n o s d . m a n u e l r o s d e m e ; por la gracia de...

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NOS D. M ANUEL ROS DEME; POR LA GRACIA DE DIOS Y DE SEDE APOSTÓLICA, OBISPO DE TORTO§^ DEL CONSEJO DE S. M. & C . A nuestros amados Diocesanos , salud y bendU don. Bendito sea Dios Padre de nuestro Señor Je- sucristo , Padre de las misericordias, y Dios de toda consolacion, que se dignó consolarnos con las demostraciones de la piedad y la fe que reyna en vuestras almas , y que os excitó á tributar un homenage puro y sencillo á la Re- ligión 5 recibiéndonos como á Ministro suyo, aunque indigno , con una alegría, respeto y sumisión inexplicables. Teníamos algunas prue- bas de la constancia de vuestra piedad y vues- tra fe ; pero las que adquirimos visitando vues- tras Parroquias, superaron nuestras esperanzas; porque no nos prometíamos tan heroica for- taleza contra los ataques de la impiedad de los infames huéspedes que profanaron vuestros hogares. No obstante, es preciso confesar, qué las costumbres se resintieron algo con la in- moralidad y mal exemplo de nuestros tiranos, y con el libertinage que produce la gueri-a: y las obligaciones de nuestro, ministerio ríos precisan á trabajar en la extirpación de la ci- zaña que sembrò el hombre enemigo en el pre- 2

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N O S D . M A N U E L R O S D E M E ;

POR LA GRACIA DE DIOS Y DE

SEDE APO STÓ LICA, OBISPO DE T O R T O §^

DEL CONSEJO DE S. M. & C .

A nuestros amados Diocesanos, salud y bendU don.

B e n d ito sea Dios Padre de nuestro Señor Je­sucristo , Padre de las m isericordias, y Dios de toda consolacion, que se dignó consolarnos con las demostraciones de la piedad y la fe que reyna en vuestras almas , y que os excitó á trib u tar un homenage puro y sencillo á la R e ­ligión 5 recibiéndonos como á M inistro suyo, aunque indigno , con una a le g ría , respeto y sumisión inexplicables. Teníamos algunas prue­bas de la constancia de vuestra piedad y vues­tra fe ; pero las que adquirim os visitando vues­tras P arroq u ias, superaron nuestras esperanzas; porque no nos prometíamos tan heroica for­taleza contra los ataques de la im piedad de los infames huéspedes que profanaron vuestros hogares. N o obstante, es preciso confesar, qué las costumbres se resintieron algo con la in­m oralidad y m al exem plo de nuestros tiranos, y con el libertinage que produce la gueri-a: y las obligaciones de nuestro, m inisterio ríos precisan á trabajar en la extirpación de la ci­zaña que sembrò el hom bre enemigo en el pre-

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cioso cam po de nuestra Diócesis.Si nos contentáramos con alabar lo bueno

que hallam os, disim ulando lo m alo , os enga­ñaríamos ( i ) ; pero os amamos dem asiado, p a­ra que intentáram os seducii’o s , tem iendo vues­tro desagrado. P or lo mismo que deseamos con­servar vuestra benevolencia , nos proponemos reprender los vicios que entre vosotros hemos observado; p o rq u e , según nos advierte el Es­p ír itu Santo n el que dice a l impío que es bue­no , atraerá sobre s í la maldición de los P ue­blos 5 y recaerán sus bendiciones sobre el que re- prehende su im p i e d a d (2). N o os gloriéis, ama­dos h ijos, de vuestra f e , si no la vivificáis con vuestras obras ( 3 ) ; porque solo nos salva la fe quando la anim a l a caridad (4) excitando a l q ue la tiene a l cum plim iento de ios preceptos de Dios y de la Santa Iglesia ( 5 ) , y al cum ­plim iento de las obligaciones propias de su es­tado.

Tan buena y necesaria es la f e , que sin ella no podéis agradar á Dios (6) ni justifica­ros (7) ; pero si vuestras obras son contrarias á vuestra f e , sereis abom inables á D ios, y ju z ­gados mas duram ente q ue los infieles (8). N o

( i) Isai. cap. 3. V . 12.(а) P ro ver. cap. 24. v. 24. y 25.(3) E p . Jacob, cap. t . v. ao.(4) Paul, ad G alat. cap. 5 . v. <J.(5) Concil. T rid . ses. 6. can. 20.(б) E pist. ad He.br. cap. 11 . v. 6.{?) Conc. T rid . ses. 6. cap. 7 . et D . Augusf. serm. 38. cap. 3.(8) F.pist. ad T it. cap. i . v . 16. et D . Crísost. tom. i . H o-

m ll. 18. ía cap. 3. G enes, coium. X04.

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os escrib im os, amados h ijo s, para confudiros,sino para exhortaros con el cariño y au tori­dad de Padre , á q u e , detestando toda espe­cie de im piedad que os im pela á preferir las criaturas al C riador , y renunciando todos los apetitos secu lare s , viváis en este m undo con sobriedad en vuestros d eseos, en justicia con vuestros p ró g im o s, y con piedad respeto de Dios ( i) .

Si vivierais sòbriam en te, desaparecerían de vuestras poblaciones las inm undicias de la in-« continencia , que tanto las afean , convirtién­dolas en fétidos albañales de la lu xu ria . L a obscenidad de algunos de vosotros no respeta los sagrados vínculos del m atrim o n io , n i las mas íntim as alianzas de la carne y de la san­gre. N o solo son malas las o b ra s , sino tam ­bién las palabras de los mismos ; pues aun las conversaciones mas indiferentes las entretexe su im pudencia con expresiones im portunas y obs­cenas , q ue ofjínden los oidos castos. Su libian- dad no solo los hace abom inables á Dios por las acciones p ro p ia s , sino por los pecados age- nos , porque es una infam e le v a d u ra , que cor­rom pe hasta la masa mas inocente ; pues los n iños, sin conocer su m a lic ia , repiten frecuen­tem ente las palabras obscenas que á cada pa­so vom itan estas inm undas bocas. Es preciso que sucedan escándalos en el m undo ; pero in­feliz el hom bre que los causa (a) ; su m al exem-

(i) E pist. ad T it. cap. a. v. iñ»(a) Match, cap. i8 . v. 7.

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pio prod ucirá la ruina de sus prdgímos ; pe­ro pagará con Ja pérdida eterna de su alm a las m uertes espirituales que haya causado ( i ) .

D e esta liviandad nace vuestra pasión por los b a y le s , que son el colm o de los vicios ; por­que , según dice San Am brosio , no hay una p izca de pudor en donde se l)ayla. N o es es­ta una exageración del celo de este Santo Pa­dre , sino una v e rd a d , de que estaban conven­cidos los mismos G entiles ; pues habiendo acu­sado Catón á M urena entre otros d elitos, de que habia baylado en el A s ia , no se atrevió Cicerón á d efen d erle , y para evadir la acusa­ción , se valió del efugio de contextar V) que ningún hombre sòbrio baylaba , sin perder el ju i- cio.̂ ̂ Si los G entiles juiciosos creían , que el b ayle era una locura ¿ q u é deberá pensar el Cristiano de una d iversió n 5 q u e , aun quando en sí no sea pecaminosa , rara vez dexa de pecar el que b a y la , exponiéndose m u y proba­blem ente á ofender á D ios? San^Carlos Borro- meo d ice , que casi nunca se celebran los b ay­les , y otras diversiones semejantes sin muchas y gravísimas ofensas de D io s, ya por los pen­samientos torpes que e x c ita n , y p or las pala­bras obscenas que en ellos se profieren ; ya por los m ovim ientos, acciones é ilusiones co- nexás con ellos ; ya finalm ente por las riñas, las d iscord ias, las m uertes , los estu p ro s, y adulterios, de que frecuentem ente son causa (2).

( i) E xod. cap. 21. V. a j .(a) C oacit. M edlol. 3. tit. z«

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P ara aum entar la m alicia de los b ay les, los celebráis com unm ente en los dias consagrados á Dios para darle gracias p or los beneficios, que os dispensa , ó por los males de q ue os lib ra ; y quando debíais ocuparos en m editar sobre las penas terribles del in fiern o, que me- receis por vuestras culpas , ó en im plorar la intercesión de M aría Santísima y de los Santos, para que os ayudaran á conseguir la gracia de vuestra conversión , y el arrepentim iento de los p ecad o s, con que habéis provocado el justo enojo d el Cielo , gastais las tardes de los dias festivos en m u ltip licar vuestras culpas en el bayle.

D e c ís , que hay tiem po para to d o , y que b a y la is , despnes de haber asistido a l Rosario y otras devociones , que suelen celebi'arse en vuestras Parroquias; es así com unm ente , y ala­bamos vuestra devocion ; pero ¿ cómo podre­mos a la b a r , que salgais de la Iglesia para ir al b ayle ? Pensando en esta diversión ¿ podréis persuadir á nadie , que oráis devotam ente , ó sin distracciones volun tarias? Si mientras asis­tís con los demás fieles á los exercicios espiri­tuales , estáis deseando que se concluyan para co n cu rrir á donde , quando menos , os expo­néis á ofender á D io s , que os manda h u ir de todas las ocasiones de o fen d erle , vuestra ora- cion sera exécrable ; porque no oye Dios á los que desatienden sus mandatos ( i ) . San Basilio

( i) P rover. cap. a8. v» 9»

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d ic e , que el que ora dexando en libertad su im agin ación , para vagar acá y a lia , no con­seguirá lo que pide , é irritará mas á Dios con su oracion ( i) .

Alegáis la costum bre de los Pueblos para cohonestar la profanación de los dias festivos con los b ay les; pero por antigua é inm em orial q u e sea , no puede hacer lícito , quanto sea contrario á las buenas costum bres (2) ; y es inegable que contribuyen m ucho para corrom - l^erias los bayles. Y a en el siglo sexto era an­tiguo el abuso de celebrar las festividades de los Santos con bayles y cantinelas ; y no obs­tante 5 los Padres del Concilio tercero de T o ­ledo le llam an costumbre irreligiosa'^ y prohi­biéndola , m andan , que los Sacerdotes y los Jueces la exterm inen (3). E n el D ecreto de G raciano se renueva la misma prohibición (4); y el tercero de M ilán d ic e , que es un Sem i­nario de pecados (5). U na costum bre tan p er­ju d icia l á las almas no puede cohonestarse con su antigüedad , y el m al uso debe ceder á la le y y á la razón (6).

E l tercer m andam iento de la L e y de Dios nos manda santificar las fiestas ; y el prim ero de los de la Santa Iglesia prescribe el modo de practicarlo , mandando o ir misa e n te ra , y

( i) Serm. de Instit. ad V it . perf. et de O rando Deum.(а) Can. 4. dist. 10.(3) Conc. Tület. an. 589. can.(4) C an. a. de consecr. dist. 3.(5) T ir. _r.(б) S. Isidor. de Synoii. llb . a., cap. i6 .

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abstenerse de trabajar en los días festivos, no dispensados. E n la ley antigua era condenado á ser m uerto á p ed rad as, el q ue trabajaba en estos d ia s , cu ya pena se executaba irrem isi­blem ente ( i ) ; y quántos de vosotros hubierais m uerto apedreados , si la suavidad de la L e y de .Jesucristo no hubiera derogado aquella pena. Dios os dexa los seis dias de la semana , para ad qu irir en ellos lo preciso para el alim ento del cuerpo ; y debiendo ser el ciüdado p rin ­cipal d el Cristiano el de santificar su a lm a , son muchísimos los que enteram ente se olvidan de em plear en su santificación el dia séptim o; y según observa San Juan Crisòstomo , parece que destinan este dia para m u ltip licar sus de­litos (2).

P or desgracia es m u y general e l.ab u so de gastar el día de fiesta en la c a z a , en el ju e ­go , en las tab ern as, en com ilonas, y en otros excesos, que no sirven mas q ue para m u ltip li­car pecados , y aum entar su gravedad ; pues, aunque no siem pre se m u ltip liq ue el núm ero, crece siem pre su m alic ia , com etiéndolos en unos d ia s , destinados para arrepentirse de los com e- tidos (3) y alcanzar con la oracion y otras obras de piedad la gracia necesaria para con­fesarlos , y dolerse de ellos. E s c ie r to , que com unm ente no se dexa de o ir M isa; pero se

( i) Numer. cap. r^. v . 35.(a) Tom. a. conclon. r. dé L ázaro ̂ coliim. i . i , 57. A .(3) Synod. L íngon. relata á Bochello , fol. et D . A nto­

n ia . part. 2. tlt. -9. a. 3.

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buáca la del Sacei*dote, que tiene la desgracia de decirla mas ligera : si se ven precisados a o ir la P a n ’o q u ia l, están desazonados é inquie­tos , m ientras que no se concluye ; P or mas que necesiten de instruirse en el catecism o, y oír las exhortaciones del P á rro c o , h uyen siempre que pueden de estos útiles y santos exercicios: tienen por malgastada media h o ra , que podrá d u rar la predicación , los mismos , que m al­gastan horas y dias enteros , m urm urando del G o b iern o , y quitando la honra á sus vecinos.

Parece que m achos m iran con horror la Iglesia , pues si no está pronta la M isa , se de­tienen á la p u e rta , chupando c ig a rro s , dicien­do dicharachos á las mugeres que entran , é inquietando con las voces de su conversación á los que están orando dentro. Sale el Sacer­dote para el A l t a r , y entran corriendo y atro­pellándolo to d o , por coger un asiento. G ran ­des y ch ic o s , mozos y viejos oyen la Misa sen­tados , y son pocos los que tienen la atención de arrod illarse , para saludar al Santísimo Sa­cram ento antes de sentarse : acaso aun no es ■esto lo peor ; pues la m ayor parte está senta­da con tanta indecencia , como si estuvieran tendidos en los escalios de sus cocinas.

Am ados hijos , de este modo no santificáis debidam ente las fiestas , n i dais pruebas de vuestra fe. Si no observáramos mas que esto en vuestra co n d u cta , pensaríamos que no creíais, q ue Dios habita en vuestras Iglesias. N o du­damos de vuestra f e , pero la irreverencia y

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falta de respeto , que se nòta en vuestros Tem ­plos , no es conform e á ella. Los vemos afea­dos con tantos bancazos , que mas que Casas de -Dios , parecen almacenes de maderos. E n las salas de las audiencias de los Reyes no se perm iten asientos , y parece que siendo las Iglesias lugares, en q ue habita el R e y Suprem o, y despacha las súplicas de los fie les, es falta de respeto y de reverencia tenerlos.

Salomon hincaba ambas rodillas en el suelo, quando oraba en el Tem plo ( i ) ; y San P a­b lo decía á los Cristianos de Efeso , que se a rro d illa b a , para orar por ellos a l Padre de nuestro Señor Jesucristo (2). N in gun o de vo­sotros dexaria de arrodillarse delante de nues­tro amado M on ai'ca , si tuviera alguna supli­ca que hacerle , ¿ y con quanta mas razón debemos trib u tar este homenage a l R e y de los R e y e s , q ue se digna habitar en nuestras Igle­sias? Todos somos siervos de aquel S e ñ o r,a n te quien deben hincar las rodillas los habitado­res del c ie lo , de la tierra y del infierno (3): somos delincuentes , y necesitamos im plorar la clem encia del que está constituido por Dios Juez de los vivos y los m uertos (4) : somos miserables , y acudimos á el que es rico en m isericordias (5) : somos pobres , y pedimos á aquel Señor , q ue puede enriquecernos su-

( i) R cg . 15b. 3. cap. 3. v . 54.(a) E p ist. ad Ephes. cap. 3. v. 14.Í3) E p . ad r liilip . c a p ..a . V . 10.(4) A ct. Apüst. cap. 1 0 . V . 42..(5) E pist. ad Ephes. cap. a. v . 4.

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hitam ente ( i ) : siendo tanta nuestra indigencia, y siendo las Iglesias unos lu gares, en donde habita Dios , y en donde mas especialmente tiene ofrecido o ir las súplicas que le presen­ten los fieies (2) parece que os exponeis á que se piense que no creeis , que está Jesu­cristo en vuestros T e m p lo s , <5 que no teneis necesidad de que rem edie vuestras miserias; pues le negáis las señales de sumisión y respeto, que tributáis á los hombres , de quienes es­peráis algún remedio.

Bien sabemos , q ue Dios es im espíritu, que quiere ser adorado en espíritu y verdad (3); pero tam bién quiere que con la postura ex­terior manifestemos el a m o r , con que adora y reverencia nuestra alm a á su Dios , y su C riador. N uestro cuerpo y nuestra alm a son obras de Dios ; y una y otro deben trib utarle e l homenage de su respeto , y su adoracion. Quando el alm a está poseida de algún afecto, lo manifiesta con demostraciones exteriores, y no parece , q ue deba ser m ucha la devocion de quien no estando enferm o ó im ped id o, adora á D io s, y le pide algim favo r sentado. D avid decia que su corazon y su carne saltaban de a leg ría , p or acercarse á Dios vivo (4 ); de don­de infiere Santo Tomás , que no solo debe ser adorado y reverenciado Dios con actos interio-

( i) E ccles. cap. ! i . v . £3.(a) P aralip . lib . 2. cap. 7 . v. 13«(3) Joann. cap. 4 . v . 24.(4) Psalm. 83.

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re s , sino tam bién con actos exteriores ( i ) . E l Santo C oncilio de Trento d ic e , que la Iglesia como piadosa M adre instituyó ciertos ritos y cerem onias, para q u e por m edio de estos ad­m inículos visibles y exteriores pueda con mas facilidad elevarse el entendim iento d el hom bre á la contem plación de los altísimos misterios, q ue en sí encierra el augusto y Santo Sacri­ficio de la M isa (2). P arece pues que asistir á él sentado, quien no está legítim am ente im ­pedido , es asistir con una actitud poco deco­rosa á la M agestad de Jesu cristo , que se ofrece a l E terno Padre en sacrificio de adoracion y reconocim iento de su suprem o poder ; de pro­piciación por nuestros pecados; en acción de g ra cia s , por los bienes q ue nos dispensa , y de los males de q ue nos lib r a ; y para conse­gu ir nuevos beneficios. Parece tam bién im pro­p io y repugnante á la condicion de quien su­p lica , ped ir favores sentado ante aquel Señor, que es libre para conceder ó negar lo que se le pide.

O tro de los delitos que perturban la tran­q u ilid ad de nuestros D iocesanos, y que afligen á todos los buenos es el robo , tan frecuente, q ue todos se la m en ta n , que no pueden hacer el mas corto viage sin el tem or de verse asal­tados por los ladrones , y de que no tienen cosa segura en los cam pos, ni en las casas; pero

( i) 2. 2. q. 8 r. art. (a) Ses. a s . cap. 5.

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ninguno reflexiona, que esta infelicidad en gran parte la causan los bayles : de ellos nacen los amoríos ; de estos la ociosidad ; y de esta la pobreza , la q u e , agregada á un corazon corrom­pido , estim ula al ocioso á r o b a r , para soste­ner sus vicios. Acaso muchos de los que se lam entan de este m a l, son causa de que Dios lo perm ita , para castigar con él los robos, que cometen ellos m ism os, defraudando á su D ivina M agestad los diezmos , que quiso le pagaran en reconocim iento de su supremo do­m inio sobre la t ie r r a , y quantos habitan en e lla ( i ) . Con esta renta m antiene los M inis­tros dedicados á su cu lto , del mismo modo, q ue en la le y antigua m antenía á los Sacer­dotes y L evitas (2) ; y defraudar de ellos á los legítim os perceptores es un sacrilegio. Así lo manifestó Dios á los jud íos , quexándose porque le afiigian , roba'ndole los diezmos y las p rim ic ia s , y am enazándoles con el ham bre en pena de este delito (3). Sentimos tener que hablaros de este a su n to , porque no nos digáis como soléis, que predicam os para el saco ; pero como con estos robos perdéis vuestras almas, no nos es lícito disim ularlos ; porque nos ha de pedir Dios estrecha cuenta de las omisiones que hayamos tenido en cu id ar de su santifi­cación. Adem ás de que no debemos tem er vues­tra censura ; pues aunque buscáramos vuestras

(1) Psal. 13.(a) Numer. cap. i8 .(3) M alach. cap. 3. v . 8. e í p.

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cosas 5 no podéis ignorar , que las buscamos para vosotros mismos.

A u n nos resta que hablar de otra especie de rob os, que afean nuestra D iócesis, y que arruinan á muchos pobres labradores. Si D avid se lam entaba , de q u e era inseparable de las plazas de Judea el dolo y la usura ¿con quánta mas razón deberemos lam entarnos de contar entre nuestros Diocesanos tantos usureros, mas tiranos que los ju d ío s ? Los Romanos tenian por mas crim inales que á los ladrones á los usureros ; pues condenaban á estos á restituir el q uadruplo , y solo condenaban á aquellos á la restitución d el duplo. San G regorio N i- seno dice , que no errará m u c h o , quien lla ­m e al usurero ladrón , y parricid a ( i ) ; y San Am brosio dice : r)si quieres exigir usuras, exígelas del en em igo, á quien perm ite el dere­cho de guerra que le quites la vida ; porque exigir u su ra s, es vengarse de un enem igo sin necesidad de espada (2).” Son pues los usure­ros, según la opinion de dichos Santos, ladro­nes , asesinos y parricidas.

L as Santas Escrituras en el nuevo y viejo Testam ento condenan las usuras. E l E vangelio m an da, q ue demos en m utuo sin esperar re­tribución alguna (3). San P ablo y Santiago exhortan á los cristianos á socorrerse m utua­mente 5 sin esperar mas recom pensa, que la

( i) Homil. 4. in Eccies.(a) Can. la . q. 4. caus. 14*(3) Lue. cap. 6. V . 35.

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ufelicid ad eterna ( i ) . Com o eran tan propensos á las usuras los judíos , son innum erables las veces q ue se prohíben en el antiguo Testa­m ento , y se les exhorta á abstenerse de ellas, proponiéndoles varias recompensas (2).

L os Sagrados Cánones prohiben prom over al C lericato á los usureros; m andan que no sean adm itidas sus obligaciones ; les niegan la sepul­tu ra eclesiástica ; y los excom ulgan (3). Las L eyes de España anulan los contratos usura­rios (4) ; declaran infames á los usureros (5): los condenan á perder lo que hayan dado á u su ra s , y otro tanto mas ; y ordenan que para justificar este d e lito , baste la prueba de dos testigos singulares (6).

Con solo la razón natu ral se conoce que es una injusticia exig ir prem io por una cosa que se consume con el uso; y que se presta al pró­xim o 5 para q u e consum iéndola rem edie su ne­cesidad , con la obligación de vo lver otro tanto del mismo género. E n estos términos el m utuo es una verdadera lim osn a, á q ue nos exhorta el E van gelio (7) ; porque si alguno q ue no ne­cesita de una fanega de tr ig o , la presta á un pobre la b rad o r, para sem brar im a h ered ad, ó para m antener su fa m ilia , aunque se la cobre

(r) E pist. I . ad C o rín í. cap. i6 , e t Jacob, cap. a.(а) L ev . cap. v. 36, E zech. cap. 18. v. 17. Psalm . 14. v . 5.(3) Concil. A gath. can. 6^. Rom an. 4. Lnteran. 3.(4) L . 1. tit. 22. lib.' 12. de la N ovis. Recop.(5) L . i .t i t . 6. p a r t .7 . L . 4. tit. aa. lib . 12 .d e la N ovis. Recop.(б) L . 2. tit. 22. lib . 12. N avis. R ecop.(f) Lue. cap. 6. V . 35.

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al tiem po de la cosech a, ó en q n alq n ier otro en que el deudor q uiera volvérsela , le hace un grande beneficio. Este contrato tan benéfico en su o rig en , le convirtió la avaricia en un abo­m inable la tro cin io , que en vez de rem ediar la m iseria del p o b r e , le arruina ; pues siéndole d ifícil pagar lo mismo que se le p restó , le exi­ge el usurero u n d ie z , v e in te , treinta ó setenta por ciento sobre el va lor de la deuda. Así es, que según dice T á c ito , la usura sufocaba en Rom a las a rte s , y excitaba las sediciones ( i) ; y nuestras L ey es dicen que arruina la tierra en donde se usa (2).

Los mismos u su re ro s, con no tener una p izca de v e rg ü en za , no quieren ser conocidos p or lo que son. San Juan Crisòstomo d ic e , que son fie ra s , aunque parecen hombres (3 ) ; y añade que son p eores, pues se sacian con la sangre de sus herm anos los p o b re s , lo que no hacen las fieras (4). A sí como todos aborrecen á las fieras carniceras , así tam bién concitan contra sí los usureros el odio universal : en me­dio de su aflicción los m aldicen los p o b re s , y el Señor que los crió , oirá sus deprecaciones (5).

L a usura siem pre anda acom pañada del do­lo y el fraude ; y así enmascaran los usureros sus usuras con el nom bre de otros contratos lícitos y honestos ; porque los in fe lice s , que

( i) A nna!. Ilb. 5.(a) L . I . tit. 22. l¡b. 12. de la NovJs. R ecop.(3) Tom. I . Hom. 23. in cap. 6. Genes. coJum. 146.(4) Tom. I . Hom ii. in Psalm. 123. colum. 5)^4.(5) Eccies. cap. 4. v . 6.

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desean salir de q uálq u ier modo de la miseria, que los a flig e , se acomodan á todo. Frecuente­m ente sucede en nuestra D iócesis, que un la­brador pierde una m uía , y necesitando de o tr a , para cu ya com pra no tiene dinero , acu­de a uno de los que trafican con e lla s , para que le haga la caridad de dársela a l fiad o: acce­de a la propuesta el traginero , y le da por ciento treinta ó ciento setenta libras una mu- la , cu yo justo precio no pasa de c ie n , ven­diéndole su caridad por el exceso de las trein­ta ó setenta libras del sobreprecio. N o se con­tenta el infam e vendedor con esta prim er usu- r a , y obliga a l com prador á q ue le asegure dicha cantidad sobre alguna posesion de igual ó m ayor v a lo r , pai’a lo que otorga una escri­tu ra de venta á carta de g ra cia , en la qual no se nom bra la m uía , sino que confiesa el fingido vendedor que tiene recibidas las ciento treinta ó ciento setenta lib ra s; y luego el pia­doso com prador arrienda la finca , aparente­m ente co m p rad a , por dos ó por un cahiz de trigo. Otros dan una m uía por un precio exor­bitante á un trag in ero , y lo aseguran con su respectiva hipoteca , y luego les ha de dar la m itad de lo que gane cu cada v ia g e : y otros com eten otros fraud es, que no es fácil referir.

F inalm ente h ay otros usureros no menos detestables, pero mas sinceros, que sin rebozo alguno prestan á un infeliz cien libras que ne­cesita, y mientras no las satisface, les paga seis barchiilas de trigo cada aiio. Sabemos que uno

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presto dos m il ochocientos ochenta reales el ano p asad o, con la obligación de regalarle para el tiem po de la cosecha una cantidad de frutos, que valió al menos ochocientos reales. Sabemos q ue otro en el año presente prestó algunos mi­les de reales, con la obligación de pagarle dia­riam ente un real por cada m il. Y no ignora­mos que h ay un pueblo en nuestra Diócesis, en que es com ún prestar á los tragineros con la ganancia de veinte y cinco p or ciento cada quatro meses.

Am ados hijos, no creáis que exageramos los latrocinios de estas insaciables é inm undas ar­pías ; son casos prácticos y frecuentes los indi­cados : no conocemos á los d elin cu en tes, pero conocemos los delitos : los publicam os no para confundir á los que los cometen , sino para convertirlos. Su castigo corresponde á los Jue­ces, á quienes imponen las leyes la obligación de perseguirlos ( i) . L a caridad debe tam bién excitar su celo para im pedir la ruina de m u­chos labradores y artesanos ; y la prueba de las usuras no es d if íc i l , pues bastan dos testi­gos fidedignos de hechos sin gu lares, para que se tenga por suficientem ente probado este de­lito (2).

N uestro m inisterio nos obliga á declam ar contra las u su ras, y hacer ver á los usureros el infeliz estado de su a lm a , mientras que no se convierten á Dios, confesando sus latrocinios,

(1) L . 5 . lif. 12 . lib . 12. de la NovJs. Recop.(2) L . 2. tlt. 22. lib . 12. de la Novls. Recop.

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y haciendo las restituciones que les indicará el Confesor. Sus r iq u ezas , injustamente ad q u iri­d as, no les aprovecharán en el dia de las ven­ganzas de D io s , cu ya justa ira vendrá súbita­m ente sobre ellos para confundirlos ( i) . A u n en esta vida serán infelices ; pues por mas que a d q u ie ra n , no los dexará dorm ir n i descansar su insaciable co d icia , excitando en su imagina­ción deseos inútiles y n o civo s, q ue los preci­pitarán en muchos d o lo re s , en la m u e rte , y en su perdición eterna (2).

Am ados hijos, por mas abom inables q ue os hagan vuestras u su ra s , no podemos desenten­dem os de la obligación que nos im pone nues­tro m inisterio ; y a l modo que por malo é in­corregible q ue sea un h ijo , no cesa el padre de trabajar para evitar su perdición , ya re­prendiéndole , ya afeándole sus v ic io s , ya fi­nalm ente dándole consejos saludables; así tam ­bién despues de haber afeado y reprendido vuestras u suras, os exhortamos á que adoptéis una negociación que os haga tem poral y espi- ritualm ente felices.

¿Q ueráis ser ricos y dichosos? pues distri­b u id liberalm ente vuestro dinero ; porque la verdad infalib le nos asegu ra , que el liberal, repartiendo sus b ien es, los m ultip lica ; y que quien roba los bienes ágenos, no saldrá jamás de la indigencia (3), N o h ay cosa mas aprecia-

( i) Eccles. cap. v . 9. et 10.(a) E pist. I. ad Tim ot. cap. 6. y. et(3) P rover. cap. 1 1. v . 2,4.

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b le que la buena opinlon : hoy se com placen los pueblos con vuestras desgracias ; y adop­tando la negociación insinuada, se gozarán con vuestra felicidad ( i ) : hoy sois aborrecidos de Dios y homicidas de los pobres (2 ) ; y entonces sereis justos é hijos del A ltísim o (3) : h oy ga- nais diez ó setenta por c ien to ; y entonces ga­nareis cien p o r cada uno (4 ): hoy están ex­puestas vuestras riquezas á ser ro b ad as; y en­tonces estarán libres de ladrones (5 ): finalmen­te hoy son contrarios á la ley de Dios vuestros contratos , y con ello os hacéis acreedores a l in fiern o ; y entonces serán justos y dignos de su gracia (6).

V e d , amados h ijos, si podéis desear nego­ciación mas ventajosa, y si debereis deteneros un instante en aceptarla. V u estra ocupacion fue la u su ra , pues continuad en el oficio según el p lan que e l E sp íritu Santo os p ro p o n e, dicien­do : el que se compadece del p o b re , da á Dios á usuras lo que gasta en socorrerle, j se obliga su D ivina M agestad á pagarle los réditos (7), Jesucristo dice en su E van gelio : E n verdad os d ig o , que lo que hiciereis á uno de estos mis hermanos pobres, me lo habréis hecho á mí (í>). Siendo Jesucristo el que por la mano de los

(1) P rover. cap. i i . v. ro.(а) E ccle í. capí 34. v . 44.(3) Luc. cap. 6. V . 35.(4) M atth. cap. 19. v. ap.(5) M atth. cap. 6. v. ao.(б) D . Crisost. tom; a. H om il. 15. in cap. 5 . Math.(7) P rover. cap. 19. v. 17.(8) M atth. cap. a ¿. v. 40.

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necesitados recibe quanto se les da para socor­rer su in d igen cia , os exhortamos con San Juan Crisòstomo á q ue m ultipliquéis estos contratos, para aum entar vuestras usuras ( i) .

Las calamidades piíblicas y p rivad as, con­siguientes á una guerra larga y c r u e l, y la es­terilidad de cosechas en nuestra Diócesis , os presentan un gran m ercado para inmensas ga­nancias. Apenas daréis un paso sin hallar co­misionados de Dios para tom ar en m utuo vues­tros caudales con el prem io de ciento por uno, y con una adehala tan preciosa, que ni la ha­bréis visto ig u a l , n i vuestros oidos habrán oí­do cosa semejante , ni vuestro entendim iento es capaz de calcular su va lo r (2). Estos réditos son tan seguros, que no tiene contingencia al­guna su cobranza ; porque el deudor es fiel á sus prom esas, y sus riquezas son inagotables.

Acaso no faltará alguno tan obcecado con su avaricia , y tan olvidado de su salvación, que díga : está bien que se nos ofrezcan tama­ñas recompensas en la vida futura ; pero que m ientras vive necesita aum entar sus caudales para m antenerse, m antener y establecer su fa­m ilia. Pero el santo Job responde que su he­rencia no la gozarán sus hijos ; q ue no tendrán pan que com er sus nietos ; y que n i aun su m uger llorará en su m uerte (3). L a palabra

(1) Tom . a. Homil. ¿ 7 . in cap. 17. Matth.(fi) Matth, cap. 19. t . 29. D . Crisost. tom. i . Homil. 3. in

cap. I . Genes, colum. 1 4 .

(3) Job cap. a f . v . 14. et 15.

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de Dios es in fa lib le , y antes faltarán los cielos y la t ie rra , que falte un ápice de su le y ( i ) . A sí pues el desalm ado, á quien no m uevan las recompensas eternas, no por eso deberá dexar de dar á Dios su dinero por la mano de los p o b res , si no ha perdido enteram ente la fe; pues aunque su obstinación le haga indigno de los premios eternos, no quedará defraudada su limosna de los tem porales; porque el E spíritu Santo asegura, q ue quien socorrra al pobre no padecerá indigencia (2). L o que se da al po­b re , lo acepta D io s, y su D ivin a M agestad ofre­ce á los lim osneros, que sus graneros se llena­rán abundantem ente, y que rebosará el vino en sus lagares (3). E n el E van gelio nos dice Jesucristo , que los que dexen lo que posean por conseguir el reyno de los Cielos , conse­guirán en este m undo m ucho mas q ue lo que d exaren , y en el otro la eterna vida (4).

E l R eal Profeta d e c ia : fu i jó v e n , y soy ya v ie jo , y no he visto al justo desam parado, ni á sus hijos mendigando el pan (5). E n el libro del Eclesiástico se amenaza á los pecadores, con que desaparecerá la herencia que dexaren á sus Sijos , y que vincularán en ellos su oprobio (6 ); y leemos en los P roverb ios, q ue será loa­da la memoria del ju s to , y que se corrom perá

( i) Luc. cap. 16. V . 17.(а) P rover. cap. s8. v . a^.(3) P rover. cap. 3. v . 9. et 10,(4) Luc. cap. 18. v . f lf . et 30,(5) Psal. 36. y . 35.(б) Eccles. cap. 4 1 . y . 9,

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el nom bre de los impíos ( i) . E n vista de unos testimonios tan claros é in fa lib le s , será insen­sato y enemigo de su fam ilia el que quiera exponerla á la m endiguéz y al o p ro b io , por seguir los estímulos de la avaricia , pudiendo asegurar su honor y subsistencia, com padecién­dose y socorriendo las necesidades de los pró­ximos.

N o os pedim os, amados h ijo s , que deis to­dos vuestros bienes á los p o b re s , n i que los socorráis con lo que os es absolutam ente pre­ciso para vuestra subsistencia y la de vuestra fam ilia , sino que los socorráis de modo que rem edieis ó aliviéis la m iseria del p o b re , sin que falte lo necesario á vuestros hijos (2). E l que tiene m u ch o , deberá dar m u ch o ; y el que tiene p o co , cum plirá dando poco (3 ), cada uno á proporción de sus facultades. A u n sin dar na­da , podéis hacer limosnas m u y agradables á Dios. N ecesita un labrador de una fanega de trigo para sem brar sus cam p o s, ó m antener su ca sa , y se ve precisado á vender una alha­ja que le hace fa lta , ó re cu rrir á un usurero que se la preste con u su ras; pues faltais á lo que Dios os m an da, si no se la prestáis por el tiem po que no os sea absolutam ente precisa. Prestándola, nada perdéis, y libráis al próxim o de su m iseria , y tal vez de su r u in a ; y sin dar n a d a , hacéis á Dios deudor de las usuras

( i) P ro ver. cap. lo . v. jf.(a) E pist. 2. ad Corint. cap. 8. t . 13.(3) Tobiae cap. 4. v. 9.

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que tiene prom etidas á los que socorren á los necesitados.

Todo hom bre de algún ju icio p ro cu ra , quan­do tiene proporcion , enviar sus caudales al pueblo en que debe establecerse para pasar el resto de su vida. Todos en este m undo somos peregrinos; porque nuestra Patria es el Cielo, en donde debemos v iv ir eternam ente, y a llá debemos depositar quantos caudales nos sea p o ­sible , para que nos adm itan en los eternos ta­bernáculos ( i ) . Pero preguntareis , ¿ y cómo podremos hacer este depósito? Oídselo á San Pedro Crisólogo: w E l tesoro del Cielo es la ma­no del pobre ; quanto re c ib e , lo coloca en el C ie lo , para que no perezca en la tierra : la mano del pobre es el gazofilacio de C risto , que acepta quanto el pobre recibe. H om b re, da a l pobre tierra , y recibirás C ie lo ; dale d in e ro , y cobrarás un reyno : lo que des al pobre será un socorro para ti ; lo que des al p o b r e , lo poseerás tií ; lo que no le dieres, lo poseerá otro. C lam a,D ios pidiéndonos m isericordia; y quien le niega lo que nos p id e , quiere tam bién que le niegue Dios su m isericordia. H om b re, no te pide Dios para s í , sino para t i : te pide la mi­sericordia h um ana, para concederte la divina: h ay en el C ielo una m isericordia, que se ad­quiere con la del mundo. Tienes que defender tu causa en el ju icio de D io s, y si deseas obte­ner sentencia fa v o ra b le , debes tom ar p or abo-

( i) Lue. cap. 16. V. 9.

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gada la m isericordia : el que consiga su patro­cinio , esté cierto del p e rd ó n , no dude que se­rá absuelto. N o solo previene la ca u sa , sino q u e preocupa el favor del Juez ; y aun consi­gue que se revoque la sentencia , y que se absuelva á los que estaban declarados reos:::: H o m b re , da al p o b re , y fixa- en Dios tu con­fianza ; porque ¿cóm o ha de negar un padre la deuda á su h ered ero , ni Dios lo que debe a l hom bre? ¿Cóm o ha de retener lo que es tu ­y o , el que te dió quanto tenia? ¿N ecesitará de las cosas terrenas, quien nos da las divinas? ¿Acaso necesitará de nuestras cosas, quien nos hizo herederos de las su yas?”

Jesucristo nos asegura , que e s . mas fácil que entre un cam ello por el ojo de una aguja, que un rico en el reyno de los Cielos ( i) . D ura os parecerá esta sen ten cia , pero es cier- tísima ; porque el am or de las riquezas hace que caygan en la tentación los r ic o s , los en­reda en los lazos que les arm a el d ia b lo , ex­cita en ellos m il deseos inútiles y nocivos, que los precipitan en la m u erte , y en su perdición eterna (s). San Juan Crisòstomo d ic e , que el alma del rico está llena de todos los males; porque en ella tiene su asiento la arrogancia, la vanagloria, la concupiscencia, la ir a , el fu­r o r , la a v a ric ia , la in ju stic ia , y todos los v i­cios (3). Produciendo tan funestos efectos las

( i) Matth. cap. 19. v. 24.(1) Epist. ad Timoth. cap. 6. v, 9.(3) Homil. 13. in cap. 5 . A ctor. Apost. prope fin.

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riq u ezas, no es de m aravillar qué sea tan d i­fícil la salvación de los ricos. N o obstant,e, no son las riquezas las que por sí causan aquellos m ales, sino el abuso que com unm ente hacen los hombres de unos medios que Dios les pro­porciona para socorrer á los pobres, y hacerse eternam ente felices. P or el bien de los ricos, quiso Dios que hubiese pobres ; pues les serian inútiles é infructuosas sus riquezas para conse­g u ir su sa lv a ció n , si no tuvieran entre quie­nes repartirlas ( i) .

Para el socorro de los p o b res, da Dios sus bienes á los hombres ; y fa lta á una obligación de justicia el que no reparte á los pobres lo que le sobra despues de m antenerse, y mante­ner decentem ente su fam ilia. L os preceptos morales de la L e y antigua obligan á su obser­vancia á los C ristian os, como obligaban á los Judíos (2) , y en el Deuteronom io los obliga Dios íí dar limosna-; pues les d ice : ?^no falta­rán po])i’es en la tierra en que h ab ites, por lo que te mando que abras tu mano á tu herm a­no pobre y necesitado, que habite en e lla con­tigo (3)-” otro lu gar dice el E sp íritu Santo: rioye sin tristeza al p o b re , y págale su deuda” y si es una deuda la lim osn a, pagarla es una obligación de justicia , que reconoce todo el m undo ; pues con una ó con otra expresión atenta se disculpa el que no da limosna al po-

( t ) P. Crisost. tom. a. Homil. 4.6. in cap. a s . Matth. col. 934.(a) Danés íiiscit. Doctr. Crist. p. 3. cap. 8. q. 4.(3) Deuter. cap. i¿ . v . 11 .

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bre que se la pide. E n tre nosotros es com ún d ecirle : perdone^ hermano \ cu ya contestación á quien nos pide a lg o , es un verdadero recono­cim iento de la deuda. E n el E vangelio leemos que Jesucristo dirá á los réprobos: r>id m aldi­tos al fuego e te rn o , porque tuve h am b re, y no me disteis que com er ; tu ve s e d , y no me disteis que b e b e r; fu i p eregrin o , y no me hos­pedasteis ; estuve d esn u d o , y no me vestísteis; enferm o y encarcelado, y no me visitasteis ( i ) . ” E sta condenación de los réprobos demuestra, q ue la limosna es una obra de precepto.

Los Santos Padres reconocen como una obligación el socorrer á los pobres con lo que nos sobre de lo necesario para m antener nues­tra fam ilia con la decencia correspondiente al estado de cada uno. San Am brosio d ic e , que está convencido de que roba lo ageno el que retiene mas que lo necesario para sí (2). L o que es superfluo para el r ic o , es necesario pa­ra el p o b r e , y retiene lo ageno quien posee lo superfluo (3). Quando damos á los pobres lo que n ecesitan , no les damos lo n uestro, les volvem os lo q ue es su y o , y mas bien pagamos una deuda de justicia , que cum plim os una obra de m isericordia (4). F inalm ente entre otros muchos dice San Juan C risòstom o, hablando con los ricos : w recibisteis m ucho mas que los

(1) Matth. cap. íg . v . 4 1 . ad 43.(2) Can. 8. disr. 47.(3) S. Angust. in Páalm. 147.(4) S. G reg. M. Pastoral, part. 3. Adm onif. aft.

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o tro s , no para que solos lo co n su m áis, sino para que como fieles despenseros lo d istribu­yáis entre los necesitados ( i) .

L a misma razón manifiesta la justicia de la sagrada le y de la lim osn a; pues siendo todos criaturas de un mismo D io s , hijos de un mis-r mo Padre , miembros de un mismo C uerpo, domésticos de una misma Ig le s ia , y coherede' ros de una misma h e ren c ia , todos debemos so­corrernos m utuam ente. Jesucristo pedia á su E terno P a d re , que todos los creyen tes, unidos con el vín culo de la c a r id a d , no fueran mas q ue una misma cosa ( 2 ) ; y esta unión y fra­ternidad persuadía San Pablo á los Hebreos (3). Con ella vivían tan unidos los prim eros C ris­tianos , que todos parecían animados por solo un corazon y sola un a lm a : por eso eran de ta l modo comunes los b ie n e s , que nadie lla ­m aba suya alguna cosa de quantas poseía (4); y por eso tam bién no se hallaba entre ellos a l­gún pobre (5). Si reynara entre nosotros la ca­r id a d , aunque no faltarían pob res, no les fal- taria quien socorriese suficientem ente sus nece­sidades; pues aunque no sean muchos los ricos, son m uy pocos los que no pueden ayu d ar con algo para aliv iar la miseria de los necesitados. Concurriendo todos con algo , desaparecerían de nuestras poblaciones las quadrillas de infe-

(r) Tom. 2. conc. 3. de L ázaro colum. 114 5.(a) Joan. cap. i / . v. a i .(3) E p . ad H ebr. cap. 3. v. i .(4) A ct. Aposttfl. cap. 4. V . 3a.

Ibid. V . 34. .

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l ic e s , que apenas tienen con que cu b rir sus carn es, y los que p or falta de alim ento pare­cen cadáveres ; y si lo que todos dieran , se reuniera en una caxa de ca r id a d , dexarian de ped ir limosna a lgu n o s, que con el trabajo po­drían ganar lo necesario para sustentarse.

Se d irá que este plan no puede verificar­se ; porque las calam idades de la guerra y la es­terilidad de las cosechas aum entaron el núm ero de los pobres, y dism inuyen las facultades de los que pudieran rem ediar la miseria de los necesitados. E l aum ento de los pobres es cons­tante ; pero no es tan cierto q ue sea tan corto el núm ero de los que pueden con tribu ir para la caxa indicada. E n una necesidad extrem a están todos obligados á socorrer a l extrem am en­te necesitado con quanto no le sea preciso pa­ra conservar su vida y la de su fam ilia ( i ) . E n las necesidades graves deben todos para so­correrlas dism inuir algo de lo necesario para conservar la decencia de su estado (2) ; y en las comunes y o rd in arias, no pecarán los que no den mas que lo que les sobre de lo que necesitan para sustentar su fam ilia con la de­cencia cristiana correspondiente á su clase.

N o nos parece q u e negareis que una gran parte de los q ue hoy m en digan , padece nece­sidad grave ; y creemos que al menos la cari­dad e x ig e , que cercenemos todos un poquito para socorrer estas necesidades. Serán m u y po-

( i) S. Thom. hi 4. dist. q. 2. art. i . q. 4.(a) S. August. tract. i . in E p ist. Joan.

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eos los que no puedan cercenar algo cada dia, cada semana, ó cada mes. San A gu stín d ic e , te­nemos m ucho superfluo , si nos contentamos con lo necesario ; pero si apetecemos cosas va­n a s , nada nos basta ( i) . Si pensáramos seria­m ente en salvarnos, no nos faltarla que d ar á los p ob res; pero pensamos poco ó nada en el asunto mas im portante. Jesucristo nos d ic e , que quien tiene b ie n es, y viendo las necesidades de los pobres, no los soco rre, no reyna en su corazon la caridad de Dios (2 ) , y sin caridad nadie puede salvarse (3).

Ciertam ente son muchos los que sin ser r i­cos, gastan parte de sus bienes en varios vicios; y con lo que en esto se gasta, pudieran reme­diarse nmchas necesidades. Se gasta en vestidos im propios de la decencia y modestia cristiana, y acaso no correspondientes al estado de quien los lleva : se gasta en el ju e g o , en cacerías, en com ilonas, en rom erías, en tabern as, y en otros objetos in ú tiles, y que frecuentem ente son cau­sa de muchos pecados. Creem os que no nega­reis que estos gastos son superfluos, y que es- tais obligados á socorrer con ellos á los pobres; pues Jesucristo nos manda d ar de limosna lo que nos sobra (4). Si lo n egáis, sois unos pa­dres bárb aros, crueles é inhum anos, pues mal- gastais lo necesario para sustentar vuestra fa-

(1) In Psaltn. 147.(2) Joan. E p . I , cap. 3. v . 17.(3) Joan. E p . I . cap. 3. v. 14. et Paul. L ad Corint. cap.

16 . V. 22.

(4) Luc, cap. I I . Y . 4 1.

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m ilia con la decencia correspondiente á vuestro estado.

Son m u y raros los que saben conservar in­tacta la gracia que han recibido en el santo B au tism o, y necesitamos todos de los continuos auxilios de Dios para conservarla, ó recobrarla despues de haberla p erd id o , de o rar y clam ar incesantemente para preservarnos de caer en nuevos pecados, y tener propicio en el ju icio terrib le que nos espera al Soberano Juez que ha de juzgarnos. P ara conseguir tan inestim a­bles b enefícios, no hay rem edio mas eficaz y oportuno que la limosna. E lla nos obtiene la gracia de nuestra conversión, pues dice el E s­p ír itu Santo : r»extiende tu mano en favor del p o b r e , y se perfeccionará tu propiciación y bendición” ( i ) : nos preserva de los pecados; p orq ue la justicia del que reparte y da á los pobres perm anece p or siglos de siglos (2) : fi­nalm ente el lim osnero tendrá á Dios propicio en su últim o dia ; porque la limosna libra de la m uerte e tern a, lim pia la inm undicia de los p ecados, hace hallar m isericord ia , y no p er­m ite que se condene el que la da (3).

Este rem edio es m u y fá c il , porque no nos señala Dios lo que debemos d a r , solo nos dice: si tienes m u ch o , da m u ch o , y si tienes poco.

(r) Tobíae cap. la . v . 9. et Paul. E p . a. ad Coriiit. cap. 9. V. 8. et 9.

(a) Psalm. 1 1 1 . v . 9.(3) Tobiae cap. 4 . v . 11 . et cap. la . v . 9 . e í L uc. cap. 14. v.

13. et 14.

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da poco ( i) . Tam poco nos obliga á su frir laindigencia , por socorrer la necesidad com ún del pobre (2). Es tan suave esta le y , y tan análoga á los sentim ientos d el hom bre , que mientras no se corrom pe su co razon , se com­padece de los males de su p ró x im o , y siente en su alm a una agitación b en éfica, que le im­pele á rem ediarlos. N o h ay quien no quiera bien a l lim osnero ( 3 ) , y su presencia se hace tan agradable á quantos le ven ó le conocen, como se hace aborrecible el duro y el avaro (4). ¿E n q ué consistirá la dureza que se ob­serva en m u chos, que prefieren m algastar los bienes que poseen, al d ulce p lacer de socorrer á los necesitados? E l E sp íritu Santo nos dice, que consiste en su im p ie d a d , porque el alma del im pío no se com padecerá de su próxim o (5).

S í , amados h ijo s ; la im piedad es causa de los males que hemos su frid o , y de los que ac­tualm ente experim entam os. Dios nos está lla ­mando á penitencia por medio de las aflicciones, del mismo modo que llam aba á su P ueblo es­cogido , castigándonos con los males con que en la L e y antigua le am enazaba: 5̂ si despreciáis mis m andam ientos, os visitaré con la escaséz y la tristeza , q ue aterrará y consum irá vuestras almas. Sem brareis, y talarán los enemigos vues­tros cam p os, os d erro ta rá n , y viviréis sujetos

( i) Tobiae cap. 4. v. 9.(a) Paul. E p. a. ad Corinf. cap. 8. v . 13.(3) Psalm, I I I . V. 5.(4) P roverb . cap. 11 . v . 9. et a i .(5) Proverb. cap. a i . v. 10.

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á los q ue os ab o rrecen : aunque nadie os p er­siga , huiréis despavoridos” ( i ) . V ed si se pare­cen estos males á los q ue en tiem po de la in­vasión francesa habéis sufrido ; y si por los efectos se conocen las causas, no dudareis de atribuirlos á vuestros pecados. Continúa aun Dios am enazando á los Jud íos, y les d ice: *;*)si aun con dichos castigos no me obedeciereis, añadiré siete veces m ayores a fliccio n es, para abatir la soberbia de vuestra d u re z a , dándoos un cielo de h ie r r o , y una tierra de bronce. Todos vuestros trabajos serán infructuosos, por­que ni brotará la tierra sus p la n ta s , ni p ro­ducirán frutas los árboles (2).”

A u n continúa el Señor las amenazas contra su P ueblo si no se co n v ie rte ; pero no q uere­mos ya aum entar vuestra aflicción refiriéndo­las ; porque no os consideramos tan indóciles, que os obstinéis en vuestra im penitencia. T o­mad el consejo que dió D aniel a l I le y de Ba­bilonia : 5:tredimid vuestros pecados con limos­nas , y vuestras iniquidades con misericordias con los pobres, y perdonará Dios vuestros de­lito s” ( 3) ; porque penetran sus oidos las ora­ciones de los pol)res en el mismo instante en que las profieren sus labios (4). A unque está justam ente ir r ita d o , es vuestro Padre , y no quiere la m uerte de sus h ijos, sino que se con-

( i) L evit. cap. i6 , v . 15. 16. et i f .(a) Ibid. V . 18. 19. et 20.(3) D an iel, cap. 4. v. 24.(4) E ccles. cap. 2 1. v. 6,

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viertan y vivan ( i ) ; y se apiada del hom bre que se com padece de su próxim o (2). Q uiera su piedad llenar vuestra alm a de su m iseri­cordia , y acom odarla á todo lo bueno , para que consigáis hacer en todo la voluntad de’ Dios por la intercesión de Jesu cristo , á quien sea dado honor y gloria p or todos los siglos de los siglos.

D ada en nuestro Palacio de Tortosa á 9. de M ayo de 1817.

Manuel^ Obispo de Tortosa*

Por mandado de S. S. I. el Obispo mi Señor

D r, D . Carlos García de Velarde^ Secretario»

(1) E zech U l. cap. 33. v. j i . (a) E ccles. cap. i8 . v . la .

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