomportamiento, a tenor de su doble naturaleza,mitad caballos y mitad hombres, fue cediendo asus impulsos más irracionales. Primero fue la gro-sería y ordinariez de sus comentarios. Poco apoco su desenfreno se manifestó en el abando-no de toda moderación no sólo en las palabrassino también en su actitud y maneras. Comíancomo salvajes, con ansia ostentosa, bebían di-rectamente de las jarras hasta chorrearles el vinobarbilla abajo. Las mujeres fueron objeto de susbromas y sus atrevimientos, y especialmente lanovia. Nadie era capaz de llamarlos al orden.Cuando Pirítoo intentó frenarlos con razones cor-teses, se burlaron de él y, totalmente borrachos,se lanzaron contra las mujeres, desnudándolas 287

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violentamente y tratando de poseerlas a la vistade todos. Hipodamía chillaba acosada por el cen-tauro Euritión, completamente desnuda se deba-tía entre sus pezuñas, tratando de rehuir su luju-ria desatada. El desconcierto ante aquel brutalintento de violación paralizó a los presentes, queno creían lo que estaban viendo. Hasta que Te-seo desenvainó su espada y, plantándose junto asu amigo Pirítoo, animó a los lapitas a defendera sus mujeres. La batalla que se trabó entre lapi-tas y centauros fue encarnizada y sangrienta. Nu-merosos centauros cayeron desangrados bajo laviolencia vindicativa de los lapitas, animados entodo momento por el ardor de los dos amigos.Los que lograron escapar de aquella carnicería,288

Lapita y centauro, metopa del Partenón (Museo Británico, Londres).«Hasta que Teseo desenvainó su espada y, plantándose junto a suamigo Pirítoo, animó a los lapitas a defender a sus mujeres. La ba-talla que se trabó entre lapitas y centauros fue encarnizada y san-grienta.»

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se desperdigaron por las montañas, sin volver atener trato en lo sucesivo con los hombres.

Los lazos de amistad entre Teseo y Pirítoo que-daron firmemente anudados. Un escenario deso-lador ofrecía la explanada nupcial, volcadas lasmesas por el suelo, las hermosas clámides man-chadas de sangre y barro, lágrimas y lamentos su-cedían a la música y las risas. La propia Hipoda-mía yacía entre las guirnaldas pisoteadas por loscascos de los centauros, desgarrada y exangüe.

Mucho tiempo habría de pasar antes de que Pi-rítoo recobrase su ánimo aventurero, reconfor-tado en todo momento por su amigo. Pero has-ta el dolor más lacerante es triturado por el rocemonótono de los días. La lija de la costumbreallana caminos. El trato cotidiano con circuns-tancias sin relieve hunde en las simas de la me-moria todo lo que duele, todo lo que de algunamanera destaca. Y Pirítoo volvió a presentarseun día ante Teseo con una nueva propuesta.

Ambos eran audaces y distinguidos, ¿por quéno intentar tomar como esposa a una hija deZeus, emparentando así directamente con la di-vinidad suprema? Apoyándose el uno en el otro,podrían conseguirlo. En un principio, le parecióa Teseo una broma descabellada. ¿Intentas po-nerme a prueba para ver hasta dónde llega milocura? Pero bastaron unos días de convivenciay la conversación desenvuelta y persuasiva dePirítoo para sembrar la semilla de la loca ambi-ción en el ánimo del ateniense. Si efectivamen-te lo conseguían, su nombre resplandecería comoun astro soberano entre los hombres.

Partieron en secreto hacia el Hades, pues Pirí-too había resuelto que Perséfone, reina de las re-giones subterráneas, sería su mujer. Ni los peli-gros que el trayecto prometía ni lo descabelladode aquella decisión pusieron una sombra deduda en sus mentes. Viajaron hacia el norte, has-

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ta el neblinoso país de los mariandinos*, subie-ron hasta la cumbre del monte Aquerusio, don-de nace el turbulento Aqueronte, que rápida-mente se hunde en tierra en veloz descenso hastael Hades. No les infundieron pavor las amena-zas de un trayecto tan macabro. Igual que ado-lescentes irreflexivos se animaban el uno al otro,venciendo los obstáculos de la sombría ruta.

Ni siquiera cuando tuvieron ante sí la impo-nente figura de Hades les tembló ni una pestaña,ni cedió la insensata desenvoltura de su conduc-ta atolondrada. Con audacia temeraria expusie-ron al dios sus intenciones, como si de un tratoentre camaradas se tratara. Y éste no pudo dejarde sonreír ante la osadía de sus palabras, a lasque respondió con extraordinaria cortesía, invi-tándolos a tomar asiento en dos tronos esculpi-dos directamente en la roca. Pirítoo y Teseo losocuparon totalmente confiados, pero al intentarmoverse notaron que el cuerpo no podía des-pegarse de la piedra, estaba firmemente adheri-do a ella, como imantado. Por más esfuerzos quehicieron, no pudieron levantarse.

«Vuestro atrevimiento os ha condenado ahoraa permanecer eternamente sentados en la rocaletea. El olvido irá poco a poco apoderándosede vosotros, impidiéndoos abandonar unas re-giones en las que nunca debisteis entrar porvuestro propio pie.»

Los dos amigos gritaron, suplicaron luego, envano. Estaban solos. Nadie podía ayudarles. Ladesesperación se iba apoderando de sus espíri-

* Pueblo habitante de la antigua Bitinia, al noroeste de AsiaMenor, en la costa sur del Ponto Euxino (actual mar Negro)y de la Propóntide (actual mar de Mármara). Históricamente,pactaron con los colonos griegos un régimen de servidum-bre, forma de dependencia que el lexicólogo Pólux, en elsiglo II d.C. situará a mitad de camino entre la libertad y laesclavitud.290

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tus, nublando su mente. Cuando ya todo pare-cía perdido, Teseo recordó los tres deseos pro-metidos por Poseidón, de los que sólo había he-cho uso una vez. Y pidió al dios del mar que lodevolviera al mundo de los vivos. Pirítoo quedóallí eternamente atrapado. Sus ojos miraban yaal frente sin la luz de la razón brillando en ellos.

Triste y cansado se siente Teseo, le parece ha-ber envejecido muchos años de golpe. La me-moria roza un día imágenes de su juventud yvuelve a ver a aquel joven intrépido que habíaescapado de Creta un día azul, con el mar salpi-cando sus manos y los ojos de una joven her-mosísima totalmente arrobados en él. El nombrede Ariadna cae sobre el recuerdo como un láti-go. Pero el dolor es dulce. La nostalgia le de-vuelve el sentimiento de lo vivo.

Teseo vuelve a Creta. Encuentra a una mujerya madura, que es Fedra, la otra hermana. La co-noció siendo todavía una niña. Parece mentira.Han pasado tantos años y tantas cosas. En el pa-tio del estanque circular, ambos rememoranaquellos días lejanos. Más que un profundo afec-to, les une compartir vivencias de una juventudya sin retorno. Hablan poco. Se miran y sonríen.Cada una de sus palabras tiene una fragancia aflor de crepúsculo. Una mañana descubren den-tro de sí el anhelo de ver al otro, de compartirlas emociones de cada instante, y la palpitantetimidez que su presencia provoca. Mientras ellahunde sus dedos en el frescor del estanque, en-tre los nenúfares, él la observa pensativo, sus co-razones marchan a galope tendido. Teseo hizo aFedra su mujer, con un ligero sentimiento de es-tar reparando una vieja afrenta de la que nuncase sintió culpable. La instaló en el palacio here-dado en la ciudad de Trecén, junto a su hijo Hi-pólito. 291

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¿Qué le ocurre a mi señora? Me tiene tan preo-cupada. Tres días hace que no sale de sus habi-taciones, ni siquiera deja a la luz entrar, siemprecorridos los espesos cortinajes, viviendo en unanoche permanente. Ahí llega Hipólito, ese jo-venzuelo tan orgulloso. Los dioses sabrán porqué riscos habrá trepado hoy, un día y otro díabuscando continuamente los pasos más difíciles,por donde no se aventura nadie. Qué helada estáel agua de la pileta. Me escuecen del frío las ma-nos. Y es que es tan poco sociable. Sólo le gus-tan los lugares solitarios, nunca concurridos. Ca-zar con sus amigos es lo que de verdad le davida, y pasarse los días entrenándose, cuando nogasta las horas celebrando los ritos sagrados deÁrtemis. Pero es Fedra, mi señora, mi niñita, laque me tiene en un sin vivir. Está haciendo unode los inviernos más fríos que recuerdo. Mi her-mosa Creta, qué lejos. Aquella luz. Allí tambiénle lavaba yo sus prendas más personales, pobreniña. No sé qué le pasa. ¿Por qué no quiere co-mer, ni beber? Todo lo que le ofrezco me lo re-chaza con un gesto de asco. Se ve que sufre,pero no puedo arrancarle una palabra por másque le pregunto. No es ella. Ya no sonríe, ni can-ta de alegría por las mañanas. Ni siquiera se le-vanta del lecho. No se peina, no se arregla. Parano ver, se ha tapado con un velo la cara. Sufre.Pero no me deja llamar a un médico. Y Teseoestá ausente, sin enterarse de nada. A consultarel oráculo, a Delfos nada menos. Bobadas. ¿Quétiene que consultar al oráculo un hombre ya desu edad? Esperar que los días transcurran tran-quilos y pedir a los dioses que la desgracia nose acuerde de uno. No sabemos si regresarápronto o si todavía tendremos que aguardarlomucho tiempo. Esta mañana vi un cuervo revo-loteando sobre el tejado. Tampoco me deja miseñora mandarle un mensajero. Ahí va éste con292

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sus guirnaldas de ramas de encina para la diosa.Está bien venerar a las divinidades y ser prudentey respetuoso, pero lo suyo ya es obsesión. Conel frío que hace y, para entrar en el templete, vay se ha quitado esas gruesas botas, no sé cómono se le cuecen con ellas los pies. Mira que seempeña en despreciar las comodidades, Hipóli-to, digo. Teniéndolo todo, es el ser más feliz dela tierra con nada. Pero no es un muchacho hu-milde. Es arrogante. A Fedra, que a fin de cuen-tas es su madre, ni la considera. No tiene encuenta a ninguna mujer. Se obstina en perma-necer tan casto como la diosa a la que se ha con-sagrado de por vida*. Ese rechazo tan absoluto...Todo lo que sean sentimientos, afecto, amor,¡digo!, como si querer a alguien fuese una man-cha. No entiendo ni cómo puede tener amigos,siendo como es. Ni siquiera se ha percatado deque Fedra está enferma. Si ni la mira, como sifuera un fantasma, como si lo fuéramos todas. Éla lo suyo, mucho adorar a la diosa y luego a darórdenes. Tú, desengancha los caballos y sácialosde buen heno. Tú, a preparar la mesa para miscompañeros, ¡nada de cosas elaboradas! Una co-mida sencilla y natural. Es tan autoritario. Perosu padre mira a través de los ojos del niño, queel amor paterno ciega a nuestro amo Teseo y nosabe llamarlo al orden. No se puede ser tan obs-tinado, tan cerrado a los demás, no hemos veni-do a vivir solos en este mundo; ni entregarse en

* La actitud ascética, de completo rechazo del mundo, con-sagrándose a una única divinidad, en este caso Ártemis, dio-sa de la caza y de la soledad de los montes, es completa-mente aberrante para la mentalidad griega antigua, cuyoideal fue siempre el equilibrio entre las distintas fuerzas vi-tales representadas por el conjunto del panteón olímpico.Ésa será precisamente la falta cometida por Hipólito, la arro-gancia al rechazar los dones de Afrodita y otras divinida-des, y el motivo de su posterior castigo. 293

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cuerpo y alma a un único dios, se llame Ártemiso como quiera que se llame, despreciando a to-dos los demás. También está Afrodita, ¿no?, paraalegrarnos los días y hacernos más humanos. YDiónisos, ¿no es sagrada la alegría? Ya está. Nole doy ni un palo más a la ropa, me escuecen lasmanos de frío; los sabañones, ¡cómo duelen!

La luz, me duele la luz. No sé para qué he sa-lido afuera. Afuera es peor. Ahí está la nodriza,que no me vea, no quiero ver a nadie. Otra vezsiento las lágrimas a punto de estallar. No quie-ro que nadie las vea. Quiero morir. Esta presiónque siento dentro. Verlo me destruye. No verloes como encontrarme ya en el Hades. Qué des-nudos de hojas todos los árboles. Tengo frío,pero bajo el peplo me arde todo el cuerpo.Quién pudiera beber el agua helada del olvidoy a la sombra de los álamos reposar, no sentir,no ser la que soy. Yo misma me aborrezco. In-feliz. No habrá quien te compadezca. Todos teinsultarán. Serás el hazmerreír del pueblo. ¿Cómopuede ser que de pronto mires la existencia conlos mismos ojos de siempre y veas una existen-cia radicalmente distinta a tu alrededor? El mun-do carece de sentido. Cuanto parecía más esta-ble, el huracán de una pasión arbitraria lo hahecho tambalearse. Esos ojos, que son los ojosde mi propio hijo, me han vaciado de voluntad.Esos labios, que nunca me han llamado madre,cargan mi alma de frutos indeseados. ¡Qué digo!No puedo hablar así, no puedo pensarlo. Estoyhablando de mi hijo, del hijo de Teseo. No es mihijo. Si digo su nombre, la boca se me llena demiel, pero una espada de fuego me atraviesa in-mediatamente de parte a parte. Duele. No pue-do más. Viene la nodriza, ya me ha visto. Queno me vea llorar. Quién pudiera liberar el cora-zón de esta carga, arrancándole los afectos. Aga-rrar con las manos lo que sentimos y extirparlo294

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de raíz como una mala hierba. Me pesa la luz.Me escuecen los ojos. ¿Por qué me miras de esamanera, nodriza? Tan sumisa y a la vez tan sufi-ciente. No puedo, me derrumbo. Me repugnanesas manos encallecidas que me sostienen y, sinembargo, las necesito, necesito que alguien meabrace y refrene este frenético galopar de laamargura que me está volviendo loca. Me pre-gunta, insiste. ¿No puede asistirme en silencio?¿No se da cuenta de que me duelen las palabras?Las palabras duelen. El dolor nos hace ciegos;pero, cuando se lo nombra, le ves la cara y es-panta. Hipólito, Hipólito, Hipólito. Quién pudieragritar tu nombre como una bacante sin trabas alos espacios de la noche y al viento. No sientolas articulaciones, no me responden, como si seopusieran a mi voluntad. Qué desnudo está todoeste invierno. Lo vi una mañana salir completa-mente de blanco del templete de Ártemis, ¿porqué estaría yo allí para verlo?, ¿quién me pusoen aquel lugar?, y desde entonces no me pasa elalimento por la garganta, me amarga igual quela hiel cualquier comida. Cada suspiro que se meescapa parece que va a arrancarme con él elalma. No preguntes, nodriza. No puedo hablarsin ensuciar mi boca. Mi boca está todavía in-maculada y así debe permanecer, pero sientomanchado mi corazón. Nodriza, no. No me re-cojas el pelo con esa cinta, no la soporto, no so-porto nada que me aprisione. Tampoco tengofuerzas para oponerme. Me dejo hacer. Sé que,si se lo digo, lo hace con toda su buena inten-ción, puede sentirse rechazada. ¿Por qué no medeja sola? ¿Dónde está ahora mismo Hipólito? Silo veo aparecer, caigo aquí mismo fulminada. Sino lo veo, si no lo veo, ay, ¿cómo puede dolerel amor tanto? No preguntes, nodriza, por los dio-ses. Mi boca rabia por hablar. Pero no debo. Ésosson los caballos de Hipólito, los reconozco, los 295

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llevan al establo. Está en palacio. ¡Está aquí! Esoque los hombres llaman amor ¿qué es, nodriza?,me oigo a mí misma preguntar con una voz queme repugna porque no aspira a ser respondida,sino a provocar afecto y compasión. ¿De qué meha servido la sensatez? A solas en la oscuridadde mi alcoba construía magníficos edificios depalabras en los que me sentía fuerte y segura demí misma. Insensata. Esta fuerza que te arrollano conoce trabas. Cada vez que oigo desde miretiro el nombre de Hipólito gritado en los co-rrales por alguno de sus sirvientes, todo mi es-píritu se derrumba estrepitosamente. No soy due-ña de mí. Quiero morir. Eso que los hombresllaman amor ¿qué es, nodriza? Yo misma me hedelatado. Ahora ella conoce mi enfermedad. Meacosa a preguntas. Quiere saber el nombre. Mereprende con suavidad mi silencio. Ya no soy laniña a la que asustabas con historias de bandi-dos y lamias*. Quién pudiera volver a serlo. ¡Memuero! Ha salido del templete, como siempre,hermoso como un dios, sin mirar lo que tiene allado, derecho a sus aposentos. La nodriza me havisto, y ha comprendido. Leo con horror en sucara que lo sabe todo. Quiere ser mi confidente.Me abruma a preguntas. Me asfixia con sus con-sejos. Sus palabras me están manchando. Me ha-bla de la fuerza avasalladora del amor, de su in-útil resistencia. Me pone como ejemplo a otrasmujeres. Me habla de placeres y de goces queestán en nuestra naturaleza, pero mi voluntad re-chaza. Mi cuerpo se hace brasa al oírla. No quie-ro oír. No quiero saber lo que hayan hecho otras.

* Como veremos más adelante, era un monstruo femeninoque de noche robaba a los niños; para llamarlos al orden,se les asustaba amenazándolos con su presencia, tal comoactualmente se menciona para el mismo fin al «coco», al«lobo», o al «hombre del saco».296

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¿Por qué me dices, nodriza, lo que me es agra-dable oír, pero mi mente sabe que son quime-ras? No puedo. No debo. Déjame. Déjame morirsola.

Malditas sean todas las mujeres. Yo, Hipólito,me atrevo a decirlo. Y lo digo perfectamente cons-ciente de lo que estoy diciendo. La mujer es in-capaz de nobleza. La pureza no forma parte desus atributos. Tengo que irme ahora mismo deesta casa. La muy ladina ni siquiera se ha atrevi-do a decírmelo ella misma, me manda a su no-driza. Pretendía hacerme creer que nadie la en-viaba, la vieja. Tan sobona. No sabe hablar sinestar tocándote mientras. Qué empalagosa. Siem-pre tengo que apartar su mano del filo de mi tú-nica. Y es que todas ellas llevan la semilla de lalujuria en el cuerpo. No puedo soportar esta ira.Tengo que gritarla. Que todos lo sepan. Le juré ala vieja no decir palabra de lo que ella me con-fiara, sin imaginarme la monstruosidad que esta-ba a punto de oír. Pero sólo juró mi boca, mi co-razón no se siente comprometido. ¿No podríaZeus exterminar esa plaga de la faz del mundo?Que los hombres pusieran igual que el trigo susemilla en la tierra, sin mancharnos en contactosimpuros. No debo decir nada. Debo irme ahoramismo. Dejar estas paredes podridas. Purificar misoídos con el agua de manantiales inmaculados.Os aborrezco. A todas. Y especialmente a ti, Fe-dra, que ensucias el nombre de madre. Bien séque oculta tras las cortinas oías todo. Advertí in-mediatamente tu presencia. Comprendí que se tra-taba de alguna trampa. Y es que sois incapacesde actuar a las claras. Acecháis como las serpien-tes, para morder y destruir con vuestro veneno.Amor lo llamáis. Yo le doy otro nombre. Sólo bus-cáis carne, y la carne es putrefacta, materia in-munda. He oído tu llanto tras la cortina. Cuantomás llorabas, más se encendía mi rabia. Mis in- 297

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sultos fueron aún más violentos porque sabía quetú los escuchabas. Ojalá llores tanto que se te re-seque el deseo en la piel y te consumas en tu pro-pia pasión insana. No puedo permanecer ni unminuto más bajo el mismo techo, al menos hastaque vuelva mi padre. Te odio. Os odio a todas.

Qué extraño. Acabo de cruzarme con Hipólitoy ni me ha visto. No sé adónde iba tan agitado,dando golpes al aire. Yo creía que salía a reci-birme, pero me ha pasado de largo. Qué ganastengo de llegar a casa y limpiarme el polvo delos caminos. Ya no soy el que era. Cada día mepesan más las cosas. Tampoco ha salido mi mu-jer a recibirme. ¿Y esa agitación en palacio?...Oigo voces... No hay ningún sirviente en el pa-tio. ¿Dónde andan todos? Son gritos, ¿verdad?¿Qué estará ocurriendo?

Teseo ha desmontado a toda prisa y sube a lashabitaciones superiores, donde se oyen gritos ygolpes. Descubre a la nodriza aporreando lapuerta de los aposentos de Fedra. Numerosos sir-vientes y esclavos permanecen a sus espaldas en-cogidos. ¿Por qué no responde? La nodriza seecha a las rodillas de Teseo, en cuanto lo ve, yle habla atropelladamente. Teseo no comprendelo que quiere decirle esa mujer. Está agitada,como poseída por el dios de la locura, lloramientras habla. La aparta a un lado. Llama a lapuerta. Silencio. Ayudado por los sirvientes, laderriban. El espanto los deja como estatuas.

De una viga del techo, pende Fedra ahorcada.Teseo no sale de su estupor. Se le ha helado lasangre en el cuerpo. La nodriza chilla y se arran-ca a puñados los cabellos. Teseo reacciona. Co-rre hacia su mujer y, agarrándola por el talle, cor-ta con su espada la cuerda. Fedra exánime caea plomo en sus brazos.

Teseo ha mandado a todos salir de la alcoba.Su dolor no encuentra cauces para manifestarse.298

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Abrazado a la que yace en el lecho, se mececomo si la acunara. Busca el aire para poder res-pirar. Busca comprender lo incomprensible. Lallama en voz baja, ronca de lágrimas no vertidas.Pero el cuerpo de Fedra se va enfriando rápida-mente. Sus oídos ya no son de este mundo. Dejasu cabeza en la almohada. La acaricia con las dosmanos, como si quisiera limpiar la muerte de eserostro. La besa. Pero a su aliento no respondeotro aliento. Hunde su cabeza atormentada enlos pechos de la mujer. Descubre, colgada conuna cinta de su cuello, una tablilla escrita, unanota, su testamento: pobre Fedra, no pudo so-portar la vergüenza. Su propio hijo ha intentadoviolarla y prefiere abandonar la vida*. En el últi-mo momento, Fedra perdona a Hipólito.

Corre como enloquecido Teseo por todo el pa-lacio. A grandes voces ordena que busquen a suhijo. Quiere verlo ahora mismo. Ese canalla de-pravado. Ese falso, hipócrita, que engañó a todoel mundo con su fingida piedad, mientras es-condía en el fondo de su alma un monstruo deperversión. Teseo no ha dudado en ningún mo-mento de las acusaciones póstumas de su mujer.Repudia a su hijo. Acordándose de Poseidón, lepide a gritos su tercer deseo, que muera Hipóli-to, que muera.

Cuando comparece el hijo, Teseo, sin quererprestar oídos a lo que esa boca embustera puedadecir en su defensa, lanza como una sentencia demuerte su condena: el exilio, la deshonra. Noquiere volver a verlo nunca más. La nodriza, allípresente, está aterrorizada. Teme que Hipólito ha-

* El tema del hijastro o protegido acosado primero por sumadrastra o señora y luego acusado en falso de seducirlaes bastante frecuente, no sólo en la mitología griega, sinoen todas las culturas del Mediterráneo oriental. Quizás elcaso más conocido sea el relato bíblico de José, en Egipto,seducido por la mujer de Putifar. 299

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ble. Pero el muchacho juró no decir nada de loque ésta le dijera y, hundido, mirando el suelo, seda media vuelta y abandona el palacio.

Teseo se siente derrotado, pero aún mayor serásu sufrimiento cuando los mensajeros le traiganla noticia de que Poseidón ha escuchado su rue-go. Cuando vaya conduciendo el carro caminodel destierro, allí donde el camino vira bordean-do el mar, un monstruo surgido del oleaje es-pantará a los caballos. Y éstos, encabritándose,harán caer en su estampida al muchacho, con talfatalidad que, enredado su pie en las riendas,será arrastrado a través de las rocas, golpeado sucráneo una y otra vez en las aristas de las pie-dras. Sólo entonces, para Teseo, el sufrimientoalcanzará los límites de lo insoportable. La pro-pia Ártemis revelará al anciano la verdad de loocurrido. Cómo Afrodita, celosa de la veneraciónexclusiva que Hipólito le profesaba, rechazandoa todas las demás, y especialmente a la propiaAfrodita, hizo que Fedra concibiese un amor sinremisión por su hijo, y cómo ésta, desesperada,en el último instante, ciega de pasión y despe-chada, lo acusó falsamente.

Pero no tardará la diosa del amor en padecerpersonalmente el sufrimiento que a otros ha oca-sionado. Ártemis jura vengarse. Y no pasará mu-cho tiempo antes de ver satisfecho su propósito.

Vivía Afrodita días de gloriosa intimidad conuno de los más hermosos jóvenes. Adonis eraapenas un adolescente lleno de vitalidad, fogo-so y entusiasta. Su incesante curiosidad le hacíacorrer infatigablemente en pos de todo lo querespira vida. No había dudado la diosa en aban-donar su carro tirado por una bandada de palo-mas para seguir al muchacho en sus correrías decaza por los montes de Siria. Sonreía ella com-placiente viendo cómo el chico desplegaba toda300

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su sagacidad en atrapar liebres y codornices, ysu fuerza viril enfrentándose a piezas mayores.Tras los ardores de la cacería, caía la pareja enun febril abrazo, en el que la piel de ambos erarecorrida por eléctricas pulsiones de deseo y undelirio sensual irrefrenable. Toda la naturalezaparticipaba de esa poderosa efusión apasionada.Ningún ser vivo era capaz de escapar a esa ex-plosión vital. Las praderas reverdecían, revivien-do en multitud de flores su más variado colori-do. Los animales se apareaban en un estado defrenética excitación. La luz del sol bendecía elímpetu regenerador de la carne perecedera. Lue-go dormían, satisfechos de su propio existir, Afro-dita y Adonis, piel con piel, iluminados por visio-nes de ternura crepuscular. Los dedos sonrosadosdel amanecer los descubrían fundiendo en unbeso sus dos existencias individuales.

Había nacido Adonis en extrañas circunstancias.La mujer de Cíniras, rey de Siria, estaba tan orgu-llosa de su exótica belleza que no dejaba de pre-gonarla ufanándose de la tersura de su piel acei-tuna, del brillo de sus ojos verdes y almendrados,de su pelo sedoso y crespo. Nunca se separaba deun pequeño espejo con marco de nácar. En él sedeleitaba comprobando la perfección de sus ras-gos, la armonía del conjunto, hasta llegar a com-pararse, en un instante de ciega complacencia,con la propia Afrodita. Pero ésta no hizo oídossordos y castigó su insolente arrogancia inspiran-do en su hija Esmirna una oscura pasión por supropio padre. Esmirna rechazaba en lo más hon-do de sí ese poderoso deseo que la horrorizaba.Se apretaba el vientre con todas sus fuerzas tra-tando de vomitar ese delirio pujante que amena-zaba con volverla loca. Llegó incluso a atentar des-esperada contra su propia vida, abriéndose lasvenas de la muñeca. Pero la suerte quiso que sunodriza la descubriese a tiempo y, tras curarle la 301

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herida, hablase con ella, arrancándole el secreto.Fue la propia nodriza quien organizó las cosaspara propiciarle a Cíniras un encuentro nocturnocon una desconocida doncella, rendida de amorpor él, a la que, sin embargo, debía poseer siem-pre a oscuras, sin intentar verle el rostro, era lacondición impuesta para preservar en el anoni-mato la nobleza de su alcurnia.

El padre no sospechó nada. Cada noche, Esmir-na entraba en el lecho de Cíniras, con el que apa-gaba aquella pasión destructiva. La felicidad no eraposible. Esmirna vivía un infierno dentro de sí,pero no podía hacer otra cosa. Tal era la violenciaimperiosa de Afrodita*. Una noche, vencido por lacuriosidad, mientras se unía sexualmente a la des-conocida, Cíniras alargó una mano hasta el suelo,donde había ocultado una pequeña lámpara, y laacercó al rostro de la mujer. El horror de ambosfue fulminante. Esmirna pudo escapar a tiempo deevitar el brazo de su padre, que rápidamente ha-bía echado mano de su espada, dispuesto a asesi-nar allí mismo a la culpable.

Esmirna huyó despavorida sin volver la vistaatrás. Corrió territorios desconocidos. Dejó atráspoblaciones y desiertos, huyendo más de sí mis-ma que del padre. Tal era el horror repugnanteque hacia sí sentía que en su carrera no dejabade rogar a Zeus que hiciese de ella lo que qui-siera, con tal de que nadie en el mundo la reco-nociera jamás. El padre de los dioses la escuchóy se apiadó de su agonía. Había llegado ya al paísde los sabeos, al sur de la península Arábiga,cuando en un momento de reposo fue Esmirnatransformada en árbol. El árbol de la mirra. Suslágrimas no dejan de gotear por entre las hendi-

* El amor, durante toda la Antigüedad, fue considerado unaenfermedad, cuyos síntomas abordó ya la poesía lírica ar-caica.302

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duras de la corteza esa resina gomosa tan apre-ciada por su exquisito aroma entre los hombres.

Pero la joven iba ya en avanzado estado de ges-tación en el momento de la metamorfosis, y el hijosiguió desarrollándose naturalmente entre las re-cias fibras del árbol. Cierto día, un enorme jabalíarremetió contra la dura corteza con sus colmillos,y por la brecha abierta nació un crío. Su llanto aler-tó a Afrodita, que lo recogió y le dio el nombre deAdonis. Luego lo confió para su crianza a Persé-fone, con quien vivió unos años, creciendo hastaconvertirse en un adolescente de belleza singular.

¿Qué ocurrirá cuando Afrodita se presente enel Hades a reclamarlo? Pues en Perséfone no hadejado de crecer un afecto entrañable hacia suprotegido. ¿Aceptará, sin resistencia, desprender-se de él? La diosa de pálidas mejillas y labios defruta en sazón, la adorable Cipris18, observa des-de su existencia cósmica el desarrollo del mu-chacho, arrobada ante su gracia y donaire. Elamor que ella prodiga entre todos los seres vivosla alcanza a sí misma, que no puede desprendersede ese sentimiento de plenitud y sumisión. En eseestado de rivalidad se enfrentan las dos diosas,ambas quieren hacer prevalecer unos derechosque las dos consideran exclusivos. La disputa porAdonis enciende los ánimos, enfebrece sus dis-cursos. Las dos diosas llegan a las amenazas. Fi-nalmente, el propio Zeus pondrá fin al altercado,impartiendo justicia. Adonis pasará un tercio delaño con Perséfone, la estación fría y lluviosa, otrotercio con Afrodita; el resto del año queda a lavoluntad del joven, que elige vivir junto a Afro-dita el mayor tiempo posible*.

* De nuevo un mito «vegetativo», en el que un personaje,mediante su muerte y posterior resurrección, o su doble es-tancia en el Hades y en la tierra, representa el ciclo de lasiembra y las cosechas.

18 Cipris:literalmente«chipriota», esuno de lossobrenombrescon los quefrecuentementees invocada ladiosa Afrodita.

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Desde entonces, la pareja no ha dejado de de-mostrar su mutuo amor en un alarde de vitalis-mo despreocupado. Su felicidad atrae sobre todala naturaleza la bendición de una fertilidad exul-tante. Pero Ártemis ha jurado vengarse de la dio-sa del amor por la muerte de Hipólito y no pier-de de vista al muchacho, oculta entre la maleza.

Una mañana en que Afrodita queda dormidasobre un mullido colchón de hierba fresca y Ado-nis, sin querer despertarla, enternecido ante laserena hondura de su rostro, marcha solo de ca-cería, la diosa abre los ojos acuciada por un os-curo presentimiento. No puede decir qué la preo-cupa, pero algo ha sembrado dentro de ella lainquietud. Llama a Adonis. Sólo el eco le res-ponde. Lo busca por los alrededores, en vano.Comienza ya a impacientarse cuando un impre-sionante rugido traspasa la espesura del monte.A éste siguen horribles gritos pidiendo auxilio.

Afrodita corre aterrorizada. No se atreve a gri-tar el nombre de Adonis, no puede. Su gargantase ha resecado. Sus manos están empapadas porel sudor del miedo. Congestionada por un dolortodavía impreciso, corre, su larga melena sueltaderramándose por la espalda, coronada su fren-te por una guirnalda de sombríos pensamientosy violetas mustias, los pies desnudos, las zarzasarañándole las piernas. Por las quebradas y losriscos más empinados termina clamando el nom-bre de Adonis y su voz es un quejido roto quenubla al día. Llega extenuada al calvero dondeyace el muchacho exánime, un enorme jabalí serevuelve todavía junto a su cadáver, los hocicosempapados en sangre. El animal huye ante ladiosa y Adonis queda solo, inmóvil, tendido enel suelo. La diosa se desploma sobre esa heridasangrante en el muslo del amado y desgarra sugarganta con un llanto que se hace cascada ensus ojos candentes como brasas.304

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Adonis ha muerto. Aguarda, Adonis. Abre unúltimo instante los ojos, mírame una vez más, note vayas así. Mi última esperanza tiene el agrio sa-bor de la desesperanza. Abrázame por última vez.

Adonis ha muerto. Las mejillas de Afrodita es-tán empapadas en lágrimas. Adonis ha muerto,parecen gritar los montes transidos del profun-do dolor de la diosa. Adonis ha muerto, parecenmurmurar acongojadas las copas de las encinas.El viento arrastra entre la hojarasca del suelo unmismo lamento, Adonis ha muerto. Ha muertoAdonis, acuden las Gracias a llorar la hermosu-ra marchita del joven.

Despierta un momento, amor mío, funde porúltima vez tus labios con mis labios. Dame a be-ber en tu boca un último aliento. Haz sentir enmi pecho el postrer19 latido de tu corazón.

Adonis ha muerto, gritan los ríos desesperadosprecipitándose en fragorosas cataratas. Adonis hamuerto, aúllan los perros huérfanos de la mano quelos guiaba y alentaba. Todas las aves del bosquearrancan a volar con un único estribillo lacerante,Adonis ha muerto. Ha muerto Adonis, lloran las nin-fas agarradas a los ásperos troncos de los árboles.

Mi amor se disipa rápidamente igual que unsueño. Me robas la alegría. Yo soy inmortal perono puedo darte ni siquiera una parte de esta vidaque a ti se te escapa. Amor, qué parejo al dolor,qué hondo.

Adonis ha muerto, todas las fieras salvajes acu-den mansas a llorar al muchacho. Adonis hamuerto, los ciervos, las liebres, las codornicesresponden con un llanto compartido a su in-mensa desesperación. Adonis ha muerto, lloranen manada las ovejas y las cabras montaraces ytras ellas los pastores, Adonis ha muerto, caídosde sus manos los cayados, abatidos de desalien-to, lo lloran. Todas las náyades se deshacen enamargas lágrimas, porque ha muerto Adonis.

19 postrer:último.

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Adonis, muerto, yace entre la hierba. Y, depronto, prodigiosamente, de la sangre que nocesa de manar de la herida, al empapar la tierra,brotan las primeras rosas de color carmesí; de laslágrimas de Afrodita, en cuanto rozan el suelo,esbelta y delicada, nace la flor de la anémona.

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Se alza el disco del sol sobre la achicharradallanura de Argos*. Igual que un escudo de bron-ce bruñido, invade el horizonte. Sus rayos, comoestridentes trompetas de luz, pueblan el cielo deun clamor insoportable. Los campos, yermos bajouna sequía de meses, se visten de un oro mortí-fero. Los lechos secos de los torrentes parecenpolvorientos caminos a ninguna parte. El antañocaudaloso Estrimón languidece como una largalengua de piedras y cantos rodados tendida boca

* Ciudad griega perteneciente a la Argólide, región ubica-da históricamente en el nordeste del Peloponeso y separa-da de Corinto y de la región de Arcadia por varios sistemasmontañosos de difícil acceso. La fundación de Argos, igualque la de otros importantes enclaves de la Argólide comoMicenas y Tirinto, data de época micénica (s. XV a.C.). Sinembargo, tanto Micenas como Tirinto, que se encontrabanen la parte montañosa –mientras que Argos fue levantadaen la llanura– desaparecieron al final del periodo micénico(s. XIII a.C.). La ciudad de Argos, por el contrario, se con-virtió durante el siglo VII a.C. en la más poderosa del Pelo-poneso, hasta ser eclipsada en el V a.C. por la supremacíade la vecina Esparta. Actualmente es una pequeña ciudadde unos 20.000 habitantes. 307

ARGOS

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arriba. La tierra, sedienta y extenuada, desnudasus pechos resecos al amanecer igual que unamadre implorante. El sol fustiga ya implacable ahora tan temprana. La planicie argiva aparececomo un desolado desierto, adornado sólo poramarillentos abrojos. El lagarto sale de su escon-dite y repta lento hasta la piedra ya caliente, don-de se detiene y alza sus ojos saltones al cielo.

Los hombres permanecen dentro de la ciudad.Los labradores, cabizbajos en sus casas, cruza-dos de brazos; el sustento escasea pero nada tie-ne que ofrecerles esta naturaleza asfixiada porun sol abrasador. En los pozos sólo queda un le-cho de barro, las cisternas son cementerios deinsectos acartonados. Los mercados siguen abrien-do sus tenderetes vacíos de productos. Las arcasreales se van vaciando en un intento inútil de pa-liar la hambruna. Y el sol reaparece, cada ma-ñana, límpido y ardiente sobre la ciudad consa-grada a Hera.

En torno al altar de la diosa protectora, sobrela colina sagrada a las afueras de Argos, un gru-po de mujeres gimotea y se rebulle igual que cor-derillos soliviantados por el trueno. En el centro,un anciano de rasgos duros, trabajado en adver-sidades, se yergue como un faro y otea el hori-zonte. No son de por aquí, sus ropas lo delatan.No sufren la inclemencia del sol como estoshombres castigados por tan larga sequía, pare-cen habituadas a climas extremos. Sus preocu-paciones son otras. Temerosas se agarran unas aotras y esconden bajo sus peplos las cabezas. Al-gunas mecen su miedo como si adormecieran asus propios hijos.

Esos chillidos, como un frenético piar anun-ciador de tormentas. Esos gritos agudos y ner-viosos me han arrancado del sueño. No podíadistinguir de qué se trataba. Pero era claro quealgo extraordinario estaba sucediendo en las

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afueras de la ciudad. Cuando me asomé todavíasin vestir a las ventanas más altas, la luz del pri-mer sol me hirió los ojos. Haciendo visera conla mano, pude divisar en la colina de Hera lo queen un principio me pareció una bandada de tór-tolas temerosas, y miré al cielo en busca de sig-nos de tormenta. Inmediatamente comprendíque, a aquella distancia, unas simples palomasserían sólo puntos indiscernibles en la lejanía.He encontrado a mis consejeros agitados por lospasillos de palacio. Ellos también han oído esoschillidos que el viento del sur arrastra defor-mándolos hasta las puertas de la ciudad. No seponen de acuerdo. Si será algo sobrenatural, al-gún aviso divino, la solución a nuestros proble-mas. Si serán hombres de carne y hueso y repre-sentan un peligro o un bien en estos momentosde incertidumbre ante el destino. Es verdad quecomienzan a oírse voces entre la población cul-pándome de la sequía, se me ha informado. Ladesesperación comienza a cundir. Me siento in-capaz, abrumado. Y ahora esto. Esos agudos ge-midos que se han instalado en el altar de Hera.Debo ir yo solo a averiguar de qué se trata.

Gelánor, rey de Argos, sin sus atributos regios,los brazaletes de amatistas y los anillos de esme-raldas, sin el manto púrpura de fino brocado, conun simple manto echado de cualquier manera porlos hombros y un bastón de caminante, a paso ur-gente, llega en medio de la polvareda levantadapor el viento ante el grupo de mujeres asustadas.Se dirige al adusto anciano erguido en medio, demirada dura, imponente, los labios apretados. Ge-lánor le habla con respetuosa cordialidad.

«Forastero, ¿de dónde vienes? ¿Cuáles son tusintenciones? Abre tu alma sin temor a este que,como huésped, te escucha.»

«Dánao es mi nombre. Venimos de tierras leja-nas. Yo y mis hijas hemos cruzado el mar y re- 309

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corrido poblaciones hasta llegar aquí. Somos per-seguidos y, en calidad de suplicantes, nos hemosabrazado a este altar para solicitar de la ciudadprotección y asilo. Pero respóndeme ahora tú.¿Con quién estoy hablando?»

«Gelánor me llaman. Reino sobre la antigua ciu-dad de Argos, cuyas puertas tienes ante tus ojos.Desciendo del divino río Ínaco, fundador de estaciudad. Me honro de contar entre mis antepasa-dos con el ilustre Foroneo, quien recibió de ma-nos del propio Zeus los símbolos de la realezapara impartir justicia y extender equitativamentelos beneficios de la civilización. Fue él quien ta-lló la primera estatua de Hera, invocándola comoeterna protectora de los argivos.»

«Si tú te enorgulleces de descender del ilustreForoneo, no es menor mi satisfacción como des-cendiente de su hermana Ío*, quien fue amadapor Zeus y, tras padecer los celos de Hera, glori-ficada por el padre de dioses y hombres.»

Ío fue la primera sacerdotisa de Hera en la ciu-dad de Argos. Hija, como su hermano Foroneo,del río Ínaco y la oceánide Melia, la princesa ar-giva era una dulce muchacha, confiada y obe-diente. Todavía la divertían los juegos infantilescuando fue consagrada al servicio de la diosaprotectora de la ciudad. Si bien acató su res-ponsabilidad como una distinción inmerecida,ruborizándose ante las demás muchachas al serconducida en procesión sobre un carro cubiertode nardos y azucenas hasta el templo de Hera,su mente no dejó de forjar escenarios idealespara el vuelo de su fantasía adolescente. Y así,

* De este modo, como descendientes de los hermanos Fo-roneo e Ío respectivamente, Gelánor y Dánao estarían em-parentados. Adviértase ya desde sus primeras palabras ladiferencia de carácter de ambos, abnegado y hospitalarioel uno, arrogante y taimado el segundo.310

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mientras su juventud se deslizaba en la virginalmonotonía de los rituales a ella encomendados,su alma se embebía de la hermosura que las Gra-cias nos descubren a nuestro alrededor. La pla-cidez de sus noches, sin embargo, se vio inte-rrumpida de pronto por una serie de sueñosreiterativos, en los que el propio Zeus la invo-caba por su nombre, susurrándole delicadas ytiernas palabras. Tan pronto veía esa imponentefigura hacer de sus manos cestillo gentil para unhermoso lirio azul, como la sorprendía bajo elaspecto de una poderosa nube de fuego. Unanoche contempló su propio cuerpo hecho miel,los labios de Zeus revoloteaban como palomasgolosas. Y los labios hablaron. Con voz de true-no, le ordenó dirigirse a orillas del lago de Ler-na*. Se asustó. Acudió a su padre, no dudó enrelatarle sus extrañas visiones. Ínaco quedó tansorprendido como su hija y, prudentemente, en-vió una delegación al oráculo de Delfos, que lecorroboró las palabras del sueño, instándolo aobedecerlas.

Temerosa ante su destino incierto pero sumi-sa, Ío fue llevada hasta el lugar indicado. En elcarro la acompañaban dos esclavos y su nodri-za. Ésta no dejaba de animarla y darle consejos,pero la joven no la escuchaba. Estaba demasia-do absorta en sus propios pensamientos. Por pri-mera vez esa mujer le hablaba como a un adul-to y no como a una niña, hoy que ella querríaprecisamente seguir siendo eso, una niña, y noverse forzada a cumplir con unas obligacionesque ahora mismo sólo le inspiraban miedo y con-fusión. No obstante, no soltó ni una lágrimacuando la nodriza y sus acompañantes se despi-

* Región pantanosa de la Argólide, unos 20 kilómetros alsur de la actual ciudad de Nauplio; a ella se refiere siem-pre el mito como «lago». 311

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dieron de ella antes de emprender el regreso, de-jándola allí sola. Solos hemos de enfrentarnos alencuentro con nosotros mismos.

La soledad del lugar, la gran superficie verdo-sa del lago, el cielo gris, los cañaverales en losque fácilmente podían ocultarse peligros, todoel entorno mostraba un aspecto misteriosamen-te siniestro. En cada rincón parecía estar agaza-pado lo desconocido, al acecho. Ío se frotaba lasmanos, tratando de infundirse ánimos, y mirabacontinuamente a lo lejos, a sus espaldas. Ni seatrevía a sentarse, casi ni a respirar. Fue enton-ces alzándose del suelo una niebla que prontose convirtió en una tenebrosa nube negra sobrela llanura, ocultando el día. Ío permanecía quie-ta, atenta, contenido el aliento, sólo el chapoteodel agua se escuchaba en medio de aquella lo-breguez1. Ío sintió una presencia a su lado, nin-gún ruido, la cercanía de un aliento tibio. Todosu cuerpo temblaba, a pesar de la elevada tem-peratura que extrañamente se apoderaba deaquella sombría humedad. Unas robustas manosse posaron en sus hombros. Un roce suave ensu nuca la estremeció. Un aroma desconocido lehizo echar atrás la cabeza, saturarse de esa fra-gancia que le despertaba sensaciones nunca an-tes experimentadas por su propio cuerpo.

Pero Hera sospechó inmediatamente de aquelfenómeno y, recelando de los ardides de su es-poso, se propuso sorprenderlo en flagrante trai-ción*. Ordenó a Helios que disipase la niebla ensu presencia. Cuando la claridad solar volvió a

* Será constante a través de todos los relatos mitológicos laobsesión de Hera por perseguir y vengar los encuentros desu esposo Zeus con diferentes mortales, así como su ca-rácter independiente, que la llevará a continuos enfrenta-mientos con él. El caso de Ío es especialmente grave, al tra-tarse de una sacerdotisa de su propio templo como diosaprotectora de la ciudad.

1 lobreguez:oscuridadtenebrosa.

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resplandecer en el valle de Lerna, apareció Zeusjunto a una hermosa vaca color caramelo. Herano se dio por satisfecha, sospechaba de su es-poso, le preguntó por aquel animal. La propiatierra lo había producido en honor de los dioses,fue la respuesta que intentó desviar de Ío los ce-los de la diosa. Pero ésta, sin darse por vencida,quiso entonces que se lo entregara como pre-sente de fidelidad y Zeus se vio atrapado en supropia mentira. No podía negarse a la peticiónde su mujer sin levantar sus sospechas. Por otrolado, en el vientre de la muchacha germinaba yasu propia semilla, sería una crueldad mantenera la muchacha en ese estado bajo la figura deuna vaca. Hera no admitió bajo ningún concep-to concesión alguna. Dijo que el animal le per-tenecía y, en consecuencia, pasaría a formar par-te de sus posesiones.

La diosa, sin ninguna conmiseración, orgullo-sa de su victoria, trasladó la vaca a la colina don-de, andando el tiempo, se fundaría la futura ciu-dadela de Micenas y le encargó su custodia aArgos. Zeus tuvo que resignarse. ¿Cómo actuarabiertamente contra este terrible gigante, servi-dor de la inclemente Hera? Su fuerza era legen-daria entre hombres y dioses. Sin embargo, si poralgo destacaba, era por los cien ojos repartidospor toda su cabeza. Nunca se le escapaba nada.Por delante o por detrás, a ambos lados, sus ojostenían siempre una visión panorámica de lo quesucedía a todo su alrededor. Nunca dormía com-pletamente. Mientras cerraba la mitad de sus cienojos, los otros cincuenta permanecían despiertosy atentos a cualquier intruso que pretendieraacercarse al animal bajo su custodia. Zeus deses-peraba de encontrar una solución. Lamentaba enlo más hondo el daño ocasionado a Ío. Cada vezque veía a la hermosa vaca, que entre lágrimaspastaba un alimento amargo, atada día y noche 313

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al tronco de un olivo, algo dentro del dios se re-volvía indignado. Hera aparecía radiante en elcónclave de los olímpicos.

De nuevo echó mano Zeus de la astucia de suhijo Hermes, quien, acercándose hasta el gigan-te Argos bajo el aspecto de un pastor, compartiócon él el alimento antes de tenderse ambos a lasombra de una encina a reposar. Hermes sacódel zurrón su flauta de pan y comenzó a tocarmelodías tan suaves y conmovedoras que el gi-gante terminó abandonándose a su encanto. Unoa uno fueron cerrándose sus cien ojos, en bra-zos de una sensual indolencia. Una vez que Her-mes lo vio profundamente dormido, armado conuna espada decapitó al gigante. Ío estaba libre.

Pero Hera no se dio por vencida. Como reco-nocimiento a sus servicios, puso los ojos del gi-gante en la cola de su animal favorito, el pavoreal, y envió contra la vaca un enorme tábano.El insecto acometió a la muchacha. Clavándoleuna y otra vez su molesto aguijón, bajo la cola,en ambos lomos, tras las orejas, en las patas, con-siguió enfurecerla. Ío, perseguida por el tábano,angustiada por sus dolorosas picaduras, conti-nuamente azotándose los flancos con el rabo yechando violentamente atrás la testuz2, desespe-rada, emprendió una frenética carrera sin des-canso, que la llevó allende los mares.

Atravesó toda Grecia a trote arrebatado, bor-deando el golfo que en su honor se llamaría Jó-nico*. Cruzó el estrecho de mar que separa elcontinente europeo de Asia, a partir de entoncesconocido como el paso de la vaca, Bósforo. Deallí fue a la Frigia, región rica en rebaños de ove-jas. Atravesó toda Misia hasta la desembocadura

* Aunque la transcripción al castellano ha dado la palabra«jónico», ésta se escribe en griego como «iónico», de ahí suderivación mítica del nombre de Ío.

2 testuz: nucade los animales

bovinos (toro,vaca o buey).

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del Caico. Sin un instante de reposo en su deses-perante suplicio, atacada una y otra vez, nochey día, por las terribles picaduras del insecto, co-rrió los valles de Lidia. Buscó en vano refugio enlos montes de Cilicia y Panfilia. Ni siquiera a supaso por los fértiles trigales de Fenicia, regadapor caudalosos ríos, encontró un momento dereposo. Su mugido lastimero fue haciéndosecada vez más exasperado. Gruesos lagrimonescaían de sus ojos redondos y oscuros, suplican-tes. Atravesó áridos desiertos, hasta llegar a ladesembocadura del Canopo y de allí a Menfis,hermosa ciudad rodeada de feraces campos queriegan nieves lejanas. Su llegada a las tierras ba-ñadas por el Nilo coincidió con el renacer delave Fénix*.

Es ésta un ave sagrada, distinta a todas las de-más. Parecida por su porte a un águila, su ta-maño, sin embargo, aventaja al del ave más cor-pulenta. Cuando planea por las alturas, su vueloes el más majestuoso que nadie haya podidocontemplar. Un impulso hacia una vida no vio-lenta, consagrada a la contemplación de la luz,confiere a su mirada ese aplomo sereno que tan-tos han buscado y pocos aprendido. Ni siquierael más hermoso pavo real podría competir conel plumaje del ave Fénix. Los más encendidoscolores adornan su cuerpo. Rojo fuego las alas,su claro pecho brilla con desvaídas tonalidadescolor lavanda, toda su espalda y cola resplande-ce púrpura y oro. Cuando la empapa el sol enpleno vuelo, sus airosas alas tienden en el cieloun arco iris espectacular. Oriunda de la vecina

* Ave fabulosa, cuya leyenda, procedente de Egipto, esta-ba relacionada con el culto del Sol. A partir de su descrip-ción por el historiador Heródoto (s. V a.C.), el mito entróen la imaginación griega como símbolo de pureza y rena-cimiento con una fuerza cada vez más presente. 315

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Etiopía, una vez cada 1.461 años* puede vérselaa su paso por Egipto. El ave Fénix es única ensu especie. No participa del contacto con otrosseres vivos para su reproducción. Cuando el avesiente llegado el final de su existencia, constru-ye un nido exclusivamente con plantas aromáti-cas, incienso, menta, cilantro, cardamomo, ca-nela, y se posa en él, hasta que el sol incendiael nido reduciéndolo, junto con el ave, a ceni-zas. El nuevo Fénix nacido de estas cenizas re-cogerá en el tronco hueco de un árbol de mirralos restos de su progenitor y los transportará envuelo reverente hasta Egipto. Escoltado por unaformación de aves diversas, avanza en solemneprocesión por las alturas celestes hasta la ciudadde Heliópolis, donde lo deposita en el altar delSol. Sólo entonces regresará a Etiopía, y allí vi-virá el resto de su existencia alimentándose úni-camente de gotas de incienso.

Cuando Ío llegó a Menfis, se encontró con todala población reunida a las puertas de la ciudad,aguardando el paso del Fénix anunciado por lossacerdotes de Isis. Sus ojos, que esperaban arro-bados el prodigio, se sorprendieron al ver venirhacia ellos una hermosa ternera color canela enviolenta estampida. Sólo a unos pasos de la mul-titud allí congregada, refrenó su violento galope

* Los astrólogos antiguos relacionaron este periodo de tiem-po con la teoría del Gran Año o revolución sideral. Platóndefinía este Gran Año como el periodo de tiempo necesa-rio para que el conjunto de esferas planetarias estuvierande nuevo en conjunción perfecta con la esfera de estrellasfijas, doctrina que propugnaba el eterno retorno cíclico detodos los acontecimientos terrestres. Este determinismo, de-fendido sobre todo por los astrólogos helenísticos y diver-sas corrientes místicas, fue combatido ya en la Antigüedadpor epicúreos y escépticos, hasta que el teólogo Oresme, afinales de la Edad Media, lo rebatió definitivamente de-mostrando la inconmensurabilidad matemática de los pe-riodos planetarios.316

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y, con ojos suplicantes, les sostuvo la mirada.Luego cayó rendida al suelo. En ese momentocruzó las alturas el Fénix y todo el pueblo deMenfis rodeó a la vaca y con delicadeza la lle-varon hasta los establos de su rey, Telégono,quien, en nombre de la población que la habíaacogido como un presente del ave sagrada, sehizo cargo de sus cuidados. Ante tal manifesta-ción de piedad, el suplicio de Hera perdió su ra-zón de ser y el tábano dejó tranquila a Ío.

Telégono alimentó a la vaca exhausta con suspropias manos. Cada mañana bajaba personal-mente a cambiarle la paja del lecho y el agua delpilón, a llenarle de forraje el pesebre. La acari-ciaba cuando se estremecía de debilidad o de te-mor. Al ir poco a poco recobrando fuerzas, fuesacándola al sol a dar pequeñas caminatas. Laternura de aquel hombre con el animal llegadode lejos no pasó desapercibida a Zeus y, encon-trándose una mañana Telégono a orillas del Nilo,mientras le dirigía afectuosas palabras como side una mujer todavía algo asustada se tratara, Íorecobró su aspecto ante el pasmo del rey. Ésteno podía salir de su asombro, viendo de prontoante sí a una bellísima muchacha de ojos rasga-dos, pudorosa y tímida. Ío sonrió sin atreverseaún a manifestar alegría. Se palpó como no cre-yéndoselo. Cuando tocó con dedos temblorosossu vientre hinchado, miró al hombre como dis-culpándose. Zeus infundió en Telégono el co-nocimiento y el rey tomó de la mano a Ío y leofreció con toda humildad hacerla su esposa.

Meses después nació el hijo de Zeus, Épafo. Elchico, al crecer, fue adquiriendo con toda natura-lidad las costumbres egipcias. Y a la muerte desus padres heredaría el trono, inaugurando en supersona una nueva dinastía llamada a consolidarel renombre de su país entre los mortales, ha-ciéndolo espejo de virtud para los restantes pue- 317

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blos. El dios Nilo bendecía con sus crecidas laprosperidad de sus habitantes. Sus aguas les mos-traban el camino de la vida a la muerte, cómo unay otra son una misma, cómo los sufrimientos delos vivos sólo con la piedad revelan su sentidooculto, que no es otro que la gran hermandad delos hombres y su igualdad ante las calamidadesque el destino va interponiendo a lo largo de esetrayecto. Cada hombre ha de buscar en sí mismosu propia muerte y los límites que ésta le imponeal desarrollo de sus ambiciones, y las normas derespeto a la vida, tan frágil, tan poderosa.

Es de dominio público que Épafo casó conMenfis, hija del dios Nilo, quien a su vez le diouna hija, Libia. Libia, tras unirse al dios Poseidón,tuvo dos gemelos, Agénor y Belo. En recuerdode esa unión sagrada, daría Libia su propio nom-bre al continente africano, que desde entoncesse llamó como ella*.

Agénor, hombre de carácter arrogante, no seresignaba a que su hermano heredase el trono,sin participar él también de las dignidades re-gias**. Ambicioso y decidido, emigró a Siria, yllegó a reinar sobre la próspera Sidón. Fue pre-cisamente en esa ciudad donde Zeus raptó a su

* Los antiguos griegos denominaron a todo el continenteafricano con el nombre de Libia, tal como hoy conocemosal país fronterizo con Egipto y Túnez. El nombre de Áfricafue dado por los romanos a la antigua colonia fenicia deCartago (situada en la costa mediterránea, en la actual Tú-nez) tras la definitiva derrota de los cartagineses en la Ter-cera Guerra Púnica (149-146 a.C.).** A lo largo de estos relatos fundacionales, se compruebauna y otra vez como fuente de inestabilidad la rivalidad en-tre hermanos, todavía no regulada por un cuerpo de leyesque sancionen y determinen la herencia paterna. Comosiempre, el mito nos sitúa en un tiempo anterior al esta-blecimiento de normas concretas de convivencia; los im-pulsos anímicos y el propio instinto son los jueces sancio-nadores de toda conducta.318

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hija Europa. Agénor se sintió robado en lo queera suyo y, fuera de sí, desterró a sus tres hijos,Fénix, Cílix y Cadmo, con la orden terminantede no regresar sin su hermana. Lejos de su pa-tria, Cadmo, el menor, fundó la ciudad de Tebas.

En cuanto a mi padre, Belo, ¿qué decir de él?Sus reformas para extender la prosperidad al con-junto de los habitantes son de sobra conocidas.Amante de la paz y el diálogo, estableció rela-ciones amistosas con los países vecinos basadasen la concordia y el mutuo respeto. Favoreció elconocimiento, apoyando a quienes estudiabanel modo de mejorar la vida de los hombres, serodeó de médicos y pensadores. Ningún supli-cante marchaba con las manos vacías. Cuandofinalmente su cadáver emprendió el último via-je por las aguas del Nilo hacia la otra vida, mihermano Egipto ocupó el trono.

Recién proclamado rey, dio su nombre al país.Nuestra madre, Anquíone, hija del dios Nilo, ha-bía concebido nuestros nombres por inspiracióndel propio Zeus, llamándonos a él Egipto y a míDánao. Nunca nos hubiéramos enfrentado el unoal otro por rivalidades personales. Durante mu-chos años, vivimos en armonía. Consejero y con-fidente suyo, nunca dejé que los prejuicios dic-taran sus actuaciones, sembrando la duda encuantas decisiones parecían más razonables an-tes de estudiar con imparcialidad todos sus as-pectos. Entre nosotros, el afecto y la confianzadirimían cualquier diferencia. Nunca busqué ran-gos ni privilegios. Una vida en paz y justa. Perolo que parece más firme e inalterable viene undía a demostrar la precariedad de todo lo hu-mano, y el enfrentamiento entre nosotros que-bró un entendimiento sancionado hasta enton-ces por los dioses.

De mis diferentes mujeres me habían nacido cin-cuenta hijas, las danaides3, que ante ti tienes aho-

3 danaides:«hijas deDánao».

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ra como suplicantes. Otros cincuenta hijos tuvo mihermano Egipto de sus diferentes mujeres. La feli-cidad parecía sonreírnos, no se veía resquicio porel que la desgracia pudiese irrumpir en nuestracasa. Unos y otras fueron creciendo en un ambientede familiaridad. Como hermanos se querían, elcomportamiento entre ellos era el de auténticos her-manos. Jugaron a los mismos juegos. Recibieronlos mismos conocimientos. Comieron a una mismamesa. Pero llegó el día en que la voluntad de mishijas quiso ser violentada por sus primos.

Con insólita solemnidad, me fue enviado unheraldo real exigiéndomelas como esposas desus propios primos, los hijos de Egipto. No seme consultaba o pedía, mi hermano dejaba caersobre mí todo el peso de su poder, exigiéndomelo que debería ser solicitado. Me preocupó eltono de la misiva, el autoritarismo de sus térmi-nos. Acudí inmediatamente a hablar en privadocon él, pero se me comunicó que en esos mo-mentos no podía atenderme. Si quería verlo, de-bía solicitar una audiencia. Algo había cambia-do, pero se me escapaban las intenciones.

Reuní a mis hijas y las puse sobre aviso de laspretensiones de su tío. A nadie se lo protege ocul-tándole la realidad, por dramática o severa queésta sea. Las pobrecillas se echaron a temblar,pensando que yo ya había dado mi consenti-miento. Tuve que tranquilizarlas, convenciéndo-las de que nada se haría contra su voluntad. Depronto habían reconocido en sí el miedo ingéni-to al varón, a su poder decisorio, a la violenciade su dominio. Envié a mi hermano una negati-va en los mismos términos impersonales y ro-tundos. No ocultaré mi preocupación ante losacontecimientos, aunque siempre mostré antelos demás una seguridad que en mí no había.

La respuesta de Egipto no se hizo esperar, ci-tándome a mí y a mis cincuenta hijas. En el sa-320

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lón del trono fuimos recibidos por mi hermano,engalanado con todos los atributos reales y flan-queado por sus cincuenta hijos. Los veía ante míy no los reconocía. Su mirada marcaba una dis-tancia infranqueable donde antes brillaba la lám-para del cariño. Con humilde dignidad, cuandodos días antes hubiera hablado con absoluta fran-queza y ahora tendría que haberlo hecho con laautoridad que me confería su abuso de poder, leexpliqué las razones por las que esa boda eraimposible. Ellos y ellas son primos, una mismasangre circula por sus venas. No es bueno mez-clar lo igual con lo igual. Las jóvenes habían cre-cido viendo en ellos a los hermanos que no ha-bían tenido. ¿A quién no repugnaría una unióncarnal con su hermano? Pero lo que colmó mipaciencia fue escuchar de boca de mi propio her-mano su insensibilidad. Nos amenazó de muer-te. La ley que él encarna caería sobre mí y mishijas si persistíamos en esa falta de lesa majes-tad, negando las bodas que, de acuerdo con suregia autoridad, nos exigía. Sus palabras fueronacompañadas por un blandir las lanzas sus cin-cuenta hijos, completamente armados como parauna expedición bélica. Alguna de mis hijas co-menzó a llorar, las demás trataban de hacerla ca-llar, pero el llanto fue contagiándose rápidamen-te. Pospuse mi respuesta hasta el día siguiente. Yasabía en mi fuero interno que esa misma nocheembarcaríamos, con el fin de escapar de aquelatropello. Nos perseguirían como a criminales, yde hecho así ha ocurrido. Y aquí estamos, anteti, Gelánor, rey de Argos, como suplicantes, in-vocando por este altar de la diosa argiva tu pro-tección y amparo.

El rey Gelánor ha quedado confuso. Su men-te, abrumada últimamente por la dramática si-tuación de su propio pueblo, que vive angustia-do por una prolongada sequía y la escasez de 321

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alimentos, se resiste a asumir como propio otroconflicto más. Pero ha otorgado su hospitalidada ese anciano, tan entero a pesar de todo en me-dio de la desgracia. La hospitalidad es un bienque emana directamente de Zeus, quebrantar esecompromiso supone un sacrilegio. ¿Serviría dealgo exponerle como disculpa a éste, que dicellamarse Dánao, la desgracia de su pueblo y asítratar de eludir la obligación adquirida? El sufri-miento cierra los oídos a cualquier otro sufrimientoajeno. Por otro lado, acogerlos bajo su protec-ción supone enfrentarse a sus perseguidores, loshijos de Egipto. Supone abocar a su pueblo hoytan deprimido a una guerra segura.

El rostro de Gelánor muestra la tristeza del quese encuentra en un callejón sin salida y ni su vo-luntad ni sus ideales pueden esclarecerle el cami-no. Se sabe atrapado en la telaraña. Alza los ojosa la cúpula del cielo. Siente dentro de sí el silen-cio cósmico. La angustia del débil ante la magni-tud inabarcable del silencio sin respuesta. El sol sealza implacable como una bola de fuego.

El enemigo de mi huésped es enemigo mío.Pero no os encontráis en mis aposentos, no pue-do adoptar una decisión personal. Os habéisacogido a un espacio público y debe ser el pue-blo quien decida. Yo asumiré su voluntad comopropia.

El discurso de Gelánor ante la asamblea pú-blica ha sido convincente y emotivo. No ha echa-do mano de retóricas4 vacías ni grandilocuenciasmelodramáticas. Con palabras sencillas y mesu-radas, como sólo el corazón dolido y generososabe pronunciar las verdades más universales,expuso la petición de asilo de las danaides y suoportuna acogida como un acto de valentía te-meraria pero humanitaria, grata a los dioses. Conrazones persuasivas y delicada sensibilidad, hapuesto ante los ciudadanos el sufrimiento de es-

4 retórica: elconjunto de

reglas y figurasde estilo

encaminadas aorganizar eldiscurso de

manera quecause el mayorefecto artístico

o persuasivosobre el

auditorio.

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tas jóvenes como un espejo en el que contem-plar sus propias dificultades. Algunas lágrimashan ido apareciendo en los ojos de los más abier-tos a la compasión.

Tras proclamar con la solemne invocación aZeus el momento de la votación, todas las ma-nos se han alzado a una hacia el brillante éter5.El pueblo argivo ha acogido a las danaides, asu-miendo como propias sus calamidades. Nadiequiere ser tachado de insensible. La solidaridad,por más dificultades que haya de vencer para rea-lizarse, siempre nos recompensa en el cuenco desus propias manos con una rara felicidad inalie-nable, la dignidad del hombre libre. En sus ca-ras resplandece, por encima del miedo y las pre-ocupaciones, la beatitud de una nobleza justa. Elalma anciana de Dánao ha recobrado de golpela juventud.

Cuando el rey Gelánor se ha despojado de sucorona y, tras depositarla sobre la madre tierra,como un ciudadano más, ha besado la mano desu huésped, el cielo se ha quebrado igual queuna tela rasgada por un cuchillo. Tronó Zeus.Negras nubes se han amontonado sobre la tierraargiva. Miraban todavía incrédulos sus habitan-tes reunidos en asamblea la repentina vecindadde la tormenta, cuando gruesos goterones deagua han llagado la tierra. Nadie ha salido co-rriendo a guarecerse de la lluvia. Todos mante-nían arrobados su cara hacia las alturas. Un es-calofrío gozoso ha recorrido a la multitud.

El pueblo interpreta este don generoso de Zeuscomo un aviso divino, y el primero de ellos su pro-pio rey, Gelánor. Sin dudarlo un instante, el rey hatomado del suelo la corona y, en medio de un si-lencio absoluto, la ha depositado en la cabeza deDánao, al que todo el pueblo aclama y bendice.

Gelánor marcha solo, parte de la ciudad, se re-tira a acabar sus días en el anonimato, alejado de

5 éter: con elnombre de éteraludían losantiguosgriegos al cielodespejado yradiante,espacio situadopor encima delas nubes, bajola luz del sol.

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las preeminencias que las crónicas registran y lafama encumbra. Pero no hay pena en su corazón.Si ha perdido las dignidades reales, ha ganado, encambio, su propio respeto. Hoy es un hombre dig-no. Después de vencerse a sí mismo, no habráenemigo u obstáculo que logre doblegarlo. Sesabe querido. Y el amor ajeno, el que nace de lagratitud y el desinterés, es una fuerza pujante, ca-paz de dotar de sentido a toda existencia.

El momento fatídico, sin embargo, no se haceesperar. Ya se avista en el horizonte la flota egip-cia. Con los cincuenta hijos del rey Egipto a bor-do, erguidos como estatuas de bronce bajo la ar-madura, la nave capitana arría las velas y seimpulsa hacia el puerto a golpe de remos. Losbarcos de guerra avanzan en estrecha formación.El mar parece sembrado de enormes cetáceossanguinarios. Un bosque creciente de lanzas encubierta. El sol se estrella contra los escudos y loscascos empenachados. A medida que van de-sembarcando, los guerreros tapizan toda la playa.

Dentro de Argos, los centinelas han dado avi-so y el propio Dánao observa desde las murallasel despliegue enemigo. Todos los corazones es-tán encogidos, pendientes de su decisión. Lasmadres cogen a sus hijos más pequeños y los es-trechan contra su cuerpo, como protegiéndolosde la visión de la desgracia. Los campos, que re-cientemente han vuelto a recibir en su seno lasemilla, se despueblan. Todos corren a refugiar-se en la ciudad fortificada. El miedo es como unóxido que todas las bocas mastican. Monstruo-sas máquinas de guerra extienden su mortíferopoderío por la llanura. No es ésta forma de soli-citar matrimonio, pero los heraldos ya han lle-gado a la ciudad para transmitir su ultimátum. Oaceptan entregarles a las hijas de Dánao comoesposas o ellos considerarán la negativa como unadeclaración de guerra.324

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Numerosas voces se atreven a apelar a la mi-sericordia del anciano. Si alguna disputa hubo,bueno es acabar con las rencillas, llegando a unacuerdo equitativo. Si fueron agraviadas las jó-venes, exíjase con corazón magnánimo un desa-gravio justo. Ninguna ley prohíbe la unión en-tre primos, y ni es justa ni puede ser ley la queatente contra la propia naturaleza, pero toda lanaturaleza tiende al acoplamiento. Dánao pre-sencia ese murmullo sordo y, en un último in-tento de acallarlo, invoca el voto a Zeus. Nadiepiensa echarse atrás, defenderán de toda vio-lencia a las danaides como si de sus propias hi-jas se tratara. No obstante, la incertidumbre y elespanto están como impresos a fuego en sus ca-ras. La tensión los mantiene inmóviles, mudos.El anciano esperaba una respuesta más explíci-ta, más rotunda, y no este miedo tan humano apesar de todo. Se escucharía el caer de un pé-talo al suelo en medio de ese silencio angustio-so. Los heraldos dan muestras de impaciencia.Todos los rostros miran ahora al suelo. Un jo-ven entre la multitud alza tímidamente su espa-da. Y Dánao, aparentemente vencido aunquetriunfante, se reviste de majestuosa bondad y au-toriza las bodas de sus hijas. En lo hondo de sí,sin embargo, siente el miedo de sus súbditoscomo una traición y, despechado, medita otrosproyectos.

No se han escatimado gastos en los esponsales.Los faustos6 de la celebración se han extendidoa toda la ciudad con regia prodigalidad. Magnífi-cos banquetes. Juveniles coros dando rienda suel-ta a su alegría con melodiosos himeneos7 en ho-nor de las cincuenta parejas. Guirnaldas de lasmás variadas flores. Mantos ricamente bordadosentoldando las calles. Fragantes ramas de esplie-go y tomillo bajo los cascos de enjaezados8 cor-celes. Las novias veladas sobre carros de oro y

6 fausto:riqueza o lujoextraordinarios.

7 himeneo:canto de boda.

8 enjaezar:poner adornosa los caballos,especialmentecintas decolorestrenzadas enlas crines.

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piedras preciosas. Ríos de vino y bandejas reple-tas de manjares. Las puertas de palacio abiertas ala multitud. Un clamor unísono. El suspiro pro-fundo del que escapó de la tormenta.

En las alcobas nupciales, el silencio protegeuna intimidad que nadie osaría turbar. Las da-naides reciben en sus lechos la desnudez quedesterrará de sus cuerpos para siempre a la ni-ñez. Una de ellas, Hipermestra, permanece acu-rrucada en un rincón de la alcoba. Sordos gemi-dos sacuden su pecho. Una única lámpara deaceite derrama una luz vacilante sobre su mele-na en cascada por toda la espalda. Linceo la mira.Cuando tiende hacia ella su mano para tranqui-lizarla, ésta se encoge aún más, mirándolo conespanto. Linceo, con una ternura que brota es-pontáneamente de nobles sentimientos, le pideque no llore. Pero la joven no puede contenersu angustia. Linceo percibe el temblor de Hiper-mestra al acariciarle el cabello, le dice que notenga miedo. Hipermestra lo mira desde abajo,le suplica con los ojos. Él se agacha para poner-se a su altura y, cogiéndole las dos manos entrelas suyas, como si de un frágil pajarillo se trata-ra, le pregunta. «¿De qué tienes miedo? No ocu-rrirá nada que tú no quieras que ocurra. Los sen-timientos que me inspiras nada significarían sino te respetara, si no respetara tu voluntad.» Lanovia lo mira a la cara, la luz incierta de la lám-para le descubre una singular belleza en ese ros-tro de mirada sincera y afectuosa. Rompe en unllanto incontenible, angustiado. Linceo está con-movido, le tiembla la voz, el alma se le escapacomo una mariposa por la boca al decir Te quie-ro y, en un arranque impulsivo, Hipermestra seabraza a él y se abandona a un llanto convulso.

Míralos ahí, acurrucados, como dos animalillosasustados, por el suelo, en un rincón de la alco-ba nupcial, Linceo tiene a Hipermestra rodeada326

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con su brazo, con una mano le acaricia el pelo,la frente; ella tiene la cara hundida en su pecho,el llanto le sale a borbotones, como coágulos deangustia que explotaran dentro de su pecho; éldeja un beso en su cabeza como si la limpiarade sombras. Cuando la muchacha ha gastado yalas lágrimas y sólo le quedan suspiros en los quela vida parece querer escapársele, lo mira a losojos. Habla. Saca de su pecho una daga.

«Con este cuchillo me ordenó mi padre, como amis restantes hermanas, asesinarte en el lecho debodas. ¿No sientes el temblor de la muerte cómorecorre el palacio? ¿No has sentido un escalofrío alcerrarse las puertas de las alcobas? Toda la felici-dad de los festejos era decorado para encubrir lavenganza de Dánao. Me han ordenado matarte, yno puedo. Tú me has hecho sentirme persona. Mehas respetado. Tus ojos son claros como aguatransparente y en ellos veo tu fondo de bondad,que me conmueve. La ternura de tus palabras meha derrotado, y por primera vez soy Hipermestray no la hija de Dánao. Huye, vete de aquí, no ha-brá nadie en palacio que te defienda, todos tushermanos a estas horas estarán muertos. Yo solame enfrentaré al castigo, porque tu cariño me hahecho fuerte. Corre, no te detengas. Sálvate.»

La mañana se alza gris, como tapándose el ros-tro. No quiere ver los charcos de sangre. Esa car-nicería que a todos ha llenado de espanto nadamás conocer la noticia. El sol se oculta tras den-sos nubarrones. Las danaides muestran con orgu-llo las cabezas decapitadas como si fuera un tro-feo. Su padre está satisfecho. Pero falta una,Hipermestra. La joven permanece en su alcoba,sola, ya no tiembla. Allí van a buscarla sirvientesdel rey. Grande será su cólera cuando conozca ladesobediencia. Sobre la muchacha caerá un cha-parrón de insultos y amenazas. Por más que bus-can en palacio, por todos los rincones de la ciu- 327

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dad, no aparece Linceo. Ha huido. Dánao orde-na reunirse al tribunal popular ante el que acusaa Hipermestra, pide para ella la pena de muerte.Los argivos están aterrorizados. Sienten que el jui-cio está viciado desde el principio, juzgándose alinocente y no al reo del mayor sacrilegio. Pero¿cómo enfrentarse al poder? ¿Cómo resistirse albrazo inclemente de su rey, a su férrea voluntad?En el momento más crítico, Afrodita se levanta desu asiento. Nadie ha visto acudir a la diosa hastaeste preciso momento. De su imponente estaturay su sobrecogedora belleza emana una claridaddeslumbrante, una delicada fragancia limpia a losciudadanos del miedo, que levantan unánimes lasmanos absolviendo a Hipermestra.

Linceo no había huido muy lejos. Enamoradode su esposa, se refugió en unas colinas cerca-nas, a la espera de la ocasión propicia para reu-nirse con ella.

Volverá un día. Cuando todo se haya calmado.La alegría de Hipermestra traerá un aire fresco ala ciudad sometida al dictado de su rey. Y tú, Dá-nao, no tardarás en comprobar la cada vez ma-yor resistencia de los argivos a someterse a losdictados de un homicida. Los crímenes de tus hi-jas mancillan a todo el pueblo. Finalmente, te ve-rás obligado a abdicar en esa pareja, que hoy re-presenta la posibilidad de reconciliación con losdioses de la tierra, de construir un futuro sobreel amor y no sobre el asesinato.

Hipermestra y Linceo serán proclamados nue-vos reyes de Argos por aclamación popular, muypronto se ganarán el corazón de sus súbditos. Latolerancia y magnanimidad de la pareja prontose verán recompensadas con el nacimiento deun hijo, Abante.

Acrisio y Preto, los hijos gemelos que Abante,rey de la comarca de Argos, tuvo de su esposa328

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Aglaya, heredaron de sus bisabuelos Dánao yEgipto su antigua rivalidad. Se cuenta que ya enel seno materno contendían el uno con el otropor el espacio, dándose continuos empujones ycabezazos que la madre sufría en medio de in-soportables dolores. No vinieron al mundo pararespetarse y guardarse un afecto fraternal. Agla-ya tuvo que amamantarlos a la vez, si no queríaque el uno berreara hasta ponerse morado y casiperder el aliento mientras daba el pecho al otro.Lo primero que ambos dijeron fue es mío, nin-guno de los dos anhelaba lo que tenía, sino loque le veía al otro. Echaron a andar muy pronto,instigado cada uno a ser el primero en alcanzarlo que ambos a un mismo tiempo deseaban. Nicastigos ni reprimendas lograban doblegar esacompetencia posesiva. Llevaban la envidia en lasangre y la envidia envenenó su niñez y toda suadolescencia. Lo raro era no verlos llenos de he-ridas y cardenales por las continuas peleas enque se enzarzaban a la menor ocasión. Jamásmostraron un signo de humanidad hacia el otro,objeto continuo de odio y rivalidad. No podíandormir juntos, ni tampoco separados, recelandosiempre que el otro ocupara una alcoba mejor.No podían comer juntos sin altercados, aunquetampoco les era posible comer sin ver al mismotiempo qué comía el otro. Ambos consagraronsu juventud a entrenarse en la lucha y el tiro conarco, preparándose para el momento del en-frentamiento definitivo. Abante murió angustia-do por el futuro de sus hijos. Sabía que su suce-sión al trono no se produciría sin derramamientode sangre. Y aquel negro presentimiento no tar-dó en hacerse realidad.

Acrisio y Preto organizaron, cada uno por sulado, un ejército de partidarios. No fueron díasni meses lo que duraron los combates. Las lla-nuras de la Argólide eran incapaces de absorber 329

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toda la sangre vertida. Los cadáveres se amon-tonaban en lucha fratricida. Fueron días de ho-rror interminable. Meses que nunca llegaban asu fin para ver una aurora que no estuviera te-ñida de odio y ofuscación. Años enteros humi-llados por el brutal grito de guerra. Cada bandohacía culpable al contrario de aquella borrache-ra de muerte y destrucción cuya chispa había en-cendido la mutua envidia de los dos hermanos.Y, mientras tanto, era la población quien real-mente sufría las consecuencias de aquella locu-ra, viendo caer uno tras otro a la flor de la ju-ventud argiva. Los incendios arrasaban pobladosenteros, en los que el ejército contrario se habíaatrincherado. El abandono de los campos a cau-sa de los combates trajo consigo unas hambru-nas que sumaron más muerte a la muerte.

Pero el destino de los hombres no está regidopor la lógica ni la justicia. La ambición, motor delos acontecimientos, escupe su veneno indiscri-minadamente. La historia es el sudario de los crí-menes en que se sustenta. Tras años de sangui-nario enfrentamiento, Acrisio logró emboscar aPreto, causando una bestial mortandad entre losejércitos de éste, que, sin embargo, logró esca-par a la lanza de su hermano y buscar refugioallende el mar. Acrisio finalmente se hizo pro-clamar caudillo y señor de la Argólide. Buscán-dose aliados contra el posible retorno de su her-mano, tomó por esposa a Eurídice*, hija del reyde Esparta, Lacedemón.

Preto, entre tanto, había llegado en su huida aLicia, en Asia Menor. No lo empujaba el arre-pentimiento ni el dolor por tanta pérdida inútil,sino el odio, una sed de venganza que le corroía

* No confundir con la amada de Orfeo, muerta por la mor-dedura de una serpiente y a la que el cantor tracio bajó envano a rescatar del Hades.330

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las entrañas. La obsesión por humillar a su her-mano Acrisio le agriaba los días, impidiéndoledisfrutar de los placeres más sencillos. No se pre-sentó en la corte de Yóbates, rey de Licia, comosuplicante. Se hizo anunciar como el aspirante altrono de Argos en el exilio. Solicitaba una au-diencia con Yóbates de igual a igual. Éste lo es-cuchó y, aunque no apreció a su huésped, sí ad-miró su ciego arrojo y su determinación, viendoen una alianza con Preto futuros beneficios parasu propio reinado. Selló una alianza con él, con-cediéndole en prenda la mano de su hija Este-nebea. Se celebró la boda con todo el lujo asiá-tico, pero no hubo alegría en aquellos esponsales.La rudeza del novio no conquistó el corazón dela joven, quien se sometió a él obedeciendo a supadre, sin entusiasmo, como una obligación másde su posición. Ningún sentimiento alentaba enaquella unión, asumida como una mera cuestiónde estado. Estenebea resplandecía bajo las ajorcas9,los brazaletes, los zarcillos, gargantillas, diade-mas y la tiara10, todo de oro y lapislázuli, sobrela extrema palidez de su piel, igual que una es-tatua sin vida. Preto, revestido con una hermosaclámide blanca y coronado de zafiros y diaman-tes, sólo tenía pensamientos para la inminenteexpedición contra Acrisio.

No vertió ni una lágrima Estenebea al ver par-tir a su esposo al frente de un gigantesco con-tingente de licios. No mostró pena alguna. Conseriedad protocolaria, revestida con todos los atri-butos de su regia dignidad, apareció en el puer-to para despedir formalmente a los guerreros, co-mandados por un Preto entusiasta, ansioso delucha, soberbio como un imponente león que enla espesura olfatea la cercanía de su presa. Nose habían escatimado gastos para dotar a las na-ves de los más destructivos inventos de ataque.La frialdad en la despedida de la reciente pareja

9 ajorca: aro ocadena paraadornar lostobillos.

10 tiara: gorroalto de tela,generalmentemuy adornado,usado por losantiguos persasy otros pueblosorientales.

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no pasó desapercibida, aunque tampoco extra-ñó a la multitud, habituada al hermetismo de lacorte. La distancia que Yóbates y su hija Estene-bea imponían a sus súbditos impedía que estaexpedición fuera sentida como una necesidadpública, considerándosela como lo que era, sim-ple ambición personal, impuesta en todo caso.Pero nadie entre el populacho se atrevería acuestionar las decisiones reales. Cuando algunasvoces anónimas osaron denunciar por lo bajoaquel despliegue bélico, rápidamente fueron de-tenidos los autores y encerrados en calabozossubterráneos. Dadas las condiciones insalubresde aquellas mazmorras, muchos de ellos no vol-vieron a ver la luz. La ciudad siguió viviendocomo si sus mejores hombres no estuvieran alotro lado del mar, sembrando la destrucción omuriendo ellos mismos. Doblegada a una nor-malidad ficticia, la vida transcurría amortajada enel silencio.

Cuando finalmente los heraldos trajeron noti-cias de la derrota infligida a Acrisio por los ejér-citos de Preto, Estenebea mantuvo un porte im-pasible, una sonrisa distante, como si aquellosmensajeros no hubieran hecho otra cosa que ex-tender una alfombra púrpura a sus pies. Yóba-tes aprobó los pactos de paz firmados por losdos hermanos, según los cuales sería dividida laArgólide en dos reinos: Acrisio quedaría comorey de la antigua ciudad de Argos, mientras quesu hermano Preto sería proclamado soberano dela recién fundada Tirinto.

Allí se trasladó Estenebea con todo el boato11

de un acontecimiento extraordinario. Demostra-ción apabullante de poder personal, entró en laflamante ciudad en medio de un clamor pagadopor el erario. Ante la realeza aliada de su espo-so Preto, pródigamente agasajada para la oca-sión, se presentó la esposa. Al crepúsculo hizo

11 boato: lujoostentoso.

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su entrada triunfal, rodeada de más de mil es-clavos portando antorchas de oro y pebeteroscon incienso y esencias aromáticas, sobre un ca-rro tirado por seis panteras, como si fuera unanueva Ariadna en excéntrica apoteosis.

Con Estenebea, habían venido de Licia un gru-po de siete cíclopes, enviados por Yóbates a suservicio. Preto, siempre con las miras puestas enla rivalidad con su propio hermano y ahora ve-cino, ofreció la libertad a estos cíclopes a cam-bio de la fortificación de la ciudad. Y no quedóinsatisfecho. Tirinto fue rodeada por una inex-pugnable muralla alzada con enormes bloquesde granito cortados todos en forma de cubo yensamblados perfectamente unos con otros, unamaravilla de la construcción, que todavía puedeadmirar el viajero curioso, aunque la propia ciu-dad de Tirinto, aquella a la que estas murallasprotegían, sea hoy sólo polvo sin memoria, rui-nas al cielo raso.

Tres hijas, Ifínoe, Lisipe e Ifianasa, y un hijo,Megapentes, tuvo la pareja real. Muchachos ta-citurnos y débiles, que nunca supieron lo queera un momento de auténtica alegría en casa, niuna mano cariñosa, ni una palabra de aliento.Preto y Estenebea veían en sus hijos sólo la con-sumación de su propia gloria. Cuando nació elsucesor al trono, incluso se redujeron las rela-ciones de la pareja a lo estrictamente formal, sinechar de menos ni uno ni otra el disfrute de laintimidad. Megapentes y sus hermanas fueron so-metidos a una educación cortesana, fría, imper-sonal. Crecieron como flor de invernadero. Enmedio de un lujo ostentoso y triste.

Pero no había pasado desapercibida a Baco lafastuosa entrada de Estenebea en Tirinto ni suburda imitación de Ariadna, como un insulto alpropio dios. El afán acaparador de la pareja real,esa ansia de poder desmesurada, repugnaba al 333

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dios del vino y el éxtasis. Pero el tiempo de los dio-ses y el tiempo de los hombres siguen patronesdiferentes. El castigo aguardó a que las hijas dePreto llegaran a la pubertad para caer sobre ellascon toda su contundencia.

Un día comenzaron a masticar hojas de hiedra.Una excentricidad más en una familia tan dadaa marcar diferencias. Pronto comenzaron a re-chazar los suculentos manjares a que estaban ha-bituadas, marchándose, en cambio, un día y otroa los jardines de palacio para devorar a cuatropatas cuanto vegetal encontraban. Hasta llegarun momento en que comenzaron a recorrer lospastizales de la comarca, atiborrándose de hier-ba. En su locura, se creían vacas y, como tales,mugían y alzaban desafiantes la frente, en la queimaginaban erguirse un par de cuernos. No ha-bía forma de hacerlas regresar. Cuantas veces fue-ron capturadas y devueltas a palacio, volvierona escapar prodigiosamente, echándose a pastarcomo auténticos animales. Preto hizo llamar a losmédicos de más renombre. Pero ninguno suporemediar la demencia de sus hijas. Consultó aadivinos, que no pudieron darle respuesta. Pro-fundamente irritado ya por una situación cuyocontrol se le escapaba, llegó a sus oídos la famade un tal Melampo.

Melampo era un joven tesalio, hermano deBiante. Se cuenta que, siendo todavía un niño,mientras dormía al mediodía a la sombra de unahiguera, se le acercó una serpiente que, sin em-bargo, no lo atacó, se limitó a lamerle un oído ymarcharse. Cuando despertó el crío, comenzó aescuchar unas extrañas conversaciones a su al-rededor. Estaba solo. No veía a ninguna perso-na en las cercanías. ¿Quién podría estar hablan-do así? Al prestar más atención, se dio cuenta deque un par de mirlos charlaban a gritos menu-dos, tranquilamente posados en una rama. Pero334

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lo curioso es que Melampo podía seguir perfec-tamente la conversación. Comprendía el lengua-je de los animales, no sólo el de las aves. La na-turaleza entera fue en adelante para él un rumorpleno de significado.

No se enorgulleció de aquel don que le habíasido regalado. Él destacaba en esto como otrosdestacaban en peculiaridades que para él eraninconcebibles. Se dice que siempre estuvo muyunido a su hermano. Tanto es así que, cuandoBiante quiso casarse con Pero, la hija del rey Ne-leo, fue el propio Melampo quien se trasladó ala ciudad de Pilos en representación suya. Fuebien recibido por Neleo, sus peticiones escu-chadas; la fácil elocuencia del joven atrajo lassimpatías del rey. Pero éste impuso como con-dición para consentir aquel matrimonio que elpretendiente aportara el famoso rebaño vacunode Fílaco. Melampo asumió el requisito comopropia obligación. Él mismo en persona se tras-ladó a la región de Tesalia. De noche, mientrastodos dormían, entró furtivamente en los esta-blos de Fílaco. Una por una fue comunicándosecon las numerosas vacas que éste poseía. Les ex-plicó sus razones y las convenció para que lo si-guieran, en silencio, sin llamar la atención. Todala noche duró la procesión de animales desdelos establos reales hasta un monte cercano. Pero,cuando ya estaba cerca la aurora y prácticamen-te la totalidad del rebaño reunida a buen recau-do, Melampo fue sorprendido por uno de los es-clavos de Fílaco mientras ayudaba a una vaca enestado de avanzada preñez a cruzar un torrentecuya impetuosidad la atemorizaba. Dada rápida-mente la voz de alarma, el robo fue descubiertoy Melampo encarcelado. No se dolía, sin embar-go, por sí. Le apenaba no haber sido capaz decumplir aquella condición impuesta a su herma-no Biante para casarse con Pero. 335

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Más de nueve meses de encierro llevaba ya Me-lampo cuando escuchó una noche un débil mur-mullo sobre su cabeza. Prestó atención. Al princi-pio le costaba entender lo que decían aquellasvoces menudas y chillonas. Poniéndose de pie so-bre el camastro, distinguió cómo una carcoma ex-plicaba a otra que estaba a punto de terminar deroer aquella viga del techo, ésta le respondió queel resto de hermanas carcomas ya casi habían de-vorado el interior de otras vigas, por lo que el te-cho estaba a punto de desplomarse. A la mañana,Melampo llamó a sus carceleros. Les dijo que de-bían cambiarlo de prisión, explicándoles las razo-nes. Éstos se burlaron de él. No hacía ni dos añosque había sido construido aquel edificio. Lo ame-nazaron con firmes grilletes si es que buscaba laocasión de escapar. Pero el joven insistía en ha-blar personalmente con Fílaco. Tal fue su insis-tencia y dotes de persuasión que acabaron lle-vándolo a presencia del rey. Acababa de exponerlesu demanda y los motivos cuando un gran estré-pito conmocionó a toda la corte. Todos salieron alos patios, preguntándose qué estaría ocurriendo,si se trataba de alguna desgracia natural o estabansiendo invadidos. El propio Fílaco visitó el pabe-llón de los calabozos, de reciente construcción,completamente derrumbado. Sólo una montañade escombros y una densa nube de polvo dondeantes se había erguido el temido edificio. Los ex-pertos que analizaron las ruinas comprobaroncómo las vigas tenían efectivamente el centro com-pletamente devorado por la carcoma. Fílaco que-dó conmocionado, ¿cómo había sido el muchachocapaz de prever aquel suceso?, ¿tenía poderes adi-vinatorios o estaba protegido por los dioses?, ¿ha-bía venido para ser su ruina o para salvarlo?

La corte de Fílaco vivía días aciagos desde queel primogénito, Ificlo, había comenzado a pade-cer una extraña dolencia que lo tenía postrado.336

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La enfermedad comenzó manifestándose por unapermanente impotencia sexual, debilidad queluego fue extendiéndose a sus restantes miem-bros. El que antes había destacado en la carreracomo un corredor imbatible, hoy vivía mustio yabandonado, sin fuerzas. Fílaco propuso enton-ces a Melampo su libertad a cambio de la cura-ción de su hijo. Melampo pidió además los re-baños. El rey no se atrevió a negárselos, si es queefectivamente Ificlo volvía a recuperar su anti-guo vigor y su capacidad genésica.

Melampo se apartó a un descampado de lasafueras, donde inmoló a Zeus dos toros, cuyo ca-dáver dejó expuesto a la intemperie. Pronto acu-dieron los buitres a devorar aquellos despojos.Él se mantenía cerca, pendiente de sus conver-saciones*. De este modo escuchó cómo las avesexplicaban el mal de Ificlo, sobrevenido cuandoel muchacho fue testigo de la castración de unrebaño de carneros. La profunda impresión re-cibida le atenazó el impulso vivificante, que sólorecobraría después de recoger en un recipientecon agua la herrumbre de aquel cuchillo y ela-borar con ella una pócima que habría de serleaplicada en sus genitales durante diez días.

El remedio comunicado a Melampo dio resul-tados satisfactorios, por lo que su hermano Bian-te pudo entregar a Neleo las vacas solicitadas yrecibir a cambio a su hija Pero como esposa.

Fue entonces cuando llegó a oídos de Preto lafama de Melampo como adivino y curandero. Aca-

* Uno de los medios adivinatorios más frecuentes en la An-tigüedad consistía en observar el vuelo de las aves. En estecaso, no es precisamente la dirección de su movimiento loque proporciona a Melampo la respuesta deseada. El mitoecha mano aquí de un motivo propio del cuento popular,la capacidad de entender el lenguaje de los animales; deeste modo, la cualidad visionaria propia de las aves servi-rá al joven para escuchar el remedio buscado. 337

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so fuera la única oportunidad de encontrar un re-medio para la locura de sus hijas. No dudó en ha-cerlo llamar a la corte. Pero, al exponerle su soli-citud, Melampo pidió un tercio de su reino acambio de la curación. Preto rehusó malhumora-do. Expulsó bajo amenazas al adivino de sus te-rritorios. Sus hijas, sin embargo, parecieron caerentonces en un estado de demencia aún mayor,embraveciéndose y dando testarazos a todo lo quese les acercara, corneando a diestro y siniestro, tro-tando en estampida por los pastizales de los alre-dedores. No se trataba sólo de una actitud, su com-portamiento era plenamente el de unas vacasazotadas por las picaduras de infinidad de tába-nos. Melampo fue rápidamente convocado de nue-vo a presencia de Preto. Éste aceptaba aunque aregañadientes sus condiciones. Estaba dispuesto aotorgarle un tercio del reino de Tirinto a cambiode sus servicios. Pero los honorarios de Melampohabían subido entre tanto. Sólo afrontaría la cura-ción de las prétides12 a cambio de dos tercios, unopara sí y el otro para su hermano Biante. «¡Estábien! ¡Está bien!», gritó el rey Preto completamen-te fuera de sí. Y se retiró a sus aposentos a con-sumir en absoluta soledad su inmensa ira.

Melampo, acompañado por un grupo de jóve-nes, espoleó a las Prétides a través de las monta-ñas a grandes gritos, en medio de un estruendode piezas de bronce entrechocadas. Las persi-guieron hasta verlas caer rendidas junto a unafuente. Allí escuchó Melampo de boca de unas ave-cillas del bosque el nombre y la forma de unahierba amarga capaz de devolver la razón a lasmuchachas.

De este modo, el reino de Tirinto quedó divi-dido en tres. La ciudad homónima permanecióen manos de su rey Preto, mientras que los res-tantes dos tercios eran repartidos entre Melam-po y su hermano Biante.

12 prétides:hijas de Preto.

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Preto y Estenebea han dejado de buscar, si esque alguna vez lo hicieron, un compañero en elotro. Su relación es estrictamente formal. Sus mo-vimientos siguen los dictados tortuosos de la tác-tica y la rigidez del protocolo. Se necesitan mu-tuamente para mantener la imagen de orden ysumisión que han de inculcar en sus súbditos.Pero sus espíritus resecos y sin entusiasmo hancaído en un estado de permanente alerta. La sus-picacia les hace ver posibles enemigos en todoslados, incluso en la propia casa y lecho. Se mi-den las palabras. Se miden con la mirada. Sos-pechan de todo aquel que tienen cerca. Ni si-quiera ellos disfrutan del poder impuesto sinréplica a los ciudadanos de Tirinto. Aguardan,con el corazón encogido pero herméticos en sudesasosiego, que el día acabe sin sobresaltos. Yasí uno tras otro. El tiempo parece no transcurrir,perpetuarse.

Un día llega a palacio un hermoso joven pi-diendo asilo. Estenebea tiene un oscuro presen-timiento y preferiría negárselo, pero Preto temela ira de Zeus, protector de los suplicantes. Serásacrificada una ternera, con la que se ofrecerá unbanquete de bienvenida al joven.

Reina un profundo silencio en la sala durantela comida; ni el más ligero murmullo, por temora despertar la suspicacia del rey. Nadie se atre-ve a hacer ni el más inocente comentario, queéste podría malinterpretar o juzgar inconvenien-te para sus intereses. Cuando las fuentes vacíasson retiradas y los coperos traen las cráteras devino para las libaciones*, Preto señala al joven

* Tanto en los sacrificios y otras ceremonias como en losbanquetes y reuniones era costumbre beber una parte dela copa, derramando el resto al suelo, en ofrecimiento a losdioses, con lo que se les hacía partícipes de la circunstan-cia. Es a este acto concreto a lo que se le denomina liba-ción o libar. 339

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con su cetro y le pregunta su filiación y los mo-tivos que lo han traído hasta él.

Belerofonte es mi nombre. Soy corintio. Miabuelo descendía directamente de Eolo, funda-dor de las tribus eolias*, quien le confirió el tro-no de la ciudad. Pero un trágico destino parececernirse sobre mi familia. Habréis oído hablar delastuto Sísifo, cómo logró burlar a la muerte, en-gañando a los propios dioses.

Efectivamente, Sísifo sorprendió a Zeus cuan-do huía con Egina, la hija del río Asopo. Por losgritos de la muchacha y sus forcejeos desespe-rados, comprendió mi abuelo que el dios actua-ba contra la voluntad de ella. Pero no hizo nadapor impedírselo. ¿Qué hombre se habría atrevi-do a enfrentarse a Zeus? Pensó que denunciar elrapto al padre de la joven podría serle más ven-tajoso, y sonrió para sus adentros, frotándose yalas manos. Pero Zeus, cuya visión penetra lospensamientos más recónditos, conoció las in-tenciones de mi abuelo y, antes de que éste tu-viera tiempo de actuar, le envió a Tánatos.

No se amedrentó, sin embargo, Sísifo. Cual-quier persona se habría echado a temblar o ha-bría aceptado con resignación lo inevitable, perono él. Cuando tuvo a la muerte ante sí, ni un es-calofrío recorrió su cuerpo. Le prodigó el mejorrecibimiento, como a un amigo largo tiempo es-perado**, ofreciéndole lo mejor de su mesa.

* La mitología griega conoce varios personajes del mismonombre. No hay que confundir a éste con el hijo de Posei-dón y dios de los vientos. El padre de Sísifo, futuro rey deCorinto, es nieto de Deucalión y Pirra, los progenitores dela nueva raza humana tras el diluvio enviado por Zeus. Sushermanos son Juto y Doro. Así como de Eolo desciende unode los grupos en que se dividían los antiguos griegos, loseolios, de su hermano Doro descienden los dorios.** La muerte, en griego, al contrario del castellano, es unpersonaje masculino, de ahí que en varias ocasiones la en-contremos luchando por su presa con algún mortal.340

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Acostumbrado Tánatos a ser siempre rechazadoy maldecido, se dejó embargar por aquella aco-gida, sin ningún resquemor. Conducido a la cá-mara del tesoro, Sísifo lo invitó a escoger el re-galo que prefiriese. Para no intimidarlo, él loesperaría fuera. Fue así como consiguió ence-rrarlo en aquella cripta hermética de paredes debronce.

Durante mucho tiempo, nadie murió en la tie-rra. Los ancianos iban cayendo en un estado deextrema postración física, sin alcanzar nunca eldescanso a su constante envejecimiento. La po-blación iba aumentando a un ritmo desorbitado.La conciencia de que nada definitivo podría ocu-rrir comenzó a socavar los buenos sentimientosde los hombres, que iban poco a poco entre-gándose a un egoísmo desenfrenado. El equili-brio natural iba resquebrajándose con la trans-formación de las costumbres y el aumento de lasnecesidades. Hasta que Hades protestó ante Zeuspor la situación creada, y el padre de los diosesenvió a su hijo Ares a Corinto con el encargo deliberar a Tánatos.

Tal como ocurrió. Fuera ya de su prisión, eldios de la muerte agarró a Sísifo de un brazo. Susojos transparentes ardían de rabia. La humilla-ción de haber sido engañado por un mortal lohabía enfurecido. Él, una divinidad que no pre-cisa alzar la voz para ser obedecido. Sísifo in-tentó retrasar la partida con excusas que le hi-cieran ganar tiempo, pero Tánatos no escuchaba.Su boca conocía únicamente la negativa a cual-quier petición del reo. Sólo cuando éste le su-plicó con los ojos arrasados en lágrimas que lepermitiese despedirse de lo que más quería eneste mundo, de Mérope, su mujer, Tánatos sedejó enredar en las palabras y consintió, aunquea regañadientes y concediéndole sólo unos mi-nutos, tiempo que éste aprovechó para ordenar 341

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a Mérope que no le tributase las honras fúnebres,ni enterrase su cuerpo, que mostrase hacia sumemoria el mayor desprecio y arrogancia.

Aparentemente abatido marchaba Sísifo cami-no del Hades, escoltado por Tánatos. Andabanya cerca de la entrada a las regiones subterráneascuando cayó Sísifo al suelo derrotado por unatristeza extrema. Inconsolable parecía su pena.Tánatos dudaba.

Mira lo que ha tardado la ingrata en olvidarsede mí. Todavía están calientes las sábanas denuestro lecho y ya busca con qué otro compar-tirlo. ¿No la ves cómo se burla de mi recuerdo,cómo hace mofa de mi memoria? Ni siquiera hasido capaz de verter sobre mi cuerpo las liba-ciones fúnebres. Impaciente por comenzar unanueva vida. Ansiosa por desterrarme de sus pen-samientos. ¿No merezco recibir como cualquiermortal una sepultura? ¿Me será negada en la tie-rra una muerte digna? Ella, que siempre me de-claró un afecto sincero, ¿lo tira ahora como undespojo inservible? Te lo suplico, Tánatos, sé queno lo merezco, no me he hecho acreedor a tuconfianza, pero no me castigues tan cruelmente.Permíteme ir a reprenderla y hacerle ver que sudeslealtad se volverá un día contra ella misma.Concédeme sólo unas horas y yo mismo volve-ré por mi propio pie y seré tuyo.

Aquellas palabras supieron conmover el almarigurosa de Tánatos, que de este modo fue bur-lado por segunda vez. Sísifo regresó a Corinto,pero no reprendió a Mérope, ni la castigó; al con-trario, recompensó su lealtad con alguna frusle-ría13, y esa misma noche organizó un banquetedurante el que no se abstuvo de vanagloriarsede su propio ingenio. Tampoco recató su pre-sencia en la tierra ni trató de pasar desapercibi-do en lo sucesivo. No dejaba escapar ocasión deufanarse públicamente de su astucia para enga-

13 fruslería:objeto de poco

valor.

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ñar a la propia muerte. Tanto es así que el mis-mo Zeus se vio en la obligación de intervenir,fulminándolo con el rayo.

Mi abuelo Sísifo fue arrastrado definitivamentehasta el Tártaro y condenado a uno de los ma-yores suplicios: empujar cuesta arriba una enor-me roca que siempre, a punto ya de alcanzar lacima, vuelve a escapársele rodando pendienteabajo, y así eternamente, recomenzando una yotra vez su inútil tarea.

No estaba, sin embargo, solo en la región delos condenados. Muy cerca de donde él se afa-na en su absurdo suplicio, las danaides purgansu crimen. A todos los dioses repugnó el asesi-nato de sus esposos la misma noche de bodas,aunque estuviese ordenado por su padre Dánao,ninguna orden puede nunca limpiar la culpa delasesino. Aquel derramamiento de sangre tan vilno podía quedar impune. Ahora las hijas de Dá-nao no descansan ni un instante entre los con-denados del oscuro Tártaro, atareadas continua-mente en llenar con agua del olvido una tinajaagujereada, sirviéndose de un cedazo. Nunca po-drán abandonar su suplicio en tanto el líquidono rebose. Pero a duras penas llega algo a la ti-naja, de donde se escapa por los agujeros a la mis-ma velocidad que ellas la llenan. Y así será parasiempre, sin alcanzar jamás el reposo.

Junto a Sísifo, cumple también su pena Tánta-lo, pues no quedó tampoco sin castigo su brutalosadía. Siendo hijo de Zeus y amado por losolímpicos como ningún otro mortal, sucumbió aun orgullo sin límites. Reinaba en el monte Sípi-lo, en la Frigia asiática. Su padre lo colmó de ri-quezas y todo tipo de bendiciones. Cualquierhombre se hubiera sentido honrado y feliz conel privilegio de aquella intimidad con los dioses.Su vida terrena transcurría entre el cariño de sussúbditos y el de sus dos hijos, Níobe y Pélope. 343

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Fue uno de los pocos mortales admitido en losbanquetes olímpicos, donde era frecuentementeinvitado. Pero no se contentaba con compartir lamesa con los dioses. En su fuero interno, les en-vidiaba su inmortalidad. Despreciaba los donesrecibidos, en ausencia del único bien que no leestaba destinado. Sintiendo su inferioridad antelos dioses como un insulto, decidió someter laclarividencia de éstos a una horrible prueba. Losinvitó una noche a su propia mesa y ellos acep-taron lisonjeros su hospitalidad. Pero cuando fue-ron servidas las fuentes humeantes, ninguno delos dioses se atrevió a probar aquel alimento, ho-rrorizados por lo que ante sí tenían, ninguno sal-vo Deméter, que distraída con una conversaciónbanal cogió un trozo de carne y le tiró un boca-do. El propio Zeus le arrancó la tajada de lamano con un gesto de asco. Ni la elaboración nila condimentación de aquella comida habían en-gañado a Zeus, quien supo desde el primer mo-mento que lo que en aquellas bandejas se les ser-vía no era otra cosa que el propio hijo deTántalo, Pélope, asesinado, descuartizado y co-cinado para la ocasión. Derribando la mesa conviolencia, maldijo a Tántalo. Luego recompusie-ron entre todos las piezas dispersas y devolvieronla vida al joven Pélope, salvo la parte del hom-bro mordida por Deméter, que tuvo que ser sus-tituida por un trozo de marfil. Pélope resucitóaún más airoso y atractivo, adornado por las gra-cias divinas. Tántalo fue condenado en el Tárta-ro a padecer hambre y sed perpetuas. Hundidohasta las rodillas en una charca transparente, nopuede beber. Cada vez que se agacha a saciar sused, el viento evapora rápidamente las aguas,que vuelven a llenar la charca en cuanto Tánta-lo se incorpora. Hambriento, no puede comer.Robustas ramas cargadas de frutos penden sobresu cabeza. En cuanto Tántalo alza una mano para344

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coger algo que le calme el hambre, las ramas seelevan con toda su carga sacudidas por un vien-to huracanado que sólo cesa cuando Tántalo seresigna y desesperado deja caer los brazos denuevo. Y siempre será así.

Pero no es menos terrible el suplicio que enaquel lúgubre lugar padece por toda la eterni-dad el temerario Ixión. Padre del singular Pirí-too, de la estirpe de los lapitas, no se contenía ala hora de satisfacer sus deseos más inmediatos.Cualquiera que le opusiera alguna traba al cum-plimiento de sus apetitos, se enfrentaba inexo-rablemente a su ira más vengativa. Ni siquiera secontuvo de dar muerte a su suegro Deyoneo, conel que se había comprometido a entregarle unasustanciosa dote a cambio de la mano de su hijaDía. Las bodas se celebraron, pero transcurría eltiempo e Ixión no dejaba de darle largas a susuegro y posponer para mejor ocasión la entre-ga de lo pactado. Hasta que la paciencia de De-yoneo llegó al límite y, en medio de una acalo-rada discusión, tomó las yeguas de Ixión enprenda por la dote impagada. No transcurrió mu-cho tiempo hasta recibir a un heraldo de Ixiónanunciándole que podía pasarse a recoger lo quese le debía. Deyoneo volvió confiado al país delos lapitas. Pero, al ir a acceder a los almacenesde Ixión, cayó en una cisterna camuflada bajo laalfombra, con el fondo lleno de brasas canden-tes. Un fogonazo. En un instante, Deyoneo fueuna tea viva. Nada pudo hacerse por salvarlo.

Las Erinias cayeron furibundas sobre Ixión, lopersiguieron como perras rabiosas hasta llevarloal borde de la locura. Él huía fuera de sí, acosa-do por los colmillos de esas espantosas diosasdel remordimiento. Nadie quería purificarlo deun crimen tan horroroso. Ningún ser humano seatrevía a acogerlo bajo su techo y devolverle lainocencia. Tal era la desesperación de Ixión que 345

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Zeus acabó compadeciéndose de su sufrimientoy accedió a acogerlo en el Olimpo y purificarloél mismo de esa mancha.

Ixión quedó limpio de culpa. Zeus sintió nacerun afecto conmiserativo hacia ese hombre hun-dido por su propia arrogancia, que ahora vivíauna segunda oportunidad. Lo admitió a su mesae incluso le dio a probar el néctar y la ambrosíade los dioses. Pero no tardó su mujer, Hera, enimportunarlo con quejas sobre el huésped. Se-gún ella, Ixión se le insinuaba, se le hacía el en-contradizo para agasajarla con melosas palabras.Incluso se atrevió a acercarse a los pies de su le-cho para galantearla. Zeus no daba crédito a loque estaba oyendo. ¿Qué mortal osaría enfren-tarse de esa manera a Zeus? ¿Quién iba a expo-nerse así a su ira fulminante? ¿No serían todo ima-ginaciones de la propia Hera? Ésta se retiró untanto despechada con la incredulidad de su es-poso. No obstante, la duda había germinado tam-bién en la mente de Zeus, quien decidió poner-lo a prueba. Confeccionó con una nube unafigura idéntica a la de su esposa, y le infundió elpálpito de la vida, pero sin alma. Un juguete sinvoluntad. Cuando Ixión, completamente enga-ñado, colmó de requiebros a aquel fantasma, do-ble de Hera, y, echándose sobre ella, la violó sal-vajemente, la ira de Zeus fulminó a Ixión, aunqueno pudo matarlo, había probado el alimento dela eternidad. De la nube iba a nacer una raza decentauros brutales e indomables. Para entonces,Zeus había encadenado ya a Ixión a una ruedade fuego, que gira a velocidad de vértigo, sin es-peranza de que jamás cese el suplicio.

Y, entre todos éstos y otros muchos condena-dos, cuya relación haría el relato interminable,mi abuelo Sísifo pena un día tras otro, extenua-do, por toda la eternidad, sin reposo, empujan-do siempre pendiente arriba una roca cuatro ve-346

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ces mayor que él, sin saber para qué lo hace, sinobjetivo, inútilmente, absurda tarea, intermina-ble, pues siempre acaba escapándosele la rocade las manos y volviendo a rodar cuesta abajo,cuando ya se encuentra cerca de la cúspide, obli-gado a recomenzar cada vez de nuevo.

En cuanto a mi padre, Glauco, la sombra de supadre pesaba sobre él. Fue un muchacho taci-turno y asustadizo. Creció en soledad y sólo ensoledad se sentía seguro y partícipe del univer-so. Le gustaba perderse por sitios no frecuenta-dos, donde ningún encuentro viniese a alterar eldisfrute del sol, el contacto inmediato con la tie-rra. Gracias a sus largas correrías, terminó con-virtiéndose en un experto jinete. Dominaba loscaballos con la maestría que, en cambio, nuncasabía emplear en el trato con los demás, ante losque siempre se sentía apocado. Cuando despo-só a mi madre, Eurímede, ésta ya había sido se-ducida por el dios Poseidón, que me engendróuna noche de tormenta y oleajes pasionales.Glauco la aceptó como mujer y al hijo que lle-vaba dentro como hijo suyo. El dios, en agrade-cimiento, le regaló un tiro de caballos, los másfogosos que él había visto en su vida. Pero, nosatisfecho con ello, no se abstuvo de atentar con-tra la misma naturaleza y, para infundirles un ardorcompetitivo invencible, los alimentó con carne hu-mana*. Sin ningún respeto hacia la humanidad, yaque ningún respeto nace de la inseguridad antelos otros y del desamor, mi padre Glauco sacri-ficaba a esclavos y enemigos a la voracidad de

* Sustituyendo el forraje, alimento natural de los caballos,por carne humana, Glauco atenta doblemente contra las le-yes de la vida y el equilibrio natural, delito ecológico di-ríamos hoy, por un lado, y contra la humanidad, pastoaberrante de seres irracionales. De este modo, al sobrepa-sar los límites de acción del hombre, Glauco se hace acree-dor al castigo de Zeus. 347

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los caballos divinos. Con ellos ganaba cualquiercompetición a la que se presentara. Eran su or-gullo y su razón de ser. Hasta que un día los pro-pios dioses se horrorizaron de su conducta y, decamino a Tesalia, donde se disponía a participaren las carreras de caballos organizadas a la muer-te del rey Pelias, los caballos se desbocaron, de-rribándolo al suelo. Malherido y sin poder mo-verse a causa de las fracturas, en cuanto losanimales olieron la sangre, se echaron excitadossobre él, arrancándole a mordiscos la carne y de-vorándolo a furiosas embestidas.

Por lo que a mí respecta, siempre he procura-do alejarme de las obsesiones que han traído eldesastre a mi familia. He frecuentado a los hom-bres, he crecido entre las gentes de mi edad, ro-deado de amigos cordiales y sinceros. Mi propiohermano, Delíades, era mi mejor confidente. Perola maldición parece perseguirnos. En aquellosdías aciagos que sucedieron a la muerte de nues-tro padre, decidimos, como tantas otras veces,sacudirnos el aturdimiento ante los aconteci-mientos compitiendo en una carrera a caballo.Nuestras fuerzas han estado siempre muy equi-libradas, unas veces ganaba él, yo otras, peronunca hubo entre nosotros una auténtica rivali-dad, siempre nos congratulábamos de la victoriaajena como propia, sirviéndonos de estímulopara mejorar nuestra condición de expertos ji-netes. Aquel día me llevaba él unos palmos deventaja cuando una serpiente asustó a mi caba-llo, que salió desbocado. Al perder el equilibrio,fui a agarrarme a lo que tenía más cerca, su bra-zo, con tan mala fortuna que él cayó, pero su piequedó atascado en la espuela. Su caballo siguiódespavorido al mío, arrastrando a Delíades en laestampida. Cuando logré dominar a los dos ani-males, el alma de mi hermano había abandona-do su cuerpo, la luz huyó de sus ojos.348

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Hasta ti he venido, Preto, para que me purifi-ques, si es que lo ves conveniente, de ese crimeninvoluntario. Desterrado por propia iniciativa, teruego me limpies de esa mancha. Ojalá pudieraigualmente limpiarse del alma la tristeza.

Estenebea no ha apartado los ojos de esa bocafresca y juvenil durante todo el relato. Embele-sada en las candorosas cadencias de esa voz, sellael final de sus palabras con un suspiro.

Belerofonte ha sido acogido en el palacio dePreto. Pasa los días conociendo la ciudad y a sushabitantes. Le gusta el trato con la gente. Se sien-te cómodo entre los hombres que trabajan y en-tre los que pasan la mañana en la plaza conver-sando e intercambiando opiniones que ponen enduda las convicciones más firmes.

Estenebea sigue impresionada por ese ramilletede donaires en flor, lo espía. Se hace la encontra-diza. Lo manda llamar para preguntarle si está có-modo o echa algo de menos. Le regala una clá-mide corta, de un blanco radiante, bordada coniris en hilo de oro. El muchacho se siente abru-mado y agradecido. Cada noche encuentra sobresu lecho una rosa. Aunque públicamente mantie-ne su actitud rígida y distante, en la intimidad sesiente derrotada por la tardía novedad de un anhe-lo totalmente desconocido, vivificante. Le faltanmanos para agasajarlo, palabras para elogiarlo. Loha sorprendido desnudo en el baño. Deslumbra-da ante ese cuerpo musculoso y joven, sus ojos nopueden despegarse de él. Belerofonte la saluda jo-vial, sin pudor ni malicia, inocente al efecto quesu desnudez está causando en la reina. Le agra-dece el caballo que le acaba de regalar.

Con él emprende largas cabalgadas por los al-rededores. A la vuelta, siempre se encuentra conEstenebea, con la que mantiene alegres conver-saciones, como si fuera una adolescente. La rei-na ha cambiado. Algo le está sucediendo. 349

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La noche trae aromas a espliego por los ven-tanales abiertos de par en par. El calor obliga aacostarse destapado. La cantilena de los grillosen la lejanía hace compañía al insomnio. Ningu-na luz entra de la calle en esta noche oscura, sinluna. Los pensamientos se dejan caer en la blan-dura del amodorramiento. Belerofonte ha creídoescuchar como unos pasos en la oscuridad de laalcoba. Alza la cabeza. Un ligero resplandor sele acerca. Es una pequeña lámpara de aceite laque viene hacia él. Ve la cara de Estenebea ilu-minada por esa luz vacilante. La interroga conextrañeza. Ella desabrocha la fíbula14 de su pe-plo, que cae al suelo, y se le muestra desnuda.Belerofonte no sabe qué hacer, qué decir. Sien-te los labios húmedos de ella en sus labios se-cos, la mano de la mujer acariciándole el vientresudoroso. Una lechuza fuera arranca a ulularcomo un artefacto mecánico. El muchacho in-tenta decir algo, oponer al menos su asombro,pero ella le cierra la boca con la mano y se tien-de sobre él. Belerofonte la aparta con decisión ysale corriendo de la alcoba.

Belerofonte ha sido visto por los centinelas delrey corriendo desnudo por la ciudad, en plenanoche. La noticia ha llegado rápidamente a oí-dos de Preto. Éste no tarda en conocer lo suce-dido. Su mujer viene hacia él con el vestido com-pletamente desgarrado y desgreñada. Está comoloca, llorando, maldiciendo a Belerofonte. Lo acu-sa de haber intentado violarla. Preto logra cal-marla con esfuerzo. Le promete que se hará jus-ticia. La reina queda más tranquila; abatida poruna congoja que todavía le arranca hondos sus-piros, termina conciliando un sueño agitado.

Belerofonte parte desterrado. Ha sido enviadopor Preto a la corte de su suegro Yóbates, a Li-cia. Con él lleva una carta que ha de entregarpersonalmente al rey.

14 fíbula:alfiler ohebilla,

generalmentede oro, usadaantiguamente

paraabrocharse la

túnica a loshombros.

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Yóbates lee en esa carta que Belerofonte ha in-tentado abusar de su hija Estenebea y el ruegode Preto de dar muerte al portador de la misiva.No quiere manchar sus manos de sangre. Perotampoco puede dejar impune tan abominable de-lito. Durante varios días medita el modo de sa-tisfacer la petición de su yerno de un modo in-directo, mientras tanto agasaja a Belerofontecomo a un auténtico huésped, sin dejar traslucirsus intenciones.

Finalmente, Yóbates encarga al joven que matea la Quimera. Es éste un animal primitivo y san-guinario, causa espanto sólo nombrarlo. Hija delos monstruosos Tifón y Equidna y hermana dela Esfinge y de Cerbero, seres tan aborreciblescomo ella, tiene cuerpo de león, cabeza de ma-cho cabrío y cola de serpiente. Por su boca des-pide mortíferas llamaradas que ni el agua podríaapagar. Yóbates sabe que luchar contra ella esenfrentarse a una muerte segura. Pero Belero-fonte es animoso, no tiene miedo. Parte en bus-ca de la Quimera, pensando librar al mundo deuna alimaña que no conoce la piedad.

No sabe cómo dar con ella y acude a su padre,Poseidón. A orillas del mar lo invoca, y éste vie-ne en su auxilio. El dios de los mares lo escu-cha. Le regala un caballo alado, Pegaso. Un ani-mal prodigioso, capaz de remontar vuelo ygalopar por encima de las nubes hasta alcanzara la velocidad del relámpago su meta. A lomosde Pegaso, se interna en el país, tras el rastro dela Quimera. Para derrotarla, tal como su padre leaconsejó, había cambiado la punta de la lanzapor una gruesa bola de plomo. Cuando final-mente la tiene delante, sobre las yermas arenasde un desierto, no se espanta de la horrible pre-sencia del monstruo.

En la distancia, aúllan los chacales. No hay ma-nantial ni vegetación alguna sobre esa planicie 351

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achicharrada. Sólo los escorpiones y alguna ser-piente, ocultos bajo las piedras, respiran en elvaho asfixiante del mediodía. La Quimera mira aBelerofonte con ojos tristes y terribles. Parece in-terrogarlo con su silencio fulminante, luego alzaal aire su perilla de chivo y la hace retemblarmientras berrea con estridencias de choto sar-cástico. Mira fijamente a los ojos al héroe y, ensu mirada, monstruo amalgamado de tantas na-turalezas diversas, cabra, león y serpiente, pare-ce reflejarse como un escupitajo la monstruosi-dad interior del hombre. Belerofonte experimentaun profundo desasosiego ante esa pesadilla, a laque, sin embargo, siente como algo muy fami-liar, parte de sí mismo. Enarbola la lanza. La Qui-mera se revuelve como animal enjaulado, en círcu-los amenazantes, escarbando con las garras desus fuertes patas la arena, blandiendo contra elcielo su imponente cornamenta.

Sacudiéndose la sensación de equipararse me-diante la violencia con su sanguinario oponen-te, Belerofonte arrea a Pegaso, lanza en ristre, yembiste a la Quimera. A lomos de su caballo ala-do, esquiva con maestría los latigazos que le lan-za la gruesa cola venenosa de la fiera. Escapa asus zarpas, con uñas como puñales. Cuando abresus enormes fauces peludas, escupiéndole bo-canadas de vaho incandescente, Belerofonte di-rige contra ella su lanza. El chorro de fuego quedespide el animal derrite el plomo acoplado alextremo de la pértiga, con el que sella definiti-vamente el hocico de la bestia. Se revuelve so-bre la arena con furia, da poderosos coletazos auno y otro lado, pero no puede aullar, ni gritarsu ira, tiene la boca sellada por el plomo fundi-do. Finalmente cae extenuada, resoplando, de-rrotada. La Quimera queda desolada en un desiertointerior y material. Sin poder ya plantear al uni-verso el enigma de su propia naturaleza, sobre352

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la fúnebre eternidad de la ardiente tierra muertao bajo el helado fulgor de las estrellas, despojosinmortales, verá pasar los días, verá sucederse laignominia, sin voz para darle réplica.

Belerofonte regresa a Licia, donde el primermaravillado ante su hazaña será el propio Yó-bates. Ha salido victorioso de la empresa. La en-trada triunfal del muchacho a lomos de Pegasodespierta el entusiasmo entre la población y Yó-bates teme la popularidad que rápidamente co-mienza a adquirir el joven.

Belerofonte será enviado al frente de una ex-pedición contra los sanguinarios sólimos*, ene-migos acérrimos de Yóbates. A éste, ni siquierase le pasó por la imaginación que Belerofonte pu-diera regresar con vida de ese enfrentamiento;pero el arrojo del joven, ayudado por el aladocorcel, le dará fácilmente la victoria. Belerofontetrae la paz largamente esperada con la derrota delpueblo enemigo. Yóbates no se da por satisfechoy lo manda a los lejanos territorios de las Ama-zonas. El joven se crece ante cada nueva empre-sa. Su valor sólo es parejo con su humanidad ala hora de administrar la victoria. Los confidentesapostados por Yóbates junto a Belerofonte traenla noticia de la derrota infligida a las Amazonasy la ventajosa paz firmada con ellas en nombredel rey, quien, auténticamente asustado por lapreeminencia que Belerofonte está adquiriendoentre sus súbditos, le tiende una emboscada enel camino de regreso. Los hombres apostados en

* Los sólimos son un pueblo mítico de origen semita, pro-bablemente asirio, descendientes de la diosa Salma, divini-dad femenina transformada por los pueblos indoeuropeosque entraron en contacto con ellos en masculina, con losnombres de Solimo, Salomon o Ab-Salom. En el enfrenta-miento de Belerofonte primero con éstos y luego con lasAmazonas, se ha querido ver un reflejo de las luchas porimponer el sistema patriarcal. 353

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el desfiladero tienen orden terminante de no re-gresar sin el cadáver del joven. Pero será éstequien entre en la ciudad aureolado15 por la famade sus éxitos, tras haber dado muerte a los ban-didos que pretendían matarlo a él.

Yóbates reconoce en Belerofonte al hijo de undios y, para disipar los temores que la populari-dad del nieto de Sísifo le suscita, le dará en ma-trimonio a su hija menor, Filónoe. Él será su su-cesor en el trono de Licia. Los licios vibran deentusiasmo al conocer la noticia.

La misma mañana de su proclamación real, an-tes de la ceremonia, el consejero áulico16 man-tendrá una entrevista privada con Belerofonte. Erasu intención instruirlo en los modos y maneras dela corte. Pero, en lugar de darle recetas de buencomportamiento, le narrará un relato oriental.

Era Midas un rey de Frigia. Su máxima aspira-ción consistía en el conocimiento y la búsquedade la verdad, la razón última de la existencia delhombre. Cierta mañana se presentaron en pala-cio unos pastores. Cuando llevaban sus ganadosal monte, habían encontrado al abrigo de unosmatorrales a un viejo borracho completamentedesnudo. Lo apresaron y condujeron hasta su rey.Midas reconoció inmediatamente en el ancianoal dios Sileno, que bajo los efectos del vino sehabía perdido del cortejo de Diónisos, cayendoen un sueño profundo. Midas no perdió la opor-tunidad de interrogarlo sobre la verdadera sabi-duría. Sileno lo miró con expresión ambigua. Surespuesta no pudo ser más terminante. Lo mejorpara el hombre sería no haber nacido, y, de na-cer, morir cuanto antes*. Le habló de dos ciuda-des lejanas, situadas ambas, una junto a la otra,

* Esta máxima, que se repite con insistencia en la poesía lí-rica y dramática, resume el característico «pesimismo grie-go», un sentido trágico de la vida que no conduce a la ago-

15 aureolar:rodear, real o

metafórica-mente, con un

círculoluminoso o

dorado lacabeza de una

persona yespecialmente,

en el mundocristiano, la de

una imagen.

16 áulico: de lacorte o de

palacio.

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en los confines del mundo. Una estaba habitadapor seres pacíficos y humildes, gente abierta ycampechana, amiga de las risas y la alegría, op-timista ante la vida y sus adversidades; laborio-sos y previsores, almacenaban riquezas que lesaseguraran frente a cualquier adversidad un fu-turo sin sobresaltos. La otra ciudad vivía para laguerra, todo su afán era controlar los territoriosvecinos y acaparar cuanta mayor riqueza y po-der. Tal era la cantidad de oro acumulada en susarcas, que este metal tenía entre ellos el mismovalor que nosotros concedemos al bronce y otrosmateriales útiles. Un día decidieron, de comúnacuerdo, enviar una delegación de cada puebloa visitar nuestro mundo, para conocer otros mo-dos de vida. Cruzaron el Océano y vieron todaslas calamidades que aquí ocasiona el ansia depoder, la envidia ajena, el egoísmo. Vieron acci-dentes fatídicos, temeridades gratuitas e irrespon-sables, engaños, asesinatos. En su viaje iniciático,llegaron finalmente al país de los hiperbóreos.Realmente sorprendidos por la beatitud de esasvidas sin aspiraciones, sin apego a bienes mate-riales, felices de su destino de renuncia, no qui-sieron continuar y volvieron cabizbajos a sus te-rritorios. ¿Quién iba a creer lo que habían visto?

Midas quedó pensativo con la respuesta de Si-leno. Agradecido, fue él personalmente a devol-verlo al cortejo de Diónisos. El dios liberador qui-so recompensarlo por su deferencia y le prometióla realización de un deseo. Midas, que no queríaservirse de la violencia ni el esfuerzo ajeno paraproveerse de unos medios de vida que le procu-

nía sino a la aceptación de la propia condición mortal delhombre, abocado al sufrimiento y a las penalidades. Otraconsecuencia de esta percepción de lo efímero en el serhumano será la exhortación a disfrutar los placeres de lavida mientras ésta dure, tema retomado por la poesía lati-na bajo el tópico del «carpe diem». 355

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rasen la tranquilidad material, pidió que se trans-formase en oro todo cuanto tocase, y Baco se loconcedió*. Midas cogió una piedra, y ésta inme-diatamente cambió de naturaleza y se convirtió enun grueso bloque de oro. Entusiasmado, regresóa palacio. Tocaba una puerta, y ésta se convertíaen oro. Tocó el trono, y todo él resplandeció enoro. Puso sus manos sobre los muros del palacio,y todo el edificio brilló como un ascua viva, com-pletamente dorado. Tocó un manzano, y el árbolse transformó en una hermosa escultura de oro.Cogió una herradura que había encontrado tiradaen las caballerizas reales, y la herradura brilló conel alma incandescente y fría del oro. Todo cuan-to tocaba quedaba convertido en ese precioso me-tal. Pero Midas tuvo hambre y no pudo comer.Cuanto alimento tocaba se transformaba en oroantes de llegar a su boca. Tuvo sed y no pudo be-ber. El agua se solidificaba en sus manos, vueltaen oro. Estaba desesperado. Su hija se interesópor su angustia y quiso consolarlo. Al abrazar asu padre, ella también se transformó en una figu-ra de oro. Midas buscó incansablemente a Dióni-sos hasta encontrarlo y suplicarle arrepentido quelo librase de su absurdo deseo. El dios le aconse-jó que lavase sus manos en las aguas del río Pac-tolo**. Al hacerlo, Midas perdió el don y el lechodel río, en cambio, se cubrió de miles de pepitasdoradas que reflejaban entre destellos la luz delsol. Midas corrió a dar las gracias a Diónisos.

El dios asistía divertido a una disputa entreApolo y Pan. Ambos se jactaban de superar alotro en el arte de tocar la flauta. Resolvieron so-

* Evidentemente, Midas no ha escuchado atentamente el re-lato de Sileno.** Río de la antigua Lidia, en Asia Menor, a cuyas márgenesse alzó la ciudad de Sardes, es afluente del río Hermo (ac-tual Gediz).356

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meterse a una competición musical, en la queApolo se autoproclamó vencedor. Pan no estabade acuerdo con el veredicto, pero no se atrevióa rebatírselo, en su mente estaba el recuerdo delo ocurrido con Marsias. Midas, que lo había pre-senciado todo, imprudentemente protestó por elfallo, considerándolo injusto. Apolo le alargó lasorejas hasta transformárselas en dos buenas ore-jas de asno. Midas estaba abochornado. Se miróa un espejo y se sintió tan ridículo que enroje-ció de vergüenza. Desde entonces, sólo aparecióen público portando en la cabeza fastuosas tia-ras y turbantes. Nadie conocía su secreto, salvosu peluquero, al cual le estaba terminantementeprohibido bajo pena de muerte divulgar la noti-cia. Este pobre hombre vivía abrumado por lacarga de lo que sólo él sabía. Enmudeció com-pletamente; pues, cada vez que iba a hablar, te-mía que sus palabras lo traicionasen. Estaba tanpresente en su cabeza lo que cada día veía alarreglar el pelo a Midas que ese secreto lo per-seguía a todas horas y lo obsesionaba como unamaldición. No pudo más. Salió de la ciudad y,en las afueras, a orillas del río, hizo un profun-do agujero en la madre tierra, introdujo en él suboca y enterró el secreto. Luego volvió a casadesahogado y tranquilo. Pero en aquel mismolugar creció un espeso cañaveral. Las cañas, alagitarlas el viento, repetían ululando: «El rey Mi-das tiene orejas de asno, el rey Midas tiene ore-jas de asno, el rey Midas tiene orejas de asno...».

«Nunca tengas orejas de asno que ocultar», ter-minó el consejero su relato a Belerofonte, quiensalió a la plaza de armas para tomar en sus ma-nos la corona de Licia. Durante toda su vida, ha-ría honor al consejo recibido.

Una vez Belerofonte haya acabado sus días en-tre la bendición del pueblo al que sirve con con-ciencia respetuosa, Pegaso volará al Olimpo, 357

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donde Zeus lo transformará en la constelaciónque lleva su nombre.

Desde el reparto del reino con su hermano Pre-to, Acrisio gobierna la ciudad de Argos con firmeautoridad. Controla los movimientos de sus súb-ditos. Castiga cualquier desobediencia con manodura y corazón implacable. No permite que nadieentre ni salga del territorio sin su conocimiento.Ha establecido un sistema de vigilantes que es-pían cada palabra, cada actividad de los ciudada-nos. Detrás de cada mirada, cree reconocer a unenemigo. Sus noches son escenario de violentaspesadillas. En nadie confía. No se atreve a dar unpaso sin rodearse de la temida guardia real. Esaobsesión por la propia seguridad convierte susdías en una continua amenaza. Cuando visita elsantuario de Delfos para consultar el oráculo, laPitia confirma sus temores: «morirás violentamen-te a manos de tu nieto, el hijo de Dánae».

Nada más regresar de Delfos, Acrisio ordenaconstruir una amplia cámara subterránea entera-mente de bronce, donde ni la hoja más fina pu-diera encontrar resquicio por el que penetrar. Allíencerrará a su hija completamente sola. Unaguardia permanente vigilará que nadie se le acer-que. Únicamente su nodriza tendrá permiso paraentrar a llevarle la comida, sanear la cripta y ha-cerle un rato de compañía.

La joven está desconcertada. ¿Qué ha hechopara merecer ese castigo? Por más que ha inte-rrogado a su padre, sólo recibe el silencio por res-puesta. Ni las lágrimas han podido reblandecer ladureza de su carácter. No le faltan lujos ni como-didades en su fría cárcel, pero sí lo más impor-tante, la luz del sol, la libertad. Los días transcu-rren iguales a sí mismos. Ni una sola vez la havisitado Acrisio, como si la hubiera repudiado.Como si ya no tuviera hija. Pero a todo llega a358

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acostumbrarse la naturaleza humana y Dánae ter-mina enjugándose las lágrimas y hallando peque-ños alicientes en su vida reclusa. Cosas sin impor-tancia la entretienen, le dan motivos de esperanza.La nodriza la pone al tanto de cuanto sucede enla ciudad. «Tampoco es tan malo, Dánae, vivircomo vives, dada la situación de penuria que hande soportar los ciudadanos.» A la muchacha le en-canta que la nodriza cepille durante horas su lar-ga melena, mientras le relata las historias pican-tes que corren en boca de las gentes. Se ríe consus bromas y su desparpajo. También le gusta adi-vinar lo que ésta le traerá cada día de alimento eimaginar posibles futuros de felicidad y ventura.Son juegos inofensivos, que de alguna manera lehacen más llevadero su encierro.

Dánae, no puedes conciliar el sueño. La nochees especialmente calurosa. «No soporto la ropaencima», te dices a ti misma. Te revuelves a unlado y a otro, Dánae, el sudor empapa el lecho.Resoplas. Con una mano echas atrás el pelo, quese te pega a la frente sudorosa. Nada se escuchadentro de esa cámara de bronce. El silencio escomo un zumbido, el rumiar del alma. Una ex-traña claridad te hace alzar la cabeza. Ves cómoa través de una ranura mínima, casi impercepti-ble, en la juntura del techo, penetra una materiavolátil. Una lluvia de oro que cae blandamentesobre tu cuerpo. Se extiende por tu piel, la em-papa. Su frescor y suavidad hacen el efecto deuna caricia balsámica, ésa que hace tanto tiem-po olvidaste. Corre por tus pechos. Se desliza portu vientre, humedece tus muslos. Te estremeces.Todo tu interior está convulsionado. Sientes ladensa humedad que te enerva como si unos la-bios sembrasen en tu cuerpo su saliva. Un aro-ma a esencias embriaga tus sentidos. Te hacesentir un vértigo desconocido. Reconoces unapresencia intangible que ha tomado posesión de 359

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ti. Un gozo indefinible, palpitante, hace explo-sión, Dánae, en tus entrañas. La voz más afec-tuosa que nunca antes has escuchado te susurrapalabras que provocan en tu mente pequeñosincendios placenteros. «Zeus soy», te habla la voz,«como lluvia de oro he venido hasta ti, enamo-rado de tu persona. En tu vientre llevas mi se-milla, que un día pondrá fin a tus penalidades»*.

Dánae no se atreve a confiar a la nodriza su se-creto. Teme que, de alguna forma, la noticia lle-gue a su padre y el castigo sea aún peor. Viveen medio de un desconcierto absoluto, sin po-der desahogarse con nadie. Hasta que el vientrehinchado la delata y tiene que confiarse a la vie-ja mujer, quien toma todas las medidas necesa-

* En las antiguas interpretaciones alegóricas del mito, lalluvia de oro en que se transforma Zeus para unirse a Dá-nae fue considerada como metáfora del poder de la ri-queza, capaz de vencer cualquier traba para conseguir susobjetivos.360

Dánae, Tiziano (Museo del Prado, Madrid).«Una lluvia de oro que cae blandamente sobre tu cuerpo. Se extiendepor tu piel, la empapa. Su frescor y suavidad hacen el efecto de unacaricia balsámica, ésa que hace tanto tiempo olvidaste.»

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rias para que Acrisio no se entere. A hurtadillasva suministrando a Dánae todo lo que necesita-rá en el momento del parto. Cuando éste se pro-duce, las dos mujeres se bastan para traer al mun-do al pequeño Perseo, lavarlo y envolverlo enblancos pañales. Dánae vibra con una emociónnueva. Sus días de pronto tienen sentido, de-fender ante su padre y ante todos a esa criaturavulnerable. Cuando el niño llora, las mujeres can-tan a voces para que el llanto no sea escuchado.Lo miman como a una tierna florecilla. Dánae loacuna con melancólicas nanas que adormecen ala criatura en un beatífico sopor. Pero una no-che, dormida la madre, Perseo se despertará so-bresaltado. Su llanto es escuchado por los vigi-lantes, que rápidamente informan a Acrisio.

El padre, furioso, hace traer a su hija junto conel crío. Él mismo en persona les dará muertecon su espada. Pero las lágrimas desesperadasde la madre logran una concesión. Dánae y Per-seo serán encerrados en un cofre de madera yarrojados al mar. Si ciertamente es Zeus el pa-dre del niño, él personalmente se encargará desalvarlos y conducirlos a un lugar seguro, lejosde Argos. Acrisio está convencido de enviarlosa una muerte segura. La nodriza será ejecutadacomo cómplice.

Qué soledad, hijo, en la amplitud del mar.Quiera Zeus alejar de esta pobre barquichuelatodo peligro. No llores, mi niño, mi hermoso ca-chorrillo. Nos cubre la soledad de las estrellas.Nos habla el impulso de las olas. A su suave ba-lanceo, duerme y sueña. Sueña con caballitos demar que nos transportan hasta una tierra segura.Sueña con los rayos del sol. Yo tomaré el sol enmis manos y las pondré en tu frente, para quenada perturbe tu serenidad, mi niño, mi bien, mifelicidad, mi pobre animalillo indefenso. Veo elmundo en tus ojos. Y el mundo es grande. Noso- 361

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tros somos pequeños, insignificantes. Un arcaperdida en la extensión del mar.

Dánae no puede creer lo que sus sentidos lehacen presentir. Nada más despertar, advierte queel cofre está quieto, no siente el peso a flote, ala deriva. Alza los ojos y una gaviota cruza graz-nando el límpido azul del cielo. ¡Han arribado!¡Están salvados! Con su hijo en brazos, pone unpie en tierra. El bajo de la clámide se empapa enel suave oleaje de la orilla. Corre igual que unpotrillo chapoteando en el agua. Saluda a la tie-rra con una carcajada. La euforia la hace reír. Nosabe por qué. La felicidad explota bajo sus cos-tillas y la hace reír como si un dios misericor-dioso habitase en ella. Repite varias veces la pa-labra gracias como una letanía de júbilo. Coge alpequeño Perseo con las dos manos y lo alza ha-cia la luz.

Un pescador, que se encuentra remendandosus redes, la informa de que ha llegado a Séri-fos*. Su nombre es Dictis. A pesar de ser her-mano del tirano Polidectes, el carácter brutal deéste lo obligó a llevar una vida apartada en elotro extremo de la isla. Como un hombre anó-nimo, vive de lo que pesca, humildemente, sinmás ambición que acabar el día sintiéndose dig-no de la vida recibida. Dictis es una persona denoble corazón y, sin dudarlo un instante, reco-ge a la joven junto con el hijo en su sencillo ho-gar. Allí vivirá Dánae compartiendo con Dictislos bienes de su mesa y el calor de una hogue-ra en invierno. Toda su dicha será ver cómo Per-seo va creciendo hasta convertirse en un ado-lescente abnegado y servicial, valeroso, espontáneoy sincero. La vida al aire libre desarrollará sus

* Una de las islas Cícladas, en el mar Egeo. Desde la Anti-güedad, sus habitantes vivieron de la pesca y de las explo-taciones mineras de cobre y de hierro.362

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músculos y un sentimiento de respeto agradeci-do al mundo y sus criaturas.

Me vinieron con la noticia de que mi hermanoDictis vivía con una mujer, no podía creérmelo.Él, una persona tan independiente, tan autosufi-ciente, tan austera. No hice nada por confirmar-lo. Ella debía de ser tan recatada y tan hurañacomo él, pues ningún comentario sobre su per-sona corría en boca de las gentes. Verdadera-mente, mi hermano es alguien que me pilla muylejano. No tenemos nada en común. Pasan losmeses, incluso años, sin acordarme siquiera deque tengo un hermano. Su vida y mi vida si-guieron desde muy pronto rumbos opuestos. Undía, encontrándome en la playa para inspeccio-nar las maniobras rutinarias de mi flota, me en-contré con una desconocida. Me impresionó suporte y la elegancia de sus movimientos, en con-traste con su pobre indumentaria. ¿Era una isle-ña de Sérifos? En mi vida la había visto. Tengoque reconocer que durante un tiempo se mequedó clavada como una espina su imagen. Nome la podía quitar de la cabeza. Indagué. Nadietenía trato con aquella desconocida. Unos pes-cadores me informaron de que la habían vistosalir de la casucha de Dictis. Le hice una visitano oficial. «Dictis, tu hermano Polidectes viene ainteresarse por ti. ¿Necesitas algo? ¿Vives bien?»Vi en sus ojos la extrañeza, realmente nos diri-gíamos la palabra después de años. Desde que,asqueado de sus reproches, lo amenacé en unarrebato de cólera. Nunca habría alzado la manocontra él, llevando mi propia sangre, pero Dic-tis abandonó la corte y todo trato con su familia.La mujer estaba al fondo, ocupada con los fogo-nes. Pasaba el tiempo, y el silencio se fue ha-ciendo cada vez más embarazoso en aquella hu-milde estancia. No quería marcharme sin haberhablado con ella, pero el recibimiento no podía 363

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ser más frío. Decididamente, Dictis y yo no ten-dríamos nunca nada en común. De pronto entróun pequeñajo corriendo, llamando a su madre avoces. Se detuvo en seco nada más verme y, contoda inocencia, me preguntó si yo era un dios,mi manto púrpura y oro y el no haberme vistojamás le inspiraron aquella ocurrencia. Aprove-ché la distensión que aquella irrupción jovial pro-piciaba y pregunté al chico cómo se llamaba,«Perseo», dijo, y quién era su madre. Él, diverti-do con mi ignorancia, comenzó a palmear y se-ñaló con el dedo a la mujer. «Dánae, dile que túeres mi madre.» Se llamaba Dánae. La mujer aga-chó la vista al suelo antes de confirmar lo que elpequeño Perseo no dejaba de repetir como enun juego, pero me dio tiempo a comprobar enaquel movimiento de ojos el embrujo de su mi-rada seria y profunda. Dictis reaccionó sacándo-me de la casa, como alejándome de Dánae. Pa-seamos por la arena. Intercambiamos unas cuantasfrases corteses y me despedí de él, no sin antesinvitarlo a devolverme la visita cuando quisiese,mucho mejor acompañado de su mujer. «No esmi mujer, es mi huésped», rectificó seco comosiempre Dictis.

No podía quitarme a aquella mujer de la ca-beza. Continuamente me asaltaba su recuerdo.Fui tomando varias concubinas entre lo más gra-nado de la ciudad, pero una profunda apatía mevencía siempre. Soñaba con poseerla, hacerlamía. No volví a verlos en mucho tiempo, mi pro-pio orgullo me lo impedía. Varias veces les man-dé recado para que asistieran como invitados dehonor a alguna celebración íntima, luego a cadafestejo público. Dictis rechazaba con toda genti-leza cada invitación, alegando tareas imposter-gables, pero agradeciéndome de todo corazón ladeferencia. No hace mucho que, esclavo de undeseo avasallante, comencé a pasear a orillas del364

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mar, buscando encuentros casuales con Dánae.Y la estrategia dio resultado. Cuando divisé a lolejos su silueta inconfundible, bajo el oscuromanto, acompañada por un joven, en el que creíreconocer a su hijo, el corazón me comenzó alatir como desaforado. Todo mi cuerpo tembla-ba. Parecía que no iba a ser capaz de pronunciarpalabra. Pero ella, con una sonrisa gentil, me sa-ludó con la mano. La conversación fue breve,sólo hablamos de Perseo, lo mucho que habíacrecido en tan poco tiempo, ahora parecía real-mente un pequeño hombrecito, un adolescenteeducado y abierto, que con candorosa inocenciase dirigió a mí como a un amigo, sin el embara-zo que la corte impone a quienes me rodean. Mesentía plenamente feliz. Pero quería más. Muchomás. Le ofrecí al joven Perseo que viniese a lacorte a educarse en los modos sociales. La ma-dre me agradeció la sugerencia. Yo insistí. No medi por vencido, me ofrecí personalmente a ser sututor. Por el hijo esperaba conseguir a la madre,algún día. Desde entonces, Perseo frecuenta pa-lacio, crece entre otros jóvenes de su edad. To-dos lo quieren, y él se hace querer por todos. Sunatural espontáneo y generoso se gana inme-diatamente el cariño de los que lo rodean. PeroDánae permanece ajena a mis esfuerzos, semuestra indiferente a mis demostraciones deafecto. De vez en cuando, me manda algún pe-queño presente con Perseo, pero ella ni se hadignado pisar este suelo. Noches hay en que ten-go que morderme los nudillos para no gritar sunombre. Querría insultarla, humillarla, querría te-nerla entre mis brazos y sumergirme en la tibie-za de su carne. Practicando un día la lucha a es-pada con Perseo, la rabia se apoderó de mí y medejé llevar por una violencia desmesurada. Esta-ba abrumado, creía que con mi debilidad me ha-bía enajenado el único puente que tenía con Dá- 365

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nae, Perseo. Pero el joven me miró con admira-ción, alabando mi destreza. Me había vencido.

De pronto comprendí que debía alejar al mu-chacho de la isla. Su encanto tenía subyugadosa todos, y más que a nadie a su madre. Si Per-seo desaparecía, Dánae dejaría de ser madre yvolvería a ser mujer. Sería mía. Conociendo al jo-ven, se me ocurrió durante un banquete en elque él se encontraba presente decir que preten-día casarme con Hipodamía, la hija de Enómao.Si finalmente se celebraba dicha unión, ¿quiénde los presentes sería capaz de ofrecerme el donmás audaz? Cada uno fue superando a los demásen adulaciones y ofrecimientos serviles. Cuandollegó el turno a Perseo, éste se levantó solem-nemente y me declaró su afecto con palabras tansentidas que todos cayeron en un silencio em-belesado. Perseo manifestó que pocos bienes ma-teriales tenía para ofrecer, pero, por su sobera-no y amigo, estaba dispuesto a conseguirme loinimaginable, aunque ello fuese la cabeza de Me-dusa. «Eso es exactamente lo que quiero», repu-se. Sabía que, enviándolo a por la cabeza de estaGorgona, lo enviaba a una muerte segura; nin-gún otro mortal, ni siquiera un dios, se habríaatrevido a enfrentarse a ese monstruo. Era miocasión. Y la he aprovechado.

Tres son las Gorgonas: Esteno, Euríale y Me-dusa; y sólo esta última, mortal. Su horrible as-pecto infundía pavor incluso a los dioses. No eralo peor su cabellera de serpientes, ni los desco-munales colmillos afilados y fuertes, no eran lopeor sus garras penetrantes, no eran lo peor susalas, que desplegadas llegaban a cubrir todo elvalle, ni las escamas duras como el hierro que cu-brían todo su cuerpo hasta la cabeza, lo peor erasu mirada. Quien contemplara sus ojos llamean-tes y sanguinolentos inmediatamente quedaría pe-trificado por el horror. A una mirada de cualquiera366

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de las Gorgonas, todo ser vivo se transforma in-mediatamente en piedra.

Perseo lo sabía, pero debía cumplir su palabra.Partió sin rumbo conocido ni estrategia prepara-da. Ya lo iría averiguando por el camino. Perosu padre Zeus velaba por él y le envió a Hermesy Atenea. El encuentro se produjo en alta mar.Sobre la borda, Perseo supo de quiénes se tra-taba nada más verlos. De no haber sido por loextraordinario de su repentina aparición, lo ha-bría sabido de todas formas por lo poco que acu-só la pobre barca el peso de esas imponentes fi-guras. Perseo quedó reconfortado, ahora sabíaque su empresa tendría éxito, no le cabían yadudas. Hermes le aconsejó que interrogara a lasGrayas; sólo ellas, guardianas del paso hacia sushermanas las Gorgonas, sabían cómo derrotar aMedusa. La propia Atenea tomó el timón en susmanos y condujo la barca hasta el occidente ex-tremo, a la región crepuscular nunca visitada porlos rayos del sol.

Todos los encantos del joven nada podían anteaquellas tres viejas espantosas. Perseo se plantóante ellas y no tembló. Les expuso su caso, pi-diéndoles consejo. Ellas se carcajearon de él consus voces guturales y quebradizas, como un as-queroso burbujeo de flemas atascadas. Ateneapuso su mano sobre el hombro de Perseo y ésteconoció inmediatamente los pensamientos de ladiosa. Fue engatusándolas con cumplidos a losque ellas respondían sarcásticas y agresivas.Como un prestidigitador, consiguió burlarlas yarrebatarles su único ojo, pues un solo ojo y unsolo diente tenían para las tres, pasándoselo en-tre ellas cuando lo necesitaban. Las Grayas, depronto ciegas, vociferaron con aullidos escalo-friantes. Pero Perseo no se arredró. Pidió la in-formación solicitada a cambio de devolverles elojo. Todavía a regañadientes, terminaron por 367

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confesarle que sólo con los objetos que poseíanlas ninfas del Norte podría derrotar a Medusa.

Sin pérdida de tiempo, se encaminó al lugar in-dicado por las Grayas, más allá del país de los hi-perbóreos, donde la fría luz de un sol casi blancoinfunde en las almas el desprecio de toda mancha.Allí encontró a las ninfas bien dispuestas hacia suempresa. Le dieron todo tipo de instrucciones parallegar hasta las Gorgonas, lo proveyeron con unpar de sandalias aladas, con las que podría des-plazarse a cualquier lugar raudo como una cente-lla, un zurrón mágico, capaz de adaptar sus di-mensiones a las de cualquier contenido, y el cascode Hades, que vuelve invisible a quien cubre conél su cabeza. A su vez, Hermes le entregó unamagnífica hoz de un material tan resistente que fá-cilmente podría seccionar incluso la roca más dura.Atenea le ofreció su escudo de bronce bruñido.Tal era el pulimento del metal, que todo se refle-jaba en su superficie tan nítidamente como en unespejo. Atenea le aconsejó que lo utilizase para nomirar a las Gorgonas directamente, si es que noquería acabar convertido en piedra.

Cuando Perseo llegó, las tres hermanas dor-mían profundamente. Su aliento era fétido. Suaspecto repugnante. Gracias a las sandalias, elmuchacho revoloteó sobre las Gorgonas lla-mando a gritos a Medusa. Ésta abrió los ojos ybuscó amodorrada al sujeto de aquellas voces,pero no podía verlo, el casco lo hacía invisible.Perseo puso el escudo frente a la Gorgona, queal verse a sí misma reflejada en él quedó con-vertida en roca. Perseo, sin pérdida de tiempo,cercenó la cabeza de Medusa y la ocultó en elzurrón. Las otras dos hermanas, impotentes antelo que estaba sucediendo, aullaban frenéticas,pero no podían hacer nada, pues no veían al ase-sino de su hermana mortal. Perseo, cumplido supropósito, se alejó volando de aquel lugar.368

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De regreso hacia Sérifos, al cruzar Etiopía, oyóun llanto que lo conmovió profundamente. De-jándose guiar por la dirección de aquel lamento,descubrió en los acantilados de Jaffa, en Palesti-na, a una muchacha encadenada a una roca.

Era Andrómeda la única hija de Cefeo y Casio-pea, reyes de Etiopía. Nunca la vanidad ha sidobuena consejera, y en este caso fue la causantede las actuales desgracias que asolaban el país.Casiopea estaba tan orgullosa de su hermosuraque no se cansaba de contemplarse al espejo, de-jarse admirar por su pueblo, buscar en todo mo-mento los elogios, que ella consideraba tanto mássinceros cuanto más alababan la tersura de su pieloscura, la línea de sus ojos, la esbeltez de su cue- 369

Perseo, BenvenutoCellini (Loggia deiLanzi, plaza de laSeñoría. Florencia).«Perseo puso el escudofrente a la Gorgona,que al verse a símisma reflejada en élquedó convertida enroca. Perseo, sinpérdida de tiempo,cercenó la cabeza deMedusa y la ocultó enel zurrón.»

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llo de cisne, su talle estilizado como un ciprés.Silenciar esos encantos en su presencia la des-concertaba; en el fondo, no podía dejar de con-siderarlo un desaire. Para no dar lugar a ese re-concomio, ella misma preguntaba si no les parecíamás hermosa que la luna bogando en un mar denubes plateadas. Le gustaba bañarse desnuda enel mar, protegida de miradas indiscretas por laguardia real. La entusiasmaba contemplar su cuer-po empapado a la luz del día. En plena euforia,llegó a decirse a sí misma que ni la más hermo-sa de las nereidas soportaría la comparación conla perfección de sus encantos*. Pero éstas la es-cucharon. Las joviales habitantes de los mares sesintieron afrentadas y acudieron a Poseidón parapedirle reparación a aquella injuria.

No tardaron en caer sobre el país aguaceros es-pantosos que provocaron dramáticas inundacio-nes. Pero lo peor estaba aún por venir. Se en-contraban los pescadores arrastrando las redescargadas de peces hasta la orilla, cuando un gi-gantesco dragón salido de las profundidades ma-rinas se abalanzó sobre ellos, causando muchasmuertes. Nadie se atrevió desde entonces a acer-carse a aquellas aguas, por temor al monstruo.El pueblo veía pender sobre sus cabezas la ruinay pidió a su rey que hiciese algo. Tal fue el cla-mor que Cefeo consultó el oráculo de Amón**.

* De nuevo, el motivo del orgullo desmedido, la pretensiónde superar a cualquiera de las divinidades atraen la des-gracia sobre el imprudente. Sobrepasar los propios límiteses una falta que atenta contra el equilibrio del conjunto deluniverso, del que los dioses participan.** Dios egipcio del sol y la fecundidad, representado conforma humana, su animal sagrado es el carnero. Fue famo-so en la Antigüedad su oráculo, localizado en el actual de-sierto de Libia, tras la depresión de Kattara. Uno de los ras-gos característicos de la antigua religión griega, frente a otrasde confesión monoteísta, fue su capacidad de asimilar divi-nidades de otras religiones diferentes, cuando no convivir370

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El dragón era el castigo de Poseidón por la jac-tancia de su mujer. Sólo se aplacaría si le era ofre-cida su hija Andrómeda como víctima expiato-ria17 a la voracidad del monstruo. El padre senegó en rotundo. Pero el pueblo, asediado porla terrible presencia del dragón, no dejaba de al-zar voces pidiendo el fin de aquella calamidad.Con gran dolor, finalmente, la muchacha fue en-cadenada a un acantilado, donde ahora aguar-daba la venida del monstruo.

Perseo quedó sobrecogido al ver aquel cuerpodel color de la miel; la tela de su peplo, empa-pada por la violencia del oleaje, se le pegaba ala piel, marcando como si fuera transparente susformas deliciosas. Fue, sin embargo, su tristeza yel desamparo en que se encontraba lo que re-volvió los sentimientos del joven. Se ofreció a li-berarla. Andrómeda estaba resignada a sacrificarsepor su pueblo, nunca podría vivir sabiendo cuán-to estaba costando su vida a las gentes. «Yo, queaún no he conocido el amor, mereceré el reco-nocimiento de los míos. No tengo derecho a vi-vir. No, si vivir es a costa del sufrimiento ajeno.»

Perseo le prometió llevarla consigo, defender-la frente a todos. Algo nunca antes experimen-tado bullía en su interior. Nadie hasta entonceshabía despertado en él esa euforia melancólica,la necesidad de encadenar su voluntad al biende esa muchacha. Cada una de las palabras quesalían de esos labios tenía el poder de transfor-mar el mundo. Como si la sola presencia de lamujer bastase para arrancarle a la realidad los ve-los opacos de la existencia. Le habló con dolidaternura. Se ofreció a ocupar su puesto. Nada le

con ellas, sin conflicto. En la primavera del 331 a.C., antesde la campaña contra Persia, Alejandro Magno hizo una pe-regrinación al oráculo de Amón, que le reveló su origen di-vino y su destino de gloria inmortal.

17 expiatorio:que sirve parareparar lasfaltascometidas.

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importaba ahora mismo más que la vida de An-drómeda. Ella, vencida por los magnánimos sen-timientos de ese joven desconocido, no pudo res-ponder, el llanto la ahogaba. La avergonzó nopoder ocultar las lágrimas tras sus manos, ma-niatadas a la roca. Esa involuntaria ostentaciónde su dolor la sumía en una pena inconsolable.Perseo le suplicó, «no te resignes». Ella habló enun hilo de voz, «recuérdame cuando ya no exis-ta». La nobleza del joven parecía resumir todoaquello que nos hace la vida deseable y bella,cuando ya la vida era un bien que estaba a pun-to de agotársele. Ambos ahora se miraban a losojos, sin razones que esgrimir, descubriéndose através de las lágrimas, amándose en el dolor aje-no. Ninguno de los dos podía pronunciar pala-bra. Tenían un nudo en la garganta y en la mi-rada un jardín de pétalos temblorosos. Cuandoun bronco remolino de aguas anunció la inmi-nente llegada del dragón, Perseo habló como sisentenciara su futuro. «Yo derrotaré al monstruo,Andrómeda. Mi destino y tu destino se han he-cho hermanos en el amor. Moriremos juntos oviviremos juntos.»

Ya las fauces de la bestia enseñoreaban sus ar-mas, chorreando agua salada y algas entre loscolmillos, cuando Perseo salta del acantilado y,con las sandalias aladas, revolotea alrededor deldragón igual que un pajarillo enfrentándose a losdescomunales anillos de una cobra. Lo provocaa gritos, a pedradas. Esquiva la violencia de susalas cartilaginosas. Sus rugidos levantan monta-ñas de sonido voraz. Aturden los oídos. Las bru-tales sacudidas de su gruesa cola escamosa en-furecen la superficie del agua. Cuando finalmenteel animal acomete con las mandíbulas de par enpar abiertas al muchacho, éste saca del zurrón lacabeza de Medusa y, echando su cara atrás, sela muestra al dragón, que de repente queda in-372

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móvil, mudo, petrificado. Perseo entonces apro-vecha para cercenarle la cabeza. Un chorro im-parable de espesa sangre tiñe las aguas color la-pislázuli. Lo ha vencido. Son libres. Andrómeday él saludan al día como si forzaran al sol a unamanecer definitivo.

Nadie podía creer lo que se contaba. Pero eracierto. La hija del rey volvía sana y salva. Llega-ba ya la pareja a palacio, cuando el cuerpo de lamadre, Casiopea, fue sustraído y elevado porZeus al firmamento en forma de constelación,como advertencia contra toda arrogancia des-mesurada. Junto a ella, Atenea fijó otra constela-ción que representaba a la joven Andrómeda talcomo estuvo expuesta como primicia para el dra-gón, con los brazos abiertos y una brillante es-trella en su frente. A la entrada de la pareja, lostimbales reales percutieron en un clamor uníso-no con los gritos entusiastas de la población. Ce-feo besó las manos del joven y se arrodilló a suspies, pero éste lo alzó y besó a su vez las manosdel rey.

Perseo y Andrómeda celebraron unos rápidosesponsales y pusieron inmediatamente rumbo aSérifos. Le urgía a Perseo llegar cuanto antes, elpresentimiento de que algo malo podía estar ocu-rriendo allí lo obligaba a no demorar la partida.

Y efectivamente, nada más arribar a la isla, en-contró vacía la casa de Dictis. Corrió a la ciudad.Toda ella estaba alborotada. Preguntando a lasgentes que encontró, fue informado de la terri-ble noche ocurrida. Se decía que Polidectes ha-bía hecho traer a su hermano Dictis y a la mujerdesde la cabaña, escoltados por su guardia real.Los criados hablan de un intento de violación.Que el rey quiso poseer allí mismo, en el salóndel trono, delante de toda la corte reunida y delpropio Dictis, a la mujer venida del mar. Cuan-tos más detalles conocía Perseo, más macabros 373

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le parecían los hechos, mayor era el dolor, y laperplejidad. ¿Cómo había sido capaz el buen Po-lidectes de hacer algo así? Pero una esclava realque encontró llenando unos cántaros en la fuen-te pública le dio detalles de la violencia empleadapor el rey, de sus berridos desaforados, como uncordero conducido al matadero, cómo arrancó apuñados la ropa a Dánae hasta dejarla desnuda.Perseo no quiso saber más. Le hablaban de unmonstruo, no podía creerlo. No podía creer quebajo la máscara del rostro pudieran escondersemonstruos tales. Preguntó por su madre. Lo con-dujeron hasta el templo de la diosa Afrodita. Allíla encontró junto con Dictis abrazada a la estatuade la diosa, ojerosa y demacrada, con el terror to-davía impreso en los ojos. La abrazó. Se abraza-ron. La madre lloró en su hombro. Perseo la dejóen manos de Dictis, que en grave silencio no dejóen ningún momento de mirar al suelo, como sicargara sobre sus hombros todo el peso de lo su-cedido, y corrió a palacio.

Perseo encontró al rey reunido con la noblezalocal en medio de un bullicioso banquete. Sólopronunció una palabra: «Polidectes». Cuando éstegiró la cabeza hacia donde lo habían invocado,encontró un joven erguido a la entrada, firme-mente apoyado en las dos piernas y con un bra-zo en alto. En él sostenía realmente la cabeza dela Medusa. Inmediatamente quedó convertido enpiedra; no sólo Polidectes, con él todos los no-bles que lo acompañaban.

Dictis ocupó el trono de Sérifos. Perseo devol-vió a Hermes los objetos de que hizo uso duran-te su hazaña, las sandalias aladas, el casco de Hades,la hoz y el zurrón. Atenea recuperó su escudo,en el centro del cual fijó la cabeza de Medusa, enhomenaje a Perseo. Éste, con su madre y Andró-meda, buscando la reconciliación con su abueloAcrisio, partieron rumbo a Argos.374

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Pero el muchacho venía precedido por la famade su gesta y Acrisio, temeroso del oráculo quesiempre había estado presente en su pensa-miento, huyó de la ciudad, con el pretexto deuna visita oficial*. Nadie supo dónde se había re-fugiado. Pidió al rey de Larisa, Teutámides, quienlo había acogido, que lo mantuviera en el ano-nimato. Éste accedió. No podía dejar de expli-carle, de todas formas, que, si buscaba el aisla-miento, la ciudad pronto sería un hervidero degente, pues había convocado unas competicio-nes atléticas en honor de su padre, recientementefallecido. Había enviado heraldos anunciando losfabulosos premios a todos los rincones de Gre-cia. Se esperaba una gran concurrencia.

La mañana de los juegos fúnebres amaneció ra-diante. Las brillantes trompetas anunciaron elalba. Numerosos coros de jóvenes, adornadoscon guirnaldas de flores y blancas clámides, dan-zaron por la ciudad al son de la lira y la flautade doble tubo. En el altar de Zeus se sacrifica-ron cien hermosos novillos. Al herir el sol la are-na de las pistas, ante una gran multitud agolpadaen las gradas, fueron solemnemente proclamadoslos nombres de los contendientes. Cuando Acri-sio oyó de boca del heraldo el nombre de Per-seo entre los atletas allí presentes, un escalofríole recorrió el cuerpo entero, encogiéndose aúnmás bajo su vestimenta de simple comerciante.Sin dejar de temblar, no vio lo que en las pistassucedía, pendiente todo el rato de aquel joventan parecido a su hija Dánae. Cuando éste seadelantó a la línea con el disco en la mano, Acri-sio sintió un nudo en el estómago. Vio cómo Per-

* De nuevo, en el mito de Acrisio, intentando rehuir inútil-mente el vaticinio pronunciado por el oráculo, encontra-mos la inexorabilidad del destino. Nadie puede escapar asu cumplimiento. 375

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seo giraba su cintura y en un movimiento preci-so volteó hacia arriba el disco. Lo vio volar comoun ave por un camino invisiblemente trazado.Con la cara hacia el cielo, apenas tuvo tiempode actuar cuando ya el disco caía a toda veloci-dad contra su cabeza. Un grito de horror hizo re-temblar el estadio.

A su regreso a Argos, Perseo es nombrado su-cesor de Acrisio en el trono de la ciudad. Peroes tal su pena, el dolor de haber matado aunqueinvoluntariamente al abuelo que nunca había co-nocido... No podía vivir en aquel palacio, enaquella ciudad que, en todas sus paredes y to-das sus calles, tenía la impronta del fallecido. Per-seo se entrevistó con su primo Megapentes, a lasazón rey de Tirinto tras la muerte de su padrePetro, y ambos decidieron intercambiarse los rei-nos. Así, Megapentes llegó a ser rey de Argos,mientras que su primo Perseo ocupaba el tronode Tirinto. Allí se trasladó en un principio la pa-reja real, Perseo y Andrómeda, pero, a medidaque vivían en este bastión defensivo, fueron sin-tiendo igualmente la presión de los pasadosacontecimientos y Perseo decidió fundar dentrodel reino una ciudad completamente nueva, quecon el tiempo estaba llamada a alcanzar gloriaimperecedera, eclipsando a la propia Tirinto, yluego, siglos después, caería ella también en lassombras del olvido, Micenas.

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1 solio: trono.

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TEBAS

Vive el hombre sumido en la mayor ceguera.Cuando cree estar viendo, no ve. Proyecta suspensamientos en el libro del mundo. Piensa.Cuando realmente ve, interpreta sin más la con-fusión de lo real a la luz de sus prejuicios. Quiense confía en lo que tiene, olvida la carcoma deltiempo, cómo va royendo a cada instante la basede nuestra seguridad. Quien ambiciona lo queno tiene, aun lo que tiene lo perderá en la pom-pa de jabón de las pasiones.

Un gran duelo vive la ciudad de Tebas. Todoslos rostros muestran los signos de la consterna-ción. En las calles, en los mercados, aun en las al-cobas se habla en voz baja, como si no quisieranalterar el dulce reposo del muerto. Nectis, la rei-na viuda, aparece vencida. Completamente de-macrada. No tiene ojos para mirar el futuro. La lar-ga y penosa enfermedad que ha acabado con lavida de su esposo Polidoro terminó por agotar suresistencia. Sentada en el solio1 real, impresionasu figura enmarcada por el negro manto de pañogrueso. En su regazo sostiene al pequeño Lábda-co. Apenas hace un año que abrió sus ojos a la

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luz y ya ha perdido el firme sostén de su padre,aunque todavía el crío, sumido en la confusión dereconocer el mundo, no lo sabe. Mira con ojosbovinos, claros, penetrantes, aturdidos, la pompafúnebre que a su alrededor se desarrolla.

Todavía recuerda esta ciudad aquellos díasaciagos2 vividos bajo el reinado de Penteo, ycómo aquella obstinación suya en tomar bajo sucontrol la religiosidad de su pueblo, negándosea reconocer los beneficios del tebano Diónisos,atrajo la desgracia no sólo sobre él, sino sobre latotalidad de sus habitantes*.

La ciudad de Cadmo quedó efectivamente mar-cada por los horrores padecidos como conse-cuencia de aquel acto impío, aún más lacerantespor haber caído en ellos tras el periodo de pros-peridad sin sombras que fue el anterior reinadode Aristeo.

Efectivamente, Aristeo había traído consigo aTebas nuevos conocimientos, que puso al servi-cio de la comunidad. Cuando Cadmo ofreció lamano de su hija Autónoe a este hijo de Apolo yCirene, no buscaba enriquecerse con tesoros ma-teriales ni establecer importantes alianzas estra-tégicas. Pensó en los progresos que las habili-dades de su futuro yerno podrían aportar a todoslos tebanos. Pensó en las nuevas técnicas des-cubiertas por este hombre preclaro para alimen-tar a muchos, para que muchos pudieran disfrutarde una vida más fácil, más regalada.

* Nuevamente, la soberbia de un gobernante, Penteo, so-brepasando sus propios límites al negar la divinidad del éx-tasis dionisíaco, en un intento de doblegar la naturaleza hu-mana a lo puramente racional, atrae sobre sí el castigo.Recuérdese que, embaucado por las palabras del propiodios, Penteo sube hasta el Citerón disfrazado de mujer, paraespiar a las bacantes en sus rituales prohibidos a todo hom-bre, y que, descubierto por éstas, es asesinado y decapita-do por su propia madre, Ágave, en pleno delirio báquico.

2 aciago: queanuncia o

vieneacompañado

de desgracias.

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Cirene no era una muchacha al uso. Hija de Pe-neo, rey de los lapitas, mostró desde niña unaclara aversión a la rueca y a las reuniones feme-ninas, prefiriendo con mucho el aprendizaje pro-pio de un varón. Su maestría con el arco y en elmanejo del cuchillo se hizo legendaria entre loshabitantes del boscoso Pelión. No le daba miedoenfrentarse a cualquier tipo de fiera. Ataviada conuna clámide corta*, que le permitiese correr me-jor, sin estorbos, y el olfato de quien sabe pre-sentir la presa en las inmediaciones, perseguíatodo tipo de animales, sin importarle su tamañoo ferocidad, con auténtico espíritu cazador. Peronada pasa desapercibido a los ojos del dios de laluz y la razón. Apolo la vio enfrentarse sola a unterrible jabalí y todo él se sintió transido por unimpetuoso ardor. La amó con generosidad. En lasvoluptuosas fuentes de la muchacha apagó la sedde infinito que mueve al mundo. No violentó suvirginidad, todo él se le entregó para que Cirenehiciese suyo el aliento divino que la fuerza vivi-ficante de Eros hace gustar a todo mortal. Frutode aquella unión, iba a nacer Aristeo.

El propio dios confió su educación al centau-ro Quirón y a las Musas. De esta forma, Aristeoaprendió el arte de la apicultura, cómo reunir, yen qué lugares, enjambres de abejas y cómo ahu-yentarlas de los panales con el fuego para reco-ger la miel. Su espíritu inquieto lo llevó a pren-sar las aceitunas hasta descubrir la fabricacióndel aceite y sus usos. Observando a las crías ma-mar, ideó las diferentes técnicas del ordeño y lafabricación de quesos y cuajadas. Se hizo un ex-perto cazador, aplicando nuevas estrategias me-nos cruentas, el lazo, la utilización de redes, ce-

* La clámide, como prenda de vestir hasta el muslo, era pro-pia de hombres, con lo que su uso por parte de Cirene re-vela sus rasgos masculinos. 379

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pos de diversos tipos. Aprendió el rastreo, a leerlo ocurrido por sus huellas. Sus beneficios fue-ron aplaudidos por sus vecinos hasta tal puntoque Cadmo, haciéndose oídos de su fama, leofreció la mano de su hija Autónoe*.

La cesión del trono a Aristeo llevó la prosperi-dad a los hijos nacidos de los dientes de la ser-piente de Ares. La ciudad de Tebas fue prontodigna de admiración entre los pueblos. Su estilode vida, anteponiendo el bien común a los inte-reses particulares, la hizo sobresalir entre las de-más. Los dioses bendijeron la unión de Aristeo yAutónoe con un hijo, Acteón, que heredó de suabuela Cirene la pasión por la caza y el gustopor las soledades de montes y quebradas, adep-to entusiasta de la diosa Ártemis.

Pero Aristeo no pudo soportar el trágico finde su hijo. El dolor lo llevó al borde de la lo-cura: Sufría la presencia de las huellas del mu-chacho en cuanto le rodeaba. Todo le hablaba deActeón, los suelos testigos de sus primeros pa-sos, el gimnasio donde endureció su cuerpo, lostrofeos de caza enseñoreando los corredores depalacio, todo tenía la impronta de su hijo. ¿Cómoolvidarlo? ¿Cómo vivir sin él? La vida es una som-bra, un suspiro. Pero, cuando se trata de un mu-chacho, la muerte reduce la existencia a un sar-casmo. Aristeo vivía acosado por la memoria,dominado por la desesperación. No se sentía ca-paz de anteponer sus obligaciones de gober-nante a su propio sufrimiento. Abandonó la ciu-dad. Cedió el trono y huyó de Tebas, huyó delrecuerdo.

* Como otros personajes mitológicos, Aristeo representa losbeneficios de la civilización, divinizando de este modo eltiempo ancestral en que el hombre comienza a hacer usode su inteligencia para desarrollar técnicas que le permitansacar mayor provecho de los recursos naturales.380

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Al llegar a la isla de Ceos, la encontró sumidaen una gran calamidad. Una espantosa epidemiaestaba diezmando a la población. Ningún reme-dio había surtido efecto. Uno sobre otro, ibanamontonándose los cadáveres en las calles de laisla, sin ánimo ya sus habitantes para cumplir conlos ritos fúnebres, tal era la cantidad de isleñosalcanzados por la maldición de aquella despia-dada enfermedad. Apolo infundió en su hijo Aris-teo la intuición del sanador para acabar conaquella desgracia. Éste elevó un altar a Zeus, pro-piciador de la lluvia. Cada día le ofrecía un so-lemne sacrificio, invocándolo bajo la protecciónde la estrella Sirio*, hasta que ambos, compade-cidos, derramaron sobre la isla el socorro de unalluvia que la limpió de aquel aire infestado. Cadaverano, desde entonces, soplan sobre las Cícla-das los vientos etesios, que purifican su atmós-fera, refrescándola y ahuyentando los aires vi-ciados. Aristeo permaneció en Ceos hasta el finalde sus días.

Tebas, mientras tanto, caía bajo la soberaníadel intolerante Penteo, hijo de Ágave y nieto deCadmo, que restringió los movimientos de sussúbditos y dejó caer sobre ellos todo el peso deuna ley coercitiva y mezquina. Ni un solo cabe-llo de los tebanos podía moverse sin que su reylo supiera. Tanto afán de control habría de cho-car necesariamente con el mensaje liberador deDiónisos.

* Sirio es la estrella más brillante, vista desde la tierra. Seencuentra en la constelación del Can Mayor, bien visible enlos meses invernales. Fue muy venerada por los antiguosegipcios, que la consideraban anunciadora de las crecidasdel Nilo. Como divinidad propiciadora de las lluvias, fue in-troducida en Grecia y asimilada a Zeus, dios portador delrayo y el trueno, durante el proceso de apropiación de fi-guras míticas de otras culturas conocido como sincretismoreligioso. 381

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Y una vez muerto Penteo a manos de su pro-pia madre, quien, poseída por el delirio báqui-co, en plena orgía dionisíaca, confundió al es-pía, su hijo, con un león y le arrancó la cabeza;asumió el trono su tío Polidoro. Los años de so-siego y calma bajo su reinado supusieron en unprimer momento un respiro cierto, que luegopoco a poco desembocó en una aletargante apa-tía. Nadie quería recordar. El poso negro del re-cuerdo era una amenaza para el futuro y prefi-rieron vivir en un presente inmóvil. El propioPolidoro impuso a sus decisiones un ritmo decautelosa aceptación, sumiso a cada sucesocomo inevitable. ¿Quién recordará mañana a estehombre? ¿Qué hazañas suyas permanecerán enla memoria? ¿Qué dirán de él los hombres veni-deros?*.

Tú sabes, Nicteis –hablaba un día el viejo Po-lidoro a su joven esposa– que Eos fue castigadapor Afrodita a permanecer en un estado de con-tinuo enamoramiento. La Aurora había cedido alos requiebros de Ares, entregándose a la fir-meza de sus brazos musculosos. La diosa delamor, colérica de celos, lanzó su maldición con-tra la diosa de rosáceos dedos y sonrisa color

* En la sucesión de los cuatro primeros reyes de la ciudadde Tebas, advertimos las diferentes formas de afrontar lasobligaciones del gobernante y sus consecuencias para lapoblación: la magnanimidad de quien sabe renunciar al tro-no en beneficio de alguien que puede traer la prosperidad(Cadmo), la generosidad del que entiende su cometidocomo un servicio público que redunde en un auténtico pro-greso para la vida de sus súbditos (Aristeo), la catastróficaintransigencia del fanático del orden (Penteo) y el conser-vadurismo del pusilánime (Polidoro). Sin embargo, el mitonunca tiene un sentido unívoco; igualmente puede enten-derse la sucesión como un proceso historicista de funda-ción de la ciudad (Cadmo), desarrollo de los medios de vida(Aristeo), reglamentación de un orden establecido (Penteo)y continuismo degenerante (Polidoro).382

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cereza. Y ésta, a instigación de la diosa chiprio-ta, se prendó de un joven ateniense, Céfalo.Gran aficionado a la caza, lo vio un frío ama-necer, una silueta apenas en las brumas matuti-nas, agazapado entre los ramajes desnudos dehojas y los matorrales requemados por las hela-das. Lo vio echar a correr tras una pieza. Eosempalideció inmediatamente. No creas que nose resistió a aquel sentimiento desmesurado.Pero la fuerza de la pasión nos rompe los lazosde la cordura y ella no pudo hacer otra cosa queextender sus brazos como el alabastro y tomaraquella sombra a la carrera blandamente en suregazo.

Céfalo quedó lógicamente estupefacto. Aquelrapto suave y benigno sobrepasaba su capaci-dad de comprensión. ¿Te imaginas ir corriendopor el monte y remontar como en un vuelo,igual que un cisne, hasta las alturas? Pero Céfa-lo sintió aquellos labios fríos posarse en los su-yos y derramó unas lágrimas. No quería mos-trarse descortés con quien era evidentementeuna inmortal y al mismo tiempo detestaba trai-cionar sus sentimientos más íntimos. La diosalo atrajo hacia su pecho, pero un beso no co-rrespondido sabe a hiel y le preguntó descon-certada si no la consideraba suficientementeatractiva.

«Tú sabes, divina criatura, quienquiera que seas,que la belleza de una diosa supera cuanto un ojohumano en su breve vida pueda contemplar. Sino puedo corresponder a tu deseo es porque mees imposible ser infiel a mi propia memoria. Haceapenas unos meses que desposé a una mujer,muy inferior a ti en donaires, pero de la que es-toy profundamente enamorado. Procris es sunombre. Nada podrá apartármela del pensa-miento. Perdona mi negativa, que no es un re-chazo a tu persona, sino lealtad.» 383

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Eos respetó los deseos de Céfalo, pero lo lle-vó consigo a Siria, donde pensó que poco a pocopodría ir ablandando su resistencia. El tiempotrabaja sobre los sentimientos igual que sobre losobjetos y los seres vivos, desmoronándolos. Peroel cariño de Céfalo hacia Procris parecía inago-table, faro interior, no hacía sino crecer en la au-sencia, manteniendo siempre al hombre postra-do en una melancolía que encendía aún más lasbrasas en que se consumía la divina Aurora. Ellanecesitó tiempo para convencerse de la inutili-dad de su espera y acabó un día liberando a suhuésped forzoso. No sin antes sembrar por des-pecho la duda en el alma de Céfalo. «¿Y tú estásseguro de que tu mujer se te ha mantenido fieltodo este tiempo con tu misma perseverancia?Qué poco conoces el alma femenina.»

Sabía el daño que estaba causando en el inte-rior del hombre, pero no sentía ningún remor-dimiento. Ésa fue su despedida; y el vacío de unanostalgia sin perspectivas, su propio castigo.

La alegría volvió a visitar el hogar de Céfalo. Elmatrimonio celebró el retorno como una segun-da ceremonia nupcial y la confirmación de sucompromiso. Los días, querida Nicteis, fueronaún más intensos que antes, ahora conocían am-bos los zarpazos de la ausencia en su propia car-ne. Pero la duda que Eos había inculcado en lamente de Céfalo no dejó de crecer y crecer. Últi-mamente veía la belleza de su mujer como unpeligro, le ponía de mal humor que ella se aci-calase. En cualquier palabra que pudiera alber-gar un doble sentido, el marido creía confirma-das sus sospechas. La paz abandonó sus noches.La tranquilidad espiritual era un vago recuerdoen sus días agitados por una preocupación ob-sesiva: la fidelidad conyugal. Pensó que no re-cobraría el sosiego hasta tener una prueba clarade la lealtad de Procris. Anunció que empren-384

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dería un largo y peligroso viaje, del que no sa-bía ni cuándo ni si podría regresar sano y salvo.Renovó los votos de amor a su mujer y partió de-bidamente equipado.

Pero al poco regresó disfrazado de mercader.Un hombre de tez oscura había llegado hasta suspuertas pidiendo hospedaje y Procris no se pudonegar. Le asignó una alcoba entre las depen-dencias de los hombres y ordenó a sus esclavosque lo atendiesen. El mercader al poco comen-zó a buscar encuentros. Le regalaba el oído contiernas palabras. No quería forzar su resistencia,sólo le pedía su consentimiento y la renuncia asu pasado. Procris se negó escandalizada. El mer-cader insistía, suplicaba, la amenazaba. Le ofre-ció magníficos regalos. No dejó de acosarla, apesar de las claras muestras de rechazo de ella.Duplicó el número de regalos. La lisonjeó hastala embriaguez. Procris le suplicó que la dejaseen paz. Su resistencia estaba a punto de desfa-llecer. No podía expulsarlo de su casa sin aten-tar contra la hospitalidad ofrecida. Su presenciala alteraba y confundía. El acoso la tenía fuerade sí. Él imploró de rodillas un beso, un solobeso y la dejaría en paz. Procris se dejó vencer,no podía más. Ante la posibilidad de terminarcon aquella tortura, cerró los ojos y entreabriósus labios, como el que ha de tragarse una pó-cima curativa. Pero no fue un beso lo que reci-bió, sino un insulto.

Cuando Procris abrió los ojos y vio ante sí a suesposo con la peluca de mercader en una manoy en la otra el paño con el que se limpiaba lacara de afeites, presa de una profunda indigna-ción, lloró avergonzada. La humillación le arran-có lágrimas como brasas. Huyó de aquella casa.Corrió a ocultarse en el monte. Sin mirar atrás.Céfalo estaba profundamente arrepentido. No es-peraba herir hasta tal punto los sentimientos de 385

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su mujer. Al fin y al cabo, sólo era una prueba.Ahora estaba desconcertado y, sin embargo, másenamorado que nunca. Corrió tras ella. La al-canzó, a pesar de la carrera desesperada de Pro-cris. Logró convencerla para que regresase a casa.Pero ya nada fue igual.

Procris conservaba hacia Céfalo un fondo deternura inagotable, pero la desconfianza se ha-bía instalado entre ellos. Las palabras habían per-dido su inocencia. Los gestos velaban sentidosocultos. Los ojos no miraban de frente, espiaban.Cuando su esposo regresó a su antigua afición,la caza, Procris comenzó a sospechar de sus lar-gas correrías por las montañas de los alrededo-res. No dijo nada. Ni siquiera le hizo insinuaciónalguna. Su oído estaba permanentemente atentoa lo que pudiera averiguar, una contradicción,nuevos énfasis en las explicaciones. Un día saliómuy de mañana tras él. Había decidido seguirlo,vigilar sus movimientos.

Céfalo, Nicteis mía, respiraba como todos losde la casa aquella tensión muda y aliviaba la pre-sión de sus pensamientos escapando al frío abra-zo del amanecer. En la persecución de las pre-sas descargaba la violencia soterrada de lasdudas. Vio agitarse unos matorrales. Dedujo delmovimiento que tras ellos debía esconderse unbuen animal. Se acercó con sigilo, procurandohacer el mínimo de ruido. Cuando estaba a unaprudente distancia, descargó con toda su fuerzala jabalina contra el matorral. Un grito sofocadosalió de la espesura. Al apartar las zarzas, Céfa-lo descubrió en el suelo a Procris con la jabali-na profundamente clavada en el corazón. Éstasólo tuvo tiempo de acariciar el rostro desenca-jado de su esposo con una mirada ya turbia y laluz abandonó sus ojos.

Qué breve, sin embargo, Nicteis, fue tu ma-trimonio. Apenas si habías tenido tiempo de386

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mostrar a tu esposo la constancia de tu carác-ter y tu capacidad de entrega, cuando la des-gracia cayó como un mazazo sobre palacio,agostando tu juvenil jovialidad. El mal, que in-exorablemente se había apoderado de ese hom-bre mesurado y curtido, se cebó arrastrando supesada cola durante meses de enfermedad in-sufrible. Polidoro yacía ahora en el majestuosocatafalco. En tu recuerdo, sus palabras resona-ban como una burla, mientras sostenías en tusmuslos agotados al hijo de apenas un año, eljoven Lábdaco.

Cuando los negros penachos de la ceremoniafúnebre asustaron al crío, que se puso a berrearcomo un corderillo atemorizado, la madre lo aca-rició con delicadeza y dijo en su oído: «Calla, mipequeño Lábdaco, no llames con tus lágrimas aLamia. ¿No sabes quién es Lamia? Yo te lo diré.Sabes que Zeus es un dios grande y poderoso, elmás grande y el más poderoso de todos. Con susrayos, si quisiera, podría en un abrir y cerrar deojos derribar todo el palacio y la ciudad entera,fulminando a todos sus habitantes. Pero el amorhabita en su pecho, y un manto de justicia atem-pera sus impulsos. No temas, chiquitín. Él nosprotege. Cuando el dios supremo se enamoró dela joven Lamia, Hera, muerta de celos, se encar-gó personalmente de hacer desaparecer a todosy cada uno de los hijos que fue teniendo de Zeus.Apenas venían al mundo, la augusta diosa los ha-cía perecer inmediatamente. Desesperada, Lamiase escondió en una cueva. La irritación se revol-vía igual que un espeso veneno en el interior dela joven. Su indignación se estrellaba contra unmuro de impotencia desamparada. Envidiosa detodas las madres del mundo, se consumía en me-dio de una rabia atormentadora, hasta acabar con-virtiéndose en un monstruo. Cada noche salía decacería igual que una perra de presa. Con colmi- 387

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llos chorreando saliva y odio, atravesaba los po-blados, confundida con las densas sombras de lanoche. Cuando un llanto infantil rompía el silen-cio, delatando la presencia de un crío, como tú,mi pequeño Lábdaco, Lamia lo raptaba para de-vorarlo allí mismo. Hera no cabía en sí de satis-facción, pero la compasión manifiesta de su es-poso seguía hiriendo su orgullo y condenó a lajoven a no poder dormir jamás, haciendo aún másinsufrible su martirio. Zeus, conmovido, le con-cedió la facultad de quitarse y volverse a ponerlos ojos en las órbitas cuando quisiera. Desde en-tonces, al sentirse agotada, Lamia bebe todo elvino que puede hasta caer rendida y, quitándo-se los ojos, se sume en un sueño profundo y agi-tado. Pero en cuanto el llanto de un niño la des-pierta, Lamia vuelve a ponerse los ojos en su sitioy no descansa hasta dar con él y comérselo convoracidad desesperada. No llores, cachorrillo mío.Tu madre está contigo.»

Y, con la yema de un dedo, limpió su carita delágrimas.

Dada la corta edad de Lábdaco, fue su abuelomaterno, Nicteo, quien asumió la regencia. Nue-vo rey de Tebas, emprendió reformas en la ciu-dad, dotándola de servicios públicos que facili-taran e hicieran más cómoda la vida de sushabitantes. Pero conservó en sus manos la ple-na autoridad, ejercida sin miramientos. Todo elpeso de la tradición era para él ley y norma deconducta, sin conocer en ningún momento ni lamisericordia ni la tolerancia. La línea que sepa-ra el bien del mal estaba para él delimitada confanática precisión. Consideraba el deber como laaspiración suprema y la alegría y la espontanei-dad como una debilidad imperdonable. Su ob-sesión por la justicia lo hacía caer en el mayorde los despotismos.388

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Con él vivía en la corte su otra hija, Antíope.La belleza de sus ojos verdes no pasó desaper-cibida al padre de los dioses. La muchacha vivíaacosada por el temor a cometer cualquier in-fracción aun involuntaria. Su educación se habíabasado en órdenes claras y estrictas. La mayorterneza que escuchó en su infancia fue que al ár-bol torcido sólo una mano firme puede endere-zarlo cuando todavía es retoño. El respeto ame-drentado que Nicteo había impuesto a la cortecreó un clima de insensibilidad y egoísmo en elque era difícil que brotara la flor de la confian-za. Ni siquiera con su hermana, volcada en cuer-po y alma en la educación del pequeño Lábdaco,mantenía Antíope una correspondencia afectiva.La rigidez del protocolo hacía de la corte de Te-bas una cárcel dorada, en cuyas celdas anidabaun individualismo siempre acechante.

Había salido Antíope a los jardines reales pararecoger flores con las que trenzar unas guirnal-das* cuando fue sorprendida por un siseo entrelos arriates. La muchacha, tal como aconsejabanla prudencia y el recato, hizo intención de reti-rarse, pero un segundo siseo despertó su curio-sidad. Y se acercó al macizo de verdor del queprocedía aquel ruido. Al apartar unas ramas, fuesorprendida por el salto de una criatura. Se tra-taba de un sátiro. Sus movimientos procaces3 ysu desenvoltura le hicieron gracia. Igual que unanimalillo inofensivo lo veía corretear por el jar-dín, dando volteretas y burlándose de sus remil-

* La costumbre de adornarse con una corona o guirnaldade ramas verdes y flores no era privativa de los vencedo-res en las competiciones deportivas o artísticas, sino prác-tica habitual y cotidiana en el mundo griego antiguo. Se lausaba en los banquetes y festividades, incluso las víctimasde un sacrificio solían ir coronadas de guirnaldas. En el mer-cado de Atenas, en tiempos históricos, había puestos espe-cíficos para la venta de este adorno.

3 procaz:desvergonzadoe indecoroso.

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gos a seguirlo. Antíope sonreía, olvidados todoslos temores. En su pecho bullía el regocijo quehace piar a las aves ante el rayo de sol. Aqueljuego inocente era como una bocanada de airefresco. Siguió sus piruetas. Le preguntó el nom-bre. El sátiro farfullaba sonidos ininteligibles, queeran recibidos con una carcajada de ella. Cuan-do llegaron entre juegos y bromas a lo más apar-tado y la muchacha seguía preguntándole elnombre, el sátiro transformó su aspecto al tiem-po que decía: «Zeus soy, no temas». Antíope lomiró espantada. En su fuero interno se apremia-ba a escapar de allí. Pero sus miembros no le res-pondían. El miedo y la curiosidad batallaban ensu cabeza. La hermosura del ser que tenía de-lante resplandecía igual que un campo de ama-polas a pleno sol. La desnudez divina limpiabaal mundo devolviéndolo a una inocencia estre-mecedora. Cuando Zeus rozó sus mejillas tem-blorosas, ella dio un respingo. Pero el dios pei-nó con sus dedos aquellos rizos rebeldes, luegodesabrochó la horquilla de oro prendida a sunuca, dejando caer una cascada de bucles colorazabache. Al pasar su brazo por la cintura de lamuchacha, ella se entregó a una furiosa dulzura.

Antíope estaba horrorizada. En su seno lleva-ba la semilla de Zeus. Sólo al quedar de nuevosola, el recuerdo de su padre cayó como una es-pada en su conciencia. No temía el castigo a unafalta que ella no sentía como tal. La espantabaque ya sólo las palabras del padre mancharancon mezquinas acusaciones la gloria de su pro-pia naturaleza, de la verdad tan duramente arran-cada al ciego autoritarismo. Recordó el castigoque aguardaba a los hijos nacidos fuera del ma-trimonio. El terror le heló la sangre. No miróatrás. Huyó del palacio. Huyó de Tebas. Fue pi-diendo asilo allí donde llegaba, pero todos te-mían enfrentarse al poder de Nicteo. Su deses-390

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peración, sin embargo, logró enternecer a Epo-peo, rey de Sición*, que la tomó por esposa.

Para su padre, aquella afrenta era algo desme-surado, monstruoso. La vergüenza lo llevó al bor-de de la locura. Derribados los fundamentos desu moral tan estrecha, la ira lo corroía igual quea una fiera acorralada. En el paroxismo de su de-sesperación, prefirió cerrar los ojos a un mundoque se le escapaba de las manos y, desenvai-nando un puñal de oro, lo clavó repetidas vecesen su pecho y vientre. Todavía agonizaba cuan-do mandó llamar a su hermano y comandante delos ejércitos reales, Lico, para encargarle que, trasasumir la regencia de Tebas, lo vengara. Así se loprometió éste ante su lecho de muerte.

Lico marchó contra Sición al frente de su ejér-cito. No le fue difícil, con ayuda de sus discipli-nadas tropas y todo el material bélico puesto enmarcha, derrotar a los sicionios, causando unagran carnicería entre la población. Lico en per-sona se ocupó de dar muerte a su rey, Epopeo,y coger prisionera a su sobrina Antíope. Enjau-lada como si de una fiera se tratara, fue trans-portada de nuevo a la ciudad de Tebas. Pero elplazo se cumplió por el camino y Antíope rom-pió aguas en su humillante prisión. Toda la co-mitiva guerrera detuvo su marcha en tanto quela joven daba a luz, sin ayuda de nadie, igual queun animal del monte, entre indecibles dolores.Dos hijos de Zeus nacieron, los gemelos Anfióny Zeto. Pero Lico ordenó abandonarlos a su suer-

* Sición fue una importante ciudad situada en el Pelopo-neso, al noroeste de Corinto. Ocupaba una pequeña perofértil llanura, con un puerto abierto al golfo de Corinto, loque la convirtió en pieza clave para el control comercial dela zona. A esto se sumaba el ser punto de partida para laruta terrestre que, pasando por la meseta de Arcadia, reco-rría todo el Peloponeso hasta Laconia. Históricamente, semantuvo independiente y autónoma del resto de Grecia. 391

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te. La madre suplicó horrorizada por la vida desus pequeños. El corazón de Lico era inconmo-vible, había hecho una promesa a su hermanoante su lecho de muerte. Los críos fueron ex-puestos*. Durante muchos días seguiría oyendoAntíope en su pensamiento aquel llanto de ani-malillos desamparados. La pérdida la destrozócomo si una mano le hubiese desgarrado sin pie-dad las vísceras.

Pero no habrían de acabar ahí sus penalidades.La esposa de Lico, Dirce, celosa de su belleza, latrató como a una cautiva, comportándose conAntíope con una brutalidad gratuita. La mante-nía encerrada en los sótanos más oscuros, don-de ningún rayo del sol llegaba. Disfrutaba vién-dola consumirse de hambre y sed, sin permitirque se le diese alimento alguno, ni siquiera unsorbo de agua, hasta no haberse regalado a pla-cer los oídos con las súplicas de la prisionera.También de palabra la atormentaba. Cada día ba-jaba a recordarle el motivo de su cautiverio. En-tre insultos y amenazas, se reía de su maternidadtan inútil. Lico consentía y alentaba la crueldad desu esposa. El sufrimiento de Antíope parecía queno iba a tener fin. Cada día traía una nueva hu-millación. Ni los latigazos ni el escarnio dolíantanto como el recuerdo de sus pequeñines aban-donados a una muerte segura. Antíope llegó asuplicar a Zeus con desesperación que le con-cediera al fin el reposo definitivo. Una noche,milagrosamente, las cadenas que la aprisionaban sesoltaron por sí mismas. Antíope no podía creer-

* La exposición de los hijos, o abandono de éstos reciénnacidos, no era una práctica proscrita por la civilizacióngriega antigua, que no veía en ellos todavía a personas sinoa seres irracionales, en igualdad con los animales. El niñosólo adquiría su condición de hombre y, con ello, miem-bro de la comunidad con la adquisición del lenguaje y eldesarrollo intelectivo.392

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lo. Estaba libre. El camino despejado. El únicocentinela dormitaba apostado en una columna,dando cabezazos contra su propio pecho. An-tíope huyó en la noche. Corrió lejos de allí. Es-taba salvada.

Entre tanto, Lábdaco, el hijo de Polidoro y nie-to de Cadmo, había llegado a la mayoría de edad.Su madre Nicteis reclamó para él la corona te-bana, que le correspondía por derecho de suce-sión. El joven Lábdaco era de una religiosidadenfermiza. Hipocondríaco y asustadizo, buscabaen su ciega piedad un talismán contra los peli-gros que constantemente vislumbraba a su alre-dedor. Temeroso de los dioses, hizo idolatría delculto tradicional. Volvió a condenar los recientesritos dionisíacos, por los riesgos que entrañabasu desenfreno liberador. Y fue precisamente elcastigo de Baco a su insensatez el que iba a ter-minar causándole su propia ruina.

Lico, instigado por su esposa Dirce, permane-ció al lado de Lábdaco en calidad de consejero;aunque su sobrino nieto desconfiaba de cual-quier consejo, no dejaba de solicitarlos cada vezque se encontraba perdido entre obligaciones amenudo contradictorias. Su reinado estuvo mar-cado por su constante indecisión. Dirce se con-gratulaba de las debilidades del nuevo sobera-no, pronosticándole un breve reinado, como asísería. Lico se tragó su propio orgullo y aceptóponerse al servicio del monarca, en un segundoplano, esperando el momento de volver a tomarlas riendas del poder.

Como estratega, Lábdaco mostró la misma in-seguridad veleidosa. Firmaba con otras casas rea-les tratados de alianza que luego no vacilaba entraicionar, coligándose con quienes antes eransus enemigos. Al estallar un enfrentamiento conel Ática por un conflicto de límites territoriales,Lábdaco se mostró inflexible. Resolvería por las 393

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armas lo que fácilmente podría haberse nego-ciado. Declaró la guerra al rey de Atenas, Pan-dión. En el momento en que éste respondió en-viando sus tropas a la frontera, Lábdaco intentódar marcha atrás. Pero fue entonces Pandiónquien, sintiéndose agredido, lo declaraba ene-migo y estaba dispuesto a resolver en combatelo que ahora Lábdaco habría preferido dirimir entribunales imparciales.

Lábdaco perdió un tiempo precioso en cavila-ciones, embajadas que regresaban con las ma-nos vacías, reuniones del consejo cuyas decisio-nes el propio rey contradecía a la mañanasiguiente. Pandión, entre tanto, había pedido ayu-da al rey de Tracia, Tereo. Éste no vaciló en su-mar sus fuerzas a las del rey ateniense. A cambio,obtendría en matrimonio a su hija primogénita,Procne, junto a una importante dote. La alianzade atenienses y tracios y el estado de irresolu-ción en que encontraron a su enemigo, Lábda-co, hizo que todo se resolviera a favor de Ate-nas en el transcurso de una batalla que algunoshabrían calificado de paseo militar antes que deverdadera lucha.

Tereo, crecido por victoria tan fácil, regresó aTracia con su mujer, Procne. El matrimonio, frutode un acuerdo práctico, no supo encontrar cau-ces afectivos. Se respetaron mutuamente, mante-niéndose las distancias. Procne dio a su esposoun heredero, Itis. Pero ni siquiera el crío logró de-rretir el hielo que se interponía entre la pareja.Procne se sentía sola en los boscosos territoriosde la fría Tracia. Echaba de menos a su hermanay confidente, Filomela. A menudo recordaba susdías de gozosa intimidad bajo el cielo color vio-leta de Atenas. Tanto era el silencio en el que vi-vía que a veces temía si no acabaría volviéndoserealmente muda. La tristeza se instaló en su cuer-po como en un aposento confortable. Se habituó394

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a aquella melancolía de paisajes bajo la niebla.Con cada suspiro se le escapaba un trocito de re-cuerdo. Su soledad llegó a ser tan uniforme comoel manto de nieve que iguala las irregularidadesdel terreno. A menudo permanecía absorta, comoperdida en los límites estrechos de la nostalgia.Acabó rogando a su esposo que le permitiera traeruna temporada a su hermana Filomela a la corte.

El propio Tereo se ofreció personalmente a via-jar hasta Atenas para conducir con más seguri-dad a su hermana hasta sus dominios. Esperabacon ello obtener algún beneficio de su suegro.Pero sus planes se vieron alterados nada más lle-gar a la corte de Pandión. La adolescente que ha-bía conocido en su anterior estancia se habíatransformado entre tanto en una joven bellísima.Filomela se encendió de alegría cuando supo quepronto volvería a ver a su hermana Procne. Lospreparativos para tan largo viaje la ayudaron aaliviar su emoción. Estaba impaciente por partir,pero mucho más impaciente por arribar a las le-janas tierras de Tracia.

La travesía fue larga, jalonada por violentas tor-mentas. Días de aire y mar. Durante el trayecto,Tereo fue alimentando un deseo salvaje hacia sucuñada. Aquella atracción bestial lo volvió iras-cible, suspicaz. Miraba aquel cuerpo deliciosobajo el peplo hinchado por el viento salobre yno podía comprender por qué no había de per-tenecerle. Incluso en sueños, Filomela estaba pre-sente igual que una estúpida mariposa revolo-teando inútilmente a su alrededor. Tenía hambrede ese cuerpo, ningún otro alimento podría sa-ciar una voracidad tan apremiante. Se sentía todoempapado en deseo y furor, agredido por unabelleza inalcanzable. Cuando finalmente ancla-ron en puerto, Tereo envió a toda la tripulaciónen comitiva para anunciar su llegada. Él aupó aFilomela a su propio caballo y partió rezagado. 395

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Pero no había de llegar la joven a su destino.Totalmente ajena a la pasión que su presenciaprovocaba en su cuñado, no vio los ojos de fie-ra herida que se clavaban en su nuca. Ni siquie-ra sospechó cuando, en un brusco movimiento,Tereo tiró de las riendas, deteniendo el caballo.Filomela preguntó si ocurría algo. Tereo sólo dijo:«Descabalga». Era una orden. Ella se echó a tie-rra sin comprender. Tereo dio unas vueltas des-de su montura alrededor de la joven, como si lamidiera, igual que se domina acorralándolo alanimal que se quiere domar. La furiosa vehe-mencia con que aferraba las riendas se transmi-tía al caballo, que respondió resoplando entrerelinchos salvajes. Filomela retrocedió atemori-zada. Tereo dijo: «Desnúdate». La muchacha miróa su alrededor aterrada. Echó a correr. Tereoaguardó observándola. La boca se le llenaba deespesa saliva; el corazón, de un fuego que le nu-bló los pensamientos. Arreó entonces al animal,que a galope tendido dio rápidamente alcance ala joven, acorralándola en la hendidura entre dosrocas. Se apeó Tereo. Fue a pasos lentos, demo-rados, saboreando de antemano aquella victoria,hasta su cuñada. Con una mano le desgarró lasvestiduras. Aquella desnudez lo cegaba como simirara de frente al sol. Con feroz brutalidad seechó sobre ella, derribándola. No escuchaba lá-grimas ni súplicas. No escuchaba otra cosa quelos poderosos latidos de su deseo desatado. Lavioló bestialmente sobre la tierra. Todavía den-tro de ella, saciada su voracidad, le dijo: «Abre laboca». Filomela lloraba. Él ordenó tajantemente:«Ábrela». Bruscamente le agarró la lengua con unamano, con la otra se la cortó de un solo tajo. «Aver ahora cómo vas con el cuento a tu hermani-ta», fue su única explicación.

Tereo abandonó a Filomela ultrajada y mudaen una granja de sus posesiones, la dejó como396

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esclava, para que los campesinos la curasen ypusieran a trabajar en sus campos. Luego partióa palacio, con la luctuosa4 noticia de la muertede Filomela: el caballo se había encabritado yderribó a la hermana, con tan mala fortuna queuna piedra golpeó su cabeza, no pudo hacersenada por ella. Tereo mostró a Procne incluso ellugar donde le había dado sepultura. Su mujercayó en un estado de absoluta melancolía. Elmundo se había cerrado igual que dos inmensasvalvas en torno a su profundo dolor.

Existía la costumbre entre los tracios de agasa-jar a su reina durante la festividad de Afroditacon regalos. Ese año fueron especialmente sun-tuosos. Pero hubo uno, ofrecido por una escla-va desconocida, que la dejó sin habla. Filomelahabía aprovechado la ocasión para hacerle lle-gar a su hermana un gran peplo blanco en el quehabía bordado con hilo púrpura toda su desgra-ciada historia.

Procne guardó silencio. Días después encon-tró la ocasión de marchar en secreto a la granjaindicada por aquel bordado. Allí se reunió consu hermana. Lloraron pecho con pecho. Se aca-riciaban, se besaban. El cariño sabía a la sal delas lágrimas y a amargura.

«No hables, no digas nada», repetía Procne, comosi su hermana, privada cruelmente de la lengua,pudiese aún articular palabra, maldecir al crimi-nal. Acariciando contra su regazo esa cabezamuda, Procne miraba al frente. Su mirada no erala de una persona, mostraba el brillo acerado delodio. Se sintió fuerte, como nunca antes se habíasentido, dueña de su destino. Besó el pelo de Fi-lomela, pero no era un beso de afecto, sino la pro-mesa de una venganza atroz. Luego la condujoconsigo, como sirvienta, cubierta con un manto.Los campesinos a cuyo cargo había quedado Fi-lomela no se atrevieron a contradecir a su reina.

4 luctuoso:que producetristeza y dolor.

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Tampoco sospechó nada su esposo, Tereo. Ha-cía tiempo que había echado al saco del olvidoel lance. Nadie sabía la verdad. Mientras no sedescubriera, ¿y cómo iba a descubrirse, habien-do él tomado sus precauciones?, nada habría ocu-rrido realmente, no tenía de qué preocuparse.Sus asuntos marchaban viento en popa. Era te-mido y respetado por las realezas limítrofes. Supoder no se discutía ni fuera ni dentro de su te-rritorio. Se disponía a agasajar a la nobleza localcon un banquete en su propio honor, ostentosaconfirmación de su superioridad. Estaba feliz, sesentía en la cresta de su ambición. La propiaProcne se había ofrecido a elaborar ella mismalos alimentos y servirlos en persona.

«¿Qué es esta carne tan tierna? Me gusta ese sa-bor tan particular, nunca antes lo había probado.»

Procne sonríe y calla. Lo mira masticar con de-leite y en sus ojos parece brillar la satisfacción porel reconocimiento ajeno. «¿No me lo dirás?, ¿no mesacarás de dudas?», repite su esposo. Y Procne in-siste: «Lo sabrás, a su tiempo. Es una sorpresa».

Cuando se anunció el último plato y la soluciónal enigma, Tereo aplaudió divertido con aqueljuego. Definitivamente, había vencido las reti-cencias de su esposa, sumisa y finalmente biendispuesta hacia él. Un criado de tez oscura trajouna bandeja de plata cubierta por lienzos perfu-mados de azahar. La dejó sobre la mesa, a manosde su soberano. Cuando Tereo retiró los lienzosque la cubrían, se encontró horrorizado con lacabeza de su hijo Itis. Tardó unos segundos enreaccionar. Los gritos de los comensales apo-rrearon su propia estupefacción. Los ojos queríansalírsele de las órbitas. Quería comprender. No,quería creer que no era cierto lo evidente. Gol-peó con ambos puños sobre la mesa, desgarrán-dose la garganta con un aullido. Gritó el nombrede su mujer, como una maldición. Pero ésta ya398

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había huido de la mano de su hermana. Una yotra corrían ante las amenazas de Tereo.

Éste reaccionó. Al incorporarse derribó el asien-to. Buscó entre las panoplias que adornaban lasparedes del salón y agarró un hacha. Salió comouna exhalación. Pudo ver a las dos mujeres co-rrer despavoridas sin mirar atrás. En el silenciode la noche, los gritos de Tereo berreaban comolos de una res conducida al matadero. Contra ellasblandía el hacha en alto. El furor le daba la fuer-za de diez toros embravecidos. Las mujeres sevieron alcanzadas. Desesperadas, rogaban a la ca-rrera a Zeus. Su horror no tenía límites. Zeus lasescuchó. En plena persecución, Procne remontóel vuelo transformada en ruiseñor, la seguía suhermana Filomela, con su nueva figura de go-londrina. Tras ellas, en eterno hostigamiento, Te-reo volaba metamorfoseado en gavilán*.

Antíope había huido milagrosamente de la cor-te de Lico. Atrás quedaban las humillaciones, lascadenas. Atrás quedaba el odio. Ante ella, la no-che clara y luminosa. La libertad. Pero toda ale-gría estaba empañada por el recuerdo de sus hi-jos expuestos en el monte nada más nacer,abandonados a su destino. Allí se dirigió en pri-mer lugar. No esperaba encontrárselos tal comolos había dejado en aquellos páramos. Recorriólos montes preguntando en cuantas cabañas en-contraba, en todos los pueblecitos de la comar-ca, hasta dar con un pastor que, efectivamente,había encontrado entre unos matorrales a doscriaturitas solas berreando, muertas de hambre y

* La escalofriante historia de ambas hermanas, Procne y Fi-lomela, y su ulterior metamorfosis en ruiseñor y golondri-na fue un motivo muy presente en toda la literatura anti-gua griega y romana, de las que pasó a la cultura occidental.En el canto de estas aves, se creía escuchar los lamentos deProcne y Filomela. 399

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ateridas de frío. Las fechas del abandono y el en-cuentro parecían coincidir, así como el hecho deque ambos fueran varones. A Antíope no le cupola menor duda en cuanto los tuvo ante sí. Eransu vivo retrato. El corazón confirmaba lo que pro-clamaban los ojos. Finalmente, se había reunidocon sus hijos. El matrimonio la acogió como sifuera de la familia, permitiéndole que ella y loscríos permanecieran en la cabaña todo el tiem-po que quisieran, le asignó un rincón en la po-bre vivienda. La mujer se había encariñado tan-to con los chavales... Antíope colaboró con elmatrimonio en las tareas domésticas. El futuroles abría un respiro.

Anfión y Zeto fueron creciendo en un ambientede cariño y sincero respeto. Lejos de la violen-cia de los poderosos, vivían un mundo de afec-tos espontáneos. En las obligaciones adecuadasa su edad aprendían el estímulo de la colabora-ción. La vida al aire libre llenaba sus pulmonesde un vigor creciente. Sus miembros adquiríanla firmeza del músculo templado por la volun-tad. Su mente encontraba en las situaciones coti-dianas, en el ardor del sol y la furia de las tormen-tas, en el parto de la oveja, en la fidelidad delperro, en la sucesión de los días y las noches, enla caducidad otoñal de las hojas del nogal y lalujuriosa renovación de la primavera, por obrade Afrodita, las respuestas a las eternas pregun-tas que angustian a todo mortal. Las viejas le-yendas que el matrimonio no se cansaba de re-latar al calor de la hoguera invernal alimentabanun horizonte mítico en la ambición de los mu-chachos.

Uno y otro, sin embargo, mostraron desde muypronto caracteres bien distintos. Zeto disfrutabacon las tareas físicas. Niño aún, se obstinó hastaconseguir acompañar a su padre adoptivo en suslargas marchas apacentando el ganado, las labo-400

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res de la agricultura dejaron enseguida de tenersecretos para él, pero sobre todo le entusiasma-ban los ejercicios atléticos, correr, lanzar la jaba-lina, mantener grandes pesos en vilo, y la lucha.No había agresividad en su adiestramiento, sinoun afán de superación de sí mismo. No lo alen-taba la competición, sino el prurito5 de conocersus propios límites. Anfión, en cambio, era unmuchacho mucho más meditativo. Se embelesa-ba escuchando los trinos de las aves, las melo-días del aire entre las ramas de los castaños.Siempre quería que le repitiese su madre adop-tiva aquellas historias célebres de sus antepasa-dos, una y otra vez, planteando siempre pregun-tas incómodas que raramente recibían respuesta.Cierto día, encontrándose solo en un claro delbosque, recibió la visita de Hermes y, sin sabercon quién estaba hablando, conversaron amiga-blemente. Al comprobar el dios la generosidadde su carácter, le regaló su lira; y Anfión, a cam-bio, le dio un cayado que con su propio cuchi-llo había labrado con exquisito primor. Desdeentonces el chico se entregó a la música con unapasión invencible. A través de la música expre-saba sus estados de ánimo, sus anhelos más ín-timos, aquellos sentimientos inefables6 que noshacen rozar con los dedos el espíritu de la divi-nidad en la tierra. Zeto se burlaba de él, pero enel fondo envidiaba la serenidad que la música yel pensamiento dejaban flotando en su mirada.Antíope los veía crecer a su lado con mudo or-gullo. Hubiera querido preservar para siempre ladulzura de aquella vida. Nada más anhelaba queperpetuar aquella situación.

Pero las noticias buscan siempre entre su au-ditorio los oídos que les darán respuesta. Hastala cabaña de aquellos pastores llegó el relato delas guerras fronterizas con Atenas, guerras quehabían pasado de largo por aquellos parajes, sin

5 prurito: afánpor realizaralgo de lamanera máscompleta operfectaposible,generalmentepor amorpropio.

6 inefable: queno se puedeexpresar conpalabras.

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alterarlos. Se supo luego de la muerte del reyLábdaco, en extrañas circunstancias, cuando suhijo Layo apenas tenía unos pocos años de vida,y de cómo Lico había vuelto a hacerse dueño deTebas.

El anciano matrimonio observó el horror di-bujado en el rostro de Antíope al enterarse deaquellos sucesos. Le preguntaron la causa, peroella se resistía a hablar. Todos querían saber, preo-cupados por la palidez de su cara. Antíope fuedando excusas. Anfión y Zeto eran ya dos jóve-nes impulsivos, la madre temía su reacción si lle-gaban a enterarse de su pasado: y fueron preci-samente ellos quienes más insistieron. No sedieron por satisfechos con ninguna de las evasi-vas de su madre hasta saber la verdad. Ésta lesacabó revelando el misterio de su origen, y eltrato recibido en la corte de Lico y su esposa Dir-ce. Un velo de gravedad ensombreció los rostrosde Anfión y Zeto.

Ya nada fue igual. Uno y otro se mostraban ta-citurnos, evasivos. De las mismas brasas del amorhacia su madre nació en ellos el odio. Antíopeno dejaba de observarlos con aprensión, viendocómo en su interior maduraban graves pensa-mientos de los que no la hacían partícipe. Cuan-do un atardecer no regresaron junto a su padreadoptivo de llevar los rebaños a los pastos, An-tíope presagió lo peor.

Anfión y Zeto entraron en la ciudad de Tebassin darse a conocer. Solicitaron una audiencia pri-vada con el soberano Lico, anunciándose comoportadores de oscuros oráculos que le concerníanpersonalmente. Éste, desconfiado por naturalezay blanco fácil de supersticiones sobrenaturales,recibió a los muchachos. Ellos se negaron a ha-blar en tanto no estuviera también presente suesposa, objeto igualmente de los mensajes de ul-tratumba de que eran depositarios. «Está bien, está402

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bien», abrió Lico la puerta de la gran sala de re-cepciones y ordenó a un esclavo que llamase asu mujer. Durante la espera, un duro silencio seinstaló entre ellos. Se medían con la mirada, es-tudiándose. Cuando finalmente apareció Dirce,soliviantada por tanto misterio, Anfión echó loscerrojos a las puertas, aunque Lico hizo un mo-vimiento de rechazo, que Zeto frenó levantandoautoritario la palma de la mano. Dirce lanzó a suesposo una mirada inquisitiva. Éste la miró per-plejo. Echó un paso adelante para interpelar aAnfión, pero Zeto lo contuvo contra sí, haciendopresa en la garganta de Lico con su brazo.

«Dime, ¿recuerdas a Antíope, tu sobrina? ¿Habéisolvidado la crueldad con que la tratasteis, su sufri-miento a manos vuestras? Quisisteis eliminar a todoposible vengador abandonando en el monte a sushijos recién nacidos, pero hoy han vuelto. Estos queveis son sus hijos. Venidos no de entre los muer-tos, sino de entre los vivos, para hacer justicia.»

Dirce se arrojó a las rodillas de Anfión supli-cando piedad.

«¿Piedad? ¿Sabes tú lo que es eso?»«Lico fue el único culpable, él me arrastró con-

tra mi voluntad a acciones tan perversas.»«No mientas, Dirce. La mentira te hace aún más

monstruosa.»Lico entre tanto calla. El miedo ha endurecido

sus ojos como piedras. Todo su cuerpo tiemblacon el estertor de la víctima. Dirce lo acusa deses-perada, furiosa. Su esposo le escupe. Pareció serla señal de salida. Zeto, sin soltar su presa, fueclavándole inmisericorde el puñal que traía ocul-to bajo la clámide, hasta caer el cuerpo ya sinaliento en medio de un espantoso charco de san-gre. Dirce miraba horrorizada.

«No. ¡No! Piedad. Misericordia.»Sus lágrimas eran como látigos restallando en

el vacío. Anfión la arrastró del pelo hasta los co- 403

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rrales. Allí la ató por los cabellos a la grupa dedos toros bravos y, abriendo los portones, los es-poleó. Los animales corrieron despavoridos arras-trando por el empedrado de las calles y los ca-minos rocosos de las afueras el cuerpo exangüede Dirce, hasta detenerse jadeantes y sudorososa abrevar en la fuente que en adelante llevaríael nombre de la mujer.

Tras hacer llamar a su madre y purificar la ciu-dad de todos sus anteriores crímenes, Anfiónocupó el trono de Tebas, Zeto permaneció comoconsejero y caudillo de los ejércitos.

La primera acción que emprendieron fue la cons-trucción de unas imponentes murallas defensivas,de las que hasta entonces carecía la ciudad. No eratarea fácil, querían hacer de ella una plaza inex-pugnable, proyectaron rodearla de altos muros for-mados con bloques de piedra de gran espesor. Enmitad de la extensa llanura, donde se criaban susfamosos caballos junto a los rubios trigales, un do-rado mar de espigas mecidas por los suaves vien-tos, Tebas se disponía a protegerse dentro de unacolosal montaña alzada por manos humanas. Sie-te puertas de bronce iban a abrirla a los cuatropuntos cardinales, puertas que, una vez cerradas,serían barrera infranqueable para todo aquel quea ellas se acercase con ánimo hostil.

Los dos hermanos se encargaron personal-mente de su realización.

«¿Cómo piensas transportar los bloques que ne-cesitamos con esas manos tan delicadas?», se bur-laba Zeto de su hermano mientras marchaban alas cercanas canteras abiertas en las estribacionesdel Citerón*, en busca de la piedra más resistente.

* El monte Citerón, aquel al que marcharon las mujeres teba-nas como bacantes del dios Diónisos, se encuentra al sur dela región de Beocia, cuya ciudad más importante era precisa-mente Tebas, sirviendo de frontera con la región del Ática.404

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Anfión no respondió, sonrió con sana malicia. Alllegar a su destino, Zeto cargó sobre sus hombrosun bloque descomunal. Todos sus huesos crujie-ron, los músculos llegaron a una tensión extrema.Rápidamente el sudor bañó su frente fruncida porel ingente esfuerzo. Anfión miró al cielo. Acomo-dó en su brazo la lira y comenzó a tocar una mú-sica tan dulce que toda la naturaleza sintió un irre-sistible impulso hacia él. La melodía parecía surgirdel propio amanecer de un universo brillante yventuroso. Anhelante y dinámica, evolucionabacomo un escalofrío de gozo inmarcesible7. Atraí-das por la onda acariciante de esos sones, los blo-ques de dura roca se pusieron en movimiento yuno a uno fueron siguiendo en feliz comitiva al jo-ven Anfión hasta la misma ciudad.

Una vez elevada la muralla defensiva, Anfiónse puso en contacto con la corte del rey Pélope,adonde Lico había enviado para su formación aljoven Layo, el hijo de Lábdaco, todavía un niño,con la secreta intención de alejarlo de la noble-za tebana y de su posible alianza con ésta encontra de sus propios intereses. Con Pélope vi-vía su hermana Níobe, que fue concedida a An-fión en matrimonio.

La vida en la ciudad de Tebas entró en un pe-riodo de bonanza. El carácter dulce y meditativode Anfión se puso al servicio de sus habitantes,que encontraron en él un buen legislador y unjuez comprensivo e imparcial. Bajo su reinado,Tebas llegó a ser uno de los más importantes cen-tros comerciales, regido en su administración poruna clara aspiración al bien común y un repartoequitativo. El matrimonio real fue fecundo, sietehijos y siete hijas tuvieron. Anfión les dedicabatoda su atención, sin distinciones de ningún tipo.Él mismo en persona se ocupó de instruirlos enla música y la poesía, alentando en cada uno eldesarrollo de sus propias inquietudes. La felici-

7 inmarcesible:que no semarchita.

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dad parecía haber ensanchado sus horizontes has-ta límites insospechados. Cada día era portadorde nuevas alegrías. La tolerancia ponía al descu-bierto insospechadas fuentes de conocimientoque, de otro modo, habrían quedado ocultas enlo insondable. Los contratiempos naturales pare-cían únicamente el contrapunto obligado. Concorazón magnánimo, Anfión asumía como pro-pias las dificultades del menesteroso, del enfer-mo, de los más humildes, de los más desdicha-dos. Pareja con su sentido del deber, la humildadle hacía desdeñar cualquier manifestación de elo-gio como desmesurada.

No así Níobe. Ella había heredado de su padre,Tántalo, una soberbia arrogante. La felicidad quesu esposo propiciaba en su entorno, ella la vivíacomo un lujo obligado. A su lado, se sentía fuer-te e invencible. Anfión hacía cuanto podía poratemperar su carácter. Comprensivo y discreto,nunca osó echarle en cara su orgullo y vanidad,que a nadie lastimaban tanto como a sí misma,haciéndole envidiar lo que no tenía, sin llegarnunca a disfrutar realmente de lo que la vida lehabía ofrecido. Intentaba vencer el desasosiegode su mujer con ternura y constantes muestras decariño, sugiriéndole que el desprendimiento escauce que vuelve a sus fuentes y la arrogancia,erial que deja escapar las aguas sin nunca empa-parse. Níobe sonreía como se sonríe a un crío,con la suficiencia de la ceguera. Aparentaba asen-tir cuando en el fondo menospreciaba como de-bilidad aquellos discursos. No dejaba escapar oca-sión de vanagloriarse de su poder y grandeza.Pero la ambición llama a la ruina y un día Níobe,estando en el templo de Apolo, colmó la medi-da jactándose de su propia descendencia.

«Leto es diosa, pero yo soy más. Si ella fue ama-da por Zeus, yo estoy casada con uno de sus hi-jos. Si ella tuvo dos hijos, Apolo y Ártemis, yo he406

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tenido catorce. Y soy reina. ¿No merezco yo másque ella el incienso que el pueblo le tributa?»

Aquellas palabras ofendieron profundamentea los hijos de Leto. Desde las celestes alturas delOlimpo, divino Apolo, dios de la luz y la mesu-ra, tomaste en las manos tu arco de plata y fuis-te uno a uno matando a los siete hijos de Níobecon tus flechas infalibles, mientras que tu her-mana Ártemis hacía lo propio con sus siete hijas.En un solo día, la desgracia cayó fulminante ydefinitiva sobre la casa de Anfión.

Níobe corría desesperada de uno a otro hijo,moribundos todos. Impotente, los acunaba en suregazo, invocando misericordia. Uno a uno los vioexpirar en sus brazos. Uno a uno los vio apagar-se con una pregunta temblando en las pupilas yaturbias de muerte. Los apretaba contra su cora-zón, pero su corazón de piedra no latía ya paraellos. Llorando a lágrima viva, poco a poco sucuerpo fue haciéndose tan duro como sus senti-mientos hasta acabar convirtiéndose en una esta-tua de piedra. Níobe, una roca en la llanura, nun-ca dejará de manar lágrimas de dolor por losorificios que un día fueron ojos y no quisieron ver.

El sufrimiento aplastó el ánimo de Anfión. Eratanta su amargura que Apolo, compasivo, raptósu razón. Y, arrojándose desde las murallas queél mismo había construido, Anfión voló hacia elolvido definitivo, precipitándose en las tinieblas.

Pélope había sido reconstruido y resucitado porlos dioses, aún más hermoso y gentil, tras el ho-rrible crimen cometido en su persona por su pa-dre Tántalo. Provisto de las grandes riquezas pa-ternas, rodeado por el exquisito lujo oriental,como un príncipe sensual y delicado, Pélope fueenviado por Poseidón, que lo amaba apasiona-damente, lejos de su tierra frigia. Para ello le re-galó dos airosos corceles blancos, los más velo- 407

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ces, y le ofreció su protección incondicional. Pé-lope se sintió durante todo el viaje amparado porel abrazo cordial del dios de los mares. Así arri-bó a puerto, precedido por el embriagante aro-ma de mirra y sándalo y muchos otros perfumeshasta entonces desconocidos en la adusta tierragriega. Llegó, después de un largo viaje, a la se-ñera ciudad de Pisa, en la región de Élide*. Perosus ojos quedaron sobrecogidos por el espec-táculo que allí se ofrecía.

Ante las puertas del palacio real, dieciséis lan-zas fijas en el suelo enarbolaban las cabezas deotros tantos individuos hincadas en la punta. Pa-recía el espantoso trofeo de una mente macabray retorcida. Tentado estuvo de darse media vuel-ta y no pisar aquel suelo, pero ya los heraldossalían a recibirle, anunciándole la invitación desu rey Enómao.

Pronto se aclaró aquel espeluznante misterio.El esclavo a quien preguntó sobre las cabezas asíexhibidas le informó. Años de terror vivía la ciu-dad desde que su rey había puesto precio a lamano de su hija Hipodamía. Todo pretendientedebía competir con Enómao en una larga carre-ra si es que quería desposarla. Sólo venciendo alrey lo conseguiría. En caso contrario, su cabezaadornaría sobre la punta de su propia lanza laentrada a la corte, a modo de escalofriante fron-tispicio disuasivo. Efectivamente, enamorado éltambién de la extraordinaria belleza de su hija,pero temeroso de los dioses, sin atreverse a sa-tisfacer sus incestuosos deseos, Enómao había

* Élide, región fundamentalmente agrícola, situada al nor-oeste del Peloponeso, está abierta al mar por el oeste, li-mitando al este con la región de Arcadia. Está formada porllanuras que se alternan con suaves colinas ondulantes. Dosfueron los núcleos de población más importantes de la An-tigüedad: la ciudad de Elis, a orillas del río Peneo, y el san-tuario panhelénico de Olimpia, en las márgenes del Alfeo.408

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ideado el modo de alejar de ella a todo preten-diente, obligándola de este modo a permanecera su lado. Mientras escuchaba la explicación, Pé-lope sintió en su nuca el gélido roce de la muer-te, que tan bien conocía.

Pero toda prudencia se derrumbó estrepitosa-mente en cuanto estuvo en presencia de la mu-chacha. Fue verla, escuchar sus cálidas palabrasde bienvenida, sentir en su cuerpo el restallar deaquella mirada melancólica y penetrante, y unamor inconcebible venció sus resistencias. Todo,fuera de ella, dejó de tener sentido. El entusias-mo que lo caracterizaba se vio de pronto faltode fundamento. Como si la tierra hubiera desa-parecido bajo sus pies. Suspenso en un vértigoincontrolable.

No menos enajenante fue la pasión desperta-da en el dios Apolo por la nereida Dafne*. La viodurante una de sus correrías por las profundida-des de los bosques tesalios y toda la fuerza deEros penetró en él igual que una impetuosa co-rriente. Su voluntad se vio debilitada hasta la as-fixia de cualquier otro pensamiento. El latigazodel deseo desnudaba al universo de prejuicios yformulismos, mostrándolo en todo el esplendorde su conflictiva belleza. Pero nada podía aqueldescarnado conocimiento contra la fuerza arro-lladora del amor. Espoleado por la insufrible ve-hemencia que devoraba su corazón, Apolo co-rrió en su persecución.

Dafne se asustó de aquella intromisión ines-perada. Su amada soledad estaba siendo violaday, cuando todavía se encontraba el dios a unacierta distancia, le pidió que se alejara, pero élno escuchaba. Lágrimas de sal ardían en sus me-jillas. En sus ojos resplandecía una fuerza incen-diaria. Ella le suplicó que la dejara. Cuando Apo-

* El nombre de Dafne, en griego, significa «laurel». 409

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Apolo y Dafne,Bernini (GalleríaBorghese, Roma).«Cuando los dedos deApolo rozaron aquellapiel ahora rugosa yáspera, cuandoabrazó aquella carneahora insensiblemadera, cuando besóaquellos rígidos brazostotalmente cubiertos defragantes hojas, el dioslloró sin consuelo.»

lo, tembloroso de afecto desenfrenado, desvelósu identidad, Dafne quedó horrorizada y huyódel dios. Pero éste no se dio por vencido. Co-rriendo tras ella, le rogaba que lo escuchara. «De-tente, Dafne. Mira mi dolor y mi felicidad juntosen una misma persona.» La joven no lo escucha-ba. Corría desesperada, mientras sus cortas ves-tiduras, enredándose en las zarzas del monte, sele iban desgarrando, dejando entrever su inmacu-lada desnudez, lo que enfurecía aún más la de-sesperación de Apolo. «Detente, Dafne, no huyas.»Dafne corría ya exhausta, jadeando sin poder más,cuando sintió en su nuca el aliento tibio del dios,a punto ya de alcanzarla. Aterrorizada, pidió a supadre, el dios río Peneo, que la salvara.

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Inmediatamente fue escuchada y atendida. Suspies se hundieron en la tierra, transformándoseen poderosas raíces. Sus cabellos se expandie-ron formando un frondoso ramaje. Su cuerpoquedó convertido en duro tronco, por el quecircula la savia vital. Cuando los dedos de Apo-lo rozaron aquella piel ahora rugosa y áspera,cuando abrazó aquella carne ahora insensiblemadera, cuando besó aquellos rígidos brazos to-talmente cubiertos de fragantes hojas, el dios llo-ró sin consuelo. Un enérgico vacío se apoderóde su alma. Raspó sus manos, que sangraron ma-gulladas, acariciando aquella corteza. Apolo apren-dió a mirar a través de las lágrimas, con un nue-vo conocimiento, más profundo, más radical.

Para honrar la memoria de aquella muchacha,que siempre estaría dentro de él como motor delo mejor de sí mismo, Apolo hizo suyo aquelnuevo árbol, el laurel, consagrándolo a la divi-nidad. A partir de entonces, en todas las com-peticiones, la entrega y el esfuerzo de los ven-cedores serían recompensados con una sencillacorona de laurel. De madera de laurel, traída delidílico valle del Tempe, jardín de las Musas, fueconstruido su primer templo en Delfos.

En presencia de Hipodamía, Pélope se sintióun nuevo Apolo, herido por el restallante lati-gazo de un deseo imposible. Como si aquel hu-biera sido el motivo secreto de su viaje, se anun-ció pretendiente a la mano de la joven. Sabía loque ello suponía, pero el estrago abrasador deesos nuevos sentimientos apremiantes y arrolla-dores lo enajenó. La belleza del joven tampocopasó desapercibida a Hipodamía, quien experi-mentó un repentino vuelco dentro de sí. Some-tida a las estrictas exigencias del padre, se habíahabituado a poner barreras en su corazón a cual-quier futuro que apareciera en su horizonte. Seburló en su interior de Pélope, restándole im- 411

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portancia a la atracción que comenzaba a sentirhacia ese personaje recién llegado. Éste insistiócon voluntad firme, estaba decidido a jugárselotodo por ella. Ninguna otra cosa, aparte de Hipo-damía, tenía ahora mismo interés para él. Enómao,atraído por el rico aparato de que venía rodeadoel extranjero, quiso disuadirlo, sin resultado.

«¿Sabes a lo que te enfrentas, muchacho?» Pé-lope lo sabía perfectamente. Era consciente deello. Estaba dispuesto a todo. «Tendrás que com-petir conmigo, si realmente deseas a mi hija poresposa. La carrera será larga, hasta el altar de Po-seidón, en la ciudad de Corinto*. Si consigues lle-gar el primero, Hipodamía será tuya. Pero si tedoy alcance, mi lanza dará cuenta de ti, y tu ca-beza adornará mis vestíbulos junto a las cabezasde los anteriores pretendientes. Para que no pien-ses de mí que soy un ser sin sentimientos ni hu-manidad, te daré ventaja. Tú saldrás primero, yoofrendaré un carnero a Zeus. Concluido el sa-crificio, saldré en tu persecución.»

«Estoy dispuesto», fue la respuesta de Pélope.Estas palabras sonaron de un modo diferente

a anteriores ocasiones. Ahora estaba en juego,en el ánimo de Hipodamía, algo más que unasimple boda. Un hilo de esperanza tejía la zozo-bra en su corazón. No quería que Pélope mu-riera como los restantes pretendientes. Inclusoestaba dispuesta a renunciar a sí misma por sal-varlo y rechazar esta posibilidad de escapar a laopresiva imposición paterna. Pero Pélope habíadado su palabra y se negó a darse por vencido.

«Escúchame, Pélope. No arriesgues tu vida, de-masiado preciosa para mí como para que tam-bién hoy pierda esto.»

«Viviré contigo o no viviré.»

* La distancia desde la ciudad de Pisa hasta Corinto, en lí-nea recta, es de unos 150 kilómetros.412

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Pélope confiaba en los caballos que Poseidónle había regalado, pero sobre todo confiaba enla fuerza que el amor había infundido en su vo-luntad, como si el deseo pudiera romper las fron-teras del cuerpo para derramarse por el exteriory transformar el mundo.

Hipodamía conocía bien a su padre. Sabía quesus caballos, regalo del dios Ares, eran invenci-bles. Y, aun cuando no fuera así, sabía que Enó-mao no dudaría en emplear cualquier treta an-tes que verse derrotado. Cuando se convenciótotalmente de la inflexible decisión de Pélope,se retiró desesperada. No era mujer acostum-brada a llorar. La rígida educación recibida ha-bía creado alrededor de su persona como unacostra invisible, que nunca pudieron los senti-mientos quebrar para manifestarse y brotar a laluz. Sentada en su escaño, en el claroscuro de laalcoba, más parecía esfinge que mujer, hermosí-sima, impenetrable. Pero su interior era un cruen-to campo de batalla. Sus pensamientos no se-guían razonamientos lógicos, estallaban comosoles incandescentes en una horrible conflagra-ción cósmica. Reducido a las dimensiones hu-manas, Hipodamía vivía su propio dolor comoun conflicto del universo entero. Y tomó una de-cisión.

Mandó llamar al auriga8 de su padre, a quienéste confiaba siempre el cuidado de su carro. Eraél, Mirtilo, el encargado de ponerlo a punto parala prueba decisiva. Mirtilo no tardó en acudir a lallamada.

«He de pedirte un favor, pero antes debes ju-rarme que lo mantendrás en secreto. Quiero quemanipules las ruedas del carro o hagas lo que quie-ras. Pero mi padre no debe mañana ganar estacarrera. ¿Lo harás?»

«Me duele, Hipodamía, que me digas eso, co-nociendo como conoces mis sentimientos hacia

8 auriga:conductor delcarro.

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ti. No es la derrota de Enómao lo que me pides,sino la victoria de ese recién llegado.»

«Conozco tus sentimientos hacia mí. Nunca has de-jado ocasión de manifestármelos en privado, des-de niña he sentido en tu presencia el vaho deldeseo. Pero tú también conoces los míos haciati. En esta corte, en la que están desterrados pormi padre los afectos, tú me has tratado siemprecon una consideración exquisita. Tienes toda migratitud. Más no puedo. Y Pélope no es sólo unpretendiente o un recién llegado. Es aquel aquien siempre estuve esperando en secreto, sinconocer su existencia. ¿Lo harás?»

La mañana de la prueba amaneció radiante.Nada presagiaba lo inminente. Pélope, en su ca-rro tirado por los caballos de Poseidón, aguar-daba en la línea de salida. El pueblo había acu-dido a presenciar el acontecimiento. Enómao, sinsospechar que su auriga Mirtilo había quitado lanoche anterior las clavijas que sujetan las ruedasal eje central, reemplazándolas por otras de cera,se disponía a ofrecer a Zeus el sacrificio de uncarnero, era la ventaja ofrecida, seguro de su vic-toria, y la señal de comienzo para la carrera.Cuando el cuchillo se hundió en la garganta dela víctima, Pélope levantó con su carro una nubede polvo que lo envolvió por completo. Al vol-ver a posarse éste en el suelo, Pélope ya habíadesaparecido de la vista de todos. En los oídosde la concurrencia quedó grabado el vehemen-te relinchar de los caballos.

Pero la desgracia apuntaba ya cerca, en las en-trañas de la víctima sacrificada*; una mancha ensus vísceras levantaba una sombra de incerti-dumbre sobre el futuro más inmediato. Mirtilo

* Uno de los métodos más frecuentes en la Antigüedad paravaticinar el futuro consistía en examinar las vísceras de losanimales ofrecidos a los dioses en sacrificio.414

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trajo el carro de Enómao hasta la línea de salida.Nada más concluir el rey sus obligaciones con ladivinidad, montó rápidamente en el carro. Mirti-lo se excusó de acompañarlo, lo que despertóaún más la suspicacia de Enómao, pero no eramomento para discusiones. Partió solo.

No fue mucho el trayecto recorrido. Con la fric-ción de los giros, la cera se derritió en un abriry cerrar de ojos, lo que hizo que las ruedas sesalieran de sus ejes. Enómao, enredándose al caeren las riendas, fue arrastrado por la furia com-petitiva de los caballos de Ares. Antes de morir,todavía tuvo tiempo de alzar un puño al cielopara maldecir a su auriga Mirtilo, el traidor.

Henchido por la victoria, Pélope mandó aviso ala corte de Pisa para que su prometida Hipodamíase reuniera allí con él. Fue el propio Mirtilo el en-cargado de conducirla, pero se retrasaba más de loprevisto. Impaciente por ver cuanto antes a quienpronto sería su mujer, Pélope salió a su encuentro.

Efectivamente, Mirtilo hizo todo lo posible por de-morar el viaje, durante el cual trataba de convencera Hipodamía de la sinceridad de sus sentimientos,de la necesidad de darle cauce a su amor. De locontrario, se volvería loco. Cada poco, hacía un altocon la excusa de dar de beber a los caballos y loaprovechaba para insistir en sus propósitos.

«¿No soy digno de ti? ¿Porque me ves como sier-vo tuyo me rechazas? Un dios fue mi padre, Her-mes. Si tantos años he permanecido en Élide,sólo ha sido por ti. Por ti acepté el trabajo queme encomendó tu padre. Para estar más cercade ti, renuncié a los privilegios de mi origen.»

Pero Hipodamía hacía oídos sordos, respon-diendo solamente a sus insinuaciones: «¿Falta mu-cho para llegar?».

Mirtilo se sentía despreciado, humillado. Todosu amor se le fue haciendo poco a poco bilis amar- 415

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ga. Furioso de rabia, se abalanzó sobre ella y tra-tó de violentarla. Hipodamía se defendió comopudo. Pero los músculos de su oponente lograronreducirla. El asco a ese cuerpo completamenteechado sobre el suyo la hizo gritar. El auriga laabofeteó para que se callara, mientras que con laotra mano hurgaba en sus intimidades. Viéndoseperdida, Hipodamía comenzó a suplicar.

Fue en ese momento cuando Pélope llegó has-ta ellos. Oyó de lejos los gritos y arreó a los ca-ballos a la carrera. Saltó del carro todavía en mar-cha. Se arrojó sobre Mirtilo y lo agarró del pelopara separarlo de ella. El auriga reaccionó tra-bándose con Pélope en una pelea a muerte. Pron-to los puñetazos hicieron brotar la sangre en losrostros de los dos contendientes. Pero Pélope lo-gró acorralar a Mirtilo al borde del acantilado. Lomiró a los ojos. Se miraron. El odio bramaba ensus corazones. Pélope empujó a su oponente, quese precipitó al abismo, estrellándose contra losescollos de la orilla. En su agonía, Mirtilo maldi-jo a Pélope y a toda su descendencia.

«Por mi padre, Hermes, que el horror y la des-trucción visiten tu casa, desterrando de ella parasiempre toda felicidad*.»

Apenado por su muerte, Hermes transformó aMirtilo en una constelación, el Auriga.

Tras su boda con Hipodamía, Pélope ocupó eltrono de Pisa, y la gloria de su nombre se ex-tendió a toda la península, que en adelante sellamaría Peloponeso**. El matrimonio tuvo cua-tro hijos: Atreo, el primogénito, hombre de difí-

* La maldición de Mirtilo se consideraba origen del carác-ter violento y sanguinario de los hijos de Pélope –Atreo yTiestes– y de cuantas desgracias lo acompañaron durantesu vida como rey de Pisa.** Aunque, en realidad, el Peloponeso es una península uni-da al continente por el istmo de Corinto, su nombre signi-fica en griego «isla de Pélope».416

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cil carácter, irascible y ceñudo; Tiestes, más su-til, pero no menos orgulloso, inseparable de suhermano y, sin embargo, eterno rival; Piteo,quien, llevado de su sensatez y clarividencia,abandonará con el tiempo las rivalidades de lacasa paterna y marchará solo a ocupar el tronode Trecén; y el benjamín, Alcátoo.

Entre tanto, en Tebas, Lico, de nuevo regente dela ciudad tras la muerte de Lábdaco, había decidi-do alejar al joven príncipe Layo de la corte teba-na, enviándolo con Pélope para su crianza y edu-cación, cuando apenas tenía unos años de vida.

Layo creció junto a los hijos de Pélope comouno más. Allí respiró la violencia soterrada queenvenenaba a la familia tras la maldición de Mir-tilo. Pélope intentaba contener la rivalidad de sushijos, mediando siempre en las rencillas que fre-cuentemente los trababan en disputas encendi-das. Insistía ante su mujer para que no alentaracon su consentimiento los despropósitos de sushijos, especialmente graves en el caso de Atreoy Tiestes. Pero el carácter intrigante de los her-manos mayores encontró en la madre un aliadoincondicional. Interiormente se congratulaba delempuje ante la vida de estos muchachos cada díamás corpulentos y seguros de sí. Cuando el máspequeño, Alcátoo, quiso acceder al cariño de Hi-podamía, lo encontró ya ocupado. La tácita alian-za de ésta con Atreo y Tiestes no pasaba desaper-cibida, a pesar de basarse más en sobreentendidosque en manifestaciones de concordia. Los tresformaban una barrera infranqueable dentro de lacual, sin embargo, cada uno de ellos alimentabaprofundas reticencias respecto a los otros dos.

Pélope desahogó su tensa soledad en el regazoamoroso de una ninfa y ésta le dio un hijo, Crisipo,que renovaría en el padre las ilusiones de una vidamás amable. Todo su afecto se volcó en este hijo 417

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inesperado. No quiso que su amor lo hiciera débilni dependiente en medio de las ambiciones que ha-cían de su casa un continuo avispero de rivalida-des. Su cariño fue el de un director de escena que,desde las sombras, controla los movimientos del ac-tor en quien ha depositado su confianza.

Layo congenió pronto con el crío. A pesar dela diferencia de edad, se les pasaban las horasen un suspiro cuando Layo enseñaba juegos aCrisipo o lo instruía en las primeras experienciasinfantiles. Pero esta amistad fue haciéndose cadadía más absorbente a medida que el chico ibacreciendo hasta convertirse en un mozalbete en-cantador. Su espontaneidad y su franca gratitudhacían las delicias de Layo, que no encontrabael momento de separarse de él para atender suformación. Y así empezaron ambos a formarseen la lucha y la música como en un juego esti-mulante en el que el mayor aprendía al enseñaral menor. Los demás hermanos terminaron des-preciando al intruso, Crisipo, y, de rechazo, co-menzaron a hacer el vacío a su protector, Layo.

Un día que Crisipo salió acompañando a su pa-dre a una visita por los territorios de Élide, Layose sorprendió a sí mismo malhumorado, apático,insoportablemente melancólico. Cualquier cosaque emprendía era abandonada antes de su con-clusión, su mente estaba en otro lado, como em-bobada en pamplinas que le dejaban un regus-to a nostalgia. Cuando se preguntó qué estaríahaciendo Crisipo en esos momentos, un relám-pago aturdió su mente, al comprender... Se eno-jó consigo mismo. Lanzó un exabrupto contra elmocoso ese que lo tenía así de embrujado. Peroentonces sintió una pena muy honda. Y se supoesclavo de algo que era mucho más que amis-tad, distinto de la amistad, una amistad que rom-pía las ataduras de lo individual para desnudar-lo de todo egoísmo. Y dijo: «Te amo».418

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Su entrega a Crisipo fue a partir de entoncesaún más acuciante, cada día quería más de él, nosabía qué era ese más tan urgente e inalcanza-ble. Crisipo, con ingenuidad adolescente, le pre-guntó por qué estaba últimamente tan triste. Layole dijo que aún era muy joven para entenderlo.Pero el muchacho insistió tanto que Layo acabódesahogándose con él. Nada más terminar de ha-blar, sintió horror de ser rechazado. Crisipo cre-yó que era una broma, se estaba burlando de él,¿no? Cogiéndolo de la mano, lo arrastró consigohasta la terraza para ver juntos el vuelo de lasgarzas migratorias. Aquella mano le ardió a Layodurante muchos días.

Cuando llegó la noticia de la muerte de Anfión,privado de descendencia por el orgullo desmedi-do de su mujer, Níobe, Layo comprendió que erasu deber regresar a Tebas para hacerse cargo deltrono. Una tristeza aplastante se apoderó de él.No concebía una vida sin Crisipo. La víspera dela partida, el joven encontró a un Layo con losojos arrasados en lágrimas. Para consolarlo, re-novó sus votos de eterna amistad. Pero sus pala-bras encendieron aún más la amargura de Layo,que, derrotado, pidió a Crisipo un beso, lo cogiócon sus manos, le acarició el pecho, las caderas,mientras le declaraba a bocanadas de llanto suamor. Crisipo se asustó del estado de su amigo, ehizo un leve movimiento de rechazo, Layo lo ad-virtió y le clavó las uñas en la espalda al tiempoque hundía su cara en el pecho del otro berrean-do de dolor. Crisipo no sabía qué decir, qué ha-cer. Balbució el nombre del amigo, seguido de unno crispado. Layo hincó en esa cara tan hermosay asustada de repente las brasas de sus ojos. Sumente estaba furiosa. Lo agarró con firmeza. Leató las manos, los pies, lo amordazó; echándose-lo como un saco a cuestas, salió en la noche igualque un ladrón huyendo con Crisipo a Tebas. 419

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Los centinelas vieron el extraño carro abando-nar a toda velocidad la ciudad y avisaron a surey. Pélope comprendió inmediatamente lo ocu-rrido por unas esclavas que habían presenciadoel rapto desde sus habitaciones en el piso supe-rior, y salió sin dilación en persecución del queasí pagaba el hospedaje recibido. No tardó mu-cho en darle alcance con los caballos regalo dePoseidón. Amenazándole a punta de espada, in-crepó a Layo, quien detuvo el carro y, sin ofre-cer resistencia, renunció doblemente, renuncióa proseguir una acción que degradaba sus pro-pios sentimientos y renunció a sí mismo, renun-ció a seguir viviendo una vida sin Crisipo. Pélo-pe recuperó a su hijo y no quiso vengar la afrentaalzando su mano contra el raptor, demasiada san-gre ha regado ya la tierra, pero sí su voz airada.

«Yo te maldigo solemnemente, Layo, que asíhas correspondido a la acogida recibida en mihogar. Igual que tú has atentado contra mi fami-lia, caiga sobre ti la desgracia a manos de tu pro-pia descendencia*.»

Desde entonces Pélope redobló sus atencionescon Crisipo. Había temido tanto por su vida... Lovigilaba de lejos, procurando siempre que el hijono lo advirtiera. Visitaba por las noches su lecho,cuando éste estaba dormido, para comprobarque respiraba con normalidad, que dormía plá-cidamente. Lo sentaba a su lado a la mesa. Leasignó el sitial junto al suyo en las ceremoniasoficiales. Hipodamía comenzó a recelar del queella consideraba un intruso. Veía con malos ojoslas claras preferencias de su esposo, y comenzóa temer que éste proyectara encumbrarlo a untrono que sólo a sus hijos correspondía. No po-día quedarse quieta mirando cómo el pequeña-

* De nuevo una maldición será la causa del desgraciadodestino de Layo y su hijo Edipo.420

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jo se ganaba la voluntad del padre, en detrimentode sus hijos. Se sintió traicionada por Pélope. Te-nía que actuar.

Llamó en secreto a sus hijos mayores, Atreo yTiestes, y a la luz de la luna, en la plateada so-ledad de un campo de olivos, les hizo jurar porla respiración de la madre tierra que asesinaríana su hermano pequeño, de tal modo que su pa-dre nunca pudiera descubrir a los culpables.

Pero no fue así; junto al cadáver de Crisipo, unceñidor de cuero tachonado con adornos de pla-ta, regalo de Pélope a Tiestes, delató al culpable.Tiestes no estaba dispuesto a cargar con todas lasculpas. Delató a su hermano Atreo y dio testi-monio de la instigación de su propia madre. Pé-lope estaba horrorizado. Ordenó que su mujerfuese traída a presencia suya. La sirvienta que fuea buscarla la encontró sobre la cama, con un pu-ñal clavado a la altura del corazón, en medio deun tremendo charco de sangre. Todavía su cuer-po conservaba una cierta tibieza cuando Pélopesubió a comprobar la noticia. Allí mismo maldijoa sus hijos, desterrándolos para siempre de Pisa.

«Asesinos, criaréis una raza de asesinos. Crimi-nales de vuestra propia sangre, vuestra descen-dencia estará marcada por el estigma del crimeny las más atroces venganzas.»

La ciudad de Micenas recibe hoy, todavía deluto por la muerte de su rey, Euristeo, nieto delilustre Perseo, a los dos pelópidas9, Atreo y Ties-tes. El oráculo de Zeus en Dodona* ha ordena-

* En Dodona, santuario de la región del Epiro, al noroestede Grecia continental, a unos 20 kilómetros de la actual ciu-dad de Yoannina, se encontraba uno de los más antiguosoráculos de Zeus, en activo desde el s. XIV a.C. Para los va-ticinios, era un elemento fundamental el roble ubicado enel centro del recinto sagrado, por lo que se ha especuladocon la posibilidad de que anteriormente fuese un lugar de

9 pelópida:hijo de Pélope.

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do que sea precisamente uno de los hijos de Pé-lope el sucesor de Euristeo al trono de la ciudad.Atreo y Tiestes, desterrados hace tiempo de supatria, reciben la noticia durante su peregrinajede corte en corte, buscando asilo. Sobre ellospesa la terrible maldición de su padre como unalosa. Nadie se atreve a acoger a dos personajestan marcados por el signo de la fatalidad. Sin elapoyo de una mano amiga, sin una mirada com-prensiva que les aligere la carga de la soledad,los dos hermanos van sobreviviendo, señores desu propio orgullo, afirmando frente a terceros supropia posición preeminente, sacando hábil-mente partido de su situación errática, mientrasreúnen una considerable riqueza en ganados yoro. Muchos son los regalos que reciben, comonobles que son, con tal de alejarlos y con ellosalejar la maldición que sobre ambos pende. Porel camino, Atreo se ha encontrado con Aérope,joven cretense, nieta de Minos, desterrada por supadre, como él, por haberse entregado al amorde un esclavo. La fraternidad en la desgracia co-mún creó entre ellos un fondo de comprensióny Atreo la tomó por esposa. De ella nacerán dosilustres guerreros, Agamenón y Menelao.

Hoy, invocados por el oráculo de Zeus, entranen una Micenas luctuosa para tomar en sus ma-nos las riendas de la ciudad. La seguridad querespiran ambos y el aplomo con que enfrentanlos acontecimientos inspiran una cierta confian-za en los ciudadanos, que deben escoger quiénserá el próximo rey que gobierne y dirija conpulso firme los destinos de la comunidad. No es

culto al árbol o la diosa de la tierra. Sus sacerdotes ofrecíansus oráculos, interpretando el ruido que el viento producíaen el follaje del roble, por el movimiento de las palomasque vivían en sus ramas, por el tintineo de las ollas quependían de sus ramas y por el rumor del agua de la fuen-te sagrada.422

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fácil elegir entre dos sujetos tan parejos en con-diciones y méritos personales. Atreo es el mayor,pero Tiestes es más hábil de palabra, tambiénmás ladino. El arrojo del impulsivo Atreo garan-tiza el entusiasmo con que serán asumidos losasuntos públicos, pero la audacia puede volver-se contra el que se deja llevar temerariamentepor ella. Tiestes es más contemporizador, cuali-dad menos atractiva pero más rentable. No es fá-cil descubrir a simple vista, bajo la imponentemajestad del gesto, las ambiciones ocultas quelo sostienen. Antes de proclamar al elegido, laasamblea de los ciudadanos deberá escuchar lasalegaciones de méritos de los dos aspirantes.

Atreo se siente seguro de sí. Anoche Zeus vi-sitó sus sueños. Le sonrió con la solemne aquies-cencia10 del favorito de los dioses. Le prometióestar a su lado en todo momento, o así interpretóél el gesto de depositar en sus manos el sol. Lollamó hijo suyo. Atreo ha despertado confiadoen su suerte. Pero es que además tiene en su po-der un vellón de oro, prodigio que revela en élun destino grato a los dioses. No en vano apa-reció entre sus rebaños el cordero de lanas com-pletamente doradas, único en su especie, prue-ba divina de su condición de caudillo. El animalfue ofrecido en sacrificio a la diosa Ártemis, perola piel, curtida y resplandeciente, se conserva enlos arcones de Atreo como símbolo de un poderindiscutible. Seguro de su superioridad, se diri-ge ante la asamblea reunida.

Tiestes se fía menos de vagas visiones prome-tedoras que de la propia acción. Para no con-fundir sus propios deseos con mensajes divinos,decide poner en juego cualquier maniobra quehaga realidad esos sueños. No fiar toda posibili-dad a la suerte, sino forzar la suerte para hacer-la su aliada. No fue casualidad que emprendie-ra días atrás un acoso constante a su propia

10 aquiescencia:conformidadde alguien conlo que dice ohace otrapersona.

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cuñada. Abordándola en secreto, ha sembradola duda en el corazón de Aérope. Ha llenado sumente de palabras acariciantes, de visiones arre-batadoras, de ambiciosas promesas. Ha regaladosus oídos con sensuales recomendaciones, conrequiebros lisonjeros. Le ha puesto la fruta ma-dura al alcance de su boca. El vino de la adula-ción embriaga ahora sus sentidos. Su cuerpo seha ido abriendo al vértigo de la voluptuosidad.424

Puerta de los leones, en las murallas que rodean el recinto arqueológi-co de Micenas.«Atreo abandona la asamblea aclamado unánimemente como sobera-no absoluto de la plaza fortificada de Micenas. Cuando cruza la impo-nente puerta de los leones camino del altar de Zeus, donde se dispone arealizar un sacrificio de agradecimiento al dios, ya como gobernanteúnico, su manto púrpura se enreda entre los pies de la multitud y cae desus hombros.»

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El secreto aviva aún más el fuego del deseo. Auna Aérope totalmente entregada, Tiestes ha pe-dido con voz de desfalleciente galán que robe asu esposo para él el vellón de oro. «Una vez pro-clamado rey de Micenas, nuestro amor podrá sa-lir a la luz y manifestarse en toda su intensidad,sólo entonces, Aérope. Guarda en tus labios esebeso húmedo que sólo la victoria consumará.»

Ante los ojos de la nobleza reunida, Tiestesmuestra como prueba de su superioridad el ve-llón de oro. El pueblo aplaude admirado. Ties-tes alza la prenda con orgullo, sintiéndose ya deantemano soberano único de Micenas. Atreo nopuede comprender lo que está viendo. Se sabeengañado. Pero ni es momento de plantear liti-gios personales ni conoce al traidor. Debe actuarrápidamente. Acordándose del sueño, Atreo le-vanta al cielo las manos desnudas, las dirige alsol, que, obediente, detiene su ruta, como si lasmanos del aspirante a rey fuesen una preciosacrátera en la que contener la fuerza viva de laluz. Las bocas quedan suspensas, los ojos clava-dos en el cielo. El sol, detenido, obedece a Atreo,sus manos parecen imán a las que el astro se so-mete con mansa docilidad. Los dedos del nobleguerrero parecen raíces aferrándose a la esferaincandescente. A un giro de ambos brazos, el solvuelve sobre sus propios pasos y, lentamente,con majestuosa solemnidad, se desliza hacia unespectacular ocaso en el Oriente. Las gargantasno saben cómo manifestar su reverente entu-siasmo ante el prodigio. Atreo abandona la asam-blea aclamado unánimemente como soberanoabsoluto de la plaza fortificada de Micenas. Cuan-do cruza la imponente puerta de los leones ca-mino del altar de Zeus, donde se dispone a rea-lizar un sacrificio de agradecimiento al dios, yacomo gobernante único, su manto púrpura seenreda entre los pies de la multitud y cae de sus 425

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hombros. Una anciana se aparta espantada delnefasto incidente, como presagio de futuras ca-lamidades. Una niña con fervorosa espontanei-dad lo recoge por un borde del suelo y lo dejaen las manos de su rey. El populacho ovacionaa Atreo.

Atreo ha desterrado a Tiestes de Micenas. Nose fía de su propio hermano. Idéntico recelo ledespiertan tanto su aparatosa amabilidad comosus violentos accesos de furia. Bajo la aparentediferencia de carácter, Atreo se ve a sí mismo re-flejado en él y le tiene miedo. Sabe de lo que escapaz con tal de imponerse, su absoluta falta deescrúpulos, llegado el caso. Prefiere no tenerlocerca. ¿Cómo consiguió hacerse con el vellón deoro? ¿A quién tuvo que sobornar? ¿Quién fue eltraidor?

Bajo su mando, la ciudad de Micenas se trans-forma en una disciplinada plaza militar de pri-mer orden. La inseguridad de Atreo se transmitea sus más inmediatos subordinados, que prontoestablecen una tupida red de vigilancia entre lapoblación. Es así como el rey rápidamente llegaa estar al tanto de las antiguas relaciones de sumujer con Tiestes. Vence el primer impulso, re-pudiar a la adúltera; mientras, medita una ven-ganza ejemplar, guardar en secreto lo que sabele beneficia. No quiere levantar sospechas. Semuerde la lengua. Mantiene con su mujer el tra-to habitual y manda llamar a su hermano, juntocon toda su familia, con una excusa creíble: lonecesita como enlace en la concertación de alian-zas con el rey Tesproto, soberano del Epiro, don-de Tiestes buscó refugio en su destierro.

Sólo su hija Pelopia queda en la corte epirota,sus otros hijos, varones los tres, acuden con Ties-tes junto a su tío Atreo. Tiestes no abandona sudesconfianza. Sospecha de su ceñudo hermano.Conoce su mente retorcida y su medrosa ambi-426

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ción, sabe que las razones de su llamada sóloson una excusa. Los auténticos motivos perma-necen en la sombra. Pero sí se fía de su insom-ne perspicacia para adelantarse a las intencionesde su hermano y, en cualquier caso, sacarle unaventaja provechosa. El corazón de Aérope da unvuelco cuando ve de nuevo a Tiestes ante sí.Pero ni el más leve gesto en la cara de su anti-guo amante delata intimidad alguna entre ellos.Aérope respira aliviada. Tiestes pospone el ine-vitable encuentro secreto con la mujer de Atreo,en busca de noticias. Por ahora, sobre las mesashumean los sabrosos manjares del banquete deacogida. Tiestes, limpio del polvo del camino ydescansado del viaje, da cuenta con verdaderoapetito de esa carne tierna y jugosa, las mejorespiezas, servida por hermosas esclavas de pielcomo el ébano. La conversación es tensa, cordialen las formas, pero bien medida por una rivali-dad soterrada. La desconfianza mutua acentúalos formalismos. Bandeja tras bandeja, sorpren-de a Tiestes la calidad de las viandas. No puedereconocer lo que come, pero es sin duda un so-berbio manjar. Cuando ya comienza a sentirsesatisfecho, sólo queda el último plato, sobre undisco de bronce se presentan, como si de mag-níficas piezas de caza se tratara, humeantes to-davía, las cabezas de sus tres hijos.

El salvaje grito de Tiestes coincide con la inu-sitada reacción del sol. Horrorizado de lo que es-taba viendo, el sol retrocedió en su recorrido. Suespanto se hizo patente al taparse los ojos, y eldía fue noche. Empapado en su propio vómito,Tiestes ha echado mano de su espada, pero in-mediatamente la guardia real, ya prevenida, loinmoviliza y apresa. Luego lo llevan escoltadohasta las puertas de la ciudad, donde lo expul-san como a un ser impuro. Todavía en sus oídosel seco bramido de los batientes al cerrarse, Ties- 427

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tes se ve fuera de las murallas, encorvado bajola asfixiante opresión de un dolor desgarrador yarrogante. Tiestes ruge con la rabiosa energía delleón traspasado por la lanza. Pisotea la tierra.Hunde sus dedos en los secos terrones, como silos estrangulara. Levanta el puño contra las im-ponentes almenas, protegidas por arqueros vigi-lantes. Él está solo, solo y sin armas, solo con susufrimiento manando bilis que amarga el vacíode su corazón. Jura venganza, atroz, inmiseri-corde. Parte berreando odio y desconsuelo.

El oráculo de Delfos le ha informado de quesólo sería vengado por el hijo que tuviera con Pe-lopia, su propia hija. No piensa en el daño quepueda causarle. Sus sentimientos están arrasados.Su alma es un campo de batalla devastado por elodio. En su pecho, sólo late el resentimiento. Sólola muerte del criminal podría hoy apagar esa cie-ga ofuscación que es su vida desde el horrorosobanquete. Acechando a su propia hija, consigueabordarla en soledad. Sin ser visto, la ha forzadopor la espalda. Le ata atrás las manos. Ha ven-dado sus ojos. Ni siquiera los gritos desesperadosde la muchacha logran conmoverlo. Contra la cos-tra de su odio, cualquier muestra de sensibilidadse estrella sin respuesta. Allí mismo, sobre la tie-rra, la viola brutalmente. No ha abierto la boca,no vaya a delatarlo su propia voz. Totalmente do-minado por el salvaje aborrecimiento de su her-mano, ni toma en consideración el sufrimientoque está causando a su hija. La abandona allí,sola. Una mujer destrozada. Una vida hecha añi-cos. La humillación más desprotegida. CuandoPelopia logra soltarse de las ataduras, descubre asu lado el ceñidor y la espada que el agresor ol-vidó en su precipitada huida. Los guarda comopruebas del delito. Regresa a palacio. Es tal suvergüenza que no dice nada. Llora en soledad.En público, teme que descubran su mancha.428

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Atreo viaja hasta la corte del rey Tesproto. En-tre ambas ciudades se sellarán pactos de alian-za. Como homenaje y rúbrica de los acuerdos, elmonarca epirota concede a Atreo la mano de suhuésped, Pelopia, cuyo padre desapareció sinque nadie haya podido localizarlo. Tesproto veen la joven, hoy triste y huérfana, a la hija queno ha tenido. Quiere para ella una vida digna.Atreo, que desconfía de la misteriosa desapari-ción de su hermano Tiestes, se manifiesta pro-fundamente honrado con desposar a su sobrina.Piensa que, uniéndose a ella, tendrá siempre jun-to a sí un escudo protector frente a las iras delpadre, sin sospechar siquiera que no ha sido otrosino Tiestes el artífice en la sombra de ese con-trato matrimonial, pensando introducir de estemodo en el palacio de Atreo a su futuro venga-dor. Pelopia se somete a ese hombre corpulen-to que casi le dobla la edad, su tío. La mujer sesomete y calla, es ley de vida. Marcha camino deMicenas con la tristeza como un velo de pudorante el rostro. En su nueva residencia, sientecómo va creciendo en su vientre la semilla delviolador. Teme que alguien lo note, su esposoAtreo. Teme que le pregunten. Oculta su estadohasta que éste se hace tan evidente que decidefingir una enfermedad que le permita retirarseen soledad y en soledad tener el crío, el hijo dela violencia. No puede regresar con él. Lo aban-dona entre unos matorrales.

Pelopia ha recuperado el color, pero el brillodel espíritu ha huido de su mirada. Su vida estállena de miedos que la acosan. Atreo la mira yexperimenta algo desconocido, como si una cu-lebra de ternura le bajara garganta abajo. Se sien-te viejo y cansado. Su ansia de poder se ha con-vertido con los años en una envoltura de vacío,dentro de la cual se asfixia todo impulso. El durocaparazón de su ambición desmedida amenaza 429

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con resquebrajarse. De pronto, comienza a veren Pelopia una hija, alguien a quien proteger, al-guien de quien sentirse orgulloso. Insiste en co-nocer las razones de su tristeza. Tanto insiste anteuna Pelopia cada vez más asustada que ésta ter-mina confesándoselo todo, como si se arrojarade cabeza por un acantilado. Atreo ordena in-mediatamente rastrear toda la zona hasta dar conel crío. Sus soldados lo encuentran en la cabañade unos pastores, que lo hallaron y recogieron.Atreo lo recibe como hijo suyo. Se llamará Egis-to. Atreo vuelca en él el cariño que nunca de-mostró hacia sus otros dos hijos, Agamenón yMenelao.

Tiestes permanece en lugar desconocido, perosus partidarios dentro de la propia corte micéni-ca le mantienen al tanto de los asuntos reales.Sabe perfectamente que su hijo va creciendo bajoel mismo techo que su hermano Atreo, asesino desus propios hijos. Cuando Egisto entra en la pu-bertad, Tiestes se siente reconfortado, viendo acer-carse el día fatal de la venganza. No quiere pre-cipitarse, sabe que Egisto debe ser un hombrecapaz de manejar la espada para asumir su res-ponsabilidad, castigando al culpable de la muer-te de sus hermanos. Llegado el momento, Tiestesse hará bien visible por los alrededores de Del-fos, como incitando a Atreo a un enfrentamientoinevitable. Hasta que éste efectivamente envía asus hijos, Agamenón y Menelao, con la orden decapturarlo y trasladarlo a Micenas. Tiestes presientellegado su momento. Se deja apresar fácilmentepor sus sobrinos. No ofrece resistencia.

Atraviesan ya de noche los fosos laterales ca-mino de la ciudadela, cuando un desconocidosalta a su encuentro en lo que tiene todas las tra-zas de ser una emboscada. Le apunta con la es-pada. Es un jovenzuelo, se le ve la inexperien-cia. Tiestes se burla del temblor de su brazo.430

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Pretende minar el ánimo del agresor. Éste vaci-la, le pone el filo al cuello.

«¿De quién es esta espada?», pregunta Tiestessobresaltado.

«¡Mía!», responde orgullosamente Egisto.«¿Quién te la dio?»«Mi madre. La tuvo guardada para mí desde mi

concepción.»Es el momento de revelar la verdad. Egisto está

a punto de conocer a su auténtico padre. Quienestaba en camino de convertirse en víctima, do-mina con la convicción de su discurso. «Soy tupadre, esa arma que llevas lo declara.»

Egisto siente que el mundo se tambalea bajosus pies. Sus creencias se derrumban en un ins-tante como un montón de paja al envite del vien-to. Tiestes le pide que traiga a su madre. AntePelopia, repite el relato de su violación, justifi-cándola por el oráculo recibido. Todavía se en-cuentra explicando su conducta cuando Pelopia,que de pronto comprende la identidad incestuosade su agresor, humillada por una vergüenza in-soportable, arranca la espada de las manos de suhijo y se la hunde a sí misma en las entrañas.

«¡Madre!», grita Egisto sobre el cuerpo ensan-grentado de la mujer.

«Atreo es el culpable de esta muerte. Nunca ha-brá paz en nuestra familia mientras permanezcavivo.» Las palabras de Tiestes caen como aceitehirviendo sobre el dolor de Egisto. Se siente en-gañado, abofeteado por los acontecimientos,hundido en un mundo sin fundamentos, rabio-so como un océano violentado por la ira de Po-seidón. El alma de Pelopia escapa por su bocaen un último aliento.

«¡Mátalo! ¡Mátalo! Es tu deber», incita Tiestes asu hijo.

Egisto arranca del vientre de su madre el armahomicida. 431

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Atreo se encuentra ante el altar de Zeus, ofre-ciendo un sacrificio de acción de gracias por lamuerte de Tiestes, muerte ordenada por él mis-mo a su hijo Egisto, en quien tiene una confian-za absoluta. Definitivamente desparecido el her-mano, ¡al fin la paz!, el sosiego. Escucha pasosapresurados a su espalda. Se vuelve. En la puer-ta, Egisto sostiene en la mano la espada ensan-grentada. Piensa que es la sangre de Tiestes laque empapa el filo. No cabe en sí de júbilo. Suvida a partir de ahora entrará finalmente en uncauce sereno, sin sobresaltos*. Corre al encuen-tro de su hijo. Pero, en lugar de abrazo, recibela hoja del arma en su vientre. La espada se hun-de en su carne una vez y otra y otra. Egisto nomata a una persona, mata con saña extrema lamuerte irrefutable de la inocencia.

Tiestes ocupará finalmente el trono de Mice-nas. Los hijos de Atreo, Menelao y Agamenón,huirán de la tiranía brutal de su tío, refugiándo-se en la corte de Tindáreo, rey de Esparta.

Llegó a Tebas Layo angustiado por la maldi-ción de Pélope. No le mortificaba tanto la au-sencia de Crisipo, a quien en un momento deofuscación había intentado raptar para tenerlojunto a sí, como las nefastas consecuencias deaquel acto. Cuando ocupó el trono que comohijo de Lábdaco sólo a él correspondía, su men-te era un hervidero de temores y aprensiones.Las noches se le hicieron interminables vigiliasen que el fantasma de Pélope volvía a pronun-ciar aquella sentencia vengativa. Resuelto a cor-

* La ironía era uno de los elementos dramáticos más pre-sentes en el concepto trágico de la vida para los antiguosgriegos. El hombre cree conocer y ser dueño de su desti-no, cuando ya la realidad está a punto de revelar como fal-sas imaginaciones sus certezas.432

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tar todo lazo con su pasado, tomó por esposa auna mujer de su misma familia, Yocasta, herma-na de Creonte e hija, como éste, del tebano Me-neceo, biznieta del desgraciado Penteo. Tras lacelebración de los esponsales, consultó al másilustre adivino de la ciudad, Tiresias.

Era este Tiresias hijo de la ninfa Cariclo. Hom-bre de extraordinaria longevidad, vivió ya en laépoca de Cadmo, y aún prestaba sus servicios enla corte de Lábdaco. Cuando Layo acudió a él,era ya un anciano cargado de achaques. Vene-rable y apreciado por todos, la mesura de sus jui-cios y lo atinado de sus interpretaciones hacíande él el adivino más respetado más allá inclusode los límites de la ciudad.

Durante su adolescencia, sufrió un castigo quecondicionaría el resto de su vida. Era entonces unmuchacho jovial y vigoroso, amante de la vida alaire libre y los pequeños placeres que la natura-leza nos brinda. Su madre era compañera inse-parable de la diosa Atenea, entre ellas había sur-gido un entrañable afecto y camaradería. Juntasguiaban sus caballos por los campos de Beocia.Era Cariclo la única invitada a compartir el carrode la diosa. Sólo cuando era esta ninfa quien can-taba alguna alegre melodía, Atenea abandonabasu natural grave y severo para gozar de aquellosinstantes placenteros. Únicamente las confiden-cias jugosas de Cariclo lograban arrancar una risaespontánea y liberadora a Atenea.

Sudorosas de una larga correría a caballo porel monte Helicón, llegaron ambas a la fuente Hi-pocrene. El cristal del agua invitaba a aliviar conun baño los ardores del estío. Soltaron las fíbu-las que sujetaban sus peplos y éstos cayeron so-bre la hierba. Los cuerpos de las dos mujeres res-plandecían en la perfecta quietud del mediodía.El sol espejeaba en la superficie transparente. Elfrescor del agua sonreía chorreando por su piel 433

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tersa, dejaba cristalinos regueros entre sus pe-chos desnudos. Tiresias regresaba en aquel mo-mento de una cacería y, al acercarse a saciar sused, vio lo que no era lícito. Atenea chilló comomancillada por aquellos ojos mortales posadossobre su virginal desnudez. Su poderoso gritocegó al muchacho, que retrocedió espantado. Lanoche se apoderó de sus ojos. Cariclo, horrori-zada, recriminó a la diosa su severidad, ¿ése erael pago a una amistad tan íntima?

«Tú lo sabes perfectamente, Cariclo. A ningúnmortal le está permitido ver el cuerpo desnudode una diosa sin su consentimiento. La ceguerade tu hijo no se debe a un capricho mío sino auna ley inquebrantable. No llores. Si en adelanteha de faltarle la luz del día, su ceguera será luzsegura para las oscuridades del entendimiento. Acambio de la vista, su oído se afinará como el deningún ser humano para comprender el lengua-je de los animales. Tendrá la clarividencia del quesabe escuchar las voces del entorno*.»

Pero Cariclo no atendía. Con el hijo entre losbrazos, el llanto le impedía escuchar a la diosa.

«No llores. Consuélate, criatura. Peor será el cas-tigo de Acteón por un delito semejante. Acteón,el nieto de Cadmo. ¿No sabes que siempre acom-paña a Ártemis en sus batidas de caza por lo másintrincado de los montes tebanos? No tardará eldía en que descubra, como tu hijo, por casuali-dad, a la diosa bañándose en un manantial. Perola ira de Ártemis al verse sorprendida en su di-vina desnudez será mucho más terrible que la

* En todo el ciclo tebano, desempeña un importante papelel tema de los ojos, que engañan a quien cree ver, con-fundiendo ver con conocer, mientras que el ciego, privadode vista, penetra más profundamente la realidad, cono-ciéndola sin los prejuicios de la visión. El momento cum-bre de esta aparente contradicción lo proporcionará el per-sonaje de Edipo.434

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mía. Transformado en ciervo por la cólera de ladiosa, Acteón será despedazado y devorado porlos colmillos de su propia jauría, que, sin reco-nocerlo, volcarán todo su instinto cazador sobrela desdichada presa. En la soledad de los bos-ques, si escuchas con atención, podrás oír en lalejanía los gemidos lastimeros de los perros bus-cando inútilmente a su perdido amo.»

Privado de la vista, Tiresias aprendió a servir-se de los otros sentidos. En su noche perpetua,los mensajes de la naturaleza le brindaban unaguía segura, que pronto el muchacho puso al ser-vicio de la comunidad. Sus consejos estaban re-gidos por la prudencia, al tiempo que un pro-fundo aliento de nobleza lo impulsaba a laacción. Nunca es bueno forzar el equilibrio na-tural, pero el respeto no supone cruzarse de bra-zos aceptando lo dado como inevitable.

Cuéntase que un día, siendo todavía un ado-lescente ya formado en el trato con los hombres,tropezó por el camino con dos serpientes en ple-na cópula. No necesitó verlas para comprenderlo que estaban haciendo a la vista del que porallí pasase y, molesto, las separó con su propiobastón. Los animales así importunados le escu-pieron al rostro y Tiresias se transformó inme-diatamente en mujer. Como mujer vivió y cono-ció las penurias del otro sexo, su sometimientoincondicional, pero también las excelencias deuna sensibilidad no agredida. Al cabo de sieteaños, volvió a cruzarse con otras dos serpientescopulando. Repitió la operación de separarlascon su bastón e inmediatamente recobró su fi-gura varonil. Vivió como hombre de nuevo, sinolvidar las enseñanzas recibidas de su anteriorcondición. La fama de su sabiduría no dejaba deextenderse más allá de las fronteras.

Incluso Zeus confió en la discreción de sus jui-cios. Efectivamente, su esposa y él mantenían 435

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una encendida disputa sobre quién disfrutabamás con el sexo, si el hombre o la mujer. No lo-graban ponerse de acuerdo. Ninguno de los dosquería dar su brazo a torcer, porque en realidadaquella discusión doméstica no se basaba en lasinceridad, sino en el prurito de la decencia. Mo-lesto cada uno de ser considerado lascivo o frí-volo, pretendían descargar la propia necesidadgenésica11 de toda consideración placentera.¿Para qué preguntar a Afrodita, cuya respuestaestaría siempre condicionada por su propia na-turaleza voluptuosa? Zeus propuso llamar de tes-tigo a Tiresias, único ser que había experimenta-do ambas sensaciones. Hermes fue el encargadode escoltarlo hasta el Olimpo. Planteado el dile-ma, si había disfrutado más del orgasmo comohombre que como mujer, la respuesta de Tire-sias no pudo ser más tajante: «Indiscutiblemen-te, la mujer goza nueve veces más que el hom-bre del acto sexual».

Hera se indignó. Aquellas palabras ofendían supudor. No gastó gritos, no hubo gestos grandi-locuentes. Con acento ronco por la ira, la diosase dirigió a Tiresias:

«Ciego eres y ciego vivirás no una vida huma-na. Generación tras generación, arrastrarás la no-che en tu alma como castigo por tu insolencia».

Pero Zeus, en compensación, le concedió eldon de la clarividencia. La humanidad entera ala-baría sus dotes adivinatorias. Incluso en el Ha-des, los enigmas del pasado y lo que tienen lasMoiras previsto en la trama de la vida no tendránsecretos para él.

Tiresias confirmó a Cadmo el oráculo que leordenaba seguir a la vaca errante y fundar unanueva ciudad, Tebas, allí donde el animal se re-costase. Aconsejó a Penteo que no se enfrenta-ra al joven dios Diónisos, pero no fue escucha-do. Reprochó a Lábdaco sus indecisiones, que

11 genésico: deprocreación.

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sólo acarrearían sufrimientos a la ciudad, peroéste no siempre supo hacer un uso adecuado desus consejos, ni siquiera quiso escucharlo cuan-do le predijo que su propia ruina vendría de suoposición a los ritos dionisíacos. Generacionesde hombres acudieron a Tiresias y a su prover-bial clarividencia.

¿A qué otra persona confiaría el joven Layo sustemores nada más asumir el trono de Tebas? Nobien hubo celebrado los esponsales con la jovenYocasta, consultó a Tiresias sobre la maldiciónde Pélope, y el viejo adivino habló claro, sin ro-deos, como era su costumbre: «Layo morirá a ma-nos del hijo que engendre en su mujer».

Las palabras del ciego y la maldición de Pélo-pe coincidían como la espada en su vaina. Laaprensión lo apartó de Yocasta, a la que rodeóde magníficos regalos y distinciones honoríficas,pero siempre se mantuvo alejado de su lecho.Frecuentó las reuniones de hombres solos, encuya compañía se sentía protegido de las ame-nazas del destino. Se aficionó a las cacerías y alos festines. Desarrolló una aparatosa inclinaciónpor el lujo y el refinamiento. Su séquito de ami-gos personales era su segunda familia, a la quededicaba mucha más atención. Rehuía todo con-tacto que implicara cualquier voluptuosidad.Toda sensualidad estaba desterrada de su entor-no. En los asuntos de gobierno, como en las res-tantes obligaciones cotidianas, se mostraba co-medido y receloso. En cualquier alteración en elorden de los días, presagiaba los ocultos ten-táculos de la ruina extendiéndose hacia él. Lasbromas y la despreocupación de los banquetesle provocaban carcajadas liberadoras, que el mie-do siempre presente cortaba de cuajo. Pero unanoche el vino corrió en mayor abundancia quede costumbre. El aire perfumado de primaveratraía de las calles un eco mórbido y carnal. El 437

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grupo de amigos que lo acompañaban mostra-ban un delicado atractivo bajo sus guirnaldas derosas y violetas. Una mano abandonada en sumuslo revolucionó sus vísceras como si un ríode lava se deslizase bajo su vientre. Las copascorrían de boca en boca, vaciándose y volvién-dose a llenar, una vez y otra, entre jocosos can-tos de mesa y divertidas anécdotas.

Borracho subió Layo hasta las dependencias fe-meninas, donde entró en el lecho de su mujer,Yocasta, y, perdido en el vértigo de la carne, con-sumó su deseo.

No estaba, sin embargo, dispuesto a dejarsevencer por los acontecimientos. En cuanto reco-bró la conciencia de sus actos, tomó la determi-nación de deshacerse del fruto de aquel atrope-llo, si es que su mujer quedaba embarazada.

Tal como ocurrió. Nada más nacer el hijo, Layole atravesó los tobillos con una fíbula para evi-tar así, tullido, que nadie se apiadase de él y qui-siera criarlo a su costa*. Luego lo entregó a unode sus pastores con la orden terminante de aban-donarlo en lo más intrincado del monte Citerón,en pleno invierno. La muerte del niño estaba ase-gurada. Layo no sintió ningún remordimiento. Seestaba defendiendo a sí mismo. La voluntad deYocasta fue como siempre ignorada por su es-poso, atento sólo a su propia supervivencia.

Matarás a tu padre y te casarás con tu propiamadre, Edipo. Ése es tu destino.

La límpida luz del día brilla sobre la avenidade entrada al templo de Apolo, flanqueada pormonumentales estatuas de misteriosa sonrisa.Nada hace presagiar en el resplandor del aire lavecindad de funestos augurios. Edipo sube los

* El nombre de Edipo era interpretado etimológicamentepor los antiguos griegos como «pies hinchados».438

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escalones de mármol blanco entre la muche-dumbre que, como cada día, acude a consultarel oráculo del dios. Los esbeltos cipreses y losolivos retorcidos traen a su memoria los camposde Corinto, donde creció en el cariño de sus pa-dres, Pólibo y Mérope, reyes de la ciudad. Quéternura inspiran esos nombres en el alma nobledel muchacho. La santidad del lugar infunde unaluminosa beatitud en la melancolía que recien-temente se ha cernido sobre él. Antes de pene-trar en el recinto sagrado, ha purificado sus ma-nos y sus pies en la fuente Castalia, pero ¿quéaguas podrían purificar la tristeza? La sencillagrandiosidad del templo despierta en él la me-moria del palacio que lo vio crecer, entre cuyasparedes jugó de niño y aprendió ya de adoles-cente a ser ecuánime y ponderado. No le im-portuna esa gente que, como él, se apiña antelas airosas columnas que rodean el hogar de ladivinidad. No le incomodan los empujones delos allí reunidos. Sus conversaciones intrascen-dentes y chocarreras no le son ajenas. Le gustael trato con el pueblo, siempre le ha gustado. Sesiente seguro en el anonimato, uno más entre lamultitud. Como prefería sentirse uno más entrelos jóvenes con los que se ejercitaba en la pa-lestra12 o se perdía en amigables debates sobrecualquier tema que supusiera un saludable ejer-cicio mental. Su legendaria seriedad no estabareñida con los placeres de la amistad. La vida eraentonces fácil y risueña. ¡Cómo añora aquellosmomentos de camaradería y despreocupación!¿Quién podría devolverle hoy de nuevo aquellaserenidad de espíritu? Se palpa el zurrón de via-je y, al contacto con el cuero abultado, vuelve aver a su madre dándole las últimas recomenda-ciones, metiéndole a ocultas un trozo de quesoy unas aceitunas en la bolsa, cogiéndole con am-bas manos las mejillas y besando su frente. Gra-

12 palestra:lugar donde secelebraban lascompeticionesde lucha.

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bada en el pensamiento tiene su cara, mezcla depreocupación y orgullo, durante la despedida.Su padre Pólibo le puso una mano en el hom-bro: «Ya eres hombre, estoy seguro de que tecomportarás como tal. Confío en ti». Aquellas pa-labras, confío en ti, le arden como un paño desal sobre la herida. No puede defraudarlo. Mirael frontón del templo, donde las figuras de losdioses recuerdan que bajo la superficie inaltera-ble de los días la vida es oscura y compleja. Lociega la luz al mirar hacia arriba. Pero más lo cie-ga la incertidumbre desde que escuchó aquellaacusación durante el banquete. Todavía recuer-da aquella voz gangosa trabada por la bebida. Elruido de la copa contra la mesa y el vino derra-mado, igual que una mancha de sangre, al in-corporarse el amigo del asiento y tropezar, bo-rracho como estaba. El cuerpo, que con evidentedificultad se sostenía en pie, apoyado en la mesa,con el índice apuntando a su persona: «Muchote enorgulleces de tu linaje, Edipo, pero nuncadebería hacer ostentación de ello quien clara-mente es un hijo ilegítimo». A duras penas pudocontenerse y no abofetear al que así lo insulta-ba, en atención sólo a que estaba borracho. Sinembargo, aquellas palabras sembraron el vene-no de la duda en él. Pólibo y Mérope negaronrotundamente la acusación, pero sus palabras es-taban más bien preñadas de cariño que de con-vicción. Ninguno de los dos logró despejar lasdudas del hijo sobre su paternidad. Edipo com-prendió que con sus preguntas removía en suspadres viejas heridas que preferían mantener enla sombra. No quería dañar a quienes con tantoamor y desvelo se habían ocupado de él. Perola duda le había clavado las garras en su alma,ya nada podía seguir siendo igual. Tenía que co-nocer la verdad, por muy dura que ésta fuese. Elhombre vive en la verdad. Quien se conforma440

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con apariencias, se hace esclavo de sus propiosmiedos, nunca podrá mirarse a los ojos sin aver-gonzarse. Los penachos de las palmeras de Apo-lo, diseminadas por las laderas, y el amplio valleal que se abre el santuario de Delfos le reavivanhoy el recuerdo de las magníficas festividades dela próspera Corinto. Cómo le gustaba de niño co-rrer tras las batientes colas de los caballos en-jaezados para la procesión en honor de Poseidón.Mezclarse entre los ríos humanos de celebrantes,bajo los entoldados de lino azul cielo, sumergirsu propia alegría en la alegría común del puebloen día de fiesta. Recuerda los días de mercado yla algarabía de puestos exponiendo sus produc-tos multicolores. Las voces de los vendedores,los regateos. Desde que la intranquilidad le qui-tó el sueño, no dejó de frecuentar los lugaresconcurridos, indagando, espiando cualquier pa-labra suelta que pudiera hacer luz en su mente.La idea de que sus padres pudieran no ser efec-tivamente sus padres lo iba carcomiendo lenta-mente. La incógnita de su origen le atenazabacualquier otro pensamiento. Lo obsesionaba. Sesentía infeliz de no poder compartir sus preocu-paciones con quienes siempre había mantenidouna franqueza absoluta. El respeto al dolor de suspadres lo mantenía en un pozo de incertidumbreque de día en día iba ahondándose cada vez más.Necesitaba salir de él, volver a la claridad del cie-lo despejado. Y decidió acudir al oráculo de Del-fos para interrogar directamente al dios. Ya en elúltimo peldaño de la entrada al templo, su cora-zón bate con violencia ante la inminencia de larevelación.

Pero la respuesta de Apolo sume al joven Edi-po en una perplejidad aún mayor. «Matarás a tupadre y te casarás con tu propia madre.» Antepredicciones tan pavorosas, Edipo mira en di-rección a su patria, Corinto, como si dejara es- 441

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capar con el adiós una golondrina de amargura,y, dándose media vuelta, se aleja definitivamen-te de todo cuanto ha conocido. Nunca volveráallí donde el oráculo le vaticina un futuro horri-ble y criminal.

El camino es empinado y polvoriento, entre im-ponentes riscos cuajados de maleza. Un hombrecamina lentamente, no cojea, pero un renqueoapenas perceptible revela alguna pequeña de-formidad en sus pies. El sol cae a plomo sobreel sombrero de caminante de Edipo. No sigue unrumbo fijo, no va a ningún sitio, escapa de unaamenaza. La amargura de no volver a ver nuncamás a sus seres queridos lo tiene encorvado,como si hubiesen echado sobre sus hombrostodo el peso de una montaña. Camina en direc-ción a oriente, a donde sus pasos le lleven, noes la cabeza quien rige sus pies.

El camino, serpenteando en todo momento alborde del profundo desfiladero, desemboca enun despejado encinar, al pie de la inmensa molerocosa del Parnaso. El chirriar de las cigarraspone un acento estridente y metálico en el airerequemado. La dura tierra exhala el ardor re-concentrado de un sol de justicia. Al llegar a unaencrucijada, donde confluyen los caminos de Te-bas y Dáulide*, Edipo se detiene a beber de unpequeño manantial. Al fondo, ve acercarse ungrupo de viajeros, uno de ellos en carro, otros apie. Apenas son una silueta recortándose en lanube de polvo que levantan. Agachado, de es-paldas al sol, Edipo calma su sed, ávidamente,cuando escucha tras él: «Apártate, viajero, paraque beba mi amo».

* Dáulide, ciudad, igual que el santuario de Delfos, del queestá separada por el monte Parnaso, de la antigua regiónde Fócide, en la Grecia central, al norte del golfo de Co-rinto.442

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Edipo vuelve la cabeza. Sin duda, debe de tra-tarse de algún notable. El lujo de sus vestidurasy los adornos dorados del carruaje así lo evi-dencian. Ve el desprecio y la arrogancia con quelo está mirando el anciano desde su asiento. Nosoporta la humillación, no soporta las diferen-cias, el autoritarismo con que le ha hablado elcriado. No se mueve. El otro lo empuja paraapartarlo. Edipo empuja a su vez al agresor. «Es-toy yo bebiendo», le dice, «me apartaré cuandoacabe». El criado ha ido a responderle con un pu-ñetazo, pero Edipo, rápido de reflejos, le sujetael brazo y se lo retuerce a las espaldas. Oyecómo lo increpan los otros. Afloja los dedos, pen-sando que sólo aquella demostración de energíapor su parte será suficiente. Pero el criado apro-vecha la ocasión para coger una piedra del sue-lo, con la que se lanza contra él. Edipo no duda,saca su espada y la clava en el costado del agre-sor. El anciano ha acudido corriendo hacia él, es-pada en mano. Edipo le grita que se detenga ysiga su camino. Pero no es escuchado. Se ve obli-gado a pelear. Varias veces, durante el enfrenta-miento, repite su ruego de detener el altercado,sin bajar la guardia. Es herido en una mano.Comprende que, si no se defiende a muerte, elotro acabará con él, está dispuesto a ello. Y, confuriosa impotencia, mata a su oponente, claván-dole la espada en plena garganta. Todavía ten-drá que enfrentarse a otro de los esclavos, quecae sobre él con ánimo belicoso. El momento esdelicado, aún queda un tercer esclavo junto alcarro. Podría unirse a éste y, ante dos atacantes,estaría en desventaja. Pero el tercero echa a co-rrer, huyendo del lugar. Edipo rinde fácilmenteal que queda, le ordena que abandone la luchay se aleje. Pero no es escuchado. Su oponentese revuelve en el suelo y coge con las dos ma-nos una enorme roca, con la que se abalanza 443

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contra él. La piedra cae de sus manos al ser tras-pasado por la espada de Edipo.

Edipo. ¿Qué ha ocurrido? Fue todo tan rápido.Edipo mira en torno los cadáveres por tierra. Ja-deando de cansancio y desconsuelo, grita impo-tente. Alza los ojos y lo ciega el sol. Las cigarrasentre las encinas parecen acentuar sus chillidos,aún más estridentes.

Meses de triste deambular lleva Edipo cuando,en el camino a Tebas, se cruza con unos merca-deres con los que comparte hospitalariamente lacomida. Ellos le informan de la penosa situaciónque vive esa ciudad. Hace tiempo que Layo, surey, fue asesinado por unos salteadores de ca-minos. Creonte ha asumido la regencia mientrasse decide quién deberá ocupar el trono de Te-bas, al haber muerto el rey sin descendencia.Pero he aquí que los dioses, ofendidos por nohaberse castigado a los culpables, aún por des-cubrir, enviaron contra la ciudad una calamidad,la sanguinaria Esfinge.

Es ésta hija de Tifón y Equidna. Ser monstruo-so, con cabeza de mujer, cuerpo de león y alasde águila. Apostada sobre un precipicio a la en-trada de la ciudad, no permite que nadie entreni salga de ella sin antes adivinar el enigma queles propone. Todo aquel que lo intenta en vanotermina entre las garras del monstruo, que allímismo lo devora sin miramientos. Nadie todavíaha sido capaz de resolver el acertijo, que al co-rrer de los siglos terminará siendo tan popular,y mientras tanto la ciudad se consume, angus-tiada en un aislamiento al que sus ciudadanosno ven salida. El estado de penuria en que ac-tualmente viven, imposibilitados de salir a culti-var los campos o abastecerse de provisiones, sinque ningún mercader se atreva tampoco a en-frentarse a la fiera, es tal que Creonte ha ofreci-do mediante decreto la mano de la viuda de Layo444

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y el trono de Tebas para aquel que sea capaz devencer a la Esfinge.

¿Qué tienes que perder, Edipo? Sin amigos nifamiliares, sin nadie en quien confiar, sin unamano de aliento o consuelo que aligere el pesode la soledad. Errante, sin un rincón al que pue-das llamar hogar, sin un entorno que encarne tumemoria viva, sin un objetivo que dé sentido atus actos. ¿Por qué no intentarlo?

Los ojos de la Esfinge parecen dos alfileres in-candescentes. Su voz ronca, como los dientes delhierro serrando la madera, detiene al caminante. 445

Edipo y la Esfinge, Ingres (Museo del Louvre, París).«Edipo vacila. Observa a la Esfinge, en actitud desafiante. La baba cho-rrea por sus colmillos, anticipando la derrota. Edipo afirma su posturaen el báculo de caminante y, con voz serena y segura, responde.»

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«¡Alto, viajero! Antes de continuar tu ruta, de-berás responderme. ¿Qué animal camina al ama-necer a cuatro patas, con dos al mediodía y alcaer la tarde apoyándose en tres?»

Edipo vacila. Observa a la Esfinge, en actituddesafiante. La baba chorrea por sus colmillos, an-ticipando la derrota. Edipo afirma su postura enel báculo de caminante y, con voz serena y se-gura, responde: «el hombre; de niño camina a ga-tas, erguido sobre sus dos piernas en la madu-rez, pero al llegar a la vejez tiene que apoyar sudebilidad en el bastón».

Desde las murallas tebanas, la guardia aposta-da ve atónita cómo la Esfinge, entre alaridos fre-néticos, batiendo derrotada sus enormes alas con-tra las rocas, vomita el veneno de su ira, se lanzaal precipicio, se estrella contra el suelo. Ha sidoderrotada.

Edipo, de acuerdo con lo decretado, reinará vic-torioso sobre la ciudad de Tebas. Como premiorecibirá a la reina viuda, Yocasta, como esposa.Pero ni honores ni privilegios lograrán arrancarde su alma la melancolía de su destino infausto.Vivirá en la frugalidad y el respeto, sabiendo quela intemperancia engendra a los tiranos. La en-trañable nobleza de su carácter y la justicia com-pasiva y humanitaria que impone entre sus súb-ditos se ganarán rápidamente el corazón de todos.

El reinado de Edipo y la prosperidad de Tebasse asientan sobre el olvido. Todos quisieron ha-cer como si el pasado nunca en realidad hubie-ra existido; como si el acceso al trono de Edipohubiese transformado la ciudad en una tablillade barro: no se escribe sobre lo ya escrito, se es-truja la materia blanda y se modela una nuevatablilla, completamente limpia. Pero el olvidovuelve siempre, tarde o temprano. Nuestra ca-rrera, de meta incierta, no parte cada día de unanueva línea de salida; no podemos mirar sólo al446

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frente. El pasado son los cimientos de nuestrofuturo. ¿Quién que quiera llegar a las alturas nodeberá antes afirmarse con poderosas raíces enel suelo?

Porque es la armonía invisible mejor que la vi-sible. La hermosura del templo no está en el pu-limento de su fachada, sino en la ponderaciónde su estructura. La ciudad de Tebas vive añosde prosperidad. Edipo enjuga las lágrimas porsus padres, a los que no ha vuelto a ver, espan-tado por el oráculo, en el cariño de sus cuatrohijos. Los dos mayores, Etéocles y Polinices, vanhaciéndose hombres en un ambiente de con-cordia equitativa, aprendiendo responsabilidadsin imposiciones. Sus hijas, Antígona e Ismene,son como dos tórtolas en un revuelo de afecto ydelicadeza. Yocasta es una mujer que, por pri-mera vez, se siente persona. Es escuchada y te-nida en cuenta. El tiempo de los infortunios y laviolencia parece haber sido desterrado definiti-vamente de Tebas.

No obstante, en los últimos tiempos, una re-pentina epidemia está sembrando el terror entrelos tebanos. De día en día son más los que caenvíctimas de la enfermedad. La noticia se ha ex-tendido y son cada vez menos los que se atre-ven a entrar en la ciudad. Los médicos de pala-cio no encuentran una explicación a este mal,que amenaza con arruinar la convivencia.

Desde el amanecer, grupos de gentes corona-das con ramos de suplicantes se han reunido, jó-venes y ancianos, hombres y mujeres, en la pla-za pública, ante los templos de Ártemis, protectorade la ciudad, y de la diosa Atenea. Edipo sale depalacio al escuchar los gritos de duelo proferi-dos desde todos los rincones de la hermosa Te-bas. Por el camino, se tropieza con una comisiónde ancianos que, con rasgadas vestiduras de su-plicante, venían a su encuentro. 447

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«Soberano, tú nos libraste en otro tiempo de unaplaga atroz, la mortífera Esfinge. Haz algo ahora.Mira cómo caen los hombres, igual que la espigaante el filo del segador. Muéstranos de nuevo tuprudencia y tu sabiduría. Pues, siendo rey, mejores reinar sobre hombres que no sobre el vacío.»

Edipo está desconcertado. No sabe cómo ac-tuar. El dolor de cada uno es en él un dolor realpor todos los que hoy sufren en la impotencia.Manda llamar a Tiresias, el adivino ciego, él sa-brá escrutar en los designios de las Moiras.

El anciano, que ya trató con varios reyes y co-noce el afán de los gobernantes por atesorar per-sonalmente la información para mejor dominara su pueblo, pide una audiencia privada con Edi-po, pero éste lo conmina a hablar ante los allípresentes. Más que el duelo propio pesa en mialma el duelo de éstos. Suyo es el sufrimiento,sea también suya la verdad*.

«Edipo», responde Tiresias, «la epidemia queestá arrasando a tu pueblo es voluntad divina porun antiguo crimen aún no castigado. Has de sa-ber que, poco antes de tomar tú las riendas dela ciudad, nuestro soberano Layo fue asesinadopor unos salteadores de caminos cuando se di-rigía a Delfos. El dios te exige que busques alculpable y lo expulses de Tebas, ya que aún per-manece dentro de sus muros, contagiando consu mancha cada casa, cada calle, cada templo».

«¿Cómo no se pusieron todos los medios paradescubrir al criminal? ¿Cómo es que nadie se halevantado en todo este tiempo para denunciaraquel asesinato?»

* El afán de conocer la verdad y vivir en ella es una obse-sión constante en este personaje, que, con ello, roza los lí-mites de lo humano. Sin embargo, como veremos, su cas-tigo, por motivos tan nobles, encerrará en sí mismo unavictoria.448

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Los ancianos suplicantes recuerdan todavía laagonía que se cernió sobre ellos tras la desapari-ción de Layo, la horrible Esfinge, y el alivio quesupuso para todos su derrota a manos de Edipo.¿Quién en su sano juicio iba a alterar una paz tanapetecida removiendo cosas pretéritas? Pero Edi-po comprende que ha vivido en el engaño, na-dando en la superficie sin sumergirse en los abis-mos del pasado. Asume como un asunto personalla solución de esta situación crítica. Pregunta alos que saben, a los que vivieron aquellos acon-tecimientos: «¿Y no hubo ningún testigo que pu-diera señalar al culpable?»

«Toda la escolta real pereció a manos de losasaltantes. Todos menos uno, que logró escaparhorrorizado. Él mismo nos relató el violento en-frentamiento entre los servidores de Layo y susasesinos, que los aventajaban en número y ar-mas.»

Edipo ha proclamado un edicto: «Todo aquelque tenga la más mínima información, por in-significante que ésta sea, sobre la muerte de suanterior rey, preséntese en palacio y declare loque sepa. En cuanto al culpable, una vez sea des-cubierto, nadie le dé cobijo, ni siquiera le dirijala palabra. No participe en nuestros ritos sagra-dos, ni de nuestra mesa, ni de nuestra compa-ñía. Lleve una vida de apestado, lejos de loshombres, arrastrando las miserias del exilio».

La noche es calurosa. Pesa el aire al entrar enlos pulmones. Ni la más ligera brisa que mitigueel ardor de la piel. Por los ventanales de par enpar entra el eco apagado de una lechuza. Yocastapermanece inmóvil en el lecho, con los ojosabiertos, siente que su esposo se revuelve a susespaldas. Tampoco ella puede dormir, y no sólopor el calor. Los recientes acontecimientos hanremovido en su alma sucesos antiguos, días dedolor que creía definitivamente sepultados. El 449

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abandono de su hijo nada más nacer. Ni Etéo-cles ni Polinices, tan parecidos en el fondo aLayo, ni su sobria hija Antígona, ni Ismene, tanespontánea y tan zalamera, han podido hacerleolvidar el desgarro por la pérdida de aquel re-cién nacido. Nadie sustituye a nadie en los tem-porales del alma. Las alegrías y el punzón de lamemoria conviven acosándose mutuamente.Nunca ha podido olvidar a aquel niño tan tem-prano arrancado de sus brazos para exponerlo auna muerte cierta. Los años nunca dejaron dehurgar en esa llaga, un vacío en carne viva. Vi-vió porque hay que vivir, como una estatua in-sensible, expuesta a la intemperie. La noticia delasesinato de su esposo la sumió en la mayor in-certidumbre, a merced de un futuro confuso, sunaturaleza femenina la condena a acatar siempredecisiones ajenas. Y entonces la Esfinge, ese ho-rror compartido del que todas las miradas pare-cían hacerla culpable. Su hermano Creonte laofreció igual que una mercancía a la codicia delmás osado, sólo era el premio a la valentía. Sudolor no contaba, su voluntad no existía. Debíacallar y obedecer, como siempre. Cada vez queveía de lejos al monstruo, desde las atalayas dela ciudad, le parecía estar viéndose a sí misma,reflejada en ese ser multiforme, de pensamien-tos impenetrables. Y entonces apareció Edipo.Ese joven trajo consigo un aire fresco, no enra-recido, a estas salas tan podridas de viejas am-biciones y crímenes palaciegos. Al principio fuegratitud. Luego la gratitud se abrió dentro de sícomo una flor y ella misma se sorprendió estre-meciéndose ante ese raro sentimiento tan nove-doso. El afecto desembocó, de manera natural,igual que el cauce del río, en un amplio mar desentimientos compartidos. En su jardín, florecióla ternura, floreció el cariño correspondido, flo-reció el deseo unánime. Por primera vez podía450

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hablar, sentarse frente al hombre de igual a igual,ser transparente.

El sudor empapa su frente, sus pechos. La no-che trae un halo misterioso y agónico. Edipo nodeja de dar vueltas de un costado al otro. Sien-te el crujido del lecho a cada uno de sus movi-mientos como si el velo de la muerte le rozaselas cejas. Contiene la respiración, como si así con-jurara un peligro todavía sin rostro. Cuando elhombre termina por levantarse para dar un parde vueltas por la habitación, sin volverse haciaél, Yocasta pregunta en voz baja:

«¿No puedes dormir? ¿Qué es lo que te angustia?»«Esos oráculos. Los ojos en blanco de Tiresias

mientras los pronunciaba, fijos en mí.»«Déjate de oráculos, Edipo, y duerme. Mañana

será otro día.»«Dijo que el asesino permanece todavía impu-

ne en la ciudad.»«También dijeron a Layo que moriría a manos

de su hijo y, ya ves, lo asesinaron en la encruci-jada unos simples salteadores. Mira en qué aca-ban los vaticinios»*.

«¿Dices que murió en una encrucijada?»«Sí, Edipo. Si no recuerdo mal, dijeron que la

pelea se había producido en la bifurcación delos caminos de Delfos y Dáulide. ¿Por qué te pre-ocupa eso ahora?»

«¿Cuánto tiempo hace de aquello, Yocasta?»«No sé, mucho. Antes de que tú aparecieras

para librarnos de la Esfinge.»«¿Cómo era él? ¿Era alto? ¿Y apuesto? ¿Qué edad

tenía?»

* El deseo de verdad de Edipo choca con el pragmatismode su esposa, Yocasta, quien prefiere conservar la felicidadpresente, aun a costa de la ignorancia, y para ello ni siquierase contiene de pronunciar palabras blasfemas, al poner enduda la veracidad de los oráculos. 451

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«¿Vas a estar ahora celoso de los muertos, Edipo?»«No son celos, es un presentimiento que de

pronto me aterra. Contéstame. ¿Iba solo cuandolo mataron?»

«Layo nunca iba solo a ningún sitio. Era dema-siado aprensivo. Dos o tres esclavos lo acompa-ñaban, creo. Pero ¿a qué viene este interrogato-rio, y a estas horas?»

«Tienes que sacarme de dudas, Yocasta. Tengoque eliminar todas las sospechas que de prontome abruman. Tengo que descubrir al culpable.Ayúdame. ¿Sabes si murieron todos?»

«No todos. Uno consiguió escapar. Él fue quientrajo la noticia del crimen.»

«¿Y dijo exactamente que habían sido varios losasaltantes?»

«Sí, Edipo.»«Pero pudo mentir.»«¿Para qué iba a mentir y precisamente en eso?»«Para que no lo acusaseis de cobardía, por

ejemplo. Abandonó a su amo en peligro, ¿no? Po-díais haberlo castigado por no socorrerlo.»

«¿Adónde quieres ir a parar, Edipo, con tantapregunta?»

«¿Vive todavía ese hombre?«¿Y yo qué sé? Era ya mayor cuando ocurrió

todo. Además, en cuanto te vio, me suplicó quelo enviase a pastorear lejos de la ciudad. No so-portaba ver a otro ocupar el trono de su antiguoamo. Es comprensible...»

«Tengo que confesarte una cosa, Yocasta. Pocoantes de venir a Tebas, precisamente en el lugardonde dices que ocurrió todo, tuve un percancecon unos viajeros que, con su impertinencia, meobligaron a pelear. Maté en defensa propia. Todoocurrió muy rápido. No tuve tiempo de refle-xionar cuando ya empapaba el suelo la sangrede los cadáveres.»

«¿Ibas tú solo, Edipo?»452

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«¿Por qué lo preguntas?»«No puede tratarse del mismo hecho. Layo mu-

rió a manos de unos malhechores. El supervi-viente aseguró que habían sido varios.»

«¿Y si mintió?»«Dudas, dudas. Si comenzamos a ponerlo todo

en duda, haremos del día noche y de la nochequé sé yo, cualquier otra cosa. Tú estás limpiode culpa. Tu bondad así lo testimonia.»

«Ojalá pudiera estar tan seguro como tú.»«No le des más vueltas. Duerme. Duerme, Edi-

po. Descansa.»¿Qué es la verdad? ¿Puede la certeza ser hija de

los rumores? ¿Pero cuántas verdades hay? Tantascomo conciencias, diría un escéptico. ¿No pode-mos hallar una verdad única, válida para todose inalienable?

El alma de Edipo zozobra en un vendaval deaprensiones y temores. La investigación que haechado sobre sus hombros va estrechando unpavoroso cerco a su alrededor. Todos sus alle-gados se empeñan en refutar cualquier indiciode su participación en la muerte de su antece-sor. El principal argumento es el antiguo orácu-lo de Tiresias. Ni en sentido real, ni en sentidofigurado, Edipo fue para nada hijo de Layo ni desus obras. Se sospecha de alguien cercano al rey,las palabras del dios aludían seguramente a lossentimientos filiales del asesino. Seguramente setrató de alguna oscura venganza. No todos que-rían por igual a Layo. Las diferencias que éste ha-cía entre sus favoritos creaban un enrarecido cli-ma de rencores y zancadillas. Por ahí debenproseguirse las pesquisas.

Edipo no descansa. Interroga a unos y a otros.Escucha a todo aquel que tiene algo que decir-le, por intrascendente que parezca, mucho máscuando lo que le traen son relatos pavorosos, re-pugnantes anécdotas sobre el arbitrario favori- 453

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tismo de su predecesor, antiguos chismes de des-prestigio hacia el antiguo soberano; cuanto mástremebundos, más crédito les concede. Así vapoco a poco haciéndose una idea de la clase depersona que fue Layo en vida, y de la falta deaprecio de que había gozado.

Pero he aquí que, entretanto, ha llegado a Te-bas un heraldo de la casa real de Corinto. Vienea anunciar la muerte de Pólibo.

«¿Mi padre Pólibo ha muerto? ¿Y mi madre?,¿cómo está?»

Las lágrimas que inmediatamente caen de susojos, la congestión del dolor en la garganta al ha-cer la pregunta, contradicen la expresión de alivioque invade su cara. ¿Muerto? Ha eludido su desti-no. Pólibo ha muerto de muerte natural. Cuandoel heraldo le comunica las últimas palabras del reya punto de expirar, un recuerdo del hijo ausente,el gesto crispado por la pena no borra del todo laimpresión de serenidad que invade a Edipo. Latristeza y la felicidad son hoy para él una sola cosa.Pero debe renunciar al ofrecimiento de ocupar eltrono de su padre. Su madre vive aún. Todavíapesa sobre él el macabro oráculo de desposarla.El heraldo despejará sus recelos, sembrando al mis-mo tiempo una duda aún más lacerante.

«Si eso te preocupa, has de saber que Méropesólo es tu madre adoptiva.»

«¿Cómo sabes tú eso? ¿En qué te basas para ha-cer afirmaciones tan temerarias?»

El heraldo le explica que, de muchacho, servíaal rey Pólibo como pastor. Todos los años con-ducía sus rebaños tierra adentro. En cierta oca-sión recogió a un bebé de los brazos de un pas-tor con el que solía encontrarse cada primaverapor las laderas del monte Citerón. Le explicacómo tenía los pies atravesados por unas fíbulasde oro cuando lo recogió, cómo se las sacó ycuró las heridas.454

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«Eras entonces un cachorrillo tan desampara-do. Mis amos, ya mayores, sufrían de no podertener hijos. Tú fuiste su regalo. Mérope te pusoese nombre, Edipo. En ti volcaron todo el amorpaternal que aguardaba en ellos inútilmente.»

«¿Dices que me recogiste de manos de un pas-tor? ¿Soy entonces hijo de un pastor? ¿Era hijosuyo? Responde a lo que te pregunto. Me va mu-cho en ello.»

«No creo que fueses su hijo, siendo él enton-ces tan joven como yo. Además, ¿qué padre atra-vesaría a su hijo los tobillos, por mucho que qui-siera deshacerse de él? No, aquel pastor no podíaser tu padre.»

«¿Quién era ese pastor? Necesito saberlo.»«No te alteres, Edipo. Mucho te ha afectado la

muerte de Pólibo.»«No te andes con rodeos. Dímelo. ¿Sabes quién

era el pastor que te dio el crío?»«Decían que era un esclavo de Layo, rey de Te-

bas.»Edipo clava los ojos en Yocasta. Ve su rostro

desencajado. La interroga. La mujer se resiste:«Deja las cosas estar, Edipo. No quieras saber

lo que hace tiempo está enterrado en el olvido.¿Qué importa saber cuando saber puede des-truirte?»

«Exijo que me traigan inmediatamente a esepastor. Que lo busquen por toda la ciudad.»

«¿Por qué quieres arrancar la costra de la heri-da? ¿No basta ya con lo sufrido? Conocer puedellevarte a la ruina. La ignorancia cura, Edipo.»

«Calla, Yocasta. Cada uno es hijo de su destinocuando vive en apariencias. Quien sólo fía en loque ve, yerra en lo oculto. ¡Ordeno que se loca-lice inmediatamente al antiguo pastor de Layo!»

Yocasta ha salido corriendo de la sala de re-cepción. La han visto por los pasillos llorando alágrima viva, agarrándose a puñados el pelo. 455

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El antiguo pastor de Layo entra temblando,teme que vayan a acusarlo de algún delito. Nose imagina qué puede querer de él el rey contanta urgencia, escoltado por lanceros. Lo mira alos ojos. Tiene Edipo hoy los ojos tan tristes. Tan-ta amargura empaña la transparencia de sus pu-pilas azules...

«Dime, buen hombre, ¿estabas tú al servicio deldifunto rey Layo?»

El hombre apenas puede balbucear un sí envoz baja.

«¿Entregaste alguna vez un niño a un pastor enel monte Citerón?»

Al hombre le tiemblan las rodillas. Mira verda-deramente asustado. Asiente con la cabeza.

«¿Era ese niño hijo tuyo?»«No, señor. No, señor. Me lo entregaron con la

orden expresa de que lo abandonase donde nun-ca pudiera sobrevivir.»

«¿Por qué no obedeciste?»«Me dio tanta pena, tan guapo, tan bueno... Una

cosa tan pequeña y te sonreía... Y las heridas delos pies... También a ti se te habría partido el alma.»

«¿De quién era hijo? ¿Quién te lo dio? ¿Quién tedio la orden de abandonarlo?»

El hombre llora. Tiembla aterrorizado. A cadapregunta de Edipo, el antiguo pastor siente el es-calofrío de una bofetada. Se atreve a suplicar:

«No puedo, señor. Por favor, no me obligue adecirlo. Prometí que callaría.»

«¿Y si callando favorecieras un crimen? ¿Y si teacusara de complicidad?»

«Layo. Fue Layo quien me lo dio. Fue él quienme ordenó dejarlo morir.»

«¿Y por qué, si era hijo suyo? No lo entiendo.»«Un antiguo oráculo, señor, le había vaticinado

que moriría a manos de su propio hijo.»La luz entró de pronto en el interior de Edi-

po y éste pudo contemplar todo el horror de sí456

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mismo. Él era aquella criatura; él, el hijo deLayo; él, quien lo había asesinado en la encru-cijada y ahora estaba casado con su propia ma-dre, Yocasta, con la que había tenido hijos queeran hijos suyos y, al mismo tiempo, sus her-manos. La luz achicharró su conciencia, abra-só su espíritu.

¡Edipo se ha cegado! ¡Se ha arrancado los ojoscon dos agujas! Dicen que mató a su padre y secasó con su madre. Que por ello está maldito.¡Se ha arrancado los ojos! Un coágulo de sangrey masa ocular cuelga de sus cuencas vacías. Nogrita. Tiene el grito congelado en el rostro, comouna máscara. Pero no encuentra voz para mani-festar la tremenda magnitud de su horror.

¡Desgracia sobre desgracia! ¡Nuestra soberanaha aparecido ahorcada en su alcoba! ¡Se ha sui-cidado! ¡No ha podido soportarlo! ¡Estaba casa-da con su propio hijo! Tenía el amor del hijo yel amor del hombre en la misma persona. ¿Cuán-do cesarán las lágrimas?

Las antiguas maldiciones lanzadas sobre la fa-milia real han estallado en el presente espanto.

¡Edipo sale de la ciudad como hiena herida! ¡Élpersonalmente maldijo a quienquiera que fueseel criminal! ¡Sin saber que el criminal era él mis-mo! ¡Queriendo evitar un crimen cayó en un cri-men aún mayor! ¡Oh tinieblas mías, tan íntimas,tan dolorosas, tan arrebatadoras! ¡Oh noche, ho-gar del dolor de la luz! ¡Desolación del conoci-miento! ¿Dónde irá mi voz a perderse en sole-dad? ¿En qué lugar de la tierra no seré unapestado para mí mismo? ¡Edipo abandona la ciu-dad! ¡Lo acompaña su hija Antígona! ¡Los otrospermanecen escondidos en palacio! ¡Tienen mie-do de salir a la calle! ¡Dicen que temen la reac-ción del pueblo! ¿Cuál va a ser la reacción delpueblo? El pueblo nunca reacciona ante la gran-deza de sus jefes. Acata la catástrofe como una 457

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desgracia ineluctable13. ¡Adiós, Edipo! Tebas noquiere saber hoy de ti. Fuiste un soberano ejem-plar, pero llevabas dentro de ti la gangrena delapestado. Tebas hoy está limpia de culpa. Denuevo sonríe. Te vuelve la espalda, Edipo.

La hoja que cae del árbol va dando bandazosal vaivén del viento hasta llegar a un rincón dereposo, donde volverá a ser pasto de la tierra,materia de su materia, alimento vivo.

Siempre dijeron de mí que soy extraña, impe-netrable. No como mi hermana Ismene, tan volá-til como un vilanico14. Ella agrada a todos con sudulzura melindrosa y sus bruscos arrebatos de ca-riño o sus estampidas irrefrenables, igual que uncervatillo acuciado por la vida. Cuando yo apa-rezco, todos callan. Siento el silencio a mi alrede-dor como si emanara de mi persona. No me gus-tan las bromas chocarreras ni las frivolidades. Heheredado de mi padre una seriedad que muchosjuzgan impertinente en una mujer, eso dicen. Perono creo que se herede el carácter igual que un rei-no. Cada uno se hace a sí mismo. ¿Cómo he lle-gado a ser este animal casi huraño arraigado enprofundas convicciones? No sabría decírmelo. Des-de que recuerdo, siempre me ha gustado perma-necer en silencio junto a mi padre, su trato de iguala igual, adivinar sus respuestas antes de que éstasse produzcan, su rectitud inquebrantable, inclusocontra sí mismo. En ningún momento me he pre-guntado si es justo o censurable la condena queél mismo se ha impuesto y los suyos han adopta-do con violencia egoísta. Sus ojos vacíos se hanlimpiado de los prejuicios de la mirada. No es unapestado. No soy su báculo, ojos prestados a sulucidez sin vista. Aprendo de su serenidad en ladesgracia. Fue duro ver que ninguno de sus hijosalzábamos la voz para defenderlo, ni siquiera yo,aunque fuesen inútiles protestas de mujer. ¿No eran

13 ineluctable:inevitable.

14 vilanico:semilla de

algunasplantas

envuelta enuna bola de

finosfilamentos quele permiten ser

fácilmentetransportada

por el aire.

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hombres mis hermanos? ¿Por qué no hicieron nada,ellos que podían? Al contrario, junto con su tíoCreonte fueron Etéocles y Polinices los primerosen proclamar que al ciego Edipo debía aplicarsela sentencia promulgada por él mismo. Desgarra-ron sus vestiduras para mostrar públicamente eldolor que les producía cumplir con su deber. Peromi padre comprendió inmediatamente sus móvi-les mezquinos, el ave carroñera que anidaba enellos, su incapacidad de ver más allá de sus pro-pias ambiciones. Se dijo que había sido una mal-dición lanzada por Edipo contra sus propios hijoslo que en realidad sólo fue una invocación a la no-bleza de espíritu huida de sus almas. Las palabrasse revistieron de la violencia del crimen. Mi her-mana Ismene pavoneaba sus sentimientos para notomar partido entre quienes eran sangre de su san-gre. Mi padre salió de Tebas como quien huye delfuego devastador, buscando la purificación de otrainocencia en las lecturas del dolor. No miró atrás.Lo que dejaba a sus espaldas, había dejado de serobra suya. No partió como un apestado, saliócomo quien busca la última verdad inaccesible.Yo, la seca, la inconmovible, la presuntuosa Antí-gona, la futura esposa de mi primo Hemón, la mu-jer que se resistía a ser sólo mujer, que recatabamis manifestaciones de afecto como un bien quese corrompe al airearlo, yo no pude soportar la in-justicia y la hipocresía e hice lo que pude, corrítras sus huellas y le ofrecí mi brazo como apoyo,en silencio. El silencio está cargado de futuro cuan-do las palabras han sido retorcidas para significarlo contrario. Justicia, bondad, prosperidad eran hoyen Tebas voces infladas de arena del desierto.

Cuántos caminos hemos recorrido juntos. Alládonde llegamos, la fama nos precede. Es difícileconomizar pábulos15 al desastre. Divulgar la des-gracia ajena reconforta como si, con ello, se con-jurara la propia. Unos nos miran como a quie-

15 pábulo:sustancia quesirve de pasto oalimento parael desarrollo deuna acción,generalmenteen sentidofigurado, comodar pábulo alas llamas odar pábulo aloschismorreos.

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nes arrastran consigo la catástrofe, otros con mor-bosa curiosidad. Algunos nos ofrecen su caridadpara alejarnos cuanto antes, pocos son los quese atreven a cobijar a quienes no pedimos li-mosna. Casi todos miran al que carece de ojoscon un respeto distante, como se mira al rayoque en el horizonte hiere el mar. Como muros alborde del abismo.

Mi padre se ha sentado sobre un mojón. La ma-ñana brilla con una dulzura trascendente. La ti-bieza del sol reconforta su cuerpo castigado porlas inclemencias del camino. Sólo es un descan-so. Ha partido un pan en dos y, mientras come-mos, me pide que le describa el sitio al que he-mos llegado. De niña, me preguntaba cómo erancosas que él mismo podía ver. Aplaudía cualquierafirmación que calara hondo, cada vez que nome aferraba a lo evidente. Con el mismo placerde siempre vuelvo a dejarme guiar por su ins-tinto para lo oculto. Gorjean los ruiseñores en-tre las ramas de un bosque de laureles y de oli-vos. La oscura hiedra trepa por los troncos. Losviñedos se alzan de la tierra roja cubiertos depámpanos de verde cristal. ¿Oyes el trinar de losarroyuelos y las fuentes que riegan estas vegassalpicadas de narcisos y azafrán? Te sería difícilver desde este cuadro idílico las aguas del mar,a pesar de su presencia cómplice en el aire. Unportentoso equilibrio de formas y colores, de aro-mas y sonidos parece imbuir este paisaje de unacualidad divina. Quiero que las palabras diganmás de lo que dicen. Quiero transmitirle la se-rena beatitud de este entorno. Le pregunto aunos campesinos que trabajan unos viñedos cer-canos dónde nos encontramos. Colono, una pe-queña aldea del Ática, en las inmediaciones deAtenas, donde el rey Teseo ha hecho de sus súb-ditos sus iguales y nadie prevalece sobre nadiesi no es por sus propios méritos. Mi padre son-460

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ríe. Es la primera vez que lo veo sonreír desdeque salimos de Tebas. Pero su sonrisa es ambi-gua, tampoco significa censura alguna a la bon-dadosa credulidad de estos hombres. ¿O sonríea mi propia desconfianza, que él tan bien cono-ce? Los campesinos hablan de este bosque, acuya linde nos hemos sentado, con orgullo untanto fanfarrón. Los dioses lo habitan. Poseidónlo bendijo y Diónisos lo recrea. Afrodita destellaen cada partícula viva. Apolo le da el aliento delo insondable. Ningún otro lugar del Ática pare-ce despertar un fervor más simple ni tan intensoen el alma de estos hombres. Mi padre tiene unaextraña expresión de placidez en el rostro, comocuando plantaba la semilla de un castaño ayu-dado por la niña que era yo entonces y me ha-cía mirar la vida a través del futuro árbol, conrespeto y sin impaciencia. Se interna entre lostroncos de laurel, palpa su corteza, aspira esa fra-gancia sencilla y estimulante. Se vuelve hacia elgrupo de campesinos, que lo están mirando conel gesto arrugado, y les ruega que hagan llamara su rey, tiene importantes confidencias quetransmitirle. Ellos le indican que está pisando unsuelo sagrado y debe salir del bosque al caminoy purificarse en las aguas del Cefiso. Sólo cuan-do Edipo ha lavado sus pies en el torrente, loscampesinos acceden a su ruego y marchan con-tentos, cantando una canción que todos parecenconocer bien. La mañana hincha sus pulmonesen una luminosa quietud, en que nace la espe-ranza.

Nunca me canso de mirar a mi padre, de apren-der de su exuberante serenidad. La sombra deeste plátano, a cuyo pie nos hemos sentado, estáimpregnada del sofoco del mediodía. Huele a tie-rra y a sol. Huele a la efervescencia de todo lovivo arrastrándose hacia su desarrollo pleno, elgusano y la acequia, el manzano y la hormiga, 461

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la amapola y la oveja. Ahora que Edipo carecede ojos, esos engañosos intermediarios entre elmundo y la conciencia, parece dialogar directa-mente con las raíces de la vida, estar en perma-nente contacto con los misterios últimos. Su boca,ese racimo de palabras ambiguas y veleidosas,parecen haber encontrado en el silencio la ver-dad. Como si la verdad de uno mismo sólo enuno mismo se manifestara plena e inalienable,imposible decirla, señalársela a otro. Mirandocara a cara la desgracia, aprendiendo de cada ca-tástrofe el sentido de la catástrofe definitiva, labonanza que refleja su rostro desfigurado me re-cuerda que sólo los dioses son ajenos a la vejezy a la muerte. Todo lo demás lo derriba el tiem-po. Se desgasta el vigor de la tierra y la lozaníadel cuerpo, muere la confianza y la desconfian-za germina, lo grato se hace amargo y la amis-tad ingratitud. Nada escapa a su deterioro impa-rable. Un mismo fin aguarda al hombre individualy a las ciudades de las que se enorgullece. Unoshoy están arriba y otros abajo, pero mañana larueda de la fortuna girará derribando a los másencumbrados y enalteciendo a los inferiores. Sóloel amor puede infundir ese hálito de dignidadque libera al hombre de sus ataduras y lo her-mana con los dioses. Cada vez que su mano can-sada se apoya en mi hombro, siento la firme pre-sión del amor conduciéndome a través de lastinieblas.

Pero veo una polvareda por el camino, comosi se acercaran hombres a caballo. No puedo dis-tinguirlos bien. No puedo precisar su número.Mi padre ya se ha incorporado. Un sentido ocul-to parece informarle de aquello que confunde alos sentidos y me pone en guardia. Efectivamen-te, por las vestiduras de los jinetes comprueboque son tebanos, heraldos de mi tío Creonte.¿Cómo han dado con nosotros? ¿Qué querrán?462

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«Soberano Edipo, nos hemos adelantado aCreonte para informarte de su inminente llegada.»

«No ganaréis mi voluntad regalando mi vani-dad con títulos. ¿Soberano de quién? Decid sim-plemente Edipo y lo que hasta mí os trae.»

«Has de saber que tu patria vive tiempos difí-ciles.»

«Ningún tiempo es fácil cuando la codicia dic-ta la conducta.»

«La maldición que contra tus hijos lanzaste pa-rece haberse materializado sin remedio. Etéoclesy Polinices decidieron alternarse un año cada unoen el trono que tu ausencia dejó vacante. Pare-cía la mejor solución para evitar antiguas renci-llas entre herederos. Bajo la supervisión de tu cu-ñado Creonte, asumió el cetro de Tebas el menorde los dos, Etéocles, por un periodo de un año,al cabo del cual debería entregárselo a su her-mano Polinices. Éste, con buen juicio, conside-ró lo más prudente expatriarse durante ese tiem-po, para no condicionar con su presencia lasdecisiones del regente. La racha de desgraciasque arrasan tu ciudad desde generaciones atrásparecía haber detenido su guadaña. Pero he aquíque el plazo ha expirado y Etéocles se niega aentregar a su hermano el trono tal como habíanconvenido. No entro a juzgar actos que superanmis atribuciones. Corren rumores de que Polini-ces está levantando un ejército en el extranjeroy pretende entrar por las armas en Tebas pararecuperar el trono. La angustia comienza a apo-derarse de la ciudad. Sólo tu presencia podríaevitar una guerra civil innecesaria. No permitasque aquellos que te quieren vuelvan a conocerlos horrores de las armas.»

«¿Ahora que nada soy vuelvo a ser para voso-tros un hombre y no un apestado?»

«Los dioses que antes te arruinaron hoy quie-ren ensalzarte.» 463

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«No confundáis vuestros deseos con la volun-tad de los dioses. Cada uno es dios de sí mismo.»

«¿Dejarás a los tuyos desamparados, Edipo?»«¿Los míos? Los míos son hoy el sol y el agua,

la ventisca y la cascada, el insecto, la fiera soli-taria, la hierba anónima. Los que eran sangre demi sangre me vieron desamparado y renegaronde mí. No es a Edipo a quien buscáis, sino la lla-ve que os asegure vuestros privilegios. Ningunode esos que dicen ser mis hijos reinará en Tebas.La codicia y el egoísmo son la epidemia másmortífera y la que con mayor rapidez se propa-ga. De Tebas no tendrán, ninguno de los dos,sino la tierra que les dé sepultura.»

¡Cómo me estremece ese tono de voz, padre!Como si por ti hablara una roca. Qué convicciónvacía de cualquier sentimiento. Temo que tu almase haya secado completamente. Tengo el cora-zón dividido. No puedo dejar de pensar que sonmis hermanos los que así se arrastran por la pen-diente del terror. Comprendo tu negativa a se-cundar los propósitos partidistas de cualquiera deellos. Pero la memoria del amor me angustia yno puedo dejar de sentir como excesiva tu in-quebrantable integridad. Temo por ellos. Temopor ti, por nosotros. Los heraldos reales vienenarmados y nosotros, un ciego sin recursos y unamuchacha en un mundo de hombres, ¡qué débi-les somos frente a sus lanzas! Si es que intentanllevarnos por la fuerza, ¿qué haremos? Mi almaestá confusa, pero lo descarnado de tu sinceridadme impresiona como si desde el valle mirara elmacizo rocoso que las nubes henchidas de solcoronan. ¡Qué alivio! Ahí viene el rey de estas tie-rras, Teseo. Si él quisiera ampararnos...

«Dicen que un vagabundo ha osado entrar enel recinto sagrado. En cuanto escuché tu des-cripción, Edipo, supe sin lugar a dudas de quiénse trataba.»464

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La conversación entre Edipo y Teseo pone fren-te a frente a dos almas iluminadas por la noble-za del mutuo respeto. El ciego pide asilo y am-paro frente a las pretensiones de los tebanos. Elrey de Atenas le asegura que nadie lo arrancarácontra su voluntad de aquellas tierras. Tambiénél en su juventud vivió las penurias del hombresin suelo patrio, nunca lo ha olvidado. Ediposiente próximo su fin. Su espíritu anhela cora-zones piadosos, ojos discretos, lenguas que nomientan. Y eso es lo que parece hallar en estesoberano ecuánime y magnánimo.

«Has de saber, Teseo, que el lugar donde Zeustome en sus manos los restos de mi vida per-manecerá para siempre como un baluarte deprosperidad. Así lo quiso el dios de la justicia yyo hoy respondo a tu generosidad con la pro-mesa de que, en la mente de todos, quedará porsiempre un recuerdo vivo de la nobleza de tuconducta.»

No tarda la comitiva de Creonte en presentar-se y reclamar con arrogancia a Edipo y a su hijacomo fugitivos. Pero Teseo no duda en defen-derlos frente a cualquier agresión. Creonte ex-pone sus razones, que Edipo rechaza con idén-ticos argumentos a los empleados ante susheraldos. Creonte echa en cara al anciano la so-berbia que ya anteriormente lo llevó a la ruina.Edipo desmonta los argumentos de su cuñado,poniendo de manifiesto en ellos la doblez de suspropósitos. Cuando un Creonte exasperado porla negativa saca su espada, Teseo le informa deque un solo rasguño, la mínima violencia ejerci-da sobre su huésped significará para él una de-claración de guerra. Creonte tendrá que volver-se a Tebas con las manos vacías.

¡Qué extraño! Por un lado, me siento tan re-confortada viendo a mi padre y Teseo estrecharsus manos como viejos amigos que, tras años de 465

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ausencia, vuelven a reencontrarse... Ese recono-cimiento de igualdad entre el encumbrado y elcaído da sentido a nuestra penosa peregrinación.Pero mi padre pronuncia palabras agoreras, comosi en el fondo de su ser ya abrazara a la muerte,como si renunciara definitivamente a todo y en larenuncia encontrara una felicidad que los hom-bres le han negado. Se está levantando un ligeroaire frío. He visto a los pájaros dar frenéticas vuel-tas en el aire antes de posarse en los árboles. Suschillidos parecen anunciar tormentas. No he po-dido evitar que se me cayeran un par de lágrimas,escuchando lo que parece una despedida. Peroél, ciego y todo, ha pasado su mano por mi me-jilla. Dice que vivirá en nuestra alma. Que todo loperecedero debe volver a su origen y él ya estápreparado para regresar a la tierra. Parece iman-tarse el aire de una solemnidad sobrecogedora.Ninguno de los presentes ha dado muestras depreocupación al escucharse ese trueno tan por-tentoso, aunque el ruido ha hecho tambalear nues-tros espíritus. El cielo está despejado. Pero Zeustruena. El corazón me late desaforadamente.

«Siento la presencia de algo divino, que me em-puja», ha dicho mi padre. Pero rechaza mi bra-zo. «Adonde voy, no puede acompañarme nadie.Solo y desnudo debe enfrentarse el hombre a suconsumación.» Sus palabras son terribles y, sinembargo, me transmiten tanta paz. Ha besado lasmejillas de Teseo, ahora besa mis mejillas. Sien-to sus labios agrietados en mi cara y tengo el im-pulso de abrazarlo, de retenerlo junto a mí. Peroél apoya sus manos en mis hombros y me de-vuelve a la vida. Tengo ganas de llorar, de reír.Las hojas que antes levantaron un fragoroso re-vuelo ahora han enmudecido. Todo parece con-tener la respiración mientras Edipo se dirige soloal corazón del bosque sagrado. Sin vacilar. Comoguiado por una fuerza interior. Una luz sobre-466

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natural invade el follaje. El Olimpo está presen-te en él. Su bendición se extiende como un se-reno ensalmo. Antes de perderse entre las fron-das, Edipo vuelve a mí la cara por última vez. Noveo en ella tristeza, ni dolor. Veo el entusiasmocontenido ante el misterio último. No puedo llo-rar. Mi corazón crece en el pecho. Bate con vio-lencia, como si la divinidad lo desposase. Ya hadesaparecido. El bosque es un ascua que no que-ma. Adiós, Edipo. Y oigo una voz que ningunavoz humana podría reproducir. «Adiós, Edipo»,murmura la naturaleza. Sólo el amor puede in-fundir ese hálito de dignidad que libera al hom-bre de sus ataduras y lo hermana con los dioses.Adiós, Edipo. Definitivamente.

Una noche desapacible. La lluvia, que no hacesado durante todo el día, arrecia en la oscuri-dad, acompañándose de violentos relámpagosque iluminan con un destello espectral los mu-ros del palacio de Adrasto. Unos ladridos leja-nos, nerviosos, desde los apriscos vecinales o al-guna granja de los alrededores, rompieron elmonótono tamborilear de los gruesos goteronescontra las paredes y el suelo. Luego el silenciovolvió a instalarse, un silencio hecho de oscuri-dad y lluvia. Se hace difícil conciliar el sueño enuna noche como ésta, interrumpida de tanto entanto por el salvaje retumbar de los truenos y elfurioso destellar de los relámpagos. Como si elcielo fuera a desplomarse sobre la tierra.

Adrasto, hijo de Tálao y descendiente de aquelMelampo que, gracias a sus dotes adivinatorias,había obtenido una parte de la Argólide, es unrey ambicioso y temerario, dispuesto a todo contal de hacer prevalecer su hegemonía frente a losrestantes soberanos argivos. Nunca ha sido unapersona temerosa, pero sí aprensiva. Su pro-pensión supersticiosa le hace ver en cualquier 467

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imprevisto mensajes ocultos. Nunca da un pasosin consultar previamente a adivinos y augures.Desde que el oráculo de Apolo le predijo queconseguiría fama imperecedera si casaba a susdos hijas con un león y un jabalí *, no deja dedarle vueltas en su cabeza al significado de aque-llas palabras. La noche tormentosa resuena en suinterior como si algo inminente acechara fueradel refugio que es su alcoba. El sueño no quie-re hoy visitarlo. Si el hombre pudiera contemplarel futuro como en un espejo, claramente, sin am-bigüedades... Sentimientos fatalistas y despóticoslo mantienen despierto. Una mezcla de recelo yprepotencia le hace escrutar el incansable gol-pear de la lluvia como si fuera un aviso exclusi-vamente dirigido a él. Se pregunta si el día demañana estará a la altura de sus ambiciones,cuando un ruido inconfundible lo saca de susmeditaciones, el entrechocar del bronce contrael bronce, voces de pelea.

En el patio, a la luz de los relámpagos, que sesuceden a un ritmo vertiginoso, Adrasto descu-bre a dos hombres luchando entre sí. Corre a se-pararlos, cuando algo lo paraliza, como si el des-tino lo hubiera abofeteado allí mismo. Sobre elescudo de uno ve dibujado un jabalí rampante16,de colmillos agresivos; sobre el escudo del otro,grabado en relieve, el cuerpo de león de la Es-finge, desafiante, con sus dos ojos encendidoscomo brasas. Adrasto reconoce en ambos la res-puesta al oráculo y les ordena deponer las armasy pasar a cobijarse. Los hombres se miran con

* Un nuevo ejemplo de ironía trágica, en este caso propi-ciada por la ambigüedad del oráculo, que sólo promete«fama imperecedera», sin especificar si será buena o malafama, aunque Adrasto la interpreta como «gloria» y, por con-siguiente, como realización de sus propias ambiciones. Eneste caso, el que ve se conduce como un ciego precipitán-dose él mismo al abismo.

16 rampante:en heráldica,se denominaasí la actitud

del animal,especialmente

el león, con laspatas

delanterasabiertas yalzadas.

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recelo. Ninguno de los dos quiere ser el prime-ro en devolver la espada a su vaina. Sólo cuan-do el rey se interpone entre ambos, invocandosu autoridad en aquel territorio, los contendien-tes aceptan su invitación a dar por zanjada la pe-lea y entrar en palacio, donde se despojarán desus ropas empapadas y, tras recibir la acogida deuna cena improvisada y un vino que les caldeela sangre, se darán a conocer.

El primero declara ser Tideo, hijo de Eneo, an-tiguo rey de Etolia*. A la muerte de su padre, dis-putándose el trono con su tío Agrio, mató en unarefriega a sus propios primos, por lo que fue con-denado al destierro, mientras que el cetro quesólo a él correspondía era hoy ostentado por sutío. Venía como suplicante a la corte de Adrasto,cuya ayuda era solicitada para ser restituido ensu puesto, cuando coincidió en el patio con estedesconocido, que pretende adelantársele. Rápi-damente han pasado de las palabras a las ma-nos, siendo ambos impetuosos y soberbios.

El desconocido no es otro que Polinices, el hijodel desgraciado Edipo. Ha visto de qué maneratan despótica han sido violados por su hermanolos pactos establecidos para la sucesión al trono.En lugar de ocupar la realeza cuyo turno le co-rrespondía, ha sido proscrito de su patria, Tebas.Si su indefensión encuentra eco en el alma ge-nerosa de Adrasto, con un ejército adecuado con-quistará por las armas lo que la ilegalidad pre-suntuosa de su hermano le ha arrebatado.

Adrasto ve en esos dos hombres la confirma-ción de sus ambiciones, extender su dominio yafianzarlo mediante importantes alianzas. Pro-

* Etolia, región montañosa al este de la Grecia continental,entre la región de Acarnania y la Fócide; al sur está baña-da por el golfo de Patras, conocido en Occidente, junto conel de Corinto, como golfo de Lepanto. 469

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mete restituir a cada uno en el trono que legal-mente les corresponde, después de hacerlos yer-nos suyos. Casará a Tideo con su hija Deípile ya Polinices con Argía. Tan impaciente está porcrecerse en la acción que los preparativos de lasbodas y los preparativos para las expedicionesbélicas que pretende llevar a cabo a favor de susyernos se acometen simultáneamente.

En la Argólide, la movilización promovida porel rey mantiene a los hombres en una gran acti-vidad. Adrasto está impaciente, no quiere perdertiempo. El afán por demostrar el poder de su bra-zo, devolviendo a sus dos protegidos lo que essuyo, alimenta su propia soberbia. Emprenderáprimero una expedición de castigo contra la ciu-dad de Tebas, para doblegar la insolencia de sugobernante y proclamar a su yerno Polinices úni-co rey legítimo. No lo plantea como lo que enverdad pesa en su ánimo, una incursión paraacrecentar su propio prestigio, sino como una loa-ble causa de honor. Para ello está reuniendo alos más audaces hombres de armas. Siete gue-rreros, los mejores, entre los que destaca el pro-pio Tideo, conducirán el ingente ejército que hade atacar las siete puertas de la ciudad amura-llada. No habrá miramientos. O justicia o muer-te. Victoria o muerte.

Las bodas se celebran sin gran ceremonia,como un acto de armas más. Pero el entusiasmode Adrasto sufre un serio revés. Anfiarao, primosuyo, un valeroso guerrero al par que expertoadivino, amado por Zeus, previene al rey de losmalos augurios que pesan sobre esta campaña.Adrasto siente tambalearse la confianza en todosu aparato bélico, pero su afán de notoriedad yel ansia de poder que hierve en sus venas ven-cen en él cualquier recelo. Está decidido. No essu voluntad quien manda, argumenta, sino laobligación moral de todo gobernante de hacer470

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cumplir los pactos y los compromisos adquiri-dos*.

Quiere que el propio Anfiarao dirija uno de losescuadrones que han de humillar la soberbia des-pótica del rey tebano. Anfiarao se resiste, tratade persuadirlo de lo inconveniente de esta mo-vilización. Sabe que, de participar, morirá en laempresa, y no sólo él, todo el ejército sufrirá unacalamitosa derrota. Adrasto lo acusa de derrotis-mo, de cobardía. Lo amenaza. Si persiste en suactitud de sembrar la desconfianza entre la tro-pa, será acusado de deslealtad y traición. Anfia-rao comprende que ningún argumento devolve-rá el juicio a la mente ofuscada de su primo. Laambición le hierve en la sangre, nada podrá de-tener la carnicería. A su vehemencia bélica, An-fiarao opone el silencio.

Es un guerrero demasiado respetado por elejército como para prescindir de sus servicios.Polinices se entrevista en secreto con Erifila, her-mana del rey y mujer de Anfiarao, para atraerlaa su causa. El noble adivino la recibió como es-posa tras las disensiones que precedieron a laentronización de Adrasto, como símbolo de bue-na voluntad y concordia entre quienes hasta en-tonces habían sido enemigos. Ambos primos secomprometieron entonces bajo juramento a so-meterse en el futuro al arbitraje inapelable de lamujer en caso de conflicto entre ellos. De estemodo el hombre estaba atado bajo compromisoa las decisiones de la mujer. Polinices lo ha sa-bido y ofrece a Erifila el legendario collar de Har-monía**, sustraído a los tesoros reales tebanos

* La doblez entre el auténtico motor de la guerra, la codicia,y los argumentos morales con que se la justifica está siem-pre en la base de toda acción bélica, como bien supo diag-nosticar el historiador Tucídides ya en la Atenas clásica.** El collar que Hefesto le regaló en su boda con Cadmo,fundador de la ciudad de Tebas, a Harmonía, fruto del adul- 471

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antes de su destierro, a cambio de su ayuda. Eri-fila, así comprada para la causa bélica, luciendoinsensatamente sobre su pecho el imponente re-galo de Polinices, defenderá ante su esposo An-fiarao la conveniencia de luchar contra Tebas.

Ya se dispone el grueso del ejército a partir. Elclarividente Anfiarao esconde su tristeza y su ra-bia. Sabe que, una vez armado para el combate,dejó de ser un hombre para ser un soldado, dejóde tener voluntad para transformarse en instru-mento. ¿Qué otra cosa puede hacer sino infundirconfianza a sus hombres? Pero, antes de aban-donar la Argólide, reúne a sus hijos para infor-marlos de su situación.

«Voy a una muerte cierta, caminamos hacia eldesastre. Y moriré por la codicia insensata devuestra madre, así como vuestro pueblo sufrirála desaparición de sus mejores jóvenes por la am-bición desmesurada de Adrasto. A vosotros osencomiendo mi venganza. Las murallas de Tebasserán hoy inaccesibles para nosotros, pero antevuestra espada caerán como fruta madura. No lodudéis. Así lo quiere Zeus. Así será. No dejéis decastigar a Erifila, vuestra madre, por haberme en-viado hoy al matadero, y todo por un collar.»

Tebas es hoy una ciudad sitiada. Sobre sus al-menas planea el águila inmisericorde del horror.Un ejército tan numeroso como las estrellas delfirmamento se desparramó por las estribacionesdel cercano monte Teumeso y ha plantado alamanecer sus mortíferas maquinarias frente a lasmurallas de la ciudad. De un momento a otro ru-girá la trompeta de una guerra fratricida. Por sus

terio de Ares y Afrodita y, por lo tanto, aborrecida por eldios del fuego. El regalo fue su venganza, pues este collaratraería siempre la codicia sobre él y, con la codicia, la des-gracia sobre quien lo poseyera.472

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calles vacías los fantasmas de la destrucción bus-can entre las piedras roídas por el tiempo el enig-ma de viejas maldiciones. En los hornos, la cor-teza ya renegrida de los panes allí olvidadospreludia el inminente hedor de los incendios. Elcrepitar de la leche al desbordar los cazos olvi-dados al fuego prefigura el chasquido de la pielal penetrarla la espada. Las fuentes públicas cho-rrean este amanecer caños inauditos, como siquisieran gastar toda el agua antes que verla tin-ta en sangre. Los magníficos templos azulean conla opaca luminosidad del baluarte abandonadopor los dioses. Las mujeres, arracimadas unascontra otras en torno a los altares, hunden en elcielo los ojos como palomas temblorosas. Sobrelas almenas, el que aún no alcanza la juventud yel que hace tiempo dejó de ser joven, impoten-tes a causa de su edad por no poder salir con elejército tebano al encuentro de los sitiadores,blanden en sus manos hondas y todo tipo de ob-jetos arrojadizos. Los aprietan en el puño comosi se estrujaran el corazón. El frío del alba arran-ca una mueca sin significado a la tensa perspec-tiva del terror. Ante cada una de las siete puer-tas de la ciudad, un mensajero de la muerteaguarda, un imponente conductor de ejércitos,calibrando la debilidad defensiva.

No hace mucho que una embajada formadapor Tideo y el propio Polinices sembró la víbo-ra de los rumores entre la población. Polinicesderramó conmovido lágrimas de añoranza al vol-ver a atravesar las viejas calles donde había trans-currido su infancia. Eso alentó a quienes lo vie-ron, pensando que, de vencer en su ánimo lossentimientos, el tiempo de los temores prontopodría ser un recuerdo. A quienes pudieron es-cuchar el ultimátum presentado por el desterra-do y la respuesta de su hermano Etéocles, se lesheló la sangre en el cuerpo. Ni siquiera la pre- 473

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sencia de una Antígona recién llegada de su exi-lio para tratar de impedir el enfrentamiento entrelos hermanos, ni siquiera las lágrimas que inter-cambiaron Antígona y Polinices al reencontrarsedespués de tanto tiempo, pudieron torcer las vo-luntades. Etéocles echó en cara a su hermano elvenir como un traidor al mando de un ejércitocontra su propio pueblo, ¿quién en su sano jui-cio cedería el cetro de su amada ciudad al terrorde la lanza? Polinices, a su vez, le reprochó sudesmedida ambición, ciega a los sufrimientos quecausaría a su pueblo su obstinación en reinar porencima incluso de la ley. Polinices acusó a suhermano de impío por romper un pacto jurado.Etéocles lo acusó a él de enemigo de la patria.Y todos entonces supieron que la guerra era ine-vitable.

El miedo se apoderó de sus habitantes. Etéo-cles movilizó a todos los hombres en edad deluchar. Prohibió a las mujeres salir de sus casasa suplicar a los altares de las diosas, su angus-tia desmoralizaba a sus hombres. Cuando Tire-sias profetizó que Tebas sólo se salvaría si se sa-crificaba a Meneceo, hijo de Creonte, éste negótodo valor a profecía alguna. «¿Quién sabe si esla voz del dios o la voz de tus propios intereseslo que habla por esa boca?» Etéocles prohibiótoda profecía como un recurso de cobardes.Pero la voz de alarma se extendió entre la po-blación y Creonte ordenó a su hijo Meneceo quehuyera. No lo hizo éste así. Desobedeciendo laorden paterna, fue hasta la fuente de Dirce, don-de se atravesó la garganta en ofrenda al diosAres por el bien de la ciudad. El dios lo vio y,orgulloso, hizo nacer de su sangre la roja flordel granado. Pero los que vieron el cadáver so-bre la roca sagrada no lo reconocieron como unaofrenda de esperanza, sino como la primera víc-tima de una serie imparable en cuanto el grito474

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de guerra se desplomara como un mazazo so-bre sus vidas*.

El sol a ras del horizonte deslumbra en el dis-co de los escudos y en la punta resplandecientede las lanzas ya enhiestas. Etéocles, desde lasmurallas almenadas, observa la llanura tebana to-talmente cubierta por las formaciones enemigas.Estudia uno por uno a los siete caudillos, apos-tados al frente de sus ejércitos, cada cual anteuna de las siete puertas de entrada a la ciudad.Ante la puerta de Preto, ve al etolio Tideo, ar-mado de pies a cabeza. Sobre su casco, tres ai-rosos penachos tricolores se agitan igual que ser-pientes iracundas silbando al mediodía. Conpulso firme contiene de las bridas la impacien-cia de su alazán, que resopla y se revuelve, con-tagiado de la furia guerrera del soldado que ensu lomo se yergue igual que un torreón. En suescudo, un jabalí rampante simboliza el ardor in-domable de quien lo porta**. Con voz cavernosay autoritaria, enciende a gritos la pasión destruc-tiva en sus soldados. Más de diez mil hombres asus espaldas permanecen perfectamente alinea-dos en formación de ataque. El segundo es An-fiarao, famoso lancero, frente a la puerta Omo-loide. De sobra son conocidas sus cualidades deestratega. Aunque su cara no refleja la ciega con-vicción de Tideo, su sentido de la responsabili-dad vence cualquier reticencia y está preparadopara afrontar su última batalla hasta agotar losrecursos tácticos que su experiencia le brinda.Sobre su escudo doble, ningún adorno. Sus hom-bres confían en él. Arqueros y lanceros se sien-

* En el universo del mito, cabe la alegoría y la metamorfo-sis sublimadora; la realidad, en cambio, no admite inter-pretaciones.** Cada escudo ostenta el blasón del carácter de cada unode los siete caudillos. 475

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ten protegidos por la prudencia de su caudillo,seguros de la victoria, que ahora no depende deotra cosa que de su propia entrega en el com-bate. La trascendencia del momento nubla conun protagonismo absoluto cualquier capacidadde reflexión. Entre las huestes armadas se escu-cha un rumor como de manadas prestas a la es-tampida. El tercero, Etéoclo, argivo, frente a lapuerta Neísta. Sobre una fogosa yegua negra,desahoga entre relinchos y resoplidos la impe-tuosa impaciencia del animal con imponentes ca-briolas sobre el terreno. Mide con la mirada lasdimensiones de la muralla, estudiando sus pun-tos débiles. Produce escalofríos su seriedad im-pasible, su porte imbatible en medio de las fuer-tes sacudidas de la montura, que él domina conarrogancia. En su escudo rectangular, grabado enrelieve, un torreón sobre el que se abate el piede Ares. Además de las tropas de ataque, a susespaldas pueden verse los destacamentos espe-cializados, con escalas y picos, desconocidas ma-quinarias de asalto. Todo lo que la inventiva delhombre ha ideado hasta ahora para vencer lasbarreras interpuestas por el hombre y masacrar-lo. Ante la cuarta puerta, la puerta de AteneaOnca, un joven de fabulosa estatura, Hipome-donte, hijo de Aristómaco y sobrino del propioAdrasto, argivo. Bajo el ondeante penacho blan-co, observa las murallas con ojos de bacante en-furecida. Tensas en sus manos las riendas del tirode cuatro caballos. En medio de la multitud, des-taca su capa granate y oro. Sus labios entreabier-tos dejan ver las dos hileras de dientes apretados,como un león acechante. Respira profundamen-te. En su escudo está representado el monstruoTifón, aquel que osó enfrentarse en guerra sui-cida con los olímpicos. A sus espaldas, más dequinientos carros de combate y otros tantos ar-queros dispuestos a sembrar una lluvia asesina476

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sobre la ciudad asediada. El quinto es Capaneo,hijo de Hipónoo, argivo, frente a la puerta Elec-tra. El sol resplandece en su armadura como unahoguera. El más corpulento de todos. Sus ojosson dardos que abrasan cuanto miran. Imponesu ceño fruncido, su boca gesticulante como simordiera el aire. Dibujado en su escudo circular,un hombre desnudo porta en alto una antorchaincendiaria. Incontables guerreros pertrechadosde armas arrojadizas y artilugios de combustiónaguardan claramente agrupados por batallones,mientras golpean a ritmo pausado con el pie de-recho la tierra para infundirse ánimos. El sextoes Partenopeo, arcadio, hijo de la ilustre Atalan-ta, joven de extraordinaria belleza. Apostado fren-te a la puerta de Bóreas, la puerta norte de Te-bas, enseñorea su bravuconería homicida. Bajosu melena acaracolada, una terrorífica mirada yuna sonrisa estremecedora dan cuenta de su áni-mo agresivo. Sus muslos desnudos se aferran allomo del blanco caballo con la fuerza de los ani-llos de una serpiente. Su mano blande la picacomo si estrangulara a un animal por el pescue-zo. Con jactanciosa fiereza lanza insultantes yprovocativas invectivas contra los enemigos, for-mados ya al otro lado de los muros. En su escudo,chapado en oro, un águila en vuelo lleva preso en-tre sus garras a un hombre. Diez mil soldados, asus espaldas, contagiados de la exaltación asesi-na de su caudillo, respiran furor bélico. Por último,ante la séptima puerta, la puerta Crenea, Etéoclesve a su propio hermano, Polinices, completamen-te armado, al frente de un populoso ejército deextranjeros argivos y partidarios. En su escudorecién labrado, la justicia avanza de la mano delguerrero. Polinices alza los dos brazos y entonafrenético el peán, el canto guerrero, la invoca-ción que enciende la mecha fatal de la carnice-ría. Sacudiendo con los dos pies el polvo, llama 477

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a su lado al dios de la destrucción, entre maldi-ciones a su hermano y juramentos de darle muer-te. El sol, aún a corta altura, hace llamear su me-lena agitada al aire.

Cuando lentamente se abren las puertas parapermitir la salida de las tropas defensivas, un si-lencio sepulcral se extiende por el valle. La ten-sa y unánime respiración de tantas almas exte-núa a la mañana. Los movimientos se realizancon una precisión mecánica, inhumana. El mie-do se esconde en los labios apretados, la vehe-mencia guerrera en los ojos enmarcados por elbronce de los yelmos. Se mastica la tensiónmuda. Pesa la inminencia de la crueldad, laten-te bajo espesas capas de terror amordazado. Ape-nas yergue Polinices su lanza en alto, un repen-tino griterío ensordecedor recorre a la multitud.Una sacudida vibrante, un grito horrísono. Lasflechas silban como desgarrones en el tejido delaire. Una polvareda de pies y ruedas y cascos.Ares iracundo toma cuerpo en la violencia desa-tada.

Una granizada de piedras arrojadas con hon-das de tiro largo alcanza su objetivo al golpearuna sien, chocar contra un ojo, partir unos la-bios. Las primeras heridas claman por un dolortodavía tierno, recién nacido, que mira aún lasombra de la muerte a su alrededor, sin recono-cerla. La flecha que se abre paso a través de lagarganta, robando el aliento vital que por ellafluye. La flecha que hiere y no mata. El entre-chocar de las espadas, buscando iracundas pasohasta la débil carne de su oponente. Trompetasy timbales vociferan con saña homicida. Los cas-cos del animal encabritado golpeando al primercaído en la refriega –todavía su alma no lo haabandonado– y la pezuña hendiendo sus costi-llas provocan en lugar del grito del dolor una bo-canada de sangre y bilis. Tras dar cuenta con su478

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lanza de los tebanos que a pie le ofrecen bata-lla, Hipomedonte arrea los cuatro animales deltiro, abriéndose paso hasta el defensor del sec-tor oeste, el tebano Ismario. Se apea de un saltodel carro e, invocándolo con provocativas ame-nazas, le hace frente con su espada. Los cuerpossudorosos se embisten con furia asesina. El cho-car del bronce contra los escudos despierta ecossiniestros. El sonido de las jabalinas al cruzar elaire pone acentos macabros en torno a los doscontendientes. Atraviesa la muchedumbre decuerpos enzarzados en sanguinarias peleas uncarro en estampida, su conductor, con la lanzaclavada en un ojo, soltó las riendas para agarrarel arma que lleva dentro de sí, hasta que su cuer-po cae como una brazada de leña. Chocan carrocon carro, saltan las ruedas, se amontonan ejessobre ejes y muertos sobre muertos, mientras Is-mario e Hipomedonte, tensos los músculos, elsudor mezclándose con el polvo levantado has-ta formar capas de barro salino en torno a losojos, no se conforman con las heridas mutua-mente abiertas, buscan la muerte del otro. Unhombre camina como sonámbulo en medio dela refriega, sus ojos desencajados, no deja de ma-nar sangre de la mano cercenada, camina aho-gado en un grito que no encuentra expresión,hasta caer desvanecido sobre otro cadáver. Unsoldado tebano logra ensartar por el costado aun argivo. Le arranca el arma del cuerpo antesde que caiga, para rematarlo a golpes salvajescon el asta como a una alimaña. Pide clemenciao aúlla desesperación un hombre arrodillado, suboca es una llaga sanguinolenta y tumefacta, unapiedra le ha roto todos los dientes; los cascos deuna yegua le cocean al trote el cráneo. Ismariotropieza al recular y cae de rodillas. Cuando elinmenso Hipomedonte va a echarse con su es-pada sobre el caído, éste se revuelve en el sue- 479

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lo y aún tiene tiempo de incorporarse e hincarsu jabalina en la cerviz del caudillo argivo, lo re-mata igual que a un toro, el blanco penacho seempapa de sangre.

Todo es confusión, vocerío. La avanzadilla delejército asaltante parecía en un primer momen-to llevar una clara ventaja al enemigo, cuandosus torres de asalto lograron acercarse al pie dela muralla y un escuadrón echó mano de sus es-calas y aparejos. El propio Capaneo es el prime-ro en desplegar la escala con intención de inva-dir la ciudad por uno de sus flancos más débiles,pero Polifontes, hijo de Autófono, salta sobre éligual que una pantera, con intención de reba-narle el cuello. Capaneo se deshace de su agre-sor con un hábil movimiento pendular, en el queestampa su puño contra las narices de Polifon-tes, rompiéndoselas. El dolor es insoportable,pero no por ello deja de embestir a Capaneo,éste desenvaina su espada. Luchan. Los prime-ros dardos incendiarios llevan el fuego a uno yotro lado de las murallas, provocando incendiosindiscriminados. El humo envenena las gargan-tas. En medio del tumulto, los gritos de provo-cación y los gritos de dolor pierden sus caracte-rísticas propias. Un caballo herido emprende unahorrible estampida entre cuerpos caídos y cuer-pos que se debaten entre la vida y la muerte. Unhombre huye, con una mano sostiene en su vien-tre la maraña de tripas que la espada ha dejadoal descubierto. Capaneo no se conforma conhundir su espada en la garganta de Polifontes.Una vez caído, le corta las manos con crueldadinsaciable, le corta los testículos y se los intro-duce en la boca. Rociando el cuerpo de sebo, leprende fuego. Luego emprende la escalada delmuro, lo siguen los suyos. Las piedras arrojadasdesde las almenas hacen caer a algunos de losasaltantes, no así a Capaneo, que hábilmente las480

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esquiva ayudándose del escudo, mientras con laotra mano sube peldaño a peldaño la larga es-cala. Relincha desbocado un tiro de seis caballosarrastrando en medio de los combatientes el ca-rro completamente envuelto en llamas. Las fle-chas hacen estragos en uno y otro bando. Cuan-do Capaneo está ya a punto de alcanzar lasalmenas, Zeus interviene derribándolo con unrayo. Capaneo cae fulminado. Los suyos, que loven, retroceden atemorizados. La voz de alarmase extiende entre los argivos, momento que lostebanos aprovechan para ganar terreno, causan-do bastantes bajas en la confusión de la huida.Pero Etéoclo exhorta a sus tropas con salvajesaullidos. La lucha se recrudece. Un hombre caealcanzado por una jabalina, muerde el polvo. Unhombre en el suelo vocifera, le han roto los hue-sos de las dos piernas las ruedas del carro quelo arrolló. En medio de los gritos tendrá tiempode ver cómo un argivo en huida retrocede y, aldescubrir su vulnerabilidad, con una enorme rocaagarrada con ambas manos le machaca el cráneohasta dejar una masa informe de sesos y sangrey huesos triturados. Densas humaredas negrasoscurecen el día. Pedradas. Puñaladas. Un sol-dado inmoviliza a otro por la espalda, hacién-dole caer el casco. Imposibilitado de usar las ma-nos, que hacen presa en el enemigo, le muerdeuna oreja hasta arrancársela. Todavía con el car-tílago ensangrentado en la boca, es alcanzadopor una flecha incendiaria que convierte a am-bos en una tea viva. Megareo, hijo de Creonte,alcanza a Etéoclo con su lanza, se la hunde enun costado. El malherido se revuelve, con elarma hincada bajo el corazón, igual que un ja-balí asaeteado. Abre una pequeña herida con suespada a Megareo, pero éste a su vez le hundeen el vientre la suya y sigue hundiéndosela al yacaído hasta que la luz abandona sus ojos. Por la 481

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boca de Etéoclo sale un chorro de sangre oscu-ra y espesa. Megareo le corta la cabeza y la cla-va en su lanza. La pasea como un triunfo entrelos combatientes, insultando como un borrachoal enemigo, hasta toparse con Partenopeo. Noqueda ningún rastro de belleza en su cara con-traída por la furia.

Muerto sobre muerto. Arroyos de sangre rieganla seca tierra. Se amontonan los cadáveres, obs-taculizando los movimientos de los carros y losjinetes, muchos de los cuales caen derribados jun-to con sus monturas. Relincho sobre relincho. Gri-to sobre grito. Espanto sobre espanto. La carni-cería llama a la venganza y la venganza a unacarnicería aún más horrible. Partenopeo jura aca-bar con la vida de Megareo. Perro sarnoso y as-queroso buitre lo llama, provocándolo. Las pie-dras lanzadas con complicadas catapultas demadera cruzan el cielo, buscando enfebrecidasde muerte debilitar la retaguardia. Mientras Me-gareo trata con todas sus fuerzas de arrancar lacabeza de la lanza, Partenopeo se le abalanza conuna horrísona carcajada hasta hundirle la pica pri-mero en un ojo, luego en el otro. Lo ve retorcer-se de dolor en el suelo. Se regodea en su maldadvictoriosa. Muchos son los que caen con espan-tosas heridas. No hay lugar a la fatiga, el peligroy el miedo corren como látigos por las venas.Cuerpos partidos en dos. Miembros amputados.Manos, piernas, brazos, cabezas por el suelo. San-gre. Lágrimas. Lágrimas de desesperación y de fu-ria asesina. Lágrimas de dolor. Lágrimas de im-potencia. Partenopeo remata al hijo de Creontede una lanzada y, tras comprobar de un vistazola situación, reúne un batallón de argivos con losque se dirige imparable hacia la puerta de Bóreas.Jura que ningún mortal le será obstáculo para de-rribar esas defensas y entrar a saco en la ciudad,que tomará a sus mujeres como esclavas. En su482

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vehemencia asesina se encuentra con Periclíme-no, a quien provoca con jactancia, sin reconoceren su oponente al hijo de Poseidón ni al dios quelo asiste. El hijo de Atalanta lo ataca con su pica,pero un tropiezo lo hace caer. Sin dudarlo, Peri-clímeno alza con las dos manos un bloque de pie-dra de los que se usan para amarrar a los anima-les de tiro y, antes de que el otro tenga tiempode ponerse a salvo, le machaca con él la cabeza.Horror sobre horror. El hierro desgarra la carne,el fuego la achicharra.

Entre la lluvia de jabalinas etolias de sus sol-dados, Tideo siembra la muerte, sediento de san-gre. A su lado, Atenea acompaña en todo mo-mento al héroe, satisfecha de su temerario valor.Aconseja una cierta temperancia17 a la borrache-ra de crueldad que embarga al guerrero, peroéste está demasiado ofuscado por una salvajebrutalidad. Sus venablos atraviesan la gargantade un soldado, la mano de otro, el hígado de untercero. Su risa feroz espanta a la diosa, que seecha a un lado, abandonándolo a su suerte. Nopuede amparar esa ciega bestialidad*. Tideo seabre paso con la espada entre los guerreros te-banos, hasta dar con Melanipo. Sobre él se lan-za, seguro del poder de su brazo, contándolo yaentre los muertos. Pero esta vez Atenea se cubrecon una mano los ojos y Melanipo logra derri-bar con una herida mortal a Tideo. No tendráocasión de rematarlo. Anfiarao, que ha sido tes-tigo de la escena, sale en persecución de Mela-nipo. Le da alcance. Mientras lucha con él, ve as-queado cómo Atenea se dispone a ofrecerle al

* Aunque diosa de la guerra, y por lo tanto protectora delos héroes combatientes, Atenea es también diosa de la in-teligencia; en eso se distingue del belicoso Ares. No puedefavorecer la inhumana borrachera de brutalidad de que hacegala Tideo.

17 temperancia:templanza,moderación.

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moribundo el néctar de la inmortalidad. No pue-de soportar que uno de los instigadores de estaabominable guerra obtenga un final tan glorio-so. Acorrala con su lanza a Melanipo y, sin pie-dad, se la hunde en el pecho. Todavía respira elcaudillo tebano cuando Anfiarao, que nunca qui-so participar en este suicidio seguro, le cercenacon la espada el cuello y corre a ofrecerle a Ti-deo como trofeo la cabeza de su agresor, Mela-nipo. Aun en brazos de la muerte, el furor gue-rrero de Tideo le hace agarrarla y partirla con suespada en dos. Luego sorbe con avaricia los se-sos. Atenea, horrorizada, se retira del campo debatalla y abandona definitivamente a Tideo.

Sabes llegada tu hora, Anfiarao. Tanto espan-to y tanta destrucción duelen como un absurdo.En cuanto alza su espada Periclímeno contra ti,reconoces en él la voluntad de Zeus y corres atu carro. Huyes. No escapas. Sabes que tu per-seguidor te alcanzará. Ya te ha alcanzado conuna flecha. Una herida sin importancia en elhombro. Pero no te detienes, no le haces frente.En tu divina clarividencia, sabes que está pron-to a cumplirse tu destino. No quieres que estecampo de horror sea lo último que vean tus ojos.No quieres llevarte contigo al Hades esas imá-genes espantosas. Arreas a tus caballos, al lími-te. A la altura del río Ismeno, un rayo de Zeusabre la tierra bajo tus pies, tragándote para siem-pre. Tu perseguidor se detiene estupefacto. Sumente lo abandona ante lo visto, dejando en susojos la imagen vidriosa de la amargura.

¡Etéocles y Polinices yacen por tierra! Uno yotro se han dado mutuamente muerte. El en-frentamiento fue feroz, descarnado. Antes de caerante los muros de Tebas, los dos hermanos pe-learon como hienas. ¡Y ahora están muertos! ¡Losdos! Muerte sobre muerte. Llanto sobre llanto.Etéocles hincó la lanza en el pecho de su her-484

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mano, destrozándole las vértebras y costillas yderribándolo por el suelo, pero entonó dema-siado pronto el grito de victoria alrededor delmoribundo. ¡Polinices sacó fuerzas de su derro-ta para hundir su espada en el hígado del ven-cedor! Ahora yacen ambos sobre un charco desangre y barro. ¡Muertos los hijos de Edipo!

La retirada de los argivos, diezmados y sin cau-dillos, no tarda en producirse. Atrás queda un es-pectáculo macabro. Los tebanos se han alzadocon la victoria. Amarga victoria, sin alegría. Losque han salvado la vida, malheridos o mutiladosmuchos de ellos, mortalmente alcanzados en sualma, miran el futuro con preocupación. Sabenque sus enemigos volverán a tomarse venganzasobre una ciudad debilitada, con pocos hombrespara defenderla, manchada por el horror. El pre-sente es demasiado negro para refugiarse en ély abandonarse a festejos patrios. La celebraciónpor la victoria se viste de duelo y marcha cabiz-baja. Las puertas de la ciudad libre se abren paracontemplar la espantosa realidad, que nada po-drá limpiar de su memoria.

Muertos los hijos de Edipo, Creonte vuelve a ha-cerse con el trono de Tebas. La ciudad es hoy unaciudad de fantasmas. Almas que llevan el horrorimpreso en los ojos. Creonte ha dictado leyes es-trictas. Son tiempos difíciles. Sus súbditos han pa-sado por una situación extrema y nada más mis-terioso que el hombre cuando en su pecho anidala confusión de la fiera acosada. No quiere dis-turbios ni altercados, no quiere desacuerdos quecuestionen una paz tan dolorosamente conquis-tada. Frente a los peligros de la libertad, imponeuna seguridad controlada, aunque ésta sea la se-guridad de la tumba, la seguridad del silencio.

Para Etéocles se han organizado unos honro-sos funerales, reconociéndole el derecho de la 485

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ley y la costumbre a una gloria imperecedera.Caído en defensa de la patria, su memoria se al-zará como estandarte patriótico. En cuanto alotro, Polinices, el hermano, que volvió del des-tierro dispuesto a arrasar la ciudad de sus pa-dres y a los dioses de la patria, a saciarse de san-gre fratricida, por decreto real, nadie dé sepultura,ni lo llore, quede sin duelo y sin sepulcro parapasto de las aves carroñeras y los perros, para es-panto eterno de quien vea sus despojos, vaguesu alma sin descanso perpetuamente y nunca lo-gre el reposo de ultratumba*. Porque levantó unejército contra su propia tierra. Ningún perdónal traidor. Polinices para Tebas nunca fue unapersona, sino una alimaña. Como tal sea trata-do. Por lo que al rey respecta, jamás los malva-dos recibirán la misma honra que los justos enTebas. Sólo el amante de la patria y el que seajuste a sus leyes serán mirados en adelantecomo buenos ciudadanos. Cualquier atentadocontra las normas que cohesionan nuestra so-ciedad, aun la murmuración o el descontento,serán considerados deshonrosos y tratados comotal. Gloria infinita a Etéocles, que siempre bus-có el bien de su patria. Maldición eterna al cuer-

* Al margen de teorías filosóficas particulares, que propug-naban la inmortalidad del alma, mediante la metempsico-sis, o transmigración del alma, que iría encarnándose cadavez en un cuerpo distinto, o mediante una vida ulterior dis-tinta a la terrestre, como energía viva en la energía del cos-mos por ejemplo; la creencia más popular de la antiguamentalidad religiosa suponía que las almas de los muertosdescendían al Hades o regiones subterráneas, llevando allíuna existencia sin memoria, sin actividad, sin auténtica con-ciencia, simples sombras vagando en el olvido. Sin embar-go, para que el alma del muerto pudiese descender al Ha-des y alcanzar así el reposo, debía ser sepultada, aunquefuese simbólicamente, con un puñado de tierra; de estemodo, Creonte condenaba el alma de Polinices a vagar eter-namente por el mundo, sin alcanzar el reposo del Hades.486

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po insepulto de Polinices, cuya desmedida am-bición lo hundió en los abismos de la deshon-ra. Los heraldos pregonan el decreto por unaciudad enlutada, atemorizada. Su incumplimientoacarreará el castigo de lapidación al infractor.

Un heraldo de la guardia del rey acude muy demañana al palacio real. Es manifiesta la preocu-pación en su rostro. Trae consigo escoltada a An-tígona, que permanece muda en la antecámaramientras el guardián testifica ante Creonte:

«Señor, no es agradable comunicar malas noti-cias, pero piensa que sólo soy el mensajero. Aúnno terminaban de aclararse las brumas del ama-necer cuando descubrimos que alguien habíaechado un poco de polvo sobre el cadáver dePolinices, desobedeciendo tus órdenes. El hedordel muerto nos había hecho apartarnos un pocode allí y, aprovechando la oscuridad del final dela noche, alguien debió de intentar sepultarlo.Seguramente el ruido que hicimos al acercarnospara comprobar que seguía tal como lo había-mos dejado fue lo que puso en fuga al infractor.La tierra estaba dura y apelmazada, no encon-tramos huellas ni rastro de que hubiera removi-do nadie el suelo. Pensamos que el culpable notardaría en regresar para completar su delito ynos apostamos tras un altozano a su espera. Es-taba ya el sol rayando el horizonte, cuando unasfuertes rachas de viento levantaron una gran pol-vareda. El polvo se nos metía en los ojos y ape-nas podíamos ver. Cuando se calmó, repentina-mente, junto al cadáver vimos a una muchachaungiéndolo, con un cesto de tierra a su lado, delque cogió un puñado y comenzó a esparcirla so-bre los nefastos despojos mientras nos acercá-bamos sigilosamente a apresarla. La atrapamosen plena realización de su delito. Ni siquiera opu-so resistencia. ¿No quieres conocer el nombre dela culpable? Se me hace duro decirlo, pero el de- 487

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ber me fuerza a ello. La infractora no es otra quetu sobrina Antígona. Ella sola es quien se ha atre-vido a desobedecer tus decretos. Hacedla pasary que declare si no es verdad cuanto he dicho».

«Traed a Antígona», ordena Creonte.Cuando la muchacha comparece maniatada,

corriendo tras ella su hermana Ismene al cono-cer la noticia, la interroga como un auténticojuez, no como pariente:

«¿Confiesas haber dado sepultura al cadáver deltraidor?»

«Confieso haber cumplido con mis obligacio-nes para con mi hermano.»

«¿Sabías que yo lo había prohibido expresa-mente?»

«Lo sabía.»«¿Y conocías también el castigo reservado a

quien quebrantara mi prohibición?»«¿Cómo no saberlo? Tus heraldos no dejan de

pregonarlo noche y día por las calles desiertasde la ciudad.»

«¿Y osaste infringir mis leyes?»«Cumplí con las leyes no escritas e inquebran-

tables de los dioses, que no son de hoy ni sonde ayer, sino que viven en el corazón de loshombres por encima de patrias y de tiempos*.¿Cómo iba a violar la ley que manda dar a losmíos el reposo eterno por temor a los caprichosde un hombre?»

«¿Caprichos llamas a las normas necesarias parala seguridad de tus propios ciudadanos?»

* El conflicto entre Creonte y Antígona no es otro que el dela autoridad del legislador frente a la autoridad de aquellasnormas universales que, por encima de estados y circuns-tancias concretas, dignifican la condición humana, arran-cándola de las ataduras del instinto hacia la consecución deuna libertad interior plena. Por otro lado, refleja los con-flictos entre normas civiles y normas religiosas, entre el es-tado y la teocracia.488

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«Mis propios ciudadanos opinarían lo mismoque yo si el miedo no les hiciera morderse la len-gua.»

«Muy altiva te veo. Pues recuerda que las ca-bezas más tiesas son las primeras en caer. ¿No teda vergüenza querer destacar tanto entre los de-más, siendo además mujer?»

«Más me avergonzaría dejar de honrar a mi pro-pio hermano.»

«¿No era también Etéocles hermano tuyo? ¿Tehas parado a pensar que, deparándoles el mis-mo trato, igualas al justo con el traidor?»

«A Etéocles ya te estás encargando tú de dis-pensarle unas gloriosas exequias. Mi obligaciónera propiciar el descanso eterno del otro her-mano. Quién sabe si en el Hades juzgan a nues-tros muertos con los mismos criterios que usa-mos los vivos...»

«¡Eso nunca! Si ponemos en duda la razón quelevanta las ciudades, toda la obra civilizadora sevendría abajo. Se derrumbarían nuestros funda-mentos. Ni aun después de muerto el enemigopuede ser amigo.»

«Mi naturaleza no es para compartir odios, sinopara compartir amor.»

«Pues si amar es lo que quieres y te encierrasen tu propia obstinación, sin reconocer tu error,anda y ama a los de allí abajo. Comparte tu amorcon los muertos. Que, mientras yo viva, nuncame dirá una mujer lo que tengo que hacer*.»

La ira de Creonte se enciende aún más cuan-do, tras esta sentencia pronunciada como un es-cupitajo, Ismene corre a lágrima viva a abrazar a

* En las réplicas de Creonte podemos observar cómo, auninvocando razones públicas de seguridad y patriotismo, ensu conciencia el conflicto pasa de lo general a lo personal.Creonte se siente humillado no sólo por las palabras de An-tígona, sino, ya fuera de sí, por el hecho de que ella seauna mujer. 489

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su hermana. Creonte exclama con el mayor des-precio:

«No sabía yo que alimentaba en mi propia casaa dos serpientes, que un día traicioneramente serevolverían contra la patria a la que deben todo».

Pero Antígona reacciona segura de sí:«Yo sola soy la culpable, nadie me ayudó a

cumplir con mi obligación».Ismene, pálida de miedo, replica en un hilo de

voz:«Hermana, me niegas la gloria de morir conti-

go para honrar la memoria de nuestro hermano».«Tú escogiste vivir y yo morir.»«Te lo dije. Somos mujeres, no podemos luchar

contra los hombres. Sus leyes son mucho másfuertes que nosotras.»

«Tuviste miedo, Ismene, reconócelo.»«Teníamos que seguir viviendo. Mis sentimien-

tos eran los mismos que los tuyos. Pero ¿de quéte va a servir, cuando estés muerta, la gloria deser una heroína? ¿Quién habrá a tu lado para re-conocértelo?»

«Prefiero el reconocimiento de los muertos alde los vivos. Con ellos estaré siempre.»

«Siempre has andado enamorada de imposibles.»«Antígona», interrumpe Creonte, convencido de

la inocencia de Ismene, «te doy una última opor-tunidad. Retráctate públicamente de lo hecho.Pide perdón a tus conciudadanos. Sométete a losdictados de la ley. Y te será levantado el castigo.Sé juiciosa.»

«Si me dejas libre, correré ahora mismo a ter-minar de sepultar a mi hermano.»

«Pues muere, si es tu voluntad. Serás empareda-da viva en la cámara sepulcral de los labdácidas»18.

«¡No!», chilla Ismene, llora y se revuelve, se aga-rra a las rodillas de Creonte, se arrastra implo-rante a sus pies. «¿Vas a matar a tu propia sobri-na, Creonte? ¿A la prometida de tu hijo Hemón?»

18 labdácida:hijo de

Lábdaco.

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«Nunca le faltarán a Hemón otros campos quelabrar*. No quiero mujeres malas para mis hijos»,responde Creonte y, soltándose de un empujónde los brazos que le sujetan las rodillas, dicta lasentencia de muerte y abandona la sala.

Estoy decidido. La locura parece haberse apo-derado de mi padre. Nunca más me sentiré do-blegado ante la autoridad de nadie. No hay másautoridad que el noble juicio sembrado por losdioses en el alma del hombre. Padre, estás en unerror, te lo digo yo, tu hijo Hemón, a quien nun-ca has escuchado y al que siempre has atemori-zado con tus imposiciones. No es verdad que lainsubordinación sea la peste más ruinosa paralas naciones. Lo es la ceguera de sus dirigentes,cuando no saben leer lo que hay en el alma desus súbditos. Te lo dije. Pero ahora ya es dema-siado tarde. Tampoco esta vez quisiste escu-charme y haré lo que tengo decidido. Sé que meharé reo ante ti. Que mi desobediencia me haráaborrecible ante tus ojos. Ya antes me has lla-mado mocoso e irresponsable por pedirte cle-mencia para mi prometida. «¿Va a darme leccio-nes a mi edad un mocoso?», tuve que escuchar.Cuando te dije que todo el pueblo llora la muer-te de esta muchacha, tú me respondiste, orgu-lloso, que ni una sola lágrima habías visto de-rramar por Antígona. ¿Que no? Tu presenciaarrogante intimida a la gente sencilla, que no seatreve a manifestar lo que siente en lo hondo desu corazón. Te lo he dicho. No puedes ni ima-ginarte el asco que me ha producido hoy oírteexclamar: «¿Es que va a dictarme a mí la ciudadlas órdenes que he de dar?». Identificas la patria

* Nueva demostración de misoginia. Para la antigua men-talidad griega, la mujer era como la tierra, puro receptácu-lo de la semilla que el hombre deposita, siendo así éste elúnico agente de la procreación. 491

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con tu persona y al que piensa diferente de ti lorelegas al silencio de la tumba. Las leyes que in-vocas pisotean toda justicia. Las leyes nunca de-ben ponerse al servicio de la autoridad. Juguetede una mujer me has llamado por decir lo quepienso. Había tanto desprecio en tus palabras.Desprecio hacia tu propio hijo. Ni siquiera hasescuchado al noble adivino, que venía él tam-bién a interceder por Antígona.

Antígona, la noche me trae una brisa recon-fortante que me da bríos para emprender lo queestoy a punto de realizar. No hemos podido ha-blar desde que se precipitaron los aconteci-mientos. ¿Por qué no me confiaste tus intencio-nes? Te habría ayudado. En todo momentohubiera estado contigo. ¿No confiabas en mí? An-tígona, mi tórtola amada. Pronto estaremos jun-tos. Tiresias te aconsejó, padre, que reparases elerror cometido al dar órdenes de enterrar viva ala pobre muchacha. Pero dudaste también de lavoz de los que tienen más poder que tú. Cerras-te tus oídos al clamor del corazón. Preferías pen-sar que alguien había comprado al adivino paramanipularte con engaños. Lo has acusado de trai-dor. Traidor para ti es todo aquel que te contra-dice, ¿hasta los dioses, padre? Los dioses te hanabandonado. No acogen ni nuestras plegarias ninuestros sacrificios. Mantienes a una mujer vivaen la tumba y a un muerto te niegas a darle se-pultura*. ¿Y pretendes conquistar el respeto delos olímpicos así, subvirtiendo las leyes de la na-turaleza? Ni siquiera el juicioso Tiresias ha hechomella en ti. Tu obcecación es monstruosa. Ven-

* Hemón acusa a su padre de alterar las leyes de la vida,con lo que caería en la arrogancia de sobrepasar los lími-tes de la naturaleza humana. Antígona, viva, es encerradaen una tumba, mientras que su hermano, Polinices, per-manece sin enterrar por orden de Creonte.492

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drán los hijos de los argivos caídos en la batalla,insepultos todos por orden tuya, y los dioses lesabrirán las puertas de esta ciudad para que ladestruyan. Tú y sólo tú, ciego de poder, serás laruina de Tebas. Incluso has amenazado de muer-te al viejo Tiresias si propala esos embustes en-tre los ciudadanos. ¿Embustes? Todas las ciuda-des están horrorizadas con tu falta de sensibilidad.¿No escuchas cómo se revuelven y preparan paralimpiar con el fuego el lugar sagrado de Tebas,que tu soberbia ha hecho impuro? Pero no esta-ré yo aquí para verlo. Antígona, aprovechandoel cambio de guardia, entraré en tu tumba. Nome importa enfrentarme a quien haga falta. Ten-go mi espada conmigo. Juntos viviremos o mo-riremos juntos, Antígona.

Al acostumbrarse sus ojos a las tinieblas del se-pulcro real, Hemón descubre el cuerpo de Antí-gona pendiente del techo. Se ha ahorcado. Fiela su promesa, el joven Hemón rompe el lazo, re-cogiendo en su brazo el cuerpo fláccido de lamuchacha, y lo deja en el suelo. Besa esos la-bios, cuya frialdad ofrece ya el sabor del otromundo. Con su propia espada, se corta las mu-ñecas y se tiende junto a ella, en la serenidad deun lecho nupcial que nadie podrá ya discutirle.

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PROPUESTA DIDÁCTICA

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1. ACTIVIDADES DE COMPRENSIÓN

Capítulo I. El Olimpo

1. Ordena en árboles genealógicos los diosesde la mitología griega.

2. De la Noche nacerán seres relacionados con losmás oscuros temores del hombre; di de quiénesse trata y explica los motivos que llevaron a laantigua cultura griega a emparentarlos entre sí.

3. Como si los antiguos griegos intuyeran las in-mensas proporciones y la singularidad de losgrandes reptiles prehistóricos, su cosmogo-nía está repleta de primitivos seres mons-truosos. Puedes hacer un bestiario, o diccio-nario de seres fabulosos, reuniéndolos todos,cada uno con su descripción, acompáñaloscon algún dibujo que los represente.

4. La sucesión de Urano, Cronos y Zeus en elreinado del universo fue a veces interpreta-

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da simbólicamente como la transición de unestado originario natural y físico (Urano) aotro de pura duración temporal (Cronos) ya un tercero en el que Zeus instaura la so-beranía de la justicia y la civilización. Com-para este esquema con el que nos ofrecenlas diferentes ciencias sobre las fases primi-tivas de la vida en la tierra y su desarrolloposterior.

5. Compara las personalidades de Urano, Cro-nos y Zeus.

6. En las dos primeras parejas reinantes sobreel universo, Urano-Gea y Cronos-Rea, lospersonajes masculinos carecen de senti-mientos afectuosos, al contrario que los fe-meninos. Cita las partes del relato en queesto se pone de manifiesto.

7. Busca en una enciclopedia o libro de arte elcuadro de S. Botticelli El nacimiento de Ve-nus. Explica qué elementos del relato sobredicho tema aparecen en esta pintura.

8. Ciertos mitos se repiten en diversas culturascon un esquema parecido, pero alteradosen alguno de sus elementos por la diferen-te ideología de cada pueblo. El mito de lacreación del hombre y la mujer, por ejem-plo, lo encontramos en la mitología griegay en la judía (Génesis I, 26-III). Comparaambos relatos, explica qué elementos com-parten y en cuáles difieren.

9. Uno de los ritos más importantes de la an-tigua religión griega era el sacrificio públi-co de un animal a los dioses. Al comer deél, los participantes realizaban el acto sim-498

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bólico de comer al propio dios, interiori-zarlo. Explica con qué práctica de la actualreligión cristiana podría relacionarse.

10. Compara las figuras de Atenea y Afrodita.

11. Algunos mitos tienen carácter etiológico;es decir, describen el origen de alguna cos-tumbre, práctica o circunstancia natural.¿Cómo explica la mitología griega el efec-to acústico del eco?

12. ¿Cómo está caracterizado el personaje deNarciso? ¿Cuáles son las consecuencias desu comportamiento? Escribe un relato bre-ve cuyo protagonista, en la época actual,presente un carácter parecido.

13. Entresaca las principales líneas argumen-tales del relato del sufrimiento de Deméterpor el rapto de Perséfone y escribe un re-lato actual con el mismo esquema.

14. El nombre de Mnemósine está relacio-nado con la palabra griega que signifi-ca «memoria». Explica qué relación pue-de guardar este nombre con la actividadpatrocinada por sus hijas. Escribe losnombres de las nueve musas y la par-cela de conocimiento que cada una re-presenta.

15. Compara las figuras de Atenea y Ares.

16. La relación entre Hera y su hijo Hefestoserá desde un principio de violento en-frentamiento. Describe el carácter de cadauno reflejado en el comportamiento deHera y la venganza de su hijo. 499

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17. ¿Condena la mitología griega el adulteriode Ares y Afrodita? ¿Por qué? Razónalo.

18. En el mito del adulterio de Afrodita y Aresse cuenta por qué canta el gallo al amane-cer: explícalo.

19. El mito del «Diluvio» se repite con un es-quema muy parecido en diferentes cultu-ras. Búscalo en el Génesis (VI-IX) y en elpoema sumerio-acadio de Gilgamesh ycompáralos con el relato de Deucalión yPirra. ¿En qué coinciden? ¿En qué se dife-rencian?

20. El país de los hiperbóreos representabapara los antiguos griegos un paraíso moraly físico. Explica en qué términos nos esdescrito.

21. La tristeza sembró el conocimiento en labelleza inmortal de la mirada de Apolo, trasla muerte de Jacinto y su metamorfosis enla flor de dicho nombre. Era corriente en-tre los antiguos griegos la convicción deque el conocimiento viene al hombre a tra-vés del sufrimiento. Son las desgracias lasque hacen profundizar al hombre en el co-nocimiento del mundo. Razónalo a la luzde este mito de Apolo y Jacinto.

22. En 1767, cuando apenas tenía once años,Mozart compuso para la Universidad deSalzburgo una pequeña ópera-cantata, «co-media latina», con el título de Apollo et Hya-cinthus (Apolo y Jacinto). Sobre un textobastante pobre, en latín, el joven composi-tor favorece musicalmente la descripción so-bre la expresión, poniendo a la orquesta al500

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servicio de los elementos argumentales (unleón, el sueño, la tormenta, etc.). El libre-tista, anónimo, introduce un cuarto perso-naje, Melia, haciendo de Jacinto un amigodel dios, quien se enamora precisamente deMelia. Si tienes ocasión de escucharla, po-drás adivinar ya en esta obra temprana al-gunos de los encantos musicales del Mozartmaduro. Compara su argumento con el delmito original. ¿Por qué crees que el libretis-ta introdujo dichos cambios en la trama?

23. Frente a la solemnidad o dramatismo deotros personajes mitológicos, el dios Her-mes presenta desde su nacimiento una se-rie de rasgos cómicos y maravillosos. ¿Po-drías reseñarlos?

24. Los antiguos consideraban la sexualidadcomo una fuerza pujante de la naturalezapresente en todas sus criaturas, desde el rei-no vegetal al animal y, por supuesto, en elhombre. En el dios Pan está personificadaesta potencia genésica, ¿bajo qué aspectos?

25. ¿Por qué tiene que demostrar Diónisos alos hombres su naturaleza divina?

26. Compara las figuras de Apolo y Diónisos.

27. ¿Qué elementos prodigiosos presenta elmito de Diónisos?

28. ¿Con qué razones justifica Penteo su nega-tiva a admitir los ritos orgiásticos de Dió-nisos en Tebas?

29. A partir del reinado de Zeus, algunos dio-ses tienen asignadas determinadas funcio- 501

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nes, de las que se convierten en patronosy protectores, así como atributos específi-cos que los distinguen y representan. Hazuna relación de los diferentes atributos yfunciones de cada dios.

30. ¿Qué dioses y con qué actividad promue-ven el desarrollo de la civilización, la cul-tura o la técnica?

31. ¿Qué táctica utiliza Zeus para derrotar a losgigantes?

32. El mito explica etiológicamente la presen-cia del pequeño islote de Nisiros junto a laisla de Cos. ¿En qué términos?

33. Explica el significado de «Titanomaquia»,«Gigantomaquia» y «Tifonomaquia». A par-tir de estos términos, deduce el significa-do de «tauromaquia».

34. A partir de la mitología griega, deduce elsignificado de los siguientes términos: mu-seo, caótico, geología, geografía, afrodisía-co, erótico, narcisismo, titánico, apolíneo,pánico, bacanal, tifón. Identifica el perso-naje mitológico con el que está emparen-tado cada uno, busca su significado en eldiccionario y explica la relación entre la pa-labra castellana y su referente mitológico.

35. Explica el sentido de las siguientes expre-siones: en brazos de Morfeo, la caja dePandora.

36. Enumera los ocho planetas que, junto con laTierra, giran alrededor del Sol y detalla a quédioses griegos corresponden sus nombres.502

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Capítulo II. Creta

1. Los antiguos creían que los sueños los en-viaban los dioses para comunicarse con loshombres, considerándolos por ello proféti-cos o premonitorios. ¿Qué función desem-peña el sueño de Europa en el mito?

2. ¿Qué hace sospechar a Europa de la natu-raleza animal del toro que la rapta?

3. El rapto de Europa se convirtió desde la An-tigüedad en un icono clásico del arte. Locali-za el cuadro de Tiziano referente a dicho mitoy describe el momento concreto y los perso-najes y actitudes plasmados en el lienzo.

4. Tras el rapto de Europa, el rey Agénor en-vía a sus tres hijos en su búsqueda, amena-zándolos si regresan sin ella. Este esquemaargumental, aislado de su contexto, recuer-da el de algunos cuentos en que un padreenvía a sus hijos o éstos, por propia inicia-tiva o empujados por las circunstancias, em-prenden una aventura en pos de un objeti-vo concreto, durante cuya realización quedareflejado el carácter de cada uno. El finalsuele ser el reconocimiento de la valía deuno de ellos, generalmente el menor o elmás inocente. Busca algún cuento con esteesquema y compáralo con el presente en elmito.

5. ¿Qué cualidades como gobernantes mues-tran los hijos de Europa ante la sucesión altrono del difunto Agénor?

6. ¿Qué rasgos caracterizan las personalidadesde Ícaro y su primo Pérdix? 503

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7. ¿Qué función tiene, en el mito de Minos, lapasión irracional de Pasífae por el toro dePoseidón?

8. Deduce el significado del sustantivo déda-lo. Identifica el personaje mitológico con elque está emparentado, busca su significadoen el diccionario y explica la relación entrela palabra castellana y su referente mitoló-gico.

9. ¿Qué persigue el rey Piteo al enviar a su hijaEtra al lecho de Egeo? ¿Con qué otras prác-ticas históricas podrías compararlo?

10. Parte importante de la cultura antigua laocupaban las competiciones deportivas rea-lizadas para celebrar un acontecimiento opara honrar la memoria de un hombre ilus-tre. Junto a un marcado carácter religioso,como en las actuales competiciones de-portivas, subyacía un poderoso compo-nente político. Observa los juegos panate-naicos organizados por Egeo a su regresoa Atenas, ¿qué pruebas se mantienen hoydía y cuáles no en las diferentes competi-ciones?

11. Explica el motivo de la expedición de Mi-nos contra la ciudad de Atenas y cuáles se-rán sus consecuencias.

12. Teseo, como otros héroes «civilizadores»adscritos a una ciudad o etnia, se hace acree-dor a este título después de liberar los al-rededores de la comarca de cuantos mons-truos y personajes fabulosos hacen allí lavida más difícil, domeñándolos o domi-nándolos. ¿A qué seres fabulosos de aque-504

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lla región se enfrentará Teseo antes de serproclamado rey de Atenas? Explica cuál esla principal característica que los hace in-sociables o peligrosos.

13. El episodio de Eribea durante la travesíahacia Creta presenta todos los elementosde un cuento popular. Como tal, contienealgunos rasgos maravillosos que encontra-mos frecuentemente en algunos cuentostradicionales. ¿Cuáles son esos elementosmaravillosos? ¿Recuerdas algún cuento enque intervengan dichos elementos?

14. El relato de un mito mediante su represen-tación en un tapiz, tal como nos lo ofreceel de Aracne, permitiendo así insertar unahistoria dentro de otra, ha sido utilizada endiversas manifestaciones artísticas. ¿Sabríasdecir en qué pintura de Velázquez se re-produce esta técnica expositiva y precisa-mente con el mito de Aracne como fondo?

15. Explica el significado de expresiones comoel hilo de Ariadna o ser un Adonis.

16. El empleo de un recurso ingenioso parasuperar una prueba o, más concretamentereconocer el camino de vuelta, como es elcaso del hilo de Ariadna, es también pro-pio del cuento popular. ¿Conoces algunoen que dicho elemento represente un pa-pel destacado?

17. El lamento de Ariadna en Naxos se con-virtió en la cultura europea en un temamuy frecuente tanto de la poesía como, so-bre todo, de la música. Redacta con dichotítulo un breve texto, en el que la propia 505

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Ariadna, en primera persona, exponga susmotivos de queja, justifique su huida conTeseo, busque en sí misma los motivos delabandono.

18. Explica cuáles son las principales sensa-ciones que intenta transmitir el relato deldesdichado vuelo de Faetón. Construyecon esas mismas sensaciones y esquemaargumental parecido un relato situado enla época actual.

19. En este capítulo, encontramos desarrolla-das dos figuras de reyes, Minos y Teseo;compara el carácter de ambos.

20. En algunos ciclos míticos, quedan refleja-dos simbólica o explícitamente compo-nentes históricos de las sociedades que die-ron origen a dichos ciclos. Así, en el mitocretense de Minos pueden rastrearse ras-gos de la sociedad minoica, así como hue-llas de la Atenas clásica en el mito de Te-seo. Con ayuda de libros de Historia oalguna enciclopedia, explica algunas de es-tas características.

21. La libertad expositiva de la antigua mitologíagriega da lugar frecuentemente a diversas va-riantes e interpretaciones de acontecimientosmíticos. ¿Qué diferentes interpretaciones delmito del rapto de Hipólita por Teseo nos ofre-ce el texto? ¿Cómo se han introducido las dis-tintas versiones en el relato?

22. ¿En qué términos negativos se describe elcomportamiento incivilizado de los cen-tauros durante la boda de Pirítoo e Hipo-damía?506

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23. Uno de los conceptos clave de la antiguamentalidad griega era el expresado por eltérmino hybris, de difícil traducción, si noes por «ambición desmedida, soberbia arro-gante», supone el intento humano de so-brepasar los límites de la propia naturale-za. Todo acto de hybris conlleva el castigode los dioses. ¿En qué se manifiesta lahybris de Pirítoo?

24. La técnica literaria del «monólogo interior»consiste en presentar los elementos narra-tivos no sólo desde el punto de vista de unpersonaje sino a través de su propio pen-samiento, con lo que el relato gana en ac-tualidad e inmediatez, al introducirnos enél mediante una conciencia en acción. Elmito de Hipólito y Fedra se nos narra pormedio de cuatro monólogos y una con-clusión. Ordena cronológicamente los he-chos más importantes de la trama y orga-nízalos en un discurso con narrador entercera persona.

25. Explica en qué términos se nos describe elcarácter de Hipólito, que en otras culturassería alabado como hombre piadoso.

26. En su crítica a la superstición y la irracio-nalidad de la religión tradicional, Eurípidescifró la tragedia de Fedra e Hipólito en unenfrentamiento entre dos divinidades, Afro-dita y Ártemis. ¿Por qué se establece estarivalidad y qué consecuencias tendrá?

27. El tema de la venganza de la mujer casadadespechada por el rechazo del joven a suspretensiones amorosas no sólo se repite alo largo de la mitología griega –aquí lo en- 507

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contramos en la tablilla acusadora dejadapor Fedra antes de su suicidio– sino tam-bién en otras culturas. El caso más célebrequizás sea el de José y la mujer de Putifardel relato bíblico (Génesis, 39). Comparaambos.

28. Adonis, como otros personajes de la mito-logía griega que mueren y regresan del Ha-des, ha sido interpretado como una antiguadivinidad de la naturaleza; representaría ensu persona el ciclo vegetativo. ¿Qué ele-mentos del relato lo ponen de relieve?

Capítulo III. Argos

1. Mediante una gama casi monocromática ymetáforas concretas se pone de relieve laextenuante sequía que asola las tierras deArgos. Señálalas.

2. ¿Cómo está caracterizado el personaje de Ío?

3. El río como metáfora de la vida ha sido unafigura recurrente en diversas culturas. ¿Quésimboliza el Nilo para los súbditos de Épafo?

4. ¿Por qué rechazan las danaides a sus primoscomo esposos?

5. ¿Qué conflicto le plantea a Gelánor el donde la hospitalidad otorgado a Dánao y sushijas?

6. ¿Qué recompensa ofrece la solidaridad, se-gún el relato de las danaides? ¿Cómo san-ciona Zeus la decisión adoptada por la asam-blea de los argivos?508

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7. En la antigua mitología, escasean las «lec-ciones morales» en los argumentos, favore-ciendo, en cambio, los contrastes y parado-jas. El mito es un espejo en que el mundose mira, no un código de conducta. El pro-pio Gelánor da paso a Dánao como rey deArgos. ¿En qué se diferencian sus respecti-vas personalidades?

8. Explica, de acuerdo con el relato, cómo ven-ce Linceo, en el ánimo de su prima Hiper-mestra, la orden de su padre de matar al es-poso la noche de bodas.

9. ¿Cómo se manifiesta la rivalidad entre Acri-sio y Preto y qué consecuencias tendrá parael pueblo de Argos?

10. Comenta la frase siguiente: «La historia esel sudario de los crímenes en que se sus-tenta».

11. Compara el matrimonio de Linceo e Hi-permestra con el de Preto y Estenebea.

12. Tirinto fue una de las ciudades más im-portantes durante el periodo micénico. Lasexcavaciones arqueológicas han ofrecidoabundante información sobre la vida enaquella época. Busca en una enciclopediainformación sobre dicha ciudad.

13. ¿De dónde viene la expresión «murallas ci-clópeas»?

14. Si un día, en el campo, descubrieras, comoMelampo, que entiendes el lenguaje de losanimales y de la naturaleza en general,¿qué crees que escucharías? Redáctalo. 509

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15. ¿Qué consecuencias imagina el mito tras elapresamiento de la Muerte (Tánatos) porSísifo?

16. ¿Qué características son más sobresalientesen el personaje de Sísifo?

17. Los condenados al Tártaro, junto con Sísi-fo, despertaron la imaginación de los hom-bres de la Edad Media para recrear un in-fierno, ahora ya cristiano, de horribles ysádicos suplicios. ¿Qué culpa penan estospersonajes mitológicos y con qué castigo?

18. ¿Cómo y para qué atenta Glauco contra las«leyes» de la naturaleza? ¿Te recuerda suosadía algún caso actual de epidemia pormotivos semejantes?

19. ¿Qué acontecimiento transforma por unmomento pero tan radicalmente el carác-ter de Estenebea?

20. La Quimera, monstruo real, ha sido a ve-ces interpretada como espejo en que se mi-ran los monstruos interiores del propiohombre. ¿Qué rasgos físicos la definencomo monstruo? ¿Qué monstruosidad hu-mana refleja su naturaleza?

21. El sentido trágico de la propia existencia,presente en la cultura griega, se manifies-ta en la leyenda transmitida por Sileno aMidas a través de una paradoja. ¿En quéconsiste?

22. El mito de Midas, cuento de marcado ca-rácter folclórico, presenta rasgos cómicos,ausentes de la mayoría de los mitos: ¿cuá-510

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les son? ¿Con qué otros cuentos podríascomparar la resolución de la trama?

23. ¿Cómo trata de seducir el tirano Polidectesa Dánae?

24. Describe mediante un diálogo entre Per-seo y Andrómeda el primer encuentro dela pareja.

25. La iconografía de Perseo luchando contrael dragón en defensa de Andrómeda ser-viría con el tiempo de modelo para las imá-genes de uno de los personajes del santo-ral cristiano. ¿Sabrías decir de quién setrata? Busca en alguna enciclopedia repre-sentaciones artísticas de ambos y compá-ralas.

26. Elabora un árbol genealógico de la casareal de Argos desde su fundador, el río Ína-co, hasta Perseo.

27. ¿Por qué intercambian Perseo y Megapen-tes sus respectivos reinos? Razona la res-puesta.

Capítulo IV. Tebas

1. ¿A qué acontecimientos aciagos durante elreinado de Penteo hace referencia el co-mienzo del cuarto capítulo? Imagina que eresun habitante corriente de la ciudad de Tebasy rememóralos en una breve redacción.

2. Explica qué beneficios buscaba aportar Cad-mo a Tebas al dejar el trono de la ciudad enmanos de su yerno Aristeo. 511

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3. Ya hemos visto que ciertos mitos «etiológi-cos» explican el origen de alguna actividado fenómeno natural. Por todo el Egeo so-plan durante el estío los vientos etesios, quepurifican el aire denso y abrasador del ve-rano. ¿Cuál es mitológicamente el origen dedichos vientos?

4. ¿Cómo castiga la diosa Eos el rechazo de Cé-falo? ¿Cuáles son los síntomas en que se ma-nifiesta dicho castigo? ¿Qué consecuenciastendrá para la pareja?

5. El personaje de Lamia y su función en la an-tigua cultura griega tiene claros paralelos enel folclore y costumbres populares de mu-chos otros pueblos. En su función de in-fundir miedo a los niños, ¿conoces otras fi-guras parecidas?

6. La antigua cultura griega cifraba toda per-fección en el equilibrio de fuerzas enfrenta-das; de ahí que ningún valor sea absolutoen sí mismo. La preeminencia de un valordeterminado sobre el resto de los que de-ben regir tanto la conducta del individuocomo la comunidad de los ciudadanos su-pone una perversión del mismo: el resulta-do es siempre el contrario del perseguido.Así, la obsesión por la justicia y el deber deNicteo, durante su regencia en Tebas, trae-rá consecuencias desastrosas para la ciudad.¿Cuáles son?

7. Compara las regencias de Penteo, su tío Po-lidoro y el hijo de éste, Lábdaco.

8. La extrema crueldad puesta de relieve en elmito de Procne y Filomela presenta la vio-512

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lencia doméstica con un refinamiento y per-versidad más acentuadas aún que la violen-cia ejercida fuera del entorno familiar, yaque la propia agresividad viene multiplica-da por los efectos psicológicos que produ-ce. El mito, ya desde la Antigüedad, comoexpresión del dolor extremo, tuvo amplioeco en la literatura occidental, dando lugara obras completas o sencillas referencias altema; concretamente en España, podemosencontrarlo en el romancero, en las Cróni-cas de Alfonso X el Sabio, en el marqués deSantillana, Garcilaso, Boscán, entre otrosmuchos. ¿Qué rasgos definen el carácter decada personaje tal como queda aquí ex-puesto?

9. ¿Qué rasgos de carácter diferencian a loshermanos Anfión y Zeto?

10. ¿Qué rasgos manifiesta el carácter de Nío-be?

11. El mito de Apolo y Dafne inspiró desde laantigüedad a muchos artistas por su cargasimbólica. Entre las obras que se inspiranen él, es famosa la estatua esculpida porBernini durante el Barroco. Búscala en al-guna enciclopedia o libro de arte y explicaa qué momento del mito hace referencia.

12. ¿Qué le inspira a Pélope la confianza ne-cesaria para afrontar la carrera con Enómaopor la mano de su hija Hipodamía?

13. Desde su matrimonio con Hipodamía, ladesgracia perseguirá a Pélope y a sus des-cendientes, con la violenta muerte de Crisi-po y de su mujer y el enfrentamiento cri- 513

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minal de los dos hermanos. ¿Cómo justifi-ca el mito esta violencia extrema?

14. ¿Qué síntomas van revelando al propioLayo su amor por Crisipo?

15. Los peligros de la rivalidad entre podero-sos, aún más cuando éstos son familia,quedan patentes en el mito. Los horroresa que conduce el enfrentamiento entre loshermanos Atreo y Tiestes llevan esta má-xima al paroxismo. ¿Cómo justifica el mitodicha sucesión de traiciones, crímenes ytragedias?

16. A partir del relato, indica los medios queutiliza Tiestes para seducir a su cuñada Aé-rope, con el fin de obtener el vellón dora-do de su hermano Atreo.

17. ¿Qué transformación impone Atreo a la ciu-dad de Micenas?

18. ¿Cómo se manifiesta el absoluto rechazodel mito a la venganza criminal de Atreo,tras asesinar a sus sobrinos, los hijos deTiestes, y dárselos al padre como festín?

19. En el mito de Atreo y Pelopia, ¿cómo sedefine la situación de la mujer? Debátaseen el aula. A partir del esquema argumen-tal de este matrimonio, escribe un peque-ño relato, situado en época reciente, concaracterísticas similares.

20. Incluso al darse a conocer Tiestes a su hijoEgisto, priman los intereses de Tiestes porencima de cualquier afecto. Utilizará a Egis-to como brazo de su propia venganza, aun-514

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que el muchacho resulte moral y humana-mente destrozado. ¿Cómo lo convence paraejecutar el crimen?

21. La tragedia ática, sobre todo, introdujo enel mito un ingrediente de profundas reso-nancias, capaz de poner de evidencia losmás hondos conflictos y contradiccionesdel alma humana; se trata de la ironía trá-gica. ¿Cómo se manifiesta dicha ironía trági-ca en la muerte de Atreo?

22. Explica la causa de la ceguera de Tiresias.

23. ¿Qué ventajas y qué desventajas descubreTiresias en su condición de mujer? Razó-nalo.

24. Una de las características del mito, frenteal cuento, es su mayor profundización in-cluso al seguir esquemas parecidos, al es-tar éste integrado en un ramificado siste-ma mitológico que abarca genealogías ytopografías concretas. Los personajes, así,no son esquemáticas figuras tipológicassino complejas representaciones de la psi-cología humana y social. Enumera los ele-mentos comunes del mito de Edipo y delcuento de Blancanieves. Compara ambosrelatos.

25. El joven Edipo acude a Delfos para «lim-piarse de la tristeza». ¿A qué se debe eseestado anímico? ¿Qué le sugieren las divi-nidades esculpidas en el frontón del tem-plo? Razónalo.

26. Desde un primer momento, se presentacomo rasgo de carácter fundamental en el 515

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personaje de Edipo su obsesión por cono-cer la verdad. ¿Cómo lo justifica?

27. El mito de Edipo y Yocasta sirvió de base,en su más sucinta simplificación argumen-tal, a Freud para la definición del complejodesde entonces conocido como «complejo deEdipo». Busca en alguna enciclopedia enqué consiste dicho complejo y explica surelación con dicho mito.

28. «El pasado son los cimientos de nuestro fu-turo». ¿Cómo justifica el mito de Edipo dichaafirmación? ¿Podrías ponerla en relación conotra: «el pueblo que olvida su historia estácondenado a repetirla»? Razónalo.

29. Cuando Edipo se enfrenta y mata a su pro-pio padre y a todo el séquito que lo acom-paña, salvo a uno de sus integrantes, éstelleva la noticia a Tebas, pero alterándola.Según su relato, fueron varios los asaltan-tes y no uno solo, el joven Edipo. ¿Por quéda a entender el texto que mintió?

30. ¿Qué actitud adoptan los hijos de Edipotras su desgracia y ceguera?

31. En la antigua religión griega, el templo sóloera «la casa del dios», no un lugar sagradode adoración. En cambio, ciertos escena-rios naturales se consideraban sagrados ensí mismos, habitados por la presencia deldios, fundamentalmente bosquecillos yfuentes. Edipo irá a morir en una aldea delÁtica, Colono, descrita por Antígona en tér-minos idílicos. Razona qué elementos delpaisaje pueden haberle sugerido la presen-cia de los diferentes dioses que menciona.516

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32. Cuando Adrasto moviliza a toda la pobla-ción para levantar un ejército en apoyo delas pretensiones de Polinices de recuperarel trono de Tebas, aduce públicamenteunos motivos, pero son otros los que pe-san en su ánimo. ¿Cuáles son éstos? Buscaen la historia reciente situaciones pareci-das y tómalas como materia de debate,comparándolas con la actitud de este go-bernante.

33. El horror de la guerra se presenta en todosu dramatismo en el ataque de los ejérci-tos que acompañan a Polinices contra laciudad de Tebas. Atenea, diosa de la gue-rra, ¿apoya incondicionalmente la carnice-ría o muestra alguna repulsa ante la bar-barie?

34. ¿Qué tipo de valores se enfrentan en elconflicto entre Creonte y Antígona?

35. Explica el carácter autoritario e intolerantede Creonte tal como lo ve su hijo Hemón.

36. La línea sucesoria de la casa real tebana escompleja. En ella se alternan descendientesde dos casas reales emparentadas, la pro-cedente, por un lado, del fundador de la ciu-dad, Cadmo, y la procedente de Nectis. Or-ganízalas en dos árboles genealógicos,indicando la sucesión de reyes tebanos.

2. ACTIVIDADES DE RECAPITULACIÓN

1. Zeus se presentará ante algunas de susamantes bajo una figura animal o material,no humana. Haz una relación de todas las 517

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veces en que esto sucede, especificando encada caso bajo qué aspecto se presenta el«padre de dioses y hombres».

2. La importancia concedida en el mito a laconstrucción de inexpugnables murallas de-fensivas tiene su correlato en los impresio-nantes restos arqueológicos desenterradosen las más importantes ciudadelas micéni-cas. En la construcción de las murallas deArgos y Tebas, ¿qué elementos prodigiososindican su carácter extraordinario?

3. Los casos de violencia dentro de la propiafamilia son de una particular crueldad y en-sañamiento, como si el crimen cometidodentro del ámbito familiar llevase consigouna carga destructiva aún mayor. Así, el en-sañamiento de Lico contra su sobrina Antío-pe; o la violación de Filomela por Tereo yla venganza de su mujer Procne y de la pro-pia cuñada ultrajada; o el asesinato de Cri-sipo por sus hermanos Atreo y Tiestes, ins-tigado este último por la propia madre,Hipodamía; la violación de Pelopia por supadre, Tiestes. Explica estos sucesos, buscaen la prensa casos recientes de violencia do-méstica y compáralos con los relatados porestos mitos.

4. ¿Qué función representa en el mito el donde la hospitalidad? Compáralo con la acti-tud actual frente al inmigrante. Organiza undebate en el que se discutan por grupos lasposturas más comunes al respecto.

5. Ch. W. Gluck (1714-1787), compositor ale-mán, reformó la ópera barroca, poniendo lamúsica al servicio de la poesía. El mejor518

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ejemplo de esta nueva fusión de drama ymúsica lo representa su ópera Orfeo ed Eu-ridice (1762), una de las más hermosas delrepertorio. Si tienes oportunidad, escúchalasiguiendo el argumento. ¿Qué novedad in-troduce respecto al mito clásico?

6. La presencia de los antiguos mitos griegosen nuestro mundo cotidiano se extiende atodos los ámbitos, incluso al científico. Bus-ca en la tabla de elementos periódicos to-dos los elementos químicos relacionadoscon dicha mitología.

7. Nuestro entorno no deja de regalarnos conimágenes de la antigua mitología griega,aunque a menudo el hábito nos impide re-conocerlas. Hagamos paseos mitológicos porla propia ciudad, buscando en sus fuentes,estatuas o pinturas referencias a ésta.

8. Igualmente puede buscarse la impronta dela mitología en el arte de nuestro entorno.Como ejemplo, podemos recorrer las salasdel piso superior del Palacio de La Granjade San Ildefonso (Segovia), cuyos techos es-tán decorados con frescos de tema funda-mentalmente mitológico, antes de pasearpor los jardines, reconociendo en sus nu-merosas fuentes los motivos mitológicos quelas adornan.

9. En una de las fuentes de los jardines del Pa-lacio de La Granja de San Ildefonso descu-brimos al caballo alado Pegaso transportan-do a lomos a la Fama, por el peñasco que lesirve de pedestal se despeñan derrotados laCalumnia, la Falsedad, la Malignidad y el En-gaño, sus enemigos. ¿Podrías, apoyándote 519

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en esta representación, explicar la diferenciaentre «personaje mitológico» y «alegoría»?

3. OTRAS ACTIVIDADES

1. Ubica en un mapa de Grecia antigua la lo-calización de los diferentes episodios deltexto.

2. Ejercicios de composición: «Ismene, al finalde su vida, redacta sus memorias», «Perseoescribe una carta a su primo Megapentesproponiéndole el intercambio de los res-pectivos reinos», «Carta de Preto a Melamposolicitando su ayuda para curar la locura desus hijas», «Discurso con el que Minos pidepara sí ante el pueblo el trono de Creta»,«Diálogo entre Egipto y Dánao sobre los ma-trimonios de sus respectivos hijos».

3. En los Diálogos de Luciano encontramosabundantes tratamientos satíricos de perso-najes mitológicos. Haced lecturas dramatiza-das: «Diálogos de los Dioses» (Prometeo yZeus, Eros y Zeus, Zeus y Hermes, Hera y Zeus,Hefesto y Apolo, Hefesto y Zeus, Poseidón y Her-mes, Hermes y Apolo, Hera y Leto, Apolo y Her-mes, Hermes y Maya, Zeus y Helios).

4. Dramatización de mitos. Redactad en grupoun breve guión y representadlo tomando elargumento de los siguientes personajes mi-tológicos: «Teseo y Ariadna», «Pélope e Hi-podamía», «Edipo y Yocasta».

5. Elaboración de un álbum de representacio-nes artísticas (dibujos, fotografías, recortes,etc.) con tema mitológico.520

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6. La mitología griega presenta una muy des-tacada misoginia. Buscad qué rasgos de éstaperduran aún en nuestra sociedad median-te un debate en grupo.

7. La adivinación era práctica ritual importan-te en la antigua Grecia, de la que el mito sehace ampliamente eco. Compara su impor-tancia entonces con la del mundo contem-poráneo.

8. Compara el concepto de sexualidad implí-cito en la antigua mitología griega con laideología actual sobre el mismo tema.

9. Busca referencias y alusiones mitológicas enla prensa y en la publicidad.

10. Rastrea por las calles nombres mitológicos(nombres de calles, nombres de estableci-mientos, monumentos, logotipos, símbo-los, etc.).

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TEXTO 1

Los dioses de Grecia

Cuando aún gobernabais el bello universo,Estirpe sagrada, y conducíais hacia la alegríaA los ligeros caminantes,¡Bellos seres del país legendario!,Cuando todavía relucía vuestro culto arrebatador,¡Qué distinto, qué distinto era todo entonces,Cuando se adornaba tu templo,Venus Amazusia!

Cuando el velo encantado de la poesíaAún envolvía graciosamente a la verdad,Por la creación se desbordaba la plenitud de la vidaY sentía lo que nunca había sentido.Se concedió a la naturaleza una nobleza sublimePara estrecharla en el corazón del amor,Todo ofrecía a la mirada iniciada,Todo, la huella de un dios.

TEXTOS COMPLEMENTARIOS

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Donde ahora, como nuestros sabios dicen,Sólo gira una bola de fuego inanimada,Conducía entonces su carruaje doradoHelios con serena majestad.Las Oréadas llenaban las alturas,Vivía en cada árbol una Dríade,De las urnas de las encantadoras NáyadesBrotaba la espuma plateada del torrente.

El laurel aquel se retorcía pidiendo ayuda,La hija de Tántalo se calmó en esta piedra,El lamento de Siringa surgió de aquel cañaveralY el dolor de Filomela de este bosque.Aquel arroyo recogió el llanto de Deméter,Que por Perséfone derramara,Y desde esa colina llamó CitereaEn vano a su bello amigo.

[…]

La seriedad tenebrosa y la triste resignaciónFueron desterradas de vuestro alegre servicio,Todos los corazones debían latir felices,Pues estabais emparentados con la felicidad.No había entonces nada más sagrado que lo bello,De ninguna alegría se avergonzaba el dios,Allí donde las Musas inocentes se ruborizaban,Donde se ofrecían las Gracias.

[…]

Hermoso mundo, ¿dónde estás? ¡Vuelve,Amable apogeo de la naturaleza!Ay, sólo en el país encantado de la poesíaHabita aún tu huella fabulosa.El campo despoblado se entristece,Ninguna divinidad se ofrece a mi mirada,De aquella cálida imagen de vidaSólo quedan las sombras.524

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Todas aquellas flores han caídoAnte el terrible azote del norte;Para enriquecer a uno entre todos,Tuvo que perecer ese mundo de dioses.Con tristeza te busco en el curso de los astros;A ti, Selene, ya no te encuentro allí,Por los bosques te llamo, por las olas,¡Pero, ay, resuenan vacíos!

Ignorante de las alegrías que ella regala,Nunca entusiasmada ante su majestad,Sin darse cuenta del espíritu que ella dirige,Nunca dichosa por mi felicidad,Indiferente incluso ante la gloria de sus artistas,Igual que la maquinaria muerta del reloj,Obedece servilmente a la ley de los gravesDesdivinizada la naturaleza.

Para desatarse nuevamente mañana,Excava hoy su propia fosa,Y siempre al mismo vástagoSe atan y desatan los astros.Ociosos retornaron los dioses a su hogar,El país de la poesía, inútiles en un mundo que,Crecido bajo su tutela,Se mantiene por su propia inercia.

Sí, retornaron al hogar, y se llevaron consigoTodo lo bello, todo lo grande,Todos los colores, todos los tonos de la vida,Sólo nos quedó la palabra sin alma.Arrancados del curso del tiempo, flotanA salvo en las alturas del Pindo;Lo que ha de vivir inmortal en el canto,Debe perecer en la vida.

FRIEDRICH SCHILLER, Die götter griechenlandes,trad. de Daniel Innerarity.

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Actividades

1. Busca información sobre el autor.2. En el romanticismo alemán, Grecia signifi-

có un paraíso perdido y anhelado frente alpositivismo materialista de la burguesía enel poder. ¿Cómo lo expresa Schiller en estepoema?

3. La oposición entre ciencia y poesía la en-contramos también en la rima IV de Béc-quer: búscala y compara ambas concepcio-nes.

TEXTO 2

A las tres edades del hombre

Láquesis tuerce el hilo de mi vida,Cloto dio la materia diligenteY Átropo, cuando venga, fácilmenteCortará la maraña retorcida.

Tela que vino al mundo ya tejidaY se deshizo en sí tan brevemente,Fábrica errante fue, y es evidenteQue, cuando vino, vino ya perdida.

Torced, Parcas, torced este atrevidoAliento firmemente, pues excusoSegunda vez el corte desunido.

No el devanarme, como veis, rehúso,Porque polvo que quiso ser tejidoAún no merece ser torcido al uso.

ANTONIO ENRÍQUEZ GÓMEZ

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Actividades

1. Busca información sobre este poeta, que vi-vió entre 1600 y 1663, y la época en que es-cribe.

2. Compara los personajes mitológicos, talcomo aparecen en el texto, con la interpre-tación que de ellos hace el poeta.

3. ¿Qué concepción de la vida representa la se-gunda estrofa?

TEXTO 3

Prometeo

Este buitre voraz de ceño torvoQue me devora las entrañas fieroY es mi único constante compañeroLabra mis penas con su pico corvo.

El día que le toque el postrer sorboApurar de mi negra sangre, quieroQue me dejéis con él solo y señeroUn momento, sin nadie como estorbo.

Pues quiero, triunfo haciendo mi agoníaMientras él mi último despojo traga,Sorprender en sus ojos la sombría

Mirada al ver la suerte que le amagaSin esta presa en que satisfacíaEl hambre atroz que nunca se le apaga.

MIGUEL DE UNAMUNO

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Actividades

1. Busca información sobre el autor del sone-to.

2. Aquí Unamuno se identifica con el titán cas-tigado por Zeus, hablando en primera per-sona. ¿Qué representa el buitre devoradordel poeta?

3. ¿De qué manera hace Prometeo «triunfo desu agonía»?

TEXTO 4

Marte y Venus

Junto a su Venus tierna y bella estabaTodo orgulloso Marte horrible y fiero,Cubierto de un templado y fino aceroQue un claro espejo al sol de sí formaba;

Y mientras ella atenta en él notabaSangre y furor, con rostro lastimeroUn beso encarecido al gran guerreroFijó en la frente y dél todo colgaba.

Del precioso coral tan blando efetoSalió que al fiero dios del duro asuntoHizo olvidar con nuevo ardiente celo.

¡Oh fuerza estraña, oh gran poder secreto:que pueda un solo beso en sólo un puntolos dioses aplacar, dar ley al cielo!

FRANCISCO DE ALDANA

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Actividades

1. Busca información sobre el autor y la épo-ca en que escribe.

2. El estilo de este poema es narrativo. Com-páralo con el anterior.

3. Los dioses, en este poema, más que indivi-dualidades, son símbolos de la guerra y elamor respectivamente. ¿A qué feliz conclu-sión lo conduce Aldana?

TEXTO 5

A una joven Diana

El bosque, si tu planta lo emblanquece,Sólo es ya fondo de tu paz humana,Vasto motivo de tu fuga sana,Cuyo frescor tu huir franco ennoblece.

La luz del sol del día inmenso, creceDando contra tus hombros. La mañanaEs tu estela. Por ti la fuente manaMás, y el viento por ti más se embellece.

Evoco, al verte entre el verdor primero,Una altiva y pagana cacería...A un tiempo eres cierva y cazadora.

¡Huyes, pero es de ti; persigues, perote persigues a ti, Diana bravía,sin más pasión ni rumbo que la aurora!

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

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Actividades

1. Busca información sobre Juan Ramón Jimé-nez y su época.

2. En los cuatro últimos textos, se trata de so-netos escritos en épocas muy diferentes en-tre sí. Busca información sobre este tipo decomposición poética y analiza la estructurade los precedentes.

3. ¿Cómo indica el autor la identificación de ladiosa Diana, la Ártemis latina, con la natu-raleza?

4. Perteneciente al libro Sonetos espirituales, eneste poema, desde la descripción plástica delas primeras estrofas hasta la mitológica delas últimas, se produce un desplazamientodesde el mundo sensible al metafísico. ¿Po-drías explicarlo?

TEXTO 6

Apolo temprano

Como a veces, por el ramaje aún sin hojas,Asoma una mañana, ya todaEn primavera: así en su cabezaNo hay nada que pueda impedir que el fulgor

De todos los poemas nos hiera casi mortalmente;Porque en su mirar no hay sombra todavía,Sus sienes están aún demasiado frescas para el

[laurel,Y sólo más tarde, de sus cejas

Se alzará la rosaleda de altos troncosDe la que saldrán hojas sueltas, desprendidas,Flotando sobre el temblor de la boca,

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Que ahora calla aún, radiante y nunca usada,Y sólo bebiendo algo con su sonrisaComo si le fuera instilado su cantar.

RAINER MARIA RILKE, Früher apollo, trad. deFederico Bermúdez-Cañete.

Actividades

1. Busca información sobre el autor.2. ¿Qué rasgos descriptivos justifican el título

de Apolo temprano?3. Los motivos vegetales del poema recorren di-

versas funciones poéticas: la metafórica, la des-criptiva, la simbólica y la ritual. Identifícalas.

TEXTO 7

Orfeo

Pudo con diestra lira i dulce cantobaxar Orfeo a la región oscura,i del dolor que eternamente dura,el rigor suspender i el triste llanto.

De el diuino concento pudo tantoLa fuerça, i de su fe constante i pura,Que a recobrar su prenda mal seguraHalló entrada en los reynos del espanto.

Venturoso amador, si no rompieraEl preceto fatal, i conseruaraEl bien que con tan largo afán conquista.

Mas ordena ¡ai dolor! La suerte fieraQue cuanto con la dulce voz ganara,Vuelua a perder con atrevida vista.

JUAN DE ARGUIJO 531

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Page 533: Musa Celeste I - Taboada, Jesús

Actividades

1. Busca información sobre el autor.2. Como puedes comprobar, la ortografía de la

época ha cambiado respecto a la que usa-mos actualmente. Señala las palabras quehan experimentado este cambio.

3. El poema narra el descenso de Orfeo al Ha-des para recuperar a Eurídice de una formaalusiva, dando por supuesto que el lectorconoce el relato de antemano. ¿Con qué ex-presiones evoca los diferentes episodios dela aventura?

TEXTO 8

Orfeo

Orfeo por su mujercuentan que bajó al Infierno;y por su mujer no pudobajar a otra parte Orfeo.

Dicen que bajó cantando;Y por sin duda lo tengo;Pues, en tanto que iba viudo,Cantaría de contento. […]

Cesó el penar en llegandoY en escuchando su intento:Que pena no deja a nadieQuien es casado tan necio.

Al fin pudo con la vozPersuadir los sordos reinos:Aunque el darle a su mujerFue más castigo que premio.

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Diéronsela lastimados;Pero con ley se la dieronQue la lleve y no la mire:Ambos muy duros preceptos.

Iba él delante guïando,Al subir; porque es muy ciertoQue, al bajar, son las mujeresLas que nos conducen, ciegos.

Volvió la cabeza el triste:Si fue adrede, fue bien hecho;Si acaso, pues la perdió,Acertó esta vez por yerro.

Esta conseja nos diceQue si en algún casamientoSe acierta, ha de ser errando,Como errarse por aciertos.

Dichoso es cualquier casadoQue una vez queda soltero;Mas de una mujer dos veces,Es ya de la dicha extremo.

FRANCISCO DE QUEVEDO

Actividades

1. Busca información sobre el autor.2. El tratamiento que da aquí Quevedo al tema

de Orfeo difiere completamente del anteriorpoema de Juan de Arguijo sobre el mismopersonaje. En este romance, el autor des-pliega toda su sátira, reinterpretando el mitoen clave completamente misógina. ¿Qué ele-mentos del relato original ha transformadopara conseguir sus fines? 533

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Page 535: Musa Celeste I - Taboada, Jesús

3. Comenta los aspectos misóginos del poema.

TEXTO 9

El inconsolable

ORFEO: Ocurrió así. Subíamos por el sendero en-tre el bosque de las sombras. Ya estaban lejosCocito, la Estigia, la barca, los lamentos. Se en-treveía sobre las hojas el resplandor del cielo.Sentía a mis espaldas el roce de sus pasos.Pero yo estaba aún allá abajo y tenía encimaaquel frío. Pensaba que un día tendría que re-gresar, que lo que fue será otra vez. Pensabaen la vida con ella, como era antes; que se aca-baría de nuevo. Lo que fue será. Pensaba enaquel hielo, en aquel vacío que había atrave-sado y que ella se llevaba en los huesos, en lamédula, en la sangre. ¿Valía la pena que vol-viera a vivir? Lo pensé y percibí el resplandordel día. Entonces dije «Basta», y me di la vuel-ta. Eurídice se esfumó como se apaga una vela.Oí apenas un crujido, como el de un ratón quehuye.

BACANTE: Extrañas palabras, Orfeo. Casi no pue-do creerte. Se decía que los dioses y las musaste amaban. Muchas de nosotras te siguen por-que te saben enamorado e infeliz. Estabas tanenamorado que –único entre los hombres–atravesaste las puertas de la nada. No, no tecreo, Orfeo. No ha sido culpa tuya si el desti-no te ha traicionado.

ORFEO: Qué tiene que ver el destino. Mi destinono traiciona. Es ridículo que después de aquelviaje, después de haber visto de frente la nada,yo me diese vuelta por error o por capricho.

BACANTE: Se dice que fue por amor.ORFEO: No se ama a quien ha muerto.534

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BACANTE: Sin embargo, lloraste por montes y co-linas, la buscaste y la llamaste, descendiste alHades. ¿Qué era eso?

ORFEO: Dices que eres como un hombre. Noignores, entonces, que un hombre no sabequé hacer con la muerte. La Eurídice que llo-ré era una estación de la vida. Yo buscabaalgo más que su amor allá abajo. Buscaba unpasado que Eurídice no conoce. Lo com-prendí entre los muertos, mientras cantabami canto. Vi las sombras endurecerse y mi-rar vacío, cesar los lamentos, a Perséfone es-conder su rostro y al mismo tenebroso, im-pasible Hades ponerse tenso como un mortaly escuchar. Comprendí que los muertos yano son nada.

BACANTE: El dolor te ha trastornado, Orfeo.¿Quién no quisiera otra vez el pasado? Eurídi-ce casi había renacido.

ORFEO: Para después morir de nuevo, Bacante.Para llevarse en la sangre el horror del Hadesy temblar conmigo día y noche. Tú no sabeslo que es la nada.

BACANTE: Y así tú, que cantando habías vuelto aobtener el pasado, lo rechazaste y destruiste.No, no puedo creerlo.

ORFEO: Compréndeme, Bacante. Sólo en el can-to fue un verdadero pasado. Sólo escuchán-dome, el Hades se vio a sí mismo. Ya subien-do el sendero, aquel pasado se desvanecía, sehacía recuerdo, sabía a muerte. Cuando salióa mi encuentro el primer resplandor del cielo,me estremecí como un muchacho, feliz e in-crédulo, me estremecí por mí, por el mundode los vivos. La estación que buscaba estabaallí, en aquel resplandor. No me importó enabsoluto ella, la que me seguía. Mi pasado fuela claridad, el canto, la mañana. Y me di lavuelta. 535

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BACANTE: ¿Cómo has podido resignarte, Orfeo? Alregresar, dabas miedo a quienes te veían. Eu-rídice había sido para ti una existencia.

ORFEO: Tonterías. Muriendo, Eurídice se volvióotra cosa. Aquel Orfeo que descendió al Ha-des ya no era esposo ni viudo. Mi llanto de en-tonces fue como los que se tienen de niño yuno sonríe al recordarlos. La estación pasó. Yobuscaba, llorando, no a Eurídice sino a mí mis-mo. Un destino, si quieres. Me escuchaba.

BACANTE: Muchas de nosotras te siguen porque cre-en en tu llanto. Entonces, ¿nos has engañado?

ORFEO: Oh, Bacante, Bacante, ¿no quieres com-prender? Mi destino no traiciona. Me he bus-cado a mí mismo. No se busca sino eso.

BACANTE: Aquí somos más simples, Orfeo. Cree-mos en el amor y en la muerte, y lloramos yreímos con todos. Nuestras fiestas más alegresson aquellas en que corre la sangre. Nosotras,las mujeres de Tracia, no tememos estas cosas.

ORFEO: Visto del lado de la vida todo es bello.Pero créele a quien ha estado entre los muer-tos... No vale la pena.

BACANTE: Antes no eras así. No hablabas de lanada. Acercarse a la muerte nos hace seme-jantes a los dioses. Tú mismo enseñabas queuna embriaguez trastorna la vida y la muertey nos hace más que humanos... Has visto lafiesta.

ORFEO: No es la sangre lo que importa, mucha-cha. Ni la embriaguez ni la sangre me impre-sionan. Pero es muy difícil decir qué es unhombre. Ni siquiera tú, Bacante, lo sabes.

BACANTE: Sin nosotras no serías nada, Orfeo.ORFEO: Lo decía y lo sé. ¿Pero qué importa? Sin

vosotras descendí al Hades...BACANTE: Descendiste a buscarnos.ORFEO: Pero no os encontré. Quería otra cosa,

que volviendo a la luz encontré.536

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BACANTE: En un tiempo cantabas a Eurídice porlos montes...

ORFEO: El tiempo pasa, Bacante. Están los mon-tes, ya no está Eurídice. Estas cosas tienen unnombre, y se llaman hombre. Aquí no sirve in-vocar a los dioses de la fiesta.

BACANTE: Tú también los invocabas.ORFEO: Un hombre hace de todo, en la vida. Lo cree

todo, en los días. Cree incluso que su sangre co-rre algunas veces por otras venas. O que lo quefue se puede deshacer. Cree romper el destinocon la embriaguez. Todo esto lo sé y no es nada.

BACANTE: No sabes qué hacer con la muerte, Or-feo, y tu pensamiento es sólo muerte. Hubo untiempo en que la fiesta nos volvía inmortales.

ORFEO: Disfrutad vosotras de la fiesta. Todo es lí-cito para quien aún no sabe. Es necesario quecada uno descienda una vez a su infierno. Laorgía de mi destino terminó en el Hades, termi-nó cantando a mi manera la vida y la muerte.

BACANTE: ¿Y qué quiere decir que un destino notraiciona?

ORFEO: Quiere decir que está dentro de ti, estuyo; más profundo que la sangre, más allá detoda embriaguez. Ningún dios puede tocarlo.

BACANTE: Es posible, Orfeo. Pero nosotras no bus-camos ninguna Eurídice. ¿Por qué, pues, des-cendemos también al infierno?

ORFEO: Cada vez que se invoca a un dios se co-noce la muerte. Y se desciende al Hades aarrancar algo, a violar un destino. No se ven-ce a la noche y se pierde la luz. Se debate unocomo un endemoniado.

BACANTE: Dices cosas malvadas... Entonces, ¿tútambién has perdido la luz?

ORFEO: Yo estaba casi perdido, y cantaba. Com-prendiendo me he encontrado a mí mismo.

BACANTE: ¿Vale la pena encontrarse de esa mane-ra? Hay un camino más simple de ignorancia y 537

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de alegría. El dios es como un señor entre lavida y la muerte. Nos abandona a su embria-guez y lo desgarramos o nos desgarra. Cada vezrenacemos y él nos despierta como tú en el día.

ORFEO: No hables del día, del despertar. Pocos hom-bres saben. Ninguna mujer como tú sabe lo que es.

BACANTE: Quizá por eso es por lo que te siguenlas mujeres de Tracia. Eres para ellas como eldios. Bajaste de los montes. Cantas versos deamor y de muerte.

ORFEO: Tonta. Al menos contigo se puede hablar.Acaso un día serás como un hombre.

BACANTE: Si es que antes las mujeres de Tracia...ORFEO: Di...BACANTE: ... no despedazan al dios.

CESARE PAVESE, Diálogos con Leucó,trad. de Lourdes E. González Valera

y Julio Miranda.

Actividades

1. Busca información sobre el autor y la época.2. Explica las diferencias que introduce el au-

tor en su relectura del mito de Orfeo.3. ¿Qué significado tiene Eurídice para Orfeo

en esta versión?

TEXTO 10

A Dafne ya los brazos le crecíanY en luengos ramos vueltos se mostraban;En verdes hojas vi que se tornabanLos cabellos qu’el oro escurecían;

De áspera corteza se cubríanLos tiernos miembros que aun bullendo estaban;Los blancos pies en tierra se hincabanY en torcidas raíces se volvían.538

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Page 540: Musa Celeste I - Taboada, Jesús

Aquel que fue la causa de tal daño,A fuerza de llorar, crecer hacíaEste árbol, que con lágrimas regaba.

¡Oh miserable estado, oh mal tamaño,que con llorarla crezca cada díala causa y la razón por que lloraba!

GARCILASO DE LA VEGA

Actividades

1. Busca información sobre el autor y la épo-ca en que escribe.

2. La recreación del mito de Dafne conduce alpoeta a una paradoja, explícala.

3. Busca el significado de los siguientes térmi-nos y expresiones del poema: «luengos», «ca-bellos qu’el oro escurecían», «tamaño».

TEXTO 11

Narciso

Esta noche amé mis ojos,al mirarlos en el espejo:¿sería la luz, que, en el cuarto,tan leve y etérea cae?

¿sería la rosa de abrilque en la esquina había yo puestopara no verla rendirsea su vespertina agonía?

¿sería, en verdad, la rosaque expiraba en el vaso,– o ciertos deseos que me torturabany que han resultado estériles?... 539

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Page 541: Musa Celeste I - Taboada, Jesús

¿la rosa que se apagaba, mi pasión,la ventana que no cierro,– o acaso porque te miraroncon tanta intensidad, la noche aquella?...

N. LAPAZIOTIS, Narkissos,trad. de N. Lapaziotis.

Actividades

1. Busca información sobre el poeta griego Na-poleón Lapaziotis y su época.

2. ¿Qué relación guarda el mito de Narciso conla vivencia expresada por el poeta?

3. ¿Qué simboliza la rosa en el contexto delpoema?

TEXTO 12

Pan

¡Calla! ¿No escuchas, a veces, en lo profundodel huerto?

¿Lloran los dioses campestres su ocioverdeante,

o son las flautas que dulcemente parlotean launa con la otra?

(¡En las albercas está, Otoño, tu rostro de nue-vo!)

Sin embargo, ayer –no me había el límpidocielo embelesado–

Lo vi: un camino buscaba entre medias delos viñedos:

Deshojada le temblaba la piel por el lomo,540

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Page 542: Musa Celeste I - Taboada, Jesús

Y se detuvo: arriba amanecía una lunabenévola.

De repente, el oído proyectó a lo lejos, a labrisa que pasa,

Con oído y ojos solicitando un eco muerto.La hora era en que en la helada la noche se

adormece.

E inmediatamente su siringa agarra, la posa ensus labios...

Disonante, pero dulce, odio sofocado en risas,La exótica melodía soplaba el mal por los

viñedos,Desgarrada melodía, y esparció un irreconocible

escalofrío...

¡Pero alzó en danza a las hojas muertas!

T. AGRAS, Pan, trad. de Telos Agras.

Actividades

1. Busca información sobre el poeta, contem-poráneo de Lapaziotis.

2. ¿Qué relación guarda la experiencia descri-ta por T. Agras con el personaje mitológicode Pan?

3. Pan, dios de la naturaleza, generalmenteasociado con la fertilidad y la vida bullente,aquí, en una naturaleza otoñal, es portadory heraldo de un mal: ¿a qué se refiere? ¿Quésentido adopta, en el contexto del poema,el último verso?

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Page 543: Musa Celeste I - Taboada, Jesús

TEXTO 13

El rapto de Europa

Pasando el mar el engañoso toro,Volviendo la cerviz, el pie besabaDe la llorosa ninfa, que mirabaPerdido, de las ropas, el decoro.

Entre las aguas y las hebras de oro,Ondas el fresco viento levantaba,A quien, con los suspiros, ayudabaDel mal guardado virginal tesoro.

Cayéronsele a Europa de las faldasLas rosas al decirle el toro amores,Y ella, con el dolor de sus guirnaldas,

Dicen que, lleno el rostro de colores,En perlas convirtió sus esmeraldas,Y dijo: «Ay triste yo, perdí las flores».

LOPE DE VEGA

Actividades

1. Busca información sobre el autor.2. Todo el poema tiene un tono descriptivo

que recuerda una imagen pictórica más queuna escena vivida. ¿Podrías explicar la si-tuación concreta retratada por el poeta?

3. Algunos términos y alusiones tienen un mar-cado carácter sexual: especifícalos.

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Page 544: Musa Celeste I - Taboada, Jesús

TEXTO 14

A Ariadna, dejada de Teseo

«¿A quién me quejaré del cruel engaño,Árboles mudos, en mi triste duelo?¡Sordo mar, tierra extraña, nuevo cielo!¡Fingido amor, costoso desengaño!

»Huye el pérfido autor de tanto daño,Y quedo sola en peregrino suelo,Do no espero a mis lágrimas consuelo,Que no permite alivio mal tamaño.

»Dioses, si entre vosotros hizo algunoDe un desamor ingrato amarga prueba,Vengadme, os ruego, del traidor Teseo».

Tal se queja Ariadna en importunoLamento al cielo; y entretanto llevaEl mar su llanto, el viento su deseo.

JUAN DE ARGUIJO

Actividades

1. ¿En qué contexto mítico se produce la es-cena descrita por el poema?

2. Explica el verso: «¡Sordo mar, tierra extraña,nuevo cielo!».

3. Sin mencionarlo, el poeta alude al final delmito de Ariadna. ¿De qué final se trata?¿Cómo lo da a entender?

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Page 545: Musa Celeste I - Taboada, Jesús

TEXTO 15

Sunion

¡Sunion! ¡Sunion! Te evocaré de lejos con ungrito de alegría,

a ti y a tu sol leal, rey de la mar y el viento:por tu recuerdo, que me eleva, feliz de sal

exaltada,con tu mármol absoluto, noble y antiguo yo

como él.¡Templo mutilado, desdeñoso de las otras

columnasque en el fondo de tu salto, bajo la ola risueña,duermen la eternidad! Tú velas, blanco en la altura,por el marinero, que por ti orienta su rumbo;por el ebrio de tu nombre, que a través del

desnudo carrascalviene a buscarte, extremo como la certeza de los

dioses;por el exiliado que a través de obscuras arboledas

te vislumbrasúbitamente, !oh preciso, oh fantasmal!, y conocepor tu fuerza la fuerza que lo salva de los golpes

de fortuna,rico de lo que ha dado, y en su ruina tan puro.

CARLES RIBA, Elegies de Bierville. Súnion,trad. de Ramon Gallart.

Actividades

1. Busca información sobre el autor.2. Desde la caída de Egeo al mar al que dio

nombre, precisamente en cabo Sunion, éstese convirtió en un símbolo y un punto dereferencia importante en la Antigüedad clá-sica, primer promontorio del Ática visible544

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Page 546: Musa Celeste I - Taboada, Jesús

por mar para el viajero. Las ruinas del tem-plo de Poseidón que en él se recortan con-tra el horizonte han ejercido un poder defascinación sobre los hombres posteriores,símbolo del retorno a casa. ¿Qué elementosdel mito y de la realidad son los que el poe-ta pone de relieve en el texto?

3. Por la época en que está escrito (1942), elpoema representa un canto a las esperan-zas del exiliado durante la dictadura espa-ñola de Franco. ¿Qué símbolos apuntan adicha interpretación?

TEXTO 16

Verdes hermanas del audaz mozueloPor quien orilla el Po dejastes presosEn verdes ramas ya y en troncos gruesosEl delicado pie, el dorado pelo,

Pues entre las rüinas de su vueloSus cenizas bajar en vez de huesos,Y sus errores largamente impresosDe ardientes llamas vistes en el cielo,

Acabad con mi loco pensamiento,Que gobernar tal carro no presuma,Antes que le desate por el viento

Con rayos de desdén la beldad suma,Y las reliquias de su atrevimientoEsconda el desengaño en poca espuma.

LUIS DE GÓNGORA

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Page 547: Musa Celeste I - Taboada, Jesús

Actividades

1. Busca información sobre el autor.2. El poema está dedicado a las helíades, las

hermanas de Faetón transformadas en ála-mos por la tristeza tras la muerte de su her-mano. ¿Qué elementos del mito recoge aquíel poeta?

3. Mediante una compleja estructura sintácticaen una única oración, ¿con qué empresapersonal identifica Góngora la aventura deFaetón con el carro del sol?

TEXTO 17

El ejemplo de Ícaro y Faetón

Dichoso fue el ardor, dichoso el vueloCon que, desamparado de la vida,Dio Ícaro en su gloria esclarecidaNombre insigne al salado y hondo suelo

Y quien despeñó el rayo donde el cieloEn la onda del Erídano encendida,Que llorosa lamenta y afligidaLampecie en el hojoso y duro velo.

Pues de uno y otro eterna es la osadíaY el generoso intento, que a la muerteNegaron el valor de sus despojos.

Yo, más dichoso que la alta empresa mía,Que en el Olimpo me encumbró mi suerteY ardí en la luz de vuestros ojos.

FERNANDO DE HERRERA

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Page 548: Musa Celeste I - Taboada, Jesús

Actividades

1. Busca información sobre el autor.2. El poeta pone en relación las desdichadas

muertes de Faetón e Ícaro. ¿Qué guardan encomún y en qué se diferencian?

3. Explica la expresión «(osadía e intento) que ala muerte negaron el valor de sus despojos».

4. Igual que en el poema anterior, la compa-ración de la desgracia de Ícaro y Faetón seestablece en un plano amoroso. ¿En qué tér-minos se materializa dicha comparación?

TEXTO 18

Lamentos de un Ícaro

Los amantes de prostitutasSon dichosos, dispuestos y considerados;En cuanto a mí, mis brazos están rotosPor haber estrechado nubes.

Gracias a astros impares,Que todo en el fondo del cielo brillan,Mis ojos consumidos sólo venRecuerdos de soles.

En vano he querido del espacioEncontrar el fin y el medio;Bajo no sé qué ojo de fuegoSiento mi ala que se rompe;

Y quemado por el amor de lo bello,No tendré el honor sublimeDe dar mi nombre al abismoQue me servirá de tumba.

CHARLES BAUDELAIRE, Les plaintes d’un Icare,trad. de M. B. F. 547

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Page 549: Musa Celeste I - Taboada, Jesús

Actividades

1. Busca información sobre el autor.2. Siguiendo la tradición iniciada desde el Re-

nacimiento, Baudelaire se hace eco de lacomparación entre la experiencia de Ícaroy la del «enamorado», ¿qué elementos reco-ge del mito y cómo realiza la actualizaciónde dicha metáfora?

3. En el fondo de este poema, late el enfren-tamiento entre el ideal poético y humanodel poeta y la sociedad mercantil, urbana yburguesa, que es el medio en el que vive yal que se dirige, enfrentamiento que quedapatente en la primera y última estrofas. Ex-plícalo.

TEXTO 19

Desolación de la quimera

Todo el ardor del día, acumuladoEn asfixiante vaho, el arenal despide.Sobre el azul tan claro de la nocheContrasta, como imposible gotear de un agua,El helado fulgor de las estrellas,Orgulloso cortejo junto a la nueva lunaQue, alta ya, desdeñosa iluminaRestos de bestias en medio de un osario.En la distancia aúllan los chacales.

No hay agua, fronda, matorral ni césped.En su lleno esplendor mira la lunaA la Quimera lamentable, piedra corroídaEn su desierto. Como muñón, deshecha el ala;Los pechos y las garras el tiempo ha mutilado;Hueco de la nariz desvanecida y cabellera,En un tiempo anillada, albergue son ahora548

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Page 550: Musa Celeste I - Taboada, Jesús

De las aves obscenas que se nutrenEn la desolación, la muerte.

Cuando la luz lunar alcanzaA la Quimera, animarse parece en un sollozo,Una queja que viene, no de la ruina,De los siglos en ella enraizados, inmortalesLlorando el no poder morir, como mueren las

formasQue el hombre procreara. Morir es duro,Mas no poder morir, si todo muere,Es más duro quizá. La Quimera susurra hacia la lunaY tan dulce es su voz que a la desolación alivia.

«Sin víctimas ni amantes. ¿Dónde fueron loshombres?

Ya no creen en mí, y los enigmas que yo lespropusiera

Insolubles, como la Esfinge, mi rival y hermana,Ya no les tientan. Lo divino subsiste,Proteico y multiforme, aunque mueran los dioses.Por eso vive en mí este afán que no pasa,Aunque pasó mi forma, aunque ni sombra soy;Afán que se concreta en ver rendido al hombreTemeroso ante mí, ante mi tentador secreto in-

descifrable.

»Como animal domado por el látigo,El hombre. Pero, qué hermoso; su fuerza y su

hermosura,Oh dioses, cuán cautivadoras. Delicia hay en el

hombre;Cuando el hombre es hermoso, en él cuánta delicia.Siglos pasaron ya desde que desertara el hombreDe mí y a mis secretos desdeñoso olvidara.Y bien que algunos pocos a mí acudan,Los poetas, ningún encanto encuentro en ellos,Cuando apenas les tienta mi secreto ni en ellos

veo hermosura. 549

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Page 551: Musa Celeste I - Taboada, Jesús

«Flacos o fláccidos, sin cabellos, con lentes,Desdentados. Ésa es la parte físicaEn mi tardío servidor; y, semejante a ella,Su carácter. Aun así, no muchos buscan mi

secreto hoy,Que en la mujer encuentran su personal triste

Quimera.Y bien está ese olvido, porque ante mí no acudanTras de cambiar pañales al infanteO enjugarle nariz, mientras meditanReproche o alabanza de algún crítico.

»¿Es que pueden creer en ser poetasSi ya no tienen el poder, la locuraPara creer en mí y en mi secreto?Mejor les va sillón en academiaQue la aridez, la ruina y la muerte,Recompensas que generosa di a mis víctimas,Una vez ya tomada posesión de sus almas,Cuando el hombre y el poeta preferíanUn miraje cruel a certeza burguesa.

»Bien otros fueron para mí los tiemposCuando feliz, ligera, hollaba el laberintoDonde a tantos perdí y a tantos otros los dotabaDe mi eterna locura: imaginar dichoso, sueños

de futuro,Esperanzas de amor, periplos soleados.Mas, si prudente, estrangulaba al hombreCon mis garras potentes, que un grano de locuraSal de la vida es. A fuerza de haber sido,Promesas para el hombre ya no tengo.»

Su reflejo la luna deslizandoSobre la arena sorda del desierto.Entre sombras a la Quimera deja,Calla en su dulce voz la música cautiva.Y como el mar en la resaca, al retirarseDeja a la playa desnuda de su magia,550

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Page 552: Musa Celeste I - Taboada, Jesús

Retirado el encanto de la voz, queda el desiertoTodavía más inhóspito, sus dunasCiegas y opacas, sin el miraje antiguo.

Muda y en sombra, parece la Quimera retraerseA la noche ancestral del Caos primero;Mas ni dioses, ni hombres, ni sus obras,Se anulan si una vez son: existir debenHasta el amargo fin, perdiéndose en el polvo.Inmóvil, triste, la Quimera sin nariz olfateaFrescor de alba naciente, alba de otra jornadaQue no habrá de traerle piadosa la muerte,Sino que su existir desolado prolongue todavía.

LUIS CERNUDA

Actividades

1. Busca información sobre el autor y la época.2. ¿A qué elementos míticos hace referencia

en este poema?3. ¿En qué fundamenta y cómo Cernuda este

drástico ataque al pragmatismo y utilitaris-mo de la sociedad contemporánea?

TEXTO 20

Adonis (XXXIX)

¡Paz, paz! No está muerto ni duerme.Ya despertó del sueño de la vida.Somos nosotros quienes perdidos en visionesTurbulentas reñimos con fantasmasUna inútil batalla y en trance de locuraApuñalamos con el puñal del espírituInvulnerables nadas. Nos pudrimosLo mismo que cadáver en osario; 551

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El miedo y el dolor nos estremecenY nos consumen día a díaY las heladas esperanzas bullenComo gusanos dentro de nuestro barro vivo.

PERCY BYSSHE SHELLEY, Adonais (XXXIX),trad. de Lorenzo Peraile.

Actividades

1. Busca información sobre el autor.2. Partiendo del tema de Afrodita llorando la

muerte de Adonis, el poeta lamenta la tem-prana muerte de otro poeta romántico in-glés, John Keats. En este poema, el número39 de la colección, con una actitud esen-cialmente romántica, reflexiona sobre la viday la muerte. Explícalo.

3. El romanticismo inglés buscó en una idea-lización de Grecia respuesta al choque en-tre los ideales poéticos y las trabas de unasociedad entregada al materialismo y el con-servadurismo moralizante de la primera re-volución industrial. ¿Cómo refleja el poemadicho enfrentamiento?

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Tebas, «Captura de Antígona e interrogatoriopor su tío Creonte».(Véase el texto en páginas 487-491.)

El texto en su contexto

Tras la usurpación del trono de Tebas por partede Etéocles, hijo de Edipo, su hermano Polinices selo reclama en vano, haciendo valer sus derechoscomo primogénito. Etéocles se niega y Polinices, enel exilio, reúne con la ayuda de Adrasto un fabulo-so ejército que, capitaneado por él mismo y otrosseis héroes, atacará la ciudad de Tebas y produciráuna espantosa carnicería en la que, entre otros, mue-ren los dos hermanos. Creonte, tío de ambos, asu-me el trono de la ciudad y proclama un edicto con-denando a muerte a quien dé sepultura al «traidor»Polinices, mientras que prepara unos magníficos fu-nerales para el «patriota» Etéocles. La hermana deambos, Antígona, que fue la única en acompañar asu padre Edipo ciego durante su exilio, es captura-da por los guardianes mientras intenta dar sepultu-ra a Polinices y conducida ante su tío, el rey. Du-

COMENTARIO DE TEXTO

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rante el interrogatorio, Creonte y Antígona enfren-tarán sus diferentes puntos de vista: la obligaciónde obedecer las leyes de la ciudad frente a la obli-gación de atender las leyes naturales, es el enfren-tamiento del estado contra el individuo. Aunque Is-mene trata en vano de pasar por cómplice de suhermana, después de haberse negado a secundar-la en sus planes por temor, aduciendo su condiciónde mujeres, y a pesar de los ruegos de Hemón,hijo de Creonte y prometido de Antígona, la obsti-nación de estos últimos en sus propios principiosconducirá a Antígona a la muerte.

Resumen del contenido

Un heraldo de la guardia real conduce a Antí-gona presa ante el rey Creonte. Temeroso de lareacción de éste, le comunica mediante rodeos yjustificaciones cómo han capturado a su sobrinainfringiendo las órdenes reales e intentando darsepultura a Polinices. Inmediatamente, Creonteordena la comparecencia de Antígona y su inte-rrogatorio, durante el cual el enfrentamiento en-tre ambos puntos de vista va cobrando violencia.Mutuamente se acusan en un diálogo incisivo ymordaz. Ni siquiera la emotiva presencia de suhermana logra ni la retractación de Antígona nila aceptación de compartir el castigo. La integri-dad de la muchacha roza la soberbia, ante la cualCreonte se siente humillado y reacciona cerran-do su corazón y su entendimiento y ratificandola orden de ejecutar a la culpable.

Estructura

La escena se divide en tres partes claramentedelimitadas que progresan en dramatismo y agre-sividad hasta el clímax final condenatorio:554

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Primera parte. El heraldo se presenta ante Creon-te como mensajero de dramáticas noticias, el intentode dar sepultura al cadáver de Polinices, a pesar dela expresa prohibición. Se trata de un breve dis-curso, en el que se manifiesta el temor del guar-dia real a la reacción de su rey, se justifica de an-temano, va dando rodeos, hace hincapié en loselementos prodigiosos que rodearon al delito. Laacusación que se dispone a hacer es grave, laculpable no es otra que la sobrina de Creonte,Antígona, y teme no ser creído.

Segunda parte. Tras hacer comparecer a la acu-sada, Creonte la interroga. Sigue un tenso diálo-go, en el que Creonte confirma la versión del he-raldo, pensando primero que Antígona habíaactuado sin conocimiento de causa, movida porun comprensible afecto fraternal. Pero la mu-chacha va cuestionando uno por uno los valoresen que el rey ha basado sus decisiones, las leyesdel estado frente a las leyes naturales, la obe-diencia muda frente a la verdad, el patriotismofrente al amor. Cuestionado de esta forma, pú-blicamente y por una mujer, el amor propio deCreonte reacciona condenando a Antígona y afir-mando su superioridad como hombre: «mientrasyo viva, nunca me dirá una mujer lo que tengoque hacer».

Tercera parte. La ira creciente de Creonte seaviva ante la escena que irrumpe ante sus ojos.Antígona, insensible y firme, rechaza a su her-mana Ismene, que, después de haberse negadopor miedo a secundar los planes de su hermana,quiere ahora solidarizarse con ella y hacerse pa-sar por cómplice. En la pugna verbal, queda pa-tente el pragmatismo afectivo de Ismene frenteal árido idealismo absoluto de Antígona, «ena-morada de imposibles». La superioridad moral dela culpable irrita sobremanera a Creonte, quien,en un último intento de conciliar la justicia im- 555

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puesta por él mismo y la salvaguarda de los la-zos familiares, le da la oportunidad de una re-tractación. Pero la muchacha insiste en sus pro-pósitos con conciencia inquebrantable. Creonte,moralmente pisoteado, pisotea verbalmente a An-tígona, no ya como sobrina o ciudadana, sinocomo mujer, objeto de su máximo desprecio,condenándola a muerte.

Análisis del contenido

De forma dramática, el texto nos presenta losdiferentes efectos del poder absoluto. Las actitu-des pueden ser tan diversas como negativas. Elautoritarismo del rey queda claro al identificar laley con su voluntad personal: «¿Sabías que yo lohabía prohibido expresamente?», y reclamar obe-diencia ciega en aras de la seguridad de los ciu-dadanos: «¿Caprichos llamas a las normas necesa-rias para la seguridad de tus propios ciudadanos?».Es soberbio como gobernante y como hombre;más que la infracción de Antígona, lo encolerizaverse superado moral y dialécticamente por unamujer: «Muy altiva te veo. Pues recuerda que lascabezas más tiesas son las primeras en caer. ¿Note da vergüenza querer destacar tanto entre losdemás, siendo además mujer?». Es la propia An-tígona quien denuncia la situación de silencioforzado y miedo en que viven los ciudadanosante el despotismo del monarca: «Mis propios ciu-dadanos opinarían lo mismo que yo si el miedono les hiciera morderse la lengua». Pero es, so-bre todo, en el discurso del heraldo donde estetemor al poder se pone de manifiesto: «Señor, noes agradable comunicar malas noticias, peropiensa que sólo soy el mensajero», «¿No quieresconocer el nombre de la culpable? Se me haceduro decirlo, pero el deber me fuerza a ello». Tal556

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es el miedo a las represalias que aduce prodigiospara exculparse por la comisión del delito antesus propios ojos: «unas fuertes rachas de vientolevantaron una gran polvareda. El polvo se nosmetía en los ojos y apenas podíamos ver». Isme-ne reconoce los mismos sentimientos que su her-mana, pero confiesa haberse abstenido de actuarpor miedo. La arbitrariedad del déspota sólo dejalugar a dos posiciones, la del héroe suicida o laresignación del cobarde: «Teníamos que seguirviviendo. Mis sentimientos eran los mismos quelos tuyos. Pero ¿de qué te va a servir cuando es-tés muerta la gloria de ser una heroína? ¿Quiénhabrá a tu lado para reconocértelo?». Ismene,frente a Antígona, vive doblemente sometida,como ciudadana y como mujer: «Somos mujeres,no podemos luchar contra los hombres. Sus le-yes son mucho más fuertes que nosotras». El casocontrario lo representa Antígona, personaje deuna pieza, tan idealista como segura de sí, la úni-ca que se atreve a expresar su pensamiento. Sufuerza reside en sus firmes convicciones. Es laroca contra la que el poder se estrella; la vio-lencia del poder no logra quebrarla, derribarlasólo.

Análisis de la forma

El texto consta de un discurso y dos diálogoscon breves intervenciones de un narrador neu-tro, salvo en dos aposiciones explicativas que,rompiendo el tono de acotación escénica, ponende relieve el carácter despótico del soberano: «lainterroga como un auténtico juez, no como pa-riente» y «esta sentencia pronunciada como unescupitajo». El discurso del guardia real es pre-dominantemente narrativo, con una ausencia casitotal de adjetivación, compuesto de frases senci- 557

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llas, yuxtapuestas y coordinadas, enmarcado todoél por la declaración final de la identidad de laculpable y una introducción en la que el heral-do solicita comprensión hacia su cometido demensajero, con lo que se quita toda responsabi-lidad sobre el delito del que viene a informar. Noquiere que quede la menor sospecha sobre suconducta, por lo que abunda en expresiones con-denatorias de lo ocurrido: «(alguien había echa-do un poco de polvo sobre el cadáver de Poli-nices), desobedeciendo tus órdenes», «puso enfuga al infractor», «el culpable no tardaría en re-gresar para completar su delito», «sobre los ne-fastos despojos», «La cogimos en plena realiza-ción de su delito», «La infractora no es otra quetu sobrina Antígona. Ella sola es quien se ha atre-vido a desobedecer tus decretos». Por otro lado,el propio temor provoca una creciente intriga, alno desvelar hasta el final el nombre de la culpa-ble, y aun entonces postergando el momento derevelarlo mediante una llamada de atención a lacuriosidad del soberano, con una pregunta: «¿Noquieres conocer el nombre de la culpable?», yechando mano de un tópico exculpatorio: «Se mehace duro decirlo, pero el deber me fuerza aello». El diálogo entre Creonte y Antígona adop-ta una forma escénica de auténtico interrogato-rio. Tras un primer momento de secas preguntasy respuestas, desde «¿Confiesas...» hasta «osasteinfringir mis leyes?», sigue una sección en queambos personajes se entregan a una disputa dia-léctica en la que se agreden con sentencias:«Cumplí con las leyes no escritas e inquebranta-bles de los dioses, que no son de hoy ni son deayer, sino que viven en el corazón de los hom-bres por encima de patrias y de tiempos», «re-cuerda que las cabezas más tiesas son las pri-meras en caer», «deparándoles el mismo trato,igualas al justo con el traidor», «Quién sabe si en558

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el Hades juzgan a nuestros muertos con los mis-mos criterios que usamos los vivos», «Ni aun des-pués de muerto el enemigo puede ser amigo».En el tercer diálogo, se suma otro personaje: Is-mene. Frente a la aridez afectiva del anterior, elpatetismo viene señalado en este último por ladiferente actitud de Ismene frente a su hermana:«Ismene corre a lágrima viva a abrazar a su her-mana», «Ismene, pálida de miedo, replica en unhilo de voz», «chilla Ismene, llora y se revuelve,se agarra a las rodillas de Creonte, se arrastra im-plorante a sus pies». La desesperación emocionalde la muchacha, sin embargo, es reconducidapor Antígona a los mismos términos dialécticosy sentenciosos: «Tú escogiste vivir y yo morir». Lacreciente crispación de la escena concluye conla resolución de Creonte, expresada en senten-cias de marcado carácter popular, que ponen derelieve la degradación del personaje, ya no comosoberano, sino como hombre: «No quiero muje-res malas para mis hijos», dejándose llevar inclu-so al insulto más despectivo y grosero: «Nuncale faltarán a Hemón otros campos que labrar».

Conclusión

Si los mitos son un espejo simbólico de la so-ciedad que los creó, de sus preocupaciones yprincipios, y, sobre todo, de las relaciones hu-manas en el seno de la colectividad, las relacio-nes de poder fueron constante motivo de refle-xión mítica para el antiguo inconsciente griego.El fragmento ejemplifica, en este caso, el con-flicto entre la ley natural y las leyes civiles, prin-cipalmente cuando las leyes responden a la ar-bitrariedad de un individuo, sea en nombre dela seguridad, el patriotismo o cualquier otro in-terés público impuesto sin réplica al ciudadano. 559

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La justicia autoritaria conduce al miedo, al silen-cio, o a la ejecución del que se aparta del cami-no caprichosamente trazado. La trascendencia delos hechos se pone de relieve al evitar el acentomelodramático mediante una neutralidad emo-cional, subrayada por el patetismo de la figurade Ismene. Por otro lado, junto al enfrentamien-to entre el individuo y el estado, corre una se-gunda línea argumental subyacente: el enfrenta-miento de hombre y mujer, el sometimiento deesta última. Antígona es doblemente culpable,por dar sepultura a su hermano y por ser mujer.

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De los diferentes personajes que intervienen en los mi-tos, con referencia únicamente a aquellos que participano promueven la acción, omitiéndose las menciones y lasmeras referencias.

Abante: 328Acrisio: 328-332, 358-361,

374-376Acteón: 380, 434-435Adonis: 300, 306Adrasto: 467-472Aérope: 422, 424-425, 427Afrodita: 100-102, 125,

129, 162-166, 219-222,248, 300-306, 328, 382,436, 461

Ágave: 197-198, 208, 213-214

Agénor: 195, 224, 227,318-319

Agrio: 218Alcátoo: 417Alcioneo: 216-217Alectrión: 165-166Amaltea: 111Amazonas: 281-284, 353Aminias: 131

Androgeo: 245, 251-252Andrómeda: 369-373Anfiarao: 470-472, 475,

483-484Anfión: 391, 400-407Anfitrite: 156-157, 261Anquíone: 319Antígona: 447, 450, 457,

459, 474, 487-493Antíope: 389-393, 399-403Apolo: 169-170, 174-183,

186-192, 196, 214, 218,219, 229, 249, 252, 262-264, 356-357, 378-379,381, 407, 409-411, 441,461, 468

Aracne: 262-265Ares: 159, 164-166, 219,

383, 478Argía: 470Argos (gigante): 313-314Ariadna: 261-262, 265-271

ÍNDICE ONOMÁSTICO

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Aristeo: 142-143Aristeo (rey): 378-381Aristómaco: 476Ártemis: 173, 184, 218,

219, 292, 294, 300, 304,380, 407, 434

Asco: 218Asterión: 233-235Atalanta: 477Atenea: 126-127, 159-160,

172, 196, 216-217, 230-232, 247, 262-265, 280,367-368, 373, 374, 433-434, 483-484

Atlas: 108, 114, 117, 183Atreo: 417, 421-432Autónoe: 197, 213, 378,

380Bato: 187Belerofonte: 340, 349-357Belo: 318-319Biante: 334-338Bóreas: 107, 175, 182Cadmo: 195-196, 198,

208, 210, 214, 224, 227-232, 319, 378-381, 393,433, 434, 436

Calcíope: 248Caos: 90-91Capaneo: 477, 480-481Cariclo: 433-434Caronte 145Casiopea: 369-373Céfalo: 383-386Cefeo: 369-373Celeo: 137-139, 151Cerbero: 146, 351Cerción: 256Ceto 94-95Cibeles 110, 113, 202cíclopes: 97, 115-117, 333Cílix: 224, 228, 319Cíniras: 301-302Circe: 106Cirene: 378-379Clímene: 104, 107, 167,

274

Clitio: 218Cócalo: 278-279Creonte: 433, 444, 450,

459, 463, 465, 474, 482,485, 487-491

Crisipo: 417-421, 432Cronos: 98-99, 102, 104,

108-117curetes: 111Dafne: 409-411Damástor: 218Dánae: 358-366, 374, 375danaides:319, 322, 323,

325-327, 343Dánao: 309, 319-328, 329,

343Dédalo: 239-242, 243-244,

246, 254, 266, 273, 277-279

Deípile: 470Delíades: 348Deméter: 109, 113, 124,

129, 134-140, 150-151,172, 214, 344

Demofonte: 137-138, 151Deucalión: 167-169, 195Deyoneo: 345Dictis: 362-364, 373-374Dike: 128Diónisos: 200-214, 218,

219, 271, 294, 354-356,378, 382, 436, 461

Dirce: 392, 393, 402-404Dóride: 104Dríope: 192-193Eco: 131-132Edipo: 438-467, 469, 485Eetes: 106Efialtes: 218Egeo: 246, 247-252, 254,

257-259, 272-273Egina: 340Egipto: 319-322, 324, 329Egisto: 430-432Encédalo: 216Eneo: 469Énfito: 218562

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Enómao: 366, 408, 412-415

Eolo: 340Eos: 106, 107, 382-384Épafo: 318Epimeteo: 108, 119, 123-

124Epopeo: 391Equidna: 95, 351Equíon: 218Eribea: 260Erifila: 471-472Erinias: 99, 110, 345Eris: 93Eros: 91, 102Escirón: 256Esfinge: 351, 444-446,

448, 450, 451, 468Esmirna: 301-302Estenebea: 331-333, 339,

349-351Estigia: 105, 114, 117, 199,

275Etéocles: 447, 450, 459,

463, 473-475, 477, 484-486, 489

Etéoclo: 476, 481-482Etra: 249, 250, 254-255Eurídice: 142-149Eurídice (hija de

Lacedemón): 330Eurímede: 347Eurínome: 105, 129, 160-

161Euristeo: 421Euritión: 287Éurito: 218Europa: 224-228, 232-234,

319Faetón: 107, 274-277Fedra: 261, 265, 291-300Fénix: 224, 228, 319Fénix (ave): 315-317Fílaco: 335-337Fílira: 104Filomela: 394-399Filónoe: 354

Forcis: 94-95Foroneo: 310Gea: 91, 93-94, 96-99,

110, 112, 115, 126, 214,218

Gelánor: 309-310, 321-323Gigantes: 99, 215-218Glauco: 347Gorgonas: 95, 366-368Gracias: 129, 166, 196,

305, 311 Gratión: 218Grayas: 95, 367-368Hades: 109, 113, 115-116,

118, 125, 130, 134-135,140-141, 146-148, 151,192, 238, 290, 341

Harmonía: 166, 196, 232,471

Harpías: 105Hécate: 108, 218hecatonquiros: 96, 115-

117Hefesto: 160-166, 196,

218, 219, 234helíades: 107, 277Helios: 106, 114, 125, 135,

165, 274-277Hemón: 459, 490-493Hera: 109, 113, 125, 157-

162, 170-172, 181, 185,198-201, 217, 219, 227,263, 308, 310, 312-317,346, 387-388, 436

Hermes: 185-194, 201,218, 219, 401, 415, 416,436

Hespérides: 108, 158-159Hestía: 109, 113, 124hiperbóreos: 175-176, 355Hiperión: 97, 106, 114Hipermestra: 326-328Hipodamía (lapita): 286-

289Hipodamía (hija de Enó-

mao): 366, 408, 411-417, 420 563

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Page 565: Musa Celeste I - Taboada, Jesús

Hipólita: 281-283Hipólito: 283, 291-300,

304Hipólito (gigante): 218Hipomedonte: 476, 479Hipónoo: 477Ismario: 479Horas: 128Ícaro: 240, 241, 266, 273-

274, 277-278Ifianasa: 333Ificlo: 336-337Ifínoe: 333Ilitía: 172-173Ínaco: 310, 311Ino: 197, 198, 213Ío: 310-314, 316- 317Iris: 105, 117, 172Ismene: 447, 450, 458,

488-490Itis: 394, 398Ixión: 285, 345-346Jacinto: 181-182Jápeto: 97, 108, 114Lábdaco: 377, 387-388,

389, 393-394, 402, 405,417, 432, 433, 436

Lacedemón: 330Lamia: 387-388Layo: 405, 417-420, 432,

437-438, 444, 448-449,450-457

Leto: 107, 170-173Lico: 391-393, 399, 402-

404, 405, 417Licurgo: 207-208Linceo: 326-328Lisipe: 333Marsias: 262-264, 357Maya: 183, 185-190Medusa: 95, 366-368, 372,

374Megapentes: 333, 376Megareo: 481-482Melampo: 334-338, 467Melanipo: 483-484Meneceo: 433

Meneceo (hijo de Creon-te): 474

Menecio: 108, 114Mérope (mujer de Sísifo):

341Mérope: 439-440, 454Meta: 248Metanira: 137-139Metis: 104, 112, 125-126Midas: 354-357Mimante: 218Minos: 233, 235-239, 241,

244-246, 251, 252-254, 259,261, 273, 278-279, 422

Minotauro: 246, 253, 259,261, 268, 273

Mirtilo: 413-416Mnemósine: 97, 152Moiras 92, 218Musas: 89, 149, 152-154,

177-178Narciso: 130-133Nectis: 377Neleo: 335-337Némesis 92-93, 132Nereo 94, 105Nicteis: 382, 387, 393Nicteo: 388-390Níobe: 343, 405-407, 419Noche 91-93Óbrimo: 218Océano 97, 103, 114, 160Orfeo: 141-150Orión: 183-184Oromedonte: 218Palante: 216Pan: 194-195, 219-222,

356-357Pandión: 394Pandora: 123-124, 167Partenopeo: 477, 482Pasífae: 106, 238, 242-245,

253Pegaso: 351, 352, 353, 358Pelias: 348Pélope: 343, 405, 407-408,

411-418, 420-421, 432, 437564

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Pelopia: 426, 428-431Peloro: 218Peneo: 379, 410Penteo: 208-213, 378, 381-

382, 433, 436Pérdix: 240-241Periclímeno: 483, 484Perifetes: 256Pero: 335-337Perséfone: 129, 130, 134-

135, 140-141, 150-151,289, 303

Perseo: 361-368, 371-376,421

Pirítoo: 285-291, 345Pirra: 167-169, 195Piteo: 249-250, 255, 283,

417Pitón: 178-179pléyades: 108, 183-184Pólibo: 439-440, 454Polibotes: 217Polidectes: 362-363, 373-

374Polidoro: 197, 377, 382,

387, 393Polifontes: 480Polinices: 447, 450, 459,

463, 469-471, 477, 484-487

Ponto: 93-94Porfirión: 217Poseidón: 109, 113, 116-

117, 118, 124, 125, 154-157, 217, 236, 238, 242,243, 245, 247, 261, 268,291, 299, 318, 347, 351,370-371, 407, 461

Preto: 328-334, 337-339,349-351, 358

Príapo: 206Procne: 394-399Procris: 383-386Procrustes: 256Prometeo: 108, 114, 118-

124, 126, 167-168Quimera: 351-352

Quirón: 104, 379Radamantis: 233, 235-238Rea: 97, 102, 108-110,

112-113, 172, 202Reto: 218Sarpedón: 233, 235-238sátiros: 206, 271Selene: 107Semele: 197-200, 208, 214Sileno; 206, 354-355Sinis: 255-256Sísifo: 340-343, 346Tálao: 467Talos: 234Tántalo: 343-345, 406, 407Tánatos 92, 340-341Telefasa: 195, 224, 227-

229Telégono: 317Temis: 97, 127, 155, 172,

174Teodamante: 218Tereo: 394-399Teseo: 254-261, 267-270,

273, 279-294, 298-300,461, 464-466

Tesproto: 426, 429Tetis (titánide): 98, 103,

105Tetis (nereida): 154-155,

160-161Teutámides: 375Tideo: 469-470, 473, 475,

483-484Tiestes: 417, 421-432Tifón: 219-222, 351Tindáreo: 432Tiresias: 433-437, 448,

451, 453, 474, 492Toante: 218Triptólemo: 151Urano: 93, 96-102, 110Yambe: 138Yóbates: 331-333, 350-

351, 353-354Yocasta: 433, 437-438, 446,

447, 449-452, 455, 457 565

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Zéfiro: 107Zeto: 391, 400-405Zeus: 110-118, 119, 120-124,

125, 126, 127, 129, 130,133, 135, 140, 150, 152,154-156, 157-159, 162,166, 167-169, 170, 174,181, 184, 185, 190, 192,

194, 196, 197-200, 214,215, 217, 218, 220-222,224, 227, 232-234, 277,302, 303, 310, 311-314,317, 322, 340, 343, 344,346, 358, 360, 367, 373,387-388, 390, 391, 399,423, 435-436, 481, 484

566

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